“La certidumbre de resultar vencido”: La filosofía de Schopenhauer en La Regenta y Sin rumbo.

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Bertoglio 1 “La certidumbre de resultar vencido”: La filosofía de Schopenhauer en La Regenta y Sin rumbo. La relación de la obra de Arthur Schopenhauer con la creación literaria en España es un tema que los críticos y estudiosos de la literatura de ese país no han tratado aún con la profundidad que éste se merece. Si bien se sabe que sus ideas comenzaron a ser atendidas en la tierra de Cervantes hacia el año 1875 gracias al interés y a la difusión del escritor cubano José del Perojo 1 no existe, según Guillermo Carnero Arbat 2 una “visión totalizadora, de una amplia panorámica como la que Gonzalo Sobejano dedicara a la presencia de Nietzsche en España(11). Por lo general, el pensamiento del pesimista alemán se asocia con las obras y las temáticas de autores noventayochistas como Azorín, Baroja y en menor medida Unamuno. Sin embargo, pese a la relevancia de Schopenhauer en la Francia de la década de 1880 no se ha escrito demasiado sobre las conexiones del autor de El mundo como voluntad con las obras de los autores principales del naturalismo que, como sabemos, evidencia su período de mayor vitalidad en estos años. De acuerdo a lo expresado, el objetivo central de este ensayo será el de aproximarnos a la producción literaria de dos de los más importantes escritores dentro del naturalismo de fin de siglo XIX: Leopoldo Alas (Clarín) en España y Eugenio Cambaceres en la Argentina, con el propósito de analizar la influencia y los puntos de contacto que ellas tengan con el pensamiento del filosofo alemán Arthur Schopenhauer. Para ello, nos enfocaremos en dos novelas fundamentales en la trayectoria de ambos escritores: La regenta para Clarín y Sin rumbo para Cambaceres. Dentro de las mismas observaremos (para no salirnos del universo naturalista) la 1 Fundador de la Revista Contemporánea y autor del libro Ensayos sobre el movimiento intelectual en Alemania. 2 Director del número 12 de los Anales de Literatura Española correspondiente al año 1996.

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Bertoglio 1

“La certidumbre de resultar vencido”: La filosofía de Schopenhauer en La Regenta y Sin rumbo.

La relación de la obra de Arthur Schopenhauer con la creación literaria en España es un

tema que los críticos y estudiosos de la literatura de ese país no han tratado aún con la

profundidad que éste se merece. Si bien se sabe que sus ideas comenzaron a ser atendidas en la

tierra de Cervantes hacia el año 1875 gracias al interés y a la difusión del escritor cubano José

del Perojo 1 no existe, según Guillermo Carnero Arbat2 una “visión totalizadora, de una amplia

panorámica como la que Gonzalo Sobejano dedicara a la presencia de Nietzsche en España”

(11).

Por lo general, el pensamiento del pesimista alemán se asocia con las obras y las

temáticas de autores noventayochistas como Azorín, Baroja y en menor medida Unamuno. Sin

embargo, pese a la relevancia de Schopenhauer en la Francia de la década de 1880 no se ha

escrito demasiado sobre las conexiones del autor de El mundo como voluntad con las obras de

los autores principales del naturalismo que, como sabemos, evidencia su período de mayor

vitalidad en estos años.

De acuerdo a lo expresado, el objetivo central de este ensayo será el de aproximarnos a la

producción literaria de dos de los más importantes escritores dentro del naturalismo de fin de

siglo XIX: Leopoldo Alas (Clarín) en España y Eugenio Cambaceres en la Argentina, con el

propósito de analizar la influencia y los puntos de contacto que ellas tengan con el pensamiento

del filosofo alemán Arthur Schopenhauer. Para ello, nos enfocaremos en dos novelas

fundamentales en la trayectoria de ambos escritores: La regenta para Clarín y Sin rumbo para

Cambaceres. Dentro de las mismas observaremos (para no salirnos del universo naturalista) la

1 Fundador de la Revista Contemporánea y autor del libro Ensayos sobre el movimiento intelectual en

Alemania. 2 Director del número 12 de los Anales de Literatura Española correspondiente al año 1996.

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forma en la que son tratados tres temas significativos en la obra del filósofo alemán como lo son

el dolor, el hastío y el amor de acuerdo a su conceptualización en la serie de ensayos aparecidos

originalmente en Parerga y Paralipómena (1851), a la postre la última y una de sus más

reconocidas obras.3

A la hora de justificar la elección de ambas obras se ha recurrido a tres criterios

fundamentales; el primero es puramente cronológico ya que ambas se publicaron en el año 18854

es decir en el momento más fructífero del movimiento naturalista; el segundo, hace referencia al

lugar prominente que estas novelas ocupan en la trayectoria de sus autores-- en el caso de Clarín,

claramente su obra cumbre y en el de Cambaceres compartiendo este honor con En la sangre de

1887--. Finalmente, podemos mencionar una influencia común que ciertamente las liga con la

filosofía de Schopenhauer: la que ejerce la novela de Zola El gozo de vivir (La Joie de vivre es el

título original) publicada en 1884 y que, de acuerdo a críticos como Claude Cymerman y Adolfo

Sotelo Vázquez, ambos autores leyeron. En el caso de Clarín encontramos prueba de ello por

ejemplo cuando la menciona en su correspondencia con Galdós mientras que Cambaceres debe

conocerla (según Cymerman) dada la enorme influencia ejercida por Zola sobre el escritor

argentino aunque su conocimiento de las ideas de Schopenhauer sea anterior y no se encuentre

necesariamente mediado por su reflejo en la novela de Zola. Al respecto afirma Cymerman:

… la novela de Zola salió publicada en folletín, en el periódico Gil Blas, del 29 de

noviembre de 1883 al 3 de febrero de 1884, mientras que la del escritor argentino

salió el 1º de noviembre de 1885. No cabe duda de que, cuando Cambaceres

3 Fue la más reconocida durante su vida. 4 En el caso de La regenta, su segunda parte.

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empezó la redacción de Sin rumbo, la lectura de El gozo de vivir debía de estar

muy presente en su memoria. (435)

Especulaciones al margen, las ideas de Schopenhauer ocupan un espacio medular en la

novela de Cambaceres a través de la preponderancia de éstas en la trayectoria vital de Andrés, su

protagonista, al punto que la voz narrativa lo explicita de la siguiente manera: “Media hora

después [Andrés] cerraba los ojos sobre estas palabras de Schopenhauer, su maestro

predilecto…” (6).

El estudio de las figuras de Andrés y Ana Ozores, protagonistas de Sin rumbo y La

regenta respectivamente, permitirá que comencemos a desandar nuestro camino en la búsqueda

de nociones schopenhauerianas dentro de la producción naturalista de Clarín y Cambaceres, en

primera instancia aquéllas que hacen referencia a la diada dolor-hastío en el mundo de las clases

más privilegiadas para posteriormente ocuparnos de su noción del amor y la forma en la que

ambos géneros lo experimentan.

Dolor- Hastío

Al hablar de la relación entre estos dos conceptos en su ensayo “Dolores del mundo”,

Schopenhauer afirma: “La vida del hombre oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío.

Tales son en realidad, sus dos últimos elementos” (298). Explica que sólo el dolor (o el mal) es

positivo “puesto que hace sentir” (291) mientras que “todo bien, toda felicidad, toda satisfacción,

son cosas negativas, porque no hacen más que suprimir un deseo y terminar una pena” (291).

Como consecuencia, seremos capaces de sentir “el dolor, pero no la ausencia del dolor… el

cuidado, pero no la falta de cuidados; el temor pero no la seguridad” (298).

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La vida de una persona se divide, según el filósofo pesimista alemán, en dos etapas

claramente marcadas por “una infatigable aspiración hacia la felicidad” (295) seguida por el

reconocimiento del carácter ilusorio y quimérico de la misma y el predominio de un “doloroso

sentimiento de temor” (295) de lo que se desprende que sólo el sufrimiento es real y que

precisamente por ello “ la historia de una vida es siempre la historia de un sufrimiento, porque

toda una carrera recorrida no es más que una serie no interrumpida de reveses y desgracias”

(296).

De acuerdo a esto es posible observar cómo en el caso de Ana Ozores su vida o las

memorias que ella recopila a la hora de hacer confesión general en los primeros capítulos de La

Regenta se remontan a sus primeros desengaños y dolores; a saber, la ausencia de su madre y sus

tempranas lágrimas a la hora de dormirse: “Se acordó que no había conocido a su madre. Tal vez

de estas desgracias nacían sus mayores pecados” (80) sumado al desdichado episodio de la barca

con Germán en el cual (naturalmente) la herencia materna es señalada como gran responsable

del “pecado” de Anita pero que de igual manera se convierte en un mojón en su trayectoria vital

debido a que desde ese momento “la trataron como a un animal precoz” (86). A la fila de dolores

se suma la muerte de su padre que la deja enferma de melancolía, sintiendo “tristezas que no se

explicaba” (125), y su posterior llegada a Vetusta.

Esta ciudad con su monotonía, su ritmo mecánico y cansino, su hipocresía y sus vacías

tradiciones imbuyen el ánimo de Ana de un pesimismo, de “un tedio desesperado” (551), que no

hace más que incrementar la sensación de vida como condena: “Toda su resignación aparente

era por dentro un pesimismo invencible: se había convencido de que estaba condenada a vivir

entre necios…” (145). El determinismo y el influjo del ambiente, elementos propios de la

literatura naturalista, cooperan para intensificar la visión schopenhaueriana de la vida como un

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lugar de lucha y sufrimiento en la novela de Clarín. Esta conexión se ve de forma aún más clara

y evidente si comparamos a Schopenhauer cuando afirma: “La vida del hombre es un perpetuo

combate, no sólo contra males abstractos, la miseria o el hastío, sino contra los demás hombres

(…) La vida es una guerra [nuestro énfasis] sin tregua, y se muere con las armas en la mano”

(292) con la voz narrativa de La Regenta al describir la vida de Ana: “La lucha vulgar de la vida

ordinaria, la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa, la fatigaban; era una

guerra [ nuestro énfasis] en un subterráneo entre fango” (288).

La imagen de una guerra en el fango y de lo dificultoso que es avanzar en él funciona

muy adecuadamente para representar la exasperante lentitud que caracteriza al paso del tiempo

en la Vetusta de Ana Ozores. Schopenhauer advierte: “Las horas transcurren tanto más veloces

cuanto más agradables son, tanto más lentas cuanto más tristes, porque no es el goce lo positivo,

sino el dolor, y por eso deja sentir la presencia de éste” (298), y más adelante agrega: “El

aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita” (299). Indudablemente, el

péndulo se ha movido hacia el lado del hastío y se mantendrá allí por buena parte de la novela.

Sonia Núñez Puente nos brinda una interesante lectura de la temporalidad femenina:

El mundo de lo femenino se convierte, efectivamente, en metáfora audaz de la

situación anímica europea tras el exuberante optimismo destilado de una

revolución industrial todavía en desarrollo. La estructura circular atrapa a la mujer

en una suerte de figura redonda que implica un cierre sin posibilidad de

crecimiento lineal; no hay progresión. Ésta no es más que una sucesión ilimitada

de acontecimientos, que si de un lado se revelan como hechos distintos

engarzados en una secuencia temporal, de otro surgen como indicios de una

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repetición sin fin y, por lo tanto, se perciben no como sucesos distintos, sino como

un solo fenómeno engastado hasta llegar a transformarse en una permanente

sensación de quietud. (63)

Ana Ozores es como una mosca que choca una y otra vez contra un vidrio que la limita y

la condiciona a vivir en una realidad y un tiempo circular e insoportablemente vacío. Este

automatismo propio de Vetusta se pone especialmente de manifiesto en las festividades

religiosas, que a su vez funcionan como marcadores del cíclico devenir temporal:

Ana aquella tarde aborrecía más que otros días a los vetustenses; aquellas

costumbres tradicionales, respetadas sin conciencia de lo que se hacía, sin fe ni

entusiasmo, repetidas con mecánica igualdad como el rítmico volver de las frases

o los gestos de un loco; aquella tristeza ambiente que no tenía grandeza, que no se

refería a la suerte incierta de los muertos, sino al aburrimiento seguro de los vivos,

se le ponían a la Regenta sobre el corazón, y hasta creía sentir la atmósfera

cargada de hastío, de un hastío sin remedio, eterno. (483)

Por otra parte, el sentimiento de hastío de Ana encuentra su reflejo y parece influir en la

naturaleza que la rodea, produciendo una retroalimentación permanente entre sus estados de

ánimo y la disposición climática del microcosmos vetustense en el que pasa sus días. La

monotonía interior se alimenta de la exterior y a su vez la primera influye en la percepción de un

afuera cuya tristeza y lejanía empujan a la protagonista a permanecer rebotando en su eterno

encierro: “Y el mundo era plomizo, amarillento o negro según las horas, según los días; el

mundo era un rumor triste, lejano, apagado… el mundo era una contradanza del sol dando

vueltas muy rápidas alrededor de la tierra, y esto eran los días; nada” (590).

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Andrés, el joven-viejo estanciero protagonista de Sin Rumbo, también hace un resumen

de los hechos más trascendentes de su vida en las primeras páginas de la novela de Cambaceres y

fiel al modelo propuesto por Schopenhauer la divide en dos grandes etapas: la primera

correspondiente a su educación con sus maestros y palmetas, las grandes esperanzas puestas en

él por sus padres, los conflictos entre ellos a la hora de planear su futuro y por supuesto el primer

gran incidente que divide estas etapas y que como un mantra tiende a repetirse en la trayectoria

del (de los) protagonista (s): en este caso el intento de seducción de una mujer “ajena” (francesa

y artista) mediante el obsequio de unas valiosas alhajas compradas con el dinero de su padre. A

ésta le sigue la segunda, caracterizada por la discordia, -- “Fastidiado, declaró el viejo que

cerraba los cordones de su bolsa” (5) —la violencia, la separación y el posterior e inevitable

fracaso. El mundo entero tan vasto y tan igual con su “mismo fondo de barro” (5) nada tiene para

ofrecerle al hastiado estanciero:

Seco, estragado, sin fe, muerto el corazón, yerta el alma, harto de la ciencia de la

vida de ese agregado de bajezas: el hombre, con el arsenal de un inmenso

desprecio por los otros, por él mismo, en qué habría venido a parar, ¿qué era al

fin? Nada, nadie... (6)

A diferencia de lo que sucede en la Vetusta de Ana Ozores, la naturaleza que rodea a

Andrés resulta mucho menos cruel en esta primera parte del relato. Sin embargo, ni la noche

“tibia, transparente” (6) ni el cielo “cuajado de estrellas” (6) pueden hacerle frente al aislamiento

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real y figurado de este hombre para quien la filosofía de Schopenhauer—bien o mal entendida5—

representa una guía, a punto tal de referirse al filósofo como “su maestro predilecto” (6).

Andrés se aburre y este mismo aburrimiento actúa como disparador (consciente al menos)

de la necesidad de relacionarse con otras personas. Antes de irse a la cama con el libro de su

maestro, exclama: “¡Uff!...-- hizo cruzando los brazos en la nuca y dando un largo bostezo-- ¡qué

remedio!... mañana iré a ver a la china6 esa” (6).

Schopenhauer se refiere a este aspecto positivo del hastío al resaltar su vital importancia

para el proceso de socialización: “El hastío no es un mal despreciable; ¡que desesperación

concluye por pintar en el rostro! Él es quien hace que los hombres, que se aman tan poco entre sí,

se busquen, sin embargo unos a otros tan locamente: es la fuente del instinto social” (297). Al

mismo tiempo resulta necesario aclarar que el hastío es descrito por el alemán básicamente como

un fenómeno propio de ciertas clases sociales, justamente aquellas que tienen el “privilegio” de

sufrirlo: “Si la miseria es el aguijón perpetuo para el pueblo, el hastío lo es para las personas

acomodadas” (298).

Los esfuerzos por matar el tiempo y huir del hastío (al fin de cuentas otra de las formas

del dolor) son vistos por Schopenhauer como en un intento de “aligerar la carga de la vida,

hacerla insensible” (297). Con este propósito, Ana Ozores comienza a frecuentar el teatro y las

reuniones en la casa de la marquesa de Vegallana7 mientras que Andrés recorre el campo y la

5 Pedro Lasarte afirma en su ensayo “Sin rumbo en el texto de Schopenhauer” que la deficiente

comprensión de los escritos de Schopenhauer por parte del protagonista—un lector no calificado a

diferencia de la voz narrativa e incluso del lector hipotético de la obra de Cambaceres—llevan a Andrés a

su desdichado final. 6 En este caso usa el adjetivo gentilicio “china” para referirse a una mujer—en general una criada—de

rasgos aindiados. 7 «Era mejor vivir como todos, dejarse ir, ocupar el ánimo con los pasatiempos vulgares, sosos,

pero que, al fin, llenan las horas...» (604)

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ciudad entregándose a la caza de animales y mujeres para que esto anestesie o al menos

disminuya el dolor de su existir.

Sin embargo, como dice Schopenhauer, “A medida que crecen nuestros goces, nos

hacemos más insensibles a ellos: el hábito ya no es placer” (298). Es así que el hábito con su

promesa de repeticiones y monotonías se constituye en un pasaje lento pero directo de nuevo

hacía la frustración y el hastío. No obstante, este hábito es capaz de ser utilizado en direcciones

inversas aunque paralelas, esto es, como caminos para salir o volver a caer en el hastío y el dolor.

En los capítulos finales de La Regenta, Ana lo usa para intentar salir del dolor intenso

luego de la pérdida del amante (y con él la del amor) y la muerte de su marido por medio de lo

que ella llama “la religión vulgar”8, es decir, aquella práctica vacía de contenido practicada con

asiduidad en Vetusta. Sin embargo, la condena social y en particular la de su confesor y

espiritual amante la sumirán nuevamente en el desencanto, la frustración y la vergonzosa derrota

hacia el final de la novela. Para Andrés, en cambio, sus conquistas amorosas en el campo y la

ciudad lo llevan rápidamente del placer efímero a una intolerable sensación de asfixia e

irritación. Donata (la mujer del campo) se transforma con el tiempo en “un detalle en la

existencia de Andrés. Una cosa, carne, ni alguien siquiera. Menos aún que Bernardo el gato…”

(16) mientras que los requerimientos amorosos de la cantante lírica Amorini (la mujer de la

ciudad) terminan por agotarlo, dejándolo “harto de aquella vida, profundamente disgustado ya”

(41) y llevándolo a pensar: “¡Cuánto más fácil es hacerse de una mujer que deshacerse de ella!”

(41).

8 “Ahora nada; huir del dolor y del pensamiento. Pero aquella piedad mecánica, aquel

rezar y oír misa como las demás le parecía bien, le parecía la religión compatible con el

marasmo de su alma. Y además, sin darse cuenta de ello, la religión vulgar (que así la

llamaba para sus adentros) le daba un pretexto para faltar a su promesa de no salir jamás

de casa.” (1001)

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El recorrido circular se completa con un corto período de felicidad tras el nacimiento de

su hija con Donata (muerta de sobreparto), aunque como ya sabemos de acuerdo a Schopenhauer

todo espacio para el goce y la alegría es esencialmente un fugaz preámbulo al dolor. Así lo

presiente (¿o lo razona?) Andrés, incapaz de disfrutar de estos momentos, temiendo siempre a la

inconstancia del destino y el azar: “Lo que el azar hacía hoy, podía deshacerlo mañana... ¡Ay de

él, de su hija!; ¡ay de su felicidad entonces!” (78).

Finalmente, el dolor más profundo llega con la enfermedad y muerte de su pequeña hija y

el camino hacia la nada se completa con su suicidio. Es el final de un ciclo que se repite

indefinidamente y en el cual, de acuerdo a Schopenhauer, la muerte simplemente juega con sus

presas9. Es indudable la referencia a este pensador en los momentos finales de la vida del

desdichado Andrés quien, luego de abrirse el estómago con un cuchillo de caza (el hombre como

lobo de sí mismo), contempla con estupor la tardanza de su definitivo final: “Pero los segundos,

los minutos se sucedían y la muerte así mismo no llegaba. Parecía mirar con asco esa otra presa,

harta, satisfecha de su presa” (94).

Completo ya nuestro recorrido por la parte principal del ensayo, y tras haber delimitado y

ejemplificado de forma concreta los puntos de contacto entre la concepción de la vida en la

filosofía schopenhaueriana y su representación en las obras de Clarín y Cambaceres, nos

ocuparemos, en el último tramo de este escrito, de otro tema muy importante dentro del

pensamiento de Schopenhauer: su noción del amor y cómo se manifiesta en el hombre y en la

mujer.

9 …la vida del cuerpo no es más que una muerte siempre suspensa, una muerte aplazada, y la actividad de

nuestro espíritu sólo es un tedio siempre combatido…A la postre, es menester que triunfe la muerte,

porque les pertenecemos por el hecho mismo de nuestro nacimiento, y no hace sino jugar con su presa

antes de devorarla. (296)

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El amor

“El amor es ciego” es una frase que comúnmente se utiliza para ensalzar la supuesta

espiritualidad de uno de los más nobles sentimientos humanos. Este lugar común puede ser

explicado por la filosofía de Schopenhauer10 ya que según el filósofo alemán, las personas no

eligen aquello que aman sino que son guiadas por “el genio de la especie”, cuya finalidad última

es la de asegurarse la reproducción de la misma. El hombre es un juguete de un instinto superior,

de una voluntad que lo aleja de su egoísmo y lo lleva a actuar de forma solidaria en pos de las

futuras generaciones. Este es el fundamento y la explicación del amor. De la siguiente manera lo

confirma Schopenhauer en su ensayo “El amor”: “El amor tiene, pues, por fundamento un

instinto dirigido a la reproducción de la especie” (265).

Más allá de esta característica general del fenómeno amoroso, el pensador alemán realiza

distinciones claras y tajantes acerca de la forma que el amor toma en el hombre y en la mujer. Al

respecto afirma:

Ante todo, es preciso considerar que el hombre propende por naturaleza a la

inconstancia en el amor, y la mujer a la fidelidad. El amor del hombre disminuye

de una manera perceptible a partir del instante en que ha obtenido satisfacción.

Parece que cualquier otra mujer tiene más atractivo que la que posee; aspira al

cambio. Por el contrario, el amor de la mujer crece a partir de ese instante. Esto es

una consecuencia del objetivo de la naturaleza, que se encamina al sostén, y por

tanto, al crecimiento más considerable posible de la especie. (265)

10 Al igual que muchos otros como por ejemplo “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, “lo único

seguro es la muerte” o “los opuestos se atraen”.

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Schopenhauer fundamenta esta posición desde un punto de vista cuasi-fisiológico al

sostener que un hombre está capacitado para “engendrar más de cien hijos en un año” (265)

mientras que la mujer “aunque tuviese otros tantos varones a su disposición, no podría dar a luz

más que un hijo al año, salvo los gemelos” (265). La fidelidad y la infidelidad son entonces, al

igual que el amor, resultados de una disposición de la naturaleza que mueve a las personas a

actuar por instinto, dejando de lado su racionalidad y su egoísmo. El filósofo alemán hace uso

del discurso científico (o con pretensiones científicas) y lo impone como autoridad social/moral.

Estrategias similares pueden encontrarse en la literatura naturalista.

Dejaremos de lado en este ensayo el análisis de la actitud misógina de Schopenhauer, su

reproducción en el pensamiento de Clarín o Cambaceres11 y la misoginia o no de estos autores

naturalistas, ya que ello nos demandaría otro tipo de análisis y un largo peregrinar por el

territorio de lo hipotético y lo biográfico. En cambio, nos concentraremos en examinar la

representación del amor a través de los protagonistas de La Regenta y Sin rumbo y ver hasta

que punto coincide con la presentada en el pensamiento de nuestro filósofo.

En la obra de Clarín, Ana Ozores se embarca en un matrimonio que la llena de

frustración y hastío. Víctor Quintanar es como un padre para ella pero es aparentemente incapaz

de asumir la figura y los roles de esposo de acuerdo a lo exigido por la naturaleza de acuerdo al

pensamiento schopenhaueriano. De hecho, mediante el uso del estilo indirecto libre, el narrador

explica en el capítulo diez de la novela: “…ella se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la

11 Ambos autores son defendidos por críticos tales como Cymerman en el caso de Cambaceres o Sally

Ortiz Aponte en el de Clarín mediante su obra Las mujeres de Clarín: Esperpentos y camafeos. Allí

mantienen que en sus novelas Clarín y Cambaceres no hacen más que denunciar el machismo de las

sociedades española y argentina respectivamente. Es importante notar que ambos críticos hacen uso de la

biografía de los autores para encontrar elementos que los separen de posiciones machistas, por ejemplo la

posición de ambos ante sus mujeres en la vida real y los elogios que a ellas les ofrecen en su

correspondencia.

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juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta de la vejez a que ya estaba llamando..., y

no había gozado una sola vez esas delicias del amor de que hablan todos…” (283). Es por lo

menos curioso que “la puerta de la vejez” para Ana coincida de forma exacta con lo expuesto por

Schopenhauer cuando éste se refiere al período (fértil) en el cual las mujeres atraen a los

hombres: “damos decisiva preferencia al período que media entre las edades de quince a

veintiocho años” (265).

La luna de miel es descrita como “una excitación inútil, una alarma de los sentidos, un

sarcasmo en el fondo…” (283) que sólo confirma sus más íntimas sospechas-- provenientes de la

literatura--, que apuntan a la impotencia sexual de los maridos viejos12 y que la llevan a

caracterizar a su matrimonio como un “presidio de castidad” (284). Si el invierno y la lluvia

traen monotonía y tedio a su vida, la primavera no es más benévola con Ana ya que su instinto la

lleva a buscar en Quintanar aquello que dolorosamente no encontrará:

…llegaba la primavera y ella misma, ella le buscaba los besos en la boca;

le remordía la conciencia de no quererle como marido, de no desear sus caricias, y

además tenía miedo a los sentidos excitados en vano. De todo aquello resultaba

una gran injusticia no sabía de quién, un dolor irremediable que ni siquiera tenía

el atractivo de los dolores poéticos; era un dolor vergonzoso… (284)

El segundo lugar que claramente ocupa la razón en la búsqueda de Ana no hace más que

apoyar la hipótesis de Schopenhauer. La protagonista de La Regenta aparece más que nunca en

este fragmento como un ser dirigido por un instinto superior que evidentemente no puede ser

12“…se aclaraba el sentido de todo aquello que había leído en sus mitologías, de lo que había oído a

criados y pastores murmurar con malicia...” (284)

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comprendido o racionalizado y por lo tanto genera contradicción y dolor en aquellos que le

sirven como vehículos.

Una vez consumada la infidelidad de Ana con Álvaro Mesía-- la última noche antes de la

llegada del invierno--, el entusiasmo y el enamoramiento de la Regenta crecen y se solidifican.

La “natural” fidelidad de la mujer, aún dentro de una relación extra-matrimonial, se vuelve

evidente y las palabras y acciones de Ana así lo demuestran:

Las primeras palabras de amor que Ana, ya vencida, se atrevió a murmurar con

voz apasionada y tierna al oído de su vencedor, no el día de la rendición, mucho

después, fueron para pedirle el juramento de la constancia...«Para siempre,

Álvaro, para siempre, júramelo; si no es para siempre, esto es un bochorno, es un

crimen infame, villano...» (912)

Álvaro Mesía, ridículo y caduco don Juan, es rápidamente elevado a un estatus muy

superior al que ocupaba anteriormente dentro de la vida de Ana y ella comienza a referirse a él

como mucho más que su amante. Para la Regenta, Álvaro es: “su Mesía… su señor” (911), el

“hombre a quien se había entregado en cuerpo y en alma por toda la vida” (911) tanto que le

confiesa: “Contigo no pienso más que en quererte” (913).

Algo similar ocurre con las amantes de Andrés en Sin rumbo. Donata a pesar de ser

forzada por Andrés en su primer encuentro, finalmente se entrega “como una masa inerte” (9),

“acaso obedeciendo a la voz misteriosa del instinto” (9) y no se resiste a posteriores

reelaboraciones del mismo acto, incluso las espera y disfruta: “Donata, por su parte, como esas

flores salvajes de campo que dan todo su aroma, sin oponer siquiera a la mano que las arranca la

resistencia de espinas que no tienen, en cuerpo y alma se había entregado a su querido” (16).

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Amorini es, a su vez, otra adúltera fiel entregada por completo a los deseos de su amante:

Locamente enamorada de su amante, presa de uno de esos sentimientos intensos,

repentinos, que tienen su explicación en la naturaleza misma de ciertos

temperamentos de mujer, sin reservas la primadonna se había dado a su pasión, y

las citas en la casa de la calle de Caseros se repetían con más frecuencia cada vez.

(40)

Pese a esto, Andrés y Mesía no comparten la inoxidable pasión y el apego de sus mujeres

y en ambos casos terminaran alejándose de ellas. Así lo explica Schopenhauer:

Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se

asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que

un placer efímero, seguido de un rápido desencanto… Sólo la especie se

aprovecha de la satisfacción de ese deseo, pero el individuo no tiene conciencia

de ello. Todos los sacrificios que se ha impuesto, impulsado por el genio de la

especie, han servido para un fin que no es el suyo propio. Por eso todo amante,

una vez realizada la grande obra de la naturaleza, se llama a engaño; porque la

ilusión que le hacía víctima de la especie se ha desvanecido. (264)

Esta especie de fábula del engañador-engañado sirve para comprender la reacción de

Andrés luego del período de encantamiento y goce de sus amantes. Donata (a la postre la madre

de su hija) se transforma en “un detalle” en su existencia y Amorini llega a hastiarlo hasta el

punto de observar su cuerpo desnudo “con glacial indiferencia” para más tarde huir de ella,

despidiéndose mediante una fría carta.

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Mesía por su lado, se siente asustado e intranquilo ante la vehemencia y el furor con que

Ana vive su amor y teme “decaer” físicamente ante la presencia de su joven amante. Luego del

duelo y la muerte de Quintanar, don Álvaro huye a Madrid desde donde envía su carta final a la

Regenta y en ella descubre sus reales intenciones: “Todo era falso, frío, necio, en aquel papel

escrito por un egoísta incapaz de amar de veras a los demás, y no menos inepto para saber ser

digno en las circunstancias en que la suerte y sus crímenes le habían puesto” (990).

Conclusiones

Tanto La Regenta como Sin rumbo presentan finales oscuros, repletos de dolor,

vergüenza y desesperanza. Ana y Andrés, sus protagonistas, luchan durante toda su vida contra

lo que parece ser un destino a la vez impasible e imposible de modificar. Ellos son cazadores-

cazados, seres condenados como todo el resto, diluidos como Ana Ozores al final de la novela

cuando “llegaba a no creer más que en su dolor” (991). Un dolor que dentro del universo de

Schopenhauer se transforma en la esencia de la vida; vida que los escritores naturalistas se

propusieron atrapar de la forma más completa y acabada en sus obras. Volvemos a Schopenhauer

por última vez para recordar que: “Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda

vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre…La vida del hombre no es

más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido” (301).

El sesgo determinista que invade ambos relatos los ubica (junto a muchas otras

características que no pretendemos enumerar en este ensayo) dentro del llamado naturalismo

literario al que Zola dio entidad en Le roman expérimental (1880). Más allá de las diferencias

entre el naturalismo de tendencia psicológica de La Regenta y la versión más cruda y radical del

mismo que presenta Sin rumbo, ambas novelas no sólo son capaces de admitir lecturas que

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partan desde la perspectiva filosófica de Schopenhauer sino que además, como vimos, muestran

rasgos que dejan ver una activa recepción de las ideas centrales del filósofo alemán por parte de

sus autores. Es por ello que al concluir este ensayo queremos ser optimistas y proponer una

apertura hacia más, y seguramente, mejores investigaciones que se ocupen de buscar nuevas

repercusiones del pesimismo de Schopenhauer dentro de las novelas naturalistas en España y el

resto del mundo.

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