Drucker - Más allá de la revolución informática(1)

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Más allá de la revolución informática Peter F. Drucker (1999) - [Traducción de Mercedes Guhl] Las revoluciones no son como las pintan, sobre todo no como las pintan sus adeptos, y la así llamada Revolución de la Información tampoco es la salvedad. Ésta es al menos la bien cimentada tesis futurista del profesor Drucker, gran autoridad en las teorías sobre administración contemporánea. El impacto verdaderamente revolucionario de la revolución informática se está empezando a sentir. Pero no es la "información" la que alimenta este impacto. Ni tampoco la "inteligencia artificial". No es el efecto que han tenido los computadores y el procesamiento de datos en la toma de decisiones, la planeación de políticas o las estrategias. Es algo que prácticamente nadie anticipó, ni de lo que se hubiera hablado hace unos diez o quince años: el comercio electrónico. En otras palabras, el fulminante surgimiento de Internet como un canal importante, quizás el más importante, de distribución de bienes, servicios y, aunque parezca increíble, de empleos profesionales y gerenciales. El comercio electrónico está cambiando profundamente las economías, los mercados y las estructuras industriales; los productos y servicios y su flujo; la segmentación del consumo, los valores de consumo y el comportamiento del consumidor; el trabajo y los mercados de trabajo. Pero el impacto puede ser aún mayor sobre sociedades y políticas y, más que todo, sobre la manera en que vemos el mundo y nuestro lugar en él. Al mismo tiempo, es indudable que surgirán nuevas industrias que nadie previó, y que lo harán rápidamente. Una de ellas ya está aquí: la biotecnología. Y otra: la piscicultura. En los próximos cincuenta años la piscicultura puede hacer que dejemos de ser cazadores y recolectores de los mares para transformarnos en "pastores marinos", al igual que una innovación similar hace 10.000 años hizo que nuestros ancestros pasaran de ser cazadores y recolectores terrestres a agricultores y pastores. Es muy posible que nuevas tecnologías aparezcan repentinamente, que lleven a importantes y nuevas industrias. Es imposible siquiera adivinar cuáles serán estas tecnologías. Pero es muy probable, casi indudable, que surgirán, y pronto. Y es casi indudable que pocas de ellas, y las pocas industrias que se apoyen en ellas, surgirán de los computadores y de la tecnología informática. Al igual que la biotecnología y la piscicultura, cada una surgirá a partir de su propia e inesperada tecnología. Desde luego, éstas no son más que predicciones. Pero parten del supuesto de que la Revolución Informática evolucionará como lo han hecho otras "revoluciones" tecnológicas en los últimos 500 años, desde la revolución de la imprenta de Gutenberg, alrededor de 1455. El supuesto particular es que la 1/12

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Más allá de la revolución informática

Peter F. Drucker (1999) - [Traducción de Mercedes Guhl]

Las revoluciones no son como las pintan, sobre todo no como las pintan sus adeptos, y la así llamada Revolución de la Información tampoco es la salvedad. Ésta es al menos la bien cimentada tesis futurista del profesor Drucker, gran autoridad en las teorías sobre administración contemporánea.

 

El impacto verdaderamente revolucionario de la revolución informática se está empezando a sentir. Pero

no es la "información" la que alimenta este impacto. Ni tampoco la "inteligencia artificial". No es el efecto

que han tenido los computadores y el procesamiento de datos en la toma de decisiones, la planeación de

políticas o las estrategias. Es algo que prácticamente nadie anticipó, ni de lo que se hubiera hablado hace

unos diez o quince años: el comercio electrónico. En otras palabras, el fulminante surgimiento de Internet

como un canal importante, quizás el más importante, de distribución de bienes, servicios y, aunque

parezca increíble, de empleos profesionales y gerenciales. El comercio electrónico está cambiando

profundamente las economías, los mercados y las estructuras industriales; los productos y servicios y su

flujo; la segmentación del consumo, los valores de consumo y el comportamiento del consumidor; el

trabajo y los mercados de trabajo. Pero el impacto puede ser aún mayor sobre sociedades y políticas y,

más que todo, sobre la manera en que vemos el mundo y nuestro lugar en él.

Al mismo tiempo, es indudable que surgirán nuevas industrias que nadie previó, y que lo harán

rápidamente. Una de ellas ya está aquí: la biotecnología. Y otra: la piscicultura. En los próximos cincuenta

años la piscicultura puede hacer que dejemos de ser cazadores y recolectores de los mares para

transformarnos en "pastores marinos", al igual que una innovación similar hace 10.000 años hizo que

nuestros ancestros pasaran de ser cazadores y recolectores terrestres a agricultores y pastores.

Es muy posible que nuevas tecnologías aparezcan repentinamente, que lleven a importantes y nuevas

industrias. Es imposible siquiera adivinar cuáles serán estas tecnologías. Pero es muy probable, casi

indudable, que surgirán, y pronto. Y es casi indudable que pocas de ellas, y las pocas industrias que se

apoyen en ellas, surgirán de los computadores y de la tecnología informática. Al igual que la biotecnología

y la piscicultura, cada una surgirá a partir de su propia e inesperada tecnología.

Desde luego, éstas no son más que predicciones. Pero parten del supuesto de que la Revolución

Informática evolucionará como lo han hecho otras "revoluciones" tecnológicas en los últimos 500 años,

desde la revolución de la imprenta de Gutenberg, alrededor de 1455. El supuesto particular es que la

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Revolución Informática será como la Revolución Industrial de finales del siglo xviii y principios del xix. Y

es así exactamente como la Revolución Informática se ha comportado durante sus primeros cincuenta

años.

El ferrocarril

La Revolución Informática está ahora en el punto en que estaba la Revolución Industrial en la década de

1820, unos cuarenta años después de que la versión mejorada del motor de vapor de James Watt

(instalado por primera vez en 1776) se aplicara por primera vez a una operación industrial, el hilado de

algodón, en 1785. Y la máquina de vapor fue para la primera Revolución Industrial lo que el computador

ha sido para la Revolución Informática: el detonante y, por encima de todo, su símbolo. Hoy en día casi

todo el mundo cree que no hay nada en la historia económica que haya progresado más rápidamente, y

que haya tenido un mayor impacto, que la Revolución Informática. Pero la Revolución Industrial progresó

con tanta rapidez, o más, en el mismo lapso y probablemente tuvo un impacto similar, si no mayor. En

líneas generales, la Revolución Industrial mecanizó la gran mayoría de los procesos de manufactura,

comenzando con la producción del artículo industrial más importante del siglo xviii y comienzos del xix:

los textiles. La ley de Moore afirma que el precio del elemento básico de la Revolución Informática, el

microchip, cae 50% cada 18 meses. Lo mismo sucedió con los productos cuya manufactura se mecanizó en

la primera Revolución Industrial. El precio de los textiles de algodón se redujo 90% en los primeros

cincuenta años del siglo xviii. La producción de textiles de algodón se multiplicó por 150 sólo en Gran

Bretaña durante ese mismo período. Y aunque los textiles fueron el producto más visible de esos primeros

tiempos, la Revolución Industrial mecanizó la producción de prácticamente todos los otros artículos de

importancia: papel, vidrio, cuero y ladrillos. Su impacto no se limitó, en ningún caso, a los bienes de

consumo. La producción de hierro y artículos de hierro, como el alambre, se mecanizó con máquinas de

vapor tan rápidamente como la de textiles, con los mismos efectos sobre el costo, el precio y la

producción. Hacia el final de las guerras napoleónicas, la fabricación de pistolas y cañones se hacía con

máquinas de vapor en toda Europa. Los cañones se fabricaban entre diez y veinte veces más rápido que

antes, y su costo se redujo en más de dos tercios. En ese entonces Eli Whitney también había mecanizado

la fabricación de mosquetes en los Estados Unidos, y había creado la primera industria de producción en

masa.

Estos cuarenta o cincuenta años dieron inicio a la fábrica y a la "clase trabajadora". Ambos eran tan poco

numerosos a mediados de la década de 1820, incluso en Inglaterra, que resultaban insignificantes para las

estadísticas. Pero habían llegado a dominar en lo psicológico (y muy pronto lo harían también en lo

político). Antes de que hubiera fábricas en los Estados Unidos, Alexander Hamilton predijo un país

industrializado en su Report on Manufactures, de 1791. Una década después, en 1803, un economista

francés, Jean-Baptiste Say, vislumbró que la Revolución Industrial había cambiado la economía al crear al

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"empresario".

Las consecuencias sociales llegaron mucho más allá de la fábrica y la clase trabajadora. Como lo señala el

historiador Paul Johnson en A History of American People (1997), lo que revivió la esclavitud fue el

crecimiento explosivo de la industria textil que funcionaba con máquinas de vapor. Los fundadores de la

república americana habían considerado que la esclavitud estaba prácticamente desaparecida, pero

resurgió con furor cuando la desmotadora de algodón, que empezó a funcionar con vapor, creó una gran

demanda de mano de obra barata e hizo de la "cría" de esclavos la industria más rentable de Estados

Unidos durante unas cuantas décadas.

La Revolución Industrial también tuvo un gran impacto sobre la familia. La familia nuclear había sido la

unidad de producción durante mucho tiempo. Tanto en la granja como en el taller del artesano, marido,

mujer e hijos trabajaban juntos. La fábrica, por primera vez en la historia, sacó al trabajador y al

trabajo fuera del hogar, dejando a los miembros de la familia atrás, ya fueran cónyuges de trabajadores

adultos o, especialmente en los primeros tiempos, padres de niños trabajadores.

Entonces, la "crisis de la familia" no comenzó después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó con la

Revolución Industrial y, de hecho, era una preocupación siempre presente en los opositores de la

Revolución Industrial y del sistema de fábricas (tal vez la mejor descripción del divorcio entre familia y

trabajo, y de su efecto sobre ambos, es la novela Tiempos difíciles que escribió Charles Dickens en

1854).

Pero a pesar de estos efectos, la Revolución Industrial en su primer medio siglo sólo mecanizó la

producción de mercancías que ya existían desde hacía mucho. Aumentó increíblemente la producción y

redujo increíblemente los costos. Creó tanto consumidores como artículos de consumo. Pero los artículos

en sí existían desde hacía tiempo. Y los artículos manufacturados en las nuevas fábricas sólo se

diferenciaban de los tradicionales en que eran uniformes y tenían menos defectos que los elaborados por

los mejores artesanos de períodos anteriores.

Sólo hubo una excepción importante, un nuevo producto en esos cincuenta años: el barco de vapor, que

Robert Fulton construyó en 1807. No tuvo impacto hasta unos treinta o cuarenta años más tarde. De

hecho, hasta casi el final del siglo xix, se transportaba más carga en barcos de vela que en buques de

vapor.

Más tarde, en 1829, vino el ferrocarril, una máquina que no tenía precedentes, y cambió para siempre la

economía, la sociedad y la política.

En retrospectiva, es difícil imaginar por qué la invención del ferrocarril tardó tanto. En las minas de

carbón se habían usado rieles para mover vagonetas durante mucho tiempo. ¿Qué podía resultar más

obvio que ponerle un motor de vapor a una carreta para impulsarla, en lugar de hacer que personas o

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caballos tiraran de ella o la empujaran? Pero el ferrocarril no surgió a partir de las vagonetas de las

minas. Se desarrolló de una manera bastante independiente. Y se suponía que no era para transporte de

carga. Al contrario, durante mucho tiempo se lo consideró únicamente como un medio de transportar

personas. Los ferrocarriles se convirtieron en medios de transporte de carga unos treinta años después

en Estados Unidos (de hecho, en una fecha tan tardía como las décadas de 1870 y 1880, los ingenieros

británicos contratados para construir los ferrocarriles del Japón, recientemente occidentalizado, los

diseñaron para transporte de pasajeros, y hasta hoy en día los ferrocarriles japoneses no se han adecuado

para transportar carga). Pero hasta el momento en que el primer ferrocarril empezó realmente a operar,

fue un avance que nadie preveía.

En cosa de cinco años, el mundo occidental se vio envuelto en el boom más grande que ha habido en la

historia: el boom de los ferrocarriles. Salpicado por los colapsos más espectaculares de la historia

económica, el boom se extendió en Europa durante los treinta años siguientes, hasta finales de la década

de 1850, y para entonces se había construido la mayoría de las vías férreas que existen actualmente en el

mundo. En Estados Unidos, el boom se prolongó otros treinta años, y en áreas periféricas, como

Argentina, Brasil, la Rusia asiática y China, duró hasta la Primera Guerra Mundial.

El ferrocarril fue el elemento verdaderamente revolucionario de la Revolución Industrial, pues no sólo creó

una nueva dimensión económica, sino que cambió rápidamente lo que yo llamaría la geografía mental.

Por primera vez en la historia, los seres humanos tenían verdadera movilidad. Por primera vez, el

horizonte de la gente del común se expandió. La gente de la época se dio cuenta de inmediato de que

había ocurrido un cambio fundamental de mentalidad (un buen relato de este cambio aparece en el que se

considera el mejor retrato de la sociedad en transición de la Revolución Industrial: la novela Middlemarch

de George Eliot, 1871). Como lo señala el gran historiador francés Fernand Braudel en su última obra

capital, La identidad de Francia (1986), lo que convirtió a Francia en una nación y una cultura fue el

ferrocarril. Anteriormente había sido un montón de regiones autosuficientes, que se mantenían unidas

sólo por razones políticas. Y el papel del ferrocarril en la creación del Oeste americano es, claro está, un

lugar común en la historia de Estados Unidos.

Rutinización

Al igual que la Revolución Industrial hace dos siglos, la Revolución Informática, desde los primeros

computadores a mediados de los años cuarenta hasta ahora, sólo ha transformado procesos que ya

existían. De hecho, el impacto real de la Revolución Informática no se ha dado para nada en la forma de

"información". Casi ninguno de los efectos de la información que se vislumbraban hace cuarenta años se

han dado. Por ejemplo, prácticamente no ha habido ningún cambio en la manera en que se toman

decisiones importantes de negocios o de gobierno. Pero la Revolución Informática ha rutinizado procesos

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tradicionales en un número incalculable de áreas.

El software para afinar un piano convierte un proceso que tradicionalmente tomaba tres horas en uno que

requiere veinte minutos. Hay software para nómina de pago, para control de inventarios, para horarios

de entrega, y para todos los demás procesos de rutina de una empresa. El dibujo de los planos interiores

de un edificio de gran tamaño (por ejemplo de sistemas de calefacción, suministro de agua,

alcantarillado, etc.), como una cárcel o un hospital, anteriormente requería, digamos, veinticinco

dibujantes especializados durante un período de hasta cincuenta días. Ahora hay un programa que le

permite a un solo dibujante hacer ese trabajo en un par de días, a una pequeñísima fracción del costo

anterior. Hay software para ayudar a la gente a elaborar la declaración de renta y software que les enseña

a los médicos residentes de un hospital a extraer la vesícula biliar. La gente que especula en la bolsa a

través de Internet, en línea, hace exactamente lo mismo que sus predecesores en los años veinte, que

tenían que pasar varias horas del día en una oficina de corredores de bolsa. Los procesos no han

cambiado en nada. Se han rutinizado, paso a paso, permitiendo un enorme ahorro de tiempo y, casi

siempre, de costos.

El impacto psicológico de la Revolución Informática, así como el de la Revolución Industrial, ha sido

enorme. Probablemente ha sido aún mayor en la manera en que los niños aprenden. A partir de los cuatro

años (y muchas veces antes), los niños desarrollan rápidamente habilidades computacionales, y pronto

sobrepasan a sus mayores. Los computadores son sus juguetes y herramientas de aprendizaje. De aquí a

cincuenta años podremos concluir que no hubo una "crisis en la educación norteamericana" al final del

siglo xx, sino que hubo una incongruencia cada vez mayor entre la manera en que se enseñaba en las

escuelas del siglo xx y la manera en que los niños de finales del siglo xx aprendían. Algo similar sucedió

en la universidad del siglo xvi, cien años después de la invención de la imprenta y de los tipos móviles.

Pero en cuanto a la manera en que trabajamos, la Revolución Informática hasta ahora sólo ha rutinizado

lo que se había hecho hasta este momento. La única excepción es el cd-rom, inventado hace unos veinte

años para presentar óperas, cursos universitarios, la obra de un escritor, de una manera totalmente

nueva. Como el barco de vapor, el cd-rom no tuvo un éxito inmediato.

El significado del comercio electrónico

El comercio electrónico es a la Revolución Informática lo que el ferrocarril fue a la Revolución Industrial:

un invento totalmente nuevo, sin ningún precedente, totalmente inesperado. Y al igual que el ferrocarril

hace 170 años, el comercio electrónico está creando un boom nuevo y diferenciado que altera

rápidamente la economía, la sociedad y la política.

Un ejemplo: una empresa de mediano tamaño fundada en los años veinte y ahora manejada por los nietos

de los fundadores, en un área industrial del Midwest, en los Estados Unidos, solía cubrir 60% del mercado

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en vajillas baratas para restaurantes de comidas rápidas, cafeterías escolares y empresariales, y

hospitales, en un radio de 150 km alrededor de la fábrica. La loza de cerámica es pesada y se rompe con

facilidad, así que la cerámica barata tradicionalmente se vende en áreas reducidas. Prácticamente de la

noche a la mañana esta empresa perdió más de la mitad de su mercado. Uno de sus clientes —la cafetería

de un hospital— descubrió, navegando en Internet, un fabricante europeo que ofrecía cerámica,

aparentemente de mejor calidad y menor precio, que la enviaba por vía aérea a bajo costo. Pocos meses

después, los principales compradores del área habían empezado a comprarle al proveedor europeo. Pocos

de ellos se daban cuenta, o siquiera les importaba, que la mercancía viniera de Europa.

En la nueva geografía mental creada por el ferrocarril, la humanidad dominó la distancia. En la geografía

mental del comercio electrónico, la distancia ha sido eliminada. No hay más que una economía y un

mercado.

Una consecuencia de esto es que todo negocio debe ser competitivo a nivel global, incluso si produce o

vende solamente en un mercado regional o local. La competencia ya no es local, de hecho, ya no tiene

fronteras. Cada compañía tiene que ser manejada de forma transnacional. Incluso la multinacional

tradicional bien puede volverse obsoleta. La multinacional produce y distribuye en una serie de geografías

independientes, en las cuales funciona como una compañía local. Pero en el ámbito del comercio

electrónico no hay compañías locales ni geografías independientes. Dónde se produce, dónde se vende y

cómo se vende siguen siendo decisiones importantes en el área de los negocios. Pero de aquí a veinte

años puede ser que ya no determinen lo que una compañía hace, cómo lo hace y dónde lo hace.

Al mismo tiempo, todavía no está muy claro qué tipo de mercancías y servicios se podrán comprar y

vender a través del comercio electrónico y cuáles resultarán ser poco adecuados para él. Esto ha sucedido

cada vez que surge un nuevo canal de distribución. Por ejemplo, ¿por qué el ferrocarril cambió la

geografía tanto mental como económica de Occidente, mientras que el barco de vapor, con un impacto

similar en cuanto a comercio mundial y tráfico de pasajeros, no hizo ninguna de las dos cosas? ¿Por qué

no hubo un boom del barco de vapor?

Igual de vago ha sido el impacto de cambios más recientes en los canales de distribución, por ejemplo, el

paso de la tienda de barrio al supermercado, del supermercado individual a la cadena de supermercados,

y de la cadena a Wal-Mart y otros almacenes de descuentos. Desde ya resulta evidente que el cambio

hacia el comercio electrónico será igualmente ecléctico e inesperado.

Veamos unos cuantos ejemplos. Hace veinticinco años se creía que en unas décadas la palabra escrita

sería despachada de forma electrónica a los monitores de los computadores de los suscriptores. Cada

suscriptor podría entonces leer el texto en pantalla o bajarlo de Internet e imprimirlo. Ése era el supuesto

en el que se apoyaba el cd-rom. Debido a eso, un buen número de periódicos y revistas, y no sólo en

Estados Unidos, se establecieron en línea; pocos, hasta ahora, se han convertido en minas de oro. Pero

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cualquiera que hubiera predicho hace veinte años un negocio como el de amazon.com y

barnesandnoble.com, libros que se venderían por Internet, pero que se enviarían al comprador en su

forma pesada e impresa, habría sido abucheado en medio de grandes carcajadas. Sin embargo,

amazon.com y barnesandnoble.com están en ese negocio, y funcionan a nivel mundial. El primer pedido

de la edición norteamericana de mi libro más reciente, Management Challenges for the 21st Century

(1999), llegó a amazon.com y venía desde Argentina.

Otro ejemplo: hace diez años una de las compañías automotrices más importantes del mundo hizo un

detallado estudio del impacto esperado de la entonces reciente Internet en las ventas de automóviles. El

estudió concluía que Internet se convertiría en un canal importante de distribución de carros usados, pero

que los compradores aún querrían ver los carros nuevos, sentirlos, probarlos. En realidad, por lo menos

hasta ahora, la mayor parte de los carros usados aún se compran no en Internet, sino en un

concesionario. Sin embargo, la mitad de las ventas de carros último modelo (a excepción de los de lujo)

pueden hacerse a través de Internet. Los concesionarios se limitan a hacer entrega de los carros que los

compradores han escogido mucho antes de llegar al almacén. ¿Qué significa esto para el futuro del

concesionario local, el negocio a pequeña escala más rentable del siglo xx?

Otro ejemplo: en el boom de la bolsa norteamericana de 1998 y 1999, los compradores han venido

negociando acciones en línea cada vez con mayor frecuencia. Pero los inversionistas parecen estar

dejando de comprar por vía electrónica. El principal vehículo de inversión en Estados Unidos son los

fondos mutuos. Y a pesar de que casi la mitad de los fondos mutuos de hace unos años eran comprados

por vía electrónica, se estima que la cifra caerá hasta un 35% para el año próximo, y hasta un 20% para el

2005. Esto es lo contrario de "lo que todos esperaban" hace diez o quince años.

La modalidad de comercio electrónico que ha crecido con mayor rapidez en Estados Unidos está en un

área en la que hasta ahora no había "comercio" como tal: en empleos profesionales y gerenciales. Casi la

mitad de las compañías más grandes del mundo reclutan empleados a través de páginas web, y cerca de

dos millones y medio de profesionales (dos tercios de los cuales no son ingenieros ni profesionales en

sistemas) tienen sus hojas de vida en Internet y envían solicitudes de empleo a través de ella. El

resultado es un mercado de trabajo completamente nuevo.

Esto ilustra otro efecto importante del comercio electrónico. Los nuevos canales de distribución cambian

el tipo de clientes con que se cuenta. Cambian no sólo la manera en que los clientes compran, sino aquello

que compran. Cambian el comportamiento del consumidor, los patrones de ahorro, la estructura

industrial; en pocas palabras, la economía completa. Eso es lo que está sucediendo en la actualidad, y no

sólo en Estados Unidos, sino que se extiende cada vez más en el resto del mundo desarrollado, y en un

buen número de países en vías de desarrollo, como la China continental.

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Lutero, Maquiavelo y el salmón

El ferrocarril convirtió la Revolución Industrial en un hecho. Lo que había sido revolución se volvió

establecimiento. Y el boom que el ferrocarril propició duró casi cien años. La tecnología de la máquina de

vapor no terminó en el ferrocarril. En las décadas de 1880 y 1890 llevó a la turbina de vapor, y en las

décadas de 1920 y 1930 a las últimas magníficas locomotoras de vapor norteamericanas, tan admiradas

por los aficionados a los ferrocarriles. Pero la tecnología que se apoyaba en la máquina de vapor y en

operaciones de manufactura dejó de ser central. En lugar de eso, la dinámica de la tecnología dio un giro

hacia industrias totalmente nuevas que surgieron casi inmediatamente después de que fuera inventado el

ferrocarril, ninguna de las cuales tenía nada que ver con vapor o máquina de vapor. El telégrafo eléctrico

y la fotografía, en la década de 1830, fueron seguidos poco después por la óptica y el equipo agrícola. La

nueva y novedosa industria de fertilizantes, que se inició a finales de la década de 1830, transformó

rápidamente la agricultura. La salud pública se convirtió en una industria creciente e importante, con la

cuarentena, las vacunas, el suministro de agua potable y el alcantarillado, que por primera vez en la

historia hizo de las ciudades un hábitat más saludable que el campo. Al mismo tiempo aparecieron los

primeros anestésicos.

Con estas nuevas tecnologías surgieron nuevas instituciones sociales importantes: el correo moderno, el

periódico diario, la banca de inversión y la banca comercial, para mencionar unas pocas. Ni una de ellas

tenía que ver con la máquina de vapor o con la tecnología de la Revolución Industrial en general. Fueron

estas nuevas industrias e instituciones las que, para 1850, dominaban el panorama económico e

industrial de los países desarrollados.

Esto es muy similar a lo que ocurrió en la revolución de la imprenta, la primera de las revoluciones

tecnológicas que creó el mundo moderno. En los cincuenta años que siguieron a 1455, cuando Gutenberg

perfeccionó la imprenta y los tipos móviles en los cuales había trabajado desde hacía años, la revolución

de la imprenta conquistó Europa y cambió por completo su economía y su psicología. Pero los libros que se

imprimieron durante esos primeros cincuenta años, los llamados incunables, contenían más que todo los

mismos textos que los monjes, en sus scriptoria, habían copiado laboriosamente a mano durante siglos:

tratados religiosos y los escritos que permanecían desde la antigüedad. En esos primeros cincuenta años

se publicaron unos 7.000 títulos, en 35.000 ediciones. Por lo menos 6.700 de esos títulos eran

tradicionales. En otras palabras, durante los primeros cincuenta años, la imprenta puso a disposición de

todos, y a precios cada vez menores, información tradicional y productos de comunicación. Pero luego,

unos sesenta años después de Gutenberg, vino la Biblia de Lutero en alemán. Miles y miles de copias se

vendieron casi de inmediato a un precio increíblemente bajo. Con la Biblia de Lutero, la nueva tecnología

de la imprenta anunció la entrada de una nueva sociedad. Inició el protestantismo, que conquistó media

Europa, y, al cabo de otros veinte años, obligó a la Iglesia católica a reformarse en la otra mitad. Lutero

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usó el nuevo medio de la imprenta deliberadamente para volver a situar la religión en el núcleo de la vida

individual y de la sociedad. Y esto desencadenó un siglo y medio de reforma religiosa, revueltas

religiosas, guerras religiosas.

Sin embargo, al mismo tiempo que Lutero usaba la imprenta con la intención manifiesta de restaurar la

cristiandad, Maquiavelo escribía y publicaba El príncipe (1513), el primer libro occidental en más de mil

años que no contenía una sola cita bíblica y ninguna referencia a los escritores de la antigüedad. En

menos de nada El príncipe se convirtió en el "otro best seller" del siglo xvi, y en el libro más notorio y de

mayor influencia de la época. A grandes rasgos, hubo una enorme cantidad de obras puramente seculares,

lo que hoy en día llamamos literatura: novelas y libros sobre ciencia, historia, política y, poco después,

economía. No pasó mucho tiempo antes de que surgiera la primera forma de arte puramente secular, en

Inglaterra: el teatro moderno. También surgieron nuevas instituciones sociales: la orden de los jesuitas,

la infantería española, la primera marina moderna y, finalmente, el Estado nacional soberano. En otras

palabras, la revolución de la imprenta siguió la misma trayectoria de la Revolución Industrial, que

comenzó trescientos años más tarde, y de la Revolución Informática hoy en día.

Nadie puede saber aún cuáles serán las nuevas industrias e instituciones. Nadie podía anticipar en 1520 la

literatura secular, y menos aún el teatro secular. Nadie en 1820 preveía el telégrafo eléctrico, la salud

pública o la fotografía.

Lo único (para decirlo una vez más) que es muy probable, si no seguro, es que los próximos veinte años

verán el surgimiento de una serie de nuevas industrias. Al mismo tiempo, es casi seguro que pocas de

ellas provendrán de la tecnología informática, del computador, del procesamiento de datos o de Internet.

Esto es lo que indican todos los precedentes históricos. Pero esto también es cierto con respecto a las

nuevas industrias que están surgiendo rápidamente. La biotecnología, como lo mencioné, ya está aquí. Al

igual que la piscicultura. Hace veinticinco años el salmón era un lujo. Una cena típica de una convención

ofrecía la posibilidad de escoger entre pollo y carne de res. Hoy en día el salmón es un producto común, y

es la otra alternativa en el menú de una convención. La mayor parte del salmón no se pesca en el mar o

en ríos, sino que crece en una granja piscícola. Lo mismo sucede con la trucha. Y, aparentemente, pronto

sucederá con otros cuantos pescados. La platija, por ejemplo, que es a la comida de mar lo que el cerdo

es a la carne, está empezando a producirse en masa, en proporciones oceánicas. Esto llevará sin duda al

desarrollo genético de nuevos peces, así como la domesticación de ovejas, vacas y pollos llevó al

desarrollo de nuevas razas en esas especies.

Pero probablemente alrededor de una docena de tecnologías están en el estadio en que se hallaba la

biotecnología hace veinticinco años. Eso quiere decir que están a punto de surgir.

También hay un servicio esperando por nacer: seguros contra los riesgos del cambio de divisas. Ahora

que todo negocio es parte de la economía mundial, este seguro se necesita con tanta urgencia como el

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seguro contra riesgos físicos (fuego, inundación) en las primeras etapas de la Revolución Industrial,

cuando surgieron los seguros tradicionales. Todo el conocimiento que se requiere para los seguros de

cambio de divisas está disponible; sólo falta la institución misma.

En las próximas dos o tres décadas se verán cambios tecnológicos aún mayores que los que se han visto

en las décadas que siguieron tras el surgimiento del computador, y también un cambio todavía mayor en

las estructuras industriales, en el panorama económico y probablemente también en el panorama social.

El caballero versus el técnico

Las nuevas industrias que surgieron luego del ferrocarril le debían muy poco desde el punto de vista

tecnológico a la máquina de vapor o a la Revolución Industrial en general. No eran sus "hijos carnales",

sino sus "hijos espirituales". Habían sido posibles gracias a la manera de pensar que la Revolución

Industrial había creado y las habilidades que había desarrollado. Esta forma de pensar aceptaba, y

además recibía con ansia, la invención y la innovación. Era una forma de pensar que aceptaba, y que

recibía complacida, nuevos productos y nuevos servicios.

También creó valores sociales que hicieron posible el surgimiento de las nuevas industrias. Pero, sobre

todo, creó al "técnico". Durante mucho tiempo el éxito social y financiero le fueron esquivos al primer

gran técnico estadounidense, Eli Whitney, cuya desmotadora de algodón, inventada en 1793, fue tan

importante para el triunfo de la Revolución Industrial como la máquina de vapor. Pero una generación

más tarde, el técnico, aún autodidacta, se había convertido en el héroe popular de Estados Unidos y era

aceptado por la sociedad y recibía retribución financiera. Samuel Morse, el inventor del telégrafo, es tal

vez el primer ejemplo; Thomas Edison se convirtió en el más prominente. En Europa el "hombre de

negocios" fue durante mucho tiempo un personaje inferior en la escala social, pero el ingeniero

capacitado en la universidad se había convertido en un profesional respetado hacia 1830 o 1840.

Hacia 1850, Inglaterra perdía su predominio y otros países empezaban a sobrepasarla en el campo de la

economía industrial. Primero fue Estados Unidos y después Alemania. Generalmente se acepta que ni la

economía ni la tecnología fueron las razones primordiales. La causa principal era social. Inglaterra siguió

siendo la gran potencia desde el punto de vista económico, y especialmente financiero, hasta la Primera

Guerra Mundial. Desde el punto de vista tecnológico, se mantuvo a la altura a lo largo del siglo XIX. Los

tintes sintéticos, los primeros productos de la industria química moderna, se inventaron en Inglaterra, así

como la turbina de vapor. Pero en Inglaterra el técnico nunca tuvo aceptación social. Nunca se convirtió

en un "caballero". Los ingleses establecieron escuelas de ingeniería de primera en la India, pero

prácticamente ninguna en su propio país. Ningún otro país honró tanto al "científico" y, ciertamente,

Gran Bretaña retuvo el liderazgo en la física a lo largo del siglo XIX, desde James Clerk Maxwell y Michael

Faraday hasta Ernest Rutherford. Pero el técnico permaneció en el nivel de un "comerciante". (Dickens,

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por ejemplo, mostró su franco desprecio por el advenedizo industrial metalúrgico en su novela Casa

desolada de 1853).

E Inglaterra tampoco dio origen al inversionista de riesgo, quien tiene los medios y la mentalidad para

financiar lo inesperado y lo que no se ha probado. El inversionista de riesgo, una invención francesa

retratada por primera vez en La comedia humana de Balzac en la década de 1840, se institucionalizó en

Estados Unidos gracias a J. P. Morgan y, simultáneamente, en Alemania y Japón a través de la banca

universal. Pero Inglaterra, a pesar de haber inventado y desarrollado la banca comercial para financiar el

comercio, no tenía una institución para financiar la industria hasta que dos refugiados alemanes, S. G.

Warburg y Henry Grunfeld, establecieron un banco empresarial en Londres, justo antes de la Segunda

Guerra Mundial.

Cómo sobornar al trabajador del conocimiento

¿Qué se necesita para impedir que Estados Unidos se convierta en la Inglaterra del siglo XXI? Estoy

convencido de que se requiere un cambio drástico en la forma de pensar, así como el liderazgo en la

economía industrial después del surgimiento del ferrocarril requería el cambio drástico del "comerciante"

al "técnico" o al "ingeniero".

Lo que llamamos la Revolución Informática es más bien una Revolución del Conocimiento. Lo que ha

permitido la rutinización de los procesos no es la maquinaria; el computador es simplemente el

detonante. El software es la reorganización del trabajo tradicional, basada en siglos de experiencia, a

través de la aplicación del conocimiento y especialmente del análisis lógico de sistemas. La clave no es la

electrónica sino la ciencia cognitiva. Esto quiere decir que la clave para mantener el liderazgo en la

economía y la tecnología que están por surgir es más bien la posición social de los trabajadores del

conocimiento y la aceptación social de sus valores. El hecho de considerarlos "empleados" tradicionales y

tratarlos como tales equivale a lo que hizo Inglaterra al considerar a sus técnicos como comerciantes, y

puede tener las mismas consecuencias.

Sin embargo, hoy en día tratamos de tener un pie en cada lado de la línea: mantenemos la forma de

pensar tradicional, en la cual el capital es el recurso fundamental y el financista es el que manda,

mientras que sobornamos a los trabajadores del conocimiento con bonos y opciones de acciones con la

esperanza de que acepten seguir siendo subordinados. Pero esto sólo funciona, si es que llega a

funcionar, mientras las industrias emergentes disfrutan de un boom en la bolsa, como ha venido

sucediendo con las compañías de Internet. Las grandes industrias del futuro parece que se comportarán

de manera bastante similar a las industrias tradicionales: mejor dicho, crecerán lenta, dolorosa y

trabajosamente.

Las primeras industrias de la Revolución Industrial, textiles de algodón, hierro, ferrocarriles, fueron

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industrias que en su auge produjeron millonarios de la noche a la mañana, como los inversionistas de

riesgo balzacianos y como el industrial de Dickens, que en unos pocos años pasó de ser un simple

sirviente doméstico a ser un "capitán de industria". Las industrias que emergieron a partir de 1830

también produjeron millonarios. Pero les tomó veinte años llegar a serlo, y fueron veinte años de trabajo

duro, luchas, decepciones y fracasos, de ahorro. Es probable que suceda lo mismo con las industrias que

surgirán a partir de ahora. Ya sucede con la biotecnología.

Sobornar a los trabajadores del conocimiento de los cuales dependerán estas industrias es un recurso que

simplemente no va a funcionar. Los trabajadores del conocimiento cruciales para estas empresas

seguramente seguirán esperando recibir una parte de los frutos financieros de su trabajo. Pero parece ser

que estos frutos van a tomar mucho más tiempo en madurar, si es que maduran. Y entonces,

probablemente en cosa de unos diez años, tener una empresa cuya primera, y quizá única, meta y

justificación (a corto plazo) sea el valor de las acciones, será contraproducente. El desempeño de estas

nuevas industrias del conocimiento pasará a depender, cada vez más, de que la gestión de la institución

se oriente a atraer, mantener y motivar trabajadores del conocimiento. Cuando esto ya no pueda lograrse

a través de la satisfacción de la codicia de los trabajadores del conocimiento, tal como se trata de hacer

ahora, tendrá que intentarse por medio de la satisfacción de sus valores, y dándoles reconocimiento y

poder social. Para lograrlo habrá que hacerlos pasar de simples subordinados a colegas ejecutivos, y de

empleados, no importa cuán bien pagados, a socios.

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