Violencia y desarrollo rural

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VIOLENCIA Y DESARROLLO RURAL Luciano Concheiro Bórquez 1 ; Patricia Couturier Bañuelos 2 y Eduardo Marrufo Heredia 3 La tradición de los oprimidos nos enseña que el «Estado de excepción» en que vivimos es sin duda la regla. Así debemos llegar a una concepción de la historia que le corresponda enteramente. Walter Benjamin (2008: 309). El presente trabajo responde a la creciente preocupación social frente a la apocalíptica y brutal invasión que la violencia ha hecho de nuestra cotidianidad, cuyas percepciones más generalizadas oscilan entre una “aceptación” de lo “inevitable” y con ello de la construcción práctica de las bases de un neofascismo social (Santos, 2005) hasta la idea de que es el poder político y el mediático, en lo que va del período del sexenio de Felipe Calderón, los que han dado pie a una violencia, vuelta una guerra “sin fin”, que sirve para el control político, social y cultural y es parte de una estrategia geopolítica mundial. Desde nuestro punto de vista, el análisis de los constructos sociológicos y culturales dominantes sobre la violencia que 1 Profesor – Investigador del Departamento de Producción Económica de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco (DPE, UAM-X), 2 Profesora – Investigadora del DPE, UAM-X; Jefa del Área “Economía Agraria, Desarrollo Rural y Campesinado”. 3 Profesor del Departamento de Política y Cultura de la UAM-X. 1

Transcript of Violencia y desarrollo rural

VIOLENCIA Y DESARROLLO RURAL

Luciano Concheiro Bórquez1; Patricia Couturier Bañuelos2 y

Eduardo Marrufo Heredia3

La tradición de los oprimidos nos enseñaque el «Estado de excepción» en quevivimos es sin duda la regla. Así debemosllegar a una concepción de la historia quele corresponda enteramente.

Walter Benjamin (2008: 309).

El presente trabajo responde a la creciente preocupación

social frente a la apocalíptica y brutal invasión que la

violencia ha hecho de nuestra cotidianidad, cuyas

percepciones más generalizadas oscilan entre una “aceptación”

de lo “inevitable” y con ello de la construcción práctica de

las bases de un neofascismo social (Santos, 2005) hasta la

idea de que es el poder político y el mediático, en lo que va

del período del sexenio de Felipe Calderón, los que han dado

pie a una violencia, vuelta una guerra “sin fin”, que sirve

para el control político, social y cultural y es parte de una

estrategia geopolítica mundial.

Desde nuestro punto de vista, el análisis de los constructos

sociológicos y culturales dominantes sobre la violencia que

1 Profesor – Investigador del Departamento de Producción Económica de laUniversidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco (DPE, UAM-X),2 Profesora – Investigadora del DPE, UAM-X; Jefa del Área “EconomíaAgraria, Desarrollo Rural y Campesinado”.3 Profesor del Departamento de Política y Cultura de la UAM-X.

1

está viviendo nuestro país, demuestran que no es un fenómeno

coyuntural y que tampoco responde a una “mala política” sino

que obedece, en términos generales, a la “ley del valor”, a

la lógica del sistema capitalista, y en particular al nuevo

modelo de acumulación que combina formas posfordistas con

procesos de acumulación “por desposesión” (Harvey, 2004 y

2005) y la dinámica de territorialidad que las determina

(Revelli, 1996 y 1997). En esta perspectiva, la “salida” del

“Estado de excepción”, como diría Walter Benjamin (2008:209)

en que vivimos como regla, requiere de una propuesta de

transformación profunda, revolucionaria, y en ello, del

enfrentamiento, desde abajo, en las acciones de masas, contra

la violencia “desde arriba, real o potencial, que

reestructura naciones, mercados, pueblos y costumbres”

(Gilly, 2006:19).

Para analizar las dimensiones y sobre todo el sentido y

“sinsentido” de la violencia actual, nos detenemos

especialmente en el análisis del despliegue de este fenómeno

en el mundo rural mexicano, porque sintetiza, con cierta

singularidad, tanto las formas de “capitalismo salvaje”,

entre las que destaca la “acumulación por desposesión”

(Harvey, 2005) y la violencia generalizada permanente

impuesta por el capital para destruir las formas económicas

naturales e imponer las relaciones capitalistas (Luxemburgo,

1967:285), así como la criminalización de los movimientos

sociales en el contexto de la globalización actual; pero

2

también donde se suceden acciones de resistencia y ofensiva

del movimiento de masas que disputan el “monopolio de la

violencia física legítima” (Weber, 2003:83) como son los

casos emblemáticos de la rebelión zapatista de 1994 (Díaz-

Polanco, 1997), la lucha del Frente de Pueblos en Defensa de

la Tierra de San Salvador Atenco (Grajales y Concheiro,

2009), del pueblo Triqui (López Bárcenas, 2009), así como la

Policía Comunitaria del estado de Guerrero (Sierra, 2007).

Presentamos en primer término, algunos aspectos básicos a

nivel teórico conceptual sobre la violencia para analizar sus

manifestaciones, desde ejemplos específicos, en el mundo

rural.

Acerca de la violencia

La violencia aparece históricamente como elemento

consustancial de la lógica del capital (Marx, 1977), ejercida

en el ámbito económico a través de los diversos mecanismos de

acumulación del capital, entre los que destaca la acumulación

originaria; y en términos políticos por medio de los aparatos

de Estado. No obstante, en proceso de globalización actual,

la dinámica del capital rompe con sus propias instituciones e

impone una lógica geopolítica que conlleva, como nos dice

Adolfo Gilly (2006: 39): “nuevas relaciones entre dominación,

resistencia y violencia. Si esto es así, esta globalización

lleva consigo el germen de nuevas guerras y revoluciones

3

donde la violencia, como razón última, redefinirá esas

relaciones”.

Ejemplo de lo anterior es la violencia ejercida por el poder

ejecutivo, en una guerra declarada contra “las fuerzas del

mal” (encarnadas en el narcotráfico) que han cobrado en lo

que va del sexenio actual (2006-2010) más de 30 mil muertos

(Campos, 2010) y que cada día sirven más para hablar de un

“Estado fallido” y justificar así la intervención abierta de

Estados Unidos. Pero esta violencia, hay que subrayarlo,

tiene que ver en el México contemporáneo, con un claro

ejercicio geopolítico tanto en el plano mundial como del

Estado nación y la difícil difusión de la democracia

(Wallerstein, 2007 y Tapia, 2010) y su contrapunto la

violencia que ha ejercido el Estado mexicano en términos de

la coerción y sometimiento en contra de movimientos sociales,

que tiene como punto de partida los ataques contra el

movimiento campesino, el movimiento de los médicos y frente a

los profesionistas de PEMEX en los años 60 como preámbulo de

la matanza de estudiantes en Tlatelolco el 2 de octubre de

1968 y el 10 de junio de 1971.

El fracaso de una transición democrática en México y a la

situación que vive la sociedad comienzos de siglo XXI obliga

a al estudio ineludible del tema de la violencia política,

sea que se trate de la violencia monopolizada por el Estado

moderno, y empleada por él –lo mismo en sentido liberal que

en sentido totalitario- para reproducir su consistencia4

oligárquica, o sea que se refiera a la contraviolencia, a la

violencia de las fuerzas sociales que responden a la primera

en nombre de la posibilidad de un Estado alternativo,

realmente democrático (Echeverría, 2006:60).

Bolívar Echeverría, planteaba que la violencia, “es la

calidad propia de una acción que se ejerce sobre el otro para

inducir en él por la fuerza –es decir, en última instancia,

mediante una amenaza de muerte- un comportamiento contrario a

su voluntad y su autonomía; una imposición que implicaría, en

principio su negación como sujeto humano libre” (Echeverría,

2006:60). Este planteamiento toma forma cuando incluso la

violencia es ejercida a través no sólo de la manipulación

ideológica, sino incluso de la desaparición forzada de los

actores sociales o se les asesina. El discurso de la derecha,

para perpetuarse no sólo en el poder, sino extender

abiertamente ese poder al ámbito económico implica, la

imposición, con castigo y amenazas y “genera la percepción de

que el orden impuesto supone la paz y la tranquilidad”

(Lorente, 2010:219); la justificación que da el Estado para

el uso de la violencia, está incluso apoyada en el derecho

natural y se plantea que lo importante son los fines y que si

estos son legítimos, por consecuencia se justifican los

medios, aunque estos sean expresión directa de la violencia

en sí misma. Esta lectura “instrumental” de la violencia,

entendida en este caso como “la provocación deliberada, o la

amenaza de provocación, de una lesión física o un daño con

5

fines políticos” en el transcurso de un conflicto político

grave conlleva su justificación y determina tipologías que la

acompañan (González, 2010: 284-285), que subrayan la

oposición entre la violencia social y la violencia política.

La violencia en las transformaciones del Estado ya fue

destacada por Aristóteles, y Maquiavelo la sitúa en el centro

de toda acción de y se plantea como un medio práctico para

lograr el fin de legitimación del poder estatal sin importar

a quién se le hace daño ni cómo se logra el objetivo

planteado, “el poder político y la violencia, ya que ésta

aparece como un factor ineludible en toda sociedad, que aquél

se encarga desde el Estado de sistematizar, encauzar y

adecuar a fines específicos para que sea posible la vida en

común” (González, 2010:277).

No obstante, a la violencia política se le opone la violencia

dialéctica de las comunidades arcaicas, hija de una situación

en la que priva una “escasez absoluta de oportunidades de

vida, es decir, aparece en unas condiciones de vida en las

que lo otro, lo extrahumano o el mundo natural se presenta

implacablemente inhóspito frente a las exigencias específicas

del mundo humano, se muestra abiertamente hostil de su

producción” (Echeverría, 2006:63). En el modo propio y

peculiar de ejercer la violencia dialéctica sobre lo otro

(sobre lo que los modernos llamarán después “Naturaleza”)

reside la quinta esencia de la identidad y mismidad de una

6

comunidad, es decir, la garantía de su permanencia en el

mundo (Ídem: 65).

Entendemos y vemos aquí la violencia justificada en su máxima

expresión en la historia, en donde la destrucción o la

eliminación de la violencia social deben ser definitivas para

el ejercicio de la violencia “legitimada” de orden político.

En donde las relaciones sociales necesitan un mediador, el

Estado moderno, y es aquí en donde Bolívar Echeverría nos

plantea que en un Estado no moderno, se podría encontrar un

modelo económico-social en donde no existe la idea de un

Estado mediador, porque, se alcanzaría una “paz perpetua”, ya

que en el Estado Moderno, reconoce a los propios enemigos del

Estado, que legítimamente” éste puede atacar.

Pero la justificación histórico-política del ejercicio de la

violencia sólo adquiere fundamento en tanto el Estado

autonomiza su acción de la economía y que ésta adquiere la

forma de un “mecanismo automático” que acaba separándose de

su propia historia de violencia. En efecto, la modernidad

capitalista organiza la vida civilizada bajo la premisa de

que una sociedad propiamente capitalista no genera otro-

enemigo dentro de sí misma; que una otredad enemiga no puede

tener origen en ella porque la forma de socialidad que le es

propia y distintiva anula esa posibilidad en su raíz

(Echeverría, 2006:69). Por tanto, el desarrollo de las

fuerzas productivas y la acumulación de capital descansan en

un doble proceso, por el que se potencia y desarrolla la7

capacidad productiva del trabajo, y por otra en consecuencia

se extrae más plusvalía. Por tanto la acumulación y

desarrollo del capital se funda en la violencia de aumentar

la tasa de explotación.

La teoría del valor en lo esencial establece que la plusvalía

se funda en el intercambio de equivalentes, en todas las

formas de mercancías incluyendo la forma de fuerza de

trabajo, y que justo esto es lo que está en el fundamento de

la explotación.

Siguiendo a Bolívar Echeverría, se puede decir que tal vez lo

característico, lo trágicamente característico de la

modernidad “realmente existente” –cuya crisis más radical

parece ser la que vivimos en este principio de siglo- está en

que ella ha sido a la vez la realización y la negación de ese

revolucionamiento de las fuerzas productivas que comenzó a

perfilarse hace ya tantos siglos (Echeverría, 2006:71).

La violencia de las cosas mismas sobre los seres humanos de

la modernidad realmente existente pasa de la sujeción de la

vida al mercado capitalista a la estructura misma de los

objetos que se producen y consumen bajo esa sujeción, es una

violencia que se objetiva en las propias mercancías y que

acaba confrontando a los individuos y a la sociedad que

componen consigo mismos. La violencia moderna no actúa sobre

el individuo singular sólo desde fuera de él, desde los otros

individuos singulares o desde la comunidad –como sucede en

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condiciones no modernas-, sino que lo hace sobre todo desde

dentro de él mismo, en tanto que es un propietario de

mercancía que ha interiorizado en su ethos el impulso

productivista del capital, dirigido a someter todo brote de

“forma natural” que aparezca en el mercado (Echeverría,

2006:74 y 75).

Las violencias ejercidas entonces por el Estado, las

encontramos de formas diversas, algunas veces ocultas, o bien

claras en otras ocasiones. La violencia clara y de gran

fuerza es la que se ejerce en contra de los indígenas y

campesinos que resguardan sus recursos, son criminalizados, o

bien la violencia que se ejerce al no tener políticas

públicas que disminuyan la pobreza, o la precarización del

empleo en las ciudades. Una violencia combate directamente

formas naturales, no mercantiles o menos mercantilizadas en

términos capitalistas, buscando la desposesión de los medios

y recursos de sus propietarios directos, en tanto que en

otros casos la violencia que se ejerce, que parte a su vez de

la expropiación de formas naturales, apropiadas socialmente,

conlleva la intensificación de las formas de extracción del

plusvalor. Sin embargo, al encontrarse sujeta todo trabajo en

la lógica específicamente capitalista de producir, los

mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo, sujeta

bajo distintas formas, comparten el ejercicio de la violencia

del capital y en el plano político pueden disponer de una

clara plataforma para el ejercicio de la violencia social, en

9

tanto masa y en cuanto a su calidad de pueblo o pueblos

enfrentados al propio capital.

La violencia se ejerce en diferentes situaciones y abarca

diferentes actores sociales, de forma tal, que ante las

nuevas formas de globalización y de coloniaje contemporáneo,

la violencia deja de tener límites, y se manifiesta de

cualquier forma y es ejercida contra cualquier persona o

grupo de personas, sin reparar en los viejos “valores” frente

a la edad o el género. Con este tipo de planteamiento cabría

argumentar que al existir violencia en la comunidad como

parte de las conductas delictivas, ésta deriva en terrorismo,

o que por existir violencia vinculada a los acontecimientos

deportivos, se produce violencia racista, y que un clima de

violencia generalizado es el que da lugar a que existan

agresiones contra mujeres y menores (Lorente, 2010:210). Y en

plano político, también el discurso dominante hace eco (hasta

de posiciones de la supuesta izquierda) de que la forma de

poder en cualquiera de sus formas conlleva la violencia o

incluso se justifica que la civilidad y el orden se ha

ejercido a través de la violencia y por lo tanto se

justifican y justifican a su vez a la violencia misma (Santos

y García, 2001).

Esta “extensión” y generalización de la violencia despliega

una nueva forma de legitimación del ejercicio de la violencia

a la vez que desdibuja la acción concentrada del monopolio de

la misma por parte del Estado. Esto no sólo tiene que ver con10

la pérdida de soberanía por parte de los Estados frente a la

globalización, sino con la particular forma de

territorialización del capital, la disputa por bienes cada

vez más escasos (entre los que destacan las fuentes de

energía y el agua) necesariamente en espacios también

determinados, así como en las particulares formas y prácticas

de territorialidad de las resistencias y luchas

contemporáneas.

En tanto la violencia de la subsunción capitalista de todo

trabajo en el capital no puede permanecer en su figura básica

como violencia interiorizada; sino adquirir una figura

objetiva, y ésta es la que emana del Estado nacional moderno

(Echeverría, 2006:76), cabe preguntarse qué sucede cuando

esta “exteriorización” de la violencia del seno del capital

hacia el Estado pierde fuerza y cede terreno a los poderes

fácticos del capital (incluido, por supuesto el del

narcotráfico). Por un lado está el efecto o sentido de

pérdida, que referimos en las primeras líneas de este

artículo, de toda “comunidad” (incluyendo la comunidad

estatal) y por tanto “asumir” la “ley de la selva” o ausencia

de todo acuerdo social; o el despliegue de resistencias

precisamente a partir de la rebeldía, como forma natural de

la vida contra la “dictadura del valor autovalorizándose”;

una rebeldía que se manifiesta en todo tipo de intentos de

reconquistar para el sujeto humano la subjetividad que le

tiene arrebatada el capital (Echeverría, 2006:79).

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Como dice Slavoj Žižek, tenemos muy presente que las

constantes señales de violencia son actos de crimen y terror,

disturbios civiles, conflictos internacionales, pero

deberíamos aprender a distanciarnos, apartarnos del señuelo

fascinante de esta violencia “subjetiva”, directamente

visible, practicada por un agente que podemos identificar al

instante, necesitamos percibir los contornos del trasfondo

que generan tales arrebatos (Žižek, 2008:9).

Sin embargo, la violencia objetiva es precisamente la

violencia inherente a este Estado de cosas “normal”. La

violencia objetiva es invisible puesto que sostiene la

normalidad de nivel cero contra lo que percibimos como

subjetivamente violento (Žižek, 2008:10), lo que hace que

perdamos de vista que la violencia es componente de la

acumulación del capital y que por ello, su deseada superación

no puede provenir de un supuesto ejercicio de la democracia

delegada en las representaciones políticas sino más bien en

el ejercicio directo de la apropiación de la soberanía en un

ejercicio múltiple de democracia horizontabilizada, directa,

efectivamente participativa de contrahegemonía global y a la

vez nacional y local (Santos y Rodríguez, 2007).

Nos parece que la llamada de atención en la que insiste Žižek

(2008, 2009a, 2009b y 2009c), sobre cómo la oposición a toda

forma de violencia –desde la directa y física (asesinato en

masa, terror) a la violencia ideológica (racismo, odio,

discriminación sexual- parece ser la principal preocupación12

de la actitud liberal tolerante que predomina hoy, eclipsa no

obstante los demás puntos de vista: todo lo demás “puede y

debe esperar” y hace olvidar la noción de violencia

objetiva, que adoptó una nueva forma con el capitalismo.

“Marx describió la enloquecida y autoestimulante circulación

del capital, cuyo rumbo solipsista de partenogénesis alcanza

su apogeo en las especulaciones metarreflexivas actuales

acerca del futuro (Žižek, 2008:22).

Violencia en México

En relación a los planteamientos anteriores, podemos decir

(aunque quizá con un sentido opuesto al de sus autores) que

una parte importante de la sociedad mexicana se resiste a

aceptar la idea de que México está en guerra y, mientras no

acepte esa realidad, nunca podrá entender la violencia que

está viviendo el país (Nexos, núm. 392: 9).

La violencia que se ha desatado en nuestro país, parece no

sólo que no tiene fin, sino que las cifras manejadas por

diversas fuentes denuncia que en lo que va de este sexenio

han muerto alrededor de 28,000 mexicanos, en lo que se

denomina con fuerte intencionalidad: la “narcoviolencia”

(Turati, 2010). Los lugares en donde han sucedido estos

hechos tan lamentables, son cientos, pero un lugar

significativo es Ciudad Juárez, en donde se observa

particularmente la poca capacidad de las autoridades para

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poder resolver los asesinatos que se han dado, y menos aún

parar la escalada de violencia y el ejercicio territorial del

poder en esa ciudad de la delincuencia organizada (como se le

dice no sin cierto eufemismo), pero sobre todo, de la

violencia contra las mujeres que sembró socialmente los

terrenos fértiles para la segunda oleada de violencia. Otro

caso similar que ha ido adquiriendo un carácter emblemático

es el del ejercicio de dominio territorial del narco asociado

a amplias capas de la propia población en la ciudad de

Monterrey.

Basta una mirada rápida a los datos sobre víctimas; secuencia

y cantidad de contactos armados; armamento y medios

involucrados; extensión de los territorios en disputa y

fuerzas policiales y militares comprometidas por aire, mar y

tierra, para concluir que México asiste a una guerra (Nexos,

núm. 392: 9). Es cierto que México tiene problemas de

impunidad, corrupción y debilidad institucional, pero esos

problemas no tenían por qué derivar en una guerra. Han sido

el valor como ruta de la droga, los miles de millones de

dólares y las decenas de miles de armas provenientes de

Estados Unidos los factores principales en la generación del

conflicto. Dada la diferencia de desarrollo entre ambos

países el comercio ilegal de drogas ha impactado de forma

asimétrica a México (Ídem). Por lo tanto es aquí donde de

manera mucho más grave vemos el ensañamiento de la violencia.

Son el propio gobierno y los poderosos grupos capitalistas

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los que desean en su desorbitante ambición la guerra, como

base directa de acumulación pero también como fundamento para

crear una plataforma de cesión de la soberanía nacional

(tanto económica como políticamente) y sobre todo para

generar condiciones que les permitan despojar de sus recursos

a los indígenas y campesinos, mercantilizar toda economía

natural y controlar los movimientos de masas criminalizando

toda acción en defensa de sus derechos.

La guerra contra las “fuerzas del mal” encarnadas en el

narcotráfico y la dimensión de la violencia desatadas no

puede ser medida en términos de indicadores de victoria o

fracaso, sino más bien representan en sí mismas indicadores

del tamaño del problema. No sólo no fue “sensato” demandar

que en unos años se acabe la violencia criminal de grupos que

poseen miles de millones de dólares, decenas de miles de

armas y miles de bandidos que han aprendido a matar (Nexos,

núm. 392: 10), sino el ocultar precisamente en esa acción que

en el caso del crimen organizado en México la violencia es

instrumental, le sirve para defender sus “negocios”, para

intimidar y controlar territorio y para hegemonizar su poder

sobre rutas y plazas frente a otros grupos criminales. Su

combate natural es con otros cárteles, no con el gobierno

(Nexos, núm. 392: 10) que acaba actuando como aliado de un

grupo u otro.

Desde nuestro punto de vista, en realidad, la “guerra” contra

el narcotráfico sirve para generar un Estado de excepción15

permanente, donde ha ido adquiriendo forma la violencia real

organizada por el propio Estado como palanca de acumulación

del capital. Referimos en dos ejemplos, el de la lucha del

Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador

Atenco (Estado de México) y el de el combate del pueblo

Triqui por constituir un Municipio Autónomo en San Juan

Copala (Oaxaca), cómo ha ido adquiriendo forma esta

prefiguración de una violencia que sirve para criminalizar

los movimientos sociales de resistencia y lucha social; pero

también, cómo estos pueblos se defienden y construyen

proyectos alternativos de poder social.

El caso de San Salvador Atenco, Estado de México

En San Salvador Atenco, se levantó una resistencia de los

campesinos y pueblos originarios en contra de la construcción

del aeropuerto y la expropiación de sus tierras. Esto

constituye, desde nuestro punto de vista, una lucha

territorial, surgida frente al proceso de expansión y

reestructuración del capital que ansioso de espacios para

seguir con su proceso neoliberal intentó despojar de sus

tierras a los pueblos; por eso surgió el Frente de Pueblos en

Defensa de la Tierra (FPDT).

La historia de esta lucha ejemplar puede resumirse en los

puntos siguientes: el 22 de octubre del 2001 la

administración de Vicente Fox anunció que la construcción del

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nuevo aeropuerto para la Ciudad de México se realizaría en la

zona de Texcoco. Éste anuncio venía acompañado por un decreto

expropiatorio de 5 mil 474 hectáreas de tierras agrícolas de

la zona, incluyendo 3 mil 736 hectáreas de los campesinos y

ejidatarios del municipio de Atenco, el municipio más

afectado. Como indemnización, se les pagarían siete pesos

(aproximadamente 70 centavos de dólar) por metro cuadrado de

tierra. Ante estos hechos, un grupo de más de 500 campesinos

de San Salvador Atenco inició su protesta el mismo día en que

se anunció la expropiación. Se armaron de sus herramientas de

trabajo, los machetes (que se convertirían desde ese día y

hasta hoy en símbolo de su lucha), y bloquearon la carretera

Texcoco-Lechería anunciando que defenderían sus tierras al

grito de: “Zapata vive, la lucha sigue” (Grajales y

Concheiro, 2009).

Pero las cosas no se iban a quedar no más así, en mayo del

2006, en Texcoco para ser exactos, alrededor de 500 policías

antimotines aprendieron con lujo de violencia a 28 de los

productores y miembros del FPDT que llevaban casi diez horas

atrincherados en una casa. Entre ellos estaban Ignacio Del

Valle, Héctor Galindo y Felipe Álvarez. Los tres líderes del

FPDT fueron recluidos ese mismo día en el penal de máxima

seguridad de La Palma, Estado de México, donde permanecen

hasta el día de hoy sentenciados a una pena de 67 años y

medio de prisión. Igualmente, durante los enfrentamientos que

se produjeron ese día, un joven de 14 años, Javier Cortés

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Santiago, fue asesinado por un elemento de la policía estatal

que le disparó al pecho a quemarropa (Grajales y Concheiro,

2009). Al otro día de éstos hechos (4 de mayo de 2006),

fueron detenidas más de 200 personas con extrema violencia

golpeados con furia, con saña. La cantidad de elementos

policíacos, que era totalmente desproporcionada en relación a

la cantidad de pobladores y simpatizantes involucrados en el

conflicto del día anterior, hizo posible que, por cada

detenido, hubiera por lo menos veinte policías. Hombres,

mujeres, ancianos y menores de edad fueron golpeados por

igual. Los detenidos, la mayoría bañados en sangre fueron

apilados en camionetas que los condujeron a las afueras del

pueblo, donde nuevamente fueron bajados, golpeados. Después

los subieron a los camiones de la policía, amontonados unos

sobre otros. Las mujeres, además, fueron agredidas

sexualmente: fueron tocadas, pellizcadas, manoseadas,

violadas.

Es claro los excesos de violencia y la forma en que los

líderes fueron castigados mandándolos a un penal donde pueden

estar compartiendo celda con El Mocha Orejas, grandes capos

del narco o algún violador; ¿cuál es la señal que mandan los

poderosos?, ¿un castigo ejemplar a quienes se revelen en

contra del régimen, así como un Estado que se venga de la

derrota que sufrió? ¿O algo mucha más general’, establecer,

institucionalizar, imponer, la criminalización de los

movimientos sociales. Por eso Atenco es el ejemplo, en primer

18

lugar de lucha, pero también es uno de los escenarios de

guerra principales donde se está dirimiendo el futuro de la

democracia en nuestro país.

El caso de San Juan Copala, Oaxaca

La historia de este caso en particular es la siguiente, en

1948, el municipio de San Juan Copala fue suprimido, quedando

sus localidades bajo el dominio político, administrativo,

económico y cultural de los municipios mestizos: Santiago de

Juxtlahuaca, Putla de Guerrero y Constancia del Rosario. La

justificación de la fragmentación y destrucción de los

municipios Triquis fue, según el gobierno del Estado, su

desapego a las leyes, a la falta de pagos de impuestos y a la

violencia de la región (López, 2009).

La transformación del municipio en Agencia municipal término

doblegando a San Juan Copala, frente al poder mestizo de

Juxtlahuaca y, si bien los Triquis continuaron organizándose

políticamente mediante su forma tradicional, es decir,

autoridades, mayordomos y consejos de ancianos, figuras

tradicionales y emblemáticas que representan a las

autoridades legítimas de las comunidades y no las impuestas

por el Estado. Estos diversos líderes han sido atacados para

debilitarlas, a partir de los años setenta la injerencia

19

política externa y la conformación de una nueva clase

política a nivel nacional y estatal representada por el

partido que en ese momento era el oficial (PRI), creó una

fuerza en la zona de priistas Triquis que se denominaban

“progresistas” o “bilingües” (recordemos lo anteriormente

expuesto sobre el concepto desarrollo) que criticaban a los

tradicionalistas por ser anticuados y no querer progresar.

Los testimonios de la lucha Triqui señalan a Guadalupe Flores

Villanueva conocido como “Nato”, joven líder que se opuso al

cacicazgo que entonces formaban los señores José Martínez y

José Caritino ligados al gobierno, imponiendo su voluntad en

toda la región. Las ideas de Nato eran: que el pueblo

eligiera a sus autoridades y éstas buscarán la unificación de

todos los barrios, que se marcaran los linderos de las

tierras comunales con base a documentos existentes; que se

formarán cooperativas para comercializar el café y el plátano

en beneficio de la comunidad. Pero Nato no pudo realizar su

sueño de unificar al pueblo Triqui, ya que fue asesinado en

1972 (López, 1986).

En 1975, renace el movimiento organizado esta vez encabezado

por Luis Flores García, dicho líder trato de entender los

términos jurídicos que permitiera exigir los derechos del

pueblo Triqui y para ello formó el CLUB, (Rqueni chee chia

niaa, que significa “luchemos por nuestro pueblo”). El CLUB,

estaba cimentado principalmente en las ideas políticas de

Nato (López, 1986). Dicho líder con la participación y20

respaldo de ex agentes municipales, logró la construcción del

internado – escuela en San Juan Copala, organizó una

cooperativa para la comercialización de plátanos y no cesó en

el intento de organizar y unificar al pueblo Triqui. Para

1976 el CLUB ya contaba con arraigo y simpatía entre la gente

de los barrios lo cual impulsó una protesta contra los malos

manejos de la agencia municipal, molestando a los dirigentes,

los cuales reprimieron el movimiento con asesinatos, entre

ellos el de Luis Flores (López, 1986).

Siguieron las diversas represiones por parte de los agentes

municipales, así llegamos hasta 1981 donde se forma casi

clandestina y bajo constantes represiones por parte del

ejército el Movimiento de Unificación y Lucha Truiqui (MULT)

que en honor de su creador intelectual Luis Flores García

lleva el nombre de MULT-Luis Flores García, el objetivo

principal es unificar a las comunidades Triquis para

emprender la defensa de sus tierras y recursos naturales, así

como luchar por el derecho a elegir a sus autoridades de

acuerdo a sus usos y costumbres y por la conservación de su

cultura e identidad. Dicha organización realizó dos tipos de

encuentros para dar a conocer su problemática invitando a

diversas organizaciones no gubernamentales, las cuales se

otorgaron su apoyo en su lucha contra el caciquismo y el

maltrato de las autoridades estatales.

El gobierno existente no tardo en tomar sus represarías, pues

las prácticas que utilizaron para golpear al MULT tuvieron21

éxito, morían los líderes o desaparecían y los que quedaban

decidieron salir de la población por miedo a que sus vidas

sean tomadas, dicho gobierno se hace de la dirigencia del

MULT para tener poder absoluto de la entidad. En 2003 la

dirección del MULT decide convertir a dicha organización en

partido político a nivel estatal, según ellos para garantizar

la participación política de los Triquis a dicho nivel, lo

cual provoca el enojo de los habitantes de la zona, y éstos

deciden crear otra organización llamada Movimiento de

Unificación y Lucha Triqui Independiente (MULT-I),

reconociendo que la organización que originalmente habían

formado se desvío de sus propósitos originales y ya no

representaba el auténtico sentido de la lucha Triqui. Como

siempre, los representantes de la agencia municipal desato

una serie de represiones (asesinatos) contra los líderes de

dicha organización, pero esta vez a pesar de los asesinatos

las comunidades afectadas decidieron resistir pacíficamente,

ya que dentro de sus principios se encuentra la conciliación

y el acuerdo como forma tradicional para resolver los

conflictos.

Como consecuencia de haber sido despojados no sólo de su

territorio por parte de los mestizos, como tradicionalmente

había sucedido, sino también de su memoria histórica y de su

lucha, deciden caminar la vía de la autonomía, tal vez con la

única alternativa que les queda “el primero de enero de

2007”, el consejo de ancianos de los barrios y rancherías que

22

integran San Juan Copala, dieron posesión a las autoridades

municipales del Municipio Autónomo de San Juan Copala,

(Triquis, 2008).

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Un poema como “conclusión”

A LOS POR NACER4

Bertolt Brecht, 1938.

1

Verdaderamente: vivo en tiempos tenebrosos.

La cándida palabra es necia. Una frente tersarevela insensibilidad. Y si alguien ríees que no le ha llegado todavíala noticia terrible.

¿Qué tiempos son éstos, en quees casi un crimen hablar de los árbolesporque eso es callar sobre tantas maldades?Ese hombre que va tranquilamente por la calle,¿es ya acaso inaccesible a sus amigosen la necesidad?

Cierto: yo me gano la vida todavía.Pero creedme: es por casualidad. Nadade lo que hago me da derecho a hartarme.Por caso me respetan (pero si cambia mi suerteestoy perdido).

Me dicen: ¡Come y bebe, sé alegre tú que tienes!Pero ¿cómo voy a comer y bebersi le arranco al hambriento lo que comoy mi vaso de agua le falta al sediento?

4 Traducción de Manuel Sacristán (1925-1985), uno de los filósofosespañoles más importantes del siglo xx y una figura fundamental de lahistoria política reciente de España. Sacristan, acostumbraba a regalar alos miembros del comité central del Partido Comunista de España copias desu traducción de «A los por nacer» de Brecht, de 1938. Ésta es una de susversiones.

24

Y, sin embargo, como y bebo.

También me gustaría ser sabio.Los viejos libros dicen que es sabiduríaapartarse de las luchas del mundo y pasar el breve tiempo sin temor.También renunciar a la fuerza, devolver bien por mal,no cumplir los deseos, sino olvidarlosdicen que es sabiduría.Pero yo no puedo hacer nada de eso:verdaderamente, vivo en tiempos tenebrosos.

2

Yo llegué a las ciudades en la hora del desorden,cuando reinaba el hambre.Me mezclé entre los hombres en la hora de la rebelióny me indigné junto con ellos.Así transcurrió mi tiempo,el tiempo que me había sido dado sobre la tierra.

Comí mi pan entre las batallas.Me eché a dormir entre los asesinos.Cultivé sin respeto el amory fui impaciente con la naturaleza.Así transcurrió mi tiempo,el tiempo que me había sido dado sobre la tierra.

A una ciénaga llevaban en mi tiempo todos los caminos.Mi habla me traicionó al matarife.Poco pude. Pero los amoshabrían seguido más seguros sin mí: ésa fui mi esperanza.Así transcurrió mi tiempo,el tiempo que me había sido dado sobre la tierra.

Pocas eran las fuerzas. La metaestaba muy lejosPero era ya visible, aunque para mí

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apenas alcanzable.

Así transcurrió mi tiempo,el tiempo que me había sido dado sobre la tierra.

3

Vosotros, los que surgiréis del pantanoen que nosotros hemos sucumbidopensad,cuando habléis de nuestras debilidades,también en el tiempo de tiniebladel que os habéis librado.

Porque, a menudo, cambiando de patria más que de sandalias,fuimos desamparados a través de la guerra de las clases, cuando todo era injusticia y faltaba la cólera.

Más no por ello ignoramosque también el odio contra la vilezadesencaja al rostro,que también la cólera contra la injusticiaenronquece la voz. Sí, nosotros,que queríamos preparar el terreno a la amistadno pudimos ser amistosos.Vosotros, cuando se llegue a tantoque el hombre sea un apoyo para el hombre,pensad en nosotroscon indulgencia.

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