Principios Jurídicos e interpretación democrática del derecho
PREVISIBILIDAD DEL DERECHO Y CULTURA
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PREVISIBILIDAD DEL DERECHO Y CULTURA1
Luiz Guilherme MarinoniCatedrático de la Universidad Federal de Paraná. Postdoctor
por la Università degli Studi di Milano. Visiting Scholar en
Columbia University.
SUMARIO: 1. Falta de racionalidad y previsibilidad en elderecho brasileño. 2. El impacto de los valores de la
contrarreforma en los países ibéricos y la colonización de
América. 3. El «patrimonialismo» en la formación de la cultura
brasileña: de Weber a Buarque de Holanda. 4. Cultura del
personalismo, falta de cohesión social y debilidad de las
instituciones. 5. ¿A quién le interesa la irracionalidad? 6.
Patrimonialismo frente a generalidad del derecho y sistema de
precedentes. 7. Autoridad de los precedentes, respeto al
derecho y responsabilidad personal.
1. Falta de racionalidad y previsibilidad en el derecho
brasileño
Cuando se analiza la realidad de la justicia civil
brasileña, es fácil constatar que el ciudadano tiene una
gran dificultad para prever cómo se resolverá una
1 Conferencia dictada en las Jornadas de Derecho Procesal,Santiago, Chile, 2014.
cuestión de derecho. Esto se debe al hecho de que los
jueces y tribunales no observan modelos mínimos de
racionalidad a la hora de decidir. No hay duda de que la
utilización de cláusulas generales y la adopción de
principios constitucionales para interpretar las reglas
legales, por sí solas, ampliaron el poder del juez, o más
precisamente, su espacio de subjetividad a la hora de
definir los litigios. Así, en unos casos, el juez puede
concretar lo que no fue decidido por el legislador y, en
otros, tiene poder para negar validez a las reglas
legales frente a la Constitución o, incluso, para
adaptarlas a las normas constitucionales. No obstante,
aún cuando tan solo tiene que aplicar una regla, el juez
se encuentra ante la necesidad de valorar y decidir u
optar, lo que significa que tiene que trazar, en
cualquiera de los casos, un razonamiento argumentativo
dotado de racionalidad. Solo la argumentación racional
constituye una justificación aceptable.
Sucede que con frecuencia no se observa —tampoco en
las decisiones judiciales que se limitan a aplicar reglas
legales— ninguna preocupación con la explicación de las
razones que, por ejemplo, podrían justificar una
determinada directriz interpretativa. En realidad, a
menudo faltan razones que justifiquen las opciones
valorativas utilizadas en el razonamiento judicial. Es
como si, a pesar de estar decidiendo a partir de
valoraciones, el juez pudiera encubrirlas mediante una
fundamentación que aluda solo a la letra de la ley y a
fragmentos de obras doctrinales y de jurisprudencia que
no dicen nada sobre las opciones valorativas implícitas
en la decisión. Falta una argumentación convincente,
capaz de hacer que la decisión sea racionalmente
aceptable. No hay duda de que esta aceptabilidad se
relaciona con la opinión pública, en particular con los
litigantes implicados en el caso.
En realidad, la práctica judicial brasileña muestra
que, pese a partir de la premisa de que decidir no es
simplemente señalar la norma que contiene el texto legal,
aún no se ha transformado el acto de fundamentar en una
actividad de argumentar racionalmente para justificar las
opciones de decisión —incluida la decisión final—
adoptadas en el curso del razonamiento decisorio. Valga
decir que, si el juez tiene poder para extraer el derecho
del texto legal mediante la interpretación, también es
necesario caminar para que el derecho se convierta en
práctica argumentativa y, en esta dimensión, tenga
racionalidad y legitimidad.
De cualquier forma, la argumentación dotada de
racionalidad no suple otra forma de racionalidad, que es
la que se refiere a la aplicación del derecho por el
Poder Judicial. El sistema judicial cuenta con órganos
encargados de eliminar las dudas interpretativas, pues es
incoherente e irracional aplicar «varios derechos» a
casos en conflicto. Le corresponde al Superior Tribunal
de Justicia, en el ámbito del recurso especial, definir
el sentido del derecho federal infraconstitucional y
formular una norma dotada de autonomía frente a la ley,
que, de esta forma, se incorpore al orden jurídico. Ahora
bien, un sistema judicial que, a pesar de la intervención
del Tribunal Supremo, admita interpretaciones diferentes
es completamente incapaz de administrar su función de
repartir «justicia» en casos concretos. Este sistema no
fomenta la coherencia del orden jurídico, la igualdad
ante el derecho, la libertad y la previsibilidad. No
respetar los precedentes de los tribunales supremos es
una puerta abierta para el reparto desigual y aleatorio
de la «justicia», con todas las consecuencias negativas
que ello implica.
En Brasil, una parte significativa de los jueces de
primera instancia, así como de los tribunales de justicia
y regionales federales, no respetan los precedentes del
Superior Tribunal de Justicia. En realidad, estos jueces
y tribunales ni siquiera argumentan la no aplicación de
una decisión del Supremo. El Superior Tribunal de
Justicia ha seguido distintas orientaciones en casos
iguales. Esto sucede no solo cuando una sección del
tribunal discrepa de otra, sino, también, dentro de una
misma sección, pues, con cierta frecuencia, en su seno no
se mantiene la misma decisión. Así, se puede decir que se
ha llegado a esta situación porque el Superior Tribunal
de Justicia aún funciona como un tribunal de corrección
de las decisiones de los tribunales ordinarios. Aún no se
configura como un tribunal de precedentes, que defina la
interpretación o la norma que debe regular los casos
futuros, incluidos los que lleguen a su conocimiento.
Por otro lado, a pesar de que el recurso
extraordinario para el Supremo Tribunal Federal esté
sometido al requisito de la «repercusión general» de la
cuestión constitucional —indicio de que se trata de un
tribunal de precedentes—, todavía se discute sobre la
eficacia obligatoria —también llamada vinculante— de las
decisiones adoptadas en el marco de un recurso
extraordinario. Se ha llegado a argumentar que la
eficacia vinculante sería un privilegio de las decisiones
adoptadas en las acciones relacionadas con el control
directo de constitucionalidad, lo que obviamente es un
absurdo, en particular, cuando la eficacia vinculante,
para quienes así lo defienden, se circunscribe a la parte
dispositiva de la decisión.
Es interesante comparar el sistema brasileño de
control difuso de constitucionalidad, unido a la falta de
vinculación a los precedentes constitucionales, con el
sistema estadounidense. Bien es verdad que en Estados
Unidos la idea de precedente constitucional no surgió en
el mismo instante en el que se concibió la tesis del
judicial review of legislation. No obstante, en Brasil, el control
de constitucionalidad, además de no haber sido objeto de
profundos debates en el seno de la comunidad jurídica —
deriva del empeño personal de Rui Barbosa—, la sociedad
ha ignorado su significado y consecuencias. De esta
forma, al contrario de lo que sucedió en Estados Unidos,
la idea de control de constitucionalidad no debe nada a
los valores de la sociedad.
La afirmación de que all laws which are repugnant to the
Constitution are null and void no revela un resultado obtenido de
un simple ejercicio de lógica estructurado a partir de la
idea piramidal, puesto que la Constitución, para los
colonizadores y los fundadores del constitucionalismo
americano, tenía un significado que transcendía del
límite de lo jurídico2. El constitucionalismo
estadounidense es el primer constitucionalismo escrito,
junto a algunas experiencias inglesas de inspiración
calvinista. Como afirma Fernando Rey Martínez, el
tradicional énfasis americano en una Constitución escrita
debe mucho a la insistencia de los puritanos de que el
derecho superior (higher law) debe ser un derecho escrito
(written law)3. Los colonos puritanos no solo reprodujeron
2 Véase Sanford Levinson, Constitutional Faith, Princeton: PrincetonUniversity Press, 1988.3 Fernando Rey Martínez, La ética protestante y el espíritu delconstitucionalismo, Bogotá: Universidad Externado de Colombia,2003, p. 55 y ss.; Gordon Wood advierte que, «del mismo modoque todos los ingleses, los colonos estaban familiarizados condocumentos escritos como barreras al poder ilimitado» (GordonS. Wood, The Creation of the American Republic: 1776 – 1787, NorthCarolina: The University of North Carolina Press, 1998, p.268).
la teoría de Calvino, en el sentido de que el derecho
tenía que ser escrito, la lex scripta —vista como prueba de
la ley natural—4, sino que tenían presente la experiencia
de la Reforma, caracterizada por la afirmación del texto
de la Biblia, como medio para la liberación del hombre
frente al «poder divino» creado por la Iglesia católica.
Cabe recordar que una de las más importantes victorias
puritanas en suelo inglés se produjo en 1628, cuando se
impuso a Carlos I la célebre Petition of Rights, que claramente
rozaba la teoría calvinista de un derecho superior que
sometía tanto al legislador como al juez5.
4 La Declaración de Independencia, adoptada por el CongresoContinental el 4 de julio de 1776, ya en el primer párrafo serefiere a las «leyes de la naturaleza» como fundamento para elacto de separación política entre las colonias norteamericanase Inglaterra. A continuación considera «verdadesautoevidentes» el hecho de que «todos los hombres son creadosen igualdad, que poseen ciertos derechos inalienables atribuidos por elCreador, que entre dichos derechos se encuentran la vida, lalibertad y la búsqueda de la felicidad. Que para asegurardichos derechos, se instituyen los gobiernos entre loshombres, que derivan sus poderes del consenso entre losgobernados. Que siempre que alguna forma de gobierno se vuelvadestructiva con esos derechos, es derecho del pueblo cambiar oabolir el gobierno e instituir un nuevo gobierno». Laaceptación de principios iusnaturalistas, es explícita, enconcreto en la formulación de John Locke: «Cuando una personao varias tomen para sí la elaboración de leyes, personas a lasque el pueblo no haya autorizado para que actúen de ese modo,entonces dichas personas elaboran leyes sin autoridad, que elpueblo, en consecuencia, no está obligado a obedecer; en estascondiciones, el pueblo queda nuevamente sin obligación desujeción y podrá constituir un nuevo legislativo según estimeconveniente, con absoluta libertad para resistir a la fuerza aquienes, sin autoridad, quieran imponerle cualquier cosa».(John Locke, Second Treatise of Government. Hackett: Indianápolis,1980 [1690] p. 80). 5 Fernando Rey Martínez, La ética protestante y el espíritu delconstitucionalismo, cit., p. 57-61.
Esto quiere decir que, si la idea de precedentes
constitucionales demoró un cierto tiempo para surgir en
los Estados Unidos, probablemente ello se debiera al celo
con el que se aplicaba el texto constitucional6. La
Constitución, dada su naturaleza de ley suprema de
carácter casi sagrado, debía aplicarse literalmente, sin
dar ocasión al Poder Judicial para aplicar una regla que
entrara en conflicto con ella. No obstante, cuando
aparecen indicios de dudas interpretativas surge la
lógica de la autoridad de los precedentes del Tribunal
Supremo, incluso porque el control judicial de la
constitucionalidad de las leyes posee, intrínsecamente,
la fuerza unificadora del derecho, en la justa medida en
que, en un sistema de control recíproco entre los poderes
—checks and balances—, no se puede concebir la fragmentación
de lo que dice el Poder Judicial, es decir, que haya
distintas decisiones judiciales sobre la validez de las
leyes—.
6 Los Framers, aunque hayan tenido experiencia con losprecedentes de common law, en realidad no conocían precedentesde naturaleza constitucional, es decir, precedentesinterpretativos de normas constitucionales. La jurisdicciónconstitucional era algo absolutamente nuevo. La teorización delos precedentes constitucionales debe haber exigido al menosel inicio del debate sobre la interpretación constitucional.En 1958, en el caso Cooper contra Aaron, el Tribunal Supremodecidió que «la interpretación de la 14.ª Enmienda anunciada poreste Tribunal en el caso Brown es ley suprema del país y elart. VI de la Constitución hace que esta decisión tenga efectovinculante (“binding effect”) sobre los Estados». Véase Michael J.Gerhardt, The power of precedent, New York: Oxford UniversityPress, 2008, p. 48 y ss.
En Brasil, muchos jueces aún consideran que pueden,
según su criterio, atribuir significado a los textos que
consagran derechos fundamentales —como si la Constitución
fuera una válvula de escape para liberar sus valores y
deseos personales— y, de esta forma, decidir sin ninguna
vinculación con los precedentes constitucionales, en una
demostración clara de falta de comprensión institucional.
Como fundamento de la falta de respeto a los
precedentes se esgrimen argumentos retóricos de
naturaleza jurídica, valores culturales e, incluso, un
claro interés en un sistema judicial incoherente y
abierto a cambios repentinos. Es importante observar que
la falta de autoridad de las decisiones de los tribunales
supremos no deriva solo del rechazo teórico de la idea de
que sus decisiones deben definir el sentido del derecho
y, por ende, orientar a los demás tribunales, sino
también de la falta de interés de posiciones sociales
significativas para racionalizar la distribución del
derecho en el país.
Bien vistas las cosas, varias posiciones que están
en el mercado, así como gobiernos, cuerpos de jueces y
parte de los abogados pueden tener más interés en la
incoherencia y la irracionalidad que en lo contrario.
Este punto, a pesar de que nunca ha sido escudriñado,
tiene una gran relevancia en los países de civil law,
marcados por culturas contrarias a la racionalidad y la
impersonalidad en la administración pública, incluida la
administración de la justicia.
2. El impacto de los valores de la contrarreforma en los
países ibéricos y la colonización de América
La Reforma, liderada por Lutero y más tarde por
Calvino, demostró los desvíos de la Iglesia católica,
que, de ser un lugar para la propagación de la fe, se
había transformado en un lugar de manipulación del poder
político y económico. La Reforma enfatizó, entre otros
puntos, sobre la necesidad de leer la Biblia como forma
de desmitificación de los dogmas de la Iglesia, al
destacar la invalidez de los sacramentos de salvación,
así como de las obras como medio de salvación, los cuales
servían para dar fuerza política y económica a la
Iglesia.
Recuérdese que el calvinista acabó entendiendo que
la comprobación de la salvación se daría mediante el
control racional de los actos de la vida intramundana. Los
sacramentos de salvación y las obras se vieron como
magificación7. En este sentido, la Reforma contribuyó a
que el hombre racionalizara su vida y, en consecuencia,
se racionalizaran los grupos de los que formaba parte. Al
7 Max Weber, A ética protestante e o «espírito» do capitalismo (edición deAntônio Flávio Pierucci), São Paulo: Companhia das Letras,2004.
igual que la propia vida en sociedad. Por ello, la
Reforma dio origen —como demostró Weber en La ética protestante
y el espíritu del capitalismo— a un modo de vivir centrado en la
ascesis intramundana, de la que deriva la comprensión del
trabajo como deber religioso, que propicia el desarrollo
del capitalismo y la necesidad de un derecho dotado de
racionalidad formal, al que era inherente la
previsibilidad8.
Roma y los pueblos latinos que eran sus aliados
sintieron la necesidad de responder a los ataques de la
Reforma protestante. La resistencia del papado a una
conciliación llevó a Roma a manipular un concilio que se
hizo inevitable —el Concilio de Trento—, donde surgió la
llamada contrarreforma, una opción absolutista que
fortaleció la ortodoxia y endureció la disciplina de la
Iglesia, al instituir valores que fueron los responsables de
la decadencia de los pueblos peninsulares.
El catolicismo del Concilio de Trento, en sustancia,
negó la gran conquista de la Reforma: la libertad moral, que
llevó al examen de la conciencia individual, responsable del fuerte acento
sobre la responsabilidad personal, todo ello imprescindible para
la posición que el protestante asumió frente a su vida.
Ahora bien, el Concilio de Trento condenó la razón humana y el
pensamiento libre, revelándolos como un delito contra Dios.
8 Max Weber, A ética protestante e o «espírito» do capitalismo (edición deAntônio Flávio Pierucci), cit; Max Weber, Essais de Sociologie desReligions, Paris: Gallimard, 1996.
La prohibición de leer la Biblia, por ejemplo, no es más
que calificar como pecado la razón humana o sospechar de
la capacidad cognitiva del hombre, obligándole a tener
una forma de vida pautada en el «entendimiento» de
algunos pocos iluminados.
Cabe advertir que la imposibilidad de cuestionar los
dogmas religiosos y la solución mágica derivada de los
sacramentos de salvación, como la confesión, no estimulan
el examen de conciencia para averiguar la responsabilidad
personal y, de esta forma, eliminan el motivo para una
vida guiada por una pauta racional9.
Los valores del catolicismo tridentino no solo son
distintos de los del calvinismo. Sus respectivos impactos
sobre el modo como el hombre dirige su vida personal y,
por consiguiente, sobre el desarrollo de la sociedad
fueron opuestos. Mientras el catolicismo prohibió el
pensamiento libre e hizo al hombre depender de la Iglesia
—por ejemplo, con la confesión obligatoria con el
sacerdote, como se subraya en la sesión 14 del Concilio
de Trento—, el calvinismo, fundado en la voluntad
9 Antero de Quental, en un discurso pronunciado en Lisboa, en1871, argumentó que el catolicismo del Concilio de Trento nosolo fue uno de los principales responsables de la decadenciade los pueblos peninsulares durante los siglos XVII, XVIII yXIX, sino que también tuvo una influencia nefasta sobre lacolonización en suelo americano. (Antero de Quental, Causas dadecadência dos povos peninsulares nos últimos três séculos, Discursopronunciado en la sala del Cassino Lisbonense, en Lisboa, el27 de mayo de 1871, durante la 1.ª jornada de las ConferenciasDemocráticas).
soberana de Dios y en la predestinación, le obligó a
buscar señales de salvación en los actos cotidianos, en
particular en el ejercicio de la profesión, lo que exigió
la racionalización de su modo de vida, con la investigación
metódica de la conciencia y un sentimiento muy acentuado
de responsabilidad personal10.
3. El «patrimonialismo» en la formación de la cultura
brasileña: de Weber a Buarque de Holanda
Sérgio Buarque de Holanda, en el clásico Raízes do
Brasil11, analiza las bases y los fundamentos de nuestra
historia a partir del criterio tipológico de Max Weber12.
Buarque de Holanda siempre utiliza dos tipos ideales
(trabajador y aventurero, impersonalidad e impulso
afectivo, etc.) para, mediante su relación y
contraposición, extraer la aclaración de puntos de gran
importancia para la comprensión de nuestro destino
histórico13. Se sirve de los conceptos weberianos de
10 Con un sugerente análisis, David Landes, profesor emérito deEconomía de Harvard University, destaca el diferente impacto quelos valores protestantes y católicos tuvieron sobre elcomportamiento social y los relaciona con el desarrolloeconómico de las naciones (David S. Landes, The Wealth and Povertyof Nations: Why Some Are So Rich and Some So Poor, New York: W. W.Norton, 1999).11 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, São Paulo: Companhiadas Letras, 1995 [1936]. 12 Para Weber, los tipos ideales, delineados con base enexageraciones deliberadas de características del fenómenoinvestigado, son instrumentos que sirven para analizarrealidad.13 Antonio Candido, O significado de «Raízes do Brasil», in: Raízes doBrasil (Sérgio Buarque de Holanda), São Paulo: Companhia das
patrimonialismo y burocracia para demostrar el
significado de «hombre cordial», un modo de
comportamiento personal típico de la formación de la
cultura brasileña, contrario a la impersonalidad y a la
racionalidad formal, claramente relacionado con el modelo
de las instituciones y la administración pública
brasileñas —que aún permanece en la cultura del país—14.
Importa recordar que Weber, al tratar de la
legitimidad de las relaciones de dominación, presenta
tres fundamentos —vistos como tipos ideales— para su
legitimación, que se clasifican como 1) racional o
burocrático-legal, 2) tradicional y 3) carismático. La
dominación tradicional se funda en la creencia en la
«santidad de las tradiciones vigentes desde siempre y en
la legitimidad de quienes, en virtud de esas tradiciones,
representan la autoridad (dominación tradicional)»15. Esta
forma de dominación, cuando se compara con la dominación
racional, presenta unas características muy claras. Como
señala Weber, la dominación racional se asienta en
estatutos, de modo que se obedece la orden impersonal,
establecida de forma objetiva en la ley, y a los
superiores que dicha orden reconoce. No obstante, en la
dominación tradicional, la obediencia se debe al señor,
Letras, 1995, p. 13. 14 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit.; Sérgio Buarquede Holanda, O Homem Cordial, São Paulo: Companhia das Letras yPenguin Group, 2012. 15 Max Weber, Economia e sociedade, v. 1, Brasília: Editora UnB, 2000, p. 141.
reconocido como tal por la tradición, lo que se hace por
respeto a las costumbres16.
En la dominación tradicional no importa la
impersonalidad y la racionalidad de la forma de
dominación, al contrario de lo que sucede en la
dominación racional o burocrático-legal, ni la
calificación carismática del líder que la ejerce —
dominación carismática—, puesto que se obedece a la
persona que designa la tradición y los hábitos
consuetudinarios17.
Cuando trata de la dominación tradicional, Weber
indica como tipos primarios la gerontocracia y el
patriarcalismo. En ninguno existe un cuadro
administrativo para el señor. En la gerontocracia, la
dominación dentro de la asociación la realizan los más
ancianos, que presumiblemente conocen mejor la tradición.
En el patriarcalismo primario, la dominación se atribuye
a un sujeto, de acuerdo con reglas de sucesión18.
16 «En el caso de la dominación basada en estatutos, se obedecela orden impersonal, objetiva y legalmente establecida y a lossuperiores que esta determina, en virtud de la legalidad formalde sus disposiciones y dentro de su ámbito de vigencia. En elcaso de la dominación tradicional, se obedece a la persona delseñor nombrada por la tradición y vinculada a ella (dentro de suámbito de vigencia), en virtud de devoción a los hábitosconsuetudinarios» (Max Weber, Economia e sociedade, v. 1, cit., p.141).17 Aristeu Portela Júnior, Florestan Fernandes e o conceito depatrimonialismo na compreensão do Brasil, Revista do Programa dePós-Graduação em Sociologia da USP, v. 19.2, 2012, p. 12.
Indicar los tipos patriarcalismo primario y
gerontocracia es importante para comprender la noción de
patrimonialismo. Para Weber, solo cuando el señor pasa a
contar con un cuadro administrativo y militar personal,
la dominación tiende al patrimonialismo y, cuando el
poder del señor es extremo, para el sultanato19. La
diferencia entre patrimonialismo y sultanato es fluida y
Weber designa como patrimonial la dominación ejercida «de
derecho propio»20.
La nota esencial de este tipo ideal es el carácter
personalismo de las decisiones del señor, derivado de la
expresión «de derecho propio», que utiliza Weber. Por18 «Los tipos primarios de la dominación tradicional son loscasos en los que falta un cuadro administrativo personal delseñor: a) la gerontocracia y b) el patriarcalismo primario. Sedenomina gerontocracia la situación en la que, habiendo algunadominación dentro de la asociación, esta la ejercen los másancianos (originalmente, en el sentido literal de la palabra:por la edad), al ser ellos los mejores conocedores de latradición sagrada. La gerontocracia con frecuencia seencuentra en asociaciones que no son primordialmente económicaso familiares. Se llama patriarcalismo a la situación en laque, dentro de una asociación (doméstica), muchas vecesprimordialmente económica y familiar, la dominación la ejerceun individuo determinado (normalmente) según reglas fijas desucesión» (Max Weber, Economia e Sociedade, v. 1, cit., p. 151).19 «Con la aparición de un cuadro administrativo (y militar)personal del señor toda dominación tradicional tiende alpatrimonialismo y en el caso extremo de poder señorial, alsultanato» (Max Weber, Economia e Sociedade, v. 1, cit., p. 151).20 «Llámese dominación patrimonial a toda dominación primariamenteorientada por la tradición, pero ejercida en virtud de underecho propio, y es sultanista la dominación patrimonial que semueve, en la forma de su administración, en primer lugar,dentro de la esfera del arbitrio libre, desvinculado de latradición. La distinción es completamente fluida» (Max Weber,Economia e Sociedade, v. 1, cit., p. 151).
ello, se puede afirmar que el patrimonialismo es la forma
de dominación en la que el señor actúa mediante
consideraciones personales, sin someterse a criterios
objetivos o impersonales sacados de estatutos.
En el patrimonialismo, la legitimidad —fundamento
para la obediencia— se basa en una autoridad sacralizada,
que existe desde tiempos inmemoriales. «Su arquetipo es
la autoridad patriarcal. Por reflejarse en el poder
atávico y, al mismo tiempo, arbitrario y compasivo del
patriarca, se manifiesta de modo personal e inestable,
sujeta a los caprichos y la subjetividad del dominador.
La comunidad política, expandiéndose a partir de la
comunidad doméstica, toma de esta, por analogía, las
formas y, sobre todo, el espíritu de "piedad" [el
espíritu de devoción puramente personal al pater o al
soberano, relacionado a la reverencia a lo sagrado y lo
tradicional] que une a dominantes y dominado»21 .
Como ha quedado demostrado, al contrario de la
gerontocracia y del patriarcalismo primario, el
patrimonialismo exige un cuadro administrativo, puesto
que, cuando la comunidad doméstica —fundamento del
patriarcalismo— es descentralizada, es decir, cuando los
miembros de la comunidad pasan a residir en propiedades
dependientes de la ayuda del patriarca, empieza a ser
21 Rubens Goyatá Campante, O patrimonialismo em Faoro e Weber ea sociologia brasileira, Revista de Ciências Sociais, v. 46, n.º 1,2003, p. 162 y 190.
necesaria una administración organizada y un grupo de
funcionarios —el funcionalismo patrimonial—22. Sin
embargo, este no observa la separación entre las esferas
privada y oficial, dado que la administración, en la
dominación patrimonial, es un problema exclusivo —es
patrimonio— del señor. Le cabe, con base en criterios
puramente subjetivos, elegir a los funcionarios y
delimitar las competencias. En el funcionalismo
patrimonial, como el cargo se cumple en función de
relaciones personales y de confianza, no importa la
capacidad del beneficiado ni la previa definición de
realización de determinada tarea. Como afirma Weber,
«todas las órdenes de servicio que según nuestros
conceptos son "reglamentos" constituyen, por tanto, así
como todo el orden público de los Estados
patrimonialmente gobernados en general, en última
instancia, un sistema de derechos y privilegios puramente
subjetivos de determinadas personas, los cuales se
originan en la concesión y en la gracia del señor. Falta
el orden objetivo y la objetividad dirigida a fines
impersonales de la vida estatal burocrática. El cargo y
el ejercicio del poder público están al servicio de la persona
del señor, por un lado, y del funcionario agraciado con el cargo,
por otro, y no de tareas "objetivas"»23.
22 Aristeu Portela Júnior, Florestan Fernandes e o conceito depatrimonialismo na compreensão do Brasil, Revista do Programa dePós-Graduação em Sociologia da USP, v. 19.2, 2012, p. 13.23 Max Weber, Economia e sociedade, v. 2, Brasília: Editora UnB,2004, p. 255.
Es importante insistir en que el patriarcalismo
primario, la gerontocracia, el patrimonialismo y el
sultanato son tipos ideales, que no se hallan en la
realidad histórica, como señala el propio Weber24. Se
trata, como todos los tipos ideales, de instrumentos para
la observación de la realidad. Así, cuando se habla de
«patrimonialismo» se hace referencia a una forma de
dominación basada en el personalismo y, en consecuencia,
en la falta de objetividad y generalidad. En el
patrimonialismo, las decisiones siguen criterios
personales del señor, completamente ajenos a la
impersonalidad que prepondera en la dominación racional.
Por tanto, cuando se vincula el patrimonialismo al
Poder Judicial, se hace referencia al carácter personal
de las decisiones, estimulado en un sistema en que no se
respetan los precedentes de los tribunales supremos.
Sérgio Buarque de Holanda alude a varios puntos de gran
relevancia para comprender cómo el patrimonialismo y, en
particular, el «hombre cordial» se introducen en la
cultura brasileña.
Acostumbrado al modo de vivir del círculo familiar —
en la tipología weberiana patriarcalismo primario,
24 «El hecho de que ninguno de los tres tipos ideales, que seexaminarán de forma más detallada a continuación, sueleexistir históricamente en una forma realmente "pura", no debeimpedir en momento algún la fijación del concepto en la formamás pura posible» (Max Weber, Economia e Sociedade, v. 1, cit., p.141, nota de pie de página 2)
convertido en patrimonialismo tras la implantación de un
cuadro administrativo—, en el que rigen las relaciones de
afecto y de mera preferencia, el brasileño, al depararse
con el mundo exterior, no consigue verlo de forma
impersonal y racionalizada, de forma que busca amoldar
todas las relaciones y lugares, en particular la
administración pública, con base en criterios afectivos y
de personalidad. De esta forma, se proyecta como un
«hombre cordial», es decir, como alguien que no soporta
la impersonalidad e intenta reducirla a costa de un
comportamiento de mera apariencia afectiva, no sincera,
que siempre busca simpatía, beneficios personales y
facilidades25.
Recuerda Sérgio Buarque de Holanda que a los
depositarios de las posiciones públicas de
responsabilidad, formados a partir del entorno del tipo
primitivo de la familia patriarcal, no les resultaba
fácil comprender la distinción fundamental entre los ámbitos de lo
privado y lo público, motivo por el que «se caracterizan
justamente por lo que separa al funcionario "patrimonial"
del puro burócrata según la definición de Max Weber»26. En
definitiva, prosigue el autor que, «para el funcionario
25 Afirma Sérgio Buarque de Holanda que el carácter delbrasileño admite fórmulas de reverencia, siempre que nosupriman la posibilidad de convivencia del tipo familiar. «Lamanifestación normal del respeto en otros pueblos tiene aquísu réplica, por regla general, en el deseo de establecerintimidad» (Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p.148).26 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p. 146.
"patrimonial", la propia gestión política se presenta
como asunto de su interés particular; las funciones, los
empleos y los beneficios que de ellos obtiene se
relacionan con derechos personales del funcionario y no con intereses
objetivos, como sucede en el verdadero Estado burocrático, en el que
prevalecen la especialización de las funciones y el esfuerzo para asegurar
garantías jurídicas a los ciudadanos. La elección de los hombres
que ejercerán funciones públicas se hace más de acuerdo
con la confianza personal que merecen los candidatos y menos
según sus capacidades propias. A todo ello le falta la
ordenación que caracteriza la vida en el Estado
burocrático. El funcionalismo patrimonial puede, con la
progresiva división de las funciones y con la
racionalización, adquirir rasgos burocráticos», pero en
esencia este tipo de funcionalismo se aleja del
funcionalismo burocrático cuanto más caracterizados estén
los dos tipos27.
Así, el entorno familiar, cuando se traslada a la
esfera pública, lleva al funcionario y a quienes con él
deben establecer relaciones a comportarse en detrimento
de la impersonalidad y sin que pueda prevalecer la
racionalidad legal. La esfera pública es invadida por el
ambiente del círculo familiar, de lo privado, de forma
que el funcionario pasa a comportarse como si tuviera un
cargo que debe disfrutar, llegando incluso a favorecer a
sus íntimos y estos, a reivindicar beneficios, así como,
27 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p. 146.
curiosamente, sus derechos reales, siempre con base en
artificios de cordialidad, animados por gestos de
simpatía y búsqueda de intimidad.
Afirma Sérgio Buarque de Holanda que «puede decirse
que solo excepcionalmente tuvimos un sistema
administrativo y un cuerpo de funcionarios puramente
dedicados a intereses objetivos y fundados en dichos
intereses. Por el contrario, se puede ver, a lo largo de
nuestra historia, el predominio constante de las
voluntades particulares que encuentran su ambiente propio
en círculos cerrados y poco accesibles a una ordenación
impersonal. Entre esos círculos, fue, sin duda, el de la
familia el que se expresó con más fuerza y desenvoltura
en nuestra sociedad. Y uno de los defectos decisivos de
la supremacía incontestable, absorbente, del núcleo
familiar —la esfera, por excelencia de los llamados
"contactos primarios", de los lazos de sangre y afecto—
está en que las relaciones que se crean en la vida
doméstica siempre habían proporcionado el modelo
obligatorio de cualquier composición social entre
nosotros. Esto sucede incluso donde las instituciones
democráticas, fundadas en principios neutros y
abstractos, pretenden asentar la sociedad en normas
antiparticularistas»28.
28 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p. 146.
Todo ello realmente penetró en la administración de
justicia, lo que, por ejemplo, llevó a la formación de
los famosos «grupos» en los tribunales, cuando pasa a
prevalecer la ética del todo a favor del colega que está
en la misma línea y, lo que es aún peor, la manipulación
de las decisiones a favor de aquellos —incluso de los
gobiernos y las personas y corporaciones vinculadas al
poder político— que mantienen relaciones con quienes
ocupan los «cargos». Sin duda, no hay motivo para suponer
que la administración de la justicia no sería contaminada
por la lógica y los impulsos que, desde los orígenes de
nuestra historia, hacen suponer que el espacio público
deba ser aprovechado no solo a favor del funcionario,
sino también de los que merecen su confianza, o mejor
dicho, su estima y simpatía.
También ahí tuvo y aún tiene lugar el «hombre
cordial», el juez y el promotor que actúan basándose en
los viejos motivos que presidían la familia patriarcal,
cuando todo giraba en torno a la personalidad. El abogado
también está investido de esta figura, convirtiéndose en
el «adulador» que deja de ser defensor de los derechos
para convertirse en lobista de intereses privados, para
lo que son más efectivas las relaciones propias del
llamado «jeitinho» o «jeito»29 que el conocimiento
técnico-jurídico o capacidad de convicción del juez.
Producto del patrimonialismo brasileño, el «hombre
cordial», revestido de parte, abogado o juez,
evidentemente imposibilitó la aplicación igualitaria de
29 El «jeito» o «arranjo» es un modo suave, muchas vecesincluso conmevedor o desesperado, de relacionar lo impersonalcon lo personal, de forma que se permita la yuxtaposición deun problema personal a un problema impersonal, para solucionareste utilizando aquel como puente o palanca. Normalmente seinvoca una relación personal, relativa a la regionalidad, algusto, la religión y otros factores ajenos al problemaformal/legal burocrático que debe enfrentarse, mediante el quese obtiene la simpatía del representante del Estado y, enconsecuencia, una solución satisfactoria. La distancia entreel derecho escrito y su aplicación práctica hizo del «jeito»una institución paralegal muy valorada en Brasil, una parteintegrante de nuestra cultura, al punto de, en muchos ámbitos delderecho, constituir la regla. El «jeito», para aplacar el rigor de laley, se ve potenciado por el sentimentalismo, probablementefundado en la ética católica del perdón, en la tendenciacultural a la conciliación y en la proverbial «cordialidad»del brasileño. El «jeito» es la variante cordial del «sabe conquién está hablando», pues ambos se fundan en la red derelaciones personales que dan amparo a las pretensiones delgranuja, ya sea cordial (que se sirve del «jeito») o arrogante(que puede ser la misma persona una vez frustrado su intentode «arranjo»). En los dos casos, se promove superar laestructura formal igualitaria e impersonal, por ejemplo,mencionando a parientes («jeito») o a autoridades («sabe conquién está hablando») y la burla a la ley asume aires de «honrosaexcepción». En definitiva, la aplicación diferenciada de la leyse da al son del «jeito» y la red de relaciones personales decada uno. (Cf. Luiz Guilherme Marinoni y Laércio A. Becker, Ainfluência das relações pessoais sobre a advocacia e oprocesso civil brasileiros, Trabajo presentado en el XX World Congress ofProcedural Law, México DF, 2003). Véase Keith S. Rosenn, O jeito nacultura jurídica brasileira, Rio de Janeiro: Renovar, 1998; RobertoDamatta, Carnavais, malandros e heróis. 6.ª ed. Rio de Janeiro:Rocco, 1997; Roberto Damatta, O que faz o brasil, Brasil? 12.ª ed. Riode Janeiro: Rocco, 2001.
la ley, puesto que esta debería ser neutra y abstracta
solo para quien no tuviera «buenas razones», es decir,
para quien no formara parte del «círculo íntimo» para ser
tratado de forma individualizada. En realidad, la lógica
de la aplicación de la ley, en una cultura marcada por el
patrimonialismo y dominada por el ciudadano que le
corresponde —el «hombre cordial»—, solo puede ser la de
la manipulación de su aplicación e interpretación, bien
sintetizada en la conocida y popular expresión: «A los
amigos todo, a los enemigos la ley». Cabe advertir que
dicha expresión, cuya autoría es controvertida, pero que
realmente desde hace mucho expresa el contexto brasileño,
además de confirmar la aversión de nuestra cultura por la
impersonalidad y la racionalidad, evidencia que la
igualdad y, más clara y concretamente, la aplicación
uniforme del derecho siempre fueron fantasmas para quien
se acostumbró a vivir en un mundo sin fronteras entre lo
público y lo privado, creyendo en la lógica de las
relaciones «personales».
No obstante, si la universalidad de las reglas es
algo indispensable para una sociedad que quiere
desarrollarse y no favorecer a unos pocos, hay que
pararse a pensar a quién siempre le ha interesado la
irracionalidad y qué hacer para eliminar el caos en el
que nuestra administración de justicia está sumergida.
Sin más dilaciones, es necesario decidir si queremos
renunciar al «jeito» y favorecer la universalidad del
derecho y la autoridad del Poder Judicial. Si queremos
ser una «familia» o una nación.
4. Cultura del personalismo, falta de cohesión social y
debilidad de las instituciones
Una de las características de los pueblos ibéricos
es el personalismo: la exaltación de la autonomía o la
preocupación exclusiva con la afirmación individual y la
falta de compromiso con objetivos que no se relacionen
con intereses específicamente personales30.
La cultura del personalismo es lo opuesto a aquella
marcada por el asociacionismo, en la que los intereses de
la comunidad prevalecen y congregan el esfuerzo de sus
partícipes en nombre de la consecución de objetivos
comunes. El asociacionismo se ve fomentado por el valor
de la solidaridad, que, por algún motivo, estimula al
individuo a preocuparse por sus semejantes y un entorno
común.
La visión comunitaria, orientada a la realización de
objetivos comunes, colabora naturalmente con la cohesión
social y, en consecuencia, exige la organización de las
voluntades de los individuos en el seno del grupo. Es
decir, la relación que se establece es entre solidaridad,
cohesión social y organización.
30 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p. 32-40.
Señala Sérgio Buarque de Holanda que españoles y
portugueses siempre vieron con desconfianza y antipatía
las teorías que niegan el libre arbitrio (de la
predestinación, calvinistas), pues, en la medida en que
niegan la capacidad del individuo para cambiar lo que
Dios ha predestinado, una cultura definida por el
personalismo no podían dejar de rechazarlas. Esta
mentalidad personalista, propia de españoles y
portugueses, «habría sido el mayor obstáculo al espíritu
de organización espontánea, tan característica de los
pueblos protestantes y, en particular, los calvinistas.
En las naciones ibéricas, a falta de dicha
racionalización de la vida, que tan pronto experimentaron
algunas tierras protestantes, el principio unificador
siempre estuvo representado por los gobiernos. En ellas
predominó, sin cesar, el tipo de organización política
artificialmente mantenida por una fuerza exterior, que,
en los tiempos modernos, encontró una de sus formas
características en las dictaduras militares»31.
Además, cabe recordar que la ascesis protestante,
esto es, la preocupación con la corrección de los actos
que se llevan a cabo en la vida diaria, dieron al trabajo
una configuración peculiar, puesto que su ejercicio de
forma digna y adecuada era un deber y representaría una
31 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p. 37-38.
demostración de elección32. No obstante, la ascesis
intramundana no estaba relacionada solo con una forma de
trabajo orientada a lograr la realización personal. En
definitiva, lo que importaba era el cumplimiento de los
deberes (entre ellos, el trabajo) indispensables para la
demostración de la predestinación33. Estos deberes,
relacionados con la vida diaria, no podrían dejar de
estar unidos al esfuerzo necesario para lograr los
intereses del grupo o la comunidad. El trabajo, al
importar como valor, se vincula a la solidaridad, que32 «Por tanto, el concepto de Beruf traduce el dogma central detodas las confesiones protestantes que rechaza la distincióncatólica de los imperativos morales en "praecepta" y "consilia" yreconoce que el único modelo de vida grato a Dios no consisteen la superación de la moralidad terrena por medio de laascesis monástica, sino precisamente el cumplimiento de losdeberes que a cada cual impone la posición que ocupa en lavida, y que por lo mismo se convierte para él en "vocaciónprofesional"» (Max Weber, A ética protestante e o “espírito” do capitalismo,cit., p. 72). 33 «Lo que, por tanto, de la moral católica distingueesencialmente el moralismo puritano es que el celo activo delcalvinista es estimulado por la única e inquebrantable certeza de queestá salvado por el único y soberano decreto de Dios, mientras que elcatólico cree que debe obrar moralmente para influenciar el decretofinal de Dios. Y lo que de ese ascetismo distingue elascetismo medieval es que el creyente de entonces buscaba lafidelidad en una rígida moral que no debería dejarse corromper por lasactividades del siglo; Lutero había suprimido completamente lasbarreras del convento; su ascetismo, no obstante, mantiene eltradicional rechazo a las actividades de un determinado mundopolítico y profesional. El calvinismo, por el contrario,introdujo un ideal ascético en el interior del siglo (innerhalb des weltlichenBerufslebens), y hasta en actividades profesionales las más profanas. Llegaincluso más lejos: es en la prueba de las actividades temporales que la fe severifica. Si él es un réprobo, aparecerá el hombre visiblementecomo tal en su manera de comportase en las tareas profanas; porel contrario, si él es elegido, todas sus actividades exteriorizarán la marca de lasbendiciones divinas». (André Biéler, O pensamento econômico e social deCalvino, São Paulo: Editora Cultura Cristã, 2012, p. 590).
estimula la cohesión social y requiere organización y
orden.
Como subraya Buarque de Holanda, un hecho que no se
puede dejar de tener en cuenta en el examen de la
psicología de los pueblos ibéricos es el invencible
rechazo que siempre les ha inspirado toda moral fundada
en el culto al trabajo. De ese desdén al valor del
trabajo deriva una capacidad de organización social
reducida. «En efecto, el esfuerzo humilde, anónimo y
desinteresado es un agente poderoso de la solidaridad de
los intereses y, como tal, estimula la organización
racional de los hombres y mantiene la cohesión entre
ellos. Donde prevalezca una forma de moral del trabajo
difícilmente faltará el orden y la tranquilidad entre los
ciudadanos, porque ambos son necesarios para lograr la
armonía de los intereses. Lo cierto es que, entre
españoles y portugueses, la moral del trabajo representa
siempre un fruto exótico. No sorprende que fueran precarias, entre
estas gentes, las ideas de solidaridad»34.
La cultura del personalismo, al no dejar margen para
acuerdos y compromisos a favor de la comunidad, y el
rechazo al valor del trabajo, al desincentivar la
organización racional en provecho de «todos»,
obstaculizaron la solidaridad y la ordenación social.
Inhibieron la cohesión social, imposibilitando el
34 Sérgio Buarque de Holanda, Raízes do Brasil, cit., p. 39.
asociacionismo en pro de la realización de intereses
comunes.
En la administración pública, en la que el cargo se
ejercía en provecho del funcionario y para beneficiar a
quienes tenían relación con él, no había ninguna
posibilidad de conjugar esfuerzos para la consecución de
los intereses objetivos de la institución. Además de
verse como un lugar privado, la conjugación de esfuerzos
tan solo podía darse para lograr los deseos de quienes de
forma episódica se organizaban para realizar sus
intereses personales, que obviamente no tenían que ver
con el interés general que debería guiarlos.
5. ¿A quién le interesa la irracionalidad?
En una cultura patrimonialista y marcada por la
personalidad, los jueces tienden a tratar de modo
diferente casos iguales. Como es obvio, aquí no se
pretende acusar a nadie de desvío de conducta o cualquier
cosa de esa naturaleza. Al igual que se afirma
teóricamente la necesidad de garantizar el derecho de que
el litigante participe de forma adecuada en el proceso —
para que, en consecuencia, no se fortalezca el
oscurantismo y el arbitrio—, ahora se pretende dejar
claro que, para evitar la manipulación de las decisiones,
es imprescindible otorgar la debida y natural autoridad a
los precedentes de los tribunales supremos, de forma que
los jueces y tribunales ordinarios no tengan la «opción»
de no tomarlos en consideración a la hora de decidir los
casos conflictivos.
En verdad, al tenerse en cuenta los motivos que
conspiraron contra el respeto a los precedentes de los
tribunales supremos, no se puede ignorar la obviedad de
que un juez que no tenga una pauta impersonal de conducta
no se siente cómodo en un sistema en el que existe una
previa definición de criterios de decisión. Está claro
que, en dicha situación, el margen subjetivo y, por ende,
de arbitrio del juez es limitado. Al menos en lo que se
refiere a la aplicación del derecho, no tiene cómo actuar
para favorecer a cualquiera de los litigantes.
Como es evidente, puede obviarse un precedente
cuando el caso concreto tiene particularidades que lo
distinguen del caso que originó su publicación. No
obstante, sobre el juez o el tribunal recae una pesada
carga argumentativa si quiere no aplicar un precedente
que, según la argumentación de una de las partes, en
principio se aplica al caso en cuestión.
Además, el Tribunal Supremo no puede dejar de
aplicar un precedente cuando no se dan los criterios que
justifiquen su derogación. Cabe recordar que la falta de
acuerdo con una determinada interpretación o solución de
una cuestión de derecho no da lugar a la derogación de un
precedente. En definitiva, lo que importa es que la
lógica de los precedentes obligatorios impide que se
manipulen las decisiones o se favorezca a uno de los
litigantes.
Por otro lado, también es verdad que los abogados
pueden no sentirse cómodos en un sistema en el que la
solución de los casos no puede variar en lo que respecta
a las cuestiones de derecho ya resueltas por el Tribunal
Supremo. No hay duda de que tendrán menos espacio —cuando
tengan— para apoyar la posición de sus clientes35. No
obstante, esto, al contrario de lo que supone una visión
corporativa, de defensa viciada de la profesión, es
absolutamente racional y ético.
Ahora bien, el Tribunal Supremo existe justamente
para dar unidad al derecho, de modo que, tras su
intervención y decisión, los abogados tienen la
obligación de informar a sus clientes sobre el precedente
del tribunal, explicándoles los riesgos de un eventual
conflicto judicial. Les corresponde advertir de los
perjuicios de instar una demanda o de oponerse a una
pretensión fundada, con lo que naturalmente se estimulan
acuerdos y se frena el aumento de litigios y sus
consecuencias negativas.
35 La falta de previsibilidad, derivada de la falta de respetoa los precedentes, es un estimulo a la «cordialidad» y, porende, en lo mínimo a la proliferación de lobistas disfrazadosde abogados.
A ello se suma que reservar un espacio de trabajo al
abogado a costa de la imprevisibilidad de las decisiones
judiciales no es racional ni ético —como debería ser
evidente—. La previsibilidad, además de constituir un
resultado natural de la unidad del derecho y del debido
ejercicio de la función constitucional de los tribunales
supremos, no solo es un factor de gran importancia para
optimizar la administración de la justicia, sino,
también, algo imprescindible para el desarrollo de la
sociedad en un contexto de respeto al derecho.
Esto no significa que no existan posiciones sociales
interesadas en la falta de previsibilidad, o más
concretamente, en la irracionalidad del reparto de la
justicia. Es verdad que hay litigantes que no se
preocupan de la previsibilidad. Prefieren creer en las
relaciones de simpatía, estima e influencia personales,
reproduciendo la «mentalidad cordial» que marcó al sujeto
que, proviniendo de la familia patriarcal, pasó a ocupar
el espacio público sin abandonar sus hábitos.
Cabe recordar que la trayectoria del «hombre
cordial» comienza cuando se percata de la dificultad de
vivir en un espacio racional e impersonal, en el que las
relaciones personales no importan para su inserción en el
entorno social. Su miedo ante este lugar, le llevó a
servirse de la apariencia afectiva para seducir y buscar
intimidad que le ayudasen a alcanzar sus propósitos. Esta
cordialidad aparente, que le caracteriza, obviamente no
pudo propiciar ninguna forma de asociacionismo o
congregación ni de respeto al derecho, puesto que reveló
solo un interés individual que, como consecuencia, generó
un rechazo a cualquier ley que le lleve la contraria. La
ley, dada su naturaleza impersonal, «no es para el hombre
cordial»; este supone un mundo que, como la familia,
tiene que estar presidido por la personalidad y, por
tanto, permitirle que de forma natural que se aleje de
las reglas que le perjudican.
De esta forma, el hombre cordial es la antítesis de
la idea de que la ley es igual para todos y, como mera
consecuencia, el patrimonialismo que se incorporó a la
cultura brasileña es completamente antagónico a un orden
jurídico coherente y un sistema racional de reparto de
justicia. Los gobiernos autoritarios, las posiciones
sociales que siempre han sido favorecidas, los ambientes
deformados de la magistratura y la abogacía, no solo no
necesitan la previsibilidad, sino que no quieren igualdad
y mucho menos coherencia y racionalidad. Por ello, fingen
no ver que es imprescindible una teoría que favorezca la
autoridad de la función desempeñada por los tribunales
supremos.
6. Patrimonialismo frente a generalidad del derecho y
sistema de precedentes
Los sujetos protagonistas de una cultura
patrimonialista, contraria a la impersonalidad,
consideran la «generalidad de la ley» como un obstáculo
para el desarrollo de sus aspiraciones. En esta cultura,
el sujeto no se siente obligado a comportarse de acuerdo
con el derecho y, por ende, apoyado en sus relaciones,
debe escapar de la ley que le perjudica. Este es el
espacio del «hombre cordial», del sujeto incapaz de vivir
en organizaciones e instituciones caracterizadas por la
racionalidad y la impersonalidad.
Existe una clara conexión entre la incapacidad de
convivir con la impersonalidad —y, de este modo, con la
generalidad de la ley— y la irracionalidad del reparto de
la justicia. Todo lo que pueda comprometer la uniformidad
en el trato que se da a los casos es bien recibido por
quienes tienen interés en que prevalezcan las relaciones
personales. Bien vistas las cosas, la máxima de que «los
casos similares deben tratarse de la misma forma» les
resulta insoportable a quienes consideran que tienen el
derecho de que sus reivindicaciones reciban un trato
individual.
Valga decir que, si hay una clara asociación entre
la generalidad del derecho y el trato que se da a casos
similares, del mismo modo, también hay una nítida
relación entre la personalidad y la irracionalidad del
derecho. Una cultura patrimonialista no solo renuncia a
la previsibilidad o la calculabilidad, sino que también
se beneficia de una práctica judicial que compromete la
racionalidad. Aplicar una misma norma legal de formas
distintas o decidir casos similares de modo diferente es
coherente con la lógica de dicha cultura.
La cultura del «hombre cordial» no solo no tiene
interés en un sistema de precedentes, sino que, sobre
todo, recela de él. Esta cultura no ve la unidad del
derecho, la generalidad o incluso la igualdad ante el
derecho como ideales o valores. En definitiva, el «hombre
cordial» es el sujeto del jeitinho, especialista en
manipular, sin ninguna ética de conducta, que no le
preocupa el fortalecimiento de las instituciones, la
previsibilidad, la racionalidad de las conductas, la
racionalización económica y los beneficios de una
sociedad en la que los hombres sean conscientes de sus
responsabilidades.
Un sistema judicial caracterizado por el respeto a
los precedentes está lejos de ser un sistema dotado de
una mera característica técnica. Respetar precedentes es
una manera de preservar valores indispensables para el
Estado de derecho, así como de posibilitar un modo de
vivir en el que el derecho asume su debida dignidad, en
la medida en que, además de ser aplicado de modo
igualitario, puede determinar conductas y generar un modo
de vida marcado por la responsabilidad personal.
7. Autoridad de los precedentes, respeto al derecho y
responsabilidad personal
La incertidumbre sobre la interpretación de un texto
legal o la solución de una cuestión de derecho diluye el
sentimiento de responsabilidad personal. Nadie se siente
responsable de una conducta cuando hay dudas sobre su
ilicitud. Cuando el Estado, mediante los órganos
encargados de aplicar el derecho, se muestra inseguro y
contradictorio, bien porque ahora afirme una cosa bien
porque ahora declare otra, se hace imposible desarrollar
una conciencia social pautada en el sentimiento de
responsabilidad o el respeto al derecho.
Una vida regulada por el derecho, en la que el
sujeto se sienta responsable de sus conductas, presupone
un derecho identificable, que no deje lugar a dudas y,
por ende, a justificaciones personales absolutorias. Las
decisiones contradictorias eliminan el derecho de
autoridad, es decir, niegan al derecho su fuerza
intrínseca de estimular y evitar conductas y, así, su
capacidad de hacer que los hombres se sientan
responsables. No hay duda de que una eventual sanción,
cuando se aplica sin compromiso con la unidad del
derecho, suena más como arbitrio que como
responsabilización, pero la circunstancia más grave,
cuando se tiene en cuenta la responsabilidad como ética
de comportamiento, es la de que nadie puede dirigir su
vida basándose en un derecho que no puede identificar o
que los tribunales aplican de modo contradictorio.
Es interesante recordar que, como demostró Weber36,
la ascesis protestante dio origen a un modo de vida en el
que los actos cotidianos, en particular, los vinculados
al ejercicio del trabajo, debían tener un contenido que
dignificase a Dios. En especial, los calvinistas, que
creían en la doctrina de la predestinación del hombre, se
sentían obligados a realizar valoraciones introspectivas
para comprobar si realmente se estaban comportando como
elegidos. Esta exigencia del hombre por el propio hombre
a partir de contenidos bíblicos, dio origen a una
responsabilidad personal dotada de enorme peso, en el que
las figuras de la acusación, la defensa y el juez se
concentraban en una única persona. La ética protestante,
además de haber convertido el trabajo en un deber
religioso, puso el acento sobre la responsabilidad
personal, de modo que cabía confundir comportamiento
protestante con comportamiento pautado en una casi
insoportable responsabilidad personal.
Cabría preguntarse qué tiene que ver esto con un
comportamiento pautado en el derecho. Realmente es
necesario dejar claro que una vida pautada en el derecho
obviamente está lejos del comportamiento del hombre que
36 Max Weber, A ética protestante e o ‘espírito’ do capitalismo, cit.
vive de una forma tal que el derecho no le afecte. Este
último, en vez de dar valor a una vida basada en el
derecho, está únicamente interesado en disfrutar la vida
de una manera tal que el derecho no le sorprenda. El
calvinista, bien es verdad, tenía miedo de no salvarse,
pero vivía de acuerdo con los preceptos de la Biblia
para, convenciéndose a sí mismo —y a nadie más—, sentirse
digno ante Dios. El hombre que decide pautar su vida en
el derecho no está preocupado por no sufrir sanciones,
sino que desea tener una vida acorde al derecho por un
imperativo de orden moral y personal. Tiene un modo de
vida que, para ser digna para sí mismo, solo puede estar en
consonancia con las reglas estatales que regulan la vida
en sociedad.
De esta forma, una vida conforme al derecho y, en
consecuencia, impregnada de la responsabilidad, solo es
posible en un Estado que protege la coherencia del orden
jurídico. La multiplicidad de decisiones diferentes para
casos iguales impide la postura de respeto al derecho,
con lo que pierde fuerza o desaparece la responsabilidad
sobre el sujeto.
Aún cuando se piensa en las ventajas de un
comportamiento que respete el derecho por temor a la
sanción, queda claro que, cuanto más difieren las
decisiones sobre una cuestión de derecho, menor es la
carga de presión psicológica sobre el sujeto. Aquí ya no
importa si el hombre puede tener un comportamiento
éticamente orientado, sino solo si el derecho tiene
capacidad para inhibir conductas y, de esta forma,
autoridad para hacerse respetar.
No hay duda de que el derecho pierde autoridad en
relación directa a su indeterminación. La fluidez del
sentido del derecho conspira contra su autoridad,
pudiendo quitarle fuerza para la regulación social. El
derecho, como amenaza, es menos efectivo cuanto más
permita que el sujeto lo considere como no aplicable. En
este sentido, está claro, despoja de autoridad al derecho
para evitar que se desvirtúe el comportamiento social.
Además, aunque el sujeto pueda sentirse obligado por uno
de los sentidos que los tribunales reconocen al derecho,
aun así, puede preferir no observarlo y correr el riesgo
de que eventualmente ese sea aplicado.
Así, tanto para tener una vida pautada en el
derecho, como para que el derecho tenga fuerza para
regularla, es fundamental la unidad del derecho y, de
esta forma, que los tribunales supremos funcionen como
tribunales de precedentes37. La individualización del
derecho, indispensable para su autoridad, contribuye al
37 Luiz Guilherme Marinoni, Precedentes Obrigatórios, 3.a ed., SãoPaulo: Ed. Revista dos Tribunais, 2013; Luiz GuilhermeMarinoni, O STJ enquanto Corte Suprema, 2.a ed., São Paulo: Ed.Revista dos Tribunais, 2014; Daniel Mitidiero, Cortes Superiores eCortes Supremas, 2.a ed., São Paulo: Revista dos Tribunais, 2014.