REPERTORIO - Hemeroteca Digital

447
REPERTORIO PERIÓDICO MENSUAL QUÍMICA Y BOTÁPTICA, DEDICADO ESPECIALMENTE Á LOS CONOCIMIENTOS UTILB8 EN LA CIENCIA Y EL ARTE DE CURAR, CON ARREGLO Á LOS DESCUBRIMIENTOS MODERNOS, DOIN JOSÉ DE LLETOR CASTROTERDE, clico oíia¿leudo en !^a>i,i c(y>¡, auíofiia.ci,(yn cleC aooierno //'OítceJ, áíolivícíu-o ccíi Ac c(>}?u¡)i,(y/v de t/aCui^^'idaa- /uíiu' «a, (¿e ^ 'm¿)-J"<^ ca/uia/, Ly/SueJífo c¿e Wt^Mc^ií ÁOT W' TOMO TERCERO, • • '^^-'M í|iic coi«.ptciu)e et tet/cef k'uitobte De i83it. "^ MADRID EN LA IMPRENTA REAL

Transcript of REPERTORIO - Hemeroteca Digital

REPERTORIO

PERIÓDICO MENSUAL

QUÍMICA Y BOTÁPTICA,

DEDICADO ESPECIALMENTE Á LOS CONOCIMIENTOS UTILB8

EN LA CIENCIA Y EL ARTE DE CURAR, CON ARREGLO

Á LOS DESCUBRIMIENTOS MODERNOS,

DOIN JOSÉ DE LLETOR CASTROTERDE,

clico oíia¿leudo en !^a>i,i c(y>¡, auíofiia.ci,(yn cleC aooierno

//'OítceJ, áíolivícíu-o ccíi Ac c(>}?u¡)i,(y/v de t/aCui^^'idaa- /uíiu'

«a, (¿e ^ 'm¿)-J"<^ ca/uia/, Ly/SueJífo c¿e Wt^Mc^ií ÁOT

W'

TOMO TERCERO, • • '^^-'M

í|iic coi«.ptciu)e et tet/cef k'uitobte De i83it. "^

MADRID EN LA IMPRENTA REAL

ÍNDICE.

TOMO T E R C E R O .

ENSAYO SOBRE LAS ENFERMEDADES VENÉREAS.

{^Articulo primero.)

J}e la gonorrea en el hombre j en la muger, de las complicaciones que puede tener esta enfermedad; de sus funestas consecuen­cias ; y de los diferentes medios que se em­plean en el dia para curarla pdg. i

Sinonimia de la gonorrea a SiMomas de la gonorrea 3 Etiología ó causas de la gonorrea 9

¿ Hay algún signo positivo que denote la di­

ferencia de naturaleza entre los flujos que

salen por la uretra ; y que indique cuán­

do dependen de causa sifilítica, y cuan' do de causas inocentes ? i ^

¿El virus que produce la gonorrea llamada

sifilítica, es idéntico al que ocasiona las

luceras y todos los demás sintomas de la

enfermedad venérea? 17

¿ Cuándo y cómo es contagiosa la gonorrea',

y. cual es. el periodo en que pierde esta

propiedad trasmisiva? 17

Complicaciones y eonsecuertcias de let go­

norrea í í "

IV

De la orquitis ó injiamacion del testículo. . . 33 De la gonorrea encordada 35 De la injiamacion de la próstata 35 De las terminaciones de la gonorrea 4^ De la gonorrea crónica. 47 De las estrecheces de la uretra 5 o

VARIEDADES.

Tifo 71 Observación de calentura tifoidea curada con

afusiones de agua fría', y reflexiones so­bre esta observación 7a

RESUMEN DE LOS TRABAJOS DEL INSTITUTO DE

FRANCIA, Y DE LA ACADEMIA DE MEDICINA

DE PARÍS.

Instituto de Francia.—Segundo trimestre del

año de i83a Medicina práctica.^^Cóle-

ra morbo 94 Cirujia práctica Litotricia, 109 Fístula de la laringe curada con buen éxito

por medio de una operación nueva 11 o Betenciones de orina I l 5

Anatomía .Indagaciones sobre la glándu­

la timo, 116

Sindesmografia artificial 119 Obstetricia 119 Química Acido hidrocidnico l a o jfeido iódicq, l a o

V Jgua oxigenada í 21 Cloruro de azufre. 121

ACADEMIA REAL DE MEDICINA DE PARÍS.

Medicina práctica Cólera-morbo . laS

Muertes repentinas 164 Cirujía práctica Esofagotomia i 5 6

Cistotomia i 56 Terapéutica y materia médica Remedios

secretos 156 Vapores de cloruro de sosa i58 Sudatorio del doctor de Anvers 169

Instrucción práctica sobre el cólera-rhorho, redactada á petición del gobierno fran­cés por una comisión de la Academia Real de medicina de París, y discutida y apro­bada por dicha corporación........... 160

Bibliograjia i 88

ENSAYO SOBRE LAS ENFERMEDADES VENÉREAS.

(Continuación del artículo primero.)

De la gonorrea en la muger 193

De otras complicaciones de la gonorrea, ó • sea de la salida del mismo finjo por otros órganos mas ó menos distantes de los ge^ nitales. 198'

Flujo gonorrdico por el ano . 198 Método curativo de la gonorrea, y de sus di- "•

VI versas cpw,pUca,c¡onc.s. , ao3

Curación de la gonorrea cgn el bálsamo de copaiva a i o

Curación de la gonorrea con las cubebas. . a i 6 Curación de la gonorrea por medio del iodo. 218 Curación de la gonorrea con el mercurio.. . aao Curación de la gonorrea por medio de las

inyecciones . . . . 222 Curación de los accidentes que pueden sobre­

venir en el curso de una gonorrea 281

Curación de la gonorrea crónica a37

Curación de las estrecheces del canal de la

uretra 24$ Memoria sobre las propiedades y virtudes

del opio , y las que tienen los principios inmediatos de esta sustancia , como la morfina •> la narcotina a6i

De la morfina. . . ,. a85 De la narcotina . , , ^. . , 3o6

VARIEDADES.

Examen médica-legal de doa casas da muef-te repentina, á consecuencia de heridas. . 313

hemorragias woKtples por las picaduras de

las sangu'fuelas Saa

Eficacia del cóéchico en la curación de al­gunas neuralgias. 3a4

Observaciones prácticas de la peliosis 327 Cauterización en las quemaduras. 338 Aracnjoiditis. 340-

VII Inconvenientes de varios cosméticos para te-

fiir los cabellos 847 Curación de la gota 35o Del sulfato de cobre contra la disenteria. . . 35a Del nitrato de peroóxido de hierro contra la

diarrea 353 Sulfato de quinina en fricciones contra dife­

rentes calenturas continuas 354 Observación de una enfermedad grave del

piloro, curada solamente con narcóticos.. 357 Del subnitrato de bismuto en la curación de

las diarreas 361 Afecciones cloróticas S'ji Memoria sobre el método refrigerante exter­

no ó sea de las propiedades y virtudes del agua fria, aplicada exteriormente pa-ra curar varias enfermedades. 383

Bibliogrqfia 4^5

El^SAYO SOBRE

L A S ENFERMEDADES VENÉREAS.

(Articulo primero.)

DE I>A GONORREA EN EL HOMBRE Y EN Zk M Ü G E R ; D E L A S C O M P L I C A C I O N E S Q U E PUEDE

TENER ESTA ENFERMEDAD; DE SUS FUNES­TAS CONSECUENCIAS, Y DE LOS DIFERENTES

MEDIOS QUE SE EMPLEAN EN EL DÍA PARA CURARLA.

E l plan que me he propuesto seguir en la publi­cación de este periódico de medicina no me per­mite hablar con extensión de ciertas enfermeda­des, ora porque atacan un aparato de órganos de­masiado complicados, ora porque los recursos te­rapéuticos que el médico emplea contra ellas son muy numerosos, y de un modo ó de otro JQO me dejarian lugar para tratar de otras materias. Asi pues, el objeto de este artículo (a l que seguirán otros sobre las mismas enfermedades venéreas, de modo que formen un tratado completo de ellas), es dar á conocer la gonorrea en ambos sexos, sus complicaciones y sus métodos curativos, expo­niendo algunas consideraciones prácticas con el fin de ver si pueden desengañarse algunos médi­cos jóvenes que se hallan fascinados con los en­cantos de la nueva doctrina impropiamente lla­mada J^SíoZóg/ca. El método antiflogístico, el único que admiren los sectarios de esta escuela, se ex­tendió con rapidez en toda la Francia, y desgra-

TOMO III I

2 ciadamente penetró en España, donde su abu­so estará tal vez aumentando el número de vícti­mas que continuamente se sacritican al error y á la preocupación del médico. Dichoso yo si puedo fijar la atención de los jóvenes sobre un punto de doctrina, que recayendo en una enfermedad tan común, no por eso deja de ser de la mayor im­portancia.

Sinonimia de la gonorrea. Es menester con­venir en que se ha abusado escandalosamente de la licencia de mudar los nombres de las enferme­dades; y esto ha ocasionado una gran confusión en la nomenclatura de ellaí . Vale mas conservar un nombre antiguo y conocido de todos, aunque sea algo impropio, que exponerse á llenar de oscuridad Ja ciencia con la introducción de nuevas palabras. Los antiguos, y especialmente los griegos, llama­ron gonorrea la enfermedad deque tratamos, por estar imbuidos de la falsa idea de que el moco que sale por la uretra ó la vagina es el semen cor­rompido. Esta denominación llegó á hacerse po­pular , y también el error que dio lugar á ella, hasta que el doctor Swedlaur, considerando co­mo una simple mucosidad la materia del flujo go-norráico, se propuso denominar esta afección ble­norragia , cuando es aguda, y blenorrea, cuan­do ha pasado al estado crónico. Casi todos los médi­cos hubieran adoptado esta denominación, si el doc­tor Caparon no hubiera hecho ver que las mem­branas mucosas no secretan mucosidades sino en el estado de salud, y que cualquiera causa i r r i ­tante que modifique su acción, alterando su tex­tura debe influir necesariamente en el carácter y composición del líquido que segregan. Los parti­darios de la nueva doctrina, que no ven mas que irritación é inflamación por todas partes, y siem­pre de una misma naturaleza y condición, han propuesto los nombres de uretritís, vaginitis, ba-

3 laniiis,prostatitis &ÍC., para dar á conocer el ca­rácter inflamatorio de la afección. Por lo que á mi toca, no me ha parecido conveniente variar el uso de un término conocido desde la antigüedad (/a gonorrea), y que rigurosamente puede expresar cualquier flujo de las partes de la generación; pues como dice el erudito Bosquillon, la palabra ganos se toma entre los griegos, no solo por el semen, sino también por las mismas partes de la genera­ción ; y asi prevengo al lector qne en adelante me serviré de la palabra gonorrea, y no haré caso de la \oz purgaciones con que se denomina vulgar­mente esta afección en España; ni usaré del tér­mino corrimiento, aunque le hayan tenido por, muy usual nuestros mayores, los antiguos médi­cos célebres de la Península. No será tampoco fue­ra de propósito advertir en este lugar que deben omitirse las denominaciones de mal gálico ó mal francés, mal napolitano, ó napolitana, mal de América, y otros que solo indican la animosidad y los odios nacionales. Estas afecciones se deberán llamar simplemente enfermedades venéreas ó afec­ciones sifilíticas.

Síntomas de la gonorrea. Antes de hablar de la gonorrea propiamente dicha, conviene decir algo de la que otros autores han llamado gonor­rea exírrna,/aZsa abastarda, porque se presenta exteriorraente, y ocupa el balano y el prepucio sin pasar á la membrana mucosa de la uretra.

El prepucio es una prolongación de la piel, lo mismo que la membrana que cubre el balano; pe­ro por su delicada textura se aproximan mucho á la clase de las membranas mucosas, particular­mente en los hombres que tienen este doblez pre­pucial largo y estrecho, de modo que casi siem­pre se halla cubierto el balano. Este se inflama, poniéndose encarnado, reluciente y doloroso; y el enfermo siente un calor incómodo, que las mae

veces se limita á una especie de escozor. Esta en­fermedad es casi insignificante, y apenas exige mas curación que la de recomendar al enfermo que sea limpio y aseado, y que no deje estancar entre el prepucio y el baiano el humor sebáceo ó esmegma que secretan las glandulillas de este. El virus venéreo puede producir esta especie de ba-lanitis, como lo afirma Bell, que la provocó es­pontáneamente introduciendo un lechino de hilas empapadas en humor gonorráico entre el prepu­cio y el baiano, y dejándolas alli algún tiempo. También puede provenir del uso de sustancias ir­ritantes tomadas interiormente, pues un veterina­rio refiere, que habiéndole dado á un caballo de rnonta una bebida con cantáridas, se le inflamó ei baiano; y aun le salieron úlceras que comunicó el animal á las yeguas que le permitieron cubrir. El doctor Merat refiere otro caso no menos inte­resante de un caballero que por dos veces conse­cutivas infestó á su muger con una gonorrea del baiano, y como los dos consortes no tenían moti­vo para sospechar de su fidelidad recíproca, este médico prudente aconsejó al marido que se dejase hacer una incisión en el prepucio, con la cual pudo limpiar perfectamente la corona del baiano, y continuando con el mismo aseo vio con satisfac­ción que no se reprodujo el accidenfe Efectiva­mente, el humor sebáceo es irritante por sí mis­m o , y puede descomponerse espontáneamente, ó por algunas gotas de orina que se mezclen con él, en cuyo caso adquiere un olor mas fuerte y ])cue-trante, se mezcla con la exhalación de la superficie misma del baiano, de donde resulta un flujo ó corrimiento amarillento, que al principio es sero­so, y luego se vuelve espeso y viscoso. En este caso suelen despegarse algunas laminitasde la epi­dermis del baiano, que es preciso no confundirlas con las capas raembraniformes- que forma el hu-

5 mor sebáceo. Si esta inflamación fuere excesiva no seria extraño ver que se hincharan simpáticamen­te los testículos ó las glándulas inguinales, ó aun el formarse verdaderos bubones: también puede ocasionar el fimosis y el parafimosis; y por último puede pasar esta incomodidad al estado crónico.

Para proceder con métoflo y claridad en la exposición de los síntoma» de esta enfermedad, seáme permitido suponer un caso dado, como por ejemplo, el de un joven sano, robusto y que no cometa ningún exceso en el régimen que se le pres­criba. Esta suposición tiene la ventaja de pasar con ella de lo mas sencillo á lo mas complicado, signlendo rigorosamente la clave del análisis fi!o-r6fico. Poco tiempo después del coito se maniíietta la gonorrea, con todas las señales que anuncian una ligera irritación de la uretra, y el enfermo siente en el orificio de este conducto, ó en una parte roas ó menos extensa del mismo, una espe-c'e de titilación ó cosquilleo, que al piineipio le parece mas agradable que importuno, pues aun­que le obliga á orinar con mucha fiecueiici también aumenta sus deseos de satisfacer la venus, y le provoca largas erecciones, con particularidad durante el sueño. Todos estos síntomas se van gra­duando, y se junta con la st)bredicha titilación una esf)ecie de embarazo ó de estorbo en las in­gles, en los cordones esperniáticos y en los testí­culos: algunos enfermos sienten al principio una especie de rautestar ó de calosfríos.

A los dos ó tres dias se va propagando la t i t i­lación por toiio lo largo del canal de la uretra, y el enfermo sieiapn- la siente en el balano, porque como todos saoen, es el sitio adonde van á parar todas las sensaciones del aparato génlto-urinario; pero esta incomodidad se convierte en dolor, y poco á poco llega á ocasionar tm es- o7or incomodo, es­pecialmente al tiempo (.le oriuai : los labios de la

6 uretra se hinchan, y sale por ellos un líquido claro y blanquecino ó un poco amarillento que mancha la camisa. El enfermo siente al tiempo de orinar en todo el conducto de la uretra, que se pone duro y saliente hacia afuera, una tensión con ardor desagradable, y unos dolores punzan­tes; la hinchazón de la membrana mucosa dismi­nuye la dimensión del canal, el cual se encoge también por la irritación que provoca la necesi­dad de orinar á cada instante, y asi sale la orina en chorro muy delgado que va disminuyendo pro­gresivamente: este chorro sale interrumpido á me­nudo, y otras veces ahorquillado ó tableteado, como sucede siempre que se altera por cualquiera causa la con figo ración del conducto urinario. Cada vez que el enfermo va á orinar le impele á ello un cosquilleo sumamente incómodo en el cuello de la vejiga y en el ano, que es tan imperioso, que cuasi se puede decir involuntario, pues que ape­nas empieza á sentirlo tiene que ponerse inmedia­tamente á orinar, experimentando al tiempo de pasar el líquido una sensación urente, tan dolo-rosa que le arranca algunos quejidos, y en cier­tos casos gritos crueles; pero de estos dolores son mas vivos los que se sienten en el primer momen­to que empieza á salir la orina; y mientras que sale van disminuyendo, hasta que al fin redoblan en las últimas gotas q u e echa el enfermo, lo cual consiste en que salen con mas rapidez por el mo­vimiento que las comunican los músculos del pe­rineo, que se contraen entonces de una manera como espasmódica. Las erecciones son mas fre­cuentes y\luran mas tiempo cuando el paciente está acostado boca arriba en una cama blanda y muy abrigado; y en este caso le excitan unos do­lores tan violentos, que no puede dormir y tiene que levantarse: estos dolores le impiden entregar­se al acto venéreo; y si es tan insensato, quequie-

7 ra satisfacer ese gusto efimero, experimenta en todo el canal, cuando pasa el semen, un ardor in­soportable, como si saliera aceite hirviendo, ó como si le introdujeran un hierro hecho ascua, siguiéndose á menudo á la eyaculacion una he­morragia mas ó menos considerable que le alivia momentáneamente. Durante este tiempo se nota en todo lo largo de la parte inferior de la ure­tra una sensación Inexplicable de incomodidad que algunas vecesi impide al enfermo andar, es­tar mucho rato de pie ni sentado, y aun el cruzar las piernas.

El flujo de la gonorrea, que sigue día y noche, va aumentando poco á poco hasta que se hace muy copioso, y consiste, como ya hemos dicho, en una materia espesa, al principio blanquecina, y luego amarillenta, algunas veces mezclada con rayas sanguinolentas, y aun con sangre pura , y últimamente morenuzca ó de un verde sucio, y siempre exhala un olor particular. Estos materiales dejan en la camisa unas manchas amarillentas, verdes ó pardas sucias, de un color mas bajo en la circunferencia que en el centro, y no se quitan cuando están secas por mas que se estreguen.

Cuando la inflamación ha durado de esta ma­nera unos quince ó veinte dias poco mas ó me­nos, empieza á declinar; la disuria disminuye, como también la sensación de ardor que ocasiona­ban las orinas y el semen al tiempo de pasar por la uretra; las erecciones no son tan frecuentes ni tan dolorosas; el flujo se vuelve mas consistente y opaco, y se va disminuyendo poco á poco hasta que al fin cesa del todo, volviendo á su estado normal la membrana mucosa de la uretra, con lo cual se termina la enfermedad.

Tal es la marcha de la gonorrea en su estado de sencillez, en el cual, suponiendo que se ve­rifiquen las condiciones que he expuesto mas

8 arriba, dura de cuatro á cinco semanas, en cu­yo tiemj)o corre sus diferentes períodos mas ó menos comunes con todas las inflamaciones, y no suele dejar otra reliquia que una sensibilidad mas ó menos desenvuelta del canal de la uretra, que el tiempo va gastando ayudado con algunas pre­cauciones de parte del enfermo. Pero desgraciada­mente la gonorea no toma siempre este carácter tan bíiniguo, y la edad, la constitución del enfer­mo, el estado de los otros órganos, su régimen ha­bitual , las consecuencias de otras gonorreas que haya podido tener antes, y acaso algunas influen­cias atmosféricas, la modifican de una manera in­definida, y hacen que sea tan irregular au curso, y tan complicado á veces de accidentes, que mu­chos de estos se convierten en verdaderas enfer­medades, de las cuales la mayor parte ofrecen mas importancia, y son mas dificiles de curar que la afección primitiva de que provienen.

Los enfermos acostumbran á decir que su afec­ción empieza des;!e el momento en que ven salir el flujo gonorráico por la uretra: este modo de calcular es erróneo, porque puede existir la infla­mación antes dccpie se manifiesten los síntomas de ella, cuya verdad reconoció Hunter\, pero de cual­quier m.odo que sea, siempre es variable la época en que principia dicho flujo. Ordinariamente co­mienza del tercero al sexto ú octavo dia, Lagneau dice que le ha visto casi iniuedlatamente después del coito; otros autores dicen que le han observa­do á las pocas horas de hal-er pasado la noche con una muger. Hay casos, aunque mas raros, en que sobreviene al cabo de doce, quince, veinte y trein­ta clias; Hunter dice que puede mostrarse á las seis semanas; Bell afirma que puede estar la go­norrea sin manifestarse hasta dos meses, y Dun-can y Swediaur aseguran que este término puede ser todavía mas largo; pero todas estas aserciones

9 . no son rigorosas, y en el día nos hallamos atitort-^ zados por la experiencia á dudar de la exactitud de estos hechos. Por lo demás, conviene destruir un error muy acreditado en el vulgo, y consiste en creer que la gonorrea es mas ó menos benigna según que se manifiesta con mas ó menos ;prpxi4 midad á la época de su adquisición. La experien­cia diaria nos hacer ver que hay inflamaciones muy considerables en el canal urinario aunque empiecen á mostrarse mucho tiempo después del coito impuro; y al contrario que las hay muy be­nignas, aunque sean, por decirlo asi, consecutivas al acto venéreo.

Etiología ó musas de la gonorrea. Muchos piensan que todo flujo que sale por la uretra cons­tituye una enfermedad venérea, porque las mas veces se observan estos corrimientos después del coito; pero hay otras muchas causas internas y externas que obran poderosamente sobre el canal urinario, y determinan su inflamación, á la cual sigue casi constantemente el flujo gonorráico. En­tre las primeras de estas causas se deben contar las irritaciones de diversas partes del tubo digesti­vo, y la naturaleza de algunos alimentos ó bebir das. Schenkius refiere el caso de uñ hombre que tenia una gonorrea siempre que comia berros, y parece que los griegos y los roaolanos oonoeian> «s-ta propiedad de las plantas cruciferas, puesto que los poetas de aquella época se permitían hacer al­gunas alusiones sobre esto en sus teatros. Aristo-phanes pone en boca de una de sus actrices, á quien otra preguntaba por qué ^taba tanto tieanr po carinando: »»ipobre©ita de mi! ayer comí ber-,»ros, y hoy no puedo orinar ( i) ." El trabajo de

( I ) An'sfoplí: Comed, de los Thesmophor. T. 6a3. Per jorem, ó Miselle: strangüriá laboro, h«n eniín «di liastiír-tíunu . • t • . •• , -

TOMO III. a

l O

la pfiínera y 'segnnda dentición proroca a lgún» Vides la gonorrea en los niños, en los cuales súe* le también observarse cuando padecen afecciones verminosas, y especialmente si tienen ascárides v e i ^ é u lares. Lo» hombre» que. padecen afectos h<emoi!róid&ies están expuestos á la gonorrea, co-iflo lo observaron Brendel y Oeftendinger, y lo mismo sé notó en las mugeres de ciertas partes de Alemania, donde tuvo gran reputación el método de ificm/»/para curar las enfermedades del bajo vientre por medio de clisteres. La flegmasía cróni­ca de la vejiga, y la tjüe producen 1¿8 cálculos de esta cavidad, y los que se crian en los uréteres, los ríñones y la uretra pueden ocasionar también el flujo de que tratamos. Hay varios autores que «¡tan entre las causasde esta afección, el abusode las ítífuíiohes de té , de los espárragos, de tremen­tina; de especias, délas cantáridas y de.la cerve-ia nueva; pero yo creo que hay exageración en estos supuestos, pues se ha notado que en Ale­mania'y otros países del norte, donde es muy op-BiTin la cerveza; no ha producido semejante efecto en los extrangeros que no estaban acostumbrados á ella,'La-gonorrea epidémica descrita por algo^ n)08 médicc» la niegan hoy otros, fundándose en que no t i tan común esta causa, aunque su razón principal es la dé no querer admitir mas causa

3«e la de'J^ 4)^*^0X^0. orgánica; pero ííeZ/ recoi locióqííe el estado atmosférico y el carácter dé

la constitución reinante'podian influir en la ma-nife$ca<áon y comunicación de los síntomas vené­reos, y én él hospital especial que hay en Paris desttnado'á ^ a cia*e de e»ferm«lade8, ha notado €ultertef^i^úé las'gonorreas son rawcho mas fre­cuentes en la primavera y el otoño que en las otras estaciones del año. Morgagni, Gonlard, Bass y.otros las observaron en épocas en que hablan reinado muy fuertes calores, seguidos de una tem-

i» peratura támeda y frU, cilya c^rcmwtanfcia HJtjl?». tiplicaba las afeccione»catarrales «dfrl.pechó j,y Wa flujos intestinales. Por lo que toca á la gonorrea metastática ó procedente de una jfeccwn artríti-r* ca, berpética ó gotosa, es meQesyterhalMrs;^! nw»y| (^xíecados con las nuevas teqtríai!p9ríaí0i9^djiwt«i esta causa, sabiendo que iTipócraí^^ífiia KJWP la estranguria era uno de los síntomas que acoim^rri ñaban con mas frecuencia los dolores articularissí} JSarthez, Mirray, Bell y- ífnHenúand prQjfe§anj la .misflaa opinión sobre este :pnat««»y»-jeli4o<?)|Qys Zagneau refiere que hubo en Strasburgo uq hom-^ bre de edad de cincuenta años que sufría de qn fuerte paroxismo reumático en los músculos del hombro derecho, y que se le quitaron los dolores como, por encanto al manifestársele un jSwJO) jün-i coso por la-uretra, parecido enteramente á una! blenorragia ^ordinaria, aunque el enfermo no'ha-bia tenido nunca niqgun síntoma veóéreoeo: su juventud. Yo he observado m mi práctica paíti* cujar el caso .de un hombre que tenia vina evnftr^ cion cutánea muy con8Íder,ablB,:y no.fiándpse efe mis consejos, con; los que le ¡advertía el ¡riesgo /g we corría su salud si se empeñaba eti supcilHár,Test* afección de repente, se puso, en máinos de un charlatán que la hizo desaparocec con ^tapíeos rea peS'Olsi^O^i: pero ,4>lc»¡f>Q€0»iáÍ|lft<»Íi:ílító•^ítlfií^T mo dolores itiuy vivos en; todo el cuerpíOi,,y.fla flujo verdoso por la uretra que le debilitaba df!+ masiado. Le hice tomar baños irritantes,.y ;apU--cafse unos cáusticos en los sitios donde se había manifestado antes la erupción con Oaas intensidad,

, y logré con mucha satísfacion mía y del enfermo que volviese á presentarse la afección primitiva, con lo cual se disiparon la gonorrea y los dolores, f^tos ejemplos no son raros, y todo el mundo sabe que en el siglo x v la lepra retropulsa oca­sionaba la uretritis; y awn tal vez noa podemoi»

la inbrinar i cre«r ^ e el* gran legislador dé lo* jo-; dios quisó hablar de esta én lá que describió tan perfectameíite, aunque según nos enseña la his­toria acerca de las costumbres de los hebreos les f>í:<oveilta i menudo la gonorrea de la inconti-mkx^ y déllibertinage en que solian encenagarse.

' £48 causas externas que producen esta enfer­medad son también muy numerosas, y debemos poner en primer lugar los tocamientos deshones­tos, la masturbación, el abuso del coito entre per» soaas aanasi ó cuando hay una gran desproporción entré los órganos genitales de ambos sexos. Con este motivo no será inútil recordar aqui qae las violencias cometidas por gentes libertinas en ni­ños de tierna edad de uno y otro sexo provocan casi constantemente una blenorragia de la vagina ó del ano, aunque los malvadcw que atentan al pudor de esta manera se hallen limpios de esta enfermedad; pues basta para producir este resul-taik> la contusión ó la dilatación excesiva de las patrtes pacieates>de las desdichadas victimas d««e-tnejante brutalidad. Este punto de doctrina es de in^chíi importancia por la que puede tener en lá decisión de los magistrados relativamente á los procesos criminales de esta naturaleza. £1 médico cuyas luces invoca el juez para fallar la senten-ciaydebesér muy circunspecto, y limitarse á ex-^i fer 6l?«M!aá0 dti'tasf patrtes ofendidas, indicando la¿ te&iones que observe, sin expresar su opinión decisiva sobre la naturaleza del mal en los casos dudosos; pues si tuviese la imprudencia de de-clarar precipitadamente que la criatura se halla itifestada de Un corrimiento venéreo, el culpable podria llegar á probar qqe estaba sano, y apoyar-«e en el informe del médico para disculpar su crimen, con lo cual, lejos de aclararse la cuestión quedarla mas obscura y complicada. Efectivamen­te^ el acusado podría decir al juez: se me acusa

de.habcÉr hecho^áolencia y iiafa^^vinéestado d e mal venéreo á¡ esta criatura, siendo asi qiie el examen que se ha hecho de mi persona, denota que me hallo enteramente sano; luego yo no eoy el autor de las violencias que se r»e imputan.. £ n este caso qnedaria> fifustr^ida la ley?, y el acusada sé salvaría de la justicia de unai semencia puniti­va, como se ha dado un ejemplo de ello en París hace tres ó cuatro años. Las contusiones del peri­neo y el ejeixicio de la«quita$;ieB pueden producir fo]geaH»«ea, eobio se n^atienrlos camellecos de las l ibias orientales. Richerand dice que vio una vez declararse esta:enfermedad en un hombre á quien le habían torcido violentamente el pene durante la erección. £1 uso de las K>nda8 ó candelillas, las irritacionea inmediatas en el caaal urinario cock «gentes mecánicos- ó con los químicos provocan la mifma dolencia, y el doctor Swed'mur refiere que hizo ccmsigo el experimeáto de darse una iny.c-cion con amoniaco líquido dilatado en agua, la cual le ocasionó una blenorragia parecida en un todo á la venérea. Otros médicos han repetido el mismo experimento, y han visto el mismo resul­tado. Por último, la causa mas comou de la go­norrea, ó á lo menos la que se considera tal en­tre las gentes vulgares, y, aun entre muchos médi-tx»f.eahk api]icacion<^cle'.an>virfi8 f>airtj.(aiiar, ó de «na materia acre é irritante que salga de las par­tes afectas de un enfermo y se comunique por contacto á las partes sanas de una persona en sa­lud , pero que se halle predispuesta á recibir el inñujo maliguu de la enfermedad. Mas este punto de .doctriim. está todavía tan obscuro^ y presenta tantas dificultades, que para esclarecerlo nn poco ae necesita elevar algunas cuestiones y discutirlas

{)ara poder ilustrar con fundamento el juicio de 08 prácticos. Con efecto, ya se ha visto,el caso de

uoa muger que gozaba en la af:»ríencia de la sa-

Ilid mag florecieate, y ocasionaba uaa Ueoorra^ gla á los que tenían comunicación íntima coa ella^ Una joven que nunca habia tenido mal venéreo, ni presentaba el menor síntoma en sus partes se­xuales, comunicó á un mancebo robusto una go­norrea de las mas intensaSi Abora bieUj si recor» damos lo que se ha: dicho mas arriba acerca de la influencia recíproca que hay entre la uretra iníki-mada y diversas partes del cuerpo, como los teji­dos mucosos, serosos y fibrosos, y los aparatos d i ­gestivo, respiratorio y urinario, echaremos de ve» que es preciso tener presentes estas relaciones ce­rcetas y simpiticas para entablar un métock» cura<^ tivo racional, y dirigir la enfermedad á una fran­ca convalescencia. La primera cuestión que se nos ofrece á la vista es la de saber si el flujo gonor* Fáico puede producir los Mros síntomas venéreoak como úlceras, bubones &c., ó si la materia q u e sale de estas úlceras ó de los bubones en supura­ción puede provocar la gonorrea bajo ciertas y determinadas condiciones. Esta cuestión me páre­te que podrá resolverse mejor cuando se haya agi­tado la siguiente:

¿ffay algún signo positivo que denote la di­ferencia de naturaleza entre los Jiujos que salen por la uretra, y que indique cuándo dependtn de causa sijílitica, y cuándo de causas inocentes^.

Noí esta respuesta^^^^á conforme con la expe­riencia si se consulta de buena fe y sin la p re ­vención que inducen las teorías y los sistemas. Musa, Fallopio, Petronio y otros autores reco­mendables se han esforzado en señalar las dificul­tades qne presenta este diagn^eico. En la gonor­rea virn lenta, y en las que • provienen de otras causas no contagiosas^ todos los síntomas y acci­dentes son idénticos, el color amarillento y ver­doso del flujo, ó ^u carácter puriforme son comu­nes á las gonorreas sifilíticas, y á las que se j e p u -

tan por la# mas benignag; Asi es quo el médico;s© encuentra embarazado muchas veces, y no sabe qué partido tomar para emprender la cura, como el enfermo no confiese ingenuamente que se ha expuesto á la infección venérea, ó como el faciilta-tivo no deduzca deiigénero de vida de.su^cl!Íento;ó por otras conjeturas la verdadera causa del mal. Muchos enfermos, y con especiahdad las mugeres tienen un grande interés en ocultar la causa de Bo dolencia, cuya revelación puede comprometer 811 híHK»;- y en esta atención esmenester que el práctico se resuelva á emplear la misma curación en los casos dudosos que en ios conocidos como procedentes de la lúe sifilítica. Esta determinación no solo es favorable al enfermo, sino también á la sociedad en general, porque con ella se ayuda á destruir el germen de un mal que degrada las ge­neraciones actuales, y emponzoña las esperanzas de que las futuras sean robustas y saludables. Ademas, la corta curación mercurial que se ad­ministre á los enfermos por via de precaución no puede perjudicarles en su salud, por mas delica­dos que sean, y aun cuando se haga sin necesidad, resultando de esta práctica la preciosa ventaja de preservarlos de los efectos consecutivos del conta­gio , si en último resultado la enfermedad fuese capaz de pnrcdneirlos.

No hay ningún signo patognomónico que pue­da servirnos de guia para saber si la gonorrea producirá ó no la infección venérea general. Bell decia que sucede con esta enfermedad lo mismo que con las viruelas, que no es tanto la materia de ella, cuanto otras circunstancias distintas, las que determinan los síntomas graves ó moderados; pues se ha visto que una muger con un mismo flujo ha comunicado á unas personas los síntomas mas funestos, y á otras los mas benignos, pudien-do atribuirse estas variedades á la constitución

i 6 del eiiferuió y á su método de vida. Sia embargo,-el doctor Wedekind, médico alemán, publico en ^tos últimos tiempos que habia encontrado un signo cierto para distinguir la gonorrea virulenta de la benigna, y es, que en los hombres que se han infectado en el coito se manifiestan en la fo-. sa navicular, inmediatamente detras del meato urinario, dos tubérculos lenticulares pequeños, situados uno al lado del otro, y muy sensibles al tacto. Al examinar, dice este autor, muchas prsonas que después de un coito sospechoso te­mían haber contraído ia gonorrea, cada vez pude anunciar de antemano la invasión de la enferme­dad por la formación incipiente de estos tubércu­los que ya distinguía yo antes de que apareciese el flujo: si yo no los sentía, entonces no sb decla­raba la gonorrea , á pesar del prurito del balano y del prepucio, y aunque hubiese ardor en la orina. Cuando los labios de la uretra empezaban á hincharse, se p n i a n mas gruesos y sensibles los tubérculos, é iban aumentando á proporcitm que el humor mucoso puriforme bañaba el balano y á medida que venia la disuria y el período infla­matorio, y decrecían por los mismos grados que la enfermedad, de modo que al terminarse esta,desapa­recían. Pero si duraban algunas veces, aunque Se hubiesen disipado todos los síntomas de la gonor­rea, entonces me creía autorizado á pronosticar que la afección se reproducirla, en lo cual no solí engañarme; pues al menor exceso de régimen ó en el coito con una persona sana, se volvían á manifestar los mismos accidentes. Estas aserciones del médico alemán no se han confirmado por la experiencia de otros prácticos, y el doctor Jour-dan{i) asegura que ha visto estos tubérculos eq

pa. ( r ) Jourdaa, traitá complet des maladies vánériennes. g. 88 , París i8a6. ^

»7 váriafl ¡personas que oo haibiaa teaido ouocaiUrQ'^ t r i t w ) . . ' ' ' - - - • - ' • ' • - .y • - í " ' « . ' • - • • • • ^ . . i

¿Ei virus que produce la gonorrea UaXnadasifi Jilitica, es idéntico al que ocasiona las.úlceras y todos los demás síntomas de la enfermedad ve^ nérea? = »-

Sí: IM i mejores autores que haoj tratada de es-t tas enfermedades, como Hunter * Harrisson^ Ci*-. rMlo, Girtanner^ Bosquillon^ y casi todos los méi-dicos modernoa con el doctor Zog/íca«, convienen ^iii<]ne esiidéatieo este virus; y el último autor que he mencionado cita en su Tratado de la eEH> fermedad sifilítica muchos hechos capaces de lle-> var á la evidencia la exactitud de esta proposi'» cion, de la cual me hallo plenamente convencido por los casos que se me han presentado en la pri io tica desde que ejerzo la medicina '<, y asi para no abusar de la atención del lector, me: contentar^ con decir, que de todos los ejemplos que podrían^ acumularse, resulta: que el virus gonorráicoi, aplicado en una superficie mucosa sana, puede producir úlceras, pústulas húmedas, y cualquiera otro signo primitivo de infección.venérea, y alre^ vés: la supuración que provenga de estos últimos accidentes, sean primitivos ó consecutivos, puede ocasiouar corrimientos sifilíticos.

Otra cuestión se presenu natuialmente ahora, que Bo deja de ser interesante, por las consecuen­cias que puede traer en la práctica su resolución.

¿Cuándo y cómo es contagiosa la gonorrea^ y cuál es el periodo en que pierde esta propiedad trasmisiva ?

Los autores están discordes en este punto de doctrina: hay muchos que opinan, que luego que se han disipado los síntomas inflamatorios, pierde el flujo su carácter contagioso, especialmente si se convierte en una especie de moco glutinoso de li-gera consistencia. Bell dice, que no se debe temer

TOMO III. 3

i 8 e l c o n t ^ o de la gonorrea cuando ha adquindó tas condiciones que he dicho, y aun es de parecer que mudiak vec^ es inocente antes de que sé eche de ver esta mudanza. Las inyecciones astringentes, los atonperantes, los purgantes ligeros, y en al­gunos casos solo el tiempo, le pueden hacer per­der sü eólor í que ^oiB|e una aparieacia miicosa, y aun que disminuya {pero después se vuelve ama­rillento, y reaprece con mas fuerjsa que antes. En estas circunstancias se puede considerar este cor­rimiento como enteramente privado de la facultad de comunicar el «bntagio; por lo menos, prosigue el autor inglés, nunca he visto ejemplos dé lo con­trario, y tengo fundamento para creer que en to­dos los casos dejará de ser contagiosa una gonorrea, desde que se haya disipado del todo la inflamación que la determina primitivamente, sea cualquiera la meiHcacion que se hubiere adoptado: y al contrario estoy convencido, por un gran número de hechos de que mientras subsista la inflamación primitiva de la gonorrea, por mas antigua que sea, la ma­teria que produzca será tan contagiosa como lo era en los principios. El doctor Jourdan es de la mis­ma opinión, y añade,'que luego que el corrihiien--tO toma un aspecto puriforme, se vuelve contagio­so , aunque estuviese reducido antes á unas sim­ples gotas de moco claro y glutinoso; también cree este autor que la gonorrea vuelve á adquirir la pvopiediBtd contagiosa cuando retrograda.ai estado agudoj por cualquiera causa qne sea, como la ex­citación en los placeres de la comida ó en los del amor, de tal manera, que el que padece esta afee-cion puede infestar, ó no, á una misma muger sé-gup él grado de ardor con que se entrega á sus ca­ricias, puesto qué el coito es una de las prineikm-les causas de excitación para la uretra. Esta última circunstancia es muy digna de notarse, como lo había observado Bru, autor antiguo de enferme-

19 dadesv venéreas» el cual jDubÜcó e n e u obi»r que -era preciso una especie de frotamiento ó de elecf-trizacion para que la materia del corrimiento ad­quiriese una propiedad contagiosa, y que esta Ma­teria obraba al parecer con tanta mayor seguri­dad, cuanto mas considerable fueae el*orgsmno-«n que se hallase la persona que la recibía. Hay mu*-chos hechos que apoyan la verdad de esta propo;-sicion^ la cual confirnaa el conocido influjo que tienen en las seerescioileá lasifKisionieSi'y laa emo» •cÜan^^el ánimo ;'puea todos sabe(vqu«tci<(;rta6 mu­jeres, que comunican habltualmeate con Mn hoih-bre, no le contagian, al paso que infestan inme­diatamente á otro, á cuyas caricias se en t r^an >con ardor, en vez de;abandonarse á ellaa maquis nalmente y eon repugnancia. Esto explica también por qué no Btm jtan «omunes las enfermedadea ¡v^ néreas en las m.ugere8, aun en las qne, hacen, el yerg<Hxzo8o. tráfico de su pudor, como ,en lo^.hom-bres-, los cuales no pueden liabea-se eo,a>o ellas de un modo pasivo en el acto venéreor Ademas, hay > otras caiisas que favorecen poderosanje^te el «oa-tagio, como el temor i las. paéio^es; deprimentes, los excesos de todas clases, y las diversas excitacio­nes, aun sin contar la disposición imecá nica de las partes, que no deja de influif nvuebo^, puestO;que loe faombres-que ao tÁeni»i.pr)$pu€k>Kéif|««:ti«Qea «iempre el balano descubierto, es mucho mas raro que contraigan las afecciones sifilíticas, tal vez por­que el frotamiento continuo del balano embota la swasibilidad de este órgano delicado.

El profesor Delpech^ mas rigoroso que otros en este punto¡, es de opinión, qv}e el, hombfe deUte abstenerse de toda CMUunicacion íntima oíwa las mugeres, mientras le dure la gonorrea, en cual­quier estado y período que se halle esta enferme­d a d , fundándose eo i que no hay médico qite no haya visto renovarse este accideQtiey.y, ocseimniur

íto sraevas rnfécciones c|ue^ hubiera sido fácil e^vítar. ¡Cuántos matrimonios baa visto perturbada su paz dom^ica por haber inspirado á un consorte la falsa seguridad de que no era contagioso un

-ñn]|}le ñujo Diaeoso, sQbsiguiente ;á tina antigua ' igoitorrea! Asi pues el facultativo qne sea eonsul^-

tado para un caso de esta naturaleza, deberá por prudencia aconsejar á su cliente que evite el sa­tisfacer los placeres conyugales hasta lograr la cu» fiacion perfecta y radical de su dolencia. -..> ' La gonorrea presenta una multitud de varie­dades en el námero .y la intensidad-de sus- sin» tomas, siendo muy raro que se manifieste esta en­fermedad con la sencillez primitiva que hemos de­mostrado al principio para facilitar la explicación de su marcha. Todos - ios fenómenos que hemos enuBoeradc» pueden presentarse juntos ó aislados; y algunas veces es tan ligera la afección, que ape­nas se apercibe el enfermo de ella, al paso que én otras circunstancias'se van graduando Ibs-BÍia»-tomas á un pun to>^ vtcteiicía, que son u n m a ^ nantial de tormentos para el paciente, le atraen nuevas enfermedades todavía mas peligrosas, y en algunos casos le cuesta la vida. El dolor puede «er sufrible 6 muy vivo; sentirse solo al pasar la orina ó el semen, 6 persistir en el intervalo de es­tas emisiones con diferentes caracteres: unas veces consista mi tma-MBasícioa de pesadez y de estor^ bo , y otras en un calor urente, ó en picaron y punzadas mas ó menos frecuentes. Pero hay cir­cunstancias en que el paciente no siente dolor á ninguna época de su enfermedad, aunque sea el flujo de-la uretra muy ooposo; y entonces no le incomodan mucbt) la* ^ n a s de orinar: al contra­rio, hay otros que tienen un dolor muy vivo aun­que tengan muy poco flujo ó tiinguno, y oonti-núan asi mucho tiempo hasta que aparece el cor-

'rimiento ose restableceií,dando lugar este fenó-

21 ajeno 4 que algunos»hayan earacteiñzado está va­riedad con la denominación rafra y vici<wa de go­norrea seca, y otros con las de gonorrea aldorta-da ó -estranguria venérea, porque algunas veces vieneacompañada de una supresión de orina mas ó menos compl^a.^ Algunos autores han negado .la posibilidad de este fenómeno; pero <?tt¿ter¿en, c i ­rujano mayor del hospital de venéreos en Parié, asegura haber visto casos en que los enfermos sen-•tian dolores y punzadas en la uretra «in tener el awnaérí ooirrknienCo, y dice qae «atoa dolores son nerviosos y simpáticos, y á menudo ilusorios, nb hallándose sino en hombres meticulosos ó enfer­mos imaginarios. El doctor-Con?/>a/gnac ( i ) ha es­crito "una Memoria sobre este punto , y en el]a= re­fiere varias observactones.de: afecciones neWráigi-casdeltstiello'dé la vejiga,!y aún del cana^ dé la uret ía , que simulaban perfectamente las. enferme­dades propias de estos órganos, y que desapare­cieron con el uso de las pildoras antt-nevFálgicas de Meglin; Sin embargo, aunque algunos médicos opinan que toda membrana mucosa no puede ha­llarse irritada sin exhalar un flujo mas ó menos' eá» peso, y de consiguiente niegan que puede existir Ja variedad de la gonorrea, impropiamente llama­da gonorrea seca, nos inclinamos á creer que la mendwanamucoea de la uretra puede <ballansek*^ ritada ó inflamada por espacio de algunas hora* 6 algunos dias sin que aparezca su flujo propio,sco­mo se nota en las irritaciones de las membranas mucosas oculares y nasales, en las afecciones que se llaman escleroftalmia y corita. En alguna»otras circunstancias, el dolor pasa por diferentes gra«-dos, quedándose en ciertas ocasiones reducido'al de un simple prurito y escozor que dura desde el principio hasta el fin de la gonorrea.

( I ) JourDal hebdomadaire de medicine , tomq a , pa'gi-na 3^6, año de 182^,

22 ' Etcoi-rixnienAOi^ecede por éo regalar al dc^

lor, átutqüé.algaBas veces asílele manifestarse des­pués d e este signo. Sus cualidades son varidsles, fXHDo los productos líqi^los que salen de las mem­branas mucosas irritadas ó máamadas, en atención al temperamento particular del.enfermo, y según los .períodos de la enfermedad. En unos casos el flujo es mucoso y claro; s^ va espesando por gra­dos , toma la apariencia del pus , se vuelve amari^ liento, verdoso, ó de un color blanco oscuro, con la consistencia de leche crema ; retrocediendo por los mismos grados hasta volver al de UaocSoy d i ­fluente, y como clara de huevo: obsérvase no obs­tante á menudo que.se queda amarillento en to­dera loa períodos, ó tpmavde repente un color ver­doso. £ n algunas ocasion»<BaIemezclado con sani-grei,> la.*coalipuede ser.tan abuhdántói^ue'oonsti^ tuya una hemorragia.capaz de inquietar al enfer­mo yalmédico. .5e/¿ dice que vio algunos enfer­mos que echaron hasta dos ó tres libras de sangre por la uretra; pero es m a i ^ t e r ©onvenir en que esía sangre procede, de una exhalación en Jas su­peróles mucosas, y no de la rotura de algún va­so, como se cree vulgarmente, bien que Jas im­prudencias de loa enfermos ó la poca habilidad de los facultativos hayan ocasionado en va r i ^ cir*-cupstancias una escisión en un punto del canal de iaaUCetra, quQ iatereaaodo un- vaso provoque tina hemorragia mortal, de lo cual ya se han visto ejemplos, como diré al hablar de las complicacio­nes dñ la gonorrea. Los enfermos suelen asustarse i<;uaQdo yea.que el flujo gonorráico se mantiene .«iempse pajiiso ó, verdoso; pa:o esta circunstancia ino tiene influencia en la marcha de lá enferme­dad» y el médico debe aplicarse á destruir este error popular, pues todos los dias estamos viendo que duran mucho tiempo los corrimientos entera­mente blancos, y que otros que tenian diversos

a3 colores se suelen disipar'con prontittaá: si|i em-; bargo, se debe mirar por punto general como uri signo favorable, el que la materia se vuelve espe­sa y viscosa á proporción que la enfermedad hace progresos i aunque no se debe tener esto como un indicio infalible de la pronta termioacipniée eMa El canal de la uretra se hincha en e l curso de k gonorrea de un modo variable; y esta hinchazón disminuye notablemente la capacidad-del canal, dé lo cual resulta dificultad en el acto de orinar,* y una disuria «mas ó meaos completa; Si la infla-! macion hace mayores progresos, puede ocasionar este accidente una retención completa de orina: sin embargo, esto es raro, y á menos que el en­fermo no cometa imprtidencias, la enfermedad si­gne su marcha ordinaria, y cede en llegando á cierto punto; pero todo lo que puede aumentar la flogosis,'convierte la disuria en iscuria.

Complicaxiiones y consecuencias de la gonor­rea. Ademas de los síntomas puramente locales" que hemos enumerado mas arriba, la gonorrea puede complicarse con otras afecciones, ú origi­nar varias enfermedades que sean consecuencia de ella misma, y no menos temibles ni peligrosas; pues las partes inmediatas, y aun otras que se ha­llen mas distantes, pueden participar mas ó tóe­nos de lia naturaleza y cualida:de8 de la, afección primitiva, bien que no nos sea permitido explicar todos estos fenómenos de una manera suficiente. La superficie del balano se hincha en algunas cir­cunstancias, y se pone tersa, lisa, roja ó lívida, ad­quiriendo una especie de semi-trasparencia, con especialidad en las inmediaciones del meato urina­rio: hay ocasiones en que se pone niuy sensible ésta parte, y si se exprime entre los dedos rezuma de muchos puntillos una materia puriforme, ó sin exprimirla da una exhalación mas ó menos copio­sa, amarillenta y fétida. Estos fenómenos constitu-

Ü4 yen ut^ prtaeipio de balanitis; y el iDlembr& vlfU se hincha j quedándose á menudo en un estado de' semi-ereccion, pero tan doloroso qué no se puede sufrir en él el menor tocamiento, ni aun el mo­vimiento que se lecoauínica al tiempo de andar. Eskia inñsmacion puede llegar á graduarse hasta el extremo de producir ;la gangrena, y exigir el sacrificio de la parte esfacelada;. pero entre este grado y el de una simple hinchazón quedan otros, wuchos intermedios, que el práctico puede muy bien examinar en el ejercicio de su profesión. Si la tumefacoiondel balano es excesiva, puede pro­ducir dos efectos diferentes y perjudiciales; 6 que el enfermo no pueda bajar el prepucio hacia atrás cuando es largo y estrecho este doblez cutáneo, ó que se quede detras de la corona del balano, y no pueda culnrir con él la extremuiad del pene, que­dando esta, por decirlo asi, extrangulada. En el primer caso se forma un Jímosis; y en el segundo un parqfimosis, de cuyos accidentes hablaremos en otro artículo cuando se trate de las úlceras ve­néreas, j>orque entonces forman una complicación mucho mas peligrosa. El fimosis puede provenir, no solo de la inflamación del prepucio, sino también de la irritación que causa en su extremidad la ma­teria del flujo gonorráico, en cuyo caso se mani­fiesta en todo este doblez una hinchazón edemato­sa con alguna» durezas como callos que estrechan la abertura, y le quitan su extensibiíidad natural. Este accidente suele provenir de tener el miem­bro colgando, ó del sacudimiento que recibe al andar apriesa ó montado á caballo; pero se disipa ordinariamente por si mismo cuando I* membra­na mucosa de la uretra vuelve á entrar en su es« tado normal.

La gonorrea empieza casi siempre en la parte anterior de la uretra, de manera que en muchos casos parece que no se propaga mucho mas allá

del:meato urinario, quedándose círnaa coácientra-da debajo del frenillo del prepucio en el- sitio que se conoce con el nombre de fosa navicular. Him-ter dijo que rara vez habia visto bajar la inflama­ción á una ó dos pulgadas en el canal, por lo cual llamaba á este primer espacio del'tubo de la ure-i tra la ¿Ziscancía es/jecí^ca de la gonorrea-; y los-, autores que han escrito después de Hunter creen que esta región es el sitio exclusivo ó a lo me­nos el mas frecuente del mal, fundándose en las-irudagaeioneS'cadavéricas de Tbrraraeuii, y en-los experimentos de Cockburne ^ inclinándoles á este modo de pensar el ver que los eníermqs re ­fieren sus dolores á la extremidad del miembro vi­r i l , y que en muy pocas ocasiones se encuentran rastros de inflamación mas allá del punto indica­do. Pero otros observadores han dado á conocer lo contrario, pues todo elmundo sabe que las irri-; raciones del conducto urinario, y aun las del cuello dé la vejiga provocan la misma sensación de dolor en la extreinidad del pene; y si no se han encon­trado vestigios de flogosis en la uretra de enfer­mas que hayan muerto teniendo una gonorrea, ^ porque la muerte borra muchas veces estas señales, ó solo llegan á descubrirse cuando la inflamación llegó á cierto grado de intensidad durante la vida. Mas la opinión de que. Iq gonorrea «puede atacar diferentes puntos del canal uretral, se halla mas y mas confirmada por la observación de los dolores sordos que siente el enfermo hasta el cuello de la vejiga, la pesadez del perineo, el tenesmo, y la hinchazón que» se -percibe exterior mente, junta con algunas eminencias que si se aprietan al to ­carlas j, causan dolores al paciente: las estrecheces delcanal (de las cuales se hablará mas adelante) indican bien á las claras que la inflamación re­corre distancias variables de este conducto, pues se hallan muy á njenudo en l^ parte posterior, f

TOMO III. 4

26 cerca del verumontana Asi es que Morgagni de­cía que esta enfermedad solo acomete la fosa navi­cular en su principio, extendiéndose después mu­cho mas allá; y Cullerier afirmaba que esta afec­ción es ambulante, quiero decir, que corre dife­rentes puntos del canal, deteniéndose aqui y alli, y atacándolos simultánea ó sucesivamente. Tam-. poco se escapó esta circunstancia á la sagacidad de ffunter, y en estos últimos tiempos la llevó al último grado de evidencia el ilustre Delpech en 8U excelente tratado de cirugía clínica ( i ) . Sin embargo , nada puede mostrar esta verdad como el experimento que hizo Swediaur consigo mis­mo, inyectándose en Ja uretra cierta cantidad de amoniaco líquido disuelto en agua. Queria este ze-loso, investigador de la naturaleza probar hasta qué punto ei'an idénticos los síntomas de la go­norrea virulenta y los de la inflamación del canal de la uretra provocada por otros medios que no fuesen el coito. Hizo su primera inyección con la sustancia referida, apretando con la mano el miem­bro por debajo de la fosa navicular, á fin de que no penetrase mas abajo el líquido amoniacal que se inyectaba: al poco tiempo se le manifestó una gonorrea que le duró cinco días, y al cabo de ellos quedó bueno al parecer; pero se le repro­dujo el corrimiento empezando por un sitio con­tiguo al en q«e había terminado la primera: cor­rió sus períodos esta segunda blenorragia, y cuan­do ya le pareció que estaba bueno, se le mani­festó el mismo accidente por tercera vez, y se le empezaba ya á graduar cerca del cuello de la ve­jiga.'No dejó de inquietarle este suceso, pues cre­yó que la inflamación seguirla hasta apoderarse de la membrana mucosa vesical \ mas la inflama-

(l) Delpech, chirurgie clinique de Montpellier, ea fo­lio , tom. I , pag. 262 , año de 1823.

a? . , cion cctlió á los remetlios. indicados, y al médico Swídíaur no le quedaron mas deseos de repetir semejantes tentativas en su persona.

De lo dicho hasta aqui se inferirá: que la go­norrea puede limitarse á una parte d e la membra» na mucosa de la uretra, lo cual sucede en el prin­cipio de la enfermedad, ó cuando eb sumamente benigna; que puede invadir poco á poco todo el canal, y aun propagarse todavía mas adelante ;que se puede ñjar en diversos puntos d^ su extensión de »n modo simultáneo ó sucesivo, y var iardes i t ió trasportándose alternativamente de uno de estos puntos á otro ú otros muchos. La gonorrea puede aumentar, mantenerse y disminuir en un punto, y cuando ya esté casi para desaparecer, renovarse en otro sitio mas profundo, presentando en él lá sucesión de \os mismos períodos, y á veces sínto«-mas mas graves: finalmente, cuando se manifiesta sucesivamente en muchos puntos pueden tener una conexión inmediata los síntomas de una y otra enfermedad, ó sin que aparezca el menor enlace entre ellos dejar algunos dias de intervalo entre la terminación de un accidente y la invasión del otro.

Es importante que el médico conozca todas es­tes modificaciones para hacer un buen pronóstico de la enfermedad, y declarar la duración que pre­sume pueda tener; pues se ha notado que la in-» flamacion se termina casi siempre en poco tiempo cuando no alcanza un grande espacio en lo largo del canal; y al contrario dura mas y es mas rebel­de en la circunstancia opuesta, sobre todo si se llega á extender hasta el cuello de la vejiga. Ade­mas es muy probable que en este último caso haya puntos mas dolorosos unos que otros, lo cual se percibe fácilmente comprimiendo poco á poco la uretra desde la raiz del pene hasta el balano, cuyo medio explorativo sirve de mucho en la práctica.

a8 ooffao loi aconseja el famoso ^e/ /% y es. tnenester no perder de vista que este accidente proviene mas de las faltas qu« comete el enfermo, ó de la ignorancia del facultativo que le asiste, que de la naturaleza y condición de esta flogosis particulan También se «debe advertir en este lugar que solo tratamos de la inflamación süperBcial de la merc-brana mucosa ure t ra l , cuya flegmasía llamaban los antiguos erisipelatosa, no queriendo anticipar nada sobre lo que diremos al tratar de los acci­dentes que produce la que acomete todo el espesor de-la linembrana, propagándose al te^do celular subyacente, y extendiéndose algunas veces- al es­ponjoso de la uretra, sin perdonar las glándulas que se hallan diseminadas á lo largo de este canal, llevando sus estragos hasta los cuerpos cavernosos y-los tegumentos del órgano generativoi ' Cuando la inflamación gonorráica se extiende ó se reproduce en diferentes partes del canal de la uretra, la enfermedad puede complicarse de dos modos distintos: uno inmediato, que consiste en la prolongación de estos fenómenos morbosos, y fel otro remoto, que es el que produce las estre­checes del canal urinario, accidente temible del cual trataremos muy por extenso en el curso de este artículo.

No es de menos importancia el desarrollo de está iáflam|iaeÜoade Ja gonorrea, en el cuello de la vejiga i y en toda esta viscera ; pues'sus «ítitoiníis inmediatos son graves y prolongados; y la afec­ción pasa con facilidad al estado crónico, en cuyo caso es casi insuperable. El enfermo siente unos dolores, que muy luego 'se i©háceri ¡intoleraíbleis, en ék.'bipo^stfciaií'Jairegiop Idmbar;, la del ano» el perineo , y en> la ¡extremidad del pene ;• las ena<r-ciones no son tan frecuentes, pero son mucho mas incómodas en cuanto, agravan los dolores, del perineo y del ano , que etcpaciente sufre .con

^9 , . unas angustias indecibles. A cada instante se re ­nuevan estos dolores por la sensación urgente de orinar, cuya necesidad no se puede satisfacer sino en corta cantidad ó gota á gota, con unos espas-Oíos dolorosos, y. cada vez mas violentos, sin que pueda quedar la menor duda de que este fenóme­no proviene de un estado de sensibilidad exquisita y de contracción permanente en la vejiga, en cuyo espacio no puede quedar ninguna cantidad de l í­quido sin producir un esfuerzo violento de este órgano y de los músculos del abdomen. A los pocos minutos se reproducen las ganas de orinar; las bebidas copiosas aumentan este desorden, y los sedativos, y basta el opio mismo, son impoten­tes para calmarla. De abi se sigue necesariamente que el enfermo no puede tener el menor reposo, que el sueño se le interrumpe á cada instante, cuya circunstancia altera sus fuerzas con mas ra>-pidez que la enfermedad misma, y que en pos de todo esto se presenta la fiebre. Por poco que du ­ren las cosas en semejante estado, la secreción uri­naria se pervierte; y este líquido se pone turbio, lacticinoso y espumoso, exbalando im olor de amo­niaco, muy fétido, y dejando al enfriarse un sedi­mento blanco y:leve que no se apega á la vasija. Si los espasmos vesicales continúan suele el enfer-•ino .echar algunas gotas de sangre con vivos dolo--r¿8¡después de la orina. Esta exhalación de: sangre llega á ser importuna porque se coagula en el ca­nal de la uretra y le obstruye, añadiendo laa d i ­ficultades de un impedimento mecánico á los do­lores ordinarios del acto de orinar. Los folículos -Mucosos de la vejiga secretan con mas abundancia «»tó próductos y se vuelven mas consistentes, exi-gieiüdb una fuerza mayor al echar la,orina, con lo cual se aumentan los dolores. En este estado pre­sentan las orinas después del reposo tres precipi­tados distintos: las materias flemáticas que se ha-

3o Han cu »! fondo de la vasija y se pegan á ella; la serosidad puriforme producida por la exhalación de lii membrana mucosa, que forma la segunda capa, y la sangre cuyas moléculas se precipitan después, y forman lentamente la capa superior. El médico podrá reconocer la gravedad y la mar­cha de la enfermedad por la proporción de las materias que se separan asi de la orina; pues cuando hay alguna mejoría, la sangre es la pr i ­mera que desaparece, y las materias flemáticas las últimas, después de haber subsistido solas por lar­go tiempo. Es muy difícil formarse una idea de la tenacidad de semejante afección, de los peligros inmediatos que lleva consigo, y de la facilidad con que pasa al estado crónico. Ha habido casos en que no se ha podido alterar im punto la mar­cha de la enfermedad con el régimen mas severo, los baños casi continuos, las lavativas, los fomen­tos, las sangrías generales y locales, el opio y los derivativos y revulsivos mas bien indicados: tam­bién se ha visto la flegmasía de la vejiga al tiempo que gastaba rápidamente las fuerzas del enfermo, comunicarse por simpatía á la membrana mucosa de_las vias digestivas, ó á la del aparato respirato­rio, y ocasionar la sequedad de la lengua, la sed, una sensación de ardor ó de dolor en el epigastrio, en el ombligo y en todo el abdomen, vómitos, h i ­po , cámaras serosas y biliosas mas ó menos copio­sas, una tos frecuente, convulsiva, las m u veces seca; y por último, una fiebre continua con recar­gos nocturnos y sudores colicuativos, que juntos con tantas causas de destrucción se llevan al pa­ciente al sepulcro. Si no tienen este funesto resul­tado, en circunstancias menos desgraciadas, los enfermos van recobrando la facultad de alimen­tarse , y la afección pasa al estado crónico; pero la excitabilidad es suma, y la menor variación at­mosférica, el mas ligero extravío en el r%imen.

3i vuelven á encender la fiebre, á renovar los sínto­mas primitivos y sus peligros concomitantes, y á realizar asi con mucha frecuencia en jóvenes inex­pertos todas las enfermedades y achaques de una vejez anticipada y deplorable. Efectivamente, casi todos los catarros de la vejiga provienen de go­norreas prolongadas, cuya inflamación ha pene­trado en la viscera que contiene la orina. Al leer este espantoso retrato de la gonorrea ¿habrá me­dico que mire con indiferencia esta enfermedad? ¿Y habrá enfermos que vengan á consultar al fa­cultativo, y á preguntarle en cuántos dias que­darán curados? Sírvanos por lo menos esta des­cripción horrorosa, pero verdadera en muchos casos, para saber apreciar el valor de un méto­do capaz de prevenir ó de suspender la marcha de la gonorrea, y de terminar con seguridad y prontitud una afección tan cruel. El bálsamo de copaiba y la pimienta de cubeba son unos me­dios excelentes, como se dirá en su lugar, para combatir la inflamación gonorráica, aunque haya penetrado en el fondo de la vejiga.

Guando la gonorrea es intensa, los dolores que siente el enfermo en todo el miembro viril se propagan ordinariamente á las ingles, que siempre se resienten un poco, y se suelen h in ­char simpáticamente una ó muchas glándulas linfáticas. A veces toma parte en la inflamación el tejido celular que circunda estas glándulas, y se forma un bubón, que vulgarmente se llama incor­dio, y pasa rápidamente á la supuración después de haber suprimido el corrimiento uretral sia causa conocida; pero estos casos son muy raros en el curso de las gonorreas, y por lo tanto yo no hago mas que indicarlos. En otras circunstancias, que son las mas comunes, se resuelve el bubón después de haber marchado con lentitud, y el flu­jo gonorráico disminuye en razón de sus progre-

3a sos sigiiiciido siempre el camiho inverso de la ir», ritacion inguinal. Por último, el tejido celular de esta región suele permanecer intacto, y entonces no se forma el bubón, sino que las glándulas au­mentan de volumen, y siguea varias alternativas hasta que al fin desaparecen, sin que esta infla­mación pasajera tenga el menor influjo en la in­flamación de la uretra, á lo menos de un modo sensible. Estas glándulas linfáticas infartadas cuan­do no pasan á supuración las suele llamar el vul­go con el nombre impropio de secas.

Hay algunas personas en quienes se irritan con mas ó menos viveza los vasos linfáticos del pene, estando también hinchada la piel de este órgano de la misma manera, y á veces de un co­lor erisipelatoso. Estos vasos irritados se hinchan y forman unas especies de cuerdas duras y tensas que se extienden en todo lo largo del lomo del miembro, rematando en cordones muy sutiles hacia 8U raiz ó el hueso pubis, ó propagándose evidente­mente hasta las glándulas de las ingles. Esta infla­mación vascular produce inevitablemente la rigidez y sensibilidad del pene, y por consiguiente unas erecciones muy dolorosas. Ni deja de ser frecuente el que se propague la irritación á lo largo de los conductos deferentes, desde donde va también á penetrar en las otras porciones del cordón de los vasos espermátiéos. Este se hincha generalmente en casi toda su extensión desde los testículos has-tas las ingles, aunque ha habido enfermos en los cuales solo se notaban uno ó dos puntos hincha­dos en su trayecto, quedando todo lo restante perfectamente sano. Esta complicación se manifiesta con dolor, tensión y dificultad en el andar. Hay muchos pacientes que experimentan, ademas de esa poca tensión é hinchazón del cordón espermá-tico, una sensación indefinible y particular en los testículos, adquiriendo estas glándulas muy á

33 raehúdo ¿al sensibilidad que no se las puede to­car, y con el menor motivo se hinchan de una manera extraordinaria.

Este accidente, que se llama orquitis, ó infla­mación del testículo, es uno de los mas frecuente» en ia gonorrea. Antiguamente, y aun no hace mucho tiempo que se conocia esta afección con el nombre de hernia humoral, porque hasta cierto punto simula una bernia, ó porque se creia que era procedente del humor gouorráico vertido en los testículos. Obsérvase i mas á-mentido á derecha que á izquierda; en algunos casos raros pasa la inflamación de un testículo á ot ro; y en otros to-? davía mas raros se declara simultáneamente en ambos. Las causas principales que pueden provo­car esta complicación, son; el uso de un vendaje «uspensorio mal hecho, diemasiado apretado ó muy estrecho; el llevar un braguero que apriete el cordón espermático; la equitación ó los vai­venes de un coche mal suspendido, los ejercicios violentos, como el baile, la esgrima , una marcha forzada ó un golpe dado en los testiculos; la com­presión de (Bstos órganos cuando se tienen las pier­nas cruzadas, ó la tirantez que se siente en ellos cuando se les deja libremente colgando; los baños frios locales ó generales; el exponer el miembro viril á una temperatura húmeda y fria, ó á Una corriente de aire; las inyecciones irritantes en la uretra y los purgantes drásticos, el abuso de loe placeres de la venus, y los esfuerzos de la tos ó del vómito; y finalmente, los que se hacen para con­servar el equilibrio del cuerpo al tiempo de es­currirse los pies, ó para empujar un cuerpo re^ sistente, ó mudar de sitio otro pesado. Todas es­tas causas obran suprimiendo repentinamente la inflamación gonorráica antes que haya recorrido sus períodos, ó irritando el mismo testículo; pero mudando siempre el grado de irritación respecti-

TOMO III. 5

34 va de estos dos órganos, de modo que la del test ticulo sea bastante fuerte para hacer que cese en todo ó en parte la de la membrana mucosa de la uretra, de este modo se esplica el por qué no se declara casi nunca la orquitis sino en el último período de la inflamación de la uretra, y cuando ya se cree el enfermo enteramente curado. Esta complicación se manifiesta por una sensibilidad oscura, y una ligera hinchazón del epididimo, especialmente en su parte inferior hacia el punto donde se reúne con el testículo, notándose allí una dureza un poco desigual: la glándula testicu» lar no tarda mucho tiempo en infartarse, y en formar un tumor blandujo y uniforme que al punto se endurece, y en poco tiempo adquiere un volumen considerable, á menudo enorme, co­mo el triplo, el cuadruplo, y algunas veces el dé­cuplo del que ordinariamente tiene. El escroto está en unas ocasiones rojo é inflamado, y en otras no participa de la enfermedad: el paciente sufre grandes dolores, que son de una naturaleza parti­cular, con pesadez en las espaldas, los lomos y el abdomen, con una inquietud general y tirantez en el cordón de los vasos espermáticos, que se po­ne sensible y suele hincharse algunas veces hasta tal punto que se halla comprimido y casi estran­gulado por el anillo inguinal. Entonces se encien­de una calentura mas ó menos intensa, el pulso se acelera poniéndose fuerte y duro , la piel seca y urente, la lengua sucia: se declaran la sed, las náuseas y los vómitos, y las orinas son claras, en­cendidas y poco abundantes: en general, si la go­norrea subsistía aun, se detiene ó disminuye mu­cho; y la enfermedad dura ocho, doce ó quince dias, en cuyo tiempo el tumor empieza á ablan­darse; pero sin percibirse en él ninguna fluc­tuación.

Una de las complicaciones mas frecuentes de

35 Jl* gonorrea es la que designa el vulgo con el nombre de purgaciones de garabalillo fblenoi' fhagia chordataj, y consiste en que la inflama­ción pasa de la membrana mucosa de la uretra á las partes subyacentes, como á los tejidos celular «ubnuicoso ó reticular de la uretra ó del cuer-t po cavernoso, especialmente en la porción infe­rior del pene. En semejante estado, la uretra no puede alargarse en proporción de la dilatación que experimenta el cuerpo del miembro viril du­rante las erecciones, que entonces son muy fre-> cuentes, de donde resulta que en vez de ponerse recto el miembro se encorva hacia abajo, ó se in­clina á uno ú otro lado, lo cual es mas raro. Este accidente provoca unos dolores crueles en la erec­ción, que le quitan al enfermo el sueño y el re­poso, y algunas veces excitan pujo, y un hormi­gueo doloroso en los cordones espermáticos, loa testes, las ingles y los lomos.

La inflamación gonorráica suele extenderse al­gunas veces por todo lo largo de los conductos es-cretores de las glándulas de Cowper, apoderándo­se de estos mismos cuerpos y del tejido celular que los rodea. La consecuencia de esta complica­ción es que salgan diversos tumores circunscritos entre el escroto y el ano, los cuales causan unos dolores bastante vivos: si se comprinaen, aumenta el dolor, lo mismo que cuando el enfermo acaba de orinar, cuya necesidad es mas frecuente y mas incómoda, notándose ademas en este caso que el flujo es muy fétido, verde, sucio ó muy teñido de sangre, aunque en otras ocasiones se suprime y provoca una disuria mas ó menos considerable.

También puede invadir esta inflamación la glándula próstata, en cuyo caso se convierte la gonorrea en una enfermedad grave, pues las re­laciones intimas de esta glándula con la uretra, cuyo nacimiento circuye, dan margen á una infla-

36 macion de su propia sustancia, que los médicos modernos llaman prostatitis, y es una afección de las mas crueles y temibles que se conocen. Esta inflamación se observa raras veces en su perío­do agudo; su invasión siempre es pronta, y su marcha rápida, anunciándose ordinariamente por una sensación de plenitud, tensión, pesadez y ca* lor que se extiende desde iá parte superior del perineo y del cuello de la vejiga hasta el ano. Esta sensación molesta se convierte muy luego en un dolor fijo continuo y pulsativo, que se exaspera al tocar ligeramente el perineo, y que se aumenta siempre que el enfermo depone los escrementos ó hace fuerza para escretar, sintiendo al mismo tiempo un pujo de orina muy fuerte. El paciente se queja de que siente un cuerpo extraño muy grueso en el intestino recto, que le parece va á salir á cada instante, y si el cirujano introduce entonces el dedo en el intestino nota con efecto en su parte anterior una eminencia mas ó menos pronunciada que forma la próstata, y que está tan sensible que apenas puede tocarla. Si el enfermo quiere orinar, tardan mucho tiempo en salir las primeras gotas, y en vez de apresurar su salida contrayendo el diafragma y los músculos abdomi­nales, no hace con esto mas que oponerles un nuevo obstáculo, porque dichas contracciones aplican todavía mas contra el tumor el cuello de la vejiga, tapando completamente de esta manera la abertura de esta viscera; y asi el enfermo no consigue orinar, aunque siempre con mucho tra­bajo, sino evitando hacer estos esfuerzos. La orina sale como sV estuviera hirviendo, con mucha len­titud y formando un chorro muy fino, cuya del­gadez es proporcional al grado de estrechez de la uretra: en otras ocasiones sale gota á gota, y en algunas suele haber retención completa, obser­vándose en este punto muchas variedades, según

7 que la próstata se hincha toda por completo, ó por decirlo asi, de la circunferencia al centro, y cierra mas ó menos completamente la uretra que ya se halla estrechada por la tumefacción de su membrana mucosa, ó cuando la inflamación está repartida de un modo desigual en diversos p u n ­tos .de la glándula, y la ihace hinchar mas de un lado, que de otro, desviando asi el canal de su di-reccioa habitual. Si el médico quiere introducir una sonda en la uretra, llegará fácilmente con ella hasta, la {H-Ostata, , porque hasta alli no en­cuentra ningún obstáculo; pero en llegando á este punto se detiene, y si se la quiere empujar mas adelante, causa al enfermo unos dolores muy vi­vos. Todos los demás síntomas se gradúan en la misma proporción: el pulso se ppne Heno, duro y frecuente, la sed ef mas,,ó menos intensa, y en una palabra, la calentura se declara con todos los fenómenos generales de las grandes inflamaciones; pero la enfermedad dura por lo regular ocho ó nueve dias, al cabo de los cuales empieza á de­clinar. Esta inflamaeion de la, próstata puede sin embargo ser tan violenta que se termine en supu­ración, y que destruya esta glándula en todo ó en parte, y en este caso las orinas son purulentas, y 8Í se introduce el dedo en el recto ¡no se percibe I4 próstata, ó«olo se notati algunos fragmentos de ella, quedando lo demás blandujo y aplastado.

Pero lo mas frecuente en esta especie de com­plicación es que la inflamación prostética pase al estado crónico, cuyo resultado es aumentar el vo­lumen ! de .U glándula, y provocar en sn testu ra diverjas alteraciones que se confunden impropia­mente con el nobre de escirros, aunque la anato­mía patológica no las ha podido dar á conocer to­davía sino de un modo imperfecto. Efectivamente la próstata, se vuelve algunas veces mas blanda y mas Éacil de desgarrjir, y otras towauna consis-

38 teaqia análoga á h de los < é ^ i ^ €bfeio ó ¡csnftHaH ginoso, y al coítark se ^notá siisustant-ia'firme, de un color moreno blanquecino, y dividida por' unos septos membranosos muy fuertes que la; atraviesan en diferentes direcciones. En alguna» personas se forman cálculos en la prostatia; pero' mientras no se descubran estas concreciones en lo: interior de la vejiga, no tenemos ningún medio ea el arte que nos pneda enseñar á desciibrirlas.

El infarto crónico de la próstata, subsiguiente á una inflamación aguda que dolo se terminará' en parte'por resolución^ éret* con mucha Ifenti»^ tud , por cuya razón sé encuentra muy rara tsMS en los jóvenes, al paso qne es muy común en los hombres de edad avanzada, y aun podemos decir que hay pocos libertinos que no' úvfí^i^n «fl 1* vejezr los ataques de esta enfermedad^ consecuen­cia necesaria de los extravíos de su desenfrenada juventud. El volumen de esta glándula suele au ­mentar el duplo ó el triplo, llegando algunas ve­ces á ser tan grande como «n nuevo de gatiso ó como el puño, y pesar hasta nueve onzas. Este incremento puede hacerse en su parte media y en el sitio que corresponde inmediatamente al orifi­cio vesical de la uretra, ó solamente en las partes laterales, ó en fin, en unas y otras á la vez. En este último caso, el orificio del canal se halla le­vantado hacia la sinfiBis del pubis, al Okismo, tvem-po que la uretra experimenta una presión lateral mas ó menos fuerte, de manera que al salir este canal de la vejiga se hunde en la próstata, en donde forma una especie de recodo profundo que tiene algunas veces seis ó siete líneas. En el p r i ­mer caso hay también elevación del orificio vesi­cal del canal hacia la sínfisis del pubis; pero áé notan ademas, cuando se examina lo interior de la vejiga, uno ó muchos tubérculos mas ó menos Vo^ luminosos, situados al nivel de la embocadura

39 dé la uretra que foroaan en e9t« patage un t espe­cie de válvula que en algunas circunstancias opo­ne un obstáculo insuperable á la introducción de la sonda. Por, último, en el segundo caso el canal •olo está comprimido y no experimenta una des» viacion muy sensible, á menos que la hinchazón no esté en un lado solo, en cuya circunstancia puede haber, como dice el famoso Frank, no d i ­suria ni escuriaj sino incontinencia de orina, por-q^ue no püdiendo rehacerse la uretra sobre todos sus pantos, no puede quedar tapado exactamente el orificio de la vejiga. Es importante conocer t o ­das estas particvilarldades, cuya indicación podrá parecer á algunos minuciosa, por el influjo que pueden tener en las dificultades del diagnóstico, y en las que encuentra, á menudo el médico cuando quiere practicar el cateterismo.

Los mismos «ignos que hemos expresado para reconocer la inflamación aguda de la próstata pue­den servir para hacerse cargo del endurecimieuto de la misma, con la diferencia que en este caso el tumor parece mas duro al tacto, se le puede to­car con el dedo, causa pocos dolores, el enfermo no tiene calentura, ni el pujo incómodo para ori­nar. Esta afección embaraza las funciones del in­testino recto, y produce la sensación de un peso que el enfermo refiere háciai la margen del ano, con un tenesmo casi habitual: también determina en ciertas circunstancias unos accidentes análogos á los que ocasionan los cálculos vesicales, aunque con la importante diferencia que nunca ó muy rara vez se declaran antes de la invasión de la is-curia, de modo que se puede conocer de antema­no la aparición y la naturaleza del mal: la orina se vuelve viscosa y pegajosa, y cuando se enfria deja un poso de filamentos pituitosos largos y elásticos, como hilos de jalea, que se pegan ai fondo de la vasija con mucha tenacidad •, y á ve-

4© ees «e les pwede «estirar; h««ta cerca ^ luia vara siít despegarlos. En el dia se ^ b e que este moco fila­mentoso viene enteramente de la próstata, por­que refiere Hóme^ cirujano distinguido de Ingla­terra, que «na veí encontró la extremidad de ün filamento de estos que estaba flotando en la vejiga de un cadáver, y que la otra extremidad, subdi-vldida en varias fibrillas, iba á parar á los orifi­cios de los conductos escretores de la próstata.

El infarto crónico de esta glándula no deja también de tener un grande influjo en la secre­ción y escrecion del semen y puesto qué ya le t ie­ne bastante poderoso una simple estrechez del ca­nal, porque no solamente se queda el licor prolí-fico detras del obstáculo, hallándose impedida sq. feyaCulacion,'y! pasa á la vejiga urinaria, h saie'-pK>* co á poco después del acto venéreo cuando ha ce-t sado la erección, sino que sucede frecuentemente que en el último momento del orgasmo venéreo siente el enfermo unas punzadas muy, vivas en Ja uretra, y echa algnaas gotas de sangre ea vez de semen; cuya emisión ocasiona casi siempre un do' loi" agudísimo. Los hombres que \fienen esta es-» pecle de afección son ineptce para procrear, por lo cual algunos autores han colocado la impO' tencia entre los síntomas de la enfermedad sifilíti­ca confirmada. Por otra parte, el coito no deja de aumentar la dificultad de orinar, exaltando la i r ­ritación en el punto inflamado, y extendiéndola de un modo mas considerable, y asi es que des­pués del acto se manifiesta casi inmediatamente un corrimiento que adquiere su mayor grado de intensidad en el mismo dia en que aparece, luego se queda estacionario por espacio de dos ó tres dias, hasta que decrece y se disipa al cabo de otros cuatro ó cinco.

Pero esta complicación no produce solamente loe fenómenos que acabamos de indicar con res*-

41 pecto á la secreción del semen, pues por uña par­te la irritación se propaga á lo largo de los con­ductos eyaculadores hasta el testículo que se in­farta con frecuencia, y se queda habitualmente mas sensible y mas grueso, y por otra parte la eya-culacion se efectúa con mas prontitud que antes, y el enfermo tiene á menudo poluciones diurnas, acompañadas en general, lo mismo que el acto ve néreo, de un dolor mas ó menos vivo. Mas adelante ia irritación va siempre haciendo progresos, y el semen sale cuando se halla el pene en un estado de semiereccion, y basta para provocarle el frota­miento de este órgano al tiempo de andar ó de montar á caballo, ó el acaloramiento con el vino, con estar en un sitio de una temperatura elevada ó muy arrimado al fuego. Finalmente, en los últ i­mos períodos se escapa el semen sin ninguna sen­sación voluptuosa, cuando el enfermo contrae la vejiga y los músculos del perineo pafa arrojar las últimas gotas de orina, y cnando hace los esfuer­zos necesarios para escretar. En este estado de co­sas , el apetito se pierde, las digestiones se vuelven laboriosas, acompañadas de flato, y el enfermo cae en un marasmo completo debilitándose de un modo sensible tanto en lo 6sico como en lo moral. An­tiguamente se atribuía todo este aparato á la de­bilidad de las vesículas seminales ^ pero el profe­sor Lallemand ha sido el primero que ha comba­tido este error, y que ha dado una etiologia com­pleta de estas alteraciones en su excelente tratado de las enfermedades de los órganos génito-urina-rios.

Obsérvase en algunas personas atacadas de go­norrea que esta enfermedad provoca en los teji­dos fibrosos de las articulaciones, y en los múscu­los, ó mas bien en sus vainas y sus aponevrosis, unos dolores que simulan hasta cierto punto, los que se conocen coa el nonüjre de afectos reumá-

TOMO III. 6

4=* . . ticos, los cuales se 6jan principalmente en los muslos, las nalgas y los músculos abdominales, aunque algunas veces se extienden con mas gene­ralidad. Hunter dice que algunos de sus enfermos no podian estar sino echados horizontal mente, enteramente boca arriba, y les aquejaban con tan­ta violencia que tenían que gritar. Aunque seme­jante síntoma es raro en la inflamación de la mem­brana mucosa de la uretra, todavía puede decir­se que no lo es hasta tal punto, que no le haya vis­to cualquier médico observador que lleve algún tiempo de práctica, y esta complicación no debe­rá parecer extraordinaria, en razón á que se co­nocen ejemplos muy auténticos de reumatismos, musculares y de dolores artríticos que se han ter­minado espontáneamente por una inflamación de la uretra, y que la supresión repentina de esta ha ocasionado á menudo unas afecciones análogas, de donde se infiere que en muchas personas hay una conexión muy declarada entre estas dos en­fermedades, pudlendo decirse lo mismo de otras diversas inflamaciones que alternan con dolores en las articulaciones ó musculares, ó que los pro­vocan.

Algunos autores han creído que la gonorrea pedia ocasionar la inflamación del peritoneo, y Hunter llegó á creer que esta complicación podia verificarse por medio de los conductos deterentea. Cita el caso de un hombre que tuvo una uretri-tjs aguda, la que se combatió por el método anti­flogístico : el flujo se detuvo, pero sobrevino tensión en la parte inferior del vientre hacia el lado de­recho por cima del ligamento de Poupart, y un poco mas cerca del hueso -de las caderas. Este do­lor se extendió á todo el vientre, y el enfermo tuvo calosfríos de tres en tres dias, cíe lo cual in­firió este médico que se habia inflamado el peri­toneo, á consecuencia de hallarse afectado el con-

43 ducto deferente ¿el lado derecho; mas esta expli-cion no puede admitirse, como lo observa el doctor /ourdan, porque no se puede concebir que el conducto deferente esté tan inflamado que comu­nique su estado de irritación á la membirana se­rosa del abdomen, sin que se resienta el testículo y participe de la misma enfermedad. Es muy pro­bable que esta peritonitis dependiera de una ir­ritación de la vejiga, porque ya se ha observado que cuando se dilata esta entraña de una manera considerable se produce el propio efecto , lo mis­mo que cuando hay un obstáculo en el canal de la uretra. Como quiera que sea, la peritonitis puede manifestarse durante la gonorrea ó á con­secuencia de ella por una relación de conexión entre estas dos afecciones, como la que se ha no­tado entre la metritis y la inflamación del perito­neo, entre el hidrocele y la gonorrea crónica, y como las inflamaciones de las pleuras y de las me­ninges que se han observado, cuando por practi­car el cateterismo torzado se han provocado ure-tritis agudísimas de las que han muerto los enfer­mos. Concluyamos, pues, que las simpatías en el orden patológico nos son aun tan desconocidas como las que se observan en el estado fisiológico y normal de las funciones.

Terminaciones de la gonorrea. Entre las d i ­ferentes maneras con que puede haberse esta enfermedad para terminarse , la mas común de todas es la resolución, y es probable que siem­pre terminarla de este modo en los casos en que esta afección no traspasa los límites de la uretra, el el médico no comete ningún error en la ejecución del método curativo, y si el enfermo sigue exactamente los consejos del facultativo que le asista. El tiempo que emplea la naturaleza para resolver esta enfermedad varía mucho según el grado de la inflamación, y conforme á la salud

44 general y al temperamento del paciente, bastando tres semanas ó un mes en algunos casos, y necesi­tándose en otros cuarenta días ó dos meses.

La orquitis, que como hemos visto, es una de las complicaciones mas frecuentes de la gonorrea se termina ordinariamente por resolución, ablan­dándose el testículo y conservando su volumen ex­cesivo, para disminuir gradualmente hasta volver á sus dimensiones naturales. La resolución com­pleta de esta inflamación testicular es muy rara, y las mas veces deja una dureza notable en el epi-dídimo, tan grande como un garbanzo, la cual dura meses, años enteros, y en algunos casos toda la vida; pero no viene acompañada de dolor ni de otra incomodidad. Hay circunstancias en que se nota esto mismo en todo el testículo, el cual con­serva un volumen mayor que el que tenia antes de la inflamación; pero esto no altera en nada sus funciones, el enfermo queda apto para ejercer sus facultades viriles, y es muy raro que al cabo de muchos años llegue á degenerar en una afección orgánica capaz de comprometerle. Mas si asi suce­diese , seria menester atribuir semejante resultado al influjo de otras causas determinantes, ó á la renovación sucesiva de la inflamación testicular, que unida con otra causa cualquiera provocase un desenlace tan funesto. La gonorrea crónica expo­ne con mas frecuencia á este accidente que la aguda; pero el enfermo deberá tener mucho cui­dado si por desgracia contrajese otras gonorreas, porque entonces se le inflamaría el testículo con mucha facilidad, y el infarto de esta glándula po­dría terminar, no un por endurecimiento parcial ó una hipertrofia general, sino por un estado de atrofia mas ó menos considerable, y tal vez total, cuya consecuencia es demasiado obvia para de­tenerme á describirla.

La inflamación aguda de la próstata, que es

45 uno de los accidentes concomitantes de la gonor­rea, se termina favorablemente por resolución, y si se hiciese de otro modo expondría al enfermo á graves inconvenientes, y aun á grandes peli­gros. Esta resolución se manifiesta siempre en que van disminuyendo progresivamente la tumefac­ción y el dolor, y en los casos de prostatitis muy violenta en que cesa la calentura y se va resta­bleciendo por grados el curso de la orina.

Otra de las terminaciones ordinarias de la go­norrea es la que llaman por delitescencia, ó lo que es lo mismo, cuando se opera una metástasis, trasmitiéndose esta dolencia desde el canal de la uretra hasta otro órgano del cuerpo mas ó menos importante. Los autores modernos, y especialmen­te /ourí /a«, niegan la posibilidad de este he­cho, persuadidos de que la condición patológica que se nota en otra parte de la economía procede de alguna causa de irritación orgánica, y asegu­ran que no hay mas que una simple coinciden­cia entre la aparición de los nuevos síntomas, y la disminución ó cesación completa de la go­norrea. Estos mismos escritores son de opinión, siguiendo la de Bell, que la gonorrea no produce nunca el estado general de la enfermedad que se lla­ma sífilis constitucional. Pero ¿qué pueden hacer todas estas denegaciones contra la práctica de tan­tos años, y la experiencia de tantos médicos que afirman lo contrario? Es, pues, constante que la inflamación uretral se trasporta repentinamente al testículo, como ya hemos dicho, y también á la conjuntiva ocular, de donde resulta una oftalmía variable en agudeza y en intensidad. También aco-ftiete esta dolencia en otros casos, aunque mas raros, la membrana mucosa de las fosas nasales, y la del conducto auditivo, penetrando á veces has­ta las partes mas profundas del oido, lo cual de­termina una sordera completa. Los síntomas de ir-

4 .6 . ritacion se manifiestan asimismo en las membranas mucosas de la boca, de la faringe, de la laringe y de los bronquios , anunciándose en estos sitios por corrimientos ó ulceraciones; y aun en las márge­nes del ano, donde se muestran por unas escres-cencias particulares que se conocen con el hom­bre de bubas. Las articulaciones suelen verse com­prometidas de una manera mas ó menos grave; y las eu que se nota este fenómeno con mas fre­cuencia, son: las de la rodilla, la cadera, el pie, el codo y la muñeca, constituyendo hinchazones crónicas, y aun hidropesías articulares ó hidar-trosis. En otras ocasiones se han visto ejemplos de inflamarse el periostio en un principio, y seguir esta irritación hasta el mismo tejido huesoso, oca­sionando perióstosis, dolores osteocopos, exostosis, y a u a verdaderas necrosis. Por último, la piel se cubre al desaparecer una gonorrea de erupciones variadas, y este fenómeno, que se ha confundido en España algunas veces llamándole sarna gálica, es una consecuencia necesaria de la metástasis go -norráica, asi como este accidente ha solido produ­cir otras anomaüas morbosas, como la cefalalgia violenta, la cefalea, la hemiplegia ) aun las alte­raciones mentales.

En cuanto á la supuración, que es otro de los modos de terminarse la gonorrea, es muy difícil poder deterstunarla con certeza , porque el l íquido que sale por la uretra puede estar mezclado con verdadero pus que provenga de la superficie de nna ó muchas úlceras internas, de la ruptura de algunos flemoncillos que se hayan formado á lo largo del canal, ó de algunos absce­sos de las glándulas de Cowper ó de la próstata. Las cualidades del humor gonorráico son muy va­riables en virtud de las diversas modificaciones que induce la inflamación en el tejido de la membrana mucosa, y la naturaleza de este líqui-

47 , do no puede ilustrarnos nada, puesto que no co­nocemos los caracteres distintivos del verdadero pus, del pus del tejido celular, y la diferencia de este y la materia que exhala una membrana mu­cosa inflamada. En la orquitis rara vez llega á so­brevenir la supuración, y según afirma Bell ape­nas se encuentra un caso entre quinientos; pero ya podrá temerse, si los síntomas inflamatorios adquieren mas violencia, y si los, dolores toman un carácter enteramente pulsativo: como quiera que sea, este accidente es terrible, sobre todo cuando la supuración nace del cuerpo mismo del testículo, porque entonces suele suceder cjue la glándula se halle enteramente desorganizada antes de que se sienta la flutuacion, por la resistencia que opone la túnica albugínea á que el pus se dirija al exterior. Los tumores y abscesos de poca consi­deración qne se forman en cualquier punto del canal ó en Jas glándulas de Govt^per, y aun en la próstata, se rompen con mas frecuencia hacia fue­ra que hacia adentro; pero también suelen oca­sionar grandes estragos en las partes inmediatas. Si estas colecciones purulentas se abren adentro y afuera se originan las fístidas urinarias y otros ac­cidentes j siendo nías ejecntivo el del absceso de la próstata, y la supuración de la misma, la cual siempre es muy grave, y muy á menudo mor­tal , sin que tenga la cirugía ningún recurso que oponer á este mal.

La gangrena es rara , y por lo regular se li­mita á los tegumentos, atacando algunas veces to­das las partes del pene, como sucedió en el caso que refiere Foresto. Esta funesta terminación es igualmeute muy rara eíi ias otras complicaciones accesorias de la gonorrea.

De la gonorrea crónica. , Mucho tiempo des­pués de haberse curado un enfermo de la gonor­rea le queda en todo el canal de Ja uretra uaa ÍXT

. .48 ritabllidad tan exquisita que la menor cosa pro­duce un flujo de material tenue y de poca consis­tencia , dejando en la orina una especie de eneo-rema que se manifiesta especialmente cuando ha cometido algún exceso en el régimen de vida. Aunque estos ligeros accidentes causen mucha in­quietud al enfermo, no tienen en sí nada de alar­mantes y se disipan con la mayor facilidad, bien que en algunos casos hayan persistido meses y años enteros; pero el tiempo y la severa obser­vancia del régimen triunfan de su tenacidad. Si se examina el orificio ó boquilla de la uretra, se notan sus bordes flácidos, y su membrana interna blanda, floja y mas pálida que en el estado nor­mal, rezumándose por una infinidad de puntillos un moco amarillento.

Pero en otras ocasiones le queda al enfer­mo por reliquia de su primera gonorrea un esta­do particular del canal urinario que se designa con el nombre de espasmo. Semejante disposición es muy análoga á la que se nota en algunos hom­bres que tienen la mala costumbre de rctenei la orina mucho tiempo, sin satisfacer la necesidad de evacuar la vejiga cuando este órgano lo avisa. Este estado espasmódico presenta unas rarezas y unas anomalías muy singulares, pues unas veces impide que salga la orina y que se introduzca una sonda, pero cesa en el momento; y otras v e ­ces se opone enteramente á la introducción de la algalia y á que salga la orina, sin que en ambos casos se haya podido observar nada en los cadáve­res que pueda explicar esta situación morbosa, pues solo se ha notado en el canal de la uretra los rastros de una inflamación ligerísima, sinengrue-samiento sensible en las paredes del canal. A ve­ces ha habido flujo mucoso durante la vida, y en otras solo ha tenido el enfermo una disuria, por decirlo asi, caprichosa, con un poco de ardor ea

49 la orina: el flujo ha sido por lo común porifor-me y blanquecino, ó claro, y no tan abundante como en el período agudo de la gonorrea, ni acom­pañado de calor, dolores ni erecciones. Estos flu­jos pueden durar muchos años, y aun toda la v i ­da: la menor causa los exaspera ó los suprime, y á veces presentan diferentes intervalos de mas ó menos tiempo, por cuya razón les han llamado al­gunos autores gonorrea benigna, para diferenciar­los de los que llaman gonorrea virulenta; y no ha faltado quien los designe con el nombre de gonor­rea ó corrimiento habitual. Darwin los denomina­ba gonorrea fria, y otros escritores gonorrea in ­termitente ó de repetición. Los antiguos solian ex­plicarlos por el estado de debilidad de los vasos exhalantes de la uretra; pero Hunter combatió esta teoría de un modo muy luminoso , en térmi­nos, que ya no la sigue nadie en el dia. Mientras que la flegmasía crónica no pasa de la superficie de la membrana mucosa, puede durar muchos años sin otro inconveniente que el picor en todo lo largo del pene y el corrimiento habitual que deja en la camisa unas manchitas blancas, amari­llentas ó verdes. Hay ocasiones en que suele in ­terrumpirse tres ó cuatro días en el período de muchos años, y otras en que se exasperan y se re­producen los síntomas con todos los caracteres de

una nueva infección al menor exceso en la venus, la mesa ó el ejercicio del cuerpo. Si hubo orqui­tis durante la primera gonorrea, el teetículo se hincha y se pone doloroso, y aun la dureza que quedó en el epidídimo se vuelve mas sensible. Es­ta circunstancia dio motivo á que el célebre DeU pech hiciese una advertencia importante, y es de que no se mira ordinariamente mas que á la re­novación de los dolores y del flujo en una época en que la disminución de estos síntomas daba es­peranzas de que se termioaria muy. pronto la en-

TOMO III. y

. 5 o feíniedad, al paso quie en parando ün poco la ateni cion, puede echarse de ver que la nueva inflania--cion no ocupa siempre el mismo sitio que la anti­gua ; y que en casi todos los casos se la puede coa-siderar mas bien como una nueva afección que como una recrudescencia de la última, cuyas con­sideraciones son muy interesantes en la práctica.

Estrecheces de la, uretra^ Si la inflama--cion existiese siempre, en la membrana mucosa de la uretra, no tendríamos nada que añadir á lo que llevamos expuesto; pero cuando se halla al mismo tiempo en los tejidos subyacentes, se pre­senta un orden nuevo de fenómenos, que e& muy importante conocer, y que suelen dar origen á varias afecciones rebeldes á los métodos internos, y aun á las tentativas que aconseja una sana ciru-jía. Con efecto, si la inflamación se extiende á los tejidos que están debajo de la uretra, entonces se concentra en uno ó muchos puntos,de donde pue­den resultar dos casos, cuyo resultado definitivo siempre es el misino, aunque su» efectos inmedia­tos no sean idénticos. En el primero, la flogosis pasa de la membrana mucosa al tejido subyacen­t e , és decir, al celular que sirve de forro á su su-perficie adherente; y en el segundo, se comunica de las partes subyacentes al tejido propio de la membrana. En ambos, la consecuencia necesaria es una estrechez del canal. Algunas veces se ban notado uno» flemones pequeños en el tejido cela» lar de la uretra, ó en el esponjioso del mismo ca­nal y del pene, los cuales se terminan comunmen­te por induración, produciendo una multitud de eminencias en fila » como las cuenta* de un rosa­r i o , y crecen hasta el extremo de estorbar que salga la orina, y que el miembro entre en erec­ción, de donde resulta una verdadera gonorrea encordada y crónica, sin que pueda descubrirse con la so^da' el menor rastro de oállosidad ni áp

5 1 engrosamlento en todo el canal. En esfe caso suce­de , que la membrana mucosa se queda intacta en luedio de los progresos lentos que van haciendo •estos flemones subyacentes, y solo se percibe su alteración cuando empieza ella misma á afectarse, €8 decir, cuando la estrechez llega á cierto grado á causa de la dilatación que produce en la porción del canal que está detras del obstáculo la salida de la orina; y persiste mucho tiempo sin que apa» rezca ningún flujo, cuya observación hicieron los médicos antiguos, pues nos dejaron escrito que la disuria crónica no da corrimiento sino al cabo de algún tiempo, Hunter comparaba este estado mor­boso con el que produciría en la uretra el atar á su alrededor un hilo apretado.

En otras circunstancias, la inflamación de la membrana mucosa de la uretra se concentra con mas particularidad en un punto , como sucede en todas las flegmasías cuando pasan del estado agudo al crónico, y gana en profundidad lo que pierde en superficie, de modo que se propaga á las par­tes subyacentes, cambia su modo de nutrición, las altera en su textura, y ocasiona ulceraciones mas ó menos extensas, ó adherencias y depósitos de materias concrescibles que aprietan los tejidos, aumentando su espesor, y les privan de su flexi­bilidad natural. De ahí nace un infarto de las pa­redes del canal, que estrecha su calibre;, y si se introduce entonces una sonda en la uretra, se no­tará que está muy sensible en toda su extensión, y mas particularmente en un punto. Luego que el instrumento llega á este sitio, el enfermo sien­te un dolor muy vivo; dice que le picau, y de­tiene la mano del operador maquinal é involun­tariamente. Si este persiste, el dolor es mas inten­so, la sonda encuentra una ligera resistencia, y por poco volumen que tenga, se nota que está apreta­da ó comprimida en el sitio donde se mostr% la

5a •ensibiiiclad morbosa, AI sacarla del canal, viene cargada de mucosidades y aun de.sangre, la cual suele correr en corta cantidad por el meato u r i ­nario; á esto se sigue un flujo blanquecino, inter?. niitente ó continuo, y cuando orina el enfermo siente dolor, y aun el obstáculo que hay en el si­tio donde se para la orina, quedándole una sensa­ción particular, que le permite señalarlo aun des­pués de haber acabado de orinar.

Tal es el mecanismo con que se forman las es­trecheces del canal urinario, marchando siempre con mucha lentitud, pero de un modo continuo. En el principio apenas lo echa de ver el enfermo, y sin apercibirse de los tormentos que le aguar­dan , no le dan cuidado mas que las exasperacio­nes frecuentes del flujo gonorráico, atribuyéndo­las, ó á que estuvo mal curado, ó á que contrajo otra nueva gonorrea; y si no tiene semejantes exas­peraciones, no piensa sino en los infartos testicu-lares que se le renuevan con muchísima frecuen­cia. Cualquier ejercicio violento, las comidas exci­tantes, las bebidas alcohólicas, y los excesos, agra­van su posición: el frió es contrario á la curación de esta dolencia; y asi padece mas en invierno que en verano, y cuando reinan los aires del Norte ó del Este. Ademas del frió hay también otras cir­cunstancias que pueden aumentar las incomodi­dades que causa una estrechez de estas; y se ha notado que el enfermo orina con mas difidultad en el período del frió de un acceso de calentura intermitente.

La anatomía patológica de esta clase de enfer- , medades se ha perfeccionado mucho con los tra­bajos de Ducamp y Lallemand, y con los de otros médicos modernos, cuyas opiniones nos deben ser conocidas. En el excelente tratado de las enferme­dades de los órganos génito-urinarios, escrito por el profesor Zall^mand, dice este observador, que

53 entró en su hospital un enfermo para curarse de cstranguria, y que murió á los dos días de resul­tas de una perforación espontánea del estómago. Examinó con todo cuidado el cadáver, y halló en la uretra, por bajo de la curvatura subpubianá, una estrechez por donde pudo introducir ape­nas la punta de una sonda acanalada: abrió el ca­nal en toda su longitud, y notó que la membra­na mucosa se habia engrosado circularmente en el sitio estrechado, empezando y terminando este en-grosamiento de una manera insensible, tanto que el corte parecía al de un huso ó un nabo aserrado á lo largo. El borde externo estaba tan convexo como el que correspondía á la superficie del ca­nal ; y asi el cilindro que formaba el obstáculo, adelgazado en sus dos extremos, é hinchado en su parte media, salla tanto afuera como adentro. Al disecar la membrana mucosa la encontró tan ad-herente en el sitio de la alteración, que no pudo despegarla por completo, en lo cual se conocía que el tejido celular habia participado de la mis­ma afección que la membrana. El tejido alterado tenia un color blanco amarillento, era firme y re­sistente, pero tenia poca elasticidad, y se desgar­raba fácilmente. No tenia ninguna apariencia de fibras distintas, y cualquiera hubiera pensado que allí no habia mas que una materia albuminosa de­positada en las celdillas del tejido celular como en una esponja. Yo no puedo dar una idea mas exac­ta de este cilindro, añade el mismo autor, sino comparándole con el que se forma por medio de la osificación del periostro al rededor de la fractu­ra de un hueso largo; y asi como el periostro, in­flado por la inflamación, se hinche de fosfato cal­cáreo , y adquiere la forma de un cilindro adel­gazado en sus dos extremidades de la misma ma­nera , la membrana mucosa, y el tejido celular correspondiente, conservan en sus intersticios, dea^

H pues que cae la inñamacion, una sustancia a]bu>> •miñosa que aumenta la densidad y el volumen de .estas partes.

Las estrecheces de la uretra son por lo comua de poca extensión, aunque van aumentando sia -cesar en longitud, profundidad y dureza: casi siempre tienen dos ó tres líneas de magnitud, y algunas han llegado hasta dos y tres pulgadas. Pa­ra saber el sitio en que están, basta examinar la dirección del canal hasta encontrar un tumorcillo que se siente por debajo de los tegumentos. Tam­bién las hay que ocupan un punto solo de la c i r ­cunferencia de la uretra, mientras que otras se ha­llan en todo su circuito; y aunque estas últimas presentan muchas diferencias, todas se pueden re­ducir á dos variedades principales, á saber: las que tienen un lado mas grueso que otro, y las que abrazan toda la redondez de la uretra forman­do una abertura central y anchurosa á manera de embudo.

Todos los autores que han escrito sobre esta materia no se hallan acordes en cuanto al sitio que ocupan Jas estrecheces. Ducamp sostiene que en cada seis casos, cinco tienen el obstáculo entre las cuatro pulgadas y media, y cinco pulgadas y me­dia de lo largo del canal, empezando á contar des­de el orificio de este; y que de cinco casos cuatro le tienen entre cuatro pulgadas y nueve lineas, y; cinco pulgadas y tres líneas. También ha encon­trado estas estrecheces cerca del orificio de la ure­tra, á dos.y á cuatro pulgadas de hondo; pero considera generalmente la parte media de este ca­nal como la mas expuesta á esta clase de alteracio­nes. Lallemand ha demostrado perfectamente que estas aserciones de Ducamp son erróneas, y que para hacer un cálculo aproximativo, ya que no pueda sec rigoroso, es menester ante todas cosas, cuándo.un enfermo tiene muchas estrecheces á un

55 fnlsmo tiempo, no contar sino la que ocupa la rér gion mas profunda, y luego ver en cierto número ¿e individuos qué proporción guardan las estre­checes situadas en tal ó cual parte de la uretra. En procediendo de este modo,, se verá que el sitio de casi todas las estrecheces es la curvatura subpubia-f na de la uretra, es decir, cerca de las seis pulga­das, lo cual se halla conforme con los datos que ofrecen casi todos los dema» escritores; y aunque Soemmering dijo que na ae encontraban nunca en Ja porción del canal que está debajo de la prósta­t a , este autor pudo engañarse, porque ya se han notado allí, á la verdad, en ocasiones mas raras que en otras partes. Hunter afirma que halló seis, estrecheces: Laüemand dice que vio siete en una misma persona, y Colot ha contado hasta ocho; pe­ro en estos casos hay siempre una mas estrecha y extensa que las otras, y por lo común suele ser la mas antigua y la que está mas cerca del «Uello de la vejiga. Si se encontrasen algunas entre esta últi­ma y la vejiga, se notará que son mas anchas que las que hay entre ella y el meato urinario; pue» la orina,, detenida por el último obstáculo, obra sobre ellas y las va dilatando..

Las estrecheces de la uretra producen diver­sos accidentes, que todos son temibles, y mucho» de ellos mortales. Por lo comiin, el enfermo no empieza á apercibirse de esta dolencia sino des­pués que se ha renovado la gpnorrea muchas ve-cea bajo el influjo de causas accidentales > en las cuales no ha parado su atención; y para él la e n ­fermedad solo empieza desde el momenta en que siente un estorba notable y permanente al tiempo de orinar. El carácter de estos accidentes n a tiene nada que ver con la naturaleza y el sitia de la es­trechez, y solo varían en razón de la estrechez del paso que queda abierto para que salga la orina, y de la antigüedad de la dolencia» esto es, ea razoa

56 del grado de estrechez, y de la extensión y núme* ro de las mismas; pero unos accidentes de estos quedan limitados á la uretra y sus dependencias, y otros están ligados con la afección consecutiva de todo lo demás del aparato urinario y de otras diversas regiones del organismo. Mas como quiera que sea, hay retención mas ó menos completa de orina desde el momento eu que la inflamación de las paredes de la uretra ha dejado un principio de induración en su grueso, sin reparar en el modo que tuvo de principiar. La orina no sale con tan­ta facilidad; y en vez de correr á caño lleno por medio de un chorro largo, igual y uniforme, sale con mas lentitud formando un hilo mas delgado, algunas veces oblicuo, y casi siempre compuesto de dos ramos separados ó entrelazados en forma de espiral. Mientras que sale el lí {uido siente el en-* fermo un ligero escozor, algún picor en el canal, y pesadez en el perineo, limitándose á estas todas sus incomodidades, aunque varían de mil maneras por el grado de excitación en que se halla enton­ces el canal, y las exaspera la mas ligera irrita­ción. Las inflamaciones sucesivas aceleran los pro­gresos de la lesión orgánica que ya existe, y pro­vocan otras nuevas, concentrándose en otros pun­tos. De aquí resulta que el chorro de orina se va adelgazando cada vez mas y perdiendo su fuerza, y que el enfermo gasta mas tiempo en orinar aun­que evacué menos líquido á la vez, renovándose roas á menudo la necesidad de vaciar la vejiga, que cada vez se hace mas imperiosa, porque la expulsión de la orina exige unos esfuerzos mas violentos y mas sostenidos: á esto se añade que los dolores son muy vivos ; que el pene se h in ­cha ; y que si después de liaber orinado todo lo que ha podido, vuelve á empezar el paciente, 'ó renueva sus esfuerzos, sale otra nueva cantidad de líquido, lo cual prueba que la vejiga no qu«^

5? tío, «oHjpletamente vacía. En tales circunstaucia? se forma en la reglón hipogástrica, especialmente puando el enfermo no lia orinado desde algua tiem^ po , un tumor duro y renitente acompailado de t i-j^ntez en las ingles y de dolores obtusos encima 4eÍ pubis. Si se comprime este tumor, siente el eur fermo dolor y ganas de orinar. La orina^ que por ^na parte viene empujada con fuerza por la veji-.ga, y por otra la detiene la estrechez de la uretra, dilata la porción del canal que está detrás del obs-táculo^ de modo que forma una bolsa mas ó me­nos espaciosa, cuyo volumen ha llegado á ser al­gunas veces como el de un huevo de gallina. Esta bolsa ocupa el perineo, en la raiz del pene, por debajo del escroto, en donde se la puede recono­cer porque presenta un tumor poco doloroso que .no muda el color de la piel, ni tiene mucha re ­sistencia, y en que se siente en su centro una fluc­tuación profunda. Luego que deja de obrar la ve­jiga, la uretra vuelve en si misma y echa la orina que dilataba su canal, en lo cual consiste que el enfermo eche gota á gota cierta cantidad de liqui­do en el momento en que creia que ya lo había arrojado todo; pero en este caso puede suceder que se junten detrás del obstáculo algunas areni-

. lias 6 cálculos, y que por su estancia en aquella

.boUa «dquieran u n g r an volumen y se multipU-quea.'Ha habido casos en que con su excesiva mo­vilidad, k orina los llevaba hacia la abertura del obstáculo, que cerraban completamente lo mismo que una válvula, de donde han resultado algunas retenciones de orina muy rebeldes, y á noCnudo mortales.

ía dificultad de orinar se hace todavía mayor con el tiempo; y en vez de que salga el liquido lejos del pene, cae rectamente entre las piernas del enfermo, ya sea por un chorrito continuo, y ya gota á gota. Este fenómeno indica que hay mu-

TOMO III. 8

58 chas estrecheces, porque, como lo ha notado el profesor Lallemandy cuando no hay mas que una 'sola, basta que no esté muy cerca del cuello de la vejiga para que las orinas lleguen ordinariamente á cierta distancia, aunque el chorro sea muy del­gado ó salga ahorquillado ó revuelto; pero cuan­do hay muchas estrecheces, la orina cae perpen-dicularmente entre los pies del enfermo, y si hay mucho líquido entonces se declara una inconti­nencia completa de orina. Con efecto, cualquiera conocerá que una sola estrechez muy grande pue­de producir con facilidad una retención comple­ta ; pero que si se vuelve á restablecer la via dé la orina, como no encontrará mas que este obstá­culo, saldrá con bastante fuerza, aunque á chorro muy delgado. Mas al atravesar muchas estreche­ces poco considerables, la orina va perdiendo to­da su velocidad, y cae perpendicularmente.

En este período de la enfermedad le aquejan al enfermo unas ganas continuas de orinar, y co­mo decia muy bien el famoso Ducamp ^ pasa su existencia en la triste alternativa de estar siempre acosado de una necesidad imperiosa, y temien­do el satisfacerla : el desdichado paciente estira el miembro con fuerza, varía sus posiciones de mil modos diferentes, y solo consigue arrojar a l ­gunas cucharadas de orina después de haber teni­do unas contraccioues espasmódicas de casi todos los músculos del cuerpo, que suelen durar des­pués de este corto flujo para repetirse en cada uno de los sucesivos. Los esfuerzos que hace el pacien­te obran principalmente sobre el pecho y el cere­bro; y son tan violentos que le tiemblan las pier­nas j se le pone la respiración laboriosa, la cara se le enciende, y queda habitualmente de un color subido; un sudor copioso inunda su frente; las materias ventrales y el semen salen al mismo tiem­po que la orina, y últimamente está expuesto á

59 . . que le salgan hernias, al prolapso del intestino recto, y á los afectos hemorroidales. En una pala­bra , como los obstáculos al curso de la orina van haciendo progresos todos los dias, el cuello de la vejiga pierde la facultad de resistir á las contrac­ciones del cuerpo de este órgano, y solo opone un leve impedimento al líquido; aun llega un mo­mento en que este leve impedimento queda des­truido , de tal manera que la orina no está deteni­da mas que en la estrechez mayor, y en que toda la porción del canal que se halla detrás del obs­táculo se convierte en una continuación de la ca­vidad de la vejiga. La estrechez desempeña en este caso el oficio del cuello vesical; pero como no tie­ne ninguna contractilidad deja gotear la orina á proporción que va cayendo en la vejiga, y el en­fermo no puede ni retener ni expeler el líquido a su voluntad. Asi es que las estrecheces de la ure­tra determinan la incontinencia y la retención de orina desde que llegan á cierto grado.

La incontinencia de orina puede yerificarse de dos modos muy diferentes, que es importante no confundir, aunque en ambos sale la orina gota a gota: efectivamente, unas veces se nota el goteo algunos instantes después que el enfermo ha or i ­nado, y depende de que una cantidad de orina acumulada detrás del obstáculo, ó entre las diver­sas estrecheces cuando hay muchas, atraviesa poco a poco la abertura de estas, en virtud solamente de las leyes de la gravedad, desde el momento en que la vejiga y las potencias musculares del abdo­men suspenden sus contracciones enérgicas. Otras •' fces se verifica cuando el enfermo hace algún ejercicio muscular algo fuerte, como cuando to ­se, anda, ó emplea sus fuerzas; y entonces con­siste la incontinencia en que como el cuello de la vejiga ha perdido su contractilidad, la acción de los músculos abdominales que comprimen la veji-

6o ga hace que salga la orina gota á gota, atravesan­do la abertura de la estrechez del canal, que es el único obstáculo que le impide salir. En uno y cii otro caso no hay mas inconveniente, y á la ver­dad es grave, de que el enfermo sea incómodo á sí mismo y á los otros, por el hedor que sale dé su ropa empapada continuamente de orina. Peré la incontinencia nunca sobre'viene sino cuando ha llegado la estrechez al punto de obstruir casi com* pletameate el canal.

No sucede lo mismo con la retención, la cual proviene de las estrecheces del canal, y compa­rando esta causa con todas las otras juntas guarda la proporción de nueve á uno. La retención dé orina puede manifestarse en todas las épocas de la enfermedad, y mucho tiempo antes de que la es­trechez haya hecho grandes progresos, bajo cual­quiera influjo externo ó interno capaz de exaspe­rar la inflamación local, puesto que de él resulta una hinchazón mas considerable, y la acumula­ción en el punto inflamado de una secrecioá espe­sa y tenaz; circunstancias que reunidas áumfentañ la estrechez algunas veces lo bastante para oblite­rar enteramente la vía de la orina. En esfc estado, los padecimientos son extremos, y el peligro in­minente ; los accidentes se desarrollan con una gran rapidez en razón de la irritación habitual de la vejiga; y si la naturaleza ó el arte no acüdeil prontamente á restablecer el curso de la orina ves­te líquido se va aumentando mas y mas detrás del obstáculo, en la uretra, la vejiga, los uréteres, y hasta en los mismos riñones. Estos diverisos órga--nos se inflaman, y aun á veces comunican su in­flamación al peritoneo: entonces se declara la gan­grena en uno de los puntos irritados, y se mani-íestan los formidables accidentes de un derramé xle orina, ya se haya hecho la ruptura en el órga­no mas dilatado y mas irritado, es decir, en la

"jíorclon dé la uretra qUe está detrás dd obstáculo, ó ya se efectúe en'el mismo cuerpo de la Teji'^ ^ , en cuyo caso la orina se derrama en la cavi-'dad del vientre, y el enfermo muere inevitable­mente.

La uretra experimenta una irritación cada ve? Tnas considerable, á medida que se va dilatando 'este canal detrás de la estrechez; los folículos mu­cosos de su porción prostátlca redoblan su acti­vidad, y adquieren mas desarrollo; y después de la muerte se halla por lo común la membrana mucosa de esta regioa inyectada, gruesa, fungosa, y cubierta de una costra muy tenaz de materia mucoso-purulenta. De esta manera se explica el goteo mucoso, y á veces puriforme, que mancha la camisa del enfermo, ó que sale antes de la ori­na, ó los pedazos membraniformes que salen á me­nudo en la sonda, el aspecto de cieno que tiene la orina, el poso turbio que deja en el fondo de la vasija, la prontitud con que se descompone, y él hedor intolerable que exhala al podrirse, análo­go al de la carne en putrefacción.

Ya hemos dicho mas arriba que la orina, em­pujada por cima del obstáculo del canal, en vir­tud de las contracciones de la vejiga, dilata la porr-cion de la uretra que está detrás de la estrechez, la irrita, la inflama, y al cabo altera su contextu­ra. A esta dilatación de la uretra puede seguirse una lesión análoga á una raspadura ó raedura del 'Canal, la ruptura del mismo, ó la manifestación de un ñemon en las partes inmediatas. Si no hay mas que una simple desolladura, la orina se va infiltrando lentamente en las partes subyacentes, y excita en ellas una inflamación, cuyo resultado definitivo es el formar una bolsa cora paredes or ­ganizadas y provistas de una falsa membrana mu­cosa, que se dilata y se agranda mas y mas; y ^ cabo de lúucho tiempo esta bolsa adquiere tal TO-

6a lumen, que ya se manifiesta eu el perineo forman­do un tumor fluctuante del tamaño de una avella­na ó de una nuez: cuando se abre este tumor, ya natural, y ya artificialmente, sale una cantidad de pus mezclado con la orina, la cual sigue saliendo por el mismo sitio y escapándose de la uretra, de modo que la llaga se hace fistulosa; y en estos ca­sos las fístulas urinarias aparecen sin accidente» graves.

Pero no sucede lo mismo cuando por ser ma­yor la grieta ó ruptura de la uretra se insinúa la orina, que estaba detenida por el obstáculo, con mas ó menos prontitud en el tejido celular del perineo y del escroto, según la fuerza ó energía con que se contrae la vejiga. El escroto se dilata desmesuradamente, y adquiere á veces un volumen como el de la cabeza de un niño; la infiltración se extiende con frecuencia á las ingles, la parte inferior del abdomen, y aun hasta los muslos; propagándose en ciertos casos por bajo de la piel del hipogastrio , hasta los hipocondrios, y aun á los lados del pecho. Todas estas diferencias con­sisten en el sitio de la ruptura de la uretra; por­que efectivamente, el tumor se manifiesta en el perineo ó en el escroto, siempre que sobreviene la ruptura en la parte inferior de la porción mem­branosa del canal, como sucede mas comunmen­te ; pero si la grieta se hizo en el cuello de la ve­jiga, ó en cualquier punto del cuerpo de este órgano, la orina sube generalmente por cima de las paredes de la pelvis. No olvidemos que esta infiltración de la orina es uno de lo» accidentes mas temibles, y que se reconoce fácilmente en los progresos rápidos del tumor y en la especie de crepitación ó de crujido que se apercibe en él al comprimirlo, el cual se asemeja mucho al que produce el enfisema. También se puede conocer .en la tensión de la piel, que está edematosa y r e -

63 luciente, y en que disminuyen los accidentes que provienen de la estranguria. Una inflamación vio­lenta se apodera muy luego de todas las partes que ha bañado la orina; la piel toma un color rojo, violáceo y amoratado, y se cubre de escaras gan­grenosas , que al desprenderse dejan salir una sa­nies infesta mezclada con la orina. Esta sanies ar­rastra á veces pedazos de tejido celular esfacelado, y aun de piel; toda la región que ocupaba la ori­na se convierte én una úlcera vastísima, y el apo­sito se halla continuamente empapado en el líqui­do que sale sin cesar por la grieta: se ha visto en algunos casos caer gangrenado todo el escroto, la piel del pene, la de las ingles, del perineo y de la parte superior de los muslos, quedándose flo­tantes en medio de esta úlcera enorme los testí­culos desnudos de sus túnicas, y suspendidos por los cordones esperináticos. Si el enfermo sobrevi­ve á un desorden tan espantoso, entonces se cal­ma la fiebre poco á poco, la úlcera se limpia, y se cubre de mamelones rojos, la piel de las partes inmediatas se va aproximando insensiblemente á

•8U centro, y todo propende á la cicatrización. Mas como la llaga de la uretra deja siempre pasar la orina, no se pueden cicatrizar todos los puntos por donde sale este líquido, de donde resulta una ó muchas aberturas que son otras tantas fístulas urinarias, porque no se les ve ninguna tendencia á cerrarse.

Las fístulas urinarias no tienen por lo común mas que un orificio interno; pero exteriormente comunican por muchas aberturas, que á veces se hallan muy distantes de la grieta ó abertura de la uretra. Los orificios exteriores corresponden casi siempre al escroto, al perineo ó á las nalgas; ha­biéndose notado algunas veces en el bajo vientre, las ingles ó los muslos, y denotándolos por lo re­gular una fungosidad roji|:a y de consistencia. Es-

; | M fístulas dan óontlnuameííte yin pus 8eroj9o;qu^ .deja manchas pajizas en la camisa, y que exha¿ .un olor penetrante y desagradable. Si el enfermo se pone á orinar, como la uretra está muy estre-.qha ó casi obliterada, todo el líquido se escapa .por esta abertura insólita, y el profesor Boyer, ha­bla de un enfermo que llevaba cuatro años de estap orinando por una abertura ancha que tenia de­lante del escroto.

Hay una falsa membrana que sirve de forro á las fístulas urinarias, comQ á todas las demás fisr tulas, .y que segrega una, raucosidad toas ó menos espesa. Si la fístula es anfractuosa, como se obserr va las mas veces, entonces su dirección es des­igual, y se estrecha de distancia en distancia, dfe modo que la orina no puede recorrerla con faci­lidad,, de q«e resulta, que se va exhalando en di­chas sinuosidades, las irrita, y produce durezas y callosidades, excitando de tiempo en tiempo nue­vos depósitos que van hendiendo las partes inme­diatas de la uretrat desor^nlzácKlolas hasta cier­to punto, sin perdonar los órganos fibrosos ni los huesos, que á veces se despojan de sus partes ad­yacentes, y se forman en ellos caries mas ó menos extensas. A todas estas causas de desórdenes se sue­le juntar, otra que es la formación de concrecio­nes calculosas en las anfractuosidades de las fístu­las urinartasé^ «atcMri^culoS'ac^aiereí:]! un. volu­men extraordinario, no se puede verificar la c u ­ración , aunque se haya cicatrizado la grieta de la uretra, porque su presencia es una causa conti­nua de irritación, originando nuevos depósitos hasta que la naturaleza los arroje, ó los extraiga el arte.

Los flanones, que provienen á menudo de la dilatación extrema de la uretra detras de un obs­táculo, dependen de que la inflamación de la mem­brana mucosa se haya propagado al tejido celular

65 subyacente, en cuya formación no se diferencian: nada de los que suelen complicar la gonorrea en su período agudo. El enfermo siente pesadez en el perineo, y muy luego se manifiesta en esta regioa un tumorcillo que sé va engruesando poco á po­co, y al cal)0 de cierto tiempo ée manifiestan Jos dolores pulsativos y la fluctuación. Vienen luego lo? calofrios y un movimiento de fiebre; pero una Tez que se establece la supuración, el tumor se va ablandando de día eu dia. Estos abscesos pue­den abrirse en la uretra ó fuera de ella; y en uno y otro caso varían mucho los fenómenos que pro­vocan; pues si la su |)iiración se hace en el peri­neo, la piel de esta reglón se dilata y se ulcera, dejando salir un pus blanco y homogéneo que no tiene ninguna partícula de orina; mas al contra­r io , 8Í el absceso se abre en la uretra, podrá ha­cerlo pdr delante de la estrechez, de modo que no encoutrantlo la orina ningún oljstáculo que la de­tenga, pase por encima de la abertura sin pene­trar adentro; pero si el tumor se rompe detrás del obstáculo, la orina se insinuará dentro del absceso, y producirá todos los accidentes que de­penden de la infiltración de este líquido. Luego que se ha abierto un absceso de esta naturaleza puede volverse á cerrar su cavidad , juntándose poco á poco, ó quedar convertida su abertura en una fístula, la que por ser incompleta suelen lla­marla algunos autores ciega externa ó ciega irt' terna^ según que viene á parar en la piel ó en la uretra La interna depende del goteo ó derrama-n>iento de la orina, y puede ocasionar todos los accidentes que hemos indicado al hablar de las fís­tulas urinarias; y la externa proviene de que la uretra ha quetlado despojada de sus partes adya­centes, ó de la separación continua de las paredes del absceso, cuya separación depende del peso del escroto; y finalmente de la estrechez de la aberta*

TOMO III. 9

66 ra y la anfractuosulad del trayecto, que no per­mitiendo al pus salir libremente, suelen ser causa á veces de que se tormén nuevas fístulas.

Los efectos de las estrecheces de la uretra no se limitan al catial urinario y á las partes que de­penden de él inmediatamente, pues todas las de-mas de la ecoaomía viviente pueden resentir sa maligno influjo, aunque la vejiga es la primera que está expuesta á los perniciosos ataques de es­ta enfermedad. Con efecto, uno de los resultados mas sensibles en esta viscera es la plenitud en que se halla continuamente, porque siendo muy estre­cho el pequeño conducto por donde pasa la orina, los esfuerzos que hace la vejiga para que salga el líquido cesan antes de que salga todo, asi como los de los demás órganos musculares, que no pue­den durar sino un tiempo dado, aunque siga obran­do el estímulo que los pone en ejercicio; y de es­te estado habitual de plenitud resultan diversas consecuencias mas ó menos graves: primeramente el enfermo se halla atormentado á cada instante por la necesidad de orinar, que se va haciendo cada vez mas urgente é imperiosa, por la irrita-, cion siempre creciente de la vejiga, al paso que cada vez que orina echa menos cantidad, aunque con mas esfuerzos á causa de los progresos conti­nuos del obstáculo; y en segundo lugar, padece unos tormentos que el menor extravío en el régi­men exaspera, y arrastra una existencia lánguida y penosa, sin poder entregarse al menor pla­cer que le distraiga , ni descansar ni dormir-tranquilaraente, lo cual le hace huir de la socie­dad, y ansiar el verse solo para poder entregarse á sus ideas melancólicas. La irritación de la mem­brana mucosa de la vejiga activa la secreción del áuido que Ih lubrifica; y las mucosidades que ex­hala esta membrana se mezclan con la orina, cuya trasparencia alteran acelerando su descomposición

^7. con mas rapidez, y comunicándola un olor suma* mente fétido: también forma un sedimento espeso, que no se pega al fondo de la vasija, pero que to­ma un carácter purulento.

La acción de las fibras musculares de la vejiga se aumenta y les hace adquirir un desarrollo mas considerable; entonces va empujando la orina la membrana mucosa, de modo que forma hernia en­tre los manojos fibrosos que separa, y los va ais­lando hasta cierto punto, de donde resulta esta disposición particular <jue se denomina vejiga con columnas; la cual depende también á veces de un vicio de conformación natural. Asimismo suelea perforarse las paredes de esta viscera, á consecuen­cia de un reblandecimiento de los tejidos, ó lo que es mas frecuente, de una inflamación gangre­nosa, y la orina se infiltra en el tejido celular, lle­vando por todas partes la inflamación, la supura­ción y la gangrena, como ya hemos dicho, ó se derrama en el peritoneo, en el intestino recto ó en cualquiera otra porción del canal intestinal* por ejemplo, en el colon después de haber forma­do la vejiga con él algunas adherencias.

Peí o lo mas común es que la inflamación de la vejiga tome un carácter crónico , y altere el tejido de esta entraña, que se va engrosando y encogiendo, disminuyéndose al mismo tiempo la extensión de su cavidad; y aun hay casos, que á la verdad son bastante raros, en que esta viscera degenera en cáncer, como lo han notado algunos médicos modernos, publicando observaciones au­ténticas de ello.

Hay personas en quienes los uréteres y los r í ­ñones han llegado á participar al cabo de cierto tiempo de la dilatación y de la irritación de la ve­jiga. Los uréteres se han ensanchado algunas ve­ces hasta el punto de asemejarse en su calibre al del intestino yeyuno; pero esta dilatación no «e

€8 liace siempre de un nwdo igual en todos los punr tos de su extensión, siendo muy frecuente el en­contrar esta alteración en uno solo, quedando el otro intacto.

Por lo que hace á los riñones, aumentan de volumen) ablandándose su tejido y perdiendo el color, hasta que al fin se confunde la sustancia cor­tical con la mamilar. En este caso la secreción de la orina se halla muy debilitada , si noenteramea-te suspeníinla; pero la inflamación puede propa­garse á estos órganos, ya atacando á uno soto ó ya á ambos, y también se forman abscesos, que á ve­ces son numerosos, los cuales van destruyendo la sustancia del riñon hasta (|ue llega la muerte. En todos estos casos el enfermo siente en la regwJa lumhar tirantez y dolores sordos o agudos, que á menudo«on (intermitentes, y se muestran por ac­cesos periódicos.

Los modernos no han estudiado con el esmero que se requiere el influjo que tiene la irritación crónica de la uretra sobee la» otras membranas mucosas, á lo menos asi lo juzga el doctor Jour-dan. Los antiguos, entre los cuales se pueden ci­tar á Areteo y á Celso., habian notado la acción que ejercen estas irritaciones sobre el estómago y Jas demás visceras abdominales, es[)ecialmente cuando estaba comprometida la vejiga , indicando que los enfermos se.halUn expuestos en es tos ca­sos á la pesadez del estómago, las náuseas, las ma­las digestiones, los dolores abdominales, y parti­cularmente por cima del ombligo. Hay también muchos hechos muy averiguados que no dejan la menor duda de que hay una conexión íntima en­tre la membrana mucosa de la uretra y la de las vias respiratorias, asi en el estado patológico como en el fisiológico: por esta razón suelen encontrar­se enfermedades crónicas de la uretra, á las cuales se suceden secreciones morbosas del tubo iutesti-

^9 nal ó de los bronquios, siendo muy cpraun el ver que los enfermos que tienen estrecheces en el canal urinario padecen también indigestiones, diarreas y catarros pulinonan-s. Lo mismo podria decirse del influjo de estas afecciones sobre las membranas serosas, aunque no nos sea tan conocido; sin em­bargo, muchas veces se ba notado que sulian de­terminar en la túnica vaginal del testículo una irritación crónica, cuyo resultado era la manifes­tación de un hidrocele, que desaparecía por sí mis­mo cuando se curaba la afección principal. Y aun es verdad, que en este caso el mismo testículo se hallaba casi siempre irritado simultáneamente, abollado, á menudo muy d u r o , y mas ó menos voluminoso, á efecto de un infarto que alli se hii^ biese hecho con una lentitud irregular. - Esta especie de orquitis crónica se diferencia de la aguda en que siempre comienza por el cuer­po mismo del testículo, y no se extiende al epidí-dimo, sino al cabo de mucho tiempo. En un prin­cipio solo causa al enfermo un ligero mal estar, y cuando la afección va haciendo progresos, el dolor queda por Jo general tan sordo, que como dice £ell^ casi se puede creer que depende principal­mente ílel aumento de volumen y del peso de la glándida. Es raro que se halle afectada la piel del escroto, y aun no se iiiñaoia nunca, á íno,ser que la enfermedad dure mucho tiempo i esta flegmasia está muy expuesta á recaídas, mientras que per­sista Ja estrechez de la uretra, y la menor irritación del canal basta para renovarla en un grado mas ó menos intenso. Muchos autores no han tenido presente esta circunstancia, y asi ban colocado la orquitis crónica entre los accidentes del mal ve­néreo confirmado; y sin haberse hecho cargo de la causa inmediata de donde depende, le asignaban arbitrariamente otra, mas remota y difundida en toda la economía viviente. Por último, las irrita-

70 cienes crónicas de la uretra , especialmente cuan­do se halla interesada la próstata, provocan con mucha frecuencia bajo el influjo de las vicisitudes atmosféricas ó de cualquiera otra causa accesos de fiebre, que al principio son irregulares, pero que después se hacen periódicos en cierto modo ase­mejándose perfectamente á los de una calentura intermitente ordinaria, con los cuales los han con» fundido algunos prácticos hasta que la insuficien­cia de las curaciones mas metódicas, y las conexión nes de estos accesos con los desarreglos del curso de la orina, les han dado á conocer el error en que hablan caído. En este caso no es continua la fiebre, porque como dice el profesor Lallemand, las pa­siones, el influjo de la atmósfera, el régimen &cC. nunca obran en nosotros de un modo uniforme; y á esto se puede añadir que la secreción dé l a ori­na no ea tan continua como afirman algunos, y que este líqtjido sale del cuerpo de una manera intermitente. Con todo, no es raro que los acce­sos se mUeistren con cierta regularidad un dia sí y o t r o n o ; algunas veces se presentan con todos los tipos Imaginables, pero comunmente dejan cuatro ó cinco dias de intervalo, de modo que Bosquilíon. cree que depende de una de estas cau­sas la calentura quintana de que hablan los auto­res. A proporción que se agrava la enfermedad, todos los síntomas se van graduando hasta que se observan todos los caracteres de la calentura in­flamatoria. fSe continurá en este mismo tomoj'

VARIEDADES.

Tifo. En el año de 18a3 se declaró esta enfer­medad en un seminarlo ó colegio eclesiástico de Paris, y el doctor Fizeau, que era entonces cate­drático de medicina en Ja facultad, publicó una nota, en la que dio una breve noticia de esta epi­demia. El autor se limitó á generalidades y refle­xiones para probar que el influjo funesto de un aire viciado sin movimiento y cargado de exhala­ciones de muchas personas reunidas en un sitio es­trecho y muy caliente, habia producido evidente-i mente un ejemplo nuevo de estas enfermedades terribles, que casi siempre empiezan por infec­ción, y se vuelven contagiosas por la acumula­ción de los enfermos en una misma sala, y la inr observancia de los medios de salubridad. Los en­fermos se pusieron al instante en cuartos separa­dos, y se curaron con distintos medios, emplean­do mas á menudo los tónicos y los vesicantes que los antiflogísticos, porque en casi todos los casos, se presentó esta dolencia acompañada de síntomas adinámicos y atáxicos.

En la misma época publicó el profesor Recca-mier ( i ) una ol)servacion interesante sobre este punto, que deseo comunicar á mis lectores, y ser­virá como de preámbulo á la memoria que voy á escribir en este mismo volumen acerca de Jas propiedades y virtudes del agua aplicada ex­terior mente, y con particularidad de las afusiones frias.

( I ) ReT»em¿dicale, tom. i . , pag. iga , año de 1824.

observación de calentura tifoidea curada con afusiones de agua fria, y rejlexiones sobre

esta observación.

Un seminarista de edad de veinte y un años, temperátnento sanguíneo, constitución débil é i r­ritable, y que tenia el pecho delicado, se quejaba á menudo de la cabeza, cuyo mal se aumentaba siempre que se entregaba al trabajo: tres meses antes de caer enfermo se dio un golpe en la cabe­za contra una puerta que estaba abierta, lo cual aumentó su cefalalgia habitual hasta tal punto, que fue preciso aplicar sanguijuelas en la trente; pero esta sangría local determinó una erisipela en Ja cara. Esta duró mucho tiempo, y en e| iuter-ittédio entró en el seminario, sujetándose al régi­men del establecimiento, siguiendo con ardor el curso de teología, y teniendo que estudiar con los otros jóvenes en una sala estrecha muy caliente, cerrada por todas partes y recién enladrillada. Desde mediados de Diciembre de i SaS se habia hecho casi habitual su dolor de cabeza, y aun ha­bia aumentado, cuando en ao del mismo mes se dio un golpe muy fuerte en la cabeza contra la chimenea.

En 24 de Diciembre presentaba los síntomas wguientes: piel caliente, pulso frecuente, cefalal­gia fuerte, rostro encendido, lengua húmeda, sed poca, vientre flojo y libre, quejábase de una gran debilidad, y sin embargo estaba levantado y salia de su cuarto. En este día solo se le prescribió la dieta, pediluvios con mostaza y una limonada l i ­gera.

El 2,5 (segundo dia de la fiebre) se levantó también de la cama; la calentura seguia lo mismo; pero la cefalalgia babia aumentado, y se le habia reunido una sensación considerable de atolondra-

73 miento y de debilidad: se le dieron lavativas, ba ^ ños tibios de piernas, pediluvios sinapizados, y la limonada por bebida. No se emplearon las sangui­juelas por tener presente que habian ocasionado antes la erisipela. La noche la pasó muy fatigosa y agitada.

El tercer dia tuvo el enfermo que quedarse en cama; la cefalalgia y la calentura eran mas in­tensas, con atolondramientos, estupor y encendi­miento de la cara; tenia sed, y la lengua estaba blanca, y el vientre flexible: hízosele una sangría de ocho onzas, y salió una sangre excelente, pero 6Ín costra; se le dio naranjada y agua de grama, baños de pies calientes y una lavativa. La noche fue todavía mas agitada que la precedente,'

El dia cuarto siguió en el mismo estado con aumento de la cefalalgia y del estupor. Se le pro­pinó lo mismo que el dia anterior, menos la san­gría; pero estuvo aun mas agitado > por la noches

En el quinto dia tío tenia el pulso tan fre­cuente como la víspera; siempre le tenia blan­do ; pero la cefalalgia era mayor , como también el estupor y la debilidad; la anorexia era mas considerable; la lengua ^taba muy mucosa, y t u ­vo algunas náuseas. En dos horas se le dieron ó'iet y seis granos de ipecacuana, que produjeron m u ­chos vómitos y algunas deposiciones de vientre, pero sin ningún alivio. Naranjada y agua de gra­ma. Noche muy agitada.

En el dia sexto se le notaba el vientre flexi­ble; pero la fiebre continuaba con regularidad-eñ el pulso; el estupor iba creciendo; la cabeza em­pezó á perturbarse, aunque él enfermo respondía con exactitud; y las partes superioires del cuterpo estaban cubiertas de ün ligefo sudor.- Galdó de pollo, naranjada y lavativas: por la noche hubo delirio.

En el séptimo dia tiespondia c^^^ottt^xai^titud^ TOMO UI. I o

74 y volvía en sí cuando se le estimulaba; el calor de la piel era fuerte; las partes superiores del cuer­po estaban sudadas; el pulso seguia con la misma frecuencia y blandura; la cara se hallaba ea un estado de congestión con un color rojo muy subi­do ; desvanecimiento y estupor con gran debili­dad, aunque no babia supinación; el vientre es­taba flexible, sin calor ni dolor; pero tenia la len­gua seca y morena. Se le pusieron sinapismos en loe pies, y vejigatorios en las piernas; se siguió dándole el caldo de pollo y la naranjada, y se empezó el uso del alcanfor en dosis de un grano de dos en dos horas. Delirio durante la noche.

El dia octavo hubo agitación y el estupor se acrecentó, pulso débil, lengua y dientes secos y negros. Se le dieron al enfermo las mismas bebi­das, y dos granos de alcanfor de dos en dos horas.

Al dia siguiente, el noveno, el estupor, el abatimiento y la cefalalgia hicieron progresos; las partes superiores del cuerpo estaban madorosas, y las inferiores secas; el pulso seguía frecuente y con gran debilidad; la congestión de la cara esta­ba lo mismo; la lengua y los dientes negros. Se le puso un vejigatorio en la nuca, y se le dieron las mjismas bebidas.

En el dia diez se aumentaron todos los acci­dentes, y tenia la boca negra y árida. Por la ma­ñana se le empezaron á hacer afusiones que du ­raban de siete á ocho minutos con agua á i8 ó 19 grados del termómetro de Reaumur; el ali­vio fue sensible, pero incompleto, y por lo tanto se repitieron á la tarde sin darle mas bebida al enfermo que agua pura y fria. En la noche hubo agitación y delirio. ,

El dia once, a]>atimiento, congestión .facial, lengua y dientes negros, pulso frecuente y débil, vientre flexible y pecho sonoro por todas partes. Pies y oc^^ sanguijuelas se le pudieron detras de

las orejas, y produjeron un grande efecto: sin eni-bargo, aumentó el abatimiento; continuó la cefa­lalgia, y los dientes y la lengua se quedaron secos y negros; la congestión de la cara se mantuvo en el mismo estado; el vientre estuvo siempre blan­do , sin calor dominante y sin dolor; el pulso fre­cuente y débil; el enfermo casi no conoeia ya á las personas que le rodeaban, y tenia el semblante ta­citurno como en los dias precedentes. Encima del vejigatorio de la pierna derecfha se echA deiver una escapa de dos pulgadas y media de l a rgo ,y pulgada y media de ancho; y en este estado se le dio por la tarde la tercera afusión de siete á ocho minutos con agua á i8° R., y se hizo esta afusión de alto abajo comprendiendo la cabeza. El enfer­mo volvió en si inmediatamente; la lengua y los dientes se humedecieron; disminuyó la frecuen­cia del. pulso y también el calor de la piel, vol­viendo á tomar la fisonomía del enfermo su ex­presión natural, que eé la de k suavidad y la ale­gría. Se le continuó dando por iinica bebida el agua pura y fria, y pasó la noche con mas tran­quilidad.

En el dia doce hubo un paroxismo con con­gestión facial, el enfermo volvió á tomar el aspec­to serio y taciturno, la boca se humedeció y se limpió, y el vientre estuvo blando. Se repitieron las afusiones por mañana y tarde, pero con un resultado incompleto.

El dia trece ¡hubo un paroxismo por la' maña­na. Las afusiones produjeron efectos fugaces^, be­bió agua pura, y se le dio una ayuda con agua templada en vez de hacerle la afusión por la tarde, y se resolvió que saliera este joven dfel seminario.

El dia catorce paroxismo por la< mañana; el enfermo estaba debilitado y bebia cotí difcultad; tenia evacuaciones de vientre involuntarias, y con todo no se hallaba en un estado comatoso; esta^

7^ b» agitado, y cuando se le hacían preguntas se quejaba de la cabeza; el semblante guardaba siem* pre el mismo aspecto serio, taciturno y cuidadoso. Se le propinó lo mbmo que el dia antes.

£1 dia quince s^uia en el mismo estado; se le hicieron las mismaá afusiones por mañana y tar­de; siguió tomando siempre agua pura, y ademas se le administraron por la noche cuatro granos de almizcle de cuatro en cuatro horas.

El diez y seis, paroxismo violento por la ma­ñana, que duró todo el dia; congestión facial con» siderable; el enfermo perdió el conocimiento, y aunque se le hicieron por la tarde afusiones con agua á i8° R. no produjeron ningún resultado sa­tisfactorio.

El diez y siete persistieron los accidentes con paroxismo violento que duró todo el diá, y aun se aumentó por haber suprimido de propósito las afu­siones que se debían haber hecho por la mañana. A las seis de la tarde el enfermo estaba sin cono­cimiento ; tenia el pulso frecuente, pequeño y contraído; la piel urente y seca, la cara animada, la cejas fruncidas, el mirar triste y ansioso, la de­glución difícil, y la boca fuliginosa, por cuyos mo­tivos se le hizo una afusión á 14° de Reaumur. Inmediatamente manifestó el enfermo una gran sensibilidad, y al punto recobró el uso de los sen­tidos; pidió y suplicó le sacasen del agua; la ce­falalgia cesó enteramente; reconoció las personas que le rodeaban,y.se quedó en un estado de per­fecta tranquilidad por espacio de dos horas. Des­apareció la fiebre y pasó una noche tranquila: desde este momento empezó á orinar con mas ahnndanpia que antes.

El ¡d^a diez y ocho tuvo un paroxismo por la mañana, pero no perdió el sentido. Se le hicie­ron las mismas afusiones con agua á 14° de R., y el alivio fue todavía mas completo. El paroxismo

77 . repitió á la tarde, y se le hizo otra afusión, con la cual continuó la mejoría, y desde este instan­te el enfermo entró en convalescencia.

£1 dia diez y nueve continuaba el alivio, y se manifestaron algunos granos hacia la región del hueso sacro y los muslos. £1 enfermo mostró una gran sensibilidad física y moral, y se quejó de v i ­vos dolores en el sitio de los vejigatorios. Se le propinó lo mismo, haciéndole las afusiones á i8° en vez de 14° por la excesiva sensibilidad que se habia notado en el paciente.

El veinte siguió en el mismo estado, y solo se varió en el régimen el permitirle tomar una cre­ma de arroz con agua.

El veinte y uno hubo un principio de e rup­ción de aftas miliares en la lengua y en la super­ficie interna de los labios. La calentura se presen­tó de nuevo, y se le dio un baño tibio con afusio­nes templadas en la cabeza, y agua de goma por bebida.

El veinte y dos hizo progresos la erupción de las aftas, las cuales ocupaban en el dia veinte y tres lo interior de los carrillos y las fauces: tuvo algunos vómitos y cámaras líquidas, indicio de que la erupción habla llegado al estómago, y tal vez al canal intestinal, ó de que habia una reac­ción en esta entraña causada por la afección del istmo de las fauces.

El veinte y cuatro se despejó la lengua, y con­tinuó la calentura con un paroxismo. Afusiones templadas en la cara, y un baño tibio.

El veinte y cinco empezó á tomar la leche de burras en corta cantidad. Del veinte y cinco al treipta y ,uno se manifestó la erupción de las af­tas, tres veces, pero cada una con menos fuetiza; los materiales de las deposiciones salieron traba­dos y de buena naturaleza, y en todos estos dias 8P, siguieron los baños templados de m^dia Wra* y

78 las afusiones en la cara con agua un poco menos caliente.

Del treinta y uno al treinta y cinco fue mejo­rando por grados el estado del enfermo, y asi se Je dejaba un dia de intervalo en el uso de los ba­ños; y al dia treinta y cinco cayó la escara del vejigatorio de la pierna, dejando en su lugar una llaga de muy buen aspecto.

Desde el treinta y cinco al treinta y nueve se fue estableciendo mas y mas la convalescencia, y con el influjo de un régimen suave y feculento, y de algunos batios tibios sin afusiones frías; porque ya le desagradaban al paciente, volvió de dia en dia á su estado natural, notándose la mejoría en todos los accidentes que antes le aquejaban.

Del treinta y nueve al cuarenta y dos se le permitió comer un poco de pollo; se le mandó que suspendiera los baños, pero se fatigó mu­cho hablando; y en el dia cuarenta y tres se le declaró una calenturilla que obligó á pcwierle á dieta y á los baños templados sin afusiones. To­do volvió á entrar en el orden natural, y el en­fermo se fue alimentanflo con féculas.

En el dia cincuenta se le concedió otra vez comer gallina, sin que le resultase ningún movi­miento febril, y la convalescencia se confirmó sin que la {)erturbasen ya mas accidentes. No le que­dó ninguna reliquia del dolor habitual de cabeza, y se le i^establecieron en un estado perfecto la ale­gría, el apetito, las fuerzas, y en una palabra, toJ das las funciones. La llaga que resultó al cerrarse la escara del vejigatorio de la pierna, conservó su buen aspecto, y se fue cicatrizando. El enfermo no conservó ningún recuerdo de todo el primer periodo de su enfermedad, ni de las afusiones que tanto temia, y de las cuales se quejaba con mu­cha viveza con motivo del vejigatorio de la nuca. ;• Méfléiiotms. Esta enfermedad presenta cuatro

•períoclos muy distintos: i." el de la calentura t i ­foidea hasta el dia diez y siete: a.° la semicpnva-lescencia con apirexia casi completa desde el dia diez y siete hasta el veinte y uno: 3." la calentu­ra eruptiva de aftas desde el veinte y uno hasta el treinta y uno, precedida y acompañada de pústu­las en la región del sacro, y en algunas otras par­tes; y 4.° la convalescencia que empezó desde el dia treinta y cinco con el incidente de un movi­miento febril y fugaz por la demasiada impacien­cia del enfermo en querer tomar aJiroenfos y en fatigarse. Estos son los hechos en suma, y ahora siguen las reflexiones que le sugirieron al autoi.

En el primer período ios accidentes dominan­tes de la calentura fueron la cefalalgia, el estu­por , el abatimiento, la pérdida completa del co­nocimiento, las fuliginosidades de Ja boca, con una gran debilidad , una congestión habitual de la cara, que se aumentaba en los paroxismos, y los sudores parciales de las reglooes superiores. El en­fermo no conservó en su convalescencia, como ya hemos dicho, ningún recuerdo de este periodo de su enfermedad, ni aun de las afusiones que se le hicieron por mas que al parecer sufria con ellas. £1 pulso conservó siempre su regularidad.

En él segundo período no hubo en realidad nías que una semiconvalescencia; pues casi no te­nia ya calentura, el enfermo manifestaba su bien­estar, y parecia, como ha sucedido en semejantes casos, que^con algunas afusiones y un régimen conveniente se debía consolidar este buen estado, y cambiarle en una verdadera convalescencia: sin embargo, se manifestó una erupción de aftas en la boca, y ínuy luego subsiguió á la primera fiebre otra calentura nueva, y decimos una especie de ca­lentura nueva porque en todo el curso de este se­gundo período no se manifestó ninguno de los ac­cidentes graves del primero. I^.fiebre tomó mas in-

8o tensidad, y á pesar de ella no semostraron la ce­falalgia, el estupor, el abatimiento y las fuligino­sidades etc.; y esta misma calentura, suavizada con baños tibios, se fue disipando á proporción que iba corriendo su marcha la erupción de las aftas.

En el cuarto período volvió á manifestarse un movimiento febril y fugaz, que cedió simplemen> te al régimen y á cierto número de baños tibios. Pero hablando ahora de los síntomas, ¿qué valor tenia la cefalalgia? Este joven se hallaba muy su­jeto á ella por su trabajo, y se aumentó mucho con haber estado mucho tiempo y á menudo en una sala de estudios, que como se ha indicado mas arriba, estaba infecta; pero también estaba dispuesto á esta incomodidad por otras causasj puesto que ya la padecía durante las vacaciones, antes de entrar en el seminario. Este dolor de ca­beza era obtuso y gravativo, hacia que el enfer­mo se fatigara con mas facilidad, aunque no tu­viese fiebre, calor, ni trastorno en las digestiones, como tampoco debilidad particular, á no ser á fi­nes de Diciembre. Todos los médicos saben que si se fatiga un músculo ó un miembro con una ac­ción sostenida, se experimenta en él una sensación de lasitud mas ó menos dolorosa, y lo mismo su­cede en la acción cerebral, cualquiera que sea su mecanismo. La sensación de la fatiga ó cansancio se muestra con mas facUidad y mas fuerza en los órganos y ett las personas mas dispuestas á recibir íísta impresiion, y sirve para explicarnos por qué se quejan unos de la cabeza, otros de sus trabajos, aquellos del pecho, estos del corazón, y estotros de la vejiga ó de los miembros. En la cefalalgia del enfermo, cuya afección se ha descrito anterior­mente, no se ve mas que una disposición idiosin-erásica, exagerada durante las vacaciones por un golpe que se dio en la cabeza contra nna puerta, y en el seminario por el trabajo y la estancia en la

Si «ala infecta de que hemos hablado; en ao de Di­ciembre por un golpe que se dio en la chimenea, y finalmente por la calentura misma.

£n la estimación de todos estos síntomasí l'joé valor podía tener» el estupor? Para responcten'S esta cuestión, dice el profesor Jtecamier, que de­be distinguir los estupores, lo mismo que los ac­cidentes nerviosos en general, en los que depen­den de una afección cerebral, de una afección'djp los nervios en su extremidad opuestaá Ja deJ'ce*-rebro; y en los que resultan de la afección del sistema nervioso en su conjunto, ó en alguna de sus regiones exteriores ó interiores, diestras ó si­niestras, superiores ó inferiores. Vamos á exami­nar lo que sucede en estos tres casos.

I." £n los estupores que dependen de una afección cerebral mas ó menos considerable, los accidentes toman el carácter soporoso, comatoso ó carótico, y desde que se establece la afección so­porosa, el enfermo está, por decirlo asi , metido en sí mismo, y es menester excitarle, ó si se quie­re despertarle; mas cuando esto se consigue, se observa una discordancia notable entre el grado de debilidad de los miembros y el de la debilidad cerebral: uno de los miembros ó ambos muestran mas ó menos fuerza cuando el cerebro está exci­tado; sin embargo, el enfermo vuelve á caer con mas facilidad en^el estado soporoso, del quccüeé-ta también mas trabajo sacarle, hasta qu* al fiti cuando llega al estado carótico ya no le excita nada, y entonces se equilibra y se iguala la debi^ lidad en los miembros y el cerebro. '

Ahora bien, el joven de que hemos hablado no había llegado á semejante estado; del abati­miento en que le había sumido la enfermeídad siempre volvía en sí; sus miembros no estaban mas débiles que su cabeía, y la debilidad era general, y se hallaba repartida de: un modo iguab iPor él

TOMO III. 11

82 contrario, una persona comatosa no siente algu­nas veces sino cuando se la pellizca, y sin em­bargo, los vejigatorios producen su efecto, y no se gangrenan, á menos que la enfermedad cere­bral no haya producido una complicación: en el comatoso no hay ó no queda cefalalgia, porque estos dos fenómenos se excluyen; pero en nuestro enfermo los vejigatorios obraron con dolor y se gangi>enaron, persistiendo la cefalalgia hasta que se lé hizo la afusión en el dia i y.

a.° En los estupores que provienen de la afección de los nervios en su extremidad opuesta -al cerebro, hay una especie de aura, que es el punto de donde emanan los accidentes. Si el estó­mago y el aparato digestivo se hallan afectados en su sensibilidad de un modo conocido por ha­ber tomado una gran cantidad de vino generoso, resultará deah i una combinación de acciones es­timulante y estupefaciente sobre el cerebro, con todos los afectos delirantes ó soporosos de los di-

-Versos grados de la embriaguez. Pongamos otro ejemplo: si un útero que se halle en congestión, Ó los órganos abdominales de un hipocondriaco, ¡ó un .ganglio situado encima de cualquier nervio, llegan en ciertas circunstancias á tomar un gran­de ascendiente en las funciones cerebrales, aun hasta el punto de suspenderlas y de sumir al en-

„£sfj9(iQ.(^ un estujpojT másamenos considerable, ,jSl IQbswivador atento comprenderá el pumo de ,dpnde parten los fenómenos, es decir, el aura; y el fisiólogo verá en todos estos fenómenos Ja har­monía del consentimiento orgánico ó consensus, y. Odíjíl cual conocerá, qoe la causa del estupor

. pi'ovidne del órgano de quien un influjo vicioso oprime las funciones cerebrales. Conocido el pun­to de emanación, todos sabrán que él es quien go­bierna la marcha de los accidentes, y á él se debe dirigir el médico, á menos <jue la influencia del

S3 órgano, como una coomocioñ |x)r un sentido,-tío' sea pasajera, y se desvanezca después de haber producido un trastorno que no puede mantener por mas tiempo.

Nada de esto se observó en ]a enfermedad que hemos descrito anteriormente; y «s imposible determinar ningún punto de emanación evidente,, porque los órganos torácicos quedaron en reposó, lo mismo que los del bajo vientre, que se mantu­vo flexible y sin dolor; pues cuando sobr^vinié»^ ron los vómitos y las cámaras,'ya habiad pá^do los accidentes nerviosos.

3.° En los estupores que dependen de un es­tado mas ó menos general del sistema nervioso, hay una porporcion evidente entre la afección ce­rebral y la de los otros órganos, aunque él estu­por pueda dominar en tal ó cual región externa ó interna, y esto explica la diversidad de órga­nos sobre que es preciso dirigirse algunas veces para encontrar el punto sensible de la economía: también explica esto por qué los vejigatorios no obran en ciertas circunstancias, aunque el enfer­mo sienta que le tocan, y por qué cuando obran suelen tan á menudo gangreuarse. Mientras qUe'él-enfermo conserva todavía fuíSrzas, cede'át' ábati^ miento por la fatiga de la enfermedad y He sus' relaciones exteriores, y después que • ha pasadoi cierto tiempo se le ve salir de su abatimiento para satisfacer á una necesidad, ó sdlo porque hádéar-' cansado del incremento antecedente dé'éú'fatTga^.' A proporción que la enfermedad vá'haciende progresos, el enfermo establece sus relaciones con= una dificultad que va creciendo sin cesar, Üástá que ya no encuentra en sí mismb basláilétes fuéK^ zas para Utantener los derechos dé iú Vóíüritad,' y entonces es cuai^Q estos infelices siguen algunas veces viendo ú oyendo lo que pasa á su derredor,' aun mucho tiempp después de haber perdido la

84 facultad de respoiTder y de ponerse en relaciones; y de esto, se conocen iiechog á cual mas incontes­tables.

Este caso tiene mas puntos de analogía con el del enfermo de que hemos hablado, el cual no perdió el imperio de su voluntad sino por muy poco tiempo, y le recuperó con facilidad, sin vol­ver mas á perderle. Siempre se le pudo excitar, y en toflas ocasiones sintió el menor tocamiento, na^nos en el apogeo ó el máximo de los acciden­tes nerviosos: nunca tuvo síntomas de debilidad dominante de un lado, y con todo se agangrenó el vejigatorio de la pierna derecha en un grande espacio y con mucha profundidad.

El primero de los tres estados mencionados poco antes representa el sueño; el segundo retra­ta los fenómenos de la embriaguez, y el terce­ro simula una fatiga ó cansancio general mas ó menos excesivo. El primero suspende las funcio­nes nerviosas, el segundo las trastorna, y el ter­cero amenaza apagar la vida en todas partes, co­mo la asfixia: esta graduación puede representar­nos la gravedad de las enfermedades de los ejérci-ihos, á consecuencia de marchas forzadas ó del acu-mulamknto de. muchas tropas. Ahora queda que decidir si el estupor de que tratamos puede haber provenido de la violencia de la calentura, ó de al­guna iiiñam^cion latente. La primera causa no pa-t«^ft¥»Í5ciÍ«p<6 pa.ía ?3fplicar) este fenónaeijo» porq ue ]%,caientura nunca fue excesiva por sí misma, es d^cir^en cuanto al grado del calor cutáneo, déla sed, y de la frecuencia del pulso, que siempre se man^yO; regular; y cuando se mostró inas fuerte ccft Ja ^afeesion d« Ía« aftas, no v©Jvió á manifes­tarle, ftl.^tnpop^ ni ninguno d© los síntoma* p«r* yic^spsv ni aun la sequedad y las fuliginosidades

de la.hQC3 , , I Una> jinflamaaion latente, porque «o «9 poai-»

85 ble admitirla evidente en el caso de que se trata» no puede citarse tampoco como causa; pues según se ha dicho, el pecho y el bajo vientre no dieron el menor signo de inflamación local durante todo el primer período de la enfermedad, y no se pudie­ron reconocer síntomas de ninguna inflamación en estas cavidades por mas que se examinaran con la mas escrupulosa atención: ¿podríamos pensar que hubo una aracnoiditis? Para responder á esto remitiremos al lector á lo que hemos dicho ante» con respecto á los estupores por afección cerebral, pues cuando la inflamación de la membrana arac-r.oidea ocasiona el estupor, toma la afección la forma comatosa, y desde el momento en que prin­cipia desaparece la cefalalgia, lo que no sucedió en el caso que hemos referido. ¿Qué debemos pen­sar de la sequedad de la boca y del estado fuligi­noso de la lengua, de los dientes y de los labios? Este fenómeno se manifies'ta ó puede mostrarse en todas las calenturas graves, de cualquiera natura­leza que sean, y al mismo tiempo parece que se une con un estado todavía indeterminado de la respiración en sus fenómenos químicos, ó con la naturaleza y el grado de la fiebre, ó con las mo­dificaciones que sobrevienen en las funciones secre­torias de la membrana mucosa de la boca. Sin embargo, obsérvase con frecuencia que la deseca­ción empieza siempre por los sitios que se hallan mas en contacto con el aire que se respira. No ha­blemos de las flegmasías del tubo disgestivo por­que todo el mundo sabe que llegan al mas alto punto sin que se manifieste este fenómeno, y es necesario no perder de vista que en nuestra men­cionada observación el vientre estuvo constante­mente flexible y sin dolor y sin calor particular. ¿Qué diremos del aumento de los accidentes des­pués de las sanguijuelas? Supongo que todo ob-eervador ip)parcial verá ea este aumento de los

86 accidentes por la sangría local, y en su instantá­nea y casi total suspensión por medio de las afu­siones templadas, la prueba mas completa de que el sistema nervioso se hallaba comprometido en todo el primer período de la enfermedad de una manera primitiva y muy especial. Efectivamente, la semiconvalecencia se pronunció bajo el influjo de un medio perturbador del sistema nervioso, con el cual no se asoció mas medicamento que el agua fria por toda bebida. Esta aserción llegará á ser, como creemos, una verdad demostrada, si se quiere tomar el trabajo de recorrer un poco en la memoria la marcha de la enfermedad en sus períodos siguientes, en los cuales no se volvió á presentar ninguno de los síntomas nerviosos del primero. En el segundo, que duró tres ó cuatro dias, hubo una sensación de mejoría y apetito, causando los baños hacia el fin una especie de malestar. En el tercero volvió una fiebre viva, á I^esar de que se continuaron los baños con afusio­nes ; poco después se manifestó una erupción de aftas en la boca y el tragadero, y tal vez en el es­tómago y los intestinos, y muy luego cedió la ca­lentura, que aunque muy fuerte, no produjo nin­guno de los accidentes nerviosos del primer pe­ríodo. Si se hubiera manifestado en este la erup­ción de las aftas, la habrían supuesto algunas per­sonas como causa , y otras como complicación, siendo en el concepto de muchas una especie de crisis aventurada, pero saludable para el enfermo^ Si esta misma erupción hubiese sobrevenido hacia la válvula ileo-cecal, en vez de manifestarse exte-riormente esta crisis perjudicial y funesta, la hu­bieran considerado infaliblemente algunos médi­cos como la causa exclusiva de toda la enferme­dad , si esta le hubiera costado la vida al paciente.

¿Qué poílremos decir de la semirecaida del enfermo en el cuarto período de su ,mal, ocasio-

87 nada por alimentos muy abundantes? ¿No es esto una prueba de gastro-enteritis? A esto responde­remos preguntando ¿qué hemos de pensar de la excitabilidad moral del enfermo, que cuando se incomodaba porque no le dejaban comer se le aceleraba el pulso? ¿Y qué hemos de pensar de la frecuencia del pulso, que causaba la en­trada de alguna persona que no se había visto de algún tiempo antes, una conversación muy sostenida ó una luz demasiado viva? ¿Habría tara-bien en estos casos una cefalitis, una oftalmía, una otitis 8cc.? ¿No es fácil conocer que el exceso de la excitabilidad nerviosa que sigue á estas espe­cies de enfermedades, explica suficientemente to­dos estos fenómenos, y especialmente en una per­sona tan irritable como nuestro,enfermo? ¿Será preciso recordar aquí que las funciones digestivas no se han alterado siquiera un momento, sobre todo en la convalecencia, y que solo la fatiga de una digestión penosa había producido en el en­fermo el mismo efecto que el dar algunos paseos en su cuarto de un modo prematuro? Si al des­cribir la enfermedad heaios hablado de la gallina que comió el seminarista , también pcdriamos acusar los excesos de conversación y de andar, puesto que concurrieron á los mismos efectos, y los produjeron separadamente.

En el primer periodo hemos visto un males­tar general con predominio de la cefalalgia y pro­pensión al abatimiento, sin poder echarle la cul­pa á otra causa que á la fatiga del trabajo y la permanencia en la sala indicada. En el tercer pe­ríodo vimos un principio irritante que produjo sus efectos en la membrana mucosa de la boca, y tal vez en la gastro-intestinal. En el primer per-ríodo no se distinguió mas que la afección de los sólidos que llegaron á terminar en gangrena; y en el tercero ua pripcip^o .liíaterial y hjamoral

88 se fijó en algunas mucosas y en la piel, y á medi­da que se estableció esta erupción, cesó la calen­tura y se confirmó la convalescencia.

Aqui nos detenemos por ahora en estas consi­deraciones aproximativas y comparativas, estando éonvencidos de la parte que tienen en las enfer­medades generales y locales los sólidos y los lí­quidos, los aparatos generales y los órganos loca­les. La enfermedad que hemos descrito despuntó en este seminarista, que era una persona nervio­sa y sanguínea, con formas inflamatorias al p r i ­mer aspecto; pero examinando las cosas mas de cerca era fácil juzgar que detras de esta aparien­cia inflamatoria se encerraban síntomas nerviosos que de ninguna manera decían relación con la naturaleza puramente inflamatoria, ni con el gra­do aparente de la calentura; y el incremento de los accidentes por la curación antiflogística hasta las sanguijuelas, y la gangrena del vejigatorio, dan sobre este punto una demostración completa para cualquier médico que se halle un poco ha­bituado á una observación severa y rigorosa. Si atendemos ahora á las circunstancias en que se desarrolló esta enfermedad, costaría trabajo el de­jar de reconocer en ella los caracteres de un t i ­fo nosocomial, cuyos accidentes nerviosos se com­batieron ventajosamente con las afusiones; pero cuya crisis final no se operó hasta después del día diez y siete por medio de una erupción aftosa y pustulosa.

Esta observación puede considerarse como la de un tifo nosocomial con apariencias inflamato­rias y una terminación eruptiva; pero ¿es esta la verdadera forma del tifo? El profesor Becamier <lice que debe exponer á la atención de los médi­cos, que en todas las epidemias locales ó genera­les las enfermedades que forman el fondo de ellas no se presentan todas rjgórosáimente con las miis-

89 *n*« formas, porque no ataca á todas lae personas exactamente en las mismas disposiciones; y asi tíice el autor que en las diferentes epidemias de tiro que ha observado, siempre ha encontrado grandes diferencias individuales , especialmente cuando no todos !(« enfermos hablan vivido de antemano en las mismas circunstancias. En todas las epidemias, aun en las mas regulares, entre los síntomas constantes y característicos de la ateccion epidémica, «e observar, predominios de Jenómenos particulares que dicen relación con las constituciones, los temperamentos, las Idio-sincrasias, las diátesis, las oportunidades, las tunciones complementarias y los hábitos de cada entermo Asi es que no hay ninguna epidemia cuyos enfermos no se coloquen naturalmente en estas d, erentes series, como sucede en la pes-

ZJuTu ^"^««-"«l^d circunscrita del seminario, según hemos indicado *~ Después de haber' entrado en las reflexionen

que le sug.rio la lectura de esta observación, el autorcon su acostumbrado candor da cuenta de su conducta como médico, en el caso precitado, J^T 5"^ principio no tenia ningún conocl-

S ^ la' ^ % T / r — ^ ^ - ' i ;!" ^«i"aba en el semi-m i . 1 f f'ílalgia indicaba una sangría por lo menos local; pero al rebordar el enfermo laVrisi!

asustaba tanto, que fue preciso renunciar á esta

p i i l u v i r ' ' ' ^ " ' í r ™ " ' ^ ° ' y l' '"i^"«« á los dTrtZ , ^ " "^ ^^'^^ sub-ácida, á fin de po-te^JrT" " ™' ' ' '^" "'^^^'"^^ ^« J« afección.^! S d e T ' n í r ' ^ " ' ' i ' " ' * ^ ^ ' "<> obstante la blan­dura del pulso, me decidí á hacer una sanaría, exploran va, que no ^..^' sangrú los" accidentas a u m e m t n ^ ' " " " ^ ^^'í^'^" P^""^!"" junto con la anor^xU ^ " í \ T ^ " " ^ " ^ " ^ « ' ieng e,ecidi6 .^^S^JTrJl^

TOMO III. l a

90 fermo la ipecaicnaQa,, <jue no estaba contraindica­da por ningana afección local evidente. Entonces me pareció necesario averiguar qué parte podia tener el aparato digestivo en los accidentes febri­les y aunnerviosc», por lo cual me quedé en ob-servacioft eidiá sexto. El delirio que hubo en el .séptimo, y que cedió, cuando se estimulaba la per­sona, me obligó á mandar poner sinapismos y ve­jigatorios en las extremidades inferiores. Los acci­dentes aumentaran el dia ocho á pesar de la po­derosa derivación del dia antes > y por esta razón continué con el alcanfor, y aumenté las dosis, á fin de probar la excitabilidad nerviosa, y juzgar si podrían contenerse por este medio los accidentes nerviosos. El alcanfor se siguió dando durante el dia noveno, hasta el momento en que me decidí á ppnér un vejigatorio en la nuca. En el dia diez la gravedad de los accidentes me decidió á no d i ­ferir por mas tiempo el uso de las afusiones á 18 ó 19° deR. , que duraban de siete á ocho minutos, y al mismo tiempo suspendí todo medicamento interior, sin dar al enfermo mas que agua pura por toda bebida.

El lector habrá echado de ver la sencillez y la graduación de los medios que puse en prác­tica: determinándome entonces á entrar en un nuevo camino, consideré la curación como si nada hubiera hecho; y para juzgar inmediatamente de la utilidad de las afecciones, suspendí todos los demás remedios, menos el agua. Ño hice uso del hielo, porque tengo la experiencia de que en se­mejantes casos la acción aislada y local del frió sobre un solo punto de la piel no es tan segura, ni tiene unos efectos tan regulares como cuando se obra en toda la extensión de los tegumentos: tampoco empleé el hielo de un modo particular, porque cuando se usa de esta manera, en llegan­do á interrumpir su aplicación, se produce una

91 reacoon perjudicial y tanto mas dañosa, cuanto que esta reacción no siempre se hace en lo exte­rior, sino mas bien en los órganos internos; pues 81 se sostiene su aplicación, pone al enfermo en una especie de estado semi-lipotímico que su*^ pende la marcha de la enfermedad. La aplicación del hielo continuada, en mi concepto; no convie­n e , sino cuando produce una sensación de bien­estar , sin arrastrar en pos de sí la acción orgáni­ca. Lo sensible que tenia este enfermo la eabeaa ai grado de> frió soave qoe ie dpliqtíéj ftie «u* fidente para probarme que no me había eqnivo-do al juzgar su excitabilidad.

No empleé al principio baños mas frios por no provocar una reacción sobrado viva, y no pro­longué las afusiones mas de siete n ocho minutos para no tener al empezar mas que un grado de sedación que pudiese dirigir perfectamente.

No recurrí á los baños tibios, porque tengo la experiencia de que en semejantes casos ordina-» riamente les sigue un colapso mucho mayor.

El éxito incompleta de las primeras a£usl<5-nes hizo que indagara con mas atención laS cau­sas que podian oponerse á su efecto, en razón de congestión cefálica, y me decidí á que se aplica-^ ran algunas sanguijuelas detras de las orejas antes de volver á las afusiones: ya no tenia que temer entonces la afección moral que rae habla detenido en el principio; y el no haber logrado un éxi­to decisivo en las primeras afusiones me llevó naturalmente á adoptar este medio, no habiendo conseguido nada con los que se habian empleado antes. Bien esperaba, como lo he observado otras veces, que las sanguijuelas serian insuficientes; pero también tenia razones muy poderosas para pensar que esta emisión local sanguínea favore­cerla inmediatamente la acción de las afusiones, como me ha sucedido en otras circunstancias.. Mas

9=í como los accidentes resistiesen i la; acción réptík da de las afusiones á 18 y 19° de R., en el Ata. quince me decidí á emplear el almizcle según el método de Merteus. Este medio tiene la ventaja de. que se pueden juzgar su» efectos en pocas ho-r^s; mas como no conseguí con él ningún alivie^ me determiné á dejarle en la mañana siguiente. I ^ poca sensibilidad del enfermo á las afusiones de a8 á 19° de R., y la continuación de los acci­dentes en su gravedad me decidieron el dia dieas y siete á permitir,que el paroxismo tomase mas intensidad, y á aprovecharme de este momento para obrar con una temperatura mas fría q u e l a que había empleado hasta entonces, lo cual termi­nó inmediatamente los accidentes tifoideos. Con este motivo, no dejaré de notar en este lugar que el almizcle,, en varia» circunstancias, aunque nq haya producido buenos efectos inmediatamente, al parecer ha preparado el buen éxito de los baños, que habían sido infructuosos antes de usarle.

Las afusiones se continuaron los dias diez y 8Í€te,'diez y ocho y diez y nueve al mismo grado, esto es, á los 14° de R., con tal éxito que de ella» resultó una especie de convalescencia; pero como dejasen las últimas una impresión de debilidad, se suspendió la afusión de la tarde del dia veinte.

Una viva calentura se manifestó el dia veinte y uno , y provocó de mi parte un examen mas severo, con el cual descubrí en la parte interna del labio inferior y en la lengua la erupción de aftas milia­res que empezaba á manifestarse. Entonces cam­bié las afusiones simples en baños templados, á Jos cuales añadí solamente las afusiones tibias ^n la cara. Los baños fueron cada vez calmando mas la fiebre, y la afección aftosa recorrió sus períodos sin complicación: sin embargo, se declararon al­gunos vómitos y cámaras líquidas, de modo que el dia veinte y cinco hice que el enfermo empe-

93 zara á toinar la i'eche de burra en corta cantidad. A proporción que se iba estableciendo la conva-lescencia fui alejando el uso de los baños, y esfor­zaba^ el régimen, resistiendo en cuanto era posi­ble á la impaciencia del enfermo, que se fatigaba a menudo por la locuacidad que es tan ordinaria en las convalescencias francas; no obstante^ en el dia cuarenta y tres se volvió á manifestar un mo­vimiento febril, el cual sirvió para dar al enfer­mo mas docilidad, y al médico la autoridad nece­saria para llegar á la terminación feliz de est^ en­fermedad.

El que quiera convencerse de la diferencia considerable que hubo entre la calentura del pr i ­mer período y la del tercero, no tiene mas que reflexionar en la insuficiencia de las afusiones á i 8 y 19° de R. para combatir ventajosamente los accidentes nerviosos que existian entonces, los cuales cedieron con facilidad á unas afusiones mas frías, que no pudo soportarlas tan bien el en­fermo, desde el momento en que se venció total­mente el estado nervioso tifoideo. El buen éxito de los baños tibios, sin que volviesen los acciden­tes nerviosos en el período de las aftas, no es una prueba menos convincente de la mudanza feliz que se observó en el enfermo hacia esta época.

RESIIMEIV BB t o s TRABA JOS

D B I i I N S T I T U T O DE F R A N C I A ,

Y

INSTITUTO DE FRANaA.

(Segundo trimestre del año de 1832. j

MEDICINA PRÁCTICA.

, Cólera-morbo. E l doctor Fahre Palaprat es-cribióaL Instituto recordando á esta corporación una memoria que habia enviada algún tiempo ha­cía sobre Ja aplicación de la galvano-puncion á la cura del cólera-morbo; y que el doctor Baylli acababa de emplearla en ocho enfermos del hos­pital general, de los cuales cinco estaban ya en via de convalescencia.

Esta sociedad científica recibió otras muchas cartas relativas al cólera-morbo, y entre ellas se notaron la del doctor Coster, que considera la sangre degenerada en esta enfermedad, y por lo mismo aconseja que se la vivifique con la inspira­ción del gas oxígeno; la del doctor Martin Saint-Jnge, el cual propone para evitar la asfixia, á que al parecer sucumben los epidemiados, que se les

dé ciertas cantidad de agua, saturada de oxigena con una tintiira de almizcle, canela ó yerbabuena, Las demás comunicaciones eran de :

Mr. Chabannier^ que proponía un apariMo des-iníJectante que contenia vinagre alcanforado y cloro;

Del doctor Legrand, que el cólera-ínoitbo se manifestó en París, traído ó fecundado por la nie­bla que se notó encima del rio Sena hace mas de cinco ó seis semanas;

De los fieííores Kurtz y Manuel, que aconse­jan quemar azufre en las calles estrechas y en los parages donde circula el aire con dificultad, y que se dé á los enfermos el sulfito de potasa ó de sosa; '

De Mr. Chap, íjue recomienda el uso del ace­tato de morfina por el método endérmico, en dó-8Í8 de medio grano á un grano, repitiendo la do­sis de tres en tres horas si los síntomas son vio­lentos > y de seis en seis si no fuesen tan gra^res;

Del doctor £assis, en cuya opinión son per­judiciales los tónicos que se empleaban genieral-mente;

Del doctor Pinel, que reclamó su derecho so­bre la prioridad de la opinión enunciada por el profesor Delpech acerca de la inñamacion d^l ple­xo solar en el cólera-morbo, y se fundaba en una memoria que leyó á la comisión médica de Varso-via el 15 de Julio de i 8 3 i .

El profesor Magendie propuso al Institu­to que nombrara una comisión de su seno para que analizara el aire y viera si podía descubrir en él alguna de las causas del cólera. Se nombró esta comisión y se compuso de los señores The-nard, Gay~Zussac, Serullas, Chevreuil y Ma­gendie.

El doctor Casper presentó una memoria sobre la curación del cólera por medio del frió, y otro

. , 9 6 médico alemán envió un tratado que titulaba, ?né-todo nuevo y especifico contra el cólera epidémi­co, ó mas bien contra la calentura colérica por medio del principio febrífugo de la quinina.

£1 célebre Delpech escribió al Instituto esta carta:

Vuelvo de un viage, en el cual, acompañado de los dootores Co5íe,deMompeIler, y Lowenhayn, de Moscou, acabo de estudiar el cólera-morbo en todos los parages de las islas británicas donde se ha mostrado hasta ahora, y creo que es mi deber dar á conocer sumariamente á esta sociedad los principales resultados de nuestros trabajos, antes de publicarlos, en lo cual me ocupo.

El examen atento de los cadáveres demuestra que la causa de esta enfermedad es una inflama­ción del plexo sotar, de los ganglios semiluna­res , de los plexos renales, y en una palabra , del punto central de los nervios ganglionarios que algunas veces se propaga á los nervios neumo-gás-trieos, y por estos á los plexos neumocardiacos, y hasta á la médula oblongada.

Diferentes lesiones anatómicas coinciden al­gunas veces con las que acabo de decir; pero fal­tan á menudo, y son muy variables en cuanto al sitio que ocupan, pues resultan visiblemente de los errores de la curación. La lesión anatómica de los nervios verificada en trece autopsias cadavéricas es la única que se halla tan constantemente, que caracteriza una circunstancia necesaria, ó lo que es lo mismo, la causa próxima de la enfermedad.

El análisis de los síntomas se adapta perfecta­mente con esta etiología; pues las funciones que se trastornan ó suprimen en esta dolencia son precisamente aquellas en que presiden los nervios ganglionarios para su ejecución, la secreción de la bilis, la descarbonizacion, la oxigenación de la sangre, su arterializacion, la temperatura inde^

97 . . jjendlente y propia,-la circulación y Jas excrecio­nes ventrales que éon excesivas con la supresioh de las orinas. En esta última parte hay un punto muy notable, y es, que al paso que la sangre se vuelve mas y mas espesa, hallándose privada de serosidad al fin de la enfermedad ^ la materia de las cámaras y de ios vómitos es'la misma eerdsidad de la sangre con las sales alcalinas que faltan al coágulo, y en las mismas proporciones. El doctor

•Oshognessi de Londres eá el autor de este trabajo que establece semejante demostración;)y su Coin--cidencia es muy notable, no pudiéndose concebir esta expoliación singular de la sangre; sin admii-tir una grande aberración en las funciones del nervio esplánico; y precisamente este nervio es el que se halla alterado en el colera morbo.

•Una enfermedad inflamatoria indica mpy ná-. toralmente una curación antiflogística: con efecito la sangría produjo grandes resultados en la India y la Persia, pero ya no fue tan útU en la Mosco­via, tal vez porque'la enfermedad era alli mas grave, y quizás los desórdenes'anatómicos serian •irreparables. Yo he empleado tbdíos mis esfuerzos para rehabilitar esta medicación, y efectivamente en el dia es mucho mas ventajosa que cualquiera otra, porque se pueden inferir preceptos fijos de ella y de su oportunidad. •• <

Según lo que he visto, queda para ral demos­trado , que si se ataca la enfermedad en sus pró­dromos, se puede triunfar de todos los síntomas con cortas dosis de opio repetidas de dos en dos horas, con baños calientes y una abstinencia r i ­gorosa, y que cuando han empezado las evacua-cíonesi la sangría es el áncora de salvación, aun­que sea difícil practicarla por la violencia de los síntomas.

Cuando se haya manifestado el colapso, las es-tiraulaciones interiores y exteriores deben diri-

TOMO l i l . 1 3

98 girse á reaiiimar Jas fuerzas para, que se pueda hacer la sangría. Con esta- última intención, me inclinan á creer algunos ensayos, que será muy útil para conseguir este objeto, inyectar inmediata­mente en uoa vena un estimulante difusivo como el alcanfor ú otro cualquiera.

El doctor t^Mdouorei leyó una nota sobre tres casos de cólera morbo« cuyoS enfermos se cura­ron por haberles dado el amoniaco interior y ex-teriormente. El doctor Piorry leyó otra nota so­bre las causas predisponentes y ocasionales del co­jera^ y en ella qttiso demostrar que el cólera moiv. bo proviene de una alteracioa química del aire que Je hace incapaz de servir para Ja respira­ción; el autor deduce de todos Jos hechos y ra -cionios consignados en su memoria: i.** que mien­tras quévse llega á tener la prueba química de la >alt«^cion del aire, es bueno conducirse médica­mente, como si realmente estuviese probada: a." que la falta de proporción entre el volumen del aire respirabie y las necesídailes de la economia, es una de las cansas ocasionales y principales de la manifestación del cólera morbo: 3.° qué el me­dio mas seguro para preservar de este mal las grandes reuniones de hombres, es el ejercicio al aire libre, y la habitación en cuartos mas espacio­sos, y si es imposible hacerles mudar de habita--cion, á lo menos que abran las ventanas por la noche, teniendo buen cuidado de cubrirse para evitar el frió: 4-° que los soldados de la guarni» cion deberían dormir en campo raso durante la epi­demia , ó hacer que duerman pocos en una sala ó que renueven muchas veces el aire de los dormi­torios abriendo bien las ventanas: 5.° que los mis­mos preceptos se pueden aplicar en parte á los hos­pitales, y que se tomase la medida indispensable de renovar el aire dos ó tres vece» por la noche en las salas en donde hay muchos enfermos: 6.** que

. . . 99' . las autoridacles inviten á los habitantes de las po» blaciones donde se declare esta epidemia á que renueven muchas veces durante la noche el aire de sus alcobas, y que salgan á hacer ejercicio a\ aire libre por todo el tiempo que puedan! 7»" que este último precepto es uno de los mejores medios curativos del cólera incipiente: 8.^ qae es«oe h e ­chos inclinan á creer que antes de que las eva­cuaciones hayan extenuado á los enfermo*, y les hayan reducido á un estado en que ,e l a-rte sea impotente, el mtidar de habitación y el ejercicio al aire libre podrán serles de mucha utilidad : 9.° que se puede esperar con fundamento que las me­didas precedentes (que tal vez se podrán adoptar con mas facilidad que otras) sean capaces de ata­jar la marcha del cólera-morbo; y 10.° que la cau­sa de la enfermedad se debe mas bien buscar en la falta de la respiración que en los extravíos del régimen, y que las indigestiones podrian quizas agravar la dolencia. La asfixia causa mas veces la indigestión, que esta la primera, asi como en general el influjo del aire puro es el mejor medio tie curación en la asfixia, asi este influjo debe ser el mejor método preservativo y curativo del cóle­ra morbo.

El coronel Moreau de Jonnés escribió al Ins­tituto qwe el doctor Htiffeland había deducido de su práctica y observaciones, durante la epidemia del cólera en Prusia, las conclusiones siguientes: 1? que el cólera oriental es una enfermedad nue ­va: a? que es una enfermedad extraña en Europa, y que es la misma que se ha observado en la I n ­dia donde tuvo su origen: 3? que su causa es un principio particular, y que es el mismo que lo ha engendrado y lo produce todavía en la India: 4? que el cólera se propaga por importación y por infección, tomando estas palabras en su sentido mas lato; y 5? que debe reputarse esta dolencia

lOO

entre liis enfermedades contagiosas {>of razón de «u trasniisibilidad.

Mr. Dive, l)oticario en Mont-de-Marsan, pro­pone al Instituto que se llenen dos campanas de a i r een una sala de epidemiados del cólera i. que se haga inmediatamente la análisis de una de ellas, y que no se analice el aire de la otra hasta que pasen ocho días, para cerciorarse si los resultados dan unas proporciones idénticas con las relativas del gas oxígeno, ázoe y ácido carbónico. En el caso jKwitivo se demostraría la falsedad de la opi­nión de que los insectos producen el cólera, si se pudiese encontrar en el aire mas ácido carbó­nico; mas si pudiese considerarse semejante alte­ración del aire-como una consecuencia de la res­piración de los insectos, entonces ise deberla acon­sejar el hidroclorato de sosa (sal común) en ba­ños, en bebidas, fricciones &cc.

Otro boticario de Amiens, llamado Facquer, dirigió al Instituto una memoria sobre el uso del carbón contra el .cólera morbo; ydeepues de des­cribir las propiedades físicas, químicas y médicas de esta sustancia, aconseja que se elija un carbón bueno, que se reduzca á polvo fino, se lave muy bien, y se conserve en agua pura para que se pueda emplear al instarite. El autor prefiere el carbón animal despojado del fosfato calcáreo y del ácido hidrosulfúrico por medio del ácido hidro-clórico que se daria en agua con azúcar.

Se leyó en el Instituto una memoria de los doctores Se/res y Nonat sobre el cólera morbo de Paris: los autores consideran esta dolencia carac­terizada principalmente por una erupción gra­nulosa de los intestinos, que ellos llaman soren-teria {^psorenterie ea francés.)

Ha mas de veinte años que el doctor Serres descubrió juntamente con el doctor Felit, que Jas calenturas llamadas píitrido-tifoideas consis-

lOI ttañiíprictpaknente en una eriipcion pustulosa de los intestinos formada por el- desarroJlo de k s glándulas de P«yer. Desde esta época Gonvitiieroii todos los médicos en reconocer en esta erupción el carácter fundamental de la calentura entero-mesehtétiica^ auríqne le dieron á menudo• btras denominaciones. Algunas veces se pbseí?va én eeti' enfermedad al lado de las pústulas formadas «por las glándulas de Peyer, unas criptas granulosa» conocidas con el nombre de glándulas de Brunery y ahoFaneJia visto que «seas glándulas forman ei caráctfer dominante díel cólera morbo'que fekla eili París.

Estas glándulas, cuyo volumen varía desde el de una punta de alfiler hasta el de un pequeñí­simo guisante j son tan numerosas y están tan apia­nadas len las personas que mueren del cólera, que parece que toda la menbrana mucosa ha experiw mentado esta trasformacion, y cuando se mira el intestino al trasluz después de lavarlo, parece tan granuloso como la piel de un sarnoso. Tal fue la comparación que se les ocurrió á todos los que hizo ver esta erupción el doctor Serres^ y enipars* te por recordar esta circunstancia dio el nombre de sorenteria á esta enfermedad.

Estos granos, cuyos caracteres anatómicos se diferencian^ esencialmente de losdeOBrüner,iócapani exclusivamente el tejido mismo de la membrana mu­cosa del canal intestinal, y se notan indistinta­mente en toda la superficie del intestino. Con esta erupción granulosa coexiste en el ileon un des­arrollo de las pústulas de Peyer, que como todos saben, no se nota nunca mas que en la Knea del intestino opuesta á su borde mesentérico. Esta coincidencia, que ya se observa en la tercera parte de las personas que mueren del cólera, le parece importante al doctor Serres en -cuánto conGrnja hasta cierto punto la tendencia que tiene euieste

mohiento «i cólera-morbo á trasforsaarsei tía: fietwe «llX:econie8lentérica ó tiíbidea, cnya tendencia in -dicaii los sintonías exteriores, lo cual puede coa-^ 9Íderarae en estas circunstancias como una mu« danza muy feliz. o Partiendo de estos datos, eL autor establece qpe el cólera pue^e hallarse ¿oa infIam«;ion' ó •in elldi y con inyección vascular en la membra­na mucosa, ó sin ella. Cuando no hay inñama-cion, el cólera se llama ciánico ó azul, y le caracterizan la inacción de todos los órganos, me­óos la del tubo digestivo^ el color azuí ó bron­ceado de la piel, el frió glacial de toda la superfi­cie del cuerpo y de la lengua, el hundimiento del abdomen, la alteración de las facciones, el hundí-miento de los ojos, la insensibilidad del pulso ra -diali la carencia casi completa de dolor en el in­tervalo de io3 calambres, la supresión de la orina, y finalmente, el color blanco de las deposiciones ventrales, caya repetición debilita rápidamente y apaga muy luego la vida del enfermo En este caso la aaenkbnaña mucosa está pálida, las granulacio­nes papilares están blancas, las glándulas de Pe-yer, poco numerosas, están descoloridas y hundi­das, y el canal intestinal contiene á menudo un líquitio análogo al que arrojaba el enfermo du­rante la. vida. Por cima de esta mucosidad, y muy adherida á la superficie de ella, se encuen­tra una costra gelatinosa, que si se quita laván­dola, ó rascando con el mango del escalpel, deja descubiertas las granulaciones papilares. Esta for­ma del cólera ha afectado principalmente las per­sonas de edad de cincuenta^ á setenta años, cuya constitución se hallaba extenuada con privacio­nes, trabajos forzados ó excesos; y casi todos estos sujetos estaban flacos, y ya casi mas ó menc» debi­litados antes de que les atacase la enf«rmedadii '

Por el contrario, el cólera •amoratado ó vio-

4 IG3 Mceó ^.inanifeató particiilárménte en ktfierso» ñas de veinte á veinüe y cinco años, las cuales eo el momento de la invasión del mal se halMian en mejor estado que las precedentes, y habiapipuM-do menos privaciones, no habían padecido llanta

• trabajos ,iiihal»an cometido-tontos excesos; En'es­tos enfermos no se observó el color azul mas'que en las. manos y en los pies; cuando mudaba de co­lor el semblante, mas bien era violáceo ó de uh aspecto erisipe^tosoí; no tenían los o ^ tan hun­didos ni tan'marchitos, y aunque la superfieie'di^I cuerpo estaba fría, el enfermo no se sentía helado iateriórmente. El pulso, reducido y pequeño, caái siempre se sentía al tacto; y las pulsaciones ¿el coraíoa se reconocían aplicando sobre el pecho la mano ó la oreja. (£n el cólera ciánico ó azul, k^ ióo-vínaientos que se reconocen por este medio Stth mas bien oscilatorios que pulsativos). La letlgtk en casi todos estaba fría, pero no aminorada de volumen; y aun en algunos.estaba tibia^ y caliett-te en otros: unas veces seca, otras hi^meds, y ck4i constantemente cubierta de una costra amanllen-ta. La sed era muy viva, y no podían ap>agarla cbn bebidas, aunque los estómagos de los epidemiados pudieran conservarlas. Los vómitos eran mas fre­cuentes y copiosos, que ea el cólera azul; y al Oon^ trario,' eranl menores'las deposiciones •ventrales. Estas se habían encontrado rojizas ó sanguinolen­tas en algunas personas que habían muerto de la epidemia; y en otras habían sido amarillentas ó verdosas. £1 abdomen dolía por lo general üuán» do se apretaba; y los calambres eran á menudo continuos y muy fatigosos; mas cuando morían los enfermos se podía pronosticar si las granula­ciones se hallarían en la parte superior del intes­tino, en la parte inferior, ó en toda su extensión, según que habían predominado los vómitos ó las cámaras, ó que habkín sido iguales.

; I «4 ^Mi l^>jdok>ref del alidómen correspondían igua^-;iaeate de uii nMxlo mas particular á )a> región há-jcia dónde existían principalmente las granulacio-.»€(} papilares; siendo de notar que nunca las ha-eJbia.habido en/el estómago, aunque se hubiese en-.coptt-ado» este órg&no> en todos los grados de i n ^ -.macion. • . ;, . - ; . , La abertura de los cadáveres ha mostrado, lo rolsiPÉio que en la sorenteria, toda la membrana mucosa intestinal salpicada d« gcanulacbnes pa-il^ilare^ ¿noji^s^ y parecidas á ¡los mameltmes cari-||Q$os|de un vejigatorio que «mpiéza á supurar. Con estas granulaciones coexistiáii glanduiill^'de Bruner , cuya palidez formaba contraste con las precedentes; y las glándulas dePeycr, mas nume^ •Sfisaa, y sobre todo .mas extensas presentaban asi" tpnisatci diver«í>si.grad0B de, inflamaeion, pero» no habiai niflguna ulcerada.

. Las granulaciones sorentéricas no eran tan nu--ínerosas enfrente de los. puntos que ocupban las jgláadu,lfts,;de,-Pe-y.er. ,*. « •/ * '' > :*< T " ' ' -i;-iil40»'#l3«gl»oe iimeeiltéricoé^ mucbomenos des* if rroMados-qu^ en la.calentura entero*mesentérica pimple, estaban pálidos en los casos d e cólera.ciá­nico/'íorereíer/a^, y algunas veces amoratados en jpl cólera violáceo/"ío/tewíerííif^i > n íios demás .órganos rio presentaban ninguna .arltpracioa constan^: y>í^e •pudiese considerarse como propia de la enfermada. M; ; !

Según lo que Uevanaoe dicho es fácil adver­t i r íqufe el auton de esta' memoria ha visto el có* lera bajo dps formas diferentes: primera, bajo la forma, infUuBatotia, y^se^unda pba'p Ja forma no Inñsuoiatoria^ Y- eg claro infpr i r ' ^e estos dos esta* dos exigen curaciones diferentes.

En el cólera =no inflamatorio (sorenteria pro-píamente dicha), los tánicos difusibles., el láudano en las pociones y en las>iava¿vaaj l«in producido

ib5 ventajas notables, especialmente en el período ál­gido: pero siempre ha sido preciso combinar estoS' medios eficazmente con la aplicación del calor cu­táneo.

En el cólera inflamatorio (^sorenteritis)^ las sanguijuelas aplicadas en diversas regiones del ab­domen ó en el ano, y una sangría corta hecha al­gunas veces desde la invasión de la enfermedad, han producido buenos resultados, que todavía han sido mas notables cuando se han asociado á las pociones gomosas antiespasmódicas y antieméticas de Riverio.

El hielo y el agua gaseosa han obrado eficaz­mente contra los vómitos; y las lavativas de al­midón con láudano han moderado mucho la diar­rea en casi todos los casos.

Hay una observación bastante general de que en los casos en que la sorenteria ha tenido una fe­liz terminación, se ha trasformado en sorenteritis, es decir, que por la reacción que han desarrolla­do los tónicos, el cólera inflamatorio ha subseguido al cólera no inflamatorio. El doctor ierres dice que no ha visto curar ni un so!o enfermo en quien no se haya verificado este tránsito morboso; de donde resulta que el cólera inflamatorio tiene muchas mas probabilidades de curación que el otro, y que estas probabilidades están también en razón de la edad.

El doctor Serres concluye declarando que ha hecho estas observaciones sobre el cólera de co­mún acuerdo con el doctor Nonat, y promete que en otra memoria compararán el cólera-morbo con las epidemias de Goettinga y de Ñapóles que describieron Roederer, Wagler ySarcone, como también con las epidemias que han reinado en Pa­rís en diversas épocas.

El doctor Masuyer, profesor de medicina de la facultad de Strasburgo, escribió al Instituto pa­ra recordar que ya había propuesto el uso del ace»

TOMO III. 14

io6 tato de amoniaco combinado con la morfina para curar el cólera morbo.

La receta que emplea es la siguiente:

^ Cocimiento de regaliz, cuatro onzas. Acetato de amoniaco, media onza. Acetato de morfina, dos granos.

Tómese á cucharadas, dejando intervalos de una , tres, cuatro, y cinco horas, según el estado de los enfermos, al principio de los vómitos y de los calambres.

La carta de Masuyer se dirige especialmente á las análisis que conviene hacer para conocer la naturaleza de las emanaciones de los epidemiados, y de las alteraciones químicas que presenten su sangre y otros liquidos; y asi dice en resumen lo que sigue:

Se ha propuesto al Instituto que se analice el aire de Paris, y yo no creo que se puedan sacar grandes ventajas de este análisis; j)ero me parece que se podría proponer que se analizase el aire del cuarto en que hubiese muerto un epidemiado, y en el cual no se hubiese echado cloruro de cal. Tal vez se podria coger el miasma vaciando en este cuarto y cerca del cadáver que todavía estu­viese caliente, una campana de agua, enjugándola bien, sobre todo interiormente, y poniéndola al instante mismo en un baño de mercurio bien lim­pio y seco; se baria subir bastante mercurio en la campana para mantenerla fija, haciendo pasar des­pués á la misma una cantidad determinada de clo­ro seco por medio de un tubo con dos ó tres curvaturas, y elevándose casi por encima en su interior.

Entonces se tendria en cuenta el cloruro de mercurio que se formase, y tomando después mu­chas veces cien partes del aire contenido en la

107 campana con un tubo graduado, se podría deter­minar por la acción del aire, sobre una disolu­ción de nitrato de plata, la cantidad de ácido h i -droclórico que se hubiese formado, y se podría evaluar, si comparada esta cantidad con el cloru­ro de mercurio formado, representaba todo el clo­ro que se habla echado. Con estos datos se podría deducir: i? Si ha habido miasma: a? si este mias­ma contiene hidrógeno como todos: 3? sí se for-» maba un depósito en las paredes de la campana, ó si el aire restante contenia mas ázoe, para poder deducir que el ázoe, el carbono, y el azufre que se pegasea á las paredes de la campana hacian parte del miasma Scc. También se podría coger el cíanógeno que se hubiese formado, haciendo pa­sar el potasio por debajo de la campana &c., ó in­troduciendo en ella un poco de potasa caustica, y dando tiempo á que se hiciera la absorción: 4? En cuanto á la semeiótica y á la terapéutica de esta enfermedad seria muy esencial comprobar por me-f dio del análisis de la sangre de algunos epidemia­dos , lo que hay de mas ó de menos comparada con la de un hombre sano, como lo ha publicado un médico ingles, Iteid-Clany, y sí se encontra­sen en Paris unas alteraciones análogas y tan ma­ravillosas en la sangre de los epidemiados, serían muy preciosas para la etiología y la terapéutica de esta afección ( i ) .

( I ) LOS experimentos que deseaba el profesor Masuyer los ha hecho en Paris mi apreciable amigo Mr. Le Canu, ca­tedrático de Farmacia en la escuela de esta capital, el cual tuvo á bien comunicarme los resultados de ellos, y yo me apresuré á que se publicaran en varios periódicos científicos de f ans . No los trascribo en este lugar por no interrumpir la narración de todo lo que se ha hecho en el Instituto, y porque me propongo hablar de ellos con detención cuando es­criba la relación histórico-médica de la epidemia del cóle­ra morbo que se padeció en Pari» en la prímaTera del año dei83a. *

io8 El doctor Chanel des Andelis escribió tam-t

bien al Instituto para proponer que se inyectase en las venas de los epidemiados agua caliente sim­ple ó cargada de principios medicamentosos; pero este medio se había ya empleado en Polonia, y no produjo buenos resultados.

El coronel Moreau de Jonnés comunicó al Instituto una nota que acababa de recibir de Lon­dres acerca de la curación del cólera-morbo por medio de las Inyecciones salinas en las venas; y dijo que estas inyecciones hablan llegado hasta quince y veinte y cinco libras.

El doctor Guihert dirigió á la misma corpora­ción una memoria en ' la cual preconiza mucho los evacuantes, y considera esta medicación como muy eficaz cuando se aplica á tiempo, y como la única sobre la cual se puede contar realmente pa­ra arrancar los epidemiados á una muerte cierta. Desea que se adopte y se propage este método, por­que en su opinión disipa con prontitud y como por encanto los síntomas mas gravea de la epide­mia reinante, como son los calambres, los vómitos, la diarrea &c. En la exposición de esta doctrina tenemos que limitarnos á la facultad de simple iiistoriador de las discusiones médicas del Insti­tuto de Fi-ancia, y por lo tanto nos abstendremos de hacer reflexiones sobre esta hipótesis del doc­tor Guibert, y sobre otras mas inverosímiles to­davía que dirigió á la misma corporación el pro­fesor Masuyer deStrasburgo, de quien hemos ha­blado anteriormente. Dice pues este último autor, que el nuevo análisis de la sangre de los epide­miados que ha hecho el químico Thompson, con­firma plenamente las observaciones que habia he­cho guiado solamente por lo que habia publica­do Reid-Clany de Surdenland, y sus teorías so­lare este punto, según las cuales el miasma del cólera que obra directamente sobre la sangre, sa-

109 tura los álcalis de ella, y los trasforma en sales vivamente purgantes y eméticas, que determinan el frió, la cianosis, y todos los accidentes de esta horrible enfermedad, á lo cual contribuye tam­bién la alteración de la sangre en su parte crasa. Por todos estos vicios, añade, que le parece de la mayor urgencia apoderarse del miasma que satura los álcalis, valiéndose para ello del amoniaco, la morfina, el hidrógeno bi-carbonado y el éter acé­tica que le evacúan por las traspiraciones, al mis­mo tiempo que el ácido acético le separa de los álcalis de la sangre, con la cual circula después en este líquido como en el estado normal, en don­de los acompaña á menudo en razón de la pro­piedad que tiene de oponerse á la coagulación de la albúmina. Tal es el método curativo racional que preconiza el doctor Masuyer en su escrito. Si esta memoria la hubiese escrito un médico de Es­paña, y la hubiese enviado al Instituto, ¿qué ha-brian dicho los sabios de esta corporación de los adelantamientos científicos de la península? Paes esta es una muestra de que en Francia se escri­ben también cosas insignificantes y erróneas, y ella y otras muchas deberían bastar para que no estuviesen algunos en España tan infatuados con lo que se les presenta de los países extrangeros.

CIRUGÍA PRACTICA.

Litotricia. El doctor Costeüo dirigió al Insti­tuto una carta crítica sobre el uso del percutidor curxjo de martillo inventado por el doctor Hewr-teloup, y sobre los malos resultados que há pro­ducido este método en varias operaciones que; em­prendió dicho inventor: también habla de haber operado el mismo Costello con el mayor éxito giguiendo el sistema litotricio del doctor Civiale.

M doctor Fauchon volvió á recordar á esta

l i o corporación: las mejoras que Ha hecho en su métoi do litotriclo; y pidió que activase sus trabajos la comisión encargada de dar cuenta de sus preten­siones.

El profesor Felpean eonaunicó al Instituto la observación siguientede cirugía:.

Fístula de Id laringe curada con buen éxito por medio de una operación nueva. El enfermó de quien voy á hablar hoy á esta sabia corpora­ción, dice el autor, ha llamado ya la atención de muchas personas instruidas de la oapiíal; y ha-* biéndose reunido, la cirugía y la fisiología ^ara hacer algunos experimentos, á los que parece de-bia prestarse la herida del sugeto, se habló m u ­cho de ellos en varios periódicos durante el año próximo pasado.

Un mozo de edad de veinte y cuatro años, de nación flamenco, habitaba la Francia mucho tiem­po hacia, y queriendo quitarse la vida en el mes de Marzo de 1831, creyó ejecutar su designio cor­tándose la garganta en dicho día con un cuchillo. Collot, que asi se llamaba este mozo, bien consti­tuido, y que era curtidor de pieles, cayó sin voz y bañado en su sangre; pero tuvo muy poco des­pués la asistencia de un cirujano que detuvo la hemorragia y trató de reunir la herida con mu­chos puntos de sutura. La aglutinación solo se bizo hacia las extremidades, y en el centro de esta solución de continuidad quedó una abertura, por donde se podia introducir la punta del dedo, la cual tenia en un principio cerca de tres pulgadas de extensión. Al cabo de tres meses de supuración los bordes, que se habian disminuido una tercera parte , se cicatrizaron aisladamente, y desde en­tonces no volvieron á variar sus dimensiones.

Este enfermo entró en el hospital general de Paris á mediados de Octubre de j 8 3 i , y se confió al cuidado y asistencia del profesor Pupuytren;

J I I

pero avergonzado sin duda de su acción, el enfer­mo sostuvo primeramente que comiendo unas pa-* tatas con precipitación, se le quedaron detenidas en el tragadero, y que estuvo á pique de ahogar­se, por lo cual un cirujano le hizo en aquel sitio una incisión que no se habia podido curar con nada; mas como se le instase á que dijera la ver­dad , y como viese que no le servia de nada su embuste, confesó el hecho cual se ha mencionado antes. El doctor Bennati supo que este enfermo se hallaba en el hospital, y aprovechó esta ocasión de jx)ner en práctica las ideas que acababa de pu­blicar sobre las enfermedades del órgano de la voz, y rogó al profesor Dupuytren que le dejara hacer algunos experimentos con este enfermo, acompañado de los doctores Savart y Cagnard" Latour.

Al cabo de cerca de un mes de ensayos fisio­lógicos, el barón Dupuytren trató de cerrar la fistula de que hablamos, y para ello disecó sus bordes en la extensión de tres á cuatro líneas la­teralmente, los avivó en una dirección paralela al eje de las heridas, los aproximó, y los mantuvo después en contacto, por medio de cuatro puntos de sutura encrucijada; la reunión no tuvo efecto, y al quitar el aparato se notó que las agujas ca­yeron con los lienzos del aposito, y que hablan cortado los tejidos: sin embargo, como la llaga es­taba encarnada y celulosa, se creyó que en tenien­do la cabeza inmóvil y muy inclinada sobre el pe­cho, se conseguiria la cicatriz ; pero esta esperan­za salió frustrada, y el enfermo salió del hospital.

Después de haberse presentado en diversas consultas públicas, vino este enfermo al hospital de la Fitié de Paris el dia i.° de Febrero de i83a. Su llaga estaba callosa, rodeada de una cicatriz dura é insensible, y se podía introducir por aque­lla con facilidad el dedo meñique; ocupaba la l í -

n a neá media un poco mas á derecha que á izquier* da, y se hallaba situada entre el hueso hioides y el cartílago tiroides. El enfermo tenia habitual-^ mente cerrada esta llaga con un tapen de hilas; pero saüau por ella la saliva, las mucosldad^ de ios bronquios, los alimentos y bebidas, y esto sin cesar, á menos que no tuviese muy bajada la ca­beza. En esta posición podía hablar, aunque con una voz ronca y alterada; pero apenas apartaba la barba del pecho, ya no se oia nada de lo que hablaba, y los sonidos llegaban escasamente for­mados hasta la laringe.

No hay duda que esta llaga comunicaba á un mismo tiempo con la laringe y con la parte pos­terior de la boca ; y para convencerme de ello in­troduje por la boca el índice de la mano izquier­da hasta la entrada de las vias respiratorias, al paso que con la mano derecha introducía un tu­bo de goma elástica por la fístula. Con efecto, en­tonces reconocí que la epiglotis, levantada hacia la base de la lengua, y un poco echada á la iz­quierda , estaba despegada del cartílago tiroides en toda la mitad derecha de su raiz, y qufe asimismo era fácil desde afuera penetrar en la glotis ó en el tragadero; y como este enfermo no hubiese dicho que ya habia estado en el hospital general, es­taba decidido á hacerle la misma operación que allí le habían hecho, á no ser porque u a alumno de la escuela de medicina lo reconoció y me contó lo que habia sucedido. Entonces abandoné mí pri­mer proyecto, bien convencido de que no me sal­dría bien una tentativa que se habla frustrado en las hábiles manos del profesor Dupuytren.

Cion todo me costaba mucho trabajo renunciar á curar á un hombre tan joven, y que por otra parte estaba resignado á soportar todos los ensa­yos imaginables; y asi pensé en los diversos mé­todos ya conocidos, ó que pueden tomarse de la

i i 3 genoplástia; porque no hubiera servido de nada la cauterización sola ó combinada con la posición doblada de la cabeza.

Al principio me pareció que podia ser sufi­ciente el despegar los labios de la fístula trasver-salmente del cartílago tiroides antes de refrescar­los, y reunirlos como en la operación del labio le­porino: pero reflexionando un poco en ello fue fá­cil echar de ver que la nueva llaga hubiera he­cho perder por un lado lo qiae tal vez se habría ganado por otro. Despegar seguiída vez los bordes^ como lo habia hecho el profesor Dupuytren, h u ­biera sido por lo menos inútil, en razón á que de este modo, cerrada la llaga en su orificio cutáneo solamente, y por una capa de tejidos muy delga­dos, hubiera hecho que las materias mucosas ó de otra naturaleza, se hubieran escurrido de dentro afuera, entre las capas disecadas, á punto de im­pedir la aglutinación de ellas, y tal vez de ocasio­nar graves accidentes. Si el borde inferior no se hubiese quedarlo inmóvil ó inextensible por su in­serción en un cartílago sólido, yo hubiera hecho una incisión hacia afuera, á imitación de Celso ó de Dieffenbanch, á seis líneas de cada lado, para operar después la sutura. Si hubiera tomado una porción del derredor, atraída y torcida en su raíz fijando sus bordes con el contorno avivado de la fístula, me hubiera ofrecido pocas probabilidades de buen éxito; pues su laxitud, y el poco espesor que se le hubiera podido conservar debieron apar­tarme de esta idea , como también las dificultades para aplicarla de una manera conveniente,

Habia yo llegado á este punto de mis reflexio­nes, cuando me vino la idea, no ya de coger esta abertura, ni de hacerla un tapón, como se hace en las nances, los labios, y generalmente en la cara, sino de llenarla y taparla en toda su profun­didad con un verdadero tapón de tejidos vivien-

TOMO III. i 5

i i 4 tes. E l dia i i de Febrero de l83a practiqué la operación del modo siguiente: Corté un pedazo de una pulgada de ancho y de veinte líneas de largo, de la parte anterior de la laringe; le invertí de abajo arriba, y no le dejé mas que un pedículo de cuatro líneas de ancho, y le arrollé ó enrosqué por sU superficie cutánea, que se convirtió por este medio en central ó interna; finalmente hice con este pedazo un cono truncado, ó mas bien una porción de cilindro, que encajé perpendicu-larmente hasta el fondo de la perfoj'acion, que había refrescado en el momento anterior, y lo atravesé todo con dos agujas largas, terminando con la sutura encrucijada. La reunión se hizo de una manera completa por arriba; y al cabo de un mes ya no se veia el agujero. La voz se habia res­tablecido; pero de tiempo en tiempo salía un poco de materia por una hendidura oblicua, que se podia levantar con un estilete.

Aunque yo tenia un grande empeño en ter­minar una cura principiada tan dichosamente, la prudencia dictaba que no intentase nada durante la epidemia del cólera-morbo: por otra parte, el enfermo, que ya se consideraba casi curado, y que durante la enfermedad epidémica asistió á los otros enfermos del hospital, fue acometido del cóle­ra y logró restablecerse. Empecé á cauterizar con el nitrato de plata, y con los trociscos de miscio; pero sin ningún buen resultado, hasta que lo hice en aquella hendidura con un estilete caliente has­ta que estuviera blanco; apliqué, como la prime­ra vez, dos puntos de sutura encrucijada, que comprendían la antigwa fístula, atravesando todo el pedazo postizo; y lo dejé todo fijo en este esta­do con vendoletes de diaquilon, hilas, algunas compresas y un vendaje. Las agujas cayeron al cuarto dia, pero ya estaba hecha la reunión.

Esta última operación se hizo el i5 de Mayo;

i i 5 el aS ya estaba completamente curado; y hoy 18 de Junio, se puede decir que la consolidación de la cura es perfecta; el enfermo puede hablar, tra­gar y respirar, cuyas funciones le eran dolorosas mucho tiempo hace, y ahora las ejecuta como si no hubiesen estado alteradas, ó como antes del accidente. Yo no hubiera insistido tanto en Jos pormenores de este hecho, si le hubiera de con­siderar solo y aislado; pero me parece de tal na­turaleza, que puede generalizarse. El doctor /a-meson, cirujano de Baltimore, había ya hecho la aplicación de estos principios á la cura radical de la hernia crural, y según dice, con muy buen éxito. Presumo que ciertos anos contranaturales, algunas fístulas de la uretra, y otras perforaciones antiguas, se podrían curar de esta manera, y que este modo de maniobrar en la piel puede llegar á ser un recurso precioso en muchos casos, y cons­tituir una especie de broncoplastia, á lo menos tan ventajosa como las que se usan en la r ino-plastia.

Retenciones de orina. El doctor Leroy de Etiolles anunció al Instituto que aguardaba su turno de lectura para dar cuenta de una memoria que ha escrito sobre un nuevo modo de curar las retenciones de orina que se atribtayen general­mente á la parálisis de la vejiga, y que en su con­cepto provienen mas comunmente de la hinchazón de una parte de la próstata ó de toda ella. Refiere muchos casos de curaciones que ha conseguido en­derezando la uretra,y comprimiendo la próstata; y otros en que no se ha alcanzado nada con estos medios, ni con las sondas permanentes, lo cual sucede especialmente cuando el tumor es firme y tiene pedículo, como una especie de válvula mo­vible en la abertura vesical de la uretra. Para es­tos casos el último recurso es la ligadura, y el au­tor ha imaginado un aparato nuevo para ejecu-

i i 6 tarla, cuyo Instrumento puede servir también pa­ra atar diversos pólipos, y con particularidad los de las fosas nasales.

ANATOMÍA.

Indagaciones sobre la glándula tinto. El céle­bre cirujano ingles sir Astley Cooper ha publicado una obra interesante sobre esta glándula, y la pre­sentó al Instituto de Francia, el cual encargó al profesor Dupuytren que diese un informe de ella, lo que hizo verbalmente poco mas ó menos, como sigue;

Aunque hace mucho tierno que los anatómi­cos se han ocupado acerca del timo, falta todavía mucho para tener ideas fijas, no solo sobre los usos de esta glándula, sino también sobre su es­tructura. Estas razones determinaron al doctor Cooper á publicar la obra que ha enviado á esta corporación, habiendo dibujado en estampas con el mayor cuidado las diversas preparaciones que ha hecho.

El autor empezó á examinar la glándula timo en los animales que tienen este órgano muy des­arrollado, como el becerro, y después la examinó en otros, hasta que al fin llegó al hombre.

El timo se baila cubierto exteriormente con una membrana celular floja, que le fija á las par­tes inmediatas, y concurre á mantener reunidas las diversas porciones de esta gándula conglome­rada. Por debajo de esta primera cubierta se en­cuentra un tejido reticular que entra en la com­posición de ios lóbulos, sirve para unirlos unos con otros, y para juntar entre sí sus diversas partes.

Ademas de este modo de unión hay entre los diferentes lóbulos un vaso de comunicación, que está formado dentro de una membrana mucosa.

"7 Un aparato ligamentoso atraviesa el centro del

t imo, y une de una manera sólida los diferentes lóbulos, al paso que ofrece un sosten á los vasos nutritivos y á los de comunicación.

El timo se compone de un número de lóbulos de diferentes formas, mas distintos en los ángulos de la extremidad superior que en la parte media.

Cuando se cortan estos lóbulos se ve en ellos primeramente una masa pulposa, sin organiza­ción distinta i pero si se hace de antemano una inyección con alcohol, se descubren en ellos mu­chas cavidades bastante grandes, por las cuales sale con abundancia un líquido lechoso.

Cada lóbulo se compone de una gran cantidad de celdillas secretorias juxtapuestas, cuyos orifi­cios se dirigen hacia uno ó muchos receptáculos internos forrados con una membrana mucosa muy delicada. Cada receptáculo está unido con los de los otros lóbulos por un vaso de comunicación, el cual está rodeado de una porción de la glándula misma. Este vaso central es muy anfractuoso, y de consiguiente es muy dificil inyectarlo de un ex­tremo á otro.

La suma trasparencia de las membranas que forran las cavidades de que hemos hablado, es un obstáculo que impide percibirlas con claridad; pero el autor dice, que cesa esta dificultad, cuan­do se endurecen y se vuelven opacas por medio de una inyección de alcohol, á la cual se puede añadir una disolución de alumbre ó de sublimado.

El doctor Cooper ha logrado inyectar perfecta­mente con cera encarnada todas las cavidades y los vasos de comunicación. El timo recibe sus arterias de diferentes partes: las de toda la mitad inferior provienen de las maxilares, las de la porción su­perior vienen de la carótida común, menos los ángulos superiores que reciben sus vasos de la ca­rótida externa y de la arteria tiroidea superior.

118 Por lo que hace á las venas, las de la initad

superior van á las mamarias internasv y las de la' otra mitad se dirigen á las venas yugulares y t i ­roideas; pero la mayor parte de la sangre de esta porción superior la vuelven á llevar dos venas particulares que se encaminan á las yugulares in­ternas.

En cuanto á los vasos absorventes con la in­yección se descubren muchos de ellos; pero hay dos principales que toman su origen hacia las' partes superiores, y van á derramarse por uno ó muchos orificios en las venas yugulares , muy cer­ca de su unión con la vena tava superior.

Ei autor dice que estos vasos sirven para tras­portar á las venas el líquido del timo; pero aun­que su capacidad es tal , que se pueden inyectar' con cera, por su estructura podrían considerarse mas bien como vasos absorventes que como cana­les excretores: porque en efecto, un conducto ex­cretor se halla generalmente formado de dos mem­branas, una exterior muscular y otra interior se­cretoria, la cual no presenta válvulas sino en el punto de su terminación, y los vasos de que es­tamos hablando, aunque anchos, son trasparentes y están llenos de válvulas. Ademas, cuando se in­yectan con mercurio las glándulas linfáticas que se encuentran con mucha abundancia en la su­perficie del timo, la materia de la inyección pene­tra inmecliataraente por vasos pequeños en los dos grandes de que hemos hablado, y lo que prueba tambiem que estos son los vasos absorventes ver­daderos, es que no se les puede inyectar al revés, esto es, dirigiéndose desde la vena á la glándula.

El doctor Cooper llama á estos vasos conduc­tos absorventes del timo, y los considera como destinados á trasportar á las venas el fluido que segrega esta glándula. Si se diseca dentro del agua el timo del hombi-e, después de haber destruido

119 las adherencias que forman los vasos sanguíneos, se encuentra: i? que la glándula está formada de dos partes distintas y unidas solamente por el te­jido celular: a? que cada mitad forma un rosario ó sarta, ciiyas cuentas se ven representadas por los lóbulos,secretores, y el hilo por los canales de comunicación: 3? estas cuentas se hallan dispues­tas á manera de espiral que se extiende desde la parte superior hasta la inferior de la glándula: 4? la glándula, tiene un receptáculo que va ser­penteando, forrado de una membrana mucosa, y cubierto por defuera con los canales de comuni­cación que sirven para formar su pared externa.

El fluido que segrega el t imo, presenta una composición que se asemeja mucho á la de la san­gre, y el autor se inclina á creer que el uso de la glándula es separar de la sangre de la madre un fluido que entra en las venas para servir á la nu­trición, como lo hará el quilo después del naci­miento.

Sindesmogrqfia artificial. Un cirujano de Viena \hmado fFatman, ha inventado un modo nuevo de reunir las piezas del esqueleto humano, sustituyendo á los diferentes ligamentos que unen los huesos en el estado fresco, unos vendoletes elásticos dispuestos de la misipa manera. £n un esqueleto preparado de esta suerte se puede de--mostrar con la mayor sencillez el mecanismo de las diversas luxaciones, y estudiar las nuevas re­laciones que toman en este caso las piezas que concurririan á formar cada articulación en el es­tado normal.

Obstetricia. El doctor Saudeloque, sobrino del célebre comadrón de este nombre, dirigió de nuevo al Instituto el instrumento que ha inven­tado para desmenuzar dentro del útero la cabeza del feto muerto en el caso de parto laborioso. El autor ha modificado este instrumento, disminuyen-

l ab do 8u longitud y su peso. Antes tenia una rama \einte y tres pulgadas de largo, y la otra veinte y un grados y medio, y ahora ambas son iguales, esto es, que tienen veinte grados y medio: su pri" mer instrumento pesaba ocho libras y cuatro on­zas, y el modiñcado solo tiene seis libras menos una onza.

QUÍMICA.

Acido hidrocidnico. El señor Serullas dio un informe favorable sobre la memoria de Mr. Pe-louce relativa á la trasformacion del ácido hidro-ciánico y del cianuro en amoniaco y en ácido fór­mico, y ha deducido de sus indagaciones los co­rolarios siguientes: i? que la combinación del áci­do fórmico con el amoniaco (formiato de amonia­co) la representaba exactamente el ácido hidrociá-nico unido con tres átomos de agua: a.° ha trata­do de ver hasta donde podia extenderse la obser­vación de Kuhlmann, según la cual, este químico ha averiguado que la acción de los ácidos sulfúrico é hidroclórico sobre el ácido hidrociánico daba orí* gen al sulfato y al hidroclorato de amoniaco.

A pesar de los elogios que hace el informante de la memoria que ha examinado, añade: el ácido acético que se nota en la descomposición de las materias animales tratadas por los ácidos, ¿será tal vez el ácido fórmico? como los ácidos fórmico y acético se distinguen con dificultad por sus propie­dades físicas, ¿ se habrá tomado acaso uno por otro? Para resolver estas cuestiones seria necesario vol­ver á examinarlos de nuevo, fundándose en los caracteres químicos de este ácido procedente de las materias animales descompuestas.

Acido iódico. En la misma sesión leyó el refe­rido informante la nota siguiente sobre este ácido: habiendo sabido por Mr. Mitschertich que se ob-tenia el ácido iódico, tratando el iodo por el áci-

j,a'i do nítrico, traté de someter d iodo á la acción del ácido nítrico en exceso é hirviendo en uha t e -tortá con su recipiente, y después de haber echan­do mucliai veces- en la retorta (en donde-queda en gran parte el ácido nítrico), ql iodo que éte volatiliza casi todo con mucha prontitud, lo ptlse á evaporar todo en «na cazuela ^de porcelana has* ta la decoloración. El residuo, secado poco á poco, presentó bastante4<^ido iódico,' para probar que se p adía obtener por este medio. Por t»nMgHtente ^Mr, ^«rullcute6 de¡opiniori¡queiel)ácido 'UStridOi ctíflí-c'jntradoiy saturado' dcdeutóxido de qzoe,' darla Un resultado todavía mas satisfactorio, y asi' lé echó en una cápsula coa el iodo, y puso á calen­tar la mezcla liásta 'c|ue desaparecieron los vapo­r a , rjíJ^^ti^s;, ji.pOr este m^io»ol¡)t»v©(#pf,algu­nos minutos janasíoantidad.muiyijgriande ¿de, ácid» iódico en pequefjísimos (jrisule^ brillantes. Este experimento, ya se echa de.yer que se.haría mejor en una retortai —

Jgua oxigenada. El barón Thenard comuni­có algunos pormenores Sobre la preparacióp del agua oxigenada que hace neutralizando los efectos «el peróxido de manganeso, y añadiendo un poco de ácido fósiorico al ácido hidroclórico de que se ^al^ipara disolver el perecido de bario. El ácido tbsfórico se une con los óxidos metálicos, y les im­pide que descompongan él blsóxido de hidrógeno; cuan$Jo el líquido está saturado y preparado de la manera ordinaria, basta añadirle despMes una cafif |id^d conveniente de sulfi jto dciplata, ó a.ujpisá ae quiere, un exceso de sulfato,de^protóxidp.demcjr^ curio, menear el líquido algún tiempo agitándo­le , y luego filtrarlo.

Cloruro de azufre. Mr. 2?Mmas presentó üria memoria sobrevestas ¡eustaucias; y esté celebré qíif-micty-dítie que, I%< /tej?)i«^ • fue-e l priralB*rÓ "que hizo-éft'i8t»'a la cómiá^^cion del tibiad ^ ^ ¿ 1

TOMO III. 16

I aa azufre, y desde esta época se ban ocupado acerca de este compuesto, que unas, veces es rojo,)y otras pajizo,,los .químicos j8erí^ío/Zeí, el hijo, Bacbola, J)avy,Mefíryt.JÍQse y otros,>loa cuales no reco* Dociája ttma quQ una sola especie de <;loruro de azufre,, y.. el últtnao, de estos. autores.. sostenían la opinión de que el cloruro.rojo«mbebia una por­ción excesiva de cloro. .

. Mr^ jDumas hizo nuevos experimentos, y tra>r tó de resolver el problema: después de haber ob* tenido J03 dos cloruros, pajizo y rojo en «u mayo» estado de puiieza^ los analisó y presentó los resut^ tados siguientes:

IP Cloruro pajizoí ,

i Seg«n esté químiéo se "tfebeí considerar tírtá •tistancia cG«a»oíuici prótoclórtiro de «zufre..' . . ' .; . ' 1 a t o r a . . . . . . . ao i , i 6 47,6 cloro . . . . . . . I i d . . . . . f . . . aai,3a 5a,4

: : 4aa,49 100,0 ,ó cónió tin,cbfflpi:>e8tO;4e ;. • í ydlumehdevaporde j /

a z u f r e . . . . . . . . . . a,ai8/ j i volumen de I id. de cloro. . . - ^ ^ • 2,440) --" ( protocloruro

4,658) { 4,658

'Esta •ustancia áche- coniíiderarse cómo ún bi­cloruro compuesto de ^ azufre.. 1 á t o m . . . . . . . a o i , i 6 3i ,a doro . . . . . . . a id 443,64 68,8

' ' 643,80,. ; Ioo,<> ó conao un compuesto 4 * J , '" -i volumen de vapor de ] - / 1 yolum^ñ de

4z^fr<?.. ,„ *. ...*> .1,109133:1 .^apgaf.de bi-j id. dfi CIQI^. f , , . , . . a,44o \ , l{ , «^oruro. - <

ia3 - El bicloruro corresponde áli'ácWo hiposulfn-roso; pero el protocloruro no' se refireá ningún compuesto conocido del azufre con el oíxigend. El autor ha descubierto que estos dos cloruros absor­ben él gas amoniaco, y por ^ lo tanto se trasforma uno de ellos en un polvo purpúreo qué se pro» pone estudiar mas adelante. Este trabajo se inser'» tara en las memorias de los sabios extrángeros.

^.ACADEMIA REAL D E MEDICINA DE PARÍS ( i ) .

- MEDICINA PRACTICA. :

Colera-morbo. En la sesión del 3 de Abril pi­dió el doctor i )e ¿eres que se dedicase toda ella á >oir laS'comunloaeiones que tenian que hacer muchos -socio»'relativamente á la explosioni del cdlera epidémico en Paris^ El doctor More, pri*» ioer médico del Rey de Francia , tomó k palabra y dijo: que un hombre empleado en las cabalJerizs* reales fue acometido de la enfermedad el día antee con todos los caracteres del cólera indiano, falta de pulso, manos lívidas y.frias,, calambres:&c., á consecuencia de una diarrea que habiaidesGuidat do por espacio dcvochoidias: se le.hizo una «an^ gría, en la ci^l salió; la-sangr^ioaníinuchadifi* cuitad; pero al fin se 1»asacaron(ticho oñ»i8.i£l doctor J^arcqreyp oportuno repetir la sangría, y para evitarlas dificultades, dedaipriraeraj. hizo que se le dirigiese al enfermo vm clrórro de>vap(xi á la.región del «orazoo, y á'la acfi¿ria axilar», éon> lo cual saltó la sangre fonba«tasitb'fuer4^;.despBeft

(O. Mis lectóre* rio extrañarán que el resumen de i stfr a.° trimestre »e» larga^puepicomprende toc^,^ perAfldqidf la epidemia que se padeció en Paris, y he creidiíj á, yropósi^' to decir todo cuanto se Labio eü la AcadeiSiaV fiorque es nfi* conjunto de documeritos oficiales muy interesatités'pata''!(*' que qoierao saber á fondo la lústoiía del teólersMBOirbo^'

i 24 de la sangría el pulso; se «lesró un. poco y se admi­nistró al enfermo el opio y el íamoniacb; la reacción se estableció, y el enfermo caminaba á la convales-cencia. El autor de esta observación opina que en semejante caso podria ser muy útil emplear el me­dio que le salió tan bien para reanimar la ciircola-cion y hacer que la sangríai fuese provechosa.

El profesor Delpech, con niotiyo de una car­ta del doctor Scipion Pinel, inclusa en la corres­pondencia de la Academia, volvió á hablar de la opinión que manifestó en la última sesión, relati­vamente al sitio y á la naturaleza del cólera. No trata de revindicar la prioridad de esta opinión, pues que en su misma carta Finel refiere los sín­tomas del cólera á una irritación del sistema ner­vioso ganglionario, y que dijo habia encontrado en la-autopsia cadavérica infiltrado el nevrilema de los ganglios semilunares, y es fácil concebir que la mas pequeña afección, y aun la mas su­perficial de unos órganos tan importantes pqede bastar para explicar grandes desórdenes en las funciones. El ilustre Delpech insiste ademas en una observación que leyó á la Academia, cuyos puntos principales son: que un niño de nueve años fue acometido de un cólera intenso, y que se alivió con la sangría después del primer dia; sin embargo persistió el dolor epigástrico (que el au­tor refiere á de afección de los ganglios<y del ple­xo solar ) , y no pudo ^continuar la mejojría, pues el niño cayó en un colapso completo, y murió al cabo de cinco días. En la abertura de su cuerpo se encontró el plexo solar gravemente alterado y convertido en una materia roja y fungosa. En este «nfermo fue muy manifiesta la alteración de los ganglios, porque la enfermedad fue bastante lar­ga, mientras que en los casos mas comunes, en que el enfermo muere en pocas horas, las lesio­nes materiales son mucho mas ligeras y no tan

aparentes. Por otra parte, la inyección y el color lojo caracterizan un trabajo inflamatorio, porque la coloración y la inyección de toda la región pos­terior de] abdomen y del tronco, que verdadera­mente son pasivas y cadavéricas, son negruzcas: finalmente, en Alemania se han recogido.muchas observaciones análogas á esta. El profesor Boui-llaud replicó que en el hospital de la Pltié habia hecho treinta aberturas de cadáveres, y no habia podido comprobar la alteración capital menciona­da por Delpech, ni descubrir nada irregular ex» el sistema nervioso ganglionario, y especialmente en los ganglios semilunares: por lo que hace á la curación del cólera, los resultados obtenidos en el referido hospital no presentan ningún funda­mento positivo. Iba á cerrarse la discusión; pero Mr. Deslongchamps pidió que quedase abierta en lo relativo á la epidemia de París, por la urgente necesidad de que los médicos de la capital se ocu­pasen en ella , en atención á que en el noveno distrito había ya trescientos sesenta enfermos, de los cuales las nueve décimas partes por lo menos tenían el verdadero cólera, débil ó intenso. Sin embargo, se le dio la palabra al doctor Bourdois para que leyese una carta de Mr. Delmas relati­va á la epidemia de Londres. En ella se decia que la enfermedad se propagaba en la capital de la Gran Bretaña por el abuso que hacen de los calo­melanos, la mostaza y otros estimulantes, los mé­dicos ingleses, sin que bastaran para detener los progresos del mal las tentativas de inyecciones en la vejiga, y aun la trasfusion de la sangre de una persona robusta á otra epidemiada. En Londres se sirven para calentar las camas de los enfermos del colera,deuna lámpara alcohólica, y aun suelen po­ner encima del lecho una especie de colchón de pa­lastro ú hoja de hierro que se puede llenar de vapor de agua caliente. El profesor Dumerü dijo que ea el

'ia.6 hospital que está á eu cargo, empleaba para ,el mismo uso una cápsula de alcohol inflamado que 86 metia en la caraa,ponléndola encima de un la­drillo ó de un pedazo de pizarra, y teniendo le­vantadas las sábanas con unos arcos.de caña, ó de madera. . . , . .

£ n el mismo instante llajnó la atención de la Academia eldoctór DouJble, para que á propues* ta suya se dijese al ministro del Interior, se pro­hibiesen todos los pretendidos preservativos con que los charlatanes estaban sacando buen partido del terror público en a q u ^ momento.

El doctor Petit leyó una observancion que no habia querido comunicar antes á la Academia por no alarmarla, y ^e referia á uri caso de cólera-mor­bo que observó en el mes de Febrero de i83a casi al mismo tiempo en que se habló del ruidoso casó deí la calle de los Lombardos. Una señora de edad de treinta y cuatro años, y de una constitu­ción sanguíneo nerviosa, se hallaba un poco exte­nuada porque criaba á un hijo suyo can mucho trabajo aunque estaba bien acomodada, la aco­metieron en 21 de Febi-ero á las seis de lá mañana dolores violentos en el vientre y en la espalda, á los que áe siguieron muy luego vómitos blancos^ y espumosos, y evacuaciones ieritrales, en una de las cuales.k enferma cayó en síncope, siendo de advertir que hattia -«toFoiido pacificamente -toda la noche. El autor qiie refiere este caso llegó hora y media después de la invasión de la enfermedad, y observó los fenómenos siguientes: postración, sem­blante pálido, labios morados, Frió glacial en las extremidades» pulso miserable q'ue desaparecía ái comprimirlo, desmayos al írtenor' movimiento'y óbnvulsioiles. Mandó aplicar sinapismos y hacer fricciolies con un linimento que tenia landanb'y amoniaco' y recetó una bebida antiespasmódidá itíoñ el vino de opio. Al fin del segundo dia cesa-

127 ron los dolores (y. los accidentes 'graves, pero el vientce se quedó dolorido: la menstruaéion se ma­nifestó el d ia ia4, y e l ^7 la enferma entró eA plena convalecenGia. EK buen éxito qye tóvo este méjtodo! excitó al 'doctor J^étit á emplearle en. el hospital ^general;icoit los» eiifermos •• epidemiadc»; pero ha sido, á menudo infriwtuoso. Pbr coníi-guiente, guiado por los buenos efectos que obtu­vo en un caso de tétanos con las fricciones irritan­tes eo todo lo largo, del espwnaza,iy considerando el cólera^morbo. como nna >e]»ieniMda(iiesie$»ciaI-mente.: espasmódica y convulsiva^ se decidió á juntar con los medios indicados el uso de un li­nimento hecho de la manera siguiente: '•

^Aceite esencial de trementina, umaionza. i. jlmoniaco líquido, una draCTna..' '

Se empapaba en esta nrixtura^una compresa lar­ga de bayeta, y la ponía encima de la columna vertebral; cubríala con un lienzo mojédtr:eh agua callente, y luego frotaba todo esto por espacio efe diez ,i][iinut08 con un hierro de aplanchar la ropa bien caliente. Debo enfermos que entraron en las salas de eigt;e médico,!iy).que se hallaban fen un es­tado jpjjy grave, á punto de temer que muriesen en ejt^mi^mo.dia, se, les tdetjQ vieron (los accidentes con.jestas. fricciones, y en todos se manifestó una reacqion moderada que dló esperanza de curación.

El doctor Bally empleó al principio de la epi­demia el,.sulfato de quinina., porque en su opi-nior\,aQÍp)ilaba..el cólerarmorbo á la fiebre per-nicipíg colérica,,descrita por Torti, y los tres en-fernípp^,qi;ie trató de esta manera murieron rá|)i> vam^t^,Después ensayó el cpió , .y no.fue mas feliz,,COftW^., medicación que con la primera, pue^ determina fácilnaente un. aletacgamiento fu-;ciesiq, Ln^ingicís. h«:ba ntuy al. pñocipid sólo ali-

i a8 vio .á un enfermo , el cual no salió por elía de su peligro , y los vómitos no produjeron tampoco grandes resultados; el aceite de piñón de Indias (crotón tigliumj que se dio á varios enfermos con el fin de que echaran las materias que se encuentran luego acumuladas en el canal iiitestinal, produjo vómitos, pero no obró como purgante: finalmente, los enfermos que tomaron baños de vapor murieron todos, por lo cual el doctor Sally tuvo que limitarse al uso del agua helada interiormente, y al de calentar el cuerpo con una lamparilla de espíritu de vino dentro de la cama, como hacia el profesor Dumeril. Tam­bién sometió algunos enfermos á la electro-pun­ción, por medio de una pila galvánica , cuyos h i ­los .conductores estaban en contacto con agujas in­troducidas, en las regiones cervical y lumbar, ó en la región epigástrica, y esta pila sola produjo sacudimientos generales, y un poco de elevación en el pulso.

El áoctOT Biett, médico del hospital de San •Luis, ensayó con algún éxito los chorros de va-»por á 39° tomados en un cuarto poco espacioso, cuya temperatura sube rápidamente á 34": este medio provoca una reacción pronta, y de los seis enfermos en quienes se aplicó, solo murieron cua­tro , y los otros dos dan todavía algunas esperanzas.

El doctor Gerardin fue al Norte á estudiar ei cólera-morbo, y llevaba la opinión anticipada de que esta enfermedad era análoga á las calenturas perniciosas; pero tuvo que renunciar muy pron­to á ella, en vista de que el sulfato de quinina no produjo el menor efecto ventajoso. El opio se empleó muy á menudo como base de la curación: los baños no fueron muy útiles, ni la sangría tampoco; y con los vomitivos se lograron algunos buenos resultados. Este autor vio con asombro que en S. Petersburgo particularmenteme jorabaft

"9 . , . loa enfermos CMi «1< emético ¿ el cual «uspíehdia lá d i a r r ^ , y 'rejirodacia ¡ el caktr exjtei-iOi*.' En -V^rtk de Austri» áe empicó con muy bdien éxito !lá^f*éi cacuana en polvo i pudiendo decirse íjoe el cóle­ra morbo presenta! en general tres fenómenc* ca­pitales, á raber: las evacuaciones, la suspensión del fwaíso, y el enfriamiento del cue#p6, y uno» experinnentos'muy curiosos han daídír á C^tiOceF que esta enferiHedad podiá bajar la téraperátufáf de lom miembros inferiores haéta 14° mientras que , según afirma Carrie, en láa lipotimias di9(í fuertes nunca baja'mas allá de los aa®. Todos los epidemiados eji quienes se notó la tempci-átmrá mas abajo del i'9° murierotí, y á los qué »fc lé dio la ipecacuana se les notó que subió la tempe­ratura exterior del cuerpo de 4 á 5° ; mas'como todos saben que la calorificación se halla bajo el iaf|ujo dql sistema nervioso gangliOnarió, es pro^^ bable que proVinici^e tosté resük^do de láf accibü de la ipecacuana. Eri lá curación del cólera son preferibles generalmente las bebidas frias á Jas ca­lientes, y en Viena se lograron buenos resultados con las bebidas heladas y la ipecacuana, después de haber abandonado el opio. En S. PetCr^bürgd «e ensayó la i eiectrieidad, y no prodnjb bin^uri efecto; no sucedió asi con la saúgría, pUeslieclia en tiempo oportuno díó algunas iretttajas \' pérb es preciso aguardar para ello á que se presente el momento de la reacción, porque al principió dfi la epidemia én el estado de colapso en qué cáérf

los enfermos es enteramente inútil y aun perju-» dicial.

El doctor Cornac, guiado por una carta qué recibióiite ¡VieaaT, erl la que le celebraban los btie*. nos rfectqsde^iaítpeCacúana. administró este'iré-' medio en el l io^ital del Gros-CailJóu en Pái-Ulí muchos entermos qwe se le presentaron con lof pródromos del cibera, como malestar, fatiga, de».

TOMO IIL in

13o vanciciaiiento, boi^borisniQ etco y en todos pro* ^UJo .vópilto»; popioaoa, c0n j, la < óoal« cree que tal v ^ se preservaron denla enÉwipedád epi<¿naiea.

£1 ilustre Delp&ih insistió en la necesidad que hay de distinguir bien los períodos de la en­fermedad para poder establecer mejor la indica­ción, dé italt fl.cu?l agente; terapéutica Losmédi»» i;cis ipglesea^^ atenea poca edad>que.han estado faJosparagesidonde hacia eMragos la epidemia, como estaban obligados á conformarse con el plan curativo que les habia trazado el colegio de mér dieosjdic^¡Londres3 prodigábanlos estimulante», la gicpiepta, embeba,¡el gengUsTe - la goma-gutai, lo» calomelanos, etc. V syg enfermos) caian inmediata* mente en el colapso, y los diversos medios que empleaban para recalentarlos y reanimarlos, co­mo el accetarlos en un colchón de palastro lleno 4e .Yiappr de agua caliente , solo «ervian ¡para que muriesen roas propto» agravándeile» la asfixiaique ya tenian. Es necesario distinguir en el cólera, prosigue este autor, cuatro períodos principales: Iq^ prfiílfPO^<>^'»i^'^f^°^^ los cuales se manifiestan |a ¡diaJTTea y los dolores epigástricos, el período ^li^fivgcuaciqn^s y del color azUladb en la piel, ejtcp^qpío,,y Juego ,1a reacción febril-con tenden­cia á las congestiones viscerales; y es evidente que los medios curativos no deben ser los mismos en estas.diversas/ases de la Lenferm^'lí'd. Él opio pue » de /¡j^.^fil-jCR; elijpriine.r, tperiodoUpero sedebe dar eii {)equeíia»;dósis-iÉQ>eil:«egundo,período sé pueden dividir los enfermos en dos clases: en unos se pone la cara aplomada, el pulso desapa-leoB^y.la sangre j ^ sale cuando se -.picailaúvena; y,,é» ptr^psj^l,pql«>;se. coqaerva.,!el semblante no ?e «ítp;;^ ppr,ofqnd?iroenti8, .y entonces se puede éioi ce? la pangría,;la cual produce porJfo ¡regular una reacción. J ja mostaza se ha dado á joe enfermos de la primera clase, y con algi^na meJQvia, como v o

inltivo. En el colapso los sináptáiuos y los meéíOs caloríficos han sido mas nocivos que provechoeos,

Ír no han hecho mas que gastar la poca vida que es quedaba á los infelices epidemiados: sin em­

bate/stgunasv^^éfe se ha podidoi provocar un& reacción con lavativas calientes introducidas á;¿Pán distancia en el intestino recto por medio de una cánula larga de goma elástica. El opio, general* mente hablando, es perjudicial, y produce con, fe-•«ilid^d tos SíííJtdeBtefei deJ ft4iFC6t'Í9(*K>i Iqttei sobref vienen en el período de la reacción. Taaipocí» ofr«-ce ningunas ventajas el mercurio dulce; y la san­gría es útil en el período de reacción, y en la se* gunda clase de los enfermos-del segundo períodoi.

El doct9ri?óc/M)M.tí insiste ven q«e siendo líWt'y •gravé al principio lai enferínbdad' epidéibicá,; el •níuy pr^ba&le que"se obtengan mejores resultados «ti una época mas adelantada de su marcha, lo cual quedó justificado por lo que hemos visto después hasta la cc^cion cottipl^ta de la ep>d«miac también kñadió, que es fácil recalentar los enferme» qtte ta«a enel«olapso; pero por d^graciaestoao le? quita de morir, como ya be ha notado en 'el hos* pital general. En el de Bicetra se abrieron dos epi­demiados que habían muerto después que se lo* gró recalentanlos, y no !presentaiusn¡ absolutaiaent* ninguna i<»ion enteHineiná n'erViók>'gangUóilaria. - Eh la sesión siguiente (del lo de Abril) se le* yeron muchas cartas, en las cuales se proponían, como remedios preservativos ó-curativos del cólc^ ra , el «ctracto de \gui) de encinai, los poivoside carbón y de «pío, la inspiración <del ga» ox^sno, y otros. El presidente anunció,¡que el doctor Ze^ roua:, antiguo decano de la facultad de medicina, había muerto víctima de la epidemia reinante, en 8U propia casa, en la que ya habían muerto antes Otras muchas personas d t ia tokéam eGtüerGbedad A i» comUion d6 la epideniiia «e> a^cpxaotlbmmuiu»

13a 4^ue habían estudiado esta enfermedad ett el Nc«r-te ; y se decidió que mientras durase esta plaga en Paris, la AcadenVia se ocuparla de ella exclusi-vamente.:Q>n éste motivo el doctor Peút dio ^nen­ia de los respltíidos de la terapéutica que indicó en la sesión, precedente; y dijo," que. había; curado con su método á cuatrO'enfermos que habían lie-gado al período de asfixia; y que otros que daban 4I griaciplo algunas esperanzas babian muerto des­pués, ó se hallaban en un estado muy grave y atíá-logo al tifo., V I • /

El doctor Thouret leyó una memoria sobre un nuevo método curativo, que consiste en hacer ins­pirar á los enfermos el gas oxígeno, y dijo en r e -«áa»n : que la analogía que hay á'.eui.paí-écér én­t re los feáiómenos del cólera gra,v«» y los de la as­fixia por el ^ 9 hidrógeno sulfurado, le había su ­gerido la idea de ensayar en sus enfermos la ins­piración del gas oxígeno por*medio de un tubo dispuesto de tal manera, que el aire espirado por el paciente no pueda mezclftilieá qada.!veí(Cóij.el gas qu« ha de inspirar. Un epidemiado que entró en el hospital de Sdn Luis, en el mas alto grado del período de la asfixia, se reanimó repentina­mente con la inspiración de cuatro libras de gas oxígeno, y al poco tiempo entró en contalescénr m . E l doctorf^kít dijo, que efectivamente él ha­bía enípleado lo mismo en otro enfermo del; refe­rido hoepitali, el cual se reanimó momehtát^ameni-Ée con la inspiración del gas oxígeno; pero que murió una hora después del experijmento. Taihbien anunció otro socio, que estos ensayos se habiaa heóho ya en Berlin; pero que los méflitóóa tuvie­ron que abandonarlos por su ninguna «ficacia. t

El doctor .ffoí-Aoua; habló de la inutilidad'de lo$ preaervativeeque se estabanpreeonizaíodQbiQOr Ai(^>elalea«lf0r, el «loro 8cc.; y t ao^e i t <Jijo ¿igo del modloüridículQ que„ipropow'uñ. médií», d*

i33 qtie ge sacudiesen las piiasnia&del qólesr^ é,tíiJttC|-nazx)s. . •:\ ^ ' •.' '

El doctor Itard añadió, que los cloruros, no solamente son inútiles, sipo que puedeU) llagar á -ser perjudiciales; pt)es el cloro infesta el airíi,«Hir chas- veces en.lt^gar de desinfectarle; y ha ¡vi^to una señora, que hacia diez años se hallaba libre de una enfermedad del corazón, que se la solvie­ron á manifestar todos los accidentes de esta en-iermedadpbr haber dejado.que se e^íbaJara el dch ^rovav^ho tiempo en s» cuartQii^.yiütra pjCFSo a, se 4)alló,acometida por la misma causa de una violenr td angina de pecho. El doctor Marc insistió en el mismo punto después de haber notado como d€ paso, que un médico, cuyo ri^mbre calló^ tuvo la osadía de pedir una audiencia al Rey de Fííanr cia para pedir á S. M. que mandase tirar cañpníir TXfB contra la epidemia. El icloro difundido en un cuarto de dormir ocasionó en un, niqo-uua afec­ción catarral muy grave; mas cp^ tado, es preciso no negar las propiedades desinfííctantes. ^ . ¡ ^ t ^ agente, empleándole de un modo conveniente y con prudencia.

El doctor Renauldin dijo, que á los princif píos de la epidemia se emplearon las inspiraciones ide gas.oxígeno en el hosjá.tal deJ .eauic>i: ea.V^fWi, .y q u e o o , tuvieron biiein(>ai!e«ul^a4<>^Á!y,i^l49>éT ¡dico se cree apoyado suficientemente en cuateut» autopsias que ha hecho para decidir que la natUr raleza del cólera-morbo está conocida, y que esta «ofermedad es nmgastro-enterkis de las, roas gra­ves, poB lo cual recomienda l^s sanguijuefasi apl'vr eatdas en ¡el vientre y en gfan número, la.Umona-r da citritía helada> las lavativas opiadas, y los r e ­vulsivos exteriores. El profesor Adelqn pidió que se le preguntase á, este socio el número proporcio­nal, de persónaft curadas .cqn este, ni^toífe;,. !per<> ireisppndió que i>.o;,8e hallaba prepa^sbdo p^Füi.rtís-

i34 - p c ^ e r áeatA cn«8tion; y ademas añadió qu« eran tantos los moribundos que llegaban al hospital en un estado desesperado, que le seria di6cil estable­cer un cálculo sobre este punto. £1 profesor Gue*' neau de Mussy negó que hubiese gastro-enterid* en el eólera-morbo, y aseguró que en muchas per­sonas que murieron en el hospital general, el pri­mer dia de la epidemia no se les encontró en el tubo digestivo mas que algunas inyecciones y ar -borizacibiiM venosas, las cuales se hallan á menti­do mucho mas manifiestas todavía en los cadáveres de sagetos que mueren sin ningún síntoma de ir­ritación gastro-intestinal. El doctor Martin-Soionf que está empleado en el mismo hospital que el doctor Benauldin y hizo observar^ sin darsuopi | -riion sobre la naturaleza xJela^ alteraciones cada^ véricasi que en ías pegonas que murieron rápida* mente , 'p6r ejemplo á las quince horas, no se en­contró generalmente ningún rastro de inflamación, y solo se hallaron vestigios de una estancación «an-guínea en los tejidos, la cual podría bastar pata i^xfAi^t-iSk 'rutóéotiaez' de apariencias inflamato-i-rias, las manchas como gangrenosas, y las exuda­ción*^ sanguíneas qne se encuentran en el apara­to digestivo de las personas que han tardado m ^ tiempo en morii. El doctpr i / a r e expresó, que en dos autopsias que ée hicieron á su vista, utía pré¡-sétító ttázas de inflamación ^astro-intestinal^ y otra n o ; pe**»ésta «ra en nn n iño, al paso que la p r i ­mera era én un hombre dado á la embriaguez, de modo que podría decirse que las costumbres des* arregladas del enfermo influyeron mucho^ ien ©1 aspecto del canal digestivo, cuyas alteraciones más ó menos profundas no se deberían atribuir ettton-ces al cólera.

El doctor ffusson, empleado en el hospitalge* ner^l, dio cuenta del método curativo que* O B -pleo én sus salas: al principio daba la ipecacuana

i35 para dlsmlnuÍF la abundancia de la diarrea,, como se hizo yai hará tinos treinta y seis años en la fa*-mosa campaña de los prusianos en Champaña; las fricciones con el láudano caliente para calmar el dolor de los calambres; la sangría general ó.local en el período de reacción ( en el hospital de Val* de-grace se ha abierto á los epídemíaidos la arteria epi^strica en el periodo de asfixia; y la sangre ha corrido bien, pero muy negra); las bebidas frias exclusivamente, y ningún irritante interno. De diento y treinta, ó ciento y cuarenta e{>idemiado8 que emtraron en las salas de este médic0, apenarse pueden contar cinco ó seis que curaron, y todos los demás murieron; pero esta mortandad espan­tosa no debe extrañarse, si se atiende á que suce-'' dio en loe primeros dias de la enfexmedad; y que si otros médicos han podido gloriarse de haber sal­vado mas víctimas, es porque tal vez sus enfermos no se hallaban en un estado tan grave j ó porque los asistieron en la decadencia de la epidemia.

El doctor Cornac, después eje haber ncHado que muchos enfermos que se dieron por curados murieron inopinadamente, expuso ¡su método cu^ rativo, que es el siguieute: la ipecacuana en los pródromos que pueden inspirar el temor de la invasión del mal; las bebidas etéreas y laudaniza­das, y el láudano en lavativas en jU>8 períodos de evacuaciones y de asfixia, y al mismo tiem|)o SÍT napismos y fricciones con los antiñogísticws en los períodos de reacción. Mr. Jtochoux vio en el hos­pital de Bicetra seis anciaiK>s acometidos del cólera^ de los cuales curaron tres, y se les administró el agua de Seltz, la limonada vinosa con miel, las fricciones y los revulsivos exteriores. El señor Gue-weoií apoyó; la observación hecha soVjre las falaces apariencias de convalecencia que han engañado muchas veces á los médicos; y muchos enfermos que se habían creído salvos por la mañana, se en»

i36 «ontraiiotí moertos por la tardé. £1 restaUecLmieot •to entero y fraftco del curso de la orina es nao de ios signos ventajosos quémenos engañan. Le» doo^ tores Emery y Biett vieron muchas veces en el hospital de San Luis, que el uso de la ipecacuana file infructuoso; el sabnitrato de bismuto, según el método del doctoriico, pareció un poco mas ven-* tajoso, pues caljsaa cori prontitud los calambrcisi las sanguijuelas fueron á menudo útiles; perpma» especialmente el carbón porBrizado, y dado en dosis de un escrúpulo á media dracma de hora en hora, en algunas cucharadas de agua, el cual pro> dujo los mejores resultados. £1 doctor ^¿eíí- em­pleó el carbón por considerar que la causa del có­lera podia ser un envenenamiento miasmático; y á influjo de este remedio se vieron mudarse pron­tamente las evacuaciones ventrales i y pasar del as­pecto de» agua de arroz turbia á una apariencia biliosa. Gueneau de Mussy dijo, que en el hospi­tal general habia empleado el profesor Jiecamier los polvos de carbón, y no le habían producido buenos íMultado* en su» enfermos; pero el señor iSjeíÉ respondió, que este remedio no se ha em­pleado todavía* süficieritemente para que' puedan juzgarse con seguridad sus efectos; y ademas tió ha impedido que muchos enfermos hayan pasado al periodo de tifo después de haber dado esperam-aas iluéopias; y el autor añadió, que muchos ear-n0BOsdet>'feoi(pii6t>:ftt«éon acometidos del cólera-morbo , contra la opinión de los que consideran la sarna como un preservativo de esta epidemia. El doctor Marc cree, que si se confirmaran las p ro ­piedades atiticoléricas del carbón, tal vez se po-dria aconsejar también como un preservativo; y con esta mira solicitó del prefecto de policía, que hiciese averiguaciones sobre el estado sanitario de los carboneros para saber si habian estado menos expuestos á la epidemia que otros; pero muchci

,^H .. . socíosiomaronía palabra párá'áeei^ que habían YÍsto en loí bospitales csirbbneros sfcOmeitidos <fe"k epidieniia. Pa ra probar que no» es dañoso el car­bón, citó un ejemplo el doctor Burdin, el joven," de un hombre mekncólioo que llegp á; tomar al día cerca de una libra de carbón ^ sin que «stacat»-tidad, que la estuvo tomando por espacio de tífteü--dio mes, ocasionase jamas el menor signo de irr i - ' tacion de las vias digestivas, ni produjese maá que el co\&r negro de los escrementos. • -i nA'ppoporfcion'q>iieía epidemia ffe iba adelan­

tando, los escritos y comunicaciones á la Aca­demia se multiplicaban maravillosamente, y ca­da cual enviaba su preservativo ó su receta, cre­yéndola infalible. Hubo quien propuso el vino de Champaña espumoso; otros la inspií'acion del gas dxfgeHó, y' no faltó'quien habló para que se aprobasen unos borceguíes áteticolérico's. 'E\ señor Hely (ÍOissel dio ¡cuenta de !oá ensayos intentados por Richard con la inspiración del doro en esta enfermedad. También se presentaron muchas obras extrangéras sobre esta epidemia, y entre otras un escrito de ffufelünd, médico prusiano, que opina que puede propagarse el cólera por Contagio. El-doctor Gerdy, cirujano del hospital de San Luis, escribió para anunciar que tenia mnchos conva­lecientes «Je los ciento y tres epidemiados que ha­bía asistido; y que considerando la enfermedad' como una asfixia de cansa nerviosa, habia emplea­do las fricciones amoniacales, los sinapismos en los miembros y en el vientre, las fumigaciones para excitar el calor exterittfmente, y en aígtinOéf oasoB la sangría •, dando á lo interior una poción", en la cual entraltón el agua de Séltí y el láudano. : El profesor jDtípttyírert propuso queiseíia mu^' útil formar una nueva comisión para que se ocu­pase eoredactar unaiítstruccion que sicvíese para' fi;^r k s bases del iflétódo curativo del cÓi«r¿*, i>or-

TOMO III. 18

i38' qu* en' las,prÜ9<IX)SidÍ9$.dei la invasión de la epi*; dtofia. -t Ja pqea preysisioaí de- las: autoridadts inuti* lizó lo8 primeros so^rros que se debían admiúis» t rar , y hasta los raéiiicos mismos, como no esta­ban muy pr^paracJos para ver esta terrible enfer­medad^ que invadió tan repeniiria'mente, la capital,, «c yieroa obligado» al ¡púuoipio á haeer diversos ensayos: el autor de estai proposición creyó que en el dia habia ya; mas estabilidad en las miras prác­ticas relativas á la curación del cólera indiano; y aiin cuando todos saben que no hay remedio ¡uni­versal para esta enfermedad que sea aplicable át todos los casos, y que los medios deben variar ae^ gun el período que se observe, y qué las indica­ciones son diferentes, según que el enfermo expe­rimenta solamente los prodronws óel mal , ó que han llegi)do á los períodos; de invasión, de pos--tracioh, ó de reacción, ó finalmente al de coma" lescencia, lo cual constituye cinco tiempos bien distintos en la duración de la enfermedad. Ademas expuso, que seria, muy interesante hacer indaga­ciones sobre las corrientes <le los vientos, y los dje-, mas fenómenos meteorológicos que han podido te­ner influjo en la marcha de la epidemia. Mas. el doctor Double respondió sobre este último punto, que el informe de la primera comisión habia ya probado que el GÓlera-mor,bo se habla propagado <^ui,t^pa<lps viento» y «on todos ^ s estados atmos-i féri^^ posibi^', que en un sitio determinado de la India se habia comunicado el mal por el Medio­día , aunque el viento soplaba de Norte. En París se,ha visto que el tiempo cambiaba de Nordestea Notluesjte y ,á Sor, sin que esto influyiese en 4a n ^ r c h a d e la>epádemia. Por lo que toeaal proyeo-10,46 un nuevo trabajo académico, relativpiíí la Ciiracion del cólera, el orador cree que tódaVía no es tiempo de ocuparse en.ettft.tarfa(j'y*-qu« este 1)0 es ^,n)Q{Denco.déi,dÍ8ourrk ni d0.escribii!»nnió

; : . 1 < ' . ' ; < ' • •

0^39 tleobservar losenftrowfs yissistirlosi.' A^mái^'it* dé optmon^ quelariadicaciÓQes, no solaiWMTce'db sacan de,los periodos del mal, sino también4^ la constitución individual de las personas epiídé*> -miada^.''' •;• ii//¡'--:'!«.- i-' u; i. - .^nvi Í-.I».;) •!!!:» 'líi - ' ) H; áoáte*'^¡^néau de'Mussytfiípmót:i-*mt^ tado de sus' observaciones en ei'hospitát'gBftwal. La enfermedad consistía esencialmente, á su pare^ cer, en un trastorno geneíal de la circulacioti, -prodactendp en álgst»^ cabos repenti«raiiiéilt%>tlñk •«0hoí8Oííraeií*tti 'iíit^ittr cóiüi íírifríati(*Ve tiii) d J'iídÉ -partes e'xteridre8,'dificukad en el Curso dfeláiart--gre en los vasos, superabundancia de la «ecrecioft gastro-intestinal, supresión de las otras escrecio^ nes naturales ó morbosas v sin vprdadem> asfixia (puesto que en muchas personas nó sb'b» eneow-

Jtrado rauchaí más saógre eñ loS'puliftotie8;qtte:¿b los de otro* «ugetos qué murieron de otras íenfei*-

-inedades); y asi «1 autor creyó que podia distini-•guif dos formas principales de cólera-; una^ en k -cual son casi constantes los buenos éxitos,>y otía por el contrario, en que son muy raros. E^a ee-'gunda forma es la qué se observó en lc« 'primeros -tiempos de la epidemia; las personas estaban real­mente cadavéricas, tez aplomada, nariz', labios y roanos lívidas, frío, postración é indiferMiciQ (coú-

¡ movidas de-tiempo en tiemp9,^on tés^acadimieii-tos del vómito) "¿c.; esta forma puede Hamaríecó-lera-morbo asténico: al contrario, en la otra'^ que se podría llamar cólera-morbo esténico^ el pulso se conserva, el frió es moderado, la, lengua está ú»-pooo animada i y la reacción' se edabiece -Sk» cilmente; pero <ilebe jvigilarse con «lidádo 4 (iáiwa de laÍB conge«ti(Hie8 viscerales' que ptx)pei)d^' >á formarse eif.egte período, y especialmente 4e^la congestión del cerebro, que muy á m«iudoes mor­t a l 0^* autor «ba Observado ea ikIi|aayot>piarte?^ " «tn enfermos '«%ukips {ivodr«inóé^ ipiipuvtiwíaat-

*4° meiUQ UQá dúii^cea, que puede ^Mnbattrfl« Venta* josameoté con los opiados, y algunas vecc^coa ULB sanguijuelas y los baños, todo lo cual precede á Ja invasión del mal bien Caracterizado; pero nóte> se qiie todo esto solo pudo observarlo en los énr-feroK» de «u práctiqa particular; pues lo» que en­traron 'ep el hospital llegaban; con, calambreis y los demasr feoómenós de la enfermedad declarada. Acaso podria encontrarse alguna conexión entre last dos formas del cólera, :y las dos, especies de en­teritis {Jía.pdpilarf la/oZicu/osa):qu€:8e han des­crito en estos últimos tiempQsi En el cólera esténi­co producen muy buenos resultados, la ipecacua­na para determinar la reacción, los oj»ados para moderar las deposiciones de vientre^ los.antiflogís-•tt^M cuando lü reaoíion se halla bien establecida. El c^haou«i ' f» lvo Jaa tenido buenos efectos en loÉ casos en que continuaba la diarrea despUesde haber conseguido una mejoría notable. Los vómi­tos tenaces se contenian con vejigatorios en el epi­gastrio, y los calambres ae diaipabaii «Igunaa ve-

-oes-ooii la sajigría y los baños. El doctor Piorry insistió en el estado de asfixia qvíe caracteriza el cólera-morbo confirmado; y en su opimon^ la ven­tilación es uno de los mejores medios preservati­vos que pueden emplearse; y añade, que en la en­fermería de la Salpstpere ha podido ver que. la

. ventUacictti y heeha de una manera conveniente dia irnpehe eit las salaside los epidemiadoa, dimninuia repentinamente el número de enfermos^ El doctor Segalas dijo, que en el barrio del Temple, don­de vive, la epidemia comenzó del i.° al a de Abril,

t y;Jilegó(4 Ibisumodel i a al i d : que «n e8te<úkifno ijdtailie«oBtab»n>cuai'enta y ocho epidemiadoisv fe»

fel 14 «cuo Había veinte, y en el i'7 no se. observa­ron mas que seis. El profesor JBouilleutd. refirió, ,qtiiQ m el hospital de la jPitié tuvoiá «Uioaijgb 6i^j

•.^fefiU0a|del i:élera-iiioii:ho((d0^ cualj^l^s dos

terceras partes eran del sexo masculino) sl/ete honir bres y ocho mugeres salieron completamente cu­rados; cuatro hombres y ocho mugeres quedaron en convalescencia, y murieron cuarenta y tres perr sonas; siendo generalmente acom^idas las m u g ^ res con menos gravedad q.ue los hombres, En e l período álgido se les daba alguna bebida ^estimu­lante, con especialidad la infusión de café, y se les calentaba el cuerpo con un hierro de aplanchar; y en el período de reacción se eimpleaban las san­guijuelas, la» bebidas ffias y loe revulsivos,. La diarrea se combatía en muchas ocasiones, con los remedios opiados y con la ratania. El autor aña­dió, que en las cuarenta y tres autopsias que se

.hicieron con"mucho cuidado, no se encontró el

.aparato digestivo completamente intactoj^pero las dornas alteraciones tenian diferentes grados: el es­tómago estaba muchas veces inflamado; en las dos quintas partes se encontraron los folículos de Brun-ner muy desenvueltos; y no se observó trunca nin­guna lesión sensible en el sistema nervioso; gaa-glionario.

En general, los socios de la Academia. d£ Pa­ria, y los demás médicos, ven é interpreta-Jos hechos cada cual á su manera: unos consideran el cólera epidémico como gastruis,j le tratan como

. tai¿ otro? asimilan esjta aaf^medad Áll^ nevroMs

. ó á l a nevritis, y emplean Jos medios del arte para curarla; muchos creen que es urgente suprimir ó contener las secreciones gastro-intestinales, acre­centadas de lin modo espantoso; y por último, va­rios médi(X>s mas prudentes,.ó menos preocupados con ideas anticipadas, se limitan á la medicina ^ -íomdítca ea el cólera-morbo, como en otros mi\-chos casos en que nos es desconocida la naturaleza de la eniermedad, sin que pueda apoyarse nues­tra debilidad en el empirismo. Hay práctico^que

. ton,de opinión de.que j ^ «ejor^j^f^ipiu^ ^oñ*^'

i4a cíír'had*í ^ bálcéí ló menos posible; p»^'imichci» épidfcttliádós qut) llegaron á un estado sumamente grave i pasaron sucesivamente por los períodos de reacción y de convalescencia, sin que se hubiesen ei9]f>teado mas remedios que los de la medicina es-pectánteí; y al contrario, otros murieran rápid»-ittente en medio de los esfuerzos enérgicos que se intentaron para provocar la reacción ( k cual pa­rece que viene espontáneamente en la mayor par-

. te de los casos curables), ó para combatir ios acci­dentes mas ó menos alarmantes que 'se muestran en los períodos de frió, de reacción, y en él que se llama tifoideo ^ que indudablemente es el mais peligroso de todos.

Según la opinión del doctor RÓchoux, la en­fermedad es siempre la misnla en el fondo, y no varía masque ehálgunas pequeñas diferencias.Las alteraciones principales se hallan eu la sangre, que parece un barniz, y en la bilis, que se asemeja al jarabe: en ios pulmones, el hígado y el bazo que­da poca sangre, y estos órganos están coaíiofdise­cados, lo mismo que los ojos y el semblante. Los -inté*ftHOiB están siempre alterados, pero muchas Yecessin inflamación, y tienen el color <!Íel'cedro ó de la planta que llaman hortensia; y de todo esto deduce el autor, que por lo que toca á la natura­leza del eóléra-morbo, la "sangre se halla primiti-j^amente alteraáa, *y ea éstO'consiste que no se ha-*yatif«álVádo'*intí'rara vez los epidemiados. '

El doctor ¿onde contradijo á Mr. Rochoux^ exponiendo, que esta sequedad de los órganos no es mas qué.un efecto, y no se f)uede admitir que

• *n lUuchas enfermedades ée-jHerdan « a » enfermos •'qué éri él cólera ; por otra parte, el método ctita-tivo no está tan desprovisto de eficacia como su­pone el orador que le ha precedido en la palabra; pues én los hospitales del Val-de-grace y de la E e ^ y e tie ven muchos cbnvalescientés;que estila

143 TÍe|r€«i gravemeriteacometidos deja enfermedad, y ^ue.deben el fetíz resultado de dlaiá unos médio& muy sencillos, como el agua helada pot bebida dui* rante los vómitos, las emisiones sanguíneas, y lo9: medios exteriores para llamar el calor á la supetr ficie del cuerpo. El doctor £r. CloquQC sostieae<f)of fiu parte, que el doctor Eochoux ha; «tentado.coBi demasiada ligereza que siempre están encarnadc* los intestinos de las personas que mueren del có­lera; y añade Mr. Cloquee, que 110 ba visto esto mas que una vez. El profesor Moiallaud dijo, que todavía no era tiempo de ocuparse en la naturaleza de la enfermedad; y que los médicos deben fijarse mas en notar los casos ea que faltan las alteracio­nes que en tratar de buscarlos; pero el doctor Jto-choux insistió diciendo, que en las nuev© décimas partee de los cadáveres abiertos, tenían los intes­tinos el color que ha indicado, y que se hallaba reblandecida ]a membrana mucosa de que están forrados. Esta opinión la apoyó Gueneau de Mus-sy anunciando, que en las autopsias se encuen­tran siempre lesiones,aunque muy variadas; que los pulmones están casi siempre inyectados; maí, que los folículos intestinales están siempre muy desenvueltos, aunque el tubo digestivo conserve su color natural.

JEl. doctor Castel leyó una nota «obre un J ^ 9 0 de cólera muy grave, en cuya curación se abstu­vo de emplear los vomitivos, la sangría, los excitan­tes y los revulsivos, y solo se limitó á los medio» •uaves que prescribe la medicina expectante; la enfermedad se terminó completamente á los cator­ce dias; por lo cual recomienda mucho á los mé­dicos la expectación en el tratamiento del cólera. Por mas que en este caso se notasen diarrea y vó­mitos igualmente abundantes, dolores alxlomina-les muy vivos, calambres violentos, y la supresipn dje, 1^ orinas SouULaud tK>, cree que este • hecho

'44 pueda compiararse con los que se han visto en los hospitales, y que han excedido todas las ideas q a c hayan podido formarse de la violencia de un mal, cualquiera que sea; y ¿cómo se ha de concebir que en semejantes circunstancias se hubiera podi­do'emplear tó medicina expectante? Mr. Casiel continuó haciendo observaciones que , según ¡5ier-' deu, la expectación conviene especialmente en laSi' enfermedades agudísimas; y que en el cólera-mor­bo , como la naturaleza provoca vómitos y diarrea para desocuparse por estas vias de los principios deletéreos que la incoinodan, si el médico no quie-' re precipitar este trabajo, á lo menos no debe in- ' tervertirlo, ni con mas razón detenerlo; asi pues se queda reducido á la expectación. Gueneau de Mussy replicó, que hay cóleras que se curan por sí mismos,«»yo»ejemplos no son raros, y proba-bletnen'te es uno de ellos el que cita el doctor Cas-' tel., pero en los de los hospitales en donde no se' hallaba ni pulso ni calor, es muy probable tam­bién que no se habrian curado con ona simple ti­sana ; pues en estos casos desesperados era menes­ter obrar con energía, y iriilchas veces por unos medios muy activos, provocando de esta manera' tina reacción, habiendo visto epidemiados qué mo-rian en seis horas, en cuatro, y aun en dos. En confirmación de estb dijo el profesor Moreau, que un conocido «ayo eStabk btieíio y saflo á las otíhó dé'la mañana; á las hueve tuvo diarrea, VóriiítOaf y calambres, y á las doce del dia murió; y pre­gunta , ¿fie qué le hubieía servido á este infeliz la medicina expectante? ' '

El doctor De Lens di jo ¡que etl él principió' dé'1¿ epidemia era inevitable atenerse á la éxpéo-" tacion en ciertos barrios, en donde por la lentitud con que ejecutaban las familias las prescripciones' del médico, los enfermos no touiabaiiittas que a!-gunaí'bebidas insignificantes, cuyo naétodo era in«'

útil, porqué á las dos ó tees h o r ^ eobtevedia la muerte. Otros socios apoyaron esta opinicAí d i ­ciendo, que en los casos de que se trata, toda ex­pectación es peligrosa; y los primeros que se han salvado han sido con medios enérgicos,- con afu* «iones friaí para provocar una reacción, y ton la aplicación reiterada de sanguijuelas para asegurac sus buenos resultados.

Mr. Loude anunció, que el doctor Metivier había>observado en el pueblo de Cboisy una epi­zootia en las gallinas, las cuales tenían aturdimien­tos y diarrea antes de morir. Se las examinó en la escuela veterinaria de Alfort, y se encontró que tenían la piel negra y los intestinos de color de hortensia. También dijeron otros socios que se habían notado los mismos fenómenos en las galli­nas de los pueblos de Bourget y Bercy.

El doctor Petit leyó una nota sobre la efica­cia de los medios que emplea para provocar la reacción, y sobre el nuevo método de curación que sigue después por haber visto la necesidad de aban­donar los estimulantes.

El doctor Lassis leyó otra nota sobre el méto­do curativo que él ha adoptado para el cólera-morbo, y en él admite sucesivamente, según se necesita, los eméticos, los emético-catárticos, el acetato de morfina, las lavativas emolientes, los narcóticos, las emisiones sanguíneas generales y locales, la quina &c.; y por lo que hace a los mer dios exteriores, como baños, fricciones, cataplas­mas &c., Iqs considera inútiles ó perjudiciales, porque al tiempo de emplearlos se expone el en ­fermo á enfriarse. Este autor desecha la distinción que se ha querido.hacer entre los dos períodos de Ja enfermedad marcados por la reacción y el colapso; y no admite mas que dos tiempos, uno que cor­responde á la estancia de los alimentos en las vía» digestivas, y otro que es el siguiente á la expul*

TOMO III. 1 9

146 sien de ell<»*, y concluye con esta reflexión: <|«e entre las causaíB de cólera-morbo ocupan él primer lugar las emociones morales, y que el verdadero método profiláctico consiste principalmente en di-aípar los temores.

£1 doctor Begin presentó á la Academia unas piezas huesosas que había sacado del cadáver de un epidemiado, algunos dientes, un parietal, una extremidad articular y un cubito, los cuales tie­nen un color rojo-negro, que atribuye á la estan­cación de la sangre; y cree que el color negro de los intestinos puede provenir tal vez de la misma causa. El doctor Bullier dijo, que la coloración de los tejidos no está ligada en el cólera á un es­tado inflamatorio, pues ha visto la membrana con que están forrados los bronquios, de color more­no que tira á negro, sin presentar signos de bron­quitis. Mr. Castel añadió, que esta coloración que aparece en todos los síntomas orgánicos tiene mu­cha persistencia, pues en el caso que citó anterior­mente, la cianosis existia toda-vía en ías extremi­dades inferiores á los diez y seis días. Bouillaud consideró como muy interesante el hecho de que habló Begin; pero no ve cuál es la consecuencia rigorosa que se puede sacar de él para conocer la naturaleza de la rubicundez y otras alteraciones que se encuentran en el tubo intestinal; pues me­nos én un corto número de casos se puede deter­minar si la rubicundez de la membrana mucosa digestiva es el efecto de una flegmasia ó de una congestión pasiva y mecánica; y estos colores tie­nen algunas veces un matiz vivo y rutilante, y no lívido ó violáceo: en cuanto á la coloración negra, coincide á menudo con un olor de gangrena que no permite engañarse sobre su naturaleza propia, y añade, que muchas veces hay lesiones intestina­les que no se perciben. El doctor Begin repuso, que no quería anticipar ningunas ideas sobre la

M7 inflamación, y que solo ha presentado el heeho; de que'habla como un óomplemeoto necesario en la historia del cólera-morbo, y como capaz de suge­r i r la idea de una inyección diferente de Jas oitr^s. El doctor JSuUier sostuvo, contra el diotámen dsl j)roksor £ouillaud, que no es raro hallar» k»¡io-testinos sin ninguna lesión, añadiendo, < ue. en aquel mismo dia habia abierto un epidemiado, y que exceptuando un ligero equimosis que tenia en el estómago, todo lo demás del caual digestivo, desde la boca hasta;el ano, se hallaba perféctamea-te sano.

El doctor Castel cree, como Mr. Begin, que la estancación de la sangre ha podido dar á los hue­sos el color que tenian cuando los presentó en Ja Academia, asi como la sangre da color al cerebelo en ia vejez: y añade, que habiendo preguntado á personas ilustradas que han visto el cólera en la India, todas le han dicho que el canal intestinal estaba mas bien pálido que encarnado; <Je Jo que podría deducirse, que si los intestinos Se hallaban tan á menudo colorados entre nosotros, es por­que acaso el cólera-morbo que reina en Paris no es el mismo que el de la India; y atribuye ésta falta de identidad á una ley de la naturaleza que le parece invariable, y es: que un^ enfernaedad endémica en un parage no se vuelve epidémica en Otro, sino en cuanto hay analogía entre las atmós­feras de ambos países. Rochoux dijo, que el esta­do en que se hallaban los huesos que presentó ^ e -gin^ prueba en favor de lo que expuso, anterior­mente acerca de la alteración de la sangre en lél cólera-morbo; añadiendo que puede formarse en los intestinos una inflamación señalada con una eo-loracion muy viva; ¿ pero existe esta inflamacioo cuando los intestinos tienen el mismo color que los huesos? El doctor Piorry dice, que habiendo hecho muchas aberturas de cadáveres ea el hospi-

148 tal de la Salpetriere, ha visto que la rubicundez de la membrana mucosa de los intestinos, y el de»-arrollo de las glándulas de Brunner y de Peyer, guardan siempre proporción con el tiempo que dnra la enfermedad; y efectivamente, mientras existe esta, como la sangre ha perdido muchos de sus elementos blancos, es natural que los que la han quedado impriman k los órganos un color mas maniGesto. Algunos han creído, que como las ma nos y los brazos tenían un aspecto marmóreo,la

•sangre estaba extravasada; lo cual no sucede, como es fácil convencerse en levantando estas partes, ó en comprimiéndolas, porque entonces se ponen pálidas. El autor promete publicar muy pronto muchos hechos para demostrar cuanto ha dicho en otro lugar acerca de la parte que ha tenido en la inanifesuMáon de la enfermedad del cólera el po­co aire de las habitaciones que ocupaban los epi­demiados, ^egi/i añadió, que ha visto epidemiados vivos que tenían un color negro corao los niños reciennacidos; y que e«toe enfermos curaron, de doi>de infiere que la sangre estaba estancada en los tejidos ó redes capilares, y que allí experimen­taba alguna elaboración. Londe dijo también que había visto lo mismo en unos casos en que la r u ­bicundez sucedía á la cianosis; y si esta sangre no iestaba estancada, y si circulaba, ¿por qué no ea-•iia por la >T6na al hacer la sangría? ¿y pOr qué no salía por las arterias cuando se cortaban ? A un ni­ño acometido del cólera-morbo se le abrió la arte­ria radial, y aunque no salió sangre, curó al fin de la enferniedad epidémica. Viendo el profesor Mo~ reau que cada socio de la Academia venia su h i ­pótesis, preguntó: si la alteración déla sangre era primitiva ó secundaria; y si la sangre pasa al as­tado venoso y estupefaciente, sin la intervención nerviosa, como sucedía en los'exi*rimentos de Michat. Y á esto respondió el doctor Rochoux que

'49 consideraba esta alteración como primitiva; y Mr. De Lens refirió, que en los primeros dias de la epidemia asistió á tres aétopsiaSi'y en bada una de ellas se vieron resultados diferentes. Asi que, en el primer cadáver estaba el intestino inflamado; en el segundo no estaba mas que inyectado, y en el tercero se bailaba sanó: lo ralsmo.'se notó en'las glándulas de Peyer, que en unos estaban abulta­das, y en otros naturales, lo cual inclina á consi­derar como inmudable la ley de la naturaleza que ha citado poco mas arriba Mr. Cas#í¿; pues se ha Tisto en la India que los intestinos estaban páli­dos, y lo mismo se ha notado al principio de la epidemia de Paris; pero es de temer que en esto haya habido alguna confusión , y no se debe atri­buir á la diferencia de climas, lo que no es sino de los períodos; y aun en la India misma, á pesar •de qae 'eis uno el clima , el cólera se presenta bajo dos formas, y no se deberá referir á una lo que solo proviene de la otra. El doctor Sególas se de­clara por la alteración de la sangre, la cual dice que es un hecho establecido por el aspecto de los líquidos y por las análisis que de ellos han hecho los químicos. Pero esta alteración, ¿ es primitiva ó secundaria? El autor piensa que posee las dos propiedades: es primitiva, porque la causa desco-

• nocida del cólera reside en el aire, y. con él pene­tra en la economía, atravesando los pulmones'que son los órganos por donde se hace la absorción con mas rapidez que por otros ; y secundaria^ porque alterada la sangre, y alterados los órganos á 8u Tez, se refleja esta alteración subsiguiente so-

' bre la primera, y la hace mas permanente; de dónde se puede inferir cuan diversas son las lesiones ca­davéricas que se observan , y cuan poco aparentes son cuando ha sido pronta la muerte. El doctor Virey propuso algunas consideraciones que le pa­recieron aplicables al cólera-morbo, que las dedu-

loo ja de los efecf08.de la impresicMO ó. del choque elée-ü:-ico que reeibea los cuerpos vivieat^i Estos efec­tos son los de delnlitar los tejidos, retener en ellos los líquidos, y romper en cierto modo el resorte del corazón: un hombre herido del rayo, dice el autor, se pone negro; pierde repentinamente tor das sus fuerzas, y si el choque no ha sido bastaute violento para matacle» experimenta unos síntomas muy análogos á los que produce el cólera, por lo cual opina, que seria muy ventajoso aclarar esta doctrina con experimentos hechos en los animales.

El doctor Collineau tomó la palabra para in ­dicar hasta qué punto se diferencia el cólera-mor­bo de sí mismo, considerado al principio de la epidemia, y en la época siguiente ó segundo pe­ríodo. En el principio, la sangre se detiene p r i ­meramente , y hay colapso; pero después el cora­zón resiste con fuerza, y la reacción es el primer acto de la enfermedad ^ la cual toma entonces un carácter inflamatorio. Estas diferencias, combina­das con las individuales, deben inducir otx-as muy graves en las lesiones cadavéricas.

El señor Barruel examinó el aire espirado por un enfermo de la epidemia, durante el perío­do álgido, dos horas antes de morir , y encontró que no se diferenciaba del aire atmosférico, y que no habia perdido oxígeno, ni contenia ácido car­bónico: el experimento se hizo dos veces; luego la sangire cüel epidemiado se habia vuelto toda v e ­nosa, por lo cual debia estar negra. El profesor Bouillaud contradijo este hecho del examen del aire, y también dos que han presentado algunos académicos relativamente á las lesiones del tubo digestivo jen las personas que mueren del cólera-morbo. La cuestión del color de los huesos vino á confirmarla el doctor MaingauU, el cual hizo com­paración entre el cadáver de un epidemiado y el de otra persona que habia muerto de una enfer-

i 5 i m ^ a d dietinta, y haUó qué Icsriñcmes-del pr i ­mero tenian más colory estabaa mas Ijinchados que en el estado natural.

Algunas gacetas :deAkaian¡a hablan anunciáis do que en París el cólera-morbo no híJ)ia acometi­do á los'locos;; y el doctor Fernü dijo, que los dementes no se habian visto exentos de este terr i­ble azote; pero el profesor Esquirol repuso, que esta aserción podia ser verdadera, coa respecto al hospicio de Charenton, en el caá! lio se-vio si-» qíiiera un epidemiadonéntre ihas de quini^itpA en< rcrraos, lo que rio sucedió en el hospital de la Sal-petriere; pues en este habian sido acometidos del cólera, como en otro tiempo lo fueron en ^1 hospital general por las viruelas* Ferrus manifestó, el deseo de que se descubriese en <jué consiste la diferencia que notó el señor Esquirol entre la casa de locos de Charenton y los hospicios de Bicetre y de la Salpetriere, pues no sabe si depende del régimen, ó de la disposición de las locali^adea.

El doctor Bullier, que fue á las autopsias ca-. davéricas que hizo el profesor £ouillaud, dijo que no habia mudado de opinión sobre el estado de los intestinos; pues según su dictamen este estado es muy diferente del que deja en poá de sí una verdadera gastro-enteritis. ó un tifo; y que esta^ manchas em»rnadas> separadas y deseminadas en el estómago, no autorizan á creer que ha habido una verdadera inflamación.

Mr. JRochoux, persuadido siempre de que la sangre está alterada en el cólera-morbo, recuerda en favor de su opinión lo que dijo Gueneau de Missy sobre las cualidades físicas y químicas de este líquido. En un epidemiado cuya enfermedad haya marchado con rapidez, la sangre y la cir­culación se hallan mas visiblemente mudadas; pe­ro 8Í tarda en morir algunas hopas, la sangre se pone negra como la pez, y la bilis es mas espesa;

15a j ai dohtrario Vi la enfermedad ae ba prdbtig&ikt^ estas aUeraciones en la sangre y la bilis no toa tan maniñestas; y los huesos largos pueden tomar eoIor«n sus extremas, mietitras ee queden blan­cos: en su parte media, t < . M •

£1 doctcwr Emmery volvió á hablar de los ex­perimentos que se han hecl» con el aire espirado por los epidemiados. Está persuadido de que este aire es machas veces idéntico al atmosférico. Por )o que hace á los intestinos, dice que está seguroi de que' no hay -en ellos inflamación; puea cuando la muerte es pronta, si se hace la abertura á las doe ó tres horas, no se ve nada en el tubo diges­tivo sino un poco de materia cremosa. También vio este autor algunos huesos coheL misino eolor quei los que presentó Mr. Begin v y ademas ha vista epidemiados que conservaban después de la cura un color azul en la piel.

El profesor Caparon dijo que el cólera-morbo no habia perdonado á las mngeres embarazadas, y quie de cuatro q u e se bailaban en este emado^ dos abortaron, y una de ellas murió: la tercera parió á su tiempo un niño muerto, habiendo sido el parto difícil, lo cual pudo influir en la vida del feto. Por lo que hace á las alteraciones intestina­les, dijo el autor que debían ser variables según la época en que sobreviene la muerte, y según la calidad de lo» remedios que se empleen. Después de una muerte pronta el mal no deja rastros ; pero cuando ha sido tardia, y se ha hecho una cura-clon incendiarla, los intestinos presentan inflama­ciones y aun ulceraciones, especialmente en la* glándulas de Peyer, que están como roídas: tam­bién se han observado algunas invaginaciones. En el mismo sentido habló el doctor H. Cloquet, d i ­ciendo que habia hecho muchas aberturas de ca­dáveres en persO'nas que hablan muertodel cólftra-inorbo con suma rapidez, y que no habia encon*

i53 trado ninguna alteración desde la boca hasta el ano, menos una vez que encontró una rubicundez muy débil é insignificante en la gran curvatura del es­tómago. En la opinión de este médico solo se ven inflamaciones después de la afección tifoidea, y ul­ceraciones cuando el método curativo ha sido muy estimulante. Las lesiones son también poco manifiestas cuando ha habido muchos vómitos y copiosas deposiciones de vientre; las personas que sufren largo tiempo de alguna parte ótl canal in­testinal , mueren rápidamente del cólera; y si han tenido gastro-enteritis, se conocen mejor las lesio»-nes anatómicas; pero en los casos en que el cóle­ra dura solo siete, ocho, ó nueve horas, los intes­tinos están á menudo pálidos como después de las grandes hemorragias.

' El doctor Bourdois celebró mucho las indaga­ciones anatómicas que se habían hecho; pero su­pone que la enfermedad no reside exclusivamente en los órganos digestivos, y desearla que los mé­dicos se hubiesen ocupado con el mismo interés ea examinar el estado del cerebro y el de la médula espinal, á lo cual respondió el citado Mr. Cloquet que no se habian olvidado de observar estos órga­nos, y que ha encontrado muchas veces derrames serosos entre las meninges; que las arterias conte­nían mas sangre venosa que las venas mismas; y finalmente que había notado que la médula espi­nal tenia mas consistencia que en el estado normal.

El doctor Gueneau de Mussy volvió á tomar la palabra para hablar de las lesiones cadavéricas que se encuentran después del cólera-morbo, y dijo, que no había encontrado nunca ninguna le­sión en los cadáveres de los epidemiados, y que otros dos médicos de Sunderland habían publicado lo mismo. Esto no es de extrañar, pues todo el mundo sabe que el cólera-morbo, el tifo, ilas ca­lenturas graves y otraa muchas enfermedades agu-

TOM. III. a o

i54 das dejan en pos de ellas unos rastros tanto me­nores, cuanto mas rápida haya sido la muerte; y esto basta á los hombres reflexivos para apreciar la importancia de la anatomía patológica en ge­neral , y el juicio de los que toman esta parte de la medicina por el único objeto de su sistema.

Pelit leyó una nota sobre el medio que em­plea en el período álgido del cólera para estimu­lar la acción de los pulmones y del corazon apli­cando en la región del espinazo una fumigación irritante que penetre con su acción profundamen­te, sin alterar el tejido ni aun el color de la piel.

Muertes repentinas. El doctor Maingault leyó dos observaciones: la primera acerca de una muer­te muy rápida, precedida de vivos dolores en el epigastrio y de calambres en los miembros. En la autopsia encontró el autor: 1.° el corazon lleno de sangre negra, viscosa y abundante: a." el esó­fago rojo: 3.° el estómago inflamado y sembrado de muchas granulaciones: 4.° los orificios cardiaco y pilórlco inflamados; 5." una mucosidad de color blanco lechoso y sanguíneo en el intestino yeyuno: 6." materias duras en el ciego y en el recto: 17.° las venas abdominales henchidas de sangre: 8.° enfi­sema en el tejido celular gastro-hepático: 9.° las glándulas de Peyer y los folículos mucosos muy desarrollados.

La segunda observación es de una muerte casi repentina, que sobrevino á un enfermo á las cua­tro de la mañana, y fue precedida de movimien­tos convulsivos y de un estertor espantoso. En lo exterior, la cara estaba pálida, los ojos hundidos, la piel encarnada, las uñas violáceas , y los mús­culos de las piernas contraidos. Interiormente notó el autor algunas inyecciones parciales en la dura mater; la arteria temporal y la meníngea media henchidas de sangre, y entre la aracnoide y la pia-mater un poco de serosidad. " - •

i55 El encéfalo estaba muy blando, y se desplega­

ban con mucha facihdad las circunvoluciones y las anfractuosidades. En la sustancia blanca del cerebelo había rayas sanguinolentas marcadas, y la otra sustancia estaba Inyectada y como inflama­da. En los ventrículos habia media onza de serosi­dad. Cerca de los tubérculos cuadrigéminos había una parte muy dura que estaba igualmente inyec­tada. Los pulmones se entontraron henchidos de sangre, y su tejido casi desgarrado; en apretán­dolos ealia una gran cantidad de líquido. El cora­zón estaba mas grueso que en el estado normal; y el septo de los ventrículos tenia un grueso muy notable. El hígado y el bazo estaban llenos de san­gre, y este último órgano muy duro y de un vo­lumen irregular. Los ríñones estaban tan inyecta­dos que no ee podían distinguir las diversas sus­tancias de que se componen. En el estómago ha­bla cerca de medía libra de materia puriforme, de un color gris verdoso; y habia rastros manifies­tos de inflamación hacia el píloro; en todo lo d e -mas habia rubicundez é inyección, y de distancia en distatlcia manchas encarnadas salientes y gra­nulaciones duras. La vena cava estaba llena de sangre, y había enfisema en el tejido celular del mesenterio: también se notaron vestigios de infla­mación en todo lo interior de los intestinos, y con especialidad en el duodeno. Las glándulas de Pe-yer y los folículos de Brunner tenían un volumen considerable, y en todas ellas habia una materia puriforme mezclada con sangre encarnada. En el intestino recto se encontraron algunas materias fe-cales, blandas y casi inodoras. En la vejiga habia una orina muy clara.

Como en estos casos citados se encuentran las principales lesiones de las que se hallan habitual-mente en los que mueren del cólera, el autor de­duce de estas dos observaciones, que el hombre

156 mas sano en la apariencia puede llevar en sí mis­mo el principio de esta enfermedad, el cual con una explosión súbita puede dar la muerte casi instantáneamente.

CIRUGÍA PRACTICA.

Esofagolomia. El doctor Begin presentó á la Academia dos militares á los cuales hizo con muy buen éxito la operación de la esofagotomia para extraer dos porciones voluminosas de hueso que se habian encajado profundamente en el conducto del esófago; y había conocido estos cuerpos extra­ños con la sonda, los cuales se hallaban cerca del esternón ; pero no se conocían por defuera.

Cistotomia. El doctor MoUnié, de Burdeos, envió una observación que se reduce, á saber: que nn hombre tenia una estrechez en la uretra; que se le asistió por medio de la cauterización, y curó; pero sin embargo, de tiempo en tiempo se intro­ducía una souda en el canal, hasta qu« un día en un esfuerzo la sonda se hizo dos pedazos, y uno cayó dentro de la vejiga. Fue á consultar con el doctor Molinié, y este le hizo la operación de la cistotomia, para sacar el cuerpo extraño; y á los pocos días se curó el enfermo.

TERAPÉUTICA Y MATERIA MEDICA.

Jíemedios secretos ( i ). El doctor Collineau, secretarlo de esta comisión, dio su informe para que se prohibieran los siguientes:

f I ) LOS charlatanes se valen de los diarios políticos para ananciar sus pretendidos remedios eficaces contra toda clase de eulermedadi's; y como algunos diarios de estos penetran en Esp;iña , se ]iro¡)agan estas noticias, y no Faltan créduloj qué fenviaii A buscar á Paris los remedios anunciados, con gran lacro de bs ÍJVLC los vendeo y menosoabo de la salud de

157 El remedio de Chamberí contra el carbunco y

la gangrena. Un remedio contra la peste que propuso Bour-

let como eficaz contra el cólera-morbo. La preparación antireumática de Lieber. El remedio de Jaquet contra el boscio y las

paperas. Un jarabe de miel de Provenza, compuesto

por Aubenas. El ungüento de Canet; y otros muchos cosmé­

ticos que propuso Gueylan, entre los cuales habia polvos para limpiar los dientes, y pomadas para quitar las arrugas de la vejez.

Otro ungüento llamado hechicero, que p ro­puso un tal Roche para curar las llagas.

Los polvos autibiliosos de Courtois. Un tafetán epispástico de Perdiel, boticario de

Paris. Otro remedio contra los abscesos, propuesto

por Petit. El linimento antiartrítico, propuesto por Lu-

ber, de Paris. El agua que llaman de los jacobinos contra la

perlesía, inventada por Alain. El remedio contra la hidrofobia, compuesto

por Polastron. Diversos ungüentos y pomadas contra las her­

pes, la tina y otras enfermedades cutáneas, todo compuesto por Bertrand.

Y otros muchos específicos y recetas para cu­rar la peste y el cólera-morbo, de las cuales hubo algunas tan perjudiciales, que la autoridad tuvo

los que los toman. Por esta razón indicará siempre los reme­dios que prohibe U Academia, y con esto pondré coto á la galomanía de los españoles, que están tan entusiasmados con las cosas de Francia , que piensan que aqui en París no solo se curan los incurables, sino que se resucitan los muertos.

i58 que perseguir judicialmente á los charlatanes que abusaban asi de Ja credulidad pública.

El doctor Double leyó en seguida su informe sobre mas de treinta y cinco documentos que ha­bían sido enviados á ¡a Academia por el Ministe­rio de lo luierior; y todos eran relativos á secre­tos y descubrimientos para curar radicalmente el cólera-morbo, ó para preservarse de un modo in­falible de este terrible azote. Las conclusiones de este ilustre médico fueron de que se informase al gobierno que ningún documento de los presenta­dos era útil , ni merecía llamar la atención de la autoridad.

Vapores de cloruro de sosa. El doctor Gueneau de Mussy leyó un informe acerca del manuscrito que remitió oficialmente á la Academia Mr. i?¿-chard Desrue<tí exponiendo los felices resultados que ha obtenido con estos vapores, cuya tempe­ratura ha elevado, y los hizo respirar á los epide­miados en el período álgido. El informante exa­minó cuidadosamente todos, los hechos aleados por el autor como pruebas, y el escrupuloso exa­men que hizo de ellos le coadujo á las consecuen­cias siguientes:

1 ? No es cierto que el método propuesto por el autor no tenga en su favor mas que la probabi­lidad de ser útil, sin que nunca pueda perjudicar; pues ademas de los inconvenientes que dependen del cloro y de la elevación de la temperatura, tiene los que son comunes á todos los aparatos que obligan á los enfermos á respirar por un tu­bo, y á aspirar con bastante fuerza para que el aire atraviese cierto volumen de agua.

a? El estado de angustia en que se hallan los epidemiados, y el estorbo y la opresión precordial que experimentan, hafán que consideren estos in-convenientes las personas que quieran recurrir á las inspiraciones cloruradas, eu este período de

i59 la enfermedad en que la indicación mas poderosa es la de reanimar el corazón y los pulmones.

3? En todos los demás períodos del cólera-morbo las inspiraciones clorui'adas no pueden ser sino perjiídiciales por cuanto propenden á aumen­tar una irritación, que las mas veces se debe pro­poner el médico moderar.

4? Este medio, asi como todos los que se han preconizado y abandonado á su vez hasta el dia, no puede proponerse como capaz de salvar los epidemiados frios y con cianosis en el mayor nú­mero de casos-, y si se dejase anunciar como do­tado de esta dichosa eficacia, seria favorecer una ilusión peligrosa.

La Academia aprobó unánimemente las con­clusiones del mencionado informe.

Sudatorio del doctor dAnvers. Este aparato sen­cillo para recalentar el cuerpo de los infelices epi­demiados , se ensayó en el hospital general; y des­pués de una viva discusión entre varios socios de la Academia, se convino en que era mejor em­plear para el mismo fin saqulUos de arena callen­te, ó de harina, ó del serrin de la madera, porque estas cosas no tenian el inconveniente del sudato­rio, que es el de dar un baño de aire caliente, con espíritu de vino quemado, el cual comunica malas propiedades al aire: de consiguiente no se adoptó el uso de este aparato.

Otros aparatos de baños de vapor portátiles se presentaron á la Academia > entre los cuales se dis­tinguieron los de Mr. Bert y Mr. Huet; pero no puedo dar aqui la descripción de ellos, porqué tendría que extenderme demasiado. Baste decir que no se adoptaron por las faltas que en ellos en­contraron algunos académicos, y especialmente por la de tener que darles el calor con el espíritu de vino quemado, el cual exhala unos vapores que pueden incomodar mucho al enfermo.

i6o En este trimestre se presentó á la Academia la

instrucción práctica sobre el cólera-morbo heclia á petición del gobierno francés. Como este es un documento precioso, espero que mis lectores agra­decerán el que se lo traduzca á continuación, por ser una memoria hecha por el célebre doctor DoU" hle^ autor del primer informe oficial sobre esta enfermedad epidémica.

Instrucción práctica sobre el cólera-morbo, re­dactada d petición del gobierno francés por una Comisión de la Academia Real de Medi­

cina de Paris, y discutida y aprobada por dicha corporación ( i ) .

L a Academia Real de Medicina de Paris va á ha­blar por segunda vez del cólera-morbo indiano al mundo médico; y en esta ocasión ya no tendrá que apoyar sus razonamientos en simples docu­mentos recogidos en tierras lejanas y por manos extrañas; va sí á contar lo que ha visto después de haber adquirido el triste privilegio de presen­ciar tan terrible azote: de consiguiente va á ex­poner el resumen de sus observaciones y de su experiencia; y se contentará con decir el modo con que le ha parecido obrar en las variadas con­diciones de esta enfermedad epidémica; persua­dida de que meditando en lo que se ha hecho, tal vez se llegará mas fácilmente al conocimiento de lo que se debe hacer.

Del aa al a6 de Marzo de iSSa fue cuando

( I ) La comisión qne se nombró para este trabajo se com­ponía de los doctores Gueneau de Mussy, presidente , Biett, Husson, Chomel, Andral, Bouillaud y Double, qne fue el que le redactó. Se leyó y aprobó eu sesión plena el día 15 de Mayo de i83a .

i 6 i estalló la enfermedad en el seno de la capital de la Francia; y aunque se habian indicado ya en Paris antes de esta época algunos hechos aislados y ciertos casos dudosos, todavía no se les pudo dar entero crédito; porque ni en las ciudades ni en los lugares situados en las fronteras de los paises infestados entonces, se habia manifestado ningún ejemplo del cólera epidémico.

Los casos de enfermedad se manifestaron r e ­pentinamente en un gran número, y en un bar> rio que era el que tenia menos comunicaciones con los extrangeros. Hállase situado lejos de la ca­sa de correos, de los depósitos de las diligencias, de las calles y fondas donde van á parar los hom­bres y las mercaderías que pudieron llegar de los paises donde reinaba la epidemia.

La enfermedad invadió primeramente las cla­ses del pueblo que tienen mala habitación, que están mal vestidas y peor alimentadas, y que ade­mas se hallan extenuadas con todb género de ex­cesos. También acometió desde el principio unas ve­ces simultánea y otras sucesivamente muchas per­sonas que vivían juntas en la misma casa, ó que componían una sola familia. Mas si se atiende á la masa general de los beehos, las mas veces se ba visto que no habia mas que un solo enfermo en una misma familia ó en una misma casa; y esta circunstancia ha sido muy notable, particularmen­te entre los enfermos que pertenecea á una clase acomodada; y aunque los médicos y demás personas del arte se han expuesto mucho mas que otras á todas las invasiones epidémicas, no ha podido de­mostrarse que en esta ocasión los facultativos y los alumno» de la escuela de medicina, hayan sido mas acometidos que el resto de los habitantes guar­dando una rigorosa proporción. Las primeras no­ciones inducen á creer que sucede lo mismo con las personas que mas se han acercado á los epid««>

TOMO III. a i

102 miados, como algunos empleados de los hospita-les, los que han asistido directamente á los enfer­mos y los enfermeros y enfermeras, como también los amigos y parientes que les asistían, y los ecle­siásticos que les administraban los socorros espi­rituales. Por lo demás diremos que no nos es po­sible ni nos es dado entrar aquí en pormenores numéricos ni en discusiones estadísticas; pues á dos de nuestros colegas, que son muy diestros tu este género de indagaciones, se les ha cometido el en­cargo de redactar un trabajo completo sobre esta materia.

La enfermedad invadió repentinamente con toda intensidad y con los mayores peligros; y muy luego se la vio estallar bajo diversas formas y con diferentes grados de gravedad, mostrándose algu­nas veces repentinamente y sin signos precurso­res, al paso que en otras circunstancias se anun­ció con pródromos perfectamente indicados. Una gran mayoría de la población resintió, aunque en diferentes grados, lo que mas adelante llamare­mos la influencia epidémica: cansancio en todos los miembros, insomnio, pesadez de cabeza, ato­londramiento de espíritu, inapetencia, estreñi­miento y orina escasa, todo lo cual era un efecto de esta influencia epidémica general; y no había necesidad de estarse en cama ni en la casa, y cada cual acudía á ausmas precisas ocupaciones.

El cólera confirmado presentó muchos modos de invasión, y tuvo muchos grados de intensidad. En algunos casos se vio que la enfermedad prin­cipiaba solamente por dolores de cabeza mas ó me­nos intensos, ó por calambres en las extremidades inferiores que se extendían también á los brazos y á las manos. En algunas ocasiones se mostraba el vómito desde el principio; y sin embargo Jo mas ordinario fue, que Ja diarrea se mostrase pri­mero. Estos diversos síntomas que unas veces du -

i 63 raban muchas horas y otras muchos días, forma­ban á menudo los pródromos de la enfermedad, cuando no era repentina su invasión.

i.*" período, ó periodo de invasión. Ademas de sus grados de intensidad, la enfermedad se presentó bajo unas formas que es muy esencial sa­berlas distinguir y conocer, siendo la primera y la mas común de ellas, á lo menos entre los enfer­mos de las casas particulares, la que se mostró con los síntomas siguientes:

Malestar general; abatimiento insólito de las fuerzas físicas y morales; insomnio ó pervigilio; angustias en la región epigástrica; sensación de pesadez y algunas veces de ardor que se extendía desde la región precordial hasta la garganta; pu l ­so débil; pequeño; blando y mas ó menos lento; nauseas; borborismos; boca seca y pastosa; orinas espesas raras y encendidas; deposiciones de vientre muy frecuentes,diarrea. En esta época presentaron grandes variaciones los cursos de vientre; no sien­do raro que fuesen sanguinolentos, amarillentos, verdosos, y aun morenos, pero casi siempre esta­ban mezclados con mucosidades blancas; las mas veces eran mucosos, blanquecinos, líquidos y pa­recidos á un cocimiento de arroz , un poco espeso, y salían con fuerza por el intestino, como si salie­ran por una jeringa.

Muchos enfermos echaron lombrices, y aun se encontraron algunos de estos insectos en los intes­tinos de algunos cadáveres.

La sangre que salia de las venas era negra cuajada, y estaba espesa como la pez:¡dejaba poca «erosidad á su alrededor, y rara vez presentaba ligeros vestigios de la costra sanguínea, es decir, de esa costra de color blanco parduzco que se for­ma por lo común en la superficie del coágulo.

Esta forma de la enfermedad, que entre las gentes vulgares se ha ilanaado impropiamente co-

i64 lerína, constituía en realidad el primer grado, tes» to es, el grado débil del cólera confirmado, y la afección epidémica se limitaba á estos ligeros ata­ques en las circunstancias mas favorables; pero muy á menudo sobrecogía bruscamente á los ea-fernaos con toda su intensidad fulminante, unas veces de una manera repentina y sin signos pre­cursores, y otras después de haberse anunciado con los pródromos que hemos indicado mas arr i­ba. Entonces se observaban estas dos fases tan te­mibles de la enfermedad: el período álgido ó de concentración, y el período estuoso ( i ) ó de reac­ción,

ft° periodo, ó período álgido. El período ál­gido, cuyo carácter principal era la cesación apa­rente de la vida en la superficie del cuerpo, no faltó casi nunca durante los primeros quince dias de la epidemia; y aunque es indudable que varió eti su intensidad, siempre conservó los mismos caracteres, á saber:

Enfriamiento de todas las partes exteriores del cuerpo, y especialmente de las extremidades inferiores, bajando esta temperatura algunas.ve­ces hasta catorce ó quince grados. Cianosis ó co­loración azul bronceada de la piel en una exten­sión variable; cadaverizaclon rápida del semblan­te ; ojos cóncavos, hundidos sobre ellos mismos, y rodeados de un cerco ciánico de color mas lívi­do que lo demás del cuerpo ^ una materia pulve­rulenta y parduzca que cubría las pestañas y los orificios de las narices; la esclerótica parecía un pergamino y como acardenalada, y por otra parte estaba adelgasada y trasparente, hasta tal punto, que por. eUa se vela la coroide, los carrillos esta4 ijan hundidos, y. los enfermos sentían zumbidos en los oídos y calambres dolorosos en las extremi-

• ] (I ) . E«tüoK> d« tcjtuj c^uroso<

i65 dades superiores é inferiores, y algunas veces tam* bien en la región lumbar y abdominal; la lengua estaba fria y de un blanco anacarado violáceo V la voz siempre muy endeble y las mas veces como balbuciente; opresión grande; sincopes momentá-neos, frecuentes, y una disminución notable en la acción del corazón, la respiración dificil y lenta; el aire que espiraban los enfermos no tenia calor; debilidad, carencia casi total, y aun algunas veces completa del pulso; la auscultación solo .servia para reconocer algunas veces con mucha diíiculit tad los latidos del corazón y los movimientos respiratorios; la orina enteramente suprimida; vómitos frecuentes de materias blanquecinas, pa­recidos á «n ligero cocimiento dear rox; deposi-* clones de vientre, repetidas, líquidas^ bkmqtieci-nas, y como mezcladas de fluecos albuminosos. < Los enfermos murieron muy á menudo en este período, que no tiene límites en su duración: •e le vio faltar algunas vares durante los pFMue-ros quince días de la epidemia; en los quince'¡si«^ guientes faltaba casi siempre; y en el curso de los otros quince se manifestaba con bastante frecuen­cia y con toda su gravedad. . •

Guando sobrevenía la mqerte en el período álgido era muy comon ver que se atajaban los "vó^ mitos y la diarrea, y que (los enfermos decían que se hallaban mejor, cuando apenas les quedaban algunos instantes de vida.

3.«r periodo, ó período estuoso^ En;cierto nú­mero de enfermos se aminoraban sucesivamente los síntomas espantosos de este periodo; la piel em­pezaba á recalentarse, y se ponia halituosa; la eirculacionse reanimaija; el pulso, que ya se sen­tía, adquiría mas frecuencia, y se veia principiar este periodo de la enfermedad que hemos llama­do estuoso ó de reacción. - La transicioa del período álgido al ^tuoso no

i66 ha sido siempre, ni con mucho, regular ni bien marcada; pues muy á menudo ha sido menester combatir corno tránsito de uno á otro, lo que no eran sino alternativas reiteradas de frío y de calor que se sucedian irregnlarmente unas á otras. Ba­bia algunas partes, como las que están cerca de los centros, que se recalentaban, al paso que otras quedaban frías, como los pies, las manos, los de­dos y la nariz; y entonces sentia el enfermo eu ellas un hormigueo, ó una especie de adormeci­miento que por lo menos era incómodo.

El período estuoso, lo mismo que el álgido, no duran de una manera fija, y algunas veces se le ha visto terminar en la muerte al cabo de po­cas horas, y otras se ha prolongado hasta tres dias, y entonces el resultado era variable: finalmen­te, se le ha visto á menudo empezar la enfer­medad del cólera, sin que apareciese el período álgido.

No se han podido encontrar ninguna correla­ción ni dependencia entre el período álgido y el estuoso; y se observó, que no solo el primero no llamaba inevitablemente al segundo, ni que el se­gundo hacia suponer que existiese ya el primero, pues se vieron recíprocamente uno sin otro, sino que tampoco había entre ambos ninguna relación ni en la intensidad ni en la duración: y lo que es mas, el período de reacción se mostró especial­mente completo, sostenido y regular en los casos en que el período de concentración habia sido cor­to y débil.

El período estuoso marchó bajo muchas formas: En ciertos casos se eetableció por grados, y fue

moderado, aunque suficiente. El pulso iba ad­quiriendo sucesivamente fuerza, y conservan­do su regularidad llegaba á ochenta ó noventa pulsaciones por minuto. Las facciones volvían á su estado natural, aunque un poco mas anima-

167 das; pero sin tener los caracteres del semblante vultuoso: luego sobrevenía un mador suave, y su­cesivamente una traspiración fuerte, y sudores copiosos líquidos y vaporosos. A las veinte y cua­tro ó las cuarenta y ocho horas de este estado^ no era raro el ver que se formaban diversas e rup­ciones, algunas veces miliares, juntas con sudo­res halituosos abundantes, y en este caso entra­ban los enfermos muchas veces en convalecencia.

Otras veces era insuficiente el período de reac­ción; marchaba con lentitud y coa irregularidad, y aun mostraba síntomas atáxicos mas ó menos graves. Eutonces era cuando alternaba particular­mente el frió con el calor; apenas se debilitaba la cianosis; la piel estaba húmeda, pastosa, fresca y viscosa; y había movimientos frecuentes y consi­derables que llegaban hasta las convulsiones. El pulso irregular, contraído y vivo latia hasta cien­to y veinte ó ciento y cuarenta veces por minuto; la respiración era frecuente y precipitada; el aliento del enfermo se calentaba con dificultad; la lengua se ponia árida, roja, morena, especial­mente en su parte media y longitudinal, y se quedaba la punta redonda. En loa dientes, las en­cías y los labios se percibía un principio de fuli­ginosidad. La orina se suprimía: la diarrea aumen*-taba; y la ansiedad epigástrica tomaba otro carác­ter distinto del del peí iodo álgido» pues era mas aguda, y el enlernio la soportaba con mas impa-* ciencia. El hipogastrio, aunque flojo, estaba r e ­traído, hundido y, blandujo. La postración de las fuerzas aumentaba, y se volvia á mostrar el co­lapso; el enfermo caia en un estado comstpso prolongado y considerable, y eatonces fué cüaádo se notaron especialmente signos de delirio.'

En fin, este período de-reacción ha sido algu-* ñas veces prolongado, violento y exagerado; y en éstQS casos pfeseataba-loí cairáoterwde un estado

i68 iotflaniatorió mas ó menos considerable. El palso se volvía duro, fuerte y frecuente: la piel, muy caliente, unas veces estaba cubierta de sudores copiosos, y otras conservaba una aridez extrema, general ó parcial. Los enfermos tenían un zumbi­do considerable en los oídos; la cara vultuosa, y la vista animada; los ojos estaban muy inyecta­dos, y á veces se llenaban de lágrimas. La respi­ración era elevada, frecuente y fuerte, y daba veinte y dos, veinte y ocho y liasta treinta y seis inspiraciones por minuto; se declaraba una ver­dadera cardialgía; un calor considerable en toda la región abdominal; una cefalalgia obtusa, gra­vativa, y casi siempre supraorbitaria; insomnio^ agitación y delirio. Esta níodificacion de la reac­ción dio lugar á que se notasen congestiones ce­rebrales, gastro-euteritis, y aun verdaderas pul­monías, y no faltaron ejemplos de encontraren un mismo enfermo, durante la reacción, mucbas de las formas que hemos indicado en este periodo: así pues, la reacción ha sido en una misma perso­na unas veces endeble, y otras violenta; unas re­gular, y otras irregular.

Convales cencía. Se ha visto en muy pocos ca­eos, después de un ataqne formidable de cólera-morbo, en que el enfermo haya pasado felizmen­te por los períodos de la concentración y de la reacción, qvje-iánt^onvalecencia se establecía in-fQediatamente; y: que el enfermo se i curaba por completo con' mucha prontitud: pero esto no su­cedía siempre, y asi faltan palabras para expresar la languidez, las dilicultades y los accidentes que experimentaban^ generalmente los coovalecientefe^ laíabiéndosé notado este fenómeno no solo desptíel de los caaos gravies del cólera, sino también á tíon-secuencia de los ataques ligeros de esta enferme­dad. Las convalecencias no fupron ían lentas^ ^ a n d o la a c c i ó n fue finafaoaifit*ité ifíflamatofiaiji

169 menos que no se empleasen con demasía las emi­siones sanguíneas en los enfermos.

Cuando se manifiesta la convalescencia, no hay duda que ya han desaparecido todos los acci­dentes graves del periodo álgido, y del estuoso; y que ya han pasado los vómitos, la diarrea, las an­gustias del epigastrio, la cianosis, y la voz carac­terística del cólera: sin embargo, todavía queda una debilidad general que no se halla al fin de ninguna otra enfermedad. El semblante está páli­do, enflaquecido, contraído y prolongado; los ojos están empañados, húmedos y lánguidos-, el párpado inferior conserva un poco de la lividez particular de la enfermedad; la lengua, que está blanca, gruesa y blanda, tiene también á menudo un poco de rubicundez en sus bordes; la boca es­tá pastosa, y el gusto viciado. Algunos enfermos sienten una necesidad imperiosa de comer; y el menor alimento les causa fatiga, y aun dolores en la boca del estómago. Los excesos en la comida renuevan la cardialgía, y aun despiertan los do­lores abdominales. El enfermo echa flatos frecuen­temente por arriba y por abajo: el sueño es difi-eil , ligero, y á menudo interrumpido con ensue­ños fatigosos. La convalescencia muestra sin cesar Un estado indefinible de languidez y de abati­miento, y ios músculos, el cerebro el corazón, y

canal digestivo descubren especialmente esta pér­dida profunda de las fuerzas. En semejante estado, la falta mas ligera de régimen, la fatiga física mas pequeña, el exponerse al frió y á la humedad, las débiles contenciones de espíritu, los afectos tristes del ánimo, bastan para producir una recaída; y entonces están los enfermos en una situación mas peligrosa y funesta que en ninguno de los perío­dos de la enfermedad primitiva. Vese pues en efecto que se desarrollan repentinamente y de un modo tumultuoso la mayor parte de los acciden-

TOMO III. a a

tés graves del cólera-morbo; que los síntomas se agolpan, los accidentes se multiplican, los perío­dos se confunden, y lo mas común es que muera el enfermo a pesar de todos los socorros del arte. A fines de Abril y al principio de la tercera se­mana de la epidemia fue cuando sucedieron mu­chas de estas fatales recaídas. Estas hicieron á su vez que se advirtiesen á menudo diversas muta­ciones de ehfermedades, con cuyo motivo se no­taron :

i.° Gastro-enteritis; 2.° Meningitis; 3," Estados tifoideos agudos ó crónicos; 4.° Perineumonias; y 5.° Calenturas intermitentes; no habiendo

contribuido poco al desarrollo de estas diversas afecciones la época del año, y la naturaleza de la estación.

Al que la enfermedad invadiese por primera vez no se libertaba por eso de un segundo ataque; pues en el curso de la epidemia se notaron mu­chos hechos de recaídas bien auténticos, y aun se­gún parece, el haber sido acometido una vez por el agente epidémico expone mucho mas á las rein­cidencias en la misma enfermedad.

Anatomía patológica. Se han hecho muchas aberturas de cadáveres, especialmente en los hos­pitales; y lo»! observadores que se han ocupado en esta clase de indagaciones han señalado lesio­nes de diversa intensidad: con todo, algunos de eJlos lian citado un corto número de hechos, en los cuales no se encontró ningún vestigio de le­sión aparebte; y esto sucedió, especialmente en los primeros días de la epidemia, y cuando morían los enfermos rápidamente, en tres, cinco y seis horas. Generalmente hablando, la extensión y la intensidad de las lesiones anatómicas variaron tan­to como la duración y las formas de la enfermedad

.'•7^: . . . En lo exterior, los cadáveres de fos epidemia­

dos eran sobre todo notables por el color violáceo que presentaban, por el relieve de los músculos que se dibujaban fuertemente al través de los te­gumentos comunes, por una demacración consl-Á derable de la cara y de las rnanos, y porqué te- nian los dedos muy contraídos.

Las lesiones internas mas constantes se halla­ban en la cavidad abdominal, y especialmente en los diversos puntos de todo el tubo digestivoí. •

La faringe estaba casi siempre en él estado normal; y solo presentó una gran sequedad en al­gunos de los enfermos que murieron con síntomas de gastritis.' ' ' ; .. : : • • , ; • •

El^sófago, que á metiudo estaba'jsáno, se en--contró varias veces un poco encarnado, y cómo sembrado de criptas mucosas mas ó menos desen­vueltas.

El estómago no presentó én ciertos Casos nih-' gana alteración sensible; pero eti.©tros lUütíhos' se hallaron en él diversas lesiones; pues unas ve-^ ees estaba dilatado, y otras contraído, conservan­do ademas cantidades variables de la materia que saHapor el vómito. En Ids mas cááos eM>aba rojo á pqdazos ó en toda su süperficii&v y¡cóti i'eblánde-cimiento de sus túnicas, ó sici él.' En los intesti­nos se halló por punto general, pero especial­mente en las personas que murieron con rapidez, el líquido blanqueclríé>f turbio'y aiíiadéjado, qtítíí se ha'Uatíanuniver5aÍttlftí!lte<Se8¿rito;y>eti muchos casos tenia un color como hez de vino. Taittbien' se halló muy á menudo eri los iniéstiftoB tíUa cos­tra de materia cremosa que Cubrlk la superficie interna-dfe lo*? njlstitís; y ésté'heeiio de-anatéliíiík-patológica no solo es digiio dé ^Oétai^sd'J^íirq'Ug eá-el mas constante, sitió adérñüs porqué él ;y la re­tracción de la vejiga ho ser háii'O'bservadó hasta, ahora mas qu* en fós épídjcíttiiaddá dél^bÓIéíai-nK*-

17a bo. La membrana mucosa intestinal presentó va­rias alteraciones en cuanto á la naturaleza, la in­tensidad y el sitio que ocupaban las lesiones; las mas veces se observó en este canal una rubicun­dez mas ó menos manifiesta, una inyección arbo­rescente, acabellada ó punteada, y en otras ocasio­nes una verdadera infi!:racion sanguínea. En mu­chos casos se halló UUÜ especie de erupgion gra­nulosa mas ó menos abundante, y un desarrollo manifiesta de las glándulas de Brumer y de Pe-yer. Estas alteraciones que al principio eran muy visibles en las primeras circunvoluciones del in ­testino yeyuno, se iban debilitando mas abajo, hasta que volvían á tomar después una intensidad creciente, á proporción que se acercaban mas á la extremidad del intestino grueso.

La vejiga de la orina se encontró siempre contraída, recogida detras del pubis, y vacia ó ca­si vacia de líquido. Esta proposición apenas admi­te algunas excepciones, y las mas veces contenia también este órgano una corta cantidad de mate­ria cremosa, blanquecina y análoga á la de los in­testinos.

Esta materia se encontró asimismo en los uré­teres y en las pelvis de los riñones, y aun se pu­do exprimir, estrujando el tejido propio de estos órganos.

Las demás observaciones de anatomía patoló­gica que merecen notarse soplas siguientes:

La inyección de las meninges y de la pulpa cerebral, especialmente en las personas que pre­sentaron síntomas tifoideos, cantidades variables de serosidad clara y viscosa en la cavidad de la aracnoidei en las noallas de la pia-mater, y en los ventrículos cerebrales;

Los pulmones eran notables por la poca san­gre que contenian, su levedad y su blancura: rara vez se ha visto después de otras enfermedas.

que los pulmones tengan una apariencia tan sana; El corazón y los vasos grandes estaban hen­

chidos de una sangre negra, medio coagulada, bastante análoga al almivar de grosellas, mucho mas subida de color que la sangre de otros cadá^ veres, y contenia evidentemente menos serosidad;

Las membranas serosas en general, y en par­ticular la pleura y el pericardio estaban suma­mente secas;

Todos los órganos,, menos el hígado y los pul­mones, estaban mas ó menos inyectados, violáceos y negros;

La vejiga de la hiél tenia mas volumen que en el estado natural, y estaba llena de una bilis or­dinariamente espesa y de un color subido;

Y finalmente, se notó en ciertos casos esta in ­yección vascular del tejido huesoso, que hace que los huesos de los epidemiados del cólera, y sus dientes presentan el curioso fenómeno de una verdadera coloración encarnada, como si estas personas hubiesen muerto de una viva inflama­ción de los huesos.

Los nervios de la vida animal, y los de la v i ­da orgánica no presentaron ninguna particulari­dad insólita; y aunque se han examinado muchas veces y con gran cuidado los ganglios semiluna­res, se han hallado constanteniente sin ninguna alteración apreciable.

Causas de la enfermedad. La causa determi­nante y específica de la enfermedad, es decir, aquella, en virtud de la cual existe el cólera-morbo, y que no le habría sin ella, nos es ente­ramente desconocida, á pesar de todas las opinio­nes hipotéticas que se han publicado sobre este punto. Pero, al lado de esta causa esencial que no conocemos, es preciso colocar una serie de causas predisponentes que no hemos podido estimar con exactitud, y cuya falta ó alejamiento tienen el

. . . ^74 mas feliz influjo ya sea como medio preservativo del cólera-morbo, y ya como medio de curación.

Las causas que favorecen singularmente el des­arrollo de esta enfermedad son: la acción del aire frió y húmedo, y con particularidad las incle­mencias del aire por la noche; las transaciones repentinas del calor al frío, y del frió al calor; el vivir en parages bajos y húmedos; el hacinamiento de personas, y el tener muchos animales domésti­cos; los trabajos excesivos, las vigilias, las fatigas, las contenciones de espíritu muy fuertes ó muy prolongadas; los afectos tristes del ánimo; el te­mor y el espanto, consecuencias de tener mucha aprensión de la epidemia, en una palabra, todas las pasiones debilitantes; los vestidos insuficientes ó desaseados; la imprudencia de dejar repentinamen­te la ropa de invierno para tomar otra mas ligera; el abuso de los alimentos, considerados bajo el do­ble punto de vista de la cantidad y de la calidad; los excesos en las bebidas espirituosas; las digestio­nes difíciles, y todavía mas, las indigestiones; y por último la incontinencia. A todo esto podemos añadir que han tenido una influencia funesta so­bre la epidemia, y sobre las enfermedades acceso­rias los consejos higiénicos que se dan por todas partes, y que se siguen uniformemente, sin aten­der á la constitución de la estación bajo la cnal estalló el cólera, y sin distinguir la edad, la profe­sión, y el temperamento de las personas. Asi que, una alimentación sustanciosa y pesada subsiguién­dose con rapidez á la costumbre inversa, en el mo­mento de entrar la primavera, y poco antes de la invasión de la epidemia, no ha contribuido poco en las personas jóvenes, robustas y pictóricas para desarrolliar ora flegmasias diversas sin relación con la epidemia, y ora accidentes inflamatorios en los casos de la enfermedad epidémica.

Esta tierrible enfermedad atacó indistintamen-

te pero con desigualdad las personas de diferentes sexos, edades y profesiones, las de diversos esta­dos de fortuna, y las que habitaban en diferentes barrios. Reinó con mas frecuencia, y asi hizo mas víctimas entre las personas debilitadas por la edad, ó por excesivos trabajos de espíritu y de cuerpo, lasque vivían en sitios insalubres, los miserables, los poseídos de pasiones tristes de ánimo, los que cometian intemperancias de todas ciases, los que hablan tenido enfermedades anteriores, y sobre todo afecciones orgánicas antiguas.

La enfermedad no pasó desde la clase de los jornaleros hasta la de las gentes acomodadas, sino entre el décimo y el decimoquinto día de la dura­ción total de la epidemia^ y en esta transición fueron atacados violentamente los criados de ser­vicio. En cierto modo la enfermedad recorrió su­cesivamente los diversos barrios de la capital, sin que pudiera reconocerse en esta marcha ninguna regla, encontrarse ninguna condición, ni adivi­narse ninguna causa positiva: por lo demás, ni la transición de una clase á otra, ni la marcha de un barrio á otro han gido bastante marcadas ni exclusivas para que no admitan excepciones una ú otra de estas dos proposiciones.

Nunca nos cansaremos en decir cuánto pudo contribuir para preservarse del cólera una vida arreglada, tranquila, ocupada y sobria; pues apenas se cuentan algunos casos de la enfermedad epidémica en los muchos colegios, escuelas espe­ciales, casas religiosas, y grandes establecimientos de esta capital.

Terapéutica. De todas las tentativas terapéu­ticas que se hicieron durante la epidemia en la práctica civil y en los hospitales, resulta como verdad dominante que no hay ningún especifico ni ningún método exclusivo para curar el cólera-morbo. También resulta de ahi, que la naturale-

176 za de las constituciones individuales, el modo co­mo ataca la enfermedad, sus diferentes formas, y la intensidad de los síntomas que caracterizan ca­da período, exigen para la curación modificacio­nes importantes que vamos á determinar, cuyas útiles aplicaciones solo puede hacerlas un obser­vador ilustrado. De la oportunidad de los diver­sos medios empleados hasta ahora es de donde se han sacado muchos elementos de acierto: y esta oportunidad no ha podido deducirse mas que de la calificación exacta de los fenómenos morbosos, y de las indicaciones que han debido emanar de ellos.

Jnfiuencia epidémica. El que siente el influjo de la epidemia, puede mas bien llamarse indis­puesto que enfermo, y estas indisposiciones solo han exigido precauciones higiénicas generales. Cada cual ha podido continuar en el ejercicio de sus ocupaciones; se ha evitado el frió y la h u ­medad de las madrugadas y de las noches; se ha comido menos que lo que se comía habltualmen-t e , y se han escogido con severa prolijidad los alimentos. Todas las mañanas se acostumbró la gente á tomar una infusión teiforme un poco aro­mática ó amarga, ó un cocimiento mucilaginoso refrigerante, con lo cual, y con un poco de limo­nada gaseosa se pasó la epidemia sin el menor daño.

Periodo de invasión. En casi todos los casos se manifestó el cólera en el primer grado de su in­tensidad tal como le hemos indicado mas arriba, y como se ha designado vulgarmente bajo el nom­bre de colerina.

En este período de la enfermedad fueron muy eficaces los socorros del arte porque se echó mano de ellos á tiempo. Si el cólera se habia anunciado con dolor de cabeza ó con calambres, lo cual su-cedia rara vez; ó si empezaba con ansiedad en el epigastrio y vómitos, como se vio con mas fre-

cuencia, siempre fue menester atender con mu­cha particularidad á la constitución de las perso­nas , tomando en gran consideración la naturale­za de la enfermedad, y lo mismo sucedia, cuando esta despuntaba por cólicos y diarrea que fue lo que se notó mas comunmente.

Las sangrías y las aplicaciones de sanguijuelas han producido grandes ventajas en las personas jóvenes, robustas, de constitución pictórica, y que se hallaban dispuestas á las inflamaciones. El r e ­poso en la cama, y las bebidas mucilaginosas, mas bien vegetales que animales, y frias mejor que ca­lientes fueron muy saludables, como el agua de goma, el agua gaseosa, el hielo puro, y una espe­cie de helados, hechos simplemente con agua y azúcar. Si bajo el influjo de estas condiciones pa­tológicas, el cuerpo se iba enfriando, se recur­ría á los baños tibios de poco tiempo, y adminis­trados con las debidas precauciones '^ pues en mu­chos casos aumentaron la diarrea los baños dema­siado calientes, que duraban mucho tiempo, ó que se rej^etian cou frecuencia.

En este período habla una tendencia notable á la concentración viciosa del calórico, y aun al enfriamiento; pero se lograba corregir este defec­to con fricciones de todas clases, con aumentar el calórico al rededor del cuerjK) de los enfermos por diversos medios, y dándoles infusiones teifor­mes un poco aromáticas: si á consecuencia de esta concentración llegaba á debilitarse el pulso, y á aumentarse la diarrea, entonces se aplicaban con buen éxito cataplasmas sinapizadas y ventosas.

Cuando los epidemiados no presentaban en su organización, ni en el conjunto de sus fenó­menos, ningún indicio del estado inflamatorio, ni signos de predominio nervioso, si eran de un temperamento linfático-mucoso, ó tenían la len­gua blanda, gruesa, húmeda y cubierta de una

TOMO III. 2 3

178 costra amaril lenta, entonces se les daba la ipeca» cuana: á consecuencia de este remedio se han vis­to muchas veces trasformarse en vómitos biliosos, los que eran l íquidos, blanquecinos, y amadeja-dos; la diarrea ha solido tomar un carácter análo­go , ó aun cesar enteramente , la traspiración se ha declarado, las fuerzas se han reanimado, y por ú l t imo, el enfermo ha entrado en convalecencia.

Periodo álgido ó de concentración. Este p e ­ríodo se ha manifestado frecuentes veces, ya le haya precedido este primer grado del cólera, s i r ­viéndole de pródromos una serie mayor ó m e ­nor de síntomas, ó ya se haya declarado repen t i ­namente , y sin ningunos signos precursores. En ambos casos ha sido necesario recalentar el cuerpo del enfermo por todos los níédios posibles, y se ha conseguido este fin con los baños de vapores introducidos en la cama, los ladrillos calientes, sacos de arena ó de salvado puestos antes al calor, frascos llenos de agua h i rv iendo, y el manoseo ó las fricciones en los miembros. Pero en estos casos, en vano nos habríamos limitado á elevar la t em­pera tura del enfermo, pues semejantes conatos hubie ran sido insuficientes; y solo se hubiera r e ­calentado un cadáver , si al mismo tiempo no se conseguia reanimar las fuerzas vitales.

En este período se dio con muy buen éxito el hielo, y aun se aplicó de la misma manera ex te -riormente. En este estado de cosas, muchos méd i ­cos temieron administrar los excitantes espir i tuo­sos, y los tónicos difusibles, y entonces dieron las infusiones claras de café y de té. Sin embargo, al­gunos sacaron buen partido del uso del ponche helado, de los vinos generosos, y especialmente del de Málaga: también satisfacían la misma indi­cación con las pociones cordiales en corta cant i ­dad, en las cuales entraba en dosis variadas el éter, el acetato de amoniaco, y el amoniaco l íquido.

179 Bien se echa de ver, y muchas veces se ha expe­rimentado, que en los casos en que las fuerzas vi­tales casi apagadas necesitaban reanimarse, han sido muy útiles estos diversos excitantes dados ins­tantáneamente: con todo, deben emplearse estos i-emedios con una prudente reserva, porque asi lo exigen muchos de los síntomas que se observan durante la enfermedad, y especialmente las lesio­nes anatómicas que se encuentran después de la muerte.

Han producido muy buenos resultados las ex­citaciones violentas de la piel en todo el cuerpo, y particularmente en el trayecto de la médula es­pinal, por medio de ventosas, vejigatorios, sina­pismos, linimentos amoniacales, agua hirviendo, ó un martillo quemando. Es preciso notar con mas especialidad la excitación ó Ja cauterización de la espina vertebral por los medios siguientes: En una mezcla de ocho partes de esencia de tremen­tina y una de amoniaco liquido se empapa una venda de bayeta tan larga como el esplnazíO, y que tenga seis ú ocho dedos de ancho: se extiende esta venda á lo largo de la columna vertebral, y se cubre con otra venda doble de lienzo, hume­decida en agua caliente y bien torcida; después se pasa por encima de este lienzo y apoyando un poco, un hierro de aplanchar que tenga un ca­lor suficiente para disipar los líquidos que hay en estas telas, hasta que estén casi secas con la eva­poración. Entonces se suspende esta operación, y se repite de hora en hora, hasta que se deje del todo ó se haga mas de tarde en tarde según lo vaya indicando la mejoría del enfermo. También se ha echado mano en estas ocasiones de una ba­yeta mojada en partes iguales de esencia de tre­mentina y de amoniaco. Esta venda se ponia enci­ma del espinazo, y luego se pasaba por encima un hierro caliente de aplanchar, el cual determi^

i8o naba en la piel una rubefacción mas ó menos v i ­va. En estos casos se emplearon igualmente los baños á a8 , 3o, y aun Sa", las cataplasmas hir­viendo y los sinapismos.

Algunos prácticos han recurrido á las emisio­nes sanguíneas, generales ó locales, aun en lo mas fuerte del período álgido: y cuando ha podido correr la sangie con la lanceta ó con las picaduras de las sanguijuelas, se han visto algunas veces re­animarse ios movimientos en la circunferencia, establecerse la traspiración, y marchar la enfer­medad progresivamente á la convalecencia. En muchas circunstancias se ha podido facilitar, y aun provocar que corriese la sangre después de la sangría, metiendo el brazo ó la pierna en agua muy caliente, dirigiendo un chorro de vapores so­bre todo el miembro; y aun aplicando cataplas­mas sinapizadas mas arriba y mas abajo de la san­gría.

Durante este periodo álgido ó de concentra­ción se ha dado la ipecacuana en gran dosis, cuan­do no habia síntomas de sobreexcitación gástrica: en algunos enfermos se vio con la ipecacuana lo mismo que se habia observado con respecto á la sangría, esto es, que la naturaleza quedaba inerte á la acción de este medicamento, y que no pro­ducía nauseas ni vómitos. Pero si estos se ma­nifestaban, y si eran multiplicados, repetidos y violentos, la piel entraba en calor, la cara se animaba, el sudor se restablecía, cesaba la diar­rea, y el enfermo pasaba á menudo de la situa­ción mas alarmante á un estado enteramente fa­vorable.

Periodo estuoso, de reacción. Si la reacción era moderada y suficiente, sobrevenían sudores halituosos abundantes, y si se aminoraban sucesi­vamente los síntomas del cólera, era preciso que­darse espectador satisfecho de semejante estado de

i 8 i cosas: pero esta marcha tan ventajosa se observó rara vez, y esto solo en los primeros quince dias de la epidemia. En esta época, casi siempre la re­acción era lenta y débil, ó excesiva y anormal. Los síntomas tifoideos se han manifestado ordina­riamente bajo estas dos modificaciones del período^ estuoso; y en estas dos circunstancias es cuando han sido mas útiles los socorros bien entendidos del arte.

Cuando la reacción era insuficiente, y no es­taba bien asegurada, todavía se tenia que comba­tir en cierta manera el período álgido prolonga­do. Asi pues, según las indicaciones, era preciso volver á empezar la serie de los diversos medios que se han aconsejado contra este período. Tam­poco fue raro tener que luchar contra los acci­dentes de una reacción exagerada é irregular. Los enfermos se hallaban entonces amenazados de congestiones cerebrales, pulmonares y abdomina­les; y en esta época se vieron asimismo sobreve­nir síntomas tifoideos de variada intensidad.

Este trabajo de reacción pudo moderarse te­niendo al enfermo en medio de una temperatura poco elevada, y haciéndole respirar un aire reno­vado de una manera conveniente. También fue preciso recurrir entonces á las emisiones sanguí­neas generales, y mas á menudo todavía á las lo­cales, y á las ventosas, todo con el fin de reme­diar las congestiones que iban á formarse.

Los defensivos helados en la cabeza, y pro­longados seis, siete y ocho horas seguidas, produ­jeron efectos saludable»; y lo tnismo puede decir­se de las cataplasmas emolientes, simples ó lauda­nizadas, de los fomentos de la misma clase, y aun de los vejigatorios y los sinapismos en las extre­midades. Las bebidas refrigerantes heladas, ó á la temperatura del cuarto del enfermo, y aun el hielo mismo completan la serie de los medios que

J 8 * se em|ilearon para combatir esta especip de.acoi-; dente. ,

Curación de los síntomas dominantes—^Diar­rea. En el curso mas ó menos prolongado de cada uno de los casos de esta terrible eniermedad ha sido menestenmuy á menudo puidar de la c u ­ración-especial de algunos síntomas .cuya persis­tencia no dejaba de aumentar las fatigas, los dolo­res, y aun los riesgos de la afección general. La diarrea fue sin contradicción el mas constante de estos síntomas^ y cuando \;euiq acompañado de dolores y de irritaciones abdominales, se logra­ron muy buenos resultados aplicando algunas sanguijuelas al ano. También se combatió la diar­rea con el cocimiento blanco de Sydenham, el agua de arroz mezclada coa hielo, y.el hielo solo, el extractó ó el cocimiento de ratania , y muy par­ticularmente con diversas preparaciones de opio, sobre todo en pildoras, ó á,lo menos en na pe­queñísimo volumen; pues cuando se daban en pociones, siempre se admiqjsjtrabs en grandes do­sis. Es preciso confeBar,, no obstante, que en algu­nas circunstancias, las preparaciones de opio, y especialmente el láudano de Sydenham, al mismo tiempo que suspendían la diarrea, tenian el in­conveniente de reproducir los vómitos. Eran igualmente muy ventajosas las lavativas, del coci­miento de ratania con disoluciones amiláceas, sim­ples ó unidas al opio. Exteriormente se usaban con mucha frecuencia las ventosas, los sinapismos en las extremidades inferiores, y aun aplicados en el vientre.i Estos medios no eran .menos eficaces para atajar los vómitos, sin contar con que al mis­mo tiempo propendían á excitar y provocar el que volvieran las fuerzas, y á reanimar la circu­lación. Para moderar la diarrea administraron alr gunos médicos el carbón vegetal en polvo muy fino, en dosis de media dracma de hora en horat

i 8 3 y al influjo de este remedio , no tardaban en d i s ­minu i r los cursos, en perder su carácter del cólera epidémico, y en convertirse puramente en biliosos.

Cardialgía y vómitos. T a a ventajosos como fueron los revulsivos cutánetts y. el hielo para contener la diarrea, tan favorables fueron igual­mente para suspender la cardiálgia y los vómitos. Estos dos medios presentaron duran te todo el curso de la epidemia el beneficio inmenso de combatir lo» dos síntonnias q u e constituyen lá incomodidad mas penosa j y el peligro mas u rgen te de la enfer­medad. Las sanguijuelas y las ventosas en el epi­gastr io , l lenaron la indicación dominante que p r e ­sentaban la cardiálgia y los vómitos, cuando ade ­mas babia síntomas de irritación gástr ica , y á t í ­tulo de rtiedio* especiales se usó también Ja po­ción antiemética de Reverio en grandes dosis, las preparaciones de op io , el agua gaseosa, y d ive r ­sos epiteraas refrigerantes ó narcóticos.

Calambres. Los calambres atormentaban cruel­mente á ios enfermos; y algunas veces eran tan fueí tes , que l l egabán hasta las convulsiones, y asi fue preciso apresurarse á combatirlos con diferen­tes medios. En las personas jóvenes y robustas produjeron buenos efectos u n a sangría copiosa y baños á a8 grados: también se les d ieron inter ior­mente muchas preparaciones de opio , y el subni -trato de bismuto. Exter iormente se empleaban s u ­cesivamente embrocaciones anodinas , ó aun el láudano p u r o , cataplasmas emolientes y opiadas; fricciones con la esencia de t rement ina , unas ve­ces p u r a , y otras junta con el láudano ó el éter acético; fricciones de h i e lo , y fricciones secas, y manosear los miembros.

Los calambres cesaron también m u y á m e n u ­do por medio de la l igadura circular de los miem­b r o s ; pero esta práctica solo tuvo una acción lo­cal , y n inguna influencia saludable en la marcha

i84 general de la enfermedad: al contrario, la sangría y los baños, el hielo, y los excitantes cutáneos con los linimentos opiados, según las circunstan­cias, remediaban por una parte los calambres, y correspondian por otra á las indicaciones genera­les de la enfermedad.

Otros muchos medicamentos se probaron ais­ladamente en los diversos períodos del cólera-morbo: mas como no hay bastantes hechos: ni ha trascurrido bastante tiempo para estimar todos estos medios en su justo valor, la Academia se contentará solo con indicarlos: y asi dirá, que en­tre algunos se usaron, el tártaro estibiado, el h i -droclorato de sosa, el almizcle, la valeriana, el oxígeno, el cloro, y el protóxido de ázoe introdu­cidos en las vias aereas, la electropuncion, y el galvanismo, etc.

Hay un hecho que parece bastante averigua­do con respecto á la terapéutica de la enfermedad desque tratamos, y es, que son muy raros los ejemplos de cura completa durante la primera época de la epidemia, cualesquiera que fuesen las tentativas de los médicos; y al contrario las pro­babilidades de buen éxito se acrecentaron á pro­porción que mas se aproximaba la cesación de la epidemia.

Convalecencia. En la curación de esta terri-rible enfermedad no es una época de mediana im­portancia la convalecencia de los epidemiados; pues ni el médico debe disminuir su asistencia, ni el enfermo su vigilancia, porque en esta faz de la enfermedad se deben dirigir todos los esfuerzos al doble objeto de regularizar la marcha del estado intermedio que señala la transición de la enfer­medad á la salud, y de prevenir el accidente fu­nesto de las recaídas.

La perturbación profunda del sistema nervio­so durante la enfermedad, el trastorno violento

185 que lia padecido la hematosis, y la alteración es­pecial de las funciones digestivas explican sufi­cientemente la lentitud y las dificultades que pre­sentan los convalescientes del cólera-morbo. Asi q u e , será conveniente sacar de estas tres con8Íde>^ raciones las reglas generales de Ja conducta que se ha de tener para fijar el régimen y arreglar el método de este período. Hay una precaución ca­pital que consiste en continuar mucho tiempo du­rante la convalescencia el uso de los medios que habian combatido ventajosamente los accidentes que limitaron el fin de la enfermedad y el p r in ­cipio de la convalescencia. Asi pues, será preciso estar muy seguros de que el período de reacción se combatió de una manera conveniente en las di­versas formas que afectara y en la intensidad va­riable que pudiese haber presentado.

En los casos en que este período tomó el ca­rácter inflamatorio fue menester insistir aun d u ­rante la convalescencia en el método antiflogístico, sin que por eso se llegase á abusar de esta medi­cación, so pena de producir congestiones cerebra­les pasivas; y la misma observación práctica pue­de aplicarse á las medicaciones excitantes y tóni­cas, cuando fueron necesarias, como igualmente al uso de los autiespasmódicos difusivos, cuando se administraron con la debida oportunidad; y de lo contrario se incurria en el grave peligro de determinar flegmasias considerables del tubo d i ­gestivo y del cerebro.

En la convalescencia se notó á menudo una hambre insoportable consiguiente á una irri ta­ción gástrica persistente; y no era mas que debi­lidad de los órganos digestivos: entonces fue p re ­ciso aumentar la cantidad de alimentos, pero siem­pre con una prudente reserva; y en estos casos se pudo apresurar la convalescencia con algunos l i ­geros amargos, y con el agua de Seltz y leche.

TOMO III. a4

i86 El extreñimlento de vientre cuando es pro­

longado constituye un accidente, que se debe mi­rar con atención en la convalescencia del cólera-morbo. No hay duda que se deben evitar los pur­gantes por el temor fundado de producir la diar­rea: pero al mismo tiempo se ha de tener presen­te que cuando se detienen mucho en los intesti­nos las materias f í a les son también nna causa po­derosa de irritación local, y se podrán obviar es­tos inconvenientes por medio del régimen, de la­vativas indicadas, y aun de algunos purgantes suaves ó laxantes.

Cuando sobrevengan síntomas manifiestos de irritación, é indicios de cualquiera congestión lo­cal durante la convalescencia, téngase á la vista inmediatamente la posibilidad de la recaída, y trá­tese de prevenirla al instante con los medios ra­cionalmente indicados que se han expuesto antes; pues en los numerosos casos de esta reincidencia de la enfermedad durante la convalescencia, los accidentes fueron mas graves y mas inteiisos que en la primera invasión. También fue preciso ata­carlos con mas vigor, y oponerles, aunque con mas energía, la misma serie de medios que se han propuesto para la enfermedad, considerada en sus formas y en sus períodos variables.

^Profilaxis. La Academia tiene pocos consejos que dpr á título de medios preservativos: seria 'preciso haber tenido nociones exactas sobre la na­turaleza, y el modo de acción de la causa eficiente y específica del cólera para encontrar los medios eficaces de preservarse de esta cruel enfermedad. Asi pueai, estamos reducidos, por lo que hace á la profilaxis, á combatir las causas generales que predisponen á la enfermedad, ó que deciden la manifestación de ella. Mas como ya hemos señalado ^stas causas no volveremos aqui á hablar de ellas. Con todo no tememos repetir cuan importante e?

J 8 7 abstenerse de bebidas espirituosas y de licores fuertes, de evitar cuidadosamente los excesos en los alimentos, y de huir todas las ocasiones de in­digestiones, ó aun de digestiones dificiles: por lo cual el que quiera alimentarse bien, tendrá que combinar en justas proporciones las sustancias animales con las vegetales, sirviéndole de guia el hábito, las localidades y las costumbres indivi­duales.

En la estación de los frutos se debe tener pre-«ente que no serán provechosos los que no estén maduros ó sean de mala calidad, ó que se coman en gran cantidad. Deberán prohibirse las frutas tempranas, por ser producciones anticipadas del arte, en cuyo desarrollo han faltado los principa­les agentes de una madurez perfecta; pero los frutos de buena calidad, y que se han madurado de un modo conveniente, si se comen con mode­ración, tendrán en tiempos de epidemia, como en otros tiempos, las ventajas conocidas de esta clase de alimentos.

La Academia cree de su deber señalar en este lugar los inconvenientes, ó por lo menos la nul i ­dad de acción de algunos pretendidos preservati­vos que se han preconizado por todas partes, Al frente de estos medios se debe poner el alcanfor, cuyo menor inconveniente seria el que no produ­jese ningún resultado: pero esta sustancia, que casi siempre se ha prodigado, ha producido muy á menudo durante esta epidemia, en la economía viviente, y con particularidad en el sistema ner­vioso, unas impresiones perjudicial es; siendo conse­cuencias incontestables de su uso el dolor de cabeza, zumbido en los oídos, desvanecimientos y vérti­gos. Lo mismo puede decirse de todos los ivina-f gres, alcoholatos, y las demás mixturas anti-colé-ricas, que han sido como una verdadera contri­bución impuesta á la credulidad pública.

i88 Los cloruros bajo todas las formas, y pucstc»

con profusión en los aposentos, y hasta en las al­cobas han hecho mal frecuentes veces; pues han ocasionado tos, angustias de pecho, é irritaciones de garganta: y por otra parte serla dificll citar ca­sos bien auténticos de su utilidad profiláctica. Derrámense con frecuencia en los lugares excusa­dos , en los caños de cocina, las tajeas y demás sitios por donde pasan la^ aguas sucias, en los pa-rages donde se bailan habitualmente reuniones numerosas de hombres, y en una palabra en to­das partes donde puedan formarse emanaciones mal sanas, y entonces se obrará de un modo r a ­cional. En todas las demás circunstancias, ni el raciocinio ni la experiencia podrán jamas justifi­car el uso de estos agentes.=El presidente, barón Poríol.zzEl secretario perpetuo, E, Parisset,

BIBLIOGRAFÍA.

Clínica de la enfermedad sifilítica: obra cc»n> puesta de dos tomos en 4.° francés, y de ciento veinte y seis estampas iluminadas, que represen­tan todos los síntomas simples y coroplicados de esta enfermedad. Obra escrita por el doctor De-vergie, y llena de observaciones comunicadas por los dos CuUerier, tío y sobrino, y los doctores Bard, Gama y Vesruelles. Esta obra cuesta en París ochopientps reales. i

En el prospecto que se acaba de publicar para anunciar que ya está de venta la obra,dice el edi­tor entre otras cosas, que conviene la tengan en sus casas las personas de una clase elevada en Ja sociedad,¿ fundándose en que los jóvenes eneon-^ trarán un poderoso correctivo que les refráae el ímpetu de sus pasiones en la lectura de este tra­tado. Semejante indicación es efecto de un cálcu­lo puramente mercantil; y los.jóvenes que iean<

i89 este tratado no le comprenderán si ya no están iniciados en los principios de la ciencia médica; y si miran las estampas, por mas que las estén ho­jeando todos los dias, no dejarán sus depravadas inclinaciones solo por el aspecto de los males crueles que ocasiona el libertinage.

Todos saben que Tissot y su compatriota Zim-mermnnn escribieron ex-profeso sobre el abuso del onanismo, y los desórdenes que causa en ambos sexos el vicio abominable de la masturbación; pe­ro las declamaciones de estos dos médicos verda­deramente célebres no fueron parte para corregir el vicio que se proponían destruir; pues muchos jóvenes que se hallaron atemorizados á la prime­ra lectura de estas obras, cuando cedieron á los impulsos de su pasión, y vieron que no les sobre-venia el exagerado mal que pintaban estos auto­res, se abandonaron con el mayor desenfreno, y fueron víctimas de su culpable indocilidad. Yo he visto un ejemplo de esta clase en estos últimos meses: un joven de edad de veinte y dos años, cuya estatura era la de un niiío de doce, se habla entregatlo á los excesos de la masturbación desde su tierna infancia sin que bastase nada para ha­cerle dejar este vicio. Le enseñaron las estampas de está obra que acabo de anunciar del doctor Devergie, y los modelos dé cera," de donde se han copiado, los cuales se hallan en el magnífico ga­binete de anatomía artificial de Mr. Dupont, y aunque parecía corregirse en el primer momento, al llegar la noche, deseaba la hora de acostarse para abandonarse á sus criminales maniobras. Guando me encargué de asistirle, estaba casi ma-rasmodico; tenia los órganos sexuales como atro­fiados; una calentura lenta le iba consumiendo, y al fin murió en pocos meses de una enteritis cró­nica que resistió á todas las combinaciones tera-' péuticas mas bien indicadas.

190 Pero volviendo á nuestro asunto, no puedo

menos de decir que este nuevo tratado de enfer­medades sifilíticas escrito por el doctor Devergie contiene observaciones muy preciosas, y aunque presenta el cuadro de las doctrinas que se contro­vierten todavía sobre este punto de la patología humana, el autor se decide casi siempre por el sistema de la irritación, y combate la teoría del virus sifilítico, como que no puede adaptarse á las miras de los que solo consideran en el mal ve­néreo unas inflamaciones locales que pueden des­aparecer con el régimen antiflogístico. El tiempo, este severo juez de las controversias de los homi-bres hará justicia, y no está muy lejos el momen­to en que los médicos se convencerán en general: l.° de que la medicina es la ciencia de la observa­ción metódica de los hechos y de las deducciones legítimas de los mismos; y 2.° de que los médicos que nos han precedido en la carrera no eran tan ignorantes como quieren suponer mas de cuatro jóvenes presuntuosos á quienes falta la experiencia.

apuntes sobre la carditis intertropical, lia" moda vulgarmente Jiebre amarilla, con una in­dicación de los principales incidentes que precedie-ron á la epidemia de Gibraltar en el año de 1828, por P . Jaime Ardevol, doctor en medicina y so­cio de varías academias.

Tengo á la vista el propecto que acaba de pu­blicar el autor, á quien profeso una particular estimación, no solo por la amistad con que se ha dignado favorecerme, sino también por las exce­lentes cualidades que le adornan. Celoso defensor de nuestras glorias nacionales en todo lo pertene­ciente á la ciencia que profesamos, el doctor Jr^ devol no ha omitido diligencia alguna para p ro­bar, que los médicos españoles han conocido á

191 fondo la enfermedad de que se trata, y no nan te­nido qu'* ir á mendigar ilustraciones agenas fue­ra de nuestra patria como lo han pretendido sos­tener algunos jactanciosos extrangeros mal aveni­dos con todo lo bueno que encuentran en la Pe­nínsula española.

El autor se propone probar que la calentura amarilla procede de un gas que envenena la san­gre , produciendo una inflación especial del cora­zón, como lo indica suficientemente el modo que tiene de caracterizarla, cuando la Uanmcaiditis: dice que en su período elemental ó de lesión pr i ­mitiva orgánica conserva los signos patognomóni-cos que la distinguen, siendo su terminación fran­ca en este período, sin ningún otro sintoma de mas valor, como es la amarillez y el vómito negro. Se­gún parece, esta enfermedad se fija en el estómago al llegar á su segundo período, cuando su termi­nación fue incompleta en el primero; y si desde el estómago y el tubo digestivo pasa la irritación á los centros nerviosos, entonces constituye una ce­falitis, y el tercer período de la dolencia.

En esta obra se hallan diseminadas varias no­ticias sobre la geografía tisica de España, y ha in­sertado el autor una serie de proposiciones en es­tilo aforístico para ilustrar al práctico en el diagnos­tico y el pronóstico de esta enfermedad; y conclu­ye exponiendo el método curativo especial no solo para combatir la calentura amarilla sino también para prevenir la recaída. Por último, el autor ha sido testigo ocular de esta mortífera dolencia cuan­do reinó epidémicamente en América y en varios puntos de Europa.

Morgagni: de sedibus et causis morborum per anatomen indagatis: sexta edición, revisada, cor­regida y aumentada por los doctores Chaussier y

192 Adelon, profesores de medicina de París: ocho tomos en 8.° francés, muy bien impresos, que cuestan ciento setenta y seis reales.

El nombre de Morgagni^ que hasta cierto punto puede llamarse el fundador de la anatomía morbosa ó patológica, nos dispensa de hacer el elogio de esta obra, conocida en todo el mundo médico. La edición de Paris se ha hecho con pre­sencia de las otras que se habían publicado ea países extrangeros, y merece la preferencia.

ErVSAYO SOBRE

L A S E N F E R M E D A D E S V E N É R E A S .

DE LA GONORREA EN EL HOMBRE Y EN LA M Ü G E R ; D E LAS COMPLICACIONES QUE PUEDE TENER ESTA ENFERMEDAD ; DE SUS FUNES­TAS CONSECUENCIAS, Y DE LOS DIFEKENTES

MEDIOS QUE SE EMPLEAN EN EL DÍA PARA CURARLA.

{Continuación del primer articulo) ( i ) .

I>e la gonorrea en la muger. L a gonorrea en la muger no es tan formidable como en el hom­bre, ya ocupe la membrana mucosa de la vagina, ó ya se extienda á la que sii've de forro á la ure­tra. La diferencia de esto consiste en que las par­tes afectas en la muger no son tan numerosas, ni están situadas tan profundamente, y en que la uretra es mucho mas corta. El doctor Jourdan aña­de , que estos dos aparatos no se hallan tan ínti­mamente unidos en la muger, no son tan compli­cados, y presentando una superficie mas extensa, sus comunicaciones exteriores son mucho mas an­chas. Asi, pues, resulta de la misma disposición anatómica de las partes, que la enfermedad pue­de fijarse en muchos mas puntos diferentes, y que los síntomas inflamatorios varían en razón de la situación, de la sensibilidad particular y de las fun» Clones de las partes que afecta; de donde se infie­re que no podemos acomodar la explicación de

( I ) "Víase Repertorio médico extrangero, tomo 3, pág. i . TOMO m . a 5

194 *e8ta afección á un cuadro general comb heñios h1e-cho hablando de la misma en el hombre, por lo cual, siguiendo la obra excelente de Jourdan ( i ) , admitiremos cuatro variedades principales, las cuales pueden hallarse solas ó reunidas, y todas se manifiestan algunos días después del acto vené-r.éo por una especie de titilación ó cosquilleo, y una sensación de calor, que excitan á la niuger de un modo podercfeo á los placeres conyugales, pero ;qne muy luego se convierte todo esto en dolor.

La primera variedad de esta gonorrea consiste en una inflamación de la vagina, que comienza por el entumecimiento de la vulva hasta tal punto, que á veces no se puede introducir el dedo; y los que de esta circunstancia hayan querido deducir que esta especie es la mas benigna de todas se han equivocado, pues puede ser mas aguda que todas las otras. Hunter creia que no pasaba la inflama­ción del tercio del canal de la vagina; y otros au­tores han llegado á suponer que se extendía hasta la mi tad; pero las observaciones posteriores de Cu-ller'wr y de Ricord nos muestran que puede ex­tenderse la inflamación á todo el canal, hasta el orificio del útero, y aun penetrar á la membrana interna de esta viscera, como lo notó evidente­mente Cullerier en una muger que tenia un pro­lapso de la matriz.

En la segunda variedad, la irritación se ex­tiende á los alrededores del orificio de la uretra, desde el clítoris hasta la extremidad subpubiana de la vulva; y entonces es muy dolorosa la hin­chazón, sintiendo la muger una impresión como si un cuerpo extraño hubiese de salir por la vul­va- El clítoris entra en erección con mucha fre­cuencia, y siente muchas ganas de orinar, dedon-

( l ) Jourdan, Traite des maladies vénériennes, tomo r, pág. 93'París , 1826'.

19^ de resulta que la orina al bañar todas estas partes inflamadas las escoria, y aumenta el padecimiento* Todos estos síntomas se van graduando, hasta que el mas ligero contacto,aun el de Ja camisa, causa vivos dolores, y en este estado se va con virtiendo por grados en un flujo copioso la pequeña desti­lación que habia al principio.

La tercera variedad se conoce en que la infla­mación se halla en la uretra misma; y se observan unos síntomas enteramente análogos á los que he­mos descrito al hablar de la gonorrea en el hom­bre. ^e¿¿ dice, que esta irritación uretral puede tenerla muchos meses la muger antes de que se le declare el flujo gonorráico; pero se ha observado que en casi todas se exalta la sensibilidad de estas partes de una manera muy rápida, y comienza muy luego el corrimiento. Si se quiere distinguir el que viene directamente de la uretra, del que entra en este canal refluyendo de la vagina, no hay mas que apretar el canal de adentro afuera, des­pués de haber limpiado bien todas las partes con un paño, y se verá de donde sale el flujo.

Finalmente, en la cuarta variedad. Ja inflama­ción gonorráica ocupa las ninfas, Ja cara interna de los grandes labios, la comisura posterior de la vulva, y la fosa navicular. En este caso, la mu­ger siente dolor y escozor al tiempo de andar y al sentarse, lo cual depende del frotamiento ó de la compresión. En todos estos períodos ó variedades que hemos descrito, presentan los síntomas unas particularidades casi inñnitas en su intensidad. Al­gunas veces empieza la enfermedad sin pródromos; y en otras al contrario, se hinchan los grandes la­bios , la reglen del pubis y la abdominal; las glán-i dulas de las ingles se infartan y se ponen doloro-sas, de manera que le cuesta mucho trabajo á la niuger el andar. Por lo que toca al corrimiento, presenta en ella los mismos caracteres y variedades

196 que en el hombre, es decir, qne al principio es claro, y luego amarillento, verde y sanguinolento, con un olor mas ó menos fuerte; siendo de notar, que en algunas raugeres adquieren mas intensidad estos síntomas antes y después de la menstruación. La disuria no es tan frecuente como en el hom­b r e , ni tan aguda; pero la irritación se propaga con mas facilidad á la vejiga y á los riñones; pues hay pocas mugcpes que no se quejen de dolores en las regiones hipogástrica y lumbar, echándose de ver en sus orinas un sedimento mucoso. Tam­bién suelen manifestarse flemones en el tejido ce­lular submucoso, habiéndose encontrado verdade­ros abcesos que han degenerado en fístulas en el orificio de la vulva, en la cara interna de los gran­des labios, y aun en el monte de Venus; y por úl­timo, esta irritación puede comunicarse á ios apa­ratos respiratorio y circulatorio, ocasionando una calentura mas ó menos intensa, según la constitu­ción de la enferma, y el grado de irritabilidad de las partes afectas. Las consecuencias ele esta enfer-» medad son ideáticas en la rauger y en el hombre, con la diferencia qne no son tan funestasen aque­lla, y que propenden á la cronicidad, mantenien­do unos flujos rebeldes, y por decirlo asi, inago­tables, porque experimentan nueva recrudescen­cia en cada período de la menstruación. En cuan­to á las estrecheces del canal de la uretra, ffunter, y Lallemand las han visto , y Bell las ha negadov pero cualquiera puede conocer, que por ser mas corto este canal que en el hombre, ofrecen menos dificultades.

Las causas de esta enfermedad son las mismas en ambos sexos; y en el femenino puede provenir de la irritación mecánica de la vagina, de las pri­meras caricias de un esposo, cuando sus órganos sexuales no guardan proporción con los de su con­sorte, y del ardor con que se entregue á este pía-

»97 cer una muger que haya guardado continencia -por mucho tiempo. Las afecciones catarrales, cuan­do han reinado epidémicamente, han producido el singular efecto de atacar los órganos externos de la generación, como lo han observado los doc­tores Rayer, Caparon y Boisseau; y nadie ignora que la leucorrea, que es un catarro agudo ó cró­nico de la matriz y de la vagina, depende gene­ralmente de una irritación crónica de las vias d i ­gestivas, como opina Jowdan Esta afección se asemeja perfectamente á Ja gonorrea vaginal que ?e nota después del coito; el olor, el color, y la consistencia del flujo varían asimismo en razón del estado de las partes y del grado de irritación de la membrana mucosa. Solo se diferencian los dolo-yes, que son profundos en el catarro uterino, mien­tras que en la. gonorrea Jos siente la muger en los alrededores de Ja vulva.Lo mismo puede decirse de los flujos que tienen algunas mugeres poco tiem­po antes ó después del período menstrao. Por últi­mo, la gonorrea se presenta siempre en la muger bajo el mismo aspecto, cualquiera que sea la cau­sa que la haya producido; y no solo no hay dife-xencia en la materia del flujo vaginal, sino que los accidentes locales y simpáticos son enteramente iguales. Algunos médicos han querido establecer por principio, que en la leucorrea, el flujo es blan-c<>, y en la gonorrea verdoso ó amarillento; pero este signo no tiene ningún valor, puesto que en ambas afecciones varía el color del flujo hasta Jo infinito; y no hay mas que una confesión ingenua d^ parte de la muger que pueda fijar la incerti-duínbre del facultativo.

Todavía es mas dificil resolver en la muger que en el hombre el oscuro problema de las pro­piedades contagiosas de esta enfermedad. Hunter dice, que algunos hombres han contraído la gO' norrea con mugeres en quienes no pudo descubrir- ,

198 se el menor rastro de esta afeqeion; 75 ¡explica ei caso, suponiendo que el hombre percibió el virus que habria depositado otro con quien hubiese co­habitado la niuger poco antes, de modo que no le dio lugar á que obrase malignamente en ella; pe­ro esta explicación es gratuita, y vale mas confe­sar nuestra ignorancia, en este y otros- puntos que perdernos en hipótesis. Por otra parte, se han vis­to hombres que han tenido la gonorrea por ha­berse entregado á una muger antes ó después que ella tuviese sus reglas, ó poco después desparto, mientras les durao los loquios, ó cuando8e hallan afectas de leucorrea. De todo esto se infiere, que la prudencia exige abstenerse del acto venéreo cotí cualquiera muger que tenga una inflamación, aun­que no sea muy intensa'jde la membrana interna de la vagina, cualquiera que sea su causa; porque si algunas veces no resulta nada por efecto del há­bito, ó por la falta de excitabilidad que tienen al­gunos hombres, también nos muestra la experien­cia de todos los dias, que el principio contagioso se desarrolla á'adquiere mayor actividad durante el coito, ya sea por el calor y la turgescencia ex­trema de las partes genitales, ó ya porque estas son entonces mas sensibles á la acción de todas las cau­sas irritantes.

De otras complwaciones de la gonorrea, ó sea de la salida del mismo fiujo por otros órganosmas^ Ó menos distantes de los genitales.

Flujo gonorrdico por el ano. Este flujo puede provenir en ambos sexos del vergonzoso y abomi-» nable vicio de la sodomía, y en las mugeres poco aseadas del descuido con que dejan penetrar por • el orificio del recto la materia de la gonorrea va­ginal que se extiende por ei perineo. Esta afección del recto es crónica mas bien que aguda; pero

199, . cuando se presenta en este último período se hin­chan las partes afectas en tales términos, que no pueden pasar las materias fecales sin causar un vivo dolor, y el enfermo siente latidos, y una especie de calor y pesadez. Si la inñamaciou es muy vio­lenta puede comunicarse á los órganos inmediatos, empezando por el tejido celular en donde se forman abcesos, que terminan en fístulas; otras veces se inflama la vejiga en el hombre ^ y el útero y sus dependencias en la muger-i determinando muchos accidentes, como Ja cistitis, la disuria. Ja estrangu-ria, el catarro vesical, y unos fuertes dolores en la región del sacro, como si hubiesen recibido en ella un golpe violento.

Cuando la enfermedad es crónica, no siente el paciente mas que una especie de escozor, y un go­teo habitual que mancha la camisa, ó bien arroja, al acabar de excretar, unos fluecos de materia co­mo clara de huevo. Este primer síntoma comienza á inquietarle; pero muy luego empieza á desor­ganizarse la membrana del recto, y se forman en ella de trecho en trecho unas estrecheces circula­res, que suelen subir en el intestino hasta ocho y diez pulgadas. En el rededor de estas estrecheces, y aun de una á otra, se forman algunos tumores que van desviando el recto en diversos sentidos, y alguna» vece» contrarios Í, cuya «huaci<>n es de -pilorable para el enfermo, porque las materias ex­crementicias que se hallan retenidas encima del obstáculo van irritando cada vez mas el intestino, y sale por su orificio una materia puriforme y abundante; á cada instante se le renueva la nece­sidad de excretar, pero sus esfuerzos son inútiles, y por Una especié de instinto se administra lava­tivas muchas veces al dia, las cuales entran y sa­len con dificultad, y el poco líquido que penetra, mezclado con la materia del flujo deslié el escre-naento, y hace que el enfermo se halle circuido de

aoo una atmósfera sumamente fétida. La frente y to<fa Ja cara se le cubren gradualmente de granos en­cendidos que degeneran en pústulas, circuidas de una areola roja ó morena, y se multiplican al pa'-8o que va creciendo la enfermedad. El apetito, el sueño y la robustez desaparecen; la calentura se muestra de tiempo en tiempo, y luego sobi'evie* nen cólicos, el meteorismo del vientre, y todos los demás accidentes »que arrastran al enfermo á la muerte , bien sea de una peritonitis ó de una in­flamación grave de las vias digestivas; pudiendo tenerse por feliz en morir de esta manera, antes que el intestino llegue á la degeneración canceror sa, en cuyo caso los tormentos que padece son in­explicables. Las afecciones hemorroidales pueden ocasionar Jos desórdenee que hemos enumerado mas arriba: de consiguiente solo puede ilustrar al médico para hacer un buen diagnóstico, el cono­cimiento de las costumbres del enfermo, si no quie­re exponerse á confundir estas causas, aunque loa síntomas son enteramente ideáticos. Si el mal es­tuviese muy al principio, podrá guiarse el faculta­tivo por la inspección de las partes afectas; pues se ha observado, que los que tienen la desgracia de ceder á la detestable pasión de este acto con­tranatural, presentan el orificio del intestino rec­to hundido, y forma una especie, de embudo por la compresíoo que ejtperimenta el tejido celular que se halla en las márgenes del esfínter.

Las membranas mucosas de la nariz, de la bo­ca y del conducto auditivo externo pueden afec­tarse del flujo gonorráico, ya sea por una metás­tasis de la misma enfermedad en los órganos se­xuales, y ya por un contagio directo, ocasionado ' por inadvertencia, ó por uno de aquellos extra­víos de la imaginación á que conduce el libertina* ge. La boca es el órgano que se halla mas expues­to á esta especie de enfermedad; pero se termina:

aoi muy pronto por resolución, antes de que el pa­ciente se aperciba del mal, ó se formen úlceras si­filíticas, de las cuales hablaremos en el artículo de las úlceras.

El ojo es un órgano precioso que se ve acome­tido con mucha frecuencia por eJ vicio gonorráico. Los recien nacidos vienen al mundo con esta en ­fermedad , cuando se han empapado sus tiernos párpados durante el parto con el líquido pur i ­forme que hay en la vagina de la madre afecta de gonorrea. También se observa lo mismo en los adultos, cuando tienen la imprudencia de llevar la mano á los párpados después de haber tocado los órganos genitales inflamados ó ulcerados. Fan Swieten fue el primero que indicó esta causa, y Swediaur refiere, que un hombre que acostum­braba lavarse todas las mañanas los ojos con su propia orina, lo hizo un dia después de haber te­nido un coito impuro, y contrajo una oftalmía de las mas graves. Astruc, Delpech y fourdan refie­ren observaciones análogas. La inflamación del ojo empieza ordinariamente por la conjuntiva, que se pone mas ó menos inyectada é hinchada; y la t u ­mefacción puede llegar á tal punto , que la mem­brana forme una especie de verdugón circular al fededor de la cornea trasparente, y "forma un t u ­mor saliente entre los párpados. De esta irritación resulta un humor mucoso-purulento que fluye continuamente, y suele escoriar las partes inme­diatas. Algunas veces suele participar la cornea de esta enfermedad, y derramarse el pus entre sus lá­minas, de modo que las hace perder mas ó menos completamente su trasparencia. Finalmente, hay ciertos casos, que por fortuna son bastante raros, en que la oftafmia presenta una agudeza extrema que no se puede dominar ni aun con los remedio» mas activos; porque entonces se inflama el globo del ojo, se dilata, y causa al enfermo unos dolo-

T03IO III. a 6

ac3. res atroces en razón de la resistencia de la escleró­tica: aun el cerebro mismo puede participar de esta flegmasía, cuando no se terminan estos acci­dentes por la punción del globo del ojo, ó por su ruptura espontánea. La consecuencia inevitable de esta terminación es, que el enfermo pierde el ojo; y le queda alguna esperanza de conservarlo cuando solo ha habido opacidad de la cornea; pe­ro entonces es menester hacer diversas aplicacio­nes, ó hacer la pupila artificial. Asi pues el médico deberá oponerse á que la enfermedad adquiera tan alto grado de intensidad por medio de una cura­ción antiflogística muy activa, y seria impruden­te abandonar el mal á sí mismo : también sue­le ser ventajoso en algunos casos reproducir el flu­jo en la uretra; pero es preciso tener presente que este medio solo es secundario, y que no se debe emplear sino después de haber disminuido la in ­flamación de la conjuntiva.

El flujo que viene de la oftalmia agudísima de la conjuntiva parece muy probable que sea con­tagioso, cuando ha llegado esta enfermedad á ser muy intensa, porque las flegmasías de todas las membranas mucosas pueden trasmitirse de unas personas á otras, unas veces por medio de vapo­res, y otras por los líquidos que exhalan sus su­perficies alteradas. Ahora bien, hay muchos médi­cos ingleses é italianos que opinan, que es conta­giosa la oftalmía, impropiamente llamada de Egip­to , opinión que fue apoyada por las observacio­nes que hizo Chaussier. Este sabio fisiólogo vio la raucosidad verdosa que salía de la conjuntiva de un hombre que tenia una oftalmia á consecuen­cia de una gonorrea suprimida, producir una of­talmia análoga en una persona sana.

ao3

Método curativo de la gonorrea, y de sus diversas complicaciones.

En la curación de la gonorrea, corao en la de todas Jas enfermedades, los medios higiénicos son de la mayor importancia, porque facilitan el in ­flujo de los agentes terapéuticos, y ayudan eficaz­mente su acción: la virtud de estos últimos seria incierta sin el socorro de los primeros, y la con­valecencia seria mas larga y menos sólida. El r e ­poso en la cama, y un calor suave, previenen mu­chos accidentes; asi como el aseo y la limpieza mas perfecta son un preservativo poderoso contra los inconvenientes que pueden resultar de la estanca­ción prolongada del flujo gonorráico en las partes inflamadas, y aun en las sanas: de consiguiente deberá usar el etifermo de lavatorios y aplicacio­nes atemperantes para llenar este objeto. Luego que se levante de la cama, su primer cuidado debe ser el de ponerse un suspensorio, que tenga soste­nido el escroto, cuya precaución es indispensable para prevenir la inflamación de los testículos; pe­ro es necesario que este suspensorio esté bien he ­cho, y que lo ponga con esmero, porque si fuese muy estrecho ó estuviese muy apretado, compri­mirla las partes que solo debe sostener. También deberá llevarlo mientras que esté malo, hasta que se cure, y aun algún tiempo después, porque or­dinariamente no se declara la orquitis cuando la gonorrea es muy aguda, sino cuando ya es poco considerable.

Es importante que el enfermo guarde cierto régimen durante la curación; y una de las reglas principales de este, es sustraer el órgano afecto del influjo de las causas inmediatas de irritación, y de todo lo que pueda contribuir de un modo indi­recto á exaltar en él la acción vital. La sobriedad,

2,04 la templanza y la elección de alimentos que no es-ten nauy condimentados, absteniéndose de bebidas estimulantes y licores fermentados, son condicio­nes esenciales para la curación. Por esta razón el médico deberá prescribir á su enfermo la cantidad y calidad de alimentos y bebidas de que deba usar, sin dejarle este punto á su libertad, porque abu­sarla de ella hasta exaltar desmedidamente los efec­tos de los medicamentos que le propinase; y la cu­ración será tanto mas pronta cuanto el paciente sea mas dócil, pudiendo decirse que casi todas las afec­ciones venéreas serian muy sencillas y durarían muy poco, si el enfermo no creyese, fiado en las promesas de los charlatanes, que puede curarse con facilidad, sin alterar su método ordinario de vida, y no se verian algunas afecciones de estas tau tenaces y tan rebeldes.

Hay autores que opinan, que la naturaleza basta para triunfar de cualquiera inflamación de la uretra, y que abandonada á sí misma esta en­fermedad, se cura con la misma facilidad que el co­riza ó el mas leve resfriado. líunter llegó á decir que había curado á muchos enfermos dándoles una tisana eftloliente y pildoras de miga de pan; y Fa-bre, ardiente defensor del mercurio como especí­fico, dijo, que se limitaba al régimen, los baños y las tisanas refrigerantes, recomendando á los pa­cientes la tranquilidad y el reposo, y que con esto, curaba las gonorreas, añadiendo, que en semejan­te método consistían todos loa secretos del arte so­bre esta enferraedad. Pero la experiencia diarla nos enseña , que es preciso no fiarse en estas aserciones generales, ni en las exageradas de Munter, que se atrevió á decir, que los remedios apenas aprove­chaban en la gonorrea de cada diez veces una. Afortunadamente ya pasaron aquellos tiempos del famoso Sthal, en que se tenia una opinión equi­vocada de esta enfermedad, suponiéndola como uu

ao5 flujo crítico, que era absolutamente necesario de­jar correr hasta que se agotara por sí mismo, para evitar de este modo el peligro de una infección ge­neral. Este modo de ver lo inculcó Sydenham á sus discípulos; y posteriormente lo acreditó Boer-haave con toda la preponderancia de su gran r e ­putación. Pero en el dia se hallan convencidos casi todos los médicos de que no solamente es po­sible curar la gonorrea con prontitud y seguridad, sino de que es ventajoso el acortar la duración de esta enfermedad, pues como dice el erudito Bos-qiñllon, si la inflamación no sirviese mas que para evacuar una materia morbosa, los flujos aljundan-tes deberían tener unas consecuencias menos fu­nestas que los cjue son medianos, y abreviar el curso de la enfermedad, mientras que por punto general se observa lo contrario; debiendo pene­trarse el profesor estudioso, de que es preciso des­arraigar del vulgo el error grosero de que la mu-cosidad que sale por la uretra es el virus sifilítico, no siendo, como todos saben, mas que el produc­to de la inflamación de la membrana mucosa, co­mo el de la de Schneider, en el coriza &c.

El método antiflogístico es el mas conveniente en el principio de toda gonorrea aguda, empezan­do por la sangría, que debe ser copiosa, y aun re­petirse, si las circunstancias lo exigier«n: tales son, por ejemplo, cuando el enfermo es pictórico, ro­busto, y habituado á un régimen muy nutritivo, ó cuando reina una constitución epidémica que propende á las inflamaciones, ó si la que acompa­ña la gonorrea es violenta con pulso lleno y ace­lerado , lengua seca y sed ardiente. En estos casos, y cuando hay supresión total de orina, se debe comenzar por la sangría, y no por la introducción de las sondas como aconsejan algunos escritores. Astruc estaba tan penetrado de esta doctrina, que aconseja la flebotomía coa la misma urgencia que

ao6 en la perineumonía y la disenteria. Siguiendo este método, hay mas probabilidad de curar, que em­pleando ios otros recursos de la terapéutica, y por lo menos, si no sale bien, no queda el sentimien­to de haber agravado el mal. También se deberán echar sanguijuelas en el perineo, el ano y las in­gles en ambos sexos, pues este es el mejor medio de abatir la inflamación <iesde el principio:, en cuanto á estas emisiones sanguíneas locales en el miembro viril, las considero inútiles y perjudicia­les , porque semejante práctica viciosa produce equimosis y una infiltración sanguínea en el teji­do celular flojo de esta parte, que pueden ocasio­nar después la inflamación, el edema, y aun la gangrena.

£1 enfermo deberá tomar con mucha frecuen­cia semicupios, y mejor baños enteros que sean templados, repitiéndolos todos los dias, y estando en ellos todo lo mas que puedan; porque dentro del baño no tienen dolores ni erecciones, la orina sale con mas facilidad, y sienten un alivio que les anima á continuar «on este medio. Algunos acon­sejan que se echen en el baño plantas emolientes cocidas, y aun narcóticas; pero yo creo que toda la virtud de este remedio consiste en el agua, y de consiguiente son inútiles. También deberán cubrir­se los órganos sexuales con cataplasmas emolientes de harina de linaza, de miga de pan &c,; y si le incomodase el peso de ellas, podrá sustituirlas con fomentos de la misma clase. Hipócrates aconsejaba en vez de cataplasmas una vejiga llena de agua caliente. El paciente ha de bañar el miembro mu­chas veces al dia en leche tibia, agua tibia, ó en el cocimiento de malvas y adormideras. Jlecker re­prueba este método, porque dice que asi afluye la sangre hacia esta parte, y se aumenta la irritación; pero esta idea es teórica, y la práctica enseña que los enfermos se alivian con estos medios. JLos ara-

ao7 bes, y aun algunos médicos de nuestros días á su ejemplo, aconsejan las inyecciones atemperantes, emolientes y oleosas, como la disolución de goma arábiga, el agua y leche, el aceite de olivas tibio, la emulsión de almendras, la leche de cabras, el cocimiento de linaza, la infusión de malvavisco &c.} pero se deben proscribir todas estas inyecciones, porque son mas nocivas que provechosas á causa de la dilatación que ocasionan en un canal tan in­flamado como el de la uretra. En las mugares pue­den ser mas útiles, por razón de la conformación de sus órganos sexuales. Las lavativas ó enemas emolientes son muy ventajosas, porque se oponen al estreñimiento, que es tan común en esta clase de dolencias, y porque con ellas se introduce en la economía cierta cantidad de agua, que vuelve á salir por las vias urinarias.

Las bebidas acuosas y abundantes tienen la ventaja de disminuir la disj)osicion inflamatoria general, y la acción local d e q u e aguando», por decirlo asi, la orina, causa una impresión menos sensible al pasar por la uretra luñamada, y acorta de este modo el término de la enfermedad. Asi pues se dejará beber al enfermo el agua pura , las emulsiones ú orchatas, los cocimientos mucilagi-no808,y las tisanas de mal vas, altea, parietaria, le­chuga, linaza, grama,saponaria ó jabonera &c. 8cc., endulzándolas con jarabe de goma, altea, culan­trillo ú otro, ó con miel ó regaliz; el suero y las tisanas de bardana ó de zarzaparrilla son igual­mente provechosas; pero en estas y en aquellas debe observarse que no las ha de tomar el enfer­mo muy calientes ni en gran cantidad á la vez; pues de lo contrario se resiesnte el estómago, el apetito se pierde, las digestiones se depravan, y se causa un mal mayor que el que.se queria cu­rar. No deja de haber algunos prácticos que dicen á sus enfermos que echen en la tisana algunos gra-

áo8 nos de sal de nitro (nitrato de potasa), por ejem­plo, cinco ó seis granos por cada libra de agua. Esta indicación la fundan en que suponen diuré­tico ai nitro, y que por su acción puede arrastrar mecánicamente la materia venérea que se encuen-tre en las vias urinarias, y aun atacar especifica-mente la que se halle diseminada en toda la eco­nomía. Pero esta teoría es errónea, porque el n i ­tro es un irritante.de las vias digestivas, y en cier­ta dosis puede considerarse esta sal como un vene­no; ademas que no siempre provoca la secreción de la orina, porque como esta es una acción sim­pática, procedente de la estimulación que causa-ria esta sustancia en el estómago y el intestino ye­yuno, todos saben que los diuréticos constituyen la clase de medicanaentos mas inciertos que pue­dan incluirse en la materia médica. El verdadero diurético es beber agua copiosamente; y este mé­todo de desleir los materiales de la orina para que hagan menos impresión en el canal de la uretra, es preferible al que con el mismo fin han emplea­do otros médicos introduciendo sondas hasta la vejiga para que saliese por ellas la orina sin tocar en el canal; pero esta práctica es viciosa, pues ademas del grave inconveniente de tener que in­troducir un cuerpo extraño en el canal urinario ya inflamado, la orina sale por dentro y fuera de lasoada, lo que solo sirve para incotaodar al en­fermo sin ningún provecho; y aun en un caso fe-' fiere CuUerier, que se detuvo la gonorrea, con ha­ber introducido la sonda, y se produjo una cisti­tis bastante violenta.

Hay ocasiones en que durante la marcha de esta enfermedad predomina un síntoma sobre lo§ otros, y llama toda la atención del médico, tal es el dolor; pero es muy raro que se muestre este fe­nómeno cuando se ha combatido la inflamación vigorosamente con los antiflogísticos; sin embar-

ao9. •go,'sfe'puede administrar íntewoiTnente el opio, "Solo ó unido con el alcanfor, á título de sedativo, teniendo presente, que el mejor calmante consis­te en la dieta, los semicupios y baños generales. El opio y todas sus preparaciones no convienen en el periodo agudo de la inflamación, porque en­tonces aumenta los dolores, lejos de,mitigarlos. Mas si las erecciones fuesen frecuentes y dolorosas, se podrán dar al enfermo unas pildoras de opio y al­canfor, en esta forma:

^, Extracto acuoso de opio, cuatro granos. *í Alcanfor en polvo ocho granos.

Háganse seis pildoras, de las cuales tomará el paciente una cada noche. Girtanncr dice que apro­vechaba mucho á sus enfermos una bebida que les daba, compuesta de media'onza de agua de yerbabuena, y doce gotas de tintura tebáica en un vaso de agua al tiempo de acostarse.

Si en el principio de una blenorragia aguda se empleara «exaíGlamente el métoflo que hemos ex­puesto, curarian mafe enfermos, y no tendrían re-= caidas, como las que nos llaman á curar diaria­mente, Pero no sucede asi; porque la mayor parte de Jos que tienen «sta dolencia la creen de poca importancia, y confiados en éi empirism» ciego: con que otros se han curado al parecer radical­ícente en poco tiempo, tratan esta afección con so­brada ligereza; muchas veces no hacen caso de, ella, y al fin les resulta la multitud de accidentes qye beiiqos enumerado ie« el principio ¿«i^íte f^i-mer •artículo; Esjmenester que el enfermo sé suje­te por bastante-tiempo á un régimen atemperan­t e ; y no debe darse, por satisfecho para curarse con beber tres ó. cuatro vasos de tisana al dia, si sale á ía calle y seacj^lór^, é si ee Eatiga con ejer­cicios ,TÍol«)tos;' ni' crea «a^peeoíié^ue^ «e jpdbde

TOMO III. «7

cuyar solo con toi^oar ka naedicinlas qoese 1 prea-cribart, «i se eíxponé á las variaciones de la tempe­ratura, si come mas de lo regular, ó si falta al ré­gimen que le aconseje su médico; porque solo con­seguirá el que desaparezcan los síntomas princi­pales, y ali menor exceso ó cuando menos lo es­pere ^ se le reproducirá el flujo de la gonorrea, que haciéndose habitual, llegará á ser casi inter-Hiinable.

Curación de la gonorrea con el bálsamo de co-^ paiba^ Entre las sustancias resinosas que se han empleado contra esta enfermedad deli^naos cojiíar los bálsamos de Tolu y del Perú, la resina de gua­yaco, y las trementinas de Venecia, del Canadá y de copaiba.No hablaréaqui de los. báUaiuos porque y^ están inusitados á causa de sü excesivo precio, y delospoGos experimentos que por esta razón sé han hecho con ellos en estos último» tiempos, ni de la resina del guayaco, que ya está casi olvi ' dada, á pesar de que Hermann quiso ponerla en la clase de lo» específicos.

El -primero, que e m p l ^ el bálsamo, ó sea la trementina de,cop^iba en «I período agudo de la gonorrea, fue un médico llamado Ansiaux que ejercía la medicina por los años de 1800; y se de­cidió por una casualidad á administrar esta sus­tancia en •• grandes dosis, hahiéndola propinado á u á enfercno' ea la; pocioEii balsámica de Chopart» La receta de esta bebida,, que llegó á ser célebre^ es la siguiente:

4, Agua destilada de yerba buena. J¿^ ^ ^ ^^^ ^ - 1 Espirita de vinoj ...i . » . f estas sustan-

.BálsamOfde c o p a i h a . . , . . . . . . . .icias doa on-Jarabe de culantrillo .]za». Agua de azahar. , » . . , » una onza. Espíritu de «i tro dqlcei * . . . . . dosdraomas.

Se tomafi dos etteharada^ pM l^a^mañana, ^una

al medio dia , y otra á la tarde, lo cual hace-poco menos de una onza diaria.

Según el dictamen de Ansiaux el bálsamo de •copaiba en cortasidósis solo excita los órganos urina­rios , mientras que en cantidades mas elevadas obra á un mismo tiempo sobre estos órganos y los del aparato digestivo. Esta sustancia no obra simple­mente como todo» los demás purgantes, porque asi como provoca las evacuaciones ventrales, tara»-bien imprimennas mudanzas notables en la orina, que se vuelve mas abundante, pierde una parte de su acritud, y adquiere un olor de violetas muy decidido.

En el año de 1804. aplicó el doctor Rihes el bálsamo de copaiba en grandes dosis á la curación de la gonorrea, sin haber tenido noticia de los en­sayos de Ansiaux-^ y desde entonces ha seguido propinándolo sin titubear en cualquier período de la dolencia, y cuando después de haber cesado espontánea ó accidentalmente el flujo gonorráico, se manifiesta algún síntoma que al parecer depen-r da de esta supresión, ó sea su consecuencia. Or­dinariamente lo prescribe desde tres dracmas hasta «na onza, onza y media, y aun dos onzas en las veinte y cuatro horas, y aconseja que se siga úisaD'» do después de la curación, para que no se vüet» va á manifestar el corrimiento.

El célebre Delpech, zeloso partidario de la administración de esta sustancia, la recomienda en muchas afecciones causadas por la gonorrea, ó que á lo menos se atribuyen á su iufltljo, y ha distinguido los casos en que aprovecha y los en que es temible que perjudique. Si los dolores fue­sen muy vivos, dice este ilustre autor \ si el en­fermo tuviese erecciones muy frecuentes acompa­ñadas de considerable 1 encorvamiento del pene y de dolores insufriblesi s i tuviese: pervigilio y ca-

ientura, y se lé maaifestase alguna tumefacción particular á lo largo del canal, se le harán al insi-tante una ó dos sangrías, ó según el estado de la fluxión fie le manda poner unas sanguijuelas én el

-ano ó en la raíz del miembro. Por falta de esta ca*-i ración han ^l ido sobrevenir abscesos cuya abertu­ra se ha convertido en fístula urinaria. Si hubiese complicación de un estado bilioso, procederiamos ;inmediatament^ á las evacuaciones convenientes, con lo cual se simplifica por una parte la enfer* ,JTiedad, y por otra se ponrai las viías digestivas eíi disposición de digerir el bálsamo de copaiva, el cual no podrían soportar sin riesgo en el estado morboso. Mas si la inflamación uo pareciese exce-isiva, y si no hubiese niajguná' afección concomi­tante que 'exigiese acudir á ella primero, se debe prescribir el-bálsamo de cof>ail)a en dosis, de una dracma por mañana y tarde, reservándose k facul­tad de aumentada si fuere necesario. También le aconseja en dosis de dracma y media dos ó tres ve­ces al dia^ y aun liasta do*drac8mae.por dosis, si hu« biese necesidad i según la sensibilidad de los órga-«os del enfermo y la tenacidad de la afección. Hay personas que pueden soportar las dosis mas fuer- • tes; pero es raro que unas dosis tan grandes de­jen de producir un efecto purgante, el cual per-jadica ó impidei la propiedad antigonorráica; pues la observación nos enseña, qtte.cuando el remedio purga, obra tanabien un poco sobre el corriniien-toy pero nunca es sino de: un modo pasagero, y con ana fatiga y una debilitación considerables é inÚEiles.'Cuando el bálsamo de eopaiba obra como-purgante conviene añadirle quince o diez y ocho gotfis de láudano líquido de Sydenham, y enton-^ ees se administra una ó dos horas antes de la co­mida para evitar los efectos del narcotismo eon respecto ¡á la digestión. Si el «n£enno digiere bien' e$ta fustánpia, á los dos otteaékaiS'Sc mitigan ios)

i i 3 dolores, el flujo disminuye en gran proporción, y las erecciones no son tan frecuentes. Al cabo de seis ú ocho dias el enfermo queda libre de la go­norrea; pero es menester continuar otro tanto -tiempo tomando el bálsamo para que no se repro-^ duzca el flujo, y siempre con las mismas precaur ciones, en cuyo casóse suspenderá repentinamen­te el uso de esta sustancia, ó se irá disminuyendo -por grados, según que la enfermedad haya cedido con mas -ó menos facilidad. Si este bálsamo obra icón demasiada energía sobre el aparato digestivo» se suspenderá por algunos dias, y se volverá á continuar hasta que cesen todos los síntomas. Yó lie notado que en algunos enfermos causaba náu­seas y aun vómitos; pero les mandaba tomar una limonada, y en aquel mismo dia desaparecían esir tos efectos,'

En general se da el bálsamo de eopaiba en sus­tancia en dosis de una dracma por toma en dos ó tres onzas de agua pura , ó de agua ferruginosa, de vino blanco ó tinto seco, del de Madera ó de quina, ó de cualquiera tisana: también se suelei mezclar este bálsamo con otras sustancias para dis­frazar su olor, que es detestable, y asi se mezcla con azúcar haciendo bolas que se aromatizan con. agua de alia zar ó con algunas gotas de esencia de li-> mon. La receta que mas usaba Delpech, y que yo USO continuamente, es la que sigue^:

^. Agua destilada de yerba buena.! de cada una Agua de azahar. l^'^^ onzas. Bálsamo de eopaiba , \ de cada uno Jarabe de limones. . .) onza y media. Acido sulfúrico dilatado enagua, una dracma,i Laudana de Sydeuhana.: . . . . quince gotas.

: • • : í

• Se empieza á tomar esta bebida á dos cucha--wdasipor da mañana y otras do* por. la nocbe; al)

a i 4 día siguiente se aumenta una mas en cada toma; y se continúa aumentando una cucharada cada dia hasta que se agote la gonorrea, en cuyo caso se sigue el mismo orden decreciente igual número de dias, y el enfermo quedará perfectamente c u ­rado de su afección en la uretra.

Hay algunos que dan este bálsamo en pildo­ras, para lo cual le mezclan con jabón ó con el subcarbonato de magnesia; pero esta forma es mu­cho mas difícil de administrar, porque «e necesita que el enfermo tome quince ó veinte pildoras al dia, y tal vez mas, lo que llega al cabo á fastidiar­le. Dos boticarios de Paris, Godefroy y Sallé, aseguran que han logrado quitarle á este bálsamo su olor y sabor desagradables, dejándole reducido á su parte activa y medicamentosa, con lo cual pretenden que se puede administrar en menor do­sis; pero como estos farmacéuticos no han dado á conocer sus preparaciones, ningún médico deberá usarlas, en atención á que puede ser muy bien un tráfico de charlatanería «1 anuncio pomposo de ellas, como lo es indudablemente el de una opiata que se vende en Paris con mucho crédito, y aun Ja envían á países extrangeros, y se llama la opia­ta de Guerin, la cual se compone de bálsamo de copaiba, unos polvos absorventes y un aroma cualquiera, y cuesta un botecito pequeño veinte reales vellón, del cual, si se llega á sacar la parte medicinal, podrá costar en £spaña tres ó cuatro cuartos. ¡Cuándo dejaremos de pagar estos tributos á los extrangeros! Asi es que estos tráficos con­firman el proverbio vulgar que se usa en Francia de que el dinero de las bobos es el patrimonio de los astutos.

El doctor Thorn, médico de la América septen­trional, recomienda mucho para las gonorreas el uso del residuo de la destilación del bálsamo de copaiba, que es la resina pura , y él la llama ex^

2 i 5 tracto de copaiha, prescribiéndole en dicha do­lencia en dosis de quince á veinte granos al dia en el período agudo de la enfermedad, tres veces en las veinte y cuatro horas; y dice que con seis tomas quedan curado» lo» enfermos. También acon­seja que se tome este extracto en los casos de in­flamación del testículo á consecuencia de la go­norrea ; y asegura que los corrimientos que pasan al estado crónico no se curan con tanta facilidad como los recientes.

Para evitar el inconveniente del olor desagra­dable de este bálsamo, propuso el doctor FeZ-peau ( I ) administrarle en lavativas en dosis de dos dracmas á una onza al dia, mezclado con una yema de huevo y cinco ó seis onza» de un coci­miento mucilaginoso, y añadiéndole algunas gotas de láudano para embotar la acción del intestino recto. De esta manera le tomaron veinte y dos en­fermos en el hospital clínico dfc París , y todos cu­raron con mucha prontitud del cuarto al séptimo d ia , debiendo notarse que á los ocho ó diez días,; si no ha producida ningún efecto, es menester de­jar de administrarlo por esta vía ; y que siempre lo daba cuidando de que el enfermoi tomase antes un enema de agua natural para desocupar el i n ­testino de las materias escrementicias;

El bálsamo de copaiba le suelen adulterar lo» comerciantes y drogueros, haciendo una mezcla de aceite y trementina ordinaria, la cual tiene un co­lor pajizo-moreno , y la consistencia del aceite de ricino. JBoullay dice que también le adulteran coa lo» aceites de palma Christi y de adormideras; pero se conoce que este bálsamo es bueno en que cuando se deja caer una gota en un vaso de agua, se va al fondo> ó se queda entre dos aguas, con—

'Cl> ArcWves gínírate» d* médeciiiiB ,' tona. JCit, pag. 35,'' aSode-i'|i97..' • '

a i 6 •«ervando su forma; mas si gobreóada y sé extien-i ¡de, entonOes es prueba de qoe está falsificado. Esté Jjáisamo «e disuelve enteramente en el aleool, y en una cantidad de licor de HofFmanu que sea igual á su peso, en lo cual se conoce si es puro, y en que puesto al calor se seca y se poneiragil;

Entre las sustancias resinosas • se cue»taa el aceite esencial de trementina ^ y el extracto de ene-i bro que tanto recomienda Hencker contra las g o ­norreas. Este autor dice que mandaba desleir una onza del extracto en ocho onzas de agua, y rece­taba media taia ó cuatro cucharadas de esta mez-* ola de hora en hora; y Jourdan asegura que ha logrado con este medio tan sencillo calmar de un modo singular el ardor de orina, sin causar la me-Bor repugnancia a4 enfermo. . €uracká¿*IAetágonorrea con la pimienta cuheba.

La pimienta cubaba, ó sea piper cuheba, 6 piper candatum de los formularios, se cria en la isla de Java y en la nueva Guinea. Los habitantes de estos paises la usaban coiHea 4a gonorrea ^ y pw»lMiblemen-te ho'hubiéramos'silbido nada de esta sustancia en Europa, sin la circunstancia de que un oficial ingles que tenia esta enfermedad, y se hallaba en la India, se hubiese curado por mano de uno de sus criados que era indígena. Este oficial fue destinado á Java,; donde son muy frecueatee estas afecciones, y tuvo ocasión de «««pagJHh i l«i boñct«' éxA: remedio'^ que > empezaron á emplear los médicos ingleses domici-: liados en fue l l a s regiones, y estos y los holande­ses trajeron el descubrimiento á Europa, hablán­dose de él la primera ner. en Londres por los años i de i8i6iJff<»r¿/ay file e l primero que lo empleó i en aquella capi^lj y el ilustre Delpech lo dio á -oonocer en Francia en el año de iS iS .Su laétodoj consiste en prescribir primeramente dos dosis de á d ^ dracmas cada una^ luego-tres^ y íljespijes ^ aumenta una dracma. Ha habido caibs e^ !|9Q.:hi ,£

a i7 dado en un día cuatro dosis de á dos y tr'es drac-mas cada una, ó tres dosis de á media onza. Pero como estas cantidades son fuertes, convendria di­vidir todavía mas la sustancia y multiplicar las dosis; porque cuando ha sido menester obrar vi­gorosamente ha sido mas cómodo dar una dosis de dos dracmas repetida sin interrupción de cuatro en cuatro horas, ó de tres en tres, arreglando á esta división las épocas de las comidas. Estos pol­vos de las cubebas se dan en un vehículo cual­quiera, como el agua, el vino, las tisanas 8cc. En los principios solo se propinaban cuando la go­norrea era crónica; pero después se han adminis­trado en el primer período de la dolencia, y han producido los mismos buenos efectos. El doctor Crawford prefiere usar de este remedio en las go­norreas agudas; y el profesor Witl le ha empleado con muy buen éxito en inyecciones ( una onza dé granos de cubebas puesto en infusión en una l i ­bra de agua), y luego anadia á esta infusión un escrúpulo de belladona. En el dia es muy común el uso de esta sustancia siguiendo la práctica de Delpech , Dupuytrcn, LaUemand y otros sabios médicos. El doctor Broaghton dice que de cin­cuenta enfermos á quienes dio las cubebas, diez se curaron en el espacio de dos á si«te d'tas; diez f siete en el de ocho á catorce; y diez y ocho entre quince y veinte y uno; y uno á los cincuenta y cinco dias, habiéndose quedado solamente cuatro sin curar. El doctor Felpean las ha propinatlo en lavativas desde una hasta dos dracmas en cinco ó seis onzas de un vehículo oleaginoso, y siempre ha conseguido muy buenos resultados. Un botica­rio llamado Dublanc ha sacado de las cubebas un extracto oleo-resiiwso qué presenta las mismas pro­piedades en la décima'sexta parte, y de consi­guiente le aconseja en dosis de cinco granos tres veces al dia. También le han usado vario» mécBcos

TOMO iix. a 8

a)8 contra la leucorrea, en dosis de dracma y media de los polvos tres veces al dia. El doctor Dosmond propuso hace algunos años sustituir á las cubebas Ja pimienta común, bien que desde el año de 1807, el doctor Reveillé-Pariset la vio tomar á los solda­dos frani!eses cuando estaban en campana, y algu­nos se curaron en seis dias, al paso que en otros produjo accidentes formidables;, pero estas prác­ticas no son imitables, porque no puede erigirse en principio la audacia, aunque tenga los mejo­res resultados, pues entonces no habria nada que pudiese distinguir al verdadero médico de los charlatanes ignorantes.

Curación de la gonorrea por medio del iodo. Aunque las tentativas que se han hecho para cu­rar esta dolencia con el iodo no han sido muy nu­merosas, sin eínbargo, para no omitir ninguno de los experimentos modernos me contentaré con in­dicar que los doctores Richoad y Henry lian ad­ministrado esta sustancia en dosis de quince go­tas el primer dia, veinte ó veinte y cinco el se­gundo y treinta el tercero, sirviéndose de la t in­tura alcohólica del iodo, que como todos saben, cada treinta gotas componen un grano, y dan por vehículo estos autores un vaso de agua de goma ó tisana de flores cordiales endulzada con jarabe de culantrillo. La administración de este remedio se hace al principio solamente por la mañana; pero luego después empiezan á dar otras quince gotas por la tarde, cuya dosis van aumentando de un modo progresivo hasta que llegue á tomar el en­fermo treinta gotas por la mañana y otras tantas por la tarde, cviya dosis se continúa por espacio de tres ó cuatro dias; y si al cabo de ellos no se ^jer-cibe ningún efecto notable, y si no hay ningún inconveniente, se va aumentando hasta cuaren­ta, y aun cincuenta ó cincuenta y cinco gotas por mañana y tarde j pero según parece dan la pf efe-

219 jencia á la dosis de treinta gotas repetidas dos ve­ces al dia, aunque el enfermo sea robusto y poco excitable. Mr. Rickoud encarga mucho que se ten­ga cuidado con las vias digestivas si no se quiere provocar una inflamación de ellas. La curación por este método dura como unos veinte dias; pero hay casos en que no se consigue el objeto que se desea, y aun en que los síntomas suelen agravarse.

La las cantáridas, el acetato de plomo, la cochinilla, y las aguas minerales sulfurosas se han empleado en diversos tiempos por diferentes prácticos para curar la afección de que tratamos. JIunter y Swedicuir hablan de un modo muy vago de las virtudes de la quina. Este último autor la recomienda á los enfermos débiles y caquécticos, á los que se^n irritables, y á los que tengan un corriraiento copioso de materiales claros con dor-lores agudos, y frecuencia en el pulso. Fordyce, médico ingles, asegura que la quina es el mejor remedio para cortar la inflamación de las gonor­reas, los fimosis y parafimosis, y aun las úlceras venéreas, especialmente en los enfermos débiles y nerviosos. Si la inflamación es considerable suele recetar una onza de quina en las veinte y cuatro horas, y cuando va cediendo reduce la dosis á tres dracmas. HojjTmann, Mead y Werlofh recomien­dan el uso de la tintura de cantáridas t{ue eu estos últimos tiempos ha empleado Robertson coa algún éxito; y Hecker se ha atrevido á dar los polvos de cantáridas, cuando diez y aun veinte gotas de tintura repetidas tres veces al d ia , no pcoducian ningún ardor ai tiempo de orinar: yo creo que esta práctica es muy arriesgada, y que el médico debe ser prudeote al administrar unas sus­tancias cuyas virtudes no están todavía sanciona­das por la experiencia. Hoffmann consideraba como divino el acetato de plomo, ó lo que llaman cd agua de vegeto vulgarmente-, ó sea el agua de

aao vegeto mineral, y cuando administraba esta sal la daba disuelta en aceite de trementina con un poco de alcanfor. Hermann la daba en dosis de seis, diez y doce granos al dia; pero ya se ha abando­nado el uso de esta sustancia, y solo se emplea como tópico en fomentos. Lister aconsejó que se tomara la cochinilla; mas como nadie siguió su ejemplo, no sabemos los efectos que produce. En cuanto á las aguas minerales sulfurosas, Berdeau y otros autores que han escrito de aguas minera­les han llenado sus obras de casos maravillosos cu­rados con estas aguas. En el dia solo se usan las hidrosulfuradas artificiales,no como remedio prin­cipal , sino como auxiliar de los otros.

Curación de la gonorrea con el mercurio. Por espacio de mucho tiempo no conociprou los médi­cos mas remedio contra este mal que las diversas preparaciones mercuriales que se usaban entonces, y á veces llegaban á declarar el enfermo curado aunque subsistiesen los accidentes locales según la opinión que tenian formada de la destrucción del virus venéreo por medio del mercurio. En el dia se emplea muy poco este medicamento como cu­rativo de la gonorrea; y mas bien se sirven de él los médicos como profiláctico ó preventivo para impedir el desarrollo de la sifilis constitucional; y semejante opinión se lialla muy confirmada por la experiencia de una infinidad de casos en que se ha manifestado el venéreo consecutivamente después de haberse curado al parecer una gonorrea, sin que por esto nos sea permitido negar que en va­rios casos no ha habido tal consecuencia, de don­de se infiere que es muy difícil, por no decir im­posible, distinguir d priori estas dos circuntancias, por lo cual la prudencia exige que el facultativo se apresure á destruir los primeros efectos del con­tagio , y que lo haga por unos medios que no ten-gan inconvenientes en los casos en que esta preven

2 2 1 cion llegase á ser inútil. Algunos han administrado interiormente ciertos granos de sublimado corrosi­vo ó de cualquier óxido mercurial; mas como este método no es el mas seguro, el célebre Delpech aconseja que se empleen las preparaciones mercu­riales por las mismas vias por donde pudo intro­ducirse el contagio, y asi en la gonorrea manda que se hagan fricciones con el ungüento mercu­rial en el pellejo del miembro viril. El parecer de este sabio medico es que se introduzca el preser­vativo al mismo tiempo que el principio hete­rogéneo que debe combatir, para prevenir el con­tagio, porque como la absorción de este puede ha­cerse en cualquier tiempo de la gonorrea, es evi­dente que seria mejor usar las fricciones desde el primer momento de la enfermedad, á n>enos que no viniese esta acompañada de una inflamación tan manifiesta que hubiese peligro de agravarla. Por esta razón es muy conveniente empezar dando al paciente el bálsamo de copaiba ó la pimienta de cubebas, como ya hemos dicho, en lo cual se gas­tan pocos dias, y luego se administran las friccio­nes mercuriales en el pellejo del pene, comen­zando por media dracma cada noche al tiempo de acostarse, y siguiendo después otra lo mismo cada mañana hasta que se gasten ocho ó diez dracmas de ungüento, pudiendo asegurarse que con este método se gana tiempo, y que no presenta el me­nor peligro para Ja gonorrea, siendo ademas un preservativo poderoso de la infección general que se trata de prevenir.

Esta opinión la contradicen Bell, Vaca, Bcr-lingieri y Jourdan. El primero de estos autores considera las afecciones venéreas como puramente locales, y dice que asi como en las cortaduras y quemaduras no se acuerda ningún médico de em­plear lo3 purgantes, el mercurio, ú otros reme­dios, á menos que no liaya complicación inflama-

toria, del mismo modo en la gonorrea no se de­ben emplear mas que tópicos que obren sobre las partes afectas. Faca, médico italiano, decia que no se debia dar el mercurio en esta dolencia, por­que era inútil atormentar inútilmente noventa y ocho enfermos de cada ciento, por libertar á dos solamente que pudiesen tener después la sifilis constitucional; y el doctor fourdan se extiende hasta afirmar que esta última proviene las mas ve­ces de la administración del mercurio, aunque poco antes en su misma obra ( i ) confiesa que el uso interno del deuto cloruro de mercurio (subli­mado corrosivo) acelera indudablemente la cura­ción de la gonorrea y la consolida; pero como este autor es un partidario zeloso de la doctrina de la irritación, no tiene inconveniente en decir que ha curado muchos enfermos de estos, ó casi totlos, con el método antiflogístico y las evacuaciones san­guíneas. ¡Pobres enfermos si todos se sujetaran á este método! Está demostrado que el mal venéreo no se cura con echar sanguijuelas y beber agua de malvas.

Curación de la gonorrea por medio de las in­yecciones. Mientras que los médicos creyeron que el flujo de la uretra no era mas que una masa de la lúe venérea, consideraron imprudente detener los corrimientos, y de consiguiente no se atrevie­ron á inyectar en el canal urinario ningún líqui­do estimulante ni astringente, por el miedo de re-tropeler la causa morbosa. Algunas veces intro­dujeron mercurio, pero esto solo se hizo con la idea de que este metal desalojase, por decirlo asi, del órgano urinario toda la inleccion sifilítica. Los antiguos empezaron ya á usar Jas inyecciones; pero este método no se hizo general hasta que Bell lo

( I ) Jonrdan, traite de la maladie venériene , pag. jg^. Paris, año de 1726.

acreditó, y ojala hubiesen seguido todos los facul­tativos sus prudentes consejos, y no se hubiese abusado tanto de esta práctica. Según este autor, son muy útiles las inyecciones astringentes en cualquier período de la gonorrea, aunque obran con mas piontitud al principio de la enfermedad que al fin, y casi siempre disminuyen y cortan el flujo, sin que haya otro remedio que calme el ar­dor de orina de un modo mas rápido y eficaz. Aconseja también que no se bagan cuando la in­flamación se extienda á mas de pulgada y media, ó si hubiese síntomas de irritación en la vejiga y los testículos, ó si el enfermo tuviese calentura. To­das las aplicaciones irritantes se pueden hacer de dos modos, ó con inyecciones, ó por medio de sondas ó bugías, que también se llaman cande­lillas.

Muchas son las sustancias que se emplean para las inyecciones ya solas ó ya combinadas unas con otras, pero las mas principales son : las prepara­ciones mercuriales, las de plomo, de zinc, de co­bre, los narcóticos, el alumbre, las resinas, los amoniacales, la potasa caustica, el alcanfor, el agua de cal recien hecha , pura ó mezclada con le­che ; y BelL ha usado con buen éxito una cucha­rada de aguardiente en una onza de^gua deirosas, y ha notado asimismo que este agua ^ l á , ó él agua fria acabada de sacar del pozo, corta con mucha frecuencia el flujo, mas el efecto de estos medios es por lo común poco durable, y aun cuando algunas veces proporcionan una cora com­pleta en Jas afecciones ligeras, se ye obligado á menudo el cirujano á recurrir á otras sustancias mas activas. Hay quien aconseja las inyecciones con el agua cosmética que llaman de Colonia mezclada con la común, el agua del mar, el vino de Porto, el vino t into, ó el cocimiento en él de rosas en­carnadas, y otros muchos agentes-que omito: con

todo, voy á trascribir aquí algunas fórmulas ó re­cetas de inyecciones, escogiendo las que estén mas en uso.

1? Con los mercuriales.

Mercurio dulce, dos drácmas; mucílago de gonia arábiga, dos onzas; agua de rosas, cuatro onzas.

Mercurio dulce, dos dracmas; bálsamo de co-paiba, una dracma; yema de huevo, media onza; agua de rosas cuatro onzas.

Sublimado corrosivo (deuto-cloruro de mer­curio ) , un grano; agua destilada, diez onzas.

Sublimado corrosivo, un grano; vinagre l i -targírico, diez y seis gotas; agua destilada, ocho onzas.

Sublimado, un grano; mucílago de goma ará­biga , dos onzas; agua destilada, seis onzas.

Sublimado, cinco granos; vino de opio, me­dia onza; agua destilada una libra.

Nitrato de mercurio, diez gotas; agua de rosas, dos onzas.

Téngase entendido que todas estas recetas no son para una sola inyección, sino que es menester empezar por añadir la mitad de agua á la canti­dad que se quiera inyectar. Es preciso menear bien todas estas mezclas antes de servirse de ellas, pues de lo contrario el mercurio se precipitaria con mucha prontitud. La disolución del sublimado corrosivo es la que merece toda preferencia en el concepto de £ell.

a? Con las sales saturninas.

Snbcarbonato de plomo, dos dracmas; mucí­lago de goma arábiga, dos onzas; agua destilada seis onzas.

Acetato de plomo, un escrúpulo; agua desti­lada, ocho onzas.

Acetato de plomo y aguardiente, media onza de cada uno; agua destilada, una onza.

Estas inyecciones se hacen con las precaucio­nes que he dicho mas arriba. Guarin las proscri­bió, porque al usarlas en algunos enfermos, dice que les produjeron cólicos violentos; y que en los tiempos en que él ejercia sucedió lo mismo á otros médicos, los cuales atribuyeron los dolores abdo­minales al vicio venéreo existente en los intesti­nos, y guiados por esta falsa presunción dieron el mercurio en grandes dosis, de donde resultaron afecciones nerviosas incurables,yconsunciones mor­tales.

3? Con las preparaciones de zinc.

Sulfato de zinc, media dracraa; agua destilada, diez y seis onzas.

Sulfato de zinc, media dracma; vino litargí-rico, veinte gotas; agua destilada, diez onzas.

Sulfato de zinc y acetato de plomo, media dracraa de cada unoi alcanfor, una dracma; opio, dos escrúpulos; agua, diez y seis onzas.

Sulfato de zinc, dos dracmas; vino de opio, media onza; agua común, dos libras y media.

Sulfato de zinc, una dracma; láudano líquido otra dracma; cocimiento de rosas encarnadas en vino, una onza.

Esta última receta es del profesor Lisfranc, el cual suele elevar la dosis del sulfato hasta dracma y media y aun dos dracmas, en la misma cantidad de vehículo. JBCU dice que rara vez falta en sus efectos una inyección con grano y medio de vitrio­lo blanco en una onza de agua.

4* ^°"' ^04 preparaciones de cobre.

Cardenillo, ocho granos; aceite de olivas, cua­tro onzas. , ,

TOMO iir. íí9

226 Otra. Cardenillo, una dracma; espíritu de

cuerno de ciervo, cuatro onzas. Se echan cuaren­ta gotas de esta disolución en diez onzas de agua destilada,

5? Otras varias recetas.

Opio, doce granos; acetato de plomo líquido, doce gotas"; agua destilada, seis onzas. Esta inyec­ción la celebraba mucho Girtanner, según refiere Hamilton.

Tintura tebáica, media onza; agua de rosas ocho onzas.

Agua de malvavisco, una libra; láudano l í­quido una dracma.

Adormideras blancas, cuatro onzas; raíz de altea una onza. Échense en infusión en dos libras de agua hirviendo.

Alumbre, media dracma; agua pura , ocho onzas.

Corteza de encina, una onza; póngase á her­vir en veinte onzas de agua hasta que queden diez y seis; y añádanse dos dracmas de alumbre.

Rosas encarnadas, media onza; alumbre, dos dracmas; agua hirviendo, diez y seis onzas.

Bálsamo de copaiba, tres dracmas, yema de huevo, media onza; agua de rosas, seis onzas.

Goma quino, dos dracmas ; alumbre, una drac­ma ; opio dos escrúpulos; mucílago de goma ará­biga, una onza; agua común, diez onzas.

Sal amoniaco, diez granos; agua común, diez onzas.

Espíritu de cuerno de ciervo, cuarenta gotas; agua común diez onzas.

En cuanto al amoniaco caustico, la dosis varía según el temperamento del enfermo; pues, hay al­gunos que pueden soportar diez gotas por onza de agua, al paso que otros no pueden sufrir tres ó cuatro gotas; por lo cual serla mucho mejor

aa7 usar el hldroclorato de amoniaco en una infusión mucllaginosa con preferencia al agua pura.

Tintura de cantáridas, veinte á treinta gotas; agua común , diez onzas.

Potasa cáustica, diez granos; opio, cuatro gra­nos ; agua destilada, cinco onzas.

El doctor Merat se sirve para sus enfermos primeramente de una mezcla de partes iguales de vino tinto y agua, ó cocimiento astringente; al ca­bo de unos dias aumenta la cantidad de vino y disminuye la del agua, y al fin se sirve de vino so­lo, añadiéndole á lo último de la curación un poco de aguardiente, con lo cual termina esta. Entre las mixturas que yo he usado para hacer inyecciones en las gonorreas agudas y crónicas, la que me ha proporcionado mejores resultados, es la siguiente, á la cual he dado la preferencia ;

^. Trociscos blancos de Rasls, una dracma; raiel rosada de llagas, una onza; agua común, una libra.

Se mezcla todo perfectamente, y si hubiese mu­cha inflamación, se echará mitad de esta mixtura y mitad de agua; pero si la gonorrea fuere indolen­te , en este caso se usará pura. Los trociscos se de­ben moler muy bien hasta que se reduzcan á pol­vos impalpables.

Antes de emplear las inyecciones se debe inda­gar el sitio de la inflamación, y el punto de don­de proviene el flujo mucoso, el cual se conoce, no en la extensión del dolor y la incomodidad, que este signo es muy equívoco, sino coropri|roiendo el conducto urinario en un punto dado, y exprimien­do toda la materia que haya desde alli hasta la ex­tremidad de la uretra ; y se conocerá que viene todavía de mas abajo, si, saliese algún material.

aaS comprimiendo el canal en otro punto. En cuanto á las inyecciones generalmente se hacen con una geringuilla de estaño, de marfil ó de hueso, que contenga á lo menos una onza de líquido; y debe­rá tener un émbolo que entre y salga con facili­dad, y una cánula perfectamente redonda y cóni­ca, que tenga tres ó cuatro líneas de largo. El doc­tor Jourdan propone una geringuilla que tenga dos tubos cónicos en su cánula, de los cuales el Uno $e adapta al instrumento, y el otro se abre afuera para poder evacuar el líquido de la inyec­ción, sin necesidad de comprimir el balano ni es­trujar la uretra; y el doctor Amussat aconseja el uso de una botellita en forma de pera, y hecha de goma elástica ; pero estas modificaciones son mu­cho mas ingeniosas que útiles, y corresponden á la parte de lujo que hay también en las ciencias fí­sicas. Lisfranc dice que para hacer la inyección-, el mejor modo es que el enfermo haga una especie ^ pelota de hilas ó de trapos, y que la aplique al canal por debajo del escroto á una 6 dos pu l ­gadas del cuello de la vejiga; después de este pre­parativo se montará á caballo en el brazo de una silla ó sitial, de manera que el canal quede exac­tamente comprimido con el tapón, y pueda con­servar ambas manos Kbres. El enfermo deberá ori^ nar antes de hacer la inyección, ponerse como^ he­mos dicho, coger la geringuilla llena de líquida, por su parte media con los dedos pulgar, media y anular de la mano derecha, metiendo el índice por el anillo del émbolo, y con k otra mano cogerá el miembro viril,, hasta que introduzca la cánula por el meato urinario; con el pulgar y el índice apretará los extremos laterales del balano para eomprimír la uretra y que no salga el líquida, y en seguida irá bajando poco á poco el índice de la mano derecha para que entre la sustancia de la in-yecciori. Asi que esté Hetto el canal se saca la ge-

a29 ringuilla, y se deja el líquido por espacio de un minuto ó dos lo mas, según la impresión que cause en el órgano del enfermo; y si el dolor fuese tan fuerte que no lo pueda sufrir se desta­pa ó afloja el balano, para que salga el licor que irrita. Las inyecciones se deben repetir ocho ó diez veces al dia; y es menester que cada vez se hagan con la misma prolijidad que hemos dicho, por mas que parezcan minuciosas todas estas precauciones; y aunque se haya cortado el corrimiento, no se suspenderán por eso, y se continuarán hasta que no quede vestigio de in­flamación ni aun de irritación, porque como dice Hunter, las inyecciones pueden disipar el síntoma del flujo, sin destruir el elemento inflamatorio, lo cual se consigue insistiendo mucho tiempo en su uso, porque haciendo lo contrario se notan re­caída».

Otro método análogo al de las inyecciones pro«-puso Hecker por medio de unas sondas que llama­ba bugías ó candelillas disolubles, y lo hizo para obviar el inconveniente que presentan las inyec­ciones de no poder dejar mucho tiempo en la ure­tra el líquido irritante de ellas, y de tener que re­petir á cada instante las mismas maniobras, no sin perjuicio de los pacientes, por los continuos fro­tamientos de la geringuilla, y la dilatación queoca-siona el líquido en el canal. La preparación de es­tas bugías es muy sencilla, y solo se requiere para ellas preparar una goma que se disuelva con el moco de la uretra, y que puedan combinárse­le las sustancias medicamentosas que quieran emplearse. Para hacer estas sondas se toman unos hilos de lana ó de algodón, que tengan un dedo de largo ó un poca mas, y que no ten­gan desigualdades ni asperezas. Se disuelven cua­tro granos de potasa cáustica en dos onzas de agua destilada.» se añade á esta disolución ba»-

a3o tañte goma arábiga para que tome una consistencia espesa y glutinosa, y luego se meten alli tantos hilos como sondas quieran hacerse, dejándolas suspensas una á una, para lo cual se prenden á una cinta con alfileres, y se ponen después á secar, tenien­do cuidado de que no se encorven. Cuando esteii secas se vuelven á meter en la misma masa, y se renueva esta operación hasta que se hallen cu­biertas de una costra lisa y uniforme; después se hacen de distintos tamaños y de distintas calidades con respecto á su grueso. Hay otras sustancias que sirven para hacer estas sondas, tales son el subli­mado corrosivo y las demás preparaciones satur­ninas, aluminosas &c., que hemos indicado al ha­blar de las inyecciones. Asi, por ejemplo, se hacen también disolviendo cuatro granos de deuto cloru­ro de mercurio en dos onzas de agua destilada, añadiendo la cantidad suficiente de goma arábiga. Otros hay que añaden á estas preparaciones una dracma de estracto acuoso de opio ó del de otros narcóticos, como la belladona, el beleño 8cc.

Hecker recomienda el uso de estas sondas, y dice que cuando se usan con las precauciones con­venientes curan en dos ó tres dias la gonorrea \ pe­ro es preciso que se introduzcan suavemente mo­jándolas antes con saliva ó con aceite, y abstenién­dose de usarlas cuando haya una inflamación muy manifiesta. Se tendrán en la uretra hasta mas aba­jo del sitio del mal por espacio de media hora poco mas ó menos; mas si llegasen á causar v i ­vos dolores , es prueba que la sonda era muy gruesa, ó que estaba muy cargada de sustancias irritantes. Si el enfermo quisiere conservarlas du­rante el sueño, será preciso que las sujete al rede­dor del cuerpo por medio de una cinta, para que no se caigan muy adentro y penetren en la vejiga. Por último, este autor prefiere las sondas que se hacen con la potasa cáustica y el opio.

a3i El agua fría usada como tópico puede curar

la gonorrea, si se emplea desde el principio, y con una continuación infatigable. Weíkard refiere mu­chos casos de curaciones obtenidas por este medios pero á mí me parece arriesgado, porque los enfer­mos no se presentan al médico inmediatamente después de haber contraído el mal; y asi es de te­mer que esta sustancia obre como un repercusivo, y esponga al paciente á metástasis en el testículo, el ojo ú otros órganos que tengan una predisposi­ción á inflamarse. Percy refiere que una de sus en-fermos tomó un baño muy caliente, y le resultó Ja supresión de la gonorrea, y una inflamación vio­lentísima en el intestino recto, que le hizo pade­cer mucho tiempo.

Curación de los accidentes que pueden sobreve~ nir en el curso de una gonorrea. El primero de estos accidentes en la hemorragia, que por lo co­mún suele ser mas bien favorable que perjudicial, pues abrevia la duración de la enfermedad y cai­ma su intensidad, por lo cual no se la deberá ha­cer nada cuando sea moderada; peio si luese co­piosa , frecuente ó continua, en términos que ins-J>ire inquietud, será preciso tratar de detenerla al instante. El doctor Deíruelles ( i ) en su memo­ria sobre las escisiones de Ja uretra refiere varios casos de hemorragias mortales que no pudieron contenerse de modo alguno durante la vida. Los medios mas á propósito para contener esta hemor­ragia son la sangría, y meter el pene eu agua y "Vinagre, ó en una disolución de agua vegeto mi ­neral, aplicando en los muslos unos paño* empa­pados de lo mismo. Otros han recomendado los se-mícupios frios, la goma-quino interiormente ea dosis de veinte granos , cuatro veces al dia, sola á

f l ) Journal des progrés des scíencea medicales ,^tom. iff,, Pari& año. de 1829»

a3a triturada con igual cantidad de azúcar ó de goma arábiga. También se han usado las inyecciones as­tringentes con el cocimiento alurainoso de rosas encarnadas, con el bálsamo de copaiva &c.: y por último algunos han convenido con Bell en que no hay mejor arbitrio que el de introducir una sonda en la uretra, y que sea algo gruesa; y en ca­so de que esto no bastare, es preciso emplear la compresión.

El corrimiento de la gonorrea puede supri­mirse á consecuencia de excesos en el coito, la co­mida ó la bebida, ó cuando se manifiesta una in­flamación en otra parte como en los testículos ó en los ojos. Para este caso aconsejan muchos auto­res que se usen indistintamente las bujías y las in­yecciones irritantes para reproducir el flujo; pero ei doctor Jourdan hace una distinción, que es de mucha importancia en este lugar. Si no hay mas que exceso de inflamación, todos estos medios son perniciosos, y producirian los mayores inconve­nientes; por lo cual es menester emplear las emi­siones sanguíneas, las cataplasmas emolientes, los fomentos de igual naturaleza, las inyecciones emo­lientes ú oleosas, exponer las partes genitales al vapor del agua caliente, y en último resultado BelL dice, que ha encontrado buenos efectos mandando poner un vejigatorio en todo el perineo. Asi pues, las inyecciones estimulantes y aplicaciones astrin­gentes solo convienen en los casos de una metásta<-sis de la inflamación de la uretra, tratando de res­tablecer la inflamación en el sitio donde cesó con mas ó menos prontitud, para salvar de esta mane­ra el órgano que se afectó secundariamente. Si hay encorvamiento, que es la blenorraghia chordata, se emplearán los narcóticos y los calmantes para evitar las erecciones dolorosas; y asi se frotará el pene con láudano líquido, ó con una fuerte diso­lución de opio en aceite ó agua; también se le

a33 darán al enfermo treinta ó cuarenta gotas de láu­dano y éter antes de acostarse, ó una emulsión al­canforada, haciendo unturas con aceite y alcanfor. Varios autores aconsejan las inyecciones astringen-^:es; los fomentos frica con el acetato de plomo di* suelto, y las fricciones mercuriales; atar el pene al muslo con una cinta para evitar las erecciones, aimque este medio absurdo las provoca con mas frecuencia: asi es que BelL se decide por la sangría y las sanguijuelas cuando hay una grande irrita* cion, y cuando no se ha conseguido nada con los tópicos. Jourdan al contrario, quiere que se em­piece por la aplicación de las sanguijuelas, fun­dándose en que las hemorragias accidentales que sobrevienen durante el encorvamiento del pene son muy saludables, como lo muestra la práctica bárbara é imprudente del vulgo, que llama rom­per la cuerda, al acto de extender el pene en una mesa y descargar encima un golpe con el puño, al que suelen seguirse varios accidentes, siendo el prií-mero una hemorragia que alivia por algún tiem­po al enfermo. En estos casos será preciso poner las sanguijuelas en el mismo sitio de la flexión del miembro viri l , y luego que caigan aplicar una cataplasma emoliente para facilitar la evacuación de Ja sangre, sin cuya precaución no ae ende­rezarla el pene, y tal vez conservarla alguna cur­vatura , si la gonorrea llegase á pasar al estado crónico. Si se manifestasen algunos abscesos en el tejido celular submucoso en los cuerpos caverno-aos del pene ó en el tejido esponjoso de la uretra, será preciso abrirlos tan luego como se declárela fluctuación, porque en dejándolos, se podrian ha­cer grietas en el conducto urinario", ó formaísfc •madrigueras d e pas que siempre serian perjodi"»-cíales. ,

La prostatitls aguda es una flegmasía tebriblci coatra la cual se necesita ^nplearieL m^odo laiieit

TOMO III. 3o

ístico con bastante actividad pa:ra atajarla", ó á lo menos calmar su violencia, disminuyendo de esta manera los peligros que corre el enfermo. Efectivamente, todo» los autores mas célebres con­vienen én este punto de doctriila; Morgagni, Pc" Ut, £eUi y entre los modernos el doctor Jourdait, se adelanta basta^ecir que es culpable el médico que uo emplee los antiflogísticos vigorosamente, y ebnsidcra este métoílo como el áncora de salvación f^ra el paciente. £ell también enseñaba en sus t i é n i ^ s , que la sangría era tan urgente en esta complicación como en la pleuresía ó en la pulmo­nía; y dicho se está que á las emisiones sanguíneas deberán seguirse las cataplasmas, semicupios y fo­mentos emolientes, con las lavativas narcóticas; y en ciertos casos ks aplicaciones refrigerantes en el perineo, los medios clisteres con agua tria ó de hielo han producido muy buenos resultados. La dieta será muy severa; la posición del enfermo boca arriba con ios muslos un poco apartados, y un poco elevadas las caderas para evitar toda com­presión. En cuanto á bebidas, solo se darán al pa­ciente las que basten para apagar la sed, y á cu­charadas, para que no se aumente la cantidad de orina, y que no irrite kpróstata al tiempo de pa­sar por el canal; y si pareciere mucho la« cuchara­das de limonada ó naranjada, se-le dará á chupar «okmeate uno» cáseos demaranja ó tunos granos de Igranodaí '^tírkxt-aiédiec» acoi»B}aín los cád^n^aiKis y el opio, el- bébamo (ie cofaiva y otros remedios, pero nada se consigue con ellos cuando la infla»-macion de la próstata es agudísima, y amenaza la vida del enfermo. En éste raso, la iqdicacion mas «I^rnte eádesocttpacr k vé j r^ db k orinai para qlQfü^x^ hierititmi qpié «a asa' e l ' r^u jo cfo este líquido hacia la parte posterior de la próstata, y el dolor qne cansa la dilatación de esta viscera, previoietKlo asi las terribles consecuencias de su

a35 ruptura. El cateterismo es el único recurso que queda, y en el cual se hallan conformes todos los cirujanos. El famoso Desault preferia las sondas de goma elástica; y creía que las gruesas penetra-* ban con mas facilidad que las otras, y quee t i l l e ' gando cerca de la próstata, como el uKtrufladntb esté en buena dirección, se le puede empujar,.por* que sigue mejor el camino del punto estrechado que el de penetrar en la glándula^ y.jk>r.yltU**Oí que se deben hacer muchas .teotalÍKas' Irasta 4|U|e penetre la sonda en la v e j i ^ , lo que si se Ikga á conseguir, como haya costado mucho trabajo, va-» le mas dejarla alli quieta que sacarla, para no te-» ner que renovar las maniobras. La misma opinión profesa el barón Boyer, aunque no puede n^nos de confesar que muchas veces es imposible intro­ducir la sonda, porque cambia de dirección el ca­nal por el estrechamiento de su porción prostáti-? da y el infarto de esta glándula. Home empleaba en estas circunstancias las sondas curvas; y Xú^ franc las cónicas. Finalmente, cuando ya no que» da esperanza de penetrar en la vejiga, es menester recurrir á la punción, como enseñan todos los autores; y preferir la que se hace en la vejiga por :c4 intestino recto, pues no es tan sensible l^^ ra el eafermo qu« se halla padeciendo tan "sivos dolores, el que se le introduzca la punta de un trocar. Bien es verdad que este método no es el mas brillante, pero es el que preséntamenos in­convenientes, y co» el que se disipa mas segara-» n*eate « a síntoma alarmante sin agravar la enÉer-medad principal. Si la inflauMicion de la glándula teruMoa en supuración, quecb com^oai«tida la vida ddjpai^ente, pijes aunque el pus se reutia en ua so lo ipna*o» ,y j»^^ e a e l r e c t o , la.yc|lga ó la uretra, 8egnn^j^.:erté.i»íis.cerca de j inaxle estas panes, las mas veqessesuek infiltrar eai el tejido celular de la gláodttI»« ^ eatoooca) M> Jaay

a36 medio ni en la naturaleza ni el arte para sacarlo afuera; la supuración es inagotable, la calentura se enciende, y el enfermo muere en un estado de marasmo. Toda cuanto hemos dicho relativo á la compLicacion de la próstata se puede aplicar á la de Jas glándulas de Gowper; y no hay mas dife­rencia,sino que. en llegando á supurar, si forman tumor exteriormente se abre este \ notándose á me­nudo: que la l l a ^ se hace fístula, y que de todos los medios-iiKlicados contra esta última degeneración, las cnraciónes simples, el reposo y un buen r é ­gimen, son los mas eficaces, á los cuales pueden añadirse \OB baños de mar y la quina en grandes dosis.

La orquitis ó inflamación del tesíícnlo que, como hemos visto, es tan frecuente en la gonorrea, se cura con sangrías generales, cuando están in­dicadas, sanguijuelas en el perineo, al rededor del cordón espermático, en el escroto ó la parte supe­rior del muslo del mismo lado, con todos los de-mas medios auxiliares qne se emplean en las in­flamaciones, y sobre todo una dieta muy severa al principio. Xaiego que ceda la inflamación se pon­drán cataplasmas con harina de habas ó de cente­no y acetato de f)lomo ó hidroclorato de amonia­co, fomentos con agua y vinagre, ó con extracto de saturno y agua, cataplasmas frias, fumigacio­nes de vinagre y baños, en el escroto con agua fria ó con agua y cal; pero es preciso tener cuidado, antes de emplear estos raedios, de que haya des­aparecido el dolor, y si volviese este, volver tara-bien á los emolientes. Antiguamente se usaban ca­taplasmas de la tierra que cae de las piedras de amolar y vinagre, pero en el dia nadie las usa; y el doctor Sainte-Marie aconseja eo su lugar una cataplasma hecha con la cicuta mayor fresca y el beleño negro, machacadas en un mortero, y en caso de narcotismo, recomienda que se dé al en-

a37 fermo una limonada cargada y poco azucarada. Algunos autores recomiendan en la orquitis que se introduzca una sonda en la uretra para repro­ducir la gonorrea , pero antes la untan en la ma­teria puriforme de otro enfermo, como hacían Hirschel y Swediaur: esta nueva afección obraba como un derivativo; pero una sonda ó una sim­ple inyección de agua con un poco de amoniaco bastan para irritar el conducto urinario, sin nece­sidad de recurrir á una inoculación virulenta. Si la inflamación del testículo llegase hasta la supu­ración, cosa que sucede muy raras veces, se des­organizaría la glándula, ya se abriese el absceso espontáneamente ó por medio del arte; esta des­organización atrofiaría el órgano, y quedaría in­hábil para desempeñar las funciones generativas.

Las inflamaciones de la vejiga y sus anejos se curan por los métodos conocidos y ordinarios.

Curación de la gonorrea crónica. Ya hemos hablado del método curativo de la gonorrea agu­da; y ahora vamos á tratar de los diferentes me­dios que se emplean contra esta aíecclon, cuan­do ha pasado al estado crónico. Rara vez llega á este período en los enfermos que solo tienen una gonorrea en el curso de su vida, y que se sujetan dócilmente á los consejos del médico. Pero si- el «nfermo ha padecido muchas veces este mal, y si tiene ademas una vida licenciosa, entregándose á todo género de excesos, claro está que la dolen­cia primitiva se irá haciendo habitual, y si en a l ­guna ocasión afecta un tipo intermitente, siempre se notará el período de iavasion á consecuencia de alguna irregularidad en el modo de vivir ó en el uso de la venus. El paciente se queja de sufrir de tiempo en tiempo ardor y escozor al orinar, y auri de que algunas veces-no puede verificar este acto, sin que ningún- fenómeno de estos le Hame « atención, que solo.la fija en. en el goteo incó-

338 modo que tieiK en la uretra. En estos casos debe etnpezar el médico proponiendo la introduccioa de.uaa sonda para asegurarse del estado del canal, á ver si hay alguna estrechez, ó si la próstata se halla infartada. Bell aconsejaba esta práctica, y decia que por oo usarla se fatigaba inútilmente e l elrujaoo, y se exponia á perder su reputación, no pudiendo eurar á su cliente; y con efecto, ¿qué podria hacer un facultativo empleando todas las recetas conocidas contra esta enfermedad, si de­pende de una lesión orgánica de las partes afectas? Estos flujos inagotables que se reproducen cuando ya se creían disipados, cansan la paciencia del mé­dico y desesperan á los infelices pacientes, hasta que una casualidad inesperada ó un cuidado mas atento descubren la verdadera causa de la enfer­medad. Chopart tenia pues razón en decir que ha­bía corrimientos crónicos, tan rebeldes á todos los remedios, que debian, digámoslo asi, gastarse por sí mismos, y morirse de viejos. Mis lectores cono­cerán que quiero hablar de las estrecheces ó im­pedimentos mecánicos; y que no solamente debe hacerse cargo de ellos el médico por medio de la exploración material de las partes, sino que debe indagar con esmero si el flujo crónico de la gonor­rea que va á curar depende de alguna afección int-terna ó externa, como inflamaciones crónicas» her­pes , t ina , lepra, afecciones hemorroidales, pues coiüo hemos visto al principio de este articulo, la supresión de la gonorrea puede pcasionar por me­tástasis inflamaciones artríticas y gotosas y otras enfermedades, y recíprocamente, la supresión de estas puede producir gonorreas y otras afeccioneai. Asi pues,.querer atacar esta dolencia con medicar mentos internos ó externos, sin hacecse cargp de la naturaleza de ella, es querer perseguir | ^ Xailr tasma, y mortificar inútilmente al enfermo. En es­te caso vale mas no hacer nada, y seguir el p ru-

239 dente consejo de Boerhaave'. obstine, sh methO' dum nescis. Pero si después de haber examinado escrupulosamente la posición del enfermo, se ve que no ha liabido una degeneración: orgánica en los tejido» que constituyen la ui'etra y sus anejos, entonces se puede aplicar á la curación de esta «te­lenda en el estado crónico el método que hemos descrito al hablar de su período agudo, con las modiñcaciones y variaciones que un patólogo debe hacer con arreglo á los preceptos de una sa­na medicina, sin obstinarse én sujetar al enfermo á las leyes inflexibles de una teoría viciosa y ex­clusiva. Asi pues, empleará el régimen antiflogís­tico, el revulsivo y los medicamentos que le pa­rezcan mas á propósito, según las indicaciones que se presenten. Aquí no se pueden dar reglas fijas qae sean independientes de la capacidad intelec­tual del médico, y de consiguiente me contentaré con insinuar algunas preparaciones farmacéuticas, para que se haga de ellas la aplicación «bpot^ua que requieran los casos que se presenten. Los bál­samos de copaiva, de Tolu, de la Meca, la sangre de drago, la quina, lascantáridas, los baños de va­por , las aguas hidro-8ulfurosas,elnilro, las pr* • paraciones ferenglnosas y otros varios remedios han tenido entusiastas admiradores, y con efecto han producido muy buenos resaltados. El barón Larrey celebra mucho la opiata siguiente:

1^ Bálsamo de copáWa."» de cada fiosa seis ^ Aaúcar. , . • . . . . . . . .yoazas^ >

•*'^' Ootnti arábiga > onza y media» Gonaa tragacanta , una dracmá.: i

_r:^^8^'do^yerba buei» , eantidad sndáente.

la tarde. ,

T^. Gjnserva de rosas encarnadas, cuatro onzas. Sangre de drago, media onza. Calomelanos, una dracma. Bálsamo de copaiva, una onza.

Hágase una opiata, que se dará en dosis de media dracma dos veces al día; y en las personas robustas se elevará hasta dos escrúpulos cada una. Para ayudar los buenos efectos dé este remedio, se dará al enfermo el agua ferruginosa terciada con vino bueno.

^. Catecú, dos dracmas. Goma arábiga, media onza. Calomelanos, un escrúpulo. Trementina de Venecla, cantidad suficiente.

Háganse ciento y sesenta pildoras, de las cua­les se darán al enfermo doce al dia en tres tomas

• de á cuatro cada una.

^. Opio, un grano. Bálsamo de la Meca, odio gotas. Trementina cocida, cantidad suficiente.

Háganse dos pildoras que se toman una por la mañana y otra por la tarde; y algunos aseguran que quince dias bastan para curar al enfermo.

EJ. Quina, onza y media. : Goma tragacanta^ dos dracmas. Catecú, una dracma. Conserva de rosas encarnadas, tres oipzas. Conserva de romero, onza y media. Jarabe de corteza de naranjas, cantidad su-

fícimte. '3'. i Hi%ase unielectuario, que se administra en

id^sis deudos dxaomais por la mañana y o t i ^ dos por la tarde.

a4 i ^. Nitro

Ruibarbo. i — •, ^ 1 1 >aa, dos onzas. Bayas de enebro un pocoj

tostadas Hecker administraba estos polvos en dosis de

una cucharadita pequeña como las del té de dos en dos horas, en una taza de tisana; también so-lia añadir á estos polvos cantidad suficiente de tre­mentina para hacer pildoras de á dos granos cada una , y daba diez de estos de media en media hora.

Ademas de las recetas sobredichas ha habido muchos remedios preconizados contra la gonorrea crónica; tales son entre otros: la electricidad, la raiz de dulcamara, un linimento volátil en el pe­rineo, un vejigatorio en la misma región, ó un sedal; el coito repetido, como han aconsejado al­gunos médicos, ó el ejercicio de la equitación, aunque estos medios suelen exasperar la enferme­dad en vez aliviarla ó curarla. En punto á las in­yecciones, el doctor Lugol las ha usado de agua JFria con muy buen éxito; y Jourdan cree que se­rian mas eficaces si se hiciesen con una jeringui­lla que tuviese una cánula de dos caños. Hecker, que inventó las bugías ó sondas disolubles, las emplea también en este período, y las ayuda con mandar que el enfermo se lave y se frote el miem­bro viril, la región del pubis y el escroto con un licor alcohólico y caliente, como el espíritu de yerba buena, de lomillo, de espliego &c. Este autor recomienda asimismo que se laven estas partes con agua caliente, espíritu de vino y tar-trato de hierro, todo mezclado; finalmente, otros aconsejan los baños frios, generales ó locales; la in­mersión repentina en el agua, y otras varias prác­ticas y tentativas.

Hay ocasiones en que la especie de destilación que sale por la uretra proviene de la alteración

TOMO III. 31

de alguna parte aneja, ó de las varias coinplica-ciones que pueden sobrevenir durante el curso de una blenorragia; y asi cuando procede del encor­vamiento del pene, se harán fricciones estimulan­tes, y se empleará en ellas el ungüento mercurial simple ó alcanforado, y los linimentos volátiles. Los flemonciilos subniucosos de la uretra que pa­san al estado crónico, los suelen curar algunos con la introducción de candelillas; pero Lisfranc prefiere el uso de inyecciones astringentes, y que sean bastante fuertes. Para las glándulas de Cow-per se emplean las fricciones en el perineo con sustancias estimulantes ó resolutivas; y por último, la prostatitis crónica, que siempre es una enfer­medad grave, se puede aliviar, si no curar entera­mente, siguiendo un buen régimen, y un método de vida regular, y satisfaciendo las indicaciones que se presenten, según que haya ó no recrudes­cencias.

Varios médicos han empleado el método re­vulsivo contra esta variedad de la gonorrea, y les ha producido excelentes resultados. Los veglgato-rios en el perineo son muy eficaces, y yo los he empleado en distintas ocasiones sin excitar la su­puración abundante de ellos, que es lo que se lla­ma en Francia vejigatorio volante, por lo cual tenia que repetirlos de cinco en cinco días ó me­nos, y logré curar bastantes gonorreas crónicas rebeldes. Bell dice que en algunos enfermos no consiguió nada hasta que les hizo abrir dos fuen­tes en el perineo, y las hacia muy profundas, con lo que curó á mas enfermos y con mas frecuencia que con los emplastos y linimentos que usaba an­tes. Kuzmann celebra mucho el hidroclorato de amoniaco en dosis de dos á cuatro granos al dia. El cocimiento de quina con cicuta, y el extracto de esta planta son eficaces en varios casos; y lo mismo se ha notado con el opio y todas sus prepa-

a43 raciones, asi como con las aguas de mar en baños y bebidas. El mercurio es muy provechososo cuando se administra con prudencia, y triunfa de esta enfermedad. El oro, y sus diversas prepara­ciones, produce unos efectos muy superioies á los del mercurio, y con menos inconvenientes. Se puede administrar bajo la forma de cloruro, d i ­suelto en agua destilada, en las mismas dosis que el sublimado corrosivo (un octavo de grano), ó bajo -la de hidroclorato de oro mezclado con la sal común, según la fórmula del célebre Chrestien, médico de Mompeller. Téngase presente que la receta de esta sustancia se halla equivocada en el formulario de Cadet de Gassicourt, que está tra­ducido al español de la cuarta ó quinta edición francesa que se hizo con las correcciones del doc­tor JSally. Efectivamente, este médico dice que los bidrocloratos de oro y de sosa se deben juntar en partes iguales, lo que formaria una sal sumamen­te caustica y delicuescente, y en las dosis, no tiene inconveniente en propinar tres y cuatro granos, y hasta diez y ocho granos al día, lo cual serla un veneno mortífero. La dosis de esta sal bien preparada, es desde un décimo sexto de grano has­ta un cuarto de grano, ó medio grano á lo sumo.

Si la próstata está inflamada, pero de un modo lento y crónico por decirlo asi, será menester acudir, no al régimen debilitante, sino al cateteris­mo, porque suele desviar la dirección del canal de la uretra, y alterar el orden de la función urinaria. Zallemand recomienda la cauterización de la por­ción prostática del conducto urinario, cuando se sienten en él muchas fungosidades, y dice que es el modo mas eficaz de cambiar y variar la vitalidad de los tejidos, sustituyendo una inflamación nuevf» á una irritación antigua, y disminuyendo y cortan­do el flujo, con lo cual se resuelve el infarto de la glándula, y se termina la secreción mucosa que va

H4 espesando la o r ioa , y las polnc'iones d iurnas q u é en­tonces son tan frecuentes. Esta cauterización se hace como diremos mas adelante, y suele ser muy doloro-sa; pero el dolor dura poco, aunque se repite en los dos ó i ras días siguientes, cuando el enfermo se p o ­ne á orinar. El testículo se inflama lentamente, si hay estrechez en la u re t r a , y hasta q u e cesa esta, no ter­mina la otra enfermedad; con todo se han propuesto muchos remedios, como los eméticos, los catárticos, el extracto de cicuta, y de otras p lantas , especial­mente de las virosas, como de lechuga &c. Van,' Swieten, celebra el carbonato de cal (una onza en u n a libra de vino del R h l n ) ; y Swediaur prefiere el acetato, el c i t r a t o , ó el hicb-oclorato de cal , y p ropone el c loruro de bario. El i lustre Delpech tiene una confianza m u y grande en el bálsamo de copaiba, y en las cubebas, y por lo que hace á las medicaciones externas, todas las astr ingentes, r e ­solutivas, repercusivas, y estimulantes se han em­pleado con mas ó menos éxito según las c i rcuns­tancias. Yo he usado mucho las preparaciones mercuriales; y todavía mas.las del iodo, que me­recen mi preferencia, sobre todo la pomada de h i -dfiodato de potasa, que es como sigue:

]^ Hidrodato de potasa, dracma y media. Manteca de puerco fresca, una onza.

Hágase la mezcla en un mortero de vidrio: y úntese al enfermo con una cantidadad del tamaño de u n garbanzo dos ó tres veces al dia.

Si el epldídimo se endurece , como sucede con mucha frecuencia, se expondrá á un chorro de vapor ascendente, se le harán fricciones con la pomada antedicha, y si nada de esto bastare para resolverlo, no tiene que inquietarse el enfermo ni el médico, pues estas durezas suelen dura r m u ­chos años, y a u n toda la vida, sin q u e de ellas r e -eiilte la menor alteración en la salud.

a45 Curación de las estrecheces del canal de la

uretra. Casi todos los médicos modernos convie­nen en que las estrecheces de la uretra son unos afec­tos puramente locales, quesedeben remediar obran­do tópicamente; y aunque no todos los autores se hallan acordes sobre el método que merece la prefe­rencia, podemos reducir sus opiniones á tres prin­cipales , que son: el método de la dilatación, el de la cauterización, y el de la incisión ó perforación. Pero antes de hablar de cada uno de ellos en par­ticular, conviene decir algo acerca de la operación que llaman del cateterismo.

La operación de introducir una sonda en la uretra necesita cierta destreza y precaución de parte del facultativo, sin lo cual se verá expues­to á encontrar graves dificultades. La bugia ó son­da se debe untar con cerato, manteca, aceite ó cualquier cuerpo graso que no esté rancio; y luego que el enfermo haya orinado, se le pondrá de pie con los muslos un poco apartados, y el cuerpo l i ­geramente inclinado hacia adelante; se coge la sonda por en medio, ccn los dedos pulgar é índi­ce de la mano derecha, y con los otros dos de la mano izquierda se levanta el miembro viril, se in­troduce la punta del instrumento por el meato urinario, y se va empujando en el canal tor­ciéndola entre los dedos como si fuera uu huso, y estirando al mismo tiempo el pene para que no se hagan arrugas en el canal de la uretra. Cuando ha llegado á los pubis, se baja el miem­bro para disminuir la curvatura del canal; y se sigue empujando el instrumento hasta que llegue a la vejiga: si se atasca en el camino, se saca un poco, y se la vuelve á empujar de nuevo, repitien­do esta maniobra hasta que vaya avanzando; y pa­ra favorecer que se escurra, se irá sosteniendo el punto donde se detenia con dos ó tres dedos en­corvados, introduciendo el índice én el intestino»

a4<S recto si el obstáculo estuviese mas diatante. A pesar de estas precauciones, cuando va á pasar la sonda la curvatura subpubiana, suele atascarse su punta en la pared inferior del canal, y en este caso es preciso valerse de unas sondas que tengan una curvatura permanente, para mantenerlas en la si­tuación que se las quiere hacer guardar. Si el ori­ficio de la estrechez es muy angosto, aunque cen­tral , y si no corresponde exactamente al eje del canal, se puede encajar la sonda algunas líneas en el obstáculo, y se encuentra alli apretada en tér­minos que no puede avanzar, y si se fuerza se tuerce en espiral, ó se arrolla por la punta. Hay otras personas que presentan muchos obstáculos en la uretra á un mismo tiempo, de los cuales unos pueden vencerse y otros no; y á veces se in­troduce con facilidad una sonda en la vejiga, mientras que en otras ocasiones se pasan muchos dias sin ptjder penetrar en esta cavidad, porque con las tentativas que se hacen se irrita el punto estrechado y se hincha, en términos que cierra el paso á cualquier cuerpo extraño. Exceptuando es­tos casos, siempre se puede llegar á la vejiga con un poco de paciencia y de maña; y no hay que aburrirse muy pronto porque uo penetre la sonda, pues muy á menudo entra al primer dia, cuando á veces no se puede lograr en una semana; pero no se debe perder de vista en esta coyuntura aquel prudente consejo de, festina lente, que es muy oportuno en esta complicada operación.

El método de la dilaucion consiste en resta­blecer el calibre normal del conducto urinario, introduciendo en el sitio de la estrechez un cuer­po extraño que la comprima, ensanchando el ca-naU y esto se consigue con las candelillas, las sondas, y las inyecciones forzadas. Las bugias ó candelillas, que vulgarmente se llaman bordones, fion unos cuerpos cilindricos, un poco cónicos, de

^47 „ ., ocho ó diez pulgadas de largo, flexibles, hue­cos ó sólidos. Antiguamente se hacian con dife­rentes sustancias medicamentosas; pero en el día no se busca en ellas sino que estén pulimenta­das; que sean flexibles, y que tengan una con­sistencia suficiente; y asi hay los que se lia-man bordones porque se hacen como las cuerdas de guitarra, las bugias emplásticas, y las sondas de goma elástica. Los bordones tienen la preciosa ventaja de que se hinchan con las humedades de la uretra, y ensanchan el canal, pero es preciso tener cuidado de no dejarlos mas que dos horas, y de que estén bien hechos sin aspereza ni añadi­dura , para que al hincharse, y con los esfuerzos que se hacen para sacarlos, no se rompan, y que­den algunos fragmentos dentro. Las sondas em­plásticas se hacen en el dia con trapos buenos y sustancias emplásticas que no sean irritantes: nues­tros mayores las hacian con sustancias fuertes que producian un flujo copioso de mucosidades, que creían que era el resultado de la fundición de las callosidades de la uretra; ahora ya sabemos que proceden de la mayor exalacion de esta membra-. na mucosa por la presencia de un cuerpo extra­ño. El profesor JRicherand prefiere estas sondas, y dice que son mejores que las de goma elástica, porque no exponen á que se desgarre el canal, y se hagan falsas \ias, y como son tan blandas, se amoldan á la estrechez y la van dilatando; tienen ademas la ventaja de que se pueden preparar con facilidad en cualquier parte. En cuanto á las son­das de goma elástica, las hay de diversas formas, siendo preferibles las cilindricas á las cónicas, por­que estas exponen á falsas vias, y las huecas á las llenas, porque aquellas se arman con una varita d« plomo ó de ballena, que aumenta su consisten­cia, sin disminuir su flexibilidad. Las sondas que llaman de vientre las intrudujo en la práctica de

a48 la cirugía el malogrado y excelente médico Du~ camp y se componen de una vara que tiene dos lí­neas de diámetro, y presenta una porción de diez ó quince líneas que puede inflarse, y el diámetro de esta porción varía de dos líneas y media á tres, y de tres y media á cuatro: estas sondas tienen ia Ventaja de no dilatar mas que el punto del canal en donde se aplica este vientre ó parte que puede inflarse, y de poder ensanchar la uretra cuatro líneas, que es la anchura natural de este conduc­to, mientras que los instrumentos ordinarios solo pueden dilatarle tres. Para introducir estas sondas se causa menos dolor al enfermo; y aunque es verdad que el punto que ha de inflarse entra con dificultad por el meato urinario, todavía lo es también el que es menor este inconveniente que el que resultaría de introducir y conservar en la uretra por muchas horas las sondas d<; un calibre grueso. El doctor Civiale ha modificado este sistema, y puede adaptar loque se llama el vientre de la sonda al de las que tienen un cali­bre como la» del núm. 9 ó núm. 10, advirtlendo que estas últimas no pueden pasar de la curva­tura subpubiana. El enfermo tendrá la hugia mas ó menos tiempo dentro de la uretra, con arreglo á su sensibilidad y al dolor que le cause; y será prudente que solo se le deje en los tres ó cuatro primeros días inedia hora, ó un cuarto de hora por la mañana, y lo mismo por la tarde: cuando la uretra se vaya acostumbrando á tenerla, será bueno no sacarla sino en un caso necesario, y de­jarla para orinar , si este líquido puede pasar por el hueco que haya entre ella y el conducto uri­nario. Cada tres ó cuatro dias se saca y se pone en su lugar otra por números graduados hasta lle­gar al núm. JO. Entonces se van disminuyen­do progresivamente las veces que se introduzca, hasta que se haga una vez por. semana, cesando.

*49 del todo cuando desaparezca el corriroíento'

Este método descrito y adoptado por todos los autores ha encontrado adversarios que han hecho contra él varias objeciones, como la de ser dolo­roso, muy largo, y que solo es paliativo. Dicen que se requiere mucha paciencia de parte del en­fermo, y muchas precauciones en el médico. Efec­tivamente, la primera introducción de una can­delilla es dolorosa, y á veces ocasiona graves ac­cidentes, como temblores, sudores fríos, y sínco­pes; pero esto no es común, y la mayor parte de los pacientes se quejan solo de constricción en la uretra; y todavía es mayor el inconveniente que resulta de dejar permanentes las candelillas en el canal, porque pueden causar grandes irritaciones en el mismo, é inflamar simpáticamente las glán­dulas inguinales ú otras partes inmediatas y mas cercanas á la uretra, en las cuales pueden formar­se abscesos que terminen en fístulas urinarias. Ademas, en modificando este método como se ha­ce ahora, y no teniéndolas al principio mas que oo cuarto de hora, y luego al fin dos horas dia­rias, y recurriendo á las bugías de vientre, cuan­do ya se han empleado las de los núms. 11 y i a, no habrá nada que temer, y se llevará á eabo la curación, observando rigorosamente el precepto de no hacer en el obstáculo ningún esfuerzo itín-propio, porque aumentaría los dolores y excita­ría accidentes inflamatorios. En cuanto al tiempo que se necesita para terminar esta curación, parece exagerado lo que dicen los impugnadores d* este método, de seis y nueve meses, y aun de un año: el doctor Civiale afirma que generalmente bastan dos meses en los casos ordinario», á menos que haya complicaciones ó circunstancias que retar­den. Por último, ya se encuentran muchos y nu­merosos ejemplos de curaciones consolidadas, en las cuales no se ha visto la menor reincidencia.

TOMO III. 3a

aSo Todo el mundo conoce las sondas metálicas,

y las que se hacen de goma elástica; y nadie ig­nora que estas se gradúan por cuartas partes de línea, empezando por el núra, i , que tiene una línea de diámetro, hasta el núm. i 3 , que tiene cuatro. También se hacen sondas de vientre, co­mo las candelillas del mismo nombre; y aun cuando todas las sondas son curvas por lo gene­ral , ahora se usan otras rectas, desde los trabajos recientes de Cwiale y Jmussat, y de otros ciru­janos que se han dedicado á la litotricla. Sucede algunas veces, ó puede sucederi, que siendo muy larga la sonda, quede aplicada su punta sobre un mismo sitio de la membrana mucosa de la vejiga, que se puede inflama^ y aun perforar: Lallemand aconseja para evitaK esta desgracia, que se saque la sonda hasta que no salga mas orina, y que se vuelva luego á introducir hasta que el líquido empiece á salir de nuevo, 6jándola en esta última posición. La operación del cateterismo, ó el acto de sondar, es muy sencillo cuando la uretra está sana; pero cuando hay estrecheces presenta unas dificultades que no se pueden explicar, y que solo la práctica enseña á resolverlas. Sin embargo, no es inútil advertir, que la sonda curva conviene cuando el obstáculo se halla cerca de la próstata, ó cuando esta glándula está, hinchada, debiendo timarse la recta siempre que la estrechez ocupe la parte anterior de la uretra, y en efecto, Zalle-marací, que tiene mucha práctica en esta clase de dolencias, extraña que siempre se eche mano á una spnda para esta operación, y dice que si la estre­chez, existe en la porción recta del canal, por muy pequeña que sea, siempre impedirá que entre una sonda curva, cualquiera que sea la posición que se dé al miembro viril, á menos que el instrumento no sea muy delgado; y en este caso vale mas servir­se de una candelilla ordinaria que de las sondas.

aSi Luego que se ha introducido Ja sonda metá­

lica , se saca de ella el estilete (quelos franceses lla­man mandrin) y se vacia la vejiga; después se fija coa dos cordones ó cintas atadas á un suspenso­r io , y se tapa el pabellón con una cañita de ma­dera, que el enfermo decapa cuando quiere ori-» nar. A las treinta ó cuarenta horas se saca, y se mete en su lugar otra de goma elástica, que se renueva cada seis ú ocho dias, aumentando pro­gresivamente su volumen. Las sondas obran lo mismo que las candelillas, y tienen los mismos in^ convenientes, aunque son mas graves los de las metálicas. Estas irritan necesariamente en las ten­tativas que se hacen con ellas horas enteras, y cuando son cónicas exponen á falsas vias, asi cor mo producen con su larga estancia en la uretra la inflamación de este canal, con dolores y caleni-tura , que siempre necesitan una medicación enér­gica, y á veces no basta para impedir que se for­men abscesos en el perineo, bubones en las ingles, y á que se hinchen los testículos. Lallemand cita un caso de estos que terminó en gangrena, esfa-celándose el escroto, y una porción del perineo; y Bell refiere que ha visto por el mismo motivo, ulceraciones muy grandes de la ure t ra , y aun la destrucción de algunas porciones de este canal. Asi es ^ue ya se va abandonando el uéo de las sondas metálicas; y aun las de goma elástica no van siendo tan necesarias, desde que se ha visto que no es necesario hacer la dilatación de un modo continuo. '•:> -x-.í

Otros prácticos retómendablés haati usadbi.y «san las inyecciones forzadas en los casos de grandes estrecheces que no dejen entrar las b u -gías mas sutiles. Soemmerring ha empleado mu­cho este método, el cual consiste en inyectar.acei­te de olivas, ú otro aceite con opio ,> dentro de la uretra, tapar el meato urinario^ y apretando con

a 5a el dedo hacer que este liquido pase mas allá del obstáculo, con lo cual se facilita después la intro­ducción de una candelilla. El doctor Jmussat d i ­ce que este método es preferible al de las bugías para empezar á dilatar las estrecheces de la u re ­tra , y que conviene aun en los casos de retención completa de orina, pudiéndose recurrir á él para aumentar la acción de las sondas flexibles, esto es, que cuando se ha dilatado la estrechez lo bastan­te con las inyecciones para poder introducir una candelilla, es ventajoso forzar el líquido que se inyecta en la uretra, lo cual se consigue introdu­ciendo una sonda flexible sin pico hasta la estre­chez, atar el pene con un compresor, y adaptar al pabellón de la sonda, que debe estar dispuesto á propósito, una botellita de goma elástica, llena de agua, que se comprime con una especie de tor­niquete.

El método que se llama por cauterización es antiguo, y en diversas épocas le han modificado Jos cirujanos, á proporción que se iban enten­diendo mejor las enfermedades de las vías urina­rias. Jourdan quiere que se le llame método mix­t o , porque la cauterización no es mas que un me­dio preparatorio para poder maniobrar después «on las sondas, y terminar con ellas la curación. Mas como quiera que sea, ya estaba casi olvidado, en la época en que jíTuníer llamó la atención de los prácticos sobre este punto, que han perfecxíiona-do después los trabajos de Home en Inglaterra, y los de Delpech y Civiale en Francia. Esta cauteri­zación se hace dé dos modos: ó de adelante atrás, é de adentro afuera. Jíuraíer practicaba la prime­ra de éstas operaciones del modo siguiente: toma­ba una cánula de plata del grueso de una algalia ordinaria, y dentro metia un estilete, cuyos extre­mos estaban dispuestos de modo que el uno era una (especie de lapicero, y el otro un botón, que ser-»

a53 vía para tapar la extremidad de la sonda, y en es­ta disposición la introducía; y cuando llegaba al obstáculo, sacaba el estilete, y lo metía por la otra punta, esto es, por la del lapicero, en el cual hay un pedacito de piedra infernal que aplica al obstáculo, ó sea á la estrechez de la uretra, y le tiene alli un minuto, tira de él para meterlo en la cánula, y lo saca con ella de la uretra. Este ins­trumento no podia servir en los casos en que la estrechez estaba en la curvatura subpubiana; y aunque Hunter dice que lo acomodaba entonces en una cánula flexible, todavía podemos asegurar que quedó bastante imperfecto.

El doctor Petit se sirve de una cánula de go­ma elástica, tan gruesa como el diámetro de la uretra, y en uno de los extremos de esta cánula adapta un cilindro de piedra infernal, fijándole sólidamente con resina derretida. Luego qué está preparada la cánula, se cubre la piedra infernal, para que no toque en la uretra, con un poco de sebo, que luego que se enfria se forma con él una punta redonda y llena, parecida á las de las bu -gías ordinarias. Delpech inventó otra sonda aná­loga á la precedente, con la diferencia de que des­pués de sujetar el caustico, no quiere que se unte coa ningún cuerpo graso, porque disniiauiria su acción. El aparato de Civiule es mas complicadt^ y consiste en una cánula metálica, cuya extremi­dad, que mira á la vejiga, está obstruida con un tapón sostenido ó sujeto con un alambre. Cuando esta cánula penetra hasta el obstáculo, se destapa retirando el alambre, y se introduce en ella otro, ó una bugía flexible, en cuyo extremo haya un porta-caústico, que tenga la forma de un cilindro hueco de oro ó de platina, y cuatro líneas de larr go, sobre una y media de diámetro. Este cilindro tiene un borde por defuera y.hacia su mitad ,,par l'a que. flOjjsaJga todo fuera de la cánuía.EfX'-»tt

254 tercio inferior tiene una pequeña cavidad para echar era ella el nitrato de plata fundido. Este ins­trumento' es el que presenta menos complicacio­nes; pero cualquiera que sea el que se emplee pa­ra la cauterización de las estrecheces de la uretra, sé necesita observar algunas precauciones. Si el tiempo estuviese frió será preciso «alentar el cuar­to, pues de lo contrario «e retraería el miembro vir i l , y disminuiria el calibre del canal; el me­mento mas favorable del dia es por la mañana al salir de la cama, ó por la noche antes de acostar­se ; sin embargo, se puede escoger otra circunstan­cia, con tal que sea como una hora antes de la comida, y dos horas después, teniendo cuidado de introducir en la uretra una bugía algunosdias an­tes, para ir acostumbrando el canal á la impresión de los. itistrumeétos. La cauterización puede ba-cerse estando el enfermo de pie , ó acostado; pero esta posición es mejor, y aun el ponerle una almo­hada debajo del sacro para que tenga un poco ele­vada la pelvis; luego que el caustico haya hecho electo, deberá el enfermo reposar por espacio de una hora, no hacer ningún movimiento, y tratar de no orinar. La operación debe repetirse cuando caiga la escara, esto es, al cabo de tres ó cuatro dias; y cwdinariamente cae á pedazos ó entera, y ba­jo la forma de una película blanca y lenticulan también es muy importante no hacer la operación cuando el enfermo tenga calentura, ó una fuerte inflamación en la uretra; pues para que tenga buen éxito se necesita que el organismo se halle en un estado de calma perfecta.

La cauterización de adelante atrás no facilita que pasen los instrumentos á la vejiga, sino cuan­do ha disipado enteramente el obstáculo; pero ademas de su lentitud, tiene esta operación otros inconvenientes mas ó menos notables; Algunas ve-cespüede obrar el caustico en las partes'sanas del

a55 canal , por su contacto inmediato con ellas /al tiempo de introducirlo, aunque se haga con rapi­dez, y porque las mucosidades de la uretra pue­den disolver este agente y derramarlo en todo el canal, ocasionando una flogosis considerable, cieiv to escozor al tiempo.de orinar, y escaras blajiquer ciñas, que al despegarse dejan grandes escoriacio?-nes que acrecientan el ardor de la orina y los do­lores. El nitrato de plata puede escaparse, y cau­sar estragos en la uretra; y aun cuando esto no suceda, ejerce mas su acción en la pared inferior del canal que en las otras, por la disposición par--ticular del instrumento y de las partes sobre que obra, si la estrechez está en la curvatura subpu-biana: de ahi proviene el peligro de hacer falsas vias, y de penetrar con la bugía armada hasta el intestino recto, como lo ha visto JJelpech, no siendo raro el caso de interesar los cuerpos caver­nosos, y provocar hemorragias alarmantes. Por todas estas razones parece preferible el método del doctor Cmale, que se halla menos expuesto que los otros á estos inconvenientes.

Hay otro modo de cauterizar las estrecheces del canal de la uretra, que se hace de adentro afuera, y que conocido por los médicos antigües no llegó á ejecutarse con regularidad hasta que. lo acreditó el doctor JThately, el cual se^servia de la potasa pura , mientras que Ducamp, Lalle-mand y Amussat le perfeccionaron en la ejecu­ción, y emplearon como caustico la,piedra infer­nal. Whately usaba las sondas emplásticas, en cu­ya extremidad inferior hacia un agujero para iij-trodueir un dozavo de grano de potasa, que sur jetaba con cera, y cubria con manteca. La indir cacion principal en cualquiera estrechez de fia uretra es la de destruir el estado morboso de las partes, volviéndolas al nivel de las otras, y obte­niendo una cicatriz delgada, ñexible y «láctica,

256 iqtie sea tan ancha como en el estado normal del canal, que tiene unas cuatro líneas de diámetro. Dvücamp^ que fue el primero que perfeccionó este ramo de cirugía, empezaba cauterizando el obstá­culo en toda su extensión, no interesando mas que las partes enfermas; pero conoció que para conseguirlo se debia calcular la distancia á que se halla la estrechez de la extremidad exterior de la uretra, indagar la situación del orificio de la estrechez, conocer la forma y la extensión de su extremidad anterior, y asegurarse de su longitud, es decir, de la extensión que tiene de adelante atrás. Ducamp inventó varios instrumentos muy ingeniosos, como la sonda exploradora, el porta-cáustico, y otras sondas muy á propósito para conocer el mal, y llevar el remedio. En iSaS imirió este desgraciado profesor, joven de las mas brillantes esperanzas, y aunque le sucedieron va­rios médicos de conocido mérito, ninguno se dis­tinguió tanto en la práctica de la curación de es­tas enfermedades como el profesor Lallemand, de la escuela de Montpeller, y el doctor Scgalas, de la de París. Los pormenores de todas estas opera­ciones son muy largos, y rae desviarían mucho del objeto de este artículo, por lo que remito mis lectores al tratado de las retenciones de la orina de Ducamp, publicado en París en i 8 a 5 , tercera edición con estampas; ai ensayo sobre las enfer­medades de los órganos génito-urinarios, por £a-llemand, publicado en i 8 a 6 , en dos partes con estampas, y al tratado completo que sobre las mis­mas afecciones hizo imprimir en 1828 el doctor Ségalas en un tomo en 8.°, y un atlas de estam-•yas en folio. También se han dado á la luz públi­ca, las lecciones del doctor Amussat, por dos discípulos suyos, y se pueden leer con mucho fruto.

Zallemand indicó perfectamente las ventajas

respectivas de los métodos por dilatación y por cauterización; y opina que si las estrecheces son recientes se pueden curar pronta y radicalmente por medio de la dilatación, usándola con las pre­cauciones necesarias para evitar la irritación que produce cualquier cuerpo extraño que se intro­duce en la uretra, y entonces es preferible á la cauterización, porque esta puede acometer con tan­ta mas facilidad las partes sanas, cuanto mas pe­queña sea la alteración, y es necesario no destruir los tejidos cuando pueden llegar á recobrar su flexibilidad primitiva, ó por lo menos ensayar los medios que no producen pérdida de sustancia. Ademas, si se emplea la dilatación después de ha­berlos ensanchado cauterizándolos, ¿por qué no se habria de empezar á dilatarlos cuando son bas­tante anchos? Este apreciable autor cree, que siem­pre que una estrechez es pequeña, y se puede in­troducir por ella una sonda del núm. 6 , se debe ensayar ]a dilatación, exceptuando el caso en que la curación sea muy larga, porque entonces una ó dos cauterizaciones bastan para dominar la en­fermedad. Cuando la estrechez, aunque sea muy recta, es muy corta, se podrá vencer con la dila­tación ; pero esto es largo, y al cabo no tiene mu­cha solidez, por lo cual vale mas empezar de pronto por la cauterización. Convencido de los accidentes de la cauterización el doctor Aumont propuso que se limitase esta operación á las estre­checes que se hallan en la parte esponjosa de la uretra, por la dificultad que hay de conducir el cáustico de un modo seguro mas allá de k curva­tura subpubiana; pero como en estos últimos tiem­pos algunos operadores lo han hecho con feliz resultado, queda muyen duda el rigor de este precepto, asi como el saber si puedeu ser prove­chosas las cauterizaciones en los casos de degene­ración de los tejidos, por ejemplo, cuando se tras*

TOMO III. 33

a58 forman las paredes de la uretra en una masa fi­brosa ó cartilaginosa.

El método que se llama por incisión ó perfo­ración, ó lo que antes se llamaba la operación del ojal, se ha tenido que abandonar en el dia , por­que los progresos de la cirugía moderna han dado á conocer su inutilidad. Las estrechecej del canal urinario determinan varios accidentes, y entre otros la retención de orina, que es preciso reme­diar lo mas pronto posible, y para ello se obser­van varios métodos. El cateterismo forzado es un modo de sondar que consiste en atravesar á la fuerza los obstáculos que se encuentren, ó como dice el barón Boyer ^ en hacer un camino artifi­cial en el mismo camino natural, haciendo una especie de punción en la uretra. Para esto se re­quiere usar de una sonda metálica de platina, que termine en punta roma; se introduce conforme á las reglas generales del cateterismo, y se ayuda á dirigirla hacia la vejiga introduciendo el dedo índice de la mano izquierda en el intestino rec­to ; pera esta práctica tiene sua inconvenientes, que los ha pintado muy bien el célebre Delpech, diciendo que al abrir los cadáveres de personas que murieron de enfermedad de las vias urinarias, y sobre todo de retención completa de orina, ha­bla hallado el canal de la uretra desgarrado, las paredes de la vejiga infartadas, gruesas y muy duras; las secrecciones de esta viscera y del ca­nal, serosas, fétidas, y c[ue oxidaban los metales; y signos de unaflegmasia incipiente, y tal vez sim­pática, en las membranas mucosas de los aparatos digestivo y respiratorio,ó en las serosasde las tres, cavidades esplánicas. Ademas de estos inconve­nientes , el cateterismo forzado presenta el de que no esté nunca cierto el cirujano, por muy ins­truido que se halle en la anatomía,de introducir la sonda según el eje de la uretra, porque la

curvatura de este canal varía en las diversas per­sonas, y aun en una misma, según que la vejiga esté mas ó menos llena. Estas dificultades se au­mentan cuando hay muchos obstáculos, unos des­pués de otros, porque coraprimen lateralmente las paredes del conducto urinario, y no se puede dirigir la sonda con seguridad. En estos casos es casi imposible dejar de hacer falsas vías, y de abrirse camino por debajo de la membrana muco­sa del canal, traspasando de parte á parte las pa­redes de este, y caminando por el tejido celular circunvecino, hacia el pubis, el intestino recto. Ja vejiga, ú otras partes, variando por ellas el pe­ligro, y ocasionando siempre infiltraciones urino-sas y otros accidentes.

Otro medio, que emplea con mucha frecuen­cia y con muy buen éxito el profesor Dupuytrcn, es el de Introducir una candelilla fina hasta el obstáculo, y dejarla allí algún tiempo: al cabo de algunas horas se dilata por lo común el obstáculo, pero es menester no apretar mucho con la algalia, porque podría perforarse el canal, especialmente si estuviese muy baja la estrechez. Ducamp y La-ZZemared aconsejan servirse de bordones, y sise logra que pasen del obstáculo, dejarlos allí hasta que el enfermo tenga ganas de or inar , en cuyo caso se van sacando poco á poco, y suele salir la orina aunque con diücultad. Últimamente el doc­tor Amussat ha propuesto las inyecciones forzadas de agua caliente en la vejiga como un medio de di­latar el canal momentáneamente, y de vencer la retención de orina. Jourdan aconseja el método antiflogístico de un modo muy enérgico, porque cree que la estrangurla depende siempre de un aumento de irritación, y de un verdadero esta­do inflamatorio, mas ó menos intenso en la por­ción estrechada del canal; y si esto no fuese su­ficiente para restablecer el curso de la orina, se

a 6o decide por la punción de la vejiga por el intesti­no recto, como en el caso'de la prostatitis aguda, continuando después con los métodos conocidos para curar la estrechez del canal.

La gonorrea en la muger presenta las mismas indicaciones que en el hombre, y se cura por los mismos medios que hemos indicado en otro lugar, sin mas diferencia que el temperamento» y la idiosincrasia particular de la enferma. Cuando esta afección llega al estado crónico, es mas rebel­de en la muger que en el hombi'e; pero las in­yecciones astringentes y estimulantes triunfan del mal, y ofrecen menos dificultades que en el hombre.

En cuanto á Jas afecciones consecutivas en otros órganos, y dependientes de la uretra, como la oftalmía venérea, la inflamación de la boca, k blenorragia por el ano &c., no tengo nada que añadir á lo que ya he dicho, y solo hay que ha­cer la aplicación de las reglas generales que se han dado para la curación de la gonorrea aguda y crónica, á los órganos afectos, de un modo se­cundario, teniendo presente,'que la sensibilidad particular de cada uno de ellos exige modificacio­nes importantes en el modo de aplicar los remedios. Sin embargo , en los corrimientos por el ano, cuando degeneran en afección crónica, y los acom­paña la estrechez del intestino, se deberá comba­tir esta complicación con el us& de las mechas graduadas, de modo que la compresión metódica es el único medio de curar esta dolencia, en la <jue sufren los pacientes tormentos horrorosos»

«>••»««#«'•

MEMORIA SOBRE LAS PROPIEDADES Y VIRTUDES DEL OPIO, Y LAS QUE TIENEN LOS PRINCIPIOS INMEDIATOS

DE ESTA SUSTANCIA, COMO LA MORFINA

Y LA NARGOTINA.

La regularidad, concisión y exactitud con que están redactados los artículos del Diccionario universal de materia médica y de terapéutica ge­neral me hacen creer que es una de aquellas obra» que se han emprendido con mas acierto, se han trabajado con mas constancia, y se llevan á cabo con mejor éxito. Efectivamente, prescindiendo de la erudición con que los autores han adornado los artículos principales, se ve en ellos un cuadro completo y sucinto del estado actual de nuestros conocimientos, indicando, las menores reformas, y hasta los hechos que pueden ilustrar algo la materia. Por estas razones voy á decir alguna cosa del opio, la morfina y la narcotina, y en los to­mos siguientes de este Repertorio médico incluiré otros artículos de materia médica, escogiéndolos especialmente de los que traten de algunas sustan­cias nuevas ó poco conocidas.

El opio, opium, es el jago espeso de las ador­mideras, cuyas especies corresponden todas al género papaver de Linneo. Se prepara en la Tur­quía, la India y otras partes; y tiene varios nom­bres porque se emplea en muchos países del Orien­te: asi es que opio viene de una palabra griega que significa jugo, y también le solían llamar me-conio,, dfi otra palabra que indica la adormidera.

a6a Todos los pueblos sometidos al islamismo usart mucho del op io , como en otras regiones se usa el tabaco, el café y el v i n o , siendo para ellos u n e x ­citante agradable que les proporciona sensaciones y pensamientos voluptuosos; asi q u e , le toman or­dinariamente para excitarse al combate, infundir­se valor, y arrostrar la m u e r t e ; pero si lo hacen con exceso les embriaga y enfurece , haciéndoles cometer asesinatos, habiéndose visto algunos q u e á fuerza de tomar esta sustancia llegan á consu­mir muchas dracmas al dia , lo cual les causa d i ­versas enfermedades, como la demacración , el t emblo r , el escorbuto 8cc. Hay otros q u e fuman ei op io , y les produce los mismos efectos.

En los fastos de la medicina no hay n inguna sustancia que sea tan célebre como el op io , ni por sus propiedades, ni por la antigüedad de su uso; calma los dolores mas a t roces , provoca el sueño, cura muchos males, y los alivia casi todos, a u n ­que sean los mas incurables ; y asi es que Syden-¡i.ain decia, que hubiera renunciado al ejercicio de la medicina si le hubieran qui tado el opio. Pe­ro todos estos beneficios y estas preciosas ventajas no se ocultaron á los griegos, quienes con su cos­tumbre exagerada dieron á este medicamento h e ­roico un origen casi d iv ino , indicando en su mi ­tología q u e Ceres fue la primera q u e clió á cono­cer á los hombres la adormidera y sus v i r tudes , y adornaron con esta planta el palacio de Morfeo, que se adoraba como el dios del sueño. Homero habla de esta planta en la I l iada, como que ya se conocia en su t i e m p o , y en el l ibro cuarto de la Odisea la designa con el nombre de Nepenthes. Plinío habla también de la adormidera, que pasó á la Persia y á la Grecia desde la I n d i a , y q u e en su tiempo se cultivaba en I ta l ia , desde donde se extendió á todo el resto de la Europa. Los médi ­cos griegos, como Hipócrates y Galeno, usaron

263 del opio, según vemos en sus escritos, y el cono­cimiento de esta sustancia se ha trasmitido hasta nosotros, como una prueba irrefragable de su efi­cacia y de su utilidad, porque los medicamentos, cuyas virtudes son imaginarias ó efímeras caen muy pronto en el mas protundo olvido.

Varias son las operaciones que se hacen para sacar el opio; pero todas se pueden reducir á las siguientes:

1? Opio en lágrimas : que se obtiene haciendo incisiones en las cápsulas y los tallos verdes de las adormideras, recogiendo las gotas lacticinosas que salen, tan luego como se concretan en la planta, y formando de esta manera un opio rojizo, muy oloroéo, que estiman mucho los orientales, y que sirve para el consumo de los grandes señores, sin que se venda en el comercio de Europa.

2,. El opio por evaporación del jugo de la adormidera: que se saca machacando la planta en­tera, y sacando el jugo, que se pone á evaporar hasta que tome consistencia de extracto. Este es el opio mas puro que se vende, aunque rara vez se encuentra, y casi siempre viene mezclado. Hablan­do con propiedad, es el verdadero meconio de los griegosv

3.? Opio por cocimiento de la adormidera. Se pone á hei'vir el residuo de donde se ha sacado el jugo, ó la planta entera, verde y machacada, em­pleando muchas aguas, hasta que quede en la consistencia deextracto.^ Este opio, que es de in­ferior calidad,se vende rara vez solo, y ordinaria­mente se mezcla con el antecedente: también se hace otro aun mas inferior, cociendo las cabezas de adormideras secas, y se mezcla con ios an­teriores.

Este medicamento tendria toda la perfección: posible, si se practicasen con cuidado todas las ma­nipulaciones, y se hiciese la evaporación con un

264 fuego graduado, ó en un baño de maria; pero no sucede asi, y las mas veces salen los extractos ape-lotados, quemados y hechos un carbón. Los mer­caderes suelen mezclarle algunos cuerpos extra­ños, como arena, tierra ó ceniza, y en ciertas oca­siones los extractos de otras plantas, como la le­chuga virosa, la adormidera común &c.

En el comercio hay dos especies de opio: una que podria llamarse opio encarnado, que es de Tur­quía ó Constantlnopla; y se vende en panecillos ó galletas planas, que pesan de dos á seis onzas, ro­jizas por dentro y por fuera, blandas interior­mente, de un olor viroso particular de este me­dicamento, que tira un poco al jugo de regaliz, y que están cubiertas con hojas de adormideras. Ésta calidad, que es la mas dulce, es preferible para la farmacia. La segunda especie de opio, que se deberla llamar opio negro, es la que viene de Smlrna; se vende en pedazos mas gruesos é irregu­lares que los otros, tienen un color negro, con especialidad interiormente; su olor es mas fuerte y mas viroso, y vienen envueltos en las semillas del rumex patientia de Zinneo, lo que no se ob­serva en la otra clase de opio. Este segundo se di­suelve con mucha mas abundancia en el agua, no es tan caro, y en el dia solo se usa para extraer de él la morfina.

El opio tiene un olor, que se ha convenido en llamar viroso, el cual es muy fuerte sin que se pueda decir desagradable, y causa á veces cefalal­gias y náuseas; tiene un sabor amargo, pero no tan cálido y acre como dicen algunos autores: tampoco tiene siempre este medicamento una mis­ma actividad, pues es mas activo el que proviene de un país mas cálido; y asi el de Turquía es mas suave que el de Egipto, y los antiguos preferían el de Tebas, opium tliebaicum, cuya, expresión ha quedado en las farmacopeas para indicar el opio

a65 mas escogirlo que se puede buscar. El opio varía en su fuerza según es la mezcla de cuerpos extra­ños con que le falsifican, que en opinión de al­gunos es desde la cuarta parte hasta la mitad; y asi es que no se puede decir el grado de fuerza que tendrá cierta cantidad de opio hasta haberle ensayado; por lo cual seria de desear que cada boticario tuviese una provisión de opio suficiente para que en muchos años pudiesen conocer su ac­tividad los médicos que le propinasen, porque ha­brá tal vez opio que tenga una acción como la mitad de otro, empleándole como se vende en el comercio, y aun purificado, que es el único de que debemos servirnos para las diferentes prepa­raciones medicamentosas que se hacen con esta sustancia. La purificación consiste en ablandarlo en agua (cantidad doble de su peso), colarlo ca­liente por un tamiz, y concretarlo en un baño-maría; de este modo se le quitarán las materias extrañas, y conservará sus partes constitutivas, puesto que no habrá habido disolución, sino so­lamente un reblandecimiento del extracto. Este será el opio purificado, que no se deberá confun­dir con el opio gomoso, del cual hablaremos mas adelante.

En el día está muy adelantada la análisis quí­mica del opio, bosquejada apenas antes de los primeros trabajos de Derosne, que se han mejora­do después con los de Scguin, Robiqaet, Vauque-lin, Sertuerner, Dublanc, y otros. Según la opi­nión de estos químicos, el opio se compone: de una materia extractiva; mucílago; fécula; resina; aceite fijo; cachunde; una sustancia vegeto-ani-maU un ácido particular llamado raecónico; mor­fina en el estado de meconato ácido, ó tal vez com­binada con otro ácido; narcotina; un principio amargo indeterminado; y otro indicado por Dw blanci y por último fibra leñosa.

TOMO III. 34

a66 El profesor Pelletier enseña que liay en el

opio una SBstancia nueva alcaloidea, y diferente de la morfina y de la narcotina, que provisional­mente llama narceina (Chaussier dio en otros tiempos este nombre á la morfina), y dice que to­davía no conoce su acción en la economía vivien­te: esta sustancia es blanca, cristalina, mas solu­ble en el agua y el alcohol que la morfina, á la cual no se asemeja en ninguno de sus caracteres; es indisoluble en el éter, y puede tomar un color azul al unirse con los ácidos.

Los autores han disertado mucho para saber cuál de estos principios es el que da al opio todas sus virtudes; y algunos han creido que el principio vi­roso ó el aroma las poseia, y han aconsejado destilar muchas veces una misma agua en muchas cantida­des de opio para que se cargue de su parte volá­t i l : con efecto, este agua se satura de un modo muy notable, y es nauseosa, provoca el vómito y el dolor de cabeza, sin que tenga ningunas pro­piedades medicinales , pues aunque la han ensaya­do en los perros, no ha producido ningún efecto. Otros ha habido, como Baumé, Accarie y Jii^ card, que han creido que todas las virtudes del opio estaban en sus partes resinosa y oleosa; pero el profesor Audral se ha convencido por medio de experimentos directos, que la resina del opio en dosis de diez granos no produce ningún re­sultado : casi todos los prácticos creyeron después que toda la acción de esta sustancia se hallaba en la parte soluble del opio, llamada impropiamente gomosa , y se aplicaron á despojarla de sus partes virosa y resinosa por diferentes medios, como la ebullición prolongada, la fermentación, la diges­tión, la torrefacción &c. En el dia, que se han sa­cado del opio dos principios alcaloideos, casi to­dos los autores creen que las virtudes sedativas del mismo están en la morfina ó en sus sales, y el

a67 principio activo en la narcotína: sin embargo, el doctor JSally, que ha ensayado esta última, dice que no es activa: y Dronsart, que presentó al Ins­tituto de Francia un excelente trabajo sobre el opio, cree que el elemento sedativo de este medi­camento se encuentra en la narcotina, fundándose especialmente en que el opio indígena, que contie­ne mas narcotina que el exótico, es también mas calmante que él. Finalmente Zinghberson opina que las propiedades del opio residen en la mate­ria amarga.

El opio se usa, como hemos dicho, desde la mas remota antigüedad. Paracelso le extendió á una multitud de enfermedades, por lo cual le dieron el título ridículo de doctor opiatas, que han ad­quirido igualmente los que como él han abusado del opio. En nuestros dias se prescribe en muchos casos, siendo uno de los medicamentos que mas se usan, y sin el cual la medicina estarla coja é im­perfecta , como dice Sydenham: sine illo manca sit, ac claudicáis y merece con justa razón el dic­tado de heroico, que tanto se ha prodigado á otros agentes medicinales que no lo justifican en el mismo grado. Con todo, los médicos no están acordes sobre la acción propia de esta sustancia, y sobre el modo que tiene de obrar en la econo­mía viviente; pues como le ven producir unas veces la sedación y otras la excitación, han trata­do de explicar cómo podían verificarse dos efectos tan distintos, y no lo han podido descubrir con claridad: asi hemos visto que lo que tenian unos por el principio activo, era para otros el princi­pio de la excitación, y la experiencia nos ha en­señado que es menester buscar la causa de esta di­ferencia, mas bien en la dosis del medicamento, la idiosincrasia de los enfermos, ó en el género de enfermedad que padecen, que en tal ó cual principio del opio. Esta sustancia tiene una ac—

a68 clon evidente, incontestable, y casi especial sobre el cerebro, pues como dice jDupuy, profesor de veterinaria, se ha convencido en muchas diseccio­nes de que el opio obra en los lóbulos anteriores del cerebro, que indican los fisiólogos como autores del movimiento de las partes posteriores del cuer­po, y como el sitio ordinario de los vértigos. El doctor Flourens enseñó al Instituto de Francia unos pajarillos á los cuales hizo tomar opio, y les encontró un punto rojo en los lóbulos del cere­bro, que indicaba á las claras el sitio del infarto cerebral. Pero no hay conformidad en la cues­tión que se propone indagar si esta acción del opio es directa, esto es, trasmitida por los nervios; ó si es solamente resultado de la compresión de esta viscera á consecuencia de la plétora que produce esta compresión en sus vasos sanguíneos. El doc­tor Joerg, que ha hecho varios experimentos con esta sustancia, dice que el opio no es un medi­camento tan problemático como dicen algunos de muchos siglos á esta parte, y que debe colo­carse con toda segiu'idad en el número de las sustancias que excitan primitivamente toda la eco­nomía, y determinan secundariamente un abati­miento tanto mayor, cuanto fue mas viva la exci­tación. Pero todavía podemos extendernos mas, di­ce este autor, y determinar los órganos en que resulta su acción con mas especialidad. Asi que, obra principalmente en el centro encefálico, y produce congestiones prontas é intensísimas ha­cia este órgano. Con efecto, si se administra en dosis convenientes alijara la cabeza, y da una alegría extraordinaria; no se siente, por decir­lo asi, el peso de la cabeza, y los que lo toman se creen trasportados por el aire como si volaran. Después de estos fenómenos sobreviene un estado que tiene mucha analogía con la embriaguez, y luego «e manifiestan los vértigos, los dolores de

269 cabeza, la somnolencia, y finalmente un sueño profundo y prolongado. Se lia observado que el opio, como todos los narcóticos poderosos, afecta especialmente la parte anterior del cerebro, y obra en las narices y los ojos, pues se le ve en efecto que disminuye á menudo la visión. Esta acción excitante no se limita al cerebro; se extiende á to­do el sistema nervioso; y sin embargo, el efecto primitivo, es decir , la excitación pasa á veces tan de pronto, que apenas se echa de ver, lo cual se comprende porque si la congestión cerebral es un poco fuerte y bastan algunos minutos para que llegue á este punto cuando es muy considerable la dosis del opio, los efectos secundarios se mani­fiestan con tanta prontitud, que no ha habido tiempo para observar los que les han precedido. Estos síntomas secundarios de que hablamos, son: el abatimiento, el cansancio general, la inmovili­dad de los miembros, los vértigos, el letargo &c. Cuando la dosis del medicamento es por el contra­rio débil, entonces son muy manifiestos los fenó­menos primitivos de excitación, los cuales consis­ten en una exaltación de la sensibilidad general, con una facilidad mayor de percibir de parte de los sentidos, y una actividad mayor del sistema muscular Scc; pero cualquiera que sea la dura­ción de este estado de excitación, siempre le sigue inevitablemente mas pronto ó mas tarde otro esta­do completamente opuesto. Ademas de la acción que tiene el opio sobre el sistema nervioso, obra también directa y primitivamente sobre los órga­nos digestivos; pues se observa cierta pesadez, después de haberlo tomado, en la región epigás­trica, movimientos sensibles en los intestinos, aunque no dolorosos, meteorismo de vientre, y un estreñimiento tenaz, quedándose al parecer los intestinos sin la fuerza de contracción necesa­ria para expeler las materias fecales. Cuando se

270 toma el opio en corta dosis limita su acción á los aparatos sensitivo y digestivo; pero extiende su influjo en dosis elevadas á los órganos de la cir­culación, la piel, y el aparato génito-urlnario, provocando modificaciones en ellos, según las can­tidades administradas, y sobre todo según la cons­titución de las personas. En los casos en que no se ha tomado mas que una corta dosis, solo se produce la sedación; se siente un estado de cal­ma y de sueño; el pulso disminuye su frecuen­cia; la piel se pone halituosa; las excreciones se retienen un poco &c., y entonces parece que solo hay efecto nervioso, y los nervios trasmiten el efecto del opio al cerebro, sin que se vea ningún fenómeno de compresión &c. La medicación em­pieza como al cabo de una hora, y dura unas cuatro ó cinco.

Si la dosis es cinco ó seis veces mayor que la ordinaria, ó si la persona fuere muy irri­table, se manifiesta un conjunto de síntomas que se llama narcotismo, y al parecer provie­nen todos -de la compresión cerebral, expli­cándola algunos con que Jos vasos capilares que­dan inertes con el opio, y no permiten que pase la sangre (on la misma actividad que en el estado normal, de manera que el corazón ejerce una fuerte reacción en los grandes vasos para «charle de las cavidades, lo cual nos da la razón de la ace­leración que se nota en el pulso en el primer pe- , ríodo del narcotismo. En este caso hay náuseas, vómitos, ensueños extravagantes, alucinaciones, dilatación de las pupilas, somnolencia, rubicun­dez ó palidez del rostro, picor en el cuerpo &c. Este estado, que le suelen provocar en ciertas cir­cunstancias los malhechores, dura uno ó dos días, y se cura con bebidas acídulas frias, diluentes, atemperantes, con chorros de agua en la cabeza; y en el caso en que haya debilidad general, que

el, pulso sea pequeño y concentrado &c, se darán los medicamentos difusibles, ó se harán fricciones en la piel, y no ha faltado quien ha propuesto la nrticacion.

Cuando se toma una dosis excesiva de opio, como veinte ó treinta veces la dosis ordinaria ó mas, entonces hay envenenamiento, que es un es­tado que puede considerarse como un exceso del narcotismo, en el cual hay ademas ciertos fenó­menos que le caracterizan, como la contracción de la pupila, un estvipor profundo, una ansiedad extrema, vómitos, convulsiones, delirio;, la cara se hincha y se inyecta, y hay en este caso no solo los síntomas de compresión del cerebro, sino también una excitación evidente del encéfalo y del estómago, y algunas veces inflamación mani­fiesta en laa visceras. El remedio para este estado es provocar inmediatamente el vómito para des­embarazar el estómago, y dar después un coci­miento de agallas, como lo aconseja el profesor Orjila, ó el de café, y luego los diluentes, las be­bidas acídulas, practicando una sangría si la tur-gescencia cerebral fuese muy grande. Ilalmeman es de opinión que el alcanfor es el antídoto del opio; Hallé decia que solo era el correctivo; y otros han propuesto el uso de la bomba aspirante para que salga el opio. Esta sustancia puede ma­tar algunas veces, en cortas cantidades, y no fal­tan autores que digan haber visto sobrevenir la muerte por tomar un grano; pero ordinariamente se necesitan doce ó quince lo menos, y hay ejemplos de personas que han tomado hasta una dracma y mas, y no han muerto. Hay ciertas dosis de opio que no matarán al animal que las tome por la boca, y que le harán morir si se las meten entre sus carnes; una misma dosis de opio es mas acti­va tomándola por el ano que por la boca, espe­cialmente si están inflamados los intestinos; y hay

enfermedades en que se puede soportar esta sus­tancia mucho mas que en otras: también hay ani­males refractarios á la acción del opio, como los volátiles: Lorry decia que los perros no sentian tanto los efctos de esta sustancia; pero los experi­mentos comparativos del profesor Orjila han de­mostrado que esta aserción no era exacta.

En los casos de envenenamiento con el opio, y que ocasione la muerte, el médico trata de bus­car y reconocer por medio de inspecciones cadavé­ricas las trazas ó vestigios de esta sustancia, y pa­ra esto se vale del olor el color, y el sabor: si han quedado algunos restos. El doctor Ure indi­ca el método siguiente para reconocer la menor cantidad: se echa el líquido que se encuentre en el estómago, en agua destilada, si fuese necesario; Inego se añaden algunas gotas de acetato de plo­mo, lo cual dará un precipitado de meconato de plomo, que no se manifiesta sino al cabo de diez ó doce horas; se recoge por medio de un tubo de vidrio, y se echan unas treinta gotas de ácido sul­fúrico, añadiendo luego una dosis igual de sulfa­to de hierro, con lo cual queda libre el ácido me-cónico, que se manifiesta con un color rojo resplan­deciente. Los principios cristalizables del opio, como la morfina y la narcotina, se pueden también reconocer como diremos mas adelante; y el enve­nenamiento con la morfina se distingue del de la narcotina, en que hay contracción de la pupila en el primero, excitación general, compresión cerebral Scc, mientras que en el segundo la pu­pila está dilatada, el cerebro libre Seo. Lingberson cree con casi todos los experimentadores que la narcotina es el agente excitante del opio, y que irri­ta el estómago; pero Mr. Bally dice que se pue­de tomar toda la cantidad que se quiera de esta sustancia, y sin inconveniente.

Por lo dicho hasta aqui se puede echar de ver

la obscuridad que reina sobre los principios agen­tes del opio, su modo de obrar en el cerebro, el de trasmitir su acción, y finalmente, su composi­ción íntima. Por fortuna, todos estos datos no son absolutamente indispensables para poder emplear esta sustancia, porque una experiencia práctica y continuada ha suplido á estos defectos, como su­cede con otros medicamentos, y sus efectos, poco masó menos empíricos, se conocen bastante en el dia para poder administar esta sustancia con se­guridad. Asi, pues, vamos á echar una: rápida ojeada sobre las principales enfermedades en que se usa el opio.

Insomnio ó pervigilio. Este es un signo ó sín­toma concomitante de muchas enfermedades, y en ciertas ocasiones es el resultado de un hábito vi­cioso del organismo. El opio triunfa las mas veces con muchísiraa eficacia, sobre todo si se emplean las preparaciones mas suaves, como el opio gomo­so, y especialmente el opio indígena: hay algunas circunstancias en que este remedio frustra nues­tras esperanzas,ó agrava el mal; pero entonces se echa mano de los baños templados, las bebidas diluentes, el ejercicio, la distracción, y la mudan­za de aires.

Dolores. Este fenómeno, que e»' el mas inso­portable en las enfermedades, y el más urgente después de la hemorragia, exige con mucha fre­cuencia los socorros de la medicina; y entonces lo mas común es recurrir al opio, porque su eficacia parece prodigiosa, prockmándole en estos casos el remedio de Jos remedios y el remedio milagro­so. Sin embargo, no todos los dolores ceden con la misma facilidad á la acción del opio; los ner­viosos son los que se calman con mas seguridad; luego los que provienen de irritación, y después los inflamatorios; los que se notan en las lesiones orgánicas resisten todavía mas, aunque al fin los

TOMO III. 35

*74 alivia. La dosis dé esta sustancia sé debe ir au­mentando por grados en los dolores, y aun se puede elevar mucho sin ningún inconveniente, como se ve todos los dias en la gota, el reumatis­mo, el dolor de clavo, el tétanos y el cáncer.

Enfermedades nerviosas. Estas son las afec­ciones en que puede darse el opio con el mejor éxito, por ser el primero entre los remedios an-tiespasmódicos. Ordinariamente se prescribe en to­das aquellas que no vienen acompañadas de mucha excitación, en los espasmos y las convulsiones de los adultos (las de los niños se curan mejor con una evacuación sanguínea, que alijere el cerebro); la constricción de los esfínteres se vence con el opio aplicado encima, ó al rededor, y lo mismo suce­de con la deáos conductos y de los anillos ingui­nales, uer i / i , de Burdeos, refiere que ha curado hernias que empezaban á estrangularse por me­dio de lavativas opiadas, ó del opio introducido con una sonda en la uretra; también ha curado este mismo autor las convulsiones aplicando el opio en las llagas de los vejigatorios. En el curso de materia médica de Bichat, que está inédito, se lee que curaba el histerismo con inyecciones opia­das en la vagina. El opio se prescribe con muy buen éxito en la danza de San Vito, el catarro so­focante, lo», vómitos nerviosos &c.; y Fáracelso asegura qoe curó la epilepsia ó alferecía adminis­trando el opio en grandes dosis.

Calenturas intermitentes. El primero que dio el opio en estas enfermedades fue un médico de Auxerre, llamado Nerien; y efectivamente, los que consideran estas afecciones como nerviosas debieron empezar por este medicamento, porque se triunfa con él cuando por su resistencia á la quina muestran que se diferencian de las pirexias ó calenturas ordinarias, y que tienen una marcha mas bien nerviosa que febril, ó son efecto de un

hábito vicioso del organismo. Se deberá dar el opio al principio del calofrió, y prescribir una dosis á lo menos doble de la que se daría ordina­riamente, cuya práctica es contraria á la que se tiene con la quina, que como todos saben se debe dar á la mayor distancia posible del acceso inme­diato: si se hiciese de otra manera con el opio, habría riesgo de producir accidentes graves, co­mo ya se ha visto algunas veces; porque la acción del opio no es la misma en el estado morboso que en el normal; y hay casos en que se dan dosis enormes sin ningún inconveniente, que matarían si se tomasen en salud. El doctor Ananian dice que los que toman mucho opio en Constantino-pia, no están tan expuestos á las calenturas inter­mitentes como los otros.

Flujos abdominales. Los cólicos y las diarreas ceden con facilidad al opio, porque mitiga la i r ­ritación, de donde provienen, siendo también muy útil en la disenteria después del período inflama­torio. Sthal Ádihdi este medicamento contra el có­lico de los pintores, y todavía se sigue dando en esta enfermedad, combinándolo con otros reme­dios. Sydenham lo celebraba mucho para curar el cólera-morbo esporádico, junto con los atempe­rantes &c.; y según parece, también es muy pro­vechoso én el cólera-morbo indiano, que se acaba de padecer epidémicamente, pero uniéndole con las tinturas alcohólicas, el éter, los difusibles que se dan para que vuelva á la circuferencia del cuerpo, el estado morboso que se halla concentra­do instantánea y violentamente en. el canal intesti­nal. Hay varios médicos que le han usado venta­josamente en la diabetes; y aseguran que dismi­nuye la abundancia de la orina, y promuévela formación de la urea.

líemorrogias. El opio puede remediar estos accidentes, ora dejando, inertes los vasos capilares

276 cuando se da en grandes dosis, ora disminuyen­do la circulación general, cuando estos son pe­queños, y no apretando los tejidos como hacen los astringentes.

Tétanos. En esta enfermedad se da el opio en dosis excesivas, y siempre sin inconveniente, lo que no sucede en ninguna otra afección, por lo menos en este grado. Hyllari, Vohile, Chalmers y ffervey son los que mas le han preconizado: hay ejemplos de personas que han tomado media dracma, y hasta una dracma de opio al dia, y han curado; Coindet, de Ginebra, inyectó con muy buen éxito una disolución de opio en las venas de un hombre que tenia el tétanos. Yo vi hacer lo mismo á mi maestro Delpech en Montpeller, y la enferma no tuvo alivio. El doctor Guerin frotaba el opio en las encías de los tetánicos , y logró cu­rar algnnos: también se da en lavativas cuando el paciente no puede tragar; y Prevost aconseja que se dé á los caballos hasta cinco dracmas al dia disuelto en agua é inyectado en las venas. Littleton cree que si no se cura el tétanos con mas frecuen­cia , es porque no se da con sobrada abundancia; y dice que curó un niño de diez años, haciéndole tomar una onza de láudano líquido al dia; y á otra persona la hizo tomar catorce dracmas en doce horas con jalapa y mercurio dulce, cuya conducta hizo decir al doctor Begin que en está enfermedad el estómago digiere el opio.

Delirio tremente 6 temblor. El opio cura esta especie de delirio de los hombres que se embria­gan, siendo Saunders el primero que reconoció «u eficacia en esta enfermedad, la que confirmó cuarenta años después el doctor Sulton; y desde entonces se usa muy comunmente, como dice el doctor Rayer.

Flegmasías. En las enfermedades inflamatorias se halla el opio generalmente contraindicado, y sin

^11 embargo le han aconsejado en algunas de ellas, como la pleuresia, según Triller; en la pirineu-monia, como lo hacia líuxham; y en las flegma-sias de las membranas mucosas como lo aconseja jBrachet, especialmente en la traqueitis, cuando el enfermo no cesa de toser. Armstrong y otros mé­dicos ingleses lo recomiendan en las inflamaciones del abdomen á consecuencia del parto, ó depen­dientes de la preñez; y Mackinthosh lo aconseja en Jas peritonitis puerperales, dando cuatro granos de opio después de haber hecho una sangría copio­sa. El doctor Cazenave prescribe el opio en gran­des dosis en el reumatismo, á pesar de los vómi­tos que algunas veces produce. Avicena daba el opio en la oftalmia, y lo mismo han hecho algu­nos modernos, de donde se infiere el error en que cayerou Diágoras y Galeno cuando decian que se quedaban ciegos los que se lavaban los ojos con una disolución de opio, y sordos los que se la in­yectaban en los oidos: también se ha preconizado mucho el láudano liquido para disipar las man­chas de la cornea, que vulgarmente se llaman nu­bes. Entre las enfermedades inflamatorias, contra las cuales se halla muy bien indicado el uso de esta sustancia, merecen particular atención las nevralgias, y con particularidad el dolor de cla­vo, que es la mas terrible de todas. Perilhe em­pleaba los baños de opio, ó maniluvios al pr in­cipio de los panadizos para que no llegasen á la supuración. En la gangrena seca que se maniñes-ta en los dedos de los pies después de vivos dolo­res se ha usado el opio con mucho fruto; y no solamente ha sido provechoso en esta grave en-lermedad, sino que se ha mostrado igualmente efi­caz en la gangrena inflamatoria, como asegura Kir-kland.

Lesiones orgánicas. En estas afecciones se em­plea el opio como paliativo; pero es menester dar-

278 lo en grandes dosis, y caminar por grados, varian­do siempre las preparaciones.

Sifilis, En los casos en que esta enfermedad venga acompañada de vivos dolores, se puede jun­tar el opio con el mercurio, especialmente en las aplicaciones tópicas; y aun sucede muchas veces que es menester suspender el uso del mercurio y limitarse á dar el opio, con especialidad si se acrecienta el mal tomando aquel metal. Varios au­tores lo han recomendado interiormente, no sien­do menos ventajoso como tópico en las llagas y úl­ceras venéreas. En las afecciones venéreas hay quien considera al opio como el mejor auxiliar de los calomelanos.

Feríenos. Plinio aconsejó tomar el opio inte­riormente en las picaduras del escorpión; un mé­dico moderno curó con fomentos en el antebrazo un flemón que se habla manifestado alli á conse­cuencia de la picadura de una abispa; y un boti­cario de Vitry, en Francia, echó el jugo blanco de adormideras encima de la picadura de una abeja; y el n iño, que no. hacia mas que gritar , se quedó aliviado al instante; y según esta tentativa, tal vez seria útil emplear lo mismo en las mordeduras de las víboras; ¿quién sabe si producirla también un buen efecto el derramar una fuerte disolución de opio en las mordeduras de los perros rabio­sos? Tal vez se obtendría la neutralización del vi­rus , ó si los tejidos que tocara el opio quedaban paralizados, acaso esto servirla para impedir la absorción.

Este experimento seria del mayor Ínteres; y aunque los doctores Bravet y Breschet inyecta­ron en las venas de un hidrófobo una disolución de opio sin la menor ventaja, tal vez consistiría esto en que ya habla habido absorción, y este en­sayo desgraciado no prueba nada contra el otro que se indica.

a79 Uso externo del opio. Esta sustancia se emplea

lo mismo interior que exteriormente; y produce, en aplicándola á la superficie del cuerpo, no solo la sedación del sitio donde se pone, sino también la de toda la economía por la absorción de su« moléculas. Chiarenti decía que no debía usarse mas que de este modo, porque asi produce rara vez el narcotismo, y presenta la ventaja de poder tomarla, aunque el estómago se halle inflamado, y aunque el paciente sea un niño: sin embargo, es preciso advertir que si la cantidad que se ab-sorve fuere demasiada podrá perjudicar mucho. Se ha calculado que se necesita el duplo y aun el triplo de lo que se había de dar interiormente, cuando se ha de aplicar por defuera, aun supo­niendo que el sitio en que se ponga conserve su epidermis, pues de lo contrario las moléculas se introducirían con mas abundancia y rapidez, y sucedería con corta diferencia lo mismo que si se tomase por la boca. En esta inteligencia, es preci­so tener la precaución de cerciorarse si está.intac­ta la piel, ó si tiene alguna solución de continui­dad, como llaga, grieta &c., para arreglar la do­sis cuando se quiera administrar por la vía de los tegumentos cutáneos, porque mas de una vez han sobrevenido accidentes por no haber tenido pre­sente esta circunstancia.

Las lavativas y las inyecciones pueden consi­derarse como un término medio entre las prepara­ciones internas y las externas; pero atendiendo á la acción del opio deben colocarse entre las internas, con especialidad si se las retiene en el cuerpo, porque si han de estar poco tiempo, entonces se puede elevar la dosis. Asi, pues, comete un error el médico que propina doble cantidad de opio en un enema que el que daria por la boca, en razón de que las membranas mucosas de los intestinos gruesos le absorven con la misma fuerza que la

a8o del estómago, sobre todo si están inflamadas, co­mo sucede en las afecciones hemorroidales; y ya se han notado algunos casos de ligero narcotismo por haber tomado una lavativa con el cocimiento de una cabeza de adormidera.

El opio se usa en fomentos, lesiones, friccio­nes, unturas &c. en muchas enfermedades qui­rúrgicas para quitar el dolor ó calmar la agitación nerviosa. La mayor parte de los cirujanos moder­nos han preconizado con razón la eficacia de este medicamento en las enfermedades externas, y es tan útil para estas como en las manos de un buen médico para curar las internas. El doctor Bow ha publicado últimamente seis observaciones sobre el uso del opio exteriormente en los niños que tienen catarro de los bronquios ó angina de la laringe.

De las preparaciones mas usuales del opio. Los medicamentos opiados son muy numerosos, pero no hablaremos aquí sino de aquellos que se usan con mas frecuencia, los cuales pueden divi­dirse en los que tienen solamente opio, y en los en que esta sustancia entra como ingrediente.

I." Opio gomoso ó láudano sólido. Se prepa­ra disolviendo en mucha agua el opio purificado, que es el único que debe emplearse en medicina, fil­trando Jas soluciones por medio de un papel de es­traza, y concentrándolas á fuego lento al principio, y en un baño-maría al tiempo de acabar. Lo que queda ep el filtro contiene partes insolubles en el agua, de las cuales pueden extraerse los princi­pios útiles, como la morfina y toda la narcotina por medio del alcohol ó del éter. Alfomo Leroy fue el primero que indipó el uso del opio prepa­rado con el éter, cuyo producto designaba impro­piamente con el nombre de opio gomoso. Nystert hizo experimentos comparativos con esta prepara­ción y aseguró que era la que mas convenia usar, por ser la mas suave y mas segura en sus efectos.

a8i y verdaderamente, esta es la qu« áe projiina con «las frecuencia, especialmente en pildoras, en dosis de un cuarto de grano hasta un grano. Et~ muUer y TraU.es dicen', co» arreglo ;á sus obaec-r vaciones <jue obra inuctió .naejo*"en> ei> eetómágo bajo esta forma j que en dicoiucioDven razpn-do que asi puede prolongar mas su contacaco. .Esta preparación contiene las sales de morfina del'opio porque se baca «n mucha agua, lo cual se necesir •ta para la morfina;«porque «eídisuelve* biuy poa>« El opio "indígena, ique es la prepahjcion \qiie .íjias se aproxima al opio gomoso, parece preferible á este, según el dictamen de los experimentadores modernos. '

af Láudano liquido 'ó láudano, liquido de Sy-^ dénham. 'iEüta es unaít^isdlücionde .opio puififi-cado en buen vino, á la «icuai sedñaden alguh«t9 aromas, como azafrán, canela^ clavo>86Ck¿vvéibte gotas de esta preparación oontieneo un grano 4Q opip, y pesan quince'grane»«egém'lktraieváifajrT. iiiacopea francesa. Esta preparación i es jEDuybueiwi para emplearla en las alecciones que no sean infla^. matorias; y-se prescribe; enniiuchosioaeoéi espe­cialmente en las bebidas antiespasmódioiaj las ifi>p'. yecciones^ las layativas ÁÍC., y se dan. de doce.á t r e i n t a .gota». '• •; .•.•-=. n i . ; , j . , -„^i .! i ,:.-,> •.•, lO > i:-s;.r

• "' 3.-: Úot&s' de Bousseau & del abate < iBoússoaui que también se llama láudano de Jtomseau.l.^S'i ta preparación es una especie de vino de opioíeiH mentado, en el cual se halla éste medicamento ei^ una cantidad mucho mas considerable;: que i«».«j[í Mudano4íquido. ^e%é gotas contienen uágralíb de opio,<y por consiguiente se debe presaribireñdór? sis mucho menores. - : . I Í H ! ' .

^,° jarabe de opio. Contiene dos granos^ide opio purificado pop cadai onsa de j a ra^ ,de atcü«' car ; y conviene no confundirle,.e<Hiii(;i.aé habédno tantas veeesvcon el jarabe édiaeodioni.¿ jaiabe<dé

TOMO III. 36

tt8a adormideras blancas, que es muy diferente y mu­cho mas 8ua,ve. El jarabe de opio no se usa m u ­cho, en lo cual se hace mal, porque es una pre­paración segura; y cuando se quiere ocultar á los enfermos que se les va á dar opio, por la preven­ción que tienea algunos contra este medicamento, entonces-se designa con el nombre de jarabe de cárabe, (ó Karahé), porque antiguamente se pre­paraba un jarabe de opio, al cual se anadia esta sustancia. Ordinariamente se prescribe á dracmas.

5." TJ^turáatcoholica de opio, ó tinturó tebaica. Veiiite y cuatro gotas, quepesaú doce granos, contienen un grano de opio, según los formula­rios \ pero este medicamento se usa poco en el día, porque, entran. en su > 60inpOs»ciOa. las partes resinosas y oleosas; del cipiín que como yase ha dicho^ no; sonrías, más eficaces. ¡ 'ó." Tinturas etéreas de opio. Ya no se prepa­ran directameote, sino que se añade tal ó cual éter á la tintara alcohólica vy sirven especialmente papa ksfricetO0es<pprque:.4|ienp toda.ría narcotina del o p i o ; '"••-• <-»•> •'''[' ' • ' ;^' •• :: ! • • • ' •: :

- «y;"' Cerat» •opiado. > Se 'prepara -incorporando en un mortero un grano ó mas de opio purificado con el cerato ordinario: esta preparación sirve para curar las llagas dolorosas, y se usa con bas­tante'freéuencik» También se hat;e <!on el láudano líqbido'^^pero'iio^ tan convenietíte á causa de los aoomas qvbé entran en su composición, los cuales pueden aumentar la excitación de las llagas y quemaduras &c.

£ i opóo' endrá también en la composicioh dfi k'itrtaca ,íit{ue! contiene eercá de un grano por dracma: en el diascordio, al que se asocia poco mas:ó menos en la misma proporción, en el or -vietano, el injitrídato, el agua general, las gotas anodinas isgksas, las gotás!negras ó de íLancastre (que son un cómpufesto de ácido acetoso y de

opio), y en los polvos de Dower (quíe-se compO'* nen de opio y de ipecacuana), los cuales usan mucho los ingleses en el catarro, el reumatis­mo &c.

' En cuanto á las dosis del opiov observaremos» qué solo hemos indicado las queiie aconsejan^ majs) habitualmente; debiendo tener presenten iñédicd' las circunstancias en que se halle el enfermo al tiem* po de prescribirlas, porque hay personas muy exci­table» cón-este medicamento j'álaS'Cuales se les de* ben propinar cortísimas cantidades^' ó mngiinas' en razón á que las fatiga y las;hace desvariar en los sueños, como se nota en las mugeres nerviosas^ A proporción que se da el opio á una misma per­sona, es menester ir aumentando la dosis, porque la economía se acostumbra fácilmente á esta sfusí* taricia; y yendo por grados puede llegar á canti»» dades enormes, no siendo ra^o encontrar personias que tomen una dracma al dia sin ningún incon­veniente, como lo hacen algunos habitantes del Oriente. También es menester tener cuidado en las preparabiones del opio, de acomodarlas al gé^ ñero de enfermedades para que-se propinan; por­que el tétanos, por ejemplo, exige unas dosis mucho mas fuertes que la diarrea; y el doctor Charvet ha observado que «a mejor fracoionar las d(:»is que darlas de una A'ez^'asegurando que dos granos administrados separadamente; (esto es^ to ­mando el segundo cuando ya ha cesado él efecto del primero) tienen mas acción que «i se hubie­sen tomado de una vez. El doctor Bálly opina que las preparaciones opiadas, y especialmente las sales de opio, son mas activas ¿li; la primave­ra que en las otras estaciones del año. Todos los autores aconsejan que no se dé el opio inmediata* mente después de comer, porque impide que se haga la digestión, y la cortcoapé, como decía Sij-deríham, porque el estomagó queda en un estado

a84 ¿« iqercia, eLxvtal implica los ,vómito$ que, se .ob­servan algunasi veces en estasn circunstanciasíUsté fenómeno favorece mucho la teoria que da Ma-gendie del vómito, en la cual quiere probar que el estómago está pasivo durante esta acción. El opto qmjpÁQZia á obrar al cabo de una hora después deibabe^lo: tomado, sil la dóe'w es ordinaria, y acaba a las cuatro ó cinco; esta regla tiene sus ex­cepciones; y Lorry conoció un hombre en quien no producía su efecto esta sustancia hastia el otro dia. Es! Menester ño perder de vista que el opio pone.la lengua» eeca^{)royoca náuseas, bace «ud^r, retieiieJas eserecionei, especialmeute las ele Ja cáf mará y la orina, y que su abuso conduce, á la h i -pocondrja y al marasmo produciendo los grandes males que indioajTQn^iea su»; obras los observadores Sxirn, y. Zimrnet'mann. El doctor Ananian que v i ­vía muchos años en Constantinopla, observó -que las personas que toman mucho opio están ma» dispuestas que las otras á las enfermedades infla­matorias, no son tan aptas para los estímulos ve­néreos, i)í contraen con nías dificultad la sífilis.

! , ¡Si el opio convipne en muchas enfermeidadjee^ como hemos visto, también se halla contraindica­do en otras. Generalmente hablando, no se le de­be prescribir á los niño», por ser muy propensos á ;las, iafeccionesjcerebrales, y porque tal vez; las provocaría.: taeoitieaiacojisejan los autores, que, n a se dé euaúdo el estómago esté lleno de materias sabitrrales, ni en las afecciones biliosas, abstenién­dose de él por, los mismos motivos en las enferme­dades febriles, con congestión cerebral, delirio, y, faUa d^l setitido; suele proscribirse asimisj;po ea la debilidad éxceéva, porque aumentaría el desfa­llecimiento existente, como sucede en el marasmo, los flujos colicuativos, las hemorragias que han extenuado á los enfermos 8cc: por ú lumo, el opio es el mas útil de todos los medicamentos cuando

5t85 hace uso de él un médico prudente y experimen­tado, y puede ser un agente mortífero en manos de un ignorante.

Habiendo hablado yaf del opio en general, nos queda que,trátala de la morfina y l a ' i ^co t ina , suistaucias. que se han introducido deiftoci? tiempo á esta parte en la materia médica, y que han sido el objeto de muchas investigaciones científicas con notable adlelantamieuto del arte de curar.

Za¡ W)or^né>, morphitía ;, morphium, • morf-pheúm), eé. uttpriknoijjio innjediato vegetal^ q a e á pesar de su poca solubilidad tiene unas propieda-¡ des muy activas-y análogas á las del opio, de quien es una parte constituyente, y á la cual debe esta última sustancia una gran parte de sus virtudes y de^^up peligros. Dicen que la morfina la descubrió enelf lóo de J 6 8 8 unmédico Ihraméo Ludwigi y ques la incluyó en su dissertatio de pharmqcia, con el nombre de Magisterio de opio i pero no se hizo caso de esta indicación hasta que la obtuvo Mr^ Derosne en 18o3, considerándola; coiab la narcotina modificada, y vuelta aJcalina por el carbonato de potasa qiie empleó en su prepara­ción. Un boticario llamado Seguin la describió en una memoria que presentó al Instituto de Fran­cia en: Diciembre de i8o4;perocomo ncv se impri­mió este trabajo en aquella época, no se estudió bien hasta que se conocieron los escritos dé í e r -tuerner, farmacéutico en Eimbeck, que fue el primero que afirmó la alcalinidad propia de esta sustaocia, y que ¡ai^riguó la naturaleza alcalina de ciertos prodiuetos vegetales, fundando dé esta manera la ciase de álcalis orgánicos que después se ha hecho tan rica erii especies.

Origen de la morfina. Sertuerner consideró esta sustancia cómo propia exclusivamente del opio oriental, y Pettenhófer anunció qufe se ha­llaba en et centro del cuernecíUo; diversos quí-

286 micos, y ei*tre otros. J^^lletieryí^aventow, labus* carón ea vano en el extracto de nuestras adormí-^ deras, hasta que Vauquelin la reconoció positiva­mente en las cápsulas de la adormidera negra ó blanca ^papaven somniferuni^ de Linneo), y Ti" Iloy; de Dijptti,' la! extrajo véntaíosamewte para las necesidades del comercio i desale ¿I * año ¡de; iSad^ sacando diez granos de cada onza. Petit, boticario de Corbeille, en Francia, publicó en 1826 un co­nocimiento exacto de los-medios de sacar fructuo­samente la morñna de-la adormideara! de Oriiente {papaver oriéntale de Lihiie6)\ que se^ cultiva eií Francia, confirmando el buen éxito.de esta nueva industria el ingenioso Caventmi (x>n experimen­tos comparativos, hechos cpa diversas adornúde-ras de cultivo;,'las cuales le dieron desde uu gra­no por dracma de extracto acu096í, hasta diez y seis granos por dracma de jugo espesó y coñdettW sado: finalmente, el*doctor Éare publicó en el Asidtic Journal que habia sacado diez granos de morfina de trescientos granos de opio, proceden­te del jardín botánico de Calcuta. '•

. Según el análisis que ha.hechp en Inglaterra Mr. Hernel, el opio de Oriente tiene cerca de un decimocuarto de su peso de morfina, y el opio indí­gena un veintiunavo; pero estas proporciones no son constantes, y el opio mas hermoso no es siem­pre el mas rico en morfina^, como dice Jtobiquet, el cual aconseja que no se compre el opios ino después de haberlo ensayado de antemano. Ser--tuerner- y casi todos los-químicos "convienen en que lá morfina está combinada coa el ácido meco-meo^ Y iJaputs asegura que lo está con el áoido sulfúrico; pero Rohiquet opina que no se halla ^r&-cadentemente, sino que se forma en la operación en que se trata de extraerla del opio, y debe su alcalinidad á una combinación accidental de ázoe.

extracción. Como quiera que «ea^ k morfina

a87 se obtiene tratando la. disolución apuosa de opio con ei subcarhonato de potasa, como enseña De-rosne ; con el amoniaco, como dicen Segidn y Ser­tuerner, ÓQon, l a magnesia ea el dictamen de Ro­biquet^ euy«s ÉustateciasJa precipkau, y luego se purifica de idiversos modo4*. Uno de los métodos mas modernos para esta operación es el de Henry el hijo, y el doctor Plisson, que emplean el ácido hidroclórico. El de Robiquet, que es el que se si-gue^m^s generalmente, consistéen liacer una infu­sión concentrada de opio,'coúiUm. c© ta ió&ntidad de magnesia;, recoger el precipitado (qUiC es un compuesto de niorBna, submeconato de morfina, y un principio colorante), y d^pues de lavarlo en agua fria^ y luego ea alcohol dilaitaclo, ponerle á hervir con alcohol concentradoj el cual disuel­ve la morfina,!y la deja precipitarse todd cuando se enfria: asi pues, para obtener pura la morfina con corta diferencia no hay mas que volver á d i ­solverla, y dejarla. precipitar <vra vez de la mis­ma manera. Sucede algunas, veces, aun cuando no se haya empleado ningún ácido para su prepara­ción, que esta sustancia retiene la narcotina,, lo cual atribuye Mr. Robiquet al ácido superabun­dante del opio, y Mr. Pelletier á la acción de una materia resinoidea y como balaámiea; .¡y entonces se disuelve éiu parte ea el éter y en los aceites fi­jos, cuyos caracteres consideraron, como propios de esta sustancia mucho tiempo hace Sertuerner y los profesores OrfiLa y Magendie; de este modo »e explican, los resultados varios ó contradictorios *í?*? *® pubdicároa al principio sobre la acción me^ dicinal Ó. venenosa I de este agente, que pro» bablememe no se hallaba bastante purificado. En tratando la morfina impura con el éter, se se­para de ella la narcotina, que es la única disolu­ble; y si se disuelve la m<»fiiweit el, ácido^Atelico, basta un ligero calor parx)predtptt«r la furdotina.

a88 ' CaMc^er&SK' -La morfi'na para seí presenta iba jo la fortha de agujas prismática», blancas, traspa­rentes, inodoras, casi insípidas, y-segun dice Gui-bourt^ no enAr^rdecen la tintara de; malvas. Sus priocipios GWBpotiedtes son; ei hifdrógeitt>, ebcar-* bono, el oKÍgéno,iy elazoe, que» en ¡un principio se creyó provenia de la impureza de esta sustan» cia, pero ya se ha demostrado en el dia que se halla constantemente, como lo prueban los eosa--yos analíticos <ie Bussy, Pelleúet, Thompsort^ Otros;i'Els' casi insoliable efi tagua ,¡:aobre *odo sk está fria, 1^ misitooque e n e l é t e r y loa aceites fi­jos; 6e disuelve muy poco en el alcohol frió con­centrado, pero lo hace muy bien ¡ ^ el que está hirviendo^ a l cual comunica suíanaargura y pro­piedades «tcalinasi >Pue«taf «i ai i* esta stistancEi ab. sorve el álcido carbónico^ y a l fuego, se derrite lo mismo que la cera. Las sales de hierro al máximo la ponen azul; el ácido nítrico concentrado la di­suelve, y toma un color rojo de sangre, que'no es caradferistico de este- álcali','• ni>de la-brucinaf y. la estri'gnitia-i como: lo ha demostrado Bonastre^j.pov-el coíítíafrioj'según los experimentos de 5'eru/ias, el ácido iódico es un reactivo seguro para recono­cer la morfina; pues descompuesto por ella ó por sus saleis>, lo que no sucede con los otros álcalis orgánicOSj'Cihala efectivaraenteiio «¿orninyvivo de' iodd!, <yi <le» d» «n (Jok}i?>pojo ¡moreno. La tintu­ra alcohólica de agallas tiene también 9u utilidad en los análisis, porque precipita la morfina de to­das-sus disoluciones, y aun del agua, en la que se disuelve taa poco como ifiénaos dicho. Sin era* bai>go,'i«gun la opinión d ^ profesor Orfila, debe preferirse el alcohol para hacer estos experimentos en los casos de medicina legal, cuando se trata de descubrir en las vías digestivas y en los líquidos animales-ftlgutio». rastros de acetato de -morñoa, pocedeate de un enveneDamienito.

.: Saiesfde la morjina. Cuando «e- ¿onibiha ésta sustancia con diversos ácidos pttedeiíbrmaDbaiesy subsales, la mayor parte cristalizables, blancas, solubles, amargas, venenosas, y todastse desc(Hn>-ponekt: por!• los-, á)calÍ8 < obioéralea^. por/ euyaÍ razón no deberán nurtea combinarse .eomeUa&iiÉstaBisan las que hasta ahora se han empleado «n medieiDa casi exclusivamente j aunque «égon los numerosos ensayos terapéuticos que ha hecho el doctor Bally^ la >morfíQa,, que lasitda todas eiTs fnropipdades, no es menos activa queíellaácuandotseJidaisola^ y>idB consiguiente puede administrarse,eo las mieraa^ dosis, y en las mismas circunstancias, esto estjien todos los casos en que está indicado el opio. Por lo demás., todas estas sales parece que tienen las misma»; virtudes^í y con corta diferencia en u n mismo grado»^.'por Ío cual nos limitaremos a q u i á indicar la preparación y los caracteres de 'fllasj para poder presentar después, bajo un mismo punto de vista la historia fisiológica, i»xioológica y terapéutica de la morfina, y de las sales «n>qae entra como base. > i . / ;i: D

1? Acetato de morfina. Esta es la sal de;morií fina que mas se ha usado hasta hoy entre noso^ tros, siendo Magendie el primero qxie la ha expari-mentado eo Francia., indicandola'eni un principio CGvax) preferible al sulfato, y este al • muriato,id© lo cual parece que ducÜ ahora, según lo muestm en la edición que hizo de su formulario en el año de 1827. El acetato de morfina se prepara ^ como eaaeñái<k nueva farmacopea franela, raturando la morfina en ua ligera exceso de ácido:acétíeoá^tres grado», evaporando lentamente para; echaír afuera el exceso de ácido y concentrar la disolución has­ta que se haga un, jarabe, y acabando de iecar la sal e n . u m estufa.vSdcedo! á menudoien éstai ope* raciottiqíje.lai saL.'sejdqscompoile.yítóma^iinndoka! parduzdo, .poi: )10{Cnaliiañacíeái adgt^osi(boticario»

TOMO III. 37

^9a al fin dé la cfesecaéioo, para^qtii!í'«ea'ma6»fáieil, un poco, de azúcar ó de alnñdon •,- eegUii que' hubie­sen de dar ésta sustancia en una bebida 6 en pil­doras: en este caso, la cantidad que se echa de morfina sirve para calcular la que debe haberse formadode acetato;, yidecbusigiiiiente la queocMi:-tiiené'cualquiera fracción-que sepese del produc­to; y al cabo también puede obtenerse esta sal, usando de alguna precaución,'bajo la forma de agujas pequeña^ y radiadas: de cualquier modo que' sea i se deberá guardar en un frasco h'iea ta-pad&í I porque ;atr«e la humedad del aire. La' amar­gura de eeta sal es muy notable; se disuelve muy bien en el alcohol, y parece que el agua la des­compone, trasformándola en sobre acetato soluble, y en i subacetato i insoluble;, por lo cual cuando^ se préícriba en uuai poción se deberá siempre advet' t i r 'que se añadan algunas gotas de ácido acético.

2? Curato de morfina. Los médicos ingleses y los anglo-americanoe usan mucho bajo el nombre ú^f^olus negras fbtack drops) uní «compuesto'de ácido vegetal impuro (cítrico ó acético), de opio, un principio aromáíico, y de miel ó azúcar, que según dicen posee las únicas virtudes calmantes del opio. El licor de ciírato de morfina, com­puesto por el doctor i'ohíer de Bristol, se forma eón,cuatxo onizas-de opioiehibriUovy dos onzas de áoidoíCÍtRÍ¿OHcrÍ8taLizado d^uelto'<en dos libras de agua hirviendo, que se filtra á las veinte y cuatro horas de maceracion, y según dicen, tiene las mismas ventajas, y aun ,es-superior al opio («1 láodano) por tener »una acción mas pronta (de dieH!min¡uto9);,.n9 tan.fperniánente y mas fuerte; y Wi se ádriiinistra por terceras partes ó por mita­des de las dosis de este: hay algunos prácticos que lo consideran como menos eficaz que el opio con­tra la disenteria. Esta íprepáraeión contiene nar'* eotina, ünrexceso de ácidd^ y puede decirse que

*9* no es anü verdadera-sal. El prcíetop Magendié propone qué'«e le«u8titi?ya otra preparación-mas calmante todavía, que se compone de diez y se^ granos "de Morfina, ocb© grane» de ácido <;ítricd crk*di4«ado>y unj4<oriza de aguía destilada^ á la^qné se poede dar <dn |K>cB de color ¡eproan poco! de 'OO» chinilla. La dosis de esta última bebida, que és uri citrato puro; es de sék á veinte y cuatro gotas.

3? Midroclorato 4^ morfina. Esta sal que, es mas soluble'^n disigaaiqvie'el sulfato^ se diáiseU ve también en '¿1 a^eohol^ crlstJaiiBá ©R lagujas» ra* diada»; se íisamoy poco eri medicina, aunque probablemente^es análoga al sulfato, y se encuen^ tra con dificultad preparada en las boticas.

4? MeconatQ 'rfe rnorjina. Sertuerner, • que consideriaba la- n*rcotina icomo «n submeconato de morfinaü• la c«ífa' 'cristáüzable y-'veiaf poco disolu­ble; pero Jos experimento» de ^oftigueí, qiife es el primero que ha probado que coexisteo en el opio dos principios' bien- distimos,' la'tparootína y la morfina, <íemuestran lo contrarip, esto es que eí muy soluble', y-qae no oristaliea. E ta sai da< un cdlor'rojo, muy fuerte á las disoluciones de per4i xido de hierro; y se le atribuyen generalmente casi todas las propiedades del opio, aunque no se usa en'me<iitñnai-" ''' ^ ,.<.-,,..,•.,•• i,,:-r .- •<:...: < • •'<-!

5? Satfütó de im^jína. P^ietier acoasejói con mucha razón que se empleará en medicina está sal ó el hidroclorato porque cristalizan fácilmente, se pueden obtener puras, y son constantes, mientras que ei acetato no presenta ninguna'de estas eua-lidades, como heino8>vÍ8tp; con esíe motivo ya sé han empezado á! usar en IngUterra y en la América septentrional, y el dbetor Gtrhuréi que qs uno de los que han eáperúéentado mas ¡las preparacio­nes de morfina,'prefiét«;ifo|,HialiQéníe< el stílfatoi iEste se obtiene ditfoW'iendoíal'tttlorvoi ácido tulfiiN ric&difó!t^o')révd^rftiMlo^a8i««ieiito>|;ra(io:4lt«anT

49* 40^e etífriai«l'liquldoi, cristftUlía.ea copos relu­cientes , que tieoea la apariencia del sulfato de quinina. Esta; sal de morBna que se disuelve en dos vecesi su peso de agua, contiene cuarenta por ciea-tQde basf^y casi otro tanto deagna de,cristaliza^ cÍQn<,lde>man£araiquejlja>in)t>rfína solo ídrn» como las dos quintas partea etia oortai diferieacia.

Uso medicinal de la morfina. Los primeros experimentadores creyeron n ue esta sustancia es iflaetíva como mo s0 disuelva en ;aceite(en el cual es: redimen*» ingoljuble),i<eQ,:^ «ICQIJOI, óícomo Oí)|j8e!)eombine¡cQn los ácidos;, y fundaron su opih nion en que la morfina es cuasi insoluble, y en que al principio no se encontraba pura. Pero en el día se .considera esta 8us<«»n«ia y>,*w sales como idénticas)en!^w accioa*iy {wri Jo tapto. pnéd^o presf cijiibi(rfeiei4»di«tittttjmente|y éji l si mismíig dosis, como que ofrecen, casi. toda$ las venta jas delopio, sin te­ner ninguno de sus inconvenientes. Tal es el dic­tamen de Jos,profesores .Qejila y i£all¡f, p y sin em^ bargQ.la mayor.paiiiteid«.lQ$ médicosi no einplean toda vía n)as.qtte.,elt!acetatQ,;Algupa8 yejces, el sulr fato^ aunqiue. este úLti no flaenece ]^v .prafeicido: téngase presente, que como la morfina es inso­luble no se debe dar en lavativas, ni aplicarla por el método endérmico, y caandp se quiera, ad­ministrar interiortBCtite.íCa'íHaeneatet; .bí»(eerlo en píldoc^si;. peiio»*! i«ul o!.|im?ieL>ocHi (rarJo «epresr ta á toda» ilas preparaciones-

Formas. La disolución es mas conveniente para administrar está sustanqia, y cg.preferible á las .pildoras, á pesar áe, que* el díMjtqr,, Mally fico-fe«á< la>oiHnion Qpntmtiaa y.9<* iObstoiiMe la costurar bretopuestaiqúeiiti^utenmucbosi prácticos; pero en reflexionando un poco se ecbará de ver, que es mas faeii iraccionarla y .graduarla de este modo, y que i^&sst iwáatíeáqni iQaf;l¡M> «Hits, jovial,,-^ii que, se puede; ¿mple^e, uiji ij^mple; 4is9¡Mcim mvasot

compuesta s ^ u n la formula de Magendiet.éeíVwz y seis granos de acetato de morfina^ una onssa dÜ agqa> tres ó cuatro gotas de ácido acético, y,una dracma de alcoliol (ó de diez y seis granos de .sulfato de morfina y uaa.onaa!deagua)k,Le prescrÜDe engOf tas lo mismo que el láudasio, d.Q^oiMseautitambieti se püedea disolver las sale» de .morqtSa ten, dóÚ9 de un cuarto de grano, medio grano ó un grano,en una poción ó en un julepe que se da á cuchara-! das* Meg<mdÍ4e propina asioiisaio un jarabe llama­do ¡mpriopiamenteyjariííée cZc /woc^aa, qMe„coí»tieo6 en,cada onza un cuarto de grjinp de- acetato¡óide sulfato, y lo aconseja tomar á cucharadas pequeñas de tres en tres hora&^ asegurando que una cuchara-dita dci estas en medio vaso: de. Sgu* ój «¡n menoSi proporciona ma, buen sueño. Muchosj médico^.qub no bao empleadlo nuoiea lá moífitüa siwi>,€a;«i estft^ do de 8ál,rhablan'en sus fescritos dé lasi prc^iediadés y efectos de esta sustancia como si hubiesen expe­rimentado este álcali; mas aunque estas sale^deben efectivamente á su base las propiedades que ¡las caracteriean, este lenguage «&, ioexacto, yippede tener sus,.inconvenientes en da terapéutica, por­que no se ha demostrado tddavía completamente la identidad medicinal de estos cuerpos, ha^displu-cion alcohólica de morfíaft pafiéqe .que. nOi se .hA experimentado aun como .medidamente^; y solo jiay el hecho que, refiere Smtucrmr- de uuifijerlie.dor lor de muelas que no pudo calmar el opio,, y que se disipó al instante á beneficio de este agente, M

Xas sales de morfioavnQ.se usaa;eo,. polvos.sino <;qando se emplea el método endéfnaicQi, peía teste medicaiü^nto se acomoda tanto ;á' estí modoAde usarle, por ser, tan «oluWei, y porque solo se daa fracciones tJe guan«, lo cual prefieren en el dia la mayor parte de,los médico? en loa cason 4© nevrdlr gia,xle reumatismo» y «q gB«ftr»|,deidoloKe» fijo» jjr rebeldes,.éa¡ qú«:9«8tot)fl«tran:>mt><yi Bfi^cwí «atas

sales. La accioa calmante detestes fao^vos^se mani­fiesta á los diez minutos, ^ al cabo de un cuarto de hora de haberlos aplicado, ya sobre la Haga de un vejigatorio, ya en alguna fuente abierta de antemano^ y egto produce muy poco dolor ó un dolor muy pasagero, á menos que no esté la su-perfícieánñamada, ó que haya fiebre, condiciones que tal vez se habrán presentado al doctor Gen-drin en su práctica, cuando dice que ha visto la morfina irritar y aun cauterizar el dermis desnu­do: el acetato produce ordinariamente ;*in poco nías'de) i irritación iqu9 el sulffato. El doctor Ger-hofdi, que se ha valida mucho de esta sustancia por el método endérmico, recomienda que se pon­ga el vejigatorio lo mas cerca posible del sitio del dolor ó de un centra^orgánico, que se derrame dfil-ectantfenWí y siri^mezcla en la llaga d^l vejigato­rio la sal pulverizada en dosis doble ó triple de la que se emplea interiormente (este consejo no le han adoptado todos, y los mas de los prácticos no aplica*! cada vezisino un cuarto de grano ó medio grano): si se uniere esta sustancia con un cuerpo graso^ con cier(ato,ó si se polvorea con ella un emplasto ó una cataplasma, entonces dice este au­tor , que es menester aumentar aun la dosis, y que sus esfuerzos son inciertos. •' Désis.• .La tnor-fina, 6 «ü8 «ales, se deberán dar a* ppíaoipio e» dósííde un octavo ó de un cuar­to de grano, y rara vez en la de medio granos r e ­pitiéndolas, si necesario fuere, ona ó muchas ve­ces en -lasi veinte y cuatro hora»; pues el hábito embota ()Ocdi«u accioii como lo han notado Jfa-gendiey Bally; y asi e»-menester no aumentar estas dósir sirto con algunos días de intervalo, y no subir por punto general de uno á dos granos al dia,' vigilando con el mayor cuidado sus efectos. Mas adelante veremos los ^rave» ¡accidentes que puede! prbducir su administración forzada ó in -

3 9 ^ tempestiva. Bardiléy aconseja que tdmfe^antes; el enfermó algún purgante; pero ademas de que no hay una necesidad de ello, en los casos en que debe aplicarse este remedio, cualquier retardo puede ser perjudicial. i,. j , i

Medicaciones. En > una< época enS que solo se conocía la morfina muy impura, y mezclada cpm mucha narcotina, la consideraban muchos como casi inactiva, y en el estado de sal como irritan­t e ; pero en el día se, reputa generalmente por el principio calmante y narcótico del opio, noéieii-do á ella sola á la que este extracto debe sus pro­piedades activas, como se había creído en un prin­cipio, cuya opinión bastarla para refutarla el ob­servar que la morfina, que solo entra en el opio por un catorzavo, no es mas que dos ó tres veces mas activa que el extracto acuoSo del mismo; y aun el profesor Or^Za atribuye á las sales solubles de morfina una acción igual á la del extracto de opio: Bally por el contrario establece la propor­ción entre la actividad de la morfina y el opio en bruto, como cuatro es á uno. Mas como quiera que sea , todas las propiedades del opio provienen á un mismo tiempo de una sal de morfina, del principio de Derosne, y de la materia virosa que contiene este medicamento, y que se volatiliza cuando se destila con agua, y la acción de este r e ­medio depende de la que resulta de todos estos principios combinados. Magendie fue el primero que experimentó en Francia las sales de morfina, y halló que tenian todas las ventajas del opio sin ninguno de sus inconvenientes; y efectivamente todos los médicos que le han seguido han obser­vado que en dándolas en pequeñas dosis no pro­ducen costra pastosa en la lengua, ni supresión de la» escreciones, ni sudores, ni cefalea, ni estre­ñimiento tenaz, y que los enfermos á quienes per­judica el opio las pueden soportar coa knüdaa fa-

396 <iUidadi).El :doctor Double prefiere ' dar á los Ifísi.-' eos al acetato de morfina mejor qué el ¡opio,' cuando tienen sudores abundantes, aunque por otra parte no ¡tiene muclio empeño en suspender­los, porque se manifiesta la diarrea lu(;go que «e suprimeni: ,áín >Sandras 3.I contrario cree. Con ar­reglo áius'observaciones, que la morfina «o es; en nada superior al opio, y que tiene siempre mas inconvenientes que este. Pelletan dice que el acetato de morfina es un correctivo del iodo, fun-^ dándoeesen la observación de una señora que te-r nia una glándu^la eseirrosa en el seno y el útero infartado, enipeoró toniando solamente el iodo, y luego se curó usando de una pomada compuesta de una onEadei manteca de puerco)^ seis granos de proto-ioduro de roereorio, y ocho granos de ace­tato deimorfinauC^airííuer refiere también que cu­ró con el acetato de morfina una afección espas-módica muy grave del estómago y los intestinos, la cual provenia del uso inconsiderado del iodo. Hay qbsérvaciones hechas en el año de i8a5 que inducen >áicon8Íderar el acetato de morfina como un antídoto de la nuez vómica, puesto que con dos granos de esta sal puestos en la llaga de un vejigatorio, se disiparon los accidentes tetánicos que produjo aquel remedio \ pero debemos insis­tir en los resultados generales que ha deducido el doctor Bally de la aplicación de la morfina ó sus sales á raais de mil enfermos á quienes ha dado una ú otras indistintamente, y los considera como in­contestables, y que forman en su concepto las verdaderás medicaciones de la morfina, dejando ap>arte los accidentes que pueden originar las do­sis exageradas de estos remedios, y las modifica­ciones que inducen las idiosincrasias particulares y la >naturaleza de las enfermedades. Dice este práctico que la morfina no produce nunca seque­dad e¿>ia boca, ni costra en la lengua, ni acrkad

^97 en la garganta, ni sed, y no trastorna las diges­tiones aun cuando irrite el estómago como sucede á menudo: esta irritación se conoce en los eruc­tos, á los que se siguen muy luego las náuseas, los dolores en el epigastrio, y en fin los vómitos de materiales verdes, lo cual indica que es preciso disminuir las dosis ó suspender €l remedio. Esta sustancia tiene una acción vomitiva mas manifies­ta que el opio: un grano dado de golpe, ó dos granos al cabo de unos días de curación, pueden ser suficientes; y aunque al principio estriñe, luego se declara por lo común un flujo momentáneo por la cámara; observánse á menudo cólicos de poca duración, especialmente hacia el ombligo; y algu­nas veces mata las lombrices. Es muy común, que de veinte hombres, los diez y nueve tengan dificul­tad de orinar, y aun retención de orina sin que por otra parte presente alteración este líquido, á pesar de que sean tan varios estos estados morbosos: este fenómeno no se observa en las mugeres, lo que in­duce á creer que la causa reside en la próstata mas bien que en el cuello de la vejiga. Los órganos del pecho no sienten ninguna influencia notable de la morfina, la cual es mas bien sedativa que exci­tante del sistema arterial; pues, como observan algunos modernos, el pulso se vuelve lento. Tam­poco provoca esta sustancia las afecciones hemor­roidales, ni los flujos menstruos, no excita hemor­ragias ni sudores, ni acrecienta el calor general ó local; no perturba la respiración ni calma la tos de un modo satisfactorio, aunque tal vez seria util contra el asma nervioso. Bajo el influjo de es­te medicamento no se observa nunca alteración en el color ó calor del rostro, aunque los ojos estén mas brillantes, ni síntomas de asfixia. Al cabo de unos dias que se usa este remedio se nota como fenómeno constante, un prurito general, ó roa« comunmente parcial, especialmente en los órga-

TOMO III. 38

nos sexuales, sin mudanza aparente de la piel, acompañado no obstante en algunos casos, de unos granillos cónicos poco salientes, tan pronto encar­nados, y tan pronto descoloridos: también se ha notado esto mismo con el opio, pero nunca con la narcotina. Los efectos que produce la morfina en el encéfalo son muy dignos de fijar la atención: en dosis de un octavo, ó de un cuarto de grano, lo mas, provoca el sueño, con especialidad en las es­taciones lluviosas, aunque rara vez tranquilo, ni de un modo seguro, en lo cual no están de acuer­do con el autor todos los demás médicos. Si se au­menta la dosis, ademas de los accidentes abdomi­nales que suele producir, excita el cerebro, favo­rece la apoplegía, y de consiguiente las hemorra­gias cerebrales; y en fin, esta sustancia propia­mente hablando, no es narcótica, pues el letargo que produce, viene acompañado á menudo con fenómenos de excitación, como vértigos, sueños espantosos, apariciones de chispas, obscurecimien­to de la vista, zumbido en los oidos, conmociones repentinas con sensación de ruido en la cabeza; y estos efectos se manifiestan con prontitud y ce­san lo mismo. Si se aumenta la dosis, se notan fe­nómenos todavía mas particulares, como elcoma-vigil, irregularidades en el andar, sobresaltos, unas conmociones como si fuesen eléctricas, alucinacio­nes de los sentidos &c.; y sin embargo, nunca hay delirio propiamente dicho, ni alteración alguna en las facultades mentales. Teniendo presente el entor­pecimiento y la debilidad muscular que experimen­ta el enfermo, por lo demás, no hay lesión en la sensibilidad, ni temblores ó estremecimientos; con­serva si, frecuentemente obscurecida la vista; las pu­pilas se contraen en razón de la cantidad del me-{dicamento, cuyo carácter parece propio y peculiar de este veneno vegetal, y falta muy raras veces; «otándose lo contrario en los animales, según los

^99 . experimentos modernos de las profesores Orjila, Dupuy, Magendie y otros. La morfina en lavati­vas parece que produce igualmente el efecto de dilatar la pupila, y finalmente, no la contrae aunque se combine con el aceite de trementina: tampoco produce la cefalalgia en todas ocasiones; y aun algunas veces suele curar las que son crónicas, sobreviniendo este accidente casi siempre, cuando se manifiestan de golpe unos vértigos violentos. Di­ce el doctor Bally, que estos fenómenos diversos de la acción fisiológica de la morfina administrada en el estado morboso pueden ser directos ó sim­páticos, contando entre los primeros las náuseas, los vómitos, la gastralgia, los eructos, el estreñi­miento, y los dolores intestinales, ó provenir de la absorción de esta sustancia, como cuando se no­ta la iscuria, el prurito, y los síntomas cerebrales.

Envenenamiento. El doctor Merat fue el pri­mero que publicó en el año de 1819 un ejemplo de esta clase de accidentes, que se observó en una señora de extremada sensibilidad nerviosa, la que por haber tomado con buen éxito el acetato de mor­fina, quiso repetirlo sin graduarlo, aunque habia pasado algún tiempo; y tomó medio grano que pro­dujo, en vez de calma, agitación durante toda la no­che , y creyendo que era insuficiente la dosis, tomó por la mañana de un golpe tres cuartas partes de grano, sintiendo ai cabo de media hora atolondra­miento y un estado de embriaguez; y después, bo­chornos calorosos, latidos en la cabeza, palpitacio­nes en todos los miembros, alternativas penosas de calor y de sudores frios, un malestar inexplicable, nauseas y vómitos iliucosos; tenia la cara pálida y descompuesta, y la enferma estaba como aniquilada, en cuyo estado permaneció casi todo el dia, y conti­nuó indispuesta en los dos siguientes; por lo demás no se perturbaron las digestiones, ni tuvo gastralgia, cefalea ó letargo. Para remediar todo este aparato.

3oo se le dio una bebida antiespasmódica accidulada á las seis horas de haber empezado los accidentes. El doctor Gendrin cita otro caso análogo al precedente, y provino de medio grano de acetato de morfina puesteen la llaga de una fuente; pero estas observa­ciones no han sido parte para convencer á Magendie de lo nocivo que es este remedio; pues dice que no ha visto nunca que esta sal sea dañosa, á menos que se de en cantidades enormes, y que no haya vómitos, lo cual le parece difícil, considerándola desprovista de la actividad que se la supone. Vas-sal admite esta opinión, pero la práctica de Bally no permite adoptar una seguridad tan peligrosa; pues refiere haber visto muchas veces, que medio grano de morfina dado por la mañana y tarde ha producido en varias personas, al cabo de algunos dias, náuseas, vómitos, cólicos, dificultades de ori­nar , vértigos, y un prurito general. La funesta actividad de este medicamento se halla apoyada con nuevas observaciones; y en el año de i y a 4 , fue condenado á muerte el doctor Castaing, y se eje­cutó la sentencia por haber envenenado con esta sustancia á varias personas de una familia, cuya deplorable maldad se halla consignada con todos sus pormenores en una obra que se empezó á pu­blicar en Paris en 1826 con el título de: colec­ción de causas célebres del siglo diez y nueve. Alli se ve, en efecto, el extravio de este hombre, que abusó cc«i tan perversos designios de los co­nocimientos en su profesión, que solo debiera em­plear en consolar á los afligidos. En el año de 1839 asistió el profesor Orfila á una persona que habia tomado voluntariamente veinte y dos gra­nos de acetato de morfina, que produjeron los ac­cidentes mas graves; y habiendo estado trece ho­ras sin socorro, se hallaba en el mas profundo le­targo, tenia la respiración estertorosa, las mandí­bulas encajadas, el pulso á ciento y veinte y cin-

3ci 00 latidos, las pupilas mas Lien dilatadas que con­traidas , y en una palabra parecia que iba á espi­rar , cuando tuvo la dicha de traerle á la vida, con sangrías copiosas, lavativas emetizadas, defen­sivos helados en la cabeza, y bebidas aciduladas. El doctor Costera publicó en i83i xjtra observa­ción análoga, en que las sangrías fueron también muy ventajosas, y fue el caso, que una persona tomó cincuenta granos de acetato de morfina, y no tuvo náuseas, convulsiones, ni delirio, sino un profundo narcotismo, siendo digno de notai^se, que tres años antes se había acostumbrado este sugeto á mascar hasta tres dracmas de opio en bruto. Por último, se cuenta en una gaceta de me­dicina, que un médico recetó á un niño de cinco años diez granos de sulfato de morfina, equivo­cando esta palabra al tiempo de escribirla con la de quinina, cuya sustancia intentaba propinar, como se colige de la enfermedad que aquejaba al paciente, que era una terciana ordinaria. Murió en algunas horas, y antes de morir presentó los síntomas siguientes: inyección en los ojos, pupi­las contraidas é inmóviles, trismo, rechinamiento de dientes, convulsiones epileptiformes; respira­ción laboriosa, entrecortada, espasmódica y ester­torosa; pulso pequeño y frecuente; contracción de los músculos abdominales, y persistencia del calor general hasta el último momento.

Los experimentos que se han hecho en los animales confirman en gran parte las observacio­nes hechas en el hombre, como se puede ver en el tratado de venenos del profesor Orfila; pero también se prueba en esta obra que la morfina y sus compuestos no tienen una acción tan enérgica en ellos como en nosotros, siendo también muy inferior á la del opio. Los perros fuertes y adul­tos pueden soportar grandes dosis sin perecer, pero cuarenta ó sesenta granos bastan para matar

3ca en algunas horas á los que son jóvenes y pe­queños : doce granos de extracto acuoso de opio determinan en los perros un envenenamiento violento , y muy á menudo la muerte, siendo la acción de esta sustancia una misma, y no va­riando sino en los grados de intensidad, ora se introduzca en las venas, las vias digestivas, el tejido celular, ora se aplique en los nervios, la médula espinal, y el cerebro. Sertuerner dice,con arreglo á sus observaciones, que es mucho mas ac­tiva y enérgica en el hombre cuando está disuel­ta esta sustancia en alcohol; y cuando el envene­namiento ha sido agudo, no se encuentra, al abrir los cadáveres, ninguna alteración en el ca­nal digestivo, ni en los demás órganos; mientras que por el contrario, en el envenenamiento lento producido coa dosis diarias y crecientes de aceta­to de morfina, se halla inflamado el canal intesti­nal , como refiere Desportes, especialmente el in­testino yeyuno y el recto; todos los órganos se ha­llan blandos y demacrados, y los ojos muy mar­chitos: los síntomas abdominales predominan en las tres cuartas partes de la duración de la enfer­medad, y coexisten en el viltimo periodo con fenó­menos nerviosos, sin congestión cerebral, y tal vez simpáticos de las lesiones abdominales; por cuya razón se considera la morfina como sin ac­ción especial sobre el órgano encefálico, pudien-do provenir las ñuxiones sanguíneas que produ­ce, y las hemorragias á que dispone en tal ó cual órgano, de las predisposiciones individuales de los enfermos. Contra esta opinión expone la suya el doctor Flourens con arreglo á sus experimen­tos, y dice, que las preparaciones opiadas, tienen una acción directa sobre el cerebro, y determi­nan muchas veces una efusión sanguínea en los lóbulos cerebrales; y estos últimos resultados se confirman en parte con los hechos que observó

3o3 Bally. Finalmente, Dupuy y Lewet creen que el acetato de morfina obra directamente sobre el sis­tema nervioso aumentando la movilidad, y debi­litando la facultad de sentir; y que luego sobre­viene la abolición de ambas facultades en las ex­tremidades posteriores de los animales.

Esta especie de envenenamiento se cura lo mismo que el que proviene del opio, esto es, ex­peliendo el veneno por medio de los eméticos, dando después al enfermo bebidas acídulas, ó una fuerte infusión de café, y empleando los revulsi­vos, las lavativas purgantes, y sobre todo la san­gría, cuando haya congestión cerebral, último medio que ha parecido tan heroico en los dos he­chos que hemos referido mas arriba: el profesor Alibert recomienda como muy eficaces contra este accidente la ipecacuana y el cocimiento de café; i?¿-dolphi cree que el ácido acético es un especifico; pero otros opinan que al principio del envenena­miento, este medio puede aumentar los accidentes.

Usos terapéuticos. La morfina y sus sales, ex­perimentadas en todos los casos en que está indi­cado el opio, y muy á menudo ventajosamente, aun cuando no pueda soportarse este último, pa­rece que no tanto son específicas de tal ó cual en­fermedad en particular, como de un síntoma ó elemento morboso, cual es el dolor, y efectiva­mente se emplean con mas frecuencia en las afec­ciones dolorosas de todas clases desde la simple ex­citabilidad nerviosa y de insomnio, correspon­diendo con su utilidad á las intenciones del médi­co: una señora que estaba dotada de una suma movilidad nerviosa se halló singularmente alivia­da con el uso prolongado del acetato de morfina; y en un caso de angina de pecho alivió esta sus­tancia de un golpe todos los síntomas. Pero la ma­yor eficacia de la morfina, y mejor todavía de sus sales, aplicadas por el méfodo endérmico, se ha

3o4 manifestado en el reumatismo crónico, y en todas las especies de nevralgias, como afirman todos los experimentadores. Bally dice que ha conseguido efectos maravillosos y casi repentinos en el reu­matismo y las nevralgias lumbares y ceáticas; el doctor Abribat llegó á dar interiormente hasta seis granos en un caso de lumbago intermitente de los mas intensos, con lo cual cedió como por encanto-, Blanc refiere dos observaciones de reu­matismos agudos y crónicos que curó con el ace­tato de morfina; y Gerhard, médico de Filadelfia, prefiere el método endérmico, empleando el ace­tato y el sulfato de morfina como sales mas enér­gicas, en dosis de medio grano, y se extiende hasta dos ó tres granos.

Margue refiere que ha curado muchas ne­vralgias faciales de otras partes del cuerpo con este medicamento, habiendo aliviado otras de una ma­nera notable; y Marróla^ médico italiano emplea el acetato de morfina en pildoras; con cuya pre­paración ha curado igualmente diez enfermos que tenian dolores crónicos de estómago; obteniendo el mismo buen éxito en un caso de escirro del útero, y cuando quería calmar en algunas muge-res los dolores precursores de su menstruación. Ma"endie le ha usado como calmante en el escir-ro de las mamas; y Abribat ha observado que dos, cuatro ó seis granos de esta sal equivalen en vir­tud y aun superan la de treinta ó cuarenta gra­nos de opio, en las afecciones cancerosas de la ma­triz cuando llegan al período en que padecen las enfermas dolores espantosos: también refiere que curó una cefalea con pervigilio, dando desde un octavo de grano hasta un grano. Igualmente se ha observado que un cuarto de grano, de hora en hora en dos cucharadas de agua azucarada disipan las jaquecas, y suspenden sus accesos.

Un enfernao que padecía disfagia, acompañada de

3o5 convulsiones, hipo y pérdida del sentido siempre que queria comer, se puso bueno aplicándole dos veces medio grano de acetato de morfina por de­bajo de la laringe, siguiendo el método endérmi-co, á f»esar de que le duraba el mal hacia quince dias. Otro autor dice que curó del mismo modo á dos enfermos que tenían estranguria*, pero Bally sostiene que el medicamento de que nosotros habla­mos provoca muchas veces este accidente. Tam­bién es muy eficaz esta sustancia en el tétanos, siendo mas útil echarla en polvos en la llaga de un vejigatorio, que administrarla por la boca, y ya se cuentan bastantes casos en Francia y en Italia de curaciones de estaepecie, aunque el tétanos fue­se traumático, por lo cual seria importante conti­nuar los mismos experimentos. Dos médicos in­gleses dicen que es muy eficaz este remedio con­tra el delirio de la embriaguez, en dosis de seis granos de una vez, ó de ocho granos en dos vecesj pero esta cantidad es enorme, y la prudencia dic­ta que no se imite este ejemplo, teniendo presen­te aquella antigua máxima: si non prosis, saltem non noceas. Vassál recomienda mucho esta sal de morfina en las afecciones catarrales del pecho; y otros médicos la han empleado en la bronquitis y catarro crónico, el dolor pleurítico, la tisis (sin lograr curarla), los infartos del ovario, la gastral­gia, y las palpitaciones del corazón, Mage,ndie la usó como calmante, ó paliativo de los dolores y el pervigilio en un caso de anevrisma de la aor­ta pectoral; Bally la administró en la parálisis de las manos, y en la paraplegia. Por último los mé­dicos Italianos no están conformes en conceder á la morfina un influjo directo en el sistema circu­latorio; y asi vemos que ^ r e r a prescribe en su recetario clínico de Padua unas pildoras emena-gogas, cuya base principal es el acetato de morfi­na; y Marróla lo aconseja contra las hemorragias

TOMO III. 39

3o6 del útero, sobre todo si vienen acompañadas de dolor de esta entraña.

Be la narcotina. Baumé fue el primero que habló de esta sustancia con el nombre de sal esen­cial de op'vo:, Derosne la estudió en el año de 8o3, aunque la confundió con la morfina, y se empezó á llamar á una y otra con los nombres de mate­ria de Derosne ó sal de Derosne; Sertuerner creyó que era un meconato de morfina, hasta que la examinó y distinguió cuidadosamente Robiquet, y en fin ya se considera en el dia como uno de los principios inmediatos de los vegetales: se ha es­crito mucho sobre la historia química, tóxica y médica de esta sustancia, y todavía está llena de incertidumbre, por lo cual merece volver á fijar de; nuevo laatencion.de los experimentadores.

La narcotina no se ha encontrado hasta ahora mas que en el opio, y según las indagaciones de Fauquelin, de Petit y de Dublanc, en el opio in­dígena. Sácase comunmente ó del extracto acuoso de opio, por medio del éter que solo disuelve la narcotina, y qua basta evaporarlo para extraerla, ó del opio en bruto, atenuado ya con el agua fría (es decir, del residuo mismo de la preparación del extracto acuoso de opio de las boticas): para este fin se trata el opio dos veces seguidas: con el ácido acético hirviendo á dos ó tres grados; se pre­cipita por medio del amoniaco, y se purifica el precipitado, después de lavado, tratándolo con el alcohol caliente á cuarenta grados y un poco de carbón animal; y en fin se filtra el líquido á cuyo fondo baja la narcotina pura al eníriarse: tam­bién se puede sacar esta sustancia, como diremos mas adelante, del éter que ha servido para prepa­rar el extracto de opio sin narcotina.

Hállase en cristales como agujas, muy blan­cos, insípidos, inodoros, que se derriten como las resinas, y se disuelven muy poco en el agua; son

3o7 solubles al calor en el alcohol, y en los aceites vo­látiles y fijos; muy solubles en el éter, lo que les distingue de la morfina, y se disuelven también en el ácido acético frió, donde se precipitan cuan­do se calienta (que es otro medio de separarlos de la morfina); el ácido nítrico los vuelve pajizos; y por último son análogos en algunas cosas á las re­sinas cristalizables ó sub-resinas de que ha tratado Mr. Bonastre.

La alcalinidad de esta sustancia estuvo mucho tiempo desconocida hasta que hace poco, la de­mostró Robiquet, al verla formar con los ácidos sulfúrico ymuriático, sales cristalizablts, inalte­rables en el aire, estables y sumamente amargas y sin acidez al gusto, aun cuando enrojecen el tor­nasol : la capacidad de su saturación es la misma que la de la morfina; y por Jo demás, Robiquet atribuye esta alcalinidad (asi como la de todas las bases orgánicas) á una combinación eventual de ázoe, y de consiguiente no cree que la narcotlna preexiste en el opio, cuya opinión no ha cesado de sostener, viendo que en parte la apoyaban las nuevas investigaciones de Ziebig, aunque tal vez podrían estas dar margen á creer, que las narco-tinas que han observado diversos experimentado­res no .siempre han sido idénticas, porque en efecto, según este químico, la narcotina no con­tiene mas que a,5i por loo de ázoe, mientras que Dumas y Pelletier la consideran de 7,31. Esta duda puede aplicarse especialmente á los re ­sultados contradictorios de los diversos ensayos fi­siológicos y terapéuticos que se han hecho con la narcotina; y asi Derosne que creía que esta sus­tancia tiene la misma acción que el opio, parece que ha dado unas veces la narcotina mas ó menos pura , y otras é indudablemente mas á menudo la morfina. También habia notado que la pretendida narcotina modificada que obtenía, precipitando la

3o8 disolución acuosa del opio por medio de un álca­l i , y purificando con el alcohol, tenia un sabor un poco amargo, se disolvia mejor en el agua, y enverdecía el jarabe de violetas. Nysten que en­sayó i H M mismo la narcotina, ó como se llamaba entonces, la sal esencial de opio, confesó que con cuatro granos solo habia notado una ligera p ro ­pensión al sueño. La narcotina se consideró después, como sumamente narcótica, y como capaz de pro­ducir unos efectos terribles; Magendie y JBrera aseguraron que la morfina es el principio calman­te del opio, y la narcotina, al contrario, su prin­cipio excitante, quedando demostrado su influjo en el sistema nervioso, por los experimentos he­chos en los animales, con los que se han visto el resplandor de los ojos, la contracción de la pupi­la, los vértigos &c. Un grano disuelto en aceite produce en los perros un estupor muy distinto del sueño, y mueren en veinte y cuatro horas; un escrúpulo disuelto en ácido acético causa movi­mientos convulsivos parecidos á los que origina el alcanfor; y en fin, cuando se administra simultá­neamente con la morfina (cuya mezcla se halla en el opio) y se disuelve en el ácido acético, resulta un efecto doble, una lucha, por decirlo asi, en­tre la acción calmante de la morfina, y la estimu­lante de la narcotina, superando la primera, lo cual sirve para explicar, según el mismo Brera^ los efectos variados y variables del opio. Dieffien-bach, médico de Berlin, hizo nuevas observacio­nes en el año de 1829, y vló con especialidad un estado tetánico, consiguiente al uso de la narcoti­na, que probablemente se habia disuelto en ácido acético; pero detuvo los accidentes con la sangría y las afusiones frias: también inyectó la narco-tina en las venas de dos perros que luego mu­rieron; y halló los vasos del cerebro muy henchi­dos de sangre, una extravasación de la misma en

3o9 la superficie del cerebelo, las cavidades derechas del corazón llenas de sangre, y los pulmones de un color azul bajo, y ton mucho aire.

El profesor Orfila ha considerado la narcotina unas veces como inerte, y otras como dotada de la misma actividad que la morfina, y por último, como concurriendo á la verdad por medio de su acción combinada con la morfina, á las propieda­des del opio (aunque en corto grado, puesto que el opio sin narcotina no deja de ser nocivo), y poseyendo otro modo de obrar, distinto del que presenta el opio, bien que no pueda considerarse como su principio excitante. En el día reconoce este sabio autor, según los nuevos experimentos que ha hecho en los animales, y los ensayos que ha intentado el doctor Bally en el hombre:

I? Que la narcotina en el estado sólido, ó d i ­suelta en los ácidos hidroclórico dilatado ó nítri­co , dada interiormente no obra sobre el hombre, ni sobre los perros: Bally la dio sólida en dosis de cinco á ciento y veinte granos, y en la de sesenta ya disuelta; y en la misma época dijo Magendie que medio grano de esta sustancia habia dado muy mala noche á una de sus enfermas que tuvo agitación extrema, y cefalalgia intensa;

3.° Que disuelta en los ácidos acético ó sulfú­rico , produce los fenómenos de excitación de que habla Magendie, y que al abrí: los cuerpos, se hallan las alteraciones enumeradas mas arriba, y una inñamacion mas ó menos notable del estoma­go y del intestino recto: con todo Bally dio sin ningún accidente, á varios perláticos desde cinco hasta treinta granos disueltos en ácido acético;

3? Que disuelta en aceite de olivas (en dosis de treinta granos) produce también la muerte en los perros, aunque precedida de un estado de es­tupor, y no deexcitacion. De todo lo dicho se infie­re que para conocer el influjo que tiene en el modo

3 i c de obrar del extracto acuoso de opio que hay en las boticas en el que existe juntamente con la morfina, en corta cantidad, seria preciso determinar si se ha­lla retenida alli en disolución esta sustancia por medio de algún ácido, ó como opina el Sr. Orjila por un aceite, último principio que la hace mas no» civa que los ácidos acético ó sulfúrico, según las ten­tativas mas recientes de Magendie. Como quiera que sea, hay muchos prácticos que á imitación de este médico, aseguran contra la opinión del doc­tor OrJiLa, que el extracto de opio, después de quitarle la narcotina coa el éter, posee realmente una acción mas suave y sedativa, y de consiguien­te ofrece una ventaja notable sobre el extracto or­dinario: á un motivo semejante (la falta de narco-tina), atribuye PelLetier la acción puramente cal­mante del opio de Rousseau (cuya preparación está casi olvidada en nuestros dias), y Bobiquet la supone dependiente de la acción dulce y ver­daderamente sedativa del opio indígena; última opinión que han desmentido, como hemos dicho antes, los experimentos de varios químicos.

Alfonso Leroy fue el primero que al parecer reconoció la propiedad que tiene el éter de des­pojar al opio de su cualidad virosa, quitándole su parte resinosa (la narcotina), prescribiendo de esa manera este remedio. Mas esta preparación que se halla indicada de nuevo por Limousin-Zamotte, y últimamente por Robiquet, el cual se funda en los resultados experimentales de Magendie, rela­tivos á la acción irritante de la narcotina; esta preparación, repito, consiste en tratar el extracto acuoso ordinario con el éter rectificado é hirvien­do; separando después por medio de la destila­ción , el éter de la narcotina, para no perder el primero, y recoger la segunda.

La narcotina se ha usado poco hasta ahora como medicamento, y en verdad, que después de

3 i i lo que hemos dicho no merece que se experimente. Solo se halla indicado en el formulario magistral de Cadet de Gassicourt, en la edición que corrlgió Bally en iSaS; y en el Ricettario clínico de Pa-dua, que publicó JSrera en iSaS. El primero ha­ce mención de una inyección narcótica contra las nevralgias de la uretra y la vagina, en que se aso­cian seis granos de narcotina con dracma y media de extracto de belladona, y una libra del coci­miento de lechuga virosa: el segundo habla de unas pildoras, én cada una de las cuales entra un cuarto de grano de narcotina con aceite de almen­dras dulces, se deben dar de tres en tres horas, y una bebida calmante que contiene un grano (en la farmacopea universal de Jourdan, se dice una dracma en vez de un grano, que lo habrá sido por equivocación) en tres onzas de agua de limón, que se toma á cucharadas.

Nota.

En la gaceta médica de Londres se han inser­tado algunas observaciones clínicas sobre el uso del opio en grandes dosis; y de ellas resulta que muchos médicos que han practicado la medicina en Jos paises cálidos han demostrado la utilidad de esta sustancia combinadla con otros agentes te ­rapéuticos para calmar las inflamaciones, como la disenteria, la hepatitis y la calentura. El doctor Stokes de Dublin propone el opio solo contra las flegmasías del abdomen; y la primera forma de enfermedad en que parece que el opio es espe­cialmente útil, es la peritonitis que sobreviene en las circunstancias en que no se puede emplear la sangría.

I." Peritonitis producida por el derrame de materias fecales en el abdomen, á consecuencia de ulceraciones del intestino;

3l2 a." Peritonitis producida por la abertura de

un abceso en la cavidad del peritoneo; 3." Peritonitis en las personas débiles á conse­

cuencia de la paracentesis; y 4'° Peritonitis lentas y tifoideas en las recien-

paridas; y las que resultan de la ruptura del in­testino por violencias externas.

La peritonitis producida por la ulceración de los intestinos es una enfermedad de las mas gra­ves; y las indicaciones mas urgentes, son: soste­ner las fuerzas del paciente, y atajar el derrame, en cuanto sea posible para que la naturaleza ten­ga tiempo de envolver en la linfa coagulable las materias que ya se hayan derramado. El opio en grandes dosis satisface estas dos indicaciones; y el autor dice que con este método ha obtenido muy buenos sucesos en los casos de peritonitis en que la sangría estaba contraindicada.

Las conclusiones generales que propone son: I." que en ciertos casos de inflamación de las

membranas serosas y mucosas, en que no se puede hacer la sangría, produce el opio unos efectos portentosos:

a.* que en estas circunstancias se debe admi­nistrar en dosis elevadas, y sin ningún inconve­niente :

3." que su efecto^ en estos casos, es el de dar vigor á la potencia vital, y alejar la enferme­dad local:

A." que entonces casi no se observan los efec­tos tóxicos del opio, porque el estado de colapso en que se halla el enfermo, parece que es una condición de tolerancia para el remedio.

El doctor Graves cita también el caso de un tialismo abundante que cedió al opio en cantidad de un grano de cuatro en cuatro horas.

3 i 3

VARIEDADES.

Examen médico legal de dos casos de muerte repentina d consecuencia de heridas.

En el año de iSaS encargaron las autoridades del condado de Edimburgo á los doctores Naw-bigging y Watson que examinasen el cuerpo de una muger llamada Ana Rennie, que decían ha­bla muerto repentinamente. El cadáver parecía ser de una muger como de unos cincuenta años, muy robusta, y de la clase mas indigente del pueblo, sumida en la mayor miseria. La camisa y los ves­tidos estaban llenos de sangre por la parte que tocaban á los órganos sexuales; y no se descubrió ninguna herida en todo lo exterior del cuerpo: solo se echó de ver una, al apartar los grandes labios de la vulva, y tenia pulgada y cuarto de largo en la cara interna de la ninfa del lado dere­cho. Esta solución de continuidad se conocía que estaba recien hecha, porque había un cuajaron de sangre en su superficie; y presentaba exterior-mente una incisión recta y de una exactitud, no ­table y paralela á la ninfa; en lo interior se pe­dia introducir el dedo en cuatro direcciones dife­rentes hasta una profundidad de cerca de dos pul­gadas y media: por arriba y por detras hacia la división de la artería iliaca: por detras camino de la tuberosidad isquiática, lateralmente hacia la ar­ticulación coxo-femoral, y en lo alto, en la direc­ción del monte de venus. La herida tenia casi el mismo diámetro en cada una de estas direcciones, y termipaba muy distintamente de un modo obtu­so. Se inyectó agua caliente en los vasos de algún calibre; y hubo la certeza de que no había hieri-

TOM. n i . 40

3r4 do ninguno de ellos; pues parecía que el instru­mento vulnerante solo había penetrado en el espe­sor del tejido celular, pero por el lado derecho de la pelvis había llegado hasta el peritoneo, debajo del cual se halló un derrame considerable de san­gre, aunque no estaba rota esta membrana. Al lado de esta herida había otra muy pequeña y muy lim­pia, que era superficial.

El cráneo, el pecho y el abdomen se examina­ron con el mayor cuidado, y todos los órganos contenidos en estas cavidades estaban perfecta­mente sanos. Así pues, la única causa á que se pu­do atribuir la muerte fne la hemorragia que hubo por la herida; y efectivamente, según la natura­leza y la estructura esponjosa y erectil de las par­tes examinadas se conoce que debió ser considera­ble. Eo cuanto al instrumento vuhierante, era evidente, por la limpieza de la herida y de la parte superficial de la incisión, que debió ser su­mamente cortante; y según la manera obtusa con que terminaban las heridas interiores, su poca profundidad, y la integridad de todas las par­tes circunvecinas é importantes, que cualquiera fuese este instrumento debía tener una punta redonda ó roma. Ahora bien, el único instru­mento muy cortante que según todas las pro­babilidades podía estar al alcance de unas gen­tes tan pobres, no podía ser mas que una navaja de afeitar. Esta, con efecto, suele tener ana punta roma, y no podría penetrar á mas de dos ó tres pulgadas, por el modo con que es menester agar­rarla para servirse de ella. Ademas, los médicos informantes convinieron en pensar, que después de hecha la herida exi^erior, se pudo introducir en la» partes interesadas un cuchillo de otra for­ma cualquiera, y producir de esta manera las i r ­regularidades qne se han descrito al hablar de la herida; y habiendo hecho muchas tentativas en el

3 i 5 cadáver con una navaja de afeitar, no Jes quedó la menor duda sobre este punto.

Cuando se le formó causa al marido de esta muger por tan espantoso crimen, se probó ha­berte encontrado en su domicilio dos cuchillos de mesa viejos y enmohecidos, y dos navajas de afei­tar, de las cuales tenia una la hoja y las cachas llenas de sangre, y se halló escondida en un pe­dazo de paño verde. Todas estas diversas circuns­tancias casi no dejaron duda de que este fue «el ins­trumento que sirvió para consumar la maldad, siendo muy de notar, que en el acto de examinar el cadáver ignoraban los médicos esta circunstan­cia, que solo conjeturaron por las indicaciones que suministraba la herida.

En semejante coyuntura se presentaban al exa­men de los médicos legistas otras dos consideracio­nes de muchísima importancia: la desdichada víc­tima, ¿pudo hacerse ella misma estas heridas? Muchas circunstancias de las que se establecieron en los debates con pruebas directas hacen esta su­posición inadmisible: i M a difunta se hallaba en uu estado completo de embriaguez cuando cayó herida; a? su marido que estaba en la casa con ella, vio el caso en que se hallaba la muger y fue á buscar un cirujano sin decirle nada del ptarticu-lar; 5? no> se encontró cerca de la muger ni arma, ni instrumento de ninguna especie, y ^í hubiera sido muy extraordinario creer que esta desventu­rada habia elegido la vulva, como sitio mejor pa­ra darse el golpe.

La segunda consideración la provocó el abo­gado del marido, diciendo que esta muger se ha­bía caído encima de un tiesto de tierra coa el cual se había herido. Pqro ua accidente de esU natu­raleza, podía ocasionar la herida taJ conio la he­mos descrito? Es imposible compreoder cónto se hubiera, podido producir un» inciaioo tan limpia

3 i 6 por defuera, y una herida tan profunda afectan­do las diversas direcciones que se han dicho con cualquier pedazo de una vasija de tierra ordinaria. No hay duda, que un pedazo de barro en punta y dispuesto de cierto modo hubiera podido, si la muger se hubiera caido sentada encima, ocasionar una herida grave de la parte; pero esta hubiera salido desgarrada, poco profunda, y tan grande por dentro como por fuera, sin ser mas ancha por ninguna parte que el cuerpo vulnerante, y sin tomar en su interior muchas direcciones opuestas.

El marido de Ana Rennie fue juzgado por el supremo tribunal de justicia de Edimburgo, y condenado á la pena capital como acusado y con­victo de haber asesinado á su muger; y no se eje­cutó en él la sentencia porque este miserable se ahorcó el mismo en la cárcel antes de salir al su­plicio.

Segunda observación. Este segundo caso pre­senta mucha analogía con el primero: una muger llamada Bridget murió casi repentinamente de una herida que recibió una mañana del mes de Enero de r83 i . El cirujano que fueron á buscar

f»ara socorrer á esta infeliz, la halló muerta á su legada; pero requerido por la justicia para exa­

minar este cadáver, se le dio por acompañado al doctor JFatson, y ambos se pusieron en diligencia de cumplir con el encargo.

Hallaron el cuerpo de esta muger, vestido con sus ropas ordinarias, y cubierto con una manta: le quitaron con mucho esmero los trages que te­nia, los cuales consistian (aqui se explican las te­las y hasta la hechura de la ropa, y acaban por la camisa) en lo que se ha dicho, y estaban casi nue­vos, menos el jubón azul que tenia algunos agujeros de gastado. Todas estas piezas se hallaban por su bajo mojadas en sangre que no se habia secado to­davía. Entonces descubrieron que la hemorragia

provenía de una herida en la parte media del gran labio izquierdo de la vulva. Exteriormente consistia esta herida en una incisión muy limpia de cerca de tres cuartos de pulgada de largo, y dirigida paralelamente al borde externo de ditího labio. Introducido el dedo en esta herida penetra­ba en una cavidad llena de sangre, en la que po­día caber un huevo de gallina; y desde lo inte­rior de esta cavidad, el dedo entraba todavía á mayor profundidad en tres direcciones diferentes, á saber: por lo alto hacia la parte inferior de la sinfísis del pubis, por abajo hacia el perineo, y por detras, á lo largo de la vagina y del intestino recto. La mayor profundidad de estas cavidades posteriores era de dos ó tres pulgadas; y al des­cubrir la dirección interior de la herida echaron de ver los orificios de muchas arterias y venas qvie habian sido cortadas, y entre otras notaron la arteria mayor del clítoris. Los orificios abiertos de estos vasos, como toda la superficie de la heri­da, denotaban que se habian hecho con un instru­mento cortante.

En la parte posterior de la cabeza habia la se­ñal de una contusión, de la que resultó la extra­vasación de una corta cantidad de sangre en la superficie del cerebro. El pecho y el abdomen es­taban perfectamente sanos.

En este caso no podía haber ninguna dificul­tad en atribuir la muerte á la excesiva hemorra­gia de la herida de la vulva; y asi no dudaron los facultativos en dar su informe, consiguiente á es­ta manera de ver; pero entonces se les presentaba otra cuestión: ¿con qué instrumento pudo hacer­se esta herida, y cómo se hizo? Según la direc­ción recta, la limpieza del corte exterior, y como su anchura correspondía exactamente á la de mu­chos cuchillos ordinarios, teniendo presentes ade­mas, la extensión, la limpieza de la superficie en

3 i 8 ]p interior, y sus diferente* direcciones, parecía sumamente probable que se había hecho con un cuchillo» y que manifiestamente no podia resul­tar sino de muchos golpes con este instrumento, metido en diferentes direcciones. Sin embargo, co- mo se encontraron algunos pedazos de un vaso ó copa de cristal rota alrededor de algunas gotas de sangre que había perdido la muger al pie de la escalera, donde le sucedió el accidente, era muy importante saber, si pudo, ó no, provenir la he­rida de que se cayese sobre estos pedazos de vidrio.

I." ¿Es Jisicamente posible que cualquier pe­dazo de una copa ó de otra especie ordinaria de vaso haya podido ocasionar una herida semejante? Un pedazo de vidrio capaz de causarla debería haber tenido dos ó t r ^ pulgadas de largo, cerca de tres cuartos de pulgada de ancho, un borde muy cortante, y una punta bastante aguda; y ademas, habría debido gozar de una fuerza sufi­ciente para moverse muchas veces é introducirse en diferentes direcciones. Ahqra bien, es eviden­te, que el hombre mas diestro y ntañoso no po­dría cortar de uqa copa ordinaria un pedazo que reuniese todas estas condiciones; ¿cómo hemos pues de suponer que se haya podido formar á efecto de una fractura puramente accidental?

El pedazo de vidrio roto era el sosten de una copa de la que estaba despegada su parte inferior que forma eJ pie, y en el otro extremo, esto es,, en el vaso había quedado trasver^lmente el fon­do del íwismq ha«ta cerca de una pulgada de diá­metro, Casi toda la copa se había roto, y no que-dal>a« mas que a.^unQs fr3gn»ento3 de ios lados, que sobresaliaw por h parte del fondo que hemo* descrito. La porción del sosten tenb wn% pulgada q pulgada y «iiedi* de largo;, su extremidad infe™ rior m babia roto Umpiamente de wns» Hianer* t r a t v e í ^ j de manera qn.e no presentaba ninguaa

3 i 9 punta. Era, pues, de toda evidencia, que este pe­dazo de vidrio no habia podido Ocasionar la heri* da de que se trata, porque le faltaban absoluta­mente la longitud, la forma, y el corte que le h u ­biera sido preciso tener; ademas, una herida cau­sada por este vidrio habria presentado necesaria­mente unos caracteres del todo diferentes. Hubie­ra sido una herida desgarrada, y no una incisión limpia, tan ancha por dentro como por fuera, y no habria presentado tampoco muchas direcciones en su interior. En cuanto á la parte superior de este vidrio, no hubiera podido hacer sino heridas desgarradas y pequeñas. Asi, pues, llegaron estos médicos á concluir naturalmente que era física­mente imposible, que la herida hubiese podido provenir de ninguna de las partes del vidrio que habían examinado^

2.° Pero suponiendo que fuese posible el que un pedazo de vidrio hubiese ocasionado semejan­te desorden, ¿habia algunas probabilidades para que hubiere sucedido esto en el caso que se trata? Hubiera sido menester para esto, que el pedazo de vidrio estuviese colocado perpendicular mente, de modo que al caer el cuerpo de la niuger lo hubiese hecho encima de sii extremidad superior; y hubiera sido preciso que cayese atrás ó adelan­te sobre su punta, y que en el mismo momento se hubiesen apartado las vestiduras, de modo que no se hallasen interpuestas entre la parte herida y el Cuerpo valnerante, siendo asi que no habia des­garros en los vestidos; y finalmente se hubiera ne­cesitado que el pedazo de vidrio se dirigiese por *i mumo en diferentes sentidos, para hacer por dentro y fuera las incisiones tan limpia» como he­mos descrito. Asi, pues, para que sucediese esta herida por accidente, era preciso una reunión de circunstanGias enterafmeiMe «xtraordinarias, por no decir portentosa)».

Sao De todos los hechos que acabamos de exami­

nar, y de las consecuencias que de ellos se dedu­cen, concluyó el doctor JFatson, que no era posi­ble física ni raoralmente que esta rauger se hubie­se herido cayendo accidentalmente encima del pe­dazo de vidrio que se h^Uó á su lado; otros dos médicos que se consultaron sobre el particular fueron del mismo dictamen, y sin embargo, como no podía negarse que en todo rigor fuese posible, el que la herida dependiese de caer encima de aquel ú otro pedazo de vidrio, ó de un instru­mento con punta, el tribunal llamó individual­mente á cada uno de los médicos consultantes, y todos convinieron en que este accidente no era probable, y que era casi imposible.

También hubo en el tribunal quien pregun-guntara al doctor Watson si no podría provenir esta herida de que la muger se hubiese caido ac­cidentalmente encima de unas tijeras, á lo que respondió que en todo caso nq habrían podido ser tijeras ordinarias; porque es claro que para pro­ducir semejante herida, la hoja ú hojas de las tije­ras, deberían haber presentado reunidas un filo como el de un cuchillo, con su anchura y longi­tud convenieotes, y ademas, era menester poner­las perpendicularmente al tiempo de caer la mu­ger, y que se hubiesen movido en diferentes sen­tidos para producir la herida interior, cuyo con­curso de circunstancias no puede admitirsse por lo que se dijo al hablar del pedazo de vidrio, y no se encontraron tijeras ni bolsillos en las vesti­duras de esta muger.

El asesinato de esta desdichada se imputó á dos jóvenes, hermanos, que vivían en la misma vecindad; y en la sumaria se dijo que había reci­bido la herida en el primer descanso de una esca­lera, y que inmediatamente después la habían echado de cabeza. Cuando acudió la gente á levan-

3á l tarla, corria la sangre por entre sus piernas. Pero el abogado de los acusados insistió mucho en la circunstancia de que no se habia encontrado nin­gún rastro de sangre en el primer piso, en donde al parecer se le habia asestado el golpe: mas es preciso tener presente que la muger llevaba pues­tos dos jubones de franela muy espesos, un trage y una camisa, y que todas estas prendas se habian hallado empapadas en sangre, y será fácil com­prender este hecho, diciendo que la sangre que salió al principio se habia desparramado por los vestidos, y la rápida caída que dio de cabeza, im­pidió que se derramara por las escaleras.

Estos dos casos que son muy análogos en sus circunstancias principales, prosigue JFatson, son de un alto interés bajo el aspecto de la medicina legal; pues según los pormenores que se han refe­rido, es evidente que el médico legista debe tratar de reconocer, en circunstancias de esta naturale­za, si la muerte resultó de la violencia ó de las causas naturales; y en el caso de muerte violenta, decidir si provino de un accidente, de un suici­dio ó de un asesinato. Por ahí puede conocerse la importancia de la profesión de médico; puesto que la vida de los acusados depende enteramente de su respuesta.

También demuestran muy á las claras los dos casos que se han referido la utilidad de examinar bien la naturaleza de la herida para reconocer el instrumento con que pudo hacerse, y cuan impor­tante es esta circunstancia para establecer la cri­minalidad del hecho.

Antes de terminar estas observaciones convie­ne hacer algunas advertencias sobre las heridas que se han descrito: los asesinos parece que eli­gieron esta parte del cuerpo para poder ocultar con mas facilidad su crimen; y efectivamente, en estas dos observaciones, con especialidad en la p r i -

TOMO III. 41

3aa mera, un médico que no fuese observador exacto no habría podido descubrir la herida. Ademas, tal vez pudieron llevar la idea estos malvados de que, siendo frecuentes las hemorragias uterinas en las mugeres, se podría atribuir la muerte á esta cau­sa, ó á lo menos, á que ellas podrian haberse he­rido cayendo sobre cualquier cuerpo penetrante que estuviese de punta, siendo una circunstancia muy curiosa, la de que estos asesinos, ó que se han creido como tales, fueron los primeros que llamaron al facultativo cerca de sus víctimas. Fi­nalmente, estos hechos demuestran también qne las heridas de las partes externas de la genera­ción en la muger pueden ser mortales á causa de la hemorragia excesiva que sobreviene, como se puede conocer fácilmente por la naturaleza de los tejidos de estas partes. El doctor Watson dice que conservó con mucho cuidado en alcohol las partes interesadas, y recomienda vivamente á todos los médicos que sigan este ejemplo, siempre que les sea posible, á fin de facilitar: i.° el examinar las partes heridas con mayor detenimiento: a." com­parar con la herida una arma ó cualquier cuerpo vulnerante que pudiera presentarse en los tr ibu­nales, como cuerpo del delito, ó instrumento de la herida; y 3.° poder presentar las partes intere­sadas, en caso necesario, á la vista de otros médi­cos que puedan venir á consulta, ya sean reque­ridos por los tribunales ó á petición del acusado ( i ) .

Hemorragias mortales por las picaduras de las sanguijuelas. Todos los médicos deben reco­mendar con el mayor cuidado á las personas que asisten enfermos, que tengan la mayor vigilancia con el flujo de sangre que proviene de las picadu­ras de las sanguijuelas; pues la negligencia en es-

( l ) Extracto del Diarlo de medicina y cirugía de Edim­burgo, Julio de 1831.

3a3 tos casos origina accidentes graves, y aun la muerte de los enfermos como se verá en los ejem­plos siguientes:

Una muger joven y bien constituida entró es­te año en el hospital Necker de Paris, quejándo­se de un vivo dolor en el vientre. El médico de servicio mandó que se le pusieran quince sangui­juelas loco dolente, y por un descuido imperdo­nable solo pusieron unas hilas encima de las pica­duras, pero muy luego se empaparon de sangre, y la hemorragia continuó por espacio de viente y cuatro horas: al cabo de ellas se encontraron á la enferma sumamente pálida, y en un estado de de­bilidad absoluta. Empleóse la cauterización para atajar la sangre; se trató de reanimarla con los tónicos y sinapismos, pero todo fue en vano por­que en aquel mismo dia espiró. Se hizo la autop­sia cadavérica, y se encontraron todos los órganos perfectamente sanos; algunas lombrices en los in­testinos; y el corazón, el hígado, y los tejidos exangües y de una palidez extraordinaria.

En el año de 1828 bahia en los alrededores de Paris un mozo de labranza, de edad de veinte y cinco años y muy bien constituido, que se vio atacado de dolores cólicos, y por ellos le aplica­ron doce sanguijuelas al rededor del ombligo. Acabada la operación le pusieron encima de las pi­caduras, trapos quemados, y sus amos le dejaron solo porque tuvieron que acudir todo el dia á la labor. Cuando volvieron del campo hallaron la cama del mozo toda llena de sangre; procuraron atajarla, pero fue en vano, corrió toda la noche, y al dia siguiente á eso de las doce le llevaron al hospital de la Caridad , veinte y tres horas des­pués del accidente. Tenia un cuajaron enorme que le cubria todo el vientre; y no habia masque una picadura que diese toda la sangre, la cual salia babeando y roja, clara, desde cuatro líneas mas

3a4 arriba del ombligo. La cauterización con la pie­dra infernal no pudo contener la hemorragia, y fue menester echar mano del botón de fuego; pe­ro ya estaba casi apagada la vida, las extremidades frías, el pulso casi nulo, y extinguida la voz: el enfermo espiró á las dos horas de haber entrado en el hospital. Hízose la inspección anatómica del cadáver, y no se halló la menor lesión; el cora­zón estaba vacío de sangre, y todos los tejidos exangües.

Se puede evaluar en muchas libras la canti­dad de sangre que perdió este enfermo por la p i ­cadura de la sanguijuela. El doctor Bricheteau ha hecho un experimento para formar este cálculo, y [)arece bastante exacto en los casos ordinarios. Tenia un enfermo á quien le corría la sangre mu­chas horas había por la picadura de una sangui­juela entre otras que le habían aplicado en un muslo; mandó que se fuera recogiendo en una coplta, y al cabo de diez minutos se recogieron tres dracmas de sangre, de donde infirió, que en una hora se podrían juntar dos onzas con corta diferencia, de manera que uua picadura de san­guijuelas que corriese por espacio de veinte y cuatro horas haría perder al enfermo cerca de tres libras de sangre.

Ejicacia del cólchico en la curación de algunas nevrálgias. Entre los infinitos medios que se em­plean en los casos de nevrálgias tenaces hasta que la enfermedad cede á una medicación ó al tiempo, ó que fatigado el enfermo renuncia á los socorros del arte, hay uno que ha usado recientemente un cirujano ingles llamado Goss, con tan buen éxito, que nos parece oportuno dar á conocer aqui los resultados de su práctica. Bien sabido es que este medicamento enérgico ha sido muy eficaz en las afecciones de naturaleza reumática, como consta por un gran número de experimentos he-

3a5 cho8 en Alemania y en Inglaterra; y no siendo fuera de propósito asimilar á esta clase de enfer­medades muchas nevráigias bajo el aspecto de su causa, parece natural creer, que el cólchico triun-? fará de ellaa, como Jo hace con las otras.

Primera observación. Una. señora de edad de treinta años, de una salud delicada y de tempera­mento bilioso, empezó á sentir en el dedo media de la mano derecha un dolor muy vivo, que le du-durabamucl)ios,dia3, empezando el acceso en cada uno á lasítresde la naapana. Despertábala vivamen­te en medio de su sueño una sensación de escozor en la extremidad del dedo, que fue aumentando su­cesivamente hasta que llegó á ser insoportable. La enferma comparaba el dolor con elque producirla un instrumento cortante y hecho ascua si se lo metieran, en I09 nervios; esta angustia excesiva le duraba tres horas, y luego iba disminuyendo por grados hasta las nueve, en cuya hora se le queda­ba el dedo como embotado. Estos accesos se repe­tían todos los dias á la misma hora; y la enferma declaró, que en otro tiempo había padecido una nevrálgia snpraorbitaria ó frontal, que le habían curado con sanguijuelas y vejigatorios.

No tenia alteración en el estado general de su salud, ni calentura ; no tenia calor en aquella parte , ni le dolia «uando se la apretaban ; y asi el cirujano le propinó un purgante, y una píl-dora de cuatro eu cuatro horas, según la fórmu­la siguiente:

í5 Aloes y mirra: de cada «no, ocho granos. Sulfato de quinina: tres granos,

para tres pildoras.

Siguió asi por espacio de cuatro dias, sin ex-permientar nmgun alivio, y entonces se dobló la dósia del sultato de quinina, tomando por Jas tar-

3a6 des la enferma una pildora compuesta dé tres gra­nos de mercurio dulce, un grano de opio, y un cuarto de grano de tártaro estibiado. £n seis dias no tuvo mejoria; antes al contrario, se le empezó á alterar la salud, y el bpio le disminuia un poco los dolofcs. Mr. Goís le prescribió entonces trein­ta gotas de vino de cólchico, tres veces al dia, y logró que al siguiente hubiesen disminuido los dolores de una manera considerable, y que el ac­ceso la a<iometie8e una hora mas tarde, hasta que continuando con el mismo remedio-se puso bue*¿ na al cabo de unos dias.

Segunda observación. Un jornalero de edad de cincuenta y seis años, se quejaba de un vivo dolor en los nervios dé la órbita izqv^ierda y de la frentefcufyo paroxismo, se le 'presentaba todos los dias á la» dote, y le duraba hasta las caatro de la; tarde. Ya había tenido dos accesos, y aunque era hombre fuerte y robusto, decia que no podia r e ­sistir por mas tiempo un tormento semejante, que comparaba al que le producirla titt peine de hier­ro si sei lo encajarán en' lá frente á martillazos.' Cuando le daba el dolor se tevdlcaba en la cama dando gritos, y luego se sentía muy abatido como si le hubiesen dado un golpe violento; estaba pá­lido, y al parecer muy débil, aunque no tenia ca­lentura , ni ningün síntoma de desorden constitu­cional; solo presentaba en la lengua una costra saburral. No había tenido nunca reumatismos; pero á la edad de treinta y seis años padeció ter­cianas muy rebeldes. Se le prescribió un purgan­te y cinco granos de sulfato de quinina jior maña­na y tarde. Al dia siguiente le volvió el acceso con su ordinaria violencia, y siguió tomando el snlfa-, to de quinina en dosis de tres granos de cinco en cinco horas, durante la intermisión del dolor.

Cuatro días después empezó á sentir los sínto­mas precursores, pero tenia el pulso fuerte y lleno,

3a 7 por lo cual se le hicieron en tres dias dos sangrías de á doce onzas cada una. Mas como no tuviese alivio ninguno, se le propinó el vino de cólchico en dosis de treinta gotas tres veces al dia. Al se­gundo disminuyó el dolor, y desde entonces no tuvo mas que un ataque, quedando completamen­te curado.

Tercera observación. Un hombre de edad de cuarenta años padecía un dolor de muelas horro­roso, y creyendo que tenia dañada alguna, pidió con instancia que se la sacaran; pero como el doc­tor Goss las examinase, y viese que no provenia el dolor de ellas, le aconsejó que tomase las gotas del vino de cólchico, como en los casos antece­dentes, y quedó enteramente libre de su dolencia.

En las dos primeras observaciones se empleó el sulfato de quinina en una dosis sumamente pe­queña para combatir las nevralgias \ y como le asociaron con medicamentos purgantes, nos incli­namos á creer, que no hay datos suficientes para formar juicio de su eficacia; pero lo que merece particular atención es la que mostró en todos estos casos el vino de cólchico, quedándonos el sentimiento de que nos falten los signos para dis­tinguir las nevralgias procedentes de causas reu­máticas, y las que traen su origen de otras. El au­tor de estas observaciones dice, que esta sustancia obra con mas actividad y virtud en las nevralgias que guardan una intermitencia regular, que en aquellas, cuyos paroxismos se presentan con in­tervalos desiguales.

Observaciones prácticas de la peliosis. Esta enfermedad, que WiUan ha llamado púrpura con bastante impropiedad, y que otros denominan morbus maculosus 6 vibices, tiene mucha analogía con el escorbuto agudo; y aunque muchos noso-loglstas han colocado esta afección entre las que son esencialmente cutáneas, no podemos negar que

3a8 en muchos casos es complicación ó dependencia de otra afección interna mas grave, en cuyo caso roe- , rece fijar la atención del médico para combinar prudentemente el métotlo que corresponde. Efec­tivamente, la peliosis se presenta en circunstan* cías muy diferentes, que exigen que se varíen los medios curativos; y aunque pueden reducirse por lo general á tres clases, todavía no son todas de la misma urgencia para el facultativo; pues en unos casos es tan sencilla esta afección, que no vie­ne acompañada de ningún síntoma general, ni puede atribuirse á ninguna causa inmediata, qu&i dando en la incertidumbre de saber á qué medio se debe atribuir la curación entre los muchos que se emplean para combatirla. Hay otras ocasiones en que viene la peliosis ligada con otras enferme­dades, que son muy á menudo graves por sí mis­mas, y aumentan la gravedad del pronostico, co­mo sucede en las afecciones adinámicas, el tifo, las Calenturas tifoideas, y según otros autores, en el sarampión , cuando es grave. Finalmente, hay otros casos en que no se observa, cuando aparecen las manchas de la peliosis, ningún sintoma grave, y aun muchas veces, niel menor trastorno general; mas cuando no se adopta un método conveniente, y aunque se emplee uno muy bien combinado, pueden sobrevenir accidentes que se vayan gra­duando hasta determinar la muerte. Hay una con­sideración importante que se debe tener presente en estas circunstancias, para estar prevenido, y no comprometer el estado del enfermo con una curación enérgica, que nada puede justificarla al principio.

3a9

I? OBSERVACIÓN Peliosis en las piernas Ab" ceso submaxilar, que aumenta con las emisiones

sanguíneas locales; supuración Curación.

Un albañil, de edad de veinte y seis años, y que hacia dos que estaba en París, no habia estado nunca enfermo hasta que en Junio de i83o , notó, sin causa conocida, en los pies, las piernas, y aun las rodillas, unas manchas de color rojo como la hez del vino, de dimensiones variadas, y sin emi'^ nencias, picor ni dolor, aunque todas tenían un mismo color. No hizo caso de ellas, y siguió tra*-bajando, hasta que á los tres ó cuatro días le sa­lió un tumor como un garbanzo por bajo del bor­de anterior del músculo marétero; y le atrlbu-. yó á que habia sentido calor y frío cuando traba­jaba. Fue á consultar á un módico, el cual le man­dó ponerse veinte sanguijuelas por bajo del t u ­mor , es decir, en el cuello ; pero el abceso se pu­so mas doloroso, aumentó con rapidez, y se ex­tendió la hinchazón á toda la región cervical; se volvió á echar treinta sanguijuelas debajo de la línea de la inflamación; y subió esta de punto, extendiéndose la hinchazón , por cuyo motivo en-i tro en el hospital general dfc Paris en Julio del mismo año.

Tenia un tumor enorme en el carrillo izquier­do, que se extendía á todo aquel lado, con rubi­cundez muy viva, dolor al apretarlo, y una fluc­tuación obscura en el centro, esto es, en un pun­to correspondiente á la dirección de la parótida . izquierda. Notábanse en las piernas muchas man­chas del carácter que se ha descrito, siendo unaa mas oscuras que otras, sin que faltasen algunas que estaban á pique de disiparse. El enfermo te­nia calentura y anorexia, sin que fuesen muy fuer­te» los síntomas febriles, ni presentase ninguna

TOMO III. 4a

33o irregularidad en las encías, ni en las funciones del vientre. ^JSaños con dos azumbres de vinagre-, vi" no aguado por tisana, y cataplasma emoliente encima del tumor.)

En la mañana siguiente se notó con evidencia la fluctuación, y se l^zo una abertura en el centro del tumor por donde salió una gran cantidad de pus , que al parecer era de buena naturaleza; y después se le hizo una inyección con agua tibia, cuyo método se siguió en los demás dias haciéndo­le la cura dos veces, y repitiéndole la inyección, hasta que fue disminuyendo progresivamente la cantidad de pns que salía del abceso, sin que 8o-« breviniera ningún accidente. Las manchas de la peliosis se fueron disipando poco á poco, la fiebre cedió cuando se abrió el abceso, y este se cerró á los veinte diaa, saliendo el enfermo fuera del hos­pital completamente curado.

Es muy digno de observarse el medio inge­nioso de que se valió el célebre profesor Reca^ mier para combatir la funesta influencia que h u ­biera fKjdido tener la introducción del aire en una cavidad tan vasta, como la del abceso de este en ­fermo ; y se notó en todas las cnras, que el pus que salia todos los dias mezclado con el agua t i ­bia, no presentaba el menor rastro del olor fuer­te y enteramente especial que se advierte en la materia que sale de las grandes superficies supu-rantes, cuando no comunican con el aire exterior sino por una abertura muy pequeña. Esta es una nueva aplicación del método con que este médico ilustre cura los abcesos del hígado, como tendre­mos ocasión de manifestar en otro volumen de este periódico.

Si el médico á quien consultó este enfermo la primera vez, le hubiese examinado con toda la atención que se debe poner en la práctica de nues­tra profesión, hubiera visto en estas manchas de

33i pellosls el indicio constante de un estado particu­lar , que está mas ó menos ligado con el de una debilidad general, en el cual están muy á menu­do contraindicadas las evacuaciones sanguíneas. Este estado de debilidad puede también notarse en personas que tengan exteriormente todas las apariencias de salud, pero en quienes el menor ac­cidente determina con frecuencia unos efectos gra­ves, y algunas veces funestos. No hay duda, que una de las mayores dificultades de la práctica es la de distinguir estos casos en que el menor tras­torno del organismo ejerce una inñuencia tan fu* nesta. Pero uno de los indicios de este estado es la peliosis, y debe servirle al médico para ser muy circunspecto en las emisiones sanguíneas muy abundantes; porque si la afección es simple, rara vez exige su estado una ó mas sangrías, á menos que no estén indicadas por una plétora muy deci­dida ; pero si la peliosis se complica con otra afec­ción interna ó externa, entonces es cuando se debe desconfiar de esta propensión que se observa en muchos facultativos, de algunos años á esta parte, de querer curar todas las enfermedades con san­guijuelas ó con sangrías, pues serán muy dichosos el enfermo y su médico si con una curación intem­pestiva provocan solamente una supuración rápi­da y abundante, como hemos visto en esta obser­vación , y si no induce á mas funestos resultados, como los que se dirán en la siguiente.

a? OBSERVACIÓN Pcliosis Hemorragia inteS' tinal; epistaxis; inflamación de la parótida— Aplicanse veinte y cinco sanguijuelas. Muere el enfermo^ y se halla la sangre derramada en to­

dos los órganos, y aun en el tejido medular de los huesos.

Un peluquero, de edad de quince años, y

33a poco robusto, se hallaba eaPar ís un año hacia, sin haber tenido mas enfermedades que algunas descomposiciones de vientre con ligera diarrea, que le duraba pocos dias; y confesó que no habia hecho ningún exceso en punto á mugares, la be­bida ó el trabajo.

Tres semanas habla que estando bueno y con buen apetito, notó que le sallan en la' cara unas manchas encarnadas, que se distinguían por la mañana mejor que en lo restante del dia, hasta que sin causa conocida le dio una diarrea que le duró ocho días, haciendo en cada uno de ellos quince ó veinte deposiciones por la cámara; y al fin observó que estos cursos eran de sangre negra y muy copiosa. No tomó mas que la tisana de ar­roz, y lavativas emolientes, entrando después en el hospital por Abril de i83o.

Tenia la cara pálida, los tegumentos descolo­ridos, y todos los tejidos flacos; en casi todas las partes de su cuerpo, y especialmente en los mus­los, los brazos y el cuello se veían muchas man­chas sin eminencias, cuyo color variaba desde el •de violeta subido hasta el rojo encendido, siendo las mas anchas como de dos líneas de diámetro, y no presentando esta coloración gran profundidad, pues se hallaba inmediatamente debajo de la epi­dermis. El enfermo no tosía, ni le dolía la cabeza; las encías estaban sanas, la lengua natural; no le dolía el vientre cuando le apretaban; tenia el pu l ­so lento, ft-ecuente y corto, y no habia hecho nin­gún curso en veinte y cuatro horas. {Jago de yer­bas frescas y acídulas; baños con dos azumbres de vinagre cada uno).

Al dia siguiente se encontró alguna mejoría en su estado general; tuvo apetito, y se le atajó la diarrea, por lo cual se siguió la misma prescrip­ción.

Pero en los demás días se iba notando que no

333 eran tantas las manchas, y quesucolor no era tan vivo, desapareciendo todas con diferentes grados de color, y echándose de ver en los antebrazos y las piernas, algunas muy anchas y verdosas, como la de los cardenales. Hallóse por fin libre entera­mente de sus manchas, y casi bueno á los veinte días, en términos que se proponia salir del hospi­tal , cuando la víspera de su salida tuvo un flujo de sangre por las narices que le duró una hora, y fue menester taparle las fosas nasales para que se contuviese. Poco después volvió á renovarse es­te flujo, que se detuvo con lociones frias, con me­ter el brazo en agua fría; y en el intermedio del dia tuvo algunas náuseas y aun vómitos. {Un gra­no de emético en mucha agua., baño con vinagre como antes-Jugo de yerbas, y limonada mineral con el ácido sulfúrico).

El enfermo se quedó endeble y descolorido; la piel empezó á tomar un color sucio y negruz­co , y el pulso quedó siempre grande, blando y frecuente. Las hemorragias no repitieron, pero los vómitos se renovaron, y se calmaron de nuevo con otro vomitivo.

A los cinco dias sé hallaba en el mismo esta­d o ; la diarrea se presentaba de tiempo en tiempo, aunque no sanguinolenta; y seguia los baños con vinagre, hallándose mucho mejor al acabar de to­marlos, pero este efecto le duraba solo unos ins­tantes. Por la tarde se le manifestó un tumor do­loroso detras del ángulo de la mandíbvila inferior. Pulso frecuente; piel cálida; sed grande; por lo que se continuó la misma prescripción, y cataplasmas emolientes encima del tumor.

Llega la noche, y aumenta el tumor graduán­dose los dolores, que se extendian á todo el cue­llo, con cuyo motivo llamó el enfermero al prac­ticante de, guardia, el cual aplicó de su propio dictamen veinte y cinco sanguijuelas en el tumor.

334 £ n la mañana siguiente se halló ei enfermo muy débil, y todas sus facciones estaban muy alteradas; el pulso latía ciento veinte veces por minuto; la respiración era laboiiosa; la lengua estaba suma­mente seca; tenia cursos frecuentes, no sanguino­lentos. (5*6 le dio d beber vino de Burdeos, y se le pusieron unos vejigatorios en las piernas).

El enfermo se agravó, y al dia siguiente por la mañana espiró.

La autopsia del cadáver se hizo á las veinte y cuatro horas después de muerto, y presentó:

En lo exterior, algunas manchas esparcidas en diferentes partes del cuerpo, violáceas en el vien­t re , y amarillentas en otras regiones.

Los huesos de la cabeza estaban muy blandos, aunque tenian su grueso ordinario; la dura ma-ter estaba pegada á ellos, y en muchos puntos les faltaba la lámina interna. Había un ligero derra­me de sangre en las meninges, y en las caras late­rales externas de cada lóbulo anterior; un p o ­co de serosidad infiltrada en la pia mater , con especialidad por delante, sin mas alteración. La sustancia cerebral estaba floja, pero no había reblandecimiento, ni se habian inyectado las venas.

Los pulmones tenian muy pocos líquidos, y no se halló el menor rastro de obstrucción en ellos, ni aun en su parte posterior. En el medias­tino anterior se encontró un ganglio del tamaño de una cebolla pequeña, que estaba degenerado y reblandecido.

El corazón y los grandes vasos no tenian mas que unas gotas de sangre líquida, sin cuajarones; y la sustancia de este órgano estaba descolorida, sin presentar al apretarla la misma resistencia que en los casos ordinarios.

El estómago y los intestinos estaban dilatados con gases; y el primero no tenia mas particular!-

335 dad en su membrana mucosa qué una ligera colo­ración apizarrada general, que se extendía salpi­cada á todo lo restante del tubo digestivo. Las glándulas de Peyer se distinguían muy bien, por­que estaban negras las aberturas de sus folículos; el yeyuno tenía una masa pequeña de una sustan­cia blanda y rojiza que al parecer estaba formad» de sangre; y en el íleo había una cantidad toda­vía menor de otra sustancia pultácea y verdosa, de donde salían algunas bombillas de gas.

En los intestinos gruesos había muchas man-í chas i cuyo colorido subía de punto desde el coloa hasta el recto, siendo el centro de ellas la abertu-^ ra de los folículos, que era mas ancha, y estaba como ulcerada hacia el fin del último: no se notó ningún olor gangrenoso.

Los músculos no tenían ninguna alteración en su color.

Los huesos largos tenían su cavidad llena de una sustancia como jalea, y los huesos planos t e ­nían en el diploe manchas negras, que se notaban en los huesos de Ja cabeza, al través de su lámina interna, y salla sangre de ellos al romperlos.

Los ganglios del mesenterio estaban rojos, ve* luminosos y sin supuración.

El hígado y el bazo en el estado natural con corta diferencia.

Las glándulas submaxilares estaban hinchadas con tumefacción serosa de los Ubios y sin supu­ración.

No se hallaron en los brazos las manchas ó cardenales que se vieron la víspera del día en que murió el enfermo, habiendo asegurado este que> no provenían de golpes en aquellas partes; pero" al cortar con el escalpel se veía debajo de la piel' una infiltración sanguínea del tejido celular sub­cutáneo, del mismo tamaño que la mancha pr i ­mitiva.

336 ¿Cuál seria el estado de este enfermo, ó qué

causa de su disolución pudo haber en él , cuando al parecer la sangre estaba pronta á derramarse por todas partes, de cuya situación fueron el pri­mer indicio las manchas de la peliosis? Es muy di­fícil responder á esta pregunta de un modo posi­t ivo: á cada paso que damos en el estudio de la vida, considerada en sus relaciones no solo con el organismo general, sino con los diferentes órga­nos en particular, encontramos unas dificultades que hasta ahora son insuperables, y probablemen­te lo serán todavía por mucho tiempo. Asi qué, Bo examinarenr>os si esta afección empezó por una» alteración de la sangre, ó por la lesión de cual­quier órgano sólido; pero nos contentaremos con decir que eir<;ierto momento fue preciso que hu­biese en este enfermó alteración de los sólidos y de los líquidos, puesto que la sangre perdió su cualidad física ordinaria , y que los vasos sanguí­neos se abrían por todas partes para dejarla salir.

El practicante que aplicó las veinte y cinco-sanguijuelas tuvo un sentimiento en el lo, cuando vio el mal resultado; pues lo hizo atolondrada­mente, sin averiguar el estado general del enfer­mo , y llevado de la preocupación general en el dia, de aplicar muchas sanguijuelas en todos los tumores dolorosos y encendidos; y aunque no es­tamos seguros de que fel enfermo se hubiese sal­vado con no echarle las sanguijuelas, tampoco puede desconocerse que aceleraron la muerte del paciente; pues todavía le quedaban bastantes fuer­zas para reanimarlo, y tener esperanzas de una convalecencia. Asi pensó entonces el profesor Re" camier^ quien con este motivo insistió muchas ve­ces en probar los funestos efectos de las emisiones sanguíneas en las enfermedades petequiales en ge­neral, y especialmente en aquellas en que una erupción se complica con una hemorragia. £n se-

337 mejante caso aconseja este excelente médico el uso de los tónicos, y refiere el caso de una muchacha que se le presentó con la cara del color de las he­ces del vino, casi lívida, el pecho cubierto de ra­malazos del mismo colo<;, y casi todo el cuerpo sembrado de manchas de peliosis , sensibilidad muy viva en el epigastrio , vientre meteorizado, pecho dilatado, respiración casi nula, y la lengua encarnada y seca, con el pulso muy frecuente. Los julepes con extracto de quina y algunas CU'«-charadas de buen vino generoso bastaron para cur­rarla, calmando después su sistema nervioso con algunos baños generales. Si la hubieran sangrado, probablemente habria muerto. ;

Un hombre que vivia en una pequeña ciudad de provincia vino á consultar á este profesor por unas manchas de peliosis que tenia en las piernas, sin que hubiese perdido el apetito ni estuviesen hinchadas las encías. Le prescribió un régimen tá­nico, y que tomara buen vino, y á los cuatro dias sintió alivio en la rodilla, y á los pocos mas que*-dó completamente bueuo.

Los accidentes escorbúticos se mejoran consi-p-derablemente usando vegetaleí frescos y medica* mentes tónicos; y sin embargo, los enfermos ce­rnen todavía y se sostienen, autique sucede á'me­nudo que con el mas pequeño esfuerzo se les apa­ga la vida repentinamente

Concluyamos ..pues, de todo lo dichos i i . ' qué las evacuaciones sanguíneas estam • generaimehíe contraindicadas en este estado que hemos descri­t o , y que se aproxima mas ó raehos al escorbuto-, aunque algunas veces iserballe «ocultó bajo las apariencias de lasalud; a.*qiíeen los casoftehiqüe exigiese la operación de la sangría una congestión local y peligrosa, ^ debe hacfer con mucha cir­cunspección, de modo que no se obre de una ma­nera perniciosa en el fSHado general del.epfeí-í^o;

TOMO III. 43

338 y 3 . ' que es necesario recurrir á los tónicos desde el principio, y continuar su uso, aunque haya si­do preciso sacar sangre con motivo de alguna con­gestión local ( I ) .

Cauterización en las quemaduras. Dos niños estaban jugando, y uno empujó al otro compañe­ro , que ten a cinco años, en una caldera llena de agua hirviendo; y aunque le sacaron, ya se habia qoemado en la espalda, en la parte media de los ínuslos ee hablan levantado ampollas, y en algu­nos puntos babia quedado el tejido papilar al ai>k re. Humedeciéronle toda la superficie quemada con agua pura, y luego pasaron por encima un pedazo de nitrato de plata (piedra infernal) en to» ida la extensión de las quemaduras, 'y.aun en la parte sana de alrededor. Después de esta cauteri­zación, que no fue tan dolorosa como se creia, el miñóse durmió tranquilamente, y no tuvo alte­ración gerreral en su salud. ' Al segundo dia iba bien, aunque se le pega­ban algunas escaras; tuvo ligeros dolores, un po­co de calor en la piel y la lengua cargada, por lo •eaal se le dio», como es costumbre en Inglaterra, •un purgante con el cocimiento de sen y las sales neutras.

Del tercero al quinto dia se pegaron mas "y mas las escaras, y no hubo la menor apariencia de supuración ; pero al décimo las de - las espaldas y los íüuslos rayeron en completa descamación, y dejaco'n una superficie enteramente curada.

El doctor HiggimboTom, que escribió un en­sayo sobre el nitrato de plata, asegura que psando esita'SalfeobrewHa quemadura en ei primer grado, -disminuye-el chlor y el dolor, previene la vesica­ción y la resuelve. Si la quemadura fuese de se­gundo grado, cualesquiera que sean su irritación

{i) Gazette medícale de Parí», tom. i.

339 y sn ardor inflamatorio, las disipará la escara que produzca el nitrato de plata, y debajo de ella se formará una nueva epidermisi que se sustitui­rá á la escara cuaiido pe t^iga á pedazí;». El nitra-? to de plata conviene igualmente, ya se cubra la quemadura cauterizada con una capa de carato, ó ya se deje al aire libre; en ambos casos se verifica, la curacioa en la misma época. Este autor cree que el nitrato de plata tiene una acción antiflogís­tica inmediatamente, y muchos, dias después de su aplicación; ademas, puede emplearse en todas las partes del cuerpo, porque no puede absorver-se como el arsénico y otros medicamentos que obran sobre la piel ( i ) .

Al hablar de las quemaduras no puedo rneno» de indicar, como un medio precioso de curarlas, el algodón: en rama ó en lana. Este experimento di­cen que se debió al acaso, y que uqa india tuvo el dolor de ver caer á un hijo «uyo en Jas brasas» y mientras iba á buscar socorro, lo; eclió en; un montón de algodón que estaba preparando. Cuan-< do volvió con el médico, no quedó poco sorpren» dida de ver que no se meneaba su hijo, y que rvQ gritabaw Trató de sacarlo del algodón, do¿4^.'!S^ hallaba, por decirlo asi, enterrado^ perp ^p^nas le tocó el aire en las profundas quemadur*^ que tenia, se le renovaron los dolores, y ,tuvo t vie den jarlo quieto. Desde entonces se esparcip la voz vd la virtud del algodón contra las queuiaduías, y se va haciendo muy general. Yo la be e:ipetiraeptaiT do en mí mismo hace dos años, habiéndome que­mado la mano derecha al querer ap^^r .una cor­tina, donde inadvertidamente, preiUdié luegQs i* llama de una vela. Elalaia algodón en la cas§,, y,^t volví los dedos uno á uno y luego todavía qo^up, pudiendo asegurar que al instante se me mitiga?

( I ) Diario de medicina y cirujía de Edimburgo, año de 1832.. \ -t •-M .:•>.:'... ,:^-.u-Jt ; ; }

34o ron los dolores, y que á los pocos días pude ha­cer uso de la mano. Desde esta época se me han presentado algunas ocasiones de aconsejarlo á otros, y siempre ha producido los mismos buenos resul­tados,

Aracnoiditis. Desde que se han observado con mas exactitud la naturaleza y los fenómenos de la aracnoiditis, se ha reconocido esta enfermedad des­de su principio, y se ha curado con muy buen éxito. Antiguamente solían emplear los médicos los antie&pasmódlcos y otros calmantes para ven­cer la irregularidad del sistema nervioso, y el des­orden atáxico de las operaciones de la inteligen­cia, que constituyen los caracteres diagnósticos de esta dolencia. En el dia se combate directamente su naturaleza inflamatoria, cualquiera que sea la for­ma de los síntomas con que se presente: para esto se emplean las sangrías generales y locales, com­binadas lals mas veces con derivativos poderosos en las extremidades, y refrigerantes ó defensivos en la cabeza, acudiendo también á los antiespas-módicos, en los casos en que sean necesarios por la constitución particular d«l enfermo. Para dar tina idea exacta del diagnóstico de la inflamación de esta rhembrana serosa, compendiaré aquí tres observaciones de la clinica del profesor Recamier, que publicó en otro tiempo su discípulo el doctor Martinet ( i ) . '•' X.^Obsericatétón. Uft mozo de esquina-de edad dfe'Cuarenta y ocbb años y de una constitución muy fuerte, se halló indispuesto un dia sin causa conocida, y vomitó lo que habla tomado para al-riior^T; Al dia áiguiente tuvo dolor en el epigás-tr4¿»/siti cefalalgia ni otro síntoma: le pusieron en dicha r^'tón doce sanguijuelas, y quedó aliviado; |iero tuvo la imprudencia de comer como acos-

(i) Kerue medícale, tom. i. p. 76,, año de t824>

341 tumbraba, y se le declaró una calenturilla, que se le fue graduando hasta que llegó á un delirio en términos de hacerse preciso que muchas perso­nas le contuvieran en su furor. Tenia la cara muy encendida y una agitación considerable, por lo cual se le hizo una sangría de dos libras, que se le volvió á abrir involuntariamente por la noche, y salieron como otras dos libras de sangre.

En el dia siguiente su delirio fue alegre, y 8U locuacidad incoherente; no habia ninguna otra novedad, y se le aplicaron cuarenta sanguijuelas en el cuello, dándole por tisana una infusión de hojas de naranjo y de tilo.

Esta primera sangría local no fue suficiente para calmar el delirio del enfermo, que continuó lo mismo el dia siguiente, con la lengua y la bo­ca secas y el pulso lleno, con cuyo motivo se le volvieron á echar otras cuarenta «anguij.aelas de­tras de las orejas, y se le hicieron afusiones de cin­co minutos con agua á 18° de Reauimur, dándole doce granos de alcanfor en todo el dia, y la mis­ma tisana que la víspera.

Esta última aplicación de las sanguijuelas de­terminó una calma y una mejoría notables, volvien­do al uso de la razon , aunque con la memoria de­bilitada ; pero sucedió que al quitarle la camisa con que le habian sujetado en su delirio se echó de ver un flemón erisipelatoso en el antebrazo, en el mismo sitio de la sangría, y se le aplicaron vein­te y cinco sanguijuelas.

Marchaba bien en su convaleceueia; pero el tumor del brazo iba haciendo progresos, y;aun presentaha algunos puntos q,ií*e indiqaban una SHr páracioa'inmínente, poi!Mo4;ual$e lie pqsterioa en aquel dia noventa sanguijuelas en fil ^aiS0, siendo esta la única eafernaedadqu« le qqeífeba, porque la de la cabeza había <íe8a|;«r^ido<;! y f«f preciíOibacerincisioaei y oontiraabcjcituirasiparaqu^

34a saliera el pus del brazo y de la mano; pero este accidente no turbó en nada la curación de la afec­ción cerebral, y no tuvo mas inconveniente, que detener al paciente otros quienee dias mas en el hospital, '

a? Observación. Un carretero de edad de vein­te y ocho años, y de una constitución muy fuerte, se vio asaltado enel raes de Julio,sin causa conocida, de un fuerte dolor de cabeza, que sentia con mas particularidad en la frente y en el sincipucio, en términos que le obligó á entrar en el hospital, y alli le observaron que tenia los ojos brillantes y encendidos, la cara muy animada, y un delirio, que fué menester para sujetarle, ponerle la cami­sa de fuerza* Su locuacidad y agitación eran con­tinuas; tenia el pulso duro y frecuente, la lengua limpia:, y á pesar de una hemorragia que tuvo por las na rices i, se le hizo una sangría dedoceonr Kas sb le echaron veinte sanguijuelas en el cue-ilo, y se l e ; hicieron afusiones de cinco minutos con el agua á 18° de Reaumur, dándole el suero por tisana.

' Después de las afusiones: se notó mucho ali­vio;'pero los síntomas continuaban, aunque mas remisos, y se le aplicaron veinte y cuatro sangui­juelas en las sienes; siguiéndose con las afusiones y el suero, añadiendo algunos vasos de orchata.

Todos los síntomas iban cediendo al dia si­guiente, yb^ í l e aplicaron otras veint» y cuatro sanguijuelas en las sienes, continuando con el mismo método y doce granos de alcanfor al dia.

Ocho ó diez días bastaron para que entrase en T«ftva4ecenckvla'o»^! se 80«uvo siempre mejo-¥S«do; 'y al cabó'ide"éllo8 salió bien cuFado ^ l hdfepiátal; > ' ' 3? observatíon, Una muchacha de dies y sie­

te a^os de edad tenia un herpe furfuraceo en la cafa^ y ^eí k) lavó con el agua vegtí»»*niineral, d*

343 modo que se suprimió; y á poco tiempo empezó á sentir una cefalalgia general, que á los dos dias indujo delirio, y á los cuatro tuvo que entrar en el hospital.

Tenia representado el estupor en la cara, que estaba descolorida, y un delirio que le inipedia responder á las preguntas que se le hacían; su conversación era incoherente, y solo se quejaba de un dolor en toda la cabeza y alguna agitación: tenia el pulso un poco frecuente, el calor mode­rado, y un poco de despeño, de modo que se le echaron doce sanguijuelas en las sienes, se le die­ron seis granos de alcanfor en pildoras y el suero, poniéndole fomentos en el vientre con manzanilla y el vinagre.

Al dia siguiente se observó que el delirio y el estupor continuaban, que tenia el mirar como asombrado, y la misma agitación general; pero no se creyó oportuno repetir la evacuación san­guínea, y se le pusieron dos vejigatorios en los muslos.

El efecto de estos cáusticos fue el de aligerar el delirio, permitiéndole á la enferma responder con mas exactitud á las preguntas que se la ha­cían. La lengua se limpió; pero la diarrea conti­nuaba, y el pulso perdió un poco de su frecuen­cia anterior. (Julepe pectoral con una dracma de éter, y fomentos en el vientre como antes). El de­lirio fue mas considerable por la noche.

Tres dias siguió con un poco de alivio en ca­da uno , y al cabo se le propinó el cocimiento blanco de Sydenham; y continuó con varias al­ternativas, hasta que por último entró en convale­cencia, después de haber perdido la memoria de cuanto le había sucedido antes de la enfemedad; y al fin de ella se le dio \k limonada con alcohol ní­trico, y algunas lavativas frescas. En pocos dias salió del hospital completamente curada.

Por lo que se ha dicho en estas tres observa­ciones, es fácil conocer que los signos diagnósticos de la inflamación de la aracnoides de la porción superior de los hemisferios, consisten en un 'des-orden mas ó menos considerable de la inteligen­cia, con movimientos irregulares, y precedido las mas veoes de una cefalalgia intensa. Los tres en­fermos de quienes hemos hablado presentaron es­tos diferentes fenómenos, menos el primero, que, según confesó el mismo, no tuvo ningún dolor de cabeza, ni aun en el principio de su dolencia; pe­ro si atendemos á la duración, y sobre todo á la violencia de su delirio y de su agitación, no me­nos que á la alteración consecutiva de la memo­ria , podremos, si no dudar de que tuvo dolor de cabeza, á lo menos creer, que los diversos sínto­mas cerebrales dependían de una lesión del encé­falo; y ademas, todo el mundo sabe, que el deli­rio puede manifestarse primitivamente en la arac-noiditis, sin que le preceda la cefalalgia, como lo han demostrado algunos observadores.

Por ahora solo se trata de examinar si estaba afectada la pulpa del cerebro, ó solamente sus membranas, porque la falta de síntomas parciales en uno y otro lado del cuerpo, la marcha de la enfermedad, y el delirio, nos dan á conocer á pri­mera vista, la naturaleza de la afección en estos enfermos, indicándonos su sitio en la membrana aracnoidea: efeetivamente, la causa de semejan­tes síntomas cerebrales no podía hallarse ni en el pecho, ni en el abdomen; porque no se observó ningún fenómeno que pudiera ligarse con las do­lencias á que están expuestos los órganos de estas cavidades. No hubo mas signo de estos que la diarrea que tuvo la joven, la cual le duró aun después del delirio; pero también tuvo por pr i ­mer síntoma la cefalalgia, y su enfermedad vino acompañada con un estado de agitación y dé eetu*

345 por que no se observan en las enteritis tan ligeras como la que pndo tener ella; y lo que es mas, to» dos los días estamos viendo flegmasías gastro-in»-testinales muy intensas, que no presentan ni de­lirio, ni agitación, ni cefalalgia, ni ninguna al>» teracion consecutiva de la memoria;: cuyos ferió" menos observamos en alto grado en los tres en-i-fermos.

Los únicos signos que pueden caracterizar las enfermedades del encéfalo son los desórdenes de la inteligencia, y de los sistemas sensitivo y lo»-comotor, y estas afecciones no pertenecen nuncaj á lo menos primitivamente, á las enfermedades de los órganos contenidos en las otras dos cavida-^ des esplánicas; y asi se dirigió la curación con ar­reglo á estos principios, solo contra la inflama»^ cion de la aracnoide. La constitución diferente de cada uno de estos tres enfermos indujo modifica-* clones variadas en la reacción cerebral de cada uno de ellos, asi como en la actividad de los me-» dios terapéuticos que se eligieron para combatirla; El primer enfermo era un hombre de cuarenta y ocho años, de un temperamento muy desenvuelto; y asi manifestó un delirio furioso, con vocifera-» clones, y una agitación tan grande, que se nece­sitó'echar mano de muchos menos para contener'» le , habiendo perdido en poco tiempo una canti-« dad de sangre que se pudo evaluar á cuatro libras por lo menos. El segundo, que no tenia una cons­titución tan fuerte, tuvo un delirio mas modera-doi y por último, la joven de diez y siete años^ que era bastante delicada, solo presentó un desoüdeá en la inteligencia, que se limitó á palabras inco-» herentes, y al estupor, habiendo sido muy ligera su calentura. La curación se modificó asimismo, según el grado que manifestó cada uno de esto» enfermos en la fuerza de teacaanv^n «I ptrniésó fue el método curativo «xaraivafQeate enér¿ico4

TOMO III. 44

346 mientras que en la joven que tenia una constitu­ción nerviosa fue muy poco antiflogístico, y en parte ayudaron en ella el efecto de las evacuacio-fles sanguíneas los dos vejigatorios en los muslos, y algunos antiespasmódicos. Al primer enfermóse le echaron ciento y ochosanguijuelas, sin contar una sangría de cuatro libras; y á pesar de ello se ma­nifestó en la escisura de esta un flemón erisipela­toso originada de los frotamientos de la camisa de fuerza. En el segundo enfermo solo se hizo una sangría de doce onzas, y se le aplicaron sesenta y ocho sanguijuelas en el cuello y en las sienes; y finalmente, en la tercera, solo se hizo una emi­sión sanguínea de doce sanguijuelas.

Terminaremos estas reflexiones con una consif deracion de anatomía patológica: estos tres enfer­mos, y especialmraite los dos primeros, tuvieron una aracnoiditis intensa; y la inflamación, que á cada uno le duró cerca de ocho dias, debió dejar necesariamente algunos rastros de su existencia después de la curación, esto es ,una pérdida, de la trasparencia de esta membrana diáfana, un color lacticinoso, y tal vez un engrosamiento flotable, como se ha observado muchas veces en casos anáIo< gos, á consecuencia de la curación de esta enfer­medad. Ahora bien, si estas personas tuviesen des-p u » cualquiera otra enfermedad en uno de los érgatiosidiel pecho ó del vientre; ai esta terminase de un modo funesto, y se examinaran lo8.des<^-denes que hubiese en los órganos, suponiendo que estas personas muriesen de una pleuresía ó de una peritonitis, dirían algunos médicos, ó que la membrana aracnoidea puede presentarse en 8U estado fisiológico con los caracteres óalteracio-neá anatómicas que acabamos de indicar, ó que la inflamación de las membranas serosas del pecho ó delcaibdómen encubrió totalmente los síntomas de k aracuoiditlsv pudiendo existir esta sin tener sjg-

nos sensibles. Basta indicar esta causa de error para estar prevenidos contra las aracnoiditis que se llaman latentes, y contra las faltas de traspa­rencia, que algunos llaman naturales en la mem­brana serosa del encéfalo.

Inconvenientes de varios cosméticos para te-ílirse los cabellos. Un peluquero de París Ven­día un cepillo que tenia la propiedad de teñir los cabellos, dándoles un color negro de azabache. Publicó sus prospectos', y los anuncios correspon­dientes en los diarios, y habiéndolos leído un jo^ ven que tenia el pelo rojo, compró un cepillo de estos para peinarse la cabeza; pero no bien lo ha­bla usado una vez, cuando se le declaró una eri­sipela muy grave en todos los tegumentos del crá­neo, por lo cual se querelló ante un juez del en­gaño del peluquero j y. el magistrado mandó que el doctor Marc, y el íarmscéüúco Chevallier se reuniesen para examinar la composición que ha­bía en el cepillo, y que diesen un informe moti­vado. Hiciéronlo estos señores, y-deél resultó que. se componía la sustancia que habla dentro del.ce-> pillo, de cal, óxido de plomo, sílice, y algunas' gotas de un aceite esencial. Con este motivo r e ­cordaron que Weiker publicó en su antidotario impreso en Genova en i 6 i ^ una receta para* te­ñir el pelo, que consistía en ocho libras del juigo de la corteza de nueces comunes, una libra.de' l i -targírlo molido, y cantidad suficiente de legía. El profesor Thenard publica también otra receta pa­ra^ el mismo fin en el tomo 4.° de su obra de q u í ­mica, 5* edición.

Litargirio, media parte; Cal apagada, media parte; Greda, una parte.

T aunque podrían citarse otra» muchas fór« muías mas ó menos célebres., itoda^ria! puedo decir-

348 se con loá dos profesores mericlonádos mas arriba, que se deben prohibir todos los cosméticos para teñirse el pelo, porque tienen que aplicarse estas sustancias causticas en los tegumentos de la ca­beza, los cuales son muy propensos á una tras­piración abundante, que si liega á suprimirse puede oeaáonar desórdenes mas ó menos graves. En confirmación de esto voy á citar algunos ejem­plos.

Dice el doctor Marc, que un oficial tenia el cabello negro, y rojo el pelo de las patillas; quiso teñirlas; pero al servirse de una pomada de laS' que se' venden en casa de los perfumistas, le dio una erisipela en todo el sitio que habia tocado la pomada, que no le quedaron mas ganas de servir­se de ella^ ; ; •:-': • . •.

' ¡El peoCBsor E^uirol refiere que asistió á una. señorita de edad de diez y ocho años, alegre y festiva, que gozaba de una salud florida, á la cual le aconse­jaron que para secarse y enjugarse los cabellos, que eran muy largos y espesos, se sirviese de los polvos de liirió. Hízolo asi; y ¡tuvo algunos males de ca-, be jaqbe no atribuyó-por de pronto lá estJos pol-t TOS. Una tarde de verano estaba en la casa de campo, y como tuviese bañados en sudor los ca­bellos, se echo en ellos una gran cantidad de los poiivos de lirio, y los conservó toda la noche: no pudo dormir aada, y por la mañana se levantó cbh \lolór ¡de cabeza, y mas irritable que otTO -dias: quiso montar á caballo, y aunque su madre se opuso, se obstinó en ello con tanta porfía, que Ja dieron gusto; pero fue menester volver á casa á poco de haber empezado el paseo; y apenas en­tró en la sala le dióiiri ataque de nervios, con­vulsiones, y un delirio erótico; tenia la cara muy colorada, los ojos brillantes, y la piel cálida: fue menester hacerla una sangría, y darle baños fres-eos con pediluvios irritantes; Al dia siguiente vol-

349 , . vló á estallar la manía con cefalalgia, y movimien­tos convulsivos.

El método curativo fue ponerla á dieta vege­tal, baños frescos de mucho tiempo, lavativas frías con el cocimiento de adormideras, y aplicar sanguijuelas en los muslos tres días seguidor en las épocas de los menstruos. Con est« régimen fae disrainuyendo poco á poco el dolor de cabeza has-^ ta que desapareció; la tranquilidad y el sueño se restablecieron progresivamente al cabo de dos me­ses; el delirio, las convulsiones, y demás síntomas nerviosos solo se manifestaron de tiempo en tiem­po, de modo que á los tres meses ya habían cesa­do todos los accidentes. La enferma estaba flaca y se sentía muy débil; pero á beneficio de algunos alimentos sustanciosos recobró sus fuerzas, y al cuarto mes tuvo naturalmente su evacuación p e ­riódica. Desde este tiempo prometió no volver mas á usar de los polvos de lirio.

También hay en Paris en casa de los perfu­mistas un agua que llaman: agua de Persia; agua-de Egipto; agua de Chipre Scc, y se coropoue de diez granos de nitrato de plata cristalizado y di­suelto en una oi>za de agua. Hubo una señora que por querer teñirse los cabellos, siguiendo la indicación del prospecto de estas aguas, tuvo el triple disgusto de no poder ennegrecer todos los cabellos, de que se le pusieran negras algunas partes del cutis donde tocó el agua, y de que le diera un dolor de cabeza de los mas violentos. Va­rios autores aseguran que la disolución del nitrato de plata para teñir los cabellos puede ocasionar meningitis agudas, y erisipelas graves en los tegu­mentos del cráneo. Pero no son las sustancias rae-' tállcas las únicas que causan estos accidentes; pues = le sucedió al doctor Dickson, de Edimburgo, que deseando observar la organización de las flores de elaterio [momordica elaterium, Lin.) tomo unas

35o ooafrtas por muestra, y las metió en el sombrero jjara ir á su casa. Al cabo de media hora tuvo un dolcM* de cabeza muy fuerte, con una sensación de constricción en las sienes y en la frente: casi inmediatamente le dieron cólicos, y un dolor casi fijo «n el epigastrio, á lo que siguió muy luego una di«rrca de materias claras y líquidas, que se repitió muy á inenudoi A las tres boras de haber puesto en la cabeza las flores de elaterio, se le de ­claró un vómito abundante que le hizo arrojar todo lo que tenia en el estómago, y materiales verdes y biliosos. Todos estos síntomas duraron hasta ia iuañana siguiente, y en todo este tiempo no le dejó la calentura. A poco rato empezó á se­renarse ; y en el resto del dia se fue disipando es­ta borrasca, quedándole solamente un estado ge­neral de debilidad.

Mr. CltevalUer cuenta que un estudiante de farmacia fue á herborizar al campo, y recogió un manojo de dulcamara, que se lo puso en la cabe­za, y al instante sintió un estado de narcotismo, que le hizo estar durmiendo mas de diez horas.

Todos estos hechos demuestran tjue son noci­va», las sustancias que se emplean como cosméticas para teñir las canas, y que los médicos deben aconsejar que no se usen para evitar los acciden-te« que puedan ocasionar ( i ) .

Curación de la gota. Pocos médicos habrán tenido ocasión de asistir mayor número de gotosos que el doctor Henry Halford, presidente de la universidad de Londres: la opinión de este prác­tico merece fijar la consideración de los médicos.

Entre los diferentes medios que se han preco­nizado para curar esta enfermedad, el cólchico merece la confianza del doctor Halford^ y es el

( r ) Annales d'hygiene publique et de mádecine légale tom. 8 , pag. 324 . París 1802.

35i ^ne usa con mas frecuencia. Cuando el dolor de la gota se halla fijo decididamente en un punto, da por la noche una mistura salina alcanforada, «n la cual manda echar de treinta y cinco«ii cua­renta ycinco gotas de vino de cólchieoi pníH; la ma­ñana ae repite la mixtura, con veinte y cioco go­tas solamente del vino de cólchico, media drac-nia de jarabe de adormideras, y una dracma de sulfato de magnesia. Este método se debe seguir por espacio de muchos días, y al cabo de ellos, se le dará al enfermo una pildora compuesta de tres granos de extracto acético de cólchico, un ^rano de polvos de Dower, y un grano de extracto de Coloquíntida.

El autor dice que este modo de administrar el cólchico disipa los dolores sin exigir una secre­ción intestinal exagerada; y aun algunas veces obra provocando la traspiración, ó concentrando 6U acción en los ríñones, lo cual determina una abundante diuresis. El doctor Halford está con­vencido por su larga experiencia, que lejos de volver con mas frecuencia los accesos de gota con el uso del cólchico, tardan, al contrario mas en manifestarse, y son mucho mas cortos: también aconseja que mientras durasen estos, procure el enfermo tener el vientre libre, para lo cual-pue-de tomar unos granos de ruibarbo y de magnesia-y acomodarse á las reglas de una buena higiene' en cuanto al régimen y el vestido, con lo cual se disiparán los dolores, y entrarán las articulacio­nes en su flexibilidad y juego primitivo.

A pesar de los elogios que da este práctico al vuio y al extracto de cólchico solos ó combinados con otros purgantes drásticos, parece que no se pueden emplear estas sustancias indistintamente contra la gota en todos los paises, y en telas las estaciones: asi pues, el médico que quiera seguir el método del profesor ingles deberá indagar por

35 a todos ló« medio» conocidos de exploración el estan­do del abdomen, y variar las formas y las dosis de este medicamento activo, en proporción de las •circunstancias del enfermo. El doctor Halford TQ-•fiomienda como específico de la gota el cólchico; pero esta suposición es muy arbitrarla, y no está conforme coa la experiencia de otros médicos, que han ensayado esta sustancia, y no ha correspon­dido siempre á sus esperanzas. Esto no obsta para que se sigan haciendo tentativas, hasta ver á lo menos si se alivia este mal ( i ) .

Del sulfato de cobre contra la disenteria crór nica. Un hombre contrajo en los paises cálidos una disenteria crónica; y tenia cursos frecuentes y sanguinolentos como el agua de lavar la carne, y un dolor trasversal en toda la región del intes­tino colon, ¿n términos que se habla puesto muy flaco, y solía tener calentura por las noches. Con­sultó al doctor Elliotson, de Londres, el cual le mandó aplicarse algunas sanguijuelas antes de echar mano de una medicación astringente; y cuando vio que se hablan calmado los accidentes inflamatorios., le dio tres veces al dia, una pildo­ra compuesta de medio grano de sulfato de cobre, y medio grano de opio, aumentando sucesivamen­te Ja dosis hasta dos granos, con lo cual se mejoró la salud de este enfermo con mucha rapidez.

Hay autores que sostienen que hay ulceracio­nes intestinales en la disenteria y en la diarrea crónicas. El doctor Elliotson niega esta aserción, y dice que aunque fueran numerosas no serian cau-. sa cierta de muerte, porque se encuentran á me­nudo en los intestinos muchas cicatrices, como lo prueban las observaciones de Zatham y ffowship, en Inglaterra, y las de Cruveilhier y Andral, en Francia. Hay enfermos que han vivido muchos

( I ) The Londoa medical aud physical Journal I83a. •

353 meses con ulceraciones intestinales muy grandes, al paso que no se han encontrado en otros que han muerto víctimas de superpurgaciones muy reiteradas. De todo esto se infiere, que cualquiera que sea el estado del enfermo y la naturaleza de Jas evacuaciones, todavía, se puede esperar que con una curación conveniente y sabiendo mane­jar con habilidad los diferentes medios del arte puede haber algunas probabilidades de curación; entonces se da el sulfato de cobre, solo ó combina­do con el opio, para agotar la exalacion en su orí-gen, sin temor de provocar una inflamación agu­da en la membrana mucosa gastro-intestinal, que ya se halla reblandecida en algunos puntos por la cronicidad de la flegmasía: de esta manera se apli­carán unas sustancias que induzcan en ella un mo­vimiento fibrilar, que apriete la trama de su teji­do y no deje salir el fluido seroso, cuya abundan­cia produce el marasmo ( i ) .

Del nitrato de peróxido de hierro contra la diarrea. En otro diario de medicina que se p u ­blica en Escocia, el doctor Kerr ha dado á cono­cer las propiedades astringentes y tónicas del ni­trato de peróxido de hierro, que emplea en do­sis de diez á veinte gotas dos veces al dia en me­dio vaso de agua tibia, ú ocho gotas en seis onzas de vehículo cuando se le quiera dar á un niño en lavativa. Este medicamento se hace del modo siguiente: alambre cortado á pedazos, dos onzas; ácido nítrico, tres onzas; agua común, veinte y siete onzas; ácido hldroclórlco, una dracma. Pr i ­mero se echa el ácido nítrico en el hierro, y des­pués de filtrado, se añade el ácido hidroclórico.

Esta disolución que es muy notable por su as­tringencia solo conviene en los flujos atónicos del intestino, ó en los que persisten á consecuencia

( I ) Th? Londou medical gaaette i83». TOMO m . 45

354 de algunas irricaciones crónicas. El doctor Kerr tiene mas confianza en este medicamento que en el opio, el cual es tan provechoso en semejantes casos, como todo el mundo sabe. La introducción de esta sustancia en la materia médica, puede con­siderarse como una riqueza adquirida, y seria de desear que los facultativos la empleasen ( i ) .

Sulfato de quinina en fricciones contra dife­rentes calenturas continuas. El doctor Simonía brasileño, ha publicado en el diarlo de medicina que se imprime por la sociedad médica de Rio-Janeiro varias observaciones sobre la eficacia del sulfato de quinina administrado según el método iatraléptico en diversos casos de afecciones i r r i -tativas con tipo continuo, producidas por infec­ciones pantanosas. Todo el mundo conoce el uso de las fricciones con esta sustancia hecha en toda la dirección de la columna vertebral, y en varias regiones del cuerpo por donde se puede absorver cuando se quieren curar las calenturas intermi­tentes. Pero este divino remedio no deja de pro­ducir los mismos felices resultados, aun cuando las enfermedades no sean de las del tipo periódico; pues según este autor, las que dependen de ema­naciones pantanosas , cualesquiera que sean su gravedad, sitio, y el aparato de los fenómenos que se manifiestan durante su desarrollo, el sulfa­to de quinina, aplicado por la via de la absorción cutánea, ha tenido muy á menudo unos efectos muy felices, aunque la fiebre no tuviese intermi­tencia,

El autor podria citar muchos casos de afeccio­nes de diversa naturaleza, con síntomas febriles de tipo continuo, en las cuales administró el sul­fato de quinina en fricciones, guiándose simple­mente por el carácter de la estación, el color de

( I ) Tke Edimb sned. and surgical journal i832.

35S loí enfermos, la calidad y el olor de su tra8f)ira-cion, y la confusión de los síntomas que presen­taban: pero por no abusar de la atención de mis lectores, voy á copiar solamente dos casos.

PRIMER CASO, Gastro^entero-hepal itis con ictericia.

Un marinero ingles, de edad de treinta años, entró en el hospital de Rio-Janeiro, presen­tando tos »íntoínás siguientes: color exterior paji­zo y decididamente ictérico; conjuntiva ocular pajiza, orina pajiza y cargada, que manchábala camisa.

Tenia el cuerpo enteramente frío menos el tronco, y la región de las costillas donde teuia un calor exceélvo • lo mismo que en el abdomen. Un sudor que apenas se percibía tenia humedecidos los brazos , y se extendía también á las extremidades inferiores; la piel del tronco estaba seca; y el pulso filiforme, y muy frecuente;, desapareciendo á la menor presión: tenia la respiración corta, singul-tosa, y un poco anhelosa \ se hallaba atormentado de una sed insaciable, y tenia la lengua roja y se­ca en toda su extensión , con una mucosidad ama­rillenta y muy adherente en su parte media; los labios, los dientes y las encías estaban secos y en­negrecidos, la cara abatida, los ojos hundidos y la nariz afilada con una postración extrema, sin que el enfermo pudiera echarse mas que boca ar­riba. La menor presión causaba dolores intensos en el epigastrio y en la región hepática: al prin­cipio tuvo vómitos» que luego se convirtieron en una diarrea biliosa. El enfermo decía que estaba malo ocho días había, y que le provenia el mal de haberse mojado, lo que le ocasionó calosfríos, calor y cefalalgia, vómitos y otros síntomas, y des­de entonces no tuvo remisión ni apirexia*

556 A este enfermo se le prescribió una tisana

emoliente, dieta severa, y fricciones en el espina-» zo con doce granos de sulfato de quinina de trea en tres horas. En la mañana siguiente se notó una mejoría sensible, que siguió de dia en dia, y al cabo de tres semanas, salió del hospi^l perfecta­mente curado, y habiendo conservado su color na­tural y sus fuerzas; advirtiendo que al fin de la cura se le dieron algunos ligeros laxantes.

SEGUNDO CASO .Gastritis adinámica.

Un joven de edad de diez y ocho años, y de un temperamento seco y nervioso, hacia cuatro años que había llegado de Portugal al Brasil cuan­do entró en el hospital en el estado eigiiiente: su­ma postración ide íoQrms, y dificultad de moverse; cara abatida y casi cadavérica, entorpecimiento é indiferencia, sed intensa, labios, boca y lengua secas, y de color rojo y reluciente; la lengua es­taba cóncava, con una costra en su medio y en su base de una saburra fuliginosa y amarillenta, muy adherente; su Superficie estaba hendida con rayas profundas , y al mismo tiempo estaba lisa en otros puntos; dientes fuliginosos; aliento fétido, voz temblorosa y casi apagada; respiración ansio­sa, piel un poco húmeda, calor mordaz y desi­gual, pulso frecuente, pequeño, blando, y con poca vibración; dolores epigástricos que aumen­taban con la presión, cámaras escasas y biliosas, y orinas en corta cantidad y poco alteradas. La últi­ma enfermedad era de ocho dias, y un mes antes tuvo otra igual que se la curaron con sangrías lo­cales- y remedios suaves. Eáta afección habia co­menzado con anorexia, vómitos, dolor obtuso en la cabeza, debilidad en ios miembros, y horripi­laciones muchas veces al dia.

Se le prescribió el mismo, método curativo

357 que al enfermo antecedente; al día siguiente tuvo una mejoría sensible, y al tercero desapareció la fiebre, con una mudanza muy considerable en el estado de la lengua y de los labios, que se pu ­sieron húmedos y de un color casi natural; la cara se puso también un poco animada, todos los demás síntomas de abatimiento disminuye­ron de dia en dia, y á los catorce se halló com­pletamente bueno ( i ) .

Observación de una enfermedad grave del pí" loro, curada solamente con narcóticos. Un hom­bre de edad de cincuenta y siete años, constitu­ción fuerte, temperamento sanguíneo, activo, fla­co, velludo, y rubio, con loi ojos azules, era muy aficionado á las bebidas fuertes y á las mu-geres. Antes del año de i83o tuvo pesares domés­ticos, y el de haber perdido todos sus bienes de fortuna, quedando reducido á la miseria, y á u n género de vida muy penoso é irregular, que le obligaba á trabajar con el cuerpo casi perpetua­mente, en términos que resintió una opresión sor­da hacia el cardias, y luego un dolor punzante, que le duró muchas semanas, con especialidad por las mañanas después de tomar vino ó aguar­diente. Las digestiones se volvieron muy luego lentas y laboriosas; tenia eructos írecuentes» unas veces nauseabundos, y otras muy ácidos, y des­pués echaba mucha saliva agria que le incomoda­ba en los dientes. Este pobre enfermo enflaquecía considerablemente, debilitándose de dia en dia, porque las digestiones eran tan imperfectas, que algunas veces salían los alimentos lo núsmo que entraban; y tenia á menudo el vientre hinchado, duro y renitente, siendo las cámaras muy escasas, lo que indicaba un estreñimiento tenaz.

En Marzo de i831 el enfermo estaba muy fla-

(i j Semanario de Saudepublica,Bio-do-Janeiro, i83 l .

. 3 5 6 co, presentaba la imagen de la ansiedad, y se ha­llaba atormentado con presentimientos siniestros^ pero las noches eran principalmente un suplicio para este desgraciado, porque, no concluidas las disgestiones, y estando acostado, provocaban eructos ruidosos, y muchas veces volvian la masa alimenticia con náuseas y bocanadas acidas, con hipos fétidos, y una agitación inexplicable. Efecti­vamente, el enfermo tenia que levantarse de la eama casi todas las noches, interrumpiendo el sueño, y agravando por consecuencia su enfer­medad.

Los alimentos que parecían mas ligeros n a eran los mas digestibles; las legumbres, y parti­cularmente los harinosos le causaban muchas fla-tuosidades; y aunque había consultado muchos médicos este Infeliz, todo fue infructuoso, ora porque el enfermo no podía seguir un régimen mas saludable por falta de medios, ni proporcio­narse los alimentos mas convenientes, ora porque no habían examinado bien su enfermeda 1; el re­sultado fue que aun no había empezado ninguna curación metódica.

Asi estuvo bastantes meses tomando unas ve­ces los medicamentos tónicos y estomacales, y otras los drásticos como aloes, para excitar la ener­gía del estómago, según le decían, lo que no hizo mas que agravar su mal; y otros le aconsejaron.' que se pusiese muchas sanguijuelas en el epigas­trio para detener la irritación gástrica, llenándo­lo después de bebidas gomosas, que solo servían para cargarle el estómago, sin poderlas digerir si­no á fuerza de muchas fatigas, y sin sacar el me­nor provecho de todos estos ensayos momentáneos. Ya había perdido las fuerzas, el sueño, y la gor­dura; veíase amenazado de una afección terrible, porque no digería ningún alimento, y en su mi­serable demacración, empezaba á sentir dolotes

359 punzantes, cuando se le apretaba en el cartílago sifoide, los cuales denotan ó presagian el estado escirroso y los pródromos de un cáncer bácia el orificio del piloro.

Las causas morales vinieron también á com­plicar esta dolencia agravando la posición del en­fermo, especialmente en el invierno, porque al pa­recer el frió aumentaba estos dolores epigástricos y el estreñimiento, y en tal estado fue á consultar el doctor Virey, el cual confiesa al referir este ca­so que tuvo pocas esperanzas de salvarlo de una muerte casi inevitable; pero que emprendió su cura porque creyó que no debia abandonarlo sin darle los socorros del arte.

Hízole tomar un baño para ablandarle un poco la piel que estaba árida y como arrugada con el frió habitual; y le mandó darse friegas con una bayeta en todos los miembros y en el espinazo, obligándole á que llevase todo el cuerpo cubierto con franela.

Trató luego de estudiar en los alimentos del enfermo, los que él podría digerir; y le prohibió todos los tónicos, como vino, café, licores, y so­bre todo, los medicamentos irritantes; le sujetó á la dieta láctea, al arroz con azúcar y sin aromas ni especias, á las carnes blancas y gelatinosas, y al pescado ligero. Mandóle que se abstuviera de le­gumbres y harinosos, haciéndole comer poco y á menudo, siempre por la mañana, á fin de que no comiendo nada por la tarde, no se hallase el estó­mago cargado al tiempo de acostarse. Con este ré­gimen logró que disminuyeran los accidentes, y que el estómago se aliviase; pero el mal no cedía y era preciso ante todas cosas destruir esta escitabi-lidad excesiva que renacía, por decirlo asi, á cada instante por el menor motivo fislco ó moral, y des­truía en un instante todo el bien que se habla alr canzado en muchos días observando esta dieta severa..

36o En Abril de i83 i nada llegó á calmar mejor

esta irritabilidad que el uso de las preparaciones de opio, dando primeramente el jarabe en dosis de dos dracmas en un vaso de orchata, que toma­ba á cucharadas por las noches, y aumentándole después á media onza, y hasta una onza, con lo cual se consiguió calmar el estómago, impedir las náuseas, los eructos y aun los vómitos, concilián-do al enfermo un sueño tranquilo en vez de los tormentos y los cólicos que le hacían revolcarse en la cama con las mas crueles angustias.

Sucedió pues que al cabo de unas cuantas se­manas perdió su poder este remedio, como suele acaecer, por mas que se fue aumentando la dosis. No se desanimó por esto el doctor Firey, ni dejó este medio con que habia logrado tanta mejoría; y asi recurrió al opio en sustancia, dándolo en pil­doras en corta dosis, y aumentándola progresiva­mente. Mandóle también que se pusiera en el epi­gastrio un emplasto de pez blanca con opio en bruto, el cual le alivió el dolor que tenia en dicha región, en la que no podia soportar la ropa.

Ea los meses de Mayo y Junio tuvo un flujo por la cámara á beneficio de la dieta láctea, des­pués de haber estado extreñido mucho tiempo, que á pesar de serle provechoso, resolvió el mé­dico moderarlo con algunas cremas de arroz para que no le fatigase demasiado. Al cabo de nueve meses de constancia, ya siguiendo el régimen, y ya observando los efectos de este género de medi­cación , se llegó á domar esta grave enfermedad; el paciente volvió á tomar fuerzas, gordura, y su viveza; y las ideas se fueron calmando con el mis­mo remedio que embotaba la excitabilidad nervio­sa del tubo digestivo; y ya digería muy bien los alimentos sustanciosos, las carnes y jaleas sin aro­mas ni otros principios excitantes. Y al contrario, los debilitantes producían malísimos efectos.

36i En estos casos de irritación de las superficies

gástricas, á consecuencia del abuso de los licores y de otras causas que predisponen á las afecciones cancerosas del estómago, parece de absoluta nece­sidad el destruir primeramente esta excitabilidad por medio de los narcóticos, sin dejar de usar las sustancias alimenticias, pero que no tengan n in­gún principio estimulante. Este régimen combi­nado con estudio particular trae á la larga un éxito inesperado, si juzgamos por el ejemplo que acabamos de referir. No bay duda qué todos los que vieron antes el estado miserable de este en­fermo y le examinaron después, convinieron en que era difícil esperar un resultado tan feliz en las circunstancias graves en que se hallaba, ha­ciendo tan poca variedad en el género de cura; pero la perseverancia contribuyó mucho para es­forzar la naturaleza; y ademas el paciente siguió con toda puntualidad el régimen que le fue pres­crito ( I ) . •• Del subnitrato de bismuto en la curación de las diarreas. Hace como unos cincuenta años que entró esta sustancia en la terapéutica; y solo se han determinado con exactitud sus propiedades y virtudes de poco tiempo á esta parte. Entré los magisterios ó precipitados blancos de bismuto', el que se emplea con mas frecuencia es el subnitrato y del que vamos á tratar, porque tiene una acción cierta, y porque en manos de un buen práctico es un agente curativo, de una eficacia incontestable contra una multitud de enfermedades penosas y peligrosas, para lais cuales no se conocían antes sino remedios infructuosos.

El doctor Odier fue el primero que en 1786 empleó esta sustancia contra las nevrosis del estó­mago, especialmente las que dependen de una i r -

( i ) Revite medícale, tom. i . , pag. 308, afio de i83a. TOMO III. 4^

36a ritabllidad excesiva de sus fibr'as carnosas que lla­maba dispepsia por irritabilidad y calambre de estómago, dándolo igualmente con muy buea éxito en la histeria, las palpitaciones, la jaqueca, el cólico &c. Pero el doctor Lombarda de Ginebra, comprobó la acción sedativa y antiespasmódica de este medicamento, invitando á los prácticos á que siguiesen su ejemplo, en las gastralgias, gastrpdi-nias, vómitos espasmódicos y otras afecciones de la clase de los espasmos que suelen atacar al apa­rato digestivo. Últimamente, el doctor Leo de Var-Bovia le creyó un remedio heroico y aun específi­co en el cólera morbo indiano; mas desgi'aciada-mente no ha correspondido á sus filantrópicas in­tenciones, cuando le hemos empleado en la horro» rosa epidemia que ha llenado de luto la capital de la Francia.

El profesor Recamier y el doctor Frousseau han hecho varios ensayos en el hospital general de París, y como han logrado con este remedio unas curas muy acertadas, voy á exponer aquí su método.

Al decir que este remedio es eñcaz contra la diarrea, no nos desentendemos de que con esta palabra se expresa un síntoma de una enfermedad ó de muchas enfermedades, que pueden tenerle igualmente; pero como hay circunstancias en que atacando este síntoma con el subnitrato de bismu­to se ataca también la afección primordial, y otras en que siendo predominante conviene destruirlo, pasaremos á determinar estos casos con la posible prolijidad, sin abusar demasiado de la atención de de los lectores.

No hay nada mas vago que la expresión de fiuj'o con que se califican muchas enfermedades; y hablando de los flujos intestinales los hay de dife­rentes especies por la naturaleza de la materia de que se forman, por las causas que los producen.

363 por la diversidad de importancia que adquieren en el <;onjunto de los fenómenos patológicos; y asi las mas veces todos estos flujos son síntomas de una afección mas profunda, en la que debe fijar el médico su principal atención, porque puede tener naturalezas diferentes ó contrarias, sin que muden por eso los caracteres físicos de la diarrea; efectivamente, unas veces provienen estos flujos de una enteritis aguda ó crónica, de un depósito de saburra en las primeras vias, de un estado espas» módico ó de una lesión orgánica, como el in^r to de las glándulas mesentéricas, la tuberculización de estos ú otros órganos &c. Con arreglo á .estos principios será fácil conocer en qué casos puede ser útil el subnitrato de bismuto; pues hay diar­reas que dependen de la alteración de otros órga* nos, y no pueden ceder sino á la curación de es-» tos; y hay otras que se llaman colicuativas y que son el signo del fin funesto de los pacientes, en las cuales no es mas poderosa esta sustancia, que loa tónicos, el dlascordio y los opiáceos, los cuales en cualquiera dosis suelen aumentarla en vez de re­primirla, lo cual explica la relación íntima que hay entre los síntomas diarréicos y la lesión orgá­nica que los produce.

Cuando la diarrea proviene de una flegmasía intestinal, ó de una ocujMcion saburral en las pr i ­meras ó segundas vias, ó cuando es simpática de otra afección que no esté en el mismo canal diges­t ivo, como en las peritonitis y metroperitonitis, entonces se debe abandonar el síntoma y acudir á la enfermedad principal ya con los antiflogísticos, y ya con los evacuantes, como eméticos, catárti­cos 8cc. Pero si la diarrea fuere nerviosa, lo cual ge conoce en que faltan los signos de las afeccio­nes que hemos enumerado, y en los mismos ca­racteres que acompañan el estado de espasmo, en­tonces es muy favorable el uso del subnitrato de

364 bkm'nto, porque'triunfa con «ü Vittud antiespas-módica atacando la causa que suscita el flujo.

Las aplicaciones de este medicamento se debe­rán hacer en el orden siguiente:

Diarrea aguda. Esta afección consiste en su forma mas simple en que el enfermo tenga un nú­mero mayor ó menor de evacuaciones de vientre, acompañadas de anorexia, malestar, y una sensa­ción de debilidad con resfriamiento notable. Esta enfermedad es muy común en los niños en la épo­ca de la dentición, y en los que no se han criado al pecho; siendo muy frecuente en los que se des­tetan repentinamente, se alimentan mal, ó ma­man muy poco. En todos estos casos es muy útil la sustancia de que hablamos, preparándola en muchos papelillos que cada uno tenga tres granos de subnitrato de bismuto mezclados con dos ó tres tantos de azúcar bien molida, y se le pone en la lengua un papelito de estos dos ó tres veces al dia, resultando de esta manera que lo traguen los ni­ños con gusto, porque como el bismuto es in-soluble no tiene sabor ninguno: todavía es mas simple mezclarlo en un jarabe, ó echarlo en almí­bar ó en la papilla. Los niños de uno á seis meses necesitan seis granos al dia, en dos ó tres veces; de seis meses á un año se les puede dar ocho gra­nos en las veinte y cuatro horas; y de uno á tres años se puede dar hasta medio escrúpulo, siendo raro que se tenga precisión de dar mas de diez y ocho granos hasta la edad de la pubertad.

Hay una especie de diarrea que se conoce vul­garmente con el nombre de descomposición de vientre, y proviene las mas veces de la impresión del frió, de velar mucho, y del abuso en los pla­ceres del amor ó de la mesa. Esta variedad se aco­moda perfectamente á la medicación que indica­mos, por ser la mas fácil y sencilla, y la que pre­senta menos reparos: efectivamente, no hay mas

36S que toioar, en c^da oomid^ dos pildoras de e8t^ sal que tengan seis grapos; y si la.persona,pacien­te tuviese reipugnancia; á las pildoras, podrá to-raar el remedio en una cucharada de sopa ó de almíbar. Oifdipariamente se suspende esta diarrea del segundo al cuarto dia, .sin observar una dieta rigorosa, y en menos tiempo si el enfermo, sp con­forma con tomar tres tazas de sopa al did, pri­vándose de.otros alimentos sólidos. Téngase pre­sente que conviene no suspender de pronto el uso del medicamento después que haya cesado el flujo intestinal, y que se debe seguir adminÍ8,tíando en lá misma dosis por espacio de tres ó cuatro dias, dis­minuyéndola después por grados, á proporcioia que el enfermo vuelva á entrar en sus hábitos or­dinarios. . .

En la enteritis difusa, después de haber cal­mado los accidentes principales, y de haber disi­pado la fiebre, si persistiese la diarrea, conviene combatirla con el bismuto, administrándole según el método que hemos indicado; y lo inlsnio se en­tiende de la disenteria esporádica y de la epidé­mica. Mas si estas afecciones se hallasen en su principio ó invasión , será menester abstenerse de esta sustancia, aunque, según dice Trouseau, se presentaron dos mugeres jóvenes con diarrea yguda y febril, sintooaática de una gastro-enteritis difu­sa, y en dos dias se les disipó la calentura y la diarrea con un escrúpulo de subuitrato de bis­muto.

Diarrea crónica. En esta variedad de la diar­rea se consiguen inmensos beneficios con el uso de este medicamento. Había una Señora de edad de veinte y tres años, y de un temperamento ner­vioso é irascible, bien menstruada habitualmente, que sufrió golpes inesperados en su fortuna hasta el punto de hacerla caer de una posición brillante á un estado muy cercano de la miseria. Semejante

366 catástrofe abatió su valor, y se entregó á la máá violenta pesadumbre, penJiendo muy pronto el apetito, y manifestándose una diarrea, con dismi­nución del flujo periódico. La decadencia de su fortuna pudo repararse un poco, y aunque esto reanimó su moral» no se restablecian las funcio^' nes digestivas, y duraba la diarrea con suma te­nacidad : dos años y medio estuvo la enferma su­jeta á la dieta láctea, y á un régimen debilitante, sin que pudiera sacar ningún fruto de las sangrías generales y locales, las lavativas emolientes y ano­dinas, las cataplasmas en el vientre, el reposo ab­soluto por muchos meses, y en una palabra, to­dos los medios antiflogísticos empleados con per­severancia. Al cabo de este tiempo ya digería bien su estómago, pero hacia de tres á diez deposicio-' nes de vientre diarias; y los cursos eran serosos y con flemas, acompañados siempre de cólicos, que algunas veces fueron muy violentos; la menstrua* cien era regular, poco abundante y descolorida; tenia leucorrea, y no podia dar un paso sin tener palpitaciones y falta de respiración; finalmente, las piernas se le infiltraban un poco por las no­ches; su rostro estaba pálido, y los párpados lí­vidos y abotagados.

En semejante coyuntura se la propinó el sub-nitrato de bismuto en dosis de diez y ocho gra* nos en veinte y cuatro horas, elevándola al ter­cer día, á un escrúpulo, y poco después á treinta V seis granos diarios. Su régimen consistía en dos sopas de poca sustancia, y la tisana de cebada con leche. A los dos dias de haber empezado este mé­todo, solo tuvo tres cursos, y del quinto al sexto dia se le cortó la diarrea, manifestándose al dia siguiente, y suspendiéndose después por espacio de dos semanas, en las cuales satisfacia sus nece­sidades como en tiempos de su buena salud. Los cólicos no disminuyeron en la primera semana [ m

367 la segunda ya no eran tan vivof, y en el cnrso de la tercera desaparecieron completamente; siendo digno de notarse que antes de los quince dias co> mia la enferma de toda clase de alimentos, sin que le causasen la menor incomodidad.

La consecuencia de esta grave enfermedad de los órganos digestivos fue la clorosis, que se ne> cesitó combatir con las limaduras de hierro mez­cladas con el bismuto en la proporción de un dé> cimo; en la semana siguiente entraba este metal por cuartas partes en las pildoras, en la otra por mitad, y finalmente, al cabo de mes y medio no tomaba la enferma mas que el subcarbonato de hierro en dosis de una dracma diaria. Tres me­ses siguió la cura, á pesar de que á las seis sema­nas habian ya desaparecido todos los sitomas.

Otra muger,. de edad de cuarenta y tres años, entró en el hospital general de Paris, casi con las mismas condiciones morbosas que la enferma de la observancion antecedente. Tenia una diarrea que ya le duraba tres años, y cada dia hacia de tres á cinco deposiciones de vientre biliosas y serosas; el apetito se conservaba bien; el pulso era frecuen­te , y tenia palpitaciones de corazón al andar; su lengua era natural, y el epigastrio estaba indolen» te ,con flexibilidad en todo el vientre; pero -tenia elfrostro descarnado, y un color amarillo de paja en todo el cuerpo, que presagiaba un tumor can­ceroso si no se hubiere desengañado el facultati­vo de que no existia semejante alteración, des­pués, de haber explorado la enferma con el mas minucioso cuidado; lo cual le indujo á creer que el color subictérico de la piel era una consecuen­cia de la cacoquimia que habia producido la in­flamación crónica del intestino, cuyo estado era muy análogo al de las clorólicas, ó de los enfer­mos que han tenido mucho tiempo calenturas in­termitentes.

368 "Sé íé '^Inscribieron á eííta «tofénsaedad diez y

ocho granos dé sabnítrato de bismuto al dia. Una azumbre de leche por alimento, y d cocimiéi^^o de^rroz por tisana. Al cabo de una semana de es­te método cesó totalmente la diarrea, y la pacien­te córaia muchas tazas de sopa, siguiendo siempre con Já leche; á poco tiempo se le 'dio la cuarta parte de la ración, y á las cinco semanas la comía entera: mas como no se le mejoraba sensiblemen­te el cóloí", á pesar de que se habia curado de la enfermedad del canal intestinal," se le empezó á dar el sutcarbonato deshierro mezclado con el bismuto, el cual provocó al principio la diarrea, aunque solo entraba en cantidad de tres granos por mañana y tarde; pero el médico no se arre­dró , y muy luego piído suspender él uso de la sal de bi^mutií, contentándose con dar á la enfer­ma dos escrúpulos de subcarbonato de hierro al dia, con lo cual se reanimó el color, y salió del hospital en un estado de salud muy satisfactorio.

Estas dos obs.^rvacione8 son muy interesantes, porque se refieren á una enfermedad grave que se socorrió' con otros medios sin él menor suceso, y se curó con una rapidez verdaderamente extraor­dinaria. Otros muchos enfermos que tenian la diar­rea desde un año, y de dos y tres meses, se cura­ron igualmente con la misma facilidad: solo faltó el remedio fen, una rúuger donvajeciente del có­lera-morbo epidémico, y en otra que tenia un anasarca considerable, á consecuencia de un pre­ñado laborioso, en la cual no se juzgó oportuno suprimir la exhalación intestinal con demasiada rapidez; asi que. se le dieron cortas cantidades dé bismuto para moderar el flujo sin tratar dé cor­tarlo. Con éste motivo hace el doctor Trousseau una observación práctica, en la que han insistido muy pocos médicos clínicos*, y es q u e , cuando la diarrea ha durado mucho tiempo, y ha resultado

369 de ella una alteración profunda en el color del enfermo y en la parte crasa de la sangre, no se puede cortar de repente el flujo intestinal sin al­gún inconveniente, porque «i los tegumentos ó los ríñones no suplen con una nueva secreción la de la membrana mucosa del canal intestinal, se originan rápidamente derrames serosos en el teji­do celular y en las grandes cavidades, los cuales pueden llegar á ser tan graves que causen la muer­te ; de manera que después de haber curado una enteritis que podia ser mortal, hay que combatir á menudo una hidropesía general que suele ser á veces tan peligrosa. En este caso es cuando se ne­cesita curar con lentitud, y templar poco á poco la diarrea con cortas dosis del subnitrato de bis­muto , al paso que se deben dar á la piel las fun­ciones que haya perdido administrando unos ba­ños que tengan una disolución de media onza ó XI na de potasa ó de sosa. En estos casos se debe provocar también la diuresis; pero CODÍO no todos los medicamentos que se llaman diuréticos ejer­cen un estímulo uniforme en el canal intestinal, se pondrán en el vientre paños empapados en tin­tura de escila, ó en la tintura etérea de digital, siendo la dosis de estas tinturas de cuatro dracma» á una onza en el espacio de veinte y cuatro horas. Esta medicación es mas poderosa de lo que podria creerse á primera vista, y se han visto enfernios que han orinado abundantemente á beneficio de este medio terapéutico; sin que haya temor de ofender de esta manera el estómago ni los intesti­nos , lo cual es de suma importancia en el punto que tratamos.

En los casos de tisis pulmonar en el tercer pe­ríodo, cuando viene á complicar la marcha de los tubérculos la diarrea colicuativa, y de consiguien­te á abreviar los dias del enfermo, es inútil em­plear- el subnitrato de bismut«£> v pues aunque no

TOMO III. 47

3jó hdya producido ntinca accidentes, le sucede como á los demás medicamentos, que no tienen acción ninguna para^atajar la espantosa rapidez con que se acrecientan las ulceraciones que se bailan en los intestinos de los tísicos. Pero no es lo mismo en esta clase de diarreas, independiente de la com­plicación tuberculosa, y en apoyo de esta verdad cita el doctor Trousseau el caso de un niño de seis años que tuvo vina escarlatina muy grave, y á los ocho dias de enfermedad se le declararon dos fle­mones gangrenosos muy grandes, uno en el cue­llo y otro en la pierna derecha: se le mortificó una parte de la piel, y salió tanta materia como puede éaber en el hueco de ambas manos, que­dando descubiertos los músculos, los tendones y los nervios, como si los hubiese disecado un dies­tro anatómico, con Una extensión y una profun­didad extraordinaria. Cinco médicos mas vieron al enfermo, y no creyeron que podría curarse, sino que al contrario, juzgaron que morlria por la reabsorción del pus , aun en el caso en que no quedasen extenuadas sus fuerzas por la abundan­cia dé la supuración. Con efecto, I9 calentura se avivó, el niño perdió el apetito, y muy luego le sobrevino una diarrea continua y dolorosa; esta­ba sumamente flaco, y se le iban formando abce-sos subcutáneos en la región del sacro y en las nalgas. Ensayáronse inútilmente los emolientes, lo<» narcóticos y los astringentes bajo muchas formas, hasta que por último se echó mano del bismuto en dosis de doce granos diarios^ se continuó la le­che, como único alimento y bebida, y se curaron las llagas con el agua clorurada: al cabo de dos dias ya no'era tan frecuente la diarrea ; el enfer­mo tomaba cuatro libras de leche en vez de dos^ y á los ocho dias solo le quedaron cólicos y te­nesmo habiendo cesado la diarrea; no estaba tan flaco, y empezaba á tomar algunas sopas. Para

37* abreviar diremos, que las llagas se cicatrizaron, lentamente ; la calentura cedió en menos de. quince dias, la diarrea no volvió á manifestar­se, el niño quedó completamente bueno, y c-on-tinuó tomando el bismuto por espacio de tres se­manas. ' .

Cuando la diarrea colicuativa proviene de una reabsorción purulenta en la superficie de una lla­ga muy grande ó en la profundidad de un abceso, se podrá contener fácilmente usando del bismuto, modificando al mismo tiempo la secreción del pus con una curación local; pero cuando la supura­ción se halla en la superficie de una úlcera cance­rosa» cuya base no pueda cortarse,; se podrá mo­derar por algún tiempo la diarrea colicuativa coa: el bismuto, pero muy luego queda impotente lo mismo que los dema».remedios.

Sucede muchas veces que á consecuencia de afecciones nerviosas, de inflamaciones gastro-ia?^, festínales, ó de otras enfermedades acompañadas de diarrea, se prolonga esta mucho tiempo dtes-1 pues de curadas las afecciones principales: este fe­nómeno se observa principalmente cuando se em­plea sin medida el mqtedo antiflogístico aun en; las afecciones que le exigen, pero con particula­ridad cuando se abusa de las emisiones sanguíneas en las afecciones biliosas ó mucosas, ó cuando no se emplean con energía los evacuantes; pues en­tonces la diarrea subsiste, va minando lentamente las fuerzas de los enfermos, y propende á quedar habituahnente. En este caso está muy bien indica­do el subnitrato de bismuto, porque ataja el cur­so de Jas materias fecales, aprieta las aberturas re­lajadas de los folículos mucosos, comunicando á la membrana mucosa un estimulo que da tono á toda la economía. El opio, que se empleaba en las mismas circunstancias antes de conocer el uso del bismuto, contenia, á IÍL verdad, este flujo eró-

37a nlco; pero tenia el inconveniente de mantener pe­rezosos los órganos digestivos, y de imprimir al sistema nervioso una modificación, que encadena­ba el ejercicio de las fuerzas en vez de ayudarlas. El subnitrato de bismuto tiene todas las ventajas del opio, y no ofrece absolutamente ninguno de sus malos efectos; y por las mismas consideracio­nes se recomienda con preferencia este remedio, siempre que hay un flujo crónico rebelde que no depende enteramente de una alteración de la sus­tancia intestinal, sino que proviene en general de una lesión orgánica.

El subnitrato de bismuto, que algunos han llamado impropiamente óxido blanco de bismuto, tiene la forma de polvos de un blanco hermoso, y ée halla compuesto de pajito» anacaradas; se ob­tiene ordinariamente dejando caer en una gran cantidad de agua una disolución de nitrato de bis­muto gota á gota, y lavando con mucho esmero el precipitado; se emplea en las dosis que hemos indicado. El profesor Orfila dice, que obra como «n veneno irritante en el sitio donde se aplica; pero otros creen que solo es venenoso en los ex­perimentos hechos con los perros, ó cuando se da á los racionales en gran cantidad. Wenat le em­pleaba contra los vómitos crónicos y aun agudos; pero según Schmidtmann no hace mas que cal­mar el dolor sin remediar la enfermedad princi­pal ; como se puede conocer cuando se trate de? una lesión orgánica. Ca%(üs refiere el caso de un tétano general, en que le dio con muy buen éxi­to, unido á la magnesia, en dosis de treinta gra­nos en veinte y cuatro horas. Henkes cree que este medicamento es febrífugo; y Kerksig dice, que loi ha usado interiormente contra las enfermedades verminosas, y exteriormente contra la sarna; por liltimo, Hahnemann afirma, que teniéndolo en la boca calma los dolores de muelas.

373 Todo parece que prueba la acción directa de

esta sal, y que obra como sedativa cuando se apli­ca en las partes dolientes, y no como los opia­dos ( i ) .

Afecciones clorcaícas. El doctor JBlaud, mé­dico mayor del hospital de Beaucaire, presentó en el año de i 83 l una Memoria sobre estas en­fermedades, á la que acompañó treinta obser­vaciones particulares para poder confirmar su doc­trina.

Las enfermedades cloróticas, dice este autor, no han fijado todavía la atención de los prácticos, los cuales las refieren unas veces á las lesiones or­gánicas internas, ó á los infartos de las visceras, y otras á irritaclo^nes crónicas como síntomas ó sim­ples efectos sin importancia; pero no se han estu­diado en 8tt naturaleza íntima y sus fenómenos morbosos, qvie son muy activos. Solo la clorosis se ha libertado de la confusión general en que han caido las variedades de esta misma especie, y no siendo otra cosa que una forma particular de ellas, se ha tenido generalmente como un sínto­ma ó como el efecto de la amenorrea, sin atender á que en muchas ocasiones, la clorosis es la catlsa de esta, y que en otras, solo tiene connivencias indirectas con ella; y efectivamente se ve que ata­ca sin distinción todas las edades, y ambos sexos; y que se manifiesta aunque exista el flujo mens­truo, y se disipa aunque la menstruación se que­de suspendida.

Las afecciones cloróticas dependen de una sanguificacion viciosa, cuyo resultado es iin fluido imperfecto, en- que predomina la serosidad y fal­ta el principia colorante, por lo cual no puede excitar de un modo conveniente el organismo, ni

( I ) Dlctbnnaire de Matí^re mádícala , tom. T , p. 604. Bulletin general de Thérapeutique , et Gazette medícale <Scc.

374 ayudarle á mantener el ejercicio regular de sus funciones.

Todo demuestra la verdad de este aserto: i,° las causas que producen estas enfermedades, ya indirectamente dando á la hematosis materiales vi­ciados, como alimentos de mala calidad, aire in­salubre &c.; y ya directamente, alterando los ór­ganos de la sanguificacion en los centros nervio­sos que los animan, como todas las causas que de­bilitan ó pervierten las funciones del sistema ner­vioso ganglionario, y entre ellas i las afecciones mo­rales profundas, la masturbación, el abuso de la ve­nus , la vida sedentaria, y una lesión primitiva ó concomitan te, que su raerge el organismo en una pro-fu nda adinamia: 2.° los síntomas ^ siendo predomi­nantes y patognomónicos la decoloración del sistema cutáneo, la fluidez y palidez de la sangre que exha­lan las membranas mucosas en las hemorragias nasa­les ó el flujo menstruo, ó de la que sale por las venas en la flebotomia: 3." la marcha de estas enfermeda­des, en las cuales todo anuncia los progresos de la adinamia de las funciones orgánicas, bajo el in­flujo de un fluido sanguíneo degenerado; y 4.° en fin, su método curativo, en el cual tienen la ma­yor eficacia las preparaciones ferruginosas, que modifican el organismo, dando á la sangre eí principio excitador que habia perdido, esto es, su sustancia colorante. Cuando se conoce la im­portancia de la eaagre, y el papel que hace en la escena orgánica de la vida, no podemos admirar­nos del trastorno que se manifiesta en todas las funciones, en el caso en que le faltan á este liqui­do las condiciones que necesita para su influjo, ó si le falta alguno de sus principales elementos. En la enfermedad de que hablamos, se echa de menos el principio colorante, siendo este un hecho clínico que no puede ponerse en duda, y del cual nacen los desórdenes que vamos á enumerar rápidamente.

Luego qne se altera la sangré, que disminuye su color, y se debilita su propiedad excitante por cualquiera causa que sea, el sistema cutáneo pier­de su color, notándose especialmente en la cara^ y ai mismo tiempo se debilitan las funciones or­gánicas, las fuerzas musculares disminuyen, se siente un malestar general, la digestión se dete­riora y se pervierte, y la quilificacion sigue los mismos pasos, y no da á la sangre, ya alterad sino elementos que hacen mas intensa todavía esta alteración. Las secreciones se resienten de la in ­fluencia debilitante de la enfermedad, la orina pier­de su color, predominando en ella el principio acuoso; la respiración se vuelve penosa y acelera­da , ya por la estancación de la sangre en los capi­lares del pulmón, que este fluido alterado excita con flojedad, y ya por el estado de adinamia en que se encuentra el sistema muscular de la respi­ración como todos los demás aparatos. Finalmen­te, el pulso toma mas frecuencia por esta misma estancación de la sangre que origina su -acumula­ción en las cavidades derechas del corazón, cuyas contracciones son entonces mas precipitadas para equilibrarla (como se les conoce á los enfermos al subir una cuesta); y tal vez por la sobreexcita­ción del influjo nervioso que se nota siempre en las adinamias profundas; y al mismo tiempo ofrece una endeblez mas ó menos manifiesta, efec­to inevitable del debilitamiento general del orga­nismo.

Júntanse luego con estos desórdenes orgáni­cos unos fenómenos morales muy notables, como la tendencia á la inacción, dependiente de una de­bilidad muscular, y una tristeza profunda con una especie ele morosidad que resulta del senti­miento interior qne ocasiona el trastorno de todas las funciones. Sin embargo, el mal va haciendo progresos masó menos rápidos; y la alteración de

376 la sangre, que al principio era efecto, se convier­te á su vez en causa de mil desórdenes: la palidez de la piel aumenta, los párpados se ponen lívidos, la adinamia muscular se manifiesta mas, el apeti­to se pierde, la indolencia y la morosidad se agra­van 5 el flujo menstruo se suprime ó se reduce á una exhalación sero-sanguinolenta, notable por su flui­dez y por su color rojo-pálido; también se separa al caer en la camisa, en dos partes distintas, la serosidad pura, que se extiende como agua, y un líquido de color bajo que se junta en el centro, en donde forma al secarse una mancha ó rayas de un color moreno sucio. Muy luego aparecen unos fenómenos que dependen de la reacción de los cen­tros nerviosos; en este estado de adinamia general en que se halla sumido todo el organismo, tales son: la reacción irregular morbosa, que todos los médicos conocen en las afecciones adinámicas pro­fundas, de donde nacen la gastralgia viva que atormenta á los enfermos, y estos accesos de opre­sión, acompañados de lipotimias, con estas palpi­taciones cardiacas y epigástricas que les ponen á pique de sofocarse, este dolor de cabeza que no se quita con nada, ni se alivia, los zumbidos de oídos tan continuos que los importunan, y el pervigi-lio cruel que no les deja olvidar por un instante los males que les aquejan.

Todos estos síntomas van creciendo á propor­ción que la enfermedad llega á su último período; la debilidad es excesiva, las extremidades inferio­res pierden el calor y se infiltran; y este estado de padecimientos se prolonga por algunos años, ó se termina en la muerte, si sobrevienen lesiones orgánicas graves. En cuanto á las alteraciones ca­davéricas, el autor dice que todos sus enfer­mos curaron, y que los que citan algunos auto­res antiguos , merecen poca confianza, porque como todos saben, se cultivaba muy poco en

^71 , ' aquellos tiempos la anatomía patológica ó mor­bosa.

Estos son los signos principales de las afeccio­nes cloróticas idiopáticas y consecutivas: hay otras que solo son sintomáticas de otra enfermedad pri­mitiva ó concomitante, y en estas suelen variar los síntomas según la lesión que los produce, mo­dificándolos de mil maneras, aunque el predomi­nante es siempre la palidez del rostro, lo que sir­ve mucho para ilustrar el diagnóstico. Pero no siempre forman grupos morbosos reunidos; las mas veces se encuentran aislados, y diferentes unos de otros en los diversos casos, presentando bajo este aspecto muchas variedades que dificul­tan á menudo el diagnóstico. Asi que , puede de­cirse con toda aseveración, que estas afecciones son verdaderos Proteos, que toman diversas for­mas según las diferentes personas. Efectivamente, unas veces solo se halla la falta de color en la piel , y sin contar la languidez general, todas las íuticiones orgánicas se ejecutan de un modo regu-larj otras veces se junta con esta palidez una ca­lentura lenta y como consuntiva, que podría ha­cer creer una lesión profunda en las visceras, ó superior á los recursos del arte; en otras circuns­tancias, toma la enfermedad todas las apariencias de una gastralgia contra la cual se frustran todas las sustancias opiáceas; hay ocasiones en que simu­la una afección asmática, contra la cual se em­plean inútilmente todos los antiespasmódlcos mas activos. No faltan casos de estos en que solo ve el médico todos los desórdenes de la amenorrea, ó engañado con la hinchazón del vientre y de las piernas, y una diarrea que va extenuando al en­fermo, le parece.que la enfermedad principal es una lesión profunda de las visceras abdominales; y no conoce su error hasta que nota cuan infruc-t^iosos son los emenagogos por una parte, y los

TOMO II I . . 48

378 mas poderosos aperitivos por otra. Si el perviglllo fuese continuo, los zumbidos de oídos tenaces, y la cefalalgia viva, entonces podría creerse una afección cerebral, hasta que las sangrías generales y locales, y los revulsivos exteriores demostrasen el error; y por último en ciertas ocasiones toman las afecciones cloróticas el aspecto de una lesión orgánica del corazón, por la opresión que deter­minan, y las palpitaciones que se observan; pero como estas afecciones no se curan ni se calman con las sangrías, ni con la digital, ni con ningu­no de los medios conocidos contra estas lesiones, es preciso acudir á la medicación específica de las afecciones cloróticas, que vamos á indicar muy pronto, y por la corta exposición de las diversas formas que toman estas dolencias «e podrán cono­cer cuantos «iesórclenes deben referirse á ellas, desórdenes que se han desconocido hasta ahora en su naturaleza íntima. Mas no se crea que estas afecciones atacan solo á las jóvenes que entran en la pubertad; pues como hemos dicho no perdo­nan la edad, ni aun el sexo. Los observadores que fijen su atención en este punto, verán en las clo-rosis»idiopáticas y en las consecutivas unas enfer­medades realmente esenciales, y productoras de todos los desórdenes que antes se miraban como causas de estas afecciones; verán que estas pertur­baciones no son la misma enfermedad, sino sus simples efectos; y que todos dependen de una san-guificacion viciosa, vicio singular de las funciones, que trastorna todo el organismo, y si el arte no viene al socorro del enfermo, queda condenado á arrastrar muchos años su existencia entre la lan­guidez y los padecimientos.

Pero si en esta coyuntura, dice el doctor Biaud, se decide el médico á emplear el método que propone este autor, y lo ofrece con toda con-fiaiiza,: quedará sorprendido el facultativo al ver

379 sus efectos que son casi maravillosos; y que los ha experimentado ya en su práctica el doctor De-lens ( I ) .

El hierro y sus preparaciones se han emplea­do en todos tiempos contra las afecciones cloróti-cas, porque se ha considerado como el remedio es­pecífico de estas dolencias; pero todos saben que á veces es incierto en sas efectos y que no las cu­ra , lo cual procede de la corta dosis en que se da comunmente, y sobre todo, de que no se introdu­ce en la organización, modificado de un modo conveniente. Efectivamente, cuando no llega á la sangre en bastante cantidad, no puede volver á d a r á este fluido el principio que ha perdido; y cuando no está modificado como conviene, las vías absorventes le rechazan, y sale fuera de la economía. Ejemplos hay de esto, en cloróticas que han tenido su enfermedad por tnnchos años, aun­que habían estado sujetas al influjo prolongado del agua de hierro ó del azafrán de Marte aperi­tivo: pero se necesita, por una parte, modificar el hierro de manera que diga relación con los ab­sorventes intestinales, y administrarlo, por otra, en dosis suficiente, para que tenga todas las con­diciones sobre el organismo, y no tarden en mani­festarse los efectos benéficos de este precioso metal.

La fórmula siguiente satisface todas estas in­dicaciones esenciales:

^ Sulfato de hierro, media onza. Subcarbonato de potasa, media onza.

Pulverícense muy bien y aparte estas dos sus­tancias, y mézclense luego poco á poco con mu­cha exactitud, añadiendo:

Mucílago de goma tragacanta, cantidad sufi-

( i ) Dictionair* de mati¿re medícale, tom. 3 , pag. z5 l .

38c cíente, para qué después de hecha la masa, se d i ­vida en, cuarenta y ocho bolos ó pildoras.

Tal vez dirán algunos que esta receta no es nueva, y que siempre se han empleado las prepa­raciones ferruginosas contra la clorosis: pero en el concepto del autor que estoy citando y del de otros que han empleado esta sustancia con igual buen éxito, parece que toda la eficacia consiste en una propiedad particular, por la mayor actividad que adquiere el hierro modificado de esta mane­r a , y en la dosis elevada á que lo administran. Con efecto, al mezclar estas sales, resulta una deS' composición recíproca de ambas; pues se forma carbonato de hierro que se halla en un estado de división extrema, y se puede absorver con mas fa-cilidadi al mismo tieaipo que adquiere por su; composición química mayor actividad, como; lo prueba la experiencia; y el sulfato de potasa que se le halla unido favorece doblemente su absor­ción, determinando que vaya por la mucosa del tubo digestivo con las contracciones que produce en dicho canal, y excitando los absorventes linfa-' ticos que se abocan al mismo. t

La cantidad de hierro que entra en el orga­nismo por este método es mucho mas considera­ble , que la que se introduce por los métodos o r ­dinarios; el autor indica las dosis de este remedio de la manera siguiente:

En el primero, segundó y tercer día, una pil­dora por la mañana en ayunas, y otra por la no­che al tiempo de acostarse;

En el cuarto, quinto y sexto dia, una píddo-ta por la mañana, otra al mediodia, y otra por 1» noche; , . ,

En los dias séptimo, octavo y noveno, dos pil­doras de una vez por la mañana, y otras dos por la.noche;

38i . En los días décimo, undécimo y duodécimo,

dos pildoras por la mañana, dos aímediodia, y dos por la noche;

En los dias décimo tercero, décimo cuarto y décimo quinto, tres pildoras en una dosis por la mañana, y otras tres por la noche;

En el día décimo sexto y siguientes, cuatro pildoras de una vez por la mañana, cuatro al me­diodía, y cuatro por la noche;

Apenas se ha introducido el medicamento en la economía, cualesquiera que sean la duración y la intensidad de la enfermedad, empieza á ma­nifestarse una mejoría sensible; esta suele cono­cerse al segundo día, y á veces al primero, des­pués de haber padecido tanto tiempo; siendo dig­no de notarse que no se emplea ningún otro re ­medio auxiliar, y lo mas que suele darse al en­fermo es una infusión de flores de manzanilla; y el alivio va siendo progresivo y rápido, sin que le detenga nada, aunque las personas tengan car­dialgía y diarrea, síntomas que al paracer debe­rían contraindicar cualquiera medicación tónica.

Nótase al principio, en todo el sistema cutá­neo un color sonrosado, principalmente en la ca­ra , y los ojos vuelven á tomar el brillo que ha­bían perdido; al mismo tiempo, ó poco después, disminuyen de un modo sensible ó no tardan en disiparse los síntomas de reacción nerviosa, como la gastralgia, el pervigilio y la cefalalgia que an­tes eran rebeldes. La respiración, el pulso, las fuerzas musculares, el apetito, y en una palabra todas las funciones vuelven á entrar como por en­canto en su estado natural. A pesar de todo esto, es menester no abandonar el remedio, jiara evitar las recaídas; y asi aconseja el autor que se siga dando por un tiempo igual al que se necesitó pa­ra disipar la enfermedad, volviendo después por grados á las dosis primitivas.

38a Después de haber expuesto el autor su doctri­

na , pasa á confirmarla con treinta observaciones muy. circunstanciadas, en que todos sus enfermos curaron del modo mas completo ( i ) .

( I ) Esta memoria se presentó y leyó en la Academia de medicina de París en i 8 3 i , y se insertó en la Rerue me­dícale, t. I , p, 337, año de i83a.

MEMORIA SOBRE EL MÉTODO REERlGEñANTE EXTERNO, Ó SEA DE LAS PROPIEDADES Y VIRTUDES DEL AGUA F R Í A , APLICADA EXTERIORMENTE PARA

CURAR VARIAS ENFERMEDADES.

t l a c e nías de treinta años que se están ocupando los médicos en determinar con toda exactitud las propiedades y virtudes del agua fria contra varias enfermedades. Pero desde que se publicaron los trabajos del doctor Currie sobre esta materia, se dedicaron muchos facultativos en Rusia, Alema­nia y Prusia á seguir estos ensayos, de manera que el doctor Sufeland, redactor de un periódi­co de medicina muy estimado, anunció que daria un premio de cincuenta ducados prusianos al autor de la mejor memoria sobre el aso del agua exte-riormente en las calenturas álgidas. Tres fueron los concurrentes: el doctor Froelich, presidente de la escuela de medicina de Viena, y los doctores Reuss y Peslchafr; el primero se llevó la palma^ y publicados los trabajos de estos sabios, obtuvie­ron todos sus merecidos elogios; los periódicos franceses se apresuraron á traducirlos, y desde es­ta época se ha ido generalizando este método en Francia, siendo el ilustre profesor JRecamier el primero que al)rió el camino á esta novedad, como se puede ver en la observación que con sus pro­pias reflexiones he citado en este mismo tomo. Posteriormente se han ido publicando casos suel­tos en varios periódicos de medicina, y a u n e n tratados generales. El doctor Simón, acaba de pu-

384 blicar en este ttiísmó año una meiiioria sobré éáte punto, que se ha insertado en la Revue medícale; y por último, 'el BuUetin de Thérapeutique ha dado á conocer algunos artículos generales sobre esta materia, que no dejan de tener interés. Para no cansar la atención de mis lectores, voy á rece-» pilar abreviadamente lo que se halla esparcido en muchas partes, y á presentar en un cuadro sucin­to los hechos principales, con sus correspondieij-tes deducciones.

Si hubiéramos de exponer aquí el origen y los progresos del método refrigerante, tendríamos que reproducir lo que es muy sabido de todo^, que Hipócrates prescribía el agua fría en las calentu­ras agudas; Werlhoff'y Sartholín, en las virue­las; Theden, en la rabia; Ce/50, en el flujo de vientre; ZHemerbroeck, Hoffmann, y Huxham, en la epilepsia; Schroeder, en las enfermedades bi­liosas; y Sydenham, contra el envenenamiento con el sublimado corrosivo. Pero no'se limitaron los antiguos al uso interno del agua; pues la bis- ' toria nos dice que Erasístrato la recomendaba en lociones frias contra las insolaciones; Celso y Celio Aureliano, contra las afecciones cerebrales, y Jre-teo, de Capadocia, contra los vahídos. Thucidides refiere que en tiempo de la guerra del Pelopone-so, se declaró una calentura pestilente, durante la cual escaparon de la muerte los enfermos que se bañaban en los pozos, y se lavaban con hielo. Otro ejemplo notable cuenta el barón Desgenetes en su historia médica del ejército de Oriente.

En la última mitad del siglo pasado Ciríllo y Sarcone emplearon el hielo y los baños frios en las calenturas malignas, y algunos años antes (en 1787) los doctores Gottfried y Sígesmund se valieron de los mismos medios contra las fie­bres petequiales. Un cirujano de Prusia, llamado Schumucker, siguió el ejemplo de estos médicos,

385 y llegó á generalizarlo tanto, que en todo aquel reino se denominó método de Schmucker. En el año de 1780 defendió en Goéttinga una tesis inaugu­ral el doctor Ernesto Dauther, titulada: de usa aquoe frígido externo tópico, en la cual no sola­mente celebra el uso del agua eíteriormente en las enfermedades crónicas de la cabeza, sino aun contra otras muchas afecciones agudas, y especial­mente contra la escarlatina y las fiebres álgidas. El doctor Wresfht empleado en el servicio de las tropas inglesas de la Jamaica tuvo ocasiones de usar con buen éxito el agua fria en diferentes enfermedades, y particularmente en las calenturas malignas, y cuando volvió á Liverpool en 1778 publicó sus observaciones, de manera que desde esta época empezó Carrie las indagaciones que di6 á la prensa después sobre este punto; y si bien no es el inventor de este método, tiene á lo menos el mérito de haber sido el primero que reunió los documentos mas importantes sobre la materia, y el de haber excitado la lentitud de los modernos, sobre este objeto de la terapéutica.

Digo lentitud, porque si no se han generali­zado mas estas ideas, y no se ha sacado de ellas el provechoso fruto que podria esperarse, culpa fue de casi todos los médicos que las adoptaron en un principio, y tuvieron callados sus buenos re­sultados. En prueba de esta verdad, refiere el doc­tor Froelich, que el médico Jlubertus, en Austria, curó en el año de 1804 por medio del agua fria exteriormente, calenturas agudas, viruelas y es­carlatinas ; el doctor Cari disipó también algunas escarlatinas y reumatismos; y otros muchos médi­cos de Viena curaron gran número de enfermos que tenian el tifo. Milius, médico mayor del hos­pital de San Petersburgo, asistió desde el i5 de Julio de 1813, hasta el i 5 de Abril de i 8 i 5 mas de cuatrocientos ochenta y cinco enfermos que te-

TOMO III. 49

386 rilan fiebres álgidas; y todos curaron menos trein­ta y ocho' que llegaron al hospital muy tarde, y casi sin esperanza de remedio. También notó este médico que el agua fria es mas eficaz en las calen­turas nerviosas, que el alcanfor, la serpentaria y el almizcle, y dice que obtuvo con ella unos efectos sorprendentes en eJ tifo acompañado de petequia y de otros síntomas alarmantes. Kolbany dice que curó sesenta enfermos de escarlatina con fomentos y lociones de agua fria. En la Bohemia y la Hun­gría emplean los médicos este método, pero no han publicado sus observaciones.

El agua se puede emplear como agente tera­péutico en toda la superficie del cuerpo ó en una región de ella; pero es preciso no imaginarse este líquido como el vehículo de sustancias medicina­les, para la inteligencia de lo que hemos de decir en este trabajo, sino como agua á cierta tempera­tura, y considerada en si misma. Por lo cual se­ria preciso estudiarla en los tres modos distintos de aplicación que se conocen con los nombres de baños, afusiones, y baños con afusiones. Aqui solo trataremos de los dos últimos, y siguiendo el método del doctor Simón presentaré algunas cues­tiones, para que en la resolución puedan aclarar­se algunos puntos de doctrina.

En el estado actual de nuestra experiencia, ¿cuáles son los casos morbosos que pueden modi­ficarse ventajosamente con el uso del agua en ba­ños y afusiones? Si respondiéramos que en todas las afecciones cerebrales es útil el baño con afusio­nes de agua fria, nos expondríamos á cometer un error muy grave en la práctica; pero hay algunas que pueden caracterizarse perfectamente, y que se vencen sin la menor dificultad con el medio de que hablamos: tal es: Cuando hay en el cerebro un malestar paramente nervioso, el cual se ha­lla todavía limitado d este órgano exactamente.

387 Cualquiera solución que se haya de dar sobre un punto de medicina clínica, no puede tener un apoyo mas sólido que los hechos bien observados; y por lo tanto voy á exponer con la mayor breve» dad algunos de ellos.

Un caballero, hombre dé talento, y natural­mente inclinado á la meditación, estuvo trabajan­do muchas horas en un asunto que le tuvo toda su atención absorta, y le ocasionó tal fatiga en el cerebro que no solamente no pudo trabajar;, sino que después de haber guardado reposo por algunos dias, no le fue permitido entregarse á la distrac­ción de una lectura agradable: llamó al profesor Recamier, el cual le aconsejó baños con afusiones á 25° de media hora cada uno. Tomó tres, á pesar deque al segundo se encontró libre de su, inco^ modidad y dispuesto para el trabajo.

Un magistrado, par de Francia, se halló im­posibilitado de poder seguir las discusiones de este parlamento en una época memorable, á causa de los dolores de cabeza que le, fatigaban, y que le provenian de la profunda y sostenida aplicación con que siguió los primeros. Recurrió á los ba­ños con afusiones en la cabeza, y quedó Ubre de su padecimiento cerebral, y en disposición de seguir los pormenores del proceso con entera l i­bertad de ánimo.

Otro caso análogo al anterior se presentó en la persona de un diputado de la Cámara, que lle­gó á ser nombrado ministro; y como padeciese an­tes cefalalgias y jaquecas terribles, las nuevas ocupaciones le aumentaron estos padecimientos: pero habiendo recurrido al mismo medio logró poder desempeñar sus funciones ministeriales por espacio de algunos años á pesar de todas sus indis­posiciones habituales.

La explicación de estos hechos es muy senci­lla en teniendo presente las numerosas diferencias

388 que distinguen los aparatos de la vida animal de los de la vida orgánica, y que tan claramente ex­plica Bichat; pero hay una entre ellos, que es muy digna de notarse, y es la fatiga que pueden tener los primeros después de una acción sostenida mu­cho tiempo, la cual no puede alcanzar á los se­gundos aunque se sujeten al influjo de la misma causa. Efectivamente, el ejercicio gimnástico in ­moderado causa e! aparato de la locomoción; cuan» do no se interrumpe el ejercicio de las funciones de los sentidos, se determina en los órganos de cada uno de ellos una fatiga que exige el reposo; y en fin, una grande intensidad de espíritu, una fuerte preocupación de la inteligencia, y las pa­siones violentas, inducen malestar y padecimien­tos en todo el sistema nervioso, y especialmente en el cerebro: al contrario, si se examinan las operaciones de la vida orgánica, se ve, que las secreciones, de cualquiera naturaleza que sean, las funciones circulatorias, y respiratorias &c., se ejecutan de an modo permanente y continuo, sin perjuicio de los órganos donde residen. Asi, pues, la intermitencia ó el reposo en nuestras funciones de la vida de relación es tan necesario, como se­ria perjudicial en las de la vida orgánica; y cuan-el encéfalo ha trabajado mucho, ó cuando ha he­cho un grande esfuerzo una de las facultades i n ­telectuales, fatigado este órgano con esta prolon­gación intempestiva de su accicm propia, padece­rá y sufrirá hasta que goce de reposo; y si bas­ta este en algunas ocasiones para hacerle recobrar su actitud primitiva, en otras llegará á ser impo­tente esta inacción, y será mas difícil hacerle des­cansar, si se mantiene imprudentemente la fatiga continuando en el trabajo. En todos estos casos de laxitudes del cerebro, procedentes del ejercicio exagerado de sus funciones, son muy convenien­tes las afusiones frias unidas con los baños tem-

389 pkdos; y los médicos que quieran emplearlas ha­llarán los mismos resultados que se han visto en los casos citados mas arriba, que son los mas sen­cillos, y mas exentos de complicación.

a.° Es útil este método refrigerante cuando son sobrado vivos los dolores cerebrales, .ó cuan­do han durado bastante tiempo para trastornar las funciones sensoriales y las funciones locomotrices, como lo prueban los siguientes ejemplos:

Una señora de edad de treinta años, y del co­mercio de isáda», tuvo algunos descalabros en su tráfico que la pusieron en «rucies alternativas de temores y de esperanzas, las cuales le ocasionaron un dolor de cabeza, po¿o intenso á la verdad, pe­ro que la incomodaba mucho por ser continuo: los ojos padecieron también de sus resultas, y lle­garon á no' ^poder sopórxar la luz sino con mucha dificultad.'Consultó va-rtos•médico8< que la aconse­jaron vejigatorios en la nucaÍ, y. cauterizaciones con la pomada de Goudret, que no la aliviaron nada; y apenas empezó el uso de los baños tem­plados con afusiones frescas, se fue mejorando de una manera sensible, y se restableció.

Otra señora, como de cincuenta años, que habia tenido una fortuna' independiente en otro tiempo, y.que la habia perdido en gran parte, tuvo que añadir á este disgusto pesadumbres don •méeticas, y el penoso cuidado de tener que criar una familia numerosa, con cuyos motivos se le declaró un gran dolor de cabeza, y al cabo de unos meses se le juntó un zumbido sumamente incómodo en ios oídos. Examináronse las circuns­tancias antecedentes, y el médico sospechó una correlación entre el estado del cerebro y el del oido; y en su consecuencia le mandó que tomase baños de media hora con afusiones de agua fresca, y en poco tiempo quedó curada.

A ua abate, de edad de sesenta v cinco años, le

390 quedó'un igrave dolor de cabeza desde que estaba en el seminario siendo joven, pero era vario, y á veces no solia incomodarle nad. . Cuarenta años le duraba esta cefalalgia, que se exasperaba con el estudio, y aun duraba en el sueño, con la sin­gularidad de que aun entonces tenia el enfermo la conciencia de ella. La vista y el oido se hicieron delicados hasta resentirse estos sentidos de la ac­ción de sus estímulos naturales; y hasta el tacto llegó á alterarse, notando un hormigueo incómo­do en las, Jalmas de las manos y enilas plantas de los pies. Se le ordenaron baños con afusiones á 25° de media hora, y á los quince ó veinte ya sintió un alivio notable, con el cual perseveró en los baños, y quedó completamente bueno.

El encéíalo es el centro del, slsteáia nervioso cerebro-espinal', y cQíno.íal extiende sus comuni­caciones á los demás órganos; y esta distribución anatómica del sistema nervioso de la vida de rela­ción puede considerarse en el punto central de donde nacen todos los nervios; en los órganos en donde se terminan, y en Jas ramificaciones que les sirven de intermediarios, derivándose de esta disposición física muchas consideraciones en fisio­logía , y en patología la explicación clara y fácil de muchos trastornos de las funciones. Asi, pues, los órganos que tengan mas inmediatas connexio-nes con el centro nervioso serán los primeros que se hallen comprometidos en las pertiubaciones de este, y de este modo se explican las alteraciones que hemos visto en los órganos de la vista, del oido y del tacto. Antes de pasar adelante será conve­niente observar, que asi como el cerebro puede fatigarse; asimismo pueden padecer la misma mo­dificación los cinco órganos de los sentidos, y los de la locomoción, y puede suceder también que si el cerebro influye en todos ellos, también pueden estos influir en el cerebro por su estado de excita-

391 . , . , cion, y obligarle á comunicar sus irradiaciones á otros órganos, que á su vez se hallarian pertur­bados ; pero todo esto no altera en nada la eficacia del método que proponemos, ya se halle el cere­bro estlsmiado idiopáticamente, y ya padezca en razón déalgunas conmociones simpácicas<j; , ;

3.° Podrá emplearse el método refrigerante con las afusiones, siempre que estos dolores cere­brales hayan adquirido bastante fuerza en el en­céfalo, para <jue entrando este órgano en estupor se suspendan á un mismo tiempo las funciones ce­rebrales, sensoriales, y locomotrices, de lo cual no faltan ejemplos:

Una señora de edad de treinta años tenia una diarrea biliosa muchos meses hacia, que Ja iba ex­tenuando; y el médico que llamaron la propinó treinta y seis granos de carbón porfirizado en tres dosis al dia, asociando cada una con dos dracmas de jarabe de adormideras blancas. Gorrjgióse en efecto el flujo de la cámara, pero la enferma en­tró en un estado de narcotismo que le duró trein­ta y seis horas, y salió de él á beneficio de unos baños de ocho minutos á 34°, y afusiones en la cabeza con agua á 19 y ao°. AI segundo baño vol­vió en sí, y al tercero estaba casi buena; pero de­be advertirse que se la dieron al mismo tiempo dos tomas de un cocimiento fuerte de café, y una vinagrada.

Otra señora valetudinaria y de cierta edad, to­maba diariamente calmantes opiáceos con motivo de sus padecimientos habituales; pero le sucedió que poco á poco fue perdiendo Ja memoria, se le fue debilitando el juicio con una disminución no­table de sus facultades intelectuales; en una pala-])ra se hallaba en un estado de narcotismo conti­nuado por el abuso que hizo del opio. El profesor Recamier conoció la imposibilidad de curarla de la enfermedad principal, y quiso á lo menos pro-

Sgo. pottáonarle algún'alivio relativamente á los acci­dentes accesorios que hemos dicho; y asi la man­dó tomar una serie de baños templados, y que se hiciera al mismo tiempo afusiones con agua fres­ca en la parte anterior de la cabeza; y á los pocos baños quedó convencido de que fueron suficientes para vigorizar su memoria, fortificar su juicio y dar á su entendimiento una parte de la aptitud que habia perdido.

En el mismo año de i8a8 entró en el hospital general de Paris un hombre de cuarenta años, con cabeza voluminosa, y que se ocupaba en divertir las gentes por las calles con juegos de manos. Este hombre era naturalmente muy sobrio, habia pa­sado la velada, como acostumbraba, al lado de su mu^er y de sus hijos; y sin embargo presentaba todos los síntomas de la «mbriaguez : i.^ falta de entendimiento y ensueños incoherentes: a.° inac­ción completa de todos los sentidos externos, y la pupila dilatada: 3." movimientos indecisos y reso­lución de los miembros; aunque sin perlesía: y 4.0 respiración irregular y pulso desenvuelto, pe­ro sin frecuencia. El profesor JRecamier, en cuyas salas de servicio habia entrado este enfermo, cali­ficó su dolencia de estupor nervioso, narcotismo espontáneo; advirtiendo que ni el aliento del pa­ciente ni la relación de su familia que lo acompa­ñaba dieron indicios de que hubiese abusado de licores alcohólicos. Como quiera que fuese, en aquel mismo dia se le dieron dos baños con afusiones frias; y sin haberle dado ningún remedio, al dia siguiente se halló bueno y tranquilo, siendo este caso uno de aquellos que no se pueden olvidar en toda la vida.

Ya hemos dicho anteriormente que un ejerci­cio prolongado de las funciones cerebrales podia producir una fatiga primeramente en el encéfalo solo, y si esta se acrecentaba, en el encéfalo y en los

395 aparatos de la vida dé rekcionv Ahora bien, si.su­ponemos un grado de estímulo que supere los dos primeros, veremos que el encéfalo entra en estu* por, y que desde entonces pierde todo su influjo en los órganos que rige de un modo mas ó menos inmediato; asi es que desaparece ÍJa morbilidad, y quedan suspenso* los cinco sentidos. Este estado de estupor del cerebro puede compararse con el que ofrecería la retina, si se presentase después de ha­ber sido deslumhrada y como anegada en torren­tes de luz: dicho se está que se volvería incapaz de ejercer las funciones que le jiertenecen; pues lo mismo sucede en el ««rebro mientras le dura el exceso de luz que le suponemos; y no debe según eso extrañarse, que perdiendo el uso de sus atr i­butos especiales, deje al misino tiempo de distri­buir á los órganos de su dependencia la sensibili­dad ó la movilidad que tienen habitualmente. Lo que llaman narcotismo los médicos prácticos da una idea muy exacta del estado que mencionamos; pero este estado no proviene únicamente de las be­bidas alcohólicas ni de las preparaciones opiáceas, depende sí en algunas circunstancias del juego de las propiedades vitales que no se han modificado con antelación por ningún agente conocido: por lo demás, la espontaneidad no se encuentra exclu­sivamente en este caso patológico, pues se halla en tantos que constituye un hecho muy general, que merece por esta razón colocarse en el catá­logo de las leyes de nuestra economía; y al decir que casi todas las enfermedades pueden ser espon­táneas, no pretendemos suponer que puedan pre­sentarse sin razón ninguna de su existencia, sino que en la patogenia ó producción de las enfer­medades muchas veces se nos escapan las causas inmediatas de ellas, por no decir casi siempre. Mas como quiera que sea, son incontestables los bu«-nos efectos de los baños con afusiones.

TOMO m . 5 o

3^4 •.'•.^P. iTahíbleiii'puede emplfearée estfe.método e»

los easoB: de calentura nerviosa^,! eato es, cuando por la irrtensidad de los padecimientos ó por la disposición de las personas ha podido asociar el encéfalo á su estado de estimulación, no solamen-r te los aparatos de la vida aniatal, que tpdos est^n bajo su inmediata dependencia, áitambien los prin-' cipales aparatos de la vida orgánica, aunquecorres-ponden á otro sistema nervioso que les es especial, y en prueba de ello pondremos unos ejemplos-

Una señorita de edad de veinte y dos años, grácil y nerviosa, con padecimientos i habituales, sintió algunos dolores en las entrañas, que le du­raron doce dias con alternativas de mejor y peor; y desde el cuarto procuró conseguir de su médi­co de cabecera que la mandase poner un vejigato­r io; y.por unacoojplaGeiiciá singular consintió eáte facultativo que se le aplicaran; otros seis en todo el vientre, de los cuales tres fueron muy an­chos, y con esto se le quedó sin epidermis casi to­da la piel del tronco. En tal estado vino otro mé­dico, y encontró á la enferma en todo su sentido, sollozando y-suspirando continuajntiente, y que­jándose de unos dolores de cabeza muy fuertes; tenia la cara encendida, ios ojos vivos y animados, toda la superficie de la piel en tal estado de sen­sibilidad, que no se la pedia tocar ni aun ligera­mente sin causarla dolor y hacerla gritar; el apa^ rato digestivo parecía sano, y que no estaba com­prometido ; tenia accesos de tos, respiración fre­cuente y un poco de disnea, con pulso á ciento y cuarenta latidos por minuto. Concluido el examen se decidió que se curarian los vejigatorios con el cerato opiáceo, y que tomaria un baño con afusio­nes frescas de media hora aquel, y de algunos mi­nutos estas. Ejecutóse todo al punto; y la enferma pasó buena noche, quedando tan agradecida al alivio del baño, que á la mañana siguiente pidió

á su fámiHa qne la mkierari otra vez en el agua, y estuco alli treá cuartos de hora, y salió para meterse en la cama, haciendo que la estuviesen rociando sin cesar con aquella agua, la qne veri­ficaron |w3r'da*la güstov hasta que' llegaron 'los' médicos y mandaron suspender este< modo extra­vagante de aplicar el agua exteriormente; pero le aconsejaron que se pusiese unos paños mojados ó defensivos en la cabeza •, y desde este instante se disijpárori"todos los accidentes; lía; convalecencia' marchó sin obstáculos,ly á los pocos dtas se haltó la enferma enteraüíente curada;

Otra señorita de una familia distinguida tuvo la pena de ver partir para Italia á una primita su­ya con quien se había criad©, y que amaba con ternura. Al cabo de pocos dias se le nwnifestó un dolor de cabeza, qué aunque ligero al principio no tardó en ser cruel, hasta el punto que el mé­dico de la casa la mandó poner veinte sanguijue­las detras de las orejas, las cuales produjeron in­mediatamente tal incremento en sus padecimien­tos cerebrales, que casi todos los aparatos de las vidas orgánica y animal sintieron casi al punto su funesto influjo: efectivamentej se notó entre los primeros la aceleración del pulso, el aumento del calor animal j y los accesos de tos y dq opresión ;;y en cuanto á los segundo», la imposibilidad en que se quedaron los ojos de poder soportar el menor rayo de luz, y los cides de sufrir el ruido mas li­gero; la imperiosa necesidad de moverse incesan-terrtenté, y la escitabilidad suma de^toda la super­ficie en tánéa qne no se la podia tocar en ninguna parte sin causarla dolor, y la exquisita sensibili­dad de los órganos del olfato y del gusto, por la que anunciaba la enferma cuando llegaba su pa­dre , aunque estuviese en el aposento inmediato, y reconociaen el agua de las afusiones el sabor co­brizo de la vasija con que se la echaban. Viendo

396 tan mal resultado en las em'iúoaes sanguíneas, se atacó la enfermedad exclusivamente con los baños y las afusiones: la enferma tomó unos quince á veinte, «mpézando por tres el primer dia, y otros treis el segundo; dos, los otros tres ó cuatro dias siguientes, y después uno diario: la temperatura variaba desde a5° hasta a3° ; y su duración de i 5 á 18 minutos, siendo de 4 á 5 la de las afusiones. Las esperanzas del médico no quedaron frustradas, porque del octavo al noveno dia de emplear el agua, k señorita enttó en convalecencia, la que marchó rápidamente á la cura radical.

Una niña de eddd de tres años, de un carác­ter afable y cariñoso, presentó de repente signos nada equívocos de dolores cerebrales,; y como no habia ningún antecedente,.se 1* tuvo asi tres ó cuatro dias, sin que hubiese alivio ni se agravase: pusiéronle dos sanguijuelas detras de las orejas, y á los dos dias aumentó de tal manera el dolor, que no pudo tolerar la luz ni el yuidí), con grande agitación, respiración frecuente!,y calentura. Al ver estos signos de'fiebre nervios^ se le prescribió como á la del casoí precedente un baño fresco de algunos minutos, y afusiones hechas con cierto miramiento en la cabeza de la criatura : al tercer día se halló perfectamente libre de su dolencia.

El cerebro puede fatigarse solo con el ejerci­cio de sus funciones; y si lo fuese pOr una acción muy sostenida i podrá llegar hasta el punto de ejer­cer su reacción, sobré la v ista y los demás, sentidos^ y en fin. cuando está sobreexcitado de una manera desmedida, ora espontáneamente ora por exceso de sus funciones, puede llegar al estupor, que es wn estado cuasi extático, en el cual pierde á un mismo tiempo el noble atributo de servir de ór­gano al alma racional en la creación del penwi-miento, de vivificar los sentidos y de mantener \x movilidad. Tales son las tres modificaciones que

397 engendra una fatiga cerebral en sus diversos gra­dos de intensidad; pero no se limitan á ellas solas los trastornos que puede ocasionar, porque si es cierto que la sobreestimulacion del aparato ner­vioso cerebro-espioal alcanza las rnas veces á los aparatos de la vida animal, como lo hemos visto en algunos ejemplos, también 16 es que en ciertos casos no escapan de su funesto influjo los aparato» de la vida orgánica; y esta invasión de accidentes en órganos que hasta cierto punto se hallan fuera del dominio del cerebrp, se expUca fácilmente por las comunicaciones que bay entre los sistemas ner­viosos de las dos vidas, por medio de sus nume­rosas anastomosis; advirtlendo que esta propaga­ción supone en el órgano que sirve de foco una estimulación superior á la que hay cuando solo se hallan comprometidos los instrumentos de la vida, animal. El estupor parece que es el último térmi­no de la estimulación cerebral, y si no turba por lo común las funciones de la vida vegetativa de un modo inmediato, consiste en qiue hallándose estas funciones ca^i exclusivamente bajo la depen-^ dencia del sistema nervioso ganglionario, no re-, ciben entonces mas influencia que ¡la suya ; pues mientras que dura el embotamiento de los nervios cerebrales y de su centro, ,s© les suspende toda ac­ción de su parte, quedándose incapajcp^ desde en­tonces de oponerse á las operaciones de otro siste­ma, le dejan á este último la mas entera Indepen­dencia en el ejercicio de sus funciones. Asi pues, el haber colocado los estupores cerebrales y ner­viosos antea de los. pasos de excitaciones encefálicas^ en las que se juntan con las perturbaciones.de los aparatos de la vida de relación las de algunos apa­ratos de la vida orgánica, no es porque la primera modificación patológica sea menos intensa que la se­gunda, sino porque no compromete tantos órganos. Asi que , en un grado determinado de estimula-^

398 clon del sistema nervioso cerebral, las funciones respiratoria, digestiva, circulatoria, secretoria &c. podrán experimentar el rechazo, y manifestar con sus respectivos trastornos la parte que en él toma­ren: con efecto, entonces se presentan los espas­mos del estómago y de las entrañas, las tosecillág' sin expectoración, las disneas sin lesión pulmonal, y sobre todo el incremento rápido de los latidos del corazón, de donde viene la fiebre nerviosa con todas sus consecuencias. De ahi se sigue qile lo que los autores antiguos llamaron calentura nerviosa debei distinguirse de la inflamación del cerebro ó de las meninges, con cuyaflegmasia han querido con^ fundirla los modernos, porque no pueden persua­dirse que haya aceleración del pulso sin inflama^ cion que la motive. Para suscitar una' fiebre ner­viosa, basta: i . ' 4 u e haya una excitacion cerebral en él sentido que hemos explicado: a.° que se dise­mine en uno ó muchos órganos de la vida aniüial: y 3." que se propague hasta algunos aparatos de la vida oi^ánica, de modo que se halle compren­dido en su esfera de influencia el corazott, como centro del sistema oirculatorio. Nada de esto po­drá sorprender al que considere las conexiones de estos dos órdenes de nervios por las anastomosis que hay entré ellos, y porque los principales ór­ganos como el corazón, el estómago, 8cc. reciben del cerebro ios hervios q*ue los animan. Aun hay mas, en algunas'•personas es tal esta dependencia que las perturbaciones que dependen de ella, se mueslfan en los tres órganos indicados, antes de que los sentidos hayan tenido tiempo dé "recibir la impresión de la fatiga cerebral que los provocó.

5." Los baños y afusiones frias deberán em­plearse cuando el encéfalo ha tenido que soportar una conmoción tal , que parezcan como aniquila­das todas las Influencias cerebrales, las acciones de los sentidos, y las potencias locomotrices, y

. ^ 9 9 cuando haya coincidencia de una conmocÍDn pro­funda > en las funciones digestivas, circulatorias, respiratorias &c. como en el caso siguiente;

Una señora joven, nacida y criada en las pro­vincias meridionales de Francia, llegó á Paris en r l831, y al cabo de un mes de permaueocia en la capital, tuvo el dolor de perder á su marido en diez dias, de una inflamación del canal intestinal. A la noticia de tan terrible desgracia no pudo re­sistir esta pobre señora, y apenas vio al médico que hábia asistido á su marido, le dio un síncope alarmante, y casi en-el mismo .instante entró en un estado de letargo que le duró once dias.

Durante todo este primer periodo, la enferma no se mostró sensible á ningún estímulo externo: acercábanla inútilmente una luz á Jos.ojos; la ha­blaban ea ^ n o ; y. tan siQ .fruto se la trataba de excitarla membrana pituitaria, sin poder sacar déla infeliz paciente ningún signo que indicase la atención que podia ella hacer á, cuanto pasaba á su alrededor ; de tiempo en tiempo se le oia una tosecilla sin expectoración; el pulso era variable, pero generalmente acelerado; y por último, si se lograba á fuerza de precauciones introducirle al­gún líquido en el estómago, inmediatamente en­traba en espasmos esta entraña y lo arrojaba todo. Asi estaba once dias habia cuando llamaron á con­sulta al profesor Recamier por segunda vez, el cual dio el mismo dictamen que en la primera; pero en esta ocasión prevaleció su opinión; y la enferma que la habían sometido muchos dias habia á los vejigatorios, sinapismos, la poción de Kiverio, la triaca en el epigastrio &c., la metieron en este mismo dia en un baño á a5°, y los cinco ó seis minutos que alli la tuvieron se emplearon en hacerle afusiones con agua desde aS" hasta ao" sucesivamente. Al salir la enferma de este pri­mer baño, pareció como que despertaba de un

4®o profundo sueño; empezó á manifestarse en eíla lá vida de relación, y reconoció perfectamettte todas las personas de su familia que la rodeaban en aquel momento: con todo, según el silencio que guar­daba , pareció que no se acordaba del desgraciado acontecimiento que tanto la interesaba. En los treís dias siguientes se le dieron igualmente baños; y al cuarto cedió la tos completamente, le volvió la memoria, prorumpió en llantos y sollozos, y se le manifestó la evacuación menstrua.

Mas como esta última circunstancia obligase á suspender por espacio de tres dias él uso de los baños y de las afusiones, se volvieron á manifes^ tar los accidentes al cabo de ellos, pero bajo otra forma distinta; pues ya no era un letargo persis­tente sin interrupción, sino una calenturilla que le duraba algunas horas sin carácter determinado, y que cada día se mostraba unos mas pronto y otros mas tarde; siendo verdaderos accesos histé­ricos cotidianos, durante los cuales no se podia tocar la piel sin aumentar los movimientos con­vulsivos, que empezaban con bastante regulari­dad un poco antes del medio día ó de la inedia no­che , y en ambos casos se acababan á las tres; en vez de los accesos histéricos se manifestaba después una somnolencia cataleptlforme; y por último volvia como al principio de la enfermedad, á los espasmos permanentes é intolerables del estómago que rehusaba tenazmente cualquiera especie de alimento ó de bebida. Al principiar este segundo período se opuáo el médico de cabecera á que se siguiera con el método refrigerante, lo cual oca­sionó un retraso de seis dias, durante los cuales quedó la enfermedad completamente abandonada á sí misma. Pero habiendo pasado estos dias, se llamó á otra junta de facultativos á la que asistió el profesor Cayol, y se decidió en ella, que no ha­biéndose corregido loe síntomas con el método es-

4o I pectante, se volverían á emplear los baños templa­dos de 15 á ao minutos, gastando los tres últimos en hacer afusiones en la cabeza. Siguióse esta cu­ración regularmente quince días; y poco á poco se fue debilitando la fiebre hasta que desapareció; los accesos histéricos diíminuyeron de intensidad y de duración; después faltó el que la acometía á eso de media noche; y el del medio dia se redujo á un corto desmayo sin ningún movimiento con­vulsivo; finalmente, el estómago fue perdiendo visiblemente su excitabilidad ; y ^ t a señora pudo soportar en un principio el agua pura, luego la leche helada, leche natural, sopa de yerbas, y á los dos meses ya comia una chuleta , y se le manifes­taron las evacuaciones menstruas por segunda vez.

Fue preciso con esta novedad interrumpir los baños y las afusiones por otros tres dias como se hizo antes, y de consiguiente hubo nueva recalda; los accesos letárgicos volvieron con doce horas de intervalo; las convulsiones estomacales volvían al menor contacto de un cuerpo extraño &c.: pero, como puede imaginarse el lector, el brillante su­ceso de los baños y afusiones en el primero y se­gundo período fue parte para que nadie se opu­siese á este método en la nueva recaída, y asi se recurrió á él sin titubear; muy luego cesaron to­dos los accidentes, y con tal prontitud, que al quinto dia se desayunaba con carne asada, y á los veinte y cinco quedó radicalmente curada.

Ya se habrá echado de ver que en la exposi­ción de los casos patológicos en que se ha emplea­do el agua exteriormente, se ha seguido en lo po­sible un orden fundado en la importancia y gra­vedad de las mismas enfermedades; y asi se empe­zó exponiendo simples casos de males cerebrales, y recorriendo después todos los grados de la fatiga del cerebro hasta el estupor, se ha llegado á ha­blar en último lugar de la calentura nerviosa. Al

TOMO III. 51

405i £a de esta eslpecie; de noolenctatuta se ha puesto el estado particular en que se presenta el sistema nervioso, trastornado tan profunda y extraordi­nariamente, que los accidentes que sobrevienen no tienen un carácter fijo que los distinga. Asi que no es una simple conmoción del cerebro, ni una estimulación de este órgano capaz de elevar su reacción hasta los aparatos de la vida de relación y los de la vida orgánica; tampoco es una simple calentura nerviosa, ni un letargo, ni el estado de estupor; sino que mas bien es una mezcla partí-» cular de algunos síntomas pertenecientes á cada una de estas afecciones, las cuales confunden unas veces al parecer sus fenómenos propios, y otras se suceden unos á otros de un modo tan varia­ble y tan raro que llegaiv á ser incomprensibles. En la observación que acabamos de referir «e ve un ejemplo de este trastorno íntimo y profundo en las funciones nerviosas, y de los eminentes servicios que puede hacer el agua fresca en seme­jantes ocasiones. Los pormenores de este caso su­ministran una prueba de lo que se ha dicho an­tes, que los aparatos de la vida orgánica tienen á veces en ciertas personas mayor aptitud á quedar­se modificados por el influjo de una perturbación del sistema nervioso de la vida de relación que los órganos que pertenecen con mas especialidad á esta misma vida. Asi pues en esta señora todos los sentidos ejercían sus funciones con una regu­laridad satisfactoria, y el estómago continuaba to­davía contrayéndose violentamente al simple con­tacto de la menor cantidad de líquido. La tenaci­dad de este accidente que persistia cuando ya ha­bían desaparecido todos los demás síntomas deter­minó á combatirle con otros medios que los baños frescos; por lo cual se echó mano sucesivamente de las ventosas secas en el epigastrio, y en la par­te correspondiente del espinazo, á las fricciones

4«^ áldáiífoMas en todo lo largo del esófago, á las de tihtura de tjuina en el abdomen, al asafétida y la valeriana en lavativas, á los extractos de belladona y de estramonio aplicados, según el método en-déi"nlico, en el cuello, enfrente del nervio neumo-gáBíricó &c.; pero todos (estos remedios fueron inütiles como los que se empleafon en el primer período. Verdaderamente esta señora presentaba un espectáculo triste al verla privada de toda es­pecie dé alimento desde cerca de un mes, y á p i -¿[ue de ttiorir por no poder soportar la más ligera sustancia: afortunadamente los espasmos y los de­más accidentes cedieron á los baños y afusiones,

6? Finalmente, serán muy oportunos los ba­ños y las afusiones en todos los casos de nevrosisde éualestjüiera aparatos que reciban sus nervios del sistema ganglionarió: como, por ejemplo, las de los pulmones, por el funesto influjo que pueden tener en la hematoáis; las del corazón, origen tan frecuente de palpitaciones tenaces-, las del tubo digestivo, que pueden causar la hipocondría por la leaccion que ejeíceti sobre el cerebro, y las del aparato genital de la rau^er, que se conocen con el nombíe de afección histérica; pero téügase pre­sente que estas nevrosis de los nervios gangliooa-rios no ceden tan pronto al uso exterior del agua, eoüio las qUe se hallan en los del sistema cere­broespinal; y en prueba de ello citaremos algu­nos ejemplos.

Un hombre de edad de cincuenta años, iras­cible y bilioso, estaba lleno dé ambición por­que qüériá adelantar éñ sO cartera (era emplea­d o ) , y había tres años que se estaba quejando de calor fatigoso en el estóinago y en todo lo largo del canal intestinal. Gonoclose que no tenia ningn-na inflamación en las entrañas por la regularidad del pulso, él bilen estado de la Ittigtía, el festreñi-iiilfeHíó habitual, la flexibilidad del vieilfré, 'jr^por

404 . último la cesación y el anuncáo repentino de aque­lla sensación desagradable que.le atormentaba de un modo tan tenaz. Esta serie de síntomas indicaba una modificación nerviosa de la porción del gran simpático que se distribuye á las visceras; y eji consecuencia de este pensamiento se dirigió la cu­ra , haciéndole que por espacio de siete semanas tomase baños y afusiones diariamente, volviendo á su provincia al cabo de este tiempo entera,mente libre de la nevrosis que le hizo venir á Paris; y es digno de advertirse, que habiendo declarado el enfermo que su mal intestinal aumentaba con el calor de la cama, se le aconsejo que se quitase el vestido interior de franela, que durmiese en un colchón de crines, y que no se abrigase mucho.

Un joven de edad develóte y dos años, san­guíneo y muy sensible á las contradlccciones mas insignificantes, tenia todos los atributos de la sa­lud mas floreciente y vigorosa, hacia como unos cuatro años que padecia accesos nerviosos todos los meses, presentando los síntomas siguientes: al principio fastidio, disgusto moral, ideas tristes sin motivo, muchas ganas de llorar sin poder ha­cerlo, signos de irascibilidad excesiva y de gran­de obstinación; después movimientos peristálti­cos en los intestinos y borborismos, constricción en la garganta y accesos violentos de opresión; aberración de la inteligencia, quejidos lastimosos, disnea creciente y movimientos impetuosos que cesan cuando acaba el acceso á las tres ó cuatro horas. Se le aconsejó al enfermo que tomara todos los meses, algunos días antes de la época presu­mida del acceso , ocho ó diez baños de á a4°, y que se hiciesen afusiones frescas en la cabeza con agua mas fresca. A los ocho meses de este método quedó completamente bueno.

Una señora de edad de treinta y seis años, grácil, irritable, muy nerviosa y mal menstruada

4e5 b^bUualineníe^- padecía de, accesos his^ericís qu^i^e renovaban casi todas las semanas.. FCH:O á poco>8e le había ido quitando el apetito^ las fuerzas se de­bilitaban, y las digestiones eran mas dificiles^ á punto, qpej^n Ips, últii^os: t'ieoipf» le. costaba tra-bajp; ^ la,,eafep/na pl podeijaiopQr^aífi a^giji^as ;CU-cbaradas d^ crenja de arroEi-de.agua'coni á^Uícaí?, ó de la iníusion de.goma, arábiga, Todos estos ac­cidentes se aconif^ñaban en la misma época con desmayos, frecuente? ,y u^ia disposición singular á l03';y^,pi\t<}8,rha^ta eptqnp^. Ja\es4!uy^rpn capando coa la s áoisiooes sanguínea^ locales,'como- si íes-tuviese afectada de una gastritis crónica. Inmedia­tamente se le mandó que tomase baños con afu­siones á 34"; que comiese carne asada fiambre, y QUe.el, cajdQ lo tomase también f«o , y po? úUimo que hkáer^.un,.ejercicio, modeiiado. Continuó con perseverancia ^on estos mediopsencillító, y tuvie­ron tan buen resultado, que los vómitos cesaron sucesivamente, el estómago hacia bien sus diges­tiones, y los paroxismos nerviosos se disiparon, i... . Aunque el sistema nervioso gaíiglionario! aó se fatiga tanto como el cerebro-es piñal, es decir, no está tan, expuesto á sens»cioti^ dotorosas á con­secuencia del ejercicio inmoderado de las funcio­nes que le pertenecen; sin embargo, hay casos en que sin ninguna inílamacion<, sin lesión orgánica, en una palabra, sin alteración visible;en su ee- tructura, se exaltan sus propiedades vitales hasta el punto de trastornar todos los órganos que reci­ben sus nervios,de, la porción modificada de este sistema; Pero este génejFp de estimulación que ¡no proviene de una flegraasia ni de.ninguna afección orgánica del aparato ganglionario, sei deberá lla­mar por esta doble razón nevro$is; y ésta estimu­lación se puede remediar como la$ deil sistema nervioso de la vida de relación, pcw medio del método refrigerante,,con, .lo,cual se disipan unos

4<56 . aíDeidjEfntes' «ítié'bo sé batíian 'podido' fldmínáfaíi?'* tes'con; otros remedios. .1. -15,

Debeinos observar, no obstante, qué está e ^ ^ cié de ñfiodificacion en casi todos los casos, es in­comparablemente pías refractaria feü los nervios de lc« gáti glÍQ^ qué étí Í0í dfeleáfcéfaló-;írfri í iié'éeS iht^ de ndtaf'séiWéjanté diferencia','^lés 8¿ ádVíexté efectivamente qué pofr lo^eméraí é ttóító mas di­fícil restablecer Una función alterada, cuanto mas dificultad bubo en pertiirbaría; y cómo las ope-racibüés á qué presiden loa nervios gaflglionáriús se batían en ^ t e cafeoáe alteran nías dificiltoeáte; á lo oiéijod d« hti modo íntimo y profundo, qné las que proceden de los nervios cerebrales; y de consiguiente no quedan tan aptas como estas para volvef á entrar eti sti estado fisiblógicüi JPonganios aiguflÉfejfejBtnpkiíií' odcrs saben, con arreglo á 1^ indagaciones recientes de los mas hábiles fisiólo­gos, que él gran simpático tiene bajo su depen­dencia entre otras funciones, todos los géneros de absorciones, como las gaseosas en los pulmones, las Kquida& e&ino nieftibt anas tnücosas de iáá vis­cera», en lo» aspadbB cékilartes, éa las bcAsaé sebo­sas y sinoviales, y las sólidas en los jSarenqtiimas; que ademas preside á todas las secreciones, como las sólidas en los parenquimas, las liquidas en la superficie de la pid y de las membt ánas trtticosas, las sinovia les, y todadlaé glándulas déérétóriás, y \a»'gksem&9 en ítm superficie de la mütít»a piloio-nal, sin hablar de se acción en ]a circulacioü ca­pilar. Ahora biénj, consideremos con cuanta tena­cidad íeáisten á los métodos mejor ébmbiíiados» todas estas afeociofles, CÓÍBIÓ las atrofias, láis bij)ér-troBas, la» akeraciótiés Orgánicas, las hidi'ojiesías celulafres, sinoyialéÉ» y éérosas, y todas las demás especies de vicio» en la hematosis 8cc.: por el con­trario, veamoá QOü cuátita rajiidéz y facilidad ce­den á nuestra» ddi^inacioúes iiiéditó»» lá« per-

turiwiQlones d«i Ja vista ,.d<?l o'víoj 4el;!tíKJtp, ^ fe contractilidad mascular Scc., y codas las funcipnea que dependen inmediatamente de los nervios del cerebro. Mucho habria que decir sobre este punT to i pero baste los<expu«te.;parsi probar .qneiap «e-vrosjsdel gran sLmpatjicQS fnM i aift jagaMiftiqQfí las afusiones y los bañcps.qufi ,l(gp,deli,8jítema4ier-r vioso de la vida animal- ^ .- Júntase con esta primera diferencia 1 ^ ¡de que etiíjeJ.flistísma nersicwQ de Isi.vida 4e,relíici)0^, todp depende del encéíaílftioomo Pentrpfe ^^fgVipoirt^P^ en?M sptepaai nervioso <Je lai vida Í ofgániea jad hay un; órgano úpico que domine todo el conjunto, pues cada nervio depende de :sn ganglio, sin tener niguna dependencia eon le» ganglios infiaediatas; y la diseociont OOR muestra todos< Ipt 4ia*,Ccec»enT tesi wjttír«»pc¿onfe««a la cOTOunicacjon de 1<»pór­ganos ganglionários por SaXtfí de cordones que vayan de uno á otro, y con todo, las funciones no dejan de.ejecutaase por esb con. Id joúsina regulari­dad durante la vida. De aqiú se.,infiere que las perturbaciones de las fupcioOies. setíporiales; y lo-» comotrices, que son consecutivas á las de las fun­ciones cerebrales no tienen Qiras análogas en las funciones que son puramente orgánicas; pues hay casos en que el mal del cerebro, ppede repetirse en todos los aparatos de la,vida animal; al paso que el mal de un ganglio solo puede alcanzar al aparato á donde envia sus ramificaciones nervio­sas. Esta previsión admirable de la naturaleza se explica por la importancia de las funqiones de la vida orgánica, y por los inmeoisosineo^venientes que habria en que hubiese entre ellas un«s co­nexiones sobrado intimas;, y avui, ib»y mas, en lá nevrosis de una porción del gran simpático tiene el mal mas tendencia á trasmitirse-á. los ramos de comunicación que envía la médula espinal, y de consiguiente á invadir el. donánio .de los ner v ios

de ib vida-del ifekéion qtio á"propagarse ála« ^a t -tés irttóediátás de los nervios de la vkla orgánica^ lo prueba* algunos acto» fisiológicos y hechos pa-co*0^toiógico8. • . ,

' En mpehos de los iíasos que se haii referido la pertttrteittioW de lo» otros órgatiOs' ka iádo' cons^^ cut4va''á % del cerebro'v p«ro «e puede asegurar hasta cierto punto que los baños frescos y Jas afu­siones friás hubieran tenido el mismo efecto aun­que' et trastorno de igual naturaleza se hubiese presentado díj ün^üiodo primkivo. - ' - ; > > .'-'' Tedas- «6^6 'modificaciones'' nerviosas - puedan

sobrevenir ^ademas espontáneamente, ó ser un r e -sulttóo del exceso de las funciones de parte del órgano que las ejecuta: si fueren espontáneas resis-tiréú mas tíenapo; y s i accideirtale» resistirán mas fócilméote. Ett^cwanto hemos dicho no se ha que­rido hablar de los efectos de una lesión orgánica, ni de los de una inflamación; porque en el primer caso el agua no habria hecho mas que paliar los accidentes nerviosos de un modo pasagero; y en el caso de una ñegmásia', el método refrigerante ha­bría'activado su naarciha lejos de retardarla. Efec­tivamente, una niña de edad de doce años expe­rimentó , sin causa conocida, un malestar general acompañado de fiebre, amargor en la boca, una costra blanca y mucosa en la lengua, ansias de vomitar, inapetencia, extreñimiento sin dolor de entrañas, y una viva cefalalgia supraorbitaria. Al dia siguiente vomitó la enferma copiosa bilis mez­clada con flemas por haberle dado nueve granos de ipecacuana en tres dosis Tuvo en este mismo dia un alivio manifiesto, cayó la fiebre, y empessó lá convalecencia que duró tres dias: al cabo de ellos se le declaró un violento dolor de cabeza con ensueños y semidelirio; las pupilas se dilata­ron ; Jos cinco sentidos se le quedaron entorpeci­dos; se le volvió á manifestar la calentura^ y en

409 • , pocas horas estuvo mas mala que nunca. Se Je aplicaron doce sanguijuelas detras de las orejas sin que por ellas disminuyeran los accidentes, aun­que igualmente se le pusieron sinapismos en los miembros inferiores. Tres días se le dieron baños á 25° con afusiones, y en el último murió. En la autopsia que se hizo de su cadáver se halló una vasta inflamación de toda la porción de la mem­brana aracnoidea que recubre la región superior de los hemisferios cerebrales; cinco ó seis abcesos pequeños debajo de la aracnoide; y un reblande­cimiento con inyección en el septo lúcido y en la bóveda de tres pilares.

La clasificación que se ha hecho relativamente á los casos en que puede ser útil el método refri­gerante, no es la única que pueda formarse como veremos mas adelante, pues hay otras muchas afecciones que pueden modificarse ventajosamente con la misma curación, y entre otras pueden ci­tarse las observaciones siguientes:

Una señora de sesenta y seis años de edad, flaca, nerviosa é irascible, y afecta muchos años hacia de una debilidad paralítica de todo el lado derecho del cuerpo, sintió sin causa conocida un ligero mal estar al que se asociaron en dos ó tres dias los fenómenos que voy á describir: incremento notable de la temperatura orgánica*, pulso fre­cuente, amplio y vigoroso; pesadez de cabeza y dolor cefálico poco intenso; ensueños permanen­tes que cesaban al dirigir la palabra á la en­ferma de modo que se la fijara la atención; todos los sentidos estaban intactos; no se manifestó nin­gún síntoma en el aparato respiratorio ni en los órganos secretores, excepto el de la orina, que era escasa; y finalmente, los órganos digestivos se hallaban en ^buen estado. El profesor JRecamier mandó que al intante se le hiciese una sangría de ocho onzas; mas como al cabo de cuatro horas ha-

TOMo III. 5 a

4'° liase una mejoría sensible en el estado febril, y viese la sangre rica y costrosa, mandó repetir la sangría, sin permitir tomar á la enferma mas que agua pura durante toda la noche. A las seis de la mañana del dia siguiente volvió á verla este pro­fesor, y notó que había desaparecido el incre­mento de la vida orgánica; y que el pulso, que la víspera estaba fuerte y frecuente, se había vuel­to flojo y moderado, en una palabra, que se ha­bía disipado la fiebre. Pero lo que tal vez sorpren­derá es que al mismo tiempo que se disipaba la calentura para no volver , á beneficio de las emi­siones sanguíneas, no solo no se modificábanlos ac­cidentes nerviosos, sino que se hacían mas in­tensos. Asi que, exatnitiada la enferma con aten­ción, se notó que tenía mas deilirio,-que no salia de él tan fácilmente como antes, que tenia una grande irascibilidad y los órganos de los sentidos con una sensibilidad exagerada. Quince ó veinte días se mantuvo en este estado sin ningún síntoma de calentura, y en todo este tiempo se la hicieron tomar dos baños diarios con afusiones, al cabo de los cuales empezó á marchar á la convalecencia y la salud.

Un estudiante de medicina, de edad de vein­te y cinco años, linfático y sanguíneo, de grande estatura, y de un carácter muy alegre, estaba su­jeto á una afección hemorroidal considerable con diarrea copiosa, cuyas evacuaciones se suprimie­ron repentinamente; y desde entonces quedó tr is­te, taciturno y muy propenso á la cólera. Pasó al­gunos días en este estado, y al cabo de ellos le entró calentura con cefalalgia, y ligeros espasmos en los músculos de la cara, con mucha propen­sión al letargo, la cual alternaba con una es­pecie de seniídelirio que se le disipaba al di­rigirle cualquiera pregunta que le llamase la ateincion. Todas las funciones de los sentidos y de

4 i i los demás órganos se hallaban en el estado natu­ral , y se le mandó que tomase un baqo á aS" con afusiones á 2,3°, y que estuviese en él veinte mi* ñutos. Luego que entró en la cama se quedó algo tranquilo, pero á poco le cargó la fiebre con una agitación mayor que antes: al día siguiente le «u-cedió lo mismo después del baño; pero al tercero se le hizo tomar un baño de media hora á 2.5" con afusiones á 19", y con este se le notó mejoría, la que duró en el siguiente baño que le hizo entrar en convalecencia, la cual fue sumamente rápida.

Antes de entrar en los pormenores del modo de administrar los baños y las afusiones, de las precauciones que se han de tomar, y de los acci­dentes que se han de temer, vamos á echar una ojeada sobre las afecciones en que se ha usado este método refrigerante por los médicos alemanes.

El doctor Reuss expone en la segunda parte de su memoria los hechos que se le presentaron, y las indagaciones que hizo, ó sean sus experi­mentos con el método refrigerante. Primeramente habla del uso general del agua fría en fomentos contra las inflamaciones del cerebro y de los ojos, las inflamaciones traumáticas, las contusiones, las lujaciones y las fracturas; pero como nada de esto es nuevo y se halla confirmado con la experiencia de los prácticos de todos los paises, me abstendré de repetirlo.

Peritonitis. El autor empleó los fomentos con hielo en el vientre en un caso de peritonitis muy aguda á consecuencia de una hernia. A estos fo­mentos añadió lociones en toda la superficie del cuerpo, primeramente con agua que apenas esta­ba tibia, y luego con agua fria: el resultado de esta curación fue brillante, pues al cabo de unos dias cesó la enfermedad enteramente, sin haber usado mas remedio auxiliar que unas cortas dosis de cualquiera sal purgante.

Glositis. Llamaron al doctor Reuss para que viese á una .señora que tenia una inflamación en la lengua y en las amígdalas, pero tan intensa, que no podía articular las palabras, ni tragar: aconsejó á Ja enferma que tuviese siempre agua fria en Ja boca, y que Ja fuese echando á medida que se calentara. Hízolo asi, y quedó curada en pocos dias, aunque el autor añadió á este medio refrigerante las fricciones mercuriales en el cue­llo, y algunas sanguijuelas.

Otitis. Un niño de pecho tuvo una inflamación del oído tan intensa, que se Je extendió hasta el cueJJo; díjoJe á Ja madre que le pusiese paños de agua fria en aquella región, y en el mismo dia cesó la inflamación y al tercero quedó completa­mente bueno.

Angina. En el año de 1820 tuvo este médico ocasión de ver muchas anginas, Jas cuales ve­nían la mayor parte acompañadas de otitis; y ob­servó que todos los enfermos que se curaron con el método refrigerante Jo estuvieron mas pronto y mejor que Jos que se curaron por Jos métodos ordinarios.

Injiamacion siJlLítica. Un compañero del doc­tor Reus empleó este método al principio de un bubón venéreo, cuya inflamación se detuvo po­niéndole encima hieJo, inmediatamente después de un baño tibio. Otro médico aJeman había pu­blicado ya en el año de 1820, que él se servia de este método en las inflamaciones sifilíticas recien­tes, y que le empleaba también en la gangrena ó podredumbre.

Panadizo. En el primer período de este mal se mete el dedo en nieve, hielo, ó agua fria hasta que disminuye sensiblemente la temperatura del dedo; y renovando muchas veces al dia esta medi­cación, se consigue detener el curso de la inflama­ción con mucha rapidez.

4 i 3 Reumatismo y calenturas reumáticas. En

estas dolencias empleó el autor el agua fria con muchísimo provecho; y por medio de este agente combatió una epidemia de fiebres reumáticas, de la cual se halló él mismo acometido, y salió victo­riosamente. El modo de emplear el agua consiste en dejarla caer alternativamente fria y caliente en la articulación donde esté el mal; al cabo de vein­te y cuatro horas se establece un sudor crítico; muy luego desaparece el dolor y cesa la calentura.

Aracnoidítis de los niños. En esta enfermedad es preciso tener á la vista el carácter inflamatorio de ella, y no emplear el agua hasta que hayan ce­dido los síntomas de la flegmasía.

El doctor Reuss aconseja el método refrige­rante en otras muchas enfermedades; pero me pa­rece que extiende el USO de este método perturba­dor á ciertas afecciones contra las cuales es p ru ­dente abstenerse de semejante medicación.

Otro médico alemán, el doctor Petschaft r e ­comienda el agua fria en lociones por todo el cuerpo, y en fomentos en la cabeza, en los casos de tifo, calenturas pútridas, inflamatorias, nervio­sas, petequiales, é hidrocefálicas; en las inflama­ciones del cerebro, las flegmasías de las meninges, y el delirio tremente. También emplea este autor los fomentos fríos en la cabeza siempre que en las calenturas gástricas, biliosas y pituitosas hay una fuerte cefalalgia; ó una congestión notable hacia el cerebro. Cuando llaman á este médico del pr i ­mero al segundo día de una calentura aguda, em­pieza haciendo tomar al enfermo un baño de agua tibia, y al día siguiente le hace cubrir la cabeza con fomentos fríos.

Cuando hay plétora sanguínea manda sangrar al enfermo antes de ponerle el frío, cualquiera que sea la naturaleza de la fiebre, y lo mismo ha­ce en los casos de inflamación del cerebro. En las

4^4 calenturas no se deben emplear nunca las aplica­ciones refrigerantes durante el período del frió; y lo mismo se debe observar en el curso de una fiebre continua, si de repente se manifestare un frió inesperado.

El primer efecto de las afusiones es una cons­tricción de los vasos capilares de toda la superfi­cie de la piel, una especie de astricción acompa­ñada de entorpecimiento general, de horripila­ción de calofrios, y de descenso en la temperatu­ra de todo el cuerpo \, también produce la decolo­ración de la superficie cutánea: por otra parte, los líquidos vuelven al centro, el pulso se aprieta y pierde su frecuencia, la respiración no es tan l ibre , y las secreciones se suprimen momentánea­mente. La conmoción que se imprime á todo el sistema nervioso aplicando el agua fria de un mo­do repentino é instantáneo saca el cerebro del es­tado de embotamiento en que estaba sumido, los ojos se abren, el rostro se aviva, y se restablece la inteligencia en todo ó en parte.

Sin embargo, después de un calofrío ó de un temblor roas ó menos notable, ó mas ó menos prolongado, se establece la reacción, la piel vuel­ve á calentarse, y á tomar su color desde el cen­tro hasta la circunferencia; el calor es suave, y se derrama uniformemente por todo el cuerpo; la agitación en que se hallaba el enfermo disminu­ye ó cesa por entero, el pulso se eleva, y se vuel­ve flexible, perdiendo su frecuencia: la respira­ción se alza y profundiza; y las secreciones se res­tablecen : por último las facultades intelectuales conservan por mas ó menos tiempo la energía y la integridad que habia provocado primero la afusión. La acción sedativa de la frescura del agua se manifiesta de un modo muy claro durante este primer período, que puede ser de muchas horas, aunque por lo general no pasa de una; pero muy

4i5 luego se vuelven á manifestar los fenómenos cere­brales y febriles, y los del estupor; se desarrollan de nuevo los síntomas de la reacción; el pulso vuelve á su frecuencia, la piel se seca, las secre­ciones orales se suprimen, las funciones del cere­bro se entorpecen, y aun en algunos casos se jun­ta el delirio: otras veces sucede que á la afusión se sigue easl inmediatamente la manifestación de los accidentes que la habían exigido, y que se muestra la reacción febril, casi sin ningún inter­valo desde el enfriamiento: tales son los efectos generales de las afusiones hechas á las personas afectas de enfermedades cerebrales, ó de afeccio~ nes que tengan por carácter dominante el estupor.

En las enfermedades del cerebro, el período en que está indicado el uso de las afusiones es aquel en que todavía no hay ninguna parálisis de los miembros, cuando no se pueda presumir por ningún síntoma que se halla desorganizada la sus­tancia cerebral en ningún punto, y cuando los síntomas existentes se refieren al primero ó se­gundo período de la aracnoiditis, ó de la encefa­litis propiamente dicha: en las afecciones tifoideas y en aquellas que tengan por carácter dominante el estupor, la mejor época para las afusiones es cuando persiste el calor, y cuando se crea que el estado de las fuerzas es suficiente todavía para mantener la reacción que deberá seguir al descen­so momentáneo de la temperatura. El instante en que conviene dar la afusión es aquel en que la calentura sea mas intensa, y la sequedad de la piel mas fuerte; porque entonces se manifiesta mucho mas el efecto sedativo del frió, y la reac­ción saludable qne deberá seguirle; mas si hubie­re de repetirse la afusión, se deberá aguardar al momento de la reacción, cuando el movimiento febril tenga mas intensidad.

En el estado del frió están contraindicadas las

4i6 afusiones, porque la energía vital no es suficiente para producir la reacción.

Las afusiones son perniciosas en el momento del sudor; porque como el enfermo ha hecho to­da la reacción.que puede, ya no le queda mas pa­ra luchar contra la sustracción de la temperatura, que es lo primero que hace la afusión; y lo mis­mo sucede en el caso de postración--pasiva que acompaña al tercer período de los tifos, de las afecciones encefálicas, y de las ahdominales agudas.

Generalmente no se debe recurrir á la afu­sión, sino después de haber hecho evacuaciones sanguíneas, á menos que el enfermo sea esencial­mente nervioso, muy delicado, o q u e no pueda soportar la menor pérdida de sangre.

El modo de administrar los baños con las afu­siones, es mandar poner al lado de la cama del enfermo ó en su mismo aposento la tina ó baño; porque si estuviese en otra parte podria cansarse demasiado, ó resfriarse de nuevo cuando se h u ­biere de trasladar á la cama; pero si la enfer­medad fuere ligera, como las primeras que hemos citado en los ejemplos de este artículo, no hay necesidad de que el enfermo vuelva á la cama in­mediatamente. Al lado de la tina se deberán po­ner tres vasijas grandes, que en cada una quepan dos cubos de agua, que deberá tener 34, 22 y ac*, graduándolos siempre por el termómetto de Reau-mur. El agua del baño deberá tener de a5 á 526°. Luego que se hayan hecho estos preparativos, se llevará el enfermo al baño, si no pudiese él ir por 8U pie; si tuviese una cabellera larga y espesa, como suelen tener las mugeres, y si se previese por la naturaleza de la enfermedad, que es pre­ciso prolongar el uso de las afusiones mucho tiempo, convendrá cortar los cabellos, sin cuya precaución podrian excitarse nevrálgias, dolores reumáticos, caries dentarias y otros males, por la

dificultad que babria para enjugar los cabellos, 'f quitarles toda la humedad. Cuando el enfermo és* té dentro del baño, y se hayan de empezar las afu­siones, se le dirá que se incline un poco hacia ade* lante, de modo que presente la cabeza por el vér­tice, y no por la frente, para que le caiga>él agua de la afusión; entonces se le mantiene por los borabros en esta posición, se llena una vasija, co-' mo un plato grande ú otra, del agua del baño, y' se le echa de golpe por la cabeza, repitiéndose tres Q cuatro veces, lo cual tiene la ventaja de causar una impresión menos desagradable, y de preparar suavemente á las personas excitables á soportar sin peligro la sensación mas penosa de un agua que tenga dos ó cuatro grados menos de calor, pespuee de esto se cambia de líquido, es decir, que se le van echando sucesivamente de los cubos de agua que estaban allí prevenidoé para él efec­to. Es importante que estos chorros de agua cai­gan con cierta prontitud; arreglándose para ello* á la agitación que muestre el enfermo, y á la dis-Hea que le cause. Cuando se hayan terminando las afusiones, se envolverá en una sábana seca y un poco caliente, y se pondrá en un catre donde se íe acabará de enjugar con mucho cuidado la ca­beza y todo el cuerpo: y después, asi que se em­pieza á declarar la reacción, es decir, cuando principia el calor á disipar el frió que había oca­sionado la afusión, y el pulso se desarrolla ad-' quiriendo mas fuerza, se envuelve con otro lien­zo seco y enjuto, y se trasporta el enfermo á su cama. Desde este momento, y en las tres ó cuatro horas siguientes se le proporcionará toda la calma y el reposo posible, apartando de él lo que pueda perturbarle; teniendo presente que este consejo es interesante, y su inobservancia podria compro­meter el buen éxito de este método.

. T a l es el modo de administrar simultánea-TOMO I ir. 53

4i8 mente los bajficjs y jaa afusiones; y varnc»á exa­minar ahora aunque de uu mo<^ sucinto algunas Otras cuestiones secundarias, que no dejan de te­ner importancia.

Hemos, dicho que la temperatura del agua del baño debe ser de aS á 26°, y la del agua de las afusiones de 24, aa y ao°, y efectivamente es la que mas conviene según lo enseña la experien­cia, la cual exige que se haga un punto fijo de esta temperatura, siendo error , y aun impru­dencia el subir ó bajar algunos grados de eila. Es­to se entiendjB por punto general en t»dos los ca­sos; pero si el enfermo estuviese acostumbrado á servirse del agua á 28° ó mas, por hábito ó por intolerancia manifiesta de una temperatura mas baja; ó si tuviese una impresionalMlidad excesiva, Ó fílese la primera vez que se le administaren los baños con afusiones, entonces será prudente ele­var la temperatura del baño hasta los 17°, y la del agua de las afusiones proporclonalmente á a5, a3 y a i" . Esta es una concesión que exigen el or ­ganismo, y el imperio de la costumbre, qjie po­nen la ecouomía ea situación de que la perjudi­que cualquier otro grado de calor. Por la misma razón se deberán bajar algunos grados de los que hemos indicado mas arriba, si el enfermo estuviese acostumbrado á tomar habitualmente baños fres­cos. Pero téngase cuidado de ir disminuyendo me­dio grado ó uno en cada baño sucesivo, para po­der llegar de este modo > y por transiciones insensi­bles á una temperatura de dos ó tres grados me­nos de la que hemos señalado como punto fijo. Estas son las observaciones principales, relativa­mente á los diversos grados de calor en el baño y en las afusiones; pero en este punto, como en otros de terapéutica, no debe perder de vista el facultativo los efectos producidos, teniendo pre­sente que en nuestra ciencia las reglas no son in-

flexibles, y que en esto de medicaciones y méto­dos, todos los preceptos se deben modificar según los resultados: por esta razón deberá examinarse con el mayor cuidado si la reacción orgánica con­secutiva se manifíesta con rapidez ó lentitud, con vigor ó con debilidad; si fuese muy pronta, indi­ca que el baño siguiente ha de ser mas fresco, y mas corto; y si fuere lenta, se presenta la indica­ción inversa: cuando fuere muy enérgica, el baño siguiente deberá ser mas largo y mas caliente; y lo contrario si hubiese sido débil é imperfecta. Co*-mo quiera que sea, queda establecido, que el grado de calor del agua que se use en los bañoS y afusiones debe ser siempre inferior al de la tem­peratura del cuerpo humano; pues si alcanzase á esta ó le superase, se cometería en ello una falta que podria tener muy malas consecuencias para la persona en quien ee emplease este método con motivo de una afección nerviosa.

La segunda cuestión trata del tiempo que de­ben durar el baño y las afusiones; pero la solu­ción depende de la naturaleza de la enfermedad que exige el uso exterior del agua. Ahora bien, si esta afección fuere de las que tienen estupores nerviosos y letargos, los baños y las afusiones de­berán durar de cinco á ocho minutos; y rara vez será'preciso aumentar ó disminuir este espacio de tiempo, porque como entonces se trata simple­mente de mover el sistema nervioso cérebro-espi* nal para atraerlo á sus funciones de relación, un baño de media hora no tendria mas efecto que el de siete ú ocho minutos. Pero supongamos que la afección que se desea combatir sea de aquellas que hemos indicado, como procedentes de fatigas cerebrales, ó del cerebro y de los órganos de los sentidos, las calenturas nerviosas, y las nevrosis del gran simpático, entonces deberá durar el ba­ño , en vez de cinco ú ocho minutos, veinte y

4*o pínco ó treinta; y como en este caso, no sé pue­den hacer las afusiones todo el tiempo que dure el baño, porque no podría tolerarlas el enfermo, y le serian perjudiciales, será oportuno hacerlas

j^n los seis ú ocho últimos minutos que esté el en-.lermOjCn el agua. Algunos médicos dan las afusio­nes en estos casos á cinco ó seis minutos de inter­valo cada una. ( Otro punto que es preciso determinar es el de 3aber si se deben dar los baños y las afusiones de tarde en tarde ó,con frecuencia: para responder á esto es necesario hacerse cargo de la enfermedad del paciente; pues siempre que sea un estado de estupor, una calentura nerviosa, ó un letargo, es raro que pueda ser suficiente un baño en las vein­te y quatro horas, y por.lo común se necesitan dos baños, y en algunas ocasiones tres. El profesor Mecamier ha hecho tomar en algunas circunstan­cias hasta ocho ó diez baños de estos al dia, y so-Jo de este modo ha logrado subyugar los acciden­tes. Sucede con esto, como con los demás agentes terapéuticos, que el que no tenga la perseveran­cia que se requiere para usarlos, no consigue su fin, y pierde el tiempo en balde: mas al contrario, 8Í se hubiese de tratar una afección ligera como las que hemos citado en los primeros ejemplos, bastará dar un baño al dia, y no seria perjudicial el repetirlo. Con este motivo, debemos observar, que una vez dado el impulso hacia la curación, es útil muy á menudo dejarla seguir su direccioa natural momentáneamente, suspendiendo de pro­posito el uso de los baños; pues sin esta precau­ción se podría estorbar, por demasiada eficacia, un efecto que reconoce una causa suficiente; la cual no puede aumentarse sin perjudicar la regu-Uridad de su producto, siendo aplicable esta ad­vertencia á casi todos los demás agentes terapéu­ticos,

4*^ ¿En qué época, y en qué hora del día convie­

ne administrar ios baños y las afusiones? La hora y la época dependen de las circunstancias morbo­sas que se quieren vencer. Asi que , en las sim­ples fatigas del cerebro, y en las que vienen acom­pañadas de algún malestar de los órganos de los sentidos, el momento mas oportuno es poco antes de la comida de la tarde, ó poco antes de acostar­se por la noche: en el primer caso, el enfermo co­merá con mas apetito, y podrá digerir mejor v y en el segundo se hallará mas tranquiló' para dor­mir , y el sueño reparará sus fuerzas debili­tadas. En el embotamiento del sistema nervioso, en las calenturas nerviosas, y en el estado letárgi­co, todas las horas son indiferentes, á menos que haya épocas de recargo, en cuyo caso será preciso empezar el baño cuando empiece el recargo. Este consejo se puede aplicar á las nevrosis de los ner­vios ganglionarios, porque tienen unas éxarcer-baciones casi constantemente periódicas.

Si la reacción tardase mucho en establecerse, como por ejemplo, mas de veinte minutos, enton­ces es señal de que el enfermo no tiene la energía vital que se necesita para que pueda continuar eon este método curativo, en cuyo caso será pre­ciso que las afusiones no sean tan prolongadas, y que la temperatura del agua sea mas baja. Mas si después de las afusiones hubiese un estado de aba­timiento que llegase á contraindicar las siguien­tes, se deberá favorecer la reacción, ó reanimar la energía vital por medio de fricciones secas, y aun se darán á los enfermos los tónicos difusibles, como el jarabe de éter, ú otro equivalente.

Después de haber administrado los baños y las afusiones en las enfermedades que se han indica­do, y de haber observado las precauciones pres­critas para el mejor éxito de este método, hay que tener presentes otras que son relativas á la falta

4^9 de reacción ó al exceso de la misma de parte del organismo. Cualquier agente terapéutico tiene so^ bre el organismo entero, sobre cualquiera de sus aparatos ó sobre uno de sus órganos, una acción determinada, cuyo conocimiento es tan necesario al médico como le es indispensable el talento para hacer una aplicación exacta de ella. Asi pues, ya obre el meilicamcnto en la contestura misma del cuerpo, ó en una de sus partes, consideradas co­mo objetos físicos; ó ya modifique solamente las propiedades vitales de este, el efecto común se re­duce, en último resultado, á disminuir, aumen­tar, ó pervertir estas mismas propiedades. Cual­quiera que sea, entre estos tres modos patológico«, el que baya provocado el medio que se emplee en una ó muchas de nuestras funcione» orgánicas la modifícaciop que le pertenece como efecto, conti­nuará manifestándose, con tal que el intervalo que haya entre la dosis precedente y la que le si­gue no sea mayor que lo que dure la acción de esta misma dosis. Pongamos un ejemplo en los diu­réticos, que estimulando las propiedades especia­les de los riñones, provoca la secreción de la ori« na: mientras que las condiciones del organismo sean las mismas, y se mantenga la acción del me­dicamento, de manera que las dosis se acerquen demasiado para que la influencia de una se con­funda con el principio del inñujo de otra , persis­tirá el efecto, y de consiguiente el flujo de orina; y lo mismo se entiende de todos loa agentes que estimulan los demás órganos ó aparatos, y aun de todas las sustancias que obran en sentido contra­rio, y producen en la economía el estado de seda­ción. Pero si »e suspende de golpe el uso del me­dio que se emplea, ó si se administra con tales distancias que no puedan alcanzarse sus efectos, entonces se establece en el órgano sometido á su influjo, y solo por el poder de la vida que tiene,.

4^3 «n trabajo orgánico, precisamente en sentido in­verso del primero, á menos que este no haya ani­quilado desde el principio sus propieilades, en cu­yo caso ha))ria envenenamiento. Ahora bien, esta operación vita), espontánea, y diametrahnente opuesta al estado orgánico que ella sustituye, es la que se llama reacción. Así qne , decimos que hay reacción, cuando un órgano entra en se­dación después de hal)er sido vivamente sobreex­citado por la aplicación de un medio, cuyo uso se ha suspendido repentinamente; y hay también reacción , cuando puesto en sedación primera­mente por un agente deterniinado, marcha al estado contrario destle que se le ha separado de su influjo. Esto se entiende lo mismo de un órga­no que de todos, y lo mismo de una especie de medicación que de todas: por esta razón podrá comprenderse, cómo un purgante causa con tanta frecuencia el extreñimiento; y cómo son mas ra­ras las orinas después de un diurético que antes de ensayarlo; por qué un sudorífico deja después del sudor que ha tleterminado, la piel mas seca que primero; en qué consiste que se calienten las manos frotándolas con nieve, que se hayan pro­puesto las afusiones de agua fria contra la frial­dad de los epidemiados del cólera-morlx>, y que hayan tenido tan buenos resultados, Pero aplican­do todo lo que acabamos de decir de un modo general á los baños combinados con las afusiones, diremos, que los baños se deben aplicar á la tem­peratura de a S ' de Reamur, ó un grado inferior á la temperatura natural del cuerpo humano. La negligencia de las precauciones que deben tomar­se por las personas que asisten á los enfermos es la causa de que muchas veces se frustre el méto­do de que hablamos en manos de algunos médi­cos. El mayor inconveniente es la inflamación de Jos órganos contenidos en el pecho, por lo cual

deberá dirigir el facultativo toda su solicitud há+ cía este punto. En general, cuando se hacen las afusiones sin los miramientos que conviene, sue-t ien inflamarse los pulmones ó la pleura, y á ve­ces se manifíestan reumatismos articulares; pero todo esto se puede evitar con un poco de atención y prudencia. Las afusiones producen mucha me-nps inflamación que cuando se aplica el frió de un modo parcial y permanente, y se ha visto en mu­chos casos de flegmasia de pecho complicada con una afección nerviosa, que rara vez aumentaban los síntomas pulmonales con el uso de las afu­siones.

Después que se haya acostado el enfermo, y de haber favorecido la reacción, si ya no se hubiese manifestado ella por sí misma, se le examinará el pecho con los medios de la percusión y de la aus­cultación, y por poco que se note que la inspira­ción no es tan profunda, ó que haya el menor sig­no de lesión en los órganos respiratorios, se suspen­derá el uso de las afusiones, por lo cual será muy oportuno examinar el pecho antes y después de hacerlas, para tener un conocimiento exacto del estado de estos órganos, y no arriesgar nunca el comprometerlos.

Las flegmasias abdominales son muy raras con el uso de las afusiones, ó por mejor decir, no se han observado hasta de presente.

En los casos de fiebres nerviosas deberá ser la sedación permanente, evitando que se manifieste la reacción; pero en otras circustancias es menes­ter obrar en sentido inverso.

Concluyamos, pues, con algunas reglas gene­rales que puedan servir de guia en la práctica de este método.

En igualdad de circunstancias, la reacción se establece tanto mas tarde, cuanto sea mas elevada la temperatura, el enfermo tenga menor energía

4a5 vka l , la fiebre sea menos fuerte, y la afusión mas prolongada.

La reacción será tanto mas fuerte, cuanto sea mas baja la temperatura del agua; la persona ten­ga menos energía vital, la fiebre sea mas intensa, y la afusión mas prolongada.

La reacción sigue la proporción del grado de energía \ i tal , asi como la sedación, que es su efec­to, sigue la relación del descenso de la tempera­tura.

La sedación, cuando es extremada, llena de estupefacción al enfermo, y le precipita en un es­tado de colapso, pudiendo llegar hasta aniquilar­le la vida : lo mismo puede decirse de la reacción, que cuando se desarrolla con mucha fuerza, gas­ta la vida por exceso de estímulo.

Asi pues, la temperatura, la duración, la ma­sa de agua Scc. se deberán calcular siempre con ar­reglo á la energía del enfermo, y á la reacción que pueda tener. Estos diferentes datos deberán modifi­carse según la idionsincrasia de los enfermos, y las diferentes circunstancias en que se encuentren.

BIBLIOGRAFÍA ( I ) .

Medios que se deben oponer al cólera morbo, y faltas que deben evitarse en la invasión de esta epidemia, por J. N. Guilbert, antiguo profesor de la facultad de medicina de París: su precio diez reales.

Mepertorio completo y análisis de los diversos

( I ) Las personas que deseen comprar algunos libros de los que se anuncian en este periódico , podrán dirigirse á la librería de Doña Antonia de Sojo , calle de Carretas en Ma­drid. Los precios que aqui se indican son los que tienen es­tas obras en Paris: de cousiguienle, quedan á cargo del com­prador los gastos de comisioD y transporte.

TOMO III . 5 4

426 métodos curativos que se han empicado contra el cólera morbo indiano en Francia y en los paí­ses extrangeros, con una descripción de los sínto­mas, la marcha, las diversas formas de la enfer­medad , y las lesiones cadavéricas que se encucn» tran después de la muerte-,por los doctores Fraisse y Francoi», empleados permanentemente en los sitios de socorros médicos que se establecieron en Faris, durante la epidemia: un tomo en 8.°, diez reales.

Indagaciones sobre el sitio, las causas y el método curativo del cólera morbo epidémico que se observó en París en los meses de Abril y Mayo de 183a, por el doctor Dudon, en 8.°, cuatro reales-

Investigaciones sobre la acción terapéutica de las aguas minerales, por el doctor León Mar­chan! : vn volumen en 8.°, treinta y dos reales.

Observaciones sobre la verdadera naturaleza del cólera morbo, é instrucciones sobre el mejor método curativo de esta enfermedad, por el doc­tor Masiiyer, profesor de medicina de la facultad de. Strasburgo; un tomo en 8?, seis reales.

Pe la frecuencia del pulso en los dementes, considerada bajo el aspecto de las estaciones, la temperatura atmosférica, los periodos de la lu­naria edad &c.,y Refutación admitida sobre el decrecimiento de la frecuencia del pulso en los viejos, con una nota sobre el peso especifico del cerebro de los dementes: por Leuret y Mitivier.-un tomo en 8?» diez reales.

Cartas sobre las causas y los efectos de los gases ó Jiatuosidades que se encuentran en las vias gástricas é intestinales, por el doctor Baumés: un tomo en 8? , nueve reales.

Fisiologia medica yjilosófica por Lepelletier, doctor en medicina: cuatro tomos en 8? , veinte y ocho reales.

Del peligro que hay en tener opiniones ejíclur sivas para curar el cólera morbo, con el Jin de guiar d los médicos que no han tenido ocasiones de observar esta enfermedad, por el doctor De-lea u : un tomo e«-8^, seis reales.

Nuevo medio para preservc^rsc dd cóiera-' morbo; especialmente aplicado a la s<^M?ri4q4 de las habitacionejs, dc las (trtgs, ^cios y rnOff^wr facturas, con nuevas consideraciones higiémcíiís, por el doctor Baynat; un toijio en 8?, seis reales,

El contagio del cólera-morbo indiano, derwr^ ciado y demostrado por los hechos y el razona­miento, ú opinión de un médico sobre la natura-l^xa de esta enfermedad t y sobre las medidas que deben lomarse para reprimir con prontitud su curso, con una indicación de los medios curnti-vos mas acordes con la raztm y la experiencia^ por el doctor Billerey, médico mayor del hospital de Qrenoble: un tomo en 8?, veinte y cuatro reales.

Ihctrinay cm^acimí homctpdtica de la»enfer-medades crónicas ^por Habiwáaann yi^adtteidaal

4^8 francés por Jourdan: dos tomos en 8° , sesenta reales.

Formulario magistral, y memorial farmacéu­tico de Cadet de Gassicourt: 7? edición, veinte reales.

Tratado práctico de análisis química, con ta­blas que sirven para calcular la cantidad de una sustancia con arreglo á la que se ha encontrado en otra: por el profesor Rose, de Berlín, y tra­ducido por el rfocíor Jourdan : dos volúmenes en 8? con estampas, sesenta y cuatro reales.

Suplemento al nuevo Diccionario de medicina, cirugía &c,, que compusieron en dos volúmenes los profesores Orfila, Chomel, Cloquet y Beclard, el ctial contiene ademas de los términos nuevos que se han adoptado en la facultad y en las demás ciencias natur-ales otros muchos que se habían omi­tido en el diccionario, ó que ha sido preciso ha­cer de nuevo por los adelantamientos de la cien­cia, por el docíor Tavernier : un tomo en 8?, vein* te reales.

Diccionario de medicina, cirugía fi-c. en un tomo compuesto por Nystea, y refundido ahora en esta quinta edición por los doctores Bricheteau y Londe y por Mr. Heury, boticario: un tomo en 8? , cuarenta reales.

Merrtorial-manijiesto de los trabajos de la es­cuela de medicina de Abuzabel en Egipto, y del examen de sus alumnos del tercero y cuarto año

429 de su fundación ( i 83 i y i 832) , con una exposi­ción de la conducta y trabajos del fundador de esta escuela, que es el doctor Clot, de nación fran' ees, y elevado á la dignidad de Bey.

Historia estadística del cólera-morbo que rei­nó en Francia en i83a , con reflexiones sobre las causas y la propagación de esta epidemia, y cua­renta estados ó tablas que contienen los resultados que obtuvieron todos los médicos del hospital ge­neral de París, y el. número de enfermos y de muertos en Francia, colocados por dias y por distritos: obra escrita por Mr. Paillard.

Ensayo de terapéutica, fundado en el méto­do analítico, con una noticia sobre el cólera-morbo y sus métodos curativos, y vna ojeada so­bre el uso de los antiflogísticos, por Aug. Poujol: un tomo e/i 89 , veinte reales.

Indagaciones patológicas y prácticas sobre las enfermedades del encéfalo y de la médula espi­nal; por Jlion Abercrombie, profesor de medici­na de la Universidad de Edimbu» go, y primer médico del Rey de Inglaterra: traducido del in­gles de la segunda edición, y aumentado con mu-chas notas por el doctor Geiidrin: un tomo en 8?, sesenta reales.

Compendio de medicina práctica ó manual médico con arreglo á los principios de la doctri-najtsiológica: un tomo en 8?, treinta y dos reales.

Anatomía analítica: circulación de la sangre

43o considerada en d feto humano, y comparativa­mente en las cuatro clases de animales vertebra­dos , por el doctor Martin Saint-Ange: un pliego en folio.

Diccionario de medicina y de cirugía prácti­cas (gang-herp): un tomo en 8? , veinte y ocho reales.

Examen histórico y razonado de los preten­didos experimentos magnéticos, hechos por la co­misión de la Real Academia de medicina de Pa­rís, para que pueda servir de documento d la historia de lajilosojla médica del siglo diez y nueve, por el doctor Fedérifco Dulwls {de Amiens): un tomo en 8?, diez reales.

Nuevo formulario del médico práctico, que contiene mas de dos mil recetas magistrales y oji-einales, con una noticia de los socorros que se han de dar á las personas envenenadas y asjixiadas, y un memorial farmacéutico \ por el doctor Foy, boticario de la escuela de farmacia de París: un tomo en octavo diez y oclw reales.

Ensayo sobre la teoria de la injftafnapion, íc-$is presentada á la escuela de Faris,por el doc­tor Molapert, diez y seis reales.

Obras completas de Bichat, con las notas y adiciones del profesor Beclard y de los doctores Blaudin y Magendie: once tomos en 8?, doscientos 9chQ reales.

431 Las obras completas de Bichat se venden por

separado^ en los términos siguientes:

Anatomía descriptiva: cinco volúmenes en oc­tavo ^ cíen reales.

Anatomía general; cuatro volúmenes en, octa-vo, ochenta y cuatro reales.

Zas notas y adiciones de Beclard y Blaudln, que son el complemento de las antiguas ediciones; se venden en un tomo suelto á veinte y ocho reales.

Los otros dos tomos son: el tratado de las membranas y sus consideraciones fisiológicas so­bre la vida y la muerte, d las que añadió algu­nas notas en la quinta edición el profesor Ma-gendie.

Clínica médica, con un tratado de las enfer­medades cancerosas; por J. B. Cayol, antiguo profesor de medicina en la facultad de París: un tomo en 8? , veinte y ocho reales.

Ensayo sobre las gangrenas espontáneas por el doctor Francois: un tomo en 8?, treinta reales.

Medicina práctica ó tratado de patología metódica ó filosófica, fundado en la experiencia; por Batigne, profesor agregado d la facultad de medicina de Mompeller: dos tomos en 8?, cuaren­ta y ocho reales.

Memorias de medicina práctica, de anatomía patológica y de literatura médica; por el doctor ChaufFard, médico mayor del hospital de Aviñon: tomo I? en 8?, veinte y ocho reales.

43a Resumen de medicina práctica, por el doctor

ChauíFard: parte i? del tomo i ? , diez reales.

Nuevo manual completo de los aspirantes al grado de doctor en medicina, ó resumen analíti­co de todos los conocimientos necesarios d los alumnos para presentarse d los cinco exámenes que se exigen en las facultades de medicina de Francia: por el doctor Vavaseur y otros médicos: segundo examen, anatomía descriptiva, general, topográfica y comparada, y Jisiologia: un tomo en 18.°, veinte y dos reales.

FIN^ DEL TOMO TERCEUO.

IMDiCE

ALGUNAS DE LAS COSAS MAS NOTABLES

E N E S T E T O M O .

Agua, aplicada exteriormente 383

Observaciones sobre su aplicaciones en va­

rias dolencias. 387

Id. en un caso de peritonitis 411

— •••Id. en varios casos ie glositis, otitis, aw

gina , inflamación sifilítica, . panadi­zo &c 412

Método de administrar los baños con afu­

siones, y circunstancias que deben tener­

se presentes 416

Mgoión. én tama. Sus buenos efectos en las que* ,

maduras; . ..-. .-.•.-.•..•.•.•,.•.•.•.;..'.'.. L . » í . . . ; 339

— Noticia del descubrimiento de este reme­

dio 339

TOMO m . 55

434

c

Cauterizac'on. Su eficacia en la curación de las

qjuemaduras. , 338

Cálchico. Observaciones que prueban su eficacia

en la curación de algunas nevralgias 326

Cálera-morho. Diferentes opiniones sobre esta en­

fermedad, y multitud de'remedios recomendados

para ella 94i

Id 123

' •- Instrucción práctica sobre el cólera-mor­

bo leo

Cosméticos. Inconvenientes que pueden resultar de

su uso, y varios casos que lo comprueban 347

E

Esqueleto humano. Nuevo método de reunir sus

piezas. 119

Fístula de la laringe. Caso raro de un joven que

quiso suicidarse ,• y curación notable practicada

por el.Dr. V.elpeau....... 110

Gonorrea. De la gonorrea, sus complicaciones, con-

435 secuencias &c. 1

Su sinonimia. 8

——Síntomas • 3

-,—r-rCausas — — 9

La pueden producir las violencias cometi->

das. con criaturas de corta edad 12

Swediaur experimentó que se produce con

una inyección de amoniaco líquido 13

Id 26

No hay signo que denote la diferencia en­

tre los flujos que salen por la uretra,

y que indique cuándo son venéreos ó

n o . . . . . 14

XJn médico alemán dice liaber hallado un

signo cierto que denota esta diferen­

cia. . 16

——El virus de la gonorrea es idéntico al de

las úlceras y demás síntomas de la enfer^

medad venérea 17

Cuándo y cómo es contagiosa la gonor­

rea 17

Sus complicaciones y consecuencias 23

Caso de un enfermo que tenia una estre­

chez en la uretra, y murió de una perfo­

ración espontánea del estómago , ó3

— Gonorrea en la muger 193

Del flujo gonorráico por otros órganos dis­

tintos de los genitales 198

• • - Método curativo de la gonorrea 203

-^^—Id. por medio del iodo." 218

436 ^Id con el. ainc. ^. 225

-i-—^Id. con el cobre 22 5

• Receta Jiastante experimentada contra la

gonorrea 227

Cauterización de la uretra, y diversos mo­

dos de practicarla 2á2

Gota. Curación de esta dolencia 3ó0

M . . ^ . . - \

Slemoria del Dr. Blaud sobre las afecciones cloró-

ticas 373

Memoria- interesante sobre la» propiedades y vir­

tudes del a'»ua aplicada exteriormente 383

Medicina legal. Caso horroroso de asesinato de una

mugen. 3i3

'•'Otro caso semejante , 316

N

Nitrato, de .protoxida de hierro. Su uso contra la

diarrea. 3 53

O

Observación de una enfermedad grave del piloro curada solo con narcóticos 3ó7

Opio. Memoria interesante y completa sobre sus virtudes y propiedades 261

rDiferentes preparaciones del opio.. . 280 -rr—r.

437 -Observacioiies del profesor Orfila sobre la

narcotina • 309

-Uso del opio en la peritonitis. 5ii

PcUosis. Observaciones practicadas sobre esta en­

fermedad 329

Perforación espontánea del e s tómago . . . . . . . . . . . 65

Q

Química 120

R

Remedios secretos prohibidos por la academia de

medicina de París Iá6

Retenciones de orina. Nuevo modo de curar­

las l l á

S

Sanguijuelas. Casos de hemorragias mortales oca­

sionadas por sus picaduras 322

Suhnitrato de bismuto. Su eficacia en la curación

de las diarreas 361

Casos que la comprueban 36¿5

Sudatorio. Aparato reprobado por la academia de

medicina de París iód

438 Sulfato de cobre. Su uso contra la disenteria cró­

nica, 352 Sulfato de quinina. Se emplea en fricciones con­

tra diferentes calenturas continuas 3ói

Dos casos que prueban su eficacia 3óó

Tifo. Observación de una calentura tifoidea cura­

da con afusiones de agua fria 72

Timo, Indagaciones sobre esta glándula, 116