József KRUPP, Distanz und Bedeutung. Ovids Metamorphosen und die Frage der Ironie, Heidelberg,...

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Comptes rendus Giorgio J ACKSON et Domenico TOMASCO, Quinto Ennio. Annali. Frammenti di collo- cazione incerta. Commentari. Volume V. A cura di G. J., D. T., Naples, Liguori, 2009 (Forme materiali e ideologie del mondo antico, 38), 24 16 cm, 651 p., 55 , ISBN 978-88-207-4748-0. Con este quinto volumen queda concluida la ambiciosa empresa de reconsiderar toda la filología enniana a través de la nueva edición de la totalidad de los fragmentos del poeta latino y de un denso y minucioso comentario de cada uno de ellos. Nueve años después de que viera la luz el volumen que abría la serie, ahora se cierra el círculo con la publicación del comentario de los fragmenta sedis incertae. El volumen quinto ha sido realizado por Giorgio Jackson y Domenico Tomasco, que se han repartido la tarea de comentario de los 127 fragmentos : Jackson los fragmentos I-LXIV, y Tomasco (desafortunadamente fallecido en otoño de 2007 tras una larga enfermedad) los frag- mentos LXV-CXXVII. La escritura del comentario a dos manos se traduce en una leve diferencia de estilo, que en cualquier caso no compromete seriamente el sentido orgá- nico que gobierna su redacción. — El corpulento volumen se extiende a lo largo de 651 páginas y no tiene carácter plenamente autónomo, sino que acumula también la función de cierre de la serie de los volúmenes anteriores. Por ello se abre con la bibliografía correspondiente a los cuatro volúmenes precedentes (p. 3-63). Al final del comentario los autores presentan un addendum bibliográfico (p. 551-576) ; no faltará el lector que se pregunte por qué razón no se han integrado ambos aparatos bibliográ- ficos en uno solo, de carácter general, solución que habría facilitado una consulta sis- temática de toda la bibliografía. Obviamente, el comentario de los fragmentos constituye el núcleo duro del volumen y monopoliza casi todo su espacio (p. 65-549). Al addendum bibliográfico antes indicado le sigue un índice léxico (p. 577-623) que, en realidad, representa una concordancia léxica de todos los fragmentos de los Annales de Ennio, instrumento en cuya enorme utilidad no hace falta insistir. El volumen se cierra con el índice de nombres propios de los cinco volúmenes de la serie (p. 625- 651). — En el marco ya indicado de la doble función del V volumen (propria como comentario de los fragmenta incertae sedis y, a la vez, complementaria de los anteriores volúmenes como cierre de la serie), la precisión y la corrección de esta segunda faceta resulta difícil de calibrar en una reseña sin disponer de los cuatro volúmenes anteriores. Por ese motivo, aquí el foco de atención estará centrado en la primera de ellas, es decir, en la función exegética del texto de los fragmentos de localización dudosa. Hay que reconocer que el lector puede encontrar cierta dificultad práctica en el hecho de que el texto crítico de los fragmentos apareciera en el volumen III de la serie, publicado en 2003. En principio, el comentario parece el mejor lugar para dar una justificación de- tallada y pormenorizada de las decisiones textuales adoptadas por el editor, pero Flores, editor del texto en el volumen III, no participa (al menos nominalmente) en este co- mentario. En este sentido no parece arriesgado aventurar que este volumen V bien puede convertirse en el volumen de consulta de los fragmentos de localización incierta,

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Comptes rendus

Giorgio JACKSON et Domenico TOMASCO, Quinto Ennio. Annali. Frammenti di collo-cazione incerta. Commentari. Volume V. A cura di G. J., D. T., Naples, Liguori,2009 (Forme materiali e ideologie del mondo antico, 38), 24 � 16 cm, 651 p., 55€,ISBN 978-88-207-4748-0.

Con este quinto volumen queda concluida la ambiciosa empresa de reconsiderartoda la filología enniana a través de la nueva edición de la totalidad de los fragmentosdel poeta latino y de un denso y minucioso comentario de cada uno de ellos. Nueveaños después de que viera la luz el volumen que abría la serie, ahora se cierra el círculocon la publicación del comentario de los fragmenta sedis incertae. El volumen quintoha sido realizado por Giorgio Jackson y Domenico Tomasco, que se han repartido latarea de comentario de los 127 fragmentos : Jackson los fragmentos I-LXIV, y Tomasco(desafortunadamente fallecido en otoño de 2007 tras una larga enfermedad) los frag-mentos LXV-CXXVII. La escritura del comentario a dos manos se traduce en una levediferencia de estilo, que en cualquier caso no compromete seriamente el sentido orgá-nico que gobierna su redacción. — El corpulento volumen se extiende a lo largo de651 páginas y no tiene carácter plenamente autónomo, sino que acumula también lafunción de cierre de la serie de los volúmenes anteriores. Por ello se abre con labibliografía correspondiente a los cuatro volúmenes precedentes (p. 3-63). Al final delcomentario los autores presentan un addendum bibliográfico (p. 551-576) ; no faltaráel lector que se pregunte por qué razón no se han integrado ambos aparatos bibliográ-ficos en uno solo, de carácter general, solución que habría facilitado una consulta sis-temática de toda la bibliografía. Obviamente, el comentario de los fragmentosconstituye el núcleo duro del volumen y monopoliza casi todo su espacio (p. 65-549).Al addendum bibliográfico antes indicado le sigue un índice léxico (p. 577-623) que,en realidad, representa una concordancia léxica de todos los fragmentos de los Annalesde Ennio, instrumento en cuya enorme utilidad no hace falta insistir. El volumen secierra con el índice de nombres propios de los cinco volúmenes de la serie (p. 625-651). — En el marco ya indicado de la doble función del V volumen (propria comocomentario de los fragmenta incertae sedis y, a la vez, complementaria de los anterioresvolúmenes como cierre de la serie), la precisión y la corrección de esta segunda facetaresulta difícil de calibrar en una reseña sin disponer de los cuatro volúmenes anteriores.Por ese motivo, aquí el foco de atención estará centrado en la primera de ellas, es decir,en la función exegética del texto de los fragmentos de localización dudosa. Hay quereconocer que el lector puede encontrar cierta dificultad práctica en el hecho de que eltexto crítico de los fragmentos apareciera en el volumen III de la serie, publicado en2003. En principio, el comentario parece el mejor lugar para dar una justificación de-tallada y pormenorizada de las decisiones textuales adoptadas por el editor, pero Flores,editor del texto en el volumen III, no participa (al menos nominalmente) en este co-mentario. En este sentido no parece arriesgado aventurar que este volumen V bienpuede convertirse en el volumen de consulta de los fragmentos de localización incierta,

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visto que el texto de los fragmentos es presentado sistemáticamente abriendo cada frag-mento, si bien desprovisto del aparato crítico. No obstante, la exégesis de los fragmen-tos procura como información de partida todas las interpretaciones y todas lasintervenciones textuales realizadas sobre el texto en clave diacrónica, de modo queviene a cumplir la función de aparato crítico desplegado por extenso. — El sistema deexégesis adoptado por los comentaristas se ajusta bastante fielmente a una estructurapautada de análisis. Cada fragmento viene introducido por el texto latino editado porFlores, acompañado por la correspondiente traducción interlineal. Esto ya se encon-traba en el volumen III. Por regla general, se ofrece una traducción muy literal en sustérminos para tratar de evitar problemas derivados de la interpretación. Seguidamentelos comentaristas trazan la historia editorial de cada fragmento, aquilatando escrupu-losamente las aportaciones de cada uno de los editores en ese decurso histórico. Com-plementa la exégesis de cada fragmento un análisis lexicológico de los términos latinospresentes en el texto enniano, con particular atención a los antecedentes griegos deusos paralelos y al recorrido de los términos a lo largo de la tradición poética latina.Adicionalmente, no faltan en el comentario informaciones relativas a otros aspectosde índole métrica, ortográfica, morfológica, etc., cuando éstas son precisas para la exé-gesis del fragmento, aunque en algunos casos puedan llegar a resultar ciertamente in-necesarias, superfluas o en algún caso incluso banales. — En el volumen V, como yavenía sucediendo en los cuatro volúmenes precedentes, es bien perceptible la voluntadde los autores de superar el trabajo de Otto Skutsch. Por ello son continuas las refe-rencias a las decisiones textuales y a las interpretaciones dudosas del filólogo de Bres-lau. Con respecto al texto fijado por Skutsch, la edición de Flores comentada porJackson y Tomasco presenta las siguientes divergencias. El fr. I recupera el signo in-terrogativo y, por ende, se debe entender unde como adverbio interrogativo, frente a lainterpretación de Skutsch que prefería entender el fragmento como parte de una se-cuencia interrogativa mayor y, por tanto, no veía necesario puntuar el texto interroga-tivamente. El fr. IV se abre con la forma eripiuntque, frente a la incertidumbre deSkutsch, que mantenía en todo caso erip- más una secuencia silábica breve-larga-breve,apuntando como posibilidades de integración eripiuntque y eriperentque. En el fr. VIIel comentarista defiende el valor pasivo de sola... permensa (“il suolo... dopo che fupercorso”), frente al valor activo defendido por Skutsch ; sin contexto ambas interpre-taciones son posibles, por ello considerar que Skutsch comete un error en su interpre-tación es desmesurado por parte de los comentaristas. En este mismo fragmento (y enel fr. XIX) la interpretación de parumper con valor espacial es muy sugerente, peroprecisamente por ello habría resultado más útil para el lector que el comentarista pre-sentase los usos testimoniados de parumper con este valor (si los hay) en vez de losusos con valor temporal. En el fr. XII se rechaza la conjetura sam de Skutsch para man-tener la forma transmitida iam. En la traducción entre paréntesis se lee “(vi è bisogno)”,que no aparece justificado en el comentario. En el fr. XXX, it nigrum campum agmense rechaza la conjetura atrum de Skutsch, manteniendo estrechamente el paralelismocon el hemistiquio virgiliano de Aen. 4, 404 y el fr. 26 Blänsdorf de los carmina deAccio (it nigrum campis agmen...). El fr. XXXIV fusiona Skutsch 507-508 y trata elfragmento como una alocución directa. En el fr. XXXVII se acoge la conjetura deSchneider captibus, en vez de capitibus en sede inicial, zanjando drásticamente el fa-moso problema de la autenticidad del proceleusmático in prima sede del hexámetro.El fr. XXXVIII presenta la forma verbal de presente ponit en vez del ponet que presentael texto de Isidoro del que procede el fragmento. El comentarista cita el texto del libroXIX de las Etymologiae de Isidoro por la edición de Lindsay y no por la de Rodríguez

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Pantoja (1995), en la que se sigue leyendo ponet sin lecturas alternativas en aparatocrítico. La corrección ponit con el único objeto de sincronizarlo con repletur pareceuna intervención sobre el texto excesiva y difícilmente justificable. El comentaristaatribuye la lectura ponit al códice de Cesena de las Etymologiae, pero el valor de estecódice en la tradición isidoriana es insignificante (cf. Codoñer et alii, “Isidorus Ep.Hispalensis”, en Te.Tra II, p. 274-292), de modo que atribuir la lectura ponit a la tra-dición, aún siendo cierto, no deja de ser una banalización del fenómeno. El fr. XLIVpresenta la forma de perfecto contudit en vez del innecesario contu<n>dit de Skutsch,rechazado probablemente con buen criterio. El fr. XLVII se abre con la integración<et> y se suprime la crux que en la edición de Skutsch acompaña a igitur. El fr. LIIpresenta la forma abrumpit conjeturada por Colonna en vez de abrupit. El fr. LIII co-loca unus como sexto pie del hexámetro precedente e integra <hunc> como aperturadel verso. El fr. LXVII recupera la integración textual <uelut alta> de Vahlen. Seadicho de paso, en el comentario de este fragmento no es acertada la correspondencialat. falarica / gr. ceiroballístra, pues se trata de dos tipos de arma de naturaleza di-ferente ; la falarica es un tipo de proyectil, la ceiroballístra (lat. manuballista) esun arma que dispara proyectiles, como explica Vegecio en su Epitoma rei militaris. Elfr. LXVIII presenta terroribus en vez del torroribus defendido por Baehrens, Pascoliy Skutsch. El fr. LXIX acepta la conjetura quantum de Traglia en vez del quamquamtransmitido por Nonio y Carisio, pero sorprende que en el comentario no se expliquencon detalle las motivaciones para preferir la corrección del texto. El fr. LXXIV presentaagmine, rechazando de este modo la emendatio de Skutsch a<u>gmine, aparentementeinnecesaria. El fr. LXXV, presenta el fragmento puntuado con signo de interrogación.El texto del Servio Danielino, tal y como aparece reportado en el comentario porTomasco, presenta el signo interrogativo, pero en la edición de Thilo-Hagen tal signointerrogativo no aparece. En este fragmento quizás convendría revalorizar la opiniónde Timpanaro, que defendía la conservación del quod testimoniado en el ServioDanielino sin necesidad de cambiar el texto transmitido con corrección de quod enquo. El fr. LXXXV es proporcionalmente uno de los que introducen mayor variacióncon respecto al texto editado por Skutsch : el primer hemistiquio permanece intacto,huic statuam statui, pero el segundo hemistiquio retoma la conjetura de Timpanaro,pasando de maiorum +orbatur+ athenis a maiorem etiam, arbitro, ahenis.No encuen-tran eco en el comentario las reticencias de Skutsch a esta reconstrucción por las treselisiones que presenta. De hecho el nombre de Skutsch no aparece en el comentariodel fragmento. El fr. XC integra <hic> en inicio de verso, aceptando así una conjeturade Baehrens. El fr. CX simplifica el texto corrigiendo el texto transmitido en los códicesarmentas eosdem en armentas easdem. El fr. CXXII presenta <et> spoliantur en vezde la forma despoliantur conjeturada con buenos argumentos por Cancik y luego acep-tada por Skutsch. — Además de las divergencias anteriores, el texto editado por Floresy comentado por Jackson y Tomasco presenta algunas diferencias ortográficas dignasde mención : se elimina la aspiración en macaeris (fr. XLIII), aetera (fr. LVIII), ma-caeras (fr. CIX), elepantos (fr. CXVII) y macina (fr. CXXIV) ; se nota el diptongo entaetros, evitando así la forma monoptongada tetros (fr. CXVII) ; la u griega se notacomo u en Huperionis (fr. LXXVIII) ; se evita la asimilación consonántica contextualn>m ante labial sorda en inpulit (fr. LXXXVII) e inperiosas (fr. XCVI), aunque estapauta ortográfica no se cumple sistemáticamente (cf. impetus, fr. XXXIII, y, según elíndice léxico, imperium, impertit, impetus -dos veces más-, impune). El fr. L se puntúacon una coma después de dictis que es innecesaria y rompe la linealidad del verso. Enel fr. LIX se nota mediante el signo ’ una s final no transcrita en sulti’. — Por último,

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la traducción merece algunas acotaciones puntuales. En el fr. II, “Giove qui rise e itempi sereni risero / tutti del riso di Giove”, el valor semántico predominante del sin-tagma risu Iouis debe ser causal ; (que el cielo ría es consecuencia de la risa de Júpiter,por algo es rey de los dioses), y sin embargo la traducción “risero del riso” da pie aposibles ambigüedades sobre el valor semántico del sintagma “del riso”. Además, latraducción parece haber diluido el valor predicativo de serenae (sc. tempestae) (“ras-serenate”, como traducía Traglia). En el fr. X si, como dice Carisio, por efecto del usometafórico se puede decir “auriga” del piloto de un barco y, viceversa, “piloto” del au-riga de un carro, parecería más coherente traducir gubernator como el piloto y no comoel auriga para no perder en la traducción el efectismo traslaticio de la metáfora. En elfr. XXIV la traducción de auorsabuntur como “allontaneranno lo sguardo” explota in-justificadamente el elemento semántico de la visualidad, que no parece presente en elverbo latino, sino en el verso anterior ; la “fase visual” del rechazo ocupa el verso pre-cedente (quis pater aut cogantus uolet nos contra tueri) ; pero auorsari es el paso si-guiente del rechazo, “dar la espalda, eludir, evitar”, o, al tener un objeto humano,incluso, “detestar”, pasando del plano físico al emotivo como sucede en los pasajes in-vocados por el comentarista, Sal. hist. 5, 14 (apudArus. Mess. 65 Della Casa) “regemauersabatur” (no 5, 16 “regem auersabantur”) o Tac. hist. 4, 84, 2 “uolgus auersariregem, inuidere Aegypto…”. En el fr. XXVIII “quando si libera dal sonno”, como tra-ducción de “quom sese exsiccat somno” ha perdido la imagen del sueño como líquidoque se vierte sobre el durmiente o sobre sus ojos, de raigambre homérica, y resultaalgo sorprendente sobre todo cuando el propio comentarista reconoce explícitamente“traduceva correttamente ‘si asciuga’ il Pascoli”. En el fr. XXXIII la traducción de“impetus… restat” como “la spinta impressa fa rimanere” es muy elaborada. Quizássea preferible la interpretación más extendida, conforme a la cual La Penna traduce“si arresta”. En el fr. LI la traducción de “effunde quadrigas irarum” como “delle ireallenta le briglie delle quadrighe”, reprime bastante el manierismo de la imagen deEnnio, que Virgilio suavizaba en la Eneida (12, 499) como “irarumque omnis effundithabenas”. No es preciso sobreentender “habenas” en el texto enniano, cf. Georg. 3,104 “effusi carcere currus”. En el fr. LXI al traducir “paries percussus trifaci” como“il muro percosso da colpo di catapulta”, se pierde la rebuscada referencia al trifax :mejor habría sido, “golpeado o alcanzado por un proyectil”. — Más allá de las obser-vaciones apuntadas, cuestiones en su mayor parte de índole menor, este volumen de-dicado al limbo de los fragmentos de localización incierta supone un auténticomonumento de filología enniana. En él está atesorado un profundo conocimiento de latradición filológica del texto del poeta latino y, por ello, representa un instrumento deenorme valor para el estudioso de Ennio y de toda la literatura latina. La edición concomentario de Skutsch seguirá siendo un punto de referencia para los estudios ennia-nos, pero a partir de ahora lo será siempre en ineludible combinación con la serie decinco volúmenes dirigida por Flores, que está llamada a perdurar en el tiempo comopeaje indispensable para entender la espesura de los Annales de Ennio. Permanece, noobstante, la impresión profunda de cuán necesario sería disponer de ediciones críticasfiables y elaboradas de acuerdo a los principios ecdóticos de nuestro tiempo que nospermitieran leer con mayor grado de fiabilidad tratados como el De compendiosa doc-trina de Nonio Marcelo, las Etymo logiae completas de Isidoro, el comentario de Servioy del Servio danielino o incluso la gramática de Prisciano. Nuestro conocimiento dela literatura latina (fragmentaria y no) obtendría un enorme provecho de ello.

David PANIAGUA.

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Wolfgang DE MELO, Plautus. Casina. The Casket Comedy. Curculio. Epidicus. TheTwo Menaechmuses. Edited and translated by W. D. M., Cambridge, Mass. - Lon-dres, Harvard University Press, 2011 (Loeb Classical Library, 61), 17 � 12 cm, 562p., 19,50 €, ISBN 978-0-674-99678-6.

In (de) M(elo)’s second Plautine pentalogy for the welcome new Loeb the best pieceis Menaechmi, which arguably beats in hilarity even Shakespeare’s hilarious Comedyof Errors that was inspired by it. M. duly begins his “Introductory Note” by stating :“The Menaechmi, being the basis of Shakespeare’s Comedy of Errors, occupies an im-portant position in English studies”. The English of this “Note” incidentally resemblesinstead Shakespeare’s goosepimplingly unhilariousMacbeth : just as Macbeth’s ban-quet is haunted by the ghost of Banquo, so this “Note” is haunted by the ghost of M.’snative Teutonicity (e. g. [p. 420] a banqueteer “has enough” = “hat genug”, but “losespatience” is the idiom of the Bard of Avon’s Landsleute). — In view of Menaechmi’simportance it will be appropriate for the present review to concentrate on this play, forwhich besides P. Nixon’s old Loeb there is also E. F. Watling’s Penguin and mostrecently Erich Segal’s rendering in Oxford World’s Classics. Since the last of thesetranslators is also the author of the best-selling Love Story and of the screenplay forthe Beatles’ Yellow Submarine (incidentally, Ringo’s “In the town where I was bornlived a man who sailed the seas … ” makes a nice prologue to Menaechmi), M. has ahard act to follow, to speak in Roscian (and Plautine) terms. — The “town” whereMenaechmi is set is Epidamnus. This toponym prompts Plautus to a jeu étymologiquein l. 263-264 : propterea huic urbi nomen Epidamno inditum est, / quia nemo fermehuc sine damno deuortitur. The same etymology is dul(l)y set out by the unfunnygeo grapher Mela, whose discussion of Illyria informs the reader (II, 56) : urbium …est … secunda Dyrrachium, Epidamnos ante erat, Romani nomen mutauere, quia uelutin damnum ituris omen id uisum est. This Melan testimonium is absent from bothR. Maltby, A Lexicon of Ancient Latin Etymologies, Leeds, 1991 [Cambridge, 2006],and C. Marangoni, Supplementum etymologicum latinum, I, Trieste, 2007, neither ofwhom says anything whatsoever about the etymology of Epidamnus. Such an omissionfrom Marangoni’s Supplementum is all the more surprising, since “about half of [his]lemmata are proper nouns” (so the review by the present writer in Latomus 68, 2009,p. 498). — This etymological play on Epidamnus in Menaechmi has been variouslyhandled by translators. Shakespeare’s own putative crib by William Warner let itselfoff the hook by leaving the words untranslated : “no man comes hither sine damno”.More recently this Plautine text has inspired the following translative coups d’essai :“gets damaged” (Nixon), “doomed to damnation” (Watling, with inappropriatelytheological overtones), “undamaged” (Segal). M. now gives us “without being damni-fied”. While “damnify” just beats “damage” in morphological resemblance to damn-,it has the drawback of anachronism ; cf. OED Online s. v. “Very common in 17th c. ;now [their italics] rare”. — Plautus’ previous sentence but one ends thus : geminumdum quaeres, gemes (257). This time the wordplay was earmarked for very distin-guished progeny. It has been argued elsewhere (cf. the present writer, More Yukky Vir-gil : Aeneid II, 410-415 in Hermes 134, 2006, p. 400-406) that Virgil’s problematicgemitu (l. 413) is a reference to the Greeks’ “twin” anger at their own loss of Cassandraand at Ajax’ rape of her. Considerable importance accordingly attaches to Plautus’antecedent use of the same jeu. M.’s predecessors deal with this Plautine pun as fol-lows : “while you’re hunting for your twin, you’ll certainly have a twinge” (Nixon),“looking for your brother … will be rather a bother” (Watling), “finding no kin …

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you’ll be ‘bro-kin’” (Segal). By contrast M. himself this time makes no attempt what-ever to preserve the sal Plautinus : “you’ll be sorry … while trying to catch sight ofyour twin”. Nor does M. exegete the pun in a note, like (e. g.) Segal. Here M.’srendering of quaeres as “trying to catch sight of” might moreover give additional causefor cavil, since no evidence for such a nuance is provided by OLD s. v. In the presentpassage the meaning of quaerere would in fact seem to be rather “to look for (with theimplication of being unable to find), seek in vain” (so OLD s. v. 2a). — Elsewhere inthis same short speech M.’s treatment of the Latin might be regarded as likewise opento question. In the same sentence and in the immediately foregoing one the male oathhercle (l. 255 and 256 ; cf. Gell. XI, 6) is on both occasions completely ignored (similarpretermission of the female ecastor used by Menaechmus’ missus at 604). In thesentence that in turn precedes the first of the hercle’s audin ? (254) would not appearto signify “Can you hear me ?”, but “Are you listening ?” (cf. OLD s. v. 10a “To payattention … ”). In the very first line of this speech (251) the meaning of illoc … uerbowould not seem to be “Through this word”, since several “words” are at issue here ;cf. rather OLD s. v. uerbum 7 “(W. ref. to content) What one has to say … (sg.)”. —To conclude this review by returning to its Macbethian start : if the grateful reader ofthis generally fine volume must on occasion echo hand-rubbing Lady Macbeth with acritical “Yet here’s a spot”, in future instalments the pre-publicatory appliance of herown detersive recommendation of “a little water” could do the trick – “Out, damn’dspot !” Neil ADKIN.

Giancarlo GIARDINA, Elegie. Properzio. Edizione critica e traduzione riveduta e cor-retta a cura di G. G., Pise - Rome, Fabrizio Serra, 2010 (Testi et commenti, 25),25 � 18 cm, 463 p., ISBN 978-88-6227-292-6.

Ce volume succède à une première édition critique des Élégies, parue en 2005(voir Latomus 68, 2009, p. 472-473). Afin d’évaluer objectivement la contributionde G., il convient de s’en tenir aux critères les plus essentiels. L’ouvrage doit nousfournir une reconstruction plausible de la tradition manuscrite, un apparat correct etactualisé, ainsi qu’un texte acceptable aux plans métrique et linguistique, dans lequelles émendations introduites témoignent d’une réflexion méthodique et argumentée.Sur tous ces points, le travail de G. se trouve en défaut. On sait qu’ayant définitivementabandonné l’hypothèse que les mss de la « famille » D (D, V, Vo) puissent constituerautre chose qu’une vulgate humaniste remontant à la seconde moitié du XVe siècle, lesspécialistes de Properce s’opposent aujourd’hui sur l’identification du ms que PoggioBracciolini a envoyé ou apporté en Italie en 1417 ou, plus vraisemblablement, en 1423,et qu’il a ensuite fait parvenir à Niccolò Niccoli en 1427. Ange Politien a collationnéce « uetustus codex », alors en possession du jurisconsulte Berardino Valla, durant sonséjour à Rome en décembre 1484. Pour les tenants de la théorie « binaire », il s’agitdu ms N (c. 1200). L’ensemble de la tradition se répartit, d’après eux, entre N et lesmss issus de A (c. 1230-1260), notamment la copie de A prise par ou pour Pétrarque(p) autour de 1333, mais qui est aujourd’hui perdue, et les descendants directs ou in-directs de p : F (c. 1380, une copie de p faite à l’intention de Coluccio Salutati),L (1421) et P (1423 ; produit dans le cercle de Poggio) ; tous les témoins de la brancheA qui sont postérieurs à 1423 – on ne peut guère remonter jusqu’en 1417 – exhiberaientdes interpolations provenant de N. Selon la théorie « ternaire » défendue par J. L.Butrica et S. J. Heyworth, le ms qu’ont pu successivement lire Poggio, Niccoli, Vallaet Politien serait un témoin désormais disparu et indépendant à la fois de N et de labranche A, auquel je réserverai ici le sigle l. Les deux théories attribuent, en particulier,

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un statut très différent au ms T, probablement écrit en 1427 par Antonio Beccadelli,« Il Panormita ». La théorie « binaire » le fait descendre de s (c. 1400-1405, une copiede F due à Poggio et destinée à Niccoli, ensuite effacée afin d’être utilisée commepalimpseste), tout en postulant, nous l’avons vu, de nombreuses contaminations parN ; la théorie « ternaire » y voit une copie de l, avec des interpolations inspirées de s.Butrica a soutenu, de plus, que le ms Z (1453) descendrait directement de p à partir deII, 29. G., qui se réclame de la théorie « binaire », est paradoxalement le seul philologueà accepter les vues de Butrica sur le statut de Z. Mais si Z nous donnait accès au textede p, il faudrait qu’en certains endroits au moins, il nous livre une leçon préférableaux corruptions présentes dans les autres mss de la tradition pétraquéenne. Or il n’y a,sauf erreur de ma part, qu’un vers où G. se fonde sur Z pour établir son texte : femineastimuit territa in ante minas (III, 11, 58 ; marte FLPT, in arce Z) ; et ce choix éditorialne se justifie pas : outre que in arte > in arce dérive clairement de marte, la locutionadverbiale in ante n’appartient pas au langage poétique latin, même si G. l’imprimeencore en III, 5, 9 (corpora disponens menti non cauit in ante) en lieu et place de laleçon insatisfaisante …mentem non uidit in arte des mss (pour ce passage traitant dela création prométhéenne, je conjecturerais volontiers …non diuidit apte, proche du …prouidit inepte de J. B. Hall). Par ailleurs, G. ne me semble pas avoir pris la véritablemesure des arguments qui militent en faveur de la théorie « ternaire ». Dans son éditionde 2007, Heyworth mentionne 31 passages où T nous donnerait une version authen-tique absente de N, A, F, L et du premier état de P. D’après G., qui ne se rappelle pasque T date sans doute de 1427, le ms de Beccadelli se réduit a « un codice che in alcunicasi attinge alla tradizione di N, secondo il costume contaminatorio dei copisti dellaseconda metà del Quattrocento » (p. 19). Il en résulte que, dans son apparat, des leçonsretenues que T transmet pour la première fois se trouvent noyées sous le sigle ß des« recentiores » ou dépourvues de tout commentaire : tuae (I, 2, 7), seu (I, 8, 44), tam(I, 16, 18), sunt (II, 3, 10), promite (II, 9, 38 ; sans mention dans l’apparat), menelaeo(II, 15, 14 ; sans mention dans l’apparat), illa (II, 16, 12), uelaque in incertum (II, 26,36), reddet (III, 1, 22), in muri (III, 2, 6), aera (III, 5, 6), polles (III, 10, 17), sic redeunt(III, 12, 14), humer (III, 16, 29), prostratus (IV, 8, 69), leges (IV, 8, 81). En II, 14, 15-16 (atque utinam non tam sero mihi nota fuisset / condicio ! cineri nunc medicinadatur), T livre condicio (repris par la vulgate) là où N, F et P portent condito (iam). G.rejette condicio au profit de composito construit avec cineri et en tire argument, dansson introduction (p. 20-21), pour souligner l’inintérêt de la famille D ; or, qu’on ydécèle une survivance authentique ou une excellente correction (ce à quoi m’obligema préférence pour la théorie « binaire »), condicio se recommande à plus d’un égard :la collocation nota erat condicio apparaît chez Sénèque (Polyb. 10, 5), condicio renvoieaux termes d’une union conjugale, et l’enjambement d’un mot choriambique en débutde pentamètre est un procédé propertien (voir, par exemple, III, 6, 42 : exstiterit ; III,7, 36 : consenuit ; III, 13, 20 : con iugium). L’apparat de G. souffre, par ailleurs, demultiples erreurs ou omissions, dont je me bornerai à fournir ici quelques illustrations :entre I, 7, 11 et I, 7, 16 figure une énigmatique annotation « modus] fort. gradus ueldies » ; en I, 11, 11, la correction Teuthrantis reste attribuée à Scaliger alors qu’elleremonte au XVe siècle ; en I, 13, 16, la correction insertis revient à l’humaniste PacificoMassimi ; le ms A, qui s’arrête à II, 1, 63, ne transmet évidemment aucune leçon pourl’élégie II, 2 ; en II, 3, 12-19, l’apparat est complètement désorganisé ; en II, 13, 47manque la leçon tam (quis tam longaeuae…) ; en II, 13, 58, qui est une leçon imagi-naire, comme l’a montré Heyworth ; en II, 19, 7, N livre expectabis ; en II, 20, 24,numquam non remonte au XVe siècle ; en II, 8, 30, l’émendation Teucris, attribuée à

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Housman, date du XVe siècle ; en II, 9, 16, les mss portent uiro ; en II, 23, 22, iuuerintest la leçon du seul ms N ; en II, 34, 23, il ne fallait pas mentionner Vo ; en II, 34, 53,lire erum(p)nas ; en III, 1, 24, L ne porte pas uenit (sinon, la contamination par N oul serait assurée dès 1421 ; G. peut avoir été influencé, ici, par une lacune dans l’apparatde Hanslik) ; en III, 5, 24, il convenait de mentionner la variante sparsit et integras ;en III, 6, 20, l’apparat donne un datif amétrique poenae pour III, 13, 38, et cette aber-ration semble venir justifier le choix de poenae (mss) ou culpae (G.) ; en III, 9, 37, lesmss transmettent flebo ou sa corruption phebo (N) ; en III, 11, 51, les principaux mssportent uada flumina ; en III, 18, 24, la corruption troci, présente dans N, permet d’en-visager et scandenda trucis ; en III, 22, 28, furit est une émendation des « recen-tiores » ; en IV, 2, 19, falsus (Ribbeck) s’inspire de falsa es (Lachmann) ; en IV, 3, 21,torqueat Ocno est une leçon commune à N et T, contre t. oeno (FL ; T ante correc-tionem), torquet aeno (P), t. orno (T uaria lectio) ; en IV, 8, 37, uitrique doit être renduà Pacifico Massimi ; en IV, 8, 76, l’apparat marque une préférence pour la correctionsternat, mais le texte conserve sternet ; en IV, 10, 42, la correction de Heinsius est dou -ble (ex(s)ertis… toris, pour erecti(s) / effecti… rotis des mss, derrière quoi je proposede reconnaître ex actis… rotis) ; en IV, 11, 40, les mss ont domos et non l’amétriqueturba ; enfin, il faut restituer à Pontano les émendations duros (I, 20, 13), Perimedea…manu (II, 4, 8), hastas (III, 9, 25 ; les mss ont hostes), uisissent (III, 10, 1), quamlibet(IV, 11, 49). J’en viens maintenant au texte imprimé par G., en commençant par lesaspects métriques. Si l’on ne relève que deux fautes élémentaires de scansion (II, 6,12 : me soror et cum qua dormis amica simul, où G. aurait dû se demander pourquoiaucun éditeur n’a jamais repris la leçon dormis de F et P ; apparat de II, 7, 15 : « fort.comitarer arma », où les mss transmettent comitarent castra), les erreurs et les approx-imations se révèlent bien plus envahissantes en matière de métrique verbale. En III, 2,17 (fortunata meo si qua es(t) celebrata libello), les principaux mss livrent unetroisième personne grammaticale que le contexte n’exclut d’ailleurs pas, mais à laque-lle, depuis la Renaissance, de nombreux scribes ou éditeurs préfèrent es ; G. leur em-boîte le pas malgré le fait qu’une telle stratégie, en excluant le nominatif qua pour desraisons syntaxiques, oblige à reconnaître ici l’adverbe indéfini qua à voyelle longuequi n’autorise malheureusement ni l’élision, ni la prodélision (voir M. D., AC, 79, 2010,p. 149). L’abrègement hellénisant Omphale in de III, 11, 17 ne saurait céder la placeà Omphale et in (correction déjà proposée par Richmond) car cette variante supposel’élision d’un mot crétique. La version que G. retient aujourd’hui pour IV, 5, 21 (Si teEoa topazontis iuuat aurea baca), et dans laquelle topazontis n’innove guère par rap-port au topazontum ou topazorum de Housman, est à rejeter parce qu’elle crée un hexa -mètre où le partage trochaïque du deuxième pied ne s’accompagne d’aucune frontièrede mot antérieure à l’hephthémimère (voir M. D., RhM 153, 2010, p. 152-153). Auvers IV, 8, 39, Palmer conjecturait Teia, tu tibicen eras ; G. croit améliorer cette émen-dation en optant pour Teia, tu tibicina eras mais il oublie, du coup, qu’au troisièmepied, Properce ne se permet jamais l’élision entre deux syllabes légères si la césurepenthémimère est absente (voir I, 8, 41 ; I, 12, 19 ; III, 17, 27). Quand il réécrit IV, 11,19 (ac si cum apposita iudex sedet Aeacus urna ; pour aut si quis posita… des mss),G. oublie que le cum prépositionnel non enclitique ne saurait être élidé dans notre cor-pus. À trois reprises, G. modifie un pentamètre de telle sorte que celui-ci se terminesur un trisyllabe que précède un bisyllabe élidé : … prope matrem adero (III, 7, 64 ;… modo matris erit dans les mss), … ficta agitas (III, 23, 14 ; … ficta iacis dans lesmss), … docta aquilae (IV, 6, 24 ; docta suae dans les mss) ; outre qu’il n’est guèresouhaitable d’ajouter trois finales trisyllabiques dans les livres III et IV qui n’en ren-

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ferment que deux selon le texte transmis (III, 13, 30 ; IV, 2, 38), les élisions postuléescontreviennent à l’usage propertien. Dans d’autres cas, les interventions de G., sansproduire de véritables anomalies, souffrent d’un manque cruel de plausibi lité. En I, 7,16, la leçon euoluisse (ß) exige une diérèse qui semble étrangère à la langue de notrepoète. G. choisit de corriger manus en media dans I, 9, 29 (qui non ante patet donecmanus attigit ossa), mais l’élision d’un -a à la jointure des quatrième et cinquièmepieds constituerait un hapax chez Properce (M. D., Latomus 66, 2007, p. 1008-1009 ;RPh 81, 2007, p. 56). La séquence tu ambusta (I, 19, 19 ; tu uiua dans les mss) exhibel’élision d’un pronom monosyllabique ; celle-ci est d’autant plus insolite que ledeuxième mot ne commence ni par une séquence pyrrhique (voir II, 18, 19 : tu etiam),ni par un (pseudo-)préfixe monosyllabique (M. D., RhM 153, 2010, p. 153-154).L’émen dation te insector (II, 16, 25 ; testor te dans les mss) place le pronommonosyllabique élidé derrière une pause syntaxique forte ; ce phénomène n’apparaîtque dans un seul autre hexamètre (II, 21, 7), visiblement influencé par les Satiresd’Horace (M. D., RPh 81, 2007, p. 55 note 7). Hors élision, Properce réserve toujoursune scansion spondaïque à uirgo (III, 19, 23 ; IV, 8, 6) ; rien ne justifie donc d’en faireun trochée en invoquant la pratique, beaucoup plus tardive, de Sénèque (apparat de II,5, 28, ainsi que III, 13, 66 : uirgo pour uerba ou lingua des mss). En IV, 1, 65 et 125,G. analyse Asisi (Asis ou tout autre chose dans les mss) comme un anapeste situé devantla penthémimère, et il invoque à cette occasion le traitement variable de Orion (II, 16,51 ; II, 26, 56 [et non 51]) ; mais, comme pour les formes de Eous, la scansionbacchiaque de Orion est réservée à la fin de l’hexamètre, tandis que la scansion molossedoit se cantonner à l’intérieur du vers (M. D., RhM 153, 2010, p. 151-152). De manièreplus générale, G. ne tient aucun compte des restrictions que les Élégiaques font pesersur l’élision d’une voyelle longue devant une syllabe lourde, alors que M. Platnauernous a fourni, depuis longtemps, une synthèse exhaustive à cet égard : sont pour lemoins suspectes les séquences si illa (II, 3, 15 ; si qua dans les mss, auquel je sub-stituerais volontiers sic cum), si interdum (II, 15, 37 ; si tecum / secum dans les mss –la correction, due à Housman, peut impliquer une réanalyse dégageant un pseudo-préfixe monosyllabique, mais je pencherais personnellement pour si iam non), difficiliut (II, 17, 8 ; difficile ut dans les mss), Sparte et (II, 28, 54 ; Phoebi et dans les mss),uirgo Iliacae (IV, 4, 69 ; Vesta Iliacae dans les mss), Romae accedunt (IV, 6, 45 ; remisaudent dans les mss) ; on notera que uirgo officiis (IV, 4, 92) bénéficie de la présenced’un (pseudo-)préfixe monosyllabique au début du deuxième mot, et que les élisionsassurées de la diphtongue -ae ont toujours lieu devant un mot grammatical, presquetoujours monosyllabique de surcroît (I, 2, 17 : Idae et ; II, 1, 74 : uitae et ; II, 3, 36 :Europae atque Asiae ; II, 33, 37 : demissae in ; III, 5, 41 : furiae aut ; III, 8, 32 :Helenae in ; III, 20, 19 : multae ante). Je conclurai cette partie technique de ma recen-sion en signalant que G. imprime deux vers faux parce qu’il mélange des états dif-férents de la tradition ou de sa propre activité correctrice (II, 24, 45 : iam primoIasonia… pour primo Iasonia…, avec iam tibi Iasonia… dans les mss et iamque ubiIasonia… en 2005 ; III, 11, 46 : iura daret et statuas…, avec iura dare statuas dans lesprincipaux mss, iura dare et statuas…[ß] ou iura daret statuas… [ß, 2005]), et qu’ilintroduit des homéotéleutes plutôt malvenues en III, 19, 17 (Medeam referam ; Medeaedans les mss) et IV, 4, 55 (si sospes Tatiam ueniam ; texte corrompu dans les mss,notamment sic hospes pariamne tua [N], auquel je suggérerais de substituer sic, hospes,sim pacta tua) ; en effet, aucun des exemples analogues relevés par D. R. ShackletonBailey ne renferme deux mots pleinement lexicaux : aliam citharam (II, 10, 10), quamiam (II, 15, 22), quam metam (II, 25, 26), citharam iam (IV, 6, 69), uenturam iam (IV,

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11, 93). Si l’on compare entre elles les éditions de 2005 et 2010, on ne peut qu’êtrefrappé par la surabondance des conjectures, et par l’obsolescence qui vient très viteles affecter. Cette constante fluctuation témoigne d’une hâte incompatible avec la tâched’un éditeur sérieux, et elle se manifeste ici par des écarts, autrement inexplicables,entre le texte édité et sa traduction : Ioue dignae proxima Ledae (I, 13, 29 ; digna etdans les ms) rendu par « degna di Giove e pari a Leda » ; quem, quae scire timet, discerefacta iuuat (II, 22, 50 ; quaerere / dicere [ß] fata / plura iubet dans les mss) rendu par« al quale ordina di raccontare quelle stesse azioni di lei, che teme di apprendere »(traduction de 2005, où G. optait pour dicere facta iubet) ; hac ubi Fidenas longa eratisse uia (IV, 1, 36) rendu par « e in quel tempo andare a Fidene era un viaggio lungo »(mais les « recentiores » transmettent ac / atque et Ritschl a proposé tunc ubi) ;felicesque Iouis stellas Martisque rapaces (IV, 1, 83) rendu par « e i pianeti di Giovepropizio et di Marte rapace » (mais les mss portent rapacis et D. A. Kidd a plaidé pourfelicis) ; horruit algenti pergula nuda foco (IV, 5, 70 ; curua dans les ms) rendu par« il suo sinistro tugurio tremava dal freddo, perché il focolare era ormai spento » (maisl’apparat privilégie torua) ; serica nam taceo uulsi carpenta nepotis (IV, 8, 22) rendupar « Non parlo poi del[la] carro Cimbrico di quel depilato dissipatore » (mais l’apparatpenche pour Cimbrica). L’idéologie éditoriale de G., qui le rattache au courant hyper-critique aujourd’hui très influent dans les études propertiennes, le conduit à suspecterà peu près n’importe quoi pour des raisons parfois légères, et à remplacer les leçonstransmises par des « corrections » dont il se flatte, à tort me semble-t-il, qu’elles neheurtent jamais la vraisemblance paléographique (p. 34-35 de son introduction). Unefois ouverte cette boîte de Pandore, les « solutions » envisageables prolifèrent à l’infini,de sorte que l’entreprise de réécriture ne connaît plus aucune limite. Par ailleurs, l’at-trait que G. ressent pour la « trouvaille » le fait parfois verser dans l’absurde : en II,13, 38, un fuerant qui ne suscite aucune difficulté se voit remplacé par cluerant, formede clueo dont tout indique qu’elle n’a jamais été utilisée ; en IV, 7, 31, G. imprimecurnam tus non ipse rogis, ingrate, dedisti ? pour cur uentos non ipse rogis, ingrate,petisti ? des mss – mais curnam est une création lexicale que Housman voulait rétabliren II, 32, 5, où tout le monde (y compris G.) a désormais abandonné cette conjecture ;la réécriture drastique de IV, 10, 31-32 oblige G. à supposer que le chef Véien Tolum-nius se soit réfugié au Capitole, à l’abri duquel il aurait dialogué avec Cossus. D’unefaçon évidemment involontaire, G. nous offre, aux p. 24-25 de son introduction, unexemple presque caricatural des dégâts ainsi occasionnés. Les vers III, 13, 63-66 évo-quent les vaines prophéties de Cassandre. En III, 13, 63 (sola Parim Phrygiae fatumcomponere, sola), G. juge Parim inadéquat parce que le héros troyen n’a pas eu l’in-tention de nuire à sa patrie ; mais le discours de blâme a précisément pour caractéris-tique d’attribuer à une intentionnalité mauvaise ce qui relève, en réalité, du hasard etdes circonstances. Poursuivant sur sa lancée, G. substitue fraudem à fatum sous le pré-texte que « l’ovvio sintagma è componere fraudem, non componere fatum » ; mais ontrouve diu compositum ad quietem principis fatum « le destin depuis longtemps tracépour le dernier repos du prince » dans Amm. XXX, 5, 15, et un passage de Sénèquequi illustre la construction inverse (Helv. 15, 3 : crudele fatum ita composuit ut… « uncruel destin a combiné les choses pour que… ») nous confirme dans l’idée que le blâmebrouille ici les frontières entre la fatalité et l’action librement choisie. Quoi qu’il ensoit, G. bannit Parim au profit de hostem, sans trop se soucier, en l’occurrence, de lapaléographie. Dans le vers 64 (fallacem patriae serpere dixit equum), la prédicationserpere… equum serait « impropre » et devrait céder la place à l’affligeant mox fore…equum ; or la métaphore s’avère d’autant plus heureuse que l’entrée maléfique du

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cheval de Troie a été permise par l’intervention de deux reptiles monstrueux qui ontétouffé Laocoon et ses fils de leur étreinte rampante (parua duorum / corpora natorumserpens amplexus uterque / implicat ; Virg., Én. II, 214). Ensuite, G. juge « suspect »l’emploi d’un datif régi par fallacem qu’il corrige, dès lors, en fatalem ; mais, dans soncommentaire de 2007, Heyworth a montré que le datif peut dépendre ici de serpere – untel usage, qui est attesté chez Virgile (Én. II, 240 ; II, 268-269, avec serpit), nous ren-voie sans doute à la langue homérique. Pour conclure, G. estime qu’au vers 66 (illefuror patriae fuit utilis, ille parenti), « il perfetto fuit […] indica un fatto puntuale enon una eventualità ipotetica », ce qui l’amène à corriger furor… utilis en dies…ultimus ; mais il est banal que fuit signifie « aurait été » : il en va ainsi en II, 25, 11(nonne fuit satius duro seruire tyranno), auquel G. ne trouve rien à redire… Les défautsque je viens d’épingler se rencontrent à chaque page, de sorte qu’un relevé exhaustifdépasserait toutes les limites tolérables d’un compte rendu. Qu’il me soit néanmoinspermis de signaler, dans un souci de justice, les rares contributions de G. à l’établisse-ment d’un texte intelligible et raisonnablement corrigé : en II, 18, 10, primum pourprius justifie de lire cum primum ; en II, 22, 39, libello est une émendation décisive (lacorruption libello > liberto a produit une amétricité qu’un copiste a éliminée enrecourant à ministro, inspiré par ministret du vers 35) ; en III, 3, 11, acies pour lacies /lacres permet de conserver Hannibalemque ; IV, 7, 69, renouamus (mal rendu par« rievochiamo », et qui signifie plutôt « nous ravivons » comme dans Catul. 96, 3) sesubstitue avec bonheur à sanamus, la chute du préfixe ayant laissé subsister un noua-mus amétrique qui a aisément pu céder la place à la leçon transmise ; en IV, 9, 4, hicpour et démêle la syntaxe. Marc DOMINICY.

Giulio VANNINI, Petronii Arbitri Satyricon 100-115. Edizione critica e commento diG. V., Berlin-New York, W. de Gruyter, 2010 (Beiträge zur Altertumskunde, 281),24 � 16 cm, IV-377 p., 99,95 €, ISBN 978-3-11-024091-7.

L’édition commentée que propose G. Vannini intéresse ce que l’auteur identifiecomme la seconde section du texte conservé des Satyrica (chap. 100-111), après unepremière partie (chap.1-99) essentiellement occupée par la Cena Trimalchionis et avantl’épisode final de Crotone (116-141). – L’objet narratif de cette seconde section est levoyage maritime d’Encolpe et de ses partenaires vers Tarente, à bord du navire deLichas, le naufrage, l’arrivée à Crotone. Dans cette section figure également, contéepar Eumolpe, l’histoire de la Matrona Ephesi. – G. Vannini s’attache, dans un premiertemps de son Introduction, à situer la séquence étudiée au regard de l’économie géné-rale et de la nature spécifique de l’œuvre pétronienne. Précise et solidement étayée,cette mise au point ouvre sur des perspectives éclairantes d’interprétation : celled’abord de l’insertion des Satyrica dans une tradition comicolicencieuse parallèle àcelle des Erotika, interprétation que rend licite la découverte, vers la fin du XXe siècle,de fragments narratifs grecs prosimétriques et de thématique réaliste (Stephens /Winkler parlent de « criminal-satiric fiction »). Rappelant juste ment, d’autre part, ladifférenciation nécessaire entre composante narrative et constituant structurel du récit(les rapprochements possibles avec l’Odyssée homérique n’en font pas pour autant lemodèle structurel des Satyrica), entre parodie et pastiche, G. Vannini analyse l’inter-textualité continûment mise en œuvre par Pétrone comme facteur de caractérisationdes personnages et, tout en déterminant le flexibilité des langages et du style, commesigne complexe donné d’un projet original d’auteur. – Consacré à l’histoire de laMatrona Ephesi, le second temps de l’Introduction en étudie l’origine et cerne les rap-ports identifiables entre les versions antiques de ce récit : versions de Pétrone, de

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Phèdre, de Romulus (ces deux dernières versions sont citées en annexe). Si Voltaireenvisageait autrefois, pour cette histoire, une origine Orientale / Extrême-Orientale(Chine), G. V. conclut raisonnablement à une origine gréco-latine (Sur cette thèse, cf.M. Ruiz Sanchez, Myrtia 20, 2005, p. 143-174). C’est selon une reconstruction vrai-semblable, par ailleurs, que l’analyse des rapports identifiables entre les trois versionsconduit G.V. à envisager un archétype commun à Pétrone, Phèdre et Romulus, arché-type peut-être influencé lui-même par un logos ésopique. – La troisième partie del’Introduction intéresse l’histoire d’une tradition textuelle complexe dans laquelle G.V.distingue trois sources principales : les Excerpta breuia, manuscrits datés entre le IXe

et XIIe siècle, le Florilegum Gallicum, dont l’archétype fut compilé, vers la moitié duXIIe siècle, à Orléans, les Excerpta longa, rameau important de la tradition. G.V. rap-pelle encore que, bien avant la redécouverte humaniste des Satyrica, Giovanni deSalisbury possédait déjà, au XIIe siècle, l’ensemble du texte aujourd’hui connu, etnotamment l’épisode de la Matrona Ephesi. Une brève notice est enfin consacrée parG.V. à la Cena Trimalchionis. – Fondé sur une collation personnelle, le texte établiporte la marque d’un conservatisme lucide laissant place à l’adoption de différentesconjectures retenues après une analyse circonstanciée développée dans le Commen-taire. L’apparat positif met en évidence la leçon retenue, fait connaître les variantessignificatives, signale aussi les conjectures modernes écartées, mais dont l’examen per-met de mieux cerner la problématique d’une leçon. Dans une rubrique préalable, G.V.présentait les critères et orientations de son analyse de critique textuelle dont la mé-thode se révèle parfaitement saine et efficace. – Deux cent treize pages sont consacréesà un commentaire dont la richesse et l’efficacité exégétique tiennent, avec la rigueurscientifique de l’enquête, à une approche plurielle du texte. L’analyse conduite toucheà la fois la fiabilité des leçons transmises, la nature et la qualité des constituants gram-maticaux et lexicaux du langage appréhendés tant dans leur effet contextuel qu’en ré-férence à l’histoire de la langue, de la littérature et aux faits et idées de civilisation, lacaractérisation des personnages, la fonction intertextuelle, la caractérisation des per-sonnages, la structure de l’épisode. Le commentaire n’assume pas seulement unefonction explicative portant sur un mot, une construction, une notion isolés : il ouvretrès largement sur l’interprétation d’un langage, d’un projet d’auteur et de l’universreprésenté. – L’ouvrage est complété par une Annexe, dans laquelle sont citées les ver-sions anciennes de l’histoire de la veuve inconsolable, une bibliographie, un Index lo-corum, un Index nominum, un Index rerum et un Index uerborum. – La sélection, pource commentaire, d’une partie relativement restreinte de l’ouvrage de Pétrone peut sansdoute d’abord surprendre et il n’eût pas été inutile que l’auteur apportât une informationliminaire sur son choix. Le traitement de cette séquence, jusqu’ici peu commentée dansson détail, permet, en réalité, non seulement d’en proposer une connaissance appro-fondie, mais d’en dégager aussi la cohérence individualisante et de mieux identifier,dans l’enchaînement des séquences, la construction de temps forts du récit. Fondé, loinde tout a priori, sur une analyse exemplaire du texte même, le commentaire de GiulioVannini apporte une contribution enrichie et vivifiée aux recherches sur les Satyricaet, plus largement, sur le « roman ancien ». Un excellent travail ! Louis CALLEBAT.

Ingemar KÖNIG, Lucius Ampelius. Liber Memorialis. Was ein junger Römer wissensoll. Lateinisch-Deutsch. Herausgegeben, eingeleitet und übersetzt von I. K.,Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 2010 (Texte zur Forschung, 94),22 � 14 cm, 150 p., 67 €, ISBN 978-3-534-22983-3.

C’est un petit ouvrage bien intéressant à tous égards que le Liber Memorialis deL. Ampelius, et je me réjouis de lui avoir redonné un peu d’audience dans le monde de

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ceux qui s’intéressent à la pensée et au système scolaire de l’Empire romain. Le textelatin du Liber memorialis n’est connu actuellement que par la copie d’un ms. en caro-line que fit faire un érudit du début du XVIIe s., Claude de Saumaise ; la copie fut cor-rigée pour l’édition, quelque vingt ans plus tard, et le texte joint à celui de Florus quedonna l’humaniste aux Elzévir de Leyde, en 1638. Voici donc une nouvelle présentationdu texte latin de l’apographe Saumaise, due à Ingemar König, accompagnée d’une tra-duction allemande qui fait suite à celle qu’avait donnée, en son temps, Fr. Hoffmann,avec les fragments de Messala Corvinus, et le Bréviaire de Sextus Rufus (= Festus).L’A., qui s’est à son tour intéressé à ce petit manuel, a écrit des ouvrages de synthèsesur des aspects du Bas-Empire, mais il n’est pas autrement connu comme philologue.Il n’a d’ailleurs apparemment pas revu la copie Saumaise, il est vrai qu’elle n’est pastrès facile à trouver et que son examen est assez décevant ; il a utilisé mon texte de laCUF, sauf des retours conservateurs aux leçons des éditions précédentes de Saumaiselui-même, de Woelfflin et d’Assmann, avec quelques choix personnels : ce qu’il ex-plique rapidement (p. 91-94) dans quelques notes qui tiennent lieu d’apparat critique.L’A. a conservé dans le texte latin la plupart des titres de chapitre interpolés que j’avaisécartés du texte (sauf 1,1 De Mundo) et 8,1 où il a bien vu que le titre ajouté par le co-piste Miracula Mundi glosait le titre d’Ampélius : une des questions posées à Macrin :Miracula quae in terris sunt ? À la différence d’une édition critique, les modificationsne se distinguent pas dans la graphie (par ex. 5,2 la correction “subscribuntur”, là oùon attendrait “subscribuntur”). En se fondant sur les termes du Prologue, l’A. a sous-titré sa traduction allemande par une périphrase : Was ein junger Römer wissen soll(Ce qu’un jeune Romain doit savoir), plutôt que de tenter de donner un équivalent danssa langue au titre latin Liber Memorialis. Une brève introduction (p. 7-23) pose lescaractéristiques de cette œuvre originale dont on ne peut que regretter le manque d’an-crage dans la littérature générale d’expression latine. Ampelius et son dédicataireMacrin sont des inconnus, ainsi que leur époque exacte et la cité romaine où travail-laient le maître et son élève : j’avais, en son temps, avancé des hypothèses : on ne peutni les exclure ni les démontrer. Plutôt que de le mettre en notes, l’A. a placé dans latraduction, entre crochets carrés, des identifications et des équivalents modernes decertains noms de divinité, de vents, de lieux géographiques… Cependant, on trouve(p. 95-136) plus loin de substantiels éclairages du texte, rangés selon les paragraphes ;les noms modernes y auraient été tout aussi bien donnés et expliqués. À la fin du livre(p. 137-147), l’A. a transcrit une des sources certaines d’Ampelius : les fragments deNigidius Figulus, dans l’édition de Swoboda, accompagnés d’une traduction alle-mande. De fait, les fragments du philosophe néo-pythagoricien sont intéressants pareux-mêmes ; ils permettent, qui plus est, au lecteur curieux de prendre connaissanced’un système de gloses détaillées, ici rapportées à l’adaptation des Phénomènes d’Ara-tos qu’avait composée Germanicus, le fils adoptif de l’empereur Tibère, pour se délas-ser des combats, et montrer, peut-être, qu’il était plus féru des belles-lettres que depolitique… L’inconvénient, c’est que le lecteur pressé risque de retenir l’idée queNigidius Figulus est la source unique de notre petit maître d’école. On regrettera lemanque d’index, pourtant indispensable dans ce type d’œuvre, l’absence de cartes, etune bibliographie bien trop succincte : elle est scindée en deux, sans que les critèresde tri soient bien valables (p. 23 et 149-150) : la page 23 qui se trouve avant le texte etsa traduction répertorie quelques éditions et/ou traductions, qui sont mal classées ; deplus, il en manque deux qui sont importantes : celle de N. Terzagui (Turin 1943), etcelle de Vincenza Colonna (Bari 1975) ; on pourrait aussi rappeler celle que VictorVerger donna en 1842 dans la Panckoucke, et qu’il avait joliment intitulé Le Mémorial.

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Sur cette même page, le paragraphe intitulé Zum Liber Memorialis, énumère des tra-vaux qui seraient tout aussi bien à leur place p. 149-150.

Marie-Pierre ARNAUD-LINDET.

Stéphane GIOANNI, Ennode de Pavie. Lettres. Tome II. Livres III et IV. Texte établi,traduit et commenté par St. G., Paris, Les Belles Lettres, 2010 (Collection des Uni-versités de France), 19,5 � 13 cm, XXXVI-150 p. dont 52 doubles, 45 €, ISBN 978-2-251-01456-2.

L’introduction de ce deuxième tome (le premier avait été publié en 2006) est brève,mais efficace : elle se limite à présenter les épîtres contenues dans les livres II et IV,écrites pour l’essentiel entre 502 et 507. Le contexte historique est le schisme laurentienet ses suites (498-507). Sous le titre La « contractualisation » des échan ges dans l’Ita-lie théodoricienne, S. J. montre comment le diacre de Milan gère les conflits. Ses lettresont une fonction de direction morale (Éthique et société) ; elles recherchent l’édifica-tion spirituelle du correspondant en utilisant la préciosité littéraire comme mode decommunication et de distinction au sein des élites romano-gothiques. Par le code épis-tolaire, l’extériorisation des sentiments permet de contrôler les affects. La caritas épis-tolaire construit une communauté émotionnelle entre Milan, Ravenne, Rome et laProvence avec ses modes d’expression et son vocabulaire. À cette mise en perspectives’ajoutent un tableau chronologique bien documenté (de 474 à 527), un complémentbibliographique et une rapide présentation des normes d’une édition qui intègre un ma-nuscrit (D), un florilège (F) et un témoin lacunaire (A) inconnus de Vogel : la méthodeest plutôt, sagement, conservatrice avec au total 16 changements par rapport à l’éditionVogel. Mais je ne suis pas convaincu par toutes ces propositions : par exemple, en 3,4,1(p. 11) pour repugnaret<ur>, le parallèle avec le déponent aduersaretur ne me paraîtpas pertinent ; la substitution de quia à quae en 3,10,3 (p. 15) n’est pas nécessaire etde même en 3,30,1 (p. 29), la leçon des manuscrits putans (codd. plutôt que libri) estdéfendable. L’apparat, plus ou moins sélectif, ne donne ni toutes les leçons des ma-nuscrits retenus ni toutes leurs étapes de correction. Pourtant, l’excellente note à l’Epist.3,4 (p. 73), qui établit que le copiste de B disposait d’au moins deux manuscrits etdonc que certaines corrections peuvent relever d’un choix et non d’une erreur de copie,aurait dû conduire à un apparat complet pour les “corrections”. Cet apparat, parfoisalourdi d’orthographica inutiles, n’est pas toujours complet : par exemple à 3,13,1(p. 17), on donne la conjecture de Vogel sans les leçons des manuscrits et, à la pagesuivante (p. 18), on n’indique pas qui a corrigé delegendus en deligendus ; j’ai relevéaussi une anticipation fâcheuse qui perturbe l’apparat de 3,33, p. 31 (« ita : sed [...] itaD »). Le lecteur appréciera le résumé des lettres placé en tête de chaque livre. En re-vanche, s’il est français, il sera gêné par la ponctuation à l’allemande du texte latin(virgules devant les complétives...) et l’absence d’harmonisation dans l’emploi des ma-juscules en latin et en français. C’est une prouesse d’atteindre l’élégance quand on tra-duit une prose alambiquée comme celle d’Ennode (certaines lettres, par exemple 4,4,demeurent encore bien obscures). Aussi aurai-je mauvaise grâce à discuter le sens decertains adjectifs (matura en 3,1,1 ; clauda en 3,2,1 [cf. 3,25,1] ; delenificum en 3,2,2 ;gemino en 3,3,3 ; nudus en 4,19,2), de certains noms (moneta en 4,23,3) ou de certainsverbes (directa est en 4,1,2). On appréciera la richesse des notes complémentaires (prèsde 80 pages ; quelques redites, par exemple p. 104, note de à Epist. 4,1), sans avoir icila possibilité de les discuter en détail. Je noterai seulement que, p. 69-70, les notes 4et 6-7 me paraissent contradictoires. Et, bien sûr, on aurait pu ajouter des commen-taires : par exemple un parallèle avec Sénèque en Epist. 3,28,2. Deux

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remarques de forme : la disparition d’au moins deux mots rend la note 13 d’Epist. 3,15(p. 88) incompréhensible et le mot “grâces” doit être au pluriel dans l’expression « ren-dre grâces ». Ces quelques broutilles ne doivent pas faire oublier la qualité (et l’utilité)de la traduction proposée et la très grande richesse d’une annotation à la fois ecdotique,historique, prosopographique et littéraire. Jean-Louis CHARLET.

G. COLVENER, I. M. DOUGLAS et Pierre MONAT, Raban Maur. Claude de Turin. Deuxcommentaires sur le livre de Ruth. Texte latin, G. C. et I. M. D., introduction, tra-duction, notes et index par P. M., Paris, Éditions du Cerf, 2009 (Sources chrétiennes,533), 20 � 13 cm, 189 p., 19 €, ISBN 978-2-204-09181-7.

Bien que le personnage de Ruth ait suscité très tôt des discussions entre juifs etchrétiens, le Livre de Ruth ne semble pas avoir été l’objet d’un commentaire suivi avantl’époque carolingienne : déjà Cassiodore (Inst. 1,2) n’en avait pas trouvé ! Vers 823,deux élèves d’Alcuin, Raban Maur et Claude de Turin, ont écrit chacun un commentairede ce livre selon les nouvelles méthodes de leur maître. Dans l’édition proposée, chaquecommentaire est précédé d’une (trop !) brève introduction : quinze pages pour Raban,qui ont le mérite de réhabiliter sa méthode exégétique, allégorique et non historico-critique (c’est la signification du texte qui l’intéresse pour aider la méditation de lalectio diuina) ; à peine quatre pages pour Claude de Turin, dont le commentaire est,lui aussi allégorique, mais polémique contre la Synagogue (pour la vie et la personnalitéde cet auteur, on renvoie à P. Boulhol). Il n’est pas possible d’établir des liens précisentre ces deux commentaires contemporains. Une petite contradiction apparente dansces introductions : le dernier paragraphe de la p. 160 implique que Raban utilise uneVetus latina différente de celle de Claude ; mais le paragraphe précédent, comme lap. 27, indique que Raban lit une version de la Vulgate qui n’est évidemment pas cellede l’édition Weber ! Les textes latins proposés ne sont pas la partie la plus originale duvolume. Pour Raban, le texte de base est celui de G. Colvenerius (1617), établi à partirde manuscrits perdus et repris dans la Patrologie, le seul manuscrit connu aujourd’hui(M, Madrid, XIVe s.) étant de faible qualité et rarement utilisé. Monat a corrigé les er-reurs matérielles évidentes « et, en empruntant à M, éventuellement, telle ou telle leçonqui pourrait paraître plus assurée ». Je regrette que, là où M est préféré à l’édition de1617, Monat n’ait que très rarement justifié son choix. Trois conjectures sont revendi-quées (6,4,8 ; 7,1,11 ; 15,1,4), mais non toujours justifiées ; en 15,1,4 la leçon transmiseSpiritus sancti gratiam pourrait se défendre en considérant que le sujet de la phraseest le Dominus de la phrase précédente. En 14,5,12 (p. 134), je n’arrive pas à com-prendre le texte, l’apparat et la note 2 de la p. 135 : d’où vient le cui, jugé « sinon obs-cur, du moins bien lourd et maladroit », si le manuscrit et l’édition reçue donnent tousdeux etsi ? Pour Claude de Turin, il suffit de neuf lignes (plus quatre lignes de notes)pour traiter le problème de la transmission du texte et de son établissement (p. 159-160) ! Monat reprend l’édition d’I.M. Douglas avec huit corrections, en uniformisantl’orthographe, en clarifiant la ponctuation, et en introduisant un découpage en 25 para -graphes. Douglas avait utilisé trois des quatre manuscrits connus. On n’explique paspourquoi celui de Pistoia (XIIe s.) a été écarté et on fait l’apparat par rapport à l’éditionDouglas et non par rapport aux manuscrits qu’on ne cite pas ! Les huit corrections nesont pas toutes justifiées. Pour passione à la place de passio (18,8 p. 178) ou ostendiau lieu d’ostendere (21,2, p. 180), la correction me paraît légitime. Mais faut-il revenirau texte d’Isidore que nous connaissons contre les manuscrits de Claude en 10,4 et 9(p. 172) ? Et les corrections de rigore en uigore (18,7, p. 178) ou d’ipse en ipso (2,8,p. 180) ne me paraissent pas justifiées. L’annotation (essentiellement explication du

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texte et rapprochements) est un peu légère et le lecteur reste parfois sur sa faim. Mais,outre le fait qu’il rassemble commodément le texte des deux premiers commentairescarolingiens au Livre de Ruth, ce volume vaut surtout par la première traduction qu’ilen offre (traduction souvent élégante, parfois un peu large : ainsi sancta est oublié enRaban 1,4,4 p. 39) et par l’apparat des références scripturaires, repris sous forme d’in-dex (p. 185-187). Mais on aurait souhaité aussi un index des auteurs cités.

Jean-Louis CHARLET.

Oronzo PECERE, Roma antica e il testo. Scritture d’autore e composizione letteraria,Rome - Bari, Laterza, 2010 (Biblioteca Universale, 644), 21 � 14 cm, XII-361 p.,24 €, ISBN 978-88-420- 9393-0.

Nous n’avons pas l’habitude de nous demander comment les auteurs latins de l’Anti - quité ont créé leurs œuvres ; la gestation de leurs textes, d’ordinaire, échappe à nosregards, plus soucieux que nous sommes de leur survie, pendant les longs siècles del’Antiquité tardive et du Moyen Âge, que de l’élan créateur qui leur a donné naissance.Et pourtant, les textes mêmes de la littérature latine ne sont pas avares de confidencesà ce sujet, et il suffit de les rassembler et de les interroger avec intelligence pour obtenirun tableau riche et nuancé de la manière dont travaillaient les écrivains latins. — C’estprécisément à cette enquête que s’est livré O. Pecere. Son ouvrage est divisé en sixchapitres, qui cherchent à tenir compte à la fois de la chronologie générale et des genreslittéraires (ou des catégories d’œuvres) envisagés. Le chapitre I s’intéresse aux originesde la littérature latine, principalement au théâtre, et s’arrête, en gros, au début duIer siècle av. J.-C. Le chap. II prend pour objet les textes poétiques, principalement ceuxdes poètes « néotériques », jusqu’à l’époque augustéenne incluse. Le chap. III, consa-cré apparemment aux textes en prose, traite surtout de l’art oratoire, principalementcicéronien. Le chap. IV est voué à la littérature épistolaire, dont la position est parti-culière, du fait que les lettres sont adressées à une personne précise, au lieu de (ou :avant de) viser un public plus général. Le chap. V décrit la manière dont les processusde création de l’œuvre littéraire se sont dégradés pendant le Haut-Empire ; enfin, lechap. VI évoque, assez rapidement d’ailleurs, les éditions non autorisées, les plagiatset les faux. — Un des problèmes majeurs qui traversent ce livre est constitué par l’op-position entre la dictée et « l’autographie ». À haute époque, écrire est un acte artisanal,donc servile ; le poète Lucilius n’écrit pas, il dicte (200 vers à l’heure, comme on sait !).Mais à partir des « néotériques », la recherche de la perfection formelle amène de plusen plus les auteurs à écrire leurs œuvres eux-mêmes : « l’autographie » est perçue, dèslors, comme le meilleur moyen d’atteindre à cet idéal. Ce n’est là, pourtant, qu’unaspect du problème. En fait, O. Pecere hésite constamment entre des concepts et descatégories différents et peu conciliables. Ainsi, par exemple, l’opposition entre dictéeet « autographie » n’est pas seulement une affaire de chronologie. Pline le Jeune, pen-dant l’éruption du Vésuve, écrit (à la main) des extraits de Tite-Live ; cela ne l’empêchepas, en d’autres circonstances, de composer mentalement et dans l’obscurité de sachambre des périodes, sans doute bourrées de clausules, et de les dicter ensuite à unnotarius. Dans les premiers siècles de la littérature latine il est probable que la notionmême d’œuvre littéraire était encore dans les limbes ; O. Pecere a raison de rappelerque les textes de Plaute étaient destinés pour l’essentiel aux répétitions et aux repré-sentations de ses comédies ; leur utilité était comparable à celle des masques, des cos-tumes et des décors. Mais à l’époque où Varron se livre à ses savantes études et nouslivre le corpus des 21 pièces plautiniennes que nous connaissons, une pièce de théâtre

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est devenue une œuvre littéraire et cela change tout. La même analyse peut s’appliqueraux textes de l’art oratoire. Cicéron se plaint de la disparition presque totale desdiscours des grands orateurs qui l’ont précédé ; mais ces textes, qui n’étaient souventque des notes ou des aide-mémoire, n’avaient aux yeux de leurs auteurs d’autre utilitéque de soutenir l’orateur au moment de sa prestation, après quoi on pouvait les archiver(dans l’hypothèse d’éventuelles suites juridiques) ou les jeter. Dans l’effort qu’il aconsenti de récrire et de publier une bonne partie de ses discours, Cicéron s’est montrérésolument novateur. — Voilà pour l’art oratoire ; mais qu’en est-il des autres genreslittéraires de la prose ? O. Pecere ne s’y attarde guère, et cela est bien regrettable. Ilétait possible, pourtant, de parler des œuvres philosophiques, celles de Cicéron et cellesde Sénèque ; et aussi, et surtout peut-être, de l’histoire et de ses sous-genres (commen-tarii, biographies, épitomés). La genèse du corpus césarien a donné lieu, jadis, à d’im-portants travaux dont les résultats auraient pu nourrir utilement l’exposé de Pecere ; etles relations littéraires de Pline le Jeune et de Tacite sont assez connues pour qu’on pûtles inclure légitimement dans ce genre de développement. — Mais ce n’est pas tout.Au cours de ses analyses et à propos de « l’autographie », O. Pecere évoque parfois,sans jamais aller au fond des choses, les conditions matérielles et les supports de l’écri-ture : tablettes, papier, parchemin, rouleaux, codices, etc. Ce sont là, sans doute, desaspects latéraux et en quelque sorte archéologiques de la question, mais ils ne sont passans conséquences sur les conditions mêmes de la création littéraire : que l’on songeà Pline le Jeune (encore lui !) allant à la chasse au sanglier avec des tablettes et unstylet. — Enfin, une dernière série de questions pouvait concerner la publication desœuvres, leur circulation et leur commercialisation, leur plagiat ou leur falsification.O. Pecere évoque ces problèmes çà et là, et leur consacre un rapide chapitre VI, nette-ment insuffisant. Il y avait pourtant à dire ! On songe immédiatement aux comédiesfaussement attribuées à Plaute, et aussi à l’Hercule sur l’Œta et à l’Octavie du pseudo-Sénèque ; on pense encore aux écrits des gromatici, qui se copiaient, se résumaient ouse complétaient allègrement les uns les autres, au grand désespoir des éditeursmodernes, et en général à toute la littérature technique. Il n’y avait, dans l’Antiquité,ni propriété intellectuelle ni droit d’auteur ; il n’est pas étonnant, dans ces conditions,que des poètes (Ovide, Martial) aient choisi de donner plusieurs éditions successivesde certains de leurs recueils. — En fait, nous nous trouvons en présence d’un quadrupleréseau. Il y a d’abord la naissance de l’œuvre, depuis ses premiers balbutiementsjusqu’à sa forme définitive et à sa publication (un mot dont il faudrait d’ailleurs préciserle sens) ; il y a ensuite les contraintes diverses qui pèsent sur les textes, selon le genrelittéraire auquel ils appartiennent ; il y a aussi la vie autonome de l’œuvre, une foisqu’elle a quitté le lieu qui l’a vu naître et que son auteur ne peut plus rien pour elle,sinon lui souhaiter bonne chance (Ovide et Martial, à nouveau) ; il y a, enfin, le statutde l’écrivain et la conception qu’une société donnée se fait de la culture (le chap. V dulivre). Dans tous ces domaines, O. Pecere nous offre un bon nombre d’analyses fineset justes. Il est dommage, seulement, que le volume souffre d’un certain nombre defaiblesses que l’on peut énumérer comme suit : les différents éléments du sujet ne sontni clairement définis ni situés les uns par rapport aux autres ; la rédaction, souventconfuse, contribue à égarer le lecteur, surtout dans le chap. III ; les citations, accom-pagnées d’une traduction, sont trop nombreuses et trop longues ; le livre s’achève sansaucune conclusion d’ensemble, ce qui souligne son manque de cohérence et son aspectfragmentaire. Au total, nous aurions pu avoir un chef-d’œuvre : nous avons seulementun livre intéressant. Hubert ZEHNACKER.

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Thorsten FÖGEN, Antike Fachtexte. Ancient Technical Texts. Herausgegeben von / editedby Th. F., Berlin - New York, W. de Gruyter, 2005, 24 � 16 cm, VIII-378 p., 3 fig.,88 €, ISBN 3-11-018122-3.

Nell’ambito della pubblicistica sui testi scientifici e tecnici (Fachtexte) delle lette-rature antiche (qui esclusivamente quella greca e latina), che dagli anni novanta delsecolo scorso si sta incrementando a ritmo che direi esponenziale, il volume edito daTh. Fögen (da ora sempre Ed.) presenta un profilo altamente specialistico, riservatocome è ad illustrare alcuni fenomeni filologici e linguistici ben limitati, ma non perquesto meno importanti. Sono posti infatti in prima luce i testi (meno gli autori, anchese sono di effettivo rilievo per lo spessore della loro opera, come Galeno, al quale sonostati dedicati ben quattro studi, Senofonte o Apuleio) e, solo in seconda analisi, ci sichiede se si possa arrivare ad una definizione di cosa sia un sapere scientifico e tecnico.Nella introduzione al volume, che si propone di rispondere in qual modo tali testi siconfigurino come oggetto della ricerca, l’Ed. si propone una cospicua serie di domandeche, a prescindere dalla definizione di tecnicità (“Was ist überhaupt ein ‘Fach’ ?), allaquale non crede si debba qui rispondere, perché un testo afferma di per se stesso cheesiste un legame con un delimitato campo sul quale si è sviluppato un concreto inse-gnamento o addirittura una disciplina, prendono soprattutto in esame i processi dellacomunicazione. Essi sono chiamati a gestire una situazione affine a quella attuale, cheimplica che le parti interessate debbano convenire nell’articolare nozioni approssima-tivamente simili, con un vocabolario tecnico che, quanto più complesso risulta essereil pensiero, tanto più consegue un grado di elaborazione e di differenziazione. — Laterminologia quindi tenderà ad realizzare, nei limiti del possibile, la non-ambiguità ela monorefenzialità, ma questo punto stabile della situazione comunicativa è messo asua volta in crisi da altri problemi che insorgono, in particolare quello che riguarda ilmodo con cui le discipline vengono esposte in un procedimento quale è quello dellascrittura – si va infatti dalla differenza dei recipienti (profani, progrediti ed esperti) alleforme con le quali si presuppone avvenga tale mediazione della scrittura (nouitas, per-spicuitas, ma anche breuitas, utilitas e orientamento sistematico, con il quale l’autoreintende porsi in polemica con altri che lo hanno preceduto). — Oltre a ciò, spesso inquesti testi sono tradite le praefationes, che pongono interrogativi sul posto della di-sciplina nella società, ci sono le epistole di dedica che interessano un quadro assaivario di profili umani, che vanno dal detentore di potere (‘Herrscher’) al semplice pro-fano interessato, passando attraverso i colleghi e gli amici. Soprattutto c’è il confinenon sempre ben determinato tra questo tipo di letterarietà e quello delle ‘belle’ lettere,alla luce del quale il concetto di ‘Fachtext’ nel mondo dei testi antichi implica che sipassi da secche sintesi che rinunciano ad ogni cura formale fino a voluminose operein cui siano operanti tanto l’esigenza di docere quanto quella di delectare. Così testiche appartengono alla letteratura non-tecnica come l’Aspis di Menandro, di cui trattaS. Ihm, offrono esempi di discorsi tecnici allo stesso modo di quanto è stato osservatoper la letteratura moderna (Zola ; Th. Mann ; Huysmans). Ultimo argomento di dibat-tito è la valutazione su come il lessico tecnico latino si è formato sui modelli greci.Nella sua introduzione l’Ed. ritiene che le tematiche qui esposte abbiano interessatotutte in qualche misura i contributi dell’opera ; anche se « eine umfassende Darstellungder Geschichte der Fachsprachen und Fachliteratur » (H.-R. Fluck5 1996 : p. 190) ri-mane fuori dall’obbiettivo dell’opera, si è tentato di offrire alcune risposte in questosenso. Concludono infine questa parte del libro alcune pagine (8-20) di bibliografiascelta sulla comunicazione tecnica nel mondo antico e moderno. — Seguono poi i sin-

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goli contributi di diciotto autori, per i quali, non potendo fare riferimento a tutti glistudi prodotti, segnalerò alcune delle idee conseguenti a tali ricerche. La “anxiety ofinfluence” (H. Bloom 1973) viene applicata da M. Asper all’opera medica di Galeno,che trasforma i suoi predecessori, dai quali pur dipende visibilmente, in concorrenti,in modo da alterare quindi la prassi comunicativa nei confronti del lettore presente efuturo in un rituale di agonalità e al tempo stesso di esclusivismo dottrinale. Al testodi Galeno si riferisce il saggio di S. Vogt sul suo giudizio sulla ‘Lehrdichtung’, vistala citazione nelle sue opere farmacologiche di varie ricette in versi, tra le quali la piùrilevante sembra essere i circa 1650 trimetri giambici di Servilio Democrate (ripartitiin 14 frammenti con 48 ricette), che mettono in luce il suo interesse per l’applicabilitàdi tali testi nel campo della prassi medica. Esemplare risulta il saggio di W. Ax sulletipologia della letteratura tecnica grammaticale ; il triangolo che istituisce sul rapportotra ‘Autor’, ‘Adressat’ e ‘Text’ consente infatti di incasellare tutto questo genere diproduzione, che va da opere totali come il De lingua Latina di Varrone a vari esempidi settorialità, come l’ars-Typ (tripartita di Donato / bipartita di Priscia no), oppure ilDe Latinitate-Typ su raccolte di esempi (De sermone Latino di Varrone, Dubii sermonislibri octo di Plinio), o anche secondo il criterio di presentazione del materiale, comeuna grammatica scolastica, oppure un testo che propone un ricerca non sistematica,quale può essere il ‘Kommentar’ di Servio a Donato, oppure il Partitiones-Typ diPrisciano, sui versi che fanno da incipit ai libri dell’Eneide, o, ancora, sul formato ‘adomanda e a risposta’. Importanti sono le conclusioni cui giunge R. Maltby sulle fontidel commento di Servio Danielino, per il quale riprende la vecchia tesi della scuolaharvardiana su il ruolo fondamentale ed unico tenuto da Elio Donato, e la promuovecon nuove investigazioni che valutano tanto le citazioni dal commento a Terenzio,quanto il silenzio sul nome del grammatico nel Danielino. Il saggio di S. Föllinger in-tende valutare quale sia stata l’influenza delle strutture dialogiche nel campo della let-teratura tecnica attraverso alcuni esempi come l’Economico di Senofonte, articolatosu un dialogo a due livelli, uno mirante alla techne della economia e l’altro alla kalo-kagathia, le opere che possediamo di Aristotele (‘die Pragmatien’), che muovono dalpresupposto della ‘immaginata oralità’, e il compendio nella forma stilizzata di dialogodel De re rustica di Varrone. Il discorso sulla terminologia degli strumenti di artiglieriaconcerne lo studio di M. J. Schiefsky, che arriva alla conclusione che la stabilità deitermini, è al contempo una prova della mancanza di progresso dopo la rivoluzione dellaartiglieria da torsione (IV secolo a.C.), ma anche una testimonianza di quanto questastabilità contribuisse a facilitare le comunicazioni tra i praticanti / esperti (‘practitio-ners’). Il contributo di S. Diederich presenta il tema sociologico che sta dietro la agro-nomia romana nella duplice funzione di referente dell’ideologia senatoria e di mezzodi autorappresentazione degli stessi autori. La trasmissione del sapere greco a Romaacquista particolare significato in un autore, per il quale il latino “möglicherweise”non costituiva la sua lingua madre, come Apuleio : B. Rochette sviluppa questo tema,mettendo in luce come Apuleio, sulla scia dell’eredità ciceroniana, cerchi di arrivare amiglioramenti linguistici in uno stadio di forte trasformazione del latino (la creazionedi religiositas ; la preferenza attribuita a substantia rispetto ad essentia ; l’idea didaimon). Il saggio finale di H. Kalvenkämper sulla comunicazione settoriale come fe-nomeno culturale delle società antiche e moderne stabilisce le coordinate di un discorsoche riguarda tanto la tradizione quanto l’innovazione. Tra i tanti suggerimenti dell’in-dagine ritroviamo sul versante attuale problemi che risalgono al mondo antico, comeil dialogo quale modello, i plurimi ‘formati’ del testo, la dimensione re-

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torica, il trasferimento di conoscenze da una all’altra lingua, gli stili del testo e non ul-timo quel “fachliches Bild” da cui dipende tanta parte del processo comunicativo.

Carlo SANTINI.

David KONSTAN et Kurt A. RAAFLAUB, Epic and History. Edited by D. K. and K. A. R.,Chichester-Oxford-Malden (MA), Wiley-Blackwell, 2010 (The Ancient World :Comparative Histories), 25, 5 � 18 cm, XIV-442 p., 4 fig., 85 £, ISBN 978-1-405-19307-8.

Ce volume est le quatrième d’une collection dirigée par l’un des responsables del’ouvrage et intitulée The Ancient World : Comparative Histories. La perspective esteffectivement comparatiste puisque sont rapprochées, sur un même sujet, celui des rap-ports de l’épopée et de l’histoire, des œuvres issues d’aires géographiques et depériodes historiques très différentes. L’Asie, le Moyen-Orient, l’Afrique, l’Europe, lespériodes de la plus haute antiquité comme l’époque contemporaine constituent leschamps de recherche des différentes contributions de ce volume. On voit bien déjàcombien il sera malaisé de rendre compte précisément de cet ouvrage, tant en raisonde sa richesse que de la modestie nécessaire avec laquelle on a lu ces pages dont lecontenu dépasse bien souvent notre domaine de compétences. — Alors que l’étalementdiachronique et géographique pouvait faire craindre une certaine dispersion, le livreprésente au contraire une forte unité qui repose en grande partie sur les directions derecherches imposées aux auteurs et qui sont indiquées dans le propos introductif deD. Konstan et Kurt A. Raaflaub (p. 1-6). De fait, il a été demandé aux auteurs, dans lecadre de recherches menées à l’université Brown, de revenir sur les concepts d’épopée,de héros, d’oralité, d’examiner l’historicité des textes épiques, de prendre en compteles conditions (sociales, politiques) de leur composition et de leur transmission ainsique leurs fonctions (sociale, politique, religieuse et plus largement idéologique). Dece point de vue, seule une contribution, celle d’Ewen Bowie, Historical Narrative inArchaic and Early Classical Greek Elegy (p. 145-166) paraît un peu en retrait par rap-port aux autres. L’unité du volume est en outre renforcée par le propos conclusif deDean Miller (p. 411-424), qui offre, surtout à un lecteur pressé de prendre connaissancedu contenu, un résumé pratique de toutes les contributions, et une mise en perspectivede celles-ci en fonction des périodes historiques : haute antiquité orientale, Antiquitégrecque et romaine, époque médiévale, périodes plus récentes. L’unité est enfin assuréepar une présentation identique de toutes les contributions : elles font apparaître un so-lide état de la question nourrie par une bibliographie à jour (on regrettera seulementqu’elle soit quasi exclusivement de langue anglaise ou allemande), un volume raison-nable de notes, placées en fin d’article, et une bibliographie synthétique. Avant d’envenir à une analyse du contenu, signalons que la présentation matérielle est presqueparfaite ; seules deux petites coquilles (p. 308, 409) ont pu être relevées. Il nous sembleenfin qu’un long tableau comme celui qui figure en appendice de la contribution deRaymond D. Mark, The Song and the Sword : Silius’s Punica and the Crisis of EarlyImperial Epic (p. 185-211) n’a pas tout à fait sa place dans un volume dont les deuxprincipales qualités sont densité et concision. Une dernière remarque sur la forme : onpourrait peut-être faire de l’index unique mais long (18 pages) qui prend place en finde volume deux index, l’un pour les noms propres, l’autre pour les notions litté-raires. — Le regroupement opéré par Dean Miller est assurément le plus commodepour rendre compte du contenu de ce volume. Il est toutefois impossible de rendrecompte de toutes les contributions ; aussi avons-nous choisi, de manière très arbitraire,de nous arrêter sur quelques-unes, notamment celles qui ont éveillé le plus d’intérêt.

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Dans le premier groupe figurent six contributions : Maybe Epic : The Origins andReception of Sumerian Heroic Poetry de Piotr Michalowski (p. 7-25), Historical Eventsand the Process of Their Transformation in Akkadian Heroic Traditions de Joan Good-nick Westenholz (p. 26-50), Epic and History in Hittite Anatolia : In Search of a LocalHero d’Amir Gilan (p. 51-65), Manly Deeds : Hittite Admonitory History and EasternMediterranean Didactic Epic de Mary R. Bachvarova (p. 66-85), Epic and History inthe Hebrew Bible : Definitions, “Ethnic Genres”, and the Challenges of Cultural Iden-tity in the Biblical Book of Judges de Susan Niditch (p. 86-102), No Contest betweenMemory and Invention : The Invention of the Pan.d.ava Heroes of the Maha<bha<rata deJames L. Fitzgerald (p. 103-121). La contribution d’Amir Gilan dans ce premier groupenous a semblé tout à fait représentative de l’esprit et de la méthode qui ont prévaludans l’ensemble du volume. Tout d’abord l’auteur se pose à son tour la question de lavalidité du concept d’héroïque chez les Hittites ; il montre ensuite, à partir des élémentstextuels fournis par les archives et les bibliothèques d’Hattousas, la part des traductions(adaptations) en hittite des sagas des rois akkadiens. Il note ainsi (p. 57) comment « theHittites’ lack of interest in producing their own heroic poetry about local figures isonly matched by their erudite enthusiasm for imported heroes in translation ». Il faitégalement remarquer que poésie et héroïque sont deux entités séparées dans le mondehittite. La topique traditionnelle de l’épopée n’est d’ailleurs pas présente ; ainsi n’y a-t-il pas de récit de bataille ; le récit du siège d’Uršu relève davantage de la comédieque de l’épopée. — Le deuxième groupe comprend quatre contributions ; From Im-perishable Glory to History ; The Iliad and the Trojan War de Jonas Grethlein (p. 122-144), Historical Narrative and Early Classical Greek Elegy d’Ewen Bowie(p. 145-166), Fact, Fiction, and Form in Early Roman Epic de Sander M. Goldberg(p. 167-184), The Song and the Sword ; Silius’s Punica and the Crisis of Early ImperialEpic de Raymond D. Marks (p. 185-211). Dans ce groupe, on s’intéressera particuliè-rement à la contribution de Sander M. Goldberg. À juste titre l’auteur rappelle quel’épopée n’est pas à Rome le seul moyen d’écrire l’histoire ; il y a en effet d’autrestextes que le modèle ennien. Ainsi les praetextae constituent-elles aussi un moyend’écrire l’histoire. Sander Goldberg montre les implications sociales de la partition tra -gédie vs épopée. On regrettera à ce propos que la bibliographie ne fasse pas apparaîtredes titres d’ouvrages comme celui d’E. Flores (La Camena, l’epos e la storia, Napoli,1998, notamment le chapitre 4) qui traite plus précisément des rapports entre les genreslittéraires et de leurs conditions de production et de réception. Un autre intérêt de cetarticle est de questionner la forme ; en rapprochant la poésie funéraire aristocratiquedes premières épopées latines en saturnien, il souligne l’importance de ce vers. Ce-pendant, en se fondant surtout sur l’article de T. Cole, d’ailleurs pas assez exploité, ilne prend pas en compte l’apport de recherches plus récentes sur le saturnien commecelles de G. Kloss (Glotta 1993) ou P. Kruschwitz (Mnemosyne 2002). — Le troisièmegroupe embrasse l’épopée médiévale ; il comprend huit contributions ; The Burden ofMortality ; Alexander and the Dead in Persian Epic and Beyond d’Olga M. Davidson(p. 212-222) ; Slave Epic ; Past Tales and Present Myths de Susanna Torres Prieto(p. 223-242) ; Historicity and Anachronisme in Beowulf de Geoffrey Russom (p. 243-261) ; The Niebelungenlied – Myth and History ; A Middle High German Epic Poemat the Crossroads of Past and Present, Despair and Hope d’Albrecht Classen (p. 262-279) ; Medieval Epic and History in the Romance Literatures de Joseph J. Duggan(p. 280-292) ; Roland’s Migration from Anglo-Norman Epic to Royal French ChronicleHistory de Michel-André Bossy (p. 293-309) ; A Recurrent Theme ofthe Spanish Medieval Epic : Complaints and Laments by Noble Women de Mercedes

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Vaquerro (p. 310-327) et History in Medieval Scandinavian Heroic Literature and theNorthwest European Context de Robert D. Fulk (p. 328-346). Il s’agit du sous-ensem-ble le plus important du volume ; on peut encore y opérer facilement des regroupe-ments, sur l’épopée germanique, sur la chanson de geste. Deux contributions occupentune place un peu à part ; la première de ce groupe, celle d’Olga M. Davidson, fait enquelque sorte le lien avec le groupe précédent, en examinant le traitement de la figured’Alexandre dans l’épopée perse. Elle étudie notamment la production poétique dupoète de cour Ferdowsi (940-1019) et montre quels rapports peut entretenir le person-nage d’Alexandre avec certaines figures de l’histoire perse, comme le sultan Mahmudde Ghazni (998-1030), protecteur du poète. La seconde contribution à situer, de notrepoint de vue, un peu en marge des autres, est celle de Mercedes Vaquerro car sa pers-pective est anthropologique, plus sociologique que littéraire. — Le dernier groupe estconstitué de quatre contributions ; Traditional History in South Slavic Oral Epic deJohn Miles Foley (p. 347-361) ; Lord Five Thunder and the 12 Eagles and Jaguars ofRabinal Meet Charlemagne and the 12 Knights of France de Dennis Tedlock (p. 362-380) ; History, Myth, and Social Function in Southern African Nguni Praise Poetry deRichard Whittaker (p. 381-391) et enfin Epic and History in the Arabic Tradition deDwight F. Reynolds (p. 392-410). Ce groupe apparaît comme plus disparate parce quel’aire géographique abordée est beaucoup plus vaste – de l’Amé rique centrale àl’Afrique du sud –, et sans doute aussi parce que la part des sources écrites y est beau-coup plus réduite. Effectivement, comme c’est le cas dans la contribution de RichardWittaker, l’oralité occupe désormais une place prépondérante dans la réflexion.L’exemple fourni par les « izibongo » zoulous illustre la fonction mémorielle de cettepoésie chantée. — Au moment de conclure, il nous semble important de soulignercombien ce volume, impeccablement présenté, est riche d’une réflexion qui non seu-lement fait le point sur la question des frontières, perméables, qui séparent histoire etpoésie, mais qui est à même de susciter de nouvelles recherches, tout aussi fécondes.

Antoine FOUCHER.

Frédérique BIVILLE, Emmanuel PLANTADE et Daniel VALLAT, “Les vers du plus nul despoètes...” Nouvelles recherches sur les Priapées. Actes de la journée d’étude orga-nisée le 7 novembre 2005 à l’Université Lumière-Lyon 2, édités par Fr. B., Emm.Pl. et D. V., Lyon, Maison de l’Orient et de la Méditerranée, 2008 (Collection de laMaison de l’Orient et de la Méditerranée, 38. Série littéraire et philosophique, 11),24 � 16 cm, 203 p., 25 €, ISBN 978-2-35668-001-3.

I Carmina Priapea : un’accozzaglia di carmi di incredibile monotonia, ove lauariatio s’esercita in maniera ossessiva su un unico tema e il divertissement dei variautori raccolti s’aggira tutto su una ristretta cerchia di loci communes, con sfoggio tec-nico ed erudito che divaga per tornare al punto di partenza. Non potevo formulare unavalutazione più diversa da quanto espresso da questo volume che, per varie vie, intendeconvalidare la tesi dell’autore unico, maestro in strategie poetiche che conferirebberoalla raccolta una sostanziale unità. Occorre dire che il volume è molto ben costruito.Dopo la Présentation di Biville (p. 9-13) e l’Avant-propos di Vallat e Plantade (p. 15-20), una prima sezione (Prolégomènes) è occupata da un esemplare contributo diL. Callebat (Les Priapées : éléments d’une problématique, p. 23-32 ; Callebat è ap-prezzabile per quello che dice e per quello che non dice; non ‘forza’ i testi in alcunmodo ; di primaria importanza per i Carmina, testo di rilievo per la storia della cultura,la soluzione di problemi relativi all’ecdotica ; molto pertinente il richiamo alla poeticadella simplicitas) ; la seconda sezione (La construction du Libellus) contiene i lavori

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di M. Citroni (Les proèmes des Priapées et le problème de la datation du recueil, p. 35-51), di Regina Höschele (Priape mis en abyme ou comment clore le recueil, p. 53-66) ;la terza sezione (Poétique des Priapées) vede i lavori di D. Vallat (Épigramme etvariatio : Priape et le cycle des dieux [Pr. 9, 20, 36, 39, 75], p. 69-82), di C. de MiguelMora (Catulo en los Carmina Priapea, p. 83-98), di E. Plantade (Priapus gloriosus.Poétique d’un discours compensatoire, p. 99-119), di Laure Chappuis Sandoz (P dico :les lettres et la chose [Pr. 7, 54 et 67], p. 121-135) ; un’ultima sezione (Priape en tran-sversal) registra gli studi di Marine-Karine Lhommé (Constructions cultuelles dansles Priapées : la séquence centrale Pr. 40-42, p. 139-155) e di Évelyne Prioux (At nonlonga bene est ? Priape face à la tradition du discours critique alexandrin, p. 157-180). Per la datazione penso si possa con tranquillità porla dopo Marziale (Buchheit1962). Citroni ritiene che la raccolta sia stata messa insieme, con i suoi due proemiapologetici, in una data posteriore alla pubblicazione del I libro di Marziale. C’è unapresenza massiccia di Marziale nei Priapea, a cominciare da certo gusto per le cumu-lationes. Certo, è vero che alcuni ‘cicli’ lasciano tracce di un’unica mano : è il casodel “ciclo degli dèi”. Come Vallat dimostra, esso si presenta come un sistema di carmiinterdipendenti nel quale operano insieme coerenza e uariatio. Ma tale eserciziostilistico può valere a dimostrare che la raccolta non è composta da carmi sparsi e poimessi insieme ? “The problem of authorship is clearly insoluble” : Parker 1988.Singole personalità, anche di rilievo, possono, con oscillante perizia poetica, essersi‘divertite’ nel comporre gruppi coerenti e variati di carmi priapici. L’effet de systèmeè lontano dall’esser certo. Così, la Chappuis Sandoz collega i carmi 7, 54 e 67, overicorrono osceni giochi di parole proferiti da un dio divenuto – guarda un po’ – balbu-ziente. Vedervi raffinatezza formale o l’espressione di una retorica della semplicità edella crudezza aggressiva in opposizione a più convenzionali forme poetiche mi paretroppo generoso. A proposito di 54 il vecchio Burman rilevava : « Vix curam ullammeretur epigramma putidum et insulsum ». Muffa di moralismo ? Piuttosto, sana rea-zione di senso estetico di fronte a un carme che trascrive in versi perfetti una barzellettada taverna. Manifesto di una poetica nuova in cui « la pedicatio peut ... être considéréecomme une forme de dedicatio au dieu Priape » ? Piuttosto, divertissement di un abiletecnico del verso forse impegnato, nello stesso tempo, a comporre ben altra poesia.Ancora, tra letteratura e immagine cultuale: la Lhommé confronta i carmi 40, 41 e 42.Ora, 40 e 42 hanno schema identico e caratterizzazione opposta dell’offerta : rispetti-vamente della prostituta Teletusa e del pudico Aristagora. Carmi di un medesimo poetache ha voluto creare due diverse modalità di dar vita a un ‘modello’. Esiterei, però, adefinire “votivo” il 41 : è in effetti Priapo a parlare, accennando a un eventuale visita-tore, che sarà tenuto a offrirgli uersus iocosos ; altrimenti sarà costretto a vagare, fico-sissimus, inter eruditos poetas (e non è schema di carme votivo). I Priapea son densidi richiami letterari. Catullo è spesso ripreso, il Catullo di certi carmi ‘coloriti’. Nonsarà sufficiente, rileva bene de Miguel Mora, registrarne le riprese : occorre porne inrisalto le precise valenze e le modifiche significanti, che, per i Priapea, non possononon muoversi che in direzione dell’oscenità (ma si può parlare di vere e proprie “osce-nità” in Catullo ?). Anche il retroterra culturale appare ricco : la Prioux collega i carmiai concetti estetici comuni alla poetica e alla statuaria ellenistica, non senza alcune for-zature (ma l’immediato termine di confronto, gli epigrammi della Palatina, mostranoun Priapo molto diverso, oggetto di invocazioni di marinai e di pescatori). Il contributoforse più ricco e suggestivo è quello di Plantade, che si sofferma egregiamente sualcune tematiche e tecniche tipiche dei Priapea : la laudatio mentulae, l’impiego diimmagini militari, la terminologia giuridica, l’uso dell’iperbole, il trattamento dei

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metri. Bene Plantade reagisce a una visione forviante dell’aggressività del dio, con laquale il lettore verrebbe a identificarsi (?), nell’ambito di una concezione fallocentricadella cultura romana (Amy Richlin 1992). In che cosa, allora, si identifica l’aggressivitàdi Priapo ? Acuto Plantade : è una forma di oralità aggressiva che compensa il ‘blocco’del dio, quell’immobilità che lo rende incapace di far seguire i fatti alle parole. Vienecosì recuperato quel gusto dell’oralità compensatoria di una vanteria che si esercita avuoto. Ed eccoci di nuovo all’autore unico. Autori diversi possono avere, consciamenteo meno, attribuito tale atteggiamento alla povera, sgraziata divinità. Al termine, Plan-tade fa un balzo troppo in avanti : non è, allora, Priapo un’allegoria della poesia, cheniente può, come il dio ‘bloccato’, se non ciò che sia legato al gusto del linguaggio ?Me lo domando. E resto perplesso. Ma i danni maggiori del postulato dell’autore unicosono altrove. Movendo da una tesi di Holzberg 2005, la Höschele legge i carmi 73-80alle luce di un sense of an ending che vedrebbe, alla fine, in linea progressiva, un Priaporidotto all’impotenza : « Priape perd sa virilité et intensifie ses lamentations ». Madove ? Non ho spazio per dilungarmi. Ma in 73 la presunta incapacità del dio è soloun espediente perché le pathicae gli si offrano (utilis haec, aram si dederitis, erit) ; in74 è vero che si parla di irrumatio, somma offesa per chi ne è vittima, ma dopo che ildio ha vigorosamente affermato : per medios ibit pueros mediasque puellas ; 75 nonfa menzione alcuna del problema (a meno che non vogliamo far dire a Priapo ciò chevogliamo) ; nel 76, anche se il dio parla di vecchiaia, afferma che la sua virilità è tut-tavia intatta : ego perforare possum ; in 77 Priapo si lamenta di non poter ‘esercitare’perché ostacolato da siepi che impediscono l’ingresso ai ladri, oggetto delle sue‘attenzioni’, e conclude : neue imponite fibulam Priapo (impotente ? !) ; in 78 occorregrande fantasia e ancor più grande coraggio per scorgervi una sola traccia di défail-lance ; il 79, problematico, lascia adito a più di una interpretazione ; in 80 a parlare èaltra persona, che ha dei problemi e ... invita il dio della virilità a risolverglieli ! Sempreper la Höschele il carme 68 costituisce « le commencement de la fin ». Il 68 è unalettura fallocentrica di Omero. E allora ? in qual senso costituisce la transizione defi-nitiva verso la sezione finale ? — Intendiamoci : ci troviamo dinnanzi a un volume ditutta serietà, scritto, in alcuni contributi, con rara competenza. Il rischio non lieve èquello di ‘forzare’ il testo a dire ciò che non può contenere. E non solo in questovolume. Costituisce grave oltraggio al sommo Rabelais l’avergli accostato la tonalitàcomico-grottesca dei Priapea (O’Connor 1989) ; o è da preferire un confronto traPriapo e il Don Giovanni dell’opera di Mozart (Hooper 1999) ? Chissà che cosa neavrebbe scritto Benedetto Croce. Dopo i Priapea leggo l’incantevole apostrofe diEncolpio alla sua appendice (Petron. 132 ; sullo stesso tema, penosissimo Io e lui diMoravia) o la laus mentulae pronunciata dalla Graia puella in Massimiano (5, 109 ss. :non fleo priuatum, sed generale chaos) e, sulla sua scia, le laudes mentulae nelpoderoso impianto filosofico di Bernardo Silvestre della grande “Scuola di Chartres”(Cosm. 2, 14). Mi rendo conto che sono generi letterari diversi. — Un’ultima notazione.L’autore unico andrebbe dimostrato non attraverso affinità tra gruppi di carmi, ma, nelcaso di una raccolta, da uno studio sistematico della lingua, delle corrispondenze les-sicali, delle iuncturae, insomma di segni inequivocabili che, prima sul piano formaleche su quello del contenuto (che è quello che è) possano ricondursi con buona proba-bilità a una sola mano. Può essere, questa, una via critica percorribile ?

Carmelo SALEMME.

Julia HAIG GAISSER, Catullus, Chichester - Oxford - Malden (MA), Wiley-Blackwell,2009 (Blackwell Introductions to the Classical World), 24 � 16 cm, X-243 p., 5 fig.,60 £, ISBN 978-1-405-11889-7.

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Professor Gaisser’s introduction to Catullus forms part of a series intended for amodern audience, likely to be sometimes unsure of the Latin language, and correspond-ingly ignorant of metre and scansion, one perhaps coming to the poet from otherdisciplines altogether. Of her eight chapters, one quarter is given to the reception ofCatullus in later ages. As such a universal enterprise, particularly at a time when thestudy of the Classics is yet again under fire, it is to be welcomed and recommended,although, as will appear, with reservations. Certainly this is a pretty and graceful book,its charm enhanced by five illustrations. By its own definition, however, it is not a workof scholarship, and in that regard is already perhaps out of date. What a shame, for ex-ample, that the author was unable to take account of John Trappes-Lomax’sCatullus : a textual re-appraisal (2007). His learned comments illustrate once againhow little we really know, how much what we thought we knew depends on assump-tion. In a study which devotes a whole chapter to poetic architecture, the absence fromthe bibliography of Helena Dettmer’s Love by the numbers : form and the meaning inthe poetry of Catullus (1997) surprises. On the other side, it is nice to see good use ofwork by W. Fitzgerald and B. W. Swann. The author’s voice is always clear, carefuland persuasive. Is it too elementary-didactic ? Here, one cannot resist contrasting twovery different ways of addressing the audience she has in mind. In my earliest days atuniversity, inter doctos quam ignarus, I had the good fortune to hear lectures onCatullus by Eduard Fraenkel, surely one of the most learned scholars ever to grace Ox-ford’s halls. Even the amateur of letters could however sense, as well as his learning,his enthusiasm. One still hears Miser Catulle, desinas ineptire / Et quod uides perisse,perditum ducas declaimed in his German pronunciation, exotic, yet so convincing asto make the hearer feel it applied to his own condition. Was exiled Fraenkel in factthinking back to Berlin and Freiburg ? What was Catullus thinking ? More generally,there is a way of lecturing which does not shrink from touching scholarly controversy,presenting the bare bones of a given problem, indicating but not dictating an eye-open-ing solution, and then moving on. The professor raises his listeners beyond themselves.He does not supply pabulum to infants. They are not infants unless one makes themso. If Professor Gaisser had gone on to attend Fraenkel’s seminar on Greek metrics,her remarks on metre (p. 72 ff.) might have been less hesitant. Is it a technical secret,for example, that the hendecasyllable, a metron used by Sappho, consists of a glyconicplus a bacchius ? That the galliambics of poem 63 are based on the anaclastic ionicusa minore already found in Aeschylus, lamenting the fall of Troy, and indeed in Brahms,the elegist of the about-to-fall Habsburg empire ? We are told too little. The poet, likeHorace (serm. I. 9. 2), wrote nugae (1. 4). What does that mean ? What was Catullus’use of music and musical accompaniment ? Is poem 63 a pantomime libretto ? Noanswer is made to such queries. Principally however, and most seriously, what ismissing from her book is any understanding of Catullus as a last voice of the RomanRepublic. Since our own age is suffering and has suffered from the imposition of speechand thought controls (Aung San Suu Kyi is one noble instance, Liu Xiao Bo another),and since Catullus is a liminal poet, standing on the verge of precisely such an impo-sition at Rome (crimen maiestatis), he has great relevance to essential concerns of ourown day. Here I venture to re-emphasise the argument developed in my Roman Catul-lus, that the central poems of the collection (61-68) are intended to explore, via thetopic of amor domesticus, the morals of Rome ; and that the 64th poem in particular, inthe middle of this series, both comments on the battle which made Caesar’s future(Pharsalia bis at line 37 : not the established locale for the wedding of Peleus andThetis), and denounces the laxity which has led Rome to this pass. Here is where

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Catullus takes his place as the heir of Lucilius. Of this we hear nothing. — In such anice book there is too much attention paid to Catullus’ obscenity and the exact mean-ings of its terms. But aren’t obscenities often used with deliberate imprecision ? Wenortherners, with our Puritan traditions, feel obliged to make an issue of scatologicallanguage whether we are for it or against it. Perhaps the reading of Rabelais might bea good propaedeutic. Academics anyway are too easily embarrassed. Is it possible thatthis hampers clear judgment ? Generic considerations are decisive. What genres aredefined here ? This book is not then a front-line weapon in the unceasing battle todefend literae humaniores (a dangerous negligence in our age whenever a youngeraudience is addressed by any professor of the humanities) but provides useful small-arms drill. John Kevin NEWMAN.

József KRUPP, Distanz und Bedeutung. Ovids Metamorphosen und die Frage der Ironie,Heidelberg, Universitätsverlag C. Winter, 2009 (Bibliothek der Klas si schen Alter-tumswissenschaften. Neue Folge. 2. Reihe, 126), 24 � 16 cm, 200 p., 40 €, ISBN978-3-8253-5678-1.

Este libro, presentado inicialmente como tesis doctoral en la Universidad EötvösLoránd (Budapest), puede considerarse el primer estudio sistemático sobre la ironíaen las Metamorfosis de Ovidio. El motivo de la ironía en las Metamorfosis, recuerdael autor (p. 12), fue tratado por Wilkinson (1955), Doblhofer (1960) y von Albrecht(1963/1968) – podríamos incluir en la nómina asimismo a Galinsky (1975,pp. 173 ss.) –, pero, sin duda, merecía un estudio detallado y extenso como el que elautor nos ofrece. El propósito del trabajo no es analizar “ob die Metamorphosen iro-nisch sind, sondern (…) inwiefern sie es sind (…) und in welchem Sinne einzelneErzählungen ironisch gelesen werden können” (p. 11). El libro comprende una intro-ducción y cinco capítulos dedicados a Licaón, Acteón, Narciso y Eco, Adonis y Ata-lanta y la “Eneida” ovidiana. Culmina con unas pocas páginas de conclusión. — En laintroducción el autor elabora una exhaustiva y documentada reseña de las principalesconcepciones sobre la ironía desde la Antigüedad hasta las teorías recientes, encon-trando en todas el elemento común de la distancia irónica que da lugar al título de laobra. Las divide en cuatro apartados. En lo que respecta a la ironía retórica cita, sin ol-vidar autores previos, las observaciones de Quintiliano. A continuación, trata la ironíasegún la perspectiva de F. Schlegel (Über die Unverständlichkeit, Lyceum), cuyos con-ceptos, según declara, han influido en las teorías sobre la ironía de la deconstrucción(p. 19 ; p. 23). En el tercer apartado examina la diferenciación entre ironía y humor deJean Paul, Hegel y Thomas Mann, y comenta las distintas posiciones sobre ironía ysátira e ironía e historia, entre las que se destacan las observaciones sobre Kierkegaardy la figura de Sócrates. Por último, analiza las ideas de Paul de Man y Gadamer. —Para el análisis del episodio de Licaón (2. “Die Codes des Textes : Lycaon”) el autorrecurre a las ideas de uno de los teóricos reseñados, Paul de Man (The Concept ofIrony), y distingue, desde el inicio (1, 175 s.), tres niveles (Codes) de interpretación :los dioses, Roma y el narrador. La ruptura de la armonía entre los niveles es lo que eneste episodio da lugar a la ironía. Así, los versos 175-6 presentan, en el nivel de lanarración, la imagen del temor, que se extiende al nivel de los dioses a través de larepetición del morfema ter del adjetivo terrificam (v. 179), y al nivel de Roma mediantela palabra caesaries (“rizo”). Esta palabra, a su vez, remite al nombre de César(Caesareo -1, 201) y a su apoteosis en forma de stella comans en el libro 15 (v. 749).Aunque inicialmente podría pensarse en una convivencia de los tres niveles (la imagendel temor reverencial del narrador, aplicada a la relación Júpiter-princeps), la elección

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de la palabra caesaries para referirse al rizo del dios, en un contexto en que tambiénse habla de Augusto, destruye tal paralelo y convierte al relato en irónico. Tambiénpropende a la ironía el discurso de Júpiter, que, a causa de sus contradicciones, se de-construye. — Lo más interesante del análisis del episodio de Acteón (“Videre/uideri :Actaeon”) es, a nuestro juicio, la idea de desenmascaramiento (Entlarvung) (p. 77 ss.).La diosa Diana, al final del episodio, cuando se ha cumplido el castigo de Acteón, esllamada pharetrata (3, 252), lo que obra como una precisión del primer atributo con elque se la ha designado : succinta (3, 156). De modo similar, la palabra satiata, que seaplica inicialmente a los perros de Acteón (3, 140) en la prolepsis narrativa del co-mienzo del relato, revela su valor definitivo al ser repetida más adelante para designara Diana (3, 250), disipando el suspenso. Algo similar ocurre con el empleo de la palabrafortuna (3, 149 ; 141). Estas simetrías del texto contribuyen a la ironía. El capítuloofrece, además, atinados comentarios sobre el valor irónico del adjetivo vivax, emple-ado para caracterizar al ciervo en que se convirtió Acteón (p. 82 ss.). — En el episodiode Eco y Narciso la ironía está vinculada con la ilusión. Encontramos esta asociaciónen las repeticiones parciales de Eco, que, subordinadas a la lógica del relato (p. 96),insinúan la realización de un deseo que Narciso niega. En los versos dedicados a Nar-ciso la illusio se adueña del texto y da lugar a una contradicción irónica : el apóstrofedel narrador, que insta a Narciso a descubrir su engaño, promueve la ilusión de que nosólo al lector sino al personaje se le está comunicando el engaño en que ha caído(p. 113). En el análisis del monólogo de Narciso, el autor sigue a Rosati (1983, p. 43ss.) y observa que algunos versos tienen un sentido para el personaje y otro para el lec-tor. Advierte el autor asimismo que el monólogo de Narciso se lleva a cabo con la ilu-sión de que intervienen personajes, pero esto hace posible, en rigor, la comunicacióncon el lector (p. 115-116). — El capítulo 5 trata sobre la relación entre ironía y rupturade la linealidad. La complejidad narrativa de los pasajes comentados se resume en lapágina 127 : “In diesem Teil der Metamorphosen erzählt der Erzähler, dass Orpheus,der um Eurydike trauert, erzählt, dass Venus, die in Adonis verliebt ist, erzählt, dassAtalanta und Hippomenes (…) in Löwen verwandelt worden sind”. Las preguntas cen-trales del capítulo son quién habla en estos relatos enmarcados y a quién se dirige elque habla (pp. 138 ss.). El mejor ejemplo de la primera es un pasaje del relato de Ata-lanta en que Venus (¿o el narrador-autor?, ¿o quizás Orfeo?) dice : neue meus sermocursu sit tardior ipso,/ praeterita est uirgo… (10, 679 s.). En cuanto a la segunda, elambiguo posses del verso 562 puede servir de ejemplo. Colabora con esta ambigüedadla repetición de motivos en las historias enmarcadas, que actúan como ecos narrativos.Todo contribuye a la ruptura de la linealidad. — El mayor acierto del capítulo dedicadoa la “Eneida” ovidiana es su concentración en aspectos formales y literarios antes quepolíticos (p. 174). La ironía, en este caso, aparece asociada a la parodia. Krupp cita aQuintiliano, a Linda Hutcheon y a Genette y recuerda (p. 150) que, en esta secuencia,el elemento central de la parodia no parece ser la comicidad sino la integración de untexto en otro, sin que esta ruptura de la “unitextuality” (Hutcheon) signifique una dis-torsión de la unidad de las Metamorfosis. En términos de Genette, la “Eneida” ovidianase define como un hipertexto que en ocasiones toma distancia de su hipotexto. Conestas perspectivas, el autor analiza el pasaje de la Sibila y el de Aqueménides y Maca-reo. Destacamos sus conclusiones sobre el último episodio, en el que los personajes,afirma Krupp, han dejado de ser héroes épicos para convertirse en relatos (p. 174 ;p. 177). — Una virtud de este libro es no limitar el estudio de la ironía a la esfera his-tórico-política y, en especial, a los libros que más relación tienen con el augusteísmo.Frente a tantos trabajos que abundan en ese único sentido de la ironía resulta estimu-

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lante esta contribución más general y más completa sobre el tema, que recuerda que laironía no es sólo privativa de aquellos sectores. Sin embargo, considerando el hechode que, aun en los pasajes más vinculados con el augusteísmo (como el primero y elúltimo), ha observado un cuidadoso rigor formal y un análisis intratextual, el autor dejael interrogante sobre cómo sería su interpretación de los pasajes históricos de la obra,en especial el final. El lector espera esos comentarios precisamente porque Krupp, adiferencia de otros críticos, está interesado en lo que, a través de la ironía, Ovidio hahecho con su representación, no en los modelos literarios o principios ideológicos queno respetó con el fin de ser irónico (cf. Tissol, 2002). En suma, como Stephen Wheeler(2000), cuyo libro no cita, Krupp toma en cuenta una dimensión que no debe ser des-atendida en la obra : la dimensión intratextual. Pablo MARTÍNEZ ASTORINO.

Jan-Wilhelm BECK, Aliter loqueris, aliter uiuis. Senecas philosophischer Anspruchund seine biographische Realität, Göttingen, Ruprecht, 2010, 21 � 15 cm, 78 p.,18,90 €, ISBN 978-3-7675-3085-0.

C’est le sous-titre plus que le titre qui définit l’intention de ce livre bref. Jan-Wilhelm Beck part du récit de la mort de Sénèque par Tacite : Sénèque aurait déclarévouloir laisser à la postérité l’imago uitae suae. Mais pour Tacite et pour les contem-porains de Sénèque, nous dit Jan-Wilhelm Beck, cette uita serait, bien plus que celledu philosophe, la vie vécue du politique et de l’homme d’action : dans l’Antiquité, onaurait donc tenu la vie de Sénèque pour exemplaire. Il s’ensuit que (p. 28-29 ; c’estnous qui traduisons) « les influences biographiques et l’arrière-plan historique sontune base indispensable pour la compréhension des oeuvres de Sénèque et ne doiventen aucun cas être minimisées… Par conséquent, pour juger de son oeuvre, il ne fauten aucun cas écarter comme négligeable sa vie concrète ». L’approche de Jan-WilhelmBeck est assurément stimulante. Elle a le mérite de nous rappeler que le prestige duphilosophe éclipse à nos yeux ses autres activités et nous dissimule une réalité impor-tante : la méditation et l’écriture philosophiques n’occupèrent qu’une part minoritairedu temps de Sénèque, le reste étant accaparé par les accidents de sa vie (les maladiesde la jeunesse, l’exil) et par les activités concrètes de l’orateur, du précepteur, duministre qu’il fut. Le livre distingue quatre phases chronologiques, au cours desquellesse développe la personnalité politique et littéraire de Sénèque ; et la composition desoeuvres philosophiques comme celle des tragédies, et plus encore leur intention et leursens, sont mis en relation, voire expliqués par le contexte historico-biographique. Onne citera ici qu’un exemple : pour bien interpréter le De uita beata, où est posé le pro-blème de la richesse (un philosophe prêchant le mépris des biens matériels a-t-il ledroit d’être riche ?), Jan-Wilhelm Beck nous fait prendre conscience, en s’appuyantsur les données fournies par Tacite et Suétone, que Sénèque, homo nouus et ministrepuissant, avait à tenir un rang, mais aussi qu’il n’était pas en situation de refuser lescadeaux de Néron. Deux choses cependant nous ont gênée dans ce petit livre. Toutd’abord, il tend à prendre au premier degré les assertions de Tacite et de Suétone, donton sait pourtant la partialité. Ainsi Néron n’est considéré que comme un tyran sangui-naire, alors que les travaux historiques récents ont montré qu’il fallait nuancer le por-trait livré par les historiens anciens. Mais surtout, c’est la notion même de connaissancebiographique de Sénèque qui fait difficulté. Les témoignages antiques nous permettentde connaître, et encore de façon sommaire, les traits extérieurs de sa vie et de sa car-rière. En revanche, les pensées de Sénèque, ses intentions, sa psychologie nous échap-pent et ne peuvent être, au mieux, que l’objet d’hypothèses et de reconstructionssubjectives, la biographie courant alors le risque du romanesque. Ainsi Jan-Wilhelm

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Beck affirme (p. 38) qu’en écrivant du fond de son exil corse la Consolation à Helvia,sa mère, alors qu’il aurait pu se contenter de la consoler en privé, Sénèque ne vise qu’àmettre en scène une image publique de lui-même, « das Bild eines Mannes, der in Ruhemit dem eigenen Schicksal leben kann, wie ein stoischer Weiser eben ». C’est prêter àSénèque une intention et une duplicité dont nous ne savons rien. C’est aussi mécon-naître le fait que la consolation, pour les Anciens, vaut à la fois comme exercice spiri-tuel personnel (Cicéron ne s’adressa-t-il pas une auto-consolation à la mort de Tullia?) et comme thérapeutique qui, au-delà de la personne de son destinataire, vise à êtreutile à toute personne affrontant le même malheur. Bref, il n’est pas certain que la bio-graphie puisse fournir des éléments suffisamment sûrs pour éclairer l’œuvre philoso-phique. Pour autant, ce petit livre est riche, bien informé, et stimulant ; car même si,de par son principe, il se meut souvent dans l’hypothèse, il a le mérite de rappeler quedans l’Antiquité plus encore peut-être qu’à toute autre époque, le philosophe est unindividu inséré dans son temps. Mireille ARMISEN-MARCHETTI.

Maria Luisa DELVIGO, Servio e la poesia della scienza, Pise - Rome, 2011 (Biblio thecadi “Materiali e discussioni per l’analisi dei testi classici”, 23), 22 � 15 cm, 132 p.,ISBN 978-88-6227-373-2.

Servius’ Kommentar zu Vergil ist stark von der epikureischen Philosophie geprägt.Insofern hofft der Leser durch neue Untersuchungen auch neue Gedanken zu diesemzentralen Thema zu finden. Um es gleich vorweg zu sagen: Delvigo (D.) enttäuschtdiese Erwartungen auf ganzer Linie. Ihr Buch ist im eigentlichen Sinne kein Buch,sondern eine Art Sammelband von eigenen Texten, die, zu unterschiedlichen Zeitenund zu unterschiedlichen Gelegenheiten verfasst, zueinander einen nur geringen Bezugherstellen. — Das erste Kapitel trägt den Titel “L’esegesi tardoantica e l’interpretazionedell’Eneide”. Es widmet sich der Geschichte der „theologica tripertita“. Als Quellezieht D. vor allem Augustin heran, anhand dessen sie versucht, die religiöse SichtVarros zu rekonstruieren. Nun ist diese Frage bekanntlich in der Forschung schon langeund vielfach behandelt worden, D. selbst führt in ihrem Literatur verzeichnis denBericht von Godo Lieberg im ANRW I 4, hrsg. von H. Temporini, Berlin und NewYork, 1973, S. 63-115 Die theologia tripertita in Forschung und Bezeugung an. EineBerücksichtigung verdient hätten auch die Aufsätze von Godo Lieberg, Varros Theo-logie im Urteil Augustins in Studi Classici in onore di Quintino Cataudella, III, Catania,1972, S. 187-193 und 195-199 und Die theologia tripertita als Formprinzip antikenDenkens in RhM 125, 1982, S. 25-53. Die knappe Behand lung bei D. bringt dazu nichtsNeues. Im zweiten Kapitel „Servio e i physici“ trägt D. diejenigen Stellen des Kom-mentars zusammen, an denen Servius die „physici“ erwähnt. Sie zeigt, dass Serviusmit diesem Begriff Gelehrte unterschiedlicher Disziplinen wie Medizin oder Astrologiebezeichnet. Das dritte Kapitel, “La poesia della scienza” beschäftigt sich mit der Her-kunft der Metalle, der Pest und ihren Ursachen, Sonnenfinsternis und den Ursachenvon Erdbeben. Hierin trägt D. die Stellen des Kommentars zusammen, in denen Serviussich, mehr oder weniger durch den Vergiltext veranlasst, zu diesen Punkten äußert. DerErwähnung des Lucrez im Kommentar stellt sie die entsprechende Passage desLucreztextes gegenüber und zeigt, dass Lucrez und der Epikurismus für Servius in sei-nen Erklärungen maßgeblich waren. Das vierte Kapitel widmet sich „La cosmogoniadi Sileno”. D. behandelt die Frage, ob es sich bei der sechsten Ecloge Vergils um „Uncanto lucreziano ?“ (60) handelt, die sie in ihrer Untersuchung bejaht. Nun ist daswahrlich keine neue Erkenntnis, es kann u.a. auf die Arbeiten von Vinzenz Buchheitverwiesen werden, vor allem auf seinen Aufsatz im RhM 129, 1986, S. 123-141 Früh-

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ling in den Eklogen. Vergil und Lukrez. Das fünfte Kapitel widmet sich „Servio e l’ana-logia“, das sechste „Le molte cause possibili dei fenomeni celesti” und das siebte„L’anima, il sangue, la morte”. Im sechsten Kapitel beschäftigt sich D. ausgehend vonder Erklärung zu georg. 2, 478 mit Sonnenfinsternis (87). Eben diese Erklärung desServius hatte D. bereits im dritten Kapitel (49) gedruckt und analysiert. An beiden Stel-len werden anschließend dieselben Verse des Lucrez (5, 751-752) über Sonnenfinster-nis zitiert, danach der Brief des Epikur ad Pyth. 96 in der Übersetzung von I. Ramelli(90). Im dritten Kapitel ist diese Passage im griechischen Original abgedruckt (52).Weiter hinten im sechsten Kapitel (93) werden die Lucrezverse 5, 750-770 zitiert.Dabei ist Vers 5, 750 derjenige Vers, der bei ihr weiter oben als Vers 5, 751 bezeichnetwurde. Auch an der früheren Stelle im dritten Kapitel werden annähernd dieselbenLucrezverse angeführt (50), nämlich 5, 753-761. Es ist nicht schlüssig, warum D. anzwei Stellen (ohne Querverweise) über Sonnenfinsternis und Himmelsphänomene han-delt. Im dritten Abschnitt des fünften Kapitels zitiert D. innerhalb von zwei Seitenzweimal die Lucrezverse 5, 531-533. Interessant sind die Zusammenstellungen derje-nigen Passagen des Servius, die sich mit griechischen Philosophen wie Anaxagorasoder Heraklit beschäftigen. Doch stehen diese bereits in dem von E. Wallace 1938publizierten Buch The Notes on Philosophy in the Commentary of Servius on theEclogues, the Georgics and the Aeneid of Vergil. Diese Sammlung, wie auch die zuvorbesprochenen Kapitel, bieten im wesentlichen positivistisch gesammeltes Material,das in Zeiten der Digitalisierung der lateinischen Texte jeder sich rasch zusammens-tellen kann und tragen nicht zum Erkennt nis gewinn bei. Das Buch wird beschlossendurch ein Literaturverzeichnis, einen Stellen index und ein Sach regis ter. — Das ersteKapitel ist in einer etwas abweichenden Version bereits in dem 2004 von Arnaldo Mar-cone herausgegebenen Tagungsband „Società e cultura in età tardoantica“ der 2003 inUdine stattgefundenen Tagung veröffentlicht worden. Auch das fünfte Kapitel ist zuvorfast wortgleich bereits in Dictynna 7, 2010 erschienen. Auch wenn D. in ihren Premessaangibt, dass sie seit mehreren Jahren an unterschiedlichen Orten und zu verschiedenenAnlässen, auf Tagungen und Kongressen diese Thematik vorträgt (11), hätte doch inden beiden Kapiteln und im Literatur verzeichnis ein Verweis auf diese Publikationennicht fehlen dürfen. So entsteht der Eindruck eines Eigenplagiats. Weitere Gedankendes Buches sind ebenfalls in den Artikel Servio e la filosofia della scienza enthalten,der in dem von Monique Bouquet und Bruno Méniel 2011 veröffentlichten Sammel-band zu Servius erschienen ist, sowie in dem Vortrag Servio e il mito, den D. unter an-derem auf einer Tagung in Lyon 2011 gehalten hat. Es ist auch bei freundlichsterBetrachtung nicht erkennbar, wieso diese Zweitverwertung eigener Texte, die sich auflange bekannte wissenschaftliche Positionen stützt, ohne diese durch eigene Untersu-chungen fortzuschreiben, überhaupt publiziert wurde. D. selbst scheint der Kompilationihres Materials nur wenig Aufmerksamkeit gewidmet zu haben, eine kritische Redak-tion scheint dieses Buch vor seiner Drucklegung nicht erfahren zu haben. Das Bucherscheint als eine Samm lung disparaten Stoffes, der im weitesten Sinn mit Servius,Wissenschaft, Philo sophie und spätantiker Kommentierung in Verbindung steht. Essoll die Vermutung geäußert werden, dass die beschriebenen Dubletten vom drittenund sechsten Kapitel diesem Vorgehen, disparat gesammeltes Material in einem Buchzusammenzuführen, geschuldet ist. Trotz aller geäußerten Kritik veranschaulicht D.das Interesse Servius’ an Philosophie, besonders der epikureischen Schule, und Wissen -schaft. Die von D. gesammelten Stellen fassen dafür wichtige Passagen Servius’ über-sichtlich zusammen und ermöglichen so zumindest eine rasche Orientierung in denErklärungen des Servius bezüglich dieser Punkte. Sibylle IHM.

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Lucien SIGAYRET, L’imaginaire de la guerre et de l’amour chez Claudien, Paris, L’Har-mattan, 2009 (Structures et pouvoirs des imaginaires), 24 � 15,5 cm, 694 p., 53 €,ISBN 978-2-296-07568-9.

Le titre de ce livre n’est pas très éclairant, si ce n’est pour confirmer que l’imaginaireest en vogue à Perpignan. On apprend à la p. 107 que le travail est « consacré essen-tiellement à l’interprétation des images », premièrement dans les poèmes mytholo-giques (Rapt de Proserpine, Gigantomachie), mais en fait dans l’ensemble du corpus.S. (Sigayret) propose une analyse globale de l’inuentio et de l’elocutio poétiques deClaudien. Le sous-titre du livre (Dernier poète de l’Empire romain) est faux, Claudienest tout au plus l’avant-dernier poète de l’Empire romain, Rutilius vient dix ans aprèslui. Son auteur est porté par un amour sincère pour Claudien, il le défend avec fouguedu type de reproches que faisaient au 19e s. et au début du 20e s. Nisard et ses émulesaux poètes post-classiques, et ainsi tue pendant près de 700 p. le cadavre depuis long-temps refroidi de la « décadence ». Il semble innocent du fait que, en 1933 déjà,E. Norden disait de Claudien qu’il unissait l’élégance d’Ovide, la vigueur de Virgileet l’éclat rhétorique de Lucain, et que la puissance de ses invectives égalait celle deJuvénal (Einleitung in die Altertumswissenschaft I3, 4, p. 85). Durant les cinquante der-nières années, un grand nombre de travaux ont rendu pleine justice à celui qui peutsans doute à bon droit revendiquer le titre de plus grand poète latin de l’antiquité tar-dive. Mais S. n’en cite qu’une infime proportion dans une bibliographie de 4 p. fortaérées (celle de la monographie de Döpp, il y a vingt-neuf ans, en comptait 18, trèsserrées). — Le manque de soin apporté à la correction des épreuves saute aux yeux :P. 95 « Notre objectif ne consiste ont absolument pas... ». P. 98 « un rapide examendes procédés et figures les plus des procédés d’école..., mis qui donne souvent à sespoèmes... un caractère artificiel fort éloigné fréquents chez notre auteur ». P. 523 « Pourtenter consulat d’Honorius : l’ensemble du poème présente deux occurrences ded’éclaircir ceci, on prendra appui... ». D’autres coquilles sont plus perfides : p. 48,n. 95, Julien « tué à 21 ans » ; p. 58, n. 135, « Théodose meurt le 7 janvier 395 ». —Soucieux de s’informer sur le temps où a vécu Claudien, S. puise l’essentiel de sesconnaissances dans E. Gibbon, Histoire du déclin et de la chute... dans la traductionfrançaise de Guizot (en fait madame Guizot : cf. J. A. C. Buchon, édition de 1839,vol. I, p. XVII). Cet ouvrage, qui est mentionné dans la bibliographie avec la seule datede 1983 (qui est celle de la réimpression chez Laffont) est allégué et cité sans cesse,mais pas dans la langue brillante de l’original, qui constitue aujourd’hui, outre sonesprit voltairien, son principal attrait. Les très rares tentatives qu’il fait pour mettre tantsoit peu à jour ce très vénérable monument du 18e s. ne suffisent pas à lui faire décou -vrir que la graphie « Stilichon » est absurde en français (la forme constante dans notrelangue est « Stilicon » ; sur les variations de ce nom en grec et en latin, cf. l’édition deBirt, MGH, AA, 1892, p. CCX), et que la graphie « Zozime » est fausse. Plein deconfiance envers l’acribie du grand historien anglais qu’il serait insultant de contrôler,il copie ses renvois, par exemple, p. 57, n. 134 (Gibbon-Guizot, sur la mort de Masce-zel) : « l. V » les yeux fermés, mais si bien fermés que le renvoi devient « I, 5 ». Mêmephénomène p., 62, n. 155 concernant le sénateur Lampadius : le « l. V » devient chezS., avec une légère variation, « I, V ». Ainsi le benoît lecteur est amené à penser queZosime parle de Mascezel et de Lampadius dans son livre 1. — Malgré Gibbon, l’an-tiquité tardive semble peu familière à S. P. 15, n. 15, « la religion chrétienne etait (sic)devenue religion d’état (sic) depuis Constantin ». P. 621, n. 2031 : « Symmaque exi-geant – et obtenant ! – le rétablissement de l’autel de la Victoire dans la salle des déli-

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bérations du Sénat ». P. 675 et ailleurs, Stilicon est défini comme arien, sans que jamaisune référence soit citée, et pour cause, car il est évident que l’hyper-nicénien Théodosen’aurait jamais donné en mariage sa nièce adorée et fille adoptive à un hérétique (cf.aussi Augustin, Lettre 97, 2). La mythologie lui tend aussi des pièges. P. 111, il estquestion du début du de bello Gothico : au v. 1,4 est nommé Tiphys, pilote de l’Argo ;S. traduit ce nom par « Tiphée », traduction française du latin Tiphoeus, nom du mons-tre enseveli sous l’Etna, du reste mentionné par S. p. 114. — S. ne dit pas sur quelleédition de Claudien il se fonde, ni quelle traduction il cite. L’édition de Birt est citéedans la bibliographie, mais on ne décèle nulle trace d’une véritable utilisation. La plusrécente des éditions critiques complètes de Claudien (J. B. Hall, Teubner, 1985) n’estpas citée. Des problèmes relatifs à l’établissement du texte ne sont pas abordés, et S.n’a guère de respect pour ce texte. P. 55, S. cite cos. Stil. 1, 37-38 concernant le pèrede Stilicon de la manière suivante : Fida Valenti/ dextera (duxerat) rutilantes crinibusalas. Sous cette forme, le. v. 38 est amétrique. Les v. 37-39a apparaissent sous la formesuivante dans les éditions critiques : si nihil egisset clarum nec fida Valenti/ dexteraduxisset rutilantes crinibus alas,/ sufficeret natus Stilicho. La parenthèse dans le textede S. n’est pas expliquée ; en comparant avec le texte original, on découvre qu’elle si-gnale que le texte a été arbitrairement modifié, pour transformer en proposition prin-cipale une protase de période hypothétique, ce qui donne en traduction (n. 120) « Ilavait, de sa main droite dévouée à Valens, conduit les escadrons aux chevelures couleurde feu. » Le mouvement et le contexte du passage sont ainsi complètement faussés : ilne s’agit pas d’une donnée indépendante concernant le père de Stilicon, mais de l’af-firmation ingénieusement camouflée que la gloire de Stilicon ne devait rien à son père,dont le seul mérite était de l’avoir engendré. — Les observations qui précèdent (qu’onpourrait multiplier) concernent surtout les aspects plutôt formels du travail de S. Voicimaintenant deux petits exemples illustrant la méthode de ses analyses. 1) P. 115-116,in Ruf. 1, 74-86, entrée en scène de Mégère. L’inter vention de cette Furie dans la ma-lédiction des Atrides serait une invention de Claudien ; mais cf. Sénèque, Thyeste 252(Atrée appelle Mégère) ; Claudien confondrait Mégère avec la première épouse d’Her-cule, Mégara ; mais le rôle de l’Érynie Mégère dans la folie d’Hercule est bien attes-tée : Lucain, 1, 577 ; Sénèque, Hercule furieux, 100-103. On trouve ces renvois parexemple dans le commentaire de Levy (1971), inconnu de S. P. 113-114, début du Raptde Proserpine : rôle de Vénus ; chez Claudien, elle agit sur l’ordre de Jupiter, chezOvide, spontanément. Cameron (orthographié « Caméron » p. 93), dans son livre de1970, p. 265-266, et Gruzelier, dans son commentaire de 1993, p. 135-136, font sur cepassage des observations fort intéressantes. Ce serait pourtant l’occasion pour le cham-pion de Claudien de défendre pour une fois son héros contre un reproche relativementrécent (Cameron : « the opening scenes are a structural disaster »). Mais S. n’en faitrien, quand bien même ces deux ouvrages figurent dans sa bibliographie. P. 114 : il nepropose pas de solution quant à la divergence entre Ovide et Claudien sur la raison del’intervention de Vénus, et renvoie pour cela sans référence à un passage ultérieur deson livre impossible à trouver, car non mentionné dans l’index locorum (incomplet ; iln’y pas d’index des noms propres, ni des thèmes et notions). — Dans l’antiquité tar-dive, la mythologie et les exempla historiques jouent un rôle important chez Ausone etSidoine Apollinaire, et même chez l’historien Ammien Marcellin. La mise en œuvrede ces éléments d’inuentio chez Claudien ressemble-t-elle ou diffère-t-elle de lapratique de ces auteurs ? S. ne se pose pas la question. — Cet échantillonnage suffit,je crois, à illustrer la qualité du travail de S. Les amateurs de Claudien, s’ils sont

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patients, pourront le compléter à leurs propres frais. Je me borne à préciser que S. estagrégé de lettres classiques (p. IV de couverture), et que cet ouvrage est sa thèse dedoctorat, reçue avec la mention Très Honorable assortie des félicitations unanimesdu jury, formé de Ph. Heuzé, P.-A. Deproost et J. Thomas (site de l’Université dePerpignan sur la toile). François PASCHOUD.

Romeo SCHIEVENIN, Nugis ignosce lecticans. Studi su Marziano Capella, Trieste, Edi-zioni Università di Trieste, 2009 (Polymnia. Studi di Filologia Classica, 12), 24 �17 cm, VIII-217 p., fig., 20 €, ISBN 978-88-8303-270-7.

Outre deux précieuses contributions inédites à ce jour, l’ouvrage réunit onze articlesque R. Schievenin a publiés sur Martianus Capella dans différentes revues entre 1983et 1986, puis à partir de 1998. Leur organisation ne suit pas l’ordre chronologique dela rédaction mais la progression du De nuptiis Philologiae et Mercurii. Figurent en ap-pendice une bibliographie qui offre un état de la question à jour ainsi que deux index(noms des auteurs anciens et des œuvres anonymes ; noms des auteurs modernes).R. Schievenin adopte une démarche qui s’avère fructueuse pour illustrer la richesse dela synthèse culturelle réalisée dans le De nuptiis : partant d’un détail du texte demeuréréticent à l’interprétation, il fait le pari de prêter foi à un auteur longtemps décrié etsoupçonné de lacunes tant dans le domaine scientifique que littéraire. Il suit par là lespréceptes de Martianus Capella qui, conscient de se heurter à l’incompréhensionmoqueuse de son lecteur, lui demande (9,1000, v. 27) de « pardonner les badinageslors de sa lecture assidue», ce nugis [...] ignosce lecticans que R. Schievenin adopte àbon droit comme titre de son recueil. En effet, presque tous les articles (les numérosde 1 à 13 qui leur sont attribués ci-dessous entre crochets correspondent à leur positiondans le volume) ont comme point de départ soit un terme ou plusieurs termes liés (Hy-menaeus [1], egersimon [2], Paedia [4], talentum [5], antipodes et antichtones [7], pro -consulare culmen [12]), soit une leçon problématique dans les manuscrits (fin du livreVIII [10], justification de la leçon des manuscrits iussa en VIII, 803 [11]), soit enfinl’analyse détaillée d’un passage pour en clarifier les enjeux (la circonférence terrestreau livre VI [6], la réponse de Mercure aux reproches de Volupté en VII, 726, [8], l’épi-sode de Silène en VIII, 804-805 [9]). On ajoutera à cette liste un article consacré àl’épineuse question varronienne [3] ainsi qu’une note indignée dans laquelle R. Schie-venin dénonce les nombreuses erreurs de la première traduction complète en italiendu De nuptiis récemment parue [13]. — De ce recueil d’études se dégagent quatre axesqui contribuent à éclairer les différentes facettes de l’œuvre: 1. la mise en évidence,encore rare à ce jour, de la connaissance qu’a Martianus Capella de certains thèmes etde certains usages lexicaux spécifiquement chrétiens. L’auteur, par un jeu d’allusionslittéraires, se distancie du modèle chrétien pour proposer un renouveau culturel et re-ligieux différent, érudit et élitiste, de salut dans la culture [1;2;5]. 2. une investigationsur la conception de la culture : personnifiée sous les traits de Paedia [4;5] et incarnéedans le personnage historique de Varron [3], la Culture acquiert une fonction sotério-logique [11]. 3. l’étude du projet littéraire de Martianus Capella : au fil de ses recher -ches, R. Schievenin met en évidence la richesse allusive du De nuptiis, sa participationaux débats culturels de son temps, sa connaissance et sa maîtrise des sources classiquesgrecques et latines. Il montre que Martianus Capella réalise une synthèse ample etsavante de la tradition littéraire et encyclopédique. En condensant sources et genres aumoyen d’un lexique soigneusement choisi, il fait en sorte que ses modèles soient iden-tifiables et il les insère dans un contexte analogue, mais en les soumettant à une tramenouvelle qui transgresse souvent la norme implicitement invoquée. Cette densité est

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conduite sur l’ensemble des neuf livres avec des reprises et des échos internes à l’œu-vre. 4. la réhabilitation bienvenue, au travers des deux articles [6;7] jusqu’ici inédits etconsacrés à la doctrine géométrique, de la qualité des traités techniques du De nuptiis.Si la recherche récente a désormais bien mis en évidence l’intérêt littéraire de la fabula,elle s’est relativement peu intéressée au contenu des traités des artes. Et lorsqu’elle l’afait, c’est pour soupçonner l’auteur d’erreurs trahissant ses lacunes ou, dans le meilleurdes cas, d’avoir été mal compris de ses copistes. L’importance des contributions deR. Schievenin sur deux points difficiles de la doctrine géométrique réside dans ladémonstration convaincante des compétences de Martianus Capella : celui-ci choisit àplusieurs reprises des variantes plus rares à l’occasion d’une démonstration scientifique.Loin de commettre des erreurs, il opte pour des solutions savantes et élitistes. R. Schie-venin prouve également que dans la plupart des cas, les cruces desperationis ou lestentatives d’émender le texte sont dues à l’indigence du lecteur et non à celle de l’au-teur. L’obscurité apparente (et probablement voulue) ne dépend donc pas non plusd’une tradition manuscrite corrompue, mais de la difficulté inhérente aux sciencesmathématiques et à la densité des références culturelles invoquées. J’ajouterai pour mapart qu’il y a probablement chez Martianus Capella une volonté d’illustrer concrète-ment la difficulté des matières mathématiques par une approche complexe, qui s’op-pose à l’orientation didactique et à la simplification qui animent l’exposition techniquedes rudiments du langage du livre III consacré à la grammaire. — C’est avec rigueuret précision que R. Schievenin met en évidence la richesse du De nuptiis. Il achève deréhabiliter Martianus Capella tant sur le plan littéraire que scientifique en soulignantson érudition, son originalité et l’ampleur de son projet culturel. La finesse des analysesmenées sur un laps de 25 ans donne donc raison à Martianus Capella. Mais elle montreaussi que celui-ci, lorsqu’il recommandait à son fils de lire son œuvre avec assiduité,était pleinement conscient de la valeur de ses propos ainsi que des difficultés de com-préhension auxquelles son œuvre se heurterait. On reconnaîtra qu’il a trouvé enR. Schievenin un lecteur attentif, qui s’indigne avec raison, dans l’article qui conclutl’ouvrage [13], de la désinvolture avec laquelle a été menée la première traduction ita-lienne complète du De nuptiis, réalisée par I. Ramelli en 2001. Or, on souhaiterait unetraduction complète, capable d’éclairer la compréhension du texte en tenant comptede l’état de la recherche. Ce travail devra s’appuyer sur l’ouvrage recensé dans ceslignes, outil aussi indispensable pour la compréhension globale de l’œuvre que pourdes solutions ponctuelles de traduction et d’interprétation de passages-clefs restésjusqu’ici réticents. Muriel BOVEY.

Christopher KELLY, Richard FLOWER and Michael Stuart WILLIAMS, Unclassical Tra-ditions. Volume I : Alternatives to the Classical Past in Late Antiquity. Edited byCh. K., R. Fl. and M. St. W., Cambridge, Cambridge Philological Society, 2010(Proceedings of the Cambridge Philological Society. Supplementary Volume, 34),22 � 15, 5 cm, VI-156 p., ISBN 978-0-906014-33-2.

Désirant apporter un éclairage supplémentaire au débat désormais très riche surl’identité temporelle, spatiale et culturelle de l’Antiquité tardive, les différentes étudesdu livre Unclassical traditions. Alternatives to the Classical Past in Late Antiquity, quiportent sur certaines œuvres chrétiennes ou païennes du IVe siècle, entendent soulignerla grande diversité des traditions culturelles de l’époque et de leurs usages. Cette ap-proche n’est pas neuve : elle est même consubstantielle à l’interrogation sur l’époque.Quel rapport au passé entretient donc cette Antiquité dite tardive ? Pourquoi a-t-on puassigner à cette époque une identité propre, alors qu’elle continue de reprendre les

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schémas de la rhétorique classique ? On sait qu’au IVe siècle, il n’y a pas une mais descultures de référence : juive, chrétienne et gréco-romaine. Le titre du recueil, d’ailleurs,est à ce sujet un peu étonnant puisqu’il n’est pas question des seules « unclassical tra-ditions » mais bien aussi de l’apport des traditions classiques aux écrits tardifs. Lepassé est désormais pluriel et l’histoire de l’humanité est pensée par les chrétiens, dansune vision providentialiste, comme universelle et conduisant des peuples divers auxhistoires diverses vers un même but. De ce fait, comme le rappelle l’introduction del’ouvrage, les récipiendaires de ces diverses traditions pouvaient désormais mettre àdistance leurs influences, les hiérarchiser, sans les détruire ou les nier, mais en les fai-sant devenir précisément des références culturelles parmi d’autres. L’antiquité devientclassique quand elle cesse d’être vécue. C’est là le sens de la contribution de C. Kellysur les références au passé mythique et historique de la chronique eusébienne : Eusèbe,tout en conférant la palme de l’antiquité au peuple juif, tend à mettre sur le même planles différentes histoires des peuples anciens et à les diriger de façon providentialistevers l’Empire universel devenu chrétien (« The shape of the past : Eusebius of Caesareaand Old Testament history », p. 13-27). Pour cette question, on renverra aussi au livrede B. Jeanjean et B. Lançon, Saint Jérôme, Chro ni que, … suivie de quatre études surles Chroniques et Chronographies dans l’Antiquité tardive (IVe-VIe siècles), Rennes,2004, dont une contribution importante d’H. Inglebert s’approche beaucoup des conclu-sions de C. Kelly. Une bonne part des contributions s’intéresse aux rapports des chré-tiens à la tradition classique gréco-romaine, en essayant de dépasser le schématraditionnel selon lequel les chrétiens auraient repris la forme de la rhétorique sans engarder le fond. Les conclusions des contributeurs sont à juste titre nuancées. Ainsi,R. Flower (The Emperor’s New Past : Re-enactment and Inversion in Christian Invec-tives against Constantius II, p. 28-43), souligne la subversion de la rhétorique épidic-tique dans les traités nicéens contre Constance II et la création de nouvelles référencesde la figure du tyran. L’auteur rappelle aussi, à raison, que les traditions épidictiquesse sont aussi maintenues intactes chez d’autres auteurs tardifs (païens comme Thémis-tios ou chrétiens comme Synésios). Qu’on le définisse en termes d’« expérimentation »(Averil Cameron) ou de pragmatisme, le rapport des lettrés de l’Antiquité tardive auxtraditions rhétoriques et culturelles qui les ont précédés est donc extrêmement com-plexe ; les écrits de l’Antiquité tardive ont en effet tantôt rénové les schémas littérairesanciens (comme cherche à le montrer l’article de M. Stuart Williams, Sine numinenomina : Ausonius and the Oulipo, p. 90-105 au sujet de la poésie d’Ausone, pas aussipasséiste qu’il y paraît), tantôt les ont utilisés dans le même sens que leurs prédéces-seurs, en les adaptant à un contexte nouveau. L’article de C. Rapp (The Origins ofHagiography and the Literature of Early Monasticism, p. 119-130) montre, de façonintéressante, que les recueils sur la vie édifiante des premiers moines d’Égypte n’en-trent pas véritablement dans les règles de l’hagiographie telles qu’elles furent définiespar les Bollandistes, mais puisent plutôt leur inspiration aux recueils de sentences deshommes célèbres – les creíai. Selon l’auteur, les creíai auraient inspiré les rédacteursdes Apophtegmata patrum, de l’Histoire Lausiaque, etc. et même, ceux des récits plusdéveloppés que sont les vies de saints. Si l’auteur a tout à fait raison de s’interrogersur la pertinence de l’étiquette « genre hagiographique » donnée par les modernes pourqualifier des écrits de nature et de fonction diverses, le fait de découvrir une sourced’inspiration nouvelle n’empêche cependant pas, à mon sens, que les narrations pluslongues des vies de saints aient pu avoir d’autres sources d’influence, notamment, labiographie de certains héros et philosophes païens, comme des savants l’ont dit depuisle début du XXe siècle. L’article de N. McLynn, pour sa part, entend ajouter une nuance

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nouvelle à la palette des attitudes possibles à l’égard de la tradition à partir de l’analysede l’Ad adulescentes de Basile de Césarée (The Manna from Uncle : Basil of Caesa-rea’s Address to Young Men, p. 106-118) : cette œuvre, que McLynn estime être undiscours de circonstance écrit à la fin des années 360, avant l’entrée dans l’épiscopatde Basile, a, selon lui, été écrit pour ses propres neveux, à un moment où il n’y avaitpas d’autre alternative que l’enseignement classique pour les études des jeunes gens. Lediscours entretient en effet un rapport complexe aux auteurs classiques grecs : tout en sem-blant rendre hommage à Homère ou à Hésiode, qu’il classe parmi les auteurs à étudier pourles jeunes gens chrétiens, il les égratigne au passage, les cite avec des erreurs, sans jamaiscependant entrer en conflit ouvert avec la tradition. Son attitude de surcroît change au coursde sa carrière et se fait plus sévère à l’égard de la tradition au moment où il revêt la chargeépiscopale. D’autres contributions se font l’écho de l’usage par les auteurs chrétiens destextes bibliques pour interpréter la réalité contemporaine, ce qui n’est pas pour surprendre(M. Humphries, ‘Gog is the Goth’ : Biblical Barbarians in Ambrose of Milan’s De fide,p. 44-57). Dans un bel essai sur les pratiques liturgiques de l’époque (The LiturgicalCreation of a Christian Pas : Identity and Community in Anaphoral Prayers, p. 58-71),D. Krueger montre ainsi que l’époque sait créer du neuf, par la capacité à faire du récitbibli que résumé à haute voix lors des prières eucharistiques un des éléments nouveaux, nonclassique, de l’être chrétien. Il est plus difficile de percevoir dans les œuvres des abréviateurstardifs un rapport particulier à une tradition : G. Kelly (The Roman World of Festus’ Brevia -rum, p. 72-89) décrit le Bréviaire de Festus comme une œuvre volontairement neutre, à ladifférence de celle d’Ammien. Mais n’est-ce pas là l’effet des règles du genre et doit-on ychercher nécessairement un message de neutralité politique et religieuse ? Je serais à cesujet assez circonspecte. En somme, ces différentes études ont le mérite de montrer à partirde cas précis, la grande diversité de cette époque en matière d’influences culturelles et d’uti-lisation de ces influences. L’apport de ces articles à l’étude des différents auteurs est luiaussi divers, plus ou moins neuf, mais il intéressera nécessairement les spécialistes des œu-vres concernées. Christel FREU.

Jorma KAIMIO, The Cippus Inscriptions of Museo Nazionale di Tarquinia, Rome,G. Bret schneider, 2010 (Materiali del Museo Archeologico Nazionale di Tarquinia,18, Archaeologica, 154), 24,5 � 17, 5 cm, XII-217 p., fig., 230 €, ISBN 978-88-7689-242-4.

Préfacé par Mario Torelli, cet ouvrage est le fruit d’un travail entrepris en 1982 maisqui n’a pu aboutir plus tôt pour diverses raisons. Ce sont au total pas moins de 114cippes qui sont (re)publiés portant des inscriptions étrusques et latines (13 cippes avecinscription étrusque et 26 avec inscription latine sont inédits). Gravées sur des pierresporeuses en tuf (le nenfro), les inscriptions sont bien souvent corrodées et d’une lecturedifficile. J. Kaimio, avec prudence, a montré dans ses descriptions toutes les limitesde ses suggestions de lecture. Un problème particulièrement complexe reste posé :celui de la datation de ces cippes. La question qui est liée à celle du moment où Tar-quinia eut le statut de municipium, est d’autant plus délicate que bien souvent on neconnaît pas le contexte archéologique des découvertes et que la tradition de poser descippes s’étend du IVe siècle à l’époque augustéenne. En effet l’abandon des nécropolesancestrales date de la romanisation, un abandon cependant parfois relatif qui n’a pasinterdit la réutilisation de certaines tombes. Un critère de datation pourrait être la ty-pologie mais celle-ci n’a pas encore fait l’objet d’une étude approfondie comme c’estle cas pour la cité voisine de Caere (Cf. M. Blumhofer, Etruskische Cippi. Unter -suchungen am Beispiel von Cerveteri, Arbeiten zur Art chäo logie, Cologne 1993).

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L’ébauche d’un classement présentée par l’auteur semble un bon point de départ pourune telle étude. Un élément intéressant pour la datation reste naturellement l’étude desinscriptions elles-mêmes. La langue, la paléographie, l’onomastique, les variationsphonétiques et graphiques, les fonctions dans la société quand elles sont mentionnées,peuvent être des paramètres intéressants pour fournir une date. Mais ici aussi laprudence s’impose. Il serait dangereux par exemple de considérer que toutes lesinscriptions latines sont postérieures aux inscriptions étrusques ; pendant les premièresannées de la romanisation, la langue étrusque s’est sans doute maintenue dans certainesfamilles alors que d’autres plus tournées vers le futur adoptaient le latin. Il faut en outreobserver que l’adoption de la langue latine ne signifie pas pour autant l’abandon destraditions étrusques en ce qui concerne les sépultures. En s’attachant à l’étude decippes, un matériel à première vue peu attractif, J. Kaimio a incontestablement faitprogresser notre connaissance d’une société restée attachée à ses traditions mais enpleine mutation linguistique. On saluera également l’heureuse initiative d’avoir ajoutéen appendice un Catalogue of other Tarquinian Cippus Inscriptions comprenant desinscriptions publiées dans le CIE (n° 115 à 154) et dans le CIL (n° 155 à 323).L’ouvrage de J. Kaimio s’avère ainsi un « petit corpus » qui sera bien utile pour l’étudede l’onomastique et de la linguistique à Tarquinia et en Étrurie méridionale.

Pol DEFOSSE.

Luigi CAPOGROSSI COLOGNESI et Elena TASSI SCANDONE, La Lex de Imperio Vespasianie la Roma dei Flavi (Atti del convegno, 20-22 novembre 2008). A cura di L. C. C.,El. T. Sc., Rome, « L’Erma » di Bretschneider, 2009 (Acta Flaviana, 1), 24 � 17 cm,X-387 p., fig., cartes, ISBN 978-88-8265-526-6.

Soixante-dix années se sont écoulées entre la naissance d’Auguste en 63 av. J.-C.et celle de Vespasien en 9 ap. J.-C. C’est le même laps de temps qui a séparé les com-mémorations à Rome du bimillénaire de la naissance de ces deux grandes figures del’histoire romaine, le premier étant célébré comme le fondateur du régime impérial etle second comme l’empereur qui installa dans la durée le nouveau régime lors du pre-mier changement de dynastie. On se souvient qu’en 1937-1938, Auguste fut présentéavec une grande solennité comme un précédent, un modèle et un motif de propagandepour un régime qui voulait inscrire l’aventure fasciste dans une forme de continuité.La publication en 2009 des actes d’un colloque qui s’est tenu à Rome en novembre2008 pour fêter les 2000 ans de Vespasien et qui a été consacré à la Lex de imperioVespasiani souligne que nos sociétés actuelles sont toujours saisies d’une fièvre « mé-morielle » qui les conduit à célébrer à l’envi des anniversaires historiques. Il suffit desonger aux manifestations liées au bimillénaire de la naissance de Claude en 1990 ouencore du désastre de Varus en 2009. Il est d’ailleurs symptomatique que le thème fé-dérateur du premier acte de la célébration du bimillénaire de la naissance de Vespasiensoit la ou une loi d’investiture de ses pouvoirs impériaux, votée pourtant au plus tôtsoixante années après sa naissance. Mais la comparaison avec la Mostra Augustea dellaRomanità de 1937-1938 montre surtout, et de façon positive, que la place de l’Antiquitéet son usage ont fortement évolué depuis la seconde guerre mondiale. Sans être pourautant un individu coupé des réalités de son époque, le savant d’aujourd’hui – qu’ilsoit historien, historien de l’art, juriste ou archéologue – est plus détaché du contextepolitique et cède moins qu’auparavant à la facilité pour ce qui est des parallèles entreles époques. C’est un des grands mérites de cette publication d’illustrer en quoi peutconsister le bon usage de la mémoire historique et de rappeler que le devoir d’histoiredoit être combiné avec le devoir de mémoire, voire lui être opposé si nécessaire. — La

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Lex dite de imperio Vespasiani est connue pour être un document épigraphique degrande valeur sur la nature, les fondements juridiques et l’évolution du pouvoirimpérial. La vingtaine d’articles qui ont été rassemblés, et dont certains n’ont qu’unrapport plus ou moins lointain avec la table de bronze, a pour résultat à la fois paradoxalet négatif de montrer que les meilleurs spécialistes ne sont d’accord sur rien d’essentiel,ou presque. La date à laquelle le texte de loi fut voté par les comices pour ratifier undécret du Sénat a fait l’objet dans les actes de plusieurs propositions différentes,les hypothèses oscillant entre la datation traditionnelle de la fin du mois dedécembre 69, le début de l’année 70 ou encore quelques années plus tard. L’unanimitéest également toujours loin de régner sur la question de savoir à quel stade de l’inves-titure les compétences définies par cette loi furent transmises à Vespasien : faisaient-elles partie d’une loi qui conférait en bloc tous les pouvoirs impériaux (puissancetribunicienne, imperium et pouvoirs complémentaires) ou seulement une partie d’entreeux ? Cette question n’a fait l’objet d’aucune avancée décisive dans ce volume ni dansun sens ni dans un autre. Il ne faut pas s’émouvoir outre mesure de ces discordances,aussi fondamentales soient-elles, ni considérer que cette nouvelle publication n’a pasatteint ses objectifs, tant s’en faut. Il ne pouvait en aller autrement. Les désaccords quise sont exprimés plus ou moins ouvertement tiennent à différents facteurs, dont lesprincipaux sont le fait que le document est incomplet (il manque au moins une tablede bronze) et que l’extrême concision des formules ne facilite pas l’interprétation his-torique. J.-L. Ferrary rappelle d’ailleurs fort à propos dans ce volume que les problèmessoulevés par cette inscription sont si complexes que son authenticité fut souvent miseen doute entre le XVIe et le XVIIIe siècle. Une telle interrogation ne se pose plus de nosjours, mais on est encore loin d’avoir réglé toutes les questions découlant d’une analyseà la fois générale et de détail. Au-delà des divergences inévitables, les actes de ce col-loque fournissent un certain nombre de précisions érudites et originales qui ont faitprogresser nos connaissances sur cette inscription. — L’histoire de la transmission dela Lex de imperio Vespasiani apparaît comme un domaine de recherche pour lequeltout était et est loin d’avoir été dit. La redécouverte de cette table de bronze peut-êtredès le XIe siècle ou en tout cas à la fin du XIIIe siècle sous le pontificat de Boniface VIII,son utilisation politique par Cola di Rienzo au milieu du XIVe siècle et sa « fortune »du XVIe au XVIIIe siècle sont des thèmes historiographiques en vogue qui ont fait l’objetde cinq contributions particulièrement denses. Un témoignage unique autour duquelle débat a été relancé est celui d’un Chroniqueur Anonyme – identifié par G. Billano -vitch avec Bartolomeo di Iacovo da Volmontone, une relation de Pétrarque – qui décritnotamment la scène de présentation de la loi au peuple Romain dans la Basilique Saint-Jean-de-Latran par Cola en 1346 et reproduit le contenu des clauses de la loi tellesqu’elles furent présentées par ce dernier. On s’est depuis longtemps demandé si Colaavait eu ou non connaissance d’une seconde table de bronze et, si oui, si l’on pouvaitutiliser les références faites par l’Anonyme romain à des compétences impériales nonattestées par la seule table de bronze à nous être parvenue pour reconstituer une partiedes clauses manquantes. Une réponse positive avait été apportée notamment parM. Sordi et reprise en 1999 par G. Purpura, mais elle a fait place à un scepticisme sen-sible dans les travaux de A. Collins et de J.-L. Ferrary. Chr. Bruun reprend cette ques-tion sur nouveaux frais en centrant l’analyse sur la référence chez le ChroniqueurAnonyme au droit de déplacer le cours des fleuves et en montrant de façon persuasivequ’une telle compétence s’inscrivait à la fois dans le cadre des pouvoirs impériaux etdans le contexte du principat de Vespasien. Cette démonstration, qui n’élude aucunedifficulté liée à une telle interprétation et qui est un modèle de prudence, oblige à

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recon sidérer sérieusement l’idée selon laquelle Cola eut connaissance du contenu dela table de la loi perdue au moins en partie. L’argu ment le plus fort est qu’on ne voitpas pourquoi Cola, quels que soient ses talents de manipulateur, aurait inventé un droitde déplacer le cours des fleuves dont il n’usa manifestement pas une année plus tardlorsqu’il prit le pouvoir. L’idée qu’il se serait rendu coupable d’une forgerie a été éga-lement écartée par J.-Y. Boriaud, qui introduit une nouvelle variable en rappelant qu’ilne faut pas oublier dans toute cette affaire le Chroniqueur lui-même et les conditionsde rédaction de la Chronique. Il faut prendre en compte que sa culture épigraphiqueétait sans doute limitée et qu’il n’a peut-être pas compris toutes les explications donnéespar Cola lors de son discours, ce qui l’a conduit à nourrir son exposé avec desinformations d’un autre discours – postérieur – de Cola. Mais cette interprétation n’ex-plique toujours pas pourquoi il est fait référence au droit de déplacer le cours desfleuves. J.-Y. Boriaud en est conscient et propose de chercher la source de cette clausedans la culture juridique du Chroniqueur, mais nous ne connaissons de celui-ci rien,ou presque, comme il le reconnaît d’ailleurs. Le débat est loin d’être clos à ce sujet. —Un autre débat qui traverse les actes du colloque porte sur la question de savoir si laloi d’investiture de Vespasien était un document tralatice voté à chaque avènement aumoins à partir de Caligula ou si elle fut votée pour la première fois à l’avènement deVespasien pour pallier l’absence d’auctoritas d’un empereur issu d’une nouvelledynastie. La première possibilité est considérée comme la communis opinio depuisl’étude fondamentale de Peter Brunt publiée dans le JRS de 1977, mais la tendancetelle qu’elle se dégage des actes de ce colloque est de la nuancer fortement ou dedéfendre l’option inverse. Je ne suis pas convaincu que ce jeu de balancier soit icijustifié, du moins dans ses manifestations extrêmes, ni ne parvienne à s’imposer. Lathèse de l’unicité de la Lex de imperio Vespasiani est explicitement défendue dans plu-sieurs articles. Fr. Lucrezi, qui a soutenu cette interprétation dans une monographiepubliée en 1981, la reprend près de trente années plus tard en continuant à lier cette loiau contexte spécifique de l’année 69 et à y voir la première tentative de fournir un fon -dement légal à l’autorité impériale : elle aurait reconnu à Vespasien le droit de faire exlege ce que ses prédécesseurs avaient pu faire en vertu de leur auctoritas. C. Venturiniva dans le même sens en exprimant en conclusion sa « conviction … que la lex de im-perio Vespasiani constitue dans l’histoire juridique romaine un unicum », déterminépar les circonstances exceptionnelles de l’avènement de Vespasien (p. 216). Sans nierl’existence de lois d’investiture de l’imperium antérieures à Vespasien, M. Pani consi-dère lui aussi « sérieusement la possibilité que la lex épigraphique … soit un unicum »(p. 191). Il l’analyse comme le résultat d’un processus qui aboutit avec l’avènementd’une nouvelle dynastie à une institutionnalisation de l’absolutisme du prince et condui-sit à détailler pour la première fois les prérogatives du pouvoir impérial. C. Lanza dé-veloppe une idée assez voisine de celle de M. Pani, fondée sur des prémisses théoriquesdifférentes, en refusant de reconnaître dans la Lex de imperio Vespasiani le principede « souveraineté » dont Auguste usa à travers son auctoritas qualifiée dans les ResGestae de prééminente (34.1). F. Coarelli, sans reprendre sur le fond cette questiondans un article consacré spécifiquement aux aspects topographiques de l’élargissementdu pomerium par Vespasien et Titus, souligne le laps de temps – cinq ans – qui s’estécoulé entre le vote de la loi d’investiture et les opérations de bornage sur le terrain. Ily voit « peut-être » un argument susceptible de remet tre en cause la datation tradition-nelle de la loi, ouvrant la voie à la thèse selon laquelle celle-ci ne doit pas être identifiéeavec une lex de imperio tralatice. Mais le précédent claudien en la matière peut toutaussi bien faire penser que le droit d’étendre le pomerium fut conféré automatiquement

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dans les lois d’investiture postérieures au principat de Claude. Seul D. Mantovani romptle consensus qui semblait se dégager lorsqu’à rebours de la tendance dominante de cevolume, il considère l’existence depuis les Julio-Claudiens d’une loi tralatice d’inves-titure de l’imperium comme un axiome à partir duquel il développe une interprétationjuridique de la non-référence à des précédents dans trois clauses de la table de bronze(III, IV et VIII) pour minimiser la part d’innovations introduites par Vespasien. Fondéssur un recensement systématique des multiples attestations des lois de imperio dès ledébut de l’époque impé riale, ses arguments emportent la conviction, en tout cas lamienne : ces lois existèrent bel et bien et, à ce titre, elles revêtirent une forme dont nemanqua pas de s’inspirer Vespasien. Il faut s’entendre sur ce que les sources autorisentà écrire, mais aussi sur ce qu’elles ne nous permettent pas de dire. Il est possible quela disparition de la dynastie julio-claudienne ait conduit le nouveau pouvoir à diffusersur un support majestueux la ou une des lois d’investiture et que ce soit cette publicitépeut-être inédite qui explique en partie la conservation de la Lex de imperio Vespasiani.Mais ce n’est pas une raison pour nier l’évidence des sources, à savoir que tout pouvoirétait conféré par une loi et que les circonstances valurent à Caligula d’être investi despouvoirs impériaux par la voie législative, quel que soit le nombre de lois. Les réfé-rences aux passages bien connus de Suétone sur l’obscurité de la gens Flavia (Vesp.,1.1) et le manque de maiestas et d’auctoritas de Vespasien (Vesp., 7.2) ne suffisent pasà contrebalancer la masse des témoignages sur l’existence de lois conférant tout oupartie des pouvoirs impériaux ou le témoignage de Tacite selon lequel Vespasien reçutaprès la mort de Vitellius cuncta principibus solita (Hist., 4.4.5). Dans l’état actuel dela documentation, c’est aux partisans de l’unicité de montrer qu’aucune loi d’investituredu type de la Lex de imperio Vespasiani n’est attestée avant Vespasien et sur ce point,la démonstration reste à faire. — Pour être complet, il faut signaler que l’organisationde ce colloque fut l’occasion de décrocher la table de bronze de sa paroi située dans lasalle du Faune des Musées Capitolins et de vérifier si une autre inscription, opistho-graphe, avait été ou non gravée sur l’autre côté, par exemple le texte du début de la loi.Le résultat fut négatif, mais cette déception bien naturelle ne doit pas faire oublier toutce que ce colloque a apporté : aucune révélation fracassante, ni de solution définitivepour les questions qui divisent depuis plus d’un siècle les historiens, mais des articlessavants et érudits de très bonne tenue qui présentent un état de la question en ce débutdu XXIe siècle, font avancer la réflexion sur l’histoire de ce document et mettent à jourl’argumentaire sur la vexata quaestio de l’unicité ou non de la Lex de imperio Vespa-siani. On n’en demandait pas plus. Frédéric HURLET.

Andreas KAKOSCHKE, Die Personennamen in der römischen Provinz Gallia Belgica,Hildesheim - Zurich - New York, G. Olms, 2010 (Alpha-Omega. Reihe A, 255),30 � 21,5 cm, 565 p., 1 fig., 1 carte, 198 €, ISBN 978-3-487-14318-7.

Voici un très volumineux ouvrage de 566 pages publié par Olms-Weidmann.Andreas Kakoschke y rassemble la liste des 557 nomina et des 1505 cognomina com-plets, plus les incomplets, connus en Gaule Belgique par les inscriptions datées pourle plus grand nombre de l’époque romaine classique, à l’exception des inscriptionschrétiennes. Le plan de l’ouvrage est le suivant : un avant-propos rédigé en allemand(p. 9-10) est traduit en français (p. 11-12, traduction dont il y aurait beaucoup à redire,même sur des termes spécifiques comme « procurateurs » !), suivi de la liste des abré-viations (p. 13-16) et de la bibliographie (p. 17-38), puis le catalogue, qui tient biensûr la majeure partie de l’ouvrage (p. 39-564) et enfin une carte de la province. La mé-thode est la suivante : chaque entrée fait l’objet d’une présentation sous forme d’une

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fiche qui recense l’étymologie (d’après les ouvrages utilisés classiquement), la listedes occurrences trouvées dans la province et, pour chacune d’elles, le statut de l’indi-vidu (si connu), le lieu de découverte, la datation probable (d’après les comparateursconnus), la référence bibliographique. Dans une seconde partie de la fiche alphabétique,on trouve un commentaire succinct, formé des autres occurrences découvertes dans lemonde romain et signalées dans les recueils (CIL, AE…), province par province. Lecommentaire inclut les liens généalogiques, s’ils sont connus, la provenance de l’ins-cription, la bibliographie et des références aux études déjà existantes. Il est ensuite faitréférence à l’Onomasticon Provinciarum Europae Latina rum pour les occurrencesmentionnées dans les autres provinces de l’Empire. — Ont été recensés dans le cata-logue les nomina et cognomina des individus mentionnés dans la littérature antiquecomme ayant pu résider dans la province, les diplômes militaires, les estampilles surbriques, mais pas les estampilles de potiers (trop d’échanges commerciaux entre lesprovinces), ainsi que les inscriptions lapidaires, qui forment la majorité de ce recense-ment. Ce choix repose sur une sélection quelque peu arbitraire : la recension des nomsestampillés sur des briques est, de fait, la preuve de l’activité de militaires casernésdans la province à un certain moment de leur engagement ; les diplômes militaires sontà mettre dans le même lot, puisqu’ils font état des services d’individus démobilisésdans la province et pour beaucoup d’entre eux, très probablement, résidents civils enGaule Belgique. Quant au reste de l’instrumentum, on pourrait discuter la sélection del’auteur : pour les estampilles sur céramiques, on dispose d’un certain nombre d’étudesdepuis les publications des fouilles archéologiques et on peut certainement faire la partdes potiers établis dans la province à partir des découvertes effectuées dans leurs ate-liers ; pour les plombiers également, dont on peut penser que les ateliers appartenaientà des citoyens établis localement (si l’on compare avec les travaux effectués sur la villede Vienne par A. Cochet et J. Hansen, Conduites et objets de plomb gallo-romains deVienne (Isère), Paris, 1986, p. 198). Quant aux cachets d’oculistes, on peut effective-ment admettre qu’ils aient été le fait de médecins itinérants, et ne pas les retenir ! —La carte présentée p. 565 est d’un très faible intérêt. L’auteur indique lui-même dansson avant-propos qu’il reste tributaire des ouvrages cités p. 11 note 3. On critiquerad’abord son format : l’échelle choisie limite les reports possibles et, de plus, la frontièreméridionale n’est pas figurée ! Certes, on peut admettre que l’auteur n’ait pas jugéutile d’aller plus loin dans la présentation cartographique, du simple fait que la placede son ouvrage se situe dans des bibliothèques spécialisées où l’on est assuré de trouverses références bibliographiques ; pour autant on reste sur l’idée que l’auteur aurait puprésenter une carte plus précise de la province, au besoin en indiquant les différentesdiscussions sur les limites locales. La forme même du catalogue impose de se reporterconstamment au CIL ou aux recueils plus récents, si l’on veut avoir une idée de lalocalisation de chacune des inscriptions et donc de la position géographique de chaquenomen ou cognomen, cette recherche permettant de ne pas isoler chaque province desvoisines. L’auteur est un habitué des ouvrages comparables à celui-ci : il est aussi l’au-teur notamment de Die Personennamen in den zwei germanischen Provinzen – Ein Ka -talog. Band 2,1 – Die Cognomina ABAIUS – LYSIAS, Rahden, 2007, ainsi que de DiePersonennamen in der römischen Provinz Rätien, Hildes heim/Zürich/New York, 2009,ouvrages dans lesquels il a utilisé la même méthode de travail. On perçoit très bienson projet plus global, qui vise à une compréhension de l’onomastique des provincesoccidentales de l’empire romain. On ne discutera pas de l’utilité de ce type de recueil,à la formule très « rodée » par des volumes rédigés sur quatre provinces, mais on pourrapeut-être s’interroger, à l’heure de l’édition numérique, sur l’intérêt évident d’une ver-

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sion électronique de ce catalogue, parallèle à l’édition papier qui, comme tous ceuxpubliés avant lui, présenterait l’intérêt d’une présentation évolutive (régulièrement re-mise à jour). De plus, cette formule numérique aurait fourni à l’auteur la possibilité delivrer la totalité des remarques et critiques qu’il a pu rassembler lors de son travail, etnon pas une version abrégée, comme il le regrette lui-même. André BUISSON.

Émiliya NDIAYE, De l’indo-européen au latin et au grec. Initiation à la grammairecomparée du latin et du grec, avec exercices corrigés, tableaux synthétiques etlexiques, Bruxelles, Safran, 2011 (Langues et cultures anciennes, 14), 24 � 17 cm,112 p., 1 carte, 30 €, ISBN 978-2-87457- 025-4.

L’objectif annoncé de l’ouvrage est d’initier les étudiants à la grammaire comparée,en prenant le cas du grec et du latin. L’ouvrage se veut ainsi à l’usage de tout publicintéressé par l’histoire des langues indo-européennes dans une perspective comparatisteet en particulier à un public universitaire. Voilà qui paraissait prometteur, car il est vraique les introductions à la grammaire comparée ne sont pas nombreuses en français etqu’elles ne se focalisent pas sur les langues classiques. Il faut malheureusementreconnaître que cette introduction est loin de remplir ses objectifs et présente denombreuses faiblesses, des incohérences, voire des erreurs grossières. La méthodecomparative en elle-même n’est en fin de compte que très peu explicitée, et, si l’arbi-traire du signe est mentionné, le changement phonétique – cher aux néo-grammai-riens – est passé sous silence. Les principes fondamentaux de la phonétique, de laphonologie et de la morphologie manquent cruellement dans un ouvrage qui se veutfournir les bases de la discipline. — L’introduction est consacrée à l’émergence de lanotion de comparaison, avec quelques repères chronologiques, ainsi que quelques nomsimportants qui ont jalonné les premières découvertes. Il est regrettable d’y relever déjàplusieurs imprécisions et erreurs : ainsi le mycénien devient “l’ancêtre du grec” (p. 12) ;le déchiffrement du hittite “confirme ainsi les études de Saussure sur les voyelles indo-européennes, en particulier la laryngale, qui est encore notée en hittite comme danshanti (avant) mais disparaît ensuite : ante en latin” (p. 11). La laryngale ainsidécrite apparaît comme une voyelle, mais où la retrouver dans les termes cités ? Cer-taines phrases laisseront le lecteur pensif : “quand [un phonème] a d’abord étéconsonne, puis voyelle, en diachronie, c’est une laryngale”. Celle-ci est décrite alorscomme une aspirée (p. 24). Plus loin, “les laryngales ont d’abord été consonnes, puisont disparu, en laissant parfois des traces vocaliques” (p. 39). Au final, on se demanderace que peut être une laryngale : consonne, voyelle, aspirée... ou encore “deuxième élé-ment de diphtongue” (p. 40) ? La théorie glottale de Gamkrelidze et Ivanov ne consistepas à ajouter une quatrième série d’occlusives ! (p. 12). S’il s’agit ici d’exposer, enoutre, l’hypothèse classique, on se demandera pourquoi une série d’occlusives sourdesaspirées apparaît dans les tableaux (p. 31 notamment), pourquoi les gutturales ouvélaires simples sont appelées ici “palatales” (cf. les tableaux p. 31, 68). Ce type d’im-précision émaille malheureusement le discours. L’apophonie (p. 28) devient de manièreincompréhensible “l’abrè gement d’une voyelle déjà brève par fermeture d’un degré(*leg-e-tis > legitis), ou de deux degrés (*con-fac-io > confectum), ou par changementdu point d’articulation vers l’avant” (*in-cap-io > incipio). Utiliser simplement le trian-gle des voyelles en spécifiant les degrés d’aperture, les points d’articulation et donnerquelques éléments sur le statut des voyelles en syllabe ouverte ou fermée eût permisun exposé clair. De façon similaire, le traitement des consonnes se fait sans explication,sans recours aux principes de la phonétique, qui auraient sans doute évité de définirl’assimilation comme consistant simplement “à rapprocher deux consonnes l’une de

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l’autre” (p. 33). Les tableaux de traitements sont donnés sans explication et l’on se de-mandera parfois d’où proviennent les reconstructions (ces “étymons fabriqués (...)grâce à la théorie de la racine de Benveniste” p. 17) : *barbaros > gr. Bárbarov etlat. barbarus peut-il vraiment être cité sur le même plan que *pet- > pétomai, peto�?On cherchera en vain une explication sur le traitement des labio-vélaires en grec (oùsont donnés des lettres, non des phonèmes : *kw > gr. k/π (mais pas t apparemment),*gw > g/b/d, *ghw > g/f/j ; *kwen- comme étymon de gr. pénte et lat. quinque estpar ailleurs erroné, p. 36). Confusion lettres/phonèmes, qui entraîne des formulationsincompréhensibles : “le digamma ‡ n’est plus noté en grec, mais il est encore perçucomme existant, si on se réfère à la métrique homérique en particulier, qui le prend encompte comme une consonne” (p. 36) ; le digamma grec initial peut disparaître “enlaissant une trace sous forme d’aspiration” (p. 37) ; il vaut mieux consulter la Phoné-tique historique de M. Lejeune et la Grammaire homérique de P. Chantraine sur lesujet, absents tous deux de la bibliographie d’orientation. La théorie de la racine deBenveniste, telle que décrite ici, présente également des confusions, en ne distinguantpas clairement suffixe benvenistien, élargissement, suffixe au sens plein, confusionsqui rejaillissent sur les éléments de morphologie donnés plus loin où l’on peinera àdéfinir clairement ce dont il est question : élargissement, suffixe... p. 45 les “élargisse-ments sont des suffixes à vocalisme réduit, de forme monolitère et consonantique” ;plus loin la voyelle thématique *e ou *o [est] assimilée à un “élargissement”. Outre laforme, la valeur mériterait une explication : p. 46-47 dans la description des “suffixesnominaux” apparaît “l’élargissement” *-e/ot-, qui exprime “la participation à unenotion”. Pour vague qu’elle soit, cette valeur pourrait s’appliquer à n’importe quelsuffixe ! Il s’agit du même “élargissement” mentionné p. 57, où il marque cette fois“l’accomplissement total du procès dans un objet non actif”. De façon similaire, onrelèvera un suffixe nominal *-e/oy- de “noms d’action à valeur actuelle”, *-e/om-, suf-fixe secondaire désignant des “réalités porteuses de procès contenu dans le radical” ;suffixe verbal *-e- dans moneyo� > moneo�� , suffixe verbal *-y-, ou encore les suffixes*-t- et *-d- qui sont des élargissements à “valeur déterminante indiquant la réalisationcomplète du procès” ; le suffixe *-sk- perd quant à lui sa palatale (*-ske/o-). — Lesexercices sont infaisables sur la seule base de cet ouvrage, ou bien ils consistent àrechercher dans les listes données certains types de formes. On doute de l’utilité d’unetelle démarche. L’ouvrage en lui-même compte 65 pages, le reste consistant en listeslexicales, tableaux récapitulatifs et corrigés d’exercices. La bibliographie d’orientationne reprend pas les ouvrages essentiels et les listes lexicales ont peu d’utilité. L’ouvragepèche donc de façon générale par manque de cadre méthodologique clair, par desimprécisions, des confusions et des erreurs qui le déforcent considérablement et quirendent la matière dans son ensemble inintelligible. Au final, voilà un petit livre dontla lecture n’est certainement pas recommandée à des étudiants ou à quiconque veuts’intéresser aux principes de la linguistique, de la grammaire historique et de la gram-maire comparée. Sylvie VANSÉVEREN.

Stéphane RATTI, Écrire l’Histoire à Rome. En collaboration avec Jean-Yves GUIL -LAUMIN, Paul-Marius MARTIN et Étienne WOLFF, Paris, Les Belles Lettres, 2009,21 � 13,5 cm, 387 p., 19 €, ISBN 978-2-251-44364-5.

Huit chapitres consacrés respectivement à César, Salluste, Tite-Live, Tacite,Suétone, aux historiens mineurs de la seconde moitié du IVe siècle (Aurélius Victor,Eutrope), à l’Histoire Auguste et à Ammien Marcellin. Ces analyses, dans leur relativebrièveté, remplaceront commodément, pour le lecteur français, les innombrables, et

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parfois fort longues, études écrites, sur les mêmes auteurs latins, par les savants anglaiset allemands depuis un siècle et demi. Chaque chapitre est conçu suivant un plan iden-tique : il se termine par un « Prolongement » consistant en une ou deux analyses detexte ; on regrettera qu’il faille aller chercher à chaque fois dans la table des matièresle nom du rédacteur de chapitre ! — Chapitre I : César. L’auteur du chapitre sur Césarest Jean-Yves Guillaumin qui a, il y a vingt ans, tenté dans une thèse révolutionnaireet courageuse, de démontrer l’impossibilité d’identifier, comme on le fait depuisNapoléon III, Alise Ste Reine, en Côte d’Or, avec l’Alésia de César. Même si les pagesde l’auteur n’ont pas entièrement convaincu, elles ont séduit par leur rigueur et leurconnaissance approfondie du texte de César : c’est dire à quel point les 50 pages quiouvrent le volume Écrire l’Histoire à Rome sont l’œuvre d’un spécialiste. Aprèsquelques pages consacrées à l’homme César, J.-Y. Guillaumin consacre un bref déve-loppement à la description de la Gaule et à la définition du terme traditionnel, celuiutilisé par les contemporains de César, « Commentaires ». Après quoi il se demande,après beaucoup d’autres, quelle est la véracité de César (la « Glaubwürdigkeit »),relève quelques « gommages » (mot habile qui fait évidemment allusion à la thèsefameuse, abondamment citée et utilisée, de M. Rambaud sur l’Art de la déformationhistorique dans les Commentaires de César, Paris, Les Belles Lettres, 2e éd., 1966) ;après quoi, le rédacteur du chapitre étudie en quelques lignes certains des thèmes dela propagande césarienne, la celeritas, le consilium, la fortuna (traditionnellement op-posée à uirtus) et surtout la clementia. Bonne analyse, ensuite, de la notion de bellumciuile et du mot ciuilis (p. 29) qui signifie alors non « propre au citoyen », mais carac-térise la lutte fratricide du citoyen romain contre lui-même ; problème de la date depublication et du responsable de cette publication (Antoine selon P. M. Martin), examendétaillé du « matériau », argumentation de César dans les chapitres introductifs du Bel-lum Ciuile. Le recenseur a beaucoup apprécié le travail de J.-Y. Guillaumin ; cependantle bref relevé de certaines clausules (p. 34-35) aurait demandé un commentaire : quesignifient pour le lecteur les indications concernant les trochées, les spondées,crétiques, sinon que l’usage de la prose métrique montre le souci artistique de l’histo-rien, le fait qu’il ne « recopie » pas les rapports qu’il envoie ou reçoit, que le publicauquel il s’adresse a la culture nécessaire pour jauger la qualité du style ? Ailleurs (cf.p. 24, note 33), la référence à Lucain manque ou bien le style un peu relâché étonnedans le contexte (p. 29 « César ne parle de guerre civile et même de guerre que sur lapointe des pieds » ; p. 53, le lecteur ne voit pas bien (référence à B.C. 1, 44, 1) en quoiles Pompéiens sont courageux, etc. L’ensemble de l’étude mérite l’éloge. —Chapitre II : Salluste. Une étude menée de main de maître dès le début. Un ton fermeet assuré. Dès la première page, P. M. Martin règle son compte à la théorie tradition-nelle, celle qui figure dans la plupart des manuels de littérature latine en France et quiconsiste à dire qu’il n’y a pas d’histoire à Rome avant Salluste. Il est curieux que l’au-teur de ce chapitre, pour justifier de la valeur de certains « annalistes », notamment deceux que critique Cicéron pour leur « sécheresse » ne cite pas les lignes fameuses del’un d’eux, Sempronius Asellio (cf. la Littérature latine de J. Bayet, p. 103) : « Entreceux qui ont voulu laisser des Annales et ceux qui se sont efforcés d’écrire l’Histoireromaine, il y a une distinction absolue. Les Annales ne faisaient que raconter ce quis’est passé chaque année. Mais nous, nous ne nous contentons pas d’énoncer ce quis’est fait : nous voulons aussi montrer pourquoi et comment cela s’est fait. Car les An-nales ne peuvent nullement encourager à défendre l’État ni décourager de mal faire.Écrire sous quel consul a commencé une guerre, sous lequel elle a fini, à qui elle avalu une entrée triomphale, ce qui s’y est fait, sans indiquer aussi les décrets du sénat,

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les projets et les votes des lois, c’est conter des fables aux enfants, non écrire l’his-toire ». Le responsable de ce contresens commis sur la vraie nature de l’annalistiqueet du mépris dans lequel elle a été tenue pendant des siècles est Cicéron qui, sans jamaispasser lui-même à l’acte, n’a cessé de se faire répéter par son entourage (cf. Atticus)qu’il était le seul à pouvoir créer à Rome un genre littéraire jusqu’alors inexistant dansla littérature latine, l’histoire. P. M. Martin montre justement en quoi Salluste doit beau-coup à César, et en quoi il subit l’influence de Thucydide. Il laisse entendre aussi quellefut l’influence de Sisenna et ne se prive pas d’énumérer les violentes critiques deSalluste contre Sylla dont l’armée commet les pires atrocités et introduit à Rome ladébauche, la corruption, les abus de toute sorte ; Salluste dénonce la morgue de lanoblesse et l’apathie du peuple (ce qui est net dans ce qui nous reste des Histoires).Curieusement, P. M. Martin ne met pas au premier plan ce qui consiste pour moi dansla conviction essentielle de Salluste : l’historien a, à Rome, un rôle aussi important enracontant ce qui s’est fait que les généraux vainqueurs ou les orateurs du forum. C’estlà une révolution dans les idées des Romains (cf. Coni. de Cat. 3, 1-2 ; 4, 2 ; BellumIug. 4, 5 : « mon ‘inaction’ sera plus utile à Rome que l’activité de bien des gens »).Le dégoût de l’action politique et militaire (cf. B.I. 4, 9 : me ciuitatis morum piget tae-detque) amène donc Salluste à entamer le métier d’historien. En choisissant pour le« Prolongement » du chapitre, deux textes : 1) La Lettre à César 5,1-7 (choix fait demanière un peu « provocatrice » (p. 91), car P. M. Martin croit, comme le recenseur, àl’authenticité de la lettre) et 2) l’analyse de la structure de la Coni. de Cat. (p. 103 sq.)et du Bellum Iug. (p. 108 sq.), l’auteur de cet excellent chapitre a su, selon moi, fortbien montrer en quoi Salluste s’est révélé comme « l’historien des périodes de crise »(p. 121). Il est en effet un des grands écrivains de la « littérature triumvirale » qui a,entre la mort de César et l’avènement du principat, su exprimer les désirs et les an-goisses des contemporains victimes des proscriptions, des confiscations, de la guerre,de la famine et des massacres (guerre de Pérouse) : cf. certaines Épodes ou Odesd’Horace, les poèmes I, 21 et 22 de Properce, etc. — Chapitre III : Tite-Live. StéphaneRatti tire des dates de naissance et de mort de Tite-Live deux indications fort impor-tantes : 1) Tite-Live n’a pratiquement pas connu la République (cf. Tacite, Ann. 1, 3,7 : « combien restait-il de gens qui avaient vu la République ? ») ; 2) Tite-Live, né àPadoue, n’était citoyen romain que depuis 49. Ami d’Auguste sans la moindre cassure.Auguste a surtout le mérite d’avoir mis fin aux guerres civiles. Tite-Live adhère àl’idéologie du principat. L’auteur du chapitre note, comme je l’avais fait moi-même,que des 142 livres de Tite-Live, 35 seulement ont été conservés et qu’ils ne constituentque le premier quart de l’œuvre : d’où le caractère très relatif des jugements portés surl’œuvre du Padouan par les modernes. Tite-Live lui-même procède à une certainedéformation historique dans la mesure où il met surtout en valeur les qualités moralesen accord avec celles prônées par Auguste. L’histoire selon Tite-Live doit donc êtreexemplaire et nationale (p. 139) : d’où le report (par exemple) du début de la 2e guerrepunique en 218 (au lieu de 219) afin de justifier le « retard » avec lequel Rome réagitaux initiatives d’Hannibal (prise de Sagonte). L’histoire selon Tite-Live doit être« patriotique et édifiante » (p. 140). St. Ratti montre en quoi Tite-Live excelle dans lestableaux de foule en pratiquant à merveille l’art de la dramatisation (p. 141). Les nom-breux discours que contient l’Ab Vrbe condita sont tous apocryphes et inventés ; ilsservent à définir les qualités ou défauts d’un grand personnage. L’auteur du chapitrechoisit comme exemple de l’art d’écrire de Tite-Live la bataille du Métaure : non seu-lement elle marque un tournant décisif dans le développement de la guerre, mais ellepermet de révéler les qualités exceptionnelles de C. Claudius Néron, le héros de cette

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bataille, lui qui a su tromper Hannibal laissé seul dans le sud de l’Italie, alors que sonfrère Hasdrubal s’aperçoit trop tard qu’il a en face de lui les armées des deux consulsromains ; en même temps est dépeinte la réaction de la foule romaine, d’abord angois-sée, puis exultant de joie à l’annonce de la victoire. Dans le « Prolongement », StéphaneRatti choisit le texte de I, 8 montrant le développement de la Ville qui allait peu à peudevenir la capitale d’un vaste Empire ; l’auteur du chapitre montre les avantages del’asylum : enrichissement de la population de Rome, alliance du droit et de la religion,préfiguration de la Rome augustéenne. On peut s’étonner de ce que St. Ratti ne men-tionne pas la Préface de l’œuvre, fort importante dans la mesure où elle révèle les butsrecherchés par l’historien, à la fois écœuré par les maux consécutifs aux guerres civileset persuadé que Rome allait, avec Auguste, croître et mériter pleinement le rôle quiallait être le sien, en tant que capitale du vaste Imperium Romanum. — Chapitre IV :Tacite. Stéphane Ratti, l’auteur du chapitre traitant de Tacite, consacre plusieurs pagesau début de son étude à montrer que les titres aujourd’hui utilisés pour désigner lesdeux ouvrages de Tacite ne correspondent nullement aux indications des manuscrits.L’un de ceux-ci, parmi les meilleurs, est intitulé ab excessu diui Augusti, un autre neporte aucune suscription. Le terme annales est employé par Tacite non comme le titred’un ouvrage, mais comme un simple synonyme d’ouvrage annalistique. En outre ilappert que dans l’Antiquité, on ne distinguait pas les Annales des Histoires comme ledira en premier Juste Lipse dans son édition d’Anvers de 1574. La répartition de lamatière entre les 30 livres des Annales et des Histoires n’est pas sûre. Les Histoiresont été écrites avant les Anna les ; celles-ci ont dû être achevées vers 120. St. Rattidonne ensuite un compte rendu détaillé du contenu des Histoires : les premiers livresdébutent par des « coups de théâtre » : révolte des légions de Germanie, puis, alors queTitus se rend à Rome pour y saluer l’avènement de Galba, à l’Est, les chefs flavienscomplotent secrètement, Antonius Primus prenant la tête du mouvement : marched’Othon contre Vitellius, échec et mise à mort de ce dernier, installation de Vespasien.Quant aux Annales, elles commencent par un tableau de la « tyrannie politique » établiepar Auguste, puis montrent le rôle de Séjan et Germanicus (nombreuses digressions).Comparaison du travail de l’historien de l’Empire avec ceux qui ont raconté les grandesguerres du passé glorieux de Rome. Tacite écrit une histoire rhétorique de laquelleSt. Ratti décrit les principaux caractères : l’historien doit, comme le pensait Cicéron,être d’abord un écrivain qui recherche la dramatisation ou, au besoin l’édification. Les20 dernières pages du chapitre sont un peu décevantes : « instruire les hommes » et« juger les hommes » (p. 189-193) ; on s’attendait, notamment dans le « Prolon ge -ment » (p. 211-221), non à un examen détaillé comme celui du discours édifiant deGalba à Pison (Hist. I, 16) [plaidoyer pour l’adoption du meilleur], mais à une nouvelleanalyse des grandes pages célèbres comme la vue générale sur la période dont Taciteentreprend l’histoire (Hist. I, 2-3), la façon dont Othon prend le pouvoir (meurtre dePison puis de Galba), mort épouvantable de Vitellius, mort de Britan nicus empoisonné(Ann. 13, 14), assassinat d’Agrippine (Ann. 14, 3), etc., sans exclure les magistralesanalyses concernant, par exemple, la dissimulation de Tibère et les crimes commis parcet empereur. Des pages comme celles (p. 193 sq.) où l’auteur du chapitre énumèreles griefs portés depuis le XVIe siècle sur Tacite n’apprennent pas grand chose au lecteurétant donné les généralités qu’on y trouve. Le jugement du recenseur peut paraître unpeu sévère, voire injuste ; il n’enlève rien cependant à l’estime qu’il porte au travailtrès dense de St. Ratti, qui connaît admirablement l’œuvre de Tacite (encore que l’Agri-cola et la Germanie paraissent avoir été un peu négligés, car ils révèlent un historienmoins « noir »). — Chapitre V : Suétone. Dans la trentaine de pages qu’il consacre à

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Suétone, Étienne Wolff apprend au lecteur ce qu’il juge important de savoir sur lesVies des Douze Césars (V. D.C.). Vie, œuvre, biographie détaillée de chacun des Césars,structure de chaque Vie, plan par rubriques (les species), peu ou pas de dates,« sources » dont, pour l’auteur latin, l’accès est facilité par les fonctions exercées aufur et à mesure (a studiis, a bibliothecis, ab epistulis) et par la protection du préfet duPrétoire Septicius Clarus, recherches du petit détail (qui « fait vrai »), notamment ence qui concerne la vie privée de chaque empereur, portrait physique, caractère, rôle del’hérédité et des alliances familiales. Le style, longuement étudié par É. Wolff, est trèsdifférent de celui de Tite-Live ou de Tacite : phrases courtes, souvent sèches et denses,prose souvent métrique (on regrettera une fois de plus à propos de l’énumération desclausules utilisées l’absence de conclusion : style recherché, propre à satisfaire les pu-ristes, etc.). Quelques questions de détail sont posées par le recenseur : que signifie« mode bourgeois » (p. 246) ou le jugement porté par É. Wolff (p. 250) « son réalismeméticuleux est parfois atroce » (on attendrait des exemples). Mais surtout le recenseurregrette que la question, à ses yeux fondamentale, ne soit nulle part posée : biographeou historien ? Une vaste polémique avait eu lieu il y a une vingtaine d’années, à proposde l’étude de J. Gascou, Suétone historien, Paris, 1984, à une époque où l’on avait ten-dance à ne voir en Suétone qu’un biographe, « un modeste biographe sans nul talentlittéraire », écrit (p. 227) pour sa part É. Wolff qui n’est pas, apparemment, de cet avis,contrairement au recenseur qui, conformément au jugement de Plutarque à propos delui-même (Vie d’Alexandre 1, 2 « En effet, nous n’écrirons pas des histoires, mais desbiographies »), considère qu’on ne saurait mettre sur le même plan, même au sein d’unouvrage intitulé Écrire l’histoire à Rome, un Tite-Live ou un Tacite, d’un côté, unSuétone, de l’autre. Ce dernier nous semble, en effet, ne pas donner de « vue d’ensem-ble » d’un règne ; trop souvent (cf. la Vie de Vespasien ou celle de Domitien) il entasseanecdotes sur anecdotes, souvent insignifiantes (cf. la chevelure de Domitien) sansnullement informer le lecteur (sauf de temps en temps, comme un éclair, de brèvesallusions) sur la politique extérieure de l‘empereur, sur sa politique intérieure, surtout :réformes réalisées dans le domaine administratif, dans la réglementation de l’armée ;de même rien sur la politique religieuse, le problème du tribut, les travaux publics, etc.Bref, quel que soit l’intérêt de l’étude, son auteur ne nous semble pas avoir mesuré lesconséquences de la sécheresse du texte suétonien et surtout de l’absence de dates, parexemple, dans un travail, certes minutieux, prétendant regrouper les jugements sur telou tel empereur romain et donc traiter d’« histoire »... — Chapitre VI : Les historiensmineurs de la seconde moitié du IVe siècle. St. Ratti, qui connaît fort bien la période(cf. d’ailleurs la bibliographie des pages 280 et 281), note que tous les écrivains qu’ilva citer dans ce chapitre sont païens. Le De Viris illustribus (DVI) fait partie d’unensemble tripartite attribué dans certains manuscrits, mais à tort, à Aurélius Victor. Lecorpus comprend le De Caesaribus, qui est bien d’Aurelius Victor, l’Origo gentisRomanae, anonyme, et le De Viris. Ces trois textes sont rassemblés à l’extrême fin duIVe siècle. Le DVI comprend 86 notices couvrant la période royale et républicaine : letexte nous donne parfois des informations originales ; il a des rapports par endroitsavec Tite-Live. Il ne faut pas confondre ce DVI avec celui de l’abbé Lhomond, publiéen 1779. À ces ouvrages, il faut ajouter l’Epitome De Caesaribus (biographies desempereurs romains d’Auguste à Théodose), composé dans l’entourage de NicomaqueFlavien junior, le gendre de Symmaque. Aurélius Victor est né en Afrique avant 337,donc il est le compatriote tardif de Septime Sévère qui règne de 193 à 211. Ses étudeslibérales lui permettent de devenir en 388-389 Praefectus Vrbis, il admire le métierd’écrivain. Dans son œuvre (les Caesares), il ne se limite nullement au travail d’un

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épitomateur ; l’ouvrage donne les biographies des empereurs, d’Auguste à Constance II(mort en 361) : l’auteur fait un vif éloge de Septime Sévère, critique sévèrementGallien, qui s’en était pris aux sénateurs, et déplore la toute-puissance de l’élémentmilitaire. Eutrope édite vers 380 un Breuiarium ab Vrbe condita qui traite de l’Histoirede Rome, de Romulus à Jovien (364) : examen de l’œuvre de cinquante empereurs.Eutrope était magister memoriae de l’empereur Valens, à qui est dédié le Bréviaire ; ila participé à l’expédition de Julien contre les Perses, en 363 ; il fut proconsul Asiae en370-371 et consul en 387. En 370-371, Festus rédige un abrégé d’Eutrope, un Breuia-rium de breuiario. Le résumé d’Eutrope a un sens politique : idéologie du priuatus etde la ciuilitas. L’empereur ne doit jamais oublier qu’il a d’abord été un priuatus etqu’il peut le redevenir (cf. Dioclétien en 305) : donc abandonner tout esprit detyrannie. Eutrope accorde une grande importance à la notion de felicitas (cf. déjà lespanégyristes gaulois du IIIe siècle) ; il s’indigne de la façon dont certains empereursont traité le sénat : l’avènement de chaque empereur doit être accompagné du consensussenatus militumque. — Chapitre VII : L’Histoire Auguste. Recueil de 30 biographiesd’empereurs romains, depuis Hadrien jusqu’à Carin et Numérien (avant l’avènementde Dioclétien en 284). On a pensé que l’ouvrage devait débuter par une Vie de Nervaet une Vie de Trajan. D’après le manuscrit le plus ancien, le Palatinus (IXe siècle), 6 au-teurs différents se seraient réparti les 30 biographies, à savoir Aelius Spartianus, AeliusLampridius, Vulcacius Gallicanus, Iulius Capitolinus, Trébellius Pollion et FlaviusVopiscus. La rédaction daterait du début du IVe siècle. L’ouvrage contient non seule-ment les Vies des empereurs, mais celles de leurs coadjuteurs et des usurpateurs. Telleétait la croyance générale jusqu’au milieu du XIXe siècle. C’est alors qu’Her mann Des-sau, en 1889, démontra qu’un faussaire de talent avait rédigé l’ensemble, ce, dans lesdernières années du IVe siècle. Beaucoup de « documents » cités sont des faux. St. Rattia tenté de montrer, en 2005, que le véritable auteur de l’HA est Nicomaque Flaviensenior, auteur d’Annales, qu’il avait rédigées en les dédicaçant à Théodose et ce, avant392. Le recenseur, n’ayant pas les compétences des spécialistes de l’HA, se contenterade renvoyer le lecteur, pour la discussion de la thèse de St. Ratti, à la bibliographie despages 313-315. — Chapitre VIII : Ammien Marcellin. St. Ratti consacre plus de60 pages au dernier historien latin étudié dans l’ouvrage : Ammien Marcellin. Il déclareque ce dernier a, en effet, été pendant longtemps, « peu lu et peu étudié » (p. 319).Tout en rendant hommage à la qualité du développement et à l’érudition de l’auteurdu chapitre, le recenseur estime, pour sa part, que ce nombre de pages aurait beaucoupgagné à être réduit : si le compte rendu de la carrière d’Ammien s’imposait, il n’en estpas de même de l’étude des sources grecques et latines (celles-ci ne nous sont parve-nues que sous la forme de fragments). Était-il bien utile aussi de résumer longuementle contenu des 18 livres conservés (rien de tel n’avait été fait pour les livres de Tacite)ou de s’attarder sur telle ou telle anecdote (amour des palmiers) ? Les dernières pagesde l’analyse de St. Ratti ne remplacent pas, aux yeux du recenseur, un examen appro-fondi du style d’Ammien, style dont il est très souvent question sans que, en pratique,des exemples précis en soient donnés et le vocabulaire utilisé comparé à celui de Tite-Live ou de Tacite (Ammien est un Grec qui écrit en latin). Bref, une étude fort intéres-sante, certes, mais qui laisse un peu le lecteur sur sa faim. Paul JAL (†).

Matthias GELZER, Caesar. Der Politiker und Staatsmann. Neudruck der Ausgabe von1983 mit einer Einführung und einer Auswahlbibliographie von Ernst BALTRUSCH,Stuttgart, Fr. Steiner, 2008, 24 � 17 cm, XXIV-310 p., 1 carte, 36 €, ISBN 978-3-515-09112-1.

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Après la réimpression du Pompeius de Matthias Gelzer, menée à bien en 2005 etsignalée dans une précédente livraison de Latomus (68, 2009, p. 1095-1096), c’est autour de son Caesar d’être réimprimé avec une mise à jour de la bibliographie et uneintroduction de Ernst Baltrusch présentant un bilan historiographique synthétique. Onsaluera une initiative éditoriale qui continue à mettre à la disposition du public germa-nophone et de la communauté scientifique un classique de la science historique alle-mande publié il y a bientôt un siècle. La biographie de César écrite par Gelzer a parupour la première fois en 1921, sans apparat scientifique ; elle a été remaniée et com-plétée jusqu’à la sixième édition, datée de 1960, qui est l’édition de référence et consti-tue toujours le point de départ de toute recherche sur César. Elle s’est imposée commeun ouvrage d’une grande utilité à un niveau international par sa parfaite maîtrise durécit événementiel et de l’enchaînement chronologique, ainsi que par une profondeconnaissance des sources auxquelles Gelzer renvoie de façon extensive dans les notesinfrapaginales. Ce sont ces qualités qui expliquent pourquoi la 6e édition a été réim-primée en 1983, puis de nouveau en 2008 (pour un jugement positif sur cette dernièreréimpression, on consultera avec profit le compte rendu détaillé de R. Westhall parudans Bryn Mawr Classical Review, 2010 : http://bmcr.brynmawr. edu/2010/2010-01-50.html). — Le Caesar de Gelzer, écrit quand son auteur avait à peine 35 ans,résume ses perspectives scientifiques, qu’il n’a jamais reniées, même si le caractèretrès factuel de cette biographie ne les fait apparaître qu’en creux. À l’instar de toutlivre, il porte la marque de son temps et des débats qui divisèrent les spécialistesde l’époque tardo-républicaine durant la première moitié du XXe siècle. Il se rattachetout d’abord au courant prosopographique qui étudie les carrières des hommes poli-tiques romains de manière à mettre en évidence les différentes formes de relations(familiales, de clientèle …) les reliant entre eux ou les attachant aux autres Romains.Il s’inscrit ensuite dans une vision de l’histoire qui magnifie les destinées humainesen mettant au premier plan le rôle de César dans l’histoire politique de Rome. Commele sous-titre l’indique, César est présenté comme un « homme d’État » (Staatsmann)et Gelzer fait de lui un visionnaire qui aurait compris que le processus d’expansion del’Empire romain condamnait à terme le régime républicain en rendant inéluctable l’avè-nement d’une monarchie (César est ainsi doté d’une « force créatrice » et qualifié de« maître de la politique » ou de « génie militaire et politique », cf. p. 3, 279, 281 et283). On n’entrera pas ici dans le débat sans fin et toujours actuel sur les causes de lachute de la République romaine (ce régime était-il ou non condamné à disparaître ?),ni sur la question de savoir si l’histoire est guidée par les hommes plus que par lesstructures ou inversement. Mais dans la perspective qui est celle de Gelzer, la person-nalité de César domine toutes les autres figures de la fin de la République au point deles éclipser, caractéristique également perceptible dans la biographie qu’il a consacréeà Pompée. Cette valorisation du rôle de César est sans doute ce qui différencie le plusla vision de Gelzer, qui coïncide avec celle de Mommsen sur le fond plus que sur laforme, des travaux des dernières décennies. Non que César n’ait plus fait récemmentl’objet de biographies ou n’ait plus été au centre d’analyses de fond, mais le portraitest aujourd’hui plus nuancé et loin de toute idéalisation. Dans ce domaine, c’est l’his-toriographie allemande qui continue à animer les débats : soit César apparaît dans labiographie de Christian Meier comme un acteur politique subordonné au contexte etincapable de faire sortir la République d’une crise qualifiée de « sans alternative » ;soit il est présenté négativement par Werner Dahlheim comme un personnage qui af-ficha une ambition démesurée et est jugé en grande partie responsable de la chute dela République par Klaus Martin Girardet ; soit c’est l’État césarien mis en place pendant

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et après les guerres civiles plus que l’individu qui a fait l’objet de toutes les attentions(Martin Jehne ; cf. aussi Giuseppe Zecchini). Gelzer n’a jamais infléchi dans un sensou un autre sa vision de César depuis la première édition de 1921, ni cessé de s’élevercontre toute détractation de César, comme en témoigne son article publié en 1954 dansla Historische Zeitschrift en réponse à un article de son élève Hermann Strasburger quivenait de souligner le contraste entre l’image idéalisée de César comme homme d’Étatforgée par la postérité et les jugements défavorables émis par ses contemporains. Leplan adopté dans sa biographie reflète cet état d’esprit. Après une première partie quiprésente le contexte et reste précieuse en ce qu’elle condense en 20 pages les princi-pales idées de Gelzer sur le système politique alors en place, suivent cinq parties quiinsistent par le recours à une histoire événementielle sur les actions de César pendantson consulat de 59, son proconsulat des Gaules (sans que soit perdue de vue la situationpolitique à Rome entre 58 et 50), la guerre civile et ses derniers mois passés à Rome.Il faut émettre une seule critique, d’ordre purement formel, à cette entreprise de réim-pression par ailleurs très utile. Il apparaît à l’usage que la pagination de la dernièreédition de 1960 n’est pas identique à celle de sa réimpression de 2008. Il aurait pourtantmieux valu, dans la mesure du possible, ne pas introduire à ce sujet de décalage afinque le lecteur ne perde pas de temps à localiser le(s) passage(s) de cette biographiecité(s) par ailleurs et que les renvois internes puissent se faire de façon uniformiséequelle que soit l’édition utilisée. Frédéric HURLET.

M. A. ROBB, Beyond Populares and Optimates. Political Language in the Late Repub-lic, Stuttgart, Fr. Steiner, 2010 (Historia, Einzelschriften, 213), 24,5 � 17,5 cm, 225p., 56 €, ISBN 978-3-515-09643-0.

In this revised version of her London Ph.D. thesis (supervised by Henrik Mouritsen),Robb argues against the view that in the late Republic populares and optimates wereuniversally accepted and clearly understood terms, denoting two opposed groups ofpoliticians. Rather they both, but particularly the former, had a wide range of meaningsand different writers, and the same writer at different times, could use them in a varietyof senses and for a variety of purposes. R. has collected from the Bibliotheca Teubne-riana Latina CD-ROM all instances of the two words between early Latin and AD 284(she was also able to see the TLL article popularis – now x/1. 2696-704 – prior topublication) and gives an analysis on pp. 179-88 : somewhat curiously, she firstpresents the instances in all writers, including Cicero and Livy, then separate lists forthe two latter. — A clear cut distinction between po pu lares and optimates is foundonly in the famous digression (clearly an addition in the published version of thespeech) at Cic. Sest. 96-135 ; it is determined, R. argues, by the political situation fol-lowing Cicero’s return from exile and his desire to isolate Clodius, Piso and Gabinius.Elsewhere, Cicero, like other authors uses the terms in variety of ways; sometimes, asat Rab. perd. 11-15 and leg. agr. 2. 6-7, Cicero can claim that it is he who is the truepopularis. Later, R. argues that the only univocal terms which Cicero consistently usedfor the policies he detested and their promoters are seditio and seditiosus. — There isa lot of sense in all this and there are many, no doubt, who have thought the same them-selves, even if they have not given their thoughts expression in print. There is, though,a danger of throwing out the baby with the bath water. R. says (p. 14) that she ‘doesnot seek to deny that there are observable patterns of behaviour among late Republicanpoliticians’. The period from 133 onwards saw the gradual destruction of the systemof government which had grown and become established over the preceding centuries ;from Tiberius Gracchus to Caesar there was a seeries of conflicts between the majority

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of the senate and a series of individuals who, in one way or the other, sought to under-mine senatorial power, both political and, in some cases, economic. On some occasions,at least, the former are called optimates, the latter populares and it is not all that mis-leading to continue to refer to the two traditions in this way. It is, perhaps, only withCaesar in the 60s, whatever his real motives, that one can talk of a coherent popularisideology. Caesar knew that the senatus consultum ultimum, first used against GaiusGracchus (and next, reluctantly, by Marius, to whose memory Caesar was bravelyloyal) was the final weapon the senate could use against their opponents ; in reality, ofcourse, it was a pretence by which the senate dispensed itself and the magistrates fromthe laws. Perhaps he foresaw that one day it would be used against himself. The pros-ecution of Rabirius and his opposition to the execution of the Catilinarians were a clearstatement of his position. — I now comment on a number of matters of detail, some ofwhich, I regret to say, indicate a degree of carelessness. ~ p. 12. In discussing the dif-ference between Roman and modern politics, R. says that modern parties use capi-talised names, giving as examples Conservative, Liberal, Democratic and Republican,and that one could not imagine a (sc. British) Conservative politician claiming to bethe true Liberal. The use of ‘Liberal’ rather than ‘Liberal Democrat’ and the absenceof any reference to the party which has governed Britain for 30 of the 66 years sincethe Second World War are weird; for the second statement R. cites Morstein-Marx,Mass Oratory and Political Power in the Late Roman Republic, 230, who in fact talksof a Labour candidate claiming to be the true Tory. (Actually, one could well imagine,though perhaps not at the moment, with the two parties in coalition, a Conservativeclaiming to be the true heir to the Liberal tradition.) ~ p. 37 n. 13. In 65 Cicero con-sidered defending, not prosecuting, Catiline. ~ p. 64. R. appears not to realise that thestring of plurals at Cic. Sest. 143 mean ‘men like ...’. ~ p. 83. R. talks of ‘the successfulelections of both Crassus and M. Fulvius Flaccus’. Read ‘candidatures’ : one cannotbe unsuccessfully elected. ~ p. 79. R. says that Saturninus is a notable absence fromthe list of populares cited as precedents at Cic. ac. 2.13, but in n. 54, referring to 2.14,that it was Saturninus who cited the list: if the latter were the case, he could obviouslynot have included himself. In fact, it is not until 2.75 that the list is said to be that ofSaturninus. ~ p. 134 n. 140. for ‘156-713’ read ‘156-7’. ~ p. 136. R. should have ex-plained why Livy (3.35.8) says that letting Ap. Claudius preside over the election ofthe second board of xuiriwould prevent him from declaring his own election. ~ p. 138.R. confuses Acarnania and Acharnae. ~ p. 139. In the paraphrase and citation of Livyper. 80 R. has nobilitas / nobilitatis for nobiles / nobilibus, while in her translation sheomits the word. John BRISCOE.

Patrizia MASCOLI, Gli Apollinari. Per la storia di una famiglia tardoantica, Bari,Edpuglia, 2010 (Quaderni di « Invigilata Lucernis » 39), 24 � 17 cm, 165 p.,2 cartes, 24 €, ISBN 978-88-7228-613-5.

One of the best known figures of Late Antiquity is Sidonius Apollinaris : Gallicaristocrat, Roman politician and, by the end of his life, bishop of Clermont. Throughhis many writings, and those of others, we can identify ancestors and descendants ofhis from the early-fifth to the mid-sixth century. All lived when the Roman empire inthe west was being replaced by Germanic successor-states. The more we know aboutthem, the more we should understand this watershed of European history. However,references to ‘Apollinari’ other than Sidonius are scanty : we do not even know thenames of his parents. Mascoli’s book, in promising to squeeze the most from thelittle we have, is therefore in principle very welcome. Sensibly eschewing specific

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examination of Sidonius himself, already well enough studied, it consists of three mainchapters, the titles of which are generally self-explanatory (1 : Le radici e l’oblivio : iprimi Apollinari ; 2 : La dignità e l’intrigo : Apollinare il Giovane [Sidonius’ son] ;3 : Il fascino quieto della moralità ; i personaggi femminili). A final chapter is, despiteits title (4 : La memoria negata : gli altri familiari), chiefly concerned with an elusiveApollinaris who cannot be Sidonius’ son. There follows a collection of the mainsources for the family, in Latin and Italian, taken chiefly from the letters of Sidonius(11), but also (in chronological order of author) Avitus of Vienne (5), Ruricius of Limo-ges (3) and Gregory of Tours (2). It is certainly useful to have such information tohand, removing the need to trawl through the standard prosopographies. M. seeks tofill some gaps, for example in following Mathisen that Sidonius’ father was calledAlcimus (p. 18), and Stroheker in identifying the elusive Apollinaris of Chapter 4 asone of Sidonius’ uncles. Generally, as in the case of the later career of Sidonius’ son,committing simony under the influence of his wife and sister (p. 31, 43), M. suggestschange and decay : Apollinaris the Younger, was hardly the equal of his upright father.And there are some interesting everyday insights, such as Sidonius’ preference for aveterinary over a doctor in the treatment of his daughter (p. 39). However, M.’s bookhas not been really thought through as a book. Unforgiveably, it provides no stemma(one has to refer to PLRE 2, p. 1317). It is unbalanced. Historical discussion is restrictedto less than one-third of its length. The remainder is given over to the sources, whichM. uses very oddly. She presents her collection half-heartedly, not treating it as aresearch-tool in its own right, with each item numbered and referred to by number inher text. Indeed, instead of simply directing her reader to the relevant document, M. fre-quently repeats this material in her text or footnotes (e.g. p. 14, n. 14, cf. p. 52 ; p. 17n. 23, cf. p. 56). This brings out another peculiarity of her treatment : that in sourcesreproduced in extenso material relevant to Apollinari is sometimes only a few lines,e.g. Avitus, Ep. 51. Her brief historical discussion is further weakened by the absenceof any consideration of the general situation in Gaul in the fifth and early-sixth cen-turies. M. simply expects her reader to know what is going on (e.g. p. 48 on the natureof ‘the other’ Apollinaris’ dispute with Chilperic). Likewise, she does not bring outthe drama of Apollinaris II’s military service, and that of other Arvernians, after cen-turies of somnolence of the Gallic warrior-tradition. And she does not acknowledgethat the Frankish forces of destruction (‘[il] crollo della “civilità” travolta dall’avanzatainarrestabile delle orde barbariche’) against which they fought at Vouillé were led byClovis, the very conscious heir of Rome (p. 30-1). Where she offers interpretation, itis deficient. For example, at p. 12, on the career of Sidonius’ grandfather, M. makesmuch of Gallic ‘regionalism’ without examining what this means, how it was ex-pressed, and how it was related to the incoming barbarians. In the same place she alsohas much on ‘love of country’, but whether this was of old Rome, Gaul or (as M. seemsto prefer), Arvernia, she never explicitly states or justifies. Thus she ignores huge issues(‘Crisis of identity ?’ ; ‘Continuity or change ?’) of late Gallo-Roman historiography.Perhaps related to this is an unevenness in M.’s anglophone bibliography : she makesgood use of Stevens, Harries, Mathisen etc., but has no Drinkwater, Wood or Sivonen.One defence is that M. chose to restrict her discussion of Apollinari to their personalexperiences, but even on these terms her book is weak. Her promise (p. 35) that studyof Sidonius’ family will give us a better idea of the changing role of women in LateAntiquity is not fulfilled : for the most part the (male) sources depict women as beingendowed with the classical female virtues (cf. p. 45). And Sidonius cannot be got ridof. We see his family mainly through his eyes : either as models (his grandfather and

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father) or as the soft clay which he hoped to shape according to his own values (hisson and daughters). We learn more about him, e.g. his jealousy (p. 40), than we doabout them. Finally, M. speculates to excess. Though there is every likelihood thatApollinaris II vexed his father by preferring hunting to study (p. 28), this is not explic-itly stated in Ep. 9.1. Likewise, though the mixture of indulgence and discipline prac-tised by Sidonius’ mother in bringing up his daughter may have given the girl a keenintellect (p. 37), it may just have been aimed at teaching the child that she would berewarded when she behaved but punished when she did not. This is not a book forbeginners because it takes too much for granted. But it cannot be one for expertsbecause it says too little that is new. Even M.’s fil rouge – how the continued practiceof the classical epistolary habit united Gallic aristocrats and helped give them thestrength to face a rapidly changing world (p. 10, 16, 21, 27, 32-3, 37-8), though inter-esting is hardly new, having been explored by scholars such as Matthews, Mathisen,Harries and Wood. Overall, the book’s substance could have been fitted within a longarticle. John F. DRINKWATER.

Filippo COARELLI, L’art romain des origines au IIIe siècle av. J.-C., Paris, Picard, 2011( Histoire de l’art romain, 1), 33, 5 � 25 cm, 253 p., nombr. fig, cartes, 90€, ISBN978-2-7084-0904-0. — Filippo COARELLI, Römische Kunst von den Anfän gen zurMittleren Republik, Mayence, Ph. Von Zabern, 2011, 33, 5 � 25 cm, 256 p., nombr.fig., cartes, 79 €, ISBN 978-3-8053-4351-0.

Cet ouvrage dont l’édition originale a été publiée chez Jaca Book, SpA à Milan en2011 sous le titre Le origini di Roma. La cultura artistica dalle origini al III secoloa. C., inaugure une « Histoire romaine » qui comprendra cinq volumes et couvrira l’artromain jusqu’à la fin de l’Empire d’Occident. Dans ce premier volume, F. Coarellipose la question des origines de l’art romain dont, au XIXe siècle, on situait les débutsà l’époque de Sylla comme une « expression finale, voire un prolongement décadentde l’art grec ». En réaction à cette vision, certains chercheurs avaient mis en avant desstructures autonomes et indépendantes de l’art grec. F. Coarelli veut attester dans cetouvrage que, grâce aux recherches menées sur le terrain surtout, ces deux perspectivesdoivent être aujourd’hui abandonnées: la question, en effet, des origines de l’art romaindoit être étudiée en tenant compte des relations entre les cultures en présence et ducontexte géographique général, l’Italie tyrrhénienne, qui comprend l’Étrurie, le Latium,la Campanie et la Grande Grèce, dans lequel s’est développée la culture romaine. L’ou-vrage comprend deux parties. — La première intitulée La Ville archaïque est consacréeau processus d’urbanisation de Rome que l’A. étudie longuement : les enceintes, lesportes, et les voies d’accès, l’emplacement des nécropoles attestant un plan urbanis-tique ambitieux qui couvre la zone des sept collines et qui a été réalisé sous les Tarquinset Servius Tullius (p. 13-28). Vient ensuite l’hellénisation et l’acquisition de l’écriture.À ce propos, Coarelli fait fort justement remarquer que les rapports du monde italo-romain avec la culture grecque remontent à la première moitié du VIIIe siècle, au mo-ment de la colonisation en Sicile et en Italie méridionale, et sont donc bien antérieursà l’hellénisation qui se produisit avec la conquête par Rome de l’Orient méditerranéen(p. 39). Ces contacts avec le monde grec peuvent être mis en évidence par l’apparitionde la ville en Italie tyrrhénienne, par l’introduction de l’écriture alphabétique et del’imaginaire mythique, par la présence d’artisans grecs sur le sol d’Étrurie. Toutefois,il s’agit d’une hellénisation précoce limitée à une élite aristocratique ( les « principi »dont les sépultures attestent la richesse et l’importance) qui prit son essor parallèlementà un courant local et populaire présent dans la décoration de récipients et d’objets ainsi

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que dans la fabrication de petites figurines. Mais, comme le souligne à juste titre l’A.,l’influence de la Grèce ne se fit pas dans certains domaines sans des adaptations enfonction de tradi tions locales. Il en est ainsi, par exemple, en ce qui concerne le templeitalique constitué de deux parties, le podium qui correspond au templum, espace déli-mité rituellement par les augures, et l’aedes, l’édifice proprement dit : dans ce cas, lemodèle grec du temple a été modifié en fonction de raisons religieuses. Avec la chutede la monarchie et le Ve siècle, on note dans l’art romain un abandon momentané parles élites aristocratiques de la culture grecque, qui ne retrouvera ses droits qu’aumoment de la reprise des relations avec la Grande Grèce ; ces relations vont générer« un nouveau langage artistique médio-républicain qui, suite à la conquête, s’étendraprogressivement à toute l’Italie péninsulaire (p. 82) ». — Cette évolution est étudiéedans la seconde partie intitulée La République moyenne. Comme éléments essentiels,on peut remarquer qu’à la suite de la forte influence de l’Étrurie intérieure (Volsinies,Chiusi) et de Faléries au Ve siècle, succéda au siècle suivant, en parallèle avec la trans-formation à Rome du contexte social (arrivée au pouvoir de nouvelles classes, accrois-sement du corps civique), une hellénisation qui atteignit, à travers une productiondiversifiée, les classes moyennes et les groupes sociaux plus modestes. C’est au coursdu IVe siècle également que, après l’invasion gauloise de 390, s’organise à Rome unvaste programme édilitaire (construction d’une nouvelle enceinte, d’aqueducs et devoies d’accès, réaménagement d’édifices publics comme le Comitium). Cette politiqueédilitaire est liée étroitement à l’expansion du territoire romain et au processus decolonisation. Pendant cette période – la seconde moitié du IVe siècle occupée par lesguerres samnites et le IIIe siècle – se multiplient aussi les fondations de temples votifs,un phénomène qui s’explique par les victoires militaires et qui traduit une influenceévidente de l’hellénisme. La création de colonies, surtout latines, qui avait un objectifmilitaire et une raison démographique (éloigner de Rome des effectifs trop remuants),a contribué, comme l’attestent les stipes votives, à la diffusion dans la péninsule d’unmodèle social et culturel hellénisant influencé par la Sicile grecque (cf. les sanctuairesd’Ariccia et Lavinium et d’autres plus modestes). C’est également au cours du IVe siècleque se popularise la domus à atrium dont le plan est attesté dans l’architecture funéraire(T. François à Vulci, T. des Velimna à Pérouse). Ce modèle de la maison républicaine,qui persistera jusqu’à la fin de la République, subira toutefois les influences de l’hel-lénisme par sa décoration (mosaïques et enduits peints) dès le IVe siècle comme l’indi-quent les fouilles de Frégelles. Pour avoir une idée de ce que furent la peinturehistorique et la peinture triomphale, connues seulement par la littérature, il faut avoirrecours à la peinture funéraire (Tombeau de Fabius, tombeau Arieti) dont l’exemple leplus significatif est bien entendu la Tombe François de Vulci. Conservées à la VillaAlbani, propriété de la Famille Torlonia, ces fresques, qui illustrent des épisodes del’histoire archaïque de Rome, sont pratiquement invisibles. Il est donc heureux de leuravoir consacré quelques pages et d’excellentes illustrations (163-170). Parmi les évo-lutions artistiques du IVe siècle, l’apparition du portrait public joue un rôle important(Pline, N.H. XXXIV, 43). Parmi les œuvres de cette époque qui ornaient le Comitium,il faut aussi rappeler la Louve et les jumeaux, une œuvre réalisée en 296. (Remarquonsque Coarelli a volontairement exclu de son étude la Louve du Capitole, monument em -blématique de la Rome antique, dont on a démontré récemment qu’il datait du moyenâge). — Pendant le troisième siècle, la guerre contre Pyrrhus et la première guerrepunique provoquent des bouleversements sociaux, économiques et politiques profonds.Ils constituent un tournant qui justifie la césure chronologique choisie par l’A. Romemet un terme au processus d’intégration des populations conquises, une nouvelle mon-

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naie en argent, le quadrigat, est introduite en 269 pour faire face à de nouvelles exi-gences économiques, de nouvelles magistratures apparaissent, notamment celle de pré-teur pérégrin, des cultes étrangers sont introduits à Rome (Cybèle en 205). On noteaussi un appauvrissement des petits et moyens agriculteurs qui est concomitant à uneconcentration des pouvoirs dans les mains d’une élite de plus en plus restreinte. Ladisparition de ces petits paysans, remplacés par des esclaves qui constituaient une clien-tèle importante pour l’artisanat local, entraîne à son tour la disparition de celui-ci.L’exemple de la nécropole médio-républicaine de Palestrina avec ses cippes gravés,sa production de cistes et de miroirs, est très significatif de ce déclin. — Ce résumé dequelques points évoqués dans ce fort bel ouvrage admirablement illustré – nombreusesphotos en pleine page – ne pourra que séduire non seulement le spécialiste mais aussil’amateur d’art. En mêlant intimement créations artistiques et artisanales à l’histoireet en étendant son enquête et sa réflexion à une aire géographique qui déborde large-ment du territoire de Rome, F. Coarelli qui s’appuie sur une excellente connaissancedes textes anciens, de la topographie de Rome et de l’Italie antique, a su donner unéclairage original à l’art romain des origines au IIIe siècle. Pol DEFOSSE.

Francesco DE ANGELIS, Space of Justice in the Roman World. Edited by Fr. d. Ang.,Leyde-Boston, E. J. Brill, 2010 (Columbia Studies in the Classical Tradition, 35),25 �17 cm, XIV-434 p., fig., 140 €, ISBN 978-90-04-18925-6.

Ce volume résulte d’une “conférence” qui s’est tenue en novembre 2007 à laColumbia University de New York. Elle avait rassemblé une douzaine de juristes, d’his-toriens et d’archéologues qui s’étaient donné pour tâche de réfléchir à partir de casprécis sur l’interaction entre une activité humaine spécifique, en l’occurrence le faitde rendre la justice, et son environnement spatial et/ou construit. Partant du constatque l’architecture publique romaine, par ailleurs si riche et si diversifiée, ne sembleavoir jamais possédé de monuments exclusivement réservés à l’exercice du ius, et quedu reste ce même mot ius pouvait s’appliquer à tout locus où un magistrat exerce desfonctions judiciaires, pourvu que la nature du lieu ne porte pas atteinte à la majesté desa charge ou aux traditions des ancêtres, les participants ont cherché à comprendre, enprenant en considération des périodes et des régions différentes, quelles conséquencescette situation a générées dans l’exercice du droit, et à voir comment les Anciens onteux-mêmes perçu cette variété des contextes spatiaux et physiques promus occasion-nellement à la dignité de cours de justice. De ce point de vue l’introduction de Fr. deAngelis pose remarquablement le problème, en rappelant par exemple que même lesconstructions explicitement destinées à accueillir des tribunaux, comme la BasilicaAemilia, le Forum de César ou celui d’Auguste, n’ont jamais comporté, pour autantqu’on puisse en juger, de décors figurés évoquant sous quelque forme que ce soit cetype d’utilisation. Aussi, au lieu de reprendre l’examen d’institutions ou de monumentsbien connus, comme la praefectura urbana ou les basiliques de Rome ou des provinces,qui n’aurait pu que confirmer l’ambiguïté ou la polyvalence de ces structures sans enévaluer les incidences pratiques ou symboliques sur le déroulement des débats, le pré-sent ouvrage propose-t-il, si l’on en croit l’introduction, trois angles d’approche engrande partie nouveaux : une étude d’abord des protagonistes, qu’il s’agisse des partiesen présence, des avocats, des juristes et des juges, en insistant sur les aspects les plusconcrets de leurs positions relatives et sur l’atmosphère qui découle inévitablement ducadre social où se tient le procès. Ensuite l’attention se portera sur la topographiejudiciaire de Rome, en liaison avec les autorités, préteurs ou empereurs essentiellement,qui ont exercé ce pouvoir, la Basilica Iulia et les forums impériaux constituant désor-

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mais les lieux de prédilection de l’exercice de la justice. Enfin le livre doit se clore surun élargissement spatial et temporel, la réflexion s’étendant à des milieux différentscomme l’Égypte ou certaines provinces occidentales, et à des époques plus tardivesoù le martyrologue chrétien est analysé comme document historique et plus encorecomme œuvre littéraire. — Les grandes lignes de ce programme, plus facile à énoncerqu’à réaliser, apparaissent dans l’ensemble assez fidèlement explorées. Dans lapremière partie, E. Metzger met bien en évidence la complexité souvent sous-évaluéedans la bibliographie récente de la première phase de la procédure civile définie dansles sources antiques par le terme in iure. Certains épisodes de cette préparation à lacomparution des parties devant les juges se situent hors de la présence du préteur, etdes actions telles que l’editio actionis, l’interrogatio in iure ou le iusiurandum sontremises à leur vraie place et dans leur cadre réel, avec l’aide entre autres d’un docu-ment des archives de Pouzzoles. K. Tuori examine quant à lui le rôle effectif desjuristes, qui formaient un groupe distinct dans l’espace légal, et dont l’une des tâches,la responsa, pouvait s’effectuer soit dans leur propre demeure, soit sur le forum, d’unefaçon assez informelle. Jusqu’à la professionnalisation du système sous le règned’Hadrien, les juristes pouvaient, si le besoin s’en faisait sentir, faire partie du consiliumdes magistrats et des juges, mais leur présence sur le podium du tribunal, de part etd’autre de la sella curulis du préteur, n’était pas obligatoire, et on ne saurait de surcroît,en l’état actuel des connaissances, identifier à Rome un « bureau » où ces expertsauraient été régulièrement consultés. L’article très suggestif de B. W. Frier reprendl’analyse du célèbre passage du Dialogue des Orateurs (39) où Tacite par la bouchede Maternus déplore le déclin du rôle des avocats et par conséquent de l’art oratoire,face à des juges qui, dans les auditoria et les tabularia (des termes qui ne sont pas sansposer quelques problèmes), mènent les débats à leur guise en produisant eux-mêmesles témoins et les preuves ; ces assertions semblent en contradiction avec les donnéesfournies par les contemporains, Quintilien, Juvénal ou Pline le Jeune, mais elles peu-vent être mises au crédit du pessimisme clairvoyant de Tacite qui anticipe en quelquesorte sur l’évolution des cours de justice dans la Rome des IIe et IIIe s. — La deuxièmepartie commence avec la définition des « spaces of justice » où officiait le préteururbain à l’époque républicaine. E. Kondatrieff suit avec une science consommée de latopographie du Forum romain les étapes d’un cheminement complexe qui, du Comi-tium au Tribunal Aurelium et aux Gradus Aurelii jusqu’au Puteal Libonis et finalementau Forum d’Auguste conduit ce magistrat, entre le IVe s. av.-J.-C. et le règne du Prin-ceps, à siéger dans des paysages civiques différents ; l’auteur souligne avec raison queces « espaces de justice » quels qu’ils fussent n’existaient qu’à titre temporaire et nepouvaient être définis comme tels que si le préteur et sa cour s’y établissaient. Laseconde section s’ouvre magistralement avec l’étude de Fr. de Angelis consacrée auxlieux de la justice impériale. Après un rappel de la protestation de Cicéron, contraint àplaider pour le roi Deiotarus intra parietes, l’auteur met remarquablement en scène lemouvement qui conduit les empereurs julio-claudiens à passer du cubiculum auForum ; ce dernier, avec la Curie, reste au moins jusqu’à Trajan utilisé pour les coursde justice, ce qui n’empêche pas la tenue de procès importants dans la résidenced’Auguste (esplanade du temple d’Apollon et Bibliotheca), puis la spécialisation de ladomus Palatina, de Domitien à Septime Sévère, dans l’accueil des tribunaux, sansoublier l’usage singulier fait par Hadrien du Panthéon. Le recours aux textes, de Taciteà Philostrate ou Dion Cassius s’avère ici d’une particulière efficacité. Les fonctionsjudiciaires du Forum d’Auguste sont ensuite réévaluées par R. Neudecker, à la lumièredes vadimonia des archives des Sulpicii de Murecine, et aussi, ce qui est plus nouveau,

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de la présence initiale de quatre exèdres, et non pas deux comme on le croyait aupara-vant. Nous ne sommes pas aussi convaincu que cet auteur du lien qui s’établissaitpresque automatiquement dans l’esprit du public entre la forme curviligne d’un espaceet sa vocation judiciaire. Les données fournies par le livre fondamental de M. Spanna-gel ne sont guère, d’autre part, exploitées. La question posée par M. Maiuro (À quoiservait le Forum de César ?) suscite d’emblée l’intérêt du lecteur : conçu pour l’exal-tation de la personne du Dictateur mais aussi à des fins essentiellement économiques,de nouvelles fonctions civiques lui furent attribuées lors de la réforme augustéenne,mais il reste difficile de situer dans cet espace les lieux et les modalités de la distributiondes congiaria comme de ceux des procès où l’Empereur était impliqué, dont on saitpar le Panégyrique de Trajan qu’ils s’y tenaient. L. Bablitz, à qui l’on doit une synthèserécente sur le déroulement des audiences dans les cours de justice de Rome, part del’analyse précise de la répartition des participants, accusés, plaignants, magistrats etjuges dans les quaestiones perpetuae et particulièrement dans les tribunaux centumvi-raux, telle qu’on peut la restituer à partir de la description des grands procès de la Ba-silica Iulia évoqués par Pline le Jeune et par Quintilien, pour interpréter l’un des trèsrares documents figurés présentant une scène judiciaire, un relief malheureusementtrès fragmentaire du Forum Romain. — La troisième et dernière partie, plus hétérocliteen apparence, n’est pas la moins novatrice. L. Capponi propose d’abord un chapitresynthétique sur les espaces de la justice dans l’Egypte romaine, qui reprend et élargitles travaux de F. Burkhalter en exploitant toute la documentation papyrologique dis-ponible et en étendant son investigation hors d’Alexandrie, dans les nomes où se tien-nent les assises itinérantes du gouverneur. J.-J. Aubert relit avec acribie les récits des« Actes des Martyrs » et des « Passions » pour en extraire de nombreuses donnéesconcrètes sur la localisation et le déroulement de ces procès. On regrette seulementqu’il n’ait pas tiré un meilleur parti de ce qu’on sait aujourd’hui de la topographie ducentre administratif de la Carthage impériale pour mieux situer les épisodes de la PassioPerpetuae et Felicitatis ou de la Passio Montani et Lucii, entre autres. Les deux der-nières contributions, volontairement « décalées » par rapport au propos central, traitentdes cours de justice dans les nouvelles ou romans latins et grecs. La première, due àJ. Bedel, évoque ce qu’il appelle les « Kangaroo Courts », selon une expression del’argot américain qui désigne des tribunaux improvisés ou irréguliers, et, après avoirrappelé, à la suite de Tacite, comment les écoles de déclamation, avec leurs exercicesconvenus (suasoriae, controversiae) isolent les étudiants des réalités de la vie, dégageles aspects singuliers de divers textes de Pétrone et d’Apulée. Dans la seconde, rédigéepar S. Schwartz, les épisodes juridiques des Ethiopica d’Héliodore et de Chaereas etCallirhoè de Chariton, scrutés avec une grande subtilité, mettent chacun à leur façonen évidence, à travers des fictions littéraires très ancrées dans les sociétés contempo-raines, les rémanences de l’idéologie de la « polis » grecque, théoriquement libre etautonome, en dépit de l’extension du droit de cité diffusé par Rome, et des procéduresque ce statut impli que en principe pour les justiciables. — La très ample bibliographieet les quatre indices qui complètent ce livre (index des sources, des noms, des lieux etdes sujets) contribuent à sa richesse et en rendent la lecture plus aisée. Pierre GROS.

Alan CAMERON, The Last Pagans of Rome, New York, Oxford University Press, 2011,25,5 � 18 cm, XII-878 p., 20 fig., 85 $, ISBN 978-0-19-974727-6.

Le lecteur intéressé par les débats liés à l’interprétation globale de l’Antiquité tar-dive et à ses progrès aura sans doute été quelque peu surpris de constater qu’à moins

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de dix-huit mois d’intervalle paraissent des ouvrages illustrant en apparence des thèsesà ce point contradictoires : celles que j’ai soutenues en 2010 dans mon Antiquus error.Les ultimes feux de la résistance païenne et que j’ai développées et enrichies dans mesPolémiques entre païens et chrétiens (2012) et celles que défend Alan Cameron (A. C.)dans ce livre paru en 2011, The Last Pagans of Rome. Ces trois titres sont donc abso-lument contemporains et, pour comble de malchance, s’ils traitent de sujets voisinsvoire identiques, n’ont pu être lus par leurs auteurs respectifs en raison des délais etde contraintes éditoriales que l’on comprendra aisément. A. C. ne cite jamais Antiquuserror dans The Last Pagans et je ne me réfère pas davantage à The Last Pagans dansmes Polémiques entre païens et chrétiens. C’est regrettable, mais sans doute était-ceinévitable. Il ne m’est pas possible, dans le cadre de ce compte rendu, de développertout ce que m’inspire, en bien et en mal, le volumineux et passionnant ouvrage d’A. C.On peut néanmoins espérer que le débat scientifique se poursuivra ces prochaines an-nées et qu’une sédimentation souhaitable des positions de mon collègue d’outre-Atlantique et des miennes propres rendra le dialogue plus fructueux lorsque les nou-veautés apportées par l’un et l’autre auront pénétré les esprits en même temps que lesbibliothèques (cf. d’ores et déjà la recension de Antiquus error par S. Janniard dans laBryn Mawr Classical Review, en ligne, août 2011, sous le numéro 44). — Afin d’atté-nuer la surprise de mon lecteur qui pourrait d’aventure lui venir de l’apparente contra-diction de point de vue entre A. C. et moi-même, je me dois de lui proposer les quelquesexplications que voici, espérant au passage dissiper l’un ou l’autre malentendu. TheLast Pagans a été annoncé dans la presse anglo-saxonne, avant même sa parution, àgrand renfort de déclarations tapageuses et les trompettes de la renommée préparaientles esprits à accueillir un ouvrage qui, définitivement, allait bouleverser notre visionde l’Antiquité tardive et celle que nous avions, nous autres fantasques européens, desrelations entre les derniers païens et les chrétiens à la fin du Ive s. Ce type de campagnepublicitaire s’apparente davantage au lancement du dernier roman d’un écrivain à lamode ou de tout autre « produit » plutôt qu’à celui de l’annonce d’un ouvrage scien-tifique. L’orchestration même de ce lancement laissait planer une forme de suspicionparmi les spécialistes interloqués sur les enjeux collectifs, universitaires, intellectuelset idéologiques, qui pouvaient être au cœur de l’opération. Le compte rendu dithyram-bique de l’ouvrage paru précipitamment sous la plume de P. Brown et sous le titre« Paganism : What We Owe the Christians » dans The New York Review of Books(7 avril 2011, p. 68-72) confirme qu’une famille de pensée bien connue sinon une écoleconstituée s’empresse de se rallier aux thèses de l’auteur car elles corroborent lessiennes propres. D’ailleurs, pour être tout à fait honnête, je perçois dans l’article deP. Brown davantage un résumé de ses propres positions qu’une recension fidèle del’ouvrage qui est le prétexte de cet exposé et je ne retrouve pas à la lecture des huitcents pages originales d’A. C., écrites dans un anglais dont la limpidité n’est jamaistroublé par le moindre jargon, l’exacte substance que prétend en tirer la recension quej’ai eu l’imprudence de lire avant l’original. — Il faut en effet bien comprendre queles idées défendues par A. C. ne sont pas nouvelles mais généralement connues et par-faitement attendues. On sait en effet son goût personnel pour le paradoxe qui me faitpenser à ce que Marcel Proust disait de la duchesse de Guermantes : « Sans doute cesopinions nouvelles ne contenaient pas d’habitude plus de vérité que les anciennes, sou-vent moins ; mais justement ce qu’elles avaient d’arbitraire et d’inattendu leur conféraitquelque chose d’intellectuel qui les rendait émouvantes à communiquer » (Le Côté deGuermantes). Mais en réalité l’auteur, moins personnel qu’il ne le croit, a pour pointcommun avec une lignée d’universitaires anglo-saxons de la seconde moitié du XXe s.

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le refus d’affronter en face certaines évidences historiographiques. Si je constate par-faitement les conséquences, parfois ravageuses, je ne suis en revanche pas certain depouvoir identifier les causes, la plupart du temps demeurées implicites : Des raisonsacadémiques liées aux jeux de pouvoir et d’influence dans quelques universités voirecoteries diverses ? Des relations personnelles difficiles avec certains spécialisteseuropéens depuis plusieurs décennies ? Une forme de politiquement correct américaindans l’appréciation de la place des minorités dans une société donnée ? Une influencedu courant déconstructioniste et de la pensée postmoderne ? Une imprégnation par lecontexte historique de l’après-guerre, celui des Trente Glorieuses, années au cours des-quelles les conflits ouverts ont laissé la place à des guerres froides, et qui pourrait ex-pliquer le refus de toute forme de prise en compte de la notion et de la réalité mêmede conflit à l’intérieur d’un corps civique gouverné par l’harmonie et en voie vers leprogrès spirituel ? Je ne peux que rappeler que les grands auteurs dont je me sens leplus proche, la génération d’H. Bloch et celle de P. de Labriolle, sans parler deL. Strauss, s’ils avaient une vision de l’Anti quité bien éloignée de l’idéalisation iré-nique et affadie qu’en donnent les Anglo-Saxons, n’ont pas non plus vécu pour leurpropre compte une époque aussi bienveillante que celle qui a accueilli les générationssuivantes. — Si l’on peut naturellement être d’accord avec A. C. sur le fait que la vic-toire du christianisme, sous Théodose, ne coïncide pas absolument avec la fin du pa-ganisme, on ne saurait en revanche partager l’idée maîtresse de son ouvrage, à savoirqu’il n’y eut jamais de résistance païenne active. Sur quoi repose une pareille affirma-tion, abondamment démentie dans les chapitres de mes Polémiques entre païens etchrétiens et réfutée par les preuves rassemblées dans les six cents colonnes de monAntiquus error ? Je ne peux naturellement les reproduire toutes ici et, au fond, je nepeux rien faire de plus, sinon renvoyer mon lecteur à ces pages. Aussi décrirai-je sim-plement la méthode d’A. C. Il y a des faits incontournables : par exemple ceux qu’en-registrent des témoignages historiques et littéraires longs et complexes (et non desfragments mal attestés et obscurs) mais dont le sens général, si l’on en discute toujoursles détails, ne fait guère de doute pour les spécialistes : les Saturnales de Macrobe etl’Histoire Auguste. Le premier vante avec nostalgie les temps antiques de la paideiagréco-latine au cours desquelles un poète comme Virgile pouvait apparaître commel’incarnation de la vieille harmonie religieuse païenne. Le second aspire à la libertédes cultes et appelle le pouvoir chrétien à la tolérance envers l’ancienne religion sur lepoint d’être vaincue dans sa dernière révolte entre 392 et 394. On comprend aisémenten quoi ces deux ouvrages de nature essentiellement païenne et dont les intentionsétaient de défendre les valeurs de l’antiquité préchrétienne peuvent gêner, pour ne pasdire fondamentalement infirmer, les thèses d’A. C. Sa réponse à cette aporie reposedans les deux cas sur une réélaboration toute personnelle de la chronologie. L’auteurde The Last Pagans fait ainsi flèche de tout bois pour retarder dans le temps les Satur-nales et pour avancer l’Histoire Auguste. Pour lui Macrobe ne saurait avoir exercé sonactivité littéraire au plus tôt avant 430 (p. 238) et l’Histoire Auguste daterait au plustard des années 361-386 (p. 772). Pour parvenir à ces résultats, A. C. conteste (ou passesous silence) les acquis des dernières décennies, souvent au moyen de prises de positionqui ne reposent sur aucune preuve ni démonstration et dans un ton pour le moins peuamène pour la plupart de ses collègues de la vieille Europe. — La chose est plus pro-blématique, il est vrai, pour Macrobe et la datation des Saturnales demeure une ques-tion ouverte, comme l’avait déjà dit J. Flamant (Macrobe et le néoplatonisme latin àla fin du ive s., 1977, p. 91-93) par exemple et comme l’a judicieusement rappelé trèsrécemment Ph. Bruggisser, dans un état de la question publié dans un dictionnaire en-

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cyclopédique de référence (RAC, 2009) mais ignoré d’A. C. La thèse de H. Georgii(Zur Bestimmung der Zeit des Servius in Philologus 71, 1912, p. 518-526) qui plaçaitles Saturnales en 395 et les arguments, notamment, mais pas seulement, de E. Türk(cf. Les Saturnales de Macrobe source de Servius Danielis in Revue des Études Latines41, 1963, p. 327-349, ici p. 336) en faveur de la fin de la décennie précédente, ne peu-vent ainsi être balayés d’un revers de la main. Alors que trois identifications duMacrobe des Saturnales sont possibles, un vicaire des Espagnes en 399-400, un pro-consul d’Afrique en 410 et un préfet du prétoire d’Italie et d’Afrique en 430, A. C.,avec des arguments reposant presque uniquement sur l’homonymie du cognomenTheodosius que portaient l’auteur des Saturnales et le préfet, propose d’identifier lesdeux personnages. On mesure la fragilité de la thèse. Je ne peux entrer ici dans le détail,mais il faut que le lecteur sache avec quelle intention secrète notre auteur déplace ainsiprès de quarante années en aval un texte aussi gênant pour lui : à cette époque tardive,de fait, on ne saurait plus interpréter Les Saturnales comme un pamphlet antichrétienou une œuvre de résistance d’inspiration païenne ; c’était alors trop tard, la cause despaïens était perdue et l’ouvrage devient ce que A. C. fait de presque toutes les sourcesantiques de l’épo que, une espèce de divertissement érudit et gratuit, fruit de l’oisivetéde quelque antiquaire désœuvré et dépolitisé. Mais à l’inverse, si H. Georgii, avecd’autres, avait raison, on aurait avec les Saturnales une tentative de réhabilitation dela crédibilité de Nicomaque Flavien senior, l’un des convives du banquet des Satur-nales présenté par Macrobe comme un spécialiste de l’art augural et par là même uneréponse à la propagande chrétienne que cristallisera Rufin d’Aquilée quelques annéesplus tard lorsqu’il cherchait à ridiculiser les compétences divinatoires d’un homme quiavait annoncé, à la veille de la bataille du Frigidus, la victoire de son camp. On com-prend ce qu’une telle possibilité a d’insupportable pour la thèse d’A. C. (p. 255). Untour de passe-passe chronologique lui permet, devant cette difficulté, de neutraliserune preuve de poids et de récuser la valeur du témoignage de Macrobe, sans doute, enréalité, moins détaché des réalités politiques de son temps que ne veut le croire A. C.On me permettra de penser, à l’inverse, que ces auteurs, mêmes très tardifs, ne parlaientpas pour ne rien dire et que les érudits eux aussi peuvent avoir des idées sur la politiqueet la religion. On ne peut que supposer, par hypothèse, que ces auteurs savaient cequ’ils faisaient et prétendre, au contraire, que le sens de ces œuvres ne peut être connusigne un échec (cf. L. Strauss, La persécution et l’art d’écrire, 2003, p. 29). A. C., defait, cède pour sa part à ce qu’on peut appeler une forme d’historicisme en refusanttoute validité intrinsèque au témoignage d’ouvrages tels que l’Histoire Auguste et donc,implicitement, en reconnaissant ne pouvoir les comprendre, ou encore, dans le mêmetemps, en prétendant les dépasser au nom du progrès, à savoir la révolution morale in-troduite par le christianisme selon P. Brown ou le scepticisme scientifique dont il sefait lui-même le chantre. — Quant à l’Histoire Auguste précisément, la datation pro-posée par A. C., entre 361 et 386, va à l’encontre des preuves accumulées depuis cin-quante ans et qui, toutes, tendent à repousser la rédaction de l’œuvre dans les dernièresannées du Ive s. Là encore, soutenir une datation aussi haute s’explique par la volontétacite d’éloigner la période de rédaction de l’Histoire Auguste de la crise politico-reli-gieuse provoquée par l’usurpation d’Eugène en 392 et de son dénouement tragiquepour les païens, au Frigidus, en 394. Les Saturnales étaient déportées vers l’aval etl’Histoire Auguste se voit remontée en amont : ainsi l’ultime révolte païenne n’étaitplus illustrée par aucun témoignage littéraire favorable aux vaincus et l’auteur de TheLast Pagans, responsable à sa manière d’une habile damnatio memoriae effaçant lestraces polémiques de tout appel à la tolérance religieuse de la part du paganisme vaincu,

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pouvait à loisir et en toute tranquillité affirmer contre l’évidence, contre ses devancierset contre les acquis les plus récents de la recherche, que l’instauration de la religionnouvelle par les lois antipaïennes de Théodose se fit sans soulever d’opposition, sansconflit, ni susciter la moindre protestation, encore moins la plus petite résistance de lapart du camp païen. — A. C. ne tient aucun compte, je l’ai dit, de certains des acquisles plus récents de la recherche. Le seul document qui, semble-t-il, soit venu à saconnaissance est ma communication au colloque Histoire Auguste de Bamberg en 2005et qui proposait pour la première fois de voir en Nicomaque Flavien senior l’auteur decette collection. L’idée en est repoussée en quelques lignes condescendantes. Or il enfaudrait plus pour démontrer que j’ai tort. Pour m’en tenir à l’essentiel disons que lapublication de la loi contre les homosexuels en 390 dont les termes ont été repris parl’auteur de la vie de Carus fournit un incontestable terminus post quem à l’HistoireAuguste : aucune discussion de ce fait dans The Last Pagans. L’attestation, par lecatalogue de Murbach, que l’Histoire Auguste était structurée en sept livres commel’Histoire romaine de Symmaque le Jeune l’était, à l’imitation de l’ouvrage de son an-cêtre Nicomaque Flavien senior, n’est pas plus remise en cause par A. C. : aucune dis-cussion de ce fait dans The Last Pagans. Quant au témoignage de Sidoine Apollinairenous informant que Nicomaque Flavien senior avait soit traduit soit fait dupliquer unevie d’Apollonios de Tyane (comme prétend vouloir le faire dans l’Histoire Augustel’auteur de la vie d’Aurélien), A. C. prend la peine en de longues pages contournéesde tenter de démontrer que jamais il n’a existé de vie latine du philosophe pythagori-cien, qu’il est impossible de penser que Nicomaque Flavien ait jamais eu pareille idée.Mais il concède, in extremis (p. 554), qu’il n’est pas impossible que ce dernier ait euentre les mains le document grec original dû à Philostrate et qu’il l’ait fait « transcrire» (plus haut, p. 548, A. C. reconnaissait, contraint, que le verbe exscribo utilisé parSidoine en epist. 2, 9, 5 ne peut signifier autre chose que « traduire »). Autrement ditréinterpréter, corriger et édulcorer le témoignage de Sidoine ne permet in fine absolu-ment pas de gommer radicalement sa validité ni l’existence d’un lien entre NicomaqueFlavien senior et la vie d’Apollonios de Tyane : une telle concession suffit à démontrernon seulement la mauvaise foi de l’auteur de The Last Pagans mais encore la validitéde mon propre raisonnement. — Mais enfin et surtout, puisque A. C. n’a pas lu Anti-quus error, je me dois de dire que son information est de fait lacunaire et par consé-quent ses conclusions en grande part invalidées et infondées. Par exemple le débat surl’influence possible des Annales perdues de Nicomaque Flavien senior sur l’historio-graphie grecque et latine de la fin du IVe s. me semble en partie dépassé depuis quel’on sait que les Annales en question doivent être confondues avec l’Histoire Augusteelle-même. The Last Pagans passe de longs chapitres à démontrer que NicomaqueFlavien senior n’est pas la source principale qui seule permet d’expliquer les parallèlesincontestables entre Eutrope, la Chronique de Jérôme, l’Epitome de Caesaribus,Ammien Marcellin et d’autres encore. Je le dis dans mon avant-propos à Antiquuserror, que n’a pas lu A. C. : il convient pour expliquer ces convergences de parler d’unesource inconnue, commodément baptisée Leoquelle par les spécialistes. NicomaqueFlavien n’a rien à voir dans la question et l’acharnement mis par A. C. à contrer lesarguments de B. Bleckmann et de F. Paschoud est un coup d’épée dans l’eau. La source,grecque ou latine, dont on cherche une trace dans le continuateur de Dion Cassius,Pierre le Patrice, a bel et bien existé. Si on sait la caractériser partiellement, on ne saitpas l’identifier et ce n’était pas l’ouvrage de Nicomaque Flavien senior. — Quid enfinde Rutilius Namatianus et de ses liens avec des membres de l’aristocratie païenne eux-mêmes correspondants et amis de Symmaque ? Le fait est passé sous silence. Quid de

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la signification des Grandes déclamations attribuées à Quintilien dont on découvreprogressivement depuis quelques années que plusieurs d’entre elles sont des attaquesà peine déguisées contre les chrétiens ? Quid des convergences idéologiques entre latroisième d’entre elles, Le Miles Marianus, et l’Histoire Auguste ? Quid du Querolus ?The Last Pagans n’en dit mot. Laisser entendre que ces œuvres ne sont que des jeuxérudits et que l’ensemble des convergences qu’elles offrent relève de coïncidencesn’est pas raisonnable : « L’appel au hasard n’est jamais qu’une défaite » disait J. Car-copino. — Quoi qu’en pense A. C., les derniers païens de la fin du IVe s. n’étaient pasdes « philistins » (p. 719). Pour ce dernier (p. 783) seuls une petite douzaine de philo-sophes néoplatoniciens portaient encore au Ve s. l’ultime témoignage de l’ancienpaganisme. Quant au diptyque fameux des Nicomachi-Symmachi, dont j’ai reproduit laseule copie restituant l’état antérieur à sa dégradation en couverture de mon Antiquuserror, il s’agit pour A. C. (p. 716-717) d’un ivoire à signification funéraire, ce que jeveux bien accepter pour partie. Mais le goût de l’auteur pour la polémique le conduit àrejeter violemment la thèse de E. Simon qui voit en cet ivoire la trace d’une influencereligieuse néoplatonicienne. Je renvoie à l’affirmation pour le moins imprudente del’auteur de The Last Pagans (p. 717) assurant que Nicomaque Flavien senior n’avaitjamais eu la moindre connaissance du néoplatonisme. Pour la défense d’A. C. je nepeux que regretter qu’il n’ait pas lu le chapitre de mes Polémiques entre païens et chré-tiens intitulé « Nicomaque Flavien philosophe néoplatonicien » prouvant tout lecontraire. Et puis, last but non least, il faudra bien que le critique anglo-saxon trouveune réplique à la découverte que j’expose dans le chapitre « Nicomaque Flavien et laloi » attestant que l’auteur de l’Histoire Auguste, quand il fait référence dans la Vie dePertinax (7, 2-3) à la loi sur les héritages enregistrée dans les Institutes de Justinien,avait à l’esprit la loi du 23 janvier 389 (code Théodosien 4, 4, 2) et que tout porte àcroire que l’auteur de cette biographie et le rédacteur de la loi en question ne sont qu’uneseule et même personne, le juriste et historien – c’est selon – Nicomaque Flaviensenior. — Mais je ne peux répéter Antiquus error ou mes Polémiques entre païens etchrétiens : c’est plutôt The Last Pagans qui doivent être réécrits. Stéphane RATTI.

Françoise-Hélène MASSA-PAIRAULT, La Gigantomachie de Pergame ou l’image dumonde, Rome, École Française d’Athènes, 2007 (BCH. Supplément, 50), 24 �18,5 cm, XIV-252 p., CVI pl., ISBN 2-86958-201-3.

« Pergame a toujours été à l’horizon de notre recherche » : c’est par cette phraseque Françoise-Hélène Massa-Pairault débute son ouvrage. Et il est vrai que cettespécialiste de l’iconographie antique, actuellement directeur de recherche au C.N.R.S.,a déjà donné plusieurs importantes contributions à l’étude du Grand Autel, en particu-lier un long article consacré à la frise de Télèphe (F.-H. Massa-Pairault, « Examen dela frise de Télèphe » dans Ostraka VII/1-2, 1998, p. 93-157). C’est aujourd’hui à laGigantomachie qu’elle s’intéresse ; et la lecture de son livre, fort érudit, ne laisse guèrede doutes sur le fait qu’il soit né d’une fréquentation assidue des reliefs qui composentce chef-d’œuvre. Des reliefs qui ont été longuement et patiemment scrutés par l’auteur,en quête du sens qu’il convient de leur conférer. Car c’est naturellement là le principalobjectif de son travail : proposer une nouvelle interprétation générale de l’iconographiede cette frise. Inutile d’écrire que l’exercice n’a rien d’aisé – il ne s’agit, après tout, derien moins que d’ordonner le chaos primordial que les sculpteurs ont cherché àtranscrire dans la pierre – puisque se mêlent ici, de manière souvent inextricable, desréférences d’ordre à la fois cosmologique, philosophique et politique ; également inu-tile d’écrire que l’on a déjà bien souvent cherché à résoudre les problèmes qu’il pose.

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Un autre savant français s’y est d’ailleurs récemment essayé : il s’agit de FrançoisQueyrel qui a donné à la collection Antiqua de Picard, deux ans seulement avant la pu -blication de l’ouvrage présentement recensé, une remarquable étude consacrée auxsculptures du Grand Autel (F. Queyrel, L’Autel de Pergame. Images et pouvoir en Grèced’Asie, Paris, 2005). La relative concomitance de ces parutions est-elle le seul fruit deshasards de la recherche et de l’édition ? Ou doit-on voir dans le livre de F.-H. Massa-Pairault une manière de réponse à celui de F. Queyrel, qui exprime des points de vueparfois bien différents ? L’auteur de ce compte rendu ne saurait malheureusement ledire. — Le premier chapitre est intitulé « Complexité de l’Autel de Pergame » (p. 1-28) ; il s’ouvre par l’examen de la manière dont s’insérait le monument dans la villeantique avant de traiter de deux questions depuis longtemps discutées : celle de la fonc-tion du monument et celle de sa datation. Pour ce qui est du premier de ces problèmes,F.-H. Massa-Pairault s’emploie tout d’abord à rejeter l’hypothèse émise par F. Queyrel,à savoir que le Grand Autel et son esplanade auraient fait office à la fois de Dôdé -cathéon et d’Euméneion, c’est-à-dire de sanctuaire consacré conjointement aux DouzeDieux et à Eumène II divinisé : selon elle, en effet, si l’inscription OGIS 332, surlaquelle se fonde une bonne partie du raisonnement de F. Queyrel, témoigne de l’exis-tence, « à une certaine période » (p. 9), d’un culte associant les Olympiens au défuntAttalide, elle ne permet en revanche nullement de déterminer quel était le cadre archi-tectural de ses cérémonies ; si les sources indiquent par ailleurs l’existence d’unEuméneion, il ne paraît pas devoir être identifié au Grand Autel et semble plutôt s’êtretrouvé dans l’un des palais royaux ou à proximité du théâtre. D’après l’auteur, il n’ypas davantage d’éléments en faveur de l’hypothèse selon laquelle il s’agirait d’unPantheion dédié à l’ensemble des dieux, pas plus qu’il n’y a d’arguments pour affirmerque le monument aurait été consacré à Zeus seul ou à Athéna Niképhoros. Ces diversespropositions écartées, il ne lui reste donc plus qu’à proposer sa propre solution, selonlaquelle il s’agirait en réalité d’un édifice érigé en l’honneur de Zeus et d’Héraclès.On manque de place pour résumer ici le raisonnement assez complexe qui lui permetd’arriver à cette conclusion ; raisonnement dans lequel sont invoqués aussi bienPausanias et l’iconographie de la frise de Télèphe que les données archéologiques.Disons toutefois qu’il n’est nullement certain que cette nouvelle théorie, aussi ingé-nieuse soit-elle, emporte l’adhésion : on a beau, par exemple, lire et relire l’épigrammeXVI, 91 de l’Anthologie planudéenne, que l’auteur considère comme « peut-être aussiimportante que l’inscription OGIS 332 » (p. 19), on ne voit pas qu’elle puisse réelle-ment constituer le document décisif et « sans équivoque » (ibid.) permettant à coupsûr de juger de l’identité des divinités dédicataires ; quant au parallèle établi entre lesdeux rochers qui jouxtent les murs de la salle à abside construite antérieurement à l’au-tel et ceux sur lesquels sont assis deux des personnages de la frise de Télèphe – rap-prochement destiné à démontrer que le monument aurait été bâti « sur le lieu mythiquedes enfances de Zeus, là où Télèphe et Augé ont été initiés à un culte royal » (p. 21) –,le moins que l’on puisse dire est qu’il paraît des plus forcés. Ce dernier exemple estparticulièrement intéressant en ce qu’il révèle l’une des principales faiblesses del’ouvrage : s’il n’est pas rare, en effet, que l’auteur invoque quelques arguments solidesà l’appui de ses hypothèses, il opère toutefois trop systématiquement sur le mode del’analogie et du « tout symbolique » pour que ses raisonnements, d’ailleurs souventfort difficiles à suivre, parviennent réellement à convaincre. Le second problème évo-qué dans ce chapitre, celui de la datation, est traité sous la forme d’une annexe, danslaquelle il s’agit là encore de démontrer que F. Queyrel a certainement fait fausse route.Alors que celui-ci est partisan d’une datation basse – dans les années 150 –, F.-H.

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Massa-Pairault défend à l’inverse une datation haute – entre la Paix d’Apamée et lesNiképhoria de 181 –, hypothèse déjà ancienne qui, si elle était avérée, aurait naturel-lement pour conséquence d’invalider définitivement la théorie selon laquelle le GrandAutel serait un Euméneion érigé après la mort du souverain, en 158. En l’absence dedonnées archéologiques à la fois précises et incontestables, il paraît toutefois difficileaujourd’hui de trancher entre les deux positions. — On passe, dans le chapitre suivantintitulé « La Gigantomachie. Problèmes et méthodes d’exégèse » (p. 29-48), au noyaudur de l’ouvrage, à savoir l’interprétation de la frise. F.-H. Massa-Pairault entend ydémontrer que « cette architecture intellectuelle complexe » (p. 32) fait système ; etque ce dernier est inspiré de la vision cosmographique et astronomique du monde – la« sphéropée » – que partageaient les savants de Pergame, au nombre desquels Cratèsde Mallos. Pour cela, elle étudie, de manière préliminaire, un certain nombre de « lieuxsensibles » du monument, en particulier les angles de la frise dans lesquels elle recon-naît l’évocation zodiacale des solstices et des équinoxes. Au sud-est, les constellationsdu Petit Chien et du Grand Chien, associées au solstice d’été, seraient évoquées parles canidés qui accompagnent Artémis et Astérié ; au nord-ouest, un Capricorne repré-senterait le solstice d’hiver ; le solstice de printemps serait quant à lui suggéré « parles forces contraires et s’équilibrant d’Arès et Aphrodite » (p. 37), figurés à l’anglenord-est ; enfin, au sud-ouest, l’aigle jovien placé sur la foudre du Dieu des Dieuxserait suffisamment proche de la représentation du signe zodiacal de la Balance pourque l’on puisse y reconnaître le symbole de l’équinoxe d’automne. Que dire, si ce n’estque ni la méthode ni le raisonnement ne parviennent, une fois encore, à convaincre ?Car il suffit d’ôter une seule pièce à cette savante construction pour qu’elle s’écroule ;et, entre autres objections, on ne voit vraiment pas comment il est possible de trans-former un aigle en balance ou d’être assuré que c’est bien un capricorne qui était figuréà l’angle nord-ouest. Finalement, ce que la lecture de ce chapitre suggère, c’est sansdoute moins que l’iconographie de la frise fait système – ce qui, au demeurant, nousparaît indéniable – que le fait que l’auteur plaque de manière par trop mécanique sonpropre système de pensée à une réalité iconographique complexe. — Dans les troischapitres suivants, F.-H. Massa-Pairault applique les principes d’exégèse ainsi définisà l’examen des frises nord (p. 49-71), sud (p. 73-100) et est (p. 101-121). Elle proposeau passage, outre l’identification d’autres astérismes du Zodiaque tels que le Verseausur la frise nord, de reconsidérer l’identité de quel ques unes des divinités figurées : làoù F. Queyrel reconnaissait par exemple Héphaistos, elle suggère le nom d’Ouranos ;là où Érika Simon (E. Simon, Pergamon und Hesiod, Mayence, 1975) voyait Iris, elleavance celui d’Astraios. La méthode d’identification employée paraît toutefois souventproblématique : elle repose en effet avant tout sur le postulat, très discutable commeon l’a vu, selon lequel c’est l’astronomie qui aurait guidé la disposition des figures ;figures par ailleurs parfois reconnues en s’appuyant sur des documents iconographiquesnettement postérieurs à l’Antiquité – ainsi de ceux invoqués pour identifier la Parthénos(p. 78-80), dans laquelle on reconnaissait jusqu’à présent une figuration soit d’Héméra,soit d’Hypérion, soit de Mnémosyné. — C’est sur un autre terrain que nous amène lechapitre suivant puisqu’il est consacré à la signification politique de la frise (« L’imagepolitique du monde : polémique, satire, doctrine », p. 123-157). Là encore, l’auteurdéfend l’idée qu’il convient d’envisager l’iconographie de la Gigantomachie commeun tout, celle-ci transcrivant de manière symbolique la politique extérieure menée parPergame sous les règnes d’Attale Ier et d’Eumène II. Parmi les nombreuses interpréta-tions proposées, citons, entre autres, le combat de Triton qui évoquerait la victoirenavale d’Attale sur Philippe V de Macédoine au large de l’île de Chios en 201 ou

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encore la lutte entre Zeus et Porphyrion, le « Roi des Géants » selon Pindare (PythiquesVIII, 23-24), qui symboliserait quant à elle l’opposition entre Pergame et la monarchieséleucide des « Grands Rois », thème plus ou moins crypté qui transparaîtrait dansl’ensemble de la frise orientale. Les Lagides ne seraient enfin pas oubliés puisque leGéant-Lion pourrait être « une allusion aux divinités anthropomorphiques égyp-tiennes » (p. 145). De manière plus générale, F.-H. Massa-Pairault cherche égalementà montrer que la Gigantomachie s’insère dans un programme iconographique aux di-mensions finalement bien plus vastes, qui retracerait de manière chronologique plusd’un demi-siècle de l’histoire politique de Pergame : si le combat des Dieux et desGéants reflète en effet « les succès du royaume jusqu’à la paix avec Prousias en 183 »(p. 157), la frise de Télèphe ferait quant à elle référence à des évènements menant desNiképhoria de 181 à la mort d’Apollônis vers 172, tandis que le message allégoriquedes stylopinakia de Cyzique – étudié plus loin dans l’ouvrage – aurait pour terminusprobable la bataille de Pydna en 168. Si cette lecture bien construite est incontestable-ment séduisante – mais encore faut-il, si l’on veut y souscrire, adhérer à l’hypothèsed’une datation haute de l’autel –, force est cependant de constater qu’elle repose fina-lement sur le même mode d’analyse symbolique que son pendant astrologique ; etqu’elle suscite dès lors au moins autant d’objections, tant quant à son principe généralqu’en ce qui concerne les détails. Ainsi, est-il bien raisonnable de reconnaître dans latête du Géant terrassé par Triton un portrait de Philippe V au simple motif qu’ils par-tageraient tous deux un « profil ‘nerveux’, fin [et] incisif » (p. 130) ? Ou encore dansla cuisse transpercée par la foudre de l’un des Géants contre lesquels lutte Zeus, uneallusion à la crainte des Gaulois « que le Ciel leur tombe sur la tête » ? On pourraitsans difficulté multiplier les exemples de ce type. — L’avant-dernier chapitre, intitulé« Gigantomachie, cosmologie, théologie » (p. 159-183), a pour objet de prouver quela frise est une illustration de la philosophie stoïcienne, dans ses aspects tant théolo-giques que cosmologiques et météorologiques. C’est ainsi que chacune des frises estmise en relation avec la doctrine des éléments et que chacune des figures se voit assi-milée à une série de principes régissant l’organisation du cosmos : Zeus est présenté,par exemple, non seulement comme « l’âme du Tout, la raison qui gouverne le tout »,mais aussi comme « l’air qui entoure et domine la terre » (p. 171) ; Aphrodite est vue,quant à elle, comme celle « qui engendre en donnant le plaisir et qui est aussi le puis-sant principe de conjonction et de synapse, non seulement des semences génératives,mais aussi des éléments eau et feu » (p. 169). Inutile d’écrire que l’exégèse atteint iciun haut niveau d’abstraction, que n’étaye plus guère l’examen de la frise, qui devraitpourtant théoriquement en être le support. Le dernier chapitre du livre (p. 185-205)consiste enfin en une comparaison entre l’iconographie des stylopinakia du templed’Apollon à Cyzique – dont F.-H. Massa-Pairault avait entrepris l’étude dans sa thèsed’État soutenue en 1983 – et celle de la Gigantomachie de Pergame, qui se laisseraienttoutes deux lire suivant une grille de lecture astrologique. — Il n’est pas utile de revenirsur les principaux reproches que nous avons adressés à cet ouvrage dans le courant dece compte rendu ; contentons nous simplement de conclure en écrivant que la belleérudition de F.-H. Massa-Pairault paraît finalement un peu vaine, au sens où il n’estabsolument pas certain qu’elle nous permette de mieux comprendre le Grand Autel dePergame : elle est effet trop souvent mise au service d’un parti pris méthodologiquequi ignore souverainement la prudence et consiste à chercher dans les images uneconfirmation des systèmes d’interprétation fort abstraits élaborés par l’auteur, cela aurisque de l’approximation, voire de l’invraisemblance. Ajoutons également que l’ou-vrage est, d’un point de vue éditorial, de belle qualité, ainsi qu’en témoigne sa trèsriche iconographie. Jean-Noël CASTORIO.