El movimiento de los rehabilitadores de la razón práctica

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EL MOVIMIENTO DE LOS REHABILITADORES DE LA RAZÓN PRÁCTICA La filosofía del siglo XX está siendo objeto de sistematización en estos primeros años del tercer milenio no sólo por la perspectiva histórica que permite el progresivo alejamiento temporal de esos 100 años que han quedado atrás, sino, sobre todo, por el interés de aprovechar lo mejor del legado filosófico de esa historia ya pasada, pero reciente. En ese esfuerzo sistematizador al que están contribuyendo distintos especialistas, no faltan visiones más o menos coincidentes acerca de quiénes constituyen realmente una herencia digna de ser aprovechada, descartando los autores y corrientes que tan sólo merecen un segundo plano o estudios especializados, por intereses particulares. Lo cierto y verdad es que a la hora de concretar un canon sobre lo mejor de la filosofía del siglo XX, 1 las mayores dificultades para realizar esa criba del discernimiento están en la producción filosófica de los autores de la segunda mitad de siglo, o, incluso más, del último tercio. 2 1 Cf. BODEI, R., La filosofía del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 2002. 2 Cf. IZUZQUIZA, I., Caleidoscopios. La filosofía occidental en la segunda mitad del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 2000; D´AGOSTINI, F., Analíticos y continentales. Guía de la filosofía de los últimos treinta años, Cátedra, Madrid, 2000. 1

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EL MOVIMIENTO DE LOS REHABILITADORES

DE LA RAZÓN PRÁCTICA

La filosofía del siglo XX está siendo objeto de

sistematización en estos primeros años del tercer milenio

no sólo por la perspectiva histórica que permite el

progresivo alejamiento temporal de esos 100 años que han

quedado atrás, sino, sobre todo, por el interés de

aprovechar lo mejor del legado filosófico de esa historia

ya pasada, pero reciente.

En ese esfuerzo sistematizador al que están

contribuyendo distintos especialistas, no faltan visiones

más o menos coincidentes acerca de quiénes constituyen

realmente una herencia digna de ser aprovechada,

descartando los autores y corrientes que tan sólo merecen

un segundo plano o estudios especializados, por intereses

particulares. Lo cierto y verdad es que a la hora de

concretar un canon sobre lo mejor de la filosofía del siglo

XX,1 las mayores dificultades para realizar esa criba del

discernimiento están en la producción filosófica de los

autores de la segunda mitad de siglo, o, incluso más, del

último tercio.2

1 Cf. BODEI, R., La filosofía del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid,

2002. 2 Cf. IZUZQUIZA, I., Caleidoscopios. La filosofía occidental en la segunda mitad

del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 2000; D´AGOSTINI, F., Analíticos y

continentales. Guía de la filosofía de los últimos treinta años, Cátedra, Madrid, 2000.

1

Pues bien, en monografías como la de Rüdiger Bubner,3

realizadas al inicio de la década de los ´80, no dejaban de

ocupar, ya por entonces, un lugar destacado los filósofos

alemanes que desde hacía dos décadas, más o menos, habían

llevado a cabo una rehabilitación de la filosofía práctica, con

expresión del título de dos compilaciones, coordinadas por

Manfred Riedel,4 que constituyen un punto de referencia

obligado para quien pretenda abarcar lo mejor de la

producción filosófica en Alemania, durante la década de los

´70.

Desde entonces hasta ahora, la importancia de los

planteamientos expresados por autores tan variados como los

que colaboran en las obras anteriormente aludidas no ha

hecho sino crecer, hasta confirmar la impresión de que se

trata de una de las corrientes filosóficas del último

tercio del siglo XX que ha sabido aunar las aspiraciones de

pensadores pertenecientes a muy diversas tradiciones

filosóficas.5 En opinión de Höffe, uno de los autores que

se estudiará en este capítulo, la polifacética

rehabilitación de la filosofía práctica en Alemania “se

alimenta ante todo de fuentes fenomenológicas y de la

filosofía existencial y trascendental y parte de unos3 BUBNER, R., La filosofía alemana contemporánea, Cátedra, Madrid, 1991,

248-255. 4 RIEDEL, M., (ed.), Rehabilitierung der praktischen Philosophie, Friburgo,

1972 y 1974. La expresión que da título a esta obra fue acuñada por

primera vez por ILTING, K. H., “Hobbes und die praktische Philosophie

der Neuzeit”, Philosophisches Jahrbuch, LXXII (1964), 84-102.5 INNERARITY, D., Dialéctica de la Modernidad, Rialp, Madrid, 1990,

224.

2

principios históricos, pero adquiere pronto peso

sistemático para acabar desembocando en una amplia

corriente de ética aplicada”.6

1. La fase filológica e histórica

Ya la mera denominación, así como la agrupación,

resultan más que opinables, dado el carácter variadísimo de

autores que han colaborado a recuperar o hacer renacer la

importancia de la razón práctica en la filosofía

contemporánea. Se puede afirmar, con Daniel Innerarity,

que, si “desde hace unos cuantos años se observa una

creciente ocupación en filosofía por problemas sociales, de

moral, economía y política”, ello obedece al despertar de

lo que se ha denominado “rehabilitación de la razón

práctica”, que, en su opinión, no es más que “el renovado

interés por abordar desde la perspectiva de la filosofía

práctica la cuestión de la vida buena y justa en el ámbito

personal y social, la pregunta acerca de la corrección del

actuar humano y el orden político justo, para superar así

el estéril monopolio que sobre tales asuntos detentaban las

ciencias empíricas abstractas y la praxis política

irreflexiva”.7

En otras palabras, se podría decir que el resultado

más constatable de la rehabilitación de la razón práctica

ha sido el resurgir de disciplinas filosóficas que estaban

6 HÖFFE, O., Breve historia ilustrada de la Filosofía, Península, Barcelona,

2003, 353.7 INNERARITY, D., op. cit., 224-225.

3

axfisiadas por el angosto planteamiento de la razón

moderna, tales como la filosofía política, la ética misma o

la filosofía del derecho. La moral provisional de Descartes es

una buena muestra de lo que supone haber abandonado el

eudemonismo clásico, de tal manera que si para la tradición

aristotélica la teoría pura era ella misma fin, la forma

suprema de la praxis humana, en Descartes ya ha dejado de

serlo, puesto que la metafísica ya no va a ser la meta,

sino más bien el punto de partida de la ciencia; la meta

será convertir al hombre en maître et posesseur de la nature.8

De tal suerte que, si bien se pueden distinguir entre

los rehabilitadores de la razón práctica una gama de

variedades que cabría simplificar en neoaristotélicos y

kantianos, en ambas direcciones no se busca otra cosa que

reivindicar el reconocimiento del carácter normativo de la

praxis humana, esto es, una fundación racional y una

justificación argumentativa de las normas del actuar

humano.9

Trazar una breve historia del itinerario recorrido en

la filosofía alemana para que en su seno se produjera esa

rehabilitación de la razón práctica, o como él prefiere

denominarla un renacimiento, es lo que ha hecho Franco Volpi8 Cf. SPAEMANN, R., Crítica de las utopías políticas, Eunsa, Pamplona,

1980, 85-109.9 Cf. PACCHIANI, C., (ed.) Filosofia pratica e scienza política, Francisci

Editore, Padova, 1980, 7. Para un análisis de ciertos aspectos

particulares pueden verse las obras de DA RE, A., L´etica tra felicità e dovere.

L´attuale dibattito sulla filosofia pratica, Edizioni Dehoniane, Bologna, 1986 y

CORTELLA, L., Aristotele e la razionalità della prassi. Una analisi del dibatitto sulla filosofia

pratica aristotelica in Germania, Jouvence, Roma, 1987.

4

con bastante acierto;10 lo cual permite contar con un

panorama que, a su vez, cabe enmarcar en referencias más

amplias, tanto históricas como teóricas, acerca de la

filosofía de la acción humana, tal y como ha realizado,

por ejemplo, Urbano Ferrer con detalle.11 Uno y otro me

servirán de guías en esta sucinta presentación de los

autores y contenidos más importantes de esa corriente de

pensamiento, que, indudablemente, ha posibilitado disfrutar

en la actualidad de unas referencias teóricas que van

consolidándose como uno de los mejores frutos de la tan

deseada renovación de la filosofía.12

Curiosamente y de manera, tal vez, paradójica, avanzar

en filosofía no siempre es sinónimo de olvidar o abandonar

las doctrinas de los filósofos anteriores, como lo

demuestra el hecho de que esta rehabilitación del

pensamiento práctico consiste, a grandes líneas, en lo que

puede describirse como una vuelta a Aristóteles y a Kant.

Buen conocedor de uno y de otro es Alejandro Llano, para el

que “la verdadera traza de la razón pública está siendo

recuperada, según una clave humanista, por el ya dilatado

movimiento de rehabilitación de la filosofía práctica, en

cuyo seno se ha registrado una espectacular renovación de

la filosofía política que era difícil de esperar hace unas

décadas”. Y añade, “la comprensión cabal –no distorsionada

10 VOLPI, F., “La rinascita della Filosofia pratica in Germania”

en PACCHIANI, C., op. cit., 11-97.11 FERRER, U., Perspectivas de la acción humana, PPU, Barcelona,

1990,13-30.12 Cf. PUTNAM, H., Cómo renovar la filosofía, Cátedra, Madrid, 1994.

5

ni drásticamente reducida- de la praxis, es decir, de la

acción libre, aparece como un horizonte conceptual adecuado

para superar las insuficiencias doctrinales y las

consecuencias sociales deshumanizadoras de los enfoques

ideológicos y positivistas”.13

Pero, antes de profundizar en esa razón pública

convergente con los mejores frutos de la rehabilitación de

la razón práctica, conviene conocer más detalladamente el

itinerario histórico y teórico que ha posibilitado eso que

Alejandro Llano denomina nuevo horizonte conceptual, idóneo para

superar las aporías en las que se encuentran las sociedades

de inicio del tercer milenio.

En opinión de Franco Volpi, lo primero que conviene

recordar -para entender el renacimiento de la filosofía

práctica en el último tercio del siglo XX en Alemania-, es

justamente cómo la tradición de la filosofía práctica se

remonta a Aristóteles, que en su triple división de los

saberes distingue la filosofía teórica tanto de la práctica

como de la mecánica y las artes.

Concretando el campo de competencia de la filosofía

práctica, Aristóteles distingue la ética -como saber

concerniente al obrar individual-, de la economía -saber

dedicado a la casa en su conjunto- y, finalmente, ambas de

la política -como saber relativo al obrar en la comunidad

política-.

Pues bien, esa tripartición del terreno unitario de la

filosofía práctica se mantuvo hasta Kant, a grandes rasgos,

a lo largo de los sucesivos periodos de la filosofía13 LLANO, A., Humanismo cívico, Ariel, Barcelona, 1999, 63.

6

clásica, medieval y moderna. De este modo, en las

universidades alemanas del siglo XVIII, no es extraño

encontrar testimonios de esa tradición de filosofía

práctica -rehabilitada por primera vez con el

redescubrimiento medieval de Aristóteles-, de la magnitud

del escrito por Christian Wolff con el título Philosophia

practica universalis.

Esa filosofía práctica wolffiana es llamada “universal”

precisamente por ser el fundamento teórico de la ética, la

economía y la política. En opinión de F. Volpi, “ese

tratado de Wolff representa, en efecto, el último esfuerzo

sistemático por estructurar y organizar las disciplinas

prácticas según el modelo aristotélico del saber, aunque de

aristotélico en sentido propio no resta aquí más que el

andamiaje formal exterior y la distribución de la

materia”.14

Reviste especial importancia percibir cómo la tradición

aristotélica de la filosofía práctica es mantenida por la

Modernidad tan sólo como andamiaje formal, porque en realidad

la sustancia del planteamiento aristotélico es insostenible

desde los presupuestos mismos de dicha Modernidad. En otras

palabras: con la identificación entre el saber y la teoría

operada por la Modernidad del planteamiento cartesiano, a la que

inseparablemente va unida la afirmación del método

matemático como garante de universalidad y rigor

científico, la filosofía práctica aristotélica no tenía más

remedio que o admitir su inhabilitación como saber, o14 VOLPI, F., “Rehabilitación de la filosofía práctica y neo-

aristotelismo”, Anuario Filosófico, 1999, (32), 322.

7

sufrir la reconversión a la que el método matemático debía

someterla, con resultados paradigmáticos en la ética de

Spinoza, la política de Hobbes, el derecho de Pufendord y

la economía de Petty.15

Sólo esa situación, sustancialmente anómala, de la

filosofía práctica en el siglo XVIII es la que puede lanzar

a Kant a la aventura de intentar reorientarla, bien es

verdad que no volviendo al planteamiento aristotélico, sino

más bien diseñando un camino propio que no deje a la

filosofía práctica en la inhabilitación a la que había

quedado sometida por los presupuestos de la filosofía

moderna. Así se entiende mejor cómo “lo que se debe

subrayar aquí es que, a través de su consideración

práctico-moral del obrar, Kant pretende restituir a este

saber un carácter de orientación, de suerte que introduce

así un cambio notable respecto de la tendencia predominante

en la época moderna, según la cual se considera el obrar

humano como objeto posible de un saber científico riguroso,

el cual es únicamente constatativo y descriptivo”.16

De esos esfuerzos son deudores los intentos de

rehabilitar la razón práctica por parte de los autores de

la filosofía alemana de la segunda mitad del siglo XX.17

Cabe distinguir, de todas formas, en el lento proceso de

esa rehabilitación dos fases: una fase de carácter

15 Cf. VOLPI, F., op. cit., 325.16 Ib.17 VOLPI, F., “La rinascita della Filosofia pratica in Germania”

en PACCHIANI, C., op. cit., 17.

8

histórico y filológico, junto a otra de carácter teórico y

sistemático.

Por lo que respecta a la fase histórico-filológica hay

que señalar que ésta, a su vez, se produjo en una doble

dirección: bien orientada hacia la filosofía práctica de

Aristóteles, bien hacia la filosofía práctica de Kant.

Ambos esfuerzos están protagonizados por un amplio cuadro

de especialistas, tanto en el terreno de la historia, como

en el de la filología, así como en el campo de la filosofía

política, sobre los que pasaré a decir lo esencial en los

dos siguientes apartados.

a) El redescubrimiento de la filosofía práctica aristotélica

Las obras de los historiadores Otto Brunner18 y Werner

Conze,19 en la década de los ´50, se consideran decisivas

para esa vuelta a la filosofía práctica de Aristóteles que

es perceptible en la década de los ´60 en un autor tan

significativo como Hans Georg Gadamer. Cuatro nombres hay

que añadir a la lista de precursores de ese

redescubrimiento del pensamiento práctico del Estagirita

que manifestó y propició, a la vez, la publicación en 1960

por Gadamer del capítulo décimo de Verdad y método, que18 Cf. BRUNNER, O., Neue Wege der Sozialgeschichte, Vandenhoeck &

Ruprecht, Götingen, 1956; Adeliges Landleben und europäischer Geist, O. Müller,

Salzburg, 1949; Land und Herrschaft. Grundfragen der territorialen

Verfassungsgeschichte Österreichs im Mittelälter, Wissenshaftliche

Buchgesellschaft, Darmstadt, 1965.19 CONZE, W., “Staat und Gesellschaft in der früheren Epoche

Deutschlands”, Historische Zeitschrift, CLXXXVI (1958), 1-34.

9

contiene el apartado titulado La actualidad hermenéutica de

Aristóteles:20 se trata de Leo Strauss, Eric Voegelin, Willhelm

Hennis y Hannah Arendt.

Leo Strauss nació en Alemania el año 1899 en una familia

judía ortodoxa. Natural de Kirchhein, una pequeña población

de Essen, en 1921 se doctoró en filosofía en Hamburgo.

Después continuó sus estudios de postgrado en la

Universidad de Friburgo, en la que enseñaban tanto Husserl

como Heidegger. En 1932 obtuvo una beca y abandonó

Alemania. Tras estancias en París y Cambridge este

estudioso alemán emigraría a los Estados Unidos en 1938,

donde pasó por las universidades de Nueva York (en la New

School for Social Research) y Chicago, adonde se retiró en

1968.21 Leo Strauss produjo obras en la década de los ´50

como la titulada Derecho natural e historia,22 que han influido

antes en los ambientes anglosajones que en el panorama

centroeuropeo. En esa obra Strauss apuesta por una

clarificación de las disciplinas que pertenecieron al

cuerpo clásico de la filosofía práctica, a la vez que

plantea argumentos críticos contra el historicismo, como

uno de los factores fundamentales de la disolución de la

filosofía política. Además de la mirada al planteamiento

clásico aristotélico de la filosofía política, esta obra

20 GADAMER, H-G., Verdad y método, Salamanca, 1977, 383-396.21 Cf. ROIZ, J., “Leo Strauss y la omnipotencia en política” en

MÁIZ, R., (ed.), Teorías políticas contemporáneas, Tirant lo Blanch,

Valencia, 2001, 45.22 STRAUSS, L., Natural rigth and history, The University of Chicago

Press, Chicago, 1953.

10

contiene también una pormenorizada crítica a la distinción

weberiana entre hechos y valores, cuyas implicaciones

sistemáticas fueron desarrolladas en su otra obra de 1960,

titulada What is political philosophy?.23 Con ella Leo Strauss

marca un hito en ese afán de mirar a la filosofía clásica,

tanto platónica como aristotélica, para poder ofrecer una

salida a la crisis del pensamiento político moderno y

contemporáneo. En efecto, en ese periodo clásico la

filosofía política es claramente no un saber teórico, sino

un saber práctico, que sin embargo conserva toda la

potencialidad crítico-normativa que en la Modernidad fue

perdiendo.

Eric Voegelin, igualmente alemán emigrado a

Norteamérica, marca un nuevo hito en sus obras de los años

´50 en esa vuelta a la filosofía práctica de Aristóteles,

en el que ve, frente a Platón, una solución al problema de

las relaciones entre el orden universal de los valores y

las situaciones históricas concretas. En su obra Orden e

historia III: Platón y Aristóteles24 se puede comprobar cómo Voegelin

prefiere la solución aristotélica a la platónica en el

campo de la filosofía política, si bien, en su opinión, la

postura aristotélica corre el riesgo de ser malinterpretada

como si negara el orden universal de los valores por

afirmar excesivamente la autonomía del actuar humano. Con

todo, la preocupación fundamental de Voegelin es superar

el carácter meramente descriptivo de la ciencia política

23 STRAUSS, L., ¿Qué es filosofía política?, Guadarrama, Madrid, 1970.24 VOEGELIN, E., Order and history III: Plato and Aristotle, Baton Rouge,

Lousiana State University Press, 1957.

11

moderna, en el que se ha visto inmersa por influjo del

positivismo. En su obra titulada La nueva ciencia política25 es

manifiesta la crítica de Voegelin a la separación obrada

por Weber entre hechos y valores; para recuperar la

capacidad normativa de la ciencia política es preciso

superar esa dicotomía weberiana y restaurar los principios

que posibilitaron la filosofía práctica clásica.

Si la sintonía de las propuestas de Strauss y Voegelin

es obvia,26 no fue tan rápida la recepción de esa vuelta a

la tradición de la filosofía práctica clásica en los

ambientes académicos centroeuropeos, que tuvieron que

esperar al despuntar de propuestas similares en autores

afincados en la tierra que propiciaría más tarde la

rehabilitación de la filosofía práctica.

Wilhelm Hennis es, tal vez, el autor más influyente en

el ámbito académico germánico y centroeuropeo a través de

su obra Politik und praktische Philosophie,27 publicada en 1963, en

la que explica la distinción que separa la filosofía

práctica aristotélica, con su método tópico-dialéctico, de

la filosofía política moderna fundada por Hobbes, basada en

el método apodíctico-demostrativo. Esa diferencia

metodológica es la que atraviesa la historia del

pensamiento en filosofía política, si bien autores como

25 VOEGELIN, E., The new science of politics, The University of Chicago

press, Chicago, 1952 (ed. orig.).26 Cf. VALLESPÍN, F., “La vuelta a la tradición clásica. Leo

Strauss, E. Voegelin” en VALLESPÍN, F., (ed.) Historia de la teoría política,

vol. 5, Alianza Editorial, Madrid, 1993, 360-379.27 HENNIS, W., Política y filosofía práctica, Sur, Buenos Aires, 1973.

12

Vico o Burke, en opinión de Hennis, aún pueden considerarse

custodios de una tradición, la aristotélica, que él

también considera necesaria para reconstruir nuevamente la

ciencia política. En este trabajo de habilitación, Hennis

explica cómo el criterio metodológico que rige en la

filosofía práctica clásica es el expresado por Aristóteles

en el pasaje de la Ética a Nicómaco que cito a continuación:

“(La política) es la que establece qué ciencias son

necesarias en las ciudades y cuáles ha de aprender cada

uno, y hasta qué punto. Vemos además que las facultades más

estimadas le están subordinadas, como la estrategia, la

economía, la retórica. Y puesto que la política se sirve de

las demás ciencias prácticas y legisla además qué se debe

hacer y de qué cosas hay que apartarse, el fin de ella

comprenderá los de las demás ciencias, de modo que

constituirá el bien del hombre; pues aunque el bien del

individuo y el de la ciudad sean el mismo, es evidente que

será mucho más grande y más perfecto alcanzar y preservar

el de la ciudad; porque, ciertamente, ya es apetecible

procurarlo para uno solo, pero es más hermoso y divino para

un pueblo y para las ciudades. Este es, pues, el objeto de

nuestra investigación, que es una cierta disciplina

política. Nos contentaremos con dilucidar esto en la medida

en que lo permite su materia; porque no se ha de buscar el

rigor (akribes) por igual en todos los razonamientos, como

tampoco en todos los trabajos manuales; la nobleza y la

justicia que la política considera presentan tantas

diferencias y desviaciones, que parecen ser sólo por

13

convención (nomw) y no por naturaleza (fysei). Una

incertidumbre semejante tienen también los bienes, por

haber sobrevenido males a muchos a consecuencia de ellos;

pues algunos han perecido a causa de su riqueza, y otros

por su valor. Por consiguiente, hablando de cosas de esta

índole y con tales puntos de partida, hemos de darnos por

contentos con mostrar la verdad de un modo tosco y

esquemático; hablando sólo de lo que ocurre por lo general

y partiendo de tales datos, basta con llegar a conclusiones

semejantes. Del mismo modo se ha de aceptar cuanto aquí

digamos: porque es propio del hombre instruído buscar la

exactitud (akribes) en cada género de conocimientos en la

medida en que la admita la naturaleza del asunto;

evidentemente, tan absurdo sería aprobar a un matemático

que empleara la persuasión como reclamar demostraciones a

un retórico”.28

Para comprender esa renuncia a la exactitud propia de otros

saberes, como los teóricos, se debe captar la diferencia

del estatuto epistemológico de los saberes prácticos, que

en opinión de Hennis viene configurada por el procedimiento

tópico-dialectico que explica pormenorizadamente el capítulo

sexto de su obra, titulado Tópica y política.29

El contenido de ese capítulo no es sino una respuesta a

la retórica pregunta que el mismo Hennis se formula apenas

avanzada su exposición: “¿Tiene la tópica como método

28 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, I, 2-3, 1094a 27-1094b 27 (Edición

de ARAUJO, M., y MARÍAS, J., Centro de Estudios Políticos y

Constitucionales, Madrid, 1999, 7ª), 2.29 HENNIS, W., op. cit., 111-144.

14

específico en el campo de lo dialéctico una significación

especial para las disciplinas de la filosofía práctica,

como nosotros suponemos?”.30 Sin duda que la respuesta de

Hennis está ya dada de antemano; con todo, conviene saber

que su opción se apoya en la credibilidad que le merecen

estudios como el de John Burnet sobre la ética

aristotélica,31 que sostiene la identificación del

silogismo ético con el silogismo dialéctico.

Tal identificación obedece a una interpretación de la

filosofía práctica aristotélica que ha merecido la crítica

de Helmut Kuhn32, para quien el error en el que incurre

Hennis, movido por las tesis de Burnet, obedece al

desconocimiento del doble significado que tiene el término

probable en Aristóteles. Ese concepto admite un significado

propio dentro de las determinaciones objetivas, en el

interior de un sistema científico, mientras que cabe

utilizarlo como sinónimo de verosimilitud, lo cual conlleva

un desplazamiento semántico al terreno de lo subjetivo,

incompatible como tal con cualquier consideración

científica. Kuhn se apoya en el texto de la Metafísica que

dice: “la Sofística y la Dialéctica, en efecto, giran en

torno al mismo género que la Filosofía; pero ésta difiere

de una por el modo de la fuerza, y de la otra, por la

previa elección de vida; y la Dialéctica es tentativa de

30 HENNIS, W., op. cit., 118.31 BURNET, J., The Ethics of Aristotle, Londres, 1900.32 KUHN, H., “Aristoteles und die Methode der politischen

Wissenschaft” en RIEDEL, M., op. cit., vol. II, 261-290.

15

aquellas cosas de las que la Filosofía es cognoscitiva, y

la Sofística es aparente, pero no real”.33

De esta manera prueba que sostener, como hace Hennis,

que el método tópico-dialéctico es el propio de la

filosofía práctica es negarle a ésta el estatuto de un

saber científico, además de impedir lo que una auténtica

rehabilitación de la filosofía práctica aristotélica debe

significar para la propia filosofía, que no es otra cosa –

en opinión de Kuhn- que la recuperación del propio estatuto

epistemológico de la filosofía como tal, devaluada por los

imprecisos confines de las ciencias sociales. Lo que

finalmente debe alumbrar la rehabilitación de la filosofía

práctica aristotélica es una rehabilitación de la filosofía

en cuanto filosofía.34

Hannah Arendt es una de las autoras que más han

contribuido a preparar la rehabilitación de la filosofía

práctica a través de los pormenorizados análisis de algunas

de sus obras más representativas. Nacida en Hannover, en

1906 y fallecida en Nueva York, en 1975, esta pensadora

política alemana procedía de una familia judía y fue

discípula de Heidegger y Jaspers. En su obra Vita activa, que

en su versión original inglesa llevó por título, en el año

1958, La condición humana,35 preocupada por diferenciar la

esfera pública tanto de la esfera privada como del ámbito

33 ARISTÓTELES, Metafísica, IV, 2, 1004b 23-28 (Edición de GARCÍA

YEBRA, V., Gredos, Madrid, 1987), 160-161.34 Cf. KUHN, H., Ist praktische Philosophie eine Tautologie?” en

RIEDEL, M., vol. I, op. cit., 57-78.35 ARENDT, H., La condición humana, Ariel, Barcelona, 1993.

16

de lo social, realiza un recorrido por los conceptos de

labor, trabajo y acción pública o política, que le sirven

para caracterizar la triple categorización de la acción.

Esa obra se puede considerar ya un claro reclamo de la

tradición clásica, en particular, aristotélica, como algo

necesario para superar las angosturas del pensamiento

marxista y neomarxista, al que ella se enfrentó con un

argumentario básicamente extraído de la filosofía práctica

aristotélica. Ese libro ha influído notablemente en la

cultura filosófica alemana y prueba de ello es la asunción

de algunas de sus tesis por parte de Habermas, que a pesar

de manifestar sus desacuerdos en varios puntos con Hannah

Arendt, muestra su acuerdo esencial con ella en trabajos

como los ensayos titulados Trabajo e interacción36 o Doctrina política

clásica y filosofía social moderna.37

H-G. Gadamer, el padre de la hermenéutica, es el autor que

más va a propiciar la recuperación de la filosofía práctica

con la publicación de su obra Verdad y método, en 1960, en la

que incluye un apartado del capítulo décimo que trata de La

actualidad hermenéutica de Aristóteles.38 Gadamer considera que

Aristóteles es el fundador de la ética como disciplina

autónoma con respecto a la ciencia. “El saber moral tal

como lo describe Aristóteles no es evidentemente un saber

objetivo, esto es, el que sabe no se enfrenta con una

constelación de hechos que él se limitase a constatar, sino

que lo que conoce le afecta inmediatamente. Es algo que él

36 HABERMAS, J., Ciencia y técnica como ideología, Tecnos, Madrid, 1984. 37 HABERMAS, J., Teoría y praxis, Tecnos, Madrid, 1988. 38 GADAMER, H-G., Verdad y método, Salamanca, 1977, 383-396.

17

tiene que hacer. Es claro que éste no es el saber de la

ciencia. En este sentido la delimitación de Aristóteles

entre el saber moral de la phrónesis y el saber teórico de

la episteme es bien sencilla, sobre todo si se tiene en

cuenta que para los griegos la ciencia paradigmática son

las matemáticas, un saber de lo inalterable que reposa

sobre la demostración y que en consecuencia cualquiera

puede aprender”.39

Con todo, la verdadera delimitación del saber moral

que Aristóteles realiza es aquella que lo distingue del

saber técnico. “La delimitación frente al saber técnico es

la más difícil si, como Aristóteles, se toma el “objeto” de

este saber ontológicamente, no como algo general que

siempre es como es, sino como algo individual que también

puede ser de otra manera”.40 Si ambos saberes, el moral y

el técnico, son prácticos, lo que los diferencia es el tipo

de aplicación que realizan de los principios universales a

la particularidad de lo concreto: mientras que la técnica

consiste en la aplicación de una forma exactamente

determinada a un material que la asume de manera más o

menos adecuada, pero nunca perfectamente, en cambio en el

ámbito de la moral la aplicación de leyes y principios

universales al caso particular no sólo no disminuye la

perfección de aquellos, sino que la realiza plenamente.

Poniendo de relieve esa peculiaridad del saber práctico moral,

que caracteriza el planteamiento aristotélico, Gadamer

encuentra vías de salida para el problema de la aplicación39 GADAMER, H-G., op. cit., 385-386.40 GADAMER, H-G., op. cit., 388.

18

en el campo hermenéutico, que es su preocupación

fundamental y directa.

Como señala Agustín Domingo Moratalla, “la relectura

del pensamiento griego le permite a Gadamer recuperar un

“saber” no sometido a la tiranía de lo calculable. En su

polémica con el neokantismo de Marburgo reivindica una

lectura ética de la physis aristotélica. Esta la realiza, en

gran medida, mediante la recuperación del problema

hermenéutico de la aplicación. Ello suponía poner en primer

plano una tensionalidad propia de la experiencia humana que

era preciso retener a toda costa puesto que está presente

en toda ética con pretensiones filosóficas”.41

Desde un enfoque también hermenéutico tiene su interés

la producción filosófica de Paul Ricoeur, particularmente

sus estudios sobre Aristóteles recogidos en un volumen

titulado Le volontaire et l´involontaire, así como en su obra sobre

la semántica de la acción.42

Joachim Ritter realizó una serie de estudios sobre la

tradición aristotélica, desde el ámbito filológico e

historiográfico, que resultan ser otro punto importante de

referencia para esa recuperación de la filosofía práctica

aristotélica que se va gestando a lo largo de la década de

los ´60 en Alemania. En su obra titulada Metafísica y política43

41 DOMINGO, A., El arte de poder no tener razón. La hermenéutica dialógica de H.G.

Gadamer, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 1991, 293.42 RICOEUR, P., Le volontaire et l´involontaire, Montaigne, Aubier, 1963;

El discurso de la acción, Cátedra, Madrid, 1981.43 RITTER, J., Metaphysik und Politik. Studien zu Aristoteles und Hegel,

Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1969.

19

Ritter explica cómo con Wolff se puede dar por concluido el

ciclo histórico de vigencia de la filosofía práctica

aristotélica, que Kant y Hegel llevarán a su disolución

completa, provocando la escisión entre los ámbitos de la

moral y el derecho que caracterizará progresivamente a la

Modernidad ilustrada. En ella la moralidad queda separada

del derecho, con el consiguiente riesgo de verse recluída

cada vez más a la consideración de algo meramente

subjetivo.44

Los estudios de Ritter, que ha creado escuela, han

guiado ensayos más pormenorizados desde el punto de vista

histórico, como el de su discípulo Günter Bien, publicado

el año 1973,45 que pasa por ser uno de los mejores estudios

sistemáticos sobre la filosofía política de Aristóteles. En

él G. Bien polemiza con Reinhart Maurer, autor de otra

monografía46 anterior a la suya, acerca de a quién deba

atribuirse la verdadera fundación de la filosofía política:

si a Platón, o, más bien, a Aristóteles.

G. Bien sostiene que es Aristóteles quien con su

método dialéctico de la obra Tópicos caracteriza por primera

vez y definitivamente el saber práctico de la filosofía

política, no sólo porque a través de ese método se

posibilita el justo equilibrio entre descriptividad y

44 Cfr. RITTER, J., “Zur Grundlegung der praktischen Philosophie

bei Aristoteles” en RIEDEL, M., op. cit., vol. II, 479-500.45 BIEN, G., Die Grundlegung der politischen Philosophie bei Aristóteles, Alber,

Freiburg i. Br.-München, 1973.46 MAURER, R., Platons “Staat” und die Demokratie. Historich-systematische

Überlegungen zur politischen Ethik, de Gruyter, Berlin, 1970.

20

normatividad, sino porque también permite sostener, en

contra del planteamiento kantiano, que lo que los hombres

debemos hacer se puede saber no gracias a lo que los

hombres de hecho hacen, sino a lo que sostienen que debe

hacerse los más cualificados entre ellos.47

Herbert Schweizer,48 Armin Müller49 y Otfried Höffe50

publican en 1971 sus respectivos ensayos, de entre los

cuales tiene especial importancia la monografía de Höffe,

por presentar en ella un desarrollo teórico de la razón

práctica aristotélica, que curiosamente resulta

conciliable, a la vez, con la visión kantiana de la misma.

Höffe sostiene la distinción analítica entre los niveles

moral, ético y metaético del saber práctico. Sus

investigaciones se mueven en el tercer nivel, por cuanto

pretenden indagar el sentido, la estructura y el método de

la filosofía práctica aristotélica. En otra palabras, Höffe

busca una ética filosófica en cuanto ciencia práctica y

eso, a su vez, implica preguntarse dos cosas: cómo es

posible la ética en cuanto filosofía práctica y cómo es

posible la filosofía práctica en cuanto ciencia.

47 Cfr. BIEN, G., “Die menschlichen Meinungen und das Gute”, en

RIEDEL, M., op. cit., vol. I, 345-371.48 SCHWEIZER, H., Zur Logik der Praxis. Die geschichtlichen Implikationem und die

hermeneutische Reichweite der praktischen Philosophie des Aristoteles, Alber, Freiburg

i. Br.-München, 1971.49 MÜLLER, A., Autonome Theorie und Interessedenken. Studien zur Philosophie bei

Platon, Aristoteles, Cicero, Steiner, Wiesbaden, 1971.50 HÖFFE, O., Praktische Philosophie. Das Modell des Aristoteles, Puster,

München-Salzburg, 1971.

21

En opinión de Höffe ambas cuestiones están resueltas

en el planteamiento aristotélico de la filosofía práctica

como ciencia tipológica, que siendo ciencia de lo

particular y concreto, debe limitar el ámbito de su propia

intervención a la individuación de los tipos, los esquemas

y las líneas fundamentales, dejando toda ulterior

determinación a la concreción específica de la situación en

concreto. La bondad de esta interpretación de la filosofía

práctica aristotélica como una ciencia tipológica reside,

para Höffe, en que así se superan las cuatro tendencias

interpretativas fundamentales en las que se divide la ética

aristotélica: la interpretación teoretizante, la

moralizante, la tópica y la estática.

Para la primera de ellas, representada por J. Walter y

E. Frank, el saber práctico y el saber ético serían de

distinta naturaleza. Para la segunda, representada por G.

Teichmüller, R. A. Gauthier, J. Y. Joliv y W. F. R. Hardie,

no hay distinción de naturaleza para ambos saberes, que

tienen en la phrónesis su propia e indivisa facultad. La

interpretación tópica de la filosofía práctica aristotélica

es la que representan autores como A. Grant, J. Burnet, W.

Hennis y G. Bien, para los cuales hay que distinguir el

saber práctico del teórico, delimitando dos métodos: el

apodíctico para el saber teórico y el tópico-dialéctico

para el saber práctico. Finalmente, la interpretación

estática, que representan autores como F. Susemilhl, H.

Jun, J. A. Stewart, O. Gigon y H. H. Joachim, sostiene que

admitir un método tópico-dialéctico para la filosofía

22

práctica implica negarle a ésta el carácter de ciencia,

que el propio Aristóteles le niega a la dialéctica tópica

(cf. Metafísica IV 2, 1004 b 25).

El modelo tipológico que, en opinión de Höffe, se debe

aplicar para interpretar correctamente la filosofía

práctica aristotélica satisface tanto la instancia empírica

como la universal y posibilita conciliar la visión kantiana

con la aristotélica. Efectivamente, su lectura de la Ética

a Nicómaco tiende a interpretar la filosofía práctica

aristotélica en modo tal que resulte conciliable con la

fundamentación trascendental kantiana de la ética.51 Con

todo, a pesar de la postura conciliadora que Höffe propone

entre esas dos tradiciones clásicas de la filosofía

práctica, la aristotélica y la kantiana, su contraposición,

así como la posible falacia de su complementariedad, es uno

de los temas que atraviesan el debate en torno a la

rehabilitación de la razón práctica.

En el estudio y recuperación del pensamiento práctico

aristotélico han tenido un papel destacado el grupo de

autores que suelen conocerse como la tradición aristotélica

anglosajona, formado por autores como Anscombe, Kenny y

Geach. La primera de ellas es autora de un decisivo

artículo sobre el emotivismo moral contemporáneo,52 pero

51 Cf. PACCHIANI, C., (ed.) Filosofia pratica e scienza política, Francisci

Editore, Padova, 1980, 37.52 ANSCOMBE, G. E. M., “Modern moral philosophy”, Philosophy 33

(1958), 1-9, incluído en ANSCOMBE, G. E. M., La filosofía analítica y la

espiritualidad del hombre, Eunsa, Pamplona, 2005, 94-124.

23

sobre todo de un estudio titulado Intención,53 fundamental

para acceder a una comprensión adecuada del uso del

silogismo práctico por el Estagirita. Geach es autor de

varios estudios sobre la ética de Aristóteles y su

trayectoria personal queda bien reflejada en un famoso

estudio de 1958,54 así como en el trabajo sobre las

virtudes publicado en 1977.55 De Anthony Kenny cabe decir

que ha desarrollado una interesante producción sobre

filosofía de la acción aristotélica, bajo el influjo de

Anscombe y Geach, de la que son buena muestra tanto su

tesis en Oxford56, como el tratamiento posterior de la

libertad de la voluntad desarrollado en otra importante

obra.57 En la estela de estos autores se sitúa también la

producción filosófica de A. W. Müller.58

Un tema particular de la ética aristotélica (Libro

VII) que ha sido abundamente tratado por autores

anglosajones actuales es el de la debilidad de la voluntad

(akrasía), de interés para el silogismo práctico, por ser

uno de los obstáculos que le impiden a veces concluir

correctamente.59

53 ANSCOMBE, G. E. M., Intención, Paidós, Barcelona, 1991 (ed.

orig. 1957).54 GEACH, P. T., Mental acts, Routledge, Londres, 1958.55 GEACH, P. T., Las virtudes, Eunsa, Pamplona, 1993.56 KENNY, A., Action, emotion and will, Routledge, Londres, 1963.57 KENNY, A., Will, freedom and power, Blackwell, Oxford, 1975.58 MÜLLER, A. W., Praktisches Folgern und Selbstgestaltung nach Aristoteles,

Karl Alber, Freiburg/München, 1982.59 Cf. FERRER, U., La autoderminación y sus paradojas, Universidad de

Murcia, 1996.

24

b) La recuperación de la filosofía práctica kantiana

Después de haber conocido someramente la lista de

autores que han propiciado el redescubrimiento histórico y

filológico de la filosofía práctica aristotélica en la

segunda mitad del siglo XX, que, a su vez, ha impulsado una

rehabilitación teórica del pensamiento práctico del

Estagirita a partir de los años ´70, de la que dará cuenta

el próximo apartado, conviene conocer también quiénes han

sido los autores que por esas mismas fechas optaron por una

recuperación del planteamiento kantiano de la razón

práctica.

Si a estas alturas parece incuestionable que, desde el

punto de vista histórico, con Kant se consumó la

desaparición de la filosofía práctica aristotélica que dejó

de estar vigente en la filosofía moderna, conviene saber

qué planteamiento operó la mencionada suplantación y qué se

ofreció a cambio. Lógicamente, las raíces están en Kant,

con quien ya polemizó al respecto Christian Garve,60 como

defensor de posturas aristotélicas frente a lo que

consideraba un planteamiento erróneo de la razón práctica

en Kant. Éste le replicó en su escrito de 1793 titulado

Uber den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nicht

für die Praxis,61 sin que Garve quedara convencido, puesto que

60 GARVE, CH., Versuche über verschiedene Gegentände aus der Moral, der

Literatur und dem gesellschaftlichen Leben, Korn, Breslau, 1792-1802.61 KANT, I., Teoría y práctica, (traducción de Pérez López, M. F.),

Tecnos, Madrid, 1986.

25

él, a su vez, volvió a dedicarle a Kant una larga

exposición crítica de su planteamiento, como radicalmente

contrapuesto al aristotélico.62

Ni qué decir tiene que la cadencia de extinción a la

que el planteamiento kantiano había sometido a la filosofía

práctica llegó a su cenit en la Filosofía del derecho hegeliana.

Eso explica que la disputa entre Garve y Kant pudiera

reformularse en los enfrentamientos de las posturas

aristotélicas de Adolf Trendelenburg o Gustav Teichmüller y

el acercamiento kantiano-hegeliano a la filosofía práctica

de Julius Walter. Si para los dos primeros la

interpretación de Walter de la filosofía aristotélica

estaba infectada de kantismo, para este último la primera

fundamentación racional rigurosa de la filosofía práctica

era la de Kant.

Manfred Riedel en una serie de estudios publicados con

el título Metafísica y Metapolítica63 intenta elaborar una

crítica de la razón política, que asuma la desaparición de

la filosofía práctica aristotélica a lo largo de la

filosofía moderna como intrínsecamente conectada a la

disolución de la metafísica. En su opinión el movimiento de

filosofía práctica neo-aristotélica esconde larvadamente

pretensiones restauracionistas de ontología, como los que

él atribuye a los planteamientos de Scheler, Jaspers,

62 Cfr. GARVE, CH., “Darstellung der verschiedenen Moralsysteme

von Aristoteles bis auf Kant”, Die Ethik des Aristoteles, 2 Theile, Korn,

Breslau, 1798-1801.63 RIEDEL, M., Metaphysik und Metapolitik. Studien su Aristoteles und zur

politischen Sprache der neuzeitlichen Philosophie, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1975.

26

Hartmann o Heidegger. En este sentido, Riedel pretende

mostrar justamente cómo ciertos conceptos metafísicos se

presuponen en la concepción de los conceptos políticos

fundamentales; el estudio que afronta la clarificación

lingüística de esos conceptos es el que denomina

metapolítica, sin pretender con ello fundar una nueva

disciplina, sino más bien elaborar la mencionada crítica de

la razón política en la estela del planteamiento kantiano.

En ese sentido Riedel es contundente con los planteamientos

neoaristotélicos de la filosofía práctica: son deudores de

una triple aporía que él denuncia pormenorizadamente.

En primer lugar, Riedel cree que la distinción

aristotélica entre saber teórico y saber práctico conlleva

una minusvaloración de este último, al que se le impide

constituirse como un saber metódicamente cierto. La falta

de ese método habría influido negativamente en toda la

tradición de la filosofía práctica aristotélica, hasta que

Hobbes la equipe de la certeza de la que había estado

despojada desde Aristóteles.

En segundo lugar, el concepto de trabajo ha sido

insuficientemente escrutado por la tradición aristotélica,

que no ha desarrollado la diferencia que media entre la

poíesis y la praxis, lo cual ha impedido que en la tradición

occidental se desarrolle una filosofía poiética hasta Hegel, que

salda la deuda histórica que había en este sentido, tal y

como Riedel ha estudiado pormenorizadamente.64

64 Cf. RIEDEL, M., “Objektiver Geist und praktische Philosophie”

en AA.VV., Studien zu Hegels Rechtsphilosophie, Suhrkamp, Frankfurt A. M.,

1969, 11-42; (Estudios sobre la filosofía del derecho de Hegel, Centro de Estudios

27

Por último, Riedel sostiene que en la filosofía

práctica aristotélica es insuficiente la legitimación del

poder político, dado que Aristóteles presupone la necesidad

de un poder coercitivo para cohesionar a la comunidad

política sin argumentar de ninguna manera el fundamento de

semejante presupuesto. En realidad, sólo el contractualismo

kantiano, con la consiguiente teoría moderna del estado de

derecho constitucional subsana, en opinión de Riedel, lo

que desde Aristóteles estaba sin justificar teóricamente de

un modo adecuado.

En línea con lo iniciado por Riedel se sitúan las

aportaciones del que F. Volpi considera el mayor

rehabilitador del pensamiento político kantiano en el

ámbito alemán: se trata de Ernst Vollrath.65 Si el contexto

de los estudios sobre la filosofía política kantiana de

este autor no es directamente el del renacimiento de la

filosofía práctica, sino que más bien obedecen a la hondura

con que Vollrath continúa las intuiciones de las obras de

Hannah Arendt, así como de su interés por la tradición

liberal anglosajona, lo cierto es que en sus diferentes

obras se encuentra lo que él mismo ha denominado una

auténtica reconstrucción de la facultad del juicio

político66. Con la reivindicación de ese concepto de juicio

político, Vollrath pretende salvaguardar la peculiaridad del

Constitucionales, Madrid).65 Cf. VOLPI, F., “La rinascita della filosofia pratica in

Germania” en PACCHIANI, C., (ed.), op. cit., 45.66 VOLLRATH, E., Die Rekonstruktion der politischen Urteilskraft, Klett,

Stuttgart, 1977.

28

actuar humano, que constituye el ámbito propio de la

política. Ese ámbito exige un tratamiento adecuado que no

puede encontrarse en el saber teórico al que finalmente es

reconducido, en su opinión, a lo largo de toda la tradición

clásica de la filosofía práctica aristotélica. Si bien es

verdad que hay atisbos que pueden indicar el verdadero

camino para encontrar esa especificidad del juicio

político, nunca llegan a consumarse totalmente esas

virtualidades, apenas entrevistas.

Así, por ejemplo, el tratamiento que Aristóteles tiene

respecto a la phrónesis, con su correspondiente método

tópico-retórico-dialéctico hubiera podido acercarse mucho

más a la verdadera especificidad del juicio ético-práctico

y político-práctico, que tan sólo con Kant será

adecuadamente planteado, en opinión de Vollrath. A ese

respecto, conviene tener a la vista el estudio de P.

Aubenque sobre la prudencia en Aristóteles,67 que presenta

importantes aclaraciones hermenéuticas para comprender

comparativamente el planteamiento kantiano también.

Si la construcción del juicio político en Aristóteles

permanece aún precaria, se debe a las cuatro razones

siguientes que apunta Vollrath:

1) Al cuadro categorial, temporal, causal y modal en

el que se sitúa, dando siempre prioridad al

conocimiento teórico-objetivo.

67 Cf. AUBENQUE, P., La prudencia en Aristóteles, Crítica, Barcelona,

1999. Esta edición castellana recoge en apéndice el artículo sobre la

prudencia en Kant, publicado por el autor en la Revue de Metáphysique et de

Morale, LXXX (1975), 156-182.

29

2) A la subordinación de la acción a una estructura

teleológica determinada nuevamente por la

preeminencia del saber de tipo téorico-objetivo.

3) A la insuficiente distinción entre praxis y poíesis,

entre acción interpersonal y acción instrumental-

productiva, de tal manera que las reglas de la

phrónesis acaban siendo en realidad simples reglas

técnicas.

4) Al hecho de que el saber político venga definido

desde fuera, por unas leyes externas constituídas

en saber teórico fundante, en lugar de haberse

constituido desde su propio interior, en base a la

estructura propia de la phrónesis.

Esas carencias siguen estando presentes en los autores

que a lo largo de la tradición de la filosofía práctica

clásica no pasaron de estar condicionados enormemente por

el aristotelismo al que se debían. En esa onda se situarían

Maquiavelo, Montaigne, Vico, Harrington, Burke,

Tocqueville... Tan sólo en Kant, concretamente en su Crítica

del juicio, se dan los elementos que permiten trasladar la

estructura del juicio estético a la del juicio político.

Más en concreto, Vollrath considera que es el juicio

reflexionante kantiano el que permite reconstruir el ámbito

político como el propio del actuar humano libre, común y

público, debido a las cuatro determinaciones fundamentales

de ese actuar: la fatalidad, la accidentalidad o

contingencia, la situación y la particularidad. Todo ello

le permite a Vollrath elaborar toda una justificación del

30

republicanismo político como colofón de su ambicioso

programa de reconstrucción del juicio político.

Günther Patzig es el autor que ha propuesto una

síntesis de pensamiento ético kantiano y utilitarismo,

desde el ámbito de la filosofía analítica anglosajona. En

su obra Ética sin metafísica68 sostiene planteamientos que pueden

considerarse bastante afines a los de un autor anglosajón

como W. K. Frankena. Otros autores que se sitúan en esa

misma estela de unir elementos de la fundamentación

trascendental de la ética kantiana con otros de la

tradición analítica anglosajona son Karl Heinz Ilting,69

Konrad Cramer70 y Norbert Hoerster.71

Junto a ellos destaca la propuesta de Annemarie Pieper

en su obra Ética analítica y libertad práctica,72 en la que considera

cómo la ética es una disciplina autónoma, aun estando

integrada en el cuerpo de la filosofía, que está dotada de

categorías propias que no cabe reconducir a las propias del

saber teórico. Según la común distinción en el ámbito de la

filosofía analítica los niveles de reflexión a los que

68 PATZIG, G., Ethik ohne Metaphysik, Vandenhoeck & Ruprecht,

Götingen, 1971.69 ILTING, K. H., “Der naturalistiche Fehlschlus bei Kant” en

RIEDEL, M., op. cit., vol. I, 113-130.70 CRAMER, K., “Hipothetische Imperative” en RIEDEL, M., op. cit.,

vol. I, 159-212.71 HOERSTER, N., “Kants kategorischer Imperativ als Test unserer

sittlichen Pflichten” en RIEDEL, M., op. cit., vol. II, 455-475.72 PIEPER, A., Sprachanalytische Ethik und praktische Freiheit. Das Problem der

Ethik als autonome Wissenschaft, Kohlhammer, Stuttgart-Berlin-Köln-Mainz,

1973.

31

pueden referirse las categorías prácticas son el moral, el

propiamente ético y el metaético. A. Pieper distingue, a su

vez, cuatro posibles concepciones de las categorías ético-

prácticas: la hermenéutico-inductiva, la analógico-

dialógica, la trascendental y la metaética. En su opinión,

las insuficiencias de la última concepción, representada

por los principales autores de la ética analítica

anglosajona (Wittgenstein, Moore, Ayer, Hare, Ross, Nowell-

Smith, Brandt, Stevenson, von Wright y Wellman), son

manifiestas, puesto que se limitan al análisis lingüístico

de las proposiciones morales, sin explicar la constitución

misma de la moralidad como tal.

Para resolver las aporías de fondo de las éticas

analíticas ella propone rehabilitar la teoría trascendental

kantiana de la ética, la única que, en su opinión, permite

formular juicios sustancialmente morales sobre el actuar

humano.

Con la base de estos autores hasta ahora citados se

han podido elaborar estudios más específicos sobre algunos

conceptos éticos kantianos, de entre los cuales resultan

buenos botones de muestra los trabajos incluídos en la

Antología recopilada por Gerhard Prauss,73 así como los

trabajos de F. Kaulbach, en los que se ha ocupado de la

acción humana en Kant.74 Lo que interesa destacar es que

73 PRAUSS, G., (ed.), Handlungstheorie und Traszendentalphilosophie,

Klosterman, Francfort, 1986.74 KAULBACH, F., Das Prinzip Handlung in der Philosophie Kants, Walter de

Gruyter, Berlín, 1978 y Einführung in die Philosophie des Handlens, Darmstadt,

1982.

32

todos estos autores, a los que habría que añadir el trabajo

de Bubner,75 se muestran críticos con el planteamiento

kantiano de la filosofía práctica desde el interior del

mismo del sistema kantiano, por lo que tratan de abrirlo a

nuevos desarrollos. Una constante en estos autores es la

recuperación de conceptos aristotélicos como la praxis o la

razón prudencial o el mundo originario anterior al juicio (a

veces llamado Lebenswelt) que no están en el horizonte del

planteamiento ético kantiano.

En ese sentido, cabe destacar cómo en la noción de

razón práctica kantiana se puede percibir la impronta de la

Modernidad, especialmente, como ha señalado Urbano

Ferrer,76 a través de la voluntad autolegisladora en la que

se resuelve, ya que “el concepto de razón práctica kantiano

determina una voluntad pura, exenta de inclinaciones

provenientes de los objetos a los que eventualmente se

dirigiera”. Esos estudios son ya expresión de que la

recuperación de la ética kantiana ha posibilitado una

confluencia de esfuerzos sistemáticos con el

redescubrimiento de la ética aristotélica.

Hasta ahora se ha mostrado cómo en una primera fase

histórico-filológica, con doble vertiente, se produjo -

desde mediados del siglo XX y hasta la década de los ´70-,

una progresiva recuperación tanto de la tradición ética

aristotélica, como de la ética kantiana. Ambos

75 BUBNER, R., Sprache, Handlung und Vernunft. Grundbegriffe praktischer

Philosophie, Suhrkamp, Frankfurt a. M. 1976.76 FERRER, U., Perspectivas de la acción humana, PPU, Barcelona, 1990,

23.

33

redescubrimientos han hecho posible, a partir de los años

´70, la aparición de una serie de estudios sistemáticos

sobre la conveniencia de rehabilitar la razón práctica, sea

para unos en un sentido más aristotélico, sea para otros en

un tono más kantiano.

2. Visión global de la fase teórico-sistemática

Si la publicación de los dos volúmenes coordinados por

Manfred Riedel en 1972 y 1974, respectivamente, es el lugar

privilegiado para percibir los distintos esfuerzos por

rehabilitar la filosofía práctica que se venían gestando

desde hacía décadas, en opinión de Franco Volpi la

reasunción teórica de todas esas propuestas lanzadas desde

el campo histórico-filológico empieza a despuntar en 1969,

con la celebración en Dusseldorf del IX Congreso de

Filosofía Alemán. Para Volpi, las intervenciones en aquel

congreso de Paul Lorenzen, Jürgen Habermas y Richard M.

Hare propiciaron un resultado: “la discusión de los

problemas vinculados con el redescubrimiento de la

filosofía práctica se desembarazó de la referencia a

modelos del pasado, para comenzar a ser desarrollada a

partir de puntos de vista, perspectivas y posiciones

filosóficamente más contemporáneas”.77

Con todo, el momento central de esta fase teórico-

sistemática de rehabilitación de la filosofía práctica fue

la controversia entre el racionalismo crítico y la teoría77 VOLPI, F., “Rehabilitación de la filosofía práctica y neo-

aristotelismo”, Anuario Filosófico, 1999 (32), 317.

34

crítica de Habermas, que generó posicionamientos teóricos

bien precisos en autores como Oswald Schwemmer, Karl-Otto

Apel, Otfried Höffe, Manfred Riedel o Friedrich Kaulbach.

De todos ellos dará somera cuenta este apartado, que

pretende completar el panorama abierto por las dos

vertientes de la fase histórico-filológica mostradas en el

capítulo anterior.

Desde la hermenéutica el propio Gadamer ha ensayado

una perspectiva sistemática de rehabilitación de la

filosofía práctica en algunos ensayos posteriores a su ya

mencionada obra Verdad y método. De entre ellas destaca su

contribución titulada Hermenéutica como filosofía práctica.78 Pero ha

sido su discípulo Rüdiger Bubner quien mejor ha elaborado

una visión sistemática de la filosofía práctica desde la

hermenéutica en su obra Sprache, Handlung, Vernunft, en la que

propone una teoría sistemática de la acción que supere las

insuficiencias tanto de la propuesta habermasiana, como del

llamado decisionismo representado por H. Lübbe.79

Desde la fenomenología han sido las aportaciones de

Ludwig Landgrebe80 las de mayor calado filosófico. En su

opinión la filosofía práctica es, en última instancia,

filosofía de la historia, en la medida que ambas

78 GADAMER, H-G., “Hermeneutik als praktische philosophie” en

RIEDEL, M., (ed.), op. cit., vol. 1, 325-344.79 LÜBBE, H., Theorie und Entscheidung. Studien zum Primat der Praktischen

Vernunft, Rombach, Freiburg i. Br., 1971.80 LANDGREBE, L., “Über einige Grundfragen der Philosophie der

Politik” en RIEDEL, M., (ed. ), op. cit., vol. II, 173-210.

35

disciplinas tienen por objeto el actuar humano que se

desarrolla en la historia.

Para Landgrebe sólo sobre bases trascendentales es

posible elaborar una teoría de la praxis que sea rigurosa.

Sobre bases parecidas, aunque con una orientación bien

distinta, se sitúan los intentos de Bernhard Waldenfels81

por acrecentar el diálogo entre la fenomenología y el

neomarxismo. Un acercamiento a Heidegger desde la filosofía

práctica es el intentado por Reinhart Maurer.82

Hans Albert es el mayor representante del racionalismo

crítico. En sus obras83 ha desarrollado sistemáticamente una

concepción de la racionalidad de la praxis deudora de los

planteamientos weberianos de la neutralidad valorativa, si

bien no exactamente idénticos.

La diferencia estriba en que Albert no tiene

dificultad en admitir la posibilidad de discutir

racionalmente sobre normas y valores -algo que no admitiría

Weber-, si bien para concluir que ese tipo de discusiones

llevan a la toma de una decisión que ya no es fruto de la

discusión racional como tal. De suerte que Albert sostiene

un falibilismo tanto en el terreno científico como en el

terreno práctico, mediante el cual queda garantizada la

unicidad del uso crítico de la razón.81 WALDENFELS, B., “Ethische und pragmatische Dimension der

Praxis” en RIEDEL, M., (ed.), op. cit., vol. I, 375-393. 82 MAURER, R., “Von Heidegger zur praktischen Philosophie” en

RIEDEL, M., (ed. ), op. cit., vol. I, 415-454.83 ALBERT, H., Traktat über kritische Vernunft, Mohr, Tübingen, 1968;

Kritische Vernunft und menschliche Praxis, Reclam, Stuttgart, 1977; Traktat über

rationale Praxis, Mohr, Tübingen, 1978.

36

Inspirándose tanto en los planteamientos del

racionalismo crítico como en los del pragmatismo americano,

así como en la filosofía analítica anglosajona, Hans Lenk84

ha diseñado una teoría sistemática sobre la acción, que

merece ser tenida en cuenta.

Con Habermas reaparece en el terreno de la filosofía

práctica la polémica que ya sostuvo con Hans Albert a

propósito del positivismo en sociología. Si en aquella

polémica la postura de Habermas era representativa también

del resto de los miembros de la Escuela de Fankfurt, con el

transcurrir de los años él ha ido trazando un programa

filosófico cada vez más distanciado respecto de Horkheimer

y Adorno. Habermas rechaza el decisionismo al que aboca el

racionalismo crítico de Hans Albert y afirma claramente la

posibilidad de una fundación racional de las normas y los

valores, a través de la elaboración de una teoría crítico-

dialéctica, también conocida como teoría de la competencia

comunicativa o pragmática universal.

Las primeras contribuciones de Habermas al campo de la

filosofía práctica se remontan a dos de sus ensayos

titulados, respectivamente, Doctrina política clásica y filosofía social

moderna, el primero, y Dogmatismo, razón y decisión, el segundo,

incluidos ambos en su conocida obra Teoría y praxis.85

84 LENK, H., Pragmatische Philosophie, Hoffman und Campe, Hamburg,

1975; “Acciones como constructos de interpretación. La interpretación

metodológica de las acciones en las ciencias sociales y en la

filosofía social”, Daimon, 1991, 131-143. 85 HABERMAS, J., Theorie und praxis, Luchterhand, Neuwied-Berlin,

1963, (trad., Tecnos, Madrid, 1988)

37

En el primero de ellos Habermas aduce las razones que

en su opinión avalan tener por matizable la concepción

política aristotélica en los modernos estados de derecho.

Son revisables, en su opinión, el fundamento ético de la

política aristotélica, así como el concepto griego de

praxis en Aristóteles que él sustituye por el de

interacción comunicativa, y que contrapone igual que

Aristóteles a la acción técnica que el Estagirita llama

poíesis.

Con Hobbes, según Habermas, quedan afirmadas las bases

contrarias de lo que constituye la tradición moderna de la

política: la exigencia de cientificidad de la investigación

social, el carácter técnico de la aplicación de las

investigaciones sociales a la praxis, así como la

separación neta entre ética y política. En el planteamiento

hobbesiano, sin embargo, percibe Habermas dos aporías de

difícil solución: la primacía de la forma absolutista sobre

los contenidos liberales de la política y la inutilidad

práctica del saber técnico-social. Para superar esas dos

dificultades Habermas considera adecuado recuperar las

virtualidades del planteamiento clásico de la filosofía

práctica en la línea apuntada por Vico y consumada, según

él, en Hegel a través del método dialéctico. La confianza

en esa recuperación del método dialéctico es expuesta

pormenorizadamente en el segundo de los ensayos

mencionados.

38

En su obra titulada Lógica de las ciencias sociales86 Habermas

sostiene, contra el racionalismo crítico, la posibilidad de

un acercamiento cognitivo y normativo al problema de la

razón práctica. En otra obra titulada Técnica y ciencia como

ideología87 explica el binomio conceptual trabajo-interacción,

que en última instancia se apoya en la distinción

aristotélica entre poíesis/praxis y que Habermas utiliza

gracias al influjo de los trabajos de Hannah Arendt y H-G.

Gadamer. Tal distinción va a marcar la producción

filosófica y sociológica de Habermas, quien, en

confrontación con la teoría sociológica sistémica de N.

Luhmann, ha elaborado una teoría de la competencia

comunicativa, en la línea de la interacción, que pretende

ser una comprensión sistemática de la racionalidad, en la

que la razón teórica y la razón práctica estén mutuamente

conectadas.88

Esa pragmática universal habermasiana, crítica con los

planteamientos de K. O. Apel, del racionalismo crítico, del

constructivismo de la Escuela de Erlangen y de la teoría

contractualista de Rawls, tiene sus reservas para

considerar que la recuperación de la filosofía práctica

86 HABERMAS, J., Zur Logik der Sozialwissenschaften, Mohr, Tübingen, 1967,

(trad. Tecnos, Madrid, 1988).87 HABERMAS, J., Technik und Wissenschaft als “Ideologie”, Suhrkamp,

Frakfurt a. M., 1968, (trad. Tecnos, Madrid, 1984).88 Cf. HABERMAS, J., “Zur Logik des theoretischen und praktischen

Diskurses” en RIEDEL, M., (ed. ), op. cit., vol. II, 381-402.

39

pueda realizarse por los caminos neoaristotélicos que otros

han emprendido.89

El constructivismo es una escuela fundada en los años

´60 por Paul Lorenzen y Wilhelm Kamlah, conocida también

como Escuela de Erlangen. El intento programático general

de esta escuela consiste en la construcción racional de las

condiciones de la intervención del hombre en el mundo, o

sea del discurso, de la acción y de la producción. Esa

construcción se propone en un lenguaje científico al que se

llama ortolenguaje, cuyas reglas y conceptos vienen, a su

vez, facilitados por un paralenguaje interno y un lenguaje

protréptico externo, que posibilita los dos anteriores. En base

al mencionado ortolenguaje el constructivismo se propone

analizar y fundar las reglas de la argumentación de la

razón (la lógica), las del actuar racional (filosofía

práctica), así como las propias de las ciencias naturales y

sociales (teoría de la ciencia).90 ¿Qué hay que entender

por constructivismo en pocas palabras?

La concreción de la propuesta general del

constructivismo al terreno de la filosofía práctica se

puede encontrar precisada en la obra titulada Lógica

89 Cf. la respuesta de J. Habermas a W. Hennis en el Convenio de

Duisburg (1975), organizado por la Deutsche Vereinigung für Politische

Wissenschaft, HABERMAS, J., Zur Rekonstruktion des Historischen Materialismus,

Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1976, (trad. Taurus, Madrid, 1981); así

como su controversia con Spaemann recogida en SPAEMANN, R., Crítica de las

utopías políticas, Eunsa, Pamplona, 1980, 223-247.90 Cf. KAMLAH, W. – LORENZEN, P., Logische Propädeutik. Vorschule des

vernünftigen Redens, Bibliographisches Institut, Mannheim-Wien-Zürich,

1967.

40

constructivista, ética y teoría de la ciencia,91 cuya segunda edición

constituye la exposición sistemática definitiva del

constructivismo, así como en el ensayo de Lorenzen titulado

Cientifismo versus dialéctica.92

Para el constructivismo la famosa disputa sobre el

positivismo en la sociología alemana está en el fondo de la

rehabilitación de la razón práctica, de tal manera que lo

que entonces enfrentaba a cientifistas, seguidores de

Weber, con dialécticos, seguidores de Habermas, sigue

estando presente en las diferencias que separan los

distintos planteamientos de los diversos autores. En ese

sentido, aunque el constructivismo se posiciona junto a los

dialécticos de entonces, saltan a la vista las diferencias

con ellos, puestas de manifiesto por K. K. Ilting.93 El

constructivismo es considerado una superación tanto del

cientificismo como de la dialéctica, por cuanto reivindica

una suerte de filosofía práctica pura, con la cual cabe

denominar tanto a la ética, como a la filosofía del derecho

y a la filosofía política.

Oswald Schwemmer, perteneciente a la escuela

constructivista, ha desarrollado en particular cómo se

puede llevar a cabo una fundamentación de la filosofía

práctica, sobre bases constructivistas, que incluyan91 LORENZEN, P. – SCHWEMMER, O., Konstruktive Logik, Ethik und

Wissenschaftstheorie, Bibliographisches Institut, Mannheim-Wien-Zürich,

1973, 1975 (2ª ed.).92 LORENZEN, P., “Szientismus versus Dialektik” en RIEDEL, M.,

(ed. ), op. cit. vol. II, 335-351.93 ILTING, K. H., “Anerkennung. Zur Rechtfertigung praktischer

Sätze” en RIEDEL, M., (ed. ), op. cit., vol. II, 353-368.

41

especiales referencias al planteamiento kantiano,94 lo cual

ha suscitado en el interior de la propia escuela

constructivista tanto adhesiones,95 como críticas en

aspectos puntuales.96

Por ejemplo, Friedrich Kambartel ha cuestionado la

formulación del principio moral realizada por Schwemmer,

considerando que no es posible entenderlo como el

procedimiento de la fundación moral en general, sino más

bien un determinado tipo de argumentación racional, que

necesita, a su vez, una fundación moral de la que por sí mismo

no es capaz de abastecerse.

Otro autor constructivista es Jürgen Mittelstras,97

para quien no se debe olvidar que la filosofía práctica

incluye no sólo a la ética, sino a las otras ciencias

sociales que versan sobre la acción humana, tales como el

derecho, la sociología, la política y la economía. De tal

manera que la filosofía práctica no debe pasar por alto, en

su opinión, la función clásica que ha desempeñado de94 SCHWEMMER, O., Philosophie der Praxis. Versuch zur Grundlegung einer Lehre

von moralischen Argumentieren in Verbindung mir einer Interpretation der praktischen

Philosophie Kants, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1971.95 Cf. SCHWEMMER, O. – BLACHE, S., “Methode und Dialektik.

Vorschläge zu einer methodischen Rekonstruktion Hegelscher Dialektik”

en RIEDEL, M., (ed. ), op. cit., vol. I, 457-486.96 Cf. KAMBARTEL, F., “Wie ist praktische Philosophie konstrutiv

möglich? Über einige Missverständnisse eines methodischen

Verständnisses praktischer Diskurse” en KAMBARTEL, F., (ed.), Praktische

Philosophie und konstruktive Wissenschaftstheorie, Suhrkamp, Frankfurt a. M.,

1974, 9-33.97 MITTELSTRAS, J., Methodenprobleme der Wissenschaften vom

gesellschaftlichen Handeln, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1979.

42

constituir el fundamento de las diversas ciencias de la

acción social.

Karl-Otto Apel brilla con luz propia en este terreno

de la filosofía práctica, gracias a su pragmática

trascendental, con la que lleva a cabo una transformación

del trascendentalismo kantiano que demuestra cómo la

estructura a priori de la comunicación posibilita el

fundamento de un ética validada intersubjetivamente.98 Esa

pragmática universal de Apel presenta numerosas afinidades

con la pragmática universal de Habermas, si bien las

diferencias son, también, muy notables.

Otfried Höffe representa el esfuerzo más acabado por

integrar la tradición aristotélica y la kantiana en una

filosofía práctica a la altura de los tiempos, aprovechando

las aportaciones que se consideren valiosas de modelos de

filosofía práctica tan distintos como los del

constructivismo, la teoría de la decisión racional o la

misma teoría crítica. En obras como las publicadas en 1975

y 1979, respectivamente,99 Höffe ofrece una teoría

comunicativa en la que desempeña un papel central la idea

de humanidad, posibilitando una superación de la razón

instrumental y convencional que garantice las competencias

críticas y normativas de la filosofía práctica.

98 APEL, K-O., Transformation der Philosphie, 2 Bde., Suhrkamp,

Frankfurt a. M., 1973.99 HÖFFE, O., Estrategias de lo humano, Alfa, Buenos Aires, 1979

(versión alemana de 1975); Ethik und Politik. Grundmodelle und –probleme der

praktischen Philosophie, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1979.

43

A. Baruzzi ha contribuido a la rehabilitación de la

filosofía práctica mediante la recuperación de la tradición

del pensamiento político clásico, si bien ha mostrado sus

recelos frente a lo que considera una metodología poco

adecuada, porque se limita a ofrecer metateorías incapaces

de resolver las verdaderas cuestiones que se deben

afrontar.100

Peter Baumanns elaboró una Introducción a la filosofía

práctica,101 que puede considerarse buena muestra del grado de

reflexión teórico-sistemática al que dio origen el

denominado movimiento de rehabilitación de la filosofía

práctica. En esa obra Baumanns distingue cuatro posibles

tipos de filosofía práctica:

1) Una filosofía de la acción de tipo ontológico, que

entiende las determinaciones del ámbito práctico

sobre la base de presupuestos ontológicos. Tal

posición es la que representan Platón, Aristóteles,

Hobbes, Spinoza y Hegel.

2) La concepción de la filosofía práctica como

sabiduría, en el sentido de la phrónesis

aristotélica.

3) La concepción de la filosofía práctica como una

filosofía natural y práxica de la acción, al estilo

de ciertos aspectos de Hobbes, Locke, Rousseau,

pero también de Habermas, Apel y el

constructivismo.

100 BARUZZI, A., Was ist praktische Philosophie, Vögel, München, 1976.101 BAUMANNS, P., Einführung in die praktische Philosophie, Stuttgart-Bad

Cannstaat, 1977.

44

4) Finalmente, una concepción de la filosofía práctica

como filosofía de la acción, entendida como praxis,

no al modo naturalista, en la que se pueden situar

los planteamientos de Kant, Fichte y el

existencialismo.

En estas cuatro posiciones están en juego, en opinión

de Baumanns, dos instancias fundamentales de manera

contrapuesta: la instancia trascendental y la instancia

empírica. Él intenta conciliar ambas instancias,

inspirándose en la cuarta posición, y para ello elabora una

teoría trascendental performativa.

Profundamente escéptico respecto a la viabilidad de

una filosofia práctica que resulte normativa, sobre

supuestos cognitivos elementales, es el planteamiento de

Walter Gölz,102 que realiza un amplio análisis crítico de

los diversos intentos de rehabilitación de la filosofía

práctica elaborados en Alemania. En su opinión, el cientifismo

weberiano no ha sido superado, ni puede serlo por ninguno de

los planteamientos que se han elaborado.

El ciclo de discusiones promovido por Willi Oelmüller

en Paderborn, durante los años 1976, 1977 y 1978 es la

expresión más notable de la acogida de las propuestas de

rehabilitación de la filosofía práctica por parte de una

amplia gama de autores, como los que contribuyeron con sus

aportaciones a los citados encuentros.103

102 GÖLZ, W., Begründungsprobleme der praktischen Philosophie, Stuttgart-

Bad Cannstaat, 1978.103 Cf. OELMÜLLER, W., (ed.), Materialien zur Nomendiskussion, 1, 2 y 3,

Schöningh, Paderborn, 1978-1979; Philosophische Arbeitsbücher, 1 y 2,

45

Si hubiera que realizar un balance de la multiplicidad

de todas las perspectivas que han quedado abiertas en el

terreno teórico y sistemático de la rehabilitada filosofía

práctica, habría que señalar cómo -a pesar de la falta de

convergencia y de unidad profunda- han contribuido a

retomar en el ámbito filosófico un renovado interés por los

problemas de la moral, de la sociedad y de la política.104

3. Incidencia de estos autores en la filosofía práctica contemporánea

Después de haber recorrido someramente las etapas y

los autores a través de los que se ha llevado a cabo una

auténtica rehabilitación de la filosofía práctica, si bien

en forma un tanto rapsódica, resultará relativamente

sencillo comprobar la influencia de toda esa larga lista de

autores y obras en la producción más contemporánea de este

campo de la filosofía. Basta asomarse a la presentación que

hace de ese panorama uno de los implicados, Höffe, en su

Kleine Geschichte der Philosophie,105 para comprobar el influjo

ejercido por todo ese movimiento de rehabilitación de la

filosofía práctica en la producción de los autores

contemporáneos más destacados.

Schöningh, Paderborn, 1977-1978.104 Cf. VOLPI, F., “La risnascita della filosofia pratica in

Germania” en PACCHIANI, C., (ed.), op. cit., 95. 105 HÖFFE, O., Breve historia ilustrada de la filosofía, Península, Barcelona,

2003 (ed. orig. 2001).

46

Si ya en ensayos como el de R. Bubner, titulado Modern

german philosophy,106 publicado en 1981, la filosofía práctica

desarrollada en Alemania ocupaba un puesto de especial

importancia, mucho más sintomático de la trascendencia

histórica del movimiento citado es el hecho de que se le

dediquen apartados peculiares en historias comprensivas de

la filosofía del siglo XX,107 así como en ensayos que

pretenden sistematizar la filosofía de los últimos años del

mencionado siglo.108

Resulta evidente, por tanto, el influjo ejercido por

toda esta corriente en los autores que se dedican a la

filosofía práctica en la actualidad. Entre ellos, por

ejemplo, A. Llano considera que sin este influjo hubiera

sido impensable la renovación de la filosofía política

llevada a cabo en la última década del siglo XX. De modo

parecido, D. Innerarity sostiene que la razón política ha

encontrado la salida de los atolladeros a los que la llevó

la modernidad en las pautas marcadas por la mencionada

rehabilitación de la razón práctica.109

En qué medida esa rehabilitación de la filosofía

práctica haya propiciado el debate entre liberales y

106 BUBNER, R., La filosofía alemana contemporánea, Cátedra, Madrid,

1991, 248-266.107 Cf. FORNERO, G., “La riabilitazione della filosofia pratica

in Germania” en ABBAGNANO, N., Storia della filosofia, UTET, Turín, 1993, vol.

IV, cap. XX.108 Cf. D´AGOSTINI, F., Analíticos y continentales. Guía de la filosofía de los

últimos treinta años, Cátedra, 2000, 220-227 (ed. orig. 1997).109 Cf. LLANO, A., Humanismo cívico, Ariel, Barcelona, 1999, 63;

INNERARITY, D., Dialéctica de la modernidad, Rialp, Madrid, 1990, 222.

47

comunitaristas que ha ocupado a la mayor parte de los

filósofos desde los años ´80 hasta la actualidad es algo

que habrá que dilucidar en cada caso,110 sirviéndose de las

visiones de conjunto que ya disponemos sobre el citado

debate.111 Autores que han protagonizado ese debate, o que

lo siguen manteniendo vivo y productivo,112 se sienten

deudores del movimiento de rehabilitación de la filosofía

práctica. Entre ellos destaca, tal vez, la profundidad con

la que Ch. Taylor ha denunciado el pensamiento monológico

ilustrado, al que se debería contraponer la esfera de la

sociedad civil, en la que se dan espacios comunitarios

auténticamente dialógicos. Aprovechando lo mejor de sus

aportaciones, así como las de otros autores como A.

McIntyre, M. Rhonheimer, A. Llano y U. Ferrer, trataré

de mostrar la nociones básicas necesarias para delimitar

sistemáticamente la razón práctica.

4. Nociones básicas para delimitar la razón práctica

El itinerario recorrido hasta aquí ha mostrado

suficientemente que la emergencia de la razón pública en la filosofía

contemporánea tiene sus raíces en los planteamientos

neokantianos y neoaristotélicos que la polifacética rehabilitación110 Cf. por ejemplo los distintos autores que colaboran en el

volumen DALLE FRATTE, G., (ed.), Concezioni del bene e teoria della giustizia. Il

dibatitto tra liberali e comunitari in prospettiva pedagogica, Armando, Roma, 1995.111 Cf. MULHALL, S. – SWIFT, A., El individuo frente a la comunidad. El debate

entre liberales y comunitaristas, Temas de Hoy, Madrid, 1996.112 Cf. GAHL, R. A., Jr (ed.), Más allá del liberalismo, Eiunsa, Madrid,

2002.

48

de la razón práctica ha llevado a cabo. Si bien los esfuerzos

por responder al derrocamiento de la moral en las últimas

décadas del siglo XX ha llevado al consenso acerca de la

percepción de una importante situación de crisis, que

podría hacer insostenibles las mismas democracias

occidentales, no parece todavía claro que el futuro de la

ética en las sociedades pluralistas del siglo XXI pueda

quedar garantizado por las éticas aplicadas procedimentalistas, que

en última instancia agostan las posibilidades reales de

convertir la razón práctica redescubierta en razón pública.

Se genera así la necesidad de aquilatar

sistemáticamente en qué consista esa razón práctica

rehabilitada por el esfuerzo intelectual de tantos

especialistas, para lograr que sus posibilidades de orientar

la praxis humana demuestren cómo no hay mejor razón pública

para las sociedades democráticas liberales que aquella que

converge con la razón práctica, por más que tantas veces

esa practicidad sea confundida con la pragmaticidad del

utilitarismo pragmatista.

Una vez esbozado el panorama de los autores que han

propiciado la rehabilitación de la razón práctica en la

filosofía de finales del siglo XX, así como el marco de las

tendencias neo-aristotélicas y neo-kantianas, cabe

preguntarse, antes de nada, qué opción tomar a la hora de

hacer una propuesta teórica de razón práctica, que pretenda servir

para afianzar y reordenar las funciones que la razón pública

desempeña en las sociedades democráticas.

49

El dilema es bien sencillo: ¿Aristóteles o Kant?, ¿o

acaso una suerte de síntesis de los dos?. Mirando a la

emblemática recopilación de autores que coordinó Manfred

Riedel en los dos volúmenes titulados Rehabilitación de la

filosofía práctica, se comprueba fácilmente cómo Kant estaba

presente de manera explícita en las contribuciones de

Norbert Hoerster, Willi Oelmüller, Kaulbach o Habermas, de

manera parecida a como lo estaba Aristóteles en las del

propio Riedel, Günther Bien, Helmut Kuhn, Joachim Ritter o

Fernando Inciarte.

Desde entonces hasta ahora las propuestas no han

cesado de optar por uno u otro inspirador, así como han

propiciado desarrollos de tradiciones académicas peculiares

en las que se han constatado fenómenos previsibles, como la

rehabilitación de la filosofía práctica del gran comentador

de Aristóteles: Tomás de Aquino. Justamente esa senda,

abierta por una serie de trabajos que se remontan a la

década de los ´60 de autores como Kluxen,113 en Alemania, o

Grisez,114 en Estados Unidos, es la que ha permitido la

continuidad del esfuerzo llevado a cabo por Rhonheimer115 o

113 Cf. KLUXEN, W., Philosophische Ethik bei Thomas von Aquin, Matthias

Grünewald, 1964 (traducido al italiano en Vita e Pensiero, Milano,

2005)114 Cf. GRISEZ, G., “The first principle of practical reason. A

commentary on the S. Th. q. 94, a. 2.”, Natural Law Forum, vol. 19,

(1965), 168-196; KENNY, A., (ed.), Aquinas: a Collection of Critical Essays,

MacMillan, London, 1969 (traducido al castellano por Diego Poole en

Persona y Derecho, 52, 2005, 275-337).115 Cf. RHONHEIMER, M., Natur als Grundlage der Moral, Tyrolia-Verlag,

Innsbruck-Wien, 1987 (traducido al castellano en Eunsa, Pamplona,

50

Finnis,116 respectivamente, de redefinir la doctrina tomista de la ley

natural como ley de la razón práctica.

A esa orientación, a la que se acoge en buena medida

la última producción filosófica de MacIntyre,117 uno de los

autores que más han contribuido a la animación de la

filosofía práctica en los últimos tiempos, es a la que voy

a prestar especial atención a la hora de realizar una

propuesta teórica acerca de la naturaleza de la razón

práctica. Me mueve a ello la familiaridad con las obras de

quienes considero que han realizado un esfuerzo teórico

notable por renovar la filosofía práctica desde la fecunda

herencia de esa senda, que tiene por inspiradores tanto a

Aristóteles como a Tomás de Aquino, y por referentes

contemporáneos la lectura que hacen de ellos Finance,

Pieper, J. Aersten, Robert Spaemann, MacIntyre, Martin

Rhonheimer, Alejandro Llano, Urbano Ferrer y Ana Marta

González, entre otros muchos más.

Para avanzar una breve pero enjundiosa definición se

puede decir, con Rhonheimer, que la razón práctica es

2000); Praktische Vernunft und die Vernünftigkeit der Praxis: Handlungstheorie bei Thomas

von Aquin in ihrer Entstehung aus dem Problemkontext der aristotelischen Ethik, Akademie

Verlag, Berlin, 1994.116 Cf. FINNIS, J., Ley natural y derechos naturales, Abeledo Perrot,

Buenos Aires, 2000 (version original inglesa de 1980); Fundamental of

Ethics, Georgetown University Press, 1983.117 Cf. MACINTYRE, A., Three Rival Versions of Moral Enquiry, Encyclopedia,

Genealogy and Tradition, University of Notre Dame Press, 1990 (traducido al

castellano en Rialp, Madrid, 1992); First Principles, Final Ends and some

contemporary philosophical issues, Marquette University Press, 1994,

(traducido al castellano en Eiunsa, Madrid, 2003).

51

“aquella razón que dirige cognitivamente las acciones

intencionales”,118 de tal manera que hay que presuponer el

yo humano para entender debidamente la estructura interna que

conforman la inteligencia y la voluntad. Esa estructura interna nos

muestra cómo la razón humana unas veces se dirige a la

acción y otras a la contemplación de la verdad.

Lo importante es captar que al hablar de razón teórica y

de razón práctica no se alude a dos potencias distintas, sino

más bien a dos funciones diversas de una misma facultad intelectual,

que se distinguen por su fin.

Si el objeto de la inteligencia humana es la realidad,

entonces se entiende perfectamente por qué tanto el

ejercicio teórico, como el uso práctico de dicha capacidad

intelectual está referido a esa realidad, percibida como

verdadera o como buena, respectivamente. La relación entre

la realidad y el bien está en la base de una explicación

correcta de lo que es la razón práctica. El bien está

fundado en la realidad de las cosas, hasta el punto de que

en línea de principio todo deber ser se funda en el ser, sin que

esto signifique incurrir en la así llamada falacia

naturalista, reconvertida en el también denominado

problema del is/ought.119 Tal vez lo primero que hay que

explicar es cómo el entendimiento humano no es creador al

modo del entendimiento divino, que podría calificarse con

terminología tomista como medida de todos los entes (CG., 2,

118 RHONHEIMER, M., La perspectiva de la moral, Rialp, Madrid, 2000,

119.119 Cf. MASSINI, C. I., La falacia de la “falacia naturalista”, EDIUM,

Mendoza, 1995.

52

12). Ese entendimiento divino mide y no es medido, mientras

que las cosas naturales miden y son medidas, para concluir

que el entendimiento humano es medido y no mide las cosas

naturales, tan sólo las artificiales (De Ver. I, 2).

Si la esencia de la relación cognoscitiva entre el

entendimiento y la realidad de las cosas viene marcada por

una mismidad esencial, a la vez que por una alteridad

existencial, que permite definir la verdad como la relación

de identidad entre el entendimiento y la cosa, en la que el

entendimiento es medido por la cosa, de modo análogo cabe

entender cómo el libre obrar del hombre también remite a la

razón, de la que depende y por la que está configurado su

comportamiento.

Así, cabe afirmar con Pieper, que “la razón es teórica

cuando se aplica receptivamente a las cosas de la realidad

que se ofrecen ante ella; es práctica cuando se aplica al

obrar y al hacer”.120 De tal manera que la razón práctica no

es sino la misma razón teórica, pero contemplada bajo el

aspecto de una función distinta: el obrar.

Dicho de otro modo, es la propia razón teórica la que,

por su extensión al querer, se hace práctica, sabiendo que

esa razón práctica no se aplicaría al obrar, si no se

refiriese antes y al mismo tiempo, en cuanto razón teórica,

a las cosas. Esa unidad de la razón teórica y de la razón

práctica en ningún caso significa una mal entendida

primacía de la razón teórica sobre la razón práctica de

cariz positivista en general, pero tampoco la kantiana

primacía de la razón práctica sobre la teórica, que en el120 PIEPER, J., El descubrimiento de la realidad, Rialp, Madrid, 1974, 48.

53

fondo se debe a la escisión profunda entre ambos usos de la

razón que Kant preconiza.

Así, la razón teórica o especulativa es el uso de la razón que

busca contemplar la verdad en sí misma y tiene por objeto

lo necesario, como contrapuesto a lo posible. En cambio, el uso

práctico de la razón tiene por finalidad dirigir la acción del

sujeto, bien hacia la producción técnica o artística

(poíesis), bien hacia la realización de acciones morales

(praxis).

Al objeto de la razón práctica más que verdadero hay

que denominarlo recto o rectificado, en el sentido de que la

verdad práctica es plural, histórica y tópica, lo cual no

significa afirmar que en el terreno práctico no exista el

error, sino más bien, al contrario, confirmar que “la razón

práctica es mucho más falible que la teórica, a

consecuencia de la multiplicidad de posibilidades con que

se enfrenta”.121

La diferencia entre razón teórica y razón práctica presupone, a

su vez, recordar que el binomio clásico intellectus/ratio

tampoco designa dos facultades distintas, sino dos

operaciones diversas de la misma facultad cognoscitiva

humana, a la que normalmente se llama inteligencia o

razón, de manera indistinta.

La actividad discursiva de la razón presupone siempre

la intuición del intelecto y la pureza de su mirada

noético-contemplativa, de tal manera que, hablando con

121 SELLÉS, J. F., Razón teórica y razón práctica según Tomás de Aquino,

Cuadernos de Anuario Filosófico, nº 101, Servicio de Publicaciones de

la Universidad de Navarra, Pamplona, 2000, 65.

54

propiedad, no es posible que la inteligencia humana llegue

a ejercitarse en la tercera operación que le es propia (el

razonamiento), sin previamente haber ejecutado las dos

operaciones antecedentes (la abstracción y el juicio). De

igual modo hay que sostener cómo los verdaderos fines de la

vida humana “no los conoce la razón práctica si no

interviene la teórica”,122 de manera que la unidad de la

inteligencia humana es paradigmática de la copresencia e

interactuación que ejercen el entendimiento y la voluntad en el

proceso de la razón práctica. Semejante interactuación -siguiendo

la esquematización del acto voluntario llevada a cabo por

Sto. Tomás y divulgada por Gardeil123 a principios del siglo

XX-, se puede describir a través de la enumeración del

entrelazamiento de 6 actos del entendimiento y 6 de la

voluntad, por el orden siguiente:

ACTOS DEL ENTENDIMIENTO ACTOS DE LA VOLUNTAD

1. Concepción del bien. 2.

Complacencia en él.

(simplex apprehensio)

(simplex volitio)

3. Examen de su bondad actual. 4. Intención

del fin.

122 POSSENTI, V., Las sociedades liberales en la encrucijada, Eiunsa,

Barcelona, 1997, p. 114.123 GARDEIL, A., “Acte humain”, DThC 1 (1909), 343. Cf. COSTA, J.,

El discernimiento del actuar humano, Eunsa, Pamplona, 2003, 227-230.

55

(iudicium de posibilitate)

(intentio)

5. Deliberación de medios. 6. Consentimiento

en ellos.

(consilium)

(consensus)

7. Juicio de conclusión. 8. Decisión.

(iudicium practicum) (electio)

9. Mandato. 10.Uso activo de la

voluntad.

(imperium)

(usus activus)

11. Ejecución o uso pasivo. 12.

Disfrute o fruición.

(usus passivus)

(fruitio)

La complejidad del conjunto de estos pasos, no exime

de la necesidad de acercarse someramente a cada uno de

ellos, para poder captar con la mayor precisión posible el

decurso de la razón práctica:124

124 Cf. GARCÍA, J., “Voluntad”, GER, vol. 23, Rialp, Madrid, 1971,

677-679.

56

1) La concepción del bien es denominada simple aprehensión

del bien, por cuanto tiene por objeto el bien que

se propone a la voluntad. En tanto que captado por

el entendimiento ha de ser un aspecto abstracto o

ratio boni en el objeto íntegro, sin embargo, la

voluntad solo quiere el bien en su singularidad y

concreción, este bien. He aquí el primer desfase o

hiatus entre el acto intelectivo y la volición

subsiguiente.

2) La complacencia en el bien es llamada también simple

volición, no sólo porque es el acto primero de la

voluntad y el más simple, sino porque la palabra

volición sirve para denominar cualquier acto de la

voluntad, así como con el término intelección se

designa cualquier acto del intelecto. El objeto de

la simple volición es el bien concreto. Este primer

acto de la voluntad es causado en el orden de la

especificación por el entendimiento, que es el que

presenta a la voluntad el bien.

3) El examen de la bondad actual es en realidad un

juicio de la razón acerca del bien propuesto como

conveniente y posible en estas circunstancias

determinadas, que se dan aquí y ahora. Este

enjuiciamiento implica a la vez un bien concreto

(Bc) y el aspecto universal de la bondad (Bu) que le

es atribuido como predicado: Bc es Bu, donde Bu

(predicado) hace de motivo de Bc (sujeto).

57

4) La intención del fin o apetito designa el acto de la

voluntad que tiene por objeto al fin en tanto que

ausente, pero también en tanto que alcanzable a

través de los medios adecuados. Como quiera que la

intención entraña un impulso de la voluntad, pero

también una dirección al fin a través de los

medios, por eso es un acto de la voluntad de manera

principal y elicitiva, sin dejar de ser, a la vez,

un acto del entendimiento práctico, de manera

secundaria y directiva.

5) La deliberación es la búsqueda de medios adecuados

para llevar a cabo la intención, que también es

denominada consejo absoluto, puesto que se trata de la

consideración intelectual que valora lo bueno que

cada medio tiene de suyo con respecto al fin, sin

llegar todavía a comparar las diversas

posibilidades que se me ofrecen para la consecución

del bien querido.

6) El consentimiento es el acto propio de la voluntad

por el que ésta se adhiere a los medios propuestos

por la razón práctica, en orden a la consecución

del bien que se desea alcanzar. Versa siempre sobre

los medios agibles y posibles para el que

consiente, nunca sobre el fin como tal.

7) Con el juicio de conclusión la inteligencia enjuicia cuál

es el medio más apto de los que ella misma ha

inquirido y a los que la voluntad ha asentido,

sabiendo que en los juicios prácticos, a diferencia

58

de lo que ocurre en los teóricos, no existe la

evidencia. Ello explica que este acto del

entendimiento reclame la concreción que sólo el

siguiente acto de la voluntad le dará.

8) La elección es el acto de la voluntad por el que se

prefiere y acepta el medio que se considera mejor

aquí y ahora, atendidas todas las circunstancias.

En esta elección del medio más adecuado, en su

condición de bien, radica propiamente la libertad

psicológica o el libre albedrío humano. Con todo,

conviene insistir en que el objeto de la elección

siempre es un medio en cuanto tal y nunca el fin,

en su razón formal de fin, ya que la proposición

del fin antecede a la deliberación y por tanto

también a fortiori a la elección.

9) El mandato o precepto consiste en la ordenación

intelectual de las acciones humanas encaminadas a

la consecución del bien propuesto. No se debe

confundir con el juicio de conclusión; lo propio de la

razón práctica en este acto del imperio es garantizar

la dirección de la razón, no del modo inmediato e

intuitivo en que lo ejerce la sindéresis, sino de

manera mediata y discursiva, llegando al juicio

práctico con el que concluye un silogismo práctico

más o menos largo.

10) El uso activo de la voluntad consiste en la aplicación

efectiva o ejecución del medio elegido e imperado en

orden a la consecución del fin que se intenta. El

59

uso activo es la actividad humana en su sentido más

propio y más pleno, o sea, es la verdadera praxis

humana. En el uso activo de la voluntad es donde

culmina el acto humano en cuanto que humano, o

propio del hombre.

11) La ejecución o uso pasivo de las potencias humanas

implicadas en cada acción puede concretarse en el

uso de potencias internas, como el entendimiento o

los sentidos internos y el apetito sensitivo, o de

potencias externas, como los sentidos externos y la

facultad locomotriz. En cualquier caso, todas y

cada una de esas facultades reciben el impulso de

la voluntad al que obedecen, participando así de la

voluntariedad del acto voluntario propiamente

dicho. Lo cual significa que los actos de dichas

facultades llegan a ser voluntarios por

participación, en virtud de lo cual cabe distinguir

entre los actos voluntarios elícitos (realizados por la

misma voluntad) y los actos voluntarios imperados

(realizados por las otras facultades bajo el

influjo de la voluntad).

12) El disfrute o fruición es lo último y más perfecto en

los actos de la voluntad. Se refiere al fin en

tanto que está presente o es poseído, nunca a los

medios. La fruición comporta el descanso y la

complacencia en el fin, por lo que puede ser

perfecta o imperfecta en un triple orden: con

60

respecto al sujeto, con relación al objeto y en

referencia al modo de posesión.

Después de recorrer estos doce pasos, en los que cabe

esquematizar el proceso de ejecución de una acción,

conviene insistir sobre cómo en el conjunto de esos pasos

hay siempre una interacción entre la razón práctica y la voluntad, que

muestra la concausalidad de ambas en toda acción

voluntaria. Es preciso añadir, sin embargo, “que el proceso

de la razón práctica no se atiene siempre al orden lógico,

ni sus momentos diseccionables suelen ser también

separables”.125

A pesar de ello, sí que es posible mostrar los

entrecruzamientos que se dan entre el fin y los medios a lo

largo de ese proceso que se ha descrito. Los actos del

entendimiento y de la voluntad referidos al fin de la

acción inician y concluyen el proceso, en cuyo centro se

concatenan los actos de ambas potencias directamente

referidos a los medios. Si bien, a veces, un medio puede

tener también carácter de fin, como a la inversa, no

obstante es preciso mantener el carácter absoluto de su

diferencia nocional para no convertir el proceso en una

cadena abierta al infinito. En ese sentido afirma De

Finance que “si el fin como tal y el medio como tal son

queridos en un mismo acto, no ocurre lo mismo cuando cada

uno es proyectado según su propia realidad”126, hasta el

125 FERRER, U., “La razón práctica en la fundamentación

antropológica de la ética” en MURILLO, I., (ed.), op. cit., 82.126 DE FINANCE, J., Ensayo sobre el obrar humano, Gredos, Madrid,

1966, 64.

61

extremo de que para querer un medio en vista de un fin,

debo primero conocerlo como medio.

Se diría que el valor medial se pone especialmente de

manifiesto en los valores utilitarios, como el dinero y el

poder: ambos son medios en cuanto tales, con vistas a

obtener la satisfacción de necesidades y adquisición de

bienes, o para alcanzar otras metas o fines. A ellos habría

que añadir la pura materia “metafísica”, que tiene por

esencia ser puro medio, medio universal. Cuanto más

complicada es la esencia de un objeto, más se reduce el

abanico de posibles finalidades a las que puede aplicarse

como medio.127 Por ello, a excepción del dinero y el poder,

no existen puros medios en el orden práctico, sino que los

medios son siempre acciones humanas definidas

intencionalmente con vistas a la obtención de un fin,

dentro del horizonte de un para qué, lo cual contribuye, en

la medida en que se eligen, a concretar en el actuar la

intención del fin, anticipando a través de la praxis el

bien que se persigue.

En realidad la estructura del actuar humano es de tal

tipo que envuelve el pensamiento en el obrar y por ello la

razón práctica desemboca en una teoría de la acción, que

desarrolla las bondades del silogismo práctico aristotélico, así

como las virtualidades del concepto tomista de ley natural.

La noción de ley natural en Sto. Tomás se encuentra en

la cuestión 91 de la I-II de la Suma Teológica.128 Allí es

definida como “la participación de la ley eterna en la127 Cf. VON BRANDENSTEIN, B. F., Problemas de una ética filosófica,

Herder, Barcelona, 1983, 98.

62

criatura racional” (I-II, q. 91, a. 2, in c.). Para

entenderlo adecuadamente hay que tener en cuenta que el

concepto mismo de ley indica ya, por etimología, cierta

ligazón, de la cual se desprende la obligación de obrar de

una determinada manera.

La ley, dice Sto. Tomás, “es una ordenación de la

razón, en orden al bien común, promulgada por aquel que

tiene el cuidado de la comunidad” (I-II, q. 90, a. 4, in

c.). La ley eterna es la ley divina, impresa por Dios en

todas las cosas. Pues bien, el origen de esa ley eterna es

la suma razón que existe en Dios, a la que hay que unir su

divina Providencia. Ello explica que la ley eterna incline al

ser humano naturalmente a la acción debida y al fin, a

través de la ley natural.

Hay que distinguir dos niveles del conocimiento

práctico: el nivel en el que se llevan a cabo los juicios

prácticos de la razón y el nivel de la reflexión sobre esos

actos de la razón práctica. Sin esa distinción no es

posible determinar adecuadamente el concepto de lex naturalis,

que no es el objeto de los actos de la razón práctica, sino

que éstos la constituyen a ella como tal. “La lex naturalis no

es “primo per se” una estructura de enunciados normativos

que la razón práctica “encuentra” y “sigue”, sino, antes

bien, es el resultado primero e inmediato de los actos

preceptivos de la razón práctica”.129 De tal manera que

cabría denominar a esos dos niveles como el práctico-

128 Cf. la edición realizada por los Regentes de Estudios de las

Provincias Dominicanas en España publicada por la Bac-Maior, Madrid,

1990.

63

preceptivo (ley natural in fieri) y el reflexivo-descriptivo (ley

natural in facto esse).

En palabras del propio Sto. Tomás, “la ley natural es

algo constituido por la razón (aliquid per rationem constitutum),

justamente como la proposición es una obra de la razón (opus

rationis)” (I-II, q. 94, a. 1). Esta perspectiva posibilita

entender que la teoría de la ley natural es parte

integrante de una teoría de la razón práctica. De otro modo

se estaría abocado a ser deudor de los lastres que han

desprestigiado e inutilizado el concepto técnico de ley

natural en los debates éticos contemporáneos, en gran parte

debido a la incomprensión profunda de tal noción, que tan

sólo ha sido revitalizada gracias al profundo debate

suscitado entre distintos tomistas en las últimas

décadas.130

Germain Grisez, al que he mencionado al inicio de este

apartado,131 criticó ya en 1965 la interpretación errónea de

la teoría del Aquinate sobre la ley natural que estaba

bastante extendida por aquella época entre los propios

tomistas y que, en su acertada opinión, impedía un uso

129 RHONHEIMER, M., Ley natural y razón práctica, Eunsa, Pamplona, 2000,

81.130 El debate ha estado protagonizado por la contraposición entre

la exégesis tomista de J. Finnis, G. Grisez y J. Boyle frente a la de

R. Hittinger, R. MacInerny, J. Smith o B. Johnstone, entre otros; cf.

BURGOS, J. M., La inteligencia ética, Peter Lang, Bern, 1995, 24; MOLINA, E.,

La moral entre la convicción y la utilidad, Eunsa, Pamplona, 1996. Sobre la

posibilidad de un nuevo iusnaturalismo y sus ventajas sociales tratará

el capítulo 3º. 131 Ver la nota 114 de este capítulo.

64

contemporáneo de las virtualidades que realmente encierra

una adecuada comprensión de la razón práctica tomista.

Al centrar su influyente estudio en el comentario al

artículo 2 de la q.94 de la I-II de la Suma Teológica

contribuyó, de manera lúcida, a clarificar la naturaleza

del primer principio de la razón práctica, que, formulado

en gerundivo (“El bien ha de hacerse y perseguirse, y el

mal ha de evitarse”), no cabe malinterpretarlo como si

fuese primordialmente un imperativo (Haz el bien y evita el

mal), sino más bien un genuino precepto de la razón

práctica. Siendo la razón práctica la misma mente

funcionado como principio de acción, estará sometida a los

mismos condicionamientos que cualquier otro principio

activo. Un principio activo necesita estar orientado hacia

algo para realizarse, lo cual implica que la acción desde

su comienzo tiene una dirección definida y un cierto

límite.

El primer principio de la razón práctica ha de basarse

en la inteligibilidad del bien, de manera analógica a como

el primer principio especulativo está basado en la

inteligibilidad del ser. Aquello a lo que tiende cada cosa

es su bien, que resulta inteligible en tanto que fin. Igual

que el principio de contradicción expresa la determinación

definida de la realidad, como primera condición de la

objetividad de las cosas, del mismo modo el primer

principio de la razón práctica expresa la imposición de una

tendencia, como garante de la existencia de una

intencionalidad sin la que no existiría en absoluto la

65

acción. Esta es la función más básica del primer principio

práctico que se desvela a su vez como primer precepto de la

ley natural, al que se añadirán otros preceptos

subsiguientes, que tienen su origen en las distintas

inclinaciones naturales que encierra la complejidad de la

naturaleza humana.

Todo ello no debe llevar a confundir la ley natural

con la naturaleza, ni con las tendencias naturales que

vienen de ella, sino que son los preceptos de la razón los

que constituyen la ley natural, porque es capaz de ver en

los objetos de las inclinaciones naturales la

inteligibilidad de fines a perseguirse mediante la acción.

Si es verdad que la ley natural tiene muchos preceptos, no

lo es menos que “los diversos preceptos de la ley natural

no tienen más sentido que el de concretar aquel bien

prescrito universalmente en el primer precepto de la ley”132

que coincide con el primer principio de la razón práctica.

Con todo, para captar la especificidad de la razón práctica no

basta haber clarificado la naturaleza de su primer

principio, también es necesario clarificar el concepto de

verdad práctica, que es una verdad operativa o factiva y no

constatativa. La dificultad para comprender la verdad en el

terreno práctico reside precisamente en la tendencia a

traspasar a ese campo el concepto de adecuación que lo

define en el terreno especulativo.

Pero es fácil comprobar cómo no cabe tal trasposición,

puesto que la verdad práctica sólo existe en cuanto

ordenación efectiva de la acción, o dicho de otro modo,132 GONZÁLEZ, A. M., Claves de ley natural, Rialp, Madrid, 2006, 73.

66

sólo existe en la acción dirigida por la prudencia. Lo

que ese concepto permite es una ampliación del concepto de verdad

que posibilita una praxis penetrada de conocimiento, lo

cual nos evita la caída en un estrecho saber positivista o

en una anárquica actividad cultural.

En ese mismo sentido, cabe afirmar que “si no hubiera

verdad práctica carecería de sentido la conversación

humana; si tiene sentido, es precisamente porque tal verdad

no es fácil de alcanzar, ya que –como diría Ortega- es una

verdad histórica y situada en el espacio y en el tiempo. De

ahí que el pluralismo político sea un valor claramente

positivo. De ahí también que –utilizando una distinción de

Spaemann- haya que aspirar a que el consenso fáctico se

acerque progresivamente al consenso racional”.133

Qué realizaciones consiga ese progresivo acercamiento

entre lo fáctico y lo racional parece la mejor manera de

enunciar el reto de la razón práctica para las sociedades

democráticas pluralistas del siglo XXI. Justamente por eso

resulta fundamental captar que reivindicar las

posibilidades de futuro de la razón práctica para

configurar la razón pública de las democracias no es

incurrir en ninguna suerte de vuelta a la premodernidad,

sino más bien una de las vías de salida de las angosturas a

las que ha llevado a la razón el anticognitivismo de la

Modernidad post-ilustrada. El juicio severo contra el

objetivismo racionalista típico del pensamiento

postcartesiano, que encuentra en Kant y en sus seguidores133 LLANO, A., “La verdad en la conversación humana” en NÚÑEZ, L.,

(ed.), Ética pública y moral social, Noesis, Madrid, 1996, 216.

67

sus exponentes más característicos, es un planteamiento

gnoseológico que tiene su fuente en la crítica de Husserl a

la noción mecanicista de objeto y que sustenta las

propuestas éticas de Taylor y McIntyre, como ha mostrado

Alejandro Llano.134

En la razón práctica se dan cita un momento

individual, ligado a la decisión de actuar, y otro

universal o abstracto, que responde a la pregunta por qué

tal decisión. Lo importante es subrayar que “el primero no

puede ser derivado por vía de conclusión del segundo, en

tanto que la verdad de la razón práctica es inseparable de

su aplicación”.135 En ese sentido, la razón práctica es una

razón de fines por realizar, si bien habrá que determinar

cómo se articulan lo universal y lo particular de ese

proceso único.

Es preciso, ante todo, distinguir el modo teórico de

proceder la razón, en un esquema realista, de su uso práctico,

puesto que ambos se contraponen. Así, mientras la primera

(el uso teórico) va de lo más determinado a la más general e

indeterminado (se llama abstracción al proceso

correspondiente), la segunda (el uso práctico) recorre la vía

inversa: los fines de que parte son todavía indeterminados,

y conforme se aproxima el momento de la acción van ganando

134 Cf. LLANO, A., “¿Superación del nihilismo? Las propuestas de

Charles Taylor y Alasdair MacIntyre”, LIZÁRRAGA, P. – LÁZARO, R.,

(ed.), Pragmatismo y nihilismo. Claves para la comprensión de la sociedad actual,

Cuadernos de Anuario Filosófico, nº 149, Pamplona, 2002, 7-20.135 FERRER, U., Perspectivas de la acción humana, PPU, Barcelona, 1990,

26.

68

en concreción, al tener que contar con las circunstancias y

medios variables de realización, en los que existe una

cierta determinación natural que hace posible la previsión

práctica.

En la sentencia aristotélica “para saber lo que

tenemos que hacer hay que hacer lo que queremos saber”136 se

contiene germinalmente toda la propuesta de lo que una

razón práctica aspira a proponer, a través de la ampliación

misma del concepto de verdad al terreno de la praxis

humana. La razón práctica aristotélica, en última

instancia, demuestra que “sólo si la verdad es realizada

operativamente puede ser conocida de algún modo por la

razón, incluso teóricamente”, lo cual implica también que

“lo que hemos de hacer sólo puede ser comprobado a partir

de lo que hacemos”.137

Así pues, la verdad práctica se va constituyendo en el

esfuerzo continuo para orientar el comportamiento hacia un

punto medio, el cual no puede ser captado con independencia

de esos mismos esfuerzos por dar con él. En ese proceso por

llegar a la vida lograda, que es la felicidad como fin

práctico del hombre, hay que contar con una serie de

nociones básicas que conviene analizar detenidamente.

a) El bien común

Hablar del bien común como el concepto básico sobre el

que se articula la consecución de la justicia política en136 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, (1103 a 32-33).137 INCIARTE, F., El reto del positivismo lógico, Rialp, Madrid, 1974, 174.

69

las sociedades actuales puede resultar clarificador, frente

a la dispersión del interés general tantas veces manipulado

por los mecanismos del funcionamiento de la opinión

pública; pero en todo caso no sirve, de entrada, para

resolver los graves problemas en los que se encuentran

envueltas las sociedades actuales.

Es justamente la necesidad de hacer realidad política

el ideal del bien común lo que exige la mediación de la

sociedad civil a la que cabe plantearle la siguiente

pregunta: “¿cómo deberá la sociedad civil “intentar” la

transformación de la cultura ético-política dominante,

haciendo así posible que el ideal de la justicia política

se convierta progresivamente en vida social?”.138

La razón práctica que es capaz de recobrar una

auténtica racionalidad política “exige volver a comprender

lo político desde las categorías de acción, integración y

ethos, haciendo así posible esa racionalidad como

racionalidad práctica. Lo político no es una esfera,

dimensión o “esencia”, tan abstracta y sectorial como

cualquier otra. La realidad de lo político se encuentra

contenida en sus tres acepciones: una comunidad o

institución (polis), una identidad o carácter (polités), y

una praxis o forma de vida (politeia). En otras palabras:

un ethos objetivo o institucional, un ethos subjetivo o

personal, y una acción que es, a la vez, fruto de éstos y

configuradora de ellos”.139 Esa integración sólo es viable

en el marco de un ethos objetivo común, dentro del cual es138 CHALMETA, G., Ética social, Eunsa, Pamplona, 2003, 203.139 CRUZ, A., Ethos y polis, Eunsa, Pamplona, 1999, 106.

70

posible la acción misma, que, en un marco de disolución de

ese ethos común, otorga finalmente la hegemonía a los

apetitos, no a la acción deliberada. De tal manera que sin

el ethos común la misma racionalidad práctica desaparece,

por falta de su condición sine qua non.

Resulta imprescindible situar la captación del bien en

el origen mismo de la voluntad humana, que “es oportuno

entenderla como potencia pasiva pura o relación

trascendental. Es decir, como una potencia completamente

incapaz de suyo de ejercer actos. De aquí la necesidad de

la sindéresis para constituir el acto voluntario”.140 De

esta manera se entiende mejor cómo el ejercicio subyacente

de la razón práctica a los distintos actos de la voluntad

está, en última instancia, ordenado al bien, como categoría

conceptual que unifica la pluralidad de valores que

constituyen su objeto, bajo las formalidades de medio o

fin.

En concreto, la noción de fin inicia propiamente la

actividad de la razón práctica y ya antes, como su paso

preparatorio, “la verdad constitutiva del simplex velle es el

despertar del bien”.141 Fin y bien resultan ser dos nociones

equivalentes a los efectos de que “cualquier bien tenido

por tal es un posible fin para la actividad derivada de él.

También la diversidad de los fines remite a una noción

unitaria de fin, tal que es vivido como propio en la forma

140 POLO, L., La voluntad y sus actos. I, Cuadernos de Anuario

Filosófico, nº 50, Servicio de Publicaciones de la Universidad de

Navarra, Pamplona, 1998, 50.141 POLO, L., op. cit., 65.

71

de considerarse el hombre a sí mismo como un ser en

dirección a tal fin. Pero, a diferencia de los bienes, los

fines delimitados no son contracciones del fin

intencionalmente ya poseído, sino particularizaciones de un

concepto que se encuentra realmente vinculado a la noción

ontológica y ética del hombre como ser finalizado, o bien

como fin en sí para sí mismo y para los otros”.142

El objeto de la voluntad presenta una estructura dual

de acuerdo con la cual se puede afirmar que se quiere A en

singular, en razón del bien en general que se realiza en A.

En el fondo esa dualidad estructural, constituida por lo

universal y lo particular, modaliza de libertad al proceso

determinativo de la razón práctica, que acompaña a los

respectivos actos de la voluntad.

Esa dualidad estructural del objeto de la voluntad,

que no es otro que la universalidad del bien, es lo que

obliga a poner en relación los bienes particulares de las

tendencias y las acciones con el bien plenario de la

autorrealización a través de la posesión de esos bienes por

parte de la persona que actúa. Ello prepara, en cierto

modo, para percibir la dificultad de concebir adecuadamente

el bien común, como algo que pudiera concebirse

extrínsecamente al bien propio de cada persona.

Pero, ¿qué es el bien común?, ¿puede una sociedad

pluralista tener un bien común?. Son preguntas que se ha

planteado Vittorio Possenti y a las que ha tratado de dar

142 FERRER, U., “La razón práctica en la fundamentación

antropológica de la ética”, MURILLO, I., (ed.), op. cit., 78.

72

una respuesta esbozando una teoría del bien común que puede

sintetizarse en los siguientes puntos:143

1) El de la sociedad no es el bien individual ni la

colección de los bienes individuales de cada una de

las personas que la constituyen. El bien común es el bien

del todo social (o de la sociedad política), en el que

participan las personas y en cuanto se redistribuye

sobre ellos, favoreciendo el desarrollo integral.

2) El bien común es un fin y no un medio. Es en sí y para

nosotros más agradable que el bien privado.

3) El bien común consta de tres componentes: material, intelectual y

moral. Esto se deduce del contenido mismo de la idea

de bien común como bien propio de la sociedad

política, cuyos componentes explican una praxis

tanto económica, como intelectual, como moral.

4) El bien común es el fundamento y la única justificación de la

autoridad. Recibe así una legitimación positiva más

elevada que otra que se apoyara en que su labor es

impedir la injusticia y no la de promover el bien

común.

5) El bien común es correlativo a la sociedad política, no sólo

al Estado; relacionado con él se hablará de bien

público, entendido como funcionamiento eficaz de su

maquinaria, garantía del orden público y del

derecho.

6) El contenido del bien común no es definible sólo a priori,

sino que se va concretando según la medida del143 Cf. POSSENTI, V., Las sociedades liberales en la encrucijada, Eiunsa,

Barcelona, 1997, 71-77.

73

máximo bien humano históricamente perseguible en la

condiciones dadas; el debate público, los hábitos

virtuosos, el consenso y las acciones de las

personas contribuyen a determinarlo en un dinamismo

nunca cerrado.

7) Bien común y mérito aparecen emparejados, porque el

segundo representa la medida de la aportación del

individuo al primero.

De esta manera cabe percibir, claramente, las

implicaciones que tiene un concepto adecuado de bien común para

superar la suplantación que pretende hacer del mismo el

denominado interés general de los ciudadanos, que tantas veces

podría no coincidir con la exigencias objetivas de la

justicia.

Lo que está en juego es la problemática que afecta

dramáticamente al futuro de las sociedades democráticas

pluralistas, en las que se ha dejado ya de percibir en la

ciudadanía un concepto compartido de bien común y de vida

buena, para elegir libremente fines divergentes entre sí,

que abocan a una neutralidad de las instituciones públicas,

para impedir las desmedidas imposiciones de criterios valorativos

sobre los ciudadanos.144

Será conveniente pues, aguzar el ingenio para

presentar a las ciudadanías del siglo XXI las ventajas que

se derivan de una comprensión correcta del bien común,

nunca sustituible por el mero interés general, aunque ello

obligue a nuevos lenguajes, por ejemplo contraponiendo los144 Cf. GARCÍA-CANO, F., “Pluralismo moral y neutralidad política”

en MURILLO, I., (ed.), op. cit. 551-556.

74

conceptos de bien común y mal común. Según Fernando

Inciarte “la mayor ventaja de tratar la cuestión del bien

común desde la perspectiva del mal común, es decir, de los

males de todo tipo a evitar, es eludir un peligro

intrínseco a todos los planteamientos en que intervienen

muchos factores: el peligro de la simplificación, cercano

siempre al simplismo; el peligro, por decirlo así, de

tratar los problemas humanos en claroscuro o en blanco y

negro”.145

b) La intencionalidad de la voluntad

Una vez desplegado el movimiento de la voluntad por su

primer acto, el simplex velle, que la constituye de un modo

natural como relación trascendental al bien, aun siendo

potencia pasiva pura, la dinámica de la voluntas ut natura, que

ha sido coadyuvada por la sindéresis desde su inicio, da un

paso fundamental al configurar la intención del fin, en el

segundo acto que le es propio. Conviene recordar que la

sindéresis es un hábito intelectual innato anterior a la

razón práctica, que constituye el simple querer con el que se

inician los actos de la voluntad.

La primera dificultad que surge al introducirse en el

análisis de la intención es que cabría pensar que no es el

segundo acto de la voluntad, sino más bien el tercero, o

más en concreto que el inicio de la voluntas ut ratio estaría

en el acto que sigue a la deliberación, que sería preciso145 INCIARTE, F., Liberalismo y republicanismo. Ensayos de filosofía política,

Eunsa, Pamplona, 2001, 115.

75

para poder tener una noción suficiente de la intención, y

por tanto que la intención habría de postergarse al acto

siguiente en la concepción clásica denominado consensus. Lo

cierto es que esa cuestión se deja sin resolver en el

planteamiento clásico, del que por otra parte cabe afirmar,

con Leonardo Polo, que el hecho de que “sea insuficiente no

quiere decir que no sea certero”.146

Con la división entre voluntas ut natura y voluntas ut ratio se

obtiene una dualidad que es reconducible a la duplicidad

que se ha percibido en el apartado anterior respecto al

bien, como objeto de la voluntad, escindido entre bien

plenario y bienes particulares. El caso es que cabe afirmar

que “la ampliación de la voluntas ut natura en voluntas ut ratio se

realiza, pues, atendiendo al objeto compuesto que la razón

propone a la voluntad”.147

“No cabe una interpretación puramente descriptiva de

la intención, al margen de todo fin propuesto en el

querer”, así como “tampoco es posible interpretar la

intención en términos meramente volicionales, sin la

mediación de algún estado de cosas descriptivo”, como el

constituido por los medios elegidos para la consecución de

la intención. La intención de la voluntad es, pues, una

146 POLO, L., La voluntad y sus actos I, Cuadernos de Anuario Filosófico

nº 50, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra,

Pamplona, 1998, 73.147 FERRER, U., “La razón práctica en la fundamentación

antropológica de la ética”, MURILLO, I., (ed.), op. cit., 82.

76

realidad bifronte, que mira tanto a los fines dados, como a

los medios que harán efectiva su consecución.148

La intención del fin puede ser llamada acto

intencional de la voluntad o voluntad intencional. En

opinión de Aristóteles, el fin desde el punto de vista

intencional es ya el comienzo de la acción, puesto que con

la intención del fin comienzan la tendencia (opexis) y la

deliberación práctica. Con todo, a la teoría de la acción

aristotélica le falta un término específico para el

concepto de intención, lo cual es una de sus carencias. En

ese sentido, aunque Aristóteles conoce una especie de

posición del fin distinta del acto de la proháiresis, le falta un

concepto específico para referirse a ella en su teoría de

la acción.149

La importancia de este acto de la voluntad reside en

que “las intenciones son como el alma de los actos de

elección. Al igual que la acción concreta está “animada”

por la voluntad que elige, la voluntad que intiende a un

fin es a su vez el alma de ese todo”.150 Ello permite

entender cómo existen, por un lado, acciones intencionales

básicas, que configuran los objetos de las acciones

dándoles una identidad objetiva intrínseca, y, por otro,

las intenciones, en sentido propio y estricto, que añaden

el propósito con vistas al cual el agente ha elegido esa

148 Ib.149 Cf. RHONHEIMER, M., Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Praxis,

Berlin, 1994, 229.150 RHONHEIMER, M., La perspectiva de la moral, Rialp, Madrid, 2000,

114.

77

acción concreta, ya de por sí dotada de su estructura

interior intencional básica.

Penetrar en la estructura intencional de la acción

humana lleva a percibir estos dos aspectos de la intención

como algo que es necesario distinguir, para no pasar por

alto “que, por un lado, lo intencionado ha de resolverse en

los medios, sin los que no puede ser efectivo, y que, por

otro lado, el acto de intencionar (intendere) ha de

mantenerse y ampliarse para que se originen de él los otros

actos de la elección y la fruición”.151

También es preciso distinguir la intención de las

consecuencias, que indirectamente entran en el objeto de la

acción a través de la deliberación. Las consecuencias no

son lo que se pretende, ni tampoco están incluídas

implícitamente en lo que se pretende, como ocurre con los

medios, sino que se tienen en cuenta en virtud del carácter

situado o emplazado en un medio externo, pues es algo

inherente a toda acción humana. El medir la moralidad de la

acción por las consecuencias es lo que técnicamente se

denomina consecuencialismo, sobre el que cabe una revisión

crítica de tono muy similar a la merecida por el

utilitarismo, ya que en el fondo aquél no sería sino un

versión más refinada de este último.152

Con todo, es importante aclarar en qué medida se

relacionan la intención de la acción y sus consecuencias,

151 FERRER, U., “La razón práctica en la fundamentación

antropológica de la ética”, MURILLO, I., (ed.), op. cit., 84.152 Cf. CARRASCO, Mª A.,Consecuencialismo. Por qué no, Eunsa, Pamplona,

1999.

78

las cuales de manera indirecta entran en el objeto de la

acción, a través de la deliberación.

En síntesis, hay que afirmar que la intención no es

una fase preparatoria de la acción, sino lo que la anima e

interpreta objetivamente mientras es realizada, de tal

manera que en la intención reside el elemento formal

definitorio de la acción, al cual se refieren como su

materia, en terminología tomista, los restantes actos de la

razón práctica y las partes integrantes del objeto

pretendido. La unificación de la acción que lleva a cabo la

intención resulta así tanto cualificadora de su valor

moral, como causante de su realización a través del acto

del imperium a cargo de la razón práctica.

c) El hábito moral

Hablar de hábitos o virtudes sitúa en el corazón del

debate que ha tenido lugar en el último tercio del siglo XX

en el terreno de la ética entre los sostenedores de una

ética de la virtud y los propugnadores de una ética del

deber.

Con visiones panorámicas de ese intenso debate como la

que presentó Giuseppe Abbà en su obra, ya clásica, titulada

Felicità, vita buona e virtù,153 está desbrozado todo un lento camino

de recuperación del concepto de “hábito o virtud”, que

conecta con la rehabilitación de la razón práctica operada

en la filosofía alemana del mismo periodo. 153 ABBÀ, G., Felicidad, vida buena y virtud, Eiunsa, Barcelona, 1992,

(original en italiano de 1989).

79

No por casualidad, en opinión de Angel Rodríguez Luño,

“el profesor Abbà se sirve de la noción de racionalidad

práctica propuesta por G. Grisez y J. Finnis, a la que

añade sin embargo importantes correcciones”.154

Fue, sin duda, Alasdair McIntyre con su obra After virtue

quien marcó un punto de inflexión en el panorama de la

ética contemporánea, similar al que pudo producir tres

décadas antes el emblemático artículo Modern Moral Philosophy

de Anscombe,155 que muestra cómo el mal emotivismo es la

fuente de los más crasos errores de la ética actual. ¿Qué

importancia tiene pues en una teoría sistemática de la

razón práctica el concepto de hábito o virtud?.

La importancia es decisiva comenzando por precisar el

concepto mismo, saneándolo de imprecisiones semánticas que

puedan haber llevado a su anquilosamiento o sencillamente a

su desaparición. Conviene advertir que lo que hoy se

denominan virtudes, lo llamaban los griegos excelencias y los

latinos fuerzas. Es un caso claro de deterioro del

significado de un término. Porque hoy la palabra virtud

sugiere más bien, en el lenguaje cotidiano, apocamiento e

incluso represión. Cuando se habla de una persona virtuosa,

se tiende a pensar en alguien acomplejado y timorato,

mientras que en su acepción originaria se trataba de seres

154 RODRÍGUEZ, A., “Presentación” en ABBÀ, G., op. cit., 14.155 ANSCOMBE, G. E. M., Philosophy 33 (1958), 1-19; reeditado en The

Collected Philosophical Papers of G.E.M. Anscombe, III: Ethics, Religion and Politics, Basil

Blackwell, Oxford, 1981, 26-42. Este artículo ha sido incluido en La

filosofía analítica y la espiritualidad del hombre, Eunsa, Pamplona, 2005, 95-122.

80

humanos llenos de coraje, fuerza vital y capacidad de

arrastre.

Alasdair MacIntyre, después de realizar un prolijo

recorrido histórico por el concepto de virtud en las

sociedades heroicas, en Atenas, en Aristóteles y en la Edad

Media llega a ofrecer la siguiente definición de virtud:

“una virtud es una cualidad humana adquirida, cuya posesión

y ejercicio tiende a hacernos capaces de lograr aquellos

bienes que son internos a las prácticas y cuya carencia nos

impide efectivamente el lograr cualquiera de tales

bienes”.156

La etimología del término hábito remite a la

traducción latina (habitus) del vocablo griego hexis, que

significa tenerse a sí mismo el sujeto en relación a algo.

Zubiri prefiere usar la palabra habitud, justamente para

expresar que en la virtud se encuentra un punto de

intersección entre el tener y el ser, de tal manera que lo

que se tiene modifica a quien lo tiene.

La definición de virtud apuntada por MacIntyre

encierra al menos tres aspectos que conviene explicitar: en

primer lugar indica que se trata de una cualidad adquirida, en

la cual puede constatarse la intersección del tener con el

ser del hombre, la conjunción de lo dinámico con lo

constitucional, puesto que no se trata de adquirir

operativamente algo ajeno a las potencialidades

características del propio ser humano, sino de adquirir sus

excelencias o fuerzas, como las denominaban los griegos y

latinos.156 MACINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 2001, 237.

81

En segundo lugar, señala cómo no cabe la disociación

entre la posesión y el uso de esas cualidades adquiridas,

lo cual explica perfectamente la diferencia que existe

entre este tipo de capacidades y aquellas que se denominan

técnicas, que se definen justamente por la posibilidad de

ejercitarlas o no.

Por último, la definición de virtud incluye una

alusión a la inserción en las prácticas que definen a una

comunidad, de tal manera que no cabe un ejercicio de la

virtud aislado del resto de la vida, en la medida en que

ésta viene articulada con las otras vidas de los miembros

de una comunidad humana.

De esta manera, se comprende cómo el filósofo escocés

“ha mostrado que la dificultad de recuperar el significado

originario del término virtud proviene de la pérdida del

sentido teleológico o finalista de la realidad y, en

consecuencia, del oscurecimiento de la noción de naturaleza

humana, de la difuminación de nuestro característico modo

de ser como personas. Porque la virtud es la realización de

esas potencialidades características de la manera humana de

existir y comportarse”.157

La definición de virtud que da Aristóteles en su Ética a

Nicómaco contiene también varios elementos al considerarla

como “un hábito selectivo que consiste en un término medio

relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquella

por la cual decidiría el hombre prudente”(EN, II, 6, 1106b

36-1107ª 2). Esta definición muestra, en definitiva, por

qué “la ética aristotélica es una parte de su Filosofía157 LLANO, A., Humanismo cívico, Ariel, Barcelona, 1999, 36.

82

práctica, y la Filosofía práctica es el título bajo el cual

se presenta la Antropología aristotélica”.158

Y es que la naturaleza del hombre es precisamente el

despliegue de su ser hasta alcanzar el bien final que

constituye la vida lograda. Todos los seres alcanzan su

verdadero ser, culminan el proceso de su desarrollo, pero

esto se da especialmente en el hombre. En cierto sentido,

“lo natural” no se muestra de manera explícita al

“principio”, sino al final del proceso (lo que el hombre ha

llegado a ser). Por eso no hay por qué contraponer

naturaleza y razón, ni naturaleza y cultura, sino más bien

considerarlos complementarios. El hombre es por naturaleza,

un ser racional, histórico, cultural y libre.

Conviene destacar, aún más, la importancia de la

existencia de esa manera humana de existir y comportarse, propia

de la dignidad de nuestra naturaleza, que tal vez, por el

oscurecimiento de la concepción finalística de la

naturaleza, en general, habría que reivindicar como una

búsqueda de algo perdido que urge volver a encontrar.

Recuperar un concepto teleológico de naturaleza es condición

indispensable para poder plantear adecuadamente una teoría

de la acción humana, porque “además de señalar que hay algo

así como un sentido que antecede a nuestra praxis, permite

ver al hombre simultáneamente como naturaleza y como

persona. De esta manera se constituye en un concepto

irrenunciable en el desarrollo posterior del concepto

normativo de naturaleza. Los problemas que desde otro punto

de vista presenta la rehabilitación de un concepto158 INCIARTE, F., El reto del positivismo lógico, Rialp, Madrid, 1974, 188.

83

teleológico de naturaleza en el contexto de la praxis

humana, se resuelven cuando entendemos que la teleología

natural –de modo particular en el caso de la naturaleza

humana- no comporta determinismo”.159

Salvar esa dificultad, u otras, es lo que no siempre

se ha hecho a la hora de presentar la teleología de la

naturaleza humana, también llamada ontoteleología, lo cual ha

propiciado que este planteamiento haya sido muy criticado

desde el racionalismo y el vitalismo.

Si el fin de cada sujeto es considerado una imposición

exterior a los seres, que les impide ser espontáneos y

libres, entonces, inexorablemente se interpreta la

“finalidad” como algo extraño, introducido en el interior

de ellos, y que los violenta. La manera paradigmática de

escindir naturaleza y libertad, tan característica de la

Modernidad filosófica, con su concepción de la libertad

como autonomía, no es sino el resultado que se podía

esperar del ocaso de la teleología de la naturaleza.

Tratar de compatibilizar esa falsa idea de libertad

como independencia respecto a la naturaleza teleologizada

con las verdaderas exigencias de una correcta autonomía

moral, totalmente compatibles con una adecuada concepción

de la razón práctica, es el error de muchos planteamientos

éticos contemporáneos.

Un recorrido pormenorizado por los hábitos adquiridos

del entendimiento y la voluntad160 nos mostraría no sólo que

la ética sin virtudes es sencillamente imposible, sino159 GONZÁLEZ, A. M., Naturaleza y dignidad. , Eunsa, Pamplona, 1996,

177.

84

también cómo los hábitos y la virtud teleologizan la

naturaleza humana, que ya no es sólo principio de sus

actos, sino también su propio fin. En ese sentido conviene

tener esquemáticamente, al menos, un cuadro general que

permita distinguir los hábitos innatos superiores a la

inteligencia y la voluntad (la sindéresis, el hábito de los

primeros principios y la sabiduría), de los hábitos

adquiridos o “cualidades del alma”, que serían la prudencia

y el arte (para el entendimiento práctico) y la templanza,

la fortaleza y la justicia (para la voluntad).

Tampoco conviene olvidar la importancia para la ética

del así llamado problema de la debilidad de la voluntad,

clásicamente denominada acrasía. En última instancia la

debilidad de la voluntad no significa la ausencia total de

la misma: por cuanto las tendencias en el hombre no están

de suyo concluídas, el dejarse llevar por ellas en el débil

de voluntad indica ya indirectamente la presencia de esa

misma voluntad.

Los hábitos o virtudes, como realizaciones de las

potencialidades propias de la especificidad de la

naturaleza humana, garantizan la existencia misma de la

ética, puesto que, como afirma con claridad Alejandro

Llano, “si tal modo de ser (el modo humano de existir y

comportarse) no existe, o tiene un carácter puramente

material, el propio sentido de la virtud se esfuma. Se

corre entonces el riesgo de intentar construir la ética

convencional con nociones tales como deber, consenso,160 Cf. SELLÉS, J. F., Los hábitos adquiridos, Cuadernos de Anuario

Filosófico, nº 118, Universidad de Navarra, 2000.

85

emoción, utilidad, gusto, diálogo, amor, placer o

solidaridad, que están muy bien, pero que –disuelto su

sentido antropológico y desconectadas entre sí- no llevan a

ninguna parte distinta del utilitarismo o el relativismo,

planteamientos en los que la desorientación es

insuperable”.161

d) La deliberación

La razón práctica procede de un modo compositivo que

puede caracterizarse mediante la concatenación de los

siguientes actos:

1) La simple aprehensión del bien, que tiene por

efecto la complacencia en el bien que se propone a

la voluntad.

2) El juicio acerca del bien propuesto como

conveniente y posible.

3) La consideración intelectual acerca de los medios

encaminados a la consecución del bien querido.

4) El consejo o deliberación acerca del medio más

adecuado para alcanzar el bien previamente captado.

5) El precepto o imperio, que consiste en la

ordenación intelectual de las acciones humanas

encaminada a la consecución del bien propuesto, que

es realizada por la inteligencia movida por la

voluntad.

Pues, bien, respecto al cuarto paso o acto del proceso

de la razón práctica (el denominado consejo o161 LLANO, A., La vida lograda, Ariel, Barcelona, 2002, 36.

86

deliberación), conviene aclarar que se trata de un juicio

práctico mediante el cual la inteligencia se inclina al

medio más apto. Sabiendo que en los juicios prácticos, a

diferencia de los teóricos, no existe la evidencia, por eso

mismo el juicio práctico termina en una decisión de la

voluntad, y no en el descubrimiento de la verdad que se

presenta a mi entendimiento.

Esta aclaración puede hacernos entender,

perfectamente, por qué lo que Aristóteles llama

“boúleusis”, es decir la deliberación reflexiva, es el

corazón del proceso constituyente de la razón práctica,

donde propiamente se constituye como tal la razón que dice

lo que hay que hacer. Eso, decir lo que hay que hacer, no

es imponer a nadie normas desde fuera, lo cual no quiere

decir tampoco que la razón práctica carezca de facultades

para exigirnos algo, sino que más bien lo que nos exige es

precisamente que nos autoexijamos a nosotros mismos el

esfuerzo de una decisión reflexiva y deliberada, para por

ese camino poder llegar a saber en cada caso qué es lo

mejor, lo adecuado.

En ese mismo sentido conviene aclarar cómo la misma

etimología del concepto “boúleusis” incluye la alusión a la

asamblea que se reúne para deliberar, por lo que es claro

que el proceso deliberativo no siempre es sólo algo

individual, sino también muy frecuentemente un proceso

comunicativo interno a una asamblea o comunidad. Si en

muchas acciones individuales puede incluso no darse la

deliberación, porque sea sustituida por el conocimiento

87

fruto de la costumbre o por la posesión del arte

pertinente, en las resoluciones de una asamblea es mucho

más infrecuente o casi imposible sortear las exigencias de

la deliberación.

La naturaleza de la deliberación es analítica e

incluye el análisis pormenorizado de los medios,

susceptibles de ser valorados en cuanto tales o como fines

intermedios de cara a la obtención del objeto de la

intención. En ese sentido, la previsión de las

consecuencias de la acción no entra directamente entre los

aspectos de la intención, pero sí que influyen a la hora de

estimar la adecuación del fin propuesto como medio, a su

vez, para otro tipo de fines más comprensivos.

Por ello se entiende, también, que “la adecuación

ineludible de la razón práctica al momento presente –no

menos inexorable que la adecuación al orden de fines por el

que se rige- no está implícita en el saber de principios,

como si se tratara de un desarrollo necesario del mismo. La

decisión a cargo de la prudencia toma parte de la

determinación del bien moral al que la recta razón está

vertida. Y es la singularidad de la decisión del caso, así

como la situación desde la que ha de abrirse paso, lo que

no se deja deducir sin más de los principios universales y

necesarios por los que se guía”.162

Esa insistencia en la insuficiencia del proceso

teórico de la razón para dar con el bien práctico puede

formularse del siguiente modo: “No es que el hombre vuelva162 FERRER, U., Perspectivas de la acción humana, PPU, Barcelona, 1990,

43.

88

en la práctica las espaldas a las razones que ha visto en

la teoría como buenas, no es que vea lo bueno y escoja lo

malo. Esto no es lo decisivo. Lo decisivo es que la teoría

por sí misma es incompetente para la práctica; lo decisivo

es que la teoría por sí sola, no sabe lo que es el bien

práctico, el “agathon prakton”, lo que hay que hacer, lo

agibile”.163

Ahí esta la peculiaridad del razonamiento práctico

aristotélico, redescubierto por los propulsores de la

rehabilitación de la razón práctica en los planteamientos

de la ética contemporánea: en ser plenamente conscientes de

que sin querer la realización del bien, la razón se

encuentra a ciegas, totalmente desorientada. De tal manera

que se puede concluir con el siguiente juego de palabras:

querer el bien es el camino que conduce a saber algo sobre

el bien, aunque saber el bien es, por supuesto, la primera

condición para buscarlo.164

d) La razón situada

Habiendo trazado el itinerario del proceso por el que

se constituye la razón práctica, es más fácil percibir el

carácter histórico de esa razón práctica, que nunca es

ajena a una serie de factores que la condicionan

inexorablemente, convirtiéndola en lo que se puede

denominar una razón situada.

163 INCIARTE, F., El reto del positivismo lógico, Rialp, Madrid, 1974, 204.164 Ib.

89

Si, conocido el proceso de la razón práctica, cabría

distinguir en ella dos fases, una analítica y deliberativa,

con carácter preparatorio, y otra directiva de la praxis,

propiamente práctica, es ahora el momento de subrayar que

“la deliberación y consiguiente conclusión representan un

retroceder desde el fin a sus condiciones y medios, que lo

determinan en tanto que realizable; para ello la razón ha

de contar entre otros factores con la memoria, la

imaginación, la experiencia vivida..., las cuales

suministran los datos contingentes que sirven de apoyo a la

inquisición racional”.165

El planteamiento de Ortega, con su razón vital que

aboca en razón histórica, tiene la bondad de remarcar este

aspecto situacional de la razón práctica, si bien es verdad

que el riesgo al que finalmente puede llevar esa

orientación filosófica es el negar el carácter fundado de

la razón, por insistir sobremanera en su carácter fundante.

Eso es justamente lo que distingue con precisión

Modesto Santos al hilo de su crítica al consecuencialismo:

“la racionalidad humana – y la libertad que en ella tiene

su raíz- no es una realidad exenta de determinación

natural. No es, dicho de otro modo, una realidad fundante,

sino fundada. Negado el carácter natural y creado de la

racionalidad humana, se desvanece la finalidad naturalmente

recta –principio de rectitud moral- de su operar, previa a

toda deliberación y elección, y ámbito desde el que se hace

posible y alcanza sentido cualquier actuación racional y165 FERRER, U., Perspectivas de la acción humana, PPU, Barcelona, 1990,

44.

90

libre. Desligada de su fundamento natural, la capacidad de

autodeterminación de la persona humana –sujeto individual

de naturaleza racional- se transforma en una libertad

abstracta, formal, vacía de valores y fines en sí mismos

rectos, sin otra posibilidad que la del ejercicio –en este

caso, circular- de la pura libertad, privada por lo mismo

de toda responsabilidad”.166

El hecho de que la razón práctica sea una razón

situada en un contexto vital e histórico concreto no puede

acabar transformando la naturaleza de los distintos actos

humanos, especialmente la intencionalidad de los mismos,

para justificar una autonomía de la razón moral que

estuviera más próxima a la independencia, que a la adecuada

comprensión de la naturaleza de la recta razón práctica.167

Tal vez lo que más puede contribuir a comprender ese

carácter situacional de la razón práctica es su plegamiento

a la vida misma, en la que descubre y hace posible la

verdad práctica, que por su misma naturaleza es plural. Por

eso “lo peculiar de la razón práctica no estriba en el

conocimiento teórico o científico que presupone, sino en el

conocimiento peculiar de los casos existencialmente

personales, consistente en la dirección concreta que hace

de ellos”.168 En cierto modo ese ceñirse a la existencia

personal concretiza la razón práctica y la distancia

esencialmente de la utopía, que por definición es la verdad

166 SANTOS, M., En defensa de la razón, Eunsa, Pamplona, 1999, 84.167 Cf. RHONHEIMER, M., La perspectiva de la moral, Rialp, Madrid, 2000,

150-169. 168 CRUZ, J., Intelecto y razón, Eunsa, Pamplona, 1998, 217.

91

inalcanzable e impracticable, por tanto algo meramente

teórico y poco o nada práctico.

Y es que “la razón práctica se distingue de la utopía

en que no intenta realizar en la práctica una verdad que ha

sido pensada de modo teórico, sino que es un conocimiento

logrado precisamente a través de la praxis misma”.169 Lo

práctico de la razón práctica reside justamente en ese

carácter situado desde su propio origen, que no es sino una

primera premisa práctica inserta en una tendencia que mueve

a actuar. Por eso se ha dicho que el ojo intelectual de la

tendencia es la razón práctica, que se distingue de la

razón teórica, como ya hemos tenido oportunidad de

explicar.

En última instancia, el saber de la razón práctica es

un saber cómo actuar en esta determinada situación

concreta, que difícilmente coincide con el saber qué es lo

que se debe hacer o dejar de hacer desde un punto de vista

meramente teórico. Por eso la razón práctica situada es el

campo privilegiado del pluralismo, que se sitúa no tanto en

el campo del orden deductivo, cuanto en el campo de la

invención, aproximando los terrenos de la moral y el arte

en cuanto que ambos son eminentemente heurísticos.

169 ARREGUI, J. V., La pluralidad de la razón, Síntesis, Madrid, 2004,

209.

92

93