El medievalismo y el año 98

29
REVISTA DE LITERATURA ARCO/LIBROS, S.L. a

Transcript of El medievalismo y el año 98

REVISTA DE

LITERATURA

ARCO/LIBROS, S.L.

a

EL MEDIEVALISMO YEL AÑO 981

Rebeca Sanmartín Bastida CSIC (lvfadrid)

I

La mirada hacia el Medievo se revela como un constituyente fundamen­tal en la construcción de la identidad cultural del siglo XIX espaiíol, a través de elementos como la historiografia, el ensayo o la ficción literaria. Durante toda la centuria se establece un diálogo enn-e ambas épocas: el interés por los siglos medios no acabó, como se pensó durante largo tiempo, con la llegada del Realismo, para volver a surgir con el movimiento modernista, sino que se mantuvo en una línea continua, aunque mostrando diferentes caras y expre­sado de diversos modos. En la segunda mitad de siglo, la Edad Media no interesará únicamente como vehículo de evasión o de configuración naciona­lista de la clase burguesa, sino desde otros variados puntos de vista, por ejem­plo desde el plano social, con la llegada del socialismo. Su desmitologiza­ción por parte de intelectuales positivistas y creadores del movimiento realista servirá como revulsivo cultural, al tiempo que aproximará a unos hombres que pertenecían a unos siglos demasiado lejanos. Una nueva lectura de la h:isto-1ia, siempre en continua configuración, dará lugar a una revisión de esa supuesta armonía social del pasado con la que se habían identificado y a la que habían aspirado los grupos conservadores. Se reivindican ahora los seg­mentos marginados del Medievo español y cunde la preocupación por la inactividad y el posible aburrimiento de la sociedad femenina.

Si el historiador «pertenece al devenir que produce» y la ciencia histó­rica es «Una forma de la conciencia que una comunidad adquiere de sí/ misma, un elemento de la vida colectiva» (Aron 129), entonces, historiador e historia, como elementos transitorios que participan del devenir o del cam­bio, existirán de diferente manera dependiendo de las circunstancias que los rodeen. Así, a final de siglo, el Desastre del 98, además de ayudar a con-

1 Estas investigaciones se encuadran dentro de un proyecto de investigación más amplio que constituye mi tesis doctoral sobre «La Edad :Media y su p~esencia en la literatura, el pen­samiento y el arte entre 1860 y 1890», dirigida por el Prof. Angel Gómez Moreno y la Dra. Pilar García Mouton.

\!OZ Y LETRA, XII/l, 2001.

62 REBECA SAJ~:MARTÍN BASTIDA

figurar una generación literaria, tendrá unas consecuencias en la cons­trucción de la narración histórica del Medievo, que se reflejarán en el perio­dismo, el ensayo o la literatura de ficción. La desilusión que supuso eleven­to a todos los efectos acentuó el cambio de mira que ya se había iniciado en el Realismo. La historia oficial entra entonces definitivamente en crisis, lo que afectará al tratamiento literario y artístico de los siglos medios. La des­mitificación de la Edad Media llegará a su punto más alto en la literatura que se contagia de la lectura histórica regeneracionista, la cual se autoinclupa de un discurso triunfalista que en el plano político no llevó a ninguna parte.

«El 98» se fraguó, pues, en las décadas realistas, cuando comienza a interesar la vida del pueblo anónimo en la historiografía y se pone en cues­tión por algunos sectores la narración oficial de la Reconquista. En relatos y artículos de historia del último tercio de siglo, la clase campesina de la Edad Media será centro de atención, si bien desde unas coetáneas reivindica­ciones federalistas o socialistas2, ajenas al espíritu medieval. La visión del mundo de los siglos medios se ve así imbricada en el fenómeno pan-euro­peo de la «Crisis de fin de siglo»3, aunque el estado de insatisfacción que denota la corriente modernista no constituye una ruptura con lo inme­diatamente anterior, sino que, al igual que sucede entre el Realismo y el Romanticismo, es un escalón más en una inquietud extensivamente deci­monónica. No cabe duda, no obstante, de que esta crisis en las letras y el espí­ritu inicia en el último tercio de siglo la disolución del XIX con unas reve­ladoras consecuencias en el arte, la ciencia, la religión, la política y, gradualmente, en los demás estados de la vida (cfr. Abellán 63). Se entra entonces en lo que se ha dado en llamar la crisis del proyecto ilustrado de la Modernidad.

La pérdida de las últimas colonias en tierras americanas en el año 98, si no un punto de inflexión, constituyó un hito que creó un antes y un después. En el caso del medievalismo, una serie de textos toman una postura defi­nitoria que replantea la elab9ración mítica de una época demasiado mani­pulada. Si todos los momentos del pasado se encuentran en constante cons­trucción en una centuria en la que se adquiere conciencia de historicidad, serán los siglos medios especialmente vulnerables a ese replanteamiento de una construcción imaginaria e interesada. Y esto sucede porque preci­samente el medievalismo se había convertido en un instrumento fácil al que acudir como recurso de justificación y bandera de orgullo, tal como nos demuestra el tono nacionalista de los textos literarios que se escriben a raíz de la Guerra de África de 1860 o de los poemas que desde uno u otro

2 Así se deduce de la postura de revisión de la historia que adopta en numerosos artículos La flustrarión Republicana)' Federal.

3 Este concepto ofrece una más adecuada concepción de los hechos que la antigua sepa­ración de Modernismo, Regeneracionismo y Generación. del 98.

EL iVIEDIEVALISMO YEL AÑO 98 63

bando celebran esas recurrentes guerras carlistas que sacuden al país. A lo largo del siglo, las hazañas de la Reconquista habían sido evocadas

de manera ostentosa con una recurrencia insistente, ya sea mediante el símbolo del «león» de España o de la idealización del soldado castellano que se enfrenta al moro en una lucha religiosa, formando parte de esa mirada nos­tálgica hacia el pasado en el que unos hombres descontentos proyectan una visión armónica y utópica. En la segunda mitad de la centuria, mien­tras que Francia, Prusia, Inglaterra o Italia se sumergían en un proyecto expansionista, a España sólo le restaba la progresiva y definitiva defunción de un imperio. Aunque su decadencia había comenzado antes, estos años serán los de la de la muerte de las últimas ilusiones; si consideramos que el imperio americano estaba casi intacto a comienzos de la centuria y que los últimos bastiones caerán en 1898, se explica por qué el desangramiento y la frustración repercutieron en el campo de las ideas, pues estas tierras concentraban la imagen de un poder mantenido durante siglos (cfr. AJ.legra; Rull Fernández y Suárez Miramón4). Entonces el abuso iconográfico que trató de alzar la moral herida de la naciÓJ?-, al que contribuirá la prensa de la época5 y que creaba una imaginación cómoda, tras la desilusión del 98 será denunciado definitivamente como una falacia. De modo que el Desastre, además de tener consecuencias en el orden político, económico y social, supondrá en el plano intelectual la culminación de un amplio debate sobre el pasado histórico y la situación presente de la nación española. Con la guerra del 98, el problema latente se hace visible, dando lugar a una crisis moral: se cuestiona la inmovilización del país en el campo de las estructu­ras políticas y sociales, una situación de ceguera a la que había contribuido el elemento medievalista.

Efectivamente, el recuerdo de los siglos medios se había cónstituido en muchas ocasiones en un vehículo de fácil escapismo: si, como señala Gies, el siglo XIX «was a time which .. witnessed the most dramatic transformation of social, literary and political realities ever seen in that country» (2), no podemos extrañarnos de que el hombre decimonónico volviera sus cansa-

4 Además, no hay que olvidar que durante los años de gobierno de Mll Cristina (de 1885 a 1902) se plantean los problemas más graves y desastrosos. Y no sólo en América: en Marruecos, tras varias intervenciones pronto sofocadas, se interviene definitivamente en la frontera de Melilla, en 1893, y sale a la luz entonces una deficiente organización militar, aunque se solvente momentáneamente el problema.

5 Basta echar una ojeada a la iconografia de la guerra del 98. Ahí está la metáfora del león español luchando contra Norteamérica, país caricaturizado con un cerdo lleno de dólares o con el Tío Sam (como vemos en los dibujos de La Campana de Gracia que reproduce el artículo de Juliá). De hecho, el hecho de que franceses y alemanes dibujaran a los españoles vestidos como hidalgos (véanse el grabado de Le Figaro reproducido en Jiménez Mancha [79], los qui­jotescos de la publicación berlinesa Kladderadatsch, en La gráfica [80] y el de New York World, repro­duci.do en <<History of the Month in Caricature») nos muestra esa desesperada recuperación del pasado que se pretendía realizar.

64 REBECA SANMARTÍN BASTIDA

dos ojos hacia una época que parecía mejor trabada, más ordenada y triun­fal. En este sentido, el medievalismo «vvas constructed as a fierce reproach as 'Nell as a utopian escape from the present, and that reproach was fra­med in explicitly political terms» ( Ganim 148).

Durante la guerra de Cuba, la raigambre de la gloria española, de la que carecía la recién creada nación americana, se convirtió en la princi­pal arma arrojadiza de la nación, en una especie de intoxicador opio; por ello, tras la derrota, Silvela pedirá a España que abandone las vanidades y se sujete a la realidad (Botrel 83). Es una denuncia de ese «ambiente de opti­mismo absurdo» que Baraja ( 41) critica en El árbol de la ciencia, cuando se pregonaba que todo lo español era lo mejor, esa tendencia a la ilusión «del país pobre que se aísla» y que llevaba toda una centuria en frágil cons­trucción. A este ambiente habían contribuido especialmente el Gobierno, el ejército y la prensa, a los que la opinión pública hizo culpables del Desastre del 98.

De hecho, el periodismo perdió su popularidad tras la derrota, debido al triunfalismo del que había hecho gala, y empezó a ser considerado enga­ñoso; es decir, entonces «tocó a los periodistas entonar el mea culpa y hacer examen de conciencia» (Seoane, Oratoria 423). Consumado el previsto desastre, Maeztu denunció la ceguera patriota de los periódicos, a los que acusa de haber lanzado a los españoles a la guerra; la prensa madrileña, «cuando menos, no hizo nada para evitarla, suponiendo que pervivía en el país el espíritu del Cid Campeador y el concepto calderoniano del honor» (Maeztu 168-169). Acusación grave si consideramos que estuvo en sus manos contribuir a una solución no bélica «con un mejor conocimiento de la rea­lidad y una visión menos tópica y falsa de la historia» (Seoane, «La Guerra» 70). De igual forma, cabían culpabilidad y responsabilidad muy grandes a los políticos que no habían sabido ver o habían ocultado la verdadera situa­ción, o a los oradores que desde su escaño en las Cortes habían lanzado «bra­vuconerías» patrioteras que se revelaron desprovistas de fundamento (Seoane, Oratoria 423). Sólo los federales de Pi y Margan, los socialistas, anarquistas y algunos sectores catalanistas6 se mostraron contrarios a la guerra.

También la historiografia de la época, como podemos suponer, tuvo mucha responsabilidad en los sucesos del Desastre. Ya en 1888 Miralles denuncia la triunfalista historia oficial, que había arraigado en la concien-

6 No podemos pasar por alto, pese a todo, la diversidad de reacciones frente al 98 que expone Serrano en su artículo. En comunidades como Cataluña o el País Vasco, la población se prestó menos gustosa a la utopía de la guerra (la legalidad de dar dinero y no hombres estaba reconocida en Cataluña por el fuero); precisamente, ésta sirvió como excusa para la defen­sa de un regionalismo recalcitrante y en este sentido se adoptará un medievalismo de carácter provincial e independentista. ·

EL :WIEDIEVALIS1'10 YEL A.i°'\JO 98 65

cía de la nación linos pronunciados defectos. Para este crítico, «La secta tra­dicionalista ocúpase, en lo general, en la tarea poco envidiable de pintar a las gentes los tiempos pasados como la Edad de Oro de la vida española» (523). De esta hinchazón del pasado, que denota su incoherencia en su contraste con el presente, se burla Miralles con clarividencia

La juventud española se educa así en la admiración ciega de nuestras vic­torias y olvida con facilidad nuestros desastres ( ... ) Antes éramos temidos y respetados en el mundo; teníamos sentimientos generosos, hidalguía exquisita, literatura floreciente y propia, monumentos de sabiduría y del arte, costumbres apacibles y honestos, carácter varonil y austero, Gobiernos previsores y dili­gentes y acertados ... Hoy todo eso ha desaparecido7.

Lo cierto es que basta ojear la prensa de la época para constatar cómo un complejo de inferioridad lleva a buscar la mirada aprobadora de Europa hacia una nación que no quiere dejar todavía su consideración de gran potenc:ia8.

De esta forma, descubrimos que los comenta1ios de la prensa guardan relación con nociones y estereotipos puestos en circulación por los manua­les de histmia de España (Seoane, «La Guerra» 68-70). Ya en 1899 Damián Isern, en Del desastre nacional), sus causas, apuntaba como elemento culpa­ble de la crisis a la enseñanza de la h:istoria9

. No había tiempo para la historia· contemporánea cuando la enseñanza se demoraba en Saguntos o Numancias:

7 Y continúa: «Ha bastado declarar responsables a los Gobiernos de sus extralimitaciones o de sus culpas, ( ... ) implantar, en suma (en la apariencia más que en la realidad), el régimen constitucional, para que todas esas ponderadas y envidiables condiciones que antaño eran la base de la vida social hayan, como por encanto y a modo de magia teatral, desaparecido» (523-524).

8 Un ejemplo del tipo de discurso criticado por Miralles nos lo proporciona la Revista flustrada en 1881, donde leemos frases como «Toman cuerpo y relieve las insinuaciones de los políticos y diplomáticos extranjeros que aspiran a elevarnos a la categoría de gran poten­cia./ España, que ha perdido muchos de sus antiguos dominios, no ha dejado de ser grande y noble cuando un gran problema europeo no ha podido afectarla», asertos que denotan una gran preocupación por la imagen externa. El mismo texto nos comenta que es culpa del país si sus gobernantes con gran torpeza no han sido fieles intérpretes del sentimiento público. Aunque a la vez advierte: «No nos pierda, como siempre, la impresionabilidad de nuestro carácter, y evitemos incurrir, por excesos del amor propio halagado, en graves errores que hoy lamentan algunas naciones que han comprado un título de grandeza al precio de su empo­brecimiento».

9 Si a un niño, comenta Isern, se le repite un día y otro en la primera enseñanza y en la segunda que los españoles se han distinguido siempre por su valor heroico, es normal que éste se crea que España es invencible en las guerras y, cuando sea hombre, periodista o polí­tico, sostenga la necesidad del belicismo contra los Estados Unidos por la isla de Cuba, que esta­ba ya perdida por entonces ajuicio de las autoridades locales, según muchos testimonios. Sin embargo, argumenta Isem, nadie e::-..'Plica en la escuela primaria ni en la secundaria ni en la :fucul­tad cómo y por qué se perdieron para España los inmensos dominios de América (Seoane, «La Guerra» 68-70).

66 REBECA SAJ~Jv.IAR.TÍN BASTIDA

como denuncia Maeztu en 1897, Espai1.a se miraba siempre en la leyenda. El empacho de estos discursos llenos de mitos históricos y literarios llevará a Costa a exigir echar do ble llave al sepulcro del Cid y movilizará ya en los 80 a críticos como Clarín, quien no deja de denunciar esta hinchazón de la historia, acaparada por mestizos y poetas de certamen en astillero.

Tantas veces hemos parado el sol para que nos vieran combatir, tantas veces hemos hecho de la Providencia una vulgarísima máquina de poema épico imitado; de tal manera nos hemos acostumbrado a ver en las glorias patrias un motivo para amordazar las ideas nuevas y darse tono unos cuantos, que casi hemos llegado a creer algunos que nuestros ma)iores no fueron mayores más que de Pidal y otros pocos que viven y medran en eso, de alabar esas grande­zas, que repito que no han estudiado como se debe. (237)

De hecho, en el año 98, Clarín declarará que las razones de nuestra decadencia se basan en insistir en ser españoles a la antigua Quliá 31).

Giner de los Ríos, por su parte, es representante de manera nítida de esa moderna conciencia crítica que en krausistas o regeneracionistas se adquie­re a finales de siglo de lo vano e inútil que resultaba el continuo aludir a las glorias del pasado; para él, «difícil es que haya en Europa pueblo alguno ... más vano y engreído con su historia que el nuestro. Y según acontece siem­pre en estos casos, los hechos de que más fácilmente se prenda una nación atrasada y que sabe muy poco de su vida anterior, son aquellos que como la del niño, sólo se excita con colores brillantes, grandes dimensiones y rui­dos estrepitosos» (cit. en Allegra 338).

Pese a la señalada labor negativa de los periódicos, éstos fueron el marco en el que, en el último tercio de siglo, se construye ese espíritu regenera­cionista que con motivo del 98 pasa a cobrar un protagonismo decisivo (Rull Fernández y Suárez 111iramón 280). A través de su labor, descubrimos cómo el conflicto bélico no fue más que el detonante de lo que era un hecho en la realidad española desde el surgimiento de una conciencia de revisión de los valores nacionales, al que ayudará la llegada del positivis­mo. Si la búsqueda de la regeneración apoyada en la grandeza del pasado era un camino sin salida, en la apreciación de este llegar a ninguna parte colaborará esta filosofía que se impone en la ciencia coetánea. El débil acercamiento a las tesis positivistas que, a pesar de las muchas resistencias, se produjo en algunos sectores, tuvo unos saludables efectos en la situa­ción cultural española, sobrecargada de recursos esteticistas y moralistas, cuando no puramente teóricos .-con las naturales secuelas mistificadoras-, aportando un enfoque más riguroso y esclarecedor al tratamiento de los pro­blemas nacionales (Núñez 15-16; cfr. Caudet 265).

La concepción de la sociedad que el movimiento positivista heredó del krausismo como organismo vivo y el hecho de que el desarrollo viniera a

EL :N.IBDIEVALISMO Y EL A.i'\rO 98 67

España por la clase media canalizó hacia una vía clínica la atención de los que estaban preocupados por la vida nacional. Los regeneracionistas serán los primeros intelectuales que se planteen con un sentido moderno el lla­mado problema de Espmia y hagan uso de un nuevo tipo de instrumental crí-. tico. Padre del movimiento regeneracionista fue Costa, a partir de la con­signa de regeneración y europeización: él será uno de los primeros en denunciar las «vocinglerías» que sólo podían llevar al desastre. A través de pensadores de su línea, antes del 98 ya se plantean las causas y las solucio­nes de la decadencia. La salida que se encontró a ésta fue la mirada al cam­pesino, en concreto al campesino castellano, el heredero más directo de los antiguos pobladores, que conservarán en su sangre la mies de lo que cons­tituyó la gloria de España. Recordemos los artículos de Costa de los años 80 en el Boletín de la Institución LilYre de Enseiianza reclamando la importancia de la antigua agricultura medieval, cuyo abandono fue una de las causas de que la sociedad se viniera abajo, y cómo el mito castellano a final de siglo era consecuencia de la imposición de un tipo de historiografía centralista. De este modo, paradójicamente, a partir de la labor de desidealización del Medievo que realizó el Realismo, el 98 no dejó tampoco de crear sus pro­pios mitos sociales.

Costa lamentará el inmovilismo del país)~ desde un inusual punto de vista anti-bélico, reclamará una vuelta hacia ciertos elementos del Medievo. En el discurso inaugural del Diario de Sesiones del Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, «Historia de España, una ley de nuestro pasado», de 1883, acusa a la nación de fácil impresionabilidad y de quedarse en «liris­mos» del pasado, en un romance épico inútil. Según Costa, tras una serie de adelantos que se dieron en la Edad Media, principalmente a través de los árabes, se perdió el interés en ramas como la navegación o la botánica, ,ror un carácter soñador y poco práctico10. El 1v1edievo dejará así de ser conce­bido sólo para exaltar su devenir bélico, pues comienza una reflexión sobre la posibilidad de aprovechar sus realizaciones agrarias o sociales: si Giner de los Ríos o Costa alaban la institución del municipio, es desde un espíritu dis­tinto del oficial, que no se propone la glorificación del pasado.

Por otro lado, el mito del castellano, aunque Silver lo considera como un medio de justificación del centralismo estatal11, consistía para los del

10 «Espaila es una nación impresionable, pronta a entusiasmarse de momento, pero care­ce de la perseverancia, de la fortaleza, de la tenacidad que son menester para obrar grandes cosas. Le ful ta el sentido práctico, se fatiga a primera hora, y todo ese ardor y toda esa vehemencia que demuestra al solo anuncio de la realización de lo que ha dado en llamar sus ideales en África, son lo que podría ser un romance épico compuesto por Góngora, y no producirán sino espu­ma de retórica y arrebatos de lirismo que durarán minutos» (380-381).

11 Silver subraya el aspecto centralista de la enseilanza: « ( ... ) los miembros de la élite aprendían que eran descendientes de una aristocracia castellano-visigótica, que su literatura nacional era quinta.esencialmente «democrática» y «popular», que su teatro nacional era una

)

68 REBECA SAl'JMARTÍN BASTIDA

98 en una postura tan nostálgica como política, desde su insistencia en la vida diaria del pueblo. Hay que recordar que la mayoría de los pensadores y artistas que lo reivindican son oriundos de la periferia y afincados en el cen­tro del país. Estos esc1itores mostrarán su recelo hacia señores y caudillos guerreros, pues la última secuela de sus empresas era un imperio ultrama­iino cuya fragilidad se ponía de manifiesto en la liquidación del 98, fuen­te de postración económica y social interna (Beceiro Pita 449). No nos debe extrañar, por ello, ese consenso general sobre la importancia de la laboriosidad tenaz y callada.

Esta transformación que se produce en el pensamiento medievalista se muestra en la revisión de la imagen del Cid en pensadores y artistas (Beceiro Pita 444). De la recreación romántica del pasado, inspirada en romances tar­domedievales y que convierte a este personaje en el hidalgo que encarna la voluntad popular y las ansias de justicia de los castellanos, se pasa con la c1i­sis finisecular a una amalgama contradictoria de admiración y rechazo. El desdén hacia las gloiias del pasado y el afán desmitificador de los tópicos nacionales incidirán en las nuevas ideas con respecto al héroe.

Por otro lado, este fenómeno mostrará concomitancias con lo que suce­de en otros países de Europa. La idealización del antiguo campesino tiene su cofrelato en las islas británicas, aunque por motivaciones ideológicas diferentes. En la Inglaterra victoriana abunda la idealización, entre las cla­ses altas, del hombre de campo que se sentía unido por lazos afectivos y de fidelidad con su amo. Esta nostalgia responde al enfoque del aspecto social desde el mito de la Merry England, edad armónica en la que los campesinos comían a la mesa con sus señores12. También este tipo de actitudes las encontraremos a finales de siglo en escritores rusos como Tolstoi.

Pero más reveladora resulta la comparación de la situación española con la frances~. Al contrario de lo que sucede en España, en Francia la derrota de Sedán, la Conim:uney la ocupación prusiana produjeron el retor­no de la Edad Media al favor popular, aunque el icono de Roldán se ponga en cuestión en el país vecino después de los desengaños y escándalos que

creación castellana y no valenciana y que la épica nacional española, vehículo de sus propios valores burqueses, sólo podía haber sido compuesta por fieros castellanos» (72). Pero este investigador simplifica y generaliza en exceso la cuestión centralista: en el último tercio de siglo, varias voces se habían alzado en contra de esta tendencia, que no fue tan uniforme como Silver parece pensar.

12 'Naters señala cómo en la Inglaterra medieval encontraron los victorianos una socie­dad orgánica que aparecía como antítesis de la suya y como antídoto del presente; y Chandler se referirá a ese deseo victoriano de sentirse en casa en un ordenado y orgánico universo. Cuanto más cambiaba el mundo, y el peiiodo del medieval revivalfue una era de acelerada transformación so'cial, la Edad 1v1edia histórica y mítica, que se había convertido en una tradición literaria, servía para recordar a los hombres la e::-.."i.stencia de una edad de oro: de fe, orden, alegría y crea­tividad.

EL MEDIEVALISMO YEL Ai~O 98 69

trajo la Tercera República (Redman 207). Mientras en 1851 sólo el gobier­no imperial ayuda a la promoción del Medievo como parte de la regene­ración nacional, ahora casi todos, católicos y republicanos por igual, cola­boran en la empresa. Los republicanos, con su pab.iotismo u.la-ajado, dis~pan su aversión por la Edad }iifedia y la evocan. Incluso Renan y Taine ceden en algún sentido en su disputa con el Medievo. La atención se dirige a la tra­dición nacional, cuyo olvido se declara la mayor causa del desastre que cayó sobre Francia. Juana de Arco será invocada contra el enemigo pru­siano y León Gautier dirá en 1870 que han hecho falta la guerra y Sedán para comprender Roncesvalles. La tradición nacional en todas su manifestacio­nes provee un bálsamo para los heridos sentimientos patrióticos de esta generación (cfr. Dakyns). De esta manera, frente al medievalismo del pe1io­do romántico francés, que se preocupaba más por una identidad estética y era multidimensional, el de la era posromántica está profundamente:aso­ciado al nacionalismo (Glencross 176).

A la vez, en el reinado del Decadentismo )r los prerrafaelistas, se alzan fuertes voces de protesta contra el mundo moderno levantadas por varios escritores del día, muchos de ellos católicos y todos embelesados con el misticismo medieval, como, por ejemplo, 'Sar' Joséphin Péladan. Se u-ata de que en vez del Realismo reine el ideal católico y la mística y se insufle en el arte contemporáneo la esencia teocrática. Así, en Francia, para muchos creadores de los años 80 y lqs 90 la Edad Media era el paraíso perdido, y el Renacimiento (el materialismo base de los contemporáneos burgueses), el enemigo.

En España, inmediatamente después del 98, los siglos medios se exclui­rán del programa de regeneración política, considerándose parte de un nacionalismo trasnochado. Serán, no obstante, la desmitificación y la crítica del discurso oficial (así como la influencia del Decadentismo francés) los que conduzcan a ese uso esteticista de la Edad Media que observamos en la época de entre siglos, a esa huida del presente en la creación del Medievo modernista. A finales de la centuria el Medievo se había desideologizado e interesaba por nuevos aspectos, en lo que tenía mucho que ver la lectura de Ruskin, la imaginería prerrafaelista y el interés de los realistas por el ámbi­to social de los siglos medios. No hay que olvidar cómo el vuelco historio­gráfico y los propósitos del movimiento estético del Realismo, liderado por Taine, de representar el pasado tal cual habría sido en su momento, cons­tituirán puntos claves para entender el medievalismo del último tercio de siglo en España. Durante estos últimos años del XIX la mirada a las clases bajas, especialmente al campesino, y la crítica.a la explotación política del ala conservadora los encontrare1nos en una serie de ensayos que se com­ponen entonces y que, directa o indirectamente, se relacionan con el even­to del 98.

70 REBECA SA.i'JNIARTÍN BASTIDA

II

Contra la labor cloroformante de exhumación del pasado y su utilización política, principalmente por la ideología tradicionalista, alzará su voz Lucas Mallada en 1890, pidiendo más atención hacia los males de la patria «Dejándonos de historias de pasados siglos» (Mallada 37), o Miguel de Unamuno en 1895, tres años antes del Desastre, en el momento en que empieza a despuntar la literatura regeneracionista.

Mallada escribe un ensayo (del que ya ofrece un adelanto en 1882 el Boletín de la Instititción Lil;re de Enseiianza13) muy representativo de la deso­lación ciitica que se vivía en la última década del siglo. En estas páginas, se burlará del lenguaje rimbombante de los tradicionalistas yde su concepto de la raza española:

esa raza tan grandiosa, tan noble, no es toda heroísmo, no es toda bondad, no es toda excelencia, y como todo lo humano, tiene que estar fatalmente sometida a grandes defectos, al lado de sus magníficas, de sus brillantes virtudes. ( ... ) Dejándonos de historias de pasados siglos, atendiendo a la deplorable y com­prometida situación en que vivimos, ( ... ) forzosamente se habrá de conceder que en el carácter nacional hay graves defectos, ( ... ) y a ser cierto que el pueblo español posee menor virilidad en el presente que en otros tiempos pasados, debe­mos buscar ( ... ) la clase de defectos que de tan grave modo nos perjudican. (37)

Para el autor, estos defectos engendran la afición a lo sobrenatural y a lo maravilloso14, las místicas relaciones de almas seráficas, las leyendas de luchas seculares entre moros y cristianos, los cuentos de apariciones, gigap.­tes, monstruos o brujas, etc. A fuerza de canciones y cuentos, el intelectual denuncia un olvido fácil y estéril de las penas15, pues el p1incipal defecto espa­ñol es «la loca fantasía» ( 40). ~1Iallada denuncia el excesivo retraso en la ins­trucción de las masas populares, que se alimentan de una historia mitifi­cadora, «aleladas de continuo en un laberinto de patrañas, errores, preocupaciones y disparates, con la sempiterna fantasía y cándida igno­rancia de los pueblos primitivos» (51). Yla consecuencia de estas ínfulas ima­ginarias es que la nobleza, soñando con una idealizada Edad :Media, se olvi­da de su responsabilidad actual.

13 «Causas fisicas y naturales». Véase la bibliografia. Continúa su estudio en otros núme­ros del mismo año.

14 Curiosamente, y a diferencia de Valera o 1'1enéndez Pidal, no toma en consideración el realismo de la literatura medieval.

15 «¡Canten las heroicas epopeyas de nuestros guerreros, las admirables leyendas de nues­tra historia, las dramáticas escenas de nuestra vida social, y repitan los ecos nacionales de nues­tro pueblo, que todo él es sentimiento, que todo él es corazón, de ese pueblo sufrido y mag­nánimo, terrible y entusiasta!» (39).

EL iVIBDIEVALISMO Y EL A!'\J'O 98 71

La moderna aristocracia de los negocios comprende mejor las corrientes y exigencias de la época que nuestra antigua nobleza, por regla general, ador­mecida sobre los laureles y pergaminos de sus gloriosos antepasados.

Olvidando para siempre aquellos oscuros y aborrecibles tiempos del feu­dalismo, en que más de cuatro veces el poder real se vio obligado a refrenar las demasías y los atropellos de los magnates para defender a un país de sier­vos y vasallos, las altas clases sociales no deben anularsé precisamente cuando podrían hacer grandes y oportunos servicios a la Nación. ( 48)

En su ensayo La moral de la derrota, también Morote mostrará la misma postura de desmitificación del Medievo oficial en su elección de unos ver­sos de Santillana, que nos enseñan qué lado aprovechable de los siglos medios se aconsejaba buscar.

¡Benditos aquellos que con el azada sustentan su vida e viven contentos e de quando en quando conoscen morada e sufren pascientes las lluvias e vientos!

Morote comienza así el Libro Segundo de su obra, publicada en el año 1900. Y apostilla a esta estrofa: «Estos versos de la Comedieta de Ponfa, pará­frasis del Beatus ille de Horacio, reflejan las verdaderas necesidades de España en todo tiempo, incluso cuando el sol no se ponía en sus estados. Castilla, por regla general, no quiso eso y le entusiasmó siempre más el Paso honroso de Suero de Quiñones, que el deseo de imitar a los que sustentan su vida y viven contentos con el azada» (149).

Es ésta otra muestra explícita de la nueva dirección que toma el medie­valismo, crítica con el discurso oficial, y que también afectó a la figura de Colón. Parte de la intelectualidad española recapacita ahora sobre el papel ·político de este personaje y se entona el mea culpa respecto al comporta­miento español en América (mitificado en la celebración del Centenario), que motivó el rechazo y el deseo de independencia de los habitantes autóc­tonos del continente. :Wforote, parafraseando aLamartine, asegura que cuan­do Colón pisa la tierra ame1icana, sus lágrimas eran un presagio de alegría y de luto (71) 16• Pero más reveladora es su visión de la Reconquista, encua­drada dentro de una idiosincrásica pasión española por el fratricidio. Además

·de considerar a los musulmanes como españoles (a partir de la revisión de la época realista), Moro te señala que la Reconquista consistió en gran medi­da en una serie de luchas entre cristianos y de rencillas internas de moros.

16 «De alegría, porque en aquella tierra virgen nacían una civilización y una fe; de luto, por­que anunciaban calamidades, las devastaciones, el fuego, el hierro, la sangre y la muerte, con que se habían de manchar los anales de la tierra virgen. Mancha indeleble de sangre y de muerte cierra esos anales» (71).

72 REBECA SA.l'JNIARTÍN BASTIDA

¡Doscientos años peleamos contra los romanos, setecientos contra los ára­bes! En plena reconquista, poseídos de la pasión santa de:: la independencia frus­trábamos los resultados que parecían más seguros de los hechos más gloriosos con la pasión funesta, no menos arraigada en nuestro pecho, del separatis­mo, de la lucha fratricida, de la guerra civil. (92) 17

Aunque son tratados con respeto, los Reyes Católicos también sufrirán una revisión. Morote critica que esa unidad del país lograda por Isabel y Fernando la consoliden sus sucesores por medio de sangre y fuego 18. En general, para este escritor no es una buena época el Medievo, pues, a par­tir de la creencia decimonónica en el Progreso, opina que cuanto más atrás se retrocede en el tiempo, mayor es la brutalidad, y así Alfonsos, Ramiros, Fernandos, Berengueres y Jaimes dejan una n~gativa herencia acmnidada que pasa íntegra a Carlos de Austria (99). De modo que el autor se sirve de la fórmula costista de echar doble llave al sepulcro del Cid y redobla los argumentos del líder aragonés, impugnando la política militarista, patrio­tera y de f,rágil imperialismo que ejercen los partidos turnan tes (30). Morote propone1 buscar la raíz histórica de los problemas nacionales, criticando la dictadura caciquil de unos grupos políticos que sólo reprimen en el interior y exhuman el cadáver del Cid de cara al exterior.

Adelantándose a Mallada y Morote en este espíritu que domina tras el 98, un ensayista más literario, Unamuno, publica en 1895 En torno al casti­cismo. En esta obra persigue el autor abandonar la búsqueda de modelos en lá historia y dirigir una mirada directa hacia el presente, es decir, reivindi­ca figuras como el campesino frente a los grandes hechos del pasado, pues es en el labrador donde, según él, se encuentra la esencia de España. Como señalan Rull Fernández y Suárez Miramón (325), Unamuno elabora aquí un concepto muy personal de la tradición auténtica, fundamentado en el concepto de intrahistoria, opuesto a la tradición entendida como rémora

17 Y prosigue: «La raza española, esté representada por celtíberos o por godos, por moros o cristianos, por españoles de Sertorio o de Don Pedro el Cruel, por nobles de la Edad :Media o por el pueblo de la época constitucional, por carlistas o por can~onales, es y será una raza mal avenida con la paz, con instintos separatistas» (92).

18 Para 1forote, si lo que hicieron mal los siguientes monarcas fue querer extinguir los instintos de separación extirpando una fuente de vida con la Inquisición y con la muerte de los privilegios, los Reyes Católicos pusieron los gérmenes de esa funesta política fundando la Inquisición y expulsando a judíos y moriscos, esto último contra lo pactado en solemnes capi­tulaciones, así como obligándolos a convertirse a la fuerza. Algo que se explica por el deseo de fundar la unidad nacional sobre la religiosa a partir de un espíritu de intolerancia, obra del siglo y producto de una lucha religiosa de ochocientos años. Pero no es mérito para Morote llegar a la unidad por el extermino de los que profesan otras creencias. «Yluego, cuando se considera que después de más de un siglo de tener subyugados los moriscos ( ... ) , no se acertó a asimilarlos en costumbres y creencias ( ... ) sin necesidad de apelar al violento medio del exterminio de toda una generación, no se puede juzgar aventajadamente de la maña, de la discreción y de la polí­tica de reyes apellidados Prudentes y Piadosos» (97).

EL lV.IBDIEVALISMO Y EL At"'rü 98 73

del pasado y cuya abolición trata de expresar en coincidencia con las pos­turas regeneracionistas del momento (Costa, Picavea, Ganivet) para implan­tar «lo humano eterno» 19. Para el escritor vasco, los que buscan lo castizo e histórico no ven la tradición eterna, que es más intrahistórica que histó­rica, sino su sombra en el pasado. Unamuno invierte la proposición de Pi y Maragall de 1876, tan propia de la hist01iografia isabelina y de la actitud de los intelectuales decimonónicos de la segunda mitad de siglo, que, al igual que los hist01iadores medievales, consideraban la historia como magis­tra vitae. «Tiempo es ya de que aprendamos en la Historia las causas de nuestros males»2º. Si hay que encontrar la razón de ser del momento actual en el presente total intrahistórico, no es aceptable ya esa continua mirada hacia atrás pues donde vive la verdadera tradición es en el momento actual, «en el presente vivo y no en el pasado muerto» (Unamuno 35). Unamuno desea encontrar así los signos de identidad de un país sumido en dos extre­mos paralizadores: la exaltación retórica de su pasado imperial, que ciega a una parte de España en su orgullo nacional, y la vulgaridad agobian te de un presente monótono.

Pese a la reivindicación que realiza del campesino, en el prólogo a la pri­mera edición, de 1902, el esc1itor vasco reconoce haberse dado cuenta de que la psicología del castellano antiguo tenía más de ganadero que de labrador: de ahí arranca el odio de éste hacia el morisco, que era agricul­tor. Así, afirma, en una nueva desmitificación del Medievo oficial, que en este tiempo pretérito no se luchaba por la religión, sino por un rechazo instintivo basado en las labores del trabajo: de todo aquello, según él, queda una mansedumbre boyuna, muy útil para ceñirse a la coyunda del arado. A la vez, por otro lado, durante su ensayo Unamuno denuncia la ignorancia del pasado de una nación que se contenta con tres o cuatro tópicos de la leyenda histórica, aunque no deja de criticar a los que hablan del folclore con compasiva tolerancia y otorgan excesiva importancia a cualquier menu­dencia que cuenta un fraile del siglo }.'VI o a un chisme apuntado en papel viejo. Cmiosamente, coincide el ensayista con Clarín (que a diferencia del escritor vasco no era un entusiasta del folclore) en el rechazo a la erudición minuciosa, que importa bizantinismos de cascarillas o cultiva casticismos libres­cos, mero acopio de datos que no ha conseguido rebasar el nivel de lo des­criptivo y cuya única utilidad es el suministro de materiales a la sociología (139). A la historia como conocimiento de ornato y ostentación opone la ciencia del folclore, pues considera fundamentales las leyes y los mitos que mantienen viva la tradición eterna en los labios del pueblo.

19 Al alzarse contra la idea de «tradición» al uso (para él la viva y actual es la que ha per­manecido siempre debajo de la historia misma), Unamuno enlaza su actitud con el regenera­cfonismo (Rull Fernández ii).

2° Citado por Flores Arroyuelo Rull en su prólogo a la edición de Mallada (9).

74 REBECA SAl"'\TNlARTÍN BASTIDA

Le vemos aplaudir entonces la europeización de España y criticar el hecho de que; gritando como Michelet que le arrancan su yo, lance «algún reacio conminaciones en esa lengua de largos y ampulosos ritmos oratorios que parece se hizo de encargo para celebrar las venerandas tradiciones de nuestros mayores, la alianza del altar y el trono y las glorias·de Numancia, de las Navas, de Granada, de Lepanto, de Otumba y de Bailén» (22).

El problema español radicaba, pues, en la manera habitual de concebir la historia (la oficial y positivista) y en la obsesión estéril por el ayer. Los tra­dicionalistas buscaban la tradiCión en el pasado y no veían más que su som­bra (25): el escritor vasco considera una pérdida de tiempo revolver los legajos, especialmente la labor decimonónica de intentar legitimar políti­camente el presente.

Desprecian las constituciones forjadas más o menos filosóficamente a la moderna francesa, y se agarran a las forjadas históricamente a la antigua espa­ñola( ... ). Entre ellos, más que en otra parte, se hallan los dedicados a ciertos estudios llamados históricos, de erudición y compulsa, de donde sacan legiti­mismos y derechos históricos y esfuerzos por escapar a la ley viva de la pres­cripción y del hecho consumado y sueños de restauraciones.

¡Lástima de ejército! En él hay quienes buscan y compulsan datos en archi­vos recolectando papeles, resucitando cosas muertas en buena hora, hacien­do bibliografías y catálogos, y hasta catálogos de catálogos, y describiendo la cubierta y los tipos de un libro, desenterrando incunables y perdiendo un tiempo inmenso con pérdida irreparable. (36-37)

Para el autor, la historia del momento actual no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en libros y registros (33). Además, si lo olvidado no muere, sino que baja al mar silencioso del alma, a lo eterno de ésta, no tiene razón de ser esa obsesión por rescatar y narrar el ayer ante el temor de que desaparezca, temor que se encuentra en Bécquer y en tantos escritores de las décadas realistas.

Este pensamiento lleva a Unamuno a rechazar la exaltación del Medievo que encontramos tan repetidas veces a lo largo del XIX y a afirmar que se puede exu~aer más enseñanza de los libros de viajes que de los de historia. El escritor critica así a los desenterradores tradicionalistas que prefieren el pasado al presente y no se acercan a la vida cotidiana21 , cuando la historia del pasado sólo sirve si lleva a la revelación del momento actual -si no, con-

21 «La historia presente es la viva y la desdeñada por los desenterradores tradicionalistas, desdeñada hasta tal punto de ceguera que hay hombre de Estado que se quema las cejas en averiguar lo que hicieron y dijeron en tiempos pasados los que vivían en el ruido, y pone cuantos medios se le alcanzan para que no llegue a la historia viva del presente el rumor de los silenciosos que viven ·debajo de ella, la voz de hombres de carne y hueso, de hombres vivos» (38).

EL :NIEDIEVALISMO YEL AJ.':rü 98 75

duce a un empobrecimiento del espíritu-22. En esta línea criticará la cele­

bración del segundo centenario de Calderón en 1881, el acontecimiento cul­tural rnás importante de la Restauración, en el que la España conservado­ra rodeó sus homenajes con actos de exaltación patriotera.

El pueblo, que sin duda tiene un papel fundamental para Unarnuno, carnina muy lejos de los eruditos y no se interesa, por ejemplo, por la edi­ción de las Cantigas. Se trata del rnisrno pueblo que vive al margen de los dis­cursos históricos oficiales, estériles y que sólo empeoran las cosas, un pue­blo (también idealizado) que alimenta su fantasía con las viejas leyendas europeas que critica Mallada, la de los ciclos bretón y carolingio y su rnez­cia de las hazañas de los doce Pares, de Valdovinos y de Tirante el Blanco con las heroicidades de las guerras civiles (139). Unarnuno destaca que el pueblo no hace uso político del Medievo o de lo pretéiito ni busca exacti­tud o veracidad histórica, sino que construye su propia ficción. De este modo, el escritor echa por tierra esn-epitosarnente toda la significación de lo que se había venido forjando en el XIX; desde la nueva corriente irra­cional finisecular despoja de sentido al historicisrno 23 y aboga por com­prender y redirigir el present~, aunque sin dejar de introducir elementos de mitificación (corno la figura del pueblo), al cont:i;-ario que :Mallada.

Este ensayo de Unarnuno, aunque el fracaso colonial no ha tenido toda­vía luga1~ se relaciona, pues, con esa crítica a la hinchazón del relato patrió­tico que realizan los regeneracionistas antes del Desastre, es decir, está liga­do a la crisis finisecular de la narración históiica que tendrá su culminación tras el 9824 y que, corno se observará seguidamente, también dejará su herencia en la ficción literaria.

22 «Era mi deseo desarrollar más por extenso la idea de que los casticismos reflexivos, conscientes y definidos, los que se buscan en el pasado histó1ico o a partir de él, persisten no más que en el presente también histódco, no son más que instrumentos de empobrecimiento espi­ritual de un pueblo; que la mariposa tiene que romper el capullo que formó de su sustancia de gusano» (142).

23 Unamuno rechaza un discurso histórico construido a base de relaciones de aconteci­mientos o de sucesiones de nombres, algo que se inserta en las modernas polémicas de la época. El escritor, en ocasiones, se adelanta al concepto actual de historia como narración construida desde un presente. «1v1il veces he pensado en aquel juicio de Schopenhauer sobre la escasa utilidad de la Historia y en los que lo hacen bueno, a la vez que en lo regenerador de las aguas del río del Olvido, lo cierto es que los mejores libros de historia son aquellos en que se vive lo presente, y, si bien nos fijamos, hemos de ver que cuando se dice; de un historiador que resucita siglos muertos, es porque les pone su alma con un soplo de la intra-historia eter­na que recibe del presente» (38).

24 Esto no quiere decir que estos textos no tengan otras influencias que las regeneracionistas ni que no estén motivados por la polémica sobre la ciencia en España. Juaristi relaciona los con­ceptos que aquí expone Unamuno con la filosofía de la época. La intrahistoria unamuniana será central en Altamira y en Castro y tiene que ver con la historia de la vida cotidiana y con la escuela francesa de las mentalidades, así como con la psicohistoria, de la que fue Unamuno un adelantado. Por otro lado, segúnJuaristi, el telón de fondo de los escritos de 1895 es la polé-

76 REBECA SA.i"'\JNIARTÍN BASTIDA

III

Las consideraciones de Mallada, Moro te y Unamuno tendrán un corre­lato en el universo culturalde la época, sin excluir el campo del arte25 . La reflexión post-98 a través de la obra de los intelectuales regeneracionistas deja­rá una huella en la producción de los escritores del Realismo. Estos auto­res asumen su parte de culpa en la exaltación ciega y belicista que condu­jo a la guerra, aunque menos directamente que otros sectores sociales: es decir, la ficción literaria también se regenera, si bien falta la profunda revi-sión de sus actuaciones que llevan a cabo la historia o la prensa. Desdé el ámbito literario, los hombres del 98 se lanzarán más bien hacia la poesía-y la ensoñación, recreando los temas de Castilla, el Cid, el Quijote, donjuan o la España ideal (Abellán 31).

Pero también en los campos literaiio y artístico, antes del Desastre, se apreciaban elementos desmitificadores que luego serán potenciados. Emilio Sala o E. C. Girbal, por ejemplo, componen obras que muestran una aguda sensibilidad hacia la marginación social de los judíos26 . Y la imagen del campesino no era neutral para el Realismo (Litvak 55), sino que encar­naba una demanda moral presente desde La Gaviota y que tiene sus raíces más próximas en el siglo ~'VIII. En la obra de Fernán Caballero nos encon­tramos una estampa de la vida rural expresada a través de ciertas ocupa­ciones y labores cotidianas, a las que la autora unirá una idea moral de regeneración, describiendo a una población laboriosa, honesta y simple; no obstante, su enfoque, de una artificiosidad ostentosa, diferirá enor­memente del finisecular.

Autores realistas como Pérez Galdós se dejarán contagiar también por este idealizado castellanocentrismo, como en su drama Santa Juana de Castilla27. Pero la encarnación del pueblo más identificable es ahora la del hidalgo-cainpesii1o, el Cid de Zonilla de 1882, un castellano de vivfr sencillo,

mica sobre la ciencia española, que entre 1875 y 1877 disputan Azcárate, Revilla y Perojo, de un lado, y Unamuno y Menéndez Pelayo, de otro. Se trata de la cuestión de si existe una ciencia española o sucumbió antes de nacer bajo la intolerancia de la Inquisición. La polémica armó revuelo en los primeros años de la Restauración, pero en 1895 el conteni­do parecía enterrado. Unamuno lo desempolva, quizás porque la alternativa europeísta y la correlativa reacción casticista cobraban actualidad ante la quiebra del sistema político y el crecimiento del anarquismo y del nacionalismo. La dicotomía europeización/ casticis­mo traducía la oposición progreso/tradición que se daba en la vida política española desde 1812.

25 Al arte medievalista también le afectará la crisis finisecular, y de manera no muy favorable para el medievalismo, tal como nos demuestra Bueno, en el terreno arquitectónico, en su artí­culo sobre las exposiciones internacionales.

26 Véase «Un cristiano y un judío en la Edad :Media» y el cuadro de Emilio Sala La expul­sión de los judíos, presentado en la Exposición Universal de 1889.

27 Véase sobre este drama el artículo de Gutiérrez.

EL 1vIEDIEVALISMO y EL .AJ.-.\;¡o 98 77

mezcla de regio y de villano, perito de labranza y de milicia, que convive con los siervos de la planta inferior de su vivienda (Beceiro Pita 449). Ahora bien, se parte de un punto de vista nostálgico: lo que predomina, por ejem­plo, en los poetas premodernistas de los años finiseculares no es el medie­valismo político, sino el recuerdo del ayer mezclado con melancolía y com­placencia estética; especialmente es rememorado el pasado mi.1sulmán, pero sin menciones a la Reconquista.

La crisis de fin de siglo afecta, así, a los temas literarios de larga explo­tación. Carrasco Urgoiti comenta que en los últimos años del XIX el cansancio que se siente hacia los asuntos moriscos provoca su desapa1ición, aunque no menciona el 98, sino que atribuye este fenómeno a una reacción fren­te al uso y abuso de tópicos moriscos y a un deseo de rectificar la visión convencional y en exceso 01iental:izada de Granada, que conducirá a que se hable menos del orientalismo y del pasado árabe. Ganivet y sus amigos ahondan ahora en el carácter complejo de su tierra y señalan facetas igno­radas por los cantores de la Granada morisca. El imperativo de silencio sobre los temas m01iscos será obedecido por Darío, que los evita en su obra poética y llega a disculparse en Tierras solares, de 1917, por haber sentido en Granada como cualquier viajero romántico la emoción de evocaciones his­tóricas y legendarias (Carrasco Urgoiti 442-444). Tras la labor de estereo­tipación romántica, estas omisiones de textos ambientados en Granada son más elocuentes que cualquier protesta verbal28 .

Pero el rechazo de un idealizado medievalismo y de su uso político se ejemplifica más explícitamente en una serie de relatos que escribe Pardo Bazán a raíz del Desastre, cuando la escritora gallega abandona cualquier prevención contra la literatura comprometida y se lanza abier­tamente a la denuncia de la triste situación del país, con el propósito de concienciar a sus lectores. Escribe por ello los llamados Cuentos de la patria, a los que atribuye Paredes Núñez un espíritu noventaiochista29 (29), aun-

28 Rueda evita mencionar el pasado árabe en sendos poemas ambientados en Granada (246-247; 471-472). Y en Andanzas )1 visiones espmfolas, de 1922, «Unamuno fue más lejos, pues expresó su determinación de no formular jamás por escrito la honda impresión que esta ciudad le causó» (Carrasco Urgoiti 444-445). No es casualidad tampoco que Azorín localice en Granada la significativa anécdota del hombre que, cuando regresa después de muchos años de ausencia a su ciudad natal, se encierra en un cuarto interior por no turbar la limpidez de sus recuerdos, en España (hombres)' paisajes), de 1909; también en idemorias inmemoriales, de 1946, vuelve los ojos hacia un momento del pasado granadino, pero evita la evocación direc­ta de la historia y la leyenda, captando en cambio el ambiente de los sueños románticos de Irving.

29 También González Herrán señala que en estas obras la autora sufre la influencia del noven­taiochismo pues son un ejemplo de escritura contaminada por los debates ideológicos y polí­ticos que abaten España (146). «Está aún por estudiar el noventa:;1ochismo de doña Emilia», dice el estudioso (147) sobre esta autora que, en ciertas crónicas andariegas, participará del redes­cubrimiento de la vieja Castilla y sus pueblos y villas.

78 REBECA SANiVIARTÍN BASTIDA

· que tal vez sea más adecuado hablar de regeneracionismo para encua­drar estos relatos.

En la línea de la crítica a la historiografia oficial, Pardo Bazán rechaza un medievalismo que sólo conduce a España a vanos sueños y en el que ella también había participado, tal como observamos en relatos como A la puerta del monasterio, sobre Colón30, o en El catecismo, lección bastante tópi­ca de amor a la patria. Especialmente significativos son los cuentos que abordan este tema de manera simbólica, con el objeto de sensibilizar a los lectores. Pero su simbolismo no es el del nuevo movimiento francés, sino que se trata de esa corriente recursiva que se constituye en un continuum deci­monónico y que es transitada incluso por los propios escritores realistas. Estos cuentos demuestran que, sin duda, la guerra del 98 supuso todo un maza­zo para la conciencia de la escritora y, como afirma Paredes Núñez:

expresan, con nitidez franca y sentida, el dolor y la amargura de la autora ante , esa España mutilada que, anquilosada en unos moldes herrumbrosos y her­

méticos, caminaba a su propia destrucción, cegada con el clamor de los sones de las glorias pasadas y envuelta en el reluciente manto adormecedor de la leyen­da dorada. Son en definitiva un desesperado intento de destruir esa legenda­ria imagen de la Espafía tradicional, romáp.ticamente idealizada, quitándole la oprimen te armadura que la axfisiaba, para poner al descubierto la verdadera faz de una España destrozada y dormida, que había que edificar de nuevo con el esfuerzo y el trabajo diarios .. (30)

Éste será también el mensaje de la conferencia que a mediados de abril de 1899 pronuncia en la Salle Charras de París ante el público de La Societé des Conferences con el título de «L'Espagne d'hier et celle d'aujourd'hui. La mort d'une legende». Sugería entonces Pardo Bazán que la principal causa de los males de España era esa leyenda creada de manera colectiva.

According to her, this legend, 1vhich she dubbed 'la leyenda dorada', consisted of the intoxicating power of the nation' s past: 'Caracteriza a la leyenda dorada la apoteosis del pasado. El ayer se nos ha subido a la cabeza'. This past and its values ( ... ) had hada pernicious effect on the social, economic, political, and military deve­lopment of Spain sin ce the time of the 'Reyes Católicos'. (Henn 42231 )

30 Véase Cuentos comjJletos, rv, 155-157. 31 Cita también Henn estas frases que ilustran toda una visión irónica de la narración ofi­

cial del pasado: «Según la leyenda, España es, no sólo la más valerosa, sino la más religiosa, galan­te y caballeresca de las naciones. Según la leyenda nos preciamos de ardientes patriotas, desde­ñamos los intereses materiales y nos hincamos de rodillas ante la mujer». Henn se ocupa en este interesante artículo de la narrativa ficcional de la escritora relativa al 98, y nos muestra cómo en los días previos al conflicto Pardo Bazán venía advirtiendo sobre la posibilidad del Desastre con sus opiniones negativas sobre el ejército lanzadas desde la Exposición de París de 1889, lo que provocó agrias respuestas ( 415).

EL MEDIEVALISMO Y EL AÑO 98 79

Aunque la autora reconoce que los constituyentes de las insidiosas leyen­das doradas no son más que nociones alabables, no dañinas y de vieja moda, para ella el patriotismo y la valentía no sustituyen a los ejércitos bien orga­nizados y equipados. Al final de su conferencia, sugiere que el Desastre del 98 ha destruido la leyenda dorada, algo que, temporalmente, según se deduce de lo expuesto en este trabajo, será verdad.

De esta forma, Pardo Bazán nos demuestra nuevamente cómo el 98 constituye el gran desengaño de un exacerbado patriotismo: el pueblo no posee un espíritu guerrero idealizado, sino que es víctima de los gober­nantes; en las guerras no sabe muy bien adónde se le lleva pues únicamente hace lo que resulta al final más útil: arar. Y es que la riqueza y el desarrollo de España proceden antes del trabajo que de las armas.

Esta idea, expresada también por Mallada, aparece bellamente expli­citada en el cuento El caballo blanco (Cuentos completos,rr, 266-268), que se publica en El Imparcial en 1899. Allí la escritora conmina a despojar de las galas de guerra al corcel de Santiago, pues ya no hace falta para gloriosas batallas, sino para una misión más humilde y no menos digna anunciada por San Isidro Labrador: arar la tierra. España no debe emplearse en empresas heroicas, sino en trabajar y levantar el país. Santiago, al comien­zo, mira nostálgico los desechos de los moros, el alquicel de Boabdil y la diadema de rvfoctezuma colgados de un árbol y escucha a un español pedir­le que haga volver el pasado heroico, pues ahora «somos lo último del mundo» (267), pero el Señor ordena que los que quieran ser los primeros beban su cáliz. Esta prosa simbolista tiene un mensaje claro: no hay vuel­ta atrás después del 98; es necesario superar el sueño continuo de la Reconquista.

La idealización axfisiante del pasado se denuncia también en La arma­dura (270-271), relato que, aunque publicado en 1902, según Paredes Núñez debió de ser escrito en 1899, pues su simbología aparece especificada en la conferencia de París ( 445). Este texto nos muestra al joven duque de Lanzafuerte, que se presenta a un baile de disfraces vestido con la armadura de un antepasado suyo, paladín de Carlos V, despertando con su disfraz la admiración de todos, pues recuerda las grandes victorias del pasado. El duque se convierte así en doncel y la raza hierve en su sangre, causándole nos­talgia de la edad heroica, lo que le hace proclamar con pueril orgullo que viste como su abuelo. Pero al final le pesa la armadura y le sofoca el disfraz, cuya coraza, por faltarle el hebillaje y las correas, estaba soldada a fuego. Perico Gonzalvo, uno de sus amigos, viene a ayudarlo, cuando él ya no puede respirar, y hace explícito el simbolismo: «España está como tú ... , metida en los moldes del pasado, y muriéndose, porque ni cabe en ellos ni los puede soltar ... » (273).

El torreón de la esperanza (273-276), que sale a la luz por vez primera en

80 REBECA SAL'JMARTÍN BASTIDA

Blanco y Negro, en 1898, emplea con los mismos fines el simbolismo. Un grupo de viajeros españoles descontentos se subirán al torreón de la Esperanza (el lugar desde donde Isaura esperaba a sus hermanos para librarse de Barba Azul), con el objeto de ver una representación de su país y de su destino. Al final, la hueste salvadora que aparece en el horizonte serán los mismos caudillos, estadistas, artistas y literatos a los que criticaban los viajeros y que lidiaban desde hacía años resistiendo las exigencias del descontento y del cansancio. Pardo Bazán rechaza así y de manera tajante las quimeras.

Abiertamente crítico con el abuso iconográfico del león de España se muestra un relato que la autora ambienta en tierras conflictivas, «La exan­güe» (268-270), terrible historia situada en Filipinas, cuya protagonista es una mujer a quien un tagalo desangra día a día a cambio de respetar la sangre de su hermano. Este cuento, publicado en Blanco y Negro en 1899, termina con las palabras del «pintor modernista» Blanco Espino, que iba a la «caza de asuntos simbólicos»:«- Voy a hacer un estudio de la cabeza de esa seño­ra. La rodeo de claveles rojos y amarillos, le doy un fondo de incendio ... , escri­bo debajo LaExangüey así salimos de la sempiterna matrona con el inevi­table león, que representa a España» (270).

Por el contrario, en El palacio frío (276-278), publicado en Blanco y Negro en 1898, la escritora se v1..ielve menos explícita. Este cuento es una invita­ción a que los gobernantes se acerquen al pueb~o y conozcan sus verdaderas neeesidades y deseos ( 445). El rey Basilio X,°'\.'VII, que había pedido a Dios luz y fuerza para que su nombre pasase a la historia con la aureola y el prestigio de los reyes que ejercen el·poder sumo en provecho y honor de la patria (es decir, representa la aspiración más o.ficialista), siente en su palacio mucho frío, y solamente cuando, al final, lo abre al pueblo (a medi­da que éste llena las estancias, se derrite el hielo), el edificio se calienta. Otro relato, El milagro de la diosa Durga (281-283), acaba con el revelador grito «¡Resucitemos!». Cuando el pueblo de Kapala se encuentra en plena frustración, la diosa les ordena imitar a ese pez que matan para comérse­lo, es decir, resucitar, despertar de la postración inactiva que sucede al Desastre. ·

Finalmente, un relato también significativo en esta línea, pero perte­neciente esta vez a los Cuentos sacroprofanos, de 1899, es .lviiguel )1]orge (Cuentos completos I, 383-385), donde se aprecia la evolución estética e ideológica de la autora. El texto narra el encuentro entre los dos arcángeles y comienza con una ausencia desmitificadora del título san. Jorge, personaje robusto que lleva armadura (que amenaza con cubrirse de orín), comenta a Miguel, presentado como una figura prerrafaelista en su delicadeza femenina, que le han hecho patrono de los caballeros y que el uso actual entre la gente poderosa es llevar la imagen suya en el reloj, aunque no exista quien sea

EL :NIEDIBVALISMO Y EL AÑO 98 81

digno de ser recibido en la Orden de la caballería andante, pues no hay hon­radez ni idealismo ni protección a la mujer. La respuesta del arcángel Miguel es todo un enterramiento del medievalismo ideológico y una mues­tra de cómo éste se circunsc1ibe, con la llegada del Modernismo, al campo de lo estético.

- Tú puedes ya, príncipe, descansar en tu gloria. Para ti, lo más bello del mundo: los recuerdos, las torres góticas con bizarras almenas, las fortalezas que antes rendidas abrasó el incendio, los vidrios de colores donde campea arro­gante el heráldico blasón, las ejecutorias en que narran altos hechos el fino pin- · cel del miniaturista, los viejos romances que entonaron los juglares y los tro­veros, las tumbas silenciosas donde duermen los que fueron invictos capitanes y caballeros sin miedo y sin tacha. Envaina la espada si quieres; yo no puedo. Los tiempos de la caballería pasaron ... (384-385)

Miguel, en cambio, se va a luchar contra Lucifer, que plantea batalla con armas que son «acuñadas monedas» (385), por lo que le dice a Jorge que no le acompañe, ya que no se pelea igual que antes. Pardo Bazán cree así que esos tiempos de fervor medieval son irrecuperables.

A la luz de estos textos, se puede decir que la escritora muestra una aguda intuición al contemplar el problema político desde la responsabi.li­dad personal de los españoles, sumándose así a la postura de regeneracio­nistas y críticos que se ha mostrado al comienzo del trabajo. Pardo Bazán rechaza también la hinchazón del pasado, esa idealización paralizadora del Medievo acumulada en los discursos de su siglo, y opta por una mirada rea­lista y pragmática del problema nacional.

No obstante, estos relatos32 y el controvertido texto de su conferencia (donde novedosamente consigna como las mejores épocas la España roma­na y la musulmana, mientras que el reinado de los Reyes Católicos lo con­sidera el inicio de la decadencia33) no fueron la única exposición de la noción de leyenda dorada como causa profunda del declinar de España y su reciente humillación. Antes de ir a Francia, en los meses precedentes, la autora ofreció a sus lectores españoles un tratamiento ficticio de la misma idea, ya que ella misma había criticado por aquellas fechas a los escritores reconocidos que no abordaban en artículos críticos o en la ficción el pro­blema derivado de una ingenua política interna, es decir, que no respondían

32 No hemos agotado aquí todos sus relatos sobre la guerra de Cuba. Los cuentos que escribió la autora antes del Desastre son los más beligerantes, pues la )'anquifobia y la ridiculi­zación de los americanos es continua.

33 «Furthermore, she suggested that the two greatest epochs in Spanish history had been those ofRoman Spain and Moslem Spain, ·with the period ofthe 'Reyes Católicos' sowing the seecls that would lead, by the beginning of the eighteenth century, to a nation that was 'solitaria, exhausta, famélica'» (Henn 422).

82 REBECA SA1~1'1ARTÍN BASTIDA

a los acontecimientos del año anterior. Entre enero y marzo de 1899, trece capítulos de la novela El Nifio de Guzmán fueron serializados en La Espaiia Nioderna, para ser más tarde publicados, en el verano de 1899, corno el volu­men A.'VII de sus Obras completas, p1imera parte de una novela que la autora no finalizó. En estos capítulos, Pardo Bazán desarrolló la tesis principal de la conferencia parisina yendo un paso más allá que muchos compañeros de su generación, ya que rechazará incluso la idealización del campo. Inventa para ello un protagonista, Guzmán, joven nacido en Europa del Norte y educado en Inglaterra y Alemania, con una sólida formación cultural his­panófila debida a su tutor irlandés. O'Neal siente pasión por la España de los románticos y escritores corno Irving o Frédéric Ozanarn, y además hace leer a Guzmán la obra de Fernán Caballero y textos sobre la evidencia de la nobleza de la raza en la poesía épica medieval y en el drama del Siglo de Oro34. Después de lo cual, eljoven dispondrá de una visión bastante ideali­zada del país. Pero cuando llega a España en el verano de 1897 y le pena­lizan con aranceles, comienza a darse cuenta. de la realidad. Las precon­cepciones culturales (Guzmán quería confirmar y profundizar su fe en la herencia nacional) chocan con la realidad desagradable de la España con­temporánea. Entonces el p1irno aristocrático Borrorneo le sugiere que los valores que quería encontrar y no encuentra en la burguesía sedienta de poder o en la aristocracia frívola los puede hallar en el pueblo llano: ahí es donde la gente ordinaria revela valores tradicionales corno energía, since­ridad, patriotismo, verdadera fe y estoicismo35 . En el fondo, es el deseo explícito de una vuelta atrás, hacia donde se creía todavía que se situaba el paraíso.

¡Ojalá pudiésemos volvernos a aquella hermosa Edad Media, llena de con­soladoras visiones, tiempos áureos para el pueblo que trabaja, ora, cree, espe­ra y duerme!

(El Niño de Guzmán 619)

Sin embargo, cuando se aventuran en el campo vasco, descubren que los rústicos son egoístas, están obsesionados con la política rural y son cruel­mente supersticiosos, entre otras cosas. La solución entonces no se encuen-

34 «Leían también la historia por buscar en ella la leyenda, y Suero de Quiñones en el puen­te de Órbigo, el Castellano leal, los Infantes de Lara, Guzmán el Bueno, los héroes del Romancero y del teatro ( ... ) desfilaban confundidos con relatos de proezas recientes» (El Niño de Guzmán 600).

35 La visión del campesino de Borromeo parece derivar de su lectura de Trueba, cuyos cuen­tos presentan una idealizada visión del labrador vasco. Al tiempo, hace aquí una alusión a ese pueblo intrahistórico del que hablaba Unamundo (El Niño de Guzmán 618), lo que nos hace percatarnos de todo un estado de ánimo común entre los esc.ritores de esta época.

EL NIEDIEVALISMO Y EL Al'\JO 98 83

tra siquiera en el campo. La desilusión final de Guzmán es total, lo que nos lleva a una reveladora conclusión.

In the thirteen chapters Pardo Bazán makes her claim points ·with abun­dant clarity: she exposes a past that is no longer relevant to the present and ser- · ves only to mislead, and .. she suggests a fantasized present that exists only in idea­list literature. (Henn 424)

IV

No obstante, tras esta etapa crítica de desmitificaciones y advertencias, de autocrítica y reflexión, la idealización política del Medievo volverá a hacer su aparición, tal vez en parte porque afrontar el presente y olvidar el pasado constituía un trago demasiado dificil o amargo para un buen núme­ro de españoles36

.

Si, como comenta Botrel, la literatura de cordel del 98 se configuraba como una empresa de intoxicación, alienación y consolación, años des­pués, en 1902, se imprimirán todavía historias de España con un claro valor cloroformante37. Yasí, tras la etapa de crisis, entrado el siglo X..:'Z, se vuelve a los días precedentes al Desastre, cuando Darío defiende la España de Hidalguía, Nobleza e Ideal, un momento en que los artículos de prensa, poe­mas y aleluyas «en étaient littéralement remplis, et le ton du memorandum des négociateurs du Traité de Paris avait encore des accents d'hidalgos outragés» (71).

Cabrales Arteaga, siguiendo a su maestro López Estrada, señala que tras el Desastre se dieron dos planteamientos ideológicos en el teatro: uno crí­tico, el de Valk-Inclán 38, y otro conservador, el de Mar quina y sus segui-

36 Una muestra de esa transición entre el mea culpa y la vuelta a la exaltación de los viejos valores la constituye un texto de Blasco Ibáñez de 1909, que se encuentra dentro de las Conferencias de Buenos Aires y trata sobre «La leyenda negra de España» (Blasco Ibáñez 1190-1198). Allí, si bien el autor señala que Colón dispuso de los indios como trofeo de guerra, lo que levantó la protesta de Isabel la Católica (1196), no deja de hacer todo un panegírico de esta reina, aludiendo a su preocupación por los nativos de .América y adoptando una postura defen­siva respecto del papel de su país en la historia.

37 En este artículo, comenta el autor tres relatós de la guerra, de tres pliegos caQ.a uno, publi-. cados en Madrid en 1902, explicando la atmósfera de sedación con clarificadores ejemplos. En estas historias anónimas encontramos amenazas de venganza contra los Estados Unidos (así la sangre noble e hidalga no habrá caído en vano) y el mismo uso propagandístico del pasado español.

38 En la postura de Valle-Inclán pudo influir En torno al casticismo de Unamuno, con su reflexión sobre la decadencia nacional, su desmitificación del papel histórico de Castilla (que acabó por aislar a España del mundo), y su crítica del drama áureo. A partir del autor vasco, escritores como Valle-Inclán intentarán negar la validez presente de una historia que había man­tenido a España alejada de la Modernidad, en un planteamiento opuesto al del teatro de Mar quina.

84 REBECA SA.i"JNIARTÍN BASTIDA

dores (835), quienes tras la inicial depresión quisieron ayudar al despertar del patriotismo que vive España a principios de siglo creando un teatro eva­sivo de héroes, leyendas y episodios de trascendencia en la historia oficial, es decir, idealizando aspectos del pasado nacional y enfatizando, desde pos­turas e_scapistas, el valor de Castilla.

En este teatro poético del X,"'\. no hay, por tanto, avance, sino una vuel­ta atrás ideológica: se idealiza Castilla frente al secesionismo periférico y se recuperan los ideales nacionales e impe1iales tras el Desastre. Es decii~ estos escritores retornan «a la idea de la exaltación del ser nacional frente a las desmitificadoras interpretaciones de lo hispano, en boga durante los años del cambio de siglo» (Cabrales Arteaga 831), que sustituye a la prédica en el ámbito familiar e individual del teatro realista. Beceiro Pita señala tam­bién como una característica del nuevo tratamiento teatral que muestran los mitos en esta dramaturgia los denuestos a la anarquía feudal frente a la consideración positiva que reciben los Reyes Católicos ( 448).

En poesía, un escritor de la generación que se encuentra en la con­fluencia de Realismo y Modernismo, Fernández Shaw, nos proporciona un nuevo ejemplo de esta recuperación del mito oficial. Dentro de La vida loca, de 1910, incluye ¡Ancha Castilla! (338-339), donde, a la vez que, en una línea muy noventaiochista, encomia el campo y el espíritu de sus gen­tes, recuerda también los tiempos grandes en que el título del poema era el grito de los castellanos y las hazañas del Romancero. Igualmente, en La pat?-ia grande, de 1911, tras refe1irse en la sección Castilla) madre ( 492-501) a la labor del campo, alabando el trabajo del campesino desde una pers­pectiva idealizadora y atemporal, vuelve en Post nilbila ... ( 499-501) a la evo­cación de un pasado triunfalista. Esta sección, dentro de la composición men­cionada, consta de dos partes, una de 1900 y otra de 1910, por lo cual resulta muy reveladora de ese cambio de postura al que nos referimos. En la p1imera parte, apenas ocurrido el Desastre, el poeta desalentado se diri­ge a Castilla preguntándole por qué le vence el afán y la corona mural pende deslucida: «¡Tiembla en tus manos la espada/ de Rodrigo de Vivar!» ( 499); y descubre que la razón se encuentra en la angustia y la pena por la gloria perdida. Pero en 1910, en la segunda parte, el autor es optimista: Castilla se ha recuperado y tiene nuevas esperanzas, pues sus hijos han logrado restañar la herida. El poeta continúa así con los sueños pre-98, anclado en el pasado, y retorna a esa imaginación tan decimonónica (recor­demos los poemas de la Guerra de África) en la que los pueblos miran a Castilla alegre y señora del mundo en la Tierra y en la Mar (500): Castilla vuelve así a la cumbre bajo los deseos de la Providencia. El poeta, como tantos de su generación, se deja vencer por la nostalgia cuando pide a las campanas que tañan «diciendo fazañas tales/ con una grandeza tal», la del castellano leal ( 500).

1

EL :NIEDIEVALISMO Y EL A.i°'\rO 98 85

También Rueda cantará con el nuevo espí1itu El escudo de Castilla (26--28), tierra que se convierte en el alma del país cuando, tras el 98, las regiones no son capaces de levantar el pesado escudo de la patria. La Reconquista se retoma además con todos sus tópicos en su poema El acuedilcto de Segovia (33-36), y en Covadonga (127), composición en la que, con aire rosaliano, celebrará la existencia de Asturias y Pelayo. Es decir, se impone en estos autores una vuelta ideológica a todo lo rechazado por la crítica más inme­diata al Desastre.

V

En este trabajo hemos visto cómo, después del 98, contando con una serie de antecedentes, en el campo de la historiografía, el ensayo y la literatura de ficción, una corriente desmitificadora rechaza la narración oficial de la Reconquista: durante la época de entre siglos el movimiento medievalista tenderá a circunscribirse al campo de lo estético. No obstante, el propio fenó­meno del 98 creó nuevos mitos sociales, como el del campesino, y, al comien­zo de siglo, la idealización política del Medievo volverá a hacer su apari­ción.

Por otra parte, el cambio de actitud hacia la Edad Media que se produce a raíz del Desastre se aprecia especialmente en la prensa de la época, donde escritores que componen el grupo del 98 y los regeneracionistas se replan­tean el presente, y sólo recurren al pasado con referencia a éste, por ejem­plo Maeztu o Costa. Un pasado que pese a todo sigue interesando, como lo demuestra el hecho de que las revistas ilustradas continúen abordándolo des- · pués de la derrota, aunque smja la fotografía con toda su connotación de actualidad. Pero a diferencia de lo que sucede en el resto del siglo XIX, por un momento ya no es contemplado sólo de manera idealizadora o recha­zado abruptamente, sino que en él se busca (y no tanto se justifica) la clave negativa del momento presente. No se intenta entonces huir por el recuer­do sino enfrentarse seriainente a los problemas coetáneos. No obstante, esta generación no dejará de establecer un diálogo con el pasado, y así, mientras los regeneracionistas optan por la contemplación crítica, los modernistas se refugian en un pretéiito estetizai1.te, unos siglos medios de cartón piedra, en los que al principio no encontrainos cuestiones ideológicas. En ambos casos, tras el 98 el universo medieval continuó captai1.do la aten­ción de unos y de otros, pero de una manera distinta. Durante un tiempo se acalla la relación de las grai1.des batallas de la Reconquista (aunque pron­to volverá a oírse su voz), bajo la influencia de las avasalladoras palabras de Unamuno, 1fallada o Morote y de las lúcidas ideas de creadores como Pardo Bazán.

86 REBECA SAl'\TNlARTÍN BASTIDA

ÜBRAS CITADAS

ABELLÁl"l', José Luis: Historia crítica del jmisamiento espafíol. Tomo \T (1): La crisis contempo­ránea (1875-1936). Madrid: Espasa-Calpe, 1989.

ALLEGRA, Giovanni: La vi?'ia )1 los surcos. Las ideas litermias en España del XVIII al XIX. Versión corregida y aumentada por el autor, traducción del italiano de Ignacio M. Zuleta. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1980.

ARON, Raymond: Introducción a la filosofía de la hist01ia. Buenos Aires: Editorial Losada, 1946.

BAROJA, Pío: El árbol de la ciencia. Ed. Pío Caro Baroja. 1'fadrid: Caro Raggio/ Cátedra, 1987.

BECEIRO PITA, Isabel: «Los mitos medievales y su revisión en el tránsito de los siglos xrx y x,-x: Los enlaces de las hijas del Cid». Estudios de literatura esjJañola de los siglos XIX')'

XX. Homenaje a juan J\!Iaría Taboada. :Madrid: CSIC, 1998, 444-450. Busco IBÁ.J.~EZ, Vicente: Obras completas conima nota biobibliográfica. Tomo 11~ Mad1id:

Aguilar, 1987. BOTREL,Jean-Fraw;:ois: «Nationalisme et consolation dans la littérature populaire espag­

nole des années 1898». Nationalisme el littérature en Espagne et en Amé?ique Latine au XIX!. Ed. Claude Dumas. Lille: Université de Lille, 1982, 63-98.

BUENO, María José: «Arquitectura y nacionalismo. La imagen de España a ti-avés de las Exposiciones Universales». Fragmentos 15-16 (1989): 58-70.

CABRALES ARTEAGA, José Manuel: La Edad J.Víedia en el teatro espaffol, entre 1875;1 1936. [Tesis doctoral de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, 1984].

CARRASCO URGOITI, Ma1ia Soledad: El moro de Granada en la literatura (del siglo ~w al xx). Madrid: Revista de Occidente, 1956. [Edición facsímil con estudio preliminar de Juan Martínez Ruiz. Granada: Universidad de Granada, 1989].

CAUDET, Francisco: Zola, Galdós, Clarín. El naturalismo en Francia')' Espa1ia. Madrid: Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1995.

CHANDLER, Alice: A Dream aj Order. The J.Víedieval Icleal in Nineteenth-Centu?)' English Literature, lst. Ed. Lincoln: University ofNebraska Press, 1970.

CLARÍN, Leopoldo Alas: Palique. Ed.J. Mª Martínez Cachero. Barcelona: Labor, 1973. COSTA, Joaquín: «Historia de España. Una ley de nuestro pasado, por D. J. Costa».

Boletín de la Institución Libre de Ensefianza, 165 (31 diciembre 1883): 380-381. DAKYNS, Janine R.: The J.Víiddle Ages in Fr~nch Literature. 1851-1900. Londres: Oxford

University Press, 1973. FERNÁ.J.".TDEZ SHAW, Carlos: Poesías completas. Prólogo de Melchor Femández Almagro.

Mad1id: Gredos, 1966. Gt\J.~lM,John ivL: «The 1'1yth ofMedieval Romance». J.Vfedievalism and the ivfodernist Tmnpm:

Eds. R. Howard Bloch y Stephen G. Nichols. Baltimore and London: The John Hopkins Universit-y Press, 1996, 148-166.

Gms, David Thatcher: The Theatre in Nineteenth Gentil?)' Spain. Cambridge: Cambridge University Press, 1994.

GIR.BAL, Enrique Claudia: «Un cristiano y un judío en la Edad Media». Parle Litermia ilustrada de El Correo de Ultramm~ 830 (1868): 370-371.

GLENCROSS, Michael: Reconstn¿cting Camelot. French Romanlic 1Wedievalism and the A1thwian Tradition. Camb1idge: D. S. Brewer, 1995.

1

EL l\tIEDIEVALISMO Y EL .Ai'\f O 98 87

GONZÁLEZ HERRÁi'l",José Manuel: «Idealismo, positivismo, espiritualismo en la obra de Emilia Pardo Bazán.» Pensamiento)' literatura en Espa1ia en el siglo XIX. Idealismo, posi­tivismo, espiritualismo. Coords. Y\ran Lissorgues y Gonzalo Sobejano, preparación del texto a cargo de Sylvie Baulo. Toulouse: Presses Universitaires du Mirail, 1998, 141-148.

La gráfica política del 98. CEXECI/ Junta de Extremadura, Consejería de Cultura y Patrimonio, 1998.

GUTIÉRREZ,Jesús: «La «Pasión» de Santa Juana de Castilla». Estudios Escénicos 18 (sep­tiembre 1974): 253-292.

HENN, David: «Reflections of the 'Nar of 1898 in Pardo Bazán's Fiction and Travel Chronicles». The J.V!odern Language Review 94.2 (1999): 415-425.

-«History of the Month in Caricature». The Review of Reviews (14 mayo 1898): 435. JIMÉNEZ :N1ANCHA,Juan: «El conflicto entre Estados Unidos y España en la prensa euro­

pea». «Aquella guerra nuestra con los Estados Unidos ... » Prensa)' opinión en 1898. Fundación Carlos Amberes, 1\!Iadri,d, 1~ de diciembre de 1998 a 14 de febrero de 1999. Ed. Femando Villaverde. Madrid: I+D+C/ Fundación Carlos deAmberes/ Asociación de Periodistas Europeos, 1998, 72-85.

JUARISTI,Jon: «Introducción». En torno al casticismo. De lvliguel de Unamuno. Mad1id: Biblioteca Nueva, 1996, 17-43.

JULIÁ, Santos: «El león no queiia pelea». «Aquella guerra nuestra con los Estados Unidos ... »

Prensa y opinión en 18 98. Fundación Carlos Amberes, lvíadri,d,-15 de diciembre de 1998 a 14 de febrero de 1999. Ed. Femando Villaverde. :Madrid: I+D+C/ Fundación Carlos de Amberes/ Asociación de Periodistas Europeos, 1998, 17-33.

· LITVAK, Lily: El tiempo de los trenes. El paisaje espaifol en el a?te y la literatura del realismo (1849-1918). Barcelona: Ediciones del Serbal, 1991.

MAEZTU, Ramiro de: Hacia otra Espaiia. Madrid/ :México/ Buenos Aires/ Pamplona: Rialp, 1967.

MALLADA, Lucas: «Causas físicas y naturales de la pobreza de nuestro suelo, por D. Lucas f..fallada». Boletín de la Institi¿ción Libre de Enseiianza, 118 ( 16 enero 1882) : 1-4.

- Los males de la patrí,a )' la futura revolución espa?fola. Selección, prólogo y notas de Francisco]. Flores Arroyuelo, Madiid: Alianza Editorial, 1969.

M:rRALLES Y GoNZÁLEZ, José: «La historia nacional contemporánea». Revista de 1!,spaiia cxxr (mayo-junio 1888): 521-527.

MOROTE, Luis: La lvíoral de la derrota. Introducción de Sisinio Pérez Garzón, Madrid: Biblioteca Nueva/ Cicón Ediciones, 1998.

NÚÑEZ, Diego: La mentalidad positiva enEspa?ia: desarrollo)' crisis. Madrid: Túcar, 1975. PAREDES NúÑEz,Juan: «Estudio preliminar». Cuentos completos. De Emilia Pardo Bazán.

La Coruña: Fundación «Pedro Barrie de la Maza conde de Ferrosa», 1990, t. :r, 5-49. PARDO BA7...ÁJ.'l", Emilia: El Niño de Guzmán. Obras completas. (Novelas)' cuentos). Estudio

preliminar, notas y prólogos de Federico Carlos Sáinz de Robles. Madrid: Aguilar, 1964, t. II, 579-625.

- Cuentos completos. Estudio preliminar, edición, bibliografía, notas y censo de perso­najes de Juan Paredes Núñez. La Coruña: Fundación «Pedro Barrie de la Maza conde de Ferrosa», 1990, ts. I-IV.

RE.íYMAi."'l, Hany,Jr.: The Roland Legend in Nineteenth-centu1y French Literature. Kentucky: The Kentucky University Press, 1991.

88 REBECA SAl°'\TNIARTÍN BASTIDA

RUEDA, Salvador: Poesías completas. 2ª ed. Barcelona: Casa Editorial Maucci, 1911. RULL FERi~Ái'\TDEZ, Enrique: «futroducción». En torno al casticismo. De 1'1iguel de Unamuno.

Madrid: Alianza Editorial, 1986, r-vn. -y SUÁREZ MIRAtvIÓN, Ana: «La crisis de fin de siglo». lvlovimientos literarios )1 peJiodismo

en España. Ed. Pilar Palomo. Mad1id: Síntesis, 1997, 279-348. SEOAl~E, Mª Cruz: Orat01ia )1 peJiodismo en la Espmia del siglo XIX. Madrid: Fundación Juan

March/ Castalia, 1977. - «La Guerra de 1898 en la prensa española. "Responsabilidades" de una prensa irres­

ponsable». «Aquella gLwra nuestra con los Estados Unidos ... » Prensa y opinión en 18 98. Fundación Carlos Ambms, 1Wad1id, 15 de diciembre de 1998 a 14 de febreJ·o de 1999. Ed. Fernando Villaverde. Madrid: I+D+C/ Fundación Carlos de Amberes/ Asociación de Periodistas Europeos, 1998, 56-71.

UNAMUNO, Miguel de: En torno al casticismo. Introducción de Enrique Rull. Madrid: Alianza Editorial, 1986.

SERRANO, Carlos: «Diversités régionales et régionalismes péninsulaires face a la guerre de Cuba (1895-1898) .» Nationalisme et littérature en Espagne et en Amélique Latine au XJX.e. Ed. Claude Dumas. Lille: Université de Lille, 1982, 99-120.

SILVER, Philip ·w.: Ruina y restitución: Reinte1pretación del Romanticismo enEspaiia. Madrid: Cátedra, 1996.

-'X.': «Revista política.» Revista flustrada, 29 (1881): 376. 'WATERS, Chris: «Marxism, Medievalism and Popular Culture». Hist01y and Community.

Essays in T/ict01ian JWedievalism,. Ed. Florence S. Boos. Nueva York/ Londres: Garland Publishing, Inc., 1992, 137-168.