ANALISIS Y DESARROLLO DE POLÍTICAS EDUCACIONALES

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Magister en Psicología Educativa La Educación “del Otro”: ANALISIS Y DESARROLLO DE POLÍTICAS EDUCACIONALES

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Magister en Psicología Educativa

La Educación “del Otro”:

ANALISIS Y DESARROLLO

DE POLÍTICAS EDUCACIONALES

Nombre de la

Asignatura:

Psicología

Educativa

Estudiant

e:

Tamara Luna

V.Docente: Patricia Mozó

Cabrera

Fecha: 24 / 03 /

2014

ÍNDICE

Introducción………………………………………………………………………………p.

2

Fundamentación Teórica – Empírica del

tema……………………………………………

p.

3

Discusión………………………………………………………………………………….p.

14

Conclusión………………………………………………………………………………...p.

17

1

Bibliografía………………………………………………………………………………..p.

18

2

INTRODUCCIÓN

En el marco de las múltiples dimensiones desde las cuales la

Psicología Educativa puede intervenir, ya sea explicando,

diseñando o implementando estrategias que permitan aportar al

proceso de enseñanza-aprendizaje y con ello, a la calidad de la

Educación en nuestro país, resulta fundamental comprender el

proceso a través del cual, históricamente, se han construido y

han evolucionado las políticas enfocadas en dicha tarea

educativa.

Si bien nos situamos en un contexto presente, en un

determinado momento, no puede negarse la herencia y las huellas

que nuestra historia como país nos ha dejado, ya que a partir de

ellas es que surgen las decisiones y acciones, que se van

conformado en el marco de políticas más globales, que a su vez

intentan dar respuesta, ya sea en complemento o como contraparte

de la historia que les antecedió.

Es así que, el presente informe contiene la revisión de la

trayectoria que ha tenido la política educativa a lo largo de

nuestra historia, lo que se presenta en una breve síntesis de los

principales antecedentes que permiten analizar y reflexionar en

relación a las tensiones y desafíos que en ese proceso han

existido, cómo algunas han logrado ser resueltas, cuáles

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continúan pendientes y cómo seguimos construyendo y

reconfigurando el quehacer educativo nacional.

En este contexto, las posibles lecciones y reflexiones que

puedan surgir y emerger de este reconocimiento de nuestra

historia y herencia, sin duda aportarán elementos útiles para

nuestro quehacer desde la Psicología Educativa, cualquiera sea el

escenario particular en que nos desenvolvamos, permitiéndonos

ampliar el foco, a los procesos y fenómenos contextuales más

amplios en los que se enmarcan los procesos de enseñanza-

aprendizaje que deseamos comprender e intervenir.

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FUNDAMENTACIÓN

Para comprender el desarrollo de la Institucionalidad

Educativa, es necesario ir situándola en el contexto histórico en

que se desarrolla. Ruiz-Tagle (2006, en Inzunza, 2009), acerca

del surgimiento y evolución del Estado y la República chilena,

plantea la existencia de cinco repúblicas a la fecha, en las que

se despliegan diversas políticas educativas:

1. Primera República (1810-1833)

Las primeras huellas de nuestro sistema educativo las encontramos junto al

surgimiento mismo de la República. Los procesos independentistas necesitaban de

ciudadanos que fuesen capaces de gobernar la nación naciente, y para ello era

esencial contar al menos con establecimientos escolares criollos (Inzunza, 2009).

Es así que, en esta primera etapa de desarrollo de las políticas

educativas dispusieron, por una parte, establecer la creación

escuelas primarias gratuitas para cualquier población con más de

50 habitantes, y por otro lado, impulsar la enseñanza secundaria

particular, bajo la convicción acerca de la necesidad de educar

fundamentalmente a las clases dirigentes masculinas. Se crea,

entonces, el Instituto Nacional, cuya misión era formar

ciudadanos capaces de defender, dirigir y desarrollar la

“patria”, para lo que se consideraba elemental la formación en

leyes civiles, y en el conocimiento de la historia, las artes y

las formas de producción de los pueblos antiguos y modernos,

pudiendo aprender de sus aciertos y fracasos (Íbid).

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En la misma línea, tanto en la declaración de Independencia de

1818, como en la Constitución de 1823, se dispuso la

responsabilidad estatal sobre la educación, creándose un Plan

General de Instrucción Nacional, así como organismos asociados al

rol de vigilancia y de asesoría y promoción de mejoras. Se crean

también escuelas primarias masculinas y femeninas, tanto desde el

impulso de particulares, congregaciones, conventos y municipios;

como desde el Estado en las zonas geográficas donde no existiese

oferta privada (Íbid).

En 1828, se dicta la tercera constitución originada en un

Congreso constituyente, que adopta la forma de República

representativa popular y reconoce tres derechos fundamentales:

igualdad, libertad y propiedad (Ruiz-Tagle y Cristi 2006, en

Inzunza, 2009). Esta constitución sugiere que algún ministerio

debiese asumir la administración de la instrucción, perfilándose

la estructuración institucional educativa, bastante débil, hasta

entonces.

2. Segunda República (1833-1871)

Entre las principales medidas de este período, la Constitución de

1833 mandata la acción preferente del Estado en educación, se

establecen tareas de superintendencia de educación y se funda la

Universidad de Chile. Se crea en 1837 el Ministerio de Justicia,

Culto e Instrucción Pública, dándose progresivamente un

desarrollo de la educación pública y su incipiente

democratización, sin embargo, se constata que las escuelas

primarias fiscales eran dirigidas por personal de baja

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preparación que se limitaba básicamente a leer y escribir. Al

respecto, “se recuerda el proceder de una corte de justicia que juzgando a un

individuo por el delito de robo a una iglesia, lo condenaba a ser maestro de escuela”

(Labarca 1935: 93, en Inzunza, 2009). En respuesta a aquello, en

1842 se crea la Escuela Normal de Preceptores, y once años más

tarde, se crea la Escuela Normal para Preceptoras. Se otorgó a la

Universidad de Chile la misión de realizar visitas e inspecciones

a las escuelas primarias y se creó, para el mismo efecto, Juntas

Provinciales y Departamentos de Inspecciones de Educación, como antecedente

de lo que sería hacia 1846 la figura de los Visitadores de

Escuelas, y las Visitadoras de liceos femeninos (recién hacia

1904).

En 1848 se crea la Escuela de Artes y Oficios destinada a la

formación de obreros. Los cursos de orden teórico-práctico

duraban cuatro años, enseñándose gramática, historia y geografía

de Chile, música, matemáticas, dibujo y talleres de oficios como

mecánica, herrería, etc. (Ibid.).

Estas medidas implicaron un progresivo aumento de los recursos

destinados al sector educativo y durante estos años se revirtió

la dominancia de la educación particular y conventual, en favor

de la educación fiscal. Sin embargo, existían serias dificultades

económicas para lograr mayor cobertura educativa y una adecuada

cantidad de profesores preparados para asumir cantidades

crecientes de alumnos en el sistema, lo que impulsó a que en 1856

se organizara la Sociedad de Instrucción Primaria de carácter

privado, la cual funda 4 escuelas nocturnas para adultos, y 4

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para hombres y mujeres. En relación a los liceos, éstos

continuaban reservados esencialmente a los hombres.

A través de la Ley General de Instrucción Primaria de 1860, el Estado asume

la dirección principal de la educación primaria, garantizando la

gratuidad de la enseñanza primaria para ambos sexos a cargo del

gasto fiscal estatal y municipal. Las Escuelas, se clasificaron

en Elementales y Superiores con una distinción en los planes de

estudio de hombres y mujeres. Se decreta la duración de tres años

para la educación primaria, la edad de ingreso de los niños a la

escuela a los siete años y la abolición de algunos castigos

físicos utilizados hasta entonces (Inzunza, 2009).

En este contexto, la escuela y las prácticas pedagógicas

separaron al alumnado en niveles, estableciendo horarios,

evaluaciones, textos comunes. Este proceso de

institucionalización de la escuela se vio reforzado por la

creación de Escuelas Normales financiadas por el Estado.

Pese al avance que significó la gratuidad de la enseñanza, éste

fue revelando su insuficiencia dadas las altas tasas de

analfabetismo y el gran número de niños y niñas fuera del sistema

educativo.

“La escuela primaria no ha podido absorber toda la población en edad de recibirla y

a raíz de la pobreza general se produce una tremenda deserción de quienes la

frecuentan; abandonan la escuela apenas cursados dos o tres años. Por otro lado, se

ha ahondado su división social de acuerdo con las clases sociales en pugna, escuela

pública para la población proletaria, escuela anexa a los liceos para los sectores

medios y escuela particular pagada para los sectores plutocráticos. No ha existido la

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escuela primaria única y por esa causa se profundiza la división clasista y el

correspondiente antagonismo social” (Jobet 1970: 338, en Inzunza,

2009).

Se comenzaba así, a amplificar una separación entre la capital y

las provincias, como también entre lo urbano y lo rural, y las

clases acomodadas y las obreras. Esta división, fundamentalmente

basada en las clases sociales, constituyó desde el principio una

de las características fundantes del sistema educativo chileno

(Inzunza, 2009).

3. Tercera República (1871-1924)

Hacia 1871, la vigilancia educativa sufría variadas críticas,

relacionadas con los tiempos y la calidad del desempeño de los

visitadores, su preparación y sus condiciones laborales, y en

1872 se libera a los establecimientos particulares de la tutela y

fiscalización del Estado, lo que significaba una apertura estatal

hacia la libertad de enseñanza o de instrucción (Inzunza, 2009).

Por otra parte, se evidenciaba una notoria diferencia de

formación y trayectorias entre hombres y mujeres, siendo la

educación masculina apoyada por el Estado y conducente a la

educación superior, mientras la femenina era esencialmente

provista por particulares y congregaciones religiosas y sólo

conducía a aprobar el año escolar. En este aspecto, iniciativas

particulares dieron lugar a la Promulgación del Decreto

Amunátegui (6 de febrero de 1877) que facilitaba el acceso de la

mujer a la Universidad, bajo las mismas disposiciones de los

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hombres. Asimismo, decretaba la creación de nuevos

establecimientos secundarios de educación femenina privados.

En 1878, un miembro de la Sociedad de Instrucción Primaria es

enviado a Estados Unidos y Europa por el gobierno para

interiorizarse sobre la situación de la enseñanza primaria en

esos lugares, dictándose un año más tarde la Ley de Educación

Secundaria y Superior, que además de determinar la gratuidad de

la enseñanza costeada por el Estado, diferenciaba los

establecimientos de instrucción secundaria en dos tipos: uno con

seis años de duración que consideró el curso completo de

humanidades, y otro con sólo los tres primeros años. Otra ley,

dictada en 1883 impulsó mayor inversión en la enseñanza primaria

fiscal, además de la introducción de profesores de origen alemán.

Luego, en 1887 se crea la Escuela Profesional de Niñas, que

incluía diversas especialidades asociadas a oficios

tradicionalmente ligados al rol de la mujer. En este contexto se

desarrolló un movimiento intelectual, científico y político,

destacando el Primer Congreso Nacional Pedagógico y la

Obligatoriedad de la Enseñanza Primaria (1889) que concluía la

necesidad de incorporar nuevas asignaturas; mejorar las escuelas

y la preparación de los docentes; crear incentivos como la

certificación escolar; y la necesidad de 4 años de educación

obligatoria desde los 6 años de edad.

Un aporte decisivo que motivó una ley de educación primaria

obligatoria fue la aparición en 1917 del texto de Darío Salas:

El problema nacional: bases para la reconstrucción de nuestro sistema escolar

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primario, donde el autor plantea que “es energía humana lo que se

malgasta cuando dejamos en la ignorancia a medio millón de niños y a más de un

millón de adultos y adolescentes; cuando educamos para la competencia en vez de

educar para la cooperación y el servicio; cuando encauzamos la actividad de

nuestros niños en direcciones que no armonizan con los intereses del país ni con sus

propias aptitudes” (Salas 1917, en Inzunza, 2009).

En América Latina, en tanto, el contexto social y político

observó la irrupción de los jóvenes universitarios que se

organizan en diversos encuentros, destacando la observación de

Gabriel del Mazo, líder argentino, quien sostuvo que: “la

frondosidad característica en nuestra escuela, no es una simple equivocación didáctica

como dicen sus críticos, sino consecuencia de una formulación que buscó aquí y allá las

cosas del mundo y no al mundo en nuestras cosas. Por eso, añade, la educación está

nacionalmente desvitalizada.” (Godoy 2007:85, en Inzunza, 2009).

Así, ante el diagnóstico crítico del sistema educativo y las

nuevas necesidades económicas y culturales del país, surge la Ley

de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920, que determinó que la

obligatoriedad de la educación primaria, siendo la provisión

estatal y municipal gratuita. La obligación recae sobre los

adultos a cargo de los menores, los cuales deben cumplir con los cuatro

años obligatorios para los niños y niñas antes de cumplir los trece años (Inzunza,

2009, p. 36) y se establecen amonestaciones verbales, multa o

prisión como sanciones a su incumplimiento.

La educación primaria queda a cargo del Ministerio de Instrucción

Pública, delegando funciones de vigilancia y dirección inmediata

en el Consejo de Educación Primaria, funciones de supervisión a

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los visitadores y otras funciones de vigilancia y gestión, a la

Junta Comunal de Educación.

Se extiende el currículum a diversas materias, entre ellas, la

educación cívica y nociones elementales de derecho usual y de

economía política. El sistema escolar primario se organiza en

tres grados de educación general, más un cuarto grado de

educación vocacional, sumándose las escuelas vocacionales,

suplementarias o complementarias de enseñanza de adultos y cursos

de párvulos. Asimismo define diversificar la educación secundaria

en dos ciclos, el primero, de formación general y el segundo

ciclo, subdivido en tres tipos: Sección de Especializaciones

técnico manuales, Sección científica y Sección Humanista,

destinados los dos últimos al ingreso a la universidad. Además,

se organizarían comunidades de vida y trabajo en los

establecimientos escolares, contando con la cooperación de los

padres (Salas N. 2001, en Inzunza, 2009).

Los dueños de propiedades agrícolas de terrenos de más de 2000

hectáreas empresas salitreras, borateras, mineras y fábricas, con

una población escolar de más de veinte alumnos, están obligados a

mantener una escuela elemental. Así, hacia 1920 el Estado chileno

logra constituir un cuerpo legal que avanza en la conquista de

dos principios: gratuidad y obligatoriedad, pero al igual que en

la etapa anterior, sigue impulsando trayectorias diferenciadas

para su población escolar, permaneciendo una fuerte influencia de

la “clase social” en las posibilidades de avanzar. Así, mientras

las clases populares, a lo más, están destinadas a alcanzar la

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naciente formación profesional, la universidad seguía reservada a

las clases sociales altas. La educación del “Otro” seguía siendo la de la clase

obrera (Inzunza, 2009: 52).

Los años siguientes, se crean diversos decretos, como por

ejemplo, la importancia de un ambiente cívico que promueva

relaciones más cercanas y democráticas entre profesor y alumno,

un ambiente que facilite el aprendizaje y expresión de los

alumnos, y que beneficie, además, a la comunidad externa de

acciones de extensión y difusión cultural.

En 1927, 3ª Ley de Ministerios crea el nuevo Ministerio de

Educación Pública, reemplazándose el concepto de instrucción; y se le

otorgan las funciones de administración; fomento y desarrollo;

fiscalización de la educación particular; sostenimiento de las

universidades, escuelas, liceos y bibliotecas; conservación de

los monumentos nacionales; fomento de la cultura del país; y la

vigilancia de la propiedad intelectual (Soto F. 2000, en Inzunza,

2009).

Por otra parte, los profesores de la instrucción primaria y

normal, construyeron un Proyecto de Reforma de la Enseñanza

Primaria y Normal que apuntaba entre otras cosas, a la

descentralización; la igualdad social; y aprovechamiento de las

aptitudes del niño. Se establecen comisiones de trabajo donde

participaron activamente miembros de la Asociación de Profesores

y del gobierno, con lo que se logra llevar a cabo la

experimentación pedagógica, la cual se inicia en las escuelas

primarias en 1928, extendiéndose al nivel secundario hacia 1932.

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Sin embargo, más tarde el gobierno detiene la aplicación de la

Reforma, frustrando al movimiento pedagógico (Inzunza, 2009).

4. Cuarta República (1932-1973)

Hacia 1932, el concepto de ciudadanía y representación alcanzan

mayores niveles de avance, permitiéndose el voto a los hombres

mayores de 18 años y luego a las mujeres (1952). Se firma la

Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Declaración de

los derechos del niño de 1959, reconociéndose el derecho a todo

niño a recibir educación, gratuita y obligatoria; favoreciendo su

cultura general, la igualdad de oportunidades y el desarrollo de

actitudes. Los primeros responsables de la educación son los

padres, debiendo la sociedad y las autoridades públicas promover

estos derechos. La instrucción técnica y profesional debe ser

generalizada y la educación superior debe ser accesible a todos,

en virtud de los méritos.

Un obstáculo relevante para lograr cambios profundos en la

estructura del sistema escolar, se relaciona en esta etapa con la

permanente falta de consenso político y la fuerte oposición de la

Iglesia, en relación al conflicto entre Estado docente y libertad

de enseñanza. Sintomático de aquello, es que hacia 1952 se

aumentó la subvención estatal a la educación privada. Pese a

ello, entre los años 1941 y 1946, surgen importantes medidas como

el Plan experimental de San Carlos y el Plan de Renovación

Gradual de la Educación Secundaria, los que implicaron la puesta

en marcha de establecimientos experimentales caracterizados por

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la estrecha relación de teoría y práctica, la vivencia de una

gestión democrática, la promoción de proyectos institucionales,

interdisciplinariedad, el liderazgo docente y el contacto con la

comunidad externa, además de privilegiar seis ámbitos esenciales

de desarrollo (salud; lenguaje, comunicación y expresión; Ed.

social; Ed. económica-vocacional; Ed. estética-recreativa; y Ed.

Científica-tecnológica).

Estas experiencias (...llevaron…) a un pleno reconocimiento internacional de la

pedagogía chilena (…) profesores fueron llamados a orientar reformas educacionales

en otros países de América Latina y a participar en organismos como UNESCO y OEA

(Soto, 2006, en Inzunza, 2009).

Los gobiernos entre 1958 y 1970 debieron enfrentar las demandas

sociales por mayor cobertura educacional y el aumento de

expectativas de trayectorias escolares más largas por clases

sociales, antes excluidas. Así, en 1961 se establecen las Bases

Generales para el Planeamiento de la Educa-ción Chilena, las que reconocían la

creciente relación entre desarrollo económico y educación, y las

deficiencias que el sistema educativo tenía para resolver esta

vinculación. Posteriormente, la comisión de Planeamiento de la

Educación Chilena (1963) hace un análisis del sistema educativo

estableciendo la necesidad de unidad y continuidad de los

servicios escolares; la incorporación de análisis cuanti y

cualitativos y mayor vinculación del desarrollo social, económico

y educacional, entre otras (Inzunza, 2009). Se establece,

entonces, un ciclo de nueve años de educación general,

diferenciándose un sistema regular y de educación de adultos,

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educación parvularia gratuita; y la instalación del Plan Nacional

de Edificaciones Escolares. Todo ello bajo los principios de:

mayor cobertura y diversificación del sistema escolar, mejora de

la calidad y racionalización de la administración. En lo relativo

a la formación de profesores se impuso la formación universitaria

de los docentes, rompiéndose con la tradición de los profesores

formados en las Escuelas Normales.

Años más tarde, en 1970, bajo el gobierno de Allende, el

Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTE) da lugar a

una Asamblea Constituyente y al Primer Congreso Nacional,

configurándose el Proyecto Escuela Nacional Unificada (ENU),

donde se plantea generar un Sistema Nacional de Educación que

conduzca al logro de la igualdad de oportunidades, el pleno

desarrollo de las capacidades y la integración social, desde una

descentralización, con mejoras en las condiciones de los

docentes, y la promoción de la participación democrática, directa

y responsable de los trabajadores de la educación y la comunidad.

Pese a que el ENU no llegó a implementarse, su proceso de

construcción es un antecedente inédito, al combinarse la voluntad

política de avanzar en reformas sustantivas y una participación social extendida, no

sólo de parte de los docentes, sino que de toda la comunidad nacional(…) Por primera

vez, el gobierno y el Sindicato de trabajadores de la educación llamaban a reflexionar y

definir la política educativa más acorde a las necesidades de la población, concretando

un proyecto que reconocía la diversificación de trayectorias educativas, pero que a su

vez buscaba una unificación que garantizara el acceso igualitario al bien educativo (…)

una nueva acepción de democratización en educación, ya no se asociaba sólo a un

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aumento de la cobertura educativa hacia las clases populares, sino que también a una

participación creciente de los actores educativos y comunitarios en la gestión educativa

(Inzunza, 2009:61).

(-) La Dictadura Militar (1973-1990)

El golpe de Estado de 1973 interrumpe el proyecto constitucional,

republicano, liberal y democrático, instaurando un período de profundas

transformaciones que cambian las relaciones entre sociedad,

mercado y Estado. El concepto de desarrollo cambia, quedando

ligado básicamente a la idea de crecimiento económico (Colegio de

Profesores, 2005).

Tiene lugar el debilitamiento de lo público, con la

municipalización de los establecimientos; la disminución del

gasto en educación; el impulso a la apertura de escuelas, liceos

y universidades de carácter privado; la introducción de la

subvención (voucher) por alumno, sin discriminar entre

establecimientos públicos y privados; y la protección

constitucional de la libertad de enseñanza sobre el derecho a la

educación. El Ministerio de Educación Pública cambia su

denominación, vigente desde 1927, por el de Ministerio de

Educación a secas, lo cual permite aventurar la intención de

abandonar su carácter “público”. (Inzunza, 2009; OCDE, 2004).

Muchas de estas medidas se justificaron a través de un

diagnóstico, ordenado en 1975 el que, en un documento titulado

Políticas Educacionales del Gobierno de Chile, concluyó que el sector

educacional estaba excesivamente centralizado, carecía de

estructura organizativa, de un sistema de administración

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financiera, desinformación respecto a las necesidades reales de

recursos, y con ello, un gasto dispar de los recursos financieros

(Inzunza, 2009).

Una serie de medidas afectó fuertemente al sector docente, entre

ellas, la supresión de las escuelas normales, la disolución de

las organizaciones gremiales (creándose en 1974 el Colegio de

Profesores, con adscripción obligatoria y dirigentes designados

por el gobierno), y la disminución de los sueldos de los

profesores, quienes perdían su condición de funcionarios

públicos.

Por otra parte, bajo la lógica de mercado, entre 1982 y 1984 se

incorporan las primeras mediciones de rendimiento escolar

(Programa de Evaluación del Rendimiento Escolar -PER-); y el

Sistema de Medición de la Calidad de la Educación -SIMCE-, que

comienza a aplicarse desde 1988. Se esperaba que los resultados

permitirían a los padres poder hacer efectivo su derecho a elegir

el mejor establecimiento para sus hijos/as, lo que en la práctica

no se ha evidenciado hasta hoy.

Finalmente, en 1990, días antes del cambio de gobierno, la Junta

Militar dicta dos leyes en materia educacional de importancia

capital, ya que constituyen hasta el día de hoy el marco

institucional de nuestra educación nacional: la Ley N° 18.956 que

reestructura el Ministerio de Educación Pública, quitando este

último concepto, y la Ley N° 18.962 Orgánica Constitucional de

Enseñanza (LOCE), la que asegura los lineamientos para el nuevo

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sistema de financiamiento, y sobretodo, favorece el desarrollo de

la educación privada (Inzunza, 2009).

Junto a la LOCE, la legislación chilena deberá luego responder a

los acuerdos internacionales en torno a garantizar el derecho a

la educación de su población infantil, juvenil y adulta, tras

incorporarse en 1989 a la Convención de los Derechos del Niño,

surgiendo entonces la necesidad de formación en los ideales

proclamados por la Carta de las Naciones Unidas: espíritu de paz,

dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad. De la

misma forma, se sugiere continuidad entre la educación del niño y

su origen étnico, religioso, cultural y lingüístico (Íbid.).

5. Quinta República (1989- )

Tras el plebiscito, el poder instituyente quedó nominalmente en

manos del pueblo, pero aún con el sello neoliberal y autoritario del

gobierno militar (Ruiz-Tagle y Cristi 2006, en Inzunza, 2009).

“El gobierno de la transición a la democracia tomó la decisión estratégica de no

revertir el proceso de municipalización ni cambiar el modelo y mecanismo de

financiamiento establecidos en 1981 (...) no modificó el patrón de distribución del

gasto entre niveles del sistema establecido a comienzos de los 80, que había bajado

drásticamente el apoyo estatal a la educación universitaria cuando ésta fue

“arancelada”, en favor del sistema escolar” (Cox 2003: 36).

Cox (2003), agrega que las políticas de los años ’90 en adelante,

fijaron como foco la calidad y equidad. Se redefinió el rol del

Estado desde uno subsidiario a uno promotor y responsable (Ibid.),

siendo uno de los avances más importantes, la concreción del

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Estatuto Docente, construido en acuerdo y colaboración con el

Colegio de Profesores.

En cuanto al financiamiento, la crisis económica obligó a

financiar la instalación de programas y reformas, con ayuda del

Banco Mundial, imponiéndose condiciones para el desarrollo de

éstas. En este contexto se generan programas universales y otros

focalizados basados en una inyección mayor para los

establecimientos más vulnerables (P-900 y Programa Rural), a la

vez que se insertan mecanismos de competencia para el logro de

recursos públicos (Programa de Mejoramiento Educativo -PME). Así

también, en 1993, como medio para inyectar mayores recursos a la

educación, surge el financiamiento compartido, con el que se

pretendía que escuelas y liceos tanto públicos como privados

accedieran a mayores recursos económicos, cobrando una

mensualidad a las familias, lo que, según Cox (2003) ha agudizado

la segmentación del sistema.

En esta primera etapa, además, comenzó el trabajo de comisiones

técnicas, destacando la Comisión Nacional de Modernización de la

Educación (1994), donde no estuvieron representados el Colegio de

Profesores, establecimientos básicos y secundarios, ni

estudiantes. Bajo la misma lógica, en 1996 se inicia la Reforma

Educacional, formulada sin mayor participación de los docentes,

lo cual explica, en parte, la dificultosa apropiación de la misma

(CLACSO 2005, en Inzunza, 2009). Se inicia también la jornada

escolar completa (JEC), la que involucró inversión en

infraestructura, beneficiando a establecimientos públicos y

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privados subvencionados (pasando la infraestructura construida a

propiedad de los privados) (Inzunza, 2009).

En el año 2000, se eleva a 12 años la escolaridad obligatoria,

como parte de los compromisos adoptados en el Foro Mundial sobre

la Educación (Íbid).

En materia de calidad, se diseñó un sistema de Evaluación

Docente, en un amplio proceso de participación de los docentes en

conjunto con el Ministerio de Educación. Por otra parte, hacia el

año 2000, bajo la hipótesis de que los resultados SIMCE y de

otras pruebas internacionales no remontan, se relaciona con la

calidad de la gestión de los establecimientos, instalándose,

entonces, el Sistema de Gestión de la Calidad de la Educación

(SACGE), el cual se articula con el Sistema de Evaluación del

Desempeño Directivo. Así, políticas de control, evaluación e

incentivos, ligados al desarrollo profesional docente (Sistema

Nacional de Evaluación de Desempeño y Evaluación Docente) se han

convertido en las principales herramientas de administración

educativa (Íbid).

Otro elemento de gran relevancia de este período es la

rearticulación de los movimientos sociales. Desde 1996, el

Colegio de Profesores ha realizado un trabajo progresivo que

intenta ir más allá de las reivindicaciones, para introducir una

perspectiva integral de la temática educativa, a la vez que, el

movimiento estudiantil, a partir de la llamada Revolución

Pingüina del año 2006; enciende el debate educacional respecto de

la municipalización y subsidio a la demanda, impuesto la

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dictadura militar y cuestiona la LOCE, problematizando la

asimetría entre libertad de enseñanza y derecho a la educación,

señalando que este último ha sido concebido sólo como un derecho

de acceso a un sistema gratuito, sin referencia a su calidad. El

movimiento estudiantil incorporó a los establecimientos públicos

y privados, urbanos y rurales, de las capitales o de las

provincias, emblemáticos o nuevos. Este factor de sensibilidad

compartida, masividad y unidad de las dirigencias estudiantiles,

permitió alta adhesión de diversos gremios profesionales y la

opinión pública en general (Íbid.), y ha logrado mantener en la

agenda pública la discusión en torno a la calidad y equidad,

impulsando con ello la implementación de mesas o comisiones de

trabajo, que han contado en ocasiones con participación de

actores educacionales o gremiales, lógica de trabajo que ha

permitido la incorporación de sectores minoritarios en la

educación pública. Así también, esta discusión ha impulsado

diversos Programas e iniciativas de mejoramiento, destacando más

recientemente:

La Ley de Subvención Escolar Preferencial (SEP), dictada en 2008

como respuesta a las críticas sobre el sistema de financiamiento

de voucher, al no hacerse cargo de las diferencias en los costos

de educar a niños de diferentes estratos socioeconómicos. Ésta

apunta a lograr una mayor equidad en el sistema educativo, siendo

su principal objetivo igualar las oportunidades de aprendizaje de

los estudiantes, entregando una subvención adicional a quienes

provienen de familias vulnerables, con objeto de compensar en la

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escuela las mayores dificultades de aprendizaje que pueden

presentar estos estudiantes. (Ugarte, 2013). Esta política abre

la oportunidad para el desarrollo de iniciativas colaborativas,

más integrales, sistémicas y multidisciplinarias, al incorporar

profesionales de apoyo (psicólogas/os educativas/os, por

ejemplo), en los centros educativos, por medio de recursos SEP.

Por otra parte, también se ha evidenciado un aumento de

investigaciones en el ámbito educativo, así como la creación, en

2010, de un Centro de Estudios dependiente del Ministerio de

Educación:

...existe consenso respecto del rol fundamental que cumple la investigación en el

desarrollo de las políticas públicas. Prueba de esto es el importante aumento en la

cantidad de estudios en el ámbito educacional que Chile ha experimentado en las

últimas décadas. La evidencia que genera nutre el proceso de la toma de decisiones y

permite que se den debates y discusiones que aportan al diseño y ejecución de

políticas públicas y programas, permitiendo generar consensos en base a

información empírica (Ugarte, 2013: Presentación).

Otra medida adoptada el año 2010, es la implementación de la Beca

Vocación de Profesor, con la cual “se busca atraer a la profesión docente a

estudiantes de buenos desempeños en la PSU que luego trabajen en el sector

subvencionado. Los resultados del primer año de implementación muestran que se

logra atraer a estudiantes de mejor desempeño (Ugarte, 2013:6).

Finalmente, cabe señalar que actualmente Chile se sitúa en un

momento de gran relevancia histórica, ya que ha asumido un nuevo

gobierno, cuyo programa delinea reformas profundas al Sistema

Educativo, pudiendo en este período terminar con la LOCE y la

23

Constitución heredada de la Dictadura, las que históricamente han

obstaculizado la generación de políticas esencialmente

transformadoras, que en alguna medida logren avanzar en materia

de equidad y calidad, los dos grandes pendientes de una historia

de más de doscientos años.

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DISCUSIÓN

“No hay practica educativa que no sea política,

no hay práctica educativa que no esté envuelta en sueños;

no hay práctica educativa que no involucre valores, proyectos, utopías.

No hay, entonces, práctica educativa sin ética”

Freire, P. (2008: 51)

Tras observar los diferentes hitos del desarrollo y evolución de

las Políticas Educativas en Chile, es posible distinguir

elementos comunes en los diagnósticos realizados por los actores

de las diferentes épocas, así como la instauración de nuevas

políticas sobre sus antecesoras, sin una reformulación en su

esencia. Es decir, básicamente, en cualquiera de los períodos

analizados, podemos encontrar la baja participación y

democratización de los procesos de creación de Políticas

Educativas, así como una progresiva segmentación de las clases

sociales, con el permanente obstáculo de la Libertad de

Enseñanza, fuertemente defendido por los sectores conservadores y

la Iglesia. Todo ello implica, como bien plantea Freire, una

posición política que subyace a las propias políticas educativas,

las que, por supuesto, no son neutras.

El ejemplo de las reformas de los últimos veinte años permite

afirmar que los esfuerzos de los distintos gobiernos se han

concentrado en la cobertura, inyectando mayores recursos, pero

aún perpetuando la inequidad social y una baja calidad de la

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enseñanza, principalmente, porque constantemente se ha basado el

currículum, en función de necesidades principalmente económicas y

no necesariamente, desde la pertinencia para los contextos y las

personas que se educa. Como se plantea en el Informe de la OPECH

(2006), no se han cambiado mayormente las condiciones de

producción de la actual crisis educativa: segmentación o apartheid

educativo, baja calidad, e inequidad (OPECH 2006). Cabe

preguntarse, entonces, ¿qué concepto de hombre y de mundo mueve

estas decisiones?

En el mundo occidental, cuando hablamos de ciudadanía, inmediatamente nos

remitimos a la democracia, a la relación entre individuo y Estado, y al concepto

de derechos. Estos significados se asocian a la categoría de ciudadanía,

mediante luchas, regulaciones o prácticas en la historia del hombre en sociedad.

Las características y significados de la acción ciudadana se modifican en el

devenir del desarrollo capitalista, unas veces en sentido incluyente, otras en

sentido excluyente, dependiendo del lugar asignado a los procesos de

participación social y cultural en la (re)producción del orden de acumulación

capitalista (Cornejo, 2007: 13).

Así, puede señalarse que, los períodos o hitos en que pueden

encontrarse las políticas de orden más reformista, aparecen

históricamente asociados a movimientos sociales, ya sea de

profesores, obreros o estudiantes, los que han logrado impulsar

al menos la discusión política y la formulación de proyectos de

reformas, acordes al diagnóstico que los propios actores

protagonistas de las implementaciones concretas de las políticas,

hacen, desde las bases, desde la experiencia concreta.

26

Lamentablemente, también es posible ver que aquellos proyectos de

reformas no han llegado a instalarse e instaurarse, de modo de

ser posible hacer una evaluación de cómo resultarían al ser

llevados a la práctica, pero ello no debe sino impulsar aún más

la promoción de dichos movimientos, pues como señala González

(2006, en Cornejo, 2007: 15):

Si entendemos las relaciones sociales como procesos en permanente

construcción histórica, la ciudadanía debe ser comprendida como una condición

dinámica, en la que no existe una estación terminal donde se alcance su

plenitud; por el contrario, ella se encuentra en un permanente proceso de

redefinición, legitimación y validación político-cultural.

Esta permanente construcción, dinámica, puede señalarse, en el

caso de Chile, tiene más de doscientos años de historia, pero

pese a que se evidencia que las demandas sociales y los

pendientes en materia educativa siguen siendo básicamente los

mismos, que una y otra vez tensionan el contexto social e

histórico, aunque no se han traducido en políticas de fondo (que

finalmente alteraran en la práctica al sistema), igualmente han

sido valiosas, puesto que han establecido antecedentes para

futuros movimientos.

Como declara Freire (2008) “Si nosotros conseguimos convencer a los

jóvenes de que la realidad, por difícil que sea, puede ser transformada,

estaremos cumpliendo una de las tareas históricas del momento. Hay que tener

en cuenta que la historia no termina con la historia individual de cada uno (…) Si

nosotros hacemos nuestra parte, contribuiremos a la lucha de la generación

siguiente” (p.57).

27

Es en este punto en el que, desde nuestro rol como Psicólogas y

Psicólogas Educativos, estamos llamados a velar por promover la

reinvención de la lucha, desde la micropolítica, a través de las

propias prácticas educativas, para lo que es indispensable

recordar que no son neutras.

Por otra parte, los énfasis fundamentales de la política pública

más reciente se han relacionado con la instalación de mecanismos

de evaluación, control e incentivos, los cuales en su mayoría han

sido resistidos por las comunidades escolares por no tomar en

cuenta las condiciones contextuales que inciden en las relaciones

de enseñanza-aprendizaje, no constituyéndose en aportes

significativos. Esta sensación de “estar fuera de lugar” puede

generalizarse con el conjunto de iniciativas que ha intentado

llevar a cabo la Reforma, la cual al no ser elaborada en base a

las opiniones de los actores escolares y al chocar con las

políticas de evaluación y control, ha caído en una dinámica de

permanentes contradicciones, boicoteando los fundamentos de orden

pedagógico insertos en el discurso de la Reforma.

“Legislar sobre la educación de las mayorías es decidir, hoy en Chile, sobre el

servicio educativo de un “Otro”, completamente diferente, opuesto, pobre,

popular, no deseado. Se anula de esta forma, cualquier posibilidad de pensar en

un “nosotros” en la escuela pública” (Inzunza, 2009: 122).

De esta forma, mejorar la calidad de la educación, necesariamente

es un proceso que debe ir de la mano de la democratización de los

procesos de construcción de las políticas públicas, lo que

implica “la participación de los actores escolares en la planificación, gestión y

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evaluación de políticas educativas, tanto a nivel local, como regional y nacional”. Es

impensable que una reforma educacional se haga sólo desde una élite, en que los

intereses políticos se confunden con los económicos, y hasta con los familiares (Íbid,

p.10).

De allí que una crítica importante a los programas instalados por

las políticas educativas de las últimas décadas tiene que ver con

la lógica vertical (desde arriba hacia abajo), que se han

ejecutado, distinguiendo a un Ministerio central de carácter

técnico que diseña, un Ministerio regional y provincial que

ejecuta, y una escuela o liceo que recibe la intervención, sin

capacidad de decisión.

En esto podría señalarse que los Planes de Mejoramiento apuntan a

resolver el problema, promoviendo diagnósticos de los centros

educativos, que se generen en forma participativa con todos los

actores del mismo, sin embargo, las mismas micropolíticas de cada

centro son las que finalmente facilitan u obstaculizan que ello

ocurra, mientras que, a nivel de políticas centrales,

lamentablemente, seguimos viendo cómo la construcción de

diagnósticos y evidencias para políticas siguen siendo producidas

por una élite, evidenciándose con ello la necesidad de empoderar

a la escuela como productor de esas evidencias a través de sus

propios actores, para ya no “recibir” la educación “del Otro”.

CONCLUSIÓN

De los diversos antecedentes revisados, en primer lugar,

puede observarse que nuestro país, en materia de política

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educativa ha atravesado diversos cambios, los que han respondido

a determinados contextos políticos y civiles más amplio, a la vez

que han resultado en avances en algún ámbito, principalmente en

cuanto a cobertura, pero también en retrocesos, por ejemplo, en

relación a la pertinencia, la equidad o la calidad de la

educación, existiendo aún grandes desafíos pendientes a los que

se debe dar respuesta.

Un elemento fundamental que cruza la evolución de nuestras

políticas públicas ha sido sin lugar a dudas, el sistema

económico y social imperante en cada época, dándose

permanentemente un conflicto en relación a los intereses que

finalmente mueven y motivan la educación, en términos

principalmente económicos y de poder.

Somos un país que se origina desde la colonización, que se

independizó, sin embargo lleva muy arraigado el hacer propio lo

que originalmente no tiene que ver con nuestros orígenes y

raíces, e insistir en que todos sean capaces de aceptar, asimilar

y apropiarse también de ello, negando en gran medida la propia

cultura y orígenes de quienes educan y de quienes son educados.

Es así que, a lo largo de la evolución y el desarrollo de

políticas educativas en Chile, otro común denominador es la

lógica de lo impuesto, desde una verticalidad que otorga poco

espacio a la democratización de los procesos y de la toma de

decisiones. Actualmente existe consenso respecto de aquello, así

como respecto al rol fundamental que cumple la investigación en

el desarrollo de las políticas públicas, entendiéndola como la

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evidencia que nutre el proceso de la toma de decisiones y permite

que se den debates y discusiones que aporten al diseño y

ejecución de políticas públicas y programas, permitiendo generar

consensos en base a información empírica. Sin embargo, respecto

de esa investigación, es crucial quiénes son los convocados a

participar de dichos procesos de discusiones, reflexiones y

debate, ya que, históricamente ha sido un lugar e instancia

reservada para la academia o algunos líderes políticos.

Claramente influir en la macropolítica puede estar aún lejos

de nuestras posibilidades de intervención, sin embargo, desde la

micropolítica, en los centros en que nos desenvolvemos, podemos

propiciar los espacios de participación y democratización

pertinentes y necesarios para seguir avanzando en la construcción

de una educación de calidad, pertinente a esos Otros con los que

el Sistema Educativo sigue en deuda.

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