UN FORMADOR PARA GOBERNANTES DE HOY: Plutarco

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UN FORMADOR PARA GOBERNANTES DE HOY: PLUTARCO En los países más desarrollados de Occidente el discurso político parece agotado. Faltan ideas. Para comprobarlo no hace falta más que revisar y comparar los programas electorales de los principales partidos políticos. La crisis del sistema representativo parlamentario es innegable. Las cámaras de diputados y senadores se han convertido en un “teatrillo” donde se escenifican debates y oposiciones en las que ya casi nadie ni cree ni presta atención. La concurrencia de ciudadanos a elecciones sigue disminuyendo progresivamente en casi todos los países centrales. El desinterés –y muchas veces, desprecio y decepción- de los jóvenes por la política y por los políticos es una constante sociológica mundial. Este diagnóstico no es producto de una visión particular pesimista, catastrofista o escéptica, sino que es un diagnóstico y una preocupación compartidos hoy incluso por los más importantes actores de la vida política. En todas partes se clama por una regeneración política y por la necesidad de perfeccionar un sistema llamado “democrático”, pero lleno de fisuras, que incluso asfixia las libertades más elementales. ¿Cómo reaccionar? ¿Quién tiene el poder de perfeccionar el sistema? ¿Dónde pueden encontrarse modelos o fuentes de inspiración?¿Existen hoy aún posibilidades de que los políticos tengan una buena formación moral, adecuada preparación técnica, y una noble conciencia de su alta 1

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UN FORMADOR PARA GOBERNANTES DE HOY: PLUTARCO

En los países más desarrollados de Occidente el

discurso político parece agotado. Faltan ideas. Para

comprobarlo no hace falta más que revisar y comparar los

programas electorales de los principales partidos

políticos. La crisis del sistema representativo

parlamentario es innegable. Las cámaras de diputados y

senadores se han convertido en un “teatrillo” donde se

escenifican debates y oposiciones en las que ya casi nadie

ni cree ni presta atención. La concurrencia de ciudadanos a

elecciones sigue disminuyendo progresivamente en casi todos

los países centrales. El desinterés –y muchas veces,

desprecio y decepción- de los jóvenes por la política y por

los políticos es una constante sociológica mundial. Este

diagnóstico no es producto de una visión particular

pesimista, catastrofista o escéptica, sino que es un

diagnóstico y una preocupación compartidos hoy incluso por

los más importantes actores de la vida política. En todas

partes se clama por una regeneración política y por la

necesidad de perfeccionar un sistema llamado “democrático”,

pero lleno de fisuras, que incluso asfixia las libertades

más elementales.

¿Cómo reaccionar? ¿Quién tiene el poder de perfeccionar

el sistema? ¿Dónde pueden encontrarse modelos o fuentes de

inspiración?¿Existen hoy aún posibilidades de que los

políticos tengan una buena formación moral, adecuada

preparación técnica, y una noble conciencia de su alta1

misión?¿O hay que resignarse, dejar de remar contra

corriente, y simplemente esperar a que “Dios nos la depare

buena”? Reconozcamos, además, que en este campo –difícil y

de alto efecto multiplicativo– no todo son buenas

intenciones y buena formación, también hay que tener una

buena dotación natural.

RECURRIR A LOS CLÁSICOS

Ha sido una herramienta común a muchos autores

influyentes —y particularmente entre quienes se sienten

obligados a formar a los jóvenes en la responsabilidad

hacia lo público— que, como paso previo al estudio de las

características que debe tener un buen gobernante, se

sumergieran en el estudio bio-bibliográfico de grandes

autores y políticos de la Antigüedad clásica. Como este

escrito va dirigido a una prestigiosa publicación de

Filosofía del Derecho, cito aquí a una persona conocida en

ese ámbito: Mary Ann Glendon. Hace cuatro años sostenía en

la universidad desde la que escribo: After listening to so many

students discuss those questions over the years, I began to study the

biographies of remarkable statepersons of the past to see how they dealt with

challenges similar to the ones our students today find so daunting1.

Desde tiempos muy antiguos se ha reconocido que en todos

los órdenes de la realidad existe una necesidad natural de

orden y gobierno: en las lejanas alturas de los cielos y

los astros, hasta en realidades tan próximas como las1 Cf. GLENDON, Mary Ann, Cicero and Burke on Politics as a Vocation (manuscripto nº 4245,

Universidad de Navarra, 22-V-2010).

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sociedades humanas a las que pertenecemos. En algunos

órdenes solamente podemos alcanzar a contemplar, sin

ninguna posibilidad de influir en la orientación de esas

fuerzas directivas. En el orden de las organizaciones

humanas, en cambio, podemos tener la capacidad de intentar

el mejor gobierno posible, tanto en lo que se deriva del

acierto en el diseño de las instituciones, como en la

preparación, calidad y buena ejecutoria de las personas que

lleven adelante ese gobierno. La experiencia histórica

viene demostrando que la perfección institucional es

insuficiente; lo determinante son las personas que dan vida a esas

organizaciones.

Recaemos entonces en un interrogante insoslayable,

aunque sea tópico: ¿debemos resignarnos a tener o no la

fortuna de que quienes ocupen puestos directivos tengan

condiciones innatas para ese cometido? ¿O podríamos influir

en cierta manera —a través de una adecuada preparación, por

ejemplo— a fin de ayudar a que nos gobiernen los mejores?

Aristóteles sostuvo sin ambages que hay que suplir con arte lo que falte a la

naturaleza.

Ya nos hemos situado en medio de una discusión que

atraviesa toda la historia del pensamiento y, en

particular, de la Pedagogía: la alternativa entre Arte y

Naturaleza. ¿Hasta dónde puede revertirse la falta de

condiciones naturales? ¿Hay que aceptar pacíficamente las

limitaciones de nuestra naturaleza, o podemos suplir con

arte, con técnicas y con adiestramiento la eventual

dotación insuficiente que nos viene dada? ¿Y en qué grado,

3

dónde está el punto de equilibrio para intentarlo o

desistir? ¿Cuándo no hay que esperar más y resignarse? En

el caso que nos ocupa los interrogantes son: ¿se puede

enseñar a gobernar bien?, ¿se puede aprender?, y quizás la

pregunta más exacta: ¿se puede enseñar a aprender?

Una respuesta positiva y esperanzadora nos alejaría de

fatalismos históricos y nos permitiría ejercer alguna

influencia positiva sobre sociedades que parecen estar en

creciente y permanente decadencia, también por la

insuficiencia ética y técnica de sus dirigentes. Recibimos

entonces un impulso para el esfuerzo en encontrar —aunque

no sea éste el único camino— medios de formación para

lograr buenos gobernantes.

Para este cometido tan urgente y necesario, al pensar en

los recursos de los que disponemos, es muy difícil soslayar la

aportación de los grandes clásicos de la filosofía política antigua. Si

realizamos –aunque sea muy someramente- un rápido recorrido

por el universo de ideas del Sócrates platónico, de los

mismos fundadores de la Academia y del Liceo atenienses, de

Jenofonte, Isócrates, Demóstenes, o ya en Roma, de Cicerón,

Séneca o Tácito…, volveremos a advertir que cada uno de

ellos son como ricos filones de ideas, de una originalidad

y profundidad muy difícil de encontrar aún en los más

prestigiosos autores de la teoría y la filosofía política

hodierna. Podemos entonces sentirnos casi humillados por la

superioridad intelectual y ética de los clásicos greco-

romanos, así como por los autores de la Antigüedad tardía,

ya cristianizada, que se apoyan en aquéllos. Sorprende que

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incluso en la temática más propiamente filosófica, parece

como si todos los tópicos actuales ya fueron planteados

desde el arranque mismo del pensamiento occidental, al

menos germinalmente o in nuce. Como si los clásicos “ya lo

habían pensado todo”. O como dicen algunos desengañados:

hoy la única novedad son… ¡los clásicos!

No hay que olvidar que en los momentos más relevantes

de la antigüedad griega y romana —que determinan con tanta

fuerza nuestras concepciones del mundo, del hombre y de la

sociedad— la participación en las responsabilidades

públicas estaba considerada una obligación de la máxima

importancia para los hombres libres y gozaba de un

generalizado prestigio. Si bien es cierto que una triste

realidad, como era la esclavitud de una mayoría, permitía

la cómoda actividad política de las minorías favorecidas.

Esta alta consideración de lo político se mantiene sin

objeciones —salvo escasas excepciones, como es el caso de

cierta sofística— hasta los prolegómenos de la modernidad.

En ese dilatadísimo período histórico se considera que para

influir beneficiosamente en la vida política lo más eficaz

es dar prioridad a la buena formación de quienes están

destinados a ejercer el poder. La misma Iglesia Católica

asumió sin crítica alguna la misión de formar a los reyes y

príncipes durante mil años. De ahí nació el conocido género

literario de los Specula principis. Un realismo objetivista

impulsaba a atender bien a lo que aparecía como más

influyente para el bien de todos. Con el giro subjetivista

operado en la modernidad esa prioridad se oscurece, y

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surgen otros temas mucho más atendidos en la filosofía

política a partir de entonces.

Dentro de los autores a los que podría recurrirse para

instrumentar un programa de formación para el gobierno apoyado en el

vigor intelectual de los clásicos, actualmente viene resurgiendo la

egregia figura de Plutarco de Queronea. La opinión pública

suele tener una visión vulgarizada del polígrafo beocio,

recordándolo como un entretenido contador de anécdotas,

sobre todo extraídas de sus célebres Vidas paralelas, lo que

no deja de ser un craso error. Es el maestro ideal para

introducirnos en la ciencia antigua de la formación de

buenos gobernantes, y en la observación crítica y el

análisis evaluativo del desempeño en las tareas de

dirección en la vida pública.

Es filósofo, historiador, pedagogo moral, notable

escritor y tiene una intensa experiencia en la vida

política y en cargos de gobierno. Ha procurado conocer

personalmente a los dirigentes más relevantes de su época,

y ha estudiado a fondo a quienes —anteriores a él en años o

en siglos— no ha podido conocer. En su misma persona se

resume toda la cultura clásica hasta su época, lo que nos

asegura, al estudiarlo, conocer suficientemente el mejor

humanismo pre-cristiano. Escribe en su vejez opúsculos,

dentro de sus Moralia, dedicados a estudiar y transmitir qué

cualidades y capacidades operativas deben poseer los buenos

gobernantes y en qué consistía la educación política. Y

cuando quiere explicar la motivación última de sus Vidas

paralelas —en el exordio a la de Pericles—, advierte que no

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quiere hacer historia, sino ofrecer unos ejemplos que, a él

mismo y a sus lectores, les instruyan y les muevan a

seguirlos. Si tratando sobre la naturaleza del Derecho,

Aristóteles sostiene que hay que atender a las dos

dimensiones que tienen las leyes, su valor normativo y su

valor pedagógico (muestran al pueblo lo que es bueno), en

Política es igualmente importante la función social del

buen ejemplo de los ciudadanos y sus gobernantes. Pero el

buen ejemplo ha de venir primero desde arriba: verba movent,

exempla trahunt.

Plutarco es un autor profusamente estudiado desde

diversos ángulos. Su vigencia no ha decaído prácticamente

nunca aunque hayan pasado 19 siglos desde su muerte: es

llamativo cómo se le sigue citando explícita o

implícitamente. Su permanencia en las temáticas de estudios

anticuarios, filológicos, históricos, religiosos y

costumbrísticos ha sido constante. Y desde el punto de

vista de la Filosofía Política y la Filosofía Moral sigue

teniendo mucho interés —a nuestro entender— saber exhumar

de su abundante producción literaria valiosas ideas para –

convenientemente descodificadas- aplicarlas hoy en día en

la formación y en la vida política.

Desde el punto de vista cultural, debemos tener en cuenta

además, que los gobernantes estudiados por el polígrafo

beocio no son una curiosidad irrelevante: en parte gracias

al Queronense, aunque también por otras vías, se han

convertido en personajes clásicos, universales, que han

dejado fuerte impronta en la cultura de Occidente.

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Historiadores y eruditos de gran autoridad suelen

reconocer que ―en gran medida― el saber general sobre

hechos y personajes de la Grecia y Roma antiguas está

influido por la mediación y visión de Plutarco. Por tanto,

acercarnos a él es también conectar con una parte

considerable de nuestro patrimonio cultural común2.

Sobrevivió a la Antigüedad tardía a pesar de ser un autor

pagano —probablemente por su cercanía a un enfoque

homologable con el cristiano—, fue muy apreciado en la Edad

Media y luego pervivió casi sin interrupción durante los

posteriores siglos, influyendo en autores y personajes

destacados muy distanciados en el espacio o en el tiempo,

como son Shakespeare, Montaigne, Gracián, Rousseau,

Quevedo, Emerson o Napoleón. Es razonable sostener que su

influencia es permanente. Es un autor que pervive. Ha sido

llamado reiteradamente el clásico de los clásicos.

Su religiosidad, su valoración de la virtud, su

concepción de la autoridad como servicio, su didactismo

moral lo hacen atractivo, e implícitamente próximo a

planteamientos como los de Tomás de Aquino en el libro I y

II del De Regimine Principum, y en sus Comentarios a la Política

y a la Ética Nicomáquea, o a los autores medievales y

renacentistas que volcaron su empeño en formar buenos2 Sin ir más lejos, en un reconocido diccionario oxoniense sobre la

literatura clásica se dice: «Los Moralia de Plutarco gozaron de amplia lecturaen los tiempos medievales y fueron estudiados por muchos autores posteriores,entre los que destacan Montaigne (1533-92), quien los tomó como modelo paradar forma a sus Ensayos, Jeremy Taylor (1613-67) y Francis Bacon (1561-1626).[…] Los Moralia y las Vidas transmitieron a Europa, tal vez más que ningúntrabajo de cualquier otro escritor de la antigüedad, el acervo de lastradiciones morales e históricas del mundo clásico, y ejercieron unainconmensurable influencia en las vías del pensamiento» (M. C. HOWATSON,Diccionario de la Literatura Clásica, Oxford University Press 1989/Alianza Editorial,Madrid 2004, p. 660).

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gobernantes a través de la composición de Espejos de Príncipes,

donde suele ser muy citado. Por todo ello puede afirmarse

que está muy cercano a lo que podemos llamar un enfoque

sapiencial de matriz cristiana, a pesar de que nunca demostró

saber nada del naciente Cristianismo de su época.

La historiografía política y social demuestra que en la

formación para el gobierno público el caso histórico es un

instrumento a considerar con interés. Así como para la

formación de dirigentes de empresa, el método del caso —con

todas sus limitaciones— ha demostrado ser prácticamente

imprescindible, del mismo modo en la formación para lo

público se necesitan recursos pedagógicos que aterricen la

teoría en la realidad. Las Vidas de Plutarco son 50 casos

históricos muy aprovechables para este fin; sabiendo además

que en los Moralia políticos nos brinda la apoyatura

teórica. En aquéllas encuentra una perfecta aplicación

práctica para las teorías éticas que expone en éstos.

Como él mismo dice en el prólogo a la vida de Teseo,

conviene comenzar por el principio. En buena medida él

trata sobre los primeros gobernantes de los que tenemos

noticia histórica. Es interesante enriquecer la historia de

la ciencia del buen gobierno sin dejar nada fuera,

intentando aprovecharlo todo, y por tanto conviene exhumar

los primeros datos que se nos ofrecen sobre la manera en

que concebían su misión aquellos gobernantes antiguos, y

valorar sus resultados prácticos.

Descontando el reconocido interés histórico-biográfico

y politológico, estas obras son susceptibles también de un9

abordaje filosófico. En ellas se pueden identificar las

trazas de su adhesión —a veces crítica— al platonismo, al

estoicismo, a los pitagóricos y a la escuela peripatética,

según los diversos temas, en una elaboración personal

coherente que no supone mero eclecticismo, ni mucho menos,

sincretismo.

La oceánica bibliografía secundaria que se ha generado en

estos casi veinte siglos permite suponer que es un autor

suficientemente conocido, a lo que debe sumarse el hecho

cierto de que fue un escritor muy prolífico: según los

últimos estudios se atribuyeron a su pluma 260 títulos en

320 libros (aunque se conservan bastante menos de la

mitad). Todo ello ha hecho posible que se haya arribado a

una fijación precisa de su pensamiento en campos muy

diversos, lo que facilita alcanzar un suficiente grado de

rigor en cualquier investigación sobre Plutarco de

Queronea.

SINOPSIS BIO-BIBLIOGRÁFICA

Aproximarse a la vida de este singular autor –y no

solamente a sus obras– es ya un ejercicio de aprendizaje en

la ciencia del buen gobierno. La principal fuente para

conocer la vida de Plutarco son sus propios escritos. En

ellos hay múltiples referencias a sus vicisitudes

existenciales, pero siempre de modo oportuno, con ocasión

de ilustrar o explicar mejor el tema que está

desarrollando, en un admirable tono de modestia y

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sencillez, sin ningún atisbo de engreimiento. Otra fuente

común tendría que ser el Suida, pero la información que

brinda es insuficiente para el reconocimiento de la

categoría que tuvo este personaje, incluso ya durante su

vida. El gusto por la precisión espacio-temporal que suele

demostrar Plutarco en sus escritos, y la dilatada amplitud

temática de éstos, ha hecho posible que estudiosos

posteriores —confrontando sus datos con los de otras

fuentes— hayan podido reproducir con bastante exactitud la

cronología de su vida, y sus principales actividades.

De este modo, hoy existe una profusa documentación que

demuestra que su trayectoria vital fue muy interesante y

muy variada; capta inmediatamente la atención en distintas

dimensiones que pueden ser objeto de estudio y podría

llevar muchas páginas realizar una mínima presentación.

Después de precisas acotaciones basadas en referencias

internas y externas a su obra, Konrat Ziegler3 –el autor

más importante en los estudios plutarquianos– concluye que

Plutarco debe haber nacido poco antes del año 50 de nuestra

era, y fallecido poco después del año 120. Autores

posteriores llegan a la conclusión de que nace bajo el

emperador Claudio hacia el año 45 o 46, vive bajo Nerón,

Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito, Domiciano, Nerva y

Trajano; muere hacia el año 126, bajo el dominio de

Adriano. De todos estos gobernantes nos ha dejado trabajos

monográficos, o al menos, referencias importantes en sus

escritos. Conoció personalmente a algunos, recibió cargos y3 Cf. ZIEGLER, Konrat, Plutarchos von Chaironeia, en Paulys Realencyclopäedie der

classischen Altertumswissenschaft (PAULY-WISSOVA, RE, XXI, 1951, cols. 635/962).11

distinciones del Imperio, trató a la Corte tanto en Roma

como en Grecia. Es imposible que este entorno no haya

influido en su modo de pensar, de ver la vida y la

historia, y de escribir teniendo in mente también a esa

posteridad que ahora encarnamos nosotros.

Nace en Queronea de Beocia, su patria chica de la que

nunca querrá prescindir, tanto en su actividad como en su

pensamiento y en sus afectos. Aunque realiza largos viajes

por motivos de formación y de trabajo, sin embargo nunca se

alejará demasiado de ella. Plutarco es un hombre hogareño,

muy buen esposo y padre, muy amigo de sus numerosos amigos,

que a pesar de su universalidad mental tiene constantemente

en su pensamiento los valores familiares y locales. Cuando

llega el momento de abrir su propia Academia lo hace en su

casa familiar, en la pequeña ciudad provinciana de

Queronea, y su magisterio está revestido de proximidad, de

sencillez y afabilidad.

Aunque en toda su obra puede comprobarse su

sensibilidad de patriota beocio, sin embargo Queronea está

casi en el confín con la Fócide, y quizás la proximidad

geográfica contribuyó a su cercanía afectiva y efectiva con

el Templo de Delfos, donde terminó siendo sacerdote. La

pequeña ciudad está situada en las estribaciones del

Parnaso por el norte, y en las del Helicón por el sur. El

nombre de Queronea ha quedado en la historia ligado a dos

batallas decisivas en el destino de Grecia: la derrota de

la democracia ateniense ante Filipo de Macedonia en el 338

a.C., y el triunfo de Sila ante Mitrídates en el año 86

12

a.C., que marcaría el comienzo de la sumisión a Roma. La

universalidad de la pequeña patria de Plutarco también

estaba determinada por ser punto de confluencia de las

rutas que unían el norte con el sur, el golfo de la rica

ciudad de Corinto con el mar Egeo.

Sin caer en determinismos estructuralistas, pero

reconociendo el posibilismo, todo ello resultó muy

significativo en la formación y en la mentalidad de un

paradigma de humanista clásico, a la vez helenista y

romano, como es Plutarco. El silencio que guarda nuestro

autor respecto al origen de su propia estirpe —siendo gran

especialista en la genealogía ajena— ha sido interpretado

como un rasgo más de su elegante modestia. Siempre que hace

referencias que implican a su propia persona, las hace por

las exigencias del tema que está tratando, sin presumir de

lo que podría resultar favorable. Así sabemos que su

bisabuelo se llamaba Nicarco, su culto abuelo Lamprias, y

su imaginativo padre Autóbulo. La educación recibida por

Plutarco desde pequeño era la propia de un aristócrata

destinado a ocupar altos cargos, al menos en Queronea, y

muy bien relacionado con las demás familias nobles locales.

En algunos aspectos, su vida fue afortunada: tuvo un

matrimonio muy feliz con Timóxena, lo que probablemente le

ayudó a ser un adelantado a su tiempo en la alta

consideración de la mujer, el matrimonio y la familia,

dejando libros específicos sobre estos temas que siguen

asombrando por la insalvable superioridad ética sobre los

13

demás escritores de su tiempo4. Su mujer era hija de

Alexión, hombre importante en Queronea, quien ocupó el

cargo de arconte a principios del siglo II d.C.

Plutarco desempeñó altos cargos políticos ya desde joven.

Fue nombrado embajador de su patria, viajó al extranjero

para impartir conferencias, fue amigo y consejero de los

hombres más poderosos de su tiempo, incluso —probablemente—

de algún emperador. Recibió la más alta distinción que Roma

concedía a un extranjero. Al final de su vida fue premiado

con el sacerdocio délfico.

Pero fue probado en lo que más amaba. Su hija Timóxena —

con el mismo nombre que su esposa— murió a los dos años

durante una de sus ausencias. Esto provocó su Consolatio ad

uxorem, un magnífico texto que refleja la belleza del amor

y la unión conyugal, lleno de comprensión y ternura, y de

la fuerza que radica en la esperanza humana y sobrenatural.

También murió joven su hijo mayor Soclaro, y el bello

Quirón otra vez en su ausencia. De cinco hijos le quedaron

dos: Autóbulo —culto, inteligente y platónico como él— y

Plutarco, ambos protagonistas de algunos de sus diálogos. Se

conocen también los nombres y actividades de sus hermanos,

Lamprias, jovial y culto —bastante parecido a Plutarco en

muchos aspectos— fue arconte en Delfos y sacerdote del

oráculo de Lebadea, y Timón, aunque algunos piensan que era

su cuñado.

4 En Timóxena encuentra —por su valía personal— la justificación de su elevadoconcepto de la mujer, tan presente en sus páginas. Piensa que solamente elmatrimonio es el lugar apropiado para la pasión del amor. Emite críticasfuertes contra la infidelidad conyugal: «Son como generales que huyencobardemente mientras exigen a sus soldados valentía en el campo de batalla»,afirma en varias obras suyas.

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La entera obra de Plutarco está imbuida de ese ambiente

cordial, amistoso y familiar que le rodeaba. Escribe en

diálogo con sus amigos y conocidos. Éstos salen a escena

cuando resulta oportuno. Su intención es continuamente

educativa y de servicio a los más próximos; aunque sepa que

podrá tener un buen efecto en puntos distantes y en la

posteridad, que siempre tiene en cuenta mientras escribe.

Pero los amigos son los protagonistas principales de la

mayoría de sus libros. Ziegler ha realizado un minucioso

estudio donde clasifica a 130 amigos de Plutarco,

perfectamente identificados. Se nota que posee una

personalidad abierta y comprensiva, que busca la verdad y

el bien allí donde estén, sin cerrarse en el espíritu de

escuela. Entre sus amigos hay filósofos estoicos,

pitagóricos, platónicos, epicúreos, peripatéticos, y al

menos, un cínico. También son de profesiones variadas:

rétores, sofistas, matemáticos, geómetras, gramáticos,

poetas, músicos, sacerdotes; aunque se nota que cuida

especialmente la amistad con numerosos políticos. Abierto,

flexible y ecléctico, quizás la única condición que se

advierte que no está dispuesto a conceder en los debates es

la especial posición de privilegio de la Divinidad sobre el

resto del Universo.

Su apego a las tradiciones históricas y culturales de su

Beocia natal, no fueron obstáculo para que culturalmente

fuera un ateniense. De joven fue enviado a Atenas para su

formación. Es discípulo de Ammonio ―importante platónico

egipcio― quien le instruyó profundamente en retórica,

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matemáticas y religión, y lo hizo entrar en contacto con la

Academia. En el Ática estudia también la filosofía estoica,

epicúrea y peripatética. Siguiendo el ejemplo de Platón,

viajó a Alejandría, donde se interiorizó —entre otras cosas

— en el entonces difundido culto a Isis y Osiris,

reflejando sus conocimientos en un escrito ad hoc. Viaja por

encargos políticos y académicos por el resto de Grecia, y

por varias ciudades de Asia. Pero Atenas es su segunda

patria, donde vuelve con frecuencia, y donde es distinguido

con la ciudadanía ateniense cuando ya es un hombre famoso.

Su tercera patria será sin dudas Delfos. Allí terminará

siendo sacerdote de Apolo. Ya desde joven mantuvo una

fluida relación con el santuario.

Su primera misión política es la embajada ante el pro-

cónsul romano en Acaya. La pudo desempeñar con éxito. Al

respecto, ha dejado constancia del sabio consejo de su

padre: su compañero se retrasó y no compareció cuando era

preciso, pero su padre le indicó que no se atribuyera nunca

el buen resultado a sí mismo, sino que incluyera a su socio

en todas las alocuciones e informes. En política siempre

hay que buscar lo que une, no lo que divide, y asociar al

propio éxito a los demás, sin fagocitar en beneficio de sí

mismo lo que sale bien. Puede parecer una ingenuidad pero

no lo es: he podido comprobar cómo quien trabaja bien para

los demás, a la larga ha trabajado bien para sí mismo

aunque no lo pretendiera. Es una de las muchas lecciones

que se aprenden junto al maestro Rafael Alvira.

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En torno al año 80 nuestro autor comienza a interesarse

especialmente en Roma, y desde Roma, en el resto de Italia.

Realiza varios viajes a la capital del Imperio y al resto

de la península. Tiene allí muchos buenos e importantes

amigos; goza de un generalizado prestigio. A pesar de que —

como él mismo reconoce—por sus múltiples actividades nunca

tuvo tiempo de estudiar bien el latín, sin embargo, gracias

al auge de la influencia cultural griega, puede manejarse

cómodamente en todo el ámbito del Imperio. Es invitado a

dar conferencias como la máxima autoridad intelectual

griega del momento. Gracias a su prestigio y amistad con

las autoridades de Roma, logra concesiones y protección

especial para su patria. En tiempos de Trajano recibe la

dignidad consular, algo absolutamente excepcional para un

extranjero. Su magisterio en la Academia de Queronea se

prolonga al trabajar en conexión con la de Atenas. El

sacerdocio délfico también le permite extender su

enseñanza. Esa condición suya en Delfos puede haber

influido para que el emperador Adriano —admirador de la

cultura helénica y protector del santuario— termine

nombrando al polígrafo beocio procurator de Grecia; aunque

probablemente fuera una designación honorífica.

Plutarco de Queronea es un esposo y padre enamorado y

fiel, que cuida con esmero a su familia a pesar de los

viajes y actividades a los que está obligado por su

destacada posición. Es un ciudadano que participa

intensamente en la vida política de su ciudad, de su país y

del Imperio. No rehúsa ocupar cargos públicos durante casi

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toda su vida; incluso en su vejez se alegra de poder servir

a su patria desempeñando funciones que otros considerarían

poco dignas dados sus antecedentes. Es un intelectual con

una cultura y una erudición casi inexplicable para los

medios de que disponía. Es uno de los escritores más

prolíficos de la Antigüedad; ya famoso como tal en su

tiempo. Sus escritos tienen una intención fundamentalmente

didáctica, con especial orientación hacia lo moral,

político y religioso, aunque también sea considerado

historiador y sobre todo, biógrafo. Además es un pedagogo,

con Academia propia, de cierto estilo amplio e informal,

situada en su propia casa. Y finaliza su vida conjugando

múltiples actividades con el ejercicio del sacerdocio en

Delfos; realizando el sagrado ministerio con verdadera fe,

con fervor y gran dignidad; a la vez que aprovecha su

vastísima cultura para apuntalar la enseñanza de la

religión con meditados argumentos de razón.

Esta versatilidad y pluralismo tiene algunos

denominadores comunes. Uno es su intención de instar a la

responsabilidad política, de brindar formación adecuada

para el ejercicio de cargos de gobierno, de hacer ver la

importancia del cultivo de las virtudes para el buen

gobernante, y de la orientación moral en toda actividad

humana. Al servicio de estos fines orienta gran parte de su

actividad docente y literaria. Tiene para ello la autoridad

moral de su prestigio como persona de bien, de su

reconocida sabiduría polifacética, de su conocimiento

directo de quienes ejercen los más altos cargos en su

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tiempo y de quienes destacaron en tiempos históricos

importantes, y la de su propia experiencia directa en

muchos cargos de gobierno. Como puede apreciarse, tanto

como autor y como persona, es muy idóneo para el objetivo

que aquí se propone: exhumar de la sabiduría antigua lo

mejor de la ciencia del buen gobierno, para nutrir con ese

conocimiento programas actuales de formación política y

dirigencial.

El hombre, en cuanto individuo aislado, no es concebible

para un moralista que, como Plutarco, se inspira

directamente en las doctrinas de Platón y siente gran

simpatía por Aristóteles, representantes ambos de la teoría

clásica sobre el carácter indivisible de la relación

hombre-comunidad política. Y, puesto que, además, la propia

vida de Plutarco es un constante ejemplo de hombre virtuoso

entregado al servicio de la patria, no resulta extraño que

sus investigaciones sobre la conducta humana se centren

particularmente en dicha proyección social del individuo.

Para el Queronense la virtud ética, a diferencia de la

contemplativa —tò theôrêtikón— que sólo existe en el ámbito de

la razón, se caracteriza por su inmediata proyección en la

vida práctica. Por tanto su concepción de la ética —como la

de Aristóteles— tiene sentido en la medida que ofrece

normas de conducta para nuestras relaciones con los demás,

y la mejor ocasión para ese ejercicio de la virtud es la

vida pública. El hombre que aspira a la perfección moral

buscará servir a la comunidad, y entonces él mismo será

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instrumento y reflejo de la acción de los dioses sobre los

hombres.

Para poder ser realmente útil a los demás, y que esa

acción política no responda a motivaciones subalternas, el

hombre de Estado debe procurar una buena formación

específica desde joven. Plutarco dedica, en gran medida,

los últimos años de su vida a impartir por escrito esa

formación. Si bien es cierto, que a lo largo de toda su

existencia desarrolló este proyecto, de modo más concreto

compuso los Moralia de temas éticos y políticos como

construcción teórica, y buscó reflejar en la vida práctica

de muchas Vidas paralelas de gobernantes, la aplicación a la

realidad, buscando en el pasado enseñanzas para el presente

y el futuro.

No acabado aún el período del gobierno de Adriano,

Plutarco muere en su patria natal, Queronea, con cerca de

ochenta años de edad; más allá seguramente no porque —a

pesar de su fama en vida— no integra la lista de los

macrobíoi. Muere rodeado del afecto y honra grande de sus

familiares y sus centenares de amigos, y del respeto y

gratitud de los delfios y de sus conciudadanos. A partir de

su madurez había venido ocupando altos cargos en la Liga

Anfictiónica, que se reunió para deliberar —no sabemos si

incluso antes de su muerte— de qué modo debían rendirle

homenaje. Quedó constancia en el dístico que ilustra una

estatua que le levantaron los delfios y queronenses por

instrucción de los anfictiones, con el siguente epigrama,

que trae a la memoria el célebre de las Termópilas:

20

Delfoi; Cairwneu```sin ojmou` Plouvtarcon e{qhkan, toi`" jAmfiktuovnwn dovgmasi peiqovmenoi5.

Ziegler afirma que la producción literaria de Plutarco

está entre las más extensas y ricas de toda la literatura

griega pagana que ha llegado hasta nuestros días. Los

textos que hoy poseemos son menos de la mitad de todos sus

escritos. Esto ha podido comprobarse por fragmentos de

obras suyas perdidas, pero conservados por tradición

indirecta, y sobre todo, por el llamado Catálogo de Lamprias.

Éste en realidad es una falsificación tardía, probablemente

del siglo IV, que quiso ser atribuida a uno de los

familiares suyos con ese nombre, pero a pesar de ser

apócrifa e incompleta, tiene gran relevancia para todos los

estudios sobre la titulación, volumen y condición de sus

escritos.

La fecundidad de Plutarco como escritor es admirable.

Según el referido Catálogo, más otras fuentes directas e

indirectas, en la Antigüedad tardía se le atribuían 260

obras contenidas en 320 libros, de los cuales pudo

comprobarse que, al menos, 250 obras en 300 libros eran

auténticas. Se sabe que algunos libros suyos no figuraban

en el Catálogo de Lamprias —cuya intención era realizar el

elenco completo de su opera omnia— y que alguno de los que

figuran no es auténtico. Actualmente se conservan 83 obras

en 87 libros de las que figuran en ese Catálogo, más algunas

pocas más, lo que hace afirmar a la mayoría de los

especialistas que podemos conocer casi la mitad de toda su

5 ? «Los delfios junto con los queronenses erigieron esta estatua dePlutarco, cumpliendo órdenes de los anfictiones».21

producción escrita; totalmente en prosa —excepto un poema—

lo que responde a sus gustos estéticos.

Esa amplia producción quedó dividida desde la Edad Media

en dos grandes grupos: los Moralia, escritos de temática muy

amplia y diversa, que no responden solamente al título

genérico, ya que muchos no son sobre temas éticos, y las

Vidas paralelas, que son cincuenta biografías o semblanzas,

casi todas ellas compuestas de dos en dos, donde relata la

vida de un personaje griego, y luego la de un romano, y al

final hace una sýnkrisis o comparación entre los aspectos

positivos y negativos de uno y otro, para sacar algunas

conclusiones. El objetivo de todas estas Vidas es que a él

mismo, y a sus lectores, les sirvan de ejemplo y de

motivación para avanzar en la lucha por la virtud, y en la

dedicación al servicio de los demás a través de la vida

política.

Después de una lectura completa de la extensa obra del

polígrafo queronense, puede percibirse la unidad y

consistencia interna que tiene su pensamiento. En no pocas

ocasiones, autores probablemente demasiado literalistas,

han querido encontrar en Plutarco citas contradictorias —

quizás él mismo lo favorece por su peculiar estilo— pero en

realidad, con una lectura más a fondo, descubrimos que

ellas constituyen como las fibras de una malla: son

distintas, pero entrelazadas, todas forman una unidad que

contiene y da contenido. O como la macla, palabra

emparentada con malla: un cristal formado por dos de la

misma especie, pero geométricamente orientados de manera

22

distinta. Además, resulta interesante observar el

enjundioso diálogo interno que logra mantener entre toda su

obra, a pesar de que se vayan abordando tópicos muy

diversos.

DIDACTISMO POLÍTICO

El método plutarqueo de encarar la formación de un

estadista parte de las dos vertientes opuestas: lo práctico

y lo teórico. Las 50 Vidas paralelas son eminentemente

prácticas. Aristóteles ya había advertido que «el fin de la

política no es el conocimiento sino la acción» (Ética a

Nicómaco, libro I, 3, 1095a). Y 24 siglos después Bergson

seguirá refrendando lo que tantos han sostenido y seguimos

sabiendo: “nuestras ideas influyen en nuestras acciones, y

nuestras acciones influyen en nuestras ideas”. Plutarco va

componiendo cada Vida relatando amenamente el desarrollo de

la biografía de un personaje, asentando los antecedentes

que ha podido recabar después de arduas investigaciones,

fijando las principales etapas existenciales, y narrando

aquellos hechos o gestas que han propiciado su ingreso en

la fama y en la inmortalidad literaria. Como al pasar, nos

va escanciando interesantes datos históricos, culturales,

filológicos –sobre todo en un campo muy suyo como es la

etimología– o costumbrísticos. Pero la línea de fondo

siempre está muy clara: analizar cómo fue la formación y la

acción política o militar de las personalidades

seleccionadas. Evaluar positiva y negativamente sus

resultados. Y como consecuencia: aprender de los aciertos y

23

de los errores. Este enfoque es favorecido por su adhesión

en estos campos a la escuela peripatética: el carácter interno se

manifiesta externamente en las acciones. Después de cada par de Vidas,

al realizar la sýnkrisis o comparación entre la personalidad

de un griego y un romano, volverá a remarcar –como buen

pedagogo– los aspectos positivos que tenemos que aprender e

incorporar a nuestra vida, y los negativos que debemos

evitar.

En los Moralia de asunto político, en cambio, el

abordaje es desde la teoría filosófica y política.

Partiendo de los principios generales exhuma conclusiones

aunque, siguiendo siempre su inveterado estilo, procura

ilustrar y apoyar cada afirmación en ejemplos históricos

bien concretos. La misma titulación de estos opúsculos –

escritos hacia el final de su vida, donde recoge toda su

larga experiencia en la vida política– evidencia su

intención. “Sobre la necesidad de que el filósofo converse especialmente

con los gobernantes” es un convincente ataque a la

prescindencia que los llamados “intelectuales” de todos los

tiempos han tenido respecto a la intervención directa en

política, o al compromiso como consejeros. Incide en la

conciencia de los estudiosos de un modo agudo y removedor.

Hace cierta aquella afirmación atribuida curiosamente a

Epicuro: “vana es la palabra del filósofo que no remedia

alguna dolencia humana”,

“Ad principem ineruditum”, o A un gobernante falto de instrucción, es otro

alegato a favor del compromiso y la acción política, aunque

esta acción pueda ser oculta o indirecta por los motivos de

24

conveniencia que sean. Plantea una pregunta importante y

permanente: “¿Quien gobierna a los que gobiernan?”

Aunque algunos plutarquistas no estarán de acuerdo,

para mí el libro de tema político más brillante y

contundente de Plutarco es As seni res publica gerenda sit/Si el

anciano debe intervenir en política. Aquí nuestro autor descarga toda

su munición gruesa a favor del compromiso moral que obliga

a intervenir en la cosa pública en todas las edades de la

vida, especialmente en la madurez, sin aceptar eximentes.

Cierra dialécticamente todas las salidas a la postura

contraria, y desmonta todas las disculpas. Uno no se puede

“jubilar” nunca del trabajo a favor del bien común. Él

mismo dio ejemplo aceptando en su ancianidad cargos en su

patria que, a ojos de otros, no estaban a la altura de sus

antecedentes. De un modo sistemático demuestra cada una de

sus afirmaciones y destruye los argumentos contrarios.

Pienso que es un libro que haría un bien inmenso si hoy lo

leyeran todos los mayores de 60 años, al menos en los

ambientes universitarios europeos; la sociedad hodierna

podría frenar la sangría del derroche sapiencial que significa

que esas personas se retiren a descansar y pasarlo bien

antes del llegar al zenit de sus posibilidades de hacer el

bien.

La obra política del Queronense más conocida,

publicada y comentada a lo largo de 20 siglos ha sido sus

Consejos políticos. Recoge muchos conceptos de la anterior. Se

sostiene que eran preceptos dirigidos al emperador Trajano

para ayudarle en el buen gobierno, pero esto nunca pudo ser

25

demostrado. Sí es cierto que muchos grandes estadistas a lo

largo de la historia la han consultado. Todos estos

consejos –así como todas las consideraciones de las obras

anteriores– no sirven solamente para el tiempo en que

fueron emitidos, ni para otros tiempos pretéritos: siguen

siendo de muchísima utilidad hoy en día también.

Simplemente hay que saber descodificar lo propio de su

tiempo y lugar, quedarnos con su rica esencia conceptual, y

luego saber aplicarlos en nuestras circunstancias. Plutarco

nos legó algún otro ensayo más sobre temas de interés

político, pero quedaron inconclusos o fueron estudios

parciales que en esta reseña general no tienen lugar.

Aunque no ataña directamente al propósito de estas

páginas, debemos reconocer también que en Plutarco de

Queronea podemos encontrar, además, un magnífico guía para

adentrarnos en lo mejor del pensamiento, del arte y de la

vida en el ancho y bello mundo de la Antigüedad clásica. Un

gran maestro español sobre ese mundo, don Antonio Fontán

―recientemente desaparecido― afirmaba que debemos procurar

promover un clasicismo abierto. Lo cual probablemente constituye

una de las necesidades más urgentes de la sociedad

contemporánea en todos los órdenes de la vida. Podría

sonar exagerada esta afirmación, o parecer que es

consecuencia del entusiasmo por los estudios clásicos, pero

si se reflexiona más detenidamente, no es difícil

vislumbrar, especialmente en los tiempos que vivimos, que

es preciso asentar la vida pública sobre los valores

morales propugnados desde la Antigüedad, para que las

26

relaciones de la persona y el Estado, y la de los Estados

entre sí, se edifiquen sobre los principios de una

filosofía probada por el juicio de la razón y por la

experiencia histórica.

El antiguo catedrático de filología latina, formador de

muchas generaciones de periodistas y, a la vez, activo

político —primer presidente del Senado democrático español—

concluye así su razonamiento: «La tradición clásica no será

tal vez la única fuente de una renovación tan ambiciosa.

Pero de ella se sabe que es un camino orientado en esa

dirección. Nos lo dice la experiencia histórica y lo

confirman los estudios de conjunto y monográficos sobre la

tradición de la literatura y la herencia clásica de nuestra

cultura. Casi todas las generaciones de Occidente han

recogido los frutos más sazonados de su propia cultura en

el jardín griego que los grandes romanos cultivaron con

veneración»6. Plutarco nos introduce amable y

persuasivamente en ese ámbito; nos explica con paciencia su

sentido, y además, nos ayuda a sacar conclusiones

aplicables a nuestra vida personal y a nuestra acción

política. Un gran maestro podríamos rescatar para nuestro

tiempo si volviéramos a menudo, y nos hiciéramos buenos

amigos, de este clásico de los clásicos.

6 FONTÁN, Antonio, Humanismo Romano: clásicos-medievales-modernos, Ensayos Planeta,Barcelona 1974, p. 31.27

Ricardo Rovira Reich von Häussler, Dr. en CienciasPolíticas y de la Administración (Universidad Complutense),Dr. en Filosofía (Universidad de Navarra), Presidente deCivilitas-Europa, investigador principal en la BibliotecaNacional de España, profesor del Máster y Doctorado enGobierno y Cultura de las Organizaciones de la Universidad deNavarra, profesor asociado de Filosofía Política y Socialen la Universidad de Navarra, capellán, investigador yconsultor del Instituto de Empresa y Humanismo, capellán delCIMA (Centro de Investigación en Medicina Aplicada). Hasido secretario general del Secretariado Permanente para laFamilia, y secretario ejecutivo de la Comisión de PastoralFamiliar de la Conferencia Episcopal Argentina.

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