La historiografía reciente de las ciencias en Argentina

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Año I, No. 1, Primavera 2012 ISSN: 2314-1204 Dossier de comentarios bibliográficos La historiografía reciente de las ciencias en la Argentina Aníbal Szapiro Director del Proyecto Actualidad de la historiografía de la ciencia y de la técnica. Su relación con el campo CTS” (PRI FFyL-UBA 2010-12) radicionalmente, la historiografía de la ciencia (en adelante, HC) manifestó un grado importante de autonomía respecto de las tendencias presentes en la historiografía general. Esto es así porque la HC no ha tenido ni exclusiva ni preponderantemente la participación de historiadores de profesión (o de formación) ni ha compartido los espacios institucionales propios de la historiografía general. T A lo largo de las últimas décadas, el crecimiento que tuvo la ciencia en tanto objeto de estudio de aproximaciones históricas (incremento concomitante a los cambios de la función social de la ciencia misma), hizo que la autonomía mencionada fuera diluyéndose al menos en algunos espacios institucionales bien definidos, en continuidad con una tendencia que puede detectarse ya para la segunda mitad del siglo XIX en obras abocadas al estudio de la historia de la medicina. Así, ciertos cambios recientes acaecidos en la historiografía general (como la redefinición de las escalas de análisis o del tipo de fuentes) comenzaron a manifestarse a partir de una nueva delimitación de los sujetos y los objetos de las ciencias —contrapuesta a los pretéritos criterios de 48

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Año I, No. 1, Primavera 2012 ISSN: 2314-1204

Dossier de comentarios bibliográficos

La historiografía reciente de las ciencias en la Argentina

Aníbal Szapiro

Director del Proyecto Actualidad de la historiografía de la ciencia y de la técnica.

Su relación con el campo CTS” (PRI FFyL-UBA 2010-12)

radicionalmente, la historiografía de la ciencia (en adelante, HC) manifestó un

grado importante de autonomía respecto de las tendencias presentes en la

historiografía general. Esto es así porque la HC no ha tenido ni exclusiva ni

preponderantemente la participación de historiadores de profesión (o de formación) ni ha

compartido los espacios institucionales propios de la historiografía general.

TA lo largo de las últimas décadas, el crecimiento que tuvo la ciencia en tanto objeto de

estudio de aproximaciones históricas (incremento concomitante a los cambios de la función social

de la ciencia misma), hizo que la autonomía mencionada fuera diluyéndose al menos en algunos

espacios institucionales bien definidos, en continuidad con una tendencia que puede detectarse

ya para la segunda mitad del siglo XIX en obras abocadas al estudio de la historia de la medicina.

Así, ciertos cambios recientes acaecidos en la historiografía general (como la redefinición de

las escalas de análisis o del tipo de fuentes) comenzaron a manifestarse a partir de una nueva

delimitación de los sujetos y los objetos de las ciencias —contrapuesta a los pretéritos criterios de

48

Aníbal Szapiro 49demarcación— y, consecuentemente, del tipo y naturaleza de fuentes para su estudio.

A partir de las reseñas dispuestas a continuación —elaboradas para su discusión en el marco

del proyecto “Actualidad de la historiografía de la ciencia y de la técnica. Su relación con el campo CTS”

(PRI FFyL-UBA 2010-12)— puede apreciarse la forma y el grado en que la HC argentina acusó

recibo de esos cambios metodológicos de la HC internacional y, a través de ella, de ciertos cambios

de la historiografía general.

En ellas, se detectará la persistencia de ciertos rasgos propios de las aproximaciones más

tradicionales a la historia de las ciencias en combinación con rupturas notables. Así, por ejemplo,

mientras dos de las obras reseñadas tienen por objeto de estudio a “la ciencia” sin más y en el

curso de períodos extensos que llegan inclusive a los dos siglos, las obras analizadas en las otras

dos reseñas muestran rasgos de la redefinición del objeto de estudio a momentos específicos y a

disciplinas e instituciones particulares.

Pero esto tampoco supone una relación biunívoca con otros aspectos teórico-

metodológicos; por ejemplo, una de las obras de largo alcance se asemeja a las de períodos más

reducidos cuando, a la hora de analizar las dimensiones institucionales, se interesa en tomar

distancia de la persistencia en ceñir el objeto de estudio a los grandes hombres. Análogas

divergencias pueden apreciarse en la incorporación de marcos teóricos de autores de

reconocimiento internacional o en la selección y valoración de las fuentes.

Atravesadas también por las diferentes pertenencias institucionales, marcos editoriales,

públicos pretendidos y alineamiento de los autores con relación a la política científica argentina

reciente, las obras reseñadas permiten reconstruir un amplio espectro de la HC argentina.

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Comentario bibliográfico

Rieznik, Marina: Los cielos del sur: losobservatorios astronómicos de Córdoba y LaPlata, 1870-1920, Rosario, Prohistoria, 2011.

Tomás Bartoletti

UBA/CONICET

[email protected]

ste libro, que se basa en la tesis doctoral de la autora y que forma parte de la

colección Historia de la Ciencia dirigida por la Dra. Irina Podorgny, se propone

describir y analizar el inicio y desarrollo de las prácticas científicas vinculadas a

la astronomía en la Argentina entre 1871 y 1920 —el período se extiende hasta 1935 en el apéndice

que trata sobre la creación de la Escuela Superior de Ciencias Astronómicas y conexas en la

Universidad de La Plata—. Rieznik caracteriza el trabajo que se inaugura con la fundación del

Observatorio de Córdoba en 1871 para luego continuar con el observatorio de La Plata, creado en

1882, creación que puso de manifiesto las tensiones a nivel local de las disputas científicas entre

redes internacionales de trabajo, en especial la alemana y la francesa. En este sentido, la

investigación se diferencia de los escasos trabajos realizados sobre esta disciplina, en los que la

historiografía clásica dominante acompaña las aspiraciones progresistas y “civilizatorias” de la

“ciencia argentina” basando sus lecturas, por ejemplo, en discursos inaugurales. De esta manera,

la historiadora expone las vicisitudes de una protopolítica científica supeditada a intereses

personales e inserta en un contexto internacional que pensaba en los cielos del sur como una

extensión de los catálogos de los centros científicos europeos y estadounidenses. Al igual que las

E

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Tomás Bartoletti 51investigaciones de Podorgny sobre los naturalistas viajeros y el desarrollo de los museos y de la

arqueología en la Argentina, Rieznik estudia los primeros observatorios nacionales a partir de un

marco interpretativo que, además de tomar los discursos políticos locales y confrontarlos con

fuentes desestimadas por la historiografía tradicional, integra otros tipos de análisis. En

particular, estudia los instrumentos, los espacios y los productos de los observatorios, las notas

periodísticas que reflejan la percepción pública de la época sobre la ciencia y los debates

parlamentarios en los que se puede observar que en ese entonces el argumento inapelable para

sostener proyectos institucionales científicos onerosos era la educación pública orientada a

iniciar la formación de recursos humanos nacionales. Un enfoque de este tipo permite una

interpretación más amplia del desarrollo de los primeros observatorios nacionales, focalizándose

alternativamente en el establecimiento de ciertas disciplinas y áreas específicas del conocimiento,

las carreras profesionales (Gould, Thome, Beuf) y la conformación de redes locales e

internacionales en lo que podría considerarse, por las dimensiones propias de la astronomía,

como una prematura big science. Conceptualmente, la integración de estas fuentes y su análisis en

el entramado internacional procura restaurar la materialidad de las prácticas y culturas

científicas en un país periférico como Argentina y los procesos de trabajo que implican dentro de

una supuesta ciencia astronómica nacional.

A partir de este marco teórico-metodológico, Rieznik divide el libro en dos partes, cada una

de ellas centrada, primero, en el Observatorio de Córdoba y, luego, en el de La Plata. Marcando una

fuerte disrupción con la historiografía tradicional, el primer capítulo rescata los debates

parlamentarios que precedieron a la construcción del Observatorio de Córdoba y, de esta manera,

muestra la oposición que tuvo que sortear Avellaneda, vocero de Sarmiento en ese entonces, para

aprobar el presupuesto de la construcción del edificio que permitiera desarrollar las actividades

astronómicas. Este ministro, esgrimiendo diversos argumentos sobre el carácter civilizatorio y

estableciendo comparaciones no del todo adecuadas con la realidad sobre las inversiones públicas

hechas por otros países más avanzados, logró que se aprobara el presupuesto apoyándose en que

el Observatorio formaría a científicos nacionales, lo que contribuiría a la educación pública en

general. De esta manera, este primer capítulo con el análisis de los debates parlamentarios y los

subsiguientes problemas para culminar con la construcción del edificio, construcción e

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instrumentación que sobrepasó el presupuesto original, deconstruye la “supuesta epopeya

científica del Estado” que transmite la historiografía de la ciencia realizada, entre otros, por

Babini. Este capítulo también introduce la figura de Benjamin Gould, quien propusiera a

Sarmiento la construcción de dicho observatorio e introdujera los estudios astronómicos

vinculados a la Uranometría Nova, que se basaba en la astronometría iniciada por Argelander. A

partir de Gould, su formación y la compra de la instrumentación necesaria, Rieznik describe la

integración de la Argentina en una red internacional que pretendía sumar el cielo austral a los

catálogos canónicos.

El segundo capítulo profundiza en la aplicación de la astronometría que Gould pretendía

para el Observatorio de Córdoba y así estandarizar los catálogos de acuerdo con los parámetros de

la Astronomische Gesellschaft. De esta manera, Rieznik ingresa en el ámbito epistemológico —

siguiendo a Rheinberger—1 para analizar la constitución del objeto cielo austral en relación con los

conocimientos astronómicos de la época y las condiciones locales. La ecuación personal, la

fotometría, la división del trabajo y su entrenamiento son los ejes para comprender no solo el

desarrollo que tuvo la astronometría en Argentina, sino en general. Sin embargo, la distancia, el

costo de los instrumentos y los recursos estatales a disposición exponen la particularidad que

estos desarrollos de la astronometría general tienen en un contexto periférico.

El tercer capítulo continúa con la implementación de instrumentos y formas de trabajo en

el Observatorio cordobés, pero explica, en especial, las tareas realizadas una vez que ya se había

construido el edificio y la organización contaba con cierta estabilidad. A partir de 1872, Gould

emprendió el registro de las Zonas de Observación con el círculo de meridiano, lo que contribuyó

a que este Observatorio se integrara a la red internacional que seguía los patrones de Argelander.

Esta producción y circulación de registros colectivos hizo que Gould y el Observatorio se sumaran

a los debates internacionales sobre las formas de medir el brillo de las estrellas y sobre los

instrumentos y métodos (fotometría) más precisos. No obstante, su participación siempre

1 Este historiador propone analizar el desarrollo de los objetos materiales de trabajo e investigación —incluyendo la fuerza de trabajo implicada y la organización del espacio— que constituyen los objetos epistémicos en tanto tales. Cfr. Rheinberger, Hans-Jörg: Toward a History of Epistemic Things. Synthesizing Proteins in the Test Tube, Stanford, Stanford University Press, 1997; “A Reply to David Bloor: ‘Toward a Sociology of Epistemic Things’”, en Perspectives on Science, vol. 13, No 2, 2005, pp. 406- 410.

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Tomás Bartoletti 53encontró dificultades a la hora de adquirir recursos, como ocurrió con las placas fotográficas

necesarias para alcanzar la cantidad mínima establecidas por los patrones internacionales.

En el cuarto capítulo, que abre la segunda parte dedicada principalmente al Observatorio de

La Plata, se explica la percepción pública que reprodujeron algunos medios gráficos sobre la

intervención de la astronomía argentina en lo que se denominó el tránsito de Venus (1882). El tono

ridiculizante y deslegitimador en torno a este episodio es bien contextualizado por Rieznik al

revelar la trama de intereses que estaban detrás de dicha polémica. El Observatorio de La Plata no

solo se constituía como una amenaza para su par cordobés a la hora de exigir más recursos para la

institución platense, sino también implicaba un debate en el seno científico sobre las prácticas de

medición astronómicas, incluso sobre la función del científico y la divulgación de la ciencia. El

Observatorio de La Plata implicó el desembarco de la corriente francesa y estuvo a cargo de Beuf,

enviado por el Bureau des Longitudes de Francia en 1880 para una misión oficial en la que se

compraron los primeros instrumentos. Además del uso público que se hizo del tránsito de Venus,

este nuevo agente en la astronomía argentina más adelante desarrollaría otras áreas del

conocimiento que Córdoba no había difundido tanto, como la hidrografía, la geodesia y la

topografía, conocimiento útil para el Estado. Respecto de la institución cordobesa, otra diferencia

fue el personal local que trabajaba en el Observatorio platense, apoyándose en los recursos

humanos de las universidades nacionales. Esta vinculación tan prometida por Avellaneda y

reclamada por Mitre en el debate por el Observatorio de Córdoba se cumplió con mejor arraigo en

La Plata.

En el quinto capítulo, Rieznik continúa con el desarrollo de estas pujas entre personajes

extranjeros y redes internacionales en suelo argentino, pujas que se traducen en debates

científicos pero cuyo origen está en la financiación y distribución de recursos humanos y

materiales. Pese al escaso valor que otorga Babini al Observatorio de La Plata, perspectiva apoyada

en la posición de Gould, Beuf participaba activamente con publicaciones internacionales sobre un

tema actual en la astronomía de la época que estaba vinculado a la determinación de longitudes

en el globo, además de generar conocimiento útil para el Estado en tareas geodésicas. Esta

actividad había puesto al Observatorio platense en la consideración internacional. Tanto fue así,

como Rieznik explica en el sexto capítulo, que Beuf fue ganando reconocimiento hasta que

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Mouchez, director del Bureau des Longitudes de Francia, lo invita al Primer Congreso

Astrofotográfico en 1887, en el que se le daría el rol de representante argentino del proyecto La

carte du ciel, cuyo objetivo era catalogar los cielos del sur a través de placas fotográficas. En este

sexto capítulo, la autora continúa analizando la disputa más explícita entre Gould y el

Observatorio platense y el aval francés otorgado por Mouchez a Beuf con la invitación al congreso.

A tal punto la puja había viciado las prácticas astronómicas que el sucesor de Gould en Córdoba,

Thome, durante un largo período sostuvo que en astronometría era mejor el método empleado en

Córdoba en detrimento del método fotográfico usado en La Plata, método que el propio Gould

había avalado anteriormente. Esta crítica, por supuesto, también estaba atravesada por la

asignación de recursos, puesto que el método fotográfico impulsado por Francia requería menos

recursos a la hora de catalogar el cielo austral. Ante una reducción del presupuesto para las

actividades astronómicas, el Observatorio de Córdoba, dirigido por Thome, se terminó sumando a

la astronometría francesa. Luego, se menciona al tercer Director del Observatorio cordobés,

Perrine, que, atento a los cambios en la astronomía internacional, reorientó las actividades

científicas a la astrofísica. Por último, el séptimo capítulo describe la anexión del Observatorio

platense a la Universidad Nacional de La Plata como consecuencia del deterioro general del

edificio, de la desorganización del proceso de trabajo y la reducción de recursos.

Con la historia bajo los cielos del sur, Rieznik traza un guión equilibrado entre las condiciones

locales que determinaron la materialidad para la actividad astronómica en Argentina y los

debates internacionales en el seno de la disciplina, que incluye el desarrollo y circulación de los

instrumentos de observación y la arquitectura necesaria para la construcción de los

observatorios. De esta manera, la tensión entre la carrera científica y el desarrollo científico

nacional, la necesidad local y el reconocimiento internacional, la divulgación científica y la

ciencia pura, se vuelven pujas ciertas, pero también simulacros en la disputa por administrar

recursos humanos y materiales, disputa que toma la forma de discusiones sobre métodos y objetos

científicos. Esta investigación, más exigente que la reproducción lineal y positivista de la

historiografía tradicional sobre el gran Estado modernizador, fuerza una perspectiva del

desarrollo científico en Argentina que se compromete a no guiarse por el brillo de los astros, sino

por indagar la oscuridad que los separa.

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Comentario bibliográfico

Hurtado, Diego: La Ciencia Argentina Un proyectoinconcluso: 1930-2000, Buenos Aires, Edhasa, 2010.

Mayra Gaspari

UBA

[email protected]

Introducción

iego Hurtado en La Ciencia Argentina Un proyecto inconcluso: 1930-2000, plantea

que la Argentina tiene un desarrollo científico y tecnológico por debajo de su

potencial. Este subdesarrollo, enmarcado como una manifestación del

carácter de país semiperiférico, encuentra razones que “deben rastrearse en el nivel de la falta de

competencias para la formulación y ejecución de políticas y, como consecuencia, de instituciones

poco adecuadas a las necesidades extremas determinadas por un campo de fuerzas de

dependencia estructural” (p. 30), de modo que “la debilidad crucial del complejo científico-

tecnológico argentino es política e institucional” (p. 11). Bajo una hipótesis que evoca a la

debilidad institucional como variable independiente, determinante del desarrollo científico-

tecnológico, el foco de la argumentación está puesto en la construcción de “una historia

panorámica de las principales instituciones argentinas dedicadas a la investigación científica y al

desarrollo tecnológico entre los años treinta y fines del siglo XX” (p. 11).

D

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En el intento de reconstruir la trayectoria de lo que Hurtado considera las principales

instituciones de investigación y desarrollo (consideración que no aclara el parámetro utilizado

para definir a una institución como “principal”, sino que desarrolla los casos de las instituciones

que se vinculan al Estado de manera económica, estratégica o por prestigio), el autor encuadra su

libro en un marco fragmentario de estudios sobre instituciones, con una interrelación por

momentos insuficiente la cual adjudica a la propia dinámica institucional y a la vulnerabilidad de

las políticas tomadas al respecto. En otras palabras, la emulación/imitación de los “casos exitosos”

no explicitados por el autor y la ausencia de políticas de “integración sistemática acompañada de

la producción de representaciones comunes” (p. 238), forman un panorama carente de trasfondo

historiográfico común que posibilite instancias de diálogo y producción colectiva. El autor está

convencido que a través del conocimiento de la trayectoria de las instituciones, cabe la posibilidad

de llevar adelante políticas de investigación funcionales a la resolución perdurable de problemas

sociales. No sólo una ausencia de esta clase de conocimiento, sino la persistencia de ese marco —el

fragmentado— pondría en evidencia la falta de consciencia del conocimiento como instrumento

para el cambio social (p. 30).

Las instituciones tienden a constituirse como aquel espacio material, normativo e

ideológico, en el cual, determinadas actividades se llevan a cabo, entre ellas, científicas y

tecnológicas (p. 18). Con un marco teórico basado en el trabajo del sociólogo C. Offe, el autor se

sumerge en el estudio de las instituciones desde dos ejes de análisis: el de las “tradiciones e

ideologías vinculadas con el lugar social del conocimiento y la tecnología, formaciones que

componen la cohesión interna de una institución, […] en armonía o en colisión con el contexto

sociopolítico amplio” y el del “modo de acción más o menos eficaces concebidos para alcanzar los

objetivos que, como tales, son rasgos definitorios de la institución” (pp. 27-28). Esta dualidad le

permite refinar su hipótesis, lo cual delimita aquellos aspectos en donde debe darse el rastreo de

la debilidad de las instituciones de ciencia y tecnología. Aspectos que no son mutuamente

excluyentes: el rastreo debe efectuarse, por un lado, en la limitada capacidad de las instituciones

científicas y tecnológicas para cumplir con las demandas que el contexto sociopolítico que las

instituyó exige; y por otro, en un desajuste entre la “personalidad” de la institución y el contexto

sociopolítico. De este modo, al considerar a las instituciones como producto de su contexto

Rey Desnudo, Año I, No. 1, Primavera 2012. ISSN: 2314-1204 http://www.reydesnudo.com.ar

Mayra Gaspari 57(marco inestable y susceptible a rupturas periódicas en el caso argentino), el autor se hace de “lo

significativo”, de las siguientes variables de análisis (pp. 18-19): (i) trayectorias particulares de las

instituciones, (ii) sus modos de organización, (iii) ideologías y representaciones originadas de su

propia actividad, (iv) valoración de la actividad de investigación y (v) adaptabilidad al contexto.

Bajo estos ejes y variables, el relato de las trayectorias se nutre de la citación de abundantes

fuentes primarias correspondientes a las representaciones de los actores involucrados, cuyo inicio

se da a partir de la década del treinta. Desde el primer eje, en esa fecha se vislumbra una

comunidad científica incipiente en la búsqueda de lugar de visibilidad en la sociedad y de

financiamiento para su investigación. Desde el segundo eje, los objetivos y los modos de

organización de las instituciones emergentes estarán condicionados y, en algunos casos,

colisionarán con las nuevas necesidades económicas del inicio de la industrialización.

Las fuentes empleadas por el autor se agrupan en primarias y secundarias. El recorte sobre

las fuentes primarias fue realizado según su origen, destino y contenido. Entre ellas pueden

encontrarse cartas de figuras representativas de una determinada disciplina, informes y

memorándums provenientes de marcos institucionales estatales, proyectos emanados desde los

organismos oficiales, informes y publicaciones de las instituciones científicas y entrevistas a

personajes destacados del área trabajada por el autor. Se revelan así las aspiraciones de los

personajes de determinado estudio y de los organismos estatales a la vez que sus intereses en tal o

cual área de conocimiento, ambiciones que tienden a mostrarse en colisión.

De las fuentes secundarias, según el período histórico del que se trate, el autor, tomará

libros de la época para reflejar una cierta actitud en el acercamiento al estudio de la historia de la

ciencia y también se remitirá a obras actuales y representativas para apoyar sus propios

argumentos. Finalmente, ambas fuentes se unifican en un relato cronológico ascendente y

acotado a una historia de las disciplinas principales que culminará en las instituciones actuales.

La obra se estructura a partir de sucesivos momentos históricos de la Argentina. El libro

finaliza con una “Síntesis y reflexiones finales” de la historia de las instituciones narradas a lo

largo del desarrollo, apartado que otorga un cierre al capítulo precedente “Retorno a la

democracia y recuperación de las instituciones” (Cap. 4), sección que hace un corte en el año 2000

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y se inicia en 1983. Hacia esta última fecha se evoca el final del tercer capítulo, “Ciencia en

tiempos autoritarios”, y es el golpe de 1966 el que marca el comienzo de dicha sección y la

terminación de un nuevo apartado, el segundo capítulo, “La ciencia como política pública”. El

primer gobierno de Perón no sólo constituye la apertura del capítulo mencionado, sino que es

“heredero de la política industrialista iniciada en julio de 1943” (p. 33), un tema que se desarrolla

en el Capítulo 1, “Una comunidad científica incipiente”, parte que comienza con la creación de la

Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC) en 1933.

Con el propósito de crear trayectorias e historias integradoras de las instituciones

científicas y tecnológicas, que le permitan ver a su hipótesis de debilidad institucional en

funcionamiento, el autor halla y enfatiza como causa de esta debilidad la imitación de los modelos

exitosos, emulación que tiene como condición necesaria la ubicación de la Argentina dentro del

sistema económico internacional como país semiperiférico.

Importación, emulación y debilidad institucional

Al señalar que “los vínculos de dependencia con Europa jugaron un papel protagónico en la

asimilación de la práctica científica, a través de la común aceptación del carácter universal del

conocimiento científico” (p. 22), Hurtado parece sugerir como condición necesaria para la

construcción de la práctica científica latinoamericana el lugar de la dependencia económica y

cultural que el continente ocupa con respecto a Europa. Las posibilidades de importación y

asimilación de los “modelos exitosos” se tornarían efectivas en presencia de un soporte ideológico

que permitiera justificar la transmisión y emulación de prácticas científicas foráneas. A dicho

soporte, el autor lo denomina “ideología de la integración sistémica”, y constituye un

componente de una ideología universalista “que confundió la estabilidad de los productos finales de

la actividad científica —teoría, leyes, conceptos, eficacia técnica— con el supuesto universalismo

de la propia práctica de producción de conocimiento, que incluye intereses, hábitos, expectativas,

necesidades, elecciones” (p. 23). Bajo esta integración, se propone como universal el conocimiento

científico, sus formas de producción y sus condiciones de posibilidad, entendidas estas últimas

como el marco institucional científico local. La incorporación del componente universalista

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Mayra Gaspari 59supondría entonces, una manifestación no sólo del lugar internacional que Argentina ocupa, sino

que indicaría también la ausencia de un conocimiento de trayectorias institucionales que diera

cuenta de la complejidad en torno a las prácticas científicas, que da como resultado la elaboración

de políticas y la creación de instituciones débiles susceptibles de importar y asimilar tendencias

internacionales.

El autor postula que desde la creación de la AAPC hasta la actualidad, lo que en los discursos,

cartas, leyes y tomas de decisiones se revela, es la intención de imitar aquellas instituciones que,

bajo la ideología de la integración sistémica, harían “científica” a una actividad. En el caso de la

AAPC, ésta es la primera institución trasplantada de las APCs europeas y norteamericanas, las

cuales igualaron los estándares y valores locales a los internacionales e integró diferentes sectores

de la comunidad científica local y unificó estrategias de financiamiento entre distintos sectores de

la actividad científica a la vez que difundió sus actividades en la esfera pública. Tales son los casos

de la Astronomía y el CONICET.

Hacia mediados del siglo XX, el autor plantea un refuerzo de la tendencia a la imitación,

pero promovida a nivel internacional, ya que pone acento en la importancia del capital simbólico

académico como medio de prestigio para acceder a las ligas internacionales, acceso que requiere

como condición la “prescripción” de todo aquello que no circule con la corriente. El fin de la

Segunda Guerra Mundial habría volcado la atención de los Estados latinoamericanos hacia la

inversión en sectores estratégicos, en un intento de salvar el “atraso” tecnológico y económico

que la nueva configuración económica mundial estaría marcando para cierto sector militar. En la

Argentina tendría lugar una incorporación de la política internacional como una variable

definitoria de la ciencia y tecnología, manifestada en la emulación de las instituciones científicas

internacionales. La categorización de la Argentina como país periférico, le permitiría al autor

argumentar a favor de una hipótesis de emulación de la ciencia ya que, desde un punto de vista

teórico, por un lado, si la periferia quisiera ser centro “debería” observar e imitar a los que ya han

llegado a aquel estado, lo cual haría innecesario la revisión de las características locales para la

formulación de políticas públicas de ciencia y tecnología, y daría por resultado un conocimiento

simplificado, deficiente y ahistórico. Por otro lado, la inestabilidad política y económica que la

catalogación de país periférico y dependiente conlleva, constituye el refuerzo a la imitación y

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60 Dossier: Historia de la ciencia argentina

debilidad de las instituciones dentro de un marco de “incertidumbre periférica”.

De esta manera, las políticas públicas aplicadas, por un lado, “descansan en fórmulas lógicas,

que abstraen atributos de otros sistemas e intentan incrustarlos en los procesos institucionales

locales” (p. 12), y por otro, se sustentan de los deseos y representaciones idealizadas de la

actividad científica. Así, políticas inspiradas en valores imitados e idealizaciones, y como tales

poco conscientes del marco económico y social inestable local e internacional en el cual fueron

creadas, darían por resultado políticas e instituciones actualmente desfasadas, anacrónicas,

incapaces de incorporar la experiencia institucional y la conceptualización del lugar de la

Argentina en lo global.

En suma, situando a las características de país semiperiférico como causantes de la

susceptibilidad argentina a la adopción de prácticas ajenas a su marco histórico y social,

asimilación determinante de la debilidad institucional, el autor arremete y critica a las ideologías

universalizantes y a su componente integrador y las formas de emulación que evocan. Es a través

de la refutación de lo universal de la ciencia, en donde comenzará a delinearse su postura hacia la

ciencia y la técnica.

Contexto local, dinámica institucional y esbozos de delineamiento

La conclusión del autor indica una falta de competencias para elaborar políticas “fuertes”

sobre ciencia y tecnología. Ahora bien, si por políticas débiles se entiende aquellas ancladas en

deficientes conocimientos de las especificidades locales y, por lo tanto, propensas a la imitación

de casos exitosos, podría deducirse que aquellas basadas en un conocimiento exhaustivo de las

trayectorias institucionales y del papel del país en el sistema económico mundial, constituirían

políticas fuertes. “[…] hay un modo de ser histórico y contextual de las actividades de

investigación, desarrollo e innovación, lo que significa que […] no existe un camino

predeterminado, una receta analítica o una huella que se pueda seguir” (pp. 25-26). Para el autor, el

conocimiento científico y tecnológico nace localmente, ya que las actividades de ciencia,

tecnología e innovación son prácticas sociales, por lo tanto, imbuidas de significados y

características particulares de la región en las que se desarrollan. Esta especificidad es la que

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Mayra Gaspari 61reduce a la ideología universalista y a su componente sistémico a formas de manipulación y

dominación, que las despojan de su sentido de guía en la búsqueda de la verdad científica. Si cada

actividad, como práctica social, está inmersa en procesos y características particulares, no sería

susceptible de ser intercambiada a ningún otro marco espacial o temporal diferente del que se

encuentra sumergida, sin presentar cambios (entendidos como deficiencias) en su

funcionamiento interno y su desempeño en relación al contexto.

Desde un punto de vista comprensivo, esta acepción de las actividades científicas indicaría

que a cada momento histórico le correspondería una determinada institución que defina lo

“científico” de una actividad. De modo que los intentos de volver a la edad de oro de la ciencia

antes del golpe de 1976 responderían, a idealizaciones, e implicarían una falta de conciencia del

marco interno y externo actual, producto, a su vez, de un conocimiento deficiente. Finalmente

daría como resultado, el desfasaje de la institución y de su propósito con el contexto presente.

Desde un punto de vista analítico, dicha acepción tendería a indicar lo “externalista” de la

postura del autor. Durante el desarrollo del libro, desde los inicios de las primeras instituciones en

la década del 30, el autor acompaña la explicación de la dinámica institucional con un marco

político y económico a nivel local e internacional que, por el rol más que condicionante que les

otorga, parecería relativizar la independencia interna de las instituciones científicas y

tecnológicas.

Mediante las representaciones de los involucrados en aquella dinámica y el seguimiento de

los personajes que las encarnan es la manera en que el autor, no sólo pone en evidencia las

tendencias a la emulación y las posturas de los actores con respecto a la trama local, sino que

además, revela que a través de las mismas es posible reconstruir la dinámica interna de una

determinada institución. El hecho de usar determinadas fuentes primarias podría indicar el

intento de reinterpretar la historia de las ciencias desde un punto de vista institucional, según los

propios objetivos del autor, donde las instituciones son el espacio material, normativo e

ideológico y las actividades que en ellas se llevan a cabo, prácticas sociales. Es decir, el uso de

fuentes primarias parecería relativizar la autonomía de las actividades cuando las considera

instituciones, al aportar el lado “externo” como componente de la dinámica interna. Nuevamente,

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62 Dossier: Historia de la ciencia argentina

lo “externo” vendría dado por la institución misma, ya que al situarse desde las concepciones de

Offe, al pensarla como un espacio social y al condenar los resultados de la importación y

asimilación de las prácticas e instituciones foráneas como débiles, estaría afirmando el carácter

local de las prácticas científicas y la importancia del contexto como base determinante del éxito o

fracaso de las mismas. De esta forma, la reinterpretación de las fuentes primarias tendría en

cuenta variables contextuales e históricas. Se haría en función de una construcción de la historia

social de la ciencia, donde, si bien las instituciones tienen una dinámica propia, están enmarcadas

dentro de un contexto de posibilidades, no constituyen islas en sí mismas.

Ahora bien, en esta misma década, no sólo la intervención estatal estaba avocada a la

emulación sino que paralelamente al Estado y a la AAPC, un grupo de militares, encarnando una

ideología industrialista, había comenzado a pensar en la tecnología como un insumo básico para

la consolidación de la industria nacional. Con el Golpe de 1943, este grupo encontraría a su

disposición el aparato gubernamental para poner en marcha las políticas en ciencia y tecnología

que concretarían su marcado giro industrialista, procedimiento que según el autor respondería a

lectura del “Informe Bush” sobre iniciativas norteamericanas en el área de ciencia y tecnología

(pp. 51-52). A su vez, este informe fue también interpretado por los sectores de la comunidad

científica, quienes ya interiorizados en la idea de la autonomía de la práctica científica,

elaboraron su propia lectura del informe y manifestaron su oposición y rechazo a los planes del

Estado, reclamaban la “libertad de la investigación” (p. 54). Esto marcaría nuevamente el grado de

autonomía de las instituciones y su implicancia en la definición de ciencia, lo cual a su vez

permitiría esbozar una hipotética definición de ciencia para el autor. De hecho, más allá del relato

histórico de estas etapas —que se desarrollará hasta el final de presente apartado—, dado el

énfasis que hace el autor en la relación Estado-institución, lo que parecería estar señalando es el

lugar de la ciencia y la técnica a través de los fines para los cuales se las convoca, metas que serían

definidas por el Estado.

En torno al grado de autonomía, “la traumática relación entre el poder político-militar y un

amplio sector de la comunidad académica y científica heredada del golpe de junio de 1943 minaba

las condiciones de posibilidad para concebir una política para la ciencia y la tecnología que

integrara los intereses de ambos sectores” (p. 50), es decir, que toma a la imposibilidad de

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Mayra Gaspari 63formular políticas concretas como indicador de un grado importante de autonomía en los

intereses de la comunidad científica y del Estado. Este impedimento estaría dado por la presencia

de dos discursos que no consensuaron el lugar de la ciencia. Durante el gobierno de Perón, “se

puede hablar de un combate por la legitimidad de la producción científica, en el que se

enfrentaron ideologías y modelos de institucionalización divergentes” (p. 217). En términos

analíticos, las peleas por la apropiación estatal o privada de la ciencia entendidas como peleas por

la legitimidad, por un lado, reafirmarían la tendencia del autor a realizar un estudio

transdisciplinar de la historia de la ciencia y de la técnica, ya que al hablar de lucha por la

legitimidad, las variables “internas” no serían las únicas que protagonizan la historia de las

instituciones. Por el otro lado, dada la importancia que él mismo le da al contexto, puntualmente

entendido como lucha, en la definición de la ciencia, podría aseverarse que cada sociedad situada

en un determinado momento histórico define lo que es ciencia.

La ausencia del consenso habría puesto al margen de los planes estatales a la investigación,

actividad central de la comunidad científica. El autor enuncia que a la falta de atención por parte

del Estado, la comunidad científica respondió de diversas formas: desde la búsqueda de

financiamientos privados y filantrópicos hasta la consideración o giro hacia la concreción de los

proyectos estatales a cambio de financiamiento.

Bajo el objetivo de ingresar a la era atómica y a largo plazo sentar las bases para el

desarrollo de la industria pesada, durante el gobierno de Perón se consolidó la tendencia a la

inversión en aquellas actividades estratégicas (la energía nuclear, la tecnología aeronáutica), y de

acuerdo al carácter planificador que había adquirido la economía de aquel entonces, las

actividades de ciencia y técnica fueron concebidas como parte de la planificación estatal. De

ciertos pasajes, se puede deducir que el autor, por un lado, establece el lugar del Estado en las

actividades de investigación y desarrollo, como aquel que a través de la definición de lo

estratégico y lo útil para la economía, define el valor y la utilidad de la investigación. Por otro

lado, se podría percibir el lugar que la ciencia y la técnica ocupan en aquel momento histórico: en

el marco de las peleas por la legitimidad, la ciencia estaría igualada a la técnica y a su vez

subsumida a ella por un discurso que busca integrarlas y encauzarlas hacia objetivos estatales, o

bien como un ámbito que, al diferenciarse de la técnica y por lo tanto no integrarse a la

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64 Dossier: Historia de la ciencia argentina

planificación estatal, quedaría relegado a las actividades de abstracción. En un marco analítico, la

técnica en esta etapa podría, en términos hipotéticos, ser entendida por el autor como aquella

actividad orientada a la resolución de problemas concretos, que por su practicidad y su carencia

de pautas científicas ocupó un lugar central en la prosecución de los objetivos estatales.

Con el golpe de 1955, la preparación del país para las inversiones extranjeras encontró su

canalización en el desmontaje del aparato estatal centralizado de la etapa anterior y en la

posterior reorganización de ciertas instituciones estratégicas y la creación de nuevas

instituciones basadas en modelos internacionales, en sectores como el campo y la industria —

creación del INTA y el INTI, respectivamente—, sectores no estratégicos. La creación del Consejo

Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET, en 1958 significó la vinculación del

gobierno con la comunidad académica de las universidades, que se originó en la iniciativa de la

comunidad científica relegada para fortalecer la investigación. Dicha institución fue entendida

por el Estado como un medio de prestigio y constituía un paso más en el desarme de los aparatos

anteriores, contaba con apoyo estatal pero no se supeditaba a sus intereses. Con los criterios de

valorización de la producción científica definidos por la comunidad científica, “el sistema

universidades-CONICET consolidaría una orientación hacia la ciencia básica sostenida por valores

universalistas, que en la práctica significó la adopción de las agendas de investigación de los

países avanzados” (p. 108). Dicha adopción, fue fuente de tensión entre los miembros de la

institución. La caída de Frondizi marcó un proceso de ruptura y polarización dentro del CONICET.

El autor encuentra en dicha institución, por un lado, una prueba de la emulación de las

instituciones de países avanzados; y, por el otro, el caso representativo de la articulación entre la

autonomía y el funcionamiento de la dinámica interna y el marco local general en torno a la

misma, lo cual define a una etapa en donde ciencia y tecnología llegaron a ser consideradas como

parte de la política nacional. La creación del Consejo habría permitido una inserción “exitosa” en

términos de peleas por la legitimidad de la producción científica, ya que, si bien habría de ser un

órgano dependiente económicamente del Estado, éste último habría acordado no interferir en sus

asuntos internos ni en los objetivos de su investigación, con lo cual la autonomía de la institución

se vería asegurada.

Durante el período transcurrido entre la creación de la AAPC (1934) y el Consejo (1958), el

Rey Desnudo, Año I, No. 1, Primavera 2012. ISSN: 2314-1204 http://www.reydesnudo.com.ar

Mayra Gaspari 65autor localiza un proceso de conformación de una comunidad científica a escala nacional, donde

se puede apreciar su postura en cuanto a la importancia del marco local en la formulación de

políticas e instituciones. Sólo cuestiona la procedencia de los estándares de la ciencia —

importados o locales—, pero lo que no se cuestiona es que lo científico esté definido por

estándares. De modo que, si la institución es el espacio en el que se definen los parámetros de lo

científico, entonces la ciencia estaría definida por la institución. Por lo tanto, la ciencia no sería

más que aquella práctica social regulada por un conjunto de normas y valores, importadas o

locales, cuyo cumplimiento hace que determinadas actividades puedan ser caracterizadas como

científicas.

La dictadura de 1966 manifiesta su autoritarismo en la Doctrina de la Seguridad Nacional,

discurso orientado al combate del enemigo interno y a la defensa de las fronteras ideológicas.

“Formular la política nacional científica y técnica, fundamentalmente sobre la base de los

objetivos perseguidos en el Plan General de Desarrollo y Seguridad” (p. 131), fue el pilar de las

políticas de Estado. Las universidades y el CONICET se vieron intervenidas y organizadas, y como

evidencia del dinamismo interno de las instituciones, el Consejo Nacional fue el escenario donde

se escindieron diversos grupos con intereses afines u opuestos a los del Estado, y las universidades

presentaron su rechazo y descontento con movimientos estudiantiles. Es decir, la ciencia y la

técnica entendidas como políticas públicas, continuaron enmarcadas en un contexto que define

sus condiciones de posibilidad y en torno al cual, las discusiones en el interior de las instituciones

se generaron.

Simultáneamente, se presentaba una continuidad en la inversión estatal para el desarrollo

de áreas estratégicas dependientes del sector militar, tales como la espacial, la nuclear y la

electrónica. Según Hurtado, el Golpe de 1976 fue devastador para las instituciones de ciencia y

tecnología, período en el cual, las universidades e instituciones no estratégicas –como el CONICET,

el INTA y el INTI- fueron sujetas al control y a la intervención del terrorismo de estado y a la

apertura económica del país, mientras que las áreas estratégicas tuvieron un gran impulso. En

este punto, el autor tomaría a la ciencia y a la tecnología como elementos que compartieron un

mismo destino.

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66 Dossier: Historia de la ciencia argentina

El retorno a la democracia fue marcado por un intento de volver a la etapa anterior a la

dictadura, “buenas intenciones” apuntaladas por un contexto de crisis interna y de presiones

externas. De esta manera, se crearían nuevas instituciones —como SECyT, ESLAI, CABBIO— y se

intentarían reconstruir los lazos con las universidades a través del CONICET. Más adelante, con el

Estado neoliberal, el achicamiento del Estado se traduciría en una reducción del tamaño de las

instituciones en cuanto a recursos y personal, entre ellas el Consejo, la SECyT, el INTI y el INTA, y

las presiones internacionales se inclinarían hacia el desmantelamiento de las instituciones de

sectores estratégicos, como las del área nuclear.

Conclusión

En la Argentina actual, bajo un contexto de acote presupuestario y liberalización de lo

social, con una historia marcada por la importación de los “modelos exitosos” y por el Estado

definiendo la dirección del desarrollo y la investigación, en ciertas ocasiones, chocando con los

intereses y pretensiones de autonomía de la instituciones, el autor encuentra a la ciencia como un

“proyecto inconcluso”. Para explicar esta situación, el autor se aboca al estudio transdisciplinar

de la historia de las instituciones e intenta hacer una historia social de la ciencia.

Cabe preguntarse por el lugar de las ciencias sociales y, relacionado con ello, a qué

instituciones el autor llama principales y qué parámetros emplea para tal caracterización: ¿Acaso

responde a un recorte hecho en base a lo considerado de utilidad al Estado? o, ¿se relaciona con

los estándares explicitados que definen lo que es científico en sí mismo? o bien, ¿es un recorte

basado en la clasificación de ciencia básica y ciencia aplicada? En el supuesto de que este último

recorte fuera el acertado, el desarrollo de la historia de instituciones estratégicas sería

congruente con la definición de ciencia aplicada y con su producto, la tecnología. La ausencia de

las ciencias sociales se explica porque no ha sido un área de interés para el Estado por su falta

aplicación práctica y consecuente aplicabilidad. Para el autor, las ciencias sociales no constituyen

parte de las instituciones principales.

Finalmente, en términos de contribuciones, el objetivo de desarrollar una historia

panorámica de las principales instituciones se proyecta bajo la cita y el análisis de abundantes

Rey Desnudo, Año I, No. 1, Primavera 2012. ISSN: 2314-1204 http://www.reydesnudo.com.ar

Mayra Gaspari 67fuentes primarias, y su uso está justificado en virtud de reflejar el dinamismo interno de la

institución y el intercambio con el exterior. En este sentido, el cumplimiento de lo propuesto por

Hurtado contribuye al entendimiento de las instituciones en un sentido integral, es decir

enmarcadas en la dinámica social y que reivindica a su vez su funcionamiento interno.

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Año I, No. 1, Primavera 2012 ISSN: 2314-1204

Comentario bibliográfico

De Asúa, Miguel: Una gloria silenciosa. Dos siglosde ciencia en Argentina, Buenos Aires, Libros delZorzal, 2010.

Esteban Greif

UBA

[email protected]

olíticos, aficionados, extranjeros, nacionales, militares, médicos, revistas,

institutos, universidades y otros tantos se congregan a la hora de constituir

doscientos años de ciencia en la Argentina. En Una gloria silenciosa. Dos siglos de

ciencia en Argentina, Miguel de Asúa nos presenta el amplísimo panorama de personajes e

instituciones que hicieron posible el desarrollo científico en estas latitudes. El libro recorre los

diferentes escenarios en que se desarrolló la ciencia Argentina y el contexto social, político y

económico en que se desenvolvieron aquellas figuras que protagonizaron su avance, como las

instituciones que los cobijaron o ellos mismos crearon para la tarea que los solicitaba.

P

La obra se divide en 30 capítulos en los que se desarrollan dos formatos diferentes de

referencia en el texto. En los Episodios la dinámica textual permite conocer los “hechos” de la

ciencia argentina y los protagonistas de cada caso. Más interesante resultan aquellos capítulos

que bajo el rótulo de Ciencia e historia nos muestran los diferentes momentos, los procesos y el

contexto en el que se enmarca la labor científica argentina. De tal modo, el libro presenta una

organización por momentos un tanto dual que llega a desorientar a quien pretende seguir la línea

68

Esteban Greif 69del relato, pero por otro lado enriquece la prolijidad y la comprensión más cabal de las diferentes

etapas del desarrollo científico argentino.

Asimismo, Una Gloria silenciosa se nos presenta como un libro dentro lo que podríamos

llamar “alta divulgación”: accesible para un público general con un mínimo manejo de la

temática, se desarrolla ordenadamente y con un vocabulario accesible y sin tecnicismos o con las

aclaraciones y explicaciones pertinentes que hacen posible el mejor entendimiento de cada

proceso o situación histórica particular. Escrita por un historiador y filósofo de la ciencia, la obra

demuestra en su contenido una prosa prolija y sumamente ordenada con un amplio conocimiento

de la temática desarrollada. Muchos de los capítulos y las secciones del libro asimismo reflejan la

labor de años de investigación sobre esta temática y sus abordajes previos que se vuelcan

concatenadamente en una historia de la ciencia argentina a través de sus hombres e instituciones

más representativas. En el mismo sentido, cada sección histórica señala un conocimiento

historiográfico actualizado y atento a los avances en las producciones científicas más recientes

sobre la historia de la Argentina de cada período.

Es de destacar también los aportes —como apartados que se van desarrollando en el libro—

de reconocidos historiadores de la ciencia, sobre todo en algunas de las secciones de Ciencia e

historia. Así, la obra cuenta con la contribución de especialistas como Marcelo Monserrat, Irina

Podgorny, Lewis Pyenson, Diego Hurtado de Mendoza, Analía Busala y Eduardo L. Ortiz. Todos

ellos contribuyen a aclarar la historia del período sobre el que escriben y aportan nuevas luces

sobre las etapas del desarrollo científico en que se especializan. Sin embargo, cada una de estas

secciones, o bien repiten algunos de los temas abordados por Miguel De Asúa en el resto del libro,

o se salen de la línea expositiva que sigue el texto, actuando en desmedro de la claridad que

otorga la prolijidad y el orden general del resto de la obra. De esta manera, uno se pregunta, a

modo de ejemplo, cómo el capítulo 29, contribución de Eduardo L. Ortiz, que abarca la historia de

la investigación matemática en la Argentina desde 1870 hasta 1960, se presenta como un apartado

hacia el final, cuando el desarrollo temporal fue la estructura que primó en la organización del

texto.

Los nombres que recorren los episodios de esta historia comienzan con el jesuita

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70 Dossier: Historia de la ciencia argentina

Buenaventura Suarez, astrónomo santafecino que durante la primera mitad del Siglo XVIII

efectuara desde la selva misionera observaciones astronómicas que serían apreciadas por sus

colegas europeos. Sobre él, el autor considera al primer “científico criollo”, bajo el criterio de que

fueron suyas las primeras comunicaciones científicas de gran prestigio. De esta manera, los

orígenes de la ciencia argentina reposan sobre la observación de los cielos del sur en el siglo XVIII.

Luego el autor, avanza con las observaciones del naturalista Félix de Azara sobre el litoral

rioplatense y lo presenta como el más ilustre personaje de la lista de los que integraron las

expediciones científicas españolas de fines de siglo.

La siguiente etapa de la historia de la ciencia en la Argentina la conforman los

revolucionarios de mayo: con la militarización de la enseñanza técnico-profesional, necesaria al

calor de las circunstancias, vemos el surgimiento de los primeros establecimientos de enseñanza

científico-militar que retomarían su carácter civil con su reincorporación a la Universidad de

Buenos Aires en 1821. Vemos también en este período la llegada de algunas figuras de fama

internacional y de gran importancia para la historia natural, como el mismo Aimé Bonpland o

Joseph Redhead.

A la década de 1820, el autor la titula la “primavera científica”. De esta manera destaca la

vitalidad científica del período en cuestión, que, sin embargo, no habría de durar mucho. A través

de la creada Universidad de Buenos Aires, y de su Departamento de estudios preparatorios, la

cultura científica de aquellos años conocería su mayor esplendor. En este sentido, también cabría

destacar el papel de personajes como Rivadavia. Para el período siguiente, el de “la ciencia

federal” primarán más las limitaciones que el apoyo al desarrollo de la ciencia de nuestro país.

En este punto se vuelve necesario reconocer una salvedad que el mismo De Asúa realiza en

su obra, a saber, sobre los problemas de aplicar elementos de la historia política a las

periodizaciones acerca del porvenir de la ciencia nacional. Al respecto nos aclara las limitaciones

que esto ha generado para el estudio de la historia de la ciencia en los años del rosismo. Si bien la

misma no habría de ser un factor de relevancia para la política oficial, se pueden encontrar en

este período, personajes como Francisco Javier Muñiz y Felipe Senillosa o Marcos Sastre.

Años después, con la separación de Buenos Aires de la Confederación Argentina, el

Rey Desnudo, Año I, No. 1, Primavera 2012. ISSN: 2314-1204 http://www.reydesnudo.com.ar

Esteban Greif 71desarrollo científico prosiguió por dos caminos separados aunque no sin tensiones entre ellos.

Urquiza, del lado de la Confederación, se preocupó por la promoción de las actividades mineras y

agroganaderas y por ello contrató del exterior personajes que se encargaron del relevamiento del

territorio nacional, a los que el autor llama los tres naturalistas “francófonos” de la Confederación

(du Graty, Bravard y de Moussy.) Del otro lado, en Buenos Aires, el desarrollo de la actividad

científica vino de la mano del grupo profesional de los farmacéuticos porteños que dedicaron

grandes esfuerzos al desarrollo de las ciencias naturales. Al mismo fin contribuyeron los

profesores italianos contratados para trabajar en el recientemente creado Departamento de

Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires.

El siguiente gran momento de esta historia ocurre durante la presidencia de Domingo F.

Sarmiento. Es aquí cuando se comienza a organizar la Academia Nacional de Ciencias, se funda el

Observatorio de Córdoba y se crea la Sociedad Científica Argentina. Es el momento también de la

profesionalización de las ciencias naturales en el país con figuras como Burmeister al frente del

Museo de Buenos Aires. Es asimismo el momento de los “sabios alemanes de Córdoba” (Lorentz,

Fritz, Bodenbender, entre otros) “que instalaron el cultivo de las ciencias experimentales en el

interior de nuestro país”.

Para los últimos años del siglo XIX se completa el reconocimiento geográfico del territorio

nacional a manos de militares, naturalistas y exploradores que avanzan al ritmo de las

expediciones organizadas para la conquista del Chacho y del “desierto” en la Patagonia. Se nos

presentan en esta parte de la historia, el Perito Francisco Moreno, el geólogo J. María Sobral o

Florentino Ameghino.

El siguiente siglo llega de la mano de, entre otros, Enrique Gaviola y la modernización de la

física en la Argentina, la visita de Einstein al país, o los trabajos de Ángel Gallardo, Ramón Loyarte

y José Arce. Sin embargo, el gran momento de la ciencia argentina será, según De Asúa, el que

llega en el segundo tercio del siglo XX con Houssay, Leloir, Braun Menéndez, De Robertis y

Milstein. Todos ellos forman la “Gran tradición” de la ciencia argentina, contribuyendo no solo al

espectacular desarrollo de la ciencia biomédica mundial, sino al desarrollo científico nacional.

Comenzando con Houssay, dichos personajes influyen decididamente en la conformación del

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72 Dossier: Historia de la ciencia argentina

científico consagrado exclusivamente a su tarea, separado de la escena pública y política, solo

consagrado a la tarea de la investigación.

Las últimas cuatro décadas de esta historia atestiguan el desplazamiento del eje de la

actividad científica, antes centrado en la investigación fundamental, hacia los desarrollos

tecnológicos. Es el gran momento de la ciencia básica y del recíproco crecimiento tecnológico. Es,

además, el momento donde concluye el recorrido de esta historia de la ciencia en Argentina lo

que nos permite entrever el interés del autor focalizado sobre todo, en aquellas instituciones y

figuras que de algún modo u otro, contribuyeron en la conformación de los diversos modelos de

investigación fundamental. Es decir, en la conformación de una ciencia argentina.

En el recorrido de esta historia, Miguel de Asúa nos permite recuperar el valor y la gesta de

aquellos que sin demasiados recursos institucionales y estatales —o directamente sin ellos—

pudieron llevar adelante una tarea demasiado cara no solo al desarrollo de la ciencia nacional,

sino al de la sociedad, la economía y la cultura del país. No sin cierta nostalgia, el valor del libro

quizás radique en el hecho de que además de informar, le permite a uno sentir cierta dignidad al

enarbolar los nombres y las biografías que constituyen esa Gloria silenciosa.

Rey Desnudo, Año I, No. 1, Primavera 2012. ISSN: 2314-1204 http://www.reydesnudo.com.ar

Año I, No. 1, Primavera 2012 ISSN: 2314-1204

Comentario bibliográfico

Podgorny, Irina: El sendero del tiempo y de lascausas accidentales. Los espacios de la prehistoriaen la Argentina, 1850-1910, Rosario, Prohistoria, 2009.

Marina Rieznik

UBA/UNQ/CONICET

[email protected]

Introducción. El sendero de la historiografía de las ciencias.

n el libro que aquí se critica, Irina Podgorny, cuenta la historia de la

constitución mundial y local de un campo de conocimiento y de la

consolidación de determinadas tradiciones académicas vinculadas al término

prehistoria. Siguiendo la preocupación de Podgorny por dilucidar cómo se constituyó la prueba en

las disciplinas que confluyeron en el área, nos encontramos, desde mediados del siglo XIX, con las

redes del tráfico de antigüedades y fósiles y, en particular, con la producción de antigüedades

portátiles, es decir, planos, fotografías y dibujos con los que se intentaba reconstruir, a la distancia

y repetidas veces, la observación de las condiciones originales de las cosas. Así, descubrimos cómo

determinados objetos, procedentes de los contextos de la muerte, se comienzan a considerar

objetos científicos en tanto se van reconociendo sus regularidades.

E

La perspectiva de la autora sobre la historia de los objetos científicos —en este caso de

73

74 Dossier: Historia de la ciencia argentina

aquellos que permiten comprender la emergencia de la prehistoria como disciplina— puede

inscribirse junto a propuestas teóricas de historiadores como Lorraine Daston, Hans-Jörg

Rheinberger y Peter Galison.1 Los tres autores integran, desde el 2005, la International Research

Network “History of Scientific Objects” organizada por el Max Planck Institute de Berlín. Como

explican en uno de los programas que allí suscriben, para que los objetos de la vida cotidiana se

conviertan en objetos de investigación científica deben abandonar la periferia de la conciencia

científica colectiva para formar parte del ámbito propio de la investigación; los historiadores

deben entonces concentrarse en las prácticas que hacen que esta transformación sea posible. En

sus relatos, adquieren particular relieve las representaciones gráficas, técnicas visuales y los

dispositivos asociados a ellas, fundamentales para la producción y circulación de los objetos

científicos. Las técnicas que requieren estos historiadores para encontrar, interpretar y mostrar

estos objetos —en lugar de las fuentes textuales— y usarlos como testigos de la historia que

narran, están basadas en un conocimiento apoyado en disciplinas tales como la arqueología, la

historia del arte, la museología.2 Así, cuando instrumentos, colecciones, arquitecturas y modelos

sean usados como evidencia de las interpretaciones de Podgorny, no será raro encontrar

artilugios propios de las ciencias cuyas historias nos cuenta. En el texto de Podgorny se articulan

trabajos que producían y leían los practicantes locales de la ciencia con algunos debates

parlamentarios, manuscritos, periódicos y, en general, los objetos resultantes de la actividad de

los museos orientada a la preservación de la cultura material.

Entre el Estado como sujeto de la historia y las causas accidentales .

El libro entra de lleno en los diversos espacios en los que la prehistoria pretendió

desarrollarse, hasta llegar a la situación del Museo Nacional de Buenos Aires hacia 1910, cuando

era dirigido por Florentino Ameghino. El recorrido se inicia a través de los modelos de museos que

se habían desarrollado internacionalmente; y quien nos guía explica parte de las diferencias entre

1 Daston, Lorraine (ed.): Biographies of Scientific Objects, Chicago, The University of Chicago Press, 2000; Rheinberger, Hans-Jörg: Toward a History of Epistemic Things. Synthesizing Proteins in the Test Tube, Stanford, Stanford University Press, 1997; Galison, Peter, Image & logic: A material culture of microphysics, Chicago, The University of Chicago Press, 1997.

2 Daston, 2000.

Rey Desnudo, Año I, No. 1, Primavera 2012. ISSN: 2314-1204 http://www.reydesnudo.com.ar

Marina Rieznik 75ellos como manifestación de definiciones variantes sobre el público de la ciencia. Podgorny logra

mostrar las contradicciones entre un trabajo científico casi siempre llevado adelante en pos de

intereses privados y una ciencia que debía presentarse como pública en estos lugares. Así

atravesamos descripciones y planos de los distintos modelos de institución y de acceso a las

colecciones, cada uno de ellos articulado con determinadas redes de influencias nacionales e

internacionales en competencia por recursos estatales. Por otra parte, las disposiciones espaciales

se urden con las diferentes teorías respecto a la antigüedad del hombre y el lugar que le

correspondía a estos estudios en relación a los que pesquisaban la naturaleza. No obstante,

Podgorny aclara que ni aún en los grandes museos nacionales del siglo XIX —e Inglaterra es el

ejemplo al respecto— la exhibición y distribución de colecciones conseguía instruir de manera

inmediata a quienes visitaban las salas del establecimiento respecto a las teorías científicas que

pretendían orientar la observación de los objetos. Mucho más claro era, a veces, que la institución

podía demostrar el volumen y la riqueza de la naturaleza cuyo dominio se podía establecer.

Aunque esto podría imaginarse como la señal del vínculo establecido por la autora entre poder

imperial estatal y el trabajo de los museos y de la prehistoria, nada tan lineal se encontrará en

estas páginas.

En primer lugar, Podgorny muestra la fuerte impronta privada de los establecimientos que

albergaban importantes colecciones a principios del siglo XIX y cómo en la Argentina las

colecciones particulares adquirieron un peso y relevancia científica tan grande o aún mayor que

las estatales, constituyéndose en herramientas de disputa a la hora de obtener los favores de los

políticos desde mediados del mismo siglo. La autora señala como fundamental el férreo control

de la autoridad personal y la enorme importancia de las redes personales como características no

restringidas a los establecimientos privados, constatada inclusive en los Museos que se

consolidaron como símbolo de Imperios Nacionales. La afirmación discute con la idea de que el

Museo decimonónico había aparecido como “una expresión arquitectónica de la popularidad de la

historia natural” (p. 35) del siglo XIX. También por ello, indica que la voluntad de los políticos

respecto a la ciencia aparece como accidental y, si no hostil, por lo menos indiferente. Al deslindar

la historia de los Museos de aquélla del plan estatal preconcebido, Podgorny argumenta que se

pone a salvo, tanto de la glorificación del Estado como precursor de las ciencias, como de aquellas

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76 Dossier: Historia de la ciencia argentina

visiones que gustan “de anatemizar la ciencia” (p. 37).

En el plano del análisis histórico, esto le permite salirse de las fuentes de los decretos

fundacionales y textos de las epopeyas de la ciencia, que establecen un vínculo directo entre

construcción estatal y desarrollo científico; y encontrar nuevas fuentes que la conducen a las

relaciones personales y sociales construidas o manifestadas en los espacios que describe. El Estado

abrigando a las ciencias e impulsando su desarrollo, ya sea en pro de perfeccionar sus mecanismos

de dominación o para engrandecer el progreso del género humano, aparece desdibujado en estas

líneas. En cambio, Podgorny indica cómo el espacio del Museo moldea las maneras de imbricarse

entre la práctica de los científicos, su vida cotidiana y el recrearse del público admirador de

colecciones, oscilante entre el consumo cultural de las clases medias y la educación popular.

Una mención aparte merece el final del primer capítulo. Allí entran en escena, en las

contiendas de las redes que conformaban las exhibiciones públicas, otras colecciones,

transportadas por los museos ambulantes que llegaban a estas latitudes o mostradas en las

exposiciones de ciertos charlatanes que se presentaban en una mezcla de espectáculo itinerante y

comercial. En dichos eventos, se asociaban prácticas médicas, venta de remedios, colecciones

arqueológicas, paleontológicas y antropológicas; aunque sus objetos sólo eventualmente

terminaban en instituciones científicas, competían con las pretensiones de los naturalistas

locales. Lo que Podgorny remarca al respecto, es la importancia que tenían “las redes de

intercambio, acceso, compra y venta de objetos más allá de las instituciones del Estado” (p. 49). Se

pone de relieve nuevamente la intención de esta historiografía de salirse del corset de los relatos

que ponen en el centro de sus interpretaciones sobre el desarrollo científico a la voluntad de

funcionarios del Estado. Aunque este tema no es retomado explícitamente, se huele en el resto del

libro cada vez que los personajes principales son descubiertos con prácticas no tan distintas a las

de estos charlatanes de feria.

La relevancia del segundo capítulo reside en mostrar que para los aspirantes a

prehistoriadores de la Argentina, el seguimiento de los debates sobre parámetros internacionales

se transformaba en el contexto natural donde debían moverse y buscar legitimidad. El acceso a

esta información se basaba en la existencia de una nutrida bibliografía internacional en las

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Marina Rieznik 77Bibliotecas del Museo Público de Buenos Aires, de la Sociedad Científica Argentina y de la

Academia de Ciencias de Córdoba. Podgorny recalca que estas bibliotecas se sostuvieron gracias a

la dinámica establecida por las redes de los naturalistas y sus propios recursos, remarcando una

vez más el ausentismo del Estado en el desarrollo de la formación de los científicos locales, tema

del que se ocupará en la segunda parte del libro.

Entre la materialidad y la sociabilidad

Mientras analiza la conformación de la nueva disciplina en el nivel mundial, Podgorny alude

a la contemporaneidad que entonces se comenzó a señalar entre una fauna de gran antigüedad ya

extinguida y el hombre prehistórico, cuestión que trazó nuevas conexiones entre disciplinas tales

como la geología, la arqueología y la antropología. Rescatando debates de estas áreas, se advierte

cómo se fue conformando el objeto de la prehistoria, reconstruido a través de escasos restos

fragmentados, huesos de animales arañados y chamuscados, esquirlas, formas talladas en piedra,

asta o hueso. El objeto de esta nueva disciplina no sólo estaba muerto, como el del resto de la

historia, sino que, además, no había sabido escribir. Podgorny recuerda que “no por nada los

arqueólogos clásicos se referían a la prehistoria como una ciencia de analfabetos” (p. 55), de allí la

constante referencia de la autora a que los vestigios de la muerte tenían que aprender a hablar. La

nueva disciplina fue moldeando sus prácticas oscilando entre los andamiajes de la etnografía

comparativa, la paleontología, la geología y la historia natural; y en estas páginas se sigue el

devenir de las polémicas a través de ciertas redes de aliados internacionales, que intercambiaban

datos en forma de dibujos, publicaciones, cartas, mientras armaban y visitaban colecciones

privadas y públicas. Estas trayectorias dejaban también su rastro en periódicos, diarios y revistas

británicos y franceses que realizaban reseñas de las publicaciones, los encuentros y los nuevos

hallazgos. Así, Podgorny persigue no sólo la conformación de este nuevo objeto de estudio, sino la

reunión y sociabilidad de los hombres que lo construyen.

Quienes promulgaban los museos que se iban creando, destacaban su papel de centro de

investigación o bien su función como espacio de educación; y, a la hora de ordenar las colecciones,

estas funciones se presentaban, a veces, en forma complementaria, y otras, en abierta

contradicción. Casi todos los involucrados buscaban que la posición que sostenían se viera

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78 Dossier: Historia de la ciencia argentina

reflejada en el orden que los nuevos objetos encontrados debían tener en los espacios privados de

sus gabinetes o en los repositorios públicos que se empezaban a crear. Así las “palabras, una vez

más, sedimentarían en cosas, imágenes, edificios y personas” (p. 73). Completando el círculo,

Podgorny le da voz a los restos de esta materialidad, describiendo como estas discusiones fueron

delineándose y, al mismo tiempo, conformando los museos, la sociabilidad y las colecciones

privadas, las sociedades eruditas y el campo.

En el capítulo tres, se describen los conflictos en torno a la reunión espacial, ordenamiento

y clasificación de los objetos fragmentarios encontrados. A través de los personajes del libro de

Podgorny, vemos a los catálogos, a los gestos y a los edificios, constituyéndose como

indispensables para reconstruir ese pasado que había estado mudo hasta entonces. En particular,

la autora resalta la eficacia práctica de las imágenes litografiadas en los catálogos, que se

transformaban en museos portátiles que circulaban y eran usados internacionalmente. Por otra

parte, en el proceso de producción de estos dispositivos, se subraya la importancia del testimonio

directo de un testigo calificado que tuviese el fragmento ante su vista. Esta y otras alusiones a la

relevancia de la autoridad personal y al peso de los acuerdos entre caballeros en la construcción

de las convenciones científicas, remiten sin dudas a Steven Shapin y Simon Schaffer, citados por la

autora.3 Sin embargo, advertimos que en la ontología de Shapin, la sociabilidad y la confianza

entre caballeros ocupan el último nivel explicativo en torno a la construcción de la verdad en

ciencia; en tanto que Podgorny se acerca a la epistemología histórica, por la ponderación que hace

de la materialidad de los dispositivos, modelos, instrumentos, técnicas y espacios, como

condicionantes del surgimiento de las cosas epistémicas, como diría Rheinberger,4 o de la biografía

de los objetos, en términos de Daston.5 Nosotros agregamos en este punto que el tema tiene

relevancia por la influencia que en los últimos años ha tenido la sociología del conocimiento

científico sobre la historiografía de la ciencia. Como dice Lefèvre6 en estos últimos treinta años el

constructivismo ha sido hegemónico y ha puesto en el centro de sus preocupaciones la noción de

3 Schaffer, Simon y Shapin, Steven: Leviathan and the Air-Pump: Hobbes, Boyle, and the Experimental Life, Princeton, Princeton University Press, 1995.

4 Rheinberger, 1997.

5 Daston, Lorraine (ed.), Biographies of Scientific Objects, Chicago, The University of Chicago Press, 2000.

6 Lefèvre, Wolfgang: “Science as labor”, en Perspectives on Science, vol. 13, No 2, 2005, pp. 194- 225.

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Marina Rieznik 79“práctica” como pura “interacción”. Para Latour “la materia no es algo dado, es una creación

histórica reciente”,7 por eso desde que Latour descubre esto, las “condiciones de la felicidad para

la vida política” pueden avanzar sin ser interrumpidas por “las leyes inhumanas de las

naturaleza”.8 Así, en general, la perspectiva constructivista pone de relieve la prioridad de la

interacción social sobre las complejas determinaciones materiales y naturales de las relaciones

sociales. Por eso Lefèvre insiste en que la ciencia no funciona “como si” fuese un trabajo, sino que

ella misma es, en el sentido literal del término, un proceso de trabajo: “la producción científica

[es] [...] trabajo strictu sensu”9 con todas las constricciones materiales que ello implica. El hecho de

considerar a la ciencia de este modo podría aparecer como algo obvio para otras áreas de

reflexión e investigación de las ciencias sociales, donde nadie discute que el concepto “trabajo” es

central para dar cuenta de la actividad humana. Sin embargo, no es así en el campo de los estudios

sociales de la ciencia y la tecnología. Según Lefèvre, la razón principal reside en que en estos

últimos treinta años el constructivismo ha sido hegemónico y ha puesto en el centro de sus

preocupaciones la noción de “práctica” como pura “interacción”.10 La tendencia se ha filtrado en

la historiografía y muchas de las lecturas de Shapin pueden hacerse en ese sentido. Podgorny, en

cambio, rescata la fuerte materialidad que cierta historiografía ha contrapuesto a las

interpretaciones sociologizantes.11

Siguiendo los conflictos presentes en los espacios de conformación de la prehistoria, la

autora advierte, hacia el 1900, una transformación en los sistemas de inventario de los museos y

sus métodos de catálogo y afirma que el Museo moderno surgiría de una combinación entre la

cultura europea de los secretarios “y la administración de los objetos de los almacenes

americanos” (p. 93). Entonces, el verdadero recorrido científico de las colecciones no se hacía en

las salas sino a través del registro minucioso de las colecciones, en el que constaba no sólo el

7 Latour, Bruno: La Esperanza de Pandora, Ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia, Barcelona, Gedisa, 2001, p. 247.

8 Ibíd., 356.

9 Lefèvre, 2005, p. 211.

10 Rieznik, Marina, Ugartemendía, Victoria y Perret, Gimena : “Wolfgang Lefèvre (2005): Science as labor”, en Redes, No 30, 2009, p. 229-237.

11 Rheinberger, Hans-Jörg: “A Reply to David Bloor: `Toward a Sociology of Epistemic Things´” en Perspectives on Science, Vol. 13, No 2, 2005, pp. 406- 410.

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80 Dossier: Historia de la ciencia argentina

origen de cada colección, lugares y tiempos del hallazgo, sino el movimiento de cada objeto luego

de su llegada al museo. Por otro lado, Podgorny sostiene que en la nueva ciencia de la prehistoria

se tornó aún más importante que la descripción exacta de los objetos, su reproducción por medio

de dibujos. Esto colocaba a los dibujantes en la incómoda posición de ser los culpables de

desfigurar los objetos y por lo tanto, de causar los errores en la descripción de los mismos. Estos

problemas, originados en las escalas, la lejanía y el peso de las cosas, intentarían ser superados

con nuevos dispositivos que competían entre sí para lograr una reproducción mecánica: el

taquígrafo, la lotinoplástica, el daguerrotipo. De lo que se trataba era de asegurar uno de los pasos

ineludibles de la constitución de toda ciencia moderna: la posibilidad de repetir la observación.

Así, a principios del siglo XX, las colecciones se empezaban a cuestionar si no lograban transferir

de manera exacta los datos desde el campo. Como el espacio del Museo debía condensar el del

campo, para la arqueología la importancia de adecuarse a determinados procedimientos técnicos

para un correcto registro científico, iba a ser desplazada desde los edificios a las excavaciones y

modos de representar el campo; razón por la cual, la lectura del libro nos conduce también hacia

dicho espacio.

En el proceso de “normalización de la excavación” (p. 95) Podgorny incluye diversos

mecanismos para que lo visto allí pudiera ser reproducido en otro lado: la incorporación de

técnicas de la ingeniería, de la agrimensura topográfica, la presencia de autoridades científicas

que actuaran como testigos; el objetivo era llevar la información a los planos topográficos,

catálogos y fichas y obtener antigüedades portátiles. Para devolver vida a los muertos, los museos

no podían ya “ser el sustrato donde se inscribieran cadáveres del pasado, sino el gabinete donde

se acumulaban las pruebas en el campo con cuidado detectivesco” (p. 96) para establecer la

autenticidad del objeto, su edad relativa o absoluta, diacronías y sincronías. “La tarea de excavar

seguía siendo ejecutada por los artesanos, los obreros y ayudantes contratados para tal fin. La

toma de notas para protocolizar el avance de las excavaciones, es decir la destrucción del sitio

arqueológico, constituía la línea divisoria entre el saqueo y la actividad científica” (p. 97).

Podgorny reflexiona acerca de cómo esta actividad comenzó a poner en relación aquello que, al

descubrirse, aparecía como fragmentario y muestra cómo se contrapone la competencia del

arqueólogo con la de los científicos que habían recolectado o comprado piezas aisladas, o con el

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Marina Rieznik 81comerciante de antigüedades y todo aquel que no observara las reglas sobre cómo coleccionar,

almacenar y transportar los hallazgos. Los objetos que no cumplían con todos estos requisitos

pasaron a ser considerados como evidencias asesinadas. Para asegurarse sobre la autenticidad del

objeto, se incorporaría a las excavaciones un séquito de testigos y autoridades que concurrirían

después del hallazgo, convocados a un “proceso entre burocrático, forense y judicial” (p. 101).

Aunque quienes intervenían en estos procesos ya no eran testigos de la historia, ese objeto

inaprensible en su totalidad, aún podían observar un todo, el del campo, antes de que fuera

destruido por la continuación de la excavación. Si no se podía dar testimonio de la vida del objeto,

restaba al menos la posibilidad de contemplar la espacialidad de su tumba.

Luego a través de registros, los procedimientos gráficos reconstruirían ese objeto de cuya

existencia sólo se había visto un fragmento, pero esto, desde la perspectiva historiográfica que

propugna la autora, era ya la generación de otra cosa: “la constitución de objetos arqueológicos no

es un producto de la observación, la colección y representación de monumentos, sino una

intervención que genera y destruye el monumento en su carácter único” (p. 103).

De la especificidad de las prácticas a la crítica al papel del Estado

En la segunda parte del libro, este carácter de la práctica científica, como intervención que

genera algo nuevo, cobrará fuerza y se pondrá de relieve el lábil límite entre el interés científico,

la falsificación y la posibilidad de lo real. Este aspecto no es resaltado como una particularidad

argentina, en contraste con otras prácticas de la ciencia, sino más bien, como una singularidad

que aparece en cuanto profundizamos en las acciones de los personajes de esta historia. Las redes

de los coleccionistas nos llevan al comercio de fósiles principalmente con París y Londres y al

intento local de regular esta circulación a medida que proliferaban los nuevos objetos

encontrados y se comenzaban a percibir con interés en ciertos sectores sociales.

El lector, después de enterarse de la extraordinaria meticulosidad con el que algunos

debatían sobre las excavaciones de las arqueología en el mundo, se topa con personajes que

escarbaban en el suelo local, pasando días y noches a la intemperie y librados a las bestias

salvajes, a la búsqueda de fósiles para sus colecciones particulares o para el comercio

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82 Dossier: Historia de la ciencia argentina

internacional. Analizando sus redes de sociabilidad Podgorny los describe visitando colecciones

privadas y públicas, salones científicos, exposiciones y museos. Por otra parte, señala cómo

muchos de los coleccionistas amateurs utilizaban los recursos familiares o los procedentes de su

principal ocupación en la formación de sus colecciones. Siendo ingenieros de minas, pasteleros o

profesores universitarios, para la clasificación de sus hallazgos, utilizaban los saberes adquiridos

en ocasionales visitas a instituciones científicas metropolitanas, de los catálogos o de las

instrucciones dadas por aquellos con los que compartían ciertos círculos sociales.

En la descripción de los personajes que erraban por el territorio argentino, Podgorny

remarca dos cuestiones; en primer lugar, el carácter de explotación económica que tenían estas

actividades y como estaban ligadas a la extensión de la materialidad de los circuitos de transporte,

migración y comercio internacional. Los científicos y sus muestras jugaban un importante papel

en el reconocimiento de la autenticidad de las piezas, hecho que por su vez intervenía en la

regulación del precio de las colecciones, y quienes “coleccionaban para vender, carentes de títulos

universitarios o fuera de la red de sociabilidad política, se ubicaban en el reino de los meros

comerciantes, pudiendo ser incluidos o no en el dominio de la ciencia, según las alianzas y

circunstancias del momento” (p. 117). Asimismo, la autora destaca la importancia que el apoyo de

parientes y las relaciones de patronazgo tenían en la constitución de la actividad científica en la

Argentina, en donde la práctica de la ciencia se armaba a modo de empresa familiar, mientras que

los recursos del Estado se buscaban para sostener los emprendimientos de gran escala. Estas

iniciativas no dependían del amparo estatal, como podía ocurrir en Museos metropolitanos que

albergaban a las familias de los científicos, sino que se encontraban en un papel “subsidiario,

demandante, independiente, pero incapaz de poner condiciones” (p. 122)

En segundo lugar, Podgorny señala cómo las habilidades más importantes de quienes

llevaban adelante estas prácticas, no habían sido aprendidas en los libros de paleontología. Que un

ingeniero de minas desarrollara cierta habilidad en las excavaciones, puede no llamar la atención,

pero que un pastelero francés pudiera aprovechar su maña en la decoración de confituras, para

lograr desenterrar en buen estado un caparazón de “estructuras dérmicas, desmenuzables como

el mismo azúcar” (p. 115), deja al lector algo sorprendido con el tipo de oficios que estaban

asociados en estas prácticas. Se advierte que el énfasis en mostrarnos la falta de formación

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Marina Rieznik 83específica de estos hombres eslabonados a la ciencia de entonces, tiene menos que ver con una

reflexión epistemológica respecto a la singularidad del objeto científico —y quizás esta sea una

diferencia de matiz con la epistemología histórica— que con develar que la historia de la ciencias

es más interesante cuando quien hace el análisis puede hilvanar las diversas especificidades del

trabajo humano envueltas en una práctica científica, con independencia de si hay que asociarla a

la elaboración de planos de ingeniería, a la decoración de confituras o a la capacidad de elaborar

teorías científicas.

Al narrar los conflictos entre coleccionistas que trabajaban en la Confederación Argentina y

para el Gobierno de Buenos Aires hacia mediados del siglo XIX, a medida que los primeros

fragmentos humanos eran considerados como valiosos en los circuitos internacionales, Podgorny

enseña cómo y quiénes empiezan a sugerir al gobierno que debía prohibir la exportación de los

huesos fósiles. Siguiendo su análisis, en el capítulo 5, Podgorny ofrece la vista de una nueva

circulación de cosas e información, mientras flamantes instituciones científicas y educativas se

instalaban en la Argentina desde 1870. Planos, dibujos y fotografías de los lugares y objetos,

empiezan a ser fuente de las disputas también en este extremo del continente. Las redes que se

urdían, intentaban asegurar no sólo una manera de ejecutar la excavación y dar con las pruebas,

en un marco en el que no existían practicantes formados en una escuela de trabajo, sino que

también pretendían ejercer un control sobre la circulación de las cosas desenterradas. A través de

sus hebras seremos conducidos hacia los científicos del continente europeo, hábiles recolectores

de corresponsales y proveedores.

Podgorny puntualiza el recorrido del propio Ameghino en París; allí, como en la Argentina,

el trabajo de observación distaba mucho de ser una lectura directa, y eran fundamentales las

mediaciones de las relaciones sociales con determinadas personas. No obstante, Podgorny

advierte que la infraestructura de caminos y vías férreas permitía a Ameghino dirigirse a los sitios

una y otra vez, “sin otra intermediación más que la del dinero” necesario para comprar los

pasajes, cuestión que otorgaba “cierta independencia de las redes personales” (p. 165). La red de

transporte constituye una referencia para la ubicación “de las estaciones prehistóricas, que, por

otro lado, se van haciendo visibles gracias a las excavaciones causadas por el tendido del

ferrocarril y la explotación de las canteras” Se pone de relieve la importancia que concede

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84 Dossier: Historia de la ciencia argentina

Podgorny a la historia de la infraestructura material en relación a la producción y circulación de

los nuevos objetos científicos. Por eso, repara que, en la Argentina, la disímil infraestructura de

comunicación complicaba las cosas a la vuelta de Ameghino. Pese a la educación científica

adquirida, en La Plata, el peso de las relaciones personales era inmenso y quienes monopolizaban

el poder de fiscalización y control de las grandes colecciones no parecían dispuestos a admitir la

simultaneidad entre el supuesto hombre de las pampas y los objetos que poseían en sus

exhibiciones. La autenticidad le era negada a los huesos de Ameghino por figuras de tanto peso

como Burmeister y Zeballos. Los años transcurren en el relato y Ameghino encuentra, en Córdoba,

formas de movilidad similares a las europeas, mientras el tendido del ferrocarril habría barrancas

que ponían al descubierto vestigios de muy distinto tipo. Recurre entonces a lo aprendido en

Francia respecto a la clasificación y datación de los objetos.

En el último capítulo, Podgorny hace hablar al Museo General de La Plata, el primero

diseñado y construido para tal fin, no sólo en Argentina, sino en toda América del Sur. Entonces

recordamos la cuestión de la edificación de los museos, analizada en la primera parte, acerca de

cómo los espacios pretendían revalorizar ciertas teorías científicas, determinadas maneras de

comprender la relación entre el hombre y la naturaleza y cómo, por otro lado, manifestaban una

manera en la que debía entenderse la relación del público con la ciencia. Reaparece entonces el

tema sobre el papel central del director, Moreno en este caso, como “legislador de un pequeño

reino” (p. 196) con sus reglamentaciones e instrucciones —sobre todo teniendo en cuenta que “los

objetos de historia natural, las antigüedades, las piezas antropológicas y etnográficas

permanecían sin legislación especial” en las leyes nacionales— , pero además, este personaje

aparece ejerciendo una limitación en la admisión a su edificio propia del tipo de acceso a

colecciones y bibliotecas privadas. Se resalta el poder de decisión del director “que se ejercía a

través de su propia red de colegas y conocidos” y su férreo control sobre empleados y colecciones.

Como símbolo de esta situación, después de un endeble acercamiento, Moreno prohibiría a

Ameghino las visitas especiales para visitar objetos, dando cuenta, por otra parte, de que las

alianzas que se tejían eran “tan frágiles como los fósiles de los arroyos de las pampas” (p. 198),

Podgorny remarca que todos los pasos de los empleados y visitantes eran vigilados, y muestra

cómo se registraban los movimientos de las piezas en planillas diarias de trabajo e informes al

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Marina Rieznik 85director: el tipo de control que se ejercía era el de un “sistema policial” (p. 200) y la sospecha de

engaño o falta de lealtad impregna todas las reglas de funcionamiento del Museo.

Esto que señala Podgorny es en realidad común a todos los reglamentos disciplinarios, pero

su peculiaridad era que en este caso se imbricaban los protocolos científicos de procedimientos,

con sistemas policiales y de vigilancia. Aún así, Podgorny elige resaltar las analogías: el régimen

disciplinario contenía “todos los conflictos relacionados con el mundo del trabajo” (p. 201) “Los

temores y controles de Moreno son comparables al de todo director de un establecimiento

industrial o propietario de un comercio de ciertas dimensiones […] temeroso del sabotaje de sus

empleados frente a la competencia de establecimientos similares” (p. 201) en este caso,

comerciantes de objetos, o colegas en competencia por los fondos públicos de esquivo destino. Así

Podgorny no elude el análisis de las relaciones de poder para entender el funcionamiento del

establecimiento, pero coloca al museo frente al Estado sin más —ni menos— privilegios que los de

ciertos galpones industriales.

Podgorny contrasta la descripción de este Museo de espacios controlados con la del Museo

Nacional de Buenos Aires, contra cuya arquitectura sus directores luchaban para poder hacer

entrar las crecientes colecciones. En todo caso, ambas instituciones pronto chocarían en

competencia por los fondos de las arcas del tesoro nacional y la autora pone en evidencia la falta

de articulación entre los proyectos de los dos museos. El movimiento parecía ser contrario a la

coordinación o plan generado desde los afanes de control de los gobiernos: “son los directores de

los museos, los científicos a cargo de los distintos tipos de trabajos quienes crean funciones para

sus instituciones como para justificar su permanencia en el presupuesto” (p. 209). El derrotero

más significativo en relación a la desatención del Estado hacia el Museo Nacional es el que recorre

Ameghino al asumir su dirección. Podgorny relata los diferentes modos en que intenta trasladar el

edificio en inminente peligro de derrumbe, y los diferentes modelos de Museos a la hora de elegir

el lugar de traslado, en una situación en la que los “gliptodontes, si no querían volver al barro de

la Pampa, debían iniciar su marcha hacia otros rumbos” (p. 218). Sin embargo, “en un país con

políticos poco dispuestos a mantener sus palabras y donde el cumplimiento de la ley sancionada

no estaba garantizado” (p. 220), el proyecto de mudar el Museo a un nuevo edificio demoró años

en concretarse y Ameghino vería la muerte en 1911, antes de que las obras para el edificio en el

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86 Dossier: Historia de la ciencia argentina

llamado Parque Centenario comenzara a construirse.

Cuando el libro llega a su fin Podgorny logra cumplir con creces con lo que se había

propuesto al principio respecto a la historia de la prehistoria: dar cuenta de las redes

internacionales en donde “se articularon las experiencia y observaciones realizadas por

individuos de mundos culturales y lingüísticos diferentes: […] ingenieros franceses, banqueros

ingleses, profesores italianos, maestros argentinos, diplomáticos y ministros de nacionalidades

diversas, [que debieron] esforzarse por encontrar una lengua común para poder dialogar y

trabajar en ese espacio no del todo real que Peter Galison12 ha llamado metafóricamente zonas de

intercambio”(p. 20). El recorrido de las últimas líneas está dedicado a las discusiones que el trabajo

de Ameghino suscitó —como empresa familiar vinculada a una red de viajeros e informantes—

con los integrantes del Museo de La Plata y sus aliados. Las formas de esta competencia llevaron a

escamotear información sobre la ubicación de los hallazgos ofrecidos como pruebas, y, a la larga, a

erosionar la credibilidad de los exploradores argentinos. Dejando su experiencia como subjetiva,

ajenas al reino de la ciencia, sus pruebas no se diferenciarían de la evidencia asesinada. Por eso,

aunque los objetos de la prehistoria supieron hablar vívidamente y la búsqueda de una

observación neutral de estos objetos se expandió por todo el mundo, en la Argentina, los

precursores sudamericanos de la humanidad tuvieron que permanecer inertes en los museos

donde, por qué no, abrigaron la esperanza de reingresar a la vida en otras condiciones materiales.

En las conclusiones de Podgorny, se considera que la inestabilidad de los elementos involucrados

en la creación de los objetos de la paleontropología y la prehistoria, (que debían permitir asociar

sedimentos, fósiles, humanos e industrias) sumados a un contexto de labilidad institucional, es el

mayor problema de las controversias de la época.

Conclusiones

Podgorny muestra cómo los políticos argentinos “protegieron por igual a las instituciones

del Estado, a los coleccionistas privados y a los naturalistas viajeros” que exportaban parte de su

colección, aún después de dictada la ley que prohibía el despacho de fósiles. El hecho de que los

12 Galison, 1997.

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Marina Rieznik 87políticos que apoyaban la financiación de un nuevo edificio para el Museo Nacional quisieran

transformarlo en una institución educativa, a pesar de que los intereses personales que lo

sostenían propugnaban su valor para la investigación científica, habla según la autora de “una

ciencia que no logra encontrar su lugar en la Argentina” (p. 262). Pero no hay que engañarse, el

relato de Podgorny está lejos de ser un reclamo al Estado por su desatención a la ciencia, por la

misma razón por la que pinta a la ciencia local como el conjunto de actividades de un puñado de

personajes empeñados en hacer hablar cada uno a su propio muerto. Estos hombres que creían

que los finados les susurraban algo al oído —aunque nadie más los pudiese oír— deambulaban por

un mundo donde proliferaban los cadáveres que ingresaban locuazmente a la vida con todo el

lastre de regularidad, normativas, productividad y debates colectivos generados por sus discursos.

La crítica de Podgorny va dirigida, más que a los políticos, a las reconstrucciones historiográficas

que ven proyectos de dominio nacional por detrás de toda actividad financiada por el Estado, esto

atañe tanto a quienes lo alaban como a quienes lo denuestan. Lejos de las interpretaciones que

han colocado al Estado como sujeto de la historia, la planificación estatal de las ciencias no es un

objeto epistémico para esta historiografía que no encuentra sus regularidades, constancias,

producción, sentidos u orientación. En este punto, nos queda la pregunta respecto a qué otras

regularidades podrían hacer que se perciba como objeto de investigación esa inestabilidad estatal,

más allá de las maravillosamente bien contadas historias de estos personajes que tejían sus redes

sociales consumidos por las prudencias, el respeto, el deseo de emular a las autoridades y “los

celos, resentimientos y obsesiones entramados con el interés por la ciencia” (p. 172). Tal vez la

respuesta no esté tan lejos de las analogías que traza la autora entre las unidades industriales y los

establecimientos científicos que estudia.

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