Leyes reglamentarias

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Análisis de leyes reglamentarias: Ley General de Víctimas y Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público. “Ley General de Víctimas I. Aspectos Generales La Ley General de Víctimas tiene como objetivo reconocer y garantizar los derechos de las víctimas de delito y de violaciones a derechos humanos, en especial el derecho a la asistencia, protección, atención, verdad, justicia, reparación integral, debida diligencia y todos los demás derechos consagrados en ella, de igual manera en la Constitución, en los Tratados Internacionales de derechos humanos de los que el Estado Mexicano es parte y demás instrumentos de derechos humanos. De una manera general, esta ley coordina las acciones y medidas necesarias para promover, respetar, garantizar y permitir el ejercicio efectivo de los derechos de las víctimas; así como implementar diversos mecanismos para que las autoridades cumplan con sus obligaciones de prevenir, investigar, sancionar y logren una reparación integral de los daños ejercidos en el delito. La Ley General de Víctimas busca garantizar un efectivo ejercicio del derecho de las 1

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Análisis de leyes reglamentarias: Ley General de

Víctimas y Ley de Asociaciones Religiosas y Culto

Público.

“Ley General de Víctimas”

I. Aspectos Generales

La Ley General de Víctimas tiene como objetivo reconocer

y garantizar los derechos de las víctimas de delito y de

violaciones a derechos humanos, en especial el derecho a la

asistencia, protección, atención, verdad, justicia,

reparación integral, debida diligencia y todos los demás

derechos consagrados en ella, de igual manera en la

Constitución, en los Tratados Internacionales de derechos

humanos de los que el Estado Mexicano es parte y demás

instrumentos de derechos humanos.

De una manera general, esta ley coordina las acciones y

medidas necesarias para promover, respetar, garantizar y

permitir el ejercicio efectivo de los derechos de las

víctimas; así como implementar diversos mecanismos para que

las autoridades cumplan con sus obligaciones de prevenir,

investigar, sancionar y logren una reparación integral de los

daños ejercidos en el delito. La Ley General de Víctimas

busca garantizar un efectivo ejercicio del derecho de las

1

víctimas a la justicia en el estricto cumplimiento de las

reglas del debido proceso.

En el establecimiento de los deberes y las obligaciones

específicas a cargo de las autoridades y de todo aquel que

intervenga en los procedimientos relacionados con las

víctimas, referente al establecimiento de las sanciones

respecto al incumplimiento por acción o por omisión de

cualquiera de las disposiciones en el delito.

La Ley General de Víctimas interpreta junto con la

Constitución y con los Tratados Internacionales favorecer en

todo momento la protección más amplia de los derechos de las

personas. Los mecanismos, las medidas y los procedimiento

establecidos en esta ley se diseñarán, implementarán y se

evaluarán aplicando los principios: Dignidad, Buena Fe,

Complementariedad, Debida Diligencia, Enfoque Diferencial y

Especializado , Enfoque Transformador, Gratuidad, Igualdad y

no Discriminación, Integralidad, indivisibilidad e

interdependencia, Máxima protección, Mínimo existencial, No

criminalización, Victimización secundaria, Participación

conjunta, Progresividad y no regresividad, Publicidad,

Rendición de cuentas, Transparencia y un Trato preferente con

todos los actores en la acción del delito.

La ley se refiere a un actor en especial, el cual es

denominado como víctima.

A nivel legal hay diversos actores victímales:

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a) Se les denomina víctimas directas aquellas personas

físicas que hayan sufrido algún daño o menoscabo

económico, físico mental, emocional o en general

cualquier situación en donde se haya puesto en peligro

su integridad tanto física como emocional o lesión a sus

bienes jurídicos o derechos como consecuencia de la

comisión de un delito o violación a sus derechos humanos

reconocidos por la Constitución y en los Tratados

Internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte.

b) Son víctimas indirectas los familiares o aquellas

personas físicas a cargo de la víctima directa y que

tenga una relación inmediata con ella.

c) Son Víctimas potenciales las personas físicas cuya

integridad física o derechos peligren por prestar

asistencia a la víctima ya sea por impedir o detener la

violación de derechos o la comisión de un delito.

La calidad de víctimas se adquiere con la acreditación del

daño en los términos establecidos en la presente Ley, con

independencia de que se identifique, aprehenda o condenen al

responsable del daño o de que la víctima participe en algún

procedimiento judicial o administrativo. De igual manera, son

víctimas los grupos, comunidades y organizaciones sociales

que hubieran sido afectadas en sus derechos, intereses o

bienes jurídicos colectivos como resultado de la comisión de

un delito o la violación de derechos.

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II. Antecedentes históricos

Durante el pasado sexenio México presenció grandes avances

legislativos en defensa de las garantías individuales; desde

una reforma que introduce el concepto de derechos humanos

como eje central de la administración, hasta una Ley General

para prevenir y sancionar los delitos relacionados con la

trata de personas.

Sin embargo, la nación ha estado atravesando una creciente

inseguridad y vive la expansión del crimen organizado, lo que

además de incrementar delitos, denuncias y quejas, que

propicia malestar social e indignación ante la impunidad que

muchas veces se lleva a cabo.

La Encuesta Nacional de Victimización 2012, realizada

por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI),

por ejemplo, reporta que 24.5% de la población mayor de 18

años declara haber sido víctima de algún delito durante el

año anterior, lo que representa a uno de cada cuatro adultos.

A su vez, uno de cada tres hogares en el país ha sido tocado

por la delincuencia y, de acuerdo con dicho organismo, la

cifra de los delitos no denunciados asciende a 91.6 por

ciento.

A lo largo de la historia, el derecho penal ha buscado

garantizar el proceso punitivo al imputado, pero con ello

deja siempre en segundo término a la víctima. No obstante,

esta visión comienza a quedar atrás, con la aprobación de la

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Ley General de Víctimas, el Congreso de la Unión y el Poder

Ejecutivo dan “un gran primer paso” en la protección y

seguridad de las personas. Y es que ahora las autoridades no

sólo velarán por justicia y castigo, sino que brindarán

además medidas necesarias y efectivas para que las víctimas

tengan acceso al derecho a la verdad y la reparación del

daño, a la par de que se garantizará una debida atención y la

no repetición de los actos de violencia.

Para la Comisión Nacional de los Derechos Humanos

(CNDH), presidida por el doctor Raúl Plascencia Villanueva,

“la protección de los derechos de las víctimas del delito

representa una garantía constitucional y una genuina

expresión de solidaridad que las autoridades del Estado le

deben a todos aquellos que han sufrido un daño por acciones

ilegales” (Plascencia, 2013).

Los expertos señalan que este gran avance deriva de la

reforma constitucional en materia de derechos humanos de

junio de 2011, como un nuevo paradigma administrativo y

jurídico de acción en nuestro país.

Daniel Vázquez, investigador de la Facultad

Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), comenta que

este mecanismo marcó pautas y compromisos muy evidentes: “En

sus transitorios se modificaron varios artículos y también la

obligación de aprobar por lo menos cuatro leyes al respecto

que incluía esta medida” (Vázquez, 2013). Esta legislación es

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el fruto político del impulso de la sociedad civil, en

especial del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad

(MPJD), expertos del Instituto Nacional de Ciencias Penales

(INACIPE) y de la UNAM.

Dicha ley comprende un conjunto de medidas judiciales,

administrativas, sociales y económicas que reconocen y

garantizan los derechos de las víctimas.

De acuerdo con lo estipulado, los agraviados tendrán acceso a

representación por parte de abogados capacitados; recibirán

el pago por gastos de alojamiento, comida y traslados que

hayan efectuado durante el proceso legal; y, además, tendrán

acceso a servicios médicos, becas educativas y oportunidades

de desarrollo social.

La nueva ley, que consta de 189 artículos y 15 transitorios,

entrará en vigor dentro de 30 días y promoverá la creación

del Fondo de Ayuda, Asistencia y Reparación Integral y de un

Sistema Nacional de Víctimas, con el fin de regular planes,

proyectos y políticas públicas encaminadas a la protección,

asistencia y reparación.

Luego de avances legislativos que incluyeron la

aprobación de la reforma constitucional en materia de

derechos humanos más importante de la historia y tras ocho

meses de discusión, la Ley General de Víctimas se vuelve una

realidad.

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III. Consulta Jurídica

Con respecto a la Consulta Jurídica, el proceso de

creación de la Ley General de víctimas comienza con el

análisis de la reforma en vigor a partir del 21 de marzo de

2001, la cual adicionó el apartado B al artículo 20 de la

Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que

permite establecer que la facultad para ejercer la acción

penal que está reservada, como regla general, al Ministerio

Público, no sufrió alteración alguna, puesto que con la

citada reforma se buscó proteger y garantizar de manera

puntual ciertos derechos de la víctima u ofendido del delito,

relativos a la atención médica y psicológica de urgencia que

debe proporcionárseles desde la comisión del delito; la

necesidad de que estén informados y asesorados desde la

averiguación previa, respecto de las prerrogativas que en su

favor establece la Constitución, así como de todo lo actuado

en el procedimiento penal; la trascendencia de ser

coadyuvantes con el Ministerio Público, para que se les

reciban todos los datos o elementos de prueba con los que

cuenten y a que se desahoguen las diligencias

correspondientes, incluso, las que acrediten el cuerpo del

delito. La Ley permite establecer que la facultad para

ejercer la acción penal la responsabilidad del inculpado y la

reparación del daño; la importancia de la minoría de edad, lo

que les permite como víctima u ofendido, que no se les

obligue a carearse con el inculpado cuando se trate de

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delitos de violación o secuestro, debiéndose llevar a cabo

las declaraciones en las condiciones que establezca la ley; y

la relevancia de las medidas precautorias que prevea la ley,

las que se incorporan en su favor para su seguridad y

auxilio. Empero, la circunstancia de que los derechos

detallados se hayan elevado a rango de garantías

individuales, lo que revela su protección inmediata y la

obligación de cualquier autoridad a respetarlos, no significa

que se atente contra el principio rector que concibe al

Ministerio Público como monopolizador de la acción penal y

órgano persecutor de los delitos, puesto que en ningún

momento la reforma en comento otorga a la víctima u ofendido

el carácter de parte acusadora en el proceso. Lo anterior se

robustece si se toma en consideración que la Cámara Revisora

en el citado proceso de reforma, en cuanto al papel que

guarda la víctima en el proceso, determinó que en ningún caso

será considerada técnicamente como acusadora, lo que

corresponde solamente al Ministerio Público, por lo que

independientemente de que se haga saber al acusado quiénes

aparecen como sus víctimas, no implica que éstas puedan

estimarse como acusadoras, agregándose que la posición que se

pretende que asuma la parte ofendida es de mayor actividad y

participación en el proceso, con el propósito de articular,

en relación con el inculpado, sus derechos o garantías

individuales, de manera que se refuerzan los sistemas de

procuración y administración de justicia en nuestro país, sin

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que se pretenda con ello romper el concepto tradicional de la

causa penal, entendida ésta como una contienda o litigio en

que existen tres posiciones naturales: la del demandante, la

del acusado y la del juzgador, que se sitúa imparcialmente

por encima de ellos y emite la resolución correspondiente. En

ese tenor, se concluye que la víctima u ofendido, con la

titularidad que le otorgan las garantías previstas, no asumió

el carácter de parte acusadora, ya que a este respecto

subsiste lo que la propia Carta Magna establece respecto del

papel del Ministerio Público dentro del proceso,

considerándolo como titular único de la acción persecutoria.

El pasado 9 de febrero de 2013 entró en vigor la Ley

General de Víctimas, instrumento moderno que reconoce una

serie de derecho a las víctimas y les brinda garantías de que

estos sean cumplidos y respetados.

Con respecto a la consulta jurídica, debemos analizar la

posición de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación con

respecto a esta Ley General de Víctimas. Desde sus inicios

la ley creo diversas controversias para establecerse como

parte de nuestra entidad legal, y como parte de la Carta

Magna de nuestra nación.

En sus inicios, La Suprema Corte de Justicia de la

Nación (SCJN) admitió a trámite la controversia

constitucional enviada por el gobierno federal para detener

la publicación de la Ley General de Víctimas y buscar que el

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Congreso le haga modificaciones. El recurso legal fue

recibido por la Comisión de Receso del máximo tribunal,

integrada por los ministros Sergio Valls Hernández y José

Fernando Franco González Salas. Dicha controversia fue

presentada a petición del presidente Felipe Calderón en sus

inicios, ya que en sus inicios se buscaba unanimidad en

contendido con respecto a ley en el Congreso, la SCJN y el

Poder Ejecutivo.

En los términos en que fue aprobada, la Ley General de

Víctimas obliga al Estado a asistir y proteger de diferentes

maneras a las víctimas de la violencia en el país. Una de

ellas es la creación del Mecanismo de Protección para

Personas Defensoras de Derechos Humanos y periodistas y el

otorgamiento de una compensación hasta de 900,000 pesos a las

personas afectadas.

En su proceso de aceptación de los órganos mayoritarios

de nuestro país, el secretario de Gobernación, Alejandro

Poiré, expuso en varias ocasiones la necesidad de hacer

adecuaciones a la ley, entre ellas una reforma que eleve a

rango constitucional la obligación de los tres niveles de

gobierno de garantizar justicia a las víctimas.

La Ley establece un sin número de derechos para las

víctimas que tendrán que ser respetados por el Estado en sus

tres niveles de gobierno (federal, estatal y municipal y sus

tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial). A partir

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del 9 de febrero, y sin necesidad de que se emita siquiera el

reglamento de la Ley, se Instaure el Sistema Nacional de

Víctimas o se nombren a los Consejeros del Consejo Ejecutivo

del Sistema Nacional de Víctimas, todas las víctimas, las del

delito y las de la violación de derechos humanos tendrán los

siguientes derechos:

Derecho a ser tratadas con humanidad y respeto de su

dignidad y sus derechos humanos por parte de los

servidores públicos.

Derecho a la protección del Estado, incluido su

bienestar físico y psicológico y la seguridad de su

entorno, con respeto a su dignidad y privacidad.

Derecho a conocer el estado de los procesos judiciales y

administrativos en los que tenga un interés como

interviniente.

Derecho a ser efectivamente escuchada por la autoridad

respectiva, cuando se encuentre presente en la

audiencia, diligencia o en cualquier otra actuación y

antes de que la autoridad se pronuncie.

Derecho a recibir tratamiento especializado que le

permita su rehabilitación física y psicológica con la

finalidad de lograr su reintegración a la sociedad.

Derecho a acceder a los mecanismos de justicia

disponibles para determinar la responsabilidad en la

comisión del delito o de la violación de los derechos

humanos.

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Derecho a una investigación pronta y efectiva que lleve

a la identificación, captura, procesamiento y sanción de

manera adecuada de todos los responsables del daño, al

esclarecimiento de los hechos y a la reparación del

daño.

A Coadyuvar con el Ministerio Público; a que se les

reciban todos los datos o elementos de prueba con los

que cuenten, tanto en la investigación como en el

proceso, a que se desahoguen las diligencias

correspondientes, y a intervenir en el juicio como

partes plenas ejerciendo durante el mismo sus derechos

los cuales en ningún caso podrán ser menores a los del

imputado. Así mismo, tendrán derecho a que se les

otorguen todas las facilidades para la presentación de

denuncias o querellas.

A ser asesoradas y representadas dentro de la

investigación y el proceso por un Asesor Jurídico.

A tener derecho a la segunda instancia y a otros

recursos ordinarios y extraordinarios en los mismos

casos y condiciones que el procesado y en los demás que

designen las leyes.

A que sean adoptadas medidas para minimizar las

molestias causadas, proteger su intimidad, identidad y

otros datos personales, en caso necesario.

A que se garantice su seguridad, así como la de sus

familiares y la de los testigos en su favor, contra todo

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acto de amenaza, intimidación y represalia.

A obtener copia simple gratuita y de inmediato, de las

diligencias en la que intervengan.

A que se les notifique toda resolución que pueda afectar

sus derechos y a impugnar dicha resolución.

Las víctimas, sus familiares y la sociedad en general

tienen el derecho de conocer los hechos constitutivos

del delito y de las violaciones a derechos humanos de

que fueron objeto, la identidad de los responsables, las

circunstancias que hayan propiciado su comisión, así

como tener acceso a la justicia en condiciones de

igualdad y a conocer la verdad histórica de los hechos.

“Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público”

I. Aspectos Generales

Una de las principales tareas de la ciencia jurídica

consiste en distinguir con claridad y precisión los derechos

y obligaciones que la Constitución mexicana concede,

señalando cuáles son sus caracteres típicos o específicos,

sus límites o naturaleza. Siendo las leyes reglamentarias un

instrumento imprescindible para llevar a cabo un mejor

ejercicio de estos. Hoy en día, los Estados Unidos Mexicanos

otorgan a todos los individuos dentro del territorio

nacional, a través de la Constitución Política mexicana, el

derecho de gozar de las garantías individuales que concede la

misma, quedando prohibida toda discriminación por origen

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étnico o nacional, de género, edad, capacidades diferentes,

condición social, condiciones de salud, religión, o cualquier

otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto

anular o menoscabar los derechos y libertades de las

personas. Precisamente, el artículo 24 expresa la libertad de

culto e ideología y la separación del Estado y la Iglesia

está hecha en el artículo 130; así como de la ley

reglamentaria que regula, detalla, precisa y sanciona cada

precepto de los artículos constitucionales referentes a la

libertad de culto y la separación de Iglesia-Estado.

Es preciso definir los conceptos para un mejor análisis

de la ley. Se puede entender por asociación religiosa a las

iglesias o agrupaciones a las que se les han otorgado

personalidad jurídica, las cuales tienen por objeto la

observancia, práctica, propagación o instrucción de una

doctrina religiosa o de un cuerpo de creencias religiosas sin

perseguir fines de lucro o preponderantemente económicos.

Mientras que aquellos actos religiosas celebrados

ordinariamente en los templos, a los cuales tienen acceso el

público en general, son considerados como acciones de culto

público. La ley, tiene encuentra su fundamento constitucional

en el artículo 3°, de la libertad de educación; el artículo

5°, a ninguna persona podrá impedirse que se dedique a la

profesión que se le acomode; el artículo 24°, todo hombre es

libre de profesar creencias religiosas; y el artículo 130°,

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principio histórico de la separación del Estado y las

Iglesias.

Si bien el artículo 24 constitucional declara que todos

los individuos gozarán de la libertad de convicciones

religiosas y de participar en todas los actos de culto, los

actos públicos de expresión de esta libertad no podrán ser

utilizados con fines políticos, de proselitismo o de

propaganda política; el artículo 130 aparece para consolidar

este precepto a través de la separación del Estado y las

Iglesias y como la puerta a la Ley de Asociaciones Religiosas

y Culto Público y el Diario Oficial de la Federación da a

conocer la nueva “Ley Reglamentaria de Asociaciones

Religiosas y Culto Público” el 15 de julio de 1992, durante

la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, en la cual se

funda la separación del Estado y las Iglesias. Surgiendo para

satisfacer la necesidad de mantener, renovar y regular las

relaciones normativas y jurídicas entre la Iglesia y demás

agrupaciones religiosas y el Estado, así como las de las

asociaciones religiosas y los ministros de culto.

Garantizando el ejercicio de la libertad en materia

religiosa. Esta nueva legislación otorgaba a las iglesias el

reconocimiento jurídico a cambio de que se registrasen en la

Secretaría de Hacienda. Se eliminó la prohibición absoluta de

que las organizaciones religiosas formaran parte de la

educación; se permitió que las iglesias tuvieran los bienes

necesarios para su funcionamiento y se permitía a sus

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miembros ejercer el derecho al voto. Suceso que permitió

establecer y renovar las relaciones diplomáticas con el

Vaticano, ya que una vez de que entraron en vigor las

reformas a la Constitución las relaciones diplomáticas se

hicieron oficiales mediante el intercambio de notas

diplomáticas entre la Cancillería mexicana y la Secretaría de

Estado de la Santa Sede.

La ley consta de 36 artículos ordinarios y siete

transitorios. Está dividida en cinco títulos, que llevan las

siguientes rúbricas:

I. Disposiciones generales (artículos 1° al 5°)

II. De las asociaciones religiosas (artículos 6° al 20°)

III. De los actos religiosos de culto público (artículos

21° al 24°)

IV. De las autoridades (artículos 25° al 28°)

V. De las infracciones y sanciones y del recurso de

revisión (artículos 29° al 36°)

Su materia es el culto público y las asociaciones

religiosas, pero también se refiere, en el título primero, al

contenido de la libertad religiosa. Se trata de una ley

reglamentaria de preceptos constitucionales, por lo que tiene

una jerarquía mayor que otras leyes aprobadas por el Congreso

de la Unión. Es además una ley de orden público, es decir,

sus disposiciones no pueden modificarse por acuerdo de

personas privadas, y es ley de observancia general en todo el

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país. La aplicación de la Ley corresponde al Ejecutivo

Federal por conducto de la Secretaría de Gobernación; empero,

los gobiernos estatales y municipales pueden intervenir como

auxiliares de la Secretaría de Gobernación. La intervención

de estos es necesaria sobre todo en lo relativo al

otorgamiento de permisos para realizar actos de culto público

fuera los templos.

Si bien la Ley dice hace referencia a la materia en

agrupaciones, Iglesias, asociaciones y culto público;

contiene algunas disposiciones (artículos 2° al 4°) que se

refieren al contenido del derecho de libertad religiosa, que

reconoce el artículo 24 constitucional. De acuerdo con el

precepto constitucional, la libertad religiosa que tiene cada

persona consiste en la libertad para profesar la creencia

religiosa que más le agrade y la libertad para practicar las

ceremonias, devociones o actos de culto respectivo, siempre

que no constituyan un delito o falta penados por la ley.

Respecto de la libertad de profesar creencias, la ley

reglamentaria incluye el derecho de no profesar una creencia,

de abstenerse de practicar actos de culto o de pertenecer a

una asociación religiosa. Comprende también el derecho del

creyente de no ser discriminado, coaccionado u hostigado por

causa de su fe. Como consecuencia de este derecho, la Ley

prescribe que a nadie se le puede impedir el ejercicio de

cualquier trabajo o actividad por motivos religiosos; por lo

cual, se establece que en los documentos oficiales de

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identificación no se hará mención de las creencias religiosas

de las personas. En cuanto a la libertad de practicar las

creencias, la Ley amplía su ámbito de vigencia, al reconocer

que comprende no sólo la libertad de practicar el culto, sino

también la libertad de manifestar las ideas religiosas y la

de asociarse o reunirse pacíficamente con fines religiosos.

Cabe destacar, que en este punto, la Ley añade algo que la

Constitución omite, esto es que comprende tanto la práctica

individual como la colectiva.

El reconocimiento de la libertad de asociarse con fines

religiosos implica el reconocimiento de una personalidad

jurídica de dichas asociaciones. El reconocimiento de esta

libertad implica también la posibilidad de construir otro

tipo de asociaciones con fines religiosos, es decir, la

posibilidad de construir asociaciones civiles con fines

religiosos, poseedoras de normativas privadas diferentes de

las que tienen las asociaciones religiosas de carácter

público, previstas por esta Ley. Podría decirse que el

elemento determinante es el fin de celebrar actos de culto

público y/o de propagar públicamente, por medio de

comunicación masiva, su doctrina, En efecto, estas

finalidades hacen que la agrupación tenga un carácter no

privado, no se constituye para bien de los socios

principalmente, su carácter es público, pues de constituye

para bien del pueblo.

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II. Antecedentes históricos

Desde el momento en el que al humano le surge la

necesidad de asociarse con otros individuos para su

desarrollo, nacen los distintos tipos de asociación que se

han conocido a lo largo de la historia, como las tribus,

pueblos, municipios, estados, empresas y, desde luego,

iglesias, donde los individuos se reúnen con un objetivo en

común, caracterizado por el esfuerzo colectivo. Con el

nacimiento de las asociaciones surge también la necesidad de

normar las relaciones entre los individuos que las integran.

Con la conquista española a lo que ahora es México se impuso

de manera forzosa la religión católica en toda la Nación. En

los tres siglos siguientes a la conquista española, en el

nuevo continente se implantó el sistema llamado Real

Patronato de Indias, organismo otorgado por el papa a los

reyes españoles e integrado por virreyes poseedores del poder

político, militar y eclesiástico; con el objetivo de difundir

la fe católica, protegerla y sostenerla al tiempo que

recibían los diezmos, presentaban candidatos a ocupar los

puestos eclesiásticos o autorizaban la formación de diócesis.

De acuerdo con Manuel Cevallos et al. (1993), la primer

legislación que se aplicó en materia religiosa fue una Ley

Española, la Constitución de Cádiz de 1812, donde en el

artículo 12 se menciona “la religión de la Nueva España es y

será perpetuamente Católica, apostólica, romana, única y

verdadera”. En el año de 1821 al promulgarse el Plan de

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Iguala, cuando se estableció la base del primer gobierno de

México, tratando de regular las relaciones del Estado con la

Iglesia, se determinó a la Religión Católica Apostólica

Romana, sin tolerancia de ninguna otra, concediéndole

exclusividad. Al consumarse la Independencia Nacional en

1821, llegó la primera ruptura de relaciones entre el

Vaticano y el nuevo Gobierno Mexicano. En 1822, la Junta

Gubernativa, en su calidad de primer gobierno de México,

convoca al primer Congreso Constituyente, y ahí se determina

que el derecho de los reyes españoles al patronato sobre la

Iglesia en México, debía ser resuelto en conjunto.

En 1824, Guadalupe Victoria escribió al Papa León XII

manifestándole que en México reinaba la paz y el deseo del

gobierno mexicano de establecer relaciones diplomáticas con

la santa sede. A partir de esa época, surgen dos corrientes

políticas con posturas diferentes con respecto a estas dos

relaciones: los liberales que paradójicamente pretendían que

el gobierno mexicano fuera sucesor del poder del Real

Patronato de Indias sobre la Iglesia en México, pero

conservando la sumisión de esta al Papa en lo referente a la

doctrina y la fe; por otro lado, los conservadores opinaban

que el gobierno mexicano negociara con el Papa un nuevo tipo

de relaciones y que se legislara en el Congreso la situación

de la Iglesia en México. No es sino hasta el gobierno

interino de Gómez Farías que engendró la idea de extirpar de

raíz la influencia del clero y del ejército en la marcha del

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gobierno y liberar al país de sus viejas tradiciones

coloniales. Por lo que consideraba necesario acabar con los

privilegios del clero y subordinarlo al Estado, limitando el

derecho de la propiedad de los bienes del clero, decretando

la libertad de cultos y separando los negocios de la Iglesia-

Estado. Años más tarde, Juárez sería quien lograría consumar

este proceso pues, en 1860, gracias a las leyes de Reforma,

se promulga la Ley sobre la Libertad de Cultos, a través de

la cual la religión católica pierde su exclusividad y se

abren las posibilidades a otros credos. Con la constitución

de 1917, se prohibió a las asociaciones religiosas

denominadas iglesias, adquirir, poseer o administrar bienes

raíces o capitales impuestos sobre ellos, y nacionalizó los

inmuebles y capitales que llegarán a tener dichas

asociaciones religiosas.

En 1988, al comienzo del sexenio de Carlos Salinas de

Gortari, se anunció la necesidad de actualizar las relaciones

y el marco jurídico de estas, entre la Iglesia y el Estado.

Con este nuevo acercamiento es como se llegó a la conclusión

de que urgía una revisión de las leyes del país sobre la

religión. Además, el país estaba convirtiéndose en una

sociedad más democrática y se habían comenzado las

negociaciones para un acuerdo de libre comercio con Estados

Unidos y Canadá. Por eso, era esencial revisar la ley para

que fuera coherente con la libertad religiosa. Es de esta

forma, como Salinas de Gortari, entonces presidente de la

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república, busca una reforma constitucional motivada por tres

principios: institucionalizar la separación de la Iglesia y

el Estado, respetar la libertad de creencia de cada mexicano

y mantener la educación laica en la escuela pública.

III. Consulta Jurídica

La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público representa

a una de las leyes con más reformas a sus estatutos desde su

creación en 1992. Probablemente una de las ambigüedades más

constantes y conflictivas para la Suprema Corte de la Nación

es la definición de asociación religiosa y todo lo que ella

conlleva. Pues, de acuerdo con la Ley, toda agrupación

religiosa con personalidad jurídica se denomina asociación

religiosa. No obstante, y como consecuencia del poco control

organizacional que el Estado tiene sobre estas asociaciones,

suele presentarse el caso de que instituciones no asociativas

en su estructura interna reciben el nombre de asociaciones,

sin serlo en realidad y quedando como denominación legal, un

mero nombre formal que no responde a la verdadera naturaleza

de todos los fenómenos religiosos sobre los cuales se

legisla. La denominación de asociación religiosa que da la

Ley a algunas agrupaciones se presta a equívocos, pues

denomina asociaciones a entidades no asociativas, o que no lo

son necesariamente. De acuerdo con la Biblioteca Jurídica de

la UNAM (2014), una denominación más apropiada hubiera sido

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la de instituciones religiosas. El nombre de asociaciones

puede deberse a las distintas corrientes que concurrieron en

el proceso legislativo que culminó en las reformas

constitucionales de 1992 y en la Ley de Asociaciones

Religiosas y Culto Público, pues mientras algunos

consideraban que toda confesión religiosa era un fenómeno

asociativo, otros querían optar por denominaciones que

abarcaran a todas las instituciones con fines religiosos.

Queda un rastro de la primera de esas tendencias en el

primer párrafo del artículo 11 de la Ley, que pide que los

asociados de una asociación religiosa sean mayores de edad.

Empero, ese artículo es en realidad un contrasentido, pues

aunque sólo se refiere a los asociados para los efectos del

registro jurídico, considera como tales a aquellos que

ostenten dicho carácter conforme a los estatutos de la misma;

sin tener en cuenta que las Iglesias no asociativas no tienen

asociados según sus reglamentos o estatutos internos y han

tenido que dar ese carácter arbitrariamente a algunos de sus

miembros para cumplir con el requisito legal. Esto contradice

la realidad de la gran mayoría de las confesiones religiosas,

en una materia que es un diferente para el Estado y que se ve

conveniente rectificar en la Ley en un futuro, pues la

orientación general de ésta es permitir la existencia de las

Iglesias, conforme a sus naturaleza propia, sin violentar su

existencia jurídica con exigencias que no son necesarias,

como se demuestra con el hecho de que la categoría de

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asociados no tiene ningún efecto jurídico en la Ley, ni se

les vuelve a mencionar en la misma en ninguna otra ocasión.

Aunado a esto, es imprescindible definir qué se entiende

por "libertad religiosa" en la ley reglamentaria del Artículo

24 Constitucional para mantener la laicidad del Estado.

Actualmente la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público

define el proceder de las organizaciones religiosas; sin

embargo, es necesario hacer una nueva ley reglamentaria que

defina el cómo de la reforma realizada en 2013 al Artículo 24

constitucional. Pues, de acuerdo con análisis de la Ley

hechos por académicos y publicados en la Biblioteca Jurídica,

la Iglesia católica ha buscado invadir los espacios públicos

donde el Estado ejerce sus funciones, como las escuelas, los

hospitales, las cámaras legislativas, los Congresos locales,

los tribunales, los centros de readaptación social, entre

otros. La reforma, que señala que la libertad religiosa

incluye el derecho de participar en público en actos de culto

y garantizar el respeto a la libertad de convicciones, fue

promulgada por el Presidente Enrique Peña Nieto y publicada

en el Diario Oficial de la Federación (DOF) el 17 de julio de

2013, pero aún falta definir el reglamento. Por lo que se ha

estado trabajando en una propuesta de ley reglamentaria que

aclare las ambigüedades de los términos utilizados en la Ley

de Asociaciones Religiosas y de Culto Público, y que también

cuide los preceptos de la laicidad del Estado. En otras

palabras, generar una nueva ley donde no solamente se

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establezcan las condiciones de operación jurídica de los

Artículos 24 y 130, sino también que se establezcan sanciones

muy claras y de responsabilidades; pues la Ley de

Asociaciones Religiosas y Culto Público no las contempla.

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Conclusión

Las leyes reglamentarias surgieron como leyes

secundarias que detallan, precisan y sancionan uno o varios

preceptos de la Constitución con el fin de articular los

conceptos y medios necesarios para la aplicación del precepto

constitucional que regulan. La Ley General de Víctimas y la

de Asociaciones Religiosas y Culto Público son leyes

reglamentarias relativamente jóvenes que, sin duda, poseen

porosidad y conflictos normativos en su estructura jurídica y

más aún en nuestro propio sistema jurídico; sin embargo,

representan un avance del Estado en su proceso democrático.

La Ley de Víctimas llegó con el objetivo de favorecer en todo

momento la protección más amplia de los derechos de las

personas, lo cual significa una oportunidad de justicia para

las víctimas. Por su parte, la Ley de Asociaciones, configura

la separación de la Iglesia y el Estado y una nación más

equitativa, libre y democrática.

A lo largo de los últimos años han aparecido diversos

estudios de distinguidos juristas en torno a reformas

constitucionales en ambas materias. Quizá, entendiendo que

los defectos, omisiones o ambigüedades van más allá de los

errores técnicos debido a la falta de experiencia y a la

relativa juventud de las leyes secundarias. Si bien, ambas

leyes reglamentarias llegaron para organizar, controlar,

informar, y mantener mejores relaciones entre la Iglesia,

Estado y la población. También es cierto que el trabajo de la

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SCJN en el proceso legislativo por hacer es mucho, promover

una serie de reformas que satisfagan las ambigüedades de las

leyes es algo ineludible. Todo con el objeto de establecer y

garantizar plenamente nuestros derechos como mexicanos.

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Referencias

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Público”. Recuperado el: 27 de abril de 2014, de:

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