Leyes reglamentarias
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Análisis de leyes reglamentarias: Ley General de
Víctimas y Ley de Asociaciones Religiosas y Culto
Público.
“Ley General de Víctimas”
I. Aspectos Generales
La Ley General de Víctimas tiene como objetivo reconocer
y garantizar los derechos de las víctimas de delito y de
violaciones a derechos humanos, en especial el derecho a la
asistencia, protección, atención, verdad, justicia,
reparación integral, debida diligencia y todos los demás
derechos consagrados en ella, de igual manera en la
Constitución, en los Tratados Internacionales de derechos
humanos de los que el Estado Mexicano es parte y demás
instrumentos de derechos humanos.
De una manera general, esta ley coordina las acciones y
medidas necesarias para promover, respetar, garantizar y
permitir el ejercicio efectivo de los derechos de las
víctimas; así como implementar diversos mecanismos para que
las autoridades cumplan con sus obligaciones de prevenir,
investigar, sancionar y logren una reparación integral de los
daños ejercidos en el delito. La Ley General de Víctimas
busca garantizar un efectivo ejercicio del derecho de las
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víctimas a la justicia en el estricto cumplimiento de las
reglas del debido proceso.
En el establecimiento de los deberes y las obligaciones
específicas a cargo de las autoridades y de todo aquel que
intervenga en los procedimientos relacionados con las
víctimas, referente al establecimiento de las sanciones
respecto al incumplimiento por acción o por omisión de
cualquiera de las disposiciones en el delito.
La Ley General de Víctimas interpreta junto con la
Constitución y con los Tratados Internacionales favorecer en
todo momento la protección más amplia de los derechos de las
personas. Los mecanismos, las medidas y los procedimiento
establecidos en esta ley se diseñarán, implementarán y se
evaluarán aplicando los principios: Dignidad, Buena Fe,
Complementariedad, Debida Diligencia, Enfoque Diferencial y
Especializado , Enfoque Transformador, Gratuidad, Igualdad y
no Discriminación, Integralidad, indivisibilidad e
interdependencia, Máxima protección, Mínimo existencial, No
criminalización, Victimización secundaria, Participación
conjunta, Progresividad y no regresividad, Publicidad,
Rendición de cuentas, Transparencia y un Trato preferente con
todos los actores en la acción del delito.
La ley se refiere a un actor en especial, el cual es
denominado como víctima.
A nivel legal hay diversos actores victímales:
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a) Se les denomina víctimas directas aquellas personas
físicas que hayan sufrido algún daño o menoscabo
económico, físico mental, emocional o en general
cualquier situación en donde se haya puesto en peligro
su integridad tanto física como emocional o lesión a sus
bienes jurídicos o derechos como consecuencia de la
comisión de un delito o violación a sus derechos humanos
reconocidos por la Constitución y en los Tratados
Internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte.
b) Son víctimas indirectas los familiares o aquellas
personas físicas a cargo de la víctima directa y que
tenga una relación inmediata con ella.
c) Son Víctimas potenciales las personas físicas cuya
integridad física o derechos peligren por prestar
asistencia a la víctima ya sea por impedir o detener la
violación de derechos o la comisión de un delito.
La calidad de víctimas se adquiere con la acreditación del
daño en los términos establecidos en la presente Ley, con
independencia de que se identifique, aprehenda o condenen al
responsable del daño o de que la víctima participe en algún
procedimiento judicial o administrativo. De igual manera, son
víctimas los grupos, comunidades y organizaciones sociales
que hubieran sido afectadas en sus derechos, intereses o
bienes jurídicos colectivos como resultado de la comisión de
un delito o la violación de derechos.
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II. Antecedentes históricos
Durante el pasado sexenio México presenció grandes avances
legislativos en defensa de las garantías individuales; desde
una reforma que introduce el concepto de derechos humanos
como eje central de la administración, hasta una Ley General
para prevenir y sancionar los delitos relacionados con la
trata de personas.
Sin embargo, la nación ha estado atravesando una creciente
inseguridad y vive la expansión del crimen organizado, lo que
además de incrementar delitos, denuncias y quejas, que
propicia malestar social e indignación ante la impunidad que
muchas veces se lleva a cabo.
La Encuesta Nacional de Victimización 2012, realizada
por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI),
por ejemplo, reporta que 24.5% de la población mayor de 18
años declara haber sido víctima de algún delito durante el
año anterior, lo que representa a uno de cada cuatro adultos.
A su vez, uno de cada tres hogares en el país ha sido tocado
por la delincuencia y, de acuerdo con dicho organismo, la
cifra de los delitos no denunciados asciende a 91.6 por
ciento.
A lo largo de la historia, el derecho penal ha buscado
garantizar el proceso punitivo al imputado, pero con ello
deja siempre en segundo término a la víctima. No obstante,
esta visión comienza a quedar atrás, con la aprobación de la
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Ley General de Víctimas, el Congreso de la Unión y el Poder
Ejecutivo dan “un gran primer paso” en la protección y
seguridad de las personas. Y es que ahora las autoridades no
sólo velarán por justicia y castigo, sino que brindarán
además medidas necesarias y efectivas para que las víctimas
tengan acceso al derecho a la verdad y la reparación del
daño, a la par de que se garantizará una debida atención y la
no repetición de los actos de violencia.
Para la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
(CNDH), presidida por el doctor Raúl Plascencia Villanueva,
“la protección de los derechos de las víctimas del delito
representa una garantía constitucional y una genuina
expresión de solidaridad que las autoridades del Estado le
deben a todos aquellos que han sufrido un daño por acciones
ilegales” (Plascencia, 2013).
Los expertos señalan que este gran avance deriva de la
reforma constitucional en materia de derechos humanos de
junio de 2011, como un nuevo paradigma administrativo y
jurídico de acción en nuestro país.
Daniel Vázquez, investigador de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), comenta que
este mecanismo marcó pautas y compromisos muy evidentes: “En
sus transitorios se modificaron varios artículos y también la
obligación de aprobar por lo menos cuatro leyes al respecto
que incluía esta medida” (Vázquez, 2013). Esta legislación es
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el fruto político del impulso de la sociedad civil, en
especial del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
(MPJD), expertos del Instituto Nacional de Ciencias Penales
(INACIPE) y de la UNAM.
Dicha ley comprende un conjunto de medidas judiciales,
administrativas, sociales y económicas que reconocen y
garantizan los derechos de las víctimas.
De acuerdo con lo estipulado, los agraviados tendrán acceso a
representación por parte de abogados capacitados; recibirán
el pago por gastos de alojamiento, comida y traslados que
hayan efectuado durante el proceso legal; y, además, tendrán
acceso a servicios médicos, becas educativas y oportunidades
de desarrollo social.
La nueva ley, que consta de 189 artículos y 15 transitorios,
entrará en vigor dentro de 30 días y promoverá la creación
del Fondo de Ayuda, Asistencia y Reparación Integral y de un
Sistema Nacional de Víctimas, con el fin de regular planes,
proyectos y políticas públicas encaminadas a la protección,
asistencia y reparación.
Luego de avances legislativos que incluyeron la
aprobación de la reforma constitucional en materia de
derechos humanos más importante de la historia y tras ocho
meses de discusión, la Ley General de Víctimas se vuelve una
realidad.
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III. Consulta Jurídica
Con respecto a la Consulta Jurídica, el proceso de
creación de la Ley General de víctimas comienza con el
análisis de la reforma en vigor a partir del 21 de marzo de
2001, la cual adicionó el apartado B al artículo 20 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que
permite establecer que la facultad para ejercer la acción
penal que está reservada, como regla general, al Ministerio
Público, no sufrió alteración alguna, puesto que con la
citada reforma se buscó proteger y garantizar de manera
puntual ciertos derechos de la víctima u ofendido del delito,
relativos a la atención médica y psicológica de urgencia que
debe proporcionárseles desde la comisión del delito; la
necesidad de que estén informados y asesorados desde la
averiguación previa, respecto de las prerrogativas que en su
favor establece la Constitución, así como de todo lo actuado
en el procedimiento penal; la trascendencia de ser
coadyuvantes con el Ministerio Público, para que se les
reciban todos los datos o elementos de prueba con los que
cuenten y a que se desahoguen las diligencias
correspondientes, incluso, las que acrediten el cuerpo del
delito. La Ley permite establecer que la facultad para
ejercer la acción penal la responsabilidad del inculpado y la
reparación del daño; la importancia de la minoría de edad, lo
que les permite como víctima u ofendido, que no se les
obligue a carearse con el inculpado cuando se trate de
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delitos de violación o secuestro, debiéndose llevar a cabo
las declaraciones en las condiciones que establezca la ley; y
la relevancia de las medidas precautorias que prevea la ley,
las que se incorporan en su favor para su seguridad y
auxilio. Empero, la circunstancia de que los derechos
detallados se hayan elevado a rango de garantías
individuales, lo que revela su protección inmediata y la
obligación de cualquier autoridad a respetarlos, no significa
que se atente contra el principio rector que concibe al
Ministerio Público como monopolizador de la acción penal y
órgano persecutor de los delitos, puesto que en ningún
momento la reforma en comento otorga a la víctima u ofendido
el carácter de parte acusadora en el proceso. Lo anterior se
robustece si se toma en consideración que la Cámara Revisora
en el citado proceso de reforma, en cuanto al papel que
guarda la víctima en el proceso, determinó que en ningún caso
será considerada técnicamente como acusadora, lo que
corresponde solamente al Ministerio Público, por lo que
independientemente de que se haga saber al acusado quiénes
aparecen como sus víctimas, no implica que éstas puedan
estimarse como acusadoras, agregándose que la posición que se
pretende que asuma la parte ofendida es de mayor actividad y
participación en el proceso, con el propósito de articular,
en relación con el inculpado, sus derechos o garantías
individuales, de manera que se refuerzan los sistemas de
procuración y administración de justicia en nuestro país, sin
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que se pretenda con ello romper el concepto tradicional de la
causa penal, entendida ésta como una contienda o litigio en
que existen tres posiciones naturales: la del demandante, la
del acusado y la del juzgador, que se sitúa imparcialmente
por encima de ellos y emite la resolución correspondiente. En
ese tenor, se concluye que la víctima u ofendido, con la
titularidad que le otorgan las garantías previstas, no asumió
el carácter de parte acusadora, ya que a este respecto
subsiste lo que la propia Carta Magna establece respecto del
papel del Ministerio Público dentro del proceso,
considerándolo como titular único de la acción persecutoria.
El pasado 9 de febrero de 2013 entró en vigor la Ley
General de Víctimas, instrumento moderno que reconoce una
serie de derecho a las víctimas y les brinda garantías de que
estos sean cumplidos y respetados.
Con respecto a la consulta jurídica, debemos analizar la
posición de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación con
respecto a esta Ley General de Víctimas. Desde sus inicios
la ley creo diversas controversias para establecerse como
parte de nuestra entidad legal, y como parte de la Carta
Magna de nuestra nación.
En sus inicios, La Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) admitió a trámite la controversia
constitucional enviada por el gobierno federal para detener
la publicación de la Ley General de Víctimas y buscar que el
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Congreso le haga modificaciones. El recurso legal fue
recibido por la Comisión de Receso del máximo tribunal,
integrada por los ministros Sergio Valls Hernández y José
Fernando Franco González Salas. Dicha controversia fue
presentada a petición del presidente Felipe Calderón en sus
inicios, ya que en sus inicios se buscaba unanimidad en
contendido con respecto a ley en el Congreso, la SCJN y el
Poder Ejecutivo.
En los términos en que fue aprobada, la Ley General de
Víctimas obliga al Estado a asistir y proteger de diferentes
maneras a las víctimas de la violencia en el país. Una de
ellas es la creación del Mecanismo de Protección para
Personas Defensoras de Derechos Humanos y periodistas y el
otorgamiento de una compensación hasta de 900,000 pesos a las
personas afectadas.
En su proceso de aceptación de los órganos mayoritarios
de nuestro país, el secretario de Gobernación, Alejandro
Poiré, expuso en varias ocasiones la necesidad de hacer
adecuaciones a la ley, entre ellas una reforma que eleve a
rango constitucional la obligación de los tres niveles de
gobierno de garantizar justicia a las víctimas.
La Ley establece un sin número de derechos para las
víctimas que tendrán que ser respetados por el Estado en sus
tres niveles de gobierno (federal, estatal y municipal y sus
tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial). A partir
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del 9 de febrero, y sin necesidad de que se emita siquiera el
reglamento de la Ley, se Instaure el Sistema Nacional de
Víctimas o se nombren a los Consejeros del Consejo Ejecutivo
del Sistema Nacional de Víctimas, todas las víctimas, las del
delito y las de la violación de derechos humanos tendrán los
siguientes derechos:
Derecho a ser tratadas con humanidad y respeto de su
dignidad y sus derechos humanos por parte de los
servidores públicos.
Derecho a la protección del Estado, incluido su
bienestar físico y psicológico y la seguridad de su
entorno, con respeto a su dignidad y privacidad.
Derecho a conocer el estado de los procesos judiciales y
administrativos en los que tenga un interés como
interviniente.
Derecho a ser efectivamente escuchada por la autoridad
respectiva, cuando se encuentre presente en la
audiencia, diligencia o en cualquier otra actuación y
antes de que la autoridad se pronuncie.
Derecho a recibir tratamiento especializado que le
permita su rehabilitación física y psicológica con la
finalidad de lograr su reintegración a la sociedad.
Derecho a acceder a los mecanismos de justicia
disponibles para determinar la responsabilidad en la
comisión del delito o de la violación de los derechos
humanos.
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Derecho a una investigación pronta y efectiva que lleve
a la identificación, captura, procesamiento y sanción de
manera adecuada de todos los responsables del daño, al
esclarecimiento de los hechos y a la reparación del
daño.
A Coadyuvar con el Ministerio Público; a que se les
reciban todos los datos o elementos de prueba con los
que cuenten, tanto en la investigación como en el
proceso, a que se desahoguen las diligencias
correspondientes, y a intervenir en el juicio como
partes plenas ejerciendo durante el mismo sus derechos
los cuales en ningún caso podrán ser menores a los del
imputado. Así mismo, tendrán derecho a que se les
otorguen todas las facilidades para la presentación de
denuncias o querellas.
A ser asesoradas y representadas dentro de la
investigación y el proceso por un Asesor Jurídico.
A tener derecho a la segunda instancia y a otros
recursos ordinarios y extraordinarios en los mismos
casos y condiciones que el procesado y en los demás que
designen las leyes.
A que sean adoptadas medidas para minimizar las
molestias causadas, proteger su intimidad, identidad y
otros datos personales, en caso necesario.
A que se garantice su seguridad, así como la de sus
familiares y la de los testigos en su favor, contra todo
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acto de amenaza, intimidación y represalia.
A obtener copia simple gratuita y de inmediato, de las
diligencias en la que intervengan.
A que se les notifique toda resolución que pueda afectar
sus derechos y a impugnar dicha resolución.
Las víctimas, sus familiares y la sociedad en general
tienen el derecho de conocer los hechos constitutivos
del delito y de las violaciones a derechos humanos de
que fueron objeto, la identidad de los responsables, las
circunstancias que hayan propiciado su comisión, así
como tener acceso a la justicia en condiciones de
igualdad y a conocer la verdad histórica de los hechos.
“Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público”
I. Aspectos Generales
Una de las principales tareas de la ciencia jurídica
consiste en distinguir con claridad y precisión los derechos
y obligaciones que la Constitución mexicana concede,
señalando cuáles son sus caracteres típicos o específicos,
sus límites o naturaleza. Siendo las leyes reglamentarias un
instrumento imprescindible para llevar a cabo un mejor
ejercicio de estos. Hoy en día, los Estados Unidos Mexicanos
otorgan a todos los individuos dentro del territorio
nacional, a través de la Constitución Política mexicana, el
derecho de gozar de las garantías individuales que concede la
misma, quedando prohibida toda discriminación por origen
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étnico o nacional, de género, edad, capacidades diferentes,
condición social, condiciones de salud, religión, o cualquier
otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto
anular o menoscabar los derechos y libertades de las
personas. Precisamente, el artículo 24 expresa la libertad de
culto e ideología y la separación del Estado y la Iglesia
está hecha en el artículo 130; así como de la ley
reglamentaria que regula, detalla, precisa y sanciona cada
precepto de los artículos constitucionales referentes a la
libertad de culto y la separación de Iglesia-Estado.
Es preciso definir los conceptos para un mejor análisis
de la ley. Se puede entender por asociación religiosa a las
iglesias o agrupaciones a las que se les han otorgado
personalidad jurídica, las cuales tienen por objeto la
observancia, práctica, propagación o instrucción de una
doctrina religiosa o de un cuerpo de creencias religiosas sin
perseguir fines de lucro o preponderantemente económicos.
Mientras que aquellos actos religiosas celebrados
ordinariamente en los templos, a los cuales tienen acceso el
público en general, son considerados como acciones de culto
público. La ley, tiene encuentra su fundamento constitucional
en el artículo 3°, de la libertad de educación; el artículo
5°, a ninguna persona podrá impedirse que se dedique a la
profesión que se le acomode; el artículo 24°, todo hombre es
libre de profesar creencias religiosas; y el artículo 130°,
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principio histórico de la separación del Estado y las
Iglesias.
Si bien el artículo 24 constitucional declara que todos
los individuos gozarán de la libertad de convicciones
religiosas y de participar en todas los actos de culto, los
actos públicos de expresión de esta libertad no podrán ser
utilizados con fines políticos, de proselitismo o de
propaganda política; el artículo 130 aparece para consolidar
este precepto a través de la separación del Estado y las
Iglesias y como la puerta a la Ley de Asociaciones Religiosas
y Culto Público y el Diario Oficial de la Federación da a
conocer la nueva “Ley Reglamentaria de Asociaciones
Religiosas y Culto Público” el 15 de julio de 1992, durante
la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, en la cual se
funda la separación del Estado y las Iglesias. Surgiendo para
satisfacer la necesidad de mantener, renovar y regular las
relaciones normativas y jurídicas entre la Iglesia y demás
agrupaciones religiosas y el Estado, así como las de las
asociaciones religiosas y los ministros de culto.
Garantizando el ejercicio de la libertad en materia
religiosa. Esta nueva legislación otorgaba a las iglesias el
reconocimiento jurídico a cambio de que se registrasen en la
Secretaría de Hacienda. Se eliminó la prohibición absoluta de
que las organizaciones religiosas formaran parte de la
educación; se permitió que las iglesias tuvieran los bienes
necesarios para su funcionamiento y se permitía a sus
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miembros ejercer el derecho al voto. Suceso que permitió
establecer y renovar las relaciones diplomáticas con el
Vaticano, ya que una vez de que entraron en vigor las
reformas a la Constitución las relaciones diplomáticas se
hicieron oficiales mediante el intercambio de notas
diplomáticas entre la Cancillería mexicana y la Secretaría de
Estado de la Santa Sede.
La ley consta de 36 artículos ordinarios y siete
transitorios. Está dividida en cinco títulos, que llevan las
siguientes rúbricas:
I. Disposiciones generales (artículos 1° al 5°)
II. De las asociaciones religiosas (artículos 6° al 20°)
III. De los actos religiosos de culto público (artículos
21° al 24°)
IV. De las autoridades (artículos 25° al 28°)
V. De las infracciones y sanciones y del recurso de
revisión (artículos 29° al 36°)
Su materia es el culto público y las asociaciones
religiosas, pero también se refiere, en el título primero, al
contenido de la libertad religiosa. Se trata de una ley
reglamentaria de preceptos constitucionales, por lo que tiene
una jerarquía mayor que otras leyes aprobadas por el Congreso
de la Unión. Es además una ley de orden público, es decir,
sus disposiciones no pueden modificarse por acuerdo de
personas privadas, y es ley de observancia general en todo el
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país. La aplicación de la Ley corresponde al Ejecutivo
Federal por conducto de la Secretaría de Gobernación; empero,
los gobiernos estatales y municipales pueden intervenir como
auxiliares de la Secretaría de Gobernación. La intervención
de estos es necesaria sobre todo en lo relativo al
otorgamiento de permisos para realizar actos de culto público
fuera los templos.
Si bien la Ley dice hace referencia a la materia en
agrupaciones, Iglesias, asociaciones y culto público;
contiene algunas disposiciones (artículos 2° al 4°) que se
refieren al contenido del derecho de libertad religiosa, que
reconoce el artículo 24 constitucional. De acuerdo con el
precepto constitucional, la libertad religiosa que tiene cada
persona consiste en la libertad para profesar la creencia
religiosa que más le agrade y la libertad para practicar las
ceremonias, devociones o actos de culto respectivo, siempre
que no constituyan un delito o falta penados por la ley.
Respecto de la libertad de profesar creencias, la ley
reglamentaria incluye el derecho de no profesar una creencia,
de abstenerse de practicar actos de culto o de pertenecer a
una asociación religiosa. Comprende también el derecho del
creyente de no ser discriminado, coaccionado u hostigado por
causa de su fe. Como consecuencia de este derecho, la Ley
prescribe que a nadie se le puede impedir el ejercicio de
cualquier trabajo o actividad por motivos religiosos; por lo
cual, se establece que en los documentos oficiales de
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identificación no se hará mención de las creencias religiosas
de las personas. En cuanto a la libertad de practicar las
creencias, la Ley amplía su ámbito de vigencia, al reconocer
que comprende no sólo la libertad de practicar el culto, sino
también la libertad de manifestar las ideas religiosas y la
de asociarse o reunirse pacíficamente con fines religiosos.
Cabe destacar, que en este punto, la Ley añade algo que la
Constitución omite, esto es que comprende tanto la práctica
individual como la colectiva.
El reconocimiento de la libertad de asociarse con fines
religiosos implica el reconocimiento de una personalidad
jurídica de dichas asociaciones. El reconocimiento de esta
libertad implica también la posibilidad de construir otro
tipo de asociaciones con fines religiosos, es decir, la
posibilidad de construir asociaciones civiles con fines
religiosos, poseedoras de normativas privadas diferentes de
las que tienen las asociaciones religiosas de carácter
público, previstas por esta Ley. Podría decirse que el
elemento determinante es el fin de celebrar actos de culto
público y/o de propagar públicamente, por medio de
comunicación masiva, su doctrina, En efecto, estas
finalidades hacen que la agrupación tenga un carácter no
privado, no se constituye para bien de los socios
principalmente, su carácter es público, pues de constituye
para bien del pueblo.
18
II. Antecedentes históricos
Desde el momento en el que al humano le surge la
necesidad de asociarse con otros individuos para su
desarrollo, nacen los distintos tipos de asociación que se
han conocido a lo largo de la historia, como las tribus,
pueblos, municipios, estados, empresas y, desde luego,
iglesias, donde los individuos se reúnen con un objetivo en
común, caracterizado por el esfuerzo colectivo. Con el
nacimiento de las asociaciones surge también la necesidad de
normar las relaciones entre los individuos que las integran.
Con la conquista española a lo que ahora es México se impuso
de manera forzosa la religión católica en toda la Nación. En
los tres siglos siguientes a la conquista española, en el
nuevo continente se implantó el sistema llamado Real
Patronato de Indias, organismo otorgado por el papa a los
reyes españoles e integrado por virreyes poseedores del poder
político, militar y eclesiástico; con el objetivo de difundir
la fe católica, protegerla y sostenerla al tiempo que
recibían los diezmos, presentaban candidatos a ocupar los
puestos eclesiásticos o autorizaban la formación de diócesis.
De acuerdo con Manuel Cevallos et al. (1993), la primer
legislación que se aplicó en materia religiosa fue una Ley
Española, la Constitución de Cádiz de 1812, donde en el
artículo 12 se menciona “la religión de la Nueva España es y
será perpetuamente Católica, apostólica, romana, única y
verdadera”. En el año de 1821 al promulgarse el Plan de
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Iguala, cuando se estableció la base del primer gobierno de
México, tratando de regular las relaciones del Estado con la
Iglesia, se determinó a la Religión Católica Apostólica
Romana, sin tolerancia de ninguna otra, concediéndole
exclusividad. Al consumarse la Independencia Nacional en
1821, llegó la primera ruptura de relaciones entre el
Vaticano y el nuevo Gobierno Mexicano. En 1822, la Junta
Gubernativa, en su calidad de primer gobierno de México,
convoca al primer Congreso Constituyente, y ahí se determina
que el derecho de los reyes españoles al patronato sobre la
Iglesia en México, debía ser resuelto en conjunto.
En 1824, Guadalupe Victoria escribió al Papa León XII
manifestándole que en México reinaba la paz y el deseo del
gobierno mexicano de establecer relaciones diplomáticas con
la santa sede. A partir de esa época, surgen dos corrientes
políticas con posturas diferentes con respecto a estas dos
relaciones: los liberales que paradójicamente pretendían que
el gobierno mexicano fuera sucesor del poder del Real
Patronato de Indias sobre la Iglesia en México, pero
conservando la sumisión de esta al Papa en lo referente a la
doctrina y la fe; por otro lado, los conservadores opinaban
que el gobierno mexicano negociara con el Papa un nuevo tipo
de relaciones y que se legislara en el Congreso la situación
de la Iglesia en México. No es sino hasta el gobierno
interino de Gómez Farías que engendró la idea de extirpar de
raíz la influencia del clero y del ejército en la marcha del
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gobierno y liberar al país de sus viejas tradiciones
coloniales. Por lo que consideraba necesario acabar con los
privilegios del clero y subordinarlo al Estado, limitando el
derecho de la propiedad de los bienes del clero, decretando
la libertad de cultos y separando los negocios de la Iglesia-
Estado. Años más tarde, Juárez sería quien lograría consumar
este proceso pues, en 1860, gracias a las leyes de Reforma,
se promulga la Ley sobre la Libertad de Cultos, a través de
la cual la religión católica pierde su exclusividad y se
abren las posibilidades a otros credos. Con la constitución
de 1917, se prohibió a las asociaciones religiosas
denominadas iglesias, adquirir, poseer o administrar bienes
raíces o capitales impuestos sobre ellos, y nacionalizó los
inmuebles y capitales que llegarán a tener dichas
asociaciones religiosas.
En 1988, al comienzo del sexenio de Carlos Salinas de
Gortari, se anunció la necesidad de actualizar las relaciones
y el marco jurídico de estas, entre la Iglesia y el Estado.
Con este nuevo acercamiento es como se llegó a la conclusión
de que urgía una revisión de las leyes del país sobre la
religión. Además, el país estaba convirtiéndose en una
sociedad más democrática y se habían comenzado las
negociaciones para un acuerdo de libre comercio con Estados
Unidos y Canadá. Por eso, era esencial revisar la ley para
que fuera coherente con la libertad religiosa. Es de esta
forma, como Salinas de Gortari, entonces presidente de la
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república, busca una reforma constitucional motivada por tres
principios: institucionalizar la separación de la Iglesia y
el Estado, respetar la libertad de creencia de cada mexicano
y mantener la educación laica en la escuela pública.
III. Consulta Jurídica
La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público representa
a una de las leyes con más reformas a sus estatutos desde su
creación en 1992. Probablemente una de las ambigüedades más
constantes y conflictivas para la Suprema Corte de la Nación
es la definición de asociación religiosa y todo lo que ella
conlleva. Pues, de acuerdo con la Ley, toda agrupación
religiosa con personalidad jurídica se denomina asociación
religiosa. No obstante, y como consecuencia del poco control
organizacional que el Estado tiene sobre estas asociaciones,
suele presentarse el caso de que instituciones no asociativas
en su estructura interna reciben el nombre de asociaciones,
sin serlo en realidad y quedando como denominación legal, un
mero nombre formal que no responde a la verdadera naturaleza
de todos los fenómenos religiosos sobre los cuales se
legisla. La denominación de asociación religiosa que da la
Ley a algunas agrupaciones se presta a equívocos, pues
denomina asociaciones a entidades no asociativas, o que no lo
son necesariamente. De acuerdo con la Biblioteca Jurídica de
la UNAM (2014), una denominación más apropiada hubiera sido
22
la de instituciones religiosas. El nombre de asociaciones
puede deberse a las distintas corrientes que concurrieron en
el proceso legislativo que culminó en las reformas
constitucionales de 1992 y en la Ley de Asociaciones
Religiosas y Culto Público, pues mientras algunos
consideraban que toda confesión religiosa era un fenómeno
asociativo, otros querían optar por denominaciones que
abarcaran a todas las instituciones con fines religiosos.
Queda un rastro de la primera de esas tendencias en el
primer párrafo del artículo 11 de la Ley, que pide que los
asociados de una asociación religiosa sean mayores de edad.
Empero, ese artículo es en realidad un contrasentido, pues
aunque sólo se refiere a los asociados para los efectos del
registro jurídico, considera como tales a aquellos que
ostenten dicho carácter conforme a los estatutos de la misma;
sin tener en cuenta que las Iglesias no asociativas no tienen
asociados según sus reglamentos o estatutos internos y han
tenido que dar ese carácter arbitrariamente a algunos de sus
miembros para cumplir con el requisito legal. Esto contradice
la realidad de la gran mayoría de las confesiones religiosas,
en una materia que es un diferente para el Estado y que se ve
conveniente rectificar en la Ley en un futuro, pues la
orientación general de ésta es permitir la existencia de las
Iglesias, conforme a sus naturaleza propia, sin violentar su
existencia jurídica con exigencias que no son necesarias,
como se demuestra con el hecho de que la categoría de
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asociados no tiene ningún efecto jurídico en la Ley, ni se
les vuelve a mencionar en la misma en ninguna otra ocasión.
Aunado a esto, es imprescindible definir qué se entiende
por "libertad religiosa" en la ley reglamentaria del Artículo
24 Constitucional para mantener la laicidad del Estado.
Actualmente la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público
define el proceder de las organizaciones religiosas; sin
embargo, es necesario hacer una nueva ley reglamentaria que
defina el cómo de la reforma realizada en 2013 al Artículo 24
constitucional. Pues, de acuerdo con análisis de la Ley
hechos por académicos y publicados en la Biblioteca Jurídica,
la Iglesia católica ha buscado invadir los espacios públicos
donde el Estado ejerce sus funciones, como las escuelas, los
hospitales, las cámaras legislativas, los Congresos locales,
los tribunales, los centros de readaptación social, entre
otros. La reforma, que señala que la libertad religiosa
incluye el derecho de participar en público en actos de culto
y garantizar el respeto a la libertad de convicciones, fue
promulgada por el Presidente Enrique Peña Nieto y publicada
en el Diario Oficial de la Federación (DOF) el 17 de julio de
2013, pero aún falta definir el reglamento. Por lo que se ha
estado trabajando en una propuesta de ley reglamentaria que
aclare las ambigüedades de los términos utilizados en la Ley
de Asociaciones Religiosas y de Culto Público, y que también
cuide los preceptos de la laicidad del Estado. En otras
palabras, generar una nueva ley donde no solamente se
24
establezcan las condiciones de operación jurídica de los
Artículos 24 y 130, sino también que se establezcan sanciones
muy claras y de responsabilidades; pues la Ley de
Asociaciones Religiosas y Culto Público no las contempla.
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Conclusión
Las leyes reglamentarias surgieron como leyes
secundarias que detallan, precisan y sancionan uno o varios
preceptos de la Constitución con el fin de articular los
conceptos y medios necesarios para la aplicación del precepto
constitucional que regulan. La Ley General de Víctimas y la
de Asociaciones Religiosas y Culto Público son leyes
reglamentarias relativamente jóvenes que, sin duda, poseen
porosidad y conflictos normativos en su estructura jurídica y
más aún en nuestro propio sistema jurídico; sin embargo,
representan un avance del Estado en su proceso democrático.
La Ley de Víctimas llegó con el objetivo de favorecer en todo
momento la protección más amplia de los derechos de las
personas, lo cual significa una oportunidad de justicia para
las víctimas. Por su parte, la Ley de Asociaciones, configura
la separación de la Iglesia y el Estado y una nación más
equitativa, libre y democrática.
A lo largo de los últimos años han aparecido diversos
estudios de distinguidos juristas en torno a reformas
constitucionales en ambas materias. Quizá, entendiendo que
los defectos, omisiones o ambigüedades van más allá de los
errores técnicos debido a la falta de experiencia y a la
relativa juventud de las leyes secundarias. Si bien, ambas
leyes reglamentarias llegaron para organizar, controlar,
informar, y mantener mejores relaciones entre la Iglesia,
Estado y la población. También es cierto que el trabajo de la
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SCJN en el proceso legislativo por hacer es mucho, promover
una serie de reformas que satisfagan las ambigüedades de las
leyes es algo ineludible. Todo con el objeto de establecer y
garantizar plenamente nuestros derechos como mexicanos.
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