Tesis Doctoral Niveles de Integración Sociopolítica, Ideología e Interacción en Sociedades No...

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UNIVERSIDAD DE TARAPACÁ UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL NORTE Departamento de Antropología Instituto de Investigaciones Arqueológicas NIVELES DE INTEGRACIÓN SOCIOPOLÍTICA, IDEOLOGÍA E INTERACCIÓN EN SOCIEDADES NO JERÁRQUICAS: PERÍODO ALFARERO TEMPRANO EN CHILE CENTRAL María Lorena Sanhueza Riquelme Tesis para optar al grado de Doctor en Antropología Profesor Guía: Dr. Calogero Santoro Profesor Tutor: Dr. Axel Nielsen ARICA – CHILE 2013

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UNIVERSIDAD DE TARAPACÁ UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL NORTE Departamento de Antropología Instituto de Investigaciones Arqueológicas

NIVELES DE INTEGRACIÓN SOCIOPOLÍTICA,

IDEOLOGÍA E INTERACCIÓN EN SOCIEDADES NO

JERÁRQUICAS: PERÍODO ALFARERO TEMPRANO EN

CHILE CENTRAL

María Lorena Sanhueza Riquelme

Tesis para optar al grado de Doctor en Antropología

Profesor Guía: Dr. Calogero Santoro Profesor Tutor: Dr. Axel Nielsen

ARICA – CHILE 2013

AGRADECIMIENTOS Las tesis son emprendimientos personales e incluso, a veces, un poco

solitarios, pero al mismo tiempo son empresas colectivas, ya que

nunca podrían llegar a término sin el apoyo, ayuda y cariño de una

cantidad importante de personas.

En mi caso, hay tres personas que fueron fundamentales en este

proceso.

Lucho, que aquí tiene un papel doble. Realizó las primeras lecturas

críticas a todos los capítulos, y es quién me apoyó con los análisis

estadísticos y la realización de las Figuras. Por otro lado, soportó

heroicamente una tercera tesis, que han sido procesos tan

sentidos/vividos/sufridos (y éste, superlativamente) que para mí,

merece un monumento.

Violeta, que supo aceptar con paciencia y perdonar (espero) todas

mis ausencias, de cuerpo y mente.

Y Fernanda. No solo hizo lecturas críticas, siempre constructivas, de

prácticamente todos los capítulos en sus estados iniciales, me sugirió

lecturas, apoyó con material bibliográfico e hizo vista gorda de ciertos

abandonos, sino que sin esa conversación un día de primavera

caminando devuelta de Doña Cata a la U, que me permitió trazar

(por fin!) una hoja de ruta, esta tesis nunca habría sido terminada.

---

Numerosos colegas me proporcionaron datos inéditos: Sebastián

Avilés, Daniela Baudet, Marcela Becerra, Cristian Becker, Antonia

Benavente, José Castelletti, Catalina Soto, compartieron

generosamente conmigo sus datos/informes y permitieron enriquecer

la base empírica de esta tesis.

María Teresa Planella no solo me proporcionó bibliografía, sino tuvo la

paciencia de reunirse conmigo para contestar mis innumerables

preguntas acerca de cultivos, horticultura, modos de procesamiento,

etc.

Boris Santander, desde el primer mundo, fue mi ventana de acceso a

una bibliografía que a veces se hacía esquiva en Chile.

Rolf y Pepe dirigieron mi atención a la etnografía amazónica, sin la

cual esta tesis sería menos.

Isabel, Andrés y Flora, apoyaron, resolvieron dudas, dieron ánimo,

acompañaron, en definitiva, hicieron que el proceso fuera menos

“cuesta arriba”.

---

Los comentarios críticos de mis profesores guías, Guillaume Boccara

en el momento de elaboración del diseño, y luego Calogero Santoro,

así como de mi profesor tutor Axel Nielsen, me permitieron repensar

ciertas ideas, precisar conceptos y ver los mismo datos con otros

lentes. Me dieron ánimo durante el proceso y se acomodaron a todos

mis atrasos y apuros.

En un plano institucional, esta tesis se enriqueció de sobremanera con

la pasantía que tuve la oportunidad de realizar el año 2011 en la

Universidad de Gotemburgo y el Museo de las Culturas del Mundo,

Gotemburgo, Suecia, que fuera posible gracias al Programa de Becas

Cortas al Extranjero (UTA-MECESUP 2). Desde Suecia, Kristian Kristiansen

y Adriana Muñoz generosamente estuvieron dispuestos a recibirme,

permitiéndome acceder a una vastísima bibliografía y riquísima

biblioteca sobre el área Amazónica, así como conocer otras

realidades universitarias y académicas.

Por último, el Departamento de Antropología de la Universidad de

Chile, en las personas de sus directores Mauricio Uribe y Eugenio

Aspillaga, así como los colegas del área de Arqueología, apoyaron

decididamente la posibilidad de reordenar cargas académicas, así

como la postulación a la Beca de Reemplazo a la Docencia por dos

semestre del programa Bicentenario Juan Gómez Millas, que fueron

fundamentales para poder terminar este escrito.

A todos ellas y ellos, muchas gracias.

RESUMEN El período Alfarero Temprano en Chile central se caracteriza por la

presencia contemporánea e interdigitada espacialmente de dos

unidades culturales, Llolleo y Bato. Ambas, si bien presentan

diferencias, han sido descritas como sociedades no jerárquicas, con

un patrón de asentamiento disperso y manejo de horticultura.

En esta tesis ofrecemos una visión de éstas, que considera distintas

líneas de evidencia, integrándolas en una interpretación de la

sociedad que incluye aspectos sociales, políticos, económicos e

ideológicos. Esta utiliza como soporte información etnográfica,

etnohistórica y etnoarqueológica, junto a elementos teóricos

derivados de la antropología y la arqueología. Específicamente,

exploramos el patrón de asentamiento y el comportamiento espacial

de la cultura material, centrada en la alfarería, para abordar los

niveles de integración social y política; examinamos los patrones de

funebria para acercarnos a los aspectos ideológicos; por último,

revisamos la situación de interdigitación para entender la forma de la

interacción entre estos dos grupos que convivieron en un mismo

espacio por al menos 500 años.

Proponemos, a partir de ello, que Llolleo representa un grupo donde

existen niveles de integración sociopolítica que ocurren a una escala

espacial local, donde se han activado una serie de mecanismos para

denotar a la comunidad y elaborar las relaciones sociales necesarias

para esto, en un marco de inestabilidad propio de este tipo de

sistema sociopolítico. La subsistencia basada en los productos

cultivados, y especialmente en el maíz, que permite sostener esta

dinámica, y a la vez es propiciada por ésta, es retroalimentada por la

construcción de una representación del mundo donde la

fertilidad/reproducción social ocupa un lugar central y define nuevos

roles y valoraciones para hombres, mujeres y niños dentro de la

sociedad.

Bato, por otra parte, representa un grupo donde los niveles de

integración sociopolítica son más laxos, o donde al menos ocurren a

escalas mayores que la localidad, lo que probablemente está

asociado a una mayor movilidad. Es especialmente interesante notar

que aunque los cultivos y el maíz están incorporados en la dieta de

estas poblaciones no implicó la activación de mecanismos que

propiciaran una mayor integración sociopolítica o donde el género y

la edad pasaran a ser factores principales en la clasificación de las

personas dentro del grupo.

Ambos grupos están enmarcados en una situación de interacción

donde más que existir una frontera territorial, se activa una frontera

social, a partir de prácticas infundidas de intencionalidad para

mantener y destacar sus propias identidades.

INDICE SECCIÓN 1. PRESENTACIÓN 1.1 PRESENTACIÓN 1.2 LLOLLEO Y BATO: HISTORIA DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA DIFERENCIA 1.2.1 El principio 1.2.2 Descubriendo la heterogeneidad: la definición de Llolleo y Bato 1.2.3 Bato y Llolleo: precisando e interpretando las diferencias 1.2.4 Recapitulación 1.3 MARCO GEOGRÁFICO AMBIENTAL 1.3.1 Geografía, clima y recursos 1.3.2 Paleoambiente SECCIÓN 2. SOCIEDADES NO JERÁRQUICAS: ANTROPOLOGÍA, ETNOGRAFÍA Y ARQUEOLOGÍA 2.1 SOCIEDADES NO JERÁRQUICAS: ANTROPOLOGÍA, ETNOGRAFÍA Y ARQUEOLOGÍA 2.1.1 Modelos y conceptos 2.1.2 Sociedades no jerárquicas: referentes para la arqueología desde la antropología Integración sociopolítica Límites Territorialidad 2.1.3 Pasando por la etnografía: lectura “arqueológica” de monografías etnográficas El espacio social: la comunidad efectiva Límites y niveles de integración social De territorios, territorialidades, mujeres y descendientes

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29 38

48 48 56

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61 69

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2.1.4 Las sociedades no jerárquicas desde la arqueología SECCIÓN 3. EL PERÍODO ALFARERO TEMPRANO DE CHILE CENTRAL 3.1 ESPACIO Y CULTURA MATERIAL: NIVELES DE INTEGRACIÓN SOCIAL 3.1.1 El asentamiento La unidad residencial Distribución y distancias Discusión 3.1.2 Espacio y cultura material Llolleo Bato 3.1.3 Discusión 3.2 EL ÁMBITO DE LA FUNEBRIA BATO Y LLOLLEO 3.2.1 Perspectivas para el estudio de la funebria en arqueología 3.2.2 El estudio de la funebria de los grupos Bato y Llolleo 3.2.3 Funebria Llolleo Síntesis 3.2.4 La funebria en contexto: mujeres, niños y la comunidad. El caso Llolleo Mujeres y niños: reproducción y descendencia Hombres, mujeres e infantes: la dimensión política de la comunidad 3.2.5 Funebria Bato Síntesis 3.2.6 La funebria en contexto: el individuo y la comunidad. El caso Bato. 3.2.7 Conclusiones 3.3 CON EL “OTRO” EN EL ÁMBITO DE LO COTIDIANO 3.3.1 Las características de la interacción

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224 225 234 241

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3.3.2 Los grupos sociales en un marco de interacción 3.3.3 Interacción Bato – Llolleo Síntesis SECCIÓN 4. RECAPITULACIÓN 4.1 RECAPITULACIÓN 4.1.1 Discusión 4.1.2 Conclusiones 4.1.3 Proyecciones REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ANEXO 1: ANTECEDENTES DE LOS SITIOS Y CONTEXTOS DE FUNEBRIA CONSIDERADOS ANEXO 2. Descripción de un funeral reche en Nuñez de Pineda (2001).

295 301

317 318 329 331

334

365

399

LISTADO DE FIGURAS SECCIÓN 1 1.2.a Área de estudio Estudio (detalle de microrregión de Angostura en Figura 3.1.a)

SECCIÓN 3 3.1.a Microrregión de Angostura 3.1.b Secuencia ocupacional de asentamientos Bato en la microrregión de Angostura 3.1.c Secuencia ocupacional de asentamientos Llolleo en la microrregión de Angostura 3.1.d Comparación modelo de asentamiento reche (a) – modelo de asentamiento microrregión de Angostura (b). 3.1.e Ubicación de sitios Llolleo considerados en análisis de cultura material 3.1.f Llolleo: Análisis de componentes principales con todos los sitios 3.1.g Llolleo: Análisis de agrupamiento con todo los sitios 3.1.h Llolleo: Análisis de componentes principales con sitios de la microrregión de Angostura 3.1.i Llolleo: Análisis de agrupamiento con sitios de la microrregión de Angostura 3.1.j Ubicación de sitios Bato considerados en análisis de cultura material 3.1.k Bato: Análisis de componentes principales con todos los sitios ANEXO A1. Ubicación sitios Llolleo y Bato considerados en el análisis de funebria

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192

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LISTADO DE TABLAS SECCIÓN 1 1.2.a Síntesis comparativa de componentes Llolleo y Bato SECCIÓN 2 2.1.a Niveles de integración y características del asentamiento en grupos etnográficos considerados SECCIÓN 3 Capítulo 3.1 3.1.a Bato: característica de los sitios de la microrregión de Angostura 3.1.b Llolleo: característica de los sitios de la microrregión de Angostura 3.1.c Categorías de asentamiento Llolleo y Bato 3.1.d Distancias entre los sitios de la microrregión de Angostura 3.1.e Resultados de análisis de isótopos estables para individuos Llolleo y Bato 3.1.f Llolleo: sitios considerados en el análisis de cultura material 3.1.g LLolleo: variables y frecuencias relativas 3.1.h Bato: sitios considerados en el análisis de cultura material 3.1.i Bato: variables consideradas 3.1.j Bato: variables y frecuencia relativa 3.1.k Bato variables presencia/ausencia

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142

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Capítulo 3.2 3.2.a Ofrendas presentes en enterratorios Llolleo y Bato 3.2.b Categorías de ofrenda Llolleo 3.2.c Categorías de ofrenda Bato 3.2.d Categorías de edad utilizadas 3.2.e Llolleo: distribución de individuos por sexo y edad 3.2.f Llolleo: frecuencia de categorías de ofrenda por sexo/edad 3.2.g Llolleo: distribución de tipos de vasijas por entierro según categoría de edad y sexo 3.2.h Bato: distribución de individuos por sexo y edad 3.2.i Bato: frecuencia de categorías de ofrenda por sexo/edad 3.2.j Bato: frecuencia categorías de ofrenda sin “basura” 3.2.k Bato: frecuencia absoluta y relativa de individuos sin ofrenda 3.2.l Presencia de tembetá y huella de uso de tembetá en entierros Bato. Capítulo 3.3 3.3.a Evidencias materiales de interacción 3.3.b. Densidad de tembetás

237 238 239 240 241 242

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272 274

275 275

279

305 312

1

SECCIÓN 1. PRESENTACIÓN

1.1 PRESENTACIÓN

El proceso de cambios sociales, tecnológicos e ideológicos asociados

al establecimiento de modos de subsistencia asociados a la

producción de alimentos y modos de vida más sedentarios se conoce

en América como Formativo. Sin duda, es una de las épocas más

interesantes de la secuencia cronológica – cultural, ya que se integran

a la vida socio económica ciertos elementos tecnológicos que

conllevan cambios relevantes (estructurales) en la forma en que las

personas se relacionaban entre sí, como con su entorno. Se trata de

un escenario donde aparecen nuevos patrones económicos

(agricultura, pastoreo) acompañados por la formación de sociedades

de mayor escala y complejidad que las existentes (vida aldeana

sedentaria). Acompañan a esto la aparición y/o consolidación de

una serie de nuevas tecnologías: cerámica, tejidos, metalurgia y las

construcciones arquitectónicas (Steward 1949; Collier 1955; Willey y

Phillips 1958). Se estima, sin embargo, que se trataba de unidades

sociopolíticas de pequeña escala, a nivel de comunidad local

conformada por linajes o grupos de parentesco, que en términos de

complejidad social, se enmarcan dentro de las sociedades igualitarias

2

o de rango (Fried 1967), tribales (Service 1971) o bien nivel de grupo

familiar en caseríos o grupo local (Johnson y Earle 1987).

El período Alfarero Temprano representa en Chile central lo que en un

marco Americano más amplio generalmente se reconoce como

Formativo. Aunque se observa la presencia de varios elementos

propios de este momento, no existen en esta área evidencias de

manejo de animales domésticos; las primeras evidencias de cerámica

y cultígenos datan cerca del primer milenio antes de Cristo (Ramírez et

al. 1991; Planella et al. 2005; Planella et al. 2011), aunque el uso

generalizado de la cerámica no parece ocurrir antes del 300 aC. y

transcurrieron al menos unos 1000 años entre la aparición de las

primeras plantas cultivadas (quínoa) y que algunos de estos grupos

empezaran a basar su subsistencia en productos hortícolas (Planella y

Tagle 1998). La metalurgia en cobre nativo también está presente de

manera ocasional en objetos como aros y brazaletes desde al menos

el inicio del primer milenio de nuestra era (Campbell y Latorre 2003).

No tenemos evidencia directa de textiles ni de cestería por las

posibilidades de conservación en el área. No obstante, la presencia

de elementos interpretados como torteras (discos de cerámica con

3

agujero al centro) y de una impronta de textil en material calcáreo

(Baeza y Hermosilla 2001) sugieren su ocurrencia.

Tampoco tenemos presencia de arquitectura con materiales

constructivos no perecederos, es decir piedra. Se presume que las

habitaciones estaban construidas con materiales orgánicos (madera,

ramas, barro) que no resisten mayormente el paso del tiempo. De esta

manera, los sitios habitacionales se manifiestan simplemente como

grandes áreas de basura, que ocasionalmente se concentran en

espacios más acotados (p.ej. sitios El Mercurio, La Granja), o en

verdaderos “pozos” de hasta 70-80 cm de profundidad (p.ej. sitios

Hospital, Chuchunco). En algunos pocos sitios se han encontrado

agujeros de postes (p.ej. Los Panales) o rasgos producto de la “línea

de goteo” del techo (p.ej. El Peuco), pero en general, no se han

podido identificar muchos rasgos que refieran directamente a áreas

domésticas, ya que los procesos posdepositacionales ligados a la

agricultura intensiva de los últimos 500 años en la región han removido

intensamente la mayor parte de los sitios.

A partir del patrón de asentamiento – disperso-, la funebria -

directamente asociada a áreas de vivienda - y la característica y usos

4

de la cerámica -manufacturas a nivel de hogar -, se ha planteado

que la base de la organización sería la familia (probablemente

extendida) y los niveles de cohesión social de mayor relevancia para

la vida cotidiana estarían dados a nivel de pequeñas comunidades,

aunque existirían mecanismos sociales que les permiten ser parte de

una agrupación mayor (Falabella y Planella 1988-89; Falabella y

Stehberg 1989; Falabella 2000[1994]; Sanhueza et al. 2003; Sanhueza

2004; Falabella y Sanhueza 2005-06; Sanhueza et al. 2007; Sanhueza y

Falabella 2007).

A partir de este panorama muy sucinto podría afirmarse que, aunque

sin todos los nuevos desarrollos tecnológicos y sin una vida aldeana

propiamente tal, Chile central participa efectivamente de un

“proceso formativo”. Es así como un nuevo modo de vida, basado en

la producción de alimentos, se instala y consolida a través del primer

milenio de nuestra era, proceso que desemboca finalmente en una

nueva realidad sociocultural llamada Aconcagua (Duran y Planella

1989; Massone et al. 1998; Cornejo 2010).

No obstante lo anterior, el período Alfarero Temprano presenta en

Chile central también ciertas características que lo hacen

5

especialmente interesante y singular. La principal de ellas es la

diversidad cultural en un área relativamente acotada, de no más de

200 x 200 km. En efecto, los trabajos arqueológicos llevados a cabo en

esta área los últimos 40 años han permitido reconocer al menos dos

complejos culturales diferenciados, junto a una serie de evidencias

que sugiere que la diversidad es sin duda mayor (Falabella y Planella

1979; Falabella y Stehberg 1989; Sanhueza et al. 2003; Sanhueza et al.

2010).

Los complejos Llolleo y Bato se diferencian uno del otro por las

características de su alfarería, de sus pipas, de sus adornos corporales,

del uso de materias primas líticas, de su patrón de funebria y muy

significativamente, de su patrón de subsistencia. A partir de los

conjuntos artefactuales y del estudio de isótopos estables en restos

óseos humanos se ha podido observar que no todos los grupos

tuvieron la misma dependencia de los productos cultivados en esta

etapa (Sanhueza et al. 2003; Falabella et al. 2008). Los productos

cultivados no tendrían la misma importancia entre los grupos del

Complejo Bato respecto a los del Complejo Llolleo (Falabella et al.

2007), y en la cordillera habría subsistido un modo de vida cazador

recolector hasta entrada la época de la Colonia (Madrid 1977;

6

Cornejo y Sanhueza 2003). Esta área presenta, así, una situación que

de alguna manera desafía los presupuestos sobre el efecto

“homogeneizador” de un modo de subsistencia basado en la

producción de alimentos, planteado a nivel general (cf. Willey y

Phillips 1958) e incluso a nivel del Área Andina (Lumbreras 1981: 152),

Estas distintas unidades tienen una distribución espacial parcialmente

diferenciada. En la costa, el Complejo Bato tiene una distribución más

septentrional, asociada a la desembocadura del río Aconcagua, y

Llolleo más meridional en relación a la desembocadura del río Maipo.

En el interior se produce una mayor interdigitación; en la cuenca de

Santiago los sitios de los dos complejos se encuentran a escasa

distancia entre sí, a lo largo de los mismos cursos de agua (Sanhueza

et al. 2007; Cornejo et al. 2012), mientras que en la cuenca de

Rancagua (con menos trabajo de prospección sistemática), también

coexisten distintas expresiones culturales (Sanhueza et al. 2010).

Numerosos fechados, principalmente por termoluminiscencia,

muestran que si bien Bato presenta fechados anteriores y LLolleo

posteriores, al menos entre el 200 y el 1000 dC. son contemporáneos

(Planella y Falabella 1987; Sanhueza et al. 2003, 2010; Falabella,

Cornejo, Sanhueza y Correa 2013).

7

Las investigaciones de los últimos 40 años han permitido generar un

cúmulo importante de información sobre Bato y Llolleo (ver capítulo

1.2). A la fecha, existe una gran cantidad de datos acerca de la

materialidad de estas sociedades, así como de su distribución

temporal y espacial. Así mismo, los estudios de isótopos estables

confirmaron lo que se había intuido acerca de la diferencia en los

énfasis económicos de los distintos grupos (Planella y Falabella 1987;

Sanhueza et al. 2003; Falabella et al. 2007). No obstante, existen pocos

esfuerzos que integren estas evidencias para realizar una

interpretación “antropológica” de estas sociedades, reconociendo

que “los planos de la sociedad son interdependientes e

interpenetrados” (Giobellina 2009:32), en definitiva, que integran lo

que Mauss (2009) llamó un “hecho social total”:

Todo está mezclado, todo lo que constituye la vida social de las

sociedades que precedieron a las nuestras, hasta las de la

protohistoria. En esos fenómenos sociales “totales”, como

proponemos llamarlos, se expresa a la vez y de un golpe todo

tipo de instituciones: religiosas, jurídicas y morales – que, al

mismo tiempo, son políticas y familiares –; económicas – y éstas

suponen formas particulares de la producción y el consumo o,

8

más bien, de la prestación y la distribución –; sin contar los

fenómenos estéticos a los que conducen esos hechos y los

fenómenos morfológicos que manifiestan tales instituciones.

(Mauss 2009:70)

Para la arqueología, esto implica considerar que los distintos registros

materiales (p.ej. materialidades y tecnología, patrón de

asentamiento, patrones funerarios, patrones de subsistencia) de una

determinada sociedad, forman parte integral y articulada de un todo

al cual remiten, y en cuyo seno adquieren sentido. Concretamente,

para nuestro caso implica considerar los distintos ejes de análisis, que

la mayoría de las veces han sido discutidos por separado, ahora en

conjunto, haciéndolos dialogar para así generar una interpretación

de la sociedad que considere aspectos sociales, políticos,

económicos e ideológicos como un fenómeno integrado. El particular

panorama de diversidad cultural e interdigitación espacial en Chile

central exige, además, considerar en esta interpretación tanto la

interacción potencial y posible, como los procesos identitarios

asociados.

9

Este es el objetivo que nos hemos planteado para esta tesis, porque

creemos que solo una aproximación de esta naturaleza permitirá

generar una diferencia cualitativa en la forma como entendemos a

estos grupos y al período Alfarero Temprano de Chile central en

general.

Para esto trazamos una ruta que utiliza fuertemente como soporte la

información etnográfica, etnohistórica y etnoarqueológica, la que si

bien no permite realizar analogías directas, al menos nos permite

ampliar nuestros horizontes interpretativos. Junto a esto incorporamos

elementos teóricos derivados de la antropología y la arqueología,

generando una discusión en función del registro arqueológico con

que contamos para el período Alfarero Temprano en Chile central.

Esta es, entonces, una tesis centrada en más de un aspecto de los

grupos alfareros tempranos, aunque no necesariamente presenta

datos nuevos respecto de ellas. Lo que es nuevo es una mirada

integrada a datos ya existentes, bajo prismas teóricos nuevos y no tan

nuevos, que nos permite construir una interpretación holística de estas

sociedades. Como tal es un trabajo mucho más cualitativo que

cuantitativo.

10

Hemos estructurado este escrito en cuatro secciones. La primera de

ellas, de la cual esta presentación forma parte, presenta los objetivos

de la tesis, así como los antecedentes de la investigación que la

fundamentan (capítulo 1.2). Para esto efectuamos una discusión de la

historia de la investigación del período Alfarero Temprano en el área,

poniendo de relieve los temas y problemas abordados, pero también

los vacíos que ésta ha dejado. Hemos incluido aquí una breve reseña

del ámbito geográfico y medioambiental, necesarios para

comprender tanto las posibilidades del medio como las condiciones

de conservación arqueológica del área (capítulo 1.3).

En una segunda sección construimos un marco de referencia para

entender las sociedades “simples” o no jerárquicas en su dimensión de

organización sociopolítica y los niveles de integración social. Creemos

que una adecuada comprensión y discusión de este aspecto es

fundamental porque constituye el marco en el cual se desenvuelven

todos los demás aspectos de la sociedad (ideológico, productivo,

tecnológico). Para esto revisamos la literatura teórica y etnográfica

con el objeto de generar un marco interpretativo y discutir la

evidencia disponible para Chile central a la luz de estas nuevas

posibilidades. En términos teóricos, nos remitimos a la discusión de los

11

modelos clásicos sobre evolución social (cf. Fried 1967; Service 1971;

Johnson y Earle 1987), complementándolo con otras visiones

derivadas de ámbitos más materialistas (p.ej. Meillassoux 1977,

Godelier 1978, 1979, Wolf 1987). En términos etnográficos revisamos

monografías de grupos del ámbito Amazónico, principalmente de

aquellos que tienen un sistema de subsistencia y de organización

social comparable al propuesto para los grupos PAT de Chile central.

A la vez, complementamos esta revisión con información del área

Mapuche, grupos que son más cercanos histórico-cultural y

espacialmente a nuestra área de estudio, considerando

especialmente aquella recopilada en tiempos tempranos de la

colonia. Por último, exponemos una propuesta de cómo abordar el

estudio de este tipo de problemáticas arqueológicamente, en nuestra

área de estudio particular.

Este es el prisma por medio del cual revisamos la evidencia disponible

para el Alfarero Temprano de Chile central en la sección 3, la que fue

organizada en tres ámbitos. El primero de ellos son los niveles de

integración social y política vistos a partir de las características de los

asentamientos, su distribución en el espacio y la cultura material,

particularmente la alfarería (capítulo 3.1), siendo el que se relaciona

12

de manera más directa con lo discutido en la sección 2. Para esto

consideramos y discutimos todas las evidencias disponibles para Chile

central, así como los trabajos previos al respecto, pero basamos gran

parte de nuestro trabajo en los resultados obtenidos recientemente en

la microrregión de Angostura en el marco del proyecto Fondecyt

1090200.

El segundo de ellos es el ámbito de la funebria, donde más allá de

exponer las características formales de los enterratorios, ya por todos

conocidos, realizamos una propuesta interpretativa en el marco de la

organización sociopolítica propuesta y discutida en el capítulo 3.1

(capítulo 3.2). Para esto trabajamos con toda la información

disponible acerca de entierros del período Alfarero Temprano en Chile

central, tanto publicados como manuscritos disponibles en el Consejo

de Monumentos Nacionales, lo que nos permitió contar con una base

de datos numéricamente significativa.

El tercero está referido a la situación de “convivencia” entre grupos

diferentes, y específicamente con énfasis económicos distintos, donde

queremos explorar, exponer y discutir las particularidades de esta

situación, en este período y en esta región en específico (capítulo 3.3).

13

Para esto, revisamos distintos casos reportados en la literatura

etnográfica y arqueológica de distintas partes del mundo (América,

Asia, Europa y Africa), de modo de lograr una mejor comprensión de

cómo se viven estos procesos y las características que éstos adoptan

de acuerdo a las circunstancias particulares, para luego realizar un

análisis y una propuesta a partir de la evidencia disponible para Chile

central.

En la cuarta sección realizamos una discusión integrada de los tres

ámbitos expuestos y discutidos independientemente en la sección

anterior, y es, en definitiva, donde presentamos una visión integrada

de las sociedades del período Alfarero Temprano de Chile central.

Creemos que los aportes de este trabajo pueden ser no solo respecto

a una discusión local, refida a Chile central, sino a la discusión

arqueológica en general, referente a este período en particular y

especialmente en relación a las situaciones de diversidad cultural en

espacios “pequeños”. En este sentido, esperamos también que pueda

constituir un aporte para pensar nuestra propia realidad actual, tan

diversa pero a la vez poco inclinada a tolerarla.

14

1.2 LLOLLEO Y BATO, HISTORIA DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA

DIFERENCIA

Las dos unidades culturales que aquí abordamos, Llolleo y Bato,

pertenecen a lo que actualmente se denomina período Alfarero

Temprano. En Chile central, espacio comprendido entre los ríos

Aconcagua y Cachapoal para nuestro caso (Figura 1.2.a), este

período se caracteriza por una diversidad cultural, donde unidades

culturales distintas ocupan el espacio de manera interdigitada, al

menos durante 1000 años (0-1000 dC). En este capítulo revisaremos

cómo fue definido este período, cómo fueron definidas las unidades

culturales que lo componen y de qué manera se fueron dotando de

contenido, hasta llegar a la visión de diversidad cultural que

manejamos hoy en día.

1.2.1 El principio

Si bien Oyarzún (1979[1910]) recorrió los conchales de la costa de la V

región a principios del siglo XX y describió una serie de hallazgos de

“cantaritos de greda” encontrados dentro “de ollas de greda de unos

60 cm de alto” que contenían esqueletos en la localidad de Llolleo,

no es sino hasta mediados del siglo pasado, con el inicio de la

15

arqueología sistemática de Chile central, que estos hallazgos fueron

considerados dentro de un marco histórico cultural.

En concordancia con el programa de investigación vigente en esa

época, cuyo principal objetivo era la historia cultural, y con un fuerte

impulso a partir de la creación del Centro de Estudios Antropológicos

(1955) ligado a la Universidad de Chile y la Sociedad de Arqueología

de Viña del Mar Dr. Francisco Fonck (1937), la arqueología realizada

estuvo enfocada a la creación de las secuencias cronológicas y

culturales de la región y las interpretaciones realizadas se basaron en

teorías explicativas como la difusión de rasgos o atributos de la cultura

material, y en conceptos como el de área nuclear y horizonte cultural.

Los integrantes de estas instituciones realizaron las primeras

prospecciones e intervenciones estratigráficas en sitios habitacionales

del área costera (Gajardo Tobar 1958-59; Berdischewsky 1963, 1964a,

1964b; Silva 1964), y las primeras descripciones sistemáticas de

materiales fragmentados recuperados de estos sitios (Schaedel et al.

1954-56; Bruggen y Krumm 1964).

Es así como se pasa de la arqueología de sitios particulares y la

preocupación y descripción de objetos completos recuperados ya

16

sea de cementerios o hallazgos aislados, característica de la “etapa

pre sistemática” (p.ej. Oyarzún 1979[1910], 1979[1912], 1979[1934]), a

una arqueología de sitios habitacionales, donde se realizan

excavaciones estratigráficas, que son sistematizados en una tipología

de sitios, integrando la información para dar un panorama regional. El

objetivo de estos trabajos fue definir complejos y secuencias culturales

(Berdichewsky 1964a), y en definitiva construir una secuencia que

sirviera de base al esqueleto cronológico para la zona (Silva 1964). Por

otra parte, se observa un esfuerzo por sistematizar tipológicamente los

materiales recuperados, definiendo tipos como “Cachagua gris

punteada”, “Cachagua incisa” (Bruggen y Krumm 1964:6) o “Bellavista

Naranja” (Nuñez 1964), por dar solo algunos ejemplos.

Las secuencias propuestas se basaron en excavaciones estratigráficas

y en la sistematización de la información de la región costera

comprendida entre los ríos Petorca y Maipo, que permitieron ordenar

los distintos complejos culturales (Berdichewsky 1963) secuencialmente

en función de Horizontes y Tradiciones (Berdichewsky 1963, 1964a; Silva

1964). Este ordenamiento siguió los lineamientos clásicos de la

aproximación histórico cultural, teniendo como base la noción de

evolución desde lo más simple o “primitivo” a lo más complejo y

17

“elaborado”, de las poblaciones sin cerámica a las que la tienen, de

la poblaciones con cerámica monocroma a las que producen

cerámicas decoradas, e integró a estos desarrollos locales al

panorama americano más amplio (p.ej. Formativo, período Inca).

De esta manera, los sitios y ocupaciones con cerámica monócroma

quedaron ubicados inmediatamente después del entonces

denominado “Precerámico II” y antes del “horizonte caracterizado

por la cerámica Negro sobre Salmón”, que por asociaciones y

estratigrafía se situaría inmediatamente anterior a la influencia incaica

(Berdichewsky 1963). Estaríamos así

…ante el hecho de la existencia de un complejo cultural

caracterizado por una serie de rasgos propios que

correspondería a la vez a un verdadero Horizonte que se habría

extendido por la costa central y al parecer, también, por el

interior de la zona central…, [que correspondería] si no

exactamente al más antiguo, por lo menos a los primeros

períodos agroalfareros. (Berdichewsky 1964b:84).

Para explicar la presencia de este primer período alfarero,

Berdichewsky (1964b) alude a la difusión cultural desde el Norte Chico

18

o Norte Semi-Árido, específicamente de la cultura el Molle, postulando

un Horizonte Molle o molloide, basado en la similitud de algunos rasgos

de la alfarería, el tembetá y la pipa en forma de T invertida,

puntualizando que “se nota igualmente que ha llegado a esta región

ya con la mayoría de sus rasgos bien formados” (Berdichewsky 1964b:

84). De paso, se asumen también otras características culturales que

acompañarían la generalización de la cerámica: la agricultura y la

ganadería se plantean como la base de la economía de estos grupos

(Berdichewsky 1963, 1964b).

Contemporáneamente, Silva (1964), quien no compartió la visión de

Berdichewsky, destacó las diferencias y particularidades de los

desarrollos locales aludiendo a su carácter de “desarrollo Formativo”

para dar cuenta de las similitudes con otras áreas. Desde esa

perspectiva propone también una secuencia cronológica para la

costa de Chile central a partir de una serie de trabajos realizados por

él desde la década de 1950, alrededor y al norte de la

desembocadura del río Aconcagua. A partir de los datos

estratigráficos de algunos sitios y su relación con otros contextos

propone una secuencia con dos ocupaciones precerámicas y tres

cerámicas.

19

Las tres ocupaciones cerámicas presentaban, de acuerdo al autor,

características diferentes. La primera, identificada en el nivel III del

sitio Alacranes 1, tenía un contexto muy similar al llamado

Precerámico II, pero con la presencia de cerámica burda y pintada

de rojo. La segunda ocupación cerámica se presentaba en los sitios

Bato 1 y 2, y se caracterizaba por cerámica negro pulida,

decoraciones incisas punteadas y entierros flectados con tembetás y

ofrendas de “auquénidos”. La tercera ocupación, por su parte, fue

identificada en el nivel IV del sitio Alacranes I, que corresponde a la

superficie, y se caracterizaba por una cerámica más compleja,

correspondiendo a la tradición cerámica “más evolucionada” del

área (Silva 1964:269). Silva estableció vinculaciones de esta

ocupación con otros hallazgos en el litoral, desde Concón hasta

Llolleo, San Antonio y Cartagena por el sur.

Esta propuesta contiene la primera constatación de variabilidad al

interior de este “desarrollo Formativo”. A partir de las descripciones

entregadas por Silva, se puede identificar a la segunda ocupación

con lo que hoy denominamos Bato y a la tercera ocupación con lo

que hoy denominamos Llolleo. Hoy sabemos que estos dos complejos

son contemporáneos, pero interesa rescatar de la propuesta de Silva

20

su observación de una variabilidad dentro de este período y su

posible diacronía, a través de la observación de la similitud de algunos

contextos cerámicos con los contextos acerámicos inmediatamente

precedentes.

Esta idea de diferencias temporales en el período Alfarero Temprano

es retomada tiempo después por Monleón (1979) que planteó la

existencia de una etapa alfarera de origen local, anterior a la

penetración de rasgos “molloides” a partir de las evidencias de la

primera ocupación del sitio ENAP-3. Así, planteó como hipótesis un

período Alfarero Temprano con dos fases, la primera de ellas

representada por alfarería monocroma, a veces con decoraciones

plásticas y con decoración en pintura roja, la cual no presentaría aún

influencias Molle, y la segunda correspondiente a esta misma tradición

local pero con la incorporación de modalidades y elementos Molle (y

del sur). Lo más interesante de su propuesta, y que lamentablemente

no desarrolló, es la utilización del concepto de “coexistencia” como

una hipótesis alternativa a la aculturación Molle propuesta por

Berdichewsky, respecto a la relación que se habría producido entre

los grupos nortinos (Molle o molloides) instalados en un primer

momento en la zona costera y los grupos locales, y que permite dar

21

cuenta de la frecuencia variable de rasgos Molles en los contextos de

Chile central (Monleón 1979).

Esta etapa inicial del desarrollo de la investigación en Chile central es

interesante no solo en la medida que sienta las bases del contenido y

posterior discusión sobre el período alfarero temprano, sino porque

presenta cierta particularidad. Por una parte se ajusta a los

parámetros del paradigma histórico cultural vigente en aquella

época, pero a la vez se utilizaron aproximaciones metodológicas

novedosas y, a partir de ellas se generan discusiones que se salen del

marco esperado. Así, se observa una investigación centrada en la

construcción de secuencias y un énfasis en explicaciones difusionistas

para dar cuenta de los cambios, en el marco del cual la aparición de

nuevos avances tecnológicos y objetos son necesariamente

introducidos. Por otra parte, la construcción de secuencias se basa en

prospecciones regionales en las cuales se identifican y excavan sitios

habitacionales (en oposición a la clásica arqueología de cementerios

y objetos completos), lo que posibilita e induce a los investigadores

tomar en cuenta contextos, asociaciones materiales y secuencias. El

resultado de esto es una discusión que, aunque siempre dentro del

marco histórico cultural, permite considerar otras posibilidades e

22

introducir otros elementos a la discusión, como la vinculación con

desarrollos locales y la variabilidad contextual, ideas embrionarias que

poco después serán desarrolladas a la luz de nuevos paradigmas.

1.2.2 Descubriendo la heterogeneidad: la definición de Llolleo y Bato

En forma casi paralela al trabajo de Monleón, Falabella y Planella

(1979, 1980, 1982) definieron el Complejo Llolleo, cuyos términos

conceptuales se mantienen hasta hoy día. Dichas autoras

cuestionaron la propuesta del horizonte molloide y con el expreso

objetivo de buscar y definir la existencia de manifestaciones culturales

tempranas locales, realizaron un estudio de cuatro sitios arqueológicos

ubicados cerca de la desembocadura del río Maipo. A esto se sumó

una exhaustiva revisión de todos los antecedentes publicados a la

fecha, así como un reconocimiento de las colecciones de piezas

cerámicas completas de la zona costera recuperadas por

particulares: Llolleo, recuperada por Oyarzún y la colección Calvo-

Larraín procedente del fundo El Peral, ubicadas en el Museo Histórico

Nacional y Museo Nacional de Historia Natural, respectivamente.

La definición del complejo cultural Llolleo se realizó principalmente en

base a la cerámica, para lo cual se definieron tres tipos: Llolleo Pulido,

23

Llolleo Inciso Reticulado y Llolleo no Pulido. También se describió su

patrón de funebria, con individuos en posición flectada asociados a

los mismos lugares de vivienda, niños depositados en urnas y la

presencia de ofrenda cerámica donde se incluyen los tres tipo

definidos, aunque mayoritariamente el tipo Llolleo Pulido. El patrón de

asentamiento se caracterizó por privilegiar lugares cercanos a cursos

de agua y terrenos irrigables, y a partir del tamaño de los sitios se infirió

la existencia de “…agrupaciones menores dispersas pero no aisladas

entre sí.” (Falabella y Planella 1979:148). La subsistencia se definió

como heterogénea, incluyendo la agricultura y animales

domesticados, específicamente camélidos. Este último rasgo fue

descartado poco tiempo después.

Al mismo tiempo, la revisión de los trabajos realizados por

Berdichewsky y Silva en la década de 1950-60, les permitió a dichas

autoras identificar un grupo de sitios ubicados a lo largo de la costa

desde el Maipo hacia el norte, pero especialmente concentrados al

sur y norte de la desembocadura del río Aconcagua, que no

mostraban las características planteadas para Llolleo. Por el contrario,

se trata de un conjunto de al menos nueve sitios que compartían

elementos similares y recurrentes entre sí, como el tembetá,

24

abundante cantidad de puntas de proyectil y los tipos cerámicos

cuyas formas de labios, asas y decoraciones diferían de lo observado

en los sitios alrededor del Maipo. Así, las autoras concluyeron que

Con las últimas investigaciones arqueológicas el panorama

cultural de la zona central de Chile en este período se está

alejando del concepto de “homogeneidad” antes postulado.

Así como a partir de los trabajos en el litoral se ha definido un

complejo con características propias como es Llolleo, el análisis

profundo y global de las evidencias está permitiendo diferenciar

también otras manifestaciones que fueran consideradas como

pertenecientes a una sola unidad cultural. (Falabella y Planella

1982:46).

En esta misma línea de argumentación plantearon que las diferencias

observadas por Silva en su secuencia corresponderían no a factores

cronológicos, sino más bien a “…manifestaciones culturales

representativas de áreas geográficas algo distantes entre sí”

(Falabella y Planella 1979:141).

Estas manifestaciones diferentes, que no fueron integradas por

Falabella y Planella dentro del recién definido Complejo Llolleo fueron

25

sistematizadas prontamente en el Taller de Arqueología de Chile

Central (Santiago, 1984), en la denominada Tradición Bato (Planella y

Falabella 1987). A partir de la excavación del sitio Arévalo 2, ubicado

paradigmáticamente en las cercanías de la desembocadura del

Maipo (localidad de San Antonio) y no del Aconcagua, Planella y

Falabella analizaron toda la evidencia disponible en relación a los

sitios no integrados en el Complejo Llolleo y aislaron algunos atributos,

como el tembetá y algunas decoraciones y rasgos de la cerámica

(inciso lineal punteado, hierro oligisto, pintura negativa y mamelones),

que aunque presentes en proporciones distintas en ellos, constituían

elementos comunes:

Cada sitio es reconocible por un contexto cerámico distintivo.

Pero, por sobre esas diferencias que muchas veces se refieren a

proporciones diferenciales de rasgos, existen los elementos

unificadores mencionados que reflejan alguna forma de

relación entre todas las comunidades representadas. (Planella y

Falabella 1987:94).

De esta manera, Bato es presentado como un fenómeno

caracterizado por la presencia recurrente de ciertos elementos o

26

rasgos, menos “comprensible” que Llolleo, dificultando su asignación

a una categoría arqueológica determinada. De ahí su denominación

como tradición (y no como complejo cultural), sustentada también

por la persistencia de algunos de estos rasgos en aleros cordilleranos

datados hacia fines del primer milenio.

Dejan establecido, también, que aparte de las diferencias entre Bato

y Llolleo en relación a los contextos cerámicos y adornos, se observa

una ocupación más orientada a las quebradas por parte de Bato,

asociado a una notoria mayor cantidad de puntas de proyectil, lo

que junto a las asociaciones faunísticas donde destaca los otáridos,

los diferencia de Llolleo que ocupan preferentemente terrazas

aluviales y donde consecuente, aunque implícitamente, la actividad

agrícola tiene mayor importancia.

Ambas entidades tienen, además, una dispersión espacial diferencial

con una distribución más septentrional y costera para Bato y una más

meridional en costa y valles interiores para Llolleo (Planella y Falabella

1987). Esta distribución, junto a las características de la materialidad,

sirvió de base para plantear vínculos con el norte Chico (Molle) para

Bato y con Pitrén (área sur) para Llolleo.

27

Este es el momento también en que se realizan los primeros fechados

absolutos en contextos del período Alfarero Temprano. En los sitios

Llolleo de la desembocadura del Maipo los fechados 14C del sitio

Santo Domingo 2 lo ubicaron en la primera mitad del primer milenio

de nuestra era (140±110 dC. y 280±130 dC.) (Falabella y Planella 1980).

Los fechados 14C del sitio Arévalo son un poco anteriores (320±120

aC., 255±80 aC., 200±90 aC y 30±90 aC), pero corresponden todos a la

ocupación inferior del sitio (Planella y Falabella 1987). Posteriores

fechados por técnica TL extendieron la ocupación del sitio a los 200

primeros años de nuestra era (Planella et al. 1991).

En forma paralela, la excavación de una serie de sitios en el interior

como Radio Estación Naval (Stehberg 1976), Chacayes (Stehberg

1978), Parque La Quintrala (Thomas y Tudela 1985), Punta Cortéz

(Santana 1984 en Planella y Falabella 1987), y aleros ubicados en el

Cordón de Chacabuco (Pinto y Stehberg 1982), así como nuevos

fechados para sitios de la zona costera (Planella et al. 1991), permiten

enmarcar a este período entre 300 años antes de nuestra era y el fin

del primer milenio de ella.

28

A la luz de éstos, Planella y Falabella (1987) proponen además que

Bato tendría un inicio anterior a Llolleo (hacia el 300 aC.), siendo su

máximo desarrollo hacia el 500 dC. Solo algunos elementos de éste

perdurarían en aleros cordilleranos hasta el 900 dC. Llolleo, por su

parte, se iniciaría hacia el 200 dC. y se mantendría vigente hasta el

900 dC., lo que implica una coexistencia temporal de al menos 700

años.

La arqueología realizada en este período nace en respuesta al fuerte

paradigma histórico cultural imperante y a sus marcos explicativos. Al

alero de nuevas corrientes teóricas, y también de nuevas

metodologías (fechados C14 y TL), no solo es relevante porque sienta

los contenidos y fundamentos de la idea de una diversidad cultural

para este período, vigente hasta hoy en día, sino porque representa

un vuelco importante en el foco de la investigación que también ha

perdurado. Si antes Chile central se discutía en relación a marcos

evolutivos y cronológicos amplios (americanos), ahora la atención

definitivamente está puesta en lo regional/local. Esto ha significado

dejar de lado discusiones sobre procesos históricos que superan la

escala regional, de los cuales esta región sin duda formó parte y que

aportarían a la comprensión de la secuencia local. Pero, por otra

29

parte, ha significado avances cualitativos y cuantitativos que han

permitido develar diferencias contextuales y rescatar el fundamento

local de desarrollo de los diversos procesos de cambio ocurridos en

Chile central antes de la llegada del inca.

1.2.3 Bato y Llolleo: precisando e interpretando las diferencias

A partir de la definición de las unidades culturales, el Complejo Llolleo

y la Tradición Bato, los trabajos sobre el período Alfarero Temprano en

Chile central se enfocaron en explorar y dar contenido a la diferencia

entre ellos, así como en sistematizar las variaciones temporales

observadas al interior de este período de aproximadamente 1000

años de duración.

El trabajo de Falabella y Planella (1988-89) marca un hito importante

en este sentido pues plantean dos ideas fundamentales. Por una parte

se propone que las “tradiciones cerámicas” Bato y Llolleo constituían

una “consolidación de las tradiciones alfareras regionales”,

representadas en una serie de sitios u ocupaciones de sitios con

fechados más tempranos y un conjunto alfarero que los diferenciaban

de Bato y Llolleo. Esta temática va a ser luego desarrollada a partir de

la propuesta de fases para ambos complejos culturales (Planella et al.

30

1991) y de la existencia de “comunidades iniciales” (Falabella y

Stehberg 1989), para finalmente ser sistematizada en lo que hoy

conocemos como “comunidades alfareras iniciales” (Sanhueza y

Falabella 1999-2000), que reúne a todas las manifestaciones

tempranas de alfarería en Chile central, destacando su diversidad, y

entendiéndola como la base sobre lo cual hacia el 200 dC se

desarrollan expresiones culturales diferenciables (p.ej. Bato y Llolleo).

Por otra parte, justamente es en el trabajo de Falabella y Planella

(1988-89) donde se realiza un análisis comparativo detallado de la

alfarería Bato y Llolleo, específicamente del componente tecno

decorativo de éstas, concluyendo que muchos de éstos son comunes,

pero que se canalizan hacia expresiones concretas diferentes. Es así

como las “tradiciones cerámicas” Bato y Llolleo comparten la

cerámica monocroma, los incisos, los modelados fito y zoomorfos, la

decoración con pintura roja, hierro oligisto y con técnica negativa,

pero éstos adquieren expresiones particulares en uno y otro.

En este mismo trabajo se describe además, a modo de síntesis, el

patrón de funebria de ambos grupos, donde existen claras

diferencias. Mientras en Llolleo el ritual funerario involucra la ofrenda

31

de comida en vasijas cerámicas y el entierro de niños en urnas, en

Bato los entierros se encuentran incluidos dentro de los depósitos

basurales, sin ofrenda cerámica.

De la misma manera, y aunque no era el objetivo central del

mencionado artículo, los alcances acerca de la organización social

de estos dos grupos claramente es diferente. De esta forma, para

Bato se señala tan solo que

La cantidad relativa de restos humanos rescatados en cada

uno de los sitios indica un escaso número de individuos

integrando el grupo coresidencial. Esto señalaría que la

ocupación de sitios Bato se puede considerar solo en función de

unidades familares o de familias extensas. (Falabella y Planella

1988-89: 12).

Mientras, para Llolleo se plantea un modelo de organización social

con distintos niveles de cohesión, desde la unidad familiar

coresidencial, pasando por la localidad, el valle y la región,

estableciéndose que

Las relaciones entre valles diferentes constituyen un grado más

suelto y esporádico de interacción pero que fue lo

32

suficientemente periódico como para homogeneizar el uso de

elementos culturales en un área más amplia. (Falabella y

Planella 1988-89: 15).

En el libro Prehistoria (Falabella y Stehberg 1989), la última gran síntesis

de la prehistoria nacional, la diferencia en el nivel interpretativo

acerca de estos dos grupos también es evidente. Para Bato se

plantea que

La organización social debió estar basada en grupos familiares

locales, bastante independiente de las comunidades vecinas,

de gran movilidad espacial y sin mayores presiones ambientales.

Sus desplazamientos a lo largo de la costa, como desde y hacia

el interior por los valles debieron generar las semejanzas que se

detectan en los rasgos culturales. (Falabella y Stehberg 1989:

301).

Para Llolleo, en tanto, se insiste en una estructura con distintos niveles

de cohesión planteada por Falabella y Planella (1988-89), que en su

nivel más amplio sería la región, lo que permite dar cuenta de la

existencia de pautas culturales comunes en todo el área (Falabella y

Stehberg 1989).

33

Al mismo tiempo, y a partir de la evidencia funeraria, Benavente et al.

(2000[1994]) proponen que en LLolleo se estaría enfatizando un

sentido de comunidad a partir del carácter concentrado de la

funebria, en oposición a lo Bato, donde el entierro de individuos

aislados o en pequeños grupos familiares “connota un efecto

centrífugo, de separación que enfatiza lo individual y lo familiar, por

sobre el concepto de ‘comunidad’.” (Benavente et al. 2000:3 [1994]).

La preocupación por dar cuenta de las similitudes regionales

observadas, en el marco de “sociedades simples y sin jerarquías

institucionalizadas” sigue siendo el hilo conductor de las futuras

investigaciones. Es así como podemos encontrar en Falabella

(2000[1994]) la primera explicitación de un marco explicativo para

ellas en el caso Llolleo, en la que se recurre al concepto de “estilo

isocréstico” de Sackett (1986) para entender las similitudes y

diferencias regionales de la alfarería, y al concepto de “sistema tribal”

de Sahlins (1972) para dar cuenta del sistema social que las posibilita.

De esta manera, los nuevos sitios que comienzan a aparecer en el

interior, como El Mercurio, quedan integrados con los de la costa en

un marco explicativo mayor.

34

En esta misma línea, los trabajos pioneros y exploratorios de Falabella

et al. (1995-1996), sugieren a partir de análisis de elementos químicos

en restos óseos humanos y cerámica en dos sitios Llolleo, uno de la

costa (LEP-C) y otro del interior (El Mercurio), que las poblaciones

habitan, de hecho, gran parte del año en ambientes diferenciados.

De esta manera, la semejanza estilística entre ambos sitios se debe al

hecho de “compartir ideas y estilo”, y no al intercambio de bienes.

Esta propuesta ha sido posteriormente complementada con el análisis

de materias primas de la cerámica, donde a partir de un análisis

macroscópico de la pasta de la cerámica de una serie de sitios de la

costa y el interior, se observa una concordancia con la disponibilidad

de las materias primas locales en cada ambiente, reforzando de esta

manera la idea de una ocupación diferencial de cada uno de ellos

(Sanhueza 2004). Igualmente, los análisis de dieta a partir de isótopos

estables han confirmado la apreciación de los estudios iniciales,

indicando dietas claramente diferenciadas para los individuos que

habitan la costa, con un claro, aunque moderado, componente

marino, y los del interior, que no lo presentan (Falabella et al. 2007).

Los trabajos realizados en el sitio La Granja (Planella et al. 2000;

Falabella et al. 2001), que contempla un sector con hileras de bolones

35

de río, algunas de ellas enterradas bajo el nivel ocupacional y una

cantidad inusual de pipas, vendría finalmente a proporcionar una

evidencia tangible de lugares donde se podrían estar materializando

ceremonias que permiten la integración social, considerada

necesaria para la similitud estilística regional. De esta manera, y

apelando explícitamente al modelo mapuche de comunidad

(Falabella y Sanhueza 2005-06), a la antropología de las técnicas

(Lemonnier 1992) y al concepto de habitus de Bourdieu (1977), se

plantea que

….todos los contextos Llolleo presentan similitudes en la forma

de las vasijas y también en algunas decoraciones. Sin duda,

esto evidencia que ciertas ideas de “cómo hacer las cosas” son

compartidas a nivel regional […].Creemos que estas similitudes

son a la vez posibilitadas y propiciadas en determinadas

instancias sociales, donde confluyen diversos grupos, costeros y

del interior…que pueden estar referidas a relaciones de

parentesco y reciprocidad a nivel familiar (matrimonios,

funerales, trabajos comunitarios), o bien a instancias de

congregación social más amplias, similares a las “juntas”

36

descritas por cronistas o bien ceremonias rituales. (Sanhueza y

Falabella 2007: 387).

En relación a Bato, las propuestas sobre su configuración social han

sido hechas en comparación con Llolleo, basándose tanto en las

características de los sitios habitacionales, como en la variabilidad de

la cerámica, pero sobre todo en las inferencias sobre la subsistencia.

Es así como si bien se propuso que la recurrencia de elementos junto a

su amplia distribución espacial y temporal permitían empezar a

considerar a Bato como un Complejo cultural, también se precisó que

éste era de una “naturaleza diferente” a la de Llolleo:

Proponemos en este sentido al Complejo Bato como

representativo de una sociedad de fuerte tradición cazadora

recolectora, más móvil y menos homogénea que Llolleo, la cual

visualizamos como una sociedad más homogénea, sedentaria y

ligada a un modo de vida hortícola. (Sanhueza et al. 2003:44)

De esta manera la distinción entre Bato y Llolleo se sustentarían no solo

en las diferencias de sus contextos cerámicos y patrón de funebria,

sino también en los modos de vida y patrón de subsistencia (Tabla

1.2.a). Si bien la propuesta se realizó a partir de la naturaleza de los

37

sitios y del contexto lítico (con mayor cantidad de puntas para los

contextos Bato y un complejo de molienda importante para Llolleo),

ésta se ha visto sustentada posteriormente por los análisis de isótopos

estables, que muestran que los individuos Bato de la zona costera (del

interior se había analizado a esa fecha solo un individuo) ingieren, de

hecho, consistentemente menos maíz que los grupos Llolleo, que

muestran claramente una dieta que depende en gran medida de la

horticultura de este cultivo (Falabella et al. 2007). Por otra parte, el

análisis de las materias primas de la cerámica de sitios del interior

sugiere una mayor movilidad para estos grupos, en la medida que

éstas son más variadas y de distribución circunscrita (Sanhueza 2004).

Respecto a la cronología, nuevos fechados realizados sobre

materiales de sitios previamente excavados, así como el trabajo de

nuevos sitios permitió precisar el rango temporal de este período,

particularmente en el interior donde se han centrado mayormente los

últimos trabajos (Falabella 2000[1994]; Vásquez et al. 1999; Sanhueza

et al. 2003; Falabella et al. 2007; Sanhueza et al. 2010). Las primeras

fechas para contextos con cerámica provienen del sitio costero

Punta Curaumilla (860±110 aC., 580±80 aC. y 490±90 aC.) (Ramírez et

al. 1991), pero solo después del 300 aC. éstas se hacen comunes. Los

38

contextos Bato han sido fechados consistentemente hasta el 1000 dC.,

mientras que los fechados Llolleo más recientes en la microrregión de

Angostura extienden su vigencia hasta ca 1300 dC., ya en plena

contemporaneidad con Aconcagua (complejo cultural del período

Intermedio Tardío con fechados desde el 900 dC), algo que todavía

debe ser sometido a evaluación y discusión (Falabella, Cornejo,

Sanhueza y Correa 2013).

1.2.4 Recapitulación

A partir de esta revisión histórica de la definición de los dos complejos

culturales más estudiados en Chile central, Bato y Llolleo, y de la

precisión de sus similitudes y diferencias, se puede observar que las

temáticas tratadas y desarrolladas han girado básicamente en torno

a dos ejes principales.

Uno de ellos refiere al esfuerzo continuo por definir y diferenciar estas

dos unidades culturales, donde se pueden incluir desde los trabajos

pioneros de la década de 1960 de Berdichevsky y Silva, hasta los

trabajos de Falabella y Sanhueza de la década del 1990 y 2000.

Consideramos aquí trabajos de corte histórico culturales y otros más

39

procesales o incluso pos procesales, cuyos resultados han permito

“alimentar” esta diferenciación.

Éstos permitieron acotar la distribución cronológica y espacial de estas

unidades a partir de la realización de fechados principalmente por

termoluminiscencia (TL) y en menor medida por carbono 14 (C14),

junto a prospecciones regionales y la excavación de sitios

(Berdichevsky 1964a; Silva 1964; Falabella y Planella 1980; Falabella et

al. 1981; Thomas y Tudela 1985; Planella y Falabella 1987; Planella et al.

1991; Rodríguez et al. 1991; Falabella 2000[1994]; Vásquez et al. 1999;

Sanhueza et al. 2003; Rivas y González 2008; Sanhueza et al. 2010;

Avalos y Saunier 2011).

También, se pudo definir de manera bastante detallada aspectos de

sus materialidades y patrones de funebria, donde la cerámica, sin

duda, ha jugado un papel central, habiéndose abordado desde su

tipología, hasta las materias primas utilizadas para confeccionarlas,

pasando por estudios orientados a su funcionalidad (Falabella y

Planella 1979; Planella y Falabella 1987; Falabella et al. 1993; Falabella

et al. 1995-96; Falabella 2000[1994]; Sanhueza 1997; Sanhueza 2004;

Correa 2009; Falabella, Sanhueza, Correa, Glascock, Ferguson y

40

Fonseca 2013; Falabella, Sanhueza, Correa, Fonseca, Roush y

Glascock 2013).

Los trabajos de arqueobotánica (Planella y Tagle 1998; Quiroz y Belmar

2004) y de isótopos estables (Falabella et al. 2007, 2008) realizados en

torno a definir las prácticas de subsistencia de estos dos grupos,

también pueden ser considerados dentro de este eje, ya que sus

principales resultados han sido orientados a la discusión sobre las

diferencias entre ellos.

El segundo eje, menos desarrollado, y que se sustenta en todos los

datos generados e incluidos en el anterior, se refiere a la organización

social de estos grupos. En efecto, desde fines de la década de 1980 se

plantea una diferencia en la organización e integración social de

Bato y Llolleo, y se han realizado propuestas de la existencia de

mayores niveles de integración social para Llolleo. Estas propuestas se

basaban en la cantidad de enterratorios de los sitios, en la distribución

de éstos, pero principalmente en la percepción de una mayor

“homogeneidad” de los conjuntos cerámicos Llolleo, que debía

responder a mecanismos de integración social que los hicieran

posible, e involucraron propuestas de niveles y mecanismos de

41

integración basadas explícita o implícitamente en los modelos

teóricos sobre sociedades “tribales” (Falabella y Planella 1988-89;

Falabella y Stehberg 1989; Falabella 2000[1994]; Sanhueza 2004;

Sanhueza y Falabella 2007 y 2009). Esta línea de análisis continúa

siendo desarrollada en el marco de un proyecto Fondecyt

recientemente concluido (1090200, IR Fernanda Falabella), en que se

aborda una escala de análisis espacial que había sido propuesta

como clave para entender la organización social de estas

poblaciones: la comunidad local (Falabella y Sanhueza 2005-06).

Existe, entonces, efectivamente un cúmulo importante de información

sobre Bato y Llolleo, y se han trabajado, y de hecho se están

trabajando, temáticas que superan el marco meramente histórico

cultural. Pero, por otra parte se hace evidente que hay ciertos

aspectos que apenas se han abordado. Uno, del cual en esta tesis

queremos hacernos cargo, se relaciona con generar una propuesta

que considere a las distintas evidencias sobre estas sociedades como

un mismo “hecho social total” (Mauss 2009).

En esta línea, los trabajos son realmente escasos y casi anecdóticos, y

no responden de ninguna manera a un esfuerzo dirigido y sostenido

42

para abordar este tipo de temáticas. Al respecto, se pueden

mencionar solo dos trabajos, ambos elaborados a partir las prácticas

de funebria de los grupos Bato y/o Llolleo y presentados en el II Taller

de Arqueología de Chile central (1994). El trabajo de Falabella

(2000[1994]) referido al sitio El Mercurio reconoce ciertos patrones de

asociación de ofrendas con el género femenino. Si bien esta

“hipótesis de trabajo” se basó en el análisis de un solo sitio, constituye

una interesante potencial entrada para discutir al grupo social

propiamente tal, pero lamentablemente no tuvo desarrollo posterior.

En ese mismo encuentro, Benavente et al. (2000[1994]), realizaron la

única propuesta que relaciona las prácticas de funebria con la

sociedad como un todo, argumentando que “Las diferencias y

oposiciones en el ámbito de la muerte, no se pueden comprender sin

tener como contrapartida el ámbito de la vida.” (Benavente et al.

2000:3 [1994]). No obstante, tampoco esta propuesta fue desarrollada

posteriormente por estos u otros autores.

Más recientemente, se han publicado dos trabajos en libros de perfil

más amplio, que tratan aspectos identitarios y de género (Falabella

2003; Planella y Falabella 2008). A pesar que la naturaleza de las

publicaciones incide en su carácter más bien general, en ellos

43

efectivamente se intenta integrar información de distintos ámbitos

para realizar una propuesta acerca de las identidades sociales

durante el período alfarero de Chile central, pero éstas se presentan

especialmente en contraste con la situación del período Intermedio

Tardío, donde a diferencia del período Alfarero Temprano, se daría

una situación de mayor segregación y exclusión de las mujeres,

postulándose a partir de ello un cambio importante en las relaciones

de género entre ambos momentos.

Las relaciones inter grupales, otra arista del mismo tema y que

adquiere especial relevancia en un contexto regional de diversidad

cultural, se encuentra en esta misma situación. En esta línea solo

contamos con breves comentarios realizados en el marco de estudios

más amplios, generalmente en la sección “discusión” o “comentarios

finales” de los trabajos y que luego no han sido retomados. Es el caso

de lo planteado por Falabella y Planella (1988-89) en su artículo sobre

un modelo de interpretación para los orígenes de la alfarería en Chile

central, donde señalan que la alfarería “…se convierte en un vehículo

de comunicación social que transmite, a través de la forma o diseños,

algunas características de los usuarios o del contexto de uso”

(Falabella y Planella 1988-89:57), otorgándole así por primera vez un

44

papel explícito a la cerámica en la construcción de identidades

sociales diferenciadas. Benavente et al. (2000[1994]) también hacen

alusión al tema en su análisis de la funebria, planteando que

El problema de la identidad, cobra especial importancia en una

situación de fronteras blandas, a través de las cuales ambos

grupos se interdigitan en el espacio. Dado este panorama, sería

posible imaginar a la Tradición Bato y al Complejo Llolleo como

dos grupos étnicos e incluso como redes rivales de intercambio

de mujeres. (Benavente et al. 2000:3 [1994]).

En este mismo tenor, Sanhueza (2004) en su tesis de Magíster, discute

el rol de la presencia de un “otro” en la conformación de identidades

diferenciadas durante el período Alfarero Temprano, pero sin entrar a

analizar realmente esta relación.

Existe, entonces, una deuda en la arqueología del período Alfarero

Temprano en Chile central que con esta tesis queremos empezar a

saldar, abordando los temas enunciados. Sin duda, un esfuerzo en

este sentido es una posibilidad que se nos presenta ahora, porque

requiere de un cúmulo importante de datos, que en este caso es fruto

del esfuerzo sistemático de numerosos investigadores, a lo largo de

45

varias décadas, expuesto a través de esta reseña de la historia de la

investigación del período Alfarero Temprano de Chile central.

46

Dimensión de comparación

LLOLLEO BATO

Cerámica Ollas y jarros con asas, jarros asimétricos, ollas con decoración inciso reticulado, jarros con incisiones anulares, pintura roja y hierro oligisto. Mayor homogeneidad

Ollas y jarros con asas cinta y mamelonares, formas complejas con golletes cribados y cuellos largos y estrechos. Decoraciones incisiones lineales y punteadas, pintura roja, hierro oligisto y negativos. Mayor heterogeneidad

Funebria Con ofrenda cerámica, niños en urnas, asociados a sitios de vivienda

Sin ofrenda cerámica, en basuras de sitios habitacionales

Adornos corporales

Collares de múltiples cuentas discoidales

Tembetá

Pendientes

Subsistencia Alta dependencia de productos cultivados

Menor dependencia de productos cultivados

Organización social

A partir de familia extendida, distintos niveles de integración social de acuerdo al modelo mapuche.

Familia extendida, niveles de integración desconocidos

Movilidad Mayor grado de sedentarismo

Menor grado de sedentarismo (sitios extensos poco potentes)

Tabla 1.2.a Síntesis comparativa de componentes Llolleo y Bato

47

Figura 1.2.a Área de Estudio (detalle de microrregión de Angostura en Figura 3.1.a)

48

1.3 MARCO GEOGRÁFICO AMBIENTAL

1.3.1 Geografía, clima y recursos

El extremo meridional del “Norte Chico” y septentrional de lo que se

conoce como “Zona Central” o “Chile central” (32°35’ a 34°26´ Lat. S;

UTM 19 6388400 N a 6188100 N Datum WGS84) fue el espacio

geográfico habitado por los grupos Llolleo y Bato (Figura 1.2.a).

El valle del Aconcagua, conceptualizado como el último valle

transversal hacia el sur, se desarrolla en términos generales en sentido

este-oeste, aunque el río sufre una notoria inflexión hacia el sur en su

curso inferior, para luego recuperar su curso normal unos 20 km antes

de su desembocadura. El ancho del valle no es parejo, sufriendo

notorios ensanchamientos; inmediatamente al salir de su curso

cordillerano, a la altura de San Felipe/Los Andes, el valle asemeja una

pequeña “cuenca”, luego se angosta y vuelve a abrirse en la

localidad de Llay Llay (curso medio), solo para volver a angostarse y

abrirse por última vez en lo que se conoce como el valle de Quilllota,

donde el río adopta una dirección NE-SW.

Desde el cordón de Chacabuco, que limita el valle del Aconcagua

por el sur en su curso medio, la geomorfología cambia y se

49

caracteriza en términos generales por cuatro rasgos orográficos de

oeste a este: las planicies litorales, la Cordillera de la Costa, la

depresión intermedia y la Cordillera de los Andes.

Las planicies litorales son más bien estrechas en estas latitudes,

presentándose como lomajes suaves situados sobre acantilados que

caen hacia las playas de arena. La Cordillera de la Costa, con un

ancho de entre 40-60 km, alcanza alturas de hasta 2000 msnm, y es

atravesada por grandes ríos que tienen su origen en la Cordillera de

los Andes (Niemeyer 1989), aunque también hay una serie de esteros

que tiene su origen en ella. En términos geológicos, es más antigua

que la Cordillera de los Andes y está formada principalmente por

intrusivos (Wall et al. 1996; Gana et al. 1996). En el período Alfarero

Temprano estos espacios fueron ocupados de manera permanente y

los asentamientos se ubican ya sea sobre los lomajes altos o bien en

las terrazas asociados a cursos de agua menores y mayores, desde los

cuales se acceden tanto a recursos terrestres como marinos de las

playas arenosas y rocosas.

La depresión intermedia, por su parte, se comporta como un plano

levemente inclinado hacia el poniente, producto de rellenos

50

sedimentarios cuaternarios (Wall et al. 1999). Su ancho varía de 50 a

100 km de oriente a poniente, y es interrumpida, en el área que nos

interesa, por dos “angosturas” formadas por la unión de estribaciones

de la cordillera andina con la Cordillera de la Costa. La angostura de

Paine cierra así la cuenca de Santiago por el sur y a la vez limita la

cuenca de Rancagua por el norte, que se cierra 60 km más al sur en

la angostura de Pelequén (Niemeyer 1989). Grandes ríos que tienen

sus nacientes en la alta cordillera (Maipo, Cachapoal) cortan las

cuencas en sentido Este-Oeste y pueden haber presentado cierta

dificultad para el desplazamiento en sentido longitudinal de sus

habitantes, sobre todo en épocas de deshielo. Atraviesan esta

planicie además una serie de ríos de menor caudal (Mapocho,

Clarillo, Claro) y esteros que nacen en la sección precordillerana, más

cercana al valle (p.ej. de norte a sur Lampa, Colina, La Berlina,

Cardonal, El Peuco, Codegua, La Cadena) (Figuras 1.2.a y 3.1.a). Por

otra parte, la inclinación del plano central junto a la escasa

profundidad de las napas freáticas redunda en el afloramiento de

una serie de vertientes en el sector poniente de la cuenca de

Santiago, donde en momentos prehispánicos incluso se formaron

espejos de agua permanentes o lagunas (Flores y Rauld 2011;

51

Maldonado y Abarzúa 2013) (Figura 3.1.a). La depresión intermedia es

un área intensamente ocupada durante los períodos alfareros, cuyas

poblaciones se asientan cerca de los cursos de agua, particularmente

los ríos menores, esteros y vertientes.

La Cordillera de Los Andes está compuesta principalmente por

formaciones volcánicas (formación Abanico-Farellones), interrumpida

en algunos lugares por intrusivos hipabisales (Wall et al. 1999). En estas

latitudes alcanza alturas que sobrepasan los 5500 msnm, y se

caracteriza por la reaparición de los volcanes, lo que incide en la

disponibilidad de materias primas de gran calidad como obsidiana,

prácticamente ausente en el Norte Chico, donde no hay vulcanismo.

También se encuentran aquí otras materias primas de buena calidad

como el jaspe. Existen numerosos pasos cordilleranos que permiten

conectar la vertiente oriental con la occidental de la cordillera y que

han estado en uso desde hace miles de años (Cornejo y Sanhueza

2011). La gran altura de la cordillera junto a las precipitaciones nivosas

sobre los 2000 msnm en invierno limita el uso de este espacio y de las

vías de tránsito a los meses estivales. La cordillera presenta una

ocupación principalmente por parte de grupos cazadores

recolectores cordilleranos que comparten este espacio con

52

ocupaciones acotadas de grupos alfareros hortícolas ubicadas

principalmente en terrazas de cursos de agua menores, bajo los 1500

msnm (Cornejo y Sanhueza 2003, 2011).

El clima de esta área ha sido catalogado como “Mediterráneo de

estación seca prolongada”, de 7/8 meses de duración, caracterizada

por un ecosistema mesomórfico (Quintanilla 1983). La formación

vegetacional característica es el bosque laurifolio esclerófilo, donde

las especies más comunes son el quillay (Quillaja saponaria), el litre

(Litrahea caústica), el belloto (Beilschmiedia miersii), el molle (Schinus

latifolius), el peumo (Cryptocaria alba) y el boldo (Peumus boldus),

que conviven con árboles no esclerófilos como el maitén (Maytenus

boaria) y el bollén (Kageneckia oblonga), y con canelos (Drymis

winteri), pataguas (Crinodendron patagua), lingues (Myerceugenia

obtusa) y maquis (Aristotelia chilensis) en quebradas con mayor

humedad. En ciertas áreas se presentan reductos de formaciones

boscosas higrófitas; en la Cordillera de la Costa se encuentran

bosques de neblina con formaciones vegetacionales características

de la selva fría valdiviana, así como bosques acotados de roble

(Nothofagus obliqua var. macrocarpa). La formación vegetacional de

bosque laurifolio esclerófilo se mantiene en ambas cordilleras pero

53

con características de matorral, hasta los 700 msnm en la Cordillera de

la Costa y hasta los 1500 msnm en la Cordillera de Los Andes. Sobre

esta altura desaparecen las formaciones boscosas y se desarrolla el

matorral y pradera subandina y andina.

Muchas de las especies que forman parte del bosque esclerófilo

tienen frutos comestibles, utilizados también para bebidas (chicha) y/o

fines medicinales desde épocas prehispánicas (Quiroz y Belmar 2004;

Planella et al. 2005-06; Planella et al. 2010). Es el caso también de la

palma chilena (Jubaea chilensis), que tiene hoy una distribución

discontinua, en pequeñas comunidades en la Cordillera de la Costa y

cuyos frutos (coquitos) fueron también utilizados en momentos

prehispánicos.

El clima mediterráneo presenta buenas condiciones para el desarrollo

de cultivos y existe amplia evidencia del manejo prehispánico de una

variedad de ellos (Planella y Tagle 1998; Falabella et al. 2007; Planella

et al. 2010). De éstos, la quínoa (Chenopodium quínoa) es, sin duda, el

que presenta menos requerimientos, ya que crece en una amplia

gama de suelos, incluso en aquellos degradados y pobres, y no

requiere necesariamente riego, adaptándose a condiciones de

54

secano (Tagle y Planella 2002; Martínez et al. 2007). El maíz (Zea mays),

por el contrario, si bien se adapta bien a climas mediterráneos,

necesita un suelo rico en nitrógeno, potasio y fósforo para crecer

adecuadamente y es muy exigente en recursos hídricos, lo que en

zonas donde las lluvias se concentran solo en algunos pocos meses

del año, como la que nos interesa, hace necesario la implementación

de algún tipo de regadío. La variedad local de maíz curagua, sin

embargo, es de secano, lo que abre la posibilidad a su cultivo sin

técnicas de regadío (María Teresa Planella comunicación personal

2013). El poroto (Phaseolus vulgaris) y el zapallo (Cucurbita ssp.) son

otros de los cultivos hallados en los contextos arqueológicos de

manera regular. Por último, y aunque solo se cuenta con evidencia

directa de su variedad silvestre (María Teresa Planella comunicación

personal 2013), la papa debe haber estado presente (Castro 2008) y

no requiere necesariamente de regadío.

En términos de la fauna, esta zona está poblada principalmente por

algunos mamíferos (chingue, zorro culpeo) y una amplia variedad de

roedores. El único animal de mayor tamaño es el guanaco (Lama

guanicoe), el que parece tener una distribución a lo largo de todo el

transecto costa-cordillera. Junto con la vizcacha (Lagidium viscacia)

55

fueron cazados regularmente desde el fin del Pleistoceno (Belmar et

al. 2005; Cornejo et al. 2005). Algunos roedores, como Octodon degu,

pueden haber tenido cierta importancia alimenticia, a juzgar por la

proporción de restos quemados en ciertos aleros cordilleranos

(Simonetti y Cornejo 1991). En la costa hay una variedad de fauna

marina, de los que existen registros de explotación desde tiempos

tempranos (Ramírez et al. 1991): locos (Concholepas concholepas),

lapas (Fissurella spp.), choritos (Perumytilus purpuratus), chitones

(Chitonidae spp.), machas (Mesodesma donasium), sombrerito

(Scurria sp.), caracol negro (Tegula atra, Prisogaster niger) y almejas,

por nombrar solo los más comunes. Por otra parte, destacan también

los mamíferos marinos (Otaria byronia) por su presencia recurrente en

los sitios arqueológicos costeros, así como algunos peces: jurel

(Trauchurus symmetricus), corvina (Cilus gilberti), merluza (Merlucius

gayi) y roncador (Micropogonias furnieri) (Falabella et al. 1994; Rivas y

González 2008), algunos de los cuales son también comunes en las

lagunas costeras.

En definitiva, Chile central se presenta como un área relativamente

homogénea en cuanto a disponibilidad de recursos y/o posibilidad de

producirlos, en la medida que la orografía no propicia el desarrollo de

56

zonas ecológicas diferenciadas, en consideración a la preferencia de

asentamiento de los grupos alfareros y el uso de los recursos que

hicieron . La ocupación en las zonas costeras permite ciertamente el

acceso a una gama de recursos solo disponibles en el litoral, pero

éstos no parecen haber sido requeridos por los grupos alfareros que

habitaron las zonas interiores (ver capítulo 1.2). La cordillera, por su

parte, con posibilidades de uso sobre los 2000 msnm solo estival, tiene

como distintivo únicamente recursos minerales y materias primas líticas

de grano fino, ninguno de los cuales parecen haber sido relevantes

para estos grupos.

1.3.2 Paleoambiente

Existen varias columnas sedimentológicas para la zona central; la de

Tagua Tagua (Heusser 1983) se ubica justamente en la ex Laguna de

Tagua Tagua, un poco más al sur que el área que estamos estudiando

y cubre toda la secuencia del lago, con una edad basal estimada de

53.800 AP (Heusser 1990). Recientemente, otro equipo de

investigación realizó una nueva columna en la ex Laguna cuyos

rangos cronológicos son coincidentes (Valero-Garcés et al. 2005). La

columna de Quintero (Villagrán y Varela 1990), se ubica a unos 5 km

57

de la costa, al norte de la desembocadura del río Aconcagua y

cubre un corto período de tiempo (3.800 AP). Laguna de Aculeo, por

su parte, no solo es una de las más recientes sino que, localizada al sur

de la cuenca de Santiago, se encuentra inserta en nuestra área de

estudio y cubre prácticamente todo el Holoceno (Jenny et al. 2002a,

2002b).

Los análisis a partir de los cuales se han realizado las reconstrucciones

paleoclimáticas incluyen estudios de polen (Tagua Tagua [Heusser

1983, 1990; Valero-Garcés 2005]; Quintero [Villagrán y Varela 1990];

Laguna de Aculeo [Villa-Martínez et al. 2003, 2004]), microfósiles

(Tagua Tagua [Heusser 1990]), isótopos de 18O y 13C (Tagua Tagua

[Valero-Garcés et al. 2005]), diatomeas (Laguna de Aculeo [Jenny et

al. 2002a, 2002b]) y sedimentológicos (Laguna de Aculeo [Jenny et al.

2002a, 2002b]; Tagua Tagua [Valero-Garcés et al. 2005]).

Los resultados de las distintas columnas y aproximaciones son bastante

coincidentes. En términos generales establecen un Pleistoceno final

con condiciones húmedas y formaciones boscosas de fagáceas

alrededor de la Laguna de Tagua Tagua, que dan paso, con el inicio

del Holoceno a un aumento de las temperaturas y condiciones de

58

desecación (Heusser 1990; Valero-Garcés 2005). En las Lagunas de

Tagua Tagua y de Aculeo se ven seriamente disminuidos los niveles de

agua, la que es más salina, y la vegetación arbórea es reemplazada

por chenopodiáceas, propias de climas secos (Heusser 1990; Jenny et

al. 2002b; Villa-Martínez et al. 2003, 2004; Valero-Garces 2005). Esta

situación persiste hasta ca el 5000 AP, cuando las condiciones de

humedad comienzan lentamente a aumentar a partir de un

incremento de las precipitaciones, las que se estabilizan hacia el 3000

AP, momento en el cual se establecen las condiciones climáticas

actuales (Villagrán y Varela 1990; Jenny et al. 2002a, 2002b), con una

estacionalidad marcada y presencia periódica del fenómeno de El

Niño (Jenny et al. 2002a, 2002b).

Durante el primer milenio de nuestra era, lapso en el cual se desarrolla

el período Alfarero Temprano en Chile central, las condiciones

climáticas fueron, de acuerdo a lo anterior, como las conocemos

actualmente. Pocos estudios paleoclimáticos abordan en detalle los

últimos 2000 años, y todos ellos lo hacen en base a estudios en la

Laguna de Aculeo. Jenny et al. (2002a) y Villa-Martínez et al. (2004)

indican que si bien este período es húmedo en comparación a todo

el Holoceno, puede ser considerado como muy variable en términos

59

de precipitaciones, fenómeno probablemente relacionado con El

Niño. Por otra parte, Von Gunten et al. (2009), a partir de una nueva

columna de Laguna de Aculeo, realiza una reconstrucción de la

temperatura solo de los meses de verano (diciembre-enero-febrero). A

partir de la pigmentación de sedimentos medida por espectometría

de reflexión multicanal sugiere un período de “veranos calurosos” (+

0.27°C - +0.37°C) entre los años 1150 y 1350 dC., asimilado a la

Anomalía Climática Medieval, seguido abruptamente por un período

de “veranos fríos” (-0.7 °C - -0.9°C), que dura hasta 1750 dC,

coincidente con la “Pequeña Edad del Hielo”. Estos estudios son muy

iniciales, y en cualquier caso, las posibles variaciones detectadas no

cubren el período temporal que nos interesa.

60

SECCIÓN 2. SOCIEDADES NO JERÁRQUICAS: ANTROPOLOGÍA,

ETNOGRAFÍA Y ARQUEOLOGÍA

2.1 SOCIEDADES NO JERÁRQUICAS: ANTROPOLOGÍA, ETNOGRAFÍA Y

ARQUEOLOGÍA

En términos de organización social, los grupos del Alfarero Temprano

de Chile central han sido descritos como “sociedades simples”, “no

jerárquicos” y eventualmente con una “organización tribal” (Falabella

2000[1994]; Falabella y Sanhueza 2005/06). Cabe esperar, sin

embargo, a partir de las diferencias evidenciadas en el patrón de

asentamiento, subsistencia y prácticas de funebria, que existan

matices entre Bato y Llolleo en términos de la organización social que,

aunque sutiles, puedan llegar a ser significativos en la comprensión del

panorama de diversidad regional.

En este capítulo abordamos la organización sociopolítica y los niveles

de integración social en las sociedades no jerárquicas desde tres

ángulos complementarios: antropológico, etnográfico y arqueológico,

de modo de generar un marco de referencia para discutir el período

Alfarero Temprano de Chile central. Desde la teoría antropológica

examinamos los mecanismos subyacentes al establecimiento de

61

niveles de integración sociopolítica y su relación con la territorialidad y

el establecimiento de límites sociales. Desde la etnografía, revisamos y

analizamos etnografías realizadas en pueblos de la Amazonía y

fuentes etnohistóricas de Chile central y sur con una forma de

subsistencia y organización sociopolítica similar a la planteada para

los grupos que nos interesan, centrándonos en los aspectos de

integración sociopolítica, con el objeto de ampliar nuestra base

interpretativa. Desde la arqueología, proponemos una manera de

aproximarnos a estas problemáticas en nuestra realidad de Chile

central a partir de los patrones de asentamiento y el estudio de la

materialidad.

2.1.1 Modelos y conceptos

En el desarrollo histórico de la antropología, de la mano con el

encuentro de la sociedad occidental europea con sociedades

“exóticas” y la inquietud de ésta por comprender y explicar los

cambios sociales, económicos e ideológicos ocurridos a lo largo de la

historia de la humanidad, se han realizado distintas propuestas acerca

de la “evolución” de los sistemas sociales. Es así como desde los

postulados del siglo XIX de Tylor y Morgan, hasta la propuesta más

62

reciente de Johnson y Earle (1987), en el marco de la discusión acerca

de las causas y modelos de complejización social, se ha tratado de

describir el funcionamiento de las sociedades en distintos “estados” o

“etapas” definidas por cada uno de ellos.

Independientemente de la orientación teórica/epistemológica

subyacente, y más allá del énfasis evolutivo de cada una de ellas,

todos los modelos consideran en su propuesta un tipo de sociedad sin

jerarquías institucionalizadas, y donde los principales niveles de

integración social (cf. Steward 1977[1955]) se dan a nivel de familia

nuclear/extendida. Este tipo de sociedades fueron llamadas

alternativamente sociedades de bandas (Steward 1977[1955]), tribales

(Service 1971; Sahlins 1972), o igualitarias (Fried 1967). Desde una

perspectiva materialista/marxista, enfocada en los modos de

producción, éstas fueron denominadas sociedades primitivas

(Godelier 1978, 1979), comunidades domésticas (Meillassoux 1977) o

de modos de producción basado en el parentesco (Wolf 1987),

conceptos que no han tenido tanto impacto en la arqueología

anglosajona como los primeros.

63

Si bien estos modelos han recibido críticas, principalmente referidas a

la rigidez de las categorías y a la idea de “estadios de evolución

social” (Parkinson 2002a; Hegmon 2010), lo cierto es que nos parecen

referencias útiles en la medida que describen una realidad social

determinada, que se rige por ciertos principios muy distintos a las de

sociedades estatales o donde existen sistemas de jerarquías

hereditarias, lo que les otorga una dinámica particular.

Indudablemente existe cierta “rigidez” en las definiciones,

especialmente en la medida que se convirtieron en la práctica en un

listado de rasgos relacionados a una cultura distintiva, una

homogeneidad lingüística y a una unidad de autoidentificación (ver

crítica de Fried 1967), un molde que la realidad etnográfica no resiste.

Por otro lado, también existió una tendencia a asociarlos con ciertos

modos de subsistencia. Tanto en las propuestas de Service (1971) - que

toma como eje de análisis la forma de integración social - como de

Fried (1967) - que se basa en la diferenciación social - el factor

demográfico es clave, siendo posibilitado por la concentración e

intensificación de la explotación de recursos mayormente asociados a

los procesos de domesticación de plantas y animales. Es así como en

ambos modelos la transición de sociedades de estructura igualitaria y

64

que se definen como simples, a sociedades estratificadas con

estructuras sociales que se definen como complejas y que

eventualmente derivaron en formación de organizaciones estatales,

está intersectada por la “revolución neolítica” (Childe 1989[1954]),

que tiene como principal implicancia un aumento y concentración

de población y subsecuentes cambios tecnológicos.

Esta asociación se ha visto desafiada y superada por los mismos datos

etnográficos y arqueológicos, que han puesto en evidencia que los

modos de subsistencia no necesariamente están relacionados

unívocamente con un modo de organización sociopolítica, donde los

grupos hortícolas no necesariamente son más complejos o jerárquicos

(cf. Johnson y Earle 1987), y donde la complejidad dada por la

organización jerárquica, ya no se asocia tan solo a grupos con

producción agrícola. Son ejemplos reconocidos de esto los desarrollos

tempranos de complejidad en sociedades cazadoras recolectoras

marítimas en la costa desértica del Perú o en tiempos más tardíos, los

grupos cazadores recolectores de la costa NW de Norteamérica. La

relación sistema de subsistencia – complejidad sociopolítica,

entonces, no es directa sino que está intersectada por una serie de

otros factores como la productividad del medio, la existencia de

65

prácticas de almacenamiento, la inversión de trabajo en

infraestructura, las relaciones extrarregionales, la densidad

demográfica, entre otras, que adquieren distintos pesos según el

contexto particular.

Desde el ámbito arqueológico, justamente a raíz de la disconformidad

con los modelos existentes y la rigidez de las tipologías propuestas que

contrastan con una realidad (arqueológica) que da cuenta de una

alta diversidad de situaciones (Saitta 2005), se han formulado un

sinnúmero de conceptos para referirse a este tipo de sociedades: de

“pequeña escala”, “no jerárquicas” (Braun y Plog 1982),

transigualitarias (Hayden 1995), sociedad comunal compleja (McGuire

y Saitta 1996), heterárquicas (Crumley 1995; Rautman 1998), e incluso

“sociedades de rango medio” (Feinman y Neitzel 1984). Desde la

arqueología se propuso también una tipología de sociedades, donde

a partir del análisis de la organización social de la economía, el nivel

de organización más “simple” estaría dado por la organización a nivel

de grupo familiar o local (Johnson y Earle 1987).

No obstante, estos conceptos, que condensan la descripción de una

situación política, no tienen, en la práctica, una definición más precisa

66

u holística, siendo igualmente ambiguos y/o aplicables solo a algunas

situaciones históricas particulares (Parkinson 2002a). Otros, p.ej.

“sociedades de rango medio”, incluyen en su definición un rango

mucho mayor de situaciones sociopolíticas, entre bandas y estados,

incluyendo a aquellas donde existen jerarquías institucionalizadas, o

bien (p.ej. heterarquía) son buenos conceptos descriptivos de las

relaciones de poder en algunas sociedades pero que pueden referir a

situaciones muy diversas (p.ej. relaciones de igual a igual entre

sistemas internamente jerárquicos) (Rautman 1998).

En este contexto, en el último tiempo ha existido una tendencia a

revalorizar los antiguos conceptos provenientes de la antropología y a

no descartar de plano el uso de términos como tribu (u organización

tribal), en la medida que tiene

…a long history in cross-cultural anthropology, and because it

denotes a form of social organization generally understood to

refer to a wide range of social systems that regularly exhibit some

degree of institutionalized social integration beyond that of the

extended family unit, or band. (Parkinson 2002a:2, ver también

Hegmon 2010).

67

En este sentido, permite la inclusión y descripción de una variabilidad

de modalidades de organización, particulares a contextos socio

históricos determinados, pero enmarcados dentro de una modalidad

que no involucra jerarquías o rangos institucionalizados y hereditarios:

If there is one thing archaeologist agree upon with regards to

tribes, it is that there is no one single kind of tribe, or one single

organizational form that is meant by the term. (Hegmon 2010:2).

Los grupos sociales que constituyen nuestro foco de análisis se

enmarcan en un cierto ámbito de organización social y económica,

con énfasis, matices y condicionantes que dependieron del devenir

histórico particular de cada uno de ellos. Lo que tienen en común es

la inexistencia de jerarquías hereditarias y los principios que

estructuran las relaciones sociales al interior de ellos. En esta tesis

hemos optado por usar el término de sociedades no jerárquicas para

referirnos a ellas, porque tiene la ventaja de no contener en su

enunciación adjetivos que refieren a las características de su

organización social y política (p.ej. simple v/s compleja), pero

principalmente porque refiere a un espectro mayor de formas

organizativas que lo que en términos generales se conoce como

68

“tribus”, incluyendo a las “bandas”. En este sentido, nuestra

conceptualización se asemeja a las sociedades igualitarias de Fried

(1967), pero preferimos no usar el concepto “igualitarias” ya que,

como el mismo Fried señala, “la igualdad es una imposibilidad social”

(1967:27), y su uso tiende a encubrir este hecho. Por otra parte,

también tiene relación con la propuesta de Johnson y Earle (1987) en

su nivel de grupo familiar, pero centra su atención en los mecanismos

y principios que organizan la vida social y política de sociedades

donde no existen jerarquías hereditarias, y no tanto en la cantidad de

personas que componen la unidad residencial, por lo que es más

inclusivo que éste.

La utilización de este concepto debe entenderse en su dimensión

operativa, útil para referirse a ciertas sociedades en nuestro contexto

de estudio, en que determinados principios de organización político

social son preponderantes (la inexistencia de jerarquías hereditarias y

la preeminencia del grupo local), ya que de ninguna manera nuestra

intención es generar una nueva categoría descriptiva con validez

generalizada a todo tipo de situaciones y contextos.

69

2.1.2 Sociedades no jerárquicas: referentes para la arqueología desde

la antropología

Para efectos de esta tesis lo que nos interesa explorar son los niveles

de integración social, económica y política que nos pueda resultar de

utilidad para discutir la situación del período Alfarero Temprano en

Chile central en términos arqueológicos. Esta focalización en una

forma de organización social radicalmente distinta a la nuestra

presente - no jerárquica -, no necesariamente implica dejar de

considerar la diversidad de trayectorias históricas posibles y por ende

sus particularidades contextuales (Saitta 2005).

Para este ejercicio hemos seleccionado solo algunas de las múltiples

posibles dimensiones de análisis que nos permite explorar las

diferencias sugeridas para Bato y Llolleo: integración sociopolítica,

límites sociales y territorialidad. Éstas fueron escogidas por dos razones

relacionadas. Por una parte, son aspectos esenciales, definitorios de

este tipo de sociedades, pero a la vez, pueden presentar un alto

grado de variabilidad. Por otra parte, son aspectos que pueden ser

abordados a partir del registro arqueológico, ya sea directa o

indirectamente (cf. Parkinson 2002b).

70

Integración sociopolítica

En términos de los niveles de integración social, existe un consenso

general sobre el rol fundamental que tiene el parentesco en las

sociedades no jerárquicas, que constituye la base de la organización

social (Service 1971; Sahlins 1972; Meillassoux 1977; Wolf 1987) y regula

todo el sistema de matrimonios y alianzas, es decir todas la relaciones

sociales de los grupos. Es así como la propia constitución del grupo, su

estructura interna, como la asociación externa, está regulada por las

reglas de filiación, alianza y residencia (Service 1971). Estas reglas

pueden variar, existiendo grupos patrilineales/local/laterales o

matrilineales/local/laterales, o bien compuestos. En todos ellos existe,

sin embargo, la idea de exogamia, es decir, la noción de la existencia

de un grupo donde no pueden concretarse uniones matrimoniales, en

oposición a otro(s) grupo(s) con los que tales alianzas son posibles y

deseables, que divide a las personas en un grupo familiar propio y un

grupo de familia política o aliados (Service 1973).

Así, el matrimonio puede ser conceptualizado como un mecanismo

que permite la creación de alianzas políticas, generando de esta

manera nuevos parientes según una norma establecida, permitiendo

71

ampliar las redes de parentesco (Service 1973). Constituye, de esta

manera, una verdadera “ideología política”, que más que vincular a

los individuos dentro del grupo, establece redes de relaciones a un

nivel más elevado: estipula el parentesco del grupo (Sahlins 1972).

Si bien el grupo familia, ya sea nuclear o extendida, pueden constituir

la base de la organización social y económica, es indudable que

siempre existen nexos con otros grupos, a un nivel local o incluso

regional (Steward 1977[1955]). Los matices, por tanto, están dados

más por el grado de formalización de dichos nexos, que por el nivel

en el cual se da la integración social. En algunos casos son

esporádicos - ocurren solo ante determinadas circunstancias - y

coyunturales - no involucran siempre a los mismos -, mientras que en

otros los lazos generados entre los grupos responden a mecanismos de

alianzas más permanentes, aunque igualmente latentes (organización

“tribal” de Shalins 1972). De esta manera existe cierta cohesión, pero

ésta no se mantiene desde arriba por medio de instituciones políticas

públicas, sino que descansa en los nexos generados y administrados

por cada grupo (Sahlins 1972).

72

La integración sociopolítica tiene, entonces, dos componentes

fundamentales en las sociedades no jerárquicas: la comunidad

coresidencial, compuesta por unidades familiares generalmente

extendidas, y el grupo local, formada a partir de nexos sociales supra

unidad doméstica que tienen mayor o menor grado de formalización.

Ambos componentes se encuentran cruzados por el parentesco, en la

medida que es éste el que permite generar y mantener las

vinculaciones que componen el entramado social, tanto en el nivel

de la unidad familiar coresidencial como en el nivel del grupo local.

Límites

Definir los “límites” de las sociedades no jerárquicas es uno de los

temas que más tiene repercusión en el ámbito de la arqueología. Al

respecto, existe una coincidencia en que éstas son entidades “vagas”

(sensu Service 1973) y sin límites claros o definidos (Fried 1967). Si bien

se señala que las bandas o tribus tendrían cierta “similitud cultural”

(Service 1971; Sahlins 1972), también se ha hecho énfasis en que las

“comunidades periféricas” de las tribus desarrollan relaciones y

similitudes culturales con “pueblos vecinos”, por lo que es imposible

identificar un límite intertribal definido, existiendo más bien una zona

73

de transición ambigua, lo que Sahlins (1972) ha llamado “erosión

marginal de integridad tribal”. Esto tiene su expresión concreta en que

rara vez las tribus pueden ser definidas o nombradas (Sahlins 1972), y

de hecho, los nombres tribales que se manejan y han sido registrados

por viajeros o etnógrafos o bien son los que son aplicados por

afuerinos y/u “otros” al grupo en cuestión, o bien deriva de una

autodenominación que significa simplemente “ser humano” (Fried

1967).

Fried (1967), en el marco de su crítica al concepto de tribu,

justamente expone la dificultad de objetivar las similitudes culturales

propias de cada grupo mediante un listado de rasgos, la existencia

de grupos bilingües, y el carácter ambiguo, cambiante y situacional

de la autoidentificación, todo lo cual se expresa en definitiva en una

gran heterogeneidad. Sin duda, esto es algo que hay que considerar

como una “característica” de las sociedades no jerárquicas y que

debemos tener en cuenta cuando pretendemos observarlas desde la

cultura material.

Esta característica tiene su fundamento en el nivel de integración

sociopolítica de las sociedades no jerárquicas. En la medida que

74

cada unidad doméstica residencial es independiente y

autosuficiente, y que la composición y estabilidad de grupo local es

relativa pero basada en la interacción efectiva entre las unidades

que lo componen, la existencia de fronteras rígidas no tiene cabida. El

grado de formalización de las relaciones supra unidad doméstica

residencial también es un factor a considerar en este escenario, dado

que en situaciones donde éstas están poco formalizadas, cada

“comunidad efectiva” es el centro de su propia red de relaciones y

alianzas, generándose más bien un “encadenamiento consecutivo”

de unidades. Esta posibilidad está bien descrita por Steward

1976[1955] en relación a los grupos Shoshones de norte América:

The economic and social relations of the Shoshonean families

previously described may be likened to a net in that each family

had occasional associations with families on allsides of it and

these latter with families farther away and these with still others

so that there were no social, economic or political frontiers. The

entire area consisted of interlocking associations of family with

family. (Steward 1976 [1955]: 116-117)

75

En efecto, lo único que existe “de hecho” es la “comunidad efectiva”

dada por la proximidad espacial del grupo residencial (Service 1971),

o bien, si consideramos una definición más amplia de la comunidad

en el sentido de Yaeger y Canuto (2000)1, un grupo de individuos que

interactúan regularmente entre sí en un mismo lugar, aunque esto no

implique necesariamente coresidencialidad. En este escenario

adquiere sentido la constatación de que en gran medida la distancia

social es equivalente a la distancia espacial, o como lo pone Sahlins

No es solo que el parentesco organice a las comunidades, sino

que las comunidades organizan el parentesco de modo tal que

un término espacial coexistente afecta la medida de la

distancia de parentesco, [y por consiguiente la forma de

intercambio]. (Sahlins 1977:215)

Distancia física, parentesco y el modo que adquieren las relaciones

de intercambio están íntimamente imbricadas (Sahlins 1977), ya que

las relaciones de intercambio no son tanto de naturaleza económica

como social (Service 1973; Sahlins 1977; Cobb 1993). En este sentido,

1 “Una institución social siempre en proceso de emergencia que genera y es generada por interacciones en un nivel supra unidad doméstica, la que es estructurada y sincronizada en un conjunto de lugares en un lapso de tiempo particular” (Yaeger y Canuto 2000: 5)

76

pueden ser entendidas como una “estrategia social” principalmente

orientada a crear y mantener relaciones sociales. En la medida que la

distancia social y espacial en términos generales “covarían” (Fried

1967; Sahlins 1977), el espacio social que separa a los interactuantes

condiciona el modo de intercambio: la distancia de parentesco

influye especialmente en la forma de reciprocidad, inclinándose

hacia el extremo negativo en proporción a la distancia social (Sahlins

1977). En este sentido, cada individuo ocupa un lugar determinado en

la red de relaciones, definidas por el parentesco y las alianzas, que

existe previo (y a pesar de él/ella), por lo que la reciprocidad

establecida generalmente es un “hecho de la causa”, parte de una

cadena que empezó antes que el individuo (Fried 1967).

En suma, en las sociedades no jerárquicas la agrupación social y

políticamente más significativa está expresada en la unidad

residencial y en las relaciones establecidas entre ellas, que conforman

la “comunidad efectiva” o el grupo local. Dos son los factores que

juegan un papel preponderante en su conformación: el parentesco y

la distancia espacial, siendo su naturaleza cambiante y situacional. En

concordancia, la existencia de unidades supra grupo local está dada

por una serie de elementos (prácticas, costumbres, valores, lengua)

77

que son compartidos en un espacio mayor, pero de manera

heterogénea y cuya limitación no conlleva un componente

sociopolítico.

Territorialidad

Íntimamente ligado al tema anterior se encuentra el de la

territorialidad, ya que todos los grupos humanos ocupan cierta

porción de un espacio dado. Sin embargo, no todos reclaman

derechos de uso exclusivo sobre éste.

Respecto a las sociedades no jerárquicas justamente se ha enfatizado

la permeabilidad de los límites, que se expresa en ocasiones en la

ocupación de un mismo espacio por grupos distintos (Fried 1967;

Service 1971, 1973), concordante con una concepción del territorio

como un espacio sin límites, continuo (Fried 1967). No obstante,

también se reconocen variaciones, las que en términos generales

están relacionadas con un aumento poblacional. De esta manera, en

todos los esquemas, incluyendo el de Johnson y Earle (1987), el nivel

más “simple” de organización social se caracteriza por una

territorialidad poco desarrollada, la que se va demarcando cada vez

más en los niveles de organización más complejos.

78

Una manera distinta de mirar esta problemática está planteada por

Ingold (1987), en relación a la diferencia conceptual entre

territorialidad y tenencia, por una parte, y las lógicas de tenencia por

la otra. De partida, plantea que todos los grupos humanos tienen un

comportamiento territorial, el que debe ser entendido como un modo

de comunicación que sirve para poner en común información sobre

la localización de individuos dispersos en el espacio. La tenencia, por

su parte, se refiere al modo de apropiación de un espacio, a una

acción apropiativa propiamente tal, y regula el acceso y control

sobre los recursos existentes en ese espacio. Así, la territorialidad es

permeable, aunque pone a los grupos en una relación de

dominación/subordinación de uso de una porción de espacio; la

tenencia por su parte, implica una reclamación de acceso exclusivo

con una dimensión temporal. En esa línea argumental, Ingold (1987)

plantea que la lógica de tenencia es distinta entre grupos con una

economía cazadora recolectora y grupos hortícolas/agrícolas.

Mientras entre los primeros sería unidimensional, de lugares y pasajes,

en los segundos sería bidimensional, areal, producto de la creación de

un espacio (de un “plano”) con un potencial de crecimiento.

79

Ahora bien, es solo en virtud de la pertenencia a determinada

comunidad que una persona adquiere una relación con una

determinada porción de espacio natural (Ingold 1987). De hecho

Service (1971) ya lo decía: la territorialidad es una cuestión social. Y ya

sabemos que el parentesco y las alianzas son los principales

mecanismos para definir la constitución de los grupos y las

comunidades. De esta manera, los cambios asociados a la

territorialidad (o tenencia en palabras de Ingold), vinculados a los

cambios en los niveles de integración y diferenciación social - los que

a su vez se relacionan con la concentración de recursos y aumentos

poblacionales - pueden ser entendidos a la luz de este cambio en las

lógicas de tenencia.

Por lo general se ha planteado que la complejización social está

marcada por una formalización de las redes de parentesco y los

principios de descendencia, llegando las sociedades a estar

dominadas por una “ideología del parentesco” (Fried 1967). Si entre

algunos grupos la coresidencialidad y la participación en las

actividades comunes de producción y consumo, es decir la adhesión

presente de los individuos al grupo es lo primordial, para otros esta

posibilidad se ve modelada y restringida por las reglas de filiación. En

80

palabras de Fried (1967) se pasa de un lógica donde “somos parientes

porque vivimos juntos” a una donde “porque somos parientes vivimos

juntos”.

Esto se explica justamente en el hecho de que el acceso a la

tierra/recursos está subordinada a la existencia o la creación de

relaciones sociales previas, ya sea de filiación o afinidad. Cuando la

tierra (o los recursos) se convierten en un “medio de producción” se

implementan una serie de mecanismos de restricción y regulación al

acceso a ésta, que se traducen en un énfasis en la definición de la

composición del grupo mediante el parentesco y la definición de las

líneas de descendencia (Meillassoux 1977; Godelier 1979; Wolf 1987;

Hernando 2002). El parentesco está impuesto por el nacimiento, a

partir del cual se define la posición del individuo en las relaciones de

producción y reproducción, y la pertenencia social se traspasa

socialmente, a través de la descendencia. Las normas de filiación

están orientadas al futuro: la tierra se hereda y la condición de

acceso a la tierra es pertenecer a una colectividad definida por una

línea de descendencia (Meillassoux 1977).

81

De esta manera, ciertos niveles de integración socio política más

formalizados son propiciados por este proceso donde el acceso a los

recursos está intersectado por la regulación y reglamentación de los

derechos a su acceso, en un escenario que involucra además un

aumento o mayor concentración poblacional.

Este es un proceso que se consolida en la medida que la subsistencia

se basa cada vez más en productos agrícolas. En este sentido se ha

hecho énfasis también en la diferencia entre una subsistencia basada

en cultivos almacenables y aquellas que no, ya que las primeras

permitirían una subsistencia basada en los cultivos durante la mayor

parte del año, acceso garantizado por la pertenencia a determinada

colectividad (Meillassoux 1977; Hernando 2002). En esta misma línea,

concordamos con Bender (1989) cuando señala que es cuando la

producción de alimentos se convierte en una estrategia de

subsistencia significativa, en un sistema de “retorno retardado” (cf.

Woodburn 1982a), que se generan ciertas demandas a las prácticas

sociales que involucran un mayor grado de sedentarismo (asociado a

la cantidad de trabajo que debe invertirse en la producción de

alimentos y su cuidado), la creación de lazos generacionales que

82

aseguran el acceso a ellos (“deuda generacional”), y una

concepción de la tierra distinta (poseíble, restringible y controlable).

Los cambios en el acceso a la tierra y en las relaciones de parentesco

implican cambios tanto en el papel que juegan hombres, mujeres,

niños y ancianos en la sociedad, como en la organización social del

trabajo. En este sentido se ha puesto especial atención en el papel de

la mujer, como reproductora de fuerza de trabajo necesaria para la

mantención de los sistemas de subsistencia basados en productos

cultivados, donde la pertenencia grupal está definida por la línea de

descendencia o filiación (Meillassoux 1977; Hernando 2002). Por otra

parte, cambia también la manera en que los distintos grupos se

relacionan entre sí, ahora muchas veces de acuerdo a reglas más

rígidas de filiación y alianzas, y donde la reciprocidad generalizada

que supuestamente caracteriza a los grupos cazadores recolectores,

es reemplazada por una reciprocidad selectiva.

En definitiva, en las sociedades no jerárquicas la territorialidad está

intersectada por las relaciones sociales construidas a partir del

parentesco y las alianzas, que estipulan la composición de las

unidades domésticas y el acceso de los individuos tanto a los espacios

83

mismos como a los recursos que en ellos existen o se producen. En este

escenario territorialidad y tenencia se conjugan y adoptan formas

particulares de acuerdo a la forma de subsistencia, pero donde la

densidad demográfica también es, sin duda, un factor gravitante.

2.1.3 Pasando por la etnografía: lectura “arqueológica” de

monografías etnográficas

La etnografía de sociedades no occidentales es, sin duda, una

inigualable e inagotable fuente de información, y para la arqueología

constituye una importante fuente de analogías. Más allá de la

discusión acerca de la pertinencia de aplicar analogías etnográficas

directas, especialmente donde no existen vínculos históricos entre los

grupos, pensamos que el mayor valor para la arqueología es

mostrarnos “en funcionamiento” realidades que nosotros solo

alcanzamos a atisbar a partir de los restos materiales que de ellas

quedan, y mediante eso, mostrarnos una diversidad de posibilidades

que ningún modelo puede realmente sintetizar. En otras palabras, es

una ventana que permite expandir nuestra visión y así, eventualmente

también, nuestras interpretaciones.

84

Para nuestra investigación hemos seleccionado como fuente de

revisión y análisis etnografías realizadas en pueblos de la Amazonía.

Esta decisión se sustenta en la necesidad de acotar geográficamente

las múltiples posibilidades, manteniendo de paso una cercanía

geográfica con nuestra área de interés arqueológico, sin olvidarnos

por ello de las inmensas diferencias de hábitat existentes entre ambas

áreas2. Por otra parte, nos enfocamos justamente en sociedades con

organizaciones socio políticas no jerárquicas con un sistema de

subsistencia similar (hortícola, recolectora y cazadora), que

justamente son características de esta área.

Las etnografías realizadas por etnógrafos-antropólogos, no siempre

dialogan fluidamente con la arqueología. Sin restarle valor a las

detalladas descripciones sobre el sistema de parentesco, las

creencias, ceremonias, religión y mitos, los datos que tienen la

posibilidad de ser visibilizados arqueológicamente por lo general son

menos detallados, tratados muy someramente o bien inexistentes. Es

así como información detallada del patrón de asentamiento,

tecnología y en general producción, uso y descarte de la cultura 2 A pesar de las evidentes diferencias entre la Amazonía y Chile central, ambas áreas son internamente homogéneas en comparación al área andina de Perú, norte de Chile y noroeste de Argentina.

85

material y la descripción de la misma, es muy variable tanto en

cantidad como en calidad. No obstante lo anterior, pudimos recopilar

un cúmulo de información a partir de la cual es posible hacer el

vínculo, teórico y empírico con la arqueología. Esta se refiere

principalmente a los ámbitos de la espacialidad y la conformación de

la “comunidad efectiva”, pero también relativos a los factores que

están incidiendo en definitiva en los niveles de integración social y

política.

Para esto seleccionamos de un cúmulo de lecturas etnográficas

realizadas, aquellas que más explícitamente abordaban el tema de la

integración social y que eventualmente proporcionaban datos sobre

distancias y tamaños de territorios. Además, se consideró grupos que

no hubieran sufrido cambios radicales en su patrón de asentamiento

en su proceso de inclusión en las sociedades nacionales. Así, un factor

importante resultó ser el momento en que se realizó el trabajo

etnográfico, estando nuestra selección principalmente (aunque no

exclusivamente) compuesta por etnografías realizadas antes de la

década del ´80 del siglo recién pasado, momento a partir de la cual

los procesos de transformación producto de las misiones religiosas y la

expansión capitalista se hacen más notorios.

86

De esta manera, nuestra selección incluye a los Makuna (Århem 1981)

y Cubeo (Goldman 1963) del grupo lingüístico Tukano, ubicados en el

NW de la Amazonía en la actual Colombia, a los Achuar, del grupo

Jívaro ubicado en el sector sur del Ecuador y norte del Perú (Descola

1982, 1996, 2005), a los Ticuna que ocupan el W de la Amazonía

asociado al río Amazonas en Perú y Brasil (Goulard 1994, 2009), a los

Matsigenka de la familia lingüística Arawak ubicados en la cuenca del

Urubamba (Rosengren 1987), a los Yanomamo ubicados en

Venezuela y Brasil asociados al río Orinoco (Chagnon 1968; Smole

1976). También nos preocupamos de considerar a grupos, que si bien

tienen cierta horticultura o acceso a productos hortícolas, han sido

catalogados generalmente como cazadores recolectores. Estos son

los Guayaki o Atchei localizados en Paraguay (Clastres 1998[1972]), a

los Guahibo que habitan la selva tropical de Venzuela y Colombia

(Morey et al. 1973) y los Nukak, ocupantes de la Amazonía

Colombiana, y único grupo donde la etnografía fue realizada por un

arqueólogo con un enfoque etnoarqueológico (Politis 2007). Sin

perjuicio de lo anterior, ciertamente no todas estas etnografías

desarrollan con la misma profundidad el tema que nos interesa, y

existen también otras etnografías que proporcionaron muchos datos

87

interesantes, que si bien no pudieron ser sistematizados en función de

los ejes de análisis que nos interesaban, serán referidos

ocasionalmente.

También hemos recurrido a la información de las sociedades que

habitaban el área de Chile centro sur a la llegada de los españoles.

Lamentablemente la información sobre los momentos más tempranos

de la colonia, que podrían retratar una situación social no afectada

aún por los profundos cambios producto del contacto hispano, es

relativamente escasa. Esto es especialmente cierto para Chile central,

cuyos habitante no solo habían tenido que “acomodarse” a las

imposiciones incaicas desde unos 70 años antes de la llegada de los

hispanos, sino que luego fueron prontamente desestructurados,

encomendados y diezmados tras la temprana fundación de la ciudad

de Santiago en el valle del Maipo-Mapocho. Por esto recurrimos a la

información de las comunidades ubicadas inmediatamente al sur de

nuestra área de estudio a la llegada de los españoles,

autodenominadas reche, y que dieron génesis a través de un proceso

histórico de varios siglos a la sociedad Mapuche que conocemos hoy

en día (Boccara 2007[1998]). Estos grupos están ubicados

geográficamente mucho más cerca del área que estamos

88

estudiando que la Amazonía y existen diversas evidencias que

sugieren un trasfondo y desarrollo cultural común entre ambas áreas

(Chile central y sur), con cierta profundidad temporal (Correa 2009,

2010) y una percepción, de parte de los españoles en los tiempos de

colonia temprana, de una unidad cultural y lingüística (Vivar

1987[1558]; Farga 1995; Planella 1988). Nos basamos, entonces, en la

“lectura etnográfica” realizada por Boccara (2007[1998]) del

Cautiverio Feliz, escrita por Francisco Nuñez de Pineda y Bascuñan en

el siglo XVII, soldado español que estuviera cautivo entre los reche

cerca de ocho meses en 1629 al sur del Itata, es decir en un momento

temprano del contacto3. Por otra parte, consideramos también el

estudio etnohistórico de la propiedad territorial indígena durante la

colonia temprana en la cuenca de Rancagua, realizado por Planella

(1988), mucho más cercana a nuestra área de estudio, aunque su

población ya había tenido contacto con el sistema administrativo

incaico, previo al contacto con los españoles.

3 Existen otros estudios acerca de la organización social de estos grupos en el área, pero éstos refieren a situaciones etnográficas e históricas particulares que sugieren una complejidad mayor, acotada a ciertas áreas y producto de una trayectoria histórica asociada a la presencia hispana (Dillehay 1992, 2007), por lo que hemos preferido no incorporarlas en este análisis.

89

El propósito de esta sección no es exponer un sinnúmero de casos

etnográficos a manera de ilustrar los supuestos teóricos en torno a las

temáticas delineadas en el acápite anterior, aunque ciertamente en

muchos aspectos esto es totalmente factible. Más bien, la información

etnográfica y etnohistórica revisada será puesta en discusión con

estos supuestos, de manera no solo de enriquecerla, sino también de

matizarla. Esperamos con esto aportar bases más amplias para

nuestro intento de interpretación de la realidad arqueológica que nos

interesa.

El espacio social: la comunidad efectiva

La sistematización y ordenamiento de los datos existentes acerca de

la conformación de las unidades residenciales y niveles de integración

social de los casos etnográficos y etnohistóricos revisados nos permite

observar varios puntos relevantes (Tabla 2.1.a).

La unidad residencial, entidad que por lo general es económica y

políticamente independiente, tiene su expresión física en una sola

unidad arquitectónica. La composición de esta unidad residencial

ciertamente es muy variable, aunque siempre basada en un grupo de

personas con lazos sanguíneos y eventualmente de afinidad, y varían

90

mucho en tamaño (número de personas viviendo juntas) lo que

evidentemente se refleja en el tamaño físico de la vivienda. En el caso

de los Achuar, la unidad residencial está compuesta por una sola

familia (políginica y extendida), mientras que entre los Makuna o

Cubeo en cada unidad residen varias familias nucleares (unidades

plurifamiliares) conformando una familia extendida bastante mayor.

Los Yanomamo son un caso extremo, con shabonos que si bien

constituyen una única unidad física, han sido catalogadas como

verdaderas “aldeas” por la cantidad de personas que involucran. Las

unidades residenciales de los grupos más móviles como los Nukak no

difieren necesariamente en tamaño de la de los grupos más

sedentarios (de hecho son bastante similares a la de los Achuar), pero

su estructura espacial interna evidentemente es distinta, donde cada

familia nuclear parece construir su propio refugio temporal, edificado

solo para durar el tiempo en que permanecen en cada lugar.

Existe también una variación de composición y tamaño de las

unidades residenciales dentro de cada grupo, lo que tiene una

dimensión claramente política. Cada unidad residencial tiene una

“cabeza”, pero los “jefe de familia” o “dueño de la casa” que

destacan por sobre otros basan o expresan su liderazgo en la

91

capacidad de tener más esposas, y consecuentemente más hijos e

hijas, afines y aliados, que vienen a “engrosar” la unidad residencial, lo

que se expresa en una vivienda de mayor tamaño. Por otra parte, al

oficiar más a menudo como “anfitriones”, generalmente sus viviendas

están preparadas para acoger a más visitas temporales.

En términos espaciales es evidente el “atomismo residencial” (cfr.

Descola 1996). En los grupos hortícolas cada unidad residencial,

compuesta por la casa, está asociada a un área de ocupación

efectiva (preferencial, no exclusiva) compuesta por un área

despejada alrededor de la casa, los huertos y las áreas de caza. Estas

distintas unidades residenciales y áreas de ocupación se ubican a

distancias variables unas de otras, generalmente bastante

considerables. En el área Amazónica estas distancias se miden en

tiempo de traslado de una a otras, ya sea a pie o en canoa,

pudiendo variar entre media hora o varios días. No existen muchos

datos acerca del tamaño efectivo de estas áreas de ocupación, pero

en los grupos ribereños están generalmente demarcadas por

afluentes, estimándose entre los Achuar un tamaño de 40-50 km². Los

Yanomamo, grupo que ocupa principalmente los interfluvios se

ubican en el otro extremo, con un área de ocupación efectiva de ca

92

600 km², acercándose a lo estimado para los grupos Nukak, aunque

evidentemente la manera de utilizar el espacio es completamente

distinta, los Yanomamo desde su shabono, los Nukak moviéndose

permanentemente en él. Claramente, los tamaños dependen no solo

del sistema de subsistencia (caza, recolección, tipo de cultivos), sino

de factores del medio (fertilidad de los suelos, tipos y distribución de

animales), y por tanto son expuestos solo para puntualizar la

diversidad de situaciones posibles.

En términos de integración social, existe un entrelazamiento de un

número de estas unidades residenciales, donde el factor distancia

física es gravitante, tal como lo planteaba Sahlins (1972). Estas se

articulan a lo largo de un curso de agua o un área, en el caso de los

grupos que ocupan área interfluviales, como los Yanomamo. Sin

embargo, la característica más notoria de ésta es su existencia “de

hecho”, no reconocida como tal por los propios grupos con una

denominación, ni un nombre, concordante con su naturaleza flexible,

fluida y situacional.

Para los Achuar, Descola lo describe de la siguiente manera:

93

El atomismo residencial es temperado en efecto por la

existencia de estructuras supralocales sin denominación

vernacular que designamos con el términos de “nexos

endógamos” (Descola 1982b). Un nexo endógamo está

construido por un conjunto de 10 a quince unidades domésticas

dispersas sobre un territorio relativamente delimitado y cuyos

miembros mantienen relaciones estrechas y directas de

consanguineidad y de afinidad. El concepto de nexo

endógamo no existe formalmente en el pensamiento achuar,

sino como el eco de una norma que prescribe realizar un

matrimonio “cercano” (geográfica y genealógicamente)

(Descola 1996: 25-26)

Para los Makuna, Århem señala:

Residence units are grouped into local groups. The concept of

local group, as I shall use it, is an analytical concept. It provides

a convenient unit of study in the analysis of social and spatial

organization. It allows me to describe the social relations

between neighbouring residence groups. But the local group is

not a discrete, named, social and spatial unit analogous to the

94

residence group, nor does it correspond to a native category of

social classification. Yet, the division of the Komeña territorial

group into local groups is not arbitrary or made on entirely

analytical grounds. It corresponds to a rough natural or

geographical subdivision of the Komeña territory into three sub-

territorial units defined by the structure of the Komeña river

system and to a division of the Komeña territorial group into

three loosley bounded, but more or less explicitly recognized,

social and political units. (Århem 1981:239)

Para el caso de los Matsigenka, se describe que:

Strinctly speaking, only the household is a spatially well defined

unit. Both the residence group and the settlement group are

more loosely demarcated by both social and spatial proximity.

Futhermore, it is only the household that is recognized as a social

unit by the Matsigenka (…). The settlement group is vaguely

recognized, though only as a group of households that happen

to live in the same general area. The vagueness is, however, an

important functional characteristic of the residence group,

because the group as such is the outcome of the prevailing

95

state of social relations between households. The membership of

the residence group can thus never be definitively laid down

because it is always in a state of flux. (Rosengren 1987: 141)

En el caso de los reche este nivel de integración estaría representado

por el quiñelob, grupo local endógamo compuesto por varias

patrifamilias que viven separadas por no más de 10 km, que sostienen

relaciones regulares que involucran la cooperación económica y que

ha sido señalado como el primer nivel político autónomo de la

estructura social reche (Boccara 2007[1998]).

Si bien en la mayoría de los casos examinados estos grupos locales,

como hemos preferido llamarlos, son preferentemente endogámicos,

lo cierto es que existe una variedad de situaciones (endogámicos y/o

exogámicos). Para todos los casos, cualquiera sea la regla

predominante, son las relaciones de parentesco y filiación, así como

las reglas que las rigen, las que en definitiva tejen el entramado social

donde la medida de la interacción es cotérmino con la distancia

física. Incluso en el caso Yanomamo, donde no han sido reconocidos

como tales, cada shabono, entidad económica y políticamente

autosuficiente, es parte de una compleja red de lazos sociales inter-

96

shabonos basados en lazos de parentescos, donde la distancia física,

si bien no determina la relación, sí la propicia (Chagnon 1967; Smole

1976).

Estos grupos locales, constituyen de hecho la “comunidad efectiva”,

las que pueden ser entendidas como “categorías sociogeográficas”:

The distinction made is thus not primarly an ethnic categorical

distinction but a socio-geographical one defining local groups

on grounds of their internal social relations. (…) What is important

then is not that the groups in question are constituted by

Matsigenka, but that they form groups of interacting households.

(Rosengren 1987: 142, énfasis nuestro).

En efecto, Clastres (2009:43[1977]) ya lo decía: “La comunidad

primitiva es, por tanto, el grupo local”.

Sin perjuicio a lo anterior, existen, en algunos casos, ciertos niveles de

integración “intermedios”, constituidos por unidades residenciales que

se ubican más cerca, interactúan por tanto más cotidianamente, y

tienen lazos de parentesco cercanos.

97

En el caso de los Matsigenka, éstos corresponden a lo que se ha

llamado el “grupo residencial” y se componen de un núcleo que

mujeres relacionadas (hermanas), que establecen su vivienda cerca

de la casa paterna, tras un período de uxorilocalidad (patrón

“uxorivecinal” sensu Rosengren 1987).

Entre los Achuar

No es raro que ciertos sitios reagrupen dos o tres casas cercanas

(es decir, en un radio que no sobrepase los dos kilómetros)

formando así un pequeño núcleo de hábitat en donde las

relaciones de ayuda mutua y de visita son más cristalizadas que

de ordinario. Estos pequeños agregados de casa están

articulados alrededor de relaciones directas de

consanguineidad y/o de alianza (grupos de hermanos, grupos

de cuñados, o un par yerno/suegro), pero su proximidad

espacial y social no implica de ninguna manera (…) una puesta

en común de los recursos y capacidades de cada casa.

(Descola 1996:155).

98

Incluso entre los Yanomamo se señala que “About half of all shabono

are pared or clustered, with neighboring shabono only a few miles

from each other at most.” (Smole 1976: 55)

De la misma manera, la información etnohistórica de los grupos de la

cuenca de Rancagua y de los reche indica la existencia de

agrupamientos de unidades domésticas (Planella 1988, Boccara

2007[1998]). En efecto, la existencia de “caseríos” es recurrentemente

nombrada por Nuñez de Pineda (2001):

…dentro de breve tiempo nos pusimos en el rancho de

Colpoche, mi amigo (…), cuyo alojamiento y casa estaba

vecina a de la de otra, con otras seis o siete de parientes y

amigos de estos que quedan nombrados… (Nuñez de Pineda

2001: 305-306, énfasis nuestro). (También citado en Boccara

2007[1998]).

Con la noticia que tuvieron los demás vecinos y compañeros de

aquel casique, se fueron juntando dies o doce indios de los que

tenían sus ranchos cerca de este casique y en su contorno…(

Nuñez de Pineda 2001: 348-349, énfasis nuestro).

99

Salimos con esta determinación afuera, a tiempo que llegaron

otros muchachos de la vesindad, hijos de los comarcanos,

camaradas del casique y sus sujetos, que tenían sus ranchos a

dos cuadras, a cuatro y a sinco el que más (…) (Nuñez de

Pineda 2001: 472, énfasis nuestro). (También citado en Boccara

2007[1998]).

A pocos pasos que anduvimos, divisamos de lo alto de una

loma, en un valle muy ameno, adonde un apasible estero señía

por parte su contorno, un rancho de buen porte y espasioso,

entre otros seis o siete que, a distancia de una cuadra unos de

otros, se sitiaban a sus orillas (…) (Nuñez de Pineda 2001: 533-34,

énfasis nuestro)

Estos caseríos parecen estar constituidos por parientes cercanos,

aunque no exclusivamente. Del relato de Nuñez de Pineda se

desprende que los padres e hijos viven en el mismo caserío (p.ej.

Maulicán y su padre Llancaréu viven vecinos; Millalipe y su padre

Tureupillan, viven vecinos en otro caserío), pero también otros

parientes habitan este mismo espacio: Molbunante, tiene su casa

conjunta a la de su cuñado Taigüelgüeno; Pedro, casado con una

100

pariente de Tureupillán y protegido del “casique” es el que tiene su

casa más cercana a éste (Boccara 2007[1998]).

De la misma manera, los datos de la colonia temprana de la cuenca

de Rancagua señalan que las personas de una misma “parcialidad”,

cuya expresión espacial son los “rancheríos” dispersos, tenían lazos de

parentesco entre sí. En el caso de la “parcialidad de Rencagua”, p.ej.

se mencionan al menos tres unidades familiares relacionadas: dos

hermanos y sus respectivas esposas e hijos/as, y, al menos

temporalmente, la familia de una de las hijas de uno de los hermanos

anteriormente mencionado (Planella 1980: 80). Esto ha llevado a

establecer que

El amplio espacio que se extiende al norte del río Cachapoal,

estaba dividido en unidades territoriales menores, en las cuales

tenían sus asientos y tierras de cultivo, las distintas entidades

familiares establecidas en el valle. Entre éstas existía una

articulación social y económica bien definida por lazos de

identidad étnica, de parentesco, y de reciprocidad, en un

marco de normas de sucesión y acceso a las tierras por vía

patrilineal. (Planella 1988:2).

101

Es notorio también que el espacio ocupado por los grupos locales en

la Amazonía tiende a ser estable en el tiempo, aunque ninguno de los

grupos Amazónicos referidos es totalmente sedentario, sino que

cambian la localización de sus viviendas cada cierto número de años.

A diferencia de la creencia generalizada, la decisión de cambiar de

lugar la vivienda no tiene tanto que ver con la productividad de los

huertos como con la duración de la vivienda misma, cuyos materiales

terminan pudriéndose. Los huertos, por el contrario, inciden en que el

“cambio de casa” se mantenga dentro de un radio cercano,

justamente porque les permite aprovechar la producción del huerto

aún productivo y hacer la transición hasta que los nuevos huertos

comiencen a producir. La movilidad toma entonces, un carácter de

“micromovimientos” en un área acotada (sensu Chagnon 1968; ver

también Goldman 1963; Århem 1981; Descola 1996).

En el caso de la cuenca de Rancagua, el uso reiterado de ciertos

espacios por grupos de personas emparentadas también es patente

a partir de los testimonios de los numerosos “naturales” que intervienen

como testigos en el pleito documentado, donde la memoria llega por

lo menos tres generaciones atrás (Planella 1988).

102

Uno de los aspectos más notables de este modo de organización, a

nivel de grupo local, es que efectivamente existen instancias de

reunión recurrentes entre las distintas unidades domésticas que lo

componen, e incluso en algunos casos, de otros grupos locales. La

interacción recurrente no solo está dada por las visitas que se dan

cotidianamente entre las unidades domésticas - generalmente entre

las más cercanas social y espacialmente -, sino también por la

convocatoria a algún trabajo que requiere la participación de un

mayor número de personas, p.ej. construcción de parte de la casa,

clareamiento de nuevos huertos, que siempre involucran la

proporción de comida y bebida por parte del convocante, y/o por

celebraciones rituales como “fiestas de bebida”, rituales de danza,

etc., instancia que también está cruzada por la capacidad del que

ejerce de anfitrión de producir, reunir y proporcionar alimentos y

bebidas para un número importante de personas. La importancia de

estas instancias en términos sociales y políticos está claramente

señalada por Århem:

The dance festivals serves many functions. It is an event when

the autonomous and isolated longhouse communities come

together to see each other and to talk, to exchange news, to

103

renew old contacts and to make new friends. Conflicting

interests are subsumed under greater common interests. It is thus

a social as well as a political event of great significance. The

ritual dance festival expresses the mutual interdependence of

the dispersed residence groups and thus serves to integrate

them into a wider social system. (Århem 1981:81)

Dos aspectos destacan de esta dinámica. No todas estas instancias

involucran necesariamente a todas las unidades del grupo local. Las

invitaciones y asistencias a los eventos están cruzadas por el grado de

cercanía social y espacial en el caso de las convocatorias a trabajos

colectivos y en el caso de los eventos más rituales, por el estado de las

obligaciones sociales y políticas respecto al anfitrión. Ciertamente,

esto es un factor que permite comprender la naturaleza de la

conformación y dinámica de estos grupos locales, ya señalada más

arriba.

Por otra parte, es interesante que todas las celebraciones se realizan

al interior de los espacios de las mismas unidades domésticas, y no

existen lugares de reunión específicos localizados físicamente fuera

del espacio doméstico propiamente tal.

104

Una excepción a esto son los grupos reche. Efectivamente existe

registro de convocatorias a instancias de trabajo cooperativo

colectivo ligado al ámbito doméstico, tal como lo relata Nuñez de

Pineda:

(…) y me dijo que me tuviese por convidado para la primera

ocación, que dentro de pocos días nos habíamos de juntar en

caza de cierto casique que asistía cerca de una legua de

nuestros ranchos, a hacerle sus chacras, y que por la noche se

festejaba el trabajo del día con grandes bailes, banquetes y

entretenimientos, (…) (Nuñez de Pineda 2001:589, énfasis

nuestro)

El tiempo de las cavas y de hacer sus chacras es por

septiembre, octubre y noviembre, conforme los sitios y lugares

secos y húmedos, que los unos se adelantan a sembrarlos, y los

otros aguardan a que se oreen y estén tratables. El casique

Quilalebo convidó a los de su cava y contorno, de cuya

parcialidad era mi huésped el casique Tureupillán, deudo y

amigo de este Quilalebo, […] Estos días son de regosijo y

entretenimiento entre ellos, porque el autor del convite y dueño

105

de las chacras mata muchas terneras, ovejas de la tierra y

carneros para el gasto, y la campaña donde están trabajando,

cada uno adonde le toca su tarea, está sembrada de cántaros

de chicha y diversos fogones con asadores de carne, ollas de

guisados, de adonde las mujeres les van llevando de comer y

de beber a menudo. (Nuñez de Pineda 2001:626, énfasis

nuestro)

Pero también, y a diferencia del mundo amazónico, existen registros

tempranos de la existencia de lugares especiales donde se realizan

grandes reuniones, de los cuales hay al menos dos referencias en

Nuñez de Pineda (2001). Si bien estos lugares parecen estar cerca de

las áreas de vivienda del anfitrión, ya que en la noche algunos de los

asistentes son invitados al “rancho” a pasar la noche, también es claro

que la fiesta se realiza en un espacio especialmente acondicionado

para ello, algo retirado de las áreas de vivienda:

El siguiente día, cerca de las tres de la tarde, salimos para la

fiesta los vecinos, sujetos y comarcanos de Llancaréu, toque

principal de Tepocura, con Maulicán, mi amo, su hijo y sus

familias, quedándose en resguardio de los ranchos las más viejas

106

mujeres e impedidas. Llegamos aquella noche a alojarnos una

legua de adonde la borrachera se hacía, en cuyo sitio tuvimos

ciertas noticias de que la mesma tarde se juntaban al lugar

diputado Ancanamón y los dueños del convite, para el día

siguiente dar principio a su festejo y a su jovial entretenimiento.

(Nuñez de Pineda 2001:393, énfasis nuestro)

Llegamos a medio día a vista del lugar adonde se iban juntando

con el gobernador Ancanamón los convidados para dar

prinsipio a su festejo; los que íbamos a caballo desmontamos de

ellos en frente del palenque y del andamio que tenían hecho

para sus bailes y entretenimientos, y en medio dél estaba puesto

un árbol de canelo, de los mayores y más fornidos que pudieron

hallarse, con otros adherentes de sogas y maromas que

pendían dél para hacer sus serimonias.(…) y nos arrimamos

hacia la parte descubierta que asía el cuartel, formado en

triángulo, hechas sus ramadas a modo de galeras, adonde

tenían las botijas de chicha, los carneros, las vacas, ovejas de la

tierra y lo demás nesesario para dar de comer y beber a los

forasteros huéspedes. (Nuñez de Pineda 2001:405-06, énfasis

nuestro)

107

Despues de haberse recogido los casiques a sus ranchos y

ramadas, convidó uno de ellos a Maulicán, mi amo, a que fuese

a su chosa a gosar de el abrigo que ofresía, que estaba como

una cuadra del bullicio (…) (Nuñez de Pineda 2001:412, énfasis

nuestro)

Salimos por la mañana con el gobernador Ancamenón los que

habíamos dormido en sus ranchos, y nos llevó al lugar que el día

antesedente habíamos tenido con mucho acompañamiento, y

los que ayudaban al festejo nos llevaron de almorzar y qué

beber con abundancia para que los huéspedes se

entretuviesen y alegrasen, porque la fiesta es comer, beber y

bailar, cantando todo el día y todas la noche, como lo hicieron

más de cuatro mil almas que se quedaron en los andamios y

bancos con los cantores, y en sus sitios y lugares otros. (Nuñez de

Pineda 2001:425, énfasis nuestro)

Y más tarde, cerca de La Imperial, donde el cacique Huirumanque

era el anfitrión:

Subimos a caballo aquellas horas y fuimos en demanda del

festejo que se hacía, y de la borrachera obstentativa que nos

108

aguardaba dos leguas delante de adonde nos alojamos, y

llegamos al sitio antes de medio día, adonde se iban

agregando muchas parcialidades. (Nuñez de Pineda 2001:522,

énfasis nuestro)

El distrito que ocupaban era de más de dos cuadras a lo largo,

cercado por dos lados en triángulo de una ramadas a modo de

galeras, cubierta y cercadas por la poca seguridad del tiempo;

estas galerías tenían sus diviciones y aposentos, adonde los

parientes y deudos del que hacía el festejo tenían las botijas de

chicha, carneros, ovejas de la tierra, vacas y terneras, con que

ayudaban al casique pariente al gasto de aquellos días, que

serían más de cuarenta divisiones, (…) (Nuñez de Pineda

2001:523, énfasis nuestro).

(…) y el casique anduvo tan bueno y cortesano, que nos llevó

a todos de nuestro aíllo a su rancho, porque pasásemos la

noche con algún alivio y sin riesgo de mojarnos (…) (Nuñez de

Pineda 2001:527, énfasis nuestro)

La existencia de estos lugares especialmente destinados a actividades

ceremoniales es una realidad reconocida hasta hoy en el mundo

109

mapuche, donde cada unidad trokinche (comunidad ritual

compuesta por tres o cuatro linajes relacionados entre sí por

consaguineidad y que son residencialmente cercanos) mantiene un

campo ceremonial permanente, el que además tiene una estructura

de ramadas continua similar a la descrita por Nuñez de Pineda

(Dillehay 1992).

En suma, las unidades residenciales, compuestas por lo general por

una sola unidad arquitectónica y con una composición y tamaño

variables, están inmersas en una dinámica que involucra por un lado

el atomismo residencial, y por otro la conformación de una

comunidad de unidades residenciales interactuantes en base a

relaciones de parentesco y alianza. Este grupo local, es muy variable

en términos de su cobertura espacial, y su composición es dinámica y

fluida, tal como las relaciones sociales de las cuales es reflejo, donde

no existe un centro, sino más bien cada unidad residencial es su

propio centro. La existencia del grupo local se actualiza y materializa

no solo en las visitas entre las unidades domésticas, sino también

puede hacerlo en convocatorias a trabajos colectivos y festivales o

instancias de reuniones colectivas.

110

La existencia de agrupaciones intermedias de unidades residenciales

no es un fenómeno común en el área amazónica, sino más bien

circunstancial, y también se expresa en espacios de tamaño variable.

En el área reche y la cuenca de Rancagua parecen ser más

frecuentes, con un fuerte componente de relaciones consanguíneas,

correspondiéndose con una intensidad y frecuencia de interrelación

mayor. En ambos casos el grupo local se expresa a una escala

espacial mayor, involucrando necesariamente a otras unidades

residenciales intermedias o aisladas.

En términos espaciales, las áreas utilizadas por las unidades

residenciales, y por ende los grupos locales, son relativamente

estables en el tiempo, donde a menos que existan situaciones

catastróficas, la transición de los huertos implica una relativa cercanía

en la nueva localización de la casa. La conformación de nuevas

unidades residenciales, generalmente a partir del “descolgamiento”

de las ya existentes, junto a la mecánica de conformación de alianzas

le otorgan, sin embargo, cierto dinamismo en su configuración

espacial.

111

Límite y niveles de integración social

El hecho que no existan niveles de integración sociopolítica supra

grupo local, permanentes, estructurados y jerárquicos, y que el mismo

grupo local sea una situación más “de hecho” que “de derecho”, nos

permite discutir justamente el tema de los límites. La unidad

significativa en primer lugar es la unidad residencial, y luego el grupo

local, pasando en algunos casos por un agrupamiento de unidades

residenciales. En algunos casos el factor distancia física juega un

papel en la delimitación de estos grupos locales. En el caso Achuar el

eje territorial del nexo endogámico es el río o tramo del río; entre dos

nexos adyacente existe una “tierra de nadie” de ca 1 día de camino

(Descola 1996). En otros casos, como el Makuna, no existe una mayor

distancia física entre las unidades residenciales que habitan los

“extremos” de dos grupos locales, que la que existe entre éstas y las

del mismo grupo local (Århem 1981:240, Map 6.), y de hecho:

The two residence groups locates at the periphery of the Lower

Komeña group have an intermediate position between the

three local groups, both geographically and in terms of the

network kinship and marriage. They are closely related to each

112

other as well as to residence groups in each of the three local

groups in the territory. (Århem 1981: 242)

Por otra parte, si bien muchos de los grupos locales son

preferentemente endogámicos, en la práctica ocurren muchos

matrimonios fuera de esta esfera, lo que junto a la fisión de los grupos,

permite una ampliación de las redes de parientes y aliados más allá

del grupo local, si bien su grado de cercanía social se encuentra

matizada por la distancia física:

From the point of view of the Makuna themselves, the spatial

organization is perhaps best concieved of as a series of partly

overlapping spheres of social intercation, centred in each

settlement. (Århem 1981:51).

Cabe preguntarse entonces, donde empiezan y terminan los “grupos”

más allá de los grupos locales y si es pertinente tratar de definirlos. Al

respecto, el dialogo con la etnografía (amazónica) nuevamente se

torna complejo, porque su definición de grupo refiere siempre al

“grupo étnico”, que en definitiva son grupos etno-lingüísticos. De esta

manera, su delimitación etnográfica puede ser posible, a pesar que

sobrepasen con creces los grupos locales.

113

En el caso Yanomamo (referido también como Yanoama) esto está

claramente destacado por Smole (1976):

Although any adult Yanoama maintains contacts with kinsmen in

various shabono, there is no person or even a teri with factual

knowledge about any more than a small part of the total

Yanoama population. Between highland and lowland, there is a

particularly wide knowledge gap. For the highland Yanoama,

lowlanders can be as remote as New Yorkers; for many

Yanoama living along the Orinoco, the Parima highlands are

some sort of mystical place associated with the ancestors. Little

distinction is made between the Yanoama who live there and

spirit beings […] In fact, the individual Yanoama has no

conception of Yanoama territory as a coherent whole. His world

and that of his community encompass only a small portion of the

Yanoama culture region. (Smole 1976:44-45).

(…) an experienced man has intimate knowledge of fewer than

ten shabono and has visited only about 25 out of a total of more

than 128 in Venezuela alone. He knows very little or nothing of

114

the existence of the remaining 100 or so. Areally, he might in a

lifetime cover 500 square miles. (Smole 1976:84)

Entre los Nukak, por su parte, esta situación está representada por la

tercera dimensión de la territorialidad identificada por Politis:

Beyond the band or regional affiliation group territory, the Nukak

travel to distinct regions occupied by bands with which, in

general, they have little contact, although they of course know

of their existence. This represents the third dimension of Nukak

territory: a distant space that is known about but only rarely

visited. The reasons for these journeys, when they occur, are

diverse, ranging from the gathering of canes for blowpipes,

visiting distant bands to monitor for potential spouses, or visiting

colonos farms and villages out of curiosity. The limits of this

territory are much harder to estimate. It is larger than the

regional group territory and may include several thousand

square kilometers, even incorporating the entire territory

currently occupied by the Nukak ethnic group. (Politis 2007:164)

Incluso se puede observar esta situación en la sociedad reche a

través de los ojos de Nuñez de Pineda, cuando en referencia al

115

encuentro del cacique de la Villarica, con Quilalebo y Tureopillán de

La Imperial, comenta:

En este intermedio estaban los casiques bebiendo y festejando

la llegada de aquel forastero, príncipe y curaca de la Villarrica,

a quien preguntaron cuidadosos la cauza de haberse movido a

alargarse tanto de sus distritos, cuando nunca le habían visto

por aquellas parcialidades, que por lo menos habría catorse o

quinse leguas de distancia de una parte a la otra, que viene a

ser, como ellos dicen, diferente utanmapu, que es ‘parcialidad’.

(Nuñez de Pineda 2001:629, énfasis nuestro)

Y se despidieron con mucho amor y gusto de haberse

comunicado y conosido, que, los que son de diferentes

parcialidades y tan dilatadas, no se comunican todas veces ni

aun se conocen (Nuñez de Pineda 2001:656, énfasis nuestro)

Lo que emerge claramente es que más allá de la existencia de grupos

que a partir de la etnografía pueden ser considerados como etno-

lingüísticos por compartir una serie de características sociales,

culturales y lingüísticas, y que éstos puedan ser eventualmente

reconocidos a partir de la cultura material, el nivel de integración

116

social más importante sería el grupo local, que es donde se expresa,

en definitiva, la tan mencionada “organización tribal”. En Chile centro

sur esto ha sido reconocido y conceptualizado en trabajos

etnohistóricos sobre la colonia temprana como “identidades

microscópicas”, referidas a identidades que operan a niveles locales

con un componente territorial (Manríquez 1999). La búsqueda de

“unidades limitables” por sobre este nivel de integración no tiene

sentido, entonces, en la medida que no existen niveles de integración

sociopolítica por sobre el grupo local.

De territorios y territorialidades, mujeres y descendientes

Las monografías etnográficas revisadas permiten revisar a la luz de

nuevos factores los supuestos acerca de las características de la

territorialidad en sociedades con subsistencia basada en la

horticultura, expuestos en el acápite anterior.

El ejemplo Achuar nos provee de una posibilidad alternativa de mirar

la territorialidad y los derechos de acceso a ésta, incorporando a la

discusión dos factores acerca de la organización socio territorial: la

existencia (o no) de territorios no ocupados disponibles aptos para el

cultivo (lo que puede ser conceptualizado como densidad

117

poblacional, aunque no se refiere exactamente a lo mismo); y la

naturaleza de la horticultura realizada, donde la tala y roza implica

abrir nuevos huertos cada cierto tiempo, siendo poco coherente con

una concepción de derechos de uso de las tierras cultivables

permanente y transmisible (Descola 1982, 1996).

Los Achuar tienen una subsistencia basada en la horticultura,

recolección, caza y pesca y un patrón de asentamiento disperso

compuesto por viviendas de familias polígamas extendidas,

vinculadas en un “nexo endógamo”, principio de composición social

implícito, territorial supralocal, compuesto por 10-15 unidades

domésticas dispersas con vínculos matrimoniales recurrentes y que no

tienen duración temporal como grupo corporado, aunque tiene un

reconocimiento basado en referencia a un área geográfica y en

torno a un “hombre fuerte”. En este grupo, el acceso a tierras

cultivables está garantizado por el derecho preeminente de uso de

determinado territorio de caza, que supera con creces el tamaño de

los huertos. De acuerdo a esto, los derechos de apropiación sobre los

productos cultivados no está dada por la posesión de un segmento

de tierra, sino por el trabajo invertido en producirlos (cultivos). Esto no

implica, sin embargo, que no exista una territorialidad; por el contrario,

118

los nexos endógamos están asociados a un territorio y de hecho lo

que garantiza el acceso a estos recursos es la inclusión en un nexo

(mediante parentesco/afinidad), pero en la medida en que éstos son

inestables y reconfigurables, el énfasis no está puesto en la

ascendencia / descendencia y trasmisión de derechos de propiedad,

sino en la activación de los vínculos que permiten la relación social y

la inclusión en el nexo endógamo.

Esta situación es coherente con una “amnesia genealógica”, donde

por lo general no se tiene registro ni recuerdo de más allá de la

generación de los abuelos, que es observable en la mayoría de los

grupos amazónicos (Descola 1996)4.

El énfasis en el pedazo de tierra propiamente tal parece activarse

ante la presencia de tres factores que interactúan: escases en la

disponibilidad de terrenos, densidad poblacional y una técnica de

producción asociada al uso permanente del mismo pedazo de tierra.

4 Los Cubeo parecen ser una excepción a esta “amnesia genealógica”. Si bien también la propiedad sobre la tierra puede ser conceptualizadas más como dominio, ésta está sancionada por la tradición de origen que se da lugar de procedencia del ancestro. En efecto, los grupos de descendencia unilineal cuyos miembros se consideran descendientes de un ancestro común aunque no pueden establecer genealogía real son nombrados, localizados, exogámicos, patrilineales y patrilocales y la permanencia y continuidad con el pasado y la historia de cada grupo es conocida y recitada en toda ocasión ceremonial mayor (Goldman 1963).

119

De esta forma, la propiedad pasa de ser sobre un bien mueble a ser

sobre un bien inmueble, donde la apropiación ya no es sobre el

producto (cultivos) del trabajo invertido en un pedazo de tierra sino

sobre el pedazo de tierra propiamente tal, con un consecuente

derecho de uso exclusivo y la posibilidad de transmitir esta propiedad

no movible. Quizá las consecuencias más claras de esta otra

modalidad de apropiación es la fijación de la residencia, o

permanencia anclada en un territorio, y la enfatización de los grupos

de descendencia, ya que el acceso a este bien inmueble pasa por la

inclusión en uno de estos grupos.

Como proceso, se puede observar muy bien en los cambios en la

base de subsistencia y patrón de asentamiento que comenzaron a

vivir los grupos Achuar a partir de su acercamiento a las misiones

católicas y protestantes (Descola 1982: 314-318), que ha producido un

nucleamiento y sedentarización de la población y un cambio en la

subsistencia, ahora basado en la ganadería y la plantación de pastos

para su mantención. Si bien la “aldea” es una concentración espacial

del “nexo endogámico”, el uso permanente de las mismas porciones

de tierra fija la residencia más allá de una generación, y la herencia

es la que garantiza el derecho a explotar estos recursos: la

120

pertenencia a un grupo de descendencia corporado se vuelve

trascendental y la territorialidad se transforma en tenencia.

Por cierto, respecto a nuestro caso de estudio, no solo debemos

considerar la naturaleza de la base de subsistencia de los grupos,

también horticultura de tala y roza, sino que hay que sopesar los

matices introducidos por los productos incluidos en las prácticas

hortícolas. En la horticultura amazónica, productos como la mandioca

se reproducen vegetativamente y pueden ser cosechados durante

todo el ciclo anual; una horticultura en clima mediterráneo, en

cambio, con productos como la quínoa, maíz, porotos, calabaza y

papas, se siembran a partir de semillas en una época determinada

del año, y se cosechan en otra. El huerto amazónico funciona en la

práctica como un gran lugar de almacenamiento, que asegura la

subsistencia de la comunidad a lo largo de todo el año; la siembra y

la cosecha son una actividad continua a lo largo de todo el ciclo

anual. Los productos del huerto mediterráneo, por su parte, implican

que las actividades asociadas al cuidado de los huertos estén

concentradas en ciertas épocas del año, y requieren de prácticas de

almacenamiento y eventual procesamiento de los productos para

121

lograr esto (p.ej. secar, convertir en harina), que permita la

subsistencia de la comunidad a lo largo de éste.

Por otra parte, también es importante detenerse en la conformación

del grupo productivo en relación al trabajo hortícola. La horticultura

de tala y roza requiere de varias actividades que involucran a todo el

grupo familiar, y generalmente descansa en la complementariedad

entre el trabajo del hombre y la mujer, aunque ésta se dé en forma

diacrónica: hay tareas conjuntas, que involucran a hombres y mujeres,

pero la mayor parte de ellas pertenecen a ámbitos ya sea masculinos

o femeninos (cfr. Descola 1996:404).

La tarea de abrir un nuevo huerto implica el desbroce, la tala y la

quema, en ese orden. En el mundo amazónico las dos primeras

actividades son exclusivamente masculinas (hombres adultos) y la

quema implica el trabajo conjunto de hombres y mujeres. La siembra,

desyerbe y cosecha, por su parte, son por lo general actividades

femeninas, especialmente de los productos principales (en el mundo

amazónico mandioca, yuca y en algunos pocos casos maíz). Sin bien

en muchos casos algunos cultivos están relacionados con la esfera

masculina y son sembrados y cosechados exclusivamente por ellos

122

(p.ej. barbasco, coca, tabaco, algunos árboles frutales, entre otros), el

mundo de la huerta es un dominio femenino, y de hecho las mujeres y

sus hijos pasan gran parte del día en ella (Girard 1958; Goldman 1963;

Århem 1981; Viveiros de Castro 1992; Descola 1996; Goulard 2009)5.

En el mundo reche esta separación de actividades y la asociación de

la siembra con el mundo femenino parecen también estar presente.

Nuñez de Pineda menciona en el contexto de actividades cotidianas

en su estadía en los ranchos de Maulicán y Luancura,

respectivamente:

…cuando con más gusto me hallaba en varios entretenimientos

y ejercicios, cazando pájaros, corriendo perdices y a ratos

ayudando a sembrar y a hacer chácaras a las mujeres… (Nuñez

de Pineda 2001:437, énfasis nuestro).

Volvimos limpios y frescos a asentarnos al amor del fuego,

adonde las mujeres dispusieron darnos de almorsar en breve

espacio, porque tenían que ir a recembrar una chacra en que

5 Una excepción a esta relación del mundo del huerto con el ámbito femenino son los grupos Yanomamo, donde éstos son trabajados principalmente por los hombres (Chagnon 1967).

123

se habían de ocupar hasta la noche. (Nuñez de Pineda

2001:458, énfasis nuestro)

La división del trabajo queda más clara en el contexto del trabajo

colectivo convocado por el cacique Quilalebo, donde los hombres

aran la tierra y las mujeres siembran:

…adonde se ajuntaron más de setenta indios con sus arados y

instrumentos manuales, que llaman hueullos, unos a modo de

tenedores de tres puntas, que en otra ocación me parece he

significado de la suerte que con ellos se levanta la tierra; otros

son a la semejanza de unas palas de horno, de dos varas de

largo, tan anchas de arriba como de abajo, y el remate de la

parte superior, como cosa de una tercia, disminuido y redondo

para poder abarcarle con la una mano, y con la otra de la aza

que en medio tiene para tal efecto; y de aquella suerte se cava

la tierra mullida y hacen los camellones en que las mujeres van

sembrando. (Nuñez de Pineda 2001:626, énfasis nuestro)

…habiendo llegar a brindar a mi camarada Tureupillán, a quien

estaba ayudando a cavar lo que le tocaba de tarea, después

124

de haber dado fin a la mía… (Nuñez de Pineda 2001:627, énfasis

nuestro)

…salíamos a la campaña a entretenernos, una veces a la

pelota, otras veces a la chueca, y a ratos íbamos a ayudar a las

mujeres a sembrar lo que habíamos arado, que de la mesma

suerte se convidan a la siembra que los indios a la cava. (Nuñez

de Pineda 2001:662, énfasis nuestro)

Habiendo despedido a nuestros huéspedes, almorsado con ellos

y brindádonos, las mujeres y chusma de la casa se fueron a sus

chacras a resembrarlas, a limpiarlas y asistirlas, que la

continuación de cultivarlas y tenerlas a la vista las hace más

fértiles y abundantes,… (Nuñez de Pineda 2001:683, énfasis

nuestro)

Pero, a esta importante complementareidad en el trabajo, hay que

sumarle el rol de las mujeres en el procesamiento y preparación de los

productos hortícolas que constituyen en la mayoría de los casos la

base alimenticia del grupo familiar. En efecto, el prestigio de los

dueños de casa pasa por una hospitalidad culinaria (principalmente

de bebida), que depende en gran medida de una fuerza productiva

125

compuesta por mujeres (esposas/hijas), lo que introduce otra arista

que hay que considerar en la conformación y composición del grupo

productivo.

Ciertamente, la producción depende en primer lugar de los tamaños

de los huertos, cuyo clareamiento es un trabajo mayor. Para esta

tarea, sin embargo, parece habitual recurrir a los parientes y aliados,

que son agasajados con abundante bebida y comida:

Cada vez que sea posible un jefe de casa se esforzara por

invitar a parientes y aliados para que le ayuden a realizar por lo

menos una parte de la roza (218)[…] …cuando la tala se realiza

en el marco de un trabajo comunitario, la jornada de trabajo

comienza siempre con abundantes libaciones de cerveza de

mandioca ofrecida por el jefe de la casa que ha tomado la

iniciativa de la tala (217). […] Cuando un jefe decide hacer una

fiesta de bebida colectiva, por ejemplo para invitar a parientes

a que le ayuden en el desbroce, no solo hay que preveer la

cerveza de mandioca en abundancia, sino también mucha

carne, a fin de recibir a los huéspedes con munificencia (330).

(Descola 1996)

126

Only adult men cut de forest; old men and uninitiated boys do

not participate in the cutting. The core of the working group is

recruited from within the domestic group, but often members

from other, neighbouring groups – particularly close agnates or

allies – partake in a rotating system of co-operation; several

domestic groups join in the cuttings of gardens for each of the

participating households subsequently. Each household for

which a garden is cut provides beer and coca for the working

party. (Århem 1981:60).

En el caso reche esto también queda evidenciado en las

observaciones de Nuñez de Pineda citadas anteriormente (ver más

arriba). Si bien no tenemos noticia de la etapa de tala y roza, el

trabajo colectivo se retrata en relación a la etapa de abrir la tierra,

propia de una horticultura donde se plantan semillas.

Entonces, en relación al grupo productivo base, más que cuánto se

puede plantar, lo realmente importante parece ser cuánto se puede

cosechar y procesar (cf. Goldman 1963), lo que depende de una

fuerza productiva principalmente femenina: la o las mujeres e hijas del

dueño de casa. En este sentido, la importancia de las mujeres (y de su

127

control por parte de los hombres) no pasa tan solo por su papel de

reproductora (descendencia), ni por su papel en la posibilidad de

crear alianzas mediante los intercambios matrimoniales, sino por su

importancia primordial en la creación y mantención de un poder

económico y político en el tiempo presente, sostenido por ella y sus

hijos e hijas.

En efecto, en esta producción alimenticia, una de las más relevantes

parece ser el procesamiento de los productos para bebidas

(cerveza/chicha), elemento esencial en la sociabilidad cotidiana

entre los componentes masculinos de las unidades domésticas, y

clave en la hospitalidad asociada al prestigio social de los dueños de

casa.

Solo como ejemplo, entre los Achuar en relación a los “grandes

hombres”, Descola señala:

Dicha carrera no puede ser efectuada más que con la activa

complicidad de numerosas esposas. La aptitud para

mancomunar alrededor de sí un grupo de parientes y de

aliados susceptibles de comprometerse por un favor supone

que se dé prueba de una hospitalidad constante. El concurso

128

de las mujeres aparece como indispensable en esta materia,

puesto que son ellas las que se ocupan de las comidas y

dispensan la inagotable chicha de mandioca. (Descola

2005:177)

Y respecto a la relación del tamaño de los huertos y el trabajo de las

mujeres y la cerveza:

En el momento de la primera ocupación de un sitio, la

estimación de la dimensión de la roza inicial depende de las

negociaciones entre el jefe de la casa y sus esposas, que llevan

a menudo a la confrontación de puntos de vista divergentes

sino antagónicos. El deseo del jefe de familia es, naturalmente,

obtener los más grandes huertos posibles a fin de disponer en

superabundancia de cerveza de mandioca, lo que le permitirá

convidar suntuosamente a sus huéspedes pasajeros. Ahora bien,

si una mujer pone igualmente todo su orgullo en cultivar un gran

huerto, está sin embargo en mejor posición para poder estimar

la capacidad de la fuerza de trabajo (la suya y la de sus hijas

solteras) que podrá movilizar para el deshierbe, es decir para la

más absorbente de todas las tareas hortícolas desde el punto

129

de vista del gasto de tiempo y de energía física. (…) Las

dimensiones de la futura roza son pues estimadas en el terreno

en función de una sutil dosificación entre las capacidades y las

pretensiones de cada una de las coesposas, la importancia

social del jefe de casa y los constreñimientos ecológico locales.

(Descola 1996:214 y 215)

En el caso reche, el relato de Nuñez de Pineda expone

reiteradamente la importancia de la chicha en las relaciones sociales,

cercanas o lejanas, de los miembros masculinos de las unidades

domésticas y deja claramente establecido su importancia en relación

a la construcción y mantención del prestigio del jefe de familia:

…nos asentamos al fuego con nuestro viejo huésped, que al

punto mandó que nos trajiesen un cántaro de chicha y alguna

cosa que comer, que luego nos pusieron delante los guisados

que mas ordinariamente acostumbran, de carne, mote de maís

y porotos, bollos de lo mesmo, con estremada chicha, que

siempre la hay sobrada en la casa de los casiques principales,

para los casos que se puede ofrecer huéspedes de respecto:

130

que no es casique principal el que no está abastecido de este

género. (Nuñez de Pineda 2001:588, énfasis nuestro)

…;y, como estos naturales no tienen mas recreos ni más rentas

que sus sembrados y chacras, de adonde se sustentas con

abasto y conservan el crédito y opinión de los casiques

principales y poderosos teniendo de ordinario cantidad de

tinajones y cántaras de chicha, ponen todo su cuidado y

felicidad en ellas. (Nuñez de Pineda 2001:684, énfasis nuestro).

El papel crítico que juegan las mujeres en la mantención y

reproducción de la unidad doméstica en términos económicos,

sociales y políticos en un marco donde por lo general el poder político

está en manos de los hombres (cfr. Descola 1982, 1996; Århem 1981;

Boccara 2007[1998]; Kensinger 1995; Rosengren 1987; entre otros) y

existe una verdadera “dominación masculina”, sin duda constituye un

elemento tensionante al interior de la sociedad. Desigualdad,

complementareidad e interdependencia son parte de las

contradicciones sociales que están latentes al interior de cada una de

ellas y que forman parte de una ideología que permite naturalizarlas,

131

algo que debemos tener en cuenta en el momento de enfrentarnos a

ellas, ya sea en el pasado o en el presente.

Al respecto, no podemos dejar de señalar las contradicciones

extremas que puede conllevar esta ideología en el caso Achuar:

Esta aptitud de las mujeres para sustituir, en circunstancias

determinadas, los productos de la cacería por los de la

recolección o de la pesca con anzuelo trae aparejada una

consecuencia importante. En efecto, mientras un hombre que

se ha quedado temporariamente sin mujer no tiene ninguna

autonomía alimenticia, pues sería impensable que fuera el

mismo a trabajar el huerto y a preparar su comida, una mujer

temporariamente sin un hombre puede subsistir muy

cómodamente con las cosechas de su huerto y los pequeños

animales que ella y sus hijos recogen. (Descola 1996: 347)

Y en su dimensión más dramática:

Men who have no woman (wife, sister o daughter) to harvest,

cook and serve them food are thus in a dramatic situation wich

sometimes leads to suicide. (Descola 1982:307)

132

En suma, territorialidad, tenencia y formalización de los grupos de

descendencia se activan en la interrelación entre disponibilidad de

espacio, densidad poblacional y la particularidad de la horticultura

realizada. La composición, tamaño y control sobre el grupo

productivo o grupo de descendencia incide también en esta

interrelación, donde es especialmente crítico el papel de las mujeres y

su hijos/hijas. Este se expresa tanto en su contribución en las labores

productivas económicas propiamente tal, como también en su rol en

la sociopolítica de la unidad doméstica residencial, materializada no

tan solo en los intercambios matrimoniales que generan las relaciones

y alianzas de la unidad, sino también a partir del procesamiento de

recursos críticos en la generación y mantención del prestigio social de

éstas.

2.1.4 Las sociedades no jerárquicas desde la arqueología

Considerando todo lo anterior, ciertamente el panorama al que se

que puede ver enfrentada la arqueología al momento de abordar

aspectos sociales de grupos que han sido descritos como con una

organización no jerárquica es, paradojalmente, bastante complejo.

Las principales diferencias en relación al grado de integración

133

sociopolítica son situacionales y sutiles y por otra parte, el modo de

articulación de las comunidades no permite tratarlas como entidades

“discretas”. Creemos que una vía para abordar este aspecto desde la

arqueología es a partir de su correlato material y espacial.

En un marco en el que el “patrón de asentamiento” de estos grupos

se compone casi exclusivamente de unidades domésticas (y

eventualmente de pequeños lugares relacionados a actividades

puntuales ligados a los huertos más apartados o lugares de caza

lejanos, o bien a lugares de reuniones sociales, en contados casos), la

consideración de la localización, distribución y ordenamiento de los

lugares ocupados en el espacio pasa a ser una línea de análisis

relevante, en la medida en que la constitución de los asentamientos,

así como la distancia y relación espacial entre ellos, nos permite

reconstruir indirectamente la integración social (cf. Parkinson 2002b;

Peterson y Drennan 2005). Considerando que la distancia física se

relaciona con la distancia social, la disposición de los lugares

habitacionales y las relaciones entre las personas que los habitan

configuran el espacio social donde éstas se materializan y a partir de

las cuales se constituyen la integración social. Un análisis de lo que en

arqueología se denomina patrón de asentamiento, es por tanto

134

indispensable para acercarse a este tipo de sociedades, donde

análisis a distintas escalas espaciales parece ser lo más adecuado:

sitio, localidad, región (ver Falabella y Sanhueza 2005-06; Sanhueza y

Falabella 2007 y 2009). Ciertamente, el patrón de asentamiento debe

ser considerado y evaluado en conjunto con las prácticas de

subsistencia, y las particularidades modalidades y restricciones que

tiene cada una de ellas.

El sitio arqueológico, unidad fundamental en cualquier investigación

arqueológica, no es la unidad espacial más relevante para un estudio

de este tipo, sino las distintas ocupaciones que estén representadas

en un espacio, aunque no exista una evidente “solución de

discontinuidad” entre ellas. En este sentido hay que considerar que las

ocupaciones de un sitio pueden ser diacrónicas o sincrónicas y estar

diferenciadas ya sea vertical u horizontalmente.

La localidad, por su parte, idealmente debería ser abordada a partir

de una prospección de “cobertura total” (Parkinson 2002b; Cornejo et

al. 2012), que permite abordar el tema crucial de la distancia entre las

distintas ocupaciones, e identificar agrupaciones, en la medida que

hemos insistido en la relación entre la distancia espacial y social. En

135

este aspecto, un tema no menor es el tamaño de la localidad, que no

debe solo ser de cierta envergadura espacial/geográfica, sino ser

socialmente significativa. Como hemos visto en la sección anterior, los

espacios ocupados por los grupos locales son extremadamente

variables, pero la información etnohistórica relacionada con los

grupos que habitaban territorios próximos al que nos interesa,

permiten en nuestro caso precisar y acotar esta variable.

Un análisis a escala regional, por su parte, si bien necesariamente

implica una información más dispersa y discontinua en términos

espaciales dada la inexistencia de una “cobertura total” a esta

escala, permite la comparación de distintas localidades, y evaluar la

existencia, o no, de distintos niveles de integración.

El otro eje de análisis indispensable lo constituye la cultura material.

Más allá del sistema de parentesco imperante, aspecto difícilmente

abordable desde la arqueología, los procesos de socialización

primaria se dan en el seno de la unidad coresidencial, ya sea familia

nuclear o extendida, los que incluyen también, por cierto, todo el

proceso de aprendizaje de la producción de la cultura material. En

este sentido la coresidencia es sin duda más decisiva que el

136

parentesco para comprender la conformación de las “comunidades

efectivas” (Wolf 1987).

En un contexto donde no existe una especialización productiva, y el

trabajo se rige solo por la diferenciación en categorías de edad y

género (Fried 1967; Service 1971; Sahlins 1972; Johnson y Earle 1987;

además de innumerables monografías etnográficas), toda la

materialidad de uso cotidiano se produce en el seno de la

comunidad doméstica, en la cual se genera una “comunidad de

prácticas”, donde expertos y “aprendices” confluyen y son parte

constitutiva de la reproducción del mundo material (Lave y Wenger

1991), incluso en los casos donde ocurre una resocialización

posmarital (Herbich y Dietler 2008).

Los seres humanos somos socializados en un mundo físico compuesto

de objetos materiales. De esta manera, la constitución del sujeto

como tal se produce en un mundo material que conforman las

“condiciones objetivas” de determinado orden cultural en la cual el

sujeto se desarrolla y tiene sus experiencias básicas, actuando

principalmente sobre el inconsciente, pero estableciendo los

“parámetros” para la acción consciente (Miller 1987). Los objetos

137

integran a los individuos dentro del orden normativo del grupo social

mayor, actuando como un medio para el orden intersubjetivo

generado a través del habitus (Miller 1987). En este sentido, se puede

hablar de “habitus material”, en relación al mundo que es concebido

y estructurado por las personas, pero que también es formador de la

experiencia humana en la práctica diaria (Meskell 2005).

El proceso de manufactura de los objetos es un proceso inmerso en el

habitus de las personas, e implica una cantidad importante de

decisiones. Aquellas decisiones que no son constreñidas por

condicionantes naturales del medio (p.ej. disponibilidad de recursos),

dependen del contexto sociocultural en las cuales los actores sociales

las aprenden y practican, en definitiva del habitus (Dietler y Herbich

1998; Stark 1999). Así, la manufactura de los objetos implica “hacer el

mundo mientras nos hacemos a nosotros mismos” (Meskell 2005: 3), ya

que “corporaliza” la naturaleza y legitimidad de un determinado

orden social (Miller 1987). De acuerdo a lo anterior, la cultura material

y el sistema tecnológico de un grupo que comparte un habitus exhibe

patrones discernibles (Dobres 2000).

138

Arqueológicamente podemos abordar esta dimensión a través del

estudio de las cadenas operativas de manufactura de los objetos y

patrones de uso, identificando lo que se ha llamado el “estilo

tecnológico” (Lechtman 1977; Lemonnier 1992). Este se refiere a la

sumatoria de las opciones tecnológicas, que en su contexto son

aprendidas y traspasadas de generación en generación (Gosselain

1998; Stark 1999,). Así, el estilo no es algo que se agrega al objeto para

señalar identidad social, sino por el contrario, es parte constitutiva de

él a partir de las opciones que se tomaron para su creación. Esta idea

se basa fuertemente en la concepción de habitus desarrollada por

Bourdieu (1977), el que comprende una serie de disposiciones

mentales para la acción en determinados contextos, donde se

generan las percepciones de "lo posible" o las "representaciones

sociales" en términos de Lemonnier (1992) y que en definitiva pueden

generar patrones de acción. De esta manera, el estilo podría ser

definido como el modo de existencia de atributos particulares de la

cultura material que tienen una regularidad o recurrencia y que

tienen condiciones de existencia sociales e históricas específicas

(Shanks y Tilley 1987).

139

De esta manera, los grados de similitud entre las cadenas operativas

de la tecnología de producción de los objetos materiales, así como

las características del producto terminado nos debería informar sobre

personas o grupos que comparten “formas de hacer”, o

“comunidades de práctica” en palabras de Lave y Wenger (1991), las

que en sociedades no jerárquicas estarían conformadas en primera

instancia por las comunidades domésticas. Ahora bien, sabemos que

éstas no viven aisladas, sino que se articulan en grupos locales, a partir

de relaciones efectivas que pueden estar más o menos formalizadas y

ser por tanto más o menos frecuentes y estables en el tiempo. Por otra

parte, sabemos también que la distancia física juega un rol

importante en la conformación de estas relaciones, en la medida que

los grupos más cercanos tienen por lo general más relación - son

parientes - entre sí.

La conformación de esa “comunidad efectiva”, así como su tamaño,

naturaleza y alcance espacial dependen de diversos factores, entre

los que se encuentran la densidad poblacional, la movilidad y muy

relevantemente del grado de formalización de las alianzas, y a través

de éstas, también de la formalización de los grupos de descendencia.

140

En este sentido, sería posible esperar que un grado mayor de

formalización de los niveles de integración social se exprese

materialmente en una mayor homogeneidad estilística (entendida

como estilo tecnológico) en un espacio más acotado, producto de la

delimitación más clara de los grupos que se relacionan y de la

naturaleza de la relación establecida entre ellos y con el territorio. Por

el contrario, un grado menor de formalización debería expresarse en

un estilo distribuido en un espacio mayor y probablemente menos

homogéneo, producto de la interacción con grupos que no

necesariamente son los mismos todas las veces y sin un anclaje

territorial tan persistente6.

El análisis de la cultura material con el enfoque esbozado, en conjunto

con el examen de la manera cómo y qué parte de los estilos

tecnológicos se distribuyen espacialmente en y entre los lugares

habitacionales, tiene el potencial de informarnos sobre la existencia y

grado de articulación e integración entre las distintas comunidades.

6 Por cierto, quién produce la cultura material (hombres y/o mujeres), el patrón de residencia posmarital (patrilocal/matrilocal) y dónde se produce el aprendizaje (en la unidad doméstica de origen o posmarital) también influye en la homogeneidad estilística y la escala espacial en la que ésta se expresa (cf. Herbich y Dietler 2008). No obstante, la variación debería darse en el marco de las expectativas planteadas para los grados de formalización de los niveles de integración social.

141

En este sentido, se hace evidente que no existe una sola escala de

análisis espacial adecuada, ya que distintas escalas nos informarán

sobre distintos aspectos de la vida social de estos grupos y de sus

niveles de integración social.

142

GRUPO Makuna Cubeo Achuar Tikuna Matsigenka Yanomamo Guayaki (Atchei) Nukak Guahibo RecheNaturales del valle de Rancagua

subsistenciahorticultura tala y roza, recolección, caza, pesca

horticultura tala y roza, recolección, caza, pesca

horticultura tala y roza, recolección, caza, pesca

horticultura tala y roza, recolección, caza, pesca

horticultura tala y roza, recolección, caza, pesca

horticultura tala y roza, recolección, caza

caza y recolección, acceso a productos horticolas de vecinos

caza y recolección, horticultura pequeña escala

caza, pesca y recolección

horticultura tala y roza, recolección, caza

agricultura con regadío de acequias

movilidadmovilidad residencial cada 5-10 años

movilidad residencial cada 3-5 años

movilidad residencial cada 10 años (12-15 años)

movilidad residencial cada 8-10 años

s/imovilidad residencial cada 5 años

movilidad residencial cada x días

movilidad residencial cada 3 días promedio

movilidad residencial cada x días

s/i s/i

unidad coresidencial, nivel

autonomia económica y política

maloca multifamilar compuesta por 1 o mas familias nucleares de hermanos agnaticos

maloca multifamilar compuesta por familias nucleares de hermanos agnaticos y otros

casa familia poligínica: un hombre, sus esposas, hijos, hijas y yernos. Explota area circundante de 40 km²

casa plurifamiliar: dueño + consanguíneos + alisados + yernos

casa familiar monogamica/poligínica: un hombre, su(s) esposa(s), hijos, hijas y yernos

Aldea. Shabono multifamilar compuesta por familias nucleares poligínicas de parientes agnaticos de ambos sexos

banda

banda: hermanos y afines + visitas temporales

banda: unidad flexible, nucleo formado por parientes cercanos (hermanos y nas)+ otros parientes o afines

ruca: familia polígama extendida: hombre, esposas, hijos e hijas solteras. Eventualmente hijos casados.

casa: familia extendida

composición "ideal"

2-3 familas nucleares, promedio 12,5 personas (5-25).

30-35 personas (no mas de 16 familias)

1 familia poligínica (5-16 personas)

9-19 personas20 familas nucleares (65-80 personas)

20-25 personasmax. 5 familias nucelares (20-30 personas)

25-50 personas 1 familia poligínica:

1 familia extendida

tamaño de la casa 15-20x25-30m;o 30 m diam=600m² s/i (relevada)

22x12 m (20 personas); 15x10 m mas comun = 150m²

10-25x9,5-15m= 375m² s/i

prom. 30 m diam; 60 m diam (max.)=700 m²

50-120m²

s/i

territorioa lo largo de un rio y demarcado por un afluente

40-50 km² s/i 647km², sistemas de drenaje 200-500km²

liderazgo

el "jefe" de familia, "dueño" de la casa, que la construye

el "jefe" de familia, "dueño" de la casa, que la construye

el "jefe" de familia, "dueño" de la casa, que la construye

jefe de familia, "padre" de la casa

jefe de familia jefe de aldea, 1 o mas por aldea hombre adulto hombre mas

viejo o capaz

ulmen cacique

residencia patrilocal patrilocal uxorilocal uxorilocal uxorilocal (uxorivecinal)

shabono es endo y exogamica; residencia patri y uxorilocal

patri y uxorilocal patri y uxorilocal

generalmente uxorilocal

patrilocal patrilocalReferencia Arhem 1981 Goldman 1963 Descola 1982, 1996Goulard 1994, 20Rosengren 1987 Smole 1976 Clastres 1998(1972) Politis 2007 Morey et al.1973 Boccara 1998 Planella 1988

Tabla 2.1.a Niveles de integración y características del asentamiento en grupos etnográficos

143

GRUPO Makuna Cubeo Achuar Tikuna Matsigenka Yanomamo Guayaki (Atchei) Nukak Guahibo RecheNaturales del valle de Rancagua

agrupamientos "intermedios"

eventualmente, 2‐3 casa en radio de menos de 2 km, parientes cercanos

grupo residencial (uxorivecinal) 

eventualmente agrupación de  shabonos cercanos espacialmente  (pocos km) con vinculos de parentesco

ocasionalmente acampan 2 o 3 bandas juntas

Caserío. Agrupación de rucas: una patrifamilia. 4‐9 rucas separadas por 100‐200 m

"parcialidad": conjunto de miembros que comparten lazos de parentesco por ascendencia patrilineal. Rancherias dispersas a cierta distancia. Exogámico.Tamaño ca 100 km²

nivel de integración supra unidad residencial

grupo de 5‐9 malocas a lo largo del tramo de un río

grupo de malocas a lo largo de un río, todos parientes

nexo endogamo, 10‐15 unidades domesticas a lo largo de rio o tramo de rio

grupo de casas a lo largo de un rio (nexo endogamo de descola)

grupo de asentamiento

otros shabonos con los que se tiene nexos parentesco, no se relaciona con terirotrio especifico, si hay cercania espacial, pero no covaria necesariamente

"tribus":otras bandas con las que tienen lazos de parentesco

"Munu", grupo de ca 3 bandas en territorio

"banda regional": agrupaciones dialecticas regionales de bandas locales. Coincidente con sistema ribereño

quiñelob: agrupación de patrifamilias consanguineas y aliadas. Conjunto de caseríos separados por ca 8‐10 km

unidad territorial conformada por parcialidades

explicita/nombre no (geográfico) no no (geográfico) no no no si si no no (georgráfico)

existencia de liderazgo eventualmente "hombre fuerte" casa focal noulmen cacique principal

carácter endogamico exogamica endogamico endogamica endogámica endogamamayormente endogama

endogamo endogámico s/i

tamañosección de río de 10‐12 km de largo

s/i 600‐800 km² s/i  s/i 1000‐2000km² + de 323 km²

delimitacion espacial noespacio "de nadie" entre ellas

espacio "de nadie" entre ellas (originalmente)

por acequias

actividades

cooperacion ritual: ritos comunales periodicos. Es un evento social y politico, expresa interdependencia mutua, integracioin politica mediante matrimonios. Es la unidad política en disputas interlocales

casamiento, participacion ceremonial, amistad, hospitalidad (fiestas de bebida)

alianzas militares, cooperacion actividades agricolas

celebraciones rituales 

casamientos, actividades colectivas en base individual, relaciones entre casas focales

festival de la miel no haycooperación económica, defensa

interrelación económica y social

Referencia Arhem 1981 Goldman 1963 Descola 1982, 1996 Goulard 1994, 2009Rosengren 1987 Smole  1976 Clastres 1998(1972) Politis 2007 Morey et al.1973 Boccara 1998 Planella 1988

Tabla 2.1.a cont. Niveles de integración y características del asentamiento en grupos etnográficos

144

SECCIÓN 3. EL PERÍODO ALFARERO TEMPRANO EN CHILE

CENTRAL

3.1 NIVELES DE INTEGRACIÓN SOCIAL: ESPACIO Y CULTURA MATERIAL

En esta sección se examinan los datos arqueológicos disponibles

referidos al patrón de asentamiento de los grupos Llolleo y Bato, en

relación a los patrones de distribución de cultura material, como un

modo de aproximarnos a los distintos niveles de integración social que

operan en cada uno de ellos, así como examinar sus particularidades

(ver capítulo 2.1).

En relación al patrón de asentamiento se pudo establecer que lo más

óptimo era trabajar con distintos niveles espaciales (sitio, localidad,

microrregión, región, macrorregión). El nivel regional se abordó a partir

de sitios trabajados por nosotros mismos en el marco de distintos

proyectos de investigación, así como a partir de información

publicada (Falabella y Planella 1979; Planella y Falabella 1987;

Sanhueza et al. 2003; Sanhueza et al. 2007). El nivel microrregional lo

abordamos a partir del trabajo realizado en la microrregión de

Angostura (Figura 1.2.a), en el marco del proyecto Fondecyt 1090200

recientemente finalizado, donde se trabajaron dos localidades y 21

145

sitios arqueológicos (Cornejo et al. 2012; Falabella, Cornejo, Correa y

Sanhueza 2013).

Figura 3.1.a Microrregión de Angostura

146

En lo material, nos centramos en la cerámica, que no solo es la

materialidad más abundante, sino además es una de las que tiene

mayor “sensibilidad” para mostrar tanto similitudes como diferencias,

dentro y entre estos contextos. No obstante, se integró en la medida

de lo posible información de otras materialidades y/o atributos de

ésta: lítico, materias primas, adornos corporales, entre otros. Si bien se

consideró toda la información disponible a la fecha, se trabajó

principalmente con datos generados a partir de un análisis directo de

los materiales en el marco de distintos proyectos, en la medida que

era indispensable una estandarización en los criterios de análisis y

generación de la información para que las comparaciones tengan

validez.

3.1.1 El asentamiento

La unidad residencial

El estudio de la distribución de los materiales arqueológicos en un

espacio es básico para abordar aspectos como la organización social

y la movilidad de los grupos del pasado. El tamaño de las áreas

donde se concentran notoriamente los artefactos (denominados

operativamente “sitios”), junto a la densidad de los materiales en ellos

147

depositados nos da indicios acerca de cuántas personas pudieron

habitar ese mismo espacio a la vez, así como de si el lugar fue

ocupado de manera permanente o discontinua.

En el caso de Chile central, los sitios que representan áreas de

residencia del período Alfarero Temprano se comportan en su mayoría

como dispersiones de basuras domésticas – cerámica y lítico

principalmente -, las que además han sido esparcidas por la intensa

actividad agrícola ganadera de los últimos 500 años. No se

encuentran evidencias de estructuras, las que deben haber sido

construidas con materiales perecederos (madera, barro). Las únicas

evidencias que tenemos de ellas son más bien indirectas: agujeros de

poste para paredes y/o techumbre (p.ej. sitio Los Panales), una

canaleta producto de una línea de goteo del techo que enmarca un

perímetro (p.ej. El Peuco), hoyos para acumulación de basura (p.ej. La

Granja), hoyos para acumulación de materias primas asociadas a la

producción alfarera (p.ej. Chuchunco), o áreas con fogones

despejadas y rodeadas por acumulaciones de basuras (p.ej.

Marbella). La construcción de las viviendas con materiales orgánicos

(y por tanto perecibles) ha sido ampliamente documentada para

Chile central y sur y corresponde, de hecho, a la arquitectura

148

tradicional mapuche posible de observar hasta el siglo XX (Coña

1995[1930]).

Los sitios fueron catalogados como de carácter habitacional, en

función principalmente de la materialidad, que alude a actividades

domésticas cotidianas, a lo que se suma la ausencia de rasgos

constructivos que denoten áreas de actividad particulares. En muchos

de ellos se encuentran asociadas áreas de funebria, ámbito que se

encuentra incorporado a los espacios domésticos (Falabella y

Stehberg 1989). La única excepción al patrón habitacional lo

constituye el sitio Llolleo La Granja (sector 3) que presenta

alineamientos de bolones de río al nivel ocupacional y enterrados,

asociado a una excepcional cantidad de pipas y una alta presencia

de jarros vinculados al consumo de bebidas, que ha sido interpretado

como un lugar de congregación social supra unidades domésticas

(Planella et al. 2000; Falabella et al. 2001).

La naturaleza de los trabajos arqueológicos en la región, hasta hace

muy poco tiempo centrada en el sitio, nos proporcionó una imagen

de éstos como grandes dispersiones de materiales en superficie, pero

con un depósito estratigráfico acotado en la mayoría de los casos

149

(Sanhueza y Falabella 2007). Si bien en el valle los sitios no estaban

delimitados, los pozos de sondeo o excavaciones realizados en ellos

mostraban que a pesar de las grandes extensiones de materiales en

superficie, los depósitos se encontraban concentrados en áreas

bastante más pequeñas. Además, en el caso de sitios extensos, los

fechados muestran diferencias cronológicas horizontales que indican

que la extensión total del asentamiento no estuvo en uso en forma

contemporánea, sino su configuración actual es producto de

reocupaciones a lo largo de cientos de años. En cambio, en la

precordillera, sitios como Caracoles Abierto o Los Panales, ubicados

en pequeñas terrazas fluviales no abarcan más de 700 m². En

prácticamente todos los casos, tanto del valle como en la

precordillera, los depósitos no superan los 40-50 cm, estando por tanto

muy alterados por los procesos postdepositacionales asociados a las

labores agrícolas modernas. Depósitos más profundos se encuentran

asociados a rasgos particulares en los sitios (hoyos para basura o

depósitos de materias primas), o bien a contados lugares con largas

secuencias ocupacionales y alta tasa de depositación (p.ej. Lonquén,

La Granja By Pass sectores 1-4).

150

La evidencia de los sitios habitacionales sirvió para sugerir que los

asentamientos fueron ocupados por pocas unidades familiares que

cohabitan en un mismo espacio, que en su máxima expresión podrían

interpretarse como caseríos dispersos (Falabella y Planella 1980;

Falabella 2000[1994]; Sanhueza et al. 2003; Sanhueza y Falabella 2007).

En este escenario, Bato y Llolleo se presentaban bastante similares,

aunque la existencia de áreas de funebria mayores asociadas a los

sitios habitacionales (p.ej. El Mercurio) en Llolleo, sugerían

ocupaciones más permanentes. Por otro lado, algunos sitios costeros

Bato (p.ej. Marbella), que presentaban múltiples focos de ocupación

con muy escaso desarrollo estratigráfico, apuntaban a un escenario

de mayor movilidad.

En la microrregión de Angostura, sector sur de la cuenca de Santiago

(Figura 3.1.a) se realizó una prospección intensiva y se obtuvo

información detallada de la distribución de los materiales en

superficie. Pozos de sondeo realizados en las áreas de mayor

densidad de materiales superficiales, junto a recolecciones intensivas

en los lugares donde esto no fue posible (p.ej. frutales), permitió tener

una muy buena imagen de la distribución vertical y/u horizontal de los

materiales, posibilitando definir sectores donde éstos se

151

concentraban, así como las dimensiones de las áreas de mayor

densidad de basura y las distancias existentes entre ellas (Cornejo et

al. 2012; Falabella, Cornejo, Correa y Sanhueza 2013 ). Se definieron

así sitios y al interior de éstos, concentraciones, las que muchas veces

fueron asignadas a complejos culturales distintos (Llolleo, Bato,

indeterminado) y que de acuerdo a los fechados realizados no

necesariamente fueron ocupadas de manera contemporáneas.

El análisis de las variables dimensiones (expresada en hectáreas),

densidad (expresada como peso en gramos de fragmentos de

cerámica/litro), y los fechados permitieron proponer diferentes

categorías de asentamientos. Un problema crucial que se presentó en

este intento de sistematización, se relaciona con cuántas unidades de

vivienda representa una determinada concentración de basuras,

especialmente teniendo en consideración la dispersión de éstas

producto del arado asociado a las labores agrícolas. Para abordar

este aspecto utilizamos como referencia los trabajos de Drennan

(Drennan y Boada 2006) en el Valle de La Plata, Colombia, pero

adaptándolo a nuestra realidad local. De acuerdo a esos trabajos

una unidad de vivienda produciría una dispersión de basura de cerca

de 1 ha en un lapso de 300 años. Ciertamente esto depende también

152

de la conformación de la unidad familiar que habita cada unidad de

vivienda: nuclear, extendida o multifamilar. En el caso del Valle de la

Plata se trata de familias nucleares de 5-6 personas, lo que se acerca

a los modelos derivados de otros estudios que consideran 5-10

personas por ha (Drennan y Boada 2006).

Nuestros datos presentaban ciertas particularidades y limitaciones,

entre las que debemos considerar la dispersión de materiales

producida por las labores agrícolas coloniales y modernas. Las

concentraciones de materiales más pequeñas ocupaban entre 0.6 y

1.4 ha. El sitio con 1.4 ha (CK1/concentración 6), en el que se habían

realizado excavaciones un poco más extendidas en el marco de un

proyecto anterior, presentaba un solo hoyo o pozo de basura en la

dispersión general de materiales, lo que nos hizo considerar a esta

dimensión como el tamaño máximo de una ocupación

representativa de una unidad de vivienda. En términos de la

densidad, que refleja la cantidad de basura acumulada en una

determinada área y que refiere en última instancia a la intensidad de

uso del espacio, nos guiamos por las densidades máximas registradas

por nosotros. Éstas por lo general no superan los 2.7 grs/l (tenemos solo

cuatro casos que superan este valor, llegando el más alto a 3.5 grs/l),

153

y la consideramos como la expresión de los asentamientos más

permanentes o recurrentes en nuestra muestra.

El factor temporal se hizo difícil de considerar, porque los rangos de

ocupación de los sitios generalmente son de 500 años o más, pero la

dispersión de los materiales no necesariamente aumenta

proporcionalmente con el tiempo transcurrido (Drennan y Boada

2006), por lo que la consideramos como una variable referencial,

sobre todo para evaluar el tamaño de los asentamientos y sus

densidades. En este sentido, tenemos que considerar que nuestros

datos representan una “foto actual” de una larga historia

ocupacional (y postepositacional) en la cual las distintas áreas o

concentraciones de materiales de un mismo sitio no necesariamente

son contemporáneas y por otra parte donde la densidad registrada es

producto de todas las distintas ocupaciones del sitio. Los fechados

realizados no solo nos permitieron saber si el sitio fue ocupado en

toda su extensión de manera contemporánea, sino además evaluar

cómo se fue generando la densidad de materiales que vemos en la

actualidad (Tablas 3.1.a y 3.1.b).

154

De acuerdo a las estimaciones de densidad y extensión de las

concentraciones se definieron tres “niveles” de categorías de

asentamiento: caseríos, conjuntos residenciales y unidades de

vivienda, con un carácter ocupacional más o menos permanente

(Tabla 3.1.c):

(a) Caseríos: corresponden a grandes extensiones de habitación (5-

8 ha, excepcionalmente hasta 18 ha), que de acuerdo a la

densidad de materiales pueden responder a situaciones

ocupacionales distintas. Cuando la densidad es alta

representan una ocupación por largo período o una muy

recurrente por parte de varias unidades de vivienda

parcialmente contemporáneas, estructuradas a partir de un

foco ocupado más recurrentemente y/o con mayor

profundidad temporal que las otras. Cuando la densidad es

baja, puede representar dos situaciones alternativas; que fuera

ocupado por varias unidades de vivienda por poco tiempo (un

evento) o varios eventos de muy corto tiempo, o bien que el

lugar fue ocupado en forma recurrente, pero no continua, en

forma desplazada, por una o escasas unidades habitacionales

(ver Dillehay 1999). En este caso la ocupación no podría ser

155

catalogada como un caserío, sino debería quedar incluida en

(b) o (c), pero no podemos discriminarlo.

(b) Conjuntos residenciales: corresponden a una o dos unidades de

vivienda, ocupando un espacio menor, de 2 a 4 ha. También

presentan densidades variadas, lo que refleja que esta

configuración espacial también presenta distintas intensidades

de uso.

(c) Unidades de vivienda: espacios de ocupación acotados (hasta

1.5 ha), que deberían representar una sola unidad de vivienda.

Su densidad sugiere una ocupación más permanente o

recurrente, aunque debido a la historia ocupacional de los sitios

algunos deben haber sido ocupados un tiempo corto o bien de

manera intermitente.

Las categorías presentadas no cambian esencialmente lo que ya se

había planteado para los asentamientos de este período, en el

sentido que reafirman que la unidad de asentamiento mayor no

constituye algo más que un caserío. Permitió, sin embargo, vislumbrar

una situación con muchos más matices, desplegando un espectro de

posibilidades relacionadas con la manera en que estos grupos se

156

organizaban social y económicamente, y le otorgó además una

dimensión histórica a los asentamientos, en la medida que fue posible

advertir cómo éstos variaban sus tamaños y formas de ocupación a lo

largo del tiempo.

En este sentido es importante poner especial atención a las

diferencias que presentan Llolleo y Bato en esta propuesta (Tabla

3.1.a, 3.1.b, 3.1.c). En primer lugar, Bato tiene una menor diversidad de

categorías de asentamiento. No se registraron sitios que representen

solo una unidad de vivienda, sino que los asentamientos configuran

ya sea conjuntos residenciales o bien caseríos. En segundo lugar, no se

registraron sitios con densidades de materiales tan bajas como en

Llolleo, lo que implica una mayor recurrencia y reiteración en el uso de

los mismos espacios. En tercer lugar, si bien es cierto que los

asentamientos Bato representan probablemente varias unidades de

vivienda, sus asentamientos nunca alcanzan las dimensiones de

algunos de los caseríos Llolleo. De hecho, tanto los caseríos como los

conjuntos residenciales Bato son de menor tamaño que los Llolleo. Por

el contrario, Llolleo tiene una mayor diversidad de categorías de

asentamiento, desde unidades de vivienda aisladas hasta grandes

caseríos, y si bien hay lugares que presentan ocupaciones reiteradas y

157

más permanentes a lo largo de toda la secuencia también hay otros

que son ocupados de forma muy esporádica.

Estas diferencias tienen implicancias no solo en la conformación de la

unidad coresidencial, que en Llolleo parece involucrar a un número

considerablemente mayor de personas y unidades de vivienda en

ciertos lugares (caseríos densos de mayor tamaño), sino también en la

dinámica del asentamiento, que en Llolleo involucra asentamientos

permanentes y otros que son utilizados de manera menos frecuente, y

también conjuntos residenciales bastante menores o incluso unidades

de vivienda aisladas. En contraste, Bato parece estructurar su

asentamiento a partir de dos o más unidades de vivienda, que

ocupan de manera recurrente y reiterada ciertos lugares, aunque es

posible también que los asentamientos con densidades medias de

materiales respondan a ocupaciones de menos unidades de vivienda

de manera desplazada (cfr. Dillehay 1999).

158

Sitio/ Concentración 

cant fechas  PROMEDIO

sigma inf 

sigma sup 

fecha min 

fecha max 

rango fecha

n° ocup  há 

Dens. Media RI 

tipo ocupación

CK2/N  1  515  425  605           3  2,1  2,24  b1 CK2/N  1  895  805  985    CK2/N  2  1118        1065 1170 105             CK3B2C                          6,1     a1  CK3/B2  2  197,5  185  210  25  2  3,7  2,04    CK3/B2  2  952,5  890  1015 125  b1 CK3/C  1  280  110  450  2  2,4  3,07    CK3/C  1  730  640  820                    b1 CK8/B  4  1160        1080 1310 230  1  2,1  3,4  b1 CK6  2  1178        1150 1205 55  1  3,5  0,63  b2 CK15AB                          4,5     (a1) CK15A  2  143  85  200  115  2  3,1  2,71    CK15A  2  885  880  890  10    CK15B  1  ‐175  ‐375  25  3  1,4  2,28    CK15B  1  710  580  840    CK15B  1  1155  1075  1235                      VP3/C  3  640        585  705  120  2  2,7  0,87  b2 VP3/C  1  1305  1235  1375                      VP3/D  5  351        165  500  335  1  3,7  1,08  b2 CK1/7y8                          5,5     a1 CK1/7  2  195  180  210  30  2  3,7  1,8    CK1/7  2  573  555  590  35    CK1/8  1  190  60  320  2  1,8  2,69    CK1/8  3  510        360  670  310             VP5AB                          7,3     a2 VP5/A  1  ‐40  ‐240  160  3  3,6  0,79    VP5/A  2  525  470  580  110    VP5/A  2  982,5  960  1005 45    VP5/B  1  ‐45  ‐190  100  4  3,7  1,58    VP5/B  1  270  100  440  b2 VP5/B  1  690  560  820    VP5/B  2  1022,5        930  1115 185             CK9/A  4  471,25        410  610  200  2  16,5  1,69  a2 CK9/B  3  385        150  560  410             Tabla 3.1.a Bato: característica de los sitios de la microrregión de Angostura

159

Sitio/  Concentración 

Cant. fechas   PROMEDIO 

sigma inf 

sigma sup 

fecha min 

fecha max 

rango fecha  n° ocup  há  Dens. Media RI

tipo ocupación 

VP4  2  883        795  970  175  2  0,6  2,59  c1 VP4  1  1360 1300 1420   

CK1/6  3  513        430  560  130  2  1,4  1,93  c1 

CK1/6  1  1060  1000  1120                    c2 

CK16  1  1295  1240  1350           2  2,5  0,31  b3 

CK16  1  1425  1375  1475                      

CK7  1  920  820  1020           2  3,0  0,49  b3 

CK7  2  1308        1305  1310  5             

CK3B1C                          3,4     b1  

CK3/B1  1  270  170  370  3  1,0  2,26    

CK3/B1  1  560  420  700    

CK3/B1  2  875  850  900  50  c1 o c2 

CK3/C  1  280  110  450  2  2,4  3,07    

CK3/C  1  730  640  820                      

CK2/S  1  50  ‐140  240           3  1,6  0,89  b2 

CK2/S  2  965  950  980  30    

CK2/S  1  1235  1175  1295                      

CK8/A  1  135  ‐15  285           2  2,4  1,11  b2 

CK8/A  3  1012        890  1145  255             

VP2/ABC                          2,8  2,69  b1 

VP2/A  2  1320  1315  1325  10  2    

VP2/A  1  1458  1415  1500    

VP2/B  3  1047  935  1140  205  1    

VP2/C  2  650  580  720  140  2  c2 

VP2/C  1  1030  930  1130                      

CK5/AB                          6,2     a3 

CK5/A  4  1039  890  1125  235  1  4,1  0,49    

CK5/B  1  50  ‐130  230  3  2,1  0,43    

CK5/B  2  1133  1035  1230  195    

CK5/B  1  1430  1380  1480                      

VP3/AB                          6,3     a3 

VP3/A  1  880  780  980  3  4,1  0,93  c2 

VP3/A  3  1128  1085  1180  95    

VP3/A  1  1340  1270  1410    

VP3/B  1  455  305  605  3  2,2  0,89  c2 

VP3/B  1  1265  1195  1335    

VP3/B  1  1430  1380  1480                      

Tabla 3.1.b Llolleo: característica de los sitios de la microrregión de Angostura

160

Sitio/  Concentración 

Cant. fechas   PROMEDIO 

sigma inf 

sigma sup 

fecha min 

fecha max 

rango fecha  n° ocup  há  Dens. Media RI

tipo ocupación 

VP1/ABCD                          7,1     a1 

VP1/A  1  410  250  570  2  2,3  0,97    

VP1/A  4  991  910  1070  160    

VP1/B  1  360  200  520  2    

VP1/B  4  1175  1030  1320  290    

VP1/C  3  1008  885  1090  205  2  4,1  1,78    

VP1/C  1  1310  1240  1380    

VP1/D     s/d                 1  0,7  0,98    

CK10AB                          8,1     a2 

CK10A  1  1330  1270  1390  2  4,5  1,8    

CK10A  1  1480  1440  1520  (b2?) 

CK10B  4  580  390  720  330  3,6  1,23  b2 

CK10B  1  1260  1190  1330                      

CK11AB                          18,1  3,48  a1 

CK11A  1  750  630  870    

CK11A  1  1010  910  1110    

CK11A  1  1370  1310  1430    

CK11A  1  1495  1445  1545    

CK11B  2  730        700  760  60             

CK9/A  4  471        410  610  200  2  16,5  1,69  a2 

CK9/B  3  385        150  560  410             

Tabla 3.1.b cont. Llolleo: característica de los sitios de la microrregión de Angostura

161

Llolleo Cod.  ha  d  sitios  observaciones a: caserío             

a1  7,1  alta: 2 o mas  VP1       18,1  CK11AB    

a2  8,1  intermedia:1,7  CK10AB       16  CK9    

a3  6,3  baja: 0,5 y 0,9  VP3AB       6,2  CK5AB    

b: conjunto residencial  hasta 4          b1  alta: 2 o mas  VP2       CK3B1C    

b2  intermedia: ca 1  CK8A       CK2S       CK10B  ocupación temprana    CK10A  ocupación más tardía? 

b3 baja: menos de 0,5  CK7    

   CK16    c: unidad de vivienda  menos de 1,5          

c1  alta: 2 o mas  VP4       CK1/6    

c2  intermedia?  CK3B1  ocupación 875 dC; o c1    VP2C  ocupación temprana    VP3A  ocupación temprana    VP3B  ocupación temprana          CK1/6  ocupación tardía 

Bato Cod.  ha  d  sitios  observaciones a: caserío             

a1  6,1  alta: 2 o mas  CK3B2C  ocupación temprana    5,5  CK1/7‐8    

a2  7,3 intermedia: 0,8‐1,6  VP5AB    

   CK9    b: conjunto residencial             

b1  ca 2  alta: más que 2  CK2N       CK8B       CK3B2  ocupación tardía    CK3C  ocupación tardía 

b2  3‐3,5  intermedia: ca 1  VP3C       VP3D       CK6             (VP5B)  ocupación temprana 270 DC Tabla 3.1.c Categorías de asentamiento

162

Distribución y distancias

Un rasgo característico definido para el patrón de asentamiento de

los grupos del período Alfarero Temprano es su asociación a cursos de

agua, siguiendo un patrón disperso (Falabella y Stehberg 1989). En

efecto, a pesar de que no existían en ese momento prospecciones

regionales que permitieran obtener una visión más amplia, los sitios

conocidos y trabajados hasta ese momento se situaban en los lomajes

y terrazas costeras, o bien en terrazas fluviales asociadas a cursos de

agua permanente en el interior.

Prospecciones de carácter regional realizadas en el marco de

diversos proyectos de investigación, así como estudios enmarcados

en el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA), han

permitido evaluar dichas propuestas (Sanhueza et al. 2007),

lográndose identificar un patrón, a pesar de lo grueso de la escala de

análisis, donde no se diferenció por contexto cultural (Llolleo/Bato) y

se consideró a todo el lapso temporal cubierto por este período (800 -

1000 años).

Los sitios PAT de los valles interiores se concentran en torno a cursos de

agua, con un patrón disperso, pero discontinuo. Efectivamente, los

163

sitios no se distribuyen aleatoriamente en el espacio sino forman

agregados en torno a los principales cursos de agua y solo ocupan

marginalmente los territorios alejados de éstos, existiendo “espacios

vacíos” entre áreas que concentran asentamientos. Esto, sin embargo,

no siempre se relaciona con la inexistencia de cursos de agua, ya que

se identificaron espacios vacíos donde este recurso sí está presente.

Este patrón de distribución, asociado estrechamente a las fuentes de

agua, se relacionó con el tipo de subsistencia, específicamente con el

manejo de la horticultura, y la necesidad de contar con napas

freáticas altas asociados a cursos de agua para las necesidades de

riego de ciertos cultivos. Los “agregados” de sitios, por su parte, se

relacionaron con límites sociales y una manifestación de territorialidad

(Sanhueza et al. 2007).

La existencia de conjuntos o agrupaciones de sitios ha sido

reconocida tanto para Llolleo como para Bato, también en la costa.

Si bien no se cuenta con prospecciones sistemáticas en esta área

(razón por lo que no fue incluida en el trabajo antes citado), trabajos

en pequeñas localidades han revelado el mismo patrón. Este es el

caso del sector de la desembocadura del Maipo, donde en un área

164

de 16 km² se encuentran al menos cuatro sitios Llolleo: Tejas Verdes (1,

3 y 4), Rayonhil, Santo Domingo 2 y Llolleo (sitio tipo de Oyarzun)

(Falabella y Planella 1979), ubicados en terrazas y lomajes bajos. Un

poco más al norte, en la Quebrada de Arévalo, se ubicaron 4 sitios

(Arévalo 1, 2, 3 y 4) más una piedra tacita, en un tramo de no más de

2 km. Si bien solo uno de ellos fue excavado, los sondeos realizados

en los otros sugieren un mismo contexto cultural (Bato) (Planella y

Falabella 1987). Más al norte, muy cerca de la desembocadura del

Aconcagua se encuentra otro conjunto de sitios Bato, en un tramo de

la quebrada El Membrillar que no cubre más de 1.5 km (3 km²) (Didier

y Avalos 2008; Avalos et al. 2010): Con Con 11, Los Eucaliptus, El

Membrillar 1, El Membrillar 2, Patio N°2, Calle 13 y ENAP3. La

excavación de varios de estos sitios responden a rescates o a la etapa

de mitigación del SEIA, por lo que la delimitación de cada uno de

ellos no es clara, y de hecho es probable que algunos sean parte de

un solo sitio o continuidad de materiales (p.ej. Los Eucaliptus/Con Con

11, El Membrillar 1 y 2/Patio N°2), pero esto no invalida la proximidad

espacial que muestran las distintas ocupaciones del área.

El trabajo realizado en la microrregión de Angostura (Cornejo et al.

2012; Falabella, Cornejo, Correa y Sanhueza 2013), nos permite

165

profundizar en este aspecto. La prospección de cobertura total

realizada no solo permitió tener una muy buena visión del tamaño de

los asentamientos, sino también de la manera en cómo éstos se

disponen y agrupan en el espacio y también de las distancias que los

separan. La asignación cultural, junto a los fechados nos permite

además tener una visión mucho más fina, en la medida que nos

posibilita discriminar cuáles asentamientos están siendo efectivamente

ocupados al mismo tiempo.

En esta área los asentamientos se disponen asociados a cursos de

agua, lo que es especialmente evidente en la ausencia de

asentamientos en el sector ubicado al sur del río Angostura y al norte

de la laguna de Aculeo, donde no existen ni al parecer existieron

fuentes de agua superficiales. En esta asociación se observan, eso sí,

ciertos matices entre Bato y Llolleo. Es así como los asentamientos Bato

se ubican en torno ya sea a cursos menores de agua (vertientes que

surgen en función de la profundidad de las napas freáticas y la

inclinación del plano de la cuenca) que desembocan en el río

Angostura, o bien en torno al sistema lacustre que estuvo en

funcionamiento a lo largo de los primeros 1500 años de nuestra era en

el sector de confluencia de los esteros La Berlina y Cardonal (Flores y

166

Rauld 2011; Maldonado y Abarzúa 2013). Los asentamientos Llolleo,

por su parte, se sitúan en estos mismos espacios, pero ocupan

también las terrazas fluviales a lo largo de cursos de agua mayores (río

Angostura, río Maipo).

En términos de la distribución espacial, podemos reconocer al menos

dos niveles de agregación (Figura 3.1.a)

(1) agrupaciones residenciales conformadas ya sea por conjuntos

residenciales o caseríos, que tiene como expresión

arqueológica una concentración de materiales (sitio). Si bien no

es posible identificar las unidades de vivienda, el tamaño de la

dispersión de basura, así como su densidad, sugieren un uso

intensivo y contemporáneo por parte de varias unidades de

viviendas de manera contemporánea. Ciertamente hay

diferencias de escala al interior de esta categoría, como fue

señalado anteriormente; en Llolleo éstas alcanzan dimensiones

mucho mayores que en Bato (Tablas 3.1.a, 3.1.b, 3.1.c).

(2) conjuntos de asentamientos conformados por dos localidades

que están separadas por unos pocos km entre sí (Tabla 3.1.d). Al

respecto se presentan situaciones distintas: en la localidad de

167

Valdivia de Paine los asentamientos se encuentran separados

entre sí por 2.5 a 5 km; en la localidad de Colonia Kennedy,

particularmente al norte de la laguna, estas distancias

disminuyen considerablemente, estando los puntos centrales de

los asentamientos separados entre sí por no más de 800 m-1.5

km. Es altamente probable que esta particular configuración se

relacione justamente con la existencia de este espejo de agua,

que no solo genera un paisaje distinto, sino presenta

disponibilidad de flora y fauna distintiva, además de

posibilidades de cultivo con poco o escaso riego en función de

la escasa profundidad de las napas freáticas y las variaciones

en el tamaño de la laguna. Estos conjuntos de asentamientos

están separados uno de otro por espacios mayores (7-10 km)

prácticamente deshabitados (solo se encuentra en ésta área

intermedia el sitio CK18, sin asignación cultural clara dentro del

período alfarero temprano). Se conforman así dos localidades

bien diferenciadas: Valdivia de Paine (VP) y Colonia Kennedy

(CK).

168

VP1 VP2 VP3 VP4 VP5 VP6 CK1 CK2 CK3 CK4 CK5 CK6 CK7 CK8 CK9 CK10 CK11 CK15 CK16 CK18 CK19VP1 0 3300 3200 3800 2900 2500 11200 14000 13300 14100 12500 12050 10600 14900 12000 11000 11700 15800 13000 7500 13500VP2 0 5100 7150 6000 5850 14600 17300 16700 17500 15800 15500 14000 18200 15200 14300 14800 19000 16350 11000 16900VP3 0 4250 2500 3800 11600 13400 12900 14000 12200 11500 10350 14100 12700 12500 13500 15000 14050 7500 14400VP4 0 1800 1400 7700 10050 9500 10400 8600 8200 6800 11050 8600 8300 9200 11900 9900 3750 10200VP5 0 1600 9300 11500 10900 11900 1011 9600 8200 12300 10300 10000 11000 13200 11600 5200 11900VP6 0 8800 11400 10800 11700 9900 9600 8150 12400 9500 9000 9900 13300 10900 5000 11300CK1 0 4200 3500 3500 2900 3400 2350 5300 1600 3400 4800 6300 3000 4100 2800CK2 0 800 1600 1600 1900 3300 1000 5400 7500 8800 2000 6300 5300 6500CK3 0 1400 900 1400 2700 1800 4700 6800 8200 2700 5700 5900 4800CK4 0 1900 2700 3600 2300 4300 6400 7600 3000 4900 6700 3800CK5 0 900 1800 2700 4300 6200 7600 3600 5300 5000 4500CK6 0 1600 2700 4900 6800 8100 3700 6100 4600 5400CK7 0 4400 4000 5500 7000 5300 5400 3100 4900CK8 0 6500 8600 9900 800 7200 7500 6300CK9 0 2100 3400 7300 1400 5300 1600CK10 0 1500 9400 2200 5800 3200CK11 0 10600 2900 7000 4100CK15 0 7900 8400 6900CK16 0 6700 1100CK18 0 6800CK19 0

Tabla 3.1.d Distancias entre los sitios de la microrregión de Angostura

Existen ciertas tendencias temporales en la conformación de estos

niveles de agregación, así como en las distancias entre las distintas

unidades. Los asentamientos Bato son de mayor tamaño en los

momentos más tempranos, los que guardan una distancia 2.5-3.5 km

entre sí en ambas áreas (VP y CK). Hacia el 800 dC el asentamiento se

ha “atomizado”, pero las distancias entre ellos se reducen

notablemente (Figura 3.1.b). En los asentamientos Llolleo, en cambio,

se ve una tendencia contraria: los asentamientos tienden a ser de

menor envergadura y están más separados entre sí en la época más

temprana, mientras que los grandes caseríos aparecen en la época

más tardía de la secuencia, configurándose un asentamiento de

169

mayor envergadura en cada localidad (VP1 y CK11). Los

asentamientos están más próximos entre sí, especialmente en el sector

norte de Colonia Kennedy, donde además son algo menores. (Figura

3.1.c)

No podemos dejar de mencionar aquí una situación que ya se había

hecho notar respecto al PAT en Chile central y que el trabajo en la

microrregión de Angostura vino a confirmar, que es la interdigitación

espacial que existe entre los asentamientos Bato y Llolleo. Esto no solo

es evidente en el hecho que ocupen una misma región, área y

localidad, sino en que muchos de los sitios son bicomponentes. Es así

como en algunos casos éstos tienen sus ocupaciones desplazadas,

siendo una de las concentraciones asignables a Bato y otra a Llolleo

(p.ej. CK1, CK2, CK8), mientras que en otros están completamente

superpuestas (CK3, CK9). Desarrollaremos y discutiremos esta situación

más adelante (ver capítulo 3.3).

170

Figura 3.1.b Secuencia ocupacional de asentamientos Bato en la microrregión de Angostura

171

Figura 3.1.c Secuencia ocupacional de asentamientos Llolleo en la microrregión de Angostura

172

Discusión

En relación a lo planteado a partir de los modelos y datos

etnográficos (capítulo 2.1), la situación descrita ciertamente presenta

similitudes, pero también particularidades que lo hacen

especialmente interesante. De hecho, en estricto rigor no puede

asimilarse completamente a ninguna de las situaciones etnográficas

revisadas (ver Tabla 2.1.a), sino presenta elementos de varias de ellas,

para conformar una situación particular.

El atomismo residencial es evidente. Los asentamientos, que a lo más

conforman caseríos, están separados unos de otros por cierta

distancia, que varía de acuerdo a las condiciones del medio y

seguramente también por situaciones sociales. Al respecto, la

diferencia más evidente es el sistema lacustre v/s sistemas de agua

corriente (ya sea vertientes o ríos), donde el primero al parecer

propicia una mayor proximidad entre los asentamientos. Al respecto,

el sector norte de Colonia Kennedy plantea ciertos matices, porque

los asentamientos se encuentran tan cercanos unos a otros que el

atomismo residencial tan evidente en las otras áreas se relativiza,

tanto para Llolleo como para Bato.

173

El asentamiento puede efectivamente estar constituido por una

unidad de vivienda. Sin embargo, parece más frecuente, tanto en

Bato como en Llolleo, que éste esté constituido por agrupaciones

residenciales, ya sea conjuntos residenciales o caseríos. Estos podrían

considerarse análogos a los caseríos de los grupos reche, pero al

parecer serían de menor tamaño. Si bien no existen datos exactos

acerca del tamaño de los caseríos reche, las descripciones permiten

estimar que podrían cubrir un área entre 20 y 25 ha7, si consideramos

que los caseríos están conformados por 4 a 9 rucas que no quedarían

más lejos que 5 cuadras unos de otros (1 cuadra = ca 100 m) (Boccara

2007[1998]) (ver capítulo 2.1). Los asentamientos en la microrregión de

Angostura superan solo excepcionalmente las 8 ha, por lo que el nivel

intermedio de agrupación espacial, el grupo residencial, no parece

involucrar a tantas unidades de vivienda/personas.

Por otro lado, existe una agrupación a escala de la localidad, con

asentamientos distanciados por unos pocos km entre sí, y separados

de otro conjunto de asentamientos por distancias mayores. La escala

espacial de esta agrupación es relativamente pequeña, cubriendo

7Área calculada en base a distancia lineal máxima entre ranchos de 500 m (círculo = 250 x 250m x π; rectángulo= 500 x 500 m)

174

cada una de ellas entre 5 y 8 km a lo largo de los cursos de agua y/o

la ribera del sistema lacustre. En relación a los grupos reche, que es

nuestro grupo de referencia más cercano en términos histórico

culturales y ecológicos, no existen equivalencias, ya que los caseríos

estarían separados en esa área por ca 10 km, y un conjunto de estos

caseríos conformarían el grupo local a una escala espacial mucho

mayor (Figura 3.1.d).

La pregunta es, entonces si estas agrupaciones a nivel de la localidad,

conforman realmente un grupo local, en términos de integración

social, o bien si éste se articula a una escala espacial mayor. Es lo que

abordaremos en la siguiente sección.

175

Figura 3.1.d Comparación modelo de asentamiento reche (a) – modelo de asentamiento microrregión de Angostura (b).

176

3.1.2 Espacio y cultura material

Llolleo y Bato han sido conceptualizados como Complejos Culturales

en base a la semejanza que presentan los contextos estudiados en

términos de la cultura material, costumbres funerarias y dieta. No

obstante, se ha enfatizado también que estas unidades deben ser

conceptualizadas como “politéticas” (sensu Clarke 1968), en la

medida que existen variaciones al interior de estos contextos

(Sanhueza et al. 2003). Estas variaciones en la cultura material tienen

un fuerte componente espacial, en la medida que la distribución de

objetos que son producidos y utilizados en cada unidad doméstica

debería condecirse con las relaciones sociales establecidas por cada

una de ellas (ver capítulo 2.1).

Esta diversidad y heterogeneidad es propia de los niveles de

integración social y del grado de formalización de las relaciones

sociales y alianzas entre los grupos familiares que conforman los

grupos locales. De este modo, la presencia, ausencia y frecuencia de

ciertos elementos de la cultura material en los contextos deben

ponderarse en función de estos niveles de integración. Exploramos y

presentamos justamente esta manera de mirar los datos disponibles en

177

Chile central para contextos Llolleo y Bato, en conjunto con la

distribución espacial de sus asentamientos expuesta más arriba.

Llolleo

Si bien Llolleo se presentó desde un principio como un Complejo

Cultural (Falabella y Planella 1980), la variabilidad de los conjuntos

materiales incluso llevó a discutir la pertinencia de incluir sitios

ubicados en el interior en lo que hasta ese momento se entendía

como Llolleo (Falabella 2000[1994]). En la medida que se sumaron más

sitios, y acorde con una interpretación del Complejo Lolleo como una

“sociedad tribal” (Falabella 2000[1994]), éste pasó a abarcar una

extensión espacial considerable, con sitios desde la costa hasta la

precordillera, y desde el valle del Aconcagua por el norte a la cuenca

de Rancagua por el sur.

La variabilidad fue un tema que persistió, sin embargo, y en los últimos

años se han realizado varias aproximaciones para abordarla de

manera sistemática en el marco de una búsqueda de la comprensión

de la organización social de estas poblaciones y de sus niveles de

integración social (Sanhueza 2004; Sanhueza y Falabella 2007, 2009). El

trabajo se centró en la materialidad cerámica, que es el registro más

178

abundante y es la que permite abordar de mejor manera la

variabilidad, en comparación con otras materialidades como el lítico,

p.ej., que en el marco de una orientación tecnológica expeditiva con

escasa formatización y un uso mayoritario de fuentes de materias

primas de caja de río obtenible en las inmediaciones de los lugares de

habitación, ha mostrado una gran regularidad.

Respecto a la cerámica, no existen sitios idénticos a otros. Si bien las

formas de las vasijas, las decoraciones y la tecnología de

manufactura son compartidas a nivel genérico, éstas adoptan

frecuencias y expresiones particulares (Sanhueza y Falabella 2007).

Esto se puede observar también en otros elementos de los contextos,

como p.ej. los adornos corporales y ciertas particularidades en la

funebria y la dieta de estas poblaciones.

En términos de los adornos, las cuentas discoidales planas de piedra

parecen ser de uso generalizado, encontrándose tanto en los

contextos de basura doméstica como en los de funebria, pero en la

costa, éstas también pueden ser de concha. Otros adornos, como

unos pequeños colgantes zoomorfos, se han registrado solo en sitios

de ubicación más meridional (CK1/6 y La Granja).

179

En la funebria, por su parte, los entierros siguen un patrón común con

individuos flectados, niños frecuentemente en urnas y ofrendas, pero

la variabilidad se expresa en varias dimensiones. La posición

específica de los cuerpos puede ser lateral derecho, izquierdo o

sedente; las ofrendas pueden incluir restos de moluscos marinos en la

costa, mientras que en los sitios del interior éstos no aparecen

frecuentemente; respecto a la categoría más común de ofrenda, las

vasijas cerámicas, los jarros con incisiones anulares son mucho más

frecuente en la parte septentrional, y las ollas del tipo inciso reticulado

son más habituales en la parte meridional (Sanhueza y Falabella 2007).

Por otra parte, en algunos sitios se observa la inclusión de elementos

singulares en el ritual mortuorio, como alineamientos de bolones de río

al lado o sobre el cuerpo en el sitio interior El Mercurio (Falabella

2000[1994]) o la cobertura del cuerpo con una capa de arcilla en el

caso del sitio costero Rayonhil (Falabella y Planella 1979).

Los análisis de isótopos estables realizados indican, por su parte, no

solo una diferencia de dieta entre los grupos de la costa y los del

interior (ver más abajo), sino también cierta variación en el consumo

de plantas C4, en este caso maíz, entre individuos de distintos

cementerios del interior. En efecto, los individuos del sitio El Mercurio

180

mostraron consistentemente valores menos enriquecidos de δ13C en

colágeno y apatita, lo que indica que este conjunto de personas

consumió menos cantidad de maíz que el resto de la población

Llolleo que habitaba en el interior (Falabella et al. 2007). Recientes

nuevos análisis de seis individuos provenientes de contextos de

entierros Llolleo localizados en la parte sur de la cuenca de Santiago

han venido a confirmar esta variabilidad, en la medida que los

individuos de los tres nuevos sitios analizados presentan diferencias

importantes en los valores δ13C, lo que sugieren que la importancia del

maíz en la dieta de estas poblaciones variaba localmente (Tabla

3.1.e).

En definitiva, esta variabilidad apoyaba la idea de comunidades

relativamente independientes, que en el marco de un manto de

semejanzas presentaban diferencias locales.

181

Area  Sitio  Entierro  δ13Ccol δ15Ncol δ13Cap δ18Oap  Fuente  Llolleo 

costa 

Area  Sitio  Entierro δ13Ccol δ15Ncol δ13Cap  δ18Oap LEP‐C  11  ‐13,9   10,7   ‐8,2   ‐2,2   Falabella et al. 2007 LEP‐C  17  ‐13,5   12,6   ‐8,7   ‐2,6   Falabella et al. 2007 LEP‐C  19  ‐14,8   11,3   ‐10,0   ‐2,9   Falabella et al. 2007 LEP‐C  22  ‐15,6   9,8   ‐10,1   ‐4,4   Falabella et al. 2007 Tejas Verdes 4  10  ‐15,6   10,5   ‐10,8   ‐4,6   Falabella et al. 2007 Tejas Verdes 4  6  ‐14,7   7,7   ‐8,9   ‐4,4   Falabella et al. 2007 Los Puquios  2  ‐16,2   12,3   ‐10,1   ‐2,5   Falabella et al. 2007 Promedio  ‐15,0   10,6   ‐9,6   ‐3,3  

interio

El Mercurio  13  ‐17,6   4,9   ‐5,6   ‐4,7   Falabella et al. 2007 El Mercurio  6  ‐7,7   ‐10,6   Falabella et al. 2007 El Mercurio  7  ‐9,6   ‐10,7   Falabella et al. 2007 El Mercurio  12  ‐9,8   ‐9,6   Falabella et al. 2007 El Mercurio  16  ‐9,1   ‐9,6   Falabella et al. 2007 El Mercurio  17  ‐9,3   ‐9,3   Falabella et al. 2007 El Mercurio  18  ‐9,7   ‐9,2   Falabella et al. 2007 El Mercurio  20  ‐16,1   5,0   ‐10,3   ‐9,7   Falabella et al. 2007 El Mercurio  25  ‐9,6   ‐10,0   Falabella et al. 2007 El Mercurio  26  ‐9,7   ‐9,3   Falabella et al. 2007 Villa Virginia  1  ‐13,6   5,7   ‐8,0   ‐8,6   Falabella et al. 2007 Alto Jahuel  1  ‐13,2   6,2   ‐6,8   ‐8,1   Falabella et al. 2007 Cond. Los Llanos  1  ‐12,8   5,7   ‐8,1   ‐7,2   Falabella et al. 2007 Las Pataguas  1  ‐12,8   7,5   ‐8,3   ‐9,3   Falabella et al. 2007 Las Pataguas  2  ‐14,0   6,9   ‐9,2   ‐9,9   Falabella et al. 2007 Las Coloradas  3  ‐13,9   6,4   ‐7,2   ‐8,6   Falabella et al. 2007 Las Coloradas  6  ‐6,6   ‐9,6   Falabella et al. 2007 Las Coloradas  7  ‐14,7   5,1   ‐7,4   ‐9,2   Falabella et al. 2007 La Granja By pass  1  ‐14,0   5,6   ‐7,5   ‐9,8   Falabella et al. 2007 Country Club  1  ‐13,7   5,0   ‐8,0   ‐9,0   Falabella et al. 2007 Lonquén  3  ‐12,7   5,7   ‐7,3   ‐7,7   Falabella et al. 2007 Santa Rita  1, ind.1  ‐14,1  4,7  ‐8,9  ‐10,4  Fondecyt 1090200 Santa Rita  2, ind.3  ‐14,5  4,4  ‐9,2  ‐12,5  Fondecyt 1090200 Mateluna Ruz  un.82, ind.10 ‐16,1  6,9  ‐11,1  ‐9,9  Fondecyt 1090200 Mateluna Ruz  un.A‐1. ind.8  ‐17,3  6,2  ‐11,4  ‐10,7  Fondecyt 1090200 Iglesia Maipo  2, ind.2A  ‐13,6  5,3  ‐8,0  ‐12,7  Fondecyt 1090200 Iglesia Maipo  4, ind.4  ‐13,7  4,2  ‐7,8  ‐12,8  Fondecyt 1090200 Promedio  ‐14,4  5,6  ‐8,6  ‐9,6 

Tabla 3.1.e Resultados de análisis isótopos estables para individuos Llolleo y Bato

182

Area  Sitio  Entierro  δ13Ccol δ15Ncol δ13Cap δ18Oap  Fuente Ba

to 

costa 

Cancha de Golf N°1  2  ‐19,0   9,0   ‐12,1   ‐4,5   Falabella et al. 2007 Cancha de Golf N°1  4  ‐17,5   11,3   ‐9,7   ‐3,4   Falabella et al. 2007 Cancha de Golf N°1  5  ‐17,4   11,2   ‐9,7   ‐3,1   Falabella et al. 2007 Cancha de Golf N°1  6  ‐16,6   9,4   ‐8,3   ‐3,5   Falabella et al. 2007 Trebol SE 11  7  ‐17,4   9,8   ‐11,3   ‐3,0   Falabella et al. 2007 Trebol SE 11  9  ‐19,9   7,1   ‐11,5   ‐3,5   Falabella et al. 2007 Trebol SE 11  12  ‐18,7   8,2   ‐13,6   ‐2,2   Falabella et al. 2007 Trebol SE 11  16  ‐17,7   10,9   ‐11,1   ‐3,2   Falabella et al. 2007 Arevalo 2  1  ‐17,8   11,7   ‐10,4   ‐4,1   Falabella et al. 2007 Promedio  ‐18,0   9,8   ‐10,9   ‐3,4  

interio

CK1/8  1  ‐17,0   5,8   ‐8,8   ‐7,8   Falabella et al. 2007 Chamico  1  ‐16,9  7,2  ‐8,4  ‐8,3  Fondecyt 1040553 Don Ladislao  1, ind.3  ‐16,0  4,8  ‐9,2  ‐9,3  Fondecyt 1090200 Don Ladislao  1, ind.1  ‐13,6  7,0  ‐7,5  ‐8,1  Fondecyt 1090200 Don Ladislao  3, ind.1  ‐15,8  5,3  ‐9,2  ‐9,2  Fondecyt 1090200 Don Ladislao  4, ind.1  ‐15,1  6,2  ‐7,6  ‐7,0   Fondecyt 1090200 Santa Filomena  1, ind. 1  ‐16,1  4,9  ‐7,7  ‐9,8  Fondecyt 1090200 Santa Filomena  2, ind. 2  ‐18,9  4,2  ‐9,3  ‐7,6  Fondecyt 1090200 Santo Toribio 2  1  ‐17,1  4,3  ‐10,2  ‐8,3  Fondecyt 1090200 Promedio  ‐16,3   5,5   ‐8,7   ‐8,4  

Tabla 3.1.e cont. Resultados de análisis isótopos estables para individuos Llolleo y Bato

No obstante lo anterior, se avanzó también en la identificación de

ciertos niveles de integración, en una primera instancia diferenciando

costa-interior. Al respecto planteamos, frente a la hipótesis de

integración a lo largo de los valles (Falabella y Stehberg 1989), que los

grupos de la costa y los del interior habitaban estos espacios de

manera independiente. En efecto, la tecnología de producción

alfarera muestra que la producción es local, en la medida que se

utilizan fuentes de materias primas locales, y que la circulación de

183

vasijas es mínima, restringida solo a la categoría jarro (Falabella et al.

1995-96; Sanhueza 2004). Por otro lado, los análisis de isótopos estables

indican una dieta diferenciada, que incluye productos marinos en la

costa, mientras que las poblaciones del interior no parecen

consumirlos habitualmente (Sanhueza y Falabella 2007; Falabella et al.

2007). Se configuraron así dos áreas, habitadas de forma cotidiana

por grupos distintos y cuyas poblaciones posiblemente tendrían

relaciones esporádicas en función de ciertos eventos sociales

relevantes y particulares (Sanhueza 2004).

Otro nivel de integración fue propuesto a escala de localidad, en

función de la disposición de los asentamientos en torno a los cursos de

los ríos y la distribución de un conjunto de atributos cerámicos. Los

datos incluyeron sitios ubicados en las cuencas de Santiago y

Rancagua8, mientras que los atributos considerados estaban referidos

tanto a aspectos de formas de las vasijas como a sus decoraciones,

provenientes de contextos domésticos (Sanhueza y Falabella 2009).

El análisis permitió discriminar cuatro conjuntos de sitios que

comparten ciertas características, que tienen un correlato espacial 8 La costa quedó fuera de esta propuesta por no disponer de datos comparables en términos de distribución de asentamientos y datos de los contextos cerámicos.

184

(Sanhueza y Falabella 2009). El Conjunto 1 agrupa los sitios ubicados

en la parte norte de la cuenca de Santiago y la precordillera del río

Maipo y se caracteriza por una alta frecuencia de bordes reforzados,

una clara dominación de la decoración pintada (donde destaca

especialmente el hierro oligisto) y escasa decoración incisa, además

de la presencia de decoración incisa que demarca campos pintados

de rojo. El Conjunto 2 refiere a los sitios ubicados en el sistema del río

Angostura (sur de la cuenca de Santiago, extremo septentrional de la

cuenca de Rancagua) y se caracteriza por la ausencia de bordes

reforzados, una mayor importancia de la decoración incisa, sobre

todo del tipo de vasija Inciso Reticulado Oblicuo, y la ausencia de

hierro oligisto. El Conjunto 3 reúne a los sitios localizados en la

precordillera de Rancagua y es similar al conjunto 2, pero se

diferencia de éste por la baja frecuencia de los modelados incisos,

que forman parte de las vasijas Inciso Reticulado Oblicuo y una alta

frecuencia de incisos complejos. Por último, el Conjunto 4 está

integrado por los sitios en torno al río Cachapoal y es menos

homogéneo, siendo los puntos en común el que todos presentan

bordes reforzados y decoración con hierro oligisto (aunque en menor

frecuencia que en el conjunto 1), junto a decoraciones incisas que

185

delimitan campos rojos, incisiones anulares e incisos reticulados (en

menor frecuencia que en el conjunto 2).

Estos resultados nos permiten observar cómo el espacio y las

distancias efectivamente organizan las similitudes y diferencias en la

cultura material al interior de Llolleo, permitiéndonos plantear que son

estos espacios más pequeños los que están mostrando un nivel

significativo de integración social. No obstante lo anterior, la

naturaleza de los datos disponibles, básicamente no más de 12 sitios

distribuidos en un área de ca 9000 km², no permiten discernir cuál es la

escala espacial en que se expresaba el grupo local, tal y como lo

hemos definido más arriba (ver capítulo 2.1). En efecto, la “claridad”

de los conjuntos se empaña justamente cuando hay una mayor

cantidad de sitios involucrados en un área (como es el caso del

conjunto 4), lo que nos hace sospechar que la situación es un poco

más compleja que la que este análisis nos permitió esbozar.

Los recientes trabajos realizados en la microrregión de Angostura

(Cornejo et al. 2012; Falabella, Cornejo, Correa y Sanhueza 2013) nos

permiten una mirada focalizada y amplificada de una escala

espacial pequeña, que nos posibilita explorar la definición de esta

186

escala espacial socialmente significativa. Para esto, hemos

considerado todos los sitios incluidos en el análisis anterior junto a 15

nuevos sitios/ocupaciones de la microrregión de Angostura9 (Figura

3.1.e, Tabla 3.1.f). De esta manera, analizamos el comportamiento a

escala regional y a escala local, en la medida que la introducción de

nuevos sitios pueden cambiar el panorama antes descrito. Las

variables utilizadas refieren exclusivamente al ámbito de las vasijas

cerámicas y están todas expresadas como frecuencia relativa (%), ya

sea en relación al total de fragmentos del sitio (caso de los elementos

de forma) o bien en relación al total de fragmentos decorados del

sitio (caso de los decorados) (Tabla 3.1.g). El sitio El Mercurio10

presenta la dificultad de que no contamos con información acerca

de la frecuencia total de fragmentos del sitio, por lo que no se pueden

utilizar las variables relativas a las formas. Se realizaron análisis

estadísticos exploratorios (de agrupamiento y componentes

principales) incluyendo y excluyendo variables, para poder incorporar

9 En este caso hemos considerado cada una de las concentraciones de basura por separado, incluso si se trata de un mismo asentamiento donde todas son parcialmente contemporáneas (p.ej. VP1, VP3)

10 El sitio El Mercurio es uno de los sitios Llolleo más relevantes en Chile central, porque cuenta con excavaciones extensivas que permitieron recuperar una gran cantidad de material y tiene una gran área de enterratorios asociada al sector habitacional. Por otra parte, nos pareció importante no descartarlo por su ubicación geográfica, asociada al río Mapocho, donde no contamos con muchos otros sitios.

187

este sitio al análisis, al menos parcialmente, los que no muestran gran

variación en las agrupaciones que se generan.

Una mirada a nivel regional por medio de análisis de componentes

principales permite ver que se forman grandes agrupamientos que

tienen un componente espacial (Figura 3.1.f):

(A) sitios del sector norte de la cuenca de Santiago, que se

sitúan a lo largo del río Mapocho (El Mercurio y Quinta

Normal) y tienen un contexto material muy similar.

(B) sitios de la cuenca sur, donde se puede discriminar dos

subconjuntos: los sitios ubicados en la localidad de Valdivia

de Paine (VP) y los localizados en el sector de Colonia

Kennedy (CK).

(C) conjunto de sitios que se ubica en el sector izquierdo del

gráfico, que incluye a sitios de la cuenca de Rancagua y

también a dos sitios que se encuentran bastante alejados,

El Peuco (ubicado en el extremo norte de la cuenca de

Rancagua) y CK1 (ubicado en la cuenca del Angostura).

Estos dos sitios se relacionan espacialmente más con (B) y

de hecho habían sido discriminados en el análisis regional

188

del 2009, siendo considerados en esa ocasión como el

conjunto 2 (Sanhueza y Falabella 2009).

Quedan en un área intermedia del gráfico tres sitios: Fundo la Cruz, La

Granja By Pass s1-2 y Los Panales.

La exploración con análisis de agrupamiento muestra un

ordenamiento similar, donde los sitios del Mapocho (El Mercurio y

Quinta Normal) se separan completamente del resto, y existen alto

niveles de semejanza entre los sitios ubicados en la microrregión de

Angostura (siglas VP y CK)(Figura 3.1.g).

La incorporación de nuevos sitios al conjunto analizado ciertamente

cambió el ordenamiento interno de los sitios respecto al presentado

en Sanhueza y Falabella (2009), pero la principal premisa se sigue

sosteniendo: éste tienen por lo general un correlato espacial, en

términos regionales.

Un examen detallado de los sitios ubicados en la microrregión de

Angostura nos entrega para Llolleo un panorama similar pero a otra

escala. Tanto en los análisis de componentes principales como en los

de agrupamiento se observa que los sitios de la localidad de Valdivia

de Paine (VP) se separan de los de la localidad de Colonia Kennedy

189

(CK) (Figuras 3.1.h y 3.1.i). La diferencia principal está dada por la

mayor frecuencia de decoraciones con hierro oligisto en el sector VP,

en contraste con CK donde domina la pintura roja.

No obstante lo anterior hay dos situaciones que rompen este “patrón”.

CK1/6 y El Peuco, localizado un poco más al sur y considerado como

parte de una misma agrupación en el análisis del 2009, se separan

notablemente de todos los demás sitios de la microrregión,

principalmente a partir de su alta frecuencia de vasijas del tipo Inciso

Reticulado. Estos dos sitios son los únicos en el área que cuentan con

excavaciones extensivas (y por tanto mucha más cantidad de

materiales recuperados), y no alcanzamos a comprender en qué

medida esto puede estar influyendo en esta diferencia. En el caso de

CK1/6, la mayor parte del material proviene además de un solo pozo

de basura. En términos temporales, pertenece al momento de

ocupación Llolleo más temprano (ca 500 dC), pero no es el único

asentamiento ocupado en ese momento.

Por otro lado, hay dos ocupaciones de la localidad de Valdivia de

Paine, VP3A y B, que tienen más semejanza con los sitios de CK. Se

trata de ocupaciones de densidades medias o bajas que comienzan

190

como pequeñas unidades de vivienda y luego se transforma en un

conjunto residencial, con una intensidad de uso menor a las otras

agrupaciones residenciales de la localidad.

Este panorama nos permite proponer que para el caso Llolleo estas

agrupaciones a escala de la localidad tienen un componente social

relevante, que podría efectivamente corresponder a los grupos

locales, entendidos como unidades que solo se hacen efectivas en la

medida de la relación e interacción establecida entre las personas

que habitan las agrupaciones residenciales de cada localidad,

situación a la que responde una relativa homogeneidad material.

Los análisis por activación neutrónica y petrográficos realizados sobre

fragmentos cerámicos de estas dos localidades confirman la

conformación de estos dos agrupamientos a escala de la localidad.

Las arcillas utilizadas en la confección de las vasijas revelan señales

químicas distintas, indicando uso de fuentes de materias primas

diferenciadas. Los minerales utilizados como antiplásticos, por su

cuenta, también muestran diferencias y una concordancia con las

características de la geología local (Falabella, Sanhueza, Correa,

Glascock, Ferguson y Fonseca 2013; Falabella, Sanhueza, Correa,

191

Fonseca, Roush y Glascock 2013). En otro ámbito de materiales, los

análisis de materias primas líticas, en particular de la andesita ceolítica

denominada coloquialmente “verde chada”, que tiene su fuente en

el sector precordillerano de Carén, aguas arriba del río El Peuco (norte

de la cuenca de Rancagua), aunque escasa en ambas localidades

muestra una frecuencia notoriamente mayor en Colonia Kennedy,

ubicada más cerca de la fuente (Miranda y La Mura 2013), lo que

refuerza la idea de localidades de carácter “sociogeográficas”.

En este esquema, las similitudes materiales que presentan las dos

ocupaciones de VP3 con las ocupaciones de la localidad de CK son

más difíciles de comprender, pero su ubicación asociada a vertientes

(y no a una terraza fluvial) es coherente con esta semejanza, en la

medida que obedece a una lógica de ocupación espacial

equivalente a la que se observa en esta área. Podríamos entender

esta situación, entonces, como parte de la permeabilidad y

flexibilidad propia de este tipo de organización sociopolítica, donde

las relaciones y formación de alianzas son dinámicas, en un contexto

donde por lo demás no tenemos un buen control de la asociación

cronológica de la cultura material.

192

Figura 3.1.e Ubicación de sitios Llolleo considerados en análisis de cultura material.

193

Área Sitio Mapocho El Mercurio Quinta Normal Precordillera Maipo Los Panales Cuenca Santiago sur CK1 (sector 6) (HP en Sanhueza y Falabella

2009) CK2 (sector S) CK3 (sector B1) CK5 (sector A y B) CK8 (sector A) CK10 (sector A y B) CK11 VP1 (sector A, B y C) VP2 VP 3 (sector A y B) VP4 Extremo norte cuenca Rancagua

El Peuco

Precordillera Cachapoal Caracoles Abierto Cachapoal valle La Granja By Pass (sectores 1/2, 3 y 4) Del Real Cuenca Rancagua sur Fundo La Cruz Pueblo Hundido Tabla 3.1.f Llolleo: sitios considerados en el análisis de cultura material

194

área sitio asa cinta

borde reforzado

modelados + inciso

pintura roja

hierro oligisto

pintura roja + hierro oligisto

inciso y pintado

inciso anular

inciso reticulado

otros incisos

Mapocho El Mercurio s/d s/d 0,8 30,2 19,4 41,1 2,5 0,4 0,4 1,6 Mapocho Quinta

Normal 0,77 0,45 0,90 36,62 19,08 34,46 3,70 0,60 0,00 4,30 Precord. Maipo Los Panales 0,64 0,09 18,10 50,00 8,00 5,10 4,30 0,70 1,40 8,00 cuenca Stgo.sur CK1/6 0,29 0,00 11,80 32,00 0,00 0,00 0,00 0,00 38,20 11,80 cuenca Stgo.sur CK2S 0,41 0,11 0,00 85,00 3,30 1,60 0,00 0,00 1,60 6,60 cuenca Stgo.sur CK3B1 2,40 0,17 6,70 66,70 3,30 6,70 0,00 0,00 3,30 3,30 cuenca Stgo.sur CK5A 1,12 0,64 0,00 92,30 2,60 0,00 0,00 0,00 0,00 5,10 cuenca Stgo.sur CK5B 2,26 0,26 3,50 77,20 0,00 0,00 0,00 1,70 3,50 1,70 cuenca Stgo.sur CK8A 0,79 0,00 0,00 81,80 0,00 0,00 0,00 0,00 18,20 0,00 cuenca Stgo.sur CK10A 0,07 0,00 0,00 87,12 2,60 2,60 0,00 0,00 5,10 2,60 cuenca Stgo.sur CK10B 0,38 0,00 0,00 85,70 0,00 7,14 0,00 0,00 7,14 0,00 cuenca Stgo.sur CK11 0,57 0,06 1,85 79,20 6,50 3,70 0,00 0,00 1,40 5,09 cuenca Stgo.sur VP1A 0,90 0,25 3,81 63,61 13,47 14,85 2,69 0,26 0,26 1,61 cuenca Stgo.sur VP1B 0,90 0,10 1,64 59,01 6,55 18,03 1,63 0,00 6,55 1,63 cuenca Stgo.sur VP1C 0,54 0,09 0,00 50,00 25,00 9,09 0,00 0,00 6,80 2,27 cuenca Stgo.sur VP2 0,60 0,10 0,00 63,26 12,24 10,20 0,00 6,12 2,04 4,08 cuenca Stgo.sur VP4 0,75 0,22 0,00 59,09 4,54 10,60 0,00 1,51 1,51 7,57 cuenca Stgo.sur VP3A 1,00 0,20 0,00 91,61 2,99 1,49 0,00 0,59 1,49 0,89 cuenca Stgo.sur VP3B 0,69 0,16 0,00 89,70 3,67 1,47 0,00 0,00 0,73 3,67 cuanca Rgua. Norte El Peuco 0,42 0,00 10,90 39,00 0,00 0,00 0,00 0,60 18,90 18,80 precord. Cachap. Caracoles

Abierto 0,44 0,00 1,50 20,10 0,00 0,70 0,00 0,00 40,50 35,90 precord. Cachap. Del Real 6,70 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 42,80 57,10 Cachapoal La Granja

s1-2 0,58 0,30 1,40 48,45 4,41 9,45 3,07 9,28 8,45 12,60 Cachapoal La Granja

s3 1,06 0,26 3,80 28,14 1,90 2,66 0,76 12,55 27,76 20,90 Cachapoal La Granja

s4 0,91 0,11 2,20 40,27 1,77 3,10 0,88 11,95 17,26 20,40 Cachapoal Fundo la

Cruz 0,83 0,79 6,80 58,60 6,50 0,00 0,00 2,10 4,30 17,30 Cuenca Rgua. sur Pueblo

Hundido 0,45 0,02 1,70 24,80 2,60 3,00 1,30 7,70 9,40 39,80

Tabla 3.1.g Llolleo: variables y frecuencias relativas

195

Figura 3.1.f Llolleo: análisis de componentes principales de todos los sitios

196

Figura 3.1.g Llolleo: análisis de agrupamiento de todos los sitios

197

Figura 3.1.h Lllolleo: análisis de componentes principales con sitios de la microrregión de Angostura

198

Figura 3.1.i Llolleo: análisis de agrupamiento con sitios de la microrregión de Angostura

199

Bato

A diferencia del caso Llolleo, la definición de la unidad Bato no ha

sido tan fácil ni clara. Cuando Planella y Falabella definen y formalizan

por primera vez esta unidad, expusieron y discutieron especialmente

la gran variabilidad que presentaban los contextos que fueron

incluidos en él, lo que junto a la persistencia temporal de algunos de

estos rasgos determina su definición como “Tradición cultural”

(Planella y Falabella 1987). Se enfatizó, de este modo, que se trataba

de una serie de rasgos que no necesariamente configuraban una

unidad arqueológica que “represente” una unidad sociocultural.

Diez años más tarde (1999) y en el contexto del análisis de una serie

de sitios ubicados en el interior de Chile central, se realizó una

discusión en base al análisis de ciertos elementos diagnósticos

(tembetás, decoración incisa lineal punteada y con técnica negativa,

mamelones) en relación a la definición de lo Bato, partiendo del

hecho que “no existe una definición de los elementos culturales

necesarios y suficientes para pertenecer a la clase Bato” (Sanhueza et

al. 2000: 431). En éste se puso en evidencia cómo ciertos atributos o

rasgos pasaron a considerarse “diagnósticos”, y se expuso la

200

variabilidad de la presencia y frecuencia de estos atributos en distintos

contextos tanto de la costa como del interior. Se abogó por un

acercamiento más contextual, haciendo un llamado a “intentar dejar

de encasillar los contextos estudiados en unidades formales e intentar

una comprensión de la prehistoria en base a unidades menos

rígidas…” (Sanhueza et al. 2000: 439). Con la excavación de nuevos

sitios y la sistematización de estos datos se propuso un tiempo después

considerar a Bato como un Complejo cultural, entendiendo con esto

que estas manifestaciones también tenían un correlato sociocultural,

pero se puntualizó, sin embargo que era menos homogénea que

Llolleo (Sanhueza et al. 2003).

En el marco de esta idea de heterogeneidad, las diferencias entre las

ocupaciones de la costa y las del interior fueron un eje ordenador. En

relación a atributos de forma y decoración cerámica, si bien no

habían sido hasta ahora sometidos a análisis comparativos

sistemáticos (ver más adelante), se había constatado que los sitios del

interior no presentaban ni las asociaciones ni las frecuencias de los

sitios costeros (Sanhueza et al. 2000), y se resaltó las diferencias en la

distribución de ciertos rasgos como las asas de suspensión y la

decoración con técnica negativa, que parecía ser propia de los

201

espacios litorales (Sanhueza 2004). En relación a los análisis de la

tecnología de producción cerámica se pudo establecer que mientras

que en ambas áreas existía una preferencia por áridos de origen

granítico (los que en términos geológicos son mucho más abundantes

en los sectores costeros), los sitios del interior presentaban una mayor

variabilidad que los sitios costeros, por lo que se descartó la posibilidad

de que los primeros fueran simplemente ocupaciones descolgadas

desde la costa hacia el interior, sino se argumentó una ocupación

permanente en el interior por parte de grupos Bato (Sanhueza 2004).

Esto vino a ser confirmado por los análisis de dieta a partir de isótopos

estables (Falabella et al. 2007). Si bien la muestra solo contemplaba un

individuo Bato del interior, éste mostraba valores δ15N notoriamente

más bajos que los costeros, lo que indicaba una escasa o nula ingesta

de recursos marinos. Recientes análisis isotópicos de siete individuos

Bato de contextos del interior muestra un promedio de δ15N 5.2,

absolutamente coherente con el resultado inicial, y que viene a

confirmar una dieta diferenciada respecto a los individuos que

habitan la costa (Tabla 3.1.e).

202

Así también, el uso de recursos marinos en forma diferenciada se

evidencia en otros ámbitos, como el uso conchas para la elaboración

de cuentas de collar tubulares (Planella y Falabella 1987; Lucero 2010),

o su incorporación como ofrenda en los enterratorios (Avalos et al.

2010), exclusivamente en sitios costeros.

Hasta hace poco no se había avanzado más en la temática de un

ordenamiento de los contextos Bato. Los trabajos en la microrregión

de Angostura se presentaron como una oportunidad para abordar

este tema, desde una perspectiva que integre la organización

sociopolítica de estos grupos (ver capítulo 2.1) y que nos permitiera

hacernos cargo de nuestros propios emplazamientos:

Proponemos entonces, esforzarnos en intentar dejar de

encasillar los contextos estudiados en unidades formales e

intentar una comprensión de la prehistoria en base a unidades

menos rígidas, las que pueden ser definidas a diferentes niveles

de acuerdo a los rasgos o elementos relevantes para cada

caso. Pensamos que solo de esta manera podremos llegar a un

acercamiento y a una comprensión más adecuada del

203

momento de la prehistoria que nos interesa (Sanhueza et al.

2000: 439).

Esto implicó considerar para este análisis tanto a contextos incluidos

en el Complejo Bato, como a otros que no habían sido incluidos en él,

pero que sin embargo compartían ciertos atributos significativos

(Sanhueza et al. 2003, 2010), y que por lo demás, ubicados en el área

no cordillerana, definitivamente no eran Llolleo (Figura 3.1.j, Tabla

3.1.h).

Estos no son todos los sitios del Complejo Bato reconocidos en Chile

central, pero constituyen una muestra importante. Fueron

seleccionados por la disponibilidad detallada de los datos necesarios

para hacer las comparaciones, teniendo la ventaja además que han

sido todos trabajados con una metodología similar. De acuerdo a

esto, se realizó una comparación de la presencia y frecuencia de

varios atributos considerados como más o menos diagnósticos y

comúnmente utilizados para discriminar lo Bato (Planella y Falabella

1987; Falabella y Planella 1988-89; Sanhueza et al. 2003). Fueron

incluidos dentro de estos atributos principalmente elementos de la

forma y decoración de las vasijas cerámicas, pero también otros dos

204

elementos que remiten a otros ámbitos: pipas y tembetás. Las pipas,

con dos boquillas y un hornillo central, son un elemento común en los

contextos del período Alfarero Temprano de Chile central, pero solo

en algunos sitios aparecen con el extremo de una de las dos boquillas

cerradas y con una morfología particular (achatada y con “aletas”).

Los tembetás, por su parte, pueden ser de cerámica o piedra y son

del tipo botón con aletas. Se utilizaron los datos de la frecuencia de

estos elementos o bien de su presencia/ausencia, en los casos en que

su cuantificación de manera de poder comparar los datos fue

imposible (Tabla 3.1.i).

Una primera observación permite confirmar la impresión de

heterogeneidad, ya que no todos los elementos considerados

diagnósticos están presentes en todos los sitios considerados como

Bato, sino que además cuando lo están, sus frecuencias son muy

dispares (Tablas 3.1.j y 3.1.k).

Desde una perspectiva regional, podemos identificar, sin embargo,

áreas que comparten elementos de la cultura material, en particular

formas y decoraciones cerámicas. En cuanto a las formas, hay

algunos elementos que tienen una distribución espacial muy

205

conspicua, como p.ej. las asas de suspensión o los bordes invertidos

con labio plano, mientras otros tienen una distribución muy amplia y

generalizada (p.ej. asas mamelonares). También existen otros, como

los golletes con un disco cribado pertenecientes a una categoría de

vasija asimétrica muy particular, que muestran una distribución amplia

en términos espaciales, aunque se hace presente en solo algunos

sitios. Una cosa similar ocurre con las decoraciones; la mayoría tiene

una amplia distribución, pero la diferencia está en sus frecuencias,

que alcanzan importancia solo en algunas áreas (p.ej. decorados con

técnica negativa, inciso lineal punteado). Lo mismo ocurre con las

pipas con un extremo cerrado y tembetás. Mientras la primera tiene

de hecho una distribución relativamente acotada al curso medio e

inferior del Maipo, los tembetás no se encuentran en todos los sitios,

pero tienen una distribución generalizada en el área, y no permite

realizar distinciones de índole espacial o geográfica.

De esta manera, se pueden observar ciertas tendencias en la

distribución y frecuencia de algunos de estos elementos, que permiten

proponer que existe cierto ordenamiento geográfico.

206

Los sitios de la costa norte, cercanos a la desembocadura del

Aconcagua (Los Eucaliptus y Marbella), se diferencian de los demás

por ser los únicos donde se presentan asas de suspensión y por ser los

únicos donde la decoración con técnica negativa alcanza

frecuencias relevantes. Tienen además una alta frecuencia de pintura

roja y los incisos tienen menor representación que en otras áreas.

Los sitios ubicados en la cuenca del Mapocho, en la parte norte de la

cuenca de Santiago (las dos ocupaciones de Parque la Quintrala,

RML002 y Quinta Normal sector I) se caracterizan por tener alta

frecuencias de decoraciones incisas, particularmente de incisos

lineales punteados, una de las decoraciones más “diagnósticas” de

Bato. De la misma manera, la frecuencia de asas (cinta y

mamelonares) en estos sitios, es levemente superior en comparación a

las otras áreas.

A lo largo del Maipo y en el sector sur de la cuenca de Santiago, que

es por lo demás donde se concentra la mayor cantidad de sitios

considerados en este análisis, la situación se torna algo más confusa.

Existe un conjunto de sitios donde en términos muy generales el factor

común es la presencia de incisos lineales e incisos lineal punteado

207

(aunque en escasa frecuencia relativa) y una presencia relativamente

alta de hierro oligisto. Sin embargo los otros elementos considerados

presentan una alta variabilidad, siendo solo claramente diferenciable

el conjunto Las Brisas 3/La Palma y VP5 A y B, que presentan bordes

invertidos de labio plano de una categoría particular de ollas, junto a

decoraciones incisas anchas y poco profundas y una alta frecuencia

de hierro oligisto. En estos sitios se encuentran además pipas con una

de las boquillas cerrada. Ahora bien, estos elementos no tienen una

distribución privativa ni excluyente. VP5A presenta además

decoraciones inciso lineal punteadas, aunque en baja cantidad.

Otros sitios, como Arévalo 2, Lonquén y CK15A también presentan

bordes invertidos de labio plano, junto a incisos lineal punteados, pero

no ese mismo tipo de pipas. Un tercer conjunto de sitios (CK15B, CK1/8

y CK3B2) presentan incisos anchos y poco profundos, pero ni bordes

invertidos de labio plano ni las pipas.

Los sitios ubicados en el extremo meridional del área considerada, en

la cuenca de Rancagua (Chamico y Chuchunco), no presentan

decoración incisa lineal punteada, pero sí se encuentran presentes

otros elementos considerados diagnósticos de Bato, como la

208

decoración con técnica negativa, las asas mamelonares, los golletes

con disco cribado (tipo regadera) y los tembetás.

Este ordenamiento tiene, en efecto, cierto respaldo en la estadística

exploratoria. Los datos sometidos a análisis de componentes

principales, se ordenan de acuerdo al peso relativo de las variables en

ellos y diferencian áreas geográficas (Figura 3.1.k):

(A) sitios ubicados en la costa norte (extremo inferior derecho

del gráfico), con un mayor peso de las asas de suspensión y

la decoración en negativo.

(B) sitios localizados en la cuenca del Mapocho y de Rancagua

(sector izquierdo del gráfico), donde el peso esta puesto en

las decoraciones incisas lineales, las asas mamelonares y

cinta y los inciso lineal punteado.

(C) sitios de la cuenca sur y del Maipo, que forman una densa

nube en el sector central de gráfico

(D) sitios La Palma, Las Brisas 3, y VP5 A y B, ubicados en el

extremo superior derecho del gráfico donde el peso de las

209

variables está puesto en las pipas y los bordes invertido

planos.

En términos regionales se puede, entonces, proponer un correlato

espacial de ciertas características de la alfarería que está siendo

producida y utilizada por estos grupos, y también en elementos que

remiten a otros ámbitos, como las pipas. Este ordenamiento espacial

es coherente con lo que esperábamos, a saber, una distribución de

ciertas semejanzas en la cultura material que es producto de un

grupo de personas que comparten una cierta forma de hacer, en

concordancia y posibilitada por una interacción social facilitada por

la cercanía geográfica (ver capítulo 2.1).

Sin embargo, la muestra de sitios y su distribución en la región, no nos

permite hacernos una idea o panorama cierto de cuál es el alcance

espacial de esta mayor homogeneidad estilística (cuál es el área que

abarca esta homogeneidad) ni tampoco de su real naturaleza (cuán

variables pueden ser internamente). De hecho, pareciera que contar

con pocos sitios distribuidos en una gran área estaría incidiendo en

este aparente ordenamiento de la cultura material, ya que en el área

donde hay mayor cantidad de sitios, el sector sur de la cuenca de

210

Santiago y el curso inferior del río Maipo, la distribución de las

semejanzas en la cultura material es bastante más indefinida.

En el sector sur de la cuenca de Santiago tenemos la ventaja de

contar con un trabajo focalizado en una microrregión (Angostura). En

los análisis generales esta área no se diferenciaba de la del curso

medio e inferior del Maipo, y tampoco fue posible visualizar una

diferenciación entre las localidades de Valdivia de Paine y Colonia

Kennedy, como en el caso Llolleo. En el sector de Valdivia de Paine

efectivamente VP5 A y B presentan ciertas diferencias en

consideración de un tipo particular de vasijas (con borde invertido y

labio plano), la presencia de decoraciones incisas anchas y poco

profundas y las pipas con extremo cerrado, todos elementos que los

hacen similares a los grupos asentados en la otra ribera del Maipo (La

Palma), así como en el área de su desembocadura (Las Brisas 3). Por

otra parte, VP3 C y D se asemejan a los sitios de la localidad de

Colonia Kennedy, que también presentan semejanzas con el sitio

Lonquén situado en la ribera norte del Maipo.

Se puede ver, entonces, no solamente cómo los conjuntos materiales

identificados cubren espacios físicos que superan con creces las

211

localidades identificadas espacialmente, sino también como éstos se

desdibujan parcialmente, en la medida que los elementos aislados se

encuentran en otros sitios (p.ej. bordes invertidos en el sitio Arévalo,

que no tiene pipas con extremo cerrado, pero sí inciso lineal

punteado), y se traslapan espacialmente. En este sentido, es difícil

plantear que las agrupaciones espaciales identificadas correspondan

efectivamente a grupos locales, tal y como los estamos entendiendo

y más bien pareciera que la escala espacial de integración social

supera con creces las localidades geográficas por nosotros definidas.

212

Figura 3.1.j Ubicación de sitios Bato considerados en el análisis de cultura material

Área Complejo Bato No incluido originalmente en el Complejo Bato

Costa Maipo Arévalo 2 Las Brisas 3 Costa Aconcagua Marbella

Los Eucaliptus Interior cuenca Santiago norte

Parque La Quintrala (ocupación II y III)

RML 002 El Almendral Quinta Normal (sector I)

Interior cuenca Santiago sur

E80/4 Lonquén (ocup. sup.) VP5 (sectores A y B) La Palma CK1 (sector 7 y 8) CK2 (sector N) CK3 (sector B2) CK8 (sector B) CK15 (sector A y B)

Interior Cuenca Rancagua Chuchunco Chamico

Tabla 3.1.h Bato: sitios considerados en el análisis de cultural material

213

Formas

Decorados (todos expresados como % en

relación al total de decorados)

Otros elementos

Bordes vasijas abiertas (% del total de bordes)

Inciso lineal Tembetás (presencia)

Borde invertido (% del total de bordes)

Inciso lineal punteado Pipas extremo cerrado bifurcado (presencia)

Borde reforzado (% del total de bordes)

Inciso acanalado

Gollete cribado (presencia)

Hierro oligisto

Asa suspensión (presencia)

Negativo

Mamelones (% en relación al total de fragmentos)

Pintura roja

Asas cinta (% en relación al total de fragmentos)

Tabla 3.1.i Bato: variables consideradas

214

Tabla 3.1.j Bato: variables y frecuencia relativa

área sitio inciso lineal

inciso lineal punteado

inciso acanalado negativo hierro

oligisto pintura

roja

borde invertido

labio plano

borde vasija abierta

borde reforzado

asa mamelonar

asas cinta

costa norte Los Eucaliptus 1,2 2,8 7,3 1,4 87,2 0,7 0,7 0,10

costa norte Marbella 1,8 4,8 7,7 0,3 85,1 0,01 0,16

costa sur Las Brisas 3 0,4 0,06 0,06 10 85,1 9,3 3,1 1,2 0,13 0,40

costa sur Arévalo 0,8 1,7 1,3 5,8 90,5 4,1 0,10 0,20

cuenca sur VP5 B 4,4 1,7 11,9 79,8 2,7 0,9 1,8 0,07 0,70

cuenca sur VP5A 3,5 0,9 0,5 1,2 21,3 70,5 6,0 1,4 2,8 0,28 0,70

cuenca sur CK15A 1,9 5,8 8,4 83,1 0,8 1,7 5,8 0,07 0,70

cuenca sur CK15B 3,7 1,9 1,9 9,4 83 3,6 3,6 0,00 0,40

cuenca sur CK1-8 4 2,1 0,8 0,8 89,5 2,6 0,13 0,20

cuenca sur CK3B2 1,9 1,9 0,3 0,3 15,6 77,2 0,5 9,5 0,04 1,40

cuenca sur CK1-7 5,3 2,1 90,4 4 0,04 0,20

cuenca sur CK8 B 2,8 0,9 11,3 82 6,7 0,10 0,70

cuenca sur CK2 N 2,6 2,6 11,3 81,7 2,2 2,2 0,05 0,60

cuenca sur VP3C 0 0,7 4,9 93 1,3 3,8 0,10 0,98

cuenca sur VP3D 0,4 0,8 6,7 90,9 3 3,6 0,09 0,60

maipo La Palma 5,1 1,3 6,9 84,4 3,5 0 3,5 0,11 0,20

maipo Lonquén 1,6 1,6 0,8 9,7 84,3 1,4 4,7 0,9 0,05 0,20

mapocho PLQ II 6,7 12,4 2,8 53,4 1,2 0 0 12,50

mapocho PLQ III 11,8 11,1 0,7 70,4 0 2,6 0,24 1,60

mapocho RML002 15,9 26,8 2,2 42,7 27,6 0,25 1,40

mapocho QN/I 10,3 17,9 1,3 12,7 56,4 0 2,8 0,15

rancagua Chamico 20 1,3 3,9 64,5 2,4 1,2 0,03 0,10

rancagua Chuchunco 2,9 0,15 0,3 31,9 58,8 9 3,2 0,03 0,40

215

Área Sitio Pipa Ext Cerrado Tembetas Gollete Cribado Asa Suspensión

costa norte Los Eucaliptus 0 1 0 1

costa norte Marbella 0 1 0 1

costa sur Las Brisas 3 1 1 0 0

costa sur Arevalo 0 1 1 0

cuenca sur VP5 B 1 1 0 0

cuenca sur VP5A 1 0 0 0

cuenca sur CK15A 0 1 0 0

cuenca sur CK15B 0 0 0 0

cuenca sur CK1-8 0 1 0 0

cuenca sur CK3B2 0 1 1 0

cuenca sur CK1-7 0 1 1 0

cuenca sur CK8 B 0 0 0 0

cuenca sur CK2 N 0 0 0 0

cuenca sur VP3C 0 0 0 0

cuenca sur VP3D 0 1 1 0

maipo La Palma 1 0 0 0

maipo Lonquén 0 0 1 0

mapocho PLQ II 0 0 1 0

mapocho PLQ III 0 1 0 0

mapocho RML002 0 0 1 0

mapocho QN/I 0 1 0 0

rancagua Chamico 0 1 1 0

rancagua Chuchunco 0 1 1 0 Tabla 3.1.k Bato variables presencia/ausencia

216

Figura 3.1.kBato: análisis de componentes principales de todos los sitios

217

3.1.3 Discusión

El cúmulo de información expuesta permite poner en discusión las

similitudes y diferencias entre Bato y Llolleo a partir de las

particularidades que se observan para cada uno de ellos, y la forma

en que los distintos elementos (asentamientos, disposiciones

espaciales y cultura material) se relacionan entre sí, en la medida en

que éstos son producto de la organización social, política y

económica de estas unidades, así como de la formalización de las

relaciones en los distintos niveles de integración.

En una perspectiva a escala general, tenemos la certeza de que Bato

y Llolleo representan sociedades que tienen una organización

sociopolítica semejante, enmarcada en las “sociedades no

jerárquicas” (ver capítulo 2.1). La expresión espacial del asentamiento,

en términos del tipo de unidades de asentamiento representadas, la

dispersión y distanciamiento de los lugares habitacionales y la

naturaleza de la diferencia que evidencia la cultura material,

enmarcada siempre en el ámbito de objetos de uso doméstico y

cotidiano, son aspectos que son compartidos por estas dos unidades.

De la misma manera, los análisis del comportamiento de la cultura

218

material (o de ciertos aspectos de ella) permiten en ambos casos

observar agrupaciones de sitios con un claro componente espacial,

donde la distancia física es co término de la distancia social.

En la perspectiva a escala micro (microrregión de Angostura), sin

embargo, afloran ciertas diferencias entre Bato y Llolleo, que aunque

en algunos aspectos sutiles, creemos son altamente significativos,

especialmente cuando se consideran en conjunto con otras líneas de

evidencia (ver capítulo 3.2).

En Llolleo la unidad residencial preferentemente se estructura a partir

de más de una unidad de vivienda, algunos de los cuales configuran

verdaderos caseríos, especialmente en la sección más tardía de la

secuencia. Los asentamientos, ubicados en terrazas fluviales o bien

asociados a un ambiente lagunar, manifiestan un cambio a través del

tiempo, desde menos cantidad de asentamientos, de menores

tamaños y más distanciados entre sí, a un mayor número de

asentamientos, más grandes y menos distanciados entre sí. Los

asentamientos se ordenan espacialmente en dos localidades

diferenciadas, lo que tiene un correlato en el ordenamiento de la

cultura material.

219

En el caso Bato, la unidad residencial también preferentemente es el

conjunto residencial, o caserío, pero de dimensiones menores que en

el caso Llolleo. Los asentamientos se localizan preferentemente en

torno al área lagunar o bien cerca de sistemas de vertientes. La

trayectoria temporal de éstos va de asentamientos de mayor tamaño

y más dispersos a una donde éstos son de menor tamaño y se ubican

más cerca unos de otros. Los asentamientos se concentran

claramente en una de las localidades, y a pesar que se configuran

dos localidades en términos de la distribución espacial de las

ocupaciones, ésta no tiene un claro correlato material, lo que sugiere

que la escala espacial a la que se está configurando un nivel

significativo de integración social supera la localidad geográfica.

La diferencia en la escala espacial en la que se están configurando

los niveles de integración social, ya sea efectivamente grupos locales

o no, son extremadamente diferentes. Si para Llolleo manejamos la

idea de dos localidades sociogeográficas, éstas no superarían los 100

km² cada una, mientras que para el caso Bato, éstas podrían superar

con creces los 200 km². Como mencionáramos más arriba, estos

tamaños no se condicen con los datos que manejamos para los casos

etnográficos/etnohistóricos cercanos a nuestra área de estudio

220

revisados (ver capítulo 2.1). Para el caso reche no tenemos

información acerca de la dimensión real de los grupos locales

(quiñelob), pero si cada caserío está separado uno de otro por cerca

de 10 km, y varios de éstos configuran un quiñelob, entonces la

dimensión espacial de ésta es mucho mayor. Para el caso de la

cuenca de Rancagua de principios del siglo XVII los datos

recuperados por Planella (1988) indican que cada unidad

socioterritorial (que tiene su expresión material en un rancherío) estaría

relacionada con un territorio de 100-120 km². Sin embargo estas

unidades socioterritoriales no corresponderían a grupos locales

propiamente tal, sino se propone que “…las parcialidades del valle de

Rancagua al tiempo de la Conquista, debieron estar insertas en un

sistema social y territorial mayor,…” (Planella 1988:117). Es decir, el

grupo local se articula a una dimensión espacial mucho mayor que la

que estamos viendo para el caso Llolleo. Por otro lado, en la

Amazonía (ver Tabla 2.1.a), existe mucha variabilidad en la escala

espacial en la que se conforma el grupo local, y hay casos más

equivalentes al nuestro (p.ej. caso Makuna), que si bien no podemos

usar como analogías directas, muestran que incluso en un mismo

221

ambiente ecológico la escala espacial de las configuraciones

sociopolíticas es diversa.

La mayor definición de las agrupaciones en términos materiales y

espaciales, así como su menor escala geográfica sugiere, para el

caso Llolleo, un mayor grado de reiteración y formalización de las

relaciones entre las distintas unidades domésticas que componen

cada una de las localidades. En el momento más tardío, esta escala

de integración a nivel de la localidad está acompañada además por

una configuración de las unidades de asentamiento particular, donde

solo uno en cada una de ellas tiene las dimensiones de un verdadero

caserío (Figura 3.1.c). En un escenario donde la política de relaciones

y alianzas pasan por las habilidades personales, que permite el

surgimiento de liderazgos - en este caso probablemente de ciertos

jefes de hogar -, esta configuración espacial sugiere que ciertas

unidades familiares tienen la capacidad para congregar y/o

mantener juntos a un número mayor de familias, posibilitando así la

conjunción no solo de una mayor fuerza de trabajo sino también de

descendencia que permite el establecimiento y la reproducción de

estas alianzas y en definitiva, del prestigio del grupo social. Esto, claro

está, en un contexto donde la posibilidad de desvinculación está

222

siempre latente y forma parte de una dinámica permanente

(expresada materialmente p.ej. en sitios que representan unidades de

vivienda aisladas, algunos menos densos).

Tomando en consideración lo expuesto acerca de las distancias

sociales, distancias físicas y la conformación de los grupos locales,

creemos que si bien la vida social de los grupos Bato se rige por estos

mismos principios, en la medida que existen niveles de integración

social más allá del grupo residencial y que éstas tienen un

componente de distancia espacial, los patrones de distribución de la

cultura material sugieren que el establecimiento de reglas de alianzas

y filiación no están tan definidas y formalizadas y/o que éstas se

materializan en un escala espacial mucho más amplia que las

localidades aquí identificadas. Así, las relaciones que permiten la

circulación de personas, saberes, formas de hacer e incluso de

objetos son más variables, flexibles y situacionales, y difícilmente

podremos reconocer en la cultura material conjuntos discretos y

excluyentes en áreas geográficas acotadas (localidad). Ciertamente

el factor movilidad debe estar jugando un papel en esta

configuración, asociada a una forma de vida cuya base de

223

subsistencia, si bien incorpora las prácticas hortícolas, no

necesariamente conlleva sedentarización.

224

3.2 EL ÁMBITO DE LA FUNEBRIA BATO Y LLOLLEO

En esta sección se considera toda la información disponible a la fecha

sobre enterratorios del período Alfarero Temprano en Chile central, lo

que incluye tanto los contextos recuperados en el marco de

proyectos de investigación, como aquellos recuperados bajo la figura

de rescate y del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, y

cuyos informes estaban disponibles en el Consejo de Monumentos

Nacionales (Anexo 1).

A partir de estos datos examinamos las diferencias y similitudes de los

patrones funerarios Bato y Llolleo, tempranamente puesto en

evidencia, y que ha servido hasta hoy como un elemento diagnóstico

para diferenciarlos. Acá queremos ir más allá de constatar las

diferencias formales en la medida que las prácticas están en relación

con el resto de los elementos sociales de los grupos Bato y Llolleo. Se

trata, entonces, de entender la dimensión sociopolítica de estas

prácticas.

Por las condiciones medioambientales (clima mediterráneo) y

geomorfológicas (suelos con alto contenidos de arcillas), las

condiciones de conservación no son las óptimas. No se preservan

225

elementos orgánicos, por lo que no tenemos ninguna información

acerca de vestimentas u objetos elaborados a partir de animales o

vegetales. Trabajamos por lo tanto principalmente con los elementos

cerámicos, líticos, óseos y malacológicos conservados. Por otra parte,

frecuentemente los restos óseos de los individuos tampoco presentan

una buena conservación, por lo que no pudieron registrarse

importantes rasgos, como la deformación craneana que ha sido

sugerida para algunos individuos (Falabella y Planella 1980; Andrade

2007a y b), cuyo comportamiento espacial y contextual hubiera sido

interesante evaluar.

3.2.1 Perspectivas para el estudio de la funebria en arqueología

El estudio de la funebria ha sido, y sigue siendo, una de las temáticas

más tratadas en la arqueología, principalmente porque

Death is an easy category for archaeology, a conjunction of

actual individuals and specific cultural practices, conveniently

buried or entombed, thereby increasing the probability of

preservation and recovery. (Charles 2005:16).

De hecho, la arqueología de al menos fines del s. XIX y de la primera

mitad del s. XX puede ser descrita como una arqueología

226

principalmente orientada a rescatar contextos mortuorios,

especialmente los objetos depositados como ofrenda. Chile en

general y Chile central en particular no escapa a esta tendencia (ver

capítulo 1.2).

En la segunda mitad del s. XX, el desarrollo del análisis arqueológico

de los contextos fúnebres se ha enfocado con los paradigmas teóricos

de lo que se denomina “nueva arqueología” o “arqueología

procesal” y, un poco más recientemente, de la arqueología

posprocesal (Chapman y Randsborg 1981; Carr 1995; Parker Pearson

2000; Rakita y Buikstra 2005).

El enfoque procesal del análisis de la funebria, desarrollado

principalmente en la década de 1970-1980, centró sus esfuerzos en la

búsqueda de constantes que permitieran relacionar la funebria con

otros aspectos de la sociedad, principalmente con la organización

social. Haciendo uso de las Human Relations Area Files se realizaron

varios análisis comparativos de naturaleza transcultural, cruzando

variables que permitieran generar expectativas válidas y

generalizables (p.ej. Binford 1971; Tainter 1978; Carr 1995). Central a

este enfoque es la noción de persona social, definida por todas las

227

identidades sociales mantenidas en vida y reconocidas como

apropiadas para ser consideradas en la muerte, es decir edad,

género, rango relativo y distinción de la posición social ocupada por

el fallecido en la unidad social y afiliación a grupos de pertenencia, a

lo que se suma las circunstancias de la muerte en la medida que

pueden cambiar las obligaciones de los vivos al reconocimiento de

esta persona social. El otro eje de comparación está compuesto por el

nivel de complejidad de la organización social de las sociedades en

cuestión, aspecto encarado a partir de las estrategias de subsistencia

de las mismas (cazadores recolectores, cazadores recolectores

complejos, horticultores, agricultores, pastores), asumiendo una

relación general entre estos dos ámbitos.

Del trabajo de Binford (1971) quedó establecido que las prácticas

funerarias se relacionan con las prácticas de subsistencias y por ende

también a la complejidad sociopolítica, es decir,

…the form and structure which caracterize the mortuary

practices of any society are conditioned by the form and

complexity of the organizational characteristics of the society

itself (Binford 1971:235).

228

Tainter (1978) por su parte, lleva esta premisa a un nivel de mayor

abstracción, afirmando que esta relación puede ser expresada en

términos de gasto de energía, reflejada en aspectos como tamaño

de la tumba, elaboración del interior, métodos de manejo y

disposición del cuerpo y naturaleza de las asociaciones. De esta

manera,

…higher social rank of a deceased individual will correspond to

greater amounts of corporate involvement and activity

disruption, and this should result in the expenditure of greater

amounts of energy in the interment ritual. (Tainter 1978:125).

Saxe (1970, en Parker Pearson 2000), trabajó varias hipótesis pero sin

duda la que más destaca es la “N°8”, que sugiere una relación entre

la existencia de áreas exclusivas para entierro (cementerios) y los

grupos de linaje corporados que legitiman su acceso a recursos

cruciales a partir de reclamos ancestrales y de descendencia. Esta

propuesta fue reevaluada por Goldstein (1981), a través de un número

notablemente mayor de casos etnográficos, lo que le permitió matizar

esta afirmación en el sentido que cuando estos espacios existen, lo

229

más probable es que la sociedad esté organizada en grupos de

descendencia, pero no necesariamente viceversa.

En esta misma línea de análisis se enmarca el trabajo de Carr (1995),

ya en pleno desarrollo del contexto disciplinar posprocesal, quien

incorpora variables como las “filosófico-religiosas” - que no habían

sido consideradas relevantes con anterioridad, con excepción del

trabajo de Hertz de principio del siglo XX (1907, citado en Carr 1995) -

examinando de manera “multivariada” una gran cantidad de

prácticas en un importante número de sociedades, de manera de

explorar la naturaleza multicausal de las prácticas mortuorias. El

trabajo de Hertz sugirió que las creencias filosófico-religiosas pueden

determinar las prácticas mortuorias directa e independientemente de

la organización social, algo que a partir del trabajo comparativo

transcultural de Carr (1995) se ve ampliamente confirmado. Entre los

patrones reconocidos se destaca que los factores filosófico religiosos

determinan la variación de las prácticas mortuorias al interior de las

sociedades tan frecuentemente como los factores relacionados con

la organización social de las mismas, en la medida que éstas se

relacionan principalmente con la intenciones personales, estrategias

sociales, actitudes, creencias y visiones de mundo, estando por lo

230

demás los factores relacionados con la organización social muchas

veces expresados a través de las creencias. También, se señala que

de los factores filosóficos considerados, las creencias sobre los órdenes

universales son los que determinan con mayor frecuencia los patrones

observados.

Aunque este trabajo es heredero de la perspectiva procesal, sus

resultados están en sintonía con los planteamientos posprocesuales,

que destacan que las prácticas mortuorias no pueden ser entendidas

como un espejo de la sociedad, sino que deben ser comprendidas,

en cambio, como un espacio para la agencia, la manipulación

ideológica y la activa construcción social de la realidad (Shanks y

Tilley 1982).

Desde esta perspectiva es importante considerar que las prácticas

mortuorias son parte de una actividad ritual, entendida como

patrones de comportamiento repetitivos, en los que se expresan los

valores sociales fundamentales de una sociedad (Parker Pearson

1982) y que las instancias rituales son especialmente efectivas en la

sociedades no estatales, donde constituyen un escenario privilegiado

para el despliegue ideológico en la medida que están constituidas

231

por acciones sociales repetitivas que involucran la recreación infinita

de los mismos elementos (Shanks y Tilley 1982). En palabras de

Descola,

Los ritos constituyen, pues, indicios preciosos de la manera en

que una colectividad concibe y organiza su relación con el

mundo y con los otros, no solo porque revelan en forma

condensada esquemas de interacción y principios de

estructuración de la praxis más difusos en la vida corriente, sino

también porque brindan el incentivo de una garantía de que las

interpretaciones que el analista plantee a su respecto han de

tropezar, asimismo, con la experiencia vivida de quienes

encuentran en ellos un marco propicio para la interiorización de

los modelos de acción. Descola (2012:172 [2005])

De esta manera, igualmente importante es el contexto histórico social

particular en las que se inscriben estas actividades rituales. Los actos

sociales se realizan en un marco de significados, que es relativo e

históricamente construido: “Individuals can only act socially within

ideologies which are historically contingent.” (Hodder 1984:66).

232

Aunque el ritual mortuorio y sus particulares heterogeneidades y

homogeneidades no es un reflejo de la sociedad, indudablemente

guarda relación con la sociedad que los origina, en la medida que es

el contexto que les otorga sentido (Parker Pearson 2000). El estudio de

las prácticas mortuorias, entonces, debe dar significado a patrones

observados en el marco de un contexto sociohistórico mayor:

…the treatment of the dead must be evaluated within the wider

social context as represented by all forms of material remains. In

this way the archaeologist can investigate the social placing (or

categorization) of the death as constituted through the material

evidence of the archaeological record by developing general

principles which relate material culture and human society.

(Parker Pearson 1982:112)

En esta perspectiva, el acento no está puesto tanto en la persona

fallecida como en el grupo social que éste ha dejado. En la medida

que los muertos no se entierran a sí mismos, el patrón mortuorio se

relaciona tanto con la persona fallecida como con los deudos (Parker

Pearson 2000). Lo importante no es tanto develar el rol/status de la

persona fallecida cuando era parte de la sociedad, sino darle

233

significado a los patrones observados, producto de las acciones que

el grupo de deudos lleva a cabo, en el marco de una representación

ideológica cultural e históricamente enmarcada:

Some have argued that mortuary analysis can be problematic

because burial practices sometimes mask organizational

structures and aspects of practices actually operating in a

society. Yet the grave goods displayed and then deposited with

an individual clearly must reflect someone´s version of reality:

there must be an underlying ideological, ritual, sociological or

political, if not operative, reason why the dead and/or those

who have buried them would choose to mark a person in death

in a particular way. When such marking is patterned, it must

have some meaning,… (Costin 1996:119, énfasis nuestro)

Este cambio de atención hacia el grupo social que queda, y que en

última instancia es responsable de llevar a cabo el ritual mortuorio,

permite focalizar no solo en el patrón mortuorio propiamente tal, sino

considerar también la dimensión político social del funeral (Hayden

2009). Sin estar necesariamente de acuerdo en todo con los

planteamientos de este autor, esta perspectiva pone de relieve la

234

relevancia del funeral como evento social, en la medida que

congrega potencialmente a un número de personas que supera la

unidad doméstica a las que perteneció la persona fallecida, y

político, en la medida que es un escenario donde se exhiben,

declaran y manejan relaciones sociales, alianzas, tan fundamentales

en la vida sociopolítica de las sociedades no jerárquicas que aquí nos

interesan.

3.2.2 El estudio de la funebria de los grupos Bato y Llolleo

Los grupos Bato y Llolleo presentan diferencias en las prácticas de

funebria. Los grupos Llolleo generan áreas de enterratorios asociados

a sus espacios de vivienda donde los adultos fueron enterrados

flectados directamente en la tierra y los infantes preferentemente en

urnas, grandes vasijas cerámicas que han sido “reutilizadas” para esta

función. Los individuos fueron enterrados con ofrendas cerámicas,

collares de múltiples cuentas líticas y morteros, entre otros (Falabella y

Planella 1980, 1991; Falabella 2000[1994]). Existen ciertas

especificidades areales, como las asociaciones con grandes bolones

de piedra en el sitio El Mercurio o los recubrimientos de arcilla en sitios

de la costa (Rayonhil).

235

Los grupos Bato, por su parte, se caracterizan por la utilización de

espacios directamente asociados a los sectores de vivienda,

generalmente en las áreas de basurales. Los cuerpos son depositados

directamente en la tierra en posición flectada, algunas veces en

posición ventral. La ofrenda es escasa y se limita a moluscos, huesos

de camélidos, algunos fragmentos cerámicos o pipas. Los tembetá,

de piedra o cerámica, se presentan muchas veces como ajuar in situ

(Planella y Falabella 1987; Rivas y Ocampo 1995; Sanhueza et al. 2003).

Para comparar los patrones mortuorios de ambas unidades se elaboró

una base de datos que incluyó todos los enterratorios de Chile central

reportados en publicaciones o en informes del Sistema de Evaluación

de Impacto Ambiental, que contaban con una adscripción cultural

fiable, con información básica de antropología física (determinación

de sexo y edad) e información contextual a nivel de enterratorio

(posición del individuo, ofrenda y ajuar; Anexo 1). En el caso Llolleo

logramos compilar una muestra de 101 enterratorios, pertenecientes a

20 sitios distintos. La muestra más grande, con 35 enterratorios, es la del

sitio El Mercurio ubicado en la cuenca del Maipo-Mapocho. En el

caso Bato la muestra la componen 143 enterratorios, pertenecientes a

25 sitios diferentes. La muestra más grande proviene de los sitios El

236

Membrillar 2 (28 entierros) y San Pedro 2 (55 entierros) ubicados en la

cuenca del Aconcagua.

A partir de esta información se realizó una clasificación de los entierros

según el tipo de ofrenda y ajuar que presentaban. Estas se componen

de una variedad de ítems materiales, referidos tanto a objetos

manufacturados como a restos vegetales y faunísticos (Tabla 3.2.a).

La asociación de estos elementos, permitió definir 26 categorías de

ofrenda/ajuar diferentes para Llolleo (Tabla 3.2.b) y 41 para Bato

(Tabla 3.2.c). Solo cuatro son compartidas por ambos grupos: los que

no tienen ofrendas, las que solo tienen morteros, las que solo tienen

conchas y las que solo tienen collar o cuentas.

En Bato, en general, los materiales asociados a los cuerpos presentan

una situación ambigua de origen, ya que elementos como las

conchas, los fragmentos cerámicos y algunos líticos, pueden haber

formado parte del relleno de la fosa de entierro, y no constituir una

ofrenda propiamente tal. Los entierros se dispusieron en los basurales

de los sitios habitacionales, generalmente a poca profundidad, lo que

ha limitado la posibilidad de distinguir entre ofrenda y relleno.

237

Consideraremos este material en ambos escenarios, como formando

parte de la ofrenda y no formando parte de ella.

La información de antropología física permitió una división gruesa de

la muestra en categorías de edad, haciendo comparable la

información disponible (Tabla 3.2.d).

ITEM LLOLLEO BATO

Vasijas cerámicas Vasija cerámica fragmentada

Fragmentos cerámicos Mortero Mano Líticos Conchas Pipas Instrumentos óseos (Restos óseos) animales Vegetales Collar Orejera Tembetá

Tabla 3.2.a Ofrendas presentes en enterratorios Bato y Llolleo

238

Código Descripción 0 sin ofrendas A. Sin vasijas a1 Mortero a2 Mano a3 Collar a4 Conchas a5 mano de moler + conchas a6 conchas + orejera (+ fragmentos cerámicos) a7 tembetá con agujero para suspender (pendiente) B. Con vasijas b1 Vasijas b1b vasija + vasija fragmentada b1c vasija fragmentada b2 vasija + vasija fragmentada+ morteros + piedra horadada + lamina

de Cu b3a vasija + mortero + collar b3b vasija + mortero + collar + vasija fragmentada b4 vasija + mortero b5 vasija + mano + instrumentos óseo + percutor (+ restos

malacológicos) b6 vasija + pipa + punzón óseo b7a vasija + collar b7b vasija + collar + vasija fragmentada b8 collar + punta de proyectil + vasija fragmentada b9 vasija + vasija fragmentada + tortera + retocadores óseos + pata y

diáfisis de camélido b10 vasija + punta + piedras bezoares b11 vasija + piedra horadada + orejera + capa de conchas b12 vasija + canto rodado b13 vasija + lasca (+ restos malacológicos) b14 vasija + concha b15 vasija + punta b16 vasija + mano de moler b17 vasija + piedra horadada b18 vasija + collar + diáfisis hueso largo de camélido con pigmento rojo Tabla 3.2.b. Categorías de ofrendas Llolleo

239

Código Código alt. Descripción 0 Sin ofrendas C. Con tembetá c1 Tembetá c2 c1 tembetá (+ fragmentos cerámicos + restos malacológico) c3 c1 tembetá (+ fragmentos cerámicos + líticos) c4 c1 tembetá (+ fragmentos cerámicos ) c5 tembetá + conchas c6 tembetá + orejera + pipa + camélido c7 tembetá + pipa c8 = tembetá + manos de moler (+ fragmentos cerámicos + restos

malacológicos + lascas) c9 tembetá + falange de guanaco (+ fragmentos cerámicos + restos

malacológicos) D. Sin tembetá d1 Mortero d2 morteros + conchas d3 orejeras + conchas d4 collar / cuenta / pendiente d5 Concha d6 d4 colgante de piedra (+ malacológico) d7 d4 colgante malaquita (+ fragmentos cerámicos) d8 camélido + pulidor d9 orejera + disco malaquita d10 0 (líticos) d11 d5 concha (+ líticos) d12 punzón óseo + fragmentos de tarso + conchas y jaibas d13 preforma punta de proyectil (+malacológico) d14 d4 collar o cuenta (+ lítico) d15 óseo animal (camélido, roedor, etc.) d16 0 (fragmentos cerámicos) d17 mano de moler + collar/cuenta (+ fragmentos cerámicos) d18 0 (fragmentos cerámicos + lítico) d19 pipa (tubo) (+ fragmentos cerámicos + lítico) d20 d5 concha (+ fragmentos cerámicos) d21 0 (malacológico + fragmentos cerámicos) d22 d5 concha (+ fragmentos cerámicos + lítico) d23 d15 restos de camélido (+ fragmentos cerámicos + malacológico + lascas) d24 concha + pesa? (+ fragmentos cerámicos) d25 d5 concha (+ fragmentos cerámicos + lítico + peces) d26 d4 collar/cuenta (+ fragmentos cerámicos + malacológico+ lítico) d27 vasija fragmentada + mano de moler + concha + lítico (raedera) +

guanaco (+ fragmentos cerámicos) d28 collar/cuenta + concha (+ fragmentos cerámicos) d29 mortero + mano (+ fragmentos cerámicos) d30 0 (malacológico) d31 0 (malacológico + lítico) Tabla 3.2.c Categorías de ofrenda Bato

240

Categoría Rango etáreo

Infante Infante 0-10

Juvenil 11-17

Adulto Adulto joven 17-24

Adulto +25

Adulto maduro

+35

Tabla 3.2.d Categorías de edad utilizadas

241

3.2.3 Funebria Llolleo

En los 101 enterratorios Llolleo registrados hay individuos femeninos,

masculinos y un número importante de infantes cuyo sexo no se pudo

determinar, los que constituyen casi la mitad de la muestra. Entre los

adultos existe un predominio de individuos femeninos por sobre los

masculinos, y un número importante cuyo sexo no pudo ser

determinado (Tabla 3.2.e).

Categoria Edad/Sexo

Femenino Masculino Indeterminado No observable

Total

Infante 47 47 Juvenil 2 2 Adulto joven 10 3 13 Adulto 15 8 9 32 Adulto maduro 2 6 8 Total 27 14 11 49 101 % 26.7 13.8 10.9 48.5 Tabla 2.3.e Llolleo: distribución de individuos por sexo y edad

Existen 26 categorías de ofrenda/ajuar (Tabla 3.2.b), las que presentan

frecuencias muy dispares entre sí, aunque ciertas categorías son más

recurrentes que otras (0= sin ofrenda, b1= solo vasijas y b7a = vasijas y

collar) (Tabla 3.2.f). De hecho, la inclusión de vasijas cerámicas en los

enterratorios, ya sea solas o acompañadas de otros elementos (todas

las categorías de ofrenda/ajuar con sigla b en la Tabla 3.2.f) es la

práctica más frecuente (n=69, 68.3%).

242

Categoría adulto fem.

adulto masc.

adulto indet.

infante Total

0 6 1 2 10 19 a1 1 1 2 a2 1 1 2 a3 4 4 a4 2 2 a5 1 1 a6 1 1 a7 1 1 b1 6 6 4 13 29 b1b 2 1 3 b1c 1 1 b2 1 1 b3 4 1 5 b3b 1 1 b4 1 1 b5 1 1 b6 1 1 b7a 4 1 8 13 b7b 1 1 b8 1 1 b9 1 1 b10 1 1 b11 1 1 b12 1 1 b13 1 1 b14 1 1 2 b15 1 1 b16 1 1 b17 1 1 b18 1 1 Total 27 14 11 49 101 Tabla 3.2.f Llolleo: frecuencia de categorías de ofrenda por sexo/edad

243

En relación a los entierros que no presentan ofrendas ni ajuar (Cat. 0),

si bien no es un número muy alto (n=19, 18.8%), es una situación más

recurrente entre los infantes (n=10/49, 20.4%) y las mujeres (n=6/27,

22.2%), que entre los hombres (n=1/14, 7.1%) (Tabla 3.2.f).

Para los casos en que los entierros sí presentan ajuar/ofrenda, el

análisis de las asociaciones con las variables sexo/edad generan

ciertas recurrencias, específicamente entre los individuos femeninos y

los infantes. Es así como algunas categorías de ofrenda se relacionan

exclusivamente a individuos masculinos (Cat. a6, b8, b9, b10, b18; 5

enterratorios), otras exclusivamente a individuos femeninos (Cat. b4,

b6, b11; 3 enterratorios), otras exclusivamente a infantes/juveniles

(Cat. a3, a4, a5, a7, b2, b5, b13, b15; 12 enterratorios), mientras que

otras se asocian indistintamente a individuos femeninos e infantes

(Cat. b3, b14; 8 enterratorios). De hecho, una de las categorías más

frecuentes (Cat.b7, 14 enterratorios), solo en dos casos se asocia a

individuos masculinos (Tabla 3.2.f).

La categoría “solo vasijas” (33 casos, Cat. b1, b1b y b1c) es la que

tiene mayor representatividad, y se presenta tanto en entierros de

individuos femeninos como masculinos e infantes. En todos ellos el jarro

244

es la categoría de vasija más frecuente, lo que es especialmente

evidente en el caso de los infantes y los individuos masculinos. Sin

embargo, cuando examinamos qué otro tipo de vasijas son las que se

están depositando en los enterratorios se observa una relación entre

los individuos femeninos y los infantes, que comparten en varios casos

la composición de la ofrenda cerámica y son además los únicos

depositarios de las ollas (Tabla 3.2.g).

Tipo de vasija infante femenino masculino Jarro 17 8 6 Olla 1 2 Jarro asimétrico 2 1 Jarro asimétrico + olla 1 Jarro asimétrico + jarro 3 2 Jarro asimétrico + olla inciso reticulada 1 Jarro + olla 1 1 Olla inciso reticulada 1 2 2 Jarro + jarro asimétrico + olla inciso reticulada

2 1

Jarro + olla inciso reticulada 1 Jarro + tazón 1 Tazón 1 Jarro con asa mango 1 Olla + miniatura 1 Jarro miniatura 1 Tabla 3.2.g Llolleo: distribución de tipos de vasijas por entierro según categoría de edad y sexo

Por otra parte, las categorías de ofrenda que tienen elementos

asociados a la manipulación y/o procesamiento de alimentos –

morteros, manos de moler, piedras horadadas (Cat. a1, a2, a5, b2, b3,

245

b4, b5, b11, b16, b17) - se asocian a infantes/juveniles e individuos

femeninos (y también a algunos adultos de sexo indeterminado).

También, los collares se asocian principal, aunque no exclusivamente,

con infantes/individuos femeninos: de los 25 enterratorios que los

presentan, 14 son de infantes, 8 de individuos femeninos y solo 3 de

individuos masculinos (Cat. a3, b3, b7, b18).

Por último, y aunque no parece ser una práctica habitual, los únicos

dos enterratorios dobles que existe en la muestra, es el de una mujer

con un niño en el sitio LEP-C y dos infantes en una misma urna en Los

Puquios, ambos en la costa.

El tratamiento singular dado a los infantes también puede observarse

en otros aspectos. Son los únicos que se encuentran depositados en

urnas (16 de 48 infantes), grandes vasijas con huellas que indican uso

previo y cuyo cuello algunas veces ha sido removido para permitir el

adecuado acomodo del cuerpo en su interior. Si bien un tercio de los

infantes no cuenta con asignación de edad, esta práctica parece

estar reservada principalmente a los niños menores de 5 años. Solo se

ha registrado un caso de adulto depositado en urna, que

corresponde a un individuo femenino (Tejas Verdes 4). Por otra parte,

246

los infantes son los que presentan la mayor variabilidad de categorías

de ofrenda y son los que proporcionalmente menos presentan como

ofrenda vasijas cerámicas (39.8% de ellos no las presentan).

Los individuos masculinos presentan también ciertas particularidades:

la mayor parte de ellos están asociados a ofrendas, las que

comúnmente incluyen vasijas cerámicas, particularmente jarros.

También, aunque no es una categoría de ofrenda muy común en

Llolleo, son ellos los que presentan puntas de proyectil (también en un

infante) y restos óseos de camélidos.

Síntesis

A modo de síntesis queremos recalcar dos aspectos en relación al

patrón de funebria Llolleo. Por una parte, la importancia de las vasijas

cerámicas en la composición de la ofrenda, y particularmente los

jarros, categoría de vasija asociada a la manipulación y consumo de

líquidos. La inclusión de este tipo de vasijas es común a infantes,

hombres y mujeres y como tal constituye un elemento que remite a la

sociedad en su totalidad.

Por otra parte, la semejanza en el tratamiento que reciben los

individuos femeninos y los infantes, que está cruzada por elementos

247

ligados a los ámbitos de la subsistencia y específicamente a los de la

producción y procesamiento de vegetales. En efecto, en los entierros

de infantes y mujeres se encuentran piedras horadadas, morteros,

manos de moler y productos vegetales domesticados (maíz, quinoa,

lagenarias) y silvestres (rubus sp., maqui, chamico, cochayuyo), los

que se encuentran recurrentemente en los análisis arqueobotánicos11

realizados a los contenidos de las vasijas (Planella y McRostie 2005;

Planella et al. 2010). También, los únicos dos jarros claramente

fitomorfos – representaciones de cucurbitas - se encuentran en

enterratorios de infantes (sitio LEP-C).

De acuerdo a esto, la inclusión de vasijas cerámicas en las ofrendas,

junto a la reutilización de vasijas que probablemente cumplieron la

función de almacenaje como contenedores de cuerpos de infantes

adquiere una nueva dimensión, ligada a la función que cumplían en

el contexto sistémico: procesamiento de los alimentos en el caso de

las ollas y contenedor de estos productos en el caso de las grandes

urnas. En esta misma línea de argumentación se podría sumar el

almacenamiento, tomando en consideración las urnas, grandes

11 No hemos podido considerar la distribución de los restos vegetales de manera sistemática porque solo existen análisis sistemáticos del contenido de las vasijas para unos pocos sitios.

248

vasijas cerámicas utilizadas muy probablemente para el almacenaje

de productos alimenticios o bebidas, constituyéndose en otro

elemento ligado al ámbito de la subsistencia.

Las mujeres, pero especialmente los infantes, fueron separados de lo

masculino. Las ofrendas de los hombres siguieron una lógica distinta,

más asociada a los jarros y aunque en escasos pero significativos

casos, a un conjunto de elementos distintos (puntas y restos óseos de

camélidos), que aunque también pueden remitir al ámbito de la

subsistencia, refieren a otro dominio.

En síntesis, en Llolleo los infantes y las mujeres fueron separados de lo

masculino, mediante ofrendas asociadas en torno a la producción de

alimentos. No decimos con esto que los individuos femeninos

cumplieron necesariamente estos roles (moler el grano, cocinar) en la

vida cotidiana de esta comunidades, sino que más bien que en la

representación que realizan estos grupos en el rito fúnebre,

producción, procesamiento y almacenamiento son aspectos

asociados a los infantes y a las mujeres.

249

3.2.4 La funebria en contexto: mujeres, niños y la comunidad. El caso Llolleo

En Llolleo, la distribución diferencial de las distintas categorías de

ofrenda en los enterratorios indica que individuos masculinos,

femeninos e infantes tienen un tratamiento diferencial. Sugerimos que

esto se relaciona con una activa representación ideológica, así como

un escenario donde se pone en juego la política de la comunidad.

En particular, proponemos dos ejes de representación paralelos pero

complementarios, que enfatizan distintos aspectos ideológicos, pero

que en su conjunto son coherentes con un escenario donde la

dependencia de los productos cultivados fue cada vez mayor y la

vida cotidiana involucró la relación y dependencia de un mayor

número de personas (ver capítulos 2.1 y 3.1).

Mujeres y niños: reproducción y descendencia

La asociación femenino-infante/producción-alimentación-

almacenamiento podría sintetizarse en el concepto de reproducción.

Proponemos que en la funebria se generó una analogía entre dos

aspectos de la reproducción: biológica humana por un lado y social

y agrícola por otra parte (cfr. Williams 2003). La sistemática inclusión en

250

el ritual mortuorio de mujeres y niños de elementos relacionados con

la subsistencia hortícola: plantas y semillas, manos y morteros, ollas y

vasijas de almacenamiento, permiten proponer que se relacionó a las

mujeres, como reproductoras, y su descendencia, los niños, con la

reproducción agrícola. Esta relación se articula metafóricamente

mediante artefactos que permiten el procesamiento, preparación y

almacenamiento del alimento producto de esta labor, así como por

los mismos cultivos. En esta lógica, la reproducción agrícola a la vez

asegura y es asegurada por el ciclo de la vida representada por la

reproducción humana.

La reutilización de grandes continentes cerámicos, usados

previamente para almacenar (ya sea alimentos crudos o

procesados), como recipientes para depositar los cuerpos de los

niños, evidencia que estos dos ámbitos se están poniendo en relación

y, en definitiva, una verdadera metáfora de la reproducción (Williams

2003), que solo es posible cuando consideramos a los recipientes

cerámicos como envases, que operan recibiendo, conteniendo y

conservando (Alvarado 1997). En este sentido podríamos plantear que

dentro de estas grandes urnas se está también “almacenando” el

cuerpo de un niño, conteniéndolo, conservándolo.

251

Así, mujeres y niños fueron relacionados por medio de la “metáfora

agrícola”, integrando aspectos de la reproducción del ciclo vital (de

las plantas, individual y social), quizá incluso homologándolas. La idea

de la vida como un ciclo que se reproduce a sí mismo ciertamente

apela a la idea de trascendencia, en este caso no solamente a nivel

biológico (las plantas se reproducen a partir de sus propias semillas),

sino a través de la metáfora, a nivel social. Podemos ver en esta

configuración no solo la incorporación de elementos de la

subsistencia en los entierros, sino cómo éstos han sido incorporados a

la representación de su realidad social. Asociado a esta forma de

subsistencia basada en los productos cultivados, podríamos plantear,

entonces, el surgimiento de una forma particular de entender el

mundo, una nueva “ideología” en los grupos Llolleo, diferente a la del

momento anterior (Arcaico) y ciertamente también diferente a la

Bato (ver más adelante).

La oposición cultura-naturaleza, una concepción propia del mundo

occidental, no puede ser considerada como válida universalmente.

Para el mundo americano (amerindio) existió una ontología

completamente diferente, el animismo, basada en una concepción

de semejanza/continuidad de las interioridades y diferencia de las

252

fisicalidades de los seres humanos y no-humanos que habitan el

mundo (Descola 1996, 2003, 2012[2005]; Viveiros de Castro 1998). En

este esquema, la diferencia entre naturaleza y sociedad no tiene

sentido, y las relaciones entre seres humanos y no humanos tienen un

carácter eminentemente social (Bird David 1990, 1992; Århem 1993,

1996; Descola 1998; Viveiros de Castro 1998; Ingold 2000). Dicho de

otra manera, todos los humanos y no humanos son organismos y

personas (ontológicamente equivalentes), siendo el ser humano una

de las tantas alternativas posibles dentro del ser persona (Ingold 2000).

Si bien el animismo adopta particularidades en distintos grupos, de

acuerdo a sus propias condiciones de existencia, e incluye más

comúnmente a los animales (aunque no a todos), las plantas también

muchas veces forman parte de esta concepción, con las cuales se

establecen relaciones sociales en términos análogos que con otros

humanos.

Entre los Achuar, por ejemplo, las mujeres establecen con las plantas

del huerto una relación maternal. Las plantas son tratadas por las

mujeres como hijos, estableciendo una relación de consanguineidad

253

con ellas (Descola 1996). Este tipo de relación con las plantas puede

ser observado también entre los Ticuna:

Para los Ticuna, la planta, el animal, y el humano son percibidos

con las mismas características, lo que para ellos no tiene nada

de extraño, ya que los dos primeros no son sino humanos

desposeídos de su apariencia (física). Podemos establecer que

para los Ticuna existe una analogía formal entre planta y

humano, situación que se encuentra en otros grupos

amazónicos como los Yagua (Chaumeil 1989) o los Desana

(Reichel-Dormatoff 1972), por ejemplo, para referirse a la tierras

bajas de la amazonia. (Goulard 2009:184).

En este grupo el ser humano proporciona los elementos estructurales

para definir metafóricamente a los vegetales, mientras que el

desarrollo biológico de la planta ofrece un modelo para entender el

crecimiento humano. Se realiza así una analogía de la fecundación

con el acto de plantar, dando la mujer a luz un fruto-semilla:

Dentro de la metáfora vegetal es ahora posible resumir la

producción de los seres humanos; encerrado en el ovario el

“grano-ovulo” o embrión se alimenta con el aporte regular del

254

“polen-esperma” proporcionado por el hombre en sus

relaciones sexuales. El embrión está protegido por la “flor-mujer”,

lo que favorece la germinación, la mujer la preserva de toda

tentativa de predación. (Goulard 2009: 184)

Esta metáfora se extiende en los Ticuna también a las etapas

posteriores del desarrollo de los infantes. Alrededor de un año después

del nacimiento se celebra el ritual que evoca la “madurez de

floración”, indicando la aptitud para el desarrollo del niño (aptitud

para florecer), en calidad de humano.

En lo material, podemos ver expresión de esto en los rituales funerarios

Ticuna. Si bien actualmente se envuelve los cuerpos en una hamaca,

los relatos orales evocan los entierros en urna, la que era enterrada en

el piso de la casa que luego era quemada, relatos que han sido

confirmados por la investigación arqueológica y anotaciones de

viajeros del siglo XIX (Goulard 2009). Este tipo de prácticas ha sido

también registrado entre los Yagua, entre los que hacia fines del siglo

XIX se habrían usado urnas funerarias, algo sugerido también por la

mitología, donde están asociadas a grandes tinajas cuyo interior era

comparado a una matriz (Chaumeil 1987).

255

Guardando las distancias espaciales y temporales entre los casos

etnográficos señalados y el caso que nos interesa, estos ejemplos

sirven para argumentar que la particular configuración de los entierros

Llolleo que remite a la idea de la reproducción, es coherente dentro

de una concepción animista del mundo, que hace posible este tipo

de analogías, constituyendo más que simples metáforas. Mujeres,

niños y plantas son dominios equivalentes, que permiten y hacen

coherente la correspondencia entre unos y otros.

Pero, más allá de la dimensión ontológica, cabe preguntarse qué

proceso social y cultural causa que hombres y mujeres aparezcan

como diferentes en este contexto particular (Yanagisako y Collier

1987). Pensamos que esta “representación ideológica” se relaciona

en cierto grado con los cambios que se producen al interior de las

sociedades ligados y dependientes cada vez más a la producción de

alimentos, donde elementos como la descendencia y muy

probablemente también el espacio (territorio) son componentes de

tensión esenciales (Meillassoux 1977; Bender 1989; Hernando 2002).

En esta línea interpretativa, el papel de las mujeres generalmente es

considerado clave en su dimensión de reproductoras, de la fuerza de

256

trabajo necesaria para la producción y también de las líneas de

descendencia (delimitación del grupo social). Otro factor clave

derivado del anterior es el control de las mujeres por parte de los

hombres. De hecho se maneja en términos generales la idea que el

proceso de evolución y desarrollo de la dependencia en la

producción agropecuaria va aparejado de una transformación de la

posición de las mujeres desde una situación de autonomía y alta

valoración a una de subordinación y confinamiento al ámbito

privado, en oposición al público (Peterson 2007).

Si bien estamos de acuerdo en términos generales con este

planteamiento, sin duda hay una serie de evidencias y situaciones

que permiten matizarlo y revelan la importancia de examinar las

situaciones particulares, en la medida que los sistemas de género

entre los grupos agrícolas tempranos pueden exhibir gran variabilidad

(Peterson 2007; Bolger 2010). Al respecto, hay un aspecto que nos

parece relevante considerar, y dice relación la importancia del papel

de las mujeres en estas sociedades no solo como reproductoras (de

fuerza de trabajo) sino como productoras propiamente tal (Boserup

1970 en Peterson 2007), una de las críticas de la antropología feminista

a los modelos de análisis de “inspiración marxista” (Yanagisako y

257

Collier 1987). La contribución de las mujeres a las labores agrícolas

propiamente tal debe considerase, entonces, como un factor en la

comprensión de los arreglos sociales internos. En esta misma línea, se

ha argumentado que si bien la división del trabajo por género es una

característica generalizada (sino universal), esto no implica

necesariamente una relación de valoración jerárquica de ellas

(Leacock 1978), y más aún, se ha criticado la idea de dar por sentado

que los roles femeninos y masculinos estuvieran claramente separados

en las sociedades prehistóricas, enfatizado la posibilidad de una

participación dual, complementación e interdigitación de la vida de

hombres y mujeres (Peterson 2007; Bolger 2010).

Ciertamente, esta posibilidad hace eco en las etnografías

amazónicas revisadas y en lo poco que podemos vislumbrar de la

sociedad reche a partir del testimonio dejado por Nuñez de Pineda

(2001). Sin dejar de reconocer la fuerte dominación masculina

evidente en estos grupos, tampoco podemos dejar de notar la fuerte

complementariedad que existe en el trabajo hortícola donde las

distintas etapas en la construcción y mantención de los huertos

involucran la participación de hombre y/o mujeres (ver capítulo 2.1,

Girard 1958; Goldman 1963; Århem 1981; Viveiros de Castro 1992;

258

Descola 1996; Nuñez de Pineda 2001; Goulard 2009). Y si bien el

mundo de los huertos es un mundo fundamentalmente femenino

Si las tareas que exigen afrontar el peligro y vencer las

incertidumbres son las que deben ser valorizadas, entonces la

horticultura – tal como la conciben los Achuar – es una

actividad que merece tanta consideración como las hazañas

cinegéticas de los grandes cazadores. Cada día en cuclillas

para realizar una desyerba oscura, la mujer Achuar no piensa su

trabajo en el orden de lo subalterno ni su función económica en

el orden de la subordinación. (Descola 1996:291-292).

También la caza puede ser descrita como una actividad

complementaria en algunos grupos. Entre los Achuar, p.ej. si bien la

selva es el “mundo de los hombres”, son ellos los que confeccionan

(mantienen) las armas, y son los que dan muerte al animal, las partidas

de caza generalmente son mixtas y las mujeres cumplen tareas de

educación y control de los perros (elementos esenciales en la caza de

los Achuar), transporte, descuartizamiento y reparto de las presas. La

complementación abarca, de hecho, hasta el ámbito simbólico,

donde hombre y mujer cantan sus respectivos anents (cantos

259

mágicos) para propiciar la caza (Descola 1996). La pesca, por su

parte, es una actividad mixta que incluye además a niños de manera

bastante generalizada en el mundo amazónico.

Sin dejar de considerar que la particular representación de la

sociedad Llolleo en el contexto de la funebria, atravesada por la

analogía entre la reproducción social y la reproducción de los

huertos, debe estar relacionada con una situación social, política y

económica donde temas como la fuerza de trabajo, la delimitación

de los grupos y la territorialidad movilizan prácticas, nos parece

necesario dejar sugerida al menos la posibilidad de evitar el

estereotipo para las sociedades agrícolas, donde las diferencias de

género implican inevitablemente diferencias jerárquicas. Esta

representación basada en la analogía de la reproducción, por tanto,

puede considerarse en el marco de una definición de roles y status de

género no necesariamente dicotómicos, sino por el contrario, más

complementarios, como lo ponen evidencia la práctica en los grupos

amazónicos y reche.

260

Hombres, mujeres e infantes: la dimensión política de la comunidad

El ritual mortuorio tiene también una dimensión política, que se

desarrolla en la celebración del rito, en este caso el funeral. No

podemos saber cuántas personas participaron de éstos, ni qué

actividades y/o rituales se encontraba asociados a este evento, pero

el tipo de ofrenda y las connotaciones que hemos inferido a partir de

ellas sugiere que el funeral constituía un evento social de importancia

y, si consideramos que el ritual fúnebre puede ser concebido como un

tipo de “performance” (Parker Pearson 1982: 100), ciertamente el

“público” es un componente importante.

No encontramos muchas descripciones de funerales en las etnografías

revisadas12, pero Nuñez de Pineda (2001) relata en extenso el funeral

del recientemente bautizado Ignacio, hijo del cacique Luancura,

quien falleciera mientras él era huésped en su rancho (transcripción in

extenso en Anexo 2). Dado la semejanza de la materialidad asociada

al enterratorio que podemos inferir del relato con la realidad

arqueológica que hemos descrito, estimamos que constituye un buen

12 Solo en Descola (2005) y Clastres (1998[1972]).

261

referente para discutirla, especialmente en lo que se refiere a la

dimensión política y materialidad.

Un primer punto a destacar es que el fallecimiento de Ignacio

convoca a la casa del cacique Luancura a un número considerable

de personas, que participan del lamento general y también de la

procesión y entierro mismo:

Después del fallecimiento de Ignacio, mi amado compañero,

todos los asistentes en la caza: padre, madre, hermanos y

parientes, a llorar se pusieron sobre el cuerpo, como yo lo hacía

lastimosamente sin haberme apartado de su cabecera:

Lamentáronse todos juntos, con unos suspiros y unos ayes tan

lastimosos, echándose sobre el cuerpo, que me obligaba a

hacer lo mesmo, imitando sus acciones lamentosas (…)

Pasó la palabra a los ranchos comarcanos, amigos y vecinos,

de la aflicción con que se hallaba el principal casique de la

regua – que ya queda dicho que es ‘parcialidad’-, y trajo cada

uno su cántaro de chicha- (Nuñez de Pineda 2001:492).

Salimos en proseción más de sincuenta indios, que se habían

juntado de los comarcanos de una cava que ellos laman

262

quiñelob, y más de otras sien almas de indios, chinuelas y

muchachos, que llevaban de diestro más de diez caballos

cargados de chicha, que iban puesto en orden marchando por

delante. (Nuñez de Pineda 2001:498).

El funeral, es, entonces un evento que convoca a personas más allá

de la unidad familiar coresidencial, al cual asisten un número

importante de personas que viven en las cercanías, y con los que por

tanto se tienen relaciones sociales. Ahora bien, la asistencia al funeral

implica una participación activa en todo el ritual, desde la expresión

pública de los lamentos, a los turnos para el traslado del cuerpo desde

la casa al lugar del entierro y en el acto de depositar en la tumba

distintos elementos:

(…); y, como más tiernas y serimoniáticas, las viejas dieron

principio a dar tan tristes voces y alaridos, rasgándose las

vestiduras y pelándose los cabellos, que obligaron a que los

demás las acompañáramos, con que chicos y grandes, con los

gritos sollosos y suspiros que daban, hasían tan gran ruido, que

parecía más ceremonia acostumbrada, que natural dolor por el

difunto. (Nuñez de Pineda 2001:493)

263

Con esta suspensión segunda llegaron otros casiques a

mudarnos, y cargaron las andas hasta el pie del serro o cuesta

adonde se había de enterrar, que había de la casa a él poco

más de una cuadra, que lo más trabajozo era subir la cuesta;

prosigueron con el mesmo orden, cantando, como he dicho,

lastimosos cantos; y, cuando llegaron al pie de la loma,

volvieron a hacer lo propio que en la primera posa, y para subir,

llegaron otros principales mocetones y forsudos, y cogiendo las

andas, las subieron sin faltar del orden, con que se dio prinsipio a

la procesión. (Nuñez de Pineda 2001:500)

Avisaron al casique cómo estaba ya el cuerpo en el sepulcro, y,

levantándose con los demás, llevó en la mano un cántaro

pequeño lleno de chicha, y los otros casiques de la propia

suerte, y, arrimándose al cajón del difunto, llegó la madre a

echarse sobre él y a pelarse los cabellos y echárselos ensima, y

eso con una voces muy descompasadas, mescladas con

suspiros y llantos, a cuya imitación se levantó un ruido lastimoso

de sollosos, alaridos y lágrimas que, como las de la madre eran

verdaderas, obligaron a muchos a imitarla, como yo lo hacía

despidiendo las del alma por los ojos, (…) Sosegáronse un rato

264

los clamores y todos los casiques brindaron al muerto

muchacho, y cada uno le puso su jarro pequeño a la cabecera,

y su padre, el cantarillo que llevaba, la madre, su olla de papas,

otro cántaro de chicha y un asador de carne de oveja de la

tierra, que se me olvidó de decir que la llevaron en medio de la

procesión y la mataron antes de enterrar al difunto, sobre el

hoyo que habían hecho para el efecto; a sus hermanos y

parientes le fueron ofreciendo y llevando las unas, platillos de

bollos de maís, otras le ponían tortillas, otras mote, pescado y ají,

y otras cosas a este modo; (…). (Nuñez de Pineda 2001:501)

El funeral involucra, también, comidas y bebidas colectivas. Los que

llegan al funeral, traen cada uno su cántaro de chicha, la que es

consumida en abundancia en la etapa previa al entierro. Luego, se

consume también durante el entierro mismo y la ceremonia termina

con una comida en el rancho del cacique Luancura, en la que todos

participan antes de retirarse a sus respectivos ranchos cercanos:

(…) nuestros gentiles lloraban lastimosos con la chicha que

bebían, y parece que era también serimonia fúnebre privarse

algunos ansianos y viejas del juicio y echarse a dormir a los lados

265

del difunto, como lo hicieron algunos y algunas. (Nuñez de

Pineda 2001:494)

(…); en el ínterin que hicieron el hoyo para ajustar las tablas,

habían descargado la chicha, que llevaban más de veinte o

treinta botijas y las tenías puestas en orden, una por una parte y

otras por otra, en hilera; y tras de ellas estaban los casiques

asentados, y las mujeres de la propia suerte tras de los varones,

repartiendo algunas de ellas, que andaban en pie en medio de

la calle [501] que hacían las botijas, jarros de chicha a todos los

asentados, y a los que habían trabajado en la sepultura les

llevaron una botija antes que acabaran con su obra, que la

despacharon en un instante, ayudados de muchos chicuelos y

chinas. Avisaron al casique cómo estaba ya el cuerpo en el

sepulcro, y, levantándose con los demás, llevó en la mano un

cántaro pequeño lleno de chicha, y los otros casiques de la

propia suerte, y, arrimándose al cajón del difunto, llegó la

madre a echarse sobre él y a pelarse los cabellos y echárselos

ensima, (…). (Nuñez de Pineda 2001:500-501)

266

Después de acabada esta fracción, se asentaron a la redonda

de el cerrillo y pucieron todas las botijas de chicha de la propia

suerte en orden, y, como había más de ducientas almas,

brevemente despacharon con ella, (…). (Nuñez de Pineda

2001:501)

(…); y hallamos la caza del casique con buenos fogones, y en el

uno de ellos diversos azadores de carne, perdices, tosino,

longanizas y muchas ollas con diferentes guisados de ave, para

senar; que como aquellos días de disgusto no se había comido

bien, quisieron recuperar lo perdido. (…), y senaron con nosotros

y bebieron muy a su gusto; porque el casique doliente era muy

obstentativo y siempre tenía mucha chicha sobrada y

abastesida la caza de todo lo necesario. (Nuñez de Pineda

2001:502)

Queremos detenernos aquí particularmente en el acto de beber

chicha y en su expresión material, el jarro. El consumo de chicha es

permanentemente mencionado por Nuñez de Pineda en su periplo

de nueves meses en distintos ranchos de caciques reche. Más allá de

su relevancia en instancias de congregación, grandes reuniones

267

sociales a las que asisten cientos de personas, y a las que Nuñez de

Pineda tuvo la ocasión de asistir al menos dos veces (ver capítulo 2.1),

la relevancia de la chicha queda manifiesta en la hospitalidad

cotidiana, que prescribe la atención de las visitas (masculinas) en

primera instancia con un jarro de chicha, y a la que se asocia una

forma de conducta determinada:

Dieron principio con ponernos por delante unos mencúes de

chicha, que son a modo de tinajas, que harán poco más de

una arroba, con las bocas angostas y cuellos largos; fuéronlos

poniendo a los casiques principales, que es la cortesía que entre

ellos se usa; y a mí pe pusieron otro por delante para que los

unos a los otros nos fuésemos brindando; hicímoslo así por ser

costumbre entre ellos beber antes que se coma alguna cosa,

(…) (Nuñez de Pineda 2001:336)

Asentámonos en la resolana, adonde él estaba cogiendo el sol

de sobre tarde, y al punto me pusieron delante un cántaro de

chicha, que es la honra y agasajo que hacen a los huéspedes

principales, y, como ya yo estaba diestro en lo que

acostumbran, brindé luego al casique, y bebió la mitad de lo

268

que había en el jarro, y él me brindó con lo que quedaba: “llag

paia eimi”, ´a la mitad habemos de beber’. Fui luego

repartiendo a los demás circunstantes, después de haber

bebido lo que el casique me dejó en el vaso, conque, después

de haber hecho con los mayores la serimonia del brindis, pasé el

cántaro al muchacho mayorsito que me acompañaba, para

que brindase a los demás muchachos, como lo fue hasiendo.

(Nuñez de Pineda 2001:554)

Los jarros, por tanto, son el objeto por medio del cual se actúan y

actualizan los lazos sociales (¿alianzas?) a través de una hospitalidad

prescrita, y donde no solo importa la generosidad (convidar chicha, y

tener chicha para convidar), sino también brindar entre los asistentes

por medio de compartir la bebida desde un mismo contenedor. Esto

mismo lo podemos observar en el funeral, donde cada uno de los

caciques trae su propio cántaro, el que luego es depositado en el

enterratorio del difunto, luego de haber consumido de él.

Arqueológicamente, uno de los elementos más recurrentes de la

ofrenda Llolleo son las vasijas cerámicas y específicamente los jarros.

Esta categoría de vasijas tiene varias connotaciones particulares. Es

269

una categoría de vasija que se encuentra en bajas proporciones en

los contextos de los basurales domésticos por lo que podemos inferir

que tiene una baja tasa de quiebre, y en definitiva, menos uso. Luego,

a partir del análisis de pastas se ha propuesto que, a diferencia de las

otras categorías de vasijas, algunos jarros podrían estar circulando

entre distintos espacios (costa/interior) (Sanhueza 2004). Y tercero, se

ha propuesto que los jarros se asocian al consumo de bebidas y por

tanto también a eventos sociales que convocan a grupo de personas

(Falabella 2000[1994]; Falabella et al. 2001).

El beber como un acto social constructivo y sobresaliente en la

mantención de la cohesión social es, en efecto, una práctica

bastante común, que cruza sociedades con distintos niveles de

integración y complejidad sociopolítica (Dietler 2006). En términos

generales debe ser concebida como una práctica a través de la cual

la identidad personal y colectiva es construida activamente, en la

cual se ponen en operación sutiles pero efectivas distinciones que

construyen o reafirman inclusiones y exclusiones en distintos niveles.

Específicamente, en contextos donde no existe una institucionalidad

política formal, esta práctica es especialmente relevante y

fundamental en la construcción del prestigio personal asociado a las

270

posiciones de liderazgo (Dietler 2006). Esto es bastante evidente a

partir de etnografías amazónicas (p.ej. Descola 2005), y también en el

mundo reche (ver capítulo 2.1).

Incluso en el mundo mapuche actual, la práctica de la bebida social

tiene una importancia trascendental en la conformación de la

comunidad. Course (2013), a partir de su trabajo en la localidad de

Piedra Alta en la Araucanía, pone énfasis en la construcción del “ser

persona” mapuche a través de las relaciones establecidas con no

consanguíneos, pero potenciales afines, materializada en el acto de

beber y compartir socialmente bebidas (en este caso vino) que sigue

un estricto protocolo.

Para beber y poder tener bebida para convidar hay que procurarse

los componentes, mediante siembra y cosecha si se trata de maíz, o

bien mediante la recolección, si se trata de frutos silvestres y por otra

parte se necesita asegurar la fuerza de trabajo para su procesamiento

y producción. Esto nos permite poner de relieve cómo la economía

política se entrelaza indisolublemente con la economía doméstica y

cómo adquieren relevancia política y económica las mujeres y su

descendencias (ver capítulo 2.1).

271

La connotación particular de los jarros, dado por lo que contienen y el

contexto social en que se usan, permite argumentar entonces, a partir

de su inclusión como ofrenda en los entierros Llolleo, que se está

materializando lo social en el espacio mortuorio, particularmente su

dimensión de relaciones sociales supra unidad doméstica. Es en este

sentido que creemos que el evento fúnebre Llolleo tiene también una

dimensión política, con connotaciones importantes en la constitución

y reafirmación de las relaciones sociales y alianzas supra familiares, tan

importantes en este tipo de sociedades (Hayden 2009).

3.2.5 Funebria Bato

La muestra de funebria Bato está compuesta por individuos

femeninos, masculinos y una alta proporción de infantes. Los

individuos femeninos y masculinos presentan la misma frecuencia. Solo

en poco casos no se pudo determinar sexo en individuos adultos

(Tabla 3.2.h).

Se identificaron 41 categorías de ofrenda/ajuar si consideramos todos

los elementos presentes en el entierro, los que disminuyen a 23 si no

consideramos los elementos que probablemente corresponden a

basuras (Tabla 3.2.c).

272

Categoria Edad/Sexo

Femenino Masculino Indeterminado No observable

Total

Infante 42 42 Juvenil 9 9 Adulto joven 6 3 2 11 Adulto 27 29 15 71 Adulto maduro 6 4 10 Total 39 36 17 51 143 % 27.3 25.1 11.9 35.7 Tabla 3.2.h Bato: distribución de individuos por sexo y edad

Una gran cantidad de enterratorios no presentan ajuar ni ofrenda

(Cat. 0, Tabla 3.2.i). Estos corresponden a 56 enterratorios (39.2%), que

ascienden a 90 (62.9%) cuando descontamos los elementos presentes

en los enterratorios que pueden no corresponder realmente a

ofrendas (Tabla 3.2.j). De hecho, aparte de la categoría “sin ofrenda”,

las únicas otras categoría que presentan un número importante de

individuos son la que presenta fragmentos cerámicos + malacológico

(Cat. d21; 13 individuos, tanto femeninos, masculinos y niños) y por

otra parte la que presenta solo fragmentos cerámicos (Cat. d16; 11

individuos femeninos y niños). La práctica de no depositar

ofrendas/ajuar es mucho más recurrente para los niños que para los

adultos, donde un 50% no las presenta, frecuencia que llega a un 80%

si descontamos las ofrendas dudosas (Tabla 3.2.k). Por otra parte,

existen dentro de las categorías de ofrenda 26 casos únicos (16 si no

273

consideramos las ofrendas dudosas), es decir que solo las presenta un

individuo.

Del resto de las categorías de ofrenda/ajuar, 3 (1)13 son compartidas

por individuos masculinos y femeninos, 11 (6) son exclusivas de

individuos masculinos, 9 (6) son exclusivas de individuos femeninos, 5

(4) son exclusivas de niños, 3 (3) casos son compartidos por individuos

femeninos, masculinos y niños. Solo en el caso de considerar a las

“basuras” como parte de las ofrendas, existen categorías compartidas

por individuos masculinos y niños (2) y femeninos y niños (1). Vemos,

por tanto, una situación altamente variable, donde no se observan

asociaciones recurrentes.

13 Entre paréntesis se indica la cantidad de casos si no consideramos la ofrenda dudosa.

274

Categoría adulto fem.

adulto masc.

adulto indet.

infante Total

0 15 10 5 26 56 c1 3 4 7 c2 1 1 c3 2 2 c4 1 1 2 c5 1 1 2 c6 1 1 c7 1 1 c8 1 1 c9 1 1 d1 2 2 d2 1 1 d3 1 1 d4 1 3 4 d5 1 1 1 3 d6 1 1 d7 1 1 d8 1 1 d9 1 1 d10 1 1 2 d11 1 1 d12 1 1 d13 1 1 d14 1 1 d15 1 1 1 1 4 d16 3 4 4 11 d17 1 1 d18 2 2 1 5 d19 1 1 d20 1 1 d21 2 2 1 8 13 d22 1 1 2 d23 1 1 2 d24 1 1 d25 1 1 d26 1 1 d27 1 1 d28 1 1 d29 1 1 d30 1 1 d31 1 1 Total 39 36 17 51 143

Tabla 3.2.i Bato: frecuencia categorías de ofrenda

275

Categoría adulto fem.

adulto masc.

adulto indet.

infante Total

0 23 16 10 41 90 c1 3 8 1 12 c5 1 1 2 c6 1 1 c7 1 1 c8 1 1 c9 1 1 d1 2 2 d2 1 1 d3 1 1 d4 3 2 3 8 d5 2 2 2 2 8 d8 1 1 d9 1 1 d12 1 1 d13 1 1 d15 1 2 1 1 5 d17 1 1 d19 1 1 d24 1 1 d27 1 1 d28 1 1 d29 1 1 Total 39 36 17 51 143

Tabla 3.2.j Bato: frecuencia categorías de ofrenda sin “basura”

Sexo/Edad Sin ofrenda Sin ofrenda descontando conchas, líticos y fragmentos cerámicos

n % N % Masculino 10 27.8 16 44.4 Femenino 15 38.5 23 58.9 Infante/Juvenil 26 50.9 41 80.4 Indeterminados 5 29.4 10 58.8 TOTAL 56 38.9 90 62.5 Tabla 3.2.k Bato: frecuencia absoluta y relativa de individuos sin ofrenda

276

La inclusión de elementos del ámbito productivo/subsistencia es

ambiguo en los entierros Bato, pero muy recurrente, estando referida

principalmente a moluscos y camélidos. En el caso de los moluscos, en

algunos casos efectivamente éstos pueden ser categorizados como

ofrenda, por su número, disposición y estado de completitud (16

casos). En otros, no se puede discriminar si éstos son parte del relleno

de la fosa o constituyen ofrenda propiamente tal (23 casos). Los restos

de camélidos, por su parte, mucho menos frecuentes (solo 11 casos),

se presentan tanto en sitios de la costa como en el interior, estando

representados principalmente por partes del animal, tanto en entierros

de individuos masculinos como femeninos y niños.

Los restos asociados al mundo vegetal, por su parte, son

extremadamente poco frecuentes, aunque esto se puede deber a las

técnicas de recuperación, ya que éstos, de estar presentes, no se

encuentran dentro de continentes que se hayan preservado. Las

evidencias se limitan por el momento a semillas de peumo y boldo,

ambas especies silvestres propias de Chile central. Su baja frecuencia

se condice con la escasa importancia de los implementos para su

procesamiento, donde solo aparecen manos (n=4) y piedras de moler

(n=4), asociadas a individuos masculinos, femeninos y niños.

277

Un tipo de ajuar que sí aparece recurrentemente en este contexto son

los elementos de adorno de uso individual: tembetás, cuentas

(collares), pendientes, orejeras. Dieciocho de las 41 categorías de

ofrenda (y 11 de las 23, si no consideramos la ofrenda dudosa)

incluyen objetos de este tipo. Los tembetás y orejeras están reservados

a individuos adultos (ver más abajo), pero los pendientes o colgantes

se encuentran también entre los infantes. Si bien la proporción de

individuos que presentan adornos personales no es muy alta en

relación a todo el universo (20.9%), ésta aumenta considerablemente

si consideramos solo los enterratorios que presentan ofrenda, en cuyo

caso su frecuencia es de 34.5% si consideramos todo los casos y 56.6%

si no consideramos la ofrenda dudosa.

Otro tipo de ofrenda presente son artefactos (por ejemplo mano,

mortero, pesa de red, punzón, pulidor), que remiten a actividades

prácticas cotidianas. Este tipo de ofrenda es menos frecuente,

estando presente en tan solo 11 enterratorios, que representa un 7.7%

en relación al total de enterratorios, y un 12.6% o un 20.7% (si no

consideramos la ofrenda dudosa) en relación a los que presentan

ofrenda.

278

El único objeto que parece referir a una categoría particular dentro

de este grupo es el tembetá. Este adorno labial se encuentra en 12.6

% (n=18) de los enterratorios, entre los que encontramos

principalmente individuos masculinos, donde un 27% de ellos ha sido

enterrado acompañado de él. El uso de este adorno no es exclusivo

de los individuos masculinos, sin embargo, ya que lo encontramos

también en individuos femeninos. Lo observado a partir de la ofrendas

se ve reforzado por las evidencias de huella de uso de este elemento

que quedan en la mandíbula e incisivos inferiores de los individuos,

aunque éste no aparezca en la ofrenda, y que indican que este

elemento fue recurrentemente utilizado en vida tanto por hombres

como por mujeres (Tabla 3.2.l).

Los entierros por lo general son individuales, aunque existen tres casos

claros de entierros que involucran a más de un individuo. El sitio Trébol

SE se registró un individuo femenino junto a un infante y en otro

conjunto un individuo juvenil junto a dos infantes. El tercer caso es de

un individuo masculino con uno femenino en el sitio Con Con 11.

279

Sexo/Edad N % en relación a individuos con tembetá

% en relación a individuos de su mismo sexo/edad

N con huellas de uso

Masculino 10 55.6 27.8 8 Femenino 4 22.2 10.3 9 Juvenil 1 Indeterminados 4 22.2 23.5 1

Tabla 3.2.l Presencia de tembetá y huella de uso de tembetá en entierros Bato. Nota: el único individuo Juvenil proviene del sitio San Pedro 2. Los individuos con huellas de uso de tembetá solo en un caso son los mismos que presentan tembetá incluido en el ajuar.

Síntesis

En términos de funebria Bato presenta una situación bastante

heterogénea. Un factor común es el lugar de entierro, en los lugares

de vivienda, en y/o tapados por la basura producto de las

actividades cotidianas, es decir al interior de un espacio social

propiamente tal. La modalidad de enterratorio más frecuente no

involucra la depositación de ofrenda o ajuar, al menos de las

materialidades que se hayan preservado. La depositación en las

áreas de acumulación de basura hace que la discriminación de la

ofrenda sea, de hecho, ambigua, ya que las “basuras” quedan

incluidas en la fosa. En la medida que el lugar del entierro en áreas de

acumulación de basura parece ser una elección recurrente, su

inclusión de facto en la fosa y consecuente asociación al individuo

280

enterrado podría ser considerada, de hecho, como parte de un

efecto deseado o buscado.

Esta práctica predominante convive con una diversidad de

modalidades de categorías de ofrenda, siendo las más recurrentes los

adornos personales, sin que se presenten regularidades de asociación

con categorías de individuos. De esta manera estos elementos

parecen relacionarse más con características propias y singulares de

las personas.

La presencia de tembetás sigue esta misma lógica, al actuar como un

elemento que segrega a la población en dos dimensiones: adultos de

infantes/juveniles, y algunos hombres y mujeres adultos del resto de los

adultos. Sin embargo, la posesión de tembetá no implica otra

diferenciación respecto al resto de la población, en términos de

calidad y número de ofrendas.

En síntesis, en el ritual de funebria Bato se observa un mismo

tratamiento a todos los integrantes del grupo, incluidos en un espacio

socializado (el basural), donde no existen asociaciones que permitan

pensar en la significación de conjuntos de personas, sino las múltiples

variaciones parecen más bien remitir a las personas mismas. La

281

diferencia señalada por el uso o inclusión de tembetás en el

enterratorio, que solo segrega a una fracción de la población adulta

de ambos sexos, parece remitir a la misma idea, en la medida que es

un objeto de uso personal e individual, que no todos los que lo usaron

en vida fueron enterrados con él, y que no parece estar relacionado

con otras categorías supuestamente relevantes en este tipo de

sociedades, como el género, por ejemplo.

3.2.6 La funebria en contexto: el individuo y la comunidad. El caso

Bato

La característica de la funebria Bato y la particularidad de la

distribución de las ofrendas en los enterratorios no permiten suponer

una representación ideológica de un modelo de sociedad que

involucre un tratamiento diferencial de mujeres, hombres y niños, al

menos a partir de las materialidades conservadas. Por el contrario,

vemos que los objetos incluidos en los entierros aluden a las personas,

ya sea a partir de adornos u objetos de uso personal. Por otra parte, la

recurrente depositación de los individuos en áreas de acumulación de

basuras cotidianas de los mismos sitios habitacionales, es decir en un

espacio altamente socializado, supone una superposición espacial de

282

los vivos y los muertos, que alude a una conservación de los individuos

fallecidos al interior de un espacio social y físico colectivo.

Esta particular configuración de la funebria Bato tiene una

resemblanza con las prácticas de funebria supuestas para grupos

cazadores recolectores. Si bien las etnografías han sido realizadas

principalmente en grupos cazadores recolectores africanos, las

particularidades comunes de sus prácticas se sustentan teóricamente

en las diferencias con grupos con otros sistemas de subsistencia y

formas de organización sociopolítica (Woodburn 1982b, Hewlett 2005).

En este sentido, se ha llamado especialmente la atención respecto a

la “simplicidad” de las prácticas de funebria de grupos cazadores

recolectores, con un tratamiento del cuerpo simple, la escasa

relevancia y duración del funeral (lo que no implica que la pérdida no

sea intensamente sentida, ver Hewllett 2005), y generalmente el

abandono de los lugares donde ocurrió el deceso (aunque ver Arriaza

2003 y Arriaza y Standen 2008 para un caso bien documentado

absolutamente opuesto). El argumento es que los grupos con un

sistema de subsistencia “de retorno inmediato” (ver Woodburn 1982a)

tienen una orientación marcada hacia el presente y no cargan, por

tanto, con las obligaciones y compromisos pasados y futuros

283

involucrados en sistemas de subsistencia “de retorno retardado”, que

se extienden más allá del fallecimiento de una persona.

Sabemos que los grupos Bato no tienen una economía

completamente cazadora recolectora, en la medida que los

individuos están consumiendo quínoa y maíz (ver capítulo 1.2) y que la

movilidad de estos grupos es relativa, ocupando reiteradamente

algunos espacios (ver capítulo 3.1). Sabemos también que si bien el

funeral Bato es relativamente simple en relación a ajuar y ofrenda,

implica ciertos pasos y ritos; muchos cuerpos se encuentran en

posiciones hiperflectadas, que indican enfardamiento de algún tipo, y

el cuerpo es acomodado en un fosa (generalmente poco profunda),

eventualmente con algún objeto y luego cubierto. Muchos de ellos

presentan además pequeños eventos de quemas asociados.

También, hay lugares utilizados recurrentemente para depositar a los

muertos, generando grandes áreas de entierros superpuestos con

áreas de vivienda.

Más allá de discutir el grado de similitud de la funebria Bato con una

supuestamente característica cazadora recolectora, nos interesa

enfatizar aquí que son justamente los elementos que guardan

284

semejanza con ésta, los que la hacen particular en un contexto no

cazador recolector, en la medida que no reconocemos prácticas

alusivas a una representación ideológica de la sociedad donde

temas como la ascendencia, descendencia, herencia, reproducción

y relaciones sociopolíticas estén siendo subrayados. Creemos que este

caso ilustra bien la variedad de situaciones que pueden darse en un

contexto que puede ser descrito en término generales como de

“sociedades hortícolas”, dependiendo de las trayectorias históricas

particulares de cada grupo.

El único elemento que pudiera estar más en concordancia con la

expectativa para la funebria en sociedades hortícolas es la

conformación de estas grandes área de entierro que podrían ser

conceptualizadas como verdaderos cementerios. En la muestra

analizada existen dos sitios Bato que reúnen grandes cantidades de

individuos (55 en el caso de San Pedro 2 y 28 en el caso de El

Membrillar 2). Creemos, no obstante, que hay al menos dos factores

que permiten tener una visión alternativa. Por una parte, la

superposición con áreas de basurales de las viviendas ponen de

manifiesto que si bien existe una concentración de enterratorios en

ciertos lugares, estos espacios son escenarios de múltiples actividades,

285

tanto de carácter cotidiano como rituales, ya sea sincrónicas o

diacrónicas. Es decir, no se trata de espacios excluyentes. Por otra

parte, el significativo número de enterratorios disturbados (24/55 en

San Pedro 2 y 9/28 en El Membrillar 2), ya sea por otros entierros o por

actividades asociadas al ámbito doméstico, indican que estos lugares

fueron recurrentemente utilizados a lo largo del tiempo. De hecho, la

disturbación sugiere que no existían señalizaciones de las tumbas, y

que, en el caso de tratarse de ocupaciones por parte de un mismo

grupo, el tiempo transcurrido supera los alcances de la memoria

individual. En este sentido podríamos conceptualizar a estos lugares

como “lugares persistentes”, entendidos como lugares con largas

trayectorias de uso que estructuran la manera de habitar un espacio y

crean un paisaje de significados (Schlanger 1992 en Littleton y Allen

2007; ver también en Moore y Thompson 2012). Las áreas de entierro

se generan, entonces, mediante un proceso de sumatoria de nuevos

entierros a lo largo del tiempo, es decir a partir de prácticas de

habitar que se reproducen, y que en este caso involucran la inclusión

de los muertos en espacios cotidianos, que en su conjunto convierten

a estos lugares en hitos significativos del paisaje local para los grupos

que los habitan.

286

En este escenario, la “simplicidad” de los entierros Bato, dado por la

escasa cantidad de ofrendas y ajuar y su distribución aparentemente

aleatoria, junto al énfasis en los contextos mortuorio de elementos de

uso personal, especialmente adornos, nos lleva a reflexionar sobre qué

es lo que se está representando en el contexto fúnebre. Si

consideramos que las prácticas siempre son estructurantes (cfr.

Bourdieu 1977), y el hecho que las prácticas siempre tienen efectos

simbólicos y significativos (Shanks y Tilley 1987), podemos plantear que

esta simplicidad alimenta una ideología que no subraya

materialmente categorías genéricas (hombre-mujer-infante).

Lo que parece ponerse de manifiesto, entonces, es la persona,

muchas de las cuales están acompañadas de objetos (adornos:

cuentas, collares, tembetás) que como tales tienen un efecto

diferenciador. Esta diferenciación, sin embargo, no solamente puede

referir a las identidades personales, sino que es posible plantear que,

ya sea de manera simultánea o alternativa, pueda referir a una

determinada categoría de “persona humana”.

Uno de los aspectos que se ha recalcado en relación a las ontologías

animistas es la importancia de la forma. En la medida que humanos y

287

no humanos comparten una esencia interior, la diferenciación está

dada por la apariencia externa, por sus cuerpos (Viveiros de Castro

1998; Descola 2012[2005]). De esta concepción derivaría la

importancia de la corporalidad en las sociedades amazónicas, en las

que las categorías de identidad (individuales o colectivas) se

expresan en el cuerpo y particularmente en los adornos. Es en y a

través de la particularización de los cuerpos que los individuos pueden

diferenciarse, tanto de los no humanos como de los otros humanos.

En efecto, ese trabajo sobre la forma de los cuerpos no tiene

tanto la finalidad de deslindar al humano del animal con la

imposición del sello de la “cultura” sobre la “naturaleza”, sino

que son precisamente los injertos animales los que sirven a ese

fin. El uso de plumas, dientes, pieles, máscaras con pico,

colmillos o mechones de pelo permiten, de hecho, diferenciar,

gracias a los atributos mismos que señalan la discontinuidad de

las especies, no al hombre del animal, sino a diversas clases de

especies humanas demasiado parecidas por su fisicalidad

original: al ostentar adornos característicos, los miembros de

tribus vecinas pueden, de tal modo, exhibir diferencias de

288

apariencia semejantes a las que distinguen entre sí a las

personas no humanas (Descola 2012: 205 [2005]).

En el caso Bato indudablemente no estamos frente a un despliegue

de usos de elementos provenientes de otras especies (p.ej. plumas,

pieles), al menos que se hayan preservado hasta hoy. Pero sí estamos

frente a un sinnúmero de detalles que en su calidad de elementos

visibles de uso personal permiten discriminar a las personas, o al menos

a un grupo de ellas. Estas personas son principalmente adultos (solo 4

de 30 casos con adornos corresponden a infantes), sugiriendo

además que esta “particularización” se relaciona con la edad.

3.2.7 Conclusiones

La funebria Bato y Llolleo presenta diferencias significativas que no

aluden solo a aspectos formales de los entierros (p.ej. inclusión o no de

vasijas cerámicas), sino que refieren a aspectos ideológicos

relacionados con los ámbitos sociales, políticos y económicos de estos

grupos.

La funebria Llolleo pone en relación género (mujeres) y edad (niños)

con aspectos productivos de la sociedad, generando una metáfora

entre la reproducción biológica y la social, en un contexto donde la

289

subsistencia basada en productos hortícolas parece adoptar

preponderancia. En este escenario adquiere relevancia también el

aspecto productivo del grupo de descendencia, y esta metáfora

contribuye a destacarlo, como también a su demarcación y

definición. En concordancia con lo anterior, el funeral Llolleo tiene un

aspecto político, materializado en los jarros que expresan la dimensión

social de la bebida, indispensable en la generación y mantención de

lazos supra unidad doméstica.

La funebria Bato se diferencia de la Llolleo justamente por no

presentar ordenamientos ni elementos relacionados con una

ideología donde se esté poniendo énfasis en la reproducción,

producción o descendencia. Mujeres, hombres y niños no están

siendo diferenciados, existiendo más bien una ideología que difumina

las diferencias, pero donde el individuo sí tiene cabida, expresado por

medio de los adornos corporales. La funebria Bato, presenta, en ese

sentido mucha resemblanza con la funebria planteada para

sociedades cazadoras recolectoras, lo que en un marco de

subsistencia hortícola, constituye un buen ejemplo de la diversidad

posible en este tipo de sociedades.

290

3.3 CON EL “OTRO” EN EL ÁMBITO DE LO COTIDIANO

En este capítulo se aborda la proximidad o interdigitación espacial de

Bato y Llolleo en Chile central, como un factor relevante para

entender a cabalidad la situación social, política y económica de

estos dos grupos.

La interrelación entre ambos grupos, tema latente en la discusión del

período Alfarero Temprano en Chile central, no ha sido hasta ahora

abordada de manera sistemática debido a que la interacción tiene

una visibilidad arqueológica limitada mayormente a objetos

“extraños” encontrados en un contexto dado, o eventualmente a

imitaciones locales de objetos o estilos foráneos. En los contextos del

período alfarero de Chile central prácticamente no existen evidencias

de objetos “extraños”, ni provenientes de otras áreas geográficas ni

de otros contextos locales (p.ej. objetos Llolleo en contextos Bato),

aunque hay que considerar que la visibilidad de algunos objetos se ve

afectada por su posibilidad de conservación y los procesos post

depositacionales de los sitios que dificultan la evaluación de la

integridad de los contextos.

291

En este marco, se exploran y discuten los posibles escenarios de

interacción entre Bato y Llolleo a la luz de casos etnográficos y

arqueológicos, en consideración que la escasa evidencia de

circulación de objetos, no implica que no haya habido interacción.

De hecho, esto dos grupos mantuvieron asentamientos

contemporáneos espacialmente cercanos, por lo que se tuvieron uno

al otro presente, cotidianamente.

3.3.1 Las características de la interacción

Numerosos casos etnográficos del continente africano, asiático y

americano revelan que los grupos cazadores recolectores y

horticultores a baja escala mantienen relaciones permanentes, fluidas

y continuas con sus vecinos que pueden tener otras formas de

subsistencia (Jackson 1983; Woodburn 1988 y 1997; Gardner 1988;

Grinker 1990; Lukacs 1990; Århem 2000; Fortier 2001; Joiris 2003; Rupp

2003). Estudios etnohistóricos y arqueológicos le han dado

profundidad temporal a este fenómeno (Cashdan 1986; Bird-David

1988; Headland y Reid 1989; Green 1991; Spielman y Eder 1994; Chilton

1998; Klassen 2002; Amkreutz et al. 2009; Lodewijckx 2009; Ballester y

Gallardo 2011).

292

En consecuencia, hay que entender a los grupos o colectivos sociales

situados dentro de una matriz de relaciones, en un paisaje poblado no

solo por personas del mismo grupo social y cultural, sino por otros

grupos, de modo que su particular modo de habitar un espacio está

en relación a los “otros”. En concreto, implica por ejemplo, que la

decisión de la ubicación de los propios asentamientos y actividades

de subsistencia deben tomar en consideración la localización y las

actividades de los otros (Green 1991), así como la naturaleza y

característica de las relaciones entre ellos.

Las etnografías han revelado que las relaciones intergrupales

involucran generalmente el intercambio, ya sea de productos o

servicios (Jackson 1983; Woodburn 1988 y 1997; Gardner 1988; Bird-

David 1988; Headland y Reid 1989; Grinker 1990; Lukacs 1990; Spielman

y Eder 1994; Århem 2000; Fortier 2001; Joiris 2003; Rupp 2003). En un

contexto de relación de poblaciones cazadoras recolectoras o de

horticultores de escala menor con grupos 100% horticultores (es decir,

donde los productos hortícolas forman la base de su subsistencia), se

intercambian, generalmente, productos hortícolas por productos del

bosque (caza, recolección), pero también pueden involucrar materias

primas y otros elementos (p.ej. miel) a los cuales un grupo tiene

293

acceso y el otro no. En algunos casos estas relaciones pueden

involucrar también el intercambio de bienes por servicio, como el

trabajo en los campos de cultivo u otras acciones que requieren de la

labor de un conjunto de personas (p.ej. etapas de construcción de

una casa).

En todos los casos las relaciones de los horticultores con los otros han

sido descritas principalmente como asimétricas y estereotipadas

(Jackson 1983; Woodburn 1988 y 1997; Bird-David 1988; Headland y

Reid 1989; Spielman y Eder 1994; Århem 2000; Fortier 2001; Joiris 2003),

lo que se ha relacionado con la cantidad de personas involucradas

(mayor densidad poblacional en los grupos hortícolas) y el nivel de

integración sociopolítica (posibilidad de coordinación y organización

supra unidad doméstica) de los grupos involucrados en la relación

(Woodburn 1997). Los relatos etnográficos señalados dejan ver,

explícitamente, que el grupo horticultor se ve a sí mismo en una

situación de superioridad respecto al otro, al que califica de pobre e

incluso como no completamente humano, en base a sus costumbres

alimentarias, posesiones materiales y orientación de hábitat.

Ciertamente, existe cierto sesgo en estas apreciaciones, porque las

etnografías realizadas por lo general han revelado el punto de vista

294

del horticultor y no conocemos por tanto la apreciación del otro

grupo que forma parte de esta interacción. De hecho, esta

percepción de superioridad no tiene necesariamente un efecto en

desmedro del grupo subordinado, y si bien siempre está la intención

de sacar provecho de la interacción por parte de los horticultores, no

se mencionan situaciones de explotación o de dependencia

económica u otro tipo del otro grupo respecto a ellos14. La asimetría sí

se hace patente, en cambio, en que son los grupos “subordinados” los

que tienden a “acomodarse” a los horticultores en términos de lengua

y costumbres, al menos mientras dura la interacción (Bird David 1988).

Acorde con los niveles de integración sociopolítica en estos grupos, la

interacción y las relaciones que se establecen, sin perjuicio que sea

una práctica generalizada, son siempre de persona a persona

(Jackson 1983; Bird-David 1988; Grinker 1990; Spielman y Eder 1994;

Fortier 2001; Rupp 2003). Es decir, son individuos específicos de un

grupo los que se relacionan con personas determinadas de otro, de

modo que las relaciones por lo general tienen una continuidad en el

14 Esto no quiere decir que las relaciones no puedan tener efectos “negativos” para la parte subordinada, especialmente cuando se establece una competencia económica por un territorio que desemboca en un desplazamiento de una de las partes (ver p.ej. Cashdan 1986).

295

tiempo, es decir no son circunstanciales sino que ocurren

periódicamente involucrando a las mismas personas. Estas relaciones

son muchas veces descritas como de compadrazgo, ocurriendo

también en ocasiones matrimonios, donde invariablemente se reporta

el caso de mujeres del grupo “subordinado” que son incluidas en el

grupo horticultor.

3.3.2 Los grupos sociales en un marco de interacción

La interacción intergrupal no puede entenderse desligada de los

procesos de construcción de identidad grupales. Las discusiones sobre

la identidad y los procesos identitarios han estado cruzadas por dos

perspectivas teóricas, que han sido visualizadas como contrapuestas

(Jones 1997; Giménez 2002). La visión “primordialista” subraya que el

sentido de pertenencia en un rasgo propio y característico de las

personas y grupos humanos. La visión “relacional” pone énfasis en el

carácter situacional y estratégico de la construcción de las

identidades grupales, en un marco de interacción. La comprensión de

los procesos identitarios, sin embargo, es mucho más potente cuando

consideramos que ambos aspectos son parte de un mismo proceso, y

296

que la relevancia de uno u otro varía de acuerdo al contexto histórico

específico.

Las situaciones de contacto intergrupales ponen de relieve el papel

del “otro” en la autodefinición de un grupo, donde lo propio se

reafirma en oposición a lo alterno, constituyendo un proceso

dinámico de inclusión y exclusión (Cardoso de Oliveira 1976;

Bartolomé 1997). Se ha sugerido, también que estos procesos son

especialmente activos y expresados materialmente en situaciones de

“stress” provocado por la competencia (por tierras, recursos, etc.)

(Hodder 1982; Emerson y McElrath 2001).

En esta visión relacional, hay que considerar también que el mundo

puede estar poblado por una diversidad de “otros”, que no

necesariamente son todos humanos. En las ontologías animistas por

ejemplo, tan comunes en nuestro continente, tanto los humanos

como los no humanos están dotados de características sociales, “de

suerte que las especies dotadas de una identidad análoga a la de los

humanos viven, supuestamente, en el seno de colectivos que poseen

una estructura y propiedades idénticas” (Descola 2012:364 [2005]). De

297

acuerdo a esto, el mundo está repleto de potenciales “otros”, no solo

otros colectivos “humanos”, sino animales y vegetales.

En estas lógicas el “otro”, humano y no humano, juega un papel

fundamental para identificarse a sí mismo:

…la identidad se define, ante todo, mediante el punto de vista

sobre uno mismo que adoptan los miembros de otros colectivos,

colocados debido a ello en una posición de observadores

exteriores. (Descola 2012:375 [2005]).

Las visiones primordialistas y relacionales sobre la identidad se

conjugan en esta aproximación, en la medida que la voluntad de

diferenciarse se desenvuelve en un contexto donde existen una serie

de “otros”, y no necesariamente un “otro” en particular, y ocurre a

través de ellos, lo que tiene un importante matiz de diferencia a que la

identificación sea por ellos.

En este proceso de identificación, ciertamente la cultura material

juega un papel importante. Si bien qué elementos u objetos

específicos serán utilizados dependen del contexto particular y

pueden además variar con el tiempo (Barth 1969; Jones 1997), se

privilegian aquellos que permitan objetivar las distinciones respecto al

298

grupo alterno. En una ontología animista, donde domina la idea de

una continuidad de las interioridades y discontinuidad de las

exterioridades, son las fisicalidades, las formas, las que juegan un

papel central en introducir las discontinuidades en un universo

poblados de personas, humanas y no humanas:

El alma de los miembros de las tribus vecinas hace de ellos

sujetos como yo, pero su cuerpo los objetiva como diferentes a

mí: está adornado, pintado, tatuado de otra manera; las armas

herramientas y utensilios que lo prolongan son distintos de los

míos (así como la forma de los colmillos, los picos y las garras

varía entre los animales); la casa que da refugio a ese cuerpo

no es como la que yo habito, y la lengua por medio de la cual

él actúa sobre el mundo no es la que yo hablo (así como no

hablo la lengua del pecarí o el oso, al menos la que está

asociada a su forma específica). (Descola 2012:417 [2005])

En el marco de esta línea argumental, las diferencias materiales que

permiten discriminar distintas “formas de hacer” sostenidas en el

tiempo (“tradición” sensu Pauketat 2001), no son un hecho de la

causa, sino, por el contrario, son un hecho significativo a explicar. En el

299

entendido que no existe cultura material “pasiva” (Shanks y Tilley

1987), la producción y uso de ésta, tanto de los elementos diacríticos

(utilizados intencionadamente para demarcar la diferencia) como de

los otros, deben ser entendidos como prácticas y no tan solo como

“comportamientos”, contingentes e históricamente situadas y por

ende activas (Pauketat 2001), donde no solo entra en juego la

autodefinición grupal sino también un mundo poblado de colectivos.

En un mundo poblado de “otros”, humanos y posiblemente también

no humanos, este es un proceso permanente, cotidiano, que permea

la producción y las maneras de usar la cultura material, a través de lo

cual se recrea y reafirma una identidad en virtud de la diferencia.

Cabe preguntarse cómo operan estos principios en sociedades con

niveles de integración político social a nivel de grupo local. ¿Quienes

son “los otros”? ¿Existen algunos más “otros” que otros? En contextos

donde la distancia espacial es clave en la conformación de las

unidades de integración sociopolítica, ¿que forma adquieren los

procesos de diferenciación identitaria en una situación donde la

interacción con “otros” humanos es, al menos potencialmente, más

cotidiana que con los miembros de mi propio colectivo?

300

Es posible que existan distintos niveles de identificación, que operan

en una “correlación negativa” con las distancias espaciales. En una

organización basada en grupos locales, un grupo local del propio

colectivo localizado a 150 km de otro puede parecer muy ajeno, si es

que alguna vez tuvieron si quiera noción de su existencia mutua,

aunque a nosotros materialmente nos parezcan que son parte del

mismo colectivo mayor (complejo cultural). No obstante las distancias,

sin embargo, el reconocimiento de las diferencias, especialmente si

consideramos el rol central de los objetos y la cultura material en este

proceso, no puede haber dejado de exponer claramente a un “otro”

de otro colectivo cercano espacialmente, a pesar de la posibilidad

de una interacción cotidiana.

Al respecto, rescatamos la siguiente constatación referente a los

Matsigenka, en la Amazonía peruana:

The important distinction for the Matsigenka is that between “us”

and “them”. These two categories are flexible and “we” can,

depending upon the counterpart in contrast to which it is

defined, be taken to mean any of the three levels distinguished

above, that is “household”, “residence group”, and

301

“settlemente group”. It is however, dubious if the usage could

signify “we, the Matsigenka” in relation to other ethnic groups.

The often degoratory stereotypes of personal characters that

are used to describe foreigners do not only apply to

neighbouring (sic) ethnic groups but to another Matsigenka

settlement groups as well. (Rosengren 1987:142).

3.3.3 Interacción Bato – Llolleo

La relación entre Bato y Llolleo se desarrolló a lo largo de un

considerable lapso temporal de al menos 500-800 años. Ambos grupos

se enmarcan dentro de lo que llamamos sociedades no jerárquicas y

presentan similitudes en cuanto a sus formas de subsistencia, formas

de ocupar el espacio y organización social, pero se les puede

considerar sociedades distintas en la medida que tienen diferencias

significativas en aspectos como dieta, donde los grupos Llolleo

muestran un mayor consumo de maíz; forma de asentarse en el

espacio, con una mayor diversidad de tipos de asentamiento para

Llolleo, que incluye grandes caseríos y la ocupación tanto de espacios

ligados a zonas lagunares y terrazas fluviales, donde la localidad

parece ser un nivel relevante de integración social (ver capítulo 3.1); e

302

ideológicas, observadas a partir de los patrones de funebria, donde

Llolleo exhibe una representación social que segrega a mujeres y

niños de los hombres y donde el lugar central de la sociabilidad extra

unidad familiar está expresada (ver capítulo 3.2).

En Chile central las evidencias materiales de interacción son escasas y

además son difíciles de evaluar. La visibilidad arqueológica de los

objetos/productos que potencialmente circulaban es un primer factor

a considerar. Aunque en un contexto más tardío, fuentes

etnohistóricas mencionan, p.ej. la circulación de mantas

(probablemente de cuero) y plumas de avestruz intercambiadas por

maíz entre los grupos cordilleranos y del valle (Vivar 1987:201), objetos

orgánicos que no se conservan en el área de estudio. De hecho el

carácter más hortícola de Llolleo en comparación con Bato hace

posible considerar la circulación de productos hortícolas de Llolleo

hacia Bato, pero no tenemos ninguna evidencia concreta que

permita sustentar esta idea. De esta manera, la evidencia material

directa de interacción refiere a elementos que no solo tengan la

posibilidad de haberse conservado (cerámica, lítico y eventualmente

óseo) sino además que sean “diagnósticos” de uno u otro grupo.

Además de elementos tan evidentes como el tembetá y algunos

303

adornos (por ejemplo cuentas tubulares de concha), contamos

prácticamente solo con la alfarería. Ésta, sin embargo, en términos

generales es muy homogénea, diferenciándose solo en algunos

rasgos, que se presentan de manera poco frecuente en los contextos

de origen (decoraciones) y que además en muchos casos son difíciles

de identificar en fragmentería (formas, motivos decorativos) (ver

capítulo 1.2).

Un segundo factor está referido a la posibilidad de identificación de

un objeto intercambiado, lo que se relaciona con la naturaleza de los

sitios, principalmente habitacionales, sin estructuras de vivienda o

rasgos reconocibles, de escasa profundidad estratigráfica y afectados

ampliamente por procesos posdepositacionales asociado a la

actividad agrícola y ganadera. Cuando encontramos elementos

diagnósticos de dos componentes culturales en un mismo lugar, es

difícil evaluar si es producto de una ocupación efectiva por parte dos

grupos (algo que tampoco se soluciona con fechados por el amplio

rango de los sigma de los fechados TL) o si su presencia es producto

de la circulación de algunos objetos de un grupo a otro.

304

Una revisión de la información disponible15, permitió identificar tan solo

nueve sitios de un total de 34, donde podemos identificar

materialidad propia de un grupo en asentamientos del otro grupo

(Tabla 3.3.a). Se trata mayormente de elementos Bato en sitios Llolleo,

y pone en evidencia la interacción efectiva entre los grupos, en la

medida que manifiestan ya sea la circulación de objetos entre ellos,

como sería el caso de las vasijas, o bien de personas que se movían

de un grupo a otro grupo con sus objetos, como también podría ser el

caso de las vasijas, y de los tembetás, objeto de uso personal que

implica cierta mutilación corporal.

Estos datos son suficientes para postular que estos grupos mantuvieron

relaciones entre sí. Sin embargo, no se podría argumentar a partir de

su escasez, una baja o infrecuente interacción entre ambos grupos.

Por el contrario, la diferencia consistente y sostenida en el tiempo (500

años) en una situación de alta proximidad espacial entre Bato y

Llolleo, debe ser entendida en el marco de una interacción.

15 Se consideró solo sitios habitacionales publicados, monocomponentes y/o diferenciados espacialmente de vecinos con otros componente para descartar el efecto de superposición de ocupaciones. Se consideró solo los elementos materiales claramente asignables a un grupo u otro.

305

Sitio Elemento

Evidencias de elementos Bato en sitios Llolleo

El Mercurio

10 fragmentos cerámicos con decoración inciso lineal punteada, probablemente de vasijas distintas.

11 fragmentos con decoración con hierro oligisto mesclado con óxido de hierro (tonalidad morada)

Los Panales

1 fragmento de cerámica con decoración inciso lineal punteado

1 tembetá lítico (piedra roja)

1 fragmento de gollete cribado

VP1 1 tembetá de cerámica

1 fragmento de cerámica con decoración inciso lineal punteado

VP2 1 fragmento de cerámica con decoración inciso lineal punteado

El Peuco 1 tembetá de cerámica

La Granja By Pass

3 tembetás de piedra

3 fragmentos cerámicos con decoración inciso lineal punteada

Evidencias de elementos Llolleo en sitios Bato

La Palma

CK1/7

Parque la Quintrala

2 fragmentos con decoración inciso reticulado

1 garrita en asa

1 garrita en asa

(4 modelados con incisos tipo garrita)

Tabla 3.3.a Evidencias materiales de interacción

306

La situación de contacto cotidiano no necesariamente tiene que

haberse materializado en relaciones cara a cara, aunque esta es una

situación completamente posible en virtud de los escasos 200 m que

en ocasiones separan sus espacios habitacionales, sino la presencia

del otro debe haberse revelado en todas las inscripciones dejadas en

el paisaje por el habitar cotidiano de ambos grupos. Sus

asentamientos y campos de cultivo, ya sea ocupados o

abandonados, las rutas de desplazamiento utilizadas, los lugares de

extracción de materias primas líticas y alfareras, hacen manifiesto al

“otro” de manera permanente.

En concordancia con lo expuesto en relación a que la cultura

material juega un papel activo en la estructuración de la sociedad y

el mundo que las rodea, las diferencias entre Bato y Llolleo no puede

ser entendida, entonces, simplemente como un hecho neutral, sino

debe ser concebida como diferenciación, producto de acciones

concretas realizadas por individuos en un mundo poblado de “otros”.

Así, esta diferenciación que persistió en el tiempo adquiere sentido en

un contexto de prácticas que, ya sea de forma consciente o

inconsciente, enfatizan las discontinuidades entre los dos colectivos

307

sociales, de modo que cada una de ellos adquiere una fisonomía,

una forma, distintiva.

De esta manera, no son solo los elementos que circulan entre ambos

grupos los que nos pueden dar luces de su interacción, sino las

prácticas de diferenciación que se mantuvieron a través del tiempo,

que nos revelan que la circulación de objetos y eventualmente de

personas entre ambos grupos no implicó asimilación. Por el contrario,

cada parte mantuvo su singularidad a través de la reproducción de

un conjunto de prácticas que así lo permitieron.

El uso de ciertos elementos altamente visibles, como los adornos

corporales, nos plantea efectivamente la posibilidad de su uso como

elementos diacríticos respecto a un “otro” (ver Soto 2010)16. Los

tembetá son un elemento que destaca por su visibilidad en los

contextos Bato, pero también podemos considerar otros adornos –

16Se ha reportado también la práctica de deformación craneana para Llolleo (Falabella y Planella 1979, 1991) y Bato (Rivas y Ocampo 1995; Andrade 2007a y b), pero los datos no permiten realizar un ejercicio comparativo fiable porque a) en muchos casos los restos óseos están en tan mal estado que éste es un rasgo que no se puede observar, lo que disminuye la muestra; b) algunos informes no cuentan con análisis de antropología física propiamente tal, por lo que no se hace referencia a este rasgo, pero no hay certeza de que efectivamente no estuviera presente; c) en la mayor parte de los casos en que este rasgo sí ha sido relevado, no queda del todo claro si en los casos en que no se menciona éste no fue observado o si no era observable.

308

collares/cuentas, pendientes – presentes tanto en Bato como en

Llolleo que se manifiestan con ciertas particularidades (Soto 2010).

Las cuentas de concha se encuentran solo en sitios costeros (a

excepción del sitio La Granja), las que pueden ser discoidales planas

en Bato y Llolleo, y también tubulares con muesca en Bato (Lucero

2010). Las cuentas de piedras sedimentarias (generalmente

identificadas como lutita) son las más abundantes y también tienen

formas discoidales planas, encontrándose principalmente en sitios

Llolleo (costa e interior) y Bato del interior. Las cuentas de mineral de

cobre, en cambio, aparecen principalmente en los contextos Bato de

costa e interior (16 cuentas, 4 sitios), y en menor medida en sitios

Llolleo (6 cuentas, 4 sitios)17. Las cuentas son de tamaños pequeños, 5-

10 mm en el caso de las discoidales (Soto 2010) y no superan los 20

mm en el caso de las tubulares (Lucero 2010), y su recuperación

depende mucho de las técnicas utilizadas para intervenir los sitios

(excavaciones o recolecciones superficiales; tamaño de la malla del

harnero). Las cuentas se han encontrado en los basurales de los sitios

17 Las rocas sedimentarias son comunes en formaciones geológicas de Chile central y se encuentran tanto en la Cordillera de la Costa como en la de los Andes. El mineral de cobre debería ser menos ubicuo, pero no se han realizado hasta ahora análisis orientados a determinar su composición o proveniencia.

309

habitacionales, pero son más comunes en contextos de funebria

donde, principalmente en Llolleo, éstas forman parte de verdaderos

collares.

Las diferencias enunciadas parecen estar jugando en varios ejes y

niveles simultáneamente. A nivel intergrupal, las cuentas de mineral de

cobre podrían ser relevantes para la diferenciación entre Bato y

Llolleo. Su ocurrencia acotada sugiere formas de adquisición

mediatizadas y su distribución dispar su aprovisionamiento mediante

redes de relaciones que solo uno de ellos maneja. Siguiendo esta línea

de discusión, la presencia de cuentas de mineral de cobre en Llolleo

podría ser considerada una evidencia más de la interacción entre

ellos, en la medida que su adquisición estaría mediada por Bato. Su

cantidad no permite, sin embargo, considerarlas como un bien “de

prestigio”, aunque ciertamente su exotismo puede haberlo convertido

en un bien deseado. Otro eje de diferenciación es el intragrupal. La

distribución espacial de las cuentas de concha, y particularmente de

las cuentas tubulares con muesca, acotada a los sitios Bato costeros,

sugiere que su uso no solo adquiere significado en relación a un “otro”

Llolleo, sino también en relación a un “otro” Bato. En este sentido el

310

“otro” pueden ser muchos a la vez, mientras que los elementos

materiales actúan en múltiples y diversas situaciones de interacción.

Los tembetá se encuentran también tanto en contextos de basuras

domésticas como en entierros asociados a individuos y a través de las

huellas que ha dejado este adorno en la mandíbula e incisivos

inferiores, sabemos que estos elementos fueron utilizados de manera

recurrente. Casos etnográficos de uso de tembetás y narigueras

reportan también su uso cotidiano (ver p.ej. caso Suya [Seeger 1975];

Cashinawa y Shipibo [Goulard 1958]; Achuar [Descola 2005]). Al igual

que el caso de las cuentas, los tembetás también pueden operar en

múltiples dimensiones. A nivel intragrupal separan a mujeres y hombres

adultos de infantes, aunque no todos los adultos los usaron. Esta

separación etárea sugiere que el uso de estos elementos refiere a

ciertas características asociadas a la adultez, como en el caso Suya,

p.ej., donde el uso de tembetás y orejeras se relaciona con la

importancia del habla y de la capacidad de escuchar (comprender),

ambas cualidades importantes que no se espera que los niños posean

(Seeger 1975). A nivel intergrupal, Llolleo aparece como el “otro” más

evidente, especialmente en localidades de alta proximidad espacial

y eventualmente de competencia por recursos, como ocurre en la

311

localidad de Colonia Kennedy de la microrregión de Angostura. En

este tipo de situaciones cabe esperar un énfasis en los procesos de

diferenciación a través del uso de elementos diacríticos como los

tembetás (ver más arriba). La naturaleza dispar de las intervenciones

realizadas en los distintos sitios y de las características de sus reportes o

publicaciones, no permite una comparación cuantitativa detallada

de la presencia de este adorno entre distintas áreas. No obstante, una

mirada general permite ver a partir de los tembetás rescatados en

basuras domésticas (Tabla 3.3.b), que la microrregión de Angostura no

presenta mayor cantidad de tembetás que otras, como la costa,

donde esta situación de interdigitación no es tan evidente.

No podemos dejar de replantearnos, entonces, respecto a qué “otro”

se están utilizando estos elementos diacríticos en cuestión. En un

mundo poblado de colectivos, el “otro” humano y más evidente para

nosotros no necesariamente era el que gatillaba el uso de estos

emblemas, abriendo la necesidad de poner más atención a la

dinámica intragrupal (división etárea y de cualidades), o bien a la

posibilidad de otros “otros”, no necesariamente humanos.

312

Sitio N Tembetás

N tembetás / 1000 fragmentos cerámicos

Microrregión de Angostura

CK1 5 0.5

CK3B2 1 0.09

CK9 2 0.31

CK15 2 0.35

VP3D 1 0.13

VP5 2 0.08

Costa

Arévalo 2 10 0.7

Marbella 15 0.6

Tabla 3.3.b. Densidad de tembetás

En este marco de colectivos actuando y reproduciendo prácticas

diferenciadoras, no alcanzamos a entender, sin embargo, la

naturaleza específica de la interacción entre ambos grupos. Los

antecedentes etnográficos nos proveen de escenarios posibles,

donde circulación de objetos y “servicios” parecen ser la constante.

En relación a esta posibilidad, el patrón de asentamiento de extrema

interdigitación espacial, como la localidad de Colonia Kennedy en la

microrregión de Angostura asociada a un particular ambiente lagunar

313

(ver capítulo 3.1), abre la posibilidad de considerar que el

asentamiento de uno esté en relación al otro. Los intercambios de

“servicio” se reflejan generalmente en que los asentamientos de los

grupos que “prestan” el servicio se disponen a corta distancia o en los

alrededores de los asentamientos del grupo que necesita el “servicio”,

en este caso el grupo horticultor. Así, se podría entender el

asentamiento Bato en la localidad de CK en función del Llolleo, en

contraste a considerarlo tan solo como producto de las características

de subsistencia y necesidades de cada grupo.

No obstante, la historia ocupacional del área no parece apoyar esta

interpretación. La ocupación Bato de esta localidad no solo es

anterior a la Llolleo, sino también los asentamientos Bato parecen ser

de mayor extensión que los Llolleo, al menos en el momento más

temprano, lo que sugiere la presencia de mayor número de unidades

domésticas Bato en dicha área. Por tanto, el asentamiento Bato no

parece estar en función del asentamiento Llolleo. En un momento más

tardío de la secuencia se observa, sin embargo que la ocupación

Bato se “atomiza”, cuando los grandes asentamientos iniciales son

reemplazados por otros de dimensiones mucho menores (ver Figura

3.1.b). La ocupación Llolleo del área, que como señalamos comienza

314

algo después, podría estar jugando un rol en este proceso en la

medida que su presencia en el área tiene que haber modelado la

ocupación Bato de la misma. Esta localidad ya no está a libre

disposición. La ocupación Llolleo de esta localidad, por su parte, es

distinta a la que se despliega en el área de Valdivia de Paine o en el

sector sur de Colonia Kennedy, con asentamientos más pequeños y/o

menos densos. Podría plantearse, entonces, que en la ocupación del

área, ambos grupos están afectando la ocupación del otro, sin

observar una situación de subordinación de uno (Bato) frente al otro

(Llolleo).

Sin embargo, esta no es la única interpretación posible. La

“competencia” por espacios y/o recursos asociados al ambiente

lacustre predominante en aquella área también podría dar cuenta de

este patrón, donde no hay cabida para que se generen

asentamientos extensos que involucren mayores cantidades de

población. Una restricción en el uso de los espacios obligaría además

a una constante reutilización de los mismos lugares habitacionales, en

el caso de ocupaciones menos sedentarias. También, esta extremada

interdigitación podría ser más aparente que real, y ser producto de

una ocupación de la localidad de manera más intermitente e incluso

315

alternada en una escala de tiempo invisible a nuestros métodos, en el

marco de una estrategia en la cual ambos grupos se evitan entre sí.

Por último, tampoco podemos descartar que justamente las

características del paisaje, con napas freáticas altas y alta

probabilidad de anegaciones en inviernos lluviosos hayan sido los

principales modeladores de las características de los asentamientos

tanto Bato como Llolleo del área.

Síntesis

Las evidencias materiales de interacción en nuestra área de estudio

son escasas. A pesar de ello, existen evidencias que sugieren ya sea

un movimiento de objetos o de personas de un grupo a otro.

Planteamos también que las diferencias entre Bato y Llolleo,

sostenidas durante al menos 500 años, deben ser comprendidas en un

marco donde un o unos “otros” permiten y activan las prácticas

diferenciadoras, las que se manifiestan tanto en objetos de uso

cotidiano como en objetos utilizados activa y conscientemente para

remarcar las discontinuidades. Estos objetos operan en distintos niveles

y ejes de inclusión/exclusión, tanto intragrupales, como entre grupos.

316

De esta manera, la comprensión del período Alfarero Temprano en

Chile central pasa por considerar a estos grupos insertos en una matriz

de relaciones, donde el o los “otros” sin duda jugaron un papel

importante en la configuración social, económica, política y espacial

de cada uno de ellos.

317

SECCIÓN 4. RECAPITULACIÓN

4. 1 RECAPITULACIÓN

En los capítulos previos se realizó un análisis comparativo entre Bato y

Llolleo en torno a tres ejes temáticos a partir de la información

existente para el período Alfarero Temprano en Chile central: niveles

de integración socio político, que abordamos a partir de un análisis

espacial de los sitios habitacionales y de la materialidad cerámica;

análisis de los patrones de funebria en el ámbito ideológico, a partir

de asociaciones recurrentes de ofrendas, interpretadas en relación al

marco económico, social y político general de cada grupo; y análisis

de la interdigitación espacial, a partir de la discusión de los escenarios

posibles para la interacción, en un marco donde un “otro” es parte de

la cotidianeidad de cada grupo.

Los distintos ámbitos abordados muestran que no obstante Bato y

Llolleo pueden ser enmarcadas como sociedades no jerárquicas,

exhiben diferencias que permiten enriquecer el contenido de esta

categoría clasificatoria tan amplia, llenándola de matices, que son

significativos a considerar. En este escenario también hay que

contemplar el dinamismo de los procesos históricos, que se desarrolla

318

además en un marco de relaciones con los otros habitantes del área,

humanos o no humanos.

En esta sección discutiremos de forma integrada los tres ejes

señalados para Bato y Llolleo, en consideración que éstos forman

parte de una misma trama donde se entretejen los aspectos político,

social, económico e ideológico, es decir son parte de un “hecho

social total”.

4.1.1 Discusión

El análisis del patrón de asentamiento, expresado en el tipo de sitio

registrado, sus tamaños, intensidad de ocupación y su disposición en

el paisaje, tanto general como enfocado en la microrregión de

Angostura, permiten describirlo como disperso, enmarcado entre

unidades de vivienda aisladas y caseríos relativamente pequeños que

no superan las 18 há. Dentro de este marco, en la microrregión de

Angostura Bato y Llolleo presentan ciertas diferencias que no por

menores dejan de ser significativas.

La mayor diversidad de asentamientos Llolleo (tamaños/densidades) y

la historia ocupacional de ellos dejan ver un panorama dinámico en

relación al tamaño de las unidades residencales, que revela cambios

319

en el número de personas que congregan y así también un panorama

sociopolítico en constante cambio. La emergencia de dos caseríos de

mayor tamaño en la fase final del período Alfarero Temprano es reflejo

de la capacidad que habrían alcanzado algunas unidades familiares

de congregar a un número importante de personas en torno a ellas,

otras unidades domésticas relacionadas por medio de lazos de

parentesco directo o de alianza, y por ende de la capacidad política

de ciertas cabezas de hogar. La conformación de unidades

residenciales más grandes también es expresión de grupos

productivos de mayor tamaño, que aunque pueden no haber sido el

fin de la puesta en ejecución de estas habilidades políticas,

ciertamente permiten mantener el prestigio de la unidad a través de

su contribución en las actividades agrícolas, procesamiento y

elaboración de chicha.

La existencia de varios asentamientos pequeños corresponderían, en

el primer momento del período, al proceso inicial de expansión

territorial por parte de unidades domésticas pequeñas que ocuparon

espacios inhabitados previamente, y que eventualmente luego

congregaron a más unidades de vivienda, convirtiéndose en

conjuntos residenciales o caseríos. En la fase más tardía, estas

320

unidades domésticas aisladas formaron parte de una dinámica de

conformación de nuevas unidades residenciales, proceso consistente

con la inestabilidad de los sistemas de alianza de este tipo de sistemas

sociopolíticos, donde la separación y conformación de nuevas

unidades o conjuntos residenciales es común. Corresponderían a la

unidades “descolgadas” de la unidades sociales mayores (ver p.ej.

Århem 1981, Descola 1982; Dillehay 1992).

El sistema de asentamiento Bato revela un panorama histórico distinto,

que en la microrregión de Angostura se inicia con la conformación de

grandes áreas habitacionales, las que disminuyen de tamaño hacia el

final del período Alfarero Temprano. El mayor tamaño de los

asentamientos Bato sugiere la posibilidad de que el grupo

coresidencial fuera de mayor tamaño que en Llolleo en la etapa

inicial. No obstante, la redundancia habitacional, es decir la

reiteración del uso de los mismos lugares por parte de unidades

domésticas de menor tamaño, generan finalmente extensas áreas

con ocupaciones de intensidad variable a partir de su traslape total o

parcial, lo que también puede estar respondiendo a lo que

observamos en este caso. En otras áreas, como la desembocadura

del Aconcagua, la redundancia espacial parece ser similar.

321

Por otra parte, la cultura material muestra una mayor circunscripción

en las prácticas de manufactura y uso de la alfarería en Llolleo que en

Bato. Su coincidencia en la microrregión de Angostura con la

conformación de dos localidades en base a las distancias entre los

asentamientos, sugiere que este nivel territorial tenía un significado

social y político, pudiendo corresponder a grupos locales, en la

medida que la distancia social es cotérmino con la distancia física en

esta localidad. No ocurre lo mismo para Bato, donde no se observa tal

coincidencia. La escala espacial en la que se encuentran similitudes a

nivel de la cultura material supera las localidades posibles de definir a

partir de la distancia entre los asentamientos y las áreas en que se

generan estas similitudes materiales no son claramente circunscritas.

Llolleo aparece, entonces, con un nivel de integración sociopolítica

mayor y delimitada espacialmente en una escala ajustada a la

localidad. Esta característica es coherente con los patrones de

funebria, donde se generan ordenamientos de personas y materiales

distintivos, producto de una concepción particular del mundo, los

colectivos y los individuos.

322

La puesta en escena en la funebria Llolleo de una metáfora agrícola,

con el acento puesto en la articulación de dos conceptos, a saber, la

producción y procesamiento de los productos vegetales y la

clasificación de niños y mujeres en una categoría diferente a la de los

hombres, no debe ser entendida como un simple reflejo de una

situación de mayor dependencia de cultivos y eventuales cambios de

roles sociales asociados. Por el contrario, es una acción cargada de

significados a partir de la cual los propios actores sociales ponen

expresamente en relación estos conceptos en un contexto particular

de alta significación simbólica (el ritual fúnebre), a través de lo cual se

da sentido a un ordenamiento particular de su propia realidad.

La producción hortícola, particularmente de maíz que formó parte

importante, aunque variable, de su dieta, indica que esta fue una

actividad relevante que debió haber tenido consecuencias

importantes en la calendarización anual de las actividades. El maíz y

los otros cultivos como la quínoa, la calabaza y los porotos,

recuperados en los sitios habitacionales, con ciclos vegetativos de 3 a

5 meses, se siembran en primavera y se cosechan durante el verano.

Su consumo durante el resto del año implica almacenamiento o

procesamiento como los implicados en la confección de harinas

323

(crudas o cocidas), así como guardar semillas para la siembra de la

próxima temporada. Este sistema de subsistencia requirió un tiempo

mayor de permanencia en los lugares, no solo por los cuidados que

requieren los cultivos durante su ciclo vegetativo anual (riego,

desmalezamiento, protección de depredadores), sino también por

todas las actividades derivadas (almacenamiento, producción de

harinas y brebajes), que limitó las posibilidades de movilidad de la

unidad residencial.

En el ritual fúnebre las mujeres y niños se relacionan al concepto de

reproducción, lo que nos remite a una sociedad que pone énfasis en

la reproducción social y la descendencia, cuyo corolario es la

intención de manipular las relaciones de parentesco y alianza que

posibilitan el acceso a los recursos, coherente con la mayor

circunscripción socioterritorial observada en la integración

sociopolítica.

En el ámbito político, la recurrente incorporación de jarros en las

tumbas pone en evidencia la relevancia de las prácticas

relacionadas con la conformación de alianzas supra unidad

doméstica que son incorporadas en ámbitos tan altamente

324

significativos como el ritual fúnebre. El jarro materializa la bebida,

elemento esencial en la hospitalidad, sociabilidad y prestigio de las

unidades domésticas y sus jefes de hogar, por medio de las cuales se

generan, mantienen y actualizan relaciones sociales, alianzas. Los

jarros aluden, como tales, a la conformación de estas alianzas,

poniendo de relieve las relaciones más allá de la unidad doméstica.

En una expresión material no relacionada con la funebria, esta

dimensión sociopolítica se puede observar también en ciertos lugares

“especiales”, espacios postulados como de “junta”, donde la bebida

y el complejo fumatorio adquieren su máxima expresión (sitio La

Granja sector 3, Planella et al. 2000; Falabella et al. 2001).

Ambos aspectos, la reproducción y la política de las alianzas, están

cruzados por el papel central que juegan las mujeres y sus

descendencias en este tipo de sistema sociopolítico, donde la

necesidad de control entra en contradicción con su papel clave en

la economía doméstica y política. Las mujeres son un medio

importante para materializar las alianzas a través del matrimonio y

para la reproducción, pero a la vez constituyen un elemento

importante en la economía doméstica no solo por su contribución

efectiva en la producción agrícola, sino también en la producción de

325

la chicha, ya sea de maíz o de otros frutos silvestres, por medio de la

cual se alimenta la relación social supra unidad doméstica. Sin duda

esto constituye una fuente de tensión que está sujeta a la

manipulación ideológica, expresada en la representación reflejada

en la relación metafórica establecida entre reproducción agrícola y

reproducción social, que por una parte subraya la relevancia de

mujeres y niños pero al mismo tiempo lo acota al ámbito de la

reproducción y descendencia.

La funebria Bato, en cambio, responde a conceptos sociopolíticos

distintos a los de Llolleo. Las vasijas cerámicas están completamente

ausentes en los contextos fúnebres, y por ende también su contenido

y lo que representa en términos sociales. Tampoco las categorías de

género y edad fueron remarcadas. Estas diferencias refieren en última

instancia a representaciones sociales cualitativamente distintas, las

que deben ser comprendidas en el contexto de la organización social

y subsistencia de estos grupos. Los grupos locales, entendidos como

conjuntos de unidades domésticas que interactúan de manera más o

menos regular entre sí y con las que se establecen relaciones de

parentesco y alianza, son de una naturaleza distinta en Bato, donde

se entablan relaciones con menor grado de formalización,

326

probablemente menos recurrentes, más circunstanciales, y manifiestas

en una escala espacial mucho mayor, probablemente asociado

también a una mayor movilidad.

Los análisis de isótopos indican una subsistencia que incorporó el maíz

como base regular en la dieta de estos grupos, aunque en menor

proporción que Llolleo. La configuración espacial de los

asentamientos tanto en la microrregión de Angostura como en otros

lugares, asociada a napas freáticas altas, inmediatas a un sistema

lagunar o afloramiento de vertientes, sugiere el aprovechamiento de

la humedad natural de los suelos para una horticultura de secano. El

maíz es exigente en nutrientes (particularmente nitrógeno y fósforo) y

requiere de condiciones de humedad constantes para su óptimo

crecimiento, por lo que el rendimiento de una producción sin riego

debió haber sido más baja. Por otro lado, el cultivo del maíz requiere

en general una alta inversión de tiempo y trabajo (Rose 2008), por lo

que puede haber sido cultivado en menores cantidades, acorde al

tamaño de las unidades domésticas y la fuerza de trabajo disponible.

En este contexto, otros cultivos como la quínoa (identificadas en el

registro arqueológico de sitios habitacionales) o la papa (de difícil

detección arqueológica), que soportan bien las condiciones de

327

secano, pueden haber jugado papeles más relevante que el maíz en

estos grupos.

A pesar de una menor dependencia del maíz, el ciclo de los cultivos y

las épocas de siembra (primavera) y cosecha (verano) también

deben haber marcado el ritmo de la vida de los grupos Bato,

influyendo tanto en la selección de los lugares donde asentarse,

como las posibilidades y ciclos de movilidad. De esta manera, la

“simplicidad” de la funebria Bato, aparentemente cercana a

patrones de funebria cazador recolector, se relacionaría más bien

con diferencias estructurales en los mecanismos de integración

sociopolítica y la conformación de unidades más allá de la unidad

doméstica o residencial y ciertamente implica diferencias en la

organización de la producción, la relación con la tierra y el medio

respecto a Llolleo.

Lo importante aquí es que las diferencias no son diametrales sino más

bien es una cuestión de grados: ambos grupos viven en comunidades

domésticas dispersas de tamaños relativamente pequeños, ambos

evidencian movilidad residencial, ambos subsisten de productos

cultivados. Sin embargo, en Llolleo se articulan social y políticamente

328

a un nivel espacial más circunscrito, viven eventualmente en

comunidades que involucran a un mayor número de personas y

basan su subsistencia en mayor grado en los cultivos. En Bato, por otro

lado, las unidades residenciales no parecen involucrar a tantas

personas, la articulación se produce a escalas espaciales mayores

con un menor grado de formalización y parecen tener una menor

dependencia de cultivos “exigentes” como el maíz.

Una de las características más reconocidas para el período Alfarero

Temprano en Chile central es la interdigitación espacial entre ambos

grupos. En este escenario es posible considerar que no estamos frente

a una lógica apropiativa de los espacios como la esperada para las

sociedades que basan la mayor parte de su subsistencia en productos

cultivados. La presencia de un “otro” ciertamente debe haber

modelado la ocupación de una determinada localidad, como se

aprecia en la microrregión de Angostura, pero no estamos frente a un

comportamiento territorial excluyente. Si bien deben haber estado

actuando principios de territorialidad, no se están desplegando

principios de tenencia (sensu Ingold 1987), de uso exclusivo, de una

determinada localidad. Esto no implica, sin embargo, que haya

existido una tendencia a la convergencia de ambos grupos. Por el

329

contrario, las prácticas sociales implementadas por éstos insisten en

marcar y mantener las diferencias por generaciones. Estamos frente a

una frontera social, más que territorial, que muestra un panorama

sociopolítico de relaciones intergrupales infundidas de

intencionalidades de mantener y destacar sus propias identidades.

Esta situación solo es posible en un contexto de relaciones simétricas

entre grupos con organizaciones sociales no jerárquicas, en un marco

de baja densidad demográfica y amplia disponibilidad de territorios.

4.1.2 Conclusiones

En esta tesis analizamos a los grupos Llolleo y Bato del período Alfarero

Temprano de Chile central y logramos avanzar respecto a la

determinación de sus niveles de integración sociopolítica, los aspectos

ideológicos ligados a la funebria y las características de su interacción

en un marco de interdigitación espacial.

Ambos grupos se enmarcan dentro de las sociedades no jerárquicas y

tienen un modo de subsistencia hortícola, pero presentan profundas

diferencias ideológicas y de organización sociopolítica.

En términos de niveles de integración se logró establecer que hay

diferencias en relación a la escala espacial en la que se está

330

produciendo niveles de integración supra unidad doméstica, lo que se

relaciona con el grado de formalidad de las relaciones que permiten

dicha integración. Para Llolleo los niveles de integración son nítidos y

se producen a niveles espaciales acotados (localidad). En Bato, los

niveles de integración son difusos y poco formalizados, y si bien siguen

una lógica espacial, ésta supera la localidad.

En términos ideológicos, se propone que existe una diferencia

importante a partir de las representaciones que se ponen en juego en

el ritual de funebria. En Llolleo se enfatiza la conformación de alianzas

supraunidad doméstica y la delineación de los grupos de

descendencia, marcado por la relación metafórica entre mujeres,

niños, producción y reproducción. En Bato, no hay referencia a

categorías de género o edad y solo se visualiza a los individuos.

En términos de la interdigitación espacial se expuso el movimiento de

objetos entre un grupo y otro, no obstante lo cual se mantuvo una

estricta frontera social entre Bato y Llolleo, que permitió que

persistieran las diferencias a lo largo de al menos 500 años.

Nuestro caso de estudio muestra que la incorporación de productos

cultivados en la subsistencia de los grupos no necesariamente es

331

sinónimo de sedentarización, territorialización y formalización de los

grupos locales. La diversidad en el marco de las sociedades no

jerárquicas, como las que hemos analizado, no solo se remite a

diferencias en las expresiones materiales de los grupos, sino se revelan

cualitativa más que cuantitativamente en múltiples dimensiones

relacionadas a la esfera económica, social y política, en el marco de

trayectorias históricas distintas. Para el Alfarero Temprano de Chile

central esperamos que este haya sido el aporte de esta tesis.

4.1.3 Proyecciones

Sin duda quedan muchos ámbitos por profundizar que permitirán

discutir a futuro lo planteado en esta tesis. Entre éstos, dos de los

aspectos fundamentales que necesariamente tenemos que mejorar,

es el control de la cronología interna del período Alfarero Temprano y

obtener información análoga a la que contamos para la microrregión

de Angostura. Solo así podremos adquirir mayor comprensión sobre

procesos que aquí solo empezamos a intuir. Por nombrar solo algunas

de las interrogantes que han surgido en el camino: ¿la conformación

de espacios habitacionales tipo caseríos en Llolleo hacia finales del

período es algo que ocurre de manera generalizada en Chile central?

332

Por el contrario, ¿la disminución de los espacios habitacionales Bato es

un fenómeno generalizado o está circunscrito al ámbito lagunar

particular que examinamos? ¿La representación ideológica en la

funebria que segrega a mujeres y niños ligándolos a la producción

agrícola ocurre desde un principio o es algo que cristaliza hacia el

final del período? ¿El consumo de maíz aumenta a lo largo del

tiempo? ¿Cuál es la dinámica temporal de las ocupaciones Bato y

Llolleo en otra microrregión, con otras condiciones ambientales?

En un ámbito de mayor amplitud temporal y en términos históricos, los

fechados obtenidos en la cuenca de Rancagua (Sanhueza et al.

2010) y la microrregión de Angostura (Falabella, Cornejo, Sanhueza y

Correa 2013), que muestran recurrentemente contextos PAT con

fechados que sobrepasan el primer milenio de nuestra era hasta el

1300 dC, sugieren que los cambios que desembocaron en una nueva

situación cultural conocida como Cultura Aconcagua fue un proceso

que ocurrió de manera heterogénea en Chile central. Esto contrasta

con la idea que se manejaba hasta ahora a partir de la cronología,

que indicaba que este proceso había ocurrido de manera muy

rápida y generalizada hacia el fin del primer milenio.

333

Junto a las diferencias expuestas entre Bato y Llolleo, esto nos

permitirá pensar de manera muy distinta el proceso histórico particular

de Chile central a lo largo del primer milenio de nuestra era y hasta la

llegada de los españoles, en la medida que los cambios que

desembocan en una realidad cualitativamente diferente tienen su

origen en la situación descrita para el período Alfarero Temprano, con

sus heterogeneidades, microprocesos y cronologías, que sin duda

tuvieron incidencia en el devenir histórico de esta región.

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ANEXO 1: ANTECEDENTES DE LOS SITIOS Y CONTEXTOS DE FUNEBRIA CONSIDERADOS LLOLLEO Condominio Los Llanos (Henriquez s/f) Este sitio se encuentra localizado en Machalí, VI región, y se ubica dentro de los que hoy es un condominio particular. El único entierro excavado fue recuperado parcialmente en primera instancia por personal del Servicio Médico Legal, y luego de la notificación al Museo Regional de Rancagua, por el arqueólogo Mario Henríquez. Para recuperar lo que quedaba in situ del enterratorio se abrió una cuadrícula, lo que permitió el rescate de éste junto a su contexto asociado. Los restos se encontraban entre los 120 y 136 cm. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto joven (> 20 años) femenino, flectado decúbito lateral derecho

1 olla del tipo Llolleo Inciso Reticulado

El Mercurio (Solé 1991, Falabella 2000) Este sitio se sitúa en la terraza fluvial de la ribera norte del río Mapocho, cuenca de Santiago, a los pies del cerro Manquehue y se descubrió durante la extracción de tierra para los jardines de la empresa El Mercurio. Está compuesto por un sector de funebria, donde se rescataron 36 enterratorios y un área de depósito de basuras, que se encuentra hacia el este del sector de enterratorios, y donde se realizaron 28 unidades de excavación. El sitio cuenta con varios fechados TL, tanto de los enterratorios, que dieron los siguientes resultados: 120 ±180 dC, 640±150 dC, 680±130 dC, 935±100 dC y 1080±90 dC (Falabella op.cit.)18, como del depósito de basuras domésticas, 18 El fechado más temprano corresponde al enterratorio de un niño que tenía como ofrenda 4 ceramios que morfológicamente son diferentes a las otras ofrendas cerámicas, junto a dos aros de cobre. Esto ha llevado a asociarlo a la ocupación I de El Mercurio y no fue considerado en este análisis.

 

366

de los que se obtuvieron los siguientes: 300±140 dC (nivel 60-80 cm) y 460±150 dC, 470±100 dC, 635±130 dC y 805±120 dC (nivel 40-60 cm) (Vásquez et al. 1999). Los enterratorios se encontraban en una matriz muy arcillosa que incidió en una mala conservación de los restos. De hecho, la deformación craneana, aspecto relevante observado en muchos otros entierros Llolleo, es un rasgo que no pudo ser observado en más del 80% de los restos. En todo caso, en los pocos cráneos en que este rasgo pudo ser revisado, no fue observado. Recientemente se realizaron análisis arqueobotánicos en los residuos de las vasijas (Planella et al. 2005-2006, 2010). N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto, flectado decúbito ventral. 6 bolones

1 jarro

2 Adulto joven. 16 bolones 1 mano con ocre rojo 3 Infante (4 años +-12 meses) en urna.

5 bolones. 1 olla + 1 jarro con decoración antropomorfa + vasija fragmentada + piedra horadada + 3 morteros + lámina Cu Restos botánicos: chamico, lagenaria sp.

4 Adulto (25-29 años) masculino, flectado decúbito ventral. 3 bolones. Quemas.

-

6 Adulto (25-29 años) masculino, flectado decúbito ventral

1 jarro

7 Adulto (25-29 años) masculino, flectado decúbito ventral. 33 bolones.

1 tazón + 3 jarros + 1 vasija fragmentada + collar Restos botánicos: chamico, quínoa, maíz, rubus

8 Infante (5 años+-16 meses). 24 Bolones. Quemas.

1 tazón

9 Infante (nonato). 15 bolones. 1 jarro + 1 jarro asimétrico con decoración antropomorfa miniatura Restos botánicos: chamico, quinoa, fitolito de maiz

367

10 Adulto joven (20-24) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo. 16 bolones. Quemas.

1 jarro + 1 collar + 1 mortero

11 Infante (3 años +-12 meses), flectado decúbito lateral derecho. 10 bolones

1 jarro

12 Adulto joven (20-24 años) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo. 4 bolones. Quemas.

1 jarro con incisión anular + collar + 1 mortero

13 Adulto joven (20-24 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo. 9 bolones. Quemas.

1 olla con modelado antropomorfo + 1 mortero Restos botánicos: quínoa, fitolito de maiz

14 Adulto joven (20-24 años), hiperflectado decúbito lateral izquierdo. 10 bolones. Quemas.

1 mortero

15 Adulto joven (20-24 años), hiperflectado decúbito lateral derecho. Bolones?

-

16 Adulto (30-34 años) masculino, flectado dorsal. 8 bolones. Quemas.

1 jarro con incisión anular y decoración en bandas modeladas incisa + collar

17 Adulto (30-34 años) femenino, flectado decúbito ventral. 14 bolones. Quemas.

1 jarro

18 Adulto (25-29 años) femenino, flectado decúbito ventral (arrodillado). 3 bolones. Quemas.

1 olla + 1 jarro asimétrico + collar Restos botánicos: maiz

19 Infante (18+-6 meses) en urna 1 jarro con incisiones anulares 20 Adulto (25-29 años) femenino,

sedente. Quemas. 1 jarro con decoración estrellada rojo/café + 1 jarro asimétrico + 1 mortero + collar Restos botánicos: chamico, fitolito de maiz

21 Infante (4 años -+/12 meses) en urna. Quemas.

1 jarro negro pulido Restos botánicos: chamico, quínoa, lagenaria, maiz

22 Infante (0-4 años) en urna. -

368

Restos botánicos: chamico, maiz 23 Adulto joven (20-24 años) femenino,

flectado semisedente. 11 Bolones. Quemas.

1 jarro + collar

24 Infante (6+-3 meses). Quemas. collar 25 Adulto maduro (35-39 años)

femenino, flectado decúbito lateral originalmente sedente. 2 bolones. Quemas.

2 jarros + collar Restos botánicos: fitolito de maiz

26 Adulto joven (20-24 años) femenino, hiperflectado, decúbito lateral izquierdo. 8 bolones. Quemas.

1 olla con decoración antropomorfa + 1 jarro + collar + 1 mortero

27 Infante (4años +-12 meses) en urna de turba. Quemas.

1 mortero

28 Infante (1 años +-4 meses) en urna de turba. Bolones. Quemas

1 jarro

29 Infante (4 años+-12 meses).Quemas. 1 olla con borde reforzado, 1 miniatura con decoración incisa ungulada + collar Restos botánicos: chamico

30 Infante (6+-3 meses). Quemas. 1 jarro, 1 olla fracturada con restos de carbón interior. Restos botánicos: chamico

31 Infante (+-2 meses) en urna. - Restos botánicos: chamico

32 Infante (1 año +-4 meses). 14 bolones. Quemas.

2 jarro + collar + 1 mortero

33 Juvenil (12 años +-30 meses), flectado decúbito lateral izquierdo. Quemas.

1 jarro rojo s/café

34 Adulto (25-29 años) 1 jarro cuello largo y ancho y dos engrosamientos anulares

35 Infante (9 meses +- 3 meses). 7 bolones

-

36 Infante (6+-3 meses). 7 bolones. Quemas.

1 jarro miniatura + collar Restos botánicos: chamico

369

Iglesia de la Inmaculada Concepción (Ramírez 2010) Sitio ubicado en la localidad de Maipo descubierto en el proceso de restauración de la Iglesia de la Inmaculada Concepción, ubicada en la plaza principal de esta localidad. Los trabajadores descubrieron dos enterratorios, los que fueron disturbados parcialmente, y luego el equipo de arqueólogos rescató otros tres. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto 1 olla con decoración modelada en asa y protúberos modelado/inciso en cuerpo + 1 olla del tipo Inciso Reticulado

2a Adulto masculino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo

1 jarro negro pulido con incisión anular en parte mesial del cuello

2b Infante en urna. Piedra de río cubría el cuerpo. Obs. Podría haber estado asociado a individuo 2a

-

3 Infante 1 jarro asimétrico con punto de quiebre en el cuerpo, asa bifurcada y pintura roja + olla del tipo Inciso Reticulado

4 Adulto, hiperflectado decúbito lateral izquierdo

1 jarro negro pulido + piedra horadada (partida)

5 Adulto femenino, hiperflectado decúbito lateral derecho

-

La Granja 3 (Planella et al. 2000) Este sitio se encuentra inmediatamente al SW de la ciudad de Rancagua y al norte del río Cachapoal, VI Región. Se trata de un sitio muy complejo que presenta un sector habitacional asociado a un sector que ha sido interpretado como de actividades rituales, donde se encuentran alineaciones de bolones de piedra de río y una inusual cantidad de pipas

370

(Falabella et al. Italia). Justamente asociado a este sector es que se encontró un enterratorio. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Infante, flectado decúbito lateral 1 concha de chorito La Granja By Pass (Ciprés Consultores 2002) Este corresponde al mismo sitio que el anterior, pero a otro sector del mismo, ligado a depósitos de basura doméstica de lo que se denominó Concentración A1, ubicada al SW de La Granja 3. Se rescataron dos enterratorios (31 unidad J2, 50-60 cm y #2 unidad J2). N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto (25-30 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral derecho

1 vasija asimétrica con decoración antropomorfa en unión asa-cuerpo, pintura roja e incisión anular en cuello

2 Infante (5-6 años), flectado Cuentas de collar (de piedra + 1 posiblemente de Cu)

Las Coloradas (Falabella s/f) Este sitio se ubica en el sector NW de la ciudad de Rancagua, VI Región y fue descubierto en el marco de la construcción del conjunto habitacional Villa La Leonera. Se describió como un “sitio de enterramiento, sin huellas de ocupacional habitacional humana en ninguno de los estratos”. La matriz en que se encontraban depositados los cuerpos era muy compacta y arcillosa, lo que atentó contra la conservación de los restos óseos. De acuerdo a lo anterior, la mayor parte de análisis antropológico físico fue realizado en terreno, levantándose solo algunas piezas óseas para futuros análisis especializados. Las excavaciones permitieron recuperar 10 enterratorios, entre los 60 y los 150 cm de profundidad.

371

N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Infante menor a 6 años en posición no observable

1 jarro rojo, 1 jarro negro pulido

2 Adulto joven, femenino, flectado decúbito lateral izquierdo

1 mano de moler

3 Adulto, masculino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo

1 jarro negro pulido

4 Infante en urna - 5 Sin información 1 jarro negro pulido, 1 jarro 6 Infante Collar de cuentas +

Posiblemente 1 o 2 jarros 7 Adulto, flectado decúbito ventral - 8 Infante, flectado decúbito lateral

derecho -

9 Joven menor a 21 años, femenino(?), felctado decúbito lateral izquierdo

-

10 Infante (1 a 4 años) en urna - 11 Infante (2 a 6 años), flectado

decúbito lateral derecho. -

Las Pataguas (Reyes y Trejo s/f, Baudet y Urizar s/f) Este sitio se encuentra ubicado en la localidad de Valdivia de Paine, RM. Los enterratorios fueron descubiertos durante la realización de obras para construir un galpón dentro de una propiedad. No se registró depósito basural contemporáneo. Los entierros fueron recuperados en un rescate en el año 2002. Se recuperaron 2 enterratorios.

372

N° Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto (21-29 años) femenino, flectado decúbito ventral

3 ollas del tipo Llolleo Inciso Reticulado

2 Adulto maduro (45+-5) masculino, flectado sedente

2 ollas del tipo Llolleo Inciso Reticulado + 2 puntas de proyectil + 2 piedras besoares

LEP-C (Falabella y Planella 1991) Este sitio se encuentra localizado en la localidad de Las Cruces, V Región, al NW de la Laguna El Peral. Es un sitio bicomponente con una ocupación Arcaica, a la que se superpone una del PAT. En ambos casos se trata de depósitos de basura asociadas a áreas de vivienda a las que se encuentra asociados enterratorios. Este sitio fue intervenido ampliamente de manera sistemática y la ocupación PAT del sitio cuenta con varios fechados: 417, 587 y 677 dC en TL y 610 y 710 dC en RC14. Recientemente se realizaron análisis arqueobotánicos en los residuos de las vasijas (Planella y Mc Rostie 2005). N° Características

individuo/enterratorio Contexto

2 Infante en urna Moluscos 4 Infante, lateral 1 olla del tipo Llolleo Inciso

Reticulado + 1 jarro fitomorfo + moluscos + mano de moler + percutor + instrumentos óseo

5 Infante en urna 1 jarro asimétrico + 1 jarro fitomorfo + moluscos + lascas

6 Infante, flectado decúbito lateral 1 olla del tipo Llolleo Inciso Reticulado + moluscos

8 Infante, flectado decúbito lateral 1 mano de moler + 1 erizo 9 Adulto maduro femenino, flectado

decúbito lateral 1 jarro negro pulido + 1 jarro rojo/café Restos botánicos: quínoa, rubus sp.

11 Adulto femenino, flectado decúbito ventral

1 jarro negro pulido + 1 jarro asimétrico y olla fragmentada

373

asociada a área de quema 13 Infante (lactante) en urna. Ruedo

de piedras

14 Infante en urna. Lajas de piedra. 2 jarros con asa mango + collar 15 Infante, decúbito lateral 1 jarro rojo/café 17 Adulto maduro masculino, flectado

decúbito ventral 1 jarro con decoración estrellada rojo s/café Restos botánicos: maíz

19 Adulto femenino, flectado decúbito ventral, asociado a #20

1 jarro negro pulido

20 Infante, flectado decúbito lateral, asociado a #19

1 jarro negro pulido + punta de proyectil

22 Adulto maduro masculino, flectado decúbito lateral

Partes de olla fracturada + cuentas + punta de proyectil

Los Puquios (Falabella et al. 1981) Este sitio se encuentra localizado en el litoral de la V Región, entre las localidades de Algarrobo y Mirasol. Se trata de un sitio habitacional asociada a un área de enterratorios, que fue descubierto en el marco de la construcción de las canchas de tenis de un hotel de la zona. La intervención, por tanto fue de rescate y limitada a los espacios posibles, habiendo sido la mayor parte de los entierros recuperados por los obreros. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Juvenil (10-12 años), flectado decúbito lateral izquierdo

1 jarro + 1 jarro asimétrico con decoración modelada en asa + 1 vasija fragmentada + 1 collar (330 cuentas) + 1 mortero plano

2 Adulto (30-40 años) - 3 Infante (+-6 años), flectado - 4 Infante (6-7 años), flectado

decúbito lateral izquierdo 1 jarro + 1 collar (24 cuentas)

5 2 infantes (6 y 18 meses) en urna 1 collar (12 cuentas)

374

Mateluna Ruz 1 (Castelleti et al. 2010) Sitio ubicado en la localidad de El Monte, Región Metropolitana, descubierto durante la construcción de una piscina. Algunos entierros fueron parcialmente disturbados, pero la mayoría fue rescatado por un equipo de profesionales que incluyó arqueólogos y antropólogos físicos. El “entierro” denominado con el número #3 resultó ser un “osario” donde se recuperaron los restos óseos desarticulados de al menos 3 individuos, aunque ninguno completo. Este osario parece ser producto de disturbaciones modernas, aunque anteriores a la excavación para la construcción de la piscina. Por otra parte, el individuo #6 presenta una posición extendida y no tiene ofrendas, por lo que su adscripción a Llolleo es dudosa. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto, flectado decúbito lateral izquierdo. 3 cantos discoidales granitoides

2 vasijas (“morfología Llolleo” no recuperadas) + 1 fragmento de mano de moler

2 Infante (2-4 años), estirado decúbito ventral

2 jarros pulidos + collar de cuentas

4 Infante (8-10 años), flectado decúbito ventral?

1 tembetá con agujero de suspensión Asociación dudosa con dos vasijas (no recuperadas)

5 Adulto femenino, flectado decúbito lateral (?)

-

7 Infante, hiperflectado decúbito lateral izquierdo. Quema?

1 jarro

8 Adulto (más de 20 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo

1 jarro asimétrico + collar de cuentas

9 Infante (6-12 años), flectado decúbito lateral derecho

1 jarro negro pulido + collar de cuentas

10 Adulto maduro (35-50 años) masculino, hiperflectado decúbito lateral derecho. Quema?

1 jarro con incisión anular en la base del cuello + 1 jarro con cuello largo y 3 incisiones anulares paralelas en parte

375

superior e inferior del cuello + collar de cuentas + diáfisis hueso largo de camélido con pigmento rojo

Nuevo Hospital Militar (Novoa y Baudet 2006) Este sitio se encuentra ubicado en la ciudad de Santiago (RM), comuna de La Reina, y fue descubierto durante las obras para la construcción del Nuevo Hospital Militar. Se trata de un área de funebria compuesta de al menos ocho individuos, pero la mayor parte de ellos fueron descubiertos durante la obra, por lo que solo cuentan con una adecuada descripción y contexto dos de ellos. Los enterratorios fueron recuperados en profundidades entre los 90 y los 150 cm a partir de la superficie actual. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

2 Adulto joven (19-35 años) masculino, flectado decúbito lateral derecho. 1 bolón.

1 jarro asimétrico con decoración antropomorfa + 1 fragmento de jarro pulido + 1 tortera + 2 retocadores óseos + restos óseos de camélido (patas)

5 Adulto 1 jarro pulido asimétrico con dos golletes

Quinta Normal (Reyes 2007) Este sitio se encuentra en la comuna de Quinta Normal en el área de la intersección de las calles Santo Domingo con Matucana, ciudad de Santiago, RM. Se trata de una extensa área ocupacional, con evidencias del PAT, y un área de cementerio incaico. Se rescató una tumba perteneciente al PAT.

376

N° Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto maduro (35-50 años) masculino, flectado sedente

1 vasija tipo Llolleo Inciso reticulada de superficie negro pulida y sin incisiones

Rayonhil (Falabella y Planella 1979) Este sitio se encuentra localizado en el sector de la desembocadura del río Maipo, pero a unos 5 km de la línea de costa justo donde el estero San Juan desemboca en el río Maipo, V Región. Se trata de un sitio bicomponente (PAT-PIT), de carácter habitacional con enterratorios. Se recuperaron un total de cuatro entierros, de los cuales acá consideramos dos (#1 del pozo 23b y #2 del pozo 22). N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto (30-40 años) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo. Cubierto por capa de greda. Quemas.

Capa de conchas de molusco de agua dulce (Bulimus) + piedra horadada + orejera de arcilla + olla de turba fragmentada + olla con dos protúberos incisos en el cuerpo

2 Infante (9+-3 meses). Cubierto por capa de greda.

2 jarros pulidos, 1 jarro con pintura roja estrellada

San Pedro 2 (Becker 2007) El sitio San Pedro 2 corresponde a un asentamiento habitacional perteneciente al Complejo Bato con una alta presencia de enterratorios, ubicado en el curso medio del río Aconcagua, en las cercanías de la localidad de San Pedro (Quillota), V Región. En el área de funebria se rescataron 55 individuos, y solo uno de ellos puede ser asignado al Complejo Llolleo, a una profundidad promedio de 124 cm y bajo un enterratorio Bato (#24).

377

N° Características individuo/enterratorio

Contexto

26 Adulto (22-25 años) probablemente femenino, flectado decúbito lateral izquierdo

2 jarros negro pulido + punzón óseo + fragmento de pipa

Tejas Verdes 1 y 3 (Falabella y Planella 1979) Este sitio se encuentra localizado en la costa, inmediatamente al norte de la desembocadura del río Maipo, en la localidad de Tejas Verdes, inmediata a Llolleo, V Región. Se trata de un sitio bicomponente (PAT-PIT) de carácter habitacional, ampliamente intervenido mediante excavaciones arqueológicas, en el marco de las cuales se rescataron además algunos enterratorios asociados al área de vivienda. El sitio se encuentra en un área urbanizada, por lo que fue intervenido de manera discontinua. Así, en Tejas Verdes 1 se recuperaron dos enterratorios pertenecientes al PAT (#1 del pozo 12 y #2 del pozo 3) y en Tejas Verdes 3, sector ubicado inmediatamente al NW del anterior, solo uno (#3 del pozo 9). N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto masculino, flectado decúbito lateral izquierdo. Cubierto por capa de greda roja.

1 orejera de hueso + fragmentos de vasijas cerámicas + capa de conchas de choro zapato

2 Infante (0-6 meses), decúbito dorsal 1 collar 3 Adulto joven, flectado decúbito

lateral derecho -

Tejas Verdes 4 (Planella 2005) Se trata del mismo sitio que el anterior, pero de un sector intervenido el año 1996, en el marco de la construcción de la red de alcantarillado del sector. En esa oportunidad se confirmó el carácter bicomponente del sitio y se encontró un área de funebria Aconcagua junto a dos tumbas pertenecientes al PAT. El entierro en urna tenía su base a los 167 cm desde la

378

superficie actual, pero la galería se identifica desde los 100 cm de profundidad. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

9 Infante, flectado sedente 1 olla con borde reforzado 10 Adulto femenino en urna. Quemas. Restos botánicos (cochayuyo,

marlos de maíz, quínoa) Villa Alto Jahuel (Tagle s/f) Este sitio fue descubierto en la construcción del alcantarillado de la Villa Alto Jahuel, en Rancagua, VI Región. Se rescató un solo enterratorio a 1.6-1.7 desde la superficie actual, pero la fosa mortuoria se iniciaba a 1 m de profundidad. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto (20-30 años) femenino, sedente hiperflectada

2 jarros pulidos + 1 jarro asimétrico + 1 olla inciso reticulada + fragmentos de olla

Viña Santa Rita (Baudet y Trejo s/f) Este sitio se localiza en la comuna de Buin, RM, y fue descubierto en los trabajos de remodelación de una de las bodegas de la Viña Santa Rita. Se trata de una bodega subterránea, por lo que los entierros aparecieron muy cerca del piso actual de la bodega (ca 5 cm), pero a casi dos metros de la superficie actual del terreno. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto maduro (ca 40 años), masculino

1 olla del tipo Llolleo Inciso Reticulado + 1 jarro asimétrico + 1 jarro

2 Infante (2-3 años), flectado 1 jarro (fragmento de jarro)

379

decúbito lateral izquierdo 3 Adulto (24-29 años) femenino,

decúbito lateral derecho (semisentado)

1 jarro (sin cuello) + 1 jarro asimétrico + 2 ollas del tipo Llolleo Inciso Reticulado + 1 concha de macha en la boca

Vitacura (Stehberg y Morales 1989) Hallazgo localizado en la comuna de Vitacura, en la ciudad de Santiago, en el marco de la construcción de un subterráneo para un edificio. Se rescató un enterratorio cuya fosa se extendía entre los 95 y 150 cm de profundidad. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Infante en urna, con “tapa” 1 cuenta de collar + 1 vasija de características indeterminadas Restos botánicos: maqui o molle

380

BATO Algarrobal Alto (Benavente comunicación personal 2010) Enterratorio rescatado en la localidad de Colina, cuenca de Santiago, RM. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto maduro masculino, flectado decúbito ventral

Tembetá de piedra

Arévalo 2 (Planella y Falabella 1987) El sitio se encuentra en el litoral de la V Región, 2 km al interior de la Quebrada Arévalo, que desemboca en la actual ciudad de San Antonio. Se trata de un sitio habitacional con un depósito denso y profundo el que fue ampliamente intervenido mediante excavaciones sistemáticas, que cuenta con varias dataciones para la ocupación de las comunidades alfareras iniciales (320 aC, 255 aC, 200 aC) y una de 30 aC para el inicio de la ocupación Bato. Se recuperó un solo enterratorio y estaba parcialmente disturbado. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto joven masculino, flectado decúbito lateral izquierdo. Bloques medianos de piedra. Con huella de uso de tembetá.

-

Bato 2 (Silva 1964) Corresponde a uno de los sitios a partir de los cuales Silva propuso su secuencia de ocupaciones para el litoral de la V Región, y se ubica inmediatamente al norte de la desembocadura del río Aconcagua, en la localidad de Ventanas, a unos 300 m de la línea de costa. Se trata de un

381

sitio con depósito basural (conchal), donde se identificaron fogones y al menos dos enterratorios. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto Tembetá de cerámica + orejera + fragmento de pipa incisa + camélido

2 Adulto Tembetá lítico + pipa Camino Internacional (Carmona et al. 2001) Este sitio se ubica unos 2 km al sur del área de desembocadura del río Aconcagua, V Región, asociado a la concentración de sitios Bato en la Quebrada El Membrillar de la cual forman parte también Los Eucaliptus, El Membrillar 1 y 2 y Concon 11, del cual se encuentra a escasos 50 m. El rescate arqueológico fue realizado por J.M. Ramirez. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto masculino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

1 fragmento de cerámica, 1 artefacto lítico tallado

Camino Jorge Alessandri (Westfall 2003) Rescate realizado en la localidad de Champa, sector sur de la cuenca de Santiago. Asignación cultural tentativa. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto (mayor de 30 años), flectado decúbito lateral izquierdo

- (1 fragmento cerámico contiguo al esqueleto)

382

Cancha de Golf (N°1) (Rivas y Ocampo 1995) Ubicado en Quintay, litoral de la V Región, corresponde a una excavación de salvataje realizada en el Fundo Santa Augusta de Quintay en el marco de la construcción de un complejo turístico. El sitio se encuentra localizado inmediatamente al este del sector de dunas que bordean la playa y es multicomponente, registrándose ocupaciones del PAT, PIT y del período Incaico. La ocupación inferior, perteneciente al PAT fue caracterizada como un sitio con depósito basural, con un sector de entierros. Se reporta la presencia de deformación craneana tabular erecta en algunos individuos, pero no se especifica cuáles. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto femenino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

2 conchas de loco + 1 lítico + fragmentos cerámicos

2 Adulto maduro masculino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

Tembetá lítico + fragmentos cerámicos + líticos

3 Infante, flectado decúbito lateral izquierdo

Fragmentos cerámicos

4 Adulto femenino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

Orejera + acumulación de conchas de loco

5 Adulto masculino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

Tembetá lítico + fragmentos cerámicos

6 Adulto masculino, parte superior decúbito ventral y parte inferior decúbito lateral izquierdo

Tembetá de cerámica + conchas y fragmentos de cerámica

7 Infante, flectado decúbito ventral hasta la pelvis

Fragmentos cerámicos

383

Con Con 11 (Carmona et al. 2001) Este sitio se ubica unos 2 km al sur del área de desembocadura del río Aconcagua, V Región, asociado a la concentración de sitios Bato en la Quebrada El Membrillar de la cual forman parte también Los Eucaliptus, El Membrillar 1 y 2 y Camino Internacional, del cual se encuentra tan solo a 50 m. El trabajo arqueológico reportado por J.M. Ramirez consisitió en el rescate de un enterratorio doble. De este sitio proviene uno de los primeros fechados Bato para el valle del Aconcagua, de 420 dC. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto masculino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo. Asociado a #2

Tembetá de cerámica + 1 concha

2 Adulto femenino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo. Asociado a #1

Tembetá lítico

Condominio Las Araucarias (Vega 2006) Sitio ubicado en la localidad de Linderos, cuenca de Santiago, RM, inmediatamente al sur del río Maipo. El enterratorio fue descubierto durante la construcción de un condominio y la labores de rescate pusieron en evidencia la existencia de su asociación a un sitio habitacional con depósito de basura, donde se encontraron fragmentos cerámicos con pintura roja y posiblemente pintura negativa. Asignación cultural tentativa. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 flectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Gijarros redondeados alrededor.

Fragmentos cerámico asociado al cuerpo. Mano de moler 80 cm al NW de las rodillas (no considerado como ofrenda)

384

Costa Mai (Ramirez 2006) Corresponde a un enterratorio rescatado en el marco de un EIA, localizado en el sector de Maitencillo, litoral al norte de la desembocadura del río Aconcagua, V Región. Cuerpo depositado en depósito basural, con matriz tipo conchal y fragmentería cerámica. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Juvenil (9-13 años), hiperflectado decúbito lateral derecho, con pies hacia la espalda. Sobre cama de conchas molidas.

Concha grande de loco junto a rodillas + conchas de loco y almejas sobre el cuerpo.

El Gabino (Benavente comunicación personal 2010) Enterratorio rescatado en la localidad de Lo Barnechea, cuenca de Santiago, RM. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto maduro masculino, flectado decúbito ventral

Tembetá de piedra

El Membrillar 1 (Avalos 2006) Sitio ubicado en la Quebrada El Membrillar, ca 1.2 km al sur del área de desembocadura del río Aconcagua, y forma parte del conjunto de sitios Bato identificados en esa área (Con con 11, Camino Internacional, Patio N°2, ENAP 3). Se trata de un conchal desde el cual fueron rescatados tres individuos, aunque el primero no pudo ser recuperado desde el Servicio Médico Legal, quien se hizo cargo del hallazgo inicial.

385

Características individuo/enterratorio

Contexto

2 Adulto joven (21-25 años) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo.

Lasca de cuarzo + clastos

3 Adulto joven (ca 21 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo. Quemas.

Cuentas de collar + 1 choro zapato + fragmentos cerámicos

El Membrillar 2 (Didier y Avalos 2008) Sitio ubicado en la Quebrada El Membrillar, ca 900 m al sur del área de desembocadura del río Aconcagua, en los terrenos de la Enap. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto (25+-2 años) masculino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

-

2 Infante (2años +- 6 meses), semiflectado decúbito ventral

Collar de cuentas + mano de moler + fragmentos cerámicos

3 Infante (0-6 meses), extendido decúbito dorsal

-

4 Adulto (23+-2 años), flectado decúbito lateral derecho. Acumulación de piedras.

-

5 Adulto (+27 años) masculino?, hiperflectado decúbito ventral

-

6 Infante (0-6 meses), flectado decúbito lateral izquierdo. Acumulación de piedras. Quemas.

-

7 Adulto maduro (45-50 años) masculino, flectado decúbito lateral izquierdo. Acumulación de piedras. Quemas.

3 líticos

8 Adulto maduro (45-50 años) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo. Arcilla cocida bajo el

7 fragmentos cerámicos + 1 lasca y 1 litico

386

cuerpo. Quemas. 9 Infante (1-1.5 años). Quemas. Algunas machas enteras + 1 lítico 10 Adulto (30-35) masculino,

hiperflectado decúbito lateral derecho.

Pesa de red o mano + fragmentos cerámicos + acumulación de opérculos de tegula atra y abundantes restos malacológicos

11 Adulto joven (17-19 años) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo

Punzón óseo + fragmento de tarso de guanaco + peces + locos + patas jaibas

12 Adulto joven (18-20 años) masculino, posición anormal (flectado arqueado hacia atrás). Acumulación de clastos. Restos tiznados

1 fragmento de cerámica + 1 lasca de cuarzo + locos juveniles + peces, restos de roedor

13 Adulto (30-35 años) femenino, flectado decúbito lateral derecho. Acumulación de piedras.

Ofrenda de machas y dos erizos completos, acumulación de choros + otros restos malacológicos abundantes

14 Adulto maduro (45-50 años) femenino, decúbito lateral derecho.

Cuenta tubular con muesca + conchas + fragmentos cerámicos + 1 clasto irregular

15 Adulto (35-40) femenino, hiperflectado decúbito ventral

Conjunto de choritos infantiles + 2 erizos completos + fragmentos cerámicos + líticos + restos malacológicos

16 Infante (8 años), hiperflectado decúbito lateral derecho.

Fragmentos cerámicos + líticos + óseo animal + restos malacológicos

17 Infante (1-2 años), flectado decúbito lateral derecho

Abundantes restos malacológicos + 1 fragmento cerámico

18 Juvenil (14-16 años), flectado decúbito lateral derecho

Abundantes restos malacológicos + preforma de punta de proyectil

19 Infante (0-6 meses). Quema. Restos malacológicos + fragmentos cerámicos

20 Adulto (30-35 años) masculino, Tembetá de cerámica + mano

387

flectado decúbito lateral izquierdo de moler + lascas + fragmentería cerámica + restos malacológicos

21 Adulto joven (17-19 años) femenino, flectado decúbito lateral derecho.

Tembetá lítico + 2 falanges de guanaco + restos malacológicos + fragmentería cerámica

22 Infante (0-6 meses), flectado decúbito lateral derecho. Asociado a sector fogones.

Fragmentos cerámicos + restos malacológicos

23 Adulto (30-35años) masculino, flectado decúbito ventral. Quemas.

Concentración de choritos + pastas de guanaco + mano de moler + vasija fragmentada + 1 raedera + líticos + fragmentos cerámicos + restos malacológicos

24 Infante (0-6 meses), semiflectado decúbito dorsal. . Asociado a sector fogones.

Fragmentos cerámicos y restos malacológicos

25 Infante (6-18 meses), flectado decúbito ventral. . Asociado a sector fogones.

1 lasca de cuarzo + restos malacológicos

26 Infante (nonato?), estirado?. Asociado a sector fogones.

-

27 Infante (0-6 meses). Asociado a sector fogones.

Cuenta tubular con muesca

28 Infante (0-6 meses), flectado decúbito lateral izquierdo?

Fragmentos cerámicos

Nota: información entierros #1 al 5 incompleta. Se trabajó con la tabla resumen (Andrade) y las fotos. ENAP 3 (Berdichewsky 1964, Didier y Avalos 2008) Corresponde al sitio excavado en la década del 60 por un equipo del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Chile, localizado inmediatamente al sur de la desembocadura del río Aconcagua (V Región), en la quebrada inmediatamente al este de la Quebrada El Membrillar, en los terrenos del entonces Fundo de la Empresa Nacional de Petróleo (ENAP) en Con Con. Las excavaciones ampliadas permitieron identificar varias

388

ocupaciones junto a más de 20 enterratorios, de los cuales solo son reportados de manera completa cinco. En el año 2008 se recuperó un nuevo enterratorio en la misma área del sitio, que corresponde al que hemos llamado “nuevo”. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

17 Adulto masculino, flectado lateral izquierdo. Quemas.

Fragmentos cerámicos y líticos, restos malacológicos, camélido

16 Adulto femenino, flectado Mortero 22 Adulto masculino (¿), hiperflectado Orejera + disco de malaquita 21 Adulto masculino (¿), sedente.

Tierra cocida. Tembetá lítico + posiblemente 2 puntas recolectadas en el harnero (no consideradas)

13 Adulto. Tierra cocida Fragmentos cerámicos y restos malacológicos

Nvo. Infante (menor a 6 meses), decúbito dorsal. Sobre emplantillado de piedras.

-

Fundo Santa Filomena de Nos (Novoa 2007, Vega 2007) Este sitio se ubica en la cuenca de Santiago, en la localidad de San Bernardo, inmediatamente al norte de la ribera del río Maipo. Se trata de un sitio habitacional con basura doméstica entre la que se recuperócerámica incisa lineal punteada, con pintura roja, con hierro oligisto y asas mamelonares. Bajo éste se encuentran los enterratorios, los que fueron recuperados en dos oportunidades: los entierros #1, 2 y 3 por Novoa y los entierros #4 y 5 por Vega dos meses después. Estos se encuentran a gran profundidad respecto a la superficie actual: más de 2.5 m para el caso de los enterratorios #1, 2 y 3. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto masculino, decúbito central parte superior del cuerpo, decúbito lateral derecho, casi estirado.

Tembetá de piedra; 1 lasca y un fragmento cerámico al mismo nivel.

389

2 Adulto femenino, flectado decúbito lateral derecho.

Tembetá cerámico

3 Adulto femenino 7 fragmentos cerámicos 4 Adulto mayor masculino,

hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda.

Fragmento de maxilares de camélidos adultos.

5 Infante decúbito ventral 1 fragmento cerámico y un derivado de núcleo en el mismo nivel.

Hospital (CK1) (Reyes 1998) Este sitio se ubica en la cuenca de Santiago, RM, cerca de la Angostura de Paine y fue trabajado en el marco del proyecto Fondecyt 1970910. Se trata de un extenso sitio habitacional multicomponente y contemporáneo, con al menos cuatro distintas concentraciones de basuras. En la unidad 8 y bajo un denso depósito basural, pero a muy poca profundidad de la superficie actual (25 cm) se rescató un individuo, pero hay evidencias de la existencia de otros enterratorios cercanos. Material de este sector fue fechado por TL en 670+-130 dC (Vásquez et al. 1999). N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto (30-35 años) masculino, decúbito ventral con pies hacia la espalda.

1 fragmento cerámico

Los Eucaliptus (Carmona et al. 2001, Didier y Avalos 2008) o Reconsa 1 (Cáceres 1998) Sitio ubicado al sur de la desembocadura del río Aconcagua, V Región, en las proximidades de ENAP 3, Patio N°2, Camino Internacional y El Membrillar 1 y 2. Corresponde a un conchal con depóstio habitacional y enterratorios que fue intervenido en primera instancia en el marco de un EIA realizado el año 1998 (Reconsa 1, individuo#1), y luego en la etapa de las medidas de

390

mitigación por otro equipo en el año 2000, momento en el cual el sitio fue rebautizado como Los Eucaliptus y se rescató el segundo individuo. El sitio cuenta con varios fechados absolutos en TL para su depósito habitacional que enmarcan su ocupación prácticamente a lo largo de todo el primer milenio de nuestra era (40 dC, 180 dC, 450 dC, 500 dC, 520 dC, 580 dC y 785 dC). N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto masculino, flectado decúbito lateral derecho. Debajo de fogón compacto con conchas y fragmentos cerámicos.

Collar con cuentas de malaquita + restos malacológicos

2 Adulto joven (21+-2 años) masculino, hiperflectado decúbito ventral. Huellas de uso de tembetá.

Restos malacológicos + piedras + fragmentos cerámicos

Marbella 1 (Rodríguez et al. 1991) Sitio ubicado en la localidad de Marbella, en la terraza alta sobre Maitencillo, litoral de la V Región, reconocido en el proceso de construcción de un condominio. Si bien parte del sitio fue impactado por esta construcción, se realizaron amplias excavaciones arqueológicas que permitieron obtener una buena caracterización del sitios junto a un fechado TL de 260+-100 dC. Fueron recuperados un total de ocho enterratorios, pero seis de ellos fueron rescatados por los obreros en el proceso de construcción de las viviendas. Se reportó que todos se encontraban flectados, sin ofrendas cerámicas, pero uno de ellos habría estado asociado a una acumulación de machas y otro a una mano de moler. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto masculino, hiperflectado decúbito lateral derecho. Acumulación de machas enteras sobre el individuo

Mortero (fragmento) y moluscos: picorocos sobre la pelvis, concha de loco sobre el brazo, valvas de loco cerca del individuo, “piezas rodadas”

391

2 Adulto, flectado decúbito lateral Tembetá de piedra (¿), conchas de loco cerca de la pelvis

Patio N°2 (Carmona 1998, Didier y Avalos 2008) Ubicado justamente en el Patio N°2 de la Refinería de Petróleos Concón, inmediatamente al sur de la desembocadura del río Aconcagua, V Región, en la Quebrada El Membrillar. Se trata de un sitio habitacional con matriz tipo conchal, en la cual se encontró un enterratorio. Se obtuvieron dos fechados TL para el depósito ocupacional: 210 dC y 1195 dC. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto femenino, decúbito ventral. Fragmentos cerámicos Quilicura (Benavente comunicación personal 2010) Enterratorios rescatados en la localidad de Quilicura, en el sector norte de la ciudad de Santiago, RM. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto masculino flectado decúbito lateral izquierdo

Tembetá de cerámica

2 Adulto femenino, flectado decúbito ventral

-

3 Adulto masculino - San José, Colina (Sanchez et al. 2001) Se trata de un rescate arqueológico realizado en la localidad de Colina, en el sector norte de la cuenca de Santiago. Las tumbas de encontraban bajo un débil piso ocupacional con escasos fragmentos cerámicos pertenecientes al período Alfarero Temprano. Asignación cultural tentativa.

392

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto masculino, flectado decúbito lateral derecho. Quemas.

Fragmentos cerámicos intrusivos

2 Infante (3-4 años) - San Pedro 2 (Andrade 2007a, 2007b, Delgado et al. 2007, Becker 2007) N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto joven (21-25 años) femenino, flectado decúbito dorsal.

-

2 Infante (neonato) - 3 Infante (8+-1 años), flectado

decúbito lateral izquierdo. Arcilla quemada

Restos malacológicos + fragmentos cerámicos

4 Adulto (25-30 años) masculino, flectado decúbito lateral derecho

Restos malacológicos

5 Adulto (25-30 años) femenino, flectado decúbito lateral izquierdo

Restos malacológicos + fragmentos cerámicos

6 Adulto joven (22-25 años) femenino, hiperflectado decúbito ventral

-

7 Adulto (30 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral derecho

-

8 Adulto joven (>19 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral derecho

-

9 Infante (< 1 años), flectado decúbito lateral izquierdo

-

10 Infante (5+-1 año), flectado decúbito lateral derecho

-

11 Infante (6+-1 año) - 12 Infante (6+-1 año) - 13 Infante (perinatal) - 14 Infante (16-18 meses), extendido? - 15 Adulto (25-30 años) femenino, -

393

hiperflectado decúbito lateral izquierdo

16 Adulto (25+-2 años) masculino, flectado decúbito lateral derecho

-

17 Adulto (28-30 años) masculino, flectado decúbito lateral izquierdo

-

18 Adulto joven (22-25 años) femenino?

Colgante de piedra de color verde + restos malacológicos

19 Adulto joven (22-25 años) femenino?

Tembetá

20 Infante (recién nacido) - 21 Adulto (28-35 años) femenino,

flectado decúbito lateral izquierdo -

22a Juvenil (15-17 años) (removido) - 22b Infante (4-8 años) (removido) - 23 Juvenil (13-16 años), hiperflectado

decúbito lateral derecho -

24 Adulto joven (ca 20 años) - 25 Infante (8-10 años) (removido) - 27 Adulto (25-30 años) femenino,

flectado decúbito lateral derecho -

28 Infante (5-7 años), flectado decúbito lateral derecho

Mandíbula de roedor

29 Adulto joven (21-25 años) femenino, flectado decúbito lateral derecho con pies hacia atrás

Restos óseos animales expuesto al fuego

30 Juvenil (<16 años) (removido) - 31 Adulto joven (>22 años) femenino?,

flectado decúbito lateral derecho -

32 Adulto joven (22-25 años) femenino?, flectado decúbito lateral izquierdo

-

33 Infante (4-6 años) (removido) - 34 Adulto joven (19-24 años) femenino,

flectado decúbito lateral derecho -

35 Infante (3-5 años), decúbito dorsal - 36 Infante (perinatal), decúbito dorsal - 37 Infante (6-8 años) -

394

38 Adulto, flectado decúbito lateral derecho

-

39 Infante (+-6 años), flectado - 40 Juvenil (15-17 años), flectado

decúbito lateral izquierdo -

41 Adulto (25-30 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo

-

42 Adulto joven (17-19 años), flectado decúbito lateral izquierdo

-

43 Adulto joven (22-25 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral derecho

-

44 Adulto (22-30 años), flectado decúbito lateral derecho

-

45 Adulto (25-30 años) masculino, hiperflectado decúbito lateral izquierdo

-

46 Adulto maduro (35-45 años) femenino?, flectado decúbito lateral izquierdo

-

47 Adulto maduro (40-60 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral derecho

Cuenta de malaquita + fragmentos cerámicos

48 Adulto joven (>20 años), flectado decúbito lateral izquierdo

2 costilla de camélido

49 Infante (1.5-2 años), decúbito supino

Collar de cuentas de conchas y piedra

50 Infante (0.5-1 años), decúbito supino

-

51 Juvenil (10+-1.5 años), hiperflectado decúbito lateral izquierdo

Falange de guanaco + pulidor

52 Adulto mayor (40-60 años) femenino (removido)

-

53 Adulto (21-35 años) masculino, flectado decúbito lateral izquierdo

Fragmentos cerámicos + restos malacológicos

54 Adulto (28-35 años) femenino, hiperflectado decúbito lateral

Fragmentos cerámicos

395

izquierdo 55 Adulto (38-45 años) femenino,

flectado decúbito lateral izquierdo Mortero

Santo Toribio (Becerra comunicación personal 2009) Sitio localizado en la localidad de Peñaflor (Hijuelas), cuenca de Santiago, RM, descubierto en el proceso de construcción de alcantarillado. El rescate estuvo a cargo del CMN. Se rescataron dos individuos, pero el primero es de dudosa asignación cultural por la posición en que se encontraba (estirado dorsal) y no presentar ofrenda, por lo que no se consideró. Además, y a diferencia del enterratorio #1, el #2 está asociado a un denso depósito basural donde se recuperaron fragmentos cerámicos con decoración punteada. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

2 Juvenil (15-17 años) masculino, flectado decúbito ventral con pies hacia la espalda

-

S-Bato 1 (Seelenfreund y Leiva 2006)

Corresponde a un salvataje realizado en la localidad de Loncura, comuna de Quintero, V Región, donde se recuperó un individuo, quedando otro in situ. N°

Características individuo/enterratorio

Contexto

1 Adulto joven (23+-3 años) masculino, flectado decúbito ventral (posiblemente lateral derecho)

1 cuenta de piedra, 2 clastos

396

Trébol Sureste (Sitio N°11) (Rivas y Ocampo 1995) Ubicado en Quintay, litoral de la V Región, corresponde a una excavación de salvataje realizada en el Fundo Santa Augusta de Quintay en el marco de la construcción de un complejo turístico. El sitio se encuentra localizado en una terraza fluvial y fue caracterizado como un sitio habitacional con entierros. Si bien parece ser bicomponente, las evidencias de ocupación PIT es muy escasa, habiéndose identificado solo un enterratorio como posiblemente perteneciente a este momento, el que no fue considerado. Se reporta que algunos de los individuos presentaban deformación craneana tabular erecta, pero no se especifica cuales. N° Características

individuo/enterratorio Contexto

1 Adulto femenino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Acumulación de piedras

Conchas + fragmentos cerámicos

2 Adulto femenino. Asociados a #5 Fragmentos cerámicos + 1 lasca 5 Infante, decúbito lateral. Asociado

a #2. Acumulación de piedras Conchas + pendiente de piedra y cuenta

3 Infante, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Acumulación de piedras

Conchas + fragmentos cerámicos

4 Adulto masculino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda.

Fragmentos cerámicos y líticos

6 Infante, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Acumulación de piedras.

Fragmentos cerámicos

7 Adulto femenino, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Acumulación de piedras.

Fragmentos cerámicos + lascas + tubo de pipa

8 Adulto, hiperflectado decúbito lateral derecho

Concha de loco

9 Juvenil, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Estructura de piedras pircadas.

Mortero + mano de moler + fragmentos cerámicos

397

Asociado a #10 y 11 10 Infante, hiperflectado decúbito

ventral con pies hacia la espalda. Estructura de piedras pircadas. Acumulación de piedras. Asociado a #9 y 11

Conchas + fragmentos cerámicos Restos botánicos: semillas de peumo

11 Infante (feto de término). Estructura de piedras pircadas. Acumulación de piedras. Asociado a #9 y 10.

12 Adulto, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda.

Concha de caracol y loco + fragmentos cerámicos Restos botánicos: semillas de peumo

14 Adulto, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Grandes piedras graníticas.

Fragmentos cerámicos

15 Adulto, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda.

Fragmentos cerámicos Restos botánicos: semillas de peumo y boldo

16 Adulto, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Grandes piedras graníticas.

Fragmentos cerámicos

17 Adulto, hiperflectado decúbito ventral con pies hacia la espalda. Grandes piedras graníticas.

4 tembetá líticos + fragmentos cerámicos

398

Figura Anexo 1: Localización de sitios con contextos de funebria considerados

399

ANEXO 2. Descripción de un funeral reche en Nuñez de Pineda (2001).

CAPITULO 28

[492] Después del fallecimiento de Ignacio, mi amado compañero, todos los asistentes en la caza: padre, madre, hermanos y parientes, a llorar se pusieron sobre el cuerpo, como yo lo hacía lastimosamente sin haberme apartado de su cabecera: Lamentáronse todos juntos, con unos suspiros y unos ayes tan lastimosos, echándose sobre el cuerpo, que me obligaba a hacer lo mesmo, imitando sus acciones lamentosas…

Pasó la palabra a los ranchos comarcanos, amigos y vecinos, de la aflicción con que se hallaba el principal casique de la regua – que ya queda dicho que es ‘parcialidad’-, y trajo cada uno su cántaro de chicha- que en [493] otra ocación he significado de la suerte que es esta vasija-; entraron adentro adonde nos hallaron, con las acostumbradas ceremonias, llorando sobre el difunto. Levantóce el casique a recebirlos y, acercándose al cadáver cuatro de los más ancianos y nobles, fueron, cada uno de por sí, echándole ensima una camiseta y manta nueva, y las mujeres de éstos poniendo arrimadas al cuerpo frío las tinajas o cántaras de chicha que trajieron aquéstas; y, como más tiernas y serimoniáticas, las viejas dieron principio a dar tan tristes voces y alaridos, rasgándose las vestiduras y pelándose los cabellos, que obligaron a que los demás las acompañáramos, con que chicos y grandes, con los gritos sollosos y suspiros que daban, hasían tan gran ruido, que parecía más ceremonia acostumbrada, que natural dolor por el difunto. Y es así verdad que en lo de adelante se conoció hacerse más aquellos extremos por el fausto y honor de las exequias, que por el pesar que les causaba la muertes de los suyos; (…) Sus entierros los tienen en los montes y en las cumbres altas (…) [494] Solo en lo que hallo grande diferencia en estos naturales es que los otros ayunaban y mostraban el sentimiento con no comer y beber, y nuestros gentiles lloraban lastimosos con la chicha que bebían, y parece que era también serimonia fúnebre privarse algunos ansianos y viejas del juicio y echarse a dormir a los lados del difunto, como lo hicieron algunos y algunas.

De esta suerte estuvimos todo el día y la noche, cantando a ratos unos como motes tristes, entre suspiros y llantos, y de cuando en cuando iban a echarse sobre el cadáver helado y a cantar llorando sus acostumbrados versos, sin descubrirle el rostro, que con las mantas y camisetas nuevas que le habían traído le tenían cubierto.

400

CAPITULO 29

Amaneció el otro día entre nublado y claro el cielo, y dispucieron llevar el cuerpo a un serro alto, adonde había otros entierros señalados, a la vista de la casa, que debían de ser de sus antepasados. Consultólo su padre, el casique, conmigo, y yo fui de parecer que le hisiésemos la sepultura al pie de la cruz adonde había sido baptisado, y que le tendríamos cerca de casa; respondióme que hablaría a los demás casiques por ver lo que les parecía, por no faltar a lo acostumbrado entre ellos. (…) salió afuera y llamó a los [495] amigos y parientes más graves, y consultó el caso, de manera que resolvieron llevarlo al entierro de sus pasados, por no faltar de la costumbre de los suyos; (…) Después de su consulta me llamaron afuera y me significaron la resolución que habían tomado, porque no podrían hacer otra cosa. (…) Con esto fuimos todos adentro a tratar de llevar el cuerpo a su sepulcro, y hallamos descubierto el rostro del muchacho muerto, porque su madre y otras parientes suyas lo estaban vistiendo de nuevo con calsones colorados, camisetas listadas y una bolsa muy labrada pendiente de un sinto ancho, a modo de tahalí, con sus flecos a la redonda; (…)

CAPITULO 30

[498] En el discurso de la conversación y plática que tuvimos, las mujeres se ocuparon en vestir al difunto con ropas nuevas: camisetas, mantas y calsones de diferentes colores, y una bolsa muy curiosa - como tengo dicho -, que sobre todo le pucerion, pendiente de una como faja ancha, a modo de tahalí, que no tuve curiosidad de saber lo que llevaba dentro, porque iba bien llena y cocida por la boca. Después de haber salidos de cautiverio, supe de alguno indios de los nuestros que lo que le ponían en la bolsa eran sus collares y llancas, que son, como entre nosotros, cadenas y piedras presiosas, y esto se acostumbra con los hombres principales y de suerte. Acabaron de vestirle y trajieron unas andas a su modo, muy enramadas de hojas de laureles y canelos; y, a falta de flores, que en aquel tiempo no las había en el campo por ser la fuerza del invierno, le hise una guirnalda de hojas de laurel, toronjil y yerbabuena, y se la puse al muchacho difunto en la cabeza, que parecía con ella un angelito (…). Pusiéronle en las andas, y lo más principales las sacaron en hombros, y yo entre ellos, porque me convidé para el efecto, y los casiques estimaron mi acción, y el padre del muchacho con estremo. Salimos en proseción más de sincuenta indios, que se habían juntado de los comarcanos de una cava que ellos laman quiñelob, y más de

401

otras sien almas de indios, chinuelas y muchachos, que llevaban de diestro más de diez caballos cargados de chicha, que iban puesto en orden marchando por delante. Salimos con el cuerpo por la puerta del rancho y, así como pusimos los pies fuera de los umbrales con las andas, se levantó un ruido de voces tan estraño [499] que, por lo nunca acostumbrado en mis oídos, me causó de repente algún pavor y espanto, porque las dolientes mujeres, la madre, hermanas y muchachos lloraban sin medida y lastimados, rasgándose las cabezas y cabellos, y los demás, por serimonia, se aventajaban a éstos con suspiros, sollosos y gemidos, y todos juntos despidiendo unos ayes lastimosos , acompañados con las lágrimas, gritos y voces de los niños, que penetraban los montes, de tal suerte que respondían tiernos a sus llantos. Parados estuvimos y suspensos mientras se sosegaron los clamores, que verdaderamente eran más encaminados al honor y fausto del entierro que a demostrar la pena que llevaban. (…)

Llegaron los regentes del entierro y mandaron prosiguiésemos nuestro viaje, habiendo caminado ya la vanguardia y entonado un canto triste y lastimoso, cuyo estribillo era repetir llorando, “!Ay, ay, [500]ay!, mi querido hijo, mi querido hermano y mi querido amigo”; y, en llegando a este punto, se hacía alto otro rato, a modo de posas entre nosotros, y se formaba otro grande llanto como el primero. Con esta suspensión segunda llegaron otros casiques a mudarnos, y cargaron las andas hasta el pie del serro o cuesta adonde se había de enterrar, que había de la casa a él poco más de una cuadra, que lo más trabajozo era subir la cuesta; prosigueron con el mesmo orden, cantando, como he dicho, lastimosos cantos; y, cuando llegaron al pie de la loma, volvieron a hacer lo propio que en la primera posa, y para subir, llegaron otros principales mocetones y forsudos, y cogiendo las andas, las subieron sin faltar del orden, con que se dio prinsipio a la proseción. Llegamos todos a la cumbre, adonde algunos principiaron a hacer el hoyo con tridentes, palas y azadones; los tridentes son a modo de tenedor, de una madera pesada y fuerte, y en el cabo arriba le ponen una piedra agujeriada al propósito, para que tenga más peso, y con éste van levantando la tierra para arriba, hincando fuertemente aquellas puntas en el suelo; y, cargando a una parte las manos y el cuerpo, arrancan pedasos de tierra muy grandes, con raíces y yerbas; y tras de éstos entran las palas, que ellos llaman hueullos, y con ésta van echando a una parte y otra la tierra, para volverla a echar sobre la caja del difunto, y con los azadones ahondan todo lo que es menester, si bien no hacen más que ajustar unos tablones

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que cirven de ataúd: éstos llevaron hechos al propósito, tres de éstos para el plan y asiento del cuerpo, que tendría más de vara y media de ancho, que al propósito es el cajón espacioso y ancho por lo que le ponen dentro; ajustaron los tablones en la tierra y pusieron al difunto dentro de esta caja, y yo llegué a quitarle la cruz que le había puesto, que era la que me acompañaba de ordinario, y dentro del cajón me asenté un rato, que era bien anchuroso y grande, (…); en el ínterin que hicieron el hoyo para ajustar las tablas, habían descargado la chicha, que llevaban más de veinte o treinta botijas y las tenías puestas en orden, una por una parte y otras por otra, en hilera; y tras de ellas estaban los casiques asentados, y las mujeres de la propia suerte tras de los varones, repartiendo algunas de ellas, que andaban en pie en medio de la calle [501] que hacían las botijas, jarros de chicha a todos los asentados, y a los que habían trabajado en la sepultura les llevaron una botija antes que acabaran con su obra, que la despacharon en un instante, ayudados de muchos chicuelos y chinas. Avisaron al casique cómo estaba ya el cuerpo en el sepulcro, y, levantándose con los demás, llevó en la mano un cántaro pequeño lleno de chicha, y los otros casiques de la propia suerte, y, arrimándose al cajón del difunto, llegó la madre a echarse sobre él y a pelarse los cabellos y echárselos ensima, y eso con una voces muy descompasadas, mescladas con suspiros y llantos, a cuya imitación se levantó un ruido lastimoso de sollosos, alaridos y lágrimas que, como las de la madre eran verdaderas, obligaron a muchos a imitarla, como yo lo hacía despidiendo las del alma por los ojos, (…).

Sosegáronse un rato los clamores y todos los casiques brindaron al muerto muchacho, y cada uno le puso su jarro pequeño a la cabecera, y su padre, el cantarillo que llevaba, la madre, su olla de papas, otro cántaro de chicha y un asador de carne de oveja de la tierra, que se me olvidó de decir que la llevaron en medio de la procesión y la mataron antes de enterrar al difunto, sobre el hoyo que habían hecho para el efecto; a sus hermanos y parientes le fueron ofreciendo y llevando las unas, platillos de bollos de maís, otras le ponían tortillas, otras mote, pescado y ají, y otras cosas a este modo; finalmente, llenaron el cajón de todo lo referido y después trajieron otras tres tablas o tablones ajustados para poner ensima y taparle que, después de haberlo hecho, el primero que echó tierra sobre el sepulcro fue su padre, con cuya acción se levantó otro alarido como los pasados, y entre todos los dolientes y convidados cubrieron el hoyo en un momento, y sobre él

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formaron un cerro en buena proporción levantado, que se divisaba de la caza muy a gusto y de algunas leguas se señoreaba mejor.

Después de acabada esta fracción, se asentaron a la redonda de el cerrillo y pucieron todas las botijas de chicha de la propia suerte en orden, y, como había más de ducientas almas, brevemente despacharon con ella, y entre tanto bebían, me fui con cuatro amigos mocetones al monte (…). [502] Con esto nos fuimos bajando para los ranchos, todavía con algún sentimiento y tristesa, y esto fue poco antes de ponerse el sol; y hallamos la caza del casique con buenos fogones, y en el uno de ellos diversos azadores de carne, perdices, tosino, longanizas y muchas ollas con diferentes guisados de ave, para senar; que como aquellos días de disgusto no se había comido bien, quisieron recuperar lo perdido. Luego que nos trajieron el azado, que aún no habíamos empesado a senar, llegó mi amo con su padre, el viejo Llancaréu, sus nietos – mis primeros y antiguios compañeros y amigos -, con algunos otros casiques, que serían hasta tres o cuatro principales, con sus compañeros o criados mocetones. Salí afuera luego que nos dieron el aviso, y el casique conmigo, que, como dueño de caza, fue o salió a entrarle dentro, y a los demás sus compañeros. Diéronle el pésame de la muerte de su hijo, que ya había corrido la voz por los demás distritos comarcanos; entramos adentro todos, y asentáronse los nuevos huéspedes por su orden, y senaron con nosotros y bebieron muy a su gusto; porque el casique doliente era muy obstentativo y siempre tenía mucha chicha sobrada y abastesida la caza de todo lo necesario. Los casiques que tenían sus ranchos a dos y a cuatro cuadras, que se habían quedado a senar, se fueron despidiendo con sus chusmas y nos dejaron solos con los recién venidos casiques, (…).