Clase obrera, lucha política y espacio urbano en la Buenos Aires finisecular. La huelga de...
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“CLASE OBRERA, LUCHA POLÍTICA y ESPACIO URBANO EN LA BUENOS
AIRES FINISECULAR. LA HUELGA DE INQUILINOS DE 1907
REVISITADA” Marcelo Summo1
“No es la solución de la cuestión de la vivienda la que resolverá al mismo tiempo
la cuestión social, sino recién al resolverse ésta, o sea al abolir el sistema de
producción capitalista se hace factible también la solución del problema de la
vivienda.”
Federico Engels (1946: 64)
“Renuncio a traer a este Informe los numerosos cuadros de miseria que he visto
en los conventillos y fuera de ellos”
Juan Bialet Massé
(1985: 192)
Introducción
El presente trabajo pretende indagar en torno a algunas
cuestiones básicas que hacen a la relación existente entre
clase obrera y espacio urbano a principios del siglo XX en la
ciudad de Buenos Aires. Entendemos que la dinámica de los
conflictos sociales opera de diversas maneras sobre la
1
configuración del espacio urbano abriendo singulares procesos
de lucha por la apropiación del mismo en los cuales, a lo
largo de la historia contemporánea, se enfrentan clase obrera
y capital. De allí, que la espacialidad urbana y las
condiciones de vida cotidiana en la Buenos Aires finisecular
no fueron elementos estáticos en lo que respecta al proceso
de génesis, formación y desarrollo de la clase obrera
porteña. En efecto, la ciudad, fue un elemento consustancial
al proceso de constitución y evolución del moderno
proletariado industrial, además del escenario natural del
“mundo obrero” y de sus luchas en pos de la mejora en sus
condiciones materiales de vida; como así también por su
emancipación en tanto clase de explotados y oprimidos.
La relación entre ciudad y clase obrera ha sido considerada
como “natural” y no merecedora de ulteriores análisis. En ese
sentido, se ha tendido a ver a la primera como un simple
epifenómeno del proceso social general; no dándole en
consecuencia la relevancia que se merece como elemento
constitutivo y a la vez central en el proceso de génesis,
formación y desarrollo del moderno proletariado bajo la égida
del capital.
La ciudad no debe ser pensada como un mero escenario fijo e
inmutable donde intervienen los distintos actores sociales y
políticos con sus diversas prácticas; sino más bien como un
2
elemento dinámico y variable; ya que a cada momento histórico
particular le corresponden diferentes entramados de
relaciones de poder que actúan en la producción de las urbes
y de su espacialidad. Dado que cada sociedad produce la
espacialidad urbana que requiere, la relación entre las
condiciones de vida de los habitantes de la ciudad y el
sistema de poder urbano constituye un nexo por demás
atractivo a explorar para poder describir y analizar la
dinámica y la articulación de las luchas urbanas –a la vez
políticas- a los efectos de lograr una comprensión más
acabada de las mismas. El estudio del caso de la huelga de
inquilinos de 1907 en la Buenos Aires finisecular permite
acercarnos al análisis de tales problemas.
El capitalismo argentino a fines del siglo XIX y principios
del XX
Durante la primera década del siglo XX la fisonomía espacial
de Buenos Aires fue adquiriendo nuevas pautas que se fueron
forjando en pleno apogeo del modelo de acumulación
capitalista conocido como agrario exportador. Este es un
momento en que la élite conservadora argentina logra
establecer una nueva relación con el mercado mundial, más
específicamente, con el centro de poder político-económico
situado en Gran Bretaña, por aquellos años el principal
comprador de productos primarios nacionales y un exportador
3
de gran cantidad de capitales. Es el período en el cual
aparecen profundas transformaciones económicas y sociales que
darán nacimiento a la Argentina moderna diseñada gracias al
triunfo del proyecto oligárquico representado por la
generación del `80; que luego de largos y complicados
enfrentamientos consigue una cierta estabilidad política
propiciando, en consecuencia, las condiciones para el
desarrollo y la expansión de las relaciones capitalistas de
producción en el país. Así, mediante un rápido crecimiento,
la Argentina se transforma en uno de los principales
exportadores de productos agrícolas y ganaderos. Esos
intercambios se convierten, entonces, en el eje económico
nacional, y a partir de ellos se irán articulando otras
actividades tales como el transporte, el comercio, la
industria, las finanzas y los servicios públicos.
Entre los cambios que se producen en la estructura social
merecen destacarse aquellos referidos, por un lado, al
fenómeno urbano, caracterizado por una alta concentración de
la población en el litoral que continúa con la tendencia de
una temprana urbanización. Para 1914, la población urbana del
país es mayor a su población rural; mientras que en 1895 el
1 Mg. en Historia Universidad Nacional Tres de Febrero
(UNTreF). Docente e investigador en UNTREF y Universidad de
Buenos Aires (UBA).
4
43 % se ubicaba en zonas urbanas, en el año 1914, el 58 % se
asienta en las principales ciudades (Ortiz, 1964: 208-209).
Por otro lado, pero en estrecha relación, nos encontramos con
el surgimiento de nuevos grupos sociales notoriamente
urbanos, es decir, se vislumbra un proceso de creciente
diversificación de los estratos sociales marcado por la
aparición y el crecimiento de las clases medias y del
proletariado urbano. Las clases medias quedarán directamente
vinculadas con el modelo de expansión agroexportadora y con
la modernización del aparato estatal, cuyas ramas de
actividad más definidas son el comercio, la administración
pública y la pequeña industria. También es posible
reconocerlos entre los que practican las profesiones
liberales, por ejemplo abogados ligados a la actividad
política, o entre quienes se encuentran próximos al aparato
estatal, básicamente en la administración pública y la
educación, o son propietarios de bienes raíces (Bilsky, 1985:
56).
Ahora bien, frente a las clases altas y privilegiadas
constituidas por la élite conservadora, asociadas a la
propiedad de la tierra, el gran comercio y las finanzas,
comienza a tomar forma una extraordinaria masa de
trabajadores inmigrantes que llegará al país para sumarse a
las tareas productivas, atraídos por la rápida expansión
económica, la necesidad de fuerza de trabajo del incipiente
5
capitalismo argentino y las ilusiones de progreso negadas en
sus tierras de origen. Este proceso de inmigración masiva
trajo aparejado graves problemas en las condiciones de vida
de los recién llegados, entre ellos, el problema de la
vivienda; lo cual quedará claramente reflejado en los
acontecimientos de la huelga de inquilinos de 1907.
Aunque en un comienzo, parte de la inmigración arribó para
sostener intentos de colonización de tierras, rápidamente la
estructura latifundista de propiedad desalentará el
asentamiento de tales sujetos, desplazándolos hacia los
centros urbanos. Si bien algunos, con escaso capital,
pudieron formar parte de los sectores medios a través del
comercio o de pequeñas unidades productivas industriales, la
mayoría de ellos se convertirán, forzosa y conflictivamente,
en el elemento fundamental que constituirá el proletariado
urbano moderno (Iñigo Carrera, 2000: 29-33).2 Asimismo, este
proceso, coincidirá con un cambio en la ola inmigratoria
donde los recién llegados, provenientes del sur y zonas
2 La bibliografía sobre la constitución de la clase obrera
argentina es sumamente vasta e inabarcable. Al respecto
pueden consultarse entre otros: Panettieri, José, Los
trabajadores, Editorial C.E.A.L., Buenos Aires, 1982; Patroni,
Adrián, Los trabajadores en la Argentina, Buenos Aires, S/E, 1898 y
Spalding, Hobart, La clase trabajadora argentina (documentos para su
historia 1890-1912), Editorial Galerna, Buenos Aires, 1970.
6
periféricas de la Europa industrializada, serán encuadrados
en tareas que requieren baja calificación.
Estos cambios vertiginosos se harán cada vez más visibles. En
1895 la ciudad de Buenos Aires reúne al 16 % de la población
del país, mientras que para 1914 esta cifra se eleva al 20 %
-25 % sumando al Gran Buenos Aires-. Además, concentra a la
mayor cantidad de industrias y comercios, incrementando por
ende la población económicamente activa que, entre 1895 y
1914, se mantiene en el 68,5 % y 66,3 % respectivamente. Sin
embargo, en 1909, ese porcentaje asciende al 73, 5 % (Bilsky,
1985: 60-62). Es en este contexto, en el cual se va
configurando la Buenos Aires de principios de siglo XX; la
ciudad-puerto, aquella que hace definir hasta nuestros días a
sus habitantes como “porteños”.
El puerto, junto a su aduana, constituyó el eje fundamental
que le otorgó peso económico y político a la ciudad. Cabe
recordar, que uno de los temas del enfrentamiento entre
Buenos Aires y la Confederación Argentina, posterior a la
batalla de Caseros, se refería a la libre navegabilidad de
los ríos, elemento que permitiría a las economías situadas en
el alto Paraná –básicamente Entre Ríos- la salida al mercado
internacional de sus productos. La ciudad-puerto hizo
entonces las veces de puerta: vinculó la salida de los
productos y la entrada de capitales foráneos e inmigrantes.
7
Este patrón de acumulación que estuvo sostenido a partir de
la exportación de productos primarios hacia el mercado
británico fue generando una macro espacialidad a partir de la
trayectoria de los productos primarios desde el campo hacia
el puerto de Buenos Aires y, en menor medida, hacia el puerto
de Rosario.
La llegada de capitales británicos acaecida, por un lado,
mediante la expansión del ferrocarril, facilitará la
vinculación entre el campo y la ciudad, configurando un
particular entramado de vías, estaciones y pueblos que le
irán imprimiendo una particular forma a las grandes
extensiones de tierras “despobladas”. Por otro lado, tanto la
creación de pequeños talleres subsidiarios de los
ferrocarriles como la instalación de frigoríficos en las
márgenes de los ríos, generará el asentamiento de dichos
establecimientos en la zona sur de la ciudad, provocando una
alta concentración de la fuerza de trabajo vinculada a las
actividades mencionadas (Schvarzer, 1996: 82-84).
Si bien el desarrollo de la industria está marcado por una
debilidad de origen debido a su escasa concentración y baja
tecnificación, la concentración de las industrias en el
período 1895-1908 para la ciudad de Buenos Aires es
significativa: los establecimientos productivos aumentan 144
%, el personal crece en un 226 % y la fuerza motriz en un 390
% (Bilsky, 1985: 74).
8
Según un observador de la época, hacia el final del siglo XIX
y la primera década del XX, la ciudad se encuentra
caracterizada por cuatro actividades fundamentales: 1) Es el
punto central del comercio tanto mayorista como minorista, el
puerto principal y la cabeza de línea de las vías férreas del
país; 2) Es el centro del artesanado y de la industria que
transforma las materias primas importadas y en menor medida
nacionales para el mercado urbano porteño y el mercado
nacional, concentrando en consecuencia una enorme población
obrera; 3) Juega un rol importantísimo como capital política
y como centro de administración y toma de decisiones, además
de concentrar ministerios y tribunales generando por ende
gran cantidad de empleos de oficina; y 4) Es un lugar de
residencia de grandes propietarios, rentistas, hombres de
negocios, políticos y, en gran medida de los obreros
inmigrantes (concentra 1/3 de los obreros y comerciantes y
cerca de la mitad de los funcionarios y miembros de las
profesiones liberales de la Argentina) (Bourdé, 1977: 29-44).
Como se desprende de la observación precedente, lugar de
trabajo y lugar de residencia no encontraban grandes
diferencias en la Buenos Aires de fines del siglo XIX y
principios del XX.
Ahora bien, el crecimiento en la capacidad de producción de
energía eléctrica vía el ingreso de capitales extranjeros dio
un gran impulso a la expansión de la red de tranvías y a la
9
iluminación pública que, junto con la instalación de los
primeros teléfonos, la construcción de calles empedradas, el
ensanchamiento de avenidas y la constitución de nuevos
barrios más alejados de la zona portuaria, contribuyeron a la
generación de un proceso en el cual fue quedando atrás la
configuración espacial de la vieja aldea colonial (Schvarzer,
1996: 90-92). Buenos Aires, se vio entonces atravesada por
una serie de mutaciones en su configuración urbana que fueron
creando las condiciones necesarias para el desarrollo de un
nuevo entramado de relaciones y de prácticas cotidianas entre
sus habitantes, con lo cual fue paulatinamente adquiriendo la
fisonomía de una “ciudad obrera”. Estas nuevas singularidades
del espacio urbano porteño permitieron la constitución de un
cierto tipo de redes de sociabilidad entre los miembros del
proletariado que contribuyeron a darle una mayor cohesión
interna a la clase; facilitando no sólo su organización como
tal, sino también la penetración de las ideas del anarquismo,
el socialismo y el sindicalismo revolucionario, al tiempo que
ayudaron a imprimirle al proceso de luchas de esta etapa una
determinada direccionalidad y fuerza. Esta espacialidad,
adquiere para nuestro caso de estudio relevancia al delimitar
ciertos lugares de residencia de la clase obrera en la
ciudad- fundamentalmente en los barrios de la zona sur
cercanos al puerto y las industrias- pero también, al
demarcar los ámbitos de circulación de los miembros del
proletariado, por ejemplo: los caminos a seguir por los
10
obreros hacia sus lugares de trabajo o los ámbitos de
encuentros comunes en el tiempo de no-trabajo –como la
calles, los patios de los conventillos, etc.- Así también, al
condicionar parte de los tiempos de no-trabajo de que los
obreros disponen. En resumen, son estos algunos de los
elementos que posibilitan una clave de lectura capaz de
enriquecer la comprensión y el análisis de la configuración
del “mundo obrero” porteño. Aquellos que permiten diseñar un
cuadro de situación más amplio para una descripción de las
formas de vida proletaria en la Buenos Aires finisecular en
un momento donde la lucha por la apropiación de los espacios
y los tiempos entre clases sociales antagónicas ocupa un
lugar central.
Las condiciones de vida de la clase obrera en Buenos Aires:
El conventillo.
La mencionada afluencia masiva y repentina durante la década
del 1880 de los inmigrantes europeos y de muchos habitantes
del interior del país atraídos por Buenos Aires y las nuevas
fuentes de trabajo que generaban los primeros
establecimientos industriales, la génesis y formación, en una
palabra, del primer proletariado nacional3 con las
particularidades inherentes a nuestro propio proceso
económico, provocaría la escasez de vivienda en la ciudad, el
aumento desmesurado de los alquileres, la especulación y el
11
amontonamiento de los inquilinos obreros en los
conventillos.4 A ese respecto, en un artículo de principios
de 1871 el diario “La Prensa” comentaba: “El sistema se ha
generalizado de construir en pequeños terrenos gran cantidad de habitaciones
hechas con materiales de poco costo y de tales condiciones que produzcan un
alquiler del 3 al 4%…” (Scobie, 1974: 160). En su conocido “Estudio
sobre las casas de inquilinato en Buenos Aires”, Guillermo Rawson, además
de denunciar las míseras condiciones en que vivían los
inquilinos, trataba el problema del conventillo como un foco
de enfermedades infecciosas (sobre 1500 muertes por viruela
en 1883, 1000 ocurrieron en los inquilinatos) que amenazaba
la salud pública y alertaba a las autoridades sobre la
urgente necesidad de dar solución a este problema (Suriano,
1984: 47).
Portador de tales características, el conventillo, y más
precisamente el patio del mismo, se convierte en un escenario
de encuentro y de prácticas cotidianas de los diferentes
personajes de la vida obrera. En él interactuaban mujeres5
que se disputaban los piletones para lavar la ropa de sus
familias, vendedores ambulantes, niños que jugaban y corrían,
etc. Por otra parte, era el espacio de recreación y descanso
propicio para el intercambio de anécdotas de los obreros
después de largas y agotadoras jornadas laborales, además del
ámbito común para las discusiones del sindicato o del partido
a la hora de evaluar las posibilidades de una huelga, la
12
redacción de un manifiesto u otro tipo de acciones y medidas
(Bellucci-Camusso, 1987: 54).
Las mujeres, desde fines del siglo XIX, conformaron una parte
del mundo del trabajo, y una significativa cantidad de éstas
lo hicieron en torno al denominado trabajo domiciliario,
básicamente vinculado a la industria textil. Estas
actividades que adquirían el carácter personal o familiar
3 Sobre el proceso de conformación del primer proletariado
argentino y sus condiciones generales de vida véanse a modo
de ejemplo: Bialet massé, Juan, Informe sobre el estado de las clases
obreras argentinas a comienzos de siglo, Editorial C.E.A.L, Buenos
Aires, 1985 y Falcón, Ricardo, Los orígenes del movimiento obrero,
Editorial C.E.A.L, Buenos Aires, 1985.
4 Sobre las características de los conventillos y las
condiciones de vida de sus habitantes pueden consultarse los
siguientes trabajos: Lecuona, Diego, “Orígenes del problema
de la vivienda”, Tomos I y II, Editorial C.E.A.L, Buenos
Aires, 1993; Páez, Jorge, “El conventillo”, Editorial
C.E.A.L., Buenos Aires, 1970; Rawson, Guillermo, “Estudio
sobre las casas de inquilinato en Buenos Aires. Escritos
científicos”, en Colección Grandes Escritores Argentinos,
Tomo XX, Editorial Jackson, Buenos Aires, 1962 y Wilde, José
A., “Buenos Aires, 70 años atrás”, S/E, Buenos Aires, 1881.
13
encontraban en el conventillo un ámbito propicio para su
realización. Asimismo, en el conventillo, los inmigrantes -
que principalmente provenían de diversas regiones de Italia y
España- se agrupaban de acuerdo a su lugar de procedencia
como estrategia para conseguir trabajo y garantizar las
mínimas condiciones de vida. Esto, convirtió a este tipo de
vivienda en un espacio de representación identitaria capaz de
atenuar la añoranza del terruño lejano. En ese sentido, cabe
destacar que no resulta para nada casual, el hecho de que las
primeras organizaciones obreras tales como las sociedades de
resistencia, sindicatos, clubes, bibliotecas etc. se
agruparan por regiones y pueblos. Estos comienzos de
organización obrera, más próximos a las prácticas mutualistas
que a aquellas relacionadas con la actividad sindical, no
escapaban a esta lógica organizativa que mencionamos (Falcón,
1985: 68-70). Sin embargo, el conventillo era el lugar donde
se producía el entrecruzamiento de lenguajes, prácticas e
5 Sobre la participación y el rol específico de las mujeres
durante la huelga de inquilinos de 1907 pueden consultarse
Yujnovsky, Inés “Vida cotidiana y participación política: ‘la
marcha de las escobas’ en la huelga de inquilinos de 1907”,
en Feminismo/s. N. 3, Buenos Aires, junio 2004, pp. 117-134 y
Bellucci, Mabel y Camusso, Cristina, “La huelga de inquilinos
de 1907. El papel de las mujeres anarquistas en la lucha”,
Cuadernos de CICSO Nº 58, Buenos Aires, octubre 1987.
14
imaginarios de pueblos muy distintos entre sí, que en el
reconocimiento de una situación común de explotación y
padecimiento de miserias e injusticias iban moldeando
mediante la lucha cotidiana una nueva identidad común. En ese
contexto, se iban constituyendo y moldeando nuevas redes de
sociabilidad, que permitían a los explotados y oprimidos
establecer estrategias de sobrevivencia ante una realidad
extremadamente adversa que negaba el futuro y la prosperidad
tan anheladas por los inmigrantes (Oyon Bañales, 2003: 6-8).
Del conventillo, reclutarán sus destacamentos y dirigentes
las corrientes político-ideológicas que hegemonizarán al
movimiento obrero en este período: anarquistas, sindicalistas
revolucionarios y socialistas; tendencias éstas, que se irán
nutriendo de elementos recién llegados al país (debido a la
expulsión sufrida en sus lugares de origen fruto de su
militancia política) que difundirán sus ideas en torno a una
sociedad redentora de todos aquellos que, día a día,
producían las riquezas de un país en plena expansión, pero
que se encontraban privados de los elementos mínimos que
hacen a una vida digna.
Estas ideas y prácticas de las que hablamos se encuentran, al
igual que la configuración espacial de la Buenos Aires
finisecular, en proceso de constitución y, a la vez,
expuestas a una doble tensión: por un lado, a aquella que
remite a sus condiciones de producción europeas y a sus
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condiciones de recepción latinoamericanas; y, por el otro, a
la tensión existente entre las tres principales corrientes –
anarquistas, socialistas y sindicalistas revolucionarios- que
se disputaban la orientación del movimiento obrero en este
período. Sin embargo, las características asumidas por los
proyectos alternativos al sistema capitalista -tanto
anarquistas como socialistas o sindicalista revolucionarios-,
encuentran puntos de contacto en los distintos intentos por
generar construcciones espaciales propias que le sirvan como
punto de apoyo al movimiento obrero en la producción de
valores y sentimientos, y de prácticas económicas, sociales y
culturales de carácter fraternales y solidarias en pos de
alejarlo de aquellas otras construcciones subjetivas que se
encuentran ancladas en la mercantilización de las relaciones
sociales que produce la sociedad capitalista.
Las clases dominantes y el Estado: distintas respuestas
frente a la “cuestión social”.
Frente a este panorama, las clases dominantes, estando
alertadas por las denuncias de sendos reformadores sociales
como Rawson y Wilde, no dejaron de preocuparse por las
condiciones de vida en los conventillos porteños, situación
que no consideraban injusta por sí misma, sino simplemente
peligrosa y amenazadora para sus intereses (Sebreli, 1990:
72). En ese sentido, sostenemos que, en líneas generales,
16
hasta 1907 estos sectores no trataron de modificar la
situación descripta en torno a la habitación obrera
sustancialmente, sino que más bien - siendo la cuestión de la
vivienda inherente a la sociedad de clases- intentaron
disimularla mediante la filantropía y la caridad pública.
Sostenemos, que no debe entenderse a las clases dominantes
como un bloque compacto y homogéneo sin fisuras a su
interior, ya que pueden observarse diferencias importantes en
torno al tratamiento de todo lo referente a la “cuestión
social” por parte de dichos sectores. Para nosotros, sería un
grave error soslayar la distancia que existe entre quienes
planteaban la superación positiva de dicha cuestión vía
sendas reformas sociales y efectivas políticas de integración
y quienes pretendían la solución de la misma mediante la
represión más abyecta y ejemplificadora.
La cuestión de la vivienda obrera y la problemática de los
altos alquileres preocupaban a la fracción más lúcida de las
autoridades estatales y a los sectores más modernistas y
progresistas de las clases dominantes hacia 1907. Esto, puede
comprobarse claramente a través de la lectura del Boletín del
Departamento Nacional del Trabajo, creado por iniciativa de estos
sectores poco tiempo antes del comienzo de la huelga de
inquilinos (Suriano, 2000: 97). Las dos primeras Memorias de
este organismo –30 de junio de 1908 y 26 de marzo de 1909-
17
publicadas con posterioridad a la huelga de inquilinos, hacen
referencia al problema de las habitaciones obreras que “aparte
de las malas condiciones higiénicas (….) son demasiado caras”(Scobie, 1974:
180). Frente a estas cuestiones, la primera de las memorias
mencionadas señalaba: “Hay que resolver el problema de proveer a los
trabajadores de casas relativamente cómodas, higiénicas y baratas, al alcance de
sus modestos recursos. El Departamento estudia detenidamente esta cuestión”
(Recalde, 1991: 32). En ese sentido, se comisionaba al doctor
Ernesto Quesada “para visitar las naciones fabriles de Europa e informar
sobre los resultados prácticos obtenidos por la acción privada y pública respecto a
la construcción de casas baratas e higiénicas” (Recalde, 1991: 34), según
lo disponía el artículo primero del decreto del 3 de
noviembre de 1908, firmado por el Presidente Figueroa Alcorta
y su Ministro Marco Avellaneda; mientras que,
simultáneamente, el D.N.T comenzaba un estudio sobre la
habitación de los empleados subalternos del gobierno nacional
y de la Capital Federal. Tiempo atrás (domingo 9 de junio de
1907), en una conferencia dictada en el salón de actos
públicos de la Biblioteca de La Plata que versaba sobre La
cuestión obrera y su estudio universitario, el doctor Ernesto Quesada
alertaba a su auditorio sobre “la inercia tradicional nuestra en asuntos
semejantes” y bramaba contra “quienes consideran que los conflictos del
trabajo no tienen más solución que el estado de sitio, el apoyo forzado del
gobierno y la sustitución de los obreros recalcitrantes por la fuerza pública, para
que los intereses privados de los patrones no sufran, so color de proteger las
necesidades del público” (Recalde, 1991: 36). En esa línea, Quesada
18
destacaba la importancia de la conciliación y el arbitraje
como medios para resolver la “cuestión social” y criticaba la
acción meramente represiva y la aplicación indiscriminada de
la Ley de Residencia6. La postura de Quesada a este
respecto, nos ilustra sobremanera en cuanto a que no todo era
“palo y balas” en el abanico de alternativas que postulaban
las clases dominantes y el Estado a la hora de intentar darle
solución a la llamada “cuestión social”, dentro de la cual se
encontraba contenida la problemática de la “vivienda
obrera”.7
6 . Se conoce como “Ley de Residencia” o “Ley Cané” a la
legislación número 4144 de Residencia sancionada por el
Congreso de la Nación Argentina en 1902, la cual permitió y
habilitó al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio
previo. La normativa fue utilizada por sucesivos gobiernos
argentinos para reprimir la organización sindical de los
trabajadores, expulsando principalmente a anarquistas,
sindicalistas revolucionarios y socialistas. Surgió a partir
de un pedido formulado por la Unión Industrial Argentina al
Poder Ejecutivo Nacional en 1899, a raíz del cual el senador
Miguel Cané presentó ante el Congreso de la Nación el
proyecto de expulsión de extranjeros.
7 Ernesto Quesada (1898-1934) fue uno de los intelectuales
reformistas más relevantes de la generación del ’80. Fue
Profesor universitario y contribuyó a formar el campo de la19
En el problema de la “vivienda obrera” se sintetizaban las
misérrimas condiciones de vida de los trabajadores entre las
últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. En este
caso, al igual que lo que sucedería con la legislación
laboral, las tempranas iniciativas de los sectores oficiales
y dominantes más lúcidos se concretarían muy
parsimoniosamente, resolviendo, en términos generales, los
moderna sociología científica en la Argentina. En 1909 viajó
a Europa para realizar cuatro investigaciones. Por un lado,
el Departamento Nacional del Trabajo le solicitó una
investigación sobre el problema de la vivienda obrera.
Mientras tanto, el Ministerio de Relaciones Exteriores le
pidió un estudio sobre las instituciones de Beneficencia
Pública. Por otro lado, Quesada investigó el funcionamiento
de las universidades europeas por encargo tanto de la
Universidad de Buenos Aires como de la Universidad de La
Plata. Sin embargo, de estos cuatro trabajos, sólo los dos
últimos fueron publicados (1910 y 1912). Más tarde, tras un
pedido de una universidad norteamericana, Quesada escribió su
conocido artículo "La evolución social argentina" (1911), en
el cual describió el proceso de modernización argentina y
advirtió sobre la necesidad de estudiar estos cambios
sociales desde un enfoque sociológico. Sobre la figura y el
reformismo de González véase de Zimmermann, Eduardo, Los
liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina (1880-1916), Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1998, pp. 83-95.20
problemas inmobiliarios de una ínfima minoría de empleados.
En tanto, se impondría la orientación represiva propugnada
por los sectores dominantes más retardatarios y
ultramontanos, como de hecho ocurrió en la huelga de inquilinos de
1907 cuando la elite que detentaba el poder vio amenazado y
violentado el “sacrosanto” principio de la propiedad privada
y, en consecuencia, muchos militantes anarquistas fueron
encarcelados y deportados aplicándoseles la tan temida como
combatida Ley de Residencia.
Iglesia católica y “cuestión obrera”
Para 1907 también, al poco tiempo de comenzada la huelga de
inquilinos en Buenos Aires, tiene lugar el Segundo Congreso de
los Católicos Argentinos. Dicho evento, se lleva a cabo en un
momento en el que la “cuestión social” se encuentra ya
definitivamente instalada en la agenda de las clases
dominantes y en el que la Iglesia comienza a acercarse al
Estado, a la vez en pleno proceso de secularización, respecto
de la resolución de ese problema. Si se analizan
cuidadosamente las resoluciones de este congreso, puede verse
claramente, la importancia que le otorga la Iglesia en este
período a todo lo que tenga que ver con los trabajadores. En
primer lugar, se destaca el interés por parte de la
institución de marras de impulsar una organización obrera
católica articulada en torno a los Círculos de Obreros de esa
21
religión a cuyo crecimiento también propenden. Esta
orientación, tenía que ver obviamente con una marcada
intención de la Iglesia de disputar con socialistas,
sindicalistas revolucionarios y anarquistas la dirección e
influencia sobre el movimiento obrero.
22
Otro aspecto a destacar en lo que hace a las resoluciones del
congreso, es lo referido al reclamo de una legislación obrera
que resolviera cuanto menos algunos de los problemas más
apremiantes de la situación laboral –trabajo de mujeres y
8 Joaquín V. González (1863-1923) fue otro destacado
intelectual reformista de la generación del ’80. En 1904 fue
nombrado por el Presidente Quintana como Ministro de Justicia
e Instrucción Pública y desde allí proyectó el Código de
Trabajo que pretendía poner al país a la altura de las
nuevas tendencias legislativas de la época. Aun cuando no
llegó a sancionarse en bloque, este sirvió a posteriori como
base para la elaboración de las primeras leyes obreras de la
Argentina. El “código González” revelaba en su orientación
una comprensión moderna de los problemas sociales. En su
texto planteaba cuestiones como el otorgamiento de días de
descanso para los trabajadores, la reglamentación del trabajo
de los menores, del contrato de trabajo, el ajuste del
salario de acuerdo a los vaivenes de la moneda nacional, la
creación de un seguro contra accidentes de trabajo, la
reglamentación del trabajo de los indios y la creación de una
Junta Nacional de Trabajo la cual daría origen a un
Ministerio de Trabajo. Entre otros actos relevantes de su
trayectoria merece destacarse la fundación de la Universidad
Nacional de la Plata en 1905 en la cual ocuparía el cargo de
Rector. Sobre la figura y el reformismo de González véase de23
niños, la aplicación del descanso dominical, los accidentes
del trabajo- y creara, mediante el contrato de trabajo, un
mecanismo apropiado para evitar los enfrentamientos directos
en los que constantemente se encontraban patrones y
asalariados. Respecto a este punto, existía una total
Zimmermann, Eduardo, op. cit., pp. 73-77. 24
coincidencia por parte de la institución Iglesia con la
frustrada Ley Nacional del Trabajo pensada e impulsada por
Joaquín V. González8 en 1904, que calificaba a este contrato
de “llave maestra que guarda el secreto de la paz y la armonía entre las partes”
(Recalde, 1991: 46). El proyecto González, reconocía la
existencia de las asociaciones obreras y fijaba los límites
que debían respetar los gremios que pretendían ser
reconocidos legalmente; destacando además la importancia de
las asociaciones legalmente reconocidas a los efectos de
regular el contrato de trabajo. Extensos párrafos del
trabajo de González estaban dedicados a establecer los
límites entre lo legal y lo ilegal en el accionar de las
asociaciones obreras, y en definir y clasificar las dos
orientaciones predominantes en estas entidades: “hacia
reivindicaciones pacíficas y la acción metódica y gradual” o “hacia los medios
violentos y agresivos y perturbadores de la paz pública y el orden constitucional”.
Naturalmente, el reconocimiento legal estaba reservado sólo a
las organizaciones del primer tipo, en tanto que las otras
actividades quedaban encuadradas dentro del marco del derecho
penal (Recalde, 1991: 48). Sin embargo, un abismo separaba el
reclamo del incipiente movimiento obrero organizado en lo que
hace al mejoramiento de sus condiciones laborales del
intervencionismo presente en el proyecto González y de la
legislación laboral reclamada por los católicos. Las
diferencias, no estaban ancladas en las medidas solicitadas,
25
sino en el mecanismo que garantizaría su sanción y posterior
cumplimiento.
En efecto, para el naciente movimiento obrero y sus
asociaciones, la existencia de organizaciones sindicales
fuertes e independientes de los patrones y del Estado era la
condición sine qua non para un efectivo logro de las conquistas
sociales que tanto anhelaban; mientras que el Proyecto
González de Código de Trabajo y la orientación social de los
católicos, por el contrario, intentaban coartar la acción
independiente de los trabajadores, haciendo de la iniciativa
legislativa del Estado y de su tutela sobre las leyes
aprobadas, los únicos recursos para mejorar la situación
proletaria. En definitiva, lo que intentaban tanto la
Iglesia como ciertos sectores del aparato estatal a través
del proyecto González era atenuar las miserias del
trabajador, como “garantía de orden y paz” además de separar a los
elementos más díscolos y radicales del resto de la masa
obrera (Recalde, 1991: 50). El tema de la vivienda obrera
también fue examinado en el congreso en cuestión, el que
aprobó las siguientes resoluciones:1) “Hacer un llamamiento a los gobiernos y municipios para que den a este ramo
la importancia que tiene, y encarecerles la conveniencia de invertir una parte de
las entradas que por los impuestos el pueblo paga en beneficiar a los obreros
proporcionándoles viviendas que consultan la moral, la higiene y la economía, y
que se les dé facilidades de pago, para que puedan pasar a ser dueños de ellas,
26
abonando por un número de años determinado en el contrato el más módico
alquiler posible, cuyo pago le sirva a la vez de amortización”.
2) “Hacer el mismo llamamiento a las personas de fortuna para que inviertan en
obra tan cristiana y civilizadora parte de su capital y que contentándose con un
interés moderado pongan al obrero a salvo de la usura con que en este ramo más
que en otro se le explota”.
3) “Llamar la atención muy principalmente a los católicos, a fin de que, aún sin
tener grandes medios, den preferencia a este ramo primordial, ya sea trabajando
en pequeña escala, ya sea asociándose unos con otros para darle mayor impulso”
(Recalde, 1991: 54).
Como puede observarse la preocupación eclesiástica en torno a
la cuestión de la vivienda obrera no era para nada casual ya
que, como decíamos anteriormente, prácticamente en paralelo a
las sesiones del “Segundo Congreso de los Católicos
Argentinos” se estaba llevando a cabo la agitación de
consumidores más importante de la historia de nuestro país,
la huelga de inquilinos de 1907. Finalizado el congreso católico, la
huelga se prolongó todavía algún tiempo.
La Huelga de inquilinos de 1907.
Antecedentes
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, las
habitaciones en los conventillos se pagaban a un precio en
constante aumento. Por primera vez, en 1890, los inquilinos
de Buenos Aires organizaron una comisión que intentó tomar
27
medidas contra los propietarios pero, por diversas razones,
el movimiento no pudo superar la mera agitación ni alcanzar
instancias más elevadas y efectivas de índole organizativo
(Scobie, 1974: 201-203). Entre 1893 y 1894 un grupo de
locatarios pretendió conformar ligas o asociaciones que los
nuclearan con el fin de lograr mejoras concretas en las
condiciones de habitabilidad de los pobres urbanos, pero
estas tentativas también fracasaron. En 1901, la Federación
Obrera Argentina (F.O.A) inició una campaña de agitación en
pos de lograr una rebaja de los alquileres que no tuvo
demasiado éxito. La “cuestión de los alquileres” y los
llamados a luchar para superar esa opresiva situación,
estarán presentes en todas las resoluciones de los congresos
de la Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A) antes
F.O.A. desde su fundación en adelante; adquiriendo singular
relevancia en su VI Congreso de 1906 (poco tiempo antes del
inicio de la huelga de inquilinos) para desaparecer de las mismas
en diciembre de 1907 con el conflicto ya finalizado y el
movimiento de locatarios derrotado.
La campaña contra los altos arriendos se intensificó a partir
de 1905 cuando algunos partidos políticos (Socialista,
Liberal y Unión Cívica Radical) además de las organizaciones
gremiales (principalmente la F.O.R.A.) comenzaron una activa
campaña que culminó en 1906 con la formación de una Liga de
inquilinos, fundamentalmente de orientación anarquista (Suriano,
28
1983: 44). En efecto, para 1906, la F.O.R.A instrumentó y
dirigió una gran campaña de agitación contra los altos
alquileres (a la que poco tiempo después se sumó la Unión
General de Trabajadores (U.G.T.) de orientación mayormente
socialista pero con elementos muy activos del sindicalismo
revolucionario)9, y además incentivó a los inquilinos a
9 En sus inicios (1902) la U.G.T. gozó de una fuerte impronta
socialista, pero a partir de los años 1905-1906 los elementos
del sindicalismo revolucionario comenzaron a ganar
predicamento a su interior. Surgidos como un desprendimiento
“por izquierda” del Partido Socialista e influenciados por el
pensamiento radical de Sorel y la UGT francesa fueron
creciendo en cantidad de adeptos y militantes e imponiéndose
por sobre los socialistas más moderados. Con el correr del
tiempo y al calor de la creciente intervención estatal en las
relaciones entre capital y trabajo, socialismo y sindicalismo
revolucionario se imbricaron y mixturaron dando origen hacia
1915 a una orientación moderada autodenominada “sindicalista”
a secas, la cual gozaría de un lugar hegemónico dentro de la
central sindical. Al respecto véanse Marotta, Sebastián, El
movimiento sindical argentino. Su génesis y formación (1857-1914), Tomo I,
Editorial Lacio, Buenos Aires, 1961, pp. 266-279 y Belkin,
Alejandro, Sobre los orígenes del sindicalismo revolucionario, Cuaderno de
trabajo Nº 74, Ediciones del Centro Cultural de la
Cooperación, Buenos Aires, 2006, pp. 10-27.
29
designar delegados por conventillo y a conformar comités de
lucha en cada barrio para organizar a los locatarios. Se
conformó entonces la Liga de Lucha contra los Altos Alquileres e impuestos
que inició una importante agitación distribuyendo panfletos y
organizando conferencias públicas sobre el tema en cuestión a
las que asistieron una gran cantidad de militantes e
inquilinos en general.
Al comenzar el año 1907, se produjo un fuerte aumento de los
impuestos municipales y territoriales que los propietarios de
las casas de inquilinato trasladaron de inmediato a los
precios de los alquileres (Suriano, 1983: 63). Esto, produjo
un enorme malestar entre los locatarios de Buenos Aires
creándose en consecuencia un clima de ebullición que no
tardaría en explotar. Para septiembre del mismo año estalló
la huelga de inquilinos10, conflicto éste, que representó la
30
irrupción de la clase obrera y los pobres urbanos en el
escenario ciudadano. En la organización y las agitaciones que
generó la huelga participaron diferentes grupos y
organizaciones políticas. Si bien la misma tuvo una fortísima
tracción, orientación e impronta anarquista, cabe consignar
que los socialistas, los sindicalistas revolucionarios, los
radicales y los activistas del recientemente creado Partido
liberal no estuvieron ajenos a los acontecimientos y tuvieron
su lugar dentro del espacio activista. Todos estos actores
apoyaron a los inquilinos en conflicto, pero trataron de
imprimirle al movimiento su propio sello. En ese sentido, los
discursos y los programas de acción propuestos resultaban de
lo más variados. Mientras que los anarquistas sostenían que
para que la huelga triunfe debía tener un carácter
insurreccional, pues de lo contrario sería ahogada por la
reacción11; los sindicalistas revolucionarios argumentaban que
había que apoyar sin condicionamientos las medidas de acción
directa de los huelguistas obreros, pero sin añadir a las
demandas de los inquilinos otras reivindicaciones de carácter
político.12 Más moderados, los socialistas sostenían que la
solución al problema de la vivienda proletaria pasaba por el
cooperativismo y la acción política legislativa13, los
radicales por la moderación de los propietarios en su sed de
ganancias extraordinarias y la regulación estatal14, y los
miembros del Partido Liberal por la supresión del alquiler y
la articulación de otro tipo de organización “más justa” de
31
la cuestión habitacional, ya que consideraban al alquiler de
las viviendas como una forma de renta espuria.15
Los hechos
El conflicto que analizamos trasciende el enfrentamiento
“clásico” entre obreros y patrones y se inscribe en un
contexto de fuertes luchas sociales cuyos principales hitos
son las dos huelgas generales que se dieron en ese mismo año
y que antecedieron a la huelga de los inquilinos. A pesar de la
ausencia de una protesta masiva por parte de los inquilinos
porteños durante casi cuarenta años de problemas
habitacionales en Buenos Aires, el movimiento que estalló en
setiembre de 1907 adquirió notorias características.
El conflicto tuvo su génesis a fines de agosto en el inmenso
conventillo Los Cuatro Diques, de la calle Ituzaingó 279 al 325,
propiedad de Pedro Holterhoff. Los inquilinos, comenzaron por
exigir la rebaja del alquiler de $25 a $18, la eliminación de
los tres meses de depósito solicitados por el propietario y
mayor flexibilidad en el vencimiento de los pagos. Eligieron
entonces una comisión que se incorporó al comité central de
la L.C.A.A.I. (Liga de Lucha Contra los Altos Alquileres e Impuestos) y el
13 de setiembre lanzaron un manifiesto llamando a la huelga
general de inquilinos, en el que señalaban “la imposibilidad de vivir, dado
el alto precio que propietarios e intermediarios especuladores cobran por
32
incómodas viviendas…..” y donde convocaban a los demás locatarios
de la ciudad a “no pagar el alquiler mientras no sean rebajados los precios
en un 30%” (Suriano, 1983:74). Dicha convocatoria tuvo la
inmediata adhesión de otros inquilinatos y se extendió
rápidamente; primero en los alrededores del conventillo donde
se originó la protesta –San Telmo y La Boca- y después a toda
el área de la Capital Federal. En efecto, el conflicto se
irradió a todo el ámbito de la ciudad, incluso a aquellos
barrios como Flores, Floresta, Caballito y San Bernardo, que
además de estar alejados del centro, tenían pocos
inquilinatos. Hacia fines de setiembre, diarios como “La
Nación” y “La Prensa” hablaban de aproximadamente dos mil
casas de inquilinato adheridas al movimiento –80% del total
de los conventillos de Buenos Aires- y de más de cien mil
personas participando de la huelga (Scobie, 1974: 204). La
organización de los huelguistas se estructuró a nivel
barrial. Cada uno de los barrios participantes constituía un
comité que por lo general funcionaba dentro del inquilinato
más combativo. Los integrantes de cada comité recorrían
asiduamente su zona de influencia visitando cada uno de los
conventillos con el propósito de lograr su adhesión y
participación en la huelga. Las resoluciones emanadas de los
comités de cada uno de los barrios participantes en el
conflicto eran luego discutidas por los delegados de los
comités zonales en el seno del comité central.16 El comité
central, ejercía la dirección estratégica de la huelga, y
33
funcionaba en la Sociedad de Resistencia de Conductores de Carros gremio
de marcada filiación anarquista, donde también lo hacía un
organismo dedicado a la defensa y solidaridad con los
detenidos y heridos en los enfrentamientos con las fuerzas
represivas. En paralelo con los comités barriales,
funcionaban también subcomités de propaganda (éstos no tenían
límites en su constitución y podían armarse cuantos se
quisieran), encargados de difundir la postura de los
locatarios vía conferencias públicas, actos e informes
periódicos a la prensa.
Los inquilinos organizados en huelga, presentaron un pliego
de condiciones a los propietarios que entre sus puntos más
importantes exigía: rebajar en un 30% los alquileres;
higienizar las piezas; abolir los pagos adelantados; suprimir
las garantías; eliminar a los encargados o intermediarios; y
no desalojar a ningún locatario por el hecho de haber
participado en el movimiento. Dichos puntos se constituyeron
en la base de las reivindicaciones de los huelguistas aunque
a menudo surgían otras que llevaban a ampliar el pliego de
condiciones original (Suriano, 1983: 80). Cabe señalar que
para ese momento, se estaba desarrollando en el sur de Italia
(San Severo-Foggia) un movimiento de similares
características en el cual los inquilinos en huelga se veían
referenciados y al que seguían atentamente a través de las
páginas de “La Protesta” que periódicamente daba cuenta de
34
ese conflicto a través de corresponsales.17 Ahora bien, a los
efectos de contrarrestar la certera ofensiva de los
inquilinos en huelga, los dueños e intermediarios crearon una
asociación patronal llamada Sociedad Corporación de Propietarios y
Arrendatarios cuyo asesor letrado era el doctor Manuel Carlés –
célebre años más tarde por dirigir La Liga Patriótica- quien tuvo
una posición intransigente respecto a los inquilinos en
conflicto y orientó a los sectores más recalcitrantes de los
propietarios. La postura inflexible del abogado nacionalista
Carlés (militante del sector pro-patronal de la Unión Cívica
Radical), fue la guía de la mayoría de los propietarios de
casas de inquilinato, que optaron por presentar denuncias
judiciales por falta de pago en los juzgados
correspondientes, exigiendo el desalojo de los huelguistas y
solicitando el auxilio de la fuerza pública para hacer
efectivos los lanzamientos a la calle en caso de encontrar
resistencia. Cabe destacar que algunos pocos propietarios se
apresuraron a aceptar las demandas de los huelguistas frente
al temor de males mayores.
Durante el conflicto, la sobreabundancia de pedidos de
desalojo hizo que estos se acumularan en los juzgados,
demorándose en consecuencia bastante tiempo en hacer
efectivos los mismos. Este hecho, favoreció naturalmente a
los huelguistas, ya que algunos propietarios ante el peligro
de no percibir los pagos de alquileres durante un período
35
prolongado llegaron a arreglos con los inquilinos dando
satisfacción a sus demandas. Esta situación dio un gran
impulso al movimiento, llegando así los primeros triunfos de
los huelguistas que fueron festejados efusivamente con
grandes fiestas celebradas en los patios de los conventillos
(Suriano, 1983: 87). La lucha diaria contra el común enemigo,
hizo que se estrechasen los vínculos solidarios entre los
habitantes de un mismo inquilinato, los que de esta manera
olvidaban las reyertas cotidianas tan comunes para quienes
viven en medio de la incomodidad y el hacinamiento. Por
primera vez en la historia, los inquilinos porteños se
constituían como sujeto social (Bellucci-Camusso, 1987: 12).
La opinión generalizada de los diarios porteños se manifestó,
casi unánimemente, por una solución favorable a los
locatarios en huelga. Periódicos que le daban mucha
importancia a la “cuestión social” como “La Prensa”,
alertaban sobre la posibilidad de que la problemática de los
altos alquileres hiciese que los inmigrantes regresen a sus
países de origen y en consecuencia escaseen los “brazos que
tanta falta le hacen a la nación” (Scobie, 1974: 206). Para
principios de octubre, fruto de la presión que los
propietarios ejercieron sobre la justicia; el aparato
judicial comenzó a tornarse más resolutivo y empezaron a
producirse los primeros desalojos. A medida que los
lanzamientos se fueron masificando, los inquilinos en huelga
36
pasaron gradualmente de una resistencia pasiva a una actitud
mucho más enérgica en defensa de sus intereses. Cuando los
empleados judiciales se presentaban en una habitación para
hacer efectivo el desalojo, se generaban grandes tumultos
entre los habitantes del conventillo, quienes dirigían su ira
contra los que querían privarlos a ellos y a sus hijos de su
techo. En ese sentido, cabe destacar, que ocurrieron grandes
movilizaciones y enconados combates callejeros y también al
interior de los conventillos en huelga en donde las mujeres y
los niños jugaron un papel destacado (Bellucci-Camusso,
1987:22). Muchas veces, cuando intentaban desalojarlos, los
inquilinos se atrincheraban dentro de los conventillos
trabando las puertas de entrada con cadenas y candados para
impedir el acceso de propietarios, encargados y de las
fuerzas judiciales y de represión.
Las manifestaciones callejeras, sacaron el conflicto a la
calle haciendo a todo Buenos Aires testigo del mismo. El 22
de octubre, en una de esas movilizaciones, cayó muerto el
obrero italiano Miguel Pepe por la salvaje represión
policial. En el entierro se reunieron más de 10.000 personas
y pocos días después, en un mitin convocado por el comité
central de la L.C.A.A.I. para reafirmar todas las
reivindicaciones por las que venían luchando y protestar por
la represión policial, concurrieron a Plaza San Martín
alrededor de 25.000 personas (Scobie, 1974: 210). Esta, fue
37
la movilización más importante que se realizó fuera de los
conventillos durante la huelga de inquilinos ya que significó la
adhesión activa en la calle de un número muy importante de
los habitantes de los inquilinatos en una clara situación de
lucha de clases urbana. En estas manifestaciones se corroboró
la orientación anarquista que predominaba en el conflicto ya
que los oradores centrales del acto en Plaza San Martín
fueron el escritor José de Maturana, Tito Foppa, Juana Rouco
Buela y María Collazo, todos ellos de notoria filiación
libertaria. A pesar de la forma expeditiva en que la justicia
comenzó a resolver el problema, no puede afirmarse que las
autoridades hayan tenido una actitud homogénea en relación al
conflicto. El intendente de la ciudad de Buenos Aires, Carlos
Alvear, mantuvo reuniones con los representantes de los
inquilinos y propició una solución pacífica y negociada que
apuntaba principalmente a resolver la cuestión de la
vivienda, partiendo de la supresión de los impuestos
municipales y nacionales que se aplicaban a las casas de
inquilinato, en la perspectiva de producir una inmediata
rebaja en el precio de los alquileres. Esta posición fue
apoyada desde periódicos como “La Nación”, “La Prensa” y “La
voz de la Iglesia” que, en cierta medida representaban la
opinión de una parte importante de los sectores dominantes.
Alvear, no tuvo éxito en sus gestiones ante el Ministerio del
Interior en cuanto a lograr la autorización que le permitiese
implementar su propuesta; con lo cual quedó subordinado a las
38
autoridades nacionales. Además, el papel de mediador que
había asumido al inicio del conflicto quedó seriamente
opacado cuando los propietarios recurrieron a sendos
sabotajes (corte de las cañerías de agua, y rotura de los
servicios sanitarios) a los efectos de presionar a los
inquilinos en huelga para que abandonasen las viviendas
(Suriano, 1983: 94). El gobierno tuvo una clara postura ante
el problema habitacional: “El estado no debe inmiscuirse en áreas
inherentes a la actividad privada, ni entorpecer ni interferir en el libre juego de la
oferta y la demanda18; es más, sólo actuó en lo concreto cuando
creyó que la propiedad privada corría cierto peligro.19 Si
bien, como venimos sosteniendo, no puede plantearse que las
clases dominantes tuviesen una postura homogénea en cuanto a
la solución del conflicto; en definitiva, prevaleció el
criterio de hacer cumplir los desalojos tal como lo habían
dispuesto los juzgados de paz y de utilizar toda la policía
necesaria -cuyo Jefe era el conocido represor Coronel Ramón
L. Falcón- para hacer estas disposiciones efectivas.
El 14 de noviembre de 1907 fue desalojado el conventillo de
la calle Ituzaingó 279 sin que los inquilinos pudiesen oponer
ningún tipo de resistencia ante el impresionante despliegue
del aparato represivo comandado por el coronel Falcón.
Paralelamente al desalojo de los conventillos más combativos,
el gobierno decidió descabezar el movimiento aplicando la Ley
de residencia a los dirigentes anarquistas de más destacada
participación en el conflicto. Fueron expulsados así del país
39
José Pañeda (del consejo federal de la F.O.R.A.), Roberto
D’angió y Mariano Forcat (redactores del periódico anarquista
“La Protesta”), Virginia Bolten, Juana Rouco Buela (ambas
dirigentes del Centro Anarquista Femenino fundado en 1907) y
muchos otros militantes sociales. Al criminalizarse la
protesta, muchos inquilinos comenzaron a acatar pacíficamente
las intimaciones judiciales y otros llegaron a arreglos con
los propietarios haciendo concesiones por ambas partes.
40
Hacia fines del mes de noviembre el movimiento había perdido
fuerza, la mayoría de sus dirigentes se encontraban
encarcelados o deportados, y el Comité Central de la liga se
había autodisuelto frente a la persecusión policial y por la
deserción de algunos de sus integrantes. En ese marco,
41
todavía se produjeron los últimos estertores de esta lucha de
clases urbana. Algunos pocos militantes anarquistas
dispuestos a todo o nada repudiaban a los inquilinos que
habían llegado a un arreglo con los propietarios y llamaban a
los locatarios a “luchar hasta el final”20; llegando incluso al
20 Véase “La Protesta”, Nº 1192, 14 de noviembre de 1907, p.
2.
BIBLIOGRAFIA
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inquilinos de 1907. El papel de las mujeres anarquistas en la
lucha”, Cuadernos de CICSO Nº 58, Buenos Aires.
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(1900-1910)”, Tomos I y II, Editorial C.E.A.L., Buenos Aires.
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Editorial Huemul, Buenos Aires.
Engels, Federico, (1946) La cuestión de la vivienda, Editorial
Lautaro, Buenos Aires. 42
intento de incendio de algunos conventillos. Desde las
páginas de “La Protesta” se alentaron este tipo de acciones
desesperadas, lo cual contribuyó a nuestro entender, a
distanciar a los inquilinos huelguistas de los elementos más
radicalizados ya que éstos no contaban con propuestas
Falcón, Ricardo, (1985) Los orígenes del movimiento obrero,
Editorial C.E.A.L, Buenos Aires.
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Internet pp. 1-29. Lunes 17 de junio 2013. Disponible en
Internet: www.etsax/upc.edu/urbpersp/num02/art02-3/htm.
Recalde, Héctor, (1991) La Iglesia y la Cuestión Social, Editorial
C.E.A.L., Buenos Aires. 43
intermedias. Con lo que quedo de los comités barriales se
conformó la Federación de inquilinos que se mantuvo activa hasta
1910. Esta organización, no pudo superar la instancia de las
acciones declamativas y las denuncias ni volver a reorganizar
al movimiento de inquilinos con la fuerza que había tenido.
Sebreli, Juan José, (1990) Buenos Aires, vida cotidiana y alienación,
Editorial Siglo XXI, Buenos Aires.
Schvarzer, Jorge, (1996) La industria que supimos conseguir,
Editorial Planeta, Buenos Aires.
Scobie, James, (1974) Buenos Aires, del centro a los barrios (1870-1910),
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------------------ (1984) “La huelga de inquilinos de 1907 en
Buenos Aires”, en AA.VV. Sectores Populares y vida urbana, CLACSO,
Buenos Aires, pp. 225-268.
------------------ (2000) “La oposición anarquista a la
intervención estatal en las relaciones laborales”, en
Suriano, J., (compilador), La cuestión social en la Argentina (1870-
1943), Editorial La Colmena, Buenos Aires, pp. 89-110.44
Para finalizar, cabe destacar el intento realizado por
algunos cuadros de la F.O.R.A. en el sentido de convocar para
fin de año a una huelga general. Dicha huelga, recién pudo
llevarse a cabo en enero de 1908 y fracasó, ya que tuvo una
baja adhesión de los gremios y no fue apoyada por la U.G.T –
FUENTES.
Boletín del Departamento Nacional del Trabajo, años 1907 y
1908.
“La acción socialista”, periódico sindicalista
revolucionario, Desde Agosto de 1907 hasta Enero de 1908,
Números varios.
“La Nación”, diario, Desde Agosto de 1907 hasta Enero de
1908, Números varios.
“La Prensa”, diario, Desde Agosto de 1907 hasta Enero de
1908, Números varios.
“La Protesta”, diario anarquista, Desde Agosto de 1907 hasta
Enero de 1908, Números varios.
“La Vanguardia”, órgano de prensa del Partido Socialista,
Desde Agosto de 1907 hasta Enero de 1908, Números varios.45
que acusaba a la F.O.R.A. de hacer uso indiscriminado de la
herramienta de la huelga general- (Marotta, 1961: 288-296).
Al llegar entonces el mes de diciembre, después de cuatro
meses, la huelga de consumidores más significativa de la
historia urbana argentina había finalizado y la ciudad de
Buenos Aires recuperaba paulatinamente la calma.
Conclusiones
La transición de la gran aldea a la moderna metrópoli provocó
en Buenos Aires la primera crisis de vivienda, confirmando
aquella observación de Engels, según la cual, la cuestión de
la vivienda es un fenómeno mundial que se da en un
determinado estadio de la evolución del sistema capitalista.
Las vertiginosas transformaciones en la espacialidad urbana
acaecidas en la Buenos Aires de principios del siglo XX junto
al consecuente agrupamiento de la clase obrera en los
conventillos -la mayoría de las veces en condiciones de
“La Voz de la Iglesia”, diario, Desde Agosto de 1907 hasta
Enero de 1908, Números varios.
46
hacinamiento- contribuyeron a crear al interior de éstos una
intensa vida comunitaria nacida de la yuxtaposición de las
esferas del trabajo, el consumo, el ocio y la acción
colectiva. La proximidad espacial, la coincidencia en
determinados barrios dentro del espacio urbano de obreros con
10 Respecto de la descripción de los acontecimientos de la
huelga, además de la bibliografía referenciada, pueden
consultarse: Girbal De Blacha, Noemí, “La huelga de
inquilinos de 1907 en Buenos Aires”, en Historias de la
ciudad. Una revista de Buenos Aires, núm. 5, Buenos Aires,
agosto 2000, S/P, Spalding, Hobart, La clase trabajadora argentina
(documentos para su historia, 1890-1912), Editorial Galerna, Buenos
Aires, 1970, pp. 447-496 y Suriano, Juan, “La huelga de
inquilinos de 1907 en Buenos Aires”, en AA.VV., Sectores
populares y vida urbana, Buenos Aires, CLACSO, 1984, pp. 225-268.
Sobre la irradiación y el impacto de la huelga en la ciudad
de Rosario-Argentina véase: Prieto, Agustina, “La prensa y la
huelga de inquilinos de 1907”, en Huelgas, hábitat y salud en el
Rosario de 1900, Cuadernos CICSA-análisis histórico de la
estructura económica, social e institucional de Rosario,
Rosario, 1995, pp. 230-274. Las memorias militantes también
dieron cuenta del devenir y la agitación que suscitó el
conflicto, véanse: Gilimón, Eduardo, Hechos y comentarios y otros
escritos. El anarquismo en Buenos Aires (1890-1910), Imprenta P. Buey,
Buenos Aires-Montevideo, 1911, pp. 73-77; Marotta,
Sebastián, El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo, Tomo I47
condiciones semejantes de salario, alquiler, sentimiento
comunitario y organización de clase hicieron seguramente más
probable la acción colectiva reivindicatoria. En ese
sentido, la Buenos Aires de esa época ofrecía a nuestro
entender las condiciones necesarias para la eclosión de una
(1857-1914), Editorial Lacio, Buenos Aires, 1961, pp. 302-303
y Rouco Buela, Juana, Historia de un ideal vivido por una mujer,
Editorial Reconstruir, Buenos Aires, 1985, pp. 52-74.
11 Sobre la participación de los anarquistas en el conflicto,
además de la bibliografía referenciada, véanse: Abad De
Santillán, Diego, La F.O.R.A. Ideología y trayectoria del movimiento obrero
revolucionario en la Argentina, Editorial Proyección, Buenos Aires,
1971, pp. 153-173; Bilsky, Eduardo, “La F.O.R.A. y el movimiento
obrero (1900-1910), Tomos I y II, Editorial C.E.A.L., Buenos
Aires, 1985, pp. 77-94 y Oved, Iaacov, “El anarquismo y el
movimiento obrero en la Argentina”, Editorial Siglo XXI, México,
1981, pp. 45-73.
12 Los sindicalistas revolucionarios aparecieron públicamente
en 1906 como un desprendimiento del Partido Socialista en
disconformidad con la orientación de esa agrupación frente a
los problemas sindicales. Sobre sus características y su
participación en la huelga véase: Belkin, Alejandro, Sobre los
orígenes del sindicalismo revolucionario, Cuaderno de trabajo Nº 74,
Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, Buenos48
conciencia obrera y el estallido de la acción colectiva y
comunitaria. Para terminar, se plantea que esa nueva relación
de la clase obrera con el espacio urbano surgida en la Buenos
Aires finisecular como consecuencia del proceso de
transición de la gran aldea a la moderna metrópoli fue un
Aires, 2006, pp. 12-15.
13 Sobre la participación de los socialistas en el conflicto
véanse entre otros: Oddone, Jacinto, Historia del socialismo
argentino, Tomos I y II, Editorial C.E.A.L., Buenos Aires, 1983,
pp. 240-245 y Reinoso, Roberto, La Vanguardia: Selección de textos
(1894-1955), Editorial C.E.A.L., Buenos Aires, 1985, pp. 150-
172.14
? Sobre la orientación de la Unión Cívica Radical respecto de
la huelga de inquilinos y el problema de la vivienda obrera
véase: Del Mazo, Gabriel, Historia del radicalismo, Editorial
Cardón, Buenos Aires, 1976, pp. 99-104.
15 Orientado por los principios del economista norteamericano
Henry George, liberal de izquierda, el recientemente creado
Partido Liberal participó también de la huelga. Sobre su
orientación véanse de DE LUCÍA, Omar, “Liberalismo y
revolución: Los georgistas argentinos y la revolución rusa”,
en Pacarina del Sur (En Línea), año 3, núm. 10, enero-marzo,
2012. ISSN: 2007-2309. Lunes 17 de junio 2013. Disponible en49
elemento por demás condicionante de la magnitud y virulencia
que tuvo la huelga de inquilinos de 1907; ya que las redes de
sociabilidad territorial construidas en torno a la vida
obrera en los conventillos operaron como un elemento que
cohesionó a los proletarios urbanos y contribuyó a darle
mayor fuerza a su lucha contra el capital por la apropiación
del espacio urbano.
Notas
Internet: www.pacarinadelsur.com/home/oleajes/385-
liberalismo-y-revolución-los-georgistas-argentinos-y-la-
revolución-rusa y el Manifiesto del Comité Ejecutivo del
Partido Liberal, en SPALDING, Hobart, op. Cit., pp. 474-475.
16 Véase “La Protesta”, Nº 1154, 4 de octubre de 1907, p. 1.17 Véase “La Protesta”, Nº 1168, 8 de octubre de 1907, p. 1.18 Véase “La Nación”, Nº 2256, 10 de octubre de 1907, p. 319 Véase “La Protesta”, Nº 1161, 12 de octubre de 1907, p. 2.
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