Del Yo a la trascendencia. Reflexiones agustinianas sobre el concepto de persona.
El concepto filosófico de persona
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EL CONCEPTO FILOSÓFICO DE PERSONA
Por: Carlos Enrique Pettoruti
“Los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza
los distingue ya como fines en sí mismos” (Kant1)
1.- Introducción: “La persona es un bebé”
Muchos años atrás recuerdo haber leído un libro cuyo
título era “El bebé es una persona”. Reflexionando ahora
acerca del concepto de “persona” se me ocurre invertir los
términos del título: “La persona es un bebé”.
Claro es que esto lo expreso no precisamente fundado
en la convicción de que todos nosotros andamos gateando con
chupete y balbuceando palabras. Somos bebés en el sentido
de cómo personas vivimos en proceso de construcción, de
cambio, de modificación permanente, tanto desde el ámbito
físico, como el psíquico y el social.
Pero este cambio permanente, que también, como veremos
se ve reflejado por el cambio permanente de las
concepciones filosóficas acerca de la “persona” a través
del tiempo, no debe ser entendido o confundido con un “caos
permanente”.
Cambio no necesariamente significa caos o desorden.
Tal vez por eso es posible afirmar que en el concepto de
El autor es Abogado, Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales (UNLP), Profesor Titular Ordinariode Introducción al Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNLP y miembrode la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.1 KANT, Emmanuel: “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”,Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1946, pág.83
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persona convergen múltiples proporciones y perspectivas
equilibradas. Elijo por ello la tradicional imagen del
“Hombre de Vitrubio” dibujada por el genial Leonardo como
punto de partida de este desarrollo que no pretende otra
cosa que reflexionar acerca de las distintas visiones que
desde antes y hasta hoy han existido en torno al complejo
término “persona.
Para seguir este recorrido propongo analizar los
distintos sentidos que se atribuyen a esta palabra, para lo
cual también es necesario establecer los variados ámbitos
de referencia en los cuales se utiliza, pero nunca dejando
de tener en cuenta que el concepto “persona” se inserta en
una perspectiva culturalista, tras la cual siempre subyacen
elementos éticos y humanistas.
2.- Una persona, muchas personas.
Sabido es que toda palabra puede ser ambigua y vaga.
Ambigua porque con ella podemos referirnos a cosas muy
diversas y vaga porque muchas veces no se halla
adecuadamente limitado su ámbito de referencia.
Las palabras de uso corriente no suelen cargarnos con
grandes inquietudes en cuanto a su sentido o ámbito de
referencia: “libro”, “lápiz” o “manzana” no suelen ser
términos que generen encendidos debates. Claro es que no
ocurre lo mismo con palabras como “justicia”, “libertad”,
“dignidad”, “derecho” o, como en el caso que nos ocupa
especialmente “persona”. Se tratan todas ellas de vocablos
2
que poseen una gran carga emotiva, lo cual esencialmente no
es incorrecto, por el contrario, forma parte de las
funciones del lenguaje no solamente transmitir información
objetiva, sino también emociones, sentimientos u opiniones.
Claro es que la carga emotiva siempre dificulta la
univocidad del término.
También sabemos que toda palabra posee una designación
y una denotación. La designación está constituida por el
conjunto de propiedades de la cosa referida, y la
denotación comprende a todas aquellas cosas u objetos que
son nombrados por una palabra.
El problema de la designación y de la denotación no es
poca cosa, especialmente en lo que al término “persona” se
refiere. En efecto, auguro un problemático capo de
interminables discusiones cuando se intente establecer
cuáles son las propiedades o características que debe
cumplir alguien, un ser, para que nos refiramos a él como
persona. Como veremos mas adelante, el problema de la
denotación de la personalidad es un punto crucial para el
derecho. Pensemos tan sólo como ejemplo en un par de
preguntas con consecuencias jurídicas: ¿es un embrión
humano congelado una persona? ¿podemos afirmar que una
sociedad comercial sea realmente una persona, es decir,
posea personería jurídica, como suele decirse?. Por
supuesto, cuanto mayores o más amplias sean las propiedades
de la personalidad que admitamos, más restringida será la
denotación del término (haciendo un juego de palabras sería
algo así como: “a más persona, menos personas”). Por eso se
3
dice que entre designación y denotación existe una relación
inversamente proporcional.
Pensemos un poco en las múltiples alternativas en las
que utilizamos término “persona”: como sinónimo de
individuo, de hombre o mujer, para referirnos a la
presencia física de alguien (“en persona”), para referirnos
a la intimidad (“personal”), para mencionar a un individuo
que nos desagrada (“persona no grata”), para referirnos a
la unidad de ejercicio de los derechos (“persona jurídica”)
y hasta para hacer mención a los accidentes gramaticales
propios del verbo (“primera, segunda o tercera persona”),
entre tantísimas otras acepciones
De algo podemos hallarnos seguros, por constituir algo
evidente, y es que el concepto de persona que tanto nos
ocupa ha ido cambiando según el contexto histórico y social
en el cual ha sido considerado, aunque siempre ha mantenido
un sustrato común: su vinculación esencial con el concepto
de “hombre”. Los términos “persona” y “hombre” se hallan
intrínsecamente co-implicadas, aunque no se traten
específicamente de lo mismo: la palabra “persona” suele
hallarse vinculada al mundo de la cultura y a los valores
éticos y jurídicos, por lo que parece ser un término
agregado al concepto de “hombre”: el término griego
“prosopon” como máscara sobrepuesta, o bien el verbo latino
“personare”, es decir, sonar a través de algo. Por ello
existe un refrán jurídico que afirma “homo pluses personas
sustinet” (el hombre desempeña muchos papeles).
4
Pero no menos dificultades semánticas hallamos también
con la palabra “hombre”: ser racional (varón o mujer),
grupo determinado del género humano (el hombre americano),
individuo con cualidades varoniles (“todo un hombre”),
marido, cobarde (“poco hombre”), individuo indeterminado
(“hombre al agua”) y hasta una interjección mas propia de
los españoles (“¡hombre!”).
3.- Los diversos ámbitos de referencia.-
De acuerdo con lo antedicho, se presenta, entonces, la
necesidad de establecer las perspectivas del concepto
“persona” según los distintos ámbitos de referencia del
término. La sociología, el derecho, la psicología, la
historia, la antropología y esencialmente la filosofía han
tratado de brindar una explicación al respecto.
La sociología ha considerado a la persona en el
contexto de los diversos vínculos que se construyen en la
sociedad los procesos, es decir, visualiza a la persona en
el marco de la vida en sociedad, es decir, de las
sociedades humanas.
El derecho enmarca a la persona en el contexto de sus
capacidades, derechos, deberes y responsabilidades.
La psicología enfoca el concepto de persona desde la
perspectiva de esta disciplina que estudia los procesos
mentales, incluyendo procesos cognitivos de los individuos
y las estructuras de razonamiento y racionalidad cultural.
5
La historia se ocupa de un análisis de la persona
desde la perspectiva del desarrollo de los acontecimientos
de la humanidad.
La antropología abarca el estudio del ser humano desde
diversas esferas, casi diríamos “holístico”, pero siempre
considerándolo parte de una sociedad.
Todas estas son legítimas visiones que elaboran una
noción de “persona” en el ámbito de las ciencias sociales,
pero que en su última instancia convergen en ese saber
totalizador, crítico y omnicomprensivo que es la filosofía,
y precisamente como dice Balbino Zubiri2 tratar este tema
filosóficamente no implica eliminar los otros aspectos de
la cuestión, sino justamente al revés, se le da su
verdadero centro de gravedad y se lo fundamenta en una
noción clara y precisa de lo que es ser “persona”.
4.- Filosofía de la persona y filosofía del hombre.
Si partimos de la base que una de las características
del conocimiento filosófico es su reflexividad, hallaremos
necesariamente una estrecha vinculación entre el hombre y
la filosofía, al punto tal de reconocer, juntamente con
Francisco Romero3, que el hombre es “filosofía en acción”,
precisamente por el señalado carácter de reflexividad del
pensamiento. Esto lleva a afirmad que la filosofía de la
persona no es otra cosa que la filosofía misma.
2 ZUBIRI, Balbino: “El hombre, realidad personal”, Revista deOccidente, Madrid, 1963.3 ROMERO, Francisco: “Filosofía de la persona”, Ed. Losada, BuenosAires, 1944.
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Es importante aquí que dediquemos un breve espacio de
reflexión a tres conceptos estrechamente vinculados:
“persona”, “hombre” e “individuo”.
La idea de persona y la idea de individuo convergen en
la noción de hombre (o ser humano), pero desde perspectivas
distintas.
La “personalidad” está determinada por todas aquellas
posibilidades que el hombre ejerce en el ámbito de su
libertad. Se define entonces como una característica
positiva: una adición de cualidades.
La “individualidad” se establece por defecto, es
decir, cuando se es un individuo, no se es otro.
De lo anteriormente expresado, es posible concluir que
el concepto filosófico de “persona” dependerá del
posicionamiento del hombre frente a la filosofía. Y, como
es sabido, este posicionamiento no ha sido siempre el
mismo. Ha transcurrido por varios momentos y etapas.
Podríamos ensayar una sistematización (que, como toda
clasificación puede ser criticable o arbitraria, pero
intento clasificatorio al fin) de seis momentos o
perspectivas filosóficas sucesivas que a través de una
especie de “túnel del tiempo” nos muestran cómo ha sido
considerada la persona dentro de un sistema filosófico, y
porqué: la Antigua Grecia, la Edad Media, la “revolución”
del Idealismo como paso de ingreso a la modernidad, la
contemporaneidad y el hoy, es decir, la actualidad.
7
5.- El concepto de “persona” en la filosofía griega.
Si algo ha caracterizado al pensamiento filosófico
griego es su visión ontológica “realista”, lo cual permitió
una clara distinción entre la naturaleza (physis) y la
sociedad (polis). Si bien el hombre formaba parte de la
naturaleza, se caracterizaba también por compartir su vida
con sus semejantes sobre la base de una organización social
y normativa en la “polis”.
Uno de los puntos máximos de la revalorización
filosófica del hombre como tal en los verdaderos principios
de antropología filosófica que surgen de la obra del genial
Sócrates (no en vano en honor a su natalicio ha sido fijado
el “día de la filosofía”), quien se alzó frente al
relativismo escéptico de los sofistas, realzando las
características éticas del hombre, su capacidad y
posibilidades de conocimiento de la verdad, y su esencia
individual única e irrepetible.
Fue precisamente esta forma de percepción y
explicación de la realidad que elaboraron los filósofos lo
que permitió desarrollar las ideas de “hypóstasis” y
“prosopon”.
El término griego “hypóstasis” fue utilizado para
referirse al ser o a la sustancia, puede ser entendido como
substrato y también puede explicar aquello que esta
“sotopuesto” o puesto por debajo, como soporte, como
naturaleza.
Frente a lo “sotopuesto” está lo “sobrepuesto”, lo
puesto por arriba, lo que se ve o exhibe. Ésa es la
8
“prosopon”, nombre con el cual además los griegos hacían
referencia a las máscaras propias del teatro clásico, en
virtud de las cuales cada actor representaba un
“personaje”. La personalidad era así entendida como una
proyección del individuo hacia la sociedad. Nuestro
carácter de hombres, en tanto seres biológicos, es nuestra
hypóstasis o sustrato, y el cómo esa racionalidad e
individualidad se proyecta socialmente es nuestra prosopon
o personalidad.
Mucho se ha debatido acerca de si los griegos
elaboraron una idea de persona en el sentido de “persona
humana” en el sentido que luego fue desarrollado por los
pensadores cristianos. Tal vez no ha sido así, pero lo
cierto es que podemos concluir que elaboraron un concepto
de que la personalidad del hombre que le permite trascender
su ser como parte del cosmos y también como parte de la
polis4.
Ésta ha sido uno de los importantes legados del
pensamiento griego: el hombre tiene una naturaleza
biológica, pero también una dimensión social.
6.- La “persona” en la Edad Media.
Si bien es cierto que la introducción cultural del
cristianismo no ocurrió propiamente durante la Edad Media,
sino durante los últimos tiempos del Imperio Romano en la
antigüedad, durante esta época se consolidó la noción del
hombre como ser creado por Dios, y como tal, dotado de
4 Conf. en tal sentido FERRATER MORA, José: “Diccionario de Filosofía”,voz “Persona”, Ed. Alianza, Madrid, 1979.
9
dignidad y racionalidad. Una racionalidad que le permitía
acceder al conocimiento de los fundamentos del derecho
divino y comprender así el llamado derecho natural
(definido por Santo Tomás de Aquino como la participación
racional del hombre en el conocimiento de la ley divina).
Los términos griegos “prosopon” e “hypóstasis” fueron
utilizados además para explicar los misterios de la
religión cristiana: según el Concilio de Nicea (año 325)
Jesucristo posee dos naturalezas (humana y divina) pero una
sola persona divina subsistente, y la Santísima Trinidad
posee una sola naturaleza divina, pero está integrada por
tres personas (Padre Hijo y Espíritu Santo).
Todos estos fundamentos permitieron a autores como
Boecio sostener que “la persona es una sustancia individual
de naturaleza racional”.
Claro que esta visión filosófica ha sido por momentos
más teórica que real. De otra manera no resulta
comprensible que bajo estos principios y fundamentos la
sociedad medieval continuara con prácticas tales como la
esclavitud y las muertes infamantes. En síntesis: la
persona tenía, por esencia, dignidad, pero ¿Quiénes estaban
alcanzados por el término “persona”?
Otro aspecto que debe remarcarse en esta época es que,
más allá de las distintas teorías y sistemas filosóficos
que se elaboraron, la mayoría de las líneas del pensamiento
asignaron a la persona una suerte de “dependencia
teológica”.
10
A diferencia de la filosofía griega, según la cual la
persona y su sustrato (prosopon e hipóstasis) convergían en
un individuo que se vinculaba en sociedad, obviamente,
según diversos niveles, perspectivas o posibilidades, pero
siempre bajo la libertad que brinda el ejercicio de la
razón, durante la Edad Media el obrar humano, nuestra
personalidad, estaba delineada, preestablecida por quien
nos había creado (quien, después de todo, se había tomado
el trabajo de hacerlo a su imagen y semejanza).
El libre albedrío humano se hallaba condicionado.
7.- El impacto del idealismo filosófico.
Hasta el siglo XV y principios del siglo XVI los
sistemas filosóficos vigentes en el continente europeo
presentaban la característica marca de realismo griego, es
decir, un pensamiento que daba por sentada la existencia de
las cosas, de realidades exteriores al sujeto pensante (ya
se trates de realidades cosmológicas o teológicas).
Pero cierto es que los grandes cambios de todo tipo
acaecidos en esa época, pusieron en crisis toda la
estructura de conocimientos adquiridos: la redondez de la
tierra, las verdades religiosas, la estructura del universo
y, fundamentalmente, las bases filosóficas del pensamiento.
Aunque no el único, aunque sí tal vez el pensador mas
destacado de la época, fue Renée Descartes quien propuso un
replanteo epistemológico según el cual más importante que
conocer era hallar un camino apropiado y certero para ello.
Esa idea lo impulsó a reconstruir la realidad y el universo
11
pero ya no con apoyo en una teoría cosmológica (como los
griegos) o teológica (como lo eran mayoritariamente las
concepciones medievales), sino con estricto apoyo en la
razón humana.
La razón humana es la que provoca la duda, la duda
evidencia el pensamiento, y, finalmente, el pensamiento
justifica mi existencia.
A partir del pensamiento cartesiano se desató en
Europa una controversia filosófica acerca de los orígenes o
esencia del conocimiento que se proyecta hasta nuestros
días y en distintas disciplinas: el dilema entre razón y
experiencia, o, dicho de otra forma, la confrontación entre
el racionalismo y el empirismo.
Paradójicamente, estas dos posiciones antitéticas
tenían un sustrato común: se a través de su razón o sea a
través de la captación empírica, lo cierto es que el hombre
vuelve a posicionarse como centro de la reflexión
filosófica. Sólo se discute (y no es poca cosa) cuál es el
camino para acceder al conocimiento.
El racionalismo filosófico tuvo más arraigo que el
empirismo en la Europa continental (no así en Gran
Bretaña), y llevó a pensadores como Gottfried Leibnitz a
concluir que es persona todo ser pensante e inteligente,
capaz de razón y reflexión, que tiene la capacidad de
considerarse a sí mismo como la misma cosa y que piensa en
distintos tiempos y en diferentes lugares, lo cual es
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posible ya que posee el sentimiento de sus propias
acciones5.
Pero ¿qué es lo que debe prevalecer en la
conceptualización de la persona? ¿la razón o la
experiencia? ¿es que somos solamente una mera “sustancia
pensante” como afirmaba Descartes?. En el marco de esta
disputa producida entre el racionalismo y el empirismo, se
introduce el concepto de “yo” o “conciencia”, y será un
genial filósofo posterior quien intentará encontrar una
respuesta apropiada a estos interrogantes.
8.- La modernidad: influencia de la filosofía kantiana.
Durante el siglo XVII surge en Europa la llamada
Ilustración. Este período que también fue llamado “siglo
de las luces”, se caracterizó por tratar de descubrir los
más intrincados secretos del universo a través de la razón.
Uno de sus más destacados expositores desde la perspectiva
filosófica, y particularmente en el campo de la ética ha
sido Emmanuel Kant.
Resulta particularmente esclarecedor tener presente el
concepto kantiano de “ilustración”, que se halla expuesto
en el texto “¿Qué es la Ilustración?” (escrito en el año
1784) publicado en la obra “Filosofía de la Historia”: “la
ilustración es la liberación del hombre de su culpable
incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de
servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta
incapacidad es culpable porque su causa no reside en la
5 LEIBNITZ, Gottfied: “Nouveaux Essais”, citado por FERRATER MORA,José, “Diccionario de Filosofía”, ob.cit.
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falta de inteligencia sino de decisión y valor para
servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro.
¡Sapere aude!6 ¡Ten el valor de servirte de tu propia
razón!: he aquí el lema de la ilustración. La pereza y la
cobardía son causa de que una tan grande parte de los
hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de
que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela”7.
Esta frase kantiana encierra en sí misma la base de
toda su propuesta ética: la moral depende de cada uno de
nosotros, no es necesaria una autoridad sobrehumana para
encontrar la moralidad, y nosotros dependemos sólo de
nosotros mismos, esto es, de nuestra razón. Solamente en el
marco de la razón es posible el ejercicio de la libertad.
Fue realmente un gran esfuerzo intelectual el
realizado por Kant: bajo la influencia de los grandes
avances de las ciencias positivas, y particularmente las
teorías newtonianas, Kant también intentó establecer una
realidad moral de la misma forma que Newton descubrió la
realidad física. Es así como concluye que el ser se halla
sometido a leyes propias, leyes puras prácticas,
establecidas por la razón.
Conmueve pensar en las palabras finales de la Crítica
de la Razón Pura, cuando el autor remarca que dos son las
cosas que mueven a la mente: el cielo estrellado sobre
nuestras cabezas, y la ley moral en nuestro interior.
6 “Sapere aude” expresión latina que significa “Atrévete a saber”.7 KANT, Emmanuel: “Filosofía de la Historia”, Ed. Fondo de CulturaEconómica, México, 1941, página 25.-
14
Es posible aventurar entonces que, desde la
perspectiva de la filosofía kantiana la persona no es
solamente una abstracción racional, una “cosa que piensa”,
sino que actúa en relación con la naturaleza, pero a su vez
distinguiéndose de ella. Según Kant la personalidad es la
libertad e independencia frente a la necesidad de la
naturaleza. El hombre debe ser considerado como un fin en
sí mismo en todas sus acciones: en las que se dirigen a sí
y en las que están dirigidas hacia los demás seres. Los
seres cuya existencia descansa solamente en la naturaleza
(es decir, seres irracionales) tienen un valor relativo
como medios, y por eso se llaman “cosas”, en cambio los
seres racionales se denominan personas porque su naturaleza
los distingue precisamente como fines en si mismos.
De allí surge el imperativo práctico kantiano “obra de
modo tal que uses a la humanidad, tanto en tu persona como
en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al
mismo tiempo y nunca solamente como un medio”8
9.- El positivismo cientificista y su visión sobre la
persona.
Dentro del ámbito de la historia de las ideas
filosóficas, merece una especial atención el positivismo
filosófico del sigo XIX, bajo el impulso de las ideas de
autores como Augusto Comte y Emil Durkheim, y también
influenciado por el pensamiento cientificista de Charles
Darwin.
8 KANT, Emmanuel: “Fundamentación metafísica de las costumbres”, ob.cit.
15
En realidad, el positivismo filosófico surgió como un
movimiento de reacción contra los excesos cometidos por el
idealismo poskantiano. Por este motivo postuló un rechazo
hacia todo planteo o teoría de carácter metafísicos,
partiendo de la base de que el único método posible es el
de la observación de los fenómenos en el tiempo y en el
espacio.
Los avances ocurridos en el ámbito de las ciencias
empíricas difundieron el concepto de que en ellas y no en
otras disciplinas se hallaba la base de todo el
conocimiento. Toda postura de carácter filosófico y
metafísico era desechada: se rechazaba toa construcción
conceptual que trascendiese de la observación empírica y se
entendía que la filosofía debía limitarse a los resultados
de las ciencias9
Autores como H. Spencer se basaron en la teoría
biológica evolucionista de Charles Darwin aplicándolo al
campo ético al considerar que la moral es un conjunto de
normas que hacen posible la convivencia en sociedad, pero
también constituye una necesidad biológica porque es un
instrumento de adaptación al ambiente que tiene su punto de
partida en la experiencia, perro no en la experiencia del
individuo, sino en la experiencia de la especie: las normas
cambian a través del tiempo en su adaptación a las
circunstancias ambientales.
9 Ver en tal sentido: SMITH, Juan Carlos, “El desarrollo de lasconcepciones iusfilosóficas”, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1999,pág.138.
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A pesar de su negación filosófica y metafísica, el
positivismo constituyó una particular visión del mundo, del
hombre y del conocimiento, es por ello que,
paradójicamente, ha quedado inscripto su nombre dentro de
la historia de la filosofía que tanto ha rechazado.
Las ideas del positivismo influyeron también en la
dogmática del siglo XIX que halló inspiración en las
grandes conquistas científicas que se produjeron a partir
del siglo XVII, que vincularon a la ciencia en forma casi
exclusiva con un modelo de conocimiento positivista y
racional (de hecho muchas corrientes de la filosofía
moderna poseen una actitud despreciativa para todo aquello
que no se presente como formal y científico).
Podríamos decir entonces que, bajo la influencia de
las ideas positivistas, para el hombre dejó de tener
relevancia su “prosopon” o “personalidad” entendida como
expresión del ejercicio su libertad, ya que la misma se
hallaba condicionada por el determinismo natural de la
“especie”.
Esto trajo consecuencias en la forma en que el
positivismo jurídico habrá de conceptualizar a la “persona”
o a la “personalidad”.
10.- El positivismo jurídico y la persona.
El positivismo jurídico de principios del siglo XX se
halló fuertemente influenciado por el afán cientificista y
antimetafísico del positivismo filosófico, también
desarrollado por el Círculo de Viena, y asimismo por la
17
concepción de pureza lógica impulsada por el Neokantismo de
Marburgo y por la Escuela Histórica del Derecho, en tanto
ontologiza al derecho positivo como dato de la experiencia
histórica y como objeto de la investigación científica.
Hans Kelsen es el más destacado representante de esta
teoría, según la cual el estudio del fenómeno jurídico debe
limitarse a las normas jurídicas, tanto en su faz estática
(elementos que las componen) como su faz dinámica (relación
de fundamentación y derivación que se presenta entre
ellas).
El aporte teórico más importante y más conocido de la
teoría kelseniana es el que surge del libro “Teoría Pura
del Derecho”, que a pesar de sus distintas ediciones y
modificaciones ha exhibido tal relevancia que pasó a ser el
nombre con el cual se rotula en general toda la amplísima
obra de Kelsen.
Con marcada influencia kantiana, la Teoría Pura del
Derecho establece, entre muchas cosas, una propuesta de
purificación metódica del objeto de la ciencia jurídica,
distinguiéndola de las ciencias causales (ciencias del
“ser”), pero a su vez estableciendo un lugar especial entre
las ciencias normativas (ciencias del “deber”).
Como concusión de este proceso, Kelsen afirma que una
de las características esenciales del derecho es su
neutralidad valorativa, con lo cual el problema de la
justicia le resulta ajeno.
Claro es que tal conclusión ha hecho que Kelsen se
hiciera acreedor a duras críticas, las cuales, más allá de
18
su valía, considero por momentos injustas. Y sostengo esto
especialmente por la circunstancia de que la obra
kelseniana (cuyo análisis exhaustivo no es materia del
presente trabajo) debe ser considerada en una perspectiva
general, interrelacionada u holística. Efectivamente no es
difícil a través de este camino establecer que la
rigurosidad metódica kelseniana no es más (ni menos) que
una consecuencia de la necesidad de establecer pautas de
seguridad jurídica y de criterios objetivos de justicia
frente a una sociedad careciente de ellos: paradójicamente
su purificación de valores se funda en valores puros, lo
cual no está mal, él mismo debió entenderlo así. De otra
manera no sería comprensible su preocupación no sólo por la
organización del orden jurídico, sino también por la paz,
por la tolerancia, por la democracia y por la misma
justicia.
. Para fundamentar esta teoría según la cual una norma
no puede ser un mero capricho sujeto a los vaivenes
políticos de quien ejerza el gobierno de turno, Kelsen
consideró que el “deber” del derecho era un imperativo
despsicologizado, lo cual suponía que el derecho objetivo,
como querer del estado, no podía ser caracterizado como una
realidad física atribuida al querer de los individuos desde
una perspectiva antropomórfica.
Y es precisamente en este punto en el cual la Teoría
Pura del Derecho elabora su concepción de “persona”
desvinculándola de una noción meramente antropomórfica.
Para él la noción de “persona” es una noción estrictamente
19
determinada por la normativdad. No es posible establecer –
según el autor- una dualidad entre la persona “física” y la
persona “jurídica” (ficción que ha sido impuesta por las
diversas teorías jurídicas) pues toda persona es necesaria
y solamente un concepto jurídico.
Para Kelsen, lo que llamamos “persona” no es más que
un “centro de imputación normativa” en el cual convergen
deberes, derechos y responsabilidades. En sus palabras,
“definir a la persona física (o natural) como un ser
humano, es incorrecto, porque el hombre y la persona no son
solamente dos conceptos heterogéneos, sino también el
resultado de puntos de vista enteramente distintos. Hombre
es un concepto de la biología y de la fisiología, en una
palabra, de las ciencias naturales. Persona es un concepto
de la jurisprudencia, una noción derivada del análisis de
las normas jurídicas”10. Y también “El concepto de persona
física o natural no es otra cosa que la personificación de
un complejo de normas jurídicas. El hombre, como hombre
individualmente determinado, es sólo el elemento que
constituye la unidad en la pluralidad de esas normas”11.
Este particular enfoque, si bien es coherente con el
espíritu cientificista de la obra kelseniana, suscita
algunas reflexiones críticas, ya que si bien por un lado es
cierto que establece derechos, obligaciones y
responsabilidades para los sujetos son independencia de que
sean individuos de carne y hueso (piénsese en las
10 KELSEN, Hans: “Teoría general del derecho y del estado”, Ed. UNAM,México, 1979, pág.111.11 KELSEN, Hans: ob.cit, pág.112.
20
disposiciones dirigidas a las llamadas personas
colectivas), a nuestro sentido común le resulta muy difícil
imaginar que algo diferente a un hombre pueda ser una
persona susceptible de adquirir derechos y tener
obligaciones y responsabilidades.
Dentro de la línea positivista, pero más orientada a
la perspectiva del análisis del lenguaje, autores como
Herbert Hart han sostenido que no debemos insistir en
tratar de definir la expresión “persona” en sentido
jurídico, de modo que la palabra denote algún tipo de
entidad (sean seres humanos u organismos) ya que la
expresión es un término teórico que no tiene denotación
alguna, es decir, que no hace referencia a ningún hecho u
objeto observable (al igual que las palabras “dólar”,
“intención” o “promesa”). En opinión de este autor,
solamente debemos limitarnos a analizar las funciones que
la expresión “persona” posee en los distintos contextos en
los que aparezca en frases que hagan referencia a hechos
observables.
Evidentemente la identificación del concepto “persona”
con la normatividad implica una limitación demasiado
estricta, pero no por eso debemos dejar de considerar un
importante aporte del positivismo jurídico: establecer una
estrecha vinculación entre persona y derecho, pero no
porque ambos sean normas positivas, sino porque ambas son
“actuar humano”, forman parte del ámbito de la “praxis”, lo
cual nos lleva necesariamente a considerar a la persona y a
sus finalidades en el marco de la filosofía de la cultura.
21
11.- La persona en el mundo de la cultura.
El pensamiento filosófico neokantiano, especialmente
en la orientación generada por la Escuela de Baden,
constituye uno de los movimientos que permitirá conformar a
la axiología moderna o teoría de los valores.
Uno de los más destacados expositores de esta
dirección es Heinrich Rickert, quien introduce el concepto
de valor en el ámbito de las llamadas “ciencias
culturales”, caracterizando especialmente a la cultura como
todo aquello que es creado por el hombre de acuerdo a fines
valorados.
El Neokantismo de Baden permitió reconducir el
pensamiento filosófico y particularmente la visión del
hombre y de la persona en el originario sentido que
desarrollaron los filósofos griegos: el hombre no es
solamente su naturaleza, sino también su vínculo con la
sociedad, su cultura y los valores.
Si bien este movimiento comienza a consolidarse a
fines del siglo XIX, sus mas importantes aportes surgirán a
mediados del siglo XX, especialmente luego de finalizada la
Segunda Guerra Mundial, alzándose como una de las
principales concepciones críticas del positivismo jurídico
imperante hasta ese momento.
El jurista y filósofo alemán Gustav Radbruch se opuso
al positivismo precisamente por el empeño de esta teoría en
relegar los valores del ámbito jurídico, ya que
precisamente la distinción entre el “ser” y el “deber”
22
radica precisamente en el valor. En otras palabras, la
justicia es la que determina el ámbito de lo jurídico. Por
este motivo, la consideración filosófica sobre el derecho
es necesariamente una consideración sobre la justicia y, en
definitiva, una doctrina de las ideas políticas. Y el
sentido de la “personalidad” posee fundamental importancia
en la caracterización de estos idearios políticos.
Distingue así a las posiciones individualistas, las
supraindiviudalistas y las transpersonalistas. Las primeras
son aquellas posiciones que afirman la prevalencia de los
valores de la personalidad humana, a cuyo servicio deben
estar los valores colectivos. Se identifican con las
doctrinas clásicas que sostienen a ultranza la
individualidad y los derechos de ella derivada como base
fundamental. Las posiciones supraindividualistas, en
cambio, sostienen que los valores de la personalidad están
al servicio de los valores colectivos, por tal motivo,
anteponen al Estado por sobre el individuo, casi podríamos
decir sacrificando al individuo por el Estado. Esto fue
evidenciado y también sufrido por Radbruch en épocas de la
Alemania nacionalsocialista. Finalmente los idearios
transpersonalistas (nótese que ya el autor no usa la
palabra “individuo”, sino “persona”) son aquellos en los
que si bien no se sacrifican las libertades y los derechos
individuales, los mismos se consideran en relación con las
demás personas que integran la comunidad y se hallan al
servicio de la cultura. Estas tres orientaciones presenta,
según Radbruch tienen distintas metas: las individualistas
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afirman la libertad del hombre, las supraindividualistas
exaltan la nacionalidad, y las transpersonalistas integran
a la cultura misma12.
Si bien no dentro del Neokantismo axiológico, pero sí
dentro de las corrientes culturalistas, también debemos
referirnos al existencialismo, particularmente en el marco
de la obra del filósofo español José Ortega y Gasset.
Ortega se ocupa en trazar un paralelismo, pero también
distinguir la realidad humana con la realidad animal: ambos
son seres vivientes, pero merced a la habitud intelectiva
el hombre posee una sustantividad muy distinta de la
sustantividad animal: la habitud radical del hombre es su
inteligencia, por la cual las cosas no quedan
específicamente prefijadas sino que constituyen lo que se
llama “mundo”. El animal tiene medio, pero no tiene mundo.
El mundo es el conjunto de todas las cosas que el hombre se
representa, por eso es algo formalmente abierto y en
permanente creación. Cuando el hombre, como persona
determina con un acto de razón la realidad del mundo,
estamos frente a lo que se llama la libertad13. La libertad
como posibilidad de determinación hace a la esencia de la
persona.
En similar sentido. Luis Recaséns Siches sostiene que
la vida del hombre como hecho biológico no sería diferente
a la de las plantas o a la de los animales de no ser po la
12 Ver en tal sentido: SMITH, Juan Carlos: “El desarrollo de las concepciones iusfilosóficas”, ob.cit., pág.198.13 Conf. en tal sentido ZUBIRI, Balbino: “El hombre, realidad personal”, Revista de Occidente, 1963, pág. 5 a 29.
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concepción de “dignidad de la persona”, es decir, de su
concepción como un sujeto con una misión moral.
Por su parte, la Teoría Egológica de Carlos Cossio
recibió la impronta del positivismo kelseniano, del
neokantismo y también de la fenomenología existencial. Ello
se percibe por cuanto no constituye solamente una propuesta
ontológica sobre el derecho, sino que también implica una
verdadera concepción de la acción humana en la cual subyace
una verdadera antropología filosófica.
Según Cossio14 el objeto cultural egológico está
constituido por vida humana viviente, cuyo sustrato
material es la propia conducta del sujeto actuante. Por
ello, la vida humana siempre es una vida en situación, o,
en términos de Heidegger, es un estar siendo en el mundo.
La persona está implicada en los juicios de valor, pero no
como mera espectadora, sino como quien toma posición,
decide y distingue tratando de hallar la mejor posibilidad
situacional. La vida misma está relacionada con los
valores.
De esta manera, cabe sostener que el hombre posee una
dimensión física y una dimensión social o política que es
un “ser”, pero también un “poder ser” que se ejercita a
través de la fenomenalización de la libertad metafísica.
12.- Conclusión.
A lo largo de este desarrollo hemos podido observar la
estrecha relación del concepto filosófico de persona con
14 COSSIO, Carlos: “La teoría egológica del derecho y el concepto jurídico de libertad”, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1964.
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las características del hombre y su naturaleza. Esto se
evidencia también en una serie de dualismos conceptuales
que se presentan como diversas caras de una misma moneda:
physis y logos, determinismo y libertad, experiencia y
razón, hypóstasis y prosopon, individuo y persona.
Fines, potencialidades y razones son los planos por
los que transita la personalidad. Planos que no siempre se
presentan simultáneamente sino uno por vez, según la
situación, como un juego de telones.
El derecho se encuentra también esencialmente
relacionado con la persona por cuanto se refiere siempre al
obrar, bajo la influencia instrumental de la razón y las
metas finalistas de los valores.
Entonces, y más allá de las diversidades conceptuales,
es evidente que la perspectiva filosófica del concepto
“persona”, vinculada al obrar, a la ética, a la
normatividad y, fundamentalmente a la potencialidad y
capacidad de auto-consciencia (ese “conócete a ti mismo”
que imponía el oráculo de Delfos y también la filosofía
socrática) que se apoya en el sentir e inteligir, debe
partir de la base de una filosofía humanista, es decir,
esta pregunta por el hombre que se halla presente en todos
los saberes particulares que parten de una “preconcepción
de la hominidad”15.
Vemos así como diversas disciplinas como la biología,
la medicina, el derecho, la psicología o la psicología no
15 ALVAREZ GARDIOL, Ariel: “La esencia de la hominidad”, Boletín Nro. 24 de la Asociación Argentina de Filosofía del Derecho, La Plata, junio de 1985.
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esperan, en realidad, hallar una respuesta a esta pregunta,
sino que es precisamente la pregunta por el hombre la que
les sirve para ordenar sus conocimientos.
Como bien señala Álvarez Gardiol: “Ese es un poco el
fracaso del cientificismo. Hemos prestado tanta atención a
la parte, a la porción de totalidad que recorta los límites
del saber científico, que hemos olvidado la totalidad que
esas proporciones integran y que recortan la esencia
absoluta del hombre”.
Desde el humanismo se propone ver a la persona en un
contexto omnicomprensivo y pluridimensional ya que el
encerramiento en posiciones dogmáticas y parciales ha
evidenciado su fracaso.
Tal vez sea ésta la clave para entender la esencia de
la persona: una complementación metodológica que abarque
aspectos que, aunque distintos, son inseparables: la
naturaleza física, racional, emotiva y social de la que
estamos constituidos todos nosotros: no sólo de la tierra
venimos y a la tierra vamos, sino que somos seres
trascendentes con la capacidad de reconocernos a nosotros
mismos y la capacidad de reconocer en el otro a nuestro
igual.
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