DIARIO DE SUDÁFRICA – Capítulo 12. Separación de razas en el tren que va de Durban a Botha’s...

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DIARIO DE SUDÁFRICA 12 Mireya Robles 1986 - El viernes 16 de mayo fuimos Anna y yo a Botha's Hill. Tomamos el tren aquí en Durban, en la estación de Congella. Aunque entramos en el vagón de primera clase ---para blancos---, empezamos a caminar hacia el vagón de segunda clase, para negros, indios y mulatos. El conductor, un afrikaner, nos atajó. Nos dijo que no estaba permitido que nos metiéramos en el vagón de segunda clase. Anna insistió ante el asombro del conductor. Nos dijo, estupefacto, que no entendía por qué queríamos ir allí. Anna le dijo que por el simple hecho de que éramos libres para escoger y porque queríamos estar en el vagón de segunda clase con la gente que viaja en ese vagón. Tal parecía que el conductor se iba a desmayar del asombro y muy en contra de su voluntad, nos dejó pasar. Como no era la hora en que los negros viajan de sus aldeas (townships), a la ciudad o viceversa, sólo había una negra en el vagón, y un negro joven. El conductor negro de este vagón nos dijo que no podíamos viajar en él. Le dijimos que el supervisor nos había dado permiso. Insistió en que él no podía responsabilizarse tomando una decisión así, y que tenía que consultar con el supervisor. De vagón a vagón y a gritos, oímos al supervisor concediendo el permiso. En el mismo vagón, había una viejecita blanca que se había metido allí por equivocación. El conductor negro insistió en que pasara al de primera y la viejecita accedió aunque protestando, porque le daba lo mismo estar en un vagón o en el otro. Este episodio sucedió en la estación de Pinetown. Al poco rato de haber arrancado el tren, los dos pasajeros negros se

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DIARIO DE SUDÁFRICA 12

Mireya Robles

1986 - El viernes 16 de mayo fuimos Anna y yo a Botha'sHill. Tomamos el tren aquí en Durban, en la estación deCongella. Aunque entramos en el vagón de primera clase---para blancos---, empezamos a caminar hacia el vagónde segunda clase, para negros, indios y mulatos. Elconductor, un afrikaner, nos atajó. Nos dijo que noestaba permitido que nos metiéramos en el vagón desegunda clase. Anna insistió ante el asombro delconductor. Nos dijo, estupefacto, que no entendía porqué queríamos ir allí. Anna le dijo que por el simplehecho de que éramos libres para escoger y porquequeríamos estar en el vagón de segunda clase con lagente que viaja en ese vagón. Tal parecía que elconductor se iba a desmayar del asombro y muy en contrade su voluntad, nos dejó pasar. Como no era la hora enque los negros viajan de sus aldeas (townships), a laciudad o viceversa, sólo había una negra en el vagón, yun negro joven. El conductor negro de este vagón nosdijo que no podíamos viajar en él. Le dijimos que elsupervisor nos había dado permiso. Insistió en que élno podía responsabilizarse tomando una decisión así, yque tenía que consultar con el supervisor. De vagón avagón y a gritos, oímos al supervisor concediendo elpermiso. En el mismo vagón, había una viejecita blancaque se había metido allí por equivocación. El conductornegro insistió en que pasara al de primera y laviejecita accedió aunque protestando, porque le daba lomismo estar en un vagón o en el otro. Este episodiosucedió en la estación de Pinetown. Al poco rato dehaber arrancado el tren, los dos pasajeros negros se

pararon y se cruzaron al vagón de tercera clase, paranegros. Nunca supimos si les dieron la orden de que asílo hicieran o si se fueron ellos por no tenerparticipación ni culpa en este rompimiento de la barreradel color. Anna y yo habíamos planeado hacer parte dela trayectoria en el vagón de tercera clase, de calidadmuy inferior y que viene siempre lleno de negros. Perocasi inmediatamente después que los dos pasajeros negrosse fueron del vagón de segunda clase, vino el supervisorafrikaner y cerró la puerta de nuestro vagón con llave,como adelantándose a nuestra intención y paraprevenirla. Se sentó frente a nosotras, vigilándonos.Nos hizo un interrogatorio pidiéndonos información queno nos molestamos en darle. Nos bajamos en la estaciónde Botha's Hill y caminamos como kilómetro y medio hastaun curio shop llamado PheZulu donde nos recogería el dueñode 1000 Hills Hotel, donde íbamos a parar. Al lado dePheZulu tienen ---arregladas para turistas---, variosrondavels, casas de paja, redondas, en las que varioszulus nos muestran sus costumbres y formas de vida.Termina el recorrido con una danza de mujeres zulus,con los senos al aire. Aunque todo esto no es más queun escenario a lo Hollywood, da una idea de cómo viven,o tal vez de cómo vivieron los zulus. Sus formas devida, sus ropajes, van cambiando en la vida real.También su arquitectura. Es raro ver casas de paja enlos caseríos zulus. Usan materiales de construccióndistintos ya: ladrillos y cal. Los techos siguen siendode paja, y la forma de la casa, circular. Después dealojarnos en el hotel, salimos a caminar por lasmontañas. Nos sentamos frente a un valle y releímos enalta voz, algunas páginas de Cien años de soledad. Lalectura, interrumpida por la alegría de cinco niñoszulus que correteaban a nuestro alrededor entre gritos y

risas o se tiraban, abrazados de dos en dos, para rodarvalle abajo y subir otra vez hasta el tope con unaligereza de animalitos salvajes. Al día siguiente,sábado 17, fuimos al caserío zulu de Namatha, Maqadini,a la inauguración de un camino. No teníamostransportación. El dueño del hotel nos dejó en elpoblado, a unos kilómetros de distancia. Supimos deesta inauguración porque Anna había hablado con ChrisMann, un poeta sudafricano nacido en Port Elizabeth en1948. Mann está trabajando con una organización que sellama Valley Trust dedicada a llevar a cabo proyectos demedicina preventiva y de desarrollo agrícola en lospoblados de las distintas tribus. Allí, Mann nosexplicó que este camino de 4 kilómetros había sidoconstruido a mano por unos 300 zulus en unos tres meses.El camino va desde Maqadini hasta el río Skhelekehleni.Al otro lado del río hay ya otro camino, sin el cual, sialguno de ellos se enfermaba, tenían que llevarlo encarretilla al médico más cercano porque no podíantransitar carros por allí. La ceremonia deinauguración comenzó al estilo africano, dos o treshoras después de la hora señalada. Habíamos solamentecinco blancos contando a la esposa de Mann y elingeniero que diseñó el camino. Para dar tiempo a quecomenzara la ceremonia, Anna y yo nos fuimos a caminarpor el caserío. Desde allí se ven otros caseríos entreotras montañas y valles. Los zulus que nostropezábamos, amables y entusiasmados con lainauguración, nos preguntaban si habíamos venido paraeso. Casi todas las casas, circulares, blancas, conlos techos en conos, de paja oscura. Las mujeres zulushacen muchos trabajos de mostacillas y una de ellassalió a vendernos collares y otras cosas. Le comprédos tarros de chivo forrados en mostacilla. Se puso

contenta con esto y posó complacida para una foto con sugrupo numeroso de hijos y con otra mujer, probablementedos esposas de un solo chief y su prole. De vuelta alterraplén donde al fin comenzó la inauguración. En lamesa única, los invitados de honor: el ingeniero, Mann ysu mujer, y un par de zulus, probablemente, jefes delpoblado. Anna y yo nos sentamos en la yerba alta, comode dos pies de alto, y pajiza. Estábamos rodeadas dezulus, las mujeres de un lado, los hombres de otro.Algunos estaban totalmente borrachos de ijuba, una bebidaque se saca del cereal sorgo, que se vende en envases decartón, y cuesta 60 centavos de rand en las licoreras delos blancos. Según me dicen, los mercados de lostownships son más baratos. Otros estaban fumando dagga(pronunciado ‘daja’), es decir, marihuana, envuelta enpapel de periódico. Todos los discursos los hicieron enzulu, así es que no entendí nada. El público reía, aveces porque les dirían algún chiste y otras vecesporque un viejo y una vieja totalmente borrachos, separaban, cada uno por su lado, y se ponían a bailar enpleno discurso, delante del que estaba hablando. Variasveces los sacaron del ‘escenario’, pero volvían apararse a bailar. Como a las 4:00 de la tarde vimos quela esposa de Mann se iba y aprovechamos para que nosllevara al hotel, porque no hay transportación. Mepregunté cómo sería la vida en ese caserío. No hayacueducto y cada día tienen que ir a buscar el agua alrío, a 4 kilómetros de allí. En casi toda la región dezulus, es lo mismo, no hay acueducto y siempre son lasmujeres las que van a buscar el agua. A veces se vendesde la carretera con grandes cubos sobre la cabeza,caminando hacia el río. Me pregunté cómo sería la nocheen estos poblados donde todavía no hay luz eléctrica.El domingo decidimos regresar a Durban a pesar de que no

transitan trenes ni autobuses los domingos. La dueñadel hotel nos llevó de Botha's Hill hasta un pueblo quese llama Hillcrest, a pocos kilómetros de allí. En unhotel de Hillcrest nos reafirmaron que no había ningúnmedio de transporte para recorrer los 45 kilómetroshasta Durban. Empezamos a caminar hacia la carretera.Pasamos barrios residenciales con residenciasincreíbles, a lo Hollywood. Caminamos como 4 kilómetroshasta Gilletts y ya ahí empezamos a caminar en lacarretera. Habíamos recorrido unos dos kilómetroscuando vimos una estación de trenes. Un transeúnteblanco me informó que ya ésa no era una estación, sinoun correo. Un zulu, lleno de curiosidad, nos vino apreguntar que qué hacíamos allí. Le explicamos que nosdirigíamos hacia Durban. De inmediato nos dijo que nohabía transportación y que como tendríamos que caminar,nos traería agua para el camino. Le explicamos queteníamos jugos en las mochilas. Agradecimos su gesto yseguimos caminando. A unos metros de allí vimos a ungrupo de negros en una parada de autobuses y deinmediato, un autobús pasó por allí. Era un autobús denegros que iba a Pinetown, a pocos kilómetros de Durban.El chofer, negro también, no puso objeciones para quesubiéramos. Me pareció curioso que tanto los blancoscomo los negros a los que les habíamos preguntado, noshubieran dicho que en los domingos no circulabanautobuses. El sentimiento de separatismo está tanarraigado en ambas razas que a ninguno se le ocurrió queutilizáramos los autobuses de los negros. Llegamos aRank Bus Station, un paradero de autobuses para negrosen un barrio de Pinetown. Allí tomamos un autobús paravisitar el monasterio y convento de Mariann Hill, no muylejos de la estación. El monasterio fue fundado porcuras alemanes y su lema es: "Reza y trabaja", y así lo

hacen. Tienen varios edificios de ladrillos, unahermosa capilla, jardines por dondequiera, todoimpecablemente limpio. Tienen un college para estudiantesnegros. En el jardín del college nos comimos unossandwiches y frutas que habíamos llevado, rodeadas deestudiantes que leían acostados en la yerba. Cerca deallí, en un campo de rugby, otros estudiantes hacíanprácticas. Entre los jardines del monasterio yconvento, varias monjas negras. Por un trillo, entreárboles, apareció un cura viejecito que vino a nuestroencuentro. Era alemán y aunque sabía inglés, sólo quisohablar en alemán. Anna me tradujo: había vivido enSudáfrica desde hacía muchos años. Durante la SegundaGuerra Mundial estuvo en un campo de concentraciónporque en esa época concentraron a los alemanes quevivían en este país, como hicieron en Estados Unidos conlos japoneses en ese tiempo. Nos explicó que unasnegras que habíamos visto lavando ropa en un patio, eranrefugiadas de las luchas entre pondos y zulus. La Ordenes autosuficiente, tienen talleres de todas clases ycampos de cultivo. Regreso a Rank Station para tomar unautobús para Durban. Tomamos uno de los autobusesverdes en los que sólo viajan negros. A veces, en todoeste trayecto, alguna pasajera o el chofer nospreguntaban que de dónde éramos y al decirles, sequedaban con una expresión como diciendo: "Ya sabía yoque no eran sudafricanas". Todos los autobuses denegros tienen una fuerte rejilla de hierro alrededor delchofer porque es frecuente que los negros, armados conpangas (machetes), asalten los autobuses para robar. Enel camino a Durban, subió al autobús un viejo queparecía estar borracho. Aunque hablaban en zulu, eraobvio que la discusión se había formado porque el viejono quiso pagar o no tenía suficiente dinero para el

pasaje de 35 centavos de rand, menos de la mitad de loque cuesta el pasaje en los autobuses para blancos.Poco a poco se fueron sumando a la discusión algunaspasajeras que le daban gritos al chofer, defendiendo alviejo. Cuando nos tocó bajar en Umbilo Road, en elparque Congella, continuaba la gritería que siguiómientras se alejaba el autobús. Ya en mi apartamento,tuve la impresión de haber dejado atrás un mundoinmenso, aún por conocer.

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