TIEMPO DE VOLVER: EL RETORNO AL PASADO EN LA PREFERENCIA DE LOS LECTORES ARGENTINOS

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TIEMPO DE VOLVER: EL RETORNO AL PASADO EN LA PREFERENCIA DE LOS LECTORES ARGENTINOS Prof. Silvia Giraudo Lic. Patricia Arenas Instituto de Arqueología Facultad de Ciencias Naturales e I.M.L. U.N.T. [email protected] [email protected] Dicho en términos sencillos, en este momento el pasado vende mejor que el futuro”. Andreas Huyssen INTRODUCCION Más allá de profecías apocalípticas y de agoreros análisis sobre la incidencia de la televisión, Internet y demás medios de comunicación en la difusión del libro como objeto de consumo masivo, lo cierto es que hoy, en nuestro país, se lee más que veinte años atrás. No sólo pareciera cada vez más claro para el gran público que el libro continúa siendo irremplazable, sino que desde el Estado nacional se vienen implementando políticas (siempre insuficientes, para nuestras aspiraciones) destinadas a activar este consumo cultural. Alguna vez se dijo que lo que se vende en las librerías es “un signo de los tiempos”. La afirmación de carácter cuantitativo que hiciéramos en el párrafo anterior trae aparejada, también, 1

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TIEMPO DE VOLVER:

EL RETORNO AL PASADO EN LA PREFERENCIA DE LOS LECTORES

ARGENTINOS

Prof. Silvia GiraudoLic. Patricia ArenasInstituto de ArqueologíaFacultad de Ciencias Naturales e I.M.L. [email protected]@hotmail.com

“Dicho en términos sencillos, en estemomento el pasado vende mejor que el futuro”.

Andreas Huyssen

INTRODUCCION

Más allá de profecías apocalípticas y de agoreros

análisis sobre la incidencia de la televisión, Internet y

demás medios de comunicación en la difusión del libro como

objeto de consumo masivo, lo cierto es que hoy, en nuestro

país, se lee más que veinte años atrás. No sólo pareciera cada

vez más claro para el gran público que el libro continúa

siendo irremplazable, sino que desde el Estado nacional se

vienen implementando políticas (siempre insuficientes, para

nuestras aspiraciones) destinadas a activar este consumo

cultural.

Alguna vez se dijo que lo que se vende en las librerías

es “un signo de los tiempos”. La afirmación de carácter cuantitativo

que hiciéramos en el párrafo anterior trae aparejada, también,

1

una marcada diferencia en cuanto a los géneros de mayor

preferencia: hoy se lee más, pero no lo mismo que hace veinte años.

A partir de la experiencia como librera de una de las

autoras y de las estadísticas de venta, hemos podido observar

que, desde hace unos diez años, en las librerías argentinas –

en las que la afirmación del ensayista alemán que tomamos como

epígrafe de este ensayo puede aplicarse literalmente-, hay una

marcada predilección por la novela histórica en general y por la

argentina en particular.

Los grados de ficcionalidad dentro de este orden

narrativo varían desde el relato biográfico o la biografía

novelada (Irigoyen de Félix Luna o Alexandros de Valerio Maximo

Manfredi), hasta las narraciones donde los personajes son

creados por el autor pero ubicados en un contexto histórico

“real”, en el sentido de existencia histórica, más o menos

documentada (La Tierra del Fuego de Silvia Iparraguirre o Indias

blancas, de Florencia Bonelli).

.

A ellas se suman los ensayos de corte historicista sobre

el pasado, no tanto académicos como de divulgación, para un

público amplio: nos referimos a libros como Mitos de la historia

argentina, de Felipe Pigna, Simón de José Ignacio García

Hamilton o Argentinos, de Jorge Lanata. Se trata, en general,

de textos que buscan develar aspectos de la vida del país o de

sus figuras más reconocidas que habían quedado ocultos,

inadvertidamente o a propósito, porque no eran considerados

relevantes, porque no respondían al proyecto político vigente

2

o porque no resultaban convenientes para el poder político de

turno.

Por otra parte, y como dato de contraste, la ciencia

ficción ha quedado relegada a algún anaquel olvidado, que

visitan sólo nostálgicos o viejos cultores del género.

(Eventualmente, un profesor de literatura pide a sus alumnos

como texto de lectura un Fahrenheit 451, de Ray Bradbury o un

Sueños de robot de Isaac Asimov, pero el caso escolar hace tan

poco a nuestro análisis como el Poema del Mio Cid o Facundo).

Populares colecciones que alcanzaron un merecido prestigio en

los años sesenta y setenta, como Minotauro o Nebulae,

prácticamente han desaparecido.

Podemos por lo tanto afirmar –y ésta es la hipótesis

fundamental de nuestro ensayo - que la mirada de los lectores

argentinos hacia el futuro ha quedado clausurada: han dejado

de indagar sobre el mañana y se han vuelto –casi se diría que

obsesivamente- hacia el ayer1.

Este fenómeno, que no es privativo de nuestro país sino

que, de hecho, ha sido observado en casi todos los países

occidentales, ha llevado a muchas editoriales a crear o a

reforzar colecciones destinadas a la temática histórico-

biográfica. Por ejemplo, el Grupo Editorial Sudamericana, bajo

el sello Sudamericana edita la colección “Narrativas

1 Indagado al respecto el gerente general de Sudamericana –hoy uno de losgrupos editoriales más importantes en lengua hispana-, el señor FranciscoLafalse, respondió enfáticamente que, en efecto, salvo el caso de IsaacAsimov, no tendría él mayor interés en editar novelas de ciencia-ficción,“que han dejado de tener salida en el mercado”.

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Históricas” y bajo el sello Grijalbo, la colección “Novela

Histórica”. La primera tiene la mayor parte del catálogo

dedicada a la historia argentina (con excepciones como Las

memorias de Adriano de Yourcenar y Las cuatro estaciones de Manuela de

Víctor von Hagen). Los textos, en términos temporales, se

refieren a la época de la Colonia y de la Independencia, con

algunas singularidades contextualizadas a inicios del siglo

XX, como es el caso de Confesiones de un Dandy de Danilo Albero.

Esta colección hace centro en las reconstrucciones

biográficas: el énfasis está puesto en la vida cotidiana de

los personajes y en sus relaciones personales, con una nota

intimista. En buena parte del catálogo, los personajes

biografiados son mujeres (Felicitas Guerrero, Ana María Cabrera, la

Perricholi, Las cuatro estaciones de Manuela, Inés Suárez).

La otra colección, “Novela Histórica”, no apunta a

personajes argentinos sino de la historia europea, en el

contexto de la construcción de Occidente como espacio

histórico e identitario: tal es el caso de El médico del Sultán de

César Vidal (biografia de Maimónides) o Hiram. El arquitecto de

Reyes de Bernard Lentéric.

La serie “Memoria Argentina”, de Emecé (una de las

editoriales pioneras del país, fundada por Bonifacio del

Carril y hoy integrante del Grupo Editorial Planeta), está más

cerca del ensayo que de la ficción. En este caso, lo que se

edita son antiguos textos que estuvieron durante muchos años

ausentes de las librerías, como Un viaje al país de los matreros de

4

Fray Mocho o La Representación de los Hacendados de Mariano Moreno,

como así también relatos de memorias y de viajes como Viajes por

América Meridional de Alcide d`Orbigny.

Por su parte, Tusquets Editores cuenta con la colección

“El Elefante Blanco”, que hace eje en relatos de viajeros,

diarios de viaje y crónicas: Diario de viaje de un naturalista alrededor

del mundo de Charles Darwin, Días de ocio en la Patagonia de William

Hudson, Viaje a la Patagonia Austral de Francisco Perito Moreno, son

sólo algunos ejemplos. Los textos de esta serie, en general,

aportan imágenes socioculturales y de paisaje al momento de

construcción de la nación argentina.

La temática de los inmigrantes aparece también en la

narrativa histórica: se trata de relatos que giran en torno a

la vida de los inmigrantes en nuestro país, sobre todo de

aquellos que llegaron en las grandes oleadas de fines del

siglo XIX y principios del XX. Los lectores –marcados aún por

aquel lugar común tan discutible de que “los argentinos descendemos

de los barcos”- suelen reconocer en éstas las historias de sus

abuelos y bisabuelos, es decir, los recorridos de biografías

familiares. El subgénero fue iniciado magistralmente por El

Santo Oficio de la memoria, de Mempo Giardinelli y continuado luego

por otras, como Las ingratas, de Guadalupe Henestrosa e Historias

de la inmigración, de Lucía Gálvez, o relatos de tipo biográfico

como Mamá, de Jorge Fernández Díaz. También han aparecido

investigaciones académicas sobre el tema, como Los vascos en la

5

Argentina, de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay e

Historia de los italianos en Argentina, de Fernando Devoto.

Párrafo aparte merecen los textos de carácter

testimonial y los que pertenecen al así llamado “periodismo de

investigación”, que también han alcanzado en los últimos años

una notable difusión: al primer grupo corresponden, por

ejemplo, Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, Cristo

revolucionario, de Lucas Lanusse y Mujeres guerrilleras, de Marta

Diana. Al segundo, Civiles y militares, de Horacio Verbitsky, La

Voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita y El presidente que

no fue, de Miguel Bonasso. Este subgénero, que a nuestro juicio

forma parte también de la narrativa histórica, si bien se

trata de una historia más reciente, tiene sus propias

características, tanto desde el punto de vista textual cuanto

de su recepción y de las razones de su difusión.

ALGUNAS CONSIDERACIONES TEÓRICAS SOBRE LA NARRATIVA

HISTÓRICA:

No es nuestra intención problematizar sobre este género,

que ha tenido una gran incidencia en la historia de la

literatura latinoamericana2, sino apuntar algunas

consideraciones de índole teórica, a fin de consolidar las

bases para responder al interrogante fundamental de este

ensayo, que es: ¿Por qué un porcentaje tan elevado de lectores2 Según Noé Jitrik (1995), es a partir de los años 60 que va a

ocupar un lugar fundamental en el florecimiento y actualización de lanarrativa en el continente.

6

argentinos se han inclinado en los últimos años por él, en

detrimento de otras escrituras, como la ciencia ficción?

Desde siempre, se entendió que la novela histórica

pone en relación materiales, voces y sentidos devenidos de

distintos orígenes y tradiciones: el acceso al pasado tiene

muchas rutas y no es sólo monopolio de la historia.

Varios críticos han trabajado en estos últimos años en

la idea de que la novela histórica necesita una

reconsideración teórica. El eje de las discusiones se centra

en la relación que establece la narrativa con la historia.

Si consignamos la naturaleza híbrida de su origen, tal

vez podamos explorar en plenitud todas las manifestaciones

discursivas que construyen sus relatos. Una perspectiva

rígida en cuanto a las definiciones de historia y literatura

sólo podría empobrecer el análisis; por ello, parece

necesario pensar ambos campos en su propio devenir: para poder

echar luz sobre la inmensa producción de los últimos años en

este género, es preciso revisar la evolución y las

transformaciones de la escritura de la historia y de la

narración histórica, es decir, tener en cuenta la tradición

que precede y orienta a ambas manifestaciones (Carrillo

P.2004). Así, es posible que pueda considerarse a la novela

histórica no como una concurrencia fallida entre las dos

perspectivas, sino como un cruce fructífero entre discursos

diferentes, en el espacio de su propio género. Paul Ricoeur

y Hayden White, entre otros, no dudan de la fertilidad del

encuentro.

7

Sin embargo, no podemos dejar de señalar una dificultad

que se ha suscitado, sobre todo para el lector común o poco

avisado, en esta conjunción de géneros, cual es el carácter

equívoco del pacto de lectura: se trata, en palabras de

Andreas Huyssen, de “una inestable negociación entre el hecho y la ficción”

(2007: 18). Tradicionalmente, resultaba más o menos claro el

límite entre ficción y no ficción y el receptor sabía bien de

qué lado debía pararse. Hoy, el límite se ha desdibujado y con

frecuencia sucede que el que lee una novela histórica termine

confundido con respecto a cuánto debe creer y cuánto en ella

es pura imaginación del autor. Un caso paradigmático, en este

sentido, es Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez3.

Estas novelas pueden ser entendidas también como una

reelaboración o cuestionamiento de la historia; como un género

capaz de “reinventar la historia”; apta, asimismo, para ofrecer una

idea más autentica del pasado y para renovar los discursos

sobre ese pasado. Además, el género ha tenido un papel crítico

al dar voz a los silenciados de la historia y contestar con la

verdad a las mentiras de la historia oficial.

La narrativa histórica se permite revisar y reinterpretar

los momentos vedados y velados por la escritura canonizada y

exponer ciertas lagunas historiográficas con el fin de

despertar actitudes polémicas. Se trataría de una suerte de3 Mucho más notable aún, como ejemplo de lo que señalamos y por lasreacciones que se sucedieron en todo el mundo, fue el caso de El Código DaVinci. Si bien no puede ser catalogada como novela histórica, sino,eventualmente, como novela de suspenso, toma datos históricos que recrea yreelabora según la conveniencia de la trama ficcional. Para muchos lectorescorrientes, fue muy difícil entender que Dan Brown nunca se propusoargumentar una tesis, sino, como él mismo manifestó en una entrevista,simplemente escribir un best seller exitoso.

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“conciencia histórica” que se revela en ella, una historia

problematizada cuya naturaleza metahistórica quedaría en

evidencia.

Este tipo de narrativa puede considerarse como un intento

del género novela de ofrecer alternativas a las necesidades de

transformación de los ámbitos discursivos que la sustentan.

Su auge es parte de un proceso mayor que restaura los centros

urbanos, la museografía, muchos aspectos de la cultura; que

produce procesos constantes de patrimonialización, que hace

del retro una moda, que escribe memorias, testimonios y

biografía y que produce innumerables documentales históricos

en televisión, incluyendo un canal estadounidense enteramente

dedicado a la temática, el History Channel. Asistimos a una

constante “museización”, una manía preservacionista donde

la novela histórica se hace presente, contribuyendo a lo que

Charles Maier denomina la “era de auto-arqueologización”.

¿POR QUÉ SE LEE HOY NOVELAS HISTÓRICAS?

El marketing del pasado es un fenómeno a nivel mundial,

como ya dijimos: todas las editoriales occidentales han

consignado el incremento en la demanda de novelas históricas;

sin embargo, es también, como toda práctica de la memoria, una

práctica política y, en tanto tal, su ámbito es nacional,

porque está ligada a las historias de naciones y estados

específicos. En consecuencia, creemos que la pregunta sobre la

causa debe ser respondida en ese marco. Nos preguntamos,

entonces, qué representaciones del imaginario colectivo

9

argentino subyacen a la preferencia de los lectores por

autores como Felipe Pigna, María Rosa Lojo, Valerio Manfredi y

tantos otros.

Habitualmente, un lector de novelas busca en el libro el

placer de un relato bien contado, satisfacer su curiosidad por

cómo son o cómo pudieron haber sido las vidas ajenas,

identificarse con el o los personajes y, de esa manera,

ensanchar su horizonte de vidas posibles o hacer catarsis o,

más sencillamente, pasar un rato agradable. En general, varias

de estas razones confluyen en una misma persona.

¿Es éste el caso, o algunos de ellos, en lo que concierne

a la novela histórica?

El lector corriente del género hoy prefiere una trama

bien desarrollada y una lectura amena y ágil, pero no suele

ser un exquisito en materia formal. Es posible, incluso, que

a un seguidor de Lucía Gálvez o de Valerio Manfredi las obras

de un Alejo Carpentier le resulten pesadas, difíciles,

farragosas. Ha leído lo suficiente como para no admitir una

sintaxis confusa, diálogos poco creíbles o descripciones

carentes de brillo; pero no pretende mucho más que eso.

Claramente, busca satisfacer una curiosidad de índole

intelectual; este lector, si pide la ayuda del librero, suele

indicar: “Quiero un libro que me deje algo, que me enseñe algo”. Con

frecuencia, se trata de alguien que siente que leer relatos de

ficción es “perder el tiempo, porque son cosas irreales”. La

identificación con los personajes varía; depende sobre todo de

cómo el lector construye la distancia entre aquéllos y su

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persona. En algunos casos, percibe el tiempo y la distancia

que lo separa de los hechos narrados como una barrera que lo

deja en un plano absolutamente ajeno; en otros, tiene la

sensación de que la condición humana es siempre la misma, sin

importar cuáles sean los ropajes espaciotemporales.

De una u otra manera, este lector lee sobre todo como una

forma de entretenimiento: no es su intención profundizar

demasiado o continuar luego con una ulterior investigación;

terminada la lectura de La última legión, de Manfredi, o de Cómo

vivido cien veces, de Cristina Bajo, el saldo ventajoso es el de

haber pasado un rato agradable y de haber, de paso,

incorporado un nuevo conocimiento. En este sentido, creemos

probable que uno de los factores que abonan la difusión del

género sea que se trata de textos que no demandan del lector

una enciclopedia demasiado vasta, ni un esfuerzo cooperativo

mayor.

Con lo antedicho, no intentamos banalizar el hecho que

estamos describiendo ni acotarlo a un análisis de mercado; en

realidad, creemos que las “modas”, en tanto fenómeno social,

son un emergente de las estrategias con que un colectivo

construye su imaginario, con todas las implicancias

ideológicas que ello trae aparejado. En todo Occidente,

resulta evidente que los hechos acaecidos a lo largo del siglo

pasado fueron de una envergadura tal, que marcaron fuertemente

las representaciones sociales. El trauma del Holocausto -que

enseñó que para el hombre no es posible vivir en paz en la

diferencia- y los otros Holocaustos de fines del siglo XX:

11

Ruanda, Kosovo, Bosnia, Irak, ponen en tela de juicio el

futuro de la Humanidad y la ya agotada idea de progreso en el

marco del proyecto iluminista, motor de la modernidad. Esos

escenarios, sumados a otras experiencias igualmente

traumáticas vividas en distintas regiones del planeta (las

guerras de descolonización, los “apartheids”, el hambre y la

pobreza que operan verdaderos genocidios en varios países del

así llamado Tercer Mundo), dan por tierra con lo que Huyssen

(2007: 13) llama los “futuros presentes”, sobre todo ante la

evidencia de la ilimitada capacidad de destrucción (de sus

semejantes y del planeta) de la especie humana.

Si mirar hacia delante sólo puede producir pavor,

entonces es preciso desviar los ojos y mirar hacia atrás:

“Desde la década de 1980, el foco parecería haber pasado de los futuros presentes

a los pretéritos presentes, desplazamiento en la experiencia y en la percepción del

tiempo que debe ser explicada en términos históricos y fenomenológicos”, dice

Huyssen (2007: 13)4.

El futuro, pues, ha dejado de existir; al menos, en la

romántica versión del “sueño por un mundo mejor”. El presente, por

su parte, tampoco existe: la obsolescencia programada de la

sociedad de consumo y la vertiginosa velocidad de los

adelantos tecnológicos reduce de manera alarmante el ciclo

vital de los objetos que nos rodean, tanto como la depredación

humana parece haberlo hecho con el medio ambiente. Al mismo

4 Huyssen añade, en una nota al pie que nos parece altamente significativay reproducimos aquí: “Naturalmente, la noción enfática de “futuros presentes” sigueoperando en la imaginería neoliberal sobre la globalización financiera y electrónica, una versión delparadigma modernizador anterior tan desacreditado, actualizado para el mundo pos-Guerra Fría”.

12

tiempo, paradójicamente, se alarga la vida de hombres y

mujeres.

El énfasis temporal de la imaginación utópica pasó así de

la anticipación a la rememoración. El pasado aparece como un

lugar de anclaje más seguro, más cierto, más sólido. El pasado

y la muerte se configuran como las únicas certezas del hombre

contemporáneo.

Este mismo fenómeno, que acabamos de describir a una

escala global, sucede asimismo en nuestro país, donde se

añaden ingredientes locales: Argentina ha vivido, hace aún

pocos años (pocos en tanto medida histórica), su propio

Holocausto: nos referimos al período de la última dictadura

militar, cuyo saldo, que aún no termina de evaluarse, va

todavía más allá de treinta mil desaparecidos: es la

construcción misma de la nación como representación

identitaria colectiva lo que ha sido puesto en juego. Se ha

hecho necesario, entonces, revisar toda nuestra historia;

preguntarnos una vez más sobre qué cimientos estamos parados;

quiénes somos y de dónde venimos; cuál es el relato en el que

nos reconocemos mayoritariamente.

Ciertamente, esa vuelta al pasado no está exenta de

conflictos: el caso de los textos sobre José de San Martín en

el marco de los 150 años de su muerte es paradigmático del

campo de disputa por el relato histórico y los distintos

géneros del abordaje. La publicación de Hugo Chumbita, El secreto

de Yapeyú (2001), Don José de García Hamilton (2000), Seamos

Libres de Norberto Galasso (2000), y la publicación de la tesis

13

de doctorado de Patricia Pasquali, San Martín (2000), son

algunos de los muchos textos –incluidos artículos

periodísticos- aparecidos en sólo doce meses. La discusión -

reflejada en los medios de comunicación- hizo centro en el

posible origen indígena de la madre del prócer. En este campo

se confrontaron la investigación académica, el ensayo y la

biografía y una parte del gran público se involucró en ello

con entusiasmo.

LA RELACION ENTRE RELATO HISTÒRICO Y MEMORIA

En contextos de “modernidad líquida“5 -fragilidad, inseguridad,

volatilidad y precariedad-, se buscan asideros para poder

pensar estos cambios vertiginosos que redimensionan el

espacio-tiempo. Las conmemoraciones, los textos y la

instalación de marcas territoriales de memoria tornan al

sistema recuerdo-olvido en un tema crucial, al dar cuenta de

experiencias traumáticas tales como la de la represión. En

esos territorios, proliferan textos, documentales,

exposiciones, museos, libros testimoniales, novelas

históricas, monumentos, resignificación de espacios

públicos, .recuperaciones de lo silenciado, revisiones e

invenciones. Es en este proceso de inscripción de la memoria

en diversos soportes -también dentro de los medios académicos-5 Cf. Baumann, Z. (2002). La era de la modernidad sólida ha llegado a sufin. Los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma ypersisten en el tiempo, en cambio, los líquidos son informes y setransforman constantemente: fluyen. Por eso la metáfora de la liquidez esla adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de lamodernidad. Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, dela liberalización de todos los mercados. No hay pautas estables nipredeterminadas en esta nueva versión de la modernidad.

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donde la memoria, siempre selectiva y fragmentaria, pasó a

ser útil y necesaria, instalándose en un discurso histórico

que discute desde otras posiciones su estatuto de verdad

objetiva y neutralidad académica, y planteando una interesante

reflexión sobre la memoria y la historia. La historia no

siempre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía

de una reconstrucción que no ponga el centro los derechos del

recuerdo, dice Beatriz Sarlo (2005: 86).

No existe una sola memoria sino interpretaciones varias,

diversas, simultáneas y, a veces, contradictorias, de la misma

manera que no hay “una verdad” histórica o, mucho menos, una

memoria colectiva que aglutine los recuerdos de toda una

sociedad. Siempre alguna de estas memorias tiene pretensiones

de ser hegemónica. Allí es donde se dan las batallas. Sin

duda, estas experiencias habilitan a la reflexión y

contribuyen a instalar el tema en la circulación social de las

ideas. Pero, qué tipo de memoria(s) se legitiman, qué

huellas materiales se preservan, qué historias se relatan,

qué nuevos sujetos se constituyen?

Estas memorias producen imágenes y saberes en el campo

social, logrando amigos y enemigos, detractores e

indiferentes. Tras el borramiento de las fuentes tradicionales

de identidad y autoridad –instituciones sociales, ritos, la

figura del padre (en tanto función paterna), se fortalecen

movimientos individualistas que operan produciendo un sujeto

creador de su propia identidad. Las memorias, puestas en

15

circulación a partir del entrecruzamiento de narraciones

individuales y sociales, participan en tanto crean imágenes de

la construcción de procesos identitarios de los colectivos.

La novela histórica, en todas sus formas, constituye para

ello un aporte. Es conveniente tener en cuenta el papel del

arte en este sentido: cuando se trata de registrar

acontecimientos, el arte adquiere –al igual que la Historia-

una dimensión mnémica, es decir, la capacidad de preservar el

recuerdo de hechos que forman parte del pasado de un grupo y

que lo han marcado identitariamente. El arte viene así a

completar la tarea de la memoria, siempre parcial, siempre

frágil, siempre huidiza, siempre subjetiva y, de ese modo, a

cumplir un papel pedagógico en el seno de la vida social.

Ahora bien, ¿no le compete a la Historia esta

preservación de la memoria? ¿No es éste su papel evidente,

aquel para el cual ha sido creada? Coincidimos al respecto con

Daniel Bauer, quien destaca:

“…nos encontramos hoy en una situación análoga a la del punto de

vista de Aristóteles6, pero no porque se considere que la Historia no

dispone de un entramado conceptual adecuado para tipificar la acción

humana, sino todo lo contrario, porque mediante su discurso convierte en

normales situaciones que por su naturaleza deberían romper el marco

teórico en el que son inscriptas. Al contrario del discurso histórico, es en

6 El autor se refiere al pasaje de la Poética donde el Estagirita apunta quetanto el arte como la Historia tienen por tema la acción humana en comunidad,aunque en el primero el énfasis estaría puesto en lo típico y permanente, yen la segunda en lo anecdótico. “De acuerdo con esta concepción canónica –diceBauer- la Historia se ocuparía de lo particular y azaroso mientras que el arte de lo universal eineludible”.

16

el ámbito de la representación artística no convencional que el pasado se

haría accesible de un modo más auténtico.”

(En Lorenzano y Buchenhorst 2007: 265)

La novela histórica, como el relato testimonial, tienen

la capacidad de narrar los sucesos de manera más vívida; de

dotar a los personajes de una carnadura de la cual el discurso

histórico con frecuencia los despoja; de involucrar los

sentimientos y comprometer la voluntad del lector como no

puede hacerlo aquél. Mientras el discurso histórico intenta

convencer, alegando argumentos racionales, la narrativa, al

poner en escena pasiones y afectos, tiene una eficacia

persuasiva innegable.

LA VOZ DE LOS QUE NO TIENEN VOZ

A partir de la década de 1960, los procesos de

descolonización y las luchas de liberación en distintas partes

del mundo abren el camino a cambios de perspectiva

estrechamente relacionados entre sí, en tres campos

distintos: aparecen nuevos movimientos sociales de corte

popular, generalmente de izquierda, emerge la necesidad de

historiografías alternativas y revisionistas y, en la

literatura, aparece el personaje subalternizado con carácter

de protagonista. Lo que estas tres modificaciones tienen en

común es la apremiante exigencia de dar voz a los que no

tenían voz.

17

Desde Los condenados de la tierra (1967), de Franz Fanon –de

reciente reedición- se plantea entonces en los textos

literarios una cuestión tan vigente en la antropología

contemporánea, cual es la construcción del Otro: ¿cómo aparece

ese sujeto que siempre ocupaba papeles secundarios,

sometido, dominado, sojuzgado? ¿De qué manera creíble un

pobre, una mujer, un negro, un esclavo, un indígena, un

rebelde al orden establecido, pueden ser delineados como

capaces de tomar las riendas de su propio destino? En este

sentido, cabe asimismo preguntarse si victimizarlo no sigue

siendo un modo de sometimiento; si, colocada en ese espacio,

esa narrativa no se convierte en una literatura de derrota.

En estos últimos años, abundan en las librerías

argentinas las novelas y biografías que giran en torno a estos

caracteres tradicionalmente marginados: en los relatos

históricos, Castelli -redescubierto como “la voz de la

Revolución”-, Moreno, el General Paz. El indígena como

protagonista de un hecho histórico y de la novela que lo narra

aparece, por ejemplo, en La Tierra del Fuego, de Sylvia

Iparraguirre, o en La vuelta del ranquel (segunda parte de Indias

blancas) de Florencia Bonelli.

Resulta llamativo, desde el punto de vista de los

estudios de género, que todavía muchas mujeres son

biografiadas en términos de relaciones de parentesco, a partir

de sus vínculos sociales con una figura masculina reconocida:

señora de…, amante de…, hija de… Tal es el caso de La Condoresa.

Inés Suárez, amante de Don Pedro de Valdivia de Josefina Cruz de Caprile

18

y Lupe de Silvia Miguens, que biografía a María Guadalupe

Cuenca, la esposa de Mariano Moreno.

UN CASO SINGULAR: EL GÉNERO TESTIMONIAL

El género testimonial es, a criterio de muchos estudiosos

del tema, netamente latinoamericano y tiene su origen en la

década del 60 en Cuba: la institución del premio Casa de Las

Américas a la novela testimonial en 1970 es tomada como fecha

de nacimiento para un tipo de escritura cuyo carácter

permanece aún en disputa: para algunos se trata,

efectivamente, de un género propiamente dicho; para otros, de

un rasgo o, en todo caso, de un subgénero dentro de la novela

histórica.

Las bases del concurso de la Casa especificaban la

importancia de la documentación directa y del conocimiento de

los hechos por parte del autor. Es decir, en el testimonio

debe primar la descripción de la realidad, con un sentido

profundamente histórico: en esta característica radica la

razón del parentesco entre el testimonio y el periodismo, la

investigación y la entrevista antropológica: todas estas

textualidades tienen en común el hecho de que se suponen

transcripciones “fieles” de sucesos reales. Sin embargo, la

posibilidad de adscribirles un carácter de “verdadero” es

harto discutible, precisamente porque se trata de

construcciones discursivas.

19

Pese a ello, el pacto con el lector conlleva la

voluntaria aceptación, por parte de éste, de la veracidad de

las afirmaciones del testimonialista: esta credibilidad es

probablemente una de las marcas más importantes del género, y

al mismo tiempo produce una permanente tensión entre la

destrucción de la ilusión ficcional y la imposibilidad de

reflejar exactamente lo sucedido.

La relación entre testimonio y verdad nos lleva a

plantear otra: la que podría existir entre testimonio e

historia. A nuestro juicio, la mayor diferencia está en que la

historia constituye siempre una versión “oficial”, canonizada,

de los sucesos ocurridos; el testimonio es la “otra” historia,

la historia silenciada, marginada; por lo general, la historia

que los grupos de poder y las clases dominantes prefieren

ignorar. La “historia oficial” se pretende objetiva,

científica, aséptica; el testimonio está hecho, con

frecuencia, de la carne y la sangre de los que no tienen

cabida en aquélla. En este sentido, el testimonio pareciera

estar más cerca del los trabajos de memoria, lo que le permite

a Marcio Seligmann-Silva afirmar que

“Si el arte y la literatura contemporáneos tiene como centro degravedad el trabajo con la memoria, (o mejor dicho: el trabajo de lamemoria), la literatura de testimonio, a su vez, es la literatura parexcellence de la memoria. Pero no de simple rememoración, de“memorialismo”. Antes que nada, esa literatura trabaja en el campomás denso de la simultánea necesidad de recordar y de la imposibilidadde hacerlo”

(En Lorenzano y Buchenhorst 2007:278)

20

En el caso de la literatura testimonial que con mayor

frecuencia se vende en estos días, se trata siempre de aquella

que se refiere a los años de la represión en el marco de un

genocidio: demasiado próximos, demasiado conflictivos,

demasiado dolorosos aún para haber entrado de lleno en la

historia oficial, el recuerdo de los hechos acontecidos en la

década del 70 está, en su mayor parte, contenido en esos

textos casi siempre desgarradores, en los que el sujeto de la

enunciación suele ser un protagonista o un testigo directo7.

Es claro, a nuestro juicio, que el antecedente directo de

esta narrativa es la literatura del Holocausto, devenido, al

decir de Andreas Huyssen, en un “tropos” universal: “En el

movimiento transnacional de los discursos de la memoria, el Holocausto pierde su

calidad de índice del acontecimiento histórico específico y comienza a funcionar

como una metáfora de otras historias traumáticas y de su memoria” (2007:17).

Los lectores de textos testimoniales sobre la represión

en la Argentina pueden ser divididos en dos grandes grupos: el

primero y el mayor es el de hombres y mujeres de entre 45 y 60

años, que en aquellos años de la dictadura tenían por lo

menos edad para ser actores directos o indirectos. En este

caso, pareciera que de lo que se trata es de seguir sumando

piezas a un rompecabezas que permanece incompleto: tanto, que

eventualmente no se distingue aún con claridad de qué figura

7 Un dato a ser tenido en cuenta, para un análisis político, es que sonmuchos más los libros escritos por ex-montoneros que los escritos por exmilitantes del ERP.

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se trata. Más que relatos, este colectivo busca explicaciones

sobre lo vivido y sobre el papel que le tocó desempeñar.

El segundo grupo, cuantitativamente menor, corresponde a

una franja de jóvenes de ambos sexos, de entre 20 y 35 años.

Ellos sí, antes de saber porqué, quieren saber qué pasó en ese

tiempo del que no tienen recuerdos pero del que han oído

hablar en sus entornos con tanto sentimiento. Están mucho

menos involucrados afectivamente y se permiten opinar con

mucha mayor libertad8.

Los lectores de ambos grupos, en general, suelen formar

parte de colectivos que hacen reclamos en la posdictadura: por

la verdad, es decir el destino de las víctimas; la demanda de

justicia por los delitos cometidos y su no prescripción y el

imperativo de la memoria o sea, la lucha por una memoria que

dé cuenta de lo acontecido.

Nos preguntamos por qué se lee este género hoy, más que

diez o quince años atrás. A nuestro juicio, son dos las

razones fundamentales: en primer lugar, porque los

protagonistas de los hechos sociales de la década en cuestión

necesitaron mucho tiempo para vencer el miedo, poder hacer a

un lado el dolor y ser capaces de relatar su versión de lo

sucedido, por su propia mano o a un letrado que la

transcribiera. En muchos casos, esos testimonios fueron dados

antes en el foro legal, con el objetivo de reclamar

justicia.

8 Nos parece interesante señalar que el 95 por ciento de los compradoresdel Nunca más, el informe de la CONADEP (Comisión Nacional sobre laDesaparición de Personas) pertenecen a esta franja etaria.

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La segunda razón radica, creemos, en aquello que apuntara

Fernando Reati: “La memoria se resignifica a diario subjetivamente y no se

recuerda aquello que se quiere sino aquello que socialmente se puede” (En

Lorenzano y Buchenhorst 2007:162), porque como dice Huyssen:

“La memoria de una sociedad es negociada en el seno de las creencias y los valores,

de los rituales y de las instituciones del cuerpo social” (2007: 144). Es decir,

la construcción de la memoria colectiva responde siempre a las

pautas políticas vigentes y forma parte de la disputa por el

poder.

Durante el gobierno inmediatamente posterior a la

dictadura, las heridas aún abiertas clamaban antes que nada

por justicia y, además, parecía necesario apaciguar los ánimos

y retomar, para la vida institucional y social, algún viso de

normalidad. Por otra parte, las estructuras económicas y

políticas del país y del extranjero que habían sostenido a la

dictadura militar no habían sido desmanteladas, y ejercían su

poder para que se hurgara lo menos posible en esas memorias.

El menemato, con las leyes de olvido (Punto Final y Obediencia

Debida), intentó clausurar los procesos sociales de memoria

dando por concluidas definitivamente las investigaciones.

Entre tanto, aparecieron los primeros textos testimoniales:

apenas unos pocos que no llegaban, todavía, a constituir una

masa fluida.

. Es recién en los últimos años, con una administración

política que comienza a hacerse cargo de las terribles

consecuencias del terrorismo de estado, que se genera un clima

colectivo propicio para pensar en revalorizar la memoria, en

juzgar a los culpables y en dar cuenta de todo lo vivido. Se

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reeditan relatos que estaban agotados, se escriben otros;

algunos, como Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, forman

parte de programas de literatura a nivel secundario o

universitario; la crítica literaria hace de ellos un objeto de

estudio.

ALGUNAS CONCLUSIONES:

Si bien el auge de la novela histórica resulta evidente,

ello no significa que deba ser trivializado como un mero

fenómeno de mercado. De hecho, en nuestras sociedades

capitalistas no existe un espacio puro, exterior a la cultura

de la mercancía. Como dijéramos al comenzar este ensayo, lo

que se vende en una librería es un signo de los tiempos, una

suerte de termómetro social que merece ser atendido.

Creemos que las causas por las cuales el lector argentino

se ha volcado al género son varias, que se entrelazan y

retroalimentan entre sí: en primer lugar y desde un punto de

vista global, los sucesos acaecidos a lo largo del siglo XX

han dado por tierra con el “mito del progreso” de la

Modernidad: el futuro ha desaparecido, al menos como espacio

de utopías. El presente, por su parte, se ha volatilizado en

manos de la aceleración de los cambios tecnológicos y la

depredación del planeta. Luego, sólo queda el pasado como

anclaje sobre el cual sea posible construir alguna certeza.

En segundo lugar, y remitiéndonos específicamente a

nuestro país, los años de la represión configuraron nuestro

propio trauma individual y colectivo, que aún debe ser

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elaborado, asumido, digerido. Tanto las víctimas como los

sobrevivientes y los hijos de ambos reclaman, además de

justicia, explicaciones, para lo cual eventualmente pareciera

ser necesario remontarse a los orígenes mismos de la nación.

En tercer lugar, la convergencia de los nuevos enfoques

historiográficos, la necesidad de un contradiscurso a la

“historia oficial” y la exigencia de dar la palabra a los

silenciados han estimulado el interés del público por los

relatos no canonizados por la academia.

Finalmente, la narrativa histórica cumple, en estas

circunstancias, dos funciones aparentemente contradictorias:

por una parte, constituye un texto de abordaje más sencillo

que el académico, por ejemplo, para un lector corriente, cuya

competencia no se ve sobreexigida; por la otra, los matices

más vívidos, más emocionales del relato, lo comprometen de

otra manera.

Para terminar, nos parecen adecuadas las palabras de

Andreas Huyssen:

“El recuerdo configura nuestros vínculos con el pasado; las

maneras en las que recordamos nos definen en el presente. Como

individuos y como sociedades, necesitamos del pasado para construir y

anclar nuestras identidades y para alimentar una visión del futuro.”

(Huyssen 2007: 143)

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BIBLIOGRAFIA

- BAUMANN, Zygmunt (2002): Modernidad líquida. Fondo de

Cultura Económica. Buenos Aires.

- CARRILLO P., Margot: La novela histórica. Las posibilidades de un

género.

- Conciencia activa. Nº6, octubre 2004.

- HUYSSEN, Andreas (2007): En busca del futuro perdido. Fondo

de Cultura Económica. Buenos Aires.

- LORENZANO, Sandra y Ralph Buchenhorst (2007): Políticas de

la memoria. Tensiones entre la palabra y la imagen. Gorla. Buenos

Aires.

- SARLO, Beatriz (2005): Tiempo pasado. Siglo XXI. Buenos

Aires.

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