Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro Jorge...

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ITINERARI NELLE CITTA' PLURALI SCRITTURE ISPANOAMERICANE NELLO SPAZIO URBANO A cura di Stefano Tedeschi, Alessia Melis, Giuseppe Gatti EDIZIONI NUOVA PRHOMOS

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ITINERARI NELLE CITTA' PLURALI

SCRITTURE ISPANOAMERICANE NELLO SPAZIO URBANO

A cura di Stefano Tedeschi, Alessia Melis, Giuseppe Gatti

EDIZIONI NUOVA PRHOMOS

Il libro che vi proponiamo è una raccolta di

brevi saggi nati all’interno di un seminario tenuto

durante un corso nella Facoltà di Lettere e

Filosofia dell’università “La Sapienza”, nell’anno

accademico 2010-2011. Il seminario era dedicato al

tema della rappresentazione dello spazio urbano

nella saggistica ispanoamericana del XX secolo. Al

termine del corso i diversi partecipanti hanno

preparato dei brevi lavori conclusivi, i migliori tra

i quali sono stati successivamente selezionati per

una ulteriore elaborazione.

In un secondo momento altri ricercatori

hanno aggiunto un proprio contributo sulla

rappresentazione di Lima in alcuni narratori

peruviani e ampliato il panorama con dei saggi

sulle città di Montevideo e Buenos Aires e sullo

spazio urbano dell’Ecuador.

L’origine del libro da una esperienza didattica

testimonia come sia possibile costruire, nonostante

le enormi difficoltà che l’università italiana

attraversa negli ultimi anni, dei percorsi virtuosi di

conoscenza e di studio, con risultati di buon valore

accademico, e di sicuro interesse nel quadro della

tematica affrontata.

Edizioni Nuova Prhomos – Città di Castello, 2014

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L’altra Buenos Aires: incursioni letterarie nell’arrabal

Codice ISBN: 978-88-6853-082-2

Edizione soggetta a Copyright ©

Immagine di copertina: Montevideo IV (Giuseppe Gatti, 2010)

4 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

CIUDADES ANHELADAS, CIUDADES IMAGINADAS.

EL MODUS AÑORANTE EN LOS ROMANCES MONTUVIOS DE PEDRO

JORGE VERA

di Marisa Martínez Pérsico

No tuvo el aire una tarde

tan llena de madrugada

no hubo un paisaje más puro

en esta calle aterrada.

Romances madrugadores, Pedro J. Vera

La literatura hispanoamericana eligió diferentes modos de representar el impacto de la

industrialización vertiginosa, la urbanización acelerada y el consecuente cambio de la fachada

citadina ocurrida entre finales del siglo XIX y mitad del XX. Su manera de ficcionalizar el nuevo

entorno se acompañó de una actitud enunciativa que transmite juicios afectivos y axiológicos que

refuerzan o desvían el contenido del mensaje. La nostalgia por un pasado que se disipa, la

celebración de las novedades, la angustia por la rauda mudanza de costumbres y tradiciones o la

extrañeza vital ante el torbellino de primicias maquinísticas y edilicias fueron algunas ambivalentes

reacciones de los escritores ante su flamante realidad inmediata.

Charles Bally reflexiona por primera vez sobre las modalidades en la elaboración del enunciado

estableciendo una distinción entre el dictum (lo efectivamente dicho) y el modus (la manera de

decir o la actitud que adopta el sujeto enunciador ante aquello que dice)1. Para nuestro análisis nos

interesa recortar dos tipos de modus: las “modalidades afectivas” vinculadas al «grado de reacción

emotiva o afectiva del locutor frente al tema enunciado»2 y las “modalidades apreciativas”

relacionadas con «la manera de enjuiciar o de evaluar el tema dentro de una escala de valores»3.

Existen marcadores textuales típicos de estas modalidades; cuando el sujeto enunciador marca

lingüísticamente el grado de reacción emotiva o afectiva que le suscita el tema enunciado, lo puede

hacer por medio de adjetivos relacionados con los sentimientos eufóricos o disfóricos

(“fenomenal”, “estupendo”, “horroroso”, “aterrador”), las formas del insulto, ciertos adverbios

(“desgraciadamente”). Por su parte, la evaluación cuantitativa o cualitativa se efectúa por medio de

ciertos adjetivos evaluativos (“grande”, “pequeño”, “caliente”, etc.) que pueden implicar un juicio

de valor positivo o negativo y que, por tanto, adquieren el estatus de “subjetivemas".

Los “integrados” en la urbe imaginada

Julio Ramos explica así la recepción problemática del cambio de paradigma vital que trajo

aparejada la modernización urbana en Latinoamérica: «Los testimonios finiseculares de la “crisis”

generada por la urbanización se multiplican. Esos testimonios comprueban las tensiones desatadas

por la modernización ―al menos para la literatura ― y también para los grupos sociales

1 Charles Bally, Linguistique genérale et linguistique français, Paris, Librairie Ernest Leroux, 1932. Más tarde los lingüistas Émile

Benveniste, Oswald Ducrot y, especialmente, Catherine Kerbrat Orecchioni, estudiarían la modalización a través del empleo de

elementos léxicos de connotación afectiva, evaluativa y apreciativa. 2 Juan Herrero Cecilia, Teorías de pragmática, de lingüística textual y de análisis del discurso, Cuenca, Ediciones de la Universidad

Castilla–La Mancha, 2006, p. 35. 3 Ibid.

5 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

identificados con las instituciones, los íconos y los espacios simbólicos que la racionalización

urbana deshacía»4.

Quienes se apropiaron más rápido ― y con menos complejos ― de las nuevas imágenes

ciudadanas fueron los periodistas, escritores que se profesionalizaban a la par que trasladaban la

metamorfosis urbana al tipo textual de la crónica, un género o especie que:

Como el periódico mismo, [está] enraizado en las ciudades en vías de modernización de fin de siglo XIX: [...] la

palabra del corresponsal se basa en su representación de la vida urbana de alguna sociedad desarrollada para un

destinatario deseante [...] de esa modernidad [...]. El cronista será, sobre todo, un guía en el cada vez más refinado

y complejo mercado del lujo y bienes culturales, contribuyendo a cristalizar una retórica del consumo y la

publicidad5.

El ideal de una modernidad capitalista, tecnológica y a la vez estética, comienza a perfilarse en

las crónicas de Rubén Darío: será en Peregrinaciones (1901) donde la estilización de la crónica

transformará los signos amenazantes del progreso y la modernidad en un espectáculo pintoresco y

estetizado. Para Ramos, el escritor de Metapa maquilla la vulgaridad utilitaria del hierro y

embellece la máquina, de este modo «el oro (léxico) modernista es aplicado a la decoración de la

ciudad. El mercado mismo cubría su rostro utilitario abriendo incluso un espacio para la

experiencia de lo bello en la ciudad.»6. De esta forma, la literatura se reincorpora al campo del

poder como mecanismo decorativo de la “fealdad” moderna, sobre todo urbana: el escritor

modernista será un diestro maquillador capaz de cubrir el peligroso rostro de la ciudad.

Otro escritor y periodista integrado con la experiencia ciudadana es Roberto Arlt, quien

considera a la megalópolis como un referente digno de ingresar a la ficción en calidad de cronotopo

protagónico. En el debate acerca de la tensión entre modernización y tradición, Beatriz Sarlo

identificó una operación novedosa en la obra del argentino:

[Arlt] construyó su literatura con materiales que acababa de descubrir en la ciudad moderna. [...] Hablaba de lo

que no se hablaba en la literatura argentina. [...] Carece de todo sentimiento nostálgico respecto del pasado [...]

pero remite también a la situación indecisa de los argentinos nuevos como lo es Arlt, para quienes la valorización

del presente excluye la preocupación por traicionar una historia de la que no se forma parte. A diferencia de

Borges, que en los años veinte funda una mitología urbana marcada por el sentido del pasado histórico y del

pasado de la ciudad, para Arlt la cuestión se resuelve en una nueva fundación literaria7.

El autor de Los lanzallamas es capaz de ver una ciudad en construcción allí donde otros

escritores, sus contemporáneos, ven una ciudad que se está perdiendo: según Sarlo, Buenos Aires

no fue sino que será. Como nadie, y antes que nadie, Arlt revela y refleja una urbe de collage

cubista cuya belleza es caótica y transgresiva tanto a la sensibilidad moral como a la organización

plástica; descubre en el escenario urbano la belleza de lo público y la belleza del vicio, dos temas

que ya habían perseguido a los escritores europeos, también sensibilizados por la revolución

tecnológica de las construcciones desde mediados del siglo XIX. La ciudad de Arlt, concluye Sarlo,

es una ciudad moderna más inventada que vista, algo que Buenos Aires será pero no es todavía del

todo en 1930. Una “ciudad imaginada”, hecha de hierro y de cemento, erizada de rascacielos.

Ciudad nacida de la imaginación, es decir, fundada y deseada a la vez.

Los “apocalípticos” y la ciudad añorada

4 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina, México, FCE, 1989, p. 122. 5 Ivi, p. 123. 6 Ivi, p. 114. Este señalamiento coincide con la ya canónica afirmación de Ángel Rama, Noé Jitrik y José Emilio Pacheco sobre los

dos momentos del Modernismo: uno crítico y radical, antiburgués, y una segunda etapa en que el modernismo, ya a comienzos de

siglo, se convertía en la estética de los grupos dominantes. 7 Beatriz Sarlo, La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina, Buenos Aires, Nueva Visión, 1992, pp. 43–45.

6 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

¿Cómo reproduce la literatura ecuatoriana la tensión entre modernidad y tradición acarreada por

el crecimiento urbano? A diferencia de la pincelada embellecedora de Darío o de la agresiva

exhibición de Arlt, en el país andino la elaboración literaria de esta revolución ciudadana será

problemática: la respuesta de los escritores fue la de generar imágenes pasatistas, simulacros de la

tradición en respuesta compensatoria a los cambios violentos del entorno citadino8. Así, no

sorprende el título del libro Los que se van. Cuentos del cholo y del montuvio (1930) escrito

colectivamente por Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert,

integrantes del Grupo de Guayaquil9. La voluntad de costumbrismo, la nostalgia causada por el

avance de la civilización y la problemática racial impregnan el epígrafe con el que se abre el libro,

cuyo título acentúa el carácter marginal de sus actores en un presente donde la invasión de la

modernolatría los desplaza:

La victrola en el monte apaga el amorfino,

tal un aguaje largo los arrastra el destino.

Los montuvios se van p´abajo der barranco10.

La victrola ― variante dialectal costeña de vitrola, es decir, del tocadiscos o gramófono que

funciona con monedas ― está apagando el amorfino, composición poético–musical de origen

popular típica del mundo montuvio, que combina el amor con el humor.

Una obra en la que se evidencia la actitud de lo que denominamos “modus añorante” ― una

actitud enunciativa que rezuma nostalgia por la pérdida tanto del ecosistema natural de la manigua

como de las tradiciones premodernas ante la modernización ciudadana ― es la escasamente

estudiada Romances madrugadores de Pedro Jorge Vera (1914–1999). Algo más joven respecto de

esta generación, fue un colaborador afín ideológica y estéticamente al Grupo de Guayaquil con el

que compartió claramente intereses literarios, según nos confirmó la investigadora Cecilia Ansaldo

en una entrevista11

. Más conocido como narrador, su novela de renombre es Los animales puros

(1946), titulada así por sus protagonistas, un grupo de revolucionarios de clase media, donde

incorpora el monólogo interior y los recursos de la novela psicológica a la realista. Romances

madrugadores, del que solo se editaron quinientos ejemplares numerados y firmados por el autor

en 1939, constituye lo que podríamos bautizar como “romancero montuvio”, escrito in memoriam a

la obra y a la trágica muerte de Federico García Lorca. En este libro consigue aunar la realidad del

Ecuador con la de España: el autor traslada imágenes del mundo andaluz al horizonte quichua y

reubica la simbología de la luna y el caballo, célebre en Bodas de Sangre (1931) o en Romancero

gitano (1924–1927), aplicada a romances de raigambre telúrica ecuatoriana, donde la luna prefigura

la muerte y el caballo representa la virilidad masculina, como en la obra del granadino12

.

8 No hablaremos aquí de la influencia que la extracción étnica pudo tener en esta reacción pasatista, solo señalamos que la realidad

social ecuatoriana (y peruana) era muy diferente de la bonaerense, pues la presencia indígena tenía un peso que en Buenos Aires era

mucho menor, y que esto explicaría, en parte, el rechazo a la incorporación pacífica de las tecnologías e imágenes del nuevo presente. 9 La Generación del ‘30 o Grupo de Guayaquil incluye autores localizados a lo largo de la costa ecuatoriana y fue fundado por José

de la Cuadra. Sus miembros fueron los ya citados Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera-Malta más Alfredo Pareja Diezcanseco, aunque luego se sumó el compositor de poesía negra Adalberto Ortiz. 10 Demetrio Aguilera–Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert, Los que se van: cuentos del cholo i del montuvio,

Guayaquil, Zea & Paladines, 1930, p. 7. Montuvio es el campesino de la costa interna del litoral ecuatoriano. La cordillera de la costa, que nace en el cerro de las Cabras en Durán, se extiende pasando por el cerro del Carmen en Guayaquil hasta la cordillera

Colón–Colonche, que llega hasta Manabí, y Esmeraldas. Esa es la línea divisoria de las culturas llamadas “cholos” y “montubios”.

El DRAE indica que este adjetivo, en sentido general, alude a una persona montaraz y grosera, frente al significado neutro, denotativo, de “campesino de la costa”. Cabe señalar que hay alternancia en el uso de “montubio” y “montuvio”. De la Cuadra,

Vera, la Generación del ‘30 o Miguel Donoso Pareja, entre otros escritores, mantienen la “v” y no la “b”, dado que “montuvio” es el

vocablo original nacido en los pueblos costeños. Esta predilección implica la pervivencia de una identidad, y es la que elegimos adoptar en nuestro artículo. [N. d. A. ] 11 Marisa Martínez Pérsico, “Entrevista con Cecilia Ansaldo”, en: M. Martínez Pérsico (ed.), Tres formas del insilio en la literatura

ecuatoriana. Medardo Ángel Silva, Hugo Mayo, Jorge Icaza y su proyección iberoamericana, Madrid, Bubok, 2010, pp. 186–187. 12 Se torna evidente el paralelismo, por ejemplo, entre el lorquiano Prendimiento y muerte de Antoñito el Camborio y Huida y

prisión del cuatrero Juan Barzola de Vera. Asimismo resultan significativas las coincidencias entre el Romance de la Guardia Civil,

del escritor español, y Muerte del guambra Zambrano, de su par guayaquileño.

7 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

La dedicatoria del libro es de corte arielista y la destinataria del homenaje es Guayaquil: «A esta

ciudad encendida que se entrega día a día a Calibán, sin rubor de sus vientos ni de sus árboles»13

.

En el prólogo, su colega de generación Alfredo Pareja Diez–Canseco reconoce en los versos de

Vera una «fresca y auténtica evocación de mi ciudad de Guayaquil», a la que define como: «Una

ciudad cálida [que] hace su historia con la tragedia y la magnífica belleza del trópico. Sus

tradiciones aún viven merced a la lenta modernización de las costumbres. Y en esto que puede ser y

es, seguramente, un índice de atraso, se encuentra aquel sabor insustituible de lo vernáculo, de lo

auténtico, del color, de todo aquello que conforma la vida y el carácter de un pueblo»14

.

Al leer el poemario, la primera operación que desconcierta es el contraste entre la dedicatoria, el

prólogo y los paratextos que subdividen el libro ― pues todos ellos encauzan la expectativa lectora

hacia el topos de la ciudad ― y los poemas, que se posan privilegiadamente sobre la naturaleza,

animizándola. Los versos del romancero otorgan voz a un coro de ceibos, a los naranjales, al río

vendedor de frutas. Se presenta una galería de personajes típicos como el barquillero o los

carboneros siempre insertos en ámbitos rurales. Aunque se hacen menciones aisladas a tranvías,

aviones o telégrafos, el foco enunciativo torna velozmente a las periferias naturales para solazarse

en ellas (“bulla de canciones verdes”; “canción de espuma de mar”).

La masacre de más de mil obreros huelguistas indígenas en Guayaquil, el 15 de noviembre de

1922, inspira a Vera un romance dramático donde un contrapunto de coros (de ceibos, de balsas, de

carboneros) evalúa la masacre sucedida. Se trata de un poema en cuatro cantos titulado “La ciudad

que la sangre ensombreció”. La musicalidad aportada por anáforas, aliteraciones y repeticiones

ofrece la idea de progresión de las acciones a la manera del lorquiano “Llanto por Ignacio Sánchez

Mejías” (1935). Allí Vera retrata una naturaleza doliente, que se modifica penosamente en el

proceso de convertirse en ciudad, y donde los sujetos que padecen la acción de un actante externo

― que podría interpretarse indistintamente como un colectivo de terratenientes, gamonales, agentes

imperialistas o entidades modernizadoras ― son entidades naturales personificadas:

Que maten tus ruiseñores

otros nuevos nacerán.

Que abandonen tus palmeras:

el río las guardará.

Que enluten tu verde risa:

a ella lo mismo le da.

Palmera, risa y canción

¿qué más quiere mi ciudad?15

La naturaleza sufriente hace su aparición en este otro romance:

Pero no.

Hay un río de aguas asustadas

a la Muerte avanzando.

Hay un cerro que esconde la cabeza

por no mostrar sus llagas.

Hay comarcas de ventanas vacías

donde crecen los huesos.

Hay un carbón que se quema con llanto

de pechos mutilados16.

El modus añorante se hace tangible, en el primer fragmento, a través de modalidades

apreciativas que implican un juicio de valor: las series “matar ruiseñores / abandonar palmeras /

enlutar risa” se oponen a “los ruiseñores que nacerán / las palmeras que el río guardará / la risa que

ignorará el luto”. Hay una opinión y una predicción sobre los efectos de las acciones adversas

aplicadas por un agente sobre un paciente, que se verán en un futuro compensadas por la fuerza,

13 Pedro Jorge Vera (ed.), Romances madrugadores (1937–1938), Guayaquil, Talleres Editora Noticia, 1939, p. 5. 14 Alfredo Pareja Diez–Canseco, “Prólogo”, en: P. J. Vera (ed.), Romances madrugadores cit., p. 6. 15 Ivi, p. 26. 16 Ivi., p. 41.

8 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

indiferencia o capacidad de regeneración de seres de la naturaleza triunfantes y que el yo poético

celebra con expectativa. Ni las fuerzas “urbanizadoras”, ni la codicia imperialista ni la opresión

latifundista ― encarnaciones del mal ― serán capaces de sojuzgar la potencia reproductiva de la

Naturaleza. En el segundo fragmento, el modus nostálgico se evidencia en el uso de modalidades

afectivas que delatan la reacción emotiva del locutor. Tras el verbo impersonal “haber” se

enumeran entidades naturales que se presentan animizadas porque heredan los sentimientos del

poeta, que son de disforia o de displacer: las aguas están asustadas, las ventanas vacías, los pechos

mutilados.

Dos rasgos peculiares de la literatura del Grupo de Guayaquil son la comunión animista

hombre–naturaleza y el juego lírico. Otro ejemplo, además del romancero de Vera, es la novela

Don Goyo (1933), de Demetrio Aguilera Malta, que se desarrolla en un locus fluvial. El personaje

homónimo, mientras navega en su canoa, de madrugada, escucha la revelación doliente de un viejo

mangle. Este le dice que el manglero no puede sobrevivir si desaparece la vegetación y le pide que

intervenga para que el montuvio deje de ser instrumento de la desmedida ambición del blanco y de

su destructiva obra. Finalmente el protagonista se suicida, lanzándose al agua para fundirse con los

elementos de la naturaleza.

En los romances de Vera incluso la mujer urbana pierde el encanto e inhibe el deseo erótico:

Mujeres de la ciudad

¿qué gracia tienen ustedes

que me hacen saltar las manos

como si fueran dos pejes? 17

Otra de las características de los cronotopos de los Romances madrugadores ― que, por

numerosos indicios como la muerte de Lorca o el genocidio de indígenas debemos contextualizar

cronológicamente en las década del Venite y del Treinta ― es que se desarrollan al aire libre. No se

exhiben interiores domésticos sino espacios públicos externos.

Elogio y reproche del tranvía

Fernando Reati considera de esta manera el rol de los vehículos en el asimétrico proceso de

modernización de Latinoamérica:

Si a comienzos del siglo XX eran las selvas, ríos y montañas los que cifraban artísticamente una región o nación,

ahora son cada vez más los aeropuertos, las carreteras o las estaciones de trenes y autobuses las que prestan

inspiración a obras de arte. En esos escenarios los vehículos se presentan no como meros aparatos de

movilización sino como representantes de problemáticas sociales y culturales. [...] Los vehículos se convierten en

metáforas de una modernización que en América Latina coexiste con el atraso, una globalización asimétrica [...],

la lucha entre la tradición y el progreso, la comunicación o incomunicación18.

En efecto ya a principios del siglo XX la irrupción del tranvía eléctrico alteró sustancialmente la

experiencia ciudadana: la velocidad de la vida y las frecuencias de encuentros o de estímulos se

modificaron. En Argentina, Oliverio Girondo publicó sus Veinte poemas para ser leídos en el

tranvía (1922) donde ofreció apuntes callejeros esbozados por un viajero que observaba un paisaje

fragmentario y cambiante, con un alarde de imaginismo celebratorio de las novedades captadas a

través de la ventanilla. También Rafael Alberti publicaría, en la misma década, el poema “Madrigal

al billete del tranvía”(en Cal y canto, 1929) donde actualizó en clave moderna el tópico “Collige,

17 Vera, Romances madrugadores cit., p. 68. 18 Fernando Reati, Autos, barcos, trenes y aviones. Medios de transporte, modernidad y lenguajes artísticos en América Latina,

Córdoba, Alción, 2011, pp. 11–12.

9 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

Virgo, Rosas” de Ausonio. Allí también se adivinaba una actitud “integrada” con las nuevas

tecnologías de desplazamiento terrestre.

Distinto es el signo que adquieren el tranvía y los automóviles en los Romances madrugadores.

El poema “El serrano nostálgico” retrata el drama del migrante interno, el serrano, que se traslada

desde la Cordillera de los Andes a una ciudad en expansión, en busca de trabajo:

A Guayaquil llegó un día

rodando de cerro en cerro

trajo su pueblo en las venas

dos alforjas, un pañuelo

un corazón encogido

Una mirada de perro

un cuerpo de cordillera

y una ilusión: el dinero.

Tocó el río con las manos

(¡oh agua clara de mi pueblo!)

Le gritaban los tranvías

(¡oh mi pueblo mudo y quieto!)

El solo, frente a la bulla,

como extraviado cordero.

Trabajó de seis a seis.

Cargó fardos. Rompió el suelo.

[...]

Piafando sobre su pecho19.

En este romance los medios de transporte metaforizan una modernización que excede la

capacidad de adaptación del individuo habituado a los ritmos humanos y no mecánicos. Representa

el colapso entre dos cosmovisiones, con efectos letales para el “inadaptado urbano”. Además de la

secuencia narrativa que condensa el poema, gracias a la modalización afectiva el poeta transmite el

sentimiento de pena que le provoca el serrano, que es nombrado con atributos como “cordero

extraviado” y “con ojos de perro”.

El romancero de Pedro Jorge Vera es una muestra del viraje que experimenta el campo

intelectual ecuatoriano desde la resistencia a las influencias culturales europeas hacia la

identificación y el respaldo masivo del bando republicano durante la Guerra Civil española por

parte de numerosos escritores ecuatorianos, que desde el atalaya andino, la costa pacífica o la

misma península ibérica atendieron con vigilancia de cronistas los avatares de las dos Españas.

La escisión entre vanguardia artística y vanguardia política20

instalada en el Ecuador, de cómodo

rastreo en revistas como la quiteña Letras (1912–1919) o la guayaquileña Savia (1925–1929), es un

ejemplo de la repulsa ante la adopción de tendencias estéticas y temas foráneos: la pugna por la

defensa de la consolidación de un ecuatorianismo literario celoso de los tópicos locales y conflictos

sociales autóctonos (“estar dentro” o “estar fuera” de los temas nativos como la literatura del cholo,

el montuvio, el serrano, el indio, era aplaudido o señalado con el dedo censor) fue cediendo paso a

la fraternidad antifascista, que se sustentó en el pujante socialismo radicado en el país andino desde

la fundación del partido, en 1926. Como vimos, Pedro Jorge Vera logra conciliar en su romancero

el tema local montuvio con el de la Guerra Civil española a partir del homenaje explícito al escritor

caído y a sus obras más neopopularistas.

19 Vera, Romances madrugadores cit., p. 37. 20 Retomamos aquí el par conceptual forjado por José Carlos Mariátegui en “Arte, revolución y decadencia” (Amauta, Lima, Año I,

Núm. 3, noviembre de 1926), adoptado luego por Antonio Melis en “La experiencia vanguardista en la revista Amauta” (en La vanguardia europea en el contexto latinoamericano. Actas del coloquio Internacional de Berlín 1989, Frankfurt am Main, Vervuert,

1990, pp. 369–370) y por Humberto Robles en La noción de vanguardia en el Ecuador: recepción, trayectoria y documentos (1918–

1934) (Quito, Universidad Andina Simón Bolívar / Corporación Editora Nacional, 2006).

10 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera

Porque la fraternidad antifascista tiñó la poesía latinoamericana de una impureza irremediable

no sólo en los celebrados versos de un César Vallejo o de un Pablo Neruda, sino también en las

plumas ecuatorianas, que se identificaron con el país ibérico en el terreno de las tragedias

sociopolíticas: “en mi sangre,/ tu palabra;/ en mi corazón, tu grito;/ en mi Ecuador, tu Granada”

escribiría Pedro Jorge Vera en su romance Muerte y vida de Federico García Lorca.

BIBLIOGRAFÍA

Aguilera–Malta, Demetrio, Gallegos Lara Joaquín, Gil Gilbert, Enrique, Los que se van: cuentos

del cholo i del montuvio, Guayaquil, Zea & Paladines, 1930.

Girondo, Oliverio, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías y otros poemas,

Madrid, Visor, 1989.

Herrero Cecilia, Juan, Teorías de pragmática, de lingüística textual y de análisis del discurso,

Cuenca, Ediciones de la Universidad Castilla–La Mancha, 2006.

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Silva, Hugo Mayo, Jorge Icaza y su proyección iberoamericana, Madrid, Bubok Publishing–

Fundación Marechal, 2010.

Ramos, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina, México, FCE, 1989.

Reati, Fernando, Autos, barcos, trenes y aviones. Medios de transporte, modernidad y lenguajes

artísticos en América Latina, Córdoba, Alción, 2011.

Sarlo, Beatriz, La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina, Buenos Aires,

Nueva Visión, 1992.

Vera, Pedro Jorge, Romances madrugadores (1937–1938), Guayaquil, Talleres Editora Noticia,

1939.

11 Ciudades anheladas, ciudades imaginadas. El modus añorante en los romances montuvios de Pedro

Jorge Vera