ARQUEOLOGÍA, ESPACIO Y TIEMPO: UNA MIRADA DESDE LATINOAMÉRICA

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ARQUEOLOGÍA, ESPACIO Y TIEMPO: UNAMIRADA DESDE LATINOAMÉRICA1

Carlo Emilio Piazzini SuárezInstituto de Estudios Regionales, Universidad de Antioquia

Este artículo explora los presupuestos e implicaciones de lo que sería el desarrollo de una onto-logía del espacio y las materialidades en arqueología empleando diversos planteamientos delpensamiento social contemporáneo sobre espacio-tiempo así como el examen de formulacionesteóricas efectuadas desde la arqueología sobre espacialidades y cultura material. Como unamanera de situar la reflexión desde Latinoamérica se vislumbra un análisis de la geopolítica delconocimiento coherente con el enunciado de que la arqueología es una práctica socialespacialmente mediada.

Este artigo explora os pressupostos e implicações do que seria o desenvolvimento de uma ontologiado espaço e das materialidades em arqueologia, empregando diversas proposições do pensamentosocial contemporâneo sobre espaço-tempo, bem como examinando formulações teóricas efetuadasa partir da arqueologia sobre espacialidade e cultura material. Como uma maneira de situar areflexão a partir da América Latina, busca-se uma análise da geopolítica do conhecimento coerentecom o enunciado de que a arqueologia é uma prática social mediada espacialmente.

This paper explores the conceptual bases and the implications towards the development of anontology of space and materiality in archaeology using diverse insights from contemporary so-cial thought about space and time; the paper also examines the theoretical formulations ofarchaeology on space and material culture. An analysis of a geopolitics of knowledge, coherentwith the proposal that archaeology is a spatially-mediated social practice, is a way to situate thereflection from the Latin American context.

En 2003 fue publicado en American Antiquityy Latin American Antiquity un texto delarqueólogo argentino Gustavo Politis, Thetheoretical landscape and themethodological development of archaeologyin Latin America (este título puede ser tra-ducido como El paisaje teórico y el desarro-llo metodológico de la arqueología en Amé-rica Latina). Me interesa esta idea de un pai-saje teórico que puede referirse a una metá-fora espacial que sirve al propósito de pre-sentar un cuadro, una suerte de imagen sín-tesis de la diversidad de enfoques que carac-

terizan la arqueología latinoamericana, o ala existencia, en sentido literal, de una espa-cialidad de los saberes arqueológicos enLatinoamérica. En el texto se plantean algu-

1 Este artículo se basa en una conferencia pre-sentada en el III Congreso Colombiano deArqueología realizado en la Universidad delCauca, Popayán, en diciembre de 2004, yavanza sobre la propuesta de creación de laMaestría en Estudios Socioespaciales del Ins-tituto de Estudios Regionales de la Universi-dad de Antioquia, INER (Piazzini 2004).

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nas cuestiones que abren camino a esta últi-ma interpretación. Politis reconoce diferen-cias importantes entre las trayectorias de lapráctica arqueológica en los países que con-forman la geografía latinoamericana y asu-me una posición crítica sobre la situación deestas trayectorias respecto de la importaciónde enfoques teórico-metodológicos y la ex-portación de datos desde y hacia otras regio-nes del planeta. Aun cuando Politis no lo plan-teó de manera explícita podría pensarse quetales enunciados no pueden descansar másque en una consideración sobre la afectaciónde las espacialidades en el pensamiento ar-queológico.

Las relaciones entre arqueología y espa-cio han sido abordadas, fundamentalmente,desde una perspectiva que enfatiza el trata-miento metodológico de este último. La ela-boración de datos sobre localización, distri-bución y relación espacial de las evidenciasarqueológicas es condición de posibilidadpara el ejercicio de la investigación; los aná-lisis espaciales, incorporados y ajustados apartir de modelos desarrollados por la geo-grafía y la ecología, son un acervometodológico de la disciplina. No obstante,el planteamiento de estas relaciones en el pla-no epistemológico y ontológico no ha sidofrecuente; esto parece relacionarse con unaconcepción implícita del espacio en su ver-sión cartesiana, como extensión y soportegeofísico en el cual se desarrollan las prácti-cas y procesos sociales, y de la geografía yla ecología como saberes positivos sobre eseespacio y sus contenidos. Salvo algunos plan-teamientos recientes los arqueólogos no sue-len interesarse por establecer conexiones en-tre el ejercicio de la disciplina y las espacia-lidades en las cuales se encuentraninvolucrados como actores sociales; tampo-co en la reconstrucción de las experienciasespaciales de las sociedades que estudian.

El tratamiento instrumental que la arqueo-logía ha hecho del espacio deriva, como enlas demás ciencias sociales, de la configura-

ción de las experiencias del espacio-tiempoen la modernidad. En este artículo quieroabordar las consecuencias que ha tenido parala arqueología el pensamiento del espaciocomo exterioridad subordinada al tiempo ylas claves de lo que sería una recomposiciónde la jerarquía ontológica del espacio y lasmaterialidades en el pensamiento social. Deotra parte, quiero situar el enunciado de afec-tación espacial del pensamiento en el campode la geopolítica del conocimiento para refe-rirme a la arqueología latinoamericana.

Antes de proseguir debo señalar dos va-cíos con los cuales tendré que contar en estareflexión. El primero tiene que ver con el esta-blecimiento de las experiencias de espacio-tiempo que se han configurado enLatinoamérica pues si bien es cierto que lamodernidad es inconcebible sin incorporar loque ha significado esta región del planeta parael desarrollo del colonialismo (cf. Mignolo2002), también es cierto que las elaboracio-nes teóricas sobre lo que podría denominarseuna geografía de las experiencias y concep-ciones del espacio-tiempo de la modernidad(i.e. Soja 1989; Jameson 1991; Giddens 1994;Harvey 1998) no son explícitas en lo que tie-ne que ver con trayectorias que no se reducena la geo-historia europea. Ello señala una difi-cultad que está en la base de esta reflexiónpero, además, permite vislumbrar una líneade indagación que la arqueología regional,conjuntamente con otros campos disciplina-rios, debería ser capaz de abordar hacia futu-ro: cómo se han constituido las experiencias yconcepciones de espacio-tiempo de las socie-dades latinoamericanas.

El segundo vacío plantea, en primera ins-tancia, más una limitación personal que unadeficiencia estructural. Los argumentos quevoy a exponer no descansan sobre un análi-sis amplio de la literatura arqueológica lati-noamericana en parte debido a la dificultadde acceder a la producción regional. Esteartículo no puede ser leído como una tentati-va por sistematizar la manera como el espa-

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cio ha sido abordado por los arqueólogoslatinoamericanos; más bien debe ser aborda-do, apenas, como una invitación para avan-zar por sendas de indagación a propósito deelaboraciones teóricas sobre el espacio, eltiempo y las materialidades. En segunda ins-tancia este vacío corresponde a la localiza-ción de un sujeto que habla desde un lugarde enunciación precariamente situado en lared interdiscursiva de la arqueología mun-dial; desde esta situación es más expeditoacceder a la producción anglosajona que a laproducción latinoamericana. Con ello quie-ro dejar servido un asunto sintomático de lageopolítica del conocimiento arqueológico:la cartografía de las redes interdiscursivasde la disciplina no corresponde a la contigüi-dad espacial que supone hacer arqueologíaen países vecinos, con problemáticas y con-textos de investigación muchas veces afines.De hecho, conocer la reflexión de Politis quehe utilizado como introducción para este tex-to ha sido posible por la intermediación de unnodo de información situado en Norteamérica,en lengua inglesa, y no a la existencia de redesque conecten directamente los pensamientoslatinoamericanos.

La arqueología en el espacio-tiempo de la modernidadLa restricción al plano instrumental que, fre-cuentemente, han hecho los arqueólogos dela cuestión espacial corresponde a las expe-riencias y concepciones del espacio-tiempoen la modernidad, particularmente en tressentidos: en primer lugar, una concepción delespacio como «telón de fondo» de lo social;en segundo lugar, una hegemonía del pensa-miento del tiempo sobre el pensamiento delespacio como parte de una geopolítica decontrol de la alteridad; y, en tercer lugar, unaidea de las materialidades, conjuntamente conel espacio, como exterioridades.

En el pensamiento social moderno espa-cio y tiempo han sido tratados como catego-

rías independientes y, hasta cierto punto,opuestas. No obstante, debe reconocerse unaíntima relación entre ambas que, dependien-do de las circunstancias, ofrece diferentesmodos de articulación o experiencias de «es-pacio-tiempo»; esta noción, lejos de resultaren una simple fusión de términos, define elcontexto de configuración de los procesos yprácticas sociales (Wallerstein 1998; Giddens2003:384). La modernidad es una experien-cia particular del espacio y del tiempo quecombina el sentido de existencia en lugares ymomentos particulares con un sentido indi-vidual y colectivo de contemporaneidad quetrasciende las especificidades espacio-tem-porales (Soja 1989:25; Berman 1995:1); estemodo de ser implica una discontinuidad conexperiencias previas -o paralelas- de espa-cio-tiempo.

Durante el Medioevo europeo la relaciónentre espacio y tiempo era inseparable —«elcuando estaba casi universalmente conecta-do al donde» (Giddens 1994:29)—, de talmanera que el ejercicio de la memoriainvolucraba, activamente, las espacialidadesy, concretamente, los lugares en donde lasinteracciones sociales se desarrollaban caraa cara, de manera presencial. A la declara-ción «yo estuve allí» se unía la afirmación«eso ocurrió antes, durante, después, desde,durante tanto tiempo» (Ricoeur 2003:202).Con la modernidad se operaron dos trans-formaciones: primero, el sentido de lugar seseparó del sentido del espacio alincrementarse las relaciones entre ausentes:«Los aspectos locales son penetrados en pro-fundidad y configurados por influencias so-ciales que se generan a gran distancia deellos» (Giddens 1994:30). Segundo, espacioy tiempo se separaron en la medida en quetomó fuerza la regulación de las actividadessociales conforme a un tiempo homogéneoque no dependió de su localización: «El tiem-po estuvo conectado al espacio (y al lugar)hasta que la uniformidad de la medida deltiempo con el reloj llegó a emparejarse con

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la uniformidad en la organización social deltiempo» (Giddens 1994:29).

Este «vaciamiento» de los contenidos es-pecíficos y plurales del espacio y el tiempopreparó el camino para una transformaciónestructural, una «compresión espacio-tempo-ral»2. Mientras los mundos medievales des-plegaron lógicas espacio-temporales afinesa la rutina de las prácticas cotidianas de cadaterritorio, interconectadas sólo por la poten-cia de los calendarios cristianos, las empre-sas puntuales de colonización y los imagina-rios sobre los espacios que constituían losconfines del mundo conocido, a partir delRenacimiento y durante la Ilustración cadalugar se volvió vulnerable a las dinámicaseconómicas, políticas y culturales de un mun-do más vasto, constituyéndose gradualmen-te la imagen de un tiempo y un espacio ho-mogéneos que tendían a la sincronización delos ritmos entre sociedades hasta entoncesdistantes. Además, con el capitalismo se in-trodujo en cada una de estas sociedades unafuerte demarcación espacial y una mayorregulación temporal de las actividades delocio y la producción en lugares y momentosespecíficos (Harvey 1998:267).

De forma paralela, y por contraste conlas cualidades sensibles de las representacio-nes espaciales del Medioevo, la invención dela perspectiva como una nueva mirada delmundo permitió el desarrollo de cartografíasabstractas del planeta y sus regiones comouna extensión potencialmente cognoscible:mapamundis, cartas y paisajes pictóricosfueron posibles gracias a la perspectiva deun sujeto situado fuera de ellos (encima o al

frente), distanciado de lo observado comocondición para alcanzar una imagen de tota-lidad e imparcialidad (Thomas 2001); estascartografías fueron herramientas centralespara la economía y la política de la primeraglobalización (Harvey 1998:277).

A la par de estas transformaciones seinstauró una hegemonía o primado del pen-samiento del tiempo sobre el pensamiento delespacio (cf. Soja 1989:13; Pardo 1992:249;Harvey 1998:229; Koselleck 2001:96) quecorresponde, en términos generales, a lo queFoucault denominó edad de la historia, pro-vista de una filosofía «consagrada al Tiem-po, a su flujo, a sus retornos... presa en elmodo de ser de la Historia» (Foucault1985:216). Desde finales del siglo XVIII lasespacialidades fueron ordenadas de confor-midad con una teleología temporal afín a lasideas de progreso y civilización y, más tarde,de evolución y desarrollo.

La Filosofía de la historia de Hegel(1985) es reveladora de la génesis de esteprimado del tiempo. Para Hegel Europa espura historia mientras Asia, África y Amé-rica son pura geografía; se trata de un orde-namiento del espacio por medio del tiempofundamentado en una teleología que otorgaal devenir humano un sentido de perfectibili-dad que va desde la naturaleza hacia la his-toria. Esta teleología permite explicar las ten-siones modernas entre tiempo y espacio ensu articulación con viejas oposiciones entreespíritu y materia y memoria y olvido me-diante el recurso a la distancia temporal.Desde las puras espacialidades sujetas al rit-mo cuasi-inmóvil de la naturaleza se habríatransitado por caminos únicos o paraleloshacia temporalidades recargadas de historia,sujetas al cambio dirigido por el espíritu delos pueblos, producto de la consciencia quehan adquirido de sí mismos a partir de unamemoria que otorga sentido a su devenir. Estacronopolítica actuó como fundamento ideo-lógico para el despliegue de una geopolítica,de la temporalización del espacio y de la

2 Según Harvey (1998:267) la modernidad secaracteriza, por lo menos desde el siglo XIX,por una «compresión espacio-temporal» aúnen marcha en el sentido en que «el espacioparece reducirse a una aldea global» y «loshorizontes temporales se acortan hasta elpunto de convertir el presente en lo únicoque hay».

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historización de la diferencia que definieronlas representaciones de la alteridad (Fabian1983:144; Duncan 1994:46).

Esta debilidad ontológica del espacio res-pecto del tiempo implicó una fractura en laconceptualización del primero: por una par-te está el espacio matemático-físico, objeti-vo y verdadero, dado como una exterioridaddel ser, y por otro el espacio sensible, apa-rente y subjetivo, interior al ser y supeditadoa la conciencia del tiempo. En esta fracturalas metodologías de las ciencias físicas ynaturales devinieron como las formas de co-nocimiento autorizadas para tratar el espa-cio como una exterioridad mesurable ycuantificable mientras el espacio sensible, entanto subjetivo, aparente, accesorio yontológicamente reductible a la cuestión tem-poral, no podía constituirse en objeto centralde estudio de las ciencias sociales (Soja1989:122; Pardo 1992).

Las materialidades comparten con el es-pacio esta debilidad ontológica: los sereshumanos aparecen como auto-evidentemen-te dotados de una inteligencia, una mente yun alma que existen por fuera del espacio yla materialidad (Thomas 2001:167); el pen-samiento se pretende a-espacial e in-mate-rial. En el esquema hegeliano la materia com-parte un lugar afín al espacio pues, al fin y alcabo, constituye sus contenidos. La materiay el espacio son tratados como exterioridadespor oposición al espíritu y el tiempo comointerioridades. En el espíritu que es pensan-te, auto contenido, libre, unificado y centra-do reside la memoria. La materia que es in-consciente, fuera de sí, grávida, plural ydescentrada es proclive al olvido. En conso-nancia con la cronopolítica de la moderni-dad esta oposición fue ordenada temporal-mente en una secuencia gradual que va delas técnicas más rudimentarias que se con-funden con la naturaleza (toscos artefactos,ideogramas y artesanías) a las manifestacio-nes materiales más excelsas y cercanas alespíritu (escritura, arquitectura y bellas ar-

tes) (Hegel 1985). La vieja oposiciónjudeocristiana entre materia y espíritu sufrióun re-acomodamiento para alinearse en tor-no de una relación entre espacio y tiempo;este último se erigió como categoríahegemónica que permitió ordenar y codifi-car las prácticas espaciales, políticas, eco-nómicas, sociales y discursivas.

Si en las ciencias sociales el espacio hasido tratado como un telón de fondo lasmaterialidades han sido consideradas comomeros soportes o espejos de la vida social.Su abordaje se ha efectuado desde una mi-rada mecánica, interesada por las sustan-cias, las mercancías y las funciones, o des-de una mirada espiritual interesada por lamanera como lo social se refleja en los cuer-pos, los objetos, las cosas y sus relaciones,entendidos como «expresiones» de la socie-dad y la cultura (cf. Debray 1997:39). En-tre filósofos y científicos sociales la mate-ria pertenece al mundo de los medios y delo abyecto (Debray 1997:159; Dagognet2000:14) y la escisión entre lo animado y loinanimado, entre lo humano y lo no huma-no, ha obstruido el pensamiento sobre ellugar que ocupan las materialidades en lavida social (Latour 1992). Los estudios dela cultura material y de la técnica han sidoescasamente integrados a los estudios delespacio y la geografía (Santos 2000:27) pesea que las materialidades pueden ser consi-deradas como parte constituyente del espa-cio, aún desde una concepción mecánica deeste último. Estas experiencias y represen-taciones del espacio-tiempo fueron definiti-vas para que la arqueología se configuraraen la modernidad en medio de una dobletensión: una ciencia de la cultura materialque, en ausencia de una ontología de lasmaterialidades, fundamenta su pertinenciapara producir conocimiento en una ontolo-gía del tiempo que es, a su vez, hegemónicafrente al pensamiento del espacio.

Pese a que la arqueología es, práctica-mente, la única ciencia social dirigida a dar

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cuenta de las materialidades sociales, una delas pocas que ha incorporado de manera ru-tinaria herramientas geográficas en su pro-cedimientos y a que se define, a menudo,como una ciencia de campo que requiereponerse en contacto con su objeto de estudioin situ, ha encontrado su condición de posi-bilidad en el esquema moderno de primadodel tiempo sobre el espacio y lasmaterialidades. En la modernidad la arqueo-logía emergió, sobre todo, como ciencia dela pre-historia, como ejercicio ordenador dela cultura material en torno de lastemporalidades evolutivas y los espacioscartesianos. La arqueología aspiró a forma-lizar su conocimiento a la manera de las cien-cias positivas, especialmente de la geologíay la biología, y fue pre-histórica no única-mente por plegarse a una temporalidad ante-rior a la aparición de la escritura (un legadode la época clásica) sino porque ordenó susanálisis conforme a temporalidades que nose consideran contingentes y que, en esa me-dida, son exteriores al ser humano.

Fabian (1983) identificó el recursoantropológico de conversión de las distan-cias espaciales en distancias temporales comouna estrategia para naturalizar la alteridad,negando el principio de contemporaneidadentre el «nosotros» europeo y el «ellos» delresto del planeta. Este tratamiento de laalteridad signó el surgimiento y desenvolvi-miento del conocimiento antropológico comoel conocimiento de un Otro situado siempreen el pasado:

«Cuando la opinión popular identifica atodos los antropólogos como manipula-dores de huesos y piedras no se puedehablar de un error. Ello evidencia el rolde la antropología como proveedora dedistancia temporal» (Fabian 1983:29).

Esta singular forma de recobrar la identidadentre antropólogos y arqueólogos indica queestos últimos también operan bajo la lógicade manejo del espacio como supeditado altiempo (cf. Shanks y Tilley 1994:9). En el

caso de la arqueología los criterios tempora-les fijaron de manera más eficaz y duraderael ámbito de estudio de la disciplina porqueni siquiera se permitió estudiar la culturamaterial del presente, e incluso, abordó demanera leve, o supeditada a los registroshistoriográficos, las evidencias de socieda-des que se situaban en la cercanía del espa-cio-tiempo de la historia occidental.

La idea de prehistoria es particularmentereveladora al respecto. En el marco de lasteleologías del progreso, de la evolución y deldesarrollo, sólo una mirada dirigida al grandistanciamiento temporal que supone unaalteridad llevada a los extremos del origen, delo remoto y de lo exótico, podía permitirse eltratamiento de las materialidades para darcuenta de lo social porque las sociedades pre-históricas, es decir, aquellas que no tienen his-toria porque no desarrollaron aparatosescritutarios (sensu De Certeau 2000), aque-llas con ritmos lentos o cuasi-estáticos de cam-bio, similares a los de una naturaleza que lasdomina, eran virtualmente las únicas suscep-tibles de ser estudiadas mediante las «expre-siones» materiales de su existencia. La pre-historia se situó en el umbral entre el tiempode la naturaleza y el de la historia, entre lainconsciencia de la materia (el olvido) y laconsciencia del espíritu (la memoria)3. Por ellolo que se conoce como arqueología histórica(Orser 2000) e, incluso, lo que pudiera seruna arqueología del presente sólo pueden re-presentar una fractura con la cronopolítica dela modernidad en la medida en que logrenespacializar la tensión entre la escritura y otrasmaterialidades de la vida social. De lo contra-rio lo que puede ocurrir es que se supediten

3 La ubicación de la arqueología entre lostiempos de la naturaleza y de la historia hasufrido oscilaciones. Así, por ejemplo, elacercamiento a las teorías de la historia quecaracteriza los enfoques posprocesuales seerige sobre un alejamiento previamente cul-tivado por las arqueologías procesuales(Patterson 1989).

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sus «hallazgos» a las narrativas históricas quehan relegado la cultura material y las espacia-lidades al segundo plano de los soportes y losescenarios.

Arqueología, cartografía ygeopolítica del conocimientoLa fisura entre espacio objetivo y subjetivoy el primado del tiempo sobre el espacio con-tribuyeron a estructurar dentro de la carto-grafía moderna del pensamiento social unadistribución de los objetos de estudio en re-lación con el grado de cercanía que tuvieranrespecto del eje central de la historia y de susexpresiones espaciales por excelencia: Occi-dente, lo estatal y lo urbano. Mientras unasdisciplinas se aplicaron, esencialmente, alconocimiento de realidades situadas en lacercanía del espacio-tiempo occidental (eco-nomía, ciencia política, historia y sociología)otras se retiraron a estudiar sus periferias(antropología y arqueología)4. Mientras quela geografía quedó alineada del lado de lasciencias físicas y naturales y se dedicó a ladescripción de las características y diferen-cias regionales de la superficie terrestre comosimple soporte físico de los fenómenos so-ciales. Sus esfuerzos por posicionar lo espa-cial como aspecto relevante para compren-der los procesos históricos y sociales(antropogeografía de finales del XIX e ini-cios del XX) desembocaron en determinismosambientales o discursos geopolíticos que so-portaron regímenes totalitarios, lo que a la

larga acabó minando su prestigio y su capa-cidad de interlocución con otros pensamien-tos sociales (Ortega 2000:150). A esta car-tografía disciplinaria habría que sumar losefectos de la oposición entre espíritu y mate-ria en la modernidad, visible en la maneracomo los artefactos, los objetos, las técnicase, incluso, los cuerpos recibieron una aten-ción secundaria, cuando no inexistente, departe de las ciencias sociales. La arqueolo-gía fue, virtualmente, la única en abocarsedirectamente a su estudio, por las razonesque señalé.

La estructuración del espacio-tiempo dela modernidad implicó que en el proceso dereordenamiento de los saberes y laspositividades acaecido en el siglo XIX la ar-queología quedara alineada en el polo de lasexterioridades dentro de un sistema jerárqui-co de oposiciones. En primer lugar, sin dejarde ser fiel a la hegemonía del tiempo se situómás cerca de la naturaleza que de la historia,de los tiempos geológicos, biológicos, cícli-cos e inmutables (estructurales, diría Braudel,y eternos Wallerstein); se encontró en la es-fera del pasado «inconsciente», de las «so-ciedades sin historia» y, en esa medida, delolvido. En segundo lugar, quedó alineada dellado de las espacialidades, cerca de la praxisgeográfica y de los protocolos de investiga-ción de campo que, por lo demás, se refie-ren, mayoritariamente, a un distanciamientoen el espacio que corresponde a un viaje enel tiempo (Fabian 1983). En tercer lugar,pertenece al ámbito de la materia y, por lotanto, se dirige, fundamentalmente, al mun-do de los objetos, los cuerpos y la técnica.Lo que pudiera ser el carácter puramente fi-gurativo de esta cartografía de la arqueolo-gía en relación con las disciplinas de pensa-miento se desvanece al tener en cuenta que laarticulación entre tiempo y espacio en lamodernidad también ha definido unageopolítica del conocimiento.

La geopolítica es claramente un indicio afavor de la manera como las espacialidades

4 Esta distribución epistemológica de las cien-cias sociales en el espacio-tiempo de la mo-dernidad sigue, parcialmente, los plantea-mientos de Wallerstein (1998) sobre un sis-tema de oposiciones o «fisuras» entre dife-rentes ideas del espacio-tiempo (episódicoy eterno). Wallerstein no incluyó la arqueo-logía en su análisis pero es claro que com-parte una situación similar a la que propusopara la antropología y el orientalismo.

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afectan el pensamiento; puede ser entendidacomo un orden hegemónico que articula prác-ticas materiales y discursivas en torno a laproducción y reproducción de espacialida-des en el ámbito de la economía políticamundial (Tuathail 1998). La producción deconocimiento se relaciona estrechamente coneste orden porque el lugar de enunciación delos discursos siempre se encuentra localiza-do respecto de una geografía política; ade-más, las prácticas discursivas contribuyen deforma activa a reproducir o transformar di-cha geografía y, en últimas, a fortalecer laespacialización de los poderes.

En consonancia con la concepcióncartesiana del espacio y el primado del tiem-po la «imaginación geopolítica de la moder-nidad» (Agnew 1998, citado por Tuathail1998) ha definido una división espacial delugares fijos y esenciales (Estados-naciones)que, en virtud de una jerarquización tempo-ral (barbarie-civilización, premoderno-mo-derno, subdesarrollado-desarrollado, primer-tercer mundo), otorga a la producción deconocimiento efectuada en los centros me-tropolitanos (Norte América y Europa occi-dental) una investidura de autoridad y uni-versalidad que no aplica para la producciónproveniente del resto del planeta. Esto esparadójico porque en la modernidad la vali-dez de las formas de conocimiento ha residi-do, en buena medida, en su a-espacialidad,esto es, en su capacidad de hallar tesis quesuperan la especificidad de las realidades lo-cales a través de generalizaciones y leyes.No obstante, esta paradoja se disuelve al te-ner en cuenta que la geopolítica de la moder-nidad concede a Occidente un lugarepistémico privilegiado desde el cual orde-nar el conocimiento sobre el mundo(Maldonado 2004), siendo los enunciados a-espaciales una suerte de trampa que encubreel poder colonial.

La arqueología no escapa a estageopolítica del conocimiento. Al igual que laantropología la arqueología es una conse-

cuencia del colonialismo (Gnecco 1999;Gosden 2001) y ha jugado un rol central enla fundamentación de narrativas colonialis-tas de la alteridad y de los proyectos nacio-nales (Trigger 1996; Kohl 1998). La rele-vancia de la arqueología viene dada por elinterés expreso en abordar los testimoniosmateriales del pasado ligándolos aterritorialidades específicas y re-presentan-do esta articulación entre espacio y tiempoen la puesta en escena de las materialidades;ello la hace un dispositivo sumamente eficazpara sustentar la espacialización del poder adiferentes escalas territoriales.

En relación con las narrativas globales laarqueología ha recreado, tal vez como nin-guna otra disciplina social, las teleologías delprogreso y la evolución porque aborda lasdiferentes etapas de desarrollo que confor-man la imagen moderna del tiempo lineal oporque dibuja con su interés en el pasadoremoto y la pre-historia el negativo de la ima-ginación moderna de civilización y desarro-llo. En relación con las narrativas del Esta-do-nación ha suministrado (de maneraconciente o inconsciente) claves para funda-mentar histórica y territorialmente la idea desoberanía, elemento central a la geografíapolítica de consolidación y expansión de losEstados modernos.

Esta espacialización del poder queterritorializa las ruinas y los artefactos anti-guos se hace particularmente visible en losmuseos que, conjuntamente con las bibliote-cas, «se proponen registrar el pasado y des-cribir la geografía a la vez que romper conella» (Harvey 1998:300). La eficacia estéti-ca y discursiva de las exposicionesmuseográficas, las representaciones pictóri-cas y los textos de los arqueólogos fue capi-talizada por la geopolítica de la modernidadpara re-presentar el ordenamiento de la geo-grafía del mundo mediante las llamadas ex-posiciones internacionales y para naturali-zar la jerarquía escalar de los Estados, las

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regiones y los lugares en las exposicioneslocales.

Existen suficientes indicios acerca de laocurrencia de una reconfiguración en mar-cha de estas cartografías y geopolíticas delconocimiento en las últimas tres décadas. Deuna parte puede observarse un reconocimien-to explícito o implícito de que las espaciali-dades afectan la producción de pensamientoen un conjunto importante de pensamientosposmodernos, periféricos, epistemologíasregionales, estudios poscoloniales y, para elcaso latinoamericano, teorías críticas de lageopolítica cultural de Occidente que no aca-ban de definir su nombre: estudios cultura-les, latinoamericanistas, subalternos o pos-occidentales (cf. Castro y Mendieta, eds.,1998). Ello se encuentra en consonancia conuna transformación de los procesos y prácti-cas espaciales ligados a la globalización cuyogrado de discontinuidad con la geopolíticade la modernidad se encuentra en debate apropósito de formulaciones sobre el debilita-miento de los Estados-nación, ladesterritorialización de las prácticas políti-cas, económicas y sociales, la desapariciónde las fronteras, el re-escalamiento de las je-rarquías territoriales y la compresión del es-pacio-tiempo, por mencionar sólo algunos delos temas clave de la geopolítica contempo-ránea (Tuathail 2000).

Desde una mirada enfocada hacia el cam-po disciplinario esta activa y compleja diná-mica espacial ha complicado la manera comose representa la diversidad de formas de ha-cer arqueología. Las historias de la arqueo-logía, por lo menos hasta el trabajo monu-mental de Trigger (1992), eran ordenadas enuna progresión temporal de enfoques no sóloporque primaba una estructura cronológicade la narrativa sino porque se considerabaque la historia de la disciplina era una sola yacumulativa; aunque se reconocían enfoques«paralelos» o «tradiciones regionales» ellono llegaba a comprometer la organizaciónlineal de las historias. La dificultad de dar

cuenta del pasado de la disciplina sin perderde vista desarrollos teórico-metodológicos ycontextos sociales geográficamente diversosse pone de manifiesto en la ambigüedad conla cual Trigger tuvo que definir el orden na-rrativo de su Historia del pensamiento ar-queológico:

«...el presente estudio no tratará las di-versas tendencias de interpretación ar-queológica desde una perspectivaespecíficamente cronológica, geográfi-ca o subdisciplinaria... al contrario, in-tentará investigar una serie de orienta-ciones interpretativas en el orden más omenos cronológico en el que se origina-ron» (Trigger 1992:23; cursivas agrega-das).

Este «más o menos cronológico» responde ala imposibilidad de mantener una perspecti-va exclusivamente temporal en medio decartografías disciplinarias y geopolíticas delconocimiento que cada día son más comple-jas. Es quizá por ello que la expresión «pai-saje teórico de la arqueología» (i.e. Preucel yHodder 1996a; Hegmon 2003; Politis 2003)puede resultar más cómoda y afortunada, auncuando no descanse siempre sobre una con-sideración explícita de las relaciones entre elconocimiento arqueológico y las espaciali-dades. Precisamente en la perspectiva deavanzar hacia un manejo más integral, críti-co y explícito de las consecuencias que tienepara el pensamiento arqueológico contem-poráneo la cuestión espacial desarrollo a con-tinuación los elementos básicos de lo que seríauna ontología del espacio y algunas de susimplicaciones.

Ontología del espacio (y lasmaterialidades)Buena parte de los argumentos que he em-pleado para tratar de hacer visible el lugarde las espacialidades en el pensamiento mo-derno proviene de elaboraciones críticas quehan tratado de re-configurar la cuestión es-pacial en relación con el tiempo y el ser en

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las últimas décadas (i.e. Soja 1989; Pardo1992; Castro 1997; Harvey 1998; Santos2000). Aun cuando dispares en sus alcancesy diferentes en sus contextos de provenienciaestas elaboraciones podrían ser acogidas enlo que Foucault (1967) visualizó como laépoca del espacio, sucedánea de la época dela historia o en lo que Jameson (1991:154)denominó giro espacial para referirse a unacrisis de las experiencias previas de espacioy tiempo que habría desembocando en unamayor relevancia de las categorías espacia-les en el pensamiento de la posmodernidad.

En la perspectiva de avanzar desde la críti-ca del pensamiento moderno hacia laprefiguración de las bondades que obtendría elpensamiento social luego del giro espacial laconstitución de una ontología del espacio apa-rece como una tarea central: ¿qué es el espacioy cómo es posible conocerlo?;¿cómo replan-tear sus articulaciones con el tiempo, lasmaterialidades y lo social? En primer lugar se-ría necesario partir de una consideración delespacio como sujeto y del sujeto como algoespacializado (Castro 1997:396) tratando deconstituir un «pensamiento del afuera», de las«formas de la exterioridad», que parta de con-siderar que nuestra existencia es forzosamenteespacial, que somos cuerpos que ocupamos unespacio, que pensamos en el espacio y a loscuales el espacio pre-ocupa. Entre la creciente«muchedumbre de cosas» (objetos, útiles, má-quinas y constructos estéticos) las prácticassociales y las técnicas de espacialización pro-ducen nuevas espacialidades, es decir, determi-nadas formas de disposición, distribución, dis-tanciamiento y relación entre los entes en el es-pacio (paisajes, territorios, lugares, cuerpos yartefactos) (Pardo 1992). En esta medida seprefigura una transformación de la compren-sión de las relaciones entre espacio y sociedadque supera la forma tradicional de considerarel primero como un contenedor físico sobre elque se derraman las actuaciones sociales y dever las espacialidades como simples expresio-nes, epifenómenos o revestimientos de algo más

esencial como lo histórico, lo económico, lopolítico o lo cultural. En segundo lugar se tra-taría de problematizar la oposición entre espa-cios objetivos y subjetivos. Empleando una me-táfora visual Soja (1989:121) consideró que setrata de corregir la «miopía» de las miradasempiristas y cartesianas que se han detenido enla superficie formal de las espacialidades, tra-tándolas como colecciones de cosas, como apa-riencias sustantivas que pueden estar vincula-das con aspectos sociales pero que sólo soncognoscibles en la medida en que se las natura-liza como cosas en sí mismas. Tampoco se tra-ta de alimentar la «hipermetropía» de las mira-das que pretenden trascender la superficie for-mal de las espacialidades para hacerlas trans-parentes, explicando su existencia como re-pre-sentaciones, mapas cognitivos en los cuales laimagen mental posee una precedenciaepistemológica sobre lo tangible y lo material.La apuesta de Soja, retomando los planteamien-tos pioneros de Lefevbre (1991), es por unainterpretación materialista del espacio comoproducto y productor de lo social en la cualambos, «el espacio material de naturaleza físi-ca y el espacio ideacional de naturaleza huma-na, deben ser vistos como socialmente produ-cidos y reproducidos. Cada uno debe ser teori-zado y comprendido entonces, ontológica yepistemológicamente, como parte de la espa-cialidad de la vida social» (Soja 1989:120). Entercer lugar el «giro espacial» no debe ser to-mado por una inversión en el orden de prece-dencia epistemológica entre espacio y tiempo.Seguir el camino sugerido por el giro espacialno implica la aniquilación del tiempo sino elejercicio de repensar las relaciones entre espa-cio y tiempo de tal forma que, no obstante lasbondades heurísticas que en determinado mo-mento concede el tratamiento separado de lastrayectorias de cambio histórico, bien del espa-cio o del tiempo social, no se debe perder devista que, en última instancia, se trata del espa-cio-tiempo social (Wallerstein 1998; May yThrift, eds., 2001). Como señaló Koselleck(2001:105) «la bella expresión espacio de tiem-

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po no sería sólo una metáfora de la cronologíao de la clasificación por épocas sino que ofre-cería la posibilidad de estudiar la remisión recí-proca del espacio y el tiempo en sus concretasarticulaciones históricas»

En la misma medida como las geografíashistóricas han pensado el espacio como unaentidad sujeta a transformaciones diacrónicases necesario plantear una «geografía del tiem-po» que parta de considerar la «multiplici-dad de historias que son el espacio» (Massey2000, citado por Amin 2002:391). En otraspalabras, y sin desconocer los valiosos apor-tes que hayan podido realizar las geografíashistóricas a partir de una diferenciación delos espacios en virtud del tiempo, sería nece-sario avanzar en un ejercicio más complica-do como el acercamiento a la forma comolos procesos espaciales se relacionan con losprocesos temporales para producircronopolíticas y geopolíticas que definen lasmemorias, los olvidos, los imaginarios defuturo o la cancelación de los sentidos deldevenir por parte de los actores sociales.

Pero «¿cómo ir más allá del discurso quepredica la necesidad de tratar paralelamenteel tiempo y el espacio?; ¿cómo traducir encategorías analíticas esa mezcla que hace queel espacio sea también el tiempo y vicever-sa?» (Santos 2000:44). Buscando una sali-da práctica Santos propone emplear las ca-tegorías de espacio y tiempo segúnparámetros comparables; esto puede lograsemediante una «empirización» del tiempo cuyoarraigo en el principio de sucesión, y no desimultaneidad (como ocurre con el espacio),lo hace más abstracto. Tal empirización deltiempo sería posible al aproximarse a la ma-terialidad de las técnicas como «dato consti-tutivo del espacio y el tiempo operacional ydel espacio y el tiempo percibidos» (Santos2000:48). En este argumento se hace eviden-te la íntima conexión de las materialidadescon el problema general del espacio-tiempoen una perspectiva que involucra directamen-te a la arqueología. Soja (1989:129) consi-

deró como uno de los elementos centrales desu ontología del espacio, que «laestructuración espacio-temporal de la vidasocial define cómo las acciones y relacionesson materialmente constituidas, concreta-das». En este sentido se puede esperar que,en principio, el estudio arqueológico de lasmaterialidades pueda conducir, a través dela interpretación de las relaciones y prácti-cas sociales en las cuales intervienen los ar-tefactos, a la comprensión de experienciasespecíficas de espacio-tiempo.

La arqueología tiene una larga carrera enla tarea de materializar y espacializartemporalidades. Desde la temprana incorpo-ración de la estratigrafía, pasando por lastécnicas de seriación hasta el desarrollo dedataciones físico-químicas, los arqueólogoshan considerado que los indicadores tempo-rales son fundamentales para elaborar susinterpretaciones y explicaciones. El suminis-tro de temporalidad a las expresiones espa-ciales de los datos arqueológicos es condi-ción de posibilidad para dinamizar las pre-guntas por el cambio social y las relacionesentre las sociedades y el medio ambiente(González y Picazo 1998). Pero estas forta-lezas no suelen ser lo suficientemente explo-radas en su potencialidad para abordar di-mensiones del espacio-tiempo que no se ago-tan en las secuencias cronológicas y la loca-lización y distribución cartesiana de las evi-dencias.

Es posible que el desarrollo de una onto-logía de las materialidades logre sobrepasarestas limitaciones en la medida en que pro-mueva el acercamiento a las evidencias ar-queológicas al mismo nivel de complejidadque las temporalidades y las espacialidadessociales, es decir, que conceda a los artefac-tos la capacidad de intervenir activamente enla construcción de las experiencias espacio-temporales de una sociedad. En esta direc-ción pueden identificarse algunas propues-tas generales. Appadurai (1991) trató de su-perar el enfoque de las mercancías como

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meros portadores de valor al proponer queexiste una «vida social de las cosas», mien-tras que Latour (2000) consideró que el es-pacio se constituye por redes entre «actantes»,categoría que incluye tanto a entes humanoscomo no-humanos y desdibuja la línea deruptura entre lo orgánico y lo inorgánico, elespíritu y la materia. Finalmente, y como sín-toma de lo que podría ser una nueva miradade la oposición entre materialidad y escritu-ra, en sus estudios históricos sobre la lecturaChartier (2000) redefinió los textos comoparte de la cultura material y planteó que lascaracterísticas del soporte físico del lenguajeescrito no son un aspecto secundario en laconformación histórica de los hábitos de lec-tura y escritura.

En arqueología se reconoce un desarrolloactivo hacia el abordaje expreso, crítico y re-flexivo de la cultura material y lasmaterialidades desde enfoques posprocesualeso interpretativos. La tesis pionera de Hodder(1982) sobre el desempeño activo de la cultu-ra material en las prácticas y estrategias so-ciales llamó la atención sobre el hecho de quelas evidencias arqueológicas venían siendo tra-tadas como reflejos directos y pasivos de algoacontecido en el pasado. La idea de Shanks yTilley (1994:132) sobre la cultura materialcomo objetivación del ser social señaló unarelación dialéctica entre lo social y la culturamaterial en cuanto esta última es

«...un recurso estructurado y estruc-turante... un elemento integral activa yrecursivamente involucrado en la vidasocial [que] juega un importante rol enla constitución y transformación de losmarcos de significado. Cada totalidadsocial es caracterizada por diferentes prác-ticas, estrategias y estructuras que sonespacial y temporalmente articuladas. Lacultura material hace parte de esa articu-lación».

Thomas (1999) trató de trascender la ambi-güedad que entraña la idea de cultura mate-rial (como esencia localizada en el mundo delas ideas o en el mundo de las presencias físi-

cas) y de su tratamiento como simple pro-ducto o reflejo de la sociedad y planteó quelas materialidades hacen parte inherente delas relaciones sociales y que los artefactosestán implicados en la forma como creamos,damos sentido y transcurrimos en la vidacotidiana.

Sobre la base de estos y otros plantea-mientos afines se han puesto en marcha, es-pecialmente en el ámbito británico, progra-mas de investigación y proyectos académi-cos explícitamente centrados en el estudiointerdisciplinario de la cultura material5. Larelación entre estas perspectivasinterpretativas de la cultura material y el abor-daje de la cuestión espacial puede verse enlas recientes arqueologías del paisaje. Porcontraste con enfoques que habían adoptadola perspectiva del paisaje como medio am-biente o como sistema los enfoques críticoshan desarrollado la idea de paisaje comopoder y como experiencia (Preucel y Hodder1996b:32). En el primer sentido los paisajesson vistos como parte de relaciones de domi-nación o resistencia porque pueden naturali-zar la espacialidad de las inequidades socia-les y contribuir con su perpetuación o trans-formación (i.e. Bender 1992). En el segundosentido los paisajes tienen que ver con lamanera como los sujetos, en tanto cuerpos,experimentan el mundo que los rodea y a tra-vés del cual discurren, simbolizándolo o per-cibiéndolo (i.e. Thomas 2001). En amboscasos la noción tradicional de paisaje, fuer-temente anclada en las narrativas espacialesde la modernidad, es objeto de un ejerciciode desconstrucción como condición de posi-

5 Me refiero, por ejemplo, al Material andvisual research group de University Collagede Londres, a la serie editorial Materialcultures. Interdisciplinary studies in mate-rial construction of social worlds y alJournal of Material Culture; en estos pro-yectos participan arqueólogos como DanielMiller, Christopher Tilley, Victor Buchli yBarbara Bender.

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bilidad para aproximarse a diferentes percep-ciones del espacio. En este sentido podríadecirse que la idea de paisaje, una vez some-tida a la crítica cultural de su génesis comoparte de un discurso espacial de dominación,ha sido re-significada por los arqueólogospara acceder a los paisajes «invisibles» o«subalternos» y, con ello, a experiencias al-ternativas de espacio y tiempo.

Aproximaciones similares al paisaje per-miten establecer la importancia de estudiarla producción social del espacio para com-prender el cambio social en el ámbito másamplio de la transformación de las experien-cias de espacio y tiempo. Como señaló Cria-do (1995:194):

«... las transformaciones sociales impli-can un cambio en la administración dela racionalidad espacial al interior de lassociedades involucradas. El cambio pue-de, en el mismo sentido, implicar nue-vas formas de conceptualizar tiempo yespacio como correlatos básicos de nue-vas estrategias sociales que implican laconstrucción del paisaje».

Muchos de los planteamientos efectuados porlas nuevas arqueologías del paisaje son sub-sidiarias de los enfoques interpretativos dela cultura material ya mencionados pero debereconocerse que desbordan el escenariogeopolítico de tensión entre arqueologíasprocesuales (de origen norteamericano) yposprocesuales (de origen británico), ofre-cen una mayor apertura teórica y son desa-rrolladas en un ámbito académico más am-plio que incorpora planteamientos efectua-dos desde otros países de Europa, América yOceanía (Ashmore 2004). De estas arqueo-logías del paisaje me interesa resaltar el de-sarrollo de una idea de monumento comomaterialidad vinculante de las espacialida-des y las temporalidades sociales. En lo quepodría ser identificado como un argumentosimilar al efectuado en su momento porFoucault acerca de que «todo documento esmonumento», es decir, que todo testimonio

histórico es, en cierta medida, producto delas relaciones de poder de las sociedades quelo produjeron y de aquellas que permitieronsu conservación o provocaron su deterioro(Le Goff 1991:227; Foucault 1997:10), esteacercamiento a los monumentos arqueológi-cos se interesa por comprender la maneracomo hacían parte activa de formas deespacialización de poder y de las relacionessociales en el pasado, procurando mediantesu visibilidad, su tangibilidad y su correla-ción espacial con otros ítems un desplieguede sentidos de igualdad, pertenencia y conti-nuidad o de desigualdad, exclusión y cam-bio (cf. Criado 1999;Thomas 2001).

Buena parte de los planteamientos men-cionados sobre materialidad y paisaje en laarqueología contemporánea descansan sobrela idea de cultura material como un cuasi tex-to que hay que decodificar y del arqueólogocomo un lector que construye sentido yendoy viniendo del texto al contexto. Los alcan-ces de esta analogía no son claros. Hodder(1988:150) consideró que «en muchos aspec-tos la cultura material no es, en absoluto unlenguaje; es, sobre todo, acción y práctica enel mundo»; en su opinión los símboloslingüísticos son más precisos, abstractos, uni-codificados, lineales y no arbitrarios porqueson realizados mediante prácticas discursivasy conscientes; en cambio los símbolos mate-riales son más flexibles y ambiguos, multi-codificados y multidimensionales porque sonrealizados mediante prácticas que, a menu-do, son subconscientes o no-discursivas(Hodder 1988:149ss; Preucel y Hodder1996c:299ss). El problema de fondo puedeestar relacionado con la falta de claridad con-ceptual: «... aún no estamos completamenteseguros de qué es lo que entendemos exacta-mente por texto y a qué datos podemos apli-car apropiadamente la comparación» (Buchli1995:183). De hecho, la analogía es estable-cida unas veces con el lenguaje oral y otrascon el lenguaje escrito, sin que medie ningu-na aclaración. El empleo de metáforas o ana-

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logías entre cultura material y texto ha servi-do, más allá de su aplicación cabal, para re-conocer que las materialidades están simbó-licamente constituidas y, sobre todo, que es-tán activamente involucradas en la dinámicasocial:

«El propósito principal de plantear queen algunos aspectos la metáfora del tex-to es apropiada para la cultura materiales llevar a los arqueólogos lejos de laidea que los datos son un registro pasi-vo con sólo un significado» (Hodder1992:84).

Mirado en perspectiva este recurso a la ana-logía del texto se encuentra en estrecha rela-ción con el acercamiento de los arqueólogosposprocesuales a otros pensamientos socia-les luego de la relación casi exclusiva que lasarqueologías procesuales y funcionalistashabían establecido con las ciencias natura-les. El «retorno» a la historia y la hermenéu-tica, paralelo al influjo de planteamientosestructuralistas y posestructuralistas que ca-racterizan a las arqueologías posprocesuales(Patterson 1989), hizo valiosas las analogíastextuales pero no deja de ser paradójico quela arqueología, usualmente referida al estu-dio de las sociedades sin escritura, haya aco-gido la metáfora de la escritura para definirun asunto de la mayor importancia para ladisciplina: la ontología de la cultura mate-rial. Para buena parte de los arqueólogosposprocesuales la arqueología es una disci-plina histórica en contraposición a los plan-teamientos abiertamente anti-historicistas quedominaron el escenario anglosajón durantelas décadas de 1960 y 1970. Por contrastecon la relevancia dada al tema del tiempo yla historia un examen de los temas o proble-mas considerados por los autores pertene-cientes al «núcleo duro» de la arqueologíaposprocesual o interpretativa como consti-tuyentes de su pensamiento o centrales parael desarrollo de las agendas de investigaciónindica que, por lo menos en los años inicialesy hasta bien entrada la década de 1990, el

asunto de las espacialidades no constituyóun tópico especial (cf. Hodder 1992:86;Shanks y Tilley 1994:259; Shanks y Hodder1995:5). El tema espacial no puede ser con-siderado como una tensión relevante entreprocesualismo y posprocesualismo, comotampoco uno de los rasgos que caracterizanlas diferencias entre tendencias al interior deeste último (Patterson 1990). El esfuerzo porconstituir una ontología de las materialidadesen las arqueologías posprocesuales se hizosin avanzar en una desconstrucción paralelade las relaciones entre espacio y tiempo; poreso la reflexión siguió efectuándose en elmarco moderno del primado del tiempo so-bre el espacio. Si esto fue así habría que pre-guntarse si las arqueologías posprocesualesno han transitado, siguiendo la metáfora deSoja, desde la miopía hacia la hipermetropíadel espacio al otorgar a las materialidadesun estatuto que está fundamentado en la in-terioridad del lenguaje: la ontología de lasmaterialidades habría estado mediada máspor un «giro lingüístico» (sensu Rorty) quepor un giro espacial. Apropiando elementosvinculados a las tesis estructuralistas sobreel lenguaje y posestructuralistas sobre el textolos arqueólogos posprocesuales habrían re-suelto mediante un «exceso de subjetividad»el problema básico del registro arqueológicocomo un sistema de signos incompleto (Cria-do 1995:202). No obstante, la relevancia otor-gada al paisaje como tema que desborda ladinámica de las arqueologías posprocesualespuede ser vista como el preludio hacia unabordaje integral de la trilogía espacio-tiem-po-materialidades. Ello debería conducir ha-cia una apertura conceptual dentro de la cualel paisaje es sólo una categoría espacial allado de otras como el cuerpo, el lugar, el te-rritorio y la frontera; también sería necesa-rio abrir el panorama de las problemáticascon las cuales se vinculan esas categorías enel pensamiento socioespacial contemporáneocomo, por ejemplo, la geopolítica del cono-

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cimiento y los procesos de (des) (re)-territorialización y re-escalamiento.

Espacio-tiempo de la arqueologíalatinoamericanaDentro de las historias y paisajes teóricos dela arqueología latinoamericana el abordajereflexivo y crítico de la cuestión espacial noes particularmente visible. En las diferentestendencias teórico-metodológicas reconoci-das por Politis (2003) sólo en el enfoque his-tórico-cultural se aprecia el afán de producirsistematizaciones espacio-temporales quecorresponden a una concepción cartesiana detiempo y espacio en la cual este último es,fundamentalmente, una extensión sobre lacual se ubican los hallazgos y se mapeanáreas culturales. Dentro de las metodologíasasociadas al influjo local que tuvo la nuevaarqueología solamente puede identificarse laintroducción de modelos de análisis espacial,siempre sobre la base de una concepcióncartesiana del espacio.

La idea del espacio y, por extensión, de lospaisajes y monumentos arqueológicos comoproductos sociales no es nueva en las arqueo-logías latinoamericanas; muchos de los estu-dios preocupados por las relaciones seres hu-manos-ambiente, la arquitectura ceremonial, elcambio y la complejización social se refieren,frecuentemente, al medio ambienteculturalmente transformado, a la socializaciónde la naturaleza y al control político del espa-cio. No obstante, el enunciado del espacio comoproducción social no constituye por sí sólo labase de una ontología del espacio. Es la idea delas espacialidades y, por extensión, de lasmaterialidades como elementos que afectan lasdinámicas sociales, incluidos el pensamiento ylas temporalidades, lo que puede ser considera-do como indicativo fundamental de un giro enel pensamiento del espacio y la cultura mate-rial. Ello es lo que diferencia el abordaje delespacio y las materialidades como simples re-cursos, manifestaciones, expresiones o medios

para el despliegue de lo social y lo cultural desu consideración como agentes activos en laconstrucción social de la realidad.

Los tratamientos del primer tipo puedenconducir, aun cuando no de manera expedi-ta, hacia un abordaje más consciente del es-pacio como producción y elementoestructurante de lo social, como puede verseen algunos análisis espaciales asociados aestudios sobre la economía política de lassociedades precolombinas. Más allá del es-tablecimiento de patrones de asentamiento enlos cuales las jerarquías en el tamaño, densi-dad y complejidad arquitectónica de los si-tios son tomadas como reflejo de determina-das formas de organización social el recono-cimiento de relaciones espaciales estableci-das de forma intencional por parte de las elites(por ejemplo, entre sitios ceremoniales y cen-tros de poder) puede desembocar en un abor-daje explícito de que la producción social delespacio juega un rol definitivo en la configu-ración de sistemas políticos y económicos y,aún, en el tipo de trayectorias de cambio so-cial (i.e. Curet y Oliver 1998; Siegel 1999).Los análisis espaciales de tipo instrumentalpueden conducir hacia la valoración de losmonumentos y perspectivas visuales del pai-saje en términos de la constitución deterritorialidades (i.e. Dever 1999; López2001). Los estudios efectuados desde pers-pectivas más simbólicas, en los cuales el abor-daje del espacio no constituye el ejeinterpretativo, pueden conducir a plantea-mientos sobre las espacialidades como cons-trucciones culturales. Existe una amplia se-rie de estudios sobre arquitectura, estatuaria,arte rupestre y prácticas funerarias en la cual,a partir de presupuestos semióticos oestructuralistas, se proponen claves acercade la manera como las representacionesmíticas y cosmológicas inscritas en la mate-rialidad ordenan y dan sentido a los espaciosfísicos e, incluso, a las temporalidades (i.e.Velandia 1994; Llanos 1995)

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Es necesario destacar estudios recientes enlos que puede identificarse un interés expresopor situar la cuestión de las espacialidades y lasmaterialidades como eje interpretativo del traba-jo arqueológico. En algunos casos la reflexiónteórica es provocada desde planteamientos de lageografía crítica y las teorías sociales de la praxisy la estructuración de tal forma que los aportesposprocesuales son abordados en un horizonteteórico más amplio, permitiendo cierta autono-mía crítica y capacidad de innovación (cf. Acuto1999a, 1999b; Lazzari 1999a, 1999b, 2005).Los planteamientos sobre la cultura materialcomo agente activo en las relaciones sociales yel paisaje como parte de narrativas ideológicashan sido aplicados al análisis de la relación entreprácticas de la representación y representaciónde las prácticas en la construcción de narrativassobre el paisaje (Haber 2000).

Aun cuando estos trabajos están, general-mente, relacionados con los planteamientosposprocesuales sobre la condición simbólica dela cultura material reconocen la necesidad deavanzar en un tratamiento crítico de la metáforatextual. Así, por ejemplo, Haber (2000:29) se-ñaló que:

«El paisaje no está enteramente allí paraser conocido sin más, [si no que] el supues-to de la naturaleza natural naturalmentenaturaliza las prácticas de apropiación. Peroel paisaje tampoco está enteramente aquísurgiendo de la pura imaginación pues,como se ha visto, la imaginación tambiénes una práctica social y, como tal, se vincu-la a realidades concretas de apropiación».

Lazzari (2005) considera que «admitir la capa-cidad de los objetos para crear, modificar y aúndistorsionar prácticas y significados implica en-focarse hacia los objetos rechazando tanto eldeterminismo causal del construccionismo comodel materialismo». En este sentido propone que«más que un texto para leer o decodificar elmundo es una ‘textura’ para sentir y utilizar; unafabrica de ritmos y relaciones comprendidas através de la praxis» (Lazzari 2005).

En otros trabajos realizados recientemen-te se emplean, recurrentemente, los conceptos

de paisaje y monumento desarrollados porFelipe Criado en España que tienen la ventajade encadenar las nociones de espacio, tiempoy materialidades. Troncoso (2001, 2004) haabordado el estudio de arte rupestre chilenocomo elemento articulador de las relacionesentre espacio, cultura material y poder paraproponer interpretaciones sobre territorios yfronteras. Pintos (2000) y Gianotti (2000)abordan los montículos o cerritos de Uruguaycomo monumentos que transforman la natu-raleza y, en consecuencia, las relaciones so-ciales y las concepciones de espacio y tiempo.Curtoni (2000) se interesa por diferentes for-mas de espacialización de las identidades cul-turales en la Pampa argentina.

En la perspectiva de la arqueología históricase puede observar el interés creciente por la cues-tión de la cultura material y su relación con ladocumentación escrita. La necesidad de conce-bir la cultura material como elemento socialmenteactivo se convierte en un imperativo porque espreciso agotar su potencial para abordar aspec-tos sociales que, de otro modo, ya estarían di-chos en la historiografía. En Brasil Funari y Orserhan efectuado excavaciones en asentamientos denegros cimarrones (kilombos), resaltando el he-cho de que «la arqueología histórica puede desa-fiar narrativas oficiales de poder que son fre-cuentemente representadas en los documentos»(Orser y Funari 2001:69). En Argentina una ar-queología de las arquitecturas (Zarankin 1999a,1999b; Senatore 2004) permite vincular laspremisas sobre cultura material de la arqueolo-gía histórica a la mirada de los espacios comodispositivos de control político y social. En Co-lombia Therrien (2004) ha enfatizado la cons-trucción de paisajes industriales como táctica delas elites para domesticar los espacios urbanos.

Una mirada parcial (seguramente hay másejemplos de los citados) permite identificar queel pensamiento crítico y reflexivo sobre las espa-cialidades y las materialidades está presente, auncuando de manera dispersa, en las arqueologíaslatinoamericanas. Dar un paso más allá, en laperspectiva de considerar el ejercicio arqueoló-

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gico como una práctica discursiva espacialmentemediada, podría conducir a hacer más claro elpaisaje teórico de las arqueologías latinoameri-canas en la perspectiva de comprender mejornuestra situación y posibilidades en el mapageopolítico del conocimiento.

ConclusionesUna inversión o, por lo menos, un «aplanamien-to» del esquema de precedencia entre tiempo,espacio y materialidades debe conducir, necesa-riamente, a una reconfiguración ontológica yepistemológica de los objetivos de la disciplina yde sus relaciones con otros campos de conoci-miento dentro de lo que sería una nueva carto-grafía del pensamiento social. La arqueología,lejos de definir su campo de acción en términostemporales (prehistoria-historia), debería desple-gar el potencial que le permiten sus vínculos conla cuestión espacial, abordando las espacialida-des más allá del plano puramente instrumental;también debería ser capaz de contribuir a la cons-trucción de una ontología de las materialidadesporque son su fortaleza y campo de acción comodisciplina. Estas perspectivas abren la posibili-dad de ampliar el trabajo tradicional de registrode las evidencias arqueológicas en el espacio-tiempo de las coordenadas y las dataciones ha-cia la reconstrucción de las experiencias y con-cepciones de espacio y tiempo y susinterrelaciones con la cultura material en los pro-cesos sociales que estudia la arqueología. Comoseñaló Harvey (1998:243) «la historia del cam-bio social está capturada en parte por la historiade las concepciones del espacio y el tiempo y losusos ideológicos para los cuales se esgrimen aque-llas concepciones».

Recurriendo a la terminología lingüística setrataría de abordar, de manera complementariapero crítica, la producción etic y emic del espa-cio-tiempo. Así, por ejemplo, la pregunta por elcambio social no sólo debería incorporar el aná-lisis de los factores estrictamente ecológicos, eco-nómicos, demográficos o políticos que incidenen la transformación social sino, además, análi-

sis encaminados a comprender la manera comoel cambio social fue producido, concebido y/omanipulado por parte de los actores sociales apartir del manejo político de las memorias, lasterritorialidades y la cultura material. Como su-cede con los historiadores que «tratan de recons-truir las llamadas realidades del pasado sin tra-tar de reconstruir las antiguas concepciones delespacio [y del tiempo- agregado mío]» (Koselleck2001:98) los arqueólogos hemos desplegado tec-nologías refinadas para elaborar espacio-tempo-ralmente nuestros datos pero poco hemos hechopara tratar de comprender las experiencias yconcepciones del espacio y el tiempo propias delas sociedades que estudiamos.

Dado el modo reflexivo de las tendencias másrecientes en arqueología la incorporación deformulaciones teóricas de alto nivel ha tenido eldoble efecto de definir sustantivamente lo quedebe ser materia primordial de estudio y enmar-car la comprensión del ejercicio de la disciplina.El retorno a la historia y el acercamiento a lasteorías del lenguaje han definido una preocupa-ción creciente por abordar el registro arqueoló-gico en cuanto histórica y simbólicamente me-diado; además, una arqueología que se compren-de históricamente contingente y cambiante estáabocada a un ejercicio de interpretaciónlingüísticamente pre-definido. En ese sentido se-ría posible y deseable que el creciente interés porlas espacialidades y la cultura material no sólocondujera a una tentativa de acercamiento a lasexperiencias espaciales y materiales de las so-ciedades que estudia el arqueólogo sino, además,a una comprensión de la práctica arqueológicacomo espacial y materialmente mediada.

Indicios a favor de ello se observan en unaserie de posturas que van de lo implícito a loexplícito, desde el empleo de metáforas espacia-les para referirse a la práctica disciplinaria (comopaisajes teóricos), pasando por el reconocimien-to de las implicaciones que han tenido latangibilidad y visibilidad de las representacionesmuseográficas en la constitución de percepcio-nes sobre el pasado y la espacialidad de lo polí-tico, hasta lo que parece ser un reconocimiento

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de que la producción de conocimiento arqueoló-gico se encuentra fuertemente vinculada a lageopolítica. En cierto sentido el desarrollo de lastendencias regionales de la arqueología latinoa-mericana parece corresponder más a unageopolítica del conocimiento que a un procesode evolución histórica. Transitar por ese caminode manera explícita y crítica podría conducir auna situación menos dependiente, en términosintelectuales, de los arqueólogos latinoamerica-nos respecto de la producción teórica ymetodológica que se realiza en Europa y NorteAmérica. Develar la «trampa» a-espacial delpensamiento moderno implica tomar conscien-cia de las relaciones entre lo que se dice, desdedónde se dice y la autoridad de lo que se dice.Los anhelos de lo que pudiera ser una arqueolo-gía latinoamericana que, además de producirdatos y escuchar, logre dialogar con criteriospropios en las redes interdiscursivas de la ar-queología mundial debe pasar por una geopolíticacrítica del pensamiento que ajuste los términosen que han operado los intercambios.

Pero hay aún otra implicación de lo que seríauna arqueología espacialmente mediada. La for-ma como los objetos y discursos arqueológicospueden ser abordados por el público depende, enbuena medida, de la manera como éste experi-menta su devenir en el tiempo, su habitar en elespacio y su interacción con los objetos. En estecontexto las materialidades tendrían la particu-laridad de hacer visible el tiempo en relación conlas espacialidades (Walsh 1997:133), lo que lesotorga una condición única y activa en la pro-ducción del espacio y el tiempo social con con-secuencias importantes en cuanto a la constitu-ción de nuevas memorias y territorios.

En el contexto de una creciente proliferaciónde teorías que pretenden explicar la pos-moder-nidad, la tardo-modernidad o la sobre-moderni-dad en términos de compresiones y

distanciamientos espacio-temporales (Harvey1998; Castells 1999) o de aceleraciones del tiem-po y encogimientos del espacio (Augé 1996)como nuevas teleologías de la globalización esnecesario avanzar hacia un mejor conocimientode las experiencias previas o paralelas de espa-cio-tiempo y sus articulaciones (May y Thrift,eds., 2001), tarea en la que puede y debe partici-par una arqueología preocupada por las espa-cialidades y las materialidades.

Quiero cerrar este ensayo trayendo a co-lación una frase de Antanas Mockus (1992),por entonces vice-rector de la UniversidadNacional de Colombia, pronunciada en laapertura del seminario preparatorio para elSegundo Congreso Mundial de Arqueolo-gía, realizado en Paipa, Colombia, en 1990:«Ustedes los arqueólogos devuelven metó-dicamente al tiempo lo que encuentran en elespacio». Es cierto; los arqueólogos han sa-bido, quizá como ningún otro estudioso delo social, cómo producir tiempo a partir delespacio y las materialidades. Esta invitaciónes a hacer posible un manejo más integralde estas tres categorías, devolviendo metó-dicamente al espacio lo que hemos ordena-do fundamentalmente en el tiempo. La invi-tación es a perder un poco de tiempo re-considerando el lugar del espacio y lasmaterialidades en arqueología.

AgradecimientosAl grupo de investigadores del INER que haparticipado, activamente, en la formulacióndel proyecto de Maestría en EstudiosSocioespaciales, así como a los editores yevaluadores anónimos de la revista, quienesconsideraron pertinente la temática y contri-buyeron con recomendaciones para mejorarsu estructura y presentación.

21Carlo Emilio Piazzini Suárez

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