LA MENDICIDAD COMO "TRABAJO"

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1 LA MENDICIDAD COMO “TRABAJO” Rubén Castro Orbe Profesor Principal de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador Quito, abril de 2014 Son las siete de la mañana y, en el portal de la iglesia, una mujer cuya apariencia es de unos cuarenta años, exhibiendo su pierna lacerada, vocifera unas cuantas frases parecidas a rezos que se mezclan con pedigüeñas súplicas de unos centavos para sus curaciones o para mantener a sus hijos. Al otro costado, un andrajoso y mugriento sujeto, estira su brazo para mostrar en su mano un jarro sucio y desvencijado en el que las monedas producen un sonido -casi silencioso- cuando alguien las deja caer en su interior. En otro sitio de la ciudad, un hombre joven a quien le acompaña un raquítico perro atado con una soga, escarba entre las fundas de basura apiñadas en el sitio dispuesto por la empresa municipal. Y, en la avenida grande, donde existe una enorme afluencia de vehículos apurados, una madre con su hijo recién nacido en brazos, intenta aprovechar el semáforo en rojo para recorrer lo que más pueda cerca de las ventanas de los autos para recaudar -con rogativas- las dádivas de los que le tienen conmiseración. Estas son escenas cuotidianas y comunes de nuestras sociedades. La mendicidad es la situación de vida más deteriorada entre los seres humanos. Por diversas causas están abocados a sobrevivir en base a las limosnas o de lo que puedan encontrar entre los desechos y desperdicios que arrojan otros. Repudiados o despreciados al punto de haber sido estigmatizados como “lacra social”, de a poco, han generado tolerancia y solidaridad de los demás como resultado del avance de concepciones humanistas. La sociedad de hoy por fin los incluye como sujetos destinatarios de políticas públicas. La cuestión que pretendo abordar, sin embargo, no refiere a si debemos ocuparnos de la mendicidad como problema social, y de los mendigos como seres humanos con derechos, sino a una confusión que nace de una suerte de categorización inexacta que se generaliza en la conciencia social como consecuencia de lo que, estimo, son apreciaciones desacertadas y cargadas hasta de exceso de altruismo. La reflexión quiere discurrir si estas actividades han adquirido el estatus de “trabajo humano” como en varios foros se admite. De paso, en igual situación que la mendicidad están otras actividades históricamente consideradas denigrantes e, inclusive, inaceptadas moralmente. Pero el propósito no es moralizar sino intentar un acercamiento crítico a la conceptualización que queda indicada. ¿Qué entender por trabajo humano?: Lo planteado importa, de inicio, resolver interrogantes como las siguientes: ¿qué, para

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LA MENDICIDAD

COMO “TRABAJO”

Rubén Castro Orbe Profesor Principal de la Facultad de

Jurisprudencia

de la Universidad Central del Ecuador

Quito, abril de 2014

Son las siete de la mañana y, en el portal de la iglesia, una mujer cuya apariencia es de unos cuarenta años, exhibiendo su pierna lacerada, vocifera unas cuantas frases parecidas a rezos que se mezclan con pedigüeñas súplicas de unos centavos para sus curaciones o para mantener a sus hijos. Al otro costado, un andrajoso y mugriento sujeto, estira su brazo para mostrar en su mano un jarro sucio y desvencijado en el que las monedas producen un sonido -casi silencioso- cuando alguien las deja caer en su interior. En otro sitio de la ciudad, un hombre joven a quien le acompaña un raquítico perro atado con una soga, escarba entre las fundas de basura apiñadas en el sitio dispuesto por la empresa municipal. Y, en la avenida grande, donde existe una enorme afluencia de vehículos apurados, una

madre con su hijo recién nacido en brazos, intenta aprovechar el semáforo en rojo para recorrer lo que más pueda cerca de las ventanas de los autos para recaudar -con rogativas- las dádivas de los que le tienen conmiseración. Estas son escenas cuotidianas y comunes de nuestras sociedades. La mendicidad es la situación de vida más deteriorada entre los seres humanos. Por diversas causas están abocados a sobrevivir en base a las limosnas o de lo que puedan encontrar entre los desechos y desperdicios que arrojan otros. Repudiados o despreciados al punto de haber sido estigmatizados como “lacra social”, de a poco, han generado tolerancia y solidaridad de los demás como resultado del avance de concepciones humanistas. La sociedad de hoy por fin los incluye como sujetos destinatarios de políticas públicas. La cuestión que pretendo abordar, sin embargo, no refiere a si debemos ocuparnos de la mendicidad como problema social, y de los mendigos como seres humanos con derechos, sino a una confusión que nace de una suerte de categorización inexacta que se generaliza en la conciencia social como consecuencia de lo que, estimo, son apreciaciones desacertadas y cargadas hasta de exceso de altruismo. La reflexión quiere discurrir si estas actividades han adquirido el estatus de “trabajo humano” como en varios foros se admite. De paso, en igual situación que la mendicidad están otras actividades históricamente consideradas denigrantes e, inclusive, inaceptadas moralmente. Pero el propósito no es moralizar sino intentar un acercamiento crítico a la conceptualización que queda indicada.

¿Qué entender por trabajo humano?: Lo planteado importa, de inicio, resolver interrogantes como las siguientes: ¿qué, para

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los fines de la reflexión de las ciencias sociales, debemos entender por “trabajo”?. ¿Corresponde este concepto al de cualquier ocupación humana?; ¿todas las acciones en las que una persona invierte o realiza esfuerzos físicos e intelectuales -como ocurre con la totalidad de las que realiza el ser humano- pueden catalogarse como “labor” o “trabajo”?. A los fines de lo anterior, cabe advertir que la característica fundamental del trabajo va más allá de la mera ejecución de actividades en las que se invierte energías físicas e intelectuales, si bien éstas constituyen la fuerza de trabajo. Es obvio que la ejecución de actividades deportivas como mera recreación, o de actividades físicas para mantener el peso recomendable por razones de salud, no puede ni debe considerarse “trabajo”1. Esto, solo para citar un incontrovertible ejemplo. Ello, porque el trabajo humano, en rigor, refiere a un acto creador, que permite producir; es decir, el trabajo es generador de valor y, por eso, es objeto de la propia utilización o usufructo del ser humano que lo realiza, o es objeto de explotación. Cualquier definición, en cualquier área del conocimiento y con más o menos ingredientes, debe observar este núcleo esencial so pena de incurrir en una distorsión o abarcamiento indebido de otros ámbitos que están fuera de lo que ha de entenderse rigurosamente como “trabajo humano” para las ciencias sociales. Nuestras normas jurídicas, cuando tutelan esta actividad no se refieren a cualquiera que, caprichosamente, pretenda encajarse en el concepto jurídico. Y si bien el Código del Trabajo (Art.3)2 impone, como una de las

1 Pido excusas por la reiteración del término

“trabajo” que lo mantengo en el interés del énfasis

y de la precisión del aserto.

2 Este cuerpo normativo, por obvias razones, no

contiene una definición o categorización de las

actividades que han de tenerse como “trabajo” y,

exigencias, que la labor ha de ser lícita, el que ciertas actividades como las que motivan esta reflexión hayan adquirido tal licitud no les otorga la condición de “trabajo”. En el sentido analizado, resulta “más sincera” la Constitución actual que, en su Art. 33, dispone que “El trabajo es un … derecho económico, … base de la economía.” Y, aunque en el Art.325 ha determinado que se han de considerar como formas de trabajo todas las que se realicen bajo dependencia o como autónomas, incluso las de autosustento y cuidado humano, lo que determina en los Arts. 329 y 333, no deja duda sobre la connotación productiva que éste debe tener3.

mediante esta determinación normativa, deja

amplias posibilidades de incorporar todo aquello

que sea actividad lícita. La cuestión es que la

norma no sustituye ni evita la definición científica

y, por el contrario, la presupone. En tal sentido, la

mera licitud de la actividad no la convierte en

trabajo, tal cual lo hemos referido con el ejemplo

de las actividades deportivas. Ello nos lleva hacia

las consideraciones de la ciencia social que ubica

al trabajo humano en el proceso productivo o en

una actividad económica. Más aún, solo en este

contexto es posible entender una seria de

disposiciones de las normas laborales en las que

se tiene como presupuesto obvio la capacidad

creadora y sin las cuales, el contrato o las

obligaciones del trabajador, carecerían de

verdadero sentido.

3 “Art. 329.-Las jóvenes y los jóvenes tendrán el

derecho de ser sujetos activos en la producción,

así como en las labores de autosustento, cuidado

familiar e iniciativas comunitarias. Se impulsarán

condiciones y oportunidades con este fin.

“Se reconocerá y protegerá el trabajo autónomo y

por cuenta propia realizado en espacios públicos,

permitidos por la ley y otras regulaciones. Se

prohíbe toda forma de confiscación de sus

productos, materiales o herramientas de trabajo.”

“Art. 333.-Se reconoce como labor productiva el

trabajo no remunerado de autosustento y cuidado

humano que se realiza en los hogares.”

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Volviendo a las actividades referidas al inicio, cabe establecer una segunda consideración: todas ellas son toleradas como actividades normales en la sociedad. En ciertos casos, podría decirse con aplomo, están admitidas como lícitas (es decir, han perdido la calidad de reprochables moralmente) y, algunas hasta han “legalizado” su existencia. Tales los casos de la prostitución y la mendicidad. El fenómeno no es nuevo, me refiero tanto a la posibilidad de legalización de ciertas conductas que fueron reprochadas y, más, reprimidas anteriormente, cuanto a que las ciencias penales han estudiado este asunto desde lo que se ha denominado la “descriminalización” o “despenalización”. Cito dos casos connotados: la huelga, que ha llegado a adquirir el estatus de derecho y garantía constitucional sin embargo de que estuvo incorporada entre los tipos de delitos; y, casi con similar situación, la drogadicción.

La mendicidad. Algunos elementos de su

caracterización.

Sin dejar de lado a las demás que antes eran reprochadas, para los efectos de esta reflexión importa, sobre todo, dilucidar cuál es la condición que tiene en nuestro tiempo la mendicidad. Y, en este caso caben otras interrogantes: ¿es una actividad u ocupación que tiene la misma naturaleza o dinámica que antes?; ¿social y económicamente refiere a las mismas connotaciones en los distintos modos de producción y, aún en el capitalismo, es igual en cualquiera de sus fases?. La siguiente cita nos permite una inicial aproximación al tema. Las “Normas técnicas para la implementación y funcionamiento de los servicios de protección especial en la modalidad de erradicación progresiva de la mendicidad y trabajo infantil”, dictadas por el Ministerio de Inclusión Económica y Social, en su Art. 7 que trata de varias definiciones,

se refieren del modo siguiente a la mendicidad: “Es un problema de orden histórico estructural, que ha colocado en condición de vulnerabilidad a las personas en situación de pobreza o extrema pobreza, muchas de las cuales salen a las calles y carreteras del país, expuestos a toda clase de riesgo, para pedir "caridad" a la ciudadanía en general, con el fin de conseguir recursos económicos, vestimentas, alimentación, entre otras. La mendicidad es una problemática que, en ocasiones, puede convertirse en un delito de trata de personas, la misma que consiste en sacar a niños, niñas, adolescentes, adultos mayores y personas con discapacidad, para que pidan caridad y generen réditos a redes de tratantes.” En efecto, a lo largo de la historia social clasista la mendicidad ha correspondido a la existencia permanente de un sector de la población impedida de proveerse los medios de subsistencia. En ciertas sociedades, sobre todo iniciales, era inadmisible y por ello, o se excluía o se eliminaba a individuos incapaces o inhabilitados para aportar a la subsistencia social y a su propia supervivencia4. Las razones del impedimento pueden variar, no corresponden siempre ni a una sola ni a la misma causa. Sin embargo, ahora, lo más característico de la mendicidad es que vaya ligada al desempleo o a la imposibilidad o incapacidad para el trabajo5.

4 Es probable que en las organizaciones de

carácter tribal que aún subsisten, pueda

encontrarse igual conducta.

5 Cuando Amartya Sen trata el problema de la

pobreza, donde se incluye a la mendicidad o

indigencia, señala que “Desde esta perspectiva

(RCO: se refiere a la capacidades como libertades

fundamentales que tiene una persona en sus

condiciones de vida), la pobreza debe concebirse

como la privación de capacidades básicas y no

meramente como la falta de ingresos, que es el

criterio habitual con el que se identifica la

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Entendido que los mendigos constituyen sujetos compelidos a solicitar los medios de sustento, dependen de quienes están buenamente dispuestos a donarles bienes o dinero que les permitan una vida precaria. Las limosnas que se instituyeron por la Iglesia Católica para socorrer a los “necesitados”, se generalizaron como medio de subsistencia gestionado por los mismos interesados. En la versión eclesial, ellas adquieren una connotación de solidaridad como ejercicio de caridad que es una virtud teologal que nos remite al amor a Dios y al prójimo. Pero no constituye patrimonio exclusivo de esta corriente. En las culturas orientales, sobre todo, la misericordia constituye el fundamento de este “deber”. De todos modos, las condiciones de vida de los mendigos, por antonomasia, son misérrimas al punto que, era común, estén expuestos a vivir en tugurios, andrajosos, subalimentados y, aún, (excusas por la dureza) a disputar su supervivencia con los animales. En la literatura actual, como se aprecia de las referencias anteriores, el problema ha sido subsumido en los estudios relacionados con la pobreza y sus categorizaciones. Así se procesa ahora la información, y así aparece. En el documento “Las condiciones de vida de los ecuatorianos. Resultado de la Encuesta de condiciones de vida.- Quinta Ronda INEC.- Pobreza y desigualdad”6 existen datos que permiten apreciar, en cierto sentido, el volumen de la población en estas condiciones al 2006:

pobreza.” Desarrollo y Libertad. Editorial Planeta.

2000. pág. 114

6 Ver en:

http://www.inec.gob.ec/estadisticas/index.php?opt

ion=com_remository&Itemid=&func=startdown

&id=182 &lang=es&TB_iframe=true&height=

250&width=800

Categoría % personas

urbano rural

Indigencia según consumo

12,8 4,8 24,9

Pobreza según consumo

38,3 26,9 61,5

Región Pobreza Indigencia

Costa 40,3 10,8

Sierra 33,7 12,2

Amazonia 59,7 39,6

Pobreza según NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas)

Nacional 45,8

Urbano 24,8

Rural 82,2

Costa 51,4

Sierra 36,9

Amazonia 71,0

Sobre lo anotado me limito a poner en evidencia la drástica modificación de los datos porcentuales cuando la medición de la pobreza se realiza en relación a las NBI, especialmente en la Amazonia que, paradójicamente, es la zona productora de petróleo. Según reportes de prensa, los datos elaborados por el INEC para diciembre de 2013, permitirían apreciar que la pobreza (que se ubicó en 2,60 dólares per cápita diarios) se habría reducido: la rural tendría una caída de 7,04 (bajó de 49,07% en diciembre del 2012 a 42,03%). La extrema pobreza habría tenido un comportamiento igual, del 11,18% del 2012, a diciembre del 2013 estaría en el 8,61%. La pobreza extrema

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habría caído, en el mismo período, del 23,30% a 17,39%.7 Sin embargo, para el 2014 sería poco apropiado admitir que estas condiciones han cambiado en favor de estos sectores. En Ecuador las posibilidades de los pobres se han mermado ante el crecimiento de la canasta familiar básica que ahora se valora en 634 dólares (Revista LÍDERES, 24 de marzo de 2014) que tiene como cifras colaterales una tasa de desempleo de 4,86% y de subempleo del 52,49% (hasta diciembre de 2013) y una inflación anual (de febrero 2013 a febrero de 2014) de 3,48%.8

7 Ver “La pobreza por ingresos en diciembre del

2013 se ubicó en 25,55%, 1,76 puntos menos que

lo registrado en el mismo mes del 2012, cuando

llegó a 27,31%, según la última Encuesta

Nacional de Empleo y Desempleo (ENEMDU)

del Instituto Nacional de Estadística y Censos

(INEC).” Link: http://www.hoy.com.ec/noticias-

ecuador/inec-en-2013-la-pobreza-en-ecuador-se-

ubico-en-el-25-55-599059. Html

8 En otro artículo mío de marzo de 2014, en el que

analicé algunos escenarios de la realidad electoral

ecuatoriana con motivo del proceso del 23 de

febrero y que lo titulé “De mamarrachos y otros

epítetos”, al referirme a los cuestionados logros de

la denominada “revolución ciudadana”, señalé que

“Las contradicciones o inconsistencias de los

índices difundidos y contrastados con la realidad;

la pervivencia de lacras que a todas luces

muestran ampliación o ahondamiento; los magros

o modestos resultados en términos de “cambios

palpables”; la ampliación de la cobertura del bono

de desarrollo humano; la inexistencia de reforma

en el agro y de una política para la redistribución

de la propiedad agraria; la ausencia de una política

de empleo y el supuesto “congelamiento” de las

cifras de desempleo y subempleo; el intocado

déficit de vivienda; y, todo esto y más, a pesar de

los volúmenes de recursos con los que ha contado,

hacen pensar que lo que existe es una gran

propaganda. Sólo en cuanto a la inflación es

evidente que “los cambios” son una quimera y, a

pesar de que un solo dato no representa la

totalidad de la realidad, es significativo el

crecimiento de la canasta básica: para abril del

2009, correspondía al valor de USD$519,oo y,

para el mes de febrero de 2014 (apenas 5 años

Ahora bien, hemos señalado que actualmente la mendicidad constituye una actividad lícita. Los vagos y mendigos de antaño, que fueron reprimidos o reprochados, tienen estatus de sujetos admitidos y tolerados. Más aún, en las condiciones jurídicas actuales, son sujetos que hasta gozan de protección. La instauración de políticas públicas y la emisión de normas para su ejecución -como se apreció- son la más palpable evidencia. Incluso a las posturas más escuetas o reacias al reconocimiento y defensa de los Derechos Humanos, les resulta inaceptable no otorgar o reconocer “derechos” al mendigo. Su derecho a la vida, como mínimum que debe garantizar el Estado y la sociedad a todo ser humano, nos lleva a la conclusión que los mendigos ¡tienen derechos y deben ser protegidos!; y, por lo mismo (por lo inevitable de la relación y consistencia jurídica), existen en su favor obligaciones que deben ser cubiertas por el Estado y la sociedad. En este orden, la seguridad social se convierte en un derecho irrenunciable e insoslayable en su favor, tal como se consigna en los Arts. 3.1; 32; 34; 45; 49; 66.2; 340; 360; 367 y ss., especialmente, es decir como derecho de todas las personas y, sobre todo, de aquellas que se encuentran en situación de desempleo. Lo anterior es consecuencia inevitable de procesos que corresponden a modificaciones sociales en las cuales los colectivos eliminan

después), pasó a los USD$630,oo que representa

un incremento del 21,3%, es decir, muestra el

deterioro de casi la cuarta parte de la capacidad de

consumo de la población. Por lo demás, es claro

que lo que el gobierno propone, a pesar de la

apropiación que han hecho del “buen vivir”, sigue

las lógicas del “desarrollo” sin que hayan

incorporado a su concepción (su naturaleza

política y social no lo permite) las críticas que se

han producido al capitalismo y las diversas teorías

que perseveran en privilegiar a los valores de

cambio como sustrato de las relaciones sociales y

de las relaciones humanos-naturaleza.”

6

parámetros éticos que antes constituían base de relaciones o de consideraciones, para permitir que se incorpore a las actividades lícitas lo que anteriormente era estimado como ajeno e impropio. En la medida que se morigeran ciertas valoraciones es posible que se legitimen ciertas conductas. Resulta que el deterioro de ciertos aspectos éticos abona en la admisión de prácticas, hábitos, relaciones que, de lo contrario, estaban reprochadas. Esta es una especie de “ley de la paradoja” que también resulta de la universalidad de la contradicción. La “humanización” de expresiones de la vida social que les otorga “normalidad” o “admisibilidad”, corresponde a un proceso de transformaciones de la conciencia social que fuerza a admitir que los individuos son las víctimas, no los responsables, de las condiciones de vida en las que les toca vivir. Pero, a pesar de lo altruista que ello sea, dado que las condiciones concretas no cambian, la “lacra” se mantiene y, lo que es más, se perpetúa, desmintiendo el aparente sentido progresivo del que proviene su legitimación. La conciencia social y su progreso vuelven a toparse con el mundo real que les anuncia que no basta tener buenas intenciones si él (mundo objetivo), no es transformado. Y, lo peor. La evidencia anterior vuelca las miradas y la preocupación hacia otros escenarios de la realidad que devela que ese “altruismo” tiene raíces pragmáticas y funcionales al mismo sistema que lo toma como una cortina de humo para justificar, desde la ideología, lo que en realidad no sucede. Así, los mendigos (o pobres indigentes?) adquieren condición de “protegidos”, “incluidos” y “tutelados” hasta la vanidosa declaración de sus derechos humanos9, por razones de otro orden en la sociedad capitalista10. 9 En realidad resulta ridículo y una ofensa hablar

de los Derechos Humanos de individuos que

sufren o soportan semejantes condiciones de vida

que los convierte en sujetos que, como dije, viven

Desde una óptica que intenta apreciar a este sector humano como integrado por sujetos reales, debemos establecer que los mendigos participan en procesos de la sociedad y la economía capitalista; constituyen sujetos que viven e inciden de algún modo en la realidad. Consumen, comen o se visten, como todos, aunque con lo que les es posible; reciben dinero y lo ponen en circulación; generan acciones y decisiones políticas; provocan organización social, ONG’s, voluntariados, delincuencia organizada, etc. En tanto actividad, en tanto “dedicación” o acción de un individuo que busca alcanzar algún medio de subsistencia; en tanto posibilidad de participar, de ese modo, en el mundo real y obtener medios de sustento, o en cuanto implica el “tener algo qué hacer” o “algo que poder hacer” podría considerarse una ocupación pero esto no es suficiente para que adquiera la condición de actividad laboral y, por lo mismo, tampoco constituye una fuente de trabajo. Más aún, en el proceso de integración de sujetos a la mendicidad ocurre, incluso, lo contrario: muchos son los que dejan sus actividades productivas para dedicarse a la mendicidad (este es un tema claramente visualizado en los estudios sobre pobreza o migración campo-ciudad).

hasta disputando su supervivencia a los animales.

A una sensata apreciación le debe resultar poco

creíble un discurso que haga apología de tales

derechos pretendiendo que lo relevante es “la

condición jurídica del individuo”.

10

La reflexión, aquí, aborda la misma lógica

crítica que permitió develar la rimbombante

declaración burguesa de la libertad de los obreros

que, esclavos modernos del capital, fueron

crédulos de las “constituciones” y del contenido

de los códigos civiles que proclamaron derechos

iguales para todos, a sabiendas de que su ejercicio

dependía de las condiciones materiales que, en la

desigualdad real, determinaron que solo los

propietarios los gocen.

7

Sociedad, economía y mendicidad.

Bajo estas consideraciones veamos si la mendicidad ha adquirido la categorización o tiene la condición de fuente ingresos igual que el trabajo. En este propósito cabe plantearse si las actividades que implica la mendicidad ¿son, por lo mismo, fuentes de ocupación; labores?; ¿son actividades en las que, quienes las ejecutan, generan algo o crean valor?; ¿podría sostenerse que esas actividades incorporan mano de obra a la economía social?. Es decir, ¿puede rigurosamente sostenerse que aquéllas tienen categoría de trabajo humano o actividad laboral?. La mendicidad ¿es una actividad donde hay mayor rentabilidad?, ¿tiene menos complejidad, no requiere capacitación, ni tiene límites para su accesibilidad; no tiene complicación o demanda menos esfuerzo?; ¿es una actividad que permite sostener a la familia y permite el acceso de la familia?; ¿es una actividad que no demanda o necesita ninguna inversión ni tiene iguales exigencias -en términos de movilidad y recursos- que una actividad productiva?. Las respuestas no siempre pueden ser positivas pero, con mucho esfuerzo, podrán ser negativas. O, más bien, en ciertos casos la duda pone en serios aprietos la posibilidad de encontrar ventajas en el lado de las actividades laborales donde se ha ensañado la precariedad. En el sentido últimamente indicado, es posible que las personas que optan por la mendicidad aprecien ventajas o tengan expectativas atractivas que no las encuentran en sus trabajos. No es impropio sostener que la mendicidad permite obtener más ingresos que los que se logran como remuneración en ciertas actividades laborales. O, para el caso en que fueren iguales o menores, existen otras condiciones que, asimismo, vuelven más atractiva a la mendicidad. Esto permite, al menos, que “de igual” trabajar que mendigar. En este orden

de análisis me atrevo a señalar que si se compara la situación de un campesino pobre o de un asalariado del campo (especialmente en ciertos sectores o regiones, como el agro de la alta serranía) o la de un peón de la construcción, con la de algunos mendigos, podemos advertir que, social y económicamente, la situación es bastante parecida; en la ciudad se observa con facilidad a mendigos cuya “presencia” ya no es siempre la del individuo de pelo sucio y descuidado o el andrajoso de antes y, en ocasiones, de notorias condiciones de mejor nivel que aquéllos; son hombres o mujeres, niños o jóvenes que ostentan visiblemente cierta “comodidad” o acceso a ciertos bienes que los primeros de esta referencia no las tienen11. La ciudad les provee de “otras” o de “más” opciones o accesos a medios o mecanismos de satisfacción de necesidades o de “oportunidades”. Las personas que migran deben, por ejemplo, optar entre trabajar en la construcción (con todo el esfuerzo físico que supone) o mendigar (con todas las ventajas de la omisión de ese esfuerzo físico extenuante) pudiendo, en ambos casos, obtener diez dólares diarios o más12. Madres con niños recién nacidos, enfermos, sordomudos, parapléjicos, “músicos”, cantantes (a capela, o con acordeón o

11

Algunos de tales mendigos llevan vestimenta de

evidente identidad indígena o campesina que, sin

exageración, muestra pulcritud y práctica de

ciertos hábitos de aseo.

12

Es posible que la referencia cuantitativa que

hago resulte alta para ciertos casos, pero limitada

para otros. Lo que empíricamente ha sido posible

averiguar en diálogos personales con “pedidores

de caridad” que usualmente se ubican en las

paradas de las bocacalles, es que logran reunir

entre cinco o siete dólares al día. Una ocasión

pude constatar que un “pordiosero” conocido en

un sector de la ciudad de Quito, ingresó a una

tienda del barrio a cambiar sus monedas “en

billetes”: quince dólares. Eran las cuatro de la

tarde.

8

guitarra) en buses o restaurantes, ciegos, niños bailarines o niños “malabaristas” y “contorsionistas”; niños o jóvenes que conjugan pedir caridad con lustrar zapatos o la venta de caramelos, son ejemplos incuestionables de mendicidad. No sería apropiado considerar que alguno de los casos citados es un trabajo. Como se puede apreciar, estas actividades (y otras) se catalogan como mendicidad debido a que ninguna de ellas corresponde a una acción generadora de valor sino, por el contrario, a una en la que quien actúa como mendigo es sujeto pasivo en el consumo o la circulación de bienes o dinero. Es apenas un receptor que se vale de un mecanismo de estímulo a la solidaridad o caridad. La modificación del mecanismo de estímulo no cambia la naturaleza de la actividad mendicante. Es un medio del que se sirve para el fin que es obtener los recursos para la supervivencia. Qué hace, cómo, con qué, o qué habilidades tiene o usa, no transforma a la actividad en labor o trabajo. Y es pertinente requerir que el lector no pierda de vista esta realidad. En ciertos casos, la mendicidad ha adquirido una careta que la presenta más amablemente y la pone en situación muy cercana a una ocupación productiva o, como en las lecturas de la “informalidad”, cerca de esas actividades. En estos casos, las ventajas o superaciones que ella tiene sobre las actividades laborales precarias, no requieren de mayor ejercicio de constatación o análisis. Y, para referirme a tales casos, planteo una interrogante para evitar una transgresión conceptual a la entrada. Los muchachos malabaristas o quienes se dedican a la limpieza de parabrisas, ¿son trabajadores o mendigos?. Los niños que se asoman a esas mismas prácticas, ¿son “trabajadores autónomos”?. Los “cuidadores” o “vigilantes” de carros en las calles convertidas en parqueaderos en el espacio público (más aún, regulado y no), ¿cómo se incorporan en el escenario de la economía?. ¿Son proveedores de servicios informales de

seguridad?. O ¿“empresarios informales”?, como acuñaría el pensamiento neoliberal latinoamericano del peruano Soto. Mi apreciación es que allí hay una ausencia de seriedad conceptual. Es claro que el desempleo genera todo esto. Desde una perspectiva moralista resulta difícil admitir que estamos ante mendigos. Desde una posición de mayor rigor, la ubicación no admite ambigüedades. Esto pone en evidencia que la mendicidad no incluye solo a personas de las condiciones que caracterizaban a los desarrapados de antes. En Ecuador, por obvias razones encontramos diferencias entre la indigencia de las grandes ciudades (Quito, Guayaquil o Cuenca) con otras que, aun teniendo una importante imbricación a la lógica de modernización capitalista que se ha impuesto desde hace unas décadas, no desarrollan las “potencialidades del mercado” que tienen aquéllas. En ciertas capitales de provincia de relativo desarrollo comercial es posible encontrar mendigos “tradicionales” o “típicos” en la normal actitud “pedigüeña” o escarbando en los mercados o depósitos de basura; su frecuencia es baja y hasta se podría decir que pueden contarse con cierta facilidad. Las cifras ya mostradas nos dicen que ellos no son todos. Y, especialmente, en las ciudades grandes esa “ampliación” es evidente: la frecuencia con la que se encuentra mendigos en las calles es alta; hasta es posible determinar tipologías de la mendicidad (discapacitados, madres con niños, andrajosos o harapientos, afectados psicológicamente, pedidores de caridad en iglesias o de mercados, cuidadores de vehículos, limpiadores de parabrisas, lavadores de carros callejeros, malabaristas, bailadores, cantantes, cargadores ocasionales, etc.). Estas apreciaciones exigen, de otra parte, una precisión: ¿qué diferencia tienen o cuál es la línea divisoria entre la mendicidad y los trabajadores “informales”, autónomos o de

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autosustento?. A efectos de no incluir en la condición de quienes trabajan (aunque el trabajo fuere precario); a fin de que no se pretenda que los casos de mendicidad que se citen, invoquen o muestren, constituyen actividad laboral o “trabajo” y, por ello, asumir que lo plateado aquí quedaría refutado, es pertinente que dilucidemos sobre este particular antes de seguir adelante. En mi perspectiva no cabe más posibilidad de diferenciación que la que corresponde a una condición objetiva de connotación esencial entre una y otra situación o actividad. Ella refiere a que los trabajadores autónomos o los “informales” cuentan, por más irrisorio que fuere, con recursos para la inversión y participan en la esfera de la circulación de la economía siguiendo la lógica del intercambio y los mismos patrones que cualquier comerciante. De ese modo, se apropian de valor (no lo crean) en esa circulación, pero tienen una función económica. Los mendigos carecen de lo primero y no participan en los ciclos de intercambio como comerciantes; apenas usan un artificio para apropiarse de bienes para su consumo marginal13. La mendicidad, por ello, no debe ser confundida con “labor de autosustento”. Actualmente es probable que la mendicidad “compita” en “ventajas comparativas” con ciertas actividades productivas o “trabajos”. Tal es la perversidad del sistema que lo anterior no constituye ni una aberración ni un aserto prejuiciado. Independientemente de lo que aporta al desempleo la dinámica 13

Este concepto nada tiene que ver con el de la

Economía, “propensión marginal al consumo”,

que se refiere a la medición del incremento del

consumo de las personas cuando incrementan su

renta disponible, es decir, mide la variación del

consumo cuando varía el ingreso. Cuando las

personas aumentan su ingreso es posible que

aumente el gasto en consumo, de modo que la

medición del posible incremento, corresponde a la

propensión marginal al consumo.

capitalista de incorporación tecnológica al proceso productivo, hay otras causas que se relacionan con la ampliación de la masa de desempleados, por un lado y, de mendigos, por otro. Dicho lo anterior parece pertinente determinar que el desempleo ha forzado a que el capitalismo reconduzca la situación de la mendicidad no para mejorarla sino para incorporar a ella a nuevas capas que mantienen hábitos, condiciones y exigencias que, por lo mismo, determinan que la mendicidad también se haya modificado: tiene nuevas dinámicas y otras características. Una de esas nuevas dinámicas y cualidades proviene, probablemente, de la misma esfera moral que adquiere cierto sentido positivo en las individualidades. En la realidad ha ocurrido que los avances de la medicina o de la biotecnología y otros ámbitos, ha permitido reducir las exclusiones de la capacidad laboral de un sinnúmero de personas. Lo que antes era cualificado como incapacidad absoluta y permanente, o incapacidad relativa permanente para el trabajo, se ha modificado radicalmente. Los considerados inválidos y que antaño eran arrojados sin reparo a la desocupación, hoy constituyen un importante segmento de la PEA y de la mano de obra ocupada. Los “talentos” que muchos de ellos aportan, en significativos casos superan a los que están liberados de disminuciones, sobre todo, físicas. No es raro que se citen ejemplos de enorme trascendencia sobre las capacidades y superación. A veces provocan vergüenza en los negligentes y, sana envidia, en la mayoría. Tal vez estas circunstancias motivan a muchos que, estando en condiciones de invalidez parcial con miembros inferiores o superiores mutilados, terminan encontrando trabajo (de algún modo), hacen algo, mantienen su condición productiva. Ello devela mantención de la dignidad, su autoestima personal. Esto pudiera incidir en

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la conducta de algunos mendigos que, incluso muestran una especie de “recuperación” de esa dignidad cuando optan por realizar el acto de mendicidad tratando de incorporarse a las actividades antes referidas (limpieza de parabrisas, malabares, etc.), o se valgan de ciertas posibilidades de ahorro para incorporarse a las ventas “informales” o ambulantes. De ello es posible sostener que, para el caso de quienes se mantienen en la mendicidad, ésta ha adquirido cualidades nuevas. Así, dadas las circunstancias que impone la lógica del modo de producción capitalista, es un eufemismo o una tergiversación, considerar a actividades de esta índole como “trabajo”, es decir, como “ocupación productiva” dado que no corresponde a lo que ha sido caracterizado al inicio. Y, sin embargo de lo dicho, es inmediatamente apreciable que, a pesar de su ínfimo volumen, la mendicidad tendría cierto rol en los procesos de circulación y consumo de la economía y en los ámbitos que refieren a estructura y a la institucionalidad social. La necesidad de investigar cuál es la utilidad o función que tiene la mendicidad en el sistema se vuelve relevante, más que para la comprensión económica, para entender ciertas dinámicas sociales. Empíricamente podría advertirse que resulta funcional al sistema en relación al agravamiento de las condiciones de vida de la sociedad y en la circulación del dinero y las mercancías. ¿Qué volumen; cómo aporta a la circulación o a dinamizar la velocidad de ciertas expresiones monetarias; cómo incide en la permanencia de ciertas actividades económicas que, a diferencia de las posturas liquidacionistas, no son actividades fácilmente suprimibles y connotan lazos de mutua dependencia entre sectores sociales relegados por el capitalismo?. En este mismo sentido, ¿la mendicidad no se erige en una especie de red o circuito y ruta especial de un ámbito de relaciones económicas?. Las respuestas a estas inquietudes no resultan de la

percepción; son tarea de una investigación sostenida. De entrada, lo que pudiera sostenerse es que su trascendencia no está en el volumen que representa en la economía, cuanto en las relaciones que participa, como se sugiere en las siguientes apreciaciones. En este sentido, primero, tal vez abusando de una perspectiva ecológica, no parece aventurado decir que ella absorbe bienes que, de otro modo, no serían totalmente consumidos (los desechos de unos los consumen otros -los mendigos- hasta su agotamiento) cumpliendo una función reutilizadora y recicladora. La mendicidad interviene en lo que podría denominarse un consumo marginal que corresponde al consumo de bienes desechables que opera por vías completamente extrañadas de la circulación de mercancías en el mercado. Ese consumo marginal, además, sería una especie de zona gris que no permite cuantificar valores y no entra en el PIB. Sin embargo, el que no constituya renglón efectivamente cuantificable -ni micro ni macroeconómicamente-, no implica que no participe de la economía real y sus procesos14. Una segunda posibilidad interpretativa referiría a que la mendicidad crea o mantiene una vía especial de circulación del dinero que atiende o se mueve y alimenta, sobre todo, esferas bajas de la economía capitalista (pequeños e ínfimos negocios) y

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Es algo similar a lo que ocurría con lo que se

consideraban “desechos” en la producción de

ciertos bienes. En la producción de palma

africana, por ejemplo, el cascajo que quedaba

luego de obtener la almendra era tirado a algún

espacio de terreno como desperdicio (además,

contaminante). El aceite usado de vehículos,

asimismo, era un desecho. Actualmente esos

bienes no solo que constituyen rubros de ingresos

para las empresas o servicios de mantenimiento de

automotores, sino que son reutilizados o

reciclados en la industria.

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contribuye a crear la apariencia de disminución de desempleo absoluto. En buena medida, esos negocios se nutren con la afluencia del dinero recaudado por los mendigos. Tiendas de barrio, pulperías, ventas ambulantes de alimentos (es decir esa gama de ventas “informales” que escapan a controles legales y de calidad), atienden también la demanda de los mendigos y, el dinero recaudado por ellos, circula en estas esferas de la economía. En esta virtud, contribuye a mantener no solo la existencia sino la necesidad de esta clase de negocios. Una tercera consideración, que tendría la misma línea interpretativa de los criminólogos que hablaron de la “industria del delito” (es decir, de cómo el delito crea posibilidades de emprendimiento y renglones industriales)15, nos plantea determinar si esa misma lógica o parecida, tiene la mendicidad (¿promueve actividades productivas?). Que no existan industrias dedicadas a producir bienes para los mendigos (no hay demanda específica, como en el caso del delito), no implica que la economía no se vea incidida por exigencias que operan en otro ámbito, el de los servicios. Sobre todo, servicios públicos de salud, albergues, comedores o servicios similares, desde distintos orígenes, atienden las necesidades que genera la mendicidad. Las actividades económicas se ven dinamizadas, si no del mismo modo e intensidad que en el caso del delito, en la esfera de los servicios y lo que ellos requieren para cumplir con sus programas o proyectos de asistencia; indirectamente, 15

Recuerden los lectores que en los estudios

criminológicos se ha investigado la incidencia del

delito en la economía y a estas alturas resulta

obvio que la “industria de la seguridad” tiene una

connotada importancia. Una manifestación

clarísima de esto tiene que ver con las

asignaciones presupuestarias que deben destinarse

para adquirir insumos para los cuerpos policiales y

para la seguridad ciudadana, o lo que debe

destinar una familia para prevenir robos o asaltos

a sus domicilios.

también incide en la producción de bienes. Como aspecto derivado, está lo que la mendicidad demanda como política frente al hecho de que es un problema que ha generado delincuencia organizada. Ella ha terminado siendo utilizada y aprovechada por redes delincuenciales que explotan a niños, discapacitados, ancianos, al punto de desarrollar dominio territorial y “vender” su ocupación, dependiendo de “la rentabilidad” del sitio, tal como operan las redes de micro tráfico de drogas. No es desconocido que la mendicidad hasta ha sido territorializada por bandas delictivas; que importante número de niños o ancianos secuestrados o “desparecidos” han sido forzados a dedicarse a la mendicidad y que tales personas también aparecen como víctimas en el delito de trata de personas. Lo dicho muestra que hay incidencias orgánicas en la actual sociedad y que, en tal sentido, la actuación social solidaria o la dirección de las políticas públicas tienen posibilidad de incurrir en “ingenuidad” si no abordan el problema en estas otras dimensiones. Otro aspecto refiere a la mendicidad en tanto funcional al sistema tanto en términos de crear una zona gris que oculta y distorsiona el desempleo o la desocupación cuanto respecto de los procesos de circulación y acumulación. Visto lo que ha sido expuesto en relación a ciertas actividades, éstas aparecen disfrazadas como trabajo autónomo o de autosustento, sin serlo. Esa masa de trabajadores desocupados que excepcionalmente formaba parte del lumpen o de los mendigos, ahora tiene una especie de posibilidad de disfrazar su realidad. CONCLUSIÓN: El ancestral problema de la mendicidad se mantiene y adquiere nuevas formas y dinámicas. En la sociedad capitalista contemporánea en la que se ha desarrollado una significativa participación del sector terciario de la economía, a pesar de que se

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han creado nuevas condiciones que modifican la consideración a los mendigos, sobre todo, como resultado de los avances de la conciencia social y de la vigencia de los Derechos Humanos, la mendicidad no puede ni debe ser considerada una actividad laboral (a pesar de la licitud que ha adquirido); y, por el contrario, sigue siendo un escenario de supervivencia de un importante sector de desempleados o de impedidos de proveerse de medios de subsistencia. La mendicidad, en cierto sentido, es lo opuesto al trabajo humano o, lo que es lo mismo, a una actividad laboral u ocupación laboral; y, en tanto se han incorporado ciertas formas, medios, mecanismos y conceptos, la mendicidad es ocultada, distorsionada o “interpretada” al punto de cualificarse, en ciertos casos, como lo que se ha denominado “trabajo autónomo” o “actividad informal”. Las políticas públicas no parecen superar una visión asistencialista y pretenden abordar el problema como cuestión de individuos y no como uno de los problemas estructurales que devienen de la lógica capitalista que reproduce el desempleo en lugar de impedirlo. De todos modos, el tema sigue en debate.