Jorge López Quiroga: Más allá de las 'villae'. Otras formas de ocupación rural en 'Hispania'...

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CAPITULO II Más allá de las villae. Otras formas de ocupación rural. II. 1. La arquitectura doméstica en madera y o mixta (piedra/madera). Más allá de las grandes residencias edificadas en la pars urbana de las villae y de las transformaciones que conducen inexorablemente a su final como centros de explotación y gestión del territorio en el medio rural tardo-antiguo, la investigación arqueológica ha permitido, ya desde hace unos años, constatar la existencia de múltiples y variadas tipologías de estructuras habitacionales que poco o nada tienen que ver con aquellas tanto funcional como arquitecturalmente. En efecto, el estudio sobre el hábitat rural (entendiendo como tal tanto las edificaciones destinadas a vivienda como a otro tipo instalaciones dedicadas a actividades productivas o de almacenamiento de alimentos) en materiales perecederos (arquitectura doméstica en tierra y/o madera, Fig. 23, combinada con técnicas mixtas piedra y/o madera) en el contexto historiográfico europeo ha dado un giro radical en los últimos quince años (BROGIOLO, 1994, 1996; VALENTI, 1996; FRANCOVICH-HODGES, 2003, HAMEROW, 2002; AUGENTI, 2004; CHRISTIE, 2004; WICKHAM, 2005). Este salto cualitativo y cuantitativo, que como veremos empieza a ser una realidad también en la Península Ibérica, se ha llevado a cabo en un ámbito geográfico concreto y tiene actualmente dos escenarios fundamentales: Francia e Italia. En estos dos países, y debido a circunstancias diversas, el número de excavaciones y de publicaciones sobre el hábitat y poblamiento rural tardo-antiguo y alto-medieval ha ido aumentando a ritmo vertiginoso desde mediados de los ochenta (PEYTREMANN, 2003; PERIN, 2004; BROGIOLO, 1996; FRANCOVICH-HODGES, 2003). Este auténtico vuelco en el panorama historiográfico ha permitido el planteamiento de una serie de problemáticas hasta ese momento ajenas, debido a la ausencia de información arqueológica al respecto, a la investigación sobre la transición entre la Antigüedad y la Edad Media (FRANCOVICH- HODGES, 2003; CHRISTIE, 2004; WICKHAM, 2005).

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CAPITULO II

Más allá de las villae. Otras formas de ocupación rural.

II. 1. La arquitectura doméstica en madera y o mixta (piedra/madera).

Más allá de las grandes residencias edificadas en la pars urbana de las villae y de las transformaciones que conducen inexorablemente a su final como centros de explotación y gestión del territorio en el medio rural tardo-antiguo, la investigación arqueológica ha permitido, ya desde hace unos años, constatar la existencia de múltiples y variadas tipologías de estructuras habitacionales que poco o nada tienen que ver con aquellas tanto funcional como arquitecturalmente.

En efecto, el estudio sobre el hábitat rural (entendiendo como tal tanto las edificaciones destinadas a vivienda como a otro tipo instalaciones dedicadas a actividades productivas o de almacenamiento de alimentos) en materiales perecederos (arquitectura doméstica en tierra y/o madera, Fig. 23, combinada con técnicas mixtas piedra y/o madera) en el contexto historiográfico europeo ha dado un giro radical en los últimos quince años (BROGIOLO, 1994, 1996; VALENTI, 1996; FRANCOVICH-HODGES, 2003, HAMEROW, 2002; AUGENTI, 2004; CHRISTIE, 2004; WICKHAM, 2005).

Este salto cualitativo y cuantitativo, que como veremos empieza a ser una realidad también en la Península Ibérica, se ha llevado a cabo en un ámbito geográfico concreto y tiene actualmente dos escenarios fundamentales: Francia e Italia. En estos dos países, y debido a circunstancias diversas, el número de excavaciones y de publicaciones sobre el hábitat y poblamiento rural tardo-antiguo y alto-medieval ha ido aumentando a ritmo vertiginoso desde mediados de los ochenta (PEYTREMANN, 2003; PERIN, 2004; BROGIOLO, 1996; FRANCOVICH-HODGES, 2003).

Este auténtico vuelco en el panorama historiográfico ha permitido el planteamiento de una serie de problemáticas hasta ese momento ajenas, debido a la ausencia de información arqueológica al respecto, a la investigación sobre la transición entre la Antigüedad y la Edad Media (FRANCOVICH-HODGES, 2003; CHRISTIE, 2004; WICKHAM, 2005).

   

La influencia de las propuestas interpretativas realizadas para el norte y centro de Europa a partir de las excavaciones efectuadas en yacimientos convertidos ya en clásicos de la Arqueología Medieval europea en países como Italia o Francia ha favorecido el conocimiento de estructuras habitacionales, formas de ocupación y tipologías de hábitat que plantean cuestiones y, especialmente, interpretaciones diversas y divergentes sobre la siempre esquiva cuestión de la ruptura o la continuidad en la evolución del poblamiento rural a lo largo de la tardo-antigüedad y la alta Edad Media (HAMEROW, 2002).

Fig. 23. Reconstrucción de un edificio de ‘fondo de cabaña’ (sunken-featured Building, Grubenhaus o fond de cabanne) (HEIDINGA-OFFENBURG, 1992, 61)

Uno de los problemas más apasionantes y centrales en el estudio del hábitat rural tardo-antiguo y alto-medieval en Europa Occidental ha girado entorno a la individualización, a partir de una metodología de excavación muy depurada (Fig. 24), de viviendas y edificaciones diversas construidas con materiales perecederos (tierra y madera: Fig. 23) que configuran asentamientos/establecimientos rurales de carácter polinuclear y dotados de gran dinamismo tanto en el espacio como en el tiempo (STEUER, 1989; HOEPER, 1994, 2001; VALENTI, 1996; LORREN-PERIN, 1995; HAMEROW, 2002; PEYTREMANN, 2003; PERIN, 2004).

   

Fig. 24. Estructura en negativo de una unidad habitacional de planta circular en madera (Castillo de Miranduolo, Toscana, Italia) (VALENTI et al., 2004)

II.2. El hábitat rural en Occidente bajo el prisma de las compilaciones legislativas germánicas.

Antes de proceder a una visión sintética del largo camino recorrido hasta el presente en el conocimiento de este tipo de edilicia en materiales perecederos en el ámbito europeo, es conveniente que nos detengamos un momento en la visión que las fuentes escritas, siempre ambiguas y escasas, nos transmiten sobre este tipo de unidades habitacionales. En los textos tardo-antiguos (y también en los alto-medievales) la madera aparece como un material de construcción característico de la edilicia de tipo residencial tanto en ámbito urbano como rural en el Occidente europeo, ya sea para la construcción de las paredes y de los elementos arquitectónicos accesorios como para la cobertura de los techos de este tipo de edificaciones.

Las colecciones legislativas correspondientes a los siglos IV al VIII (visigodos: ss. V-VII; Burgundios: ss. V-VI; Francos: ss. V-IX; Alamanes: ss. VII-VIII; Longobardos: ss. VII-VIII; Bávaros: s. VIII), en un momento de sistematización del Derecho Romano y de las formulaciones jurídicas de los pueblos ‘’germánicos’ (fusión del ius communis y del derecho consuetudinario), muestran de forma bastante homogénea la existencia de una economía silvícola y pastoril predominante en el Occidente europeo post-romano. En este sentido, resulta lógico pensar que el paisaje de amplias masas forestales constituía un marco de referencia fundamental para la vida cotidiana y la sociedad de los pueblos ‘germánicos’, en un contexto habitacional eminentemente rural, que sin duda influiría en sus tradiciones constructivas y arquitectónicas. Así, la madera aparece en las compilaciones jurídicas

   

germánicas como un material de construcción de primer orden, con un desarrollo considerable de las técnicas ligadas a la carpintería, indicando la presencia de artesanos especializados y de productos lígneos vinculados a una producción de tipo artesanal.

Fig. 25. Reconstrucción de un edificio rectangular construido con tierra y madera (Castello de Miranduollo, Toscana) (VALENTI, 2004).

La colección legislativa visigoda está conformada por textos de tipo legislativo, máxime en un periodo en el que se produjo una revisión y sistematización del derecho romano (Codex Theodosianus y Corpus Iuris Civilis justinianeo) para adaptarlo/reformularlo en el marco del sistema jurídico germánico. En lo referente a Hispania la información que nos interesa es la recogida en las Leges Visigothorum (M. G. H., Leges Visigothorum, ed. K. Zeumer) entre los siglos V y VIII. Los Godos se sitúan entre las primeras gentes ‘germánicas’ que promulgaron una legislación ad hoc para su regnum. Nos estamos refiriendo al intento de Eurico (466-485) de unificar el derecho romano y el consuetudinario germánico en las Leges Antiquae. Aunque es a Alarico II (485-507), el derrotado en Vouillé por los Francos de Clovis, a quién debemos la Lex Romana Wisigothorum promulgada en el 506, también conocida, en honor al monarca en cuestión, como Breviarium Alarici o Breviarium alaricanum. Otros soberanos Godos realizaron intentos de unificación de tipo legislativo como es el caso de Leovigildo (568-586) y Chindasvinto (642-653), que culminaron en época de Recesvinto (653-672) con la promulgación de la exitosa Lex Wisigothorum, también conocida como Forum iudiciorum o Fuero Juzgo en el 654. Algunos monarcas de finales del siglo VII (como Ervigio, Egica o Vitiza) efectuaron algunos añadidos, las Novellae, sin modificar sustancialmente el texto de Recesvinto.

   

La lectura de la colección legislativa goda permite deducir que estamos ante la presencia de un pueblo muy vinculado a un estilo de vida eminentemente rural. Las leyes insisten en la salvaguarda y protección de los bosques, especialmente de glandiferae, con multas muy gravosas para aquellos que talen árboles e incendien bosques, de lo que se deduce la importancia que tenía la madera y el uso que de la misma se hacía, incluso como material de construcción (Lex Wisigothorum, X, 1, 9; VIII, 2, 2; VIII, 3, 4; VIII, 5, 1; VIII, 5, 2 y VIII, 5, 3). En la Lex Romana Wisigothorum hay normas específicas sobre De operibus publicis y De aquaeductu (Lex Romana Wisigothorum, XV, 1, 2). Respecto a las ‘obras públicas’, se retoman las leyes del emperador Juliano sobre la construcción de domos in locis publicis y la de los emperadores Arcadio y Honorio sobre las reparaciones y mantenimiento en óptimo estado de las murallas y las termas públicas. En el caso de los acueductos, se procede a una reformulación de las leyes de Arcadio y Honorio para que se cuide especialmente la llegada de agua a la ciudad, los huertos y los jardines. La Lex Wisigothorum hace referencia también al paisaje habitado en el medio rural, sancionando duramente los daños provocados a los appiaria (Lex Wisigothorum, VIII, 6, 2). Respecto a los materiales con los que se construirían las viviendas y otras edificaciones anexas, la legislación goda, a diferencia de otras compilaciones germánicas en Occidente, es muy parca en informaciones. En efecto, las domus y habitaciones son señaladas tan sólo como núcleos cerrados, clausurae. La legislación que hace referencia a los daños causados a las estructuras que delimitaban campos, huertos, viñedos y núcleos de habitación (sepes construidas en madera y propiamente palos), insiste en que aquellas no debían ser alteradas o incendiadas bajo pena de multas bastante elevadas para los que cometieran tales actos (Lex Wisigothorum, VIII, 3, 6; VIII, 3, 13; X, 1, 13)

En definitiva, una legislación muy genérica y ambigua, como es habitual en los textos de este tipo, que, no obstante, nos habla de un uso importante del bosque y de su explotación, no sólo económica sino, especialmente, como reserva muy valorada para material de construcción en viviendas y delimitación de las áreas habitadas en medio rural. Por ejemplo, en las Leyes burgundias (Lex Gundobada o Liber Constitutionum), hacia finales del siglo V (luego las Novellae hacia el 517 y la Lex Romana Burgundionum, del 515-516) se contemplan elevadas penas pecuniarias para los homicidas de artesanos especializados en el trabajo de la madera (carpentarius), síntoma del valor e importancia de este tipo de actividad. En la legislación burgundia el bosque (silva) es considerado una reserva importantísima de materias primas, siendo

   

el disfrute de los espacios incultos (saltus) un derecho de todos, pudiendo utilizar la masa forestal a voluntad (incidendi ligna ad usos suos) con excepción de los árboles frutales, pinos y abetos (arboribus fructiferis, pinis et abietibus) porque podían servir precisamente como material de construcción (empalizadas, paredes y techos de las viviendas).

La importancia de la madera se observa igualmente por las normas consagradas a los incendios de los bosques en todas las compilaciones legislativas germánicas. Este tipo de normas nos hablan de una sociedad silvo-pastoral orientada a la agricultura, en la que se protege de forma estricta el cercado de los huertos, viñedos, de los cultivos, del pasto y del núcleo habitacional como centro de la curtis, mediante clausurae delimitadas por sepes construidas con palos (singulos palos).

Las Leyes de los Francos (Lex Salica y Lex Ripuaria, de finales del V y la primera mitad del siglo VI respectivamente) disponían diversas rúbricas dedicadas a las penas que correspondían a aquellos que incendiaban los bosques o robaban la madera, indicando específicamente que servían como materia/materiamen a usos diversos y, sobre todo, a la construcción. La economía silvo-pastoril y la presencia de núcleos habitados cercados (así como los espacios de uso y explotación agrícola), se deducen por esa importancia del bosque, de la madera y de los instrumentos necesarios para su manipulación como, por ejemplo, la sierra, imponiendo una pena de hasta 45 sueldos a aquellos que la robasen. La curte configura el núcleo de poblamiento, incluyendo diversos espacios que son claramente delimitados por estructuras en madera.

En las Leyes de los Alamanes (Pactus Alamannorum 584-629/613-622 y Lex Alamannorum 712-725), observamos la misma preocupación por los espacios incultos y una actividad económica de tipo silvo-pastoril. Hay numerosas normas dedicadas a la protección de los núcleos de poblamiento, especialmente de los incendios, por lo que se deduce la frecuencia de este hecho. La terminología respecto a los espacios de uso habitacional o anexos al mismo es rica y variada respecto a otras compilaciones legislativas germánicas. Por ejemplo, por el incendio de una domus y una sala se pagaban 40 sueldos; de una domus infla curte y de la scura (establo), granea (graneros), y cellaria (tiendas), spicarium (almacén de cereales), se pagaban 12 sueldos, además de ordenarse la reconstrucción de las partes dañadas. Si se trata de una stuba, de un olivo o de una porcadita domus, se castiga con 3 sueldos. La

   

imagen que obtenemos es la de un hábitat tipo curtes, probablemente cercado, con edificios diversos anexos de uso polivalente.

En las Leyes de los Longobardos (Edictus Langobardorum) también el bosque (silva) constituía un elemento importante que era necesario proteger, como así lo indica el apartado 300 del Edicto de Rotario: De arboribus: Si quis rovore aut cerrum, seu Quercus quod est modola, ciclo quod est fagia, infla agrum alienum aut culturam seu clausuram, vicinos ad vicinum inciderit, conponat per arborem tremisses duos. Nam itinerans homo si propter utilitatem suam foris clausuram capellaverit non sit culpabilis. En el apartado 301 del mismo Edicto longobardo se indica: Si quis castanea, nuce, pero aut melum inciderit, conponat solido uno; y en la 302: De olivam: Si quis olivo capellaverit aut succiderit, conponat solidos tres. Se observa una verdadera jerarquía entre las diferentes especies arbóreas, estando a la cabeza, lógicamente, las que poseían un aprovechamiento de tipo alimentario. La legislación longobarda habla expresamente de la madera como material de construcción en el apartado 282 del Edicto de Rotario: Si quis de casa erecta lignum quodlibet aut scandolam furaverit debería pagar 6 solidi; en el apartado 283 se dice Si quis de lignamen adunatum in curte aut in platea ad casam faciendam furaverit pagaría igualmente 6 sueldos, mientras que in silva dispersum fuerit et furaverit, conponat in actogild. En otros apartados del mismo Edicto se menciona en varias ocasiones a la madera (lignamen) como un elemento muy importante en relación a las estructuras de tipo habitacional y edificios a ellas asociados.

   

Fig. 26. Evolución comparativa de edificios en madera para el norte de Alemania, Holanda e Inglaterra, entre los siglos IV y VII: (A) Feddersen Wierde, casa 14; (B) Flögen, casa 2; (C) Wijster, casa 14; (D) Chalton, casa AZI; (E) Thirlings, edificio A; (F) Thirlings, edificio L (Hamerow, 2002, 20)

En la compilación que recoge las Leyes Bávaras (Lex Baiuwariorum, compilada entre el 744 y el 749) se aprecia una idéntica importancia del bosque como fuente de materia prima para la construcción, contemplando penas pecuniarias muy graves para los que incendiasen los bosques o las casas. Hay incluso una serie de normas específicas aplicadas en diferente importancia cuantitativa a las diversas partes constitutivas de una vivienda en madera, lo que constituye un precioso documento indirecto de la tipología arquitectónica y de los tipos de materiales empleados en la construcción de la misma. Se hace referencia a troncos para columnas, travesaños (trabibus/spangas) y ejes de madera (asseres), que sustentaban la estructura de la vivienda (Leges Baiuwariorum, M. G. H., Leges, V, X, VII-XIV). Son especialmente significativas las normas dedicadas a los coloni y servi que trabajaban en las propiedades eclesiásticas, puesto que se prevé la construcción a proximidad de la vivienda

   

del dominus de calcefurnia, para la producción de cal, que debe ser elaborada con ligna aut petras. Observamos, además, la existencia de un especial cuidado en la protección de los núcleos habitacionales de tipo unifamiliar protegidos por clausura, hablándose de domum et cetera aedificia sepis concludere. Estos hábitat se ubicaban en una curtis, el núcleo de poblamiento en su conjunto, añadiéndose a la vivienda principal (domus habitatione) otros edificios anexos (aedificia): el fenile, la granicam (almacén de cereales), el tuninum (establo), el granario, el balnearius, la pistoria (para fabricar el pan), la coquina (cocina), la scuria (establo en general o sólo para los caballos), éstos últimos edificios asociados sólo a viviendas pertenecientes al dominus. En las leyes de los Bávaros, el capítulo X habla expresamente de la tipología de los edificios y de su estructura material: De incendio domorum et eorum compositione (de columna columnas -aquella que sostiene el techo de la vivienda-; de angulari columna interiori -la columna angular interna de una vivienda-; de exteriores ordinis columnas -la columna angular externa-; de ceteris huius ordinis columnas -el resto de las columnas de la vivienda-; de trabibus -los travesaños-; de spangis quae parietes continent -los travesaños externos que sustentan las paredes del conjunto de la vivienda-). Se describe, por lo tanto, un edificio con columna central sustentando el techo, cuatro columnas angulares externas e internas, y tejado a cuatro vertientes; siendo sus muros internos y externos construidos con palos unidos con travesaños.

La lectura de las diversas colecciones legales del derecho germánico en sus reformulaciones de los siglos IV al VIII, parece indicar un uso masivo de la madera como material empleado en la edilicia residencial para el conjunto del Occidente europeo, aunque sea preciso subrayar que el uso de este tipo de material para la construcción de viviendas y otros espacios anexos no constituía una novedad introducida por los diversos pueblos germánicos, como se evidencia en las excavaciones efectuadas en los últimos años.

   

II.3. Arqueología del hábitat rural en la Península Ibérica (siglos V-X).

II.3.1.La arquitectura doméstica en madera y/o mixta (piedra/madera).

Para la Península Ibérica, uno de los territorios mejor conocidos actualmente es el que se corresponde con el área de la antigua Carpetania, en la Meseta Central castellana. En efecto, la realidad arqueológica en el centro de la Península y concretamente las informaciones que nos proporcionan las numerosas excavaciones realizadas en los últimos quince años en la Comunidad Autónoma de Madrid y zonas aledañas, proporciona ya datos lo suficientemente sólidos y contrastados como para cotejarlos con las propuestas interpretativas conocidas para otras zonas de Europa Occidental.

En una primera aproximación a la geografía de la zona centro, se observan dos áreas claramente diferenciadas. Por un lado tenemos la zona de sierra, con un relieve mucho más marcado. Arqueológicamente se conocen algunos pasos de época romana, aunque siempre se ha considerado una zona escasamente poblada hasta la expansión de los reinos cristianos hacia el sur. El carácter del terreno no favorece la práctica de la agricultura por lo que, aún en la actualidad, en esta zona se practica principalmente la ganadería.

Por otra parte, encontramos una llanura surcada por diversos cursos de agua. Esta zona es mucho más amplia que la anterior, y su suave relieve, la mayor facilidad de las comunicaciones, y la fertilidad de las zonas de vega la convierten en un área poblada desde antiguo. Los patrones de asentamiento han ido variando, configurándose ya en época romana una red de poblamiento asociada a los cursos de agua que se mantiene en época hispano-visigoda. Estos asentamientos tienen una orientación eminentemente agrícola, aprovechando las zonas de vega.

El más conocido de los asentamientos de la zona de llanura, y ejemplo paradigmático de este proceso de transformación de los asentamientos, es el de Gózquez de Arriba (San Martín de la Vega) (VIGIL ESCALERA, 2000, 2006; CONTRERAS-FERNÁNDEZ, 2006) (Fig. 27). En este lugar se ha documentado un tipo de asentamiento diseminado a lo largo de una serie de pequeños cerros y laderas suaves que descienden hasta la orilla meridional del arroyo de Gózquez. Se le atribuye una cronología de principios del s. VI a finales del S. VIII.

   

Fig. 27: Planta de conjunto del asentamiento de Gózquez (San Martín de la Vega) (CONTRERAS-FERNÁNDEZ, 2006)

Los diferentes tipos de estructuras identificadas son los siguientes: cabañas semi-excavadas en el terreno, silos, pozos, enterramientos, estructuras de carácter lineal que parecen delimitaciones parcelarias de diversas épocas. Todas las cabañas documentadas se encuadran en dos tipos fundamentales: por un lado las de formato cuadrangular, y por otro las de planta más o menos ovalada (Fig. 28 y 29). Las cabañas más profundas son siempre curvilíneas. En el caso de las ovaladas es muy habitual su asociación a contenedores y a hornos, aunque también aparecen exentas. Las de tipo cuadrangular presentan frecuentemente asociaciones a hornos. La datación antes comentada se divide en cuatro periodos de ocupación: primera mitad del s. VI; segunda mitad del s. VI; primera mitad s. VII; segunda mitad s. VII-s. VIII. Estos distintos periodos representan diferentes variaciones en el ajuar cerámico.

El yacimiento de Gózquez de Arriba es tipológicamente un asentamiento rural abierto con un modelo de organización espacial dispersa hacia el interior. El espacio ocupado por estructuras formando agrupaciones alterna con amplios sectores vacíos, posiblemente destinados a determinadas actividades cuyo rastro no ha pervivido. Las nuevas construcciones que se fueron añadiendo se insertan en la disposición original procurando rellenar huecos a la vez que se evita interferir con estructuras amortizadas anteriormente. Podría tratarse de un modelo familiar de ocupación. La presencia en la zona alta de la ladera de un único edificio de planta compleja, y su asociación y contemporaneidad con un

   

lagar o prensa, podría indicar la existencia de una administración jerárquica, de no tratarse de una estructura de uso comunal. Los sistemas de almacenamiento se concentran en determinadas zonas o se agrupan en hileras que permiten una vigilancia o sistema de control colectivo o familiar. Su presencia indica la estabilidad de la población y su fijación al territorio.

Fig. 28. Vivienda del asentamiento de Gózquez (San Martín de la Vega) (VIGIL ESCALERA, 2005)

Fig. 29. Planta de una unidad habitacional del asentamiento de Gózquez (San Martín de la Vega) (VIGIL ESCALERA, 2005

   

Uno de los hábitat más significativos que nos ha deparado la actividad arqueológica en la meseta central es el de ‘El Pelícano’ (Arroyomolinos), en el que es posible observar una movilidad y estacionalidad de las estructuras habitacionales en torno a un curso de agua en el marco de una o dos generaciones. Así se detecta, con relativa nitidez, en la denominada cabaña A10 (en el sector 1 A de ‘El Pelícano’), fechada entre el segundo y el tercer cuarto del siglo VI, una verdadera célula familiar rural configurada por una vivienda a la que se anexionan cinco silos y un pozo. Lo relevante en esta unidad familiar es el carácter estacional de la ocupación, amortizándose ésta y desplazándose tanto el área habitacional como las estructuras y edificaciones anexas, como lo pone de manifiesto la escasez y homogeneidad crono-espacial de residuos domésticos generados.

El yacimiento de ‘Prado de los Galápagos’ (Fig. 30) se divide en dos sectores, la zona A compuesta por una villa reocupada en época tardo-antigua, y la zona B que se ocupa por primera vez a partir del s. VI (SÁNCHEZ-GALINDO-RECIO, 2006). En un primer momento se documentan únicamente pequeños silos aislados, pozos y algunas zanjas longitudinales. Ya dentro de la fase siguiente se documentan varios espacios habitacionales y de almacenamiento y obtención de recursos. En total se han identificado siete cabañas, además de algunos pozos de planta circular excavados en el terreno natural y silos de sección cilíndrica situados en concentraciones cercanas a los lugares de habitación. A final de esta fase se construye un edificio con zócalos de piedra, de unos 230 m2, que amortiza otras cabañas de esta misma fase. El edificio se distribuye en seis espacios interiores y un patio exterior empedrado con cantos de unos 100 m2. Los derrumbes de tejas asociados a esta construcción revelan que las tejas empleadas son distintas a las documentadas en momentos anteriores, por lo que son producciones específicas para este edificio. La construcción se llevaría a cabo a finales del primer tercio del s. VII y se arruinaría a finales de la centuria, y supone la amortización de unas ocho cabañas irregulares, cuadrangulares y una circular. Otro dato bastante interesante es que esta intervención ha permitido documentar una necrópolis hispano-visigoda de inhumación relacionada con el asentamiento descrito. La interpretación de este yacimiento es la de un hábitat rural que sigue un modelo de agrupación de unidades familiares, con estructuras de carácter estable como la villa o el nuevo edificio, y otras de menor estabilidad como son las cabañas. Se trataría de un conjunto de granjas con una economía agropecuaria.

   

Fig. 30: Zona B del yacimiento de ‘Prado de los Galápagos’ (SÁNCHEZ-GALINDO-RECIO, 2006)

Los yacimientos de ‘La Huelga’ y ‘El Malecón’ (Fig. 31) se sitúan también asociados al cauce del río Jarama. Ambos yacimientos se localizan en el límite oriental del municipio de Madrid, colindante con el de Paracuellos del Jarama (Rodríguez, De Juana, 2006). Las estructuras de época visigoda documentadas consisten en cabañas semi-excavadas a las que se asocian espacialmente silos y otras cubetas de escasa profundidad, que podrían ser silos muy arrasados, además de algunos pozos. Los conjuntos cerámicos procedentes de las estructuras de esta etapa, remiten a un intervalo temporal que abarca prácticamente todo el siglo VI, con una prolongación del asentamiento hasta el siglo VIII, teniendo en cuenta principalmente los materiales de ‘El Malecón’, donde esta fase se halla mejor documentada que en ‘La Huelga’. Los materiales adscritos a la fase de ocupación post-visigoda son extremadamente similares a los de la primera, si bien desaparecen los cuencos carenados, y se aprecia un aumento en la producción a torneta, junto a la aparición de nuevas producciones a torno rápido. Para esta fase se supone una cronología desde mediados del s. VIII hasta mediados del S. IX.

   

Fig. 31: Yacimientos de ‘La Huelga’ y ‘El Malecón’ (RODRÍGUEZ-DEJUANA, 2006)

De nuevo en el área de la vega del Jarama se localiza el conjunto arqueológico de ‘El Guijo’ y ‘El Bajo del Cercado’ (REDONDO-DUMAS-SÁNCHEZ GALINDO, 2006) (Fig. 32), entre los términos de Madrid y Alcobendas. Los trabajos arqueológicos se han desarrollado sobre dos sectores de un yacimiento extenso que cuenta con varias fases de ocupación. Las estructuras documentadas están excavadas en el terreno, diferenciándose distintos tipos: habitacionales, de almacenaje/basureros, pozo para extracción de agua. Sus excavadores le atribuyen una cronología de finales del s. V hasta mediados o finales del s. VII. Un momento anterior a este asentamiento está representado por un horno cerámico de época romana (s. I d.C.), que podría corresponder a la zona productiva de la cercana villa de ‘El Rasillo’.

   

Fig. 32: Yacimiento de ‘El Guijo’ y ‘El Bajo del Cercado’ (REDONDO, DUMAS, SÁNCHEZ, GALINDO, 2006)

En la zona de confluencia del arroyo de ‘La Recomba’ o ‘Culebro’ con el arroyo de ‘Canto Echado’ se ubica el yacimiento de ‘La Recomba’ (Fig. 33) en el término municipal de Leganés (PENEDO-SANGUINO, 2006). Este sitio arqueológico engloba una serie de asentamientos de carácter rural dispersos interpretados como núcleos familiares. Se han definido un total de cinco emplazamientos de cronología visigoda, situados en lomas y cerros de ambas vertientes de arroyo de ‘La Recomba’ o ‘Culebro’, cuyos límites estarían constituidos por los campos de labor existentes entre unos y otros. En cada uno de los enclaves se han identificado una gran cantidad de estructuras arqueológicas, por lo que sólo se excavaron aquellas que iban a ser directamente afectadas por las obras de urbanización de la zona. Los tipos de estructuras identificados son los siguientes:

   

- Pequeñas cubetas utilizadas como hogares con distintos niveles de uso.

- Silos de almacenamiento de diversa tipología.

- Estructuras lineales tipo canalización-zanja de drenaje, con caída hacia el Culebro.

- Pozos o estructuras de captación de recursos hídricos.

- Cabañas, consistentes tanto en estructuras residenciales como otras asociadas a ellas de diversa tipología.

- Una tumba, de tipo cista.

- Estructuras de combustión-hornos.

Fig. 33: Vista aérea del conjunto arqueológico de ‘La Recomba’ (PENEDO-SANGUINO, 2006)

   

Otro yacimiento similar se localizó en el cercano municipio de Ciempozuelos, denominado ‘Buzanca 2’ (PENEDO, 2004a, 2004b, 2006; PENEDO-OÑATE- SANGUINO, 2003) (Fig. 34). Se encuentra muy próximo al arroyo de la Cañada, importante pasillo de comunicación entre la vega del Jarama y la mesa de Madrid. Las labores arqueológicas realizadas han consistido en la excavación de dos de los focos principales de ocupación, con un total de 306 contextos estructurales, estructuras que están excavadas total o parcialmente en el sustrato geológico. Se han registrado los siguientes tipos de estructuras:

- Cubetas utilizadas como hogares con distintos niveles de uso.

- Pequeños hoyos excavados en el nivel geológico en forma de cono invertido, que presentan una preparación previa de las paredes a base de argamasa de yeso, y cuya funcionalidad aún nos es desconocida.

- Estructuras de almacenaje (silos) con distinta morfología. Gran número de ellos presentan una preparación previa de las paredes. Además se han documentado dos inhumaciones en uno de ellos.

- Estructuras de carácter residencial semi-excavadas en el sustrato geológico que presentan diversidad de plantas, algunas incluso tienen asociadas estructuras auxiliares.

- Hornos de planta ovalada de pequeño tamaño.

‘Buzanca 2’ se interpreta como un poblado grande y estable, con una cronología entre los siglos V y VI.

   

Fig. 34: Planta de conjunto de los yacimientos de ‘Buzanca 1 y 2’ (PENEDO, 2006)

En el término de Pinto, junto al arroyo de ‘Cacera del Valle’, tributario del Culebro, se encuentra el yacimiento de ‘La Indiana’ (Fig. 35) (VIGIL-ESCALERA, 1997; MORÍN et alii, 1997). Los restos identificados consisten en una explotación agrícola con una cronología de los siglos I y II d.C. Posteriormente se constata una nueva fase de ocupación a partir del s. V. En el que sus excavadores han denominado Sector Este se han recuperado materiales cerámicos datables a lo largo de los siglos VI y VII, asociados a una serie de silos de gran tamaño, un pozo aljibe y una pequeña cabaña de planta casi cuadrada con dos postes en los extremos de su eje. Se le adosan un silo y otra estructura de habitación de planta subrectangular algo mayor que la anterior y también con postes. Una segunda fase se extiende a lo largo de los siglos VIII y IX, y viene a ser una continuación de la anterior. La cerámica encontrada es muy similar a la de la fase precedente, y se asocia a una alineación de pozos en dirección este-oeste, así como otra alineación de cabañas semi-excavadas, ovaladas o rectangulares, en dirección norte-sur, y una gran concentración de silos de mediano tamaño, algunos de ellos con refuerzos de piedra. La tercera fase se sitúa entre finales del s. IX y mediados

   

del s. X, y está representada por cabañas ovaladas semi-excavadas en el terreno, silos relativamente dispersos y estructuras de enterramiento, además de constatarse la presencia de vajillas de aspecto islámico. La ubicación de los silos de almacenaje sufre una evolución a lo largo de las distintas fases de ocupación en época tardía y alto-medieval. Así, en la primera fase los silos tienen una mayor capacidad y aparecen alineados, en la segunda fase se observa una concentración de los mismos, y en la tercera una cierta dispersión.

En las cercanías de este yacimiento, otra intervención arqueológica de urgencia permitió documentar un yacimiento denominado ‘La Indiana-Barrio del Prado’ (Fig. 34), en el que se ha localizado una necrópolis de cronología hispano-visigoda, y una posterior fase de época islámica consistente en un campo de silos.

Fig. 35: Planta de la intervención arqueológica realizada en ‘La Indiana’ (VIGIL-ESCALERA, 1997)

En Leganés, en una loma que domina el cauce del Culebro, se enclavan los yacimientos B y D de ‘Arroyo Culebro’ (PENEDO-MORÍN-BARROSO, 2002; BARROSO- MORÍN, 2002) (Fig. 36 y 37). En el yacimiento B (margen izquierda) se documentó un campo de silos, mientras que en los sectores A y B del yacimiento D (margen derecha) se han localizado una serie de cabañas. La primera fase del yacimiento B (Fig. 37) la componen un conjunto de silos de almacenaje de cronología alto-imperial que se fueron colmatando de forma natural. Ya en los siglos VI y VII, esta zona será de nuevo utilizada para la construcción de silos excavados en la tierra, en este caso rellenados

   

artificialmente con vertidos producto del desescombro de un hábitat de cronología hispano-visigoda. Los excavadores del yacimiento han propuesto la posibilidad de que se produjera un final traumático del uso de este espacio, debido a la presencia de inhumaciones en silos y a la documentación de restos de bóvidos en conexión anatómica. Cabría destacar la presencia de industria lítica en los silos de cronología hispano-visigoda.

Fig. 36: Planta Vista de una de las estructuras del yacimiento D de ‘Arroyo Culebro’ (PENEDO-MORÍN-BARROSO, 2002)

El yacimiento D (Fig. 36) fue ocupado en la Edad del Hierro, produciéndose un hiato hasta época hispano-visigoda. Se han excavado cinco unidades de habitación correspondientes a ese segundo momento de ocupación, de las que se conservaban los derrumbes de las techumbres de teja, y los suelos de forma parcial. La ausencia de restos de muros se ha interpretado como resultado de un expolio para reaprovechar el material pétreo. Aparentemente, se trataba de estructuras de planta rectangular. En una de las cabañas se han recuperado abundantes restos metálicos, por lo que podría tratarse de una forja de tipo familiar. En este caso también parece que se haya producido una producción violenta, puesto que se ha documentado un nivel de incendio.

   

Fig. 37: Vista aérea del yacimiento B sector B de ‘Arroyo Culebro’ (PENEDO-MORÍN-BARROSO, 2002)

En el área de sierra destaca el yacimiento de la ‘Dehesa de Navalvillar’, en Colmenar Viejo (ABAD, 1998,2006) (Fig. 38). En este enclave las excavaciones arqueológicas permitieron comprobar que su primera ocupación se produce en época hispano-visigoda, aunque es posible que se haya reocupado a lo largo de la Edad Media. Se trata de un enclave de dimensiones reducidas, probablemente habitado por un grupo familiar. La distribución de espacios dentro del poblado es claramente funcional. El eje central lo constituye una calle, en torno a la cual se distribuyen tres pabellones desconectados entre sí. Al norte se ubica una zona destinada a almacenamiento, al este las viviendas y al oeste un pequeño establo. Todo ello iba cercado por un muro, con al menos una entrada en la zona meridional. Los muros se construyeron con mampostería, sin argamasa alguna, asentada directamente sobre la roca virgen del terreno. La mayor parte de los espacios iban cubiertos con tejas y, en determinados puntos, se empleó una techumbre, seguramente de paja, sobre postes de madera. La ocupación principal de los habitantes de este poblado era el pastoreo, como denuncian los restos óseos de animales documentados, básicamente en la zona del establo y su entorno más próximo. El poblado se abandonó y, paulatinamente fue destruyéndose, pero, en algunas zonas se aprecia un nivel de incendio, con lo cual tampoco debe descartarse esta posibilidad, como causa del derrumbe, al menos en algún momento de su ocupación. Dentro de la zona de vivienda, el hallazgo más

   

destacable se sitúa en una habitación que debió constituir un anexo de trabajo. En el ángulo sur-oriental de la estancia se documentó una estructura configurada como un semicírculo empedrado, en cuyo centro se asienta una plataforma formada por una piedra de molino partida en dos y varias losas colocadas horizontalmente. Alrededor, varias piedras clavadas en el suelo dibujan el contorno ovalado de dicha estructura. En el entorno se hallaron numerosos fragmentos de cerámica rotos al ser arrojados en ese mismo lugar. Se ha interpretado esta estructura como la base de un posible torno o torneta para realizar cerámica. El agujero central de la piedra de molino debió ser el punto de sujeción del eje que hiciera girar manualmente el torno. El establo está configurado por una estancia aproximadamente cuadrangular, aislada completamente del resto y situada en el lado izquierdo del ámbito o calle central. Se divide en dos habitaciones (B1 y B2) de función y soluciones diferentes. La más oriental se cubría con tejado, mientras que la contigua lo hacía probablemente con paja o ramas, sobre una estructura de madera, apoyada en dos postes del mismo material. Estos se ubicaban en el centro de los muros norte y sur, habiéndose conservado el hueco abierto en el suelo para su fijación. La funcionalidad de ambos espacios está bastante clara. La B1, con entrada en el extremo septentrional, actuaba como un pequeño establo, donde guarecer el ganado que sustentaba la población. Se trataba exclusivamente de ovejas y cabras, como demuestran los múltiples restos óseos encontrados en el lugar. En cuanto a la habitación oriental (B2), en ella se guardaban herramientas y útiles de hierro como clavos, puntas de flecha, herraduras y, sobre todo, cuchillos, cuyas hojas aparecieron en número significativo. Parece claro que esta habitación era utilizada como una especie de taller, igualmente de reducido tamaño.

   

Fig. 38: ‘Dehesa de Navalvillar’, Colmenar Viejo (ABAD, 2006)

La zona de almacén, situada al norte del poblado es, desde el punto de vista material, la más interesante de todo el conjunto. Pueden distinguirse varias estructuras, además de épocas diferentes, lo que confirma la reutilización del poblado, al menos, en dos momentos distintos. Sin duda, esta parte estuvo ocupada entre los siglos V al VII, como demuestran los materiales obtenidos. Después debió permanecer un tiempo deshabitada y, acaso, en los siglos bajo-medievales volvió a contar con población, aunque este extremo es difícil de precisar. En cuanto a las estructuras arquitectónicas propiamente dichas, se distinguen tres grupos diferentes. Al norte, una extraña habitación, rematada en forma tendente al semicírculo, sumamente destruido; un pabellón central, compuesto por tres habitaciones, y una ampliación a modo de cobertizo o porche. En una de las estancias del pabellón central se hallaron varios fragmentos de sigillata tardía, utilizada, seguramente como piezas de lujo, por la población del lugar, ya en época hispano-visigoda, lo que demuestra su pervivencia, así como una moneda islámica, acuñada antes del 711.

Al norte de todo el conjunto se puso al descubierto una extraña estructura, completamente desconectada del resto, circunstancia que, unida al nivel arqueológico, nos confirma que se trata de una fábrica más antigua que el resto. Presenta una planta rectangular, rematada al norte en forma

   

semicircular, aunque muy deteriorada. Entre los muros, apareció un nivel de adobe calcinado, que no existía en ningún otro lugar del yacimiento. No constituye un suelo, por lo que se ha interpretado que procede de los propios muros, edificados con este material, sobre una cimentación inferior de piedra. Esta es una peculiaridad constructiva que aleja técnicamente a esta habitación del resto. Finalmente, en esta zona, apareció un fragmento de un broche de cinturón de época hispano-visigoda peninsular.

Otro yacimiento de similares características de la zona de sierra es el ‘Cancho del Confesionario’ en Manzanares el Real (ZOREDA-MEGÍAS, 1977). Las labores de excavación arqueológica en este yacimiento se han limitado a una campaña en julio de 1973, durante la que se abrió un cuadrante de reducidas dimensiones. En una breve noticia publicada al respecto se menciona que el yacimiento se encuentra sobre una terraza, en la que se pueden observar a simple vista grupos de construcciones rectangulares cuyos muros, al igual que los documentados en la excavación, están realizados en mampostería, aprovechando las piedras de granito del lugar. Sus cimientos se apoyan en la roca virgen, horadada para encajarlos mejor. A través de la intervención arqueológica se ha propuesto para el supuesto poblado una cronología de época visigoda, siglos VI y VII, siendo reutilizado posteriormente durante toda la época alto-medieval. Se ha interpretado como un emplazamiento con función vigía y de defensa de la zona. Entre los materiales recuperados destacan una pizarras escritas de forma incisa con números romanos, que Gómez Moreno interpreta como visigodas.

Un ejemplo más lo encontramos de nuevo en Colmenar Viejo. Se trata del yacimiento de ‘Fuente del Moro’ (COLMENAREJO, 1986, 1987, 1990; COLMENAREJO-COLMENAREJO, 1995; COLMENAREJO-ROVIRA, 2006). Este enclave se distribuye sobre ambas márgenes del arroyo de Tejada. En la margen derecha se localiza un área cementerial con cistas y sepulturas en roca, mientras que en la margen izquierda se han documentado restos de hábitat junto con dos sepulturas abiertas en granito.

En el caso del asentamiento de ‘La Vega’ (Boadilla del Monte) (Fig. 39, 40 y 41) (ALFARO AREGUI-MARTÍN BAÑÓN, 2000) estaríamos en presencia de lo que se interpreta como una granja, construida a finales del siglo VII (hallazgo de un triente de Egica/Witiza) y/o inicios del VIII, constituida por un conjunto de ocho edificios cuya estructura interna se configura alrededor de dos espacios diferenciados, un patio y un área abierta. Se evidencia una arquitectura mixta, formada por edificios de planta rectangular o cuadrangular con zócalos de

   

piedra y alzados de tapial, a los que se añaden cubiertas de teja en unos casos y vegetal en otros. Este asentamiento ofrece una clara funcionalidad agropecuaria (trabajo productos agrícolas, establo para el ganado y presencia de estructuras de almacenaje tipo silos) en lo que sería un tipo de poblados de pequeñas dimensiones en relación, más que probable, con otros núcleos mayores próximos. Una vez más, esta unidad familiar de habitación y explotación agropecuaria, no surgiría de la nada sino que se ubicaría en las inmediaciones de una villa tardo-romana, incardinándose así en el sistema de poblamiento previo característico de este territorio.

Fig. 39: Hábitat rural de ‘La Vega’ (Boadilla del Monte, Madrid) (finales del siglo VII a comienzos del siglo VIII) (ALFARO ARREGUI-MARTÍN BAÑÓN, 2005)

Fig. 40: Hábitat rural de ‘La Vega’ (Boadilla del Monte, Madrid) (finales del siglo VII a comienzos del siglo VIII) (ALFARO ARREGUI-MARTÍN BAÑÓN, 2005)

   

Fig. 41: Hábitat rural de ‘La Vega’ (Boadilla del Monte, Madrid) (finales del siglo VII a comienzos del siglo VIII) (ALFARO ARREGUI-MARTÍN BAÑÓN, 2005)

En el término municipal de Rivas-Vaciamadrid se localiza el yacimiento de ‘El Congosto’ (Fig. 42) (QUIRÓS y VIGIL-ESCALERA, 2006). Tras su excavación se ha identificado una fase de densa ocupación durante la segunda mitad del s. V, y una ocupación más reducida, con un menor número de estructuras ocupadas, que continúa hasta mediados del s. VII. Se ha interpretado la presencia de cuatro explotaciones agropecuarias de carácter familiar, con sus respectivas estructuras habitacionales y estructuras anejas, agrupadas en torno a edificaciones con cimentaciones de piedra (Fig. 41). También se han documentado una serie de silos excavados, en un número mayor de 50 estructuras, cuyas capacidades se desarrollan entre 765 y 4820 litros. El abandono de los complejos residenciales/productivos situados al norte del área excavada se produce entre el fin del s. V y los comienzos del s. VI, mientras que un conjunto de las estructuras del grupo sur muestran abandonos fechados desde la segunda mitad del s. VI hasta mediados del s. VII. El yacimiento se interpreta como un área residencial formada por dos explotaciones de carácter familiar que se convierten en una en las fases finales. ‘El Congosto’ constituye un ejemplo de hábitat disperso que experimenta ligeros desplazamientos con el paso del tiempo.

   

Fig. 42: Yacimiento de ‘El Congosto’ (Rivas-Vaciamadrid, Madrid) (QUIRÓS y VIGIL-ESCALERA,2006)

El asentamiento de ‘El Prado de los Galápagos’ (Fig. 43) (SÁNCHEZ SÁNCHEZ MORENO-GALINDO SAN JOSÉ, 2006), se sitúa entre San Sebastián de los Reyes y Alcobendas, en una de las terrazas del Jarama. Se documentan cinco fases de ocupación de las que aquí nos interesa destacar las denominadas Fases II y III, correspondientes a las épocas romana y tardo-antigua respectivamente. En la fase alto-imperial se han registrado una serie de estructuras aisladas, mientras que en época tardo-romana se exhumaron tres edificios distribuidos en torno a un patio central, que se identifican con lo que sería una villa rustica (un pequeño asentamiento rural tardo-romano).

   

Fig. 43: Vista de conjunto del asentamiento de El Prado de los Galápagos (Fases II y III) (SÁNCHEZ SÁNCHEZ MORENO-GALINDO SAN JOSÉ, 2006).

En época tardo-antigua (Fase III, con diferentes subfases intermedias), entre los siglos V y VIII d. C., se observa, por una parte, la continuidad de ocupación en el sector anteriormente ocupado por la villa tardo-romana (Fig. 43) y la existencia de una serie de estructuras cronológicamente contemporáneas a unos doscientos metros de esta zona, por otra parte:

a) En el área de la villa (Zona A), las excavaciones arqueológicas han permitido verificar la continuidad de uso de los espacios a lo largo de los siglos V y VI con un aprovechamiento de las estructuras existentes y la readaptación funcional de algunos ámbitos. Por ejemplo, en el edificio Este se amortiza uno de los accesos al patio central mencionado y se construye una cabaña ovalada (Fig. 44). A lo largo del siglo VII y comienzos del VIII, tiene lugar un proceso de compartimentación de los espacios internos correspondientes al edificio Este y Oeste; así como la amortización a finales del siglo VII del conjunto de sectores habitacionales, como indica el derrumbe de la techumbre en varios de ellos. En esta zona, y ya en época omeya, la piedra de los edificios arrasados se reutilizaría (zanjas de expolio), sobre algunos muros se construirían silos y se readaptan los espacios con la construcción de nuevas edificaciones.

   

Fig. 44: ‘Fondos de cabaña’ (ss. VI y VII) de ‘El Prado de los Galápagos’ (SÁNCHEZ MORENO-GALINDO SAN JOSÉ, 2006)

   

b) A doscientos metros de la villa (Zona B), hacia el noroeste, se detecta una ocupación a partir de finales del siglo VI o comienzos del VII, en un sector donde se hallaban anteriormente algunos silos aislados. Precisamente, de ese momento previo a finales del V y durante el siglo VI, tan sólo se documentan estructuras relacionadas con el abastecimiento de agua y los silos indicados, sin constatarse espacios habitacionales, por lo que durante este período este sector estaría realizando una función complementaria respecto al área donde su ubicaba la villa (Zona A). Es, como indicamos, a partir de finales del siglo VI y sobre todo a lo largo del VII, cuando se constata en esta área una polifuncionalidad clara con ámbitos habitacionales a los que se suman zonas de almacenamiento y producción, como viene siendo característico en los asentamientos rurales durante este período. Se han excavado siete ‘cabañas’ (Fig. 45 y 46), aunque sólo en una de ellas se detectaron agujeros de poste, presentando globalmente tres tipos constructivos diferentes en función de la compartimentación interna o no, presencia de hornos y espacios anexos a las mismas. Asociados a ellas se excavaron tres pozos, uno con revestimiento interior en piedra (Fig. 45), y diferentes silos de boca circular y sección cilíndrica mayoritariamente. También en un momento avanzado del siglo VII se construye un edificio de planta rectangular sobre zócalo de piedra y entramado murario en madera (constatado por los huecos de poste) con una compartimentación interna en seis espacios, amortizando tres de las cabañas mencionadas anteriormente.

Fig. 45: El Prado de los Galápagos (SÁNCHEZ SÁNCHEZ MORENO-GALINDO SAN JOSÉ, 2006)

   

Fig. 46: ‘El Prado de los Galápagos’ (SÁNCHEZ SÁNCHEZ MORENO-GALINDO SAN JOSÉ, 2006)

El yacimiento de ‘Frontera de Portugal’ (Barajas) (SÁNCHEZ-GALINDO, 2006), ubicado en las afueras del casco urbano de Barajas, en una zona de vega en la margen de río Jarama (Fig. 47), zona muy fértil, como ya se ha indicado. La singularidad de este hábitat se debe a una tipología constructiva original que documenta la presencia de una edilicia en madera (‘cabañas’, agujeros de poste y silos) con cubrición de tejas curvas (todas ellas con decoración), que se sitúa cronológicamente en la segunda mitad del siglo VII o primera mitad del VIII, en función del material cerámica asociado a estas estructuras.

Fig. 47: ‘Frontera de Portugal’: derrumbe de la techumbre de tejas sobre vivienda en ‘fondo de cabaña’ (SÁNCHEZ-GALINDO, 2006)

   

El elenco de yacimientos hoy conocidos para época tardo-antigua y alto-medieval en la Meseta Central castellana no se reduce a los brevemente reseñados en el marco de este estudio, aunque quizás sean los más significativos a la hora de caracterizar las pautas que rigen el sistema de poblamiento durante la Antigüedad Tardía en este sector de la Meseta Central alrededor de las cuencas fluviales del Jarama, Manzanares y Henares. Baste reseñar los de Quintano (Mejorada del Campo), Fuente de la Mora (Leganés) o ‘El Encadenado’ y ‘El Rasillo’ (Barajas). Todos ellos indicativos de la gran heterogeneidad en las formas de ocupación rural y la importancia de documentar de forma rigurosa y con una metodología muy afinada estructuras generalmente ‘invisibles’ al registro arqueológico tradicional basado, además, en presupuestos teóricos demasiado rígidos y poco operativos para el ámbito cronológico que aquí nos interesa.

En una primera valoración, siempre prematura y arriesgada tratándose del registro arqueológico, sobre el panorama que es posible percibir para la Meseta Central y particularmente en lo que respecta al sector correspondiente a la antigua Carpetania, es preciso subrayar que no nos encontramos ante situaciones excepcionales en el actual contexto historiográfico europeo.

En efecto, la heterogeneidad en las formas de ocupación del territorio, la variada tipología edilicia en materiales perecederos, la polivalencia de los asentamientos, la orientación socio-económica agro-pecuaria, el predominio de asentamientos familiares o de grupos de familias (auténticas comunidades rurales de aldea), la movilidad y la estacionalidad de los mismos, etc., se incardinan perfectamente en el sistema de poblamiento que ya desde hace algunos años se viene caracterizando para diversos ámbitos espaciales del Occidente post-romano, durante la Antigüedad Tardía y la alta Edad Media.

El registro arqueológico, en la Meseta Central, está en condiciones de ofrecer una lectura diferente a la tradicional, tanto la que se propone desde el mundo romano como desde las perspectivas más medievales, excesivamente condicionadas éstas últimas por la visión rígida y estática de los textos, mostrándonos así un medio rural con un hábitat muy diversificado tipológica y funcionalmente, adaptándose a los imperativos de tipo socio-económico y político inherentes a la tardo-antigüedad peninsular.

Ya no es posible, con los datos disponibles, mostrar una articulación del territorio, además de una gestión y explotación socio-económica del mismo, fundamentada exclusivamente en las villae y asentamientos similares,

   

sucediéndose en el tiempo y en el espacio de forma ininterrumpida. Incluso para época romana, como se observa en otros territorios extra-peninsulares, se comprueba la existencia de un hábitat rural en materiales perecederos o en piedra que no se puede definir como villae en el sentido tradicional de este término.

Por otra parte, el proceso del final de este tipo de explotaciones y residencias de la aristocracia rural a lo largo de los siglos V al VIII, no permite ya un análisis condicionado por las visiones de corte inmovilista y peyorativas que verían en la presencia de inhumaciones, edilicia en materiales perecederos y estructuras de almacenamiento en la totalidad o en parte de los antiguos sectores productivos o habitacionales de las villae, un síntoma y una consecuencia de un supuesto retroceso y degradación, en todos los órdenes, característico de la Antigüedad Tardía.

Al contrario, y como se está observando para el conjunto del Occidente post-romano, a consecuencia del hundimiento progresivo de la superestructura política centralizadora que caracteriza al Imperio romano, los ejes definitorios del sistema de poblamiento antiguo fundamentado en la articulación y vertebración de vastos conjuntos territoriales (regionales y/o provinciales) con objeto de una explotación socio-económica, plasmados en una edilicia residencial de tipo monumental omnipresente y perfectamente visible en el paisaje, entre los siglos V y VIII tendría lugar una readaptación de este modelo (para algunos entendida como una desestructuración o deconstrucción) a un nuevo contexto socio-político, económico e ideológico, en el marco de la progresiva implantación de las estructuras de tipo eclesiástico en el medio rural como consecuencia del proceso de cristianización, precisamente, estimulado e incentivado en sus inicios por las mismas elites que gestionaban y sustentaban el anterior sistema. En este proceso, la estructura de la propiedad rural, su gestión y explotación estaría determinando y condicionando en gran medida el sistema de poblamiento en su conjunto, las formas de articulación territorial, la estructura y la tipología del hábitat, configurando patrones de asentamiento heterogéneos y más complejos de lo que tradicionalmente se venía considerando para la Antigüedad Tardía.

Un registro arqueológico, como hemos indicado, no muy diferente al conocido desde hace mucho para el norte y centro de Europa, pero también muy similar al que la arqueología medieval italiana ha proporcionado en los últimos veinte años. Y, sin embargo, la arqueología permite constatar, en toda su complejidad y diversidad, la operatividad y realidad de la visión transmitida por las

   

diferentes colecciones legislativas compiladas por los pueblos germánicos en Occidente. La importancia del bosque y su materia prima fundamental, la madera, como elemento empleado en la construcción de viviendas y otras construcciones. La existencia de un hábitat que se configura como unidades familiares o pluri-familiares de orientación predominante agro-pecuaria y/o silvo-pastoril. La delimitación estricta y perfectamente planificada de los espacios de habitación y de explotación socio-económica mediante cercados generalmente de madera (como se observa en el hábitat de Gózquez).

Se ha podido documentar, también en la Meseta Central, el carácter estacional y móvil de muchos de estos hábitat rurales, cambiando de ubicación (tanto los espacios de vivienda y explotación como las áreas de inhumación) con una frecuencia generacional a lo largo de un curso fluvial desplazándose unos metros, probablemente dentro de unos límites conocidos (como se evidencia en el asentamiento de ‘El Pelícano’, en Arroyomolinos, o en ‘El Congosto’, en Rivas-Vaciamadrid).

La tipología edilicia enteramente en madera o mixta (madera/piedra) ya no puede vincularse a técnicas constructivas introducidas por poblaciones foráneas que se habrían instalado mayoritariamente en la Meseta Central desde finales del siglo V-comienzos del siglo VI. La secuencia temporal de las mismas aboga por una diacronía mayor en la utilización de este tipo de arquitectura doméstica en materiales perecederos, cuando menos ya desde época prerromana y, desde luego, durante todo el período de dominio romano en Hispania. Por lo tanto, la interpretación de corte etnicista para los denominados fondos de cabaña y estructuras constructivas en madera sobre la cota cero con paredes de entramado vegetal y techumbres en madera y/o teja, está hoy completamente fuera de lugar y no puede sustentarse en las evidencias arqueológicas que contradicen este modelo explicativo. Además, la coexistencia para época romana entre una edilicia de corte monumental y lujoso (áreas residenciales de las villae) con edificaciones y estructuras en materiales perecederos, hace difícil seguir considerando este tipo de hábitat rurales, en los que la madera es un componente fundamental, como una regresión o una pérdida de la técnica constructiva, evidenciando, aún más si cabe, el carácter peyorativo y apriorístico de este tipo de formulaciones que no se corresponden con el registro arqueológico del que hoy disponemos. En este sentido, la presencia de inhumaciones en diversos sectores de las villae no estaría indicando una ocupación residual y un fenómeno ligado a la presencia de squatters, sino la existencia de un hábitat que obedece a otros parámetros

   

explicativos completamente diferentes y que, evidentemente, no es posible comprender y razonar desde el esquema que articula y vertebra el poblamiento rural característico de época romana.

En los yacimientos documentados para la Meseta Central castellana, se documenta una tipología edilicia completa y diversa (‘fondos de cabaña’, silos, almacenes, pozos, establos, en madera, mixtas piedra/madera, etc.) que encuentra sus paralelos en aquéllas bien conocidas para el conjunto del Occidente post-romano a lo largo de la Antigüedad Tardía y la alta Edad Media.

Otra área geográfica en la que las recientes investigaciones muestran una edilicia en materiales perecederos asociada a estructuras de almacenamiento tipo silos y otras edificaciones con una tipología edilicia exclusivamente en madera o mixta en madera y/ o piedra es el País Vasco. En efecto, al ya bien conocido yacimiento ‘aldeano’ de Vitoria-Gasteiz (Fig. 53) (con motivo de los trabajos arqueológicos llevados a cabo en la catedral de Vitoria: AZKÁRATE-QUIRÓS, 2001), se suman ahora las excavaciones efectuadas por el equipo de Juan Antonio Quirós Castillo en la llanada alavesa, en el marco de un proyecto sobre la ‘génesis del paisaje medieval en el norte peninsular’ (génesis de la red aldeana y creación de un ‘modelo arqueológico’ explicativo de la sociedad feudal), y en yacimientos de carácter ‘aldeano’ como los del despoblado medieval de Zornoztegui (Fig. 48) (Salvatierra-Agurain, Álava), la ‘aldea’ alto-medieval de Zaballa, Ristra (Zalduondo), Lagardagutxi (Lermanda), Castros de Lastra (Caranca) (QUIRÓS CASTILLO, 2003, 2004, 2006, 2007, 2008; QUIRÓS CASTILLO-VIGIL ESCALERA, 2007; QUIRÓS CASTILLO-ALONSO MARTÍN, 2008) o de tipo fortificado como el castillo de Treviño (QUIRÓS CASTILLO, s. f.).

En lo que respecta al despoblado de Zornoztegui (Fig. 48a y 48b1), mencionado por vez primera en la documentación en 1025 y como dependiente del obispado de Calahorra en el siglo XIII, la prospección inicial permitió constatar la presencia en superficie de materiales cerámicos correspondientes a la última fase de ocupación del asentamiento en el siglo XIII y a una fase de edilicia en piedra. En uno de los sondeos arqueológicos efectuados en un silo/pozo se documentó, sin embargo, su reutilización como basurero (hallándose en su interior restos de mapuestos, fauna, cerámica y abundantes carbones), con una cronología obtenida por datación radiocarbónica de un abandono del mismo entre finales del siglo VIII e inicios del IX. Ello indicaría que se trata de un área marginal respecto a la ocupación doméstica del poblado. Un poblado que se configuraría en torno al siglo VIII como un hábitat

   

concentrado con viviendas de tierra y madera de carácter campesino con orientación ceralícola que se transformaría entre los siglos XI-XIII en un asentamiento con viviendas en piedra en el contexto de la cristalización de las estructuras socio-políticas de tipo feudal.

En el caso de la aldea de Zaballa estaríamos ante un asentamiento que se origina igualmente alrededor del siglo VIII, conformado por una serie de unidades domésticas situadas sobre una plataforma y con orientaciones diferentes entre si, como en otros yacimientos bien conocidos en la Europa alto-medieval. Los trabajos arqueológicos han documentado varias fases y transformaciones a lo largo de la alta Edad Media. En este sentido, se han evidenciado viviendas con zócalos de piedra y alzados de tierra y madera que sustituyen parcialmente a las cabañas y estructuras más antiguas. Este cambio, reflejo de importantes transformaciones sociales, se observa igualmente en las estructuras de almacenamiento tipo silo, puesto que los silos de carácter ‘familiar’ son sustituidos por silos de grandes dimensiones en correspondencia con la emergencia de elites señoriales como se constata en la documentación escrita hacia mediados del siglo X. Este proceso de ‘señorialización’ progresivo, característico de la ‘sociedad feudal’, se visualiza con mayor claridad en el siglo XI con la construcción de un gran edificio que se identifica con el monasterio de Zaballa, probablemente y en sus inicios de carácter familiar, y la construcción de un cellarium (granero) para almacenar las rentas. Esta emergencia de elites locales se constata en el registro material con la construcción de una vivienda, en torno al siglo X, en donde residiría una cierta elite señorial y que podría conformar un palatium. Un fenómeno significativo en la evolución del núcleo de Zaballa es, sin duda, la construcción del monasterio en el siglo XI que comportó el desplazamiento de los habitantes de la aldea al valle con viviendas cimentadas sobre zócalos de piedra y asociadas a silos de diferentes dimensiones y características en correspondencia probablemente con una diferenciación social interna en el seno del poblado. Ello obligó igualmente a la transformación del paisaje con el desvío del cauce del río y la configuración de un sistema de aterrazamientos y bancales para el cultivo a lo largo de las pendientes situadas en el valle y con una importante densidad de ocupación en toda la zona. El registro material hallado en Zaballa indica la presencia de una estructura económica ciertamente compleja, con una orientación agrícola y ganadera, que cuestiona el ‘modelo del crecimiento agrario alto-medieval; además, la presencia de un número significativo de armas (puñales, puntas de ballesta, jabalinas) plantea la cuestión del peso de la caza en la economía del poblado; las actividades

   

artesanales se documentan a través de la presencia de talleres de lino o de cáñamo; así como el hallazgo de instrumental agrícola relacionado con el cultivo de la vid muestra la importancia de esta actividad en la aldea de Zaballa. La relación de este proceso evolutivo en Zaballa con el de la implantación y cristalización de las estructuras de tipo ‘feudal’ es más que evidente y la realidad material recuerda, y mucho, a la evidenciada en Poggibonsi (Toscana) y en algunos otros asentamientos alto-medievales franceses e italianos.

Fig. 48 a: Reconstrucción de la ‘aldea’ alto-medieval de Zornoztegui, siglos VIII-XIII (Álava) (QUIRÓS CASTILLO, 2006, Fig. 29, 246)

Si bien el País Vasco y la meseta central castellana constituyen, especialmente la segunda, áreas privilegiadas para observar el proceso de configuración de la red aldeana en la Península Ibérica, el registro material nos ofrece datos, aunque con heterogeneidad en la calidad de la información ofrecida desde una lectura estratigráfica, para otros sectores geográficos.

   

Fig. 48 b1. Aldea alto-medieval de Zornoztegui, siglos VIII-XIII (Álava) (QUIRÓS  CASTILLO-­‐VIGIL  ESCALERA,  2007,  102)

En Galicia el asentamiento de ‘A Pousada’ (Santiago de Compostela, A Coruña) (Fig. 48b2 y 48c), descubierto con motivo de los trabajos de seguimiento arqueológico en la construcción de un tramo de autovía entre Santiago de Compostela y el Alto de Santo Domingo, ha permitido documentar seis fases de ocupación, entre los siglos VI y XVI. La primera fase, siglos VI-VII, evidencia la presencia de cinco silos circulares colmatados por abundante teja y cerámica. La segunda fase, siglos VII-VIII, se configura a través de la presencia de elementos arquitectónicos, algunos de ellos vinculados con construcciones en madera, que podrían corresponder a una arquitectura mixta madera y/o zócalo de piedra con suelo de tierra batida con dos fases, la última de ellas con un predominio de elementos constructivos en materiales perecederos y vinculada a una compartimentación de los espacios de carácter funcional (BALLESTEROS ARIAS-BLANCO ROTEA-PRIETO MARTÍNEZ, 2006). ‘A Pousada’, como en ‘As Pereiras’ (Amoeiro, Ourense: ABOAL-COBAS, 1999) representaría despoblado de carácter residencial secundario vinculado a la actividad agrícola del espacio circundante que estaría evidenciando el proceso que conduce a la génesis de la ‘red aldeana’ como un proceso endógeno, al menos en las fases iniciales, y que en un momento determinado (como se constata en Zaballa), es objeto de una acción externa a la propia dinámica evolutiva del poblado que se vincula con el fenómeno de implantación de las estructuras que caracterizan a las ‘sociedades feudales’.

   

Fig. 48b2. Asentamiento de ‘A Pousada’ (Santiago de Compostela, A Coruña) (BALLESTEROS ARIAS-BLANCO ROTEA-PRIETO MARTÍNEZ, 2006, 120)

Fig. 48c. Fases del asentamiento de ‘A Pousada’ (Santiago de Compostela, A Coruña) entre los siglos VI y XVI (BALLESTEROS ARIAS-BLANCO ROTEA-PRIETO MARTÍNEZ, 2006, 123)

En el occidente de la meseta contamos también con algunos yacimientos, ciertos de ellos conocidos desde los años sesenta, que muestran el germen de la ‘red aldeana’ aunque con algunas diferencias en lo que concierne a los polos en torno a los cuales se articula el asentamiento (estructuras de carácter fortificado y/eclesiásticas) respecto a lo que actualmente conocemos para la meseta central y el País Vasco. En primer lugar, la ‘aldea’ de ‘El Castellar’ (Villajimena, Palencia) (Fig. 48d), conforma, en su fase inicial, un asentamiento concentrado de altura que en el siglo VII muestra una iglesia asociada a una necrópolis con seis tumbas, mientras que en una segunda fase, alrededor del siglo IX, se observa la reconstrucción del anterior edificio de culto y una nueva secuencia de enterramientos, que amortizan la anterior, con una serie de viviendas fechadas en los siglos IX y X delimitadas por un recinto amurallado (GARCÍA GUINEA-GONZÁLEZ ECHEGARAY-MADARIAGA, 1963).

   

Fig. 48d. ‘Aldea’ del ‘El Castellar’ (Villajimena, Palencia) (GARCÍA GUINEA-GONZÁLEZ ECHEGARAY-MADARIAGA, 1963).

La ‘aldea’ de la ‘Dehesa del Cañal’ (Pelayos, Salamanca) (Fig. 48e), fechada en los siglos VI-VII, presenta una morfología conformada por una decena de unidades habitacionales de carácter autónomo dando lugar a un poblado poco compacto delimitado por un muro perimetral. Los edificios estaban constituidos por viviendas rectangulares integradas dentro de recintos más amplios que se interpretan como corrales para los animales. La tipología de las viviendas muestra una arquitectura de cantos rodados y bloques de cuarcita trabados con tierra formada por un zócalo de apenas un metro de altura, alzado de adobe y cubierta vegetal (STORCH, 1998).

   

Fig. 48e. ‘Aldea’ la ‘Dehesa del Cañal’ (Pelayos, Salamanca) (STORCH, 1998)

También en el occidente de la Meseta, la ‘aldea’ de Fuenteungrillo (Villalba de los Alcores, Valladolid) (Fig. 48f) que se fortifica en el siglo XIII, momento en el que es mencionada por primera vez en la documentación escrita, aunque las dataciones radiocarbónicas evidencian una ocupación entre los siglos VIII y X. El núcleo central ocupa una extensión de 10Ha. y se articularía alrededor de tres barrios donde se ubican las iglesias de Santa María y San Miguel. Hacia finales del siglo XII se construye una fortificación de carácter señorial con un

   

doble recinto como centro de percepción y almacenamiento de rentas lo que supone la destrucción de varias viviendas campesinas evidenciadas por la presencia de silos (REGLERO DE LA FUENTE-SÁEZ, 2001).

Fig. 48f. Yacimiento de Fuenteungrillo (Valladolid) (REGLERO DE LA FUENTE-SÁEZ, 2001)

Para Cataluña las evidencias materiales, a través de contextos estratigráficos fiables, son cualitativamente mejores que las que disponemos, actualmente, para Galicia y la meseta occidental. La aldea de Caulers (Gerona) (Fig. 48g) conforma un núcleo concentrado de una decena de viviendas que surge en el siglo VIII amortizando los restos de una torre tardo-romana y que es mencionado en la documentación en el siglo X. En el siglo XII, con la edificación de la iglesia de Sant Esteve y de una torre en el otro extremo del asentamiento, tiene lugar una transformación clara del núcleo inicial que se enmarca, como hemos visto en el País Vasco, en el proceso de señorialización característico de la sociedad feudal.

   

Fig. 48g. ‘Aldea’ de Caulers (Gerona) (RIU)

En el caso de la iglesia de Santa Margarida de Martorell (Fig. 48h), estamos en presencia de un fenómeno muy característico de la Cataluña medieval como es el de la presencia de grandes silos en el interior de los edificios de culto, o a su alrededor, que se han interpretado generalmente como lugares de almacenamiento de las rentas devengadas a la Iglesia por los habitantes del lugar, por lo tanto directamente vinculado con la presión que ejercería la aristocracia, laica y/o eclesiástica, sobre el campesinado en el marco del proceso de feudalización. El edifico de Santa Margarida, construido en el siglo V y con un cementerio anexo al mismo, muestra la presencia de trece silos excavados en el interior de la iglesia y dos en el exterior que amortizan una parte del cementerio. Las dimensiones de los silos, capaces de almacenar algunos hasta 15 toneladas de trigo, difícilmente, en nuestra opinión, se puede vincular exclusivamente con la percepción de la ‘renta feudal’, siendo necesario buscar otro tipo de explicaciones que, con independencia de la presión que puedan ejercer agentes externos (las elites laicas y/o eclesiásticas locales o supra-locales), valoren en su justa medida la propia dinámica evolutiva interna al propio asentamiento que estaría asociado a la iglesia de Santa Margarida de Martorell. La reconstrucción del edificio de culto en el siglo XII, en un proceso evidente de concentración del hábitat vinculado en el área catalana con la configuración de las sagreras (fenómeno descrito también a través del registro

   

textual), se ve acompañada por la amortización de varios silos y del cementerio, sobre el que se construirían algunas viviendas (VALENZUELA LAMAS-NAVARRO SÁEZ, 2007).

Fig. 48h. Iglesia y asentamiento de Santa Margarida de Martorell (VALENZUELA LAMAS-NAVARRO SÁEZ, 2007).

Un caso diferente, aunque la cronología del proceso se mantiene, es el que observamos en el yacimiento de L’Esquerda (Roda de Ter) (Fig. 48 i), un asentamiento fundado en el siglo VIII, sobre un núcleo anterior de época ibérica, que es objeto en el siglo XII de una reordenación interna en torno a un patio central y la Iglesia de San Pere de Roda, acompañada de una diferenciación funcional dentro del poblado entre área productiva y habitacional hasta su abandono a finales del siglo XIII o inicios del siglo XIV (OLLICH I CASTANYER, 1990, 2002-2003; OLLICH I CASTANYER-ROCAFIGUERA ESPONA, 1990-91, 2004).

   

Fig. 48i. Poblado de ‘L’Esquerda’ (Roda de Ter, Osona) (OLLICH I CASTANYER-ROCAFIGUERA ESPONA, 1990-91).

Por último, en Andalucía, es necesario hacer mención del asentamiento del ‘Cerro de Peñaflor’ (Jaén) (Fig. 48j), una aldea ubicada sobre una colina que ocupa aproximadamente unas 6Ha. y conformada por una treintena de viviendas de las que se han excavado diez y un aljibe. Las casas se configuran como unidades habitacionales de dimensiones considerables, provistas de grandes patios, rodeados por tres o cuatro habitaciones rectangulares construidas con zócalos de mampostería, alzado de tapial y cubierta vegetal. Las viviendas se agrupan en manzanas de dos o tres unidades (estimándose una población en torno a 100-300 habitantes) y la orientación del asentamiento se vincula a la actividad ganadera, con una secuencia ocupacional entre finales del siglo VIII hasta principios del siglo X.

   

Fig. 48j. Asentamiento de ‘Cerro de Peñaflor’ (Jaén) (CASTILLO ARMENTEROS-SALVATIERRA CUENCA)

   

En lo que respecta a las EDIFICACIONES ANEXAS, aquellas dedicadas a vivienda (almacenes, silos, instalaciones dedicadas a actividades productivas, etc.), han constituido también uno de los ejes de la investigación que ha permitido constatar la complejidad del hábitat rural y la gran heterogeneidad de su composición interna, muy lejos de algunas simplificaciones que se han querido hacer a partir de generalizaciones abusivas a fundamentadas exclusivamente de la documentación escrita alto y pleno medieval en Occidente.

Fig. 49a: Distintas tipologías de silos de almacenaje excavados en el terreno (VIGIL-ESCALERA, 2000).

En efecto, y como los textos legislativos analizados anteriormente nos indican con claridad, las excavaciones arqueológicas han constatado la presencia de diversas edificaciones destinadas a usos polivalentes en relación a lo que se puede vislumbrar mayoritariamente en el Occidente europeo post-romano como hábitat ligados a una economía agrícola y silvo-pastoril. Fundamentales, pero no exclusivamente, resultan las construcciones dedicadas al almacenamiento de cereales. Tradicionalmente se venía estableciendo una diferenciación geográfica para la presencia de estructuras de almacenamiento que serían características del centro y noroeste de Europa (graneros sobreelevados, denominados horrea), y otras, como los silos (instalaciones excavadas en el suelo, de forma variable: Fig. 49ª, 49b), que predominarían en

   

el ámbito rural de la Europa mediterránea (aunque también en el mundo eslavo).

Fig. 49b. Grupo de silos hallados en Mavilla (Estavillo) (QUIRÓS  CASTILLO-­‐VIGIL  ESCALERA,  2007,  102)  

 

La diferente tipología en este tipo de estructuras no es un hecho baladí, puesto que si en el primer caso estaríamos en presencia de un almacenamiento de los cereales para dejarlos secar antes de proceder a la extracción del grano, en el segundo caso, estamos hablando de almacenar cereales en grano, que mediante el sistema de conservación en silos permite guardarlos durante un período de tiempo muy prolongado.

   

Fig. 49c. Edificio E6 de Gózquez, interpretado como lagar de aceite (San Martín de la Vega, Madrid) (QUIRÓS  CASTILLO-­‐VIGIL  ESCALERA,  2007,  109  

No obstante, la realidad arqueológica actual, respecto a la primera síntesis sobre el tema realizada por Chapelot y Fossier (CHAPELOT-FOSSIER, 1980), es mucho más compleja, encontrando también en el sur de Europa, además de los silos, otro tipo de estructuras de almacenamiento, bien sea tipo horrea (graneros sobreelevados) o en una edilicia mixta (piedra y/o madera/tierra), como en el caso de Italia (Fig. 50) e incluso en la Península Ibérica.

Fig. 50: Reconstrucción de un ‘almacén’ con zócalo de piedra y pilares de madera (Castello de Miranduolo, Toscana) (VALENTI, 2004).

Las edificaciones anexas a los espacios dedicados a vivienda muestran una gran variedad de usos: edificios dedicados a la estabulación del ganado o animales de labor; a la producción y transformación de materias primas, hornos de pan, cocinas, baños, cobertizo, prensas de aceite (Fig. 49c) y, por supuesto, los graneros (edificios sobre la cota cero, sustentados o no sobre un zócalo de piedra (Fig. 50), o excavados en el subsuelo: los silos (Fig. 49a y 49b). Como hemos visto a partir de numerosos ejemplos, en el interior de cada núcleo de poblamiento, más o menos extenso, existían un número variado de edificios dedicados a vivienda y explotación. El edificio generalmente conocido como fondo de cabaña (Grubenhäuser) (Fig. 51) se utilizaba de forma habitual para el almacenamiento de reservas (Vorbasse, Dinamarca) y para actividades artesanales como el tejido (Warendorf, Alemania), aunque el uso habitacional no está excluido (Mondeville, Francia) (CHAPELOT-FOSSIER, 1980; HAMEROW, 2002; AUGENTI, 2004).

   

Fig. 51: ‘Fondo de cabaña’ del asentamiento de ‘La Recomba’ (Ciempozuelos, Madrid) (PENEDO, SANGUINO, 2006)

La combinación entre espacios de vivienda, explotación y establo en un mismo edificio es característica de aquellos conocidos como ‘casa-establo (Feddersen-Wierde, Alemania); se trata de grandes construcciones en las que vivían conjuntamente los campesinos y el ganado, estando los establos y el hogar bajo un mismo techo, algo que, por otra parte, ha sido frecuentísimo en el ámbito rural hasta fechas muy recientes.

La polivalencia en el uso de los espacios dentro de estas edificaciones es una característica extensible a todo el occidente europeo. Un elemento importante, que condicionaba su distribución interna es la posición del hogar, al no existir un conducto para la evacuación de los humos, estando así siempre las viviendas llenas de humo, con el riesgo de incendios que ello conllevaba.

El empleo de la madera como material de construcción determinaba la estabilidad y duración de un asentamiento en el espacio y en el tiempo puesto que, como consecuencia del pudrimiento de los pilotes de madera, las viviendas tenían que reconstruirse en un plazo máximo de cincuenta años. Ello explica la movilidad y estacionalidad de este sistema de poblamiento a lo largo de la Antigüedad Tardía y la alta Edad Media en Europa Occidental, muy lejos de las visiones estáticas sobre una fijación permanente de la población en el mismo solar, observándose más bien una polinuclearidad de los hábitat dentro de unos límites bien conocidos por los habitantes y dotados de una gran estabilidad (JANSSEN, 1976; STEUER, 1989; HOEPER, 1994).

   

Precisamente, una de las grandes aportaciones de la arqueología medieval europea en estos últimos veinte años ha sido la constatación de que en el sistema de poblamiento post-romano (a lo largo de la Antigüedad Tardía e inicios de la alta Edad Media) la forma de ocupación predominante estaba constituida por pequeños asentamientos muy fluctuantes, configurados tanto por granjas individuales como por granjas y caseríos (de coloni y /o servi) que serían absorbidos y literalmente engullidos por la expansión de la gran propiedad señorial (laica y/o eclesiástica) en el marco del sistema feudal.

Evidentemente, no estamos en presencia de un cambio repentino y radical en un corto espacio de tiempo, sino que en este proceso de cambio en la estructura y gestión de la gran propiedad rural en el occidente post-romano (y a lo largo, nada menos, que de quinientos años) el papel jugado por los estratos superiores del campesinado y los propietarios de pequeñas explotaciones ha sido determinante. La aldea de Poggio Imperiale (Poggibonsi, Siena, Italia), constituye un ejemplo modélico y paradigmático del proceso que estamos describiendo a todos los niveles: transformación de la estructura del poblamiento entre los siglos V y X, tipología edilicia en materiales perecederos, orientación socio-económica, cambios en la estructura y gestión de la propiedad, etc. (VALENTI, 1996, 2004).

La conocida aldea de Wharram Percy (Yorkshire, Inglaterra), es otro asentamiento significativo de las transformaciones en la estructura del poblamiento y en las formas del hábitat rural en este período. En su origen un conjunto de edificaciones en madera, incluyendo la iglesia, ubicadas en época anglo-sajona en el fondo de un valle de reducidas dimensiones, se construye a finales del s. XII junto a la residencia de los señores de Percy. Hasta bien entrado el siglo XIII las viviendas son en madera, levantándose de nuevo aproximadamente cada veinticinco años (una generación), con cambios radicales en al posición y orientación de los edificios (BERESFORD, 1976). Las excavaciones han mostrado una gran fluctuación en la estructura y forma del asentamiento a lo largo del tiempo, algo que en absoluto es reflejado en la documentación escrita ni en este ni en la mayoría de los casos. Estamos hablando, por lo tanto, de una de las características del hábitat entre los siglos VI/VII-X/XI en Occidente: la movilidad dentro de unos límites estables y conocidos por la comunidad que habita y explota el territorio inmediato.

CAPITULO III

   

Propuestas interpretativas acerca del hábitat rural alto-medieval: el debate sobre el origen de la ‘aldea’.

Para la Península Ibérica, se han propuesto diversos modelos en los últimos quince años fruto de un análisis combinado entre la información (siempre mediatizada y parcial) de los textos con los datos provenientes de la Arqueología (una Arqueología Medieval de marcado carácter espacial y con una dimensión territorial) para muy diversos espacios del complejo mosaico ibérico. No entraremos aquí a analizar las propuestas elaboradas en el marco de una Arqueología de al-Andalus extraordinariamente fructífera y rica conceptual y metodológicamente desde inicios de los años setenta (BAZZANA-CRESSIER-GUICHARD, 1988). La transición entre el mundo hispano-godo (la tardo-Antigüedad hispana) y la configuración de nuevas formas de ocupación rural con la llegada de poblaciones árabes y beréberes a la Península desde comienzos del siglo VIII, y especialmente en los siglos IX y X, dio lugar a una particular simbiosis e interacción entre la población local y la foránea que dejó su impronta en el paisaje de amplios sectores del sur y centro peninsular en general, aunque no exclusivamente (GUICHARD, 1977; ACIÉN ALMANSA, 1989, 1995; MANZANO MORENO, 1991; 1998; SÉNAC, 1998, 2000; GUTIÉRREZ LLORET, 1996; CRESSIER, 1984; BAZZANA, 1992; AZUAR RUIZ, 1982; CHALMETA, 1994). La formación de lo que se ha denominado ‘redes castrales’ (réseau castraux), a través de fortificaciones rurales conocidas en las fuentes como hisn/husun (vid. infra) constituyeron para diversos conjuntos territoriales hispánicos un elemento morfogenético fundamental en la transformación y gestación de un sistema de poblamiento, explotación y gestión del territorio que modificó sustancialmente el paisaje ibérico en los siglos IX y X (BAZZANA-CRESSIER- GUICHARD, 1988; BARCELÓ, 1989, 1991). Las etapas de este proceso, especialmente sus inicios, son todavía mal conocidas desde una perspectiva estrictamente arqueológica (el problema del siglo VIII: las fases proto-emirales y emirales de muchos yacimientos), aunque la idea que se va generalizando es la de un cambio menos radical del que se suponía, algo que la cultura material evidencia con claridad para el conjunto de la península Ibérica. La formación y configuración de las quras o aldeas en el ámbito de las sociedades islámicas o fuertemente islamizadas, como amplios conjuntos espaciales hispanos, parecerían estar estrechamente vinculadas a la fortificación, al ‘hábitat fortificado’ habría que decir con propiedad, y a un territorio y/o área de disfrute y explotación de recursos en la que el agua (su control y gestión) jugaría un papel central (BARCELO, 1989; BAZZANA, 1992;

   

SÉNAC, 2000), en el marco de un sistema relativamente novedoso de explotación como sería el regadío (vid. infra). Sin que ello evidencie quizás una oposición tan radicalmente marxista, en una perspectiva de análisis en términos de control de los medios de producción, entre molinos y acequias, entre espacios de opresión y espacios de libertad como se ha defendido con insistencia y a veces también con vehemencia (BARCELÓ, 1989).

En lo que respecta a la aldea tradicional, la que es objeto de atención por los medievalistas, sean o no de formación y base documentalista, la Arqueología Medieval en la Península Ibérica comienza, como hemos visto para áreas muy concretas, a ofrecer elementos para la discusión, el análisis y la reflexión de calidad similar al contexto europeo occidental que enmarca este estudio. El centro de la Península, el sector correspondiente a la Comunidad Autónoma de Madrid (MORÍN DE PABLOS, ed., 2006), constituye hoy en día un espacio privilegiado para observar el proceso de gestación, nacimiento y formación de la aldea y la red aldeana como una forma de ocupación rural característica desde el final de la Antigüedad y a lo largo de la alta Edad Media (VIGIL-ESCALERA, 2006a y 2006b; LÓPEZ QUIROGA, 2006 a y 2006 b) (Fig. 52a y 52b). En el País Vasco y concretamente entorno al asentamiento que precedía a la actual Vitoria (en el solar de la actual catedral de Santa María) (Fig. 53a), un medio marcadamente rural, se observa un proceso similar que definiría unas estructuras habitacionales con materiales perecederos y técnicas mixtas (piedra y/o madera) que encontramos igualmente fuera de la Península (AZKÁRATE-QUIRÓS, 2001), como se constata en las aldeas de Zaballa y Zornoztegui (vid. supra). Asentamientos y estructuras parecidas se encuentran también en el occidente de la Meseta, Galicia y Cataluña, además de vinculadas a diferentes sectores de antiguas villae hispanas (GURT; CHAVARRÍA; LÓPEZ QUIROGA, 2006 a y 2006 b).

Esta edilicia en materiales perecederos ha adquirido una relevancia muy notoria en las propuestas interpretativas recientes sobre la génesis de la aldea, al calor, sin duda, de los modelos italianos. Desaparecidos los prejuicios sobre este tipo de construcciones, fundamentados casi siempre en la imagen transmitida por los textos y un relato histórico construido a través de una sucesión de rupturas y saltos en el vacío, es ahora posible destacar su papel en el proceso de gestación y desarrollo de lo que podemos denominar, ya sin ningún temor, como aldeas. Estas formas de ocupación rural que sólo ha sido capaz de revelar la arqueología, no surgen evidentemente ex novo y son la consecuencia de un largo proceso de evolución que tiene su origen indudable

   

en el final del sistema de poblamiento, gestión y explotación del territorio vigente en Occidente desde época romana.

En el caso de la Península Ibérica, las propuestas interpretativas en lo que respecta a la evolución del hábitat rural (sus formas, tipología edilicia, estructura organizativa interna, etc.) entre los siglos V y X, período de gestación y formación de la red aldeana, distan todavía mucho de las que hemos visto para otros ámbitos del Occidente europeo. Sin duda la inexistencia de un discurso elaborado a partir de los datos arqueológicos (aunque se estén dando los primeros pasos en este sentido), tiene mucho que ver en el distanciamiento respecto al actual debate europeo sobre el nacimiento de la aldea.

 

Fig. 52 a. Asentamiento concentrado en el sector nuclear original de la aldea de El Pelícano (Arroyomolinos, Madrid) (VIGIL ESCALERA, 2006)

No obstante, las aportaciones ibéricas para el período tardo-antiguo (siglos V-VII) y el proceso conocido como final de las villae marcan actualmente una diferencia cualitativa importante respecto a la alta Edad Media (siglos VIII-X) (CHAVARRÍA, 1996, 1999, 2001 a, 2001 b, 2004, 2007, 2008; RIPOLL-ARCE, 1999, 2001; GURT, 2001). Son áreas y ámbitos espaciales concretos, que concentran generalmente informaciones privilegiadas fruto de proyectos de investigación sistemáticos (área costera de la Tarraconense, cuenca media del

   

Guadiana, meseta central), las que muestran una transformación de las villae y sus territorios no muy diferente a la que observamos en cualquier otra zona del Imperio (WICKHAM, 2005). La constatación de una fragmentación de la unidad de la villa; la polinuclearidad de los espacios con una diversidad funcional interna ajena al sistema tradicional de villae (Fig. 53b); las consecuencias de la conversión de las elites al cristianismo que introduce cambios no sólo en la arquitectura, distribución y uso de los espacios de la villa, si no también en la gestión y disfrute del territorio y el paisaje en torno a la misma; constituyen elementos característicos del proceso que venimos describiendo. Pero, además, la heterogeneidad en las formas de ocupación rural. No todo son villae. En ello, igualmente, la arqueología evidencia una gran diversidad a la hora de caracterizar el sistema y la red de poblamiento tardo-antiguo, que entra directamente en el debate sobre el nacimiento y configuración de la red de aldeas en Occidente.

Fig. 52 b: Plano del asentamiento de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS, 2006)

   

Fig. 53 a: Asentamiento de carácter ‘aldeano’ hallado en las excavaciones entorno a la catedral de Santa María (Vitoria-Gasteiz) (AZKÁRATE-QUIROS, 2001)

Fig. 53 b. Asentamiento concentrado en el sector nuclear original de la aldea de El Pelícano (Arroyomolinos, Madrid) (VIGIL ESCALERA, 2006)