“La certidumbre de resultar vencido”: La filosofía de Schopenhauer en La Regenta y Sin rumbo.
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“La certidumbre de resultar vencido”: La filosofía de Schopenhauer en La Regenta y Sin rumbo.
La relación de la obra de Arthur Schopenhauer con la creación literaria en España es un
tema que los críticos y estudiosos de la literatura de ese país no han tratado aún con la
profundidad que éste se merece. Si bien se sabe que sus ideas comenzaron a ser atendidas en la
tierra de Cervantes hacia el año 1875 gracias al interés y a la difusión del escritor cubano José
del Perojo 1 no existe, según Guillermo Carnero Arbat2 una “visión totalizadora, de una amplia
panorámica como la que Gonzalo Sobejano dedicara a la presencia de Nietzsche en España”
(11).
Por lo general, el pensamiento del pesimista alemán se asocia con las obras y las
temáticas de autores noventayochistas como Azorín, Baroja y en menor medida Unamuno. Sin
embargo, pese a la relevancia de Schopenhauer en la Francia de la década de 1880 no se ha
escrito demasiado sobre las conexiones del autor de El mundo como voluntad con las obras de
los autores principales del naturalismo que, como sabemos, evidencia su período de mayor
vitalidad en estos años.
De acuerdo a lo expresado, el objetivo central de este ensayo será el de aproximarnos a la
producción literaria de dos de los más importantes escritores dentro del naturalismo de fin de
siglo XIX: Leopoldo Alas (Clarín) en España y Eugenio Cambaceres en la Argentina, con el
propósito de analizar la influencia y los puntos de contacto que ellas tengan con el pensamiento
del filosofo alemán Arthur Schopenhauer. Para ello, nos enfocaremos en dos novelas
fundamentales en la trayectoria de ambos escritores: La regenta para Clarín y Sin rumbo para
Cambaceres. Dentro de las mismas observaremos (para no salirnos del universo naturalista) la
1 Fundador de la Revista Contemporánea y autor del libro Ensayos sobre el movimiento intelectual en
Alemania. 2 Director del número 12 de los Anales de Literatura Española correspondiente al año 1996.
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forma en la que son tratados tres temas significativos en la obra del filósofo alemán como lo son
el dolor, el hastío y el amor de acuerdo a su conceptualización en la serie de ensayos aparecidos
originalmente en Parerga y Paralipómena (1851), a la postre la última y una de sus más
reconocidas obras.3
A la hora de justificar la elección de ambas obras se ha recurrido a tres criterios
fundamentales; el primero es puramente cronológico ya que ambas se publicaron en el año 18854
es decir en el momento más fructífero del movimiento naturalista; el segundo, hace referencia al
lugar prominente que estas novelas ocupan en la trayectoria de sus autores-- en el caso de Clarín,
claramente su obra cumbre y en el de Cambaceres compartiendo este honor con En la sangre de
1887--. Finalmente, podemos mencionar una influencia común que ciertamente las liga con la
filosofía de Schopenhauer: la que ejerce la novela de Zola El gozo de vivir (La Joie de vivre es el
título original) publicada en 1884 y que, de acuerdo a críticos como Claude Cymerman y Adolfo
Sotelo Vázquez, ambos autores leyeron. En el caso de Clarín encontramos prueba de ello por
ejemplo cuando la menciona en su correspondencia con Galdós mientras que Cambaceres debe
conocerla (según Cymerman) dada la enorme influencia ejercida por Zola sobre el escritor
argentino aunque su conocimiento de las ideas de Schopenhauer sea anterior y no se encuentre
necesariamente mediado por su reflejo en la novela de Zola. Al respecto afirma Cymerman:
… la novela de Zola salió publicada en folletín, en el periódico Gil Blas, del 29 de
noviembre de 1883 al 3 de febrero de 1884, mientras que la del escritor argentino
salió el 1º de noviembre de 1885. No cabe duda de que, cuando Cambaceres
3 Fue la más reconocida durante su vida. 4 En el caso de La regenta, su segunda parte.
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empezó la redacción de Sin rumbo, la lectura de El gozo de vivir debía de estar
muy presente en su memoria. (435)
Especulaciones al margen, las ideas de Schopenhauer ocupan un espacio medular en la
novela de Cambaceres a través de la preponderancia de éstas en la trayectoria vital de Andrés, su
protagonista, al punto que la voz narrativa lo explicita de la siguiente manera: “Media hora
después [Andrés] cerraba los ojos sobre estas palabras de Schopenhauer, su maestro
predilecto…” (6).
El estudio de las figuras de Andrés y Ana Ozores, protagonistas de Sin rumbo y La
regenta respectivamente, permitirá que comencemos a desandar nuestro camino en la búsqueda
de nociones schopenhauerianas dentro de la producción naturalista de Clarín y Cambaceres, en
primera instancia aquéllas que hacen referencia a la diada dolor-hastío en el mundo de las clases
más privilegiadas para posteriormente ocuparnos de su noción del amor y la forma en la que
ambos géneros lo experimentan.
Dolor- Hastío
Al hablar de la relación entre estos dos conceptos en su ensayo “Dolores del mundo”,
Schopenhauer afirma: “La vida del hombre oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío.
Tales son en realidad, sus dos últimos elementos” (298). Explica que sólo el dolor (o el mal) es
positivo “puesto que hace sentir” (291) mientras que “todo bien, toda felicidad, toda satisfacción,
son cosas negativas, porque no hacen más que suprimir un deseo y terminar una pena” (291).
Como consecuencia, seremos capaces de sentir “el dolor, pero no la ausencia del dolor… el
cuidado, pero no la falta de cuidados; el temor pero no la seguridad” (298).
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La vida de una persona se divide, según el filósofo pesimista alemán, en dos etapas
claramente marcadas por “una infatigable aspiración hacia la felicidad” (295) seguida por el
reconocimiento del carácter ilusorio y quimérico de la misma y el predominio de un “doloroso
sentimiento de temor” (295) de lo que se desprende que sólo el sufrimiento es real y que
precisamente por ello “ la historia de una vida es siempre la historia de un sufrimiento, porque
toda una carrera recorrida no es más que una serie no interrumpida de reveses y desgracias”
(296).
De acuerdo a esto es posible observar cómo en el caso de Ana Ozores su vida o las
memorias que ella recopila a la hora de hacer confesión general en los primeros capítulos de La
Regenta se remontan a sus primeros desengaños y dolores; a saber, la ausencia de su madre y sus
tempranas lágrimas a la hora de dormirse: “Se acordó que no había conocido a su madre. Tal vez
de estas desgracias nacían sus mayores pecados” (80) sumado al desdichado episodio de la barca
con Germán en el cual (naturalmente) la herencia materna es señalada como gran responsable
del “pecado” de Anita pero que de igual manera se convierte en un mojón en su trayectoria vital
debido a que desde ese momento “la trataron como a un animal precoz” (86). A la fila de dolores
se suma la muerte de su padre que la deja enferma de melancolía, sintiendo “tristezas que no se
explicaba” (125), y su posterior llegada a Vetusta.
Esta ciudad con su monotonía, su ritmo mecánico y cansino, su hipocresía y sus vacías
tradiciones imbuyen el ánimo de Ana de un pesimismo, de “un tedio desesperado” (551), que no
hace más que incrementar la sensación de vida como condena: “Toda su resignación aparente
era por dentro un pesimismo invencible: se había convencido de que estaba condenada a vivir
entre necios…” (145). El determinismo y el influjo del ambiente, elementos propios de la
literatura naturalista, cooperan para intensificar la visión schopenhaueriana de la vida como un
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lugar de lucha y sufrimiento en la novela de Clarín. Esta conexión se ve de forma aún más clara
y evidente si comparamos a Schopenhauer cuando afirma: “La vida del hombre es un perpetuo
combate, no sólo contra males abstractos, la miseria o el hastío, sino contra los demás hombres
(…) La vida es una guerra [nuestro énfasis] sin tregua, y se muere con las armas en la mano”
(292) con la voz narrativa de La Regenta al describir la vida de Ana: “La lucha vulgar de la vida
ordinaria, la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa, la fatigaban; era una
guerra [ nuestro énfasis] en un subterráneo entre fango” (288).
La imagen de una guerra en el fango y de lo dificultoso que es avanzar en él funciona
muy adecuadamente para representar la exasperante lentitud que caracteriza al paso del tiempo
en la Vetusta de Ana Ozores. Schopenhauer advierte: “Las horas transcurren tanto más veloces
cuanto más agradables son, tanto más lentas cuanto más tristes, porque no es el goce lo positivo,
sino el dolor, y por eso deja sentir la presencia de éste” (298), y más adelante agrega: “El
aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita” (299). Indudablemente, el
péndulo se ha movido hacia el lado del hastío y se mantendrá allí por buena parte de la novela.
Sonia Núñez Puente nos brinda una interesante lectura de la temporalidad femenina:
El mundo de lo femenino se convierte, efectivamente, en metáfora audaz de la
situación anímica europea tras el exuberante optimismo destilado de una
revolución industrial todavía en desarrollo. La estructura circular atrapa a la mujer
en una suerte de figura redonda que implica un cierre sin posibilidad de
crecimiento lineal; no hay progresión. Ésta no es más que una sucesión ilimitada
de acontecimientos, que si de un lado se revelan como hechos distintos
engarzados en una secuencia temporal, de otro surgen como indicios de una
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repetición sin fin y, por lo tanto, se perciben no como sucesos distintos, sino como
un solo fenómeno engastado hasta llegar a transformarse en una permanente
sensación de quietud. (63)
Ana Ozores es como una mosca que choca una y otra vez contra un vidrio que la limita y
la condiciona a vivir en una realidad y un tiempo circular e insoportablemente vacío. Este
automatismo propio de Vetusta se pone especialmente de manifiesto en las festividades
religiosas, que a su vez funcionan como marcadores del cíclico devenir temporal:
Ana aquella tarde aborrecía más que otros días a los vetustenses; aquellas
costumbres tradicionales, respetadas sin conciencia de lo que se hacía, sin fe ni
entusiasmo, repetidas con mecánica igualdad como el rítmico volver de las frases
o los gestos de un loco; aquella tristeza ambiente que no tenía grandeza, que no se
refería a la suerte incierta de los muertos, sino al aburrimiento seguro de los vivos,
se le ponían a la Regenta sobre el corazón, y hasta creía sentir la atmósfera
cargada de hastío, de un hastío sin remedio, eterno. (483)
Por otra parte, el sentimiento de hastío de Ana encuentra su reflejo y parece influir en la
naturaleza que la rodea, produciendo una retroalimentación permanente entre sus estados de
ánimo y la disposición climática del microcosmos vetustense en el que pasa sus días. La
monotonía interior se alimenta de la exterior y a su vez la primera influye en la percepción de un
afuera cuya tristeza y lejanía empujan a la protagonista a permanecer rebotando en su eterno
encierro: “Y el mundo era plomizo, amarillento o negro según las horas, según los días; el
mundo era un rumor triste, lejano, apagado… el mundo era una contradanza del sol dando
vueltas muy rápidas alrededor de la tierra, y esto eran los días; nada” (590).
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Andrés, el joven-viejo estanciero protagonista de Sin Rumbo, también hace un resumen
de los hechos más trascendentes de su vida en las primeras páginas de la novela de Cambaceres y
fiel al modelo propuesto por Schopenhauer la divide en dos grandes etapas: la primera
correspondiente a su educación con sus maestros y palmetas, las grandes esperanzas puestas en
él por sus padres, los conflictos entre ellos a la hora de planear su futuro y por supuesto el primer
gran incidente que divide estas etapas y que como un mantra tiende a repetirse en la trayectoria
del (de los) protagonista (s): en este caso el intento de seducción de una mujer “ajena” (francesa
y artista) mediante el obsequio de unas valiosas alhajas compradas con el dinero de su padre. A
ésta le sigue la segunda, caracterizada por la discordia, -- “Fastidiado, declaró el viejo que
cerraba los cordones de su bolsa” (5) —la violencia, la separación y el posterior e inevitable
fracaso. El mundo entero tan vasto y tan igual con su “mismo fondo de barro” (5) nada tiene para
ofrecerle al hastiado estanciero:
Seco, estragado, sin fe, muerto el corazón, yerta el alma, harto de la ciencia de la
vida de ese agregado de bajezas: el hombre, con el arsenal de un inmenso
desprecio por los otros, por él mismo, en qué habría venido a parar, ¿qué era al
fin? Nada, nadie... (6)
A diferencia de lo que sucede en la Vetusta de Ana Ozores, la naturaleza que rodea a
Andrés resulta mucho menos cruel en esta primera parte del relato. Sin embargo, ni la noche
“tibia, transparente” (6) ni el cielo “cuajado de estrellas” (6) pueden hacerle frente al aislamiento
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real y figurado de este hombre para quien la filosofía de Schopenhauer—bien o mal entendida5—
representa una guía, a punto tal de referirse al filósofo como “su maestro predilecto” (6).
Andrés se aburre y este mismo aburrimiento actúa como disparador (consciente al menos)
de la necesidad de relacionarse con otras personas. Antes de irse a la cama con el libro de su
maestro, exclama: “¡Uff!...-- hizo cruzando los brazos en la nuca y dando un largo bostezo-- ¡qué
remedio!... mañana iré a ver a la china6 esa” (6).
Schopenhauer se refiere a este aspecto positivo del hastío al resaltar su vital importancia
para el proceso de socialización: “El hastío no es un mal despreciable; ¡que desesperación
concluye por pintar en el rostro! Él es quien hace que los hombres, que se aman tan poco entre sí,
se busquen, sin embargo unos a otros tan locamente: es la fuente del instinto social” (297). Al
mismo tiempo resulta necesario aclarar que el hastío es descrito por el alemán básicamente como
un fenómeno propio de ciertas clases sociales, justamente aquellas que tienen el “privilegio” de
sufrirlo: “Si la miseria es el aguijón perpetuo para el pueblo, el hastío lo es para las personas
acomodadas” (298).
Los esfuerzos por matar el tiempo y huir del hastío (al fin de cuentas otra de las formas
del dolor) son vistos por Schopenhauer como en un intento de “aligerar la carga de la vida,
hacerla insensible” (297). Con este propósito, Ana Ozores comienza a frecuentar el teatro y las
reuniones en la casa de la marquesa de Vegallana7 mientras que Andrés recorre el campo y la
5 Pedro Lasarte afirma en su ensayo “Sin rumbo en el texto de Schopenhauer” que la deficiente
comprensión de los escritos de Schopenhauer por parte del protagonista—un lector no calificado a
diferencia de la voz narrativa e incluso del lector hipotético de la obra de Cambaceres—llevan a Andrés a
su desdichado final. 6 En este caso usa el adjetivo gentilicio “china” para referirse a una mujer—en general una criada—de
rasgos aindiados. 7 «Era mejor vivir como todos, dejarse ir, ocupar el ánimo con los pasatiempos vulgares, sosos,
pero que, al fin, llenan las horas...» (604)
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ciudad entregándose a la caza de animales y mujeres para que esto anestesie o al menos
disminuya el dolor de su existir.
Sin embargo, como dice Schopenhauer, “A medida que crecen nuestros goces, nos
hacemos más insensibles a ellos: el hábito ya no es placer” (298). Es así que el hábito con su
promesa de repeticiones y monotonías se constituye en un pasaje lento pero directo de nuevo
hacía la frustración y el hastío. No obstante, este hábito es capaz de ser utilizado en direcciones
inversas aunque paralelas, esto es, como caminos para salir o volver a caer en el hastío y el dolor.
En los capítulos finales de La Regenta, Ana lo usa para intentar salir del dolor intenso
luego de la pérdida del amante (y con él la del amor) y la muerte de su marido por medio de lo
que ella llama “la religión vulgar”8, es decir, aquella práctica vacía de contenido practicada con
asiduidad en Vetusta. Sin embargo, la condena social y en particular la de su confesor y
espiritual amante la sumirán nuevamente en el desencanto, la frustración y la vergonzosa derrota
hacia el final de la novela. Para Andrés, en cambio, sus conquistas amorosas en el campo y la
ciudad lo llevan rápidamente del placer efímero a una intolerable sensación de asfixia e
irritación. Donata (la mujer del campo) se transforma con el tiempo en “un detalle en la
existencia de Andrés. Una cosa, carne, ni alguien siquiera. Menos aún que Bernardo el gato…”
(16) mientras que los requerimientos amorosos de la cantante lírica Amorini (la mujer de la
ciudad) terminan por agotarlo, dejándolo “harto de aquella vida, profundamente disgustado ya”
(41) y llevándolo a pensar: “¡Cuánto más fácil es hacerse de una mujer que deshacerse de ella!”
(41).
8 “Ahora nada; huir del dolor y del pensamiento. Pero aquella piedad mecánica, aquel
rezar y oír misa como las demás le parecía bien, le parecía la religión compatible con el
marasmo de su alma. Y además, sin darse cuenta de ello, la religión vulgar (que así la
llamaba para sus adentros) le daba un pretexto para faltar a su promesa de no salir jamás
de casa.” (1001)
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El recorrido circular se completa con un corto período de felicidad tras el nacimiento de
su hija con Donata (muerta de sobreparto), aunque como ya sabemos de acuerdo a Schopenhauer
todo espacio para el goce y la alegría es esencialmente un fugaz preámbulo al dolor. Así lo
presiente (¿o lo razona?) Andrés, incapaz de disfrutar de estos momentos, temiendo siempre a la
inconstancia del destino y el azar: “Lo que el azar hacía hoy, podía deshacerlo mañana... ¡Ay de
él, de su hija!; ¡ay de su felicidad entonces!” (78).
Finalmente, el dolor más profundo llega con la enfermedad y muerte de su pequeña hija y
el camino hacia la nada se completa con su suicidio. Es el final de un ciclo que se repite
indefinidamente y en el cual, de acuerdo a Schopenhauer, la muerte simplemente juega con sus
presas9. Es indudable la referencia a este pensador en los momentos finales de la vida del
desdichado Andrés quien, luego de abrirse el estómago con un cuchillo de caza (el hombre como
lobo de sí mismo), contempla con estupor la tardanza de su definitivo final: “Pero los segundos,
los minutos se sucedían y la muerte así mismo no llegaba. Parecía mirar con asco esa otra presa,
harta, satisfecha de su presa” (94).
Completo ya nuestro recorrido por la parte principal del ensayo, y tras haber delimitado y
ejemplificado de forma concreta los puntos de contacto entre la concepción de la vida en la
filosofía schopenhaueriana y su representación en las obras de Clarín y Cambaceres, nos
ocuparemos, en el último tramo de este escrito, de otro tema muy importante dentro del
pensamiento de Schopenhauer: su noción del amor y cómo se manifiesta en el hombre y en la
mujer.
9 …la vida del cuerpo no es más que una muerte siempre suspensa, una muerte aplazada, y la actividad de
nuestro espíritu sólo es un tedio siempre combatido…A la postre, es menester que triunfe la muerte,
porque les pertenecemos por el hecho mismo de nuestro nacimiento, y no hace sino jugar con su presa
antes de devorarla. (296)
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El amor
“El amor es ciego” es una frase que comúnmente se utiliza para ensalzar la supuesta
espiritualidad de uno de los más nobles sentimientos humanos. Este lugar común puede ser
explicado por la filosofía de Schopenhauer10 ya que según el filósofo alemán, las personas no
eligen aquello que aman sino que son guiadas por “el genio de la especie”, cuya finalidad última
es la de asegurarse la reproducción de la misma. El hombre es un juguete de un instinto superior,
de una voluntad que lo aleja de su egoísmo y lo lleva a actuar de forma solidaria en pos de las
futuras generaciones. Este es el fundamento y la explicación del amor. De la siguiente manera lo
confirma Schopenhauer en su ensayo “El amor”: “El amor tiene, pues, por fundamento un
instinto dirigido a la reproducción de la especie” (265).
Más allá de esta característica general del fenómeno amoroso, el pensador alemán realiza
distinciones claras y tajantes acerca de la forma que el amor toma en el hombre y en la mujer. Al
respecto afirma:
Ante todo, es preciso considerar que el hombre propende por naturaleza a la
inconstancia en el amor, y la mujer a la fidelidad. El amor del hombre disminuye
de una manera perceptible a partir del instante en que ha obtenido satisfacción.
Parece que cualquier otra mujer tiene más atractivo que la que posee; aspira al
cambio. Por el contrario, el amor de la mujer crece a partir de ese instante. Esto es
una consecuencia del objetivo de la naturaleza, que se encamina al sostén, y por
tanto, al crecimiento más considerable posible de la especie. (265)
10 Al igual que muchos otros como por ejemplo “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, “lo único
seguro es la muerte” o “los opuestos se atraen”.
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Schopenhauer fundamenta esta posición desde un punto de vista cuasi-fisiológico al
sostener que un hombre está capacitado para “engendrar más de cien hijos en un año” (265)
mientras que la mujer “aunque tuviese otros tantos varones a su disposición, no podría dar a luz
más que un hijo al año, salvo los gemelos” (265). La fidelidad y la infidelidad son entonces, al
igual que el amor, resultados de una disposición de la naturaleza que mueve a las personas a
actuar por instinto, dejando de lado su racionalidad y su egoísmo. El filósofo alemán hace uso
del discurso científico (o con pretensiones científicas) y lo impone como autoridad social/moral.
Estrategias similares pueden encontrarse en la literatura naturalista.
Dejaremos de lado en este ensayo el análisis de la actitud misógina de Schopenhauer, su
reproducción en el pensamiento de Clarín o Cambaceres11 y la misoginia o no de estos autores
naturalistas, ya que ello nos demandaría otro tipo de análisis y un largo peregrinar por el
territorio de lo hipotético y lo biográfico. En cambio, nos concentraremos en examinar la
representación del amor a través de los protagonistas de La Regenta y Sin rumbo y ver hasta
que punto coincide con la presentada en el pensamiento de nuestro filósofo.
En la obra de Clarín, Ana Ozores se embarca en un matrimonio que la llena de
frustración y hastío. Víctor Quintanar es como un padre para ella pero es aparentemente incapaz
de asumir la figura y los roles de esposo de acuerdo a lo exigido por la naturaleza de acuerdo al
pensamiento schopenhaueriano. De hecho, mediante el uso del estilo indirecto libre, el narrador
explica en el capítulo diez de la novela: “…ella se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la
11 Ambos autores son defendidos por críticos tales como Cymerman en el caso de Cambaceres o Sally
Ortiz Aponte en el de Clarín mediante su obra Las mujeres de Clarín: Esperpentos y camafeos. Allí
mantienen que en sus novelas Clarín y Cambaceres no hacen más que denunciar el machismo de las
sociedades española y argentina respectivamente. Es importante notar que ambos críticos hacen uso de la
biografía de los autores para encontrar elementos que los separen de posiciones machistas, por ejemplo la
posición de ambos ante sus mujeres en la vida real y los elogios que a ellas les ofrecen en su
correspondencia.
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juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta de la vejez a que ya estaba llamando..., y
no había gozado una sola vez esas delicias del amor de que hablan todos…” (283). Es por lo
menos curioso que “la puerta de la vejez” para Ana coincida de forma exacta con lo expuesto por
Schopenhauer cuando éste se refiere al período (fértil) en el cual las mujeres atraen a los
hombres: “damos decisiva preferencia al período que media entre las edades de quince a
veintiocho años” (265).
La luna de miel es descrita como “una excitación inútil, una alarma de los sentidos, un
sarcasmo en el fondo…” (283) que sólo confirma sus más íntimas sospechas-- provenientes de la
literatura--, que apuntan a la impotencia sexual de los maridos viejos12 y que la llevan a
caracterizar a su matrimonio como un “presidio de castidad” (284). Si el invierno y la lluvia
traen monotonía y tedio a su vida, la primavera no es más benévola con Ana ya que su instinto la
lleva a buscar en Quintanar aquello que dolorosamente no encontrará:
…llegaba la primavera y ella misma, ella le buscaba los besos en la boca;
le remordía la conciencia de no quererle como marido, de no desear sus caricias, y
además tenía miedo a los sentidos excitados en vano. De todo aquello resultaba
una gran injusticia no sabía de quién, un dolor irremediable que ni siquiera tenía
el atractivo de los dolores poéticos; era un dolor vergonzoso… (284)
El segundo lugar que claramente ocupa la razón en la búsqueda de Ana no hace más que
apoyar la hipótesis de Schopenhauer. La protagonista de La Regenta aparece más que nunca en
este fragmento como un ser dirigido por un instinto superior que evidentemente no puede ser
12“…se aclaraba el sentido de todo aquello que había leído en sus mitologías, de lo que había oído a
criados y pastores murmurar con malicia...” (284)
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comprendido o racionalizado y por lo tanto genera contradicción y dolor en aquellos que le
sirven como vehículos.
Una vez consumada la infidelidad de Ana con Álvaro Mesía-- la última noche antes de la
llegada del invierno--, el entusiasmo y el enamoramiento de la Regenta crecen y se solidifican.
La “natural” fidelidad de la mujer, aún dentro de una relación extra-matrimonial, se vuelve
evidente y las palabras y acciones de Ana así lo demuestran:
Las primeras palabras de amor que Ana, ya vencida, se atrevió a murmurar con
voz apasionada y tierna al oído de su vencedor, no el día de la rendición, mucho
después, fueron para pedirle el juramento de la constancia...«Para siempre,
Álvaro, para siempre, júramelo; si no es para siempre, esto es un bochorno, es un
crimen infame, villano...» (912)
Álvaro Mesía, ridículo y caduco don Juan, es rápidamente elevado a un estatus muy
superior al que ocupaba anteriormente dentro de la vida de Ana y ella comienza a referirse a él
como mucho más que su amante. Para la Regenta, Álvaro es: “su Mesía… su señor” (911), el
“hombre a quien se había entregado en cuerpo y en alma por toda la vida” (911) tanto que le
confiesa: “Contigo no pienso más que en quererte” (913).
Algo similar ocurre con las amantes de Andrés en Sin rumbo. Donata a pesar de ser
forzada por Andrés en su primer encuentro, finalmente se entrega “como una masa inerte” (9),
“acaso obedeciendo a la voz misteriosa del instinto” (9) y no se resiste a posteriores
reelaboraciones del mismo acto, incluso las espera y disfruta: “Donata, por su parte, como esas
flores salvajes de campo que dan todo su aroma, sin oponer siquiera a la mano que las arranca la
resistencia de espinas que no tienen, en cuerpo y alma se había entregado a su querido” (16).
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Amorini es, a su vez, otra adúltera fiel entregada por completo a los deseos de su amante:
Locamente enamorada de su amante, presa de uno de esos sentimientos intensos,
repentinos, que tienen su explicación en la naturaleza misma de ciertos
temperamentos de mujer, sin reservas la primadonna se había dado a su pasión, y
las citas en la casa de la calle de Caseros se repetían con más frecuencia cada vez.
(40)
Pese a esto, Andrés y Mesía no comparten la inoxidable pasión y el apego de sus mujeres
y en ambos casos terminaran alejándose de ellas. Así lo explica Schopenhauer:
Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se
asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que
un placer efímero, seguido de un rápido desencanto… Sólo la especie se
aprovecha de la satisfacción de ese deseo, pero el individuo no tiene conciencia
de ello. Todos los sacrificios que se ha impuesto, impulsado por el genio de la
especie, han servido para un fin que no es el suyo propio. Por eso todo amante,
una vez realizada la grande obra de la naturaleza, se llama a engaño; porque la
ilusión que le hacía víctima de la especie se ha desvanecido. (264)
Esta especie de fábula del engañador-engañado sirve para comprender la reacción de
Andrés luego del período de encantamiento y goce de sus amantes. Donata (a la postre la madre
de su hija) se transforma en “un detalle” en su existencia y Amorini llega a hastiarlo hasta el
punto de observar su cuerpo desnudo “con glacial indiferencia” para más tarde huir de ella,
despidiéndose mediante una fría carta.
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Mesía por su lado, se siente asustado e intranquilo ante la vehemencia y el furor con que
Ana vive su amor y teme “decaer” físicamente ante la presencia de su joven amante. Luego del
duelo y la muerte de Quintanar, don Álvaro huye a Madrid desde donde envía su carta final a la
Regenta y en ella descubre sus reales intenciones: “Todo era falso, frío, necio, en aquel papel
escrito por un egoísta incapaz de amar de veras a los demás, y no menos inepto para saber ser
digno en las circunstancias en que la suerte y sus crímenes le habían puesto” (990).
Conclusiones
Tanto La Regenta como Sin rumbo presentan finales oscuros, repletos de dolor,
vergüenza y desesperanza. Ana y Andrés, sus protagonistas, luchan durante toda su vida contra
lo que parece ser un destino a la vez impasible e imposible de modificar. Ellos son cazadores-
cazados, seres condenados como todo el resto, diluidos como Ana Ozores al final de la novela
cuando “llegaba a no creer más que en su dolor” (991). Un dolor que dentro del universo de
Schopenhauer se transforma en la esencia de la vida; vida que los escritores naturalistas se
propusieron atrapar de la forma más completa y acabada en sus obras. Volvemos a Schopenhauer
por última vez para recordar que: “Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda
vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre…La vida del hombre no es
más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido” (301).
El sesgo determinista que invade ambos relatos los ubica (junto a muchas otras
características que no pretendemos enumerar en este ensayo) dentro del llamado naturalismo
literario al que Zola dio entidad en Le roman expérimental (1880). Más allá de las diferencias
entre el naturalismo de tendencia psicológica de La Regenta y la versión más cruda y radical del
mismo que presenta Sin rumbo, ambas novelas no sólo son capaces de admitir lecturas que
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partan desde la perspectiva filosófica de Schopenhauer sino que además, como vimos, muestran
rasgos que dejan ver una activa recepción de las ideas centrales del filósofo alemán por parte de
sus autores. Es por ello que al concluir este ensayo queremos ser optimistas y proponer una
apertura hacia más, y seguramente, mejores investigaciones que se ocupen de buscar nuevas
repercusiones del pesimismo de Schopenhauer dentro de las novelas naturalistas en España y el
resto del mundo.
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Obras citadas
Arbat Carnero, Guillermo. Introducción. Anales de literatura española 12. (1996): 3-23. Print
Cambaceres, Eugenio. Sin Rumbo. Buenos Aires: Secretaría de Cultura de la Nación en
coproducción con Editorial El Ateneo, 1994. Print.
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