Entre la Utopía y la Frustración: Una defensa de la política en dos partes

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1 1 Entre la utopía y la frustración: política, acción y vida pública en Hannah Arendt Una defensa de la política en dos partes Hannah Arendt es una de las defensoras más destacadas de la noción del ser humano como ciudadano o “animal político”: un ser que vive en una ciudad y participa activamente en la vida pública. Pero Arendt es también una de las más duras críticas de “los políticos profesionales”, es decir, aquellos que pertenecen a un partido político y ocupan puestos de gobierno. Su pensamiento parece, por tanto, enmarcado entre la utopía de ciudadanos que gobiernan y la frustración de políticos que, aunque ejercen el poder, no toman en cuenta los intereses ciudadanos. Mi intención en estos dos ensayos es defender con Arendt que la participación ciudadana es posible al margen de las instituciones partidistas y del gobierno, además de analizar si es verdad que los políticos en el presente no pueden ser buenos ciudadanos. En “Utopía”, la primera parte de mi ensayo, comienzo presentando la situación crítica que, en mi opinión, atraviesa la política como forma de vida y como arte en todo el mundo. Después, reconstruyo los principales elementos teóricos de la visión política de Hannah Arendt. En la segunda parte, “Frustración”, espero mostrar cómo se aplican estos conceptos teóricos a problemas políticos contemporáneos y analizar si conserva cierta vigencia el pensamiento de Hannah Arendt. Y, más importante aun, si tiene sentido participar en política: si la política es necesaria para organizar nuestra vida común; si la política puede en las

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Entre la utopía y la frustración: política, acción y

vida pública en Hannah Arendt

Una defensa de la política en dos partes

Hannah Arendt es una de las defensoras más destacadas de la noción del ser humano como

ciudadano o “animal político”: un ser que vive en una ciudad y participa activamente en la

vida pública. Pero Arendt es también una de las más duras críticas de “los políticos

profesionales”, es decir, aquellos que pertenecen a un partido político y ocupan puestos de

gobierno. Su pensamiento parece, por tanto, enmarcado entre la utopía de ciudadanos que

gobiernan y la frustración de políticos que, aunque ejercen el poder, no toman en cuenta los

intereses ciudadanos.

Mi intención en estos dos ensayos es defender con Arendt que la participación ciudadana es

posible al margen de las instituciones partidistas y del gobierno, además de analizar si es

verdad que los políticos en el presente no pueden ser buenos ciudadanos. En “Utopía”, la

primera parte de mi ensayo, comienzo presentando la situación crítica que, en mi opinión,

atraviesa la política como forma de vida y como arte en todo el mundo. Después,

reconstruyo los principales elementos teóricos de la visión política de Hannah Arendt.

En la segunda parte, “Frustración”, espero mostrar cómo se aplican estos conceptos teóricos

a problemas políticos contemporáneos y analizar si conserva cierta vigencia el pensamiento

de Hannah Arendt. Y, más importante aun, si tiene sentido participar en política: si la

política es necesaria para organizar nuestra vida común; si la política puede en las

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circunstancias actuales ser ética; y si la política, como la entiende Arendt: libre, plural y

con grandes ideales, es todavía posible.

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Para José Hernández Prado,

maestro y amigo de todas las horas.

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Primera Parte: Utopía

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Advertencia:

A lo largo del presente ensayo, utilizaremos las siguientes siglas para referirnos a las obras

fundamentales de Hannah Arendt:

Lista de abreviaturas:

BPF= Arendt, Hannah. “The Gap Between the Past and the Future”. Between the

Past and the Future. Hannah Arendt, ed. Nueva York. Penguin. 1961.

DTB= Arendt, Hannah. Denktagebuch (Diario de reflexiones). Ursula Ludz, ed.

Munich. Pieper. 2002.

OR= Arendt, Hannah. On Revolution. USA. Penguin. 1963.

HC= Arendt, Hannah. The Human Condition. 2a. ed. 1958. Con una introducción

de Margareth Canovan, Chicago UP. 1998.

WP= Arendt, Hannah. Was ist Politik? (¿Qué es la política?). Ursula Ludz, ed. 2ª

ed. Edición revisada y actualizada. Múnich. Piper editorial. 2003.

Al final de cada apartado aparecerán las páginas a confrontarse de cada uno de las obras,

adicionales de las que aparezcan en los pies de página.

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Tabla de contenido

Advertencia: ........................................................................................................................................ 5

I. Crisis políticas y la crisis de la política ............................................................................................ 7

II. El mundo como hogar y escenario de las actividades humanas ................................................... 31

1. La condición humana y las actividades humanas ...................................................................... 31

2. Mundo y naturaleza ................................................................................................................... 38

III. La pluralidad y la acción política ................................................................................................ 45

1. La condición humana de pluralidad .......................................................................................... 46

2. Pluralidad y diálogo .................................................................................................................. 48

3. Pluralidad y ámbito público: oasis y desiertos .......................................................................... 52

IV. La acción política y los poemas homéricos................................................................................. 61

1. La relevancia política de los poemas homéricos ....................................................................... 61

2. Política, espíritu agonal y virtud ............................................................................................... 65

3. Los héores y la acción. .............................................................................................................. 74

3.1 Aquiles o “el mejor de los aqueos” .................................................................................... 74

3.2 Héctor o el sentido de la acción más allá del éxito y del fracaso ........................................ 78

3.3 Ulises o la unión de la acción y el discurso ......................................................................... 82

3.4 Néstor la acción y la narración ........................................................................................... 90

3.5 Agamenón o las dos partes de la acción .............................................................................. 96

V. El origen del ámbito público y la esfera política ....................................................................... 100

1. El origen del mundo común ................................................................................................... 100

1.1 La polis griega y la institucionalización de la libertad ...................................................... 103

1.2 Roma y el mundo abierto .................................................................................................. 107

2. El origen de la esfera política: nomos y lex ............................................................................. 111

3. …a manera de conclusión inconclusa ..................................................................................... 120

Bibliografía. .................................................................................................................................... 122

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I. Crisis políticas y la crisis de la política

El 2011 será recordado como un año en el que se vivieron numerosas crisis políticas

alrededor del mundo cuyas consecuencias están aún por vislumbrarse.

Muy temprano en el año, la “primavera árabe” despertó súbitamente del letargo a las

sociedades de numerosos países en África del Norte y Medio Oriente: los ciudadanos de

Túnez, Egipto, Yemen y Libia se sacudieron el pesado yugo de sus respectivos dictadores e

iniciaron el arduo camino de la democracia. Al día de hoy, Siria se convulsiona con una

guerra intestina cuyo resultado es impredecible y, sin embargo, todo apunta a que el

régimen del clan Assad, que ha dominado el país por más de tres décadas, llegará a su fin.

Algunos dictadores autoritarios del mundo árabe han pagado sus crímenes y abusos con su

sangre y la de sus allegados.

Paralelo a la primavera árabe brotaron en otras partes del mundo movimientos populares

que reclamaban alteraciones radicales en ciertas estructuras políticas y económicas de sus

respectivos países. En Chile, el movimiento estudiantil recobró fuerza en su reclamo de una

educación pública accesible y de calidad. “Los indignados” de la Plaza del Sol, en Madrid,

dieron la señal de salida para protestar en contra de la política de austeridad implantada en

España por el gobierno de Rajoy. Su reclamo y forma de protesta fueron replicados a lo

largo y ancho de las plazas más importantes de España y de la Unión Europea. En Zucotti

Park, en el corazón de Nueva York, cientos de personas establecieron un campamento para

exigir un cambio en las prácticas financieras dominantes en Wall Street formando el

movimiento conocido como “Occupy Wall Street”, que también contó con réplicas en las

principales capitales financieras del mundo, tales como Frankfurt o Londres. Incluso Israel

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fue testigo del nacimiento de un movimiento popular, llamado “de las tiendas”, para

protestar por los altos costos de la vivienda y la desigualdad económica en el país.

También en el 2011, el 11 de marzo, la sociedad japonesa vivió una tragedia que se

desencadenó en tres actos:

Alrededor de las dos y media de la tarde la isla fue sacudida por un terremoto de nueve

puntos en la escala de Richter, el más fuerte registrado en Japón. El terremoto duró al

menos cinco minutos. A las cuatro de la tarde, provocada por el movimiento telúrico, una

ola que alcanzaba en algunos puntos más de 20 metros de altura y se movía a una

velocidad aproximada de cincuenta kilómetros por hora golpeó la costa noreste de Japón

arrasando más de doscientas poblaciones costeras a su paso y llegando a penetrar más de 10

kilómetros de tierra firme. Entre otras muchas poblaciones, el tsunami golpeó la planta

nuclear de Fukushima Daiichi, que contaba con seis reactores nucleares y que se encuentra

a 250 kilómetros al noreste de la macrourbe de Tokio. El fuerte terremoto había ya

descompuesto los mecanismos de enfriamiento ordinarios de los reactores, el tsunami, por

su parte, descompuso los sistemas de enfriamiento emergentes. En tres de los seis reactores

se desataron procesos de fisión nuclear, lo que ocasionó explosiones de hidrógeno que

acabaron por destruir la cúpula externa de los reactores y dejaron escapar grandes

cantidades de radiación en ambiente.

Atónitos, los ciudadanos japoneses fueron testigos de la ineptitud y desorganización de sus

autoridades, quienes tardaron más de una semana en controlar las emisiones radiactivas, y

son, hasta hoy, incapaces de fincar responsabilidades por la falta de medidas precautorias

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en la planta nuclear. Tampoco han logrado ponderar ni aliviar los daños al ambiente y a la

salud de la población.

El carácter de cada uno de estos acontecimientos es único, y es arriesgado establecer

comparaciones entre ellos. Sin embargo, además de haber ocurrido en el mismo año, todos

tienen en común que pusieron de manifiesto la profunda insatisfacción de los ciudadanos

con su gobierno o, dicho de otro modo, la profunda insatisfacción de los ciudadanos con los

políticos. De ahí que podamos llamar a estos acontecimientos “crisis políticas”, pues tienen

como raíz la inconformidad ciudadana respecto a la organización de la vida en común

encargada mayormente a los políticos.

Las crisis del 2011 sugieren que los políticos no cuentan con la capacidad ni los recursos

para representar los intereses ciudadanos. Parece agotado el modelo político tradicional que

distingue entre ciudadanos ―preocupados primordialmente por intereses privados― y

políticos que, a través del ejercicio de funciones de gobierno, dominan la organización del

ámbito público. Los políticos en diversas partes del mundo han sido incapaces de garantizar

a sus ciudadanos estabilidad económica, justicia y paz social, condiciones mínimas para el

florecimiento de una sociedad.

Podemos distinguir tres aspectos de estas crisis políticas: Una crisis de representatividad,

una crisis de distribución, y una crisis de efectividad. Y es posible descubrir cada uno de

estos aspectos de modo ejemplar en los diversos acontecimientos mencionados: la crisis de

representatividad en la primavera árabe; la crisis de distribución en la protesta estudiantil de

Chile, el movimiento de los indignados y en “Occupy”; y la crisis de efectividad en la mala

respuesta del gobierno japonés a la catástrofe de Fukushima. Vale la pena analizar

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brevemente estos acontecimientos bajo las tres perspectivas mencionadas. Comencemos

con la primavera árabe y la crisis de representatividad política.

El 17 de diciembre del 2010 en la pequeña ciudad de Sidi Bouzid, en Túnez, un vendedor

de frutas y verduras llamado Mohamed Bouazizi, de 26 años, se prendió fuego afuera del

palacio municipal. Nacido el 29 de marzo de 1984, Bouazizi perdió a su padre cuando

tenía tres años. Su madre volvió a casarse pero el padre adoptivo de Bouazizi era de salud

frágil y por tanto nunca pudo conseguir un ingreso estable. Para ayudar a su madre,

Bouazizi comenzó a trabajar como vendedor de frutas y verduras cuando apenas tenía diez

años, mientras continuaba con sus estudios. Sin embargo, a los 19 años abandonó la escuela

para dedicarse de tiempo completo a su trabajo como vendedor ambulante y colaborar así

con sus ingresos a que sus cinco hermanos menores permanecieran en la escuela.

Durante años, Bouazizi había padecido el abuso de poder de los policías de su ciudad.

Apoyados en leyes arbitrarias y menudencias burocráticas, los policías despojaban una y

otra vez a Bouazizi de sus productos, le pedían mordidas o le impedían vender en los

mercados y las plazas más concurridas.

La mañana del 17 de diciembre del 2010 el abuso de poder llegó a un extremo. Una mujer

policía intentó despojar a Bouazizi de sus productos y de su báscula. Bouazizi se negó a

entregar sus pertenencias, se hicieron de palabras, la mujer policía, entonces, lo abofeteó y,

apoyada por otros policías, lo derribó y lo despojó de su mercancía y de su báscula.

Buoazizi intentó denunciar este abuso en las oficinas municipales, pero le dijeron que el

oficial encargado de atenderlo “estaba en una junta” y no podía recibirlo. Desesperado,

Bouazizi decidió prenderse fuego en la calle enfrente del palacio municipal.

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Después de una agonía de días, Bouazizi murió 4 de enero del 2011. Para entonces, las

protestas contra el gobierno de 27 años de Ben-Ali (más años que lo que duró la vida de

Bouazizi) se extendían a todo el país. Y más tarde surgieron movimientos revolucionarios

en Egipto, Yemen, Libia, Siria y Marruecos. Movimientos que en Egipto, Libia y Yemen

culminaron en el derrocamiento de gobernantes y regímenes que llevaban más de 20 años

en el poder.

La experiencia de Bouazizi con las autoridades políticas de su país es semejante a la

experiencia que millones de ciudadanos tienen de la relación con sus gobiernos, lo mismo

en regímenes autoritarios que en regímenes democráticos. El gobierno es visto como una

burocracia impersonal, insensible ante las carencias y dificultades de los ciudadanos para

salir adelante, una burocracia arbitraria que aplica leyes caprichosas y muchas veces

inútiles. El gobierno es un obstáculo y no un apoyo para los ciudadanos; los políticos son

considerados por los ciudadanos como una clase exclusiva y excluyente, poseedora de

privilegios y preocupada únicamente por afianzar su posición de poder.

Muchos ciudadanos están convencidos de que los políticos no los representan ni velan por

sus intereses. Esta convicción desemboca en la crisis de representatividad que atravesamos

y que se concreta en iniciativas ciudadanas para eliminar partidos políticos y disminuir el

número de parlamentarios, así como los puestos en todos los ámbitos de gobierno. Muchos

ciudadanos simpatizantes de estas iniciativas sueñan con una democracia de “asamblea

permanente”, donde todas las voces sean escuchadas y nada se decida si no es por consenso

entre todos los ciudadanos. Las revoluciones ciudadanas de la primavera árabe, surgidas al

margen de los partidos políticos y fuertemente apoyadas en las redes sociales virtuales,

alimentan esta ilusión. Pero no es lo mismo librarse a través de una revolución de una clase

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política corrupta que tratar de organizar un país de millones de habitantes sin una clase

política bien establecida y sin partidos políticos con posturas definidas y visiones de cómo

debe construirse una sociedad. La euforia y el entusiasmo revolucionario para dar frutos de

libertad, justicia y estabilidad económica durables, deben eventualmente traducirse en

trabajo burocrático, aburrido, detallado y preciso de tipo legislativo, ejecutivo y judicial. Un

Estado funcional, justo y democrático, no puede construirse únicamente sobre asambleas

populares, consignas y manifestaciones. Lo extraordinario de una revolución debe preceder

a la vida ordinaria de las instituciones.

El anhelo de una democracia directa sin mediación de políticos de ningún tipo está también

presente en el movimiento universitario de Chile y en las protestas de “los indignados” y de

“Occupy”. Para muestra basta la exigencia de “los indignados”: “democracia real ya”. Por

democracia “real” muchos entienden una democracia sin intermediarios y sin partidos

políticos.

Cabe señalar sin embargo que estos movimientos de protesta no surgen en el seno de

regímenes autoritarios que violan de modo consciente, impune y de continuo los derechos

humanos de sus ciudadanos; más bien se dan dentro de gobiernos democráticos que tienen

claros límites en el ejercicio de su poder. Es cierto que en Santiago de Chile, en Madrid y

en Nueva York ha habido enfrentamientos violentos entre los manifestantes y la autoridad,

pero estos enfrentamientos no han ni de lejos resultado en saldos sangrientos y hasta ahora

no ha habido una sola muerte, ni entre los manifestantes ni entre los policías.

Esta importante distinción ha sido señalada entre otros por el sociólogo y ensayista Mathias

Greffrath, quien afirma que en los países árabes la lucha armada tiene por objeto establecer

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los derechos fundamentales de una democracia1. Entre ellos, el derecho de protestar

públicamente por los errores o injusticias ocasionadas por el mal gobierno. En Chile,

España, Europa y América en cambio, las protestas se dirigen a democracias legalmente

bien establecidas, pero en las que parece que la democracia se ha quedado “sin substancia”,

es decir, que las instituciones y el discurso son sólo formalmente democráticas, en la

práctica empero, los políticos no defienden ni representan los intereses de la mayoría de la

población, ni tampoco ofrecen a los ciudadanos las condiciones públicas mínimas para

desarrollarse familiar, laboral y políticamente. Greffrath menciona una frase de Richard

von Weizäcker, sexto presidente de la República Federal Alemana, quien dijo: “Nuestros

políticos están poseídos por el poder, y se han olvidado del poder”. Weizäcker se refería

con ello a la paradoja de que los políticos, preocupados exclusivamente por defender

posiciones de poder, se hayan vuelto impotentes frente a los desafíos que enfrentan sus

sociedades.

Greffrath ofrece tres ejemplos de esta impotencia: primero, la impotencia de los políticos

frente a los poderes financieros, que ha quedado manifiesta sobre todo a partir de la crisis

financiera iniciada en el 2008; segundo, la impotencia de los políticos para ofrecer

seguridad social: salud, educación y empleo; y tercero, la impotencia de los políticos para

hacer frente a los problemas que amenazan a la sociedad, como el cambio climático, la

crisis alimentaria y la crisis energética.

1 M. Geffrath. Können Protestbewegungen etwas ändern? Eine Zwischenbilanz der Proteste. Teil 3

von 3. (“¿Pueden cambiar algo los movimientos de protesta? Un balance intermedio de la protesta.”

Tercera de tres partes. Programa radiofónico “Essay und Diskurs“ en Deutschlandfunk. Emitido el

4 de marzo de 2012).

La traducción de todas las citas son del autor de este ensayo.

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Los primeros dos ejemplos de Greffrath, el de los mercados financieros y el del Estado

social, caen dentro de lo que aquí he llamado “crisis de distribución”. El tercer ejemplo, el

de la incapacidad para enfrentar catástrofes y crisis naturales, cae dentro de la “crisis de

efectividad”, que abordaremos en un momento.

Sobre la crisis de distribución vemos que numerosos gobiernos democráticos en Europa y

América han sido incapaces de generar las condiciones para el crecimiento económico que

sus sociedades requieren; han sido también incapaces de garantizar salud, educación y

empleo, si no para todos, al menos para la mayoría de la población; y si no para la mayoría,

al menos para los más vulnerables de la sociedad.

Es una tesis central de este ensayo que la misión del Estado es garantizar condiciones de

vida digna, especialmente a los más vulnerables de una sociedad: a los niños, a los

ancianos, a las mujeres embarazadas, a los enfermos, a los más pobres, a los más

ignorantes. Un Estado así nos conviene a todos, puesto que todos en algún momento hemos

sido niños, todos hemos dependido de alguna mujer embarazada (nuestra madre), y todos

hemos estado enfermos.

Muy por el contrario, vemos que los gobiernos en Europa y América favorecen y protegen

sobre todo a los “fuertes”, a quienes tienen recursos económicos, salud y educación. La

brecha entre los ricos y pobres cada vez se ensancha más, lo mismo en Francia y Alemania

que en Estados Unidos, México o Chile. Tenemos cada vez más pobres, y nuestros pobres

son “más pobres”, es decir, tienen más carencias que antes; mientras que nuestros ricos son

cada vez más ricos y gozan de más privilegios. Nuestros gobiernos democráticos han

fracasado en la distribución de recursos que nos pertenecen a todos. El avance tecnológico,

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el aumento de la productividad, y en última instancia de la riqueza, no han favorecido a los

grupos más vulnerables de nuestras sociedades, más bien se han traducido en el lujo

grosero y grotesco que despliegan las personas adineradas en cualquier gran ciudad de

América o Europa.

Como suele suceder en la historia, el reclamo por esta crisis de distribución no proviene de

los más afectados, los desposeídos y miserables; más bien es un reclamo articulado por

universitarios y jóvenes profesionistas, pues son ellos quienes a la vez son conscientes de

las pocas perspectivas de futuro que les ofrece sus sociedad y cuentan también con la

educación necesaria para entender que las cosas podrían ser diferentes y que los mercados

financieros no son fuerzas naturales de orden cósmico, incapaces de ser controladas por

leyes e instituciones humanas.

El crecimiento de la desigualdad y la injusticia social no obedece a leyes de selección

natural de tipo darwinista, es más bien el resultado de una mala distribución de los recursos,

de malas políticas establecidas en algunos casos por ineptitud, en otros por corrupción, o

por ambas.

La ineptitud y la corrupción también están en el corazón de la crisis de efectividad, que he

ejemplificado aquí con la tragedia de la planta nuclear en Fukushima, Japón. Es sorpresivo

para nuestros oídos hablar de falta de efectividad en relación con el gobierno japonés. La

asombrosa recuperación japonesa tras la debacle total de la Segunda Guerra Mundial es un

ejemplo de efectividad y eficiencia. En una isla más o menos del tamaño de Veracruz, pero

con una geografía mucho más agreste, viven 126 millones de personas, y poseen una

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economía solo por debajo de los Estados Unidos y de China, y por encima de países con

mucho más territorio como Canadá o Rusia.

Dadas las numerosas empresas japonesas presentes en México, por ejemplo en la rama

automotriz, son conocidas para nosotros la alta capacidad de organización y la cultura del

trabajo japonesas, que tienen una fama casi proverbial.

Por otra parte, basta un breve repaso histórico de catástrofes naturales y un poco de

conciencia sobre las implicaciones de la producción de energía nuclear para concluir que

las 17 plantas nucleares, con sus 54 reactores, que Japón tenía trabajando hasta antes de la

catástrofe de Fukushima eran una bomba de tiempo. Es aquí donde la ineptitud y la

corrupción, pero también la demagogia, vienen a cuento.

Podemos analizar la ineptitud del gobierno japonés desde dos ópticas: Por un lado, una

especie de “ineptitud ocasional” que se evidenció durante las semanas que siguieron a la

catástrofe. Faltó comunicación entre las diversas dependencias gubernamentales, que

fueron incapaces de formular y hacer público de forma expedita un diagnóstico certero de

los daños ocasionados. También faltó comunicación entre el gobierno japonés y los

gobiernos internacionales, quienes fueron informados de la magnitud del accidente sólo a

cuentagotas y después de ejercer fuertes presiones diplomáticas. Faltó también ejercicio de

autoridad y decisión para controlar y supervisar a la compañía “Tepco”, tanto en la

operación de las plantas nucleares antes de la catástrofe, como en la respuesta lenta,

desorganizada y caótica que tuvo después del accidente.

Sumada a esta “ineptitud ocasional”, queda la duda de si no debiéramos postular también

una especie de “ineptitud necesaria”, que podríamos definir como la incapacidad natural e

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invencible de los seres humanos para protegernos contra fenómenos naturales como

terremotos o tsunamis. Esta es una especie de “falla de origen”, una actitud arrogante y

soberbia frente a las fuerzas de la naturaleza. Aquello que los antiguos griegos llamaban

hybris: la pretensión de que el ingenio y la capacidad técnica de los seres humanos no

conoce límites.

Tanto el gobierno japonés como la empresa Tepco fueron en todo momento desbordados

por los acontecimientos: La plantea nuclear de Fukushima podía resistir un terremoto de

hasta 8 puntos en la escala de Richter, pero el terremoto del 11 de marzo de 2011 fue de 9

puntos, lo cual dejó inservibles los sistemas de enfriamiento de los reactores; la planta

contaba con sistemas de enfriamiento emergentes, pero estos fueron desactivados por el

tsunami desencadenado por el terremoto; la planta de Fukushima estaba protegida por un

muro de concreto capaz de contener tsunamis con olas de hasta 6 metros, pero las olas del

tsunami ese 11 de marzo alcanzaban, según diversos reportes, entre 14 y 20 metros de

altura. Las fuerzas de la naturaleza superaron, por mucho, las ingenuas o perversas

previsiones del gobierno japonés y de Tepco. Y es aquí donde la incompetencia se vincula

con su hermana la corrupción.

Bernhard Taureck, en un ensayo sobre Fukushima, Rousseau y el ideal ilustrado del

progreso, enlista 7 actos de corrupción e ineptitud en que incurrieron la empresa Tepco y el

gobierno japonés2. El primero es el engaño sobre fallas de seguridad y la omisión

sistemática de reportes de accidente en Japón y en el resto del mundo (Tepco era, hasta

2 Taureck B. Fukushima: Zur Aktualität von Rousseaus Zivilisationskritik. (“Fukushima: Sobre la

actualidad de la crítica de Rousseau a la civilización”. Programa radiofónico “Essay und Diskurs“

en Deutschlandfunk. Emitido el 8 de julio de 2012).

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antes de Fukushima, empresa líder en el sector energético); segundo, los empleados de

“outsourcing” y sin plaza permanente fueron obligados a entrar a los reactores defectuosos

con equipamiento insuficiente, sin botas aislantes, por ejemplo. Y fueron amenazados con

el despido en caso de desobedecer. Tercero, el gobierno japonés y Tepco promovieron en

los medios que la contaminación por plutonio (que tiene efectos permanentes) era tan

inofensiva como la radiación de los rayos X utilizada comúnmente para sacar radiografías.

Ambas instancias también difundieron un límite falso de tolerancia a la radiación en

infantes que supera por lo menos veinte veces al límite de tolerancia real. En quinto lugar,

Tepco y el gobierno japonés abordaron sus pláticas para controlar la crisis de Fukushima

siguiendo el esquema de una negociación tradicional entre una concesionaria y el Estado.

Además, por presión del gobierno y de Tepco, fueron despedidos 26 periodistas

responsables de reportes y opiniones que dejaban mal parados a Tepco y al gobierno.

Hasta antes de Fukushima, Tepco era una de las empresas que gastaban más dinero para

garantizar una buena imagen en los medios. Por último, muchos expertos dudan que la

“desconexión en frío”, realizada por Tepco y el gobierno en los reactores descompuestos,

sea efectiva para detener la radiación.

Para Taureck todas estas fallas remiten a la relación malsana y deshonesta que existía entre

las distintas instancias gubernamentales encargadas de velar por la seguridad de las plantas

nucleares y Tepco. En todas las instancias gubernamentales, sin excepción, había

consejeros de Tepco, lo que permitía a la empresa no declarar accidentes y con ello evitar

multas y otras sanciones. Importantes directores de estas agencias gubernamentales pasaron

tras su retiro del sector público a formar parte de la nómina de Tepco con sueldos muy bien

dotados. Por si esto fuera poco, Tepco era la empresa que más dinero donaba a los partidos

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políticos en Japón. Y era también la principal donadora de fondos para la investigación

científica en Universidades y otros institutos.

Como sucede en las otras crisis aquí mencionadas, en la crisis de Fukushima los más

vulnerables dentro de la población son también los más afectados: en primer lugar los

empleados de outsourcing de Tepco, quienes sufrieron daños irreparables en su salud;

también los niños y las mujeres embarazadas, que son más vulnerables a la radiación de

plutonio, así como los viejos y los campesinos pobres, que fueron incapaces de huir del

tsunami o cuyas tierras han quedado inhabilitadas por la radiación. En cambio, los

servidores públicos y los ex directivos de la empresa Tepco difícilmente enfrentarán algún

cargo penal, probablemente ni siquiera verán amenazada su confortable forma de vida, y

esto a pesar de que Tepco se declarara en quiebra y fuera adquirida por el Estado japonés

como consecuencia de la catástrofe de Fukushima.

Una característica más de la crisis de Fukushima llama la atención: la demagogia del

gobierno japonés respecto al tema energético, y la correspondiente insaciabilidad energética

de los habitantes de la pequeña isla. La función de un Estado democrático es generar las

condiciones de vida dignas indispensables para el florecimiento de todos los miembros de

una sociedad, en especial de los más vulnerables; pero no es misión ni tarea de la

democracia saciar todos los apetitos de una población ni cubrir todas sus demandas por

encima de lo que marca el sentido común y de los límites impuestos por la naturaleza. La

demanda energética en Japón, al igual que en otros países desarrollados como Estados

Unidos o Francia es desmesurada. A pesar de este hecho, los gobiernos de estos países han

evitado implantar políticas serias de educación y concientización de la población que

repercutan en un ahorro real de energía. Es cierto que un gobierno democrático debe en

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principio obedecer a la voluntad del pueblo, o de la mayoría, pero no todas las demandas de

la mayoría son sensatas y realizables.

Esta demagogia de gobiernos democráticos que prometen a sus ciudadanos satisfacer

siempre su creciente demanda energética, aun a riesgo de destruir el planeta, no es

exclusiva de Japón. Tauerck menciona, a modo de ejemplo, que en Francia el consumo de

energía es dos veces más alto que en Alemania, a pesar de que Francia tiene 16 millones de

habitantes menos. El 80% de la energía consumida en Francia procede de sus 20 plantas

con 59 reactores nucleares. El mayor número de reactores nucleares per cápita en el mundo.

Quizá lo más inquietante de una crisis como la de Fukushima, causada por la incapacidad

de los seres humanos para controlar las fuerzas de la naturaleza, es que no se trate de una

experiencia excepcional y única. Pensemos si no en la catástrofe ecológica provocada por la

ruptura del yacimiento de petróleo bautizado como “Macondo” en el Golfo de México y

que implicó el derrame de 4.9 millones de litros de crudo en el lecho marino entre el 21 de

abril, día en que se registró una explosión en la plataforma petrolera sobre el yacimiento, y

el 15 de julio de 2010, día en que por fin lograron contener la fuga de petróleo.

Guardando las distancias ―sobre todo con respecto al número de decesos, el daño al

ambiente y a la infraestructura―, encontramos similitudes entre las causas que hicieron

posible la crisis de Fukushima y el accidente en el Golfo de México. De nuevo aparecen las

hermanas gemelas de la incompetencia y la corrupción, animadas ambas por su hermana

mayor: la ambición. Y de nuevo encontramos como falla de origen una relación malsana

entre el gobierno de los Estados Unidos y la empresa petrolera “British Petroleum” (BP),

responsable principal de la tragedia.

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BP es, como su nombre lo indica, una empresa de origen británico. Aunque como cualquier

trasnacional tiene accionistas de todo el mundo. Desde 1995 BP ha perseguido una agresiva

estrategia encaminada a aumentar sus ganancias. sobre todo a través de disminuir sus costos

de operación. El afán desmesurado por disminuir costos llevó a la empresa a reducir

durante más de una década significativamente su gasto en la seguridad y el mantenimiento

de sus instalaciones, despidiendo a ingenieros y técnicos encargados de ambas funciones.

En el 2010, las escasas medidas de seguridad y la falta de mantenimiento ocasionaron la

explosión de la plataforma petrolera “Deep Water Horizon” utilizada para extraer el crudo

del yacimiento “Macondo”. Este accidente en el Golfo de México es sólo uno más en la

larga lista de accidentes ocurridos en las instalaciones petroleras de BP. En el 2005, por

ejemplo, una explosión en su refinería de “Texas City” le costó la vida a 15 trabajadores y

dejó heridos a 170 más. En el 2006, un oleoducto corroído de BP que corre por Alaska dejó

escapar más de 270,000 galones de crudo en la tundra.

La imagen del oleoducto corroído y poroso es útil para explicar la relación “tóxica” entre

las autoridades estadounidenses y los directivos de BP. Como era el caso entre Tepco y el

gobierno japonés, también el gobierno estadounidense fue laxo y extremadamente tolerante

en sus medidas de control, certificación, autorización y fiscalización de BP. Como

respuesta al accidente de 2005, el gobierno obligó a BP a pagar una multa de 21 millones

de dólares y, dado que esa multa surtió un efecto nulo en la mejora de las condiciones de

seguridad, el gobierno multó nuevamente a BP en el 2009, esta vez por la cantidad de 89

millones de dólares. Cantidades insignificantes si consideramos que la ganancia neta de BP

en el 2009 fue de 16 billones de dólares.

22

22

En una esclarecedora reseña dedicada a libros sobre el accidente del yacimiento

“Macondo”, el periodista Peter Maass articula claramente las fallas del gobierno

estadounidense y la temeridad y ambición destructiva de BP3. Menciona que las agencias

estadounidenses carecen de presupuesto, personal y preparación para fiscalizar

efectivamente a las empresas petroleras y así controlar sus riesgosas iniciativas. Comenta

también la injerencia que las empresas petroleras pueden tener en la vida política

estadounidense gracias a su poder económico. Maass subraya que estas observaciones son

válidas también para la relación del gobierno y los poderes financieros en Estados Unidos:

También en el caso de la supervisión de bancos y otras instituciones financieras el gobierno

es demasiado laxo, tanto en sus controles como en sus sanciones, y estimula así prácticas

en extremo riesgosas de las instituciones financieras con consecuencias nefastas para la

economía del país y del mundo.

La tragedia de Fukushima, la catástrofe ecológica del Golfo de México y la crisis financiera

mundial que padecemos desde el 2008 muestran la incapacidad de los políticos en los

gobiernos de numerosos países para ejercer las funciones y responsabilidades que les son

propias. A esta incapacidad la he llamado aquí “crisis de efectividad”. Pero lo mismo en

Fukushima, que en la catástrofe del Golfo y la crisis financiera podemos encontrar también

una crisis de representación y de distribución. La crisis de representación se hace patente

porque el gobierno no cumple con las funciones que le ha encomendado la ciudadanía, no

supervisa ni controla a las poderosas instituciones financieras ni a las compañías

energéticas; más que representar los intereses de los ciudadanos, parece en ocasiones que

3 Maass P. What happened at the Macondo Well? New York Review of Books. Vol. LVII, N. 14. 29

de septiembre de 2011. Los datos mencionados en mi texto fueron tomados de la excelente reseña

de Maass.

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los gobiernos representan los intereses de los accionistas de los bancos y de las compañías

petroleras. Hay también una crisis de distribución porque los recursos estatales que

debieran utilizarse en beneficio de toda la ciudadanía se han utilizado para rescatar de la

insolvencia a bancos privados y otras instituciones financieras; igualmente se ha tenido que

echar mano de recursos estatales para controlar y tratar de remediar los efectos de la

contaminación por radiación o por petróleo. Mientras que los accionistas particulares

disfrutan de la mayoría de las ganancias de los bancos y compañías energéticas, el pago por

los errores y la temeridad de estas instituciones recae sobre toda la ciudadanía, que paga, o

bien con sus impuestos, o bien con su patrimonio natural, o bien con su salud.

Es igualmente notorio que los gobernantes autoritarios de los países árabes, así como sus

contrapartes en los gobiernos democráticos de Europa y América, han fallado lo mismo

con respecto a la representación que con respecto a la distribución y a la efectividad,

aunque no en el mismo grado.

Los gobernantes árabes derrocados en Libia, Egipto y Túnez, así como sus homólogos que

se mantienen en el poder en Yemen4, Siria y otros países de la región no pueden presumir

de legitimidad ni pretender que representan a los ciudadanos. Su desempeño económico es

vergonzoso e indignante. Por una parte, han fallado en aprovechar las riquezas materiales y

el talento humano de sus países, por otra, han favorecido durante décadas una economía de

mafia que enriquece exclusivamente al gobierno y a sus allegados (familiares y amigos).

4 Tras las protestas en Yemen en el 2011 y la presión internacional, Ali Abdullah Salih, presidente

por más de 33 años, anunció que convocaría a elecciones en febrero del 2012. A dichas elecciones

se presentó empero únicamente un candidato, Abdurabbo Mansur Hadi, quien fue elegido por Salih

como su sucesor y aceptado por los detractores de Salih como medida para evitar una guerra civil.

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Pero los gobiernos demócratas de América y Europa tampoco pueden presumir ni de haber

realizado una distribución justa de los recursos comunes, ni de haber sido efectivos en la

solución de los problemas sociales más urgentes, ni mucho menos de haber sido eficientes

fiscalizadores y controladores de otros poderes fácticos no elegidos democráticamente,

como las instituciones financieras y las empresas energéticas.

Hay una crisis de representatividad porque los ciudadanos no confían en que los políticos

defiendan intereses ciudadanos, más bien piensan que los políticos están absorbidos por

juegos y luchas de poder, preocupados por asegurar el siguiente escalafón en el carrusel

permanentemente en movimiento de los puestos públicos. Hay una crisis de distribución

porque la desigualdad entre los ricos y los desposeídos en los diversos países ha aumentado

en los últimos años de modo escalofriante. Esto es válido lo mismo en la Unión Europea

que en toda América. Y hay una crisis de efectividad porque los gobiernos de diversos

países parecen incapaces de hacer frente de modo exitoso a los desafíos del presente:

El gobierno japonés se vio completamente superado ante la catástrofe de Fukushima. Los

líderes de la Unión Europea tampoco han acabado de encontrar un remedio que limite la

volatilidad de los mercados y la audacia de los grandes especuladores financieros. El

gobierno de Estados Unidos también ha visto una y otra vez fracasar sus numerosos

esfuerzos para reactivar la economía nacional, y las elecciones primarias del Partido

Republicano han dejado claro que en la oposición faltan políticos serios y sensatos, y

abundan en cambio diletantes, dogmáticos en la ética y en la economía, revanchistas,

xenofóbicos e ignorantes. Los mexicanos también hemos padecido en estos últimos años la

incapacidad de nuestros políticos para frenar la ola de violencia y sangre que, como un

tsunami, se abate sobre nuestro país desde hace ya varios años. Se trata de crisis diferentes,

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pero todas tienen que ver con “los políticos”. Con aquellos que, elegidos o no democrática

y legítimamente, tienen en sus manos el poder.

La crisis de representatividad, de repartición y de efectividad constituyen una crisis

generalizada de la política, al menos si entendemos “política” como el orden que distingue

entre gobernantes y ciudadanos, y en el cual corresponde a los gobernantes realizar ciertas

funciones claves relacionadas con la ordenación de la vida en común, en específico en lo

que concierne al marco jurídico y al buen funcionamiento de la economía.

En este ensayo presentaré de modo sucinto la visión política de Hannah Arendt, alemana

judía emigrada a los Estados Unidos que vivió durante el siglo pasado. El siglo XX fue el

escenario de la politización más extrema que ha conocido la humanidad, durante ese siglo

se gestaron los Estados con mayor injerencia en la organización de la vida privada y la vida

común. Y, sin embargo, durante el siglo XX la reflexión sobre la política fue especialmente

pobre y limitada. Los testigos y actores del siglo XX carecían en su mayoría del

instrumentario conceptual necesario para pensar y comprender aquello que estaban

viviendo5. Hannah Arendt representa con su pensamiento una de las notables excepciones

a esta pobreza de pensamiento político. Gracias a una profunda formación en el

pensamiento grecolatino, así como a un gran conocimiento y estudio de los autores clásicos

de la política ―Agustín, Hobbes, Montesquieu, Hamilton, Adams, Tocqueville―, Arendt

fue capaz de vislumbrar una política diferente a la propuesta por las ideologías de su

tiempo. Su visión política escapa a la reduccionista distinción entre “izquierda” y

“derecha”. Arendt afirma la primacía de la política como herramienta para pensar los

asuntos humanos por encima de cualquier otra disciplina. Arendt rechaza lo mismo al

5 Esto ha sido señalado acertadamente por Pierre Manent. Ver notas bibliográficas.

26

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pragmatismo sin escrúpulos que quiere pasar por realismo político, que al pensamiento

economicista que intenta reducir los conflictos políticos a problemas económicos y de

administración. Al pragmatismo sin escrúpulos se le llama en ocasiones “neo-

conservadurismo”; al economicismo reduccionista se le conoce también como “neo-

liberalismo”. Ambas posturas tienen en común ser versiones vulgares y perversas del

liberalismo.

Frente a las ideologías de tipo totalitario y a las perversiones del liberalismo, Arendt

defiende una política fundada en la pluralidad y en la libertad humanas; una política cuya

esencia es la discusión, la negociación y la toma de acuerdos; una política donde las voces

de los ciudadanos definen las acciones y las leyes del Estado; una política que encuentra el

origen del poder en la disposición de los ciudadanos para llegar a acuerdos, definir

objetivos comunes y perseguir esos objetivos comunes. La visión política de Hannah

Arendt, como aparece sobre todo en su obra “The Human Condition” (HC), parece utópica

e ingenua. La misma impresión puede dejar una introducción a la política que nunca

terminó de escribir y que fue editada póstumamente bajo el título “Was ist Politik?” (WP).

Sin embargo, esta supuesta postura romántica debe ser contrastada con su incansable labor

como ensayista política dedicada a la turbulenta agenda del mundo de postguerra que

expresaba sus opiniones en artículos periodísticos, cartas, entrevistas y foros de debate6. La

visión política de Arendt florece así en el fructífero espacio que existe entre la utopía y la

frustración.

Es cierto que Arendt no renuncia a una visión de la política como la más noble de las

actividades humanas, pero no desconoce por ello los acontecimientos políticos de su

6 De esto me ocuparé en la segunda parte de mi ensayo titulada “Frustración”.

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tiempo, las luchas de poder, las escaramuzas políticas impregnados por el fanatismo

ideológico, el interés económico y la vileza inexpugnable de los seres humanos.

El pensamiento político de Arendt rechaza utopías políticas que mientras no se lleven a la

práctica son meras elucubraciones triviales e inútiles; y que llevadas a la práctica pueden

culminar en los horrores del nazismo y el comunismo soviético. Pero rechaza también la

mezquina labor del “comentador” o mal llamado “científico político” que se dedica

únicamente a describir juegos de poder sin tratar de interpretarlos o evaluarlos bajo los

criterios del bien y el mal, la justicia y la injusticia, la libertad y el autoritarismo.

La tarea de pensar la política para Arendt va también mucho más allá de la formulación de

estrategias para ganar elecciones. Pensar la política no tiene para ella nada que ver con lo

que conocemos como “marketing político”. No se trata de discutir si el candidato se ve

mejor con o sin bigote, si debe vestir traje completo o más bien ir en mangas de camisa; si

la candidata debe usar falda o pantalones, llevar el pelo recogido o suelto. Pensar la política

para Arendt es más bien mantener la tensión entre aquello que es, y aquello que puede ser.

Mantener la confianza en la inagotable capacidad de renovación de los seres humanos,

tanto respecto a sí mismos como respecto a sus instituciones y leyes. Capacidad derivada de

nuestra libertad y de nuestra pluralidad.

Arendt se inscribe así dentro de una insigne y añeja tradición de pensadores políticos

inaugurada por Sócrates y Platón, y continuada por Aristóteles, Cicerón, Agustín,

Maquiavelo, Hobbes, Montesquieu, Rousseau, Tocqueville, Adam Smith e Immanuel Kant,

entre otros. Pensadores que o bien participaron ellos mismos activamente en la política de

su tiempo ―como fue el caso de Platón, Cicerón, o Maquiavelo―, o bien inspiraron a

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grandes figuras políticas como Pericles, Cayo Pompeyo, Lorenzo de Médicis, Cromwell,

Napoleón; Miguel Hidalgo y José María Morelos en México; Hamilton, Madison, Jay,

Adams y el resto de los llamados “padres fundadores” en nuestro vecino país del norte;

Charles de Gaulle, Winston Churchill y Konrad Adenauer ― visionarios capaces de pensar

la Unión Europea del presente en medio de los horrores de la Segunda Guerra Mundial;

pensadores y políticos que entendían a la política como mucho más que un puñado de

estrategias para acumular poder, ganar guerras o ganar elecciones.

Presentaré entonces la visión política de Hannah Arendt dividida en dos partes. En esta

primera parta llamada “Utopía”, presentaré cómo entendía Arendt a la política a partir de

una reflexión filosófica e histórica. Después, en la segunda parte titulada “Frustración”,

mostraré algunos conflictos que ponen de manifiesto los obstáculos que enfrentó y enfrenta

aún una propuesta política como la de Arendt para hacerse realidad.

Por último, realizaré una defensa de la política de instituciones y partidos políticos como la

conocemos en México. Para ello revisaremos el caso de la llamada “República de Weimar”

que se estableció en Alemania después de la Primera Guerra Mundial y que recibió su tiro

de gracia con la llegada de Hitler al poder en 1932. El episodio de Weimar ilustra, en mi

opinión, el peligro que se genera cuando los ciudadanos pierden la confianza en su clase

política y en la política en general, adoptando actitudes de indiferencia, ironía o

escepticismo frente a los asuntos y procesos políticos institucionales.

A partir de las crisis políticas que he mencionado aquí, se escuchan en México y en el

mundo voces que llaman a una destrucción de la política como la conocemos y que

proclaman el fracaso de la democracia representativa. Voces que desde la derecha llaman a

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la instauración de regímenes tecnocráticos autoritarios que no respeten las opiniones ni el

derecho a decidir de todos los ciudadanos. Y desde la izquierda reclaman la creación de una

democracia directa de asamblea permanente que borre por completo la distinción entre

gobierno y ciudadanía. Ambas alternativas resultarían en extremo dañinas para la

organización de la vida en común, y a pesar de parecer poco viables, no son por ello menos

peligrosas ni menos seductoras, como las sirenas lo fueron para Ulises y sus compañeros.

Ambas pretenden la destrucción del precario orden político que ha sido construido en

México y en otros países con tantos sacrificios y trabajos.

Al final del Libro IX de “República” de Platón, Glaucón confía a Sócrates que la ciudad

ideal, que a través de la conversación han construido con palabras y argumentos, es una

ciudad que no puede encontrarse en ningún lugar de la tierra. Sócrates responde que en la

tierra no, pero “en el cielo”, como modelo para todo aquel que quiera verla y transformarse

a sí mismo de acuerdo con este modelo.7 El mismo sentido tiene la reflexión de Arendt

sobre la política. Quizá su noción de política nunca se haga realidad, sin embargo,

necesitamos tales reflexiones, conversaciones y argumentos sobre la política para elevarnos

por encima de las pequeñas y grandes crisis, del tedio propio de cualquier vida

institucional, y de las escaramuzas, intrigas y mezquindad propias de la agenda política

nacional e internacional. Ciertamente no sirve de nada una noción política para ángeles

realizable únicamente en un ámbito celeste; pero también debemos evitar una política para

topos, de corto alcance en el tiempo y en el espacio y sepultada bajo la tierra y el estiércol.

La política puede y debe ser mucho más que estrategias mercadológicas para ganar

7 Cfr. Rep. 592a-b

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elecciones y poder. La política debe ser ese espacio tan difícil de encontrar entre la utopía

y la frustración, porque sólo en ese espacio pueden florecer la libertad y la justicia.

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II. El mundo como hogar y escenario de las actividades humanas

Luego somos como troncos en la nieve. Aparentemente

yacen suavemente, y sin ofrecer ninguna resistencia

pueden ser arrancados. No, eso no es posible,

pues están firmemente unidos al suelo.

Pero vea usted, incluso eso es sólo aparente.

Los árboles. Franz Kafka.

1. La condición humana y las actividades humanas

La experiencia personal del nacionalsocialismo en Alemania y la consecuente Segunda

Guerra Mundial fueron acontecimientos que obligaron a Hannah Arendt a reflexionar sobre

el sentido de la política y las consecuencias de las acciones humanas. Arendt afirma que su

intención al ocuparse de la política es “pensar lo que estamos haciendo” y esto con la doble

significación implicada en el verbo hacer: pensar en nuestras acciones con los otros seres

humanos y en aquello que somos capaces de fabricar a través de la transformación de la

naturaleza.

Arendt entiende el verbo “hacer” con la doble significación que el verbo guarda tanto en

español como en la lengua materna de Arendt (el alemán), como en la lengua que escribió

la mayoría de su obra, el inglés. En alemán “hacer” corresponde al verbo “machen” que

significa lo mismo “tun” (llevar a cabo) que “herstellen” (fabricar). Al igual que en el

inglés “to make” significa “actuar” (“to do”) y fabricar (“to make”).

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Arendt distingue tres actividades fundamentales, la labor, el trabajo y la acción. La “labor”

comprende todas aquellas actividades relacionadas directamente con la supervivencia. Las

actividades como alimentación, descanso, reproducción e higiene. Todos los animales

superiores realizan actividades relacionadas con la labor, el ser humano en tanto que

laborante es una especie más entre los animales de la tierra, un animal laborans como lo

llama Arendt, un “animal que labora” para sobrevivir y mantener a su especie.

Trabajo (o “fabricación”) es cualquier actividad en la que los seres humanos transforman

los productos naturales en productos artificiales. Si a través de la labor obtenemos frutas o

verduras de la tierra, a través del trabajo fabricamos arados, azadones, mesas, sillas y todos

aquellos productos artificiales que no se dan en la naturaleza. A diferencia de los frutos de

la labor, los objetos fabricados a través del trabajo resisten mucho más el paso del tiempo.

Los productos del trabajo son objetos de uso que podemos utilizar una y otra vez. Gracias

al trabajo somos capaces de transformar alimentos para dotarlos de una durabilidad y

permanencia muy superior a la que naturalmente tienen, pensemos por ejemplo en la carne

seca o en los alimentos enlatados. También gracias al trabajo somos capaces de fabricar

ropa y construir refugios para protegernos del medio ambiente. Es también a través del

trabajo que fabricamos instrumentos, es decir, objetos diseñados para hacernos más fácil

sobrevivir en cualquier medio ambiente. Pensemos por ejemplo en objetos tan sencillos

como una sierra o un cayado, y en objetos tan complejos como un microscopio, un

antibiótico o un automóvil. Al ser humano en tanto que artífice de objetos de uso Arendt lo

denomina homo faber, i.e. hombre que fabrica.

Acción es cualquier actividad en la que un ser humano se relaciona de modo libre con otros

seres humanos preponderantemente a través de la palabra, pero también a través de gestos u

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otro tipo de movimientos. Cuando conversamos sobre nosotros mismos y nuestro modo de

pensar actuamos. También cuando construimos una relación de amistad o de amor con

otras personas. Cuando educamos o somos educados, cuando discutimos sobre temas

políticos, cuando definimos iniciativas comunes que afectan a nuestra familia o nuestra

comunidad, en todos estos casos estamos actuando.

Cada actividad humana se deriva de una determinada condición del ser humano. Por

condición se entiende el modo en que nos ha sido dada la vida en la Tierra La labor se

deriva de nuestra condición animal, el trabajo se deriva de nuestra condición de seres

mundanos y la acción se deriva de nuestra condición de pluralidad. Es pertinente

detenernos un poco a considerar cada una de estas condiciones para entender mejor el lugar

que Arendt atribuye a la política dentro de las actividades humanas y el modo en que

concibe al ser humano.

Nuestra condición animal implica, en primer lugar, que nuestra existencia está enmarcada

dentro de los límites de nuestra concepción, nacimiento y muerte. Nuestra existencia es de

tipo animal. El ser humano no puede existir como una mera inteligencia, o una mera

conciencia, en cambio, sí pueden existir seres humanos incapaces de ser conscientes de sí

mismos o de ejercer su inteligencia. Nuestra animalidad conlleva una serie de necesidades

básicas para la supervivencia que no podemos eliminar. Como todos los animales

superiores, los seres humanos necesitamos alimentarnos, movernos, y descansar.

En nuestra peculiar animalidad está ya la semilla de nuestra tendencia a la vida política,

puesto que para satisfacer nuestras necesidades más básicas dependemos en momentos muy

importantes de nuestra vida de otros seres humanos. Para ser concebidos y nacer

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dependemos de otros seres humanos. Después del nacimiento somos durante muchos años

dependientes de otras personas que nos proporcionan amor, atención, alimento, cuidados,

refugio y una educación que nos permite en algún momento volvernos más independientes

y llegar incluso a ser capaces de colaborar en la supervivencia de otros seres humanos más

vulnerables que nosotros. Aunque nuestra animalidad se hace más patente en los extremos

de nuestra vida, es decir, cuando somos pequeños y cuando somos ancianos, toda nuestra

vida está marcada por las demandas de nuestra animalidad. Nuestro ser reserva momentos

para la alimentación, el descanso e incluso la reproducción.

Vulnerabilidad y dependencia son dos características de nuestro ser animal. Todos los seres

humanos somos en extremo vulnerables, es decir, podemos ser dañados en nuestra

integridad física y psíquica e incluso perder la vida con relativa facilidad. Esta

vulnerabilidad es también más patente cuando somos pequeños o ancianos, pero se

manifiesta con igual fuerza cuando padecemos alguna enfermedad o atravesamos algún

estado de ánimo difícil como la tristeza o la desesperación.

Nuestra animalidad, además de ser semilla de nuestra tendencia a la vida política, es

también una de las motivaciones más fuertes para trabajar. El trabajo nos permite resolver

nuestras necesidades vitales de modo más rápido, eficiente, placentero y sencillo. Gracias al

trabajo es posible no sólo sobrevivir, sino también vivir confortablemente. Otras especies

animales han adaptado sus organismos al medio ambiente en el que viven. El ser humano,

en cambio, transforma su medio ambiente por medio del trabajo para poder sobrevivir. A

esta capacidad transformadora del medio ambiente Arendt la llama condición de

“mundanidad”. Mientras que los otros animales viven en un ambiente natural, los seres

humanos tendemos a construirnos un medio ambiente artificial, un “mundo” dentro de la

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naturaleza. Este mundo tiene una dimensión física y otra inmaterial. La dimensión física la

constituyen los objetos artificiales que fabricamos a través de nuestro ingenio y el trabajo

de nuestras manos. Este mundo material se construye específicamente a través de la

ciencia, la técnica y el arte. La ciencia y la técnica están estrechamente conectadas con

nuestra condición animal: con el afán de resolver nuestras necesidades naturales, y también

con la curiosidad insaciable definitoria de nuestra especie.

La dimensión inmaterial del mundo es una dimensión relacional, institucional y lingüística

y corresponde a la condición de pluralidad, que para Arendt es también la condición que da

origen a la acción y a la política. La condición de pluralidad implica que todos los seres

humanos seamos semejantes, pero también que todos seamos únicos. La semejanza radica

en nuestra animalidad y en nuestras necesidades básicas de tipo fisiológico ―como

alimentación y descanso― y psicológico ―como la necesidad de amor, reconocimiento y

respeto. La semejanza tiene una expresión meramente animal: la interfecundidad entre

todos los miembros de la especie humana; y tiene también una expresión específicamente

humana: la posibilidad de comunicarnos, de comprendernos mutuamente y ponernos de

acuerdo para tomar iniciativas comunes.

La semejanza radica también en el hecho de que todos los seres humanos seamos únicos,

algo que Arendt llama “singularidad”. Nuestra singularidad abarca al menos cinco aspectos:

cuerpo, carácter, capacidades, posición biológica y biográfica en la trama de relaciones

humanas y, en quinto lugar, la singularidad de nuestras decisiones y compromisos.

En tanto que animales, nuestro cuerpo es único y no es intercambiable con ningún otro

cuerpo. Como sabemos bien, tanto el dolor como el placer físicos son estrictamente

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incomunicables. Igualmente nuestro carácter, es decir, nuestro modo de sentir y desear, es

también único, si bien es influido fuertemente por nuestro proceso de socialización y

educación. De la combinación de un cuerpo y un carácter único se sigue que nuestras

capacidades, nuestros talentos al igual que nuestros defectos o debilidades son también

únicos. La gran cantidad de ciencias, oficios, profesiones, aficiones pasatiempos son

resultado de la unicidad de nuestros talentos y defectos. También somos únicos por el lugar

que ocupamos en la trama de las relaciones humanas. Es decir, por la forma en que estamos

vinculados biológica y biográficamente con nuestros padres, hijos, hermanos y demás

familiares. Así como por el papel que como amigos, alumnos, pacientes de ciertos doctores,

profesionistas, empleados, ciudadanos y miembros de numerosas instituciones ocupamos.

Esta unicidad en la trama de relaciones humanas resalta con mayor esplendor en nuestras

vinculaciones familiares y de amistad. Nadie puede substituirnos como hijos de nuestros

padres o hermanos de nuestros hermanos. E igualmente nadie puede sustituirnos como

amigos de nuestros amigos. Por último, somos únicos porque somos capaces de decidir qué

hacer con nosotros mismos y con nuestra vida. Los seres humanos somos capaces de

configurarnos y transformarnos por medio de nuestras acciones, nuestros compromisos,

nuestras actitudes y aprendizajes, ya sea de modo consciente o inconsciente en personas

únicas.

Arendt ve en esta condición de pluralidad el origen del mundo relacional e institucional.

Ese mundo institucional al que pertenecemos como miembros de una familia, como

ciudadanos mexicanos, como solteros o casados, como personas “físicas” y “morales”. La

condición de pluralidad es también para Arendt el origen de la política: puesto que somos

diferentes tenemos que ponernos de acuerdo para organizar la vida en común, puesto que

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somos semejantes, podemos por medio del lenguaje ponernos de acuerdo para organizar la

vida en común en beneficio de todos.

A partir de HC y otras obras parece que Arendt concibe a estas tres condiciones de los

seres humanos como absolutamente distintas y no relacionadas entre sí. Sin embargo, las

tres condiciones están intrínseca e indisolublemente unidas. El trabajo es resultado de la

necesidad y de la curiosidad propia de nuestra especie. La política es también en gran

medida consecuencia de nuestra enorme vulnerabilidad. Sin el uso de la ciencia y la técnica

seríamos incapaces de satisfacer las enormes necesidades de los seres humanos y de suplir

nuestras carencias y limitaciones físicas con ingenio e instrumentos. Pero ni las actividades

relacionadas con la labor, ni la ciencia, técnica y arte serían posibles sin la política, es decir,

sin la posibilidad de comunicarnos con los otros y llegar a acuerdos. Los seres humanos en

soledad o en un estado de guerra permanente que impidiera cualquier organización política

institucional de la vida en común, seríamos incapaces de sobrevivir tanto a las amenazas de

la violencia humana, como a las amenaza de otros animales y a los desafíos que representa

la adaptación a un medio hostil.

Por otra parte, la unicidad o singularidad de los seres humanos, que para Arendt se muestra

exclusivamente en la acción política y en el arte, aparece en realidad en cualquiera de las

actividades humanas, tanto en las actividades de la labor como en aquellas de la ciencia y la

técnica. Todos los seres humanos tienen necesidad de laborar, de alimentarse, de

reproducirse y de criar a sus descendientes. Pero a lo largo de la historia de la humanidad

los grupos humanos han desarrollado actividades de la labor de modos muy diversos. Las

tareas de limpieza doméstica, que para Arendt ejemplifican la labor, admiten una

diversidad de formas que sería imposible de enumerar. El desarrollo de la ciencia y de la

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técnica depende igualmente de los talentos, capacidades y necesidades únicas de cada ser

humano. No habríamos desarrollado la oftalmología, ni la técnica optometrista al grado al

que lo hemos hecho, si no fuera por las incontables formas en que los ojos humanos

padecen defectos que les impiden realizar bien su función de la vista.

2. Mundo y naturaleza

El mundo humano presenta dos aspectos diferentes que se complementan: Por una parte

tiene un aspecto físico que construimos a través de la labor y el trabajo que aparece como

una irrupción violenta en el transcurrir regular y cíclico de la vida de la naturaleza en

nuestro planeta. Por otra parte, el mundo inmaterial que constituyen nuestras instituciones,

nuestras tradiciones y nuestra historia, aparece como un universo que trasciende y no puede

explicarse únicamente por el universo natural. En ambos aspectos el mundo humano

contrasta con la naturaleza que se caracteriza por la regularidad y la repetición casi idéntica

de los fenómenos naturales, lo mismo en el orden cósmico que en el ecosistema terrestre.

La regularidad de los ciclos vitales de los distintos organismos terrestres puede entenderse

como una variación de la regularidad en el movimiento de los astros y las plantas. Los seres

vivos en nuestro planeta participan a través de sus ciclos biológicos de la regularidad que

rige en el cosmos

Desde el punto de vista humano, los ciclos vitales de los organismos terrestres sugieren una

repetición periódica e infinita: una gran vida planetaria que se desenvuelve en etapas y

abarca a todas las especies de la Tierra. En esta gran vida de la naturaleza, los miembros de

cada especie son remplazados por nuevos especímenes que desarrollarán las mismas

funciones y atravesarán las mismas etapas que sus antecesores. Desde el punto de vista de

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la naturaleza, la vida de cada ser humano difiere muy poco de la vida de otros miembros de

la especie y tiene la finalidad, como la vida de cualquier otro organismo, de contribuir a la

preservación de la especie humana. La vida humana es así una sucesión invariable y

necesaria de ciertos fenómenos: concepción, nacimiento, crecimiento, maduración,

reproducción, decadencia y muerte. Momentos todos que se insertan dentro del ciclo sin fin

de la vida del planeta

Es imposible para los animales alterar el proceso natural de su vida. En el caso de todos los

animales no humanos sus actividades están determinadas por completo por el momento

vital que atraviesan. En el caso de los seres humanos, los momentos vitales o “etapas de la

vida” que atravesamos condicionan fuertemente sin llegar a determinar por completo

nuestras actividades y preocupaciones. A diferencia del resto de los animales, nosotros

tenemos la experiencia y la conciencia de una vida lineal e irrepetible, marcada por

momentos clave como la concepción, el nacimiento y la muerte. Además, los seres

humanos no orientamos nuestras acciones de modo espontáneo de acuerdo a lo más

conveniente para la supervivencia de la especie, más bien estamos preocupados por

alcanzar nuestra realización y plenitud personal. De ahí que nuestras acciones y decisiones

no se expliquen meramente a través de condiciones biológicas, y de ahí también que

nosotros seamos capaces de construir un escenario, un mundo físico e institucional dentro

de la naturaleza donde podamos encontrarnos y convivir con nuestros semejantes.8 En

relación a la política, cuatro características de este mundo humano son especialmente

8 Al respecto comenta Wolfgan Heuer: “La pluralidad y las relaciones humanas sólo son

concebibles en términos espaciales. Este espacio se constituye únicamente gracias a la acción

misma, estos es, mediante relaciones recíprocas. Todo lo que denominamos, en forma general,

como civilización (libertad, política y cultura) surge exclusivamente gracias a que este espacio

intermedio, como un espacio de relaciones, es constituido y preservado cotidianamente.” W. Heuer.

Interhumanidad: el papel del sujeto en la teoría política. En Marco Estrada (2003) ed.

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importantes: la permanencia, la novedad, la aparición de la libertad y la aparición de la

“unicidad” o singularidad humana. Veamos brevemente a qué se refieren estas

características.

Respecto a la permanencia sabemos que ningún ser vivo permanece como ser individual,

todo ser vivo morirá en algún momento. El tiempo que dura la vida individual de cualquier

animal, incluidos los más longevos, es insignificante al compararse con la milenaria historia

de la vida en la Tierra. La permanencia en la naturaleza es una permanencia de procesos, no

de individuos, ni siquiera de especies, las especies también se extinguen cuando no se

adaptan a las condiciones naturales o, visto de otro modo, cuando ya no son aptas para

colaborar con el gran ciclo de la vida terrestre. A diferencia del resto de los animales, los

seres humanos a través del mundo físico e institucional que construyen con su trabajo y sus

acciones son capaces de trascender el ciclo de nacimiento y muerte del resto de las

especies. Los productos del trabajo resisten por muchas generaciones, pensemos si no en

construcciones como las pirámides egipcias o la muralla china; y las instituciones que

establecemos a través de nuestras acciones pueden durar también miles de años, como

muestra la historia de algunas religiones.9

Gracias al trabajo los seres humanos transformamos los materiales naturales y les

otorgamos una durabilidad y resistencia que supera por mucho a su durabilidad y

resistencia naturales. Al realizar pactos y acuerdos entre nosotros dotamos también de

9 Los seres humanos buscan espontáneamente en todas sus actividades, de algún modo, la

permanencia. El afán de permanecer, es decir, de trascender el ciclo vital de nacimiento y muerte

que atrapa a todos los animales, es una de las distinciones más propias de los seres humanos. Al

respecto véase el ensayo de P. Ricoeur sobre Hannah Arendt. P. Ricoeur. Action, Story and History:

On Re-reading The Human Conditio. Ruben Garner ed. (1990). Págs. 150-156.

41

41

permanencia a nuestras relaciones humanas. Es por eso que una familia puede existir

durante siglos, al igual que un estado o una universidad.

La dimensión física y la dimensión institucional del mundo se dan las más de las veces

unidas: los contenidos de los pactos y acuerdos de los seres humanos, que existen de modo

intangible y que sustentan y ordenan las relaciones humanas, adquieren una expresión

material cuando se plasman en objetos. Pensemos por ejemplo en el acta y el anillo

matrimonial: ambos objetos no son la institución del matrimonio, pero sí la representan y le

dan una cierta “objetividad”, una cierta existencia “física”. Ambas dimensiones

interrumpen el fluir natural de los ciclos naturales, el trabajo detiene la corrupción a la que

está condenada toda materia en la naturaleza, y las acciones que gestan nuestro mundo

institucional insertan la posibilidad de la remembranza de seres singulares y la transmisión

de creencias, costumbres y tradiciones en una naturaleza que sólo conoce el olvido de los

seres individuales.

Pasemos ahora a la segunda característica del mundo, su novedad. Los objetos fabricados a

través del trabajo representan una novedad en la naturaleza, pues son objetos que de ningún

modo se generarían sin la intervención del ser humano: ningún volcán produce ciudades, ni

ningún campo tractores. En aras muchas veces de escapar a la precariedad los seres

humanos fabrican con su ingenio e inventiva objetos novedosos que combinan diversos

materiales y utilizan distintas fuerzas que no interactúan de forma natural en un ecosistema.

Para sus fabricaciones, el homo faber, el “hombre que fabrica”, se vale de modelos que se

encuentran en su intelecto y que no existen fuera de él.

42

42

Como nos han dejado ver las desafortunadas catástrofes ecológicas de las últimas décadas

― desde las bombas de Hiroshima y Nagasaki, hasta las catástrofe del derrame en el golfo

de México o la planta nuclear en Fukushima ―, los objetos fabricados por el ser humano

pueden alterar de modo radical los procesos naturales de un ecosistema. Como bien señala

Arendt, la capacidad de los seres humanos para transformar la naturaleza es tan portentosa

que incluso somos capaces de reproducir en nuestro planeta fenómenos que naturalmente

solo tienen lugar a nivel cósmico, tal es el caso, por ejemplo, de la fisión nuclear. A pesar

de lo negativo de las catástrofes mencionadas, reconocemos en ella el sello distintivo de

novedad propio de nuestra especie.

Las relaciones humanas voluntarias que establecemos a través de nuestras instituciones,

nuestras civilizaciones y nuestras tradiciones son también una novedad en el reino natural,

pues no existen causas naturales que expliquen o produzcan este tipo de relaciones. Los

fenómenos histórico-políticos derivados de las relaciones y acciones humanas son, como

las relaciones que les dan lugares, novedosos e inexplicables en términos de causalidad

natural.10

Esta novedad introducida por el ser humano conlleva además la aparición de la libertad y

la aparición de la singularidad. Las acciones y fabricaciones de los seres humanos implican

la aparición de la libertad porque no responden a la causalidad natural ni están

determinadas plenamente por aspectos meramente biológicos y son por ello capaces de

realizar proyectos de vida personales y únicos. En el ámbito del trabajo y la fabricación las

obras de arte son la expresión más clara de la libertad humana. Cada obra de arte es

10

Al respecto afirma con acierto M. Estrada: “el ámbito de los asuntos humanos es el hogar de la

contingencia”. M. Estrada 2002. Pág. 56.

43

43

producto de la transformación libre que el artista ha hecho de elementos naturales Por otra

parte, el uso del lenguaje para vincularnos y conocernos unos a otros, y no como una

herramienta orientada exclusiva y primordialmente a la supervivencia, es ya una muestra

de la libertad humana.

Como mencioné antes, la libertad se manifiesta incluso cuando el trabajo tiene como misión

aliviar las condiciones precarias y vulnerables de los seres humanos. Distintos grupos

humanos resuelven sus necesidades de diferentes maneras, y aunque estemos en todo

momento condicionados por la naturaleza que nos rodea, dicho condicionamiento no

determina ni predice el modo que elegiremos para enfrentar los desafíos de la

supervivencia.

Mientras que para el resto de las especies animales la vida individual está subordinada a la

vida de la especie, entre los seres humanos la vida de cada miembro de la especie es única,

insustituible y valiosa por sí misma, al margen de la especie. Los seres humanos existimos

siempre como seres singulares, con una historia, un carácter y relaciones propias. En la

gran trama de las relaciones humanas cada persona ocupa un lugar único y exclusivo. Cada

ser humano recibe la vida en circunstancias familiares, políticas y culturales irrepetibles y,

en un segundo momento, cada ser humano se vincula libremente con otros seres humanos.

La conjunción entre la posición que ocupamos al momento de nuestra concepción, y

aquella que adquirimos a través de nuestras elecciones y compromisos, resulta en una

posición única dentro del mundo humano.

44

44

Referencias consultadas para la elaboración de este apartado:

HC Págs.: 1,7, 9-10, 15, 18-19, 46, 71-72, 96- 98, 106, 108, 167 ss, 175-176, 182-183, 244,

265,268.

DBT Pág. 327.

M. Estrada (2002). Pág. 51.

45

45

III. La pluralidad y la acción política

Sócrates: Oh Calicles, si los hombres no compartieran

una pasión común, que fuera la misma,

aunque variara en sus diferentes manifestaciones,

sino que cada uno de nosotros experimentara

peculiares pasiones no compartidas con el resto,

no sería fácil revelar a otro lo que uno mismo piensa.

Platón. “Gorgias”. 481c-d

El concepto de pluralidad ocupa un lugar preponderante en las reflexiones de Hannah

Arendt, pues considera que los filósofos no han puesto suficiente atención al hecho de que

los seres humanos existen en plural.11

Este olvido de la esencial pluralidad de los seres

humanos ha ocasionado que sea imposible pensar y comprender la política desde la

filosofía. Por dejar del lado el hecho de la pluralidad humana original muchos filósofos han

sostenido una concepción de la política y sus avatares que dista mucho de la experiencia

política de los ciudadanos comunes.

El hecho de la pluralidad es original en el ser humano en un sentido doble: por una parte es

una condición indispensable para la acción política, por otra parte, es el origen del ámbito

público. Podemos entender el ámbito público como el espacio generado espontáneamente

por los seres humanos cuando se reúnen y establecen relaciones entre ellos de modo libre y

espontáneo. Para Arendt, el ámbito público es la cara más visible, pero también la más

11

Cf. H. Arendt. “The Gap Between the Past and the Future” Págs. 17,19

46

46

frágil e inestable del mundo humano. Posibilitar la existencia y estabilidad de este ámbito

público para la actuación en libertad es la principal finalidad de la política institucional,

como veremos más adelante. Por ahora es preciso concentrarnos en el análisis de la

pluralidad como hecho original de la condición humana y su relación con la acción política.

1. La condición humana de pluralidad

Respecto a la condición humana de pluralidad, sorprende en primera instancia que Arendt

hable de condición y no de naturaleza humana. Ella rechaza la noción de naturaleza

humana porque le parece que tal noción impone a los seres humanos una determinación y

una homogeneidad entre los seres humanos que les es ajena. Para Arendt, la naturaleza de

los animales no humanos determina por completo sus actividades, en cambio los seres

humanos no están determinados por su constitución física y psicológica.

Los animales no humanos viven como lo marca su instinto y resuelven sus necesidades con

procedimientos que, aunque admiten ciertas variables, en lo fundamental son inalterables.

Por el contrario, una organización humana surge de la interacción de individuos únicos que,

al reunirse, dan lugar lo que Arendt llama un “caos de diferencias”. Cada grupo humano se

organiza para resolver sus necesidades de modo diferente. El instinto humano no impone un

procedimiento único para satisfacer nuestras necesidades fisiológicas. Las diversidad de

costumbres en el mundo atestiguan que los seres humanos somos plurales.

El rechazo de Hannah Arendt a hablar de “naturaleza humana” es comprensible sobre todo

si tomamos en cuenta el mal uso que tanto el Nacionalsocialismo como el Comunismo

soviético hicieron de dicho concepto. Ambas formas del totalitarismo se presentaron como

fenómenos naturales, necesarios e invencibles derivados de la constitución “natural del ser

47

47

humano y de su sociedad”. El comunismo soviético afirmó que la lucha de clases era una

fuerza histórica análoga a las fuerzas y leyes que rigen en la física newtoniana. El

Nacionalsocialismo, por su parte, afirmó que la dominación de una raza sobre las otras era

la consecuencia necesaria de leyes naturales que determinaban la superioridad de la clase

aria. Ambas ideologías pretendían imponer a los seres humanos fines universales derivados

ya de la raza ya de la posición económico-social. Pero a diferencia del resto de los

animales, los seres humanos somos libres para orientar nuestra vida hacia los fines que nos

parezcan mejores y no estamos sujetos a fines impuestos por la raza o la sociedad.

Por otra parte, a la distancia parece que el rechazo de Hannah Arendt a afirmar una

naturaleza humana es excesivo, quizá sería más sensato defender que la naturaleza humana

es esencialmente plural, a negar que existe tal naturaleza.

Hemos visto ya que la pluralidad es un hecho original para los seres humanos. La vida

como nos ha sido dada es siempre una vida plural pues implica la coexistencia de seres

humanos únicos. Desde el momento de la concepción, la vida de todo ser humano está

marcada por la pluralidad varón-mujer que da origen a un nuevo ser. Cada nuevo ser

humano inicia su vida en el interior de una mujer. No existe un ser humano que se haya

dado la existencia a sí mismo o que haya sido concebido por una sola persona. Todo ser

humano depende desde su concepción de otros seres humanos, lo mismo para sobrevivir

como para aprender tareas elementales de alimentación y aseo a la par de desarrollar

capacidades asombrosas como el lenguaje y el pensamiento.

Hemos visto ya cinco aspectos que determinan nuestra singularidad. Cuatro de ellos tienen

que ver con la pluralidad original humana: cuerpo, carácter, capacidades individuales, así

48

48

como la posición biológica y biográfica que ocupamos en la trama de relaciones humanas.

Estos cuatro aspectos son diferentes y únicos en cada ser humano. De ellos deriva la

permanente posibilidad que tenemos los seres humanos de realizar acciones únicas e

irrepetibles. Para Arendt, esta pluralidad del actuar se manifiesta del modo más radical en la

acción política12

.

2. Pluralidad y diálogo

La condición humana de pluralidad marca también el modo en que cada ser humano se

relaciona con todo aquello que es distinto de sí mismo. La pluralidad afecta nuestra relación

con la naturaleza y especialmente con los otros seres humanos. Conocemos y

comprendemos la naturaleza y el mundo que nos rodean marcados por nuestra pluralidad:

El lenguaje verbal, matemático o musical que utilizamos para pensar la realidad, así como

cualquier tipo de método científico, desde el empirismo más sencillo hasta complejos

procedimientos experimentales, son todas herramientas que han sido desarrolladas y

utilizadas por otros seres humanos antes que nosotros.

Igualmente, el conocimiento de uno mismo está marcado por la pluralidad y esto en un

doble sentido derivado de dos elementos centrales de la filosofía de Sócrates y Platón que

Arendt retoma: la noción de daimon y la de armonía con uno mismo.

Un daimon era una especie de divinidad menor que habitaba con los seres humanos y

ocasionaba sobre todo desgracias. Platón refiere cómo Sócrates reinterpreta al daimon

como una especie de “dios personal” que acompaña a cada ser humano y lo orienta en las

12

Para una distinción similar a la aquí presentada véase M. Estrada (2002) 27-28. Estrada distingue

entre una “pluralidad ontológica” u original y una “pluralidad generada a través de la acción”.

49

49

decisiones más difíciles. El daimon de cada persona, sin embargo, permanece oculto para

ella, se “esconde detrás de su hombro”, y aparece en cambio frente a las demás personas

sobre todo cuando actuamos políticamente.

La noción de “armonía con uno mismo” aparece sobre todo en el diálogo titulado “Gorgias”

de Platón. Este diálogo narra un encuentro ficticio entre Sócrates y el afamado maestro de

retórica llamado Gorgias. Durante el encuentro Sócrates discute con Gorgias, pero también

con dos jóvenes inquietos llamados Polo y Calicles, una y otra vez sobre el tema de la

justicia, aunque el objetivo original de la discusión era determinar qué es la retórica. Como

en otras ocasiones, Sócrates argumenta que es menos perjudicial para uno mismo sufrir una

injusticia que cometer una injusticia. Tal afirmación resulta absurda para Polo y

escandalosa para Calicles, quien afirma incluso que si Sócrates tuviera razón “tendríamos

que poner nuestra vida de cabeza”, es decir, tendríamos que cambiar por completo nuestro

modo de vivir, pues los seres humanos asumimos como un sobrentendido que es mejor ser

injustos con otros que padecer nosotros mismos injusticias. Polo y Calicles echan en cara a

Sócrates que nadie piense como él Sócrates responde que es preferible estar en desacuerdo

con una multitud a estar en desacuerdo con uno mismo:

“Sin embargo, yo creo, excelente amigo, que es mejor que mi lira esté desafinada y que

desentone de mí, e igualmente que desentone el coro que yo dirija, y que muchos hombres

no estén de acuerdo conmigo y me contradiga, antes de que yo, que no soy más que uno,

esté en desacuerdo conmigo mismo y me contradiga”.13

Arendt concluye que el acuerdo y la armonía con uno mismo mencionado por Sócrates se

alcanza a través del diálogo con uno mismo, de una especie de ponderación y discusión

13

Gorgias 482b-c.

50

50

interior sobre temas relativos a la justicia y la injusticia, es decir, sobre temas relativos a la

ética y al actuar político.14

Esta ponderación interna sobre temas prácticos constituye para

Arendt aquello que entendemos como pensamiento. Pensar es entonces dialogar con uno

mismo de modo silencioso sobre temas prácticos, es conversar con nosotros mismos sobre

nuestro actuar y el actuar de los demás, buscando evaluar este actuar en categorías éticas de

bien y mal, justicia e injusticia, conveniencia y perjuicio.15

A través de esta ponderación y evaluación de nuestras acciones y de las acciones ajenas es

posible alcanzar la “armonía con uno mismo” que Arendt desafortunadamente no define

con suficiente agudeza en el pasaje dedicado al “Gorgias” que se mencionó antes. Podemos

intentar comprender la intuición de Arendt a partir de una nota un tanto obscura plasmada

en sus cuadernos personales de trabajo, si nos aventuramos al mismo a tiempo a iluminar el

sentido de esta nota de la mano de la actitud filosófica de Sócrates y Platón. La nota dice lo

siguiente:

Nuestra pluralidad de creaturas16

se muestra cuando estamos solos en la necesaria forma

dialógica de todo pensamiento. Se muestra por tanto en el hecho de que sólo en el acallador

miedo de la soledad estamos y somos en realidad uno solo, permanecemos sin embargo en

esta soledad en la división y en la ambigüedad.”

Es claro que la soledad es indispensable para el diálogo silencioso con uno mismo, lo que

no se entiende bien es a qué se refiere Arendt con “permanecer en la división y la

ambigüedad”, pues cabría suponer que el diálogo con uno mismo conduciría a una

conclusión sobre aquello que se piensa en lo relativo a la acción política. Y que esta

14

Cfr. Arendt/Kohn 2003. Pág. 180 15

Cfr. Arendt/Kohn 2003. Pág. 287. 16

Opuesta según Arendt a la unicidad del creador i.e. Dios

51

51

conclusión es lo que Arendt entendería por “armonía con uno mismo”. Aunque en

apariencia razonable, esta suposición está muy alejada tanto de la visión de Arendt como de

la de Sócrates y Platón. La “armonía con uno mismo” no es un estado de certeza en el que

se sabe sin lugar a dudas qué acciones están bien y que acciones están mal. No es una

especie de “claridad moral” que nos permite evaluar sin posibilidades de error cualquier

dilema relativo a la acción política y a la convivencia con los demás. Más bien, la “armonía

con uno mismo” es la permanente disposición a sujetar a examen nuestras acciones

políticas y los principios que la guían, para averiguar si nuestras acciones y principios

corresponden a nuestros ideales de justicia o no.

Lo propio de la persona que piensa y que por tanto “dialoga con sí misma” no es la certeza,

sino la precaución y el cuestionamiento como actitud permanente. Quien ha participado en

política sabe qué escurridizas y complejas son las cuestiones políticas. En política muchas

veces es imposible distinguir claramente entre blancos y negros, pues en cuestiones de la

vida pública no parece que existan ni el bien ni el mal absolutos. Al rescatar la necesidad

del pensamiento como pluralidad, como división con uno mismo y ambigüedad Arendt

quiere rechazar dos extremos igualmente dañinos en la actividad política:

En primer lugar Arendt rechaza posturas políticas fundamentalistas, ideológicas y

totalitarias incapaces del diálogo, la negociación y la concertación. Posturas con

aspiraciones imposibles y poco realistas que no admiten la diferencia propia y necesaria de

puntos de vista con respecto a cuestiones políticas. Estas posturas aparecen muchas veces

disfrazadas de verdades científicas incuestionables, como pretendió el marxismo en su

momento y como en años recientes se ha presentado la llamada “economía neoliberal”.

52

52

Ambas teorías asumen que existen medios cuantitativos y exactos para organizar la vida en

común de modo óptimo al margen de la discusión pública, el acuerdo y la negociación.

En segundo lugar, Arendt rechaza la actitud de quienes buscan en política únicamente

poder y resultados inmediatos o a corto plazo, sin reflexionar nunca sobre los fines para los

cuales quieren utilizar el poder ni evaluar sus acciones conforme a la justicia. A esta actitud

se le conoce comúnmente como “pragmática” y se presenta como una especie de “realismo

político” frente al idealismo incorregible del fundamentalista y el dogmático. Arendt

rechaza con igual dureza ambas actitudes, pues en ambas descubre la carencia del

pensamiento genuinamente político, aquel del diálogo silencioso y permanente con uno

mismo.

3. Pluralidad y ámbito público: oasis y desiertos

Aunque la pluralidad es una condición original del ser humano, su impacto en la

organización de la vida en común puede mitigarse e incluso llegar a desaparecer. Los

regímenes totalitarios son el intento más exitoso de eliminar la pluralidad de la aparición

pública. Pero también el consumismo rampante atenta contra la pluralidad reduciendo a

todos los ciudadanos a simples “consumidores” y eliminando de la discusión pública

cualquier punto de vista que subordine el intercambio económico a ideales políticos

fundamentales de justicia y libertad.

Cuando en una sociedad los ciudadanos interactúan entre sí de modo libre y sin anular sus

diferencias originales generan un ámbito público. Dicho de otro modo, el ámbito público es

el límite espacial y temporal de la pluralidad humana. Y es en este ámbito público donde

surge también la actividad política así como las instituciones políticas. La pluralidad es así

53

53

el origen del poder, que se entiende como la capacidad de un grupo de personas para definir

y realizar iniciativas e instituciones comunes para el beneficio de todos.

El ámbito público, la vida plural de una sociedad, es para Arendt similar a un oasis

amenazado de continuo por procesos de desertificación17

. Estos procesos de desertificación

implican la paulatina destrucción del mundo humano, la eliminación de lo que llamamos

civilización. Las principales formas de desertificación son la dominación gubernamental

(Herrschaft) y la obsesión por orientar todas las actividades humanas a la producción de

satisfactores necesarios para la supervivencia. Es decir, la subordinación de todas las

actividades humanas a la actividad de la labor (Arbeit). Analicemos si quiera someramente

estas amenazas al ámbito público.

La dominación gubernamental se da cuando un reducido grupo de personas monopoliza la

organización de la vida en común de toda una sociedad. Esta dominación lleva al extremo

la distinción entre gobernantes y gobernados, puesto que los gobernados no nombran,

legitiman ni llaman a cuenta a sus gobernantes; y los gobernantes no informan ni

involucran a los gobernados en las decisiones que afectan la vida en común. En una

estructura así los ciudadanos carecen de poder pues, por un lado sus actividades, decisiones,

iniciativas y palabras no tienen ningún en efecto en el gobierno de su sociedad; y por otro,

se encuentran indefensos frente al poder del gobierno.

Tal estructura pone en riesgo y puede llegar a romper por completo la necesaria solidaridad

ciudadana: las personas no se preocupan por sus conciudadanos sino únicamente por

mantener una relación amigable con los gobernantes. El ciudadano tolera el abuso

17

Arendt se inspira en este punto en ciertas reflexiones de Heiddegger, quien a su vez atribuye a F. Nietzche

haber utilizado por primera vez la noción de “desertificación” aplicada a una sociedad. Véase M. Heidegger

Was heisst Denken? Pág. 181

54

54

sistemático de poder y la arbitrariedad de los gobernantes, y se preocupa exclusivamente

porque las víctimas de esos abusos sean otros ciudadanos y no él. La tendencia natural y

espontánea que hay en el ser humano a actuar políticamente se reprime y se pervierte en

una tendencia a obedecer. El gobierno elimina así, de facto, el ámbito público. A través de

la arbitraria interpretación y manipulación mediática de los hechos y las circunstancias de

la vida en común, el gobierno intenta que los gobernados pierdan todo sentido de realidad

respecto a las condiciones de la vida en común. El gobierno divide a los gobernados

sembrando la sospecha, la desconfianza y la denuncia calumniosa como herramientas para

ganar el favor del gobierno. Y condena así a los ciudadanos a una vida “en el desierto”

alejada del oasis del ámbito público.

La vida en el desierto vuelve a los ciudadanos incapaces de juzgar, de condenar la injusticia

y de solidarizarse para oponer un frente unificado al gobierno. Promueve entre los

ciudadanos la tendencia al “escapismo político”, a evadirse de la desagradable realidad

política de su sociedad en la creencia de que es posible llevar una vida privada

medianamente confortable a pesar de estar bajo la dominación de un gobierno opresor.

La otra forma de desertificación consiste en la elevación de la labor como la actividad

humana más importante por encima de la fabricación y la acción política. Arendt dedica

gran parte de la obra The Human Condition a explicar este proceso histórico de

glorificación de la labor.18

Y vuelve sobre esta cuestión en otra de sus obras más

importantes On Revolution. De modo sintético puede explicarse esta forma de

desertificación a partir de tres aspectos. Primero, la substitución de una sociedad de

ciudadanos por una sociedad de consumidores; segundo, la primacía otorgada al ideal de

18

Véase a modo de ejemplo los apartados finales de HC Págs. 44 y 45

55

55

igualdad por encima del ideal de libertad; y tercero, la subordinación de la política a la

economía. Reflexionemos brevemente sobre cada uno de estos puntos:

Como sabemos, Platón es considerado el fundador de la filosofía política. Para Platón como

para Aristóteles la finalidad de la política, y por ende de los gobernantes y de las leyes, es

educar a los ciudadanos para hacerlos lo mejor posible. La misión y el sentido de la política

es enseñar a los hombres libres de la polis a ser buenos ciudadanos, es decir, a participar

activa y positivamente en la organización de la vida de la polis. Aunque con matices y

acentos propios, ambos filósofos orientan sus reflexiones políticas hacia el ideal de una

sociedad ciudadana: una sociedad de hombres libres capaces de construir libremente una

organización que les permita desarrollar sus capacidades únicas de modo pleno. Por el

contrario, tanto el comunismo soviético como su contraparte capitalista “salvaje o

neoliberal” aspiran para Arendt a formar una sociedad de productores y consumidores. La

participación en los asuntos públicos no es importante para ninguna de estas dos

propuestas. Para Platón y Aristóteles el ejercicio de la ciudadanía a través de la acción

política era un elemento indispensable del desarrollo humano. Para el comunismo y el

capitalismo en cambio la “participación política” se reduce a la mera contribución en el

proceso interminable de producción y consumo de satisfactores materiales.

La compleja relación entre la libertad y la igualdad es un tema recurrente en las reflexiones

de Hannah Arendt. En principio entiende la libertad como la posibilidad de que cada ser

humano sea diferente y vivir de manera diferente. En este sentido, la libertad se opondría a

cualquier tipo de igualdad que intente homogeneizar, es decir, hacer idénticos a los seres

humanos, ya sea reduciéndolos a consumidores, como parece pretender el capitalismo, o a

56

56

soldados, como cualquier militarismo, o a burócratas, es decir, trabajadores del Estado,

como pretendía el comunismo soviético.

Sin embargo, frente a esta igualdad “reduccionista” y como parte de simple libertad de “ser

diferente”, Arendt entiende también que la libertad más noble es la libertad para participar

en asuntos políticos, la libertad de dedicarse a la política. A esta libertad la entiende como

la libertad propia del ciudadano. Y está convencida de que la libertad política sólo es

posible dentro de un orden público formalmente constituido y estable. Se podría decir que

la ciudadanía solo existe dentro de la ciudad, entendiendo como “ciudad” a la institución

del Estado. Aunque parezca contradictorio, para Arendt está libertad ciudadana no está al

alcance de todos los habitantes de un Estado, es más bien una “ciudadanía reservada”. Para

Arendt, la ciudadanía demanda en primer lugar una actitud de preocupación y cuidado por

los asuntos políticos, amén de un afán y gusto de participar de las responsabilidades

públicas más allá de consideraciones de tipo económico. No puede ser un verdadero

ciudadano quien participa en política buscando el enriquecimiento personal, ni siquiera

quien ve a la política únicamente como un empleo y un medio para asegurar la subsistencia.

Esta curiosa noción de “ciudadanía reservada” no nos es del todo ajena: no todos los

mexicanos tenemos derecho a votar ni a ser votados. De entrada, los menores de edad no

poseen ninguno de estos derechos. Aquellos que se encuentran en la cárcel o están en

proceso de investigaciones criminales tienen derecho a votar, pero no son elegibles para

ningún puesto público. Y tanto para votar como para ser votado hay que cubrir numerosos

requisitos. No se puede, por ejemplo, votar si no se cuenta con una credencial de elector

actualizada.

57

57

La libertad ciudadana se realiza entonces para Arendt únicamente en aquellos que han

hecho de la política su principal actividad y sin embargo no ven a la participación política

ni primordial ni únicamente como un medio de subsistencia. Tal perspectiva sí que resulta

extraña para nosotros. La igualdad política existe únicamente entre aquellos ciudadanos que

participan en política y en gobierno. El resto de los ciudadanos que ha decidido no

participar en gobierno no participa tampoco de esta igualdad política, pues han decidido

usar una forma de “libertad negativa”, es decir, una libertad de omitir ciertas acciones o

privarse voluntariamente del ejercicio de ciertas actividades. Esta libertad negativa consiste

en renunciar voluntariamente a participar en los asuntos públicos y en las funciones

gobierno.

La distinción entre quienes participan en política y quienes se abstienen de ella es la raíz de

la distinción entre gobernantes y gobernados, y es una forma de desigualdad que no es

conveniente eliminar. La tiranía, lo mismo que la democracia de “asamblea permanente”,

pretenden eliminar esta desigualdad. La tiranía, a través de la exclusión de todos los

ciudadanos del gobierno en particular y del ámbito público en general. La democracia de

asamblea permanente pretende por su parte que todos los ciudadanos sin importar sus

intereses y talentos se ocupen tiempo completo de los asuntos públicos. Sectores de la

extrema derecha sueñan todavía en nuestro país con una vuelta a la tiranía, al gobierno de

“mano dura” y paz de cementerio.19

También desde ciertos sectores de la izquierda es

común el anhelo de un “gobierno de todos”, una asamblea sin jerarquías de autoridad donde

se debate todo sin decidir nada en discusiones interminables y absurdas. Ambas formas de

organización de la vida en común están condenadas al fracaso.

19

“Friedshofruhe” llama Arendt a esta situación. Cfr. WP Pág. 182

58

58

Por último la desertificación también se produce cuando la economía remplaza a la política

como disciplina rectora de la organización de la vida en común.20

Esto sucede, por ejemplo,

cuando la política se reduce únicamente a la aplicación de mecanismos para aumentar la

productividad de un país. O cuando el fin de la política educativa es formar “trabajadores

productivos” en lugar de ciudadanos íntegros. Al menos desde los griegos, la economía

había sido una parte de la política y las razones económicas habían siempre estado

subordinadas a las razones políticas. Sin embargo, a partir de la revolución industrial la

economía se ha ido volviendo cada vez más importante. Marx y sus seguidores estuvieron y

están incluso dispuestos a sacrificar la libertad y la propiedad privada en aras de la igualdad

económica. En nuestro país sobran analistas “políticos” que por motivos meramente

económicos admiran a regímenes que niegan a sus habitantes las libertades políticas más

fundamentales, como China, Cuba y Venezuela. La economía y la administración pública

son partes importantes de la política, pero la política no se reduce únicamente a economía

ni administración pública.

La “vida en el desierto”, es decir, en sociedades que no permiten el florecimiento del

ámbito público ni la participación política de los ciudadanos, vuelve a los ciudadanos

paulatinamente incapaces de entender y juzgar la organización de la sociedad en que viven

a la vez que los vuele incapaces de habitar un “mundo común”: de discutir, definir y unirse

en torno a iniciativas políticas comunes que mejoren sus condiciones de vida. La vida en el

desierto implica el aislamiento propio de quien se preocupa únicamente por temas

económicos individuales, ya sea por acumular cada vez más riqueza, o por escapar a las

20

Cfr. OR Capítulo II y HC Apartado 17 y Págs. 34- 45

59

59

garras de la pobreza; en ambos casos, no quedan fuerzas ni deseos de ocuparse de lo

público, aquello que nos trasciende y nos vincula con los demás.

En sociedades “desérticas”, esto es, carentes de ámbito público y vida política, se acrecienta

el peligro de “tormentas de arena”, que Arendt entiende como la aparición de regímenes

totalitarios. Los totalitarismos instauran sistemas de dominación y regulación de todos los

aspectos de la vida de los ciudadanos, prohíben el disenso y la participación política y la

asociación libre entre los ciudadanos. Promueven, además, sistemáticamente la

desconfianza y el recelo entre los ciudadanos, premian la denuncia calumniosa, la traición y

el servilismo provocando la división y el aislamiento entre los ciudadanos.

Los totalitarismos condenan a sus ciudadanos a una perversa soledad contraria a la

pluralidad humana; vuelven a los ciudadanos incapaces de la verdadera introspección, del

diálogo consigo mismos; a la vez que los privan de la seguridad que deriva de compartir

realidades y experiencias comunes con otros seres humanos. Característico de los sistemas

totalitarios es que sus ciudadanos no pueden distinguir las más de las veces entre la

información falsa y verdadera difundida por el régimen, con lo que pierden todo sentido de

realidad.

Frente a este proceso de desertificación, la acción política humana que vincula a los seres

humanos sin anular su singularidad y su libertad aparece como un milagro. La acción

política renueva y rescata al mundo humano amenazado por estos procesos de

desertificación, monotonía y homogeneidad. Es necesario reflexionar sobre la acción para

entender su carácter milagroso y esperanzador.

60

60

Referencias consultadas para la elaboración de este apartado:

HC Págs.: 7-9, 179-180, 237, 247.

WP Págs.: 9-11, 33, 64-65, 148, 164, 181 ss.

DTB Pág.: 220.

OR Pág: 271-275, 277- 280.

61

61

IV. La acción política y los poemas homéricos

En Homero, parece como si todo sucediera

a causa de la elección, en lugar de la exactitud. La vida griega

nos aparece como plena de gozo y libertad.

Jakob Burckhardt

1. La relevancia política de los poemas homéricos

Arendt nunca define de modo concreto y definitivo qué entiende por acción. Sí distingue

claramente a la acción como una de las cuatro actividades humanas, las otras tres son la

labor, la fabricación o trabajo y el pensamiento. También está claro que la acción es la

principal manifestación de la libertad humana y que es el origen de la política. De ahí que

podamos entender acción fundamentalmente como acción política. Quizá Arendt no define

la acción porque quiere entenderla como una categoría flexible que refiere a

acontecimientos siempre singulares como son los acontecimientos histórico-políticos. Es

complicado definir una categoría que da lugar a acontecimientos esencialmente únicos e

irrepetibles. No es aconsejable, por tanto, perseguir una definición escueta y directa de la

acción; más bien conviene intentar una exposición “oblicua” que aborde la acción desde

diversas perspectivas. A continuación veremos ilustradas las principales características de

la acción a través de las figuras heroicas de la épica de Homero.

La épica homérica refiere para Arendt a experiencias políticas que se encuentran en el

origen de nuestro vocabulario político. Acontecimientos políticos trascendentales como la

62

62

experiencia de la guerra de Troya, la revolución francesa, el establecimiento de los

“soviets” de la revolución rusa, o la primavera árabe deben ser el fundamento de nuestro

vocabulario político, porque la gramática elemental de la política y la mucho más

complicada sintaxis de la generación y preservación del poder aparecen con claridad

únicamente en este tipo de acontecimientos. En estos momentos claves la acción recupera

su primacía por encima de la labor y la fabricación.

Los actores de dichos momentos históricos acuñan palabras que contienen intuiciones sobre

el sentido de la vida humana; algunas de estas intuiciones se encuentran recogidas en la dos

narraciones épicas de Homero: la Ilíada y la Odisea21

. Se cree que la Ilíada y la Odisea

fueron escritas ya por un solo autor, ya por un grupo de narradores en la segunda mitad del

siglo VIII a.C. Los acontecimientos relatados por la Ilíada y la Odisea tuvieron lugar

presumiblemente en el siglo XII a.C., por lo tanto nos reflejan las categorías de

pensamiento que los griegos del siglo VII a.C. tenían para entender hechos y circunstancias

políticas que vivieron pobladores del siglo XII.22

Sin bien las narraciones homéricas pertenecen a una tradición oral, no carecen de validez

histórica; las narraciones épicas para sobrevivir el paso de las generaciones debían contener

motivos y dramas humanos con los que el auditorio se pudiera identificar: la parte

fantástica necesitaba el sustento de la realidad histórica. A la par de las acciones

extraordinarias realizadas por los héroes, las épicas tenían que reflejar circunstancias

familiares a los oyentes. La Ilíada y la Odisea fueron memorizadas y transmitidas durante

generaciones en toda la Grecia antigua. Homero era considerado por ello el “educador de

Grecia”, porque sus categorías de pensamiento y sus nociones políticas se utilizaban para

21

Para un breve pero interesante análisis de la importancia del lenguaje en Arendt Cfr. DTB Págs. 853-856 22

Cfr. Gagarín M. Woodruf P. (1995) Pág. 10.

63

63

educar a todos los niños y jóvenes griegos. Arendt no hierra, por tanto, cuando en aras de

entender la polis griega busca en Homero los conceptos políticos fundamentales de ésta.

La política para Arendt apareció por primera vez en la peculiar organización de la vida en

común que conocemos como “polis”. Las ciudades griegas del periodo clásico ofrecían a

sus ciudadanos instituciones estables de participación política como la asamblea y los

consejos legislativos o judiciales.

En los poemas homéricos destacan elementos que anteceden y posibilitan la posterior

aparición de la polis griega: la conciencia de singularidad, el espíritu de competencia y la

conciencia de grupo son algunos rasgos que preludian la noción griega de ciudadanía de la

Grecia de los grandes políticos y pensadores de la política, tales como Tucídides, Pericles,

Temístocles, Platón y Aristóteles.

Homero trata en sus narraciones, de modo consciente, comunidades pre-políticas que

presentan ya notas esenciales de la organización política posterior de la polis. Los feacios

que acogen a Ulises durante su regreso a Ítaca, por ejemplo, representan lo que más tarde

será el ideal de la vida política: respetan a los dioses con ese temor religioso que está en la

base de la moralidad más fundamental, son hospitalarios con los extranjeros, tienen una

organización con jerarquías bien definidas y leyes claras. Sumado a esto, han alcanzado un

desarrollo técnico suficiente que les permite dominar la necesidad. Este desarrollo se

muestra por ejemplo en su dominio del arte de la navegación, que les permite comerciar

con otros pueblos.23

23

Cfr. Od. VI-VII, XIII

64

64

Los cíclopes, por contraste, son descritos como distintos y opuestos a los feacios. A pesar

de su fuerza sobrehumana, son torpes y rústicos, incapaces de la vida política:

“Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia; las cumbres habitan de

excelsas montañas, de sus cuevas haciendo mansión; cada cual da la ley a su esposa y sus

hijos y no piensa en los otros.”24

Los cíclopes carecen de intereses comunes que los vinculen y los lleven a preocuparse por

algo más que la mera supervivencia individual. Sus refugios en cumbres son sólo el

símbolo más notable de su tendencia apolítica al aislamiento; no hablan entre sí, ni han

acordado leyes para vivir juntos. El contaste entre la forma de vida de los cíclopes y la

forma de vida en común de los héroes no podría ser más notable25

.

Si bien en el mundo de Homero la polis todavía no aparece como la institución política que

más tarde fue, las comunidades descritas en las épicas contienen en estado germinal los

rasgos esenciales de la organización política de la polis. Las comunidades de las épicas

están formadas por hombres libres, cuentan con algunos procedimientos no violentos para

resolver conflictos (como la asamblea ciudadana), y con una incipiente igualdad.

Las primitivas comunidades humanas de Homero apuntan ya a un ideal de organización

humana que excluya la violencia de la vida cotidiana y permita la comunicación entre los

ciudadanos en un ámbito de libertad.

24

Od. IX 112-115 25

El contraste entre las ciudades de los hombres y la vida aislada de los cíclopes es señalado por

Raaflaub K. en C. Row, M. Schofield, The Cambridge History of Greek and Roman Political

Thought. Eds. Christopher Rowe, Malcolm Schofield, Simon Harrison and Melissa Lane.

Cambridge University Press, 2005

65

65

2. Política, espíritu agonal y virtud

En el mundo homérico Arendt descubre dos elementos centrales para la política que están

estrechamente ligados entre sí: el afán de competitividad y la noción de virtud. El afán de

competitividad que existe entre los distintos héroes los lleva a esforzarse al máximo por

destacar en la batalla. A este afán de competir y destacar Arendt lo llama “espíritu agonal”.

La palabra “agonal” viene del verbo griego agonizomai (a)gwni/zomai, textual: “yo lucho”)

y refiere al combate lo mismo en un certamen deportivo que en la lucha. El espíritu agonal

subraya la competitividad que prevalecía entre los héroes, pero también a su combatividad,

el hecho de que no se dejaban abatir por las dificultades y las derrotas. La competitividad

como la entendían los héroes homéricos no excluye la cooperación, al contrario, la

presupone. En la campaña militar de los aqueos contra los troyanos, hubiera sido imposible

que un solo guerrero definiera el resultado de la guerra. Héctor, el guerrero más importante

de Troya, al igual que Aquiles, el mejor guerrero aqueo, dependían de sus compañeros si

querían alcanzar sus objetivos. Por último, el espíritu agonal implica orientar la vida hacia

la realización de “grandes obras”, de hazañas y proezas que queden grabadas para la

posteridad.

Vivir este espíritu agonal que combina afán de distinción, disposición a la cooperación y

resistencia a los fracasos y dificultades, y sed de grandeza, es para Arendt el camino de

realización del ser humano. Sólo quien asume o “se deja poseer y guiar” por este espíritu

agonal, se desarrolla verdaderamente como ser humano. Quien, por lo contrario, se contenta

66

66

con una vida tranquila, segura y sin contratiempos, no se distingue del resto de los

animales.26

Las descripciones homéricas de la forma de vida de los héroes muestran que, en efecto, los

héroes no se ocupan de tareas menores domésticas ni de negocios. Sus riquezas y su

posición social les permiten estar por encima de las preocupaciones ordinarias de la

mayoría de los seres humanos. Si bien en ocasiones realizan labores serviles, como trabajar

la madera o lavar la ropa, lo hacen más para demostrar su autosuficiencia que por verdadera

necesidad.27

La independencia de las necesidades domésticas y de los negocios es para Arendt una

condición de posibilidad para participar de un ámbito público y, eventualmente, construir

una espera política institucional y estable. La vida de los héroes transcurre al margen de

cualquier preocupación económica:

“A fe que no sin gloria son caudillos en Licia nuestros reyes, y comen pingüe ganado y

beben selecto vino, dulce como la miel.”28

En contraparte, quien tiene que dedicar fuerza e inteligencia a ganar el pan de cada día o a

mantener su casa habitable no tiene la libertad de ocuparse de las cosas políticas. Por ello

26

“La distinción entre el ser humano y el animal se impone también en relación a la especie

humana misma: sólo los mejores (aristoi), quienes constantemente se prueban a sí mismos como

los mejores (aristeuin, un verbo que carece de equivalentes en cualquier otro idioma) y quienes

prefieren “la fama inmortal a las cosas mortales,” son realmente humanos; los otros, contentos

con cualquier placer que les otorgue la naturaleza, viven y mueren como animales.” HC Pág. 19.

27

“En el mundo de Homero, Paris y Odiseo ayudan a construir sus casas. Naúsica misma lava

las ropas de lino de sus hermanos, etc. Todo esto corresponde a la autosuficiencia propia del

héroe homérico, a la independencia y autonomía suprema de su persona.” HC Págs. 82-83.

28

Il. XII. 317-18

67

67

en los poemas homéricos los campesinos y artesanos aparecen poco; mientras que los

sirvientes se mencionan exclusivamente en relación con sus amos, como si no tuvieran

existencias propias.

Según Arendt, el espíritu agonal de los héroes homéricos definió la concepción de la vida y

las ambiciones de los ciudadanos en las poleis29

griegas:

“…la polis estaba impregnada de un feroz espíritu agonal, en la polis cada uno tenía que

distinguirse constantemente de los otros, tenía que mostrar a través de acciones o logros

únicos que él era el mejor de todos”.30

Una expresión sintética de este espíritu agonal en Homero la encontramos en la admonición

que tanto Peleo, el padre de Aquiles, como Hipolocos, el padre de Glaucos, hacen a sus

hijos, y que dice a la letra exactamente lo mismo: ”Siempre ser el mejor y estar por encima

de los otros”. 31

Que la frase utilizada por Peleo e Hipolocos sea exactamente la misma, muestra que se

trataba de un consejo que de ordinario daban los padres a sus hijos, era parte de la visión

educativa del mundo griego.

La promoción del espíritu agonal no se limitaba a la infancia, toda polis premiaba a

aquellos hombres cuyas acciones aumentaban la gloria de la ciudad. Estos reconocimientos

y honores animaban a todos los ciudadanos a esforzarse por destacar.32

En la polis griega,

29

“poleis” es el plural de “polis” 30

HC Pág. 41 31

Para Hipolocos véase Il. VI, 208; para Peleo Il. XI, 784. Cfr. la mención que Arendt hace de esta

cita en HC Pág. 41. Nt. 34. 32

Cfr. por ejemplo Burckhardt J. The Greeks and Greek Civilization (1998) Págs. 28,56,57 y 61.

68

68

cualquier ciudadano creía que podría convertirse en un héroe a través de su participación

política, de la toma de decisiones y realización de proyectos en beneficio de la ciudad.

Para los griegos, que un hombre se tuviera por el mejor entre sus iguales no era un acto de

presunción o falta de delicadeza.33

Ostentarse como superior no tenía como finalidad

humillar a los otros; más bien pretendía incentivarlos al esfuerzo y los reconocía como

pares y dignos competidores. Esta actitud de reconocimiento y competencia está plasmada

en las palabras que Odiseo dirige a sus anfitriones, los feacios, sobre su situación entre los

héroes aqueos durante la campaña de Troya:

“De los otros a nadie recuso ni tengo en desprecio, antes bien, quiero verlos delante

probando sus fuerzas; deleznable no soy en certamen del arco pulido y sabría derribar el

primero a un varón de la hueste adversaria disparando una flecha, por muchos amigos que

en torno procuraran cubrirle lanzándole las suyas.

“Filoctetes no más con el arco solía aventajarme cada vez que en las tierras de Troya

flechaban los dánaos, mas me tengo por muy superior a los otros mortales que hoy están

sobre el haz de la tierra y consumen sus trigos”.34

El afán de competir y ser mejor está para Arendt estrechamente ligado con la noción griega

de areté (a)reth/) que se traduce al español tradicionalmente como “virtud”, al latín como

“virtus”, al inglés como “virtue” y al alemán como “Tugend”. Arendt no está contenta con

ninguna de estas traducciones y por eso prefiere utilizar la palabra griega areté en

caracteres latinos. A pesar de esta salvedad utilizaré en lo sucesivo la palabra “virtud” y

33

Cfr. Burckhardt J. (1998) Pág. 156. 34

Od. VIII, 212-223

69

69

más bien intentaré presentar brevemente la complejidad del concepto en el pensamiento

antiguo como en el pensamiento de Arendt.

La virtud es uno de los conceptos centrales de la ética tanto para Platón como para

Aristóteles. Ambos consideran que el sentido de la educación y el desarrollo humano es

alcanzar la virtud. Para Platón y Aristóteles existen, a grosso modo, cuatro tipos de

virtudes: virtudes físicas, virtudes técnicas, virtudes del carácter y virtudes intelectuales.

Común a todas estas virtudes es que son una disposición buena o un estado positivo

adquiridos a través de la repetición continua y esforzada de cierto tipo de ejercicios o

actividades. Un ejemplo de virtud física es la del boxeador profesional: todos somos

capaces de usar los puños para golpear, pero el boxeador profesional ha desarrollado esta

capacidad humana hasta su máximo nivel y ha adquirido así una disposición física que le

permite boxear de modo óptimo. Ejemplo de una virtud técnica es el tocar la flauta. Aquí

también todo ser humano sano puede hacer sonar una flauta, pero el músico especialista en

flauta ha adquirido, tras años de ejercicio y esfuerzo, la disposición óptima del tocado de la

flauta y por eso es capaz de tocar bien la flauta y producir música. Ejemplo de una virtud

del carácter es la fortaleza, que puede definirse como la capacidad para juzgar bien la

magnitud de los peligros y afrontar con decisión aquellos peligros que deban afrontarse y

huir de aquellos que convenga huir. Respecto a la fortaleza podemos decir también que

todos los seres humanos son capaces de juzgar situaciones peligrosas, pero sólo la persona

que ha adquirido la virtud de la fortaleza puede juzgar y reaccionar siempre o casi siempre

del modo óptimo ante situaciones peligrosas. Por último, pensemos en una virtud del

intelecto, la virtud de la gramática: todos los seres humanos sanos somos capaces de utilizar

de modo más o menos correcto algún idioma, y en este sentido todos hacemos uso

70

70

consciente o inconsciente de la gramática. Pero la persona que ha estudiado y aprendido

gramática hará un uso óptimo del lenguaje, y no se confundirá ni al hablar ni al escribir en

la conjugación de los verbos, el uso de las preposiciones o formulación de una frase.

De estos cuatro tipos de virtudes las más importantes son las virtudes del carácter y las del

intelecto, entre otras cosas porque son las más difíciles de adquirir, las que tienen mayor

permanencia, pero también las que más influyen en nuestro trato con los demás: una

persona puede no saber tocar una flauta, y ser buen ciudadano; en cambio, alguien que

carece de la virtud de la justicia y de la fortaleza, no será un buen ciudadano aunque sepa

tocar la flauta o sea un gran boxeador.

Platón y Aristóteles pensaban que ciertas virtudes éticas e intelectuales eran indispensables

para alcanzar la felicidad. Incluso da la impresión de que creían que poseer las virtudes

éticas e intelectuales fundamentales era ya un estado muy cercano a la felicidad. Como tal,

la palabra “virtud” (areté) no fue inventada ni por Platón ni por Aristóteles. Es una palabra

que aparece desde Homero y que se utiliza comúnmente para designar la cualidad de algo o

alguien “bueno”. Hablar de la “virtud” de un caballo es simplemente decir que es un buen

caballo. E igualmente se puede hablar de la virtud de un cuchillo ― un buen cuchillo ― o

de la virtud de un poeta ― alguien que es capaz de escribir poemas bellos. En Homero

aparecen un sinnúmero de virtudes, se habla lo mismo de virtudes de los dioses, que de las

mujeres; virtudes de las partes del cuerpo, virtudes de los cuadrigas o virtudes de los

corredores.35

Sin embargo, las virtudes más importantes son aquellas que permiten a los

35

Para esta breve presentación sobre la virtud sigo de cerca el artículo al respecto de Stemmer P.

en un diccionario filósofico “Historisches Wörterbuch der Philosophie“ Band 10 (Tomo 10) (1998)

Pgs. 1532-1548. En su nota 6 Stemmer ofrece algunos pasajes de la Ilíada y la Odisea donde

aparecen las diversas virtudes antes mencionadas. Véase por ejemplo: Il. XI, 498; Od. II, 206;

XVII, 251; XIX, 124; XXIV,193; Il. XXIII, 372 y 276.

71

71

héroes conseguir la victoria en la guerra y los combates. Virtudes como la fortaleza

(entendida como resistencia a las dificultades, perseverancia y valor), la fuerza física, la

habilidad estratégica y la capacidad previsora. Las virtudes de los héroes se plasman en

grandes hazañas y son recompensadas con el prestigio, la honra por parte de sus

comunidades y la fama inmortal que se transmite de generación en generación.

Común a la noción de virtud tanto en Homero como en Platón y Aristóteles es que para los

tres ésta es el camino a la realización humana óptima: es a través de la adquisición y la

práctica de la virtud (cualquiera que ésta sea) que el ser humano desarrolla y plenifica su

potencial. Platón y Aristóteles entienden que esta realización del potencial humano se da

sobre todo a través de las virtudes de la justicia, de la sensatez y del conocimiento

filosófico; Homero, por el contrario, piensa que esta realización óptima humana se alcanza

en la competencia continua con los demás a través sobre todo de la virtud de la fortaleza.

Arendt sigue a Homero antes que a Platón y Aristóteles y afirma que la virtud de los héroes

consiste en destacar a través de hazañas personales tan grandiosas que sean recordadas por

la posteridad. Su postura puede resultar un poco chocante y hasta extravagante para

nosotros. Por eso vale la pena aventurarnos un poco a las razones que Arendt tenía para

privilegiar la noción de virtud homérica por encima de la noción posterior filosófica. Cuatro

razones son especialmente importantes:

La primera es el afán de Arendt por rescatar la singularidad humana como una nota esencial

de nuestro modo de ser. De acuerdo con Arendt, para Platón y para Aristóteles se puede

decir que la felicidad de todos los seres humanos radica en lo mismo: la práctica de la

justicia, la sensatez y la filosofía. Frente a esta postura, Arendt quiere destacar que la

72

72

plenitud humana se alcanza cuando cada uno realiza acciones incomparables y portentosas

que sean recordadas para la posteridad. Su aparente rechazo a las virtudes tradicionales de

la justicia, la sensatez y la vida filosófica se entiende sólo si consideramos su experiencia

de los regímenes totalitarios. Regímenes que intentaron anular por completo la singularidad

humana y la acción política.

La segunda razón es que Arendt quiere escapar a un concepto de realización humana

fundado sobre todo en cumplir con la moral. Entendiendo moral como las costumbres y

leyes predominantes en una sociedad. Las virtudes del carácter propuestas por Platón y

Aristóteles se han entendido muchas veces como virtudes morales, como virtudes que

deben definir las leyes y costumbres. Arendt desconfía de quienes piensan que lo más

importante es cumplir con las leyes y costumbres predominantes en una sociedad, y por

tanto desconfía de la actitud de quien sigue las virtudes del carácter únicamente porque son

el contenido de una moralidad. La experiencia personal de Arendt con el

Nacionalsocialismo le dejó claro que las costumbres y las leyes de una sociedad pueden

pervertirse hasta el grado de volverse contra los instintos humanos más íntimos y

espontáneos de bondad y solidaridad. La crueldad, el desprecio a la vida y el racismo

desplegados por el Nacionalsocialismo e instaurados como nuevas “virtudes morales” en la

Alemania nazi motivaron la desconfianza de Arendt hacia todo tipo de moralidad.

En tercer lugar, Arendt desconfía también de las sociedades capitalistas y comunistas

orientadas al consumo y la producción. Y le parece que las virtudes del carácter

tradicionales bien pueden adaptarse para hacer de los seres humanos laborantes y

consumidores “excelentes”. Por el contrario, ella piensa que la virtud debe permitirle al ser

humano escapar de la monotonía y de la cotidianeidad del ciclo de producción y consumo.

73

73

La virtud debe permitir al ser humano trascender sus preocupaciones de supervivencia y

disfrute. Y esta trascendencia la encuentra en la virtud de los héroes homéricos que los

llevaba a arriesgar vida y patrimonio en aras de realizar hazañas que les aseguraran la gloria

inmortal.

Por último, Arendt rechaza la pérdida de dignidad que la política y en general los asuntos

humanos han sufrido a raíz de cierta interpretación cristiana de las virtudes: Si la finalidad

de los seres humanos es ser virtuosos, al margen de las condiciones políticas en que ejerzan

esta virtud, entonces no vale la pena distraerse con la política, con la organización y

modificación de las condiciones y organización de la vida en común, lo importante no es

este mundo, sino el mundo que está por venir; cada uno debe preocuparse por “los bienes

eternos del cielo” y no por los bienes pasajeros de la política. En efecto existe una vena de

pensamiento de tradición cristiana que rechaza la política por mundana y mueve a la

pasividad, la indiferencia y la tolerancia frente a la injusticia. No está de más aclarar que

esta postura, aunque de inspiración cristiana, no va de acuerdo con el verdadero espíritu del

cristianismo.36

Podríamos dedicar muchas más páginas a analizar la noción de virtud en Arendt y

contrastarla con la propuesta de Platón y Aristóteles, pero es mejor volver ahora al tema de

la acción, y al modo como las características de la acción se ilustran a través de los héroes

homéricos.

36

Cfr. al respecto P. Manent . Le regard politique. (2012) Págs. 100-104.

74

74

3. Los héores y la acción.

Para Arendt, los griegos descubrieron que el ser humano se vuelve real y desarrolla su

singularidad sólo a través de la acción y el discurso político. La poesía homérica refleja ya

este descubrimiento. A continuación veremos ejemplificadas algunas cualidades de la

acción a través de los héroes homéricos. Estos ejemplos nos ayudarán a hacernos una idea

más completa de qué entiende Arendt por acción.

3.1 Aquiles o “el mejor de los aqueos”

Aquiles es el héroe por excelencia. En él se conjuntan y resumen todas las virtudes del

héroe homérico: ansia de inmortalidad, fortaleza, grandeza en obras. Arendt no escatima en

honores cuando se trata de Aquiles:

“La estatura del Aquiles homérico solo puede ser entendida si se le ve como “el realizador

de grandes acciones y el pronunciador de grandes palabras.”37

Aquiles eligió participar en la guerra de Troya a sabiendas de que en tal campaña

encontraría la muerte, pues sabía que sólo así contaría con el escenario necesario para

realizar hazañas tan portentosas que mantuvieran su recuerdo vivo entre los hombres.

Aquiles pide a los dioses el honor inmortal reservado a los grandes héroes a costa de tener

una corta vida.38

El riesgo de morir que asume Aquiles es el riesgo que debe asumir

cualquiera que ambicione realizar grandes obras:

37

HC Pág. 25. 38

Cfr. Il. II, 350.

75

75

“…quienquiera que conscientemente aspire a ser “esencial”, a dejar tras de sí una historia

y una identidad que merezcan “fama inmortal”, debe no solo arriesgar su vida sino además

elegir expresamente una vida breve y una muerte prematura, como hizo Aquiles.”39

Aquiles posee la virtud de la fortaleza, que le permite despreciar y abandonar la seguridad

de una vida cómoda en su tierra, para lanzarse a la aventura de conquistar Troya. Aquiles

no está obligado a participar en la campaña de Troya, nadie puede ordenarle que lo haga

porque él es el guerrero más fuerte y no teme a nadie; tampoco ambiciona riquezas ni

nobleza, pues es hijo de una diosa y de un gran rey. Si participa en la campaña contra Troya

es porque desea ser recordado por sus proezas.

La fortaleza es la virtud heroica por antonomasia en la Ilíada. Hemos visto que la virtud de

la fortaleza implica resistencia a las dificultades y valor para enfrentar los peligros del

modo adecuado. La fortaleza de los héroes se manifiesta en su disposición para abandonar

el ámbito doméstico y arriesgar su vida junto con otros héroes en aras de un objetivo común

difícil de alcanzar. Esta disposición a mostrarse a los otros y colaborar con ellos es una

actitud política elemental que nos permite la aparición en el ámbito público, conformado

por aquellos que están dispuestos a actuar frente a los demás:

“La connotación de la fortaleza, que ahora consideramos como una cualidad indispensable

del héroe, está en realidad ya presente en la disposición a actuar y hablar, en la disposición

de insertarse uno mismo en el mundo e iniciar uno miso una historia. Y esta fortaleza no

consiste necesariamente en sufrir las consecuencias; fortaleza e incluso audacia están ya

39

HC Pág. 186.

76

76

presentes en el hecho de abandonar el espacio privado propio y mostrase cual se es, en

abrirse y exponerse uno mismo”.40

Ser un héroe implica dejar de lado el instinto de sobrevivir y el gusto por la comodidad y

substituir ambos por el afán de ser inmortal, como hicieron los héroes aqueos que se

sumaron a la campaña contra Troya.

La Ilíada da testimonio de la muerte de la mayoría de los héroes que participaron en la

guerra. Los héroes troyanos fueron exterminados con la toma de la ciudad por los aqueos.

Pero los vencedores no corrieron una mejor suerte: casi todos murieron durante el largo

viaje de regreso a su hogar. De aquellos que lograron volver a casa, muchos fueron

asesinados poco después de su vuelta por familiares ambiciosos de su poder y envidiosos

de su gloria. El mensaje es claro:

“Quienquiera que ingrese en lo político tiene de entrada que estar dispuesto a arriesgar su

vida, pues un gran amor a la vida obstruye la libertad y es un signo seguro de servilismo”.41

Los griegos utilizan la misma palabra para designar el amor excesivo a los placeres de la

vida que a la cobardía: philopsychia (filoyuxi/a), literalmente “amor al alma”. La

philopsychia es una cualidad despreciable que distingue a los esclavos de los hombres

libres.

Aquiles afirma su libertad cuando realiza grandes acciones a costa de perder la vida. Como

muestra el ejemplo de Aquiles, la libertad de quien actúa no radica en controlar las

consecuencias de sus acciones, sino precisamente en tener la fortaleza de desencadenar

40

HC Pág. 186. Véase también HC Pág. 35. 41

HC Pág. 36.

77

77

dentro del mundo acciones nuevas, cuyos efectos escapan a los ciclos recurrentes de la

naturaleza.

Aquiles ejemplifica el hecho de que con nuestras acciones desencadenamos

acontecimientos impredecibles que incluso pueden acarrearnos la muerte. Aquiles elige su

propio destino, supera con su elección la finalidad más animal del ser humano: mantenerse

con vida. Aquiles, al matar a Héctor, sabe que se ha condenado él mismo a una muerte

prematura, pero tiene la fortaleza de elegir una muerte prematura a cambio de la gloria

inmortal de derrotar en combate y matar al más noble de los troyanos.

El ejemplo de Aquiles se volvió el paradigma del heroísmo en Grecia. Aquiles demostró

que la libertad se consigue únicamente con lo que Arendt llama la “revelación del agente a

través de la acción”, y que podemos entender como la prueba de nuestra propia

singularidad dada a través de acciones únicas. Respecto a la actuar de Aquiles afirma

Arendt:

“Éste subraya la urgencia respecto a la revelación personal a costa de todos los demás

factores y por tanto se mantiene relativamente incólume frente al predicamento de la

imprevisibilidad. Como tal se volvió el prototipo de la acción para la Grecia antigua e

influyo en la forma del llamado espíritu agonal, ese apasionado impulso a mostrarse uno

mismo a través de medirse contra los demás, espíritu que subyace al concepto de política

prevalente en las ciudades-estado.”42

Según Arendt, Aquiles influyó la visión de vida de todos los ciudadanos griegos, quienes

asumieron que el verdadero sentido de la vida se encontraba en la aparición y

42

HC Pág. 194.

78

78

descubrimiento de la singularidad personal frente a los otros, incluso a sabiendas de que tal

hallazgo ponía en riesgo la propia supervivencia.

La libertad como la vive Aquiles es incomprensible para la mentalidad moderna. Muchos

entienden la libertad como la emancipación individual de los asuntos políticos comunes y la

capacidad de dedicar todo el tiempo a asuntos de índole privada, como puede ser el

acumulamiento de riqueza individual.

En la modernidad la libertad ha pasado así de ser una experiencia pública-política a ser un

proceso privado e individual. Lo que comenzó como un como una libertad para

enriquecerse siempre más terminó en el mejor de los casos como una exaltación de la vida

sensorial (del disfrute de los placeres del tacto, la vista, el olfato, el oído y el gusto) en las

filosofías vitalistas, y en el peor, en la interpretación y aplicación del pensamiento marxista

como una glorificación del proceso de la labor ― de aquellas actividades que deben

realizar los seres humanos para sobrevivir.

3.2 Héctor o el sentido de la acción más allá del éxito y del fracaso

Además de Aquiles, el otro gran héroe de la Ilíada es Héctor. Si Aquiles es el ejemplo del

triunfador que será recordado por su gran victoria al tomar la ciudad de Troya, Héctor es el

ejemplo del gran perdedor. Héctor es el enemigo derrotado, pero ello no le resta grandeza a

sus acciones ni tampoco merma su gloria. Homero canta por igual la gloria de Aquiles que

la de Héctor, el héroe vencido, como nos hace notar Arendt. Héctor representa el paradigma

del ciudadano que ama su ciudad. En ningún otro relato encontramos una unión tan íntima

entre la identidad de un héroe y la identidad de una ciudad: Héctor representa a Troya.

79

79

Héctor sabe que de morir él a manos de los aqueos, su esposa su hijo y sus padres quedarán

a merced de los enemigos y serán asesinados o vendidos como esclavos. Sabe también que

Troya será eventualmente destruida porque “los dioses así lo han decretado”; su lucha no

evitará la caída de la ciudad de “los hombres domadores de caballos”. Sus conciudadanos

también están convencidos del destino fatal que le espera a Troya43

. Pero la importancia de

Héctor como líder de los troyanos no se puede medir mediante las las estrechas categorías

del éxito y del fracaso:

“…la fuerza del iniciador y líder se muestra a sí misma exclusivamente en su iniciativa y el

riesgo que asume, no en la consecución de un logro determinado”44

.

Héctor, al defender Troya, gana un lugar en la historia y en la memoria de amigos y

enemigos. Los troyanos luchan con él porque están convencidos de que su defensa, más allá

de toda expectativa humana, será recordada y le otorgará a Troya y a ellos mismos la gloria

inmortal. La gloria de Troya será la gloria de sus guerreros.

La grandeza del combate hace única a la guerra de Troya. Lo extraordinario de esta

confrontación garantiza la gloria inmortal de ambos bandos sin importar el desenlace:

“Motivos y fines, sin importar que tan puros o que tan grandes sean, no son nunca únicos;

como cualidades psicológicas son típicos, característicos de diferentes tipos de personas. La

grandeza o el específico sentido de cada acción sólo puede yacer por tanto en la realización

misma de la acción y no en su motivación o sus logros.”45

43

Cfr. Il. VI. 44

HC Pág. 190. 45

HC Pág. 206.

80

80

Esto es algo que sólo pueden entender los héroes. Para el resto de las personas es absurdo

no claudicar en una guerra decidida de antemano por los dioses. Para los héroes, en cambio,

la grandeza de sus acciones se determina por si se consiguen o no los objetivos buscados:

“Lo que resulta extraordinariamente claro en la formulación de Pericles ― y, de modo

incidental, no menos transparente en los poemas homéricos― es que el significado más

íntimo de la acción realizada y de la palabra proferida es independiente de la victoria y la

derrota, y debe como tal mantenerse incólume frente a cualquier resultado eventual, frente a

consecuencias para bien o para mal.”46

Por ello Arendt afirma, siguiendo a Aristóteles, que la acción política no tiene un fin fuera

de su misma realización, sino que “agota el sentido completo en la realización misma de la

acción”47

. El sentido de la acción no está fuera del proceso de la acción, el sentido es el

proceso mismo48

.

Arendt piensa que este sentido original de la acción y la política resulta incomprensible

para la mentalidad moderna porque es una mentalidad atrapada en las categorías de medios

y fines, por una parte, y de éxito y fracaso, por otra. A esta dimensión de la mentalidad

moderna se le suele llamar “utilitarismo”. La política y la acción que le da lugar se mueven

para Arendt más allá de cualquier utilitarismo:

“Este logro específicamente humano [es decir, la acción] se encuentra por completo al

margen de la categoría de medios y fines; el “trabajo del ser humano” no es un fin, porque

los medios para alcanzarlo ― las virtudes o aretai ― no son cualidades que pueden o no

46

HC Pág. 205. 47

HC Pág. 206. 48

Cfr. “What is Freedom?” en BPF (1993) Pág. 153.

81

81

ser actualizadas; sino que ellas mismas son ya “actualidades.” En otras palabras, los medios

para alcanzar el fin serían ya el fin, y este “fin” a su vez no puede ser considerado como

medio en otro sentido, porque no hay nada más elevado por alcanzar que esta actualidad

misma.”49

Por el contrario, para los criterios de la época moderna, una acción tiene sentido si produce

el resultado esperado. Nos hemos acostumbrado a mesurar el sentido y la dignidad de una

actividad de acuerdo con los resultados que produce. Pero como la acción no deja ningún

producto material tras de sí, carece de sentido para el hombre moderno.

La cadena infinita de medios y fines de la modernidad es también una consecuencia de la

reducción de la acción a los parámetros de la fabricación preponderantes a partir de la

revolución industrial en el siglo XVIII. La acción es inútil dentro de los esquemas del homo

faber, del fabricante. Pero pretender insertar la acción dentro de los esquemas del homo

faber genera un grave conflicto:

“El “por medio de” se ha vuelto el contenido del “a fin de”; en otras palabras, la utilidad

establecida como sentido genera la pérdida de sentido.”50

Introducir a la acción en esta lógica utilitaria de herramientas e instrumentos es peligroso

porque la acción es el distintivo del ser humano, y reducir a la acción a una herramienta es

reducir a los seres humanos a meros instrumentos o herramientas para conseguir objetivos

materiales como la riqueza o inmateriales como el poder. En esta lógica, es obvio que el fin

justifica los medios: El artesano que quiere producir una silla no puede detenerse a pensar

en si debe o no derribar un árbol. Lo mismo sucede con el político que ve a la acción

49

HC Pág. 207. Al respecto véase también HC Pág. 25, 179. 50

HC Pág. 154.

82

82

política como una herramienta que sirve para conseguir y asegurar el poder. Para Arendt,

Maquiavelo es uno de los pocos pensadores que en su obra El príncipe tuvo la lucidez, la

honestidad y la fortaleza para expresar el criterio de “medios y fines” que subyace a la

actuación de los gobernantes que aspiran únicamente a mantener el poder.

3.3 Ulises o la unión de la acción y el discurso

Todos los héroes que participaron en la guerra de Troya sumaban a sus grandes hazañas el

dominio de la palabra que manifestaban en bellos y elocuentes discursos. Entre los héroes

homéricos Ulises descuella como el mejor orador. Por eso analizaremos la figura de Ulises

para ilustrar la vinculación que Arendt propone entre la acción y la palabra hablada, ente la

dimensión “performativa” de la acción y su dimensión “comunicativa.”

Cuando acción y discurso se dan unidos, cuando nuestras acciones corresponden a nuestras

palabras, la manifestación del ser humano como único se logra del modo más completo. La

acción es importante porque subraya nuestra capacidad permanente para tomar iniciativas

novedosas y originales; el discurso, por su parte, engarza nuestras acciones dentro de

nuestra perspectiva y visión general de vida permitiendo que mostremos mejor quiénes

somos. Podríamos decir que la acción prueba que somos únicos y el discurso explica a los

demás en qué radica esa singularidad.

La convicción de que acción y discurso son las mayores capacidades del ser humano es,

según Arendt, anterior a la polis y a la reflexión filosófica de Platón y Aristóteles. Acción y

discurso guardan entre sí una relación de mutua dependencia. No importa cuál se dé

primero o si se dan de modo simultáneo, para que se manifieste con plenitud el actor hace

falta que se den las acciones y que el discurso explique el sentido que el agente ve en esas

83

83

acciones51

. Es también a través del discurso que se revela la singularidad de la persona que

realiza la acción. Por ello Ulises, tras haber cegado al cíclope Polifemo y escapado de su

caverna con hábiles engaños, no teme arriesgar de nuevo la vida de sus hombres y la propia

con tal de hacer saber a Polifemo su nombre y que el monstruoso cíclope sepa que fue

Ulises de Ítaca, y no “nadie”, quien lo privó para siempre de la vista:

“¡Oh Cíclope! Si alguno tal vez de los hombres mortales te pregunta quién fue el que causó

tu horrorosa ceguera, le contestas que Ulises, aquel destructor de ciudades que nació de

Laertes y en Ítaca tiene sus casas”52

.

El discurso vuelve relevante a la acción:

“La acción que él [el actor] inicia se revela humanamente por medio de la palabra y, a pesar

de que su acción puede ser percibida en su apariencia física bruta sin ningún

acompañamiento verbal, su acción se vuelve sólo relevante a través de la palabra hablada

en la cual él se identifica a sí mismo como actor, anunciando lo que realiza, ha realizado e

intenta realizar.”53

El discurso, a su vez, requiere de la acción para comprobar con hechos aquello que el

agente ha revelado sobres sí mismo con palabras. Por eso Ulises durante la competencia

con los feacios responde a la ofensa de Euríalo ― quien había comparado a Ulises con un

mercader y lo había descalificado como atleta ― primero hablando sobre su desempeño en

los juegos y después procediendo a la acción.54

51

Cfr. HC Pág. 3; Estrada M. “Decir cómo fue” en M. Estrada ed. (2003) Pág. 206. 52

Od. IX, 503-505. 53

HC Pág. 179. 54

Estas son las ofensivas palabras que Euríalo dirige a Ulises: “No en realidad, oh extranjero, no me pareces

un hombre que entienda de combates, tantos como son conocidos por los hombres nobles; te creo uno de esos,

84

84

“Tal diciendo saltó con el manto en los hombros; un disco grueso y largo tomó que en su

peso en mucho excedía de aquel otro que usaban luchando entre sí los feacios y tras un

revoleo lo lanzó de la mano robusta. Zumbó el gran pedrejón; la mirada bajaron a tierra los

feacios, potentes remeros, gloriosos marineros, al disparo del disco que en vuelo pasó a los

de todos desprendido del brazo.”55

Algo similar sucede cuando Ulises reprende a Tersites por imprecar a Agamenón

públicamente en la asamblea. Primero lo llama con ironía “sonoro orador” y le echa en cara

ser el hombre más despreciable de cuantos aqueos han ido a las murallas de Troya; como

culmen de su discurso pasa a la acción: “así habló, y con el cetro la espalda y los hombros

le golpeó”.56

La acción de golpear a Tersites no se explica gracias a una descripción que

precise en qué consistió el movimiento del brazo; lo importante es el sentido que toma la

acción de golpear en el contexto narrativo en que tiene lugar.

Otra función clave del discurso es permitir a los seres humanos comprender y asimilar los

“golpes del destino”. Las palabras de un discurso son grandiosas en la medida en que son

adecuadas para que el agente comprenda el trance que enfrenta.

En los poemas homéricos, Ulises representa el modelo del héroe que, inquebrantable en su

empeño, es una y otra vez golpeado por los drásticos cambios de la suerte. Sus palabras dan

testimonio de la claridad con que presume las numerosas pruebas que aún deberá superar:

más bien, que en las naves de múltiples remos con frecuencia nos llegan al frente de gentes que buscan la

ganancia en el mar, bien atento a la carga y los fletes y al goloso provecho; en verdad nada tienes de atleta.”

Od. VIII, 159-164. Es notable hasta qué grado resulta ofensivo para un héroe que lo consideren preocupado

por enriquecerse, véase por ejemplo Il. II, 210-70. 55

Od. VIII, 186-193 56

Il II, 265

85

85

“Ardua pena acongoja mi alma; ayer mismo escapé del océano tras dejar el islote de Ogigia

y errar veinte días entre embates de olas y raudos ciclones y el hado para nuevas desgracias

aquí me arrojó, que no espero en mis males cesar sin que antes los colmen los dioses”.57

También el cíclope Polifemo explica la desgracia de su ceguera a través de grandes

palabras:

“¡Ay de mí, que han venido a cumplirse los antiguos presagios! Hubo en tiempos aquí un

adivino, varón grande y noble, el Eurímida Télemo, excelso en el arte, que viejo vino a

hacerse anunciando el futuro a los fuertes cíclopes. Él me dijo que habría de cumplirse esto

todo, que habrían de cegarme las manos de Ulises”.58

Ni Ulises ni Polifemo conocen a ciencia cierta los motivos de sus desgracias, sus palabras

no intentan dar una explicación, más bien van dirigidas a asimilar sus padecimientos, a

dotarlos de sentido e introducirlos dentro de la trama de su vida, para así comprenderlos y

“reconciliarse” con ellos.

El discurso en los poemas homéricos es “el modo específicamente humano de responder,

contestar y ponderar lo que quiera que haya sucedido o que se haya realizado.”59

Las

palabras de los héroes son grandiosas porque se adaptan a las circunstancias. Ulises casi

siempre encuentra las palabras más adecuadas en los momentos más críticos de su travesía.

Sus palabras persuaden de volver al campo de batalla a los guerreros aqueos que huían en

57

Od. VI, 169-74 58

Od. IX, 506-12 59

HC Pág. 26.

86

86

desbandada tras desafortunadas palabras de Agamenón, el estratega supremo de las fuerzas

aqueas.60

Poco tiempo después de este episodio, reunidos ya los guerreros aqueos en la asamblea,

Ulises amonesta a Tersites y sus palabras le ganan el reconocimiento del resto de los

héroes:

“Y así decía cada uno, mirando al que tenía próximo “¡Qué sorpresa! Ulises es autor de

hazañas sin cuento por las buenas empresas que inicia y el combate que apresta, mas esto

de ahora es lo mejor que ha hecho entre los argivos: cerrarle la boca a éste, un ultrajador

que dispara palabrería. Seguro que su arrogante ánimo no le volverá a impulsar otra vez a

recriminar a los reyes con injuriosas palabras.”61

Este fragmento compendia muchas de las notas de la acción: El modo en que Ulises ha

hecho callar a Tersites es sorprendente, como suele ser la acción por su carácter novedoso e

impredecible. Además los héroes reconocen a Ulises como alguien que “inicia buenas

empresas” y destaca en el combate. Lo propio de la acción es, como veremos más a detalle,

ser un inicio. También es significativo que las “palabras injuriosas” mencionadas de

Tersites acusan a Agamenón de haber ido a Troya por el mero afán de enriquecerse.62

Agamenón, como todos los héroes, no ha ido a Troya movido por la avaricia, sino por el

afán de gloria.

En otra ocasión las suaves palabas de Ulises le granjean la confianza de Nausícaa, princesa

feacia. Ulises lleva veinte días a la deriva en el mar cuando por fin una corriente enviada

60

Cfr. Il. II, 188-209. 61

Il. II, 271-78 62

“¡Átrida Agamenón! ¿De qué te quejas otra vez y de qué careces? Llenas están tus tiendas de bronce, y

muchas mujeres hay en als tiendas para ti reservadas […] ¿Es que aún necesitas también el oro que te traiga

alguno de los troyanos?” Il. II, 225-30.

87

87

por la diosa Atenea lo arroja a la playa. A pesar de su apariencia Ulises persuade con sus

palabras a la princesa y la convence de que lo lleve con su padre, el rey de los feacios63

.

Una vez en la corte de los feacios Ulises no teme hablar y narrar sus desventuras justo

después de que de Demodóco, el más talentoso de los aedos entre los feacios64

. Cuando

Ulises relata sus aventuras a los feacios, éstas adquieren la realidad propia de todo aquello

que aparece en público. Ulises observa la reacción de los feacios, el interés y entusiasmo

que poco a poco se apodera de ellos y corrobora así que lo ocurrido en Troya es una historia

digna de contarse y de recordarse.65

Aunque Ulises ha envejecido y no es el mismo que

cuando luchó frente a las murallas de Troya, su fama y su gloria han aumentado. La historia

de Ulises ha adquirido una vida independiente de la vida biológica de Ulises; las historias

de sus hazañas son inmortales. Si Aquiles es el paradigma del héroe que entrega al

narrador, al aedo, su historia resumida en una última y portentosa acción, Ulises representa

el modelo de héroe que vive para ver el inicio de su gloria inmortal.

En la figura de Ulises se da también la unión de la acción y el discurso como dos formas de

lo que podríamos llamar la acción política en sentido amplio. Arendt piensa que esta unión

de las dos formas de la acción política no permaneció en nuestra tradición política: acción y

discurso se distanciaron primero en al vida de la polis griega y luego, de modo más radical,

en la filosofía política griega. La separación de la acción y el discurso privilegió al discurso

sobre la acción como la actividad más propia de la política. Según Arendt, ya en Aristóteles

se encuentra la equiparación del político con el retórico. ¿A qué se refiere Arendt con esto?

63

Cfr. Od. VI, 148. 64

Cfr. Od. IX-XII. 65

Cfr. Od. XI, 330-380.

88

88

Sabemos que en la Atenas clásica de Platón y Aristóteles era usual que un estratega (un

experto en el arte de la guerra) y un retórico (un experto en el arte de la persuasión)

conformaran un equipo para influir a la asamblea de los ciudadanos y convencerlos de

seguir las iniciativas por ellos planteadas. El estratega determinaría la dimensión de la

“acción en sentido estricto” y el retórico la dimensión del discurso. Ambas dimensiones

serían aspectos de la “acción política” y su separación apuntaría a la disparidad entre quien

sabe qué es lo que hay que hacer políticamente y quien sabe cómo convencer al público de

la conveniencia de hacer aquello que propone el estratega. Encontramos ecos de esta

división original en la separación contemporánea entre “public management” (acción en

sentido estricto) y “marketing político” (discurso). Una separación preocupante si

consideramos que quienes ejercen acciones de gobierno (“public management”) son

incapaces de argumentar a favor de estas acciones en el ámbito público; y quienes se

encargan del marketing político no tienen idea de qué significa ejercer acciones de

gobierno. La mayoría de las agencias de marketing político pueden lo mismo promover

políticas públicas que el uso de cierto champú; son igualmente ignorantes respecto a la

política que respecto al cabello.

Otra causa de la separación entre acción y discurso es la pérdida de confianza en el poder

de las palabras para explicar la realidad. La influencia de la ciencia moderna a partir de

Galileo ha provocado la creencia de que la realidad sólo puede ser explicada a través de las

ciencias naturales apoyadas en la matemática, en primer lugar la física, pero también la

química y la biología. Para Arendt, el mundo de las relaciones humanas es una experiencia

vital que no se puede traducir en el lenguaje de la ciencia natural. La ciencia moderna nació

con la pretensión de objetividad absoluta, pero su desarrollo la arrastró paulatinamente a

89

89

una sospecha radical de que nuestros sentidos nos engañan. Sospecha formulada por

Galileo y Descartes. Y de que todo aquello que nos parece real, incluido el mundo de las

relaciones humanas, no es más que un engaño de nuestros sentidos y una consecuencia de

nuestra ignorancia. La ciencia moderna suplantó la noción de una realidad construida a

partir de la percepción común de muchas personas, es decir, una realidad intersubjetiva

como la del mundo humano, por una realidad objetiva y “empírica”, que sólo puede

conocerse a través de la medición y la experimentación, y que no permite la vinculación

intersubjetiva de los seres humanos, pues desacredita como real todo tipo de subjetividad.

El discurso personal con que cada ser humano describe la realidad (tanto la naturaleza

como el mundo humano) es incapaz de alcanzar la precisión y certeza demandada por la

ciencia. En el presente, la visión personal que cada ser humano tiene de la realidad es

importante únicamente en la medida en que puede ser homogeneizada con otras visiones de

otros seres humanos y mesurada a través de las estadísticas.

El discurso requiere oyentes para existir más allá de quien lo profiere. Un discurso no

escuchado por nadie más que el hablante es únicamente un pensamiento, pero carece de

realidad política y de trascendencia. El discurso escuchado es una articulación del

pensamiento pero también e igualmente importante es la expresión de este pensamiento a

otros. Los discursos tienden, por tanto, a dar lugar a un ámbito público: un espacio de

aparición de la singularidad humana que se caracteriza por su libertad y por su rechazo a

categorías utilitarias. Si los seres humanos renegamos de nuestra capacidad para explicar lo

real a través de nuestras palabras y sin un lenguaje científico meramente descriptivo, nos

privamos de nuestra capacidad para construir un ámbito público y llevar una vida política,

90

90

pues negamos nuestra capacidad para la intersubjetividad, para el acuerdo y la

comunicación entre visiones personales.

3.4 Néstor la acción y la narración

Néstor, a diferencia de Aquiles, Héctor, Agamenón o Ulises, no aparece en las continuas

referencias de Arendt al mundo homérico. Es posible, sin embargo, descubrir a partir de la

figura de Néstor algunos aspectos claves de la relación entre la acción y el discurso, en

especial respecto al discurso como narración.

Podemos entender narración como “la “configuración” (oral, escrita, visual, etc.)

significativa y coherente de peripecias, eventos, sucesos y actores, en fin, de “acciones y

hechos” que explica una acción: para ser comprendida la acción debe tomar la forma de la

narración”.66

De todas las actividades humanas, afirma Arendt que ninguna es tan fugaz como la acción.

Mientras la labor y la fabricación (el trabajo) generan productos tangibles que existen

independientes de quien los produjo por más o menos tiempo, la acción cuando concluye

desaparece sin dejar nada tangible tras de sí.67

Gracias al trabajo del bardo, el poeta o el

historiador, es decir, del homo faber en su papel de guardián de recuerdos, las acciones son

recordadas a través de objetos como textos, pinturas o melodías, y su recuerdo puede

transmitirse de generación en generación, como es el caso de las acciones de Héctor o de

Aquiles.

El conjunto de acciones conservadas en narraciones forma una red de narraciones que

permanece en el mundo como la expresión tangible de la red de relaciones humanas. Los

66

M. Estrada. Decir cómo fue” (2003) Pág. 37. 67

“El proceso de actuar y de hablar no puede dejar tras de sí ningún resultado ni producto”. HC Pág. 183.

91

91

seres humanos habitamos así no sólo un mundo “amueblado” con los objetos que hemos

fabricado, sino también un mundo inmerso en una trama de historias entrelazadas:

“[…] el actor se halla inserto permanentemente en medio de una trama de relaciones tejida

por una infinidad de historias individuales y colectivas, la cual es constantemente urdida y

reconfigurada a través de nuevos eventos y acciones. Esta trama prexistente y circundante

es el contexto de la acción.”68

Las narraciones nos permiten también encontrar el sentido tanto de las acciones propias

como de las ajenas. Quien narra una acción o una serie de acciones va descubriendo poco a

poco a los oyentes y a él mismo el sentido de tales acciones, como bien muestra el caso de

Néstor en las épicas homéricas.

Néstor es el testigo privilegiado de la guerra de Troya. Él conserva el recuerdo de las

proezas de los héroes y las narra a otros a través de la palabra hablada. Se adivina la

cercanía de Néstor con Ulises, quien también es un gran narrador como muestra su estancia

con los feacios69

.

Néstor es también el más anciano de los héroes aqueos que participaron en la campaña

contra Troya. Su larga vida le ha permitido presenciar hazañas en la guerra de tres

generaciones de hombres. A lo largo de la Ilíada, Néstor narra muchas proezas de los

antepasados para elevar el ánimo de sus compañeros. Sus historias inflaman el afán de

emulación entre los héroes aqueos y prueban a la vez que las grandes hazañas permanecen

en al memoria de los hombres y abren así la puerta a la gloria inmortal.70

68

M. Estrada. Decir cómo fue. (2003) Pág. 205. 69

Néstor aparece como narrador en Il. III y IV; Ulises en Od. IX-XII. 70

Cfr. Il. III, 245.

92

92

En el inicio de la Odisea Telémaco acude a Néstor antes que a cualquier otro héroe para

averiguar el paradero de su padre Ulises. Telémaco era un niño de pecho cuando su padre

abandonó el hogar y se embarcó en pos de la gloria a las playas de Troya. Veinte años

después, las narraciones de Héctor y más tarde las de Agamenón son para Telémaco el

medio para conocer a su padre. Telémaco puede conocer a su padre a través de historias

porque las acciones de una persona constituyen su biografía, compendian quién es esa

persona y la muestran a los demás en su singularidad.

De todos los héroes de la Ilíada Néstor fue el primero en volver a su patria, como si fuera

necesario que estuviera a salvo para con él se conservara el recuerdo de la gran guerra.

Néstor es el ejemplo del modo en que se teje la trama de las narraciones humanas: Néstor

atestigua las hazañas de Ulises y transmite este testimonio a Telémaco, quien a su vez

legará tales historias a las generaciones posteriores.

El proceso narrativo no tiene fin ni continuidad estricta. De la narración se sigue muchas

veces la representación de aquello narrado, pero también las narraciones inspiran a otras

personas a realizar ellos mismos acciones similares que darán lugar a nuevas narraciones.

Cada persona que escucha una narración puede a su vez iniciar una nueva historia a través

de la acción.

No es casual que Néstor y Ulises estén vinculados en numerosos pasajes de los poemas

homéricos, pues comparten la cualidad de decir los más bellos y sensatos discursos en las

asambleas. Ulises simboliza al discurso que explica y da sentido a las acciones en el

momento que ocurren, como vimos en el episodio del cíclope o en el de los feacios. Néstor,

por su parte, introduce los acontecimientos del presente en una perspectiva histórica,

93

93

vincula a los héroes y las hazañas del presente con los héroes y las hazañas del pasado,

rescatando así la continuidad que existe entre el pasado y el presente.

Las narraciones permiten preservar y transmitir el espíritu de un mundo humano común a

muchas generaciones a través del tiempo y del espacio. El mundo común trasciende así la

vida de aquellos que comparten un mismo tiempo y se extiende lo mismo hacia el pasado

que hacia el futuro. De las narraciones de Néstor, de Ulises, Menelao y todos los

sobrevivientes se genera una red de narraciones que conforma la textura de la trama de las

relaciones humanas. En muchos sentidos somos nuestras historias personales y nos

entendemos mejor a nosotros mismos así como nuestro lugar en el mundo cuando

entrelazamos nuestra historia personal a la de nuestros contemporáneos y nuestros

antepasados.

La narración adquiere un papel preponderante para la comprensión de cualquier

acontecimiento humano relevante. Lo mismo la guerra de Troya que la Segunda Guerra

Mundial, si se quiere encontrar el sentido de las acciones que dan lugar a la historia, debe

escucharse a los sobrevivientes de esas acciones y debe hablarse sobre ello.71

Existe una tensión necesaria entre la revelación plena del sentido de la acción y la

intensidad de la narración, es decir, entre Homero que todo lo sabe y todo lo ve en el

presente, y el narrador Néstor que cuenta las historias desde una perspectiva mucho más

limitada pero con la intensidad de quien ha vivido aquello que narra. Esta tensión

71

Así lo entendió Borges en su cuento 991 AD. En el cuento un grupo de guerreros sajones marchan a pelear

contra vikings en una batalla desigual en la que los espera casi seguramente la muerte. Werferrh, el hijo del

líder Aidan es obligado por su padre a abandonar a los otros nueve guerreros para preservar la memoria de la

hazaña a través de al poesía. Cfr. Borges J.L. 991 AD. en La moneda de hierro. Emecé, 1976.

94

94

contribuye a comprender la riqueza de la acción y de su relación con el discurso; ello por

diversas razones:

Primero porque toda narración implica discriminación: el narrador tiene que seleccionar

aquello que le parece importante y que ayuda a comprender la acción y sus consecuencias,

y debe dejar del lado todo lo que le parece superfluo. No podemos hablar por tanto del

punto de vista “objetivo” de Homero y el punto de vista “subjetivo” de Néstor. Ambos son

puntos de vista subjetivos que se complementan y que adquieren validez cuando refieren

las mismas cosas. Además, el hecho de contar con varias perspectivas narrativas de un

mismo acontecimiento no complica entender ese acontecimiento, al contrario, entre más

narraciones tenemos de un acontecimiento más fácil es construir una versión verosímil de

tal acontecimiento que, armonizando y corrigiendo las narraciones entres sí, nos permita

hacernos una idea más cercana a la realidad de qué fue lo que ocurrió. La pluralidad de

perspectivas sobre un mismo acontecimiento enriquece nuestros recuerdos y por ende

nuestro mundo común. Que la narración de Homero sea distinta a la de Néstor nos permite

conservar más aspectos del mundo que se generó entre los hombres que lucharon frente a

las murallas de Troya.

La narración de Homero y la de Néstor no son ajenas una a la otra. Néstor es indispensable

para Homero. Sin la perspectiva de Néstor, Homero perdería una visión sobre los

acontecimientos de Troya que no puede ser sustituida por ningún otro guerrero, puesto que

nadie más cuenta con la experiencia y la sabiduría de Néstor. Por su parte, Néstor necesita

también de un poeta, un homo faber que condense y plasme su versión de los

acontecimientos de Troya en un texto y proteja así la narración de Néstor del olvido. De

esta forma, hemos recibido la Ilíada y la Odisea. Numerosos artesanos guardaron,

95

95

conservaron y tradujeron esa narración porque les pareció extraordinaria e irremplazable,

demasiado valiosa como para permitir que se borrara de la memoria de los hombres.

Saltan a la vista las consecuencias políticas de apostar por la pluralidad de narraciones. Para

entender un acontecimiento trascendente como el de la guerra de Troya, o cualquier otro, es

indispensable rescatar las distintas perspectivas de quienes lo vivieron. Rescatar y

conservar en la memoria los acontecimientos pasados demanda siempre la acción conjunta

de muchos seres humanos, se tenga o no conciencia de ello.

A través de la narración oral, Néstor se vincula con todos aquellos narradores que

transmitieron por generaciones historias en torno a la guerra de Troya. Historias que luego

serían recopiladas, unificadas e interpretadas por Homero. Y las obras de Homero llegarían

a nosotros a través de incontables avatares y con la ayuda de numerosos traductores, poetas,

copistas y narradores. La historia de la transmisión de la Ilíada y la Odisea se ha vuelto así

una historia tan importante como la historia de la guerra de Troya y del regreso de Ulises a

Ítaca. Historias como esta nos vinculan a través de los siglos en la gran trama de las

relaciones humanas que podemos llamar civilización.

La Ilíada y la Odisea son un ejemplo del contexto lingüístico en que transcurre la vida de

los seres humanos. Los dos poemas carecen de un inicio y final precisos, y por ello abren la

puerta a infinitas historias en torno a lo que ocurrió antes y después de los acontecimientos

que se narran. Ambos poemas inician desde una situación que se asume como conocida por

el lector. Son así una muestra del mundo humano en que se introduce cada recién nacido,

un mundo sin límites temporales o espaciales exactos; ni siquiera con una clara división

96

96

entre los vivos y los muertos. Un mundo que no ha iniciado el recién llegado pero en el que

le toca vivir, participar e intentar comprender.

3.5 Agamenón o las dos partes de la acción

En las narraciones homéricas Arendt señala que se utilizan dos verbos y no sólo uno para

referirse a la acción. Donde el español usa el verbo “actuar”, el inglés el verbo “to do” y el

alemán el verbo “tun”, el griego usa el verbo archein (a)/rxein) y el verbo prattein

(pra/ttein). El latín sigue al griego y utiliza agere y gerere respectivamente.

Los dos verbos griegos para la acción, al igual que los dos verbos latinos, apuntan a

aspectos diferentes de la acción: archein es un verbo estrechamente relacionado con el

sustantivo arche (a)rxh/) que significa “principio” o “inicio”, pero también “gobierno” o

“autoridad”. El verbo archein tiene como uno de sus significados más antiguos “ser el

primero”, “el que inicia algo”; y su significado más importante es el de “gobernar”. Algo

similar sucede con el verbo latino agere, que quiere decir “poner algo en movimiento”,

“iniciar o conducir algo”. En contraparte, el verbo griego prattein significa, en su sentido

original, “llevar algo a cabo”, o simplemente “realizar algo”, pero también puede significar

“comportarse” de determinada manera; mientras que el verbo latino gerere significa “llevar

o conseguir algo”, pero también “realizar o conseguir algo”. Es claro que archein y agere

se parecen porque refieren al inicio y a la conducción de algo, a su vez prattein y gerere

refieren a llevar algo a buen término.

Arendt piensa que a través de estos verbos los griegos, y posteriormente los romanos,

entendieron dos dimensiones complementarias de la acción política.

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A través de estos matices de verbos referidos todos a la acción, Arendt propone que toda

acción política relevante está compuesta de dos momentos: En un primer momento un líder

propone a un grupo una nueva iniciativa (archein y agere); en un segundo momento

aquellos que libremente han decidido sumarse a la iniciativa del líder realizan la acción

junto con él, es decir, la llevan a buen término (prattein y gerere). El caso de Agemenón

identifica estas dos dimensiones de la acción:

Agamenón decide emprender una expedición a Troya para rescatar a Helena, la esposa de

su hermano Menelao. Helena había sido raptada por Paris con la ayuda de Afrodita, la diosa

del erotismo. Sin embargo, Agamenón solo es incapaz de realizar una empresa tan

grandiosa como la de llevar la guerra a las murallas de Troya. Por ello, convoca a

numerosos héroes en su ayuda, tales como Ayax, Patroclo, Diomedes, Néstor, Ulises y

muchos otros. Ellos acuden al llamado de Agamenón no porque les interese especialmente

el destino de Helena o ambicionen las riquezas de Troya (todos los héroes son ricos y

llevan una vida regalada y cómoda), más bien la campaña de contra Troya representa para

los héroes de los diversos pueblos aqueos la oportunidad de probarse a sí mismos, a la vez

de probar a sus familiares, a sus conciudadanos y a los demás héroes, tanto del mismo

bando como del bando enemigo, que eran dignos de la gloria inmortal.

Agamenón es en la Ilíada el comandante supremo pero no porque supere en fuerza o

inteligencia al resto de los aqueos. Ulises es más astuto, Néstor es más sensato y Aquiles es

mucho más fuerte. Agamenón es el líder porque fue él quien tomó la iniciativa y persuadió

al resto de los héroes para sumarse a una empresa magnánima nunca antes vista. Los héroes

que aceptaron el llamado de Agamenón no son sus súbditos, ni sus subordinados, y mucho

menos sus empleados. Todos los héroes de la Ilíada son hombres libres y si se ponen a las

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órdenes de alguien es en busca de alcanzar un objetivo común que no pueden conseguir

solos. La empresa de hacer la guerra a los troyanos no podía ser conseguida por ninguno de

los héroes ni por ninguno de los reyes que participaron en el bando aqueo. Por sí solo, cada

uno de los pueblos que se unieron contra Troya era demasiado pequeño y demasiado débil

como para representar un peligro real para Héctor y su ciudad, sólo unidos y actuando todos

en pos de un objetivo común, tenían posibilidades de éxito.

En el funcionar político del presente estos dos momentos de la acción suelen ser

independientes: el líder propone, pero no lleva a cabo, únicamente ordena qué es lo que se

debe hacer; los subordinados tienen que obedecer al líder, no porque estén de acuerdo con

él o con la iniciativa propuesta, sino porque de eso depende su empleo. Ni el líder ni sus

subordinados actúan en sentido pleno. El líder porque únicamente propone una iniciativa,

pero no la realiza, no la pone en práctica; los subordinados porque más que sumarse a una

iniciativa o a un proyecto común, obedecen órdenes.

Del divorcio entre proponer una iniciativa y realizarla se siguen muchos problemas para la

acción política. Por una parte, el líder desconoce las más de las veces las circunstancias y

los obstáculos que dificultan llevar a cabo sus iniciativas, y por eso corre el riesgo de

ordenar proyectos inviables o inútiles; por otra, el líder no tiene necesidad de persuadir y

animar a los otros a seguir sus propuestas, basta con que dé órdenes. Con esto se priva de

la discusión con los subordinados que permitiría mejorar el proyecto y explicar el sentido

de la iniciativa a quienes estarán encargados de realizarla. Los subordinados carecen de la

visión del líder y tienen dificultad las más de las veces para entender el sentido de las

órdenes que reciben. Por eso no asumen la iniciativa como propia y la ven como una

imposición arbitraria.

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99

Hasta aquí la exposición sobre la acción. Veamos ahora cómo explica Arendt el

surgimiento del ámbito público.

Referencias utilizadas para la elaboración de este apartado:

HC Págs.: 25-26, 31, 36, 39, 41-43, 48-49, 76, 136, 178, 186, 189, 198, 205, 207-208, 229, 261,

265, 269, 272, 286, 313, 321.

WP Págs.: 155-156, 204.

OR Pág: 173.

BPF Pág.: 5.

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V. El origen del ámbito público y la esfera política

Hablando nos compartimos la palabra y el mundo

y exiliamos a la violencia muda del ágora civilizada.

Marco Estrada Saavedra

1. El origen del mundo común

Hay en las épicas de Homero elementos centrales de la política, pero no existe todavía la

política de instituciones y leyes como la conocemos. Entre los héroes prevalece una cierta

igualdad y también la disposición de resolver los conflictos derivados de la convivencia por

medio del diálogo y tratando de evitar la violencia. Pero esta igualdad es sobre todo una

igualdad de facto, surgida de la acción conjunta dirigida a un objetivo común, y no es una

igualdad pactada y refrendada por alguna ley. Por eso Agamenón puede humillar a Aquiles

públicamente y arrebatarle de modo arbitrario la doncella que, según lo acordado,

correspondía a Aquiles como parte de su botín. La acción de Agamenón es despótica, sin

embargo, Aquiles no cuenta con una vía institucional para resolver el conflicto y defenderse

del abuso de poder.

Por ello Aquiles decide desenvainar su espada y luchar contra Agamenón; la diosa Atenea

tiene que detenerlo y persuadirlo de no luchar y limitarse a ofender verbalmente a

Agamenón. El episodio tiene lugar durante la asamblea, la reunión de todos los héroes

donde se discutían y tomaban las decisiones más importantes referentes a la estrategia de

guerra y la organización de la vida común de los guerreros. La reacción violenta de Aquiles

prueba que la violencia formaba parte del ámbito público y se le consideraba un medio tan

eficaz para resolver conflictos como el diálogo. Además, las alianzas que han formado los

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héroes para unirse en la guerra contra Troya no han sido plasmadas en contratos o códigos

legales que garanticen el contenido de las alianzas y su permanencia. Por eso Aquiles, tras

haber sido humillado por Agamenón, no tiene empacho en declarar que se vuelve a su isla

Ftía y abandona la campaña de Troya, a pesar de que antes se había comprometido a tomar

la ciudad o morir. Tampoco aparecen en el mundo homérico instituciones estables que

velen por la libertad de los ciudadanos y hagan valer sus derechos.

En este capítulo revisaremos la interpretación que Arendt hace de la guerra de Troya en su

ensayo incompleto Was ist Politik?. Veremos cómo surgen, según Arendt, distintos ámbitos

públicos, distintos espacios para la acción política. Nos ocuparemos especialmente del

surgimiento de la polis griega y de la república romana y de su relación con las épicas de

Homero. Abordaremos también los intentos de griegos y romanos para dotar de estabilidad

su ámbito público a través de la construcción de una esfera política formal e institucional.

Un ámbito público surge cuando un grupo de seres humanos se reúne para actuar y hablar

en libertad. La guerra de Troya representó el surgimiento de un ámbito público entre los

bandos enemigos porque durante los años que duraron los combates aqueos y troyanos

tuvieron oportunidad de conocerse unos a otros, de conversar y negociar. La astucia de

Ulises era conocida también entre los troyanos, y ningún aqueo dudaba de la habilidad

guerrera de Héctor ni de su valor.

El ámbito público que aqueos y troyanos generaron juntos desapareció cuando, vencidos

los troyanos, la violencia y dominación de los aqueos tomaron el lugar del respeto anterior

y las negociaciones. Los héroes troyanos fueron pasados a cuchillo, la ciudad fue saqueada

y luego incendiada, y sus mujeres y niños fueron vendidos como esclavos. Del encuentro

102

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entre ambos bandos se preservaron, sin embargo, numerosas historias que serían después

unificadas, articuladas y embellecidas por Homero. El rescate y embellecimiento que

Homero hizo de la guerra de Troya se convirtió en la narración épica modelo y determinó

las categorías políticas fundamentales tanto de griegos como romanos y, por ende, nuestras

categorías políticas.

El carácter abierto y plural de las narraciones homéricas, manifiesto en el afán de narrar la

lucha a través de los ojos troyanos y aqueos muestra una verdad política fundamental, a

saber, el hecho de que los asuntos humanos se entienden de modo diferente por diferentes

personas. Homero no elimina las visiones distintas de los protagonistas de Troya, héroes y

dioses, más bien las conjunta para ofrecernos una versión más completa de lo ocurrido, una

versión que no excluya ni imponga puntos de vista.

La imparcialidad de Homero es definitoria entonces para nuestra comprensión de la

política. A partir de Homero se establece la convicción de que la realidad política se conoce

de modo plural. La política versa sobre los asuntos públicos, sobre aquello que nos

concierne y nos preocupa a todos. Y estos asuntos públicos aparecen y se pueden ponderar

de modo más completo cuando se logra dar oído y espacio a las diferentes perspectivas de

las diferentes personas que están interesadas en un asunto público. De la concurrencia de

visiones individuales puede surgir una visión común mucho más profunda y exacta en su

comprensión del tema a tratar que cualquier visión individual.

Homero, en su afán de conservar y renovar ― conservar la historia de lo acaecido en

Troya, pero a la vez renovarla con el embellecimiento y la recopilación de diversos puntos

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de vista ―, descubre la pluralidad como la condición esencial de lo público y con ello

preludia la aparición de la política.

La influencia de Homero se dejó sentir en las esferas políticas que construyeron los

“pueblos gemelos” de Grecia y Roma. Estas esferas políticas son la institución de la polis y

la institución de la república. Vale la pena revisar brevemente las principales características

de ambas instituciones.

1.1 La polis griega y la institucionalización de la libertad

La polis griega aspira en primer lugar a garantizar la permanencia de un ámbito púbico que

permita la pluralidad. Intenta asegurar un espacio donde puedan aparecer y coexistir

diversas opiniones sobre un mismo asunto. El ámbito público que crea la polis tiene su

corazón en el ágora, la plaza publica. El ágora es el lugar de reunión para los hombres

libres, es el espacio del disenso, la negociación, la persuasión y el acuerdo sobre temas de

interés común. El ánimo central de quienes acuden al ágora es hablar entre ellos para

decidir juntos los asuntos de la ciudad.

En el ágora los ciudadanos aprenden a analizar la misma problemática desde distintas

perspectivas y con ello fomentan la actitud política fundamental de pluralidad:

“No es decisivo que uno pueda dar vuelta a los argumentos y poner afirmaciones al revés,

sino que uno adquiera la facultad de ver las cosas desde distintas perspectivas y, esto

significa políticamente, que con ello uno ha entendido las numerosas posiciones en el

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mundo real a partir de las cuales uno puede contemplar el mismo asunto, y a partir de las

cuales un mismo asunto, a pesar de su identidad, muestra los aspectos más variados”.72

La capacidad de ponderar asuntos comunes desde una posición ajena a la propia tiene como

germen la imparcialidad homérica. Mirar el mismo asunto desde la posición de los otros es

un tipo de libertad, pues representa la emancipación de nuestros condicionamientos

individuales, de las circunstancias y prestigios que encierran la visión de cada ser humano.

El ciudadano en la polis es libre de moverse más allá de la espontánea perspectiva personal

derivada de su posición en el mundo.

El ciudadano de la polis disfruta la libertad de estar con los otros en el ámbito público

abierto para el diálogo y la persuasión, sin ataduras físicas ni espirituales. Esta libertad del

ciudadano de moverse en distintas posiciones del mundo común es la esencia de la política

y era la más preminente de las libertades para los griegos:

“Entender y tener claridad respecto a las circunstancias políticas no significa otra cosa que

conseguir y tener presente el panorama más amplio posible de las posiciones y

perspectivas, desde los cuales las circunstancias son vistas y a partir de las cuales pueden

ser juzgadas.”73

Esta capacidad de tener presente y tomar en cuenta otros puntos de vista se adquiere a

través de la educación y con esfuerzo, no es una capacidad natural al ser humano, ni

tampoco es una capacidad que se tenga en un momento y no pueda perderse después. El

ciudadano de la polis debe ejercitarse de continuo para aprender a comprender cómo

piensan los otros, para ver el mundo común desde sus perspectivas y así entender sus

72

WP Pág. 96 73

WP. Pág. 97

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opiniones y poder dialogar con ellos y alcanzar acuerdos. Se requiere de la pluralidad

propia del ágora para que los ciudadanos adquieran la capacidad política de pensar desde el

lugar del otro.

La polis pretende garantizar el espacio de libertad del ágora:

“La libertad para el pensamiento griego estaba por tanto enraizada, atada a un lugar y

limitada en un espacio. Y las fronteras del espacio de libertad correspondían con los muros

de la ciudad, de la polis, o para decirlo con exactitud, del ágora delimitada por la polis.”74

Los griegos sabían que la libertad pública del ágora es frágil, que se gana a través de un

continuo esfuerzo común de todos los ciudadanos por preservar la posibilidad del disenso,

de la polémica, la crítica, el duelo de palabras y el desafío a las posiciones contrarias.

Fuera del ágora, en las relaciones que no eran entre ciudadanos, no prevalecía siempre la

libertad. Más bien era la muda violencia la que determinaba las relaciones humanas, lo

mismo en el trato con los extranjeros, que con los esclavos e incluso con la propia familia.

Para salvaguardar la libertad el ágora de la polis tiene a la vez que permitir la competencia

propia del espíritu agonal y mantener a raya la violencia. El ágora no puede ser el espacio

de duelos a muerte, como el de Aquiles y Héctor, aun si tales duelos permiten a los

participantes mostrar su carácter y sus habilidades a través de la lucha. Los griegos

separaron las competencias deportivas de la guerra porque descubrieron que la guerra no

deja espacio para la acción, pues siempre acaba por imponerse la violencia, incluso en la

relación con aquellos que pertenecen al mismo bando: Para cumplir objetivos militares la

organización óptima es que uno mande y otros ejecuten sus órdenes. Esta relación de

74

WP Pág. 99

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dominación entre quien manda y quienes obedecen impide la igualdad indispensable para la

discusión y el debate del ámbito público. Por eso en la polis se instituyeron las

competencias deportivas como espacio para la lucha física y se reservó la polis como lugar

de la lucha de argumentos y de la persuasión. Tanto en las competencias deportivas como

en el ágora se excluyó a la muerte violenta. Quienes competían en el debate o en el deporte,

ya fracasaran o vencieran, siempre podían competir de nuevo, y continuar en el esfuerzo

por destacar y alcanzar la gloria inmortal.

La participación en el ámbito público y la acción política son para Arendt el camino para

trascender la propia existencia y alcanzar la gloria inmortal. Formados en el espíritu

homérico, los griegos añoraban emular las grandes acciones del pasado y dotar a su nombre

de gloria inmortal. Los griegos aprendieron a través de Homero que las grandes empresas

son difíciles de suscitar, por eso construyeron la polis con la esperanza de forzar al destino

a entregarles oportunidades de gloria:

“Esta reunión homérica de héroes, que se daba sólo muy de vez en cuando fue entonces

desnudada de su carácter de aventura. La polis se mantiene estrechamente vinculada al

ágora homérica, pero este lugar de reunión es permanente. No es el lugar de un ejército que

tras el trabajo realizado se dispersa de nuevo y debe esperar cientos de años hasta encontrar

un poeta que le conceda aquello que a causa de sus grandes acciones y palabras podía

reclamar a dioses y hombres por igual: la gloria inmortal.”75

Gracias a su permanencia, la institución de la polis garantiza que las acciones en ella

realizadas sean recordadas por los ciudadanos de las generaciones venideras.

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Antes de pasar al análisis de la república romana hace falta considerar una última

característica de la polis: la separación entre el ámbito público y el ámbito privado. El

ámbito público centrado en el ágora y en la participación en la asamblea está abierto

únicamente a los ciudadanos y es, como hemos visto, un espacio para la libertad. Por

contraparte el ámbito privado, doméstico, es el ámbito de la necesidad.

Quienes habitan en el ámbito privado, las mujeres, los niños y los esclavos viven al margen

del ágora y del ámbito público. Las relaciones del ámbito privado no admiten el diálogo ni

la pluralidad, porque todas las decisiones son tomadas por el jefe de familia. En la familia

no existe la posibilidad del disenso ni de la discusión. La vida en el ámbito doméstico es

poco humana porque está privada de la realidad que se sigue de ser reconocido por los otros

como único y de vivir dentro de un ámbito público que admite muchos puntos de vista. Sin

embargo, es indispensable la buena organización para la resolución de las necesidades

básicas de alimentación, descanso y aseo. Un héroe no puede participar en los asuntos

comunes de la polis si no tiene primero un lugar donde pueda satisfacer sus necesidades

corporales.

Para Arendt, el ámbito público requiere del ámbito privado, el ágora necesita del ámbito

doméstico, puesto que de otro modo la preocupación por resolver las necesidades

materiales urgentes invadiría el ámbito público y haría imposible cualquier tipo de

discusión que no fuera orientada a resolver la necesidad.

1.2 Roma y el mundo abierto

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A través de la obra épica del poeta Virgilio llamada Eneida, los romanos, al igual que los

griegos, eligen como acontecimiento fundacional de su mundo la guerra de Troya. Actitud

extraña si consideramos las inconsecuencias históricas que presenta, pero coherente con la

disposición que mostrarían los romanos para asimilar hábitos, usos, costumbres e incluso

dioses de los pueblos conquistados.

A diferencia de los griegos, los romanos no se ven como herederos de los aqueos

victoriosos, sino más bien se asumen como descendientes de los derrotados troyanos. Para

los romanos la dignidad y magnanimidad de los troyanos no disminuyen por el hecho de

haber resultado perdedores. La terrible derrota de los troyanos es para los romanos la

oportunidad de iniciar una nueva historia. De esta forma, la fundación de Roma es a la vez

el rescate de un glorioso pasado. Aunque el mundo común troyano había desaparecido, algo

de él se preservó en las épicas de Homero y esto bastó para que los romanos lo tomaran

como inspiración para una nueva civilización.

Durante la “refundación” de Troya los romanos tienen la oportunidad de alterar la historia

pasada. En la Eneida aparece un nuevo Aquiles y un nuevo Héctor. Pero esta vez Eneas, el

nuevo Héctor, derrotará a Turnus, el nuevo Aquiles. De acuerdo con la Eneida, Eneas es el

hermano menor de Héctor, que logró escapar a la ruina de Troya. Comparte con Héctor el

amor al hogar, a esa unidad que para los romanos está formada por la familia y la tierra. Y

comparte también la convicción de que la gloria inmortal se transmite más a través del

recuerdo de los descendientes que del recuerdo de la polis:

“Y así como Héctor ya en la descripción homérica claramente no sitúa la gloria por encima

de todo, sino que »como protector de los altares de su hogar cae luchando«, así tampoco

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puede el pensamiento sobre la gran fama de tan grandes gestas separar a Eneas de Dido,

porque a él »no le parece que la alabanza propia justifique la fatiga y los tormentos «. Sólo

puedo separarlo de Dido el recuerdo del hijo y de los descendientes, la preocupación por la

permanencia de su estirpe y su fama, que para los romanos contenía la garantía de la

inmortalidad.”76

La renovación de los romanos cambia el veredicto final de la guerra entre troyanos y

aqueos pero sin alterar el significado profundo de la versión original. Al vincular la

experiencia de Roma con la de Troya, Arendt da un ejemplo del carácter novedoso de cada

acción, aun cuando se trate de una acción inspirada por otra acción anterior. ¿Quién hubiera

previsto que la derrota de Héctor sería definitoria de la mentalidad romana?

La narración de Virgilio recupera la imparcialidad y la dualidad del poema homérico.

Virgilio al igual que Homero hace justicia a los vencidos al cantar su gloria como el origen

de los romanos.

La asimilación de la narración de Homero y su vinculación con la narración de Virgilio es

un ejemplo del espíritu abierto romano, de su disposición permanente a asimilar lo nuevo

sin importar su origen. Los romanos rescatan el espíritu homérico porque no ven en la

guerra el momento final de la relación de dos pueblos. Substituyen la destrucción del

pueblo enemigo por su asimilación como aliado a través de alianzas y contratos. La guerra

es para ellos el inicio de una relación política fundada en última instancia en el poder de la

promesa.

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La actitud de los romanos frente a los pueblos por ellos derrotados es similar a la

disposición de Homero de conservar en palabras tanto el mundo de los vencidos como el de

los vencedores. Quizá a los romanos, como a Homero, los anima la convicción de que

también los enemigos generan entre ellos un mundo digno de ser recordado. Los romanos

parecen seguros de que sus enemigos también tienen algo de único e insustituible, y como

tal su mundo debe preservarse y asimilarse al mundo romano cuando cesen las hostilidades.

Así como el poeta y el historiador al escribir la historia de algún suceso inician algo nuevo,

políticamente los romanos iniciaban algo nuevo a partir del encuentro con los enemigos y

los contratos posteriores. Si por la narración el poeta rescata mundos pasados, los romanos

a través de sus contratos y alianzas con otros pueblos rescatan y preservan el mundo de

estos pueblos.

Los romanos como herederos de Troya llevaron la política a Italia y después a todos sus

territorios conquistados, mucho más allá de los límites establecidos por las ciudades

griegas. Para los griegos, la política existía entre los ciudadanos de la misma polis. En

cambio los romanos, gracias a su esfera política abierta, a sus instituciones capaces siempre

de establecer nuevas alianzas, amplían el ámbito público hasta abarcar a los pueblos otrora

enemigos y ahora aliados.

Tanto los griegos como los romanos veían en la guerra el origen de la esfera política. Pero

los griegos sólo porque gracias a la guerra se aseguraban de su identidad y de su valía. Por

el contrario, para los romanos la guerra era ocasión de conocerse a sí mismos, pero también

de conocer a otros. Tras el final de la guerra los romanos no volvían a las murallas de Roma

a disfrutar de su gloria. Algo nuevo había nacido entre ellos y el pueblo derrotado:

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“Habían obtenido algo nuevo, un nuevo ámbito público, asegurado gracias al tratado a

través del cual los enemigos de ayer se convertían en los aliados de mañana. Dicho

políticamente, el tratado que vincula a dos pueblos hace surgir entre ellos un nuevo mundo

o, más exacto, garantiza la supervivencia de un mundo nuevo, común ahora a ambos, que

surgió cuando se encontraron en la lucha, que generaron en el actuar y padecer de las

mismas cosas.”77

2. El origen de la esfera política: nomos y lex

Las esferas políticas de los griegos y romanos, el ámbito de su política institucional, se

fundaba respectivamente sobre sus nociones de nomos y de lex.

Nomos es la palabra griega para designar la ley, pero también las costumbres. Es una

palabra emparentada con el sustantivo nomisma que significa a su vez “moneda” y

costumbre y con el verbo nomisein que significa que algo “se acepta como costumbre o

ley” y en general “sostener o creer” algo. La ley es para los griegos una disposición

“sostenida” por los ciudadanos. Su valor le viene de la confianza que los ciudadanos tengan

en ella, como sucede también con el valor de la moneda. Entre esta noción de nomos y la

noción de lex señala Arendt muchas diferencias.

La primera diferencia radica en su origen. La formulación de la constitución de una ciudad

en Grecia era confiada en muchas ocasiones a un sabio, un experto capaz de pensar un

conjunto de nomoi (plural de nomos) para normar la vida de una ciudad. Los ciudadanos

confiaban la formulación de una constitución a un sabio a la manera como confiaban la

construcción de los muros de una ciudad a un arquitecto. La constitución a través de

77

WP Pág. 108-109

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diversos nomoi establecía los límites de la polis y en especial delimitaba el ágora como el

escenario para para la acción política. Así como los muros de la ciudad definían los

contornos territoriales de la polis, los nomoi definían los contornos de la acción. La ley

creaba un espacio para que los ciudadanos actuaran en libertad:

“la ley es la frontera amurallada, levantada y producida por un hombre dentro de la cual se

encuentra el ámbito de lo propiamente política, en el cual los muchos [los ciudadanos

comunes] se pueden mover con libertad”.78

Este espacio situaba a la política como una actividad exclusiva del interior de la polis. La

relación de una polis con otras poleis y con los bárbaros no se consideraba una relación

política y por eso muchas veces se privilegiaba en estas relaciones a la violencia por encima

del diálogo y la negociación.

De acuerdo con las costumbres griegas, el legislador que formulaba la constitución de cada

polis no requería ser ciudadano. Por ello Arendt piensa que para los griegos la redacción de

una constitución es una actividad pre-política propia más de una especie de “artesano”

legislativo que de un político: “La ley fabrica el espacio político y conlleva, por lo tanto, lo

violento y violentador propio de todo fabricar”.79

Formular una constitución es fabricar un

instrumento que, como todo instrumento, es un medio para un fin superior, en este caso el

fin es dar estabilidad al ámbito público a través de las leyes constitutivas de una esfera

política.

Los romanos, en contraste, consideraban la legislación como la acción política por

excelencia. La legislación consiste en el proceso de argumentar y contra-argumentar entre

78

WP. Pág. 111 79

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ciudadanos. Para los romanos no hace falta construir el espacio político a través de una

constitución para que pueda haber acciones políticas, el espacio político romano se

establece y adquiere permanencia en el momento mismo en que los contratantes “atan sus

acciones” a las disposiciones contenidas en los contratos.

Las leyes fundamentales de Roma, las doce tablas, son un acuerdo entre dos partidos

opuestos: patricios y plebeyos. El contrato surge de la voluntad de ambos partidos de seguir

viviendo juntos. Implica como tal la disposición de ambos para evitar que los conflictos

surgidos de la convivencia deriven en la violencia y destruyan el ámbito público. La lex

como acuerdo entre plebeyos y patricios no busca eliminar la diferencia entre ambos

partidos, más bien las acentúa y con ello permite la convivencia pacífica sin anular la

pluralidad.

Del acuerdo inicial de los romanos nace la convicción expresada por Virgilio en la Eneida80

de que la ley no aparece hasta que hay un contrato entre aquellos que son diferentes: “La

ley surge ahí en primer lugar, porque es necesario hacer un contrato entre los oriundos y los

recién llegados”. 81

El contrato entre patricios y plebeyos que dio origen a roma es también la experiencia que

motivo a los romanos a incluir a todo pueblo conquistado bajo su ley. Con esta actitud los

romanos reviven una y otra vez la experiencia política de su fundación. Para ellos el

contrato entre contarios es el origen del ámbito público. Los romanos participaron a

muchos otros pueblos de su experiencia política a través de establecer alianzas y contratos

con ellos: “La »res publica«, el asunto público, que de este contrato surge y que se

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VII, 203-4 81

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convierte en la república romana, se localizaba en el espacio entre los otrora partidos

enemigos. La ley es entonces en este caso algo que funda de nuevo las relaciones entre los

seres humanos”.82

Para los griegos, al contrario de los romanos, la ley no surge de los acuerdos entre

ciudadanos de partidos contrarios; más bien los ciudadanos surgen de la ley. La ley es

necesaria para que exista el ciudadano, tal y como el padre es necesario para que exista el

hijo. Los ciudadanos griegos se encuentran así en una relación paradójica. Gracias a la ley

son libres, pero también se relacionan con la ley como el esclavo se relaciona con su amo:

“Puesto que esta relación de obediencia a la ley no tiene ninguna terminación natural, como

sucede con la relación con el padre, puede entonces la ley ser comparada con la relación

entre el amo y el esclavo, de tal modo que el ciudadano libre de la polis es frente a ley, es

decir, frente a las fronteras dentro de las cuales es libre y donde yacía el espacio de la

libertad, un »hijo y esclavo« para toda la vida”.83

Esta paradoja que señala Arendt apunta sin querer a una tensión de gran importancia en el

pensamiento de Arendt, aquella que existe entre naturaleza, libertad y violencia: La ley

como producto de una fabricación conlleva un elemento de violencia y se opone a lo que

naturalmente es. La ley saca a los seres humanos de su estado natural y los lleva a vivir en

una polis, donde puede existir un ámbito público. La polis no surge de modo espontáneo,

necesita la ley para existir. Si el ámbito público requiere de la polis y de la ley para existir,

entonces parece que para establecer un ámbito público a través de la política hace falta

previamente hacer uso de la violencia. ¿Cómo se concilia el hecho de que se construya con

82

WP Pág. 10 83

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violencia un ámbito que tiene como finalidad excluir la violencia? ¿Incurre Arendt en el

error de que acusa a todas las utopías políticas, a saber, tratar de construir una sociedad

ideal como se construye una casa?

Para intentar salir de esta encrucijada tenemos que distinguir entre la violencia de la

naturaleza sobre el ser humano y la violencia del ser humano sobre la naturaleza. La

violencia de la naturaleza sobre el ser humano se ejerce y hace sentir a partir de las

exigencias fisiológicas de nuestro cuerpo. Exigencias que no son negociables como el

descanso, la higiene y la alimentación. Estas exigencias son inherentes a nuestra condición

animal. Por otra parte la violencia del ser humano sobre la naturaleza se da a través de la

transformación que hacemos de los elementos naturales al arrancarlos de su ciclo vital y

transformarlos en objetos para nuestro uso. Esta violencia del ser humano sobre la

naturaleza corresponde a nuestra condición de fabricantes.

De acuerdo con esta distinción, la fabricación de una esfera política que dote de estabilidad

al ámbito público desde el punto de vista de los seres humanos nos libera de la violencia de

la naturaleza: nos permite asociarnos para preocuparnos por algo más que sobrevivir. Desde

el punto de vista de la naturaleza y desde el punto de vista de nuestra condición animal, la

política ejerce violencia sobre el ser humano, porque lo arranca de su ciclo vital natural de

nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte y lo inserta en un orden que apunta mucho

más allá de este ciclo hacia la trascendencia propia del político que realiza grandes cosas

por su ciudad. El elemento violento de toda legislación consiste en la superación de la

animalidad propia del ser humano. Las leyes de la polis establecen una igualdad entre los

ciudadanos y una desigualdad con respecto a los no ciudadanos que no existe en la

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116

naturaleza. Esta instauración de la igualdad política rompe con las circunstancias naturales

de la especie humana.

Como el ser humano no se reduce a su dimensión animal es capaz de violentar el instinto

que coloca la supervivencia como el mayor bien y así crear un ámbito donde el ánimo sea

buscar la trascendencia a través de la acción política. Los griegos pudieron establecer una

esfera política que diera permanencia al ámbito público una vez que consiguieron obligar a

los esclavos y a las mujeres a ocuparse de las necesidades vitales de los ciudadanos. No

existen, como sabemos, seres humanos que sean esclavos “por naturaleza”; y a las mujeres

tampoco les corresponde por naturaleza dedicarse a satisfacer las necesidades de los

ciudadanos varones.

La ley de la polis fabricada por un legislador establece un estado de cosas, un escenario que

permite la libertad porque circunscribe las necesidades fisiológicas al ámbito privado. Pero

por esa misma razón el nomos, la ley griega, no es capaz de llevar la libertad más allá de la

polis. La coincidencia del nomos con los muros de la ciudad vuelve imposible que se

vincule una polis políticamente con cualquier otro grupo humano fuera de ella.

Reflexionemos por último sobre los límites de la esfera política para griegos y romanos.

Al igual que para los griegos, para los romanos sólo hay relaciones políticas donde hay

esfera política. Pero al contrario de los griegos ellos piensan que las relaciones políticas se

dan sobre todo en el encuentro con otros pueblos y no el ágora de la ciudad. En sus

conquistas militares los romanos sostienen el principio de no aniquilar a nadie: más bien

quieren ampliar el ámbito público a través del contrato. La característica de la esfera

política romana es su apertura, su capacidad para recibir permanentemente más pueblos

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dentro de su ámbito público. Para los griegos, en cambio, la esfera política refería a límites,

a finitud y no a expansión. La esencia de la esfera política era marcar y crear los límites

dentro de los cuales se pudiera dar la acción política. La ley de la polis tiene como misión

justo lo contrario de la ley romana. Busca prevenir la ampliación del ámbito público, no

promoverla. Para los griegos el proyecto de ampliar continuamente el ámbito público era

una consecuencia del terrible vicio de la hybris, el vicio de la desmesura, de aspirar a más

de aquello que le es permitido al ser humano. Llevar la acción política más allá del ágora

significaba atentar contra la seguridad que la polis ofrecía como espacio para la libertad.

Los griegos no veían al nomos como una alianza, un vínculo o una relación, sino como una

frontera para la acción que en sí misma tiende a la desmesura y a la superación de todo

límite. La frontera impuesta por el nomos no debía rebasarse porque sus consecuencias

imponderables causarían que el agente cayera preso de su propia acción. El hecho de que

los ciudadanos griegos recibieran la ley de un legislador distinto de ellos marcaba ciertos

límites a la acción de los ciudadanos que no debían sobrepasar, del mismo modo que la

condición humana tiene ciertos límites que no debemos intentar superar.

Los griegos pensaban que era indispensable la esfera política creada por el nomos para

originar la polis. La polis a su vez era condición para promover y recordar las grandes

acciones de los grandes hombres. Las acciones que podían aspirar a trascender el breve

suspiro de toda vida humana.

Para los romanos la política era algo demasiado grande como para ser encerrada en los

estrechos muros de una polis. Ellos aspiraban a construir una societas romana, una unión

de colaboradores y aliados que compartiera los mismos fines. Querían establecer una

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societas romana que vinculara a todos los pueblos como aliados eternos. La lex que

permitió a los romanos construir alianzas cooperativas los arrastró también ― contrario a

sus deseos y en un ejemplo de las consecuencias impredecibles e incontrolables de la

acción ― a dominar sobre todos los pueblos derrotados. La relación original con los

pueblos vencidos pasó de ser una alianza entre iguales a una relación de dominación del

fuerte sobre el débil, y con ello substituyeron una relación primordialmente política por una

relación de violencia, control y fuerza.

Para Arendt la destrucción de la potencia enemiga de Cartago es el inicio del fin del espíritu

abierto de Roma: Cartago delenda est (“Cartago debe ser aniquilada”), era la máxima que

el general Catón repitió hasta al hartazgo y que logró calar hondo el espíritu de los

ciudadanos romanos y en especial del senado. La aniquilación de Cartago probó que el

ámbito público construido por Roma era incapaz de permanecer en una constante e infinita

ampliación.

Arendt aventura que los romanos destruyeron Cartago porque los cartagineses no

estuvieron dispuestos a participar en el ámbito público romano. Los cartagineses aspiraban

a establecer sus propias alianzas y a convertirse en una nueva Roma, por ello no quisieron

establecer un acuerdo que era iniciativa de Roma y no de ellos. Cartago ejemplifica un

régimen que no quiere aceptar las condiciones de paz que le ofrece una potencia enemiga

para habitar en un mundo común, y por tanto Cartago debe ser eliminada para preservar

ese mundo.

Pero la misma Arendt nos ofrece otra posible lectura de la destrucción de Cartago. La

guerra contra Cartago mostró a los romanos las limitaciones de su política de contratos y

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alianzas cooperativas, es decir, los límites de su esfera política. Con su rebeldía y

obstinación los cartagineses pusieron en evidencia que la alianza con Roma era en realidad

un contrato de subordinación y servidumbre, y que los romanos no estaban dispuestos a

aceptar otro tipo de relación con los pueblos vencidos, aunque una y otra vez dijeran lo

contrario.

Roma fue incapaz de asimilar a Cartago en condiciones de igualdad. Los romanos se

aliaban con cualquier pueblo sin importar su mentalidad, su religión o sus costumbres

siempre y cuando ese pueblo estuviera dispuesto a entrar en una relación velada pero real

de dominación. Su pretendida actitud política consistía en otorgar a todos los vencidos la

misma dignidad, la de vasallos de Roma.

La capacidad ilimitada de los romanos para establecer alianzas se desvió con el tiempo del

espíritu homérico original que fue su inspiración. En sus orígenes las alianzas romanas

fueron la expresión de la disposición romana de salvar y recordar el mundo propio de todos

los pueblos conquistados. Conforme Roma dominó más pueblos el espíritu de preservar y

asimilar en la pluralidad la riqueza de otros pueblos se transformo en un mero afán de

dominación que no conocía límites.

Arendt piensa que la esfera política de los romanos se destruyó por el deseo desmesurado

de establecer alianzas cada vez con más pueblos y por haber degradado a sus aliados a

simples subordinados. La esfera política de la polis por su parte se derrumbó porque el

nomos fue incapaz de contener las acciones desmesuradas de los hombres más ambiciosos,

quienes envenenados por el espíritu agonal quisieron conseguir la gloria inmortal sin

importarles las consecuencias de sus acciones para la polis. Estos hombres ambiciosos

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remplazaron también la relación de igualdad ciudadana establecida por el nomos por una

relación de dominación.

Las esferas políticas de Grecia y Roma fueron incapaces de limitar las consecuencias de la

acción política y de evitar que las acciones de políticos ambiciosos destruyeran a los

ámbitos públicos que les permitieron a estos políticos participar de la vida pública en

primer lugar. Por su desmedido amor a la individualidad, los ciudadanos de las numerosas

poleis griegas no consiguieron unirse en un frente común, primero contra el invasor

macedonio y después contra los romanos. Por su desmedido amor a la expansión, los

romanos extendieron sus dominios más allá de lo humanamente posible.

Tanto la esfera política como la romana llevaban en su estructura el germen de su

destrucción. Arendt muestra las contradicciones insalvables de ambas esferas políticas sin

ofrecer ninguna solución.

3. …a manera de conclusión inconclusa

Para comprender mejor el pensamiento de Arendt es indispensable situar sus principales

categorías dentro de los contextos que les corresponden. Realizar un rastreo y una

cuidadosa reconstrucción de cómo llega Arendt a formular sus conceptos es indispensable

para mesurar el alcance de éstos y aplicarlos no como dogmáticas clasificaciones teóricas

de la realidad sino como categorías flexibles que pueden alterarse y reformularse para

explicar mejor un acontecimiento político determinado. Usar los conceptos de Arendt fuera

de contexto lleva a una taxonomía artificiosa de la realidad política en la que parece que

los fenómenos políticos deben acomodarse a los conceptos y no los conceptos a los

fenómenos. Los conceptos de Arendt separados de sus contextos parecen extravagantes,

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inútiles, radicales, melancólicos y anti-modernos; formulaciones soñadoras de una

pensadora que vivía en un idílico pasado greco-romano y que postula alto tan absurdo como

una política al margen de la economía en la cual no existe una distinción entre gobernantes

y gobernados.

En la segunda parte de este ensayo, presentaré como aplicó Arendt sus categorías para

analizar fenómenos de la segunda mitad del siglo XX, como la guerra de Vietnam, el

conflicto palestino-israelí, el nacimiento de la tecnocracia o la apatía y el hartazgo

generalizado respecto a la política. Veremos que Arendt pertenece por méritos propios a esa

selecta élite de pensadores políticos que son capaces de formular estructuras teóricas

sólidas a la vez de ver cara a cara y de interpretar con agudeza los conflictos políticos de su

tiempo. A esa élite pertenecieron pensadores como Platón y Aristóteles; Cicerón y Agustín;

Tomás Moro, Maquiavelo, Hobbes, Montesquieu y Tocqueville; y en los últimos años

Allan Bloom y Pierre Manent, por mencionar algunos; pensadores que lo mismo podían

escribir un tratado de filosofía política que un ensayo periodístico sobre un tema concreto.

Pensadores que trataron de influir, con mayor o menor fortuna, con mejores o peores

consecuencias, en la política de su tiempo. Pensadores que nunca consideraron a la política

ni una actividad indigna ni mucho menos una pérdida de tiempo. Pensadores, en fin,

conscientes de que la política no es ciertamente ni la última esperanza ni la promesa de

redención del ser humano, pero también sabedores de que en política siempre hay

esperanza.

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