Religión, mercado y consumo cultural: explorando la subsistencia del fenómeno religioso en el...

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Modernidad y Religión Universidad Alberto Hurtado Profesor Luis Bahamondes Facultad de Ciencias Sociales Ayudante Nelson Marín pregrado de Sociología Página | 1 Proyecto de investigación: Religión, mercado y consumo cultural: Explorando la subsistencia del fenómeno religioso en el Chile del siglo veintiuno Sebastian E. Adasme Favreau La religión: una (re)problematización para el siglo veintiuno El fenómeno religioso ha estado acompañado continuamente de representaciones culturales o simbólicas que dan cuenta de creencias y prácticas de cierta religiosidad; los vitrales que aparecieron desde el siglo X en adelante podrían ser entendidos, ya en el siglo veintiuno, como los primeros grandes afiches de las historias bíblicas que hoy se exhiben en la pantalla grande y chica. Desde este tipo de representación religiosa hoy se vislumbra con mayores rasgos la imbricación religiónconsumo cultural, una constante promoción de perspectivas históricas y tradicionales de prácticas y representaciones de determinados fenómenos religiosos. Sin embargo, el consumo cultural no está aislado en las sociedades actuales, sino más bien es un sustento esencial para la proliferación del mercantilismo neoliberal que se desarrolla en gran parte del mundo, como se puede observar en Chile y Latinoamérica. Así, las barreras de lo religioso, el mercado y la cultura parecieran confluir en una red que internaliza todo tipo de imaginarios sacralizados y sincréticos. En este sentido, cuestionar dicho entramado en las sociedades contemporáneas revierte la manera en que entendemos el fenómeno religioso por sí mismo, y al extrapolar en la sociología de la religión una perspectiva mercantilista se puede avanzar a formas renovadas de comprender y criticar la relación de la religión, o más bien las religiones, en el Chile actual. Concretamente, dada esta perspectiva que entrelaza el mercado neoliberal, instaurado en Chile desde la década del 1980 en Dictadura Militar, el consumo cultural que el mercantilismo conlleva, y el fenómeno religioso siempre latente en la sociedad chilena, emerge la interrogante de la manera en que tal entramado se ha logrado internalizar en Chile y las repercusiones que tal internalización de los fenómenos religiosos ha conllevado en el desarrollo social y político en el Chile contemporáneo.

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Modernidad y Religión Universidad Alberto Hurtado Profesor Luis Bahamondes Facultad de Ciencias Sociales Ayudante Nelson Marín pregrado de Sociología

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Proyecto de investigación:

Religión, mercado y consumo cultural:

Explorando la subsistencia del fenómeno religioso en el Chile del

siglo veintiuno

Sebastian E. Adasme Favreau

La religión: una (re)problematización para el siglo veintiuno

El fenómeno religioso ha estado acompañado continuamente de representaciones culturales

o simbólicas que dan cuenta de creencias y prácticas de cierta religiosidad; los vitrales que

aparecieron desde el siglo X en adelante podrían ser entendidos, ya en el siglo veintiuno,

como los primeros grandes afiches de las historias bíblicas que hoy se exhiben en la pantalla

grande y chica.

Desde este tipo de representación religiosa hoy se vislumbra con mayores rasgos la

imbricación religión–consumo cultural, una constante promoción de perspectivas históricas

y tradicionales de prácticas y representaciones de determinados fenómenos religiosos.

Sin embargo, el consumo cultural no está aislado en las sociedades actuales, sino más bien

es un sustento esencial para la proliferación del mercantilismo neoliberal que se desarrolla

en gran parte del mundo, como se puede observar en Chile y Latinoamérica. Así, las barreras

de lo religioso, el mercado y la cultura parecieran confluir en una red que internaliza todo

tipo de imaginarios sacralizados y sincréticos.

En este sentido, cuestionar dicho entramado en las sociedades contemporáneas revierte la

manera en que entendemos el fenómeno religioso por sí mismo, y al extrapolar en la

sociología de la religión una perspectiva mercantilista se puede avanzar a formas renovadas

de comprender y criticar la relación de la religión, o más bien las religiones, en el Chile

actual.

Concretamente, dada esta perspectiva que entrelaza el mercado neoliberal, instaurado en

Chile desde la década del 1980 en Dictadura Militar, el consumo cultural que el

mercantilismo conlleva, y el fenómeno religioso siempre latente en la sociedad chilena,

emerge la interrogante de la manera en que tal entramado se ha logrado internalizar en Chile

y las repercusiones que tal internalización de los fenómenos religiosos ha conllevado en el

desarrollo social y político en el Chile contemporáneo.

Sebastian Eduardo Adasme Favreau

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La separación entre iglesia y Estado chileno, como lo profesa la Constitución desde 1925

hasta el actual artículo n°19 inciso sexto de la ratificada Constitución de 1980, está lejos de

ser efectiva y la iglesia católica se erige, en términos de mercado, como el principal accionista

del conglomerado religioso; en tal sentido es pertinente sumergirse en el fenómeno religioso

cuestionando el por qué, en casi cien años, en Chile aún no es posible generar una separación

efectiva entre Iglesia y Estado.

Ante esta difusa desacralización se cuestiona el tipo de influencia que ejerce el fenómeno

religioso en el acontecer político y social, o bien cómo podemos explicar tal influencia en el

contexto mercantil y de consumo cultural. Así, surge la problemática central de este artículo:

¿de qué manera esta relación entre religión, mercado y consumo cultural logra posicionarse

como un pilar fundamental en el acontecer social, político y económico de la sociedad chilena

del siglo veintiuno? y en busca de mayor especificidad: ¿qué tipo de cohesión e imposición

valórico-moral subyace a los mercados religiosos ofertados por las industrias culturales en

el Chile actual?

El presente artículo tiene por objetivo general develar la relación subyacente entre religión

y consumo cultural, puesto en perspectiva desde el contexto mercantil en que se desarrollan

las sociedades globalizadas de la actualidad y del cual Chile no es la excepción; en este

sentido más teórico, la pretensión avanza a dar cuenta el cómo las religiones se anclan al

ofrecimiento de distinciones que se propagan por la Industria Cultural con una tendencia

económico-política, observando y cuestionando los alcances y limitaciones que se podrían

encontrar en este nuevo paradigma de una sociología de la religión mercantilista.

Asimismo, esta investigación se plantea dos objetivos específicos. Por un lado, se pretende

explorar la dependencia generada entre religión y mercado para sustentar los fenómenos

religiosos a través del consumo cultural, o bien cómo se desarrolla la construcción de

prácticas y representaciones de diversos fenómenos religiosos, en un contexto de

secularización y sincretismo, a partir de la observación relacional entre la institución de días

feriados (civiles y religiosos), la exhibición de diversas películas (principalmente

hollywoodenses) y programas televisivos nacionales que promueven implícita y

explícitamente dicha construcción.

Por otro lado, y en relación al objetivo anterior, se busca indagar los alcances de la

sacralización de prácticas y mercancías que ha generado el consumo cultural del deporte,

principalmente la examinación de los fenómenos religiosos en el fútbol; en este sentido se

pondrá de relieve el cómo el espectáculo futbolístico integra ciertos fenómenos religiosos,

implícita o explícitamente, como recurso cohesionador tanto a nivel religioso como a nivel

civil-económico, esto evidenciado en los acontecimientos del partido interreligioso por la

paz convocado por la autoridad católica del Papa Francisco.

Siendo una pretensión no menor que se impregna a cada objetivo señalado, este artículo

se desarrolla como una contribución a la sociología de la religión desde un paradigma

mercantil, a fin de explorar dichas relaciones para levantar, en lo posible, nuevas líneas de

investigación e interpretación del fenómeno religioso en tiempos actuales.

A su vez este artículo se guiará por la tesis principal que la religión necesita de un mercado

basado en la industria cultural para promocionar principalmente una (aparente) falsa

necesidad de un seguro celestial que se cobra individualmente al morir; es decir, el mercado

y consumo cultural permitirían integrar la oferta de bienes religiosos, bienes riesgosos que

representan un contrato con cierta institución o divinidad, en relación a un beneficio mutuo,

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esencialmente de salvación, que se desprende del poder cohesionador del fenómeno

religioso.

En base a ello se plantean dos hipótesis, la primera refiere a que el anclaje religión–

consumo cultural (mercado) impondría lecturas religiosas constantemente, definiendo

valores morales y actos ejemplares, lo cual permitiría la proliferación de la religión en la

sociedad chilena, alejando la efectiva separación iglesia-Estado, o en otras palabras la

religión no desaparecería en las sociedades debido a la alta oferta religiosa en el consumo

cultural que se plasma desde la institución de días feriados hasta una constante exhibición de

películas y programas televisivos que refuerzan tal oferta. Devenido de lo anterior, la segunda

hipótesis plantea que la iglesia católica subsistiría en la sociedad chilena contemporánea dado

esa alta oferta de consumo cultural, la que si bien puede ofertar imágenes protestantes o

(neo)pentecostales es finalmente reinterpretada en un sincretismo criollo con una fuerte

tradición católica, como si existiese una serie de contratos con las industrias culturales para

promover tal imaginario religioso, o una evangelización mercantil de distinciones por parte

de la iglesia católica en fenómenos como el fútbol.

Pues bien, en primer lugar se presentará una discusión bibliográfica, o marco teórico, que

permite fundamentar el cómo entenderemos a la religión envuelta en el mercantilismo

neoliberal, la globalización y todo el contexto en que se envuelve Chile dado esta observación

desde el nuevo paradigma mercantilista de la sociología de la religión. Luego, se expondrá

al lector el cómo la industria cultural promueve constantemente el afán imitatorio de las

clasificaciones religiosas, esotéricas, brujerías o cualquier esencia sincrética y sacralizada

que se oferta del mercado religioso en los medios de comunicación masivos en red; para

ahondar en ello, se presentarán cuatro casos que permiten develar la imbricación del

fenómeno religioso con el mercado y consumo cultural, dando cuenta de ello en los días

festivos, el cine, la televisión, y finalmente el espectáculo futbolero que se entrecruza con una

serie de prácticas sacralizadas o cábalas que tendrían origen en mercancías católicas.

Finalmente se expondrán las principales conclusiones que se obtienen de este artículo.

El fenómeno religioso: una discusión de mercado

Para repensar la sociología de la religión desde el paradigma económico, como lo señala y

sintetiza Frigerio (2000), debemos observar sociológicamente en un nivel individual, grupal

y contextual el desarrollo de la religión como mercado; esto es dar cuenta del

comportamiento religioso desde la teoría de la acción racional, la táctica competitiva de la

creación de oferta y demanda entre las empresas religiosas, y la política reguladora

subyacente al mercado religioso, respectivamente. Como bien dice Mardones (2005), la

centralidad de lo económico está en que por ahí pasan todas las relaciones fundamentales de

la sociedad –o bien la colonización mercantil del mundo de la vida ampliando la noción

habermasiana a un escenario del consumismo actual (Adasme, 2013)–, siendo la religión “un

lugar muy apto para detectar lo que sucede en la sociedad” (Mardones, 2005:103); asimismo,

parafraseando a De la Torre y Gutiérrez, la religión no escaparía de ello ya que “en el mundo

actual ni los símbolos más sagrados han resistido a la mercantilización y monetarización”

(De la Torre y Gutiérrez, 2005:57). En tal sentido, la tarea de la sociología está en levantar

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la discusión a fin de escudriñar la estructura subyacente en esta relación de religión y

mercado.

Al lenguaje económico que envuelve esta renovada manera de abordar la sociología de la

religión parece pertinente sumar un lenguaje cultural de la propaganda y la invención de

bienes, es decir, los mercados religiosos ofrecen productos de distinciones, en el mismo

sentido que Adorno y Horkheimer (1994) señalan que las Industrias Culturales generan

necesidades falsas; al respecto Parker (2008) fundamenta que la Industria Cultural, en este

anclaje religioso, tienen un contenido explícito en esoterismo y misterios. Así, De la Torre

en una síntesis de ambos lenguajes expresa que “la mercadotecnia se encarga de ritualizar los

accesos a los valores consagrados por el neoliberalismo mediante el consumo intensivo de

productos que prometen alcanzar los valores supremos de la mercadotecnia” (De la Torre,

2008:63).

En el nivel individual, el enfoque de mercado religioso se centra en la teoría de la elección

racional o rational choice en donde las personas, en tanto demandantes del fenómeno

religioso, tienen la capacidad de elegir racionalmente qué bienes religiosos consumir, o

siguiendo a Hamui Sutton “aplicando un modelo de la ‘elección racional’, hablan de un

mercado abierto, libre, competitivo y plural donde las ofertas de salvación individual se

adecuan a las demandas de los potenciales consumidores de bienes espirituales” (2005:37);

ante esto Frigerio señala que los bienes religiosos son riesgosos, en palabras del mercado

económico esto implica que la religión ofrece bienes y servicios que no pueden ser devueltos

ni cambiados, como sí se puede hacer con prendas de vestir e incluso la comida. Los

individuos evalúan las ofertas religiosas desde una arraigada e involuntaria ecuación de

costos y beneficios, optando por la firma religiosa que ofrezca mayor eficiencia en sus bienes,

o esté avalada por una trayectoria divina.

Pero debemos observar con cautela la racionalidad de las elecciones, en donde el mercado

económico ha sustentado una teoría asimétrica del valor (Adasme, 2013:7) en la oferta de

bienes y servicios, en donde el rol de la Industria Cultural ha sido de reafirmar una

(ir)racionalidad mediante la oferta publicitaria, generando una alienación a nivel

intersubjetivo de valorar mucho más lo que se pierde (como podría ser el caso de no entrar

al cielo y ser un fantasma errante, por ejemplo), por lo que se debe apuntar a una crítica a la

acción racional que subyace al ideal económico de la elección con el que se sustentaría esta

renovada sociología de la religión mercantil. También Parker hace un llamado de sospecha

y cautela al extrapolar esta teoría del consumidor, esto es que “los fieles no están simplemente

escogiendo y mezclando religiones. Lo que de veras están haciendo es reinventando sus

propias formas de religión” (2008:351). Justamente, repensar la sociología de la religión

desde un paradigma de mercado nos debe llevar a cuestionar los supuestos ideales, y observar

de qué manera se desarrolla esta reinvención del fenómeno religioso desde los individuos.

Además, los bienes y servicios del mercado religioso son producidos colectivamente, hay

una interacción simbólica que sustenta este mercado; Frigerio indica que “religión es siempre

un fenómeno social, una mercancía producida y mantenida colectivamente” (2000:37); la

Industria Cultural entonces juega un papel fundamental, reafirmando la oferta de lo

producido colectivamente e impulsando una interpretación común, estableciendo los

imaginarios que definen a las empresas (o aseguradoras) religiosas, en tanto grupos

específicos, y sus representaciones, prácticas y celebraciones que conllevan un consumo

elevado de religiosidad. Así las empresas religiosas establecen contratos rígidos con sus

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consumidores, exigiendo compromiso y devoción, o esa especie de cohesión social que

señalaba Durkheim (1992) en su ya clásico estudio de la religión.

Los mecanismos compensatorios que ofrece el mercado religioso van desde la recompensa

de la salvación, vida eterna, o un reino de los cielos en donde se pueden reencontrar con los

seres amados (o admirados), en suma, algo que denominaré un seguro celestial. De la Torre

y Gutiérrez (2005) muestran cómo este contrato se establece principalmente en el peregrinaje,

a través de una relación de intercambio se genera un contrato con las divinidades que estipula

una manda (solicitud de favor) con un correspondiente pago (agradecimiento del favor); en

una equiparación de mercado, los peregrinajes se desarrollan como un seguro celestial o

divino con un intercambio a crédito, siendo prácticas que conjuntamente preservan los

rituales alrededor de figuras milagrosas.

En un contexto de mercado o nivel grupal, el pluralismo se convierte en la situación o

estado natural de las economías religiosas, esto es “la existencia de un mercado religioso con

diferentes firmas compitiendo por clientes” (Frigerio, 2000:36); para que el mercado

funcione se necesita una competencia, la cual regula la oferta y demanda, que involucre a los

consumidores y genere segmentos diferenciados de ellos, sus preferencias y combinaciones.

Asimismo, el pluralismo fortalecería la economía religiosa al acaparar mayor participación,

esto es que una nueva empresa religiosa atraerá a un público nuevo, y el juego de la

competencia será atraer esos nuevos segmentos de fieles. Entonces, entre más empresas

religiosas, o pluralismo, mayores serán los posibles seguidores a captar; es por ello que la

oferta es de mayor importancia, ya que la mayor diversidad y variaciones de ofertas de

distinciones generan el pluralismo religioso que hace tan competitivo este mercado de la

religiosidad, magias y otras brujerías.

Frigerio además nos señala que el principal motor de la economía religiosa está en el

proceso de transformación de una secta en iglesia, lo cual puede entenderse como las pymes

(pequeñas y medianas empresas) del mercado religioso, siendo ellas las que atraen a una

capacidad nueva de adherentes o religiosos que entran en el juego de la competencia de oferta

y demanda. Se debe tener en consideración, como indica Frigerio, que la diferencia entre una

iglesia y secta estaría determinada por el grado de tensión con la sociedad, siendo menor

tensión una iglesia establecida y mayor tensión una secta que atenta contra la cohesión del

mercado en la sociedad.

En cuanto a la política reguladora, o bien el grado de regulación, es necesario cuestionar

cuán regulado se encuentra el mercado religioso en Chile. Si el pluralismo es bueno para el

mercado religioso, el monopolio de una religión, que es sobre los medios de salvación como

señala Hamui Sutton (2005), torna ineficiente la competencia del mercado; pero si el

monopolio está amparado en la fuerza coercitiva del Estado, la situación puede cambiar. En

Chile la regulación pareciera estar en un monopolio de la iglesia católica, o convidado de

piedra como lo señala Mardones (2005), avanzando a un tímido duopolio junto a la iglesia

pentecostal, lo cual es observando preliminarmente por la imposición de días feriados

religiosos en el calendario oficial de Chile, en donde nueve de los quince días del año 2014

son de índole religiosa.

Un punto que se debe esclarecer es el contexto en que se desenvuelve este mercado de

religiosidades. Frigerio contrapone la idea de secularización de las sociedades modernas que

desarrolla Berger, y presenta la noción de desacralización, en otros términos el autor dice

que “por sacralizada, entendemos que los aspectos principales de la vida, desde la familia a

la política, estarán imbuidos de símbolos, retórica y rituales religiosos” (Frigerio, 2000:41),

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por lo que la idea de separación iglesia-Estado la entendería como desacralización y no

secularización. En este sentido la idea de desacralizar en tanto separación iglesia-Estado se

puede llevar a una equiparación a la pretensión habermasiana de descolonizar el mundo de

la vida, lo que tendría sentido en esta crítica al mercado religioso.

Ahora bien, el que la separación iglesia-Estado o desacralización no se vea reflejado en la

realidad chilena tendría cierta base en el consumo cultural de este mercado religioso; es decir,

la constante promoción de prácticas y representaciones religiosas de manera implícita y

explícita, de índole criollo o foráneo, repercutiría en que la religión, principalmente la

católica, se inmiscuya constantemente en asuntos tanto públicos como privados. Asimismo,

el fenómeno del neopentecostalismo, como expresa Mardones, está anclado a una teoría de

la prosperidad, potenciando creyentes idóneos para el mercado consumista que se desarrolla

en las sociedades actuales, incluso dicha religión mantiene un constante uso de los medios de

comunicación de masas.

Por otro lado, Hamui Sutton (2005) evidencia que en esta lógica del mercado religioso se

estaría descuidando el aspecto afectivo y existencial de las personas, y lleva esta

reinterpretación de la sociología de la religión a un ámbito de la territorialidad, proponiendo

pensar las religiones como sistemas culturales por sobre monopolios o mercados religiosos;

bajo tal propuesta los sistemas culturales se basan en los efectos de desterritorialización que

conlleva la globalización, esto es un desarraigo del fenómeno cultural de su territorio natural,

conformando imaginarios sociales por sobre dimensiones geográficas. No obstante, si

pensamos la religión como un sistema cultural, en la globalización actual se verá determinado

de igual manera por una lógica de mercado interconectado, sin dejar de lado los efectos

desterritorializantes, de relocalización de lo global o de translocalización de lo local como

apunta De la Torre (2008).

Tanto como un sistema cultural o como un mercado religioso, estos efectos de la

globalización, que borran las barreras estrictas de lo tangible y devienen en una red de

comunicación instantánea, pueden ser aparejados a las ideas de sincretismo (Bastian, 2003;

Marzal, 2002), sustentando aún más la noción pluralista de esta renovada sociología de la

religión. Podemos posicionar desde la sensibilidad religiosa new age, que es toda una

reconfiguración de doctrinas y ritos considerados más tradicionales al punto de levantar una

exitosa industria cultural, como expone De la Torre (2008); pasando por el pentecostalismo

glocal del que habla Hamui Sutton, que es una interpretación de la realidad como escenario

de luchas cósmicas entre el bien (Jesús) y el mal (Satán); llegando a el Movimiento Católico

de Renovación Cristiana (MCRC), el cual “maneja los mismos recursos del pentecostalismo

como el uso de los medios masivos de comunicación y otras técnicas de evangelización

similares a las practicadas por los misioneros” (Hamui Sutton, 2005:42). A fin de cuentas, la

mercantilización de símbolos religiosos deviene en una oferta amplia que puede producir

constantemente nuevos sincretismos, con elementos mágico–religiosos de culturas populares

tradicionales, o la denominada nebulosa místico esotérica (De la Torre, 2008), el selectivo

consumo de religiosidades a la carta.

Sintetizando, la exposición que desarrolla De la Torre y Gutiérrez sobre la creciente

mercantilización que ha acompañado a las religiones últimamente refiere a símbolos,

prácticas, escenarios, situaciones, experiencias y creencias, completando un abanico

extendido de posibilidades de distinción de consumo religioso, llegando incluso a sacralizar

lo secular, diseminando lo religioso a múltiples experiencias individuales y comunitarias.

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Incluso las relaciones sociales que confluyen en lo religioso se mercantilizan en esta

avanzada sacralización del mercado y las mercancías (Mardones, 2005).

La explotación del turismo como un espectáculo religioso, que ofrece las tradiciones

religiosas como algo exótico y esotérico, ha contribuido a ficcionalizar el mundo (De la

Torre, 2008), como también ha establecido todo un consumo de accesorios y talismanes, o

merchandising religioso, objetos que obedecen a un contexto ritual y son sacralizados y

autentificados sólo bajo esa esfera simbólica de lo sagrado. Los santuarios e iglesias se

constituyen en masivos centros de devoción dispuestos al consumo cultural, transfigurándose

en monumentos nacionales que resguardan la historia del arte y la arquitectura

principalmente (como la Catedral de Santiago, por ejemplo); incluso Moulian (1998) ya daba

cuenta de cómo los centros comerciales o malls se han convertido en los nuevos templos del

consumo, o neocatedrales que ofrecen el culto al consumismo capitalista.

Las mercancías religiosas que se ponen en circulación han logrado conectar culturas

lejanas y contrastantes, potenciando aún más el pluralismo anclado a nociones sincréticas

que promueven las industrias culturales; esto ha logrado dar nuevos sentidos de lo sacro,

llevando a la canonización extraoficial de los denominados santos profanos (De la Torre,

2008) o la sacralización de ídolos de la cultura de masas, como íconos televisivos, del cine,

la música, la política o el deporte, como se ha desarrollado el culto maradoniano, el aclamado

D10S del fútbol, o el resiente y tímido culto a Hugo Chávez, difunto expresidente venezolano

a quien incluso se le ha readaptado el rezo católico del padre nuestro.

Si bien tales consumos culturales dan sustento al mercado religioso, es apremiante el

develar lo invisible en tales ofertas de consumo; sea desde una indagación al consumo

cultural del cine y programas televisivos tipo revista que promueven consejos esotéricos o el

horóscopo, o la exploración en la imbricación de la iglesia católica en el espectáculo del

fútbol; se observará cómo tales mercancías manejan un lenguaje cultural del mercado, el del

no les vengo a vender, sino que a regalar, pero desde una oferta religiosa que puede aparecer

implícita o explícita.

Asimismo, se mantendrá una perspectiva de sospecha, en un sentido nietzscheano (2007),

frente a la imposición de tales ofertas religiosas en el consumo cultural, donde puede aparecer

una constante de violencia mimética (Girard, 1978) en el mensaje publicitario, pero que es

naturalizado igual como pareciera resultar con los valores morales y estéticos de la religión.

Consumo cultural: ofertando los mercados religiosos

Las religiones, bajo esta lupa de un mercado de distinciones sacralizadas y sincréticas, se

basan al igual que cualquier otra aseguradora o empresa en la publicidad y los medios de

comunicación masivos-en red, un gran espacio de alienación de la intersubjetividad mediante

la propaganda de necesidades falsas (Adorno y Horkheimer, 1994).

Tal como los vitrales en el siglo X permitían dar cuenta de las historias bíblicas, una serie

de cuentos místicos y mágicos que logran finalmente aumentar los seguidores de las distintas

ofertas religiosas, las industrias culturales han llevado tales fundamentos religiosos a una

promoción constante en el cine, la música, y los programas televisivos, todo interconectado

a través de internet, logrando una oferta completamente actualizada de todos los tipos de

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sacralizaciones y sincretismos que se van generando por la competencia del mercado

religioso, sea implícita o explícitamente.

A través de la objetivación de los fenómenos religiosos en un mercado que ofrece bienes

y distinciones religiosas, el consumo cultural logra abarcar estas representaciones

sacralizadas y sincréticas, poniéndolas en circulación bajo el rótulo de adquiribles por medios

impersonales como el dinero y el derecho; como señala Güell, Peters y Morales (2012), la

relevancia del consumo cultural está en su carácter simbólico que logra promover

experiencias subjetivas y crear sentidos de pertenencia, lo que entrecruzado a este mercado

religioso permite rastrear las subjetividades y pertenencias que ofrece el seguro celestial a

través de las industrias culturales.

A continuación se expondrán cuatro casos o ejemplos en donde podemos observar este

envolvimiento de prácticas y significaciones religiosas en el consumo cultural que se

desarrolla en la sociedad chilena; si bien el mercado religioso no se despliega de manera

independiente en cada uno de estos casos, sino que se unifican en una plataforma amplia de

exhibición, es posible desagregar esta observación en casos interconectados, pero que

permiten delinear ciertos grados de institucionalización en el consumo cultural anclado al

fenómeno religioso.

En primer lugar se expondrá la relación de la institucionalización de días feriados o

festivos con los mercados religiosos; luego se desarrollará el espacio de imitación que

permite el cine en relación a las aseguradoras religiosas, reforzando tanto lo

institucionalizado como también las sacralizaciones y sincretismos emergentes;

posteriormente se analizará la exhibición de sincretismos y sacralizaciones más criollas por

parte de la televisión abierta, la cual ha ido experimentando una fuerte influencia de los

contenidos desarrollados en internet; finalmente, se examinará el mercado religioso en el

consumo cultural del deporte, principalmente por el desarrollo religioso que emana del

fútbol, tanto a nivel nacional o local latinoamericano como a nivel global.

Festividades religiosas, o cómo la religión perdura en la sociedad chilena. Las principales

historias y fundamentos religiosos se han logrado institucionalizar como días festivos, fechas

que por lo general conllevan un aumento en el consumo específico de prácticas, distinciones,

contratos místicos o religiosos, y que de cierta manera permiten que el mercado religioso no

se desvanezca en el siglo veintiuno. En Chile para el año 2014 se tienen quince días feriados

–además de todos los días domingos– que se han promulgado como Ley de la República; de

ellos sólo siete son por motivos civiles, siendo nueve las festividades de tipo religioso.

Este tipo de historias o festividades se unen a otra serie de cuentos, mitos y leyendas que

no han llegado a institucionalizarse a nivel legal, constituyendo la base de las temáticas del

consumo cultural que promueve publicitariamente el cine, la música y la televisión, en un

avance constante de la sacralización y sincretismo de la variada oferta religiosa que tenemos

actualmente. Por cualquiera de estos medios de comunicación masivos-en red, las ofertas

religiosas se basan en una tendencia de imitación de actos y costumbres, una especie de

educación y docilidad en donde subyace una imposición de valores morales, una traducción

de los parámetros de lo bueno y lo malo, o bien las reglas de los contratos celestiales.

Las historias religiosas sobre Cristo de mayor difusión, o que conllevan un aumento en el

consumo de bienes o distinciones de un seguro celestial, son navidad y viernes santo (pascua

de resurrección), el nacimiento y resurrección de Jesús respectivamente; este tipo de feriados

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representan fielmente la imbricación del consumo cultural en el fenómeno religioso al

conjugar lo televisado a patrones de consumo, promoviendo prácticas esenciales para

reafirmar la condición religiosa, o contrato del seguro celestial, siendo por lo demás leyes

promulgadas desde las primeras décadas del siglo veinte.

Durante la festividad de navidad el bombardeo hedonista del consumo puede dar muchos

réditos a una economía como la chilena, como también el cine, la música y la televisión

generan constantemente contenido bajo la temática navideña, que (re)fuerzan tales prácticas

adquiridas como el regalar algo por el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios; el adornar casas

con un árbol de pascua, que pasado noche buena será el lugar de recepción de los regalos

para los niños y adultos, promueve la esencia de compartir en familia, principalmente

mediados por una cena navideña que erige al pavo casi por única vez al año como un alimento

de alta demanda en Chile. Si bien a esta festividad le subyace la historia religiosa, es el

mercado general el que ha instituido la fecha de celebración, como también ha logrado

instaurar la sacralización del consumismo, desprendiendo además el sincretismo en los

múltiples cuentos navideños que dotan de misticidad al viejo Pascuero, papá Noel o Santa

Claus, personaje icónico de la multinacional the Coca-Cola Company.

Por su parte, semana santa promueve un consumo determinado del mercado alimenticio,

generando una alta demanda de huevos de chocolate por el cuento del conejo de pascua que

reparte a través de (principalmente) los padres, quienes compran los dulces eligiendo en una

cada vez más sofisticada oferta de pascua; además regula las prácticas colectivas de no comer

carnes rojas y sí optar por carnes blancas, aumentando el consumo de pescado para tal fin de

semana. Si se observan los noticiarios que se transmiten entre los días de semana santa se

podrá encontrar con una constante promoción, o más bien un refuerzo a la obligación, de que

los chilenos que se basan en una religión católico-apostólico-romana no deben comer carnes

rojas porque son el cuerpo de Cristo, y en tal fecha se celebra su resurrección; esto se refuerza

por la parrilla programática que exhibe la televisión, ofertando películas de carácter más

tradicional en las que se representa la crucifixión como Jesús de Nazareth (1942), como

también se publicita la historia del conejo mágico que pone huevos de chocolate y se los

reparte a los niños del mundo que estén adscritos, de manera involuntaria, a tales industrias

culturales.

A este tipo de festividades se suman feriados por festividad a San Pedro y San Pablo, la

inmaculada Concepción, el día de todos los santos, y la de mayor sincretismo criollo se

desarrolla por la Virgen del Carmen, donde la fiesta de la Tirana en el norte grande de Chile

envuelve a lo católico tradicional con lo andino, líneas similares a la festividad de nuestra

señora del Rosario de Andacollo en la región de Coquimbo.

De todos los feriados religiosos que se han promulgado en Chile sólo uno no atañe a la

iglesia católica directamente, siendo el día nacional de las iglesias evangélicas y

protestantes, declarado oficialmente día festivo recientemente en el año 2008, el primer

feriado que alimenta la competencia del mercado religioso institucionalizado.

El cine: promotor de prácticas y representaciones de los mercados religiosos. Como se

mencionaba, las historias que envuelven a estas festividades han sido llevadas

constantemente a la pantalla grande y chica, postulando principalmente una imitación de

actos y costumbres, pero también promoviendo de manera implícita o explícita un abanico

de valores morales.

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Así, las producciones cinematográficas permiten por un lado reafirmar la

institucionalización de festividades religiosas y todo el consumo que se las ofertas del

entramado mercantil en su globalidad, o esencia más capitalista; pero por otro lado este medio

de promoción de distinciones y diferenciaciones institucionaliza los distintos valores

morales, o, en otras palabras, normativiza el razonamiento moral ante determinadas

situaciones y contextos basados en el contrato del seguro celestial. En ambos sentidos

subyace el dilema de qué moralidad profesan las ofertas religiosas que se despliegan en el

consumo cultural, donde debemos ahondar con cierta sospecha.

En cuanto a la reafirmación de la institucionalización, podemos encontrar variadas

películas que generan guiños a religiosidades o historias bíblicas, desde producciones más

tradicionales hasta nuevas superproducciones que, finalmente, (re)presentan la oferta

religiosa contemporánea. Filmes como Jesús de Nazareth (1942), la Pasión de Cristo (2004),

la última tentación de Cristo (1988), o Jesús de Montreal (1989) la cual propone un vuelco

controversial a la interpretación de la obra la pasión de Cristo (Adasme, 2012), logran

sustentar y reafirmar la institucionalización de ciertas historias sobre Jesucristo,

principalmente la festividad de semana santa. Asimismo, se refuerza la tradición del conejo

de pascua en películas como Hop (2011).

También se encuentra una amplia gama de películas, de distintos géneros y estilos, que

promueven el imaginario navideño, donde el tinte cómico se alza en producciones como la

saga mi pobre angelito (1990; 1992), jingle all the way (1996), promocionando

esencialmente el imaginario consumista de la festividad navideña; además de películas

hollywoodenses que narran las historias de Noé como Evan Almighty (2007) –llegando

incluso a dar imagen física a Dios bajo la interpretación del actor estadounidense Morgan

Freeman tanto en Bruce Almighty (2003) y Evan Almighty– y la más reciente Noah (2014).

Pero la industria cultural en el rubro cinematográfico no sólo promueve el refuerzo

institucionalizado de historias bíblicas, sino que, además, genera una sacralización de

aspectos de índole más profanos, como lo es todo el entramado mágico, místico y de misterio

sobrenatural; lo relevante en este aspecto no es que exista una amplia gama de películas que

dan forma e imagen a múltiples demonios, o el cómo se configura la imagen del diablo o

satanás, sino en que ciertos títulos cinematográficos llevan consigo la frase basado en hechos

reales, lo que da cuenta que, de cierta manera, los sucesos paranormales y de experiencia

sobrenatural realmente suceden, pero, ¿cuán acercado a lo que realmente pudo haber sido ese

hecho real es lo que se (re)presenta en la pantalla; o bien, el hecho real en que se basan ese

tipo de películas puede ser el mismo imaginario que constituyen los filmes antecesores que

fueron promocionados y exhibidos por la industria cultural?

Este género del cine, el del terror, terrorificación y endemonización, presenta historias de

posesiones malignas o fantasmas errantes –que no lograron cobrar su seguro celestial– como

el exorcismo de Emily Rose (2005), the haunting in Connecticut (2009), y la más reciente

Annabelle (2014); en suma, se establece todo un imaginario posible que desarrolla el seguro

celestial bajo una terrorificación, la cual encuentra cierta institucionalización en la festividad

de noche de brujas o Halloween, que cada año se arraiga y adscribe con mayor fuerza en el

mercado chileno, generando una especie de sacralización a las brujerías y los dulces, una

aparente combinación ganadora para los fines de la economía. Este sincretismo da como

resultado una resignificación y valoración a lo sobrenatural, la muerte y los muertos, como

también una adaptación a la vida real todo el espacio de posibilidades que presenta el

imaginario del terror.

Religión, mercado y consumo cultural

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Ahora bien, las producciones cinematográficas logran proyectar una imagen a la cual

subyace una estabilización de la violencia mimética en el sentido de Girard (1978); siguiendo

al autor, el deseo humano está basado esencialmente en la mímesis, la que puede entrar en

una disputa por la pretensión de imitar la obtención de un algo que ostente un otro (mímesis

de apropiación), llegando a una especie de rivalidad (mímesis de antagonista) la imitación se

envuelve en una fuerza centrípeta que sólo retorna a un equilibrio mediante el sacrificio

arbitrario de un chivo expiatorio, como lo pudo ser Jesús (Adasme, 2012b).

El discurso de los filmes, tanto los más tradicionales como los más recientes, que

proyectan religiosidades se basan en un mensaje de sufrimiento, o en otro sentido las historias

bíblicas parecieran fundamentar y promover nociones del sufrimiento y arrepentimiento

como un estabilizador de la vida religiosa, una costumbre que apuntaría a redimir los pecados

y faltas que se generen contra el latente seguro celestial. El mensaje de violencia mimética

que expelen las películas logra limitar la aparición de chivos expiatorios, regulando un

equilibrio desde una imposición de valores, o bien el cine logra cohesionar el entramado de

valores morales que se impone desde una perspectiva religioso-mercantil; las prácticas que

definen el ser bueno, justo, honesto, malo, injusto o deshonesto, como también la definición

estética de lo bello, aceptable y lo cuestionable son exhibidas a gran escala por la industria

cultura en que se asocia el cine, reafirmando el riguroso contrato del seguro celestial.

Nietzsche (2007) planteaba que la imposición de los valores morales recaía en una

ecuación en donde el ser bueno era una imposición aristocrática, es decir, de quienes

ostentaban mayoritariamente el poder; hoy, las religiosidades encontrarían gran aliado en las

industrias culturales para imponer la ecuación de los valores morales a fin de mantener un

contrato rígido entre religiosos y religión. El cielo y el infierno se basan en la contraposición

valórica entre bueno y malo, involucrando razonamientos morales y estéticos que limitan el

actuar de las personas según sus propios contratos religiosos, o civiles. La mirada de sospecha

que entabla Nietzsche aún pareciera cobrar validez al observar la relación de las religiones

con el mercado del cine y la televisión.

Televisión: sacralizaciones y sincretismos para la sociedad chilena. El televisor es uno de

los objetos que, probablemente, más agencia ha adquirido en el Chile actual; transmitiendo

todo lo que sea posible para obtener audiencia, se genera un gran comercio del rating, además

de una constante sacralización de personajes televisados o la condición de ser famosos, como

puede ser el caso de la imagen sacralizada del animador Felipe Camiroaga, quien murió en

el mediático accidente en el archipiélago Juan Fernández. La estética y moral que emana de

la relación entre mercado religioso y mercado económico invade la mayor parte de las

prácticas y convenciones que se desarrollan en la televisión, desde los noticieros hasta

programas como matinales, los late, las diversas (tele)series, o la Teletón; en jerga televisiva,

todo el contenido está pauteado para ganar más audiencia, y el uso de conmover valores es

sospechosamente un buen recurso.

Tanto las producciones del cine como los programas televisivos pueden no encontrar la

misma percepción del contenido por parte de los espectadores, pero cuando el contenido está

mediado por una tensión de valores morales, sean civiles, religiosos o una mezcla sincrética,

se logra cierta uniformidad en la respuesta, o bien se impone una ideología alienante que

normativiza la respuesta a estímulos cargados de un dramatismo sobre la vida y la muerte, lo

bueno y lo malo.

Sebastian Eduardo Adasme Favreau

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Ante esto la televisión se posiciona en este mercado religioso como la gran mezcladora de

tradiciones y criollismos, una licuadora sincrética que envuelve y sacraliza distintas

prácticas con el fin de que se reciba audiencia, o todo por el rating. En esto la televisión

funcionaría de manera similar a la competencia del mercado religioso, donde la lucha está en

quitar los seguidores de otras religiones y lograr captar nuevos sujetos alejados de religiones,

por lo que el contenido televisado, al igual que la oferta religiosa, es cada día más amplio.

El new age y el esoterismo son los sincretismos que se han arraigado más evidentemente

a la industria cultural; el horóscopo, las historias sobrenaturales, la autoayuda, y la

exposición de sectas son parte del repertorio habitual de los matinales, programas de

conversación y de farándula. La astrología, numerología y otras instituciones sacralizadas de

la adivinación, ofrecen guiar la serie de prácticas y situaciones del diario vivir (trabajo, amor,

dinero y salud, principalmente) de las personas según sus determinados resultados zodiacales

o afines. El más profesado es el horóscopo occidental, seguido por el chino, y lo encontramos

en los matinales, en los diarios, incluso en redes sociales de internet, por medio de exponentes

locales de esta industria cultural esotérica como Pedro Engel o Yolanda Sultana.

En esos mismos programas o medios de comunicación también se encuentra un bagaje de

lo sobrenatural y paranormal, una suerte de explicaciones y representaciones constantes del

más allá desde una perspectiva más ficcional que juega con el espectáculo de hechos

verídicos; figuras como el difusor de teorías conspirativas Juan Andrés Salfate, o el abogado

y teólogo Hugo Zepeda, logran revitalizar estos contenidos y mantenerlos como un repertorio

constante del consumo cultural televisado. Sumado a la oferta cinematográfica, la televisión

promueve una traducción local, o popular, de los fenómenos religiosos, sobrenaturales,

paranormales y espeluznantes.

Como buen ofertante del fenómeno new age, los programas de televisión abordan las

temáticas desde una promoción a la ostentación y distinción asociada a determinadas

prácticas y costumbres; el yoga, la vida sana, la medicina natural y alternativa, el turismo, y

tantas otras prácticas son parte de la oferta que se establecen sobre la revalorización de la

naturaleza y el ser humano; en torno a la medicina natural, la sacralización de la planta de

marihuana ha originado toda un promoción de usos y beneficios del cannabis, erigiéndose

como un remedio para (casi) todo. También se puede indagar la sacralización de los medios

de transporte alternativos no-contaminantes como la bicicleta, donde los fieles ciclistas

santiaguinos cada vez son más en la peregrinación celebrada el primer martes de cada mes o

cicletada de los furiosos ciclistas; de manera similar, pero desde un desarrollo más tímido e

individualizado, se posiciona la oferta de ser runner o corredor, tomando protagonismo en la

promoción de prácticas ritualizantes del bienestar personal.

Si cuestionamos el por qué aún las personas se siguen casando por la iglesia, a pesar de la

aparente crisis de las instituciones en que nos encontramos, podríamos encontrar respuesta,

o al menos una hipótesis, en que es gracias a la constante utilización, por parte de las

industrias culturales, del recurso romántico ideologizado el que perdure y se prolifere

sincréticamente la institución del matrimonio; no es ajeno a la realidad chilena que la trama

de las teleseries, exhibidas en horarios vespertino (15–20hrs) y horario nocturno (22hrs), se

basen en la tensión amorosa de dos personajes, una trama de amor prohibido o imposible

que, como desenlace, recae en la ceremonia ritual de un casamiento.

Uno de los programas televisivos chilenos al que subyace un mayor uso del recurso de

conmocionar la audiencia es la Teletón, logrando altos niveles de rating como también el

apoyo monetario a la causa; si bien tal institución benefactora pretende recaudar fondos para

Religión, mercado y consumo cultural

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levantar más centros de atención y poder continuar el tratamiento de las diversas personas

que lo necesiten, se debe considerar la discusión hacia el recurso mediático de las emociones,

como también explorar los réditos para los distintos conglomerados económicos. En formato

de cadena nacional, la Teletón durante 27 horas de programación continua bombardea a los

chilenos con la obligación moral de ayudar a los niños que deben asistir a los centros de

rehabilitación, generando una cohesión del mercado en un lenguaje de emoción religiosa de

los milagros; el contrato moral de ayudar a la teletón está en el aire durante toda la fase de

propaganda que genera la industria cultural, ofreciendo la posibilidad de, al donar dinero

directamente o comprar los productos asociados, adquirir la condición de donador de carisma

o el sentimiento de culpa por no donar.

La Teletón genera una instancia en que todos los chilenos se deben poner una mano en el

corazón y la otra en el bolsillo; todas las historias de los niños símbolos y otras personas,

principalmente niños, que son exhibidas en la maratónica jornada de caridad son expuestas

bajo un lenguaje de la lástima, del llanto y la superación, logrando conmocionar al televidente

por el esfuerzo y sacrificio de quienes acuden al centro de rehabilitación, al mismo tiempo

que se posiciona el discurso esperanzador y milagroso de superar tales condiciones, lo cual

es acompañado constantemente por la evocación al fenómeno religioso, agradeciendo a Dios

las instancias de recaudación de fondos, o el que se mejorará tal niño si Dios así lo quiere, y

tanta otra frase internalizada que incluye a Dios o Jesús (ante esto el cine estadounidense

genera una gran cohesión en la institucionalización de la frase oh Dios mío–oh my God).

Asimismo, esta instancia solidaria logra una sacralización de la imagen empresarial como

entidades benéficas que donan dinero de sus propias utilidades, pero condicionadas sólo a si

se cumplen ciertas metas de consumo; es decir, las empresas asociadas a la Teletón sólo

invierten en donación si hay consumo elevado de por medio, aparentemente para no extraer

directamente de los fondos de utilidades del directorio, como también estando bajo la

intención de evadir impuestos gracias a la Ley de Donaciones.

La televisión busca rating y el rating es buscado como oportunidad de beneficio

económico; promocionar sacralizaciones y sincretismos ayuda a mantener mercados latentes

que obtienen buenos resultados, y la instancia de la Teletón logra ejemplificar la alianza entre

mercado económico y mercado religioso, aunque este último se ofrezca de manera implícita

y engañosa. Esta pantalla chica promueve constantemente los valores morales de los

chilenos, definiendo a los buenos y malos ciudadanos y feligreses; esta imposición valórico-

moral, como bien sospechaba Nietzsche, viene dada desde una ecuación de poder, que se

refuerza en los resultados económicos y encuentra en el mercado religioso buenas

herramientas de propaganda.

El futbol, o religión laica de la sociedad civil. El fútbol no parece ser sólo un encuentro

deportivo, sino más bien toma forma de un consumo cultural cargado de rituales y

simbolismos que cada vez se asemejan más a una empresa religiosa. Para los fines del

comercio y la economía de mercado, el futbol logra cierta rentabilidad debido a una

sacralización tanto de prácticas como personajes (futbolistas destacados).

Roberto Cachán y Óscar Fernández (1998) se aventuraron a explorar esta nueva religión

de la práctica deportiva; los autores dan cuenta de cómo, desde sus orígenes, el deporte se

ha transformado en parte central del currículo escolar, como también un soporte de múltiples

organizaciones, incluidas las iglesias, que vieron réditos en la promoción masiva del fútbol.

Sebastian Eduardo Adasme Favreau

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En Chile el fútbol es el principal deporte nacional, siendo el primer deporte que se enseña en

los colegios y liceos; incluso la relación fútbol, educación y religión se puede manifestar de

manera ejemplar en el Club Deportivo Universidad Católica, donde el equipo de fútbol toma

la mayor relevancia en dicha institución.

Este deporte está cargado de simbolismos y rituales que se impregnan de esta especie de

sacralización y sincretismo propio de la Industria Cultural. Los futbolistas más destacados, o

que la prensa los ha erigido como tales, son enaltecidos según su rol deportivo y rol público

(su vida privada). El culto de mayor repercusión latinoamericana, y quizás mundial, es hacia

la figura del argentino Diego Armando Maradona, considerado el D10S del fútbol (De la

Torre, 2008), quien disputa constantemente el trono del mejor futbolista del mundo junto al

brasileño Pelé; en torno al culto al exfutbolista argentino incluso se llegó a levantar la iglesia

maradoniana. El culto a las figuras es promovido constantemente por las industrias culturales

que patrocinan el deporte del fútbol; futbolistas como Messi (o sucesor de Maradona) o

Cristiano Ronaldo son quienes en la actualidad llevan esta disputa comercial que finalmente

logra cierta cohesión entre los denominados seguidores de cada jugador.

Cada jugador de fútbol profesional en competencias televisadas queda bajo una mirada

juzgadora que apunta a sus prácticas tanto dentro como fuera de la cancha. En el desarrollo

del espectáculo deportivo, los jugadores generan una serie de prácticas-rituales que se

fundamentan en una noción religiosa; las cábalas, como entrar a la cancha, tocar el césped y

luego persignarse –ritual que en la película animada Metegol (2013) los personajes la replican

porque “todos lo hacen, parece que da suerte”–, y las celebraciones al marcar un gol, levantar

los brazos y dedos índices apuntando al cielo, son prácticas que ejemplifican esta relación

del fenómeno religioso en la industria cultural del deporte. Asimismo, no es extraño el que

al finalizar algún encuentro deportivo y se entreviste a los futbolistas, principalmente

chilenos o latinoamericanos, estos den declaraciones cargadas de un contrato religioso, con

frases como gracias a Dios pudimos marcar un gol.

Fuera de la cancha la imagen del futbolista de elite o seleccionados nacionales es juzgada

bajo un rol ejemplificador, es decir, a los futbolistas, por el simple hecho de que su profesión

es esencialmente televisada, se les otorga un carácter de figura pública que limita su accionar

a razonamientos morales ejemplificadores. Ante ello constantemente la prensa informativa

de la industria cultural plantea una especie de juicio social ante la situación que un jugador

se involucró en una pelea en alguna disco por estar en, presuntamente, estado de ebriedad, o

noticias tendenciosas similares; ejemplificador resulta la propaganda de repudio, levantada

por los medios de comunicación, a la selección chilena de fútbol en su escandalosa

participación del torneo Copa América disputado en Venezuela el año 2007, donde se originó

el denominado Puerto Ordazo. Así, a los jugadores destacados se les exige una rectitud en

su accionar fuera de la cancha bajo el pretexto de ser un ejemplo a seguir principalmente

asociado a una historia de superación casi milagrosa.

En cuanto al fútbol relacionado directo con la religión, el primero de septiembre del 2014

se realizó el Partido por la Paz convocado por el Papa Francisco; esta iniciativa reunió a

diversas celebridades latinoamericanas y europeas del mundo del fútbol, como también

congregó a múltiples compañías que vieron un espacio de promoción para sus marcas, como

Fiat y Pirelli que se exhibían estampadas incluso en mayor proporción que las fundaciones

involucradas (Fundación PUPI, y Scholas Ocurrentes). Así, este encuentro interreligioso se

presentó, además, como una amplia plataforma publicitaria. En esta relación de la iglesia

católica con el mundo del fútbol, al Papa Francisco incluso se le ha solicitado, en un tono

Religión, mercado y consumo cultural

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humorístico, que no interviniese, por su comunicación directa con Dios, sobre los resultados

del pasado mundial de fútbol celebrado en Brasil.

Otro aspecto del fútbol que logra cierta similitud a la práctica religiosa está en la

ceremonia ritual que da inicio a los encuentros futbolísticos, los himnos y cánticos se

transforman en una práctica cohesionadora tanto a nivel de clubes locales como a nivel de

selecciones nacionales; uno de los hechos que resaltó en la participación de la selección

chilena en el mundial de futbol Brasil 2014 fue el fervor de los hinchas al entonar el himno

nacional, generando una especie de ritual anímico; incluso esta relevancia de la entonación

de himnos nacionales puede dar cuenta de cómo el fútbol logra resaltar las nociones

nacionalistas o patrióticas similares a la cohesión lograda por los distintos fenómenos

religiosos.

El fútbol no es sólo un espectáculo deportivo, es un entramado que acoge las redes del

mercado económico de igual forma que acepta la sacralización de ritos, prácticas y

costumbres de los mercados religiosos para obtener mayores seguidores o feligreses

futboleros. El futbol entra a la consideración de ser una religión laica (Carrión, 2010), propia

de la sociedad civil; la desacralización del fútbol se basa en la pretensión de aislar este

espectáculo laico y civil de las redes mágico-religiosas, más aún cuando el fútbol carece de

un seguro celestial o bienes religiosos que ofrezcan la salvación. Del modo que sea, religión

y fútbol encuentran similitudes en la forma de relacionar y cohesionar entidades con los

seguidores.

¿Regular o intervenir los mercados religiosos?: palabras finales para la

continuidad de estudio de la religión en el Chile actual

Pues bien, retomando los objetivos e hipótesis planteados al inicio del artículo podemos

delinear las principales conclusiones a las que se ha llegado. Los fenómenos religiosos

pueden ser entendidos desde el lenguaje económico del mercado, logrando un satisfactorio

anclaje en el ofrecimiento de distinciones que generan las industrias culturales; la promoción

del seguro celestial y otros bienes religiosos son puestos en circulación en los medios de

comunicación masivos en red, configurando una relación necesaria para la subsistencia de la

religión en los tiempos actuales.

Las aseguradoras religiosas dependen en cierta medida de las industrias culturales que

promueven los bienes de los distintos mercados para poder sostener el contrato de beneficio

mutuo. Las industrias culturales van imponiendo lecturas religiosas que (re)construyen

prácticas y representaciones de la variada oferta del mercado religioso; así, desde la

institucionalización de días festivos hasta la nutrida parrilla programática televisiva es que el

fenómeno religioso no se desvanece, sino que se instituye como un recurso cohesionador

para los fines del mercado, promoviendo definiciones de valores morales y actos ejemplares

para el contrato con las aseguradoras religiosas, a fin de obtener el seguro celestial que se

cobrará individualmente al momento de morir.

Al utilizar constantemente los fundamentos de las empresas religiosas en la propaganda

de los mercados en general, la sociedad chilena se ve sumida al fenómeno religioso,

alejándose la posibilidad efectiva de separar Iglesia y Estado; desde el plano informal y

Sebastian Eduardo Adasme Favreau

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formal, las aseguradoras religiosas acaparan nociones de consumo que son afines al equilibrio

de las cifras macroeconómicas, o en otras palabras las religiones permiten al Estado poder

mantener cohesionado ciertos consumos estacionales y específicos, encontrando una relación

subyacente entre religión y mercado desde una imposición valórico-moral.

En cuanto a los alcances de los mercados religiosos en el consumo cultural del deporte, se

devela una relación en la sacralización de prácticas, ceremonias y rituales que conlleva el

fútbol; si bien los jugadores o los dirigentes de los equipos no adquieren una imagen

evangelizadora o misional, el entramado del fútbol se posiciona como un campo capaz de

sostener una organización similar a una iglesia, integrando implícita y explícitamente una

serie de prácticas sacralizadas que son imitadas. El Papa Francisco ha llevado la pionera

misión religiosa al ámbito del fútbol al convocar el partido interreligioso por la paz,

permitiendo observar con cautela el anclaje de la iglesia católica a la evangelización a través

del fútbol y la alianza económica de los patrocinadores en el consumo cultural.

En Chile los mercados religiosos, pese a las leyes que refieren a la separación iglesia-

Estado, no tienen una regulación que los restrinja o limite su oferta, sino que, por el contrario,

se instituye al fenómeno religioso como una parte esencial de la sociedad chilena que las

industrias culturales representan, bombardeando a los individuos con la promoción y oferta

de sentidos religiosos y místicos, pero principalmente generando una cohesión de valores

morales impuestos desde esta relación del mercado religioso con el mercado económico y

cultural.

El seguro celestial, principal bien religioso, consta de un contrato que espera el

cumplimiento de una serie de prácticas a fin de, en caso de muerte o desgracia, obtener el

resguardo y beneficio religioso en servicios como la vida eterna, un reino de los cielos, o

transformación en energía; este contrato, ofrecido y pactado mediante una docilidad formal

o informal, viene con la imposición de los valores morales que, como bien sospechó

Nietzsche (2007), realizan los poderosos definiéndose como buenos, una alienación de la

intersubjetividad basada en el sufrimiento, un temor que representa el riesgo de no poder

cobrar el seguro religioso y ser un alma en pena o no convertirse en energía renovable para

el plantea y universo. Los contenidos del consumo cultural que se exhiben en Chile, tanto los

importados principalmente de Estados Unidos como la producción sincrética criolla, se basa

en esa moral tradicional del sufrimiento religioso.

Pues bien, las distintas empresas y aseguradoras religiosas logran mantener cohesionados

los valores morales del sufrimiento, sea por medio del Cristo crucificado o por la

terrorificación de espíritus y demonios; con ello, los creyentes y feligreses pueden adoptar

ciertas posiciones políticas frente a temas valóricos de la salud, seguridad social u otros que

emanan directamente de los directorios religiosos.

Ante esto, ¿debemos pensar en una sociedad sin religión ni iglesias, o más bien en cómo

regular la injerencia del mercado religioso en la imposición valórica que subyace en el

consumo cultural? ¿De qué manera el Estado chileno puede regular el mercado religioso a

fin de determinar si su rol es sólo de un promotor de seguros celestiales o consumos

sacralizados que garanticen un final feliz, o si bien a las firmas religiosas se les pueda exigir

una contribución social, política y económica más allá de la cohesión de su oferta celestial?

Si pretendemos pensar en un Chile desacralizado, con una efectiva separación iglesia-

Estado, se tiene que mirar cómo lograr intervenir; se podría avanzar en primer lugar por la

vía legal de la institución de días festivos, pero resultaría probable que pocos chilenos quieran

Religión, mercado y consumo cultural

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dejar de tener días feriados, como también puede ser probable que ante una medida de esa

índole el sector del comercio también manifieste una postura en contra. Si bien cada chileno

tiene la posibilidad de contraer una religiosidad privada, la televisión y otros medios de

comunicación que sirven de plataforma para el consumo cultural se erigen como un

espectáculo que torna público el contenido expuesto y permite una adscripción de valores

morales; entonces, otra posibilidad está en la regulación del contenido emitido por los

programas de televisión y otros medios de consumo cultural, así como se restringe a los

conductores de televisión el no decir groserías se puede formular una regulación en la

emisión de frases del tipo nos vemos el próximo capítulo, si Dios quiere o locuciones alusivas

a una promoción de empresas religiosas. Esta última posibilidad de regulación se podría

visualizar como drástica o compleja, pero pareciese otorgar cierta intervención directa a la

institucionalización de los mercados religiosos y su imposición de valores-morales.

El mercado religioso está adscrito a la competencia del mercado global, sus consumos

asociados involucran una buena entrada tributaria para los países, anclándose al turismo, la

publicidad, las películas, programas televisivos, la alimentación y tantas otras situaciones

que impliquen el acaparamiento y acumulación de recursos a las que se han logrado asociar

el fenómeno religioso y sincrético.

Para reasignar fundamentos laicos a la sociedad chilena la regulación debe apuntar al tipo

de influencia que ejerce el mercado religioso en la sociedad, limitando su implicancia e

imposición valórico-moral para llevar así a un plano de desarrollo social y político, y no sólo

una disputa sobre qué tipos de leyes y normas se pueden discutir; parece pertinente el buscar

las maneras de poder modificar la regulación del consumo cultural basado en un contenido

del mercado religioso, llevando al fenómeno religioso a otro ámbito de disputa política en el

que se contribuya al debate y no sólo se ofrezca un imaginario que limite, controle e incluso

entorpezca las discusiones civiles, sociales y políticas por una visión sacralizada y

eclesiástica.

La evidencia está disponible, como también está abierta la discusión que permita continuar

el desarrollo de esta investigación sociológica; el fenómeno religioso no se extinguirá de un

día para otro, tampoco la discusión central apunta a eliminar los mercados religiosos, sin

embargo, es pertinente mantener una mirada de sospecha frente a los efectos de alienación,

a nivel de conciencia e intersubjetividad, que no están siendo regulados, sino más bien están

siendo utilizados como recursos o medios para una efectiva colonización del mundo de la

vida. Las futuras investigaciones deben apuntar a evidenciar tales efectos a fin de contribuir

a su disminución, como también revertir la manera en que se instituyen los valores morales,

buscando nuevas maneras de promover un imaginario valórico-moral que no se base en el

sufrimiento o la obtención de un seguro celestial, sino que recaiga en un acuerdo de la misma

sociedad con la pretensión de resignificar la condición laica de la sociedad chilena.

Sebastian Eduardo Adasme Favreau

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- Cornwell, P. (Director) (2009). The haunting in Connecticut –exorcismo en

Connecticut– [película].

- Derrickson, S. (Director) (2005). The exorcism of Emily Rose –el exorcismo de Emily

Rose– [película].

- Díaz Morales, J. (Director) (1942). Jesús de Nazareth [película].

- Gibson, M. (Director) (2004). The passion of the Christ –La pasión de Cristo–

[película].

- Hill, T. (Director) (2011). Hop –Hop: rebelde sin pascua– [película].

- Leonetti, J. R. (Director) (2014). Annabelle [película].

- Levant, B. (Director) (1996). Jingle all the way –el regalo prometido– [película].

- Scorsese, M. (Director) (1988). The last temptation of Christ –La última tentación de

Cristo– [película].

- Shadyac, T. (Director) (2003). Bruce Almighty –Todopoderoso– [película].

- Shadyac, T. (Director) (2007). Evan Almighty –Todopoderoso 2– [película].

Sebastian Adasme Favreau

Investigación para cátedra Modernidad y Religión

Profesor: Luis Bahamondes González

Ayudante: Nelson Marín

Pregrado de Sociología, Universidad Alberto Hurtado

10 de noviembre de 2014, Santiago de Chile