MANIFIESTO DE CONCIENCIA UNIVERSAL PARA UNA NUEVA HUMANIDAD

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1 MANIFIESTO DE CONCIENCIA UNIVERSAL PARA UNA NUEVA HUMANIDAD Waltencir Bonaiuto [email protected] RPI N°184.873 – Santiago de Chile, 2009 ISBN: pend.

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MANIFIESTO DE CONCIENCIA UNIVERSAL

PARA UNA

NUEVA HUMANIDAD Waltencir Bonaiuto [email protected] RPI N°184.873 – Santiago de Chile, 2009 ISBN: pend.

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MANIFIESTO DE CONCIENCIA UNIVERSAL PARA UNA NUEVA HUMANIDAD

INDICE

- Dedicatoria………………………………………………………………………3 - Agradecimientos………………………………………………………………4 - Introducción………………………………………………………………..….5 - Prolegómenos………………………………………………………………..10 - Cosmovisión…………………………………………………………………..13 - Libertad…………………………………………………………………………16 - Igualdad y equidad…………………………………………………………20 - Religión y Filosofía…………………………………………………….……22 - Las Ciencias……………………………………………………….....………31 - Modernidad y progreso……………………………………………………34 - Economía y codicia…………………………………………………………37 - Dinero e interés……………………………………………………..………45 - Los bancos………………………………………………………….…………53 - Precio y valor…………………………………………………………………57 - Propiedad y gestión………………………………………………………..59 - Crecimiento y productividad………………………………………….…65 - Competitividad……………………………………………………….………67 - Las 4 leyes fundamentales del capitalismo……………..………..68 - Preguntas irrespetuosas………………………………………………….82 - La realidad que los “expertos” se niegan a ver………………….89 - El papel del Estado…………………………………………………………93 - Necesidades, esperanzas y sueños………………………………..…97 - Manifiesto………………………………………………….…101 - Caminos por recorrer……………………………………………….……109 - Epílogo………………………………………………………………..………113 Complementos: - Bibliografía y enlaces recomendados…..………………………….117 - La economía del futuro……………………………………………….…119 - La carta del indio……………………………………………………….…144 - Declaración Universal de los Derechos Humanos…………..…149 - Ethos Mundial………………………………………………………………160 - La Carta de la Tierra………………………………..……………………164

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“Cuando el poder del amor supere al amor por el poder, el mundo conocerá la paz” (Jimi Hendrix) Con profundo amor para toda la humanidad, y muy especialmente para Karin, Stefan, Loretto y Matías, porque merecen un mundo mejor.

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AGRADECIMIENTOS Mis agradecimientos son en primer término para nuestro Creador, cualquiera sea el concepto que cada cual tenga de él, por sus infinitas bendiciones e inagotable paciencia para con la humanidad y por darme la capacidad para poner en el papel lo que mi conciencia me gritaba en silencio. Gracias también por sus convicciones, su ejemplo y su valor a tantos pensadores y actores del destino humano que supieron reconocer y plasmar en su vida la verdadera razón de su presencia en este mundo, renunciando a la fama, a la fortuna y a las satisfacciones efímeras, para consagrar su existencia a la Verdad, a la Justicia y a la Paz entre todos los seres humanos. Son demasiados para nombrarlos a todos y muy alta la probabilidad de olvidar a muchos. Sin embargo, no puedo dejar de mencionar a San Francisco de Asís, Giordano Bruno, Henry David Thoreau, Silvio Gesell, Mahatma Gandhi, Albert Schweitzer, Martin Luther King y a la Madre Teresa de Calcuta, en quienes simbolizo a todos y a la esperanza de un futuro viable para la humanidad. Agradecimientos para el Prof. Dr. Dr. Wolfgang Berger, para Wolfgang Heiser y para Detlef Ouart, por sus buenos augurios y por permitirme utilizar partes de sus artículos e ideas en la realización de este libro. Especiales gracias para Cecilia Barra, terapeuta síquica, quien recompuso mi alma a partir de residuos dispersos e hizo que “me creyera el cuento”.

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INTRODUCCIÓN “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír” (Sabiduría popular)

Una vez más, una grave crisis económica asola a la humanidad. Será probablemente la más severa desde la crisis del ´29. Una vez más también, se pone en entredicho la promesa asociada al “modernismo”, aquélla que auguraba prosperidad, bienestar y paz para todos de la mano del avance incontenible de las ciencias y del “progreso”. Una vez más, las esperanzas de la humanidad han sido defraudadas. Y una vez más, el ser humano se resiste a revisar sus postulados, sus creencias y sus dogmas, a cuestionar el fondo del problema, e insiste en pretender curar un cáncer terminal con Aspirinas. A la crisis económica se suman además otras crisis tanto o más severas. El inminente colapso ecológico y la degradación espiritual y valórica de la humanidad someterán a prueba la suma de todas sus capacidades, pero por sobre todo, la de reconocer, comprender, aceptar y perdonarse sus errores pasados y demostrar la capacidad y humildad necesaria para superarlos, en el entendido que esto sólo puede lograrse resolviendo los problemas de fondo, no maquillándolos.

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Para ello deberá enfrentar un escenario brutalmente adverso. En el último par de siglos o poco más, una metástasis ha invadido por completo los tejidos del “cuerpo social” del planeta. Lo ha hecho en forma sigilosa, sin prisa pero sin pausa, hasta el punto en que su remoción requerirá de esfuerzos sobrehumanos. Para afianzar su enquistamiento se ha valido de avanzadas técnicas de manipulación y desinformación, que hacen creer a sus víctimas a pies juntillas que todo es “por su bien”, que es la única opción viable y que sus “externalidades negativas” son inherentes e inevitables. Así, el hombre se ahoga en sus propias incongruencias, en la soberbia de unos axiomas aberrantes tenidos por verdades inmutables. Este libro no es ni pretende ser un tratado científico. Es más: deliberadamente se ha omitido entrar en el “juego científico” de agotar teorías, cifras y elementos probatorios. Ello sería un empeño no sólo eterno y aburrido, sino también redundante: toda la información necesaria está al alcance de quien la requiera en Internet. Ello no obsta a que en determinados casos se citen cifras a objeto de ilustrar a grosso modo determinadas situaciones. Sí se indicarán algunos enlaces a sitios recomendables en Internet, para facilitar la tarea a quienes quieran recabar la información que estimen pertinente por sí mismos, y así formarse su propio juicio. Naturalmente, muchos de estos enlaces conducen a información que hasta el presente ha sido cuidadosamente ignorada y ocultada de la opinión pública por los medios informativos, por los “expertos” y por la

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mayoría de los círculos académicos, los cuales muchas veces no pueden efectuar su labor en forma libre y objetiva, puesto que deben someterse a la opinión “políticamente correcta” de sus dueños o de sus “generosos y desinteresados” mecenas. Es por lo demás físicamente imposible que cualquier persona común sea capaz de aprehender todos los estudios científicos que pretenden explicar y encauzar su existencia (biología, antropología, ciencias políticas, economía, filosofía, sociología, teología, etc., etc.). Para ello requeriría varias vidas. Tal vez por eso las ciencias, con todas sus limitaciones, finalmente se han convertido en dictadoras, en otro instrumento más de quienes detentan el poder para imponer sus puntos de vista y sus cuestionables objetivos, ya que al común de los mortales no le está permitido someterlas a escrutinio, por considerársele “carente de los conocimientos necesarios”. Se requiere en consecuencia una forma de lidiar con los problemas cotidianos del hombre y con la iniquidad del mundo contemporáneo en base a la recuperación de conceptos simples pero universalmente comprensibles y aceptables por todos. El más elemental de todos es la regla de oro de la reciprocidad: “No hagas a otros lo que no deseas para ti”. Se requiere en primer lugar recuperar la conciencia, reconocer la indivisibilidad de la conciencia del hombre respecto de la conciencia del universo, y luego encontrar formas simples de gestar a partir de ahí nuevas normas de coexistencia (nuevas no necesariamente en el sentido de su génesis, sino de su implementación), incluyendo desde luego las económicas, que garanticen justicia y equidad para todos y no pongan en riesgo la

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supervivencia del hombre como especie. Necesitamos dejar de hacer lo que objetivamente está dañando al planeta y a la especie humana como un todo, dejar de lado la dicotomía entre conciencia y razón, entre espiritualidad y ciencia, para recuperar la sensatez elemental. El objetivo de este libro es simple: es el de llamar la atención de la humanidad, en la forma más breve y concisa posible, sobre hechos y circunstancias aberrantes que ocurren a diario y que aceptamos como normales e inmutables, anestesiados como estamos por un “orden” económico y social que se funda, no sobre el hombre y sus reales necesidades, esperanzas y sueños, sino sobre la rentabilidad del capital como máxima deidad, a la cual se debe servir con el mejor de los afanes y sin atisbos de insolente objeción, ya que la “ciencia económica” ha demostrado “más allá de cualquier duda razonable” que ése es el camino a seguir. Se trata simplemente de generar conciencia, basados en consideraciones de sensatez y sentido común elemental, sobre una serie de “curiosas incoherencias” que manifiesta el orden global imperante, que no pueden menos que ser consideradas un insulto a la dignidad del hombre y su sentido de trascendencia (considerarlas un insulto a la inteligencia sería tal vez lo correcto, aunque presentar estas incoherencias como “normales e inevitables” y conseguir que sean aceptadas como tales por casi todo el mundo sin duda representa un logro intelectual -pero sobre todo “logístico”- notable) y proponer, o más bien rescatar y reposicionar, un conjunto de ideas fundamentales para empezar a pensar e implementar un futuro más coherente, justo y viable para la humanidad como un todo multifacético y diverso, más necesitado que nunca de posibilidades ciertas y sanas de

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proyectarse en el tiempo con alguna razonable esperanza de trascender. Parte de este objetivo es también el de intentar, con humildad y con toda la paciencia que sea necesaria, que los pocos que hoy se alzan como “ganadores” dentro del orden imperante logren comprender y aceptar que esa supuesta victoria no es tal, que sus costos superan largamente sus beneficios y que son víctimas de su propia ceguera, porque los cuervos que criaron o ayudaron a criar –la mayoría de las veces sin mala fe, sólo inconsciente o involuntariamente- les están sacando los ojos.

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PROLEGÓMENOS “Triste época la nuestra: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” (Albert Einstein)

¿Pertenece usted al infinito grupo de aquéllos que al levantarse cada mañana sienten que la vida se vuelve cada vez más exigente, que los problemas económicos, sociales, políticos, ambientales o familiares parecen aumentar con cada día que pasa y que paulatinamente se agotan las razones para seguir creyendo que puede – o debería- haber un futuro mejor para todos? ¿O tal vez sea usted de los relativamente pocos que tienen un “buen pasar”, que tienen todas sus necesidades económicas presentes y futuras cubiertas y pueden darse todos los gustos que anhelan, pero que aún así no pueden vivir una vida tranquila, porque las inseguridades del mundo contemporáneo (aumento de la delincuencia, inestabilidad económica, etc.) los abruman de preocupaciones y angustias que ninguna “seguridad financiera” logra obviar? Cualquiera sea su caso, es innegable que “algo” en este mundo no está siguiendo el curso correcto, en contra de lo que razonablemente debiéramos esperar del avance de las ciencias, de la tecnología y del consecuente “progreso” de la humanidad. Desafortunadamente, la misma vorágine del acontecer diario y la lucha por la supervivencia nos impiden muchas veces detenernos a pensar qué es lo que

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realmente está ocurriendo; lo urgente nos impide ocuparnos de lo importante. Lo más trágico es que nos hemos acostumbrado a no asombrarnos por nada, a aceptar todo lo que ocurre como algo “normal”, más aún si los medios nos brindan explicaciones “científicas” incontestables, nos convencen que es el precio inevitable de la “modernidad” y nos repiten hasta el cansancio la estúpida justificación de que son consecuencias inherentes a la llegada de la “era de la globalización”. Como nunca antes, estamos sometidos a la dictadura de un cúmulo de slogans falaces, construidos ex profeso para explicar y justificar hechos y situaciones aberrantes y evitar que meditemos sobre sus reales alcances, propósitos y consecuencias. ¿O acaso debiéramos conformarnos con que las crisis financieras recurrentes, el surgimiento de nuevas enfermedades, las crisis humanitarias, las guerras, el terrorismo, el aumento de la cesantía y de la violencia, el aumento de la pobreza y la marginalidad social, las catástrofes ambientales, el creciente individualismo e irresponsabilidad cívica de las personas y otros muchos males de nuestro tiempo escapan a nuestras posibilidades de respuesta? ¡Ciertamente no! Lo que ocurre hoy en el mundo es consecuencia de acciones humanas erradas, de teorías equivocadas, de razonamientos manipulados, de convicciones interesadas. Y el hecho de que puedan ser bien o malintencionadas, deliberadas o inconscientes, no hace ninguna diferencia. ¡Sus consecuencias, la realidad que deriva de ellas, eso es lo único que importa! Lo que está ocurriendo es obra del hombre. Y así como el hombre es el responsable de acciones

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equivocadas, puede -¡y debe!- serlo también de las acciones que corrijan estos errores. En la actualidad, todo lo que hacemos obedece casi exclusivamente a consideraciones económicas. Todo obtiene su explicación y justificación de allí. Nuestros principios y valores han pasado también a reducirse a la calidad de “factores económicos”. ¿Es razonable o siquiera presentable que esto sea así? Definitivamente, ¡no! La teoría económica clásica es un engendro intocable. ¿Y por qué eso es así? La teoría económica no es algo “dado”. La tierra es algo dado; la radiación solar, la gravedad, la ley de causalidad (¡todas las leyes universales!) son cosas “dadas”. La teoría económica no lo es. Ninguna teoría humana lo es. ¿Por qué entonces la teoría económica escapa a las leyes generales de las ciencias? ¿Por qué sus dogmas son intocables desde hace más de 200 años, por qué no se le puede someter a escrutinio y verificación permanente, como a todas las demás ciencias? La respuesta es simple: porque basado en ellos, un grupo de personas “especiales” ha logrado construir un andamiaje de poder, de manipulación y de corrupción, que ha impedido, hasta el momento, cualquier intento de cuestionar o modificar la economía para que se adapte a su real propósito, que es servir a la humanidad y no, como en la actualidad, para someter a las mayorías en beneficio de unos pocos.

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COSMOVISIÓN “El día que los seres humanos seamos lo suficientemente humildes para reconocer nuestra insignificancia, estaremos abriendo la puerta al descubrimiento de nuestra verdadera grandeza”

En la antigüedad, el hombre se sentía parte de un concepto integrador del mundo -generalmente de origen místico o religioso- como una manifestación única de fenómenos que no sólo respondían a un fin concreto (tenían sentido), sino que eran parte indisoluble de un orden universal. La forma de exponer y justificar ese sentido podía variar de un pueblo o civilización a otro, pero no la consecuencia con que se aceptaba y respetaba el camino trazado, por regla general, por una autoridad superior (Dios, el rey -que habitualmente era considerado de origen divino-, etc.). Todas las actividades del hombre, incluyendo la económica, se subordinaban a esta “Cosmovisión” (1). Esto tenía la virtud de dotar al hombre de un sentimiento de seguridad y trascendencia. Con el advenimiento de la “modernidad”, este orden integrador se rompe como consecuencia de la “iluminación” del hombre y su toma de conciencia de sentirse “llamado a reinar sobre la Creación”. El racionalismo y relativismo subsecuentes hacen perder al hombre la noción de totalidad. El mundo se desarma en sus partes componentes a fin de “estudiarlo científicamente” y descifrar sus misterios. Las muchas

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cosas que no se pueden medir ni cuantificar y por ende no se logran explicar (incluyendo el concepto de Dios), caen en la categoría de mito o superstición; simplemente se niega su existencia y se ridiculiza a quien ose no estar de acuerdo con esta visión. Se separa a la Iglesia del Estado y la economía -léase el dinero-, liberada de molestas ataduras éticas y morales, inicia su camino al poder impulsada por la revolución industrial y el surgimiento de los bancos, “beneméritas” instituciones cuya finalidad es “apoyar al hombre en el financiamiento del progreso”. La visión unitaria e integradora del mundo se disgrega en infinidad de visiones diversas, fundamentadas en el “derecho” del hombre -en realidad, el del más fuerte- a decidir “libremente” su destino, lamentablemente con demasiada frecuencia sin reparar en las consecuencias, ni tampoco en los derechos de otros (los más débiles). Éste es muy sucintamente el itinerario seguido por la humanidad hasta el presente, en el cual una de las manifestaciones humanas, la económica -concretamente el capitalismo-, se ha entronizado como la triunfadora, relegando a las demás al rol de simples comparsas, cuando no ahogándolas por completo. La tarea presente es, en consecuencia, recuperar para el ser humano su verdadero y modesto rol de engranaje insignificante del Universo (recuperar una cosmovisión sana), para volver a disfrutar de la satisfacción de saber que no podemos – ni debemos- influir en él, pero sí podemos disfrutar de sus infinitas bendiciones, evitando ser víctimas de nuestra propia e inagotable ambición y soberbia.

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(1) Ver: “El Reencantamiento del Mundo”, de Morris Berman. Lo que hoy tan livianamente motejamos de supersticiones e irracionalidad no carecían necesariamente de sustento, eran manifestaciones conscientes de un “pacto” de convivencia armónica del hombre con el universo y sus leyes insondables. Este libro debiera ser de lectura recomendada en las escuelas secundarias de todo el mundo. Ayudaría a los jóvenes a crecer sin prejuicios ni “telarañas mentales” y a tener una mente abierta y alerta, lo que redundaría en una visión del mundo menos prejuiciosa y manipulable y más tolerante, holista, compasiva y pacífica.

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LIBERTAD “Nadie está más desesperanzadamente esclavizado que aquél que equivocadamente cree ser libre.” “No nos hacemos libres por negarnos a aceptar nada superior a nosotros, sino por aceptar lo que realmente está por encima de nosotros.” (Johann Wolfgang von Goethe)

El concepto de “libertad”, de por sí abstracto y difícil de definir, ha motivado a la humanidad desde siempre. Se la considera el primer objetivo del hombre en su camino a la “felicidad”. Su sola mención sirve para justificar las acciones más diversas, para arengar al hombre a actos de valor extremo, pero también para manipular su intelecto y su vida entera. En su nombre se han realizado acciones de heroísmo y entrega sublimes, pero también las barbaridades más atroces. Millones se han inmolado en su nombre, sin reparar en que estaban siendo utilizados. A pesar de todo, la libertad no ha perdido su aureola, aún ante el relativismo moral que demasiado a menudo la confunde con libertinaje. Porque con excesiva frecuencia – deliberada o inconscientemente- se olvida que la primera consecuencia evidente e ineludible de la auténtica libertad, que la garantice para todos, es una obligación:

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La verdadera libertad lleva implícita la obligación de respetar la libertad (por extensión: los derechos inherentes e inalienables) de los demás. El liberalismo ha logrado implantar en el subconsciente del ser humano un concepto viciado de libertad basado en el egoísmo a ultranza, en el “dejar hacer”, sin remordimientos y sin responsabilidad, aún cuando su “discurso oficial” pretenda desmentirlo. Pero la porfiada realidad es indesmentible. Actualmente “disfrutamos” una libertad darwiniana, la libertad del más fuerte, independientemente de si vivimos en una sociedad capitalista o en una marxista. Pero un tipo de libertad en el cual someter a otros es un derecho, es inconcebible para cualquier concepto medianamente sano de Justicia. Hoy, en nombre de la libertad no sólo se tolera, sino que se promueve abiertamente, la más sofisticada y perversa de las dictaduras: la del dinero. Nuestra sociedad contemporánea, “democrática”, garantiza la “libertad económica”, pero no suple la carencia de valores, convicciones y normas vinculantes que impidan los abusos de quienes tienen en sus manos el control financiero, o las acomoda a sus fines falaces y egoístas. Históricamente, el hombre ha estado limitado en su libertad de acción por dos factores fundamentales: 1) por el empleo de la violencia para someter a las masas por parte de los que detentan el poder, en especial por la posibilidad de éstos de eliminar físicamente a sus oponentes, y

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2) por la amenaza de la muerte por inanición para todos aquéllos que no estén dispuestos a aceptar las imposiciones “cívicas” y jurídicas de la autoridad para “tener derecho” a existir. Aún hoy se considera válido, tanto en el capitalismo como en el marxismo, el principio: “quien no quiere trabajar, no tiene derecho a comer”. En consecuencia, por motivos existenciales, me veré siempre en la necesidad de acatar ciertas condiciones existenciales impuestas por la sociedad, lo que finalmente es una renuncia a mi libertad. La implantación de un IBI (ingreso básico incondicional o renta básica) garantizaría la igualdad de oportunidades y por ende el ejercicio pleno de la auténtica libertad para todo ser humano, incluso la de negarse a trabajar. La justificación de esto último está en el derecho incondicional a la vida, consagrado –aunque sólo sea en teoría- en la jurisprudencia y en los fundamentos religiosos de la civilización occidental. Los defensores del capitalismo gustan de tildar a los pobres de zánganos, de parásitos de la sociedad, porque según ellos su pobreza y carencia de trabajo tiene su origen en la flojera. Haciendo abstracción del hecho que quienes piensan así de seguro nunca sufrieron carencias ni tienen la más mínima capacidad de empatía, de ponerse en el lugar de otros, suponer que cualquier persona normal podría sentirse a gusto sobreviviendo de la caridad es tener un concepto muy miserable de la raza humana. Porque en la actualidad (y antiguamente tampoco era muy diferente) claramente el problema de la pobreza deriva de la falta de oportunidades (libertad) que la sociedad entrega a sus integrantes como consecuencia de un orden económico y de propiedad insensato e

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injusto. Esa postura infame y sesgada esconde además una inconsistencia flagrante, porque ¿a quién se puede considerar con mayor justicia como parásito de la sociedad: a quien sobrevive de la caridad porque no consigue trabajo ni tiene opción de conseguir los recursos necesarios para “emprender” algo por su cuenta, o a quien vive “como Dios en Francia”, sin siquiera tener que mover un dedo, porque sus ingresos provienen de la posesión de activos financieros y propiedades? Hoy en día, la Libertad en los países democráticos es una tomadura de pelo. Las opciones que se le presentan al ciudadano común vienen prefabricadas para favorecer a los poderosos y al statu quo. No hay opciones con peso político real, y aquéllas que se hacen aparecer con algún grado de viabilidad, se basan en la confrontación y en la destrucción total de lo existente, con lo cual no hacen más que dar argumentos a quienes defienden el sistema imperante. Noam Chomsky definió brillantemente la farsa democrática en muy pocas palabras: "La forma más inteligente de mantener a la gente pasiva y obediente es limitar estrictamente el espectro de la opinión que resulta aceptable, pero permitir un debate realista dentro de este espectro, animando incluso a quienes sostienen los puntos de vista más críticos y disidentes. Esto da a la gente el sentimiento de que está funcionando el libre pensamiento, mientras que en realidad, y durante todo el tiempo, los supuestos del Sistema están siendo reforzados dentro de los límites entre los que se mueve el debate".

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IGUALDAD Y EQUIDAD “Suum cuique” (“A cada cual lo suyo”, simple y clara definición de Justicia y Equidad)

Ambos conceptos con frecuencia se confunden. Igualdad es la característica con que los seres humanos vienen, en teoría, dotados naturalmente al momento de nacer y que tienen que ver con sus capacidades potenciales, las que todos debieran poder desarrollar conforme a sus intereses y habilidades, libres de cualquier tipo de trabas artificiales externas. Ya con el primer soplo de vida suelen manifestarse diferencias, como “errores imprevistos” de la naturaleza, desigualdades materiales y desigualdades jurídicas a que podemos vernos sometidos, según el lugar y las circunstancias en que nacemos. Como principio valórico, la igualdad tiene sentido en la medida de promover condiciones y oportunidades similares a todos al momento de nacer. De allí en adelante, la igualdad, más allá de constituir un derecho, puede ser fuente de injusticia. Puesto que cada persona puede tener aspiraciones y metas distintas, y estar dispuesta a conseguirlas con distintos grados de esfuerzo, sólo debiera aspirarse a la equidad, que significa simplemente “a cada cual lo suyo, conforme a sus merecimientos”. Insistir en la “igualdad” equivale a poner trabas artificiales a las libertades y al potencial de cada

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cual, siempre y cuando éste se desarrolle sin causar perjuicios a los demás o al planeta. La equidad es por ende fundamento y consecuencia de la auténtica libertad y de la justicia. Para hacer viable en la realidad el principio de equidad, la sociedad debe darse un conjunto de reglas básicas de convivencia, entre las cuales una de las más importantes debiera ser el establecimiento de un Ingreso Básico Incondicional o Renta Básica Universal, que ponga a todos en el mismo punto de partida en la “lucha por la subsistencia” (Igualdad al momento de nacer). Parte de esa igualdad básica debe ser también el derecho de cada ser humano a la parte proporcional de la tierra y de todo lo que ella contiene naturalmente. Tanto el liberalismo como el marxismo consideran incompatibles equidad (libertad) e igualdad. Para el liberalismo, el concepto de igualdad vulnera la libertad, mientras para el marxismo, la libertad vulnera la igualdad. Lo que demuestra esto es simplemente que ninguno de los dos conceptos ha sido capaz de proponer y construir un orden coherente e inobjetablemente justo, puesto que no hay razón alguna para una supuesta incompatibilidad, por lo tanto ésta no deriva de otra cosa que de la incapacidad del ser humano de superar el egoísmo, la intolerancia y la insensatez.

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RELIGIÓN Y FILOSOFÍA (1)

“El hombre, en su soberbia, creó a Dios a su imagen y semejanza” (Friedrich Nietzsche) “Los que de veras buscan a Dios, dentro de los santuarios se ahogan” (Proverbio árabe)

La presencia de las religiones en todas las culturas denota la necesidad del hombre, desde tiempos inmemoriales, de buscar un respaldo a su existencia más allá del mundo real, que le permita explicar o al menos tolerar las condiciones de su tránsito terrenal y darle un marco espiritual medianamente coherente y una razonable esperanza de trascender. Lo primero que a un extraterrestre le llamaría la atención respecto a las religiones terrenales es la enorme cantidad de similitudes entre todas ellas. La primera y más evidente se presenta respecto de sus profetas (Horus (Egipto, 3.000 AC), Attis (Grecia, 1.200 AC), Mithra (Persia, 1.200 AC), Krishna (India, 900 AC), Dionisio (Grecia, 500 AC), Jesús ). Hay cuando menos media docena de elementos característicos que parecen calcados: - todos nacieron un 25 de diciembre, de madre virgen - todos iniciaron su apostolado a los 30 años - todos tuvieron doce apóstoles o profetas - todos fueron crucificados y resucitaron al tercer día Hay una explicación plausible para esto en el film

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“Zeitgeist”(2). De todas las explicaciones posibles para el origen de las religiones parece la más creíble. Otra similitud se da en el mensaje. Hay virtual unanimidad en que todas proclaman el amor de Dios hacia sus hijos y la búsqueda de su “salvación” a través de la observancia de ciertas reglas básicas de comportamiento y de convivencia. Excede con largueza la finalidad de este libro ahondar en detalles respecto de los objetivos de las Religiones, de quienes las crearon y promovieron y de los medios de los cuales se valen para sostenerse en el tiempo. No podemos sin embargo dejar de cuestionarnos algunos tópicos fundamentales y la forma en que las Religiones se han adaptado al “espíritu de los tiempos” y al hecho de haber dejado de ser el centro de la humanidad: 1) Dios único Las Religiones con mayor número de adherentes a nivel mundial proclaman unánimemente la existencia de un Dios único. Si aceptamos eso como dogma de Fe, entonces el Dios de todas las Religiones tiene por fuerza que ser el mismo, lo que varía es simplemente la forma de representarlo y de adorarlo. Y si el Dios de todas las Religiones es el mismo, todos somos hermanos, puesto que todos somos hijos de Dios. ¿No será tiempo de comportarnos como tales?

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2) Religión verdadera Todas las religiones en mayor o menor medida reclaman ser “la única religión verdadera” y tener los textos sagrados dictados por el mismísimo Dios que lo avalan. Además exigen de sus seguidores propagar su mensaje y ganar adeptos. En los medios para lograr este fin se dan ya algunas diferencias, pero lo concreto es que en líneas generales este mandato ha redundado en barbaridades de la más diversa especie que le han costado a la humanidad más vidas que todas las guerras del siglo XX juntas. ¿Cómo se condice esto con el mensaje unánime de que “Dios es amor” y ha enviado a su hijo o a sus apóstoles para “traer la salvación a la humanidad”? ¿No debería Dios escandalizarse ante toda esta barbarie? ¡Son sus propios hijos quienes se están matando entre sí! ¡Y en su sagrado nombre! Definitivamente, algo no cuadra…, o bien el mensaje fue alterado producto de tanta transcripción y traducción. 3) Afán Con frecuencia las diferencias entre una Religión y otra no van más allá de cuestiones totalmente irrelevantes, de interpretación, de procedimientos, de énfasis. Si yo me considero genuinamente cristiano, ¿tambaleará mi fe ante la duda de si María era virgen o no cuando concibió y dio a luz a Jesús? Por menos que eso, miles han pagado con su vida. ¿Qué se persigue con este tipo de controversias artificiales e inconducentes? La verdadera manera de honrar a Dios se

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manifiesta en nuestra forma de relacionarnos con los demás, en el respeto y la consideración que les expresamos, puesto que todos somos creación de Dios. 4) Consecuencia Otro tema no menor es la consecuencia con que los adeptos honran los mandamientos de su fe. En los puntos anteriores vimos algunas consecuencias del aparente “exceso de afán” con que los fieles han intentado agradar a su Dios, para asegurarse sus prebendas. Si bien a las religiones se les puede y debe necesariamente perdonar la inconsistencia respecto de lo que consideramos lógica formal, no se les debería perdonar la inconsecuencia respecto de sus propios dogmas y enseñanzas. Hay mandamientos explícitos e implícitos que no se respetan o simplemente se guardan convenientemente en el archivo “sin movimiento”. Ejemplos sobran. Veamos algunos que son indudablemente relevantes: a) No matarás Hasta donde cualquiera puede indagar, en ninguna parte del mandamiento su esfera de aplicación se limita al hombre. Se supone que toda vida proviene de Dios, es sagrada y debe por ende honrarse. Con mayor razón si el hombre no puede revertir la muerte (3). Independientemente de las múltiples interpretaciones (y tergiversaciones) a que pueden

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someterse los textos sagrados, lo concreto es que el mandamiento dice “No Matarás”, no dice “No Matarás Seres Humanos”. Quienes se consideran cristianos y también los adeptos de otras religiones que condenan el asesinato, tienen en consecuencia un “pequeño problema”. Más allá de todos los crímenes que el hombre comete contra sus semejantes, está la forma en que trata a otros seres vivos. El hombre no sólo mata animales salvajes ni lo hace por necesidad, sino que ha hecho de la crianza y matanza de animales una forma de vida y un eslabón importante de su andamiaje económico y gastronómico. La incoherencia es evidente y hasta francamente hereje, si pensamos que es una práctica habitual el llamar a un sacerdote para que “bendiga” los criaderos (con sus condiciones “inhumanas”, valga la expresión), los mataderos, los frigoríficos, es decir, toda la línea de producción de esta verdadera industria de la muerte. (Excede el propósito de este libro el análisis de las consecuencias fisiológicas y kármicas del consumo de carne, aunque ciertamente son parte de una concepción holista del mundo). b) La usura (4)

Las religiones en general han condenado la usura desde que ésta apareció, de la mano del dinero. Aparentemente, en tiempos pretéritos el hombre tenía más sentido común o inteligencia para prever las consecuencias de la usura y más altura moral para reconocer su carácter intrínsecamente injusto. Sólo la

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religión judía hacía una excepción parcial a la prohibición de la usura: prohibía a sus fieles la usura entre ellos, pero la aceptaba en relación a los “gentiles”, personas de otra religión (5). La influencia de este “detalle” en el devenir del pueblo judío apenas si se menciona en algún libro de historia, pese a su evidente relevancia. En tiempos más recientes algunas religiones han empezado paulatinamente a “olvidarse” del tema, en sospechosa coincidencia con su entrada en el mundo de los negocios. Hoy en día, la mayoría de las religiones sencillamente ignoran el tema de la usura, si es que no lo justifican abiertamente. Sólo la Religión Islámica honra hasta el presente la condena de la usura. La lista de los concilios en que la Iglesia Católica condenó la usura como pecado y castigaba su práctica con las penas del infierno es larga: Elvira (305-306), Arles (314), Nicea (325), Cartago (348), Tarragona (516), Aquisgrán (789), París (829), Tours (1153), Roma (1179), Lyon (1274) y Viena (1311). También se le condena en la encíclica Vis Perventi del Papa Benedicto XIV. Aunque nunca derogó las disposiciones que la condenan, sino incluso siguió publicando nuevas instrucciones al respecto (Rerum Novarum, Quadragesimus Annus), en la práctica la Iglesia Católica no solamente no se preocupa de hacerlas respetar, sino que ni siquiera tiene gente preparada que se ocupe del tema. El año 1985, con ocasión de la crisis de la deuda mexicana, los mexicanos Estela y Mario Carota solicitaron al Vaticano clarificar su posición en relación al interés financiero. ¿Su motivación?: la condena a la usura debería exigirse con la misma consecuencia que la condena al aborto. La Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo la conducción del Cardenal Joseph Ratzinger (actual Papa Benedicto XVI) respondió que la doctrina católica sobre la

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usura nunca había sido reformulada y por lo tanto nada había cambiado, pero que en la actualidad en el Vaticano no había nadie competente en relación a este tema. Las consecuencias que este “involuntario olvido” ha tenido para la humanidad son inconmensurables. c) Los temas como perjurio, adulterio, blasfemia y otros los dejaremos fuera en esta ocasión, ya que frente a los nombrados antes, su relevancia en términos sociológicos es más bien menor y su manifestación obedece a “razones” bastante menos complejas que aquéllas que explican el catastrófico “orden” económico y ético que reina sin contrapeso en el mundo. El advenimiento del racionalismo puso al hombre en una difícil disyuntiva: la razón le decía que las Religiones carecían de “sustento lógico”, pero la intuición lo llamaba a perseverar en la creencia de “algo” superior que le diera seguridad, la misma que el racionalismo y su expresión económica le negaban crecientemente. La realidad actual nos muestra que también las Religiones están paulatinamente privando al hombre de una seguridad básica, pues les está vetado intervenir en cuestiones de política contingente. Ello deja al hombre librado cada vez más a su propia suerte en un mundo que involuciona hacia estados primitivos de ausencia de ley y de fe. FILOSOFÍA La Filosofía surge como respuesta a la inquietud del hombre de encontrar explicaciones más “razonables” y coherentes a sus dudas que las que le pueden brindar

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las Religiones y más holísticas que las que le pueden brindar las ciencias. Si bien es cierto que no es requisito de la Filosofía el estar en contradicción con las Religiones, hay necesariamente una visión más racional, si por ello entendemos “más lógica”, menos metafísica. Por otro lado, la Filosofía puede brindar bases mucho más sólidas que las ciencias en lo referente a principios éticos universalmente aplicables. En ese sentido puede entenderse como un complemento, no sólo facultativo sino necesario, de las religiones y las ciencias. Tiene en consecuencia la misión y la posibilidad de transformarse en “puente” entre ellas. Lo que tanto las Religiones como la Filosofía buscan es liberarnos de la Angustia, que es la que nos priva de la libertad. Para ello necesitamos certezas. ¿Puede haber certeza sólo por la razón, sin fe? Las ciencias por su parte nos dan certezas parciales. ¿Qué es lo que nos puede dar una certeza holística y válida en cualquier circunstancia? Sólo una visión que esté por sobre las limitaciones de cualquier disciplina o Fe amordazada. En ese sentido, la Filosofía busca la Verdad, no pretende haberla encontrado.

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(1) Aclaración previa: No es en absoluto uno de los propósitos de este libro el cuestionar o desacreditar a las Religiones, puesto que en gran medida son las que nos brindan los fundamentos valóricos y espirituales para nuestra existencia. Pero sí es legítimo y necesario exponer las inconsecuencias evidentes de algunas de ellas. (2) www.zeitgeist.org (3) ¡Cuidado! Últimamente el hombre está jugando a ser Dios. Ya estaría en condiciones, si no de crear, al menos de “recrear” la vida. Entonces el tema deja de ser tan espinudo. ¿Qué tanta alharaca? ¡Venga la masacre! Total, después se clona el cadáver (o lo que queda de él) y asunto arreglado. Esto hasta podría transformarse en una muy rentable veta de negocios: juegos de guerra “de verdad”, con muertos, sangre, cuerpos mutilados, vísceras desparramadas, ¡adrenalina pura!, en vez de esos descafeinados “Paintball” o “Airsoft”. Claro que con resurrección incluida y notarialmente garantizada. (4) En rigor, usura define el cobro de cualquier tipo de interés sobre los préstamos en dinero. La “modernidad” ha conseguido instalar en el inconsciente colectivo el manipulado concepto de que usura se refiere al cobro de “intereses excesivos”. ¿Y quién o cómo se define lo que es “excesivo”? Lo único cierto es que no es Dios quien va a hacerlo. O tal vez ya lo hizo cuando dijo: “La usura es pecado”, con lo cual quiso decir claramente: “Cualquier interés es excesivo”. (5) Deuteronomio 23; 19-20

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LAS CIENCIAS “Según vamos adquiriendo conocimientos, las cosas no se hacen más comprensibles sino más misteriosas” (Albert Schweitzer) “…Lo que puede el sentimiento, no lo ha podido el saber…” (Violeta Parra) Las ciencias nacen con el racionalismo, como medio para explicar los fenómenos del universo y proveer al hombre de herramientas para cumplir con su mandato divino de “reinar sobre la creación”. Su utilidad como instrumentos para conocer e interactuar con la naturaleza y ayudar a resolver ciertas necesidades del hombre es innegable. Por desgracia lo es también el hecho de que las ciencias son necesariamente limitadas o, más bien, autolimitadas. Desafortunadamente también, algunas ciencias han pasado a convertirse en verdaderas “dictadoras” del comportamiento humano, en justificadoras de determinadas conductas inducidas, cuya finalidad única y última es rentabilizar el capital. En el nombre de la ciencia se le imponen al hombre determinadas “verdades” que a fin de cuentas sólo persiguen objetivos de lucro. Las ciencias se han transformado así en primer lugar en instrumentos para imponer o fomentar objetivos económicos. Ya no sirven, como en sus orígenes, para guiar las acciones del hombre, sino fundamentalmente para justificarlas. Se han desarrollado pseudo-ciencias

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cuya única finalidad es construir justificaciones económicas. Hemos sido educados desde pequeños en el convencimiento de que las ciencias son la expresión de la verdad más allá de cualquier duda razonable. Si bien es cierto que existen algunos fundamentos para esta apreciación, está muy lejos de ser una verdad absoluta. La ciencia nos otorga algunas certezas, pero una cantidad mucho mayor de dudas. Lo que sabemos es muy poco, pero sabemos que lo que ignoramos es mucho. Desde el momento mismo en que el método científico presupone la necesidad de fraccionar la realidad para acceder a algún grado de comprensión respecto de ella, está abriendo la puerta a una comprensión parcial, desligada de la totalidad y frecuentemente incapaz de interpretarla de manera coherente. Se supone que una de las características fundamentales de las ciencias es su permanente sometimiento a autoescrutinio o verificación. Sin embargo, en la actualidad debemos someternos a una serie de “verdades científicas” intocables, cuyo cuestionamiento es políticamente incorrecto, de mal gusto o sinónimo de “ignorancia”. El mayor “progreso” de las ciencias en el siglo XX se da sin duda en el ámbito del lenguaje y de las comunicaciones, en la capacidad del hombre de explicar lo inexplicable y justificar lo injustificable (dialéctica) y por esa vía manipular el comportamiento de las grandes masas humanas y someterlas al arbitrio económico. En cuanto a nuestra relación con el Universo y con nuestro planeta, las ciencias nos han dado las

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herramientas para dominar a la naturaleza y someterla a nuestras “necesidades”. Lamentablemente, rara vez nos preguntamos: ¿no sería más razonable cooperar con la naturaleza en lugar de luchar contra ella? Tal vez las mayores dificultades de las ciencias se presentan cuando se trata de analizar y medir cosas inmateriales: - ¿Cómo se mide objetivamente la Justicia? - ¿En qué unidad se mide el respeto hacia nuestros semejantes? - ¿Cuánto pesa el amor (verdadero, leal, fingido, interesado…)? - ¿De qué está hecho el cariño? - ¿Cuánto vale / cuesta un instante de emoción? - ¿Hay alguna forma objetiva de calificar intenciones? Para las ciencias, el sentido común es frecuentemente un enemigo, porque plantea preguntas que aquéllas rara vez están en condiciones de responder “científicamente”. A fin de cuentas, las ciencias hasta el presente sólo han demostrado fehacientemente una cosa: lo poco que sabemos y lo estúpidos que somos, como para permitir que instrumentos creados por el hombre, como la “ciencia económica”, se transformen en sus amos.

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PROGRESO Y MODERNIDAD “La humanidad progresa. Hoy solamente quema mis libros, siglos atrás me hubiera quemado a mí.” (Sigmund Freud) “¿Significa progreso que el antropófago coma con cuchillo y tenedor?” (Stanislaw Jerzy Lec)

Ambos conceptos y lo que entendemos por ellos forman parte de los dogmas incuestionables de nuestro tiempo, de los fundamentalismos que explican y justifican el comportamiento de las personas “en sintonía con su época” y evitan que malgasten el tiempo pensando. “Modernidad” es un concepto arbitrariamente construido a fuerza de manipulación, que nos lleva a renegar de todo lo “anticuado” (lo que tiene más de unos pocos años) por el solo hecho de no ser nuevo. ¡Esto es sinónimo de estupidez! Nada es bueno o malo per se. Pero de esta forma se facilita la introducción al mercado de nuevos productos y “servicios” antes de haber agotado la investigación independiente y exhaustiva de sus verdaderas consecuencias para la salud y para otros aspectos relevantes de la existencia humana. Cuando se introdujo la telefonía celular, sólo se nos presentaron los beneficios de ella, pero nadie nos advirtió de los riesgos potenciales de la radiación de las antenas y los equipos sobre la salud humana. Ahora nos encontramos frente a hechos consumados.

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De la “modernidad” forman parte una serie de sofisticados “principios” del sistema económico que caracteriza a la modernidad: el capitalismo, como liderazgo, competitividad, exitismo, y que justifican y facilitan el sometimiento de las masas con fines económicos. Todos ellos exacerban la “beneficiosa” competencia. Se nos “vende” la idea de que todos podemos ser exitosos, que si alguien fue capaz de alcanzar un determinado liderazgo, todos lo podemos hacer. ¿Será lo evidente del contrasentido lo que nos impide percibirlo? Líder puede llegar a ser uno solo. En la competencia desenfrenada sólo algunos pueden ganar. En una sociedad basada en la competencia sin cuartel, para que algunos alcancen el éxito, muchos otros deben fracasar. Lo que consigue una sociedad basada en la competencia fratricida, que es la única posible dentro del capitalismo, es crear hordas de decepcionados, de “fracasados” que deben cargar con el estigma del perdedor, con la sensación (y muchas veces más que eso) de estar de más, de no tener derecho a su propio lugar en la sociedad. El principal subproducto del capitalismo es la frustración masiva, alimentada por las desigualdades intrínsecas del sistema, la cual genera permanentemente nuevas “necesidades”. Pero eso no es malo, se nos dice, ya que “activa la economía”. ¿Acaso puede una sociedad que pretenda ser sana basarse en principios tan patológicos? “Progreso” es quizá el concepto más tiránico concebido por el ser humano. El único significado “políticamente correcto” que el término admite es el que se relaciona con crecimiento económico y desarrollo tecnológico. Mientras crezca el PGB hay progreso, no importa a qué costo (1).

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Nuevamente se trata de un concepto que no admite cuestionamientos -pese a que se fundamenta en principios cuando menos arbitrarios- so pena de caer en la categoría de “antisocial”. Se nos ha llevado al convencimiento de que sin “desarrollo económico” no hay progreso. Pero la realidad nos demuestra cada día que nuestro concepto de “progreso” está equivocado, porque es inviable. Lo único que incuestionablemente ha “progresado” es la producción de “bienes”. La única manifestación de progreso es material y tecnológica. Pero como dicen las escrituras: “no sólo de pan vive el hombre”. Y nuestra concepción productivista del “progreso” está destruyendo no sólo el planeta que habitamos, también destruye las bases de la convivencia humana, tanto en el nivel familiar como en el nivel comunitario e internacional. El verdadero progreso debe basarse en un concepto integrador de todas las manifestaciones que influyen sobre el “bienestar” del hombre y sus códigos de convivencia. No podemos seguir pensando que la abundancia material y la satisfacción de pseudo-necesidades pueden suplir la carencia de bienestar emocional, sin el cual el progreso es sólo un espejismo. (1) Ver: “Apokalypse auf Raten” (Apocalipsis en cuotas), de Klaus Klasing.

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ECONOMÍA Y CODICIA “La responsabilidad social de la economía se restringe única y exclusivamente al aumento de la rentabilidad,…” (Milton Friedman) “El problema de la economía no es económico, es ético” (Piotr Kropotkin) “La economía es la única ciencia que, para una misma pregunta, tiene cada año una respuesta correcta distinta” (Realidad empírica)

…”Y una misma respuesta para preguntas distintas”, habría que agregar. La mejor prueba de ello es la reacción a la crisis subprime, para la cual las medidas que se implementan son básicamente las mismas que para enfrentar la crisis anterior, la asiática. Aunque claramente los detonantes fueron distintos. En fin, no perdamos el tiempo en disquisiciones obvias. Vamos a lo que la mayoría de la gente no ve ni sabe, porque el sistema (los “expertos”, el gobierno, los pirañas de las finanzas, qué más da…) se ha cuidado de no ilustrarla demasiado al respecto. Porque en ningún colegio se enseña economía ni se explica el funcionamiento del dinero, cuando mucho se nos dan unas cuantas definiciones enciclopédicas y se nos implantan otros tantos dogmas de fe, que la “ciencia económica” ha demostrado que son los únicos que “funcionan”.

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Tampoco el marxismo, supuesto contradictor del capitalismo -pero en la realidad el que más concienzudamente lo justifica- entendió jamás dónde radicaba el problema fundamental de la economía capitalista (confundió los síntomas con la enfermedad), proponiendo en consecuencia “remedios” equivocados que terminaron siendo peores que la enfermedad. LO QUE REALMENTE SE PERDIÓ Todos lamentan la catástrofe, pero nadie se pregunta: ¿Qué es lo que realmente se perdió? ¿Qué cambió en términos reales entre ayer y hoy, entre antes y después del “crash”? ¿Hay menos bienes tangibles hoy que ayer, hay menos casas y edificios, hay menos máquinas para producir, hay menos materias primas, se esfumaron las fábricas, los tractores y camiones se desvanecieron en el aire, a los trabajadores y ejecutivos se les borró el “disco duro”, se perdieron irremediablemente determinados conocimientos, la disposición y capacidad de trabajo se transformó en incapacidad de trabajar? ¡Nada real se perdió! (1)

Y es aquí donde empezamos a toparnos con uno de los grandes problemas de la economía clásica (capitalista, neoliberal): se mete en un mismo saco la economía real con la economía “ficticia” (financiera, se da en llamarle), los bienes reales con las expectativas. Algunos ejecutivos se pagan sus suculentos bonos sobre utilidades que aún no se producen (ni existe certeza de

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que vayan siquiera a producirse alguna vez), se transan “futuros” (castillos en el aire), y si por alguna “desgraciada coyuntura adversa” todo se derrumba por falta de una elemental consistencia con la realidad, quienes pagan las consecuencias no son los que organizaron el descalabro y se beneficiaron con él. Esa es una de las tantas “maravillas” de la economía capitalista: invariablemente las utilidades se privatizan y las pérdidas se socializan. Y pese a que nada real se perdió, mucha gente vio desaparecer parte importante de sus ahorros sin tener arte ni parte en las responsabilidades. Claro que esto no es nuevo, lo que cambió es sólo el mecanismo. Ya no resulta tan sencillo hacer la “recogida” vía inflación o guerras, eso ya nadie se lo “compra”. Pero los nuevos “instrumentos financieros” (eufemismo para referirse a los mecanismos de expoliación de la banca y de todas sus instituciones auxiliares), cuya encomiable finalidad es “dar acceso al crédito” a quienes no tienen otra alternativa para satisfacer sus necesidades de financiamiento, han alcanzado grados de sofisticación que hacen en la práctica imposible controlarlos. Podríamos llenar miles de volúmenes (en rigor ya se ha hecho) con las críticas al “modelo”, pero de nada sirven si ello no nos lleva a descubrir qué es lo que está fallando, cuál es el fondo del problema. Para eso primero que nada hay que tener la necesaria amplitud de criterio y autocrítica para ver y reconocer que las teorías de la economía clásica en la realidad no se cumplen, ni podrán jamás llegar a cumplirse, porque sus premisas son erróneas. Lo que sí se cumple inexorablemente, también en la economía, es

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la ley universal de causalidad. Así como está estructurada y sobre los dogmas que se levanta la economía clásica, los resultados no pueden ser otros que los que nos muestra la porfiada realidad que debemos sufrir a diario. Es notable, por lo poco que la gente repara en ello y lo manifiesta cívicamente mediante el voto, que las personalidades políticas y económicas que representan “sensibilidades políticas” de izquierda hayan sucumbido también a las falacias de los dogmas neoliberales, transformándose en sus mejores justificadores (2). La consecuencia de esto se manifiesta en la resurrección de personajes y de ideologías extremas que ya tuvieron su malograda oportunidad de probarse y que se suponían bien enterradas para siempre en el basurero de la historia. Y que además en nada ayudan a resolver el problema, sólo sirven para potenciar situaciones que justifican y eternizan las condiciones de sometimiento del hombre a la lógica del conflicto, a esquemas económicos, sociales y políticos confrontacionales, excluyentes y destructivos. UN POCO DE HISTORIA La economía “moderna” nació junto con la revolución industrial hace algo más de 200 años. Se fundamenta en algunos preceptos bastante discutibles, supuestamente inseparables del hombre, como la codicia. A ésta no solamente se la considera en forma bastante gratuita y arbitraria como “naturalmente inherente” al hombre, sino que se la justifica ampliamente como supuesto “motor” del desarrollo. Al hacer esto se ignora olímpicamente la existencia, hasta hace pocas generaciones atrás, de innumerables civilizaciones que construyeron sus

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existencias (avanzadas hasta para nuestra concepción actual del término) sobre fundamentos absolutamente ajenos a dogmas económicos y codicia. Desde sus inicios esta economía “moderna” (léase capitalista) ha vivido infinidad de crisis, las que se suceden con regularidad casi matemática. En lugar de buscar la explicación de estas crisis en sus propios fundamentos, se las considera “inherentes”, es decir propias e inmodificables, del sistema y se niega y obstaculiza sistemáticamente su revisión, persiguiendo con ello el mantenimiento del statu quo en beneficio de los pocos que profitan de él. Basados en el hecho innegable (hasta para los economistas) de que la economía es una creación del hombre y no viceversa, éste es el peor insulto que se le ha hecho a la inteligencia humana en su corta existencia, puesto que significa la claudicación anticipada ante el desafío de encontrar nuevas y mejores concepciones de un orden económico que sirva realmente al hombre, en lugar de transformarlo en un esclavo del sistema, para beneficio de unos pocos “iluminados”. En sus inicios el capitalismo prometía (y lo sigue haciendo, pese a todas las evidencias que demuestran que jamás podrá cumplir!), en dos palabras, suplir todas las necesidades del hombre con menos esfuerzo, gracias a la especialización de la producción y a la equitativa repartición del fruto del trabajo, cosa que se lograría en forma “automática” gracias a la “mano invisible” que guía infaliblemente a la economía a satisfacer las expectativas reales del hombre, “siempre y cuando se la deje actuar libremente”.

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Para cualquiera que haga la más mínima retrospección es evidente que hoy día es más difícil y requiere más conocimiento y esfuerzo ganarse la vida que hace apenas 20 años atrás (¡ni hablar hace 100 años!), y la tendencia es creciente en ese sentido. Hoy no basta tener un título profesional, si no se tiene además un doctorado o MBA las posibilidades laborales son francamente limitadas, y ni hablar de la estabilidad laboral. Si bien es cierto que hoy mucha más gente tiene acceso a determinados bienes que hace años atrás, el costo asociado a ello en términos de calidad de vida y relaciones interpersonales se hace cada vez más impagable, sin mencionar que hacer un simple estado de situación anterior y actual muestra a las claras que las personas podrán hoy disponer de más bienes, pero eso no significa de manera alguna que haya aumentado su patrimonio, sino muy por el contrario, lo que ha aumentado y sigue aumentando inconteniblemente son sus deudas, lo que se traduce en la inmensa mayoría de los casos en un patrimonio negativo. LA FALACIA EN TORNO A LA CODICIA “La codicia es inherente a la naturaleza humana”: ¡Ésa es una gran mentira! La codicia nace con el dinero. Antes de su aparición, no había forma de acumular, o bien en la cosmovisión aceptada por todos la acumulación carecía de sentido. La codicia se fue gestando e incrementando producto de la inseguridad generada por un sistema monetario perverso, que transformó el medio de intercambio en un bien en sí, institucionalizando la

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inequidad. Y no sólo eso: también entregó su control a unos pocos “iluminados”, que por este medio alcanzaron poder absoluto, no sólo sobre la economía, sino sobre el planeta y la humanidad entera. La codicia nace con el dinero, por la inseguridad que éste genera como consecuencia de sus características de instrumento de poder y de expoliación. LA DISTRIBUCIÓN DE LA “TORTA” Uno de los aspectos más relevantes de cualquier ordenamiento económico es la distribución del producto del esfuerzo humano. En una economía “libre”, el reparto de la “torta” queda entregado al poder relativo de cada “actor” del mercado. Y aquél a su vez depende fundamentalmente de su capacidad financiera. Ésa es la realidad, lo demás es verso. De ahí se deriva indefectiblemente que, en economías de mercado que están generando cada vez mayores inequidades, como lo demuestra a diario la porfiada realidad, se requieren instancias que garanticen a todos los ciudadanos condiciones igualitarias de acceso a las oportunidades y a los recursos y controlen las distorsiones provocadas artificial y premeditadamente por actores inescrupulosos. Lo que definitivamente no se puede seguir aceptando es la situación actual, en la cual el Estado, con recursos cada vez más escasos, debe suplir la falta de equidad, equilibrio y transparencia de los mercados con medidas asistenciales que, aparte de insuficientes, son humillantes, mientras por otro lado gasta una enorme cantidad de recursos en subsidios,

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rebaja de impuestos y otras prebendas para los bancos, las grandes empresas y los consorcios multinacionales, con los perversos argumentos del “incentivo a las inversiones”, de la “creación de empleo” y del “chorreo”, recursos que a fin de cuentas salen del bolsillo de los mismos a quienes supuestamente deben beneficiar. (1) Al momento de redactar este libro (julio-agosto 2009), las bolsas mundiales ya habían “recuperado” parte importante de sus “pérdidas” posteriores a julio de 2008. Así como nada real se perdió con el “crash”, es de lógica elemental pensar que nada real está detrás de la “recuperación”. La riqueza real no se crea de la noche a la mañana. Otra razón más para preguntarse: ¿En qué planeta viven los economistas? De los políticos, ¡ni hablar! (2) En el caso de Chile, basándonos en las ganancias de la banca y de los consorcios económicos, el gobierno más derechista que ha tenido el país ha sido el del socialista Ricardo Lagos (2000-2006). No por nada el diario “El Mercurio”, defensor a ultranza del neoliberalismo, lo elevó desde la categoría de “payaso que apunta con el dedo” a la de “estadista de nivel mundial”.

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DINERO E INTERÉS “Poderoso caballero es Don Dinero” (Francisco de Quevedo) “Al perro que tiene dinero se le llama Señor Perro” (Proverbio árabe) “Quien inventó el dinero, destruyó la libertad” (Oswald Spengler)

La “sangre” -para los hematófobos: el “combustible”- de la economía es el dinero. Su disponibilidad y circulación fluida mantiene a la economía “sana” y su escasez la enferma. Tan decisiva como la importancia del dinero es para la economía, lo es el desconocimiento de sus propiedades y funcionamiento para la inmensa mayoría de la gente. Pero no debería serlo para los “expertos”…. El dinero nació hace varios miles de años para facilitar el intercambio de bienes, cuya producción crecía significativamente gracias a la división y a la especialización del trabajo, permitiendo superar con ello las limitaciones del trueque directo y dando origen al comercio propiamente tal. Inicialmente se utilizaron como dinero productos de primera necesidad fácilmente transables, como arroz, té, trigo, especias, etc., también algunos objetos relativamente escasos y de características muy particulares, como p. ej. las conchas de los caracoles marinos Cauri, de consistencia similar a la porcelana, originarias de las islas Maldivas, Filipinas y las islas Tonga. Este precursor del dinero se utilizó en China desde 1500

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hasta 200 A.C. Comerciantes árabes lo llevaron desde la India hasta sus países de origen y hasta lugares tan distantes como Mauritania o África occidental, transformándose en la primera “divisa” de alcance y validez internacional. Desde alrededor del siglo VII A.C. surgen en diversas regiones de Asia Menor y Grecia las primeras monedas hechas de metales preciosos. Alejandro Magno intenta unificar el dinero y crea una especie de divisa mundial, pero su empeño resulta efímero. En el imperio romano, bajo el emperador Augusto, se reorganiza el sistema monetario para unificar materiales (oro, plata, cobre y latón), pesos y medidas. Este sistema mantiene su vigencia por casi 3 siglos. El año 794, Carlomagno impone en todo el Sacro Imperio Romano-Germánico una moneda unitaria y le otorga validez legal. Durante la Edad Media, entre el siglo XII y el XV, la moneda de uso corriente en casi toda Europa fueron las “Brakteaten”, delgadas monedas de latón emitidas por los diferentes reinos y ducados y que, por regla general, eran “revocadas” una vez al año y cambiadas a razón de 10 antiguas por 8 nuevas, lo que en la práctica representaba un impuesto con el que se financiaba la hacienda pública. Al mismo tiempo este impuesto actuaba en contra de la retención de dinero e impulsaba su circulación, creando riqueza. Esta es la verdadera explicación de la bonanza económica y cultural del Renacimiento, el cual hasta hoy nos asombra por sus impresionantes logros (las catedrales, las hermosas ciudades medievales que se conservan hasta hoy, el florecimiento de la cultura y las artes, la semana laboral de 5 días, que se impuso en todas partes sin necesidad de sindicatos, etc. Hasta el más modesto “proletario” disfrutaba de bienestar y alegría) (1). Lamentablemente

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este proverbial orden monetario sucumbió ante la codicia de algunos regentes que empezaron a revocar con mayor frecuencia sus monedas, socavando la credibilidad del sistema, y tocó definitivamente a su fin con la reforma monetaria iniciada con la introducción del Guldiner Taler el año 1486. Éste era una moneda de plata, generada a partir del descubrimiento de los grandes yacimientos de plata de las montañas del Harz en Alemania, que hizo las veces de divisa Europea de referencia durante varios siglos, hasta bien entrado el S. XIX. Alrededor del año 650 D.C. el emperador chino pone por primera vez en circulación el dinero de papel, el “billete de valor”, para uso general. Sobre él, Marco Polo diría que “los chinos encontraron la piedra filosofal”, ya que “todo el mundo aceptaba gustoso este medio de pago, con el cual podían comprar o vender lo que quisieran en cualquier lugar del vasto imperio del gran Khan, como si se tratara de oro puro”. Recién en el siglo XVII un banco sueco emite billetes en Europa. En 1769 en Frankfurt del Meno, Mayer Amschel Rothschild sienta las bases de la banca “moderna”, privada, transnacional e impersonal. En 1913, entre gallos y medianoche, se aprueba la ley de la Reserva Federal (FED), especie de banco central estadounidense, pero en realidad propiedad de la banca privada (2). En 1944 tiene lugar la conferencia de Bretton Woods, en la cual los representantes de 44 países deliberan sobre el futuro orden monetario mundial. Con el objetivo -¿o pretexto?- de prevenir futuras crisis económicas y dar estabilidad a las divisas, establecen un sistema internacional de paridades cambiarias fijas basadas en el dólar y una paridad entre el dólar y el oro para las transacciones entre países, además de fundar el

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FMI (Fondo Monetario Internacional) y el Banco Mundial. Con ello queda definitiva y “legalmente” establecido el sistema mundial de dominación financiera, que maneja desde las sombras el poder político y, en consecuencia, el destino de toda la humanidad. La convertibilidad dólar-oro se mantiene hasta 1971, año en que EEUU la revoca unilateralmente porque sus enormes gastos militares ponen en riesgo su credibilidad, con lo cual el sistema Bretton Woods colapsa definitivamente en 1973, se liberalizan las paridades cambiarias y se origina la crisis del dólar de los años ´80. Sin embargo, el FMI y el Banco Mundial subsisten, continuando el sometimiento de la humanidad a “las leyes de la ciencia económica” (al poder del dinero). En la actualidad la mayor parte de todas las transacciones se hacen con “dinero plástico” o por la vía de transferencias electrónicas. El dinero es cada vez más virtual que real, aunque recién ahora comenzamos a percibirlo, pese a que hace mucho tiempo que los grandes flujos monetarios no suceden con dinero real. EL VALOR INTRÍNSECO Uno de los grandes dilemas del dinero, que hasta la fecha sigue siendo motivo de controversia, es el que se refiere a su “valor intrínseco”, cuestión que hasta el presente no se ha logrado dilucidar. Este tiene que ver con su aceptación como medio de intercambio y también con su universalidad. Quienes defienden (¡incluso hasta el presente!) el “patrón oro” alegan que la mejor manera de evitar las

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fluctuaciones cambiarias y las crisis monetarias es que el dinero tenga un valor intrínseco, es decir, que una moneda represente su peso en oro y que los billetes sean “convertibles en oro”. Esto, que a primera vista suena razonable, acarrea mucho más problemas que ventajas, ya que hace depender la disponibilidad de dinero de las existencias mundiales de oro y no de las necesidades reales de la economía ni de los bienes que ésta produce, además de que el hecho de ser un valor estable hace que la gente lo acapare, sacándolo del mercado, creando su escasez artificial y provocando de esta manera estancamiento económico y la devaluación de productos y servicios (3). ¿ES EL DINERO UN BIEN O UN MEDIO DE INTERCAMBIO? Ésta es una pregunta que casi nadie se hace, pese a su evidente relevancia. Todo el mundo acepta, sin pensar y sin chistar, que el dinero es un “bien”. La teoría económica clásica insiste en que el dinero es un “bien económico”, sujeto como todos los demás bienes a algún grado de escasez. Esto es cuando menos cuestionable, ya que el dinero es una creación del hombre, por lo tanto su escasez o abundancia depende de una decisión humana y no de una causa natural (salvo, y también sólo en cierta medida, cuando el dinero estuvo anclado al “patrón oro”). Si bien es cierto que la cantidad de dinero circulante debe mantenerse controlada para evitar inflación o deflación, no es menos cierto que hay una enorme “demanda latente” y también una enorme capacidad de producción que no logran encontrarse simplemente por falta de dinero disponible

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(lo que tiene que ver con la aceptación legal de ciertas características del dinero y de su manejo, que no lo obligan a circular y lo convierten así en un medio de extorsión y de poder). Lo que no es cuestionable es que el dinero nació como medio de intercambio para facilitar las transacciones de bienes. Por lo tanto se le debiera considerar un “bien de uso público” y no una propiedad privada, tal como los idiomas son “medios para comunicarse” y por lo tanto “bienes” de uso público y no bienes económicos privados (4). EL PROBLEMA CON EL DINERO Que sin dinero en la actualidad es inconcebible el funcionamiento de una sociedad está más que claro. Lo que lamentablemente no está claro más que para un ínfimo número de personas (¡y más ínfimo aún de economistas!), es que el dinero en su forma actual jamás podrá traer bienestar equitativo y paz a la humanidad. Ello se debe a que a diferencia de los demás “factores económicos” o bienes que interactúan en el mercado, el dinero no envejece, no se deteriora, no tiene costos de almacenamiento, por lo cual no está obligado a “ofrecerse”. Esto hace que, a diferencia de lo que sostienen porfiadamente los “expertos”, el dinero no sea neutral para efectos del libre juego de la oferta y la demanda, provocando permanentes e insolubles desequilibrios, los que se ven aumentados por otro factor desequilibrante más: los intereses.

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EL INTERÉS Según la “ciencia económica”, el funcionamiento de la economía no es posible sin la existencia de intereses. Suponiendo que eso fuera cierto, no es suficiente para justificar que el producto del interés por el uso de una herramienta que debería considerarse “de uso público” vaya a bolsillos privados. Ya vimos en otro capítulo que la justificación del interés financiero estaría en que es el “costo” que se debe pagar por el uso del dinero o bien la “indemnización” a su propietario por posponer la decisión de gastarlo cuando en realidad es un soborno para evitar que se le retire del círculo económico. Haciendo abstracción de la inmoralidad y la injusticia intrínseca del interés financiero, éste genera desarrollos económicos insostenibles en el mediano y largo plazo. Porque el crecimiento de la economía es lineal, en cambio el crecimiento de los activos financieros es exponencial. Un ejemplo, que puede considerarse exagerado aunque para efectos teóricos es perfectamente válido, y que permite entender la inviabilidad del interés financiero en el largo plazo, es el llamado “centavo de José”: si José, al momento de nacer Jesús, le hubiera abierto en un banco una libreta de ahorro con un depósito inicial de apenas 1 centavo de dólar, a un interés real del 5% anual, y Jesús y sus descendientes hubieran capitalizado los intereses hasta el presente, sus herederos tendrían derecho a reclamar hoy día una fortuna de millones, pero no de dólares, sino de esferas de oro del tamaño de la tierra (¡!). Esa enorme fortuna, que no tuvo en todo ese tiempo una contrapartida real, debiera haber sido generada por alguien, ya que del cielo no cae! ¿No habrá llegado el tiempo de encontrar formas más sanas de hacer que la economía “funcione”?

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(1) Es notable que también la grandeza y el esplendor milenario de Babilonia debieron su existencia, junto con la invención del alfabeto y de la metalurgia, a “dinero fluyente”, en este caso al “Shekel” (esta denominación la utiliza en la actualidad el Estado de Israel para su moneda), una “moneda” basada en una cantidad determinada de trigo y cuya “vida útil”, al igual que el trigo, era de una temporada. (2) Ver: “The Federal Reserve Conspiracy”, de Eustace Mullins y Roland Bohlinger. (3) Ver: “El Orden Económico Natural”, apartado “El dinero como es y como debiera ser”. (4) ¡Se me ocurrió a mí primero!: como nadie ha reclamado la propiedad sobre los idiomas del mundo, y como perfectamente –conforme a los conceptos vigentes sobre “libertad económica”- pueden considerarse un “bien económico”, queda hecha por esta vía la solicitud de su inscripción a mi nombre en todos los registros de propiedad del mundo. Esto no debiera preocupar a nadie: sólo pienso cobrar una “tasa de uso” o “royalty” de 1 centavo de dólar al año por habitante, lo que es la nada misma pero a mí me permitirá cubrir en forma modesta mis necesidades (Estimo que US$ 60 millones al año me alcanzan para “sobrevivir”).

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LOS BANCOS “Denme el control sobre el dinero de una nación, y no me preocuparé de quién hace sus leyes” (Mayer Amschel Rothschild, fundador de la dinastía banquera Rothschild) “No sé qué es mayor delito: robar un banco o fundar un banco”. (Berthold Brecht)

Los bancos “modernos”, privados, nacen a principios del siglo XVIII, junto con la revolución industrial y el capitalismo. Su objetivo inicial era –supuestamente- dotar al dinero y a la moneda de las distintas naciones de una institución rectora que les diera estabilidad y terminara con la informalidad y los abusos de los prestamistas. Con el tiempo, los bancos privados se han transformado en el más letal instrumento de poder y dominación, muy superior a cualquier ley, arma o ejército. Y ello, pese a las advertencias de destacadas personalidades de la historia humana (1). ¿Cuál es el problema con los bancos? El problema es el poder que les da el hecho de tener en la práctica carta blanca para “crear dinero” prácticamente de la nada y, más encima, cobrar interés por este dinero que en la realidad ni siquiera existe, no son más que “asientos contables”.

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Los banqueros están permanentemente tratando de convencernos que el dinero que ellos prestan son los ahorros de sus clientes. Eso, en el mejor de los casos, es sólo parcialmente cierto. Porque los bancos están legalmente facultados para prestar 10 veces su capital y reservas, y en algunos casos más que eso (En el caso de los bancos norteamericanos que causaron la crisis subprime, la razón era aprox. de 40 a 1, lo que ayuda a explicar la debacle). El “dinero" que los bancos prestan amparados en esta facultad no proviene del dinero de los ahorrantes, se “crea” a partir de las promesas de pago de quienes solicitan créditos hipotecarios o similares. En cuanto a los ahorros de sus clientes, por cada 10 pesos que los bancos reciben en depósitos de sus ahorrantes, efectivamente están legalmente facultados para prestar sólo 9 pesos. La diferencia de 1 peso es lo que se llama “encaje” (2), el cual por regla general es del 10% y está destinado a cubrir los movimientos en dinero efectivo de los bancos. El “detalle” es que estos 9 pesos que alguien recibe en pago de algo, los puede a su vez depositar, facultando al banco a otorgar nuevamente un préstamo por el 90% de ese monto. Esta operación se puede repetir indefinidamente, por lo que de un depósito inicial de 10 pesos los bancos “crean” hasta 100 pesos de “dinero bancario”, el cual tiene una contrapartida real de sólo 10 pesos. Y en cada “pasada”, el banco cobra su parte de intereses. Éstos a su vez son “dinero” que nunca ha sido ingresado al círculo económico, por lo tanto la única forma en que pueden pagarse y el sistema pueda seguir funcionando es en base a nuevos créditos, inflando la burbuja financiera hasta el infinito.

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No se requiere demasiada perspicacia para darse cuenta que esto a la larga es inviable, o sólo es viable, si acaso se puede llamar así, mediante el crecimiento forzado e infinito de la economía. Pero éste en el largo plazo tampoco es factible, por simples consideraciones de limitación de recursos físicos del planeta y de las necesidades reales de las personas. La forma habitual en que este “detalle” se ha resuelto históricamente es por medio de las guerras, que no son otra cosa que un pie forzado más del orden monetario y del sistema bancario imperantes.

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(1) - Thomas Jefferson: “…créanme que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos en armas. Si el pueblo americano alguna vez permite a bancos privados tomar el control de su moneda, primero por inflación y luego por deflación, los bancos y las corporaciones que crecerán a su alrededor despojarán al pueblo de toda propiedad, hasta que sus hijos despierten sin hogar en el continente que sus padres conquistaron”. - Sir Josiah Stamp, director del Banco de Inglaterra (1928-1941) y en su época el 2º hombre más rico de Inglaterra: “El sistema bancario moderno fabrica el dinero de la nada. El proceso es tal vez el juego de manos más astuto jamás creado. La banca fue concebida en la injusticia y nació en el pecado. Los banqueros poseen la tierra. Desposeedlos de ella, pero dejadles el poder de crear dinero y, con el movimiento de una pluma crearán suficiente dinero para comprar todo de nuevo una vez más… Quitadles este poder y todas las grandes fortunas, como la mía, desaparecerán y deberían desaparecer, para que entonces éste fuese un mundo mejor y más feliz en el que vivir… Pero si queréis seguir siendo esclavos de banqueros y pagar el costo de vuestra propia esclavitud, entonces dejad a los banqueros seguir creando dinero y controlando el crédito”. - Irving Fisher, economista: “Así pues, nuestra moneda nacional está al servicio de préstamos de los banqueros que prestan, no dinero, sino promesas de dar dinero que no poseen”. - Wright Patman, congresista de los EEUU (1928-1976), jefe del Comité de Banca y Moneda desde 1963 a 1975: “Todavía no he encontrado a nadie que pudiera justificar, de una manera lógica y racional, que el Estado tenga que pedir prestado a los bancos el uso de su propio dinero. Creo que llegará el día en que el pueblo exija que esto cambie. Llegará el día en que nos echarán la culpa a nosotros, el Congreso, por permitir que este estúpido sistema continuara”. (2) El capital de los bancos equivale a este encaje y es lo que hace que puedan generar dinero de la nada en forma que no levante sospechas.

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PRECIO Y VALOR “Lo que tiene precio, poco valor tiene.” “El cínico es un hombre que sabe el precio de todas las cosas e ignora el valor de una sola” (Otto von Bismarck)

En el mundo actual, todo tiene un precio, el que supuestamente representa su real valor. La ecuación “precio de mercado = valor ” es la mejor –y por lo visto la única- definición que al respecto nos puede brindar la ciencia económica. Así como el precio es para todos un concepto claro, el valor es su exacta antítesis. Ninguna teoría ha logrado clarificar inequívocamente su verdadero significado, un significado que tenga “sentido” para efectos prácticos, para su incorporación al “mundo real”, el de las interacciones humanas en general, no sólo las transacciones económicas. Las consecuencias de esto no son irrelevantes. El hecho de que aceptemos el precio de la mayoría de las cosas no significa que ése sea su real valor, sólo significa que es lo que estamos dispuestos o en condiciones de pagar por ellas en una situación determinada, y muchas veces sólo porque no tenemos otra alternativa. Actualmente está muy de moda en la jerga económica el concepto de la “creación de valor”. En esta

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línea la economía está terminando de poner bajo su dominio lo poco y nada que queda en el mundo sin someterse a los dictados de la “ciencia económica” y de la monetarización. Está claro que esa “creación de valor” se refiere principalmente a valor monetario, no implica la generación de un beneficio inmaterial (Se supone, como es habitual en la teoría económica clásica, que los beneficios inmateriales se producen “por rebalse”). El logro de un bienestar humano que integre lo físico con lo espiritual (un “valor holístico”) está aún muy lejos de convertirse en realidad. Ésa es una de las tareas primordiales que desafían a la humanidad en el presente: redefinir el concepto de valor, sacándolo de la esfera económica y dándole un significado amplio y válido para todos los ámbitos de las actividades e interacciones humanas.

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PROPIEDAD Y GESTIÓN “Cuanto más posee un hombre, menos se posee a sí mismo” (Arturo Graf) “La propiedad es robo” (Pierre Joseph Proudhon)

La propiedad privada se cita invariablemente como una de las principales garantes de la libertad y consustancial a una “economía libre”. La justificación de esto radicaría en que el hombre, por su supuesto egoísmo intrínseco, cuida más -o solamente- aquello que es de su propiedad, por lo que de esa manera se garantizaría el mejor uso de los recursos, lo que sería en definitiva “lo más beneficioso para todos”. Cuando se habla hoy de propiedad privada, todo el mundo la entiende como la propiedad sobre bienes raíces y recursos naturales, ya que la propiedad de bienes muebles no está sujeta a controversia. Pero se olvida que la principal propiedad privada del hombre es (o más bien debería ser) la propiedad sobre el fruto de su trabajo. Es la única propiedad privada cuya legitimidad es inobjetable. Y sin embargo, es la que menos se respeta, si es que se llega a respetar. Bajo el perverso argumento de los “sueldos de mercado” se priva a millones de personas, cuya única fuente posible de ingresos es un trabajo dependiente, de una parte cada vez mayor de su legítima propiedad, amparados en dictados de la “ciencia

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económica”. Se podrá argumentar que dentro de los actuales esquemas de producción colectiva e industrializada es muy difícil establecer en qué medida cada cual contribuye a generar un bien, pero lo concreto es que la incidencia de la “mano de obra” en el precio de los bienes es cada vez menor, y la incidencia del “costo financiero” cada vez mayor. En cuanto a la tierra y los recursos naturales, ¿cómo se legitima la propiedad privada sobre bienes que el hombre no puede producir ni reproducir? La tierra y todo lo que ella contiene no le fue entregada al hombre en propiedad sino, en el mejor de los casos, en “comodato”. ¿Cómo podría algo permanente, como la tierra, ser entregado en propiedad a entes pasajeros, como los hombres? Suponer que le fue entregada en propiedad al hombre plantea además un dilema insoluble: mientras sigan naciendo seres humanos sobre la tierra, tienen derecho a reclamar su parte proporcional de esas propiedades (ley natural). Si ya tienen dueño, ¿cómo se resuelve el entuerto? ¿Cómo podrían algunos hombres disponer a su antojo de algo sobre lo que deben rendir cuentas a otros y a futuras generaciones? La única forma legítima en que pueden hacerlo es disponiendo sólo de lo estrictamente necesario para suplir necesidades reales propias o colectivas, velando por mantener las condiciones del planeta lo más inalteradas posibles para las futuras generaciones, y/o indemnizando al resto por el uso para beneficio propio de estos recursos de carácter escaso o finito y de propiedad natural de toda la humanidad. (1) Al respecto es interesante analizar el concepto de propiedad de los habitantes originarios de América (y que era compartido por la inmensa mayoría de los habitantes

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“primitivos y salvajes” de las tierras sometidas al colonialismo), brillantemente resumida en la “Carta del Indio”, enviada por Seattle, jefe de los indios suwamish, al presidente de los EEUU Franklin Pierce en 1855. Con ella se desmiente tajantemente la supuesta “codicia inherente” del ser humano, por lo que es bastante más razonable suponer que ésta tiene un condicionamiento cultural inducido. Fundamentar el derecho a la propiedad territorial en la apropiación, en que es fruto de que “se luchó” por ella, tampoco resiste el menor análisis: ¡Quienes pagaron el más alto precio por un pedazo de tierra son aquéllos que dieron la vida por él y en consecuencia ya no son sus “dueños”! Bajo ese predicamento además, el día de mañana, cualquiera podría “legítimamente” despojarnos por la fuerza de “nuestra” propiedad (darwinismo jurídico, cuyo más fiel exponente en el plano internacional es EEUU). Tradicionalmente y hasta hace apenas 3 o 4 siglos, la propiedad de las tierras productivas era comunitaria en prácticamente todo el mundo. Se trabajaba en forma colectiva o se asignaba en enfiteusis a particulares para su explotación, a cambio de una renta de arrendamiento anual, yendo este ingreso a las arcas de la comunidad para provecho equitativo de todos sus miembros. Hay incluso ejemplos bastante recientes, como los “ejidos” en España y México. En la actualidad, más del 90% de la tierra y de los recursos naturales “con algún valor económico” están en poder de menos del 5% de los habitantes de la tierra, y la tendencia a la concentración es creciente, en línea con la

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concentración de los patrimonios financieros. Esto atenta contra los principios elementales de la ley natural. Y no sólo eso: priva directa e indirectamente a millones de personas de su legítimo derecho a subsistir en forma digna, obligándolos a buscar su sustento con demasiada frecuencia al margen de la ley. ¿Qué clase de libertad es ésa que permite a un hombre negarle a otro su derecho a la subsistencia? No faltará quien pregunte: ¿y dónde se da ese caso? Muy simple: entre otros, en las millones de hectáreas de tierras productivas que sus dueños dejan sin cultivar por años, por razones puramente especulativas, y que por lo tanto no pueden ser aprovechadas por otros para obtener su sustento básico o para mejorar su nivel de vida. Y por otro lado, en las presiones económicas (vía endeudamiento) que obligan a millones a dejar sus tierras y a emigrar hacia las ciudades en busca de “mejores horizontes”, que no pasan de ser espejismos. Una vez en la urbe el hombre es presa fácil de la maquinaria financiera y productiva, que lo somete a voluntad. El principio teórico del derecho de propiedad territorial puede tener fundamentos “razonables”, pero se olvida con mucha facilidad (o con mucha intención) los efectos devastadores que su concentración en pocas manos tiene sobre la justicia distributiva y la equidad. Pero supuestamente esa concentración, “en nombre de la libertad”, no puede ni debe restringirse. Es interesante la solución planteada en el Antiguo Testamento (2). En ella se establece que ninguna propiedad territorial puede venderse a perpetuidad, sino que cada 7 veces 7 años (cada 50 años, en el Año del Perdón), la tierra debe volver a las manos de sus dueños originales.

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Definitivamente, no es concebible un concepto de libertad y de propiedad que no sólo tolera, sino que justifica ampliamente, la explotación del hombre por el hombre bajo el falaz y brutal argumento social-darwinista del “derecho” del más eficiente. Esto, que no es otra cosa que una redefinición o un “maquillaje dialéctico” de la ley del más fuerte, inevitablemente nos lleva de regreso a la época de las cavernas. La función del Estado es, entre otras cosas, garantizar a cada cual en forma igualitaria su derecho al acceso a los recursos naturales y a ejercer una actividad productiva que le permita subsistir dignamente. La más básica de esas actividades es la agricultura, y ésta requiere de tierras. Por lo tanto, si la “moderna” sociedad industrial y de la información genera una creciente marginalidad, producto de que el trabajo es un bien sustituible y muy caro, debe por justicia elemental poner a disposición de los “prescindibles” al menos un pedazo de tierra donde éstos puedan vivir y generar su propio sustento. El derecho a la propiedad sobre el fruto íntegro del trabajo, en cambio, es el fundamento básico de la justicia y la equidad. Y es en este contexto donde el término “apropiación” -en su significado más negativo- se aplica. Afortunadamente aún es técnicamente inviable el control del aire de la atmósfera, de lo contrario ya algún vivaracho “innovador y proactivo”, en nombre del “derecho de propiedad” y de la “libertad de emprender”, se habría apropiado de él y deberíamos pagar por nuestro derecho a respirar. Los fundamentalistas del “libre mercado” insisten en tratar de imponer su idea de que el Estado, por el

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hecho “indiscutible” de ser ineficiente, debe deshacerse de todas sus propiedades y empresas. Esto equivale a que quien padece de migraña debiera deshacerse de su cabeza; parte de una concepción manipulada –aunque, en la actualidad, realista- del Estado como un ente ajeno a la sociedad, una estructura de poder controlada por unos pocos para su propio beneficio. En el capítulo “El papel del Estado” se aborda el errado concepto neoliberal de la indivisibilidad aparente (¿o interesada?) entre propiedad y gestión. La correcta redefinición del derecho de propiedad haría realidad la equidad, que desliga el concepto de gestión (la creación intelectual y la realización del trabajo) de la propiedad territorial, de la propiedad de los medios de producción y del capital financiero y hace viable su justa retribución. (1) Para tranquilidad de todos quienes poseen tierras debe aclararse en forma meridianamente clara que la alternativa a la propiedad privada de ellas que resulta de la aplicación de la ley natural no es su colectivización forzada, sino el establecimiento de mecanismos de usufructo –que pueden ser privados o colectivos-, que no sólo permiten, sino harían nuevamente viable para muchos, el arraigo a la tierra, con la sola consideración de que la renta territorial debe ir en beneficio equitativo de toda la comunidad. Ver al respecto: “El orden económico natural”, apartado “Libretierra”. Allí queda palmariamente demostrada también la importancia que un orden territorial justo tiene para la paz social y para la paz entre las distintas naciones. (2) Levítico 25.8-16,23-28

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CRECIMIENTO Y PRODUCTIVIDAD “Aramos y ponemos el germen en el suelo, mas brote y crecimiento son dádivas del cielo.” (Proverbio campesino alemán)

Como está latamente detallado en otros capítulos, el crecimiento forzado y patológico de la economía es una imposición del orden monetario y territorial, no consecuencia de necesidades humanas reales. Si todas las naciones del mundo alcanzaran el grado de “desarrollo”, productividad y despilfarro de los EE.UU., este planeta estaría “clínicamente muerto”, su atmósfera sería irrespirable y gran parte de sus recursos naturales y de su biodiversidad estarían agotados. De ahí se deriva indefectiblemente que la humanidad se encuentra ante un imperativo de la mayor urgencia, si acaso pretende sobrevivir: debe encontrar maneras de reducir el consumo en todas sus formas, especialmente el de recursos no renovables y el de “bienes” prescindibles, debe disminuir drásticamente la contaminación ambiental y debe buscar nuevas formas de suplir sus necesidades reales con un menor impacto ambiental y social, eliminando al mismo tiempo las necesidades ficticias. La base de todo esto debiera ser la redefinición de lo que entendemos por “progreso”, para implementar a partir de ahí un sistema económico sensato y justo, que elimine el imperativo insensato del crecimiento forzado y patológico como única forma de “funcionamiento viable”.

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Otro factor de indudable importancia es que la humanidad tome conciencia de que debe frenar el crecimiento demográfico, idealmente hasta una tasa de 0% o incluso negativa. Esto no es algo utópico, habida cuenta que significaría sólo que cada pareja tenga un máximo de 2 hijos, lo que tampoco necesita ser tan drástico, ya que siempre habrá expectativas diversas, parejas que sólo quieren tener 1 hijo o incluso ninguno, por aquéllas otras que desean tener más de 2. En muchos países desarrollados ya se da actualmente incluso un crecimiento demográfico negativo, lo que demuestra su viabilidad. Respecto del aumento de la productividad y de su incompatibilidad lógica con el aumento del empleo, es algo que un sistema económico justo debería resolver no por la vía de seguir forzando un crecimiento insensato e innecesario, sino por la vía de encontrar fórmulas nuevas de lograr una distribución equitativa del trabajo y del producto de él. Para esto, la primera e ineludible tarea es reformar el orden monetario y de propiedad.

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COMPETITIVIDAD “El enojo, el orgullo y la competencia son nuestros verdaderos enemigos” (Dalai Lama)

La justificación de la competitividad descansa sobre otro de los tantos dogmas del capitalismo que la realidad ha desenmascarado como falaz: “la competencia es buena, porque genera mayor productividad, baja los precios y mejora la calidad, redundando en más y mejores bienes para todos”. Desconoce, como tantos otros dogmas, sus consecuencias (“externalidades negativas”) : crecimiento forzado, depredación extrema de los recursos naturales, contaminación ambiental, estrés, conflictos laborales y sociales, etc., etc. Lo que la competitividad persigue en primer lugar es aumentar la rentabilidad del capital, lo que supuestamente también sería “bueno para todos”. No se requiere ser especialmente perspicaz para darse cuenta de que eso no es así. Lo que la competencia hace en primer lugar es obligar a todos a trabajar más de lo necesario, porque gran parte de los esfuerzos se anulan entre sí. La competencia busca sacar a otros del mercado, conquistar mayor participación en mercados necesariamente limitados; indirectamente: cuestionar el derecho de otros a la subsistencia, pisotear sus libertades obligándolos a someterse a condiciones existenciales extremas que no obedecen a factores naturales, sino a exigencias derivadas de un concepto económico insensato, inequitativo y confrontacional-darwinista.

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LAS CUATRO LEYES FUNDAMENTALES DEL CAPITALISMO (1)

“Los fundamentos de la ética capitalista exigen que usted “gane el pan con el sudor de su frente”, … a menos que usted posea medios privados” “El sistema capitalista no es un régimen “armonioso”, cuyo propósito sea la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, sino un régimen “antagónico” que consiste en asegurar las ganancias de los capitalistas” (Michal Kalecki)

¡El capitalismo es algo fantástico! Nos ha proporcionado la televisión en colores por cable y por satélite, con infinidad de canales, los automóviles con airbags, frenos ABS y navegación satelital, los medios de transporte para acceder a cualquier rincón del mundo, los lavavajillas, los teléfonos celulares, la computación, los sistemas digitales para captar, almacenar y reproducir música, fotografías y películas, los Nintendos y Playstations con infinidad de juegos, la Internet y con ella la comunicación instantánea y el acceso a todo el conocimiento universal, los pañales desechables, la comida rápida, los exquisitos y abundantes alimentos genéticamente modificados, el marketing, la “creación de valor”, etc., etc., etc. ¿Cómo pudimos alguna vez vivir y ser felices sin todos estos adelantos?

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Indudablemente el capitalismo es la expresión viva de una verdadera historia de éxito. Que perfectamente podríamos prescindir de muchos de estos “adelantos” es una visión de mentes carentes de ambición y perspectiva, y que su producción y consumo tiene costos sociales, ambientales y humanos “algo elevados” es un detalle inevitable. ¡Nada en este mundo es gratis! Pero, ¿qué significa concretamente capitalismo? Como en todos los “ismos”, su nombre revela dónde está puesto el acento. Así como en el Socialismo éste está puesto en lo social, en el Nacionalsocialismo en lo nacional, en el Marxismo en lo colectivo y en las Religiones en la Fe, en el Capitalismo el centro de todo es el capital, es decir, posesiones y dinero. Por eso el capitalismo es tan hermoso, porque ¿quién no quisiera tener cada vez más dinero y más bienes? De aquí se deriva entonces lo primero y lo más importante: Capitalismo significa que el capital, las posesiones y el dinero se multipliquen. Ley Nº 1 del capitalismo:

“Hacer que el dinero se multiplique”

Probablemente usted sea de los que piensan que el dinero en grande se logra en la empresa, en la industria o en el comercio. Bueno, por esa vía también es posible. Pero eso significa esfuerzo y sacrificio y nunca se

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tiene una razonable certeza acerca del resultado esperable. Mejor es seguir el camino fácil. Para eso los bancos nos tientan cada día con carnadas como: “Obtenga más por su dinero”. O en su expresión más moderna: “Eleve su curva de rentabilidad”. Y en verdad es altamente insensato no invertir lo que nos sobra allí donde nos den más. Porque el sano y bien intencionado objetivo del capitalismo (¡eso no está en discusión!) es que nos vaya realmente bien y ojalá todos nademos en dinero. Por eso es que usted puede, a un interés real de apenas 5% anual, duplicar su capital cada 14 años. Ahora, si al capital inicial le agrega, además de los intereses, otro poquito de capital, la “formación de patrimonio” es notoriamente más rápida. Unos muy modestos US$ 250 iniciales más US$ 250 cada mes, más los intereses y los intereses sobre los intereses, se transforman en 15 años en la no despreciable suma de aprox. US$ 66.350, de los cuales usted puso sólo US$ 45.000 en cómodos pagos mensuales, el resto lo obtuvo sin esfuerzo alguno, apenas con algo de paciencia. Si todo el mundo hiciera esto, en 50 años casi todos los habitantes del planeta serían millonarios, sólo los flojos, los despilfarradores y los vividores que ahorraron menos serían apenas ricos. ¿Logra imaginarse semejante bienestar y progreso? Todos viviríamos en lujosas villas, con media docena de automóviles de lujo a la puerta, piscina temperada, despensas llenas de “Delikatessen” e infinidad

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de equipos multimedia y robots para atender nuestras modestas necesidades. Nadie necesitaría madrugar para ir al trabajo, la vida se disfrutaría al máximo haciendo sólo lo que más nos gusta. La pobreza y los problemas habitacionales, de jubilación, salud o educacionales, incluso la delincuencia, serían desconocidos. Efectivamente, el capitalismo permite transformar la tierra en un verdadero paraíso. ¡Cómo Carlitos Marx no fue capaz de comprenderlo! Imagino su cara de perplejidad, pues entre la teoría y la realidad hay un abismo infranqueable. A estas alturas usted mismo ya habrá recordado la sencilla ley de la oferta y la demanda (que sí tiene un fundamento perfectamente razonable). Si todos fueran millonarios, nadie trabajaría. Si nadie trabajara, no se producirían bienes, por lo tanto, el precio de éstos se dispararía hasta el infinito. Consecuencia: el dinero no valdría nada = ¡vuelta al punto de partida! Para que esto no suceda, la producción de bienes y servicios debe tratar de ajustarse permanentemente lo mejor posible a la creciente masa monetaria. Si no fuera así, ¿de dónde se supone que salga el dinero para pagar los intereses? Dicho de otra forma: el crecimiento económico es un pie forzado impuesto por el sistema monetario. Por eso, para que cualquier economía “funcione”, el crecimiento debe ser a lo menos igual a la tasa de interés real, y bastante más que eso si además queremos “crear empleo” y solucionar necesidades básicas insatisfechas. Es decir, “gracias” a los intereses financieros, cada año

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debemos trabajar más y más eficientemente, sólo para mantener nuestro nivel de vida actual y no caer en insolvencia. Pero claro, no queremos renunciar a los “ingresos gratuitos” que nos generan nuestros ahorros, ¿verdad? El que quiere celeste, que le cueste. El detalle es que no sólo “tenemos derecho” a trabajar cada vez más sólo para generar el crecimiento de nuestras propias cuentas de ahorro (si acaso tenemos alguna), también nos está permitido asumir los costos de la maquinaria incrementadora de capital completita, incluyendo desde luego los modestos sueldos de los ejecutivos bancarios, las espartanas dietas de los directores y la “legítima utilidad” de los accionistas de la banca. Así nos encontramos con la …

Ley Nº 2 del capitalismo:

“La cuenta siempre la paga usted”

Como persona natural usted puede decidir por sí misma si quiere tomar un crédito y con ello adquirir una deuda que deberá restituir, con los intereses correspondientes, en un plazo determinado. En la economía en cambio, eso no es opcional: nada funciona sin tomar en consideración el costo financiero. Y como todos estamos ligados a la economía a través de nuestro trabajo o de lo que consumimos, todos pagamos intereses, aún si no tenemos deuda directa alguna.

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Esto funciona así: Hasta que un producto o servicio pueda salir al mercado (a la venta) deben cumplirse una serie de requisitos, los cuales tienen siempre un costo asociado. Desde el estudio de mercado, pasando por el desarrollo de producto, arriendo de instalaciones y oficinas, marketing y publicidad, estrategias de distribución, insumos de producción, sueldos de operarios y ejecutivos, etc., etc. Todo ello debe considerarse, incluyendo lo más importante: su respectivo financiamiento, en los precios finales de venta de productos o servicios. Si una persona o empresa cuenta con capital propio para desarrollar un negocio, igualmente debe considerar en sus cálculos el costo financiero, ya que si no lo hiciera, le convendría más llevar su dinero al banco y obtener un interés seguro sin esfuerzo alguno, que asumir el riesgo y el trabajo implícito en una actividad productiva. Cuanto más alto el financiamiento que requiere una actividad, mayor es entonces la proporción del interés financiero en el precio del producto final. En el rubro inmobiliario puede ser de hasta un 80%, en el caso de los arriendos. Por lo tanto, en todo lo que consumimos están contenidos los intereses financieros, que son del orden de un 40% promedio del precio final y los pagamos todos, sin excepción. ¿De dónde, si no, saldrían los recursos para pagarle a usted los intereses sobre sus ahorros? En este mundo nada es gratis. ¿Y los que no tienen ahorros, para recuperar al menos una parte de los intereses que pagan todos los días? Lo sentimos, quien no tiene ahorros, tampoco tiene derecho a una respuesta. Por eso es importante entender la…

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Ley Nº 3 del capitalismo:

“El trabajo ajeno enriquece, el propio empobrece” De seguro usted conoce el slogan favorito de los bancos: “Deje que su dinero trabaje por usted”. Obviamente, esto es una metáfora. Nunca persona alguna ha visto a un billete tomar una pala o un martillo y ponerse a trabajar. Pero no por ello la ironía es menos esclarecedora: - Si usted obtiene ingresos sin trabajar, y el dinero no es el que trabaja, alguien debe entregar parte del fruto de su trabajo para que usted obtenga esos ingresos. (2) Ahora bien, usted podrá pensar que con los 4 pesos de interés que obtiene de sus ahorros está haciendo un buen negocio. A primera vista eso pareciera ser así. Pero esos modestos ahorros suyos y de otros millones como usted y los aún más modestos intereses que generan no tienen ninguna gravitación en el gran negocio que se ampara bajo la Ley Nº 1: “Hacer que el dinero se multiplique”. Sólo sirven como señuelo para que todos juntos cumplan a cabalidad la Ley Nº 2 sin ser presa de sospechas. Concretamente, de la sospecha plenamente justificada de estar gastando gran parte de su vida y de sus energías para generar los gigantescos ingresos por intereses de otros inversionistas, no precisamente pequeños como usted o yo, su jefe o algún pequeño o mediano empresario, motejados a menudo injustamente de “explotadores”. Los verdaderos capitalistas no producen nada ni “generan valor”, mucho menos crean puestos de trabajo.

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Sólo ponen “generosamente” a disposición de la economía “sus” inmensos patrimonios financieros (ver capítulo “Los bancos”) a cambio de la mejor rentabilidad que logren obtener, para lo cual previamente se han encargado de borrar cualquier frontera geográfica o ética. Las consecuencias de esto (desempleo, aumento de los problemas sociales, reducción de prestaciones sociales del Estado por aumento de sus costos de financiamiento, etc.) desde luego no las asumen ellos. Quien no produce en forma rentable, sobra (“es prescindible”). Ésas son las reglas, que podrán estar muy alejadas de la ética y de la razón, pero son legales (al menos hasta el momento). Por eso a las personas productivas se les exige cada vez más (por el mismo o menor sueldo, se entiende) y el resto empobrece. Distribución equitativa del trabajo, ¿qué es eso? ¿Acaso aumenta la rentabilidad? El crecimiento de los planteles universitarios también apunta en primer lugar a obtener mayor productividad de los “aptos”, generando hordas de “cesantes ilustrados”, no pocos con rimbombantes postgrados, doctorados o MBA´s. Que el exceso de profesionales no va a generar por sí solo mayor demanda ni nuevos puestos de trabajo no es algo que desvele al capital. Es simple: sin una adecuada rentabilidad (generada por una demanda real y consumo efectivo) no hay “oferta” de capital en el mercado. Si no hay capitalistas dispuestos a invertir, porque no hay una demanda real que además de cubrir los costos de producción y una utilidad razonable genere el excedente

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para los intereses, ningún empresario puede desarrollar negocios ni proporcionar empleo. Y para aumentar la rentabilidad se debe mejorar la competitividad echando mano a cualquier recurso, llámese aumento de la productividad, modernización, racionalización, estandarización, etc. Las máquinas trabajan las 24 horas del día y no demandan reivindicaciones laborales, por eso son más efectivas y rentables que las personas. Precisamente por eso, pese al constante crecimiento económico la cesantía sigue aumentando. Pero eso no es problema del capital, para eso está el Estado, el ciudadano común, usted y yo. ¿O acaso ya olvidó la Ley Nº 2? Para que aún así en tiempos de “coyuntura desfavorable” la economía no se paralice, los gobiernos sobornan al capital (muchas veces indirectamente, para que no sea tan obvio) con todo tipo de prebendas: exenciones de impuestos, fondos no reembolsables de fomento a la innovación, subsidios a la contratación de mano de obra, garantías a las inversiones, etc., para impulsar cualquier inversión que “reactive” la economía y “cree fuentes de trabajo”, aunque sea innecesaria, antiecológica, o produzca una espiral armamentista en alguna región conflictiva. Ya sabemos quién financia todo esto a fin de cuentas (Ley Nº 2). Para cualquiera es obvio (menos para los políticos y los economistas que están al mando), que esto es inviable en el largo plazo. En algún momento los recursos y las fuerzas de la comunidad se agotan. De ahí que la economía de “libre mercado” sólo es viable mientras el crecimiento económico se mantenga por sobre el incremento de los costos financieros (lo que los capitalistas perciben por concepto de intereses). Por

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eso existen períodos en que hay suficiente para repartir, incluso para la insaciable codicia del capital, sobre todo después de una guerra, porque éstas generan demanda y con ello opciones reales de crecimiento. Pero el crecimiento de la economía (que es lineal) y el de los intereses (que es exponencial) dan lugar a una brecha cada vez mayor, con lo que los intereses financieros en algún momento se vuelven impagables. Por eso la repartición de la “torta” es cada vez más inequitativa, las prestaciones sociales, derechos, salarios y patrimonios de quienes realmente trabajan y producen la “torta” se reducen en forma constante, en la misma medida en que aumenta la voracidad del capital. Y todo para llegar a la triste conclusión de que las demandas exponenciales del capital financiero podrán estar muy bien documentadas en el papel y garantizadas en la ley, pero en la realidad jamás podrán ser satisfechas. Con ello el dinero en algún momento tiene que perder su valor. Pero para que nuestros queridos capitalistas finalmente no pasen también a engrosar las filas de los desposeídos, existe la…

Ley Nº 4 del capitalismo:

“En algún minuto no va más con la multiplicación del dinero y todos deben empezar de cero” Bueno, no todos necesariamente. Habría que ser muy ingenuo para echar a andar una “maquinita” que al final va a fagocitar a sus propios creadores. Está todo previsto y calculado.

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Desde luego, si fuera por los capitalistas, la recogida no terminaría nunca. Que alguno en algún momento haya juntado sin trabajar más dinero del que él y sus descendientes lograrían gastar en siglos tampoco es una razón, todo lo contrario, es un incentivo. El sistema llega a su fin porque tarde o temprano la gente que debe generar los intereses no da más. Por eso se le trata de mantener con vida a como dé lugar, con salvavidas de billones de dólares para la “industria” financiera, que no es otra que la causante del problema. Porque donde los haberes (patrimonios financieros) de unos pocos crecen hasta el infinito, las deudas del resto, incluido el Estado, que a fin de cuentas somos todos los ciudadanos, tienen que crecer en exactamente la misma medida (contabilidad básica). Cuestión de constatar la realidad en todo el mundo: personas, empresas, comunidades y gobiernos ahogados en deudas crecientes e impagables. ¡Y todo el mundo trabajando como desquiciado! Pero antes de producirse el colapso definitivo, algunos (¡adivine quiénes!) logran ponerse a salvo. Esto funciona así: Cuando una persona o empresa solicita un crédito (adquiere una deuda) importante, invariablemente debe entregar a cambio una garantía real. Ésta por regla general consiste en bienes tangibles, como propiedades, participación en la propiedad de empresas (acciones), antigüedades, obras de arte, joyas, oro o plata, etc. Usted

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también habrá aprendido de sus antepasados cuáles son los valores que se conservan por siglos, más allá de las crisis económicas y de las guerras. Exacto: ¡no es el dinero! Eso lo saben muy bien los verdaderos capitalistas. Entonces, cuando todo el mundo se ahoga en deudas, es cuando realmente se “junta caja” y se reacomodan los patrimonios. En tiempos de “coyuntura económica desfavorable” se escucha hasta la saciedad el slogan: “¡ahorrar, ahorrar, ahorrar!” Porque cuando el Estado se ha endeudado hasta más no poder para “activar la economía” y garantizarles a los capitalistas la rentabilidad sobre su capital, y los aumentos de impuestos (siempre a las personas, jamás al capital que debe “dar trabajo”) tampoco logran los resultados esperados, entonces se gira el timón en el sentido opuesto. Donde antes se gastaba a manos llenas (resultado del incentivo al consumo para generar demanda), ahora se pretende ahorrar hasta en el aire que se respira. Y como la recomendación proviene de los “expertos”, todo el mundo obedece disciplinadamente. Los consumidores restringen sus gastos, las empresas ven disminuidos sus ingresos y buscan compensarlos con despidos, esto hace que haya menos dinero circulante disponible, menos consumo, menos crecimiento, etc., ¡el inevitable círculo vicioso! Que de esa manera se estrangula la economía, la cesantía se dispara y el Estado debe hacer frente a menores ingresos por impuestos y aumentar su endeudamiento, está absolutamente previsto. Porque para los verdaderos capitalistas esto tiene un efecto muy

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positivo: en tiempos de crisis todo el mundo vende lo que puede a precio de huevo. Ése es el momento de comprar y escoger con calma el “filete”. Usted sabe: propiedades en las mejores ubicaciones, antigüedades, obras de arte valiosas, oro y joyas. Incluso patrimonio del Estado, que alguna vez la comunidad financió con sus impuestos, se remata a vil precio o se “privatiza”. ¡La ley Nº 2 no perdona! Pero eso no es todo. Cuando el afán de “ahorro” ha despojado a los ciudadanos de sus últimos recursos y la miseria originada por el desempleo aumenta cada vez más, la frustración, la agresividad y la criminalidad se enseñorean en la sociedad. Esto tiene su origen en que nadie está consciente de las verdaderas causas de la crisis y todos se echan la culpa mutuamente. Los empresarios luchan contra sus empleados, éstos contra los cesantes para defender sus empleos, los jubilados contra los jóvenes, los ciudadanos nacionales contra los extranjeros, los izquierdistas contra los derechistas, los ateos contra los creyentes, etc. Debido a que el “ciudadano de a pie” no tiene forma de hacerse escuchar por los poderosos, busca a otros más débiles que él para descargar su frustración. Esto puede escalar hasta el punto en que para aglutinar a la población y dar escape al descontento, los gobernantes, que necesitan un “enemigo” a quien culpar (3), consideren la guerra no como una opción válida, sino como la única posible. Esto llena de alegría al capital financiero, porque la industria armamentista ha sido históricamente un segmento de mercado de la más alta rentabilidad. Y como el capital no tiene patria ni nacionalidad, no hay forma de

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perder. Desde alguna isla tropical se sigue el curso de los acontecimientos con un vaso de champaña en la mano y se apuesta por quién será el ganador, ¡qué nervio! Llegada la hora de la reconstrucción, se puede partir de cero. Nuevamente hay demanda para largo y crédito para todos (y jugosas y “legítimas” utilidades para el capital financiero). ¡Así son las cosas en el capitalismo! En fin, triste pero inevitable. Porque como todos sabemos por experiencia histórica, no existe una alternativa “menos mala” para el capitalismo. ¿O será que no nos hemos enterado? (1) Traducción y adaptación libre del artículo “Las 4 reglas del capitalismo”, de Detlef Ouart, 2004, con permiso del autor. (2) Ley básica de contabilidad: activos=pasivos; las acreencias de unos son las obligaciones (deudas) de otros. (3) “Para tener una sociedad (generar cohesión social), se requiere una imagen enemiga” (“Teoría Neoconservadora”, Carl Schmitt)

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PREGUNTAS IRRESPETUOSAS “Hay sólo dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. De la primera no estoy tan seguro.” (Albert Einstein) “Un error no se convierte en verdad sólo porque todo el mundo cree en él; una verdad no se convierte en mentira sólo porque nadie la ve.” (Mahatma Gandhi)

1) ¿Por qué la economía dominante (clásica, capitalista, neoliberal) está sujeta permanentemente a crisis recurrentes? El sistema económico capitalista (eufemísticamente denominado “de libre mercado”), supuestamente el único que “funciona” y por ende “el menos malo” (adjetivación usada y aceptada por los propios capitalistas, lo que ahorra mayores comentarios), tiene sumida a la humanidad desde hace más de 2 siglos en una eterna angustia. Podrán esgrimirse los más variados argumentos, pero la porfiada realidad, que es lo único que finalmente cuenta, es que este sistema ha demostrado por más de 230 años (lo que debería ser un plazo más que prudente: bastaron y sobraron 70 años para desechar el marxismo) ser incapaz de otorgar bienestar equitativo, estabilidad económica, justicia y paz a la humanidad. La respuesta a esta pregunta está en el capítulo “La realidad que los “expertos” se niegan a ver”.

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2) ¿Por qué es imposible que funcione una economía sin crecimiento? A primera vista ésta parecería ser una pregunta absurda, pero no lo es en absoluto. Y ello por unos cuantos factores más que evidentes: a) una economía en permanente crecimiento en un planeta que no crece, inevitablemente en algún minuto va a llevar al colapso por el agotamiento de los recursos, por lo tanto es inviable en el largo plazo. b) nada en el Universo crece indefinidamente, salvo la miopía de la mayoría de los economistas y de los políticos. c) las personas y las naciones en algún minuto cubren sus necesidades básicas y debieran entrar en una fase de estabilización, pero esto en la práctica, por un pie forzado de la economía originado en dogmas aberrantes, no es factible. 3) ¿Por qué la economía no puede ser cooperativa en lugar de competitiva? Unos pocos “iluminados” han logrado instalar en el inconsciente colectivo la peregrina idea de que la competencia es no sólo beneficiosa sino inevitable para el “buen funcionamiento” de la economía. Lo de beneficiosa podría pasar (es más que nada un dogma de fe), pero lo de inevitable jamás. ¿O acaso es lógico que sea inevitable para cualquier ser pensante tener que trabajar cada día más sólo para intentar mantener su nivel de vida, que es a lo que nos lleva la economía capitalista? ¿De qué sirve entonces el crecimiento y el “progreso”, si las

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“necesidades” que se derivan de él son mayores que aquéllas que resuelve? ¿Acaso alguien con dos dedos de frente es incapaz de darse cuenta que lo único cierto que logra la competencia indiscriminada -“libre”, se da en llamarle- es malgastar cada vez más recursos y esfuerzos en combatirnos mutuamente, en pelear por cuotas de mercado que ninguna competencia absurda va a hacer crecer más allá de límites medianamente razonables? ¿Cómo se condice esto con el aprovechamiento racional -responsable y sustentable- de los recursos? 4) ¿Por qué el constante aumento de la productividad y del PGB no se refleja en el nivel de ingresos y de bienestar de la población? Los sueldos como proporción del PGB bajan constantemente en términos reales. Si bien hay un aumento real de los bienes en poder de las personas, también hay un aumento de sus necesidades (muchas de ellas inducidas para forzar el crecimiento o consecuencia del “progreso”, no básicas ni reales). Esto no significa en absoluto un aumento de la riqueza de las personas, sino más bien todo lo contrario, porque la adquisición de estos bienes (que en su gran mayoría son de consumo, o sea, desechables) se hace por regla general a través de créditos. Y como todos sabemos, lo que se compra a crédito cuesta mucho más de lo que vale. Lo que se traduce en palabras simples en que el patrimonio real (bienes tangibles a su valor de mercado menos deudas) de la mayoría de las personas disminuye en lugar de aumentar. Lo que sin discusión alguna crece indefinidamente es el endeudamiento de la población.

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5) ¿Por qué se insiste por un lado en mayor eficiencia y más productividad y por otro lado en crear más empleo, si ambos propósitos son contradictorios entre sí? Si aumenta la eficiencia y la productividad, puede haber sólo dos consecuencias evidentes: necesito menos gente para producir lo mismo (o sea, aumenta el desempleo) o produzco más con la misma cantidad de gente (pero obviamente sin pagarles más), con lo cual cumplo con el “imperativo” económico de crecer y mejorar la rentabilidad de mis accionistas, pero no doy más empleo, porque si lo hiciera, disminuiría mi rentabilidad y mi empresa se volvería económicamente inviable. Por donde se le mire, es un zapato chino. 6) ¿Por qué el aumento de productividad y de eficiencia no se traduce en menores exigencias laborales? Asistimos todos los días al absurdo de tener que trabajar cada vez más para ganar cada vez menos. Lo único obvio e indiscutible que podemos derivar de ello es que “alguien” se queda con la diferencia. El “argumento” de que ello es beneficioso porque se traduce en menores precios para los consumidores es cuando menos discutible: los bienes cuestan menos, pero mis ingresos también menguan y mis “necesidades” aumentan. Entonces, ¿dónde está el beneficio? 7) ¿Por qué no puede existir dinero sin intereses? Las razones “oficiales” que se esgrimen son básicamente dos:

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1) que el interés es el “precio” que se debe pagar por el uso del dinero, que supuestamente es un “bien económico” o insumo como cualquier otro. 2) que es la “justa retribución” a su propietario por la “abstinencia” en el tiempo, es decir, por postergar la decisión de gastarlo. Ambas explicaciones son de una pobreza argumental abismal. Desde el momento que el uso del dinero no implica gastos (a no ser que consideremos como tales imprimir los billetes o acuñar las monedas y almacenarlas aquí o allá. Estos presuntos costos, que son ínfimos en relación a lo que se cobra de interés, son más ínfimos aún si se considera que actualmente la inmensa mayoría de las transacciones se hacen en forma electrónica), el “argumento” se cae solo. La segunda explicación también cojea notoriamente, porque no es más que una derivación de un concepto éticamente bastante cuestionable: que una persona “tiene derecho” a obtener una retribución por posponer su utilización o por no guardar su dinero bajo el colchón. La realidad es distinta: lo que promueve el interés es “sobornar” al dueño del dinero para que lo haga circular, evitando de esta forma que la economía se estanque por falta de circulante. En cualquier otro contexto de las relaciones humanas, la extorsión se castiga. En el ámbito monetario, se premia.

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8) La economía es una creación del hombre. ¿Qué nos impide corregir sus pocos, pero evidentes y graves errores? Ésta es una pregunta que debería golpear las conciencias de economistas y políticos, a quienes corresponde responderla. 9) Y para el final la pregunta más obvia de todas: ¿Por qué –casi- ningún “experto” cuestiona un modelo económico que está permanentemente en crisis y que no responde a las necesidades reales de las personas? Lamentablemente aquí entramos en el terreno de las conjeturas. Pero existe una respuesta bastante obvia: quien le da trabajo a los economistas es el dinero. Y quienes lo controlan no tienen ningún interés (de interesarse, no financiero) en que se cuestione su reinado ni sus mal habidos “derechos adquiridos”.

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LA REALIDAD QUE LOS “EXPERTOS” SE NIEGAN A VER “Aquél que no conoce la verdad es un tonto, pero aquél que conoce la verdad y la llama una mentira, es un criminal” (Arthur Schopenhauer)

Para cualquier lego es evidente que rara vez hemos podido constatar, en cualquier país del mundo, períodos siquiera medianamente prolongados de estabilidad económica. Cuando así ha sido, generalmente lo fue gracias a la implementación de una serie de medidas destinadas explícitamente a prevenir los desajustes a que da lugar un modelo económico capitalista de laissez faire (exento de regulación). En el caso del “milagro económico alemán” (1), que es probablemente el que está más presente en el inconsciente colectivo, no se trató en realidad de ningún milagro. Se trató en primer lugar de un “acuerdo social” para morigerar las inequidades del libre mercado, de ahí que el modelo implementado se conozca como “economía social de mercado”. Es de sobra conocida la ética alemana del trabajo, así que tampoco nos puede extrañar su productividad y sus tasas de crecimiento. En cuanto a la existencia de un mercado con potencial de crecimiento (condición sine qua non para el “buen funcionamiento”, al menos por un tiempo, de una

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economía capitalista), éste estaba dado por el término de la IIª Guerra Mundial, que dejó al país totalmente en ruinas y en consecuencia con un caudal de demanda insatisfecha enorme. Lo que no está tan presente en el inconsciente colectivo, es que este supuesto milagro sólo duró hasta principios de los años ´70, es decir, menos de 25 años. Concretamente, hasta que todas las necesidades básicas de los alemanes occidentales estuvieron satisfechas. Allí se agotó en gran medida el potencial de crecimiento y empezaron a manifestarse los problemas típicos de toda economía “clásica”: decrecimiento de la demanda, deterioro de los precios y de la rentabilidad, aumento del desempleo, intentos desesperados por mantener el crecimiento (tanto así que éste fue impuesto por ley en Alemania Federal en el año 1967, con la llamada “Ley de fomento del crecimiento y la estabilidad de la economía”), endeudamiento creciente del Estado para financiar programas de reactivación económica y mitigación del desempleo, reducción de las prestaciones sociales del Estado, etc., etc., hasta el punto en que hoy día el Estado alemán gasta más del 20% de sus ingresos solamente en pagar los intereses de la deuda pública. Ésta crece sin freno y no se prevé posibilidad alguna de revertir el proceso, mucho menos de llegar algún día a saldar dicha deuda, por lo que el sistema conduce inevitablemente hacia el colapso económico o hacia una guerra. La situación es similar en todos los países desarrollados y también en aquéllos en vías de desarrollo. ¿Por qué este itinerario de situaciones concadenadas se repite invariablemente en todas las economías “libres”?

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Ésa es la pregunta clave. La que muy pocos economistas han sabido responder coherentemente y cuya respuesta correcta, conocida desde hace casi 100 años (2), es porfiadamente rechazada y deliberadamente (debería decir criminalmente) ignorada y ocultada por los círculos académicos, económicos y políticos “oficiales” y por los medios. El problema es consustancial al modelo capitalista y absolutamente previsible, tanto así que por lógica matemática elemental lo único cierto es que inevitablemente tiene que suceder. (3, 4) Y su origen está en dos dogmas inamovibles del capitalismo: el sistema monetario (las características del dinero y la forma de administrarlo) y el derecho de propiedad sobre la tierra y los recursos naturales. Ambos dogmas están en el origen de la inconsistencia lógica/matemática y de la inequidad de la economía clásica, que hacen imposible que el sistema alguna vez pueda llegar a estar en equilibrio. La razón de esto es ridículamente simple: Los costos financieros, producto del interés compuesto (interés sobre interés), debido a su vez al aumento de las “necesidades” y la consecuente imposibilidad de amortizar de las deudas, crecen en forma exponencial, mientras el PGB sólo lo hace linealmente, debido a que los bienes y servicios se van consumiendo. Pero el dinero no se consume, no sale del círculo económico como lo hacen los bienes de consumo ni envejece y se deteriora, como lo hacen los otros bienes, sigue estando ahí, con su componente de extorsión y expoliación. (5)

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Esto genera una brecha cada vez mayor entre activos financieros y producción de bienes reales, lo cual normalmente debería conducir a inflación creciente. Ésta no se produce porque los gobiernos en general practican políticas tendientes al control de la inflación, ya que ésta perjudica (supuestamente) en forma transversal a toda la población. De lo que nadie se da cuenta es que este costo de todas formas lo asume la población como un todo, ya que en lugar de inflación deriva en endeudamiento del Estado. En consecuencia, los únicos favorecidos por el sistema son los dueños de los grandes activos financieros y de los bancos (que por regla general y lógica elemental son los mismos), produciéndose permanentemente una “redistribución inversa” de la riqueza desde quienes trabajan y producen bienes hacia quienes no producen nada, solamente financian la actividad económica, es decir, del trabajo hacia el capital financiero, de los “pobres” hacia los “ricos”, aumentando sistemáticamente la brecha patrimonial. Y no sólo eso, sino haciéndolo en forma cada vez más rápida (6), generando cesantía, tensiones sociales y criminalidad creciente, obligando a cada vez más personas a vivir al margen de la sociedad. Este hecho, que los “expertos” insisten en desconocer, es porfiada e irrebatiblemente demostrado por la realidad una y otra vez (7). Según la teoría económica clásica, el aumento de los activos financieros conduciría al aumento de la oferta de capital y por ende a la reducción de las tasas de interés, las cuales en condiciones de saturación de capital deberían llegar a 0. Actualmente en el mundo existe una absoluta sobreabundancia de capital financiero, lo cual en teoría debería significar que los intereses tendrían que ubicarse en torno a 0% o incluso ser negativos, llevando a “quemar” parte del capital monetario excedente.

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¿Por qué esto jamás sucede? Porque el dinero (y en parte también los bienes raíces), a diferencia de todos los demás “factores económicos”, no está sujeto a presiones ni a coacción para ofrecerse en el mercado, por lo que puede retenerse por parte de su dueño y así obtener vía extorsión una compensación que en teoría –y en justicia- no le corresponde. (5) Mientras el mainstream económico y político siga ignorando esta realidad, seguiremos siendo víctimas de la barbarie económica contemporánea, y los pocos que controlan el capital financiero, llevándose una parte cada vez mayor de la riqueza real generada por quienes de verdad trabajan. (1) Al catalogarlo de “milagro”, implícitamente se reconoce que el hecho de que un modelo de desarrollo capitalista funcione bien, no es algo que se pueda considerar obvio, normal o lógico. (2) Ver: “El Orden Económico Natural”, de Silvio Gesell, 1916. (3) Juergen Kremer: „Dynamic Analysis – Investigating the long-term behavior in Economics“, 2007 (4) Bernd Luderer (Editor), „Die Kunst des Modellierens – Mathematisch-ökonomische Modelle“ (“El arte del modelamiento – modelos matemático-económicos”), Wiesbaden 2008, ISBN 978-3-8251-0212-5, págs. 179ss y 217ss. (5) Ver capítulo “El Dinero”. (6) Wolfgang Heiser: “Wie ein Tabu unsere Welt zerstört” (“Cómo un tabú destruye nuestro mundo” o “De la función exponencial al efecto invernadero”). www.wieeintabu.de (7) www.nytimes.com/2007/12/15/business/15rich.html

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EL PAPEL DEL ESTADO “Lo esencial en nosotros no es lo que somos para el Estado, es decir, nuestra cualidad de ciudadanos, nuestra ciudadanía, sino que existimos los unos para los otros: cada cual existe por y para otro: vosotros cuidáis mis intereses y, recíprocamente, yo velo por los vuestros” (Max Stirner) La función del Estado es generar las condiciones necesarias y suficientes para la convivencia armónica de los habitantes de una nación y garantizarles los derechos y libertades que les permitan “alcanzar la felicidad”, cuestión que puede tener significados muy diversos para cada cual, pero que en una sociedad verdaderamente sana necesitan todos ser realizables en la medida en que no causen perjuicios a otros (1). En rigor el Estado es una Sociedad Anónima, cuyos accionistas son todos los ciudadanos por partes iguales. Si todos somos accionistas del Estado, todos somos “capitalistas”, por ende a todos nos interesa que el Estado, sus instituciones y sus empresas (que pueden perfectamente estar administradas a concesión por privados, con una retribución acorde a su desempeño) “funcione”. Los fundamentalistas neoliberales pretenden reducir el Estado a su mínima expresión bajo el argumento de su presunta ineficiencia y de que restringe las libertades de los ciudadanos. Si el problema es de gestión, ¿por qué es necesario privatizar la empresa? ¿Acaso no bastaría con licitar la gestión por parte de

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privados? ¿Qué hace el directorio de una empresa privada cuando los resultados no son los esperados? ¿Vende la empresa o cambia al gerente? ¿Y qué otra cosa es eso sino elegir a nuestros gobernantes? La próxima vez que vote, acuérdese de ello. No da lo mismo quién gobierna. Los que controlan el dinero ya tienen más que suficiente poder. ¡No les entregue también la promulgación de las leyes y la llave de la caja fuerte de la comunidad! La función del Estado es indelegable. Sin Estado no hay Gobierno, a lo más grupos heterogéneos de personas sometidas a la barbarie, a la ley del más fuerte. La supresión o jibarización del Estado sólo favorece al más fuerte. De hecho, actualmente la mayoría de los Gobiernos a nivel mundial no son más que títeres al servicio del capital financiero y de las gigantescas corporaciones multinacionales. En nombre de la libertad imponen un sistema económico bestial, en nombre de la eficiencia despojan a la comunidad de las empresas estratégicas, en nombre de la responsabilidad personal de los individuos reducen la protección del Estado a los más débiles, protección que sólo es necesaria porque el mismo orden económico inequitativo es quien genera la necesidad de protección. El Estado debe proveer de los mecanismos para el desenvolvimiento sano, eficaz y equitativo de la sociedad como un todo. No es su función asumir con medidas asistenciales la “nivelación” de las inequidades ocasionadas por los distintos sistemas económicos, sino generar y garantizar las condiciones para que la inequidad no llegue a producirse. Es responsable de garantizar la Justicia en todos los ámbitos de la sociedad, creando las bases de convivencia a partir de soluciones de fondo a los

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problemas. No debe ser represivo, como en la actualidad, sino proactivo. Actualmente, casi todas las naciones del mundo tienen el tipo de Estado que no queremos, un Estado represivo, “desarrollista” y corrupto, que en nombre de la libertad, la suprime. Entendamos una cosa: la única forma de prescindir del Estado sería que todas las personas actuaran correctamente. Como ése no es el caso (aún), necesitamos del Estado. Finalmente el problema con el Estado no es su tamaño, sino que sea administrado por gente honesta y capaz. Para ello, una de las cosas necesarias es que los cargos técnicos del Estado, que son la mayoría, sean asignados por capacidad y desempeño, no por cuoteo político, y que haya una real independencia entre los distintos poderes del Estado. Otro requisito ineludible es “desempoderar” al Estado, descentralizar el poder, devolverlo a quienes son sus únicos y legítimos fiduciarios: los ciudadanos, a través de una auténtica democracia desde las bases mismas, las comunidades; anular las posibilidades de control del Estado por parte de grupos de poder, de inescrupulosos e irresponsables. La mejor manera de reducir el Estado es construir una sociedad justa, en que todos puedan subsistir y realizarse con el mínimo de ayuda. Si además el Estado es dueño de las empresas estratégicas y de servicio público (que por elementales consideraciones geopolíticas no debieran estar en manos de capitales privados transnacionales, lo cual es un asunto de sentido común, no de chauvinismo nacionalista ni de ideologismo), sus ganancias van a financiar la educación, la salud, la justicia, etc., con lo cual se reduce su dependencia de la recaudación de impuestos y de

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tarifas de servicio abusivas que en gran parte el mismo Estado debería a futuro pagar si se deshace de esas empresas. Si además es dueño exclusivo de la banca, todos los ingresos que ésta genera (¡gestionada por particulares!) a cambio de ningún bien real, incrementa las arcas fiscales para el otorgamiento de un Ingreso Básico Incondicional a todos los ciudadanos, pudiendo en consecuencia reducir o hasta suprimir los impuestos. ¿Por qué no? Todos sabemos la respuesta: porque va en contra de los intereses de unos pocos, aquéllos que hoy detentan el poder (por la vía económica) y quieren conservarlo e incrementarlo a cualquier precio. (1) Conforme a la tesis de “El mejor de los mundos” de Leibniz: “aquél dotado de la mayor variedad de fenómenos en base al menor número de principios o leyes”.

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NECESIDADES, ESPERANZAS Y SUEÑOS “El mundo tiene suficiente para las necesidades de todos, pero no para la codicia de todos” (Mahatma Gandhi) “Cuanto más sabes, menos necesitas” (Proverbio aborigen australiano)

El término “necesidades” puede abarcar un rango muy amplio, pero claramente las necesidades reales de las personas son pocas, el resto no pasan de ser aspiraciones y deseos más o menos irracionales, más o menos justificados o justificables. Las únicas necesidades reales son aquéllas que comprometen nuestra supervivencia y bienestar físico y psicológico. El resto pertenece a la categoría de suntuarios o caprichos insensatos. Desafortunadamente, el “progreso” nos ha generado un sinfín de “necesidades” que antes no existían, producto de las consecuencias de la acción irresponsable del hombre frente a los recursos del planeta, de las “externalidades negativas” de sus inventos y de la “necesidad de crecer” de una economía basada en dogmas insensatos. “Necesitamos” cada vez más hospitales y medicinas, porque nuestro modo de vida y nuestras costumbres alimenticias atentan contra nuestra salud emocional y nuestro organismo.

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“Necesitamos” cada vez más cárceles, porque nuestro ordenamiento económico y social, nuestras leyes y reglamentos son injustos e insensatos, porque favorecen a unos pocos en perjuicio de la mayoría y no garantizan el derecho a una subsistencia digna, a la justicia y a la equidad, obligando a muchos a saltarse las reglas de la sociedad para intentar sobrevivir. La mayoría de nuestras necesidades reales no se transan en el mercado, no tienen precio pero sí, precisamente porque no se pueden comprar, un valor incalculable: amor, afecto sincero, empatía, respeto mutuo, justicia, confianza, apoyo, compasión, sensatez. Ningún capricho o satisfacción material efímera podrá suplir jamás las necesidades intangibles del ser humano. En el mejor de los casos las puede maquillar, esconder, anestesiar, sólo para que vuelvan a aparecer con mayor fuerza, con mayor furia, para incrementar la desesperanza y el dolor. Ni la abundancia ni el lujo pueden reemplazar la carencia de sentido de la cual adolece nuestra sociedad enferma de consumismo. La “necesidad” irracional de la economía de crecer incesantemente obliga a la sociedad, a partir de un determinado nivel de “desarrollo”, a inventar supuestas necesidades a fin de “activar la economía”. Para ello se sirve del marketing, poderosa herramienta construida sobre la base de la manipulación sicológica del hombre y sus instintos irracionales inconscientes. Por otro lado, las necesidades reales que sufren las grandes mayorías son las “oportunidades” de los “empresarios” inescrupulosos para aumentar sus beneficios monetarios.

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¿Para qué necesitamos edificios “inteligentes” de 100 pisos, teléfonos celulares nuevos cada 6 meses, cambiar el automóvil cada par de años, viviendas, oficinas y locales comerciales de lujo, 500 o más canales de TV, de los cuales ni siquiera 50 transmiten programas medianamente “digeribles”? ¿Para qué necesitamos comida rápida o genéticamente modificada, infinidad de productos desechables, modas que duran una temporada, “tendencias”? Lo que realmente necesitamos es reducir drásticamente nuestras “necesidades”, para dejar de saquear innecesariamente los escasos recursos del planeta, dejar de malgastar tiempo, dinero y esfuerzos en combatirnos mutuamente, ya sea en guerras militares, comerciales o políticas. Como consecuencia del orden monetario capitalista se generan demandas que no provienen de una necesidad real (el lujo, el despilfarro, etc.), así como hay necesidades reales que no generan demanda, porque quienes las padecen no cuentan con los recursos monetarios para satisfacerlas. Necesitamos un desarrollo verdadero, consistente en encontrar formas de reducir nuestra “huella ecológica”, es decir, la carga que nuestra forma de vida significa para el planeta. Si de verdad queremos progresar, necesitamos “desdesarrollarnos” (1). Ya hay un gran número de personas que se han decidido a dar el primer paso, a renunciar al automóvil, al aire acondicionado, a la televisión, a los productos desechables y a otras “maravillas de la modernidad”, para reencontrar una forma de vida basada en lo esencial, en aquello que le da sentido a la existencia porque respeta

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sus límites y reconoce que su realización sólo es posible en comunidad con los demás, no aislándose de ellos. ¡Atrevámonos a soñar un mundo en el que podamos subsistir, sin necesidades reales insatisfechas y sin angustias, con 1 dólar al día! (1) Ver: “La décroissance: Entropie - Ecologie - Economie”, de Nicholas Georgescu-Roegen, Paris, 1995.

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Por todo lo anteriormente expuesto se proclama el siguiente: MANIFIESTO DE CONCIENCIA UNIVERSAL PARA UNA NUEVA HUMANIDAD “No se puede cortar una flor sin que, en algún lugar del universo, tiemble una estrella”. (Antiguo proverbio chino y, a la vez, Paradigma Holista)

- Es un imperativo ineludible y urgente para la especie humana como un todo, el revisar y reformular sus códigos, paradigmas y normas de coexistencia entre sí y de relación con el universo para remediar las graves inconsistencias de todo tipo, muy especialmente las de origen económico, que caracterizan el caótico e inequitativo “orden” imperante en la actualidad, el que amenaza con llevar a la humanidad hacia su completa aniquilación. - Esto requiere un cuestionamiento total del “orden” existente, desenmascarando sus errores y exponiendo los orígenes de éstos. No implica la formulación de nuevos códigos de convivencia, sino la interpretación sensata y la aplicación coherente de preceptos existentes desde hace larga data, desterrados de la existencia humana o desfigurados hasta el grado de irreconocibles por “razones” que muy poco tienen que ver con la razón, con la ética ni con un elemental sentido común.

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- Apliquemos coherentemente los fundamentos intelectuales, valóricos y morales que la humanidad ha construido a lo largo de su historia y que el “racionalismo”, el relativismo y la “ciencia económica” han desvirtuado, generando un engendro de hipocresía, incoherencia y falsedad incompatible con su calidad de comunidad de seres inteligentes, necesitados de interactuar a nivel humano, a nivel de sueños, esperanzas y necesidades reales, también emocionales, no sólo de transacciones económicas. La observancia de este conjunto de normas elementales de coexistencia, en la medida de su justicia y equidad, se daría en forma natural, porque tiene su origen y fundamento en la ley natural que habita en la conciencia de cada cual y está en perfecta y evidente sintonía con las leyes inmutables del Universo. - Esto implica una Revolución, pero no puede ni mucho menos debe ser el tipo de revolución que la humanidad ha conocido hasta el presente, de conflicto, de lucha armada, de sangre y venganza. No es ni debe ser una lucha de unos contra otros. Eso sólo profundizaría y perpetuaría la situación existente. Debe ser en primer lugar una evolución de la conciencia humana, una lucha de la humanidad como un todo contra esquemas mentales, religiosos, económicos, jurídicos y sociales que en lugar de servirle, la han convertido en sirviente, en esclava de sus propios engendros. - No perdamos ni un minuto buscando culpables ni intentando hacerles expiar sus culpas. ¿Qué sentido tiene buscar culpables? Culpables somos todos, ya sea por acción o por omisión. ¿La culpa es del chancho o del que le da el afrecho? Ese camino no lleva a ningún destino, sólo consigue eternizar los conflictos y los errados esquemas que lo originaron.

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Ésta no debe ser una lucha de ganadores y perdedores. No se trata de adquirir una deuda por la que algún día debamos responder. Imponer nuestros derechos por la fuerza implicaría adquirir un pasivo que algún día nos sería exigido (ley universal de las compensaciones). Ése fue el error inexcusable del Marxismo. - Basados en el poder sanador y regenerador del perdón y en la búsqueda de la reconciliación entre todos los seres humanos, generemos un profundo y categórico consenso intelectual y espiritual en torno a la imperiosa necesidad de entender y aceptar que las estructuras actuales son injustas e inviables. Y que lo son para absolutamente todos, incluso para quienes aparecen como los “ganadores” dentro del sistema. - Si necesitamos un “enemigo” para generar cohesión social, hagamos que éste sea la mentira, el odio, la desesperanza y la estupidez. Echemos mano de nuestras inagotables capacidades para crear una nueva realidad más justa y equitativa para todos. - Establezcamos un consenso básico en torno a la consideración e internalización del paradigma holista. Éste proclama que todo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene una consecuencia en el universo, y desde luego en el mundo y en nuestros semejantes, puesto que todo está ligado entre sí. Nada existe por sí y para sí, nada ni nadie sobra, nada ni nadie falta, todo es parte de un orden inmutable que es extraordinariamente benevolente para con el hombre, si descifra correctamente sus códigos y actúa conforme a ellos, lo cual en absoluto es una tarea imposible.

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A este orden universal podemos llamarlo Dios, Naturaleza, Destino; el nombre que le demos es irrelevante. Lo que sí es relevante es reconocer su inmanencia y omnisciencia. Toda desgracia que afecta a la humanidad proviene del desconocimiento y de la violación de las leyes universales, como la ley del amor, la ley de la causalidad, la ley de la atracción, la ley de las compensaciones, etc. Nada en el universo, y por extensión en la Tierra, es casual, todo es causal. - Todos los seres humanos tenemos las mismas necesidades básicas, los mismos derechos fundamentales, y sueños y esperanzas similares. Por ende los antagonismos ideológicos, nacionales, raciales, étnicos o cualesquiera otros no tienen sentido más allá de mezquinas consideraciones de intereses personales o grupales. ¿Acaso no es más sensato aunar esfuerzos para un fin que en lo esencial es común a todos y no seguir malgastando nuestras fuerzas en combatirnos unos a otros? - La realización y expresión personal de cada ser humano más allá de sus necesidades y derechos básicos es ya un asunto estrictamente individual, pero no puede ni necesita estar por motivo alguno en contradicción con ellos, ni puede estarlo con la sustentabilidad del planeta. Hoy día estamos pagando un costo excesivamente elevado por nuestra “realización personal”, que se traduce en individualismo extremo, ofensas y perjuicios a los demás, lo que da origen a la acumulación de karma negativo que buscará su compensación en forma de dolor y decepción. La realización de cada cual sólo tiene sentido y es posible como parte de un todo con metas y valores esenciales comunes.

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- Privilegiemos la correcta redefinición de conceptos elementales para la construcción de una sociedad más evolucionada, tales como justicia, equidad, legitimidad, ética, etc., en base a su significado original y verdadero, no contaminado por dogmas, relativismos, ni consideraciones egoístas e irracionales de cualquier orden, a fin de crear las condiciones para una comunicación honesta, profunda e inequívoca, base de toda interacción humana constructiva. - La expresión de la individualidad de cada persona y cada pueblo tiene infinidad de formas que no son ni tienen que ser contradictorias ni incompatibles entre sí. No juzguemos, más bien valoremos a los demás por sus diferencias y por la riqueza que éstas nos aportan. - La mayor parte del caos imperante actualmente en el mundo tiene su origen en un “orden” económico fundado sobre principios injustos y dogmas aberrantes. Esto torna urgente reformar la economía y muy primordialmente el orden monetario y territorial, orígenes primigenios de toda inequidad. Para ello es necesario devolverle al dinero su rol único y rígidamente acotado de medio de intercambio y de ahorro, despojándolo definitivamente de otros roles ajenos e inconsultamente autoasignados, como el de medio de acumulación impropia de riqueza, de poder y de extorsión. Mientras el dinero no se someta a las reglas de la oferta y la demanda en igualdad de condiciones con todos los demás “factores económicos”, ninguna economía funcionará y no habrá forma alguna de garantizar la paz. El dinero tiene que dejar de ser el amo del hombre para convertirse en su sirviente, que es para lo cual fue creado originalmente. Sólo así la economía volverá a asumir su rol como una más de las ocupaciones del

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hombre sobre la tierra y dejará de ser la actividad condicionante y esclavizante de la existencia humana. - La humanidad necesita imperiosamente clarificar la diferencia entre precio y valor y encontrar un denominador común para ambos. Para todo lo material es relativamente fácil establecer un precio. ¿Y qué hay respecto de las cosas inmateriales? Hay cosas de valor incalculable que no tienen precio ni pueden tenerlo. Y como no lo tienen, no pueden ser incorporadas en los procedimientos de evaluación económica tradicionales, lo cual de ninguna manera justifica que no sean consideradas. - Se debe terminar con el costo irrisorio que tiene actualmente la destrucción del medio ambiente e incorporar el costo real de esta destrucción, de los “efectos secundarios” del progreso y del reciclaje de productos desechables al precio de los bienes al momento de su enajenación. De este modo haremos que el costo de la irresponsabilidad medioambiental y la cultura de lo desechable y del despilfarro se vuelvan económicamente insostenibles, favoreciendo la producción de bienes sanos, durables y sustentables. - Necesitamos recuperar una visión del mundo que restituya al hombre su estatus, no de “amo y señor” del Universo, sino de fideicomisario de las dádivas de la tierra y por tanto responsable de actuar respecto de ellas en forma respetuosa y honesta. - Busquemos también formas sanas de reformular nuestros hábitos alimenticios y de salud, reemplazando la “industria de la muerte” (el consumo de productos de origen animal) por una cultura nutricional de vida, y la “industria de la enfermedad” (la industria farmacéutica)

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por una cultura de la salud que se funde sobre la naturaleza, la prevención y la espiritualidad. No somos dueños de la vida de nadie, no tenemos derecho alguno sobre ella. Tenemos sí la obligación moral de respetarla, porque toda vida es una manifestación de nuestro Creador, no menos valiosa que la nuestra. - Derribemos todas las fronteras artificiales que la insensatez del hombre ha trazado, sean éstas nacionales, intelectuales, culturales, jurídicas, económicas, etc., porque nada aportan al entendimiento y a la sana convivencia entre todos los seres humanos. Derribemos también las fronteras ideológicas, terminemos con las dicotomías artificiales de “derechas” e “izquierdas”. Los hechos son muchos, pero la Verdad es finalmente una sola, así como también lo es el destino del hombre, y ambos son patrimonio indivisible de todos. Terminemos con el patético espectáculo político de la defensa de “parcelas de poder”, mediante las cuales algunos pretenden imponer sus particulares intereses, por muy legítimos que éstos puedan hacerse aparecer, por encima de los derechos de los demás. Es bueno tener presente que las utopías políticas tienen su principal origen en enfoques económicos. Corrigiendo las inconsistencias de la economía, los propósitos políticos insensatos desaparecen y los sensatos se fortalecen. “El día que los pueblos sean libres, la política será una canción” (Jaime Dávalos) - La humanidad debe meditar acerca de sus reales necesidades y buscar la forma de reducir las necesidades materiales al mínimo, con el objeto de preservar el planeta y la salud cívica y mental de sus habitantes. Es necesario desterrar el dogma del “progreso” como

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expresión únicamente material y tecnológica, y fundamentar su manifestación espiritual y cultural. Contamos para todos estos propósitos con el legado que nos dejó la mente y el alma de seres auténticamente humanistas y universalistas, que nos hicieron accesible la sabiduría universal en forma de “guías” para la vida cotidiana, expresiones de la “voluntad divina” aplicadas a nuestro profano mundo terrenal. Estos escritos se nos revelan por su carácter genuinamente humano y fraternal, que antepone la compasión al egoísmo, la justicia a la codicia y la reverencia ante el Creador a la soberbia y a la satisfacción del ego y de los sentidos. Escuchemos su mensaje, comprendamos su inmanencia, realicemos su mandato de amor y de hermandad, comprendiendo y manifestando que todos y cada uno de nosotros somos Uno con el Creador.

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CAMINOS POR RECORRER “No se puede afirmar con absoluta seguridad que todo mejorará, si se hace de otra forma, pero es seguro que las cosas deben hacerse de otra forma, si se quieren mejorar”. (Georg Christoph Lichtenberg)

Actualmente –casi- todo está descubierto. No necesitamos plantear nuevas utopías más o menos fantasiosas, ni excéntricas fórmulas mágicas. Pero tampoco podemos seguir siendo tan insensatos de pensar que vamos a mejorar las cosas, insistiendo en fórmulas que han probado su fracaso hasta la saciedad y que sólo obedecen a los intereses egoístas y miopes de unos pocos. Lo que necesitamos es actuar coherentemente y en armonía con las leyes universales, usando herramientas que ya tenemos, pero que hasta ahora hemos ignorado, para encontrar el camino que nos lleve a nuestra plena realización, dentro del amplio espectro de significados que esto pueda tener para cada uno de nosotros. Hasta el siglo pasado, el hombre escapaba de la dominación por otros o de la falta de oportunidades emigrando hacia países que le aseguraban un grado de libertad y de expectativas de progreso razonables. Éstas consistían mayormente en el otorgamiento gratuito o la venta, en condiciones muy favorables, de tierras productivas. Así se forjó básicamente el “Nuevo Mundo”. Para cuando este nuevo mundo comenzó a replicar las condiciones de los países de origen de los inmigrantes -el

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sometimiento a un poder o un orden injusto o a una autoridad despótica-, ya no había lugares hacia donde emigrar, al menos lugares en que hubiera tierras disponibles. Así, aún cuando en el presente se mantienen importantes corrientes migratorias, las expectativas distan mucho de aquéllas de los siglos XVIII, XIX y la primera mitad del siglo XX. Ya no hay forma de liberarse, lo que se da hoy en día es simplemente el reemplazo de un yugo por otro, con la esperanza nunca cierta de que el nuevo sea más tolerable. Porque en la actualidad el tirano no es tal o cual Estado; el tirano es el dinero -y toda la ideología que lo sustenta-, y éste no tiene Patria ni Ley. El dinero es la Ley. Él es quien tiene a la humanidad secuestrada en el sinsentido y en la desesperanza. De él hay que emigrar. Para ello hay suficientes caminos, pero sin duda el primero es reconocer dónde está el problema y decidirse a enfrentarlo. Como ya se enunciara, no es necesario un cambio arbitrario ni mucho menos violento, pero sí drástico y definitivo. Un cambio que corrija los dos defectos centrales de la “economía moderna”, que obliga a que todo lo que el hombre hace sobre la tierra deba someterse a consideraciones económicas: el orden monetario y el derecho de propiedad territorial. Esto, unido al establecimiento de un Ingreso Básico Incondicional que garantice una subsistencia sin sobresaltos y sin humillaciones para todos los habitantes del planeta, más la aceptación plena de un Ethos Universal, el respeto irrestricto de los Derechos Humanos en todo el mundo y la guía invaluable de La Carta de la Tierra, harán finalmente realidad el desenvolvimiento de la vida de los seres humanos en condiciones de auténtica

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libertad, en armonía entre ellos y con todos los demás seres vivientes y con el Universo. Tenemos a nuestro alcance –y desde hace mucho tiempo, aunque nunca los hayamos percibido ni escuchado hablar de ellos - innumerables ejemplos de cómo las cosas pueden hacerse de otra manera, sin perjudicar -consciente o inconscientemente- a nuestro planeta y a sus habitantes: - Hay innumerables movimientos cívicos que buscan nuevas formas de convivencia más sensatas, humanas y pacíficas, como “The Zeitgeist Movement”, “El Proyecto Matriz” y otros. - Hay innumerables movimientos académicos, culturales y sociales orientados a la búsqueda de economías alternativas, más justas y sustentables, y que cuentan con las herramientas para hacerlas viables hoy. - Existen los “Jardines de Vida” (“Lebensgarten”), comunidades ecológicas sanas y autosustentables, como Eden-Oranienburg, Steyerberg, etc. - Existen las “Ecovillas”, inspiradas en las anteriores, en muchos lugares del mundo. - Están los clubes o asociaciones de trueque o de monedas alternativas, que ya suman más de 4.000 a nivel mundial. - Hay bancos “éticos”, que funcionan sin intereses. - Se proponen nuevas teorías político-sociales, como la “Cooperación libre”, de Christoph Spehr.

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- Está la teoría del “Decrecimiento”, una forma de vida en armonía con las limitaciones del planeta. - Se ha formulado la “Permacultura”, una forma de producción agrícola y de vida en armonía con la Naturaleza. - Contamos con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Declaración de un Ethos Universal y la Carta de la Tierra para guiar nuestras acciones. ¡Sólo hace falta abrir los ojos, la mente y el corazón, cuestionar las mentiras, los prejuicios y las convicciones erradas, creer que un mundo mejor es posible, y ponerse a caminar!

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EPÍLOGO “Ves cosas y dices: ¿por qué? Pero yo veo cosas que nunca fueron y digo: ¿por qué no? (George Bernard Shaw)

Una Nueva Era espera ser concebida. Lo probado ha demostrado su inviabilidad, está definitivamente agotado. El mundo, así como lo conocemos, no es el mundo que queremos y sobre cuyo destino no tenemos control alguno, porque éste ha sido usurpado por un grupúsculo de mentes desquiciadas, ávidas de dinero y poder. Ahora, después de haber leído este libro, nadie puede alegar desconocimiento sobre el origen (la causa primigenia, necesaria e irrebatible) del actual estado de cosas, ni refugiarse en la cobarde comodidad de la indiferencia o en la criminal complicidad del silencio. Es el tiempo de un Renacimiento. Es hora de recuperar la luz de la conciencia y desterrar para siempre las tinieblas de la ignorancia, la desidia, la hipocresía y la mala fe. La tarea es ardua, pero no sólo es posible, sino ineludible. Los mayores obstáculos que enfrentamos no son materiales, sino mentales. Dependemos sólo de una firme convicción y de una insobornable voluntad para reconocer y recuperar nuestra verdadera conciencia y derivar de ella un cambio espiritual, económico, político y social definitivo, aquí y ahora.

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Para ello debemos poner en marcha una nueva (r)evolución (la última que será necesaria, porque resuelve los conflictos existentes sin crear otros nuevos), una auténtica Evolución Holista, Libertaria y Social. Holista, porque necesariamente involucra a todos y al todo; Libertaria, porque libera al hombre de cualquier arbitrariedad externa o autoimpuesta; y Social, porque la existencia del hombre sólo es posible y tiene sentido en relación con sus semejantes. Para cumplir este propósito necesitamos cuidarnos de no caer en viejos vicios: esta (r)evolución tiene que ser universal y radical, pero incuestionablemente pacífica y justa. La Justicia y la Paz deben ser nuestros únicos dogmas (a todos benefician por igual, a nadie perjudican la Paz y la Justicia). Y nuestras únicas armas deben ser la Conciencia de la Verdad, la Resistencia Pasiva y la Desobediencia Civil contra toda injusticia y opresión, sea evidente o soterrada, hasta que el mundo evolucione hacia condiciones de Justicia y Equidad, en armonía con la Ley Universal, para todos sin excepción (incluyendo a los actuales expoliadores y carceleros, que no son otra cosa que víctimas de su propia inconsciencia). Para este propósito debemos unirnos todos los seres humanos como una sola voluntad, los que ya han iniciado el camino hace tiempo y por los cauces más diversos, con aquéllos que recién ahora empiezan a tomar conciencia de que sin su participación activa el mundo no va a cambiar, que seguirán siendo esclavos en una prisión que se niegan a ver como tal. No actuar es traicionarse a sí mismo, es poner el destino de cada cual en las manos de su propio verdugo.

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No perdamos tiempo preguntándonos si esto es posible, sólo nos debe importar, si en algo valoramos nuestra existencia y la de nuestros hijos, que es insoslayablemente necesario y que tenemos hoy las herramientas para lograrlo. Todo lo que somos capaces de soñar, somos capaces de transformarlo en realidad. Para ello disponemos del depósito inagotable de la Inteligencia Universal, el cual está al alcance de todos por medio de la sencilla clave de un deseo ferviente, un propósito justo y una voluntad inquebrantable.

La Tierra puede ser el fiel reflejo del Cielo, o seguir siendo, para la gran mayoría,

la imagen grotesca del infierno.

Hacer realidad un Mundo Mejor depende sólo de nuestra lúcida decisión y de

nuestro intransable compromiso a la acción.

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COMPLEMENTOS

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BIBLIOGRAFÍA Y ENLACES RECOMENDADOS “Lee los buenos libros primero; de todas formas no vas a alcanzar a leerlos todos” - “El Orden Económico Natural”, de Silvio Gesell (se puede descargar

en forma gratuita en www.dineroneutral.org)

- “El reencantamiento del mundo”, de Morris Berman

- “Progreso y Miseria”, de Henry George

- “The Federal Reserve Conspiracy”, de Eustace Mullins y Roland

Bohlinger

- “Apokalypse auf Raten” –Respektlose Gedanken über den Fortschritt,

Klaus Klasing, 1971 (“Apocalipsis en cuotas” – Pensamientos

irrespetuosos en torno al progreso)

- “Profit over people”, de Noam Chomsky

- “El dinero del futuro”, de Bernard Lietaer, ISBN 3-570-50008-X

(Cómo crear riqueza, trabajo y un mundo más sensato)

- “Dinero sin inflación ni tasas de interés”, de Margrit Kennedy, 1998

- “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano

- “La doctrina del shock”, de Naomi Klein

- “The PETA practical guide to animal rights”, de Ingrid E. Newkirk

ENLACES: * Movimientos cívicos reformadores:

- www.thezeitgeistmovement.com - http://elproyectomatriz.wordpress.com

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* Reforma monetaria y territorial:

- www.inwo.de - www.silvio-gesell.de - www.dineroneutral.com - www.sincapitalismo.net - www.complementarycurrency.org - www.monneta.org - www.reinventingmoney.com - www.moneymuseum.com - www.monetary-regionalisation.com - www.appropriate-economics.org - www.strohalm.org - http://money.socioeco.org * Banca ética:

- www.jak.se - www.ozb_stg.de - www.gls-bank.de - www.ethikbank.de - www.umweltbank.de - www.moneyasdebt.net * Ingreso básico:

- www.basicincome.org - www.redrentabasica.org - www.ingresociudadano.org * Medicina ética y alternativa:

- www.femalt.com (Fundación Europea de Medicinas Alternativas) - www.dr.rath-foundation.org * Formas de vida sustentable/ comunidades ecológicas:

- www.ecovillage.net

* Permacultura:

- www.permaculture.org - www.EarthRights.net

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LA ECONOMÍA DEL FUTURO Memorando para Científicos en Economía, 1985 (¡!) Distinguidas damas y caballeros: En los años “de oro” de los cincuenta y los sesenta, su colega estadounidense Paul A. Samuelson, profesor y famoso autor del tratado sobre ciencias económicas que mayor éxito obtuvo en el tiempo de posguerra, además de hacerse acreedor a recibir el Premio Nobel de Ciencias Económicas, con convicción sustentó el parecer de que la moderna “economía mixta” tenía firmemente dominado al problema de las coyunturas y las crisis. Según él, era imposible que se repitiera una gran crisis económica mundial. La evolución económica de unos pocos años bastó, sin embargo, para destruir esta fe en el poder de la ciencia económica y en la viabilidad de una coyuntura libre de oscilaciones críticas. El prolongado desempleo masivo conmovió la seguridad del mundo científico y dañó su prestigio ante la opinión pública. La destrucción del medio ambiente, la carrera armamentista y el conflicto pendiente entre las naciones industrializadas del Norte y las subdesarrolladas del Sur hicieron lo propio. En la vida pública y también entre sus propias filas a menudo se alzan manifestaciones de descontento hacia el estado actual de la economía, por su incapacidad para impedir el surgimiento de dichos problemas. Por ello su famosa y recientemente fallecida colega inglesa, la profesora Joan Robinson, llegó incluso al extremo de diagnosticar una “evidente quiebra de la teoría económica”. Aunque dicho juicio posiblemente sea algo

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exagerado, no puede negarse que las ciencias económicas atraviesan una profunda crisis, proyectando hacia el exterior una imagen de desorientación y de discordia. Estos inesperados desafíos han echado a andar, dentro de su especialidad, un proceso de reordenación conceptual y de reorientación, que entre otras formas se ha manifestado mediante el súbito surgimiento de un número relativamente elevado de innovaciones teóricas como la “nueva economía política”, la “nueva microeconomía”, la “nueva macroeconomía” y el concepto de “economía alternativa”. Es posible observarlo también en los congresos especializados, donde los planteamientos teóricos existentes son sometidos a un examen crítico, y en los que se buscan soluciones a la crisis del momento. Compartimos esta preocupación acerca de los apremiantes problemas de nuestros tiempos y con gran interés y respeto nos hemos mantenido al tanto de su búsqueda de posibles soluciones. No obstante, hemos advertido que hasta el momento el proceso de reordenación conceptual no ha llegado a abarcar los fundamentos orgánicos generales de los sistemas económicos vigentes. No se perfila aún una concepción capaz de vencer los contrastes propios de la confrontación estancada entre los sistemas económicos de Occidente y del bloque socialista, del Norte y del Sur, y que pudiera dar abasto a las exigencias de libertad personal y justicia social, de compatibilidad con el medio ambiente y de paz. Por lo tanto queremos dirigir a ustedes en calidad de especialistas competentes el más encarecido ruego de encausar el foco de sus investigaciones en mayor medida hacia la elaboración de un modelo que trascienda las fronteras entre los sistemas actuales.

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La petición particular que mediante el presente deseamos someter a su consideración es, además, la de tener en cuenta, al indagar nuevos senderos económicos, las propuestas que hace ya varias décadas expusiera el reformador social Silvio Gesell para una revisión de las suposiciones generales acerca de las condiciones y los nexos estratégicamente importantes dentro del sistema teórico de la economía. En el pasado casi nunca se ha llevado a cabo, por desgracia, un intercambio intensivo de ideas entre los economistas académicos y los discípulos no académicos de Gesell. Es posible que la incursión en su obra se haya dificultado a los especialistas debido a la actitud a menudo exageradamente mesiánica de sus adeptos. Así los economistas dedicados a la ampliación de la teoría neoclásica no la tuvieron en cuenta en absoluto o no la tomaron en serio, cosa que sucede frecuentemente al haber ideas que se salen de las convenciones establecidas. No obstante, en el curso de los años ha habido aislados economistas de relieve que pese a ciertas reservas llamaron la atención de los especialistas sobre la trascendencia de Gesell. Sus declaraciones, que recopilamos en el apéndice, nos han infundido ánimos para mediante estas palabras hacer presente ante ustedes, distinguidas damas y caballeros, la obra de Silvio Gesell, y para hacerles un llamado a la revisión crítica de sus planteamientos con miras a su posible contribución para vencer las tensiones sociales, ecológicas y políticas cada vez más graves que han surgido entre los hombres y los pueblos. Dado el estado actual de las cosas es posible que resulte algo difícil abordar la obra de Gesell, no sólo debido a prejuicios incidentales, sino también a causa de su antigüedad y su terminología, ajena a la ciencia y arraigada en su época. Con el propósito de eliminar toda

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barrera potencial, presentamos a continuación un breve resumen de la vida y la obra de Gesell. ASOCIACIÓN INTERNACIONAL PARA UN ORDEN ECONÓMICO NATURAL (Internationale Vereinigung für Natürliche Wirtschaftsordnung) Algunos datos biográficos sobre Silvio Gesell Silvio Gesell nació en 1862 en St. Vith, en la parte oriental de Bélgica, como hijo de madre valona y padre alemán. En 1886 emigró a Argentina, donde prosperó como comerciante, importador e industrial, y donde las profundas crisis económicas lo incitaron a deliberaciones teóricas. En el año 1900 Gesell se retiró de la vida comercial activa y se radicó en Suiza. En una granja de las inmediaciones de Neuchàtel se dedicó a la agricultura y a extensos estudios autodidácticos en economía. Integró sus experiencias prácticas y conclusiones teóricas en numerosas publicaciones. En 1916 se editó en Berna su obra principal, Un orden económico natural mediante libretierra y libremoneda, de la que hasta la fecha se han publicado nueve ediciones en idioma alemán y que ha sido traducida, además, al inglés, al francés y al español. En abril de 1919 Gesell casi tuvo la oportunidad de poner su teoría a prueba en la práctica. Por iniciativa del filósofo cultural Gustav Landauer fue elegido Ministro de Finanzas en la Primera República de Consejeros de Baviera. Estuvo en funciones durante sólo una semana, sin embargo, antes de que la primera junta –liberal- de consejeros fuera derrocada por la segunda –comunista-.

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Al finalizar ésta Gesell fue acusado de alta traición, pero posteriormente se le absolvió del cargo. En virtud de su participación en la Revolución de Munich las autoridades suizas le negaron el derecho de regresar a su finca en el Jura de Neuchátel. A consecuencia de ello Gesell se instaló temporalmente en los alrededores de Potsdam y después en la comunidad ecológica de Eden-Oranienburg al norte de Berlín, de la que un fundador era Franz Oppenheimer, donde siguió escribiendo hasta su muerte en 1930. Una historia dogmática de la economía desde el punto de visto de Silvio Gesell El núcleo orgánico general de la obra de Silvio Gesell queda al descubierto al relacionarla con las tres grandes eras de la economía moderna y con las doctrinas que respectivamente las han dominado: el capitalismo del “laissez faire” y la economía clásica y neoclásica; la revolución keynesiana y la era por ella introducida del intervencionismo de Estado; la contrarrevolución de Friedman y el actual surgimiento del mercado. Significó sin duda un magno adelanto histórico cuando el liberalismo clásico logró superar el feudalismo y mercantilismo medievales y allanó el camino para una economía regulada automáticamente de manera descentralizada. A partir de la idea de un orden natural y libre para la economía y la sociedad, los economistas clásicos y posteriormente los neoclásicos desarrollaron un sistema teórico que debía probar la superioridad de la economía libre de mercado sobre un mercantilismo basado en la minoría de edad individual y dirigido desde arriba.

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Dicha teoría clásica y neoclásica estaba fundada en la convicción de que la “riqueza de las naciones” (Adam Smith) crecería si el curso de la economía no fuera ya regido por el Estado, sino por individuos libres y responsables de sus propias acciones. Otra razón por la que las atribuciones económicas podrían ser legadas por el Estado a los individuos era que el mercado libre, según esta doctrina, con “mano invisible” establecía el equilibrio entre los intereses particulares, y daba mejor garantía al bienestar común que el Estado. De acuerdo con este principio del “laissez faire” la producción y la distribución de las mercancías serían orientadas de manera descentralizada por la alternación de ganancias y de pérdidas, que en los mercados se regulaba automáticamente. Puesto que según el teorema de Say toda oferta una vez producida creaba su propia demanda y permitía una venta sin contratiempos, dicha economía de libre mercado automáticamente tenía que mantener siempre, aun sin la intervención directriz de una instancia superior, un equilibrio estable (dinámico). La realidad no cumplió, como es sabido, con las expectativas clásicas y neoclásicas. Algunos vicios de construcción se habían introducido, por lo visto, en los fundamentos teóricos, pues el dominio del hombre sobre el hombre celebró a la brevedad su resurgimiento en forma de concentraciones de poder económico privado, tales como monopolios y oligopolios. A medida que crecían fueron manifestándose disonancias, en proporciones cada vez mayores, que no concordaban con el modelo clásico-neoclásico de un orden económico natural y armonioso. El prototipo de la economía de libre mercado degeneró, en la práctica, hacia una economía capitalista de mercado en la que la producción no se ajustaba sólo a las necesidades humanas sino fundamentalmente a los intereses de las concentraciones de poder privado; dicho

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de otra manera, la capacidad de la economía para regularse automáticamente y de manera descentralizada estaba restringida de tal forma que la asignación de los recursos no lograba alcanzar su nivel óptimo. En cuanto a la distribución del producto social la moneda resultó ser no un medio de trueque neutral puesto meramente al servicio de la economía, sino también un instrumento de poder sumamente parcial. En lugar de hacer posible un intercambio justo de servicios y contraprestaciones, permitió la concentración de ingresos y de bienes a un grado tal como no podía ya ser remitido a razones de diferencias individuales de rendimiento y capacidad. Una expresión palmaria de este desbarajuste interno de la economía capitalista de mercado, fue, por último, su inestabilidad crónica acompañada de fluctuaciones alternativamente deflacionistas o inflacionistas en el poder adquisitivo de la moneda, así como del paro forzoso periódicamente recurrente.

* En vista de la crasa contradicción entre la teoría clásico-neoclásica y la realidad económica no es de sorprender que surgieran dudas respecto de la teoría. Correspondió al profesor John Maynard Keynes poner en tela de juicio la existencia de una “mano invisible” y con ello iniciar el “fin del laissez faire”. Keynes fue también el que puso los cimientos teóricos para -según él mismo lo expresara en una ocasión- una “dirección inteligente del capitalismo por el Estado”. Su obra más importante no integra, sin embargo, una teoría general, en cuanto que excluye los problemas fundamentales, respecto de la teoría de precios y de distribución, de una deficiente asignación de los recursos así como de la distribución desigual de ingresos y de bienes. Keynes se ocupó principalmente con el problema del paro forzoso y creía posible resolverlo

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mediante la intervención estatal en el mercado, aunque subsistieran la falta de neutralidad de la moneda y las concentraciones de poder económico privado. En lugar de buscar las causas de la inestabilidad del mercado capitalista en la existencia de concentraciones de poder ajenas al sistema, Keynes únicamente comprobó que dejaba mucho que desear el funcionalismo de las fuerzas espontáneas de curación en el mercado deformado por el capitalismo. En el mercado de trabajo el mecanismo de los salarios no marchaba tal como hubiera sido necesario para su estabilización en un equilibrio de pleno empleo, porque los sindicatos no resistían con éxito a la reducción de los salarios. Además, advirtió que el automatismo de los intereses no bastaba ya para encauzar la totalidad de los ahorros hacia la inversión cuando tras un período de incremento continuo del capital real su rentabilidad -denominada por Keynes “rendimiento marginal del capital” - disminuía en beneficio de los salarios. El dinero no encontraba entonces, según Keynes, posibilidades de inversión suficientemente lucrativas y se ausentaba temporalmente, en calidad de demanda efectiva, de los mercados (de bienes de inversión). El teorema de Say, de acuerdo con el que toda oferta creaba una demanda correspondiente, había resultado falso. Los huecos en la demanda privada se traducían en una paralización de las ventas, que a su vez provocaba despidos y paros forzosos. La receta propuesta por Keynes contra el desempleo era a primera vista muy simple. Consistía esencialmente en la exigencia de cerrar, haciendo caso omiso de consideraciones de asignación y de distribución, o sea microeconómicas, los huecos en la demanda privada por medio de una demanda estatal sustitutiva financiada con créditos, para así restablecer la concordancia entre la oferta y la demanda en cuanto

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factores macroeconómicos. De esta manera se haría posible volver a un equilibrio estable de pleno empleo. Esta recomendación encontró cabida en la política económica de muchos Estados después de la Segunda Guerra Mundial. Un extenso aparato estadístico fue creado a fin de observar la evolución coyuntural y de auxiliar las decisiones respecto de la aplicación de la demanda estatal sustitutiva. Se hizo el intento de dominar la inestabilidad de la economía capitalista de mercado por medio de “inyecciones a la coyuntura” y programas laborales. Los resultados de dichos esfuerzos, así y todo, no convencen. Dejando aparte los problemas de operación, tales como determinar el alcance de este tipo de programas, fijar el momento de su aplicación y los imprevisibles efectos secundarios y retrasos en los resultados, al poco tiempo surgió la dificultad de que en una coyuntura sostenida de esta manera el rendimiento marginal del capital real no volvía a incrementarse en la medida deseada, incluso tendía más a la baja. Los sucesores de Keynes ampliaron, por lo tanto, la política laboral del Estado hasta abarcar la promoción estatal del crecimiento económico, cuyo objetivo era proporcionar a la oferta privada de dinero, mediante proyectos civiles y militares en gran escala subvencionados por el Estado, nuevas posibilidades de inversión lucrativa y con ello atraerla al mercado en calidad de demanda efectiva. De esta manera fue ciertamente posible mitigar temporalmente los contrastes sociales, puesto que las capas bajas y medias pudieron también participar de los “frutos” del crecimiento. No obstante, poderosas razones desmienten que la respuesta dada por Keynes y sus discípulos al primer gran desafío dirigido a la economía por la hasta entonces más grave crisis del capitalismo del “laissez faire”, represente una solución permanente a los problemas de nuestros tiempos.

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En lo que respecta a la economía, el intervencionismo de Estado no puede corresponder a las esperanzas puestas en él ni suprimir el desempleo. Ha provocado la trampa inflacionista y el inmenso endeudamiento del Estado, haciendo subir el tipo de interés, lo cual con frecuencia vuelve más atractivas las inversiones financieras que las reales y así ejerce una influencia diametralmente opuesta a la política laboral. Las equivocaciones en la asignación de los recursos y en las estructuras económicas, así y todo componentes esenciales del desbarajuste de la economía capitalista de mercado, se ven incrementadas, además, por las consecuencias de los desaciertos en la planificación estatal de los diferentes sectores, por ejemplo el de la energía.

* En lo que a las relaciones dentro de la sociedad se refiere, la solución ofrecida por el intervencionismo de Estado es sólo engañosa, puesto que se limita a disfrazar las desigualdades de ingresos y de bienes mediante su redistribución, sin suprimirlas realmente. En la medida en que exista siquiera una conciencia acerca de la problemática creada con la sumisión del mercado al poder del capital, dicha conciencia se equivoca al suponer que el Estado será capaz de dominar al poder privado. Los dos bloques de poder se unen en lugar de neutralizarse recíprocamente. Esta engañosa “solución” para la problemática social perjudica cada vez en mayor grado al medio ambiente. Puesto que el estado desigual de la propiedad sigue vedado al cambio, la atenuación de las tensiones sociales requiere la transformación constante de materias primas y de energía a fin de lograr un incremento repartible de la producción. Esto conlleva al creciente

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agotamiento de los recursos naturales y el trastorno del equilibrio ecológico. Independientemente de la promoción estatal del crecimiento económico fundado en conceptos poskeynesianos, la economía capitalista de mercado -según lo enfatiza la teoría neoclásica del crecimiento económico- también tiende, ciertamente, a una expansión inmanente. Dicha tendencia no deriva, sin embargo, de la magnitud ilimitada de las necesidades humanas, ni se debe a que el progreso técnico caiga constantemente como maná del cielo. La moneda parcial, o sea, el capital monetario en cuanto instrumento disfuncional de dirección y de distribución, lleva implícita, más bien una tendencia al crecimiento exponencial espontáneo mediante el interés y el interés compuesto. Asimismo, debido a que el capital monetario se enlaza de múltiples maneras con la economía mercantil y no puede crecer por separado de la misma, ejerce sobre el capital real una verdadera coacción circunstancial para crecer a la par de los intereses y los intereses compuestos. Esta tendencia hacia el crecimiento exponencial propia del mercado capitalista sólo se interrumpe cuando disminuyen las oportunidades para la inversión lucrativa del capital monetario. Llegada tal situación -benéfica para el medio ambiente-, el intento de intervenir la tendencia decreciente por medio de la intervención estatal en la promoción del crecimiento, significa persistir en el error central del mercado, o sea, el dinero disfuncional, y equivale a “luchar“ contra sus inevitables consecuencias, tales como la inestabilidad y la tendencia al crecimiento, por medio de la multiplicación de las mismas consecuencias; es decir que se pretende “corregir” un error existente cometiendo otro. Dado que el crecimiento exponencial de la economía entra en conflicto con sus limitaciones ecológicas, no hay justificación posible para continuar

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esta estrategia político-económica errada desde su misma concepción. El impulso del dinero disponible para la inversión hacia la producción de artículos de armamento, cuya rentabilidad es garantizada por el Estado, promueve la carrera armamentista. En el año en curso se invertirá en la producción de armamento la suma inimaginable de un billón de dólares. La paz mundial está en peligro, y amenaza la destrucción atómica de toda forma de vida.

* El desencanto producido por los fracasos económicos del intervencionismo de Estado ha provocado un renacimiento del mercado. El profesor Milton Friedman le ha dado un fundamento teórico con su nueva articulación de la teoría cuantitativa de la moneda, misma que ha sido ampliada, además, con la consideración de que, para mejorar las condiciones de rentabilidad de las inversiones, hay que mejorar las condiciones de la oferta para las empresas por medio de exenciones tributarias, la reducción de las trabas burocráticas, etcétera. Para rehabilitar las fuerzas espontáneas de regulación y curación del mercado, ya no se recurre filosóficamente a la “mano invisible”, sino a la convicción de que el Estado debe fijar una reglamentación orgánica a manera de orientación general, así como velar por su acatamiento en calidad de árbitro imparcial y sin intervenir directamente en el proceso económico. Esta renovada reflexión sobre las aptitudes del mercado y el reconocimiento de la necesidad de sujetarlas a un ordenamiento orgánico básico establecido por el Estado, sin duda no son erradas. Pero en su forma vigente representan sólo una reversión algo modificada a un capitalismo de “laissez faire”. La reglamentación estatal

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según Friedman muestra todavía grandes imperfecciones, puesto que no se ocupa en absoluto de la deformación del mercado libre como mercado sometido al poder del capitalismo privado por la moneda disfuncional. De esta manera ha subsistido hasta la actualidad el problema de la merma en la demanda particular, o sea, de la alternación imprevisible entre la disponibilidad y la indisposición de partes considerables de la cantidad de dinero, problema discernido pero no resuelto por Keynes, y ni siquiera tocado por Friedman. La llamada velocidad de circulación monetaria durante períodos cortos y medianos no se mantiene tan constante como en un principio dieran por probado Friedman y los monetaristas. Sus fluctuaciones, que se sustraen a todo cálculo de probabilidades, desbastaran los intentos de lograr una firme dirección de la cantidad de dinero y conducen, ahora tanto como antes, a trastornos en el equilibrio económico global en forma de paros forzosos y oscilaciones en el valor monetario. Es posible que por el momento sea aún algo prematuro tratar de formar un juicio concluyente acerca del giro tomado más recientemente por las tendencias de la política económica. No obstante, ya se entrevé que los monetaristas y los teóricos de la demanda probablemente no logren estabilizar la economía ni crear las condiciones para una coyuntura permanentemente libre de crisis. Basamos esta suposición en el hecho de que ellos tampoco han reparado en el vicio de construcción fundamental de la economía de mercado -la moneda parcial y disfuncional-, en los trastornos causados por aquél respecto a la asignación y la distribución, ni en la presión consecuente del sistema hacia el crecimiento exponencial. Dicho crecimiento cuantitativo y exponencial es precisamente lo que también ellos consideran esencial para la estabilización de la economía, aun cuando en

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realidad se trate ya de una consecuencia del desbarajuste interior en la economía capitalista de mercado. La teoría monetarista está concebida totalmente con miras hacia un incremento permanente de la cantidad de dinero y del potencial de producción. La posibilidad de una economía sin crecimiento no cabe dentro de su alcance teórico. No está en situación de especificar las condiciones de estabilidad para tal contingencia. Los objetivos planteados anualmente en cuanto a la ampliación de la “capa de dinero”, a la que debe “ajustarse” el crecimiento del potencial de producción, representan la expresión teórica más evidente de la presión ejercida por el capital monetario sobre el capital real a fin de promover el crecimiento de éste. Asimismo, la política de la demanda no es en el fondo otra cosa que el intento, también motivado por aspiraciones de crecimiento, de mejorar las condiciones económicas globales en beneficio del crecimiento proporcionado del capital real; así como para lograr, recurriendo entre otros medios a una llamada “ política salarial razonable”, que la oferta de dinero adquiere renovadas perspectivas de un “servicio adecuado ” por el trabajo y que, de acuerdo con esta expectativa, resurja espontáneamente en cuanto demanda eficaz. Se trata exactamente de lo contrario, por lo tanto, de la reglamentación orgánica estatal necesaria para la regulación automática del mercado, misma que garantizaría la disponibilidad del dinero para los trabajadores como medio de trueque eficaz y neutral. Exagerando un poco es posible decir, pues, que la política de la demanda es una política capitalista de intereses encubierta con la clasificación “economía de mercado”.

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La aportación de Gesell al desarrollo futuro de una teoría económica base Esta breve mirada retrospectiva a la historia dogmática y económica probablemente no haya planteado informaciones nuevas en esencia, puesto que los hechos como tales son conocidos. Es posible que resulte inusitada, sin embargo, la interpretación que desde el punto de vista de Silvio Gesell hemos hecho de los nexos casuales, así como la propuesta original de Gesell para superar las contradicciones sociales y políticas y para crear un orden económico estable. La cuestión ecológica no tenía aún importancia en esos tiempos, pero es posible ampliar las deliberaciones de Gesell para abarcar la misma. De la anterior ojeada retrospectiva sobre las tres grandes eras de la economía moderna ya se desprende que Gesell consideraba como la causa más profunda de las contradicciones sociales y políticas así como de la inestabilidad económica al poderío de la moneda, que restringía la competencia económica de mercado. No atribuía la degeneración de la economía de mercado en el capitalismo de “laisser faire” al propio mercado (en términos ecológicos el principio, constituido por toda la naturaleza, de la autorregulación descentralizada de un sistema entrelazado de circuitos reguladores), al contrario de como antes de él lo había hecho Marx. Era completamente ajena a él la idea de suprimir otra vez el mercado para reemplazarlo con una planificación estatal central. Gesell pretendía crear, más bien, una reglamentación orgánica estatal más consecuente que la propuesta por Friedman y que superaba el poder de la moneda sobre el mercado asegurando en todo momento su disponibilidad como demanda particular. Dicha reglamentación orgánica, de acuerdo con esta línea de pensamiento, debía garantizar que la

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moneda estuviera al servicio de la economía en calidad de medio de trueque realmente neutral, y que como tal no ejerciera ya un influjo autónomo sobre la asignación de los recursos, la distribución de los ingresos y de los bienes ni sobre la dinámica del desarrollo económico. Al eliminar el defecto monetario de la economía de mercado, Gesell quería crear las condiciones necesarias para el desarrollo pleno de las hasta entonces restringidas fuerzas espontáneas de regulación y curación del mercado. A manera de contraste con la doctrina del “laissez faire” indudablemente se requiere, por lo tanto, la acción estatal, pero no en el sentido de compensar las mermas en la demanda privada por medio de una demanda estatal sustitutiva, ni mucho menos en el sentido del encauzamiento estatal directo de las inversiones. El estado debe crear, más bien, una reglamentación orgánica en torno al orden monetario como su punto central, un orden monetario que por un lado respete la libertad de decisión empresarial, pero que garantice indirectamente que no se prescindirá de la inversión real del capital monetario disponible debido a razones de rentabilidad. Como es sabido, en el sexto apartado del capítulo XXIII de su Teoría general Keynes se ocupa de Gesell calificando su base conceptual como un “ socialismo antimarxista“, lo cual señala su trascendencia potencial como una alternativa del capitalismo y del comunismo que zanje las contradicciones entre Occidente y el bloque socialista. De igual manera sería posible clasificar la concepción de Gesell como “liberalismo anticapitalista”; y una economía estructurada en forma correspondiente, como una “economía poscapitalista de mercado“. Dicha caracterización alude principalmente a su papel como alternativa de las doctrinas predominantes en Occidente, el poskeynesianismo y el monetarismo. De hecho es posible que en el sentido de las deliberaciones aquí

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expuestas surjan posibilidades para vencer el cisma entre la teoría neoclásica, de fundamentos microeconómicos, y el poskeynesianismo, de fundamentos macroeconómicos. El análisis hecho por Gesell sobre el poderío de la moneda sin duda presenta todavía algunos puntos débiles, lo cual posiblemente pueda atribuirse a la época de su creación. Bajo la impresión del patrón oro entonces vigente fundamentó su argumentación en la superioridad material de la moneda apoyada por el oro, por encima de los bienes perecederos por naturaleza. De esta manera su análisis quedó incompleto y no pudo desarrollar una mayor fuerza de convicción. Apenas en tiempos muy recientes el profesor Dieter Suhr lo ha ampliado para abarcar deliberaciones relacionadas con la teoría de la liquidez, colocándolo así sobre un fundamento más sólido. A causa de algunos “notorios defectos en su argumentación" -según escribiera Keynes sobre Gesell y sus pensamientos- ”me resultó totalmente imposible descubrir sus méritos“. Sólo después de haber elaborado su propio concepto acerca de la intervención del Estado, Keynes reconoció la trascendencia de los “afanes extremadamente originales" de Gesell, aunque dicho juicio no lo incitara a corregir su propio derrotero económico-político. El hecho no pasó, pues, de la admisión de Keynes de que la obra de Gesell, pese a sus defectos analíticos, estaba “lo bastante desarrollada para llevar a una conclusión práctica que posiblemente contenga el núcleo de lo que es necesario“. Dicha “conclusión práctica" consiste en la consideración de sustraer a la moneda su poderío basado en las ventajas de liquidez, gravándola con los llamados “derechos de retención” en caso de verse anulada la oferta de capital. La ventaja de liquidez que hasta la fecha conserva la moneda frente al trabajo humano y respecto a los bienes de todo tipo, se vería de este modo neutralizada por una desventaja de liquidez. En esta

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forma la moneda, sobre todo en su calidad de capital monetario, es motivada a participar en el mercado como demanda eficaz (de bienes de inversión), aunque una tendencia descendente o, en un caso extremo, acercándose a cero, del rendimiento marginal del capital real no le proporcione ya un “servicio adecuado“. En el pasado el capital monetario se retiraba de la inversión real en cuanto su servicio ascendía aproximadamente a menos del 3%. Tras la introducción de los derechos de retención sobre la moneda sería posible mantener cerrado el ciclo económico también en dicho caso, lo cual significaría un paulatino descenso hacia cero del rendimiento marginal del capital real y de los intereses comerciales, así como la conversión de la economía capitalista de mercado a una economía poscapitalista de mercado. Tal desarrollo provocaría diversas repercusiones deseables. Las fuerzas espontáneas de regulación y curación del mercado, que hasta la actualidad han quedado anuladas en el tope inferior de intereses, de 3% aproximadamente, por la retirada del capital del mercado monetario, podrán imponerse también debajo de dicho tope. No se suprimirán los intereses, sino que observarán cierto margen de oscilación alrededor de cero como el centro de equilibrio, y como indicadores de escasez se encargarán del encauzamiento óptimo de las corrientes de capital monetario hacia una inversión adecuada a la demanda. La conservación de esta función directiva por parte de los intereses no requiere aproximadamente un tipo mínimo de 3%, sino tan sólo el dinamismo en el movimiento de los intereses. En estas circunstancias la moneda se vuelve un medio de trueque efectivamente neutral en cuanto a su asignación, el cual concilia un intercambio justo de servicios y contraprestaciones en los distintos mercados. Puesto que las desviaciones positivas y negativas del

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interés desde cero se anulan mutuamente, la moneda asume un carácter neutral también en cuanto a su distribución; es decir, las desigualdades existentes de ingresos y de bienes no pueden seguir aumentando. Con ello se establece una condición elemental para el dominio y la reducción de las contradicciones sociales. Tal abaratamiento de los créditos resultaría, asimismo, en una oportunidad para que muchos de los hasta la fecha empleados dependientes o parados pudieran fundar empresas independientes, de manera que la introducción de los derechos de retención sobre la moneda también favorecería la descentralización empresarial. No conduce forzosamente, por cierto, a la disolución de todas las estructuras de poder de la economía privada; para ello se requiere medidas laterales adicionales, que todavía falta concebir. Esta economía poscapitalista de mercado, descrita sólo someramente en el presente texto, promete ser un orden estable también respecto a la situación del empleo y al poder adquisitivo de la moneda. Con un tipo de interés equilibrado del 0% y bajo la presión de los derechos de retención sobre la moneda, la totalidad de los ahorros afluye nuevamente a la inversión, de modo que no puede haber más estancamiento del mercado ni paros forzosos. Así se cumplen las condiciones para el teorema de Say: la oferta y la demanda mantienen, tanto en los mercados individuales como en el conjunto de ellos, un permanente equilibrio con una ocupación total. Este equilibrio es estable no sólo desde los puntos de vista macroeconómicos, sino también en lo referente a los factores microeconómicos. Una vez que la velocidad de circulación de la moneda no esté ya sujeta, como en la actualidad, a fluctuaciones imprevisibles, sino que se estabilice bajo la influencia de los derechos de retención sobre la moneda, los bancos centrales dispondrán de mayores posibilidades

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para acoplar la cantidad de dinero circulante al potencial de producción, evitando así cambios inflacionistas y deflacionistas en el poder adquisitivo de la moneda. En la medida en que se lleve a cabo la transición a tal economía poscapitalista de mercado se efectuará, además, una transición del crecimiento cuantitativo exponencial a un crecimiento cualitativo, produciéndose así una atenuación del conflicto entre la economía y la ecología. El tipo de interés descendente, estabilizado cerca de cero, hace posible asimismo, a saber, que se domine y reduzca el impulso destructor hacia el crecimiento exponencial sin trabas del capital monetario y consecuentemente también del capital real. El dinero adquiere en última instancia, pues, neutralidad en cuanto al crecimiento. Los derechos de retención sobre la moneda hacen posible la estabilización de la economía con un rendimiento marginal descendente del capital real, incluso sin impulsos al crecimiento por medios poskeynesianos o relacionados con la política de la oferta. Refuerzan, más bien, la tendencia a la limitación espontánea del crecimiento cuantitativo que se ha manifestado en las crisis económicas producidas hasta la actualidad. Al impedir la retirada del capital monetario de la demanda, logran simultáneamente que los ahorros, tras satisfacción de algunos y finalmente de varios mercados de bienes de inversión, afluyan a los sectores social y cultural y provoquen un crecimiento cualitativo ahí donde hasta la fecha han faltado por razones de rentabilidad. No obstante, también a este respecto es indispensable tomar medidas adicionales, como por ejemplo disposiciones dirigidas a proteger el medio ambiente que a la vez guarden conformidad con el mercado.

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En una economía poscapitalista de mercado con moneda neutral en cuanto al crecimiento, el impulso al crecimiento o a la contracción puede derivar sólo de los deseos del hombre y ya no de los intereses del capital monetario. Y debido a la condición de que la oferta de dinero puesta en circulación lo haga en su totalidad como demanda efectiva, la economía puede ser estabilizada por medio de adaptaciones correspondientes en la oferta de dinero independientemente de su medida de crecimiento. Por último, el descenso del tipo de interés y del rendimiento marginal del capital real requiere también decisiones políticas complementarias que impidan la evasión del capital monetario del sector de la producción civil hacia la producción de artículos de armamento.

* Todas las repercusiones positivas de los derechos de retención sobre la moneda que aquí tocamos sólo someramente, no son realizables, sin embargo, en la forma originalmente sugerida por Gesell (fijar en los billetes de banco timbres o sellos de pago obligado). Estos métodos no son practicables. En este sentido era justificado que Keynes agregara a su aprobación de los derechos de retención la siguiente reserva: “La idea que deriva en el dinero sellado es sana,...si bien no se puede realizar de la manera propuesta“. Entre tanto, los discípulos de Gesell han desarrollado mejores métodos para llevar esta “idea sana" a la realidad. Hace algún tiempo ellos prefieren el llamado “dinero en serie”, lo cual no excluye, sin embargo, que en la práctica pueda descubrirse una forma todavía mejor para recaudar los derechos de retención sobre la moneda. No pasaremos por alto, finalmente, el temor de Gesell a que como consecuencia de tal modificación de la moneda se produjera el fenómeno característico de los

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períodos de inflación de una fuga hacia los valores materiales, sobre todo los bienes raíces. A fin de impedir toda especulación con la tierra, sugirió que la comunidad volviera paulatinamente a comprarla a los particulares y que la cediera en enfiteusis contra la mejor oferta a quienes estuvieran dispuestos a cultivarla. También a este respecto cabe buscar alternativas para la realización de una idea en sí “sana”. Además, se requiere una solución no sólo para el problema de la especulación con la superficie, sino también al problema de la explotación abusiva de las riquezas del subsuelo.

* Está fuera de toda duda que el orden de las ideas de Silvio Gesell, brevemente resumido aquí, deja pendientes numerosas cuestiones a las que todavía no han respondido Gesell ni sus discípulos. No es esto razón, sin embargo, para prescindir de un análisis más detenido de sus ideas y volver a los pisados caminos del pensamiento neoclásico o poskeynesiano, sino un reto a la investigación especializada. A ésta corresponde aclarar si las preguntas pendientes pueden ser contestadas con base en los planteamientos de Gesell. Las declaraciones aprobatorias sobre la teoría de Gesell por parte de economistas de relieve que presentamos a continuación, confirman la presunción de que en sus conceptos posiblemente se halle el germen de una nueva teoría económica base. Dicha suposición justifica la entrega de las autoridades científicas para primeramente verter las reflexiones de Gesell a la terminología especializada moderna, enlazarlas con el estado actual del desarrollo teórico, y elaborar con ellas, finalmente, una plataforma sobre la que pueda procederse también a solucionar los muchos detalles problemáticos que no tocamos aquí.

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Apéndice “Gesell ha creado conceptos originales en el campo de las ciencias de la economía y sociales pese a ser autodidacta (¿o debido a ello?). Precisamente por no tratarse de un teórico que haya cursado una escuela económica formal, hay que valorar más en alto sus logros. Los escritos de Gesell contienen muchos aspectos científicamente valiosos y fértiles, que no volverán a desaparecer del cuerpo de la teoría monetaria.” - Dr. Oskar Stillich, economista en la Universidad Humboldt de Berlín, en Das Freigeld -eine Kritik, Berlín, 1923, pp. 6-8. “La libremoneda pudiera ser el mejor regulador de la velocidad de circulación del dinero, la cual es el factor más desconcertante para la estabilización del nivel de precios. Al aplicarse correctamente de hecho podría ayudarnos a salir de la crisis en un plazo de pocas semanas... Soy un humilde discípulo del comerciante Gesell." - Prof. Dr. Irving Fisher, economista en la Universidad de Yale, New Haven, E.U.A., en Stamp Scrip, Nueva York, 1933, p. 67, y en Mail and Empire, Toronto, del 21.11.1932. “La obra más importante de Gesell está escrita con un lenguaje científico y frío, aunque en su totalidad se vea inundada con una entrega más fervorosa y encendida a la justicia social de lo que algunos juzgan conveniente para un erudito. ... Opino que el futuro sacará mayor provecho del espíritu de Gesell que del marxista." - Prof. Dr. John Maynard Keynes, economista en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, en “General Theory on Employment, Interest and Money“, Berlín, 1936, p. 300. “La postura de Gesell es a la vez anticlásica y antimarxista. ... La unicidad de la investigación teórica de Gesell se debe a su actitud ante la reforma social. Sólo al tomar en consideración su perspectiva general como reformador se llega a comprender su teoría. ... En lo referente a algunos puntos importantes el desarrollo de su análisis muestra aún ser incompleto, pero en términos generales su planteamiento no admite mejoría." - Prof. Dr. Dudley Dillard, economista en la Universidad de Maryland, E.U.A, en “Gesell’s Monetary Theory of Social Reform“, American Economic Review (AER), vol. 32 (1942), p. 348.

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“Ante todo deseamos hacer constar aquí nuestra más alta estima para los pioneros como Proudhon, Walras y Silvio Gesell, quienes lograron la magna conciliación del individualismo y del colectivismo sobre la que estriba el orden económico al que nosotros aspiramos.“ - Prof. Dr. Maurice Allais, economista en la Universidad de París, Francia, en Économie et Intérét, París, 1947, p. 613. “La ciencia de la economía debe a Silvio Gesell adelantos profundos respecto a la naturaleza de la moneda y del interés, pero Gesell siempre ha sido considerado como un excéntrico por parte del gremio económico. No era profesor, hecho que ya resulta sospechoso. ... Decisivo es que las ideas fundamentales de Silvio Gesell, las ideas de un orden económico-político, sean acertadas y ejemplares. De importancia también ejemplar es que para él la creación de un orden monetario capaz de funcionar haya sido el ‘nervus rerum’ de un orden económico y social practicable.” - Prof. Dr. Joachim Starbatty, economista en la Universidad de Tubinga, en “Eine kritische Würdigung der Geldordnung in Silvio Gesells utopischem Barataria (Billigland)”, Fragen der Freiheit, Año 21 (1977), número 129, pp. 6 y 30s. “Silvio Gesell sabía escribir en forma clara e inteligible, don del que en su mayoría carecen los meros teóricos y reformadores e incluso muchos prácticos en la actualidad. El orden económico natural merece ser leído aún hoy día. ... Gesell desarrolló concepciones geniales y fue olvidado, en tanto que sus coetáneos menos geniales... deslumbraron a varias generaciones antes de que también en estos casos se impusiera la impresión de una falsificación de las ideas.” - Prof. Dr. Oswald Hahn, economista en la Universidad de Erlangen-Nuremberg, en “In memoriam Silvio Gesell“, Zeitschrift für das gesamte Kreditwesen, Año 33 (1980), número 6, p. 5. “Gesell es un ‘outsider’ juicioso... quien se... ha ocupado en forma muy original con la moneda y el interés, con el derecho al producto total del trabajo y con sugerencias para la corrección. ... Sus concepciones respecto a esta problemática y acerca de los recursos funcionalmente aptos para las situaciones de crisis de aquel entonces, merecen una consideración también con miras a la mejoría fundamental del acontecer monetario en general." - Prof. Dr. Dieter Suhr (+), jurista en la Universidad de Augsburgo, en Geld ohne Mehrwert -Entlastung der Marktwirtschaft von monetären Transaktionskosten, Frankfurt, 1983, pp. 17 y 51.

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“Gesell es el fundador de la ‘teoría de una economía libre’, un economista ‘outsider’ quien no obstante fue reconocido en cierta forma como antecesor por Keynes. Por lo tanto aún hoy en día se le interpreta sobre todo como keynesiano, es más, como una suerte de ‘hiperkeynesiano’: como el representante de una escuela que en beneficio de la evasión de las crisis propaga un interés (nominal) lo más bajo posible. Pero Gesell también comprendió que el problema de la crisis no puede ser solucionado tan sólo mediante la reducción de los tipos de interés. ... Gesell señala, por lo tanto, la necesidad de introducir, como medida correlativa a la introducción de la ‘libremoneda’.... la ‘libretierra’... La obra más importante de Gesell en consecuencia se titula “Un orden económico natural mediante libretierra (!) y libremoneda". Así hace constar que nunca debe perderse de vista el aspecto real de la economía -o sea, la demanda de tierra o de los recursos-, aunque la importancia primaria sea atribuida a los factores monetarios. Esto fue comprendido con mayor claridad por Gesell que por Keynes." - Prof. Dr. Hans C. Binswanger, economista en la Escuela Superior para Ciencias Económicas y Sociales (Academia), St. Gallen, Suiza, en Arbeit ohne Umweltzerstörung - Strategien einer neuen Wirtschaftspolitik, Frankfurt, 1983, pp. 246-248. Nota: desde la publicación de este documento, hace más de 23 años, el tema de la “libre-economía” ha conocido un importante desarrollo, sobre todo en los países de habla alemana, gracias al cual muchas de las preguntas pendientes han encontrado respuestas viables. Lamentablemente, como en otros muchos temas que hieren intereses creados y lógicas de poder, su conocimiento ha estado restringido para la mayoría de los ciudadanos “corrientes”. Los siguientes sitios de Internet concentran la mayor parte de la información relevante al respecto: - www.inwo.de (Iniciativa para un Orden Económico Natural) - www.geldreform.de (Reforma monetaria) - www.dineroneutral.org - www.cgw.de (Cristianos por un Orden Económico Justo)

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LA CARTA DEL INDIO (1)

“El gran Jefe de Washington ha mandado hacernos saber que quiere comprarnos las tierras, junto con palabras de buena voluntad. Mucho agradecemos este detalle, porque de sobra conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar el ofrecimiento, porque también sabemos de sobra que si no lo hiciéramos los rostros pálidos nos arrebatarían las tierras con armas de fuego. ¿Pero como podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? ... Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros, ¿cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, la hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos, son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos tendríais que recordar que son sagradas y así recordárselo a vuestros hijos. También los ríos son nuestros hermanos porque nos liberan de la sed,

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arrastran nuestras canoas y nos procuran los peces, además cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Sí, gran jefe de Washington, los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y que también lo son suyos, y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano. Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser, tanto le da un trozo de tierra que otro, porque no la ve como hermana, sino como enemiga, cuando ya la ha hecho suya la desprecia y sigue caminando, deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos y tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos, son olvidados. Trata a su madre la tierra, y a su hermano el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devora la tierra, dejando detrás solo un desierto. No lo puedo entender, vuestras ciudades hieren los ojos del hombre piel roja. Quizás sea porque somos salvajes y no podemos comprenderlo. No hay un sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto. Quizás es porque soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído, y yo me pregunto: ¿Que clase de vida tiene el hombre que

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no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la charca?. Soy un piel roja y no lo puedo entender. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aroma de pinos. Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por la pradera, entonces todavía estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo, porque nosotros amamos nuestra tierra como ama el niño los latidos del corazón de su madre. Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendría que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto millares de búfalos pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo, al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué puede hacer el hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que les pasa a los animales, muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurre a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra, si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. De una cosa estamos bien seguros. La tierra no pertenece al hombre, es el hombre quien pertenece a la tierra. Todo va enlazado, el hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo. Lo que hace con la trama, se lo

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hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa, que quizás el hombre blanco descubra algún día: Nuestro Dios es el mismo Dios. Vosotros podéis pensar ahora que él os pertenece, lo mismo que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan, pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su compasión alcanza por igual al piel roja y al hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña, se provoca la ira del Creador. También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida, sólo es uno de esos hilos y está tentando la desgracia si osa romper esa red. Todo está ligado entre sí, como la sangre de una misma familia. Si ensuciáis vuestro lecho cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos, pero vosotros caminaréis hacia la destrucción rodeados de gloria y espoleados por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra y que, por algún designio especial, os dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines. ¿Dónde está el bosque espeso? ... Desapareció. ¿Dónde está el águila? ... Desapareció. Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.”

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(1) Carta dirigida por el Jefe indio Seattle, Gran Jefe de los

Suwamish, al XIVº presidente de los EE.UU., Franklin Pierce.

Pronunció este discurso ante Isaac Stephens, Gobernador del

Territorio de Washington, en 1855, y no se publicó hasta 1887, treinta

y dos años después.

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DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS (1)

PREÁMBULO

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;

Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;

Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;

Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones;

Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad;

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Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y

Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso;

LA ASAMBLEA GENERAL proclama la presente DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.

Artículo 1.

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

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Artículo 2.

Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.

Artículo 3.

Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Artículo 4.

Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.

Artículo 5.

Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

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Artículo 6.

Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.

Artículo 7.

Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.

Artículo 8.

Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo ante los tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley.

Artículo 9.

Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.

Artículo 10.

Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.

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Artículo 11.

1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.

2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos según el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito.

Artículo 12.

Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.

Artículo 13.

1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.

2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.

Artículo 14.

1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.

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2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Artículo 15.

1. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad.

2. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad.

Artículo 16.

1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.

2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.

3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.

Artículo 17.

1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.

2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.

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Artículo 18.

Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Artículo 19.

Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Artículo 20.

1. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas.

2. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación.

Artículo 21.

1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.

2. Toda persona tiene el derecho de accceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.

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3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.

Artículo 22.

Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.

Artículo 23.

1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.

2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.

3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.

4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.

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Artículo 24.

Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.

Artículo 25.

1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.

2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.

Artículo 26.

1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.

2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el

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fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.

3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.

Artículo 27.

1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.

2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.

Artículo 28.

Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.

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Artículo 29.

1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.

2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática.

3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Artículo 30.

Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.

(1) Documento aprobado por la Asamblea General de la ONU

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Declaración del Parlamento de las Religiones - Ethos Mundial Chicago, 4 de septiembre 1993 Introducción [Este texto, titulado aquí “introducción”, fue compuesto por un comité de redacción del consejo del Parlamento de las Religiones del Mundo en Chicago, en septiembre de 1993. Pretende ser un resumen breve de la declaración con fines periodísticos y para ser leído en público. El 4 de septiembre de 1993, en la solemne asamblea final en el Grant Park de Chicago se dio lectura pública a este texto, lectura que fue interrumpida varias veces por el aplauso espontáneo de los miles de asistentes.]

El mundo está en agonía. Esta agonía es tan penetrante y angustiante que nos sentimos desafiados de nombrarla en sus manifestaciones, de tal manera que se haga patente la hondura de nuestra preocupación. - La paz se nos escurre entre las manos.

- El planeta es destruido.

- Vecinos viven angustiados.

- Mujeres y varones son ajenos unos a otros.

- Niños mueren.

¡Todo eso es horrible! Condenamos el abuso del eco-sistema de la tierra.

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Condenamos la pobreza que acorta vidas, el hambre que debilita el cuerpo humano, las desigualdades económicas que arruinan a tantas familias. Condenamos el desorden social en las naciones, el desprecio de la justicia que margina a las personas, la anarquía que se expande en nuestras comunidades, la muerte sin sentido de niños por la violencia. Sobre todo condenamos la agresión y el odio en nombre de la Religión. Esta agonía no es forzosa ni necesaria. No es forzosa porque los fundamentos de un “ethos” ya existen. Este “ethos” ofrece la posibilidad de un mejor orden individual y global y saca a las personas de la desesperación y a las sociedades del caos. Somos mujeres y hombres que se confiesan comprometidos con los mandamientos y prácticas de las Religiones del mundo. Afirmamos que en las doctrinas de estas Religiones hay un fondo común de valores fundamentales que puede ser la base de una ética mundial. Afirmamos que esta verdad ya es conocida, pero que falta asumirla con el corazón y la acción. Afirmamos que hay normas claras y absolutas para todos los ámbitos de la vida, para las familias y las comunidades, las razas, naciones y las Religiones. Hay normas y orientaciones desde tiempos inmemoriales en las doctrinas de las Religiones del mundo que son la condición para un orden mundial duradero.

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Declaramos: - Vivimos en interdependencia. Cada uno de nosotros depende del bienestar del conjunto. Por esto respetamos las comunidades de todos los seres vivos: humanos, animales y plantas, y tenemos cuidado en la conservación de la tierra, el aire, el agua y el suelo. - Somos individualmente responsables de todo lo que hacemos, de todas nuestras decisiones, acciones y omisiones y de sus consecuencias. - Debemos tratar a otros como queremos ser tratados. Nos comprometemos a respetar la vida y la dignidad, la individualidad y la diferencia, de tal manera que cada persona - sin excepción – sea tratada en forma humana. Debemos aprender y ejercitarnos en paciencia y aceptación mutua. - Debemos ser capaces de perdonar aprendiendo del pasado sin permitir nunca que nos transformemos en prisioneros de la memoria del odio. Abriendo nuestros corazones unos con otros debemos sepultar las discordias mezquinas para el bien de una comunidad mundial y practicar de esta manera una cultura de la solidaridad y de la reciprocidad. - Consideramos a la humanidad como nuestra familia. Nos esforzamos por ser amables y generosos. No debemos vivir sólo para nosotros mismos, debemos servir a otros y nunca olvidarnos de los niños y ancianos, de los que sufren, de los minusválidos, de los migrantes y fugitivos y de los solitarios. Nadie debe ser ciudadano de segunda clase o ser tratado así. - Buscamos la igualdad en la convivencia de varón y mujer. No debemos cometer inmoralidad sexual. Debemos superar todas las formas de dominación y de abuso.

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- Nos comprometemos con una cultura de la no-violencia, del respeto, de la justicia y de la paz. No dominaremos ni oprimiremos a ninguna persona, ni haremos daño, ni torturaremos ni menos mataremos. - Renunciaremos a la violencia como medio de solucionar problemas y superar diferencias. - Debemos buscar un justo orden social y económico que permita a cada persona vivir en igualdad de posibilidades y desarrollar sus potencialidades. - Debemos hablar y actuar con verdad y con compasión, debemos evitar prejuicios y odio. No debemos hurtar. Debemos superar el ansia de poder, de prestigio, de dinero y consumo, para crear así un mundo justo y en paz. - No es posible cambiar el mundo hacia un mundo mejor si antes no se produce un cambio en la conciencia de cada uno. - Prometemos ser más atentos mediante la disciplina de nuestro espíritu en la meditación, la oración, el pensar positivo. - Sin riesgo y sin renuncia no puede haber cambios fundamentales en nuestra situación. Por eso nos comprometemos con este “Ethos Mundial”, queremos ser comprensivos, queremos adoptar formas de vida sustentable para la convivencia social, para la promoción de la paz y para la naturaleza. Invitamos a todos los seres humanos, religiosos o no (creyentes o no) a hacer lo mismo. Firman representantes de 15 religiones y cosmovisiones

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LA CARTA DE LA TIERRA (1) P R E Á M B U L O Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante, debemos reconocer que en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras. La Tierra, nuestro hogar La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo. La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las fuerzas de la naturaleza promueven a que la existencia sea una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas

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puras y aire limpio. El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos. La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado. La situación global Los patrones dominantes de producción y consumo están causando devastación ambiental, agotamiento de recursos y una extinción masiva de especies. Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables. Los retos venideros La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida. Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más. Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios para proveer a todos y para reducir nuestros impactos sobre el medio ambiente. El surgimiento de una

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sociedad civil global, está creando nuevas oportunidades para construir un mundo democrático y humanitario. Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están interrelacionados y juntos podemos proponer y concretar soluciones comprensivas. Responsabilidad Universal Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales. Somos ciudadanos de diferentes naciones y de un solo mundo al mismo tiempo, en donde los ámbitos local y global, se encuentran estrechamente vinculados. Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud. El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza. Necesitamos urgentemente una visión compartida sobre los valores básicos que brinden un fundamento ético para la comunidad mundial emergente. Por lo tanto, juntos y con una gran esperanza, afirmamos los siguientes principios interdependientes, para una forma de vida sostenible, como un fundamento común mediante el cual se deberá guiar y valorar la conducta de las personas, organizaciones, empresas, gobiernos e instituciones transnacionales.

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P R I N C I P I O S I . RESPETO Y CUIDADO DE LA COMUNIDAD DE LA VIDA 1. Respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad a. Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida independientemente de su utilidad, tiene valor para los seres humanos. b. Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los seres humanos y en el potencial intelectual, artístico, ético y espiritual de la humanidad. 2. Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor. a. Aceptar que el derecho a poseer, administrar y utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber de prevenir daños ambientales y proteger los derechos de las personas. b. Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común. 3. Construir sociedades democráticas que sean justas, participativas, sostenibles y pacíficas a. Asegurar que las comunidades, a todo nivel, garanticen los derechos humanos y las libertades

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fundamentales y brinden a todos la oportunidad de desarrollar su pleno potencial. b. Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable. 4. Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras. a. Reconocer que la libertad de acción de cada generación se encuentra condicionada por las necesidades de las generaciones futuras. b. Transmitir a las futuras generaciones valores, tradiciones e instituciones, que apoyen la prosperidad a largo plazo, de las comunidades humanas y ecológicas de la Tierra. Para poder realizar estos cuatro compromisos generales, es necesario: I I . INTEGRIDAD ECOLÓGICA 5. Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la Tierra, con especial preocupación por la diversidad biológica y los procesos naturales que sustentan la vida. a. Adoptar, a todo nivel, planes de desarrollo sostenible y regulaciones que permitan incluir la conservación y la rehabilitación ambientales, como parte integral de todas las iniciativas de desarrollo.

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b. Establecer y salvaguardar reservas viables para la naturaleza y la biosfera, incluyendo tierras silvestres y áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los sistemas de soporte a la vida de la Tierra, para mantener la biodiversidad y preservar nuestra herencia natural. c. Promover la recuperación de especies y ecosistemas en peligro. d. Controlar y erradicar los organismos exógenos o genéticamente modificados, que sean dañinos para las especies autóctonas y el medio ambiente; y además, prevenir la introducción de tales organismos dañinos. e. Manejar el uso de recursos renovables como el agua, la tierra, los productos forestales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas. f. Manejar la extracción y el uso de los recursos no renovables, tales como minerales y combustibles fósiles, de forma que se minimice su agotamiento y no se causen serios daños ambientales. 6. Evitar dañar como el mejor método de protección ambiental y cuando el conocimiento sea limitado, proceder con precaución. a. Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños ambientales graves o irreversibles, aun cuando el conocimiento científico sea incompleto o inconcluso. b. Imponer las pruebas respectivas y hacer que las partes responsables asuman las consecuencias de reparar el daño ambiental, principalmente para quienes argumenten que una actividad propuesta no causará ningún daño significativo. c. Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo término, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas.

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d. Prevenir la contaminación de cualquier parte del medio ambiente y no permitir la acumulación de sustancias radioactivas, tóxicas u otras sustancias peligrosas. e. Evitar actividades militares que dañen el medio ambiente. 7. Adoptar patrones de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario. a. Reducir, reutilizar y reciclar los materiales usados en los sistemas de producción y consumo y asegurar que los desechos residuales puedan ser asimilados por los sistemas ecológicos. b. Actuar con moderación y eficiencia al utilizar energía y tratar de depender cada vez más de los recursos de energía renovables, tales como la solar y eólica. c. Promover el desarrollo, la adopción y la transferencia equitativa de tecnologías ambientalmente sanas. d. Internalizar los costos ambientales y sociales totales de bienes y servicios en su precio de venta y posibilitar que los consumidores puedan identificar productos que cumplan con las más altas normas sociales y ambientales. e. Asegurar el acceso universal al cuidado de la salud que fomente la salud reproductiva y la reproducción responsable. f. Adoptar formas de vida que pongan énfasis en la calidad de vida y en la suficiencia material en un mundo finito.

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8. Impulsar el estudio de la sostenibilidad ecológica y promover el intercambio abierto y la extensa aplicación del conocimiento adquirido. a. Apoyar la cooperación internacional científica y técnica sobre sostenibilidad, con especial atención a las necesidades de las naciones en desarrollo. b. Reconocer y preservar el conocimiento tradicional y la sabiduría espiritual en todas las culturas que contribuyen a la protección ambiental y al bienestar humano. c. Asegurar que la información de vital importancia para la salud humana y la protección ambiental, incluyendo la información genética, esté disponible en el dominio público. I I I . JUSTICIA SOCIAL Y ECONÓMICA 9. Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental. a. Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos. b. Habilitar a todos los seres humanos con la educación y con los recursos requeridos para que alcancen un modo de vida sostenible y proveer la seguridad social y las redes de apoyo requeridos para quienes no puedan mantenerse por sí mismos. c. Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el

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desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones. 10. Asegurar que las actividades e instituciones económicas, a todo nivel, promuevan el desarrollo humano de forma equitativa y sostenible. a. Promover la distribución equitativa de la riqueza dentro de las naciones y entre ellas. b. Intensificar los recursos intelectuales, financieros, técnicos y sociales de las naciones en desarrollo y liberarlas de onerosas deudas internacionales. c. Asegurar que todo comercio apoye el uso sostenible de los recursos, la protección ambiental y las normas laborales progresivas. d. Involucrar e informar a las corporaciones multinacionales y a los organismos financieros internacionales para que actúen transparentemente por el bien público y exigirles responsabilidad por las consecuencias de sus actividades. 11. Afirmar la igualdad y equidad de género como prerrequisitos para el desarrollo sostenible y asegurar el acceso universal a la educación, el cuidado de la salud y la oportunidad económica. a. Asegurar los derechos humanos de las mujeres y las niñas y terminar con toda la violencia contra ellas. b. Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias. c. Fortalecer las familias y garantizar la seguridad y la crianza amorosa de todos sus miembros.

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12. Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías. a. Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social. b. Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible. c. Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejerzan su papel esencial en la creación de sociedades sostenibles. d. Proteger y restaurar lugares de importancia que tengan un significado cultural y espiritual. IV. DEMOCRACIA, NO VIOLENCIA Y PAZ 13. Fortalecer las instituciones democráticas en todos los niveles y brindar transparencia y rendimiento de cuentas en la gobernabilidad, participación inclusiva en la toma de decisiones y acceso a la justicia. a. Sostener el derecho de todos a recibir información clara y oportuna sobre asuntos ambientales, al igual que sobre todos los planes y actividades de desarrollo que los pueda afectar o en los que tengan interés. b. Apoyar la sociedad civil local, regional y global y promover la participación significativa de todos los individuos y organizaciones interesados en la toma de decisiones.

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c. Proteger los derechos a la libertad de opinión, expresión, reunión pacífica, asociación y disensión. d. Instituir el acceso efectivo y eficiente de procedimientos administrativos y judiciales independientes, incluyendo las soluciones y compensaciones por daños ambientales y por la amenaza de tales daños. e. Eliminar la corrupción en todas las instituciones públicas y privadas. f. Fortalecer las comunidades locales, habilitándolas para que puedan cuidar sus propios ambientes y asignar la responsabilidad ambiental en aquellos niveles de gobierno en donde puedan llevarse a cabo de manera más efectiva. 14. Integrar en la educación formal y en el aprendizaje a lo largo de la vida, las habilidades, el conocimiento y los valores necesarios para un modo de vida sostenible. a. Brindar a todos, especialmente a los niños y los jóvenes, oportunidades educativas que les capaciten para contribuir activamente al desarrollo sostenible. b. Promover la contribución de las artes y de las humanidades, al igual que de las ciencias, para la educación sobre la sustentabilidad. c. Intensificar el papel de los medios masivos de comunicación en la toma de conciencia sobre los retos ecológicos y sociales. d. Reconocer la importancia de la educación moral y espiritual para una vida sostenible.

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15. Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración. a. Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades humanas y protegerlos del sufrimiento. b. Proteger a los animales salvajes de métodos de caza, trampa y pesca, que les causen un sufrimiento extremo, prolongado o evitable. c. Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la toma o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento. 16. Promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz. a. Alentar y apoyar la comprensión mutua, la solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos tanto dentro como entre las naciones. b. Implementar estrategias amplias y comprensivas para prevenir los conflictos violentos y utilizar la colaboración en la resolución de problemas para gestionar y resolver conflictos ambientales y otras disputas. c. Desmilitarizar los sistemas nacionales de seguridad al nivel de una postura de defensa no provocativa y emplear los recursos militares para fines pacíficos, incluyendo la restauración ecológica. d. Eliminar las armas nucleares, biológicas y tóxicas y otras armas de destrucción masiva. e. Asegurar que el uso del espacio orbital y exterior apoye y se comprometa con la protección ambiental y la paz. f. Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras

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culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte. EL CAMINO HACIA ADELANTE Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo. Tal renovación es la promesa de estos principios de la Carta de la Tierra. Para cumplir esta promesa, debemos comprometernos a adoptar y promover los valores y objetivos en ella expuestos. El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también de un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global. Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa y las diferentes culturas encontrarán sus propias formas para concretar lo establecido. Debemos profundizar y ampliar el diálogo global que generó la Carta de la Tierra, puesto que tenemos mucho que aprender en la búsqueda colaboradora de la verdad y la sabiduría. La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo. Todo individuo, familia, organización y comunidad, tiene un papel vital que cumplir. Las artes, las ciencias, las religiones, las instituciones educativas, los medios de comunicación, las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los

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gobiernos, están llamados a ofrecer un liderazgo creativo. La alianza entre gobiernos, sociedad civil y empresas, es esencial para la gobernabilidad efectiva. Con el objeto de construir una comunidad global sostenible, las naciones del mundo deben renovar su compromiso con las Naciones Unidas, cumplir con sus obligaciones bajo los acuerdos internacionales existentes y apoyar la implementación de los principios de la Carta de la Tierra, por medio de un instrumento internacional legalmente vinculante sobre medio ambiente y desarrollo. Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sustentabilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida. (1) Documento aprobado por la Asamblea General de la ONU