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Literatura, conocimiento y vida
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SEMINARIO «AL SUEÑO DE LA VIDA HABLAN DESPIERTOS»: CUESTIONES AVANZADAS DE LITERATURA.UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA (TOLEDO), 21 DE MARZO DE 2012
LA TEORÍA LITERARIA, HOY: LITERATURA, CONOCIMIENTO Y VIDA1
Luis GALVÁN (GRADUN-Universidad de Navarra)
PRIMERA PARTE: FUNDAMENTOS
0. El planteamiento de mi participación en este seminario pretende ser sencillo,
aunque temo que el título resulte grandilocuente. Quisiera simplemente exponer qué
tipo de cuestiones interesa a la Teoría literaria y cómo se relacionan con otros
conocimientos. La manera en que he organizado la intervención es: una presentación
general, que me va a ocupar esta primera sesión, y luego, en la segunda, la discusión de
un campo concreto, con algunos ejemplos.
A la Teoría literaria le sucede algo singular entre las ramas de la Filología, y es que,
en mayor medida que otras, despierta reacciones irracionales. Repasando títulos de
artículos y libros recientes, se ve que hay quien está “contra la Teoría” (Knapp y
Michaels), se puede experimentar “resistencia” (De Man) o “miedo” (Riffaterre) ante
ella; y aun puede ser que nos encontremos “después de la Teoría” (De Toro, Eagleton),
sumándose lo posteórico a lo posmoderno y posindustrial. Y no se puede culpar
solamente la actitud que “desprecia cuanto ignora”; es comprensible que despierte
rechazo una Teoría rampante convertida, en ciertos ambientes, en criterio de relevancia
para cualquier aproximación a la literatura y en crítica corrosiva de todo el
conocimiento adquirido hasta el presente2.
En esta primera parte de presentación general quiero poner de relieve un aspecto de
la Teoría literaria que es su carácter científico o, si se prefiere una formulación menos
solemne, académico, en el sentido de un proyecto de trabajo que va acumulando y
organizando conocimientos.
1 Agradezco al profesor Francisco Crosas la invitación para intervenir en estas charlas. También doy las gracias a la Universidad de Castilla-La Mancha y a la Diputación, que lo han hecho posible; y a los asistentes, que le han dado sentido.2 Culler 1992: 201-07.
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Dice Karl Popper: “Lo que suele llamarse ‘una disciplina científica’ no es otra cosa
que un conjunto de problemas e intentos de solución, delimitados y ordenados. Lo que
existe verdaderamente son los problemas y las tradiciones científicas”3. Según esto, es
equívoco hablar de una Teoría y una Ciencia de la Literatura. Lo que hay son
“programas de investigación” en Literatura: teorías, y más exactamente series de teorías
e hipótesis, con las que se procura explicar problemas concretos4. Y cada programa no
excluye a sus predecesores y vecinos. Es legítimo y deseable que coexistan varios
diferentes5.
Un programa de investigación consta de un núcleo firme, unas pocas proposiciones
que constituyen el punto de partida aceptado, y un cinturón de hipótesis auxiliares que
se pueden ir modificando al encontrarse con problemas y hechos concretos. Varias
tradiciones de estudios literarios responden claramente a esta estructura. Por ejemplo, el
núcleo firme de los Formalistas rusos sería que el arte es cuestión de forma y que la
“literariedad” consiste precisamente en hacer perceptible la forma; el de la Estilística,
que cada “desvío” de la norma idiomática responde a un impulso psíquico, y que
partiendo de cualquier hecho de estilo se puede reconstruir toda la mente de un autor; el
de la Poética estructuralista, que la función poética se realiza cuando la equivalencia se
convierte en principio constitutivo de la secuencia; etc. Un programa de investigación es
progresivo y puede considerarse científico mientras da lugar al planteamiento de nuevos
problemas y desarrolla hipótesis fecundas, que iluminan nuevos hechos. Pero llega un
momento de saturación y estancamiento. El programa queda superado cuando aparece
otro que consigue explicar todo lo que explicaba el primero, más sus anomalías, más
problemas nuevos. Pero un programa abandonado merece retener su puesto en la
historia de la disciplina si cumplió su misión heurística: hizo descubrir problemas y
hechos y ayudó a refinar las hipótesis explicativas.
Se desprende de estas ideas que no puede admitirse un planteamiento dogmático,
según el cual una teoría sea la verdadera y las demás están equivocadas, ni tampoco uno
historicista, que se atenga a la última teoría o programa, considerando que los demás
han quedado obsoletos y que el rendimiento que tuvieron carece de valor. Al contrario,
el conocimiento cabal de la disciplina requiere cierta familiaridad con los sucesivos
intentos de respuesta a algunas de las cuestiones básicas. Por eso, en los minutos que
siguen voy a llevar una aproximación histórica a la delimitación del objeto de los
3 Popper 1993: 108 (9.ª tesis).4 Dolezel 1999: 41; Garrido 1994: 107; Lakatos 1983; Schmidt 1973: 16-19.5Mignolo 1983: 29-32; Jauss 1991.
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estudios literarios, su ubicación en el sistema de los conocimientos, su autonomía o
dependencia de otras disciplinas. Luego pasaré a exponer lo que considero las
tendencias más importantes en las últimas décadas.
Un problema básico en cualquier campo de investigación es la determinación de su
objeto. Al principio, los investigadores suelen identificar el objeto intuitivamente, pero
llega un momento en que resulta necesario fijar su concepto y sus límites. Esta misma
empresa se convierte en una reflexión teórica que impulsa y refina el estudio, y lo obliga
a transformarse6.
Desde el punto de vista actual, parece que el objeto de los estudios literarios ha
estado ahí desde Homero, al menos. Sin embargo, durante siglos se ha echado en falta
una palabra que lo denomine en su totalidad: Aristóteles decía que “el arte que imita
sólo con el lenguaje […] carece de nombre hasta ahora”7. Es decir, no encontraba un
nombre que unificase épica, tragedia, comedia, ditirambos, etc. La situación siguió igual
en la Edad Media. Posteriormente se fueron generalizando las expresiones “Poesía” y
“Buenas” o “Bellas Letras”. A lo largo del siglo XIX se fue imponiendo la de
“Literatura” en el sentido que suele tener aún hoy: arte del lenguaje, por oposición a las
otras artes y a los otros usos del lenguaje; y conjunto de los productos de ese arte
(subdivisible según lenguas, épocas, etc.)8. Así pues, la consolidación del término en la
lengua académica y culta, en la misma época en que se producía la institucionalización
de los estudios de literatura vernácula, supone una primera identificación del objeto.
Otra observación conocida del mismo Aristóteles es que “[el historiador] dice lo que
ha sucedido, y [el poeta], lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más
filosófica y elevada que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia,
lo particular”9. Aquí se mencionan tres disciplinas verbales: historia, poesía y filosofía.
La primera versa sobre lo real y concreto; la segunda, sobre lo general, posible y
verosímil; la tercera, sobre lo universal y necesario. Esta consideración de la poesía
como disciplina, y por tanto como medio de acceso a la verdad, pervive durante siglos:
6 Bobes 1994: 19; Van Dijk 1972a: 167-68.7 Poética, 1447a-b.8 Escarpit 1962; Wellek 1978.9 Aristóteles, Poética, 1451b.
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todavía santo Tomás de Aquino podía considerarla como una “doctrina” o “ciencia”
comparable con la teología, o como una parte de la lógica10.
Por otra parte, existe una disciplina bien consolidada que se ocupa de la literatura,
aunque no la tiene como referente específico: la Retórica. Aristóteles comienza la
tradición de asociar el estudio de los discursos persuasivos con el del arte del lenguaje,
pues además de escribir la Poética, también en su Retórica emplea numerosos ejemplos
de poesía y tragedia. La retórica romana constituye una importante tradición. En la
Antigüedad tardía y la Edad Media, el estudio de la literatura se acomoda en el trivium,
como parte del trabajo para el dominio de la lengua y la argumentación. Por ejemplo,
san Isidoro de Sevilla incluye en la Gramática información sobre métrica, tropos y
figuras, y clases de fábulas; en la Retórica, otras figuras y silogismos que también se
emplean en la literatura; incluso en la Dialéctica ilustra algunos tópicos con pasajes
literarios11.
A partir del siglo XVI, mientras continúa el cultivo de la Retórica, las
consideraciones sobre el arte de los poetas se van aglutinando en una tradición cada vez
más voluminosa. Se publican comentarios de la Poética de Aristóteles y nuevas
sistematizaciones que tienen en cuenta a Platón y a Horacio; se abordan problemas
planteados por nuevos géneros y obras de gran éxito, como el Orlando furioso de
Ariosto, el teatro de Lope y la poesía de Góngora. En parte es un proceso de inercia
erudita; en parte, se avanza en la fundamentación de la Teoría literaria moderna12. Por
ejemplo, sucede en esta época la naturalización de la lírica a la par de la épica y el
drama tratados por Aristóteles13.
Otro importante acceso a la literatura, a partir del siglo XVIII, proviene de las
filosofías racionalista, crítica e idealista. Se desarrolla una nueva disciplina filosófica, la
Estética, que indaga las experiencias de lo bello y de lo sublime, para saber en qué
consisten y qué tipo de satisfacción y de conocimiento se alcanza con ellas14. La Estética
no siempre atiende específicamente a lo literario: en ocasiones se basa en la belleza
natural; otras veces, en las artes figurativas. Pero Hegel en el siglo XIX, y Heidegger y
Gadamer en el XX, entre otros, dedican la mayor atención a la poesía y la literatura,
10 Tomás de Aquino, Summa Theologica, I, q. I, art. 9; Commentum in librum I Sententiarum, prol., q. I, art. 5; In Aristotelis Stagiritae libros nonnullos commentaria: Posteriorum analyticorum lib. I, lect. I.11 Isidoro de Sevilla, Etimologías, libros I-II.12 García Berrio 1977-1980; Huerta Calvo 1994: 127-29; Garrido 2004: 60-66.13 Paz Gago 1999: 65-85.14 Aullón de Haro 1994b: 28-85; Garrido 2004: 66-73.
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concediéndole un lugar privilegiado y superior entre las artes y tomándola por guía para
aclarar el ser del arte en su conjunto15.
Siendo la Poética y la Estética los terrenos donde más profundizó la reflexión sobre
la literatura, lo cierto es que el medio para la institucionalización de los estudios litera-
rios fue el más modesto de la tradición educativa en las artes liberales. Como se ha
dicho, desde la Antigüedad tardía el trivium se refiere a la literatura en diversos aparta-
dos, y así sirve de canal para generalizar cierta educación literaria, aun sin incluir una
disciplina específica para ella (ya en el siglo XVIII sí comienza a aparecer un apartado
de “Poética”, frecuentemente compartiendo manual con la Retórica)16. Durante todo ese
tiempo, las artes liberales fueron la base de la segunda enseñanza, es decir, la prepara-
ción cultural para acceder a los estudios superiores en la universidad. En el siglo XIX, el
trivium dio lugar a las Facultades de Filosofía y Letras, donde los estudios literarios
alcanzaron el mayor rango académico y donde pudieron adquirir una identidad
institucional17.
Es ilustrativo considerar cómo se articula dicha institucionalización en la universidad
española. La Facultad de Filosofía, creada por el llamado “Plan Pidal” de 1845, era el
órgano de la segunda enseñanza. Su parte general incluía Gramática, Retórica y Poética,
varias asignaturas filosóficas, Mitología e Historia. En una etapa “de ampliación”,
preparatoria para la universidad, se estudiaba Literatura general y española, junto con
Lenguas clásicas y modernas, Filosofía, Economía y Derecho. Para obtener el título de
doctor en Letras había de cursarse de nuevo Literatura general y española, junto con las
de otras lenguas, más Historia general y española, Filosofía, y Derecho. En 1857, la
“Ley Moyano” hizo de Filosofía y Letras una Facultad Mayor (con el mismo rango de
Derecho, Teología, Medicina, Farmacia y Ciencias exactas, físicas y naturales). En ella
se estudiaban Literatura española, latina y moderna y Literatura general, más Historia
universal y española, y Filosofía. En conclusión, tanto los estudios de doctor en Letras
de 1845 como los de licenciado en Filosofía y Letras de 1857 contienen la tríada
aristotélica, con una significativa diferencia: junto a la Historia y la Filosofía no se
encuentra ahora la Poesía, sino la disciplina que la estudia histórica y teóricamente.
Ahora bien, la identidad institucional de la disciplina no es lo mismo que su
autonomía como ciencia.
15 Gadamer 2003: 22; Hegel 1966: 412-33; Heidegger 2003b: 73-79.16 Aradra Sánchez 1997.17 Fuhrmann 2002: 9-34, 77-81.
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El idealismo y el positivismo impregnan los métodos de estudio de la literatura a lo
largo del XIX18. Se trataba de comprender las obras literarias como manifestaciones de
la vida psíquica e impulso creativo del escritor, o bien como consecuencias
significativas de la vida histórica (explicar las obras por “la raza, el medio y el
momento” en que surgen, según el lema de Hippolyte Taine). Así pues, el objeto de los
estudios literarios incluye materias que caen bajo el dominio de la psicología y de la
historia general; y como la literatura es arte, también de la estética.
La defensa de la autonomía de los estudios literarios comenzó en las primeras
décadas del siglo XX. Los formalistas rusos afirmaron que el objeto de la ciencia
literaria no eran las obras, sino la “literariedad”, aquello que hace de un mensaje verbal
una obra literaria; enfocaron sobre todo la especificidad de la lengua literaria,
comenzando la relación sistemática de los estudios literarios con la lingüística19. En
Europa occidental, la Estilística literaria procuró fundamentar una disciplina autónoma
con base lingüística, destinada a conocer las leyes internas de cada obra literaria y a
establecer tipologías20. El denominado New Criticism estadounidense también puso de
relieve lo especial de la lengua artística, la lengua de la metáfora, la ironía y la paradoja;
aunque en este caso no se recurrió sistemáticamente a la lingüística científica21. Por
último, Northrop Frye propuso que los estudios literarios debían asumir la totalidad de
las obras como un “orden verbal” autónomo y analizarlo de forma inductiva, para
descubrir sus principios estructurales y las formas más abstractas de imaginería y
narración; añadió que debían excluirse las cuestiones de valor, porque son una intrusión
de los prejuicios sociales en el estudio científico22. Por último, el Estructuralismo llega
al mayor grado de abstracción: según las formulaciones canónicas de Roland Barthes y
Tzvetan Todorov, no se trataría de conocer e interpretar las concretas obras existentes,
sino las condiciones de posibilidad de la construcción y el sentido de las obras; la
literatura posible, de la cual, decían, la literatura real es solo un subconjunto.
Sin embargo, en esos mismos años comenzó a discutirse la especificidad de lo
literario y de la disciplina que lo estudia. Roman Jakobson (en el congreso “Style in
Language” de 1958) afirmó que la “función poética” no era exclusiva de la poesía o
literatura, sino que se producía en mensajes de diverso tipo (especialmente en la
publicidad); la disciplina lingüística llamada “Poética” debía estudiar esa función allá 18 Aullón de Haro 1994b: 85-104; Cueto 1990: 137-41.19 Erlich 1981; García Berrio 1973.20 Alonso 1966: 19-33, 395-416.21 Cohen 1972: 226-32.22 Frye 1957: 3-29, 131-40.
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donde se encontrase23. Con esto, entra en crisis el concepto de “literariedad”, se habla de
la “falacia del lenguaje poético”. Si no puede hallarse ninguna propiedad específica
común a todas las obras que suelen considerarse literarias, esta palabra solo manifiesta
el uso que se les da en una determinada sociedad. Es significativo que un número
monográfico de la revista Poetics (1979) sobre “poética estructural”, coordinado por
Jakobson, presente varias consideraciones sobre la ampliación de los estudios literarios
para tener en cuenta las dimensiones sociales e históricas24.
En este punto se abre una bifurcación en el itinerario de la teoría, con dos tendencias
principales que pueden llamarse «fuerte» y «débil», aunque la adjudicación de los
adjetivos a cada una puede depender del punto de vista.
Creo que la tendencia más extendida, aunque en formas tan diversas que no siempre
permiten ver su unidad, puede caracterizarse con una cita de uno de sus representantes,
en una reciente Introducción a la Teoría literaria:
la Teoría no es Teoría de la Literatura, sino que se relaciona con esta de varias maneras […],
parece significar teoría filosófica, psicoanalítica, histórica, política o antropológica que
proporciona marcos para la interpretación de la Literatura25.
La palabra clave aquí es interpretación. Representa una ruptura con la teoría literaria
estructuralista tal como la conciben, por ejemplo, Roland Barthes y Tzvetan Todorov,
una teoría que no se ocupa del sentido de cada obra individual sino de analizar los
elementos y relaciones de carácter abstracto.
En este marco hay que situar proyectos como los estudios postcoloniales, las teorías
de género y la que últimamente se llama «Ecocrítica», es decir, el estudio de las
relaciones entre la Literatura y el medio ambiente, dentro de un compromiso con el
ecologismo. Estas líneas de trabajo coinciden con otras precedentes como la crítica
marxista y la psicoanalítica en ser hermenéuticas globales, que dictan cuál es el marco
general, cuáles son los rasgos relevantes y cuál es la orientación que en general han de
tomar las interpretaciones, y para qué han de servir. Si se pueden llamar «fuertes» en el
sentido de tener una agenda política, ética e ideológica, también se las puede considerar
«débiles» desde el punto de vista epistemológico, porque su mismo compromiso con
determinadas posturas representa una limitación y una parcialidad. Es verdad que
aportan perspectivas, y pueden ampliar el corpus de textos que se toman en cuenta, pero
23 Jakobson 1960: 350-51, 357-59. 24 Fowler 1979; Levin 1979: 515; Ohmann 1979; Todorov 1979: 510-11.25 Culler 1992: 205.
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está por ver si, con el paso del tiempo, envejecerán los marcos y se desecharán junto con
lo que contienen, o si realmente sus resultados podrán integrarse en una estructura de
conocimientos, contribuyendo al avance de los estudios literarios.
De todas formas, estas reticencias no hacen mella en los cultivadores de estas
hermenéuticas. Una de las principales autoras de los estudios postcoloniales, Gayatry
Spivak, decía recientemente que «La literatura es un medio para enseñar a leer». Es
decir, no se trata de conocer un objeto, sino de cultivar una actitud y unas capacidades
críticas.
El segundo camino de esa bifurcación, en cambio, es el que yo llamaría «fuerte» en
clave epistemológica, aunque parezca que sus aspiraciones al poder son débiles. Se trata
aquí de continuar el proyecto de la Teoría literaria clásica –en el sentido de Formalista y
Estructuralista, que es lo “clásico” en este campo. El proyecto, decía, de averiguar qué
es lo que hace de un mensaje verbal una obra de arte. Una vez que se asume que la
literariedad no es una propiedad verbal, la cuestión puede reformularse: dejar de
preguntarnos por el sentido y valor de las obras, y empezar a preguntarnos por los
modos de producción y recepción del sentido y el valor (Paul de Man). La literatura no
será, por tanto, un conjunto de textos con literariedad, sino un modo de procesar los
textos en determinadas sociedades. El objeto de estudio es ese procedimiento, el
«sistema» o «subsistema literario», o la «institución literaria». Entiéndase que es un
«sistema de acciones», es decir, de acontecimientos a lo largo del tiempo, y no un
sistema de textos sincrónicamente considerados.
En qué consiste este sistema puede explicarse más fácilmente con un esquematismo
histórico (reconozco que con una simplificación que le da un aspecto fictivo)26. El punto
de partida es el de las sociedades orales. En ellas, el discurso –cualquier discurso-
requiere la presencia del emisor y del receptor; y estos intercambian sus roles. Es lo que
sigue sucediendo en cualquier conversación informal, donde se transmiten no solamente
enunciados espontáneos, sino también formas fijas, preliterarias, como cuentos y
chistes.
26 Ver Böhler para los esquemas que siguen; y en general, Luhmann.
8
En segundo lugar aparece la especialización de algunas personas en el rol de emisor.
Saben una gran cantidad de relatos, o tienen un don para contarlos. Es más, empiezan a
aparecer relatos tales que solamente se pueden concebir en el marco de una
especialización, como es la épica oral, de miles de versos. De rechazo, todos los que no
son capaces de emitir tales discursos quedan confinados en el rol de receptores.
Emisor y discurso están en el mismo cuadro porque, en un contexto de oralidad, no
se dan por separado.
El paso siguiente es la especialización en la tarea de transmitir un discurso que ha
producido otro. En la épica oral se habla del paso de una etapa «rapsódica» a una etapa
«aédica»: en la primera se componen poemas; en la segunda tan solo se repiten los que
ya se habían compuesto. El diálogo platónico Ión presenta la figura de un aedo
especializado en recitar los poemas homéricos. Ión tiene muy claro que él solamente es
un canal para que llegue al público lo que Homero creó. En esa misma época se
desarrolla también la mediación escrita: se hacían copias de los textos dramáticos, y se
vendían en el mercado.
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Emisor
Discurso
Receptor
Emisor+
DiscursoReceptor
La transmisión se diversifica en lo que he llamado «material» (la multiplicación de
los ejemplares de un discurso: primero por recitación; después por copia manuscrita; al
cabo, por la imprenta) y una mediación «ideal» que se ocupa de aspectos como la
corrección lingüística y la autenticidad de los textos, de su adecuada interpretación o, si
es el caso, reinterpretación. Aquí se encuentran tareas que van desde averiguar el
sentido de palabras anticuadas hasta proponer nuevas maneras de leer los poemas que
sean acordes con las nuevas exigencias filosóficas y morales, como hace, por ejemplo,
Plutarco en su obra Cómo debe el joven escuchar los poetas.
El último esquema representa ya una etapa avanzada, de una sociedad con
instituciones educativas bien establecidas y una estructura industrial desarrollada. Se
dan dos flujos de comunicación. El primero, tal como se presenta aquí, va desde los
escritores, por medio de las editoriales, hasta los lectores; en una perspectiva más
comercial, podría decirse que el emisor en este circuito es el editor, que se sirve de los
10
Emisor Discurso Receptor
Especializaciones en el rol de transmisor del discurso, oral o escrito
Emisor Discurso Receptor
Transmisión material: intermediarios (imprenta; editoriales, librerías)
Mediación ideal: crítica (autenticidad, interpretación)
textos como materia prima. El segundo flujo va desde la Literatura como un todo, por
medio de la crítica –especialmente el sistema educativo-, hasta la sociedad en su
conjunto, incluyendo a muchas personas que no son lectores.
Esto transforma el carácter de la pregunta acerca de si un determinado texto es
literario o no. Durante mucho tiempo se trataba de resolver de manera especulativa,
considerando si dicho texto posee o no rasgos que sean subsumibles en el concepto de
«literariedad», sea como fuere que esta se defina. En la perspectiva sistémica, se trata de
una cuestión de hecho: de averiguar si el texto se ha procesado dentro del sistema.
En esta línea se ha dado un paso más. Siguiendo el impulso fundamental de la
Teoría, se trata de preguntarse: ¿cómo es posible que exista tal sistema? Hay que
observar que las raíces del sistema, lo que he presentado en los esquemas primero y
segundo, se dan en todas las sociedades. Más aún, está claro que la condición de
posibilidad esencial para la existencia de la literatura es la existencia del lenguaje, y este
se presenta como una característica universal de la especie humana. Por este camino,
conectamos con la biología y la etología humana –el estudio de los comportamientos
humanos en tanto que especie animal-. La tendencia más reciente es plantear esta
cuestión en el marco de la teoría de la evolución; tendencia que se ha reforzado
11
Emisor(escritor)
Literatura(textos literarios)
Lectores
Intermediarios
Crítica y enseñanza
Sociedad
últimamente al cumplirse los 150 años de El origen de las especies. Es de temer que en
esto haya habido algo de moda científica y de exageración, pero sin duda se han hecho
aportaciones valiosas. Entre ellas, el que vuelva a hablarse de naturaleza humana como
algo real y constatable, porque el concepto de “naturaleza humana” había quedado
proscrito en buena parte de la Teoría, que por todas partes encontraba constructos
lingüísticos y culturales. Ahora mismo se puede decir que el que niegue la existencia de
una naturaleza humana no solamente revela una toma de postura ideológica sino que
parece estar científicamente desinformado.
Volviendo al hilo del de la argumentación: el estudio de la evolución anatómica de la
especie humana no aporta gran cosa. Es verdad que algunas características morfológicas
de la garganta y la boca facilitan la articulación del lenguaje; pero no serían nada sin el
desarrollo del cerebro: el aumento del tamaño y superficie y la especialización de los
hemisferios; dos áreas del hemisferio izquierdo, las llamadas de Broca y de Wernicke,
parecen ser el soporte físico de la capacidad lingüística. Sin embargo, aunque estos
aspectos pueden estudiarse en los fósiles, no hay tal cosa como fósiles del lenguaje,
donde pueda estudiarse la evolución de este. Por otra parte, el desarrollo anatómico de
un individuo no le sirve de nada si no tiene congéneres con los que comunicarse. Así
pues, más importante que la evolución somática es la de los comportamientos en grupo.
Al estudiar los primates, se ha observado que sus vocalizaciones son pobres, pero su
comunicación gestual es rica. El comportamiento comunicativo de los chimpancés
consiste sobre todo en gestos, de los cuales se distingues dos clases: llamadas de
atención, como palmadas, golpes o el poner un objeto ante los ojos de otro; e
imitaciones, como el incoar un movimiento que se quiere que el otro haga. También la
gestualidad humana tiene esos dos componentes, el señalar y el imitar; y son dos
aspectos del lenguaje: la deixis (con demostrativos, adverbios, pronombres personales)
y la representación semántica. De todas formas, no se puede hablar estrictamente de una
evolución desde los gestos al lenguaje, porque los gestos siguen existiendo. Lo que se
ha producido es la adición de un medio nuevo al comportamiento comunicativo que ya
existía.
Esta adición se explica porque los seres humanos parecen estar especialmente
orientados hacia la comunicación. Se ha señalado que son capacidades específicamente
humanas la de identificarse con los congéneres y comprenderlos como agentes
intencionales, y la de compartir las intenciones e incluso la atención --- por el simple
gusto de hacerlo. Por eso los humanos son más imitativos que los demás primates –
12
cosa que ya observó Aristóteles en la Poética-. Se cuenta de un primatólogo que quiso
educar a una cría de chimpancé junto con sus hijos pequeños, para ver si adquiría el
lenguaje en el mismo contexto que ellos; lo que pasó fue que los niños empezaron a
gruñir como el chimpancé, por lo cual pareció mejor cancelar el experimento.
Llegando como estamos al final, voy a enumerar algunas otras características
biológicas y etológicas que suelen relacionarse con la capacidad de lenguaje:
-Neotenia, es decir, la prolongación de rasgos infantiles hasta una edad avanzada.
Rasgos infantiles equivalen a capacidad de aprender. Los animales solamente pueden
adiestrarse durante sus primeros meses o años de vida; el ser humano siempre es capaz
de aprender, aunque es cierto que según avanza en edad le cuesta más trabajo.
-Distanciamiento de los instintos y las emociones.
Neotenia y distanciamiento se producen de manera especial en el fenómeno del juego
simbólico. El juego simbólico permite cambiar las funciones de personas y cosas, por
tanto, adquirir diferentes perspectivas sobre la realidad. También introduce en tareas de
abstracción: se capta la estructura general de una actividad y los papeles que requiere
(un perseguidor y un perseguido, por ejemplo), y se entienden esos papeles con
independencia del individuo que los ocupa en cada caso. Los humanos son capaces de
jugar hasta edad avanzada, mientras que la mayor parte de los animales solamente
juegan durante su infancia. Otra característica del juego humano es que admite
espectadores. Los animales, o juegan, o se desentienden del juego; los humanos son
capaces de ver a otros jugar –a veces, durante mucho tiempo y con entusiasmo-. Esto se
relaciona con la capacidad de identificarse con los congéneres y reconocer el carácter
intencional de sus acciones.
-También se produce un distanciamiento entre el comportamiento comunicativo y la
estructura social. Entre los humanos, el hablar puede fundar relaciones sociales. Sobre
todo, parece que en la comunicación humana importa más la cohesión del grupo que las
diferencias de rango. Parece ser que los chimpancés refuerzan la cohesión sobre todo
despiojándose unos a otros; el charlar o cotillear, que es el modo típicamente humano,
no solo es más higiénico sino también más eficaz, porque se puede charlar con varios a
la vez, pero no despiojar a varios a la vez.
-Por último, acaba siendo especialmente característico del lenguaje el
distanciamiento del contexto espaciotemporal. Los enunciados significan en ausencia de
las cosas o acontecimientos a los que se refieren. Es más, acaban por tener la capacidad
de referirse a cosas de las que ni siquiera es posible tener experiencia: aparecen la
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ficción y la fantasía. Esto es una capacidad que no requiere necesariamente de lenguaje;
véase por ejemplo esta estatuilla de hace 32000 años:
Pero, sin duda, el lenguaje es un medio idóneo para producir estas representaciones –
y seguramente con menor esfuerzo-.
La ausencia de los referentes se compensa mediante la sobredeterminación, la
coherencia de los enunciados: la redundancia semántica y la precisión de las relaciones
gramaticales.
La idea con que me gustaría terminar este panorama es la siguiente: es verdad que no
hay fósiles de lenguaje en sentido estricto; pero podríamos considerar que la Literatura
–los textos y también el modo de procesarlos-- es una especie de fósil, en la medida en
que conserva de manera prominente estos rasgos que dieron lugar al desarrollo de la
capacidad de comunicación lingüística de los seres humanos: el carácter lúdico, la
identificación con otros, el puro gusto de compartir mensajes verbales sin alcance
práctico, la ficción que la independiza de todo contexto, la sobredeterminación formal
que suponen las tramas narrativas y las estructuras rítmicas. De algunas de estas cosas
hablaremos en la sesión siguiente.
14
SEGUNDA PARTE: ORIENTACIONES EN TEORÍA DE LA NARRACIÓN
Luis GALVÁN (GRADUN-Universidad de Navarra)
0. En esta segunda sesión pretendo mostrar cómo se puede enfocar, dentro del marco
que he descrito antes, un problema clásico de la Teoría Literaria de la segunda mitad del
siglo XX. Empezaré explicando cuál es este problema en sus propios términos, para
mostrar cómo llega a un callejón sin salida, y luego plantearé la necesidad de
reformularlo de tal manera que pueda resolverse con ayuda de las nociones de
conocimiento y vida.
1. A riesgo de simplificar, puede decirse que la narratología clásica comienza con
una distinción fundamental entre el contenido y la forma, distinción concebida de
diversas maneras y con distintos matices mediante la pareja de término historia –
discurso y otras afines. Se considera, además, que el rasgo definitorio es la historia
(Ryan 1991: 109; 2007: 26; ver también Rudrum, 2005).
2. Sin embargo, se ha dicho que la diferencia básica de la narratología clásica no es
clara, que no siempre resulta operativa, y que hay que concebir la relación entre historia
y discurso de manera más dinámica27. Pero la crítica no llega al problema fundamental
de semejante enfoque hasta que señala que la historia relatada se concibe
frecuentemente como un pedazo del mundo real, un acontecimiento o una acción; es
decir, que la definición de una clase de entidades verbales, los relatos, se realiza por
referencia a componentes no verbales, las acciones; y este último concepto se toma
como primitivo, o como evidente por sí mismo (Gülich y Raible, 1977: 306-14).
Advirtiendo esta dificultad, Teun A. Van Dijk señaló la necesidad de incluir requisitos
discursivos en la definición del relato; y propone lo que llama “propiedades
estructurales que indican las funciones narrativas específicas” de introducción,
exposición, complicación, resolución y evaluación. Ahora bien, las indispensables –
dice– son las tres centrales, y no son de carácter lingüístico ni lógico, sino descripciones
de estados y acciones (Van Dijk, 1974-1975: 285-91); realmente, no es fácil imaginar
qué serían una complicación y una resolución en el discurso que no lo fueran en la
historia.
27 Ver Scheerer y Winkler, 1976; Sternberg, 1992; Alber y Fludernik, 2010.
15
3. Parece claro que Van Dijk se refiere a una cierta articulación y cierre de la historia
entendida como acontecimientos en el mundo (o en mundos posibles). En el contexto de
esta cuestión suele aparecer lo que explica Aristóteles:28
es imitación de una acción completa y entera […]. Es entero lo que tiene principio, medio y
fin. Principio es lo que no sigue necesariamente a otra cosa, sino que otra cosa le sigue por
naturaleza en el ser o en el devenir. Fin, por el contrario, es lo que por naturaleza sigue a
otra cosa, o necesariamente o las más de las veces, y no es seguido por ninguna otra. Medio,
lo que no solo sigue a una cosa, sino que es seguido por otra (Poética, 1450B; p. 152-3).
En estas líneas se anuncia además lo que la teoría estructuralista llamó la secuencia
narrativa: estado inicial, intervención, estado final; o bien virtualidad, paso al acto,
culminación (Todorov, 1973: 82-83; Bremond, 1973: 131; Prince, 1973: 31). Con todo:
saber qué vale como principio y qué como final requiere comprender la acción como un
comportamiento con sentido, y no mera sucesión de actos y estados (Taylor, 1989: 41-
52); posiblemente por esto habla Aristóteles de “acción completa”, o mejor
“completada”, o “perfecta”, como se traduce a veces teleía: la que alcanza su télos o
finalidad. Aristóteles declara que dos acciones son distintas si tienen distinto télos; no
habría entre ellas más relación que la casualidad (1459A; p. 215-6).
4. Esto conduce a otro ámbito, la teoría y filosofía de la acción. Y aquí nos
encontramos con que hace décadas que se viene diciendo cómo es la forma narrativa lo
que orienta la acción y da sentido a la serie de acontecimientos que es la vida de cada
persona. Por ejemplo, de acuerdo con Hannah Arendt, cada vida entra en la preexistente
red de las relaciones humanas; y el conflicto de innumerables voluntades e intenciones
impide, por lo general, que las acciones individuales alcancen su propósito. Por esto,
cada uno es sujeto (subject) de su vida en el doble sentido de agente y paciente, pero
nadie es autor o productor de la historia (story) de su propia vida (Arendt, 1958: 184).
La acción y la historia ocultan su sentido al sujeto, y lo revelan a la mirada retrospectiva
del narrador; así, aunque las historias (stories) resultan de la acción, no es el agente sino
el narrador quien la percibe y la “hace” (Arendt, 1958: 192 – Arendt pone “hace” entre
comillas).29 En este punto resulta claro que se ha formado un círculo vicioso, una vez
28 Aquí Aristóteles no habla sobre el relato, sino sobre la tragedia; pero lo que dice vale para el relato, pues la “acción”, como dice luego, es el mythos de la tragedia (la intriga o, literalmente, el “cuento”); que se aplica también a lo que solemos llamar narrativa se ve más adelante en la discusión de la epopeya (Poética 1459A).29 Es Arendt quien pone el “hace” entre comillas. La misma consideración en Arendt, 1978: 92-98, con la diferencia de que el puesto del narrador está ocupado en este caso por el espectador. Ver además Taylor, 1989: 47, con notas que remiten a Heidegger, Sein und Zeit; Ricoeur, Temps et récit (hay que añadir posteriormente Soi-même comme un autre); MacIntyre, After Virtue; Bruner, Actual Minds, Possible Worlds.
16
que la narratología remite a la “acción completa” y la teoría de la acción remite a la
narrativa.
5. Una manera de evitar los problemas de la dicotomía historia/discurso y escapar
del círculo vicioso es el atender a la acción comunicativa, con un enfoque pragmático o
sociopragmático, que considere los múltiples contextos y modalidades en que se realiza
la narración (Prince, 1983; García Landa, 1998: 465-68; Penas, 2008: 211-19). Lo que
propongo aquí es enfocar un estrato más elemental, precisamente lo que tiene en común
toda actividad de narrar, entendida no como poiesis, producción de un objeto (el
discurso) significativo (de una historia), sino como praxis.
6. El lenguaje es hablar: actividad, praxis como escribió Platón (Crátilo 387B) o
enérgeia como han dicho Wilhelm von Humboldt y Eugenio Coseriu. Esto se ha
afirmado muchas veces, pero no las suficientes, a juzgar por la facilidad con que
pasamos a considerarlo poiesis y atendemos al poiema, sea abstracto, la lengua o el
género literario, o concreto, el texto. Y, en este, estudiamos el mundo o las acciones de
las que hablamos; es el problema que he expuesto antes. Pero en la actividad que es el
lenguaje, el hablar sobre algo es menos esencial que el hablar con alguien (Coseriu,
1980: 170). Hablar es actividad social.
7. Siendo así, merecen más atención las observaciones de Bronislaw Malinowski
sobre “El problema del significado en las lenguas primitivas”, que en realidad es “en el
hablar de los pueblos primitivos”.30 Malinowski señala la importancia y frecuencia de
las ocasiones en que “el objeto de la conversación no consiste en lograr alguna finalidad
sino en intercambiar palabras casi como un fin en sí mismo”; lo mismo sucede en “el
discurso narrativo”, porque “el relato crea nuevos vínculos y sentimientos por la
apelación emocional que tienen las palabras” (1923: 327). Surge así lo que se puede
llamar “comunión fática” o, menos solemnemente, relación fática: el lenguaje funciona
como un “modo de acción” donde “cada expresión es un acto que cumple la finalidad
directa de vincular el oyente al hablante” y se genera una “atmósfera de sociabilidad” y
“la comunión personal de la gente”; “el lenguaje no funciona aquí como un medio de
transmisión del pensamiento” (330). Naturalmente, lo fático no desaparece cuando el
lenguaje funciona como vehículo de pensamientos, sentimientos, pasiones e ideas, como
sucede en las comunidades civilizadas. Desafortunadamente, la idea de función fática se
ha trivializado y frecuentemente se considera que no consiste más que en interjecciones
y monosílabos que aseguran la atención de los que se comunican. Pero fático es todo el
30 Ver también Heeschen, 1989: 214-15, 235.
17
hablar, de principio a fin –como debería resultar evidente por la propia etimología de la
palabra.
8. En esta perspectiva, la referencia y la verdad, en el sentido de correspondencia con
los hechos del mundo, no son dimensiones primarias del lenguaje. Son importantes,
incluso muy importantes, en la comunicación con fines prácticos y en el lenguaje
científico; pero estos han de convidarse, como dice Coseriu, una «reducción» (1980:
243-246) de las posibilidades totales del lenguaje, por cuanto asumen ciertas
convenciones posibles para orientar la interacción, precisar las posibilidades de
conexión, y facilitar con ello la prolongación y renovación de las relaciones sociales
(Luhmann 1984: 191-241; Klinkert 2010: 21-38). Así pues, la importancia que la
referencia y la verdad tienen en determinadas áreas, como la ciencia o el derecho, no
debe hacer olvidar que también estas presuponen el contacto: este es el nivel
fundamental.
9. Hay que preguntarse, por tanto, cuáles son las características del discurso que
resultan funcionales para la relación fática. Resulta evidente que hay una posible
“comunión” cuando se dice lo mismo a la vez, y para gritar a coro por un tiempo
indefinido basta la fórmula más simple y absurda. Pero cuando uno habla frente a otros
que escuchan, surge cierta tensión; como dice Malinowski: “el oyente escucha con
cierta reserva y con una impaciencia levemente velada, esperando que le llegue el turno
de hablar. Porque en este uso del lenguaje los lazos creados entre el oyente y el hablante
no son del todo simétricos, dado que el hombre lingüísticamente activo es el que recibe
la mayor parte de placer social y de autoencarecimiento” (1923: 329-30). Así pues, el
que quiera mantener el uso de la palabra tendrá que ganárselo. Hay que seducir o
subyugar a los oyentes por medio del puro lenguaje, lo que puede llamarse “encantar”, y
esto requiere normalmente combinar la repetición con la variación (Barthes, 1966: 26)31.
10. El más sencillo encantamiento por el lenguaje es el fenómeno del ritmo fónico.
El ritmo genera un patrón de expectativa y resolución que satisface por sí mismo, y
puede desviar la atención del contenido semántico. Posiblemente el tipo de ritmo más
familiar en lengua española es la rima, donde resulta especialmente claro el juego de
una expectativa bastante definida y su satisfacción con un elemento léxico que no era
previsible en su concreción.32
31 Ver también Pratt, 1977.32 Ver Lotman (1970: 152-61) sobre la relación entre rima y sentido.
18
Una rima difícil se presenta como un reto, como los poemas en esdrújulos, o cuando
Zorrilla se pone a rimar «don Juan Tenorio» con «desposorio» «notorio»,
«contradictorio», «amatorio», «emporio», «perentorio», «purgatorio», «oratorio» y
«mármol», «lecho», y «alcázar mortuorio». A este propósito comenta Ortega:
Todos los años, los españoles […] vamos a ver y oír el Don Juan de Zorrilla. […] ¿Y a qué
vamos? ¡Ah! Sobre esto no hay tampoco duda: vamos a escuchar una vez más los
consonantes que nos sabemos todos de memoria; vamos en busca deliciosa de aquel
disparatado «Provincial jerónimo» que nos es firme esperanza y segura promesa de un
«anónimo» que llega después, puntual como una estrella. Estos consonantes de Don Juan
son uno de los pocos tesoros que hay en nuestra tierra, y nos gusta que periódicamente
vuelquen ante nosotros el bolso y caigan una a una, sin fallo ni ausencia, las monedas –¡tin,
tin, tin!– regalando el oído.33
Aquí resulta claro que la rima produce placer también en el texto sabido y consabido,
cuando se puede anticipar en toda su concreción la palabra que la cumple.
11. Pasando a la semántica, el medio más sencillo quizá sea la enumeración, que,
como la rima, abre una expectativa que se puede ir satisfaciendo con materiales
diversos. La enumeración abre posibilidades de estructuración más compleja, con
inclusión de elementos internamente diferenciados (por ejemplo, antitéticos), y
progresión hasta un final climático.
Villanos te maten, Alonso, villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos;
mátente con aguijadas, no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos, no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas, que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas, no de contray, ni frisado;
con camisones de estopa, no de holanda, ni labrados;
caballeros vengan en burras, que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel, que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas, que no en villas ni en poblado,
sáquente el corazón por el siniestro costado,
si no dijeres la verdad de lo que te fuere preguntado:
El ritmo enumerativo tiene un cierto poder que lo libera de la semántica, y puede dar
lugar a casos de impertinencia, como sucede a Diego Ordóñez en su conocido reto a la
ciudad de Zamora:
33 «La estrangulación de Don Juan», en Obras completas, vol. 5, p. 242-50 (cita de p. 243-44). Igualmente, desde el punto de vista del autor, Zorrilla cuenta en sus memorias que empezó a escribir el drama por el ovillejo, que captó su atención una noche de insomnio: una estructura métrica y sintáctica complicada, una dificultad, un reto que había que superar.
19
Yo os riepto, los Zamoranos, por traidores fementidos;
riepto a todos los muertos, y con ellos a los vivos;
riepto hombres y mujeres, los por nascer y nascidos;
riepto a todos los grandes, a los grandes y los chicos,
a las carnes y pescados, y las aguas de los ríos.
A lo cual apostilló don Quijote, con la sensatez que tenía para estas cosas:
bien es verdad que el señor don Diego anduvo algo demasiado y aun pasó muy adelante de
los límites del reto, porque no tenía para qué retar a los muertos, a las aguas, ni a los panes,
ni a los que estaban por nacer, ni a las otras menudencias que allí se declaran; pero vaya,
pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija.
(Quijote, II.27)
El ritmo, por tanto, genera un espacio para el sin sentido. Véase este otro comienzo
(que además tiene poco que ver con el romance que sigue):
Tres hijuelos había el rey, tres hijuelos, que no más;
por enojo que hubo de ellos todos maldito los ha.
El uno se tornó ciervo, el otro se tornó can
el otro se tornó moro, pasó las aguas del mar.
Estas posibilidades de la enumeración la aproximan a géneros orales claramente
definidos, como el chiste y el acertijo, donde el juego entre expectativa bastante
orientada y resolución sorprendente está enteramente codificado.
12. El análisis del encantamiento verbal y la conexión fática de los discursos que
consideramos narrativos puede especificarse ulteriormente con los conceptos de
“suspense”, “curiosidad” y “sorpresa” (Sternberg 1992). La narratología puede
recuperar así las aportaciones del estructuralismo y el inmediato paso al
postestructuralismo. Pues el propio Roland Barthes, en “Introduction à l’analyse
structurale des récits”, ya señala la importancia de la prolongación y el refuerzo del
contacto con el lector, mediante las expansiones y la expectativa de un cumplimiento
del sentido (1966: 6-11, 23-27). A partir de los años 70, explica que dos de los códigos
que se entrecruzan en un texto narrativo tienen carácter dinámico, son vectores que
proyectan en relato “hacia delante”, “hacia el final”, “provocando así la impaciencia de
lectura” (1973a: 351). Se trata del código de las acciones (código proairético), cuya
secuencia constituye el “armazón anecdótico del relato”, y el código de los enigmas
(hermenéutico), la formulación de un problema y la búsqueda de la solución (1973a:
349-350; ver también 1970: 135-136). Ahora bien, considera que las acciones y su
secuencia son contingentes y convencionales; su unidad surge de un “artificio de la
20
lectura”, por el impulso de agrupar un conjunto de informaciones bajo un nombre
general, y de entrever una lógica verosímil en su encadenamiento (1966: 10; ver Pier,
2008). De acuerdo con esta descripción, el código de las acciones parece reducible al de
los enigmas: se pregunta “¿qué es lo que sucede, por qué sucede esto?”34 El código de
los enigmas parece ser más inherente a la naturaleza del lenguaje: el problema y su
solución tienen la estructura de sujeto y predicado;35 y su impulso es la búsqueda de una
verdad que satisfaga la expectativa, que cumpla y cierre (Barthes, 1973a: 181-182). La
vida del relato consiste en ofrecer un problema y prometer su resolución pero
posponerla, desviar y distraer al lector, hasta el desvelamiento final (188-189, 294-295).
En esencia, relatar, referir, es dilatar, diferir, y leer relatos es advertir la existencia de
un enigma, admitir la necesidad de las dilaciones, y reconocer el final del texto como
solución apropiada.36
13. Según esto, la estructura más relevante para la actividad de narrar no es la de los
acontecimientos en el mundo, sino la del conocimiento (Sternberg, 2003b: 626). Lo
ponen de manifiesto los estudios de sociolingüística (William Labov 1967; 1972) sobre
“narrativa natural”, donde señala que lo más importante es la evaluación o “point” de lo
que se cuenta: evitar la indiferencia, comentarios del tipo: “¿y qué?”, o “pues vaya”.
Este enfoque ha llevado a una redefinición de la narratividad (Monika Fludernik 1996:
20-35), según la cual no es lo decisivo la secuencia de acontecimientos que constituye la
historia, sino la experiencialidad, el aspecto de vivencia humana con sentido. En esta
línea se inscribe la floreciente aplicación de la teoría cognitiva al estudio del relato.
14. El enfoque cognitivo, si se desarrolla en su radicalidad, podrá recuperar la
cuestión de la teleología, pues esta es propia de la estructura intencional de los actos de
conciencia, tal como la describe Edmund Husserl (1900, vol. 2: 621-627, 646
[investigación VI, cap. 1-3, §§ 8, 10, 16]). El caso es que la narratología estructuralista
había eliminado el aspecto teleológico que había en sus antecedentes. Vladimir Propp
había postulado que el elemento narrativo mínimo es la función, “acción de un
personaje definida desde el punto de vista de su significación en el desarrollo de la
intriga; o más sucintamente: “definida por sus consecuencias” (1928: 31; 82). Pues bien,
el Estructuralismo denuncia que Propp ha incurrido en un “postulado finalista” (Claude
34 Lo mismo para el código temático (Barthes, 1970). Hay que notar que Barthes 1973 menciona el código fático en lugar del temático.35 O más en general, de tema y rema. Ver Aristóteles, Peri hermeneias, cap. 3, sobre el dinamismo de la mente y la necesidad de pensar la proposición entera.36 El trabajo en esta línea cuenta con algunas intuiciones y propuestas de análisis; ver, por ejemplo, Benjamin, 1936; y Brooks, 1984.
21
Bremond 1973: 25). Considera necesario respudiar este postulado para construir las se-
cuencias narrativas “a partir del terminus a quo […], no del terminus ad quem” (25). Es
cierto que no se trata de una causación determinista, sino de considerar cada paso del
relato como un instante presente que abre posibilidades diversas, aunque concretas,
hacia un futuro indeterminado. Con ello logra formalizar lo que parece un hecho real: la
incertidumbre del personaje acerca del resultado de sus acciones, y análogamente la del
lector acerca de la dirección que tomará la intriga.37 Esta posición metodológica de es
asumida por autores posteriores (Thomas Pavel, Philip Sturgess), y representa el
consenso tácito en la narratología.
15. Conste que este paso de la finalidad a la causalidad antecedente no es algo
exclusivo de la narratología. Es más bien un germen que está en la atmósfera –la que
respiramos en el mundo de la mecánica celeste y la evolución biológica– y se aloja
incluso en organismos que parecían resistentes. Llama la atención, por ejemplo, que
Ortega y Gasset empiece por definir la vida humana como «quehacer», «problemática
tarea» (Historia como sistema 37-38), de forma que el hombre ha de «inventarse una
figura de su vida, de “idear” el personaje que va a ser. El hombre es novelista de sí
mismo» (39). Y sin embargo luego, al reclamar una «razón narrativa» o «histórica» la
explique así: «Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar
una historia. Este hombre, esta nación hace tal cosa y es así porque antes hizo tal otro y
fue de tal otro modo» (47, cursiva original). «Porque antes», dice, donde cabía esperar
«para con ello» lograr su quehacer y tarea. Con esto se llega a una afirmación como la
siguiente: «la historia es un sistema –el sistema de las experiencias humanas, que
forman una cadena inexorable y única» (51). Aquí se impone la consideración de Hegel:
«distinguir el fin en cuanto causa final de la mera causa eficiente, es decir, respecto de
lo que comúnmente se llama causa, es de la mayor importancia. La causa pertenece a la
necesidad todavía no desvelada, a la necesidad ciega» (Enciclopedia § 204, p. 278),
ajena a la vida y al sentido.
16. La reflexión sobre la teleología habrá de tener en cuenta que en el narrar hay más
de una clase de télos o finalidad: en un sentido, lo es el final del relato como pieza que
puede ser clave (solución, lýsis en Aristóteles, Poética 1456A); en otro, la
representación global o mímesis (Poética 1462A-B); también lo son los efectos de
37 “Chaque proposition narrative […] débouche sur une alternative: l’avenir qu’elle anticipe peut se realiser ou ne pas se réaliser. […] la reconaissance de cette loi nous entraîne à remettre en question le caractère «causal» de la relation […]; la proposition ‘cause’, dans un récit, n’est jamais perçue comme devant nécessairement produire son effet” (Bremond, 1973: 121-22; ver también pp. 101-01, 131).
22
suspense, curiosidad y sorpresa; estos sirven a la finalidad más general de establecer una
relación fática; y presupuesto que esta se logre, pueden darse otras finalidades concretas
en el uso.
17. Partiendo de la relación fática, la teoría de la narración puede desarrollarse en un
terreno común con la biología y la antropología evolutivas. En la sesión precedente me
he referido al consenso que se está alcanzando acerca de las condiciones de posibilidad
para el paso de la comunicación animal –especialmente la de los primates– a la
comunicación humana. Lo diferencial es la capacidad humana para compartir la
atención y comunicarse cooperativamente, una capacidad que se desarrolla al cultivarse
libremente, de manera que estimula la reciprocidad y la confianza, y amplía el terreno
común entre los individuos (Tomasello, 2008: 7-8).38 Las funciones referencial y
conativa de la comunicación, que ya se encuentran en los animales, no necesitan más
que signos aislados, o secuencias de dos signos; es el gusto por compartir información y
actitudes lo que hace que se desarrolle una gramática, que es primariamente narrativa
(2008: 282-295).
18. Si se considera que el cultivo de la narración se libera de lo estrictamente
funcional y se desarrolla por sí mismo, resulta ser un modo humano de lo que Hannah
Arendt –citando al biólogo Adolf Portmann– considera el carácter fundamental de todo
ser vivo: la automanifestación o exhibición de sí, self display (Arendt, 1978: 26-30).
19. La idea de auntomanifestación conduce a la teoría del juego. El juego es
actividad libre, que no persigue fines externos, vale por sí misma y se hace presente a sí
misma (Huizinga, 1938: 19-21; Gadamer, 1966: 143-54; 1977, p. 30-31). El concepto
de juego recoge la importancia de la comunicación: el jugar tiene un aspecto de
actividad comunitaria, de unos jugadores con otros y de todos con el público (Gadamer,
1966: 152-53; 1977: 31); Huizinga considera aspectos lúdicos de la poesía o la literatura
en general lo que arriba se ha mencionado como apoyos de la relación fática: el ritmo, la
rima, la tensión y la sorpresa, y naturalmente los argumentos de tipo agonal (1938: 156-
61). Narrar es, pues, un juego, como el rimar, el enumerar o el encadenar palabras.
También se vinculan aquí los aspectos biológicos: el juego como una adaptación para
desarrollar la capacidad de atención y otras facultades físicas y mentales (Heeschen,
1989: 218-19 y 225-33; Hildebrand-Nilshon, 1989; Boyd, 2009: 80-98). El concepto de
juego sirve para atenuar la importancia que se da a la representación semántica cuando
38. Hildebrand-Nilshon (1989) considera que el desarrollo del lenguaje está ocasionado por la división del trabajo; que primero es necesario señalar la finalidad y sentido de la actividad de cada uno, y solamente después se puede planear efectivamente la división.
23
se concibe el relato como “mundo” o “espejo” (Ryan, 2000: 175-201); como decía
antes, deja en segundo plano la poiesis para destacar la práxis. El relato resulta ser
menos un signo que una sustancia en sí, y también para sí: un sujeto, cuyo objeto son
los jugadores (Gadamer, Verdad y método 145-49).
20. Para ir terminando, señalaré un ámbito donde la praxis y la relación fática
aparecen explícitamente; aunque no es precisamente un juego.
Para muchos de ustedes serán conocidas las circunstancias y manera en que Primo
Levi empieza enseñar italiano a Jean Samuel, Pikolo. Tras unos tanteos («zup-pa, cam-
po, ac-qua»), se lanza a explicarle «el canto de Ulises», el XXIV del Infierno de Dante
(el nivel es alto, pero aquello era Auschwitz y no estaban para perder tiempo: «es
absolutamente necesario y urgente que escuche, que comprenda […] antes que sea
demasiado tarde, mañana él o yo podemos estar muertos» [125]). Levi destaca la
experiencia de una evasión imaginativa, que esta vez hay que apreciar en lo mucho que
valía («he olvidado quién soy y dónde estoy», p. 124); y la identificación («ha recibido
el mensaje, ha sentido que le atañe, que atañe a todos los hombres en apuros, y a
nosotros en especial», 124).
Primo Levi ha señalado varias veces la importancia de aquellos momentos, y ha
dicho que su recuerdo ha sido el germen de todo aquel su primer libro, Si esto es un
hombre; también volvió a ocuparse de Ulises en otras ocasiones39. No es difícil de
entender la atracción que ejerce Ulises, especialmente el de Dante: hablando desde el
infierno, más allá de la muerte, ha conservado la conciencia de su dignidad de hombre,
que lo animó en su vida. «Considerad –seguí– vuestra ascendencia: / para vida animal
no habéis nacido, / sino para adquirir virtud y ciencia».
Pero Ulises requiere atención desde la Odisea, porque ya desde entonces es un
superviviente que cuenta su propio cuento, y este resulta muy instructivo. Ulises de
muchos recursos es capaz de prever y planear con eficiencia. En el antro de Polifemo,
renuncia a matar inmediatamente al ciclope porque no podría retirar la piedra de la
entrada y moriría encerrado; prepara y esconde el palo de olivo para utilizarlo más
adelante; oculta su verdadero nombre para que el otro no pueda pedir ayuda.
Igualmente, en el palacio de Circe está prevenido con la hierba moly; antes del paso de
las sirenas toma medidas para sus compañeros y para sí mismo. Otro aspecto de Ulises
es su gusto por ser identificado y reconocido; cómo rompe a contar sus andanzas en el
palacio de Antínoo diciendo su nombre y su gloria, y cómo revela su verdadera
39 Ver Rastier, 2005.
24
identidad a Polifemo una vez que ha salido de su isla –pese al temor y la resistencia de
sus compañeros–.
Pues bien, volviendo a la situación de Auschwitz y otros campos de concentración, lo
que suelen poner de manifiesto los relatos de los supervivientes es que la previsión y la
eficacia no tenían un gran papel allí. El factor más decisivo para escapar de la muerte
era la suerte40. Si uno contaba con ella, podía además realizar cierto esfuerzo por
alimentarse, conservar la salud física y mental, resultar útil; pero esto no garantizaba
nada. En tales circunstancias, se verifica una incapacidad para articular «historias de
supervivencia». Lawrence Langer, analizando las declaraciones de las víctimas en
entrevistas grabadas, verifica que no funcionan elementos tradicionales de la narrativa:
hero, choice, agency; nadie tenía la sensación de poder intervenir en la cadena de causas
y efectos. En testimonios literariamente elaborados, nos encontramos relatos de
supervivientes que son en realidad relatos de muertes: La Nuit de Elie Wiesel está orien-
tado hacia la muerte de su padre en el campo, y el sentimiento de culpa que le suscita;
Le grand voyage de Jorge Semprún recoge en anacronías multitud de antecedentes y
consecuentes del confinamiento en Buchenwald, pero la espina dorsal del libro es el
viaje hasta el campo, viaje en que termina muriendo el compañero de Semprún, «el
chico de Semur»41. (Esto admite una lectura aristotélica: lo que sucedía «verosímil o
necesariamente» en los campos, lo «universal», era morir; sobrevivir era en extremo
contingente y particular).
Más allá de las funciones narrativas, es el propio tiempo lo que desaparece en los
campos de concentración. Primo Levi lo expone de la manera más cáustica: «nunca» se
decía morgen früh42. Jean Améry lo presenta de manera articulada, compleja y
profundamente dolorosa: la experiencia de los campos le hace imposible tener pasado,
presente ni futuro. Se encuentra expulsado de su infancia austríaca y de su lengua
materna alemana; el futuro no le ofrece perspectivas de que los culpables vayan –todos–
a pagar –proporcionalmente– por lo que hicieron; en el presente se halla en la
«obligación e imposibilidad de ser judío». Por cierto, el mismo Améry cuenta que su
condición de intelectual descreído le hacía especialmente difícil adaptarse a la enaje-
nación y el absurdo del campo; no lo era tanto para gente con creencias: los cristianos
podían decir que el nazismo era consecuencia del abandono de Dios, y los comunistas,
que había derivado necesariamente del capitalismo y el imperialismo; es decir, unos y
40 Frankl 30, 78-81. Levi, Si esto es un hombre.41 Lo mismo en relatos orales; ver Langer.42 Levi, Si esto…
25
otros podían articular una narrativa coherente. Pero en lo que atañe a sus vidas, en
general, la experiencia de las víctimas es la desintegración del tiempo: la disolución de
la cronología, la desconexión entre lo que hacían antes, lo que les pasó en el campo y lo
que han hecho después; o bien el recuerdo toma posesión del presente y lo aniquila43.
Así pues, en estos libros no se trata de la comprensión y representación de acciones.
Sí, en cambio, de hacerse presente como sujeto que habla: como ser humano, zóon
lógon ékhon. Escribe Primo Levi en el prólogo de Si esto es un hombre:
La necesidad de hablar a «los demás», de hacer que «los demás» supiesen, había asumido
entre nosotros, antes de nuestra liberación y después de ella, el carácter de un impulso
inmediato y violento, hasta el punto de que rivalizaba con nuestras demás necesidades más
elementales; este libro lo escribí para satisfacer esa necesidad; en primer lugar, por tanto,
como una liberación interior. (28)
De la misma necesidad de narrar hablan Elie Wiesel en el prólogo de La Nuit (9-10);
y Jorge Semprún al comienzo de Le grand voyage (26). A Jean Améry, silencioso
durante dos décadas, de repente le «sobrevino el deseo de contarlo todo» (47). Según
parece, el impulso reclama inmediatamente su satisfacción; después viene una reflexión:
para qué sirve el contar estas cosas, y esto, unos lo saben, pero otros lo ignoran: «En
verdad, viendo las cosas con perspectiva, tengo que confesar que no sé, o que ya no sé
lo que quise conseguir con mis palabras» (Wiesel 10). Pero cabe entender aquel impulso
primario como una necesidad de hacerse presente como persona que habla, que puede
lanzar a los demás la cuestión desafiante de Si esto es un hombre; o, como explica
Améry:
Si en las primeras líneas del ensayo sobre Auschwitz aún había juzgado posible permanecer
en una actitud prudente y distanciada […] ahora me veía obligado a reconocer que se trataba
simplemente de una imposibilidad. Allí donde el «yo» debería haberse evitado por com-
pleto, se ha corroborado como el único punto de partida útil. […] El resultado fue una
confesión personal, interrumpida por meditaciones. […] El lector que tenga a bien acom-
pañarme en mi tanteo, habrá de amoldarse a mi ritmo, incluso por la oscuridad que he ido
aclarando paso a paso. (48)
Y así, Wiesel llega a declarar que lo sustancial de su libro es que le ha hecho ser
quien es: «sin esta obrita, mi vida de escritor, o sencillamente mi vida, no habría sido lo
que es: la del testigo que se cree moral y humanamente obligado a impedir que el
enemigo alcance una victoria póstuma, la última al borrar sus crímenes de la memoria
de los hombres » (10).
43 Ver Langer.
26
Estos testimonios no son meros síntomas de unas vivencias singulares, sino que
revelan agudamente una condición narrativa de validez más general. De la escritura
autobiográfica se ha dicho que no es la mera representación verbal de un pasado
recordado, sino una actividad que se ejerce en la vida presente del autobiógrafo: «una
tarea de salvación personal», «una nueva apuesta» (Gusdorf 14, 15). Y su código
principal, según lo expuesto anteriormente, es el de los enigmas: la autobiografía surge
de «la curiosidad que una persona siente hacía sí misma» (Gusdorf 10), es un momento
clave «del drama de la autodefinición» (Eakin 91).
Termino ya, anunciando un desarrollo al que deberían conducir estas líneas. He
hecho hincapié en la relación fática existente en la literatura oral, y en la actividad de
los escritores. Sería necesario llegar hasta el estudio de la lectura, y en tal caso
considerar no solamente los vínculos del lector con el autor, sino también el hacerse
presente el lector para sí mismo, en el puro gusto de leer y en lo que la estética llamaba
el libre juego de sus facultades cognoscitivas. Como he planteado desde el principio,
creo que la fuerza de la orientación de la Teoría literaria que he esbozado en estas
sesiones consiste en su capacidad para recoger y unificar todas las tradiciones que se
han ocupado de la Literatura desde la Antigüedad y conectarlas con el trabajo científico
contemporáneo.
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