Imágenes alemanas de Menéndez Pelayo

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1 Antonio de Murcia Conesa, “Imágenes alemanas de Menéndez Pelayo”, en María José Sánchez Rodríguez de León (ed.), Menéndez Pelayo y la literatura: estudios y antología, Madrid, Verbum, 2014, pp. 238-257 IMÁGENES ALEMANAS DE MENÉNDEZ PELAYO Antonio de Murcia Conesa Universidad de Alicante 1. Proyecciones nacionales En el prólogo a una breve antología pedagógica de textos de Menéndez Pelayo, Pedro Sáinz Rodríguez, ministro de Educación del Primer Gobierno Nacional de España y máximo albacea franquista del menéndezpelayismo, recordaba que “toda la obra de Menéndez Pelayo tiene para nosotros el valor genético y patriótico que significaron para la nación alemana los discursos de Fichte” 1 . Corría el año de 1938 y el nuevo Instituto de España, que emprendía una “Edición Nacional” de las obras completas del santanderino junto a una serie de fascículos destinados a divulgar “sus principales aspectos y bellezas”, se esforzaba en resaltar las afinidades entre el héroe del pensamiento hispánico y el de la filosofía germana, trasunto de las afinidades entre los destinos políticos de ambas naciones. Un año más tarde, pocos meses antes de finalizar la Guerra Civil, el germanista Hans Juretschke, colaborador científico auxiliar para la Embajada del Reich en España y profesor de Literatura Alemana en la Universidad de Madrid desde 1941, publicaba un entusiasta encomio de la intelectualidad hispánica del nuevo régimen nacional en el semanario católico austro-germano “Hermoso futuro”, Schönere Zukunft, con el título de “Los pioneros y forjadores espirituales-religiosos de 1 Pedro Sáinz Rodríguez (ed.), Menéndez Pelayo y la educación nacional, Santander, Instituto de España, 1938, p. 5.

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Antonio de Murcia Conesa, “Imágenes alemanas de Menéndez Pelayo”, en María José Sánchez Rodríguez de León (ed.), Menéndez Pelayo y la literatura: estudios y antología, Madrid, Verbum, 2014, pp. 238-257

IMÁGENES ALEMANAS DE MENÉNDEZ PELAYO

Antonio de Murcia Conesa Universidad de Alicante

1. Proyecciones nacionales En el prólogo a una breve antología pedagógica de textos de Menéndez Pelayo,

Pedro Sáinz Rodríguez, ministro de Educación del Primer Gobierno Nacional de España

y máximo albacea franquista del menéndezpelayismo, recordaba que “toda la obra de

Menéndez Pelayo tiene para nosotros el valor genético y patriótico que significaron para

la nación alemana los discursos de Fichte”1. Corría el año de 1938 y el nuevo Instituto

de España, que emprendía una “Edición Nacional” de las obras completas del

santanderino junto a una serie de fascículos destinados a divulgar “sus principales

aspectos y bellezas”, se esforzaba en resaltar las afinidades entre el héroe del

pensamiento hispánico y el de la filosofía germana, trasunto de las afinidades entre los

destinos políticos de ambas naciones. Un año más tarde, pocos meses antes de finalizar

la Guerra Civil, el germanista Hans Juretschke, colaborador científico auxiliar para la

Embajada del Reich en España y profesor de Literatura Alemana en la Universidad de

Madrid desde 1941, publicaba un entusiasta encomio de la intelectualidad hispánica del

nuevo régimen nacional en el semanario católico austro-germano “Hermoso futuro”,

Schönere Zukunft, con el título de “Los pioneros y forjadores espirituales-religiosos de

1 Pedro Sáinz Rodríguez (ed.), Menéndez Pelayo y la educación nacional, Santander, Instituto de España, 1938, p. 5.

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la nueva España Nacional”2. En él se ensalzaba al ministro responsable del citado

fascículo en los términos de un “profesor e investigador digno de la más alta

estimación”. El joven hispanista germano, que no tardaría en formar parte del nuevo

CSIC y ser redactor jefe de su revista Arbor, expone una larga nómina de pioneros

espirituales desde el propio Sáinz Rodríguez a José María de Areilza y toda la larga

descendencia de Acción Española. En esa serie no incluye ni uno solo de los nombres

que su director de tesis en la Universidad de Bonn, Ernst Robert Curtius, había

encomiado años antes en un discurso donde saludaba a los intelectuales de la Segunda

República, a los que siguió reconociendo años después en sus diversos ensayos críticos

sobre literatura española3. Sí desgrana las fuentes decimonónicas de los pioneros

nacionales: Donoso Cortés, Balmes, Nocedal, Maeztu… y, por encima de todos,

Marcelino Menéndez Pelayo. Su presentación alemana de la inteligencia franquista

concluye con un elogio superlativo de la figura del autor de los Heterodoxos que toma

prestado de Farinelli: “Su voz era la de toda la nación y en su corazón latía el corazón

de millones de españoles”. Y termina apostillando que no es posible conocer el

pensamiento y la dirección de la “cultura española” sin introducirse en lo más recóndito

del mundo intelectual del santanderino. Sin embargo, Juretschke, que más adelante

documentaría las limitaciones de Menéndez Pelayo en su conocimiento de la cultura

alemana, no utilizó la fórmula del “Fichte español” ni estableció paralelismo alguno

entre la spanische Kultur y la alemana.

Tal paralelismo fue un empeño de los intelectuales españoles que intentaron

revitalizar ante Europa al autor de La Ciencia en España. No vino sólo desde el

tradicionalismo y el falangismo sino también desde la izquierda republicana. En 1933,

el conspicuo socialista y embajador republicano en Alemania, Luis Araquistáin

proclamaba la famosa comparación fichteana en la Universidad de Berlín. Su

conferencia, titulada Marcelino Menéndez y Pelayo y la cultura alemana4, resume las

imágenes forjadas desde España para demostrar la dimensión europea del erudito

español. En su disertación, este “socialista neokantiano”5, entonces defensor de las

2 Hans Juretschke, “Die geistig-religiösen Wegbereiter und Förderer Nationalspaniens”, Schönere Zukunft. Katholische Wochenschrift für alle Gebiete des Geistes- und Kulturlebens (Wien-Regensburg), 24, (12.03. 1939), cit. por Miguel Ángel Vega Cernuda (ed.), Obras Completas de Hans Juretschke, Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 1-5. 3 Cf. n. 15. 4 Luis Araquistáin, “Marcelino Menéndez y Pelayo y la cultura alemana”, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, Santander, 1933, XV, 189-209. 5 Cf. Antonio Rivera García, “Regeneracionismo, socialismo y escepticismo en Luis Araquistáin”, Arbor, CLXXXV 739 septiembre-octubre 2009, pp. 1019-1034.

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estrategias bélicas revolucionarias de Largo Caballero, advertía de los estériles

enfrentamientos ideológicos en torno al legado del antiguo director de la Biblioteca

Nacional y ensalzaba su talla intelectual, utilizando como argumento decisivo su

importante “contribución a la historia de las relaciones espirituales entre España y

Alemania”. La impecable estructura retórica del discurso se iniciaba con una calculada

declaración de humildad. Al reconocer su propia carencia de una disciplina científica

comparable a la Wissenschaft de su auditorio berlinés (“es natural que mi clara

conciencia de profano se sienta intimidada al subir a esta cátedra…”), y disculpar esta

carencia con la dedicación a la literatura y el periodismo (“que no pertenecen a los

severos dominios de la ciencia”), Araquistáin apuntaba, bajo una captatio

benevolentiae, hacia los lugares donde brillaba la celebrada irreductibilidad

metodológica de don Marcelino, modelo de la encarnación hispánica del espíritu

científico. Araquistáin hacía suyas algunas de las tesis de La Ciencia en España: de

acuerdo con la dialéctica entre el descrédito propio del imperio vencido y la necesaria

rehabilitación de su actualidad imperecedera, el maestro había aparecido en un

“momento providencial” para la historia intelectual española. En términos

conciliadores, Araquistáin justifica ese descrédito en la naturaleza misma de los

procesos históricos y la suerte de los imperios, alegando el propio ejemplo del

Occidente europeo, en esos años injuriado por Rusia y algunos países asiáticos. Sin

duda el auditorio berlinés de los años treinta era muy sensible a este argumento. Pero a

la cultura hispánica la hora de la rehabilitación le llegó en primer lugar a través de

autores extranjeros como el materialista Lange, los juristas Mackintosh, Weathon,

Giorgi o el filólogo Max Müller, quienes confirmaron y elogiaron el papel precursor de

las olvidadas inteligencias españolas en el derecho moderno, la filología, la ciencia

política o la filosofía. Menéndez Pelayo habría leído a todos esos autores extranjeros y,

en particular, a los alemanes. El problema o más bien el enemigo —eso es lo que debía

entender el público de Berlín— estaba dentro de la propia España, encarnado por

quienes se empeñaban en mantener la ceguera y el desprecio hacia la cultura nacional

que, por la misma lógica de los procesos históricos, empezaba a ser reconocida por la

inteligencia europea como cultura universal.

Araquistáin había vivido muy de cerca la crisis de la República de Weimar, que le

convenció del fracaso del parlamentarismo para evitar el ascenso al poder de los

fascistas. Pronuncia su discurso universitario en un momento crítico, bajo el dominio de

un nacionalsocialismo que iba a redefinir la idea de Europa como argumento central de

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su hegemonía cultural, social y militar. El crítico radical de la burguesía profascista

parece contemporizar en busca de una conciliación de ideales europeos a través de una

unidad cultural mediada por Alemania y España, evitando figuras quizás más

reconocidas e indefendibles como la de Donoso Cortés. El argumento decisivo de esta

mediación se resumía en la imagen de Menéndez Pelayo como el Fichte español, que

según confiesa el propio Araquistáin, había tomado de Arturo Farinelli6. Es, en realidad

a Farinelli a quien se debe la peculiar insistencia en el santanderino como forjador de la

patria hispánica, repetida, como veremos, por algunos críticos católicos en Alemania.

Pero lo importante no era si, en efecto, Menéndez Pelayo tomó como modelo de su

empresa cultural al autor de los Discursos a la nación alemana, a quien por otra parte

conocía superficialmente, como al resto de filósofos idealistas. Se trataba de demostrar

el papel esencial de la mediación alemana en la autoconciencia europea de España y

exhortar a la academia germana, en una nueva y dramática coyuntura política, a no

olvidar la “curiosidad insaciable del espíritu alemán por la cultura científica y literaria

española”. Esa curiosidad ya había sido notablemente confirmada desde Viena hasta

Bonn por un pensamiento liberal-conservador fascinado por el medievalismo y la

actualización del Barroco, de acuerdo con una concepción formalmente católica de la

tradición literaria europea. De hecho algunos de sus cultivadores como Vossler o Pfandl

estaban parcialmente en deuda con el magisterio de Menéndez y Pelayo. Sin embargo

ninguno de éstos es citado en la conferencia de Berlín; no es la mediación católica, ni

mucho menos la liberal, la que interesa resaltar. Menéndez Pelayo había contribuido a

bloquearla con su particular concepción de las diferencias insalvables entre la raza

meridional y la germánica, bárbara y luterana. Para contrarrestarlas, a Araquistáin le

interesa sobremanera subrayar el kantismo del autor de los Heterodoxos, por más que

nada tuviera que ver con el que él mismo había aprendido leyendo a Cohen y los

neokantianos. Con este fin aduce citas elogiosas del maestro y su trabajo sobre los

Precursores españoles de Kant, culminación de la polémica sobre la ciencia española y

sus despropósitos. Lejos de reconocerlos, para Araquistáin, el recorrido por la vía

hispánica de la filosofía kantiana situaría a su autor en la estela de los historiadores

alemanes de las concepciones del mundo como Dilthey o Jaspers. La retórica de su

discurso recorta la imagen de un Menéndez Pelayo emparentado con las grandes figuras

de la tradición idealista y clásica del espíritu alemán, de Goethe a Hegel. Es posible que

6 La cita es de Arturo Farinelli, Marcelino Menéndez y Pelayo, Internationale Monatschrift für Wissenschaft und Technik, 1914

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si la conferencia de Berlín hubiese tenido lugar unos pocos años más tarde, no habría

hecho falta mencionar los elogios tardíos de Menéndez Pelayo a Lessing y Heine. La

culminación de las mediaciones entre los espíritus hispánico y germano se encarna, en

fin, en la Historia de las ideas estéticas y, sobre todo, en el artículo crítico “La Historia

considerada como forma artística”, donde la filosofía alemana del arte y de la historia,

con Hegel y Jean Paul Richter (significativamente por encima de Schiller) entre sus

cumbres, parece elevarse a condición de posibilidad del pensamiento estético e histórico

español. El embajador despeja cualquier duda sobre el antigermanismo del erudito y lo

distingue de su rechazo al krausismo, que él mismo comparte: esa boga “excepcional” e

“incomprensible” que invadió el mundo académico hispánico “como una tiniebla

derramada sobre nuestras cátedras” fue precisamente el producto de la incomprensión

de la filosofía germana, personificada en la figura de Sanz del Río que, a pesar de

estudiar en Heidelberg, siempre estuvo ciego a la “prodigiosa variedad de la cultura

alemana”. Como todos los “hombres de un solo libro” la “madera de sectario” de Sanz

del Río difundió la “estética panteísta” de Krause, rechazada por la elite intelectual

germana. Araquistáin justifica el rechazo de Menéndez Pelayo a esta filosofía sectaria,

cuyos “galimatías” participaban de la barbarie literaria de los escolásticos antiguos,

precisamente por su admiración de “los grandes valores de la filosofía alemana”. Por

eso, también la negación del pragmatismo utilitarista de los jesuitas germanos como

Jungmann y la insistencia en el hilo común que une a los fundadores españoles del

Derecho internacional en los siglos XVI y XVII con los pioneros alemanes del

idealismo en el siglo XIX.

Puede sorprender hoy el modo en que el combativo socialista, lejos aún de sus

ponderadas actitudes posteriores hacia la revolución y la democracia, transforma las

tesis tradicionalistas del autor de los Heterodoxos en argumentos para una idea hispano-

germana de Europa. Pero resulta aún más sorprendente su omisión de toda referencia al

mejor kantismo español, contemporáneo al autor de los Precursores españoles de Kant

y al trabajo de aquellos filósofos que desde el siglo XIX habían conocido el mundo

académico alemán mucho mejor que los krausistas y, por descontado, que Menéndez

Pelayo. En efecto, no menciona a José del Perojo, doctorado en Heidelberg con Kuno

Fischer ni a sus ediciones de Kant. Gumersindo de Azcárate o Manuel de la Revilla son

citados solamente para repetir las invectivas contra su fascinación por las deidades

extranjeras “de rango subalterno” y, sobre todo, contra sus diagnósticos sobre la nula

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contribución de España a la ciencia y la filosofía europeas7. Por más que el autor de

España en el crisol pretenda mostrar la universalidad del sabio insistiendo en su magna

labor crítico-historiográfica y en su inherente heterodoxia, la imagen que finalmente de

él ofrece a la academia alemana exige omitir la filosofía que el propio Araquistáin había

transitado por otras vías, como las de Hermann Cohen o incluso la de Max Weber; una

negación que podría ser afín a sus contundentes críticas al político marxista más

kantiano de la República española, Julián Besteiro.

El mismo año en que Araquistáin pronunciaba esa conferencia, un germanista

español que había estado igualmente en la primera línea de los acontecimientos de la

República de Weimar, José Francisco Pastor, publicaba en una revista filológica de

Marburgo su artículo Menéndez Pelayo y sus relaciones con el mundo intelectual

alemán8. El joven filólogo había sido becado por el Centro de Estudios Históricos para

una estancia de investigación en Alemania que aprovechó para traducir importantes

estudios de hispanistas germanos como Karl Vossler, escribir informes periodísticos

sobre las vicisitudes políticas alemanas y contribuir al conocimiento de la inteligencia

española en Alemania. Con este último fin publicó en 1931 una obra divulgativa

titulada Concepción del mundo y vida intelectual en España9. En el artículo sobre

Menéndez Pelayo, Pastor expone, con menos entusiasmo pero más precisión que

Araquistáin, las razones de la distancia y posterior reconciliación con la cultura

alemana. La distancia había que achacarla una vez más a la refutación juvenil del

krausismo: puesto que todos sus correligionarios españoles (entre los que curiosamente

ni Pastor ni Araquistáin mencionan a Salmerón, crucial para la enemistad personal del

montañés) invocaban a bulto el pensamiento alemán, lógico era que el polemista

arremetiese contra él. Su nacionalismo acentuó la oposición racial sobre la que Ortega

ironiza en un pasaje de Meditaciones del Quijote, que Pastor cita al principio de su

escrito: “estos pobres hombres del norte, condenados a llevar dentro una niebla”. Pastor

encuentra la clave del reencuentro con el Geisteswelt germano justo en el mismo

7 José Luis Villacañas ha explicado y documentado lo que a su juicio vino a ser un reparto de las esferas académicas e intelectuales entre el menéndezpelayismo y el krausismo a costa del silencio y el desprecio hacia el kantismo español del siglo XIX, cuyo olvido también será rentable para Ortega. Cf. “Historia de una historia olvidada”, estudio preliminar a su edición de textos del neokantismo español Kant en España. El neokantismo en el siglo XIX, Madrid, Verbum, 2006, pp. 13-139. 8 José F. Pastor, “Menéndez Pelayo und seine Beziehungen zur deutschen Geisteswelt”, Neueren Sprachen, Marburg, 1933, XLI, pp. 77-82. Las citas son de mi traducción. 9 José F. Pastor, Weltanschauung und geistiges Leben in Spanien, Neuer Breslauer Verlag, 1931. Entre sus escritos sobre la crisis de Weimar destaca el artículo “Nacional-socialismo y comunismo”, publicado en La Conquista del Estado, nº1, Madrid, 15 de marzo de 1931, accesible en http://www.filosofia.org/hem/193/lce/lce014b.htm.

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argumento que fundamenta su desencuentro: la centralidad histórica del Renacimiento.

La profesión de fe menéndezpelayista en los ideales del clasicismo (Ideale der Klassik)

y del Renacimiento, le daba argumentos para refutar el protestantismo al que, lejos de

considerar un producto renacentista, veía como una modulación del viejo enemigo de la

“luz latina y cristiana”, procedente de las “tinieblas germánicas”. Ese mismo clasicismo,

sustentado según Pastor en ideales de Belleza y de educación humanista universales,

habría permitido al autor de La ciencia en España, pasados sus furores juveniles,

reencontrarse con los ideales de la Klassik alemana, a cuyos escritores admiraba desde

una perspectiva universal. Por otra parte, el temprano contacto con las ideas del

Romanticismo, aprendidas en las clases de Milá i Fontanals, le habrían acercado

especialmente a la crítica literaria y artística de los románticos alemanes que “le

pusieron en la mano las armas para su defensa de la tradición nacional española frente al

pseudoclasicismo francés”. Sin embargo, Pastor señala el límite infranqueable de la

germanofilia del santanderino: el catolicismo tradicionalista, incompatible con la

filosofía de la historia hegeliana —ella misma un producto protestante— y mucho más

próximo a la historia como totalidad de Bossuet. Al contrario que Araquistáin, Pastor

localiza en “La historia como obra artística” las mayores distancias con el idealismo

germano. Pero al igual que aquél sitúa en la Historia de las ideas estéticas las

confluencias más evidentes. Ese libro significaría la “integración del espíritu alemán en

la cultura española”, no por su exposición de las teorías estéticas en Alemania, sino por

contener una historia de las relaciones y reacciones entre el espíritu alemán y el

europeo. En este contexto el concepto crucial para Pastor es el de literatura universal, la

goetheana Weltliteratur a cuya incorporación en la Literaturwissenschaft española

habría contribuido decisivamente Menéndez Pelayo, llevándola a efecto desde su

juventud, como traductor de los trágicos griegos y de Shakespeare, hasta su madurez,

como “valedor e intérprete de Heine en España”. Pastor opone a ese interés del literato

tradicionalista por el mundo germánico la indiferencia del reaccionario Donoso Cortés,

quien en su “Ensayo sobre el catolicismo, liberalismo y socialismo”, discute con el

socialismo francés de Proudhon, pero nunca con los “verdaderos socialistas alemanes”

ni tampoco con Marx.

Quizás lo más sobresaliente del artículo de Pastor, por lo inusual en las

valoraciones de Menéndez Pelayo, es que concluya no con Donoso, sino con el “otro

lado”, andere Seite, de las aproximaciones españolas a la cultura alemana: José del

Perojo y sus Ensayos sobre el movimiento intelectual en Alemania de 1875, al que

8

Pastor sitúa, de manera no menos inusual, al otro lado también del krausismo. Las

diferencias entre del Perojo y el santanderino son expuestas de modo preciso: su

pretensión era, ante todo, introducir en España una imagen de “la Alemania política y

ética”, y también religiosa, en la medida en que lo religioso “se entienda como un

momento social, esto es, generador incluso de valores políticos”. A su juicio, la

intención de los estudios de José del Perojo en torno a la historiografía y los partidos

políticos de Alemania habría sido mostrar cómo el pensamiento liberal había surgido

del ethos protestante. El becario español en Heidelberg reinterpreta, así, desde tesis

weberianas —y no desde la manida etiqueta del krausismo— las intenciones del primer

gran kantiano hispano: “lo que le interesaba esencialmente era esto último, el

pensamiento liberal; y era eso lo que quería contraponer al principio semiabsolutista de

la España de su tiempo.”

No cabe duda de que la imagen alemana de Menéndez Pelayo en los años de

entreguerras estaba en buena medida diseñada por una intelectualidad española volcada

en la recomposición de las relaciones entre los espíritus de ambas naciones,

sensiblemente alteradas durante la primera guerra mundial. No hay que olvidar que,

algunos de los aliadófilos de entonces invocaron la figura de don Marcelino para

enfatizar su despego hacia la causa germánica10. Era, desde luego, el Menéndez Pelayo

que en su oda a Horacio prefería las riberas latinas del Tíber o el Ebro a las del Danubio

o el Rhin, o que en su brindis del Retiro abominaba de la barbarie protestante del norte

de Europa. De hecho esa actitud ya le había acarreado agrias discusiones, incluso con

fieles admiradores como el lingüista Hugo Schuchardt. El propio autor justificó

largamente su actitud sobre todo en privado, como confirma su intenso epistolario con

Schuchardt. Es significativo que en la presentación de las cartas entre ambos eruditos

publicadas en París en 1934, el hispanista francés responsable de la edición citara

expresamente la conferencia de Araquistáin para justificar hasta qué punto “dans

l’oeuvre de l’historien des Idées esthétiques l’Allemagne occupe une place

considérable”11.

El hispanismo europeo de los año treinta contribuyó a propagar la convergencia

entre las ideas del autor de los Heterodoxos y las del hegemónico mundo cultural

10 Cf., por ejemplo, el artículo de Manuel Hilario Ayuso, “Menéndez Pelayo antigermanófilo”, en la revista Aliados, año I, nº 2, p. 3, 20 de julio de 1918. Puede leerse en este enlace: http://www.filosofia.org/hem/191/ali/n02p03.htm. 11 Karl Louis, “Marcelino Menéndez Pelayo. Critique littéraire. Lettres inédites adressées à Hugo Schuchardt”, Bulletin Hispanique, Burdeos, 1934, XXXVI, pp. 180-194.

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alemán. Llaman por eso la atención algunas excepciones, si no en los objetivos, sí en los

argumentos. Hay una especialmente significativa por tratarse del mayor discípulo del

erudito y director de la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, Miguel Artigas. Lo

excepcional con respecto a los encomiastas posteriores es que sólo haga una breve

mención al maestro en un artículo precisamente de marcado carácter propagandístico

sobre las relaciones culturales hispano-germanas. Publicado en alemán por el Instituto

Iberoamericano de Hamburgo en 1927, el breve escrito “La vida espiritual en la España

actual”12, se afana en demostrar los vínculos fundamentalmente académicos entre los

nuevos investigadores españoles y sus colegas europeos y alemanes en particular. En su

inicio resume un estéril siglo diecinueve, escenario del nacimiento de las diferencias

irreconciliables en la intelectualidad española entre quienes niegan su especificidad e

importan la cultura ajena, y quienes rechazan lo foráneo en nombre de un estéril

tradicionalismo. La imagen de Menéndez Pelayo (quien como recuerda Artigas en una

semblanza escrita el mismo año “no viajó a Alemania, aunque sí a Portugal, Italia,

Francia y los Países Bajos”13) representa aquí la superación de ambas tendencias: la

reconciliación de la cultura española con la modernidad europea. Mas su mención es

también una excusa para desgranar las virtudes de un nuevo espíritu científico,

encarnado por el Centro de Estudios Históricos en Madrid y el Institut d’Estudis

Catalans en Barcelona, que no suscitaron precisamente mucho entusiasmo en el

santanderino. Artigas recuerda la sistemática estancia de los mejores investigadores en

universidades europeas. Lamenta la interrupción brusca que supuso la guerra mundial,

pero recuerda que España sirvió entonces como asilo académico de grandes profesores

alemanes, que siguieron frecuentando nuestras universidades después del armisticio. La

evolución de esas universidades españolas, con la de Zaragoza en su cúspide, es

presentada por Artigas como un proceso paralelo al del conocimiento hispánico de la

cultura germana, mucho menos mitificado y más objetivo y ponderado tras la guerra.

Esa objetividad y ponderación habrían permitido incorporar la disciplina académica y

científica a las instituciones educativas hispanas y a las publicaciones entre las que

destaca por encima de todas la Revista de Occidente, que “cuenta casi con más

colaboradores alemanes que nacionales”. La “Sociedad de Menéndez y Pelayo” de

Santander, custodia de la biblioteca del “gran erudito”, es citada por Artigas dentro de

12 Miguel Artigas, “Das geistige Leben im heutigen Spanien”, Iberica, Hanseatische Verlagsanstalt, Hamburg, 1, Abril-Mayo 1927, pp. 1-6. 13 Miguel Artigas, “Vida intelectual de Menéndez y Pelayo”, Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo, 1927, IX, 289-305.

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una lista de instituciones como la Academia de Córdoba, la Societat Arqueològica

Luliana de Mallorca, la Academia Gallega, la Sociedad de Estudios Vascos o la

Sociedad Castellonense de Cultura. La conclusión enfatiza tópicos que se repetirán

muchos años después en los encuentros académicos hispano-germanos.

2. Silencios de de los “discípulos”

Resulta notable que en su relato de 1927 sobre las conexiones entre estos círculos

y sus manifestaciones académicas, Artigas no nombrase a ninguno de los supuestos

discípulos alemanes de Menéndez Pelayo como el lingüista Schuchardt o los hispanistas

Karl Vossler y Ludwig Pfandl. Al valorar en los años cincuenta la recepción de

Menéndez Pelayo en el hispanismo alemán, José Luis Varela rastreó menciones de

Vossler, Pfandl, Curtius, Krauss, Jeschke, etc14. En todos los casos, con la excepción

quizás de Hans Jeschke, se trata de menciones aisladas y casi todas ellas referidas a

cuestiones específicas de historia literaria, para las que, evidentemente, la erudición del

santanderino era una fuente inagotable. El caso de Curtius es relevante. En su Literatura

europea y Edad Media latina hace una docena escasa de menciones bibliográficas, pero

no hay rastro en sus dos textos más relevantes sobre la nueva cultura literaria española:

uno publicado en 1926, un año antes que el texto citado de Artigas, con el título de

“Problemas actuales de la cultura actual” y otro pronunciado en 1931 en la Universidad

de Bonn titulado “De la vida espiritual española en el presente”15. En estos textos los

interlocutores de Alemania son Unamuno, Ortega, Ganivet, Américo Castro o Pérez de

Ayala. Más significativo es el caso de Ludwig Pfandl. Este historiador sí es nombrado

por Artigas en un artículo sobre el hispanismo alemán del mismo 1927, “muy inspirado

en el pensamiento y en los libros de Menéndez Pelayo”16, aunque no entre los

representantes de la confluencia entre los círculos culturales de ambas naciones. Como

recuerda Varela, el padre Félix García señaló en una conferencia de 1930 que Pfandl

aprendió del erudito español lo que “hay de permanente y sustancial en la obra de la

cultura española”. Es cierto, como también dice Varela, que no hay que buscar mucho

para confirmar la deuda de Pfandl con el español, pues basta consultar el prólogo a su

Historia de la Literatura nacional española en la Edad de Oro, traducido en 1933, o su

obituario alemán —que Varela no cita— con motivo de la muerte del maestro. Pero no

14 José Luis Varela, “Fortuna de Menéndez Pelayo en el hispanismo alemán”, Cuadernos hispanoamericanos, 93, 1957, pp. 411-416. 15 Cf. Ernst Robert Curtius, Escritos de humanismo e hispanismo, ed. y trad. de Antonio de Murcia Conesa, Madrid, Verbum, 2011, pp. 3-19 y 24-36. 16 Cf. J.L. Varela, loc.cit., p. 412.

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se trata de una cuestión de elogios ni dedicatorias, sino de métodos: hasta qué punto ese

magisterio caló en la metodología y las tesis historiográficas de los admiradores. Eso es

lo que delimita la consideración del discípulo y, en este sentido, incluso el caso de

Pfandl resulta dudoso. Es notable que en uno de sus libros más importantes, Cultura y

costumbres del pueblo español de los siglos XVI y XVII17, sólo mencione tres veces al

maestro, y ninguna en la justificación metodológica ni en las conclusiones, para matizar

el papel de la magia en el catolicismo español. Y esto permitiéndose, con toda la

precaución posible y sin ánimo de contradecir las “frases memorables de Menéndez

Pelayo” sobre el tema, indagar en la presencia de lo mágico en el mundo cultural

hispánico a partir del contraste con otras culturas europeas. Más que por la

historiografía literaria de Menéndez Pelayo, las categorías históricas de Pfandl estaban

influidas por la antropología de James Frazer y el psicoanálisis del poder, como

confirma su biografía de Felipe II. Desde estas perspectivas se aproximó también al

mundo barroco de Calderón y aquí parece converger, por una vía diferente, con las

críticas del maestro al autor de El mágico prodigioso. Esta convergencia ha sido en

parte sobredimensionada por una apología calderonista posterior, obsesionada por lo

que considera efectos devastadores del hegelianismo en las interpretaciones

tendenciosas del autor de La vida es sueño18.

El caso de Karl Vossler ilustra también esa oscilación entre la cita encomiástica,

cuando se trata de alabar la erudición y las contribuciones bibliográficas (como en el

caso de los estudios sobre Lope de Vega, Fray Luis o la “poesía de la soledad”) y el

silencio más elocuente cuando el asunto es la reflexión sobre la dimensión europea de la

cultura española. En efecto, en las conferencias del romanista publicadas en 1930 bajo

el título Die Bedeutung der spanischen Kultur für Europa19 no hay lugar alguno para

17 Se publicó en castellano en Araluce, 1929, con el sobretítulo de Introducción al Siglo de Oro y fue reeditado en Visor, 1994. 18 Con ostensible enfado, el crítico Antonio Regalado califica a Pfandl de “disparatada personificación de la Gründlichkeit, o tesón de sus paisanos” y afirma que su lectura de Calderón sería como en el caso de Hegel y tantos críticos alemanes del dramaturgo un producto del “prejuicio racionalista protestante”. Para este crítico, el romanista alemán “propagó sin humor, adobándolo psicoanalíticamente el viejo tópico sobre la sociedad decadente de la época de Felipe IV en relación al supuesto estilo calculado y gélido de Calderón”. En su opinión, este discípulo de Menéndez y Pelayo, al igual que Vossler, “confina a categorías estéticas y normativas de historia literaria de universidad alemana de provincia los fantasmas de los juicios emitidos un siglo antes por sus compatriotas Kart Solger y Ludwig Tieck y rubricados por la visión historicista de Menéndez y Pelayo, apoyado en principios derivados esencialmente de la estética de Hegel”, Antonio Regalado, Calderón. Los orígenes de la modernidad en la España del Siglo de Oro, Barcelona, Destino, 1955, vol. I, pp. 140ss. 19 La traducción de las conferencias fue publicadas bajo el título “Trascendencia europea de la cultura española”, en Karl Vossler, Algunos caracteres de la cultura española, Madrid, Espasa, 1942, pp. 88-151.

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don Marcelino. Y no es de extrañar en un texto que reclama la figura de Spinoza como

puente entre la cultura marrana y la filosofía idealista alemana desde Leibniz. Tampoco

hay alusiones en la “Carta española a Hugo Hoffmannsthal”, publicada en Eranos en

192420 y donde la fe mágica tiene un protagonismo nada afín a las tesis

menendezpelayistas sobre el catolicismo hispánico. Ciertamente, el destinatario de la

epístola, responsable de la resurrección calderoniana en Salzburgo podría incluirse, no

obstante su procedencia vienesa y su conservadora revolución a través de la forma

católica, entre los representantes de la “barbarie germana” que habrían hecho suyo lo

peor de Calderón. Ni la idea alemana de España ni la vía española para una redefinición

de Europa, compartidas por el autor y el destinatario de la Carta, y por otros humanistas

como Curtius, tenían nada que ver con las convicciones del autor de la Ciencia

española. Esta escasa coincidencia con los romanistas alemanes se convertirá en franca

antipatía en el caso de Leo Spitzer21.

3. Reflejos de la “revolución conservadora”.

Durante los años treinta y cuarenta, coincidiendo con la crisis y desaparición de la

República de Weimar, se publican en Alemania varios artículos que reivindican la

figura de Menéndez Pelayo como líder espiritual de la nueva nación española, y en

cierto modo, como un ejemplo para Alemania de la eficacia de las concepciones

tradicionalistas de la cultura y la historia para reinterpretar el sentido de una comunidad.

Sus autores no son discípulos del santanderino y, en buena medida, repiten argumentos

de los divulgadores españoles del maestro, como Araquistáin o Pastor. Veamos dos

artículos muy ilustrativos. El primero de ellos, “Marcelino Menéndez y Pelayo. Padre

de la nueva España”, fue publicado en Hochland en 193922. Esta revista de periodicidad

mensual era el órgano más importante de la intelectualidad católica alemana de

entreguerras. Fundada en Mainz en 1903 por Carl Ruth, desde el final de la primera

guerra mundial concitó las plumas más sobresalientes de la llamada “revolución

conservadora”, y otras como las de Alois Dempf, Romano Guardini, Carl Schmitt e

incluso Max Scheler, hasta su cierre por el régimen nazi en 1941 y su posterior

reapertura en 1945. La misma revista había publicado un año después de su muerte una

semblanza de la vida y obra de Menéndez Pelayo, firmada por Joseph Froberger,

20 Ibíd., pp. 9-49. 21 José L. Varela, lo. cit., p. 415. 22 Maria Schlüter-Hermkes, “Marcelino Menéndez y Pelayo. Vater des neuen Spaniens”, Hochland, 1939-1940, XXXVIII, pp. 138-145.

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Provincial de la orden de los Padres Blancos en Tréveris, que mantuvo una breve

relación epistolar con aquél, en ocasión de unos trabajos sobre mística española23.

También en esta revista Curtius publicó el citado artículo sobre la cultura española en

1926. La autora del texto, Maria Schlüter-Hermkes era una escritora muy activa en el

catolicismo político, que formaría parte de la CDU en la posguerra a través de su

estrecha amistad con el canciller Adenauer. Los argumentos de su apología de

Menéndez Pelayo son en buena medida calcados a los de los apologistas españoles: “La

única Dama de su corazón era la Idea de un renacimiento de la valiosa cultura nacional,

universal y católica de su Patria”. Es por eso que “hoy los mejores de la nación

honramos en él al padre de la nueva España”. Sus juicios reproducen los que habían

expuesto pocos años antes Araquistáin y Artigas: la polaridad intelectual del siglo XIX

superada por la sabiduría de Menéndez Pelayo; el desprecio del krausismo, la defensa

de la contribución española a la ciencia europea, etc. La escritora admiraba en el sabio

su “personalidad polémica, su fe en el poder del espíritu, su amor a la belleza, su

comprensión de las leyes formales del trabajo espiritual, la extraordinaria memoria o el

estilo claro.” Como Araquistáin, sin citarlo, Schlüter destaca el ensayo sobre “La

historia como obra de arte”, del que reproduce largas citas. La escritora alemana

completa la imagen del genio con una romántica visión alemana de la inteligencia

meridional: “Su obra entera comparece, y en eso es auténticamente español, como una

improvisación cuyo rasgo más sobresaliente es la totalidad. De este modo lo que él

denomina una “Noticia” se convierte, gracias a la riqueza de mediaciones, en un libro de

más de 500 páginas sobre Juan de Boscán…” Es el “estilo de un crítico innato, que goza

de la alegría por la palabra.” Y, por supuesto, el lector alemán no encontrará en él huella

alguna de afectación o manierismo. La Ciencia española es presentada al público

alemán como la culminación de la “autoconciencia histórica de los españoles”, cuya

literatura revela mejor que ninguna otra en Europa la unión entre las letras y el espíritu

nacional. Son palabras del literato que la escritora católica parece suscribir: “Menéndez

quiere reconducir a los españoles a su particular imperialismo, que no es un

imperialismo del poder, sino del espíritu.” Y esa misma convicción es la que le lleva a

profundizar en la comprensión universal del mundo del espíritu. Las suspicacias hacia

la cultura alemana son superadas con los mismo argumentos de Araquistáin y

parcialmente Pastor: el fervor por Kant y Goethe nada tendrían que ver con la inquina

23 Joseph Froberger, “Über Leben und Werke des Menéndez y Pelayo”, Hochland, X, 2, 1913, pp. 440-455.

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hacia Lutero. La admonición contra la barbarie alemana se convirtió finalmente en

reconocimiento de “la redentora Alemania”, educadora del mundo moderno, a la que

había que agradecer “el renacimiento profundo de nuestro genio nacional español”.

Finalmente, Araquistáin es citado para devolver la imagen del Fichte de la nación

española. Lo que sigue a esta imagen es una paráfrasis de la conferencia del socialista

republicano, completada con aspectos reveladores del carácter profundamente católico

del autor de la Historia de los heterodoxos: “Menéndez ist bis ‘auf die Knochen’

katolisch”. Por otra parte, la insistencia en su papel de introductor de la idea de

Weltliteratur en España ya había sido defendida en el artículo de Pastor. Pero las

fuentes de los elogios de Schlüter cambian en la última parte de su exposición y

reproducen las imágenes acuñadas en las páginas de Acción Española (“un movimiento

y una revista del más alto nivel que aunaba las fuerzas tradicionales de la nación”, según

la autora) y, sobre todo, en Defensa de la Hispanidad, donde Ramiro de Maeztu

representa “el encuentro de su generación con Menéndez”. Tras una amplia cita de

Maeztu no puede reprimir la comparación con otros escritores españoles mucho menos

significativos: “¡Nacional, universal, católico! ¡Qué alejado está esto de los diosecillos

protectores (Hausgötter) de la España de ayer: Miguel de Unamuno y Ortega y

Gasset!”. Es el año 1940 y Schlütter acude a los ideólogos de la nueva revolución

nacional española para terminar de perfilar la imagen alemana de Menéndez Pelayo.

Cita a Jorge Vigón, miembro de Acción Española y responsable de una antología de

textos polémicos e históricos del santanderino. Pero es Onésimo Redondo quien le da

las claves interpretativas del “padre del nacionalismo revolucionario español” contra la

“pérfida deserción de aquellos que esperaban la cura a través de una europeización

unilateral”. Por último y tras encomiar la labor en este sentido del Servicio de Prensa y

Propaganda de la Falange de las JONS, encuentra en la capacidad para fermentar el

“nuevo pensamiento político de España”, un nuevo argumento para que la Cristiandad

y, no sólo la española, también la alemana, “esté sumamente agradecida a Menéndez y

Pelayo”.

El otro artículo al que nos referíamos, contemporáneo del anterior, se abre también

con la referencia de Onésimo Redondo al “padre del nacionalismo español

revolucionario”24. Su autor, Edmund Schramm, que había publicado un importante

trabajo sobre Donoso Cortés y el tradicionalismo español, parte de los mismos

24 Edmund Schramm, “Menéndez Pelayo —heute”, Zeitschrift für neusprachliche Unterricht, Berlin, 1940, XXXIX, pp. 193-201.

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supuestos que el de Maria Schlüter y, por tanto, comparte la imagen proyectada a

Alemania por el menendezpelayismo nacionalista. También cita a Jorge Vigón, Ramiro

de Maeztu y el “laboratorio español” de Acción Española, como responsables de la

recepción nacionalista del autor de la Ciencia española. Schramm va más allá y señala

su influencia sobre Pemán, cuya obra Cuando las Cortes de Cádiz… “no podría

comprenderse sin conocer el tercer tomo de la primera edición de los Heterodoxos”. El

estudio de Schramm es, sin embargo, mucho más ponderado. Al contrario que otros

críticos alemanes del santanderino acude a las interpretaciones de discípulos como

Bonilla o a las fuentes de los enemigos como Gumersindo de Azcárate. Subraya con

acierto la huella evidente de su obra en la literatura de los liberales españoles y advierte

de la dificultad que entraña para una equilibrada interpretación el hecho de haber

convertido los escritos más polémicos del erudito en sus textos centrales. La

aproximación de Schramm a la obra de Menéndez Pelayo es fundamentalmente un

estudio de su recepción contemporánea. Su opción en este asunto es clara: frente a la

cuestionable imagen promovida por Onésimo Redondo y el falangismo, recomienda

expresamente la lectura de los textos de Araquistáin y Pastor, que hemos comentado. Y

más que la reinterpretación de la nación española parece interesarle su curiosidad por la

cultura americana, culminada en su Antología de poetas hispanoamericanos. Lo que

Schramm parece evitar en este trabajo es la retórica encomiástica que atravesó buena

parte de los textos sobre el aclamado “polígrafo” tanto en España como en Alemania. Y

fiel a este objetivo apunta a una conclusión que pocos críticos posteriores secundarán: la

contradicción inherente a una obra que “en el fondo ha demostrado lo contrario de lo

que pretendía, en la medida en que, contra su propia intención, confirmó que hubo en

España una corriente ininterrumpida de espíritu heterodoxo desde los erasmistas a los

krausistas”.

4. Matices del Romanticismo

Tiene razón Varela cuando concluye su citado trabajo reconociendo la escasa y

excepcional presencia de Menéndez Pelayo en el hispanismo alemán. Pero los

argumentos del crítico pueden explicar las razones de esta escasez, toda vez que,

citando a Petriconi, lamenta que no se haya prestado la atención debida a quien significó

nada menos que una “renovación de las ciencias del espíritu”. Ni Petriconi ni Varela

explicaron en qué podía consistir esa renovación más allá del reconocimiento a la

descomunal curiosidad, erudición y capacidad de trabajo del maestro. Sus elogios

16

ilustran el exceso y dramatismo que dominaron la recepción de Menéndez Pelayo

incluso muchos años después de que la “revolución nacional” y parte de la “revolución

conservadora” se apropiaran de su imagen.

Sin embargo, en los años cincuenta, la imagen alemana de Menéndez Pelayo,

adquiere matices que coinciden con las revisiones pragmáticas del menendezpelayismo

emprendidas por autores de la cultura oficial como Laín Entralgo o el propio Sáinz

Rodríguez. Entre los alemanes destaca Hans Juretschke, quien desde su cátedra de

Madrid, y abandonado el fervor de su temprano panfleto de 1941 —citado al inicio de

estas páginas— examina las relaciones del erudito con el pensamiento europeo a partir

de sus relaciones con el Romanticismo alemán. En su ensayo “Menéndez Pelayo y la

cultura europea moderna”25, las justificaciones primeras sobre la peculiaridad del

pensamiento del santanderino y su idea de Europa asumen alguno de los tópicos del

problema de España, como la insularidad cultural o la experiencia de nación derrotada.

Estudioso de las obras de Alberto Lista y Donoso Cortés, el católico Juretschke

contrastaba la amplia visión europea de éstos, que pronto habían “advertido el peligro

del Este”, con la estrechez geopolítica de Menéndez Pelayo que, como su amigo Juan

Valera, nunca se refirió al “alma rusa” ni pareció temer la “irrupción del comunismo”.

El hispanista examina los problemas metodológicos de su obra derivados de su “visión

de las grandes conexiones”; una visión que justificaría los intentos de Laín por situar al

santanderino nada menos que a la altura de Dilthey. Con todo, Juretschke subraya que

aquél nunca emprendió una investigación sistemática de Europa. Más allá de los

“prejuicios insulares”, o de la insistente “conciencia de un pueblo vencido”, el filólogo

achaca la falta de una visión adecuada de Europa a la sesgada percepción del

romanticismo, que Menéndez Pelayo habría forjado básicamente a partir del Curso

sobre literatura y arte dramáticos de August W. Schlegel, leído bajo el magisterio de

Milá i Fontanals y a través de las interpretaciones de Böhl de Faber. Sólo desde esta

lectura monocorde se entendería su posterior y confusa lectura de Hegel. Las mayores

limitaciones se evidencian en el desconocimiento de las obras de Federico Schlegel y

Novalis, cuyos versos y ensayos el erudito parece ignorar por entero. No menos

significativo es para Juretschke el desconocimiento de Nietzsche y Burckhardt, y la

25 Cf. “Menéndez Pelayo y la cultura europea moderna” y “Menéndez Pelayo y el Romanticismo”, en Miguel Ángel Vega Cernuda (ed.), Hans Juretschke, Obras completas. España y Europa: estudios de crítica cultural, Madrid, Editorial Complutense, 2001, Tomo I, pp. 295-306 y 307-314. El segundo de los artículos fue publicado previamente en la selección de textos del santanderino editada por Juretschke, Menéndez Pelayo y el Romanticismo, Editora Nacional, 1956.

17

ausencia total de referencias en su obra a historiadores de la talla de Ranke. Un rasgo

peculiar del modus operandi crítico-historiográfico de don Marcelino lo encuentra

Juretschke en la penuria de citas de literatos alemanes, incluso en el caso de sus poetas

más celebrados: ni los versos de Goethe, ni los de ningún poeta alemán, salvo algunos

de Heine son citados en sus comentarios. El hispanista apunta a la influencia de la

cultura francesa (principalmente de Chateaubriand, Hugo y Stäel) como un factor

determinante para su confusión ante el fenómeno romántico —“enormemente complejo

a la luz de las circunstancias francesas”— en el que nunca pudo reconocer la

identificación entre lo artístico y lo político. No obstante su minuciosidad crítica, las

conclusiones del propio trabajo de Juretschke participan de esta confusión, pues, en

definitiva, a su juicio el santanderino debería haber encaminado toda su labor

historiográfica y crítica a la reconstrucción de una idea universal de Europa, menos

dependiente del momento español y más próxima a la idea de un Occidente cristiano,

poetizada por “el cantor de Turingia”.

5. El historiador de las ideas estéticas

El mismo año en que Juretschke publicaba en Madrid sus ensayos sobre

Menéndez Pelayo, en Heidelberg salía a la luz un estudio sobre sus ideas estéticas

firmado por Frithjot Kluge26. Se trata de uno de los primeros trabajos académicos que

examinan desde Alemania, de manera sistemática y documentada, el pensamiento de

Menéndez Pelayo, atendiendo no tanto a su recepción posterior o su significación

nacional, sino a sus fuentes, métodos y objetivos. El investigador describe con más

detenimiento que sus predecesores las lecturas que influyeron decisivamente en las

concepciones estéticas del español. Subraya las mediaciones de Milà i Fontanals y

Francisco Javier Lloréns (algo no muy habitual entre los valedores españoles del

maestro) que le inculcaron su admiración por la estética escocesa de Reid y, sobre todo,

Hamilton. “Escocés y hamiltoniano hasta los tuétanos”, cómo él mismo se reconocía,

Menéndez Pelayo intentó equilibrar esta orientación psicologista con la organicista y

metafísica de Herder, aprendida también con sus maestros catalanes y con Gumersindo

Laverde. Sin llegar a trazarlo con precisión, el perfil que Kluge va mostrando a partir

de su examen de fuentes revela la condición proteica de una figura intelectual

26 Frithjof Kluge, “Die ästhetischen Grundgedanken Menéndez Pelayo”, Germanisch-Romanische Monatschrift, Neue Folge, Heidelberg, 1957, VII, pp. 164-182. Traducido al castellano como “Las ideas estéticas fundamentals de Menéndez Pelayo”, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, Santander, 1959, XXXV, pp. 1-30.

18

construida a sí misma desde una insaciable recepción de ideas heterogéneas, cuya

excepcional asimilación fue tan apasionada como errática. No obstante considerarlo

“uno de los grandes historiadores del siglo XIX”, Kluge lamenta el carácter incompleto

de su historia de la estética, que achaca a su “tendencia a emprender continuamente

nuevos trabajos”. Pero entre las razones de esa tendencia no se detiene a considerar ni

su aislamiento con respecto a quienes en España conocían mejor que él el contexto

cultural de sus fuentes anglosajonas y germanas ni el modo en que su ethos intelectual,

resumible en una especie de excitator Hispaniae, determina el curso y los límites de sus

investigaciones. Kluge rastrea la presencia en la Historia de las ideas estéticas de

fuentes muy heterogéneas y discrimina su papel en las contradicciones que recorren el

ideario estético del autor. De manera análoga a Juretschke, atribuye a una mala

recepción de Hegel la persistente polaridad entre realismo e idealismo y los denodados

esfuerzos por demostrar su síntesis, omnipresentes en la crítica del santanderino. Pero la

lista de influencias identificadas por Kluge es más compleja y refleja las tendencias

organicistas que, más allá de Herder, introdujeron la metafísica de la vida en el

pensamiento sobre el arte. Menéndez Pelayo las absorbe parcialmente y se asoma, tras

su ideal de una Estética verdadera, al estudio sobre las experiencias psicogenéticas de la

conducta estética, de la mano de Spencer, o a las propuestas morfologicistas de Fr. Th.

Vischer. La agónica empresa de cerrar una armonía entre la “estética de arriba” y la

“estética de abajo”, evocadora también de las ideas de Zimmerman o Herbert, encuentra

en la antropología de Vischer argumentos para una síntesis integral entre la forma y la

idea, sin renunciar a los “fundamentos matemáticos inquebrantables, que sólo puede

identificar el metafísico”. El análisis de Kluge presenta las diferentes formas bajo las

que se manifiesta ese integralismo estético en la obra de Menéndez Pelayo: el rechazo

del “aparato pedagógico del arte”, junto a su militancia en la tradición de la educación

estética y la insistencia en recuperar la educación clásica en “los pueblos exuberantes”;

el desprecio hacia el escolasticismo de la estética jesuítica en nombre de una católica

filosofía perenne de la belleza; el énfasis en la autonomía del arte con respecto a la

moral y la aceptación de los postulados culturalistas de Taine: race, milieu, moment,

como elementos centrales para comprender el arte de un pueblo; la influencia del

organicismo herderiano para entender el espíritu de la nación, sin perjuicio de la

afirmación del libre albedrío como motor interno de la historia… Tales integraciones de

contrarios perfilan la imagen sui generis de un historiador total de la estética, cuyas

aplicaciones metodológicas abundan en sugerentes hallazgos, pero también en

19

contradicciones, injusticias y clasificaciones tan discutibles como la que distingue entre

la fantasía plástica-objetiva de los poetas castellanos y andaluces, la soñadora-subjetiva

de los gallegos y montañeses o la fantasía retórica de Víctor Hugo. Kluge pondera todos

estos matices de su estética para, sin embargo, concluir con una apasionada apología del

autor de Historia de las ideas estéticas, que termina asumiendo sus propios postulados.

No de otro modo se entiende que finalmente anuncie la moderna reactualización de

Menéndez Pelayo, tomando como argumento la evolución del arte en 1959, dominado

por “las nuevas teorías que concilian lo relativo y lo absoluto”: un argumento que

serviría, una vez más, para insistir en “la comunicación espiritual de la concepción

pelayista de la cultura española con Europa y con el mundo”.

6. Los límites del crítico

Es difícil encontrar aproximaciones a la obra y la figura de Menéndez Pelayo a lo

largo de los años cincuenta y sesenta que no estén lastradas por esta retórica

apologética. Aunque el análisis reconozca contradicciones y recuerde la necesidad de

matizar antiguos énfasis, finalmente la crítica no se resiste a una amplificatio de los

excepcionales valores nacionales e internacionales del erudito. Baste recordar entre los

españoles la monografía de Laín Entralgo, las revisiones de Sáinz Rodríguez o la nueva

aproximación de Araquistáin en su ensayo de 1962 sobre el pensamiento español27. Las

escasas aproximaciones de la crítica alemana, circunscritas al hispanismo, son un reflejo

de esa tendencia. La superación de estos lugares comunes fue la intención expresa de un

riguroso trabajo doctoral publicado en 1977 por el profesor de la Universidad de

Dresde, Christian Rodiek28. Se trata de un análisis minucioso de las categorías crítico-

literarias del santanderino, que comienza, en efecto, con una crítica al “culto

menéndezpelayesco”. El investigador cita a estudiosos españoles entre los primeros

enemigos de ese culto, como Guillermo de la Torre, en su Menéndez Pelayo y las dos

Españas de 1943, Simón Díaz, o Gonzalo Torrente Ballester en su Panorama de la

literatura español contemporánea. Por el contrario, una legión de eruditos con Dámaso

Alonso, Sáinz Rodríguez, Sánchez Reyes, entre otros, habrían contribuido a la general

idolatría con que se conmemoró el centenario del nacimiento del montañés.

27 Araquistáin, Ensayo sobre el pensamiento español contemporáneo, Buenos Aires, Losada, 1962, pp. 43ss. 28 Christian Rodiek, Literarische Wertung bei Menéndez Pelayo, Meinseheim am Glan, Verlag Anton Hain, 1977.

20

El análisis de Rodiek desmonta la tesis de una evolución en el pensamiento de

Menéndez Pelayo, de acuerdo con la cual, según críticos como Dámaso, las grandes

obras estético-críticas desautorizarían sus convicciones histórico-ideológicas iniciales,

de manera que la pluma nacionalista se convertiría en una sutil y ecléctica crítica

universalista. En realidad, la evolución evidente en los intereses histórico-bibliográficos

no fue acompañada de una evolución análoga en los métodos críticos, entre cuyas

constantes Rodiek destaca la apelación del erudito al gusto, una categoría que,

aprendida de la escuela escocesa, puso al servicio de su hiperbolizada subjetividad

crítica. Un ejemplo paradigmático lo ofrecen sus valoraciones del teatro de Calderón,

Lope o Tirso, donde toda la aplicación de la dicotomía entre idea o inspiración y

ejecución está regulada por esa convicción en la certeza del gusto personal. Rodiek

identifica en la confusión entre metodología y retórica una característica que atraviesa

toda la obra crítica del autor. Entre sus estrategias destaca el elogio aparente y el recurso

a la ironía para intensificar los aspectos negativos de sus escritores menos apreciados,

desde Shakespeare a los krausistas. El contraste entre autores y obras es utilizado con

frecuencia no tanto para el análisis comparativo como para recordar quién es mejor y

peor. Otro rasgo peculiar señalado por Rodiek es la exageración tanto en la forma como

en el contenido de sus ensayos críticos: superlativos que desencadenan una cadena de

juicios de valor, o formulaciones extremas de los defectos morales y también de los

formales, señalados con expresiones sorprendentemente emotivas. Estos y otros rasgos,

evidentes en las conferencias juveniles sobre Calderón, se mantendrán décadas después,

como esencia de su ethos crítico-literario. El hispanista alemán hace un recorrido

minucioso por las categorías aplicadas en la Historia de las ideas estéticas, las

Antologías líricas de poetas españoles e hispanoamericanos o los Orígenes de la novela.

Si en las últimas obras se desdibuja, en efecto, la temprana fórmula “espíritu cristiano y

forma de Horacio”, no hay en ellas, sin embargo, nada que la contradiga. Las supuestas

“retractaciones” que quería ver Dámaso no serían sino aspectos de detalle que no

conciernen a las bases de su teoría de la literatura. En realidad, según señala Rodiek, la

contradicción forma parte constitutiva de su escritura. Si hay ejemplos de retractaciones

aún más hay de “corroboraciones” que reafirman los veredictos literarios y morales de

juventud. Sin perjuicio de la utilidad de sus contribuciones críticas y eruditas y sin negar

la cientificidad de su obra —que de todos modos, apunta Rodiek, no es comparable a la

de Menéndez Pidal—, el hispanista examina los lugares centrales de su discurso crítico:

el clasicismo, el antropologismo, la erudición, el objetivismo o la heterogeneidad de sus

21

categorías y métodos, y los pasajes inacabables que contradicen constantemente esos

mismos postulados en nombre de principios como la sinceridad, la espontaneidad (que

le lleva a cargar contra la erudición, particularmente la ajena), la autenticidad y toda una

exuberante tópica de la emotividad. Para ilustrar su examen crítico de las valoraciones

literarias del santanderino, Rodiek analiza dos de sus trabajos, sobre Jorge Manrique y

el poeta Quintana. Los comentarios de las Coplas acusan un despliegue de categorías

afectivas que, más allá de la indagación erudita de las fuentes, coloca como claves de la

efectividad estética expresiones tan vagas como: “un no sé qué de grave y melancólico”;

“el misterio o prestigio de la forma”; “virtudes poéticas más íntimas y recónditas”…

Ejemplos semejantes invitan a preguntarse por las pretensiones de fundar una mínima

metodología histórico-crítica a partir de un pathos cuya efectividad es inseparable de la

potencia literaria del crítico, y su preocupación por resaltar “la serena melancolía del

conjunto”, sólo definida en contraste con la consideración del poema como conjunto de

tópicos o “doctrinal de cristiana filosofía”. La dialéctica entre forma e idea no parece

aquí dar mucho más de sí.

El otro caso escogido por Rodiek es aún más iluminador. Se trata del poema “A

España, después de la revolución de marzo” de Manuel José Quintana. Frente a quienes

han celebrado la amplitud de miras de don Marcelino al elogiar a un literato liberal, en

las antípodas de sus convicciones políticas, Rodiek encuentra en tales elogios un

paradigma de las calculadas confusiones categoriales del crítico. En sus conferencias de

1887 en el Ateneo, Menéndez Pelayo hablaba de Quintana como “poeta de una sola

cuerda”, para finalmente situarlo a la altura de Fray Luis de León entre sus poetas

favoritos. La preferencia por el madrileño se justifica por su clasicismo. Pero este

clasicismo se cifra básicamente en la contundencia con la que el autor poeta corrige al

autor político, o dicho de otra manera, en el modo en que el “heterodoxo” liberal es

capaz de superar con la poesía su “fanatismo político”. La belleza de los versos sobre la

Guerra de la Independencia no radica, pues, tanto en sus efectos patéticos, la riqueza del

hipérbaton —tan caro al gusto de Menéndez Pelayo— la variedad métrica, y demás

recursos “clasicistas”, como en el modo en que en ellos se refleja “lo verdadero”. Y esto

verdadero no es otra cosa que haberse apartado de la lógica de un pensamiento político

que le situaba en el “bando de los afrancesados”. La “viril abnegación” de Quintana

para “ponerse al lado de los que defendían la España tradicional, de la cual él tanto

había maldecido”, evidencia las virtudes clásicas de sus silvas. A pesar de reconocer el

“arte” admirable de sus composiciones histórica y políticamente “más radicales” desde

22

“la región purísima del arte”, Menéndez Pelayo no escogió para su antología las odas a

Padilla del poeta madrileño, sino las silvas de la revolución de marzo, en cuyo contraste

todas sus demás composiciones son contestadas como mendaces contribuciones a la

leyenda negra contra la “España filipizada”. La trascendentalidad de la poesía, la

perennidad eterna a ella otorgada como “regalo de los Dioses”, se cifra, así, en la

profundidad del sentimiento patriótico. Rodiek no entra en las consecuencias para la

crítica literaria española posterior de estas estrategias críticas que el autor de los

Heterodoxos sostuvo hasta sus últimos trabajos. Pero no es difícil percibir su carácter

modélico para una parte de la crítica literaria española, que supo sacar rentabilidad

política de un impoliticismo militante, sostenido en el socorrido y caduco juego de las

polaridades y síntesis entre forma y contenido.

Afrontar el examen de la crítica menéndezpelayesca desde categorías estéticas y

hermenéuticas contemporáneas (tomadas principalmente de Adorno, Mukarovsky,

Hirsch, Ingarden o Jauss), resulta algo excepcional en los estudios sobre el autor, que, al

margen de la idolatría o la amplificatio, han tendido a situarse en las mismas

coordenadas retórico-críticas establecidas por el “polígrafo”. Más allá de las

conciliadoras advertencias contra su apropiación por las dos Españas, Rodiek ajusta los

objetivos de una crítica de la crítica de Menéndez Pelayo al problema general planteado

por Northorp Frye en su Análisis de la crítica literaria: establecer con claridad si “un

crítico, que ha leído a todos sus predecesores, puede ser algo más que un testimonio del

gusto de sus contemporáneos con todas sus limitaciones y prejuicios”29.

7. Propuestas de deconstrucción: Don Marcelino, philosophe.

A pesar de sus reescrituras, la actitud de la crítica literaria hacia el erudito

cántabro aún en las últimas décadas del siglo XX ha oscilado entre su ocultamiento y su

elevación a fundador de la historiografía y la filología hispánicas. La sombra de este

papel fundacional parecería proyectarse sobre el pensamiento español “per omnia

saecula saeculorum”. Esta fórmula de la fama eterna da título a una de las últimas

contribuciones alemanas a la formación o, más bien, deconstrucción de la imagen de

Menéndez Pelayo. Se trata de un artículo de Hans Ulrich Gumbrecht y Juan José

Sánchez titulado “Menéndez Pelayo, ¿«per omnia saecula saeculorum»?”, que publicó

29 Ibíd., p. 199.

23

la revista del CSIC en 198430. A tenor de las reacciones suscitadas por el artículo, no

puede negarse que la crítica menéndezpelayesca y sus ritos seguían inalterables desde

las idolatrías del centenario31. El trabajo —originalmente escrito en alemán—

constituye también una incisiva reflexión sobre la dimensión europea de la historia

intelectual española. Los autores abordan la figura del “gran polígrafo” desde la amplia

perspectiva que da una larga dedicación no sólo a la historiografía literaria española

sino también, en el caso de Gumbrecht, a los conceptos medulares de la modernidad

europea32. El inicio del ensayo insinúa su conclusión: la necesidad de “carnavalizar” la

figura venerable de Menéndez Pelayo y convertirla en la figura bufa de un don

Marcelino “poshistórico”. La argumentación, que Ricardo de la Cierva tomó como

“agresión soez”, merece un poco de detenimiento.

El punto de partida es la vacuidad del personaje en su papel heroico, del que no

terminan de librarse los intelectuales españoles y ante el que “los hispanistas de

Alemania Occidental no saben qué hacer”. La propuesta de otro Menéndez Pelayo

recurre incluso a la broma derridista o deconstruccionista: en el fondo, entre la imagen

vacua del “gran polígrafo” y la de un “San Marcelino bolígrafo” —patrón de los

incombustibles objetos de escritorio— no habría mucha diferencia. El anacronismo de

las virtudes y la santidad de la socorrida primera imagen no tienen por qué ser mejores

que las arbitrariedades de la segunda. La cuestión es cómo redefinir otra imagen de

Menéndez Pelayo que contribuya a reescribir la historia intelectual española y su lugar

en la modernidad Europea. Los autores proponen como modelo la figura tan europea del

philosophe, que Gumbrecht ya había analizado con detenimiento33. Puede resultar una

provocación presentar al “polígrafo” bajo una imagen tan francesa e ilustrada como esta

del philosophe, que, sin embargo, nunca dejó de ser admirada por don Marcelino. Pero

30 Hans Ulrich Gumbrecht, Juan José Sánchez, “Menéndez Pelayo, ¿«per omnia saecula saeculorum»?”, Arbor, Madrid, 1984, noviembre-diciembre, 119, pp. 215-231. 31 Cf. Enrique Rivera de Ventosa, “Invidencia ante la obra del gran polígrafo (a propósito del artículo ‘Menéndez Pelayo, ¿«per omnia saecula saeculorum»?’)”, en Religión y cultura, Madrid, 1985, XXXI, nº 146, pp. 399-408; Ricardo de la Cierva, “Una soez agresión contra Menéndez Pelayo” [Réplica al artículo de H.U. Gumbrecht y J. J. Sánchez], en Época, 1 de septiembre de 1983. 32 La amplia obra de Hans Ulrich Gumbrecht ha transitado por distintas vías de la filología, la crítica e historiografía literarias y la filosofía del presente. En los años en que publica este artículo ya había colaborado con Reinhart Koselleck en su Diccionario de Conceptos Políticos, firmando el artículo dedicado a la Modernidad. Un año antes de este artículo publicó también con J.J. Sánchez un estudio de la historiografía literaria española del XIX, bajo el título de Geschichte als Trauma/Literatur als Kompensation, en la obra colectiva Der Diskurs der Literatur- und Sprachhistorie, Suhrkamp, 1983. Pocos años después terminaría una de las Historias de la Literatura española más originales del siglo pasado, Eine Geschichte der spanischen Literatur, Suhrkamp, 1990. 33 Cf. H.U. Gumbrecht y R. Reichart, Philosophie/Philosophe, en R.R./ E. Schmidt (eds.), Handbuch politischsozialer Grundbegriffe in Frankreich 1680-1820, cuaderno 3,Munich, 1985.

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la imagen se sostiene sobre el análisis de lo que los autores del artículo llaman “formas

de estilo cultural”. Los rasgos esenciales de esas formas mostrarían la coincidencia entre

los gestos compartidos entre los philosophes y sus enemigos más virulentos. Si, en

efecto, no hay una diferencia tipológica entre los philosophes y los anti-philosophes

clericales enfrentados tras la publicación de la Encyclopédie, tampoco la hay entre los

gestos de don Marcelino y el discurso de sus enemigos.

Como en los anti-philosophes, toda la batería erudita de don Marcelino, animada

por el maestro Gumersindo Laverde, se puso al servicio de la batalla contra la

hispanofobia de cuño ilustrado y enciclopedista, siguiendo la estela de Juan Pablo

Forner. Pero esa empresa apologética, implacable con los krausistas, revela una especial

ambivalencia hacia los literatos de la Ilustración francesa, en particular Voltaire y

Rousseau. Las contradicciones se multiplican al tratarse del ginebrino, “el primer

escritor romántico” según Menéndez Pelayo. La imagen del mundo asumida por éste en

sus discursos más virulentos adopta, a juicio de Gumbrecht y Sánchez, los rasgos

paranoides de Jean-Jacques en su “autopresentación como vertu persécutée. La

conciencia del rol de philosophe entraña una fusión entre las vivencias más o menos

traumáticas —tales como el conocimiento personal y el enfrentamiento académico con

el krausismo a través de la hostilidad de Salmerón— y la descripción de un enemigo

colectivo. La “autoescenificación” del Brindis del Retiro en 1881 respondería con

exactitud a este estilo de philosophe, con su gesto de espontaneidad y su gusto por la

“contraprovocación”, presente en toda la obra del santanderino. Los autores del artículo

citan un texto olvidado pero imprescindible para la contraimagen que persiguen del

“polígrafo”. Se trata de un artículo periodístico que, imitando una carta imaginaria de

un judío español emigrado a Holanda en 1681 describe la humillación a la que somete la

comunidad judía de Ámsterdam a un correligionario acusado de afinidad con el

cristianismo, hasta llevarlo al suicidio. El texto es interpretado como síntoma tanto por

su “sorprendente fuerza para la representación del pasado como la grosera falta de

distanciamiento de sus proyecciones”, que acompañan una parte central de los trabajos

del autor; síntoma en fin de la “incapacidad infantil de separar pasado representado y

propio presente”. El estilo del philosophe don Marcelino está determinado también por

la contradicción entre el gusto por los conceptos abstractos, cuyas especulaciones

históricas en la obra de Hegel siempre le fascinaron, y su intención de narrar la historia

nacional. El empleo de categorías como raza obedecería a este maridaje entre el católico

nacional y el philosophe. La lista de argumentos que justifican esta imagen es larga, y

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atañe también a rasgos personales y públicos de su carácter, desde su desaliño asocial

hasta su reconocido interés por frecuentar la vida nocturna.

Gumbrecht y Sánchez encuentran en estas contradicciones las razones para la

cautela e incluso la desavenencia que confesaron amigos y discípulos como Juan

Valera, Clarín o Miguel de Unamuno34. Pero lo relevante de esta interpretación no es

tanto evidenciar la complejidad de don Marcelino y las limitaciones de su legado

intelectual, como replantear el modo en que influyó sobre la historia intelectual

española su combinación de distintas orientaciones: la recepción moderantista del estilo

de la Ilustración, sus versiones reformistas durante la Restauración posterior y la

formación de una conciencia nacional romántica gestada por los hombres del 98. Es

precisamente el alejamiento de éstos últimos lo que marca todas las contradicciones y

confusiones de la recepción posterior de Menéndez Pelayo desde las filas del

nacionalismo político. La relación de aquél con la historia y la crítica literaria había

adoptado formas propias del estilo ilustrado de los philosophes, incompatibles no sólo

con los intelectuales del cambio de siglo, sino también con la misma concepción de lo

nacional, incluida la filología nacional, de la que nunca podría considerarse padre ni

mentor.

El artículo finaliza con una particular reflexión sobre el indefinido lugar de España

en la modernidad europea. Los autores parecen asumir la vieja tesis de la escisión de

España con respecto a la historia de la Ilustración y del progreso, pero ahora desde el

discurso sobre las limitaciones de la Ilustración desencadenado por Adorno y

Horkheimer. Los autores proponen abandonar la tópica del “retraso” cultural de España

y olvidar las polémicas sobre su progreso, que, a partir de las polémicas sobre la

Ciencia en España, alimentaron la imagen heroica del polígrafo nacional. En el

contexto de una relectura radical de las relaciones entre la cultura española y la europea,

personajes como Menéndez Pelayo o más bien las vicisitudes de su recepción, podrían

propiciar un replanteamiento de nuestra conciencia histórica o poshistórica. Para ello

habría que empezar por liberarnos de una vez por todas de la presencia inalterable y la

imagen monolítica del polígrafo, atreviéndonos a transitar las vías más heterodoxas de

su parodia y “carnavalización”.

34 Es interesante recordar que Unamuno subrayó el carácter periodístico del estilo de Menéndez Pelayo, él mismo un enemigo de la literatura periodística. Lo que nunca vio en él fue al filósofo. Cf. Miguel de Unamuno, “Don Marcelino y la esfinge”, en su Libros y autores contemporáneos, Madrid, 1972, pp. 217-219.

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A las alturas del centenario de su muerte, ciertamente poco o nada recordada en

Alemania, no tenemos constancia de que los deseos expresados en este artículo hace

casi treinta años se hayan cumplido. Pero puede que no anduviesen descaminados en su

interpretación, pues acaso sea en la permanente exposición de la imagen de Menéndez

Pelayo a la apología, la polémica, la parodia o incluso la carnavalización donde aún

resida el enigma de su ejemplaridad.

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