La fuerza de trabajo en el siglo XX. Viejas y nuevas discusiones Libro EDHASA - S. Torrado (2007)
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La fuerza de trabajo en el siglo XX. Viejas y nuevas discusiones
Javier Lindenboim
(en Susana Torrado (compil) Población y bienestar en la Argentina del primero al segundo Centenario;
Una historia social del siglo XX, Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2007)
Introducción
Como en otros ámbitos del funcionamiento de la sociedad argentina, el tránsito de la fuerza laboral del
primero al segundo centenario comprende instancias propias de su configuración inicial o fundacional,
otras nutridas de intensos conflictos, no pocas de transformaciones socio-políticas e ideológicas y todas
ellas imbricadas en las características y en la naturaleza de la conformación socio-productiva que explica
la participación económica de la población.
El abordaje empírico de la configuración y de los cambios registrados en tal participación
(abarcando tanto la cuantía de la fuerza laboral y sus componentes cuanto la retribución obtenida por ella
en el proceso productivo) requiere una apoyatura importante en materia informativa. Más adelante se
señalará esto con más detalle, pero anticipemos lo que no es estrictamente novedoso: a comienzos del
siglo XXI la República Argentina no dispone de un sistema estadístico abarcador, capaz de dar cuenta
temática y temporalmente de la evolución secular de las variables relevantes en la mayor parte de las
cuestiones que nos propongamos analizar.
Las series estadísticas sobre empleo, desempleo, producción, productividad, ingresos, calificación
de la fuerza laboral, y otros atributos del puesto de trabajo (categoría ocupacional, rama de actividad de la
unidad económica, etc.) o de la persona (edad, género, nivel educativo alcanzado, etc.) se pueden calificar
de insuficientes y/o escasamente aptos para tales propósitos. Las estadísticas ocupacionales, por caso,
cubren por lo común o bien ciertos momentos (los siete Censos Nacionales levantados entre 1914 y 2001,
inclusive), o bien sólo ciertos lapsos de manera relativamente continua (la Encuesta Permanente de
Hogares, que toma el último cuarto del siglo XX). Unas y otras, además, adolecen de no pocas diferencias
metodológicas (entre sí e internamente a cada una) a través del tiempo. Algo similar ocurre con la
información correspondiente a la medición de la actividad económica (producción, producto, valor
agregado o ingreso) y de la captación de ingresos monetarios por parte de los partícipes en el proceso
productivo (salarios, rentas, ganancia empresaria, ingresos por cuenta propia, etc.).
Lo indicado explica el motivo por el cual el lector no habrá de encontrar información similar para
cada uno de los subperíodos considerados en este capítulo. Tales lapsos, por otra parte, son esencialmente
similares a los considerados en el resto de esta obra.
En apretada síntesis habremos de transitar por las distintas estrategias de desarrollo que se suceden
a partir de la instancia agroexportadora vigente en el momento del primer centenario (en el que el sector
del trabajo asalariado iba configurando no sólo su identidad económica sino sus perfiles sindicales y
políticos, en el marco de un proceso de urbanización cuyo volumen ya superaba al mundo “rural”).
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Posteriormente, el agotamiento de ese modelo, hecho evidente a partir de la crisis de 1930, fue expresado
en un ambiguo proceso de sustitución de importaciones impulsado, en lo esencial, por los mismos
sectores dominantes que recuperaron el poder político con el golpe militar. Con ello se potenció al sector
asalariado dentro de la fuerza laboral y se inició el veloz aumento de los asalariados industriales. Hasta
entonces, la experiencia sindical y política de los trabajadores era rica y variada pero no estaba unificada
y fue objeto de las más variadas combinaciones de formas de represión, negociación y disuasión.
Con un contenido distinto, la estrategia sustitutiva continuó con las profundas transformaciones
políticas al término de la segunda posguerra, pero que en materia ocupacional implicaron vicisitudes
complejas: por una parte, un paulatino cambio en la composición del empleo asalariado debido a un fuerte
aumento del mismo fuera de la industria y por la otra, el fortalecimiento de la actividad industrial que, en
materia ocupacional, demostró un incremento predominantemente no asalariado en el sector
manufacturero.
La estrategia sustitutiva fue afectada por (y también dio origen a) las recurrentes irrupciones
golpistas. La evidencia de la ulterior limitación de aquella se encarna en la consecuente aparición del
desarrollismo, cuya orientación continuó más allá del gobierno frondicista. Es ese el marco de la
profundización de la concentración económica --liderada por el capital extranjero-- y la simultánea
consolidación de las estructuras sindicales dominantes, lejos de la tradición de la primera mitad del siglo
y no pocas veces acompañando las incursiones militares.
De tal manera, los gobiernos civiles terminan siendo “interregnos” (el radical en los sesenta; el
peronista en los setenta) cuyos desplazamientos preanunciaron los ataques al Estado del bienestar. Tales
ataques, iniciados poco antes del golpe militar y profundizados con él, dieron paso al estancamiento
económico y al retroceso político y social de los setenta, con lo que se dio pie a la instalación del
neoliberalismo, en especial en la última década del siglo XX.
En ese recorrido trataremos de apreciar tanto el volumen como los rasgos principales de la fuerza
laboral en cada una de aquellas instancias. Junto con eso, en la medida de lo factible, procuraremos dar
cuenta también de la peculiaridad de la apropiación de los ingresos resultante de la participación
económica correspondiente a la población argentina. Quedan fuera expresamente las cuestiones relativas
a la composición por género y a su dinámica.
En estrecha alusión al contenido podemos decir “manos a la obra”.1
1. Conceptos preliminares
Las recomendaciones internacionales procuran conciliar las pautas relativas a la mensura de la actividad
económica (desde la definición de sus contenidos hasta las formas de concretar su medición) con las
vinculadas con la participación económica de la población, esto es, en lo que hace a la definición de las
categorías de trabajo, empleo, desempleo, etc.
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El punto destacable aquí es que no se puede mirar la actividad económica fuera de la articulación
productiva de la sociedad; en el capitalismo esto no es otra cosa que el mercado de trabajo. Y, por tanto,
no es posible disociar la producción de la apropiación. Es éste el sustrato de la pretensión de analizar
prioritariamente el volumen de la fuerza laboral, sus características y su evolución pero sin omitir la
particularidad de la captura que ella puede hacer del resultado de la actividad productiva, esto es, de los
ingresos, en la medida que tales ingresos no son otra cosa que una de las maneras de mensurar aquella
actividad productiva.
Es en ese contexto que cobran relevancia los factores conocidos como de oferta y de demanda
laborales. Los primeros se alimentan de diversos contenidos desarrollados en diversas partes de este libro:
dinámica de crecimiento de la población, estructura de edades, características y dinámica de los
movimientos territoriales de la población. Esto es, algunos de los componentes demográficos principales
de incidencia en la configuración de la oferta laboral, junto con aspectos socioculturales y también
económicos como lo es la denominada disposición a participar económicamente.
El segundo gran componente de la configuración del mercado de trabajo, la demanda, presenta
matices más variados. En primer término, no existen dudas acerca de la necesidad de un umbral mínimo
de crecimiento económico para posibilitar un aumento de la dotación laboral. Pero el rendimiento
productivo de la mano de obra presenta un doble carácter en lo que a esto respecta. En efecto, el aumento
de la productividad del trabajo es al mismo tiempo, un requerimiento del capital para incrementar su
ganancia y una condición para que la sociedad pueda tener a su disposición una mayor y mejor dotación
de bienes y servicios. Dicho en otros términos, tanto el interés egoísta del empresario como la lógica
aspiración del colectivo social por ampliar la dotación de bienes a su disposición empujan hacia el
aumento de la capacidad productiva del trabajo.
El inconveniente asociado, como es obvio, es que de tal forma se requiere cada vez menos trabajo
vivo por unidad del bien en cuestión y ello puede generar una contradicción poco menos que insalvable.
La clave, empero, reside en la apropiación de tal aumento de la capacidad productiva del trabajo. En un
mundo simplificado entre capital y trabajo, puede decirse que el aumento de la productividad puede ir a
parar totalmente al capital (que parece ser la tendencia en las últimas décadas), o puede destinarse al
trabajo (lo cual entraría en conflicto con la motivación del propio capital) o, por último, puede
identificarse alguna zona que exprese la correlación de fuerzas de los sectores sociales en disputa. Dicho
de otro modo, el modo en que se dirime la pugna social marca, además, la continuidad misma de las
estructuras vigentes, sin olvidar que el proceso de acumulación precisa la ampliación de la demanda
agregada. Tal demanda ampliada requiere que la distribución del ingreso sea un factor expansivo lo cual
se asocia con el mantenimiento y ampliación de la demanda laboral.
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Como puede preverse, el recorrido del primero al segundo Centenario incluye la observación del
modo en que estos conflictos y contradicciones se fueron procesando, con sujeción a las restricciones
mencionadas.
2. El capitalismo (incipiente) del Centenario
El comienzo del siglo XX y --por consiguiente-- el arribo al primer Centenario de Argentina, se enmarca
en el fuerte proceso de inserción internacional de nuestra economía y de atracción de nutridos
contingentes migratorios. La expansión de la red ferroviaria favorecía notablemente la exportación de la
producción primaria pero, al mismo tiempo, se constituyó en uno de los mecanismos a través de los
cuales se fue dislocando la actividad económica de importantes núcleos poblacionales preexistentes,
como los del noroeste argentino.
A fines del siglo XIX ya se habían planteado opciones de crecimiento que, sin negar el modelo
vigente, impulsaban el fortalecimiento de las actividades de transformación por entonces más que
incipientes. En parte debido a ello y también a los cambios tecnológicos, se incrementaron ciertas
actividades como las vinculadas a las exportaciones de carne. Como la mayor parte de los sectores
industriales, éstas se localizaron en torno del área central que abarcaba no sólo partes de la Provincia de
Buenos Aires sino también fragmentos de las de Santa Fe y Entre Ríos.
Con la gestión de la generación del ochenta culminó la “ocupación” del territorio nacional. La
estrategia en nuestro país fue diferente de la que caracterizó al norte del continente americano. Aquí la
inmigración no encontró facilidades para radicarse a lo largo del extenso territorio nacional, a no ser que
ello se diera bajo la forma subordinada del arriendo o la mediería. En cierto modo ello aceleró el proceso
de crecimiento de la porción urbanizada de la población. En 1914, la distinción entre el ámbito urbano y
el rural favorecía al primero, al menos cuantitativamente. En relación con el censo de 1895 se registra un
índice de redistribución de la población singularmente elevado (Lattes, 1973), como consecuencia
principalmente de los flujos migratorios internacionales.
De tal manera, la fuerza de trabajo se compone de un núcleo vinculado a la producción
agropecuaria, pero en un marco de crecimiento de las actividades típicamente urbanas que no sólo
incluían las de artesanía y las industriales sino crecientemente actividades comerciales y de servicios,
tanto estatales como privados.
Desafortunadamente, los censos próximos a ese momento (el de 1895 y el de 1914), capturaron y
recopilaron la información relativa a la participación económica de la población con criterios que
pudieron ser útiles para la época pero distintos de los usados con posterioridad. Además, durante las tres
décadas posteriores se careció de relevamientos poblacionales, todo lo cual dificulta en extremo el intento
de describir tanto el volumen, como la estructura y la evolución de la fuerza laboral en el país durante las
primeras décadas del siglo XX. De allí que la información posible de ser considerada es, en gran medida,
la resultante de las estimaciones de Alejandro E. Bunge.
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Tanto Ortiz (1978) como Dorfman (1942) evitan hacer comparaciones de los resultados sobre
ocupación o población activa de los censos de 1895, 1914 y 1947. No les faltaban razones. La variación
de los criterios de delimitación y de clasificación se suma a los cambios efectivamente acontecidos, de
manera que se hace muy difícil aislar el contenido de estos últimos. Pese a todo, la tasa de actividad en
los tres casos ronda de manera llamativa el 40%. Dicho de otra manera, lo que ocurre con la población --
que se duplica entre 1895 y 1914 y vuelve a hacerlo entre éste último censo y el de 1947 (4,8 y 16
millones en cifras redondas)--, es un fenómeno que aproximadamente se reproduce en materia de
ocupación: 1,6 millones en 1895; 3,2 en 1914; y 6,3 en 1947.2
En 1895, un cuarto de la ocupación correspondía a la “producción de materia prima (agricultura y
ganadería)”, una proporción algo menor se originaba en la “producción industrial”, un 15% provenía del
comercio y los transportes y el tercio restante se identificaba con “mano de obra no calificada (peones y
personal de servicio)”. Según Ricardo M. Ortiz (Ortiz,1978: 236-237), el último grupo reúne personal
transitorio que debería reasignarse a las actividades productivas (las agropecuarias y las industriales) lo
que aumentaría la participación de estas últimas, elevándose desde el 50% hasta rozar el 60% del total.
En el mismo lapso de dos décadas en que se duplica la población total y la ocupada, la clasificada
como industrial lo hace más velozmente. Según la información del censo de 1914, la actividad industrial
habría llegado a ocupar casi el 40% de la fuerza laboral, lo cual seguramente refleja una definición un
tanto laxa de la actividad manufacturera. De hecho, el propio Ortiz señala --en alusión al censo de 1895
pero válido también para el siguiente-- que “los talleres artesanales forman dos terceras partes del total
[de la industria] y ocupan casi el 60% del personal pero representan poco más de la cuarta parte del
capital” respectivo (Ortiz, 1978: 229).
Una aproximación a la configuración de la población económicamente activa (tal como era
visualizada esta categoría a principios del siglo XX) puede tenerse en la siguiente tabla (Cuadro 1)
elaborada por el mismo autor, en la que no se identificaba la categoría de desocupado.
Es interesante la categoría de ocupado “no productivo” y, además, su contenido, en el que se
encuentran tanto los funcionarios, los profesionales liberales y el clero como los rentistas (en conjunto, un
10% del total). El grupo de las ocupaciones semiproductivas básicamente reúne a las actividades que hoy
llamaríamos del sector terciario, absorbiendo poco más de un cuarto del total. Por último, la definición de
productivos claramente alude a los dos rubros que eran percibidos como tales: las actividades vinculadas
con la tierra y las de transformación. Existe un subconjunto de jornaleros --salvo entre los no productivos-
- cuyo contenido específico no está aclarado, pero que en parte se asocia a lo que solía denominarse el
“personal de fatiga”.
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Cuadro 1
Población ocupada por sectores. Total del país, 1914 (en miles)
Total no productivo 320
Rentistas 63
Funcionarios y defensa del país 119
Clero y profesiones liberales 136
Otros 2
Total semiproductivos 923
Comercio 294
Transportes 110
Empleados privados y personal de servicio 219
Jornaleros 300
Total productivos 1.990
Agricultura y ganadería 530
Industria 841
Jornaleros 619
TOTAL OCUPADOS 3.233
Fuente: Ortiz, 1978:534
3. Los cambios en el período entreguerras
Una de las características de la Argentina del Centenario era, sin duda, la de constituir una
sociedad en ebullición. El granero del mundo, una de las “potencias” de la época, había iniciado procesos
de industrialización y de urbanización más intensos y con antelación a casi todo el continente.
La segunda década del siglo, que marca el comienzo de la segunda centuria del país, no sólo
comprende el estallido de la confrontación entre los países centrales que se dio en llamar la Primera
Guerra Mundial, sino que en Argentina marcó el comienzo de un nuevo ciclo político con la implantación
del sufragio universal.
Ello expresaba las aspiraciones de buena parte de una sociedad que --por entonces-- articulaba
crecimiento económico, extensión de la enseñanza pública y laica, incremento de la organización y de la
acción sindical y política del sector del trabajo, particular arraigo de los flujos migratorios, entre otras
características que no anulaban la continuidad de su inserción en el mundo. Esto es, Argentina seguía
siendo proveedor de materias primas, producidas preferentemente en la pampa húmeda aprovechando la
feracidad de sus tierras y apropiando sus propietarios la enorme renta diferencial que de ello derivaba. La
euforia de las primeras décadas contenía un grado importante de intervención estatal, al punto de que los
“funcionarios” pasaron de 28.000 a 108.000 entre 1895 y 1914. Esto se expresaba incluso --a semejanza
de lo que ocurría con los sectores dominantes-- en la amplitud y ampulosidad de sus construcciones. Tal
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acumulación dio origen tanto a obras públicas diversas como a innovaciones líderes en la región (el
primer subterráneo, por ejemplo).
Seguramente las dificultades de aprovisionamiento externo originadas en la guerra explican sólo
en parte, como dice Villanueva (1972), el significativo incremento de la actividad fabril durante los años
veinte. Lo cierto es que la crisis de 1929-1930 encuentra al país con un importante nivel de actividad
manufacturera. Claro que, como se verá un poco más adelante, el registro del proceso de incremento de la
industria puede seguirse en mejor medida con los censos industriales, esto es, a partir de 1935.
Como consecuencia de la crisis económica internacional --en el marco de lo que dio en llamarse la
restauración conservadora, a partir del golpe militar de 1930-- los sectores dominantes, a través del
gobierno fraudulento de Agustín P. Justo (1932-1938), acuerdan con el gobierno británico un modus
operandi que garantizaba las colocaciones argentinas en el Commonwealth a cambio de facilidades
diversas al Reino Unido, en particular, asegurando la colocación de la producción industrial británica así
como la provisión de carbón.
Entre otras derivaciones del Pacto Roca-Runciman se ubica la que se dio en llamar estrategia del
“salto de la barrera” ejecutada por los Estados Unidos que --desde la década anterior-- había iniciado un
proceso de instalación de empresas en el país (Fodor y O´Connell, 1973) (Lindenboim, 1976) (Rapoport,
2006). De tal manera confluyen varios factores en la dirección de proporcionar mayor dinamismo a la
actividad industrial. Esa década y la inmediatamente posterior configuran el período tradicionalmente
identificado con el de la industrialización por sustitución de importaciones. Al respecto, Rapoport señala
que, a diferencia de los años veinte en los que el crecimiento pudo ser considerado como “espontáneo”,
en los treinta había una política explícita (Rapoport, 2006: 270). Dicha política económica se expresaba,
entre otras cosas, en la larga lista de organismos de regulación que se constituyeron en el período (Bunge,
1984[1940]: 286-289).
Cuadro 2
Población ocupada por sectores, 1914, 1933, 1940
Sectores Valores absolutos (en miles) Composición porcentual
1914 1933 1940 1914 1933 1940
Agro 880 1.137 1.050 27 23 18
Industria 1.246 2.156 2.770 39 43 48
Comercio 349 603 750 11 12 13
Transporte 111 151 160 3 3 3
Otros 647 971 1.000 20 19 17
Total 3.223 5.018 5.730 100 100 100
Fuente: Bunge, 1984: 170
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Precisamente, los datos del Cuadro 2, en el que se comparan los resultados del censo de 1914 con
las estimaciones de Bunge, parecen mostrar un movimiento de la actividad industrial muy intenso, aunque
mayor que el que es posible suponer a partir del resto de la información socioeconómica posterior. Bunge
estima, en efecto, que en 1940 la mitad de la ocupación corresponde a la actividad industrial, reduciendo
la actividad agropecuaria a menos de un quinto del total. Sin lugar a dudas el dinamismo industrial de los
años veinte y, especialmente, de los treinta es muy fuerte pero es imaginable --al menos-- alguna
disparidad en el criterio clasificatorio.
Cuadro 3 Composición de la ocupación por sectores, 1940, 1947
Sectores Valores absolutos (en miles) Composición porcentual
1940 1947 1940 1947
Agro 1.050 1.709 18 27
Industria 2.770 1.592 48 25
Comercio 750 883 13 14
Transporte 160 400 3 6
Otros 1.000 1.682 17 27
Total 5.730 6.266 100 100
Fuente: Para 1940, Bunge, 1984: 170. Para 1947, elaboración propia sobre la base del Censo de Población de 1947
Precisamente el Cuadro 3 (en el que a los efectos de la comparación hemos reagrupado las ramas
de actividad del Censo de Población de 1947 para aproximarnos a la especificación anterior) permite
observar que la industria absorbería al término de la Segunda Guerra un cuarto del total de la ocupación,
un poco más el agro, un quinto el comercio y los transportes, restando un 27% para las demás actividades.
Esta reelaboración de los datos censales es congruente con otras estimaciones (Torrado, 2002:124) e
indica que las evaluaciones de Bunge (en este caso para 1940) adolecían de algunos inconvenientes en
materia de clasificación sectorial respecto de los criterios utilizados en el Censo de 1947 y en los
posteriores. En las cifras estimadas por ese autor hay una sobreestimación de la ocupación industrial en
desmedro de casi todas las demás actividades.3 Sin embargo puede verse que el volumen total de la
población activa (u ocupada) estimado en 1940 resulta razonablemente próximo al que se relevó
censalmente al término de la guerra.
Una observación alternativa es la que se basa en los relevamientos económicos.4 El Censo
Industrial de 1941 muestra un número de asalariados cercano a los 700.000 y el de 1947 de alrededor de
un millón, cifras éstas a las que habría que adicionar las correspondientes a la ocupación no asalariada del
sector (patrones y trabajadores familiares).
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Cuadro 4
Asalariados industriales, 1935-1946
1935 1937 1939 1941 1943 1946
ALIM Y BEBIDAS 113.240 124.989 133.696 158.245 188.277 229.730
TABACO 9.074 9.073 9.072 8.687 9.850 10.406
TEXTIL 53.254 66.236 70.016 83.407 105.739 126.576
CONF Y CUERO 50.328 54.617 57.836 65.709 81.049 113.942
MAD Y MUEBLES 32.732 38.002 42.182 51.937 72.700 100.901
PAPEL 7.191 9.425 10.100 12.790 15.499 18.397
IMPRENTA 26.896 30.448 31.036 32.337 33.476 43.924
CAUCHO 3.184 6.079 6.884 9.095 4.685 8.096
QUIMICOS 15.072 19.867 21.303 26.203 33.345 47.580
PETROLEO 4.364 3.871 4.819 4.761 5.140 5.559
MINER NO METALI 17.915 24.442 27.708 32.313 39.832 62.254
METALICAS 38.706 47.733 51.656 61.455 68.324 92.095
MAQ Y EQ TPE 47.058 59.509 65.488 75.779 88.044 101.016
MAQ ELECT 3.910 5.534 6.339 8.567 10.211 19.132
VARIOS 29.133 37.649 43.837 55.837 76.102 29.009
TOTAL 452.057 537.474 581.972 687.122 832.273 1.008.611
Fuente: Lindenboim, 1978.
Cuadro 5
Asalariados industriales. Composición sectorial (%) 1935, 1946
RAMAS 1935 1946
ALIM Y BEBIDAS 25,0% 22,8%
TABACO 2,0% 1,0%
TEXTIL 11,8% 12,5%
CONF Y CUERO 11,1% 11,3%
MADERA Y MUEBLES 7,2% 10,0%
PAPEL 1,6% 1,8%
IMPRENTA 5,9% 4,4%
CAUCHO 0,7% 0,8%
QUIMICOS 3,3% 4,7%
PETROLEO 1,0% 0,6%
MINER NO METALICAS 4,0% 6,2%
METALICAS 8,6% 9,1%
MAQ Y EQ TPE 10,4% 10,0%
MAQ ELECTRICA 0,9% 1,9%
VARIOS 6,4% 2,9%
Fuente: Lindenboim, 1978
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Precisamente para completar la mirada del crecimiento ocupacional del lapso entre la Primera y la
Segunda Guerra, es ilustrativo analizar el desempeño industrial tal como surge de la información de los
censos y relevamientos específicos, según puede verse en Lindenboim (1978)5.
Los Cuadros 4 y 5 muestran ese proceso a lo largo del espectro sectorial de la industria
manufacturera tal como ha sido captada por los censos específicos. Más allá de los importantes cambios
en los volúmenes absolutos, la configuración relativa es escasamente modificada. Apenas se atisba una
disminución del sector alimenticio y un alza en el ámbito textil, por ejemplo.
El Gráfico 1 muestra la pronunciada pendiente que resulta del veloz aumento del número de
asalariados industriales entre 1935 y 1946 (los datos del censo de 1947 refieren a diciembre de 1946). La
serie muestra que el cambio es constante y sostenido: en 1943 ya se habían superado los 800.000
asalariados y en 1946 se alcanza el millón.6
Gráfico 1
Asalariados industriales, según componentes. 1935-1946
0
200.000
400.000
600.000
800.000
1.000.000
1.200.000
1935 1937 1939 1941 1943 1946
TOTAL OBREROS EMPLEADOS
Fuente: Lindenboim, 1978
Todo ello muestra que ese lapso de algo más de una década que se inicia en 1935 es único en
cuanto al ritmo de incremento de la masa de asalariados involucrados (medida con datos censales).
Además, como fue dicho, tal proceso cubrió aproximadamente con similar intensidad todo el espectro
sectorial existente.
Estimaciones del producto bruto sectorial del período en cuestión sugieren que la participación de
la industria habría subido de alrededor del 15% hacia 1914 a valores cercanos al 20% hacia mediados de
los años veinte, manteniendo aproximadamente tal proporción hasta 1940 en que se inicia un leve
movimiento ascendente alcanzando en 1945 un valor cercano al 25% del producto (Villanueva, 1972:
Cuadro 1) (Rapoport, 2006: 229).
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Finalmente, el lector observará que hasta aquí no se ha hecho mención alguna a la distribución del
ingreso. En la primera mitad del siglo sólo se encuentran algunas referencias parciales a la capacidad de
compra del salario, por lo general referidas a la ciudad de Buenos Aires. Por ejemplo, sobre la base de
una recopilación de Gaudio y Pilone, Rapoport muestra que en los años treinta el salario real declina y
recupera su valor pero que empieza a mejorar significativamente durante los años de la guerra,
anticipando el comportamiento favorable ulterior (Rapoport, 2006: 242).
El Cuadro 6 muestra que entre 1935 y 1946 la participación salarial no registra cambios
significativos. Con algunas oscilaciones se arriba a 1942 como uno de los años de participación más baja
(39,4 %), cifra que crece paulatinamente hasta llegar en 1946 al 42,4% del ingreso bruto factorial.7 Estas
cifras sugieren que mientras el empleo --particularmente el industrial-- crecía velozmente no ocurría lo
mismo con la masa salarial, al menos en relación con el valor del conjunto de la riqueza generada.
Cuadro 6
Participación del salario en el ingreso bruto de los factores (millones de m$n) 1935-1946
Remuneración
del trabajo
Ing. de empresarios, prop., profesionales, intereses,
etc.
Ingreso bruto interno
Participación salarial
(%)
1935 3.499,0 4.651,0 8.150,0 42,9
1936 3.757,0 4.956,0 8.713,0 43,1
1937 4.099,0 5.893,0 9.992,0 41,0
1938 4.248,0 5.657,0 9.905,0 42,9
1939 4.377,0 5.946,0 10.323,0 42,4
1940 4.449,0 6.140,0 10.589,0 42,0
1941 4.771,0 6.762,0 11.533,0 41,4
1942 5.225,0 8.038,0 13.263,0 39,4
1943 5.651,0 8.384,0 14.035,0 40,3
1944 6.588,0 9.484,0 16.072,0 41,0
1945 7.513,0 10.252,0 17.765,0 42,3
1946 10.234,0 13.889,0 24.123,0 42,4
Fuente: Secretaría de Asuntos Económicos (1955), Cuadro 5.
4. La posguerra y el peronismo
Llegamos entonces a uno de los momentos cruciales de la historia argentina del siglo XX. En base a una
apretadísima síntesis de la literatura socioeconómica, los siguientes serían algunos de los rasgos
característicos --y controversiales, en algunos casos-- de este período.
El impulso originado en el cierre del comercio durante la guerra habría sido uno de los principales
impulsores del crecimiento industrial y, por extensión, del mejoramiento económico en un sentido más
abarcador. La interrupción de los flujos de migrantes transoceánicos y su reemplazo por movimientos
poblacionales internos habrían alimentado la fuerza laboral con nuevos y distintos contingentes. La
irrupción desde el ámbito oficial de una estrategia social diferente (encarnada en el entonces Coronel
12
Perón) completaba --al finalizar la conflagración mundial-- un reencauzamiento económico, social y
político. Allí se habría iniciado un período peculiar de “Estado de bienestar”, sostenido en una fuerte
industrialización (con el consiguiente incremento del empleo sectorial) y en el fortalecimiento del
mercado interno (basado, en gran medida, en las más diversas formas de salario indirecto), todo lo cual
dio origen a la constitución de una fuerza política de base popular que reemplazó con creces al
radicalismo en la amplitud de su representatividad y cuyo arraigo y predominio se extendió a lo largo de
la segunda mitad del siglo XX.
Más allá de los consensos, este esquema ha sido tanto aceptado como relativizado, por lo que es
probable que merezca ser re-examinado, en particular desde la perspectiva del mercado de trabajo.
Con la ayuda del Cuadro 7, se ve que al inicio de esta etapa no había diferencias significativas
entre la participación relativa sectorial de la ocupación total y la del personal remunerado.
Cuadro 7
Ocupación total y asalariada según sectores de actividad en 1947
Sectores Participación (%) de cada rama en el total Tasa de asalarización
Ocupación total Asalariados
AGRO 27 22 61
INDUSTRIA 25 27 80
COMERCIO 14 11 57
TRANSPORTE 6 8 88
RESTO 27 32 89
TOTAL 100 100 74
Fuente: Elaboración propia sobre la base del Censo de Población de 1947
No obstante tal apariencia de similitud, se percibe la existencia de tasas de asalarización
diferenciadas en algunos casos. Con esta clasificación, las más bajas (en torno del 60%), son las del
comercio y las actividades primarias, en razón de la amplitud de la presencia en ellas de unidades de
menor porte operadas por sus titulares y/o familiares con escaso personal en relación de dependencia. La
industria, por su parte, está en el orden del 80% mientras que el transporte y el “resto” cuentan con cerca
del 90% de asalariados en sus respectivas ocupaciones. El promedio general es del 74%
aproximadamente. Vale destacar aquí que la proporción de asalariados desde entonces hasta 1980
(período durante el cual podemos disponer de datos censales comparables) ha oscilado entre el 70% y el
75%.
Sabemos que la disponibilidad de información no se corresponde con la periodización
conceptualmente más apropiada. Con esa salvedad digamos que la inmediata posguerra se caracteriza por
un alto crecimiento acumulado del Producto (40%) --al menos respecto del correspondiente a la población
13
(20%). La ocupación en ese lapso crece algo menos (17%) y, lo que es más llamativo, la masa de
asalariados se incrementa aún más lentamente: sólo un 15% de aumento (Lindenboim, 2003:66-67).
Dentro del conjunto de los asalariados, el cambio intercensal se explica por la profunda caída del
empleo agropecuario (-39%) y una importante alza del empleo industrial (47%), de los servicios (36%) y
de la construcción y del transporte (ibidem).8
Desafortunadamente, no tenemos la posibilidad de discriminar lo acontecido hasta 1955 (cuando
la “Revolución Libertadora” derroca al gobierno peronista) respecto de los hechos posteriores, en
particular con la implantación de la estrategia “desarrollista” en 1958. Lo que sí podemos realizar con
estas cifras es un balance entre 1947 y 1960. En síntesis, hay una mayor disponibilidad relativa de bienes
y servicios (crecimiento mucho mayor del producto que de la población), con un leve descenso de la tasa
de actividad (probablemente por la incidencia de la ampliación del régimen jubilatorio a partir de 1945),
dentro de la cual la ocupación que más crece no es la del sector asalariado --aunque éste es absolutamente
predominante (casi tres cuartas partes del total)--, sino la de los patrones y trabajadores por cuenta propia.
Dentro de este magro desempeño, el mayor factor de crecimiento del componente asalariado es el de la
industria (Lindenboim, 2003: 64-72) (Marshall,1981).
Desde el punto de vista geográfico, la mitad de todo el crecimiento del empleo asalariado se
produce en el Gran Buenos Aires, alcanzando el 12%-15% en regiones como el Noroeste, Pampeana y
Cuyo.
Un intento circunscripto al ámbito industrial nos lleva a considerar la información de los censos
específicos de esta actividad. Aquí sí podemos ver períodos intermedios, pues hubo relevamientos en
1948 y 1950 y un censo en 1954. La información disponible muestra que al tiempo que el número de
establecimientos industriales creció un 75% entre 1947 y 1954, el personal total lo hizo en poco menos
del 20%. Pero esta cifra encierra fuertes discrepancias ya que los patrones y trabajadores familiares se
incrementaron en un 50% mientras el personal remunerado lo hizo en apenas un 14% (Lindenboim, 1984:
34). Es decir, se corrobora lo percibido a partir de los censos de población respecto de la dinámica
diferencial de las distintas categorías ocupacionales en la actividad manufacturera, a pesar de estar
hablando del período que la tradición sociocultural caracteriza como el de mayor crecimiento del empleo
asalariado industrial.
Como es obvio, el ritmo de aumento del empleo asalariado en la industria que registran los censos
de 1935 y 1947 (lapso en el que aquél se duplicó, como se ve en el Cuadro 4) no fue superado en ningún
otro período. La particularidad reside en que la mayor parte de tal duplicación ya se había dado en 1943.
Hacia el final de la guerra hubo un leve crecimiento de la participación del ingreso de los
trabajadores en la renta total. Según la estimación de la Secretaria de Asuntos Económicos de entonces,
ello se modifica sustancialmente en los años inmediatos, al punto que en 1949 los asalariados superaron el
50% (Cuadro 8).
14
Cuadro 8
Participación del salario en el ingreso bruto de los factores (millones de m$n) 1943-1954
Remuneración
del trabajo
Ingresos de empresarios, propietarios, profesionales,
intereses, etc.
Ingreso bruto interno
Participación salarial
(%)
1943 5.651,0 8.384,0 14.035,0 40,3
1944 6.588,0 9.484,0 16.072,0 41,0
1945 7.513,0 10.252,0 17.765,0 42,3
1946 10.234,0 13.889,0 24.123,0 42,4
1947 14.552,0 18.427,0 32.979,0 44,1
1948 19.820,0 21.677,0 41.497,0 47,8
1949 26.457,0 23.104,0 49.561,0 53,4
1950 31.646,0 26.953,0 58.599,0 54,0
1951 41.128,0 40.435,0 81.563,0 50,4
1952 50.577,0 42.570,0 93.147,0 54,3
1953 54.589,0 50.771,0 105.360,0 51,8
1954 62.500,0 54.240,0 116.740,0 53,5
Fuente: Tomado parcialmente de Secretaría de Asuntos Económicos (1955), Cuadro 5.
Ningún otro momento, dejando de lado los inconvenientes ya mencionados con respecto a la
información, muestra una bonanza mayor que la de esos años finales de la serie, que coinciden con los de
la culminación del decenio del gobierno peronista. Y no caben dudas acerca de la incidencia de la
realidad de entonces en la memoria colectiva. Podría decirse, incluso, que al drástico mejoramiento de la
situación de los trabajadores en materia salarial se deben agregar las diversas formas de ingreso no
monetario en términos de salud, recreación, educación, etc., a través de su provisión por diversos
organismos, estatales o no, incluida la Fundación Eva Perón.
5. El desarrollismo y su continuidad más allá de la inestabilidad política
El análisis del mercado de trabajo en el último medio siglo tampoco carece de serias dificultades para su
concreción. Muchas de las afirmaciones que han sido difundidas a lo largo de este extenso período
pueden verse afectadas por tales inconvenientes relativos a las fuentes.9
15
Gráfico 2
Crecimiento anual del Producto Bruto Interno (trienios móviles) 1948-1980
-6
-4
-2
0
2
4
6
8
10
19
46
19
48
19
50
19
52
19
54
19
56
19
58
19
60
19
62
19
64
19
66
19
68
19
70
19
72
19
74
19
76
19
78
19
80
Fuente: Elaboración propia sobre la base de SAE (1955), BCRA (1975), CEPAL (1988) DNCN(2006)
El Gráfico 2 nos permite apreciar una dinámica económica bastante irregular pese a la utilización
de promedios trienales. El ritmo de crecimiento económico fue deteriorándose hasta el comienzo de los
años sesenta en los que la característica dominante es positiva. Sin embargo, al comenzar los setenta la
tendencia se revierte.10
Combinando la información de población, de producción y de empleo, podemos
decir que algunos de los rasgos anotados para la inmediata posguerra (importante aumento del producto
per cápita, por ejemplo) se reproducen con fuerza en los sesenta, junto con un relativamente modesto
crecimiento del empleo. En los setenta, se deprime el ritmo de crecimiento económico y se mantienen,
tanto el aumento poblacional como el del empleo. El Gráfico 3 proporciona los elementos que sustentan
estas afirmaciones.
Los años sesenta se inician con la acción del (recién instalado) gobierno de Arturo Frondizi, con el
que se abre una nueva etapa de crecimiento que, siendo aún de sustitución de importaciones, constituye
un escalón distinto en el que el capital extranjero y las actividades promovidas (petróleo, químicas, etc.)
son ahora los factores predominantes. Esta nueva etapa se caracteriza, también, por un proceso de
concentración económica ampliamente difundido.
16
Gráfico 3
Crecimiento intercensal de la población, el Producto Bruto Interno y el empleo 1947-1980
0
10
20
30
40
50
60
70
80
1947–1960 1961-1970 1971-1980
Po
rcen
taje
Acu
mu
lad
o
Crecimiento acumulado población Crecimiento acumulado PBI Crecimiento acumulado empleo
Fuente: Lindenboim, 2003: 66
Aquel decenio es el único período desde la finalización de la guerra en el que el conjunto de los
asalariados crece un poco más velozmente que el resto de las categorías ocupacionales. Recordemos que
en la inmediata posguerra la situación en tal sentido era la inversa: crecían más rápidamente las categorías
no asalariadas. Pero también era inversa la importancia relativa del crecimiento asalariado sectorial. En
los años cuarenta y cincuenta, la menor dinámica del sector asalariado iba de la mano de una indudable
relevancia del empleo asalariado industrial. En los sesenta en cambio el mayor impulso asalariado no
contó a la industria entre sus promotores, ya que ésta sólo aportó un 9% del nuevo contingente de
trabajadores en relación de dependencia. Más del 40% correspondió a los servicios, un cuarto al comercio
y un quinto a la construcción (Cuadro 9).
Cuadro 9
Asalariados. Composición sectorial del crecimiento intercensal
RAMA Agro Minería Industria EGA Const Com Tpte Fzas Servic Total
1947-60 -39% 1% 47% 9% 24% 2% 21% 36% 100%
1960-70 R1 4% 1% 9% 1% 19% 26% -1% 42% 100%
1970-80 R2 -21% 0% 24% 1% 11% 38% -20% 21% 46% 100%
Fuente: Lindenboim, 2003, Cuadro 3
17
Vale tener presente que entre mediados de los sesenta y de los setenta se verifica un decenio de
crecimiento económico continuo, con una media de más del 4% anual. Es decir, que luego del interregno
militar de 1962-1963 y su profunda crisis económica, el nuevo Presidente Illía --surgido de elecciones
con partidos proscriptos-- inicia un ciclo económico positivo no sólo en las variables puramente
económicas sino también sociales, pues desciende el número de desocupados, se recupera la participación
del salario en el ingreso y se instaura el Salario Vital Mínimo y Móvil (Rapoport, 2006: 478 y 542)
(Lindenboim et al, 2005:8). La década del sesenta podría caracterizarse por la aparente “reconstitución”
de las relaciones capitalistas (en virtud de la dinámica del crecimiento del empleo asalariado) con alto
crecimiento económico y de productividad y una recuperación no menor de la participación en el
producto global.
Todo esto encuentra un matiz en lo que respecta a las diferencias regionales. En ambos lapsos el
peso del Gran Buenos Aires en el incremento asalariado fue abrumador: 50% y 44%, respectivamente.
Pero mientras el NOA y Cuyo explicaron entre 1947 y 1960 algo más de un cuarto del crecimiento, en los
sesenta apenas reunieron entre ambas un 11%. En cambio, la región Pampeana aumentó notablemente su
participación al pasar del 13% al 33% del cambio total de asalariados (Lindenboim, 2003:68).
En los setenta los asalariados crecen de manera ínfima (8% o sea la mitad del crecimiento en la
inmediata posguerra y un tercio del aumento registrado en los sesenta) y su composición, como lo
muestra el Cuadro 9, se asienta en los Servicios y el Comercio mientras que la Industria vuelve a explicar
un cuarto del aumento total. El Agro (nuevamente) y el sector de los Transportes son los expulsores netos
de asalariados en ese decenio. Período, demás está decir, que se toma en conjunto sólo por la limitación
informativa dado que encierra el conflictivo y breve lapso institucional (1973-1976) precedido y
continuado por sendas dictaduras las que, además, tampoco coincidieron entre sí en sus orientaciones
económicas.
En materia de empleo, fuera de los Censos de Población, la única posibilidad de observación
reside en los datos que proporcionan los Censos Económicos.11
Dadas las limitaciones de su cobertura
sectorial sólo podemos concentrarnos en la actividad industrial. Ya habíamos señalado que los
componentes del crecimiento entre 1947 y 1954 estaban dados por el número de establecimientos y el
personal no asalariado. Entre 1954 y 1964 hay una leve declinación de los establecimientos y de ambas
categorías de ocupados. Desafortunadamente, la información posterior debe ser tomada con cautela, ya
que si bien la literatura abunda en referencias acerca del peculiar año 1974 en materia ocupacional y de
ingresos laborales, la apoyatura empírica genera no pocas dudas.12
18
Gráfico 4
Participación de la masa salarial en el PBIcf. 1950-1973 (%)
30
35
40
45
50
55
1950
1951
1952
1953
1954
1955
1956
1957
1958
1959
1960
1961
1962
1963
1964
1965
1966
1967
1968
1969
1970
1971
1972
1973
Fuente: BCRA, 1975
En cuanto a lo acontecido en el período en materia de distribución del ingreso entre los factores
productivos, nos remitimos al Gráfico 4. Como se observa, los datos de los primeros años cincuenta no
concuerdan con los incluidos en el Cuadro 8 basados en el informe de la Secretaría de Asuntos
Económicos. De todos modos, unos y otros se ubican al comienzo en torno del 50% de participación
salarial con una tendencia a su disminución que continúa hasta el lanzamiento del plan de estabilización
del gobierno desarrrollista en 1959. Luego, en concordancia con la fase favorable del ciclo a partir de
1964 ya descripta, se visualiza una mejora permanente de tal participación que, sin embargo, no logra al
fin de la serie recuperar los valores iniciales. Excepto la declinación de 1972, el aumento de la
participación salarial es paulatino pero constante durante la última década de la serie disponible.
Con toda esta información parece ratificarse la caracterización acerca de la década de los sesenta.
Estos hechos, entre otros, son utilizados por algunos autores para expresar sus dudas acerca de la
culminación de la etapa de sustitución de importaciones (Muller, 2002:156-168) --que ya acumulaba
varias décadas y se suponía próxima a su agotamiento--, cuyo final sería el preludio de una nueva e
inminente estrategia económica, social y política.
6. El neoliberalismo finisecular, capitalismo (maduro) del Bicentenario
La cancelación de la discusión acerca del “agotamiento” de la estrategia sustitutiva iniciada en la década
del treinta excede largamente los objetivos de este trabajo. En cambio, si podemos decir que en materia
ocupacional, como en un sentido socioeconómico más amplio, a mediados de la década de los setenta se
impone --de manera harto violenta-- una nueva estrategia que, para simplificar, llamaremos neoliberal. La
19
misma engarza perfectamente con una escalada de enorme magnitud --y similar sentido-- en buena parte
de los países de América Latina y a escala mundial.
En términos de empleo, ya hemos visto que el componente asalariado ha mantenido su
participación relativa y que la industria aporta uno de cada cuatro nuevos puestos remunerados creados en
los años setenta (Cuadro 9 y Lindenboim, 2003:68). La tasa de participación económica sigue
disminuyendo por la caída de la de los varones --de 88% en 1947 a 75% en 1980-- si bien la de las
mujeres continúa en alza: del 23% al 26% en igual lapso (Torrado, 2002:92).
Como se verá un poco más adelante, en ese decenio el ajuste en el mercado de trabajo se basó en
la disminución del salario real más que en la expulsión neta de trabajadores. La Encuesta Permanente de
Hogares muestra -desde su inicio en 1974- un continuo descenso de la desocupación hasta 1980 en
niveles bajísimos si se los compara con los que se verificaron desde mediados de los años noventa a esta
parte.
En el decenio en cuestión se observaron comportamientos peculiares en más de un sentido. Por
una parte, se hizo más visible el componente del empleo autónomo o por cuenta propia, aunque no haya
sido ese el lapso de su mayor dinámica (Lindenboim, 1985). Por otra parte, continuó el aumento de la
oferta laboral de las mujeres. Ambos fenómenos habrían derivado --entre otros factores-- del deterioro
producido en los ingresos salariales. Según algunas estimaciones, la caída en la participación del salario
en el producto a costo de factores fue de 15 puntos porcentuales en 1976 respecto de 1975 (Llach y
Sánchez, 1984), recuperando hacia 1980 apenas dos terceras partes de tamaño quebranto.
La nueva estrategia económica instalada desde entonces no fue revertida posteriormente, a
despecho de la evaluación que pueda hacerse de los diversos intentos asociados con la recuperación
democrática. La concentración económica, el permanente desplazamiento del rol orientador del Estado, el
endeudamiento externo, la creciente apertura indiscriminada de la economía, el impacto negativo sobre la
actividad productiva (calificado en más de una ocasión como de desindustrialización) con su derivación
en las crecientes dificultades de la población por obtener una inserción laboral satisfactoria, la paulatina
precarización de las condiciones de empleo remunerado y el efecto negativo sobre la participación salarial
en el producto y sobre la capacidad de compra de ese salario, fueron características de las décadas
recientes (Altimir y Beccaria, 1999) (Damill, Frenkel y Maurizio, 2002) . Al respecto, el valorable
cambio de las condiciones políticas a partir de 1983 o bien quedó en deuda o, directamente, se puede
decir que profundizó tal proceso socioeconómico.
20
Gráfico 5
Crecimiento anual del Producto Bruto Interno (trienios móviles) 1983-2005
-6
-4
-2
0
2
4
6
8
101
98
3
19
84
19
85
19
86
19
87
19
88
19
89
19
90
19
91
19
92
19
93
19
94
19
95
19
96
19
97
19
98
19
99
20
00
20
01
20
02
20
03
20
04
20
05
Fuente: Elaboración propia sobre la base de CEPAL (1988) DNCN(2006)
A diferencia de lo que ocurría hasta 1980 (según se vio en el Gráfico 2), durante el último cuarto
de siglo el comportamiento de la economía ha tenido oscilaciones mucho más intensas, como lo muestra
el Gráfico 5. En ese contexto, naturalmente, la inserción laboral de la población se hace extremadamente
compleja y con el impulso proporcionado por la sucesión de normas --dictadas desde comienzos de los
noventa-- dirigidas hacia la flexibilización de los vínculos laborales se profundizan las condiciones de
desprotección del sector asalariado (MTSS, 1995).
Como se observa en el Gráfico 6, los últimos censos de población han dejado de ser apropiados
para el seguimiento del mercado de trabajo.13
Es por ello que para el período más reciente debemos
circunscribirnos a los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares. En base a la EPH podemos
observar las características del crecimiento de la fuerza laboral, con ayuda del Gráfico 7. Allí se destaca la
diferencia de contenido del aumento de la PEA en ambas décadas consideradas. En los años ochenta la
subocupación registraba una presencia ínfima mientras que en los noventa se presenta como el rasgo
dominante.
21
Gráfico 6
Crecimiento intercensal de la población, el Producto Bruto Interno y el empleo. 1980-2001
-15
-10
-5
0
5
10
15
20
25
30
35
1980-1991 80 -91 estimac. Ajus 1991-2001 91-01 estimac. Ajus
Po
rcen
taje
Acu
mu
lad
o
Crecimiento acumulado población Crecimiento acumulado PBI Crecimiento acumulado empleo
Fuente: Lindenboim, 2003 y elaboración propia sobre la base del Censo de 2001 y datos de la DNCN
Gráfico 7
Incremento medio anual de la PEA y sus componentes. 1983-2001
-300.000
-200.000
-100.000
0
100.000
200.000
300.000
83-86 86-89 89-92 92-95 95-98 98-01
Ocupados Plenos Subocupados Desocupados
Fuente: Elaboración propia en base a EPH-INDEC
22
Utilizando el Cuadro 10 puede observarse que las fases de crecimiento económico no
constituyeron garantía ni de absorción de empleo ni de una buena relación empleo/producto, mientras que
los años recesivos agudizaban la mala calidad del empleo. A su turno con el Gráfico 8 se observa el
resultado para todo el período en materia de la cuantía del desaprovechamiento socioproductivo de la
fuerza laboral.
Cuadro 10
Evolución del producto y el empleo en la década de los noventa
Variaciones Porcentuales
PBI Empleo Subempleo Empleo Pleno Empleo/PBI
1991 10,5% 3,7% -8,5% 5,0% 0,4
1992 9,6% 2,6% 6,2% 2,3% 0,3
1993 5,7% 1,1% 18,4% -0,6% 0,2
1994 8,0% -2,0% 13,4% -3,7% -0,2
1995 -4,0% -1,7% 24,6% -5,3% 0,4
1996 5,5% 1,6% 10,7% 0,0% 0,3
1997 8,1% 7,2% -0,5% 8,7% 0,9
1998 3,9% 2,7% 5,7% 2,1% 0,7
1999 -3,4% 1,4% 6,9% 0,4% -0,4
2000 -0,5% 0,4% 4,8% -0,5% -0,8
2001 -4,4% -4,1% 11,1% -7,2% 0,9
Fuente: Lindenboim, 2003:74
Gráfico 8
Tasas de desocupación y de subocupación (%). Área Urbana. 1983-2001
0
2
4
6
8
10
12
14
16
18
20
1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
T. Subocupación
T. Desocupación
Fuente: Elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC, ondas de octubre.
23
Un ejemplo palmario de ello es el incremento de los empleos precarios cuyo ritmo fue varias
veces superior al de los protegidos. Con ayuda del Cuadro 11 podemos mirar con mayor detalle lo
acontecido en la década de los años noventa. El empleo asalariado creció un 7% debido a un alza mayor
del empleo precario y una pérdida de 3% del protegido. A nivel sectorial se puede ver que la industria
perdió uno de cada tres asalariados, correspondiendo la pérdida casi en su totalidad al empleo protegido.
El otro sector que disminuyó su dotación en el período fue el de la construcción (-11%) a costa de la
disminución del empleo protegido compensado en parte por un incremento del empleo precario. La rama
que más creció fue la del transporte (más de un 35%) pero ese aumento se basó en la creación de puestos
de mala calidad pues se perdieron algunos puestos protegidos. Un caso singular es el del empleo en el
sector público que aumentó en torno del 25% de los cuales casi todos fueron empleos precarios. Es decir,
desde el Estado no sólo se dictaban las normas que dejaban sin protección a los asalariados sino, además,
se las ponía en práctica en sus propias dotaciones. En todo caso, estos mecanismos probablemente
explican que, en la última década del siglo XX, pese a la intensidad de las sucesivas crisis el empleo
autónomo no haya aparecido como opción “de ajuste” tal como ocurrió en períodos anteriores.14
Cuadro 11
Cambio en el empleo asalariado urbano, según calidad del vínculo.
Diez aglomerados seleccionados. 1991-2001
Ramas cambio total
Explicado por
Protegidos Precarios
Manufactura (con EGA) -32,9 -29,1 -3,8
Construcción -11,8 -15,9 4,1
Comercio 30,4 7,5 22,9
Transporte, comunicaciones y servicios conexos 36,1 -1,6 37,7
Servicios financieros e inmobiliarios 24,8 18,2 6,6
Administración pública y defensa 24,2 1,5 22,8
Enseñanza, servicios sociales y comunitarios 20,5 12,9 7,6
Servicio Doméstico 28,9 -1,9 30,7
Otros (1) -30,8 -0,2 -30,7
Total 7,5 -3,3 10,8
Fuente: Elaboración propia sobre la base de EPH, INDEC. Onda octubre 1991 y octubre 2001
(1) Se incluyen Actividades primarias, servicios personales y sin especificar
Una manera de visualizar esto en un contexto de largo plazo consiste en tomar una serie de salario
promedio por décadas. De allí puede señalarse que los valores van creciendo desde los años cuarenta
hasta los setenta y a partir de ese momento no han dejado de descender, para arribar en los primeros años
del siglo XXI a alcanzar valores similares a los vigentes en los años cuarenta. En otros términos, el
24
promedio de los ochenta es similar al de los sesenta, mientras que el promedio de los noventa es inferior
aun al de la década del cincuenta (Esquivel y Maurizio, 2005).
Quizá como corolario vale mencionar la información oficial reciente sobre participación salarial
en el ingreso total. Luego de un largo período en que se careció de información oficial al respecto, hacia
fines de 2006, la Dirección Nacional de Cuentas Nacionales (DNCN) incluyó en su página web una
estimación basada en una nueva metodología referida al período 1993-2005. De cualquiera manera, dado
que no es éste el lugar para introducirnos en pormenores al respecto, digamos que esta serie oficial
muestra la caída continua en la primera mitad de la década del noventa y una recuperación ulterior
(Gráfico 9). Luego de 2001,15
la recuperación reciente es muy tenue respecto de la profundidad de la
caída (ambos movimientos son más suaves en la estimación oficial que en la del CEPED). Como síntesis,
de los poco más de 10 puntos porcentuales que perdieron los asalariados entre 1993 y 2003, hasta el
momento pudieron recuperarse menos de la mitad, o, en otros términos, aún no pudo volverse a los
valores registrados en el cambio de siglo.
Gráfico 9
Participación del salario en el Producto (precios básicos). Porcentajes. 1993-2005
25
30
35
40
45
50
1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005
CEPED (PBI pb)
DNCN (PBI pb)
Fuente: DNCN, 2006 y Lindenboim et al (2005) con datos actualizados
Puede decirse que, en materia socio-ocupacional, el siglo XX difícilmente podría concluir de
manera más preocupante. Veamos entonces cómo se inicia el siglo actual
7. ¿Cuál es el mercado laboral en el Bicentenario?
El recorrido hecho a lo largo de esta centuria no es nítido en cuanto al balance final del período en
cuestión. En particular, porque arribamos al segundo Centenario a poco de atravesar una de las crisis más
25
profundas tanto en su dimensión económica, como en la social y la política. Promediando la primera
década del siglo XXI, los signos de mejoramiento y recuperación son evidentes. La cuestión relevante es
indagar acerca de la certeza sobre su solidez.
La estructura sectorial del empleo refleja, en gran medida, la circunstancia de que estamos
hablando de una sociedad eminentemente urbana, pues alrededor del 90% de su población reside en
aglomeraciones que tienen un mínimo de 2.000 habitantes: según el Censo de Población de 200116
apenas
un 9% de los ocupados se desempeña en las actividades primarias. El empleo industrial, que alcanzó en
otras épocas un cuarto del empleo total, inicia el siglo XXI con una participación del 12%. Adicionando
los sectores Electricidad, Gas y Agua y Construcción se totaliza un 28%, lo que significa que las
actividades comerciales y de servicios absorben más del 70% del empleo total censado.
La misma fuente evidencia que el componente asalariado representa el 70% y el empleo autónomo
el 20%, restando valores mínimos para las categorías de patrones y familiares sin remuneración. En este
sentido, es por demás relevante que, aun después de las fuertes transformaciones del aparato productivo,
el sector del trabajo en relación de dependencia se haya mantenido en el rango de las últimas décadas.17
Gráfico 10
Composición (%) de los ocupados urbanos. Todos los aglomerados.
Primer trimestre de 2006
No Asalariados
24%
Públicos
15%
Privados
Protegidos
28%
Privados Precarios
22%
Servicio
doméstico
8%
Planes JyJHD
3%
Otros
75%
No Asalariados Públicos Privados Protegidos
Privados Precarios Servicio doméstico Planes JyJHD
Fuente: Elaboración propia sobre la base de la EPH, total aglomerados, primer trimestre de 2006.
Desde el punto de vista de la situación en el ámbito urbano cubierto por la Encuesta Permanente
de Hogares, la discriminación puede hacerse con algún detalle mayor. El Gráfico 10 nos muestra que el
26
empleo no asalariado representaba un cuarto del total a comienzos de 2006. Del resto, casi un 60%
corresponde a asalariados públicos y privados que gozan de la protección de las normas laborales, siendo
los demás asalariados privados precarios (29%), personal del servicio doméstico (10%) o beneficiarios de
los planes sociales vigentes.
Si bien la proporción de asalariados desprotegidos aún es extremadamente alta (poco más del
40%), la dinámica de creación de empleo ha cambiado en los años iniciales de este siglo. En efecto, el
Cuadro 12 evidencia un cambio apreciable en el volumen de empleo creado y en la calidad del vínculo de
los asalariados que se incorporan a la fuerza laboral. La industria, que había perdido una proporción
importante de sus asalariados en los noventa, ahora los incrementa en un 25% y, lo que es más
importante, sin recurrir a formas precarias en la contratación de trabajadores. Claro que esto no se repite
en el resto de los sectores. No sólo en el Servicio doméstico --donde sigue primando la incorporación de
asalariadas sin cobertura-- sino en ramas de alta creación de puestos de trabajo --como la Construcción--
u otras que tienen ritmos menores --por ejemplo Transporte y comunicaciones-- todavía la proporción de
nuevos trabajadores protegidos y precarios es similar.
Cuadro 12
Cambio en el empleo asalariado urbano, según calidad del vínculo.
Todos los aglomerados III trimestre 2003 – III trimestre 2006 (%)
Ramas Total Protegidos Precarios
Manufactura (con EGA) 26% 26% 0%
Construcción 65% 34% 31%
Comercio, Restaurantes y Hoteles 30% 25% 6%
Transporte y Comunicaciones 18% 10% 8%
Serv. Financieros e Inmobiliarios 31% 24% 6%
Adm. Pública y Defensa 12% 11% 2%
Enseñanza, Salud, Servicios sociales 10% 9% 1%
Servicio Doméstico 16% 4% 12%
Otros (1) 16% 13% 4%
Total 23% 17% 6%
Fuente: Elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC (1) Incluye las actividades primarias, los otros servicios sociales y comunitarios y las actividades
no especificadas
Deben ser hechas algunas reflexiones antes de concluir este tránsito sobre la fuerza de trabajo del
primero al segundo Centenario. Una de ellas alude a la dinámica de la incorporación de nuevos
contingentes a la población activa. Si bien al cambiar el siglo el mercado de trabajo urbano evidenciaba
una tasa extraordinariamente alta (en sí misma y en contraste con los datos históricos) y ella se fue
atemperando significativamente, al escribir estas líneas aún la tasa de desocupación ronda el 10% siendo
notoria la dificultad de que tal indicador retorne a los bajos valores del pasado. Ello expresa que la
27
economía del país se ha mostrado claramente incapaz de absorber satisfactoriamente la fuerza de trabajo
potencial de la que dispone. Este contraste no ha sido más intenso debido a la sensible disminución del
ritmo de crecimiento poblacional. De tal manera, la supresión o morigeración significativa de las formas
visibles de desaprovechamiento productivo de sus habitantes (el desempleo y el subempleo) debieran ser
tareas prioritarias en la agenda del Bicentenario.
Otro aspecto que indudablemente trasciende el campo de la inserción laboral --pero que lo influye
notablemente-- es el relativo al constante incremento de la productividad del trabajo y global de la
economía.18
Dicho incremento es un requisito imprescindible para garantizar la ampliación de la dotación
de bienes y servicios accesibles para la población y para permitir una satisfactoria inserción en el contexto
internacional. En los primeros años del siglo XXI, la elasticidad empleo-producto alcanzó --por
momentos-- valores muy altos. Pero una elevada elasticidad no es más que la equivalencia a un
incremento modesto en la productividad del trabajo. Por lo tanto, mientras se puedan mantener las
elevadas tasas de crecimiento de los años recientes se hará menos conflictivo el ritmo de cambio de la
productividad. Pero ese buen ritmo de crecimiento económico requiere de un proceso de inversión que
implica una tendencia hacia una menor demanda relativa de trabajo. He aquí un conflicto sobre el que
pocas veces se ha puesto el acento adecuadamente, el cual configura otro aspecto crucial en la agenda
hacia el inicio de la tercera centuria de Argentina. Cuando en más de una ocasión se ha dicho que las
metas de empleo deben ser parte de los objetivos generales de orden macroeconómico, se está haciendo
referencia a estas cuestiones que requieren un procesamiento social y político adecuado para arribar a
acuerdos que garanticen el progreso general y la protección de los sectores más vulnerables.
Esto lleva de lleno al tema de la distribución del ingreso en términos no sólo de ética social y de
viabilidad política. El siglo XX ha mostrado a una sociedad argentina en la que la participación del
ingreso salarial dentro del valor de la riqueza global configuró --durante décadas-- una parte esencial del
carácter comparativamente menos desigual en el concierto de América Latina. Una mejor participación
salarial fue de la mano de una menor inequidad. Hoy los signos de esta última son altamente irritantes y
quizá debiera prestarse más atención a la vinculación que ésta tiene con el modo en que la riqueza creada
es repartida en el mismo acto, esto es, el modo en que capturan asalariados y no asalariados los resultados
de la producción misma.
En tal sentido la escasa participación del salario en tal “reparto” en las proximidades del segundo
Centenario de Argentina es no sólo un signo de inequidad sino que también se configura como el
obstáculo real o potencial para el propio crecimiento económico. Y esto es anterior, sin lugar a dudas, a
los mecanismos que las instituciones estatales pueden --y deben-- poner en marcha en aras de morigerar
las desigualdades vigentes.
28
Notas
1 Deseo expresar mi agradecimiento, en primer término a Carla Borroni y Jimena Valdez por su asistencia en la preparación de
este texto. Asimismo a Juan M. Graña, Damián Kennedy, Alejandro M. Lavopa y Guillermo Muller, también del CEPED y a
Claudia C. Danani. 2 En rigor, los valores de 1895 y 1914 no corresponden sólo a ocupados (por ejemplo se incluye a los rentistas) y tampoco
identifica la categoría de desocupados. 3 En esa misma época, Adolfo Dorfman afirma que el empleo en la industria comprende alrededor del “15% de la población
trabajadora activa total. Pero agregándole los artesanos llegaríamos --según una estimación de la Unión Industrial Argentina--
a la constatación de que ellos representan no menos del 50% sobre los habitantes ocupados en la Argentina” (Dorfman, 1942:
383). Ello sugeriría una concordancia entre las valuaciones de Bunge y los datos utilizados por la UIA. 4 Debe tenerse en cuenta que los censos industriales sistemáticamente registran un número de ocupados inferior al detectado
por el censo de población. Es probable que ello se deba a la insuficiente “visibilidad” de una parte de la actividad del sector por
tratarse de pequeños talleres, más que a subenumeración censal de establecimientos de importancia relativamente mayor. 5 Al no disponer de otra fuente de información comparable, no es posible contrastar con los valores previos; por tal razón, el
análisis detallado del empleo industrial se inicia sólo a mediados de la década del treinta. 6 Llamativamente, si se continúa la serie hasta 1950 ese límite no es sobrepasado. Sólo aumenta el empleo industrial, como se
verá más adelante, en un 15% en 1954 cuando el relevamiento incluye algunos cambios metodológicos en procura de lograr
una mejor cobertura. 7 Como se verá luego, el relativo a la distribución funcional del ingreso es uno de los ámbitos con mayores dificultades
informativas tanto por los cambios metodológicos como por los períodos de ausencia de dato alguno. 8 Es importante insistir que estos porcentajes son relativos al cambio intercensal del número total de asalariados y no refieren a
la variación dentro de cada sector. Por ejemplo, el valor del sector agropecuario no indica que el empleo asalariado rural haya
caído en un 40%. 9 Respecto de los Censos de Población son conocidas las dificultades originadas en los cambios introducidos en el de 1991, que
no permiten una comparación consistente con los censos precedentes (entre otros puede consultarse al respecto, Giusti y
Lindenboim, 1997). El siguiente, que debería permitir completar el análisis del siglo XX, sufrió demasiados inconvenientes
durante su realización lo que limita mucho la utilización de sus resultados en estas materias. Respecto de los Censos
Económicos, básicamente industriales, han tenido tantas modificaciones en sus criterios básicos (sobre la unidad económica,
sobre los sectores relevados, sobre su clasificación sectorial, sobre la fecha de realización) que sus resultados poseen escasa
comparabilidad, al menos tomados sus resultados tal como en su momento se han difundido (Lindenboim, 1984 y 1992). En
materia de Encuestas a Hogares está cubierto un decenio inicial desde 1963 con la Encuesta de Empleo y Desempleo,
reemplazada luego de un par de años por la --más conocida-- Encuesta Permanente de Hogares. Esta última, luego de tres
décadas cambió su carácter semestral de captura de información por el denominado método continuo de relevamiento a partir
de 2003. Las series de salario, nominal y real, a su turno son parciales y representativas a nivel de algunos sectores
económicos. Por último, no por ello menos importante, en materia de distribución del ingreso entre los participantes en el
proceso productivo (distribución funcional), es conocida la nefasta combinación de largos períodos sin información oficial y
diversidad de criterios que han sido sucesivamente utilizados (Lindenboim, Kennedy y Graña, 2005). 10
Esta sección, salvo indicación en contrario, se basa en Lindenboim, 2003:64-72 y sus respectivas fuentes. 11
Las limitaciones para las comparaciones entre censos industriales se encuentran en Lindenboim ,1984 12
Si bien a la fecha del Censo Industrial (setiembre de 1974) se registra un número de asalariados casi un 25% superior al
indicado por el relevamiento de 1964, los mismos datos censales revelan que, en 1973, el promedio ocupacional era tan sólo
9% superior al de una década atrás. Lo cual implicaría que en menos de un año el empleo asalariado industrial habría crecido a
un ritmo del 15% lo cual resulta poco plausible. Al mismo tiempo, la Encuesta Permanente de Hogares acababa de iniciarse y,
por tanto, sus datos son limitados en cuanto no pueden cotejarse hacia atrás y, además, sólo cubrían algunas de las áreas
urbanas más importantes. Finalmente, la serie oficial de distribución del ingreso llegaba hasta 1973 y hubieron de transcurrir
décadas hasta que se dispusiera de nuevos datos avalados oficialmente. 13
Los ajustes que deben ser realizados a las estimaciones, en el mejor de los casos, pueden servir para modificar los valores
globales de la ocupación pero no permiten homogeneizar con el pasado componentes tan relevantes como las categorías
ocupacionales, las ramas de actividad y otros atributos. 14
Sin desmedro del papel nefasto de las políticas de los noventa, debe recordarse que el empleo no protegido, que a fines del
siglo XX llegó alrededor del 40% del empleo asalariado, era en los comienzos de los noventa del orden del 30% y diez años
antes rondaba el 20%. Es decir que --desafortunadamente-- tiene una historia prolongada. 15
El “pico” en 2001 se explica porque el producto ese año cae mucho más intensamente que el empleo y los salarios. 16
Ya se indicó que la evaluación de la calidad de tal censo abre interrogantes no marginales. 17
Más aún cuando los cambios metodológicos tienden a desfavorecer (comparativamente con los censos anteriores a 1991) la
importancia relativa de los asalariados. 18
Un trabajo reciente alude a estos aspectos (Feliz y Perez, 2004)
29
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