La Doble Vida de Becca (Pdf)

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La doble vida de BeccaAida Cogollor

Copyright © 2015 Aida Cogollor

Diseño de la cubierta: Alfonso González

Título original: La doble vida de BeccaPublicado en Madrid, 2015

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Ni parte ni la totalidad de la obra puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en cualquier formato electrónico, mecánico, mediantefotocopia, grabación o con cualquier otro método sin el previo consentimiento del autor.

ISBN: 1507866291

ISBN–13: 978-1507866290

agradecimientos

A todas las personas que me animan cada día para seguir escribiendo, a aquellas que me

acompañan en mi viaje día a día, a mis viajeras. A mi familia, que me apoya incondicionalmente. A ti, Alfonso. Por seguir caminando conmigo en mis sueños, y fuera de ellos. Por enseñarme

tanto de la vida. Por regalarme música. Por ser simplemente tú. Por ese restaurante de mueblescubiertos con sábanas, la luz de la luna entrando por las ventanas y Make It Rain. Y por el Templode Debod bajo el cielo estrellado, y Knockin On Heaven’s Door.

A Carmen, la primera fan de Becca. Sé que esperas esta historia desde hace mucho tiempo. Aquí

la tienes, por fin. A mi equipo, siempre. Y a mi stronza, Andrea. Por estar ahí y apoyarme cual cheerleader, ya te

llegará el quarterback, ami. ¿Os gusta bailar? Porque esta novela tiene esa esencia, la esencia de todas aquellas personas

que no podemos escuchar una canción sin ponernos a bailar y esas que sienten que la música es vida,y que la vida es una canción.

Para ti, niño. Porque sí.De nuevo.

Pensar es el mayor error que un bailarín puede cometer.No hay que pensar, hay que sentir

Michael Jackson

La luz se desmorona en mis piernascuando tus ojos forajidos arañan con dulzura los míos

Mariana Reina

prólogo

un lunes por la mañana cualquiera

un fin de semana cualquiera

pero no es un fin de semana cualquiera

charlie

conociéndonos

adiós

dos meses después

el chico de la barra

no estoy de humor

vuelvo a caer

espectáculo callejero

sam

su pasado. mi pasado

divirtiéndome con mi hermanito

no pierdas los nervios, Rebecca

inciso (Sam y Frankie)

croissants y Nueva Orleans

altercado

grant

no será porque no lo intento

pero sé que no puede ser

algo inesperado

un año y medio después

vuelves

mis sueños

epílogo

prólogo

Well, I hear the music, close my eyes, feel the rhythmWrap around, take a hold of my heart

Irene Cara What a feeling

Las chicas salen del aula hablando entre ellas, creando un murmullo que me reconforta. Mesiento orgullosa de saber que se han hecho tan amigas y no hay rivalidad entre ellas. El mundo delbaile, a veces, puede ser despiadado.

Claire se da la vuelta y me dice adiós con la mano. Las demás también se giran y se despiden.–¡Nos vemos el lunes, profesora!–¡Pasadlo bien el fin de semana, chicas!Cuando sale por la puerta la última de ellas, me acerco al antiguo gramófono y cambio el disco

de vinilo. Coloco la aguja y le doy al play.Manhunt suena demasiado alto en los altavoces, así que bajo un poco el volumen. Pruebo con

unos pasos de baile ya casi olvidados, pero aquí no tenemos barra vertical, sino horizontal. Doy alstop y lo cierro mientras acaricio la tapa. Es un regalo muy valioso para mí, como la vida que él meregaló hace ya unos cuantos años.

Después, camino hasta el espejo y me apoyo en la barra. Es un espejo grande que ocupa toda lapared derecha de la sala. Me miro en él. Acaricio las arrugas que adornan el borde de mis ojos. Aúnson leves, pero ahí están para demostrarme que ya no soy aquella chiquilla de diez años que soñabacon bailar en los escenarios de Broadway. Sonrío. Y pienso que, después de todo, la vida no me haido tan mal.

–No, no te ha ido tan mal, Rebecca.Suspiro y le doy la espalda al espejo mientras me dirijo hacia la puerta.Apago las luces y cierro el aula. Los pasillos están iluminados solo con la luz de emergencia.

No hay nadie en la recepción, Melanie hace rato que se ha ido.Melanie, la dulce Mel. A veces me pregunto si echará de menos aquello, yo hace tiempo que no

lo hago, pero ella nunca ha vuelto a comentar nada al respecto. Fue la única que abandonó cuando yome fui. Aunque supongo que las demás, con el paso de los años, lo dejarían también. Les perdí lapista hace tiempo y me entristece, porque fueron años de recuerdos compartidos.

Mel ha dejado una nota encima del mostrador, como siempre hace los viernes cuando sale, antesde que acaben mis clases.

“Ha llamado Frankie y dice, textualmente: dile a esa zorra bailarina que me devuelva las putas

llamadas.Ésta no cambia aunque pasen mil años. Abrígate bien este fin de semana, el del tiempo dice que

viene una ola de frío terrible, Becks.Te quiero” Y esa ola de frío de primeros de diciembre me recibe al salir. Él me espera en el coche, como

siempre, con la calefacción a tope para que no me congele mientras llegamos a casa.–¡Hola, cariño!–Hola, Rebecca.Me besa y sonríe. Os voy a contar una historia. Mi historia.

un lunes por la mañana cualquiera

Monday morning you look so fineFriday I got travelin on my mind

Fleetwood Mac Monday morning

Me despierto con un dolor de cabeza espantoso. Intento abrir los ojos, pero tengo quecubrírmelos con el brazo porque la luz me deslumbra como los faros de un coche en noche cerrada.

Maldita Frankie y sus cócteles de última hora… Y los lunes el café se llena del ruido de los murmullos. Dios... Trato de incorporarme en la cama y es peor, me mareo y tengo que volver a tumbarme. Siento

como si tuviera un martillo machacándome las sienes. Resaca de primera clase, Rebecca. Necesito llegar a la ducha como sea, así que arrastro mi cuerpo como medianamente puedo hasta

la puerta de mi habitación y como no calculo bien, me doy un golpe con el quicio en el brazo que mehace soltar todo mi repertorio de palabras malsonantes. Consigo llegar hasta el baño sin volver agolpearme contra alguna esquina traicionera, y menos mal que en el pasillo no tengo muebles.

Abro el grifo y espero hasta que empieza a salir vapor. Pero a pesar de quedarme un buen ratodebajo del agua ardiendo, no termino de quitarme el dolor de cabeza de encima.

Maldita seas una y mil veces, Frank. Me dejo caer en la banqueta de la cocina mientras me tomo un café y un par de aspirinas.

Aprovecho para llamar a la culpable de mi penoso estado y, cómo no, me contesta el malditocontestador.

–En estos momentos no estoy disponible, llámame más tarde. Pero si eres un tío buenorro, no teolvides de dejarme tu número.

La muy perra estará todavía en la cama, pero me ensaño con la dichosa máquina.–Para tu desgracia no soy un tío buenorro, voy a ser tu peor pesadilla. Frank… te odio.

Recuérdame que la próxima vez que se te ocurra ofrecerme un cóctel te patee tu hermoso culo,

¿entendido? ¡Algunas también trabajamos entre semana!Cuelgo el teléfono y me visto para ir a trabajar.

La cafetería donde trabajo está a tan sólo diez minutos de mi casa, así que voy andando para

terminar de despejarme un poco.

Me gusta caminar por el sur de Lafayette. A pesar de que las vistas sean muy monótonasen esta zona, casi todo son casitas bajas con su césped y su coche aparcado en la puerta, las avenidasson amplias y limpias. Nada que ver con la ruidosa Nueva Orleans.

Me cruzo con un par de clientes del café que me saludan tocando el claxon. Yo sonrío y levantola mano, aunque me estoy acordando de toda su familia por martirizarme con ese sonido infernal.

Mi jefe está barriendo la entrada, al parecer debió de haber fiesta ayer por aquí porque la calleestá llena de confeti y serpentinas.

La fachada del Marcel’s es de lo más normal, a mi jefe no le gustan las excentricidades del sur.Recubierta de piedra gris, con un gran ventanal y toldos de color negro. El interior tampoco es muyllamativo, es más bien acogedor, justo como yo creo que debe ser un café. Las mesas y las sillas sonde madera, como el suelo y la barra, y de las paredes, pintadas de color crema, cuelgan cuadros dediferentes sitios emblemáticos del mundo. La Torre Eiffel francesa, la Torre de Pisa italiana, laPuerta de Alcalá española, El Big Ben inglés, las Pirámides egipcias…

–Buenos días, Marcel.–Buenos días, Rebecca.–Hubo una buena juerga aquí anoche, ¿ah?–Por la cara que traes parece que tú también estuviste de fiesta... –me mira de reojo, sonriendo.–No me lo recuerdes… –hago un gesto con la mano y bizqueo. Nada más abrir la puerta, me golpea en la nariz el olor de los bollos recién hechos de Marie.

Normalmente es un olor agradable, pero hoy con esta resaca… Mi estómago comienza a funcionarcomo una centrifugadora.

¡Dios mío, creo que voy a vomitar! Me tapo la boca con la mano y salgo disparada al baño. Me cruzo con Jen, mi compañera del

turno de mañana.–¿Rebecca que…?–¡Ahora no, Jen! –La aparto de mi camino de un empujón.Casi tiro la puerta abajo, pero llego justo a tiempo para vomitar en la taza del váter.El corazón me late a mil por hora y gotas de sudor frío me caen por la espalda. Tiro de la

cadena, bajo la tapa y apoyo la frente en los azulejos de la pared, que están frescos. Respiro hondo,intentando controlar los temblores de mis manos.

–¡¡Te odio, Francesca Samantha Johnson!!Grito con toda la fuerza de mis pulmones. Ojalá esa maldita zorra me escuchara desde allí,

porque odia su nombre completo casi tanto como la odio yo a ella en estos momentos.–Reb… ¿estás bien?

Ni siquiera me había dado cuenta de que la pobre Jen está detrás de mí. Siento su mano en elhombro y me vuelvo hacia ella. Su carita de niña me mira preocupada. Lleva el pelo rubio sujeto enuna coleta y el flequillo le cae desordenado sobre sus grandes ojos grises.

–Sí, no te preocupes. Creo que ayer bebí más de la cuenta.–Oh, vaya. Una buena resaca, entonces.Se me escapa una risa floja.–La madre de todas, Jen.Sonríe mientras niega con la cabeza.–¿Quieres que te prepare algo? ¿Una manzanilla?–Sí, por favor.–Ahora mismo te la traigo.Se da la vuelta para marcharse.–¡Jen!–¿Sí?–Gracias.Me guiña un ojo y se va.Jen es estudiante de Biología en la universidad de Louisiana, y por las mañanas se saca un

dinero extra en el Marcel’s para sus estudios. Nos conocemos desde hace años y es una chicaencantadora, de las que se preocupan por los demás antes que por ella misma. Y siempre tiene unasonrisa en los labios para alegrarte el día.

¿Por qué no saldré con chicas normales como ella y no como la loca de Frank? Mi compañera interrumpe mis pensamientos.–Aquí tienes la manzanilla. ¿Te encuentras mejor?–Sí. Gracias, Jen.Me bebo la manzanilla a sorbos cortos pero con rapidez porque ya son casi las ocho, hora de

abrir.Jen me ayuda a incorporarme y después se cruza de brazos.–¿Estás segura de que vas a poder mantenerte en pie toda la mañana? Puedo llamar a Rose para

que te sustituya.–No, no. Esto me lo he buscado yo solita y no es justo que Rose haga doble turno y pague por mí.

Ya no me mareo, no te preocupes.La verdad es que me encuentro algo mejor después de beberme la manzanilla, mi estómago ha

dejado de dar vueltas, al menos.La puerta del baño se abre y Marcel asoma la cabeza.–¿Se puede saber qué hacéis las dos aquí? –Abre los ojos de par en par cuando ve mi estropicio

de cara. –¡Dios mío, Rebecca! ¿Qué te ocurre?–Nada, jefe. Resaca controlada.–Pellízcate las mejillas un poco antes de salir. Pareces una muerta.Se va moviendo la cabeza y resoplando. Menuda paciencia tiene el pobre Marcel conmigo.

La misma gente de cada lunes, en las mismas mesas de siempre. Debe ser la costumbre. Roger ysu pequeña Margot, padre soltero que todas las mañanas desayuna en el Marcel’s. Bridget, mipeluquera, con sus líos de fin de semana. Martha y Leo, la pareja de enamorados a los que no se lesacaba nunca el amor, envidia mala la mía. La señora Smith, con sus “deberíais sacaros un poco eldobladillo de la falda”, encantadora como ella sola. Colette, la secretaria del bufete de abogados deenfrente, mascando chicle hasta en el desayuno. Colin y sus guiños descarados. Camilla y sus prisas.Jerry y sus hipnóticos ojos verdes…

Y así se pasa la mañana, sin apenas darme cuenta, hasta las tres que termina mi turno.Las piernas me flojean pero no he vuelto a marearme.A veces me quedo a comer en la cafetería pero como noto el estómago algo revuelto aún, tengo

que decirle a Marie, con todo el dolor de mi corazón, que me guarde su deliciosa jambalaya[1] paramañana.

–¿Se puede saber dónde estuviste ayer para venir con semejante resaca?Jen dispara en cuanto salimos por la puerta. Mi cerebro comienza a trabajar a velocidad

máxima, intentando recordar el nombre de algún club en Lafayette lo suficientemente lejos de su casacomo para que no lo conozca.

–En el Nite Town.–No me suena. Gracias a Dios… –Está en el centro.–¿Y abren los domingos? A ver cómo salgo de esta… Piensa, Rebecca. –Creo que no. Pero tengo una amiga que conoce al dueño y nos dejó organizar una fiesta de

chicas. La última a la que voy, por cierto.–Vaya, pues te iba a decir que me avisaras para la próxima –se echa a reír.–No creo que sea lo tuyo, Jen.–¿Por qué no? ¡Oye, que no soy tan aburrida como parezco!Le paso un brazo por los hombros y la estrecho contra mí.–No he dicho que seas aburrida. Solo creo que no te divertirías en esas fiestas. Mírame cómo

estoy yo hoy. Pero un día de estos salimos de marcha tú y yo por ahí, ¿de acuerdo?–A ver si es verdad, porque nunca quedas conmigo los fines de semana.Me tocará pedir un fin de semana libre en el club, se me agotan las excusas.–Te lo prometo –me despido de ella dándole un beso en la mejilla.Cuando llego a casa me dejo caer en la cama, sin quitarme siquiera el uniforme, y me quedo

dormida enseguida.

A las cinco de la tarde suena el despertador. Mi clase de kickboxing me espera.Cojo la mochila y salgo al aire fresco de Lafayette. Ya me encuentro mucho mejor y seguro que

después de dar unos cuantos golpes y patadas, estaré como nueva.Pero vuelvo a casa a las seis en vez de a las siete porque hoy he estado a punto de desmayarme

en las clases y Víctor, mi monitor, ha tenido que obligarme a parar.–Rebecca, ¿qué te pasa hoy?–No he comido nada en todo el día.–Estás como una jodida cabra. Vete a casa ahora mismo y no me obligues a pegarte una patada

en el culo. Que sea la última vez que vienes a entrenar con el estómago vacío.Así que preparo algo de comer. Mi estómago está rugiendo como un león desesperado. Un

sándwich de tres pisos con un poco de todo lo que encuentro en la nevera. De postre, helado dementa y chocolate. Me como la tarrina entera, no sé cómo no reviento un día de estos.

Veo un poco la tele, por no acostarme con el estómago lleno, pero a las ocho y media ya estoy enla cama. Leo hasta que los párpados comienzan a pesarme.

Esa es mi rutina diaria y sé que sonará raro, pero lo agradezco.A veces quedo con Jen para ir de compras, pero me incomoda tener que mentirle cada dos por

tres cuando hace preguntas sobre mis planes para los fines de semana. Así que le pongo mil y unaexcusas para espaciar nuestras salidas.

Es una ironía que no me guste nada mentir y mi vida tenga que ser una mentira.Los martes y los jueves sustituyo kickboxing por defensa personal. Tengo un pánico horroroso a

los violadores desde que atacaron a una de mis compañeras del club hace años, cuando salía detrabajar.

¡Ah, sí! El club. Vayamos hasta el viernes.

un fin de semana cualquiera

Like a life in detail such a close-up viewLike a mirrored image of another you

Robert Palmer Life in detail

La semana pasa con la tranquilidad de siempre y la misma llamada de los miércoles de Frankiepara averiguar si ya ha entrado por la puerta del Marcel’s el hombre de mi vida. Ni siquiera preguntapor la resaca del lunes.

Esta es mi Frankie. Y como no para de hablar, me está poniendo dolor de cabeza y ya tuve bastante con el del lunes,

le cuelgo el teléfono, que es lo segundo que más odia en el mundo después de su nombre completo. Ycomo es muy orgullosa, no vuelve a llamar.

El viernes preparo mi pequeña maleta de fin de semana mientras tarareo Material Girl, con estavoz que solo aguanto yo, para tormento de mis vecinos. Bueno, a Bran le pueden dar mucho por ahí sile molesta. Es un cuarentón gilipollas que me desnuda con la mirada cada vez que nos cruzamos.

Salgo a la calle con una sonrisa en los labios para montarme en mi coche, un viejo ChevroletCorvette primera generación que me costó los ahorros de casi toda mi vida. No pude resistirmecuando lo vi en el concesionario, llevaba mi nombre pintado en la luna delantera. Bueno, o eso meimaginé yo. La carrocería y los asientos son de color rojo, y las llantas son de color blanco. Es unbiplaza descapotable. Así se me hace más ameno conducir hasta Nueva Orleans, sobre todo enverano.

No hay mucho tráfico en la Interestatal 10 a estas horas, así que piso un poco de más elacelerador y llego más pronto de lo habitual a casa de Frankie, que es donde me quedo los fines desemana para no hacer tantos kilómetros yendo y viniendo a Lafayette.

Vive en una casa baja, con tres habitaciones. Una de ellas ya la ha bautizado como “la habitaciónde B. C.”, ella y su fea manía de llamarme por las iniciales de mi nombre a pesar de que no me gusta.Pero claro, Frank siempre hace lo que le da la gana.

El verano pasado la pintó de color naranja, mi favorito, a pesar de insistirle que el azul que teníatambién me gustaba. La colcha de la cama también es de color naranja y los muebles son violetas. Enuna de las paredes hay colgados dos cuadros pintados por ella. Uno es de una mujer desnuda sentadade espaldas y el otro es igual, pero un hombre. Es una artista dibujando, pero eso solo lo sé yo.

En otra de las paredes colgó un collage enorme lleno de fotos nuestras en el club, de alguna denuestras salidas por Nueva Orleans y de unas vacaciones a Florida hace dos años. Esas son las quemás me gustan, porque por primera vez desde que nos conocemos, pudimos ser nosotras mismas, sin

disfraces ni mentiras. Solo Francesca y Rebecca, dos amigas de vacaciones en la playa. Algún día lediré que tenemos que repetirlo.

Abro la puerta y, como siempre, no está en casa. Los viernes tiene clase de yoga, increíble enFrank puesto que no es capaz de estarse quieta ni diez segundos, pero según ella, aguanta hasta mediahora meditando. Ya me gustaría a mí ver eso.

Suelto la maleta en mi habitación y me dejo caer en la cama mientras me estiro, soltando unsuspiro de placer. Y me viene a la mente la conversación que mantuvimos la semana pasada.

“–Deberías plantearte el mudarte aquí, B. C.–¿Y vivir los siete días de la semana en la misma ciudad que tú? Me volverías loca, Frank.–No seas exagerada.Me echo a reír.–Además, necesito un poco de normalidad en mi vida y Lafayette es una manera de desconectar

de todo esto.–En Lafayette te aburres como una ostra, no me vengas con tonterías.–También viene bien aburrirse de vez en cuando, deberías probarlo.–¡Ni loca! Ya sabes que el aburrimiento no va conmigo.” Sigue sin entender, después de tantos años, qué hago yo en Lafayette, y eso que se lo he

explicado muchas veces, pero ella tiene memoria selectiva y se acuerda de lo que quiere.Resoplo y me levanto de la cómoda cama de mi habitación. Vuelvo a coger el coche para ir al

club y a las seis en punto estoy en la puerta. Me gusta llegar con tiempo suficiente para tomarme algoy estirar un poco las piernas.

Martin ya está allí, como siempre. Es el encargado de la seguridad, así que como os podéisimaginar, es un tío enorme de casi dos metros de estatura que podría levantarme con una mano. Medaría bastante miedo si no supiera que la cara de mala leche que luce los fines de semana es solofachada. En realidad, es un adorable padre de familia en sus ratos libres.

–¡Hola, Becca!–¡Hola, Martin!–¿Qué tal la semana, preciosa?–Bien, como siempre, excepto por el lunes. La próxima vez que Frankie sugiera quedarnos de

fiesta privada después del cierre, hazme un favor y mátame antes…Pongo la mano derecha en forma de pistola y hago el gesto de pegarme un tiro. Él se ríe a

carcajadas.–Quizá sería mejor matarla a ella, ¿no?–Pero el club no sería lo mismo sin Frank, ¿no crees? –me muerdo los labios dejando escapar

una risa.–No, desde luego. Echaríamos de menos esa boquita que le ha dado el diablo. Me pregunto por

qué no nació con un rabo entre las piernas.Diamonds es el club donde trabajo los fines de semana. Según mi jefe, el nombre es en honor a

las que trabajamos allí, porque somos unas joyas.“El nombre es lo más hortera que han visto mis ojos, este es un mariconazo al que le gusta

Rihanna”. Palabras textuales de Frankie.

Y después de haberle pillado un par de veces en su despacho con la de Barbados a todo trapo ensu Ipad, por una vez estoy de acuerdo con la teoría de Frank.

Está situado en una de las calles con más actividad nocturna de Nueva Orleans, Bourbon Street,en pleno French Quartier. Un barrio que parece sacado de otra época, con sus edificios dearquitectura francesa, plagado de supersticiones y rituales en cada esquina.

Todas las paredes del local están forradas de madera, al estilo western, excepto la parte traserade la barra, que es toda de espejos. La iluminación es la misma que en todos los clubs, más bienoscura y de tonalidad roja. Frente a la barra está el escenario, dividido en dos partes, uno con barrade pole dancing y el otro sin ella. Tiene capacidad para unas ciento cincuenta personas, así que, esbastante grande.

Mi jefe, Frederick “Dick” Jones, es buena gente. Aunque tiene muy mala leche y a veces secomporta como un auténtico capullo. Pero, sobre todo, nos respeta. Las chicas dicen que estábastante bueno para ser un cuarentón, y la verdad es que tiene un cuerpo impresionante a base demachacarse en el gimnasio, y una cara que lo acompaña. Ojos azules, pelo moreno, sonrisa sensual…Al menos, las pocas veces que sonríe. Está casado y su mujer es encantadora, aunque de vez encuando corren rumores en el club con unas y con otras. Yo prefiero hacer oídos sordos.

Dick solo tiene una norma en el club: no implicarte emocionalmente con un cliente, nunca. Laschicas que lo han hecho, aunque han sido pocas, han ido a la calle. Para eso es muy estricto. Dice quepor algo nos deja mano libre para todo lo demás. Nosotras lo consideramos un trato justo.

Yo también tengo mi propia norma: no acostarme nunca con un cliente . Norma que a veces mesalto a la ligera, claro. Sobre todo cuando el cliente no está mal, pero no me dedico a la prostitución.

A estas alturas supongo que sabréis a lo que me dedico. Soy stripper.Trabajo en el Diamonds porque me gusta bailar. ¿Que por qué no trabajo como bailarina,

entonces? Simple respuesta: las oportunidades en América son para los enchufados, aunque seempeñen en llamarle el país de los sueños.

Además, no me importa desnudarme. Siempre me he sentido muy segura con mi cuerpo y no meda vergüenza. Y aquí no me conoce nadie. Lo que sí me importa es que me quieran llevar a la cama ala fuerza. Encontré estabilidad en el Diamonds después de recorrer clubs en los que la prostituciónera obligada.

Aquí tengo compañeras que prefieren ganar dinero acostándose con los clientes después delespectáculo y algunas solo bailamos.

Frankie pertenece a las primeras. Desde los dieciséis años lleva ejerciendo la prostitución.Creció en un ambiente de violencia y golpes. Así que a los quince se fue de casa sin más cosas queuna maleta llena de ropa y diez dólares. Tuvo que buscarse la vida y eligió el camino más rápido,pero también el más difícil. Entró en el Diamonds a los veintiséis, harta de acostarse con capullos yseguir recibiendo algún golpe que otro. Aprendió a bailar con las chicas y no quiso dejarlo porquelos clientes del club dejaban mucho dinero y eran bastante diferentes a lo que ella estabaacostumbrada.

“–¿Quién sabe si algún día aparecerá por la puerta del club mi Richard Gere, B. C.?Es su frase favorita cada vez que le pregunto por qué sigue con ello.–No me gusta Richard Gere.–Sí, bueno, ya lo sé. Es un ejemplo. ¿Qué te parece entonces… ese que hizo de Superman? En la

última.

–¿Henry Cavill?–¡Sí, ese! No me digas que no follarías con él hasta el final de los tiempos.–¡¡Frank!!La miro alzando una ceja.–Vamos, nena, eres una stripper. ¿Te vas a escandalizar ahora porque diga follar?–Que sea una stripper no quiere decir que tenga que blasfemar como tú, cada dos por tres.–Becca, es que yo lo que hago es follar. Hacer el amor es un término que las putas no

conocemos, querida. Aunque con Henry podría hacer una excepción.Se echa a reír y yo pongo los ojos en blanco.–Eres incorregible…” Frank es guapa. No, es muy guapa. Sus ojos son de color marrón verdoso pero su pelo es otra

historia, lo cambia tan continuamente que ya ni siquiera se acuerda de cuál es su color natural. Unmes es rubia y al siguiente pelirroja, y al otro, rubia de nuevo. Oscila siempre entre esos dos coloresporque dice que le sientan de maravilla a su piel clara.

“–Pero el moreno no, B. C. El moreno lo dejo para ti.–Eres tan asquerosamente guapa que seguro que el moreno también te queda bien.–¡Anda cállate, Morritos! Te podrás quejar tú de cara...” Frankie y sus cumplidos. Pero es mi mejor amiga y la quiero con locura. A pesar de que, como

dice Martin, debería haber nacido con un rabo entre las piernas y el volante de un camión entre lasmanos.

Desde el pasillo se escucha la música tronando en el vestuario. Hoy toca día Madonna, así queme maquillo al ritmo de Vogue.

Heather menea el trasero en el espejo de al lado y Frankie la mira de reojo. Seguro que estámaquinando alguna frase para molestarla, no sé por qué disfruta tanto cuando se enfada. A Heather legusta mucho chismorrear, pero en el fondo es buena chica.

Frank la llama Cara Bonita porque es muy dada a inventar apodos. Morritos es el mío.Y creo que el show comienza en tres… dos… uno…–Heather, ¿en quién piensas cuando mueves el culo así?–Qué te jodan, Frankie.–No, en serio. Tienes que pensar en alguien.Termina de maquillarse los labios y sonríe.–Pienso en ti, preciosa –se gira hacia ella y le pone lanza un beso mientras guiña un ojo.–A ver qué respondes a eso, Frank –bromeo.–¡Bah! A Cara Bonita le gustan demasiado los rabos como para fantasear conmigo. ¿Verdad,

cariño?La pobre Heather coge aire. Oh, oh…

Se abre la puerta del vestuario y Dick asoma la cabeza. Se acabó la fiesta.–¡¡Becca, ven a mi despacho!! Mierda, ¿ahora qué querrá? Cuando mi jefe me llama a su despacho no es para nada bueno. Me levanto de la banqueta y miro

a Frankie, ésta se encoge de hombros.Sigo a Dick hasta la habitación que hace a la vez de despacho, comedor y vete tú a saber qué

cosas más. Cierra la puerta cuando entro.–¿Pasa algo malo?–¿Qué si pasa? ¡¿Qué si pasa?! –Está muy nervioso y se toca el pelo sin parar, caminando de un

lado a otro. –Becca, tú que pareces una chica inteligente…Se para y se vuelve a mirarme.–Vaya, gracias jefe. Todo un cumplido.Me hace un gesto con la mano para que me calle.–No estoy para ironías. Voy a hacerte una pregunta y quiero que me respondas con sinceridad,

¿entendido?–Sí, claro.–¿Te irías a esquiar con el idiota de tu novio sin tener ni zorra idea?–Bueno… yo no tengo novio.–Becca… –resopla.–Suponiendo que lo tuviera, claro. Creo que no. Daría antes unas clases, soy muy miedosa para

esas cosas y valoro bastante mis piernas y mi trasero –me doy un cachete echándome a reír.Por la cara que pone veo que a él no le ha hecho ninguna gracia.–Pues me acaba de llamar la gilipollas de Melanie y resulta que como no es tan lista como tú,

esta semana se ha ido con su novio, el idiota, a esquiar.Dejo de reírme.–¡¿Le ha pasado algo?! Pobre Mel. –Se ha roto la muñeca y por lo que me ha contado, de milagro no le ha pasado nada más. No

tengo tiempo de buscar a alguien para cubrirla este fin de semana, así que quería pedirte el favor…–Claro, Dick. Yo la cubriré. No te preocupes.–Solo será mañana y el domingo, hoy lo hará Frankie. Si no fuera porque tiene las piernas más

bonitas de Nueva Orleans, la echaba a la calle. No sé cómo puede ser tan tonta.–Vamos, Dick, estoy segura de que Melanie no quería romperse la muñeca. Nos podría haber

pasado a cualquiera.–No, a cualquiera no, tú habrías dado clases antes.Tiene respuesta para todo.

pero no es un fin de semana cualquiera

We can beat them, just for one dayWe can be Heroes, just for one day

David Bowie Heroes

Termino el último baile del domingo y me dejo caer en mi banqueta del vestuario.

Por fin. Cubrir a Melanie el sábado me ha supuesto hacer tres bailes más y hoy sólo uno porque

cerramos más pronto, pero aun así estoy agotada. A pesar de que me mantengo en forma, me tiemblanlas piernas del esfuerzo.

–Frank, hoy me voy directamente para Lafayette. No paso por tu casa. Me duelen hasta las uñas.–¿No te quedas a tomar algo?Alzo una ceja.–Haré como que no te he oído.Se echa a reír.–Era broma, yo también estoy deseando llegar a casa. Además Dick va a cerrar ya, hoy nada de

fiestas privadas.Me abrocho las zapatillas. Mis pies agradecen las Converse desgastadas después de

martirizarlos todo el fin de semana con tacones.–¡Nos vemos el viernes, chicas!Heather me lanza un beso que yo atrapo con un guiño y me lo pego en la mejilla. ¿Veis? Es un encanto. Salgo por la puerta de atrás y me echo el abrigo por los hombros, ni siquiera me he quitado la

ropa del club, tengo tantas ganas de llegar a casa que no he perdido tiempo en cambiarme. Debo detener un aspecto muy curioso con las medias de rejilla y las Converse rojas, por un momento meavergüenzo de las pintas que llevo. Pero a estas horas no creo que haya mucha gente por la calle quese vaya a fijar en mí.

Martin está afuera esperando al cierre para irse con un cigarro en la mano, como siempre.–¿Te he dicho alguna vez que es muy malo fumar?–Todos los fines de semana, Becky –la risa se le escapa junto con una bocanada de humo.–Creo que llevo dos años ya diciéndote que no me llames Becky, por favor…–¿Qué quieres que haga si tienes cara de Becky? Fuera de esas puertas ya no eres Becca, y

además creo que ya nos conocemos desde hace tanto tiempo que me puedo permitir el lujo de ponerteun nombre cariñoso. ¿O no? La rubiales te llama Morritos.

–Frank no tiene remedio, lo sabes. ¿Cuánto tiempo llevas preparando esa excusa?Se echa a reír a carcajadas.–No es ninguna excusa, cariño.–Vaaaaale, llámame como quieras.–Vaya dos días de extras, ¿eh?Resoplo.–Es que sólo se le ocurre a Mel irse a esquiar con su novio sin haber pisado la nieve en su vida.–Yo llevo esperando algo así hace tiempo.–¿Por qué?–Ese tío es un gilipollas que le va a traer problemas.–Ella parece contenta, pero las chicas no están muy convencidas. Dicen que es un estirado.–Solo he coincidido una vez con él, pero ya sabes que a Heather le gusta mucho hablar y se le

escapó que le había visto levantarle la mano a Mel un par de veces.–¡¿Cómo?! –la furia comienza a dominarme. –¡Será cabrón! ¡¿Pero Mel en qué está pensando?!

Verás cuando vuelva a trabajar, voy a tener una conversación muy seria con ella y…–No, no digas nada. Podrías meter en un lío a Heather, ya sabes lo ciega que está Mel y

seguramente la acusará de mentirosa. Si algún día me entero que ese tío le ha puesto la mano encima,o le veo un solo moratón en el cuerpo, ya me encargo yo.

La mala hostia me ahoga, pero tiene razón.–Está bien, no diré nada. Pero prométeme que no dejarás que le haga daño. Mel no se lo

merece.–No te preocupes. Si le pone una sola mano encima, le patearé su jodido y pijo culo de abogado.–Si necesitas ayuda para patearle también los huevos, avísame.–Becky, creo que pasas demasiado tiempo con Frankie –se echa a reír.–Lo sé... –bizqueo.Jones abre la puerta y frunce el ceño.–¿Todavía estás aquí, Becca?–Ya me iba, jefe.–Martin, puedes irte ya, yo echo el cierre en la delantera. Mueve el culo y lárgate, Morritos –

pone un gesto y se echa a reír.–No conocía esa vena gilipollas tuya, Jones –le hago una mueca arrugando la nariz.–Cuidado con la carretera, Becky.–¡A sus órdenes, sargento!Bajo las escaleras corriendo y de repente, oigo voces y gritos. Hay una discoteca cruzando la

calle y de vez en cuando hay alguna pelea de mocosos ricachones borrachos, sobre todo los sábados.Pero hoy es domingo y además, la discoteca está cerrada.

Qué raro... Observo la escena cuando llego abajo. Un grupo de chicos rodean a alguien mientras le dan

patadas.

–Malditos niñatos borrachos…Normalmente no me meto en esas peleas, ellos se lo buscan. O quizá no, pero no es mi problema.Pero antes de desviar la mirada y continuar hacia mi coche, uno de los chicos levanta al que

tienen en el suelo y lo pone en pie para darle un puñetazo y no es otro niñato como ellos, es unhombre. Vestido con harapos, sucio, cubierto de sangre. Un mendigo. La sangre me hierve en lasvenas y aprieto los puños. La adrenalina se dispara en mis venas y comienza a recorrerme el cuerpo.No me lo pienso dos veces y echo a correr, gritando.

El dolor es tan insoportable que creo que me voy a desmayar. ¿Por qué me están haciendo esto? Yo no he hecho nada, nunca me he metido con nadie. Vuelven a golpearme en el estómago.

Tengo ganas de vomitar, pero llevo sin comer dos días. Parece que el golpeador número uno seha cansado así que el golpeador número dos me coge del abrigo y me levanta.

Por favor, basta ya. La súplica se queda en mi pensamiento, porque no me sale la voz.Su brazo se estira hacia atrás y cierra el puño. Me va a dar otro puñetazo. Todo se vuelve

borroso. Cierro el ojo derecho esperando, el izquierdo ya se han encargado ellos de cerrármelo.El puñetazo no llega, pero sí un grito de mujer…

–¡BASTA YA, HIJOS DE PUTA!No me puedo creer que esa palabra haya salido de mi boca, o es la rabia que se ha despertado

en mí la que me hace blasfemar, o Martin tiene razón y paso demasiado tiempo con Frank.Oigo gritar mi nombre a mi espalda.–¡¡Becky!! ¡¿Adónde te crees que vas?!Es Martin, pero no le hago caso. Sigo corriendo. Lo único que quiero es ir más rápido, correr a

más velocidad para llegar hasta ellos y evitar que le maten, y a ser posible darles una buena palizatambién.

Parece que mi grito les ha dejado paralizados por el momento porque no siguen dándolepuñetazos. Se vuelven hacia mí, y cuando ven que soy una mujer se echan a reír, sueltan al mendigo yse cruzan de brazos. Son tres, estatura media, no muy fuertes. Pero cobardes, pegar a alguien en gruposiempre es de cobardes.

–¿Y tú quién eres? ¿Superwoman con medias de puta?Por fin llego hasta ellos, y de un puñetazo le parto varios dientes al que ha hecho la pregunta. Se

tambalea y cae de culo al suelo, llevándose la mano a la boca.–¡Eso no te lo esperabas! ¡¿Eh, valiente?!–¡¡Pedazo de zorra!! –Escupe los dientes rotos en la palma de la mano y después, me mira

incrédulo.El que tengo a mi derecha se lanza a por mí para derribarme, pero yo anticipo su movimiento y

le doy un derechazo en la cara. La nariz empieza a sangrarle. Se toca con la mano y hace un gesto de

dolor.–¡Me has roto la nariz! ¡Me has roto la nariz pedazo de…!–¡¿Pedazo de qué, eh?! ¡¡Vuelve a llamarme zorra y te rompo algo más que la nariz!! ¡¿Me oyes?!Las manos fuertes de Martin me apartan de Nariz Rota y él se dirige al único que aún no ha

recibido ningún golpe, que nos mira a los dos con la boca abierta.–¿Tú también quieres?Niega con la cabeza y echa a correr. Nariz Rota ayuda a Dientes Rotos a levantarse y se marchan

sin mirar atrás.–¡Qué no os vuelva a ver por aquí! ¡¿Me oís?! –sigo gritando histérica con el cuerpo tembloroso.–Becky, Becky, tranquila. ¿Estás bien?Alzo la mano y hago una mueca de disgusto. Se me está hinchando por momentos y los nudillos

me sangran. Pero no me importa, me alegro de haber roto unos cuantos dientes y una nariz a esoscapullos.

–Sí, solo me duele un poco la mano. Pero a él hay que ayudarle –hago un gesto con la cabezaseñalando al hombre que está tumbado en el suelo medio inconsciente.

–¿Y qué se supone que tenemos que hacer con él?–Llevarlo al club y curarle un poco. ¿O crees que tiene seguro social, cabeza hueca?–No creo que a Jones le haga mucha gracia que metas a un indigente de la calle en el Diamonds.

Y mucho menos en ese estado.–¡Jones se puede ir al infierno! Además, el club ya estará vacío y yo no voy a dejar a este

hombre desangrándose en la calle, y punto. ¿Me ayudas o tengo que cargar yo sola con él?Al final se rinde y entre los dos lo levantamos, nos cuesta poco porque está tan delgado que

apenas pesa.–Si me preguntan negaré cualquier relación con este incidente. No puedo arriesgarme a perder el

trabajo. Sabes que tengo dos bocas que mantener y…–Lo sé, lo sé. No te preocupes. Yo seré la única culpable, lo prometo.–¡Ah! Y Becky… –le miro, esperando que ponga alguna pega más. –Buen gancho de derecha.Me guiña un ojo y resoplo en una risa.

charlie

Girl ain't no kindness in the face of strangers Ain't gonna find no miracles here

Bruce Springsteen Human touch

–Martin, llévale al sofá de nuestro vestuario. Yo voy al botiquín a ver qué puedo encontrar paralimpiarle las heridas.

–Becky, ¿estás segura?–Claro que estoy segura. ¡Venga!Cojo todo lo que puedo del armario. Desinfectante, gasas, vendas y un bote de analgésico. De

camino, paso por el despacho de Dick porque tiene una pequeña nevera que siempre está llena, cojoun sándwich y una botella de agua, y vuelvo al vestuario a toda prisa.

El extraño está tumbado en el sofá con los ojos cerrados. Bueno, de hecho sólo uno, el otro se lohan cerrado a puñetazos.

Me acerco a él y me agacho de rodillas para examinarle más de cerca. La nariz no le sangra, asíque creo que no la tiene rota. Le intento alzar un poco el labio para ver si tiene algún diente roto y seestremece, gimiendo sin fuerzas.

–Lo siento. Solo quiero comprobar si tienes algún diente roto. ¿Puedes abrir la boca?Abre el ojo que tenía cerrado y me mira. Es azul, un azul tan bonito que me deja boquiabierta. Él

asiente y hace lo que le he dicho , pero yo sigo perdida en el azul de su mirada, donde se mezclantristeza y agradecimiento.

Ahora puedo verla con claridad, a la mujer que me ha salvado. Me mira con la boca abierta,

probablemente esté asustada porque debo estar horrible. Yo me quedo fascinado por ella. Espreciosa. Morena, piel clara, ojos castaños, labios carnosos. Cierro la boca de golpe, creo que yaha comprobado si me han roto los dientes…

–¿Becky? –Martin me saca de mi ensoñación.–Eh, sí… No, no tiene ningún diente roto.¿Puedes preparar un poco de hielo en un paño? Cuando

le limpie las heridas debería ponérselo.–Está bien –suspira resignado.El extraño sigue mirándome y me entran ganas de llorar.–¿Cómo te llamas? ¿Puedes hablar?Emite un suspiro largo y no le entiendo.–Está bien, tranquilo. Ya me lo dirás más tarde.–Charlie…

–¿Charlie?Asiente.–Charlie, yo soy Becca. Voy a desinfectarte las heridas. Sé que te va a doler y no te voy a decir

que un poco, pero necesito que aguantes. Te prometo que luego hay sándwich y analgésico comopremio, ¿vale? –sonrío y hace una mueca que creo que es un intento de sonrisa.

Qué bonita sonrisa. Por un momento casi he olvidado que me acaban de dar una paliza de muerte, hasta que me

pone el desinfectante en la cara… A punto estoy de desmayarme, pero no quiero pasar másbochorno del que estoy pasando.

Le limpio con cuidado la cara. El dolor en su mirada le delata pero no se queja ni una sola vez.

Cuando termino, le paso el trapo con el hielo.–Toma, póntelo en el lado izquierdo que es el que tienes más inflamado. Ahora voy a revisarte

el cuerpo, por si hubiera alguna costilla rota.Intento levantarle la camiseta y me agarra de la muñeca. Mueve la cabeza negando.–Solo quiero ver si hay que vendarte. No me voy a asustar, tranquilo.Me suelta la mano. Le subo la camiseta y tengo que cerrar los ojos para no derramar las lágrimas

que empiezan a agolparse en mis párpados. Los hijos de puta le han dado una buena paliza. Tiene eltórax cubierto de moratones y en un costado se le está empezando a oscurecer uno enorme con muymala pinta.

–Martin, casi seguro que tiene alguna costilla rota. Ayúdame a incorporarle para ponerle unvendaje que le sujete.

–Superheroína, enfermera… Becky, ¿alguna sorpresa más?Me echo a reír.–No, hasta ahí llegan mis habilidades. Practico kickboxing y defensa personal desde los veinte y

tengo dos cursos de primeros auxilios, ¿contento?–Creo que te falta el curso de “cómo salir de este aprieto sin que mi jefe me eche”.–¡Vamos, cállate!Termino de vendarle y le acerco el sándwich y la botella de agua, pero el sándwich me lo

devuelve.–¿No tienes hambre? Tienes que comer algo Charlie, o no podrás tomar los analgésicos.–Está bien –la voz le sale rota y áspera.Consigo que coma la mitad y le doy dos pastillas. –Bueno y ahora, ¿qué piensas hacer con él?–¿Cómo que qué pienso hacer con él?–¿No pensarás dejarle aquí?–No. Lo llevaré a mi casa.Martin me agarra del brazo y tira de mí para sacarme del vestuario a la rastra.–Becky... ¡¿A ti se te ha ido la olla?!

–Sssshhhh... No grites. Te va a oír.–¡¿Qué no grite?! ¡Me importa una mierda que me oiga! ¡¿Vas a meter a un extraño en tu casa así,

sin pensar?!–¿Y qué quieres que haga? ¿Dejarle tirado en la calle con no sé cuántas costillas rotas y la cara

como si le hubiera arrollado un camión?–No sabes nada de él. No sabes si es un pobre hombre, un ladrón o un asesino.–¿Un asesino? Vamos Martin, me parece que ves muchas películas. Además, ya has visto cómo

me defiendo y en su estado, ¿crees que puede hacerme daño?–Te sorprenderías de las cosas que puede hacer un maníaco homicida.–¿Un maníaco homicida? ¿En serio? –me echo a reír. –Creo que no es a mí a quien se le ha ido

la olla…Se cruza de brazos y me mira con la ceja levantada.–A mí no me hace ninguna gracia pero te diga lo que te diga no vas a hacerme caso, ¿verdad?–Pues no. Ya me conoces.–Me rindo contigo –resopla. –Pero quiero que mañana, en cuanto levantes tu trasero temerario

de la cama, me llames para decirme que me he equivocado respecto a él y que sigues de una pieza. Sia las doce de la mañana no tengo ninguna llamada tuya, iré hasta Lafayette y tiraré la puerta de tuapartamento abajo, ¿me oyes?

–Alto y claro –sonrío.–Anda, vamos que te ayudo a llevarle hasta tu coche.–Gracias, grandullón.–Y si mañana sales en las noticias por salvar a un psicópata ni se te ocurra mencionar mi

nombre.Pongo los ojos en blanco.–Ayúdame antes a vendarme la mano y nos vamos, estoy cansada. Los oigo discutir fuera, probablemente sea por mí. No quiero que ella tenga problemas.

Seguro que el tipo grande es su novio y es un ataque de celos, o no. Algo escuché antes sobreperder un trabajo, entonces serán compañeros de trabajo. O compañeros de trabajo y novios.Tener la palabra “novio” y a ella en el mismo pensamiento hace que se me revuelvan lasentrañas…

–Ten cuidado, Becky. Y acuérdate de llamarme.–Tranquilo.Arranco el coche y le digo adiós con la mano. Miro a Charlie y veo que se ha recostado en el

reposacabezas y ha cerrado el ojo.–¿Estás bien?Apoyo la mano en su brazo y aprieto con suavidad. Da un respingo y se incorpora.–Lo siento.Sus labios se curvan en una sonrisa. Asiente.–Mi casa está algo lejos de aquí, unas dos horas en coche. Duerme un rato y descansa.–No, no…–¿No qué?

–Déjame por aquí cerca –tose, intentando aclararse la garganta.–Ni hablar.–Pero…–No hay peros, no voy a dejarte en la calle en este estado.Vuelve a asentir y a recostarse en el asiento. Sé que eso no está bien, pero no puedo protestar, los analgésicos me están haciendo efecto.

Y con el ruido suave del motor del coche y la suave respiración de ella me quedo dormido.

El viaje se me hace eterno, la adrenalina del momento me mantenía en pie, pero ahora que estoymás tranquila me está dando el bajón y el cansancio está haciendo mella en mí. Menos mal que yaestoy cerca de casa.

Por suerte, consigo aparcar enfrente de mi edificio. No sé si podría cargar con él más de unamanzana.

Charlie sigue durmiendo. Intento despertarle suavemente pero se sobresalta otra vez y se retiraasustado.

–Sssshhh… Soy yo, Becca. ¿Recuerdas? Tranquilo. Ya hemos llegado.Su mirada suplica perdón. Las lágrimas se me agolpan otra vez en los ojos. Me giro hacia la

ventanilla para secármelas. Charlie me sujeta del brazo y tira de mí.–No... No llores Be... cca.¿Se preocupa por mí después de lo que él ha pasado hoy? Sus palabras me llegan al alma y no

puedo contener más las lágrimas.–Lo siento... –las lágrimas terminan derramándose por mis mejillas.Me observa interrogante, con la cabeza ladeada.–Siento no haber llegado antes.–Me... salvaste... y...–No hagas más esfuerzos, te cuesta hablar. Mañana cuando estemos más tranquilos hablamos,

¿vale?–Sí.–No sé si voy a poder cargar contigo yo sola. Hoy he tenido trabajo extra y me ha tocado hacer

de Superwoman, así que vas a tener que ayudarme, ¿podrás?Asiente.Dejo a Charlie en el sofá cuando llegamos a mi apartamento, y voy a por sábanas y una

almohada.–Es un sofá cama, voy a abrirlo.–No, no... te preocupes... estaré bien así.–¿Seguro?–Sí... gracias...Noto un calor extraño que me recorre el cuerpo al oír sus palabras. El único ojo que conserva

abierto me mira con intensidad. Es de un azul tan intenso que tengo que parpadear para no perdermede nuevo en él.

–¿Quieres que te traiga algo más? ¿Agua? ¿Algo de comer?–No.

–Si necesitas ir al baño es la segunda puerta a la derecha. Y si necesitas ayuda o te pones peor,mi habitación está justo enfrente. Si puedes despertarme, claro.

Hace esa mueca que a mí me parece una sonrisa.–Buenas noches, Charlie.–Buenas noches... Becca.Me desnudo y me pongo rápidamente el pijama. Estiro los dedos de la mano vendada y mi cara

se crispa de dolor, pero estoy tan cansada que pongo la cabeza en la almohada y me sumerjo en unsueño profundo.

conociéndonos

I look at you and I fantasizeNow and tonight

Eric Carmen Hungry eyes

El despertador no me da tregua. Dos horas de sueño son muy pocas, y además me duele elcuerpo como si la paliza me la hubiesen dado a mí.

Me levanto medio adormilada para meterme en la ducha. Consigo despejarme un poco cuando elchorro de agua fría me da de lleno en la cara. Me enrollo una toalla y voy a la cocina a prepararmeun café bien cargado. Al pasar por el salón, veo a alguien durmiendo en el sofá y pego un grito quetermino sofocando con la mano. De repente, recuerdo la noche anterior y suspiro aliviada. Por suerte,mi grito no le despierta.

Mientras desayuno, me reviso la mano. Flexiono los dedos y aún me duelen un poco, pero creoque no tengo nada roto. Solo tengo un corte pequeño, debí de hacérmelo con algún diente de DientesRotos.

Me echo un poco de desinfectante en el baño y me coloco una venda limpia. Vuelvo al salónpara comprobar si Charlie sigue durmiendo. Me acerco a él y escucho su ronquido suave. Tiene unaspecto horrible a la luz del día, pero parece que está descansando bien, así que decido nodespertarle y le dejo una nota.

"Tengo que ir a trabajar, sobre las tres y media estaré aquí. Tienes comida en el frigorífico,

puedes coger lo que quieras. También hay café en la cafetera. Te he dejado ropa limpia encima de micama y toallas en el baño por si quieres asearte. El número de la cafetería donde trabajo estáapuntado en el calendario que está junto al teléfono, si tienes algún problema no dudes en llamarme."

–Rebecca, tus juergas están empezando asustarme.–Marcel, no estuve de juerga y tampoco estoy de humor, así que mejor cállate.–¿Qué demonios te ha pasado en la mano?–Ayer tuve que partir un par de morros.Total, sé que no va a creerme.–Lo que tú digas…Lo sabía. Qué inocente eres, Marcel. Si pudiera le pateaba el culo también a tu ex mujer.

Jen también me pregunta por la mano en cuanto la ve vendada, y me libro de responderle porqueentra el primer cliente y es de mis mesas, así que le digo que más tarde se lo cuento. Pero con eljaleo, no me da tiempo a pensar ninguna historia verosímil. Por suerte, a las dos de la tarde, miencantadora compañera se ofrece para cubrir mis mesas hasta que termine nuestro turno, y me diceque me vaya a casa. Supongo que mis ojeras y verme toda la mañana arrastrándome como un zombi,le han asustado un poco.

–Gracias, cariño. Mañana te cuento, ¿vale?Aunque tendré que omitir la parte en la que salía de trabajar en el club, la parte en la que curé a

Charlie en el club y la parte en la que conduje dos horas hasta mi casa desde Nueva Orleans. Esdecir, voy a tener que inventármelo todo.

–Claro que tienes que contarme. Y espero que esas horribles ojeras sean por un hombre y unagran noche.

–Si tú supieras... ¡Hasta mañana, Jen!

Abro la puerta de casa, cuelgo el abrigo y tiro el bolso al suelo en el recibidor a pesar de quetengo un mueble bien hermoso para dejarlo, pero soy así de desastre la mayoría de las veces.

– ¡Ya estoy aquí!Me asomo por la puerta de la cocina y no hay señales de que haya desayunado. Tampoco oigo

ruido en la casa. Camino rápido al salón y lo encuentro tumbado aún en el sofá, durmiendo. ¿Durmiendo? Me acerco despacio. Por favor que respire, por favor que respire... Suspiro aliviada cuando compruebo que su pecho sube y baja.Me cambio de ropa en mi habitación y vuelvo a la cocina para preparar algo de comer. Me

pongo música en el Ipod y canturreo Simply Irrestible mientras cocino. La escucho cantar en la cocina, también tiene la voz bonita. Me quedo un rato más tumbado

en el sofá, disfrutando de su pequeño concierto. No logro identificar qué es lo que está cantando.Cierro los ojos.

¿Por qué habrá hecho esto por mí? Soy un extraño, sin embargo nunca podría hacerla

daño, pero otro… Me pongo enfermo solo de pensarlo. Me levanto y me acerco hasta la cocina. Está de

espaldas a mí con unos auriculares puestos. Lleva unos pantalones cortos y una camiseta detirantes. Mueve el trasero a la vez que remueve un cucharón de madera en una cazuela.

Bonito trasero.

Sonrío, o al menos lo intento, porque mi cara me duele horrores.Se inclina un poco en la encimera y el encaje de sus braguitas asoma por debajo del

pantalón. Se me pone dura al instante.Traicionera, ahora no. Respiro hondo y pienso en mi antigua vecina, la vieja señora Mitchell, la de los gatos. Tacitas de porcelana, cubertería cursi de plata, pastel de manzana, la hora del té, gatos,

gatos y más gatos… Se acabó, vuelvo a tener control sobre mi polla, la señora Mitchell siempre funciona. Mete

una bandeja en el horno. Me acerco por detrás… Termino de cocer la salsa y la echo por encima del pollo para meterlo todo en el horno. Mmmmm… Qué bien huele. Cuando me doy la vuelta me golpeo contra alguien y grito.–¡¡Oh, lo siento!! ¡Lo siento, Charlie!Me quito los auriculares de las orejas y le sujeto del brazo.–¿Te he hecho daño?–No, tranquila.Ha recuperado la voz, aunque aún suena un poco ronca. Pero es suave, como una caricia. Mi piel

se eriza y mi cuerpo entero se estremece, y cuando digo mi cuerpo entero me refiero a mi cuerpoentero, entrepierna incluida.

Piensa en otra cosa, Rebecca. Di algo… –¿Tienes hambre? Estoy haciendo pollo en salsa, espero que te guste –sonrío e intento calmarme.–Me gusta todo... Becca.El modo en que se pausa para decir mi nombre vuelve a ponerme nerviosa y empiezo a

morderme los labios. Va a pensar que estoy loca, así que le doy la espalda y me concentro en larueda de temperatura del horno.

–Llámame Rebecca, por favor.–He leído tu nota. ¿Por qué no me has despertado?–Pensé que preferirías dormir y descansar. Me levanto temprano.–Pero me has dejado solo en tu casa.–Oh, vaya... –me doy la vuelta. –Lo siento mucho. No podía faltar hoy, los lunes solemos tener

más trabajo y mi compañera no puede...–No, no –me interrumpe. –No quería decir eso. Me refiero a que has dejado a un extraño solo en

tu casa, así sin más. Has confiado en mí sin apenas conocerme.–Y eso... ¿te ha molestado? –frunzo el ceño, extrañada.

–No, es solo que podría pasarte algo y... –se calla.–¿Crees que hago esto a menudo? –me echo a reír sin querer. –Eres el primer extraño que entra

en mi casa. Y de verdad, me parece enternecedor que te preocupes por mí, pero cómo pudiste verayer no soy ninguna niña indefensa.

–No quería molestarte, siento si mi comentario…Le corto antes de que la conversación se vuelva más incómoda.–Tienes ropa limpia en mi cama. Date una ducha y comemos, ¿vale? No sé tú, pero yo estoy

muerta de hambre.–¿La ropa...?Me mira con el ojo azul bien abierto. Yo no entiendo nada.–¿Qué ocurre?–¿Es tuya?Por fin caigo en la cuenta.–¡Oh, no! ¡No es de mujer! Guardaba algo de ropa de mi ex. Pero no te preocupes, me dejó antes

de estrenarla. Elige lo que te guste. Es más, puedes quedártelo todo si quieres. Quítate la venda delas costillas, después de comer te pondré una limpia.

–No sé cómo voy a agradecerte todo esto.–Dándote prisa. ¡Tengo hambre!

Nos comemos el pollo entre los dos. Mejor dicho, devoramos el pollo entre los dos.Y con la boca medio llena, intento que me hable de él, pero me responde con evasivas

preguntándome cosas sobre mí y mi trabajo en el Diamonds. Y de repente, me sorprende con unapregunta que no esperaba.

–¿Te acuestas con los clientes?–Eso es un poco íntimo, ¿no crees?–Sí, perdona –baja la vista avergonzado.Sonrío.–Estaba bromeando. No, no me acuesto con los clientes. Alguna vez si me ha gustado alguno,

bueno... he aprovechado. Pero no me dedico a la prostitución.–¿Por qué vives tan lejos de Nueva Orleans?–Es una manera de desconectar de estas dos vidas que llevo. La de aquí es bastante normal.–Trabajas en una cafetería, por lo que leí en tu nota.–Sí, de lunes a viernes soy camarera.–¿Saben algo sobre tu otro trabajo?–No, solo lo sabes tú.–¿Y por qué me lo has contado?–Tú no me conoces, yo no te conozco. Tampoco conoces a nadie de aquí, ni de mi entorno. Y

ayer te salvé la vida vestida de bailarina de club, así que creo que no hubiera servido de nadamentirte.

–No voy a juzgarte, Rebecca.–Gracias.–La verdad es que es una pena.

–¿Es una pena? ¿El qué?–Bueno, yo no te he visto bailar, pero si bailas tan bien como golpeas, es una pena que tu talento

se desperdicie en un club. Aunque mírame, yo desperdicio mi vida en la calle, así que soy el menosindicado para decírtelo, supongo.

–Me gusta mi trabajo. Sé que no es bailar en un escenario de Broadway pero me respetan, nadieme fuerza a hacer nada que yo no quiera. Y eso es algo que ni en los mejores escenarios te puedespermitir. Y ahora, ¿vas a contarme tu historia? Yo tampoco voy juzgarte.

–No, es demasiado triste para estropear una comida tan deliciosa.Terminamos de comer en silencio y me ayuda a recoger la mesa y la cocina. Me niego

rotundamente al principio, pero parece que es más cabezota aún que yo, así que le dejo hacer.Después, le digo que se siente en el sofá del salón y voy a por el botiquín para curarle.

–Tu mano.–¿Qué?–Te hiciste daño ayer en la mano, déjame que te la cure.–No te preocupes, puedo hacerlo yo sola.–Dame las vendas, me las pondré yo solo entonces.Le miro con los ojos bien abiertos y me echo a reír.–Vale, tú ganas.Me venda la mano con cuidado y cuando termina de anudar, desliza las yemas por mi palma

suavemente hasta la punta de mis dedos, y me suelta.Un escalofrío me recorre la columna, pero no es precisamente de miedo. Quiero que vuelva a

tocarme. De repente, tengo mucho calor. Me levanto del sofá y voy a la cocina a beber agua. ¿Qué me pasa? –Rebecca, ¿estás bien?Charlie me observa desde la puerta de la cocina.–Sí, sí, estoy bien. Solo tenía… sed. Vamos a echar un vistazo a tus heridas. ¿Qué le pasa? Lo de la sed es una mentira piadosa porque ni siquiera ha sacado un vaso. Está agitada y sus

mejillas están sonrosadas. Quizá no debería haberle acariciado la mano, pero no he podidoevitarlo.

–¿Te duele aquí?Su cara se encoge cuando le toco y gime.–Vale, ya veo que sí. Este moratón tiene una pinta muy fea, Charlie. Creo que deberíamos ir a un

hospital.Se echa a reír.–¿Crees que tiene seguro social cabeza hueca? –intenta imitar mi voz. –Tenías razón, no tengo

seguro social.–No te preocupes, yo corro con los gastos, en serio.

Su ojo derecho se abre sorprendido.–¡¿Qué?! ¡No! ¿No crees que ya estás haciendo bastante por mí?–Pero podría ser algo grave.–Me pondré bien. Tú solo ponme la venda.–Pero yo…–Dejaré que vayas a la farmacia a por algo un poco más fuerte que los analgésicos, eso es todo.–Podrías tener una perforación en el pulmón.–Podría, pero casi seguro que no la tengo. Vamos, Rebecca, te digo que ya has hecho bastante.

Quizá debería irme y no abusar más de tu hospitalidad.–¡No! ¡No te vayas! Quédate por lo menos esta noche. No podría dormir tranquila si te vas

ahora. Por favor.Le sujeto del brazo, desesperada. Él asiente.Ir a la farmacia ha sido una buena excusa para salir a que me dé un poco el aire y pensar qué es

lo que me pasa. No llego a ninguna conclusión. No sé por qué la idea de que se fuera me ha puestotan nerviosa. Quizá sea que me reconforta tener compañía en casa.

Cuando llego a la entrada de mi edificio, el miedo vuelve a aparecer. ¿Y si al final se ha ido? ¿Ysi abro la puerta y no está?

Si no está seguirás con tu vida y ya está. Entonces, ¿por qué estoy tan alterada?Pero no se ha ido, sigue sentado en el sofá viendo la tele.Sonrío.Me salto mis clases de kickboxing y pasamos el resto de la tarde viendo la televisión y hablando

de mí. Sigo sin sonsacarle nada de su vida. Pero yo tampoco le cuento mucho de la mía, al menos node la parte que menos me gusta recordar.

Me propone hacer la cena como agradecimiento y no se me ocurre llevarle la contraria.Mientras, abro el sofá cama y pongo sábanas limpias.

–Rebecca, no hacía falta. El sofá es cómodo aunque no lo abras.–No pasa nada, así dormirás mejor. Estoy seguro de que dormiría mejor en tu cama, contigo. Pero no puedo decirle eso. Me avergüenzo de mí mismo solo por pensarlo. –Levántate mañana cuando quieras. Ya sabes que tienes comida en la cocina y la ducha, bueno…

ya sabes dónde está. Hay toallas limpias en la puerta derecha de mi armario. Si necesitas algo másllámame al trabajo, ¿vale?

–Claro, no te preocupes.–Si quieres, por la tarde podemos salir a dar un paseo. Estar aquí encerrado dos días es para

volverse loco –bromeo. Estar aquí encerrado contigo es lo mejor que me ha pasado en la vida.

–Yo me voy a acostar ya, estoy cansada. Puedes seguir viendo la tele.–No, no quiero molestarte.–No me molestas, de verdad. Seguramente será poner la cabeza en la almohada y adiós. En la

cocina tienes las pastillas, tómatelas antes de dormir –me levanto del sofá.–Vale.–Hasta mañana, Charlie.–Adiós, Rebecca. ¿Adiós Rebecca? ¿Por qué me dice adiós? Pero no me da tiempo a darle muchas vueltas porque cuando pongo la cabeza en la almohada, me

duermo al instante. Me levanto a la cocina para tomarme las pastillas. Me tomo dos, el costado me duele

bastante pero no he querido decirle nada para no asustarla.Sé que soy un imbécil y no debería hacerlo, pero no puedo evitarlo y me acerco a su

habitación. Solo quiero verla dormir. La observo desde la puerta. Duerme boca abajo, abrazadaa la almohada, con una pierna flexionada. Lleva un pijama de algodón blanco, pantalón corto,camiseta de tirantes, con puntillas en los bordes. Inocente. De repente, suspira y se remueve. Yome escondo detrás de la puerta por si se despierta. Espero. Vuelvo a sentir su respiraciónregular y echo un último vistazo. Tonto de mí. Ahora está boca arriba, con los brazos debajo dela almohada. No lleva sujetador, sus pechos suben y bajan con su respiración, tiene los pezoneserguidos. La tengo tan dura que me duele. Esto no está bien. No está nada bien.

adiós

If I could maybe I'd give you my worldHow can I when you won't take it from me

Wilson Phillips Go your own way

Me despierto de buen humor, dormir más de ocho horas seguidas ayuda bastante. Charlie siguedurmiendo y tampoco voy a despertarle esta vez. Pero decido hacer algo por él. Voy al cajón de micómoda, saco mil dólares de mis ahorros y le escribo otra nota.

“Charlie, quiero que cojas este dinero. Sé que pensarás que ya he hecho bastante por ti, perocréeme que para mí sigue siendo poco. Quiero que cuando decidas irte, te lo lleves. Sé que tarde otemprano lo harás, y yo me quedaré más tranquila si sé que no te quedas en la calle, al menos por untiempo. Si no lo coges lo tomaré como un desprecio, me dolerá mucho, y creo que me lo debes. Teveo a las tres.

Rebecca.” Lo dejo en la mesita del comedor y me marcho a trabajar.

–¿Me vas a contar al final quién te provoca esas ojeras los fines de semana o te vas a seguir

haciendo la loca, Reb?Esta vez no me libro.–Conocí a un tío el sábado, nos fuimos a su apartamento y… ¿quieres que te lo cuente con

detalles, rubia? –le guiño un ojo porque sé perfectamente la respuesta.–Pues no estaría mal aprender un poco de tu técnica.Abro los ojos sorprendida.–¡Jen!–¡Hay que ver, Reb! Me fastidia mucho esta fama de mojigata que parece que tengo. Sé lo que es

una polla, ¿vale? Mi marido, por suerte, ha nacido con una entre las piernas.Me aguanto la risa como puedo.–Lo sé, cariño. No es que se la haya visto, pero creo que tu vida sexual es buena por la cara que

traes por las mañanas.–No tengo problemas ni nada de eso. Pero me da miedo caer en la rutina. Si pudieras darme unos

consejos… –arruga la nariz.–¿Y por qué crees que yo podría darte consejos sexuales?

–No sé. Mírate, Reb.–¿Qué tengo que mirar?–A ti. Eres una bomba. ¡Pero no quiero que me malinterpretes! –me sujeta del brazo y me mira

con una disculpa en sus ojos castaños.Me echo a reír.–¿Crees que porque tengo estas pintas de bailarina de club soy una experta en sexo?Jodida Jen, encima es que tiene razón.–Reb, no pienso eso de ti.–Lo sé, tonta. No te preocupes. Yo no puedo enseñarte una técnica, Jen. Pero creo que cuando

dos personas se quieren y se complementan tanto como tú y Thomas, no creo que caigan en la rutina.Y ahora, mueve el culo o Marcel entrará dando voces en la cocina en tres… dos… uno…

–¡¡Rebecca!!Pongo los ojos en blanco.–Un día de estos va a borrarme el nombre. ¡Ya vooooy! Me despierto con el ruido de un claxon en la calle. Cuando me incorporo en el sofá, veo una

nota de Rebecca en la mesita baja, junto con un montón de dinero. La cojo para leerla. El únicoojo por el que veo se abre por la sorpresa.

¿Mil dólares? No me lo puedo creer. Está loca. No puedo aceptarlo, no puedo. Tengo que irme. Si sigo más

tiempo en esta casa sé que al final cometeré alguna tontería.Pero no quiero que se sienta despreciada. No sería justo.Me levanto y me ducho. Desayuno y recojo la cocina.En el recibidor hay unas llaves, compruebo si son una copia de las de la casa. Bingo. Bajo a la calle. Llego a casa a las tres y media. Al final me he retrasado un poco porque mi jefe ha tenido que

salir a arreglar unos asuntos con su ex mujer. Que tía más zorra, no entiendo cómo puede seguirhaciéndole la vida imposible al buenazo de Marcel. Debería buscarle una novia.

¿Frankie…? ¡Ni de coña! Aunque a Frankie le vendría bien alguien normal como Marcel y a Marcel le vendría bien un

poco de la locura de Frankie, el pobre lleva una vida de lo más aburrida… No, no, Rebecca, deja de hacer de casamentera.

Además, a Frankie no la arrastraría ni un tornado hasta Lafayette.Abro la puerta de casa y dejo caer el bolso en el mueble de la entrada, hoy sí toca ser ordenada.Al pasar por la cocina veo que ha recogido los platos de la cena de ayer. Qué cabezota es... En el salón no hay nadie y tampoco siento el grifo de la ducha. Me empieza a entrar el pánico.

Entonces, reparo en algo que hay encima de la mesa. Es una rosa blanca y debajo un papel doblado.Un nudo doloroso me oprime con fuerza el estómago. Las lágrimas me escuecen en los ojosanticipándose a lo que viene, porque sé que no es nada bueno. Lo cojo con la mano temblorosa.

"Rebecca, sé que después de todo lo que has hecho por mí, esto no son formas de despedirme, pero si me

quedo y te espero, también sé que no podré despedirme nunca de ti. Ojalá puedas perdonarme algúndía y si no lo haces, sé que me lo merezco. He cogido tu dinero, así que por unos días y gracias a ti,seguiré durmiendo en una cama. Nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí. Con toda lamaldad que hay en este mundo, a veces me cuesta creer que existan personas como tú. Quizá algúndía la vida vuelva a ponerte en mi camino, mientras tanto sé feliz. Gracias por todo.

Charlie"

Las lágrimas se derraman por mis mejillas y mojan el papel. No me puedo creer que se haya idoasí, despidiéndose con una carta.

Me dejo caer en el sofá y me cubro la cara con las manos, pero no puedo evitar sollozar comouna niña pequeña.

No llores por un extraño, Rebecca.Cojo aire. Quizá esto sea lo mejor. Me limpio las lágrimas y rompo la nota en pedazos que tiro al cubo de la basura.

Adiós, Charlie...

dos meses después

I'm waking up, I feel it in my bonesEnough to make my systems blow

Imagine Dragons Radioactive

Creo que me voy a tirar por la ventana como mi vecino no termine con la puñetera obra de supuñetero baño. Estar escuchando golpes desde que llego a casa hasta casi la hora de cenar es unatortura. Tengo el sonido del taladro metido en el cerebro.

Me siento a comer y el ruido que más odio en el mundo entero se convierte en el hilo musical demi cocina: la radial de cortar azulejos.

No aguanto más. Me levanto de mala hostia y salgo al rellano. Me planto delante de la puerta delimbécil de Bran y dejo el dedo puesto en el botón del timbre, a ver si con un poco de suerte se loquemo y tiene que comprar uno nuevo.

Le escucho pegar gritos hasta que llega a la puerta y abre cubierto de polvo hasta las cejas.–¿Qué coño pasa, Rebecca? Quita el dedo del timbre.–¿Cómo que qué coño pasa? ¡Qué estoy hasta los cojones del sonido infernal de los golpes y

encima te pones ahora con la maldita radial!–Estoy de obra.–¿No me digas? Pensaba que los golpes los dabas tú con los cuernos que te pone tu mujer.Abre los ojos sorprendido y después, su ceño se arruga en un gesto de mala leche.–¡¿Estás diciendo que mi mujer me pone los cuernos?!–Mmmm… –miro el techo, pensativa. ¿Se lo digo? ¿No se lo digo? ¡Qué coño! Se lo merece por imbécil. –Sí, con un trajeado que viene los martes y los jueves. Se pasan una hora entera follando como

animales. Por los gritos que pega tu mujer debe tener una buena polla, Brad.Hago un gesto con la mano calculando el grosor y le guiño un ojo.Estos momentos son en los que agradezco tener en mi vida tener a alguien como Frankie y dejar

que me posea su boquita de camionera.La vena de su frente comienza a palpitar y su cara va cambiando de expresión y de color. Del

pálido del primer impacto al rojo del cabreo.–¡¡PEDAZO DE ZORRA DEL DEMONIO!! ¡¿Se está follando al del seguro?! ¡¡Voy a

estrangularla con mis propias manos!!Me echo a reír a carcajadas porque sé que Brad es un gilipollas que nunca le pondría la mano

encima a su mujer.

–Tranquilízate.–¡¿Qué me tranquilice?! ¡¿Mi mujer se está tirando al del seguro y me pides que me tranquilice?!–Pues sí, tranquilízate. Porque sabes de sobra que tú llevas queriéndote meter en mis bragas

desde que os mudasteis a Lafayette. Por suerte, yo no me meto en camas ajenas. Y ahora, haz el favorde parar con ese ruido infernal y dejarme comer tranquila. ¡¡¿Entendido?!!

Lo dejo plantado con cara de tonto y me meto en mi casa dando un portazo.Vuelvo a sentarme en la banqueta de la cocina y espero un rato, pero al final puedo comer

tranquila porque no vuelvo a escuchar la radial durante el tiempo que estoy en casa.

A las seis menos cuarto llego al gimnasio, y cuando termino la clase, le digo a mi monitor que la

de hoy era la última. Después de pensármelo mucho, he decidido dejar defensa personal para tenerun poco más de tiempo libre para mí, y porque necesito darle a mi cuerpo un descanso o un día deestos va a decir basta y voy a acabar mal.

–¿Vas a dejar kickboxing también, Rebecca?–No, necesito seguir activa con algún deporte. Pero últimamente me está suponiendo mucho

esfuerzo venir todos los días, Roger. Mi trabajo diario es agotador y los fines de semana tambiénhago deporte, aunque de otra manera.

–Vaya, vaya… Rebecca, la dura, hace otro deporte –se echa a reír a carcajadas.–Oye, no pienses mal. Es que bailo.–¿Bailas? –abre los ojos, sorprendido. –¿Dónde?Ya metí la pata.–Bueno… No lo hago de forma profesional. Cuatro amigas que nos juntamos para inventar

coreografías.Cada vez se me ocurren excusas peores.–Oye, pues avísame si alguna vez decidís montar un espectáculo. Me encantaría verlo –me guiña

un ojo.–Claro.Bueno, al menos ha colado.–Voy a echar de menos tus patadas en los huevos, pequeña –se acerca para darme un abrazo.–Y yo que me toques las tetas así con disimulo.

Salgo del baño frotándome el pelo con la toalla, y no me doy cuenta que voy en pelotas hasta que

oigo un silbido y un repertorio de palabras obscenas al entrar en la cocina. ¡Mierda! Ya me he vuelto a dejar la ventana abierta. Me cubro con la toalla rápidamente y me acerco a cerrarla.–¡Ya te la puedes cascar bien agusto esta noche, Brad! ¡Mientras tu mujer se tira al del seguro!–¡Vete a la mierda, Rebecca!–¡Oye! ¡Gracias por parar la radial! ¡Aprovecha por las mañanas que no estoy en casa!

–¡Eso merece una recompensa!–¡Ni lo sueñes!–¡Venga, Rebecca! ¡Una vez solo!–¡Te está escuchando todo el bloque, Brad! ¡Cállate ya!Cierro la ventana y echo las cortinas. Como no tenga cuidado, un día de estos me denuncian por

escándalo.Me pongo el pijama y me estiro en el sofá. En la televisión, como siempre, no hay nada

interesante, así que echo mano de mi repertorio de series en DVD. Pero antes de poder elegir, suenael teléfono.

–¡¡Ey, Becks!!–¿Sam?No me lo puedo creer.–El mismo.–No sé cómo te atreves a llamarme. Se te debería caer la cara de vergüenza.–Lo siento.–¡¿Qué lo sientes?! ¡Llevas tres meses sin llamar! ¡¿Crees que lo vas a solucionar con un lo

siento?!–No, claro que no. Estaré allí la semana que viene para pedirte perdón en persona, invitarte a

cenar, sacarte de paseo...–¡Ni se te ocurra aparecer por aquí porque no sé lo que te hago! ¡Bueno, sí lo sé! ¡Darte una

paliza!–Vamos, Becks, deja de gritar como una histérica que no es para tanto. Tiene una explicación,

¿vale?–Siempre tienes una explicación que curiosamente nunca me convence, Sam. Aunque más que

explicaciones son excusas que no tienen ni pies ni cabeza. Así que esta vez hazme el favor yahórratela.

–No es ninguna excusa, de verdad. No he podido llamarte antes porque he estado ocupado conun trabajo.

–¿Con un trabajo? ¿Y desde cuándo un trabajo ocupa las veinticuatro horas del día y no tepermite hacer una llamada de teléfono?

–Bueno, se me olvidó…–¡Vaya por Dios! Para una vez que eres sincero conmigo en la vida, resulta que no me hace ni

puta gracia la respuesta. ¿Te olvidaste que tienes una…?–No, no es eso. Déjame que te lo explique cuando nos veamos.–¿Y se puede saber dónde narices estás ahora?–En Boston.–¿En Boston? ¿Qué asuntos te traes en Boston? ¡Espero que no estés metido en ningún lío otra

vez!Yo lo mato.–Te lo prometo. El martes que viene cojo un avión a Lafayette. ¿Me irás a buscar?–¿Qué estás haciendo en Boston, Samuel?–Nada malo, joder. Confía un poco en mí.–La última vez que me pediste que confiara en ti tuve que pagar una fianza para sacarte de

comisaría. Espero por tu bien que estés diciendo la verdad.–Rebecca, el martes a las cinco llega mi vuelo. ¿Vendrás a buscarme o tengo que coger un taxi

hasta tu apartamento?Resoplo.–Qué remedio...–¡Gracias, Becks! ¡Te quiero!–¡Espera, Sam!Cuelga y me deja con la palabra en la boca. Mi hermano pequeño es peor que un dolor de muelas.

el chico de la barra

He’ll be surprised when I walk up to sayMan, I wanna make you glad you’re alive

Karen Kamon Manhunt

El viernes conduzco hasta Nueva Orleans con la música a todo volumen, como siempre. Voycantando a gritos, como siempre. Bueno, como siempre que voy sola en el coche. No me gustaatormentar los oídos de nadie.

Y hoy estoy especialmente contenta, he preparado una coreografía nueva y me muero de ganas desubirme al escenario.

Cuando llego al club, oigo gritar a las chicas en el vestuario mientras camino por el pasillo. ¿A qué viene tanto alboroto? –¡¡Me niego rotundamente!! –la voz alterada de Frankie me recibe al abrir la puerta.La escena es de película. El resto de mis compañeras colocadas detrás de ella, con los brazos

cruzados.–Frankie, no va a pasar nada. No sé por qué coño te pones así.Mi jefe está frente a ellas pasándose las manos por el pelo, como hace siempre cuando está

nervioso.–¡Becca! ¡Menos mal que estás aquí! Pon un poco de cordura en esta situación de locos, por

favor. ¿Dick suplicándome? Esto debe ser algo gordo. –¿Qué pasa?–Sí, anda, Jones. Dile a Becca lo que nos pasa.Frankie muy cabreada. Esto debe ser aún peor de lo que parece.–¿Vas a decírselo o no tienes huevos? A lo mejor te da miedo que ella se niegue también, que

sería lo más sensato por su parte, desde luego.Dick coge aire y resopla, pero sigue sin soltar una sola palabra.–Frank, cállate –me vuelvo hacia mi jefe y me cruzo de brazos también. –Dick, ¿vas a

contármelo?–He recibido una oferta del Senador.–¿Una oferta? –frunzo el ceño, esto no me suena nada bien.–Quiere celebrar una fiesta aquí.

–¿Aquí? ¿En el Diamonds?–Becca, quiere meter aquí a una panda de niñatos para que hagan con nosotras lo que quieran.

¡Parece mentira que no sepas cómo son esas cosas, Jones!–Martin se encarga de la seguridad.–Y dime tú, descerebrado, ¡¿qué es lo que va hacer Martin cuando el Senador y sus amigos se

emborrachen y empiecen a liarla?! ¡¿Liarse a hostias con todos?! ¡Es una persona, no un jodidohéroe! Me niego a participar en esto.

–Pero es mucho dinero.–¡Qué le den por el culo al dinero, Jones! Es nuestra vida y yo no estoy dispuesta a arriesgar la

mía por un puñado de dólares. Desnúdate, baila y pon el culo tú si quieres. Becca, ¿qué dices? –alzalas cejas y tuerce la cabeza, esperando una respuesta que seguro que ya sabe. Me conoce demasiadobien.

Ni siquiera tengo que pensármelo.–Lo siento, Dick, pero en esto no puedo apoyarte. Frankie tiene razón. Esas fiestas se suelen

desmadrar bastante y si pasara algo grave, ¿a quién iban a creer? ¿A una panda de bailarinas destriptease o al Senador de Nueva Orleans? Piénsalo bien.

–¿Heather?–Yo también estoy con Frankie.–¿Mel?Melanie niega con la cabeza.–¿Las demás qué decís? ¿Kayla? ¿Naomi?Todas hacen un gesto negativo. Dick vuelve a pasarse la mano por el pelo y suspira.–Supongo que ganáis por mayoría. No puedo obligaros a todas a hacerlo. Y quizá tengáis razón,

le diré que se busque otro club para su fiesta.Se encoge de hombros y se da la vuelta para salir del vestuario.–Jones.–¿Ahora qué, Frankie?–Gracias. Y mejor dile al Senador de nuestra parte que se puede meter su jodido dinero corrupto

por el culo.–El día que no sueltes una blasfemia cada diez palabras te subiré la paga, preciosa.–¡Te tomo la palabra, cabeza hueca!Dick cierra la puerta poniendo los ojos en blanco.–Gracias por apoyarnos, B. C.–No me des las gracias. Yo tampoco me hubiera desnudado delante del gilipollas del Senador

por mucho dinero que me ofreciese. Además, ese tipo de fiestas me dan miedo.–¡Becca, date prisa! Hoy entras la primera.–¡Vaya, es verdad! ¡Gracias, Naomi!Me acerco rápidamente a mi taquilla y suelto la bolsa de fin de semana. Me desnudo, tiene

gracia que me desnude y me vista para volverme a desnudar. Me pongo la ropa interior y voy altocador a maquillarme.

Me coloco unas pestañas postizas, nunca me las suelo poner pero hoy me apetece llevarlas parainaugurar coreografía. Me recojo el pelo en una coleta alta y termino de vestirme.

Mi primer show es con la barra. Salgo al escenario y espero con las luces apagadas a que Dick

me anuncie por el micro.–¡¡En el escenario y para todos vosotros... Beeeeeeeecca!!Oigo aplausos. Empieza a sonar la música. He elegido Radioactive de Imagine Dragons, que

empiece el show. Los ojos de todos los hombres de la sala están fijos en mí. Noto sus miradas de deseo

recorriendo mi cuerpo mientras bailo y me voy desprendiendo de la ropa, aunque eso es algo a lo queya estoy acostumbrada. Pero de repente, me invade una sensación extraña. De entre todas esasmiradas, hay una que me desconcentra y empiezo a ponerme nerviosa.

Las rodillas me tiemblan y me agarro a la barra para no perder el equilibrio. Miro al frente yveo a un hombre sentado en la barra. No puedo distinguir su cara porque los focos brillan demasiadofuerte aquí arriba, pero sé que la mirada intensa que atraviesa la sala y me hace dudar en mis pasoses suya.

¿Quién es? Me muevo un poco hacia un lado y nada, me deslizo por la barra y continúo sin poder distinguir

sus facciones. Solo sus ojos, que me tienen hipnotizada.Un pensamiento extraño invade mi mente. Quiero bailar solo para él, quiero ponerle cachondo y

quiero que sufra, como estoy sufriendo yo con su mirada.Cambio la coreografía por completo, y pasa de ser sensual a ser sexual. Me olvido por completo

del resto de hombres y sin dejar de mirarle, le doy a entender con mis movimientos que la barra es sucuerpo y lo que estaría dispuesta a hacer con él si le tuviera entre mis piernas.

Se acaba la canción. Silencio en la sala. Nadie aplaude, nadie se mueve, incluso yo me hequedado paralizada. En la vida había montado un numerito como el que acabo de montar ahoramismo.

–¡¡Becca, muévete!! ¡Es mi turno! –Mel me hace señas desde el fondo del escenario.Me doy la vuelta y salgo corriendo para meterme detrás de las cortinas, completamente

abochornada.–¡¡Joder, B. C.!! ¿Qué coño ha sido eso?–No sé, Frank. No sé qué me ha pasado, pero creo que he ido demasiado lejos.–¿Qué estás diciendo? ¡Nena, esa ha sido la mejor coreografía de pole dancing que he visto en la

vida! Míralos a todos –abre la cortina y señala, abarcando la sala. –Te apuesto lo que quieras a queni siquiera están viendo bailar a Mel. Apuesto a que si ahora fueras y los rozaras al pasar, secorrerían todos en los pantalones.

–¡¡Frank!! –le doy un manotazo.–Eh, eh, que yo no he sido la que ha dejado a toda la sala empalmada. Fijo que hasta a Kev se le

ha puesto dura.–Kev es gay.–¡Qué coño, B. C.! ¡Si hasta yo si tuviera polla también lo estaría!–¡Cállate imbécil!–¿Pero se puede saber por qué te pones así? Esto es un club, no un escenario de Broadway. Tu

trabajo es poner a los tíos cachondos y que yo sepa lo has conseguido con sobresaliente.

No contesto, es inútil discutir con ella. –Becca, te reclaman en la barra –Kayla me da un apretón en el brazo y doy un respingo.–¡¿Qué?!–No te asustes, es Kev. Tiene que decirte algo.–Ah. Por un momento pensé... –¿Qué te he dicho, Becky? Kev también se ha empalmado –se ríe a carcajadas.–Francesca, odio que me llamen Becky. Y... ¡qué te den!Le cambia la cara en cuestión de segundos y salgo por la puerta del vestuario sonriendo de

medio lado. –¡Hey, Becca! Muy buena tu actuación de hoy. Al final va a tener razón Frank. No, por favor... No habría quien la aguantara en años. –Gracias, Kev.–Si no fuera gay, creo que me habría empalmado –se echa a reír.–Por favor, no comentes eso con Frankie, ¿vale?–¿No me digas que se ha puesto celosa?–No, qué va. Pero si se entera que has dicho eso se va a poner insoportable conmigo, que es

peor.–No diré nada, tranquila –hace el gesto de cerrar la boca con cremallera y me guiña un ojo.–Kayla me ha dicho que querías hablar conmigo. ¿Era eso?–No, no. Ha estado aquí un tipo que me dio una nota para ti.Mi corazón comienza a latir con tanta fuerza que creo que me va a explotar contra el pecho.–Parece que tienes un nuevo admirador –sonríe y vuelve a hacerme un guiño.–¿La has leído?–¡No, por dios! Da gracias que me la diera a mí y no a Heather, o a estas alturas ya lo sabría

todo el club antes que tú. Toma –extiende la mano en la que sostiene un pequeño papel.–Muchas gracias.Cojo la nota y vuelvo corriendo a los vestuarios. Me encierro en el baño y me siento en el suelo.Las manos me tiemblan. ¿Será del desconocido que me miraba desde la barra? Cierro los ojos y rezo porque sea así, a pesar de que no tengo ni idea de quién puede ser.La abro. "Gracias por los mil dólares. Cama, comida y un traje lo suficientemente decente como para

entrar a verte.

Charlie" Sale al escenario y ya no puedo apartar los ojos de ella. Me gusta la canción que ha elegido

y cómo se mueve a su ritmo. De repente, duda, se agarra a la barra como si hubiese perdido elequilibrio. Y me mira. Pero no me reconoce. O creo que no puede verme porque las luces delescenario son muy fuertes.

Entonces, algo cambia en ella. Y comienza a bailar... de otra manera. No aparta sus ojos delos míos y me doy cuenta que está bailando para mí, solo para mí.

Se va desnudando sin dejar de mirarme ni un solo segundo. Acaricia la barra y mi polla seendurece al pensar en esas manos sobre mi cuerpo. Se quita el sujetador y ver sus pechoserguidos ya es demasiado para mí, podría correrme con un solo roce.

Se acaba la música y se queda inmóvil en el escenario. Tengo que salir a tomar aire fresco. No puede ser... Charlie. Salgo corriendo del baño y me tropiezo con Naomi, que me sujeta del brazo para no caerme.–Becca, ¿pasa algo?–No, no te preocupes. Ahora vuelvo.Esquivo a Frankie por poco. Menos mal que es su turno de baile y no se ha dado cuenta de mis

prisas, sino no me libro del interrogatorio.–Kev, ¿dónde está el hombre que te dio la nota?–No lo sé, me la dio y se fue. ¿Por qué? ¿Se ha pasado de la raya?–No, no. Es solo que me gustaría saber dónde está para… Bueno, darle las gracias.–¿Darle las gracias? Vaya, vaya… ¿Le gustó tu numerito, entonces? –sonríe de medio lado y se

cruza de brazos.–Sí, supongo.–Si vuelvo a verle te aviso. Pero creo que después de darme la nota fue hacia la salida. Pregunta

a Martin por si acaso.–Gracias, Kev.–¡Ah! ¡Becca!Me giro.–¿Sí?–Eres una maldita zorra con suerte.–¡¿Cómo?! –abro los ojos como platos.–El tío estaba buenísimo. Que me caiga un rayo ahora mismo si alguna vez he visto unos ojos

como los suyos.

Sin embargo, Martin no está en la entrada. Ni tampoco en el callejón donde suele apartarse para

fumar porque Dick no le deja hacerlo en la puerta del club. Qué raro.

En la calle solo hay una pareja discutiendo y un grupo de cuatro chicos fumando a la puerta de

uno de los clubs de jazz que hay enfrente.Ni rastro de mi compañero y tampoco de Charlie.–¡Charlie! ¡Charlie!Grito su nombre, como si pudiera oírme donde quiera que esté. La pareja para de discutir y me

mira. El grupo de chicos comienza a silbarme y a decir obscenidades. Me miro de arriba abajo. Sindarme cuenta he salido a la calle en ropa interior.

Mierda. Les alzo el dedo corazón y provoco más silbidos. Vuelvo a meterme en el club con una mezcla

de cabreo y decepción. La veo salir del Diamonds y gritar mi nombre. El camarero simpático me ha hecho el favor

y le ha dado la nota.No me muevo, no quiero que me vea aún. Ella no puede verme porque la farola en la que

estoy apoyado está apagada y es noche cerrada.Ha salido en ropa interior a la calle, seguro que ni se ha dado cuenta. Un grupo de imbéciles

silban y le gritan barbaridades. Me dan ganas de partirles los dientes. Rebecca les alza el dedocorazón y vuelve a meterse en el club.

Me siento en la barra con Mel mientras esperamos a nuestro siguiente show. Me habla de su

novio, el gilipollas, y yo tengo que morderme la lengua para no decirle las cosas claras. Es que nose merece a un tío así, que injusta es la vida. De todas las que trabajamos en el club, Mel es la másdulce, tan dulce como los pasteles con los que nos sorprende a veces. Con su cara de niña buena yhoyuelos.

–Piernas Perfectas, si sigues dándole a la lengua, el escenario se va a quedar vacío.–Bueno, sé que no te importaría bailar por mí, Frankie –sonríe enseñando los dientes.–Conmigo no te valen esas sonrisas chantajistas. Mueve el culo antes de que cabrees a Jones y

tengamos que aguantarlo todas.Se muerde los labios y pone los ojos en blanco. Después, se levanta del taburete y me da un beso

en la mejilla antes de irse. Mataré al abogado como le ponga la mano encima. Frankie ocupa el lugar de Mel en la banqueta.–¿Qué te ocurre, Morritos?–Nada.–A mí no me engañas. Pareces inquieta por algo.–No es nada, Frank –intento sonreír y me sale una mueca.–Joder, qué mal se te da mentir.Resoplo y me quedo callada. Mientras, los minutos pasan y no entra nadie por la puerta.–Voy al vestuario, Frank. Soy la siguiente.

–¿Tengo que preocuparme, B. C.?–No, tranquila.Pero se me han quitado las ganas de bailar, tengo un nudo en el estómago que apenas me deja

respirar, y una pregunta que no para de dar vueltas en mi cabeza. ¿Por qué se ha ido así, dejándome una nota otra vez? –¡Becca, tu turno!–¡Ya voy!Me arrastro hasta el escenario sin ganas.–Vamos, Becca. Estoy deseando ver tu nuevo baile.–Gracias, Heather –sonrío sin ánimo.Las chicas se colocan tras las cortinas dándome ánimos. O espabilo o lo voy a hacer fatal. Piensa solo en el baile, Rebecca. Siempre has querido hacer esta coreografía, no vayas a

cagarla ahora. Inspiro con fuerza y salgo al escenario.Y empiezan a sonar los primeros acordes de He’s a dream. Esta vez no me siento en la barra, sino al borde del escenario. Quiero verla de cerca,

disfrutarla, sentirla.Rebecca sale al escenario. Sólo hay una silla. Empieza la música. No me puedo creer que

vaya a hacer esa coreografía. Es imposible dejar de mirarla porque se deja el alma en el baile,aunque el gesto de su cara ha cambiado y ahora es serio y algo triste.

Ella aún no me ha visto. Mejor, no quiero distraerla otra vez.Momento del cubo del agua. Salpica a todos los de primera fila, pero no creo que a ninguno

de los que estamos aquí nos importe.Se incorpora, camina hacia el principio del escenario, y se coloca justo enfrente de mí.

Mira al frente, buscando a alguien. Se agacha de rodillas, se inclina y me ve… Me concentro completamente en la música y en el ritmo. No lo estoy haciendo tan mal, creo que

Jennifer Beals estaría orgullosa de mí, pero no estoy disfrutando del baile. Toda mi vida soñandoeste momento y no lo estoy sintiendo mío.

Maldito seas. Me siento en la silla cuando llega la parte complicada. Inspiro, cierro los ojos y tiro de la

cuerda. Por favor, que salga bien. El agua me golpea con fuerza, pero cae encima de mí.

Sonrío y doy gracias mentalmente a Dick por su puntería acertada. Sacudo mi pelo mojado,empapando a los de primera fila, pero nadie se queja. Todo va bien hasta que vuelvo a notar esamirada clavada en mí otra vez. Recorro la barra con la vista pero no le veo. Camino hasta el bordedel escenario pero sigo sin encontrarlo. Nada.

¿Dónde está? Me arrodillo y me inclino hacia delante. Y me cruzo de golpe con su mirada. Si no fuera porque

conozco el azul de sus ojos, no le hubiera reconocido.Me quedo paralizada de rodillas en el escenario, el corazón me late desbocado. Ahora puedo

verle sin la cara hinchada y todos esos moretones. Kev tenía razón, es guapo a rabiar. Se ha cortadoel pelo y lo lleva peinado hacia atrás. Una desliñada barba de tres días le hace parecer más atractivoaún.

Sonríe. Sus ojos me miran con deseo, pero también hay algo más. ¿Admiración? Mis labios hormiguean ansiosos por sentir el roce de los suyos. Pero no puedo hacerlo, nada de

contactos íntimos con los clientes durante el show. En lugar de eso, le agarro de la corbata y tiro deél hacia mí.

–Charlie... –susurro al oído su nombre.–Rebecca... –suspira el mío.–Espérame, por favor –suplico con la mirada y él asiente.Me levanto y continúo con el baile hasta que termina la canción. Y antes de salir del escenario,

veo a mi jefe mirándome con el ceño fruncido y los brazos cruzados tras la barra. Me espera broncapero ahora me da igual, no va a arruinarme la noche.

Me pongo una bata deprisa y corriendo en los vestuarios, y vuelvo a la sala. No lo veo sentadodonde estaba. El corazón me da un vuelco.

¿Se ha vuelto a ir sin despedirse de mí? Siento el típico escozor en los ojos que precede a las lágrimas. Otra vez… Una mano me toca en el hombro. Y sin darme aun la vuelta ya sé que es él.Cierro los ojos y cojo aire. Me giro y ahí está. Sus bonitos ojos azules brillan a pesar de que

apenas hay luz.–Hola, Rebecca.Le abrazo con fuerza. Él duda al principio por la sorpresa, pero después me rodea con sus

brazos y me estrecha contra su cuerpo. Noto que ha ganado peso y sonrío.–No me puedo creer que estés aquí.

Me abraza y me quedo paralizado. Siento su aliento en mi oído cuando suspira. Se separade mí y una lágrima se desliza por su mejilla. Se la limpio con una caricia. Noto que seestremece.

–¿Por qué lloras?–No sé... De alegría, supongo. Te fuiste sin decirme adiós y pensé que volverías a hacerlo ahora.

Me alegro tanto de verte y que estés bien.–Yo también me alegro de verte.–¿Por qué no has ido a verme a Lafayette? ¿Por qué aquí?–Quería verte bailar.Mi cara arde de vergüenza al recordar el numerito que he montado. Su cara se sonroja y baja la mirada. Me entran unas ganas irrefrenables de besarla. Sus

labios entreabiertos me tienen hipnotizado. Quiero morderlos, saborearlos...Los gatos de la señora Mitchell, tazas de té de porcelana, paredes con papel de flores... –Rebecca, no te avergüences de lo que haces. Nunca había visto algo así. Reflejas mucha pasión

en el baile, y eso es algo impresionante.Mi respiración se acelera. Pienso en lo mucho que me gustaría repetirlo con él, a solas. Necesito

cambiar de tema.Mi estómago empieza a quejarse desesperado. Ahí lo tienes, Rebecca. –¿Tienes hambre?–¿Qué?Parece ser que él también estaba perdido en sus pensamientos.–Estoy hambrienta, necesito comer algo. ¿Quieres venir conmigo?–Sí, claro.–Espérame aquí. Aún tardarán un poco en cerrar esto. Voy a cambiarme mientras tanto. No te

vayas, por favor.Sonríe.–No voy a irme a ninguna parte, tranquila.–¿Me lo prometes?–Te lo prometo. Podría prometerte hasta la luna ahora mismo. Mi jefe entra sin llamar en el vestuario.–¡Eh! ¡Sal de aquí ahora mismo, Jones! ¿No ves que estamos en pelotas?–Melanie, tengo tus tetas más vistas que las de mi mujer.Se cruza de brazos y da golpecitos con el pie en el suelo mientras clava su mirada cabreada en

mí, pero no dice nada.

Trato de ignorarle pero me está poniendo nerviosa. De hecho, me está sacando de quicio.–¡¿Qué?! –me pongo la bata y me la cruzo sobre el pecho. Es un poco incómodo discutir con

alguien llevando puestas solamente las bragas.–¿Me puedes explicar qué ha sido eso?–¿Qué ha sido el qué?–Vamos, no te hagas la tonta conmigo.–No sé de qué me hablas.–Sabes perfectamente de lo que hablo, Becca.–¡Jones, déjala en paz! El fin de semana que viene tendrás el doble de clientes gracias a ella.–Cállate, Frankie.Ésta frunce el ceño con mala leche pero no dice nada más. Dick se vuelve hacia mí otra vez.–Sabes las normas y sabes que está prohibido.–Sí, sé que está prohibido enamorarse de los clientes. ¿Me ves enamorada de alguno, acaso?–Sabes que no se puede intimar con ellos durante los bailes. Lo sabes.–Yo no he intimado con nadie.–¿Y el numerito de la corbata qué ha significado para ti exactamente?–No ha significado nada. Es un viejo amigo, sólo estaba bromeando.Pero sigue sin creerme.–Espero por tu bien que no vuelva a suceder o ya sabes lo que hay.–¡Serás gilipollas, Jones!–Frankie, cállate o irás a la calle detrás de ella –su tono de amenaza me deja bastante claro que

va muy en serio.–Frank, déjalo –apoyo mi mano en su hombro para evitar que arme un escándalo. No me

perdonaría en la vida que la echaran por mi culpa. –No volverá a suceder, Dick. No te preocupes.Se marcha enfadado aún, dando un portazo. Que piense lo que quiera.Cojo mi bolsa de la taquilla y saco la ropa. Sé que Frank va a atacarme por la retaguardia en

tres… dos… uno…–¿Quién es el chico guapo de la corbata?–Es un viejo amigo, Frank. De verdad.–Debe ser muy buen amigo para que te hayas arriesgado a que te pusieran de patitas en la calle.–No sabía que iba a reaccionar así de exagerado.–¿Y por qué yo no sé nada de ese viejo amigo tuyo?Llaman a la puerta del vestuario, interrumpiendo el interrogatorio.–¡Joder! Cómo sea Jones otra vez os juro que me quito las bragas a ver si lo tiene igual de visto

que el de su mujer.–Melanie, ¿desde cuándo te has dejado poseer tú también por el espíritu de la mal hablada? –

Heather entrecierra los ojos y sonríe.–¡Cállate ya, Cara Bonita! –saca la lengua y bizquea.Pero no es mi jefe esta vez. Es Martin el que espera detrás de la puerta cuando voy a abrir.–Becky, ¿has visto quién está ahí fuera?–Sí, Martin.–Casi no le dejo entrar, pero me prometió que no causaría problemas.–¿Está causando problemas?

–Jones me dijo que lo echara a la calle pero él dice que te está esperando.–¿Qué ha dicho qué? ¡Si no ha hecho nada! Mira, Dick se puede ir yendo a la mierda desde ya.

He sido yo la que le he dicho que esperara, así que si el jefe tiene algún problema que vuelva poraquí y se lo aclaro.

Está empezando a dolerme la cabeza.–Becky, yo no quiero líos con Jones.–Tranquilo, será todo culpa mía.–Creía que no habías vuelto a saber nada de él.–Y es así. Me ha sorprendido viniendo hoy. Escucha Martin, tienes razón. No quiero que tengas

problemas, así que dile a Charlie que me espere afuera.Frankie se coloca en posición de ataque, manos en la cintura y ceja alzada. Lo que me faltaba.–Creo que me he perdido algo, B. C. ¿Cómo es que Martin le conoce y yo no?–Es una larga historia. Ya te lo contaré.Sigue mirándome esperando una explicación. Pues esta vez se va a tener que conformar con

aguantar hasta mañana.–¡Frank, no voy a contártelo ahora así que deja de mirarme con esa cara!–Pero B. C. …–¡Ni B. C., ni leches! ¡Entre todos me estáis poniendo dolor de cabeza! ¡¿Podéis dejarme

tranquila de una jodida vez, por favor?!Martin agarra el pomo de la puerta.–Yo… ya me voy.Sigo gritando, cabreada.–¡Solo quiero vestirme y salir a cenar algo! ¡¿Os parece bien o también vais a poner alguna pega

al respecto?!Silencio en el vestuario. Las chicas se vuelven hacia mí y se quedan quietas.Frankie abre la boca, sorprendida.–¿Becca enfadada? Así que un viejo amigo, ¿no? Anda, lárgate –me da un empujón y resopla.–Cómo si tuvieras que darme tú permiso…Me quito todo el maquillaje que llevo encima y me pongo solo un poco de brillo de labios y

colorete, porque soy tan pálida que sin él parezco una muerta.Saco unos vaqueros y una camiseta de manga corta blanca de la taquilla, y mi cazadora vaquera.Cuando termino de vestirme ya parezco una chica normal. Ni rastro de Becca, la bailarina de

club.–¡B. C.!Me doy la vuelta antes de salir por la puerta. ¿Ahora qué quiere...? –¿Qué? –suspiro.–Rezaré esta noche a la Virgen de los Orgasmos para que tu amigo –hace un gesto con el índice y

el corazón –te eche un buen polvo y vuelvas a casa de mejor humor.–Es que no tienes remedio…Le hago una mueca de burla y después sonrío a mis compañeras agitando la mano.

–¡Hasta mañana, chicas!–¡Hasta mañana, Becca!

Dos calles más abajo está el Chartres House. Los fines de semana está abierto hasta tarde ysiempre voy con Frank allí. Además, tiene los mejores sándwiches de Nueva Orleans y las camarerasson tan amables que nos ponen extra de patatas fritas.

La fachada es de color naranja, con unas puertas enormes de hierro oscuro. Tiene terraza en laparte superior, con unas cuantas mesas, pero a estas horas ya está cerrada, así que nos sentamosdentro.

Estoy bastante nerviosa, no sé por qué. Como si fuera ahora una adolescente en su primera cita.Mi pierna no para de moverse inquieta debajo de la mesa.

Él aparenta tranquilidad, o a lo mejor sabe disimular mejor que yo.Pido el sándwich de la casa, que lleva de todo, y me lo como sin apenas respirar.–Vaya, sí que tenías hambre.Me observa con diversión mientras mastico con la boca llena. Pero esta vez no me ruborizo,

tengo tanta hambre que ni lo pienso.–Mmm... Mmm...–¿Qué?Doy un trago a mi refresco.–Sí, lo siento. Es de mala educación hablar con la boca llena –me echo a reír. –Quería decir que

sí, que tenía hambre. Bastante, de hecho. ¿Tú no quieres nada, de verdad? Aquí los sándwiches estánbuenísimos.

–No, no tengo hambre. Al menos no de eso.Por poco me atraganto y empiezo a toser.–Rebecca, ¿estás bien? –se levanta de la silla.–Sí, sí. Ha sido la bebida, un mal trago.Vuelve a sentarse y se queda callado.–¿Qué tal tus costillas? –cambio de tema a la velocidad del rayo.–Bien, recuperado del todo –se golpea un costado. –Eres una buena enfermera.–¡Qué va! Me mareo cuando veo sangre.–¿De verdad?–En serio. Supongo que ese día la adrenalina del momento evitó que pensara en ello, o quizá

tuviste suerte y ya no me mareo con la sangre.–Sé que tuve suerte, tuve mucha suerte de que estuvieras allí para salvarme la vida. Y también

tengo mucha suerte de estar aquí sentado, contigo.Otro momento embarazoso. Sigue hablando, Rebecca. –Me alegro mucho de que estés bien. Pero me has tenido muy… muy preocupada todo… este

tiempo. Espero que ahora me… me llames alguna vez.

¡Dios, deja de mirarme así! ¡No atino con las palabras! –No tengo tu teléfono.Cojo una servilleta y lo apunto.–Ahora no tienes excusa.Seguimos hablando de cosas neutrales pero como siempre, nada sobre su vida pasada. Esquiva

continuamente ese tema, y lo único que está consiguiendo es que sienta más curiosidad aún.Cuando quiero darme cuenta ha pasado una hora y media.–Supongo que estarás cansada, Rebecca. Deberíamos irnos ya.–Sí, vámonos. ¿Dónde estás alojado ahora?–En el Red Carpet.–¿Es el que está en la Noventa?–Sí.–Te llevo.–No, no te preocupes. Iré andando.–No digas tonterías. Está muy lejos.–No me importa andar, estoy acostumbrado. No hace falta, de verdad.–Charlie, sé que eres tan cabezota como yo, pero no voy a dejar que vayas solo. Además, me

pilla de paso.–Bueno, si te pilla de camino, de acuerdo.–Y aunque no me pillara de camino, te iba a llevar de todas formas.–Creo que me ganas en cabezonería –se echa a reír. Salimos a la calle y alzo la vista al cielo. Unos nubarrones oscuros cubren las estrellas y la

electricidad estática, previa a la tormenta de verano, se respira en el ambiente.Caminamos solo unos cuantos pasos y la primera gota de lluvia me moja los labios. Después,

estalla por fin el chaparrón y la lluvia cae con fuerza.Le cojo de la mano sin pensármelo y echo a correr.–¡¡Date prisa o nos vamos a empapar!! Llueve a mares. Ella me coge de la mano y tira de mí. Tengo las mías heladas, pero el calor

de Rebecca comienza a recorrerme las venas.Llegamos demasiado rápido a su coche y pierdo el cálido contacto cuando me suelta. Nos

metemos dentro y estalla en carcajadas. Me meto en el coche calada hasta los huesos pero muerta de la risa. Charlie me observa de

reojo, seguro que piensa que me he vuelto loca.–Debo de estar horrible –hago una mueca mientras me paso las manos por el pelo mojado.–No, estás preciosa.Me sonrojo y tengo que desviar la vista al frente para evitar su mirada azul. Arranco el coche y

conduzco en silencio porque no sé qué decir, esa intensidad con la que siempre me mira consigue queno me salgan las palabras.

La ropa empapada me provoca escalofríos y mis pezones me juegan una mala pasada,irguiéndose a través de la camiseta blanca.

¡Malditos sujetadores sin relleno! Empiezan a sudarme las manos, resbalándose en el volante. Respiro agitada y los cristales se

empañan.–Pon la calefacción o vas a coger una pulmonía.–Sí, claro.El pulso acelerado me traiciona cuando giro la rueda. Menos mal que ya llegamos.Paro el coche y me bajo. Sigue lloviendo.–No hacía falta que te bajaras del coche, vas a coger un resfriado.–Bueno, así me libraría de trabajar mañana –sonrío. Se muerde el labio mientras sonríe.Sus pezones siguen erguidos y se transparenta su ropa interior mojada.Yo solo pienso en meterla en mi habitación y en mi cama. Pero no puedo. ¿Qué puedo

ofrecerle yo? ¿Una habitación de un motel que encima paga ella? Tengo que irme ya. –Tengo que irme. No, por favor… Por supuesto, esa respuesta no sale de mi boca. Y eso que me muero de ganas de que me invite a

entrar.–Sí, yo también debería irme.Pero no quiero. Quiero entrar con él en su habitación, arrancarle la ropa mojada y… Me sonrojo

hasta las orejas sólo de pensarlo.–Métete en el coche, Rebecca. Está lloviendo mucho.–Sí, claro. Adiós, Charlie.Titubeo un poco pero al final le doy un abrazo. Y me entretengo más de la cuenta. No me esperaba el abrazo. Noto el calor que desprende su cuerpo y sus escalofríos a partes

iguales. Noto sus pezones rozando mi pecho y tengo que luchar con todas mis fuerzas para nocogerla entre mis brazos y besarla hasta dejarla sin aliento. Cierro los ojos e inspiro su olor. Estan dulce…

Le suelto y me doy la vuelta sin mirarle, porque sé que, si lo hago, estoy perdida. Abro la puerta

del coche.–Rebecca.Me giro con el corazón a mil por hora. Por favor, por favor, pídemelo.

–Gracias por traerme.–De nada.Entro en el coche, me dejo caer en el asiento y suspiro, decepcionada.Arranco.Se da la vuelta.Meto la marcha.Echa a andar.Avanzo un metro… Dos…Saca las llaves de su bolsillo.Tiro del freno de mano.Se para.Me bajo del coche.Corro.Le llamo.–¡¡Charlie!!Se gira.Dejo de correr.Camino rápido.Llego hasta él.Le rodeo el cuello con mis brazos y le beso.Le beso.Le beso...Mi corazón golpea desenfrenado en mi pecho.La lluvia cae como un torrente sobre nosotros, pero yo solo puedo sentir el calor que se va

extendiendo por mi cuerpo al choque de su lengua con la mía. Rebecca me invade los sentidos. Le sujeto la cara entre mis manos y respondo con la misma

pasión.Cuanto tiempo sin besar a nadie. Creo que nunca he besado así y a mí jamás me han besado

de esa manera. Quiero saborearla de todas las formas posibles. Quiero tocarla y acariciarlahasta que me duelan las manos. Pero aquí no.

Intenta soltarse y yo protesto.–¿Quieres pasar dentro? Al final vamos a ponernos enfermos los dos.–Sí, sí quiero.Me coge de la mano y me lleva hasta una puerta con un número sesenta y nueve pintado en color

blanco. Qué oportuno. –Es solo coincidencia –se echa a reír como si me hubiera leído la mente.Una vez dentro, vuelvo a besarle. Sus labios son tan suaves, tan sensuales… Y su forma de

besarme es… No sé cómo explicarlo, pero nunca antes me habían besado así. Mi piel arde de deseoa pesar de que estoy empapada de lluvia.

–Espera un momento –trae unas toallas secas del baño y me da una. –Sécate un poco el pelo.Me lo recojo a un lado y me froto con la toalla para escurrirlo. Él también se frota el pelo y

cuando termina, lo tiene alborotado.Quiero desnudarle. Ya.Me acerco hasta él y dejo caer la toalla por el camino. Desbotono su camisa y recorro con mis

dedos la piel desnuda que dejo al aire mientras le miro a los ojos. Cuando termino con el últimobotón, le desabrocho el cinturón. Tiro de la camisa despacio para quitársela. Tiene la piel de gallina,pero creo que no es por el frío.

Desliza su mano desde mi cuello hasta mi pecho. Mis pezones siguen erguidos y los acariciacon timidez. Aprieto su mano con la mía para que lo haga con más fuerza.

Bajo lentamente la cremallera de sus pantalones y siento su erección presionando la ropainterior. Los dejo caer al suelo mientras acaricio su pene. Su respiración se acelera al mismo ritmoque la mía.

–Desnúdame, como yo te he desnudado a ti.–No, quiero que te desnudes para mí.Sonrío. Desde que me crucé con su mirada en el Diamonds no he deseado otra cosa.Le digo que se siente en la cama y me quito la cazadora.–No sé si voy a poder hacer esto sin música.–Pues yo canto de pena, pequeña.Se nos escapa la risa a los dos.–Espera, puedo improvisar con el móvil.Busco una canción que tenga buen ritmo y encuentro Paradise Circus de Massive Attack. Perfecta. Le doy la espalda y muevo despacio las caderas mientras me voy subiendo la camiseta. Me la

quito y la tiro al suelo. Me desabrocho los botones de los vaqueros y los bajo lentamente. Saco unapierna, otra. Caen encima de la camiseta. Camino hasta él. Me agacho a su altura y con mis labiosrozo los suyos. Coloco su mano en mi trasero y él acerca la otra, desliza las dos hacia abajo por mismuslos y las vuelve a subir, acariciándome con las yemas de los dedos.

Doy un paso atrás y me doy la vuelta otra vez. Me desabrocho el sujetador y bajo los tirantes. Lodejo caer al suelo y me acerco otra vez a él.

–Quítamelas –señalo mis bragas de encaje.Sus dedos se deslizan por el elástico, rozándome la piel, mientras me mira a los ojos. Puedo ver

lo mucho que le gusta en sus pupilas dilatadas de deseo. Me las baja despacio.Le empujo para tumbarle en la cama y me coloco encima suya. Le beso.Me agarra por la cintura y con un solo movimiento me coloca debajo y tira de mí para alzarme

hasta el cabecero. Se quita los calzoncillos.–Becca… Yo no me esperaba esto.–No me llames Becca, por favor. Fuera del club soy Rebecca y para ti soy Rebecca –sonrío.–Está bien, Rebecca.

–Yo tampoco me lo esperaba. Aunque me moría de ganas –un sonrojo discreto me tiñe lasmejillas.

–Quiero decir que… que no tengo preservativos, así que si no quieres seguir, dímelo.–Oh…–Si no quieres lo entenderé, de verdad.–Yo… creo que tengo alguno en el bolso.Me muero de la vergüenza al decirlo, no quiero que piense que los llevo porque me acuesto

normalmente con alguien los fines de semana. Pero, ¿a qué viene eso ahora? ¿Por qué me importa lo que piense? Odio tener estos pensamientos tan machistas.Me levanto de la cama y busco en el bolso. Encuentro dos condones en el monedero pero saco

solo uno.Rompo el envoltorio y se lo pongo.Suspira.–Tócame, Charlie. No muerdo.–Lo sé, es que yo…–¿No te gusto?–¿Crees que no me gustas? ¿Entonces esto qué es?Me coge la mano y la coloca en su pene rígido.–Pues tócame.–Hace mucho que no estoy con una mujer.–¿Y crees que se te ha olvidado cómo acariciar a una? Déjate llevar, haz lo que desees. A mí me

gusta que me toques –apoyo mi mano en la suya y le guío hasta mi entrepierna. f–Así. No tengasmiedo.

Mi clítoris comienza a hincharse por la fricción y él lo atrapa entre los dedos, juega con él. Misgemidos le despiertan y acelera el ritmo.

–Sigue así… –un remolino de sensaciones se acumula en mi interior. –Sigue, Charlie… Sigue…Me aprieta contra él mientras su lengua invade mi boca en un beso que casi me hace perder el

sentido. ¿Qué cojones me pasa? Dos meses pensando en ella, soñándola desnuda en mi cama, y ahora que la tengo delante,

desnuda, mía… No sé qué hacer.Bueno, sí sé lo que quiero hacer, pero estoy bloqueado. Estoy bloqueado porque no me

puedo creer que la tenga aquí.Veo el mismo deseo en sus ojos que el que arde por mis venas. Tiene que ser un sueño. Pero

sus gemidos y su tacto son tan reales… –¡Charlie! –me corro gritando su nombre.Cuando los espasmos del orgasmo remiten, cambio de posición y vuelvo a colocarme encima.

Lo necesito. Quiero sentirle dentro de mí. Quiero regalarle yo también el placer que él me haregalado.

Sus dedos se clavan con fuerza en mis caderas. Yo me balanceo sobre él al principio despacio,despacio… Su espalda se arquea y se introduce más en mí.

Se mueve lentamente sobre mí y yo no puedo apartar mis ojos de ella. Sus pechos erguidos

se bambolean al ritmo de sus movimientos. Cojo uno entre mis manos y lo acaricio.Suspira. Acelera sus movimientos.Tiro de ella hasta que cae sobre mí y le muerdo los labios mientras suspira. Su pelo húmedo

me acaricia los hombros.Me voy a correr ya. Rebecca… Sus labios devoran los míos. Sus gemidos contra mi boca me calientan la sangre. Y sigo…

sigo… sigo…Se corre suspirando mi nombre.Yo me incorporo y, clavándome más en él, me dejo llevar por mi propio orgasmo.

Sus manos recorren mi espalda, acariciándola. Mi cabeza reposa sobre su pecho mientras

enredo los dedos en su pelo.–¿Qué sueles hacer los sábados durante el día?–¿Normalmente? Dormir, dormir y dormir. Me quedo en casa de Frank a pasar el fin de semana

para no volver a Lafayette, y las dos dormimos como troncos. Bueno, ella va por las tardes a clasesde yoga, así que yo sigo durmiendo –me echo a reír.

–¿Y los domingos?–Lo mismo. ¿Por qué? ¿Quieres que hagamos algo? –me incorporo y apoyándome en los codos

para mirarle.Retira un mechón de mi frente.–No. Supongo que tendrás que descansar para volver a trabajar. Esta noche apenas has dormido

–sonríe.–Ha merecido la pena. ¿He dicho eso en alto? Vuelvo a apoyarme en su pecho con las mejillas ardiendo.–Ya lo creo, Rebecca.Noto su sonrisa al decírmelo.–¿Y bien? ¿Algún plan para hoy?–¿No prefieres descansar?–Después de dos meses sin verte, prefiero dormir en otro momento.–Pero Rebecca, yo…

–¿Tú qué?–No quiero que me malinterpretes, esto ha estado muy bien y…–¿Pero?Se queda callado.–¿Charlie?–¿Por qué quieres que hagamos algo juntos?–No sé. Me gusta estar contigo, eso es todo.Pero eso no es todo, siento algo distinto cuando estoy con él y eso que apenas lo conozco. ¿Qué es lo que me pasa? Yo no creo en el amor. Sin amor, no hay dolor. –Casi no me conoces.–Quiero conocerte.–Pero yo no puedo ofrecerte nada, ni siquiera puedo invitarte a cenar. No tengo nada que darte.–Yo no quiero que me des nada. Solo quiero que seamos amigos, no sé.–Creo que con lo de esta noche hemos cruzado el límite de ser amigos. ¿No crees?–¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué porque hayamos echado un polvo ya no vamos a poder tener

nada más? –me levanto cabreada con los ojos cargados de lágrimas de rabia.–Rebecca, yo no he querido decir eso –me agarra del brazo.–Suéltame.–Por favor, no te enfades. No he querido decir eso.Cojo mi ropa y me encierro en el baño para vestirme. Me apoyo en la puerta y me dejo caer

hasta el suelo llorando en silencio. ¿Pero qué es lo que he hecho? Soy un imbécil de campeonato. Escucho sus sollozos en el baño y me dan ganas de dar

puñetazos a la pared. ¡Joder! Pero tiene que entenderlo. ¿Qué puedo ofrecerle yo? Estoy arruinado, vivo en la calle, no

tengo nada, ¡nada! Si estoy en este motel es gracias a ella.Maldito sea mi hermano, tendría que haberlo matado cuando tuve oportunidad.Tengo que dejarla marchar, es lo mejor para ella. Me lavo la cara con agua fría. Aun así, se nota que he estado llorando porque tengo los ojos

enrojecidos.Unos golpecitos en la puerta con los nudillos me sobresaltan.–Ya estoy terminando de vestirme, ahora salgo.–Rebecca, déjame entrar.–No, enseguida salgo. Dame un minuto.–Por favor. Abre la puerta.

Cierro los ojos y me muerdo los labios mientras sujeto el pomo y abro despacio.Él empuja la puerta con fuerza y me estrecha entre sus brazos.–Lo siento, lo siento…Yo no lo abrazo. No quiero perdonarle que haya estropeado el rato maravilloso que hemos

pasado.–Déjame, Charlie. Me voy.–¿No vas a perdonarme?No contesto. Cojo mi bolso y mi cazadora, y me voy del motel cerrando con un portazo.Cuando llego a casa de Frankie no hay nadie, así que me tumbo en la cama y después de llorar

un rato, me rindo a los brazos de Morfeo.

no estoy de humor

What a wicked game to play, to make me feel this wayWhat a wicked thing to do, to let me dream of you

Chris Isaak Wicked game

–Despierta.Alguien me zarandea pero yo no quiero despertarme, así que aprieto los párpados con fuerza paraque el sueño no se desvanezca, porque estoy soñando con él.

No quiero despertarme. No… –Vamos a llegar tarde.Ruido de persianas. La claridad que intenta abrirse paso y la voz de Frank.–¡Dios, estás horrible! ¿Qué coño te ha pasado?Abro un ojo y puedo verla sentada en el borde de la cama, con los brazos cruzados. Vuelvo a

cerrarlo.–¿Vas a contarme por qué estás hecha un desastre?–No.–¿No?–No.–Pues levanta tu hermoso culo de la cama y vamonos a trabajar. Pero que sepas que no voy a

aceptar ese no como respuesta mucho tiempo.–¿Qué hora es?–Las ocho y media.–¡¿He estado durmiendo todo el día?! –me tapo la cara con el brazo.–Como un lirón, nena. ¡Venga, levanta! –tira de mi brazo para sacarme a la rastra de la cama. Me

da un empujón cuando llegamos al baño y cierra la puerta.–¡No te entretengas, B. C.!Me meto en la ducha para despejarme un poco y arreglar estos pelos espantosos que tengo de la

remojada de ayer, y lo que vino después. Charlie. Como siga así, voy a ponerme a llorar otra vez como una idiota. ¡Por dios, Rebecca! ¡Si tú nunca has llorado por un hombre!

Ni siquiera cuando el imbécil de Robert me dejó plantada en mitad de unas vacaciones a Florida

que yo había pagado con mis ahorros de todo un año. Aquello sí que fue para llorar hasta el final delos tiempos. Maldito cabrón.

Piensa en otra cosa. Mi hermano Sam. El dolor de muelas. ¿Cuándo dijo que venía? Tendré que volver a llamarle. El Diamonds está lleno como nunca. Parece ser que se ha corrido la voz de mi bailecito de ayer.

Pues no pienso volver a hacerlo, fue un momento de debilidad y no pienso volver a dejarme llevarpor algo así.

Después de mi primera actuación, la cara de muchos de los presentes es de decepción. Me danganas de gritar:

–¡QUÉ OS JODAN A TODOS!Pero no quiero perder mi trabajo, así que camino rápido hacia los vestuarios y me dejo caer en

mi silla con los brazos cruzados.Hoy estoy de un humor de perros. Las chicas prefieren no preguntarme y están a su rollo.–B. C., no sé por qué me da que mis plegarias de ayer no fueron escuchadas…Pero claro, Frankie es Frankie, y si no habla, revienta.–No estoy de humor.–Ya, ya veo que no estás de humor. Estás de una mala uva que no hay quién te aguante. ¿Me vas

a contar qué demonios te pasó ayer? ¿Un mal polvo o qué?–¿Por qué todo tiene que girar alrededor de un polvo, Frank?–Pues porque si estuvieras bien follada, no te habrías levantado con esa cara y ese carácter

endemoniado que tienes hoy.–¿Y a ti que te importa? –frunzo el ceño, enfadada.–¡Pues claro que me importa, joder! ¡Eres mi compañera de trabajo pero también eres mi amiga!

O al menos, eso creo. Me lo debes, Rebecca.Me sorprende escuchar mi nombre completo de su boca. Solo lo dice cuándo le ha dolido algo

que he dicho.–Es que no tengo ganas de hablar de ello. Además, es una historia un poco enrevesada y…–Soy toda oídos. Y créeme, B. C., sí quieres hablar de ello.Al final insiste tanto que termino contándoselo todo. La paliza, como les di una buena a esos

gilipollas, y como curé a Charlie y lo llevé después a mi casa. Y por supuesto, lo de anoche.Ella escucha sin interrumpirme, por primera vez en su vida, hasta que finalizo y me quedo

callada.–No termino de entenderlo. ¿Has estado llorando por un tío al que apenas conoces, y que

rescataste de la calle sacando tu vena de heroína de cómic?Me encojo de hombros.–Yo qué sé, Frank.–¿Y encima de que le regalas tu dinero, se marcha de tu casa dejando una jodida nota de

agradecimiento?–Lo sé, es de locos. Pero no sé lo que me pasa cuando estoy con él. Me siento… distinta.–¿Distinta en qué sentido?–¡No lo sé! Es lo que intentaba averiguar antes de que me largara del motel.–Lo que deberías hacer es darle una patada en los huevos a ese desagradecido. Y desde luego,

necesitas algo fuerte para cambiar ese gesto de malfollada. Anda, vamos a pedirle a Kev que nosprepare un cóctel.

–¡Ni lo sueñes! La última vez que te hice caso con lo de los cócteles me desperté con una resacade mil demonios, y acabé vomitando en la cafetería durante mi turno de trabajo.

–Bueno, pues que no sea un cóctel. Pero algo que te baje un poco los humos, tienes a las chicasacojonadas.

Me echo a reír sin poder evitarlo.–Así me gusta, Morritos –me guiña un ojo.–¡Ah! Frank…–¿Sí?–Sé que te mueres por saberlo.–¿El qué?–Mi gesto no es de malfollada, es de cabreo. Fue uno de los mejores polvos de mi vida.Echa la cabeza hacia atrás y estalla en una carcajada que resuena en todo el vestuario,

sobresaltando al resto de mis compañeras.Ahora que se me ha pasado un poco el enfado, me siento fatal por haber pagado mi mal humor

con todas, así que me disculpo.–Chicas, siento mi genio de hoy. No tuve una buena noche ayer.Melanie sonríe y hace un gesto con la mano para quitar importancia.–No pasa nada, Becca. Todos tenemos derecho a tener un mal día.–Cara Bonita tiene unos cuantos.–Frankie, olvídame cariño.–Imposible olvidarte, nena.–Pues déjame en paz, anda.Me la llevo de allí antes de que empiece la guerra.Frank pide un cóctel para ella y un whisky doble para mí.–¿Crees que después de esto voy a poder subir al escenario a bailar?–Claro que sí. Y puede que hasta les montes un numerito como el de ayer y se vayan tan

contentos a casa para follarse a sus mujeres.–Frank…–¿Qué, Morritos? Esas mujeres deberían estarnos agradecidas por inspirar a sus maridos para

follárselas luego. Quiero creer que lo nuestro es como una especie de obra de caridad. Piénsalo, sinosería un jodido asco.

–¿No puedes dejar por un día de ser tan malhablada?

–No, me sale solo. Siento que tus delicados oídos tengan que sufrir con mis palabrasmalsonantes.

Ya está con sus ironías… –Voy a cambiarme, me toca el próximo –me bajo de la banqueta para volver a los vestuarios.Frankie silba.–¡¡Hazles sudar, B. C.!!Me doy la vuelta y alzo el dedo corazón mientras la muy zorra se ríe a carcajadas.Camino mirando al suelo y no me doy cuenta que alguien me sigue hasta que me sujetan del

brazo, tirando de mí. Me giro pensando que es Frankie para seguir dándome el coñazo.–¡Mira que eres…!Las últimas palabras se me atascan en la garganta.–¿Mira que soy…?Por unos segundos me quedo sin habla. Cierro los ojos, igual es mi imaginación jugándome una

mala pasada. Pero cuando los abro, sigue ahí.–¿Qué haces aquí?–Creo que te debo una explicación por lo de ayer.–No me debes nada –sacudo el brazo para soltarme, pero él aprieta un poco más fuerte para no

dejarme ir.–Rebecca, sabes que te debo la vida pero no sé cómo voy a poder pagarte eso.–No tienes que pagarme nada, Charlie. Suéltame.–Por favor, escúchame. Yo no quería decir lo que dije, no me diste tiempo a dejar que me

explicara.–A lo mejor es que no quiero oír tus explicaciones. Lo siento, pero tengo que irme. Es mi turno.Me sigue hasta el vestuario y cuando voy a entrar por la puerta, vuelve a hablar.–Te esperaré afuera.Cierro los ojos y cojo aire. Entro sin volverme a mirarle y cierro dando un portazo. Me siento en una banqueta de la barra para verla. Pero su forma de bailar es muy distinta a

la de ayer, se nota que está molesta y no tiene ganas.Me maldigo por afectarla de esa manera. No quiero que su jefe le eche la bronca otra vez

por mi culpa.Su mirada se cruza con la mía un instante y se hace la indiferente. Pero no me molesta,

supongo que me lo tengo merecido. Entonces, se agacha y le agarra de la corbata a uno de losde la primera fila, como hizo conmigo ayer.

¿Pero qué está haciendo? Sigue jugando con el de la corbata, y de repente me doy cuenta de que voy a reventar el

vaso que tengo en la mano como siga apretándolo. ¿Lo está haciendo aposta? Va a conseguir que la despidan.

Suelta al tipo y me mira durante unos instantes. Y por fin lo entiendo, ha conseguido lo que

se proponía y lo que ninguna mujer había logrado hacer conmigo en toda mi vida. Que medevoren los celos.

Entro en los vestuarios con la ira quemándome como fuego en las venas, y doy otro portazo.

Espero de pie a que llegue Dick a echarme la bronca pero no aparece.–Vas a arrancar la puerta, B. C.–Cállate.–Definitivamente te has vuelto loca, nena. Ayer casi te echa a la calle por el numerito de la

corbata, y hoy vas y lo repites también. ¿Qué excusa vas a poner hoy? ¿Qué es tu vecino del cuartoque ha venido a verte?

–Muy graciosa, Frank. Cállate y no me cabrees más –resoplo e intento calmarme. No quieropagar mi mal humor otra vez con mis compañeras.

–Becca, no te preocupes por Dick. Estaba hablando por teléfono con su amante número dos y noha visto lo de la corbata.

–¿Y dónde estabas tú para saber que estaba al teléfono, Cara Bonita? –Frankie se cruza debrazos y alza una ceja.

Oh, no… Ya empiezan otra vez. –¿Y a ti que te importa, Frankie? –se planta frente a ella con las manos en la cintura.–Bueno, a lo mejor me importa si donde estabas era debajo de su escritorio.–Chicas, parad…Pasan de mí.–¿Qué pasa que ahora te interesa Jones?–No, no me interesa Jones, Heather. Pero su mujer me cae bien. No sé quiénes son las amantes

numeradas, pero créeme que como le pille alguna vez en una situación comprometida con alguna devosotras la arrastraré de los pelos y a él le cortaré los huevos.

–¡Vale ya, Frank! ¡Nadie va a acostarse con Dick! ¿Por qué no dejas a Heather en paz?–¿Ahora eres la defensora de Cara Bonita? –alza las cejas con un gesto de asombro.–No soy la defensora de nadie. Pero no sé qué es lo que ganas poniéndote en su contra cada dos

por tres. Tenemos que vernos las caras todos los fines de semana, empieza a comportarte como unaadulta, joder.

Abre la boca para decir algo, pero la cierra otra vez y frunce el ceño.–No quiero que os enfadéis por mi culpa, Becca –Heather nos mira a las dos, preocupada.–No te preocupes, Cara Bonita. Creo que Morritos tiene razón. No volveré a meterme contigo.–Gracias, Frank.–No eres tú la que tiene que darme las gracias, B. C.–Heather tampoco tiene por qué dártelas. Yo solo lo hago por hacerme caso al menos una vez en

tu vida.Me visto despacio. Si me quiere esperar que espere, yo no voy a darme ninguna prisa.–¿Salimos a tomar algo esta noche?

–No, Frank. Mañana quería hacer unas compras en el centro y prefiero irme a dormir.–¡Qué aburrida te estás volviendo! ¿No será por el imbécil que rescataste de la pelea?Si le miento va a pillarme.–Me está esperando afuera.–¿Pero tú eres gilipollas?–¿Qué?–Solo espero que te esté esperando para que puedas darle una patada en el culo y mandarle

lejos.–Haré lo que pueda.–No, no lo harás. Te comerá la oreja y te abrirás de piernas.No le hago caso. Somos peor que una pareja discutiendo y hoy tengo el cupo de discusiones

lleno, así que vuelvo al tema de salir a ver si consigo distraerla.–Te prometo que el próximo fin de semana salimos por ahí. Viene mi hermano esta semana a

verme, pero no creo que se quede más que un par de días.–¿Tu hermano el que siempre está metido en líos pero que es guapísimo de la muerte?Lo sabía, háblale de chicos guapos y se le nubla la mente.–El mismo.–¡Me muero por conocerle!–No veo cómo.–Tráele el fin de semana y salimos juntos.–Seguro que ya estás pensando en algo más que en tomarte unas copas con él. Pues desde ya te

advierto que por encima de mi cadáver.–Te lo estás diciendo tú todo, nena.–Es que te conozco, Frank. Y solo le faltaba a mi hermano una cabeza loca como tú que le

siguiera el rollo.–A lo mejor es justo lo que necesita, alguien como yo.–¡Ni lo sueñes! ¿Mi hermano y Frankie? Vamos que no.

vuelvo a caer

I wanna kiss you, but I wanna too muchI wanna taste you, but your lips are venomous poison

Alice Cooper Poison

Cumple su promesa y lo encuentro afuera, esperándome. Pero hago como si no le hubiera visto ycontinúo caminando hasta mi coche.

–¡Rebecca, espera!No hago caso. Camina rápido, Rebecca. Vamos. Noto como acelera el paso detrás de mí. Agarro el manillar de la puerta a la vez que él me sujeta

del brazo.–Rebecca, por favor. Escúchame.Me doy la vuelta y sus bonitos ojos azules se clavan en los míos. Dios mío, es tan guapo que

solo quiero besarle. Céntrate, Rebecca. Estás enfadada. Muy, muy enfadada. Cruzo los brazos y me apoyo en el coche.–Vale, te escucho.Frunce el ceño, como si no fuera esa la respuesta que se esperaba.–No quiero que pienses que no quiero verte. Me gusta estar contigo pero yo no puedo darte nada.

Lo poco que tengo es gracias a ti y…–Charlie, es que yo no quiero que me des nada. ¿No lo entiendes?–No entiendo qué es lo que quieres de mí. Estoy confuso.–Solo quiero que seamos amigos, que podamos salir por ahí, ir a algún sitio, pasear, hablar. No

sé, pasar tiempo juntos. Pero si tú crees que por habernos acostado ya no podemos tener eso puesnada, respetaré tu decisión.

–Sé que no debí decirlo.–No, no debiste.–Y cuando salgamos por ahí como dices, ¿cómo lo vamos a hacer? ¿Vas a seguir pagándolo tú

todo? Porque yo no podré invitarte a cenar, o al cine, o donde quiera que vayamos.–No importa.–A mí sí, Rebecca. A mí me importa.

–¿Me vas a salir ahora con la vena machista? ¿Me vas a decir eso de que las mujeres nopodemos invitar a los hombres a cenar? ¿Es eso, Charlie?

No me lo puedo creer. –No, no es eso. ¿Es que no te das cuenta que no tengo nada que aportarte? ¡Nada! Dentro de dos

días ni siquiera tendré un sitio donde dormir, ni comida que llevarme a la boca. ¿De verdad quierestener amigos así?

Sus ojos brillan demasiado porque está conteniendo las lágrimas.Alargo mi mano e intento coger la suya, pero se aparta y mira hacia otro lado. Me acerco a él y

le cojo la cara entre mis manos para secarle las lágrimas que ahora se deslizan por sus mejillas.–Charlie, ahora vas a escucharme tú a mí. ¿Entendido?Asiente con un suspiro.–No es que quiera tener amigos así, te quiero a ti como amigo. Me da igual que no tengas nada.

¿Crees que soy tan materialista? Pues no, no lo soy. No valoro a mis amistades por el grosor de sucartera.

–Yo no tengo ni cartera –sonríe con tristeza.–Y respecto a lo que puedas o no aportarme, eso solo puedo decirlo yo, ¿no crees? Charlie,

quiero ayudarte.–No, no puedo aceptar más… –se aparta de mí, negando.–¡Cállate! He dicho que me escuches.Cierra la boca y me deja continuar. Buen chico. –Sé que no puedo ayudar a todas las personas que están en tu situación, pero al menos, creo que

a ti puedo ayudarte. Y si lo que quieres es devolverme el favor, me conformo con que nos veamos devez en cuando. Solo eso. No tengo muchos amigos en Lafayette porque mi doble trabajo no mepermite llevar una vida normal que digamos. Allí tengo que inventar mil y una excusas, engañar,mentir… Es algo que odio, créeme, pero tengo miedo de lo que puedan pensar de mí. Sin embargo, túsabes lo que soy y no me has juzgado. Puedo estar contigo y sentirme normal, a ti no tengo quementirte.

–¿Y Frankie?–Frank es mi amiga, pero estando con ella sigo siendo Becca. Solo me siento Rebecca de lunes a

viernes, dentro de esa cafetería, y necesito salir y ser Rebecca también fuera de ella. Compartir mivida normal con alguien. ¿Lo entiendes?

–Creo que sí.–Bien. Y por favor, no quiero que te sientas en deuda conmigo por nada.–Eso no voy a poder prometértelo, tú me salvaste la vida.–Y quizá tú salves la mía también algún día.No puedo aguantar más las ganas de besarle. Le abrazo y mis labios buscan los suyos. Me

aprieta más contra él y suspiro.–Rebecca…

–Sssshhh… Sube al coche.Conduzco hasta el motel, y una vez en la habitación le arranco la ropa, le empujo y cae encima

de la cama.–Siento que no haya baile hoy, pero me muero de ganas de sentirte dentro de mí.Sonríe.–Yo me muero de ganas por estar dentro de ti.Me coge por la cintura, empujándome contra su erección. Me hundo en ella y su suspiro acelera la sangre que corre por mis venas. Está tan caliente y

mojada que mi polla arde de deseo por Rebecca. Como yo.Se balancea sobre mí con movimientos circulares y de vez en cuando empuja, para hundirse

más profundo. Pero esta vez quiero ser yo el que la lleve al éxtasis, así que le agarro de lacintura y con un solo movimiento, me coloco sobre ella.

Le muerdo el cuello y con la lengua le dibujo la clavícula. Se estremece. Le gusta. Sigobajando hasta sus pechos y salgo de ella. Gruñe y tira de mí para que vuelva a penetrarla, peroyo tengo otra cosa en mente. Algo que no había hecho nunca. Hasta ahora el sexo para mísiempre ha sido soso y aburrido, pero Rebecca está despertando algo nuevo en mí.

Le muerdo los pezones y los saboreo con deleite. Acaricio los pechos suaves y sus gemidosme dan a entender que le gusta lo que hago. Continúo con mi recorrido por el estómago hasta suombligo. Quiero probarla entera. Mi lengua sigue su camino y veo una pequeña mariposatatuada cerca de la ingle. La acaricio con mis labios. La observo unos instantes, tiene la bocaentreabierta y los ojos castaños empañados de deseo. Tiro de las rodillas para que abra laspiernas y deslizo mi lengua entre sus pliegues. Saboreo su excitación. Con mis dedos le separolos labios y descubro el centro de su placer. Quiero tenerlo en mi boca hasta que se corra.Muerdo y succiono mientras Rebecca se arquea de placer. La oigo repetir mi nombre entresuspiros. Sus gemidos son lo más erótico que he escuchado jamás. Noto que se tensa. Introduzcodos dedos en su vagina y los muevo en círculos.

De repente, sus dedos se enredan en mi pelo mientras sus músculos se contraen alrededorde los míos. Se corre suspirando mi nombre.

Yo ya no puedo más y me hundo en ella. Aún siento los últimos espasmos del orgasmo sobremi pene duro como una piedra. Me incorporo para sentarla encima de mí. Le agarro del traseroy empujo con fuerza. Se aprieta contra mí y me muerde el cuello, su lengua me acaricia el lóbulode la oreja.

Dios, va a volverme loco. Se impulsa con las rodillas para aumentar el ritmo. Siento que una corriente me baja por la

columna, el preludio al orgasmo. Sus labios me devoran y no puedo aguantar más… Caemos en la cama abrazados.Le retiro el pelo mojado por el sudor de la frente. Los párpados me pesan. Estoy agotada.–Duérmete, preciosa.–Pero mañana tengo que…

–Ssshhh… duérmete. Mañana ya nos ocuparemos de lo que sea.

espectáculo callejero

You hear my voice, you hear that soundLike thunder gonna shake the ground

Katy Perry Roar

Escucho la alarma de un coche en sueños. Suena lejana, pero extrañamente me resulta familiar.Me despierto y sigue sonando.

Un momento… ¡¡Es la alarma de mi coche!! Salto de la cama y rebusco en el suelo algo que ponerme. Por fin encuentro mis bragas y la

camisa de Charlie. Me abrocho dos botones y salgo de la habitación a toda prisa.Una de las puertas del coche está abierta y dos chavales corren calle abajo, llevando algo de la

mano.–¡¡Eeeeeeeeeeeehhhhh!!Se dan la vuelta pero siguen corriendo.–¡¡Hijos de puta!! ¡¡Es mi coche!! Definitivamente, cada día me parezco más a Frankie.Me acerco a mi Chevrolet y veo la guantera abierta y todo desparramado por el suelo y los

asientos. Se han llevado todos mis CD de música y la caja de condones que guardaba allí desde hacesiglos.

Ojalá se hayan estropeado por el calor y les dé una alergia que se les caiga la polla a trozos. –¡Señorita! ¡Señorita! –el recepcionista del motel se acerca a mí a toda prisa con cara de haber

visto un fantasma.–¿Qué pasa? ¿Sabe quiénes eran?–No, no, dese la vuelta.Hago lo que me dice y veo a un grupo de hombres mirándome fijamente desde la puerta de sus

habitaciones.–He montado un buen jaleo con mis gritos, lo siento.–Creo que no es eso, señorita –hace un gesto con la barbilla señalándome el cuerpo mientras

mira hacia otro lado, abochornado.Me miro de arriba a abajo y cierro los ojos. Resoplo.

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! –Oh, lo siento. Con los nervios del momento olvidé terminar de vestirme.–No se preocupe. Los hombres solemos ser así. En vez de ayudarla, en cuanto vemos un buen

culo se nos congelan las neuronas –se sonroja hasta las orejas.Me echo a reír. No me molesta el comentario porque sé que no lo dice con mala intención.–¡¡Venga, todos para dentro!! ¡¡Aquí no hay nada que ver!!Algunos se resisten a entrar, pero al final solo quedamos el recepcionista y yo.–Gracias… –extiendo la mano para estrechársela.–Joseph, pero puede llamarme Josh.–Gracias, Josh.–De nada, señorita. Siento no haber podido coger a esos imbéciles que le han robado, soy muy

torpe corriendo.Cierro la puerta del coche y me apoyo en ella.–No pasa nada, tampoco he perdido gran cosa. Bueno, me voy antes de que empiecen a asomarse

por las ventanas y tengas que regañarlos otra vez. Chao, Josh.–Adiós, señorita.Vuelvo a la habitación acelerando el paso. Charlie se está desperezando en la cama cuando entro

por la puerta. No me puedo creer que no se haya despertado antes con el sonido tan desagradable dela alarma o con mis gritos.

–¿Dónde estabas?–Afuera.Se apoya sobre el codo para incorporarse y alza una ceja.–¿Así? Quiero decir, ¿has salido a la calle medio desnuda, en bragas y con mi camisa?–Me estaban robando el coche.–¡¿Qué?! ¡¿Y por qué no me has avisado?! –se levanta de la cama y se acerca a mí.–Porque estaba nerviosa y lo único que se me ha ocurrido ha sido ponerme lo primero que he

pillado, y salir a ver qué estaba pasando.Hace un gesto extraño y me doy cuenta de que está aguantando la risa como puede.–Venga anda, puedes reírte ya.Suelta una carcajada.–Lo siento. Es que si te hubiera visto alguien así… –me señala y después se da un golpe en la

frente.–De hecho, me ha visto todo el motel.–¡¿Qué?! –deja de reírse. Vaya, ya no le hace tanta gracia. –Debería haber pasado la gorra porque parece que les gustaba el espectáculo –sonrío,

enseñando los dientes.Ahora está enfadado. Frunce el ceño. Y como no digo nada más, se encierra en el baño dando un

portazo.

¿Y a este qué le pasa ahora? Oigo el grifo de la ducha. Me quito la camisa y las bragas, y me cuelo en el baño. Abro la

cortina y se da la vuelta, sorprendido.–¿Qué haces aquí?Me meto dentro, apartándole a un lado.–Darme una ducha, ¿no puedo?No contesta.Me arrimo más a él, para que me caiga el chorro de agua encima, y me giro, dándole la espalda.

Me acaricio las piernas, los brazos, le rozo sin querer… queriendo.Sonrío cuando noto que no es inmune a mis encantos y su erección me presiona el trasero.–¿Me pasas el jabón?Le miro con una sonrisa inocente. Él me lo da sin decir ni una palabra, pero veo que continúa

con el ceño fruncido. Seguro que está frustrado porque el deseo le ha traicionado. Vuelvo a darme lavuelta para enjabonarme.

–¿Sigues enfadado?–No estoy enfadado.–Ah, entonces es que esa es tu manera de dar los buenos días. Curiosa, por cierto.–¿Te hace gracia, Rebecca?–¿Me estoy riendo?–Me da la impresión de que sí. ¿Por qué has salido medio desnuda a la calle?–Ya te lo he dicho, me estaban robando el coche.–Eso no es excusa.–¿Pero se puede saber qué es lo que te pasa? –le enfrento, enfadada. –¿Por qué acabamos

siempre discutiendo? Tiene razón, debería controlarme un poco. Ella es libre de hacer lo que quiera, y ya se

desnuda todos los fines de semana delante de un montón de hombres. Aprieto los puños. ¡Mierda! Ahora además de estar cachondo y cabreado, los celos vuelven a consumirme. Vamos cálmate, imbécil. –Toma, enjabóname la espalda –estiro el brazo para darle el gel, pero no se mueve. –Por

favor…Al final, lo coge resoplando.–Y no te enfades, anda. No te creas que me gusta ir por la calle enseñando el culo –le doy un

beso.Empieza por los hombros, con suavidad. Me masajea, presionando de vez en cuando, y yo echo

la cabeza hacia atrás y suspiro. Baja por la columna y me río porque tengo cosquillas.Le miro de reojo y sonríe, parece que he conseguido que se le pase el cabreo.

Continúa hacia abajo y me acaricia las nalgas. De repente, me agarra de la cintura y me aprietacontra él. Una de sus manos sube hasta mi pecho, pero la otra continúa en mi cintura. La sujeto con lamía y entrelazo mis dedos con los suyos para guiarle hasta la hendidura entre mis piernas.

–Pensé que ya habías superado tu miedo a tocarme.–Todavía sigo pensando que esto es un sueño. Me da miedo tocarte y que te desvanezcas. Vaya, eso es lo más bonito que me han dicho nunca. Me doy la vuelta y le beso, pero un beso tierno porque el momento lo merece.–No soy ningún sueño.–Para mí siempre serás un sueño. Desde el primer momento en que apareciste arriesgando tu

vida para salvar la mía, hasta ahora metiéndote en la ducha conmigo para matarme de placer.–No. No arriesgué mi vida. Y sí, voy a matarte de placer, pero eso es algo que tú también haces

conmigo. Entonces, ¿también eres un sueño?–Más bien una pesadilla…–Anda, cállate y bésame.

Son las doce de la mañana y sigo tumbada en la cama encima de Charlie.–Tengo que irme, quería hacer unas compras en el centro y se me va a hacer tarde.–Vale, como quieras.Me encantaría que viniera conmigo, pero quiero comprarle algo de ropa y sé que si viene no me

va a dejar.Me levanto y me visto sin ganas. Él se queda callado, observándome desde la cama.–¿No vas a decirme nada?Hace un gesto de extrañeza.–¿Qué quieres que te diga?–No sé, algo así como: ¿cuándo volvemos a vernos?–Vienes el próximo fin de semana, ¿no?–Sí, claro. Tengo el viernes libre, pero el sábado estaré aquí.–Iré a verte al club.–El sábado he quedado con Frank para salir a tomar algo después de trabajar y… Me gustaría

que vinieras con nosotras.–Lo pensaré.–No quiero que me digas que no por el maldito dinero, Charlie.–No, no. Te prometo que no será por eso.–Entonces no tienes excusa.Me acerco a él para darle un beso de despedida pequeño en los labios, pero él me sujeta por la

nuca y me acaricia con la punta de la lengua. Escalofríos. Yo no quiero entretenerme más o acabarérevolcándome con él otra vez en la cama.

–Rebecca, déjame entrar.Al final, abro la boca y su lengua la invade para encontrarse con la mía. Noto el calor

recorriendo mis venas.

–No me entretengas.Se echa a reír y me suelta.–Llámame esta semana, si te apetece.Asiente.–Claro.–¡Nos vemos el sábado!Salgo por la puerta de la habitación guiñándole un ojo.Antes de irme, me paso por la recepción del motel. El chico de esta mañana está sentado detrás

del mostrador, leyendo una revista. ¿Cómo se llamaba…? ¿John? ¿Joe? ¿Josh? Josh, sí. –¡Hola, Josh!Está tan distraído que se asusta y se le cae la revista al suelo.–Oh, siento haberte asustado.–No se preocupe, señorita. ¿Puedo ayudarla en algo?–Sí, quería dejar pagada la habitación sesenta y nueve para un mes más.–¿La del señor Van Allen?–¿Van Allen?Hasta ahora no sabía su nombre completo, y el caso es que ese apellido me suena de algo.–Sí, el señor agradable de la sesenta y nueve. Rubio, ojos azules, flequillo alborotado…–Sí, el mismo. Cárgamelo a esta tarjeta, por favor.Mientras rebusco en el bolso, Josh me sorprende con una pregunta.–¿Es usted su novia?Alzo la vista y, sin querer, le miro con los ojos como platos. El pobre se colorea como un tomate

maduro.–Yo… lo siento. No debí preguntarle eso. Discúlpeme por ser tan indiscreto, señorita. De niño

era muy curioso y no he podido quitarme esa horrible costumbre, ni siquiera con las collejas que medaba mi padre.

Me echo a reír.–No te preocupes, Josh. Solo me ha sorprendido la pregunta. Soy una amiga del señor Van

Allen.–Pues tiene mucha suerte de tenerla como amiga –se cubre la boca con la mano y vuelve a

sonrojarse. –También esta boca mía es mi perdición. Acaba de salir por la puerta y ya estoy echándola de menos. La semana se me va a hacer

eterna.A las siete de la tarde, llaman a la puerta de la habitación. ¿No tenía que trabajar? Pero no es ella, es Josh, el de recepción. Me da unas bolsas y dice que la señorita Collins

me ha pagado un mes más de alojamiento. No puedo creerlo. Definitivamente, está loca.

Las bolsas están llenas de ropa de mi talla. Rebecca, no puedes seguir haciendo esto. Ahora que tengo un aspecto decente, creo que debería empezar a buscarme un trabajo.

sam

If "Manners maketh man" as someone saidThen he's the hero of the day

Sting Englishman in New York

-Marcel, necesito salir un poco antes. Tengo que ir a buscar a mi hermano al aeropuerto.–¡¿Viene Sam?!La voz asustada de Jen me hace dar un respingo.–No te preocupes, Jen. Sabe de sobra que ahora eres una mujer felizmente casada.–Como si eso le importara… –pone los ojos en blanco.Mi hermano tuvo una historia con mi compañera hace tiempo en la que la pobre no salió muy

bien parada. Ninguno de los dos ha querido contarme nunca lo que pasó. Y a pesar de que insistíbastante a Sam, siempre me respondía lo mismo. Espíritu libre lo llama él. Pero aunque sea mihermano yo lo llamo por su nombre: cabrón de campeonato.

–Sigo pensando cómo pudiste casarte tan pronto.–Tuve suerte y encontré al hombre correcto, eso es todo.La verdad es que el marido de Jen es encantador. Trabajador, agradable y con un gran corazón.

En Lafayette la mitad de las solteras la envidian, incluida yo.–Después de lo de tu hermano, bueno… Desconfiaba tanto de los hombres que el que Thomas me

devolviera esa confianza supongo que fue una señal. ¿No crees?–Merecías a alguien así. Yo quiero mucho a mi hermano pero reconozco que tiene más de

capullo que de caballero de brillante armadura. Solo siento que te hiciera daño entonces.–No te preocupes, eso está olvidado ya. Dile que se pase un día por aquí, si quiere.–Se lo diré. Claro que se lo diré.Aunque sé que con lo cobarde que es no creo que lo haga.–¿Habéis terminado ya, cotorras? Rebecca, puedes irte cuando quieras.–¡Gracias, Marcel!Le doy un beso en la mejilla y me despido de Marie dando un grito por la puerta de la cocina.

Sale por la puerta del aeropuerto con su enorme sonrisa y una maleta demasiado grande. Oh, oh… Demasiado grande. –¡¡Joder, hermanita!! ¡¡Qué guapa estás!! –me coge en brazos y me da dos vueltas.–Ya vas a pedirme algo. Bájame, anda.

–No voy a pedirte nada. Lo digo en serio. ¡Mírate! –da un silbido de admiración, pero yo no melo creo ni por un momento.

–No tengo nada que mirar, sigo exactamente igual que la última vez que nos vimos. Sam, que nosconocemos –me cruzo de brazos. –Si vas a pedirme dinero, olvídalo.

–No voy a pedirte dinero. Joder, Becks. ¿Es que no puedo decirte un cumplido?Sigo mirándole con la ceja alzada, sé que quiere algo.–Tú solo te haces cumplidos a ti mismo.–¿Puedo quedarme en tu casa hasta la semana que viene? –se muerde los labios.–¡Lo sabía! –resoplo y bizqueo.–Pero lo de guapa iba en serio, hermanita. ¿Puedo…?–Lo pensaré.–Por favor…Pone esa cara de “soy tu hermano pequeño y sé que no me vas a dejar en la calle porque me

quieres demasiado a pesar de que soy un sinvergüenza” que no resisto. Cabeza ladeada, ojos de penay morritos. Me recuerda a cuando era un crío, tan mono, que no puedo decir que no.

¡Mierda! Odio cuando hace eso. –Está bien. Pero sabes que el fin de semana no voy a estar porque tengo que ir a Nueva Orleans.–Pues voy contigo.–¡No, no! ¡Ni hablar! Sam, allí duermo en casa de Frank –niego con firmeza.–Seguro que puedo convencer a la tal Frank para que me deje dormir en su casa también –sonríe

y me guiña un ojo. No lo dudes, hermanito. Frankie caería rendida a tus pies, así que ni hablar. –¡Ni de coña!–¡¿Qué?! ¿Pero por qué? Ah, ya sé. No quieres que conozca a Frank porque seguro que piensas

que es un peligro para mí. Con lo cual deduzco que estará tremenda. ¿Cómo es? ¿Rubia, morena…?Con un buen par de tetas, ¿eh? ¡Vamos, Becks! ¡Dime algo!

Acelero el paso y no contesto.–¡Era broma, hermanita! Pero iré contigo a Nueva Orleans.Echa a correr detrás de mí con la maleta.–No en mi coche.–Alquilaré uno.Me paro en seco, a punto de perder la poca paciencia que me queda.–¿Por qué tienes que llevarme siempre la contraria?–Porque eres mi hermana mayor. ¿Y qué hacen los hermanos pequeños sino llevar la contraria a

los mayores? Y porque te quiero.–Samuel, ¿estás metido en algún lío de los tuyos?–No, dejé las peleas. Te lo juro. Sigo boxeando pero legalmente. ¿Por qué estás tan a la

defensiva?–Porque no me fío de ti. La última vez tuve que viajar a Las Vegas y pagar una buena fianza para

sacarte de un lío de los tuyos. ¿Recuerdas?–Y si no lo recuerdo ya te encargas tú de decírmelo.–Solo quiero que no te metas en más líos.–De verdad, Becks. Te prometo que ya he dejado lo de las peleas ilegales. Así que deja de

agobiarme y confía un poco en mí. ¿O vamos a pasarnos toda la semana discutiendo?–No, pero ya sabes lo que dicen de las hermanas mayores.–Sí, que sois peor que un grano en el culo.–¡Sam! –le doy un manotazo.Él me pasa un brazo por los hombros para abrazarme y me doy cuenta de lo mucho que lo he

echado de menos. Al fin y al cabo, es la única familia que me queda.Me pide las llaves del coche para conducirlo. Le vuelve loco mi vieja chatarra. Y se las doy

porque sé que si en algo es prudente mi hermano, es en la carretera.–¿Y qué tienes pensado hacer estos días?–Pues pasar tiempo con mi hermanita.–Dar el coñazo a tu pobre hermanita, más bien.–Qué exagerada eres, Becks.–Sam, eres la persona que más quebraderos de cabeza me ha dado en la historia de mi vida. Si

no fueras mi hermano, probablemente te habría dado más hostias que las que has dado tú en el ring.–Eso habría que verlo.–He dejado la defensa personal, pero sigo con el kickboxing. Deberías venir un día de esta

semana al gimnasio conmigo –sonrío de medio lado.–No te creas que me atrae darle una paliza a mi hermana.–Buaaaah… Eso habría que verlo.–Rebecca, no voy a caer.–Ya veremos.Aparca frente a mi edificio y se vuelve a mirarme.–Si quieres que te dé una paliza, no hace falta que esperemos a ir al gimnasio –sonríe y sus ojos

brillan burlones.Tiene los ojos de mi madre. Antes de volverse loca, claro. Pero los dos hemos heredado el pelo

oscuro de mi padre, Sam aún más oscuro que yo. Y doy gracias a Dios de que sea mi hermano porquecuando sonríe, estás perdida.

Se instala en el cuarto de invitados, como siempre, y le dejo a su aire en lo que preparo lacomida.

Entro un rato después en la habitación para avisarle de que la comida ya está lista, y no meespero lo que me encuentro al cruzar la puerta.

–¿Qué se supone que es eso, Sam? –señalo un marco de la mesilla con una foto suya en el ring.–Nada, es para sentirme un poco más en casa.Pero eso no es todo. Su ordenador portátil está colocado en el escritorio junto con unos cuantos

libros de texto. Y además, ha colgado un póster en la pared con su frase favorita: “Enfréntate a tusenemigos, evítalos cuando puedas. Un caballero andará pero nunca correrá”. Englishman in NewYork de Sting.

–¿Qué coño se supone que es todo esto, Samuel? –me cruzo de brazos.–No te alteres. Ya hablaremos de ello.–No, quiero hablarlo ahora.–Becks, tengo hambre y estoy cansado. Por favor, lo hablamos en otro momento. Mañana mismo,

te lo prometo.–Ni un día más. Mañana espero tu explicación.Se acerca a mí y me da un beso en la frente.–Te quiero, Rebecca. Independientemente de la decisión que tomes, eres mi hermana y te quiero.

Eso no lo olvides. ¡Será gilipollas! Ya ha conseguido que me sienta fatal.–La comida ya está.–Tardo cinco minutos en ducharme, Becks –saca una toalla del armario y entra en el baño

cantando. –I’m an alien, I’m a legal alien…

su pasado. mi pasado

Take your time, don't live too fastTroubles will come and they will pass

Lynynrd Skynyrd Simple man

Se queda dormido en el sofá cuando terminamos de comer y yo me estoy aburriendo como unaostra. En la televisión no hay nada interesante a estas horas.

Entonces, me viene a la mente lo del apellido de Charlie. ¿Dónde lo habré escuchado antes? Le doy vueltas y más vueltas pero no consigo acordarme, así que decido encender el ordenador y

probar con Google.¡Bingo! Un artículo de un periódico nacional de hace dos años me refresca la memoria. El

escándalo fue de tal magnitud que salió en televisión, ahora lo recuerdo. Recuerdo haberlo visto undía en las noticias, mientras estaba trabajando en el Marcel’s.

“Los Van Allen en bancarrota.Una de las familias más ricas de Chicago pierde su fortuna en el juego. Sus bienes, valorados

en al menos cinco millones de dólares, se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos cuando el hijomenor de la familia, James Van Allen Jr. se los jugó en un casino de Las Vegas, pocos díasdespués del fallecimiento de su padre, James Carter Van Allen.

El hijo mayor, Charles Van Allen no ha querido prestar declaraciones al respecto y […]” El artículo continúa hablando sobre la historia de la familia y algunos chismorreos sobre la

afición del hermano pequeño al juego.Encuentro otros tres artículos más. Uno sobre un juicio que se celebró poco después en el que

Charlie estaba acusado por su propio hermano de intento de asesinato, otro de la puesta en libertadde Charlie por falta de pruebas y el tercero sobre su desaparición, y que está fechado de hace un año.

Oh, Dios mío… ¿Así terminó mendigando? No puedo creerlo, pasó de tener todo a no tener nada. Y todo por culpa de su hermano. No me

extraña que intentara matarle, si es que eso es cierto.Miro a Sam y pienso en cómo hubiese sido nuestra vida si aquel día él hubiera tomado la

decisión contraria a la que tomó.

Probablemente sería un desgraciado, o quizá no. En esa casa pasé a ser la oveja negra cuando mipadre murió, aunque creo que a los ojos de mi madre siempre lo fui. Sus raíces católicas fueron lasculpables. Yo no quería seguir sus pasos, ir a la iglesia a rezar y asistir a las reuniones me parecíauna pérdida de tiempo. Y a ella nunca le gustó mi afición por el baile, pero mi padre me pagaba lasclases y me animaba porque decía que era una excelente bailarina, y que tenía el don paratransformar una melodía en movimiento.

Recuerdo muchas discusiones entre ellos por mi culpa. Noches en las que mi padre venía a mihabitación después de los gritos a decirme que no me preocupara, que él siempre cuidaría de que missueños se cumplieran.

Pero cayó enfermo al poco de cumplir yo los dieciséis y eso provocó un cambio en mi madre apeor. Cuando él murió, pocos meses después, vio el cielo abierto para descargar sobre mí todo loque había estado conteniendo desde aquel primer día en el que me pilló en mi habitación bailandodelante del espejo a los cinco.

Sin el control de mi padre, dejó de pagarme las clases y me amenazó con echarme de casa sivolvía a verme ejecutar un solo paso de baile. Pero yo era obstinada y su actitud no hacía más quedespertar en mí la rebeldía, así que continué ensayando en la calle, cuando ella iba a sus reuniones enla iglesia. Nunca dejé de bailar, y lo hacía siempre mirando al cielo, sabiendo que mi padre estaríaorgulloso de mí.

Cuando cumplí los dieciocho, le dije que iba a empezar a trabajar de bailarina en un club. Aúntengo el recuerdo de ese día fielmente grabado en mi memoria. Se sujetó a la encimera de la cocinacon la mano en el pecho, y me asusté porque pensé que le estaba dando un infarto. Pero no, soloestaba tratando de buscar las palabras para cumplir con sus amenazas y echarme de casa, haciendo elmayor daño posible. Me dijo que no quería tener aspirantes a zorras cerca de mi hermano. Eso fuecasi lo más bonito que salió de su boca. Hubo muchos más insultos, por supuesto. Gritos. Muchosgritos. Y después, el llanto de mi hermano que nos observaba desde el quicio de la puerta, sinhabernos dado cuenta.

Le llamé pero no me hizo caso, subió corriendo las escaleras y bajó poco después con una bolsade deporte llena de ropa.

–Iré con Rebecca, donde quiera que vaya.Esas fueron sus palabras.Yo esperé y esperé a que mi madre respondiera y le pidiera a mi hermano que no se fuera. Pero

esperé en vano, porque lo único que hizo fue llamarnos a los dos engendros del diablo y salir por lapuerta dando un portazo, no sin antes decirnos que no quería vernos allí cuando volviera.

Sam tenía entonces catorce años, era menor de edad, y yo sabía que podría complicarme la vidasi mi madre quería meterme en líos. Sin embargo, lo quería demasiado como para prohibirle venirconmigo. Pero ella ni siquiera puso una denuncia. Así me demostró que pasaba bastante de nosotros.

Al principio, busqué un sitio cercano para vivir, por si Sam cambiaba de opinión y queríavolver a casa de mis padres. Al fin y al cabo era todavía un crío, pero el rencor que sentía por mimadre era más profundo de lo que yo había pensado.

Tres años después, seguía sin querer saber nada de ella, así que le propuse mudarnos a algúnlugar lo suficientemente lejos como para que mi madre se olvidara de nosotros y en el que hubierauna universidad para que él continuara con sus estudios. Yo me sacrificaría por darle un buen futuro.

Y así vinimos a caer a Lafayette. Un sitio bastante distinto de la ciudad donde me crié, la

soleada California.Todo comenzó a irnos mejor a partir de entonces y Sam inició sus estudios universitarios sin

problema. Aunque para mi disgusto, abandonó el grado el penúltimo año, cuando empezó ainteresarle más el boxeo que los libros. Y por aquel entonces, ya no era un crío al que pudieracontrolar, así que no me molesté siquiera en echarle la charla.

Le acaricio el pelo oscuro y resopla feliz, como hacía cuando era niño. A pesar de todo, mesiento orgullosa de él. Se ha metido en bastantes líos por culpa de las peleas ilegales, pero es buenchico.

–Yo también te quiero, Samuel.

divirtiéndome con mi hermanito

Tell me everything I'm notBut please don't tell me to stop

Madonna Don’t tell me

El miércoles vuelvo de kickboxing y me lo encuentro tirado en el sofá viendo la tele.–Vaya día de provecho, ¿eh, Sam?–La culpa la tiene este sofá tuyo, una vez que te sientas es imposible despegarte de aquí.–Pues yo lo hago.–Porque tú siempre has tenido más fuerza de voluntad que yo, Becks.–Qué excusas más poco creíbles te buscas.–Por cierto, un tal Charlie te ha llamado por teléfono.–No me cambies de te… ¡¿Qué?!Se me cae al suelo la bolsa de deporte.–¿Pasa algo?–No, no. Es solo que me ha sorprendido.Intento disimular estos nervios traicioneros pero creo que no está dando resultado porque mi

hermano me mira con los ojos entrecerrados y una sonrisa de medio lado.–Y… ¿qué te ha dicho?–Hermanita, ¿tienes novio? –se levanta de un salto del sofá para acercarse a mí.–No digas tonterías. Vamos, ¿qué te ha dicho?–¡Mi hermana tiene novio! ¡Mi hermana tiene novio! ¡Rebecca tiene novio! –canturrea alrededor

de mí.–Sam, ¿cuántos años tienes?–Mmmmm… ¿cuatro menos que tú?–Eso son veintiséis entonces, ¿no? Pues en estos momentos estoy dudando si tienes cuatro menos

que yo o veinte.–¿Es tu novio, Becks? –me da un codazo.–No, no es mi novio. Además, ¿a ti qué te importa? Dime lo que te ha dicho.–Pues claro que me importa, eres mi hermana. Y si no me gusta el tipo… En fin, le patearé el

culo.–Y entonces te lo patearé yo a ti. ¿Sam...?–Te lo diré si me prometes una cosa.–Me lo dirás sí o sí.–¿Y dices que no es tu novio entonces? –se echa a reír.–Samuel, me estás cabreando.

–Pues no te lo digo –se cruza de brazos poniendo morritos. Dios, lo mato. –¡Sam, ya vale! –le arrincono en el sofá y le golpeo con un cojín.–¡No, Becks!Me sujeta por las muñecas cuando ve que no paro de darle golpes.–Prométeme que pedirás pizza para cenar. Pero no de cualquier pizzería guarra, de la de la

esquina con Valley.–¿Me estás haciendo de rabiar solo porque querías cenar pizza?–Ah, ja.Pongo los ojos en blanco y suspiro.–Te lo juro. Porque eres mi hermano que sino…–¿Sino qué?–¡Te ahogaba ahora mismo con el cojín!–Dijo que te llamaría más tarde. Coge el teléfono y pide la pizza ya. ¡¡Me muero de hambre!! Y como es un dolor de muelas, y además de los peores, sigue incordiándome durante la cena.–¿No vas a decirme nada del tal Charlie?–No tengo nada que decir.–Oh, vamos. No seas mentirosa. Si te has puesto roja como un tomate cuando he dicho su

nombre.–Sam, olvida el tema.–No veo por qué no puedes contármelo. A no ser que el tal Charlie sea un asesino en serie que

estés encubriendo, y no quieras que os delate al FBI.–Venga ya. Deberías dejar de ver tantas películas policíacas.–Sabes que me enteraré tarde o temprano.–No veo cómo.–Inventaré un plan para sonsacarte.–Mientras inventas ese plan, deberías empezar a contarme por qué has puesto un poster tuyo en

la habitación de invitados. Llevo dos días esperando tu explicación.Coge aire y lo suelta despacio.–Verás, Becks, necesito quedarme un tiempo aquí, en tu apartamento.–¿Estás metido en algún lío? –frunzo el ceño.–¡No, joder! Ya te lo he dicho.–¿Entonces?–Estoy un poco harto de no tener un trabajo estable. Quiero terminar el grado.Me quedo callada unos instantes, asimilando lo que acaba de decir. Porque por una vez en su

vida ha dicho algo coherente.–Pero eso me parece genial, Sam.–Será solo el primer semestre, hasta que encuentre algo por aquí y pueda pagar un alquiler. Lo

que tengo ahorrado me llega para la matrícula y poco más.–Sí, claro. Puedes quedarte aquí. No hay problema.

–Lo hay.–¿Cuál?–Que vas a empezar a controlarme.–¿A controlarte?–Sí, Becks. A controlarme. Mis salidas, mis entradas, donde voy, qué hago…–Es que esto no es un hotel. Es mi casa y hay unas normas.–Lo sé y yo las respetaré. Pero dentro del apartamento. Fuera de él haré lo que me dé la gana y

tú no me echarás charlas.–¿Y si me llaman de comisaría un día para que vaya a pagar una fianza para sacarte de allí

puedo decirles que no te conozco de nada?–Joder, ya estás otra vez con eso. Tampoco has tenido que ir tantas veces.–Cuatro. Y es más que suficiente. Sam, dejaré que te quedes aquí. Voy a confiar en ti, así que

espero que no traiciones esa confianza.–Gracias, Becks –una sonrisa preciosa ilumina su mirada.–Fuera de aquí puedes hacer lo que quieras, y meterte en las bragas de quien quieras, pero ten

cuidado. No quiero disgustos, ¿entendido?–Tranquila, no entra en mis planes preñar a medio Lafayette.–Vete a la mierda, anda.Se echa a reír a carcajadas.

Cuando terminamos de cenar, estoy tan llena que apenas llego a tumbarme en el sofá.–Me vendría a vivir para siempre a Lafayette solo por la pizza del Diàvolo.–Vaya, gracias.–Venga, no te pongas celosa. Por ti también me vendría.–Pero no vas a hacerlo. Una vez que termines el grado volverás a irte vete a saber dónde.–Ya sabes que a mí me gusta andar de aquí para allá. Soy un espíritu libre.–Y también te gusta tener a tu hermana con el alma en vilo porque no llamas día sí, día también.–Sabes que no lo hago aposta, se me olvida.–¡Pues cómprate una maldita agenda, joder!–Lo haré.–Sam, sabes que algún día una mujer atrapará ese espíritu libre tuyo y te diré un “te lo dije” con

mayúsculas, ¿verdad? Pero me alegraré por ti y por mi estabilidad mental.–Eso no va a pasar nunca.–Hermanito, nunca digas nunca.–Mis dos únicos amores sois mis guantes de boxeo y tú. Además, vas a tenerme bastante tiempo

por aquí. Tu estabilidad mental va a tener unas merecidas vacaciones.–Ojalá fuera cierto.–Te prometo que te hartarás de mí, hermanita.Se abalanza sobre mí dándome besos por la cara, y haciéndome cosquillas como cuando éramos

unos críos.–¡Para! ¡Para ya, Sam! –no puedo dejar de reír y la tripa empieza a dolerme –¡Qué voy a vomitar

la cena!

–Ah, no. Eso sí que no –vuelve a sentarse en el sofá y yo me incorporo cogiendo aire. –La pizzaestaba demasiado buena para que la desperdicies así, nena.

Suena el teléfono y me sobresalto.–Ahí tienes a tu novio.–¡Qué no es mi novio! ¡Cállate! Me despierto a mitad de la noche empapada en sudor y con la respiración agitada. Me llevo la

mano al corazón, que bombea con fuerza. Vaya sueño... Rezo porque no haya gemido en alto y mi hermano esté tan profundamente dormido que no me

haya escuchado.Aún despierta sigo notando las manos de Charlie recorriéndome entera, y sus dedos

deslizándose por mi entrepierna. Un segundo más y hubiera tenido un orgasmo de órdago.Me levanto a darme una ducha, no sé si hace demasiado calor o soy yo que tengo la sangre

hirviendo.Me asomo antes a la habitación de mi hermano, pero ronca como un condenado. Suspiro de

alivio.En la ducha pienso en ello, nunca antes había tenido sueños de este estilo y eso que me muevo en

un ambiente donde el sexo está a la orden del día. Quizá tenga algo que ver la conversacióntelefónica.

“–¿Dígame?–Hola, Rebecca.Siento un tirón en el estómago al oír su voz pronunciando mi nombre.–Hola, Charlie.–Llamé hace un rato.–Sí, Sam me lo dijo.–Sam dijo que estabas soltando adrenalina.–Mi hermano es muy gracioso, pero sí, estaba en kickboxing.–Ahora entiendo cómo es que te defiendes tan bien tú sola.–Otro gracioso.–¿Qué tal la semana?–Bueno, un poco menos aburrida que las demás. Con mi hermano aquí no me da tiempo.–¿Te está atormentando mucho?–Supongo que como todos los hermanos pequeños, ¿no?Sam me da un codazo.–¡Oye! –hago un gesto para que se calle. Y de repente, me doy cuenta de que he metido la pata. –

Oh, vaya. Lo siento…–¿El qué sientes?–Mencionar lo del hermano pequeño.–Sigo sin entender por qué te disculpas.

–Bueno, lo de tu hermano…–¿Cómo sabes tú lo de mi hermano? –su voz experimenta un cambio brusco y suena tirante.–Es que yo…–Rebecca, ¿me has estado investigando?–¡No, por Dios, no! Es solo que me sonaba tu apellido y lo busqué en Google para salir de

dudas. No esperaba encontrarme eso.–¿No esperabas encontrarte el qué? ¿Qué mi propio hermano me acusó de asesinato? Entonces

entenderé que no quieras volver a verme.–¿Qué? ¡No! Claro que quiero volver a verte. No esperaba encontrarme con esa historia, eso es

todo. Siento mucho que hayas pasado por aquello.–No lo sientas.–Yo hubiera hecho lo mismo, quiero decir si mi hermano…–Rebecca, no quiero hablar de eso.Yo no sé qué más decir, ahora está a la defensiva y no quiero meter la pata. Piensa Rebecca, piensa… –Tengo muchas ganas de verte –esto no me da tiempo a pensarlo, me sale solo.Mi hermano tuerce la cabeza, entrecierra los ojos y con los labios articula un “lo sabía, es tu

novio”. Yo le respondo también con un silencioso “cállate o te mato”.Me levanto del sofá para seguir con la conversación en mi habitación pero no escucho sonido

alguno al otro lado del teléfono. ¿Ha colgado? –¿Charlie?–Yo también tengo muchas ganas de verte. Más de las que debería.–¿Por qué más que las que deberías? ¿Ahora es pecado echarme de menos?–No, lo que es pecado es pensarte como yo te pienso.Un escalofrío me recorre la espalda.–¿Y cómo me piensas?De repente, tengo unas ganas morbosas por escucharlo.–Desnuda, en mi cama. ¿Quieres detalles?–Pues claro que quiero detalles, soy yo la protagonista.–¿Y no prefieres que te lo cuente el sábado, a solas?–El sábado te voy a tener tantas ganas que no va a haber tiempo para diálogos. Por dios… ¿pero eso ha salido de mi boca? Mi cara arde de vergüenza. Menos mal que no puede verme.–Nadie había sido tan directa conmigo nunca –se echa a reír.–No suelo ser así. Para que lo sepas en estos momentos desearía que me tragara la tierra por

haber dicho eso.

–¿No es lo que sientes?–Claro que es lo que siento, pero debería controlar un poco la lengua.–Yo no quiero que controles la lengua, Rebecca. Me gusta tu lengua y me gusta que seas así.

¿Ves? Yo tampoco puedo controlar lo que digo.Resoplo de risa.–Entonces, ¿por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Ibas a contarme de qué múltiples maneras me piensas.–Tú lo has querido…” Sí, definitivamente lo que vino después ha tenido que ver con mis sueños eróticos de anoche.

Por la mañana, mi hermano entra en la cocina estirándose y bostezando mientras desayuno. Se

alborota el pelo y sonríe.–¿Sueños tórridos anoche, Becks?Escupo el café en la encimera.–¡¿Qué?!–Me preguntaba si es que ayer se te coló un semental por la ventana o solo estabas soñando algo

muy guarro.Bosteza de nuevo, como si estuviera hablando del tiempo.–¿Me oíste? –apenas me sale un hilo de voz de la vergüenza que estoy pasando.–¡Pues claro que te oí! Te habrá oído todo el vecindario. Por el volumen de tus gemidos deduzco

que lo estabas pasando muy bien –chasquea la lengua y me guiña un ojo.–¡Pero si cuando me levanté roncabas como si te fueras a tragar la habitación!–¿Hubieras preferido que te esperara despierto y te pidiera que me contaras todo con pelos y

señales? Me hice el dormido para evitarte el mal trago.–Mal trago que me estás haciendo pasar ahora, imbécil.–Becks, estas cosas se hablan mejor cuando hay café en vena. Prepárame uno y cuéntame

hermanita, ¿quién te hace gozar en sueños? –se apoya en la encimera tranquilamente, como si mepreguntara sobre la receta del pastel de calabaza.

–Si piensas que voy a contártelo, vas de culo.–Vale, entonces es Charlie. Ese que no es tu novio, pero que tienes tantas ganas de ver y de

metértele entre las piernas y de…–¡¿Estuviste escuchando detrás de la puerta?! ¡Sam, yo te mato! –aprieto los puños. Se está

ganando una buena hostia.–¡Eh, eh! Yo solo fui al baño y tú no hablabas bajito que digamos.Mientras le preparo el café, cojo aire y cuento hasta diez para no echarle de casa.–No sé por qué te pones así. Te recuerdo que mi primera clase de educación sexual me la diste

tú, y por aquel entonces no te daba tanta vergüenza.–Sam, una cosa es que te de consejos sobre sexualidad y otra muy distinta contarte mis sueños

eróticos.–¿Los tienes a menudo?–¿Y a ti qué te importa?–Pues claro que no me importa, es por incordiarte un poco.

Le doy un manotazo con la suficiente fuerza como para que le escueza.–Pues tenía pensado hacerte tortitas, ahora ya no te las hago. Por incordiarme.–Becks…Ya está con los morritos. No puedo con él.

El jueves vamos al cine. Me empuja a ver una de tortazos, como no. Nos comemos el bol de

palomitas y los últimos cuarenta minutos de película me los paso durmiendo.–¡Dios, qué coñazo de película! La próxima vez elijo yo.–¡Pero si no la has visto! Te has quedado dormida y nada más que has hecho molestar al

personal con tus resoplidos.–Yo no resoplo.–Lo que tú digas… –bizquea. –Además, la próxima vez te vas con ese no-novio tuyo y le metes

en una romántica de esas que dan ganas de vomitar corazones.–Ya estamos.–O mejor, en una erótica. Para no perder el ritmo ese sexual que lleváis. ¿Eh, hermanita? –me

echa el brazo por los hombros.–¡Serás…!Esquiva el guantazo y echa a correr.–¡Verás cuando te coja!Llegamos a casa respirando los dos como una locomotora.–¿No estás en forma, Becks? Cualquiera lo diría con el ajetreo que te traes últimamente –mueve

las caderas en círculo.–¡Tú qué sabes el ajetreo que me traigo, idiota! Además, claro que estoy en forma. Pero a mí

también me gusta descansar de vez en cuando. Tú como llevas tres días sin mover el culo del sofá…–ahora es mi turno de incordiarle. –Ni siquiera has ido a verme a la cafetería.

–No voy a entrar al trapo.–No sé de qué me hablas.–Lo sabes de sobra.–¿Detecto malestar en tu voz, hermanito?–No quiero hablar de Jen, ¿vale? No empieces.Vaya, no me esperaba esto. Pero a pesar de la advertencia, le hago la pregunta del millón.–Sam, tú… ¿no te enamorarías de Jen?–He dicho que no quiero hablar de ella. Además, ¿qué te hace pensar eso?No ha podido disimular a tiempo el gesto que hace cuando miente, parpadear dos veces muy

seguido. ¡Bingo! ¿Mi hermano llegó a enamorarse de Jen? Esto es todo un descubrimiento. –No sé, que no quieras hablar de ella me parece… ¿raro? –me encojo de hombros. –A ti nunca

te ha importado hablar conmigo de las chicas con las que te acostabas.–Jen no era solo una chica con la que me acostaba. ¿Contenta?–Mucho. Por lo menos ahora sé que no está todo perdido contigo.

–No vas a dejarlo estar, ¿verdad?–No, no. Haz lo que quieras. Pero es agradable descubrir que tu hermano tiene sentimientos.–¡Pues claro que tengo sentimientos, Rebecca! ¿Qué pensabas? A ti te quiero, y lo sabes.–No me refería a esa clase de sentimientos, Sam.–¿Cambiamos de tema por favor?–Está bien. Lo siento. Pero Jen me dijo que te pasaras un día por allí y creo que deberías ir a

demostrarle que tienes algo de madurez dentro de esa cabeza de chorlito.Se queda callado, supongo que meditando la respuesta.–Está bien. Mañana iré contigo, cuando entres a trabajar, y desayunaré allí. ¿Aún sigue Marie

haciendo esos bollos de canela que me comía de dos en dos?–Sí, y los de arándanos también.–Quizá deberías avisar antes para que haga un extra.–No seas exagerado. Recuerda como terminaste la última vez que te pegaste un atracón en el

Marcel’s.–No me lo recuerdes… –bizquea. –¡Invítame a pizza para cenar, anda!–¿Otra vez?–Sí, otra vez.–Sam, nos hemos comido un cubo de palomitas. No puedo creer que aún tengas ganas de meter

algo más en el estómago.–Pues tengo hambre.–A este paso vas a conseguir que no me entre la ropa del club.–Vamos, Becks, no seas llorona. Luego echas un buen polvo con Charlie y arreglado.–¡¿Pero qué estás diciendo, patán?!Nos enredamos en una pelea de cojines que me deja tumbada en el suelo y exhausta.Y al final, en media hora tengo al de la pizza llamando al timbre.

Anoche nos quedamos viendo películas que solíamos ver de niños, y me ha costado un triunfo

levantarme esta mañana. Creo que apenas he dormido tres horas.Tengo que despertar a mi hermano a base de empujones y gritos. Se cubre la cabeza con la

almohada varias veces hasta que consigo quitársela y tirarla al suelo.–Vamos, Sam. Me lo prometiste.–Yo no te prometí nada.–Me dijiste que vendrías conmigo al Marcel’s hoy.–Sí, pero ya no me acordaba que entras a trabajar cuando no están aún puestas ni las calles.

Déjame seguir durmiendo.–No seas agonías y levántate de una jodida vez. No quiero llegar tarde.–¿Podemos dejarlo para otro día? Si no puedo ni abrir los ojos, Becks.–Desayunas, vuelves a casa y te acuestas otra vez.–No vas a dejar de darme el coñazo, ¿verdad?–No.Consigo que se levante y se encierra en el baño resoplando.–¡Sam, ni se te ocurra dormirte en la ducha!

Caminamos los dos en silencio por Camellia Boulevard. Sam está perdido en sus pensamientos y

no quiero interrumpir lo que sea que se le pase por esa cabeza suya.–Becks.Doy un respingo porque yo también me había perdido en los míos.–¿Sí?–¿Crees que es buena idea?–¿El qué?–No sé, ir al Marcel’s y ver a Jen.–Ha pasado mucho tiempo ya, Sam.–Lo sé.–Ella se ha casado con un hombre maravilloso, no creo que por su parte haya problema. ¿Es por

la tuya?–No. Yo… Hace tiempo que no pienso en Jen. Al menos no como solía hacerlo antes.–Entonces, ¿qué te preocupa?–Déjalo, no me hagas caso.No quiero machacarle más, así que no vuelvo a mencionar el tema.El paseo ha conseguido despejarme un poco, pero mi hermano aún sigue bostezando cuando

entramos en la cafetería. Se queda parado en la puerta, inspirando el olor de bollos recién hechos.–Becks, quiero dos de cada de lo que sea que haga Marie en la cocina.–Siéntate en una mesa y ya veré a ver qué hay por ahí para ti.–Tengo mucho hambre.–¿Y cuándo no?Me meto en la cocina resoplando de risa.–Marie, necesito ayuda.–¿Qué ocurre, Rebecca?–Algo preocupante. Mi hermano ha venido a desayunar.–¿Está aquí Samuel? –esa sonrisa amable y cariñosa, esa que me hace quererla como a una

madre, se extiende por su rostro.–Sí. Dispuesto a llenar el estómago de los bollos de canela de Marie –imito su voz.–¿Ha venido al final? –Jen se apoya en la puerta con los brazos cruzados.–Sí, me ha costado convencerle porque quería seguir durmiendo, pero me ha hecho caso.–Voy a saludarle.–Jen, oye..Se da la vuelta, sonriendo.–Tranquila, Reb. No voy a atormentarle mucho –guiña un ojo y se va.–Marie, prepara una montaña de bollos. Creo que los va a necesitar.Se echa a reír y asiente.Los observo a través del cristal redondo de la puerta que comunica la cocina con la cafetería.Mi hermano se levanta de la silla con torpeza y le tiende la mano, pero Jen le abraza y le da un

beso en la mejilla. Sam sonríe y la invita a sentarse pero ella mueve la cabeza a los dos lados,

supongo que le está diciendo que tiene que trabajar. Después, le da un apretón en el hombro y caminade vuelta a la cocina.

Me retiro de la puerta para que no me descubra cotilleando, y disimulo cogiendo los bollos queMarie ha preparado para Sam.

Le dejo el plato en la mesa y frunce el ceño.–Te has pasado, Becks.–¿Se te ha quitado el hambre de repente o qué?–No, pero no sé si voy a poder con todo esto.–Claro que podrás. Si has podido con Jen, unos cuantos bollos de Marie no son nada para ti –le

guiño un ojo.–No seas cabrona.–Voy a por tu café.Cuando termina de desayunar, entra en la cocina a saludar a Marie y a despedirse de mí.–Voy a dar un paseo y volveré a casa. No te preocupes hoy por la comida, Becks. Cocino yo.–No me quedo tranquila, Sam.–Vamos, no va a pasar nada.–Sigo sin quedarme tranquila, pero lárgate.Solo espero que la cocina no salga ardiendo o algo peor. Mi hermano no ha cocinado en su vida.De hecho, mi mañana transcurre entre pensamientos horrorosos sobre mi hermano, incendios y

una Rebecca histérica que se ha quedado sin cocina.Pero cuando vuelvo a casa suspiro de alivio al no ver al camión de bomberos aparcado en la

calle, ni tampoco humo saliendo de mi ventana.

Al día siguiente, me levanto a una hora prudencial y salgo a correr un poco. Consigo arrastrarle

conmigo, a pesar de sus protestas, con la excusa de que lleva sin entrenar toda la semana, estácomiendo demasiado, y va a perder la forma.

Llegamos a casa y le doy el primer turno para ducharse mientras llamo a Frankie.–¡Hola, B. C.! No me has llamado en toda la semana.–Lo sé, he estado bastante entretenida con mi hermano.–Es verdad. Tu hermano, el cañón.–De verdad que no es para tanto, Frank. Si tú supieras… –Ya, seguro que lo dices para que no coja el coche ahora mismo y me presente en tu casa a

conocerle. Pues no te creas que no he estado tentada de ir esta semana.–Pues haberme llamado. Mira, ayer fuimos al cine y…–¿Al cine? No me metes tú a mí en una sala de cine ni con el tío más follable del mundo. ¡Por

Dios, qué aburrimiento!–¿Pero has probado a ir alguna vez?–Sí, fui con Heather hace tiempo. Se puso muy insistente porque quería ver una película y nadie

la acompañaba, así que al final salió a relucir mi vena samaritana y me ofrecí voluntaria. Cuando salí

del cine entendí por qué las demás pasaron de ella. Fueron las dos peores horas de mi vida. Lapelícula era un coñazo sobre vampiritos modernos que relucen como bolas de discoteca y unaadolescente, incomprendida y sosa, que se enamora de uno de ellos. Inaguantable.

Me río a carcajadas porque sé de qué película me habla. Lo que debió de sufrir la pobre.–No te rías. Me fui de la sala antes de que acabara por no arrancarme los ojos allí mismo. Ni la

Santa Inquisición lo hubiera hecho mejor conmigo.–Me río porque no sabía que tenías vena de samaritana.–La tuve hasta ese día. Cara Bonita acabó con ella. ¿Por qué crees que discutimos tanto?–Porque te metes mucho con ella, Frank.–¡Y una mierda! No me perdona que la dejara sola en el cine con sus malditos vampiros de

purpurina.–Bueno, te aseguro que yendo con Sam nunca hubieras ido a ver esa película. Y hablando de mi

hermano…–Eso, hablando del macizo de tu hermano…–¡Frank!–Venga, vale. Te escucho.–Quiere ir conmigo a Nueva Orleans.–¡Genial!–Eh, no te emociones. He pensado alquilarle una habitación en un motel para que pase la noche.–Oye, ¿tú eres tonta o qué? Se puede quedar en mi casa.–Lo sé, pero conozco a mi hermano y no quiero…–¡Ah, vale! Lo que no te hace gracia es que tu hermano y yo terminemos compartiendo cama y

tengas que aguantar los gemidos toda la noche.–Frank, no lo entiendes. Mi hermano puede ser muy persuasivo.–No, no lo entiendo. No sé a dónde quieres llegar.–No quiero que te haga daño.Se echa a reír a carcajadas.–Parece mentira que no me conozcas.–Conozco a mi hermano y con eso me basta. Te lo estoy diciendo en serio.–Bueno, pues haz lo que quieras. Si tú crees que es lo mejor no voy a discutir contigo.Sam sale del baño y se acerca a mí con una toalla enrollada alrededor de la cintura. Pienso en lo

que diría Frank si lo viera de esa manera. Definitivamente sí, que duerma en un motel es lo más sensato. –Lo haremos así, Frank. ¿Entendido?–¿Es Frank? ¡Vamos, Becks! ¡Déjame el teléfono!Estira la mano para quitármelo pero yo tengo buenos reflejos y consigo mantenerlo en mi oreja.–¡No, Sam!–Venga, hermanita. Déjame que hable con ella. Verás como la convenzo para dormir esta noche

en su casa.Oigo las carcajadas de Frank al otro lado del teléfono.–Déjale que se ponga, Becca.

–¡Tú cállate!–Sam, no tienes que convencerla de nada porque tú dormirás en un motel.–¿Por qué?–Porque lo digo yo y punto.Al final me tira al suelo y me hace cosquillas hasta que suelto el teléfono.–¿Frankie? ¡Hey, Frankie! Soy Sam.–Hola, Sam.–¿Qué es todo eso de que tengo que dormir en un motel?–Cosas de tu hermana.–¡Sam, dame el maldito teléfono!Corre por el pasillo hasta su habitación y cierra la puerta. La abro de mala leche, me estoy

cabreando de verdad.–Pero, ¿no puedo dormir en tu casa? Todo esto me parece una tontería.–No lo sé. Pero si Morritos dice que deberías dormir en un motel, yo no soy nadie para

contradecirla. Habla con ella.–Pero si cambiara de opinión, ¿me harías un sitio en tu casa?–Claro, pondré sábanas en la habitación de invitados. No te preocupes –se ríe.–Vaya, qué risa tan bonita.–¡Samuel, no voy a cambiar de opinión! ¡Y ahora dame el puto teléfono!–Creo que deberías devolverle el teléfono a tu hermana. Está blasfemando y no es muy propio de

ella. Debes de haberla cabreado al máximo.–Oye, ¿qué es eso de Morritos…?Le quito el teléfono de un tirón.–¿Os creéis muy graciosos los dos, no? ¿Ves lo que te digo, Frank? Qué risa tan bonita… –imito

la voz de mi hermano –Así empieza y cuando quieras darte cuenta le tienes entre las piernas.Mi hermano se va resoplando al salón.–¿Y qué problema hay? Si no quieres que me tire a tu hermano solo tienes que decírmelo y no

montar este numerito que estás montando.–Ya te lo he dicho.–Ah, sí… Que me haría daño y bla, bla, bla… B. C., los dos somos adultos y creo que las

decisiones deberían ser nuestras. Además, no adelantemos acontecimientos que igual no es mi tipo. Oh sí, ya lo creo que lo es. Espérate a tenerlo delante y no podrás cerrar la boca de la

impresión. –Mira, haced lo que queráis. Pero luego no quiero oír ni una sola queja cuando mi hermano

desaparezca del mapa, ¿está claro?–Vale, gruñona. Y no vengas de mala hostia hoy al club porque bastante te aguantamos el fin de

semana pasado.–Vete a la mierda.Cuelgo.

no pierdas los nervios, Rebecca

I wait patiently while you play your game'Cause in the end, I'll be the winner all the same

Mya Do you only wanna dance

Mi hermano lleva sin hablarme desde la conversación al teléfono con Frank. El viaje a NuevaOrleans se me hace un poco largo teniéndolo a mi lado callado como una momia. Y es raro, porqueSam es de los que no callan ni debajo del agua.

Llegamos al motel y cuando echo el freno de mano me vuelvo hacia él.–¿Cuánto tiempo más vas a estar sin hablarme?Resopla, pero no me contesta.–Sam, no tienes quince años. Deja de comportarte como si los tuvieras.–Pues parece que es así para ti. Te empiezas a parecer a mamá.–Oye, no voy a controlarte, ¿vale? Pero no quiero que juegues con Frank como lo hiciste con

Jen.–¡¡Tú no sabes nada de Jen!!–Tienes razón, nunca habéis querido contarme nada, ni uno ni el otro. Pero lo que sí sé es por lo

que ella pasó después. Y no quiero que Frank pase por lo mismo.Se da la vuelta y me mira.–Vale, lo pillo –abre la puerta y se baja del coche.–¡Sam!–Vale, Becks. Que ya lo he entendido.–No, no quiero que me des la razón como a los tontos.–¡¿Y qué coño quieres que haga, entonces?!–Que intentes razonar lo que te digo. No puedes ir por la vida jugando así con las personas.–A algunas les gusta el juego.–Bueno, pues creo que debes empezar a diferenciar entre las que les gusta y las que no.–¿Vas a estar así todo el fin de semana?–No, pero prefería advertirte antes de que conozcas a Frankie, así que espero no tener que

volver a repetírtelo.–No me acercaré a ella, no te preocupes.–No estoy diciendo que no te acerques, solo te pido que la respetes. Te podrá parecer que es de

las que les gusta jugar, pero no es así.Me echa el brazo por los hombros y me empuja para que camine.–Te lo prometo, Becks.Me da un beso en la frente y yo resoplo.

Como si Sam Collins cumpliera sus promesas…

No hay nadie en la habitación de Charlie. Qué raro. Nos acercamos a la recepción para reservar la habitación de mi hermano y de paso, preguntar.–Creo que salió hace una hora, señorita Collins. Lo vi pasar por la ventana.–Gracias, Josh. ¿Podrías decirle que…?–Puede decírselo usted misma.Mira por encima de mi hombro y hace un gesto. Me doy la vuelta y mi corazón comienza a hacer

de las suyas. No quiero enamorarme. –Hola.Una sonrisa preciosa se extiende por su cara. Se acerca y me da un beso en los labios.Mi hermano nos mira a los dos con los labios fruncidos y la ceja alzada. Le doy un codazo.–Cállate.–Si no he dicho nada, Becks.–Pero lo has pensado. Cierra el pico. Charlie, este es mi hermano Sam. Sam, este es Charlie.Se estrechan la mano y a continuación se hace un silencio incómodo.–¿Necesitan algo?Bendito Josh. –Eh, sí. Quería otra habitación.–¿Al lado de la del señor Van Allen?–¡No! No… Lo más lejos posible.Mi hermano bizquea. Charlie se echa a reír. Yo me pongo colorada como un tomate.–¿La pongo a su nombre?–Sí.–No, no, Becks. La pagaré yo –Sam se adelanta.–Como quieras.Josh le da las llaves de su habitación y le acompaño hasta la puerta.–Sam, acabaremos sobre las dos. Te llamo y paso a recogerte, ¿vale?–¿No puedo ir al club tampoco?–¿En serio?–¿Por qué no?–¿Te parece agradable ver desnudarse a tu hermana?–Becks, te he visto las tetas desde que te crecieron a los quince. No me voy a asustar ahora.Resoplo.

–Vale, pues dame una hora y vengo a buscarte.–¿Dónde vas ahora?Me quedo bloqueada. Espera un rato y se echa a reír a carcajadas.–¡Ve a echar un polvo con tu no-novio, anda!–Un día de estos te cruzo la cara, por capullo.Silba cuando voy a mitad del pasillo.–¡Menos mal que mi habitación no está al lado de la tuya!–¡Cállate! ¡Esta te la guardo! Rebecca me mira y sonríe. Se acerca a mí desabrochándose la cazadora lentamente. Sus

labios rozan con suavidad los míos mientras me desabrocha la camisa. Sus dedos se deslizan pormi pecho y mi abdomen, dirección a la cremallera de mi pantalón. Su lengua acaricia la míamientras aprieta con firmeza el bulto entre mis piernas. Nuestras respiraciones se aceleran a lavez.

Mis dedos se pierden en su melena para acercarla más a mí. La necesito, la deseo. Contodas mis ganas. Se tumba en la cama y me coloco encima de ella.

Me mira a los ojos, mordiéndose los labios.–Te he echado de menos.–Yo también, Rebecca.Se incorpora un poco para besarme. Me pierdo en sus labios, en su sabor dulce, en su olor a

caramelo. Sus piernas me rodean la cintura y hacen fuerza para que me hunda en ella. Suspiracuando me acoplo en su interior.

Me muevo despacio mientras saboreo cada rincón de su boca.Me muevo más rápido mientras sus dedos se clavan en mi espalda.Mis gruñidos aumentan al mismo ritmo que sus gemidos.Echa la cabeza hacia atrás mientras se deja ir, y yo me dejo ir con ella. –¿Vas a venir hoy al club?–¿Quieres que vaya?–Claro. Así haces compañía a mi hermano –pongo los ojos en blanco.–¿Va a venir?–Cualquiera le dice que no. Ya venía enfadado porque no le he dejado quedarse en casa de

Frank. Por cierto, hoy te presentaré a las chicas.–Rebecca –me agarra del brazo. –Sobre lo de mi hermano…–No, no hace falta que me des explicaciones.–Quiero contártelo.–¿Por qué no vienes conmigo a Lafayette la semana próxima? Así podremos salir y me contarás

tu historia.–Pero yo…–Sam no se meterá en nada, no te preocupes.–No, no es por eso.–¿Entonces?–No sé. Es que todo esto es muy… extraño.

–¿Extraño?–Intenso, quizá. Apenas nos conocemos.–¿Te estoy agobiando?–No, claro que no. Es solo que me parece demasiado bonito para ser real.–¿Bonito? Solo soy una camarera que los fines de semana baila en un club. No veo el cuento de

hadas.–Yo veo algo más que eso. Iré contigo a Lafayette, porque te echo demasiado de menos cuando

no estás.Mi maldito corazón vuelve a latir descontrolado. Rebecca, no quieres enamorarte, ¿recuerdas?Pero esto no es amor. ¿Seguro?

Sam entra en el Diamonds con las manos en los bolsillos y cara de no haber roto un plato. Alucino. Lo observa todo con curiosidad y con la boca abierta de par en par, como un niño que va por

primera vez a un parque de atracciones.–¡Joder, Becks! ¿Ahí bailas tú? –señala el escenario con la barra de pole.–Sí. Me alegro que te guste.–¿Tú la has visto bailar? –pregunta a Charlie.–Sí, he venido un par de veces.–Seguro que lo hace de miedo. Cuando era pequeña se pasaba el día bailando en su habitación

con el sujetador de mi madre puesto.–¡Samuel! –le doy un manotazo.–Hasta que te cazó con él y no le hizo ninguna gracia –su gesto se vuelve serio. –Pero después

descubrió que bailar en la calle también tenía su encanto –me guiña un ojo. –Y a mí me encantaba verbailar a mi hermana mayor.

Sonrío al recordar aquello.Han pasado apenas cinco minutos y ya tengo a Frankie plantada delante de nosotros.–¿Dónde estabas?–¿Cómo que dónde estaba?–He ido a tu casa a por la ropa y no había nadie.–Vine al club hace un rato.–¿Te has saltado tus clases de yoga?–Mi profesor está de viaje transcendental. Cosas de místicos.Le da un repaso de arriba abajo a mi hermano y sonríe. Después, mira a Charlie y alza una ceja,

cruzándose de brazos.–¿Vas a presentarnos o crees que tengo demasiado peligro si le doy la mano a tu hermano?

Resoplo.–Sam, Charlie… Esta es Frankie.–Así que tú eres la famosa Frankie.–¿Famosa? ¿Qué le has contado, B. C.?–No te preocupes, nada interesante.Se acerca a mi hermano e inclina la cabeza hacia un lado.–Y dime, hermano cañón de Becca, ¿qué te parece la famosa Frankie? ¿Soy cómo te imaginabas?–¡Frank! –frunzo el ceño.–No, no eres como me imaginaba. Eres todavía mejor.Ella se echa a reír.–¡Dios, lo sabía! ¡Vámonos al vestuario antes de que me desquiciéis entre los dos!–Pero si era broma, B. C. Tranquila, no voy a follarme a tu hermano.–¡Oh, por favor! Ya estabas tardando en soltar una ordinariez de las tuyas –camino cabreada

hacia el vestuario, pero de repente me paro cuando recuerdo algo. Una sonrisa maligna se extiendepor mi cara. –Pues que sepas que Sam se meó en la cama hasta los siete.

–¡Serás zorra, Becks!Saco la lengua y le hago burla.–Te la debía.–No te preocupes, Sam. Yo te metería en mi cama igualmente aunque te lo hicieras encima.–¡¡Fraaaaaaaaaank!! –La agarro del brazo y la arrastro hasta los vestuarios.Me mira de reojo mientras me desnudo para ponerme el traje de hoy.–Cómo me gusta hacerte de rabiar, cariño.–¡Vete a la mierda!–Uuuhhh… Becca enfadada.–Frank, déjame en paz.Salgo afuera mosqueada, y busco con la mirada a mi hermano y a Charlie. Los localizo en una de

las mesas más alejadas de la parte izquierda del escenario. Intento no fijarme más en ellos para nodesconcentrarme con el baile.

Cuando termino, salgo a la sala para tomarme algo.–¿Dónde está Sam? –frunzo el ceño al no ver a mi hermano en la mesa.–Ha ido a sentarse más cerca del escenario.–¡Si es que lo sabía!Turno de Frank.–Rebecca, ¿por qué te pones así?–No tenía que haberle dejado venir. No traerá más que problemas.–Si no ha hecho nada.–Aún. No ha hecho nada aún, Charlie. La última vez que vino a verme tuvo un lío serio con mi

compañera de trabajo en Lafayette. Se largó tiempo después y la dejó destrozada. Es mi hermano y loquiero, pero no voy a consentirle que juegue con la gente que me importa.

–No estés enfadada. No te pega el ceño fruncido.Me coge por la cintura y me acerca a él. Yo me separo un poco.–Aquí no. Podría tener problemas con mi jefe –miro alrededor pero Dick no anda por aquí.–Lo siento –me suelta.

–Son las normas.–No, no te preocupes. Lo entiendo. Los clientes podrían…–Yo no tengo clientes, ya te lo dije. Es que no le gusta que aquí hagamos carantoñas con nadie.

Eso queda para fuera del club.–Lo entiendo. No hace falta que me des más explicaciones.–¿Sabes qué? Me encantaría besarte ahora mismo.–Pero ahora no me vengas con esas… –resopla y bizquea.–No te preocupes, me los estoy guardando todos para luego –le hago un guiño y me siento a su

lado. Mi hermano vuelve a su sitio cuando Frank termina de bailar. Evita mirarme y se muerde los

labios, nervioso.–No te voy a decir nada, Sam.–Qué raro…Mi compañera se acerca a la mesa.–¿Qué te ha parecido, Sam?–¿El qué?–Mi actuación.–Bueno… yo… la verdad es qué… –se sonroja. ¡¿Qué?! ¡¿Sam sonrojándose?! Le miro alucinada. Frank le da un codazo.–¡Vamos! ¿Te ha comido la lengua el gato? Porque puedo jurar que yo no se la he comido, B. C.

–se encoge de hombros.Me río de la situación tan absurda. Mi hermano por fin reacciona y contesta.–Sí, ha estado bien.–¿Solo bien?Ella frunce los labios, decepcionada.–Es que está mi hermana delante y no puedo decir lo que pienso.Abro los ojos como platos y después me cruzo de brazos.–Ooooh… Sam, estaré encantada de oírlo.–Ni de coña. Tú tampoco me cuentas tus sueños eróticos.–¡¿Qué?! Lo mato. –¿Tienes sueños eróticos, B. C.? –Frank se echa a reír a carcajadas. –¡Qué callado te lo tenías!Noto el calor ardiendo en mis mejillas. Corrijo. Voy a matarlos a los dos. –¡Iros a la mierda!

Me giro para darles la espalda e ignorarles, y me encuentro con un Charlie que me mira con unasonrisa bailando en los labios.

–¿Sueños eróticos? –alza las cejas.–No… Tú también no… Termino mi última actuación y salgo a toda prisa del escenario para cambiarme de ropa. Las

chicas están un poco alborotadas en el vestuario, y no hacen más que mirarme y cuchichear. Mevuelvo hacia ellas mientras me subo las medias.

–¿Qué os pasa?Heather se adelanta un paso.–Melanie quiere que le presentes a tu hermano.–¡¿Cómo que Melanie?! ¡Heather! ¡Pero si eres tú la que quieres conocerlo! Yo tengo novio.–Ah, sí. Me olvidaba del gilipollas.Melanie frunce los labios y coge aire.–Ya no estamos juntos.–¿Has dejado al abogado pijo? ¡Dios, creí que nunca llegaría este día!–Siento haberte dado tantos quebraderos de cabeza con él, Heather –bizquea.–Era lo mejor para ti, y lo sabes. Espero que el nuevo no sea otro capullo.–Parecéis niñas de patio de colegio. Pero yo también me alegro, Mel –Frank sonríe.–¿Niñas de patio de colegio? Cómo si no hubieras ido tú corriendo a conocerlo.–Pues claro, porque no soy tan tonta como vosotras, Cara Bonita.–Frank… –frunzo el ceño porque no quiero que estas dos empiecen a pelearse, y menos por mi

hermano.–Es igual. Becca tiene terminantemente prohibido que nos lo follemos, así que no pasa nada si

no lo conoces, Heather.–¡¡Frank, por Dios!! Heather, ven conmigo si quieres y te lo presentaré –alzo el dedo corazón

mientras cojo a Heather del brazo y la arrastro conmigo hasta la sala.–Sam, levanta el trasero de la silla. Esta es Heather, otra de mis compañeras.–Hola, Sam –extiende la mano con una sonrisa.–Si mi hermana me hubiera comentado que me iba a encontrar a tantas bellezas aquí, hubiese

venido mucho antes al Diamonds.Le guiña un ojo a Heather y ésta se echa a reír.–Por eso no te lo dije. Sabía que este sitio iba a ser demasiada tortura para ti.–¿Y la morena de las piernas largas es…? ¿Pero ya ha fichado a Mel también? –Melanie, pero tiene novio –recalca la palabra “novio”.–Es igual, Heather. Para mi hermano esas cosas son nimiedades…–Becks, no seas cabrona. Tus compañeras van a pensar cosas que no son.Me echo a reír.

–Vámonos antes de que te enamores de medio local, anda.–¿Y Frankie?–Frankie tiene que bailar una vez más, ya le he dicho dónde vamos a estar.–¿No podemos quedarnos y esperarla?–No. Nos vamos ya.No se atreve a replicarme. He quedado con ella en el Ampersand, así que conduzco hasta Tulane Avenue con un silencio

total en el coche.–¿Qué os pasa? –miro a Charlie, que está sentado en el asiento del copiloto, y después a mi

hermano por el espejo retrovisor.–A mí, nada. ¿Qué te pasa a ti? Llevas toda la noche metiéndote conmigo –alza una ceja,

cabreado.Cojo aire y lo suelto despacio.–Ya sabes lo que me pasa.–¿Es que nunca me vas a perdonar lo de Jen? ¿Te ha dicho ella algo que tenga que saber?Me quedo callada.–¡Contesta, Rebecca!–No, no me ha dicho nada.–Genial, porque yo el otro día la vi bastante bien en el Marcel’s. Me dijo que era muy feliz, y

por fin pude sentirme mejor después de todo este tiempo sabiendo que fui un hijo de puta por haberladejado así.

–Ya te dije que era feliz.–¡Entonces, déjame tú en paz! –se vuelve a mirar por la ventana, dando por finalizada la

conversación.El Ampersand no es que me guste mucho, se parece demasiado a un club de los de verdad. Es

oscuro, con luces rojas en la barra y azules en los reservados que rodean la pista de baile. Lámparasbarrocas adornan el techo junto con bolas de luz. La parte de arriba es zona VIP, pero nunca hetenido el gusto de pisarla.

Aun así, ponen buena música.Pedimos algo de beber en la barra mientras esperamos a Frank.Charlie nos libra del momento de silencio incómodo preguntándole a mi hermano por su trabajo.

Le explica que comenzó sus estudios de informática en Lafayette y no llegó a terminar el grado, asíque trabaja temporalmente en alguna empresa pero nada fijo. Eso cuando no está metido en algunapelea de boxeo ilegal, a pesar de que él se empeña en recalcar: “ahora solo legales. Lo juro, Becks”.No menciona el boxeo y me resulta bastante extraño que no saque el tema.

Aun así, me alegro que se hayan caído bien, mi ex novio acabó con un ojo morado y un par decostillas rotas a cuenta de Sam. Y no es que no se lo mereciera, no. Pero tener que pagar una fianzapor sacar a tu hermano de comisaría, no me hace ninguna gracia. Aunque tu ex sea un pedazo decabrón.

Frank aparece media hora después, con un vestido que hasta a mí me deja boquiabierta. Rojo,largo, con un buen escote, como le gustan a ella.

“Ahora es cuando tengo tetas para lucir, B. C.”, otra de sus frases favoritas.Se ha trenzado el pelo hacia un lado y se ha quitado la mayor parte del maquillaje que solemos

usar en el club.Pide una bebida en la barra y sin darnos tiempo a decir nada, coge a mi hermano de la mano y le

saca a bailar.Yo empiezo a cabrearme por momentos.–¿Ves lo que te dije? –resoplo y los señalo.–Pero si solo están bailando.–¿Tú en qué mundo vives?–Siento no estar a la última en estos temas, es lo que tiene vivir en la calle.–Oh, Dios. Lo siento, Charlie. Perdóname.–Llevaba una vida muy distinta antes de todo esto. No estoy al día en lo que a salidas nocturnas

se refiere.–Lo sé. Ha sido un comentario sin sentido. Supongo que en tu anterior vida jamás hubieras

salido con alguien como yo.–No, mi ex mujer ni siquiera se te aproxima. Y mucho menos como persona.–Un momento, ¿tu ex mujer? ¿Estabas casado?–¿No me habías estado investigando?–Sí… ¡Digo no! No te estaba investigando, ya te lo dije. Pero no vi nada sobre una mujer.–Supongo que mi madre lograría callarla con sus amenazas porque estaba dispuesta a montar un

buen numerito.–¿Quieres contármelo?–No hay mucho que contar, Rebecca. Mi hermano apostó la fortuna de mi padre en Las Vegas y

lo perdió todo. No hay más historia que esa.–¿Y tu madre…?–No sé nada de ella desde que me fui. Ni siquiera se presentó al juicio.–¿Y no piensas alguna vez en ponerte en contacto con ella?–No, nunca. si no se ha molestado en querer encontrarme, ¿por qué debería yo buscarla?–Lo siento.–¿Tienes más familia aparte de Sam?–Sí. Mi madre vive aún, en California. O eso creo. Pero no tengo trato con ella desde que decidí

dedicarme al baile. Ella me ve de otra manera.–¿Hablando de la zorra de mamá, Becks?Doy un respigo cuando mi hermano me echa el brazo por los hombros.–¡Sam!–¿Qué? A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Y mamá siempre ha sido una zorra.

Católica, pero una zorra.Niego con la cabeza y resoplo.–Así que, ¿ninguno de los dos os habláis con ella?–Becks ha cuidado de mí desde que era un bebé. Nuestra madre siempre ha estado más pendiente

de su jodida iglesia que de nosotros. Cuando nuestro padre murió, fue a peor. El día que echó aRebecca de casa por decirle que iba a trabajar como bailarina en un club, yo me fui con ella. Nosllamó a los dos engendros del diablo. ¿Es o no una zorra?

–Sam, es nuestra madre.–Becks, tú siempre has tenido esa capacidad de perdón y olvido, pero yo no. Lo sabes.–Yo no la he perdonado, pero no me gusta que vayas diciendo que tu madre es una zorra por ahí.–Eso es lo más bonito que puedo llamarle. A ti te dijo cosas peores.–Lo sé pero eso fue hace mucho tiempo. Vamos a cambiar de tema, por favor. No es noche para

andar sacando mierdas familiares a relucir. Cuando ya estoy tan cansada que no puedo ni tenerme en pie, me acerco a Frankie para decirle

que nos vamos.–Sam y yo nos quedamos un rato.–¿Cómo?–Que Sam y yo nos quedamos un rato.Mi hermano me reta con la mirada a que le contradiga, pero estoy harta ya de discutir con él por

esta noche, así que asiento.–Sam, ya sabes lo que te he dicho.–Sí, lo sé.Me marcho antes de arrepentirme por dejarlos solos. Espero que por una vez en la vida me haga

caso.

inciso (Sam y Frankie)

She's unavoidable, I'm backed against the wallShe gives me feelings like I never felt before

Robert Palmer Simply Irresistible

Pero Sam es Sam. Y si nunca en la vida ha hecho caso de su hermana, no se lo va a hacer ahora.Ya no sabe si es por costumbre o porque quiere acostarse con Frankie.

Desesperadamente.Definitivamente es eso, sí. La rubia lleva toda la noche volviéndole loco. Y ahora se presenta

con ese vestido y sin sujetador…No es que no le haya visto las tetas ya. De hecho, después del baile en el Diamonds hay pocas

partes de su cuerpo que no conozca. Se ha grabado todas y cada una de ellas en su mente durante losdiez minutos que ha durado el espectáculo.

Ella le observa, curiosa. Ahora que están solos, el hermano de Rebecca se ha quedado sin voz.Lleva un rato callado mientras la mira de reojo de vez en cuando.

A ella las palabras le bailan en la boca, y las saborea y mastica como si fueran un chicle. Semuerde los labios, intentando contenerse.

Y cuando ya no puede más, porque Frankie es Frankie y no sabe estar callada, se lo suelta degolpe.

–¿Vas a seguir las prohibiciones de tu hermana? ¿O podemos irnos ya a mi casa a follar ydejarnos de tonterías?

Si hubiera estado Rebecca, la respuesta a eso hubiera sido un:–¡¡Frank!! ¡¡Deja de blasfemar!!Pero como Rebecca no está, la respuesta de Sam es bien distinta. Y es que a pesar de ser

hermanos no se parecen en nada. Y cuando consigue reponerse de la impresión, su respuesta es esta:–Pensé que no me lo ibas a decir nunca.Y así comienza su historia, con un revolcón. O como diría Frankie:–Uuuufff… ¡El mejor polvo de la historia de los polvos!Y es que Sam es mucho Sam, aunque sea un capullo y parezca que no está hecho para esto que

llamamos comúnmente amor, y que Frankie denomina “una puta jodienda”.Y a la mañana siguiente los dos se despiertan con una sonrisa de satisfacción en la cara, porque

Frankie también sabe echar buenos polvos y Sam ha podido comprobarlo no una, sino tres veces. Yestá a punto de hacerlo una cuarta.

Pero ahora volvamos con Rebecca…

croissants y Nueva Orleans

I know that music leads the way to romanceSo if I hold you in arms I won't dance

Frank Sinatra I won’t dance

Me desperezo en la cama y él se revuelve a mi lado. Me apoyo sobre un codo y le observomientras duerme. Sus pestañas son del mismo tono rubio que su pelo, que le cae por los hombrosalborotado.

Creo que debería sugerirle que se lo cortara un poco. Sus párpados se agitan nerviosos, me pregunto qué estará soñando. Coloco la palma de la mano

en su pecho, que sube y baja al ritmo de su respiración, y le acaricio suavemente. Se estremece, peroparece que sigue dormido. Deslizo las yemas de mis dedos por su estómago, abajo, más abajo.Cuando llego a mi objetivo veo que este ya está más que dispuesto.

Sonrío mientras me muerdo los labios. Noto cómo se sacude en respuesta a mis caricias.–¿Qué haces, Rebecca?Doy un respigo cuando escucho su voz somnolienta. No contesto. Sigo acariciándole hasta que se

le escapa un gemido. Me sujeta la muñeca y sonríe. Noto su mano acariciándome en sueños. Pero no es un sueño, no. Es ella, Rebecca.Me hago el dormido solo un segundo más antes de hacerle una pregunta estúpida. Sé de

sobra lo que está haciendo.Ella da un respingo al oír mi voz, pero no me contesta, continúa acariciándome hasta que la

tengo tan dura que me duele. Le sujeto la muñeca para que pare. Y tiro de ella para besarla.Su lengua invade mi boca con timidez, algo que me asombra porque si Rebecca carece de

algo, es precisamente de eso.Aparto las sábanas y le rodeo la cintura con mi brazo para colocarla encima de mí. Sonríe

mientras se desliza sobre mi pene para que me hunda en ella. Levanto un poco las caderas parafacilitarle el trabajo, y con un suspiro me hundo en ella.

Se mece lentamente, con las manos apoyadas en mi pecho y se muerde los labios mientrasgime, cada vez más alto. Con su mano derecha me sujeta por la nuca y tira de mí paraincorporarme. Junta su frente con la mía y cierra los ojos. Su aliento se mezcla con mi aliento,para acelerarse al compás de sus movimientos.

Noto el tirón placentero previo al orgasmo, y me dejo caer otra vez hacia atrás sujetándolapor la espalda y pegándola a mí, para sentir su corazón latir junto al mío.

Me meto en la ducha mientras Charlie sale a comprar el desayuno.Cuando vuelve, estoy aún sin vestir, peinándome en el baño. Su cabeza asoma por la puerta

mientras me recojo el pelo en una coleta.–Creo que se me ha quitado el hambre de croissants.–¿Eso que huelo son croissants?–Sí, recién hechos. Pero, ¿crees que podríamos antes de desayunar…?–Ni hablar, estoy famélica –me llevo la mano a la frente y hago como que me desmayo.–Pues vístete ya o no respondo de mí.–Vaya, vaya, parece que aprendes demasiado rápido.–¿Por qué dices eso?–¿Dónde está el Charlie tímido y nervioso de hace unos meses? –me cruzo de brazos, sonriendo.–No sé, se debió perder a mitad de camino entre el Diamonds y el motel. Vístete, Rebecca. Por

favor.–Claro.

Desayunamos sentados en la cama. Los croissants están de muerte, menos mal que ha comprado

bastantes porque parece que mi estómago no termina de llenarse.Llaman a la puerta de la habitación Charlie se encoge de hombros.–No creo que sea mi hermano. A estas horas seguro que sigue durmiendo.Desvía la mirada hacia otro lado, como si ocultara algo. Unos nudillos golpeando de nuevo la

puerta me dejan con la pregunta bailando en los labios.Me levanto a abrir y resulta que sí que es Sam.–Hummmm… No he podido evitarlo.–¿El qué?–El olor de los croissants.Me apoyo en el marco de la puerta y cruzo los brazos.–¿Llega el olor hasta tu habitación? –alzo una ceja.–¡Claro que no! Ya los había olido cuando me he cruzado con Charlie.–Te has cruzado con Charlie, ¿dónde? No sé si quiero oírlo. –Pues cuando yo venía de… de… Ya metió la pata, lo sabía. –¿De dónde, Sammy? –sonrío con ironía.–Si lo sabes, ¿para qué preguntas?–Quiero oírlo.–Déjame que desayune y te lo cuento todo.–¿Estás seguro? A lo mejor se te atragantan los croissants discutiendo.

–No voy a discutir contigo, hermanita. Soy mayor ya para saber lo que hago.Me aparto de la puerta y le dejo pasar.Se sienta en la silla que hay junto a la pequeña mesa donde se apoya un viejo televisor que

parece sacado de una tienda de antigüedades.Charlie le pasa la bolsa de los croissants y engulle los que quedan casi sin respirar.–Mfff… ffff… mmm… mmmfff…–¿Cómo dices?Traga con dificultad y se aclara la garganta.–Que si no os ha sobrado también un poco de café.–Sí, claro. Y un poco de mermelada también para que los untes, no te jode.–Becks, ¿desde cuándo te has vuelto tan mal hablada? –frunce la nariz mientras se mete en la

boca otro trozo de croissant.–Desde que me junto con Frank. Te diría que tuvieses cuidado, no fuera a pegársete también,

pero tú eres igual de malhablado que ella.–Vas a sacar el tema de todas maneras, ¿no?–Mira, Sam, ¿sabes qué? Haz lo que te dé la gana. Sois mayorcitos los dos, así que apañáoslas

como queráis. Pero luego no me vengáis dando dolores de cabeza. Ni ella ni tú.Me siento en la cama al lado de Charlie.–¿Y tú por qué no me has dicho que habías visto a mi hermano?–Quería evitar una discusión, pero ya veo que al final has actuado de manera racional y no ha

llegado la sangre al río –se echa a reír.–Pues a mí no me hace gracia, Charlie. Y a Frank le va a hacer menos aun cuando aquí, el que

parece que no ha roto un plato, se marche y la deje hecha polvo.Sam pone los ojos en blanco.–Cambiando de tema, ¿qué planes tienes para hoy, Becks?–No había pensado nada pero podemos ir a dar una vuelta por Nueva Orleans, si queréis.–Claro –Charlie asiente.–A mí también me parece bien. Demos un paseo por la cuna del jazz.

Pasear por el French Quarter de Nueva Orleans es como transportarte a otra época. Aunque por

el día es mucho menos impresionante que por la noche.Los carruajes de múltiples formas y colores pasean a los turistas por las calles, mostrándoles el

barrio en el que a pesar de llamarse francés, la mayoría de los edificios fueron construidos bajomandato español a finales del siglo dieciocho.

Sam se va parando en todos los escaparates de las tiendas, rogando por entrar en alguna devudú.

Y al final, consigue salirse con la suya.Solo el nombre me da escalofríos. Reverend Zombie’s House of Voodoo. Pero ya la fachada es

de película de terror. En algún momento debió de ser roja o quizá no, quizá siempre tuvo ese aspectode dejadez para provocar el respeto por lo oculto. Las dos puertas de entrada son de color verde,pero también tienen la pintura descascarillada. Y a los lados de ambas, unas ventanas muestran unosescaparates escapados de una pesadilla.

Me quedo parada frente a una de las puertas y sujeto a mi hermano del brazo.–Sam, ¿es necesario?–No me jodas, Becks.–¿Qué no te joda? Esto da bastante grima por fuera. ¿Qué crees que va a haber dentro? ¿Peluches

y tazas para turistas?–No, claro que no. Cabezas reducidas, polvo de escorpión y libros de magia negra. Pero a ti

nunca te han dado miedo estas cosas, hermanita.–No me dan miedo, imbécil. Pero les tengo bastante respeto. Anda, tira –le doy un empujón y

entra riéndose en la tienda.Por dentro es mucho peor, estaba claro. Del techo cuelgan esqueletos y muñecos más feos que el

demonio. Me pregunto si la gente realmente compra esto, y si después lo cuelgan en sus casas.–¡Mira, Becks! –trae de la mano una figurita horrorosa que me da repelús.–¡Por el amor de Dios! ¡Deja eso en su sitio y no toques nada!Diez minutos me cuesta sacarlo de la tienda llevándole casi a la rastra.–Qué aburrida te estás volviendo, hermanita.–Vete a la mierda.–Vale, yo me voy a la mierda, pero ahora no me metes tú a mí en un bar de jazz.–No voy a meterte en un bar de jazz, así que cállate ya.Paramos a comer en el Clover Grill, donde dicen que hacen las mejores hamburguesas del

mundo. Y los hermanos Collins damos fe de ello después de salir de allí con el estómago lleno areventar.

Después, bajamos por Dumaine Street hasta la rivera del Mississippi y caminamos porWoldenberg Park.

Charlie lleva todo el día sin apenas abrir la boca porque Sam acapara todas las conversacionescon ese pico de loro suyo que levanta dolor de cabeza a cualquiera. Hasta que mete la pata.

–¿En qué trabajas?Me pongo tensa cuando escucho la pregunta, pero él simplemente sonríe y contesta con

naturalidad.–Ahora mismo, en nada.–¿Y de qué vives?–¡Samuel! –me giro hacia él, censurándolo con la mirada.–No pasa nada, Rebecca. Ya veo que tu hermana no te ha contado nada.–Mi hermana lo único que cuenta es hasta diez cuando la saco de quicio.Charlie se echa a reír.–Mira que es imbécil –hago una mueca de burla.–Hace años que vivo en la calle.Mi hermano frunce el ceño, sin comprender. Charlie se queda callado unos instantes, supongo

que pensando si contar su historia.–Mi familia era una de las más ricas de Chicago. Mi padre tuvo suerte con unas inversiones y

ganó mucho dinero. Pero cuando murió, mi hermano se jugó la fortuna familiar contra una de lasmafias más peligrosas del país.

–¿Mafia? Creí que lo había perdido en un casino de Las Vegas.–Es lo que mi madre hizo ver a la prensa. Temía que si el asunto con la mafia salía a la luz,

tomarían represalias. Y el muy imbécil no solo se jugó su parte de la herencia, apostó todo el dinero.Mi madre tuvo que sacar del banco hasta el último dólar para que no lo mataran. Pero deberíahaberlo hecho yo con mis propias manos –aprieta los puños, frustrado.

–No hubieses ganado nada con eso, Charlie. Ir a la cárcel, si acaso.–Lo sé, Rebecca. Pero no puedo evitar pensarlo.–¿Acabasteis los dos en la calle? ¿Tu madre y tú?–No sé nada de mi madre desde hace tiempo. Pero aún conservaba la mansión antes de que yo

me fuera.–Vaya, tuvo que ser duro.–Terminas acostumbrándote.–¿Y cómo conociste a mi hermana?Resoplo y muevo la cabeza hacia los lados.–Apareció como un ángel vengador a salvarme.–¿Rebecca un ángel vengador? –se ríe a carcajadas y le doy un codazo. –Joder, tengo una súper

hermana y yo sin enterarme.–Pues no será que no te he salvado a ti el culo veces, Samuel.–No empecemos…–¿Siempre estáis así? –sonríe.–Sam tiene el diploma al mayor tocapelotas del estado. Sí, la mayor parte del tiempo estamos

así.Mi hermano frunce el ceño.–Qué gilipollas eres, Becks.–Pero me quieres, idiota.Le abrazo por la cintura y le doy un beso en la mejilla.–Pues claro que te quiero, Superwoman. Y ahora cuéntame cómo te salvó la vida mi hermana,

Charlie. Me muero por saber esahistoria.

altercado

I'll get over you I know I willI'll pretend my ships not sinking and I'll tell myself I'm over you

Go West King of wishful thinking

Han pasado cuatro meses. El tiempo pasa volando sin apenas darme cuenta.Y aquí estoy cargando cajas como un animal. Suelto las últimas en el suelo del apartamento y medejo caer en el sofá lleno de polvo.

–Tienes tarea en esta pocilga.–¿Vendrás a ayudarme, hermanita?–Ni lo sueñes. Te he ayudado con la mudanza, estoy agotada. Por las mañanas trabajo en una

cafetería, ¿recuerdas? Y los fines de semana apenas descanso.–Es solo un rato. No te entretendré mucho.–Tú tienes tiempo libre de sobra hasta que empieces las clases. No seas egoísta.–Pero no tengo a nadie que me ayude.–Oh, sí. Ya lo creo que tienes a alguien. Llama a Frank, estará encantada de echarte una mano –

le guiño un ojo y abro la puerta. –Hasta luego, Sam.Mi hermano ha encontrado un apartamento, al fin. Y también un trabajo a tiempo parcial en una

tienda de informática, para cubrir sus gastos. Se ha vuelto a matricular en la universidad, y yo tengoel orgullo por las nubes porque parece ser que algo ha madurado y de momento, no se ha metido enningún lío.

Charlie se ha trasladado a Lafayette y vive en un piso compartido, algo que me tiene un pocomosqueada. Entiendo que es demasiado pronto para venirse a vivir conmigo, pero tampoco tienenecesidad de pagar un alquiler habiendo sitio en mi casa. Tuvimos una fuerte discusión por eso, perotuve que dar mi brazo a torcer porque me ganaba en argumentos. También ha encontrado trabajo enuna oficina de seguros. Está asqueado, pero es lo que hay.

Durante todo este tiempo nos ha ido bien, supongo que como en todos los comienzos de lashistorias de amor, lo ves todo de color de rosa al principio. Y es que al final, Rebecca, la que noquería enamorarse, se ha enamorado de Charlie. De hecho, creo que me enamoré mucho antes deaceptarlo.

Los fines de semana viene conmigo a Nueva Orleans porque se aburre en Lafayette y le gustaverme bailar. Acordamos fingir ser solo amigos de cara a mi jefe para evitar problemas, así que yome comporto allí dentro con él como con el resto de los clientes. Es decir, ignorándole.

Hoy es viernes y espero tras las cortinas mi turno, hasta que me anuncian por el micro y salgo al

escenario. Se encienden las luces y comienzo a bailar. Antes de Charlie solía mirar a un punto fijo enla barra pero ahora que está aquí, no puedo apartar mis ojos de él. Sonrío ligeramente para que Dickno se dé cuenta y él me devuelve la sonrisa.

De repente, noto unas manos tocándome el trasero. Me doy la vuelta rápidamente y alguien meagarra por la cintura. Apenas puedo verle la cara porque la mete entre mis piernas. Yo grito e intentosoltarme sin éxito.

Los brazos de Martin le agarran por los hombros y tira con fuerza, empujándolo hacia atrás. Mecaigo al escenario de culo, y el extraño se desploma de espaldas en el suelo. La música deja de sonary la gente comienza a arremolinarse a nuestro alrededor. El murmullo de las voces sube de tono y nopuedo oír lo que Martin intenta decirme. Abro los ojos de par en par cuando veo a Charlie abrirsecamino a empujones. Y ni siquiera me da tiempo a abrir la boca cuando ya ha descargado el golpesobre el hombre tendido en el suelo. Con el primer puñetazo, le vuelve la cara y le hace sangrar lanariz. Con el segundo, le hace sangrar la boca. Aparta a Martin de un empujón cuando intentasepararle del extraño. Continúa golpeándole y cuando mi mente bloqueada quiere reaccionar, el tipoya está inconsciente.

–¡¡Charlie!! ¡¡Charlie, para!!Respira agitado mientras se examina los nudillos. Tiene la mano cubierta de sangre. Se vuelve y

me mira horrorizado.–¡¿Estás bien, Rebecca?!–¡Sí, estoy bien! ¡Dios, Charlie, no tenías…!–¡¡Fuera de mi local ahora mismo!! ¡¡Martin, saca a estos dos de aquí antes de que lo haga la

policía!! –la atronadora voz de Dick no me deja terminar.–¡Dick, yo soy la responsable de esto!–¡Cállate, Becca! ¡Ahora hablaremos tú y yo!Charlie se tensa de nuevo. Yo le sujeto antes de que se atreva a cometer una locura.–Vuelve al motel.–No pienso dejarte sola.–Por favor, espérame allí. Yo soluciono esto, vete ahora –suplico.Mi jefe tira de mí y me gira hacia él.–Becca, este tío casi mata a un hombre.–Lo siento, yo… –miro a Charlie.–Me voy, Rebecca.–Vamos –Martin le agarra pero él se suelta con un gesto brusco.–A mí no hace falta que me lleves. Ese de ahí necesita más ayuda que yo –señala al extraño que

parece ser que ha recuperado la consciencia a fuerza de unos cuantos bofetones de Martin.Después se acerca a él y le escupe antes de salir del club.–Becca, a mi despacho. Martin, ocúpate de este. Y asegúrate de que le quede bien claro que no

vuelva jamás por aquí.Entro en la habitación y me apoyo en el escritorio. Él cierra de un portazo y me mira con cara de

mala hostia. Y mucha.–Rebecca Collins, ¿me puedes explicar qué coño ha pasado?Jamás en los años que llevo aquí se había atrevido a pronunciar mi nombre completo. Creo que

esta vez no me libro del despido.

–No sé qué quieres que te explique, Jones. Tú mismo lo has visto.–Rebecca, no me toques más los cojones. ¡¿Quién coño es el tipo ese?!–Es un… Es un… –me callo. No sé qué decir. Hace años que la palabra “novio” dejó de tener

sentido para mí.–¡¿Es un qué?! –se acerca a mí y me zarandea.Yo me suelto con rabia. Las lágrimas se me agolpan en los ojos.–¡¡Es un amigo!!–¡¿Y desde cuándo te juntas con gente que da palizas de muerte?!Se abre la puerta y los dos nos damos la vuelta. Frankie entra en el despacho, blanca como una

pared.–¿Qué ha pasado?–Que te lo explique tu amiga Becca, Frankie. Salid las dos ahora mismo de aquí.Frank me coge del brazo para sacarme del despacho.–Becca.Me doy la vuelta.–¿Sí?–Voy a pensar muy seriamente despedirte.Asiento. Frank abre la boca para decir algo, pero le hago un gesto de advertencia para que no

diga nada.–Vámonos.Cuando llegamos al vestuario, las chicas son prudentes y no preguntan, pero Frankie quiere

saber, como siempre.–Becca, ¿qué coño ha pasado?–Un tío intentó sobrepasarse conmigo y Charlie le ha dado una paliza que casi lo mata.–Pues bien por Charlie.–¡Frank!–¿Qué? ¿Frank qué? ¿Qué esperabas que te dijera? ¿Lo mismo que Dick? ¿Qué lo que Charlie ha

hecho está mal? ¡Pues no, no voy a decirte eso Rebecca, ¿me oyes?! –se echa a llorar. Nunca la habíavisto llorar, jamás. No entiendo nada.

–Oye, Frank…–¿Sabes qué? ¡Ojalá hubiera tenido la suerte de tener un Charlie hace años, porque así no tendría

esta vida de mierda!–¿Pero qué es lo que te pasa? ¿A qué viene esto? –le limpio las lágrimas.–Ahora no, B. C., ahora no. Ve con Charlie. Ya hablaremos.–¿Estás segura? No estás bien.–No te preocupes por mí, preocúpate por él.Cojo mis cosas para marcharme.–Oye, B. C.–Dime.–No te preocupes si Dick te despide. Que le den por el culo –sonríe con los ojos enrojecidos

por las lágrimas.Me acerco a ella y le doy un abrazo.–Te quiero, Frank.

–Yo también.

Abro la puerta de la habitación y no hay nadie. Llega a mis oídos el sonido del agua de la ducha.

Me quito la ropa y entro en el baño. Está sentado con la frente apoyada en las rodillas mientras elagua le cae por encima. Alza la mirada y se pasa la mano por la cara, apartándose el pelo mojado.Sus ojos azules suplican perdón al otro lado de la manpara de cristal. Me meto dentro y le tiendo lamano para que se levante. Me abraza con fuerza.

–Lo siento, Rebecca. Lo siento.Apoyo la cabeza en su pecho.–Yo también lo siento.–Tenemos que hablar seriamente de esto.Me siento en el borde de la cama y espero a que sea él el primero en hablar, pero no abre la

boca y al final tengo que ser yo la que dé el paso.–¿Qué es lo que te pasa?–No quiero que sigas trabajando ahí.–¿Cómo dices?–Rebecca, puedo soportar que te desnudes delante de hombres. Pero si te tocan, o intentan

sobrepasarse, no puedo controlarme.–Es mi trabajo.–No, tu trabajo es bailar.–Yo no puedo adivinar si alguien se va a descontrolar, Charlie. No suele ocurrir muy a menudo.–Me da miedo pensar lo que puedo llegar a ser capaz de hacer.–Pues no vengas al club. Nadie te obliga.–¿Crees que esa es la solución?Estoy empezando a cabrearme con tanto rodeo.–¿Y cuál es la jodida solución, según tú?–Que lo dejes. No te hace falta el dinero, puedes vivir de tu sueldo de camarera. ¿Por qué lo

haces, Rebecca? ¿Por qué aguantar todos los fines de semana esto?–Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Tú solo me ves como a una furcia que se desnuda.–Yo no he dicho eso.–Pero lo piensas, estoy segura. Y te equivocas. El baile es mi vida, y no pienso dejarlo.–Entonces ya has tomado tu decisión.–¿Qué decisión?–Vas a seguir en el Diamonds.–¿Me estás dando a elegir entre tú y el club?Asiente y yo niego. Me acerco hasta la puerta y me quedo parada, dándole la espalda con la

mano en el picaporte de la puerta.–Esto tiene un nombre.–¿Ruptura?–No. Cobardía. Cierra la puerta y me quedo mirando al vacío intentando no pensar en lo que acabo de

hacer. Otra vez la dejo ir. Conduzco hasta casa de Frank sin derramar una sola lágrima. Se acabó, estoy harta de llorar.Abro la puerta y me llevo una sorpresa mayúscula. Mi hermano y ella están dormidos en el sofá,

con la tele puesta. ¿Pero qué hacen estos dos viendo películas de madrugada? Surrealista. Apenas duermo en toda la noche. No hago más que darle vueltas y más vueltas al tema, pero

siempre acabo llegando a la misma conclusión: no voy a dejar el Diamonds.Quizá lo mejor sea hablarlo de nuevo al día siguiente, con más calma. Quizá pueda hacerle

entrar en razón.Qué equivocada estoy…

Amanezco con la madre de todas las ojeras, y ni siquiera me cabreo cuando Frank y mi hermano

me miran horrorizados al entrar en la cocina.–No digáis nada y yo tampoco haré preguntas.Ella hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera, pero Sam no es capaz de mantener la

boca cerrada.–¿Problemas con Charlie?–He dicho que nada de preguntas.Me preparo un café y me siento en una banqueta. El silencio es tan incómodo que me lo bebo de

un trago y vuelvo a mi habitación a vestirme. Frank entra detrás de mí y cierra la puerta.–No voy a preguntarte nada. Solo quiero que sepas que las cosas se han puesto un poco feas en

el club. Jones tiene un cabreo de mil demonios porque si al imbécil de ayer se le ocurre poner unadenuncia, va a haber problemas.

–¿Y qué quieres que haga yo?–Sé que tú no tuviste la culpa, B. C. Además, esperaba que solucionaras ayer todo con Charlie,

pero por tu aspecto creo que ha sido todo lo contrario.–Me ha pedido que lo deje.–Esperaba algo así.–¿Ah, sí? Pues yo no, Frank. Pensaba que había entendido que el baile es mi vida.–Y seguramente lo sepa, pero no lo acepta.–Pues tendrá que hacerlo.–¿Y si no qué, Rebecca?Inspiro y cierro los ojos.–Si no acepta lo que soy, lo nuestro ya no tiene sentido.

Llamo a la puerta de la habitación y no me abre. Insisto un par de veces más. Nada. Espero diez

minutos por si estuviera en la ducha y continúa sin abrir.

Me acerco a la recepción y Josh me explica que Charlie se marchó hace unas horas, pero quedejó un sobre para mí. Le doy las gracias y lo cojo con la mano temblorosa.

Me siento en el coche y me quedo mirándolo un buen rato. Auna avalancha de pensamientos meinvade la mente. Cuando me decido a abrirlo, ha pasado ya casi media hora.

“Rebecca, Te escribo esto porque no tengo el valor de decírtelo a la cara y ver el dolor en tus ojos.

Como tú dijiste, soy un cobarde.Tengo que irme. No puedo seguir así, yo no tengo una estabilidad para darte y que puedas

dejar el club, pero es que tú tampoco quieres. Sé que es tu trabajo y que te gusta lo que haces,pero yo no soporto ver cómo te ponen las manos encima. No es cuestión de confianza, tengo tanclaros tus sentimientos como tengo los míos, por eso es mejor que me vaya ahora y sigas con tuvida. No es mi intención hacerte daño, nunca lo ha sido ni lo será, pero ya has visto que no soycapaz de contenerme, y no quiero que pierdas tu trabajo por mi culpa.

Si algún día nuestros caminos vuelven a cruzarse, espero que uno de los dos haya aprendido acomprender al otro, o al menos, que tú me hayas perdonado. Solo pido eso, que me perdones.

No te haces a la idea de lo mucho que he llegado a quererte en este tiempo. Nunca he sentidolo que siento por ti, ni siquiera por aquella que fue mi mujer.

Te amo, Rebecca. Te amo con toda mi alma. Quiero que eso lo tengas presente siempre. No hehecho otra cosa que amarte desde que te conozco.

Charlie.” No me puedo creer que se haya marchado así. Otra vez. Ni siquiera ha tenido la valentía de

decírmelo a la cara. Aunque en el fondo siempre he sabido que esto iba a pasar tarde o temprano,solo que no quería verlo, simplemente.

Un profundo dolor se me instala en el pecho y apenas puedo respirar.Cuando consigo controlarme, me prometo a mí misma que no voy a volver a cometer el error de

enamorarme. Sin amor, no hay dolor. Creo que debería tatuármelo para no olvidarlo jamás. El amor no está hecho para nosotras.

Frankie tenía razón, las putas y las bailarinas de club no tenemos derecho a enamorarnos. Siemprenos joden, de una manera u otra.

grant

I feel her breath on my face, her body close to meCan't look in her eyes, she's out of my league

Patrick Swayze She’s like the wind

Alguien de la primera fila me llama la atención. Es un chico joven, de unos veintipocos. Me miracon timidez, por lo que deduzco que es su primera vez en un club. Es guapo. Moreno, ojos verdes,sonrisa de infarto. Sonrío. Él baja la vista, avergonzado, a los botones de su camisa. Me arrodillodelante de él y le alzo la barbilla. Vuelvo a sonreír. Los que están sentados a su lado, que supongoque son sus amigos, le dan codazos y gritan su nombre.

–¡Grant, Grant, Grant!Se sonroja. Ya es mío.

Salgo de los vestuarios y me acerco a la barra. El jovencito sigue sentado en primera fila pero

me ha seguido con la mirada. Me siento en un taburete para darle conversación a Kev. Un minutodespués se da la vuelta y me mira. Le hago un gesto para que se acerque. Se señala con el dedo,preguntándome si es a él. Asiento. Se levanta de la silla y sus amigos le observan curiosos. Uno deellos le pregunta algo, pero no contesta. Se acerca y se para frente a mí, metiéndose las manos en losbolsillos.

–Hola, encanto.–Ho… ho… hola.–Me llamo Becca –le tiendo la mano.Él se saca la derecha del bolsillo y me la estrecha. Le tiembla el pulso.–Grant.–No voy a comerte, Grant. Tranquilo. O al menos, no ahora. Suspira y se relaja un poco–¿Puedo sentarme? –arruga la nariz.–Claro, para eso te he llamado. Quiero que te tomes algo conmigo. Y echarte un polvo, pero eso te lo diré cuando estés lo bastante tranquilo como para no

asustarte. –¿Yo?–Sí, claro. ¿Qué quieres tomar?–No sé… ¿Ginebra?–¿Qué estabas tomando antes?–Yo… un…–¿Un…?–Un refresco.–¿Sin alcohol?–Sí… –baja la mirada, abochornado.–¡Oye! No tienes que avergonzarte por no beber alcohol, al contrario. ¿Ves a todos esos hombres

gritando ordinarieces a mis compañeras?–Sí.–Bien, pues más de uno debería ser como tú. O más bien todos.Sonríe.–Gracias.–Pediré un refresco para ti y otro para mí.Kev nos sirve lo sirve mordiéndose los labios para no reírse.–¡¿Qué?!–¿Desde cuándo bebes refrescos, Becca?–¡Pero bueno! Cualquiera que te oiga pensará que soy una alcohólica.–Aquí no bebes agua, precisamente.–Culpa de Frank.–Por lo visto todo es culpa de Frank últimamente.–¡Anda, lárgate!El pobre Grant se ha quedado callado. Creo que le intimido un poco, así que inicio la típica

conversación de “a qué te dedicas”, para romper el hielo. Me cuenta que acaba de graduarse en launiversidad y la visita al club es para celebrarlo.

–¿No habías estado nunca antes en un club como este?Qué pregunta más tonta, se nota a la legua.–No. La verdad es que no acostumbro a venir a este tipo de sitios. Con todo el respeto para las

que trabajáis aquí, claro –se disculpa. –A mi madre le daría un infarto si supiera donde estoy ahoramismo.

Me echo a reír.–Sí, supongo que no tenemos muy buena fama entre madres y esposas. Pero no todas ejercemos.–¿Ejercéis?–No todas somos prostitutas, quiero decir.–Ah.–Sé que estos clubs siempre están asociados a la prostitución, pero algunas solo venimos a

bailar. Aunque yo a veces hago excepciones –me levanto de la banqueta y me acerco a él.Traga saliva y su respiración empieza a agitarse.–Sí alguien me gusta mucho…

O si estás lo suficiente rabiosa porque te hayan abandonado como para tirarte a un

desconocido por despecho. No intentes disfrazarlo de algo que no es, Becca. Se queda muy quieto, mirándome a los ojos.–¿Quieres venir conmigo, Grant?Coge aire y asiente.–Dame cinco minutos para que me cambie de ropa, espérame aquí si quieres. Frankie se cruza de brazos nada más verme entrar en el vestuario.–¿Qué haces, B. C.?–¿Cómo que qué hago?–Sí, ¿ahora te lo montas con menores?Resoplo y paso por su lado sin hacerle caso.–Becca.–No voy a contestarte a eso.–Oh, sí. Claro que vas a contestarme. ¿Se puede saber qué coño haces con ese crío?–Frank, lo que yo haga o deje de hacer con él, no es de tu incumbencia. Además, no es ningún

crío.–¿Cuántos años tiene? -alza las cejas.–Los suficientes como para poder entrar en un club.–¿Estás segura? Porque igual a Martin se le olvidó pedirle la documentación antes de entrar.–¡¿Pero se puede saber qué coño te pasa ahora?!–Becca, ¿estás loca?–¡No, Frank, no! ¡Eres tú la que me vas a volver loca un día de estos!Me visto de mal humor.–¿Y ahora dónde vas?–Me lo voy a follar, ¿vale? Al crío. ¿Alguna pega al respecto?Me cruzo de brazos frente a ella antes de salir por la puerta. Mueve la cabeza hacia los lados,

negando.–Sabes que esa no es la mejor opción, ¿no?–¿La mejor opción para qué?–No me tomes por tonta, B. C. Sabes de sobra que no lo soy. Aunque a veces me gustaría ser

tonta y no enterarme de nada. Así sufriría menos con vuestras malditas gilipolleces. Si crees que asívas a olvidar a Charlie, lo llevas claro, cariño.

Se da la vuelta y me deja con la palabra en la boca. –¿De veras tienes un Chevrolet Corvette? –Grant abre los ojos de par en par cuando saco las

llaves del coche de mi bolso.–Sí, ¿te gusta?–¿Estás de broma? ¿De qué año es?

–Del 58.–¡Vaya! Debe de haberte costado una pasta.–Es el único capricho que me he dado en la vida. Casi fundí todos mis ahorros.Nos enfrascamos en una conversación sobre coches, de los que es todo un entendido, mientras

conduzco hasta un motel de las afueras. No quiero volver al otro. No quiero recuerdos. No quieroque aquel pobre recepcionista tan amable sepa lo que realmente soy.

Rebecca, no eres una prostituta. Lo soy. No, eres una mujer movida por la rabia. No te engañes a ti misma. Lo que estás haciendo, lo

haces por Charlie. Ni siquiera vas a cobrarle, ¿a qué no?–Yo pagaré la habitación.–No, no. Yo la pago.–¿Esto es una cámara oculta o algo? Porque te advierto que no va a hacerme ninguna gracia.Le miro frunciendo el ceño.–¿Por qué crees que es una cámara oculta?–¡Venga ya! Me traes a un motel para acostarme contigo. ¿A mí? –se mira de arriba abajo.–¿Y qué tiene de raro?–Mírate. Eres muy guapa. No, eres perfecta. Tan perfecta que jamás te fijarías en un chico como

yo. Y encima, quieres pagar tú la habitación. Así que una de dos, o bien es una cámara oculta, ocuando terminemos y me des la cuenta, no voy a tener dinero ni para pagarte.

Me echo a reír.–No es ninguna cámara oculta, Grant. Ni voy a cobrarte.–¿Entonces? No lo entiendo.–No hay nada que entender.Abro la puerta de la habitación y lo empujo para que entre dentro. No le doy tiempo a que

vuelva a hablar. Le cierro la boca con un beso. No es como Charlie, es más dulce y tímido. Laslágrimas me escuecen en los ojos. Le agarro de la mano para llevarle hasta la cama. Le arranco laropa y me desnudo con rapidez, no quiero pensar en nada. Me subo encima de él. Le muerdo elcuello, los hombros, los labios. Estiro sus brazos a los lados y entrelazo sus dedos con los míos.Cierro los ojos mientras me penetra.

–Becca.Veo desconcierto en su mirada e intento olvidarme de todo. Me acaricia la cara y desliza sus

dedos despacio por mi cuello, hasta mis pechos.–Eres preciosa.Sonrío mientras me restriego las lágrimas con rabia. Maldito seas, Charlie. –¿Por qué lloras?No contesto, me agacho hasta que mis labios encuentran los suyos y la pregunta queda olvidada.

Sus manos se clavan en mi cintura y me mueve al ritmo de sus embestidas, que van acelerando elritmo. Me incorporo cuando sus gemidos aumentan el volumen, y él mete me acaricia entre laspiernas con dedos tímidos, hasta que me deshago en un orgasmo que no termina de llenar mi vacío.

Escucho sus pasos, sobre la moqueta, dirigirse al baño. Después, el sonido del agua de la ducha.

Abro los ojos y miro mi reloj de pulsera. Las diez y media. ¡Maldita sea! Se me ha hecho muy tarde. Me siento en el borde de la cama y me froto la cara con las manos para despejarme. Contemplo

en silencio la ropa esparcida por el suelo, la habitación desconocida y la cama revuelta. Y porprimera vez en mi vida me siento como una prostituta, aunque no vaya a cobrarle. Mis bragas cuelganen el borde de la cama. Me levanto, las cojo y las tiro a la papelera.

Estupendo, Rebecca, ahora vas a ir sin bragas por la calle. ¿Qué más da? Si soy… La puerta del baño se abre, interrumpiendo mis pensamientos. No quiero siquiera girarme y ver

su cara. Me da miedo lo que voy a encontrarme en su mirada, porque presiento que, aunque es joven,de tonto no tiene ni un pelo.

–Buenos días, Becca.Por lo menos su voz no suena a reproche. Me giro intentando una sonrisa.–Buenos días, Grant.–No te preocupes, me vestiré rápido y te dejaré sola.Él también hace un amago de sonrisa, pero sus ojos reflejan compasión. Se me hace un nudo en

el estómago y vuelvo la cara. Y lo más sensato sería callarme y dejarle hacer, pero parece ser que lasensatez esta vez no está de mi parte.

–No… No hace falta. ¿Te apetece desayunar conmigo? ¡¿Pero qué coño estás haciendo, Rebecca?! –¿Estás segura?Se detiene frente a mí y me alza la cara, cogiéndome de la barbilla. Yo le miro a los ojos y es

tan guapo que duele hasta respirar. El pelo mojado y revuelto le hace mucho más joven, y además,huele endemoniadamente bien. Se me embotan los sentidos y comienzo a respirar aceleradamente. Ysin pararme a pensar en nada más, mis brazos rodean su cuello y me alzo de puntillas para besarle. Élse desestabiliza un momento, sorprendido por mi arrebato, y da un traspié. Yo le estrecho más contrami cuerpo desnudo y noto como su pene se endurece contra mi vientre, debajo de la toalla que llevaalrededor de la cintura. Siento sus manos en mis hombros y como presiona despacio para que meretire. Doy un paso atrás, desconcertada.

–¿Qué ocurre?Cierra los ojos, sacudiendo la cabeza.–Es que no entiendo nada.

–No hay nada que entender, Grant.–Alguien te ha hecho daño, ¿verdad? Y a juzgar por el cambio en tu mirada, ha sido bastante.–No quiero hablar de eso.–Ahora entiendo por qué me trajiste aquí anoche.Me sorprende no ver el reproche en su mirada, pero aun así, me disculpo.–Lo siento, Grant.–No, no tienes que sentir nada. Tenía bastante claro que una chica como tú no se fijaría en

alguien como yo sino fuera con un propósito. ¿Te he hecho olvidarle por un rato, al menos?No sé cómo tomarme sus palabras. No puedo enfadarme porque está diciendo la verdad, y en

todo caso él debería ser el que estuviera cabreado.–Quiero seguir olvidando.Tiro de la toalla y la dejo caer al suelo. Me coge por las nalgas y me levanta, clavándose en mí.

Se acerca a la cama y se sienta en el borde. Yo me muevo despacio, siento como me llena de todo él,pero sin llenar el otro vacío que amenaza con ahogarme. Le beso con desesperación, intentandoapartar cualquier pensamiento de mi mente que no tenga que ver con Grant y conmigo. Solo somos ély yo ahora.

Solo él y yo, Rebecca. Se deja caer hacia atrás y gira sobre sí mismo para colocarse encima. Me muerde el cuello,

despacio. Su lengua recorre mi clavícula hasta el hombro y después vuelve a hacer el recorrido ensentido inverso. Me mira a los ojos y sonríe. Se incorpora, saliendo de mi interior y se pone derodillas en el suelo. Me coge por detrás de las rodillas y tira de mí hasta que mi trasero roza el bordede la cama. Y entonces, su cabeza se hunde entre mis piernas. Su lengua me recorre una y otra vez,hasta que hace que me olvide de todo, por fin.

Conduzco hasta el Antoine’s Annex, la cafetería preferida de Frank. Cuando no estamos

demasiado cansadas, solemos ir allí los domingos por la mañana.Pido un café helado con caramelo y tres croissants, uno normal, otro de azúcar glass y el último

de chocolate. Grant me mira de reojo, aguantándose la risa.–¿Qué?–Nada, nada.–¿Nunca has visto a una mujer comerse tres croissants?–No, las chicas de mi edad se preocupan bastante por la báscula.–Pues las chicas de tu edad son gilipollas. No saben lo que se pierden –le guiño un ojo mientras

le doy un mordisco a mi croissant de azúcar glass.Él se echa a reír.–¿De qué te ríes ahora?Hablar con la boca llena no es de buena educación, pero no he podido evitarlo. Grant alarga la

mano y pasa su dedo pulgar por la comisura de mis labios.–Te has manchado de azúcar. Y estás muy graciosa. Casi pareces… –se queda callado y sus

mejillas se colorean de rojo. Baja la mirada, avergonzado.

–¿Casi parezco…?–Lo siento, no quería…–Vamos, dímelo. Te prometo que no voy a enfadarme.–Pues… casi pareces normal.Abro los ojos de par en par. Después, me echo a reír.–¿Es que no soy normal?–Bueno, no quiero que me malinterpretes. Yo solo quería decir que… que tú…Comienza a balbucear sin saber qué decir, así que le sujeto por el antebrazo y le doy un apretón.–Grant, me parece que sé a lo que te refieres. Pero créeme, ser bailarina de un club no me

convierte en nadie especial. Soy normal, como las demás. A pesar de que esté desayunando en unacafetería decente sin bragas debajo del vestido.

Casi se atraganta con el café.–¡Joder, Becca!–¿Quieres que te cuente un secreto? Rebecca, frena antes de arrepentirte. –Claro, te prometo que no saldrá de aquí.–Yo no vivo en Nueva Orleans, vengo aquí los fines de semana a trabajar en el club. El resto de

la semana soy solo una camarera, como esa que ves ahí –señalo a la chica que nos ha atendido, –enuna cafetería de Lafayette. Soy una chica normal, con un uniforme horroroso.

–¿De qué color?–Pues hasta que llegué yo era de color amarillo, pero le dije a mi jefe que no me vería jamás en

la vida vestida de ese color. Así que después de decirme que si no me interesaba el trabajo, podíavolver por donde había venido, y yo contestarle que se podía meter su maldito uniforme hortera pordonde más le gustase, se echó a reír y me dijo: “creo que necesito alguien como tú aquí, Jen esdemasiado blanda a veces”. Hasta me dejó elegir el nuevo color de los uniformes, pero aun asísiguen siendo horrorosos. ¿Qué color crees que elegí?

Me inclino sobre la mesa hasta que apoyo mi barbilla en la palma de la mano. Sonrío de mediolado.

–No lo sé, sorpréndeme.–El rojo.Me mira los labios, que llevo pintados de ese color, y pone los ojos en blanco.–Era obvio, claro.Nos reímos los dos.–Supongo que te preguntarás por qué lo hago, ¿no?–¿Por qué haces qué?–Bailar en el club los fines de semana.–No hace falta que me lo cuentes sino quieres.–No es nada del otro mundo. Me gusta bailar desde que era una niña.–Pero…–Sé lo que estás pensando. Alguna vez me he acostado con algún cliente si era lo demasiado

guapo como para que no me diera asco, y he cobrado por ello porque en el club no está permitido

acostarse con alguien sin cobrar. Tú eres una de las dos excepciones.Dejo el croissant de chocolate en el plato y cojo aire.–Supongo que no hace falta que te pregunte cuál es la otra persona por la que hiciste una

excepción.–No, no lo hagas.–Becca, no quiero que tengas problemas en el club. Dime cuánto tengo que pagarte.–Ni hablar.–Lo digo en serio.–Yo también.–Bueno, por lo menos déjame invitarte a desayunar.–Eso sí puedo aceptarlo –arrugo la nariz y sonrío. Vuelvo por la tarde a Lafayette sin pasarme por casa de Frank. Estoy de bastante buen humor y

no me apetece fastidiármelo con una de sus charlas.No recibo noticias de ella hasta el miércoles por la tarde cuando vuelvo de mis clases de

kickboxing, escucho el teléfono resonando en mi casa en cuanto abro la puerta. Corro hasta el salón ydescuelgo.

–¿Sí?–¡¿Se puede saber dónde coño te metes?!–Vengo del gimnasio.–No me jodas, Rebecca, sabes a lo que me refiero.–Se me hizo tarde y volví directamente a Lafayette.–¿Desde cuándo te has vuelto una mentirosa? Dejando aparte la mentira que rige tu vida, la

doble vida de Becca.–Si ya lo sabes, ¿para qué preguntas, Frank?–Porque pensaba que serías sincera conmigo.–No estaba preparada para aguantar una charla de las tuyas.–¡No iba a echarte ninguna charla!–¿Estás segura? Porque creo que la que no está siendo sincera ahora eres tú.Se queda callada un momento, he dado en el clavo.–Es que yo no sé qué te pasa, pero se te ha ido la cabeza, B. C.–¿Porque me haya acostado con Grant? No veo qué tiene de malo.–¿No lo ves?–No.–¿Quieres que te lo diga o prefieres seguir en la ignorancia?–Me lo vas a decir de todas formas, así que adelante.–Te acaban de romper el corazón. Y esta vez no ha sido como con el otro gilipollas, esta vez

Charlie te ha dejado bien jodida.–Frank…–¡Déjame terminar! Sabes que tienes que seguir adelante y olvidarte de ese grandísimo hijo de

perra, pero déjame decirte que la mejor opción no es joder con universitarios.–Cualquiera diría que los tengo en fila india a la puerta de casa…

–¡Vete a la mierda, Rebecca!–¿Has terminado con el sermón?–No es ningún sermón, es la realidad que tú no quieres ver.–Frank, estoy jodida, lo sé. Pero no voy a permitir que interfiera en mi vida, ¿vale? Si quiero

acostarme con un universitario, lo haré. No voy a engañarte y decirte que lo del otro día no lo hicepor despecho, pero ya se me pasará.

–¿Estás segura?–No tengo más remedio.Estoy en esa fase en la que no me da la gana seguir los consejos de nadie.

no será porque no lo intento

Baila la calle de noche, baila la calle de día(Baila conmigo)

Wyclef Jean feat. Claudette Ortiz Dance like this

El viernes conduzco a Nueva Orleans más despacio de lo normal, como si levantando el pie delacelerador no fuese a llegar nunca. En la radio suena Love me again de John Newman, y la letra meduele, pero no cambio de dial.

Cuando los coches que me adelantan comienzan a tocar el claxon, me doy cuenta de que quizávoy demasiado despacio, y acelero un poco. Bajo la capota y el viento comienza a despeinarme elpelo, pero no me importa. Que se enrede lo que quiera.

Salgo de la Interestatal 10 por el desvío 234B, pero esta vez no paso por casa de Frank a dejarla maleta, sino que conduzco hasta el Diamonds directamente porque voy muy justa de hora.

Aparco donde siempre y me miro en el espejo retrovisor. Lo sabía, parezco recién salida de unpsiquiátrico con estos pelos de loca. Intento peinarme un poco con los dedos, pero es imposible,tengo unos enredos horrorosos. Me lo recojo hacia atrás en una coleta, a ver si consigo desenredarlodespués.

Cuando entro al vestuario, las chicas están terminando de maquillarse. Melanie cepilla el pelo aHeather, así que me siento a su lado.

–Mel, cariño, ¿podrías continuar después conmigo? Creo que lo tengo un poco enredado –leenseño los dientes mientras sonrío.

–Claro, Becca.Doy vueltas en la silla mientras espero mi turno. Frankie me mira de reojo, pero yo la ignoro.–No voy a decirte nada, tranquila.Sabía que no podía estar tanto rato callada. Doy un empujón a la silla y me vuelvo hacia ella.–Lo siento, Frank. De veras, lo siento. Pero deja que me dé la hostia yo sola. Así podrás

decirme luego que me lo advertiste.–Es que no quiero tener que decírtelo, B. C.–Pues entonces no lo hagas.Mel trata de desenredarme sin hacerme mucho daño, pero es casi imposible y se me saltan las

lágrimas de los ojos.–¡Ay, lo siento! ¡Lo siento, Becca!La pobre creo que está sufriendo más que yo.–No te preocupes, Mel. Lo tengo merecido.–¿Pero cómo te has enredado el pelo de esta manera?–Bajé la capota del coche sin habérmelo recogido antes.

Salgo al escenario con unas ganas de bailar que hacía tiempo que no tenía. Además, Mel me harecogido el pelo en una coleta tirante, y el maquillaje ha terminado de obrar el milagro en mi cara.

Las luces se encienden, y me sorprendo al ver en primera fila a alguien al que no esperabavolver a ver por el club. Él sonríe cuando mi mirada se cruza con la suya. Yo le guiño un ojo.

Termino de bailar y me pongo la bata para salir del vestuario. Me acerco hasta él y le toco en elhombro porque está de espaldas a mí. Cuando se gira y me ve, se levanta tan deprisa que tira la sillaal suelo. Nos agachamos los dos a la vez a recogerla y su frente choca con la mía. El coscorrón casihace que me caiga de culo, pero Grant me sujeta a tiempo por el brazo. Los dos nos restregamos lafrente riéndomos.

–Lo siento, Becca.–No, no. Ha sido culpa mía.Me ayuda a incorporarme y después vuelve a agacharse para colocar la silla en su sitio. Se frota

las manos en el pantalón y se muerde los labios.–¿Cómo tú otra vez por aquí? Me dijiste que a tu madre le daría un infarto si se enteraba.

¿Quieres cargártela o qué?–No, no es eso. Sé que no… que no debería estar aquí pero…Sonrío.–¿Te gusta ver bailar a las chicas? ¿Es eso?–No. Me gusta verte bailar a ti.Me acaba de dejar sin palabras. Grant me mira con el ceño fruncido mientras intento volver a

hacer funcionar a mi cerebro.–¿Becca?–Eh, sí. Sigo aquí. ¿Quieres tomar algo?–¿No tendrás problemas con tu jefe? –hace un ligero movimiento con la cabeza hacia la barra.Dick habla con Kev y por las arrugas que se marcan en la frente de este último, presiento que es

de algo serio. Así que, hago caso a Grant y no tiento a la suerte.–Tienes razón. Creo que hoy no está de muy buen humor. Si quieres esperar a que acabe mi

turno, podemos ir a comer algo.De repente, un recuerdo me asalta la mente, un recuerdo de tiempo atrás. Intento apartarlo de ahí

lo más rápido que puedo.–¡Claro, te llevaré a un sitio guay! Rebecca, ¿qué estás haciendo? Míralo, es un crío. Quiere llevarte a un sitio guay, ¿en serio? –Mi turno termina a la una. Espérame afuera.

Frank no hace ningún comentario mientras me cambio de ropa, pero antes de salir por la puerta

me sujeta del brazo.–¿Vas a venir a casa a dormir esta noche?–No lo sé, Frank.

Cierra los ojos y resopla.–Ten cuidado, B. C. Por favor.–No te preocupes. Estoy preparada para defenderme de universitarios, si se da el caso.–Sabes que no me refiero a eso.–Vamos, no te preocupes tanto por mí.–¿Y por quién iba a hacerlo sino, cabeza hueca?Resoplo en una risa y me abrazo a ella. Inspiro con fuerza el olor a su perfume favorito, Coco

Mademoiselle.–No folles mucho, mañana trabajamos.Bizqueo y la suelto.–Zorra envidiosa… –entrecierro los ojos.–¡Qué te jodan, asaltacunas!Levanto el dedo corazón mientras salgo por la puerta.–¡Hasta mañana, chicas!

Grant me espera afuera, apoyado en mi Chevrolet. Me mira de arriba abajo y sonríe. Con los

vaqueros, la sudadera y las Converse, cualquiera diría que soy una stripper.–Hoy parezco aún más normal, ¿no?–Siempre que lleves bragas debajo… –bromea.–Pues mira, no voy a decírtelo. Si quieres más tarde, lo compruebas tú mismo.Se queda sin palabras. Te la debía, machote. –¿Y bien? ¿Dónde vas a llevarme? –rodeo el coche hasta la puerta del conductor.–No hace falta que cojas el coche, es aquí cerca. Si quieres vamos dando un paseo.–Genial.Caminamos por Bourbon Street hasta el cruce con St. Peter Street. Me quedo parada en medio de

la calle.–¿No me traerás a cantar al Cat’s Meow, verdad? Porque te advierto que no quieres oírme, te lo

advierto muy, mucho.Me mira desconcertado. Después, dirige su mirada al local que adorna una de las esquinas del

cruce. La fachada es de color rosa pálido, y los enormes ventanales de madera, típicos de esta zona,son verde esmeralda. Las balconadas de arriba están llenas de globos de colores.

–Oh, no. No vamos al Cat’s. Ven –me coge de la mano y tira de mí en dirección contraria alcolorido edificio.

Bajamos por St. Peter y pasamos al lado de una tienda de vudú. Recuerdos… Doy un tirón para que pare y me quedo mirando el escaparate. Toda clase de fetiches extraños se

amontonan sin orden, incluidos un montón de muñequitos de tela con agujas clavadas por todo el

cuerpo.–¿Has entrado alguna vez en una? Son muy curiosas por dentro. Entré en una con mi hermano y

con…Noto que le recorre un escalofrío. Me vuelvo a mirarle y bloqueo el recuerdo.–¿No me digas que crees en estas chorradas, Grant?–Bueno, digamos que me dan bastante respeto.–Yo siempre he creído que eran viejos cuentos para asustar a niños, pero también las respeto.–Entonces será mejor que no te cuente las historias macabras que me contaba mi hermano. Me

estuve meando en la cama hasta los diez por su culpa.No puedo evitar reírme.–Lo siento, lo siento. Es que…No puedo parar. Al final, se echa a reír él también.–Mi hermano se meó hasta los siete, no te sientas solo.La gente que pasa por la calle nos mira con curiosidad. Supongo que se preguntarán qué tiene de

gracia el escaparate de una tienda vudú.Cuando consigo contener la risa floja, cojo aire y lo suelto en un suspiro. Nos quedamos

mirándonos sin decir nada durante unos segundos, y entonces, Grant se acerca y me besa. Apenas unroce de sus labios con los míos. Se aparta y sus ojos reflejan una disculpa. Yo muevo la cabezanegando y tiro de su mano para que se acerque más a mí. Le sujeto por la nuca y le acerco a mi bocapara que me bese de nuevo. Esta vez entreabro mis labios y deslizo mi lengua por los suyos hasta quenoto la suya, tímida, rozando la mía. Profundizo el beso y mi corazón comienza a bombear con fuerzaen mi pecho. Noto la humedad empapando mis bragas cuando su erección presiona cerca de miombligo.

Se retira y apoya su frente en la mía, su respiración es un jadeo e intenta controlarse.–Creo que deberíamos comer algo.Me muerdo los labios, saboreando los restos del beso.–Mi estómago te lo agradecerá muchísimo.Y en respuesta a eso, un rugido estropea el momento. O lo que quiera que haya sido eso.–Es aquí al lado.De hecho, es el local contiguo al del voodoo. El cartel de madera en la fachada, pintada de color

blanco, anuncia el Yo Mama’s bar and grill. Las grandes ventanas de madera son del mismo colorque las del Cat’s, verde esmeralda. Las paredes del interior están pintadas de color granate ydecoradas con cuadros y carteles. La barra es de madera y está situada a la derecha, con un montónde taburetes. A la izquierda hay unas cuantas mesas, con los asientos típicos de una hamburgueseríaamericana.

–Mejor subimos a la parte de arriba, a ver si hay suerte y hay alguna mesa libre en el balcón.–Vale.Y vaya que si tenemos suerte, hay una que me resulta bastante curiosa porque tiene forma de

chapa de las botellas de cerveza.–¿Tienes mucho hambre?–Sí. Bueno, yo siempre tengo hambre. Y ya sabes que no me preocupa la báscula. ¿Qué me

recomiendas?–La Texas BBQ está buenísima, si te gusta la salsa barbacoa.

–Me encanta. Quiero esa.–¿Vas a pedir patata asada o ensalada?Le miro alzando una ceja.–¿Tú que crees?La camarera se acerca a tomarnos nota y Grant pide lo mismo para los dos. Mi estómago ya ruge

desesperado cuando capto el olor del menú de la mesa de al lado.–¿Lo oyes?Se le escapa la risa.–Sí.–Si esto fuera una cita, seguro que ya habrías salido corriendo.–Pero esto no es una cita, ¿verdad?–Grant, yo…Me pone el dedo índice en los labios.–No hace falta que digas nada. No voy a exigirte algo que sé que no puedes darme. Aún no

puedo creer que quisieras venir aquí conmigo, pero me alegro de que lo hayas hecho.Se me hace un nudo en la garganta que me impide soltar palabra. No quiero hacerle daño, es

buena persona. En otras circunstancias quizá lo habría mandado todo a la mierda, el tema de la edades lo que menos me importa. Pero mi corazón no es mío ahora mismo y no tengo ningún tipo dedominio sobre él.

Me mira fijamente, supongo que esperando una respuesta por mi parte. Y yo soy tan egoísta, quelo necesito en mi vida. Ni siquiera soy consciente de lo que digo cuando por fin abro la boca.

–Me gusta estar contigo, Grant. Cuando quieras verme ya sabes dónde encontrarme.Y en un acto impulsivo y suicida, cojo una servilleta, saco un bolígrafo del bolso y apunto.–Este es mi número de teléfono y mi dirección en Lafayette, por si algún día te apetece visitarme

en mi otra vida.Se guarda el papel en el bolsillo con una sonrisa.Por fin nos traen la comida, y por poco tengo un orgasmo cuando le doy un mordisco a la

hamburguesa.–Oh, Dios mío, es la mejor hamburguesa que he comido en esta vida y probablemente en todas

las anteriores.–Mis amigos y yo siempre venimos aquí cuando hay que celebrar algo.–Confiésalo, también traes aquí a las chicas para conquistarlas –frunzo los labios y sonrío.–No, eres la primera chica que traigo aquí.–¡Vaya! ¡Qué afortunada soy! ¿Por qué un chico tan guapo como tú no tiene novia? ¿O sí la

tienes?–No, no estoy con nadie.–No puedo creerme que las chicas de la facultad no se peleen por ti.–El año pasado estuve con una, pero terminó pegándomela con su ex.Abro los ojos, sorprendida.–¡Tremenda zorra!Los de la mesa de al lado se giran a mirarme y yo les saco la lengua.–Perdona, Grant. Es que paso demasiado tiempo con Frank.–¿Quién es Frank?

–Una de mis compañeras del club. La rubia de pelo ondulado, que te mira con cara de malaleche.

–¿A mí?–Bueno, aún no ha cruzado miradas contigo, pero estoy segura de que te miraría con cara de mal

genio, si se diese el caso.–¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Porque Frank está en plan maternal y no quiere que me

acueste contigo por despecho. Pero como no tengo ganas de fastidiar la noche le digo una mentirijilla piadosa.–Pues por fijarte en mí en vez de en ella. Es muy vanidosa. Y me mataría ahora mismo si me escuchase decir esto. –En realidad fuiste tú la que me elegiste. Si hubiera sido por mí, jamás me hubiese atrevido a

acercarme.–No está mal tomar la iniciativa de vez en cuando, ¿no?Sonrío.–Becca, sé que no debería preguntarte esto pero…–No lo sé, si te soy sincera.Abre la boca de par en par y después frunce el ceño.–¿Sabes lo que iba a preguntarte?–Sí. La estaba esperando hace rato. Quieres saber si todo esto hubiese pasado si yo no estuviera

jodida emocionalmente, ¿verdad?–No tienes que responderme si no quieres. Aunque ya lo hayas hecho.–No, no. Quiero ser sincera contigo. Sé que soy una egoísta, ya lo he estado pensando antes.

Pero creo que debes saberlo para poder elegir hasta dónde quieres llegar. Yo solo puedo decirte queen estos momentos no tengo más que ofrecerte que mi compañía, y un revolcón en un motel los finesde semana. Nada más. Y créeme que lo siento, pero estoy vacía, Grant. Tú mereces algo más queesto, así que entenderé que no quieras volver a verme.

Me mira en silencio durante unos instantes. Después, sin esperármelo, me sujeta por la nuca y meacerca a su boca para besarme. Y otra vez ese beso dulce como el azúcar, pero con una mezcla desabor entre cerveza y salsa barbacoa.

Cuando termina de besarme, da un mordisco a su hamburguesa y cambia de tema. Me habla de launiversidad, de sus proyectos de futuro, de sus padres…

Nos interrumpe la camarera con la carta de los postres.–¿Te queda hueco, Becca?–Creo que el súper brownie con extra de chocolate tiene el hueco de honor en mi estómago.–Dos de esos, entonces.Le devuelve la carta a la camarera, que toma nota y se va.–Grant, no me llames Becca. Llámame Rebecca, por favor.–¿Y eso?

–Becca es el nombre que di cuando entré a trabajar en el Diamonds. Fuera de allí, prefiero queme llamen por mi nombre. Aunque solo la gente que me conoce en Lafayette lo hace. Mi hermano mellama Becks desde que éramos unos críos. La chalada de Frankie me llama B. C., y Martin, el colosode la puerta del club me hace de rabiar con su Becky –lo pronuncio separando las sílabas. –Porfavor… ¿puede haber algo más cursi que Becky?

–Pues a mí me gusta.–Ni se te ocurra llamarme así o tendré que practicar contigo mis golpes de kickboxing –le doy un

puñetazo sin fuerza en el hombro.–¿Lo dices en serio?–¿El qué? ¿Lo de atizarte?–No. Lo del kickboxing.–Claro que lo digo en serio. ¿Quieres una demostración gratuita? –le guiño un ojo y pongo los

puños en alto.Él alza las manos y las agita, a la vez que niega alzando una ceja.–No, no. Te creo.Termino el brownie y creo que voy a reventar el botón de los vaqueros. Mi estómago está lleno

a rebosar.–Deberíamos quemar un poco la cena, ¿no crees?Levanta la vista y se echa a reír.–¿Crees que podremos?–Quizá debamos pasear un rato antes, más que nada por no ponernos a vomitar en la cama. Sería

una situación un poco incómoda.–Y asquerosa.Se me escapa una carcajada.–Y asquerosa, sí.Pedimos la cuenta y no me deja pagar. Salimos del Yo Mama’s en dirección a Bourbon Street

cogidos de la mano. Su tacto me reconforta, así que no he abierto la boca cuando sus dedos se hanenlazado con los míos.

Caminamos esquivando a la marejada de gente que llena a rebosar la calle más emblemática delFrench Quarter. Las fachadas tiñen de multitud de colores el ambiente. Rojos, rosas, azules, verdes…

Los jóvenes siguen divirtiéndose en las balconadas, bebiendo cerveza y algunos de los miles decócteles que preparan en los bares. Para mí, es un lugar mágico que conserva la esencia de un NuevaOrleans de otro siglo.

En el cruce con St. Louis se encuentra un bar de jazz donde fui una vez con Frank y no volví,porque es que a Frank resulta que le aburre el jazz. El Fat Catz Music Club.

En la puerta, un hombre de color con una abundante barba blanca, toca la trompeta mientras unajovencita de piel canela le acompaña con la voz.

Tiro de la mano de Grant para que se pare. Cierro los ojos y casi puedo confundirla con EttaJames. At last, la primera canción de jazz que escuché cuando llegué a Nueva Orleans, y mi favoritade entre las muchas que llevo ya escuchadas.

Cuando termina, abro los ojos y aplaudo entusiasmada. La joven hace una reverencia y se metedentro del local. A continuación, el hombre vuelve a llevarse la trompeta a los labios y comienza atocar otra canción que he bailado mil veces en casa, imaginando un bailarín entre mis brazos, Sing,

sing, sing de Berry Goodman. Y para mi sorpresa, Grant me agarra por la cintura y me coloca enposición de baile.

–¡¿Sabes bailar?! –grito para hacerme oír por encima de la música y el ruido de la calle.–Mi madre me obligó a dar clases hace años. ¿Bailas, Rebecca?–¿Estás de coña? ¡¡Pues claro!!La gente se aparta cuando los pasos de Grant comienzan a coger fluidez y me da vueltas sin

parar. A mitad de la canción, ya nos hacen corro y nos animan silbando. Con el ritmo de la músicaapenas me da tiempo a pensar en las piruetas y en que, sin haber practicado, podría acabar besandoel suelo con los morros. Pero parece que el universitario domina bastante bien la situación.

La trompeta se calla y mi corazón late a mil por hora. La gente estalla en aplausos y yo miro a micompañero improvisado de baile, que coge aire profundamente mientras se limpia el sudor de lafrente. Después, se echa a reír. Me coge de la mano y me invita a que haga una reverencia, como hahecho la cantante. Me agacho y después lanzo besos al aire.

Grant se acerca hasta mi oído para susurrarme.–Creo que ya podemos buscar un sitio donde terminar de quemar la cena.Tiro de él y me abro paso entre la gente. El Four Points está apenas a unos metros de aquí,

dominando la esquina de Bourbon con Tolousse. Es un edificio con una fachada impresionante,combinando modernidad con la arquitectura típica de la ciudad del jazz, con sus balconajes de hierrofundido y sus grandes ventanales de madera blanca, en contraste con los ladrillos rojizos.

Escojo la habitación con la cama King size, y no le dejo pagar. Argumento que ya ha pagado élla cena.

Nos dan una con vistas a Tolousse Street.La habitación no tiene nada que ver con los moteles que he frecuentado últimamente. Aquí la

decoración es sobria, pero cuidada. El suelo es de moqueta azul y crema, y la cama tiene un cabeceroenorme de madera, con sabanas de color blanco.

Vaya, hasta tienen televisión de plasma. Grant me observa, apoyado en la pared, como curioseo todo, el baño, el balcón…–Tenemos bonitas vistas desde aquí.–Creo que yo las tengo mejores desde esta posición.Me sonrojo, sin querer.–Bailas muy bien, Grant.–Gracias. Tú también.Se me escapa una risa nerviosa. ¿Por qué me comporto ahora como una quinceañera tonta? Es hora de empezar a comportarse como lo que soy, una mujer, así que me acerco a él. Le

desabrocho los botones de la camisa, mirándole a los ojos. Grant se queda quieto y se deja hacer. Lequito la camisa y continúo con los pantalones. Le dejo los boxers puestos y me retiro, frunciendo loslabios.

–¿No vas a desnudarme?

Me quita la sudadera y sus ojos verdes se abren sorprendidos por mi ropa interior de encaje.Después, me desabrocha despacio los botones de los vaqueros y tira de la cinturilla para acercarmea su boca. Me besa mordiéndome los labios, mientras sus manos se cuelan por debajo de mispantalones y tira hacia abajo para bajármelos. Me agacho para desabrocharme las zapatillas y élhace lo mismo con las suyas. Alzo la mirada y me cruzo con la suya, sonríe con esa bonita sonrisa deniño que tiene. Y sin esperármelo, me coge la cara entre sus manos y vuelve a besarme. Yo pierdo elequilibrio y me caigo de culo, arrastrándolo conmigo. Pataleamos los dos hasta que nos deshacemosde los pantalones. Él gira, y tirando de mí, me coloca encima.

–¿Vamos a hacerlo en el suelo?–Vamos a hacerlo ya, no me importa que sea en el suelo.Y así es como vamos a desperdiciar, de primeras, una cama King size de uno de los hoteles

emblemáticos de Nueva Orleans.Su erección presiona mi sexo y me rozo con suavidad por encima de la tela de sus boxers. Él

suspira y se agarra a mi cintura. Me mueve, siguiendo mi ritmo, hasta que un cosquilleo comienza arecorrerme el cuerpo. Me incorporo y me quito el culote, y después, tiro de sus boxers paraquitárselos, también. Se hunde por completo en mí y me quedo quieta durante unos instantes, con losojos cerrados, sintiéndolo en mi interior. Me muevo despacio y Grant contiene la respiración. Abrolos ojos. Él también ha cerrado los suyos, y aprieta los dientes.

–Grant, mírame.–No puedo, Rebecca.–¿Por qué?–Porque estoy a punto de correrme, mirarte solo aceleraría el proceso, y no quiero terminar ya.Contengo la risa a duras penas.–¿Y cómo sé que no estás pensando en otra y por eso cierras los ojos?Los abre y frunce el ceño.–¿Estás de coña? ¿Crees que me hace falta pensar en alguien cuando estoy contigo?–Era una broma, pero he conseguido que abrieras los ojos.

pero sé que no puede ser

Laugh about it, shout about itWhen you've got to choose, every way you look at this you lose

Simon & Garfunkel Mrs Robinson

Le miro de reojo y me muerdo los labios.–¿Quieres reírte?–Sorpréndeme.–Hoy encontré un CD por casa y lo cogí para escucharlo mientras venía hacia aquí. Ni siquiera

sabía qué tipo de música contenía, porque me gusta casi todo. Y cuando lo he puesto me he llevadouna sorpresa, porque mira qué canción ha sido la primera que ha sonado.

Presiono el botón que cambia de la sintonía de radio al cargador de CDs que tuve que acoplarcuando compré el Chevrolet. Los primeros acordes de Mrs. Robinson comienzan a retumbar en losaltavoces.

Le miro de reojo y Grant pone los ojos en blanco.–Oh, vamos, Rebecca…–¿La conoces?–Claro que la conozco. Mi padre es muy fan de Simon y Garfunkel.–No dejarás de sorprenderme, universitario.Comienzo a tararearla en voz alta y cuando suena el estribillo, subo el tono.–No creo que sea nuestro caso.–¡¿Qué?! ¡Perdona, no te he oído!–Que no creo que tú seas una señora Robinson. Seguro que no nos llevamos tantos años.–No se me había ocurrido preguntarte la edad que tienes. Pero si te has graduado este año,

supongo que por lo menos los veintiuno ya los tienes cumplidos.–Sí, los cumplí hace un par de años.Su sonrisa es tan bonita que hace que me distraiga un momento de la carretera. Grant sujeta el

volante y tira de él con fuerza.–¡¡Rebecca!!Un coche pasa por nuestro lado tocando el claxon como si no hubiera un mañana. El corazón casi

se me sale por la boca. Reduzco la marcha y me echo a un lado. Mis rodillas tiemblan descontroladascuando el coche se para. Me llevo una mano al pecho e intento coger aire, porque de repente, escomo si no llegara a mis pulmones por más que lo intento.

Me sujeta por el brazo y me da un apretón.–Rebecca, ¿estás bien?Me giro hacia él y las lágrimas comienzan a derramarse por mis mejillas.

–Lo siento. Yo… Lo siento, Grant. Dios, casi nos matamos por mi culpa.–Tranquila, no ha pasado nada.–No ha pasado porque estabas tú. Si llego a ir yo sola…–Si llegas a ir tú sola probablemente hubieses mantenido la vista fija en la carretera –se echa a

reír.–¡¿Qué?!Mi voz suena como un graznido porque tengo la garganta demasiado seca.–Nada.El teléfono móvil comienza a canturrear en mi bolso.–¿Puedes mirar a ver quién es, Grant?Mete la mano en el bolso y rebusca hasta que da con él. Mira la pantalla.–Sam.Resoplo y se lo quito de la mano.–Rebecca, no puedes quedarte aquí parada. Apenas hay arcén.–Tengo que cogerlo.–¿Quién es Sam?–Mi hermano. El que nunca llama a no ser que esté metido en algún problema.–Van a multarte.–Me arriesgaré a ello.Descuelgo el teléfono.–¿Dónde estás Samuel?–En la comisaría.Resoplo esta vez con más fuerza y me apoyo en el volante.–¿Se puede saber qué coño has hecho ahora?–Rebecca, no hagas preguntas para las que ya tienes respuesta.–¡Joder, Sam! ¡Joder, joder, joder! –golpeo el volante con los puños. –¡¿Qué me habías dicho?!

¡Me dijiste que lo habías dejado!–Por favor, ven a sacarme de aquí.Me quedo callada porque la rabia me está ahogando. Intento calmarme.–¿En qué comisaría estás?–En Lafayette.–Dame un par de horas porque yo estoy en Nueva Orleans. Samuel, ¿sabes que debería dejarte

pasar la noche en el calabozo, verdad?Silencio al otro lado de la línea. Cuento hasta diez.–Becks…Cuelgo el teléfono y me lío a hostias con el salpicadero mientras suelto todas las blasfemias de

mi repertorio ante la mirada sorprendida de Grant. Cuando consigo tranquilizarme le digo que,sintiéndolo mucho, se nos ha fastidiado la tarde.

–No pasa nada. Saldremos otro día.Y así, de repente, abro los ojos a la realidad y me doy cuenta de que no puede haber otra tarde.

Mi vida no está hecha para complicar a universitarios. Ya es suficientemente complicada de por sípara mí.

–Mira, Grant, lo siento. No te quiero engañar. Esto va a funcionar.

–¿Cómo estás tan segura?Hago un gesto negativo.–En mi vida no hay hueco para tardes de paseo, ni de cine, ni de todas esas cosas que hacen las

personas que llevan una vida normal, porque la mía no es normal. Yo no soy lo que tú necesitas, ymereces algo más que un revolcón en un hotel con una camarera que juega a aparentar ser una simplebailarina los fines de semana, pero que en realidad, es una stripper que se desnuda delante dehombres que distan mucho de ser la clase de persona que tú eres.

–Rebecca, no digas eso.–Solo digo la verdad. Te dejaré en casa y volveré a Lafayette.–Pero…–No me lo hagas más difícil. Por favor.Asiente con tristeza. A mí se me hace un nudo en el estómago, y las lágrimas me escuecen en los

ojos, pero consigo contenerlas.Arranco el coche y conduzco en silencio. Grant me va indicando hasta que llegamos a su calle.

Bonito barrio. Un sitio en el que yo no encajaría en la vida.Se baja del coche y se despide de mí con un beso en la mejilla.–Cuídate, Rebecca.–Lo mismo digo.

Cuando me incorporo a la Interestatal 10, piso el acelerador, superando el límite de velocidad

unos cuantos kilómetros. En este momento, me importa una mierda que me multen. Ya me da igualtodo. Estoy tan cabreada que no sé qué es lo que voy a hacer cuando me enfrente cara a cara con mihermano. Debería darle una buena hostia, pero ya no tiene doce años, aunque a veces lo parezca.¿Cómo puede ser tan estúpido de caer una y otra vez en lo mismo?

–¡Joder, Sam!Las lágrimas que he estado conteniendo comienzan a rodar ahora por mis mejillas. Lágrimas de

pesar, porque odio hacer daño a quien no lo merece. Lágrimas de impotencia, por no poder llevar lasriendas de mi vida como es debido. Siempre algún problema se me cruza en el camino para joderme.

Subo el volumen de la música a tope. Mi voz se va alzando poco a poco hasta que canto a gritospara soltar toda la rabia que llevo dentro.

Cuando llego a la comisaría de Lafayette, he conseguido calmar las ganas descontroladas quetenía de pegar a mi hermano. Suerte para él.

Lo traen esposado y tengo que coger aire profundamente, porque la necesidad de ahogarlo allímismo vuelve a revolverme las entrañas.

Pago la fianza y salimos de la comisaría sin dirigirnos la palabra. Y hasta que no entramos porla puerta de su apartamento, no abre la boca.

–Gracias, Becks.–Cállate, Samuel. Cállate. Porque en estos momentos estás al otro lado del límite de mi

paciencia.–Pero déjame que te explique.–No tienes que explicarme nada. Es lo mismo de siempre, ¿recuerdas? No sé qué coño te pasa.

Me dejé los cuernos durante años para que tuvieras unos estudios, y ahora que tienes un trabajo

decente y puedes llevar una vida honrada, te sigues empeñando en actuar como un delincuente. Bien,es tu elección, pero quiero que sepas que es la última vez que pago una fianza por ti. No quiero tenernada que ver contigo ni con tus mierdas de peleas ilegales. Estoy harta de que me jodáis la vida entreunos y otros.

–Yo no soy un delincuente.–¡Claro que lo eres! ¡Estás haciendo algo ilegal, joder! ¡Y encima tienes el valor de mentirme y

decirme que lo habías dejado!–Necesitaba el dinero, Becks.–¡Qué te jodan, Samuel! ¡Qué te jodan! ¡¿Me oyes?! ¡No quiero escuchar tus excusas de mierda!Salgo de su apartamento cerrando con un portazo que hace temblar las paredes.Cuando llego a mi casa, solo quiero tumbarme en la cama, cerrar los ojos y olvidar que existe el

mundo fuera de las cuatro paredes de mi habitación. Pero como siempre, me lo tienen que fastidiar.El teléfono suena y yo maldigo la hora en que no pulsé el botón de apagado.

Y para colmo, es Frank.–Sí, Frank. Ya he ido a sacarlo de comisaría.–No llamaba para preguntarte eso.–¿Entonces?–De hecho, te llamaba para decirte que le dejaras allí hasta mañana, pero viendo que eso ya no

es posible, espero al menos que le hayas dado dos hostias bien dadas.Me quedo bloqueada unos instantes.–¿Qué te ha hecho el delincuente de mi hermano?–A mí, nada. Pero es gilipollas. En serio, B. C., lo es.–¿Tú sabías lo de las peleas?–No, no tenía ni idea. Me llamó hace un par de días para decirme que le habían echado del

trabajo, pero no mencionó nada sobre peleas ilegales.–Un momento, un momento –la interrumpo y me dejo caer en el sofá. –¿Le han echado del

trabajo?–Sí, por lo visto necesitaban el puesto para un enchufado.–Joder, joder, joder… –cierro los ojos y resoplo.–Me comentó que andaba algo mal de dinero y le ofrecí mi ayuda, pero no quiso porque decía

que había encontrado otra cosa en la que iba a ganar mucho más. No pensé que fuera a meterse enesos rollos.

–¿Por qué no me dijiste nada, Frank?–Pensaba que él mismo te lo habría dicho. Eres su hermana.–Joder, Fran,. Necesito pensar. Tengo que dejarte.Cuelgo el teléfono y hago lo que tenía que haber hecho desde que entré por la puerta de casa,

apagarlo.Me acuesto en la cama y pienso que quizá he sido demasiado dura con mi hermano. Aunque

realmente se merecía una buena paliza. Sé que el boxeo ha sido una pasión y un desahogo para éldesde niño, como el baile lo es para mí, pero siempre acaba haciéndolo de la peor manera. Ysiempre es por el jodido y maldito dinero.

Una hora después, sigo dando vueltas al tema. Y reconozco que lo que más me duele es que nohaya tenido confianza en mí para contármelo. Así que, como parece que no voy a poder dormir sino

lo suelto todo, vuelvo a su apartamento.Cuando abre la puerta, le esquivo y entro dentro. Me siento en el sofá de la salita y espero.–¿Vienes a echarme otra vez la bronca?Me quedo callada, intentando encontrar las palabras adecuadas para no ponerme a gritarle y a

soltar burradas por la boca.–No voy a echarte ninguna bronca. Estoy cansada de echarte broncas, Sam. Y estoy dolida, muy,

muy dolida. Ahora resulta que como has establecido un vínculo afectivo con Frank, porque no sé nique nombre ponerle a eso viniendo de ti, le cuentas a ella tus problemas y se te olvida contárselos atu hermana.

–No quería preocuparte.–Ah, no querías preocuparme, claro. Y por eso te metes en peleas ilegales antes de pedirme

ayuda. Muy lógico todo –me cruzo de brazos.–Parecía seguro esta vez.–¡Siempre parece seguro, Samuel! ¿No te das cuenta? ¡Siempre es la misma excusa y estoy

segura que ni tú te la crees!–No sé qué más decirte, Becks –hace un gesto negativo. –Sé que tienes razones para estar

enfadada, pero me hacía falta el dinero para pagar el alquiler. La universidad me supone muchogasto.

–¿Y no podías habérmelo pedido a mí?–No puedo pretender vivir toda la vida a costa de mi hermana.–Las fianzas no me salen baratas. Lo sabes, ¿verdad?–Te devolveré el dinero.–¡No me importa el puto dinero! ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡Lo que quiero es que dejes de hacer

el gilipollas y madures de una vez!–¿Me va a servir de algo prometértelo?–No es a mí a quien debes hacer esa promesa, sino a ti mismo.Cierra los ojos e inspira.–Está bien.Me levanto del sofá para irme, creo que no me quedan más que decir. Pero parece que a él sí.–Becks, lo siento.–Ya, siempre lo sientes.–Lo digo en serio. Y quiero que sepas también que no me he arrepentido ni un solo día de haber

salido por aquella puerta contigo, hermana.Bajo las escaleras mientras las lágrimas tibias se deslizan por mis mejillas. Yo también te quiero, Sam.

algo inesperado

Hold me close, the darkness just lets us see who we areI’ve got your life inside of me

U2 Iris (Hold me close)

Me despierto con unas nauseas horrorosas. Tengo que taparme la boca para llegar al baño sinoquiero vomitar en el suelo. Me paso la mano por la frente sudorosa y no noto fiebre.

Seguro que me sentó mal la comida de ayer. Pero a mediodía sigo igual. No me entra la comida y las náuseas me revuelven a pesar de que no

tengo nada en el estómago. Vaya mierda de día libre. Salgo a dar un paseo para que me dé el aire. Me gusta mucho pasear por River Ranch, las casas

son de colores, y aunque me las conozco de memoria, no me canso de mirarlas. Bajo por CamelliaBoulevard hasta el río, después doy la vuelta y termino en el Marcel’s.

Rose, la camarera del turno de tarde, me recibe con una sonrisa. Pero enseguida le cambia elgesto a preocupación.

–Rebecca, ¿estás bien?–No, llevo todo el día con unas nauseas horribles.–¿Quieres que te traiga algo?–Una manzanilla, por favor.Como no hay mucha gente, se sienta conmigo en la mesa cuando me la trae.–Cielo, tienes una cara horrorosa. Deberías ir al médico.–Creo que algo que comí ayer me ha sentado mal.–Si necesitas que te cubra el turno de mañana dímelo, Rebecca.–No, no, seguro que mañana estaré bien. Pero gracias de todas formas, Rosie.Rose es una jovencita simpática, risueña y con un marcado acento sureño. Su piel es color

canela, herencia de una mezcla entre padre neoyorquino, de piel blanca, y madre cajún, de pieloscura. Por las mañanas estudia corte y confección en una academia, dice que algún día será unafamosa diseñadora de moda y le hará el favor a Marcel de diseñarle un uniforme más bonito. Yoestoy deseando que llegue ese día desesperadamente.

Parlotea sin parar sobre sus últimas compras. Pero a los diez minutos tiene que volver a la barraporque entran algunos clientes.

Termino la manzanilla un rato después, y cuando voy a levantarme de la silla, entra Marcel porla puerta.

–Siempre me pregunto por qué te doy días libres si al final terminas viniendo aquí.–Y siempre me dices lo mismo, Marcel. Es que no puedo estar un día sin verte.–¿Qué te pasa? Tienes mala cara –frunce el ceño, preocupado.–Será que no me he puesto maquillaje.–No me engañes, Rebecca. Te conozco de sobra. ¿Estás enferma?–No, son solo unas nauseas. No te preocupes, nada importante.–Si te encuentras mal mañana, avísame. Rose…–Sí, sí. Ya me ha dicho que me cubriría el turno. Pero no hace falta, de verdad. Vendré a

trabajar.Me despido de los dos y vuelvo caminando a casa. Parece que con la manzanilla se me ha

pasado un poco el revuelto de estómago.Caigo en la cama rendida.

Pero a la mañana siguiente, estoy fatal. Otra vez tengo náuseas, y no me lo explico porque es

imposible que me quede algo en el estómago.Llamo a mi jefe por teléfono porque no quiero molestar a mi hermano ahora que por fin se está

tomando en serio la universidad, y lleva encerrado dos semanas estudiando para los exámenes delsemestre.

–Marcel, ¿te importa hacerme un favor?–¿Ocurre algo?–Me he levantado peor y no tengo fuerzas ni para coger el coche. ¿Podrías acercarme al médico?–Sí, claro. En diez minutos estoy allí.–Gracias.Estas cosas son las que hacen que odie a su ex mujer a muerte. ¿Cómo pudo ser tan zorra y

ponerle los cuernos con el imbécil de su jefe? Marcel es una excelente persona, y además es guapo.¿Por qué no le invité yo algún día a salir antes de conocer a Charlie?

Charlie, Charlie… Me viene una nausea y tengo que salir corriendo al baño.Me quedo sentada en el suelo de azulejos hasta que llega él antes de los diez minutos

prometidos.–¡Dios, Rebecca! ¡Estás hecha una pena!–Gracias, jefe. Bonito piropo…–Anda, agárrate a mí. Apenas te mantienes en pie. Me dejo caer en una de las sillas de la consulta y rezo para que no nos toque esperar mucho,

odio las esperas interminables en estos sitios.Cuando por fin me llaman para pasar tres cuartos de hora despuès, Marcel se queda sentado.

–¿No pasas conmigo?–¿Quieres que entre contigo?–Sí, por favor.Se levanta y me coge por la cintura porque me flojean las piernas.Le cuento al doctor todos mis síntomas y me hace un montón de preguntas. Y entonces, el turno

de la pregunta del millón.–¿Cuándo tuvo su último periodo?–¿Mi último…? ¿Mi último qué?–Su última regla.Balbuceo como una idiota, porque la verdad es que no me acuerdo.–No… No lo recuerdo.–¿Mantiene usted relaciones sexuales con protección?–Sí, claro.–¿Está segura? ¿Qué si estoy segura? Pues… Sí… O no. Aquella vez con Charlie, él no… él no… Y Grant la

primera vez, fue todo tan rápido… Oh, Dios mío… –¿Podría…? ¿Yo podría…?–¿Estar embarazada? Sí, señorita Collins. Los síntomas apuntan a un embarazo. Pero tendría que

realizarse el test para asegurarnos.–¿El test de…? Oh, Dios mío. Marcel, me mareo…Mi jefe me sujeta a tiempo de no caerme al suelo desmayada.

–Rebecca, no sabía que estabas con alguien –me mira de refilón mientras conduce.Inspiro y suelto el aire despacio.–No estoy con nadie.–¿Entonces cómo…?–No lo sé.–Pues o eres la jodida Virgen María, o no lo entiendo. Porque para quedarte embarazada se

necesita un hombre.–¡Ya lo sé! ¡Lo que no sé es cómo he podido ser tan estúpida! Tiene que haber un error.–Bueno, eso te lo dirá el test de embarazo. ¿Vas a comprarlo?–No sé, Marcel. No sé qué hacer –rompo a llorar.Él me coge de la mano y me da un apretón.–Creo que deberías hacértelo para salir de dudas. Y quiero que sepas que sea lo que sea, puedes

contar conmigo para lo que necesites.Le hago caso y compro el jodido test en la farmacia. Después, me acerca a casa y se ofrece a

subir conmigo, pero yo me niego.–¿Estás segura de que quieres pasar por esto sola?–Sí, Marcel. Gracias por todo.

–Cualquier cosa, tienes mi número, Rebecca. Por favor.–Tranquilo, estaré bien.–Te llamaré esta noche para ver como sigues, ¿vale?–Sí.Me da un beso en la mejilla, me limpia las lágrimas y se va.

Sostengo el cacharro de plástico entre los dedos, que me tiemblan sin control. Llevo dos minutos

sentada en la banqueta del baño esperando a que salga la maldita rayita del sí o el no. Cuandocomienza a colorearse en magenta, me quiero morir. Me pongo a llorar como una histérica para nodesmayarme. Y llamo a Frank. Salta el contestador.

–¡¡Frank!! ¡¡Frank, coge el puto teléfono!! ¡¡Coge el teléfono, maldita sea!!A los cinco minutos me llama, pero a mí me parece que ha pasado una hora entera.–¿Qué ocurre, B. C.? ¿A qué vienen esos gritos?–¡¿Dónde estabas, joder?!–Rebecca, ¿qué coño te pasa? ¡Tranquilízate!–Tienes que venir. ¡Tienes que venir a Lafayette! Por favor, Frank.–¿Ha pasado algo malo? ¿Qué ocurre? Me estás asustando.–Frank, ven a Lafayette, por favor –me echo a llorar.–Vale, vale. Dame una hora y media, y estoy allí. ¿Quieres contarme lo que te pasa?–Cuando estés aquí, te lo cuento. Pero ven rápido, no sé cuánto tiempo voy a poder mantenerme

en pie sin desmayarme.–Rebecca, ¿qué coño pasa?–Estoy… Estoy embarazada.–¡¿Que estas qué?! ¡Voy para allá!Cuelga el teléfono.Una hora y cuarto después la tengo aporreando la puerta de mi apartamento. Ha debido de venir

saltándose todas las normas de circulación habidas y por haber. Oh Dios, si llega a pasarle algo por mi culpa… Abro la puerta y me abraza con fuerza. Me suelta y se cruza de brazos.–¡¿Se puede saber en qué coño estabas pensando?! ¡Bueno, es obvio que estabas pensando con

el tuyo, porque con la cabeza desde luego no!–No sé qué es lo que ha podido pasar.–¡Rebecca, que no tienes quince años! Sabes de sobra lo que ha pasado, has dejado que te la

metieran sin condón. ¡¿Estás loca?!Me dejo caer en el sofá, resoplando, porque me tiemblan las piernas.–¿Y quién es el afortunado? Porque como me digas que es del niñato que venía al Diamonds es

que te mato.–No…–¡Menos mal!–No sé de quién es.

–¿Cómo dices?–Probablemente sea de Charlie, pero con Grant también la primera vez…–¡¡Dios santo, Rebecca!! ¡¡Es que no me lo puedo creer!! –coge aire. –¿De cuánto estás?–No lo sé. Supongo que tendré que hacerme los análisis. Si es de Charlie, unos tres meses, si no

es de él… Algo menos.–¿No llevas la cuenta de tus periodos?–Últimamente con los nervios y todo lo que ha pasado, ni me he preocupado por ello.-Pues es algo bastante serio como para no tenerlo en cuenta.–Jamás pensé que fuera a ocurrir algo así.–Esto es surrealista, desde luego. Pero creo que ya eres mayorcita para saber que el semen de un

tío puede dejarte preñada.–No sé qué hacer, Frank.–¿Que no sabes qué hacer? ¡¿Quieres tenerlo?! –me mira como si estuviese diciendo la mayor

estupidez del mundo.Me quedo callada e inconscientemente, me llevo una mano a la tripa.–Puede que no haya sido muy buena idea pedirte a ti consejo.–¡Oh, claro! Seguramente hubiera sido más sensato llamar a la tonta de Melanie. Ella te hubiera

dicho lo que quieres oír, ¿no? Que tengas a ese niño porque como llevas una maravillosa vida decolor de rosa… ¡Si ni siquiera sabes quién es el padre, joder!

–¡Frank!–¡Ni Frank, ni hostias, Rebecca! ¡Sé que no puedo tomar esta decisión por ti, pero no me pidas

que te de un consejo para que te engañes a ti misma!–Yo solo quiero saber que me apoyarás, tome la decisión que tome.Cierra los ojos. Se sienta a mi lado en el sofá y me coge de la mano.–Escúchame, descerebrada, eso no lo dudes. Aunque tengas al mocoso, yo estaré aquí para

apoyarte.Sonrío y me recuesto en su hombro.–Gracias, Frank.–Pero sabes que si lo tienes, tendrás que dejar el club.–Lo dejaré hasta que dé a luz, después seguiré bailando.–Entonces ya has tomado una decisión.La miro a los ojos.–Creo que no podría perdonarme si me lo quito de en medio. Esto es responsabilidad mía.–¿Vas a decírselo?–¿A quién?–Al crío.–No sé si es suyo.–¿Y si lo fuera?–No se lo diría. Me haré cargo yo sola.–¿Y si es de Charlie?Las lágrimas comienzan a escocerme en los ojos.–No sé dónde está, Frank. Aunque quisiera, no tendría modo de decírselo. Y aunque lo supiera,

creo que tampoco se lo diría. No hay nada ya entre nosotros.

Por la noche me llama Marcel, como había prometido. Cuando le cuento todo, él me dice que no

va a haber ningún problema por su parte, trabajaré en la cafetería hasta que pueda, y conservaré mipuesto de trabajo cuando vuelva.

Me siento en el sofá con Frank.–Ahora que uno de tus jefes la lo sabe, ¿cuándo se lo vas a decir al otro?–Uuuffff… –resoplo. –No sé si es buena idea decírselo ahora o esperar hasta que se me note y

conservar mi trabajo allí un mes más, al menos.–Si quieres seguir trabajando en el club, no se lo digas aún. Te dará una patada en el culo antes

de que te dé tiempo a replicar.–¿Te quedarás conmigo esta semana?–¿Quieres que me quede?–Sí, por favor. Aunque tendrás que aburrirte como una ostra por las mañanas.Se echa a reír.–No te preocupes, ya buscaré algo para entretenerme.–Sam lleva encerrado en su apartamento desde que empezó los exámenes, pero seguro que te

hace un hueco. ¿Cómo lo llevas con él?–No tenemos una relación lo que se dice seria. Yo no me como la cabeza por él y él supongo que

tampoco se la come por mí. Sabe en lo que trabajo, así que de momento lo llevamos bien así.–La verdad es que sois una pareja extraña. Pero quizá esté equivocada y haya cambiado.–No te preocupes ahora por Sam y por mí. Se te avecina una gorda, B. C.Suspiro e intento sonreír.–Espero estar haciendo lo correcto.–Serás una buena madre. Lo sé.

un año y medio después

Open mind for a different viewAnd nothing else matters

Metallica Nothing else matters

–Jen, ¿podrías hacerme un favor?–Claro.–La niñera tiene un examen mañana y no puede hacerse cargo de Emma. Voy a ir a Nueva

Orleans y no tengo a nadie más con quien dejarla. Mi hermano está fuera este fin de semana.–Al final vas a volver al club.–Lo necesito. No sé cómo explicarlo.–No hace falta que me des explicaciones. Sé lo que es tener pasión por algo y también sé lo que

se siente cuando renuncias a un sueño. Si quieres seguir bailando yo no soy quien para decirte que nolo hagas, Reb. Aunque aún sigo enfadada contigo por no habérmelo contado mucho antes –frunce elceño.

Hace unos cuantos meses que decidí contárselo, a ella y a Marcel. No tenía sentido alguno seguirmintiendo, y poniendo mil y una excusas. Me desahogué vaciando mi alma del todo, y la verdad esque fue todo un alivio. Incluso hablar de Charlie me vino bien.

–Sé que debí decíroslo a los dos. No me castigues mucho –sonrío enseñando los dientes.–No te preocupes, chantajista. Sabes que adoro a Emma, me encantará quedarme con ella. Y

además, así voy practicando –sonríe mientras se acaricia la abultada barriga.–Gracias, Jen. ¿Me paso por tu casa sobre las seis?–Cuando necesites.–¿De verdad que no te importa? Si tienes algo que hacer…–Rebecca, ¿no querrás cabrear a una embarazada? Te advierto que mis hormonas no están de

humor para tonterías últimamente. A las seis te espero.

Al día siguiente, mientras conduzco, observo a mi pequeña por el espejo retrovisor. Ella

balbucea y se entretiene con un peluche en forma de cangrejo que le regaló mi hermano. Una mezclaagridulce de sentimientos revolotea en mi interior, porque no sé si va a ser la mejor elección.

Paro en un semáforo, y por un segundo se me pasa por la cabeza dar la vuelta y volver a casa.Pero mi pie pisa el acelerador y continúo recto.

Emma se lanza a los brazos de Jen en cuanto abre la puerta.–Empieza a preocuparme que esta niña se eche a los brazos de cualquiera.–Vamos, Reb. No se va con cualquiera –se ríe.

–¿Crees que no? La semana pasada fui al Marcel’s por la tarde y no dudó en irse con la señoraNilson en cuanto le hizo unas carantoñas.

–La señora Nilson es una anciana de ochenta años adorable, hasta yo me echaría a sus brazos.Resoplo en una risa.–Supongo que tienes razón. No llegaré muy tarde, creo. Sobre las diez estaré aquí.–No te preocupes. Si Emma se queda dormida, la acostaré en la habitación de invitados y me

tumbaré yo con ella.La abrazo, todo lo que su barriga de embarazada me permite, y le susurro un gracias al oído.–No te veo hoy muy segura, Reb. ¿Ocurre algo?Cojo aire y lo suelto despacio.–Lo he estado pensando de camino hacia aquí. Le he dado muchas vueltas y no es que necesite el

dinero, pero…–Te gusta bailar, lo sé. Venga, vete. No se te vaya a hacer luego muy tarde.Me despido de las dos y vuelvo a montarme en el coche.Mientras conduzco de camino a Nueva Orleans, voy pensando en qué es lo que debo decirle a

Jones para que vuelva a aceptarme en el Diamonds. No lo voy a tener fácil porque sé que su bazamás fuerte para no contratarme otra vez será Emma. Después, me saldrá con el incumplimiento pormi parte de la norma número uno.

Martin me recibe con una sonrisa y un abrazo que por poco me parte la espalda.–Cuánto me alegro de verte, Becky. ¿Qué tal la pequeña?–Creciendo, Martin. Y demasiado rápido, me temo.–Es lo que tiene ser madre. El contador de tiempo se revoluciona, empieza a acelerar y antes de

que quieras darte cuenta, habrás olvidado lo que era cambiar pañales.–¡Vamos, no digas eso! Acaba de cumplir un año.–Disfrútala. El tiempo pasa volando.–Lo sé –sonrío y entro en el club.En el vestuario se monta un buen alboroto cuando entro por la puerta. Las chicas me reciben con

un enorme paquete, envuelto en celofán y un gran lazo rosa, que desenvuelvo emocionada. Sueltounas cuantas lágrimas cuando veo que es un peluche con el nombre de Emma bordado.

–Idea de Mel, ya sabes lo que le gustan estas cursiladas.–La Barbie zorra no era muy buena idea, Frankie. Es muy pequeña aún –alza una ceja y se cruza

de brazos.–¿Has dicho zorra? Mel, ¿has dicho zorra? –Frank hace un gesto teatrero y Melanie le da una

colleja.–¿Qué has hecho, Frank? –me echo a reír.–Ya ves, B. C. Te fuiste y tuve que buscar un nuevo objetivo para corromper a la blasfemia. Te

presento a Melanie “Próximo Ángel Sin Alas” Greene.–No le hagas caso, Becca. No se cree ni ella que voy a rendirme a su boca malhablada.–Veo que por aquí seguís igual, aguantando a esta insufrible.–Si vas a empezar a meterte conmigo, te puedes ir ya a ver al capullo del jefe.Resoplo.–¿Cómo lo veis?–No ha abierto la boca al respecto.

–Cuanto antes lo solucione, mejor. Volveré para despedirme cuando termine.–Suerte, Becca –Mel me guiña un ojo.La puerta del despacho de Jones está medio abierta pero no puedo ver si está dentro o no. Me

quedo parada frente a ella, y otra vez vuelven a asaltarme las dudas.–Pasa, Rebecca.Doy un respingo al escuchar su voz y abro la puerta del todo.–¿Cómo sabías que estaba ahí?–Te he oído resoplar –se levanta de la silla y se acerca a mí. Casi me caigo redonda de la

impresión cuando me abraza. –Bienvenida de nuevo.Me separo de él y frunzo el ceño.–Espera, espera… ¿Bienvenida de nuevo?–Quieres volver a bailar, ¿no?–¿Y ya está? ¿Así de fácil me lo vas a poner?–¿Esperabas tener que pelear por el puesto?–¡Joder, sí!–Becca, si no es en el Diamonds, bailarías en cualquier otro. Eres una de las mejores bailarinas

que he tenido el placer de ver bailar, y no solo en el escenario de un club. Si te soy sincero, sé que tufuturo no es desnudarte por un puñado de dólares, pero hasta que encuentres tu camino, prefiero quebailes para mí. Aquí te ahorrarás problemas.

–Vaya, no sé qué decir. Supongo que gracias, Dick.–No me des las gracias y mueve tu trasero el viernes de vuelta al Diamonds. Saldrás la primera.Sonrío y asiento.

Estoy muy nerviosa. Me tiemblan las rodillas mientras espero tras las cortinas del escenario. Me

da miedo equivocarme y dar un traspié, me da miedo haber perdido facultades después de todo estetiempo, tengo miedo de cagarla y darme cuenta que ya no valgo para el baile. Mi cuerpo se harecuperado bien después del embarazo, pero no sé si mi alma se ha recuperado aún de todo lo que hevivido desde aquel día que le conocí.

Escucho mi nombre por los altavoces y cierro los ojos un momento. Vamos, Rebecca. Puedes hacerlo. Salgo al escenario. Todo está a oscuras aquí arriba. Y de repente, se encienden las luces de

nuevo. Los primeros acordes de la música invaden la sala. La barra me espera. Y Rebecca vuelve aser Becca de nuevo.

vuelves

It’s unforgivable, I stole and burnt your soulIs that what demons do?

John Newman Love me again

Estoy tirada en el sofá con Emma encima, viendo un programa aburrido en la televisión yesperando a que quiera dormirse, cuando llaman a la puerta. Miro el reloj. Las once de la noche.

¿Quién será a estas horas? Dejo a mi pequeña en el parque y voy a abrir.–Como sea tu tío Sam, lo mato.Ella se ríe contenta cuando escucha el nombre de mi hermano.Abro la puerta y me llevo la mano al pecho porque creo que se me ha parado el corazón.–Hola, Rebecca.Las lágrimas se me agolpan en los párpados y lo veo todo borroso. Intento hablar pero el nudo

que tengo en la garganta apenas me deja susurrar su nombre.–¿Char… Charlie?Alargo la mano para tocarle, como si fuera un sueño y se fuera a desvanecer. Le acaricio la cara.

Él me coge la mano y la aprieta contra su mejilla, pero yo la retiro rápidamente.–No sabes lo mucho que te he echado de menos, Rebecca.De un tortazo le cruzo la cara.–Supongo que me lo merecía –se lleva la mano a la mejilla.–Te mereces más que eso.Avanza un paso y me abraza, pero yo no le devuelvo el abrazo. Estoy bloqueada y no sé ni lo

que siento. Salgo de mi estado de shock cuando escucho el llanto de un bebé. Le doy un empujón yme lo quito de encima.

–No es buen momento, Charlie.Me mira interrogante.–¿Estás cuidando niños ahora?–Vete.Emma llora más fuerte. Tiro de la puerta para cerrarla y camino rápido hacia el salón.–No llores, vamos. Estoy aquí, pequeña. Mama está aquí.–¿Mama?Cojo aire y me doy la vuelta con mi hija en brazos.–No te he dicho que entraras, te he dicho que te fueras.

–Solo quiero que me dejes explicarte todo.–No quiero explicaciones. Ya no.Veo que eso ha sido un golpe bajo por el dolor que refleja su mirada. Que se joda, yo llevo un

año y medio sufriendo.–¿Es tuya?–Sí, es mía.Le acaricia la mejilla y Emma para de llorar.–¿Cómo se llama?–Su nombre no te interesa.–Claro que me interesa, mírala.–Si por una casualidad se te ha pasado por la cabeza pensar que es tuya, olvídalo. No eres su

padre –me echo a reír con ironía. ¿Por qué mientes, Rebecca? El parecido de la niña conmigo no puede ser simple casualidad.

Los ojos azules, el pelo rubio… Recuerdo una foto de familia en el salón de mis padres. Mimadre me sostenía en su regazo en su vigesimoquinto cumpleaños. Yo apenas tenía ocho onueve meses, los que parece tener Emma. Esa niña es mi reflejo.

–¿Qué estás pensando?–Que es curioso que aun no siendo su padre, se parezca tanto a mí.–Lárgate –la estrecho contra mí.–No voy a quitártela. ¿Puedo cogerla?–No –rotundo.–¿Por qué? No voy a hacerle daño.–Lo sé, pero no quiero que la cojas.Doy un paso atrás pero Emma me traiciona y agita los brazos en su dirección.–Parece que ella no piensa lo mismo.Mi pequeña continúa removiéndose inquieta. Y eso que según Jen, no se iba con cualquiera. Aunque en realidad él no es cualquiera, pero… No, no pienses en eso. Charlie alarga las manos y no sé por qué razón dejo que vaya con él. Un escalofrío me recorre la

columna cuando los veo a los dos juntos.–¿A qué has venido? –me cruzo de brazos.Él levanta la vista que tenía fija en Emma.–A recuperarte.–Ya es un poco tarde para eso. ¿No crees?–Siento mucho haberme ido así, pero…Alzo la mano para que se calle.–No. No quiero tus explicaciones, ya te lo he dicho. Me has hecho mucho daño, no quiero volver

a pasar por lo mismo.–Esta vez va a ser distinto, te lo prometo.–No quiero estar contigo. ¿Es que no lo entiendes? No quiero pasarme la vida con el miedo

continuo a que desaparezcas de mi vida. No me valen tus promesas, no me valen de nada.–No voy a irme a ningún lado.–Charlie, no confío en ti. Y dudo que pudiera llegar a hacerlo alguna vez.–Rebecca, por favor. Déjame explicarte.–No, dame a la niña y lárgate. Haré como si todo esto no hubiera pasado.–Ella es mía, ¿no? No me lo niegues. Se parece a mí cuando…–¡No! ¡Emma no es tuya!–¿Se llama Emma?Ella sonríe en respuesta.–Sí, se llama Emma. Y ahora, dámela.Le da un beso en la frente antes de devolvérmela. Ella protesta y eso me pone de más mala leche

aún. No es justo.–Y ahora vete, por favor.Me mira a los ojos durante lo que parece una eternidad. Mi pecho sube y baja agitado. Se da la

vuelta para irse, pero se para en la puerta.–Voy a luchar para recuperarte, Rebecca. Para recuperaros a las dos.Me abrazo a Emma y rompo a llorar.

Por la mañana, me despierto desorientada. No sé si todo ha sido un mal sueño o ha ocurrido de

verdad, así que prefiero no pensarlo.Preparo a Emma y la dejo en la guardería antes de seguir mi camino hacia el Marcel’s. Me ha

costado mucho decidir dejarla allí, pero su pediatra me ha dicho que lo mejor para ella es queempiece a relacionarse con otros niños, y no depender de una niñera. Además, ya tiene bastante conSam los fines de semana.

Ni siquiera lloró el primer día. Pequeña traidora. Sonrío al recordarlo porque ya lo hice yo por ella. Me pasé la mañana en el Marcel’s

sollozando como un alma en pena. Y ella salió contenta y dando palmitas, hay que joderse.Me encuentro a Jen sentada en una silla, blanca como una pared.–¿Qué te ocurre, cariño? –le retiro el pelo sudoroso de la frente.–Esto ya pesa mucho, Reb. Me he levantado bien, pero ahora mira mis tobillos.Alza el pie y me enseña sus bonitas piernas, ahora deformadas por el embarazo.–¿Y por qué has venido a trabajar? Vete a casa y descansa. ¿Dónde está Marcel?–Vino a abrir pero se ha ido un momento a comprar unas cosas.–Venga, vete, ya le digo yo que te has ido a casa.–Pero, ¿cómo voy a dejarte sola? Con la cantidad de trabajo que hay los lunes.–¡No me puedo creer que según estás pienses ahora en eso! ¡Mírate! ¿Qué ayuda voy a tener

contigo si ni siquiera puedes levantarte de la silla?–Sí, ya verás como… –se apoya en la mesa y hace un esfuerzo para ponerse en pie. –¡Ay!Se deja caer otra vez.

–Mira que eres cabezota. Llama ahora mismo a Thomas y que venga a buscarte.–A sus órdenes, sargento. –Oye, Marcel. ¿De dónde sacaste la genial idea de montar una cafetería si no sabes ni manejar la

cafetera?–Siempre he querido tener a mi cargo camareras guapas como tú –me guiña un ojo y yo bizqueo.–A buenas alturas me vas a tirar los trastos.Se echa a reír y me contagio con su risa.Ahora que ya ha pasado el turno de las comidas y estoy a punto de irme a casa, noto que me

encuentro algo más cansada de lo normal. Me estiro, colocándome las manos en los riñones, y laespalda me da un pequeño chasquido. Abandoné las clases de kickboxing y mi cuerpo se estáresintiendo, así que estoy deseando que llegue el viernes para volver a bailar.

De repente, me invade un pequeño sentimiento de culpa por Emma. Sé que se queda encantadacon mi hermano, pero aun así…

Estoy tan entretenida recogiendo las mesas y dándole vueltas al tema, que no oigo la puertaabrirse. Y cuando me doy la vuelta, me quedo clavada en el sitio. La bandeja se me resbala de lasmanos y no llega a caerse porque él tiene reflejos para sujetarla a tiempo. Aunque un par de vasos seestrellan contra el suelo.

–¡Rebecca! ¡¿Ha pasado algo?! –Mi jefe grita desde la cocina.–¡No, Marcel! ¡Estoy bien! ¡solo un par de vasos que se me han escurrido!–¡Te los descontaré del sueldo!Resoplo y me río. Pero cuando alzo la mirada, vuelvo a ponerme seria.–¿Qué haces tú aquí? –le quito la bandeja de las manos.–He venido a comer.–¿No había más restaurantes en Lafayette?–No en los que estés tú.–Yo ya me voy. Rose te atenderá –me doy la vuelta, pero me agarra del brazo.–Rebecca, por favor.–¿Por favor qué, Charlie?–Escúchame.–Ya te dije que no quiero escucharte.Mi compañera entra en ese momento por la puerta, dándome una excusa para largarme.–Rose, atiende al caballero. Quiere comer.Me mira primero a mí, después a Charlie, y abre la boca sorprendida. Yo me suelto de su brazo

y voy a la cocina a por la escoba para recoger los cristales. Cuando vuelvo, se ha sentado en unamesa y Rose le está tomando nota. Recojo el desastre sin mirarle. Pero noto sus ojos azules clavadosen mí.

Cuando termino, me voy al cuarto a cambiarme de ropa con mi compañera pisándome lostalones.

–¿Rebecca…?–Sí, Rosie, es él.

–El parecido con Emma es…–Mucho, lo sé.–Pero, ¿qué hace aquí?–Ni lo sé, ni me importa.–Quizá ha vuelto para que le perdones.–¿Tú lo harías? –la miro con seriedad.–No lo sé. Sé que ha sido un año duro para ti pero la verdad es que no sé qué haría si estuviese

en tu lugar. Lo siento, Rebecca, soy muy mala consejera –hace una mueca de resignación.–No te preocupes, Rosie. Creo que es una decisión que tengo que tomar por mí misma.–¿Y qué vas a hacer?–No lo sé. De momento estoy muy cabreada, y dolida. No puedo pensar con claridad.–¿Le sigues queriendo?–Por desgracia, sí. No ha habido un solo momento de todo este tiempo en que haya dejado de

quererle. Somos un asco las mujeres.Sonríe y resopla.–Tomarás la decisión correcta, ya lo verás.–Saldré por la puerta trasera, ¿vale? Si te pregunta, no le digas nada.–Está bien –me abraza.–Gracias, Rosie.Me despido de Marcel, que sigue con sus cuentas en la cocina mientras Marie prepara las tartas

de la tarde.–Marcel, Charlie está comiendo en una de las mesas.Levanta la vista del cuaderno y frunce el ceño.–¿Qué?–Lo que oyes. No quiero que montes un numerito si se te ocurre asomarte por allí, ¿vale?–Debería partirle la cara.–Y yo debería habérsela partido a tu ex mujer hace tiempo y no lo he hecho, ¿no? Hazme ese

favor, anda.–Está bien. Mejor no salgo, así evitaré tentaciones. ¿Y se puede saber qué hace aquí?–Eso es problema suyo. A mí me dan igual los asuntos que se traiga por Lafayette.–Si comienza a molestarte, dímelo.–No te preocupes, puedo apañármelas yo sola. Mañana nos vemos.–Hasta mañana, Rebecca. Ten cuidado.–Marie, guárdame un trozo del pastel de arándanos para desayunar.–Claro, cariño.

Por la tarde, llamo a Jen para preguntarle qué tal está.–El médico me ha dado la baja, ¿puedes creerlo?–Claro que puedo creerlo, Jen. Estás embarazada de ocho meses y trabajas de camarera, ¿qué

esperabas?–Tú estuviste hasta casi el final.–Ya, pero a mí no se me pusieron los tobillos como dos troncos.

–Le pregunté que si con unas medias de compresión podría apañarme, y me miró cómo siestuviera loca.

Me echo a reír a carcajadas.–¡No me extraña!–Pero, ¿qué voy a hacer en casa toda la mañana? Y ahora ya sin las clases por la tarde voy a

aburrirme mucho.–No sé, Jen. Cómprate libros, aprende a tejer, haz unos cuantos muffins… ¡Yo qué sé!–¿No podrías dejarme a Emma?–¿Y darte más trabajo? ¡Ni hablar! Además, está bien en la guardería.–Reb, no me daría trabajo, de verdad. Y en la guardería va a estar enferma día sí, día también.–Necesita estar con otros niños y ella va contenta, no me hagas sacarla de allí. Además, ya pesa

demasiado para que la cojas en brazos.–Por favor…Menuda chantajista está hecha.–Jen, dentro de poco tendrás a tu pequeño para no aburrirte.–Aún queda un mes –frunce el ceño.–Pues aprovecha para descansar. Te van a hacer falta fuerzas cuando llegue el día.

No vuelvo a verle hasta una semana después mientras paseo con Emma por Camellia Boulevard.

Trato de ignorarlo, pero él cruza la calle corriendo para acercarse a nosotras.–Rebecca.–Lárgate.–No puedo. Te quiero demasiado.Cierro los ojos y cojo aire. Cuento hasta diez para no soltar una blasfemia delante de mi

pequeña, y acelero el paso.–No me crees, ¿verdad?–No. Déjame en paz, ¿quieres?–Pero ella es mi hija, también.Vale, ahora sí que me ha cabreado. Me doy la vuelta y aprieto los puños, por no soltarle el

guantazo que me está picando en la mano.–No tienes ningún derecho sobre ella, ¿entendido? Lleva mis apellidos, así que para los efectos,

no eres nada suyo.Encaja el golpe a duras penas, porque veo en sus ojos el dolor que le ha causado mi comentario,

pero intenta disimularlo.–Me lo merezco, lo sé.Agarro a Emma de la mano y continúo con el paseo. Me doy la vuelta cuando ya llevamos

caminado un trecho pero él ya no está.Al día siguiente, entra en el Marcel’s a primera hora de la mañana y se sienta en una de mis

mesas. Me siento tentada de mandar a la sustituta de Jen a que le atienda, pero no quierocomportarme como una cría, así que me acerco yo.

–¿Qué desea el caballero?

Mierda, esa frase no es la adecuada. –Por desear yo…–Vale, disculpe. Me he equivocado de pregunta. ¿Qué va a tomar el caballero?Sonríe y me hierve la sangre.–Un café solo y un trozo de pastel de frambuesa.–No hay.–¿No hay café o no hay pastel de frambuesa?Cómo me gustaría decirle que no hay ninguna de las dos cosas para que se largara por donde ha

venido, pero una vez más tengo que contener mi mal genio.–Esto es una cafetería, hay café de sobra.–Pues tráeme lo que quieras.–Mi trabajo es servir y atender mesas, no me pagan extras para decidir por los clientes lo que

quieren comer.–Está bien. ¿Qué hay?–Pastel de arándanos, pastel de…–Ese mismo.Me doy la vuelta y me meto en la cocina. Marcel entra detrás de mí como un rayo.–Rebecca, ¿te está molestando?Y de repente, no sé lo que me pasa pero la risa comienza a burbujear en mi estómago y no puedo

contenerla. Marcel y Marie me miran con los ojos abiertos como platos cuando estallo en carcajadas.Me seco las lágrimas cuando por fin consigo parar.

–Lo siento, no sé qué me ha pasado. Marcel, no me está molestando. Solo ha venido a desayunar.Le sirvo el café y el pastel, pero no vuelve a abrir la boca. Solo desayuna y se marcha.Vuelve la mañana de después para sentarse en la misma mesa. Y así lo hace un día tras otro.Yo termino acostumbrándome a verlo allí sentado, sin dirigirme la palabra, pero con su mirada

azul clavada en mí hasta que termina su café y se marcha.Y así descubro pasado un tiempo, que mi corazón comienza a reaccionar de nuevo,

sorprendiéndome a mí misma con una sonrisa tonta en la cara. Me doy cuenta enseguida de mi error,pero para mi desesperación, él también ha sido testigo de mi sonrisa, así que le doy la espalda y leignoro.

Deja una rosa en la mesa antes de irse. Yo la cojo y camino rápido hasta el cubo de la basura,pero antes de tirarla inspiro su olor y las lágrimas me nublan la vista. Y así comienza el ritual de lasrosas, cada día deja una de un color distinto, y yo las guardo para llevarlas a casa.

Hoy es un viernes como otro cualquiera, pero no tengo que trabajar en el club. Ha habidoproblemas con las tuberías y parece ser que se ha inundado medio local. Según Frankie no es paratanto, pero Jones se tira de los pelos y se pasa el día gritando toda clase de barbaridades, así queprefiero no aparecer por allí.

Hace una semana que Jen se ha incorporado de nuevo, después de sus cinco meses de baja, y nohace más que resoplar y resoplar cada vez que entra en la cocina. No sé por qué hace siempre lomismo en vez de soltar directamente por la boca la causa del agobio.

–Jen, deja de resoplar.–No puedo.–¿Y a qué esperas para contarme qué es lo que te pasa?Deja caer los hombros con un último resoplido y se aparta el flequillo despeinado de la cara.–Mírame, Reb.–¿Qué quieres que mire?–A mí.Me cruzo de brazos.–Vale, ya te veo.Pone los ojos en blanco.–¿Y qué ves?Frunzo el ceño porque no entiendo nada.–¿Qué se supone que tengo que ver?–¡A mí! ¡Mírame! ¡Estoy hecha un desastre! Desde que tuve al niño apenas tengo tiempo ni para

peinarme. Me miro al espejo y ni siquiera aparento los veinticinco años que tengo –solloza y hace unmohín.

Me acerco a ella y la abrazo.–Jen, cariño, ¿crees que a Thomas le importaría quedarse esta noche con el niño?Se separa de mí y me mira extrañada.–Sí, claro. ¿Por qué?–Hace mucho tiempo te prometí una salida de chicas. Creo que ha llegado el momento.

Sam pasea por el salón, con una Emma berreante en los brazos, mientras yo intento maquillarme

en el baño. Tarea imposible con el estado de nervios que tengo porque no hago más que meterme elcepillo de la máscara de pestañas en el ojo y mancharme de negro.

–¡Sam! ¡Saaaaaam!Es inútil, no me oye con el escándalo que está montando mi pequeño diablo.–¡Se acabó! ¡Me rindo! –suelto la máscara en el lavabo y camino a toda prisa hasta el comedor.

–Sam, voy a llamar a Jen para anular la salida.–¡No, no! ¡Ni hablar! –coloca a la niña en el sofá y se agacha a su altura. –Escúchame, jovencita.

O dejas de llorar ahora mismo o el tío Sam no vuelve por aquí, ¿entendido?Emma se calla de repente y hace un mohín mientras solloza suavemente. No me lo puedo creer. –¿Ves, Becks? Todo controlado. Emma no va a volver a llorar. ¿Verdad que no? –alza una ceja y

la mira.Ella hace un gesto negativo y se lleva el pulgar a la boca. Mi hermano le da un manotazo.–¡Y no te chupes el dedo! Eso queda muy feo en una señorita.–¿Por qué no la callaste antes?–No me gusta echar mano de las amenazas –se echa a reír y yo resoplo. –Vete tranquila y

diviértete, hermanita. Y a ver si encuentras a alguien que te eche un buen polvo, que creo que te hace

falta. Lo mato. –¡Samuel, la niña!–Pero si ella no entiende. Lárgate, Becks –me lanza un cojín del sofá.

Rose nos lleva a un sitio bastante agradable de nombre serio, The Office. El local es simple,

techos y columnas de madera, y paredes revestidas con ladrillos. Buena música y ambiente.La cena transcurre con tranquilidad, incluso las dos primeras copas las disfruto entre risas y

baile con las chicas. Hasta que mi mirada se cruza con la de alguien al que no esperaba ver por aquí.Y mi gesto no debe haber pasado desapercibido porque Jen sigue la dirección de mi mirada y frunceel ceño.

–Esto está rozando el acoso, ¿no crees?–Ha tenido que ser casualidad, es imposible que supiera que estoy aquí.–A no ser que estuviera vigilándote cuando has salido de casa –alza una ceja.–¡Oh, vamos! No seas peliculera, Jen. Además, es inofensivo, de verdad.–Si tú lo dices, tendré que creerte.Tarda un rato en reparar en mí, y cuando lo hace, su mirada de asombro me da la razón. No me

estaba siguiendo. Le doy la espalda para ignorar que está ahí, pero siento su mirada clavada en lanuca.

–¿Quieres que nos vayamos a otro sitio, Reb?–¿Por qué?–Es que no te quita ojo de encima.Sonrío.–Espera y verás.Vacío la copa de un trago y me subo al taburete para ponerme de pie encima de la barra. Me doy

la vuelta y le guiño un ojo al camarero, éste levanta el pulgar y sonríe.Empiezo a moverme despacio, con un baile inocente al ritmo de Poison, mi canción favorita de

Alice Cooper. Pero cuando la música toma el control de todo mi cuerpo, las manos se me vandirectamente a los botones de mi camisa vaquera y comienzo a desabrochármelos. Escucho silbidos yaplausos. Y de repente, una mano tira de mí con fuerza y me tambaleo peligrosamente hacia el bordela barra. Se me escapa un grito cuando pierdo el equilibrio y caigo al suelo.

Un momento. No estoy en el suelo. Unos brazos demasiado conocidos me rodean.–Rebecca, creo que ya te has divertido suficiente.–¡Suéltame, gilipollas! –me deja en el suelo y le doy un empujón. Me abrocho los botones de la

camisa mientras le miro furiosa. –¡No tenías que haber hecho eso!–¿No tenía que haber hecho el qué? ¿Evitar que te desnudaras delante de toda esta gente?–¿Acaso no es mi trabajo, Charlie? –sonrío con ironía.–Al menos en el club te pagan por hacerlo.No puedo contener la mano y le doy un guantazo con todas mis ganas.–Eso es lo que has pensado de mí siempre, ¿verdad? Que soy una prostituta. Por eso te

marchaste despidiéndote con una maldita carta, porque sabías que vería en tus ojos la verdad.–¿Qué estás diciendo?–Yo nunca fui digna de ti, eso estoy diciendo.–Estás borracha. Te llevo a casa.–¡No! ¡Lárgate! Y no quiero volver a verte en la vida, Charlie –me doy la vuelta y busco a las

chicas con la mirada. Siguen las tres paradas en el mismo sitio.Jen se cubre la boca con la mano y se echa a reír cuando llego hasta ellas.–¿De qué te ríes?–Reb, eso ha sido todo un espectáculo.–Me alegro que te haya gustado.–Me encantaría verte bailar alguna vez.–No creo que sea muy buena idea que vayas al club, Jen.–Ya estamos con lo mismo de siempre. Soy demasiado mojigata para esos sitios.–No es eso, cariño. Es que me resultaría extraño verte por allí. No estoy acostumbrada a bailar

para mujeres.–Pues debes ser realmente buena porque creo que Charlie no está dispuesto a dejarte en paz esta

noche.Miro por encima del hombro y le veo abrirse paso entre la gente hasta colocarse detrás de mí.Le quito la copa a Rose y doy un trago. Él me la arranca de la mano y se la devuelve a mi amiga.–Ya has bebido bastante.–¿Pero tú quién te has creído que eres? Te he dicho que te largaras, Charlie. Sal de mi vida

como has hecho ya otras veces, no creo que te cueste tanto.–No es momento para hablar sobre eso.–Claro que no. Ni ahora ni nunca. No quiero volver a cruzar palabra contigo jamás.Le doy la espalda, pero parece ser que hoy lleva tapones en los oídos y no me escucha. Me

agarra del brazo y tira de mí.–Rebecca, voy a llevarte a casa para asegurarme de que no cometes ninguna otra estupidez.–¿Y por qué crees que voy a ir contigo?–Porque yo confié en ti una vez. ¿Recuerdas?El latido de un antiguo dolor se instala en mi pecho.–Cállate.–Dejé que me llevaras a tu casa sin conocerte.–Te acababa de librar de una paliza, sabías que no iba a hacerte daño.–Y tú también sabes que yo tampoco voy a hacértelo ahora. Confiarás en mí para que te deje en

tu apartamento, y así no tendré que partirle los dientes al primero que intente sobrepasarse contigo.Siento el escozor de las lágrimas que se van acumulando en mis párpados. Todo aquel tiempo

guardado a la fuerza en el cajón del olvido para evitar el dolor, vuelve a mi mente. Aún sigopreguntándome cómo pude enamorarme de aquella manera de un extraño. Ni siquiera llegamos atener una relación como las demás, aunque claro, yo nunca he sido como las demás.

Su mirada azul sigue fija en la mía mientras me invaden los recuerdos. Y cuando voy a abrir laboca para contestarle, su mano se desliza por mi brazo y me rodea la cintura para estrecharme contrasu cuerpo. Sus labios colapsan con los míos en un beso cargado de anhelo.

Le doy un empujón para apartarlo cuando el corazón comienza a dolerme, y a continuación, le

cruzo la cara con otro guantazo.–He dicho que salgas de mi vida, Charlie. No quisiera tener que ser yo la que te partiera los

dientes a ti por sobrepasarte conmigo.Y parece que por fin recupera el sentido del oído, porque hace un gesto negativo y se va.Rose suspira exageradamente a mi derecha.–Lo siento, chicas. Perdonad por el numerito.–Reb, ¿estás bien? –Jen arruga la nariz y me coge de la mano.–Sí, no te preocupes.–Vaya dos hostias le has dado, Rebecca –Rose se echa a reír a carcajadas y yo no puedo evitar

reírme con ella.Pero ya no tengo ganas de nada, solo de irme a casa y tumbarme en la cama, y quizá llorar como

una idiota para desahogarme. Es que soy gilipollas, gilipollas de remate. Esto es como un cuento queda vueltas en círculos y no termina, porque no puede tener un final feliz.

Me despido de las chicas y cojo un taxi para volver a casa. No me doy cuenta de que estoyllorando hasta que noto la calidez de las lágrimas resbalando por mis mejillas.

Sam se ha quedado dormido en el sofá con Emma. Los observo durante un rato. Mi pequeñasuspira en sueños y se remueve inquieta. Después parpadea y abre sus bonitos ojos azules.

–Mami…Me agacho y le acaricio el pelo.–Hola, mi niña.Alarga los brazos y me rodea el cuello. La estrecho contra mí y la cojo para llevarla a su

habitación.Me quedo con ella hasta que vuelve a quedarse dormida.–Te prometo que no dejaré que nadie te haga sufrir, jamás. El lunes Charlie no aparece por la cafetería, y yo estoy de un humor de perros. Es de esos días

en los que no te apetece que te hable nadie, y justo cuando todo el mundo parece que no tiene ganasde callarse.

Marcel me manda a casa una hora antes de terminar el turno. No sé cómo tiene tanta pacienciaconmigo, deberían darle el premio al mejor jefe.

Recojo a Emma en la guardería y paseo con ella un rato, para despejar el caos que tengo en micabeza en estos momentos.

Hoy me ha dolido no verle y eso es mala señal, porque quiere decir que está volviendo a colarseen mi alma como hizo hace tiempo.

Pasa una semana hasta que vuelvo a verle. Me cruzo con él una tarde por la calle, sin embargo,pasa por mi lado y ni siquiera me mira. Doy unos cuantos pasos y me giro, pero él dobla la siguienteesquina y desaparece de mi vista.

No vuelve al Marcel’s, y tan solo lo veo en encuentros casuales como ese, pero siempre meignora y continúa su camino.

Y un día me doy cuenta de que esto me está haciendo mucho daño. Por las noches apenas duermoy si caigo rendida al sueño solo tengo pesadillas. La situación comienza a volverse preocupante

cuando un viernes, mientras estoy bailando en el escenario, pierdo el conocimiento y me desmayo.Cuando despierto, las chicas me rodean en el vestuario.

–Rebecca, ¿vas a contarme qué coño está pasando?–Charlie está en Lafayette.–Me lo dijo Sam. ¿Te ha hecho algo? –se cruza de brazos y me mira seria.–No, no ha hecho nada –suspiro. –Creo que ese es el problema, Frank. Que me duele su

indiferencia cuando precisamente he sido yo la que le he dicho que me dejara en paz.–Aún le quieres, ¿no?–Nunca he dejado de hacerlo. Pero me ha hecho tanto daño que no sé si podría perdonarlo

alguna vez. ¿Y si vuelve a marcharse? Yo… –bajo la vista al suelo y muevo la cabeza, negando. –¿Ysi Emma se encariña con él y después se va? Podría soportar mi dolor, pero no quiero que mipequeña sufra.

–No sé qué decirte, B. C. No sé qué es lo que piensa él, ni los motivos por los que se marchó.Quizá deberíais hablarlo. Pero ante todo es una decisión que debes tomar tú.

–Frank, ¿te das cuenta de que es la primera vez que hablas sin decir una sola blasfemia?Pone los ojos en blanco y agita las manos.–Oh, venga. ¡Vete a la mierda!Me levanto del sofá y la abrazo.–Gracias, Francesca.–Sabes que podría darte un guantazo si volvieses a repetir ese nombre, ¿verdad?–Lo sé, pero soy yo y no me lo darás.–¿Necesitas que te acerque a Lafayette?–No, ya estoy mejor. Comeré algo y me iré. Intentaré aprovechar el domingo para descansar si a

Jones no le importa que me vaya.–Y si le importa, que le den por culo. Lárgate ya. En la radio de mi Chevrolet suena We go together. Sí, me encanta Grease, qué le vamos a hacer.

¿Qué bailarina no ha soñado alguna vez en su vida con moverse al ritmo de la banda sonora deGrease? Una vez me presenté a una audición para una obra musical sobre la película, pero ni siquierase molestaron en decirme un no, simplemente no volvieron a llamarme. Recuerdo cómo se alegró mimadre de aquello, las cosas tan desagradables que me dijo cuando pasaron las semanas, y no recibíarespuesta alguna.

–Bailar es de zorras, Rebecca. Siempre te lo he dicho.Pienso en Emma. Ella nunca escuchará palabras como esas. Voy a luchar para darle todo aquello

que a mí me faltó. Y decida lo que decida ser en el vida, siempre estaré allí para apoyarla. ¿Y no debería estar Charlie también? Llueve a mares y yo me dejo en casa el jodido paraguas. Aún quedan unas cuantas manzanas

para llegar al gimnasio y ya tengo empapadas hasta las bragas. Miro al cielo y no parece que vaya aparar en toda la tarde. Las nubes son de un gris oscuro que asusta. Acelero el paso y bajo la mirada

al suelo para que no me dé el agua en los ojos. Y de repente, alguien choca contra mi hombro y metambaleo. Frunzo el ceño y me vuelvo.

–¡Oye…! –las palabras se me quedan atascadas en la garganta.Esos ojos azules, que me enamoraron hace tiempo, se clavan en mí fijamente. Sus labios

articulan un lo siento y continúa con su camino, pero yo alargo la mano sin pensar y le sujeto por elbrazo.

–Espera.Se queda parado, dándome la espalda.–Si vas a decirme que te estoy siguiendo y que te deje en paz, ahórratelo.–No voy a decirte eso.Se coloca frente a mí. El pelo mojado se le pega a la frente, dejando caer las gotas por su rostro.

En mi mente va tomando forma un recuerdo de tiempo atrás.–Rebecca, me pediste que te dejara en paz, y es lo que he hecho.Interrumpe mis pensamientos y muevo la cabeza, aturdida.–Lo sé.–¿Qué es lo que quieres, entonces?–Quiero darte la oportunidad de que te expliques.–¿Por qué ahora? –sacude la cabeza.–No tengo una respuesta clara para esa pregunta.–¿Tengo que contártelo aquí, bajo la lluvia? Porque estoy empezando a quedarme helado.Sonrío.–No, buscaremos una cafetería.

mis sueños

I found a dream, that I could speak toA dream that I can call my own

Etta James At last

The Lab nos pilla de camino. Adoro esa cafetería aún más que el Marcel’s, pero como es el queme da de comer, procuro pisar poco para que mi jefe no se enfade. Los cafés y los dulces quepreparan allí son un pecado, con el permiso de los maravillosos bollos que hace mi querida Marie.

Nos sentamos en una pequeña mesa de madera, porque el sofá donde me gusta sentarme cuandovoy está ocupado. Pido una cantidad desorbitada de galletas, el estómago no para de pedirme a gritosque lo llene de todos esos sabores deliciosos, y un cortado con vainilla.

–Veo que aún conservas esas ganas tan tuyas de comer.–Lo único que ha cambiado en mi vida ha sido que ahora tengo una pequeña por la que luchar, lo

demás sigue todo igual.–Me alegro que te vaya todo bien, Rebecca.Le miro como si fuera gilipollas. ¿En serio me está diciendo eso? Intento no perder los nervios y comportarme civilizadamente, así que suelto directamente la

pregunta.–¿Vas a contarme qué es lo que has estado haciendo todo este tiempo?–Busqué a mi madre.Abro los ojos por la sorpresa.–Pero tú… Tú me dijiste que no querías encontrarla.–Lo sé, pero tenía que hacerlo. No sé qué me impulsó a ello, quizá fueras tú, o quizá creía que

ella podría echarme una mano, porque a pesar de haberlo perdido todo, siempre supe que mi madreera una mujer inteligente.

–No lo entiendo.–Yo quería sacarte del Diamonds, Rebecca. Pero aunque tú no lo creas, también sabía que tu

vida es el baile y no podía cambiarte. Aunque sí podía ayudarte a que lo hicieras de otra manera.–¿Y qué tiene que ver tu madre en todo esto?Sonríe con tristeza.–Me costó encontrarla porque había vendido la antigua mansión donde vivía con mi padre. A

pesar de que mi hermano había fundido toda la fortuna, le había quedado aquella casa. Le dieronmucho dinero por ella, y además, había abierto una cuenta a su nombre hacía años en la que iba

ingresando dinero por si algún día algo salía mal en las inversiones de mi padre. Por suerte, eso mihermano no lo sabía. Se mudó a una casita más pequeña cerca de Washington Square, porque nuncase acostumbró a aquella vida de lujo. Me pidió perdón de rodillaspor no presentarse al juicio,Rebecca. Me dijo que era una mala madre por haberse comportado así, pero la muerte de mi padrefue un duro palo para ella y lo que hizo mi hermano fue aún peor. ¿Y sabes qué? La perdoné. Porquepude entender su dolor. Después me dijo que guardaba todo el dinero ahorrado por si alguna vez yoaparecía, que era mío por derecho y que de ninguna manera James iba a ver ni un duro. Y al final, meconfesó que estaba enferma y le quedaban pocos meses de vida.

Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas cuando continúa con la historia.–Tenía un cáncer terminal que le habían detectado hacía apenas dos meses. Había contratado a

un detective privado para que me encontrara. Quería decirme todo esto antes de morir. Me pidió queme quedara con ella los pocos meses que le quedaban. ¿Y qué se supone que iba a hacer yo? Era mimadre. A pesar de todo el daño que me hizo, y por lo que pasé, supo reconocer sus errores y pedirperdón.

Sus ojos brillan por las lágrimas contenidas. Le cojo de la mano y enlazo mis dedos con lossuyos.

–Hiciste lo correcto, Charlie.–¿Entiendes ahora por qué no volví antes? Quería hacerlo pero yo… no podía dejarla sola.–¡Pero podías haberme llamado! ¡Podías haberte puesto en contacto conmigo!–Lo sé, y lo siento. Sé que lo que he hecho es imperdonable, pero puedo hacer algo ahora para

compensarlo. Siempre te he dicho que yo no tenía nada que ofrecerte, ahora lo tengo.–Tú me diste algo muy valioso, más valioso que el dinero, o que una mansión o que mil cenas

románticas.Me mira sin entender.–Quizá no hayas sabido valorarlo porque has crecido en un ambiente en el que lo has tenido

todo. Yo no me puedo quejar de la vida que me ha tocado vivir, tengo compañeras, como Frank, quevivieron un infierno. Sí, mi madre me echó de casa, pero he salido adelante por mí misma y me heconformado siempre con lo poco que he tenido. Sin embargo, tú me diste algo que nadie me habíadado, a pesar de que yo creí que una vez lo tuve. Charlie, tú me diste amor. Sé que nuestra relaciónno fue normal, pero en todo aquel tiempo sentí que no me hacía falta nada más. Y sin querer, me distea Emma. No puede haber nada en este mundo que quiera más que a ella, no me arrepiento ni un solosegundo de tenerla. Pero estuve tan perdida sin ti…

Me abraza con fuerza y me da un beso en el pelo.–Si lo hubiera sabido, nunca me hubiera ido. Lo juro.–Supongo que todo tenía que pasar de esta manera. No sé, el destino es así de cruel a veces y no

siempre las historias de amor son perfectas.–Me duele no haber estado aquí para ver a Emma nacer.–Bueno, aún no es tarde.–¿Qué quieres decir con eso? –la esperanza ilumina sus bonitos ojos azules.–Si tú quieres podrás disfrutar de ella de ahora en adelante.–Claro que quiero, Rebecca. Quiero estar contigo siempre. Contigo y con mi pequeña.–Me da miedo volver a confiar en ti.–Ya no tengo ninguno motivo para marcharme, a no ser que no me quieras en tu vida.

–Siempre te he querido en mi vida.–¿Quieres que nos casemos?–¿Y me lo preguntas así, de sopetón? –me echo a reír.–¿Querías que te lo pidiera a la antigua usanza? ¿Poniéndome de rodillas y todo eso?–No, porque así me resultaría más difícil decirte que no.–¿Vas a decirme que no?–Sí, pero no porque no te quiera. Es que no quiero casarme. No creo en la iglesia, y no soy tan

cínica como para hacerlo solo por una ceremonia y un vestido blanco. Pero te prometo que voy aquererte igual, seas mi marido o no.

Sonríe.–Lo sé. Ahora quiero proponerte otra cosa, pero antes de que te pongas a gritar, quiero que me

escuches.–Vale.–No, no me digas vale. Prométemelo.–Te lo prometo.–Sabes que no me gusta que trabajes en el Diamonds.–Charlie…–Me lo has prometido.–Está bien, te escucho.–Antes te he dicho que sé que tu vida es el baile, y quiero que sigas en ello, pero de otra manera.

El dinero que me dejó mi madre es suficiente para montar… una academia de baile. Si tú quieres.Abro la boca sorprendida.–¿Harías eso por mí?–Rebecca, haría cualquier cosa por ti.Me tiemblan las manos de los nervios.–Pero tú… ese dinero… es tuyo.–Ella me dijo que hiciera algo bueno con él, y no veo mejor manera de invertirlo que en tus

sueños. ¿Crees que serías feliz así?–Yo… yo… No sé qué decir.Aprieta la mano que aún está unida a la suya.–Dime que sí.–No podría ser más feliz.–Pues no hay más que hablar.

epílogo

Dawn is coming open your eyesLook into the sun as a new days rise

José González Stay alive

Emma entra en su turno de tarde del hospital con una gran sonrisa. Lleva un mes viviendo enNueva York y ya se ha adaptado perfectamente a esta ciudad tan distinta a Lafayette.

Se cambia de ropa y cuando está recogiéndose el pelo en una coleta, Julia, su compañera deturno, entra corriendo en la sala.

–Emma, deprisa. Acaba de entrar un paciente muy grave. Necesitamos toda la ayuda posible.Sale corriendo por la puerta detrás de ella. Se cruzan por el pasillo con la camilla que trae al

herido, y que vuela a toda prisa hacia el quirófano.–¡Hay que operarle de urgencia! ¡Está perdiendo mucha sangre!–¿Qué ha pasado? –se gira hacia Julia que corre a su lado.–Su coche lo ha arrollado un camión.Después, seis horas de quirófano sin descanso. Emma mira con pesar al hombre que reposa en la

camilla con el respirador en la boca.Es tan joven… Ojalá salga de esta.En su reciente vida como enfermera, no se ha enfrentado a muchas muertes aún, y aunque intenta

que no le afecten, no puede evitar que la congoja la oprima cada vez que pierden a un paciente.Termina el turno y vuelve a su apartamento agotada.Su compañera de piso está tumbada en el sofá, viendo una película de esas en las que te dan

ganas de comprar acciones en una empresa de pañuelos de papel nada más empezarlas.–¿Quieres terminar de verla conmigo?–Paso, Ele. Quiero meterme en la cama y dormir como si no hubiera un mañana que por

desgracia, lo hay. Y encima tengo guardia.–¿Un mal día?–Algo así. Ha entrado un paciente que acababa de tener un accidente con el coche. Demasiado

joven. Sé que no debería dejar que estas cosas me afectaran pero…–Es normal, Emma. Al fin y al cabo eres humana.Resopla y asiente.–¿Tu día bien?–He terminado pronto las clases y no he hecho nada productivo en todo el día. Pero no te creas

que me siento culpable, no. Ya tendré tiempo de ser productiva cuando empiecen los exámenes.¿Cómo lo tienes el fin de semana?

–Libre. Saldremos un rato, si quieres.

–¿Qué si quiero? No lo dudes, chica de Louisiana. Me muero por emborracharme –Eleonora leguiña un ojo y Emma se echa a reír.

–Te veo pasado mañana, Ele.–Espero que tengas una guardia tranquila.–Gracias. Vuelve al día siguiente al hospital. Cuando termina de suministrar los medicamentos a los

enfermos despiertos, se dedica los comatosos.Entra en la habitación del joven que llegó tan grave y se sorprende al ver a dos chicas jóvenes

dentro. Ayer nadie acudió preguntando por él y pensó que no tenía familia.Una de ellas está agarrada a la barra de los pies de la cama, la otra se vuelve hacia Emma y le

pregunta por el paciente.–… ¿son ustedes parientes?–No… Las mira extrañada. La rubia con los ojos hinchados baja la mirada.–¿Es usted su pareja?Se queda callada y la morena vuelve a hablar.–Sí, ella es su novia.–Lo siento mucho, ¿señorita…?–Connors, pero llámeme Helena, por favor.

Aida Cogollor nació en Madrid en 1980. Graduada en Secretariado, empezó su carreraprofesional en el sector comercio.

Gracias a su padre, al que recuerda con un libro entre las manos siempre, es lectoraempedernida de muchos géneros desde que tiene uso de razón. Amante de la buena música y el baile,ha querido reflejarlo en ésta su última novela.

Hasta ahora tiene cuatro novelas autopublicadas en Amazon: Helena, Henry, Shooter y Atlante:más allá de las estrellas.

[1] Plato muy típico de la gastronomía cajún. Su base es el arroz y sus principales ingredientes son pollo, jamón crudo, langostinos y mucha pimienta.