CONTROL EMOCIONAL DE LA FAMILIA ANTE LA HOSPITALIZACIÓN INFANTIL

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CONTROL EMOCIONAL DE LA FAMILIA ANTE LA HOSPITALIZACIÓN INFANTIL

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CONTROL EMOCIONAL DE LA FAMILIA ANTE LA

HOSPITALIZACIÓN INFANTIL

INTRODUCCION

El objetivo del presente ensayo radica en la descripción del

proceso de hospitalización así como los factores que se

puedan relacionar con la estancia de los pacientes

infantiles, pues el proceso es si bien similar al que vive un

adulto para el niño es mucho más impactante dada su capacidad

para interpretar las acciones y hechos que le rodean (Rodes,

2011).

La mejora de la calidad de los servicios sanitarios demanda,

cada vez con más frecuencia, medidas orientadas hacia la

humanización de los entornos hospitalarios y la satisfacción

de los usuarios. Para ello resulta necesario valorar la

calidad de vida de los pacientes desde perspectivas sensibles

a sus necesidades no sólo físicas, sino también psicológicas

y sociales (Delgado, 1988).

19 de junio de 2015 Cd. Obregón, Sonora.

Nijam Jimenez Reyes ID: 38990

Seminario de Titulación

Mtra. Luz Alicia Galván Parra

La hospitalización pediátrica debe ofrecer una atención

completa a las necesidades de salud de los niños

hospitalizados que tenga en cuenta tanto los aspectos físicos

de los procesos de enfermedad y hospitalización, como las

repercusiones psicológicas de estos procesos para los niños y

sus familias. Cuando los pacientes son niños, esta necesidad

de dar una respuesta integrada a sus necesidades de salud

entendida como bienestar físico, psicológico y social

adquiere una relevancia especial (Ullan, 2005).

La enfermedad y la hospitalización infantil implican

notables cambios en la vida del niño y de su familia. Muchos

de estos cambios, necesarios por razones de diagnóstico y/o

tratamiento de los niños, repercuten de forma negativa en su

bienestar psicológico. Los servicios hospitalarios, en la

medida de lo posible, deberían incluir entre sus objetivos

mejorar la adaptación del niño y de su familia a los cambios

que necesariamente conlleva la hospitalización pediátrica

(Méndez, 1996).

El grado de adaptación de los centros hospitalarios a las

necesidades psicosociales de los pacientes pediátricos puede

ser considerado como un indicador de su calidad asistencial,

en la medida en que puede contribuir a mejorar el

enfrentamiento del paciente y su familia a los problemas

asociados a la enfermedad infantil y las estancias

hospitalarias como lo son malestar e incomodidad física,

ruptura de las rutinas cotidianas de los niños, entornos

físicos y sociales desconocidos, entre otros (Escobar, 2006).

La internación pediátrica como se conoce hoy, dista mucho de

lo que fue en sus comienzos. Las condiciones en que eran

internados los niños han ido evolucionando con el correr del

tiempo. Anteriormente los aspectos psicoafectivos no eran

tomados en cuenta, básicamente por no contar con los

conocimientos necesarios; se atendían, entonces, únicamente

los aspectos biológicos, los cuales también se encontraban en

desarrollo. Gracias al avance en el campo de las ciencias

sociales y al desarrollo de la psicología evolutiva es que se

comienzan a obtener datos sobre las necesidades

psicoafectivas del niño para su adecuado desarrollo

evolutivo, comenzando, también, a tomarse en cuenta la

repercusión de los aspectos emocionales durante la

hospitalización (Fernández, 2001).

Hasta la primera mitad del siglo XX los niños eran separados

de sus padres durante las hospitalizaciones, experimentando

lo que en aquel momento se llamó hospitalismo, descrito por

Morquio y Spitz (citado en Fernández, 2001), como el

trastorno psicoafectivo del lactante, producido por la

privación afectiva en forma masiva y prolongada del vinculo

con su madre.

Cabe destacar que, actualmente el término “hospitalismo” ha

cambiado su acepción. Se utiliza dicho término,

cotidianamente, en las situaciones en las cuales, el

paciente o los padres del mismo, quieren permanecer más

tiempo internados en el hospital, rechazando el alta, por los

beneficios que reciben. (Gentile, 1980).

Actualmente nos encontramos en un momento en donde si bien la

bibliografía demuestra que los niños sienten dolor, incluso

algunos plantean que podrían percibir el dolor con mayor

intensidad que los adultos, hallamos que el dolor en

pediatría es aún subdiagnositicado y subtratado (Baraibar,

1997).

En lo referente al crecimiento este se entiende como los

cambios que suceden en relación al peso y la talla, mientras

que el desarrollo son todos los logros alcanzado por el niño

en sus diferentes etapas. A este respecto (Grace, 2001),

explica que el “crecimiento es el aumento del tamaño del

cuerpo en altura y peso, mientras que el desarrollo es el

aumento progresivo de la capacidad para funcionar a niveles

más avanzados”. También explica, que el crecimiento y

desarrollo del niño se dan en varias etapas, entre las cuales

están el periodo prenatal, etapa de la lactancia, primera

infancia, la infancia media y segunda infancia y que estos

procesos se extienden en algunos órganos y sistemas hasta la

etapa de la adolescencia. Cuando estos eventos suceden de

forma secuencial y dinámica ocurren alteraciones en el niño

que pudieran afectar su salud generando que la salud del niño

es posible que se vea afectada por la presencia de algunos

factores de riesgo.

Según Grace (2001) si las reacciones o respuestas enumeradas

en las dos primeras etapas son exclusivamente mecanismos

pasajeros o transitorios de adaptación, pueden resultar

útiles para disminuir la ansiedad o el estado de estrés.

Desde esta perspectiva, dichas reacciones pueden ser

necesarias en la consecución del equilibrio preciso para la

protección de todo el sistema familiar, por lo que se

consideran más como respuestas normales del proceso de

adaptación a la enfermedad y la hospitalización, que como

respuestas de carácter psicopatológico.

Si por el contrario dichas respuestas y reacciones se

mantienen en el tiempo, interferirán muy negativamente en la

vida de cada día, caracterizando las actitudes,

comportamientos y sentimientos familiares hacia sí mismos,

hacia el niño enfermo y hacia el entorno en general.

Para finalizar este apartado de una manera más optimista, se

debe subrayar que la enfermedad y la hospitalización de un

niño son elementos desestabilizadores para cualquier familia,

independientemente de su capacidad de adaptación y de su

integridad en situaciones difíciles.

Pero no es menos cierto que la calidad del equilibrio

emocional y funcional dentro de la familia, anterior a la

aparición del hecho estresante, y la calidad de las

relaciones padres-hijos, también previas, determinan, en

cierta medida, el grado de desestabilización que se produce

en cada familia es decir que las familias con esquemas

previos de adaptación normales responden a la hospitalización

con una conducta que crea un equilibrio de adaptación

familiar nuevo y diferente, que representa un nuevo tipo de

desarrollo familiar (Prugh, 1982).

Por otro lado Según Kornblit (1984), la familia puede

utilizar dos tipos de respuestas a la crisis ocasionada por

la aparición y desarrollo de una enfermedad en uno de sus

miembros infantiles: la respuesta centrípeta, en la que toda

la familia gira alrededor del enfermo, el cual se convierte

en el centro de las interacciones, monopolizando la atención

y restando posibilidades de desarrollo y crecimiento al resto

del grupo; y la respuesta centrífuga, en la que es un miembro

del grupo familiar el que se ocupa constantemente del enfermo

y no toda la familia, con la consiguiente posible dispersión

del núcleo familiar.

Esto dependería claramente de la dinámica familiar y es decir

de los roles que lleva cada miembro de la familia, es

necesario señalar que en la actualidad la familia juega un

importante papel en el proceso de hospitalización, por tanto

es necesario ayudar al miembro de la familia que se encuentra

enfermo, y una de las formas más adecuadas es estar

emocionalmente sano y consiente, así de esta manera las

capacidades físicas, psicológicas y afectivas del paciente se

verán claramente beneficiadas, y su tratamiento posiblemente

sea exitoso.

DESARROLLO

La hospitalización en niños puede parecer en un principio

solitaria o triste pero en la práctica los niños

hospitalizados cuentan con la compañía de por lo menos un

familiar pudiendo tener incluso dos de manera simultánea,

mayormente son los padres los que ocupan este lugar de

visitantes y ellos llevan el proceso de hospitalización junto

a sus hijos pues al estar en contacto constante con el

ambiente hospitalario produce efectos psicológicos benéficos

en las personas no hospitalizadas, generando un ambiente

aceptable para el paciente (Alfaro, 2009).

El ingreso en el hospital es una experiencia especialmente

traumática para la mayor parte de los individuos. Por lo

regular se manifiestan aprensivos y los niños no están

exentos de esta reacción por lo cual la actitud y el

comportamiento de los enfermeros y del personal del hospital

encargado de su admisión pueden hacer mucho para que se

sientan más cómodos. Una sincera bienvenida y un interés

genuino por el paciente, le ayudan a reafirmarse como una

persona importante y digna (Fernández, 2001).

Cuando el paciente llega a la unidad de hospitalización

normalmente es recibido por el personal de enfermería, quien

se encarga de atender e informar durante la estancia dentro

del centro a los familiares del paciente y en ocasiones al

mismo paciente. Dentro del centro el niño es atendido por el

personal de pediatría la cual es la especialidad médica que

estudia al niño y sus enfermedades, pero su contenido es

mucho mayor que la curación de las enfermedades de los niños,

ya que la pediatría estudia tanto al niño sano como al

enfermo (Ortigosa, 2000).

Para Méndez (2010) La hospitalización es más que el Ingreso

en un hospital de una persona enferma o herida para su

examen, diagnóstico y tratamiento. La hospitalización es la

acción y efecto de hospitalizar, es decir que conlleva un

proceso más extenso y tienen diferentes etapas como son: la

acogida, la estancia, información, visita médica,

acompañantes y lo mejor de todo, es que dentro del proceso

existe el alta hospitalaria. Si bien son muchas las causas o

enfermedades por las que ingresa un niño a hospitalización,

existen también lesiones físicas que perjudican el buen

funcionamiento del cuerpo del niño, como puede ser algún

raspón, quemadura, fractura, y hasta una operación o cirugía,

según sea el caso, para ello es necesario un ingreso cuando

el estado físico y/o mental de niño está expuesto a

perjudicarse.

La admisión o ingreso de la persona de cuidados pudiera

considerarse como el servicio que atiende a los pacientes que

serán aceptados en el hospital, procedentes del servicio de

urgencia, de consultas externas, de la lista de espera aun en

esta etapa temprana del proceso la mayor parte de las

personas sufren ansiedad cuando visitan una institución

hospitalaria, para ser atendidos por problemas de salud y

desde ese momento es necesario considerar que existen una

serie de variables que intervienen en una experiencia de

hospitalización y que pueden influir en las reacciones del

niño enfermo hospitalizado (Valdez, 1995). La naturaleza de

la enfermedad, la duración de la hospitalización,

experiencias previas en hospitales y con médicos, la

ubicación de la curación, comprensión de lo que les ocurre,

el lenguaje que con él se utilice, la edad, sexo y desarrollo

cognitivo.

Aun dicho lo anterior la mayoría de los casos son percibido

de forma muy similar por los familiares y el pensamiento

general es que el niño se encuentra solo en un ambiente

extraño (Jaureguizar, 2005), rodeado de personas extrañas y

no se sabe nunca lo que va a ocurrir, y para el niño la

escena no más confortable que para los padres; desayuna casi

de noche, cena de día. Por la noche encienden luces y le

colocan termómetros o le pinchan. Todo ha cambiado; el sueño,

las comidas y los horarios. El hospital muestra así un

paréntesis en su vida. Aun si al niño se le informa que es

por su bien todo el proceso resulta desconcertante y de no

existir la visita de los familiares estos estaría aun más

desalentados que el propio niño.

Existen muchas evidencias que documentan el serio problema e

impacto psicológico que la hospitalización puede causar en

los niños. Hay una gran variedad de síntomas y problemas de

personalidad que se aprecian que pueden aparecer en el niño

hospitalizado. Todos ellos a consecuencia del estrés y de la

angustia. Hay también niños que muestran reacciones adversas

a la experiencia estresante de la hospitalización y cirugía

mientras están en el hospital y han vuelto de nuevo a su

casa, en muchos casos la presencia de los padres durante el

periodo y el proceso de hospitalización proveen cierta

estabilidad emocional no solo al niño sino a los padres que

lo acompañan y vuelve la transición de la casa al ambiente

hospitalario mucho menos agresiva que si el niño la

enfrentara en solitario (Méndez, 2010).

Se sabe que en muchas ocasiones es favorable comentar al niño

que las actividades cotidianas van a cambiar para lo que los

padres han de informarse. Por ejemplo, que va a encontrarse

en una habitación diferente y que probablemente compartirá

con otros niños, que posiblemente tendrá que estar en la

cama, comer alimentos en su propia bandeja o a diferentes

horas de las que estaba acostumbrado (Soutullo, 2010), esto

no elimina la angustia o preocupación del niño por completo

pero hace la transición mucho más fácil y le da a los padres

la certeza de que su hijo no está completamente desorientado

con respecto al lugar y actividades que acontecen.

También hay que explicar al menor que se encontrará con

diferentes personas (médicos, enfermeras, educadores, otros

profesionales) cuya intención será ayudar a que pueda volver

a realizar sus actividades habituales. También que encontrara

a otros niños a los que les ocurrirá algo parecido o

diferente pero que también necesitan ayuda y que seguramente

hará amigos, aun con todas estas indicaciones y advertencias

de ser posible la visita y la permanencia de los familiares

se le debe también explicar que su padre/madre estará con él

en el proceso y que le ayudaran en lo que sea necesario

(Méndez, 1996)

Es conveniente que el menor conozca al personal que está a su

servicio, sobre todo el médico y la enfermera. Esto genera un

efecto psicológico positivo para el niño pues ya no está

rodeado de extraños sino de doctores y enfermeras a quienes

conoce por su nombre, sin mencionar que conocer el nombre del

médico que atiende a su hijo agrega agilidad a la respuesta

de los padres en caso de complicaciones, puesto que sabrán a

quien acudir y como encontrarlo. (Ortigosa, 2000).

Aunado a todas las precauciones anteriores, el bienestar que

se puede obtener de un proceso terapéutico ejercido por un

profesional de la psicología ya sea de un integrante de la

institución de salud de turno o por particulares (Oblitas,

2009), brinda un plus a la asimilación del proceso

terapéutico tanto en niños como en las personas que los

acompañan, sobre todo en cuanto al manejo emocional ya que

muchas veces el proceso resulta agotador y desgastante para

la familia, en cuyo caso una simple asesoría o labor de

consejería formal por parte de un psicólogo puede influir

positivamente en la manera en que el proceso es vivenciado

tanto por el niño como por los padres, en los niños

directamente la terapia psicológica y el manejo efectivo de

las emociones influye en la recuperación de la salud y para

las padres el proceso resulta menos desgastante al ser

atendidos en sus preocupaciones y dudas.

En algunos casos la intervención del psicólogo no se trata

solo de complementar el proceso hospitalario sino que existen

además otras condiciones de índole psicológica o emocional

que pueden interferir con la evolución del proceso por el que

atraviesa el paciente en estos casos es necesario ir mas allá

de la orientación o la consejería sino que debe incluirse

una terapia psicológica en forma, como es el caso de niños

con lesiones derivadas de accidentes en que los padres

estuvieron presentes y estos pueden presentar sentimientos

de culpa mal encaminados y entorpecer el proceso de

recuperación del niño más que servir de apoyo para su hijo,

(Toro, 2004) en estos casos es el padre o familiar en

cuestión debería dedicarse a tratar su caso y que otro

familiar sea el encargado del acompañamiento del niño en el

área de hospitalización.

También se encuentran los casos en que una aflicción

emocional del propio niño impide que este acepte el

tratamiento, como casos de niños que se encuentran

perturbados por asuntos de naturaleza familiar tales como

divorcios o muertes recientes, dichos procesos pueden abrumar

al niño en estados emocionales depresivos y hacer más difícil

que los tratamientos médicos surtan efecto de forma optima, o

bien el niño podría negarse a comer o realizar otras

actividades de índole fisiológica que al no ser satisfechas

comprometen su recuperación (Ackley, 2006), en estos casos la

intervención psicológica se vuelve indispensable, pues si

bien se le puede obligar al niño a comer o asearse nadie lo

puede obligar a salir de un estado depresivo u otra situación

de naturaleza psicológica.

CONCLUSIONES

La intervención del psicólogo ya sea en forma efímera o en un

abordaje profundo resulta de gran utilidad tanto para

conllevar los efectos adversos de acompañar aun niño enfermo

dentro del hospital como para evitar el deterioro prematuro

de la salud del niño en cuestión, como se dijo antes el

acompañamiento de la familia directa y el flujo de la

información por parte del personal medico generan confianza y

mayor manejo emocional, aunque el medico esta obligado a

informar sobre cada procedimiento no siempre es posible como

lo es en casos de intervenciones de emergencia, en estos

casos el control de las emociones del niño y de la familia se

ven comprometidos por el lado de la familia esta la

incertidumbre de lo que pasara con el niño y en el niño se

presenta la sensación de abandono(Caballero, 2000).

En los casos de falta de previsión en cuanto a las

intervenciones quirúrgicas o los análisis de emergencia se

necesita atención psicológica para los padres ya que pueden

ser embargados por un sentimiento de impotencia (Gonzales

2007) esto no es nada favorable para la recuperación del niño

post intervención, para situaciones de esa categoría la

intervención del psicólogo debe ser inmediata de manera en

que el padre o familiar a cargo del acompañamiento este en

condiciones de estar junto al niño una vez que regrese a la

habitación del hospital.

En casos de condiciones médicas extremas o procedimientos

radicales, como una amputación, la intervención del psicólogo

no abarcará solamente la estadía en el hospital sino que

requerirá de un seguimiento incluso si es necesario de una

derivación a un profesional más apto para su situación. Ya

que cuando un procedimiento médico causa cambios permanentes

(Méndez, 1991) o una enfermedad se vuelve crónica el niño no

saldrá del hospital tal y como entro sino que llevara el

proceso médico consigo a su casa y a todo aspecto de su vida

generando un cambio que afectara al niño en la medida que sus

recursos le permitan manejarlo pero que en la mayoría de los

casos resulta abrumador.

Si bien el sentimiento de impotencia y el abandono emocional

son mas fuertes cuando se trata de una enfermedad grave y el

tiempo de hospitalización es mas prolongado, al momento de

separa a los niños de los padres para realizar estudio

diagnósticos las emociones son iguales de fuertes aun que se

trate de una enfermedad común o de un síndrome extraño ya que

para los padres no hay manera de saber de que se trata

(Gonzales 2006). Aunado a esto muchas veces recae en los

padres la tarea de informar al niño sobre su padecimiento y

esto agrega una carga emocional extra a todo el proceso.

Estas cargas emocionales afectan el comportamiento normal de

los padres lo que es percibido por el niño y puede aunque no

siempre retrasar su recuperación esto no quiere decir que los

padres deben ocultar sus emociones ya que el mal manejo

emocional afecta en ambos extremos ya sea mostrando demasiada

preocupación o ninguna, lo ideal es mostrar interés y dar

afecto al niño sin preocuparlo innecesariamente, un trabajo

emocional de esa magnitud muchas veces puede ser abordado de

manera empírica, pero en otras ocasiones requiere

asesoramiento profesional y técnicas de control emocional

especificas(Trianes, 2002).

Casi con toda seguridad se puede decir que la enfermedad y la

hospitalización de un niño son elementos desestabilizadores

para cualquier familia, independientemente de su capacidad de

adaptación y de su integridad en situaciones difíciles

(Villardon, 2009). Por lo que lo mas recomendable seria

recibir orientación psicológica durante el proceso y no hay

que descartar un seguimiento una vez terminado el proceso de

hospitalización ya sea que se haya o no superado la

enfermedad.

Pero no es menos cierto que la calidad del equilibrio

emocional y funcional dentro de la familia, anterior a la

aparición del hecho estresante, y la calidad de las

relaciones padres-hijos, también previas, determinan, en

cierta medida, el grado de desestabilización que se produce

en cada familia es decir que las familias con esquemas

previos de adaptación normales responden a la hospitalización

con una conducta que crea un equilibrio de adaptación

familiar nuevo y diferente, que representa un nuevo tipo de

desarrollo familiar (Rodríguez-Sacristán, 1998).

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