CUANDO LA ARQUEOLOGÍA SE HACE AGUA. LA ARQUEOLOGÍA SUBACUÁTICA EN ARGENTINA

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INDICE

Introducción 5

Capítulo 1: Observando el paisaje

1.1 ¿Por qué pensar en el agua como parte

del paisaje? 8

II- Oscilaciones del nivel de las aguas en las

costas Argentinas durante el período Glaciar 12

III- Antecedentes de diferentes regiones del país 14

IV- Consideraciones generales 19

V- Consideraciones teóricas 22

Capítulo 2: Arqueología sin fronteras

I- Observando el sitio arqueológico: otras

Perspectivas 27

II- Historia de los comienzos de las técnicas

de buceo 31

III- Aplicación de nuevas tecnologías 37

Capítulo 3: Arqueología subacuática en el mundo

I- Trabajos pioneros 45

II- Distintos conceptos para la misma actividad 47

Capítulo 4: Haciendo historia

I- Breve recorte de la Historia Arqueológica 56

Argentina

II- Primeras corrientes teóricas de la actividad 56

III- Nueva Arqueología…, una etapa diferente 60

4

Capítulo 5: Arqueología Subacuática en Argentina

I- Trabajos que se pueden relacionar con

la arqueología subacuática 67

II- De esta forma se inician los trabajos

Subacuáticos 69

Capítulo 6

Consideraciones finales 83

Anexos

Glosario 89

Índice de imágenes 91

Agradecimientos 92

Bibliografía 94

5

Introducción

Desarrollar un trabajo de revisión referido al origen de cualquier disciplina

científica implica hacer un corte puntual –siempre algo arbitrario, siempre

cuestionable- en una historia que por lo general se extiende de modo mucho más

amplio. El presente trabajo, orientado a analizar las condiciones históricas del

surgimiento y consolidación de la arqueología subacuática en nuestro país, toma

como punto de inflexión para dicho corte la percepción de los sitios arqueológicos

como paisajes integrados.

Históricamente la arqueología como ciencia ha evolucionado incorporando

progresivamente elementos a su contexto de análisis; en otros casos, se produjo

literalmente un salto evolutivo que incorporó nuevos elementos al campo de la

disciplina. Tal fue el caso de la arqueología subacuática, resultante de un proceso

progresivo de exploración de ambientes que el hombre ocupó en el pasado y que

culminó con la necesidad de avanzar aguas adentro para tener una verdadera

perspectiva integral de dicha ocupación. Ello supuso tanto la superación de ciertas

propuestas teórico-metodológicas –los límites del sitio arqueológico son los que le

asigna el arqueólogo pero todo sitio puede extenderse más allá de los límites que le

impone la percepción actual del investigador- como la superación de ciertos límites

físicos inmediatos – ¿cómo desarrollar un trabajo sistemático en un ambiente en el

que no es posible respirar libremente?-.

A fin de presentar con claridad el momento de inflexión o quiebre en el cual la

visión que los arqueólogos tenían de los sitios comenzó a cambiar, en tal sentido, se

optó por desarrollar un trabajo sistemático de revisión documental -a fin de reflejar

con la mayor fidelidad posible el dicho de los autores citados a continuación, se ha

optado por presentar las citas en su idioma original en todos aquellos casos en que el

texto original estuviera disponible, en caso contrario, se emplearon versiones

traducidas al castellano de los mismos-.

6

El resultado de este análisis se presentará dividido en dos partes. La primera se

enfoca en dar cuenta cómo se originó formalmente la arqueología subacuática en el

mundo, y cuáles fueron las características singulares que adquirió. En la segunda

etapa, se analiza el devenir de la actividad en la República Argentina, relacionándolo

con el contexto general del desarrollo histórico de la arqueología en nuestro país y

con aquellas corrientes teórico-metodológicas que, a nuestro entender, abrieron el

camino para su incorporación como especialidad a la ciencia actual.

En esta segunda instancia, se revisaron y tomaron en cuenta casi el total de

trabajos de arqueología subacuática desarrollados en el territorio nacional -en muchos

de los cuales la autora participó directamente-, debiendo mencionarse que los que

quedaron fuera de consideración son aquellos cuyos resultados no han sido

publicados. Resta esperar que tal detalle en el relevamiento permita presentar la

variedad y amplitud de los temas abordados en las mencionadas investigaciones,

posibilitando mostrar cómo se avanzó hacia un abordaje e interpretación integral del

sitio arqueológico, desde una perspectiva que se alejó de las construcciones más

tradicionales.

El objetivo de este escrito es presentar los trabajos de arqueología terrestre y

subacuática como parte de un mismo proceso de interpretación del pasado,

entendiendo que los diversos ambientes en que actualmente pudiera encontrarse el

registro implican solamente la utilización de una metodología adaptada al medio para

la recuperación. El desarrollo de la arqueología subacuática debe ser considerado

como un paso adelante en la intención de la ciencia actual de obtener la mayor

cantidad de información posible sobre las sociedades pasadas, ampliando su

conocimiento sobre las mismas y sus posibilidades de análisis y conservación del

registro material que da cuenta de dicho pasado.

7

CAPITULO 1

Observado el paisaje

8

“El agua a lo largo de la historia ha ocupado un papel primordial en el

patrón de asentamiento humano y en el desarrollo mismo de la sociedad. El valor

sociocultural del agua se expresa a través de las diferentes cosmovisiones, mitos,

percepciones y arquetipos que conectan a los seres humanos con un origen sagrado y

divino” (Ávila García, 2005:1).

I- ¿Por qué pensar en el agua como parte del paisaje?

La arqueología de principios del siglo XXI acepta como parte de sus

postulados básicos que el entorno total en que el hombre desarrolló sus actividades en

el pasado es objeto de interés y análisis de la disciplina tanto como lo son los restos

materiales derivados de dicha actividad. El estudio de tales restos como parte integral

de una cultura se realiza teniendo en cuenta la relación bidereccional entre los

hombres y el medio ambiente que habitan, siendo esta relación percibida como

condición de supervivencia. Se espera así alcanzar un conocimiento del ser humano

en su contexto espacio-temporal y social, intentando extraer de él la información más

completa posible sobre su forma de vida, sus sensaciones, inquietudes, adaptación al

medio, desarrollo intelectual, material y su capacidad de estructuración social

(Martín-Bueno 1992a). En tal sentido, la apropiación de la naturaleza por parte del

ser humano no es –ni ha sido- un fenómeno a-histórico ni espontáneo, sino que se ha

dado en el marco de una determinada organización social, lo que implica que

distintas sociedades impactaran y transformaran de modo diferente el medio que

habitan.

El paisaje que rodea al hombre es percibido por la arqueología moderna como

una parte importante de su desarrollo social, necesario para su subsistencia y tan

variable en sus condiciones y características como lo son las actividades humanas que

se relacionan con éste. Acordamos con Curbelo cuando plantea que:

9

“(…) un paisaje, está lejos de ser solo el escenario externo de los movimientos

de los seres humanos. No es ni la distribución de los recursos naturales ni el

ordenamiento simbólico del espacio. Un paisaje se constituye como un registro de las

vidas y trabajos de generaciones pasadas, que han vivido en él y han dejado algo de

ellos mismos. Entre el paisaje y la gente que lo habitó se desarrolla una relación

dialéctica” (Curbelo 1999:105).

Así, se acepta que todo cambio observado en el medio ambiente tendrá un

impacto más o menos significativo en las estrategias adaptativas implementadas por

las poblaciones humanas que en ese momento subsisten en él.

“El hombre da significado a su ambiente asimilándolo a sus propósitos al

mismo tiempo que se acomoda a las condiciones que ofrece” (Norberg-Schulz 1975:

12).

Criado Boado plantea que la construcción del espacio en el cual está inmerso

todo sitio de ocupación se presenta como una parte esencial del proceso social, dando

lugar al montaje de un tipo de realidad materializado por un determinado grupo -

incluyendo aquí todo su bagaje cultural: creencias, mitos, ritos, etc.- y que es, de este

modo, compatible con la organización socioeconómica. Este espacio

“(…) en vez de ser una entidad física “ya dada”, estática y mera ecología, es

también una construcción social, imaginaria, en movimiento continuo y arraigada en

la cultura” (Criado Boado 1993: 12).

La interacción del hombre con el medioambiente produjo un registro material

que no discriminó espacios de acción, extendiéndose de modo amplio por toda la

superficie del planeta.

Carballo, Espinosa y Belardi así lo afirman al mencionar que

10

“Desde nuestra perspectiva, el registro arqueológico es visto como una

distribución más o menos continua de artefactos en el espacio (...) La base de esta

consideración radica en que el comportamiento de las poblaciones humanas no sólo

sucede en sectores específicos del espacio, sino que se hace un uso continuo del

mismo (…) entonces si el comportamiento es continuo, lo mismo es esperable para su

manifestación material: el registro arqueológico” (Carballo, Espinosa y Belardi

1999:219).

En la constante interacción con el ambiente, el hombre dependió del agua en

múltiples niveles, utilizándola como fuente de alimento, vía de comunicación e

intercambio con otras sociedades. Asimismo, la presencia de espejos y cursos de agua

fue con frecuencia factor determinante en la creación de asentamientos que se

ubicaron en las costas de mares, ríos y lagos. Como plantean Rapp y Hill:

“Flowing water is a major force in landscape development and the creation of

the habitat context of human prehistoric occupations” (…) “It is no overstatement to

say that every major river system in the world contains important archaeological

sites.” (Rapp y Hill 1998:59)

Es por ello que la actividad arqueológica actual desarrolla búsquedas

sistemáticas en dichos ambientes, entendiendo que allí se encuentra evidencia clave

para una adecuada comprensión de los hechos del pasado.

Así, uno de los grandes temas de la arqueología de nuestro continente ha sido

el estudio de la fluctuación de los niveles del agua ocurridos durante el último

período glaciar. Tal evento no solo produjo muy significativos cambios en el paisaje

del territorio americano, sino que tuvo una relación directa con la presencia del

hombre en esta parte del mundo y con la conservación del registro material derivada

de ella.

Sin embargo, una revisión de la historia de la arqueología pone en evidencia

que tal noción de “registro integrado” –que se extiende y debe ser explorado a través

de diversos ambientes- es relativamente reciente y que su construcción supuso un

11

cambio epistemológico considerable en relación con la anterior visión fragmentaria

de la arqueología, en la cual ambiente y cultura no se relacionaban ni se insinuaba

una interacción entre ellas (March 1997). Hasta hace algunas décadas, la mayor parte

de los investigadores solo prestaban atención a la parte emergida del contexto que

analizaban, pasando por alto aquella que pudiera encontrarse cubierta por agua. En

cierta medida, es posible afirmar que ello derivaba de una imposición de límites

actuales a los eventos arqueológicos, en la que los sitios se delimitaban teniendo

como referencia las líneas de costas actuales sin considerar en profundidad la

posibilidad de que algún sector del mismo que por entonces se encontrara sumergido

hubiera estado emergido al momento de la ocupación del lugar o que sus ocupantes

hubieran desarrollado algún tipo de actividad en un espacio cubierto por agua.

Asimismo, resultaba impensable el desarrollo de un proyecto arqueológico

exclusivamente enfocado en el análisis de un evento sumergido sin continuidad

directa con otro de tierra firme, y fue necesario el desarrollo de una nueva rama de la

disciplina para que dichas posibilidades fueran discutidas e implementadas

empíricamente.

El trabajo de la arqueología subacuática en sitios en cuyas proximidades existe

una fuente de agua resultó fundamental en el proceso de construcción del sitio

arqueológico como “un solo sitio”, compuesto por una porción terrestre y una

acuática. Tal percepción integrada de los sitios y del registro, aún hoy está relegada,

pero paralelamente, ha ganado adeptos a raíz de su enorme potencial explicativo. Un

hito de enorme importancia en tal sentido lo constituyen los ya mencionados estudios

del período glaciar.

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II- Oscilaciones del nivel de las aguas en las costas Argentinas durante el período

Glaciar

“Es necesario en arqueología prescindir un poco del tiempo para pensar un

poco más en el espacio” (Criado Boado 1993: 17).

Como mencionamos antes, el estudio de las fluctuaciones de la línea de costa

durante el período glaciar constituye en nuestro continente el primer conjunto de

trabajos que abordaron orgánicamente el estudio de un proceso de transformación del

paisaje a gran escala producido por el agua, imponiendo a la vez la necesidad de

explorar tanto las superficies actualmente emergidas como las sumergidas a fin de

relevar la presencia de un registro que con certeza se extiende a ambos ambientes.

Reconocer que la geografía en la que accionaron los grupos humanos de los períodos

glaciares fue muy diferente a la actual y que ello obligaba a considerar el registro en

una escala espacial más amplia que la hasta entonces utilizada resultó clave en el

éxito de los trabajos que abordaron la temática.

Las oscilaciones del nivel de las aguas en el período comprendido entre el

Pleistoceno final y el Holoceno medio fueron decisivas para el asentamiento humano

de determinadas zonas del continente americano, a la vez que influyeron de modo

determinante en la futura formación, preservación y visibilidad del registro

arqueológico (Politis 1984; Borrero 1998; Bonomo 2005). Durante este período y a

consecuencia de los sucesivos ciclos de aumento y disminución de la temperatura y la

humedad, se produjeron profundos cambios en el paisaje americano, resultando

particularmente impactadas como consecuencia de ello las zonas costeras en todas

sus variedades –fluviales, lacustres, marinas-. Los efectos de las últimas glaciaciones

son tal vez los más estudiados hasta el momento, habiéndose determinado que cuando

la capa de hielo crecía y a medida que el agua quedaba atrapada en los glaciares, el

nivel del mar bajaba; cuando el hielo se fundía, el nivel subía nuevamente (Renfrew y

Bahn 1993; Adelson 1997; Rapp y Hill 1998; Cremaschi 2004; Bonomo 2005).

13

Durante el período de máximo glaciar -entre el 7.500 y el 6.000 AP- el nivel

del mar estaba unos 100 a 120 m por debajo de su cota actual, lo que significa que

una superficie de considerable extensión de la plataforma continental se encontraba

expuesta. Hacia el 6.000 AP se inició un proceso de ascenso progresivo del nivel del

mar que culminó al alcanzar su cota actual (Dikov 1987; Renfrew y Bahn 1993;

Gómez Otero 1995; Adelson 1997; Rapp y Hill 1998; Cremaschi 2004; Gutiérrez

2004; Bonomo 2005).

La evaluación del descenso y ascenso de los niveles de los cursos de agua en el

pasado y los efectos de dicha oscilación sobre las primitivas poblaciones americanas

requiere de un estudio detallado de parte de las superficies sumergidas bajo las cotas

actuales.

Tomando en cuenta lo que plantea Bonomo:

“De los cambios ambientales que se sucedieron a lo largo del tiempo en la

región pampeana se destaca, por su influencia sobre el litoral marítimo, el aumento

del nivel marino ocurridos desde el Pleistoceno final hasta el Holoceno medio. (…)

Durante este período el mar anegó grande extensiones de llanuras habitables

provocando retracciones de la línea de costa. Por este motivo, los sitios costeros del

Pleistoceno final- Holoceno temprano se encontrarían a distancia de hasta 100 Km

de la línea de ribera moderna. La elevación del nivel marino estaría sesgando

cronológicamente la presente distribución de sitios litorales que tienen una

antigüedad mayor a 6.000-5.000 años.” (Bonomo 2005: 45).

Teniendo en cuenta la magnitud de los mencionados cambios ambientales,

coincidimos plenamente también, con lo planteado por Gómez Otero:

“El estudio sobre el poblamiento temprano de la costa patagónica es el que

mayores dificultades presenta. Hacia la época de ocupación inicial de la Patagonia

(cerca de 12.000 años A.P.), el nivel del mar estaba varias decenas de metros por

debajo de su altura actual. Uno, dos o tres milenios antes de esa fecha, el nivel había

14

comenzado a elevarse paulatinamente. Hace unos 5.000 años ese nivel se estableció.

Si hubo asentamientos humanos junto a la costa entre el 12.000 y el 5.000 A.P., y si

no se produjeron alzamientos tectónicos (como los hay en la Patagonia) que

contrarrestaron el ascenso eustático, es probable que sitios arqueológicos de esa

antigüedad se encuentren actualmente sumergidos” (Gómez Otero 1995: 61-105).

Las muy importantes transformaciones ambientales registradas en nuestro

continente a raíz de las antes mencionadas variaciones climáticas condicionaron tanto

el espacio ocupable como la oferta de recursos para las poblaciones prehistóricas;

asimismo, dichas oscilaciones influyeron en la configuración de un paisaje con

características completamente diferentes a las actuales, variabilidad que no solo se

evidencia en las especies de flora y fauna por entonces presentes, sino también en

regímenes fluviales y pluviales completamente diferentes (Gómez Otero 1995;

Carballo Marina, Cruz y Ercolano 1998).

III- Antecedentes de diferentes regiones del país

Cabe mencionar que si bien la arqueología de la franja de costa patagónica

emergida/sumergida durante el período glaciar se desarrolló más o menos

tempranamente en todo el país, otras zonas de contacto tierra-agua registraron

situaciones diferentes.

En el litoral paranaense se desarrollaron trabajos desde fines del siglo XIX,

entre los que cabe mencionar los de Ambrosetti 1894; Outes 1902; Torres 1903;

Serrano 1923; Aparicio 1925 y Badano 1940; los que contribuyeron a dar cuenta de

la existencia de restos materiales en sitios próximos a la cuenca del Paraná y sus

afluentes. En particular, merece destacarse el trabajo de Torres “Los primitivos

habitantes del Delta del Paraná”, donde lleva a cabo un trabajo exhaustivo en las

costas e islas a lo largo del Delta del Río Paraná. En él describe las formaciones

15

geológicas las cuales dieron origen a las elevaciones o túmulos y es allí donde se

hallan evidencia de que fue una zona habitada tanto por los enterratorios como por

los restos materiales.

(…) donde considero el nivel del delta, los paraderos indios ofrece muy buenos

puntos de apoyo para poder calcular el levantamiento gradual de las islas durante el

curso de un siglo, y yo creo que para saber hasta dónde tenían su influencia las

crecientes del río de la Plata, pues en la zona inundable por éste, no se encuentran

los mencionados túmulos, sino en la mitad y más elevado la que suele quedar

sumergido cuando en algunas ocasiones las aguas del Paraná salen de madre”

(Torres 1911: 23).

En otro pasaje plantea que: “(…) fuera de la zona en que las crecientes del río

de la Plata tienen o ejercen influencia, pues de lo contrario este fenómeno hubiera

dificultado en mucho la estadía en dichos lugares” (Op. Cit.: 418).

Muy interesante resulta también el publicado en 1942 en el Boletín de la

Sociedad Argentina de Antropólogos, en el que se comenta un caso particular: en las

cercanías del Arroyo Leyes, en la provincia de Santa Fe, se había detectado un sitio

cuyo potencial arqueológico sería explorado mediante un trabajo de investigación

puntual. Sin embargo y pese a que los fondos solicitados para realizar dicha actividad

ya habían sido asignados,

“(…) debido a las inundaciones, no se puede llegar al sitio, (…) fuertes

crecidas provocadas por las lluvias han sacado de madre al Río Paraguay y elevado

considerablemente el nivel del Río Paraná (…)” (Mayo 1942: 23).

Tres meses más tarde vuelve a publicarse: “(…) la consecuencia de las

crecidas continúan perjudicando la realización de las excavaciones en el Arroyo

Leyes (…)” (Agosto 1942: 13).

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Este ejemplo plantea la dificultad que la presencia de agua sobre el registro

material originaba a los investigadores de mediados de siglo al momento de realizar

los trabajos de campo, sin que se considerara en ningún momento la posibilidad de

meterse al agua para continuar con la intervención. Lo singular del caso de Arroyo

Leyes es que los investigadores tenían clara conciencia de la existencia de un registro

en una zona anegada por el agua, mientras que en muchos otros casos la existencia de

dicho registro directamente no era considerada como posibilidad.

Un relevamiento en las actas de los Congresos Nacionales de Arqueología

Argentina a partir de 19831 permitió el hallazgo de trabajos referidos a sitios que

muestran una íntima relación entre el registro terrestre y una fuente de agua lindantes,

lo que constituye una importante muestra –con más de 60 ponencias- en las cuales se

revela lo que intentamos exponer. En dichos trabajos se efectuaron prospecciones o

incluso excavaciones en las orillas de las fuentes de agua, pero en ninguno de los

casos se plantea continuarlas dentro de ella, ni hay indicios de que se quiera realizar

alguna tarea en etapas futuras, o por lo menos no se deja constancia de ello en los

trabajos publicados.

Por ejemplo:

El sitio “La Olla”, de ocupación prehispánica, ubicado a 6 km al oeste de la

ciudad de Monte Hermoso en provincia de Buenos Aires, es un depósito

limoarcilloso de una laguna holocénica que aflora en la playa actual; dos veces al día

la pleamar cubre el sector y solamente queda visible durante la bajamar. En 1984 se

pudo realizar una excavación rápida y hubo que esperar hasta 1993 para que el sitio

quedara expuesto y hacer nuevas recolecciones y estudios de los perfiles geológicos

(Politis et al. 1994: 240; Bayón y Politis 1998: 12-20).

El trabajo de rescate en el curso inferior del Arroyo “Las Conchas”, en la

provincia de Entre Ríos es un caso semejante; se realizó allí una recolección

superficial de material en una isla que cuenta con una laguna interna y se encuentra

externamente rodeada por el Río Paraná (Ceruti y Hocsman 1997, t. III: 378).

1 Los Congresos Nacionales faltantes se debe a que no existe la publicación de las Actas ni los Libros deresúmenes. Estos Congresos son: 1983- VII CNAA realizado en San Luís; 1985- VII CNAA realizado enConcordia; 1989- IX CNAA realizado en Ciudad de Buenos Aires; 1991- X CNAA realizado en Catamarca.

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pilas óseas de guanaco, originalmente depositadas por seres humanos (Gutiérrez y

Kaufmann, 2004:179).

Vale hacer una aclaración respecto a los ejemplos tomados de los Congresos: el

hecho de que la mayor parte de ellos provengan de la región pampeana y/o

patagónica se debió al auge del estudio de estas dos zonas a partir de la década del

ochenta hasta la fecha. Un breve recorrido por dichos trabajos sirve para dar cuenta

de la cantidad de investigaciones efectuada en sitios con fuentes de aguas muy

cercanas al lugar de excavación.

A mediados de la década del setenta, con los trabajos de Madrazo, se consolida

la visión ecológica de la arqueología pampeana, comenzando a desarrollarse

investigaciones con equipos de trabajo multidisciplinarios por todo el territorio

pampeano-patagónico, con una continuidad deslumbrante (Bonomo 2005). Este

enfoque plantea la observación detenida de los cambios en los sistemas culturales

donde intervienen tanto factores internos de la propia dinámica social como factores

externos relacionados a los cambios producidos en el ambiente que rodea a ese grupo

humano (Politis 1988). Así, la ocupación de estas diversas regiones es altamente

dependiente de las variables climáticas que las afectan, y en particular de los factores

que controlan la disponibilidad de agua en el paisaje. Bajo este enfoque, se

desarrollaron muchísimos trabajos, entre los que se destacan los de Flegenheimer

(1980); Politis (1984); Fidalgo (1986); Loponte y Acosta (1986); Loponte (1987);

Crivelli y Montero (1987); Salemme (1987); Madrid y Salemme (1991); Mazzanti

(1993); Bayó y Politis (1996); Bayón y Zavala (1997); Martínez (1997); Bonomo

(1999); Gutiérrez (2004); entre otros.

La mayoría de estas investigaciones se desarrollaron en zonas donde los cursos

de aguas -permanentes o estacionales- son muy comunes en la geografía. Algunos de

estos cuerpos de agua, desaguan directamente en el mar, pero otros no llegan a su

destino, porque las cadenas de médanos le obstruye el paso, formando cuencas

cerradas donde se depositan aguas pluviales determinando la formación de cuerpos

lacustres (Aparicio 1932; Bonomo 2005). Junto con la evidencia material encontrada

tales accidentes geográficos hacen pensar que las poblaciones de cazadores-

20

del mismo. “Es la mirada la que construye el paisaje, que hasta que es observado y

descodificado es sólo un espacio” (Ballesteros Arias et al. 2005). Es por ello que uno

de los intereses de este trabajo es intentar resaltar la necesidad de observar en nuestra

disciplina el total de los procesos históricos que modificaron la situación del registro.

La metodología base de elaboración de esta tesina fue el relevamiento de la

bibliografía disponible sobre el tema, a partir del cual se desarrollaron una serie de

hipótesis de análisis del mismo. En tal sentido intentaremos:

1- Dar cuenta de la importancia de interpretar integralmente todo sitio

arqueológico, asumiendo que los mismos poseen variabilidad en

términos de los ambientes por los cuales se extienden.

2- Comprender el desarrollo teórico promovido en nuestro país a partir

de la década de 1980, asumiendo que la misma tuvo mucho que ver

en la consolidación de la arqueología subacuática.

Resulta clave destacar entonces que el objetivo del presente trabajo es revisar

el desarrollo histórico en Argentina del concepto de sitio arqueológico como evento

integrado “tierra–agua”; en otras palabras, se pretende favorecer la percepción del

sitio como espacio total, teniendo en cuenta para el análisis, el rol jugado por la

arqueología subacuática en dicho proceso. Observaremos, en una primera instancia,

cómo se dio este proceso en el resto del mundo donde se desarrolló la actividad e

intentaremos luego mostrar el desarrollo de los trabajos de arqueología subacuática

en nuestro país que permitieron superar la imposición de límites actuales en sitios con

cursos de agua lindantes.

Cabe esperar que el trabajo conjunto de la arqueología en ambos ambientes

permita una interpretación más amplia de los sitios y de la dinámica de la actividad

humana en el pasado con relación a su entorno. Esta visión proporcionará nuevos

datos a favor de la elaboración de una idea del uso total de los espacios, así como

también de los procesos de transformación que afectaron y afectan al mismo -erosión,

inundación, bioperturbación, entre otros-, contribuyendo al conocimiento de la

dinámica de la transformación del sitio y evidenciando la ausencia de sectores

comprometidos por la acción hídrica (Renfrew y Bahn 1993; Lanata 1996).

21

Una observación muy clara de lo expresado en el párrafo anterior fue

mencionado por Torres en su célebre trabajo de 1907, cuando plantea que:

“(…) los continuos avances del río de la Plata y las crecientes del Paraná,

llevan y depositan en la superficie arena y residuos de diferente calidad”. Más

adelante afirma también: “(…) las aguas del Paraná, como se sabe, arrancan y

desprenden sedimentos de las barrancas de la formación pampeana que dichas

aguas bañan en una considerable extensión” (Torres 1907: 14).

Mucho más recientemente, Rambelli denominó como “sitios terrestres

sumergidos” a aquellos que en algún momento, estuvieron en tierra firme y

actualmente, por diferentes causas, están bajo agua. En este sentido plantea que:

“(...) numerosos sítios que, anteriormente, se localizavam sob a água, estão

agora submersos, seja em conseqüência de abalos tectônicos, seja em conseqüência

da elevação do nível da água, seja em conseqüência dos dois. As mudanças naturais–

geológicas/ climáticas- do nível das águas (oceânicas e/ou interiores) e os

rebaixamentos dos solos (deformações tectônicas da terra) se fizeram de diferentes

maneiras ao longo da história do ser humano sobre o planeta: por catástrofes-

erupções vulcânicas, terremotos e maremotos isolados ou combinados-, acarretando

em tragédias humanas, ou por mudanças graduais sem prejuízo de vidas humanas”

(Rambelli 2002: 52).

Según entendemos, tal relación entorno-sociedad es la que define la

habitabilidad de los distintos sitios, habida cuenta el hecho estadísticamente

comprobado de que las poblaciones humanas tienden a asentarse en regiones donde

los recursos hídricos están a su alcance, facilitando de esta manera su utilidad que es

fundamental para la vida. Por ello es necesario incorporar todo el paisaje

arqueológico a las investigaciones sin dejar a un lado ninguno de los sectores que lo

componen.

22

V- Consideraciones Teóricas

La presencia del hombre y los productos de su accionar han influido –e

influyen de modo cada vez más marcado- en las características ambientales y

geomorfológicas del planeta; así, que no es posible ya afirmar que el paisaje está solo

definido por sus agentes naturales o que los paisajes naturales son en realidad

espacios marginales y residuales. El paisaje es una realidad socio-territorial para el

hombre, quien constantemente oscila entre una construcción natural y otra cultural

del paisaje, estableciendo una dinámica singular entre ambas concepciones. Los

espacios utilizados por el hombre no permanecen nunca estáticos, dado que éste los

adapta en función de sus necesidades, y que dichas necesidades cambian de modo

constante a través del tiempo.

Corresponde a la corriente teórica conocida como Ecología del Paisaje el

mérito de haber contribuido a la construcción de tal concepción actual del paisaje

humano. Surgida hacia fines de la década de 1960, el tipo de análisis paisajístico

propuesto por esta línea de pensamiento tomó fuerza a partir del diseño de

intervenciones que utilizaban conocimientos de disciplinas tan diversas como la

geografía, la botánica, la zoología, la ecología o la sociología en la elaboración de

interpretaciones referidas a la acción del hombre en el espacio.

Este enfoque contribuyó a que los arqueólogos “levantaran la cabeza” de los

yacimiento en singular, y se embarcaran en el estudio de cuestiones tales como

cambios y variaciones del paisaje a nivel regional (p. ej.: Binford 1962, 1965, 1977,

1994; Schiffer 1987, 1988, entre otros), asumiendo que ciertos vínculos humanos

pueden verse influidos por factores físicos (elementos naturales como ríos, montañas,

etc) y funcionales (vivienda, agricultura, recursos) además de los sociales y culturales

(representaciones simbólicas y estéticas) (Norberg-Schultz 1975).

Actualmente, todo análisis del paisaje debe considerar integralmente todos los

elementos que lo conforman, incluyendo tanto la fauna, la flora, los estratos

sedimentarios y las huellas de la actividad humana sobre todos estos, como las

23

relaciones existentes entre todos ellos. Una parte del análisis del paisaje tiene por

objeto reconstituir los vínculos existentes entre los elementos del paisaje, con el fin

de observar los cambios que lo afectaron, basándose para ello en las relaciones que

han sido definidas para ese espacio en particular y en el conocimiento de la historia

global del lugar.

En las últimas dos décadas del siglo pasado, se desarrolló un pensamiento que

tomó los elementos de la Ecología del Paisaje y que se denominó Arqueología del

Paisaje. Desde este punto de vista, se entiende por paisaje a la conjunción de tres

tipos específicos de circunstancias distintas:

“El ambiente, medio natural o matriz sobre la que el hombre desarrolla sus

actividades. La sociedad, que transforma el espacio físico anterior en una realidad

transitiva, en una construcción social. La cultura que configura el espacio como una

categoría cultural, como resultado de las concepciones alumbradas por el

pensamiento de un grupo humano” (González Méndez y Criado Boado 2000:56).

En tal sentido, se entiende el paisaje arqueológico como el producto de la

relación natural entre la persona y el espacio que ocupa; en otras palabras, deriva de

la significación única del contexto relacional de las formas en que la gente se

involucra con el mundo. Siguiendo esta perspectiva, un sitio o yacimiento

arqueológico “no es una entidad aislada y autónoma, sino el eje (o núcleo) de un

paisaje artificial prehistórico o histórico del que depende y al que representa”

(Amado Reino et al. 2002: 23). Es por ello que el sitio no debe ser entendido como

una “isla” en la que las sociedades desarrollaron su accionar, sino como el núcleo

interactivo a partir del cual dichos grupos humanos desarrollaron estrategias para

apropiarse del espacio circundante -de allí la noción de interrelación entre entorno y

sociedad, la que implica de que todo cambio en uno generará a la vez cambios en el

otro- (Criado Boado 1995, 1999; Lanata 1996; Fábrega Álvarez 2004; Ballesteros

Arias et al. 2005). El paisaje no solo es la construcción simbólica producida por las

poblaciones, sino también es el entorno en donde las comunidades llevan a cabo sus

24

actividades, el medio en el que sobreviven y se sustentan (Anschuetz et al. 2001);

apropiándose de él según sus necesidades.

En función de una necesidad metodológica, el arqueólogo realiza un recorte del

total del espacio que analiza, definiendo para ellos lo que considera los límites del

sitio en el cual enfocará su actividad; en gran medida, dicho recorte define y se ve

influido por el criterio de visibilidad arqueológica, la cual puede ser definida como

“la forma de exhibir y destacar los productos de cultura material que reflejan la

existencia de un grupo social” (Criado Boado 1995: 99). La visibilidad arqueológica

es una de las variables consideradas como más significativas al momento de, por

ejemplo, definir el tamaño de un asentamiento. Teniendo en cuenta la extensión de

las superficies visiblemente ocupadas de cada sitio, será posible inferir la

potencialidad de cada poblado. Pero es fundamental también evaluar las posibles

continuidades y discontinuidades de esa superficie visible, dado que puede extenderse

también a superficies no inmediatamente accesibles -marítima, intermareal, terrestre-

pero no por ello menos significativas. La presencia de fuentes de aguas cercanas a un

sitio obligan al arqueólogo a considerar que, cuando menos, se encuentra frente a un

registro de límites poco definidos, dada la posibilidad de que una parte importante de

este se encuentre alterado, por ejemplo, por la erosión del agua y el transporte y

redepositación de sedimentos.

El agua constituye, sin lugar a dudas, uno de los procesos transformadores de

mayor importancia en los análisis históricos; debiendo tenerse en cuenta no solo los

efectos de su acción como agente natural, sino también como agente artificialmente

manipulado por el hombre (entubamientos, embalses, represas, etc.). Estos procesos

causan deterioro en los artefactos o alteran parcial o totalmente los sitios; por esta

razón, se lo debe tener muy en cuenta para extender las labores a este entorno

(Schumm 1977; Muckelroy 1978; Hanson 1980; Gladfelter 1985; Schiffer 1987). El

análisis de los procesos de formación y transformación del sitio, i. e. erosión,

redepositación de sedimentos en determinados sectores, contribuirá a la resolución de

los problemas que plantea el abordaje del sitio y el registro asociados a los ambientes

con espejos de agua.

25

Esta ampliación en la mirada del paisaje nos aporta un marco histórico-cultural

para evaluar e interpretar la variabilidad espacio-temporal de la organización y

estructura del registro material. A su vez nos permite discutir el marco

paleoecológico y ambiental en las cuales las tácticas y estrategias humanas tuvieron

lugar, teniendo en cuenta los diferentes procesos evolutivos que pudieron haberse

dado en el pasado (Criado Boado 1995, 1999; Lanata 1999; Anschuetz et al. 2001;

Fábrega Álvarez 2004).

La consideración globalizadora del espacio como extensión del yacimiento

tiene efectos prácticos para poder llevar a cabo nuestro estudio. En este sentido y al

margen del debate sobre los cambios y permanencias ambientales, se define una

Arqueología “hecha desde el presente” teniendo en cuenta la superposición de

paisajes sucesivos (Ingold 1993) y por ende las transformaciones del medio a lo largo

de la Historia. Para ello se asume que el estudio del paisaje pretérito solo es posible a

partir del estudio del paisaje presente, la Arqueología de algún modo es el estudio del

pasado a partir de sus productos originales tal y como se recuperan en la actualidad.

Por tanto trataremos de estudiar el paisaje pretérito a partir del estudio del paisaje

presente con todos los problemas que entraña y todas las precauciones que conlleva.

26

CAPITULO 2

Arqueología sin fronteras

27

I- Observando el sitio arqueológico: otras perspectivas

“Una investigación arqueológica comienza con el hallazgo fortuito de un sitio

(…) o como consecuencia de un riguroso plan de investigación (búsqueda, sondeos,

etc.) sobre una potencial zona, diseñadas en base a las necesidades de dar solución a

uno, o a una serie de problemas, surgidos del estado actual del conocimiento

científico, y acerca de un universo cuyas dimensiones varían de acuerdo a los

intereses del investigador” (Boschín et al. 1985: 48).

La información presentada en el capítulo anterior permite iniciar éste con la

siguiente afirmación: la arqueología subacuática, en tanto especialidad de una

ciencia mayor -la arqueología- amerita la misma definición que ésta, la de una

actividad dedicada a la recuperación de información relativa al pasado del hombre,

con la salvedad de que al desarrollarse en medio ambiente singular presenta ciertas

dificultades técnicas, hoy ya fácilmente salvables (Bass 1966; Gianfrotta y Pomey

1980; Martín-Bueno 1993; Rodríguez Asensio 1996). La designación de dicha

especialidad simplemente hace referencia al ambiente en el cual se lleva a cabo la

recuperación de la evidencia material luego analizada y no a otras diferencias

significativas.

En tal sentido, es posible afirmar también que la arqueología subacuática y la

arqueología terrestre comparten un cuerpo teórico y metodológico semejante, y que la

única diferencia sensible entre ambas es que la actividad subacuática posee una serie

de peculiaridades técnicas que responden al campo de acción en el cual se desarrolla

su trabajo. En tal sentido, la exploración del fondo de mares, lagos, ríos y distintos

entornos anegados como turberas y pantanos (Barinov 1972) requiere de una

disciplina que “bucee” en las profundidades del terreno que se extiende bajo el agua,

sin que ello suponga una separación tajante -e indebida- con respecto al trabajo

desarrollado en tierra firme, como si se tratara de dos disciplinas diferentes o

antagónicas. Esos fondos, cubiertos por las aguas y muchas veces por sedimentos o

28

vegetación, construyen una enorme reserva de información que debemos recuperar o

conocer si deseamos disponer de una historia completa del pasado de ha humanidad

(Martín-Bueno 1992a). Asimismo, es necesario tener en cuenta los múltiples desafíos

que presentan los espacios de transición hacia los terrenos sumergidos, tales como

pantanos, zonas costeras u orillas de lagunas, dado que la mirada arqueológica debe

incluirlos también al momento de construir su definición de paisaje arqueológico y de

establecer los límites del sitio en que trabaja.

El esfuerzo puesto por los arqueólogos en elaborar interpretaciones integradas

debe buscar reflejar una continuidad intrínseca del registro arqueológico, a la vez que

evitar una arqueología fragmentaria con dos corpus de información generados por dos

“diferentes arqueologías”. Dado que el paisaje continúa más allá de nuestra vista

(Valentini 1998b; Rocchietti 1998; Valentini et al. 2004) y que los diferentes eventos

de la sociedad se extendieron más allá de la orilla, es impensable que un trabajo

arqueológico que pretenda ser integral se limite a un único ambiente.

Cabe recordar que la excavación es solo una pequeña parte del proceso de

investigación arqueológica y que en ese momento en que se observan las ya

mencionadas variaciones técnicas relativas a la recuperación de los materiales; los

pasos a seguir a partir de allí se enmarcan en las generalidades de cualquier otro

trabajo de análisis e interpretación. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que

“(…) la actual disponibilidad de equipos y medios técnicos para realizar todo

tipo de actividades subacuáticas obligan a efectuar este tipo de arqueología con el

mismo rigor metodológico y técnico que en tierra” (Elkin 1998: 1).

Abordar el análisis de la evidencia material desde esta perspectiva, como un

conjunto único, permite entenderla como un todo a la hora de interpretarla, ya sea que

los restos materiales en cuestión hayan sido recuperados en tierra o en agua, a la vez

que favorece una reconstrucción del pasado que dé cuenta de las múltiples

posibilidades de la relación tierra-agua que el hombre desarrolló desde la prehistoria.

Ya en año 1978, el Consejo de Europa planteaba:

29

“La arqueología realizada en un medio acuático ha provocado,

equívocamente, una indebida y tajante separación entre la arqueología terrestre y

subacuática. La Arqueología es única, el que la realicemos sobre tierra o bajo el

agua, aún con sus lógicas limitaciones, es una cuestión de medios y/o modo, y no de

rigor científico” (Consejo de Europa, 1978, Recomendación 848, Apartado 4).

Según entendemos, tal afirmación proporciona un acercamiento lógico muy

interesante acerca de cómo deben ser consideradas las investigaciones que se realizan

bajo agua, descartando que solo porque se deba incluir algo más de equipo

tecnológico en su desarrollo, ello no implica que se trate de una disciplina diferente.

En tal sentido, coincidimos con Gianfrotta y Pomey, quienes plantean algo similar:

“(…) l` archeologia subacquea appunto, che non e` né potrebbe essere un

ramo scientificamente autonomo dell` archeologia in generale: si tratta infatti

semplicemente di una tecnica, del resto non del tutto nuova, che permitte di

recuperare una documentazione particularmente rilevante (…) l´archeologia,

naturalmente, deve essere chiamata semplemente archaeologia” (Gianfrotta y Pomey

1980: 8).

La aceptación de la noción de “arqueología subacuática como arqueología”

contribuirá a cumplir el objetivo general de la disciplina, favoreciendo

interpretaciones más acabadas y precisas, al permitirnos corroborar o refutar datos,

contrastar la información surgida de otras fuentes -si las hubiera- o aportar elementos

nunca antes contemplados en los análisis. Es preciso mantener como una constante la

consideración del paisaje arqueológico como una entidad integrada, cuya adecuada

interpretación posibilitará una mejor comprensión de la dinámica de la vida de los

grupos que habitaban cada lugar y su relación con el espacio que los circundaba. Por

el contrario, si solo reconociéramos la existencia o recogiéramos los datos de uno

solo de los ambientes, estaríamos sesgando la información que se puede obtener en

estos tipos de sitios, por lo que se concluiría en una investigación incompleta.

30

“La arqueología es una ciencia que intenta explicar qué sucedió en el pasado,

a unos grupos específicos de seres humanos y generalizar los procesos de cambio

cultural. (…)los arqueólogos no pueden observar el comportamiento de la gente a la

que estudia(…), por ello, deben inferir el comportamiento y las ideas, desde los

restos materiales, de todo aquello que los grupos humanos han creado y utilizado,

teniendo en cuenta, asimismo, el impacto medioambiental de sus actuaciones”

(Trigger 1992: 29-30).

De esto se desprende que el desafío asumido por la arqueología subacuática no

es diferente al de la arqueología de alta montaña, la arqueología de glaciares o la

arqueología de cuevas. En los cuatro casos, el desarrollo de la actividad requiere de

un equipamiento y conocimiento logístico específico para moverse en un ambiente y

geografía particular, sin que ello modifique en lo absoluto la naturaleza de la acción

científica en sí. Al decir de Rambelli, la acción del arqueólogo debe enfocarse en

“(...) reconstrução dos processos culturais do passado a partir da análise da

cultura material. O fato de os vestígios materiais estarem submersos, em cima de

uma montanha ou dentro da uma caverna pode ser diferenciado apenas pelas

técnicas mais apropriadas para o resgatar da informação existente nos diferentes

ambientes, pois os princípios teóricos são os mesmos” (Rambelli 2002: 39).

Cabe recordar lo que mencionamos anteriormente acerca de que, con

frecuencia, lo que se presenta como un obstáculo en el camino del arqueólogo

(montañas, hielo, agua) no es más que lo que antes definimos como los límites

aparentes del registro y que la interpretación de una dinámica social del pasado

requiere de un abordaje contextual más amplio.

“ (…) tener en cuenta la unidad entre lo terrestre y lo acuático es entender

cómo se formó y transformó el sitio, sin perder el nivel de complejidad e integridad

al que nos enfrentamos al construir el registro arqueológico, en un paisaje que

podemos denominar como ‘paisaje de agua” (Rocchietti 1998:2).

31

La percepción de ciertos escenarios arqueológicos como espacios mixtos

(Valentini 1998a; Rocchietti 1998) ha sido –cuando menos en nuestro país- un

desarrollo bastante reciente. Corrió mucha agua bajo el puente hasta que la

arqueología superó su convencimiento de que no era posible recuperar un registro

que no podía ver –o que, para el caso- requería de sumergirse para averiguar su

existía. Afortunadamente, en la actualidad la arqueología subacuática está abocada a

diseñar estrategias de investigación que permitan extraer la mayor cantidad de

información posible de la evidencia arqueológica sumergida que haya sobrevivido

hasta el presente, y que es llevada a la superficie con el objeto de determinar su

significado cultural en el contexto de una investigación completa (García Cano y

Valentini 2001).

Mencionamos antes y de modo recurrente la existencia de un factor “técnico” o

“tecnológico” que afecta y define de modo ineludible el trabajo de la arqueología

subacuática y posibilita la construcción de investigaciones integrales; así, el

desarrollo de una tecnología que permitiera al hombre superar las limitaciones

propias de intentar cualquier actividad sistemático en el ambiente acuático resultó de

enorme importancia para la disciplina arqueológica.

II- Historia de los comienzos de las técnicas de buceo

“(…) Eurínome, hija del retluente Océano. Nueve años viví con ellas

fabricando muchas piezas de bronce –broches, redondos brazaletes, sortijas,

collares- en una cueva profunda, rodeada por la inmensa, murmurante y espumosa

corriente del Océano”

(La Ilíada [circa VIII aC] 2003: 298).

“(…) ¡Oh Dioses! ¡Muy ágil es el hombre! ¡Cuán fácilmente salta a lo buzo!

Si se hallara en el ponto, en peces abundase, ese hombre saltaría de la nave, aunque

32

el mar estuviera tempestuoso, y podría saciar a muchas personas con las ostras que

pescara. (…) Es indudable que también los troyanos tienen buzos”

(La Ilíada [circa VIII aC] 2003: 265).

“(…) dos capitanes de los aquivos, revestidos de bronce, han perecido (…) el

otro, Áyax sucumbió con su nave de largos remos: (…) dijo que, aún a despecho de

los dioses, escaparía al gran abismo el mar. Poseidón oyó sus jactanciosas palabras,

y al instante, (…) golpeó la nave y la partió, cayéndose Áyax, el cual fue arrastrado

al abismo” (La Odisea, [circa IX aC] 1994: 70).

Los objetos sumergidos bajo las aguas han captado la atención del ser humano

desde la más remota antigüedad. Ya textos clásicos como la Iliada y la Odisea

incluyen descripciones sobre hechos ocurridos en la ribera o en el fondo del mar y,

desde entonces, muchas otras obras literarias dieron cuenta de la atracción que las

aguas han ejercido sobre los hombres a lo largo del tiempo. Para el hombre, adaptado

a la vida en tierra y a respirar aire sin esfuerzo, las cuencas hídricas se presentaban

como un elemento extraño, como un sitio al que no pertenecía y al que pese a ello

insistían en explorar. Sin embargo, fue necesario que pasara mucho tiempo antes de

que la búsqueda de alimentos y/o el rescate de souvenires o curiosidades se

transformaran en un trabajo sistemático de investigación llevado a cabo en diferentes

sitios y con una metodología de registro apropiada.

Hay datos que indican que ya en el Neolítico el hombre introdujo en su dieta

diferente tipos de peces, moluscos y crustáceos, lo que nos permite pensar en la apnea

como técnica de inmersión por medio del cual obtenían esos alimentos. Otro

antecedente interesante se remonta a fines de la antigüedad clásica, en Grecia, donde

hay registros de hábiles pescadores de perlas y esponjas que realizaban sus

inmersiones con la misma técnica (Barinov 1972; Bass 1975 Nieto Prieto 1984;

Hoffmann 1985; Blot 1997; Delgado 1997; Bonomo 2005; entre otros).

Registros del siglo II a.C., efectuados por Tito Livio, dan cuenta de lo que tal

vez puede ser el primer rescate de materiales del que se tengan registro: el Rey Perseo

33

de Macedonia, inquieto por el avance de las tropas romanas, decide “mandar a tirar”

todos los tesoros de la ciudad de Pella, para evitar que caigan en manos de los

enemigos; al pasar el peligro, se recuperaron los objetos escondidos en el fondo del

mar (Nieto Prieto 1984; Blot 1997). Otras labores bajo las aguas se mencionan en

documentos de la época romana, en los que hay inscripciones que hablan de los

“urinatores”, nadadores cuyo trabajo incluía tanto la recuperación de objetos caídos

en los puertos y en los ríos Tiber y Ostia -los dos únicos lugares donde se conoce su

existencia- como realizar reparaciones en las embarcaciones allí fondeadas y

participar en la recuperación de cargamentos de naves hundidas.

En líneas generales –y dejando de lado las tareas de búsqueda y captura de

alimento- es posible afirmar que la recuperación de materiales del fondo del mar

registra dos grandes vertientes: la primera de ellas es un conjunto de actividades no

sistemáticas, en las que prevalece la recuperación de materiales “valiosos” o con

calidad de tesoros, frecuentemente incorporados a colecciones de personajes

poderosos de su época. La segunda vertiente es aquella definida por tareas de rescate

enfocadas en la recuperación de elementos que, por su elevado costo como materia

prima o manufactura, podían ser reutilizados en un nuevo contexto.

El problema fundamental de la actividad, ya detectado en épocas remotas, era

cómo conseguir que los nadadores se mantuvieran más tiempo bajo el agua; la

inmersión en apnea se presentó como la primera alternativa para alcanzar dicho

objetivos (Barinov 1972; Nieto Prieto 1984; Hoffmann 1985; Blot 1997; Delgado

1997). Luego, comenzó la búsqueda de alternativas que permitieran efectuar con

mayor eficacia las actividades bajo el agua y, progresivamente, se fueron

desarrollando equipos que permitieron a los buzos mantenerse más tiempo

sumergidos y a mayores profundidades. Un breve bosquejo de la evolución de las

técnicas de inmersión que sucedieron a la apnea podría incluir:

-las campanas de madera, mencionadas en los escritos del período de

Alejandro Magno y perfeccionadas en Europa a fines del siglo XV. El buzo

estaba de pie en el interior de este dispositivo, que solo le cubría la mitad

superior del cuerpo; para respirar no disponía sino del aire contenido en la

39

oscilaron entre los 2 y los 35 m- el equipo autónomo de buceo (con el que se respira

aire comprimido) solo permite a su operador llegar a una profundidad de unos 50 m,

lo que implica que si los sitios que deben ser intervenidos se encuentran a mayor

profundidad, es necesario disponer de tecnología que permita acceder a ellos, tal

como ROVs, sonares de barrido lateral, magnetómetros y otros dispositivos

semejantes. El sonar de barrido lateral -el más utilizado de este conjunto de equipos-

mide la capacidad de absorción del lecho mediante la emisión de señales acústicas; la

absorción diferencial de dicha señal da cuenta de la existencia de materiales de

diferente densidad, lo que puede indicar la presencia de objetos sumergidos. El rebote

de la señal es enviada por un cable a una PC instalada en el barco que remolca el

equipo emisor. La PC por medio de un programa especial, convierte en gráficos la

lectura hecha por el sonar. Estos gráficos son como fotografías planas del fondo y se

ven casi simultáneamente cuando el sonar lo lee desde el lecho. Incluye además este

equipo, un GPS (Global Positioning System) que nos permite posicionar exactamente

las señales emitidas por el sonar. Además la información obtenida se puede cruzar

con las cartas náuticas a través de las coordenadas obtenidas por el GPS.

“Utilizando esta técnica se obtienen mapas subacuáticos del suelo, que se

construyen leyendo la permeabilidad al sonido de los materiales que están en la

superficie del lecho” (Valentini et al. 2005: 204)

Foto 5: Equipo de sonar de barrido lateral y PC instalada en el barco base para leer la

información enviada por el sonar. (Obtenida en www.fundacionalbenga.org.ar)

40

Foto 6: Imagen obtenida por el sonar de barrido lateral.

(Obtenida en www.fundacionalbenga.org.ar)

Una ventaja del sonar de barrido lateral es que no es necesario tener una buena

visibilidad pues lo que lee es el lecho obteniendo de así la información:

“al no depender de la “visión” para “visualizar” el lecho bajo el agua,

cualquier cuenca puede ser “vista” más allá de la cantidad de partículas en

suspensión que tenga” (Valentini y García Cano 2005: 288).

El segundo equipo muy utilizado en prospección subacuática es el ROV

(Remotely Operated Vehicles) que permite obtener relevamientos tanto planos como

oblicuos con información tridimensional ya que posee eco-sondas, cámaras de video

digital y fotográfico. Las imágenes obtenidas se capturan en una computadora y

puede analizarse cuidadosamente para ayudar a interpretar el contexto arqueológico.

Estos vehículos a control remoto se manejan desde el barco base donde se instala la

PC, la cual captará todas las imágenes enviadas desde el ROV; allí se analizan y si es

necesario, el investigador decidirá si se realizan las inmersiones por parte de los

buzos al haberse detectado el hallazgo.

41

Foto 7: Equipo ROV. (Obtenida en www.fundacionalbenga.org.ar)

El segundo factor que motiva el empleo de equipos sofisticados en la

investigación subacuática, son las tareas de prospección y búsqueda en grandes áreas.

El desarrollo de una intervención en una superficie extensa hace imprescindible la

utilización de una tecnología que permita optimizar los recursos disponibles,

barriendo una superficie del lecho mayor a la visión del buzo en un tiempo

considerablemente menor y con igual o mayor eficacia. Al igual que en cualquier otro

trabajo de indagación arqueológica, la implementación de tareas previas de

relevamiento bibliográfico y/o de tradición oral referidas al sitio permite obtener

precisiones acerca del mismo que serán capitalizadas en el curso del trabajo de

campo. Como lo plantea Rambelli:

“Nunca será bastante insistir na importância das pesquisas preparatorias. O

tempo gasto na reflexão dentro das bibliotecas ou na consulta de arquivos pode

significar a economia de muito mais tempo, este mais custoso e árduo, de trabalho

no fundo do mar” (Rambelli 2002: 76).

La utilización de embarcaciones y equipos sofisticados se relaciona con el tipo

de intervención a desarrollar; sin embargo, en un porcentaje significativo de los cosas

es suficiente contar con equipos de buceo y material de relevamiento arqueológico

42

muy simple para hacer un excelente trabajo subacuático. Como dice Luna “el mejor

magnetómetro es un pescador” (Luna 2001b:5), y con frecuencia la historia oral de

los lugareños resulta fundamental para la obtención de resultados exitosos. En otras

palabras, no es necesario comprar un Calypso en todos los casos, ya que en muchos

trabajos se puede prescindir del equipamiento y tecnología sofisticada.

“(...) uma equipe de pesquisa utilizar os mais aperfçionados instrumentos

electrônicos e aparelhos controlados por computador não significa que o projeto

esteja bem orientado. Não se deve confundir tecnologia apropriada com técnica

apropriada. A tecnologia é simplesmente o material, ou seja, o equipamiento

electrônico ou de outra natureza empregado em um trabalho (...) a técnica é a

maneira correta de utilizá-los. Sem a técnica adequada, o sucesso passa a depender

de um lance de sorte" (Rambelli 2002: 76).

Por lo general, en los distintos países de Europa y América del Norte donde se

llevan a cabo trabajos subacuáticos, se utiliza con asiduidad toda la tecnología

disponible, puesto que tienen los medios económicos así también como los

tecnológicos a su alcance. Otro factor que influye es que la mayoría de las

investigaciones se realizaron en mar abierto –algunos de ellos helados como el mar

del Norte-, a grandes profundidades, por lo que se hace indispensable la utilización de

toda la tecnología disponible. En nuestro país, se ha utilizado esta tecnología gracias

a un convenio con la Universidad Tecnológica de Noruega, quien proporcionó un

sonar de barrido lateral y un ROV, que se utilizaron en trabajos de prospecciones en

el mar.

El hecho de que los materiales que sirven como objeto de estudio

arqueológico se encuentren sumergidos –lo que sin duda dificulta su recuperación,

dado que medio acuático no es el medio natural del ser humano y éste se ve obligado

a recurrir a una cantidad considerable de instrumental especializado para hacerlo-

posee, por otra parte, una ventaja intrínseca. En un porcentaje más que considerable,

los vestigios materiales que yacen en los fondos acuáticos presentan un mejor grado

43

de conservación que sus pares terrestres, lo que posibilita un análisis más detallado de

los mismos y la construcción de modelos interpretativos más precisos.

44

CAPITULO 3

Arqueología subacuática en el mundo

45

I- Trabajos pioneros

Los últimos cincuenta años de la arqueología subacuática como disciplina

científica registran una serie de hitos significativos cuya revisión permite comprender

un poco más en detalle las características actuales de la actividad. Sin lugar a dudas –

y si bien existen otros ejemplos de variada importancia- el punto de quiebre entre la

recuperación asistemática de material y la arqueología subacuática como la

entendemos hoy en día se produjo en la década de 1950 en las costas de la ciudad

italiana de Albenga. Fue entonces cuando Nino Lamboglia creó el Centro

Experimental de Arqueología Submarina en el seno del Instituto de Estudios

Ligurinos, considerado como la institución pionera en la arqueológica submarina

mundial.

La primera intervención llevada a cabo por el equipo del Centro se desarrolló

con la participación de buceadores experimentados que, bajo la precisa dirección

Lamboglia -quien permaneció embarcado por la simple razón de que no sabía bucear-

recuperaron cientos de ánforas de una nave mercantil romana del siglo I a.C.

Lamboglia se mostró asombrado por la cantidad de material presente en el sitio (se

estima que ese tipo de naves podía transportar cerca de 10000 ánforas), pero al

observar que la recuperación de las piezas por parte de buzos no familiarizados con la

metodología arqueológica estaba dañando el sitio, detuvo los trabajos.

A partir de entonces, Lamboglia comenzó a cuestionarse y reflexionar acerca

de posibilidades de trasladar la precisión científica del trabajo arqueológico terrestre a

las intervenciones desarrolladas bajo las aguas. En 1957, varios años después del

primer intento, realizó una segunda intervención, en la cual utilizó un sistema de

cuadriculación del sitio que servía luego como base para la documentación gráfica y

fotográfica del trabajo realizado, posibilitando además la individualización,

posicionamiento y numeración de los hallazgos realizados en el cargamento. La

aplicación de dicha metodología se complementó con un entrenamiento teórico para

los buzos que hacían el trabajo en el agua, en que se los instruía acerca de la

necesidad e importancia de efectuar un registro sistemático y controlado de la

46

actividad, así como también acerca de la conservación de los materiales recuperados

(Barinov 1972; Bass 1975; Nieto Prieto 1984; Hoffmann 1985; Blot 1997; Delgado

1997).

El segundo gran hito en la historia de la arqueología subacuática mundial

puede ser ubicado en la década de 1960 en los sitios Cabo Chelidonia y Yassí Ada, en

Turquía, con la excavación de restos de un pecio Bizantino del siglo VII. Hasta este

momento, lo trabajos habían sido desarrollada por buzos deportivos o profesionales,

dado que los directores del proyecto no sabían bucear, George Bass se convirtió en el

primer arqueólogo que aprendió las técnicas de inmersión para poder investigar el

sitio desde el agua, participando como buzo de la intervención. Simultáneamente a la

excavación completa y relevamiento total de la carga, se utilizó por primera vez la

fotogrametría como método de registro de un hallazgo subacuático. Dichos avances

significaron un gran salto en términos de calidad de trabajo y precisión arqueológica,

contribuyendo al desarrollo de una actividad que se tornaba cada vez más rigurosa y

científica (Barinov 1972; Bass 1975; Nieto Prieto 1984; Hoffmann 1985; Blot 1997;

Delgado 1997).

Tanto Lamboglia como Bass realizaron aportes significativos en lo que

respecta a la ampliación de los límites de la metodológica arqueológica y a la

construcción de un abordaje heurístico pertinente a sitios sumergidos, al igual que a

la sistematización de las investigaciones bajo el agua.

A partir de entonces se multiplicaron los trabajos sistemáticos en “pecios”,

motivo por el cual suele decirse que la arqueología subacuática nació como una

“arqueología de barcos”. En aquellos primeros trabajos, el imaginario de los

investigadores se alimentaba con la consideración de los pecios como una muy bien

preservada “cápsula de tiempo” (Muckelroy 1978: 56), llegándose a pensar que se

trataba de un sitio virtualmente intacto en el cual no había ocurrido cambio alguno

desde el momento del hundimiento. Tal idea fue muy difundida, a semejanza de la

imagen de “Pompeya” en el ámbito terrestre. La progresiva expansión de los

sucesivos trabajos de campo y el desarrollo en paralelo de diferentes teorías

arqueológicas modificó tal percepción, haciéndose evidente que también en los

47

lechos subacuáticos se producen cambios naturales o artificiales -según Schiffer

(1987)- que intervienen en la formación y transformación del sitio arqueológico, así

como en el posicionamiento de los restos allí presentes.

II- Distintos conceptos para la misma actividad

Indudablemente el impulso que tuvo la actividad gracias a la proliferación de

los trabajos de campo derivó en distintas maneras de pensar la arqueología

subacuática. Mientras que en el aspecto teórico los diferentes paradigmas existentes

en el campo arqueológico cubrieron sin dificultad la propuesta de la incipiente

especialidad, las cuestiones metodológicas resultaron más problemáticas. La

búsqueda de alternativas viables que permitieran adaptar adecuadamente la

metodología de tierra para utilizarla bajo agua generó conflictos entre los

arqueólogos, muchos de los cuales se resistieron, en un primer momento, a aceptar

que esta nueva forma era también arqueología.

El segundo punto de conflicto tuvo que ver con las pequeñas variantes en la

denominación dada a la actividad por los arqueólogos de los distintos países en que

se llevaba a cabo. Es posible que ello tuviera que ver con que inicialmente el énfasis

de las investigaciones estuvo puesto sobre sitios con pecios, lo que generó una

diferenciación artificial entre la arqueología tradicional y la arqueología marítima.

De hecho, la primera denominación dada a la actividad fue la de arqueología

submarina, dado que –como ya mencionamos- los trabajos estaban masivamente

centradas en sitios localizados en aguas marinas; solo a posteriori y gracias a la

ampliación de los intereses y las áreas de trabajo de los arqueólogos comenzó a

utilizarse con mayor propiedad el término arqueología subacuática (Blánquez Pérez

y Martínez Maganto 1993). En 1958 el II Congreso de Arqueología Submarina,

celebrado en la ya mencionada ciudad de Albenga, propuso el cambio de

denominación: de “arqueología submarina” a “arqueología subacuática”.

48

Curiosamente, dicho intento casi no tuvo quórum, por lo que hasta la década de 1970

se continuó utilizando la nomenclatura que llevaba desde un principio, sin perjuicio

de que las tareas se realizasen en agua dulce. La resistencia al cambio de

denominación respondía a una razón indiscutible: la arqueología subacuática había

nacido en la mar (Atti, 1958; Vallespin Gómez 2000-2006), y para muchos resultaba

impensable nombrarla de otra forma.

Ello explica que muchas de las denominaciones utilizadas por los especialistas

dependieran de las características de los sitios intervenidos, tales como barcos de

guerra, mercantes, etc. El marcado interés en las embarcaciones militares fue la razón

por la cual por entonces se popularizó también la denominación de “arqueología

naval” para la actividad.

Aquellos participantes del Congreso que, como George Bass (1966: 15),

refutaron el término “arqueología submarina” lo hicieron argumentando que

resultaba demasiado exclusivo, dejando a un lado las investigaciones en aguas dulces,

lagos o ríos, solo en ventaja del ambiente marino. Para Bass, la denominación de esta

nueva actividad debería ser mas “inclusiva”, por lo que propone llamarla

“archaeology under water”, pero inmediatamente precisando que: “(…) should be

called simple archaeology (…) the basic aim in all these cases is the same, it is all

archaeology”.

Hacia fines de la década de 1960 surgen los primeros modelos teóricos propios

de la arqueología subacuática, en los que se hace hincapié en el contexto tanto físico

como cultural de los pecios investigados. Dicha temática, de enorme trascendencia en

su momento, posibilitó el surgimiento de los conceptos de arqueología naval y

náutica (García Cano 2001a). Muckelroy mencionaba al respecto:

“maritime archaeology is concerned with all aspects of maritime culture; not

just technical matters, but also social, economic, political, religious, and a host of

other aspects. It is this fact which distinguishes the sub-discipline from the closely

allied subject of nautical archaeology which is here taken to mean the specialised

49

study of maritime technology, in other words, ships, boats, and other craft, together

with the ancilliary equipment necessary to operate them” (Muckelroy 1978: 4).

Para él no existía otro contexto arqueológico más que el que se encuentra bajo

el mar, descartando del estudio de la arqueología marítima a determinados sitios,

expresándolo de esta manera:

“(...)it is only at sea that seafaring disasters can occur, so that it is under the

surface of the sea that the bulk of the evidence must lie (...) boat and ship finds which

are in a totally non-maritime context, notably grave finds (...) and submerged ancient

land surfaces” (Op. Cit: 9).

En este punto es donde muchos autores no estuvieron de acuerdo con

Muckelroy, por su planteo de excluir de la investigación a toda aquella porción de

registro que no estuviera sumergida. Tales investigadores sostenían que era

irrazonable pensar que la actividad del hombre en relación al mar estuviera solamente

bajo agua, motivo por el cual proponían que si se encontraban restos fuera del agua

que pudieran tener relación o puntos de contacto con aquellos sumergidos había que,

con mayor razón, continuar con las investigaciones.

En el año 1981 se realizó en Santa Fe, Estados Unidos, una serie de

conferencias llamadas Shipwreck Antropology Conferences, a las cuales asistieron

representantes de diversas orientaciones, incluyendo tanto arqueólogos terrestres y

náuticos, como también antropólogos culturales; la conclusión alcanzada en dicha

oportunidad fue que las investigaciones potenciales de naufragios deben tenerse en

cuenta para poder comprender todo lo relativo a la navegación como así también a la

construcción de los diferentes tipos de barcos. Por otra parte, esta reunión fomentó el

impulso de los arqueólogos terrestres de trabajar en sitios sumergidos o relacionados

con las aguas, como vía para ampliar y complementar las investigaciones

tradicionalmente desarrolladas hasta ese momento.

50

En un texto de 1984 McGrail planteó que la limitada definición de contexto

subacuático propuesto por Muckelroy era imposible de aceptar, proponiendo

entonces su propia definición de:

Maritime Archaeology: “(…) is linked to Man´s use of all types of waterways

(lakes, rivers, seas) with its focus on the vehicles of that use, the rafts, boats and

ships: how they were built, from the selection of the raw material to launching; and

how they were used. Thus we seek answers to such questions as: how, when, where,

why, and by whom was this raft/ boat/ ship/ built and used” (McGrail 1984: 12).

Luego continua afirmando que:

“They evidence for these topics may come from any site, underwater, inter-

tidal or on land, and is supplemented by relevant documentary and iconographic

evidence. Ethngraphy, Naval Architecture, Botanical Sciences and experimental

Archaeology may throw further light on some of the questions raised by the

excavated material” (Op. Cit.: 13).

De esa forma, el autor amplió la visión de contexto hasta entonces empleada,

incluyendo en su enfoque a sitios que están relacionados con el agua pese a no estar

cubiertos por ella, a la vez que planteó la importancia de realizar trabajos en otro tipo

de cursos de agua, como lo son los ríos, lagunas y lagos.

La implementación del adjetivo “subacuática” permitió eventualmente

agrupar en un solo término la totalidad de las investigaciones arqueológicas

practicadas debajo del agua (Blot 1998), si bien ello no supuso el fin de las

discusiones. Delgado plantea algo similar a Blot, expresando:

“Because maritime and underwater archaeology is a relatively new science,

the terms “underwater” and “maritime” archaeology require some explanation.

Underwater archaeology is the practice of archaeology, on any type of site, in a

submerged environment. Mayan sites, Roman sites, prehistoric sites, and shipwrecks

(...) Maritime archaeology refers to the archaeological study of maritime culture

51

through sites such as shipwrecks, buried ships, and harbors. Not all archaeologists

who practice in the field adhere to these definitions of what they do; some refer to

their work as “nautical” or “shipwreck” archaeology. Others may simply refer to

themselves, for example, as prehistoric archaeologists who sometimes work

underwater, as well as on land” (Delgado 1997:7).

Todo indica que estos dos autores aceptan las diferentes terminologías sin

considerar la situación conflictiva, entendiéndola en cambio como una manifestación

de la diversidad de opiniones existentes al interior de la disciplina.

Para el arqueólogo noruego Jasinski existen tres conceptos que refieren a la

arqueología relacionada con el agua y los define así:

“Underwater archaeology: is a term belonging within methodology, i. e.

underwater archaeology is an archaeological field method. Underwater methodology

is applied in archaeological research when and where it is necessary or desirable,

irrespective of whether the problem is maritime- related, or of a terrestrial nature.

Marine archaeology: is the part of archaeological research practice that

centers around the underwater cultural heritage. Marine archaeology is often looked

upon as the research field concerned with man’s use of the sea and its natural

resources, using the cultural elements that have come to rest in the sea- floor

sediments as evidence. The term is particularly relevant for, and most applied in

cultural heritage conservation- the management and investigation of underwater

cultural relicts.

Maritime archaeology: understood as an archaeological sub- discipline,

studies every sphere of man’s affinity with the sea, both technopractical and symbolic

aspects. Maritime archaeological evidence embraces both material, and to some

extent, non- material evidence, irrespective of whether it is found under water or on

land”(Jasinski 2000: 58).

52

Para este autor lo más interesante con respecto a los problemas de la

arqueología marítima era averiguar qué elementos entraban en juego en la relación

hombre/ sociedad/mar, concluyendo que además de los elementos obvios unidos a la

navegación, pesca y caza marina, existen otros elementos o factores que integran los

sistemas simbólicos, cognitivos y mentales, de las poblaciones humanas que están

relacionados con las actividades en el mar.

Para Underwood, miembro de la Nautical Archaeological Society del Reino

Unido, la “arqueología marítima” es solo una parte del paisaje histórico y cultural

más amplio que se extiende más allá del carácter subacuático que usualmente se

asocia al término. Desde su punto de vista, la arqueología marítima incluye todos los

aspectos de la actividad marítima del hombre, tales como el comercio local e

internacional, la evolución de la construcción de las embarcaciones, los sistemas de

transporte por agua, los naufragios, los puertos y toda la infraestructura que permitió

que estas actividades tuvieran lugar. Todo esto, forma parte del paisaje histórico y el

estudio de un sitio individual debería ubicarse dentro de este contexto geográfico más

amplio (Grosso 2005). En tal sentido, estudiar los materiales que han sobrevivido de

las actividades del pasado en/alrededor de los mares, siendo que de ellos deriva el

conocimiento de los hombres y las sociedades que los produjeron, esto resulta

esencial para el estudio de la arqueología. Esta información obtenida contribuye al

acercamiento de las conceptos originales de la investigación aunque a veces pueden

ser contradictorias, pero por sobre todo, cualquiera sean las conclusiones vale para

tener una visión complementaria en lo que incluye al campo del estudio marítimo en

cual se define como el estudio científico de los restos materiales de los hombres en

sus actividades en el mar (Muckelroy 1978).

Varios autores consideran a la arqueología subacuática como una técnica que

ayuda a la arqueología tradicional a realizar las investigaciones, haciendo posible

obtener más información que se encuentra bajo agua.

“L´archeologia subacquea non sfera autonoma, né disciplina archeologica,

ma soltanto tecnica particolare al servizio dell´archeologia, tecnica che permette all´

53

archeologia di estendere il suo campo d´indagine al mondo subacqueo” (Gianfrotta y

Pomey 1980: 10).

También Rambelli expresa esta idea

“arqueologia subaquática serve apenas para indicar que as pesquisas são

realizadas debaixo d´água, (…) ja que os inúmeros aperfeiçoamentos técnicos-

científicos foram acontecendo e (...) tal forma essas atividades, que elas passaram a

ser realizadas com o mesmo rigor científico das pesquisas arqueológicas terrestres”

(Rambelli 2002: 31).

Más adelante en su libro plantea que

“(…) os cascos de navios são objeto de estudo da chamada “arqueologia

naval” especialidade de muitos arqueólogos que trabalham com sítios de naufrágios

que possibilita o conhecimento sobre as técnicas de construção através dos tempos”

(op. cit: 43).

Haciendo nuestro el planteo de Gianfrota, Pomey, Jasinski y Rambelli,

coincidimos en afirmar que el tipo de restos bajo estudio y el tipo de agua -marítima,

oceánica o interior- en que se encuentren, resulta menos importante que la

investigación que se lleve a cabo, aplicando la metodología más adecuada para

proteger y conservar el registro material en cuestión, asumiendo que la arqueología

subacuática es en realidad un método de trabajo de campo de la arqueología.

De igual modo, concordamos con García Cano, cuando plantea que:

“A medida que la diversidad de los sitios aumentó en su conformación, se

elaboraron terminologías que intentaron clasificar estos sitios y delimitar el tipo de

información a obtener (arqueología marina, portuaria, de lagos, etc.) Es claro que

los conceptos elaborados por Sean McGrail, tampoco igualan la valoración de la

54

diversidad de los tipos de sitios y de las preguntas a formular ampliamente sobre el

hombre del pasado y los restos que hoy podemos estudiar desde la arqueología

subacuática” (García Cano 2001a: 2).

En algún punto, la discusión antes detallada perdió fuerza, al continuarse con

los trabajos sin que importara demasiado el tipo de denominación dada a los mismos.

En la actualidad, el hecho de que la disciplina sea nombrada de una manera u otra

tiene que ver con el país en que los trabajos se lleven a cabo, ya que por ejemplo en

Europa la mayoría de ellos la siguen denominando “submarina”, al igual que en

América del Norte. En América del Sur, en cambio –y sobre todo en la Argentina- se

utiliza la denominación de “subacuática”, quizá porque la discusión de la

terminología no se desarrolló aquí y solo surgió una de las nomenclaturas, o tal vez

porque se hace más hincapié en la diferenciación de las aguas en donde se trabaja.

Asimismo, puede haber influido el hecho de que en muy poco tiempo se desarrolló

una gran variedad de trabajos y muy pocos de ellos fueron en el mar, en comparación

con otros países.

A nuestro entender, lo fundamental, no es la denominación que se le dé a la

arqueología bajo el agua sino como se procedió en la investigación, así como se

realizó la preservación, conservación y valorización del patrimonio histórico cultural

en cada uno de los trabajos. La diversidad de los sitios y temas locales obliga a la

construcción de marcos teóricos y metodológicos específicos, que permitan intentar

buscar respuesta a situaciones más específicas, dando lugar a una comprensión más

rigurosa de los fenómenos que afectaron a los habitantes de estas latitudes.

55

CAPITULO 4

Haciendo historia

56

I- Breve recorte de la historia de la arqueología Argentina

Si bien no es nuestra intención –ni mucho menos- realizar una revisión

exhaustiva de la historia de la arqueología en este trabajo, consideramos pertinente

mencionar algunos aspectos de la misma que influyeron en la construcción de la

arqueología subacuática de nuestro país. Utilizaremos los datos aportados por autores

que han abordado el tema con anterioridad –incluyendo a Fernández 1982; Politis

1988, 1992; González 1992; Trigger 1992; Renfrew y Bhan 1993; Haber 1994, 1997;

Nastri 2004- para definir el contexto histórico del surgimiento de la arqueología

subacuática en nuestro país. Para ello detallaremos brevemente el recorrido teórico

sufrido por la disciplina hasta llegar a ser reconocida como ciencia autónoma, para

luego comprender cómo emerge la actividad subacuática, por qué comienza a

utilizarse esta técnica y en qué época particular ocurre ello.

II- Primeras corrientes teóricas de la actividad

Las primeras referencias a la cultura material argentina que podríamos

denominar arqueológicas surgen de los relatos de los cronistas y viajeros que, durante

el período colonial, fueron enviados a nuestro país para recolectar datos y objetos que

llevar a Europa.

“La arqueología de esta etapa se caracteriza por ser anticuaria en sus

métodos, acumulativa en sus fines, precursora en su desenvolvimiento, romántica en

su espíritu y su accionar” (Fernández 1982: 25).

La expansión económica generó un torrente de personas interesadas en relevar

las riquezas de nuestro país, tanto por la diversidad en los grupos humanos, como en

la naturaleza, geografía, entre otros.

57

La acumulación de datos y materiales obtenidos durante este primer período

careció por completo de cualquier método arqueológico, pero marcó el camino para

una disciplina que se encargara de recuperar dicha información de modo sistemático.

Como una segunda etapa de desarrollo de la incipiente arqueología, surgen en

la segunda mitad del siglo XIX los trabajos de Florentino Ameghino, uno de los

investigadores argentinos más de su época –definidos como evolucionista darwiniano

con influencias lamarkianas- y en cuya obra se vislumbra ya un estudio más

sistemático y profundo del pasado (Politis 1988). Su obra más conocida fue “la

Antigüedad del Hombre en la Plata” publicada en 1880 en París. En el Tomo I de este

libro se realizan descripciones de material lítico y propone una tipología, clasifica

material cerámico, restos faunísticos, diferencia épocas de ocupación de la provincia

de Buenos Aires. En el Tomo II trabaja con las cuestiones geológicas (las

formaciones Terciaria, Pampeana y Post-pampeana) y con las evidencias

paleontológicas con la cual desarrollo la teoría llamada “el hombre fósil americano”

(Fernández 1982; Politis 1988, 1992).

“Ameghino produjo un avance importante en la arqueología y la antropología

de la época (…) ya que proporcionó el establecimiento del paradigma evolucionista

frente al catastrofismo de Cuvier o el más ortodoxo creacionismo religioso” (Politis

1988: 65).

En este enfoque, se manifiesta que el cambio cultural es propio del hombre y se

trabaja sin tener en cuenta el contacto con otras culturas y ajeno al medio ambiente,

presentando a los restos arqueológicos como si fueran fósiles o minerales, sin darle

ningún valor histórico y otorgándole solamente una significación natural (Haber

1994).

En 1877 había nacido el Museo de Antropología y Arqueología de Buenos

Aires, bajo la dirección de Francisco P. Moreno, por ese entonces el más importante

de Argentina por sus completas y diversas colecciones. Este destacado centro de

investigación se convirtió en 1889 en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata,

58

quedando definitivamente instalado en esa ciudad (Fernández 1982; Politis 1988,

1992; González 1992; Haber 1994, 1997), donde Ameghino desarrolló casi el total de

sus trabajos y en la actualidad se encuentran depositados los materiales de sus

colecciones.

Una tercera etapa del florecimiento de nuestra disciplina se dio entre la primera

mitad del siglo XX hasta la década el ´60, al desarrollarse una completa renovación

teórica- metodológica luego de que una muy marcada crisis que marca el abandono

del paradigma evolucionista y la incorporación de los novedosos aportes de la

escuela norteamericana por un lado y de la escuela Histórico-Cultural por la otra.

Estas dos tendencias teóricas, individualmente contrapuestas, produjeron un

crecimiento importante en nuestra disciplina a partir de su conjunción. La escuela

histórico-cultural poseía todos los atributos necesarios para aportar a la arqueología

nacional una mayor eficiencia, e indudablemente, tuvo una enorme cantidad de

adeptos, ya que sus principales seguidores disponían de posiciones académicas

importantes, por lo cual obtuvo una difusión rápita y fluida. De esto se desprende

que, esta corriente, sería empleada casi exclusivamente en este período, continuando

hasta entrada la década del ´80, encontrándose rasgos y elementos de esta escuela

modificados y/o entremezclados con aportes de otras corrientes (Fernández 1982;

Politis 1988, 1992; González 1992; Haber 1994, 1997; Nastri 2004).

En esta etapa, se produce un interés particular en la recolección, descripción y

clasificación de información del registro y la sistematización en cuanto a las técnicas

de excavaciones -se comienza a tenerse en cuenta la estratigrafía- y a partir de aquí se

intenta elaborar una reconstrucción de las sociedades del pasado teniendo en cuenta

su estructura sociopolítica, así como la relación con el paisaje que lo rodea. El criterio

tipológico que se emplea en la arqueología americana (como por ejemplo el realizado

en Perú) se intenta aplicar en Argentina pero la propuesta no prospera como se

esperaba.

“La importancia del trabajo de campo es obvia. Suministra la materia prima

sobre la que luego, el arqueólogo, elabora conocimiento y conclusiones (…) los

59

pioneros de nuestra arqueología, J. B. Ambrosetti y luego S. Debenedetti, fueron

grandes trabajadores de campaña. En la generación que siguió, la labor del terreno

decayó notablemente. Esto resulta claro cuando se examinan (…) las obras de los

años 40- 50. Recién después de los años 50 se comienzan con las excavaciones de

estructuras como “caza pozo” y la práctica de la estratigrafía” (González 2000:

103).

Un dato importante, originado en la posguerra, es la aplicación de la técnica de

datación radiocarbónica (se descubre la desintegración radiactiva a un ritmo

constante); pero en Argentina, el empleo de esta técnica se da tiempo después, a pesar

de que el Dr. Alberto Rex González (al volver de Estados Unidos en 1948) intentó

aplicar esta técnica sin éxito porque esto significaba novedades y cambios con los

cuales algunos colegas no estaban de acuerdo (Fernández 1982; Politis 1988, 1992;

González 1992; Renfrew y Bhan 1993; Haber 1994, 1997; Nastri 2004).

En este período se fueron desarrollando gran cantidad de trabajos de campos,

detectándose y sondeándose nuevos sitios, prestando atención a los materiales para

realizar descripciones extensísimas y comparativas, apareciendo la estadística,

seriación, sistematizándose las técnicas de recolección superficial; en tanto que

comienzan los problemas de la acumulación de material, ya que los museos van

quedándose sin espacio.

En la segunda mitad del siglo XX, la arqueología argentina se va organizando

científicamente, y en lugar de ser cultivada por personalidades aisladas lo es por

academias, institutos y universidades, hecho extraordinariamente fecundo que

permitió la organización de auténticas misiones científicas cuyo objetivo fundamental

era la excavación sistemática de yacimientos arqueológicos (Fernández 1982). Este

fomento de la creación de centros que se dedican a la investigación arqueológica,

carreras universitarias de antropología y el aumento de museos, se produce con gran

énfasis en este período, paralelamente se sigue promoviendo en Buenos Aires y se da

una importante cabida en el interior. En 1958, se lleva a cabo la fundación del

Consejo Nacional de Investigación de Ciencia y Técnica (CONICET), esencial para

60

el impulso de las investigaciones científicas de nuestro país (Fernández 1982; Politis

1988, 1992; González 1992; Nastri 2004).

III- Nueva Arqueología… una etapa diferente

Durante la década de 1960 la investigación arqueológica nacional se vio

enriquecida con el aporte de las nuevas perspectivas teóricas que por ese entonces se

consolidaban en los Estados Unidos; en tal contexto, el surgimiento de la denominada

“Nueva Arqueología” de la mano de Binford (1962, 1965, 1977 y 1994), y los

aportes de Clarke, Schiffer, Flannery y Renfrew, entre otros, permitieron la

incorporación de todo un abanico de nuevos aportes a la disciplina.

En nuestro país, esta novedosa corriente teórica tuvo una repercusión

significativa sobre la arqueología nacional de mediados de la década del ochenta, a

partir de la propuesta del análisis hipotético-deductivo de los datos; el uso explícito

de teoría, métodos, modelos, leyes e hipótesis con coherencia interna y rigurosamente

contrastadas; la adopción de una metodología estadística para el tratamiento de la

información; y la construcción de modelos explicativos de los cambios producidos en

las culturas en contraposición al énfasis puesto en la descripción de los materiales de

los paradigmas anteriores.

Por ese entonces, Binford definía a la cultura como

“(…) la forma extrasomática de adaptación al medio de los seres humanos que

se emplea en la integración de una sociedad con su medio natural y con otros

sistemas socio-culturales” (Binford 1965: 205).

Con ello pretendía expresar que los cambios en los sistemas culturales podían

ser interpretados como respuestas adaptativas a alteraciones ocurridas en el medio

ambiente, lo que obligaba a entender los restos materiales de las diferentes culturas

61

analizadas como sistemas integrados; esto es, como componentes que interactuaban

entre sí componiendo un todo cuya definición excedía la de una simples sumatoria de

objetos, independientes unos de otros. De ahí que todo cambio cultural debía ser

interpretado en forma de procesos culturales (Trigger 1992), aplicándose para ello

modelos, métodos y conceptos derivados básicamente del enfoque ecológico-

sistémico. De esta manera, se ponía énfasis en el estudio de las prácticas de

subsistencia, tecnología, organización social, que permitían observar la dinámica

relación entre los aspectos de la vida del hombre del pasado con el medio ambiente,

como base para los procesos de cambio cultural.

“Dentro de este marco es consistente ver a la tecnología, aquellos

instrumentos y las relaciones sociales que articulan al organismo con el ambiente

físico, como relacionada estrechamente con la naturaleza del ambiente” (Binford

1962:2).

En otro pasaje, el autor plantea que

“los cambios en la distribución temporo-espacial (…) se considera que está

relacionada a cambios en la estructura de los sistemas socioculturales, tanto por

procesos in situ o por cambios en el ambiente al cual están adaptados. (…) Por lo

tanto cuando se buscan explicaciones debe ser investigado el contexto adaptativo

total del sistema sociocultural en cuestión (Binford 1962: 5).

La Nueva Arqueología se preocupó por obtener reglas universales válidas para

todos los grupos humanos en cualquier época y lugar, partiendo del supuesto de que

los hombres siempre actúan de la misma manera, buscando minimizar los esfuerzos y

maximizar los resultados (Fernández 1982; Politis 1988, 1992; Trigger 1992;

Renfrew y Bhan 1993; Binford 1994; Haber 1994, 1997; Johnson 2000; Funari 2003;

Aguirre y Lanata 2004; Nastri 2004). Bajo este paradigma, el objetivo de la

arqueología se extendía más allá del objeto material, buscando desentrañar el sentido

62

de la sociedad en funcionamiento y cómo los elementos materiales se articulaban en

el contexto social y con el ambiente que lo rodea. Este último obra como un

integrante fundamental en el desarrollo de este sistema integrado, ya que es una

innovación incluida por la Nueva Arqueología. A partir de aquí, se comienza a

introducir el concepto de adaptación; con este concepto se entiende que los grupos

humanos para poder subsistir en los diversos ambientes debían desarrollar tácticas y

estrategias efectivas, aquí intervienen entonces en igual magnitud tanto los aspectos

socio- culturales como la naturaleza (Fernández 1982; Trigger 1992; Renfrew y Bhan

1993; Binford 1994; Aguirre y Lanata 2004).

Como lo expresa Politis:

“Las innovaciones en métodos y técnicas analíticos, en recursos interpretativos

y en la utilización de conceptos (…), han sido relevantes para construir un nuevo

camino que permita conocer los sistemas sociales del pasado a partir de los restos

materiales” (Politis 1988: 85).

En este período la arqueología evidencia un acercamiento desde un punto de

vista novedoso al registro arqueológico, ya que el desarrollo tecnológico en distintas

áreas -la datación radiocarbónica, la obtención del ADN a partir de muestras

biológicas, la construcción de perfiles de estructuras de fibra de colágeno en material

óseo mediante técnicas atómicas, por mencionar solo algunas- posibilitará la

obtención de un tipo y cantidad de información insospechada hasta unos años antes.

Empezó entonces una era diferente de análisis, que se alejaba definitivamente de la

acumulación, descripción y comparación de materiales que había caracterizado a la

disciplina de principios del siglo XX. Asimismo, quedó establecida de modo

contundente la importancia del trabajo multidisciplinar en las investigaciones

arqueológicas y el trabajo codo a codo con los especialistas de otras áreas y campos

tecnológicos, como vía de acceso a datos diversos que posibilitan un estudio e

interpretación exhaustiva tanto del registro como del sitio arqueológico (Madrid y

Politis 1991; Lanata et al. 2004). A la perspectiva interdisciplinaria del paradigma

63

ecológico-sistémico se incorporan gradualmente los estudios tafonómicos, los cuales

son consecuencia de una necesidad de estudiar no solo las actividades humanas que

generan directamente el registro arqueológico, sino también el conjunto de procesos

culturales y naturales que lo afectan a posteriori.

El desarrollo de los postulados de la Nueva Arqueología en nuestro país

impulsó además, y de modo muy significativo, una expansión extraordinaria del

trabajo de campo en sus múltiples variantes. La creación, para la misma época, de las

carreras de antropología y arqueología en varias ciudades del interior del país, así

también de varios nuevos centros de investigación arqueológica, posibilitó un acceso

más inmediato y constante a sitios que antes eran explorados en menor detalle. El

trabajo de campo adquirió por entonces una sistemática precisa, implementándose la

estratigrafía como metodología base y observándose una constante preocupación por

la utilización de conceptos y terminología exacta (Fernández 1982; Politis 1988,

1992; González 1992; Pérez Gollan y Arenas 1993; Haber 1994; Nastri 2004). Pero

además, y en particular, se enfatizó la importancia de los estudios por áreas y

regiones, lo que derivó en una regionalización del trabajo que se lleva a cabo en todo

el territorio nacional, posibilitando que comiencen a registrarse las diferencias en los

ambientes habitados por el hombre en el pasado y la del registro arqueológico

asociados a ellos, así como a observarse en detalle la relación existente entre

tecnología y medio ambiente.

Binford mismo había señalado la importancia de tal abordaje, al afirmar que

“(…) mis observaciones, sobre la formación de los yacimientos, indican

claramente que los arqueólogos carecen normalmente de métodos apropiados para

detectar los modelos del uso del espacio, enormemente complicados, empleados por

cazadores- recolectores (…). El uso del espacio y los modelos de asentamiento a

escala regional, nos permiten entender ciertos niveles de comportamientos que deben

entenderse en términos de grupos de yacimientos o en términos de actividades en

lugares concretos” (Binford 1994: 118).

64

Esta corriente teórica puso, sin lugar a duda, el énfasis en lo metodológico, en

la consideración del medio ambiente en la construcción de modelos arqueológicos, en

los trabajos de arqueología regional y en la excavación de superficies amplias; la

definición del contexto y del paisaje arqueológico como un continuum (Borrero y

Lanata 1992), este ha sido uno de sus aportes más significativos a la disciplina. Ello

implicaba la necesidad de observar en su totalidad la ubicación del sitio arqueológico,

involucrando todo aquel elemento del paisaje que permitiera al arqueólogo

comprender más acabadamente la dinámica social humana en el pasado; así, las

fuentes de aguas cercanas a un sitio terrestre se convirtieron también en centro de

atención. La elaboración de modelos que daban cuenta de una utilización

especializada del espacio incrementó significativamente el hallazgo de sitios en las

cercanías de las distintas fuentes de agua. En este sentido, Blánquez Pérez y Martínez

Maganto plantean:

“(…) la década del ´70 puso en evidencia la progresiva madurez de la

Arqueología Subacuática; paralelamente a la que se estaba produciendo en la de

Tierra. No en vano una y otra son una misma cosa. La toma de conciencia del valor

del contexto y las ventajas de una correcta metodología de trabajo la beneficiaban”

(Blánquez Pérez y Martínez Maganto 1993:24).

En otro pasaje sostienen que:

“(…) esta década supuso para el desarrollo de la Arqueología Subacuática un

nuevo avance, tanto cuantitativo por el número de trabajos de campos realizados

como cualitativo por la mayor rigurosidad metodológica” (Op. cit: 26).

Como hemos podido observar, a lo largo del desarrollo de toda la historia

teórica de la arqueología argentina, los restos arqueológicos fueron interpretados de

diferentes maneras y en la medida que la disciplina fue madurando estos diversos

modos de investigar y asimilar el pasado fueron cambiando. Cada enfoque tuvo

65

puntos fuertes que los arqueólogos pudieron elegir –y de hecho siguen eligiendo- a

fin de elaborar las estrategias consideradas como más efectivas para cada uno de sus

trabajos, lo que permite entender el por qué de la coexistencia de una gran cantidad

de propuestas teóricas en la actualidad.

“(…) los contextos arqueológicos no son estáticos, por ello es necesario

considerar, cómo se originan y qué factores los modifican, para explicar, cómo se

presentan a la observación. Este procedimiento, trata de exponer las conexiones

entre: nuestros objetos de observación empírica (los materiales y contextos

arqueológicos) y nuestros objetos de investigación (la historia de las sociedades) que

conocemos y explicamos, a través de inferencias lógicas” (Bate 2001: XXII).

66

CAPITULO 5

Arqueología Subacuática en Argentina

67

I- Trabajos que se pueden relacionar con la arqueología subacuática

Como resumimos brevemente en el capítulo anterior, hasta mediados del siglo

XX la arqueología argentino hizo foco en la porción visible del registro material y en

aquella que presumiblemente se encontraba bajo tierra; sin embargo, y salvo contadas

ocasiones, no se consideró que otras zonas próximas a los sitios pero igualmente no

visibles –tales como costas de mares, pantanos, lagunas o ríos- pudieran constituir un

riquísimo reservorio de material arqueológico. A continuación, detallaremos como la

evolución de la actividad incorporó el contexto acuático al desarrollo de la historia de

la arqueología nacional. Se observa entonces el paso de una serie de hallazgos

aislados y descontextualizados, realizados sin sistemática científica y de los cuales

solo conocemos algunos objetos, hasta los primeros trabajos subacuáticos en los que

progresivamente se observa la incorporación de métodos y técnicas específicas.

Los trabajos referenciados aquí se recopilaron a partir de textos publicados y de

la comunicación personal con sus autores. Cabe mencionar que la falta de

publicaciones específicamente dedicadas al tema subacuático en la Argentina

dificultó el hallazgo de información pertinente, y que fue necesaria una revisión de

amplio espectro en distintos congresos nacionales e internacionales, revistas de

universidades e instituciones científicas, revistas electrónicas y páginas web, para

reunir algo de la información dispersa; asimismo, se revisaron publicaciones

especializadas extranjeras en las cuales los autores nacionales publicaron trabajos a

fin de obtener una visión más amplia del tema.

El proceso de búsqueda y revisión bibliográfica permitió identificar, como uno

de los antecedentes más tempranos de la actividad que luego sería llamada

arqueología subacuática, los trabajos de ampliación de la ciudad de Buenos Aires, un

conjunto de excavaciones en que se recuperó -de forma aislada y poco sistemática-

material proveniente del que había sido lecho del río. Tal rescate, realizado fuera del

marco de una investigación exhaustiva y sin que se impidiera que el resto del

hallazgo fuera destruido, da cuenta de que apenas empezaba a asignarse alguna

68

importancia a este tipo de restos, a la vez que permite presuponer que quizá hubo

muchos otros sitios semejantes destruidos sin dejar registro alguno.

*En 1887, realizando las excavaciones para la construcción de la Dársena Sur –

hoy área de Puerto Madero- los obreros hallaron los restos de un antiguo casco de

madera, por ese entonces cubierto por más de tres metros y medio de arena. Tres años

después, en 1890, continuaban las tareas en la zona, y los trabajos en el sector del

Dique 3 se vieron dificultados por el hallazgo de otro casco de madera muy bien

conservado, a una profundidad de algo más de dos metros. Ambos hechos llamaron

mucho la atención de los trabajadores y del público, ya que la costa del Río de la

Plata se encontraba bastante alejada del lugar, por lo cual no se entendía como tales

embarcaciones podían haberse aproximado tanto a tierra firme. Dentro y en los

alrededores de los cascos se hallaron restos de cañones y arcabuces, balas de cañones

y otros elementos semejantes. Lamentablemente, no se realizaron relevamientos

gráficos o fotográficos del hallazgo y los cascos fueron destruidos y utilizados en el

relleno del terreno (Fernández 1999).

*En el año 1933, al realizar los trabajos de dragado para la construcción de la

Dársena Norte -Dársena A del Puerto Nuevo, hoy Puerto Madero- se encontraron los

restos del casco de la Fragata 25 de Mayo, igualmente depositados sobre el antiguo

lecho del río. En dicha ocasión, y si bien tampoco se desarrolló ningún tipo de tarea

sistemática in situ, los materiales recuperados (cañones, partes de la quilla, codaste,

timón, ancla) fueron tratados con mayor cuidado y llevados al Museo Naval de la

Nación, en el Tigre (Luqui Lagleyze 1999; Aldazabal 2002), lo que da cuenta de un

creciente interés en la valoración histórica de este tipo de restos.

Estos antecedentes, susceptibles de ser relacionados con la actividad de la

arqueología subacuática por el tipo de registro hallado, son de los pocos registrados

hasta fines de la década del 70, momento en el cual comienzan a desarrollarse el tipo

de trabajos sistemáticos y específicos que darían cuerpo en nuestro país a la

incipiente especialidad.

69

II- De esta forma se inician los trabajos subacuáticos

El conjunto de trabajos que constituyen los primeros antecedentes orgánicos de

investigaciones de arqueología subacuática en Argentina pueden ser agrupados en

dos grandes grupos: el primero de ellos incluye las intervenciones desarrolladas en

pecios, en la que puede ser definida como la línea más tradicional cuando se habla de

arqueología subacuática; el segundo grupo, por su parte, incluye los trabajos

desarrollados en asentamientos humanos de distintos períodos, ubicados a orillas de

las fuentes de agua, en los que se observa con mayor claridad la continuidad del sitio

bajo el agua. En nuestro país, esta segunda vía de investigación se desarrolló más que

en otros países, demostrando una mayor variabilidad temática que en el resto del

mundo.

71

A nuestro entender, la primera operación de arqueología subacuática practicada

en la Argentina con un propósito exclusivamente científico -ya que estaba a cargo de

un arqueólogo y se realizó con metodología específica-, permitió tanto el rescate de

los restos así también como el registro del contexto en el cual estaban inmersos los

mismos.

*En 1978, Jorge Fernández realiza la extracción de los restos de una Canoa

Monoxila hundida en Playa Bonita en el Lago Nahuel Huapi, provincia de

Neuquén. El hallazgo revolucionó la arqueología del Noroeste Patagónico, dado que

hasta entonces no existían evidencias arqueológicas contundentes de que los

indígenas de la región tuvieran tradición en navegación, hecho que sí aparecía

mencionado en las crónicas históricas del siglo XVIII. Tal canoa proporcionó además

evidencia concreta de la existencia de comunicación entre los grupos humanos

procedentes del litoral pacífico (hoy territorio Chileno) y los habitantes de la

Patagonia Argentina. Los restos se encontraban a una profundidad de unos 12 m,

depositados en el escalón de uno de los acantilados lacustres y cubiertos por

sedimento; el recubierto de fango favoreció una excelente conservación de la

estructura. Antes de llevarse a cabo el rescate, se pudo observar que, ni en el interior

ni en los alrededores de la embarcación, se hallaban otros restos materiales. Las

dimensiones de la embarcación son: 4,70 m de eslora, 0,85 m. de puntal y 0,83 m. de

manga, y para su manufactura se utilizó madera de un cóihue (Nothofagus dombeyii),

un árbol gigantesco típico de la región y capaz de proveer troncos largos, gruesos y

rectos, necesarios para la construcción de este tipo de canoas. Actualmente, esta pieza

se encuentra bajo el cuidado de la Administración del Parque Nacional Nahuel Huapí

(Fernández 1978, 1997; Braicovich 2004).

Otro hito en relación a las primeras actividades formales de arqueología

subacuática en Argentina se produjo en el año 1985, cuando se conformó el Grupo de

Trabajo sobre Patrimonio Subacuático (GTPS), perteneciente al Comité Argentino

del ICOMOS y Patrimonio Mundial. Dicho grupo se constituyó luego de realizarse

tres Seminarios de Arqueología Subacuática a cargo del especialista italiano Arq.

Antonio Di Stéfano y se mantuvo gracias a la labor realizada durante la década del 80

72

por el Arq. García Cano, designado como su coordinador. Entre los años 1986 y 1989

el GTPS llevó adelante tareas de relevamiento destinadas a recopilar información

para futuras experiencias de campo en las ciudades de Puerto Madryn, Mar del Plata,

Brandsen y Benavídes. Luego de esas labores, se publicaron informes técnicos que

dieron a conocer los resultados de cada uno de esos trabajos y que sentaron las bases

de las primeras experiencias con aplicación de metodología científica bajo el agua en

nuestro país (Pernaut 1995; García Cano 2001a). En cierto sentido la creación de este

grupo marcó el inicio de un interés científico por la preservación y análisis del

Patrimonio Cultural Sumergido.

*Entre fines de los años ochenta y principios de los noventa se incrementaron

considerablemente los trabajos arqueológicos que consideraban el registro terrestre y

el sumergido, gracias a la interacción entre grupos de trabajo que construyendo la

investigación a la par, contribuyendo para obtener una visión completa de los sitios

que de otra manera hubiera sido mucho más fragmentaria. Buen ejemplo de ello son

las tareas llevadas a cabo en el sitio “Santa Fe La Vieja”, ubicado a orillas del río

San Javier -un brazo del Paraná- en la provincia de Santa Fe, y lugar en el cual el

curso de agua erosionó las barrancas arrastrando bajo las aguas un tercio de la ciudad

fundada en el siglo XVI. El trabajo desarrollado tanto en los restos del casco urbano

de la ciudad, como en las barrancas y bajo el agua ha permitido contrastar toda la

información obtenida en los diversos sectores del sitio, dando coherencia a la

investigación y permitiendo comprender como se aprovechó la totalidad del sitio

durante su período de ocupación.

*En junio de 1989 el GTPS realizó Prospecciones en la costa Paranaense de

Posadas, provincia de Misiones; como parte del Proyecto de Rescate e Investigación

Cultural y Natural de la Entidad Binacional Yacyretá, bajo la dirección de la

Licenciada Ruth Poujade. Dicho trabajo tuvo como resultado el hallazgo de diecisiete

sitios arqueológicos en la costa paranaense; si bien estos sitios no fueron excavados

sistemáticamente, se detectó allí la presencia de talleres náuticos, pecios y

73

embarcaciones cuya antigüedad oscilaba entre el siglo XVII y tiempos recientes. El

trabajo se convirtió en el primero realizado con una metodología científica en aguas

de visibilidad cero en nuestro país (Pernaut 1995; García Cano 1997).

*En 1996, en el sitio Las Encadenadas, provincia de Buenos Aires, se realizó

una campaña de arqueología en la costa y en los sectores altos que rodean el sistema

de lagunas que existe en el lugar. Un cambio temporal del nivel de las aguas,

sumergió un sector del sitio terrestre que por ese entonces estaban siendo explorados

por el Doctor Antonio Austral, lo que llevó al investigador a emplear técnicas de

arqueología subacuática para continuar con su investigación de la dinámica social de

los habitantes prehistóricos de la pampa bonaerense. La aplicación de dichas técnicas

tuvo otros dos objetivos: primero, llamar la atención sobre la necesidad de emplear

las técnicas de la arqueología subacuática como parte de la rutina de las

prospecciones en los sitios costeros; segundo, obtener un conocimiento más completo

del sitio y contribuir al planteo de la problemática de la visibilidad arqueológica. El

estudiar los materiales recuperados del lecho lagunar permitió comprender la

dinámica hídrica pretérita, así como explicar los procesos transformadores ocurridos

en el sitio (Austral y García Cano 1999; Valentini et al. 2004)

*A partir del año 1995 se realizaron las excavaciones en el sitio Santa Fe La

Vieja como parte del Programa de Arqueología Histórica dirigido por la Profesora

María Teresa Carrara, destinado a obtener precisiones referidas a la primera

fundación de la ciudad, llevada a cabo por Juan de Garay en 157 y siendo esta la

primera ciudad española -diagramada en damero- en territorio argentino. Por los

inconvenientes ocasionados por el río San Javier -un brazo del Paraná- la ciudad

debió ser trasladada a su emplazamiento actual en 1660, ya que las inundaciones

dejaban aislada la ciudad y ocasionaba la constante erosión de la barranca. Dicho

proceso de transformación produjo la pérdida de cerca de un tercio del sitio

arqueológico, que fue a dar bajo las aguas, motivo por el cual la directora del

Proyecto acordó el desarrollo de un trabajo conjunto de excavación en ambos

74

ambientes, tierra y agua. Se realizaron tres campañas subacuáticas –en los años 1995/

1996/ 1998- los que tuvieron varios objetivos, incluyendo: conocer la dinámica actual

del río, la conformación del lecho y los niveles de sedimentación que producía, la

capacidad de arrastre de materiales arqueológicos y naturales del agua, detectar las

zonas de depositación del mismo y establecer el grado de destrucción que el torrente

produce en las barrancas. Los trabajos de campo sirvieron como escenario de la

Primera Escuela de Campo en Arqueología Subacuática en Aguas sin visibilidad en

la Argentina, de la que participaron tanto investigadores y estudiantes del país como

de Uruguay, Chile y Noruega (Valentini y García Cano 1996, 1997, 1999a, 2001a;

Valentini 2001; Valentini et al. 2004)

Los trabajos subacuáticos realizados en el sitio proporcionaron evidencias del

proceso transformador que llevado adelante por el río San Javier, ya que pudo

establecerse que tanto las corrientes como su velocidad producen alteración y

redepositación de sedimentos en determinados sectores, proceso en el cual también

influyen la profundidad y el ancho del río. Este río es una parte importante y

compleja del sistema transformador de la región, en el que la remoción y

depositación de sedimento -y por lo tanto, del material arqueológico- es una

constante, pese a lo cual fue posible identificar zonas específicas de almacenamiento

provocadas por las corrientes y el trayecto seguido por el río.

*Entre los años 1997 y1998 se realizaron prospecciones y excavaciones en el

sitio San Bartolomé de los Chaná-La Boca del Monje, en la provincia de Santa Fe,

como parte de un proyecto dirigido por la Licenciada Ana María Rocchietti. El sitio

se corresponde con el de una Reducción Franciscana del siglo XVII, surgida como

producto de la política colonial de ocupación del territorio desde Santa Fe la Vieja. Se

desarrollaron entonces dos campañas con trabajos conjuntos tierra-agua destinada a

entender el paisaje del sitio en términos de “paisaje de agua”. El objetivo principal

del trabajo fue entender la formación y transformación causadas por la acción del río

Coronda y arroyo Monje que rodean al sitio, conocer las dinámicas de ambos cursos

de agua y observar si existía una continuidad del registro arqueológico entre ambos

75

sectores (Valentini 1998c; Rocchietti et al. 1999; Valentini y García Cano 1999b,

2000, 2001ª; Valentini et al. 2004). Las tareas subacuáticas allí realizadas permitieron

observar la existencia de zonas de depositación de material –el cual era de baja

densidad en el Coronda, por tratarse de un lecho poco arcilloso- mientras que el

mucho más arcilloso lecho del arroyo Monje posibilitó el hallazgo de una mayor

cantidad de material arqueológico integrado a su perfil sedimentario.

*Entre los años 1999 y 2001 se desarrollaron en el Lago Nahuel Huapi, en la

provincia de Neuquén, nuevos trabajos de arqueología subacuática, gracias a un

proyecto conjunto del Lic. Adam Hajduk, el Museo de la Patagonia “Francisco

Moreno” y la Fundación Albenga Alrededor del lago se encuentran distintos sitios

que formaron parte del sistema de postas en la navegación utilizados por los

primitivos habitantes y que repitieron los jesuitas del siglo XVIII en su entrada al

territorio desde la Isla de Chiloé (Chile). Se comenzó a trabajar el sitio de contacto

hispano indígena “Cancha Pelota”. Los trabajos estuvieron orientados a indagar en

los procesos de formación y transformación del sitio producto de la inmediación al

lago y las actividades de navegación del mismo, a la vez que identificar posibles

restos arqueológicos visibles en épocas de bajante. Los trabajos subacuáticos

confirmaron la relación que se preveía entre el sitio terrestre y el sector costero

inmediato, posibilitando la obtención de material de manufactura hispánica,

semejante al recuperado en la porción terrestre del sitio (Hajduk et al. 2001; Hajduk y

Valentini 2002; Valentini et al. 2004). En este sitio también, se pudo integrar el

paisaje arqueológico con sus dos sectores y cruzar las informaciones proporcionadas

por ellos, incluyendo las numerosas crónicas del siglo XVIII.

*En el año 1999 se desarrollan trabajos en el Puerto de Buenos Aires, en la

costa del Río de la Plata bajo la dirección del Dr. Daniel Schávelzon en el sector

terrestre y la del Arq. García Cano en el subacuático. Allí, se llevaron a cabo

relevamientos de las distintas estructuras que formaron parte del antiguo puerto de la

ciudad, con el objetivo de recopilar información que permitiera reseñar las sucesivas

76

modificaciones portuarias, observar los cambios de morfología del puerto y el río, así

como relevar el potencial arqueológico de la zona de estudio (García Cano et al.

2001; Valentini et al. 2004).

*En el año 2000, se realizaron trabajos en la localidad de San Pedro, provincia

de Buenos Aires, en el paraje conocido como Vuelta de Obligado como parte de un

proyecto interdisciplinario dirigido por el Lic. Mariano Ramos del Departamento de

Ciencias Sociales. Universidad de Nacional de Lujan. El objetivo del mismo fue

obtener un conocimiento más acabado de los acontecimientos producidos en el año

1845, en el sitio donde tuvo lugar el combate de Vuelta de Obligado, en el cual las

fuerzas argentinas se enfrentaron a una muy poderosa escuadra anglo-francesa. Tal

enfrentamiento, notablemente desarrollado en un escenario combinado tierra-agua –

dado que luego del combate naval se produjo el desembarco de las fuerzas

extranjeras- constituye una temática de análisis poco usual en la arqueología

argentina, ya que se dedica a un “campo de batalla” en la cual la acción bélica no se

dividió en las fases tierra-agua sino que, por el contrario, derivó en un uso integral del

espacio. Para el combate las tropas argentinas asentaron baterías y puestos de

artillería en puntos elevados de la costa, enfrentando inicialmente desde allí a

enemigos que operaban desde embarcaciones de diversos portes moviéndose por el

río, un escenario que sin duda requiere de un estudio integral. El desarrollo de un

trabajo interdisciplinario buscó combinar los aportes de distintos campos del

conocimiento a fin de desentrañar el desarrollo de la lucha a través de los restos

materiales (Ramos 1998; Igareta et al. 2001; Valentini et al. 2004). Un gran problema

del trabajo desarrollado en este sitio fue que a escasos 80 m de la costa del río se

encuentra el canal por donde navegan los barcos de gran calado y que éste tiene una

profundidad aproximada de unos 50 m, lo que aumenta de manera considerable la

velocidad de la corriente del agua y limitó el trabajo subacuático a un corto trayecto

entre la orilla y el borde del canal.

77

*En el año 2000 el Profesor Juan Carlos Cantoni, de la Universidad de Morón,

da comienzo a los primeros trabajos de arqueología subacuática en la provincia de

Córdoba, en la localidad de Bialet Masé, explorando el potencial arqueológico del

lugar, integrado por tomas de agua, canales, acueductos, piletas, viviendas, tramos de

vías, basurales, escombreras, fabricas, túneles, hornos de cal, tanques de agua y el

Dique del Lago San Roque. En éste último sector se desarrolló un relevamiento de las

estructuras existentes bajo el agua que habían formado parte del sistema hidráulico

del complejo de la localidad construidas hacia 1880, pudiéndose determinar el estado

actual de los restos (Rocchietti y Lodeserto 2001; Valentini et al. 2004).

Entre los antecedentes argentinos correspondientes a la línea de trabajo

definida tradicionalmente como “arqueología de barcos” se agrupan las

investigaciones realizadas en pecios como por ejemplo la Swift, Bagliardi, entre

otros. Si bien este tipo de sitios parecen estar totalmente desligados de aquellos

revisados hasta ahora, en los que siempre existen de modo evidente dos ambientes de

acción, una visión más detenida del asunto permite observar que lo que se busca en

estos trabajos es interpretarlos a partir de su conexión con tierra, con los distintos

puertos que tocaron como barcos en sus viajes, de donde venían y hacia donde iban,

que rutas tomaron, que comercializaban, a que país pertenecían. Por otra parte, se

estudian detalles propios de este tipo de registro, tales como las características

constructivas del barco, lo que permite determinar de qué país provenía el

constructor, en que época fue construido, así como los materiales utilizados a este fin,

etc.

*En 1987 el GTPS lleva adelante cuatro campañas para relevar los restos del

“H. M. S. (His Majesty´s Ship) Swift”, una corbeta de guerra inglesa del tipo

“sloop”, que naufragó en 1770 en la ría de Puerto Deseado, en la provincia de Santa

Cruz. Sin haberse concluido, el proyecto se detuvo en 1989 por falta de fondos. En

1994, la Fundación Albenga realiza nuevamente una campaña al buque, haciéndose

relevamiento del sitio por medio de dibujos, videos y fotografías de los restos. Esta

intervención fue “no intrusiva”, ya que solo se relevo el material sin hacer excavación

78

(García Cano 1996, 1999). Desde el año 1997 el equipo de Arqueología Subacuática

del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL),

bajo la dirección de la Dra. Dolores Elkin, se hace cargo de la asistencia científica-

técnica solicitada por las autoridades gubernamentales de la provincia de Santa Cruz

para la investigación arqueológica de este sitio. Se comienzan las excavaciones en

1998, realizando el correspondiente relevamiento del casco de unos 28 m de eslora y

8 m de manga, correspondientes a una nave de tres palos. El sitio se encuentra

actualmente a unos 15 m de profundidad, si bien ésta varía dependiendo las corrientes

marinas que afectan a la ría. Actualmente continúan los trabajos de excavación y todo

el material obtenido de dichas excavaciones se encuentran en expuestos y en proceso

de conservación en el Museo Municipal “Mario Brozoski”, Puerto Deseado (Elkin

2000b).

En el año 2006 se realizo en el sitio un hallazgo de singular importancia, el

esqueleto de uno de los dos único tripulantes desaparecidos durante el hundimiento y

cuyos restos presentan un muy buen estado de conservación producto de la rápida

cobertura del cuerpo con sedimento -lo que funciona como barrera al aislar los

materiales de los organismos existentes en el agua- así como las bajas temperaturas

de las aguas. En una primera instancia se pensó realizar estudios de ADN, si la

conservación del ADN del esqueleto es adecuada y si existieran familiares vivos de

los tripulantes desaparecidos; actualmente, el Dr. Gustavo Barrientos de la

Universidad Nacional de La Plata se encuentra abocado al análisis de los restos.

*En 1992, en la localidad de Puerto Gaboto, en la provincia de Santa Fe, se

llevó adelante una prospección en la confluencia de los ríos Carcarañá y Coronda en

busca de los restos del Fuerte Santi Spíritu y de una embarcación de la expedición de

Sebastián Gaboto. El trabajo estuvo dirigido por Cristian Murray, a cargo de un grupo

de investigadores del Instituto Nacional de Antropología (García Cano 1997).

Actualmente se están llevando a cabo excavaciones en tierra.

79

*En los años 1998, 1999, 2002, 2003 se realizaron trabajos en Caleta de los

Loros en el Golfo de San Matías, en provincia de Río Negro, gracias a un proyecto

de la Fundación Albenga dirigido por la Lic. Mónica Valentín y el Arq. García Cano,

financiado por el diario Ámbito Financiero. Contó con la colaboración del Instituto

Marítimo de la Universidad Tecnológica de Noruega (NTNU) que coordinaba el Dr.

Marek Jasinski. Con este proyecto se intentaba hallar, impulsado por las creencias

populares y la historia oral, dos submarinos nazis hundidos en las aguas de la

Patagonia argentina, los cuales habrían llegado con algunos principales nazis al

finalizar la Segunda Guerra Mundial. Para ello, se llevaron a cabo cuatro campañas

de relevamiento, en dos de las cuales se empleó el sonar de barrido lateral y en una

tercera se ha utilizado un ROV (tecnología última generación que se empleaba por

primera vez en trabajos en nuestro país) (Valentini et al. 2004; Valentini et al. 2005;

Valentini y García Cano 2005). Con la aplicación de estas tecnologías y los datos

obtenidos se pudo construir una carta del lecho marino del Golfo de San Matías

(Valentini y García Cano 2005), lo que luego posibilitó un análisis más exhaustivo de

las transformaciones producido en el lecho –ya que año a año se observaban

movimientos de los médanos sumergidos, tanto como la aparición o desaparición de

las formaciones rocosas bajo la arena- así también como las posibles zonas donde se

podía encontrar material dependiendo las características del mismo.

*En el año 2001 se realizan trabajos en el partido de Ensenada, provincia de

Buenos Aires, como parte de las tareas de localización de del Pecio de Bagliardi.

Este proyecto de la Fundación Albenga contó con la colaboración con la Armada

Argentina, lo que posibilitó localizar en la zona restos de embarcaciones y artillería

que se habrían utilizado en alguna de las batallas en la Guerra contra el Brasil durante

el primer cuarto del siglo XIX (García Cano y Valentini 2001b; Valentini et al.

2004).

Nave Hoorn, trabajo desarrollado por el Programa de Actividades subacuáticas

del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento latinoamericano. Es una nave

Holandesa naufragada en Puerto Deseado, Santa Cruz, a fines de 1615. Pertenecía a

80

la expedición de la Zuidelijk Compagnie, sociedad holandesa del siglo XVII creada

para el comercio de especies con el Pacífico, pero en su estadía en Puerto Deseado

sufrió un incendió y se hundió (Vainstub y Murray 2004).

*En el año 2002, se llevó a cabo un trabajo de campo en el Pecio de Reta,

ubicado en Balneario de Reta, partido de Tres Arroyos, provincia de Buenos Aire,

dirigido por la Lic. Valentini, M y Fundación Albenga. En este trabajo se ubicaron

restos, en zona de playa, de una embarcación de casi 30 metros de eslora muy

probablemente de fines del siglo XIX (debido a la presencia de un forro metálico

externo, cuyo uso comienza en 1762). Esta excavación se realizó con la participación

y colaboración de los habitantes de la localidad de Reta -los cuales un año antes,

habían hallado los restos y avisado a la Fundación de su presencia-, convirtiéndose en

una de las primeras experiencias participativas de una comunidad en la excavación

arqueológica de restos náufrago (Valentini et al. 2004; Valentini y González 2004;

García Cano 2004; Roca et al. 2006). Los restos de madera del naufragio, no se

extrajeron ya que la conservación del mismo sería muy costosa, por lo que se

realizaron todas las mediciones y se tomaron muestras del registro arqueológico, para

hacer los estudios correspondientes; volviéndose a cubrir, para investigaciones

futuras. Dentro de este grupo, el pecio de Reta, es un caso especial, porque se trabajó

en las playas y no bajo el agua; por lo cual mucha gente pensó que no era pertinente

llamarlo subacuática. Pero es debido a que se deben adoptar los cuidados de

conservación específicos de los materiales saturados en agua –como es la madera de

este pecio que estuvo o está todavía hoy en contacto con este medio- y realizar

estudios de las técnicas de construcción naval, que se la asocia directamente con la

arqueología subacuática.

Para concluir, la mención de todos estos trabajos nos permiten ver cómo se fue

llevando a cabo, en nuestro país, la arqueología subacuática, y de esta manera se

fueron desarrollando, con mayor frecuencia, trabajos conjuntos. A la vez es muy

importante observar cómo se fue introduciendo en los distintos ámbitos académicos y

81

público en general a través de charlas, simposios, programas de difusión,

ocasionando una buena recepción de los trabajos efectuados.

En este sentido, es importante mencionar que a lo largo de este período, desde

los comienzos de las actividades subacuáticas hasta la actualidad; recién en el XI

Congreso Nacional de Arqueología Argentina, desarrollado en San Rafael –Mendoza

en 1994- se encuentran trabajos dispersos en distintas simposios, sobre esta temática.

Pero luego en el año 2000, en el I Congreso Nacional de Arqueología Histórica,

realizado en la ciudad de Mendoza, se tuvo el primer espacio para una mesa de

comunicaciones sobre Arqueología Subacuática. Allí se exponen todos los trabajos

que se desarrollan en el agua, así como también los trabajos que están relacionados

con estos como ser el análisis de distintos materiales -metal, madera, cerámica,

vidrio-, búsquedas en archivos para el análisis de distintos tipos de documentos, etc.

Desde esa fecha, en los subsiguientes Congresos Nacionales se desarrollaron mesas

de comunicaciones específicas sobre este tema.

82

CONSIDERACIONES FINALES

Consideraciones finales

83

De acuerdo a lo planteado en los primeros capítulos de esta tesina, esperamos

haber presentado las evidencias necesarias en favor de la importancia de una

interpretación integral de los sitios arqueológicos como vía de comprensión de forma

total al paisaje arqueológico, reflejándose perfectamente en los sitios con fuentes de

agua cercana en donde existen más de un ambiente a investigar.

En los casos a los cuales hicimos referencia en relación a contemplar la

extensión total del sitio, esperamos haber establecido la importancia de que los

investigadores tengan en cuenta que las variaciones en el entorno –como por ejemplo

los cambios en los niveles de agua- abran la posibilidad de que exista material

sumergido, de que el registro continúe allí una vez que el agua lo cubrió. Por lo tanto,

la observación e interpretación de todos los ambientes involucrados en cada uno de

los sitios deben ser trabajadas como una unidad y no como una dualidad. La

utilización de las técnicas subacuáticas, permite que la arqueología extienda su

campo de investigación al mundo sumergido, posibilitándole “ver” la totalidad del

sitio así cómo analizar los procesos que formaron y transformaron ese yacimiento,

contribuyendo a la comprensión de la evidencia material, consecuencia de la

actividad humana y la dinámica de la vida del hombre en el pasado.

Como una modalidad más de la arqueología, la subacuática lleva implícita la

aplicación de una metodología que resuelve los problemas científicos planteados y

permite documentar con mayor precisión el conjunto de estos restos arqueológicos

conservados y su posición en el espacio; obteniéndose una visión global del sitio

(Valentini y García Cano 1998, 1999, 2001a, 2001b).

Todos los trabajos que se hicieron, se están haciendo o se harán en el sector

subacuático son de gran importancia para reforzar los trabajos realizados en tierra, ya

que se podrá generar una complementariedad entre ambas metodologías,

profundizando y ampliando de esta manera el conocimiento que se tenga del sitio

hasta ese momento. Trabajando a la par los dos equipos de tareas, se amplía el campo

de investigación, que combina un gran número de abordajes, dándonos una excelente

84

y más completa información de cómo vivía la gente en ese lugar, sus costumbres, las

tareas desarrolladas, como se relacionaban con otros grupos humanos cercanos.

El arqueólogo siempre funciona como mediador entre el presente y los trozos

del pasado que ya no existe, desde y hacia donde se efectúa la “lectura” de vestigios

(Shanks y Tilley 1987). Esta lectura dependerá pura y exclusivamente del

arqueólogo, por tanto mientras más información se obtenga del sitio más completa

será su visión del mismo. El desarrollo de esta nueva visión sobre los sitios

arqueológicos es fundamental para poder entender al sitio en su conjunto y evitar

visiones sesgadas y fragmentadas que no darán cuenta acabadamente de la riqueza

del registro arqueológico (Austral y García Cano 1997; Rocchietti 1998; Valentini y

García Cano 1998, 2001; Valentini 1998a). La actividad subacuática ha demostrado

con la práctica que los datos obtenidos surgen con la misma rigurosidad científica y

metodológica aplicada en las investigaciones realizadas en tierra firme; en cualquier

caso, permiten estudiar estos momentos de la historia de la humanidad, que de otra

manera serían inaccesibles y permite un enfoque más completo de estos

acontecimientos.

En los capítulos 4 y 5 se abordaron las temáticas de la historia de la

arqueología subacuática en relación al desarrollo de la arqueología como ciencia, en

los cuales se fueron exponiendo las sucesivas etapas teóricas que se aplicaron en la

Argentina relacionándolas de esta manera con el reciente desarrollo de la subacuática.

En este sentido entonces, proporcionamos evidencias de los conceptos y abordajes

efectuados en las teorías arqueológicas de la década del ochenta en la República

Argentina y la consolidación de la arqueología subacuática como rama de la

disciplina.

Desde nuestro punto de vista creemos que las ideas difundidas en esa década

en cuanto a trabajar los sitios arqueológicos en relación con el entorno, tomando en

cuenta el material no como elementos aislados sino vinculados con el espacio que lo

rodeaba, nos permitió reflexionar como se fue motivando a los investigadores a que

se interesaran por el medio ambiente en el cual estaba inmerso el sitio.

85

Así se comenzará, a partir de este período, con una manera distinta de asimilar

al sitio observándolo desde otra perspectiva, donde se da la importancia de completar

el paisaje arqueológico al que se enfrenta el investigador expandiendo los alcances de

la actividad. Dando cuenta de las posibilidades de acceder al mismo y de hacerlo de

modo sistemático y científico, incluso bajo condiciones de trabajo que a primera vista

no parecían permitirlo.

Un punto reforzado en esta década es la complementariedad entre grupos de

trabajo, implicando una interdisciplinariedad, en el sentido de que se necesita

profesionales de otras disciplinas (historiadores, geólogos, ingenieros, biólogos,

físicos, además de buzos profesionales así como los deportivos) para combinar

nuestras labores y así poder reconstruir nuestra historia. Esta interdisciplinariedad

posibilita a la arqueología subacuática acceder a una porción del registro que sin

bucear permanecería inaccesible, incorporando un conocimiento técnico y logístico

para desarrollar la actividad.

En el capítulo 6 se llevó a cabo una descripción de todas las investigaciones

realizadas en nuestro país, con la finalidad de mostrar el auge que tuvo esta actividad

en la década del noventa, teniendo en cuenta los conceptos teóricos utilizados en ese

momento y a su vez la variedad de temas trabajados.

A nuestro entender, todos los trabajos fueron fundamentales para comprender

los grupos que habitaban las zonas aledañas a esas fuentes de agua, así como las

ciudades que luego se fundaron a sus alrededores y también porqué no comprender

cómo era la vida abordo en los pecios que se encuentran en nuestras costas. Estas

investigaciones nos permitieron comprender una vida pasada por medio de un paisaje

arqueológico actual.

Cada una de esas investigaciones, aplicó una metodología determinada

dependiendo las características y los problemas que se presentaban en cada sitio.

Es así como la interrelación de los resultados obtenidos en el ámbito terrestre

con aquellos surgidos del acuático está al nivel de la integración de los dos corpus de

datos arqueológicos, pero eso no implica en modo alguno que no puedan

desarrollarse actividades en uno u otro ámbito de modo independiente. Es importante

86

proporcionar elementos a favor de la construcción integral del sitio, -tomando en

cuenta la existencia de este- ya sea que se piense o no desarrollar tareas subacuáticas.

A la vez, los trabajos subacuáticos no son exclusivos solamente de estos tipos de

sitios –los cuales poseen ambientes contiguos- ya que también se desarrollan en una

amplia variedad de paisajes sumergidos por lo que se deben efectuar proyectos

propios, que le permitan abordar problemáticas específicas de su interés –como por

ejemplo los pecios- tengan o no contacto directo con proyectos de tierra. Tales

paisajes le son propios y exceden ampliamente la idea de sitios cercanos al agua.

Como comentario final, deseamos señalar un hecho que nos parece

significativo con respecto a la naturaleza de lo “poco visible” del registro

arqueológico sumergido: se trata de un documento material del pasado del hombre

que debe ser conservado y protegido a futuro. Si los restos sumergidos son parte del

patrimonio total que los arqueólogos estudiamos y analizamos debe ser parte también

de aquel que cuidamos.

La protección del registro arqueológico debe ser un convencimiento de todos,

ya que la necesidad de proteger nuestro Patrimonio Cultural Terrestre y Subacuático,

tiene por finalidad incrementar el conocimiento de nuestra historia.

De esta manera, como dice García Canclini,

“(…) el patrimonio es un conjunto de bienes y prácticas tradicionales que nos

identifican como nación, algo que recibimos del pasado (…) la perpetuidad de esos

bienes, los vuelve fuentes del consenso colectivo” (García Canclini 1990: 150).

De este modo, los sitios y restos arqueológicos, pueden construirse en símbolo

que identifica el sentimiento que un pueblo tiene de pertenecer a un territorio y a una

tradición histórica y cultural. La arqueología no solo debe responder a la visión de

otros arqueólogos sino también es fundamental responder a las inquietudes de los no-

arqueólogos, les debemos la explicación de lo que hacemos y para que les sirve en la

vida cotidiana (Orser 2000).

87

De allí, el importante papel que la arqueología puede desempeñar en el

desarrollo de una Nación, enriqueciendo el conocimiento de la diversidad de las

culturas a través de los tiempos, e indudablemente, proporcionando ideas nuevas y

desafiantes sobre la vida en el pasado. Todo ello, contribuye al entendimiento de la

vida de hoy y de este modo, anticiparnos a futuros desafíos.

Es importante recalcar que el registro arqueológico sumergido, conforma

también un yacimiento arqueológico que nos ofrece, al igual que el terrestre, un

sinnúmero de datos distintos pero a la vez complementarios unos con otros; y la

mejor manera de interpretar este material es por medio de un tratamiento científico.

Estos vestigios materiales aparecen, indistintamente, en todo tipo de ambientes (tierra

o agua) no tiene un espacio único de existencia. Por ello, la arqueología es una única

disciplina, que la realicemos en tierra, en agua, en la montaña, es con el mismo rigor

científico que la vamos a llevar adelante.

Para concluir, consideramos fundamental afirmar que al realizarse una

investigación arqueológica en la que se toman en cuenta la mayor cantidad posible de

elementos contextuales, nos encontramos frente a una actividad que puede ser

definida con una única palabra: ARQUEOLOGÍA, hecha en tierra o agua. La

necesaria e irrenunciable unión entre la arqueología terrestre y subacuática, permitirá

alcanzar el objetivo final de la arqueología.

88

ANEXOS

89

Glosario

ANCLA: Pieza con ganchos que se utiliza para aseguras la embarcación,

aferrándose al fondo del lecho marino, río, etc.

APNEA: utilizando la reserva de aire que está limitada a la capacidad pulmonar

de cada persona, las inmersiones de este tipo duran poco tiempo y rara vez se superan

los 10 mtrs de profundidad.

ARCABUZ: Arma de fuego antigua semejante al fusil

BAOS: Piezas transversales, ligeramente curvas que unen las cuadernas de

babor a estribor y sostienen la cubierta.

CALYPSO: es el nombre que tenía el barco de Jacques-Yves Cousteau, uno de

los más importantes investigadores del Océano, está equipado con un laboratorio

móvil. Actualmente, se puede ver en La Rochelle.

CANOA MONOXILA: canoa excavada en un solo tronco.

CASCO: Cuerpo de la nave.

CODASTE: Pieza resistente que tiene pie en la quilla y que forma el extremo

posterior del casco.

CUADERNAS: Cada uno de los elementos curvos transversales del esqueleto

interno del barco, que derivan de la quilla hacia arriba y afuera, determinando la

forma del casco, haciendo de armazón para el maderamen.

ESLORA: Longitud máxima de la embarcación, desde el codaste hasta la roda

por la parte interior.

EQUIPO AUTONOMO O SCUBA: El buzo lleva consigo el aire para respirar

bajo el agua, dentro de un cilindro de aluminio, los cuales se encuentran en la espalda

del buzo, tipo mochila. La autonomía de tiempo sumergido depende de factores como

la profundidad, temperatura del agua, condiciones físicas del buzo, etc.

EUSTÁTICO: Movimientos o cambios en los niveles de los mares

MANGA: Anchura máxima de un barco

PECIO: es una nave, trozo de ella, o de su cargamento que se encuentra

hundido, bajo el agua, en ocasiones puede estar en tierra.

90

PUNTAL: Altura del casco desde la quilla a los baos (términos que provienen

de la Arquitectura Naval)

QUILLA: Madero que forma el eje anterior de la nave y que se une por su

extremo interior a la roda, o a una pieza intermedia y en la popa con el codaste o una

pieza intermedia.

SLOOP: Nave ligera, podía tener dos o tres palos, variando su arboladura.

TEREDO NAVAL: un gusano que atacan y carcome la madera que no está

cubierta por arena.

TIMÓN: Pieza utilizada para dar al buque la dirección deseada.

U-BOATS: proviene de la palabra alemana U-Boot (ayuda info) así mismo es

una abreviatura de Unterseeboot (literalmente “barco submarino”). La distinción

entre U-Boats y el submarino es común en el uso, el término en alemán U-Boot

refiere a cualquier submarino.

91

Índice de Imágenes

Foto 1 Trabajo de campo en Arroyo “Las Conchas” 17

Foto 2 Pleamar y Bajamar 19

Foto 3 Buzos excavando con tridimención 37

Foto 4 Buzos utilizando bombas de succión para retirar la

arena de lecho 38

Foto 5 Equipo de sonar de barrido lateral 39

Foto 6 Imagen obtenida por el sonar de barrido lateral 40

Foto 7 Equipo ROV 41

Figura 1 Campanas de diferentes materiales 34

Figura 2 Trajes que acompañaban a las escafandras 35

Figura 3 Antiguos y actuales reguladores autónomos de aire comprimido 36

Figura 4 Mapa de la República Argentina 70

92

Agradecimientos

Primero que nada, quiero agradecer el respaldo obtenido de mi familia, sobre

todo a María Emilia, mi mamá, la cual me sostuvo en los momentos más difíciles de

este largo camino. No quiero dejar de mencionar a mis papás, hermanos –

especialmente a Marchu- y mis bellas sobrinas.

A la Directora Lic. Ana Igareta y la Co- directora Lic. Mónica Valentini, que

gracias a su ayuda, apoyo y formación, no podría haber llegado nunca a este

momento.

Desde ya que mi eterno agradecimiento es para ambas; pero específicamente a

Mónica quien me permitió conocer y querer a la arqueología subacuática, además fue

quien me dio la posibilidad de desarrollarme en ese tema y me incentivó en ello. Mil

gracias.

Asimismo, agradezco profundamente toda la enseñanza y divertidos momentos

compartidos con Javier García Cano, a lo largo de mi desarrollo en esta actividad.

Le estoy muy agradecida también a Daniel Schávelzon quien se tomó un

momento, en su agitada agenda, para leer y realizar aportes valiosos a esta tesina.

Debo reconocer el gran esfuerzo por aguantar mis malos ratos, de mis

amigas/os, quienes hicieron llevadero esos momentos con risas y apoyo

incondicional. Entre ellas/os se encuentran Yanina Marotta, Paloma Ferrero, Carolina

Giobergia, Paola Sportelli, Ana Igareta, Georgina Capocasa, Andrea Miglio, Pedro

Zidek, Carolina Lema, Romina Braicovich, Laura Roda, Victoria Roca, Fran, Bea,

Marina Iwonow, Daniel González Lens, Sergio Bogan, Nicolás González.

Agradezco también a todo los chicos/as que estuvieron en el área de

arqueología subacuática, con los cuales pude compartir campañas buenísimas y a su

vez aprender mucho de cada uno de ellos: Sebastián Fernández, Daniela Beltrami,

Carlos Iguri Degano, Mariano Darigo, Matias Wor, Javier Almiron, Gustavo Lewile,

Paula Del Río, Gabriela González, David Rossetto, Juliana Ricatti, y espero no

olvidarme de ninguno.

93

Asimismo, agradezco a la Universidad Nacional de Rosario, Facultad de

Humanidades y Artes, Escuela de Antropología y especialmente al Departamento de

Arqueología que me permitieron formarme como profesional de esta ciencia y crecer

como persona gracias a los conocimientos ofrecidos. A todos los profesores de la

carrera de Antropología y especialmente a Ana María Rocchietti y Nely Degrandis.

Por último, quisiera agregar que la totalidad del trabajo es de mi entera

responsabilidad.

94

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