Monedas comunales: El experimento chavista con dinero no capitalista

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1 Monedas comunales: El experimento chavista con dinero no capitalista Kristofer Dittmer Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA), Universitat Autònoma de Barcelona, España Correo electrónico: [email protected] Nota: Esta es una traducción, hecha por el autor, del artículo “Communal currencies: The Chavista experiment with non-capitalist money” que se publicará en Latin American Perspectives en el número especial “The legacy of Hugo Chávez”. http://lap.sagepub.com, http://latinamericanperspectives.com Traducción 12-10-2014 RESUMEN Las monedas comunales de Venezuela son únicas en el mundo como una iniciativa del gobierno central. Sin embargo, los esfuerzos por establecer sistemas monetarios significativos han fallado hasta ahora. En este artículo se interpreta su falta de éxito en términos de la fundación del experimento en un optimismo cultural fuerte y en conceptos confusos de la naturaleza y los orígenes del dinero. El apoyo del gobierno se ha limitado a un solo modelo de sistemas de ‘trueke’ aislacionistas-igualitarios. Alguna forma de moneda local puede ser relevante para una transición ecosocialista en Venezuela, pero la organización espacial actual de los sistemas desperdicia combustibles de transporte, un resultado que sugiere que la transición hacia el ecosocialismo no puede posponer desafíos estructurales. Palabras clave: Monedas locales; Trueque; Teoría monetaria; Ecosocialismo; Venezuela

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Monedas comunales: El experimento chavista con dinero no capitalista Kristofer Dittmer Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA), Universitat Autònoma de Barcelona, España Correo electrónico: [email protected] Nota: Esta es una traducción, hecha por el autor, del artículo “Communal currencies: The Chavista experiment with non-capitalist money” que se publicará en Latin American Perspectives en el número especial “The legacy of Hugo Chávez”. http://lap.sagepub.com, http://latinamericanperspectives.com Traducción 12-10-2014 RESUMEN Las monedas comunales de Venezuela son únicas en el mundo como una iniciativa del gobierno central. Sin embargo, los esfuerzos por establecer sistemas monetarios significativos han fallado hasta ahora. En este artículo se interpreta su falta de éxito en términos de la fundación del experimento en un optimismo cultural fuerte y en conceptos confusos de la naturaleza y los orígenes del dinero. El apoyo del gobierno se ha limitado a un solo modelo de sistemas de ‘trueke’ aislacionistas-igualitarios. Alguna forma de moneda local puede ser relevante para una transición ecosocialista en Venezuela, pero la organización espacial actual de los sistemas desperdicia combustibles de transporte, un resultado que sugiere que la transición hacia el ecosocialismo no puede posponer desafíos estructurales. Palabras clave: Monedas locales; Trueque; Teoría monetaria; Ecosocialismo; Venezuela

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En diciembre de 2005, el presidente Chávez presentó públicamente sus ideas de mercados comunitarios en las que se usarían monedas locales (Chávez, 2005; ver Dittmer, 2011 para una introducción ampliada). Durante las últimas tres décadas, monedas similarmente no convencionales han sido objeto de experimentación en todo el mundo a una escala sin precedentes desde la Gran Depresión de la década de 1930, pero ninguna moneda local – prevista para circular a niveles subnacionales y ser administrada con influencia significativa de los usuarios – ha sido antes introducida por iniciativa de un gobierno central. Los tipos contemporáneos más significativos han sido los LETS (Local Exchange Trading Systems), los bancos de tiempo, y las monedas de papel convertibles y no convertibles (para una reciente introducción a las monedas locales véase North, 2010; para una panorámica de la investigación véase Dittmer, 2013). Estas monedas han tendido a permanecer dentro de pequeños grupos – a menudo de carácter ‘alternativo’ o ‘verde’ – y todas han sido minúsculas en comparación con la economía convencional. La excepción es el efímero auge y caída de las redes de ‘trueque’ en Argentina durante la crisis de 2001-02, llegando posiblemente a contar con millones de participantes (véase p.e. Gómez, 2009; North, 2007). Las monedas locales en general se han visto obstaculizadas por sus escasos recursos como iniciativas de base popular, o por las resoluciones fiscales y de política social desfavorables de los gobiernos. En vista de esto, el origen gubernamental de las monedas comunales de Venezuela llama la atención. Sin embargo, como este artículo mostrará, los esfuerzos por establecer sistemas de moneda comunal significativas en Venezuela no han tenido éxito hasta ahora. La siguiente sección ofrece un breve resumen del experimento de moneda comunal desde sus inicios hasta el colapso posterior de los niveles de participación. El resultado se explica en las secciones siguientes en términos de la fundación del experimento en una perspectiva de ‘optimismo cultural’ fuerte, así como las nociones del dinero y del trueque en las que se basaba. A continuación, se argumenta que el apoyo gubernamental ha tenido sus pros y sus contras, ayudando a difundir y perpetuar únicamente este modelo particular. Después sigue una discusión de la situación actual y la relevancia futura de las monedas comunales venezolanas en términos del objetivo declarado por el gobierno de emprender una transición al ecosocialismo. El artículo se basa en un trabajo de campo realizado en junio de 2011 y enero-marzo de 2012, incluyendo visitas a siete de los 14 sistemas de moneda comunal en Venezuela. La selección se hizo para incluir sistemas que van desde los aparentemente relativamente exitosos a los claramente estancados, así como de mayor y menor edad. Se realizaron entrevistas semiestructuradas con 29 entrevistados, incluyendo promotores iniciales, funcionarios gubernamentales, organizadores locales, y participantes.

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EL EXPERIMENTO CON MONEDAS COMUNALES DEL GOBIERNO CHÁVEZ Los mercados comunitarios con uso de moneda local propuestos por el presidente Chávez se concibieron como un nuevo elemento de la economía social y solidaria, de la que él se había convertido en un defensor cada vez más radical (Wilpert, 2007: 76-84). Tras el auge cooperativo impulsado por el gobierno, con registros oficiales anuales de nuevas cooperativas pasando de 2.280 en 2002 a 41.422 en 2005 (Fagiolo, 2009), estos mercados estaban pensados para funcionar como espacios donde las cooperativas ofrecieran una parte de su producción a bajo precio a los miembros más pobres de su comunidad. Los mercados también estaban pensados para estimular estos últimos a poner en marcha microempresas, como parte de la lucha contra la cultura asistencialista sostenida por el rentismo petrolero. La tarea de implementación fue dada al Instituto Nacional de Desarrollo de la Pequeña y Mediana Industria (INAPYMI), que contrató a dos activistas de trueque de Medellín, Juan Esteban López y Pablo Mayayo. Junto con un venezolano, Livio Rangel, formaron el ‘equipo facilitador nacional’ que iniciaría lo que llamaban ‘sistemas de trueke [sic] con uso de moneda comunal’ en las regiones de su elección, cada sistema con su propia moneda. La extensión de cada sistema coincidiría con una ‘bioregión’ aproximadamente definida, o una zona con una fuerte historia de organización política popular, y el intercambio se centraría en ferias de mercado periódicas (normalmente mensuales). Los tres arquitectos del trueke enseñaban una versión particularmente aislacionista de organización del intercambio que López y Mayayo habían defendido en Medellín, haciendo hincapié en la prohibición de transacciones con dinero en efectivo convencional dentro de las ferias de mercado, y refiriéndose a los billetes comunales como ‘facilitadores de trueke’ para reducir su asociación con el dinero (véase Burke, 2012 sobre el activismo de trueque en Medellín). La función de las monedas comunales sería complementar el trueque cuando el valor de los bienes no resultara equivalente, o servir como medio de cambio cuando no hubiera doble coincidencia de deseos. En consonancia con los llamamientos de Chávez a la solidaridad y su declaración de que la organización la “va a llevar de sus manos y de su alma y de su buen juicio, es el pueblo; ellos van a ser el sistema, las comunidades“ (Chávez, 2005), el equipo se centró en enseñar sobre autogestión asamblearia y las correctas ‘actitudes del buen prosumidor’1

1 Los participantes se denominan ‘prosumidores’ – productores y consumidores a la vez – para sugerir una ruptura con el consumismo pasivo.

(RNST, 2009). López, Mayayo y Rangel también incorporaron al proyecto su compromiso con la agroecología y la reactivación de la agricultura conuquera como base productiva de los sistemas, centrándose por tanto en zonas rurales y pequeñas ciudades y pueblos. Caracterizaron el proyecto como una recuperación de las prácticas económicas ancestrales, ubicando ésta dentro del ‘socialismo del siglo XXI’ de Chávez a través de la noción del “socialismo

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prehispánico” (Livio Rangel, entrevista, Sanare, 26 de febrero de 2012), inspirados por ejemplo por Fals Borda (2003). El énfasis del equipo en la solidaridad y en la reparación de lazos histórico-culturales fue, sin embargo, diluido con promesas más mundanas sobre el potencial económico. Así, el proyecto fue presentado como una solución al problema de acceso a los mercados: “En Venezuela los pequeños productores (…) no encuentran dónde comercializar sus productos. Nosotros cubrimos ese déficit” (Mayayo cit. en Rivas Molina, 2009). La eliminación del intermediario – la personificación del capitalista codicioso en una economía basada en comprar barato y vender caro en lugar de producir valor nuevo – les permitiría a los productores beneficiarse más de sus esfuerzos, y haría que la economía venezolana fuera menos vulnerable al sabotaje que durante el ‘golpe económico’ de 2002-03. El vídeo utilizado para promover el proyecto era altamente optimista en cuanto a la capacidad de creación de riqueza de las monedas locales:

“En los grupos de trueque, todo usuario tiene acceso ilimitado a los facilitadores a través del intercambio de sus productos o sus servicios. Eso hace que se genere un mercado comunitario que no permite que las riquezas generadas localmente, escapen hacia los bancos o los capitales financieros internacionales. La riqueza generada localmente permanece a disposición de todos en la comunidad, estimulando la actividad económica y la creación de más riqueza.” (INAPYMI, 2006)

El primer sistema de trueke comenzó a funcionar en junio de 2007, centrado en el pueblo de Urachiche (Yaracuy), y en el espacio de un año se habría creado diez sistemas, desde Barinas y Zulia en el oeste, hasta Sucre en el nordeste (no se establecieron sistemas en los llanos centrales ni en el Amazonas). En julio de 2008, Chávez dictó un decreto para regular y apoyar el desarrollo de los sistemas (República Bolivariana de Venezuela, 2008), reemplazado en diciembre de 2010 por una ley aprobada por la Asamblea Nacional, que mantenía el contenido con cambios menores (República Bolivariana de Venezuela, 2010). La actividad promocional del gobierno atrajo muchos participantes – incluido muchas cooperativas de trabajo y muchos agricultores – a las primeras ferias de mercado, precedidas por una serie de talleres introductorios obligatorios. Los más exitosos en términos del nivel de participación inicial fueron el S.T. (Sistema de Trueke) l@s Pariagotos (Sucre) con 400-500, el S.T. Paraguachoa (Nueva Esparta) con aprox. 350, y el S.T. José Leonardo Chirino (Falcón) con 270-300; no muy lejos de los 500 considerado ideal por el equipo facilitador nacional (Juan Esteban López, entrevista, Caracas, 11 de enero de 2012). Sin embargo, los sistemas que consiguieron estos niveles sólo los mantuvieron durante unos pocos meses, presentando una pauta de auge inicial seguido por un decaimiento rápido. En el momento del trabajo de campo, sólo tres sistemas adicionales habían sido creados desde el primer año, y uno existente había sido dividido en dos, dando un total de catorce sistemas. Todos los sistemas visitados

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estaban estancados o en declive (excepto el más reciente que sólo celebraba su tercera feria), con menos de 50 participantes cada uno, de los cuales sólo uno o dos eran empresas formales. Las ferias se celebraban de manera irregular, y menos de una vez al mes. En un sistema, la feria atrajo excepcionalmente cerca de 100 participantes, pero había sido precedida por una interrupción de cuatro meses causada por la ausencia de la activista clave. En síntesis, el proyecto de implementación de ‘sistemas de trueke con uso de moneda comunal’ puede considerarse fallido. El equipo facilitador nacional no pudo manejar las expectativas con respecto a su potencial económico, reproduciendo los ciclos de bombo y luego decepción que son comunes en las monedas locales.2

Muchos participantes iniciales no habían comprendido, a pesar de los talleres anteriores, que el enfoque aislacionista significaba que no iban a poder vender sus productos por dinero en efectivo, ni cambiar sus ingresos en moneda comunal por dinero. No se contentaban con gastar todos sus ingresos en las cosas a la venta en los mercados de trueke. Otros no habían tomado en serio la vocación autonomista del proyecto, pensando en vez de ello – de forma paternalista – que el hecho de participar aumentaría sus posibilidades de obtener un crédito en bolívares de INAPYMI, y cuando se dieron cuenta de que no era así, abandonaron. Cuando a mediados de 2008 el proyecto fue transferido de INAPYMI al Instituto Nacional de Desarrollo Rural (INDER), más personas abandonaron como resultado de ello.

Inicialmente, algunos sistemas contaban con la participación de empresas más grandes. En el estado Lara, el S.T. Saquito Larense buscaba atraer las cooperativas agrícolas de la importante Central Cooperativa de Servicios Sociales (CECOSESOLA). Sin embargo, estas cooperativas sólo asistieron a una o dos ferias, lo cual explicaban haciendo referencia al coste del transporte, debido al cual una continuada participación no le saldría a cuenta. Saquito Larense entonces ofreció organizar sus mercados de trueke en el lugar de los propios mercados de CECOSESOLA, pero esta propuesta fue rechazada. En la vecina Yaracuy, dos empresas de propiedad pública – una planta procesadora de harina de maíz y una planta empacadora de granos – participaron intermitentemente en el S.T. Urachiche durante el primer año. A estas empresas se les presentaba el problema de que “no encontraban qué hacer con las monedas que ganaban” (Nerys Pineda, entrevista, Urachiche, 27 de febrero de 2012). Miembros del sistema ofrecían colaborar temporalmente en las plantas a cambio de moneda comunal, pero después de haber aceptado esto en un par de ocasiones, las empresas finalmente abandonaron el sistema. El sistema de trueke de Isla Margarita disfrutaba inicialmente de una amplia oferta de pescado, pero en el momento del trabajo de campo, los pescadores habían perdido el interés, y un pequeño grupo de

2 Aunque Burke (2012: 226) atribuye sus falsas expectativas de encontrar “economías alternativas extraordinariamente exitosas” en los sistemas de trueque de Medellín a la afición paisa por la exageración, esto es en realidad un fenómeno más amplio (Aldridge y Patterson, 2002, Seyfang y Longhurst, 2013, Stott y Hodges, 1996).

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mujeres ahora proveía a las ferias esporádicas con el pescado que pudiera conseguir a bajo o cero costo de sus familiares y vecinos. Las razones del fracaso del proyecto son, sin duda, numerosas y complejas. En términos generales, se propuso desafiar radicalmente demasiados aspectos a la vez de la sociedad existente, siguiendo el enfoque utópico – de larga tradición – de implementar un sistema prefabricado, tan inmaculado por la realidad como fuera posible. Como se argumentará en los dos siguientes apartados, entre las causas del fracaso estaba lo que podría llamarse defectos de diseño internos, a saber, que el modelo sistema de trueke se basara en los fundamentos endebles de un optimismo cultural fuerte y una inadecuada comprensión de la naturaleza y los orígenes del dinero. OPTIMISMO CULTURAL FUERTE Los sistemas de trueke de Venezuela pueden comprenderse provechosamente a la luz de la caracterización hecha por Ellner (2010) del chavismo como internamente dividido según las líneas del “eterno debate” en los movimientos de izquierda en todo el mundo sobre cómo se debe hacer para que, en el socialismo, las personas produzcan. Este debate enfrenta el argumento ‘culturalmente optimista’ de que “las condiciones subjetivas están maduras para el cambio de largo alcance, y que la gente en general está dispuesta a participar en las relaciones socialistas y superar las aspiraciones materialistas”, con la postura ‘realista’ que prioriza el aumento de la producción por encima del cambio cultural, favoreciendo “políticas viables, tales como los incentivos materiales y el mantenimiento, al menos por el momento, de ciertas prácticas asociadas al capitalismo con el fin de lograr ese objetivo” (Ellner, 2010: 64). Los sistemas de trueke han sido concebidos e implementados a partir de una posición de optimismo cultural fuerte, suponiendo un deseo por parte de la población a ser educada en los estilos de vida frugales e igualitarias del prosumidor, aceptar las inconveniencias del trueque y del ‘dinero extraño’, y dedicar tiempo y esfuerzos considerables al desarrollo de ferias de mercado autogestionadas. Este optimismo cultural es particularmente evidente en el método de fijación de precios establecido por los arquitectos del trueke, que debilita los incentivos materiales para el suministro de productos de calidad. Cada sistema de trueke tiene una comisión de ‘Valor y Calidad’, responsable de controlar, antes de iniciarse el intercambio, que todos los bienes y servicios ofrecidos tengan asignado un precio, indicado en una etiqueta de precio. Los precios se expresan en la moneda de cuenta de cada sistema, por ejemplo, 20 cimarrones, pero la unidad de cuenta es, de hecho, el bolívar, y esto es incluso un requisito legal: “EI valor de la moneda comunal será determinado por equivalencia con la moneda de curso legal” (República Bolivariana de Venezuela de 2010, Art. 55). Se toman como referencia los precios de la economía venezolana convencional, y a continuación estos se rebajan aproximadamente un 20-

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50 por ciento a fin de incorporar ‘solidaridad’ para con el comprador. Esta equiparación de solidaridad con bajo precio está vinculada a los enfrentamientos del gobierno de Chávez con el sector privado sobre la especulación de precios y la escasez inducida de los productos básicos (Ellner, 2013), los cuales llevan a los activistas del trueke a identificar el capitalismo con precios altos, en vez de con su “artillería pesada” de mercancías baratas (Marx y Engels, 1976: 488). En los sistemas de trueke, se bajan los precios de manera universal. Por ejemplo, una señora mayor que reside en un barrio de bajos ingresos vende sus artesanías a 50 BsF en casa, pero las ofrece a un ‘precio solidario’ de 30 en las ferias de trueke (anónimo-A, entrevista, marzo de 2012). La comisión de Valor y Calidad controla que todos los precios indicados incorporen ‘solidaridad’, y que los precios sean los mismos para bienes similares en toda la feria, corrigiéndolos en caso contrario “para romper con la competencia” (Yolanda Prado, entrevista, Mamporal, 1 de febrero de 2012). Un coordinador de sistema explica: “Nadie puede llegar y decir: Mira, mi mermelada cuesta más que la otra. No no, todas cuestan igual, porque todas tienen un mismo esfuerzo productivo” (Omar Rodríguez, entrevista, Mamporal, 8 de febrero de 2012). La supresión de cualquier mecanismo de precio capaz de reflejar diferencias reales en los costes de producción, en la calidad, o las relaciones de oferta y demanda, se ha traducido en una menor oferta y el racionamiento de los bienes más buscados, asemejándose esto a la experiencia del socialismo realmente existente en el siglo XX (Nove, 1991). Por consiguiente, se le resta énfasis al esfuerzo productivo: “Uno siempre lleva cualquier cosa. (…) Así, cualquier cosa. Porque hay que tener algo allí” (anónimo-B, entrevista, Barlovento, febrero de 2012). “Aquí llevamos lo que tengamos a la mano, lo que conseguimos, lo llevamos a truequear” (anónimo-C, entrevista, Isla Margarita, marzo de 2012). En consecuencia, una vez que el entusiasmo inicial se había desvanecido, los participantes que persistieron albergaban a menudo firmes motivos no económicos. Como una socia de una cooperativa agrícola – la única que permanecía en su sistema de trueke – reconoce: “A veces yo he tenido problemas con [mi esposo y socio], porque él dice: ‘¡Yo no sé qué es lo que tú sacas del trueke!’” Ella explica: “Simplemente me enamoré del trueke. Por la amistad que he hecho, por todo lo que he conocido mediante el trueke. He conocido diferentes estados, y he hecho amistades en diferentes estados. No es porque yo tenga una necesidad, porque yo no la tengo. Simplemente me enamoré del trueke, me gustó, y allí estoy” (anónimo-D, entrevista, marzo de 2012). COMPRENDER EL DINERO Y EL TRUEQUE Una llamativa contradicción de los mercados de trueke la presentan su supuesto estatus como espacios liberados del dinero, y su condición de hecho de estar empapados en relaciones monetarias. La prohibición estricta del dinero en efectivo (es decir, billetes y monedas bolívar) en las ferias de mercado, contrasta con el escrúpulo

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con que las comisiones de Valor y Calidad aseguran la asignación de precios a todos los productos. La naturaleza monetaria de los precios es negada mediante el reemplazo de la palabra ‘precio’ por la de ‘valor’; una “política del lenguaje” (Burke, 2012: 287, Gibson-Graham, 2006: xi) para alentar a los participantes a perseguir la satisfacción de sus necesidades con valores de uso, no el lucro. El lenguaje, sin embargo, no anula el hecho de que los ratios de cambio expresados en unidades monetarias son precios. Son cantidades numéricas de unidades monetarias abstractas; un bolívar, dos cimarrones. En contraste, los valores de uso son concretos y cualitativos, y no pueden ser descritos en unidades monetarias. Hacerlo las convierte en valores de cambio. Uno de los propósitos de las monedas comunales, en palabras de un arquitecto del trueke, es el de “rescatar el uso que siempre tuvo el dinero – el dinero en su fase original cuando no se utilizaba el billete o la moneda, sino que se utilizaba por ejemplo la sal, el cacao, o la coca – que era como medio de intercambio” (Livio Rangel, entrevista, Sanare, 26 de febrero de 2012). Por consiguiente, lo que se debe evitar es el uso del dinero como reserva de valor, considerado una perversión occidental contemporánea, sinónimo de la acumulación capitalista. No obstante, a diferencia de las funciones de medio de cambio y reserva de valor, otra función del dinero según los libros de texto – la de unidad de cuenta abstracta – ha recibido poca atención, ya sea positiva o negativa, de los arquitectos del trueke. Los participantes afirman que a menudo renegocian los ratios de cambio, en el acto de realizar transacciones, en formas que se aproximan al ‘verdadero’ trueque no monetario, en el que “las partes (…) comparan sus necesidades individuales e inmediatas, no valores en abstracto” (Grierson, 1978: 11). A pesar de ello, la práctica de la asignación completa de precios de los sistemas de trueke, los lleva más cerca al trueque comercial, o comercio compensatorio – habitual entre las empresas multinacionales y los gobiernos contemporáneos (Howse, 2010) – que al trueque precolombino. Es en este sentido que el dinero convencional es omnipresente en los mercados de trueke, vinculando (aunque flexiblemente) las relaciones de canje de todos los productos y servicios a las de la economía capitalista a través de los precios monetarios, limitando de esta forma las oportunidades para renegociar los valores. El uso ambiguo de la palabra ‘trueque’ entre los activistas de moneda local de habla hispana parece originarse en los ‘clubes de trueque’ creados en Buenos Aires en 1995 (Gómez, 2009: 73-4). De hecho, esta innovación – que pronto alcanzaría una escala masiva – realizada por un grupo de ambientalistas de clase media suburbana, es un precedente mucho más cercano de las monedas comunales de Venezuela que cualquier costumbre indígena (cf. Burke, 2012: 139). Para los practicantes de las monedas locales, trueque puede referirse a tres fenómenos diferentes:

(1) Actos de compra que incluyan el uso de moneda local física, denominado ‘trueque multirrecíproco’ por los argentinos, también embellecido como ‘trueque indirecto’.

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(2) Transacciones sin moneda física, negociadas con referencia a valores monetarios; es decir, trueque comercial.

(3) Transacciones sin moneda física, negociadas sin referencia a valores monetarios, lo que podemos llamar ‘trueque propiamente dicho’.

Los arquitectos del trueke venezolano, dedicados a expulsar el dinero en efectivo, juntan (2) y (3) como ‘trueque directo’. Esta desatención a la función del dinero como unidad de cuenta abstracta puede explicarse por su creencia de que “el dinero solamente es una cosa, una herramienta. Así como necesitamos mesas, sillas, toldos si llueve, y un equipo de sonido para hacer un mercado, necesitamos el medio de intercambio” (Pablo Mayayo, entrevista, Sanare, 26 de febrero de 2012). La ontología de los arquitectos del trueke, del dinero como una cosa usada como medio de cambio, y su creencia en su origen en ciertas mercancías – ‘la sal, el cacao, o la coca’ – se asemeja a la economía neoclásica con su mito de creación del dinero como una entre muchas mercancías trocadas en una economía primigenia sin dinero. Esta exposición conjetural, tipificada por Adam Smith (1776: I.I.IV) y Karl Menger (1892), y sujeta a poca modificación posterior como la ortodoxia de la ciencia economía dominante (cf. Graeber, 2011: cap.2), cuenta que la mercancía-dinero alcanzó su estatus de medio de cambio universalmente aceptado como resultado del comportamiento económico racional de los individuos. De este modo, para reducir al mínimo el número de trueques necesarios para llegar al bien deseado, el ‘hombre económico’ percibió la conveniencia de adquirir el bien más vendible a cambio de su propia producción. Los metales preciosos contaban con la mayor posibilidad de venta, puesto que ya eran universalmente codiciados por su belleza, y en consecuencia fueron los primeros en convertirse en dinero. En la literatura antropológica hay muy poco apoyo a la existencia histórica de economías de trueque puras, sobre las que se fundamenta el mito de creación del dinero como el medio de cambio universal de la economía neoclásica (Crump, 1981: 54, Dalton, 1982, Graeber, 2011 : 28-29). Con su ontología del dinero como un simple lubricante material del trueque, la escuela neoclásica tampoco tiene una teoría coherente de cómo una medida de valor universal y estable – la moneda de cuenta – puede haber surgido a partir del trueque (Hudson, 2004). Sin embargo, más allá de la ortodoxia, la comprensión de la naturaleza y los orígenes del dinero ha avanzado considerablemente en las últimas décadas a través de una confluencia investigadora en la sociología, la economía post-keynesiana, y la ‘Nueva Arqueología Económica’. La corriente resultante, a menudo etiquetada como ‘neo-chartalismo’, es un cuerpo heterodoxo de teoría monetaria que se basa en anteriores teorías estatales y crediticias del dinero, y es consistente con la antropología económica (Ingham, 2004, Wray, 2004). Para esta corriente, el dinero no es esencialmente una mercancía, ni una reflexión neutra de relaciones sociales de producción e intercambio subyacentes (como para algunos marxistas), sino que es en sí mismo un conjunto de relaciones sociales, incluso en sus formas arcaicas de ‘mercancía’ (Ingham, 1996). Estas son

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relaciones sociales de demandas [claims] y obligaciones – o créditos y deudas – denominadas en una moneda de cuenta abstracta, y sostenidas por algún tipo de autoridad. Por consiguiente, se hace hincapié en esta medida o patrón de valor, cuyo origen debe buscarse en las instituciones públicas, no en los actos individuales de la “fábula antigubernamental” de la economía neoclásica (Hudson, 2004: 118). Los templos y palacios de Mesopotamia desarrollaron una moneda de cuenta para el cálculo de deudas en el tercer milenio AC, más de dos mil años antes de la aparición de las monedas acuñadas (Hudson, 2004, Ingham, 2000). Las monedas acuñadas y otros objetos monetarios son principalmente símbolos que llevan las unidades de valor abstracto (Ingham, 2004: 48), y constituyen demandas sobre los bienes que tengan asignado un precio en estas unidades. El dominio en el que una determinada moneda de cuenta tiene soberanía se denomina un espacio monetario, y “la generalización histórica de que la creación exitosa de espacios monetarios estables ha sido obra de los estados es indiscutible” (Ingham, 2006: 273). El problema de la creación de un espacio monetario estable, necesario para el establecimiento de listas de precios, no ha sido una preocupación de los sistemas de trueke, ya que toman como referencia los precios en bolívares. Las monedas comunales están subordinadas a la moneda de cuenta oficial, al igual que el arbolito de los clubes de trueque en Argentina (Ould-Ahmed, 2010). La principal diferencia en este respecto es que los sistemas de trueke venezolanos han sido capaces de mantener la ficción de que sus monedas sean iguales en valor a la moneda oficial, sin ser convertible a ella, debido a que se han mantenido al margen de la lucha económica por la existencia prevaleciente, mientras que el arbolito sufrió una hiperdepreciación en relación al peso, ya que se había convertido, de hecho, en una herramienta en esta lucha competitiva.3

Siendo un sistema de relaciones sociales de crédito y deuda, el dinero puede compararse a un sistema de puntaje. Se le ha llamado un “banco de memoria” o “un medio para recordar”, “para ayudarnos a mantener un registro de los intercambios con los demás que elegimos calcular” (Hart, 2001: 17). Dado su énfasis en la solidaridad y la generosidad, se podría esperar que los arquitectos del trueke favorecieran un sistema de puntaje blando, indulgentemente olvidadizo, o incluso ferias sin listas de precios ni monedas. Pero este no es el caso, como indica la práctica de la asignación completa de precios. Además, al ingresar, los participantes reciben ‘en custodia’ 100 unidades de moneda comunal, y se les desalienta cualquier ahorro o desahorro posterior que se desvíe significativamente de este número, considerado adverso a los valores igualitarios del trueke. En lugar de rechazar el cálculo

3 Durante la crisis de 2001-02, los clubes de trueque argentinos se volvieron esenciales para la subsistencia de miles de participantes. El modo desordenado en el que los billetes de la red principal eran emitidos y distribuidos a lo largo del país, y tal vez incluso la falsificación a gran escala orquestada por el gobierno peronista para sabotear lo que hubiera llegado a considerar una amenaza para la maquinaria clientelista del partido (Gómez, 2009: 117), desató una hiperinflación y apresuró el colapso a nivel nacional de los clubes de trueque.

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monetario, la estrategia elegida ha sido la de restar importancia a la naturaleza valiosa de la moneda, diseñando los billetes de tal manera que tengan la apariencia y el tacto, no de billetes de dinero, sino de tarjetas de juego de mesa, con características de seguridad mínimas. Este rechazo de la función de reserva de valor recuerda algunos experimentos anteriores con moneda local en otros lugares, especialmente los LETS, en los cuales cualquier miembro puede crear moneda, normalmente hasta un límite crediticio personal, libre de intereses. Sin embargo, como consecuencia en gran parte de esta abundancia de medios de cambio, la participación empresarial en los LETS ha sido insignificante en todas partes (Dittmer, 2013). En Venezuela, este enfoque – en lugar de cumplir su propósito de disuadir la ‘acumulación’ y la generación sucesiva de desigualdades de ingresos en los sistemas de trueke – simplemente ha desanimado a muchos siquiera a participar. “Muchas veces [los nuevos asistentes] nos dicen: ‘¡Ay no, yo no quiero esa baraja!’” (Elsy Delfín, entrevista, Barquisimeto, 24 de febrero de 2012). Los gobiernos progresistas no combaten la desigualdad de riqueza socavando deliberadamente la confianza en la moneda nacional, ya que esto ahuyentaría al sector empresarial de tal manera como lo han hecho los sistemas de trueke en Venezuela; lo que hacen es gravar la riqueza. Como se comentó anteriormente, los arquitectos del trueke tratan de recuperar lo que ellos consideran la forma original precolombina del dinero. Cualquier esfuerzo serio para hacer esto se vería, sin embargo, obstaculizado por la debilidad general de la comprensión conceptual y la falta de teorización adecuada sobre los sistemas de intercambio precolombinos en la investigación científica (Smith y Schreiber, 2005). En la medida en que ciertas mercancías pueden haber circulado como cuasi-dineros, son de poca relevancia para el experimento de moneda comunal en Venezuela, a menos que uno esté dispuesto a dar un salto de lógica desde la creencia – compartida por los arquitectos del trueke y los economistas neoclásicos – de que ciertas mercancías, habitualmente intercambiadas, se convirtieron en los dineros originales, hasta la expectativa de que una nueva marca de billetes de papel ahora sería ampliamente adoptada por motivos similares. Las monedas comunales son dinero simbólico o fiduciario, portadores de unidades de valor abstracto o de poder adquisitivo, cuya magnitud se aspira que sea superior a su valor de uso como mercancías (trozos de papel impresos). La búsqueda de enseñanzas precolombinas sobre la organización de un sistema monetario de este tipo debe enfocarse en monedas que también sean fichas, portadoras de unidades de una sola moneda de cuenta en un espacio monetario. Los principales candidatos a haber tenido este tipo de sistema son los estados aztecas y mayas, ya que eran las sociedades más comercialmente avanzadas del Nuevo Mundo documentadas (Masson y Freidel, 2013). Pero ni siquiera estos estados parecen haber logrado la consolidación política requerida para el establecimiento de una sola unidad de cuenta monetaria (Gil-Vásquez, 2013: 90, Kowalewski, 2012). Para los aztecas y los mayas, los granos de cacao pueden haber sido – hasta cierto punto – dinero simbólico, a juzgar por la afirmación de que los granos utilizados como medio de cambio no eran del mismo tipo que los utilizados para preparar bebidas de cacao (Clavigero, 1844 [1780]: 227), o

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que a menudo eran “granos defectuosos sin otra utilidad que la de servir como símbolos” (Gil-Vásquez, 2013: 81). La moneda de cacao, sin embargo, no era ese instrumento prístino, jamás corrompido por la centralización ni la acumulación, que los arquitectos del trueke dicen recuperar. Al contrario, los granos de cacao eran ciertamente objeto de acumulación, como atestigua la descripción de Herrera (1726 [1601]: Dec.II, 219) del almacén de cacao de Moctezuma II, que contenía más de 40.000 cargas de cacao en grano (presuntamente de 24.000 granos cada una), aunque no está claro hasta qué punto estos estaban destinados a usarse como moneda o para su consumo. El cacao también contradice la noción romántica del dinero democrático, no centralizado, y respalda en cambio el punto de vista predominante de que, para funcionar como portador de poder adquisitivo abstracto, una moneda debe mantenerse escasa. Los aztecas lograban esto a través de la restricción de la propiedad de tierras para el cultivo de cacao a la nobleza, los guerreros y los comerciantes (Aranda Kilian, 2005). Por lo tanto, el hecho de que las élites sociales en posesión de grandes recursos productivos fueran los emisores de la moneda de cacao aseguraba su aceptabilidad general, a pesar de su valor intrínseco bajo. Los arquitectos del trueke, culturalmente optimistas en exceso, se han negado a reconocer que este es el juego monetario que están jugando, y en consecuencia, no han asimilado la naturaleza del desafío, descrita memorablemente por Hyman Minsky: “todo el mundo puede crear monedas; el problema es conseguir que se las acepten” (Minsky, 2008: 255). Los esfuerzos por reinventar un sistema monetario que constituyera un avance sobre las tendencias antidemocráticas de los sistemas monetarios capitalistas son loables, pero las formas que estos esfuerzos han tomado sólo son atractivas para un número muy reducido de personas. ¿EL APOYO ESTATAL HA BENEFICIADO LAS MONEDAS COMUNALES? Una consideración superficial del singular origen gubernamental de las monedas comunales de Venezuela puede sugerir que tendrían más éxito que otras monedas locales a la hora de enfrentarse al problema de la aceptabilidad. En la experiencia con los clubes de trueque argentinos, el acuerdo de cooperación semestral establecido entre los fundadores de los primeros clubes – el Programa de Autosuficiencia Regional (PAR) – y la Secretaría de la Pequeña y Mediana Empresa (SEPYME) del Ministerio de Economía fue crucial para lograr una superior aceptabilidad de los billetes: “ese corto período de seis meses fue suficiente para que el sistema de ‘franquicia social’ se multiplicara exponencialmente, con el supuesto apoyo irrestricto del ‘gobierno nacional’” (Primavera, 2003: 129). Más allá de ilustrar el efecto legitimador, potencialmente muy importante, que puede tener incluso el apoyo meramente simbólico del gobierno sobre la aceptabilidad de una moneda, el caso argentino no permite sacar conclusiones comparativas con mayor detalle. Esto se debe a que los billetes de PAR resolvieron (temporalmente) el problema de la

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aceptabilidad en un contexto de contracción monetaria severa, y en una sociedad familiarizada con la diversidad monetaria (Powell, 2002). Sin embargo, se puede decir que el respaldo exclusivo del gobierno venezolano al modelo aislacionista-igualitario de López, Mayayo, y Rangel, basado en un optimismo cultural fuerte – muy diferente a la herramienta de autoayuda, declaradamente apolítica, de PAR – ha sido perjudicial al establecimiento de monedas comunales, incluso en el contexto relativamente favorable de la Revolución Bolivariana. Mediante su condición de empleados públicos, los arquitectos del trueke han sido capaces de imponer un único modelo, creando sistemas de trueke homogéneos a lo largo del país, en vez de una diversidad de formas organizativas en consistencia con los procesos evolutivos. En octubre de 2008, con diez de estos sistemas ya creados, se organizaron todos como la Red Nacional de Sistemas de Trueke (RNST) – no gubernamental – dirigida por un ‘comité operativo’ que se iría osificando.4

Además, el gobierno actuó con rapidez para convertir el modelo de los arquitectos del trueke en ley, incluyendo su prohibición del dinero en efectivo y de las prácticas financieras. Por lo tanto, el apoyo gubernamental ha servido para difundir y perpetuar un modelo imperfecto y poco adaptable. En comparación, el mercado de trueque de Santa Elena en Medellín, de carácter más autónomo, el cual López y Mayayo dejaron por Venezuela, ha experimentado cierta evolución autorregulatoria sana, permitiendo una mayor integración con la economía monetaria convencional (Burke, 2012: 173, 202).

Mientras que los arquitectos del trueke, y la mayoría de coordinadores de sistema entrevistados, siguen haciendo hincapié en la necesidad de un cambio cultural para ajustar a la gente al modelo aislacionista-igualitario, algunos participantes están dispuestos a reconsiderar el diseño de los sistemas para aumentar los incentivos materiales para la participación. Las propuestas van desde la aceptación parcial de las ventas en efectivo dentro de los mercados de trueke (anónimo-E, entrevistas, Monagas, febrero de 2012), hasta la creación de mesas de cambio donde las monedas comunales puedan ser cambiadas por bolívares (anónimo-F, entrevistas, Isla Margarita, de marzo de 2012). Algunos participantes parecen desconocer la medida en que propuestas de este tipo son rechazadas por la dirección de RNST. Por ejemplo, un participante afirmaba que se estaba negociando con el Banco Central la introducción de cierta convertibilidad de la moneda (anónimo-A, entrevista, marzo de 2012), en contradicción con la afirmación de López de que “en eso creo que Pablo [Mayayo], yo, la Red Nacional de Sistemas de Trueke…allí sí, no negociamos. No puede estar respaldado en dinero bajo ninguna forma” (Juan Esteban López, entrevista, Caracas, 11 de enero de 2012). Este ejemplo apoya la observación hecha por una funcionaria, anteriormente responsable del trabajo del gobierno con las monedas comunales: “Yo creo que una de las cosas que impiden que el trueke se fortalezca, y cada día está como sectado, está en un estancamiento, es porque el bebé 4 La ausencia de un estatuto que regulase la rotación de la vocería de RNST precipitó una división a mediados de 2011. Mayayo y Rangel dejaron la red, alegando que el comité operativo había perdido su vocación asamblearia, y procedieron a establecer un nuevo sistema de trueke en el territorio de otro anterior que se encontraba estancado. RNST alertó al gobierno de que no reconocía este nuevo sistema.

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quiere emancipación. Y hay un sistema, la misma red, que no permite que eso se emancipe” (María Teresa Quintana, entrevista, Caracas, 14 de febrero de 2012). LA DIFÍCIL BÚSQUEDA DEL ECOSOCIALISMO ¿Significan los intentos fallidos de establecer importantes ‘sistemas de trueke con uso de moneda comunal’ que cualquier alternativa al dinero de siempre está condenada a una existencia marginal en Venezuela? El gobierno no ha renunciado a los sistemas de trueke; bajo el nombre de grupos de intercambio solidario, son mencionados cinco veces en el último programa electoral de Chávez, adoptado posteriormente por Maduro. Este programa hace también una referencia novedosa al ecosocialismo, que resuena con las prioridades ecologistas defendidas por los arquitectos del trueke. El programa incluye el objetivo de “[c]onstruir e impulsar el modelo económico productivo eco-socialista, basado en una relación armónica entre el hombre y la naturaleza, que garantice el uso y aprovechamiento racional, óptimo y sostenible de los recursos naturales” (Chávez, 2012: 5.1). Durante la campaña electoral de 2012, los sistemas de trueke fueron reconocidos oficialmente como un elemento de la intención declarada del gobierno de emprender una transición al ecosocialismo (Torrealba, 2012). Sin embargo, el potencial de un tipo u otro de moneda local para contribuir significativamente a una transición ecosocialista no está nada claro, aun cuando se hagan más adaptables a las condiciones del mundo real de lo que ha sido hasta ahora el caso. A nivel internacional, no existen historias de éxito indiscutible en términos de una contribución significativa de las monedas locales a proyectos de transición socioecológica (Dittmer, 2013), pero también en cierto que ninguna moneda local ha contado con el apoyo gubernamental que parece posible en Venezuela. La cuestión de qué tipo de apoyo gubernamental sería deseable sigue siendo controvertida. Un antecedente en este sentido es la propuesta lanzada a mediados de 2010 por la Viceministra de Economía Comunal, Ana Maldonado, de acuerdo con Chávez (2010: 103), para enlazar los sistemas de trueke con las cadenas de supermercados públicos Bicentenario, Mercal, y PDVAL. Esta propuesta fue rechazada por RNST debido a su preocupación por la protección de los pequeños prosumidores contra los grandes competidores, y su temor de que una masificación de los sistemas de trueke pusiera en peligro su objetivo de transformación cultural hacia una economía solidaria (María Teresa Quintana, entrevista, Caracas, 14 de febrero 2012). La dirección de RNST aseguró que el prosumidor individual seguiría siendo la base de los sistemas, renunciando a la opción de respaldar las monedas con los recursos productivos de las cadenas de supermercados. Esto puede considerarse una indicación de la fuerza del compromiso de los activistas del trueke con el principio ecologista de que ‘lo pequeño es hermoso’. Hasta qué punto su modelo de producción e intercambio a pequeña escala es importante para una transición ecosocialista es, sin embargo, no una cuestión de principios, sino de investigación caso por caso, teniendo en cuenta – por ejemplo – la variabilidad de las relaciones entre la escala y el gasto energético de los sistemas alimentarios (Pelletier et al., 2011).

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Clara, sin embargo, es la incapacidad de los participantes, después del colapso, de desarrollar sistemas de trueke medioambientalmente sensatos. La consecuencia algo paradójica del esfuerzo radicalmente utópico de los arquitectos del trueke, orientado al cambio inmediato y profundo a nivel del sistema de trueke, es la generación de grandes ineficiencias en términos del consumo de energía para el transporte. Los participantes en los sistemas post-colapso están dispersos por el territorio, y se hace necesario cubrir largas distancias para reunir unas pocas docenas de truekeros en una feria. En muchos sistemas, es habitual que los participantes recorran distancias de ida de unos 50-75 kms para llegar al mercado, y es común asistir a los mercados de los sistemas vecinos. Dado que los precios de la gasolina en Venezuela son los más bajos del mundo a US$ 0,02 por litro (Banco Mundial, 2013), hay poco incentivo para limitar los desplazamientos o adaptar los sistemas a la realidad de comunidades más locales. De hecho, al explicar lo que les gusta del trueke, varios participantes dan respuestas de este tipo: “Hemos viajado a varios sitios, hemos representado a [nuestro estado]. (…) Que se nos acabe todo menos el trueke (risa), para viajar y andar por allí conociendo” (anónimo-G, entrevista, marzo de 2012). En términos de eficiencia energética, es posible que la situación tampoco estaría mucho mejor si no se hubiera dado el colapso, ya que, desde la fase de planificación de los sistemas, se ha atribuido un papel importante a los intercambios a escala nacional (Equipo facilitador nacional, 2008). Si se entiende que el capitalismo industrial está interconectado con el extraordinario episodio histórico de la degradación del depósito planetario de energía fósil por parte de la humanidad, resulta natural preguntar por qué sería más consistente con un purismo anticapitalista – y con el ‘socialismo prehispánico’ – desterrar al dinero moderno (es decir, dinero en efectivo), que priorizar las economías locales compatibles con la movilidad de bajo consumo energético. Los arquitectos del trueke ven su labor en términos de la construcción de islas no capitalistas en medio de un mar de capitalismo (Pablo Mayayo, entrevista, Sanare, 26 de febrero de 2012), lo cual correspondería a una estrategia ‘intersticial’ de transformación social (Wright, 2010: cap.10). Lo que separa a las islas del mar circundante es la ausencia de transacciones en efectivo, la no convertibilidad entre las monedas comunales y el dinero, y la ausencia de la ‘codicia capitalista’ a través de la imposición de precios ‘solidarios’. Tal como sugiere el aspecto de movilidad, esta perspectiva, que Burke (2012: 326) – siguiendo a Gibson-Graham (2006) – ha caracterizado apropiadamente como un aislacionismo capitalocéntrico, depende de una inadecuada concepción maniquea de los límites entre los sistemas de trueke y la economía ‘circundante’. Reconocer la medida en que el proyecto de trueke se encuentra enredado en la economía general de la “civilización de la energía fósil” (Giampietro et al, 2013:. 294) sugiere que pocos avances hacia el ecosocialismo son posibles a menos que primero se aborde la cuestión, aparentemente poco radical, de los subsidios a la gasolina. En lugar de rechazar el dinero como esencialmente capitalista, los activistas del trueke habrían de reconocer la importancia de una reforma fiscal verde. La intención anunciada del gobierno de Maduro de aumentar el

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precio nacional de la gasolina es una señal positiva en este sentido (Vyas, 2013). Muchos activistas del trueke promueven la agroecología, el intercambio de semillas tradicionales, y la producción artesanal; prácticas ecosocialistas potencialmente importantes a las que no les favorece estar circunscritas por sistemas monetarios radicalmente aislacionistas-igualitarios que, en comparación con sus equivalentes capitalistas, operan con un presupuesto ínfimo. CONCLUSIONES Las monedas comunales de Venezuela fueron introducidas por el presidente Chávez como un elemento innovador de la economía social y solidaria, y son únicas entre las monedas comunitarias del mundo en cuanto a su origen en el gobierno central. La arquitectura de los sistemas monetarios fue confiada en gran medida a los tres activistas del ‘equipo facilitador nacional’, quienes favorecían una versión radicalmente aislacionista-igualitaria de ‘sistemas de trueke con uso de moneda comunal’. A pesar del apoyo del gobierno inicialmente sólido, los sistemas de trueke pasaron por fuertes ciclos de bombo y luego decepción, con los niveles de participación comenzando a colapsar pasados unos meses, y permaneciendo bajos. El hecho de que no se haya podido establecer ningún sistema de moneda comunal importante se debe en parte a que fueron concebidos e implementados desde una posición de optimismo cultural fuerte. Por tanto, su falta de éxito puede tomarse como una indicación de la presente inadecuación de esta posición para una transición socialista en Venezuela. Además, la adopción por parte de los arquitectos del trueke de la infundada sabiduría convencional – perpetuada por la ciencia económica dominante – de que el dinero es una cosa que históricamente surgió de manera espontánea del trueque, no ha proporcionado una base suficiente para ponderar cómo podrían establecerse nuevos sistemas monetarios. Tampoco lo ha supuesto la afirmación de que las monedas simbólicas de los sistemas de trueke constituyan una recuperación de las monedas-mercancía prístinas del ‘socialismo prehispánico’. Más confusión conceptual ha sido generada también por la negación de la naturaleza monetaria de las monedas comunales, y de los precios en los que se fundamentan las transacciones de ‘trueque’; resultado de la negligencia de la función esencial del dinero como unidad de cuenta. Aunque posiblemente no existirían monedas comunitarias en Venezuela si no fuera por la iniciativa de Chávez, el apoyo del gobierno ha tenido también un lado negativo. Ha favorecido la generalización de un modelo que carece de flexibilidad debido a su identificación con el aislacionismo monetario y un fuerte igualitarismo; una situación mantenida posteriormente por una red nacional no gubernamental. Al igual que muchas monedas locales en todo el mundo, el experimento ha incluido un componente ecologista, y se ha asociado con el objetivo del gobierno de una transición al ecosocialismo. Muchos activistas del trueke se involucran en prácticas ecosocialistas, pero la racionalidad ecológica de éstas no es fomentada por su

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circunscripción a los sistemas de trueke. Al contrario, el marco proporcionado por los sistemas de trueke aumenta la necesidad de desplazamientos, ya que los individuos casados con el modelo aislacionista-igualitario son pocos y están dispersos en el espacio. La teorización de los sistemas de trueke como si operaran en los intersticios del capitalismo es desorientadora; están fuertemente condicionados por las estructuras de la civilización de la energía fósil. El experimento sugiere que emprender una transición al ecosocialismo requiere que primero se aborde el enorme desincentivo de los precios de la gasolina antes de que se pueda construir economías alternativas ecológicamente sensatas en Venezuela. Para avanzar en esta dirección, las bases ecosocialistas tendrían que enfocarse más en la trayectoria general de la Revolución Bolivariana, confrontando la inclinación del gobierno por profundizar el extractivismo (Terán, 2012). Por otro lado, si el gobierno quiere hacer un serio esfuerzo para convertir las monedas comunales en un elemento relevante de la transición ecosocialista, tendría probablemente que asumir un papel más activo para, desde el centro, “rectificar la toma patológica o incompetente de decisiones en grupos deteriorados” (Fung y Wright, 2003: 21). Estudios de caso sobre la gobernanza participativa fortalecida destacan dicha supervisión como un componente esencial de una exitosa descentralización coordinada de la toma de decisiones económicas, un enfoque que resuena con el llamamiento de Ellner (2010) por una síntesis entre las estrategias de transición realistas y culturalmente optimistas en Venezuela. Por último, hasta que el gobierno supere los desafíos de la inflación galopante y la alta sobrevaluación del bolívar, parece poco probable que profundice su apoyo a esfuerzos descentralizados por ampliar la oferta de medios de cambio en la economía. AGRADECIMIENTOS Esta investigación ha sido financiada por el gobierno español a través de una subvención del Ministerio de Educación (FPU AP2008-04624) y el proyecto CSO2011-28990 BEGISUD (Beyond GDP growth: Investigating the socio-economic conditions for a socially sustainable degrowth). Agradezco a todos los que han hecho posible mi trabajo de campo en Venezuela, incluyendo por supuesto a todos los entrevistados. Gracias a la Red Nacional de Sistemas de Trueke y la Red Nacional de Comuneros y Comuneras. Por su gran hospitalidad, muchas gracias a Juan Esteban López, Yolanda Prado, Omar Rodríguez, Pablo Mayayo, Livio Rangel, Minerva Barroso, Juanita Barroso, Elkin Mateus, Nerys Pineda, Tito Quiroz, María Barreto, José Herrera, Vicenta Hernández, Mélida Carreño y Benali León. Gracias también a la gente del Ateneo Popular de Caracas y en especial a Gregorio Meléndez, y a Tom Purcell por sus consejos útiles.

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