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El meridiano hispanoamericano en el arte argentino de la posguerra
Transcript of El meridiano hispanoamericano en el arte argentino de la posguerra
En Barreiro López, P. y Díaz Sanchez, J. (eds. ). Crítica(s) de arte. Discrepancias e hibridaciones de la Guerra Fría a la globalización. Murcia: Centrode Documentación y Estudios Avanzados de Arte contemporáneo (CENDEAC). Ad Hoc, 2014.
El meridiano hispanoamericano en el arte argentino de la
posguerra
Florencia Suárez Guerrini
En 1927, La Gaceta Literaria de Madrid publicó un artículo
polémico de Guillermo de Torre, titulado «Madrid,
meridiano intelectual de Hispanoamérica». En ese
artículo, De Torre proponía a los jóvenes escritores de
la «América española» erradicar del vocabulario
términos como latinismo y América Latina que, a su
juicio, eran el resultado del monopolio cultural galo.
El pedido no apuntaba a un asunto idiomático. Con
argumentos basados en la comunión étnica, lingüística y
de carácter, los exhortaba a desplazar a París del
centro de referencia de la cultura europea, para volver
a poner el foco en la capital española1. El llamado de
De Torre exigía terminar con «ese latinismo ambiguo y
exclusivista», y proclamaba:
¡Basta ya de tolerar pasivamente esa merma de nuestro
prestigio, esa desviación constante de los intereses
intelectuales hispanoamericanos hacia Francia! (…)
1 Torre, Guillermo de. «Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica», La Gaceta Literaria, Madrid, 15 de abril de 1927, Año I, número 8, p.1.
1
frente a la gran imantación que ejerce París cerca de
los intelectuales hispanoparlantes tratemos de
polarizar su atención, reafirmando la valía de España y
el nuevo estado de espíritu que aquí empieza a
cristalizar en un hispanoamericanismo extraoficial y
eficaz. Frente a la imantación desviada de París,
señalemos en nuestra geografía espiritual a Madrid como
el más certero punto meridiano, Madrid: punto
convergente del hispanoamericanismo equilibrado, no
limitador, no coactivo, generoso y europeo, frente a
París: reducto del «latinismo» estrecho, parcial,
desdeñoso de todo lo que no gire en torno a su eje.
Las reacciones fueron inmediatas y se desencadenaron
en distintos puntos del continente, pero la respuesta más
virulenta provino de los jóvenes que formaban la vanguardia
literaria argentina, nucleados en torno a la revista Martín
Fierro, Periódico quincenal de arte y crítica libre (Schwartz 2002). Pablo
Rojas Paz, Raúl Scalabrini Ortiz y Ortelli y Grasset (Jorge
Luis Borges y Carlos Mastronardi), entre otros, rechazaron
de plano los argumentos de De Torre, y recibieron la
propuesta como un gesto paternalista, propio de una
avanzada colonialista. Reemplazar a París por Madrid, no
parecía una opción posible.
Sin embargo, más allá de la tensión momentánea que
pudo generarse, la comunidad intelectual argentina y
española mantuvo un contacto productivo en las décadas
siguientes, a través de circuitos oficiales y alternativos.
Los ejes del debate inaugurado por De Torre siguieron
2
vigentes, aunque fueron redefinidos a la luz del nuevo
paradigma de cultura nacional inaugurado a mediados de la
década del cuarenta, con el ascenso del peronismo. Las
relaciones diplomáticas y económicas que el gobierno
argentino mantuvo con el régimen franquista en ese
entonces, contribuyeron a forjar una noción de cultura
nacional que sentó sus bases sobre los ideales más
conservadores de la tradición hispánica. La versión de lo
español que se instalaba por la vía oficial colisiononaba
con los parámetros universalistas y modernizadores que,
desde principios del siglo XX, la intelectualidad argentina
asociaba con el mundo libre y la cultura francesa, como
bien dejaron ver las réplicas que siguieron a la
provocación de De Torre. Mientras que desde el gobierno
nacional se tendía a fomentar la tradición hispano-criolla,
en los salones nacionales y a través de exposiciones
orientadas a consolidar las relaciones bilaterales, la
abstracción se asentaba en la escena internacional como la
tendencia dominante del arte moderno.
Un sector de la crítica argentina, tal vez, frente a
la evidencia de que las instituciones oficiales no
facilitarían la expansión del arte nuevo, y apoyándose en
una tradición consolidada de intercambio, articuló una red
de interlocución con un grupo de artistas y críticos
españoles, que operó como un circuito alternativo para la
reflexión sobre los matices regionales de la tendencia
universal.
3
Aun cuando tampoco la crítica que se arrogaba la renovación
del medio artístico fue completamente receptiva a los
movimientos de la vanguardia abstracta local en sus años
iniciales2, entrar en los debates sobre la abstracción
pareció suponer, además del ingreso en la agenda de
actualidad de los centros artísticos de influencia, una
forma de salir del aislamiento cultural.
La abstracción en las coordenadas del primer peronismo
Al mismo tiempo que en 1947 el Presidente Perón
convocaba a los intelectuales y artistas argentinos a
sumarse a la construcción de una cultura nacional para el
consumo del pueblo, la abstracción se instalaba en los
círculos de la cultura letrada como el lenguaje
internacional del mundo libre. En los inicios de la Guerra
Fría, la apariencia despolitizada y universalista de la
abstracción se impuso sobre el resto de las alternativas,
ocupando el polo opuesto del arte de propaganda o del arte
dirigido, como se designaba entonces a los programas
estéticos avalados por los regímenes totalitarios. La
reflexión crítica sobre el arte abstracto en Argentina
alcanzó visos particulares, por el intercambio con algunos
2 Me refiero al surgimiento del Movimiento Madí y de la Asociación Concreto-Invención en 1945, y a su primera aparición pública en 1944, en torno a la revista Arturo.
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núcleos intelectuales europeos y por las políticas
culturales impulsadas por el oficialismo.
La posición neutral que sostuvo el gobierno militar
argentino casi hasta el final de la guerra, le valió el
aislamiento internacional y una relación conflictiva con
los Estados Unidos. Cuando la toma de partido era decisiva,
buena parte de la ciudadanía, alineada con la causa
internacional antifascista, interpretó la afirmación de la
Tercera Posición como una posible prolongación del fascismo en
el país. Asimismo, el conjunto de medidas de control sobre
la prensa y las universidades que tomó el gobierno de Perón
una vez que se hizo cargo de la presidencia, dio lugar a
que la comunidad artística e intelectual consolidara un
frente de oposición al Estado Nacional. Si bien el
peronismo no instauró un programa artístico definido, la
cultura fue incluida en el primer Plan Quinquenal como una
de las áreas prioritarias del proyecto político, diseñado
para la Nueva Argentina. Su divulgación debía «servir como
elemento espiritual, para captar a las masas de emigrados»,
que habían aumentado ostensiblemente durante la Segunda
Guerra Mundial. Constituía un elemento de cohesión útil
para unificar a toda la Nación, lo cual incluía a la clase
trabajadora, principal destinataria del proyecto peronista.
Se planteó así un modelo de cultura interesado en
fortalecer el «ser nacional», cimentado en el conocimiento
de lo propio y en el afianzamiento de los lazos de la
«comunidad cultural hispanoamericana», unida por una misma
la lengua y ascendencia. En la medida en que afirmaba el
5
mito de un origen común de las naciones de América latina,
la hispanidad fue vista en los comienzos del régimen como
un instrumento útil para frenar el avance del movimiento
panamericanista. Si bien el culto a la tradición hispano-
criolla no perduró más allá de los primeros años cincuenta,
cuando las relaciones políticas con España comenzaron a
resquebrajarse, ese posicionamiento oficial en materia de
cultura fue visto como un signo de atraso y repudiado
especialmente por los artistas y por los críticos que
bregaban por la modernización de la institución.
El sesgo nacionalista que tuvieron los proyectos
culturales impulsados por el gobierno peronista, provocaban
el rechazo de las elites culturales argentinas, que veían
en la apertura internacional la vía de modernización
artística e intelectual. La resistencia que oponían a las
iniciativas oficiales no apuntaba tanto al carácter
nacionalista del emprendimiento, (la necesidad de un arte
con perfil propio era un señalamiento constante de la
crítica), sino, más bien, al modelo tradicional sobre el
que se edificaba. Como se infiere de las modificaciones del
reglamento del Salón Nacional y, en general en los
proyectos culturales oficiales, el modelo cultivaba un
esencialismo de lo argentino fundamentado en el ideal de la
tradición, que restituía por medio de una serie de
estereotipos folklóricos, literarios y artísticos3.
3 Giunta, Andrea. «Nacionales y populares. Los salones del peronismo». En Penhos, Marta y Wechsler, Diana (coord.). Tras los pasos de la norma. Salones nacionales de Bellas Artes (1911-1989). Archivos del CAIA 2. Buenos Aires:Ediciones del Jilguero, 1999, pp.153-190.
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Dentro del ideario político-cultural forjado por el
peronismo, el hispanismo y su doctrina fundada en la raza,
la religión y la lengua, proveía un sustrato donde sentar
también las bases de la argentinidad. Este fue uno de los
argumentos esgrimidos para justificar las relaciones
económicas, diplomáticas y culturales que el régimen
peronista mantuvo entonces con la dictadura de Franco. La
Exposición de Arte Español Contemporáneo, inaugurada el 12 de
octubre de 1947 en el Museo Nacional de Bellas Artes de
Buenos Aires, en conmemoración del Día de la Raza, es un
testimonio de la relación productiva entablada entre los
dos regímenes4. Se trataba de un envío oficial que
integraba un sector de artistas de sesgo académico y un
conjunto de«renovadores», seleccionados por la Academia
Breve de Crítica de Arte, entre los que figuraron José
Aguiar, Francisco Gutierrez Cossío, Álvaro Delgado, Rafael
Durancamps, Gutierrez Solanas, Benjamín Palencia, Ángel
Ferrant y Pablo Gargallo. La exposición, que sería
rechazada poco después por Londres y Nueva York, por no
incluir a Picasso y a Miró, fue atacada por un sector de la
crítica argentina por excluir, además, a otras figuras de
la modernización española como Juan Gris, Joaquín Mir y
Manolo Hugué5. Cuestionada la contemporaneidad de la 4 Talía Bermejo hace un análisis minucioso de las condiciones políticasy culturales en las que se organizó esta exposición, y de la recepcióncrítica oficialista y disidente. Bermejo, Talía. «El segundo desembarco: La Exposición de Arte Español Contemporáneo (Buenos Aires,1947)». En Aznar, Yayo y Wechsler, Diana B. (comp.). La memoria compartida. España y Argentina en la construcción de un imaginario cultural (1898-1950). Buenos Aires: Paidós, 2005, pp.189-221.
5 Ibídem.
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selección, la conexión con la tradición hispánica fue
considerada por la crítica como un factor de retraso y
decadencia. Las alabanzas de Perón a la exposición y de la
prensa oficialista, que consideró que expresaba la
auténtica «alma española», generó reacciones contrarias en
la crítica especializada, que en general la recibió como
una exposición de corte academicista. La presencia de los
renovadores no logró evitar la recepción crítica condenatoria
que tuvo de parte de figuras consagradas como Julio Payró,
Jorge Larco y Jorge Romero Brest.
Una recepción similar tuvo la exposición Arte moderno
español, presentada dos años más tarde, en la galería
porteña Velázquez. Fue Romero Brest quien, desde las
páginas de Ver y Estimar, cuestionó la modernidad anunciada en
el título6. Del conjunto presentado -prácticamente era el
mismo que el de la exposición anterior- rescató
relativamente a quienes fueron «los grandes del pasado»,
como Gutierrez Solanas, o los «modernos en su tiempo», como
Francisco Arias, Delgado, Palencia, Regoyos y Sorolla. Sólo
eximió del juicio a la única obra de Picasso que se
exhibió, incluida «tal vez para indicar que también el arte
español sabe ser moderno, fuera de España».
Así, el arte español que llegaba a Buenos Aires por
mediación oficial no tenía ni el carácter universalista que
buscaba Romero Brest, ni el perfil europeo que idealizaba
Payró para el arte del presente. En un balance del panorama
6 Romero Brest, Jorge. “Crítica. Pintores españoles de hoy”. Ver y Estimar. Buenos Aires, V.1, núm. 14-15, noviembre de 1949, pp. 69-70.
8
del arte argentino, Payró no podía explicarse cómo una
nación cuyos estándares de vida mejoraban progresivamente,
en comparación con el resto de países americanos, había
dado un «deplorable vuelco antimoderno» durante la década
del cuarenta7. En primer lugar, adjudica la causa de la
declinación del arte argentino a la influencia del
muralismo mexicano y a la estancia de Siqueiros en el país,
con su «incurable inclinación al realismo» y a la
«objetividad prosaica». Pero también lo atribuye al influjo
español, y a «los amagos indigenistas», que describe como
«la epidemia de la pandereta, la epidemia de la chola, la
epidemia del gaucho (pintado o modelado “a la española”),
la epidemia del indio y la epidemia del chango». Practicado
por artistas contemporáneos pero no modernos, aclara Payró,
el «pintoresquismo» al que alude ese repertorio configura
«una imagen increíblemente falsa de la progresista
Argentina»8. No hay duda de que el terreno ganado por el
repertorio nativista en los salones nacionales, como su
expansión a través de las exposiciones oficiales, está
operando como referencia del juicio crítico.
Si en el ámbito internacional de la posguerra el arte
abstracto era valorado por su carácter ahistórico -lo que
lo volvía una manifestación del mundo libre- se comprende
el rechazo o el desinterés que pudo provocar en la
perspectiva nacionalista que auguraba el Primer Plan
Quinquenal. No obstante, como ha señalado Andrea Giunta, ni
7 Payró, Julio. “Artes Plásticas. Consideraciones sobre del arte argentino en el periodo 1930-1950”, Sur, Núm, 192-193-194, Buenos Aires, (octubre-noviembre de 1950), pp.285-29.8 Ibídem, p.290.
9
siquiera las calificaciones de «morboso», «perverso» o
digno de «anormales», que el Ministro de Cultura y
Educación Oscar Ivanissevich dirigió al arte abstracto, en
su discurso de apertura del Salón Nacional de 1949, son
suficientes para interpretar este episodio como un alegato
contra la abstracción, ni para identificar la política
peronista hacia las artes visuales con la censura llevada a
cabo por el nazismo9.
De todos modos, las intervenciones oficiales en el campo de
las artes visuales y las predilecciones estéticas que
pusieron en evidencia, intensificaron la actitud reactiva
del medio artístico, provocando el repliegue de los
intelectuales y artistas reconocidos en el extremo opuesto.
9 Giunta, Andrea. «Nacionales y populares. Los salones del peronismo», op.cit., p.166.
10
El otro contacto español
Otras representaciones del arte español se habían
formalizado en el país a través de circuitos paralelos a
los oficiales. El ámbito de las publicaciones culturales
fue un campo fructífero que reactivó las relaciones
intelectuales hispano-argentinas, especialmente las
fundadas por los republicanos españoles exiliados en Buenos
Aires. En este medio participaron activamente los
argentinos Jorge Romero Brest, Julio Payró y Romualdo
Brughetti, entre otros críticos latinoamericanos. Las
revistas del exilio español funcionaron como un espacio de
conexión y difusión del arte moderno europeo e
iberoamericano, sobre la base de una posición común, que
colocaba a Francia en el centro de la cultura universal y a
la Escuela de París como referencia ineludible del arte
moderno. En ellas se reconocía la autonomía cultural y
política del continente, a la vez que se defendían loz
lazos culturales iberoamiercanos, frente a lo que se
presentaba como la amenaza «del grupo anglosajón»10. Si
bien revistas como Correo Literario (1943-1945) y Cabalgata
(1946-1948) no adhirieron a la abstracción como tendencia
dominante, sí colaboraron con su difusión en el medio
porteño, al incluir en sus páginas a artistas como
Kandinsky, Mondrian y Torres-García, y a otros
practicantes menos ortodoxos como Picasso, Manuel Ángeles
Ortiz, Manuel Colmeiro y Luis Seoane. Principalmente estos
últimos tuvieron una presencia destacada en las revistas, 10 Carta abierta. Correo Literario, núm. 1, 15 de noviembre de 1943, p.2.
11
dada la doble inscripción que sobre ellos articulaban los
discursos críticos, como artistas modernos y agentes de la
resistencia antifalangista-antifascista. Se trataba de
figuras que al mismo tiempo respondían a la exigencia del
compromiso político y de la renovación estética,
atribuciones que los ubicaban en las antípodas de lo que
había pretendido fijar la exposición oficial enviada por
Franco.
En la misma línea, revistas culturales como Sur yVer y
Estimar (esta última dedicada especialmente a las artes
visuales) promovieron con las revistas del exilio español,
y en contacto con sus colaboradores, una concepción moderna
y cosmopolita de la cultura, que con diferentes matices se
enfrentaba a la que perfilaba el peronismo. Como ha
señalado Oscar Terán, el mundo de las publicaciones
culturales, las librerías y las editoriales operaron como
«refugios» en que los artistas y escritores antiperonistas
«fortalecieron ámbitos de resistencia y producción
cultural»11.
Cuando Romero Brest, director de Ver y Estimar, puso en duda
la representación del arte moderno español que anunciaba la
exposición de la galería Velázquez, en 1949, su juicio se
fundamentaba en el conocimiento cabal que tenía de la
escena contemporánea española y de quienes en ese momento
encarnaban la renovación artística. Los viajes que había
hecho a España por en 1948 y 1949 y, en especial, la
11 Terán, Oscar. «Rasgos de la cultura en el primer peronismo (1946-1955)». En Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano. BuenosAires: Siglo XXI Editores, 2004, p.67.
12
comunicación fecunda que mantuvo con los miembros de la
Escuela Altamira, le permitieron advertir que los jóvenes
que en Madrid, Zaragoza y Barcelona «luchan realmente por
ser modernos» no figuraban en la exposición de Arte Moderno
Español 12. El crítico se refería a los grupos de la
vanguardia española que irrumpieron en la inmediata
posguerra: el zaragozano Grupo Pórtico, el catalán Dau al
Set y la Escuela de Altamira, con sede en Santillana del
Mar. Había tomado contacto con esas agrupaciones a través
de Mathías Goeritz, Ángel Ferrant, Ricardo Gullón y Eduardo
Westerdhal, fundadores de Altamira, y del crítico Sebastián
Gasch, a quienes conoció durante su estancia en España. Con
los dos primeros entabló una relación de amistad que
mantuvo por años en una fluida correspondencia, en tanto
que Gasch actuó en Ver y Estimar como corresponsal desde
Barcelona13.
La renovación de la escena española llegaba por ese
contacto al país a través de Ver y Estimar, en un espectro de
tendencias en el que se articulaba una abstracción
ascendente pero ecléctica, en la versión constructiva y
lírica del Pórtico; la impronta surrealista, procedente de
Dau al Set, y la fórmula primitivista de la Escuela de
Altamira, que proponía en la austeridad de la pintura
prehistórica un modelo para el arte nuevo, frente a la 12 Las obras mencionadas por Romero Brest que fueron exhibidas son Figura de mujer de Picasso; Bodegón de Álvaro Delgado; El sacamuelas de Gutierrez Solanas y Titiriteros de Benjamín Palencia. Romero Brest, Jorge.«Crítica. Pintores españoles de hoy». Ver y Estimar, 14-15, V.1, Buenos Aires, noviembre de 1949, pp. 69-70. 13 Giunta, A. Goeritz/Romero Brest. Correspondencias. Serie Monográfica Núm.4, Buenos Aires: UBA. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Teoríae Historia del Arte «Julio E. Payró», 2000.
13
intelectualización del cubismo o de la extravagancia del
surrealismo14.
El encuentro de Romero Brest con los miembros
de Altamira, coincidió con el momento en que se organizaban
las primeras reuniones de arte abstracto en Santander y en
Madrid, donde los críticos y los artistas tuvieron la
ocasión de discutir los matices teóricos y artísticos de la
tendencia emergente. Seguramente el acontecimiento tuvo un
impacto considerable en el crítico argentino15. No había
tema que más interesara a Romero Brest, en ese entonces,
que una discusión teórica de la cual pudiera obtener
elementos técnicos para abordar los fenómenos del arte
nuevo. La falta de claridad teórica era un reclamo que
hacía tanto a los movimientos de la vanguardia argentina,
como a la crítica local16. Desde esta perspectiva, puede
entenderse el interés que le suscitara el surgimiento de
los grupos de vanguardia que propiciaban la discusión
estética entre críticos y artistas17.
En los años siguientes, al mismo tiempo que la recepción
del arte abstracto se asentaba en la crítica argentina, se
14 Díaz Sánchez, Julián. El triunfo del Informalismo. La consideración de la pintura abstracta en la época de Franco. Madrid: Metáforas del Movimiento Moderno, 2000.15 Formaron el Grupo Pórtico (1947-1950): Santiago Lagunas, Fermín Aguayo y Eloy Giménez Laguardia. Dau al Set (1948-1956) fue fundado por el poeta Joan Brossa, el filósofo Arnau Puig y los pintores Joan Ponç, Antoni Tàpies, Modest Cuixart y Joan Josep Tharrats, a los que se sumará más tarde el poeta y crítico Juan Eduardo Cirlot.16 Dirección. “Revistas de arte argentinas”. Ver y Estimar, 27, vol. VIII, Buenos Aires, abril de 1952, pp.4-5.17 Julián Díaz Sánchez y Ángel Llorente describen un panorama similar de “imbricación entre críticos y artistas” en el escenario español de la misma época. Díaz Sánchez, Julián y Llorente Hernández, Angel. La crítica de arte en España (1936-1976). Madrid: Ediciones Akal, 2004, p.39.
14
afianzaban los vínculos intelectuales con los miembros de
Altamira. Ver y Estimar rindió un homenaje a Ferrant, en 1949,
y otro a Goertiz, un año después. En cada ocasión, se
dedicaron varias páginas a ensalzar a los artistas y a dar
cuenta de su aporte dentro del panorama del arte
contemporáneo. También se incluyó un artículo del propio
Ferrant.18
Guillermo De Torre resumió la trayectoria artística Ferrant
y su paso de la figuración al «arte concreto», valiéndose
de algunos conceptos vertidos por Kandinsky —que Peggy
Guggenheim compiló en Art this century (1942)—, y otros de
Moholy Nagy, publicados en New Vision (1939). En su relato
admitía la deuda que la escultura cinética del artista
español tenía con los móviles de Alexander Calder, pero
destacaba como una virtud «saludable» el hecho de que
Ferrant, como en general los artistas europeos, «a
diferencia de los americanos», no hubiera contado con el
privilegio del «cobijo» del Estado. Sobre la base de ese
fundamento, y excluyendo a Calder, delinea una genealogía
de la escultura cinética auténticamente europea, que desde la
escultura de Gabo y Pevsner; Brancusi y los futuristas,
remonta hasta la escultura policromada de Alonso
Berruguete19.
Por su parte, Romero Brest encontraba en el uso de
utensilios y de mecanismos animados, en obras como
Hidroavión, Anfibio galopante o Gitana, el aporte original de
18 Ferrant, Ángel. «El artista frente al mundo. Opina Ferrant». Ver y Estimar, 10, vol. III, Buenos Aires, mayo de 1949, pp.24-26. 19 Torre, Guillermo de. «Homenaje a Ángel Ferrant. Para Ver y Estimar». op.cit, pp.7-12.
15
Ferrant al arte moderno20. En esos recursos identificaba un
modo de producción tendiente a humanizar la máquina, que
asoció a la influencia de Pablo Gargallo y de Julio
González. Desde una perspectiva similar a la de De Torre,
la interpretación del crítico argentino apuntó al carácter
español y heroico de la obra de Ferrant, como sugiere la
comparación que establece entre el impacto que le produjo
su primer encuentro con los móviles de Calder, una
experiencia que describió como de «felicidad y emoción
pura», y los móviles de Ferrant. El contraste con la visión
alucinada que le produjeron las estructuras cinéticas de
Calder en la entrada del Museo de Basilea, emplazadas en un
ambiente que se prestaba para la libre experimentación, lo
inducían a preguntarse respecto de la obra de Ferrant:
«Pero ¿quién colgaría un objeto que libera el espíritu allí
donde él vive, ya que todo es opresión y tristeza,
melancólico apretamiento del alma en la cárcel de un
ambiente que se estrecha más y más?». Apostar por la
escultura cinética, en el marco de unas condiciones de
producción desfavorables, reclamaba para Romero Brest una
lectura de tipo «moral», como alternativa a la «meramente
lúdica» que le había destinado Ricardo Gullón, en su
monografía sobre el artista.
Si bien no estuvo especialmente interesado en el debate
figuración-abstracción, le preocupaba entender los
fenómenos artísticos a la luz de la coyuntura histórica. En
este sentido, la incorporación de la abstracción en el
20 Romero Brest, Jorge. «Ángel Ferrant y la inquietud actual», op.cit., pp.13-23.
16
marco del conflicto bélico, estaba en alguna medida en el
centro de sus reflexiones, y aquí coincidía en parte con el
fundamento vanguardista que le atribuia de Torre. Más allá de
que a Romero Brest le costaba reducir el ejercicio crítico
a una exclusiva lectura formalista, por lo menos hasta
entrada la década del cincuenta, entendía que en esa
coyuntura política no podía hacerse una lectura únicamente
hedonista de los móviles del español, valorarlos como mera
forma. Se trataba de arte moderno en el sentido pleno, si
no de oposición, por lo menos, sin el apoyo del Estado.
Con textos de Ferrant, Guyón y Westerdhal, el homenaje que
hizo la revista a Goertiz, en 1950, introdujo otras
cuestiones sobre la vertiente abstracta discutida en
Altamira21. Por un lado, las figuras y objetos estilizados
de la pintura de Goertiz mostraban una orientación hacia la
biología, que Guyón presentó como una alternativa a la
abstracción geométrica, opción a la que adhería la
vanguardia argentina. Por otra, el mismo Goeritz declaraba
no importarle que sus pinturas pudieran compararse con las
de un niño; como tampoco que catalogaran su obra como
«Arte abstracto» «Concreto» o «Non-objective». Esos
términos, presentes en los debates de la agrupación
francesa Réalités Nouvelle, también formaban parte de los
programas artísticos de la vanguardia argentina que, desde
21 Ferrant, Ángel. «Conocimiento de Mathias Goeritz. Para Ver y Estimar», pp.43-46; Goertiz, Mathias. «El artista frente al mundo. Habla MathiasGoeritz», pp.47-48 y Westerdhal, Eduardo y Gullón, Ricardo. «Sobre Mathias Goeritz», pp.49-50. Ver y Estimar, 20, vol.V, Buenos Aires, octubre de 1950.
17
la segunda mitad de la década del cuarenta, mostraba su
inclinación por la abstracción geométrica.
La influencia española podía permitir trazar algunas
relaciones entre, por ejemplo, las esculturas móviles de
Ferrant y las del movimiento Madí, pero no lograba dar
cuenta de la tendencia concreta, que el crítico Samuel
Oliver caracterizó como la línea «más dura», a la que se
orientaba un sector considerable de la avanzada local.22
Mientras el Madí encontró asidero con el grupo de Réalités
Nouvelle, el concretismo, como señala María Amalia García,
recurrió al suizo Max Bill, como su referencia prinicpal23.
En este punto cabe preguntarse, entonces, qué influencia
tuvo la renovación artística española en el medio argentino
durante la posguerra. En primer lugar, como sugiere Giunta,
una de las estrategias implementadas por escenas culturales
marginales, como las de España, Argentina y México, fue la
de generar proyectos culturales que promovieran el
intercambio entre los intelectuales y artistas de esos
centros, como una manera de salir del aislacionismo y de
poder insertarse en el circuito internacional.
Desde esta perspectiva, podría explicarse también el debate
terminológico que en torno a la abstracción tuvo lugar en
Sur, la revista dirigida por Victoria Ocampo, entre 1951 y
195224. La polémica se inició por un desacuerdo 22 S. Oliver. “En la línea de la expresión más dura”, Ver y Estimar, v. 3 núm. 13, Buenos Aires, octubre 1949, p. 27-32.23 García, María Amalia. El arte abstracto. Intercambios culturales entre Argentina y Brasil. Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2011.24 Payró, Julio E. «¿Arte abstracto o arte no objetivo?», pp.87-91; deTorre, Guillermo. «Repuesta a Julio E. Payró». Sur, 202, agosto de 1951, pp.91-96; Córdova Iturburu, Cayetano; Ferrant, Ángel; Goeritz, Mathias; Gullón, Ricardo; Kosice Guyla; Martín, Vicente; Mujica
18
terminológico entre Julio Payró y Guillermo de Torre25.
Mientras que el primero insistía en reemplazar la imprecisa
desginación de «arte abstracto» por la de «no-objetivo»,
para aludir al arte que no supone una relación mimética con
la naturaleza, para el español se trataba de un barbarismo
semejante al término surrealismo, empleado en lugar del
correcto «superrealismo». Ambos críticos recurrieron a una
amplia gama de figuras de autoridad, líneas genealógicas y
Lo notable es que, para dirimir la cuestión, los críticos
acordaron «trasladar el problema a los amigos de la Escuela
de Altamira», «especializados en tal estética», a fin de
que expusieran las conclusiones a las que habían arribado
en las últimas reuniones. Una encuesta con tres preguntas,
enviada por correo, pedía la opinión sobre las preferencias
terminológicas y el «porvenir» del «arte figurativo en
relación con el arte representativo». Así, Ferrant,
Goertiz, Gullón y Westerdhal, intercambiaron opiniones con
los críticos y escritores argentinos Cayetano Córdova
Iturburu y Manuel Mujica Láinez; con los artistas
abstractos argentinos, Gyula Kosice y Juan Del Prete, y de
Uruguay, con Vicente Martín y Hans Platschek (alemán).
La polémica por las nominaciones se desplegaba en
el mismo momento en que en Madrid tenía lugar la I Bienal
Lainez, Manuel; Platschek, Hans; Del Pret, Juan y Westerdahl, Eduardo.«¿Arte abstracto o arte no figurativo? Artes Plásticas». Sur, 209-210,marzo-abril de 1952, pp. 157-168.25 Analicé este debate con detenimiento en Suárez Guerrini, Florencia. «La historia del arte como relato. Momentos de tensión entre tradicióne innovación en el arte argentino de los años cincuenta». En Historiografía del arte y su problemática contemporánea. III Encuentro de Historia del Arte en Chile. Santiago de Chile: Departamento de Teoría de las Artes. Cuadernosde Historia del Arte, 2005, pp.167-174.
19
Hispanoamaricana de Arte, un acontecimiento que, si bien
estaba organizado por una institución oficial -el Instituto
de Cultura Hispánica-, como bien señala Miguel Cabañas
Bravo, representó para el arte español el ingreso a la
renovada década del cincuenta, más que la culminación de la
anquilosada década del cuarenta.26 Al contrario, a pesar
del sentido aperturista que supuso la Bienal, el envío
argentino estuvo representado por algunos artistas cercanos
al gobierno oficial, como Alfredo Guido, Enrique de
Larrañaga, Alfredo Gramajo Gutierrez y Cesáreo Bernaldo de
Quirós, entre otros, cuyas obras mostraban una inclinación
evidente por los motivos costumbristas y por la práctica de
una figuración de corte académico.27
Mientras tanto, artistas y críticos seguían consolidando
vínculos a ambos lados del Atlántico en los circuitos
alternativos. En cierta medida, la situación marginal que
atravesaba la cultura española por esos años, no estaba tan
alejada de lo que ocurría en Argentina.
Hasta el último número publicado en diciembre de 1955, Ver y
Estimar, mantuvo el contacto activo con los altamirenses,28 y
26 Cabañas Bravo, Miguel. “La primera Bienal Hispanoamericana de Arte: Arte, política y polémica en el certamen internacional de los años cincuenta”. Vol.1. Madrid: Universidad Complutense de Madrid. Facultadde Geografía e Historia, 2002, p. 32. (Tesis doctoral). Edición electrónica accesible desde http://eprints.ucm.es/2324. Fecha de acceso: 21 de agosto de 2011.27Suárez Guerrini, Florencia. “Arte popular y masivo. Los primeros añosde la revista Continente”. Dolinko, Silva (et al) La autonomía del arte: debates en la teoría y en la praxis. VI Congreso de Teoría e Historia de las Artes. Buenos Aires: CAIA, 2011, pp.391-403.28 D. Bayón. “Telegramas sobre arte europeo. Visita a Ángel Ferrant”, Ver y Estimar, Serie 2, n.10, Buenos Aires, 10 de octubre de 1955, p.12.
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continuó con la difusión de otros “jóvenes de la pintura
española”: Planasdurá, Tàpies, Pascual de Lara, Lago
Rivera, Joan Ponç, Costa, Sucre, Cuixart; García Vilella y
Surós.29 A pesar de que no será sino hasta iniciada la
década del cincuenta que puedan detectarse influencias
entre el informalismo español y los desarrollos de una
abstracción más lírica en el arte argentino, no puede
soslayarse la presencia española en el momento anterior. El
arte español que llegaba a través de las exposiciones
oficiales al país no resultaba un recurso viable para el
proceso de modernización que pretendían artistas y
críticos. Las publicaciones culturales, y los intercambios
generados a través de ellas, operaron, en cambio, como una
válvula de escape para difundir artistas, hacer circular
imágenes e intercambiar puntos de vista sobre el arte
moderno con los pares extranjeros, tal como deja ver este
extracto de una carta escrita por Ferrant:
«Mi querido amigo Jorge Romero Brest: Siempre que recibo
“Ver y Estimar” me parece que llega una carta suya. Cada
ejemplar, que leo con sumo interés, me trae en efecto
noticias más acusadas de su personalidad. (…) Supe que sus
conferencias de México excitaron poderosamente la atención
del auditorio y que ese eco tuvo gran extensión. Lo
29 S. Gasch. “Correspondencia. Escribe desde Barcelona Sebastián Gasch”, Ver y Estimar, núm. 16, Buenos Aires, 16 de marzo de 1950, pp.57-60 y “Joan Pons. Para Ver y Estimar”; R. Gullón. “La joven pintura española. Para Ver y Estimar” y a. Ferrant. “Una definición de la escuela de Altamira en 1951”, Ver y Estimar, núm. 27, Buenos Aires, 27 de abril de 1952.
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felicito muy de veras. Aquí sigo trabajando con mucha más
pena que gloria y al margen de Bienales y cenáculos.»30
Más allá del sentido que los regímenes de Franco y
Perón pudieron dar al hispanismo, y de las motivaciones que
pudieron incidir, como el aislamiento cultural, la lengua
o, en última instancia, una tradición cultural común, no
cabe duda de que el contacto hispanoamericano podía
pensarse aún como una vía posible para teorizar sobre el
arte moderno.
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30 Carta De Ángel Ferrant a Romero Brest, fechada “Madrid (El Viso) 5 de diciembre de 1951”. Archivo Romero Brest, Instituto de Teoría e Historia del Arte "Julio E. Payró", Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Correspondencia.C22 229. Manuc., 1p.
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