Crisis de Estado. En torno a la lucha de clases en Guatemala (1944-1963)

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Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” Posgrado en sociología Crisis de Estado. En torno a la lucha de clases en Guatemala (1944-1963) Tesis para optar por el grado de Maestro en sociología Presenta Rodrigo José Véliz Estrada Asesor de tesis Dr. Carlos Figueroa Ibarra Puebla, Puebla, Diciembre del 2012

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Benemérita Universidad Autónoma de PueblaInstituto de Ciencias Sociales y Humanidades

“Alfonso Vélez Pliego”

Posgrado en sociología

Crisis de Estado. En torno a la lucha de clases en Guatemala (1944-1963)

Tesis para optar por el grado de Maestro en sociología

PresentaRodrigo José Véliz Estrada

Asesor de tesisDr. Carlos Figueroa Ibarra

Puebla, Puebla, Diciembre del 2012

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades“Alfonso Vélez Pliego”

Posgrado en sociología

Crisis de Estado. En torno a la lucha de clases en Guatemala (1944-1963)

Tesis para optar por el grado de Maestro en sociología

PresentaRodrigo José Véliz Estrada

Asesor de tesisDr. Carlos Figueroa Ibarra

Diciembre del 2012 Puebla, Puebla

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Tengo un país atravesado,justo allí donde me fluye la sangre.

Rebeca Vargas

Es amargo ser desconocido y morir en la oscuridad.Iluminar esa oscuridad es el honor de la investigación histórica.

Max Horkheimer

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Índice de contenido

Introducción...........................................................................................................................................5

Primera parte - La centralidad del carácter agrario y el proyecto octubrista ........................................10

Capítulo I - Los espacios en crisis...................................................................................................11

Los dilemas y límites del proyecto octubrista............................................................................19

Capítulo II - El intento hegemónico revolucionario .......................................................................29

Aglutinación de las fuerzas urbanas y gubernamentales............................................................29

La movilización subalterna rural................................................................................................34

Junio de 1954.............................................................................................................................47

Segunda parte - La salida autoritaria a la crisis oligárquica ................................................................52

Capítulo III - La formación del poder contrarrevolucionario y el patrón finquero..........................53

Las antinomias de 1954.............................................................................................................53

La forma del poder central y citadino........................................................................................59

La formación completa del poder y el patrón finquero..............................................................63

Capítulo IV - Una coyuntura maldita..............................................................................................70

Los efectos en los territorios cafetaleros....................................................................................72

Las tensiones en la ciudad..........................................................................................................77

Crisis fiscal y polarización.........................................................................................................84

La posibilidad de las armas........................................................................................................88

Capítulo V - El golpe militar y sus condicionantes.........................................................................92

De diciembre de 1961 a marzo de 1963.....................................................................................92

Los condicionantes de la dictadura .........................................................................................108

Conclusión (o el carácter de la dictadura)..........................................................................................120

Bibliografía........................................................................................................................................129

4

Introducción

Este trabajo busca hacer un aporte al estudio de los orígenes históricos de la crisis actual del

Estado de Guatemala. El presente momento en el país está caracterizado por una

reconfiguración y diversificación en la manera como el territorio guatemalteco se articula con

los capitales y mercados regionales. Una de las consecuencias de esta reorganización ha sido

el resurgimiento de movilizaciones de grupos y clases subalternas, afectadas por estas

modificaciones, que han encontrado, como en otros años de nuestra historia, la represión y la

violencia como única respuesta.

A su vez, esto se ha visto acompañado de pugnas y tensiones entre los relativamente pocos

grupos que tienen acceso a lo interno de la esfera estatal, por los intereses que están

poniéndose en tensión entre sí con la mencionada reconfiguración, pero que pese a ello

siguen manteniendo un suelo común de cierre democrático al resto de clases que siguen

marginadas de las decisiones nacionales y que empujan, con sus sectores más organizados,

por romper este techo limitado de derechos.

A nuestro modo de entender el proceso actual, el carácter de esta crisis, la forma que toma,

es resultado histórico de una profunda crisis de hegemonía que el país ha ido arrastrando por

ya varias décadas. La crisis hegemónica se ha caracterizado por la incapacidad de los grupos

en el poder de permitir un amplio consenso social, amparados en el uso abusivo de la fuerza,

ante el amplio descontento que ha provocado la manera como se ha organizado el trabajo y

las relaciones de poder en el país.

El estudio de los orígenes de esta crisis resulta central para entender con mayor profundidad

las problemáticas que atraviesan la situación actual. Lo que a su vez permite plantear

soluciones más abarcadoras a éstas en el vivo terreno de la política.

**

El problema de ubicar un punto de origen para la actual crisis tiene necesariamente que

tener una solución arbitraria, en el sentido de plantearse a partir de lo que el investigador

considera como un momento que desata efectivamente fuerzas sociales que pujan por cambiar

el carácter y el escenario en donde lo político se lleva a cabo. Si bien es cierto que tanto las

guerras de la Federación y la revolución liberal, ambas en el siglo XIX, como los

5

movimientos citadinos a través de la década de los veinte del siglo pasado expresan fuertes

descontentos que buscan alterar el orden imperante, el movimiento revolucionario de 1944

presenta aspectos únicos en el problema.

Su importancia no reside solamente en la misma insurrección urbana cocinada de junio a

octubre de ese año, y el ingreso de los sectores medios al aparato estatal destartalado tras la

caída de la dictadura en turno. Este proceso es importante además porque permitió, al

replantear la manera como el Estado se relacionaría con el resto de sectores y clases, el

surgimiento de subjetividades políticas, expresadas organizadamente, en los principales

sostenes productivos y de infraestructura de la sociedad oligárquica. Los principales grupos y

clases en el proceso del país, y no sólo los hasta ese momento dominantes, se organizaron y

movilizaron en lucha por sus intereses.

Tal fue su fuerza que tan sólo diez años después casi el total de la sociedad se encontraba

polarizada en torno a dos proyectos políticos diametralmente opuestos. La extensa agitación

que propició tuvo en el campo, que aglutinó la mayor movilización, un cierre político que se

prolongó desde 1954 con la intervención norteamericana y el desbaratamiento de la base

agraria hasta 1957 con las agudas medidas de control necesarias de parte de las clases

productoras para mantener niveles aceptables de ganancias luego de una nueva crisis

cafetalera. En la ciudad, por su parte y de manera distinta, el cierre político fue parcial para

1954 y se mostró de manera contundente, mientras arreciaba la movilización, con el golpe

militar de marzo de 1963.

El trabajo se divide en dos partes, casualmente divididas en diez años de recorrido cada una.

La primera cubre el espacio de la conocida Revolución de octubre, y por el amplio material

bibliográfico con que se cuenta nos permite tener una noción más acabada de la complejidad

del proceso, para poder plantear de esta manera problemas que hasta ahora habían quedado

fuera de discusión o que se muestran con un transparente sesgo ideológico. Central en nuestro

argumento es señalar las presiones y limitaciones que ejerció el carácter agroexportador de la

organización de la producción al Estado octubrista, y cómo la presión de la organización

subalterna rural, sentida desde un inicio con las negativas de comunidades enteras a continuar

con el trabajo forzado y a través de los partidos políticos más vinculados a las bases, jugó un

6

papel fundamental en preparar las condiciones para la reforma agraria y la polarización que le

siguió.

La segunda parte del trabajo carece de la posibilidad de semejante profundidad. Si bien el

análisis del poder contrarrevolucionario presentado en el capítulo tres es vital para

comprender el carácter del Estado guatemalteco tras la intervención, los últimos capítulos

toman una forma más de relato. Esto se debe al poco material con que se cuenta y el interés,

en esas condiciones, de articular simplemente el material disperso y presentarlo con cierto

orden. Se buscó que el análisis no perdiera de vista el papel que jugó la crisis cafetalera en

acelerar una polarización que parecía comenzar a cerrarse con las políticas de borrón y

cuenta nueva del Ydigorismo y la moderación temporal del partido comunista.

Por último, el carácter de la interpretación nos permitió sacar algunas valiosas conclusiones

sobre la forma que iría a tomando dentro de este proceso el Estado, entendido desde su crisis

y subordinación soberana, y cómo ayudaría a explicar el consecuente terrorismo que lo ha

caracterizado (cf. Figueroa Ibarra, 1991).

**

Parte de este terreno de intereses, el presente texto tiene por objeto analítico entender la

forma que toma el despliegue político de la crisis del Estado oligárquico guatemalteco en los

años en cuestión.

Esto quiere decir que no sólo nos interesa el cómo es que se desarrolla la crisis política en

esos casi veinte años. Sino que nos interesa de manera capital el por qué toma determinadas

tendencias su desarrollo histórico. Esto nos remite al estudio del carácter de la formación

social donde las luchas se desarrollan, así como las presiones y limitaciones que ésta va

planteando mientras las relaciones de fuerza se van modificando.

En este punto, el de la metodología que permite una interpretación y ordenamiento del

material histórico, nos gustaría explicitar algunos aspectos. Con el afán de contribuir a dar

continuidad a otros estudios que han hecho del centro de su análisis a la crisis del Estado

oligárquico, hemos partido de algunas concepciones básicas en las interpretaciones de dos

autores que tratan a profundidad el problema que nosotros acabamos de retratar. Los

argumentos de Torres-Rivas (1973; 1982) y Tischler (2001), pese a sus diferencias en ciertos

7

aspectos, comparten algunos criterios metodológicos que son en nuestra postura centrales. Lo

haremos brevemente ya que no es nuestra intención hacer un tedio de esta breve introducción.

Básicamente nos referimos a la idea que para las fechas que estamos manejando el

capitalismo no puede entenderse circunscrito a un nivel nacional, o como un proceso que

ocurre externo a nuestros países. El proceso capitalista, al contrario, se ha urdido en la

relación interna con nuestros territorios, por lo que entender la manera particular en que se

engarzaron las modalidades históricas de capital y las consecuentes dinámicas que

propiciaron en el país son centrales. Como diría Marini (1972) es imposible conocer el

desarrollo de nuestras sociedades sin tener claro el proceso capitalista que lo subordinó y le

imprimió dinámicas que los grupos internos sólo estuvieron en la capacidad de reaccionar, sin

que esto implique perder de vista el análisis de las relaciones internas de fuerza.

Esta subordinación tenía también la característica de sostenerse sobre relaciones sociales

que fueron configurando de manera antagónica a las principales clases y grupos sociales que

en ese proceso surgieron. De allí que consideremos al tratar la problemática de la crisis del

Estado oligárquico la noción de lucha de clases. Este concepto no se refiere solamente al

punto más álgido de las luchas sociales, sino a esas relaciones fundamentales que dinamizan

buena parte de la sociedad, y que, como se verá, están basadas en intereses opuestos,

antagónicos, entre las clases que forman parte de ellas.

La incapacidad de resolver las tensiones políticas que este proceso generó es lo que

caracteriza los casi veinte años cubiertos, y lo que nos permite hablar de una crisis prolongada

de Estado.

Que sirva el trabajo como un primer intento en interpretar los años considerados desde la

centralidad de la crisis del Estado, con el fin de colaborar a la reconstrucción, en esta vía, de

las siguientes décadas y la manera como los problemas que consideramos centrales en este

espacio se acarrean hasta la actualidad.

**

Este trabajo me hubiera sido imposible de realizar sin apoyos de diferente tipo. Tanto el

Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) como el Instituto de Ciencias

Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (sus profesores,

8

estudiantes y personal administrativo) fueron centrales en permitirme una dedicación

completa, con suficientes recursos a la mano, para realizar este trabajo de investigación.

Un entero agradecimiento a Ricardo Sáenz de Tejada, Omar Lucas, Octavio Moreno, y

Ricardo Macip por leer partes del presente texto y aportar valiosos comentarios. También a

Sergio Tischler, Giuseppe Lo Brutto, y Manolo Vela por dedicarle tiempo, del poco que

queda ante esta ola de burocratización de la academia, a leer a detalle este documento. Y un

especial agradecimiento a Carlos Figueroa Ibarra por el constante y serio apoyo de diferentes

maneras a lo largo de los dos años en que este texto se cocinó.

Por otra parte, fue sinceramente grato contar con un espacio como el que me proveyeron los

compañeros de H.I.J.O.S. México, para salir un poco de tanta elucubración y respirar

profundo dentro de un lugar que tiene a las luchas históricas y actuales como eje de su

movimiento. También a Edith González, Sergio Pérez, Beatriz Godinez, David Ortega y

Erick Meyer por la compañía y amistad brindada en los tan difíciles meses de concepción y

redacción. Para finalizar, un cariñoso agradecimiento, y tal vez una tímida dedicación, a

Jennifer Wörz por el incondicional apoyo durante nuestro tiempo en México.

9

Primera parte - La centralidad del carácter agrario y el proyecto octubrista

10

Capítulo I - Los espacios en crisis

Para entender a cabalidad el despliegue que tuvo la crisis oligárquica a partir de junio de

1944, resulta inevitable analizar qué es lo que entra en crisis. Para esto es necesario remitirse

a la constitución histórica del liberalismo oligárquico guatemalteco. Ya que el tema es hasta

ahora el más cubierto por la historiografía sobre el país1, nos gustaría solamente resaltar la

manera como se fueron articulando las relaciones entre clases y grupos a partir de las

vinculaciones históricas con el resto del mundo capitalista. Y con esto claro, entender las

mediaciones políticas que se establecieron para atenuar las tensiones que brotaban de esta

forma de organización. Siguiendo la sugerencia de Gramsci, haremos lo posible por ser

sintéticos, pero exactos.

La idea de que Latinoamérica se ha constituido en relación con el desarrollo del capitalismo

mundial no es nada nueva. Desde la década de los cuarenta del pasado siglo varios

historiadores que centraban su análisis en los lazos coloniales lo recalcaron (cf. Bagú, 1994;

Williams, 2011). Y unos años atrás, pero con menos repercusiones en su momento, el talento

de Mariátegui (1979) lo había resaltado en su clásico estudio sobre la realidad peruana.

Implícitamente, todos ellos manejan como supuesto una noción del capitalismo como

totalidad concreta. Esto es, un entendimiento de las “historias nacionales” o las “regionales”

no en sí mismas, de manera asilada y desde un punto de vista autosuficiente. Al contrario,

estas historias solamente tienen sentido acabado a partir del entramado de relaciones sociales

que se han ido urdiendo dentro y en su relación con la totalidad capitalista, y, así, el carácter

que a partir de esto va tomando el proceso histórico que las aglutina.2 Sin perder de vista la

especificidad de cada uno de los espacios sociales, es necesario siempre remitirlos al proceso

más amplio que los define de manera más acabada (cf. Voloshinov, 1992).

1A nuestro parecer, los textos que ofrecen una mejor descripción y análisis de lo que fue el liberalismo oligárquico son los de Castellanos Cambranes (1996), McCreery (1976; 1983), Taracena (2004), Tischler (2001), y el clásico trabajo de Torres-Rivas (1973). 2Por otro lado, la noción de totalidad es incluso compartida no sólo por marxistas, como lo muestra el siguiente comentario del clásico texto de Cardoso y Faletto (2003: 23): «El subdesarrollo se produjo históricamente cuando la expansión del capital comercial y luego el industrial vinculó a un mismo mercado económico que, además de presentar grados diversos de diferenciación del sistema productivo, pasaron a ocupar posiciones distintas en la estructura del sistema capitalista». El tema de la totalidad es, en pocas palabras, una realidad histórica ineludible.

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Si bien en varios momentos de nuestra historia la articulación que estableció América

Latina con los capitales de los países del norte político tuvo múltiples paralelos, el proceso

que tomó dentro de las fronteras territoriales de cada país tuvo, como es obvio, un carácter

muy propio. Para la Guatemala de la década de los cuarenta del siglo pasado, la forma de

ordenamiento social en el territorio había pasado a ser definido por las relaciones que se

habían establecido, a lo largo de los últimos 70 años, con capitales alemanes y, después,

norteamericanos, así como por las maniobras políticas internas que las permitieron.

Las reconfiguraciones en la Europa Imperial de fines del siglo XIX habían propiciado una

primer embestida del capital alemán al país (cf. Mommsen, 1987). Por esos años la economía

guatemalteca estaba en la disyuntiva de la crisis de su principal producto de exportación a

Inglaterra, la grana, y el prometedor cultivo del café. La revolución liberal disolvió la

disyuntiva, y un nuevo Estado más agresivo buscó solventar los requerimientos del café en la

medida de sus posibilidades.

Donde su fuerza le posibilitó un margen más amplio de maniobra fue con respecto a los

grupos internos, por lo que su énfasis fue en la reorganización de la propiedad agraria. Esto le

permitió establecer grandes haciendas en las mejores zonas para el cultivo, al mismo tiempo

que se despojaba de la tierra a la Iglesia y, en unos parcial y en otros totalmente, a

campesinos, indígenas y en menor medida mestizos. De esta manera se ejercía una presión

para la subsistencia de las pequeñas unidades campesinas, cuyas familias se veían empujadas

a migrar temporalmente a las grandes fincas cafetaleras para complementar su subsistencia.

El Estado era central también en el aprovisionamiento, y a lo largo de décadas se encargó de

proveer, por diferentes mecanismos, mano de obra semi-gratuita a la producción de café. Al

mismo tiempo, existían mecanismos de endeudamiento que amarraban a los jornaleros hasta

volverlos mozos-colonos residentes en las grandes fincas, dando su fuerza de trabajo a la

jornada cafetalera y una renta a cambio de vivir y sembrar en la propiedad del finquero (Cf.

McCreery, 1983). Con esto, una parte de las relaciones de trabajo pasaban a ser de carácter

servil, lo que hizo siempre sugerir la idea de una especie de feudalismo. Para tener una idea

de la importancia del colonato, Grandin (2007: 37) calcula que para la región de Alta

Verapaz, al norte del país, central en la producción alemana de café, en 1921 casi el 40% de

la población total del departamento vivía en esa condición .

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Las relaciones serviles que se establecían a lo interno de la finca tenían como fundamento

un código señorial de vida que identificaba a los diferentes grupos y clases sociales a una

posición según una jerarquía de valores. Códigos que no restringían su eficacia al espacio

finquero, sino que irradiaban en el resto de espacios sociales (cf. Tischler, 2001).

El sistema de financiamiento y comercio era vital para la producción y exportación del

nuevo cultivo, y el Estado liberal intentó arrancar de la usura eclesiástica y oligárquica la

capacidad de financiación. El fracaso en su intento pronunció en un principio el papel del

capital comercial y financiero alemán en el ciclo productivo. Esto generó de hecho una mayor

disponibilidad de crédito, pero para los productores nacionales -no en la misma medida que

para los alemanes- significó la hipoteca de sus fincas o de sus producciones futuras. El

control de aparato comercial y financiero, simplemente, estaba fuera de su control.3

Esta dependencia se veía pronunciada por los problemas de lo que se conoce como

intercambio desigual, en donde las oscilantes ganancias adquiridas por la venta del café en el

mercado internacional se veían reducidas por la importación de productos manufacturados y

suntuarios a un precio inflado debido a la capacidad monopólica de las casas comerciales.

La manera como los latifundistas compensaban estas pérdidas, y con lo que se hacía

rentable su negocio, era precisamente con el férreo control de lo único que quedaba a su

mano, la fuerza de trabajo. Y es por eso que los salarios, donde los había, se mantenían

deprimidos, el colonato generalizado, y el Estado debía jugar un papel fundamental en

proveer mano de obra.

El transporte y los espacios de carga marítima también resultaban centrales, y de la misma

manera los gobiernos liberales buscaron responder a este problema, pero con el mismo

fracaso como resultado. Éste se vio claramente a inicios del siglo XX con la llegada de los

primeros capitales estadounidenses a la región (Bulmer-Thomas, 1988: 5). La orientación de

esta inversión difería de la inglesa y la alemana, ya que se concentraba en la agricultura,

minería y servicios públicos (Marini, 1973: 22-3). Fueron en la primera rama, con el banano,

y en la tercera, con los ferrocarriles, puertos, y producción y distribución de energía eléctrica,

donde se asentaron estos capitales en el país. Su establecimiento como enclaves, funcionales

entre sí, alejaban al Estado de cualquier posibilidad de control sobre las inversiones, no

3 El tema está cubierto de manera satisfactoria por Torres-Rivas (1973: 177 y ss.).

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digamos de la posibilidad de distribuir el excedente producido. Empleaba, eso sí, a miles de

obreros agrícolas y a unos pocos técnicos y capataces, que percibían un salario un tanto

mayor al que se podía obtener en una finca cafetalera, fuera nacional o alemana.

Como resultado de los varios monopolios extra-nacionales, se establecían precios

arbitrarios para el transporte y desembarque del café, ayudando a pronunciar el ciclo de

dependencia descrito atrás.

Para 1913 ambos productos se convertían en el 90.5% de las exportaciones del país, y tras

siete años continuaban en el 89.5% (Bulmer-Thomas, 1988: 8). Cabe resaltar que conforme se

acercaba la participación de Estados Unidos en la II Guerra Mundial, como había ocurrido

con la primera, las exportaciones y las importaciones pasaron a ser cada vez menos con

Alemania, principal socio comercial a inicios de siglo, y más con el nuevo imperio. Para

inicios de la década de los cuarenta, con porcentajes muy similares, se producían 109

millones y medio de libras de café para exportación4 y el enclave despachaba casi 2 millones

y medio de quintales de banano.5

Y por último, la dinámica del proceso oligárquico dependiente, como gustó de llamarlo

Agustín Cueva, ejercía presiones para la formación de un centro urbano principal, que

aglutinaría por tradición al gobierno central, con su burocracia pública así como a la privada,

y sería la sede de los centros de distribución, finanzas y marketing (Quijano, 1975; Smith,

1984; Torres-Rivas, 1973; Bulmer-Thomas, 1988). Lo urbano se constituyó cada vez más en

la única región en el país donde las maneras asalariadas de vida predominaban de manera más

acabada aunque no completa, mientras se establecía una producción artesanal e industrial

liviana, clave para abastecer el mercado de las clases populares y segmentos de los sectores

medios. Y aunque mínima, en la ciudad se aglutinaban algunos monopolios industriales que

se comportaban, sorprendentemente, bajo el mismo patrón de empleo que se podía observar

en el agro cafetalero.6

4 Si para 1913 el país exportaba el 53% de sus productos a Alemania, para 1939 era el 11% y para el siguiente año había cesado por completo. Y de importar en 1939 el 27% de productos de Alemania, para el siguiente año era también nulo, mientras en el mismo tiempo la importación de productos norteamericanos había pasado de 54.5% a 73% (Bulmer-Thomas, 1988: 9, 92). 5El banano manejó estos números hasta 1942, cuando Estados Unidos entró a la II Guerra Mundial y los productos tropicales pasaron a estar lejos de las prioridades comerciales, cayendo dramáticamente su producción. 6En una entrevista con un hijo de un obrero que laboró en la fábrica cervecera en la década de los cuarenta, Levenson relata: «Todos decían que la fábrica era una finca porque se asentaba en un enorme terreno en que

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Así, para inicios de la década que nos ocupa, la dinámica que había establecido la particular

manera de vinculación con el capitalismo mundial nos presentaba un panorama más o menos

así:

Un territorio caracterizado por su fragmentación, ya que la dinámica del capital en él

solamente activaba las regiones que eran parte del ciclo productivo del café y del banano. En

estas regiones, caracterizadas por su relativo aislamiento, predominaban las relaciones

serviles y patrimoniales.

El poder gamonal, o finquero como se conoció en Guatemala, tuvo las mismas

características que en otros países donde existió una amplia mano de obra indígena

(Mariátegui, 1979). Dentro de las fincas, más que reglas impersonales amparadas por un

Estado centralizado, lo que se tiene es el imperio de la fuerza y de las relaciones

personalizadas donde el horizonte del mundo termina muchas veces o en la misma finca o en

el camino de la finca a la comunidad de procedencia. La mencionada región de Alta Verapaz

resaltaba en este aspecto; lo hacía también la región sur-occidental de San Marcos, que se

abastecía tanto de mano de obra mam procedente de las cercanas tierras altas del mismo

departamento, como del colonato, del trabajo de pequeños campesinos cercanos, y hasta de

asalariados; también en el área del altiplano central, donde las comunidades indígenas del

occidente concurrían casi ceremoniosamente cada temporada; y a la zona de la boca costa del

Pacífico y del área caribeña del país, donde la United Fruit Company (UFCo, de acá en

adelante) establecía sus enclaves y no se escapaba de un patrón un tanto gamonal de vida.7

Estas pocas regiones estaban unidas por estrechas carreteras y mínimas líneas de ferrocarril

que culminaban su trazo ya sea en la capital, el puerto caribeño -Puerto Barrios, en Izabal- o

con el del Pacífico -Escuintla-. Trazos que eran funcionales a las exigencias de las dinámicas

de las relaciones con los capitales exportadores, comerciales y financieros. El resto del país

estaba constituido por territorios más o menos aislados y con una generalizada atrofia

alojaba a sus obreros, les proporcionaba parcelas y había construido una iglesia [...] Era común cultivar maíz y otros vegetales, recolectar hierbas silvestres y pastorear ganado en la ciudad» (Levenson, 2007: 47).7Sorprendido por lo que veía, un prominente líder revolucionario en la siguiente década y alto funcionario de los dos gobiernos octubristas, afirmaba que la «compañía se comportaba como si tuviera la libertad de dirigir sus negocios con absoluta autonomía, ya que su contrato con el gobierno antecedía la Constitución [de 1945]». Además, Forster (2001: 127) menciona los casos donde los obreros también recibían sus parcelas para cultivar y los conflictos se resolvían a partir de normativas de fuerza personalizadas. Ambos casos nos hablan de la autonomía del enclave, magnificado por su inserción en territorios con potencialidad gamonal.

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productiva fruto de los escasos recursos a la mano. Habiendo incluso en esos años todavía

territorios, como el Petén, donde la clásica y única novela de José Eustacio Rivera podía ser

recreada con gran facilidad.

El aislamiento entre territorios era además pronunciado por el factor de compensación en la

pérdida de la tasa de ganancia descrito páginas atrás, lo que generaba una escasa

mercantilización de la sociedad.8 Los mercados existentes se reducían a lo local, y los

pequeños centros urbanos se nutrían de los productores aledaños. Esto provocaba la carencia

de este vital factor de unificación territorial, el mercado, en donde las regiones se enlazan

estrechamente a través del intercambio de mercancías. En pocas palabras, la producción servil

del trabajo no permitía la creación de un mercado interno, y sus mismas dinámicas tendían a

inhibirlo aún más.

En estas condiciones, el Estado venía a jugar un papel muy propio. Sus funciones fueron

siempre reducidas y significativamente orientadas al dinamismo de la agricultura de

exportación. Su capacidad y fuerza eran limitados en muchos aspectos, y se reducía a las

relaciones de fuerza internas; fuera de ellas, se encontraba sumamente subordinado a las

presiones más amplias que lo definían. Su poca fuerza en materia de regulación y distribución

evitó que la ganancia final del latifundista, ya pingüe por su subordinación en el plano

mundial, fuera distribuida hacia otros grupos o actividades y terminara concentrándose, así,

en unas pocas manos.

Su principal papel en el proceso parece eran las funciones de control social.

En el campo, su papel era el ya mencionado de compulsión extra-económica, pero además

se encargaba de ser el soporte central del poder gamonal. Y la represión, intermitente y

desmedida, fue continua con la llegada al poder gubernamental de varias prolongadas

dictaduras. La posibilidad, siquiera, de una incorporación vertical como base social de la

dictadura fue prácticamente nula; políticamente era innecesaria.

Pero la falta de centralización del monopolio de la violencia, propia por la permanencia del

poder gamonal, producía también tensiones entre el Estado y el poder gamonal, como se

8Si bien no es central en el argumento por ahora, hay que resaltar que con esto se estableció a la vez una especie de jerarquía de mercados: los pequeños mercados de consumo popular y campesino ubicados de manera dispersa a lo largo del territorio, incluida la producción artesanal en la capital; y por otro lado el mercado suntuario de la importación de productos destinados al consumo de una reducida demanda, la de la élite oligárquica y algunos segmentos de los sectores medios. El tema es tratado para Latinoamérica por Marini (1972).

16

vieron con la dictadura de Ubico (1931-44) y su intento de tener más control en lo gamonal

con la institución de los intendentes en vez de alcaldes municipales electos. En todo caso, las

divergencias nunca llegaron a cuestionar un suelo común a mantener.

El papel del Estado en la ciudad, por su lado, era más complejo, ya que las relaciones

asalariadas de vida, al contrario de las serviles, establecen la necesidad de cierto tipo de

control más sofisticado e impersonal que la mera compulsión a la violencia directa. Mientras

en la ciudad iban creciendo sectores medios que cabían cada vez menos en los intentos de

mediación paternalista propios de las dictaduras liberales, también deteriorados en los

sectores artesanales, obreros y en general populares, la crisis de autoridad se fue haciendo

más visible.

Con esto planteado, podemos comenzar nuestro argumento. Lo usual ha sido centrarse en la

crisis urbana y su desarrollo en los siguientes diez años, entendiéndola como núcleo de la

crisis oligárquica. El exponente teórico de esta tradición política tal vez sea Tischler (2001).9

En su estudio sobre el Estado oligárquico enfatiza la manera como las mediaciones

paternalistas de las dictaduras liberales en la ciudad fueron deteriorándose hasta llegar un

punto en que los sectores medios pasaron a organizarse de manera autónoma y ajena al

mando de las dirigencias tradicionales. Esto dio paso al levantamiento del 20 de octubre de

1944, que botó la última dictadura liberal y pasó llevándose con ello al Estado en su conjunto.

Ahora, cuando el autor pasa a ver la posible existencia de una paralela crisis rural, desecha

rápidamente la idea por dos razones. Primero, por tomar como supuesto su explicación

teórica acerca de la interiorización del imaginario señorial jerárquico por parte de las

comunidades indígenas del altiplano. Y segundo, porque en «ese lado oscuro» durante esos

años «no hay evidencia de una suerte de “crisis interna” de la servidumbre provocada por una

supuesta falta de funcionalidad económica» (Tischler, 2001: 56-59).

Pudo ser la fecha de investigación y publicación del texto lo que obligó a reducir el

complejo y heterogéneo mundo rural a las comunidades indígenas del altiplano occidental.

Ahora se cuenta con más información acerca de la heterogeneidad de las clases subalternas en

9Incluso los más claros dirigentes políticos de la década de los setenta y ochenta, como Mario Payeras, plantearon la centralidad de la movilización de los sectores medios como fundamental en sí misma para la crisis oligárquica (cf. Payeras, 2007). Esto nos habla de la permanencia de una tradición política que encuentra en el movimiento del 44 su raíz de inspiración política.

17

el campo10, por lo que podemos replantear algunos aspectos de la crisis oligárquica y su

despliegue.

Las historias regionales parecen mostrar que una vez conocida la caída de la dictadura, en

las áreas de trabajadores ligadas a la agroexportación pasaron a proliferar organizaciones

espontáneas de trabajadores. Tanto así que para la primera cosecha de café llegada la

revolución, y luego para la de 1947 -desarrolladas más adelante-, amenazaba su producción al

negarse a trabajar. Dada la dinámica propia del proceso oligárquico dependiente

guatemalteco, esto sí ponía en jaque a la sociedad oligárquica en su conjunto, incluido al

novísimo Estado revolucionario. Y no es restar valor al proceso político iniciado en la ciudad

en el 44, sino darle un significado más amplio y tratar de precisar los límites que este proceso

encontraría en su camino al intentar construir un Estado distinto, sobre todo al llegar al

convulsivo agro. La crisis en el agro venía desde la década de los veinte11 y fue cerrada con la

dictadura de Ubico, iniciada en el 31, luego de la sofocante crisis del 29, contemporánea a la

lucha sandinista (cf. Torres-Rivas, 1987) y cercana a la insurrección campesina de El

Salvador en el 32 (cf. Dalton, 2007).12

Por esto, y no por la existencia de una intersubjetividad señorial aceptada, es que antes del

44 no se encuentra una expresión política visible que sobrepasara lo local. Pero eso no excluía

el generalizado descontento que caracterizó las regiones de San Marcos, Izabal y Escuintla,

por esos años (cf. Forster, 2001). La movilización en el agro era una sorpresa sólo para los

que se veían fincados en la esfera citadina. Llevaba años cocinándose, podríamos decir, a

fuego lento. Y para el 44 estaba más que lista.

Por otro lado, que el Estado central haya caído no implica necesariamente que todas las

relaciones de poder en el agro, caracterizado como hemos resaltado por su relativa autonomía

y mecanismos propios de violencia, se hayan disuelto. Estos continuaban, pero ahora con la

10En este sentido, los estudios de Gutiérrez (2011) y otros en esa compilación, el de Foster (2001) sobre San Marcos y el Pacífico en Escuintla, Grandin (2007) sobre Alta Verapaz, Batres (1995) sobre Izabal, todas centrales en nuestro análisis por su papel fundamental en la dinámica oligárquica dependiente, y Handy (1994) sobre la totalidad del agro, nos resultan centrales para plantear los argumentos que continúan. 11Tanto Grandin (2007: 43-48) para el área de Alta Verapaz, como Forster (2001: 49-58) para San Marcos, mencionan las movilizaciones que caracterizaron la década de los veinte en los territorios referidos. Ellas, sin embargo, encontraron un estruendoso freno a partir de 1931, y para 1934 no se encontraba rasgo visible de ellas. 12Sobre las movilizaciones de la década de los veinte provenientes de la ciudad puede revisarse, sobre los primeros comunistas en Guatemala, el trabajo de Ruano (2007), y sobre los grupos anarquistas, el pionero trabajo de Taracena (1988).

18

ausencia del contrapeso que ejercía la dictadura central. Y esto era precisamente lo que

posibilitaba ahora la organización campesina.13

En todo caso, planteamos y esperamos explicar que la crisis urbana y los caminos que fue

tomando con los gobiernos revolucionarios sólo pueden ser entendidos a cabalidad si se

toman en cuenta las presiones que ejerció la lucha del agro en su desenvolvimiento. Esto con

el fin de entender de manera más abarcadora qué fue lo que realmente entró en crisis en esos

años, es decir, el carácter de la crisis, y con esto tener más claro su desarrollo posterior.

Los dilemas y límites del proyecto octubrista

El levantamiento del 44 y su dirigencia

Acerca de las movilizaciones que comenzaron a darse en la ciudad a partir de junio de 1944

se ha escrito mucho, y a nuestro entender de manera muy satisfactoria.14 Para los efectos de

nuestro argumento basta resaltar lo que algunos autores han destacado oportunamente.

Payeras (2006: 186-193) es muy claro en enfatizar la separación temporal que hubo entre las

movilizaciones civiles que comenzaron en junio y la tardía conspiración militar. La primera

logró la renuncia de Ubico, pero no logró su total objetivo, ya que Ponce fue una secuela de

Ubico y se asentó en el aparato estatal, tambaleante, que había heredado.15 Para el 17 de

octubre, las elecciones planeadas eran cada vez más lejanas, mientras los líderes del

movimiento estudiantil y magisterial se asilaban o se escondían de la represión. Pero el

ímpetu fue salvado por la conspiración de elementos militares y, en menor medida, civiles,

que para la noche del 19 de ese mes se levantaron en armas.

Fue hasta ese momento tardío que hubo una unión entre conspiración y movilización

civil/popular. El 20 de octubre entre dos y tres mil estudiantes, obreros y artesanos eran

armados para luchar contra los últimos reductos de la dictadura. Para la tarde todo había

acabado y Ponce huía del país. Trotsky (2008: 740-744) plantea en su diatriba sobre el arte de

13Y es que las luchas producto de las crisis pueden o no tener como estímulo una crisis económica. Las crisis no ocurren por causas mecánicas, sino que sólo cuando atraviesan a las clases subalternas y estas tienen la disposición a, y las relaciones de fuerza propicias para, organizarse. 14Pueden consultarse al respecto los textos de Gleijeses (2008), Flores (1994), Villagrán Kramer (2009), Álvarado (1974), Solórzano (1974), Tischler (2001) y Bauer Páiz (1974).15Hall (1988) hace claro que una crisis de la autoridad no necesariamente resulta en una crisis del Estado en su conjunto. E incluso cuando esta se plantea, no necesariamente desemboca en una revolución. Para eso se necesita, como lo afirma Trotsky (2008), sectores armados que tengan la fuerza de torcer el camino y construir un nuevo Estado.

19

la conspiración que la unión entre conspiración y movimiento de masas tendrá frutos

autónomos y de mayor arraigo en estas últimas mientras más sea el tiempo de lucha y mayor

experiencia y capacidad de reconocer los intereses propios ganen en ella. Treinta años

después de los hechos, Fortuny (1977), para 1944 estudiante de derecho y cinco años después

primer Secretario General del Partido Comunista Guatemalteco, confirmó esto al afirmar que

la dirigencia media del movimiento se mantuvo dado lo corto de la lucha, lo que no dio

tiempo a los obreros y artesanos de involucrarse más profundamente en el movimiento.

Caído el dictador, la nueva Junta Revolucionaria lanzó un ultimátum para devolver las

armas repartidas en las siguientes 24 horas. Con raras excepciones, todas fueron devueltas.16

Como ocurría desde junio, la irradiación dirigencial seguiría anclada a los hombros de los

sectores medios, mientras las clases populares, carentes de órganos propios y autónomos de

lucha, jugarían un rol activo pero subordinado en la empresa.

Esto quería decir que las soluciones que se irían a plantear para la crisis urbana iban a tener

como horizonte el que los sectores medios le imprimieran. Habría sensibilidad para el resto

de luchas que aglutinaba el movimiento, pero siempre que cupiera dentro del margen y sin

cuestionar los fundamentos de lo que llamamos, a fin de simplificar, octubrismo. Y para los

sectores medios, una democratización básica, como fueron exigencia común con sus símiles a

lo largo del continente, eran centrales. Y en ese sentido se irían a encaminar.

Más en lo concreto, esta filtración de aspiraciones al momento de reconstruir un Estado se

vería llevada a cabo en las elecciones a la Presidencia, alcaldías, diputaciones nacionales y,

muy importante por su trascendencia, para la Asamblea Nacional Constituyente.17 Para todas

ellas, los únicos facultados para reconstruir las bases del país por medio del voto serían los

hombres alfabetos. El resto quedaba marginado.18

El Estado buscaría llenar de otra manera el agujero no sólo institucional sino hegemónico

que había dejado el derrumbe del Estado oligárquico. 16En la historia latinoamericana, tal vez sea en Bolivia el único levantamiento urbano en donde los obreros armados, a semejanza de los soviets rusos en el 17 pero sin su capacidad hegemónica socialista, se constituyeron en milicias que suplantaron, temporalmente, al ejército. Ver al respecto Zavaleta (1974). En la experiencia guatemalteca a lo más que se llegó fue a la destitución de algunos generales de la vieja guardia; no hubo siquiera una incorporación civil. 17De los elegidos, el 85% venía de la coalición octubrista -llamada en ese momento arevalista, por la candidatura que respaldaban de Juan José Arévalo (Rodríguez de Ita, s/f). 18Ya con la constitución construida, a mediados del 45, fueron incorporadas las mujeres alfabetas, mientras los hombres analfabetos podían ejercer su derecho al voto público.

20

Y lo haría a través de una serie de relaciones y mediaciones con el resto de la sociedad.

Estas estarían caracterizadas por la idea de una institucionalidad racionalizada y bajo el

imperio de leyes abstractas e impersonales. Y la democratización se realizaría a través de

canales de acceso representativo. En este sentido el surgimiento de partidos políticos como

manera de relación y representatividad de sectores y clases era central.19 La dinámica interna

de estos nuevos partidos estaba dominada por el personalismo caudillista (Rodríguez de Ita,

s/f), pero representaban un suelo común que desplazó a los partidos tradicionales, aunque sus

relaciones con los sectores populares, urbanos y rurales, variaron, siendo el PAR el más

cercano a las demandas populares y el único que proponía candidatos a diputados salidos de

las mismas bases sindicales. La organización obrera urbana surgida generó tensiones con los

grupos oligárquicos, pero lo más alarmante venía de lo que ocurría en el campo.

En la ciudad capital no hay registradas tensiones por el funcionamiento de los partidos en la

arena municipal. Es más en el agro donde los resultados del proceso de mediación no

encontraron un óptimo. Hay que tener en cuenta que en las mediaciones políticas locales, las

municipalidades venían a sustituir a las intendencias ubiquistas, y en muchos casos fueron

utilizados por las élites locales, afiliadas comúnmente al FPL (Handy, 1984), para mantener

cierto control dentro de los nuevos límites establecidos.20 De alguna manera, en lo local se

estableció una expresión partidista de las luchas locales mezcladas entre clases, etnias y

sectores, que tuvo variedad en su composición dependiendo de la región e incluso de los

municipios (Handy, 1984: 126; Forster, 2001: 164). En lo nacional, sin embargo, la oligarquía

siguió sin tener control de decisión en el proceso.

Pero lo que hay que resaltar es la dificultad que tuvieron estas mediaciones lanzadas desde

el Estado central para mediar los conflictos rurales que la caída de la dictadura había

destapado.21 Más aún en los casos donde la movilización campesina fue temprana. Como el

19Para fines de 1945, yendo del centro a la izquierda, hablamos del Frente Popular Libertador (FPL), Renovación Nacional (RN) y el Partido Auténtico Revolucionario (PAR). 20Hay que resaltar que eta fue una tensión constante, en la década revolucionaria. Wasserstrom (1994: 73) menciona que hubo muchos casos en donde en lo nacional el FPL apoyaba a las federaciones campesinas y obreras, pese a que los afiliados locales las peleaban duramente (Handy, 1984: 128). 21El «acá los tiempos de Ubico todavía reinan» que se escuchaba de algunas regiones apartadas (Foster, 2001: 166), habla de las dificultades que tuvo el Estado octubrista para hacerse llegar a los rincones donde aún la justicia señorial y arbitraria se aplicaba. Varios casos se encuentran en los capítulos referentes a los primeros años de la revolución en Handy (1994) y Forster (2001). Pero tal vez sea en Alta Verapaz donde el aislamiento y el recrudecimiento del poder gamonal era más fuerte (cf. Grandin, 2007).

21

que relata Grandin (2007: 29-73), en donde líderes campesinos locales utilizaban el nombre

de los partidos octubristas, en este caso del PAR, para declarar que con una firma de

afiliación se cancelaba la servidumbre y se obtenía la libertad. Eran problemas que el molde

no contemplaba y que la movilización demandaba.

La Asociación Guatemalteca de Agricultores (AGA), que aglutinaba a los terratenientes

cafetaleros, reflejó rápidamente sus preocupaciones por las tensiones que habían brotado una

vez caída la dictadura e implantado el voto, aunque limitado, en el área rural. A su muy

particular manera de plantear las cosas, decían: «han destruido la armonía social, tan

necesaria para que los factores de producción lleven a cabo con éxito sus nobles metas, de

crear y aumentar la riqueza nacional» (Handy, 1994: 33).

Y es de hacer notar que hasta 1948 no era aún permitido, como en la ciudad y en las tierras

de la UFCo, la organización campesina. Y pese a eso, el campo comenzaba a arder y a

mostrar las limitaciones de las soluciones octubristas. Estas eran importantes por el

contrapeso que generaban, pero sus problemas no se resolvían con la instauración formal de

la ciudadanía ni mucho menos votando por los alcaldes de la élite local cada dos años.

Los límites y dilemas ante la lucha en el agro

Las luchas rurales no esperaron a que se decretaran leyes para que pudieran organizarse, o

exigir el cumplimiento de derechos ante las nuevas autoridades. Cuando supieron que la

dictadura había caído pasaron a organizarse, casi de manera instintiva. En el mismo junio del

44, caído Ubico, los trabajadores de la frutera en el Pacífico se lanzaron a la huelga exigiendo

terminar con los salarios congelados y mejores condiciones. En San Marcos, vital como

hemos visto en la producción cafetalera22, brotaron organizaciones y asambleas

auto-convocadas de trabajadores como flores en primavera, y en los primeros años se

registraron cientos de conflictos laborales en las fincas, en una región donde la costumbre era

aceptar con resignación los mandatos del señor finquero (Forster, 2001: 125-135). Para tener

una idea de la magnitud de lo planteado, la misma Forster contabiliza que para fines del 45

existían alrededor de 1500 organizaciones de trabajadores, mozos, y campesinos. Todas

ilegales.

22Gutiérrez (2011) y Forster (2001) ofrecen en sus primeras páginas un panorama bastante completo de la importancia de San Marcos tanto en la producción de café como en el abastecimiento de productos agrícolas básicos.

22

Esta rápida organización nos da una idea bastante clara, primero, del descontento a flor de

piel que se tenía de años de represión dictatorial y gamonal. Y también nos habla de algo que

ya hemos planteado al inicio. Esto es, el papel que ejercía el Estado liberal, más en su forma

dictatorial, en el campo con la violencia. En el momento que la represión o su mera amenaza

desapareció del horizonte, los cálculos de la subalternidad rural los inclinó a organizarse

como contrapeso de lucha.

A nuestro modo de ver, la movilización subalterna rural permite plantear al menos dos

problemas con respecto a los límites y presiones que iría a ejercer la dinámica

agroexportadora en el Estado octubrista que comenzaba a hacerse pesar en sus entrañas.

Primero, ¿cómo iría a responder el Estado ante la necesidad del ciclo agroexportador en tener

una fuerza que obligara a los jornaleros, mozos, y pequeños campesinos a trabajar? Y

segundo, ¿podría el Estado octubrista, deseoso de plantearse como un juez lejano e imparcial

basado en leyes y procedimientos previamente establecidos, mantener esta ilusión cuando los

fundamentos de la forma de articulación con el capitalismo mundial, con el café y los

enclaves, los presionaran ante la amenaza del rompimiento de la “paz social”?

La primera pregunta no tardó en plantearse. Para la primera cosecha cafetalera de 1945,

nueve de cada diez jornaleros y pequeños campesinos contratados con anticipos23, todos

indígenas mames de las tierras altas de San Marcos, decidieron no cumplir el tradicional

mecanismo. En total, 36 mil jornaleros se rehusaron a dejar sus comunidades. Los cafetaleros

elevaron su grito al cielo. Y el cielo los escuchó. Arévalo, el nuevo presidente, se encontraba

en una disyuntiva. Pese a que la nueva Constitución había abolido formalmente la

servidumbre, los precios del café iban para arriba como nunca antes, por lo que, presionado

por su Jefe de las Fuerzas Armadas, Arana, decidió enviar al ejército para obligar a los

trabajadores a acudir a las fincas con el fin de «proteger la economía nacional». A los días,

Arévalo emitía un decreto en que se prohibía la organización en el campo (Forster, 2001: 135,

153-156; Gutiérrez, 2011).24

23Sobre el habilitamiento, como se le llamaba a este mecanismo de enganchar a trabajadores, puede verse el trabajo de McCreery (1983). 24Para las cosechas de 1946 no se presentaron incidentes, mientras que para las del 47 unos pocos finqueros exigieron al gobierno enviar a tropas para obligar a los comunitarios a “bajar a las fincas” (Forster, 2001: 156)

23

Arévalo actuó, además de por convicciones propias, por las presiones más amplias que le

ejercían al Estado que lo albergaba. El café necesitaba del Estado para velar por su

producción, ante la carencia de un mercado de trabajo que regulara la oferta y demanda de

mano de obra. El Estado era requerido, aunque los dirigentes políticos no lo quisiesen así,

para actuar como una fuerza económica directa. Y el Estado respondió de acuerdo a esto.

La negativa a acudir a las fincas no sólo era una protesta de tipo “económica”, era sobre

todo una postura de negación social. Junto a las organizaciones espontáneas en San Marcos,

además de las reivindicaciones en aumento de salarios y condiciones, estaba el de hacer ver

que «no somos siervos de nadie» de parte de los mozos colonos organizados. Las formas de

trabajo podían tener un carácter servil e intentar presionar para que los mozos se comportaran

de determinada manera, como siervos ante el señor, pero los mismos mozos irían a negar

tener tal condición y, con eso, ahondar la crisis que planteaba su negativa a trabajar

obligadamente.

El mundo señorial estaba ya en esos espacios en crisis. Y los finqueros lo sabían, como lo

afirma el siguiente administrador de una finca sobre los trabajadores «No obedecen a nadie.

En lugar de la harmonía [sic] entre mozo y patrón tenemos estos arrebatos que destruyen la

paz» (Forster, 2001: 148). Y de la misma manera en Alta Verapaz, donde las formas serviles

de vida eran más pronunciadas: «necesitamos peones contentos con su estatus social y no un

montón de personas estudiadas que vean el trabajo manual con arrogante desdén» (Grandin,

2007: 58). Algo más fino se estaba quebrando.

Creemos que es difícil argumentar en contra de la apertura de estas fisuras en la

subjetividad social en el campo, pero sí es viable contra-argumentar la postura de las

presiones y límites que puso sobre sus talones, si se permite la literal traducción, al mismo

Estado. Se puede decir, por ejemplo, que se debió más a las presiones de Arana sobre

Arévalo, o a la misma postura inicial que albergaba éste sobre los problemas agrarios.25 Es

muy seguro que esto jugaba un papel, pero hay algo más pesado atrás. Y lo quisiéramos

resaltar con nuestra segunda pregunta en el argumento presentado.

25Afirmaba, por ejemplo que «el problema es que los campesinos han perdido las ganas de labrar la tierra por las actitudes y políticas del pasado. En Guatemala no hay problema agrario» o peor aún cuando decía que el problema era que los trabajadores rurales y campesinos «habían vivido en un clima psicológico y político que les impide expresar sus anhelos por trabajar la tierra [ajena]» (Gleijeses, 2008: 57; Handy, 1994: 80)

24

Para 1947 ya muchos de los trabajadores de las ramas productivas y de servicios de los

enclaves norteamericanos se habían pronunciado por mejoras salariales, pactos colectivos y

de mejora de condiciones laborales.26 Pero ninguna logró hacer tambalear tanto a la

producción agroexportadora en su totalidad como la huelga de los muelleros en 1948. Los

trabajadores de los muelles de Izabal llevaban presionando por meses a la UFCo por un pacto

colectivo y mejoras salariales, sin obtener ninguna respuesta favorable. Cuando pusieron el

ultimátum de paralizar el comercio que embarcaba desde allí -es decir, reduciendo la

capacidad portuaria a la mitad-, numerosas instancias gubernamentales y hasta sindicatos

urbanos se presentaron ante los muelleros planteándoles los problemas que esto traería a la

economía. Pese a la gravedad, la UFCo no aceptó el arbitraje del Estado y buscó presionar a

las cortes laborales. Esto obligó al Estado a tomar el control de los puertos y ponerlos a

funcionar “con regularidad” bajo un tecnicismo: en los muelles, ahora como utilidad pública,

no podían plantearse huelgas.

Creemos que el problema queda más claro así. Si bien las voluntades son importantes de

tomar en cuenta, éstas no ocurren en el aire sino que se dan dentro de una densa red de

relaciones sociales de fuerza que hay que tomar en cuenta. En este caso, las relaciones que

envuelven al Estado. De otra manera, ¿qué hubiera pasado si Arana hubiera sido neutralizado

para reprimir a los jornaleros de San Marcos o a tantas otras huelgas? ¿O si en vez de Arévalo

hubiera sido Artigas el presidente? ¿Hubiera sobrevivido el Estado octubrista a la catástrofe

de eliminar los ingresos del país producto de la venta de café por un año? Imposible.27

Y esto no nos debe inclinar a pensar que el Estado octubrista no planteó una diferencia del

Estado oligárquico. Hubo mediaciones políticas que aumentaron significativamente la

representatividad, y en muchos aspectos el Estado se adaptó a las corrientes capitalistas que

26Además de los continuos conflictos, en 1944 fue la primera huelga en el Pacífico -Tiquisate-. Para 1946 comenzó una huelga en las plantaciones del Atlántico, en Izabal, que los obreros de Tiquisate apoyaron y lograron prolongar por seis semanas. Para fines de 1948 e inicios de 1949 se registra otra en Tiquisate, que fue apoyada por los muelleros, que pasaron a trabajar con lentitud como modo de presión. Todas como antesala a la gran huelga de 1951, luego de que miles de trabajadores fueron despedidos sin retribución luego que un tornado arrasara con los cultivos de banano (cf. Batres, 1995; Forster, 2001). 27Esto nos hace recordar la diferencia que se debe establecer entre gobierno, el aparato estatal donde éste se instala, el Estado que aglutina al aparato estatal y establece relaciones con el resto de la sociedad, y la forma Estado, que nos recuerda que el Estado no se entiende en sí mismo sino a partir de un proceso más amplio que lo define. Acerca de esta postura puede revisarse el valiosísimo texto de Pashukanis (1976), y las aplicaciones que hacen Holloway (1994) para la Europa occidental y Tischler (2001) para la Guatemala oligárquica.

25

se generaban a la ciudad, aumentando su burocracia y número de técnicos, así como creando

un Banco Central y otros órganos de capital importancia (Torres-Rivas, 1973). Pero en otros

aspectos centrales, como con la cuestión de las luchas en los espacios de la agroexportación,

el Estado encontraba un límite que ejercía presiones sobre él para comportarse de

determinada manera, ajeno a la voluntad del octubrismo. Eso hicieron las presiones sobre la

necesidad de mano de obra y sobre el funcionamiento de ferrocarriles y muelles.

Es claro que los límites de la mediación política y de Estado como fuerza económica -no el

del Estado como un ente independiente- podían ser superados, pero a fuerza de plantear

claramente cuál era el problema de la limitación. Y ese era el problema del carácter de la

propiedad de la tierra. Las clases subalternas rurales lo habían comenzado a plantear, y los

partidos octubristas más radicales, como el PAR, le hacían de eco a lo interno del Estado. Y

en todas estas tensiones, vino julio de 1949.

La coyuntura de 1949

Según el director del diario oficial durante el gobierno de Arévalo, «hacia 1949 era ya

notable el grado de decantación que habían alcanzado las distintas posiciones políticas. El

ambiente se había cargado de tensiones» (Guerra-Borges, 1988: 29). La falta de

oportunidades a través de las formas y procedimientos políticos que con el nuevo Estado se

establecían, y acostumbrados en buscar respaldo en caudillos más que en procesos

democráticos, los marginados grupos oligárquicos hicieron que su apuesta fuera dirigida al

único sector que a lo interno del aparato estatal tenía posibilidades de intervenir en el proceso

que desde el 44 se les había salido de las manos. Esto los llevó a la facción menos proclive a

los cambios en el ejército, en donde intercambiaron simpatías. Según Gleijeses (2008),

personajes de estos grupos junto con la Embajada, presionaban al general Francisco Javier

Arana para frenar el curso del proceso. Arana había sido parte del triunvirato de la Junta de

Gobierno en el 44, y desde un inicio se mostró poco entusiasta de los cambios sociales,

aunque siempre fue cuidadoso de no desligarse de los partidos revolucionarios y de Arévalo.28

28Gleijeses (2008: 62-64) llega a mencionar que Arana estaba dispuesto a no llamar a elecciones en el 45, y asumir la presidencia. Fue disuadido por Jorge Toriello, otro miembro del triunvirato de la Junta revolucionaria, a cambio de que el ejército lograra autonomía institucional y un papel fuerte en las nuevas instituciones, como lo hizo con la creación de la jefatura de las Fuerzas Armadas y el Consejo Superior de Defensa, ambos deliberativos.

26

En diciembre del 45 Arévalo sufrió un accidente automovilístico que puso en duda la

continuación de su gobierno. El PAR, en esos momentos unificado con el RN y el FPL,

decidió pactar con Arana el apoyo para la sucesión presidencial siempre y cuando no

interviniera en el proceso institucional (Villagrán-Kramer, 2009: 113; Gleijeses, 2008: 58).

Tras la recuperación de Arévalo, la continua y cada vez más sólida movilización urbana y la

diseminación de los firmantes al fragmentarse el PAR, el pacto se puso en duda. Esta duda

fue confirmada para las elecciones Legislativas del 48, donde Arana apoyó y financió a una

serie de diputados, ajenos al arevalismo, que quedaron fuera del hemiciclo (Gleijeses, 2008:

74). Ya en este punto las presiones de la embajada norteamericana y de la oligarquía

tradicional sobre Arana se comenzaron a intensificar. Le exigían dar un golpe militar y

reencauzar a su favor el proceso. Al mismo tiempo, el FPL se dividía en su apoyo y lo mismo

ocurría con el sindicato de ferrocarrileros (Gleijeses, 2008: 75).

Lo que siguió fue una lucha encarnizada por lograr puestos favorables dentro del Consejo

Superior de la Defensa.29 Después de intensas pugnas, de manera sorpresiva, en el último

momento, Arana perdió con holgada facilidad. Ya tenía el golpe en mente. El 16 de julio del

49 Arana le presentó un ultimátum de dos días a Arévalo exigiéndole el control del gobierno.

En el ínterin, Arana cometió un groso e inmaduro error táctico, al divulgarle a Arévalo sus

movimientos. El lunes 18, Jacobo Arbenz30 y sus allegados lo apresaron mientras recogía

armas en un chalet en las afueras de la ciudad. Se produjo un enfrentamiento que culminó en

la muerte de tres personas, entre ellas Arana.31

Lo que siguió fue un levantamiento militar aranista, el más fuerte que recibió el régimen.

Sin saber a cabalidad cómo había sido su muerte, los militares aranistas se concentraron en

eliminar a Arévalo, por lo que descuidaron el resto de los elementos en juego. Tras días de

29La institucionalidad del Consejo puede revisarse en los informativos textos de Gleijeses (2008: 61-91) y el de Figueroa Ibarra (2004), especialmente el capítulo V y VI. En esa coyuntura, las elecciones eran importantes ya que a partir de allí se nombraría una terna de la cual el Congreso tenía que evaluar y elegir al siguiente Jefe de las Fuerzas Armadas. 30Quien fue el tercer hombre del triunvirato del 44, luego Ministro de Defensa de Arévalo, representante de la línea más progresista dentro del ejército, y próximo candidato oficial a la presidencia. 31Tanto Gleijeses (2008: 82-86) como Villagrán-Kramer (2009: 80-91) tratan de buscar una solución equilibrada de los múltiples e incongruentes relatos. Sabino (2009: 137-9) intenta hacer lo mismo, pero mientras más se adentra en el relato, más se sesgan sus fuentes y lo “empujan”, sin que él lo quiera seguramente, a lanzar filosos dardos al debate, sólo para terminar concluyendo que, pese a lo argumentado, no hay fuentes que corroboren lo dicho.

27

combate la insurrección fue controlada por Arbenz, que además de apoyarse en tropas fieles,

había armado a más de dos mil obreros y políticos revolucionarios que se habían presentado

voluntariamente. El Estado, y con él el proyecto, había sobrevivido. Las jornadas de los

“minutos de silencio” para conmemorar el asesinato de Arana que siguieron, fueron

reprimidas por sindicalistas ferrocarrileros, grupos de choque, y por el nuevo Jefe de las

Fuerzas Armadas (Figueroa Ibarra, 2004). La derrota de la reacción con la muerte de Arana,

había movido favorablemente las relaciones de fuerza hacia la izquierda.

En 1948, tras presiones de las centrales obreras, finalmente se había eliminado la restricción

para organizarse en el campo. Y antes que terminara el mandato de Arévalo, la nueva

correlación de fuerzas se hizo ver con la promulgación de la Ley de Arrendamiento Forzoso,

que regulaba las rentas de los mozos-colonos y buscaba permitir el acceso a la tierra.

El siguiente paso del proyecto octubrista parecía comenzar a perfilarse.

28

Capítulo II - El intento hegemónico revolucionario Se trata de hacer lo que no es posible, o más bien, de hacer posible lo que no lo es

Calígula de Albert Camus (1944)

Aglutinación de las fuerzas urbanas y gubernamentales

El resultado de la coyuntura del 49 había dejado en una situación favorecida a varios grupos

y sectores, entre los que sobresalían los más progresistas del octubrismo. El desplazamiento

político y fraccionamiento de los grupos más conservadores y los menos inclinados a que los

cambios siguieran era claro. Esto quería decir que ninguna oposición organizada se divisaba

en el horizonte.

Hasta ese momento se había logrado una importante democratización urbana, y los nuevos

espacios que institucionalizó el octubrismo (partidos revolucionarios, Congreso), así como

sus principales bastiones de soporte (sindicatos, federaciones y su voto disperso) se veían

sólidos. Si bien había diferencias en plantear hasta qué punto se debía seguir con el proceso

de cambios, de momento no había posibilidades reales de frenar el ímpetu. El campo, donde

vivía la mayoría de población del país y había un explícito entusiasmo por lo que pasaba en la

ciudad, había sido objeto de pocas políticas directas. De alguna manera seguían a la

expectativa de las repercusiones de su movilización. En estas circunstancias, se perfilaban

borrosamente algunos caminos posibles

Sabino (2009: 165-8) afirma que el siguiente paso tuvo que ser la industrialización, para

dejar atrás el “problema de la tierra” ya que la «situación se había modificado en buena

medida debido a las nuevas circunstancias que prevalecían en Guatemala y en el mundo

[sic]».

La propuesta, en papel genial, resulta severamente alejada del carácter de la organización

del territorio en ese momento, y menos aún de la coyuntura que se presentaba. Si bien hubo

cierta política industrial con Arévalo32, no existía en ese momento un sector industrial lo

32Se vio un apoyo a los industriales ajenos a las redes oligárquicas. En 1948, las tensiones entre este pequeño sector y los grandes oligarcas industriales -que se apoyaban al mismo tiempo en sus inversiones en la agricultura de exportación-, se expresó en un rompimiento organizacional; se formó la Asociación General de Industriales de Guatemala (AGIG), al separarse de la Cámara de Comercio e Industria de Guatemala (CCIG). Aunque reducida y con poco peso, esa facción empresarial fue lo más cercano que estuvieron los gobiernos revolucionarios a grupos patronales. El fomento de la producción industrial de la mano con una fuerte organización sindical, por lo demás, probó ser una dificultad, ya que numerosas huelgas explotaron en las

29

suficientemente fuerte y autónomo como para plantear y presionar para que un cambio de ese

tipo se hiciera. Darle fuerza hubiera requerido trasladarle masivo capital, cosa que sólo se

podía lograr con inversiones extranjeras, que en ese momento parecían aún no mostrar el

interés en ese tipo de inversión que sí mostraron a inicios de los sesenta, o con traslado de

excedente logrado en la agricultura de exportación. Para que el octubrismo se jugase un

ataque de esta naturaleza, al que se le debía sumar necesariamente la afrenta a los

mecanismos extra-económicos que limitaban la proliferación de un mercado interno, se

necesitaba el apoyo de peso de ese sector industrial por lo demás débil. Esa posibilidad no

existía en la realidad.33

Además, como lo hemos resaltado, el caudal político del PAR y el PGT, los mejor

posicionados en ese momento, venía de las presiones provenientes del campo. Y estas

resaltaban el problema de los escasos recursos y la servidumbre, donde la propiedad de la

tierra era inevitablemente central. Esto es lo que hemos tratado de establecer en el primer

capítulo basándonos en la información con que ahora se cuenta. Esta información disponible,

sin embargo, no evita que en su tendencioso texto, Sabino comente, sin ningún análisis sobre

el agro en los años previos a 1951: «La reforma agraria no era, pues, la respuesta del poder

político a un malestar extendido entre los campesinos ni una forma de canalizar un

movimiento social que estuviese desestabilizando el país. Nada de eso ocurría en 1951, ni

había existido en los años anteriores» (2009: 178).

Más allá de estos sesgos ideológicos, el problema de la tierra no estaba alejado de la postura

de las organizaciones revolucionarias acerca de la democratización básica y la soberanía,

dilema que veía en el poder gamonal y, en especial, el de los enclaves y la presencia

norteamericana como principal problema.

En una palabra, parecía que había llegado el momento en que las luchas provenientes del

campo, en cualquiera de sus dos grandes fuerzas -terratenientes y subalternidad organizada-,

fábricas donde se renovaba la maquinaria industrial. Como en otros países, los obreros guatemaltecos estaban en contra del despido de trabajadores a favor de la maquinaria, pese a que en el discurso aprobaban un crecimiento industrial, que conllevaba esta tecnificación (Levenson, 2007: 10-11; Marx, 2001). 33Acerca del problema de la ausencia/papel de una burguesía nacional, ver la importancia que le concedía el PGT en 1955 (CP-CC-PGT, 2006). Y sobre la ilusión de esta postura, ver el trabajo de Tischler (2011). Un comentario más general dentro del contexto del comunismo latinoamericano puede encontrarse en Löwy (2007: 38-39). Procesos reales de industrialización previos a estos años en el subcontinente pueden encontrarse en Furtado (1971; 2006).

30

irían a ser definitorias en el proceso político; y por el carácter de éstas, en la formación social

en su conjunto.

Plantear el problema de la tierra como central parecía posible, sobre todo cuando Arbenz se

mostró sensible a la idea. Su posición era primordial, ya que contaba con un set de alianzas

necesarias para lanzar el proyecto.

La continuación y los límites del proceso, sin lugar a dudas, dependía del beneplácito de la

única organización armada. Y Arbenz había pasado a ser uno de los más respetados militares

dentro del sector castrense. Su autoridad moral, disciplina y capacidad militar demostrada en

los primeros años de actividad revolucionaria le habían valido una lealtad, se podría decir,

abarcadora. Si bien la insurrección había fragmentado al ejército, rápidamente fueron

exiliados o encarcelados los principales amotinados, devolviendo la unidad, momentánea

siempre, de la institución. El ejército apoyaría a Arbenz, siempre y cuando no se les tocaran

los privilegios que habían logrado (Dosal, 2005: 148).34 Tampoco permitirían que el partido

comunista y los partidos revolucionarios se metieran a formar a sus tropas.

Aunque presentaban el problema de relación con el área rural, donde tenían la misma

función de control social y reclutamiento forzoso que se le había asignado durante los

gobiernos oligárquicos, y donde se sentían cómodos (Adams, 1970).35

Los partidos revolucionarios identificaban en su mayoría la continuidad del proceso con la

figura de Arbenz. La identificación era mutua, aunque las constantes pugnas internas de los

partidos no eran del beneplácito de Arbenz, que constantemente tenía que estar mediando, al

igual que Arévalo, pero con menos destreza y más fuerza, ente ellos.36 La excepción la hacía

el partido comunista, después Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT).37 Formado dentro de

34Tanto el gobierno de Arbenz como el de Arévalo les habían dado beneficios de muchos tipos (Gleijeses, 2008: 61, 278; Flores, 1994: 221; Figueroa Ibarra, 2004: 203-218). 35Uno de los arrepentimientos de Fortuny, Secretario General del Partido Comunista, fue que no se haya tomado el tiempo para reformar a lo interno a la institución armada mientras se reconstruía el Estado. Este elemento quedó intacto dentro de un mar de transformaciones (Flores, 1994). 36En un texto poco conocido recogido por Gleijeses (2008: 242-243) se narra a un exacerbado Arbenz dinamitando las pequeñeces oportunistas de los partidos octubristas. Decía Arbenz sobre un incidente: «Señores, esto me indigna y me preocupa profundamente. ¿Qué clase de unidad revolucionaria es ésta? [...] ¡Nos estamos comportando como muchachos malcriados sin ningún sentido de responsabilidad que tenemos para con el pueblo! [...] ¡Cualquier idiota quiere ocupar un escaño en el Congreso! Señores, acaben con esta farsa... ¿Creen que actuando así podremos mantener la Revolución?». La respuesta a esta última pregunta, trágicamente profética, sería respondida en menos de cinco años. 37Aunque también sufrieron en sus primeros años de faccionalismo, cuando el ala obrerista se separó para formar el Partido Revolucionario de los Obreros Guatemaltecos (PROG), después del comienzo de la campaña

31

las filas del PAR, como su ala más radical, los comunistas eran un pequeño grupo de

estudiantes, maestros y artesanos/obreros -no más de 43 para 1949, cuando se forman

clandestinamente-. Su formación política en mucho era propia. Estaban formados dentro del

octubrismo, pero complementaban su acervo político con una lectura un tanto dogmática de

los principales teóricos que resaltaba la III Internacional (Flores, 1994: 203). No más que

algunos comunistas salvadoreños se encontraban entre sus filas, y un representante del

Partido Comunista Cubano. Rusia y los países socialistas eran, más que una realidad, un ideal

que veneraban.

En la campaña electoral, rápidamente los comunistas fueron de la simpatía de Arbenz.

Valoraba, al contraponerlos con el resto de partidos revolucionarios, su entrega y disciplina

para las tareas que les eran asignadas, así como compartir su visión de transformación.38

Aquella era posible gracias a su férrea organización interna (cf. Schneider, 1959: 110). Y en

especial al carácter de ésta, el centralismo democrático, que le permitía a Arbenz, siempre

reservado y ensimismado, relacionarse solamente con la cúpula del partido, principalmente

con su principal asesor, Fortuny. Además poseían dos características que eran

imprescindibles para el plan de Arbenz. Tenían una participación vital en los sindicatos

urbanos, con la Central de Trabajadores de Guatemala (CTG) y el Sindicato de Trabajadores

de le Educación de Guatemala (STEG) de los maestros, y en las fincas nacionales, además de

ser sumamente eficientes para cooptar espacios estratégicos y hacerse de las organizaciones

políticas y sociales.

La participación crítica y activa de parte de los sindicatos y las federaciones obreras y

rurales era central desde el punto de vista político y electoral. Los sindicatos y centrales

obreras apoyaron de lleno a la revolución, pero siempre trataron de no volverse un apéndice

gubernamental, como sabían que había ocurrido en el México Priísta (cf. Anguiano, 1980;

Gilly, 1971). Por eso las tensiones, dentro de un marco de cordialidad y apoyo, con el rechazo

electoral de Arbenz se volvieron a unir sin ninguna tensión que sobresaltara.38Gramsci (2000: 22) menciona éstas como características imprescindibles para una transformación social. Afirma que la pasión por determinada tarea puede llegar a convertirse en “deber” moral, y no deber de moral política, sino de ética. Esta férrea disciplina era integral del PGT. Pese a su exacerbado anticomunismo, Schneider (1959: 121) no duda en mencionar el caso de la expulsión de un cuadro medio del partido después de encontrar que se había reservado para sí unas monedas de la venta del periódico del partido. A pesar de sus intentos y militancia, nunca le fue permitido su reingreso. En el texto de De Gutiérrez (1980) puede verse la biografía del más mítico de los comunistas de esa generación, Víctor Manuel Gutiérrez, apodado el franciscano por su frugalidad y disciplina.

32

de los sindicatos ante la iniciativa del gobierno de Arévalo de hacer que la sindicalización

fuera obligatoria y regulada por el Estado (Dalton, 2007: 517-8; Levenson, 2007: 13). Esa

cierta autonomía ocasionó también roces y distanciamientos con los partidos revolucionarios

más moderados.39

Pero a pesar de estas tensiones, Arbenz fue central en la unidad del movimiento obrero y

campesino desde el inicio de su campaña. Bajo el lema Unidad es victoria. División es

derrota (Woodward, 1962) fue formada la Central General de Trabajadores de Guatemala

(CGTG), a partir de los dos principales centrales obreras en pugna, la CTG, con una

dirigencia comunista y base PARista, y la Federación de Sindicatos de Guatemala (FSG),

moderada (Levenson, 2007: 5), que quedó a cargo de cuadros comunistas. Y al mismo tiempo

se constituyó la primera Central Nacional de Campesinos de Guatemala (CNCG). Ambas con

apoyo y subsidios del gobierno (Gleijeses, 2008: 262-8; Dosal, 2005: 156).40

En este posicionamiento la figura de Arbenz fue tomando cierta centralidad. Como en otros

países latinoamericanos, los procesos de democratización y el carácter vertical que tomaban

hizo que sectores democratizados identificaran sus aspiraciones de transformación con la

persona más visible.41 Arbenz no es comparable con otros personajes contemporáneos, pero la

reiterativa imagen de Soldado del pueblo que se ganó nos ilustra de alguna manera el

problema.

Su centralidad política, en síntesis, comenzaba con la fidelidad del ejército dentro de un

límite de condiciones, lo que significaba una subordinación a sus decisiones. Los industriales

de la AGIG no eran fuertes y fueron un agregado subordinado en el núcleo de alianzas. Los

partidos políticos revolucionarios estaban fragmentados y de sus filas no había quién hiciera

39 Arbenz afirmó a la vez que el ala moderada del PAR tenía dudas sobre la organización de cooperativas y el aumento de sueldos a los jornaleros de las fincas estatales, con lo que se verían afectados los ingresos públicos, por lo que su apoyo a la sindicalización del campo menguó constantemente (Cehelsky, 1974: 118).40Ya que la CGTG tenía trabajo de base en el campo y con el fin explícito de evitar duplicar el trabajo y generar tensiones, se realizó un trato y reparto regional entre su dirigencia y la de la CNCG, aunque Levenson (2006: 12) y Grandin (2001: nota 79) muestran casos en donde esto generó fuertes tensiones entre los cuadros medios en su trabajo de base. 41Stein (1994) ofrece un interesante análisis de los aspectos personalistas en el proceso político latinoamericano, haciendo un énfasis en el peruano Haya de la Torre. Pecaut (1994), por su parte, resalta la capacidad oratoria de Jorge Eliécer Gaitán, y la centralidad que tomó, luego de su muerte, en el proceso colombiano. Y la figura mítica de Perón y su capacidad de aglutinar una diversidad de proyectos políticos puede revisarse en Page (1984). Acerca del Estado populista en América Latina puede consultarse el texto clásico de Ianni (1980). Sobre la figura de Arbenz puede revisarse la parte del capítulo que le dedica Gleijeses (2008), la más tendenciosa que ofrece Sabino (2009: 162-164), y la que ofrece su recientemente fallecida viuda, Vilanova (2003).

33

una oposición real a la candidatura de Arbenz. Por su parte, si no fuera por Arbenz, los

comunistas hubieran estado aislados y probablemente clandestinos, como durante Arévalo,

por su “radicalidad”. Y el equilibrio que ejercía entre las federaciones obreras y campesinas

fue claro. La sucesión presidencial y su carácter traslucía.42

La candidatura oficial salió del recién formado Parido de Integración Nacional (PIN), que

aglutinaba a pequeños industriales y terratenientes progresistas del occidente del país,

buscando dar una imagen inicial de moderación (Dosal, 2005: 159). Lo apoyaron el resto de

los principales partidos revolucionarios, el PAR, el RN, y, en último momento, la facción

menos moderada del FPL. Para las elecciones de 1950, Arévalo fue el primer gobernante que

entregó la silla presidencial a un sucesor electo democráticamente, Arbenz, que llegaba con

un poco menos del 66% de los votos (Sabino, 2009: 155).43

La movilización subalterna rural

Las relaciones que fueron estableciendo las centrales obreras y los partidos octubristas de

izquierda, principalmente la CTG y el PAR, en varios regiones, lograron convertirse en un

canal de descontento rural al interior del Estado, y se constituyeron en un contrapeso a lo

interno de las relaciones gamonales de poder en lo local. Pero esas relaciones no lograban

captar a fondo del problema en el agro, lo que fue puesto de manifiesto de manera clara con

la crisis de las cosechas, las constantes huelgas fuera de ley y, en general, las amenazas a

frenar las bases productivas de la agroexportación, que presentaron explícitamente los límites,

condicionamientos y dilemas que enfrentaba el proyecto octubrista. Las limitaciones fueron

un rápido recordatorio. Entre azar y luchas, los sectores y clases que más se inclinaban a

continuar con los cambios llegaban a una favorable posición en la correlación de fuerza de las

luchas políticas para 1950.

Resolver la crisis que se había abierto en el seno de la sociedad oligárquica requeriría una

particular destreza, dado el momento político que se comenzaba a vivir a nivel mundial en la

posguerra y la dimensión del conflicto interno que se asomaba. Al mismo tiempo exigía una

aguda visión para plantear un trazo estratégico que permitiera construir efectivamente un

42Aunque Gleijeses menciona (2008: 91 y ss.), basándose en cartas y entrevistas, que Arévalo veía en Arbenz la posibilidad de una radicalización del proceso, por lo que se inclinaba por un candidato salido del más moderado FPL, aunque al final terminó apoyando tímida pero no públicamente la candidatura arbencista. 43Grandin (2007: 80) afirma que para 1950 la fuerza laboral organizada llegaba a constituir casi el 60% de la población votante.

34

Estado que dejara la crisis atrás. El núcleo dirigente que se fue constituyendo alrededor de

Arbenz luego de julio de 1949 fue el que más claro tuvo este problema.

La propuesta política de Arbenz y los comunistas no se alejó nunca de la línea del

octubrismo, diríamos que fue la expresión más clara de una de sus tendencias. La

democratización y la soberanía seguían siendo centrales, sólo que abordados desde otra

perspectiva. Poco antes de la coyuntura del 49, la dirigencia del PAR parecía tenerlo bastante

claro cuando afirmaba que:

«ninguna conquista democrática será estable o permanente sin el logro previo de la

reforma agraria [...] Sin este logro, la democracia política que hemos construido desde 1944

será considerada como una estructura erigida sobre terreno poco sólido. Sin la realización de

la reforma agraria, la soberanía de la república siempre estará amenazada» (Handy, 1994:

85).44

Y esta continuación no sólo era en su línea política, las bases materiales que fue

estableciendo el nuevo Estado a través de sus mediaciones eran sobre las que se sostendría, y

por lo que podía plantearse, el siguiente paso arbencista de la Revolución de Octubre.

El plan más amplio del arbencismo tenía como principios fundamentales al

antiimperialismo y la modernización capitalista de la mano con la justicia social. En esta

línea, los monopolios de los enclaves norteamericanos eran un claro aspecto a enfrentar, por

lo que comenzaron los planes para competir -no nacionalizar-, por medio del Estado, con

ellos. De allí las carreteras para contrarrestar el monopolio de los ferrocarriles, la

hidroeléctrica para abaratar las tarifas del monopolio en el sector eléctrico, y de un nuevo

puerto en el Atlántico con el mismo objetivo. Todo era un ataque directo a la UFCo, que se

complementaba con la Reforma Agraria, que buscaba quebrar la columna vertebral de la

servidumbre agraria, como preludio para permitir que pequeños y medianos productores

agrícolas complementaran a una agroexportación cimentada en la universalización del salario,

que a su vez permitiría un mercado interno más acabado (cf. Guerra-Borges, 1988: 35; Bauer

Paiz, 1974).45

44Levenson (2007: 6) hace bien en resaltar que la izquierda era tan fiel a los principios octubristas, que ni siquiera el PGT se atrevió en algún momento de hablar de colectivización de la tierra, expropiación de fábricas, o la abolición del trabajo asalariado. ¡Era lo asalariado lo que precisamente buscaban!45No deja de ser sugerente la crítica que realizan tanto Ianni (1973) para los populismos latinoamericanos como Cueva (1979) en su crítica al proceso chileno y Weffort al brasileño (1975) en destacar que los propósitos

35

En estos frentes, el papel de los trabajadores agrícolas y campesinos organizados era

central. Y ni siquiera había que crearlo. Ya tenía una dinámica propia y, mejor aún, entendía

lo que el Estado quería hacer y lo iba a hacer suyo.

De esta manera, el núcleo dirigente ubicó el nudo de la contradicción histórica y buscó

deshacerlo. En palabras del que tal vez sea el primer ideólogo del PGT, Arbenz logró

trasladar efectivamente «el eje principal de la lucha política al centro nervioso de los intereses

reales» (Guerra-Borges, 1988: 34). La lucha, de esta manera, estaba plateada.

Por el carácter de la crisis, el proceso que estaba construyéndose iba resolviendo al mismo

tiempo el problema de la hegemonía. Dada la importancia de lo hegemónico en un momento

de crisis, nos gustaría tratar un poco el concepto. Su desarrollo más acabado estuvo a cargo de

Gramsci (2000; 2001) para entender los cambios que ocurrían en Italia luego del fracaso del

biennio rosso y los primeros años del fascismo. La hegemonía era ese proceso mediante el

cual se intentaba establecer, con la latencia de la fuerza, un consenso con el Estado a través

de un espacio -la sociedad civil-. Éste estaría dotado de un conjunto de significados inmersos

en una materialidad de relaciones mediadas, dirigidas a la identificación con el proyecto en

gestación.

El caso guatemalteco presenta serias diferencias, cosa común en lo social e histórico, pero

recoge el núcleo de un proceso hegemónico, esto es, la incorporación de clases subalternas a

un proyecto político amplio en el que participan, con niveles de subordinación y dirigencias, a

través de una materialidad organizativa como espacio de reconstrucción de las categorías en

crisis.46

antiimperialistas y de un capitalismo independiente, por sí solos no representaban directamente, ni buscaban resolver, los problemas directos de la explotación de clase, por mucho que los obreros y campesinos se hayan sumado al proceso. Con respecto a la movilización campesina, logra hacer a un lado las visiones estereotipadas que lo reducían a un instrumento político (cf. Germani, 1962). 46En el caso guatemalteco, hay poca información publicada acerca de la naturaleza de los espacios organizativos de los trabajadores (sindicatos, comités agrarios, etc.). En ellos podrían verse las dinámicas que tomaba, sus debates internos, los dilemas y las tendencias, profundizando en este aspecto del proyecto arbencista. Roseberry (1994) trabaja ejemplarmente este problema para el proceso revolucionario mexicano.

36

La institucionalidad agraria47 pasó a ser la manera como el Estado octubrista se hacía

directamente presente en lo local. E incorporaba, consecuentemente, a la subalternidad

agraria organizada (jornaleros, mozos-colonos, pequeños campesinos, y en muy menor caso a

comunidades indígenas) a las estructuras estatales. Los volvía Estado. Si bien limitado a los

problemas de reclamo agrario y no a otras decisiones nacionales de importancia, éstos eran

tan fundamentales que los márgenes institucionales fueron suficientes para que la crisis en el

agro siguiera agudizándose y tomando amplitud.

Parafraseando a Gramsci (2000), el núcleo Arbenz/PGT le dio una forma política concreta

(la institucionalidad de la reforma agraria) a las pasiones y sentires que se expresaban en el

campo, creando una fantasía concreta que actuó sobre la masa campesina, dispersa pero en

agitación hasta entonces, para suscitar en ellas una voluntad e identificación colectiva

expresada en el proyecto político arbencista.

Por propuesta del PGT, la incorporación no iría a ser instrumental. Pensando en la

construcción de poderes populares para un futuro (cf. Alvarado, 1974), el PGT propuso a los

CAL como esferas con un margen de autonomía. Para formarse, jornaleros y mozos tendrían

que organizarse de manera autónoma, y después en relación con la CNCG para escoger la

tierra que querían y hacer un reclamo, ya como CAL. Tenían que nacer de ellos la iniciativa.

Aunque no cabe acá pensar en una movilización autónoma, con un horizonte y dirigentes

propios, ni mucho menos en un poder mínusculamente dual (cf. Trotsky, 2008; Zavaleta,

1974).

Al contrario del proceso mexicano con Cárdenas, donde el Estado no tenía la capacidad de

asegurarle a los campesinos una defensa a ultranza contra los terratenientes a lo largo de su

inmenso territorio, en Guatemala, que tampoco tenía esa capacidad, ningún arma fue

entregada. La organización rural sí tenía una base local muy fuerte, como se vio arriba, pero

no había logrado expandirse a partir de sus propios espacios más allá de los municipios.

Cuando lo hicieron fue a través de las mediaciones partidistas, y esta vez lo hacían

47De manera general cabe decir que en la base se encontraban los Comités Agrarios Locales (CAL), constituidos por tres jornaleros, mozos o campesinos adheridos a la CNCG o escogidos mediante voto por las personas interesadas en reclamar la tierra a ser expropiada, un representante escogido por la municipalidad y otro por el gobernador departamental. Más arriba estaba el Comité Agrario Departamental, el Comité Agrario Nacional, hasta encontrarse en la cima el Departamento Agrario Nacional y el Presidente, que tenía la última decisión en la expropiación de la tierra solicitada. La institucionalidad completa y detallada, además de las personas que ocuparon los cargos en las dos últimas instancias, se encuentran en Whetten (1965) y en Handy (1994: 89).

37

directamente con el Estado. Esta jerarquía en la línea de mando sería fundamental como

problema político una vez las álgidas tensiones sociales hicieran que el total de la sociedad se

tambaleara para 1954.

La fragmentación que había caracterizado a las clases subalternas, rurales y urbanas,

durante la vida oligárquica era solventada por primera vez a través de una unificación vertical

con el Estado. Y esto es central en el argumento. Allí encontraban su unidad como clase, no

en un sentido económico, sino político y social, de aglutinación subalterna en contra, en este

caso, del central latifundio y los enclaves norteamericanos.48 La estructura institucional de

este alineamiento político recogía en su seno una voluntad nacional enraizada con una

identificación de clase, que se proyectaba contra lo que hasta ese momento de la historia

había sido una voluntad extranjera de organizar la formación social, como se recalcó con la

dinámica dependiente del café y del banano.

Se había pasado de pugnas entre facciones en la ciudad a lo interno del Estado y de sus

conflictos locales, a la constitución de lo que en términos clásicos, mientras se polarizaba el

proceso, era la expresión política más clara de una lucha de clases. Una lucha antagónica

sobre problemas y relaciones fundamentales, dentro de un velo institucional, que al poco

tiempo comenzó a fragmentarse y a dejarse ver con esplendida claridad.

Pero para que las masas campesinas pasaran a organizarse con el Estado y fueran apeladas

por el proyecto político, hizo falta un discurso aglutinador que dotaría de sentido a esta

materialidad en construcción. Y este fue logrado a través de la idea de una redención histórica

con un pasado de opresión, que vendría finalmente a ser aliviada. Así lo expresaba Arbenz en

un discurso en Alta Verapaz, como vimos, una región dominada por el gamonalismo:

«Desde la época en que los únicos pobladores de Alta Verapaz eran los valientes de la raza

q'eqchi' hasta hoy [...] desde la explotacón del látigo de los conquistadores hasta la

infame explotación de los finqueros, les han quitado sus propiedades, sus libertades, sus

derechos [...]. Los reaccionarios, estos “amigos del orden” que fruncen el ceño cuando nos

48El tema de la constitución histórica de clases es central, pero por razones de argumento no es posible expandirse. La postura de la clase que acá tratamos de puntualizar está apoyado en Thompson, cuando dice: «La clase se produce cuando, como resultado de experiencias comunes, sienten y articulan la identidad entre ellos y contra otros hombres cuyos intereses son diferentes y generalmente opuestos a los suyos». O cuando agrega: «Identifican sus intereses antagónicos y son llevados a luchar, a pensar y a valorar en términos clasistas» (en Anderson, 1985: 33)

38

ven por la calle, luchan por imponer este régimen en toda la república. En contraste,

nosotros queremos destruir este sistema» (Grandin, 2007: 71).

El decreto 900, como se conoce a la Reforma Agraria, fue promulgada a mediados de 1952.

Y con eso la sindicalización, promovida por la misma Reforma Agraria con la exigencia de

los CAL, se disparó. Para 1954 el 10% de la población -no la PEA- estaba sindicalizada ya

sea en la CGTG o en la CNCG. En ese mismo año, la CGTG contaba con al menos 100 mil

trabajadores, mientras la CNCG se movía entre los 150 mil y los 200 mil organizados,

distribuidos en 1, 785 sindicatos para 1953, que para junio del siguiente año llegaban a 2500.

Todo esto, en un país de alrededor de tres millones de personas por esos años

(Bulmer-Thomas, 1988: 310).

Los datos sobre los CAL no son claros. Por una lado, Handy menciona que para 1954 se

contaba con alrededor de tres mil CAL, y que un año antes eran 1, 497. Monteforte Toledo

(1972: 264) afirma que esta cifra corresponde a 1954. Por su parte, Forster menciona que

fueron 1, 060 en 1954, y que de estos 214, el mayor número, se encontraba en el

departamento de San Marcos, seguido del de Guatemala, con 86, y el de Escuintla, donde se

encontraba una de las plantaciones de la frutera, con 75 (Forster, 2001; Levenson, 2007: 13;

Gleijeses, 2008; Handy, 1994). Lo que queda claro es que la incorporación fue masiva, y

como lo enfatiza Forster, el mayor movimiento vino de las regiones donde los trabajadores se

encontraban inmersos en el proceso de agroexportación, cafetalero o bananero49, como lo

muestra la tabla 1.

La masiva movilización rural se tradujo instantáneamente en miles de peticiones de

expropiación. La UFCo terminó perdiendo el 75% de sus tierras en el país, alrededor de 100

49El énfasis que en este trabajo le damos a estos espacios es, primero, porque efectivamente allí es donde más movilización hubo, y también porque en esos espacios era donde descansaban los pilares que sostenía la sociedad guatemalteca en ese momento, centrales para entender la calidad de crisis que se vivía. Eran los espacios donde se vio de manera más clara la lucha de clases, donde los antagonismos fueron claros y sin mediación. Pero en el resto del área rural también se dieron movilizaciones, que tuvieron un grado de variación realmente imponderable, sobre todo en el área nor-occidental y occidental maya. Handy (1994) intenta ordenar esta caótica información a partir de la separación por tipo de conflicto entre partes. En Wasserstorm (1994) también es posible encontrar los casos de al menos seis municipios de diferentes regiones del país, donde otra vez es posible ver la compleja variedad política que tomó en cada municipio el proceso. Nosotros nos centramos en los espacios referidos, sin perder de vista que estas otras movilizaciones ayudaron de acicate a la gran crisis que se iba asomando.

39

mil hectáreas (ha.), en cada una de las dos regiones que controlaba (Monteforte Toledo, 1972:

263; Forster, 2001: 178-80).

En San Marcos, el que presenta una mayor movilización, el 85% de las demandas se

presentaron contra fincas privadas. De éstas, 115 de 159 fueron contra cafetaleros y 32 contra

fincas cafetaleras nacionales. Pocas expropiaciones se presentaron en la boca costa del

departamento, y mucho menos en su altiplano, donde residían las comunidades mam. Los

principales demandantes, según los fragmentados datos, fueron los trabajadores de las

plantaciones, después los mozos-colonos, los pequeños campesinos, para terminar con los

jornaleros diarios. De los primeros, casi todos se identificaron como sindicalistas (Forster,

2001: 178-80).

Y por los datos que presenta Handy (1994), y basándonos en los relatos de Grandin (2007),

sabemos que Alta Verapaz, donde Arbenz había dado el discurso citado y donde se

encontraban las prácticas gamonales más agudas en el país, no fue el que más expropiaciones

registró si lo comparamos con el resto de departamentos (74), pero sí fue en donde más tierra

fue expropiada (más de 150 mil manzanas) y más tierra se dio, lo que nos habla de la masiva

cantidad de tierra ociosa en el departamento.

Tabla 1. Expropiaciones, su promedio y departamentos con mayor movilización

Departamento Número de

CAL

Número de

expropiaciones

Total de

manzanas

Promedio por

expropiación

Alta Verapaz s/d 74 152, 633 2, 063

Escuintla 75 105 78, 444 747

El Quiché s/d 63 53, 589 851

Huehuetenango 64 35 37, 374 1,068

Suchitepéquez s/d 59 35, 948 609

Guatemala 86 127 34, 216 269

San Marcos 214 60 13, 280 221

Izabal s/d 7 11, 705 1,672

Fuente: Con fuente en Handy (1989; 1994) y Forster (2001). En sus datos se excluyen las expropiaciones a la UFCo.

Para fines de 1953, el entonces director del Banco Nacional Agrario (BAN) recontó años

después que se había beneficiado con tierra a más de 100 mil campesinos, el 70% de los

cuales había logrado expropiar a tierras privadas. Hasta ese año, se habían repartido 17 843

40

préstamos por parte del Crédito Hipotecario Nacional, en un inicio, y del BAN,

posteriormente. Estos préstamos, generalmente a parcelarios y a las pocas cooperativas que se

habían establecido en las fincas nacionales, contabilizaban Q. 3 371 185 (Q. 1 = US$ 1). De

esta cantidad prestada a los campesinos, se había recuperado el 90%, lo que nos habla del

rápido y buen rendimiento de la producción. Con esta solvencia, entre marzo y junio de 1954,

pese a que el país estaba en una crisis aguda, el BAN pudo dar préstamos por Q. 11 881 431

(Bauer Paíz, 1974: 96-98).

Esto permitió un aumento en la producción agrícola para la autosubsistencia (maíz, fríjol,

trigo, arroz, algodón, azúcar) y la generación de excedentes para el abastecimiento de los

mercados locales, que como veremos más adelante provocaron cambios a lo interno de las

comunidades indígenas, y campesinas en general. El valor agregado que produjo la

agricultura de uso doméstico50 llegó en el primer año de reforma a los US$241 millones,

cayendo un poco cada uno de los siguientes dos años por la crisis política en el agro, pero

manteniéndose muy por encima de los US$144 millones y medio que se agregaba en 1945

(en precios de 1970) (Bulmer-Thomas, 1988: apéndice; Gobierno de Guatemala, 1957).

Pero además de la información cuantitativa general que puede presentarse al respecto, cosa

que es tratado a profundidad en los trabajos de Handy (1988; 1988a; 1989; 1994), lo que más

nos interesa resaltar es el proceso social que envolvió a las expropiaciones. El carácter de esas

movilizaciones nos permitirán comprender los contratiempos, desviaciones y rebasamientos

del proceso hegemónico planteado desde la ciudad capital y el Estado central como intento de

solucionar el grueso de la crisis abierta en 1944.

Que el proyecto haya sido planteado con un horizonte abstracto capitalista no quiere decir

que el proceso concreto y real de las luchas y tensiones en su conjunto, en donde ese proyecto

se hizo vida y política, se haya llevado de la manera propuesta. El mismo proceso dotaría al

proyecto de un contenido que no sólo le daría un carácter propio, sino que muchas veces lo

terminaría rebasando y planteando nuevos dilemas.

Tal vez donde mayor impacto social y político tuvo la llegada de los CAL fue en Alta

Verapaz. Antes de 1952 en la región seguían operando los mismos mecanismos de

compulsión extra-económica que podían observarse durante Ubico. Las municipalidades y la 50Sir Bulmer-Thomas (1988) separa la Domestic Use of Agriculture (DUA) de la Exportation Agriculture (EXA) a lo largo de su ineludible trabajo sobre Centroamérica.

41

gobernación departamental ofrecían una gran ayuda en ese aspecto. Los partidos políticos

operaban según los mandatos de las élites locales, por lo que las relaciones de fuerza no se

vieron modificadas de manera sustancial. El poder gamonal arreció su capacidad de intentar

aislar a la región de las mediaciones estatales, endureciendo sus mecanismos. El mundo

señorial buscaba prevalecer. Esto cambió en 1952, cuando el Estado se instaló directamente

en la región y dio un contrapeso a la movilización campesina que se había gestado hasta

entonces. Con esto, las maniobras del PAR fueron más fáciles de establecer y el PGT

comenzó a realizar un trabajo de base en los sindicatos locales a través del magisterio,

estudiantes normalistas y muchos inspectores de trabajo -con doble militancia: PAR durante

el día, PGT durante la noche-, que al terminar las jornadas regresaban a las fincas a trabajar

en la organización de los sindicatos y en la formación política de los nuevos cuadros. El éxito

fue rotundo, y se vio para las elecciones municipales de 1953, donde ganaron 15 de las 16

alcaldías municipales en el departamento. La región había dado un giro significativo.51

Lo que se vio en estos espacios fue el comienzo de la movilización subalterna agraria, pero

dentro de las relaciones de fuerza que hasta entonces habían prevalecido en el agro. Esto

permite entender que una de las formas políticas que asumió el conflicto fuera el de la

creación de redes de poder, alternas a las gamonales/finqueras, que buscaban copar espacios

claves a diferentes niveles (local, municipal, partidista, legislativo, y de federaciones). A lo

interno de estas redes es posible ver aún lazos de lealtad y autoritarismo, en donde los

campesinos eran movidos de acuerdo a los mandatos de un líder, a cambio de beneficios

puntuales. Estas redes no eran ajenas al caudillismo y pese a expresar un poder ajeno al

gamonalismo, no cuestionaban el total de sus bases. Este es el caso de Alta Verapaz de

Curley, que había construido una amplia red de control basando en la lealtad a su persona; o

el casi mítico caso de Icó, un lider q'eqchi' que había establecido una red de diferentes niveles

desde la década de los veinte, y que contaba con las mismas características descritas (cf.

Grandin, 2007). Y no fue una cuestión que se diera en una sola región. Aparte de haberlo

encontrado en el personalismo de los dirigentes de partidos políticos y de la federación

51Según Grandin, en medio del reparto agrario, el PGT contaba con más de cinco mil afiliados -no militantes- en Alta Verapaz. 185 sindicatos existían en tan sólo trece municipios. Esta preeminencia permitió que comisionados militares que se oponían a la organización subalternas fueran depuestos y suplantados por militares más propicios al cambio (Grandin, 2007: 95).

42

campesina, fue posible verlo en San Marcos también. Acá, bajo la égida de un tal Durini, se

constituyó un grupo con base campesina que buscó armarse y tomar a la fuerza varias

alcaldías del departamento, sin lograrlo (Cf. Forster, 2001). O el muy relatado caso de

Pellecer, un cuadro del PGT, diputado después de 1953, que se consideraba un patriarca en

Escuintla, donde incluso se llevó a cabo la primera investidura de un alcalde comunista.52

Una cosa de la que nos hablan estos procesos es que los espacios que había abierto el

Estado a lo interno de las regiones rurales demandaban de un tipo particular de actitud y

características para poder desenvolverse adecuadamente dentro de ellos. Ser letrado y conocer

cómo moverse dentro esos espacios era vital para poder construir estas redes de poder. Y eso

no lo podía hacer cualquiera en el campo. Por esto, y porque las relaciones gamonales no

habían quebrado por completo, es que se dio paso a que las luchas políticas tomaran esta

forma. Y el poco tiempo en que se desenvolvieron no posibilitó sacar a la luz sus limitaciones

y quiebres.53

Pero es necesario resaltar que esta fue una de las varias formas políticas que tomó el

conflicto. Hubo espacios, como los sindicatos en las fincas cafetaleras de San Marcos y en las

de las plantaciones en el Pacífico y Atlántico de la UFCo, en donde la cuestión de la clase

salía a relucir de manera mucho más clara que con las redes paternalistas y clientelares

anteriormente descritas. En estos espacios, enmarcados en una forma de relación mediada, se

permitía la confluencia de subalternos donde el objetivo común en contra de su situación les

obligaba a dejar atrás el código señorial. Parecería que los CAL se fueron constituyendo en

los espacios donde las categorías sociales tradicionales pasaban a disolverse. Como proceso

paralelo, esto llevaba a la formación de renovados sujetos, atravesados por un nuevo

horizonte que comenzaba a divisarse en determinados espacios. Por eso la reconstitución

52Pellecer siempre fue polémico, sobre todo cuando a inicios de los sesenta “renunció al comunismo” y se supo que trabajaba para la CIA. Gleijeses (2008) y Torres-Rivas (1979: nota 28) afirman que para 1954, en el momento en que estaba propiciando invasiones a tierras fuera del marco de la Reforma Agraria, ya era un numerario de la CIA. Nosotros hemos encontrado la referencia más temprana a Pellecer en los papeles de la CIA para 1957, como puede verse en García Ferreira (2010).53La infame encuesta que realizó el antropólogo Richard Adams (1957) para el gobierno norteamericano en las cárceles de la contrarrevolución en julio y agosto de 1954, publicada bajo seudónimo, pese a tener problemas metodológicos como el mismo autor lo reconoce, apoya lo dicho. Adams afirma que la mayoría de los movilizados eran personas con algo de estudio, que no vivían en la pobreza, y ligadas a algún tipo de organización religiosa o comunitaria.

43

identitaria que se lleva a cabo a partir de la filiación como sindicatos. Esta parte fue

precisamente el momento creativo/destructivo de la lucha agraria.

Por esto las demandas claras acerca de la servidumbre, y la desaparición momentánea de las

categorías de separación étnica como determinantes en la movilización. En San Marcos,

trabajadores mestizos participaban en los mismos espacios que los indígenas, principalmente

mames. Las condiciones de trabajo en las fincas y la oposición frontal al finquero pasaron a

ser así centrales en la aglutinación de fuerzas, mientras otras determinaciones pasaron a ser,

en ese momento, secundarias. Lo mismo en los sindicatos de la UFCo donde se unían

diferentes tipos de trabajadores en torno al sindicato. Lastimosamente se cuenta con pocos

datos por la escasez de investigaciones en este tema. Pero los pocos datos que hay permiten la

sugerencia esbozada.

La respuesta terrateniente no tardó. Si bien tomaba a veces acciones dentro de la ley -como

fragmentar sus terrenos para que no fueran expropiados, soborno a jueces o a alcaldes

municipales, o retardar las entregas con recursos legales-, la mayoría de lo que se dio fueron

acciones violentas. El asesinato -de todo tipo-, hostigamiento, golpizas, persecución y

despidos fueron constantes en muchas áreas. Los trabajadores, campesinos y comunitarios lo

sabían, por lo que, casi como requisito espontáneo, muchas veces se formaban primero

grupos de defensa para después pasar a formar los CAL. En Escuintla, el gobernador llegó a

formar organizaciones de defensa a su cargo, no armadas, de más de mil miembros (Handy,

1989; Grandin, 2007: 96-98; Forster, 2001: 178).

Para entender el carácter de la reacción de los miembros de la oligarquía no se puede sólo

tomar en cuenta la racionalidad económica de sus decisiones políticas -como personas y al

momento que se mueven en patrón como clase-, por mucho que nos aporten. Si revisamos los

datos acerca del desempeño económico de la agroexportación, la agricultura de subsistencia,

y la economía en general, nos podemos dar cuenta que no hubo necesariamente una crisis de

tipo económico por la reforma agraria, en el sentido de encontrar contratiempos significativos

en las regularidades para la producción y el ciclo de la formación de excedente.54

La única salvedad fue la caída de la Inversión Extranjera Directa (IED) durante la parte más

fuerte de la crisis. Y aunque no se tienen datos, es posible que los programas de crédito y el

54Los datos son presentados en el siguiente capítulo.

44

acceso a la tierra hayan reducido el número de trabajadores disponibles para las fincas

cafetaleras, ocasionando quizá un aumento en el precio de su fuerza de trabajo. Aumento que

pudo haber resentido las ganancias de los terratenientes. Pero otra vez, no se cuenta con datos

que validen la hipótesis.

Pero más allá de estas salvedades, parece que ocurrió lo contrario, con los vaivenes que se

presentaron en 1954. No sólo mejoró en varios aspectos, sino que permitió un

desenvolvimiento satisfactorio paralelo de parte del uso agrícola de la agricultura, en donde

se encontraban los nuevos beneficiarios de la reforma agraria.

Las razones de la reacción deben buscarse más allá de una racionalidad económica que en

todo caso era escasa como elemento subjetivo del ethos señorial de los terratenientes (cf.

Tischler, 2001). Y buscar sus razones en esos elementos que tenían un mayor peso en el

comportamiento grupal.

En el ethos señorial los privilegios de su acomodada posición se debían a una cuestión de

estirpe gracias a un pasado glorioso, constituyéndose en una herencia que legitimaba y daba

certeza a la situación vivida. En ese mundo imaginado, se esperaba un determinado

comportamiento de parte del resto de grupos, que tomaban una posición de subordinación. De

ponerse en duda la factibilidad de este Weltanschaaung, la indignación que sentían los

llevaba al castigo físico y directo como disciplinamiento. El señor, para existir, tenía que

reconocerse en un siervo. Y el comportamiento de la subalternidad rural desde 1944 hacen

ver la crisis de esa subjetividad vital.

El pensamiento señorial que regía en los tiempos de los dictadores liberales ya sólo

comenzaba a ser vivido por las élites locales. El resto de las clases y sectores lo cuestionaban

abiertamente. Y, a nuestro parecer, fue esto lo que más fuerte entró en crisis y lo que provocó

la álgida reacción conservadora. Fue tan fuerte el sentimiento de que su Weltanschaaung se

pusiera en duda que no importó que sus riquezas crecieran. Había comportamientos y

disciplinas que no podían ser alterados por insolencias de grupos inferiores.55

55Así debe verse el caso que relata Forster (2001: 190) de una entrevista a una mujer horrorizada por tener que compartir espacios con indígenas mames; o las protestas de q'eqchi'es ante el uso del lenguaje de los jueces, que trataban de usted a los señores finqueros, y de vos a ellos; o de los funcionarios públicos de Alta Verapaz que se negaron a marchar junto a campesinos durante la celebración del 1° de mayo del 54 (Grandin, 2007: 97 y 100). Sobre el racismo en las élites oligárquicas, pueden revisarse los textos de Casaus (2002) y González Ponciano (2004). Una genealogía del estudio del racismo por parte de la antropología norteamericana puede encontrarse en Smith (2004).

45

Tras un año de reforma agraria, la situación estaba ardiendo en varias regiones. Y fue

precisamente en 1953 en la mayoría de departamentos, aunque desde 1952 en San Marcos,

que las invasiones a tierra comenzaron a generalizarse. En un inicio, a Arbenz pareció no

molestarle. Pocas veces el ejército llegó a intervenir, aunque el director del DAN, un militar

muy allegado a él, llamó la atención sobre la necesidad de seguir los procedimientos legales.

Muchas de las invasiones se realizaban en época de cosecha y se llevaban a cabo en terrenos

que habían sido ya propuestos como expropiables. Pero también hubo casos, muchos

ubicados en Escuintla, en donde se propiciaban invasiones de parte de líderes a cambio de

apoyo. También fue el caso de un alcalde en San Marcos, donde en menos de un año empujó

para que un poco menos de 60 terrenos fueran ocupadas fuera de la ley (Gleijeses, 2008,

Handy, 1994; Forster, 2001: 186; Gutiérrez, 2011).

Las invasiones son una muestra de cómo el proceso comenzaba a salirse del control de la

dirigencia urbana y cómo la necesidad se enlazaba con otros factores para imprimirle otro

rumbo al proceso.

También lo son los casos en donde las bases de los partidos le pedían a la dirigencia dejar

que en el proceso político ellas tuvieran más preponderancia en las decisiones, ya que las

maniobras en la ciudad no iban encaminadas a resolver a cabalidad sus problemáticas. Lo

mismo con los poblados donde se rechazaba la propuesta de candidatos a diputados por el

Partido de la Revolución Guatemalteca (PRG, formado en 1951), por ser contrarios a los

intereses de las bases; y de la misma manera, la demanda por tener más control en las

decisiones centrales (Handy, 1994). Pero esta exigencia de arrebatamiento del mando de los

dirigentes urbanos en favor de las masas campesinas organizadas no fue generalizada; o al

menos no hay fuentes secundarias que lo hayan trabajado, lo que sería imperioso para ver

cómo el proceso de crisis había comenzado a resquebrajar la lealtad de las bases rurales frente

a los partidos octubristas en los momentos de aguda tensión. Esos momentos donde la

claridad de las posturas fundamentales se vuelven más transparentes.

Toda esta información muestra cómo la política guatemalteca comenzaba a tomar la forma

usual cuando los conflictos y las luchas llegan a un punto cenit dado el problema que está en

juego, en este caso, la reorganización agraria. La polarización estaba pasando a concretarse,

más cuando los partidos octubristas presentaban cada vez menos entusiasmo en el rumbo del

46

proyecto político. El mismo Arbenz estaba claro de eso cuando en una visita al Congreso

afirmó: «como en todas las grandes decisiones históricas, no ha quedado lugar para los puntos

medios» (Handy, 1988a: 685).

Mientras los conflictos subían cada vez más de tono con la cada vez más influyente

actividad de la Embajada norteamericana, y aún confiado de tener atrás al ejército, Arbenz se

permitía amenazar las afrentas de la oligarquía:

«con la Constitución en la mano seguiremos luchando por nuestros derechos […] y

quiero advertir al otro bando, que si se salen de la ley, y provocan una guerra civil,

también nosotros pelearemos» (Handy, 1994: 101-2).

Pero con el planteamiento de la soberanía y el ataque a las propiedades de la UFCo y al

resto de enclaves norteamericanos, la polarización había alcanzado nuevas envergaduras. La

polarización ya no se reducía al ámbito de lo nacional, sino que entraba ya a jugar un papel

fundamental el imperialismo norteamericano, que por esos años comenzaba a mover sus

piezas y a convertirse, de esa forma, en un actor interno cada vez más definido a partir del

papel de la Embajada como elemento de acción a partir del mando del Departamento de

Estado. Y con eso el equilibrio de las relaciones de fuerza se veía significativamente alterado.

Junio de 1954

«Todos sabemos cómo han bombardeo y ametrallado ciudades, inmolado a mujeres, niños,

ancianos y elementos civiles indefensos. Todos conocemos la saña con la que han asesinado

a los representantes de los trabajadores y de los campesinos en las poblaciones que han

ocupado [...] Nos hemos indignado ante los ataques cobardes de los aviadores mercenarios

norteamericanos, que, sabiendo que Guatemala no cuenta con una fuerza aérea adecuada

para rechazarlos, han tratado de sembrar el pánico en todo el país, han ametrallado y

bombardeado a las Fuerzas Armadas [...] Han tomado de pretexto al comunismo. La verdad es

muy otra. La verdad hay que buscarla en los intereses financieros de la compañía frutera y

en los de los otros los monopolios norteamericanos que han invertido grandes capitales en

América Latina, temiendo que el ejemplo de Guatemala se propague a los hermanos países

latinoamericanos. [...] He tomado una dolorosa y cruel determinación: Después de

meditarlo con una clara conciencia revolucionaria, he tomado una decisión de enorme

trascendencia para nuestra patria, en la esperanza de detener la agresión y devolverle la paz

a Guatemala. He determinado abandonar el poder [...] Luchamos hasta donde las

47

condiciones lo permitieran, hasta un punto en que ir más allá, se perdería todo lo que hemos

ganado desde 1944 [...] Yo os hablé siempre de que lucharíamos costase lo que costase, pero

ese costo desde luego no incluía la destrucción de nuestro país y la entrega de nuestra

riquezas al extranjero, y eso podría ocurrir si no eliminamos el pretexto que ha enarbolando

nuestro poderoso enemigo. Un gobierno distinto mío, pero inspirado siempre en la

revolución de octubre, es preferible a 20 años de tiranía fascista y sangrienta [...] Con la

satisfacción de quien cree que ha cumplido con su deber, con la fe en el porvenir yo digo:

¡Viva la revolución de octubre! ¡Viva Guatemala!».

Para 1953 el lema que salía de los círculos dirigentes del gobierno era el ¡Ni un paso atrás!

Para el 27 de junio de 1954, día en que Arbenz renunció a la presidencia, se trató de hacer un

tardío paso atrás. El proceso en ese punto era insalvable. Por muchos han sido descritos los

acontecimientos que precedieron al 27 de junio del 5456, por lo que sólo quisiéramos realizar

unas breves anotaciones finales. Las determinantes relaciones de fuerza en el continente

habían cambiado significativamente en los últimos diez años. La guerra fría comenzaba su

calentamiento y Latinoamérica encontraba los límites a sus procesos de cambio, cosa que se

hizo más clara a inicios de la siguiente década. Varias dictaduras volvieron a surgir y la

diplomacia del panamericanismo se hizo más fuerte desde la creación de la OEA en el 48 y la

Carta de Río un año antes. Guatemala se encontraba aislada y si bien el discurso del canciller

Guillermo Toriello en la reunión de la OEA en Caracas, condenando la intervención

norteamericana, había despertado simpatías, nada pasó más allá de lo simbólico. Las sardinas

no podían dejar de ser sardinas, y de eso el tiburón se encargaría, según la famosa metáfora

de Arévalo (2005). Esta noción, unida a un desconocimiento real de lo que dentro del país

acontecía (Cullather, 2009: 16), generó una hipersensibilidad extrema hacia lo que se salía del

patrón esperado de comportamiento político. Incluso los líderes conservadores eran acusados

de comunistas si emitían alguna opinión no esperada.57 56Según García Ferreira (2009) las interpretaciones van desde las del realismo político (Schneider, 1959), pasando por las que resaltan la cuestión económica (Schlesinger y Kinzer, 1987; Jonas y Tobis, 1976; Bowen, 1983), hasta llegar a las más completas, que incluyen estos elementos y agregan el papel de la guerra fría (Gleijeses, 2008; Cullather, 2009)57De esta hipersensibilidad ni siquiera los más reconocidos académicos norteamericanos en la región se lograron salvar. Véase los trabajos del especialista en la época conservadora guatemalteca, Woodward (1962), y el infame escrito de Richard Adams [Newbold, Stokes, pseudónimo] (1957) en las cárceles de la contrarrevolución. En ambos la manía del miedo comunista limita, en mucho, su perspectiva de la situación. El extremo de esta línea, la simple manía sin argumento, es representada por la perorata anticomunista de Goicolea (2003).

48

La amenaza de la restricción con el petróleo, sumado al embargo de armas, y un posible

embargo comercial fue una bofetada de realidad para los románticos octubristas

guatemaltecos. Y así, el cambio en la balanza de las fuerzas desmejoró severamente las

posibilidades de continuar el proceso.

El que primero sintió esto fue el ejército revolucionario, que no vio por qué apoyar un

proceso de cambio en el agro liderado por el partido comunista le podía traer beneficios a su

cómoda posición. La traición a la lealtad de Arbenz fue consumada días antes de la invasión

mercenaria. Y esta era la única institución con armas en el país.58 Los partidos

revolucionarios, por su parte, habían pronunciado su distanciamiento hacia Arbenz con el

comienzo de la reforma agraria, y ante su incapacidad de construir un partido político que

neutralizara la fuerza que había comenzado a tener el PGT.59 Y una parte de la población

urbana, por su parte, había puesto a reposar sus ideales octubristas al ser apelada por el

discurso del anticomunismo católico.

En una palabra, el set de alianzas que había permitido catapultar el programa arbencista

había perdido los sustentos fundamentales ubicados en la ciudad.

Con la tensión a cuestas, incluso el granítico PGT se vio afectado: Fortuny renunció como

Secretario General del partido por no secundar la radicalización del proceso y redactar la

renuncia de Arbenz sin consultar con sus órganos internos. Básicamente, por inclinarse más a

su rol de asesor principal de Arbenz, dejando descuidado su papel en el secretariado del

Partido.

Eso dejaba el apoyo de Arbenz reducido a la masa de trabajadores, urbano y en mayor

medida agrícolas, y los campesinos.60 El proceso es claro en mostrar lo fuerte que fue la

movilización en el campo al verse atacada la revolución. La CGTG formó cientos de Comités

de Defensa de la Revolución (Levenson, 2007: 14) y el STEG decenas de Comités de

58Arbenz sí logró comprar armas a Checoslovaquia, con el fin de repartirlas entre los sindicatos de manera clandestina y luego dar el resto públicamente al ejército. Pero la embarcación fue detectada por la Embajada y el plan se vio así frustrado (Cf. Gleijeses, 2008; Schlesinger y Kinzer, 1987).59Tal vez el hecho que más los alejó fue el incidente de la Corte Suprema de Justicia, donde se intentó frenar el reparto agrario, provocando la remoción de los magistrados por Arbenz, sustituyéndolos por magistrados afines. 60Dentro de la izquierda fincada en la ciudad se construyó la idea que la revolución no había continuado debido al “atraso cultural” de las masas (Cf. Fortuny, 1977; Guerra-Borges, 1988). Incluso cuando Torres-Rivas (1979) en su crítica menciona las movilizaciones que hubo, por momentos hace alusión a esa «absoluta debilidad de los factores subjetivos». Por la izquierda extranjera, se le imputó el fracaso a los octubristas, por sus “características pequeño-burguesas” (Cf. Jonas, 1976). La realidad, creemos, no es tan determinista como se sostuvo.

49

Información (Yagenova, 2006: 263). En San Marcos, al mismo tiempo, se juntaron milicias

que atravesaron el país hasta la frontera con Honduras para pelear contra el ejército

mercenario, sólo para ser engañados por el ejército y dejados a su suerte. Desde Alta Verapaz

salieron comitivas hacia Zacapa, donde había iniciado la invasión, siendo interceptados en el

camino por el mismo ejército (Grandin, 2007: 110). Los núcleos formados en la ciudad o eran

muy reducidos, o eran entrenados sin armas por el ejército.61

En suma, la centralidad que había tenido la dirigencia estatal y urbana, pese a que había

propiciado la movilización más agresiva, venía a ser su mismo talón de Aquiles. El poco

tiempo de movilización y la falta de un proyecto propio de base, resultó en un caos y falta de

dirección una vez que los enlaces de mando fundamentales del Estado central se derrumbaron

tras de la renuncia de Arbenz. Sin una centralización de mando, urbana o rural, en ese

momento específico, la disposición de defensa de los sectores subalternos movilizados no

tenían ningún futuro frente a la invasión norteamericana, como de hecho ocurrió.

Las luchas urbanas fueron, en su mayoría, incapaces de generar lazos estrechos con la lucha

que se desarrollaba en el agro y, en general, de verse en la lucha agraria. No apoyaron y se

dejaron amedrentar por la reacción. Creyeron, ingenuamente, que “si se iban los comunistas”

el proceso podría continuar. No irían a recuperar sus derechos perdidos, luego de tres décadas

de movilizaciones, luchas, dos insurrecciones urbanas y muchas muertes, hasta mediados de

la década de los ochenta con el fin de las dictaduras militares.

Acabada la relación entre el agro y la ciudad, las luchas rurales perdían un armazón

institucional que les permitía moverse con más soltura. La perspectiva de lucha regresaría al

dominio de lo gamonal, con la amargura provocada por lo vivido. Era, se podría decir, un

tragedia con rasgos sofoclianos: se pasaba de un nivel bajo de expectativas a uno alto

momentáneo, solamente para verlo caer de nuevo. Las luchas a partir del 54, hasta mediados

de los sesenta, se llevaría a cabo de manera separada en estos dos espacios.

Allí terminaba el intento de resolver la crisis abierta en el 44 en toda su dimensión. El

proyecto hegemónico que había buscado aglutinar a las clases populares y rurales subalternas

a un proyecto nacionalista, no había tenido el tiempo suficiente para cuajar. Se llegaba en

61En la nota 17 a su texto sobre el 54, Torres-Rivas (1979) agrega otros centros formados con tal de defender la revolución. Y Grandin (2007) en la nota 97 afirma que hubo levantamientos rurales contra la intervención, y enfrentamientos liderados por agraristas, todos aniquilados por el ejército o por fuerzas locales.

50

1954, así, de nuevo a la apertura de la crisis oligárquica, pero ahora con la experiencia

acumulada de diez años de luchas.

51

Segunda parte - La salida autoritaria a la crisis oligárquica

52

Capítulo III - La formación del poder contrarrevolucionario y el patrón finquero

Nunca fueron tan temidos porque nunca estuvieron tan asustadosGabriel García Márquez (1975)

Las antinomias de 1954

La intervención norteamericana en el proceso revolucionario fue producto de una aguda

crisis que se presentó como un problema de soberanía. Esta crisis llevaba desde un inicio y en

su núcleo otras tensiones sustanciales, entre las que hemos destacado la crisis hegemónica y

el predominio finquero/gamonal en el campo.

Tal vez lo que sea más importante de tener en cuenta acerca de la crisis oligárquica es que

se presentó de manera expresa y beligerante en los espacios vitales de reproducción de lo que

se había constituido como el núcleo dinámico y de control social del liberalismo histórico. De

otra manera, el resultado más seguro hubiera sido una serie de conflictos aislados y sin mayor

trascendencia más allá de sus repercusiones locales, o insurrecciones con una pronta reacción

aplastante seguida de unas cuantas voces de protesta. Al contrario, la caída de la dictadura

ubiquista se perfiló como una crisis profunda que rápidamente alcanzó proporciones

nacionales y obligó a polarizar en diez años a la mayoría de la sociedad guatemalteca y a los

principales actores externos que eran centrales en su proceso histórico.

En lo urbano, con los sectores medios y popular-artesanales, fue bastante claro, y su

trascendencia posiblemente venga de que allí se ubicaba el aparato estatal central y con eso la

posibilidad de impulsar desde él una serie de transformaciones que tendrían repercusiones

significativas en los espacios donde éste era más o menos efectivo. Y al mismo tiempo, fue

fuerte en diferentes puntos del sostén productivo dinamizado por el capitalismo mundial, ya

sea en la agroexportación cafetalera o con los enclaves norteamericanos, con la movilización

de los diferentes grupos subalternos rurales. Y por si fuera poco, se presentó una coyuntura

propicia para la unión de estos espacios bajo un proyecto común de Estado.

La crisis, así, no fue de los mecanismos económicos de la agroexportación, sino que fue una

que atravesaba a las clases subalternas urbanas y rurales, y los espacios en los que estas se

desenvolvían. Era este tipo de crisis lo que hacía que entre estas clases y grupos hubiera una

53

disposición abierta a un relevo de creencias y lealtades, propiciada por un cambio en su

temperamento político, que a través de los años de lucha fue formando parcialmente sujetos

más propios y deteriorando, al mismo tiempo, elementos vitales de las subjetividades

heredadas (Zavaleta, 1974). Precisando, era una crisis hegemónica que en su desarrollo y por

la dinámica que tomó se presentó como una crisis de soberanía.

El proyecto arbencista, según nuestro análisis, atacaba las principales antinomias que

aparecían de manera aguda en el proceso: el problema de la realización estatal y la presencia

y las determinaciones imperiales, por un lado, y el del problema servil y el hegemónico en los

espacios alterados por la economía dependiente, por el otro. Ambos, obviamente,

íntimamente relacionados.

El problema de la realización estatal se refiere a la unificación territorial soberana a partir

de un mando único y centralizado. Los enclaves y el gamonalismo agroexportador eran un

obstáculo central al problema. La dinámica de ambos minaba esta posibilidad ante la

dificultad de ejercer un mando central y planificador sobre lo que en el territorio acontecía.62

Por eso la fuerza del Estado y la reforma agraria resultaron inevitables para combatir ese

impedimento. Y por eso, también, la fuerza de la reacción que se presentó. Sin esto planteado,

lo nacional, aunque fuera sustentado por las constituciones y leyes más radicales del planeta,

era más bien concretamente tenue. Las relaciones “externas”, o que venían impulsadas del

exterior, atravesaban sin problemas el campo de los límites de acción del territorio local. El

imperialismo, en este sentido, era un obstáculo severo a la realización del Estado nación que

el octubrismo había planteado desde su ideario inicial.

El proyecto iniciado en 1951 buscaba construir entonces lo que Zavaleta (1986) llamó una

estructura de autodeterminación. Su construcción, en donde fueron centrales la reforma

agraria, la competencia estatal con los monopolios extranjeros, una llegada estatal a espacios

donde era ausente, la incorporación de clases subalternas rurales al aparato estatal, una

mercantilización más acelerada, y una política externa hábil, buscaba construir un espacio

dentro de las fronteras establecidas en el que las fuerzas internas tuvieran una preponderancia

62Como mencionamos en el capítulo I, en los enclaves no se tenía el control de las inversiones, la producción y la distribución del excedente, ni se tenía la capacidad de mediar su fuerza (más bien, la fuerza del Estado imperial que a su sombra se postraba); y la agroexportación tomaba un carácter gamonal de relativo aislamiento y mediaciones personales propias.

54

en el desarrollo de la lucha política, establecida por las mediaciones construidas y validadas

localmente. Era una ampliación del margen de decisión de la vida política interna por las

fuerzas locales. Esto no excluye su inmersión, como país, en relaciones de fuerza establecidas

a nivel regional/mundial, pero sí marca una mayor autonomía en el propio desarrollo de las

decisiones. Al destruirse el espacio soberano con la intervención, el espacio se deformó -o

tomó una nueva forma-, en donde se estableció un límite (tenso) de acción para las fuerzas

internas, dado por las relaciones de mando ejercidas por el Estado imperial.

En este caso, la cuestión de la soberanía pierde un fuerte peso, y muestra la manera como su

realización está estrechamente vinculada con una posición predominante en el terreno

internacional. Una realidad marcada por una dinámica dependiente sólo puede ir de la mano

con la soberanía, como realización nacional, en los libros de texto. En la realidad se

obstruyen, como lo muestra claramente el caso guatemalteco.

Y dentro de esta dinámica de lucha por la soberanía y la construcción de una estructura de

autodeterminación, es sumamente interesante notar el papel que fue tomando la lucha que

provenía de los espacios productivos y de circulación. Para las masas trabajadoras

organizadas, la lucha contra la explotación y marginación propiciada por los capitales

cafetaleros y norteamericanos, una vez unida al proyecto nacionalista, fue rápidamente

tomando la forma de una lucha contra una casta extranjera que le impedía realizar sus

reivindicaciones y horizontes políticos.

La posibilidad de romper el nexo servil con el reparto agrario, acentuado en las regiones

cafetaleras, vino y se vio fortalecido por el esfuerzo en propiciar la organización local

vinculada al Estado y a las principales federaciones. La lucha por la tierra se daba la mano

con la que abanderaba el Estado. Y en ambas, los terratenientes surgían como antagónicos en

la arena política. También claro, aunque de manera diferente por la ausencia de relaciones

serviles, en los enclaves norteamericanos con la movilización de trabajadores agrícolas,

ferrocarrileros y muelleros. Aunque acá la tensión con las compañías que participaban en el

enclave era el elemento extranjero, pero que se articulaba por la red de alianzas con la

oligarquía extranjerizada local (cf. Zavaleta, 1990).

Lo que queremos resaltar es que la unión de estos dos aspectos por diferentes grupos y

clases sociales permitió, primero, plantear lo que Gramsci llamó una crítica histórico-social,

55

esto es, una crítica a las relaciones sociales fundamentales (Gramsci, 2000; Portantiero,

1981).63

Y por el otro lado, esto dio paso a un alineamiento de la polarización producto de la lucha

en los espacios políticamente más activos en donde resalta un enfrentamiento entre clases con

voluntad nacional y clases con una voluntad extranjera.

El problema es central, ya que a partir de este alineamiento es que se plantean nuevamente

-aunque de manera borrosa, a manera de sentires políticos- los problemas de 1944, pero con

una salida diametralmente opuesta. Parafraseando a Gramsci, lo viejo se resistía a morir, y a

lo nuevo no se le permitía nacer.

Trataremos de expandirnos en el tema a partir del proceso concreto que siguió la

intervención y la manera como esas voluntades se hicieron diáfanas en los diferentes grupos

gracias al papel de la polarización producto de la tensión política. Lo que nos guiará a la

formación concreta del poder que resultó de la unión de esas voluntades triunfantes.

En un primero momento, la intervención norteamericana dejó un vacío de dos tipos: uno de

mando y otro estatal, o de centralización de relaciones efectivas de mando. El primero fue

rápidamente asumido por Estados Unidos, específicamente a partir de su activa Embajada,

que terminó constituyéndose en una fuerza interna.64 Una vez renunció Arbenz, el 27 de

junio, el Coronel Díaz asumió la presidencia.65 El embajador norteamericano le presentó una

lista de notables comunistas que debía asesinar, y ante la negativa de Díaz de realizar tan

infame acto, el embajador presionó para que se erigiera un nuevo triunvirato, que incluyera a

un Díaz atenuado. Con esto, el mando que había dejado Arbenz quedaba diluido. La junta, no

tan lejana aún del arbencismo, debatió sobre la posibilidad de lanzar elecciones en los

63Y esto es algo importante de resaltar, sobre todo a la luz de los procesos que se vivieron en Latinoamérica alrededor de esos años. En otros países, la movilización de los sectores medios pocas veces fue tan sensible y tan presionada por las movilizaciones del agro. Tal vez la diferencia más significativa sea la Cuba castrista y el México cardenista, y en menor medida la experiencia boliviana y la peruana. En el resto el problema siempre se mantuvo latente y no se decidió atacarlo, problema que vendría a repetirse de diferentes formas más adelante. 64De alguna manera, el mando principal de las fuerzas de oposición por parte de la Embajada norteamericana había comenzado meses antes de la invasión mercenaria. Véase el caso de la Asociación de Estudiantes Anticomunistas (AEAC) y el enojo que manifestaron al sentirse utilizados por la Embajada, en Cullather (2009: 82).65Por la decisión inconstitucional de realizar el relevo presidencial al Jefe de las Fuerzas Armadas y no al Presidente del Congreso, Arbenz recibió muchas críticas (Cardoza y Aragón, 1994; Villagrán-Kramer, 2009; Bauer Paiz y Carpio, 1996: 200). A nuestro parecer, en una coyuntura tan tensa como esa poco importan estos tecnicismos, sobre todo si tomamos en cuenta el total de las relaciones de fuerza, y lo inútil que igual hubiera resultado que el Presidente del Congreso, un militar también allegado a Arbenz, tomara el control.

56

siguientes meses, ante lo cual el embajador respondió con un bombardeo al Palacio de

gobierno por parte de aviones piloteados por mercenarios. Ante esto, 200 oficiales pidieron la

renuncia de Díaz y del triunvirato, con lo que se formó un tercer gobierno. La nueva junta que

se instauró ya incluía al Coronel Cruz Salazar, cercano a los liberacionistas.66 Ya en ese

punto, con los arbencistas más lejanos, la Embajada comenzó con las negociaciones tras

bastidores.

En las negociaciones, la Junta de Gobierno no tenía ni voz ni voto, lo que muestra su

carácter artificial y temporal. De alguna manera, partes del ejército presintieron esa

incapacidad de decisión, lo que se mostró con los intentos de rebelión. El más conocido es el

de la base militar en Zacapa, al oriente del país, que olfateando esto desconoció a la Junta y se

plegó al ejército mercenario. Con una nueva Junta, el 30 de junio, tres días después de la

renuncia de Arbenz y con un panorama menos minado para los objetivos del Departamento

de Estado, se realizó el Pacto de San Salvador, entre Élfego Monzón, principal en el

triunvirato, Castillo Armas, y el Embajador norteamericano. Simbólicamente, de regreso de

El Salvador, el primero en bajar del jet privado de la Embajada a saludar a los que esperaban

en el aeropuerto la llegada del Libertador del comunismo, era el mismo Embajador. Castillo

Armas había sido el elegido por el Departamento de Estado y él era el que tenía que estar a

cargo de la presidencia, con las implicaciones que esto llevaba (Villagrán-Kramer, 2009:

159-180).67

Esta poca disponibilidad a defender de parte del ejército en su conjunto, con matices a lo

interno pero dentro de la misma línea, muestra el mediocre arraigo nacional que había

forjado. O de manera más precisa, los límites del arraigo nacional que había construido. Eran

nacionalistas, siempre y cuando no tuvieran que enfrentarse con Estados Unidos o cualquier

otra potencia.68 El hecho es importante, ya que por los siguientes diez años, como se verá, se

66Con este nombre se conoce a las huestes mercenarias al mando de Castillo Armas. 67Castillo Armas fue escogido porque era moldeable y tenía cierto apoyo popular, pero eso no hizo la tarea que se tenía adelante más fácil. A meses de la renuncia de Arbenz, en los papeles de la Embajada aparecen numerosas quejas sobre su persona. Según el embajador «Castillo Armas no sabe tomar una decisión y mantenerse con ella». El siguiente embajador fue más duro en su valoración, al decir que Castillo Armas «había momentos en que se ve casi patético. Debe de ser guiado literalmente por la mano paso a paso». Y reconocía que la tarea de hacer sobrevivir al gobierno contrarrevolucionario, en esas condiciones, «será una tarea difícil sin suscitar reacciones nacionalistas» (en Brockett, 2002: 98; traducción libre)68El hecho no excluyó sensibilidades dañadas. Varios fueron los oficiales de diferente rango que se vio llorar por la humillación que esto significó. El acontecimiento es importante en otro sentido también, ya que marca un

57

dieron fuertes pugnas a lo interno del ejército que tenían como eje la problemática planteada

por la invasión.69

Y con los sectores medios, organizados o no, y algunos segmentos populares, fue posible

ver también esa poca disposición, sobrepasada por la idea oportunista -e ilusa- de los

beneficios que la invasión y el desplazamiento del PGT podía traerles. Y de alguna manera,

mezclado con un sentimiento fervientemente católico de rechazo al “comunismo ateo”.

Siguiendo esto, el otro vacío que fue posible ubicar es el que queda con el debilitamiento

del mando del Estado central luego de la intervención. El problema es básicamente el de la

disposición en que se forman las relaciones concretas de poder tras la invasión. El tema es

importante y está íntimamente ligado al problema de la crisis, el problema del mando, y la

forma concreta que va tomando. ¿Cómo se debe entender el poder estatal en un momento de

intervención y crisis abierta como ésta? Y específicamente a nuestros intereses, ¿qué derivó

de esas relaciones de fuerza, producto de esa disposición del poder, en los espacios concretos

afectados por la crisis?

Es recurrente en los análisis de la época pasar por alto este tema, y quedarse por satisfechos

en el análisis de las medidas gubernamentales que comenzaron a darse por las diferentes

juntas. Pero esto es incompleto ya que las medidas y leyes en sí no son sino un resultado de

una serie de relaciones de poder, de fuerza, que permiten su emisión y, más que todo, su

efectivo cumplimiento.

Más que suponer al Estado a partir de teorías y horizontes políticos, lo que la situación

demanda es un análisis de la disposición real del poder, la forma concreta que va tomando y

el camino u objetivo que va guiándola. Si en condiciones de estabilidad política las relaciones

totales de dominación no se reducen a los límites de la esfera oficial del poder estatal

(Pashukanis, 1976: 33), mucho menos va a ser así en momentos de una crisis general del

Estado acentuada por una intervención extranjera.

Si partimos de la descripción sobre la manera como la Embajada va ejerciendo cada vez

más un mando claro en el juego de fuerzas internas, la idea de un Estado centralizado queda

elemento sustancial del sentimiento de nación que se construye a partir de ese significativo hecho: la no defensa de lo nacional y el sentimiento de impotencia e inferioridad que de allí se deriva. 69Esa dignidad dañada, tal vez fue levemente reparada para el ejército, dado el estrecho horizonte político en que se planteó, por el levantamiento de los cadetes contra el ejército mercenario, el 2 de agosto de 1954. La mejor descripción conocida es la de uno de los cadetes, Carlos Wer (2009).

58

más bien borrosa. En ese marco de fuerzas, la subordinación estatal y su disolución parcial

interna es más clara que la idea de un núcleo central de decisiones por parte de las fuerzas

locales. Si bien se pasa a decretar una serie de medidas gubernamentales y otra parafernalia

de ese tipo -como se verá en la siguiente sección-, lo que se tiene es un Estado aparente

(Zavaleta, 1986). Por esto se quiere decir que hay una posesión ilusoria del territorio, la

población y el poder, dado por la formalidad de las leyes y decretos. Al contrario, a partir de

la determinación exógena de la forma de la política y el despliegue que tuvo en las relaciones

de fuerza a lo interno, más allá de los diferentes nombres formales que tomaba, será posible

entender la forma concreta de la crisis de mando y la del Estado.

La forma del poder central y citadino

Sabemos por el análisis del levantamiento de 1944 que en Guatemala el poder central no se

había desarrollado de manera acabada. Una vez cayó la dictadura de Ubico y Ponce, y con

ellos el Estado central liberal, hubo un vacío estatal casi completo solamente en la ciudad. En

el resto del territorio nacional las relaciones gamonales, inmersas en los espacios donde las

relaciones de la finca predominaban, se mantenían aún en pie, predominando entonces fuertes

poderes regionales. Para 1954, además de la existencia del nuevo poder municipal, que en

muchos casos seguía beneficiando a las élites locales (cf. Handy, 1994), lo que había

presionado a cambios en lo local estaba ahora ausente, por lo que podemos esperar que para

la caída del Estado revolucionario lo gamonal enlazado con la agroexportación/enclave se

mantuviera, aunque cuestionado, presente.

Tomando en cuenta las relaciones que establecía el mando del Departamento de Estado en

las principales decisiones, y sabiendo que los principales líderes liberacionistas no tenían,

digamos, una propensión a la dirigencia sino más bien un acerbo político-ideológico radical

fundado en su experiencia desde el complot y la destrucción, podemos partir de la idea que no

había entre los primeros y principales planes del proyecto contrarrevolucionario un intento de

construir un mando central institucionalizado a corto plazo.70

Esto es cierto, aunque hay que tomar en cuenta que si bien no un Estado central, en la

ciudad sí era necesario una autoridad que cumpliera ciertas de las funciones básicas que las

70Villagrán-Kramer (2009: 188-192) provee un análisis de los fundamentos políticos de la llamada Liberación, basándose en sus primeras acciones y en su principal ideario, el Plan Tegucigalpa.

59

condiciones demandaban. A lo que suma que los espacios gamonales no podían funcionar con

total autonomía, por lo que se hacía necesario el impulso de ciertas líneas de mando, aunque

tenues, entre la autoridad establecida en la ciudad y el resto del territorio.

Por su parte, el Departamento de Estado no tenía ninguna intención en establecer en

Guatemala una colonia o un protectorado, por lo que debía dejarle un margen de acción a las

fuerzas que había logrado colocar en los niveles locales de mando. Pero su posición sería

fundamental. Estado Unidos se colocaría como la salvaguarda del nuevo gobierno, como su

fuerza principal de sostén ante cualquier movimiento adverso. Y con esto, establecía los

límites de acción interna, que de intentar las fuerzas locales pasarlos se encontrarían en

tensión con su presencia. Brockett (2002: 91), tras revisar archivos de la Embajada

estadounidense, subraya que los objetivos principales de la intervención eran la eliminación

del movimiento comunista, tratar de establecer un gobierno estable, legítimo y democrático, y

propiciar un movimiento obrero “libre”.

Si bien los dos últimos objetivos, centrales por el momento de crisis abierta que se vivía, no

encontrarían eco en los nuevos grupos políticos y en los círculos oligárquicos, en el primero

cuajaría la relación de cooperación. Y como lo afirma Torres-Rivas (1979), el discurso del

anticomunismo se volvió un envoltorio de una reivindicación y defensa de clase de las élites

oligárquicas.

Formalmente, la autoridad central sería el Ejecutivo, que ante el vacío constitucional y la

necesidad de emitir medidas urgentes regiría a partir de un mandato sustentado en el Estatuto

Político, con vigencia a partir del 10 de agosto del 54. Éste trataría de cumplir esas funciones

necesarias de un Estado central y las relaciones que el momento dictara que fueran necesarias

en su relación con lo gamonal (Taracena, s/f; Villagrán Kramer, 2009: 192-195).

Pero como el problema del anticomunismo era de relevancia absoluta, paralelamente al

Ejecutivo se formó otra autoridad con facultades netamente policíacas, de inteligencia y

legitimación de la vida política, y hasta económica. Así se formó el Comité Nacional de

Defensa contra el Comunismo (CNDCC), que contaba con facultades que a veces replicaban

las del Ejecutivo, entre las que eran centrales la capacidad de detención, la residencia forzada,

expulsión al extranjero, aglutinación y registro de datos de personas sospechosas de ser

60

comunistas, filocomunistas, o criptocomunistas, validación de organizaciones políticas y

sindicales, y hasta las de permiso para emplearse en una empresa (Cf. Taracena, s/f).

La modalidad del poder en la ciudad fue activa en la restricción de la actividad política de

los principales grupos. Recordemos que la crisis en la ciudad había brotado mayormente en la

forma de deterioro de mediaciones hegemónicas y límites de participación política, y la

solución octubrista iba encaminada en ese sentido. La disolución de las mediaciones

hegemónicas y de participación por los anticomunistas, entonces, abría la tensión

nuevamente. Para el 18 de julio, con la mayoría de su dirigencia en las embajadas, el PGT era

puesto fuera de la ley. Tres días después eran disueltos 553 sindicatos y se les solicitaba

enviar las listas de sus juntas principales al CNDCC para que las validara. El mismo Estatuto

político del 10 de agosto declaraba ilegales a los partidos políticos octubristas y a las

federaciones obreras y campesinas. Y para inicios del siguiente año miles de maestros y

empleados públicos eran despedidos por sus filiaciones y participación política durante la

década revolucionaria (Taracena, s/f; Villagrán Kramer, 2009: 192-195; Jonas y Tobis, 1976).

Si bien cientos de políticos y activistas urbanos y nacionales salieron del país por las

embajadas, y miles fueron encarcelados, la represión en la ciudad no fue tan cruda como en

algunos lugares en el campo ni los controles tan estrictos.71 Prueba de ello es el caso de la

Federación Autónoma de Guatemala (FAS), donde cuadros medios del PGT, por sí solos,

tuvieran tanto margen de acción como para copar en menos de dos años su dirigencia.72 La

razón, tal vez, sea que en la ciudad, entre los sectores políticamente activos, se había

establecido un visión de igualdad entre pares producto de los espacios compartidos. En el

71Incluso se trató de establecer una política laboral tratando de moderar la organización obrera. Los asesores de la American Federation of Labor (AFL) llegaron al país para coordinar la construcción de un movimiento obrero anticomunista, con Serafino Romualdi a la cabeza, pero desde un inicio tuvieron fuertes tensiones con los elementos más extremos del gobierno y las partes patronales. El intento, claro está, fracasó. Sobre el proceso puede consultarse a Levenson (2007), y sobre las credenciales de Romualdi puede referirse el trabajo de Page (1984: 210-214), donde además se agrega la labor del dirigente obrero en una visita a la Argentina de los primeros años de Perón. 72La FAS fue formada luego de la intervención y pretendía llenar el espacio vacío dejado por la CGTG, aunque desde un fundamento católico y pregonando la armonía entre el capital y el trabajo. Lo que la FAS deseaba, como lo declaraba su principal dirigente, era: «Desterrar para siempre de la clase trabajadora toda influencia marxista, y en su lugar, fomentar la religión y la armonía». Los sindicatos, prácticos como suelen ser, aprovecharon la nueva organización sombrilla para albergarse en ella, y obtener así el beneplácito del CNDCC. A fines de 1955, la dirigencia de la FAS, ahora FASGUA, continuaba siendo conservadora, pero la mayoría de sus sindicatos eran dirigidos por miembros o simpatizantes del PGT, sin que ésta fuera una línea establecida del partido. Y para el siguiente año, la dirigencia pasó a control del PGT y fue su organización sindical por algunos años (Levenson, 2007: 29-32).

61

campo, al contrario, la lucha era precisamente por romper la desigualdad primordial del

código señorial. Y por eso la violencia desmedida era, digamos, más esperada que en la

ciudad.

Esto sugiere, a nuestro parecer, que los controles no eran ni tan represivos ni tan astutas las

autoridades. Pero así planteado el problema no es relevante. Diremos entonces que lo que sí

logro la represión citadina, que era lo realmente importante, fue frenar los impulsos de

democratización más amplia que habían empezado en el 44. De esta manera, amplios sectores

populares barriales se quedaron aún a la expectativa, y su participación política se reduciría,

cuando los dejaban, al voto, y al apoyo puntual y espontáneo en los posteriores intentos de

levantamiento urbano.

La Embajada emitía esta valoración acerca de los primeros años de la contrarrevolución:

«La confusión e ineptitud en el programa de arresto a comunistas parece deberse a la

desorganización del gobierno, su falta de conocimiento detallado de quién es comunista y [...]

que hay por lo menos cuatro tipos de autoridades ordenando arrestos» (Brockett, 2002: 97).

Pero pese a esta confusión, los tres años que siguieron a la caída del proceso octubrista en la

ciudad sí fueron básicos en restringir la participación política, emitir una nueva Constitución

anticomunista activa a partir de 1956, y poner las bases para la dinámica política que seguiría.

Esta descentralización y paralelismo de autoridades fue solamente temporal, aunque no se

llegó a un gobierno centralizado con mando nacional. A partir de mediados de 1955 pueden

observarse medidas que buscaron cierto orden dentro de las nuevas leyes y cierta integración

de funciones. El 28 de junio de ese año la Guardia civil -Policía- pasó a formar parte del

ejército; para noviembre de ese año se abrió la posibilidad para presentar inscripción de

partidos políticos; se pasó a realizar elecciones para diputados y municipios, aunque bajo un

Estado de sitio; a fines de ese año, de los miles que habían sido arrestados ya sólo quedaban

20; y para inicios de 1956 el CNDCC pasó a ser parte de la Dirección General de Seguridad

(Taracena, s/f; Brockett, 2002).

Pero estas medidas a la centralización y el reinicio de la vida política bajo los nuevos

límites legales no deben guiarnos a pensar que, primero, la presencia norteamericana había

desaparecido ni que, segundo, la relación con el gamonalismo había cedido a favor del Estado

central. A partir de 1956 la presencia del Departamento de Estado simplemente tomó otra

62

forma. De 1956 a 1957 la ayuda económica bilateral fue de US$69 y 61 millones,

respectivamente, que equivalieron al 4% y al 3% de la ayuda destinada a toda Latinoamérica.

La firma Klein and Sacks, por su parte, fue contratada por el gobierno estadounidense para

asesorar al gobierno y, en la práctica según Jonas y Tobis (1976: 145), llevaba las riendas de

muchas de las decisiones importantes de la política interna y económica, al supervisar al

Consejo Nacional de Planificación Económica. En éste, se usaba como guía base el Primer

Plan Quinquenal, elaborado en inglés por el Banco Mundial (Jonas y Tobis, 1976: 145) .

Y sobre todo, ya la Constituyente se había encargado de firmar con premura contratos

adicionales para las compañías fruteras, la devolución de sus tierras, y el mantenimiento del

sistema taxativo que le regía. El resto de monopolios del enclave quedarían incólumes. Los

subsuelos, además, habían dejado de ser propiedad del Estado (Jonas, 1994: 64). Todas estas

medidas, a cambio de una jugosa cantidad de dinero para cada uno de los constituyentes,

hecho que terminó indignando a los más ilustres representantes de la reacción, quienes

incluso fueron presionados por porras llevadas por los liberacionistas para dejar el debate:

«Eso es doloroso, los marxistas nunca nos apedrearon como me acaban de caer aquí los

primeros golpes; esto es penoso ¿para esto se hizo la revolución? ¡Qué tristeza, qué

desilusión, qué desengaño, señores! [...] Tengo cuarenta años de luchar en la política de

Guatemala; jamás en mi vida ni en los gobiernos dictatoriales más escandalosos había

tenido la desilusión profunda de un gobierno que trajo una barra irresponsable como ésta»

(Villagrán-Kramer, 2009: 247)

La formación completa del poder y el patrón finquero

Para entender la formación completa del poder es necesario remitirse a la organización

agroexportadora en el campo, dada la importancia de su dinámica en la forma de

organización social interna, y, por esto, los condicionamientos de problemas en el Estado

central y la ciudad. El eje de relevancia de la centralidad del agro en ese momento era frenar

el impulso organizativo de base y la beligerancia política que había brotado en los últimos

años en múltiples espacios. Algo de esto se había logrado con la caída del Estado central y la

anulación de las principales organizaciones que fungían de vínculos entre la ciudad y el

campo, lo que fraccionaba de nuevo a las clases subalternas y las dejaba aisladas a sus

espacios locales, donde las relaciones de fuerza volvían a ser desfavorables. Al frenar el

63

impulso, se cerraban con eso los espacios vitales para presionar por un cambio en las

relaciones en el campo.

Y sobre todo, es necesario enfatizar que ese freno agudizó la tendencia a organizar la

producción con miras al exterior, negando cualquier posibilidad de proyecto nacional que

partiera de las necesidades de amplias capas de la población. Al contrario, la concentración y

la dependencia en la dinámica externa, principalmente la norteamericana, continuó siendo

central. De esa manera, los grupos oligárquicos, esa casta extranjera con tantos rasgos

xenofílicos en su cultura y con un casi nulo sentimiento nacional, se ajustaba de lleno a la

alianza política con los Estados Unidos.

Con esto en mente, se estableció una mayor capacidad de acción por parte de los

comisionados militares, que se activaron como fuerzas al servicio de los intereses gamonales

en el campo, muchas veces sin un mandato central (Adams, 1970). Pero en general, con

respecto a la represión y el control, se dejó que lo gamonal lo resolviera como le fuera mejor.

En los primeros meses de contrarrevolución se estableció el artículo 154 en el Código Penal,

en donde se permitía «a los propietarios agrícolas quedar exentos de pena por cualquier daño

que causasen a una persona dentro de los límites de su propiedad» (Taracena, s/f). Esto fue

tomado al pie de la letra por los finqueros, y lo que siguió al 27 de junio de 1954 fue la

represión directa sobre las organizaciones rurales movilizadas. Comparado con la ciudad, fue

en el campo donde más fuerte fue sentida la represión, variando de lugar en lugar, pero

concentrando a la mayoría de los casi cinco mil asesinados en los primeros meses que

siguieron (Forster, 2001: 204).

En las empresas de enclave, para comenzar, se siguió el patrón del poder aislado. En Izabal,

en el Caribe, hubo listas y cientos se escondieron, pero no hubo asesinatos en masa como en

Escuintla.73 Los trabajadores de Escuintla, en el Pacífico, sufrieron la mayor represión.

Cientos se escondieron mientras salían las listas negras de personas buscadas. Por la relación

que guardaba con otros departamentos de la costa y por la amplia participación popular,

cientos fueron capturados y fusilados (Forster, 2001: 201-4). En palabras de un sobreviviente:

73El caso del trabajador de la UFCO y diputado por parte del PAR, Alaric Bennet, es importante de mencionar. Luego de ser capturado fue asesinado al explotarle, con grosera saña, una granada en la cara. En su honor, una de las primeras guerrillas del país tomó su nombre (CEH, 2000: 42).

64

«Para los que tomaron las tierras, las cosas fueron más difíciles con el cambio. No sólo se

quedaron pobres, sino que fueron desaparecidos. Mataron a muchos de ellos allí en los hoyos

que hicieron en la Finca Jocotán [...] Dos o tres días después, las personas que estaban en una

lista fueron tomadas de la finca y nunca regresaron. Todos vivían con miedo. Yo iba a trabajar

y luego regresaba a mi cuarto, a mi choza, y me encerraba. Nadie dijo nada, estábamos

aterrorizados porque todas las noches venían a llevarse gente. En la Finca Jocotán se podían

escuchar las metralletas todo el tiempo. Tardó como cuatro o cinco meses. Estaban agarrando

a gente de todos lados, no sólo de Tiquisate sino que de toda Escuintla y de Mazatenango»

(Forster, 2001: 202-203, traducción libre)

En la región de Verapaz, donde se dio la mayor cantidad de tierra y la actividad del PAR y

el PGT era importante, la represión fue, según Grandin, más silenciosa.

«En Carchá, por ejemplo, en julio de 1954 los anticomunistas arrestaron a 12 miembros del

sindicato campesino de la finca San Vicente. Su interrogatorio consistió en pedirles que

demostraran que no eran comunistas o miembros del PGT o que no “albergaron ideas

marxistas durante el régimen pasado”. Al obligarlos a negar esto, los acusados se veían

forzados no sólo a negar cualquier relación con el PGT, la cual de hecho no tenían

directamente, sino que renunciar de hecho a la substancia, es decir, a los beneficios materiales

específicos obtenidos [...] Los captores de Cucul [un lider qeqchi' local] le propinaron una

continua aunque poco metódica lluvia de patadas, golpes, insultos y luego de unas dos

semanas lo enviaron con otros 30 detenidos al cuartel general de la policía en el centro de la

Ciudad de Guatemala» (Grandin, 2007: 113)

Y finalmente en San Marcos, como lo mencionan Gutiérrez (2011) y Forster (2001: 201),

tras la fuerte participación que se tuvo en la organización de los Comités Agrarios Locales en

la región, el control de los trabajadores fue más férreo. Algunos tuvieron que migrar

temporalmente a Chiapas, México, mientras pasaba la represión, y la organización se hizo

casi imposible por varios años.

La formación del poder en los primeros años que siguieron a 1954 respondió a la necesidad

de disolver el poder organizado que se había formado durante la revolución. En esta tarea, la

represión y el control eran centrales. Y de allí que los principales movimientos y medidas de

las nuevas autoridades y las reconstituidas en el área rural hayan estado encaminadas en esa

dirección. Y de allí también la forma dispersa, paralela, pero con líneas generales de mando

desde el Departamento de Estado. La respuesta a la crisis abierta en 1954 fue, sin más

65

complejidad ni medidas sofisticadas, la represión. Y la alineación de la polarización del 54,

donde las fuerzas no nacionales resultaron predominantes, llevó a que el proceso

guatemalteco y la organización que tomaba, de allí en adelante, tuviera un marcado carácter

abierto, “hacia afuera”.

En una palabra, que la modalidad dependiente no fuera modificada en su sustancia más

profunda.

Para completar el freno al viraje iniciado en 1951, era central revertir la reforma agraria

arbencista, por lo que se emitió el Decreto Agrario 31 en el 54 y el 559 dos años después. El

primero era básicamente para regresar la tierra. Sí estableció un procedimiento para hacerlo, y

parece que fue cumplido, aunque con arbitrariedades. De las 756, 233 manzanas expropiadas,

se devolvieron un total de 603, 774 (Handy, 1994: 195). Y el segundo decreto buscó

aumentar el poder adquisitivo de los campesinos, el uso eficiente de la tierra con impuestos, y

ciertas medidas de expropiación, aunque pocas veces se llevaron a cabo.74 Se formó la

Dirección de Asuntos Agrarios para resolver los problemas en el agro, en donde resaltaba la

negativa a promocionar algún tipo de iniciativa campesina, al contrario de la reforma agraria

arbencista.

Con esto se buscaba dejar libre el proceso productivo agroexportador y continuar con su

histórica dinámica de concentración. La producción para exportación no se vio mayormente

afectada en los años de reformas, siendo el valor real de las exportaciones (en precios de

1970) de US$90 millones y medio en 1951 hasta llegar a US$101 millones y medio en 1953,

para verse levemente reducida en la crisis del 54. El valor agregado de la agricultura, por su

parte, tampoco se vio afectado, pasando de US$ 86 millones y medio en 1952 hasta llegar a

US$109 millones y medio en el 54. Fue tan fuerte el aumento productivo que la balanza

comercial comenzó a registrar a partir de 1952, por primera vez en varios años y por última

vez en los siguientes, un saldo positivo de +Q. 9, 349, 368 para 1954 (Bulmer-Thomas, 1988:

apéndice; Gobierno de Guatemala, 1957). Bulmer-Thomas muestra, además, que el valor

adquisitivo de las exportaciones pasó de un 15.8 en 1944 a uno de 41.8 en 1954, tomando

como base su valor en 1970.

74 Un recuento de las principales medidas en el campo, entre las que resaltan la prohibición de cualquier tipo de organización o sindicato campesino, y algunas medidas paliativas, puede encontrarse en Whetten (1965), Guerra-Borges (2006: 88-89), May (2001: 81-84) y Lebot (1997: 52).

66

Si tomamos en cuenta que en su mayoría el Estado octubrista no estableció presiones

fuertes a la distribución de la riqueza, ni hubo como en el resto de Latinoamérica un flujo

constante de excedente al sector industrial con el fin de sustituir importaciones, podemos

pensar que los niveles de concentración de riqueza se mantuvieron en un periodo en donde

los precios internacionales del café fueron en aumento hasta 1957.

¿Cómo fue utilizado este excedente? ¿Se capitalizó con reinversión, se aumentaron los

salarios, aumentó la calidad de los impuestos, mejoraron las condiciones de trabajo? La

respuesta es negativa para todas las preguntas anteriores. Lo que sí se vio, según el análisis

que ofrece Torres-Rivas (1973: 181) al respecto, es un aumento en construcciones

residenciales de lujo, el surgimiento de barrios elegantes típicos de otras élites

latinoamericanas, crecimiento sin control de las importaciones suntuarias, pero sobre todo, un

masivo flujo de capital al exterior, a sus cuentas en los bancos extranjeros. Haciendo un

cálculo sobre el movimiento de capital privado en Centroamérica, son las oligarquías

salvadoreñas y las guatemaltecas las que reiteran este patrón de comportamiento. Sólo de

1945 al 55, la desacumulación con el flujo de capital al extranjero era en Guatemala de -US$

39 millones, cuando en Costa Rica era de +US$20.4 millones.

Ni siquiera la Reforma Agraria arbencista había limitado la preponderancia de la

agroexportación, sino más bien la había fortalecido y les permitía, luego de 1954, diversificar

su producción pero sin romper con los fundamentos del patrón organizativo finquero.

La contraparte de esta concentración era, como dijimos, la atrofia de múltiples espacios y

territorios en el agro. Por entre las angostas rejas de esta concentración, sin embargo,

surgieron pequeños sectores que dieron un liviano respiro a una de estas regiones, el

occidente y nor-occidente maya.

La vida de las comunidades indígenas es impensable sino como complemento de la

organización agroexportadora, y los primeros cambios que se dan a su interior son producto,

precisamente, de la reorganización del trabajo compulsivo, llevado a cabo a partir de la

década de los treinta. Ésta permitió saldar las deudas que mantenía a miles de campesinos

como colonos en las fincas cafetaleras, y para algunos representó una posibilidad de mínimo

ahorro con los jornales que se recibía.

67

Esa pequeña monetarización posibilitó la creación de pequeños espacios de comercio

regional y alentó la producción artesanal para el consumo local, generando en esos lugares

del altiplano otras ramas de actividad y haciendo que la dependencia con respecto a la

demanda de trabajo en las áreas cafetaleras se redujera. Si bien esto no fue una tendencia

generalizada, en los municipios donde se dio comenzó a surgir un pequeño núcleo de

comerciantes que logró establecerse y controlar el intercambio dentro de ciertas regiones.

Tales son los casos de Momostenango, Totonicapán y San Antonio Ilotenango.75

Las cooperativas también comenzaron a surgir a partir de fines de los cincuenta, como lo

muestran los casos de Chimaltenango (García, 2011) y, más fuerte aún, con las cooperativas y

los procesos de colonización en Huehuetenango (Hurtado, 2011; Escobar, 1974). Éstas tenían

como principal objetivo lograr eliminar la serie de intermediarios que existían entre los

productores locales y los consumidores finales. Si bien fue una práctica que tomó auge a

partir de la década de los sesenta, principalmente en su forma de servicios y comercialización,

las que se ubicaban en Huehuetenango bajo la influencia de la orden de los Maryknoll venían

acompañados con programas sociales y culturales. Pero las cooperativas, aunque fuertes allí y

en el Ixcán (Garst, 1993), encontraron rápidamente un fuerte límite para sus productos ante la

falta de medios adecuados para transporte y el escaso acceso al crédito para emprender

proyectos de más grande envergadura (Bulmer-Thomas, 1988: 164).76

Si se quería solucionar la problemática a raíz, se necesitaba una política más amplia. Ésta

debía buscar atacar la atrofia de infinidad de ramas productivas producto de la hipertrofia de

la agroexportación y su concentración de recursos de por sí escasos.77 Ante ningún viso de

75En el primero, la monetarización también se dio gracias a los préstamos que había realizado el Banco Agrario Nacional. La producción artesanal floreció, lo que provocó que los ingresos se multiplicaran entre tres y cuatro veces en comparación con los que se obtenía solamente a través de la agricultura y los jornales cafetaleros (Carmack, 1995). Totonicapán fue aún más provechoso, ya que comenzó a jugar un papel central en la economía regional al tomar el protagonismo de centro de intercambio ante la carencia de un centro urbano fuerte que cumpliera esa función en la región (Smith, 1989; 1991). Sobre San Antonio Ilotenango puede consultarse el clásico texto de Falla (1995). 76Una de las opciones que se previó fue la colonización con la expansión de la frontera agrícola hacia el norte, una medida apoyada incluso por el Estado ya que no producía tensiones con las tierras que la agricultura de agroexportación necesitaba en su expansión. La creación del Instituto de Transformación Agraria (INTA) en 1962 era parte de este proceso, en donde en 20 años se repartieron 235 mil hectáreas (May, 2001: 84). Según Lebot (1997: 52), de 1954 a 1982 se repartieron un total de 665 mil ha. a 50 mil campesinos, el 10 % de lo que Arbenz había repartido en un año y medio de Reforma Agraria (cf. Solórzano, 1987: 129-143). 77Según Monteforte Toledo (1972) la atrofia era tal que el rendimiento por hectárea de los principales productos básicos para la alimentación para 1960, encargados de surtir a todo el país, presentaba cada uno un déficit. El maíz tenía un rendimiento de 755 cuando debía ser de 3 442; el trigo de 676 en vez de 3 154; el arroz con 1 426

68

una política que buscara ampliar el escaso mercado interno y, con eso, permitir que otras

actividades productivas surgieran a la par de la agroexportación, el acceso a la tierra

terminaba siendo otra vez central.

Y la dinámica propia del pequeño campesino, especialmente el aumento demográfico que

comienza a verse a partir de los cincuenta, no ayudó al problema. Según Grandin (2007:

8-10), de 1950 a 1975 el promedio del área de los minifundios se redujo de 8.1 a 5.6

hectáreas por parcela. Ante la negativa de hacer pasar una reforma agraria, las condiciones de

1950 seguían predominando: los datos de la concentración por tamaño de unidad censada

apuntan que el 98% de la población agrícola era propietaria del 28% de la superficie, mientras

el 2% controlaba el 72% (Torres-Rivas, 1973: 191).78 Estos problemas terminaron inhibiendo

la capacidad de estos sectores de abastecer el mercado interno local, viéndose el país en la

necesidad de importar granos básicos y no permitiendo que la agricultura para uso doméstico

pudiera por esa vía generar mayores ingresos.79

El capítulo se podría concluir afirmando que la contrarrevolución intentó regresar al patrón

organizativo propio del liberalismo oligárquico, caracterizada por la dinámica

agroexportadora. Esto lo intentó realizar sobre una formación del poder caracterizada por la

dispersión y los espacios de poder paralelos (no centralizados), con el fin de lograr, a través

de la fuerza, silenciar las demandas propias de las movilizaciones y descontentos que

plagaron la década pasada en los espacios vitales de reproducción que hemos resaltado.

en lugar de 3 154; y por último el frijol, con 407 y un déficit de 2 221. 78Para 1965, la densidad de población del área rural por hectárea era la segunda más alta en Centroamérica, siguiendo a El Salvador, con un 138.2; alta, si se le compara con Nicaragua, 53.1, y con la de Honduras, 44 (Monteforte Toledo, 1972). 79La carencia de poder adquisitivo significativo, debido a la escasa productividad y a la inversión concentrada en otros renglones económicos, fue especialmente perjudicial para la alimentación de la población en esta condición. Su dieta estaba sesgada hacia los carbohidratos y era escasa en proteínas y grasas. La carne estaba lejos de poder ser adquirida (Bulmer-Thomas, 1988: 113).

69

Capítulo IV - Una coyuntura malditaSuspiró por el dolor inasible de una idea fantástica,

abstracta,por la pena que causa lo inalcanzable,

por la humillación que produce saberse incapaz de alcanzarlo.José Donoso (1970)

Mantener el eje finquero, esto es, no alterar el patrón de relaciones que dinaminzaba las

relaciones entre grupos y clases al interior del territorio guatemalteco, fue una lucha

encarnizada que llevaron a cabo los grupos anticomunistas junto con la clase oligarca, por

naturaleza anticomunista. El mantenerlo quería decir que este patrón organizativo continuaría

siendo central en la dinámica del proceso guatemalteco.

Como se vio, la agroexportación cafetalera y de banano activaba unas cuantas regiones y

condicionaba fuertemente la fuerza y el carácter del Estado. El problema principal residía en

que éste no era un proceso en el que la oligarquía tuviera un control preponderante.80 En los

nodos centrales de la realización de los productos primarios, fundamentalmente el

financiamiento y el transporte/comercio, su papel era significativamente débil. Las pingües

ganancias lo eran aún más por las las pérdidas con la importación de productos suntuarios y

otros productos comprados a casas comerciales establecidas como monopolios; y ya lo

sobrante del excedente se retenía internamente con una férrea concentración. Pese a esto, esas

míseras ganancias eran centrales en lo interno por su exclusividad y la dinámica que

propiciaban. Como tal, el carácter de la actividad agroexportadora cafetalera repercutía

instantáneamente en el equilibrio de otros espacios fundamentales de la sociedad, directa o

indirectamente a ella relacionados. Esta dependencia en un proceso productivo con una

histórica fragilidad, dados los pocos contrapesos a los inestables precios del mercado

mundial, hacía en sumo vulnerable el suelo social y político que por esos momentos se vivía

en el país.

El año de 1954 se presentó en ese momento como un brusco viraje de 180° en el curso del

desarrollo de la política guatemalteca de los últimos diez años. Como resaltamos, la

intervención llevó al aparato estatal a los grupos que habían permanecido hasta ese momento

80Si bien la dependencia en la infraestructura (ferrocarril, energía eléctrica, carreteras) no era tan marcada como en los años del liberalismo cafetalero, el manejo de puertos y el comercio de los productos continuaba estando fuera de sus manos (Torres-Rivas, 1973).

70

en la sedición, y a las redes de intereses que los acompañaban. Lo que se dio en el área rural,

donde había permanecido una intensa movilización durante la última década, fue una fuerte

represión y una vuelta a la disciplina propia del convivir señorial decimonónico. El golpe

fragmentó la organización rural y cerró de golpe los espacios para reconstruirla al prohibir la

organización abierta y ejercer un celoso control local. En la ciudad, por su parte, se buscó

desarticular a las organizaciones que habían abanderado el octubrismo, con un especial

énfasis en las que habían propiciado que ese complejo de protestas históricas propio de la

movilización en el campo encontrara un eco en la política a nivel nacional. Esto era obvio, ya

que con esta combinación de fuerzas se había cuestionado el histórico patrón finquero.

Lo que hacía falta ver era si ese viraje era temporal o definitivo. Y cuando una coyuntura

propicia para el cambio se presentó tres años después de la intervención, los precios del café

se desplomaron. Las consecuencias políticas del descalabro fueron varias, de las cuales para

el efecto de nuestro argumento nos gustaría resaltar al menos tres.

La primera repercusión fue la presión que ejerció al restringir más la restricción política en

el campo e intensificar los mecanismos tradicionales de compensación por explotación. Esto

cercó cualquier posibilidad de movilización rural como acicate a las pugnas que se desataban

en la ciudad, reduciendo con esto el número de posibilidades para el cambio.

Al mismo tiempo, la caída de los precios precipitó una crisis fiscal que vino a colaborar con

la reactivación de las movilizaciones en la ciudad, que ante la falta de respuesta a sus

reivindicaciones comenzaron a portarse de manera cada vez más combativa, mientras el

gobierno comenzó a cerrar los pocos espacios que había abierto.

Y por último, la crisis fiscal permitiría que el FMI y el departamento de Estado presionaran

al gobierno de Ydígoras para otorgar espacios del territorio nacional para el entrenamiento de

fuerzas mercenarias para invadir Cuba, a cambio de un préstamo que ayudaría a sanear las

arcas nacionales. Las operaciones de la CIA en territorio guatemalteco resultaron centrales en

la coyuntura, ya que terminaron por fracturar al ejército y crearon, con eso, un primer núcleo

de oposición armada en un momento de polarización aguda, dentro de un contexto en que la

revolución cubana mostraba a la vía armada como una posibilidad concreta de cambio

político.

Comencemos por el campo.

71

Los efectos en los territorios cafetaleros

Mientras los precios del café llegaban a su punto más alto en 1954, la mejora de la

productividad y el aumento de los países productores creó una sobreproducción significativa

en el mercado mundial. Como era de esperarse, esta saturación produjo la precipitación de sus

precios.81 La reacción de parte del sector exportador a la caída de precios fue el crecimiento

masivo de la masa de producción exportada a partir del aumento de su productividad.

Resulta sencillo ver el papel decisivo de la concurrencia, la oferta y la demanda, en la caída

de los precios. Lo que a primera vista no resulta tan claro son las razones por las que en un

momento en que los términos de intercambio van declinando junto al valor adquisitivo de las

exportaciones, la producción de café va en aumento.

El valor de las exportaciones de café cayó en las siguientes proporciones:

Tabla 3. Valor de las exportaciones de café (millones de US$) de 1954 a 1960.

1954 1955 1956 1957 1958 1959 1960

74.2 75.5 89.2 82.3 83.7 74.4 70.8Fuente: Bulmer-Thomas (1988: 165)

Según Bulmer-Thomas, el valor de las exportaciones no refleja la misma proporción de

declive que los términos de intercambio y menos que el de los precios del café

(Bulmer-Thomas, 1988: 165). Este crecimiento en el valor de la producción fue hecho gracias

a un aumento gigantesco de lo producido, únicamente gracias a la productividad en el proceso

cafetalero, como lo muestra la siguiente tabla.

Tabla 4. Productividad del café (kilogramos por hectárea), 1950, 1958/9 y 1961/2

1950 1958/9 1961/2

364 787 1002Fuente: Bulmer-Thomas (1988: 154)

En el caso guatemalteco, las mejores tierras ya estaban agotadas, por lo que un crecimiento

en el área producida era imposible sino con una gran inversión. Es sabido que no hubo

mejoras en la técnicas de producción cafetalera, más allá que con el uso intensivo de

fertilizantes. No contamos con datos posteriores a 1956 en este aspecto, pero al ver las

importaciones de bienes de capital en el resto de sectores de la economía en comparación con

81De menos de US$20 millones para 1944, el valor de las exportaciones de café para Guatemala llegó en 1954 a un poco más de US$70 millones (Bulmer-Thomas, 1988: 111).

72

el de la agricultura -suponemos que la mayoría de los que tenían la capacidad de importar

estos capitales eran las fincas agroexportadoras-, es posible ver el poco capital que se

incorporó al proceso productivo de la exportación de café en comparación con la

acumulación de capital que se daba en otros espacios de la economía, como se puede ver en la

tabla 5.

Tabla 5. Valor de Importaciones de bienes de capital (en millones de quetzales) en años

seleccionados

Año Total Agricultura Resto (construcción, transporte,

industria, manufactura y otros)

1945 8 844.3 876.5 7 967.8

1947 20 447.9 2 065.5 18 282.4

1948 22 327.2 2 104.1 20 223.1

1952 16 319.0 1 383.5 14 936.0

1954 22 346.7 2 723.8 19 622.9

1955 29 645.9 2 799.3 26 846.6

1956 46 246.0 3 956.4 42 289.6Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de Gobierno de Guatemala (1957)

Esto no es suficiente para saber qué papel jugó el uso de fertilizantes en el aumento de la

producción cafetalera en los años de la crisis. Más allá de la opinión versada de

Bulmer-Thomas (1988: 165 y ss.) sobre Centroamérica en general, no contamos con datos

sobre el caso guatemalteco. Este autor sostiene que sí hubo un aumento en el uso de

fertilizantes, pero afirma que el peso de los costos en la producción de café siguió recayendo

sobre todo en el costo de la mano de obra, que por esa razón debía mantenerse a un ínfimo

precio para conservar cierto margen de ganancia en condiciones de bajo precio del grano.

Siguiendo a Marini (1973) en su análisis, la compensación en la pérdida del valor en el

mercado internacional, fue solamente posible con el aumento en la intensidad del trabajo y la

prolongación de la jornada de trabajo. Sólo negando a los trabajadores las condiciones

necesarias para reponer siquiera a niveles culturalmente aceptables el desgaste de su fuerza de

trabajo, fue posible un aumento de la masa de valor obtenido en la venta del café, y con eso,

de la ganancia final. Las pérdidas en términos de intercambio desigual que se veía con la

caída de los precios y con la continuación del nivel de las importaciones, fue compensada,

73

usando los términos clásicos, por la explotación intensiva y expansiva del trabajo en las

fincas cafetaleras. Y esto era posible, además, por lo elástico de la mano de obra en el campo,

con lo que se tenía una capacidad de reemplazo bastante alta y servía de aliciente, en su poco

dinámico mercado, para mantener los salarios deprimidos (Monteforte Toledo, 1972).

Pero estos mecanismos de por sí no eran suficientes, por lo que el uso de la fuerza

continuaba siendo central. Eso es exactamente lo que se vio. Si desde 1954 el control

organizativo en el campo era sumamente restrictivo por los problemas que se habían tenido

con las movilizaciones de los agraristas, lo iba a ser más en momentos en que los precios

caían.

En San Marcos, la política de los trabajadores por esos años pasó a ser bastante discreta y

volvió a la política clandestina. Según los que han estudiado el área, no se logró constituir una

organización fuerte sino hasta varios lustros después, cuando el PGT comenzó de nuevo su

trabajo en la región y el trabajo de Acción Católica en el altiplano marquense dio fruto a las

primeras Ligas Campesinas del departamento y al Movimiento Campesino del Altiplano, a

inicios de la década de los sesenta. Más allá de eso, las movilizaciones y la organización

autónoma cesó.

En las áreas en donde el gamonalismo era más fuerte, como en la región de Alta Verapaz,

Quiché y Quetzaltenango, las relaciones serviles se profundizaron (Torres-Rivas, 1973:

212).82 En la primera región, por ejemplo, los comisionados militares pasaron a fungir como

espías y agentes de seguridad dentro de las mismas fincas, estableciendo una red interna de

control que era acompañada por ejércitos paramilitares, llegando a contarse hasta 5 mil en

toda el área (Grandin, 2007: 145-200). Las leyes caducas de compulsión extra económica

fueron enfatizadas por estas redes de control. Fue sólo hasta que las fuerzas Qeqchi'es locales,

fieles al PGT pero con bastante autonomía, comenzaron a reorganizarse clandestinamente que

se comenzó a buscar vincularse en lo nacional a través del Partido Revolucionario (PR)

(Grandin, 2007: 145-200). Pero también fue hasta inicios de la década de los sesenta que es

posible ver esta reorganización.

82Si bien eso provocó, como lo enfatiza Guerra-Borges (1986: 218), un aumento de las familias en situación de colonato, de 84 264 en 1950 a 126 669 en 1964, el aumento fue muy reducido si se le compara con el crecimiento de otras formas de posesión de la tierra.

74

Un espacio que hemos trabajado poco es el de las comunidades indígenas, que durante los

años revolucionarios fue activo pero dirigió sus esfuerzos a la lucha por la tierra entre

comunidades, entre comunidades y municipios, o entre municipios, por lo que decidimos no

tomarla en cuenta en el segundo capítulo. Para mediados de los cincuenta habían comenzado

en su interior fundamentales cambios. Dada la variedad dentro de cada comunidad y

municipio, resaltamos solamente los trabajos y casos que más han enfatizado el problema que

estamos tratando.

La entretejida jerarquía cívico-religiosa de las comunidades indígenas mantenía una

organización sostenida a través de una religión que mezclaba elementos católicos y propios

de las religiones mayas (Falla 1995: 175).83 La presencia de nuevos sectores que no

respondían a las formas de actuación correspondientes a la jerarquía cívico-religiosa, como

los pequeños comerciantes, provocó tensiones internas84, que se intensificaron con la llegada

de Acción Católica (AC) a todo el altiplano maya-indígena.85 Si bien en un comienzo su

trabajo fue más proselitista en su cruzada contra la “amenaza comunista”, el espacio fue

rápidamente ganando adeptos, especialmente entre los más jóvenes y entre otras fracciones

internas que no veían ya sus intereses respaldados por la estructura de cofradías (cf. Falla,

1995). La segunda parte de la década de 1950 vio por un lado la llegada de sacerdotes más

allegados a las necesidades locales que los de las jerarquías católicas y al mismo tiempo la

más activa participación de jóvenes, muchas veces ya desligados de la tierra por el espacio

que les permitían las nuevas ocupaciones de sus padres. La potencialidad del espacio derivaba

de los debates sociales que se comenzaron a generar a su interno, en donde en la crítica al

“indio” como categoría de vida estaba ya implícita una crítica a las condiciones sociales de

83Esta organización destacaba por su carácter corporativo y “cerrado”, que enfatizaron algunos antropólogos norteamericanos (Wolf 1955,;1957). Si bien se puede argumentar que los espacios no eran tan cerrados como lo suponían en un inicio los antropólogos norteamericanos (Grandin, 1997), el poco dinamismo del que eran parte hacía que esos espacios se constituyeran en especies de cemento para que una mentalidad conservadora, pero con rasgos de rebeldía, cuajara y pasara a verse de manera natural. Como afirma un líder comunitario que luego pasaría a ser parte de los miembros fundadores del histórico Comité de Unidad Campesina (CUC): «Así son las cosas, así se trata. Lo percibíamos como natural. En ese entonces no tenemos la consciencia que hoy tenemos. No sé, la consciencia étnica. No, simplemente lo veíamos como dado». 84En algunas comunidades esas tensiones habían comenzado años antes, pero vinieron a intensificarse en la década de los cuarenta (Cf. Ebel, 1964)85AC vino de la España franquista, pero fue formada en la Italia unificada. Llegó a Guatemala en la década de 1940 y se instaló de inmediato en el área rural. La falta de presencia de sacerdotes en muchas comunidades había permitido que prácticas religiosas “paganas”, a decir de las autoridades eclesiásticas, proliferaran en ellas (Garrard, 1998: 105).

75

subordinación que permitían que esa categoría tuviera sentido. De allí la proliferación de

organizaciones propias enfatizando el cambio social, como células de base de AC,

cooperativas y el intento de la vinculación con los partidos políticos tolerados por el régimen

contrarrevolucionario, como la Democracia Cristiana (cf. Carmack, 1991; Murga, 2006).86

El proceso de educación pública también permitió, para los que tenían acceso a ella en los

cascos urbanos de los departamentos (Piel, 1989), participar en un espacio en donde, al

menos en los momentos de instrucción, se estaba en iguales condiciones con respecto al resto

de estudiantes (cf. Arias, 1989).87

Además del espacio que proveía AC, el sistema de elecciones municipales introducido en

1945 permitía que el juego político en lo local adquiriera cierta complejidad y posibilidad a

algún tipo de cambio en la representatividad a ese nivel (cf. Ebel, 1991). Y en los municipios

donde dadas las relaciones de fuerza internas no era posible esto, lo que surgió entonces fue

una fuerte tradición de confrontación que explotaría años más tarde, como lo ejemplifica el

caso del área Ixil (González, 2011).

Podemos decir, entonces, que el papel de la restricción política continuó siendo central en la

dinámica cafetalera y que las tensiones que provocó no permitieron que las clases subalternas

rurales, previamente movilizadas, pudieran ejercer algún tipo de acción que presionara lo que

acontecía en la ciudad. Para los efectos del argumento, esto evitaría traer de nuevo el

problema de la tierra y la explotación a la palestra de la política nacional. La crisis cafetalera

fue un silencioso y desgarrador aliciente a la crisis hegemónica en el campo.

Si recapitulamos, la desarticulación en la ciudad no fue acompañada de una represión

marcadamente violenta luego de 1954, lo que no excluye la persecución, encierro, vigilancia

y casos de tortura. Con el campo maniatado y presa de la represión, lo que importa resaltar es

que por esas razones la ciudad presentaba el único espacio propicio para una solución a la

crisis. Y más específicamente, parecería que solamente en las pugnas de las fuerzas presentes

en la ciudad, dentro de sus limitaciones de horizonte, irían a definirse los siguientes pasos de

la política guatemalteca.

86Existe una amplia bibliografía al respecto, siendo sustanciales los textos de de Adams (1997), Arias (1989) y Bastos y Camus (2003), siendo menos relevantes los de Gálvez, et. al. (1997; 1999). 87Lebot (1997: 39) menciona que de 1950 a 1968 el analfabetismo, pronunciado en el área rural, había bajado de 70% a un 42.5%.

76

Las tensiones en la ciudad

Hubo sectores dentro del octubrismo moderado y moderados lejanos al octubrismo que veían

la intervención como un hecho necesario para frenar su percepción de caos, con lo cual irían a

compartir ciertos aspectos que suponía la intervención, pero viendo sus medidas como

necesariamente temporales. Sí, el comunismo había sido el principal problema, pero eso no

significaba que los pasos del 44 tenían que desviarse hacia la reacción. Y en los primeros

años luego del 54 ese sentimiento de espera oportuna fue la guía de la callada oposición

moderada.88

Como lo planteó un periodista en los primeros días de agosto de 1954:

«la población no ha entendido la salida de Arbenz muy bien [...] Los presentes cambios son

vistos como meros trucos sacados de la manga requeridos por la situación [...] [En la capital],

los guatemaltecos están de acuerdo en al menos un punto: todo lo que piden es que sean

garantizados con el mantenimiento de las conquistas sociales» (Handy, 1994: 192).

Castillo Armas, por su parte, representaba de manera más clara los intereses

norteamericanos dentro de un movimiento anticomunista con varias tendencias e intensidades

políticas a su interior. Dosal (2005) menciona los iniciales roces que tuvo con miembros de la

élite oligárquico-industrial y la manera como sus intentos de presionar por una reforma fiscal

fueron recibidos por ellas. Y son sabidas las ronchas que suscitaba su presencia en un ejército

que tuvo que tragarse su orgullo al verlo subir a la presidencia. A lo interno del

liberacionismo, además, se le consideraba demasiado suave en sus medidas.

En suma, Castillos Armas se encontró cada vez más aislado en el centro de los múltiples

intereses de las facciones anticomunistas. El desenlace a esas tensiones fue su asesinato el 27

de julio de 1957. Rápidamente se decretó Estado de sitio en todo el país, decenas de

dirigentes revolucionarios y comunistas fueron arrestados89, asumió el primer designado a la

Presidencia y llamó a elecciones para tres meses después. Un soldado custodio del Palacio

Nacional fue arrestado y condenado por el magnicidio, mientras “se le encontraron” panfletos

del PGT. Siguió la explosión de bombas caseras que el nuevo gobierno rápidamente adjudicó

88Taracena (s/f) resalta la labor del periódico clandestino El Estudiante en esos años, al referir a la población letrada noticias y sucesos que la prensa censurada -o autocensurada- no imprimía. 89Según Villagrán-Kramer (2009: 265), en el léxico político de la época se hacía una diferencia entre comunistas y revolucionarios (i.e. octubristas), de la izquierda al centro, y de anticomunistas y liberacionistas, de centro derecha a la derecha extrema.

77

a los comunistas, en un momento en que éstos ni siquiera habían tenido la capacidad de

reorganizarse tras el 54. Ninguna organización se adjudicó el asesinato y la Embajada,

siempre al tanto del eco de la información dentro de las cañerías de la política interna, entre

las posibilidades que manejaba, la principal era que el plan del asesinato había venido de la

extrema derecha (Dosal, 2005: 184; Figueroa Ibarra, 2000).90

La muerte del principal dirigente del anticomunismo permitió una rápida reorganización de

las fuerzas revolucionarias y anticomunistas con miras a las elecciones planificadas para

octubre de ese año. El momento finalmente parecía permitir una apertura.

Por el lado de las fuerzas octubristas, se formó el Partido Revolucionario (PR) a partir de

agosto, un partido que buscó aglutinar, como el PAR en 1946 y el PRG en 1951, a todas las

tendencias que cabían dentro del octubrismo, y siguiendo esa tradición, se harían ver

explícitamente ajenas al PGT y al comunismo. Este intento de moderación no evitó que se

tuvieran que tomar medidas de seguridad, por lo que se instaló una directiva pública mientras

la comisión política mantenía un carácter clandestino. Se comenzó el acercamiento a otras

fuerzas octubristas, con lo que se realizó un pacto entre el PR y el SAMF, el sindicato de los

ferrocarrileros. También se formó un Bloque obrero, que incluía sindicatos, estudiantes

dentro del Frente Unido Revolucionario (FUR, con directiva de la clandestina Juventud

Patriótica del Trabajo, comunista) y unas pocas organizaciones de otro tipo. Y la política

universitaria había tomado vuelo luego de la masacre del 56, con lo que cada vez más habían

ido planteando su postura en la política nacional (ASIES, 1991; Villagrán-Kramer, 2009:

270-5).

Por el anticomunismo, ya estaba formada la Democracia Cristiana de Guatemala (DCG), en

un principio con una presencia notable de la alta jerarquía anticomunista de la Iglesia Católica

(Solórzano Martínez, 1981). Pero el que más fuerza parecía tener era el nuevo partido del

militar retirado Ydígoras Fuentes, el Partido de la Redención Nacional (PRN). Ydígoras

representaba al anticomunismo moderado, había sido un militar ubiquista, que se había

presentado a la presidencia en el 51 contra Árbenz, y que luego fue hecho a un lado por la

90El soldado era, como resulta obvio, un chivo expiatorio, tomando en cuenta que el PGT no tuvo nunca la capacidad de infiltrarse en las filas, ni altas ni bajas, del ejército. Con respecto al asesinato, Villagrán-Kramer (2009) refiere en su texto que dos de los principales líderes del anticomunismo afirmaron a los años, jactanciosamente, haber llevado una exhaustiva investigación en la que se daba con los ejecutores del magnicidio. Sospechosamente, se llevaron el documento a la tumba.

78

Embajada en favor de Castillo Armas en su carrera por ser propuesto el libertador del

comunismo.

Y al extremo del anticomunismo se encontraba el Movimiento Democrático Nacional

(MDN), que en ese momento se encontraba en el Ejecutivo y con mayoría en el Congreso.

Semanas antes de las elecciones se anunció que el PR no podía ser inscrito a tiempo, ya que

toda su dirigencia estaba en las listas negras del antiguo CNDCC. En esa situación, el PR

llamó a no votar por el candidato de la derecha liberacionista, el MDN, dejando la opción

para hacerlo por Ydígoras.

El 21 de octubre de 1957, sin haber oficializado el conteo de los votos del día anterior, el

MDN fue declarado vencedor de las elecciones. Las fuerzas ydigoristas rápidamente se

comenzaron a aglutinar en la plaza central en protesta al fraude. Los siguientes tres días

fueron de intensa movilización, de llamados a una huelga general, hasta que el 25 las bases

del SAMF, sin el beneplácito de su recién elegida dirigencia, decidieron irse a huelga.91

Rápidamente el ejército ejecutó un golpe de Estado, instaló una Junta de Gobierno con tres

representantes salidos de sus filas, anuló el Estado de sitio, se mostró leal a la Constitución

anticomunista de 1956, y militarizó los ferrocarriles. Al siguiente día, el Congreso designó un

militar a la presidencia, Flores Avendaño, que a su vez declaró que habría nuevas elecciones

para enero.92

Además de prometer las elecciones, Flores Avendaño fue central en tratar los primeros

problemas que se avecinaban con la caída de los precios del café. Para fines de año, en un

esfuerzo por defender los precios y apoyar a la oligarquía cafetalera, autorizó que las fincas

cafetaleras a cargo del Estado no vendieran lo producido y lo atesoraran (Ydígoras, 1963: 76).

Sus efectos en la recaudación del Estado se verían un año después.

91La dirigencia samsfista había sido elegida el 5 de enero de ese año. El 25, ante el anuncio de la huelga, declaraba lo siguiente: «El movimiento es incontrolable por lo que el sindicato [su dirigencia] permanece al margen». (ASIES, 1991). Tras la militarización por el golpe y su posterior desocupación, el SAMF realizó otra huelga el 27 de noviembre, en la que previo uno de los dirigentes de las bases expresaba, de manera beligerante: «si no atienden nuestros pedidos, si la compañía persiste en su actitud, nos vamos a la huelga y no importa que nos corten la cabeza a los seis mil trabajadores del sistema, pero tenemos que ganar esta batalla». El SAMF estuvo batallando en ese año por lograr un nuevo Pacto Colectivo con la norteamericana IRCA, luego que el pacto firmado durante Arbenz llegara a su fin, cosa que logró a mediados de 1958 (ASIES, 1991). 92Villagŕan-Kramer, que vivió desde el PR esta coyuntura, afirma que el ejército se negó a reprimir porque no vio creíbles los argumentos del liberacionismo de una verdadera confabulación comunista tras las manifestaciones anti-fraude (Villagrán-Kramer, 2009: 275).

79

Con los liberacionistas desplazados del poder y puestos en las mismas condiciones que el

resto de fuerzas, rápidamente la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) pidió la

supresión de la Dirección General de Seguridad Nacional y del Congreso, mientras el PR

arreció su trabajo de base en el campo (ASIES, 1991; Taracena, s/f: 18).

Entre el golpe y las elecciones, el candidato por el PR, el moderado Mario Méndez

Montenegro, ofreció otra reforma agraria en terreno de la UFCO en Izabal, mientras el SAMF

batalló por un nuevo Pacto Colectivo con la IRCA (ASIES, 1991). Dos día antes de las

elecciones del 19 de enero, cinco mil trenistas del SAMF se fueron a la huelga. El ejército

volvió a militarizar las instalaciones y, en esas condiciones, abrió la puerta a las elecciones.

Esta vez, como era de esperarse, con la presencia de un PR y una DCG inscritos, no se

realizó ningún fraude.93 El Congreso, liberacionista, tenía que escoger al ganador de la

contienda por no haber obtenido mayoría. Y ante lo inevitable de la coyuntura, se inclinó por

Ydígoras.

Ydígoras había ido acumulando sentires, tanto por su lucha contra el anticomunismo como

por su posición ante el fraude, que lo legitimó ante los ojos del electorado. Aunque

probablemente lo que lo haya hecho moverse haya sido el hastío de verse desplazado por

tercera vez en seis años -en 1951 al perder las elecciones con Árbenz, y en 1954 al ver cómo

Castillo Armas no cumplía el Pacto de Caballeros (Villagrán-Kramer, 2009).

Su victoria había permitido un desplazamiento claro, alejándose de la extrema derecha. El

papel del ejército, por su lado, había sido bien valorado, por lo que recuperó algo de peso en

la contienda, aunque hasta entonces los continuos intentos de golpe mostraban que

internamente aún no encontraban el equilibrio de inicios del 54. El PR había aceptado

plácidamente su vuelta a la política institucional, y el MDN se contentaba de haber

sobrevivido a la pérdida de su principal líder y su caída del Ejecutivo. Parecía haber, en suma,

una moderación en el ambiente y ciertos puntos de equilibrio de un mayor número de

sectores.

Pero había otros equilibrios que aún necesitaban de atención si se quería construir un

Estado. Aunque a los ojos de estas fuerzas parecía una piedra en el zapato, las movilizaciones

93En primer lugar se ubicó el general Ydígoras Fuentes con 190 912 votos, seguido del coronel Cruz Salazar por el MDN con 138 488 votos, detrás el candidato del PR con 132, 834 y por el último un militar propuesto por la DCG con un poco más de cinco mil (Villagrán-Kramer, 2009: 279).

80

del SAMF hacían ver que dentro de estos lazos temporales de equilibrio habían problemas

que estaban latentes. Por esos años muchos de los pactos colectivos firmados durante la

década revolucionaria, principalmente los firmados entre trabajadores y empresas

norteamericanas, iban llegando a su fin e irían surgiendo en el mediano plazo.

Ydígoras reafirmó las expectativas que surgieron con su política del borrón y cuenta nueva

y de la redención nacional. «Es necesario levantar la lápida del miedo que pesa sobre los

ciudadanos», decía Ydígoras mientras prometía reformas en materia laboral y agrícola

(ASIES, 1991). Una vez en el poder, con Ydígoras comenzaron a regresar los exiliados junto

a sus familias, y pareció vivirse un ambiente con una tensión política menos cargada que en

los años inmediatos a la intervención.

Por su parte, esto le permitió al PGT finalmente reorganizarse y comenzar cierta actividad,

aprovechando los márgenes dados por la coyuntura de la reconciliación. En los tres años

anteriores, el PGT había hecho lo posible por sobrevivir a partir de sus cuadros medios y de

base, y había escrito en 1955 un documento fuerte y condenatorio a la intervención,

asumiendo muchos de los errores de la coyuntura. Pese a que el documento parecía mostrar

un influjo más explícito del análisis marxista-leninista de esos años, lo que podía sugerir

cierta radicalización, para 1958 el PGT mantenía en su centro los principios básicos del

octubrismo -democracia, independencia y justicia social-, lo que es visible en sus

reivindicaciones concretas.94

Esto es lo que permite entender su inclinación por lanzar, paralelo a Ydígoras, su política de

Conciliación Nacional, a partir de marzo de 1958, sin someter a revisión explícita los

lineamientos vertidos en 1955. En ella enfatizó la necesidad de construir una transición

democrática que permitiera una apertura política lo suficientemente ancha para establecer una

alianza de las distintas fuerzas sociales progresistas, con el fin de evitar la disminución de las

principales conquistas logradas en la primavera guatemalteca y, con eso, una guerra civil

(Figueroa Ibarra, 2000: 161 y ss.; Taracena, s/f). La postura tenía ciertas omisiones y

94Resulta muy interesante ver las condiciones en las que se redactó el documento conocido como Magnesia, en donde dirigentes de los partidos comunistas mexicano, venezolano y cubano, ayudaron y presionaron a los comunistas guatemaltecos en algunos elementos del contenido. Sobre todo es interesante para entender su contraste con la praxis posterior del PGT. Como diría uno de sus principales dirigentes: «En sus partes más radicales, el documento es pura literatura política. Ni nos preocupamos por elaborar una concepción estratégica en esa línea, ni la tomamos en cuenta en lo sucesivo, como lo demuestran todos los documentos que hicimos hasta llegar al III Congreso» (CP-CC-PGT, 2006; Figueroa Ibarra, 2000: 120 y ss.).

81

desplazamientos importantes. Aunque se mencionaba formalmente, el tema agrario no se

retomaba con la misma fuerza como en 1952, y se dejaba para un futuro pos-transición.

Podríamos decir, de esta manera, que había señales que hacían pensar a los sectores

octubristas desplazados -comunistas incluidos-, con todo esto en juego, que efectivamente

podía realizarse una transición democrática.

El problema de la conciliación requería un especial tacto político para saber manejar esos

problemas históricos internos en una coyuntura donde la estructuración de las relaciones de

poder a nivel internacional reflejaban un fuerte peso de equilibrio a favor de Estado Unidos.

Esta capacidad requerida para lograr espacios hegemónicos en la ciudad, aunque el campo

estuviera maniatado, era posible dentro de cierto marco de alianzas y equilibrios. Lo que no

era posible era que Ydígoras tuviera el talento para llevarlas a cabo.

Ydígoras tomó posesión el dos de marzo, y dos días después el sindicato del Instituto

Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) rechazó en un acto público el cambio del gerente

reclamando nepotismo.95 Un día después hubo masivos despidos en la dependencia encargada

de los Asuntos Agrarios y otras dependencias estatales. Lo mismo un mes después en la

municipalidad de Guatemala y para junio en el Instituto Nacional de Fomento a la Producción

(INFOP). Esto pronto generó malestares que tomó formas organizativas que cupieron en los

estrechos márgenes permitidos por las restricciones sindicales a empleados públicos por los

decretos 570 y 584 (ASIES, 1991).

En medio de esos descontentos, en abril, los nuevos diputados del PR y la DC emitieron un

decreto que anulaba las restricciones mencionadas, pero tres días después el Consejo de

Ministros del Ejecutivo, por unanimidad, rechazó el decreto. Al día siguiente se anunciaban

más despidos y contrataciones con las mismas características de compadrazgo y nepotismo

(ASIES, 1991).

Si bien los trabajadores ligados al café estaban silenciados, segmentos de los que laboraban

en los enclaves resurgían en el periodo con fuerza, como lo había mostrado la movilización

samfista. No correrían la misma suerte, sin embargo, el resto de organizaciones obreras

agrícolas Pese a la cero tolerancia de la organización, bajo el argumento de que «toda

95Ydígoras ha sido calificado de corrupto. Handy (1984: 152) menciona que a los primeros días de toma posesión, el nuevo presidente se aumentó el sueldo a US$ 150 mil, además de crear una pensión millonaria para ex presidentes.

82

organización se vuelve comunista», las reivindicaciones salariales volvieron a surgir. Tras

solicitar permiso para huelga, la misma UFCo entró en paro. Trece días después trabajadores

regresaron sin incrementos salariales, y amenazados de ser despedidos. Al final, 799 fueron

despedidos (May, 2001: 75-8).96 El peso obrero rural se redujo entonces a los ferrocarrileros.

Sin embargo, para septiembre de ese año el PGT realizó una satisfecha evaluación de su

política de conciliación: «En el curso del último año, en el que han ampliado en cierta medida

las posibilidades de lucha legal y abierta, las fuerzas democráticas han venido avanzando y

haciendo sentir su influencia en la vida política del país» (Figueroa Ibarra, 2000: 162).

Su entusiasmo fue rápidamente contrastado. Para octubre se vio con cierta claridad que los

bandos opuestos producto del anticomunismo guatemalteco estaban en pie, y que una

conciliación era lejana. El gobierno no había dejado de usar la jerga anticomunista para

aplacar contra extremos y moderados, lo que confirmaba que sus pactos con los

liberacionistas, básicos para evitar una “conciliación”, deseaban ser mantenidos.97 Y en esta

tónica, inauguró el IV Congreso Internacional Anticomunista en octubre del 58, días antes del

14 aniversario del 20 de octubre de 1944.

Como exhibición de fuerza opuesta, el 20 de octubre llegó a juntar a 10 mil participantes

que rechazaban las últimas decisiones del gobierno y exigían la reversión de las medidas

contrarrevolucionarias, así como un set de nuevas reivindicaciones (Taracena, s/f).

Las tensiones probaron no ser superficiales, cuando el PR fue conmovido por una fuerte

cisma interna entre una fracción que se había acercado a una identificación con el

anticomunismo y la izquierda octubrista no comunista. Esto hizo que a finales de 1958

cientos de militantes a la izquierda fueran expulsados del partido por sus “tendencias

extremistas” (ASIES, 1991; Taracena, s/f; Figueroa Ibarra, 2000).

96La misma suerte corrió el sindicato de la Radio Tropical, también de propiedad estadounidense, que tras la iniciativa de 54 obreros en formar un sindicato en 1957, fue destruido por la empresa (ASIES, 1991; Brockett, 2002: 113). Para inicios de marzo de 1959, el sindicato de los muelleros del Pacífico, el STJPSJ, con una votación de 678 a favor, 16 en contra, entró en huelga ante el fracaso de las negociaciones con la empresa. Después de tensas negociaciones y acusaciones de intimidación hacia la empresa y el gobierno, un poco más de un mes después se llegó a un acuerdo (ASIES, 1991; Ydígoras, 1963: 20). 97El Pacto de borrón y cuenta nueva, como se le llamó, se encuentra íntegro en Villagrán-Kramer, tanto en su versión pública como en la secreta (2009: 281-284). Ésta última, es básicamente una tregua, trueques transparentes, y unión en puntos comunes entre las facciones del anticomunismo. El MDN buscaba evitar ser desplazado y que Ydígoras pactara con el PR, mientras éste buscaba congraciarse con sus aliados ideológicos, por fuertes razones geopolíticas.

83

Pese a las desventajosa relaciones de fuerza, el PR albergaba la importancia de plantear en

sí una salida consensuada al agrupar a las distintas tendencias del octubrismo no comunista, y

estar anuentes a pactar con Ydígoras. La cisma disolvió esa posibilidad y dejó un vacío en el

medio del espectro político que los siguientes años de polarización exigieron.

Crisis fiscal y polarización

Para 1958, la Junta Monetaria (JM) había anunciado que la crisis de la balanza de pagos hacía

necesarias ciertas medidas para restringir las importaciones. Y el gobierno había reconocido

que una crisis fiscal se avecinaba para los presupuestos de los siguientes años (ASIES, 1991).

En 1959 la crisis fiscal era una realidad. Cabe expandirnos un poco en su importancia.

La crisis cafetalera afectaba directamente al Estado ya que sus principales ingresos

provenían de la tributación de las exportaciones e importaciones. Más precisamente, para

fines de los cincuenta todavía seguía rigiendo la misma estructura taxativa que se manejaba

durante el Estado oligárquico. Casi todos los ingresos que el Estado obtenía provenían de

impuestos indirectos a las actividades comerciales ejecutadas en el mercado internacional, y

muchos de éstos tenían un carácter regresivo. No existían hasta ese momento impuestos

directos, lo que aunado al carácter regresivo de los impuestos indirectos, y a la evasión por las

mediocres regulaciones estatales, hacía que la oligarquía virtualmente no los pagaran. El

gobierno de Arévalo había aumentado el impuesto a las exportaciones de café, de ¢1.65 a ¢6

por libra, pero esta era una fracción diminuta del valor de las exportaciones del grano, además

de no modificar el carácter en que los impuestos eran planteados. En esos años, mientras las

exportaciones de café crecían, el problema parecía pasar a segundo plano. Pero cuando las

exportaciones se redujeron y las importaciones tuvieron que ser reducidas, el Estado sintió el

golpe (Bulmer-Thomas, 1988: 121-125).

Para 1960, el año más cercano de la crisis con el que contamos con datos, el porcentaje que

el gobierno central recibía de los impuestos indirectos en relación con los ingresos totales era

de 8%, el impuesto de propiedad de 2.5% y el de exportación de 11.3%.98 Para el mismo año,

98En comparación, Costa Rica obtenía de los impuestos por ingreso un 12% y 5.4% del impuesto de propiedad. El Salvador, por su lado, obtenía un 17% de sus ingresos estatales del impuesto de exportación. En éste, Guatemala redujo su porcentaje a 7.8% en 1965 y 5.9% para 1970 (Bulmer-Thomas, 1988: 182).

84

los ingresos estatales representaban solamente el 7.6% del PIB, mientras en Costa Rica el

porcentaje era de 13.3 (Bulmer-Thomas, 1988: 182).

Lo que arreciaba la crisis fiscal para el Estado era el aumento y la alteración de sus

funciones a partir de 1944. Su papel en la inversión pública desde esa fecha había sido muy

fuerte -para inicios de 1950, el Estado ejecutaba 1/3 de la inversión total en el país-, y las

relaciones y funciones que establecía con otros espacios de la sociedad se lo demandaban.

Esto se podía ver reflejado a través del número de empleados públicos. Lastimosamente, no

se cuenta con datos homogéneos. Tischler (2001), que en sus datos incluye a los maestros,

afirma que para 1945/6 el Estado empleaba a 23 753. Adams (1970: 165) afirma sin

especificar a quiénes se incluye en los datos, que para 1950 había 15 mil empleados públicos,

y que para 1963 llegaba a 37 500. Por su parte, Torres-Rivas (1983: 11), más cercano a los

datos de Adams, afirma que para 1960 había 16 411 y que para 1965 el número aumentó

dramáticamente a 38 637. Pese a estas discrepancias, es claro en los autores que el empleo

público iba en aumento en los años que nos ocupan

Pese a la crisis, el presupuesto estatal no disminuyó, como puede observarse en términos

generales en el cuadro 6. Más en lo específico, Ydígoras (1963: 79) menciona que el

presupuesto para 1959 intentó reducirse, pero el Congreso hizo todo lo posible por

mantenerlo igual.

Tabla 6. Presupuestos quinquenales (millones de US$)

Año 1950 1955 1960 1965

Presupuesto 42.4 102.6 114.4 177.2

Fuente: Torres-Rivas (1983)

El Estado contaba con mayores y complejas funciones públicas, con lo que requería un

mayor número de empleados y de presupuesto, todo esto en un momento en que los precios

del café, su principal fuente de ingresos, iba en declive. Alguien tenía que verse afectado por

estas reducciones, e Ydígoras no tenía la intención de afectar a los agroexportadores:

«Nuestro único recurso era remover gente del presupuesto gubernamental y esto es lo que

hicimos hasta donde legalmente se nos era permitido» (1963: 77, traducción libre)

A lo largo de 1959 se tiene registro de problemas ocasionados por la crisis fiscal.

Telegrafistas, trabajadores de correo, salud pública y de caminos, reclamaron juntos en

85

septiembre que no habían recibido salarios a tiempo o los recibían de forma irregular. A estas

movilizaciones de sectores que no se había pronunciado desde la intervención, se sumaron el

surgimiento de otras, como la reorganización de los maestros y su primera huelga masiva

para octubre ante la desaparición de uno de sus integrantes. Y por si fuera poco, la derecha

extrema había comenzado actividades terroristas, implantando bombas en diferentes lugares

de la ciudad (ASIES, 1991; Taracena, s/f; ODHAG-FLACSO, 2010: 33). El momento se

cargaba de complejidad y de una mayor necesidad de maniobra.

Para septiembre de ese año, el PGT realizaba una nueva valoración del momento político. A

su parecer «el gobierno se había desplazado hacia posiciones más reaccionarias y

antidemocráticas», lo que para su Comisión Central no desvirtuaba la táctica de seguir

luchando por insertarse en lo legal y lograr una convivencia democrática (Figueroa Ibarra,

2000: 166).

A fines de ese año se realizaron las elecciones municipales y de la renovación de la mitad

del Congreso. El oficialismo, con fuertes intimidaciones y represión a opositores, logró una

victoria arrasadora en las elecciones de diciembre. Hubo protestas, pero fueron mínimas.

Parecía que el gobierno entraría a su tercer año de gobierno fortalecido (ASIES, 1991). Pero

las tensiones que el gobierno había ido sembrando en sus primeros años y las consecuencias

de la crisis cafetalera y luego de la revolución cubana, prepararon las cosas para 1960.

Las expectativas de parte de los sectores organizados en torno a un vago octubrismo

parecen haber llegado a su límite en este año. Y una torpe serie de decisiones del Ejecutivo

parecen haber ayudado a su deterioro. Para el tres de enero el sindicato del IGSS buscó

reglamentar una jornada única, misma que fue rechaza por el gobierno al siguiente día. El

sindicato inmediatamente entró en huelga de hambre como medida de presión. Los patronos

reaccionaron amenazando con dejar de pagar sus cuotas, lo que despertó la atención de otros

sindicatos y federaciones sindicales, que para el 11 habían creado la Comisión Sindical Pro

Jornada Única para apoyo.99

El conflicto también activó a los estudiantes, particularmente a través de la AEU, por la

relación de estudiantes de medicina con el IGSS. Un estudio realizado por ellos reveló que

99Participaban en el Comité la FASGUA, que como dijimos tenía bases con afiliación al PGT, la Confederación Sindical de Guatemala, moderada, a Federación de Textileros (FT), y el cada vez más combativo SAMF (ASIES, 1991).

86

efectivamente la jornada única era más eficiente que la jornada tradicional. Con prepotencia,

el 17 el gobierno respondió con 55 despidos a los que estaban en huelga de hambre. El

siguiente día vio el centro de la ciudad lleno de manifestantes contra las medidas del

gobierno, y luego de un desalojo, los siguientes días fueron de batallas campales, mientras a

la lucha se sumaron los choferes de buses y paralizaron el transporte urbano.

Ydígoras respondió que si tenía que hacerlo, pasaría «sobre cadáveres por mantener el

orden». La AEU respondió con un llamado fallido a una huelga mixta. Finalmente, el

sindicato del IGSS no logró la jornada única, solamente la restitución de los despedidos.

Las jornadas terminaron con un manifiesto del Partido Unificado Revolucionario (PUR),

facción más a la izquierda del octubrismo desplazado por el PR, en donde argumentaba que

Guatemala se encaminaba a una guerra civil. El gobierno, en una pobre valoración, respondió

diciendo que todo era un plan de intimidación internacional contra él (ASIES, 1991;

Taracena, s/f).

El conflicto había tenido la característica de haber sumado a sectores que no se veían

directamente afectados, lo que habla de un descontento amplio con la forma que había

tomado el panorama político.

Los siguientes meses fueron de tensa calma. Mayo fue importante por una razón. La marcha

del primero fue masiva y entre las filas de movilizados se logró ver a varios de los dirigentes

del PGT. Y según fuentes, los discursos fueron fuertemente influidos por el partido

(Levenson, 2007: 33).

A finales de ese mes se realizó finalmente el primer congreso del PGT desde los años de

Arbenz. El III Congreso fue inaugurado el 22 de mayo e incluyó entre sus debates el

problema de la política de la conciliación y la posibilidad de la lucha armada. Y en particular

presentó cierta tensión entre la línea octubrista de la “vieja” guardia comunista y la JPT, que

se había entusiasmado con la revolución cubana y estaba decepcionada por el trato del

problema por parte de los dirigentes experimentados.100 El documento final incluyó,

tímidamente, una cláusula en que decía que el PGT trataría de realizar todas las formas de

100Paz Tejada, el antiguo Jefe de las Fuerzas Armadas durante Arévalo, y en esos años asiduo conspirador contra los gobiernos posrevolucionarios, veía el entusiasmo de esta manera: «la revolución cubana impresionó a muchas imaginaciones con espíritu de imitación mecánica» (Figueroa Ibarra, 2004).

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lucha posible según un análisis exhaustivo de las exigencias de las situaciones concretas

(Taracena, s/f; Figueroa Ibarra, 2000).101

El III Congreso marcaba el retorno completo de un PGT organizado a la política nacional.

Esto significaba el regreso más visible del enemigo público número uno y el que más

capacidad de movilización había mostrado en los años de la revolución. Quedaba por mostrar

si tenía capacidad de replicar ese esfuerzo en una situación de desventaja ante su condición de

ilegalidad.

A los quince días, el siete de junio, los maestros entraron en una masiva huelga debido a

despidos arbitrarios producto de tensiones políticas y de medidas de austeridad por la crisis.

El paro se prolongó hasta finales de julio. La huelga iría a juntar a 50 mil maestros, un fuerte

apoyo de los padres de familia, y el aumento de tensión en la escena política. Esto se agudizó

en julio, cuando se intentó tomar la base militar de Cobán por parte de militares y civiles,

entre ellos miembros del PUR y jóvenes de JPT, todos a cargo del teniente Lavagnino,

arbencista (Álvarez, 2002: nota 198, 316).

Lo que siguió fue una serie de bombas en la ciudad que mermaron la capacidad de

continuar la huelga de los maestros. Tras tres días de terror, se decretó un Estado de sitio que

llegó a prolongarse hasta inicios de octubre. En el ínterin se llegó a un acuerdo entre los

maestros y el gobierno, y logrado esto se dieron enfrentamientos policiales con estudiantes

del FUEGO, que culminaron en cientos de detenidos que habían participado en el paro.

La posibilidad de las armas

A los días de terminado el Estado de sitio, se dio a conocer públicamente de parte de

facciones progresistas de ex militares que el gobierno de Ydígoras había dado permiso a

milicianos cubanos y estadounidenses, al mando de la CIA, para entrenarse en una finca de la

costa del Pacífico país. La finca había sido cedida por el gobierno como respuesta a las

presiones por parte del gobierno estadounidense y del FMI para otorgar un millonario

préstamo para sanear las finanzas públicas durante el inicio de la crisis fiscal.

101El Congreso es histórico por los efectos que provocó. Las dos referencias citadas muestran una síntesis de los principales puntos del documento final. En general, los participantes en el Congreso afirman que la frase “todas las formas de lucha” se ingresó al final de las discusiones y más de manera simbólica. La línea del partido, según estas opiniones, no cambió mucho por esa frase, aunque sí permitió que la JPT, presente en organizaciones universitarias y de secundaria, como el Frente Unido del Estudiantado Guatemalteco Organizado (FUEGO), viera allí una grieta que iría a intentar abrir aún más. Ver especialmente las entrevistas que realiza Figueroa Ibarra sobre el tema (2000).

88

La indignación de los militares, algunos aún humillados por el 54, cuajó en la organización

de la Hermandad de Jesús.102 Un mes más tarde se dio el histórico levantamiento del 13 de

noviembre. El levantamiento está bastante cubierto en otros textos (Cf. Figueroa Ibarra, 2000;

2004; Taracena, s/f), por lo que nos limitaremos a valorar las líneas principales de su fracaso.

Los estrategas del levantamiento habían sido explícitos en que el suyo era un golpe militar

que se encuadraría dentro de la constitución anticomunista de 1956. Esta postura tenía como

derivado que no incluiría a ninguna facción del movimiento popular y civil, ni que lucharía

contra la presencia estadounidense. El problema era contra el gobierno de Ydígoras. Por su

parte el PGT y, en menor medida, el PUR, al tanto de las discusiones, enfatizaba que no

participaría en golpes de Estado que no incluyeran a sectores sociales.

Lo distorsionado de la visión política de los militares le costaría la derrota. El hecho que

ellos dirigieran su ataque solamente hacia Ydígoras no borraba la realidad que éste

efectivamente contaba con el apoyo del gobierno estadounidense. El levantamiento no quiso

de este modo atacar a las fuerzas aéreas mercenarias ubicadas en la finca otorgada por el

gobierno, y al no recibir una respuesta afirmativa de parte de las Fuerzas Aéreas -que habían

pactado mejoras en condiciones con Ydígoras a cambio de fidelidad- se encontraron ante una

relación de fuerza de desventaja. El día del levantamiento pocos cumplieron con lo acordado

y las bases que sí fueron tomadas fueron atacadas, precisamente, por aviones mercenarios y

nacionales. El levantamiento pronto fue aplastado.

Se ha tomado este hecho como el comienzo de la guerra armada en Guatemala, pero

realmente en sí no constituye el detonante, sobre todo si se ven sus objetivos y posterior

reintegración. Lo que sí permitió, aún más cuando se supo que algunos de los oficiales más

jóvenes no se irían a apegar a la amnistía que lanzó el gobierno, fue aumentar la polarización

política en torno a Ydígoras al ubicar grupos armados a su oposición.

Para diciembre, luego de terminado un nuevo Estado de sitio, se concretó el llamado Pacto

tripartito, ente el PR, la DCG, y el Movimiento de Liberación Nacional (MLN)103, que

unificaba a los partidos anticomunistas que estaban en la oposición al gobierno

(Villagrán-Kramer, 2009: 311).

102Sobre la organización y detalles de las discusiones sobre esta secta puede revisarse la biografía de Paz Tejada, líder en los primeros momentos de ella hasta que fue marginado por “radical”, en Figueroa Ibarra (2004).103El MLN fue formado en octubre de 1960 a partir del quiebre de la facción más radical del MDN.

89

Esta tendencia continuó en 1961. El gobierno se vio cada vez más aislado una vez el CACIF

se planteó contra un Impuesto Sobre la Renta (ISR) que buscaba aumentar los ingresos del

Estado, lo que generó movilizaciones sociales exigiendo que se gravara a los grandes

empresarios. Se recopilaron 18 mil firmas y se organizó el Comité de trabajadores pro-ISR,

que realizó varias manifestaciones presionando al Congreso para emitir el decreto. Aunque la

desavenencia con el empresariado debe verse como coyuntural, en el momento aumentó más

el sentimiento de soledad que rodeaba al gobierno.

La confluencia entre el trabajo organizado y el gobierno no era casual. Los principales

sindicatos moderados organizaron el I Congreso Sindical, que contó con el patrocinio de

Ydígoras. Pese a inaugurarlo, recibió fuertes críticas de parte de los sindicatos con más

autonomía. Mientras los conflictos por los pactos colectivos brotaban de nuevo. Esta vez, el

transporte público entró en huelga por unos días.104 El caos se precipitaba, mientras se

desataban enfrentamientos entre policías judiciales y sindicalistas a plena luz del día.

La militarización de las diferencias, se podría decir, había sido abierta con la posibilidad

estratégica de la lucha armada en el octubrismo comunista, y era paralela al surgimiento de un

grupo militarizado y entrenado ajeno al ejército: por esos días los oficiales del ahora

Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13) regresaban al país para entrevistarse

con dirigentes políticos de todas las tendencias, comenzando por la derecha, y realizando

múltiples actos de sabotaje y ajusticiamientos (ASIES, 1991; Taracena, s/). En esas fechas se

hizo una nueva revisión del PGT sobre su estrategia y se enfatizó considerar la vía armada

como método complementario de lucha, mientras cuadros de la JPT comenzaron su

migración a la Cuba socialista.105 Complots militares y de la derecha civil, por su parte,

fueron frenados por el gobierno. A fines de ese año, las primeras pláticas entre el PGT y el

MR-13, rechazado por la derecha, aceleraron la tensa polarización.

Para diciembre de 1961 estaban programadas las elecciones para renovar la mitad del

Congreso. En situaciones normales probablemente sería un procedimiento formal más, pero

104La huelga fue de 333 pilotos, dejando 75 líneas de transporte sin servicio. Hubo amenazas de una huelga general del transporte, pero se logró encontrar un pacto que las terminara (ASIES, 1991). 105La medida fue fuertemente criticada por el ex Secretario General del PGT, Fortuny, que argumentó que una decisión de ese tipo tuvo que haber sido validada por un Congreso extraordinario (Flores, 1994). Otros miembros históricos del partido también se opusieron, pero las presiones que venían desde Cuba, con quienes ya se tenía relación orgánica, y de la JPT, en un momento de polarización, no pudieron ser frenadas (cf. Figueroa Ibarra, 2000: 190-194; Taracena, s/f).

90

en esta situación podían resultar trascendentales. Y una vez más, Ydígoras no supo valorar el

momento.

La posibilidad de una conciliación y un cierre de la crisis fue imposible desde el campo, y

en la ciudad, que albergó por el carácter de los grupos movilizados una solución moderada a

ella. Una coyuntura desfavorable en el mercado mundial desbarató el precario equilibrio que

se veía a inicios de 1958.

91

Capítulo V - El golpe militar y sus condicionantesNo hay solución para mí, si el despotismo no cae.

El instinto de la propia conservación obliga a conspirar a todos los que opinan como yoJosé Cecilio del Valle (1825)

De diciembre de 1961 a marzo de 1963

Remitida al paisaje urbano, la crisis histórica del liberalismo oligárquico no exigía

necesariamente una transformación de las relaciones básicas y articuladoras de la formación

social guatemalteca. La rebelión del 44 se había dado por el hastío de las formas de represión

dictatorial, y la solución propuesta fue un liderazgo hegemónico de los sectores medios a

través de mediaciones que democratizaron parcialmente las movilizaciones obreras y

artesanales. Eso podía sobrevivir, hasta un cierto límite por el momento, sin una presión o

ataque a la agroexportación. La relación con el agro subalterno organizado era lo que había

acelerado en pocos años el proceso, y el silencio sobre las demandas por la tierra y un cese en

intentar organizar el campo probaba la voluntad de moderarse de parte del octubrismo más

radical. Pero la tarea parecía difícil por los términos maniqueos con los que el discurso de los

grupos en el poder plantearon las identidades y diferencias políticas que regirían.

El anticomunismo guatemalteco señaló que toda reivindicación de orden social era

“comunista y atea”, vaguedad que introducía cómodamente a una amplitud de sectores y

grupos movilizados en un mismo costal. En esas condiciones, un viejo miedo cercaba con un

amplio tajo algún tipo de acuerdo entre más partes que las del anticomunismo. Esta brecha

había sugerido a una parte de los desplazados que había que buscar formas de tender puentes

que la redujera sin cuestionarla. Pero al mismo tiempo una pequeña parte de los desplazados

buscaron dinamitar la brecha y los puentes para plantear otros términos de relación. Y esta

vertiente había comenzado a ganar terreno.

Sostener estos impulsos sin ceder necesitaba de un Estado fuerte. Pero la crisis cafetalera

debilitó a un Estado que de por sí ya presentaba rasgos marcados de subordinación por su rol

interno y por la relación con el Estado imperial norteamericano. Era un Estado lisiado. Unido

a lo anterior, era un Estado lisiado dirigido por grupos incapaces de plantear de manera

compleja y acabada el carácter de la crisis que se vivía. Por eso la rápida polarización.

92

Pero esta era una polarización que para 1961 aún se daba alrededor de Ydígoras. La

oposición partidista del anticomunismo y la dispersa movilización sindical y partidaria

identificada con el octubrismo, eran cada vez más asiduos en buscar que el gobierno de la

Redención fuera parte de esta polarización. Es decir, que el gobierno cayera y, en otra

correlación de fuerzas, replantear convenientemente partes del proceso. Esto no iba a ser

posible hasta que los soportes del gobierno lo dejaran de sostener. Tres fuertes columnas, una

cercanía moderadora con algunos sindicatos y, más adelante, una avenencia con una figura

que hasta entonces no se había pronunciado, eran para 1961, pese a la turbulencia, su suelo

fijo.

Estados Unidos continuaba siendo, desde 1954, el soporte principal del Estado

guatemalteco. Y como tal, al gobierno de Ydígoras no le había faltado su apoyo. Su sombra e

involucramiento en la política doméstica establecían un franco que limitaba los horizontes

políticos de los grupos en lucha. Su presencia y capacidad de veto era por todos visible.

El ejército, aunque no fiel a Ydígoras, jugaba dentro de este terreno de alianzas. Al evitar el

golpe de octubre de 1957 había defendido el proceso electoral basado en el marco restrictivo

de la Constitución del año anterior, con lo que al mismo tiempo había desplazado al partido

político producto de la intervención que los había humillado. Y lo que es más importante, en

los numerosos levantamientos militares que se habían dado entre 1954 y 1957, las facciones

adictas al orden vigente habían triunfado por sobre las afrentas políticas (Taracena, s/f:

36-40).

Esta unificación había estado pronunciada por la ascendente profesionalización de los

oficiales y la capacitación que comenzaban a recibir de parte del gobierno estadounidense

(Adams, 1970; Bastos, 2004; Sharckmann, 1976). Esto era vital, porque un núcleo cada vez

más homogéneo de oficiales, aún más cuando el MR-13 rechazó cuanta amnistía se le

presentó, llegaba a un punto de polarización cercano a Ydígoras, es decir, muy cercano al

control del aparato estatal central. Esto le permitía recuperar la centralidad que había perdido

tras el fin de la década revolucionaria, donde su presencia había sido sustancial.

El orden de cosas proveído por estos dos pilares, por sí mismos, suministraba un freno a

cualquier propuesta de cambio en las relaciones motoras que moldeaban con cierto carácter

las relaciones entre clases y grupos a lo interno del territorio. Y por esto el Estado

93

guatemalteco tenía el apoyo de las élites oligárquicas. Esto era importante en un momento de

crisis, esto es, de decisiones urgentes; y la crisis cafetalera probó la conveniencia.

Si bien 1954 les había dado la lección de buscar la unidad, había facciones oligárquicas que

sin salirse de ese núcleo de alianzas buscaba impulsar sus intereses gremiales.106 En ese

núcleo patronal el que predominaba, dado su abrumador peso en la economía, era el gremio

cafetalero. Con esto claro para el resto, cada uno había comenzado un cortejo hacia Ydígoras.

Para la campaña electoral de 1957, Ydígoras había recibido fuertes contribuciones de parte

de gente cercana a Alejos Arzú y de miembros de los Herrera, o lo que es lo mismo, de

segmentos del sector industrial y del azucarero (Dosal, 2005: 185-6).107

Este acercamiento tomó rápidamente una forma corporativa. Como lo explica Dosal, todos

los sectores de la oligarquía fundaron sus organizaciones gremiales para constituirse en

grupos de presión. Ya fueran organizados por el Estado o por la misma iniciativa privada, los

grupos de interés oligárquico institucionalizaron una estructura política corporativa por medio

de la cual el Estado les delegaba potestad de diseño y regulación de política económica. Y a

través de la cual se volvían un grupo deliberativo en el Gabinete del Ejecutivo.108

Pero la presión de la crisis cafetalera se expresó en algunas fracturas y obligó a tomar

decisiones de trascendencia, en donde los límites de las propuestas a debate se establecía por

esta estructura corporativa. El resto de sectores y clases estaría alejado de proponer cualquier

tipo de solución. Y las oligarquías empujaron para que el Estado les proveyera apoyo, que por

el carácter de las alianzas inter-oligarcas debía cumplir el requisito de no afectar la dinámica

del café, lo que a su vez significaba que la modalidad que tomaría esta activación de nuevos

106La Asociación de Azucareros se formó en 1957, la Asociación Nacional del Café surgió en 1961, el Consejo Nacional de Algodoneros en 1965, y todos ellos estarían aglutinados, junto a los industriales y a la cámara de comercio, en el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF). Ver Dosal (2005: 177-191) para entender la dinámica interna de sus facciones en torno a la unidad patronal. 107Monteforte Toledo (1972: 234) afirma que alrededor de Ydígoras se formó también un núcleo influyente de algodoneros liberacionistas, que habían desplazado a los primeros algodoneros apoyados por el régimen de Arbenz. También a su alrededor se formó el nuevo núcleo dinámico de industriales, que irían a propiciar, como se verá, el primer programa de industrialización (Dosal, 2005: 188-191)108La tendencia había comenzado con Castillo Armas. Como profesionales conspiradores, la dirigencia liberacionista carecía de cuadros formados para varios puestos vitales. Si ni siquiera tenían un plan ordenado de organización y política estatal a mediano y largo plazo, mucho menos irían a tener cuadros técnicos para los puestos de Hacienda y Finanzas. La respuesta, por eso, fue la más práctica. El puesto de Ministerio de Hacienda sería entonces dado directamente a los empresarios que tenían más cercanos. El primer ministro de Hacienda fue Jorge Arenales Catalán, un cafetalero con vinculaciones familiares con la vieja oligarquía (Dosal, 2005: 180).

94

espacios productivos estaría basada en la apertura y definición de movimientos por el

mercado mundial, al contrario de lo que había ocurrido en otros países latinoamericanos por

esos años.109

En ese marco, los cafetaleros lograron establecer convenios con otros países productores y,

ante su fracaso, pactaron un sistema temporal de cuotas de exportación. Los azucareros

aprovecharon la cercanía del gobierno con Estados Unidos para hacerse de una parte de la

cuota cubana a partir de 1960. Las inversiones en ganado surgieron ante la necesidad de los

mercados norteamericanos de importar carne ante la disminución de la exportación de carne

del sur de América. Y los algodoneros aumentaron su capacidad productiva con el apoyo del

Estado en materia financiera (Bulmer-Thomas, 1988: 158; Guerra-Borges, 1993: 32-5).

Por su parte, la fragilidad expresada en los precios del café a partir de 1957 hizo que el

problema de la industrialización ganara de nuevo relieve.110 Para 1958 volvió a retomarse el

plan de industrialización que había propuesto la Comisión Económica para América Latina y

el Caribe (CEPAL) desde 1951.111 Las medidas planteadas chocaron con los intereses

norteamericanos. Y eso no podía ser parte del plan. Para inicios de 1959 se envió un grupo de

técnicos para discutir un potencial giro en la nueva política industrial planteada. Tras un

incentivo de US$ 100 millones -de los cuales al final sólo un 5% fue desembolsado-, las

pláticas tomaron nuevo rumbo y en cuestión de meses el plan de la CEPAL fue desechado en

provecho de las nuevas directrices.112

109La tendencia de la economía guatemalteca fue continuar abriéndose, cuando en el resto del subcontinente se venían reduciendo los coeficientes de intercambio (Bulmer-Thomas, 1988: 156).110Para 1956, la fracción de industriales que no había apoyado a Arbenz creó una estructura paralela a lo interno de la Cámara de Comercio e Industria. La dualidad de juntas directivas agudizó las divisiones entre industriales y comerciantes, que para 1958 manifestó su rompimiento al formar la Cámara de Industria de Guatemala, que logró a su vez volver a aglutinar a algunos de los industriales que se habían deslindado de los grandes industriales oligárquicos durante el arbencismo (Dosal, 2005: 188-190).111La propuesta partía de la aceptación de la dinámica agroexportadora, a sabiendas de las tensiones políticas que podía provocar su afrenta. En estas condiciones, la única manera de industrializar era dirigiéndose a los grupos con capacidad de consumo a nivel centroamericano. La CEPAL planteó de esta manera un plan de industrialización regional por etapas y buscando que se realizara una planificación a corto, mediano y largo plazo que tomara en cuenta las capacidades instaladas de los cinco países, con el fin de lograr un desarrollo industrial equilibrado. En estas condiciones y con estos propósitos es que se firmó en junio de 1958 el Tratado Multilateral y el Régimen de Industrias entre los tres países del norte del istmo (Poitevin, 1977: anexo; Jonas, 1981). 112De esta manera se firmó el Tratado Tripartito en febrero de 1960, el Tratado General de Integración Económica Centroamericana a fines de ese año, y el Protocolo de San José y el Convenio de incentivos fiscales para julio de 1962. Todos desde la nueva óptica sin planificación, sin énfasis en la industrialización controlada a nivel regional, ni restricciones a capitales extranjeros (Poitevin, 1977: anexo; Jonas, 1981). En Jonas (1981)

95

Estas decisiones trascendentales para el proceso guatemalteco irían a tener sus resultados

hasta unos años después, y nos gustaría retomarlos en la segunda mitad de este capítulo,

donde será central para ayudar a caracterizar la dictadura militar.

Así, para 1961 el único problema que la oligarquía había tenido con Ydígoras era la nueva

idea de gravar sus ingresos de manera directa y el aumento de la turbulencia social.

Además de estos tres significativos pilares de apoyo, Ydígoras había ejercido una política

de acercamiento a sindicatos con el fin de moderarlos y alejarlos de las organizaciones más

combativas. A través de prebendas a dirigentes y de patrocinio, ese era el papel que jugaba la

Confederación Sindical de Guatemala (CSG) y la Federación Textil (FT).

Y por último, Arévalo había aparecido de nuevo en la escena en 1961 luego de años de

silencio. Con miras a regresar al país distribuyó entre los grupos arevalistas afectos la

siguiente indicación:

«El papel del arevalismo en estos momentos es de fortalecer el gobierno de Ydígoras y no el

de debilitarlo. Si Ydígoras cae, entonces tomaran el poder furibundos antiarevalistas. Nosotros

debemos impedir que caiga Ydígoras, y la única manera de impedirlo es estar a su lado y no

en su contra [...] Si sabemos llegar a las elecciones [presidenciales, para octubre de 1963]

gozando de buena salud, no habrá fuerza alguna que nos impida el triunfo» (Villagrán-

Kramer, 2009: 315-316).

Consecuencias de las elecciones de 1961

Para las elecciones legislativas de diciembre de 1961 no se sabe si esta alianza era ya

concreta, pero el resto de respaldos eran claros, así como la intención de Ydígoras de

fortalecer su fuerza en el Congreso. Y para eso se hizo de sus tácticas de alarmismo y fuerza.

Para fines de noviembre estallaron varias bombas en la ciudad, que el gobierno adjudicó al

PGT, mientras éste replicaba como ya se hacía costumbre que no había sido suya la acción

(Taracena, s/f: 28). Días antes de las elecciones se encontraron miles de cédulas de

identificación en blanco repartidas y se tuvo noticia de esfuerzos por presionar a los

empleados públicos para votar por el gobierno (ASIES, 1991). Y según Jonas (1994: 82), las

anomalías electorales fueron la regla en el campo.

pueden encontrarse también los detalles de las discusiones que giraron en torno a la firma de los tratados.

96

El tres de diciembre de 1961 fueron las elecciones y el seis se dieron a conocer los

resultados, donde el oficialismo ganó con arrolladora mayoría, obteniendo 25 de las 33

diputaciones disponibles.

El fraude provocó que cada una de las fuerzas que participaban en la oposición -los partidos

anticomunistas, los oficiales rebeldes del 13 de noviembre, y el dividido octubrismo-,

secuencial y acumulativamente, protestaran en su contra. Cinco meses de intensas

movilizaciones y luchas le esperaban a Ydígoras.

Para el siete de diciembre el MLN y el PR denunciaron el fraude y sacaron a sus escasas

bases a la calle. Hubo manifestaciones y quema de boletas por seis días, mientras el gobierno

buscó hacerlas ver como parte de una conspiración comunista que lo tenía planificado todo

desde las bombas de noviembre (Taracena, s/f: 28).

Al contrario de lo que se dio con otras movilizaciones callejeras iniciadas por otros sectores,

esta vez ningún otro grupo o sector se movió con ellos. Sus bases no estaban afiliadas por

convicciones ideológicas, sino por presiones y conveniencias producto de prebendas locales.

Estas eran más agrupaciones políticas que por su conveniente posición se expresaban como

partidos políticos de masas. Y este carácter les redujo peso en el tipo de lucha callejera que

buscaron llevar.

Enero y febrero de 1962 fue el turno de los disidentes del levantamiento del 13 de

noviembre. Tras haber sido dislocados a su regreso a mediados de 1961, la organización

militar había regresado a la ciudad a reorganizarse y para fines de enero anunciaron su

regreso con el ajusticiamiento del director de la Policía Judicial (Álvarez, 2002: 320).

Siguieron ametrallamientos a la estación principal de la Policía Nacional, y para el seis de

febrero, bajo el nombre de Frente Guerrillero Alejandro de León Aragón, intentaron tomar las

bases militares de Zacapa y Mariscos, Izabal (Álvarez, 2002: 319; Ydígoras, 1963: 90;

Taracena, s/f: 57). Su fracaso no impidió que lanzaran dos semanas de terror y boicot a

ferrocarriles y líneas de telégrafo y teléfono que culminó en una ampliación del Estado de

sitio decretado con el ajusticiamiento. Según la valoración de Ydígoras meses después, al

igual que las movilizaciones de diciembre, el movimiento armado era un eslabón de un

mando dirigido desde Cuba, aunque él mismo afirmaba que no podía probarlo (Ydígoras,

1963: 90).

97

Y para marzo le tocaba el turno a los estudiantes. Tanto los estudiantes de enseñanza media

como los de la superior expresaban desde 1956 un movimiento hacia la izquierda y una fuerte

politización. En las elecciones a Rector en febrero, por ejemplo, el candidato apoyado por las

agrupaciones de izquierda y centro había derrotado al candidato del anticomunismo.

Cabría ser categórico en este punto. El estudiantado medio y superior se fue constituyendo

en estos años como un sujeto político que pasaría a tener una centralidad en el proceso

político del país que no iría perder por décadas.113

Un día antes del inicio del ciclo del Congreso, grupos de la Asociación de Estudiantes

Universitarios (AEU), órgano oficial de los estudiantes de la única universidad del país,

dejaron una corona mortuoria en la puerta del hemiciclo con un fragmento que manifestaba su

duelo por la «desaparición de la autonomía del Poder Legislativo y por el Estado de facto que

prevalecerá» (Álvarez, 2002: 325). El FUEGO organizó movilizaciones por el arresto de

estudiantes guatemaltecos en Belice, que fueron seguidas por la decisión en asamblea general

de la AEU de organizar un paro para el ocho de marzo. Al paro se sumó el FUEGO y el

FUMN, lo que se aprovechó para prolongarlo, mientras para el 10 se sumaba el STIGGS

(Álvarez, 2002: 329).

Parte de otra dinámica, el PGT quiso aprovechar la situación para lanzar, junto a estudiantes

radicalizados y el PUR, una columna guerrillera bajo el nombre de 20 de octubre. La guerrilla

resultó ser una aventura y fue abatida a dos días de haber salido de la ciudad.114

Los enfrentamientos en las calles del centro de la ciudad aumentaron a partir del 14, cuando

casi se logró la paralización del transporte urbano, mientras más sectores se sumaban a las

movilizaciones. El asesinato de estudiantes por la policía provocó una gigantesca marcha

fúnebre, que incluyó un linchamiento a dos policías judiciales.115

El mismo día que el SAMF frenó el servicio de los ferrocarriles y las radios fueron

clausuradas. El 17, Ydígoras lanzó un llamado y una amenaza. Ésta consistía en solicitar a

113Acerca de las condiciones culturales de la juventud citadina en la década de los sesenta, puede consultarse el trabajo aproximativo de Lucas (20008). 114Sobre la llamada guerrilla de Concúa, al mando del coronel retirado Paz Tejada, son indispensables los textos de Figueroa Ibarra (2000; 2004). 115Según el Jefe de Sección de Seguridad Pública del Departamento de Asuntos Latinoamericanos estadounidense: «Sé de buena fuente que, antes del comienzo de la manifestación de las últimas dos semanas se decidió en los altos niveles del gobierno guatemalteco que la Policía Judicial cargara contra los manifestantes antes que la Policía Nacional [...] Se dice que Córdova [Jefe de la Policía Judicial] actuó indiscriminadamente contra la turba» (en Grandin (comp.) 2001: 41).

98

dos mil reservas militares y afirmar que invadirían la ciudad junto con bandas paramilitares

reclutadas en un municipio vecino (Sharckman, 1976: 322). El llamado iba dirigido a

profesionales y partidos anticomunistas para proponer candidatos para un nuevo Gabinete.

Los sectores octubristas no fueron incluidos en el llamado por ser un «refugio de bastardas

actividades espurias».116 El fracaso del llamado empujó al presidente a secuestrar a los

principales líderes de los partidos del Tripartito para sentarlos a dialogar. Éstos, incólumes,

junto con los gremios patronales y otras organizaciones, llamaron al ejército a intervenir en el

proceso.

Una nueva prórroga del Estado de sitio y el aumento de las medidas represivas cerró el mes

de marzo. Por lo que ni la negativa del SAMF en terminar con la huelga pese a las amenazas

ni la proclama de la AEU de entrar en un paro general, cayeron sobre terreno fértil (López

Larrave, 2007: 68; Taracena, s/f: 49-59; Álvarez, 2002: 329-340).

Los primeros días de abril fueron testigos de una tregua tras varias semanas de agitación,

aunque algunos estudiantes no habían dejado de moverse. Se tomaron carros de publicidad y

se utilizaron para hacer críticas al gobierno, y lo mismo se hizo al frenar un partido de fútbol

por medio de la toma de la cabina de locución principal (Álvarez, 2002: 346). Pero fue hasta

el nueve de abril que los estudiantes universitarios se volvieron a reunir en asamblea general

para realizar la anual Huelga de Dolores, un festival insigne de los estudiantes en donde

históricamente se ha hecho burla de las autoridades gubernamentales. Allí se decidió junto al

FUEGO y el FESC, una nueva organización de estudiantes cristianos, conmemorar las

jornadas de marzo y a sus caídos. Pero el intento fue cancelado cuando el 12 de abril fueron

asesinados varios estudiantes de Derecho en el centro urbano (Álvarez, 2002: 351; ASIES,

1991). La tregua había terminado.

El siguiente día fue de grandes manifestaciones: la Municipalidad de Guatemala, al mando

de un alcalde lanzado desde el octubrismo, se declaró en huelga de labores y pidió la renuncia

de Ydígoras. Hasta la Orquesta Sinfónica Nacional decidió cancelar su temporada de música

clásica. Los cientos de estudiantes encarcelados recibieron una buena noticia: no serían

116La incomprensión de Ydígoras, un viejo oficial ubiquista, hacia las movilizaciones estudiantiles era notoria. En un texto posterior afirmó: «Nada puede ser más ridículo que una organización de estudiantes de primaria y secundaria militando en un movimiento político que no les concernía para nada» (Ydígoras, 1963: 125, traducción libre).

99

puestos en libertad, pero sus madres y familiares habían realizado marchas y plantones

demandándola. La huelga general convocada para el 16 fue respaldada por las organizaciones

que se habían levantado en marzo. Y pese a la suma de otros sectores, el SAMF, mientras

intervenía nuevamente el servicio de ferrocarriles, intentó dialogar con los sindicatos de

varias fábricas para que se unieran a la huelga. Sus intentos no tuvieron éxito. Según se dijo,

la Federación Textil y la CSG dieron un llamado a sus sindicatos a no apoyar las marchas, a

no ser que se quisiera perder el apoyo que Ydígoras les estaba dando. Al obedecer, las bases

sindicales, el elemento urbano-popular organizado, quedaría fuera de las presiones, dejando

que éstas quedaran relegadas a los grandes sindicatos, los empleados públicos organizados, y

los estudiantes de diferentes niveles (Álvarez, 2002: 351; ASIES, 1991; Taracena; s/f: 49).

La tensión iba en aumento mientras más sectores se unían a las movilizaciones. Se

paralizaron las radios unidas a la ATRG, lo que ocasionó su militarización, y para el 18 varios

gremios de profesionales entraron en paro y lo mismo hizo una asociación de comerciantes

(Álvarez, 2002: 351; ASIES, 1991; Taracena; s/f: 49).

La prórroga al Estado de sitio al siguiente día provocó el enojo de más sectores. Fue

publicado ese mismo día un pliego exigiendo una intervención militar de parte nueve

organizaciones universitarias anticomunistas, unos pocos sindicatos, y gremios comerciales,

industriales, profesionales, así como por el PR, MLN, y la DC.

Los siguientes días fueron de terror. El Movimiento Revolucionario 12 de abril,

conformado por estudiantes universitarios y de secundaria, colocó bombas en autobuses,

bodegas de la IRCA, y saboteó tuberías. Más estudiantes fueron encarcelados, mientras las

huelgas continuaban (Álvarez, 2002: 351; ASIES, 1991; Taracena; s/f: 49).

Finalmente para el 22 de abril se creó el Frente Cívico Nacional (FCN), que otorgaba una

licencia de conducción a la AEU por parte de varios partidos arevalistas -PUR, la Unión

Revolucionaria Democrática (URD), y el Partido Nacional Revolucionario 1944 (PNR-44)-,

la FASGUA representando al comunismo, y el SAMF (Álvarez, 2002: 351-4; ASIES, 1991;

Taracena; s/f: 50).117

117Al margen se había quedado el Partido Revolucionario Ortodoxo (PRO) y el Partido Revolucionario Auténtico (PRA), fieles a las instrucciones de Arévalo (Taracena, s/f: 51). El caso de la URD es necesario resaltarlo. El partido se componía de un núcleo de jóvenes socialdemócratas, cercanos al arevalismo pero sobre todo representando una talentosa segunda generación del octubrismo. A fines de los setenta figurarían de manera central en la política guatemalteca.

100

Pero ya era demasiado tarde. El 26 de abril Ydígoras renombró a su Gabinete completo.

Todos, menos el Ministro de Relaciones Exteriores, eran militares con carrera profesional.

Ydígoras había sido salvado.

Por eso las convocatorias del FCN y de la AEU del 27 y otra vez para el 30 de abril,

pidiéndole al ejército romper con Ydígoras y formar un gobierno de coalición, no tuvieron

ningún eco. El ejército se había colocado detrás de un moribundo Ydígoras y lo había

mantenido en pie. A partir de ese día, el ataque a Ydígoras, quedaba claro, iría a ser una

afrenta directa a los militares que ahora hacían co-gobierno. Y de esa capacidad el FCN

estaba lejos. Les había tomado meses lograr armar la unidad expresada en el Frente, y la

única perspectiva que tenían a la mano era la de solicitar un gobierno de coalición. Les

faltaba peso social, más sindicatos, las barriadas movilizadas, los campesinos agitando el

campo. Pero no existía un trabajo previo en esa dirección y ahora se veía sus costos. Esta

carencia la podían suplantar con armas y una organización disciplinada y eficiente, pero

también estaba lejos del panorama. En una palabra, su capacidad de participar en el gobierno,

por esos medios, era inexistente. Sin esa fuerza atrás no podían exigir al ejército que abriera

desde dentro el gobierno y les permitiera su ingreso. Y porque no podían exigir fue que sólo

hicieron un llamado. De allí su resultado.

El ejército no estaba interesado en sumar más grupos, en diluir la capacidad de decisión que

habían logrado al copar el debilitado Ejecutivo. No estaba entre sus planes perder la

centralidad que habían perdido, y ahora estaban dispuestos a asumir el rol que el momento

exigía. Iban a ser Ydígoras y los militares, nadie más integraría la cabeza del gobierno. Esto

significaba, al mismo tiempo, que el presidente había comenzado su muerte política, de la

cual no se dio cuenta y en la cual pudo mantenerse por 11 meses más, cuando finalmente le

fue avisado que era dispensable.

Del gabinete militar al golpe militar

A corto plazo el que parecía haber sacado la mejor de las partes era Arévalo. Los

estudiantes y los miembros de los sindicatos combativos habían puesto por dos meses los

muertos. Tanto el PGT y el PUR, así como el MR-13, se habían embarcado en actividades

armadas cuyos resultados estaban lejos de ser los planificados. En ellas habían perdido a

decenas de cuadros valiosos, que como con toda organización subterránea eran muy difíciles

101

de reemplazar. Mientras tanto, una buena parte del arevalismo había salido a dar la cara hasta

fines de abril, en su momento más tenso, es cierto, pero sin el desgaste de meses de

movilización diaria. Y ante los no movilizados, el FCN había efectivamente exigido la

democratización del gobierno -rompiendo la institucionalidad, verdadero- y eso había sido

negado, o ignorado, por la dupla militares/Ydígoras. Además, su ausencia en las jornadas

callejeras les había valido la legalización de un partido, la Unificación Democrática (PUD),

que ahora era parte de la coalición oficial. Así las cosas, los beneficios que de esta situación

podía sacar Arévalo habían mejorado significativamente.

Esto se daba en un momento en que la economía seguían haciendo estragos. La tasa neta de

los términos de intercambio, que había llegado a su punto más alto en 1957 con 165.3 (100 en

año base 1970), comenzó un desplome anual hasta llegar a 88.5 en 1962. Esto provocó una

crisis en la balanza de pagos, luego del éxito logrado hasta 1954, que pasó a expresarse en

términos negativos hasta 1966. El valor adquisitivo de las exportaciones, con 100 en año base

1970, llegó a 50.8 en 1957, para declinar a su punto más bajo, 43.8 en 1961.

Todo esto mientras se trataban de frenar las importaciones a través de una serie de medidas

que poco lograron en su cometido. Para 1956, el valor neto de las importaciones era de casi

US$138 millones y para 1960, implantadas las medidas, había descendido solamente a

US$121 millones, manteniendo el déficit con respecto a las exportaciones netas por esos años

entre -US$25 millones en su punto más crítico y -US$12 millones cuando mejor les fue. El

déficit en la cuenta nacional, por su parte, continuó creciendo hasta que para inicios de 1958

llegó a provocar una caída monumental en las reservas internacionales (Bulmer-Thomas,

1988: 165 y Anexo).

De allí en adelante las luchas comenzaron a girar en torno a Arévalo. Ante los constantes

empates catastróficos y la dispersión octubrista, Arévalo parecía representar la posibilidad de

una unidad que le daría fuerza a esa orientación política, mientras aglutinaba todos los miedos

del anticomunismo. Fue con él que las fuerzas progresistas y radicales habían logrado

consolidarse. Su presencia, aunque lejana, podía representar el fin de ocho años de pacto

liberacionista.

Para el cuatro de noviembre de 1962 estaban previstas las elecciones para la municipalidad

de la ciudad de Guatemala. Era el momento de otro pulso político. El anticomunismo, tanto el

102

de oposición (con la excepción del PR y la DC) como el oficialista, rehusaron medir fuerzas

otra vez con el octubrismo; ni siquiera en el juego institucional que ellos habían instalado.

Lejos había quedado julio de 1954 cuando miles de personas se habían lanzado a la calle a

darle la bienvenida al Liberador del comunismo. Más de ocho años después, la ciudad volvía

a tomar su identidad octubrista. Para las elecciones legislativas de 1961, en lo que se refiere a

la ciudad, se había colocado en un tercer puesto después del PR y el MLN (30 y 28%,

respectivamente), al rechazar las opciones con un 24% de votos en blanco (Sabino, 2009:

299).

Para las elecciones del 62 la tendencia continuaría. La victoria era para un candidato

independiente con 24 mil votos. Pero muy cerca estaba la URD con 23 mil y la alianza

PUR-PGT (clandestino) con 8 mil (o 10%).118 Juntos sumaban 31 mil votos de fuerza.

Aunque aún faltaba ver si esa fuerza podía tomar otra forma, como la protesta de calle

(Torres-Rivas, 1987a: 98-9).

A los días de saberse los resultados de las elecciones, Arévalo anunció que se lanzaría de

candidato a la presidencia para las elecciones de octubre del siguiente año (Villagrán-Kramer,

2009: 325). Rápidamente hubo una reunión entre cuadros del MLN con el embajador

norteamericano. Hablaron sólo de lo sustancial: le aseguraron que dentro de los oficiales

Arévalo contaba con un apoyo minúsculo. El embajador pudo respirar profundo, la amenaza

aún estaba lejos (Pinto Soria, 2010: 176).

Por su parte, el PGT realizó una severa auto-crítica a su participación en las jornadas de

inicio de año. A su modo de ver la experiencia de la guerrilla 20 de octubre, el problema

había sido de preparación, no de concepción y estrategia (cf. Taracena, s/f: 61). Aunque lo

central era para ellos la lucha por insertarse en lo legal, las armas eran desde 1960 una

opción.

Para los disidentes del 13 de noviembre no era una opción: era la única opción. El gobierno

lanzó una amnistía en mayo a las que pocos se plegaron.119 En cambio, prefirieron visitar a

118Celoso de cualquier tema que haga ver bien al comunismo, Sabino afirma que el 10% del PUR-PGT fue un resultado pésimo muestra de su marginación e incapacidad (2009: 303). Nuestra valoración es distinta. Que la izquierda radical y el comunismo obtuvieran un 1/10 de los votos en una ciudad que había exigido el fin del periodo de Arbenz, amenazando con eso el proceso mismo, por la presencia comunista, muestra el peso electoral -político, al final- que comenzaba a trasladarse hacia la izquierda. 119Tanto Colom Argueta (2011/1977) como Debray y Ramírez (1975) se preguntaron a los años qué hubiera pasado si el MR-13 hubiera regresado al ejército para desde allí tratar de minar las bases del ejército.

103

Arbenz en Cuba. Su regreso a Guatemala provenientes de suelo socialista los debe de haber

marcado y entusiasmado. Además de conocer a Arbenz y al Che, habían vivido la crisis de los

misiles.

Otros cuadros de la JPT también habían regresado de Cuba para noviembre. Y entonces, las

inevitables pláticas entre los proscritos comenzaron, y para inicios de diciembre se formaron

las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), en cuya reunión final había estado representada cada

organización a partir de dos cuadros. El PGT y la JPT, el MR-13, y el M-12 de abril lanzaban

la primera guerrilla en Guatemala. Las tareas eran simples, como lo diría uno de los

principales líderes del MR-13, Yon Sosa: «ustedes [PGT] encárguense de lo político y

nosotros nos ocuparemos de lo militar» (cf. Taracena, s/f: 65; Macías, 1997: 25; Figueroa

Ibarra, 2000).120

La situación a inicios de 1963 era apremiante. No sólo continuaba estando cargada de

tensiones, sino que a eso se había sumado la centralidad que había comenzado a tener

Arévalo. Faltaban aún 10 meses largos para las elecciones de octubre, e Ydígoras quería

llegar a ese punto. En su primer discurso del año afirmó, dejando el pudor a un costado:

«saludo a mi segunda familia, a los soldados, oficiales y jefes del ejército nacional, que ya lo

120La bibliografía referente a los movimientos armados es la que mayor interés ha despertado en los estudios que siguen a 1963, pero se ha enfocado más en la referente a la “segunda generación”, de 1973 en adelante. Sería importante resaltar que esto también se debe a la cercanía o participación de muchos investigadores o militantes en las organizaciones revolucionarias. Sobre el movimiento en su conjunto, pueden revisarse las últimas secciones del imprescindible trabajo de Taracena (s/f) y los trabajos de Torres-Rivas (1998), Sáenz de Tejada (2007), y Frank (1976). Una visión centrada en el PGT como cuna de las organizaciones guerrilleras, hecha a partir de una gran cantidad de entrevistas que por su naturaleza no podrán repetirse, puede encontrarse en Figueroa Ibarra (2000); también importante para entender el problema de la guerra desde el octubrismo comunista, es la biografía de José Manuel Fortuny, elaborada por Flores (1994). Los inicios de las Fuerzas Armadas Rebeldes, a partir del punto de vista del foquismo, pueden encontrarse en Macías (1997), Debray y Ramírez (1975), FGEI (2008) y Morales (1994). Y queda aún un agujero muy fuerte en cuanto a la visión de las primeras guerrillas por parte del trotskismo y su relación con el MR-13. El comandante Yon Sosa era el encargado de esta zona y tenía un fuerte apoyo popular. Históricamente se le ha marginado, basándose en las criticas que realizó en su momento la línea foquista (cf. Macías, 1997: 28; Debray, 1975: 301). A nuestro parecer el caso es sumamente especial y de mucho interés ya que es el único que presentó una forma concreta de poder popular y una estructura de inteligencia y defensa armada que no se había visto hasta el momento en el país. Lastimosamente hay pocos registros al respecto (Cf. Figueroa Ibarra, 2000: 308 y ss.). Otro caso interesante de este tipo de apoyo es el de la formación autónoma de guerrillas en Baja Verapaz, donde militantes achi'es contactaron al FGEI para poder realizar acciones conjuntas (Cf. Figueroa Ibarra, 2000: 285; Macías, 1997: 39). Para entender la resistencia armada en la ciudad hay pocos documentos. El movimiento era un grupo poco homogéneo, sin tanto control central, con fuerte apoyo en las barriadas, con poca formación política, pero sumamente aguerridos: Los Bravos, y se encargaron de realizar secuestros, ejecutar operativos de seguridad, llevar a cabo ajusticiamientos, y encontrar las maneras para surtir de financiamiento a la organización (Figueroa Ibarra, 2000: 295; Ramírez, 2001: 131-151).

104

han comprobado y lo saben en todas los Andes, es decir en toda América [...] que es un

ejército apolítico, profesional y escolástico».121

Su Ministro de Defensa no estaba tan seguro de querer llegar hasta octubre; para mediados

de enero había repetido hasta el hastío que Arévalo no iba a poder presentarse para las

elecciones. Entre el 10 y el 18 de enero sacó el 80% de sus reservas a prácticas, mientras

decía: «estamos dispuestos a responder a la violencia con violencia». Al mismo tiempo, la

muerte de Arana, en 1949, pasó a una corte: Arévalo estaba entre los acusados.122

El 22 de enero de 1963, considerando la situación, Arévalo hizo pública su Carta política al

Pueblo de Guatemala (Villagrán-Kramer, 2009: 325; Torres-Rivas, 1987a), en la que trataba

de demostrar con argumentos lógicos, históricos, filosóficos y políticos que era un acérrimo

anticomunista. Se alejaba tajantemente de Arbenz y su política, mientras resaltaba las

medidas anticomunistas durante su gobierno, y alababa la Alianza para el Progreso y el papel

de Kennedy en el mundo. Más se asemejaba a un oficio pidiendo permiso para participar que

una carta al pueblo. Eran esas las condiciones para que Arévalo jugara.

Con urgencia, el PUR realizó una convención de dos días para definir estrategias. Y de la

misma manera los partidos de oposición anticomunistas sacaron candidatos a la presidencia.

Todos veían hacia octubre, menos, otra vez, el Ministro de la Defensa. Se negó rotundamente

a ser el candidato oficial y descartó cuanta alianza se le presentó. La cosa estaba clara:

Arévalo no participaría. Pero a nadie pareció importarle mucho. La crisis del proceso seguía

su marcha.

El primero de marzo del 63 hubiera hecho pensar que el gobierno estaba sano. Se realizó el

II Congreso Sindical que lograba unir a las diferentes tendencias obreras en un mismo

espacio. La presidió Ydígoras, rodeado de cuatro miembros de su Gabinete militar. La CSG

criticó al comunismo y profirió loas al presidente, mientras la FASGUA reclamaba por los

militantes secuestrados días antes.123

Pero a lo interno del partido de gobierno las cosas seguían descalabrándose. De la lista de

tres posibles candidatos a la presidencia ya sólo quedaba uno: tanto Flores Avendaño, el

militar que había simbolizado la transición hacia el ydigorismo en 1957, como Sisniega

121Prensa Libre, 2 de enero de 1963, Hemeroteca Nacional (HN)122Prensa Libre, 10 de enero de 1963; 18 de enero de 1963, (HN)123ASIES, 1991; El Imparcial, 1 de marzo de 1963. HN

105

Otero, denso anticomunista salido de las filas del MDN, habían declinado su candidatura

alegando arreglos previos. El ganador por vacuidad era Alejos Arzú, el principal financista

del partido y dueño de la finca Helvetia, donde habían sido entrenados los mercenarios que

invadieron Cuba en 1961. El hecho propició disidencias sustanciales en la Redención124,

debilitando aún más sus perspectivas electorales. Para el ejército, no podía haber nada peor

que un moribundo revolcándose.

Arévalo estaba en el ambiente. Todos se pronunciaban al respecto: unos decían que no

vendría, otros que no lo dejarían venir, y otros más decían que estaba sobrevaluado. Y

entonces el anticomunismo de base, el más recalcitrante, decidió salir a las calles. El Frente

de Unificación Nacional Anticomunista (FUNA) marchó el 11 de marzo en contra del regreso

de Arévalo. Resultó lo inevitable, y las escenas de enfrentamientos callejeros iniciaron de

nuevo. Al poco tiempo se repitió el escenario en días consecutivos, esta vez a cargo del

Comité Nacional Unificación Anticomunista (CNUA), lo que resultó en enfrentamientos con

unos estudiantes que reclamaban libertad a los presos políticos; 48 estudiantes fueron

detenidos. La agitación buscaba ser continuada cuando convocaron a otra marcha para el 23

con el fin de demostrar que las «fuerzas democráticas [sic] [tienen] una verdadera potencia

electoral [...] y su repudio al retorno del comunismo al poder».125

Mientras tanto los partidos anticomunistas buscaban encontrar cierta unidad ante lo que

parecía que tenían enfrente. El MLN declaraba que apoyaba cualquier decisión del ejército,

mientras el MDN y el Congreso reafirmaban su apoyo al Ministro de Defensa.126

La tensa situación dio su nueva bienvenida al terror. El 19 estallaron tres bombas en la

ciudad, y otras seis explotaron un día después. Nadie se adjudicó las bombas, y el presidente

dijo, como jugando, que había una amenaza comunista atrás, pero no en estas explosiones; el

Jefe de la Policía Nacional afirmó que ellos no habían puesto las bombas, luego que un

congresista del arevalismo afirmara que eran las mismas medidas de alarmismo para generar

zozobra por el mismo gobierno, lo que le provocó la llegada de una hoja firmada por bandas

124El Imparcial, 4 de marzo de 1963; 8 de marzo de 1963. HN. Alejos Arzú no podía esconder lo alejado de la realidad cuando afirmó: «Cuando yo conozca cuáles son las aspiraciones del pueblo de Guatemala, cuáles son sus anhelos, y cuáles son sus horizontes, entonces estructuraré un programa de gobierno». 11 de marzo de 1963. HN125El Imparcial, 15 de marzo de 1963; 16 de marzo de 1963; 18 de marzo de 1963. HN126El Imparcial, 6 de marzo de 1963; 7 de marzo de 1963. HN; Torres-Rivas (1987a: 93)

106

paramilitares exigiendo su inmediato fusilamiento.127 Pero era cierto que las guerrillas ya

habían comenzado sus operaciones, simplemente que en el oriente y nororiente del país,

como parte de otra dinámica.

El mismo día que un frente guerrillero era desbandado tras un enfrentamiento con el ejército

luego de cortar varias líneas de cableado telefónico, y a días de darse a conocer que había

acaparamiento de maíz que podía provocar una subida de precios a la dieta básica, se decretó

Estado de sitio y se le dio total potestad al Ministerio de la Defensa para controlar la

situación.128 Ydígoras era casi un cadáver.

El arevalismo en esas circunstancias, con esa ausencia, recibió golpe tras golpe. El 15 todas

las aerolíneas que trabajaban en el país habían recibido órdenes de no vender boletos a

Arévalo. El 18 el PUD dejó de estar en la alianza oficialista cuando el Tribunal Supremo

Electoral lo declaró ilegal. El 22 los partidos arevalistas denunciaron una fuerte represión, un

día después la alianza tripartita accionaba contra la existencia del PRO, y el 24 su sede era

allanada.129

La tensión hacía que Ydígoras se desvaneciera rápidamente del escenario político, y con él

se iba la posibilidad de que octubre y las elecciones, pudiera ser una realidad. Sin Ydígoras,

nadie dentro de la alianza de gobierno, con el Ministerio de Defensa a la cabeza, pensaba que

las elecciones se realizarían. El cambio se vio en el discurso de Ydígoras, que comenzó a

amenazar públicamente a Arévalo del asesinato de Arana, de que haría venganza por no haber

recibido él garantías de seguridad durante su gobierno, de que no vendría. Aunque en cartas

le rogaba que atrasara su llegada, fechada para el 31 de marzo.

Pero algo más importante se había establecido. A inicios de enero se había realizado una

reunión en la Casa Blanca acerca de la problemática en Guatemala. Para marzo, con la

situación más tensa, y de alguna manera más clara, el Embajador se había reunido con el

hermano del Ministro de la Defensa, que le había confirmado que una mayoría de oficiales

estaban a favor de un golpe.130 El 20 había sido la reunión de Kennedy con los presidentes del

127El Imparcial, 19 de marzo de 1963; 22 de marzo de 1963; 29 de marzo de 1963. HN128El Imparcial, 25 de marzo de 1963. HN129El Imparcial, 15 de marzo de 1963; 18 de marzo de 1963; 22 de marzo de 1963; 23 de marzo de 1963; 24 de marzo de 1963. HN130En un cable del Departamento del Estado se lee: «Arturo Peralta, hermano y confidente del Ministro de la Defensa, me dijo esta noche en una reunión privada que renuentemente había llegado a la conclusión de que la única manera de impedir que Arévalo se convirtiera en presidente sería que el ejército echara a Ydígoras

107

istmo, donde hubo una reunión entre éste y el Embajador; se dice que le aconsejó

pronunciarse a favor de un golpe (Pinto Soria, 2010: 174 y 200).

Arévalo, aunque posiblemente desconocía lo anterior131, no valoró de manera correcta el

momento y el cambio en las relaciones de fuerza con un Ydígoras debilitado. El 31 de marzo

regresó al país. Por la noche, luego de varios días de traslado clandestino, dio una conferencia

de prensa en la ciudad recalcando su deseo de competir para la presidencia. Un día antes

Ydígoras había anunciado que vendrían cambios en su Gabinete (Villagrán-Kramer, 2009:

327). Lo que no sabía era que solamente él iba a ser el removido.

Por la mañana del primero de abril, luego de una urgente reunión secreta del alto mando

militar realizada la noche anterior, el Ministro de la Defensa, Coronel Enrique Peralta

Azurdia, hizo circular un comunicado: desde ese día el ejército se haría cargo del aparato

estatal. Con su noticia, las elecciones de octubre desaparecían del horizonte, con ellas

Arévalo, y con ellos una salida institucional, un pacto, para la crisis urbana. No habría

puentes: la brecha anticomunista mantendría su distancia. De eso los militares se encargarían.

Consecuentemente, todos finalmente le daban la bienvenida a la escena política a una nueva

acompañante: la violencia.

Los condicionantes de la dictadura

«El proceso contrarrevolucionario, de 1954 en adelante, va marcando nuevas formas de

intervención imperialista, asociada a diferentes aspectos de subordinación de la oligarquía

terrateniente y de la burguesía nacional. Desde ese momento, quienes detentan el poder y

tratan de legitimarlo, desarrollarán los primeros elementos fascistoides que caracterizaron a la

mayoría de gobiernos en América Latina» (Colom Argueta, 2011).132

ahora ... Antes de actuar quería algún tipo de seguridad por parte de Estados Unidos» (en Grandin (comp.), 2001: 6)131Para el 4 de febrero, casi dos meses antes del golpe, el PGT lanzó un volante advirtiendo sobre los planes de la cúpula militar sobre la posibilidad de ejecutar un golpe para remover a Ydígoras (Taracena, s/f: 67). Si el partido proscrito, por eso el más alejado de los más recónditos espacios oficiales, sabía de la existencia de estas pláticas, es seguro que era un tema que se manejaba a voces. Tal vez haya sido entonces mal informado Arévalo sobre la situación interna, o simplemente no le haya dado el valor que merecía en favor de otros posibles desenlaces. No fue posible conseguir un registro que mostrara las valoraciones del propio Arévalo para tomar la decisión, por lo que es mejor dejar de especular. Para el caso, su decisión final es lo que importa. 132El debate en torno al carácter fascista del Estado tuvo un fuerte relieve en las investigaciones en torno a las dictaduras del cono sur. Análisis generales pueden verse en Cueva (1978), Marini (1978), Dos Santos (1978), Zavaleta (1982), Maira (1990), Löwy et. al. (1981) y O'Donnell (1976).

108

Este texto no fue escrito por un dirigente del partido comunista u otra organización

revolucionaria, ni por un intelectual con formación marxista-dependentista. Lo escribió en

1977 Manuel Colom Argueta, un prominente líder socialdemócrata, fundador de la URD y

antiguo Alcalde de la Ciudad de Guatemala (1970-1974), en un momento en que la tensión en

el país estaba de nuevo acumulada. Por eso la radicalidad en el tono de sus palabras.

Alrededor de dos años después, Colom Argueta, uno de los grandes talentos políticos que

había tenido el país en la segunda mitad del siglo, fue asesinado luego de legalizar el partido

que buscaría llevarlo a la presidencia. Lo que siguió, nuevamente, fue un aumento

escandaloso del ciclo de la violencia que culminaría con las masacres a comunidades enteras.

Pero el texto no es sólo importante por eso.

Desde nuestro argumento, el texto dirige su mirada al centro de lo que hasta el momento ha

sido nuestra guía de interpretación. Lo que el autor hace es plantear de manera sucinta y clara

el panorama para 1977 de un proceso que nosotros hemos registrado y seguido desde 1944 y

que creemos que toma otra forma a partir de 1963.

A lo largo de la segunda parte de este documento hemos intentado dejar claro que la crisis

abierta en 1944 no pudo ser solventada en ninguno de los espacios en que se desató. Si

podemos partir de esto, lo importante sería usar este espacio para proveer de un análisis de los

cambios en la matriz productiva ejecutados a partir de las decisiones de fines de los

cincuenta, para entender de manera más acabada al Estado militar que surge como una

respuesta autoritaria a la crisis del 44.

Más precisamente, entender el carácter que tomó la dictadura militar como forma de poder,

primero, en su relación con las clases subalternas para tratar el problema de la crisis y la

hegemonía y, hecho esto, en los contornos que la definieron de manera acabada a partir de esa

dinámica más amplia en la que se desenvolvía. Esto con el fin de plantear este carácter del

Estado militar en las conclusiones.

Del análisis de las relaciones de fuerza presentado en la sección anterior puede resaltarse

que la dictadura significó en un primer término un cierre político a los sectores medios

(partidos, estudiantes, profesionales, y empleados públicos) y a los grandes sindicatos

(FUMN, SAMF). Conociendo como hemos recalcado el carácter de la crisis de lo que hemos

llamado octubrismo, queda claro que la dictadura militar iría a negar una solución, pactada o

109

abarcadora, a la crisis de la movilización urbana. Por eso la radicalización y la toma de las

armas.

Pero sólo con esta imagen el total del territorio y sus porciones más dinámicas articuladas al

capitalismo mundial, y los sectores y clases que en éstas se constituían, quedan fuera

implícitamente del análisis. Y esa carencia resultaría en un impedimento según el objetivo de

nuestro argumento. Sería necesario entonces partir de la dinámica de la agroexportación para

entender mejor el problema.

En los capítulos tres y cuatro intentamos hacer ver la manera como el fin de la Reforma

Agraria desembocó en la continuación del patrón finquero de organización social, y cómo su

crisis con la caída de los precios a fines de los cincuenta resultó en la intensificación de sus

clásicos mecanismos de control político y explotación del trabajo rural activado en su

entorno. A partir de las pláticas y negociaciones dentro de la clase oligarca para salir de la

fragilidad del monocultivo, las decisiones tomadas en materia de política económica habían

comenzado a mostrar los primeros resultados a inicios de los sesenta.

Al sector cafetalero y a sus redes cercanas, la concentración de los años del boom de precios

que siguió el fin de la II Guerra Mundial les permitió usar ese superávit para crear nuevos

renglones de actividad productiva en el campo (Torres-Rivas, 1973: 176). Además del papel

de los ahorros locales para financiar las nuevas actividades productivas, el financiamiento a

través de créditos proporcionados por instituciones financieras estatales, o internacionales,

como el Banco Mundial, fue central (Bulmer-Thomas, 1988: 156; Guerra-Borges, 1993:

30-2). Así fue como la carne, el algodón y el azúcar surgieron con más fuerza.

Tabla 8. Participación de los cuatro productos principales en las exportaciones, 1956 y 19661956 1966

Café Banano Azúcar Algodón Total Café Banano Azúcar Algodón Total

73.9 12.1 - - 86 44.3 2.0 2.7 19.7 69.4Fuente: Mario Monteforte Toledo (1972: 231)

Lo que para nosotros resulta importante es la manera como esta diversificación mantuvo en

su seno, pese a algunas modificaciones significativas, las viejas modalidades de producción

propias y centrales en la realización cafetalera. Y en esto es lo que nos gustaría precisar.

En alguna medida con el azúcar, pero más claro con el algodón, se había dejado atrás la

producción a partir de la propiedad individual del terreno. Lo que ahora se hacía era

110

establecer una renta, que variaba en su tiempo, con los terratenientes locales que se

encargaban de su producción. Esto permitía a los grandes capitales agroexportadores manejar

sus inversiones en diferentes producciones y dejar de preocuparse por su administración. Al

mismo tiempo, el tipo de cultivo permitía la introducción de maquinaria en su seno, a lo que

se sumaba un uso intensivo de insecticidas y fertilizantes, y un énfasis en evitar la formación

de colonos en la hacienda (Torres-Rivas, 1973: 203).

Pese a este aumento en la racionalización en la producción, muy distinta a la que se daba en

el café, el carácter de la agroexportación diversificada continúo teniendo un elemento central.

Ésta era la separación entre el espacio de lo producido y los dominios donde se daba su

circulación y posterior consumo: lo que era producido en las haciendas o fincas no iba

dirigido a un mercado interno sino a su consumo en el ámbito del mercado externo. Esta

característica hacía que lo producido no formara parte de la composición del consumo de los

trabajadores, resuelta en otros espacios.133 Como consecuencia, los capitalistas

agroexportadores podían continuar estableciendo a ínfimos precios el control y precio de la

fuerza de trabajo, lo que les permitía mantener sus niveles de ganancia ante las presiones que

eran ejercidas sobre ellos a partir de su situación en el mercado capitalista mundial. Y con

eso, la nueva tecnología, más que ayudar a dinamizar competitivamente un mercado, sólo era

un elemento para aumentar la producción, sumada al uso intensivo de la fuerza de trabajo, y

con eso el volumen de valor y la ganancia.

Este mecanismo de explotación encontró otro aliciente al sumarse la masiva migración (del

oriente del país y proveniente de El Salvador) que produjo el asentamiento de esos capitales

en la bocacosta del Pacífico guatemalteco. Para 1964, en el departamento de Escuintla

solamente el 54.3% de la población residente había nacido en allí, seguido de Retalhuleu con

133Al contrario de lo que pasa en las economías con un mercado interno establecido, como lo plantea Marini (1973: 51): «El consumo individual de los trabajadores representa [...] un elemento decisivo en la creación de demanda para las mercancías producidas, siendo una de las condiciones para que el flujo de la producción se resuelva adecuadamente en el flujo de la circulación [...] Esta es, por lo demás, una de las razones por las cuales la dinámica del sistema tiende a encauzarse a través de la plusvalía relativa, que implica, en última instancia, el abaratamiento de las mercancías que entran en la composición del consumo individual del trabajador».

111

un 70% (Adams, 1970: 127).134 Esto presionó aún más en los salarios deprimidos al aumentar

sin proporción la oferta de fuerza de trabajo.

Lo que sí permitió el salario fue una monetarización más generalizada en esas regiones y el

surgimiento de pequeños negocios locales que se articularon a las necesidades de los

trabajadores de las haciendas (tiendas de consumo básico, transporte, construcción, servicios

básicos, etc.). Pero los bajos salarios y un escaso crédito no permitieron el surgimiento de

pequeñas manufacturas locales, sino más bien de un mercado diminuto y con estrechos

límites (Lebot, 1997: 59).

Además de estas actividades de arrastre (backward linkages) vinculados al trabajo

asalariado, las mismas actividades productivas también pasaron a dinamizar el surgimiento de

nuevas actividades productivas y servicios. Las nuevas actividades productivas creaban, así,

una serie de cadenas como la concesión de tractores, proveedores de semilla, fumigadoras,

gasolineras, proveedores de partes, de fertilizantes, de insecticidas, etc. (Guerra-Borges,

2006: 102; Furtado, 2006: 90). Pero la particular forma como estas cadenas se habían

establecido seguía el mismo patrón de concentración, acaparando la propiedad de cada uno de

los momentos de las cadenas, redujo significativamente su dinamismo por la falta de

competencia y el número de beneficiarios del excedente que la organización productiva

permitía.135

Lo que resalta es la manera como el proceso de estas nuevas actividades si bien activó

nuevas regiones, lo hizo de manera limitada al girar en torno a sus cadenas básicas y poco

capaces de ampliarse. En este marco, cabría decir que el Estado fue central al encargarse de

articular las distintas regiones agroexportadoras al financiar mejoras en la infraestructura,

aunque un sistema completo de carreteras y ferrocarriles no se vio nunca. De la misma

134En Escuintla y Retalhuleu se dio, de 1950 a 1964, un aumento de la densidad poblacional, que pasó de 28 a 57 personas por kilómetro cuadrado, y de 36 a 61, respectivamente. Y la proporción con respecto a la totalidad de la población en el país de los departamentos juntos pasó en esos mismo años de 6.8 a un 8.7 por ciento (Adams, 1970: 163). 135Esta concentración partía de la existencia de pocas empresas productivas, todas grandes, sin la existencia de pequeñas ni medianas (Guera-Borges, 1993: 27-9), y todas con raigambres en las redes familiares de la antigua oligarquía terrateniente. Un empresario guatemalteco, por ejemplo, surgió en 1973 como el mayor cosechador de algodón en toda Latinoamérica, con 14 mil toneladas de producción (Torres-Rivas, 1973: nota 19). Con el azúcar pasaba lo mismo, donde dos ingenios producían el 66% de la producción total en el país. Para el caso del algodón, la productores estaban establecidos también en las cadenas productivas, concentrándose en unos pocos capitales. (Guerra-Borges, 1993: 30-2; Bulmer-Thomas, 1988: 159).

112

manera fue central en el apoyo en materia fiscal y en facilitar crédito. Y fue fuerte en el

apoyo al control político, con los comisionados militares, aunque buena parte de la represión

y control siguió corriendo a cargo de los poderes locales. Como correlato, la fragmentación

política caracterizó a las nuevas clases subalternas rurales.

Por otro lado, mientras estos cambios eran implementados, los acuerdos firmados entre las

oligarquías industriales de los cinco países del istmo en torno a la posibilidad de generar una

industrialización regional con una fuerte participación y libertad del capital extranjero

comenzaba a tener sus primeros efectos.

Como se recordará, la estrategia industrial tenía como supuesto la existencia de la dinámica

agroexportadora recién descrita, con la que no iría a competir, y a la que se buscaría adaptar.

Esta era una condición que iría a repercutir en la forma que tomaría la producción industrial.

Esta especie de paralelismo entre las dos estrategias fue catalogada por Bulmer-Thomas

(1988: 185-195) como el modelo híbrido. Su explicación es bastante clara136, por lo que

simplemente quisiéramos resaltar aspectos que desde nuestro argumento son importantes.

Básicamente enfatizaremos el papel de la inversión extranjera en la articulación de la

producción local con el mercado regional y el carácter que tomó en estas condiciones la

producción.

Partiendo de la explicación presentada en el primer capítulo sobre la pobre dinámica urbana

e industrial que propiciaba la agroexportación tradicional, podemos decir que el proceso

permitió el surgimiento de algunas grandes industrias primarias para el consumo interno, pero

en general lo que se vio hasta la década de los cincuenta fue la constitución de dos mercados

relativamente separados entre sí: por un lado el que era creado a partir de la demanda de

artículos suntuarios importados por parte de los grupos propietarios y algunos segmentos de

los sectores medios, y por el otro lado, el que era generado por el consumo popular, en donde

participaban las pequeñas y variadas fábricas industrial/artesanales.

Este estado de la industria se iría a ver modificado con las políticas de industrialización,

pero no radicalmente. Para sacar adelante la industrialización era necesario financiamiento, y

136Tal vez los textos más completos al respecto sean los de Poitevin (1977), Torres-Rivas (1973), Bulmer-Thomas (1988: 175-200) y Guerra-Borges (1993; 2006). Rosenthal (1975) presenta un texto especializado sobre el papel de la inversión extranjera en el proceso de integración industrial. Mientras Jonas (1981) realiza un exhaustivo análisis sobre las dinámicas y tensiones políticas a lo interno de las instituciones regionales.

113

ese era imposible de obtener a lo interno por la presión que ejerció la crisis cafetalera en el

uso del excedente que generaba la agroexportación y, de por sí, por el poco dinamismo

financiero que generaba su dinámica. En este cuadro, las fuentes de financiamiento se darían

con los ahorros de los industriales y, en mayor medida, por capital externo.

Una forma de financiamiento se hizo gracias a la creación del Banco Industrial, promovido

por Peralta Azurdia y los industriales, a partir del 10% del capital que los industriales habían

logrado ahorrar debido a las exenciones fiscales otorgadas por el gobierno a partir de 1959.

Esto, sumado al papel de otras instituciones financieras como la FIASA (Tobis, 1976),

fortaleció a un sector financiero interno antes muy débil.

Pero el financiamiento más fuerte vino de afuera, y fue promocionado internamente en la

región con la libertad que se le dio al capital extranjero en su movimiento. Ese fue el papel de

los préstamos y de la Inversión Extranjera Directa (IED). La estrategia era posible gracias a

los cambios por los que había pasado la economía norteamericana en esos años. Según el

lúcido análisis de Furtado (1971), los grandes capitales manufactureros lograron tomar

control de las diversas etapas del proceso productivo de la economía estadounidense,

llegando a una organización oligopólica que buscó la unión de diversos grupos de capitales.

Estas grandes empresas comenzaron la absorción doméstica de numerosas pequeñas y

medianas firmas en diferentes ramas económicas137, logrando un gran poder de maniobra

respaldado por el poder financiero que se hizo más fuerte luego de la segunda posguerra. Al

agotarse los espacios internos, coincidiendo con la posición hegemónica de Estados Unidos

en Occidente, esos grandes capitales salieron más agresivamente de sus fronteras buscando

nuevos mercados para invertir (Furtado, 1971: 7-20).138

La inversión extranjera directa en Centroamérica pasó en 1959 de US$388 millones (90%

del capital proveniente de Estados Unidos y 2% aplicado en manufactura) a US$755 millones

diez años después (87% del capital norteamericano con un 30% ubicándose en la industria

manufacturera). Su llegada estuvo dirigida a la transformación de industrias ya establecidas o

137 Según Furtado (1971: 17), el conglomerado es un mecanismo organizativo destinado a encontrar aplicación para un flujo creciente de recursos que él mismo crea de forma permanente. Posteriormente se les conocería a los conglomerados como empresas transnacionales. 138Cueva (1980: 194) afirma que para 1945 existían 182 subsidiarias norteamericanas manufactureras en Latinoamérica, que cinco años después llegaban a 259, para 1955 eran 357, llegando a dar un gran salto para 1960 con 612 y 888 en 1965. De la misma manera, la inversión de capital estadounidense en la región había pasado de US$ 780 millones para 1950, a US$2 741 millones en 1965.

114

través de la inversión directa en la creación de filiales que fungían como fábricas de las

últimas etapas en el proceso de producción.

Su impacto fue instantáneo. La industrialización regional logró un aumento progresivo del

intercambio intra-regional y del crecimiento del PIB, aunque los resultados no fueron los

mismos para todos los países dada la poca planificación y falta de restricciones al movimiento

del capital extranjero (Torres-Rivas, 1973; Poitevin, 1977: 220; Bulmer-Thomas, 1988).139

La industrialización se hizo significativa en el mismo momento en que llegaron estos

capitales. Para mediados de los sesenta, alrededor del 30% del capital industrial

manufacturero en el país estaba en manos de firmas extranjeras y éstas estaban invertidas en

su mayoría en las más grandes fábricas, las más dinámicas y las que orientaban su producción

a la demanda regional. Se puede decir que para mediados de los sesenta, casi un tercio de la

industria guatemalteca respondía a directrices externas y era la que se había visto beneficiada

de las políticas de integración industrial (Torres-Rivas, 1973; Rosenthal, 1975: 123-127). La

industria primaria, podemos decir, nació regionalmente y a partir de una fuerte directriz del

capital norteamericano; no se desnacionalizó porque nunca hubo un proyecto nacional de

industrialización. Aunque tanto Rosenthal (1975) como Bulmer-Thomas (1988) enfatizan que

su peso ha estado exagerado, lo que no niega su fuerte papel en el proceso de

industrialización140.

Tabla 9. Estructura industrial, 1960

Año Primario Intermedia Metal mecánica

1960 88.8 8.5 2.7Fuente: Poitevin (1977: 107)

139 De 1960 a 1970 las economías centroamericanas tuvieron un crecimiento sostenido promedio de 8.5%, y la manufactura en esos años tuvo un aumento del 9% anual, presentando una reducción significativa en el coeficiente de las importaciones y potenciando el comercio interregional, donde Guatemala había sido la más beneficiada en comparación con los otros cuatro países firmantes. El comercio interregional creció de US$ 8 millones y medio para 1950 a US$258 millones para 1968 (Guerra-Borges, 1986: 39-40). Las principales desigualdades en la industrialización regional, su balanza de pagos por países, concentración de capitales extranjeros, falta de balance en intercambio regional, y otros aspectos, pueden encontrarse en Poitevin (1977) y Rosenthal (1975). 140Según Jonas (1981) buena parte del presupuesto de las agencias de integración era donado por Estados Unidos, información que es respaldada por Poitevin (1977: anexo). Y ambos autores mencionan entre las restricciones en las líneas de créditos del BCIE las siguientes: las compras de materias primas y de capital tenían que hacerse a empresas estadounidenses, el 30% de lo producido y comerciado debía ser llevado por barcos de esa nación, y sus productos no debían competir con estas empresas.

115

Pero la libertad a los capitales manufactureros norteamericanos tenía sus consecuencias. El

Estado se vio severamente afectado ante las exenciones. Según Poitevin (1977) las fábricas

extranjeras pagaron impuestos directos por valor de 1% de su volumen de ventas y 16% de

valores estimados de ganancias, mientras los ingresos estatales de otras fuentes se mantenían

históricamente bajos. La dependencia en su inversión también fue crónica: en el ciclo de la

reinversión, en promedio tan sólo el 27% venía de capitales locales, el resto era de préstamos,

con las características mencionadas (nota 143), y de la inversión directa extranjera. A lo que

se le sumaba la descapitalización y dependencia producto del volumen cada vez mayor de

importaciones para la industria en los rubros de materias primas y tecnología. Estas presiones

hacían imposible una planificación para superar la primera fase industrialización, por eso la

continuidad en la estructura de la actividad industrial (Poitevin, 1977; Marini, 1973).

En cuanto a la dinámica que esta dependencia y regionalización extranjera de la economía

generaba en el proceso productivo interno, quisiéramos recalcar algunos aspectos. Lo primero

sería afirmar que la producción local de los productos exportados regionalmente iban

dirigidas al consumo de segmentos de las capas medias y las altas. Lo producido pocas veces

entraba en el consumo de los obreros. Como con la agroexportación, los productos de la

producción industrial regional circularon de manera independiente a los productos que

aglutinaban el consumo obrero. Esto generó, una vez más, un incentivo para mantener

depreciados los salarios, como es posible verlo en las gigantescas diferencias en los ingresos

entre clases y a lo interno de las ramas productivas (Cf. Torres-Rivas, 1973: 260; Poitevin,

1977: 114).141

Esto provocó al mismo tiempo que la producción artesanal y la economía informal

continuaran siendo centrales en aprovisionar de productos de consumo a las masas

trabajadoras o desocupadas, y por esa razón es que no se le ve desplazada con la llegada de la

industrialización regional, lo que no quiere decir que haya aumentado su productividad o

condiciones de trabajo (Bulmer Thomas, 1988; Marini, 1972: 73).

141Torres-Rivas afirma que el ingreso promedio nacional por año era en los sesentas de alrededor de US$268 (US$1=Q.1), lo que para el 75% de la PEA equivalía a US$70 (1973: 260). Para 1962, el salario promedio de los obreros industriales en Guatemala era de 1.84 (pesos centroamericanos), mientras que en Panamá se ubicaba en 4.48, en Costa Rica en 2.16 y en Honduras en 2.00. En comparación con los empleados, en Guatemala éstos tenían ingresos de 4.00, más del doble que el obtenido por el obrero (Monteforte: 1972: 163-4). Poitevin (1977) por su pate realiza una comparación de los salarios por clases a lo interno de varias ramas productivas industriales.

116

La migración y la desocupación fueron esenciales en pronunciar este proceso. La primera

provino en su mayoría, hasta 1976, del oriente del país y de pueblos cercanos a la ciudad,

donde se concentró la producción industrial. De 1958 a 1973, pese al crecimiento industrial,

es posible ver un aumento de la desocupación general y una disminución de la ocupación

industrial, en un momento de aumento demográfico urbano (Levenson, 2007; Torres-Rivas,

1973). Esto acrecentaba la elasticidad de la mano de obra, lo que mantenía deprimidos los

salarios obreros.

Tabla 10. Número de obreros industriales, 1946-1965

Año Número de obreros

1946 23 000

1965 37 800Fuente: Levenson (2007: 54)

Y el abuso, consecuentemente, fue la regla. Levenson menciona cómo en la década de los

sesenta los obreros fueron obligados a trabajar hasta 14 horas diarias, incluso dándose casos

en donde el trabajo nocturno, por el mismo salario, se volvía obligatorio. Sobre las

condiciones de trabajo, Levenson relata:

«En sus volantes y conversaciones, los obreros a menudo usaban la imagen de un

campo de concentración o una prisión para describir las fábricas, que por lo general

estaban rodeadas de alambre espigado, vigiladas por hombres armados y perros policías y

patrulladas dentro por supervisores armados» (Levenson, 2007: 50)

El Estado iría a ser central en el control político de los obreros. En 1964, de una PEA de 1

223 733, solamente el 2% (23 985) estaban sindicalizados (López Larrave, 2007: 61). Peralta

Azurdia había sido claro desde un inicio: «El mercado común está empezando [...] El ejército

garantizará las libertades esenciales. Les doy a los trabajadores guatemaltecos ESTA

consigna: Trabajen» (Levenson, 2007: 49, énfasis en original). Como en otros procesos de

militarización en Latinoamérica, la estabilidad política era indispensable para lograr el

cometido (O'Donnell, 1976: 104).

Si podríamos realizar una síntesis según las necesidades del argumento, diríamos

brevemente que la industrialización afectó predominantemente la región central del país, y la

única manera que el resto de regiones se vieron envueltos en su dinámica fue a través de la

117

migración de trabajadores poco calificados que fueron a refundirse al masivo fondo de

reserva de trabajo.142

En el mundo obrero urbano nos gustaría profundizar un poco para permitirnos plantear en

las conclusiones el problema de la crisis y el Estado. El tema tiene el problema que no se

cuenta con material al respecto sino hasta fines de la década de los sesenta. Ya que el tema es

capital para tener un cuadro completo de las clases subalternas en el total del territorio y su

relación con las ramas productivas y el Estado, nos gustaría precisar que lo que sí sabemos es

que de 1954 a 1963 no encontramos políticas estatales directas al trato de los trabajadores y

población urbano-popular, por lo que podemos suponer que lo que encontramos a fines de los

sesenta puede asemejarse a lo que se encontraba a inicios de esa misma década.

En una entrevista un obrero recuerda el barrio en el que había nacido así: «[Era] un barrio

típico en todos los aspectos -la mayoría de la gente permanecía en la pobreza, muy pocos

terminaban sus estudios y muchos morían en circunstancias extrañas». Y la autora añade más

adelante:143

«A fines de los '60, la ciudad de Guatemala era un desastre urbanístico [...] El caos

administrativo era tal, que los límites entre la ciudad y el resto del departamento de Guatemala

nunca fueron trazados, lo que producía interminables problemas sobre quién era responsable

de recolectar la basura y dotar de agua a docenas de barrios de las 21 zonas [...] la

administración edil tenía dificultades en proporcionar servicios tan rudimentarios como el

transporte colectivo, el agua potable y los drenajes. La ciudad de Guatemala creció sin

planeación, mientras olas de migrantes [sic] del interior y residentes que buscaban reducir sus

gastos construían frágiles moradas en los barrancos que atraviesan la ciudad [...] [L]a ciudad

era sucia y contaminada, virtualmente carecía de parques, contaba con pocas aceras y sus

calles estaban en pésimo estado» (Levenson, 2007: 62-3).

Este panorama desértico es propio de una situación de marginación, en donde puede

traslucirse la relación de las capas populares y de obreros con el Estado. Levenson señala que

en la ciudad de la década de los sesenta y setenta no es posible encontrar ningún mecanismo o 142Según Monteforte Toledo (1972: 176-7), estas migraciones no afectaron fuertemente el aprovisionamiento de mano de obra para la agroexportación, dada la procedencia de las primeras oleadas. Para 1955 el porcentaje de la PEA dedicada a la agricultura era de 66.8% mientras 15 años después aún se mantenía en un 62.1%. Aunque la fuerza de trabajo agrícola sí bajó de un 63.% para 1963 a un 57.4% para 1974. 143El trabajo de Levenson (2007) resulta de un valor inestimable para entender las condiciones de vida y las experiencias de clase de la naciente clase obrera guatemalteca. El capítulo que le dedica en su libro es la única referencia de ese tipo que hemos encontrado publicada.

118

mediación, pública o privada, que haya permitido al menos ayudar a solucionar los problemas

de los alojamientos, condiciones sanitarias, y salud de los miembros de las barriadas. El

ejército, que era el predominante en el Estado, no realizaba su reclutamiento en la ciudad.

Poca era la población que terminaba yendo a la escuela, y aún menos los que lograban

ingresar a la universidad. Y los que lograban ir recuerdan que las escuelas siempre tuvieron

una infame reputación de ser centros de rebelión por lo que la calidad de la educación era

pobre. No había una industria nacional de cine y televisión que creara algún tipo de identidad

común. Y aparte de las «experiencias ocasionales y traumáticas como los cateos militares y

viajes a morgues, precintos policiales y hospitales en busca de desaparecidos», no había otra

forma de relación con el Estado. Pese a esto, no es posible encontrar organizaciones

comunitarias populares que hayan tenido un fuerte alcance, tal vez con la excepción de los

bomberos voluntarios y Alcohólicos Anónimos. Según Levenson esto se debió a la represión

política y a la inestabilidad que reinaba por la falta de empleos y alojamientos permanentes

(Levenson, 2007: 61-2).

Esta relación de lejanía y por momentos enfrentamiento con el Estado generó valoraciones

de odio hacia el gobierno y la clase propietarias, con referencias abiertas hacia ellos como

“psicópatas asesinos” y “bárbaros inhumanos sin corazón”.144 La situación de furia y

desesperación que se vivía no pudo expresarse organizadamente, pero se hizo presente como

apoyo espontáneo a las amplias movilizaciones, como el apoyo que se vio en las jornadas de

1962, luego del terremoto de 1976, y para las amplias movilizaciones de 1978. Al mismo

tiempo, forjó un sentido común popular en donde los valores referentes a la importancia de la

fortaleza personal, aislada ante este caos que la rodeaba; era una especie de individualismo

espontáneo (Levenson, 2007: 69).

Hasta acá el contenido que de nuestra parte hemos podido recopilar. Ya es tiempo de pasar

a concluir.

144Este odio y rencor puede verse a través del humor negro que domina el sentido común en la ciudad. Levenson menciona un chiste que lo expresa muy claramente: «¿-Sabías que Chupina [Germán Chupina, jefe de la policía de la ciudad de Guatemala, de notoria reputación como torturador] tenía un gemelo? -No, ¿qué pasó con su gemelo? -Nació muerto, con señales de tortura» (Levenson, 2007: 69).

119

Conclusión (o el carácter de la dictadura)

La presa,como ha sido siempre costumbre,

es arrastrada siempre en el triunfoWalter Benjamin (1940)

Miradlos. Se han pasado el tiempocreciendo sobre la ceniza

de sus propios incendios ...Miradlos,

miradlos pastar en la cenizade nuestros esqueletos antiguos.

Roberto Obregón (1965)

Para poder sacar conclusiones se hace necesaria una sintética recapitulación que se centre,

obviando detalles, en el problema de la crisis, tal como fue tratado desde un inicio. Esto con

el fin de lograr cerrar de manera redonda los argumentos presentados a lo largo del texto. Lo

fundamental sería remarcar que la profundidad del valor histórico levantamiento urbano de

1944 es que hizo visible que la sociedad oligárquico dependiente en su conjunto atravesaba

una severa crisis. No sólo abrió más espacios en crisis, los que mostraban problemas en su

reproducción, sino que éstos eran fundamentales. Era en las relaciones entre clases básicas,

dinamizadas por la relación subordinada en el mercado capitalista, y exentas de cualquier

mediación política efectiva, de donde emanaba un fuerte descontento con el ordenamiento

social. Ya que entre la variedad de insubordinados y organizados había un compartido

descontento sólo en ciertos rasgos de la sociedad oligárquica, la forma que fue tomando la

política luego de esa fecha mostró que muchos de los caminos propuestos con la apertura

revolucionaria entorpecían en diferentes niveles los caminos de los otros.

La crisis en la ciudad se había expresado en reivindicaciones de democratización,

redistribución y soberanía, y la respuesta institucional que fue tomando sólo pudo hacerse

posible por el auge cafetalero. Y esta misma posibilidad tenía como supuesto social la

explotación de los brazos rurales, ahora organizados y con un modificado temperamento

político.

Esto nos permitió entender las presiones y límites que se le irían a presentar al Estado

octubrista en su primera concepción. Y planteó tensiones y dilemas que tendrían que ser

120

resueltos. Solventar el problema planteado por la movilización rural suponía modificar los

mecanismos básicos de la agroexportación, y por la naturaleza del Estado octubrista,

modificarse a sí mismo.

La fuerza que suponía ese descontento rural, aunque logró poner en jaque a la sociedad en

su conjunto en los primeros años de revolución octubrista, no encontró un conjunto favorable

de relaciones de fuerza hasta la muerte de Arana en 1949. Su muerte dejó en una posición

favorable a los grupos políticos que habían permitido establecer mediaciones entre ese

descontento y el Estado. Un poco de azar permitió la posibilidad de la reunión entre el PGT y

Arbenz. Catalizar esta relación en el gobierno significó intempestivamente catalizar el

descontento rural.

Hasta ese momento, las mediaciones establecidas en la ciudad parecían haber resuelto de

manera satisfactoria el carácter que había presentado la crisis urbana: una representación

partidaria en un Congreso fuerte, elecciones libres, y libertad de organización de obreros,

empleados y artesanos había dejado satisfecho a muchos. Y aunque hubo fracciones

sediciosas entre el ejército y la derecha, y un descontento generalizado en éstas y la

oligarquía, no resultaron una real amenaza hasta recibir el apoyo norteamericano.

En estas condiciones, lo que Arbenz y el PGT lograron plantear, tal vez sin tenerlo tan

claro, fue la resolución del problema de la crisis del Estado en su conjunto. Esto trató de ser

logrado a partir de la entrada de las clases trabajadores rurales a la coalición de gobierno,

subordinados a partir de la institucionalidad agrarista y la CGTG y la CNCG. La adición

planteó la posibilidad concreta de una nueva ruta hacia un Estado octubrista modificado. En

este punto hizo falta material que permitiera entender las interioridades de los espacios de

movilización como los sindicatos rurales locales y los CAL, pero eso es un agujero aún por

tratar.

El hecho que los intereses entre terratenientes y subalternidad rural organizada estuvieran

diametralmente opuestos no permitió ni un minuto de estabilidad. La claridad con que el

mismo antagonismo producto de la agroexportación se expresaba políticamente en un

enfrentamiento directo nos habla de los pocos grupos intermedios o de contrapeso que

existían hasta entonces en esa formación social. No había ni pequeños industriales

121

organizados con fuerza, ni grandes industriales ajenos a las redes oligárquicas, y por eso se

carecía de una masa obrera industrial amplia.

Pero eso sería entender el proceso guatemalteco a partir de lo que no fue; al analizar lo que

bajo sus condiciones llegó a ser, lo que nosotros tratamos de resaltar fue la forma política que

tomó la alianza de los grupos y clases en crisis, urbanos y rurales: el proyecto nacionalista,

con un fuerte énfasis en lograr una soberanía y un Estado pleno, fue posible solamente a

partir de un fuerte apoyo de una organización rural anexada al Estado, y una fuerza de los

grandes sindicatos (STEG, SAMF, sindicatos UFCo) y sus gigantescas federaciones (CGTG,

CNCG), lo que significó un ataque a la condición servil y marginada de buena parte de los

trabajadores rurales, lo que a su vez quería decir un ataque a los mecanismos vitales de

reproducción de la finca. Por eso hemos resaltado la forma nacionalista/clase -

extranjero/gamonal que tomó el antagonismo. La imposibilidad de solucionar la polarización

interna a partir de las mediaciones institucionales del octubrismo y la intervención mercenaria

e imperial, unida a la traición militar y el conservadurismo católico de la ciudad, aceleraron

su aborto.

Lo importante es entender que la forma que tomó esta polarización resultó, luego de junio

de 1954, en una solución diametralmente opuesta a la planteada por el octubrismo más

revolucionario. Los canales de mediación fueron eliminados y con eso se planteó de nuevo la

crisis. Lo abierto en 1944 continuó a partir de 1954.

Ya que diez años de movilización no podían ser borrados de tajo, esto marcó el regreso a la

fuerza como principal mediación en las relaciones de dominación a lo largo del territorio.

Dijimos que este cierre fue más fuerte en el campo, y que se intensificó aún más a partir de la

crisis cafetalera, que pronunció los mecanismos de superexplotación y agravó el control

político.

Siendo categórico: el problema de la crisis en el campo encontró un freno represivo a partir

de 1954, lo que evitó que éste pudiera expresarse políticamente sino hasta varios lustros

después y de manera temporalmente diferenciada en sus diferentes espacios. Y de

importancia paralela: la crisis cafetalera presentó la necesidad de cambios en la matriz

productiva, diversificación agroexportadora y una industrialización regional estrechamente

vinculada al capital norteamericano con una base común en la misma agroexportación

122

tradicional y sus mecanismos básicos. El resultado político fue la vuelta a la fragmentación y

la marginación política propia de la constitución histórica de las clases subalternas rurales.145

La situación varió más en la ciudad. A partir del asesinato de Castillo Armas en 1957 fue

posible ver, creímos mostrar, cierta posibilidad de alianza más amplia que la que ofrecía el

anticomunismo recalcitrante. Pero esta posibilidad fue abortada, indirectamente, por los

efectos que tuvo en ese espacio la crisis cafetalera. Y en este punto quisimos enfatizar dos

elementos que repercutieron oportunamente en la dinámica propia de las luchas en la ciudad:

primero, la crisis fiscal que empujó al gobierno a realizar masivos despidos, en un momento

en que muchos de los pactos colectivos firmados en la década revolucionaria comenzaban a

terminar, y el descontento por la limitada apertura política de espacios se arreciaba. Y

segundo, con las presiones que recibió el gobierno por parte de el FMI y el Departamento de

Estado, en diferentes planos, al exigirle que a cambio de un vital préstamo para sanear sus

finanzas cediera una parte de su territorio para entrenar mercenarios con el fin de invadir a

Cuba; la indignación nacionalista de una fracción militar se expresó en un levantamiento

fallido. Pero su consecuencia, hemos considerado, fue fundamental: permitió que a la

oposición se sumara una organización armada, en un momento en que el PGT y elementos

octubristas y estudiantiles radicalizados estaban considerando abordar de manera seria el

problema de la posibilidad del uso de las armas para lograr un cambio.

Esta suma de tensiones, acentuadas a partir de diciembre de 1961 con una serie de

movilizaciones y acciones de los diferentes grupos de oposición, fueron las que debilitaron en

demasía a Ydígoras y le regresaron preeminencia a un ejército, hasta entonces un gris sostén

del Estado, pero cada vez más homogéneo y claro en el rol pretoriano que la situación parecía

mostrarle como imperativo, con tal de hacerse indispensable y sobrevivir en buena posición

en el nuevo marco de intereses.

En esta cadena de eventos fue que se dio el golpe militar del 31 de marzo de 1963. Y con él

se cerró autoritariamente no la crisis en su conjunto, sino la posibilidad para solucionar el

problema de la crisis planteada hasta ese momento.

145La bibliografía también muestra un agujero en los años que siguieron a 1954 en las áreas con más movilización. Tal vez pueda deberse a la generalizada represión y a los medios poco legales en que se llevó a cabo.

123

Es cierto, como lo resalta claramente Torres-Rivas (1987a), que la marginación del

octubrismo urbano significó indirectamente una marginación y un cierre a lo popular, urbano

y rural, por la necesidad inherente de las capas medias a buscar un suelo social de apoyo.146

Aunque las organizaciones revolucionarias a lo largo del tiempo estuvieron formadas, en su

mayor parte, por cuadros salidos de los sectores medios y medios populares, nunca

enfatizando un trabajo de base.147

Con esto claro, podemos hablar de una primera y obvia conclusión: La crisis caracterizada

en este trabajo y expuesta a partir de 1944, no encontró una salida institucional sino

autoritaria en un primero momento y en dados espacios en 1954, y de manera completa a

partir de 1963. Fue el golpe militar en este año que complementó el cierre político en el

campo en 1954.

Pero profundicemos en el carácter de esta conclusión para llegar a otras más abarcadoras.

El Estado hacia 1963, de esta cuenta, no guardaba ningún tipo de relación de mediación,

hegemónica, integradora, o democratizadora, con cualquiera de las clases subalternas, rurales

o urbanas en su variedad. Y esto hay que entenderlo dentro del proceso de desplazamiento y

continuación de la crisis hegemónica que significó 1954, 1958 y 1963 a lo largo del territorio.

Esto significa que la dictadura militar contaba con una diminuta base social, que se reducía

a segmentos de los sectores medios que participaban en la estructura de consumo propia del

mercado industrial regional, y que se expresaban políticamente solamente a través del voto

conservador de elecciones viciadas. Sus sostenes tenían que venir de otra parte, y por eso el 146Torres-Rivas lo escribe así: «Aquel coup d'Etat no fue anti ydigorista sino anti-arevalista y, en esa proporción, a fortiori, profundamente antipopular. Justamente un año atrás, las masas populares pidieron la sustitución del ex general ubiquista, pero el ejercito lo respaldó. Un año después, esas masas se orientaron por una salida no insurreccional, y de nuevo el ejército las enfrentó» (1987a: 100). Al respecto, Colom Argueta (2011) cuenta que a mediados de los setenta, como funcionario público, tuvo la oportunidad de consultar a Arana Osorio y a otros militares del Alto Mando las razones por las que no habían democratizado el Estado. Y la respuesta fue que dentro de sus filas cundía un profundo miedo a la movilización popular. 147Con la información que provee Monteforte Toledo (1972: 269) podemos afirmar que de 1954 a 1964 las organizaciones octubristas de izquierda, políticas y armadas, no contaron con una línea gruesa de militancia popular. Solamente entre 1964 y 1965, años en que las guerrillas se asientan en el oriente, es posible ver una fuerte cantidad de apoyo orgánico campesino y rural-popular. Pero luego de la Ofensiva Final, y hasta fines de los setenta, la composición social de este tipo de organizaciones fue mayoritariamente o de los sectores medios o partir de espacios institucionales (universidad, secundarias, partidos políticos proscritos) como forma de reclutamiento. Pero nunca desde la misma dinámica popular. El problema del trabajo de base, por su lado, fue tan fundamental que entre las razones que resalta Mario Payeras (2006), dirigente del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), para entender la derrota de la guerrilla urbana a inicios de los ochenta estaba la fragilidad de los centros clandestinos, ubicados en barrios más o menos acomodados y no en el interior de los asentamientos y barrios populares.

124

apoyo y simbiosis oligárquica, así como el papel de sostén del imperialismo norteamericano,

pese a ciertas divergencias, fue siempre central en el sostenimiento de la dictadura militar.

Esta es una segunda conclusión: El sostén del Estado dictatorial no tuvo bases sociales y no

sólo se refirió a las armas del ejército, sino que tuvo en el imperialismo estadounidense y en

la afirmación del proyecto productivo oligárquico (y su naturaleza) sus sostenes principales y

paralelos. No fue, por así decirlo, una dictadura al antojo de los militares, sino una estructura

de poder con varios actores jugando el rol de pilares por sus diversos y complementarios

intereses.

Una situación de esta índole sólo podía sostenerse a través de la fuerza bruta. Si la decisión

hecha en 1954 y recalcada en 1963 era que no se deseaba democratizar el Estado, no había

otra manera de poder sostener un poder estatal en esas condiciones de vulnerabilidad.

Y de acá se desprende una tercera conclusión. En la relaciones del Estado militarizado con

las clases subalternas se hacía notar una hipertrofia en su brazo represor; por lo que podemos

decir que con el golpe de 1963 la principal forma de relación entre el Estado y la diversidad

de clases subalternas fue, inevitablemente, la fuerza.

Es fácil hacer resaltar esto luego del relato que ha tratado de ofrecer el texto, pero creemos

que el problema puede precisarse más si intentamos explicar el problema de la formación del

poder y los contornos del Estado militar; aunque es necesario señalar que esto no describe las

relaciones y funciones del Estado en su conjunto.148 Se puede agregar de manera breve que,

en estas condiciones, no es raro pensar que la forma de resistencia a la violencia de los

espacios de dominio iría a ser la violencia de las otras partes, lo que se pasó a llamar como

violencia revolucionaria.

Tomando estas tres conclusiones en cuenta, y si lo que queremos es no suponer el carácter

de los primeros años de la dictadura, viéndola automáticamente como un Estado centralizado

que tiene un monopolio de la violencia y hace un uso abusivo de ella, sino entenderla a partir

del proceso mismo que la constituye, necesitamos profundizar un poco más.

Sabemos que las dinámicas de la agroexportación, en su modalidad tradicional y

diversificada, activaban algunas de las regiones del país, pero su precaria unidad territorial

148El Estado había multiplicado sus funciones por las presiones de la agroexportación diversificada y la industrialización, por lo que había racionalizado algunos de sus espacios, pero en su relación con las clases subalternas era un Estado en crisis que necesitaba de la fuerza para sobrevivir.

125

era notable, lo que hacía que los poderes locales y gamonales fueran aún muy fuertes. El

Estado militar apoyaba con la presencia de comisionados militares, pero éstos pocas veces

respondían a líneas consensuadas del centro sino primariamente a las necesidades de orden y

estabilidad propias de la pax finquera. Y sabemos que la industrialización terminó afectando

solamente a la región central. A esa fragmentación del territorio y predominio de poderes

locales, aunque en menor grado que en el liberalismo oligárquico, hay que sumarle el papel

de soporte fundamental que ejercían el imperio estadounidense en el sostenimiento del

régimen. No había pues posibilidades concretas reales para una centralización del Estado, por

restricción de las relaciones de fuerza dentro del proceso más amplio, y pese a la toma del

aparato central por parte del ejército.

Este marco de relaciones en las que giraba el Estado militar nos sugiere entenderlo como

parte de una formación del poder con carácter faccional y paralelo. La formación del poder

descrita en el capítulo tres aún iría a ser predominante, con algunas modificaciones, durante la

década de los sesenta.149 Si esto es así, cabe preguntarse entonces ¿qué fue realmente de lo

que se hicieron cargo los militares a partir de 1963? ¿Fue sólo un espacio nuclear de esta red

faccional de poder? Parece que sí.

Y esta sería nuestra cuarta conclusión acumulativa: los militares tomaron a partir del golpe

de marzo de 1963 una fracción de las redes de poder propias de la formación del poder en el

proceso guatemalteco, específicamente sería la que podía permitir el acceso al aparato estatal

de los sectores medios octubristas a través de las elecciones.

Esto tiene sus implicaciones. Esta fragmentación relativa del poder es la que permite

entender el caos que caracteriza los años de 1954 a 1966, y las fuertes críticas que recibieron

los militares, a partir de 1963, de parte de sus asesores norteamericanos.150 No logran nada de

lo que se proponen; desde su punto de vista son sumamente ineficientes en su capacidad de

reprimir y establecer la estabilidad que habían prometido.

149La idea recoge elementos de la categoría de poder faccional del texto de Tischler (2011). 150El papel del apoyo norteamericano, pese a las negativas de Peralta Azurdia en aceptarlo, eran centrales para el sostenimiento de la dictadura militar. Sobre el apoyo en entrenamiento, financiamiento y logística, pueden consultarse los textos de Adams (1970), Sharkman (1976), y Bastos (2004). Sobre los años que siguen al golpe, muy poco estudiados cabe decir, puede revisarse el texto de Villagrán-Kramer (2009).

126

Sólo en estas condiciones es posible que se dé el surgimiento y predominio de personajes de

la naturaleza de Sandóval Alarcón151 y Arana Osorio152. Como no hay racionalización de la

violencia sino su dispersión, es necesaria una fuerza bruta y asesina que la contrapese frente

al aumento coyuntural del descontento organizado. Y la forma que tomó la represión a partir

de la Gran Ofensiva de 1967/68 fue por eso faccional, lo que explica el brote de bandas

paramilitares como hongos en época lluviosa y las agresivas acciones a determinadas

regiones del país (Aguilera, 1980).

Y con esto creemos que podemos terminar el documento con una quinta y más aglutinadora

conclusión. Más que las batallas y las relaciones políticas de fuerza, de la necesidad que se

generaba de esta correlación institucional de fuerzas para el uso de la violencia como

principal manera de relación a partir del Estado, de la forma sanguinaria para sopesar la

ineficiencia fruto de esta formación dispersa y paralela del poder, y por consiguiente de los

sostenes más allá de los militares para sostener semejante situación, más que todo esto y pese

a su importancia, el carácter del Estado militar debe entenderse como un momento político

del capital. Más en lo específico, entender como hemos querido al capital como un conjunto

de relaciones sociales históricas entre clases. Su ciclo de reproducción en el proceso

guatemalteco, bañada de explotación y represión, albergaba en su seno, en cada kilogramo de

café, arroba de azúcar, libra de algodón, producto manufacturado, a una profunda crisis social

no resuelta y sin miras a resolverse. En esta situación, la reproducción del ciclo del capital

151Militante histórico de la extrema derecha, parte de MLN. Una cita conocida de él lo hacer referirse a su partido como el de la violencia organizada. 152Del alto mando militar, el coronel Arana Osorio fue el encargado de llevar a cabo la llamada Gran Ofensiva a fines de 1967 En la región de Zacapa se ubicaron más de 900 comisionados militares a su cargo. Las guerrillas rápidamente fueron desbandadas mientras uno a uno iban cayendo los líderes locales que habían colaborado con la guerrilla. Todas sus bases habían quedado destruidas al cabo de unos meses y su fuerza militar había quedado reducida a la defensa de unos pequeños espacios. Entre tres y cinco mil personas fueron asesinadas (Debray, 1974: 296; Frank, 1976: 308; Figueroa Ibarra, 2000: 341 y ss.). En la ciudad la dinámica fue diferente. Varias decenas de bandas paramilitares de extrema derecha se formaron durante ese año, algunas de las cuales trabajaban con total autonomía, mientras otras recibían direcciones de parte de personajes del mando alto del ejército. Estaban integradas por civiles, procedentes de varias clases sociales, y por militares, y discriminaban muy poco en definición de quién era un subversivo (Aguilera, 1980). La desaparición forzada pasó a ser la regla, mientras muy atrás quedaban los tiempos del preso político. Los datos confirman el aumento masivo de la violencia en la ciudad, donde se concentraron el 70% de las desapariciones forzadas durante la década de los sesenta. De 1960 a 1966 se registran 254 desapariciones forzadas, mientras sólo en los años 1967 y 1968 se registran 246. (Figueroa Ibarra, 1999: 63). Booth (1980: 220) afirma que para 1967 se tiene un promedio de 30 muertos mensuales por razones políticas.

127

que dinamizaba de cierta manera a la sociedad en su conjunto, necesitaba de la fuerza y la

violencia para sobrevivir.

Y el hecho que se expresa en las tensas situaciones laborales de restricción y control en las

fincas de diferentes producciones y la casi militarización de las fábricas industriales descritas

en el último capítulo, muestra a nuestro parecer lo abigarradas que estaban las categorías de

dominación y explotación, dada la poca generalización del valor como forma dominante (por

eso la poca mercantilización), y por eso la poca abstracción de un Estado conciso “lejano” al

proceso más económico.

Nos permitimos concluir con un argumento un tanto político. A partir de 1963, pese a las

continuidades de la crisis, la situación había adquirido una dinámica muy diferente a la de

1954, y excesivamente diferente a la que encontramos en 1945. Guatemala contó a partir de

1963 con una organización social cimentada en una crisis histórica, y en esa situación la

violencia entre las partes no podía estar ausente de su constitución.

Los años que se conocen como conflicto armado interno no fueron, pues, como

vulgarmente se dice, una guerra de dos grupos belicistas, sino una situación de máxima

tensión social producto del arrastre de múltiples crisis prolongadas. Como diría Gramsci, tal

vez proféticamente para Guatemala: «Todo incumplimiento del deber histórico aumenta el

desorden necesario y prepara catástrofes más graves». Y la próxima acumulación de fuerzas

de las distintas expresiones subalternas, llegado el fin de la década de los setenta, resultó en

otra desmesurada ola represiva.

128

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