UN FORMADOR PARA GOBERNANTES DE HOY: Plutarco
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UN FORMADOR PARA GOBERNANTES DE HOY: PLUTARCO
En los países más desarrollados de Occidente el
discurso político parece agotado. Faltan ideas. Para
comprobarlo no hace falta más que revisar y comparar los
programas electorales de los principales partidos
políticos. La crisis del sistema representativo
parlamentario es innegable. Las cámaras de diputados y
senadores se han convertido en un “teatrillo” donde se
escenifican debates y oposiciones en las que ya casi nadie
ni cree ni presta atención. La concurrencia de ciudadanos a
elecciones sigue disminuyendo progresivamente en casi todos
los países centrales. El desinterés –y muchas veces,
desprecio y decepción- de los jóvenes por la política y por
los políticos es una constante sociológica mundial. Este
diagnóstico no es producto de una visión particular
pesimista, catastrofista o escéptica, sino que es un
diagnóstico y una preocupación compartidos hoy incluso por
los más importantes actores de la vida política. En todas
partes se clama por una regeneración política y por la
necesidad de perfeccionar un sistema llamado “democrático”,
pero lleno de fisuras, que incluso asfixia las libertades
más elementales.
¿Cómo reaccionar? ¿Quién tiene el poder de perfeccionar
el sistema? ¿Dónde pueden encontrarse modelos o fuentes de
inspiración?¿Existen hoy aún posibilidades de que los
políticos tengan una buena formación moral, adecuada
preparación técnica, y una noble conciencia de su alta1
misión?¿O hay que resignarse, dejar de remar contra
corriente, y simplemente esperar a que “Dios nos la depare
buena”? Reconozcamos, además, que en este campo –difícil y
de alto efecto multiplicativo– no todo son buenas
intenciones y buena formación, también hay que tener una
buena dotación natural.
RECURRIR A LOS CLÁSICOS
Ha sido una herramienta común a muchos autores
influyentes —y particularmente entre quienes se sienten
obligados a formar a los jóvenes en la responsabilidad
hacia lo público— que, como paso previo al estudio de las
características que debe tener un buen gobernante, se
sumergieran en el estudio bio-bibliográfico de grandes
autores y políticos de la Antigüedad clásica. Como este
escrito va dirigido a una prestigiosa publicación de
Filosofía del Derecho, cito aquí a una persona conocida en
ese ámbito: Mary Ann Glendon. Hace cuatro años sostenía en
la universidad desde la que escribo: After listening to so many
students discuss those questions over the years, I began to study the
biographies of remarkable statepersons of the past to see how they dealt with
challenges similar to the ones our students today find so daunting1.
Desde tiempos muy antiguos se ha reconocido que en todos
los órdenes de la realidad existe una necesidad natural de
orden y gobierno: en las lejanas alturas de los cielos y
los astros, hasta en realidades tan próximas como las1 Cf. GLENDON, Mary Ann, Cicero and Burke on Politics as a Vocation (manuscripto nº 4245,
Universidad de Navarra, 22-V-2010).
2
sociedades humanas a las que pertenecemos. En algunos
órdenes solamente podemos alcanzar a contemplar, sin
ninguna posibilidad de influir en la orientación de esas
fuerzas directivas. En el orden de las organizaciones
humanas, en cambio, podemos tener la capacidad de intentar
el mejor gobierno posible, tanto en lo que se deriva del
acierto en el diseño de las instituciones, como en la
preparación, calidad y buena ejecutoria de las personas que
lleven adelante ese gobierno. La experiencia histórica
viene demostrando que la perfección institucional es
insuficiente; lo determinante son las personas que dan vida a esas
organizaciones.
Recaemos entonces en un interrogante insoslayable,
aunque sea tópico: ¿debemos resignarnos a tener o no la
fortuna de que quienes ocupen puestos directivos tengan
condiciones innatas para ese cometido? ¿O podríamos influir
en cierta manera —a través de una adecuada preparación, por
ejemplo— a fin de ayudar a que nos gobiernen los mejores?
Aristóteles sostuvo sin ambages que hay que suplir con arte lo que falte a la
naturaleza.
Ya nos hemos situado en medio de una discusión que
atraviesa toda la historia del pensamiento y, en
particular, de la Pedagogía: la alternativa entre Arte y
Naturaleza. ¿Hasta dónde puede revertirse la falta de
condiciones naturales? ¿Hay que aceptar pacíficamente las
limitaciones de nuestra naturaleza, o podemos suplir con
arte, con técnicas y con adiestramiento la eventual
dotación insuficiente que nos viene dada? ¿Y en qué grado,
3
dónde está el punto de equilibrio para intentarlo o
desistir? ¿Cuándo no hay que esperar más y resignarse? En
el caso que nos ocupa los interrogantes son: ¿se puede
enseñar a gobernar bien?, ¿se puede aprender?, y quizás la
pregunta más exacta: ¿se puede enseñar a aprender?
Una respuesta positiva y esperanzadora nos alejaría de
fatalismos históricos y nos permitiría ejercer alguna
influencia positiva sobre sociedades que parecen estar en
creciente y permanente decadencia, también por la
insuficiencia ética y técnica de sus dirigentes. Recibimos
entonces un impulso para el esfuerzo en encontrar —aunque
no sea éste el único camino— medios de formación para
lograr buenos gobernantes.
Para este cometido tan urgente y necesario, al pensar en
los recursos de los que disponemos, es muy difícil soslayar la
aportación de los grandes clásicos de la filosofía política antigua. Si
realizamos –aunque sea muy someramente- un rápido recorrido
por el universo de ideas del Sócrates platónico, de los
mismos fundadores de la Academia y del Liceo atenienses, de
Jenofonte, Isócrates, Demóstenes, o ya en Roma, de Cicerón,
Séneca o Tácito…, volveremos a advertir que cada uno de
ellos son como ricos filones de ideas, de una originalidad
y profundidad muy difícil de encontrar aún en los más
prestigiosos autores de la teoría y la filosofía política
hodierna. Podemos entonces sentirnos casi humillados por la
superioridad intelectual y ética de los clásicos greco-
romanos, así como por los autores de la Antigüedad tardía,
ya cristianizada, que se apoyan en aquéllos. Sorprende que
4
incluso en la temática más propiamente filosófica, parece
como si todos los tópicos actuales ya fueron planteados
desde el arranque mismo del pensamiento occidental, al
menos germinalmente o in nuce. Como si los clásicos “ya lo
habían pensado todo”. O como dicen algunos desengañados:
hoy la única novedad son… ¡los clásicos!
No hay que olvidar que en los momentos más relevantes
de la antigüedad griega y romana —que determinan con tanta
fuerza nuestras concepciones del mundo, del hombre y de la
sociedad— la participación en las responsabilidades
públicas estaba considerada una obligación de la máxima
importancia para los hombres libres y gozaba de un
generalizado prestigio. Si bien es cierto que una triste
realidad, como era la esclavitud de una mayoría, permitía
la cómoda actividad política de las minorías favorecidas.
Esta alta consideración de lo político se mantiene sin
objeciones —salvo escasas excepciones, como es el caso de
cierta sofística— hasta los prolegómenos de la modernidad.
En ese dilatadísimo período histórico se considera que para
influir beneficiosamente en la vida política lo más eficaz
es dar prioridad a la buena formación de quienes están
destinados a ejercer el poder. La misma Iglesia Católica
asumió sin crítica alguna la misión de formar a los reyes y
príncipes durante mil años. De ahí nació el conocido género
literario de los Specula principis. Un realismo objetivista
impulsaba a atender bien a lo que aparecía como más
influyente para el bien de todos. Con el giro subjetivista
operado en la modernidad esa prioridad se oscurece, y
5
surgen otros temas mucho más atendidos en la filosofía
política a partir de entonces.
Dentro de los autores a los que podría recurrirse para
instrumentar un programa de formación para el gobierno apoyado en el
vigor intelectual de los clásicos, actualmente viene resurgiendo la
egregia figura de Plutarco de Queronea. La opinión pública
suele tener una visión vulgarizada del polígrafo beocio,
recordándolo como un entretenido contador de anécdotas,
sobre todo extraídas de sus célebres Vidas paralelas, lo que
no deja de ser un craso error. Es el maestro ideal para
introducirnos en la ciencia antigua de la formación de
buenos gobernantes, y en la observación crítica y el
análisis evaluativo del desempeño en las tareas de
dirección en la vida pública.
Es filósofo, historiador, pedagogo moral, notable
escritor y tiene una intensa experiencia en la vida
política y en cargos de gobierno. Ha procurado conocer
personalmente a los dirigentes más relevantes de su época,
y ha estudiado a fondo a quienes —anteriores a él en años o
en siglos— no ha podido conocer. En su misma persona se
resume toda la cultura clásica hasta su época, lo que nos
asegura, al estudiarlo, conocer suficientemente el mejor
humanismo pre-cristiano. Escribe en su vejez opúsculos,
dentro de sus Moralia, dedicados a estudiar y transmitir qué
cualidades y capacidades operativas deben poseer los buenos
gobernantes y en qué consistía la educación política. Y
cuando quiere explicar la motivación última de sus Vidas
paralelas —en el exordio a la de Pericles—, advierte que no
6
quiere hacer historia, sino ofrecer unos ejemplos que, a él
mismo y a sus lectores, les instruyan y les muevan a
seguirlos. Si tratando sobre la naturaleza del Derecho,
Aristóteles sostiene que hay que atender a las dos
dimensiones que tienen las leyes, su valor normativo y su
valor pedagógico (muestran al pueblo lo que es bueno), en
Política es igualmente importante la función social del
buen ejemplo de los ciudadanos y sus gobernantes. Pero el
buen ejemplo ha de venir primero desde arriba: verba movent,
exempla trahunt.
Plutarco es un autor profusamente estudiado desde
diversos ángulos. Su vigencia no ha decaído prácticamente
nunca aunque hayan pasado 19 siglos desde su muerte: es
llamativo cómo se le sigue citando explícita o
implícitamente. Su permanencia en las temáticas de estudios
anticuarios, filológicos, históricos, religiosos y
costumbrísticos ha sido constante. Y desde el punto de
vista de la Filosofía Política y la Filosofía Moral sigue
teniendo mucho interés —a nuestro entender— saber exhumar
de su abundante producción literaria valiosas ideas para –
convenientemente descodificadas- aplicarlas hoy en día en
la formación y en la vida política.
Desde el punto de vista cultural, debemos tener en cuenta
además, que los gobernantes estudiados por el polígrafo
beocio no son una curiosidad irrelevante: en parte gracias
al Queronense, aunque también por otras vías, se han
convertido en personajes clásicos, universales, que han
dejado fuerte impronta en la cultura de Occidente.
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Historiadores y eruditos de gran autoridad suelen
reconocer que ―en gran medida― el saber general sobre
hechos y personajes de la Grecia y Roma antiguas está
influido por la mediación y visión de Plutarco. Por tanto,
acercarnos a él es también conectar con una parte
considerable de nuestro patrimonio cultural común2.
Sobrevivió a la Antigüedad tardía a pesar de ser un autor
pagano —probablemente por su cercanía a un enfoque
homologable con el cristiano—, fue muy apreciado en la Edad
Media y luego pervivió casi sin interrupción durante los
posteriores siglos, influyendo en autores y personajes
destacados muy distanciados en el espacio o en el tiempo,
como son Shakespeare, Montaigne, Gracián, Rousseau,
Quevedo, Emerson o Napoleón. Es razonable sostener que su
influencia es permanente. Es un autor que pervive. Ha sido
llamado reiteradamente el clásico de los clásicos.
Su religiosidad, su valoración de la virtud, su
concepción de la autoridad como servicio, su didactismo
moral lo hacen atractivo, e implícitamente próximo a
planteamientos como los de Tomás de Aquino en el libro I y
II del De Regimine Principum, y en sus Comentarios a la Política
y a la Ética Nicomáquea, o a los autores medievales y
renacentistas que volcaron su empeño en formar buenos2 Sin ir más lejos, en un reconocido diccionario oxoniense sobre la
literatura clásica se dice: «Los Moralia de Plutarco gozaron de amplia lecturaen los tiempos medievales y fueron estudiados por muchos autores posteriores,entre los que destacan Montaigne (1533-92), quien los tomó como modelo paradar forma a sus Ensayos, Jeremy Taylor (1613-67) y Francis Bacon (1561-1626).[…] Los Moralia y las Vidas transmitieron a Europa, tal vez más que ningúntrabajo de cualquier otro escritor de la antigüedad, el acervo de lastradiciones morales e históricas del mundo clásico, y ejercieron unainconmensurable influencia en las vías del pensamiento» (M. C. HOWATSON,Diccionario de la Literatura Clásica, Oxford University Press 1989/Alianza Editorial,Madrid 2004, p. 660).
8
gobernantes a través de la composición de Espejos de Príncipes,
donde suele ser muy citado. Por todo ello puede afirmarse
que está muy cercano a lo que podemos llamar un enfoque
sapiencial de matriz cristiana, a pesar de que nunca demostró
saber nada del naciente Cristianismo de su época.
La historiografía política y social demuestra que en la
formación para el gobierno público el caso histórico es un
instrumento a considerar con interés. Así como para la
formación de dirigentes de empresa, el método del caso —con
todas sus limitaciones— ha demostrado ser prácticamente
imprescindible, del mismo modo en la formación para lo
público se necesitan recursos pedagógicos que aterricen la
teoría en la realidad. Las Vidas de Plutarco son 50 casos
históricos muy aprovechables para este fin; sabiendo además
que en los Moralia políticos nos brinda la apoyatura
teórica. En aquéllas encuentra una perfecta aplicación
práctica para las teorías éticas que expone en éstos.
Como él mismo dice en el prólogo a la vida de Teseo,
conviene comenzar por el principio. En buena medida él
trata sobre los primeros gobernantes de los que tenemos
noticia histórica. Es interesante enriquecer la historia de
la ciencia del buen gobierno sin dejar nada fuera,
intentando aprovecharlo todo, y por tanto conviene exhumar
los primeros datos que se nos ofrecen sobre la manera en
que concebían su misión aquellos gobernantes antiguos, y
valorar sus resultados prácticos.
Descontando el reconocido interés histórico-biográfico
y politológico, estas obras son susceptibles también de un9
abordaje filosófico. En ellas se pueden identificar las
trazas de su adhesión —a veces crítica— al platonismo, al
estoicismo, a los pitagóricos y a la escuela peripatética,
según los diversos temas, en una elaboración personal
coherente que no supone mero eclecticismo, ni mucho menos,
sincretismo.
La oceánica bibliografía secundaria que se ha generado en
estos casi veinte siglos permite suponer que es un autor
suficientemente conocido, a lo que debe sumarse el hecho
cierto de que fue un escritor muy prolífico: según los
últimos estudios se atribuyeron a su pluma 260 títulos en
320 libros (aunque se conservan bastante menos de la
mitad). Todo ello ha hecho posible que se haya arribado a
una fijación precisa de su pensamiento en campos muy
diversos, lo que facilita alcanzar un suficiente grado de
rigor en cualquier investigación sobre Plutarco de
Queronea.
SINOPSIS BIO-BIBLIOGRÁFICA
Aproximarse a la vida de este singular autor –y no
solamente a sus obras– es ya un ejercicio de aprendizaje en
la ciencia del buen gobierno. La principal fuente para
conocer la vida de Plutarco son sus propios escritos. En
ellos hay múltiples referencias a sus vicisitudes
existenciales, pero siempre de modo oportuno, con ocasión
de ilustrar o explicar mejor el tema que está
desarrollando, en un admirable tono de modestia y
10
sencillez, sin ningún atisbo de engreimiento. Otra fuente
común tendría que ser el Suida, pero la información que
brinda es insuficiente para el reconocimiento de la
categoría que tuvo este personaje, incluso ya durante su
vida. El gusto por la precisión espacio-temporal que suele
demostrar Plutarco en sus escritos, y la dilatada amplitud
temática de éstos, ha hecho posible que estudiosos
posteriores —confrontando sus datos con los de otras
fuentes— hayan podido reproducir con bastante exactitud la
cronología de su vida, y sus principales actividades.
De este modo, hoy existe una profusa documentación que
demuestra que su trayectoria vital fue muy interesante y
muy variada; capta inmediatamente la atención en distintas
dimensiones que pueden ser objeto de estudio y podría
llevar muchas páginas realizar una mínima presentación.
Después de precisas acotaciones basadas en referencias
internas y externas a su obra, Konrat Ziegler3 –el autor
más importante en los estudios plutarquianos– concluye que
Plutarco debe haber nacido poco antes del año 50 de nuestra
era, y fallecido poco después del año 120. Autores
posteriores llegan a la conclusión de que nace bajo el
emperador Claudio hacia el año 45 o 46, vive bajo Nerón,
Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito, Domiciano, Nerva y
Trajano; muere hacia el año 126, bajo el dominio de
Adriano. De todos estos gobernantes nos ha dejado trabajos
monográficos, o al menos, referencias importantes en sus
escritos. Conoció personalmente a algunos, recibió cargos y3 Cf. ZIEGLER, Konrat, Plutarchos von Chaironeia, en Paulys Realencyclopäedie der
classischen Altertumswissenschaft (PAULY-WISSOVA, RE, XXI, 1951, cols. 635/962).11
distinciones del Imperio, trató a la Corte tanto en Roma
como en Grecia. Es imposible que este entorno no haya
influido en su modo de pensar, de ver la vida y la
historia, y de escribir teniendo in mente también a esa
posteridad que ahora encarnamos nosotros.
Nace en Queronea de Beocia, su patria chica de la que
nunca querrá prescindir, tanto en su actividad como en su
pensamiento y en sus afectos. Aunque realiza largos viajes
por motivos de formación y de trabajo, sin embargo nunca se
alejará demasiado de ella. Plutarco es un hombre hogareño,
muy buen esposo y padre, muy amigo de sus numerosos amigos,
que a pesar de su universalidad mental tiene constantemente
en su pensamiento los valores familiares y locales. Cuando
llega el momento de abrir su propia Academia lo hace en su
casa familiar, en la pequeña ciudad provinciana de
Queronea, y su magisterio está revestido de proximidad, de
sencillez y afabilidad.
Aunque en toda su obra puede comprobarse su
sensibilidad de patriota beocio, sin embargo Queronea está
casi en el confín con la Fócide, y quizás la proximidad
geográfica contribuyó a su cercanía afectiva y efectiva con
el Templo de Delfos, donde terminó siendo sacerdote. La
pequeña ciudad está situada en las estribaciones del
Parnaso por el norte, y en las del Helicón por el sur. El
nombre de Queronea ha quedado en la historia ligado a dos
batallas decisivas en el destino de Grecia: la derrota de
la democracia ateniense ante Filipo de Macedonia en el 338
a.C., y el triunfo de Sila ante Mitrídates en el año 86
12
a.C., que marcaría el comienzo de la sumisión a Roma. La
universalidad de la pequeña patria de Plutarco también
estaba determinada por ser punto de confluencia de las
rutas que unían el norte con el sur, el golfo de la rica
ciudad de Corinto con el mar Egeo.
Sin caer en determinismos estructuralistas, pero
reconociendo el posibilismo, todo ello resultó muy
significativo en la formación y en la mentalidad de un
paradigma de humanista clásico, a la vez helenista y
romano, como es Plutarco. El silencio que guarda nuestro
autor respecto al origen de su propia estirpe —siendo gran
especialista en la genealogía ajena— ha sido interpretado
como un rasgo más de su elegante modestia. Siempre que hace
referencias que implican a su propia persona, las hace por
las exigencias del tema que está tratando, sin presumir de
lo que podría resultar favorable. Así sabemos que su
bisabuelo se llamaba Nicarco, su culto abuelo Lamprias, y
su imaginativo padre Autóbulo. La educación recibida por
Plutarco desde pequeño era la propia de un aristócrata
destinado a ocupar altos cargos, al menos en Queronea, y
muy bien relacionado con las demás familias nobles locales.
En algunos aspectos, su vida fue afortunada: tuvo un
matrimonio muy feliz con Timóxena, lo que probablemente le
ayudó a ser un adelantado a su tiempo en la alta
consideración de la mujer, el matrimonio y la familia,
dejando libros específicos sobre estos temas que siguen
asombrando por la insalvable superioridad ética sobre los
13
demás escritores de su tiempo4. Su mujer era hija de
Alexión, hombre importante en Queronea, quien ocupó el
cargo de arconte a principios del siglo II d.C.
Plutarco desempeñó altos cargos políticos ya desde joven.
Fue nombrado embajador de su patria, viajó al extranjero
para impartir conferencias, fue amigo y consejero de los
hombres más poderosos de su tiempo, incluso —probablemente—
de algún emperador. Recibió la más alta distinción que Roma
concedía a un extranjero. Al final de su vida fue premiado
con el sacerdocio délfico.
Pero fue probado en lo que más amaba. Su hija Timóxena —
con el mismo nombre que su esposa— murió a los dos años
durante una de sus ausencias. Esto provocó su Consolatio ad
uxorem, un magnífico texto que refleja la belleza del amor
y la unión conyugal, lleno de comprensión y ternura, y de
la fuerza que radica en la esperanza humana y sobrenatural.
También murió joven su hijo mayor Soclaro, y el bello
Quirón otra vez en su ausencia. De cinco hijos le quedaron
dos: Autóbulo —culto, inteligente y platónico como él— y
Plutarco, ambos protagonistas de algunos de sus diálogos. Se
conocen también los nombres y actividades de sus hermanos,
Lamprias, jovial y culto —bastante parecido a Plutarco en
muchos aspectos— fue arconte en Delfos y sacerdote del
oráculo de Lebadea, y Timón, aunque algunos piensan que era
su cuñado.
4 En Timóxena encuentra —por su valía personal— la justificación de su elevadoconcepto de la mujer, tan presente en sus páginas. Piensa que solamente elmatrimonio es el lugar apropiado para la pasión del amor. Emite críticasfuertes contra la infidelidad conyugal: «Son como generales que huyencobardemente mientras exigen a sus soldados valentía en el campo de batalla»,afirma en varias obras suyas.
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La entera obra de Plutarco está imbuida de ese ambiente
cordial, amistoso y familiar que le rodeaba. Escribe en
diálogo con sus amigos y conocidos. Éstos salen a escena
cuando resulta oportuno. Su intención es continuamente
educativa y de servicio a los más próximos; aunque sepa que
podrá tener un buen efecto en puntos distantes y en la
posteridad, que siempre tiene en cuenta mientras escribe.
Pero los amigos son los protagonistas principales de la
mayoría de sus libros. Ziegler ha realizado un minucioso
estudio donde clasifica a 130 amigos de Plutarco,
perfectamente identificados. Se nota que posee una
personalidad abierta y comprensiva, que busca la verdad y
el bien allí donde estén, sin cerrarse en el espíritu de
escuela. Entre sus amigos hay filósofos estoicos,
pitagóricos, platónicos, epicúreos, peripatéticos, y al
menos, un cínico. También son de profesiones variadas:
rétores, sofistas, matemáticos, geómetras, gramáticos,
poetas, músicos, sacerdotes; aunque se nota que cuida
especialmente la amistad con numerosos políticos. Abierto,
flexible y ecléctico, quizás la única condición que se
advierte que no está dispuesto a conceder en los debates es
la especial posición de privilegio de la Divinidad sobre el
resto del Universo.
Su apego a las tradiciones históricas y culturales de su
Beocia natal, no fueron obstáculo para que culturalmente
fuera un ateniense. De joven fue enviado a Atenas para su
formación. Es discípulo de Ammonio ―importante platónico
egipcio― quien le instruyó profundamente en retórica,
15
matemáticas y religión, y lo hizo entrar en contacto con la
Academia. En el Ática estudia también la filosofía estoica,
epicúrea y peripatética. Siguiendo el ejemplo de Platón,
viajó a Alejandría, donde se interiorizó —entre otras cosas
— en el entonces difundido culto a Isis y Osiris,
reflejando sus conocimientos en un escrito ad hoc. Viaja por
encargos políticos y académicos por el resto de Grecia, y
por varias ciudades de Asia. Pero Atenas es su segunda
patria, donde vuelve con frecuencia, y donde es distinguido
con la ciudadanía ateniense cuando ya es un hombre famoso.
Su tercera patria será sin dudas Delfos. Allí terminará
siendo sacerdote de Apolo. Ya desde joven mantuvo una
fluida relación con el santuario.
Su primera misión política es la embajada ante el pro-
cónsul romano en Acaya. La pudo desempeñar con éxito. Al
respecto, ha dejado constancia del sabio consejo de su
padre: su compañero se retrasó y no compareció cuando era
preciso, pero su padre le indicó que no se atribuyera nunca
el buen resultado a sí mismo, sino que incluyera a su socio
en todas las alocuciones e informes. En política siempre
hay que buscar lo que une, no lo que divide, y asociar al
propio éxito a los demás, sin fagocitar en beneficio de sí
mismo lo que sale bien. Puede parecer una ingenuidad pero
no lo es: he podido comprobar cómo quien trabaja bien para
los demás, a la larga ha trabajado bien para sí mismo
aunque no lo pretendiera. Es una de las muchas lecciones
que se aprenden junto al maestro Rafael Alvira.
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En torno al año 80 nuestro autor comienza a interesarse
especialmente en Roma, y desde Roma, en el resto de Italia.
Realiza varios viajes a la capital del Imperio y al resto
de la península. Tiene allí muchos buenos e importantes
amigos; goza de un generalizado prestigio. A pesar de que —
como él mismo reconoce—por sus múltiples actividades nunca
tuvo tiempo de estudiar bien el latín, sin embargo, gracias
al auge de la influencia cultural griega, puede manejarse
cómodamente en todo el ámbito del Imperio. Es invitado a
dar conferencias como la máxima autoridad intelectual
griega del momento. Gracias a su prestigio y amistad con
las autoridades de Roma, logra concesiones y protección
especial para su patria. En tiempos de Trajano recibe la
dignidad consular, algo absolutamente excepcional para un
extranjero. Su magisterio en la Academia de Queronea se
prolonga al trabajar en conexión con la de Atenas. El
sacerdocio délfico también le permite extender su
enseñanza. Esa condición suya en Delfos puede haber
influido para que el emperador Adriano —admirador de la
cultura helénica y protector del santuario— termine
nombrando al polígrafo beocio procurator de Grecia; aunque
probablemente fuera una designación honorífica.
Plutarco de Queronea es un esposo y padre enamorado y
fiel, que cuida con esmero a su familia a pesar de los
viajes y actividades a los que está obligado por su
destacada posición. Es un ciudadano que participa
intensamente en la vida política de su ciudad, de su país y
del Imperio. No rehúsa ocupar cargos públicos durante casi
17
toda su vida; incluso en su vejez se alegra de poder servir
a su patria desempeñando funciones que otros considerarían
poco dignas dados sus antecedentes. Es un intelectual con
una cultura y una erudición casi inexplicable para los
medios de que disponía. Es uno de los escritores más
prolíficos de la Antigüedad; ya famoso como tal en su
tiempo. Sus escritos tienen una intención fundamentalmente
didáctica, con especial orientación hacia lo moral,
político y religioso, aunque también sea considerado
historiador y sobre todo, biógrafo. Además es un pedagogo,
con Academia propia, de cierto estilo amplio e informal,
situada en su propia casa. Y finaliza su vida conjugando
múltiples actividades con el ejercicio del sacerdocio en
Delfos; realizando el sagrado ministerio con verdadera fe,
con fervor y gran dignidad; a la vez que aprovecha su
vastísima cultura para apuntalar la enseñanza de la
religión con meditados argumentos de razón.
Esta versatilidad y pluralismo tiene algunos
denominadores comunes. Uno es su intención de instar a la
responsabilidad política, de brindar formación adecuada
para el ejercicio de cargos de gobierno, de hacer ver la
importancia del cultivo de las virtudes para el buen
gobernante, y de la orientación moral en toda actividad
humana. Al servicio de estos fines orienta gran parte de su
actividad docente y literaria. Tiene para ello la autoridad
moral de su prestigio como persona de bien, de su
reconocida sabiduría polifacética, de su conocimiento
directo de quienes ejercen los más altos cargos en su
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tiempo y de quienes destacaron en tiempos históricos
importantes, y la de su propia experiencia directa en
muchos cargos de gobierno. Como puede apreciarse, tanto
como autor y como persona, es muy idóneo para el objetivo
que aquí se propone: exhumar de la sabiduría antigua lo
mejor de la ciencia del buen gobierno, para nutrir con ese
conocimiento programas actuales de formación política y
dirigencial.
El hombre, en cuanto individuo aislado, no es concebible
para un moralista que, como Plutarco, se inspira
directamente en las doctrinas de Platón y siente gran
simpatía por Aristóteles, representantes ambos de la teoría
clásica sobre el carácter indivisible de la relación
hombre-comunidad política. Y, puesto que, además, la propia
vida de Plutarco es un constante ejemplo de hombre virtuoso
entregado al servicio de la patria, no resulta extraño que
sus investigaciones sobre la conducta humana se centren
particularmente en dicha proyección social del individuo.
Para el Queronense la virtud ética, a diferencia de la
contemplativa —tò theôrêtikón— que sólo existe en el ámbito de
la razón, se caracteriza por su inmediata proyección en la
vida práctica. Por tanto su concepción de la ética —como la
de Aristóteles— tiene sentido en la medida que ofrece
normas de conducta para nuestras relaciones con los demás,
y la mejor ocasión para ese ejercicio de la virtud es la
vida pública. El hombre que aspira a la perfección moral
buscará servir a la comunidad, y entonces él mismo será
19
instrumento y reflejo de la acción de los dioses sobre los
hombres.
Para poder ser realmente útil a los demás, y que esa
acción política no responda a motivaciones subalternas, el
hombre de Estado debe procurar una buena formación
específica desde joven. Plutarco dedica, en gran medida,
los últimos años de su vida a impartir por escrito esa
formación. Si bien es cierto, que a lo largo de toda su
existencia desarrolló este proyecto, de modo más concreto
compuso los Moralia de temas éticos y políticos como
construcción teórica, y buscó reflejar en la vida práctica
de muchas Vidas paralelas de gobernantes, la aplicación a la
realidad, buscando en el pasado enseñanzas para el presente
y el futuro.
No acabado aún el período del gobierno de Adriano,
Plutarco muere en su patria natal, Queronea, con cerca de
ochenta años de edad; más allá seguramente no porque —a
pesar de su fama en vida— no integra la lista de los
macrobíoi. Muere rodeado del afecto y honra grande de sus
familiares y sus centenares de amigos, y del respeto y
gratitud de los delfios y de sus conciudadanos. A partir de
su madurez había venido ocupando altos cargos en la Liga
Anfictiónica, que se reunió para deliberar —no sabemos si
incluso antes de su muerte— de qué modo debían rendirle
homenaje. Quedó constancia en el dístico que ilustra una
estatua que le levantaron los delfios y queronenses por
instrucción de los anfictiones, con el siguente epigrama,
que trae a la memoria el célebre de las Termópilas:
20
Delfoi; Cairwneu```sin ojmou` Plouvtarcon e{qhkan, toi`" jAmfiktuovnwn dovgmasi peiqovmenoi5.
Ziegler afirma que la producción literaria de Plutarco
está entre las más extensas y ricas de toda la literatura
griega pagana que ha llegado hasta nuestros días. Los
textos que hoy poseemos son menos de la mitad de todos sus
escritos. Esto ha podido comprobarse por fragmentos de
obras suyas perdidas, pero conservados por tradición
indirecta, y sobre todo, por el llamado Catálogo de Lamprias.
Éste en realidad es una falsificación tardía, probablemente
del siglo IV, que quiso ser atribuida a uno de los
familiares suyos con ese nombre, pero a pesar de ser
apócrifa e incompleta, tiene gran relevancia para todos los
estudios sobre la titulación, volumen y condición de sus
escritos.
La fecundidad de Plutarco como escritor es admirable.
Según el referido Catálogo, más otras fuentes directas e
indirectas, en la Antigüedad tardía se le atribuían 260
obras contenidas en 320 libros, de los cuales pudo
comprobarse que, al menos, 250 obras en 300 libros eran
auténticas. Se sabe que algunos libros suyos no figuraban
en el Catálogo de Lamprias —cuya intención era realizar el
elenco completo de su opera omnia— y que alguno de los que
figuran no es auténtico. Actualmente se conservan 83 obras
en 87 libros de las que figuran en ese Catálogo, más algunas
pocas más, lo que hace afirmar a la mayoría de los
especialistas que podemos conocer casi la mitad de toda su
5 ? «Los delfios junto con los queronenses erigieron esta estatua dePlutarco, cumpliendo órdenes de los anfictiones».21
producción escrita; totalmente en prosa —excepto un poema—
lo que responde a sus gustos estéticos.
Esa amplia producción quedó dividida desde la Edad Media
en dos grandes grupos: los Moralia, escritos de temática muy
amplia y diversa, que no responden solamente al título
genérico, ya que muchos no son sobre temas éticos, y las
Vidas paralelas, que son cincuenta biografías o semblanzas,
casi todas ellas compuestas de dos en dos, donde relata la
vida de un personaje griego, y luego la de un romano, y al
final hace una sýnkrisis o comparación entre los aspectos
positivos y negativos de uno y otro, para sacar algunas
conclusiones. El objetivo de todas estas Vidas es que a él
mismo, y a sus lectores, les sirvan de ejemplo y de
motivación para avanzar en la lucha por la virtud, y en la
dedicación al servicio de los demás a través de la vida
política.
Después de una lectura completa de la extensa obra del
polígrafo queronense, puede percibirse la unidad y
consistencia interna que tiene su pensamiento. En no pocas
ocasiones, autores probablemente demasiado literalistas,
han querido encontrar en Plutarco citas contradictorias —
quizás él mismo lo favorece por su peculiar estilo— pero en
realidad, con una lectura más a fondo, descubrimos que
ellas constituyen como las fibras de una malla: son
distintas, pero entrelazadas, todas forman una unidad que
contiene y da contenido. O como la macla, palabra
emparentada con malla: un cristal formado por dos de la
misma especie, pero geométricamente orientados de manera
22
distinta. Además, resulta interesante observar el
enjundioso diálogo interno que logra mantener entre toda su
obra, a pesar de que se vayan abordando tópicos muy
diversos.
DIDACTISMO POLÍTICO
El método plutarqueo de encarar la formación de un
estadista parte de las dos vertientes opuestas: lo práctico
y lo teórico. Las 50 Vidas paralelas son eminentemente
prácticas. Aristóteles ya había advertido que «el fin de la
política no es el conocimiento sino la acción» (Ética a
Nicómaco, libro I, 3, 1095a). Y 24 siglos después Bergson
seguirá refrendando lo que tantos han sostenido y seguimos
sabiendo: “nuestras ideas influyen en nuestras acciones, y
nuestras acciones influyen en nuestras ideas”. Plutarco va
componiendo cada Vida relatando amenamente el desarrollo de
la biografía de un personaje, asentando los antecedentes
que ha podido recabar después de arduas investigaciones,
fijando las principales etapas existenciales, y narrando
aquellos hechos o gestas que han propiciado su ingreso en
la fama y en la inmortalidad literaria. Como al pasar, nos
va escanciando interesantes datos históricos, culturales,
filológicos –sobre todo en un campo muy suyo como es la
etimología– o costumbrísticos. Pero la línea de fondo
siempre está muy clara: analizar cómo fue la formación y la
acción política o militar de las personalidades
seleccionadas. Evaluar positiva y negativamente sus
resultados. Y como consecuencia: aprender de los aciertos y
23
de los errores. Este enfoque es favorecido por su adhesión
en estos campos a la escuela peripatética: el carácter interno se
manifiesta externamente en las acciones. Después de cada par de Vidas,
al realizar la sýnkrisis o comparación entre la personalidad
de un griego y un romano, volverá a remarcar –como buen
pedagogo– los aspectos positivos que tenemos que aprender e
incorporar a nuestra vida, y los negativos que debemos
evitar.
En los Moralia de asunto político, en cambio, el
abordaje es desde la teoría filosófica y política.
Partiendo de los principios generales exhuma conclusiones
aunque, siguiendo siempre su inveterado estilo, procura
ilustrar y apoyar cada afirmación en ejemplos históricos
bien concretos. La misma titulación de estos opúsculos –
escritos hacia el final de su vida, donde recoge toda su
larga experiencia en la vida política– evidencia su
intención. “Sobre la necesidad de que el filósofo converse especialmente
con los gobernantes” es un convincente ataque a la
prescindencia que los llamados “intelectuales” de todos los
tiempos han tenido respecto a la intervención directa en
política, o al compromiso como consejeros. Incide en la
conciencia de los estudiosos de un modo agudo y removedor.
Hace cierta aquella afirmación atribuida curiosamente a
Epicuro: “vana es la palabra del filósofo que no remedia
alguna dolencia humana”,
“Ad principem ineruditum”, o A un gobernante falto de instrucción, es otro
alegato a favor del compromiso y la acción política, aunque
esta acción pueda ser oculta o indirecta por los motivos de
24
conveniencia que sean. Plantea una pregunta importante y
permanente: “¿Quien gobierna a los que gobiernan?”
Aunque algunos plutarquistas no estarán de acuerdo,
para mí el libro de tema político más brillante y
contundente de Plutarco es As seni res publica gerenda sit/Si el
anciano debe intervenir en política. Aquí nuestro autor descarga toda
su munición gruesa a favor del compromiso moral que obliga
a intervenir en la cosa pública en todas las edades de la
vida, especialmente en la madurez, sin aceptar eximentes.
Cierra dialécticamente todas las salidas a la postura
contraria, y desmonta todas las disculpas. Uno no se puede
“jubilar” nunca del trabajo a favor del bien común. Él
mismo dio ejemplo aceptando en su ancianidad cargos en su
patria que, a ojos de otros, no estaban a la altura de sus
antecedentes. De un modo sistemático demuestra cada una de
sus afirmaciones y destruye los argumentos contrarios.
Pienso que es un libro que haría un bien inmenso si hoy lo
leyeran todos los mayores de 60 años, al menos en los
ambientes universitarios europeos; la sociedad hodierna
podría frenar la sangría del derroche sapiencial que significa
que esas personas se retiren a descansar y pasarlo bien
antes del llegar al zenit de sus posibilidades de hacer el
bien.
La obra política del Queronense más conocida,
publicada y comentada a lo largo de 20 siglos ha sido sus
Consejos políticos. Recoge muchos conceptos de la anterior. Se
sostiene que eran preceptos dirigidos al emperador Trajano
para ayudarle en el buen gobierno, pero esto nunca pudo ser
25
demostrado. Sí es cierto que muchos grandes estadistas a lo
largo de la historia la han consultado. Todos estos
consejos –así como todas las consideraciones de las obras
anteriores– no sirven solamente para el tiempo en que
fueron emitidos, ni para otros tiempos pretéritos: siguen
siendo de muchísima utilidad hoy en día también.
Simplemente hay que saber descodificar lo propio de su
tiempo y lugar, quedarnos con su rica esencia conceptual, y
luego saber aplicarlos en nuestras circunstancias. Plutarco
nos legó algún otro ensayo más sobre temas de interés
político, pero quedaron inconclusos o fueron estudios
parciales que en esta reseña general no tienen lugar.
Aunque no ataña directamente al propósito de estas
páginas, debemos reconocer también que en Plutarco de
Queronea podemos encontrar, además, un magnífico guía para
adentrarnos en lo mejor del pensamiento, del arte y de la
vida en el ancho y bello mundo de la Antigüedad clásica. Un
gran maestro español sobre ese mundo, don Antonio Fontán
―recientemente desaparecido― afirmaba que debemos procurar
promover un clasicismo abierto. Lo cual probablemente constituye
una de las necesidades más urgentes de la sociedad
contemporánea en todos los órdenes de la vida. Podría
sonar exagerada esta afirmación, o parecer que es
consecuencia del entusiasmo por los estudios clásicos, pero
si se reflexiona más detenidamente, no es difícil
vislumbrar, especialmente en los tiempos que vivimos, que
es preciso asentar la vida pública sobre los valores
morales propugnados desde la Antigüedad, para que las
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relaciones de la persona y el Estado, y la de los Estados
entre sí, se edifiquen sobre los principios de una
filosofía probada por el juicio de la razón y por la
experiencia histórica.
El antiguo catedrático de filología latina, formador de
muchas generaciones de periodistas y, a la vez, activo
político —primer presidente del Senado democrático español—
concluye así su razonamiento: «La tradición clásica no será
tal vez la única fuente de una renovación tan ambiciosa.
Pero de ella se sabe que es un camino orientado en esa
dirección. Nos lo dice la experiencia histórica y lo
confirman los estudios de conjunto y monográficos sobre la
tradición de la literatura y la herencia clásica de nuestra
cultura. Casi todas las generaciones de Occidente han
recogido los frutos más sazonados de su propia cultura en
el jardín griego que los grandes romanos cultivaron con
veneración»6. Plutarco nos introduce amable y
persuasivamente en ese ámbito; nos explica con paciencia su
sentido, y además, nos ayuda a sacar conclusiones
aplicables a nuestra vida personal y a nuestra acción
política. Un gran maestro podríamos rescatar para nuestro
tiempo si volviéramos a menudo, y nos hiciéramos buenos
amigos, de este clásico de los clásicos.
6 FONTÁN, Antonio, Humanismo Romano: clásicos-medievales-modernos, Ensayos Planeta,Barcelona 1974, p. 31.27
Ricardo Rovira Reich von Häussler, Dr. en CienciasPolíticas y de la Administración (Universidad Complutense),Dr. en Filosofía (Universidad de Navarra), Presidente deCivilitas-Europa, investigador principal en la BibliotecaNacional de España, profesor del Máster y Doctorado enGobierno y Cultura de las Organizaciones de la Universidad deNavarra, profesor asociado de Filosofía Política y Socialen la Universidad de Navarra, capellán, investigador yconsultor del Instituto de Empresa y Humanismo, capellán delCIMA (Centro de Investigación en Medicina Aplicada). Hasido secretario general del Secretariado Permanente para laFamilia, y secretario ejecutivo de la Comisión de PastoralFamiliar de la Conferencia Episcopal Argentina.
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