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Los intelectuales autoritarios argentinos y el golpe de Estado de 1930: una historia de expectativas y frustraciones. Los casos de Leopoldo Lugones y Carlos Ibarguren * Olga Echeverría 1 1 *Este artículo se enmarca en un proyecto mayor dedicado a indagar sobre la constitución de un campo autoritario de derecha en la Argentina de la primera mitad del siglo XX. ? IEHS-UNICEN/CONICET. Doctora en Historia, Investigadora de carrera del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – CONICET- y Docente Departamento de Historia de la UNICEN. Entre otros artículos ha publicado: “De la apelación antidemocrática al colonialismo como argumento impugnador de la “oligarquía”: los hermanos Irazusta en la génesis del Revisionismo histórico argentino”, Rosario, Revista Prohistoria 8, 2005; “Leopoldo Lugones, el Estado equitativo y la sociedad militarizada: el orden como objeto e imposición. Una representación del autoritarismo argentino después del golpe de Estado de 1930”, Anuario de Estudios Americanos 61/1, EEHA, CSIC, Sevilla-España, 2004; Los intelectuales antidemocráticos argentinos en las primeras décadas del siglo XX: la exclusión de género como una de los fundamentos de la definición autoritaria”, Revista Signos Iztapalapa 13, México, 2005 “Carlos Ibarguren: de la reforma controlada de la política al control autoritario de la sociedad. El camino de un proyecto fracasado, Argentina primeras décadas del siglo XX”, Santa Fe, Revista Estudios Sociales, 28,; “Entre los mandatos familiares y la dinámica social. Carlos Ibarguren y su camino al autoritarismo”, Buenos Aires, Entrepasados, 35, 2009, “Antes y después del golpe militar de 1930: los intelectuales católicos de derecha y la “irremediable” presencia política del pueblo”, En Revista Sociedad y religión, CEIL-PIETTE., 30-31, 2009“Nación y Nacionalismo en los orígenes de la derecha argentina, en Cuadernos Americanos 133, México UNAM-México,2010. Es autora del libro Las Voces del miedo. Los intelectuales autoritarios argentinos en las primeras décadas del siglo XX, Rosario, Prohistoria, 2009. o [email protected] 1

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Los intelectuales autoritarios argentinos y el golpe de

Estado de 1930: una historia de expectativas y frustraciones.

Los casos de Leopoldo Lugones y Carlos Ibarguren*

Olga Echeverría1

1*Este artículo se enmarca en un proyecto mayor dedicado a indagarsobre la constitución de un campo autoritario de derecha en laArgentina de la primera mitad del siglo XX.? IEHS-UNICEN/CONICET. Doctora en Historia, Investigadora de carreradel Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas –CONICET- y Docente Departamento de Historia de la UNICEN. Entre otrosartículos ha publicado: “De la apelación antidemocrática alcolonialismo como argumento impugnador de la “oligarquía”: loshermanos Irazusta en la génesis del Revisionismo histórico argentino”,Rosario, Revista Prohistoria 8, 2005; “Leopoldo Lugones, el Estadoequitativo y la sociedad militarizada: el orden como objeto eimposición. Una representación del autoritarismo argentino después delgolpe de Estado de 1930”, Anuario de Estudios Americanos 61/1, EEHA,CSIC, Sevilla-España, 2004; Los intelectuales antidemocráticosargentinos en las primeras décadas del siglo XX: la exclusión degénero como una de los fundamentos de la definición autoritaria”,Revista Signos Iztapalapa 13, México, 2005 “Carlos Ibarguren: de lareforma controlada de la política al control autoritario de lasociedad. El camino de un proyecto fracasado, Argentina primerasdécadas del siglo XX”, Santa Fe, Revista Estudios Sociales, 28,;“Entre los mandatos familiares y la dinámica social. Carlos Ibargureny su camino al autoritarismo”, Buenos Aires, Entrepasados, 35, 2009,“Antes y después del golpe militar de 1930: los intelectualescatólicos de derecha y la “irremediable” presencia política delpueblo”, En Revista Sociedad y religión, CEIL-PIETTE., 30-31,2009“Nación y Nacionalismo en los orígenes de la derecha argentina, en CuadernosAmericanos 133, México UNAM-México,2010. Es autora del libro Las Voces delmiedo. Los intelectuales autoritarios argentinos en las primerasdécadas del siglo XX, Rosario, Prohistoria, 2009.o [email protected]

1

Los intelectuales que hacia mediados de la década de 1920

comenzaron a definirse a favor de un modelo autoritario para

la Argentina participaron de la campaña conspirativa con

fuertes expectativas de alcanzar los espacios de poder. Sin

embargo, el golpe de Estado de 1930 fue esencialmente una

alianza entre los militares y los sectores dirigentes del país

y relegó a los intelectuales al papel de publicistas. Este

artículo analiza la forma en que dichos escritores asumieron

la frustración y trataron de revertir la situación, apelando a

su único capital: el pensamiento.

 

Palabras claves: intelectuales, política, autoritarismo, golpe

de Estado, Argentina

2

 

Argentine e intellectuals and 1930´s coup d´Etat: a history of

expectative and frustrations. The cases of Leopoldo Lugones

and Carlos Ibarguren. 

Intellectuals that in 1920 began to be identified with an

authoritarian model for the Argentine, participated of a

conspiracies group that wanted to rise power positions.

However, 1930´s coup d´ État was an alliance between the army

and hegemonic groups of the nation that relegated

intellectuals at the role of publicists. This article analyzes

the way those writers tried to over fly the situation with

their only tool: thought

Key words: intellectual, politic, authoritarians, coup d´Etat,

Argentine                                      

Introducción:

3

El golpe de Estado de 1930, el primero de una larga lista que

se sucedería a lo largo del siglo XX, marcó para la Argentina

la ruptura del orden constitucional que había sido el emblema

de orden y modernidad que los organizadores del Estado y sus

sucesores habían esgrimido en todo momento como fundamento de

su legitimidad y legado de servicio a la patria ser. Por lo

tanto, y como ha señalado Tulio Halperín Donghi2, las figuras

influyentes de la política debieron sentirse muy alarmadas

para tomar una decisión que implicaba, en si misma, la

negación de un discurso sostenido a lo largo de varias

décadas. Y en esa apuesta participaron tanto los referentes

políticos de los sectores liberal-conservadores, los

militares de más alto rango como un grupo significativo de

intelectuales. Sobre algunos de esos escritores que

acompañaron el golpe de Estado, de sus expectativas,

incertidumbres y temores y de su casi inmediata frustración

tratarán las páginas que siguen.

2 Tulio Halperín Donghi: “La moraleja de la revolución de 1930.Reflexiones de Tulio Halperín Donghi” El Aerópago, Buenos Aires, 1 (2003).Pág. 5

4

La modernización política, la inmigración masiva3 tanto como

el progreso económico derivado de la incorporación, más o

menos directa, de la Argentina al capitalismo internacional

habían remodelado profundamente a la sociedad argentina desde

las décadas finales del siglo XIX y habían hecho surgir

algunas tensiones y discordancias al interior de las elites.

Pero, además, frente a esos sectores privilegiados había

comenzado a hacerse visible un rostro “plebeyo” cuyos

reclamos políticos y sociales eran considerados como una

amenaza al orden social establecido.

Por ello, sectores de las elites, haciendo frente a los

nuevos desafíos –internos y externos- y en busca de un

reaseguro, propusieron y aprobaron, en 1912, la Ley de

Reforma Electoral que establecía el voto universal masculino,

secreto y obligatorio. Como ha señalado Natalio Botana, la

ley electoral del presidente Sáenz Peña no fue resultado del

azar histórico, ni de la decisión voluntaria de una clase

dirigente unificada que conscientemente decidía ceder el

3 Los 1,8 millones de habitantes que registró el primer censo de 1869 seconvirtieron en 7,8 millones en 1914.

5

poder político a los grupos y partidos que la impugnaban4. La

reforma de 1912 fue consecuencia de una serie de

circunstancias históricas que se manifestaban a partir del

quiebre definitivo de la alianza de personalidades y grupos

que hasta entonces habían conducido hegemónicamente el

proyecto político, económico y social del país .La crisis

terminal de esa alianza gobernante había puesto en evidencia

las contradicciones entre los mandatos constitucionales y las

prácticas políticas. Asimismo, la presencia de un partido (la

Unión Cívica) ajeno a los recursos gubernamentales volvía

urgente la ampliación de la participación política y por ello

los sectores dirigentes idearon la reforma electoral asociada

a la necesidad de fundar un partido orgánico doctrinario, de

tendencia conservadora, que permitiera encauzar a las masas

de manera tal que actuaran como estructuras de mediación

4 Natalio Botana: “La reforma política de 1912” En Marcos Giménez Zapiola:El Régimen Oligárquico, (Buenos Aires, Amorrortu, 1975), pp. 232-233. Tambiénpueden verse Cicciari. María Rosa y Prado, Mariano.: “Un proceso decambio institucional. La reforma electoral de 1912”, enSociohistórica ,Buenos Aires, 6, (1999), Fernando Devoto:” De nuevo elacontecimiento: Roque Sáenz Peña. La reforma electoral y el momento político de 1912”, enBoletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani, Buenos Aires,14 (1996).

6

eficaces y permitieran mantener el ejercicio del poder en

manos seguras.

Sin embargo, la realidad electoral contradijo estas

expectativas y en 1916 (en las primeras elecciones

presidenciales regidas por la nueva ley) el candidato de la

Unión Cívica Radical, Hipólito Yrigoyen, se alzó con el

triunfo y, al menos en términos relativos, implicó la

incorporación de nuevos sectores sociales (particularmente

los grupos medios) al juego político5. Al respecto, Juan

Fernando Segovia sostiene que en “la historia política e

institucional es un hecho aceptado que el ascenso al poder

del radicalismo en 1916 produjo una renovación política que,

sin tocar las bases jurídico-constitucionales del régimen

político imperante, le trastrocó de tal modo que la vieja

república conservadora cobró un color más democrático, aunque

no completamente tal. Se acepta también que, en un plano

estrictamente político, el desplazamiento de la vieja elite

conservadora importó un grave

5 Al respecto puede verse: Ana Virginia Persello: El Partido Radical. Gobierno yoposición, 1916-1943, (Buenos Aires, Siglo XXI, 2004).

7

foco de con icto para el nuevo orden, pues ese informefl

sector, como clase gobernante de reserva, intentó generar las

oportunidades para su retorno al gobierno, bajo el imperio de

la legitimidad constitucional o por otros medios”6.

De tal modo, la instauración de la democracia mayoritaria se

convirtió, para los sostenedores del elitismo, en un asunto

de honda preocupación por lo que en sí misma implicaba y por

lo que, suponían, de ella devendría. En este contexto, la

Revolución Rusa, la Revolución Mexicana, las huelgas de 1919

y 1921 en Argentina, entre otros procesos, fueron analizados

y presentados como el resultado de un orden trastocado que

exigía la constitución de un campo antidemocrático dispuesto

a actuar con severidad para volver las cosas a su lugar.

Ese espacio, heterogéneo y escasamente definido, recuperaba

argumentos de los primeros nominadores de los males de la

Argentina7, es decir de aquellos que comenzaron a instalar la

idea del fracaso argentino en los imaginarios sociales y6 Juan Fernando Segovia: “El modelo corporativista de Estado en laArgentina, 1930-1945” en Revista Historia del Derecho, Buenos Aires, 34,( 2006)p. 2717 Andrés Kozel: Andrés Kozel: La Argentina como desilusión, (México, Nostromoediciones –UNAM Posgrados, 2008) p. 395

8

políticos del país, al tiempo que sumaba nuevas perspectivas

y propuestas marcadas, en buena medida, por el clima de la

época. Por tal razón, los intelectuales, un grupo de ellos,

que paulatinamente se iban definiendo a favor del

autoritarismo, jugarían un papel destacado, sobre todo a

partir de sus esfuerzos por sistematizar la crítica al

gobierno radical y por sus argumentos a favor de la necesidad

de reorganizar al país y devolverlo a su destino de

grandeza8.

A medida que fue avanzando la década de 1920, Leopoldo

Lugones, el iniciador más sobresaliente de esta tendencia

política-intelectual, fue encontrando eco en otras voces.

Aunque con diferencias muchas veces importantes, Carlos

Ibarguren, Manuel Gálvez, los hermanos Irazusta -y sus

aliados en La Nueva República- y los escritores católicos

orgánicos a la Jerarquía Eclesiástica, desarrollaron una

activa campaña en contra del yrigoyenismo y a favor de una

reconstrucción antidemocrática del Estado y la sociedad. Como

8 Olga Echeverría: Las voces del miedo. Los intelectuales autoritarios argentinos en lasprimeras décadas del siglo XX, (Rosario, Prohistoria, 2009), pp.13.-28

9

se ha dicho, la primera presidencia del líder de la Unión

Cívica Radical había despertado fuertes temores e

incertidumbres, pero la llegada de Yrigoyen a su segunda

presidencia, en 1928, desató un desasosiego y un sentido de

frustración inocultable que se transformó en una experiencia

angustiante para muchos de estos escritores elitistas que no

sólo veían malograrse sus anhelos de poder sino también que

se sentían inquietos por el arribo de advenedizos al selecto

universo de los pensantes. Por ello, sintiendo amenazados

todos sus ámbitos naturales, incluso desde antes que la toma

de posesión del cargo se hubiese efectivizado, la

conspiración para derrocarlo se había puesto en marcha y en

ella los intelectuales pretendieron constituirse en el

cerebro del nuevo orden que, indiscutiblemente, les

reconocería su superioridad y capacidad directiva.

Sin embargo, llegado el momento de la acción misma, el

movimiento fue esencialmente militar, aunque avalado e

impulsado por los sectores liberal-conservadores que habían

sido desplazados del poder por la democracia, en tanto que

10

los escritores autoritarios resultaron, como mucho,

acompañantes secundarios tanto del golpe de Estado, como del

gobierno provisional emergente.

El golpe militar del 6 de septiembre de 1930

El 6 de septiembre de 1930 fue, para las crónicas y

testimonios y, por lo tanto para el conjunto social, un

movimiento esencialmente militar. La “entrega patriótica” del

ejército, y en particular del general Uriburu fue subrayada

una y otra vez, señalándose muy secundariamente la

participación de ciudadanos civiles “en la preparación del

movimiento nacional”9.

Los militares golpistas estaban unificados por el rechazo al

orden democrático vigente, pero, dicho esto esquemáticamente,

representaban dos vías claramente diferenciadas y no pocas

veces excluyentes una de la otra. Por un lado, la llamada la

línea Uriburu, minoritaria dentro del conjunto, que de manera

9 Julio Quesada: Orígenes de la Revolución del 6 de septiembre de 1930, (Buenos Aires,Librería Anaconda, 1930), p. 55

11

laxa podía ser tipificada por su propensión corporativa y por

su rechazo a los profesionales de la política10. Los

intelectuales sistematizadores y publicistas del discurso

antiyrigoyenista podrían (aun con matices) adscribirse a esta

corriente. Por otro lado, la línea Justo-Sarobe, que

comprendía a la mayoría de la oficialidad interviniente y

expresaba vinculaciones ciertas con el conservadurismo, los

antipersonalistas, el socialismo independiente y buena parte

de la elite económica del país11. Esta tendencia exponía una

determinación política decidida a desterrar al radicalismo

personalista del campo político argentino sin necesidad de

reemplazar a “las instituciones, ni los partidos”12. Es decir, que como

herederos y representantes del régimen –y la elite- liberal-

conservador propugnaban devolver el gobierno a sus

tradicionales y legítimos poseedores convocando, cuando fuera10 Según señalara Lisandro de la Torre, el propio Uriburu le habíaexpresado sus intenciones de reformar la constitución, reemplazar elCongreso por una entidad gremial y derogar la ley electoral de 1912. Endefinitiva se trataba de instaurar una dictadura. Lisandro de la Torre:Obras de Lisandro de la Torre, t. I: Controversiaspolíticas, (Buenos Aires, Hemisferio, 1952), pp. 223 y 227.11 Alberto Ciria: Partidos y poder en la Argentina Moderna (1930-1946), (Buenos Aires,Ed. Jorge Álvarez, 1968), p. 18 12 José María Sarobe: Memorias sobre la Revolución del 6 de septiembre de 1930, (BuenosAires, Gure, 1957), p. 63

12

viable, a elecciones que mantuvieran, fundamentalmente como

forma, la vigencia constitucional y la reforma electoral.

Al analizar el gabinete emergente y sus acciones se vuelve

evidente que este segundo grupo resultó triunfante. Pues, si

bien quien se benefició con la presidencia fue el jefe de la

tendencia corporativa, el equipo estuvo integrado por hombres

del conservadurismo, representantes de la vieja elite de

poder.

Esta situación, obviamente, no pasó desapercibida para los

intelectuales autoritarios que la vivieron como un acto de

traición y de desconocimiento a los hombres e ideales que

habían hecho posible el golpe de Estado y muy prontamente

señalaron que “Los primeros actos del gobierno de Uriburu no dejan duda de

que la revolución será, si no lo es ya, una restauración del régimen”13. Los

hermanos Irazusta también expresaron rápidamente su desazón

porque los políticos se habían apoderado de una revolución

que, precisamente, se había hecho contra ellos. Otros

13 Manuel Gálvez: Vida de Hipólito Yrigoyen (El hombre del misterio), (Buenos Aires,1939), p. 449. El texto fue escrito contemporáneamente al golpe de Estadoque aquí se analiza.

13

intelectuales, como Carlos Ibarguren y Leopoldo Lugones, más

o menos cercanos a los centros de decisión pero

indudablemente parte del elenco que rodeaba a Uriburu,

prolongaron su esperanza por un tiempo, pero finalmente

también ellos admitieron la derrota en manos de los políticos

profesionales.

Sin embargo, esa no fue la postura más extendida entre los

conjurados ni en los sectores de la sociedad civil que habían

acompañado el golpe. La prensa masiva, las publicaciones

políticas vinculadas al mundo conservador, por ejemplo La

Fronda14, y otras voces celebraban las acciones de septiembre y

la composición del gabinete, al que entendían como la

evidencia de la necesaria vinculación entre los conjurados y

el universo liberal- conservador. Esto, en principio, muestra

la marginalidad de los escritores autoritarios, el excesivo

optimismo en su capacidad de influencia y en el capital

político que efectivamente portaban. Pero, también pone en

14 Al respecto puede verse María Inés Tato: Viento de Fronda. Liberalismo,Conservadurismo y Democracia en la Argentina, 1911-1932,(Buenos Aires, Siglo XXI2004)

14

evidencia la debilidad política de todo el grupo corporativo

que encabezaba Uriburu.

Esta tensión existente al interior del elenco golpista que

llevó adelante la destitución de Yrigoyen se reflejó

palmariamente en la falta de un programa definido. En este

sentido, es verosímil la perspectiva de Halperín Donghi quien

ha sostenido que el golpe de Estado de 1930 tuvo mucho de

salto al vacío15.

Lo cierto es que una mirada de conjunto sobre las proclamas,

los manifiestos y los propios discursos del presidente

Uriburu ponen en evidencia las ambigüedades, las luchas de

poder de los diferentes proyectos en juego y el llamado al

disciplinamiento de la sociedad. En Las Bases de acuerdo

revolucionario, con arreglo a las cuales contrajeron su

compromiso los militares adheridos al movimiento, se sostenía

que el levantamiento se dirigía contra los hombres que

ocupaban las más altas posiciones públicas y que “se habían

apartado de toda norma regular y ética” en el ejercicio de sus

15 Tulio Halperín Donghi: “La moraleja de la revolución de 1930.Reflexiones de Tulio Halperín Donghi. P. 5

15

cargos, llevando al país a “un estado de subversión institucional y

desorden político y económico que ha sublevado a la conciencia nacional”16.

Declaraban, asimismo, su respeto a la constitución y a las

leyes vigentes y “su patriótico anhelo de volver cuanto antes a la

normalidad, ofreciendo a la opinión pública las garantías absolutas, a fin de que

la Nación, en comicios libres pueda elegir sus nuevos y legítimos representantes”.

Este discurso se entroncaba claramente con el proyecto del

Régimen conservador y una vez más, como había sucedido en

1912, llamaban a los miembros de las elites a conformar un

partido orgánico que en las elecciones futuras pudiera

“movilizar a las grandes masas de opinión”.

Por su parte, en la Proclama de la Junta Militar arrojada por los

aviones sobre la ciudad de Buenos Aires, los altos mandos

decían entrar en acción en respuesta al clamor unánime del

pueblo de la nación y le comunicaban a la población que

querían: “el cambio, no de los hombres, sino del sistema que arrastra al país a

la ruina, y que representan en su falta de ideales y en su complicidad pasiva con

todos los delitos cometidos lo mismo quienes sustentan hoy el poder, como los que

16 “Bases de acuerdo revolucionario”, firmada el 5 de septiembre de 1930

16

están llamados a sustituirlos” 17. Esto, que en principio puede

aparecer como contradictorio, tenía mucho de aviso –y

advertencia- a las mayorías sobre el fin de la experiencia

democrática tal cual había sido implementada por el

yrigoyenismo.

A su vez, el mismo día del golpe, el general Uriburu, desde

los balcones de la Casa Rosada sostenía que “el ejército ha

cumplido con su deber, quiero decir también que ya dio casi término a su obra.

Ahora corresponde a vosotros terminar la misión comenzada por el ejército de la

patria. A vosotros la ley Sáenz Peña os ha dado el arma democrática más

poderosa. Ahora envainamos nuestras espadas y son las urnas las que tienen la

palabra”18.

En todos los casos, la reivindicación del ejército, de su

“sacrificada entrega”, de su “heroico cumplimiento con el deber”,

constituyó la línea articuladora de los discursos19 y fue el17 “Proclama de la Junta Militar”, reproducida por Julio Quesada: Orígenes dela Revolución del 6 de septiembre, p. 9918 General José F. Uriburu: “Manifiesto revolucionario”, 6 de septiembrede 1930, en La palabra del general Uriburu, (Buenos Aires, Roldán, 1933), pp.15-16. El Juramento de asunción del 8 de septiembre reafirmaba lavoluntad de “bregar por el restablecimiento de las instituciones, por el imperio de laConstitución y por la concordia y unión de todos los argentinos”, La Nación, 9 deseptiembre de 1930.19 Por ejemplo, Viale Ledesma: 6 de septiembre. El pueblo, el ejército y la revolución,(Buenos Aires, Ediciones Mercurio, 1930), pp. 177-178

17

cimiento sobre el que se instalaba a los militares como

actores políticos de la Argentina. Las fuerzas armadas eran

presentadas, por tanto, como las abnegadas representantes de

un pueblo que se suponía amordazado y el reaseguro último de

un orden que no podía ni debía ser trastocado.

Como ha podido verse, los discursos públicos de Uriburu

declaraban su respeto por el sistema vigente. Sin embargo,

según afirmara el dirigente conservador Federico Pinedo, “no

todo era motivo de tranquilidad y de optimismo” para los sectores

liberal-conservadores ya que el general no ocultaba las ideas

políticas y sociales y “No creía que los ciudadanos debieran tener un voto

como simples ciudadanos, es decir, sin ninguna calificación basada en sus

actividades, sus intereses económicos, su función social, su categoría o jerarquía.

Creía que la agrupación de los hombres a los fines de la organización política, en

forma puramente geográfica y confundidos dentro de cada distrito los

ciudadanos, sin distinción entre ellos, con un valor para cada hombre, es decir, el

sistema electoral vigente en todos los países democráticos, era y seguirá siendo

pernicioso”. Siempre según Pinedo, el general presidente estaba

convencido de que la reforma del sistema electoral y la

18

instauración de un sistema político fundado en la

organización de los ciudadanos por categorías –gremios,

grupos profesionales o corporaciones de intereses- era la

única vía posible para superar la profesionalización de la

política y el “predominio de los comités políticos”20.

¿Cómo entender esta reiterada subordinación a la Carta Magna

por parte de un general golpista y a quién sus partidarios y

enemigos calificaban como próximo a las ideas corporativas e

incluso fascistas? Sin duda, la convivencia con los sectores

“justistas”, y la alianza con los dirigentes conservadores

obligaba a mantener un perfil constitucionalista y adaptar su

práctica a ese axioma. Pero, ello derivó en una ambigüedad,

en un modelo impreciso, muchas veces contradictorio y dual.

Fernando Devoto entiende que esa aparente vacilación era

resultado del accionar de Uriburu en dos frentes

diferenciados: el político y el militar. En el militar, el

presidente se mostraba antiliberal y en el político, a través

de Sánchez Sorondo, se aseguraba el respeto a la

20 Diario Crítica, Federico Pinedo 10 de octubre de 1930

19

Constitución21. Ahora bien, sin desconocer esta realidad y las

múltiples presiones cruzadas en el entorno presidencial, me

pregunto si no es posible pensar que ciertos principios del

liberalismo, aunque vaciados de contenido o inclinados hacia

una tendencia fuertemente conservadora, seguían teniendo

enorme presencia en el campo político e ideológico argentino

y eran el argumento de legitimidad al que necesariamente

debía recurrirse y con el que no era sencillo romper

ideológicamente y que, a todas luces, había resultado un

modelo beneficioso para las elites. En ese caso, la aparente

ambigüedad de Uriburu podría tratarse no tanto de una

actitud cínica y oportunista sino de una imposibilidad de

fracturar radicalmente con los principios en los que se había

asentado –y continuaba inscrita - la política de gran parte

de la historia argentina. En ese sentido, el general Uriburu

habría tenido una perspectiva más clara de la dinámica

política y la correlación de fuerzas imperantes en la

Argentina de 1930 que los intelectuales autoritarios.

21 Fernando Devoto: Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Unahistoria, (Buenos Aires, Siglo Veintiuno de Argentina Ed., 2002), pp.252-257

20

Lo cierto, lo indiscutible, es que el golpe de Estado de

1930, más allá de sus proyectos en conflicto, de sus

imprecisiones y ambigüedades, significó la clausura de la

democracia liberal22. La heterogénea coalición que había

llevado adelante el golpe de Estado expresaba, ya sea por la

propulsión de proyectos corporativos, ya sea por consagración

de la democracia fraudulenta un desconocimiento y un rechazo

consumado a la participación democrática de las mayorías.

Indudablemente, la conjunción de la crisis en el modo de

desarrollo y en las formas de dominación política cargó a

1930 de una singularidad especial, de un sentido de

clausura23. En la nueva era que inició el golpe de Estado, las

formas de gobierno, planteadas abiertamente o disimuladas

bajo ropajes falsos, estaban desligadas de las ideas de

representación democrática.

De la expectativa a la frustración:

22 José Luis Romero: Las ideas políticas en la Argentina, (Buenos Aires, F.C.E.,1969), pp. 230-231. 23 Darío Macor: “Estado, Democracia y ciudadanía” en DarioMacor, editor:Estado, democracia, ciudadanía, (UNLP, UNL,UNQUI,REUNÍ, Página/12, 1999), p. 12

21

Ante la insignificancia política que el golpe de Estado y la

conformación del gabinete habían dejado expuesta, todos los

grupos y personalidades intelectuales que habían participado

de la conspiración, buscaron resaltar y ponderar su

contribución y remarcar cuáles habían sido los objetivos con

los que se había llevado adelante la asonada y que, según

ellos entendían, estaban siendo falseados por las políticas

puestas en práctica y las figuras convocadas.

Sin duda, la elaboración de proyectos para el país que

ambicionaban fue el arma que utilizaron para ponderar sus

méritos, sus facultades, para lograr protagonismo en la

escena política y marcar el rumbo que el gobierno debía

seguir para restablecer el orden.

El estudio de estos planteos y lo que en ellos jugaban los

escritores antidemocráticos reviste interés historiográfico

ya que se trata de un período y una temática escasamente

explorados por la bibliografía previa, que, sin embargo es

definitorio en la determinación “nacionalista”24 de un sector

24 He analizado la importancia dada a la nación por los referentes de laderecha argentina en los años treinta en Las Voces del miedo, entendiendo que

22

importante de la derecha argentina que tendría una fuerte

presencia en los imaginarios sociales y políticos del país.

Pero, además, analizar esos proyectos elaborados con

posterioridad al golpe de Estado permite ver la evolución de

ese pensamiento autoritario de derecha ya que, a partir del

desengaño y los obstáculos, hubo no sólo un intento de mayor

desarrollo intelectual de sus perspectivas sino también una

reconsideración profunda de alguna de sus premisas. Así,

algunos de los ejes del pensamiento previo al golpe25 irían

cediendo lugar, y transformándose, para dar centralidad a

otras cuestiones como el análisis –que derivaría en una

valoración altamente negativa- de la dirigencia política

liberal-conservadora, los llamados “regiminosos”, y la

aceptación, por fuerza de realidad, de la presencia

inevitable del pueblo en la arena política y, por ende, la

necesidad de encauzar disciplinadamente esa participación.

la misma fue una apelación ideológica y emotiva que buscaba poner a lonacional por encima de otros valores y conceptos y de ese modorestablecer un orden y unas jerarquías que la democracia había malogrado.25 La propuesta era esencial y explícitamente antipopular, señalada comouna alternativa indispensable para terminar con la democraciamayoritaria.

23

Dentro de ese proyecto, la organización del Estado ocupó un

lugar destacado y en ella la definición y delimitación de una

propuesta pro corporativa que reestructurara cabalmente el

sistema político. Pero, como es sabido el corporativismo es

un concepto, como tantos otros, múltiple, abierto a distintas

perspectivas y posicionamientos. Por ello, las propuestas

corporativistas elaboradas por los intelectuales

autoritarios26 presentaron disidencias y tensiones que

evidenciaban la heterogeneidad de la naciente derecha

argentina a principios del siglo XX y la conflictividad

subyacente en el escenario político argentino de la década de

1930.

Por razones de espacio, en las páginas que siguen, se

analizaran los postulados Leopoldo Lugones y Carlos

26 Entendidas como el pensamiento social que propugnaba la estructuraciónde la sociedad a través de “cuerpos intermedios” de representación comogarante de orden y en defensa de una sociedad organizada jerárquicamente.Como señala Miguel Ángel Perfecto, el corporativismo de los años treintase constituyó en una alternativa de orden social ante la crisis y lasamenazas, que apuntaba a la gestión colectiva del conflicto, a través dela armonía de clases gestionada por un Estado intervencionista. MiguelÁngel Perfecto “El corporativismo en España: desde los orígenes a ladécada de 1930”, en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, Madrid, 5,( 2006), p. 187

24

Ibarguren, los dos principales referentes de esta naciente

derecha autoritaria.

Leopoldo Lugones y el corporativismo político: un proyecto

que miraba hacia el futuro

Leopoldo Lugones, poeta celebrado, funcionario estatal a lo

largo de varias décadas, fue un hombre que nunca encontró el

reconocimiento y la influencia política que creía merecer.

Iniciado en el socialismo y tras varias mudanzas ideológicas,

hacia los años veinte se fue definiendo a favor del

militarismo27. Esa adscripción lo acercó al movimiento del

treinta y al general Uriburu28. Apenas producido el golpe de

Estado, Lugones reivindicaba orgulloso sus aciertos de

profeta y aclamaba la llegada al gobierno del “jefe predestinado”

que tantas veces había anunciado y reclamado para el “bien de la

nación”. En Política Revolucionaria, publicada en 1931, sostenía que

27 Entendido como la voluntad de impregnar los valores militares en elconjunto de la sociedad, en las instituciones y en las organizaciones queregulan las relaciones interpersonales y grupales.28 Lugones habría sido convocado a escribir el discurso que diera Uriburual tomar el poder, aunque el mismo nunca llegó a leerse o buena parte desus postulados fueron modificados por otros diametralmente opuestos a losque sostenía el poeta.

25

la “revolución” de septiembre era una obra del ejército, única

institución capaz de hacerlo por “su disciplina más fuerte, su

preparación más sólida, su conducta más limpia, su patriotismo más exigente, y

aquella superior eficacia administrativa”29. Los militares eran así

considerados la mano ejecutora indispensable, mucho más

eficientes que los “predilectos del sufragio universal” ya que, según

Lugones, en seis meses de gobierno habían logrado, a pesar de

la crisis, reordenar la economía, restableciendo el crédito,

reajustar la administración pública, eliminar al “extranjero

pernicioso” que formaba dentro del país un verdadero “ejército de

ocupación con bandera roja”, combatir la delincuencia y fomentar,

tanto como defender, el bienestar común. Sin embargo,

reivindicaba para sí mismo el papel de ideólogo, y recordaba

que hacía largos años venía pretendiendo la reestructuración

de la nación, que había sido también él, y sólo él, quien

había planteado con claridad los caminos que debían seguirse

para anular la fatal influencia del “izquierdismo”30 y había29 Leopoldo Lugones: Política revolucionaria, (Buenos Aires, Anaconda, 1931), p.7 y ss.30 La palabra “izquierdismo” resumía y sintetizaba la idea de enemigo quetenía Lugones. Pero el término no abarcaba solamente a las ideologías“avanzadas”, sino que incluía, asimismo, al radicalismo –izquierdista

26

diseñado un programa político de gobierno, tanto como de

organización social, cuando todos los demás se seguían

sometiendo -y beneficiando mezquinamente-, a las “delicias del

voto universal”.

De tal modo, para Lugones, el movimiento iniciado el 6 de

septiembre implicaba un proyecto revolucionario, de

transformación radical de la Argentina que había llevado a

que los liberales en su conjunto se hubieran vuelto

conservadores defendiendo al viejo orden derrotado por las

“armas de la nación” y las ideas de los escritores preclaros. Por

ello, consideraba urgente poner en marcha una nueva

política, inspirada en un objetivo de orden superior como era

el engrandecimiento de la nación y llevar adelante la

reestructuración del Estado y el ordenamiento de la sociedad

bajo los parámetros del orden y la disciplina, ya que se

hallaba enferma de izquierdismo y de “conveniencia electoral”. Si

bien el golpe de septiembre había logrado una victoria,

Lugones insistía que sin transformaciones profundas la mismadesde su “obrerismo”- e incluso ciertas prácticas del régimen liberalque por desidia o confusión filosófica había engendrado y dejado creceresa ideología.

27

sería momentánea porque el peligro se mantenía latente. De

allí, los denodados esfuerzos –puestos en palabras- que

realizó los meses siguientes al movimiento militar para

descalificar la realización de elecciones en un futuro

próximo bajo el imperio de la ley Sáenz Peña. En su

argumentación explicaba que, sin un restablecimiento moral y

material de la disciplina, se corría el riesgo seguro de

volver a la anarquía, e incluso de resucitar al personalismo

yrigoyenista. En este sentido, y a pesar de la eufórica

reivindicación de los sucesos y del general Uriburu, se puede

advertir que Lugones consideraba incompleta (e ineficaz) la

revolución si no se avanzaba en la implementación de un

proyecto corporativo asentado en una profunda metamorfosis

política y social. Así, arremetió solitario contra la

Constitución al sostener que la misma era un producto

extranjero que debía ser reemplazado por una carta orgánica

“más argentina”31 que asegurara una administración y una

representación más eficaces y baratas, una prescripción más

31 Leopoldo Lugones: Política revolucionaria, (Buenos Aires, Anaconda, 1931), pp.53-54

28

imperiosa del deber y un ideal menos vago y más positivo: un

ideal de Patria y no de humanidad, siendo que sólo aquella,

la nación, era una entidad política. La grandeza de la

revolución, afirmaba, sólo sería efectiva si se resolvía de

manera inmediata “la crisis constitucional”, si se transformaba

drásticamente la organización política del país. Así, una

constitución que no se correspondía con los intereses y

características nacionales solo podía apelar, para

sobrevivir, a un subterfugio que sostenía que la letra era

más valiosa que los propios hombres. Su propuesta, en la que

insistió con vehemencia, se sustentaba en una organización

abiertamente corporativa, donde todo ciudadano mayor de edad

sería elector; pero sólo podría ejercer su derecho cuando

trabajara personal y continuamente en cualquier oficio,

carrera o actividad civil. La calificación del voto consistía

en la propuesta “lugoniana”, en la capacidad productora y

estribaba en el concepto de la igualdad ante el trabajo,

“desde la tarea del jornalero hasta la invención del sabio y del artista”. Esta

29

“representación funcional”32 se imponía por las características

geográficas, étnicas y culturales del país y no era, según

Lugones, simple imitación del modelo fascista. Podría decirse

que sostenía que si la organización terminaba teniendo

características fascistas ello era resultado de la propia

realidad argentina y no de una adhesión a un modelo

ideológico preestablecido. Lo cierto es que buscaba dar

preferencia a la política económica por encima de la

electoral, hacer predominar a la fuerza sobre el

consentimiento, la necesidad sobre la legalidad y la eficacia

sobre la lógica. Evidentemente la experiencia fascista estaba

en el horizonte de la reflexión de Lugones, constituyendo una

afinidad emotiva e ideológica que se sustentaba, en buena

medida, en los esperanzadores logros que obtenía Mussolini

en Italia.

En 1932, tras el fracaso del proyecto “uriburista”, Lugones

publicó El Estado equitativo33, donde la cuestión económica, tanto

32 Leopoldo Lugones: Política revolucionaria, (Buenos Aires, Anaconda, 1931), p.46-4733 Leopoldo Lugones: El Estado equitativo (Ensayo sobre la realidad argentina), (BuenosAires, La Editora Argentina, 1932)

30

en diagnósticos como en proyectos, ocupaba un lugar aun más

importante en la reflexión y estaba claramente articulada con

sus premisas político-sociales. Dentro de sus iniciativas

refundacionales, el desarrollo económico era imprescindible,

constituía una pieza clave e irrenunciable para el

desenvolvimiento de un país poderoso. Pero, para que esa

expansión fuese posible se requería de un Estado interventor

que recuperase la armonía y reestableciera el orden y el

bienestar económico de la población, “la libertad de producción y de

comercio plantea un conflicto fundamental con el deber gubernativo de garantir

la prosperidad común”. Ningún interés privado, ya fuese

individual o colectivo podía comprometer el bienestar común.

Y, era allí donde el Estado debía estar para asegurar ese

orden, pero también para diseñar los proyectos, planificar la

producción, asegurar una comercialización ventajosa para la

nación, establecer la preeminencia de la producción por sobre

el comercio y convertir al mercado interno en el fundamento

de la prosperidad nacional. La producción argentina ejercería

el gobierno económico del país, arrebatándoselo al “comercio

31

extranjero de Buenos Aires”. De tal manera, la colonia

librecambista se convertiría en una gran nación

autoabastecida y protegida, “de acuerdo con la evolución impuesta a

todos por la irrefragable necesidad”34.

Al momento de señalar las medidas económicas y financieras

concretas que debían aplicarse comenzaba con un previsible

reclamo de abaratamiento de los costos de la política, y

avanzaba con otra serie de medidas mucho más significativas y

radicalizadas como la proposición de impuestos progresivos,

cargas a las rentas improductivas y a los capitales

colocados fuera del país. También proponía renovar a largo

plazo, o decretar la moratoria, de la deuda externa; evitar

la emisión excesiva de moneda; suspender las ejecuciones

hipotecarias; reducir el presupuesto en general,

particularmente, en educación y obras públicas y aumentar el

importe destinado a las fuerzas armadas y a la industria

bélica. Como ya he mencionado, el pensamiento maduro de

Lugones se había vuelto esencialmente militarista, en tanto

34Ibíd, pp.104 a 110

32

estaba articulado por una doctrina que valoraba positivamente

y aun exaltaba la guerra y concedía primacía a las fuerzas

armadas en la estructura del Estado y la sociedad, al mismo

tiempo que glorificaba el ejercicio de la violencia como

símbolo de virilidad y orden, y proponía una estructura

institucional y social basada en parámetros militaristas. Su

propuesta implicaba a la vez una orientación política y una

relación de poder que se tejía sobre los conceptos de

seguridad nacional (implicaba conductas expansionistas tanto

como defensivas), de integración social bajo el concepto de

nación, de eficacia y austeridad como antídoto a la

corrupción, consagración de lo pragmático y efectivo frente

a lo legal, unidad social frente a la perspectiva clasista, y

propuestas de reformulación económica.

Con respecto a este último aspecto, y haciendo fuerte

hincapié en el productivismo, en tanto concepto forjado

idealmente para superar el concepto marxista de la lucha de

clases, Lugones proponía un proyecto económico que, sin

hostigar explícitamente al trabajo, fuera lucrativo para el

33

capital. Su programa de Estado orgánico ampliaba los

objetivos de la iniciativa privada “nacional” y la propiciaba

como complementaria con el desarrollo de una economía

pública, es decir dedicada al engrandecimiento de la nación y

del bienestar general. El corporativismo lugoniano implicaba

una comunidad de intereses tendiente a generar una unidad

armónica donde el Estado debía ser el articulador de los

diferentes sectores de la producción, asumiendo la función de

reestructurador del sistema productivo con claro acento en la

industrialización, aunque sin desconocer la importancia que

revestía para la economía argentina la actividad

agropecuaria. De manera similar al fascismo, alegaba que la

práctica de regulación colectiva supervisada por el Estado

actuaba positivamente frente a la atomización y la

imprevisibilidad de las economías de mercado y a la

ineficiencia burocrática de los sistemas centralizados

comunistas. Esta retórica de “tercera posición” en definitiva

no disimulaba que el poder económico no cambiaba de manos,

sino que solamente se disponía de una manera diferente y con

34

una intervención explícita del Estado. No aspiraba abolir la

jerarquía social, sino que buscaba alcanzar una etapa en la

modernización de la economía que mantenía la empresa privada,

pero priorizaba la eficiencia y apelaba al control público de

algunos sectores de la economía como parte de su proyecto

productivista bajo el impulso y control estatal35.

Por otro lado, insistía en la clasificación de los electores

a partir del rendimiento útil en cualquier trabajo personal y

regular, de modo que el que “no trabaja no vota”, es decir que no

pudiera ser elector “ningún parásito social, desde el vago de suburbio

hasta el haragán de club que vive de la renta producida por el esfuerzo ajeno, y

desde el jornalero ocasional hasta los inútiles del doctorado decorativo”. 36

35 Para analizar los diálogos del proyecto “lugoniano” con la prácticaeconómica fascista puede verse el ya clásico libro de Roland Sarti:Fascismo y burguesía industrial, Italia 1914-1940. Un estudio del poder privado bajo el fascismo,(Barcelona, Fontanella, 1973). También, pueden verse Ingvar Svennilson:Growth and Stagnation in the European Economy,( New York, Garland Pub, 1983).Recuérdese asimismo que en 1926, Keynes publicaba El final del laissezfaire y reclamaba una estructuración económica alternativa. Véase J. MKeynes: El final del laissez faire. Ensayos en persuasión, (Madrid, Crítica, 1988) yTeoría general de la ocupación, el interés y el dinero, (México, FCE, 1980)

36 Leopoldo Lugones: El Estado equitativo (Ensayo sobre la realidad argentina), (BuenosAires, La Editora Argentina, 1932), p. 72

35

Uno de los aspectos más interesantes de la perspectiva

“lugoniana” posterior al golpe de Estado, era el

cuestionamiento explícito al concepto de soberanía popular.

Esa crítica descalificaba a las teorías de Locke y Rousseau y

sostenía que la política de la modernidad, basada en dichas

tesis, era promotora de desbordes sociales. La soberanía de

la nación debía expresarse a través de un gobierno que

procurara, impusiera y defendiera el orden, “es decir la equidad”

y expresara indiferencia ante la libertad que no era tema de

su incumbencia, Para Lugones, la libertad no era un concepto

que debiera tenerse en cuenta en la praxis política, ya que

ella era “ facultad personal y no materia de Estado”37, que, además,

estaba obligada a subordinarse al orden, tanto como al

individuo correspondía someterse a la sociedad. Como puede

observarse, Lugones expresaba una ruptura categórica y

acentuada con las bases doctrinales más puras del liberalismo

político. “El gobierno puede o no representar al pueblo”, pero siempre

debía representar a la nación. Esa era, para el poeta

37 Leopoldo Lugones: Ibíd, p. 57

36

militarista, la tarea fundamental, en tanto que su

instalación en el imaginario político era la “gran victoria” de

la revolución de septiembre.

El militarismo de Lugones reivindicaba, obviamente, la

preponderancia de los grupos militares, en tanto que

implicaban una moral que tenía como finalidad la exaltación

de la patria y que, mediante la valentía y la virilidad,

podía –de hecho consideraba que era la única institución

capacitada para- ejercer primacía en la organización socio-

política. La institución militar, fuertemente jerarquizada,

resaltaba por contraste la democratización ciudadana y

otorgaba argumentos para rechazar ese “producto del

individualismo”. Por lo tanto, se exhibía, con elocuente puesta

en escena, como admirador de la función de los militares, de

su capacidad de aplicación de la violencia y de su

estructuración institucional. Desde esa representación, la

organización militar implicaba tanto una organización

política y una actitud ante la vida como una relación de

37

poder y por ello pretendía asignar sus objetivos y sus

valores al conjunto social. La glorificación de esa conducta

y de esa moral comprendía el culto a la guerra, a la fuerza,

a la disciplina y a la masculinidad; exigía tanto una

política expansionista como una vocación de influencia

interior, y el crecimiento a nivel material y personal de las

fuerzas armadas en detrimento de otros sectores del Estado38.

El ejército sintetizaba y defendía la esencia de la nación,

monopolizaba el patriotismo y por tanto debía imponerse por

sobre el poder civil, ejercer su función correctora. La vida

política y social debía asumir un sentido militar; la

sociedad, tanto como el Estado, debían incorporarse,

someterse, a aquella lógica.

Dicho de otro modo, impulsaba la participación de las fuerzas

militares, en tanto poder gubernativo, en todas las

actividades de la nación. Entendía, entonces que había que

dotar al ejército de una prerrogativa de gobierno, que por su

técnica específica debía gozar de cierta independencia con

38 Núñez Florencio, Rafael, Militarismo y antimilitarismo en España, (1888-1906),(Madrid, SCIC, 1990) pp. 16-17

38

respecto a las otras esferas del poder, aunque subordinado al

proyecto mayor de construir “la grande Argentina”. Pero, además,

entendía que el servicio militar, por conscripción

obligatoria, transformaba a las fuerzas armadas en

representación permanente del pueblo39.

La soberanía era entendía como sinónimo de “poder y de

autoridad”, y no como una voluntad supeditada al pueblo. Sólo

así se alcanzaría la “armonía perfecta” imperativa para alcanzar

el bienestar común y la exaltación de la patria. La unidad de

la nación Argentina, sostenía por entonces, sólo podía

alcanzarse a través del territorio y el idioma, ya que no

existía una unidad étnica que sirviera de elemento

aglutinante. Y por eso mismo, se volvía indispensable

constituir un gobierno, una autoridad, muy fuerte, “o sea

proporcionada a la endeblez del cuerpo social”40. Pero, esa potestad

39El ejército era indispensable para el engrandecimiento de la nación,tanto asumiendo la defensa como la imposición sobre otras naciones.Incluso sus necesidades técnicas obligaban a desarrollar una industriabélica que contribuiría así al desarrollo de las fuerzas productivasnacionales.40 Leopoldo Lugones: El Estado equitativo (Ensayo sobre la realidad argentina), (BuenosAires, La Editora Argentina, 1932), p.75

39

debía contar con la activa y decisoria participación de los

intelectuales, portadores de un propósito nacional y

consciente y constructores del mito de lo nacional. Los

pueblos tendientes a la anarquía, como Lugones caracterizaba

al argentino, necesitaban de la guía, de la dirección de sus

espíritus más destacados que pudieran compensar los

desequilibrios sociales, ya que eran los únicos capacitados

para comprender que la ley del progreso indefinido no era más

que una falacia del liberalismo. A partir de esa celebración

de los escritores y artistas, cuya obra –esencial- era la

“construcción misma de la patria, argumentaba que las sociedades se

regían por la “ley del péndulo” que llevaba de la acción a la

reacción. De tal suerte, que la oscilación extrema hacia el

liberalismo señalaba el comienzo de la reacción autoritaria

que debía ser guiada por las mentes más lúcidas.

Carlos Ibarguren: la progresiva construcción de un proyecto

corporativo nostálgico del pasado.

40

Ibarguren era un reconocido intelectual y jurista, que

gustaba definirse y proyectarse como un patricio siempre

protagonista del poder y defensor de las más “sanas

tradiciones” de los que habían hecho la patria. Era también

un hombre de extensa trayectoria política y que había llegado

a ejercer una influencia destacada como ministro de Justicia

e Instrucción Pública del presidente Sáenz Peña y candidato

presidencial, en 1922, por el Partido Demócrata Progresista,

el ensayo de partido orgánico con que el conservadurismo

había intentado contener los efectos potencialmente

perniciosos de la reforma electoral. Pero esa promisoria y

ascendente carrera política se había visto detenida desde la

instauración de la democracia y la llegada del UCR al poder41.

Sólo tras el golpe de Estado de 1930 recuperó protagonismo al

ser designado interventor de la provincia de Córdoba.

Desde su cargo de interventor, y a los pocos días de asumir,

pronunció un discurso donde explicitaba las propuestas41 Las transformaciones operadas a partir de la implementación de la leySáenz Peña superaban largamente el mero plano electoral. La renovación dela elite dirigente no fue sólo producto del accionar del partido radical,sino que también fue resultante de la transformación de los partidosexistentes.

41

políticas y sociales que mucho tenían de anhelos personales.

Buscaba remarcar el fuerte contenido cívico del movimiento,

poniendo en un plano de igualdad la participación de los

militares con la de los políticos y ciudadanos deseosos de

transformar la situación argentina producida por la

experiencia radical. Proclamaba al ejército como un

instrumento, un auxiliar indispensable para la consecución

del orden, pero no como un principio de gobierno. Por el

contrario, se mostraba entusiasmado con el surgimiento de una

nueva clase política a la que entendía como referente de una

nueva forma de civilidad. Esa revolución política, decía

Ibarguren constituía en sí misma un hito en la historia

argentina, pero se trataba sólo del inicio de un proceso

fundamental llamado a producir una profunda reorganización

nacional que se había iniciado con el derrocamiento del

gobierno radical personalista que “envilecía y arruinaba al país”42. A

partir de allí y por la acción de hombres incorruptos debía

42 Carlos Ibarguren: “El significado y las proyecciones de la Revolucióndel 6 de septiembre”, pronunciado el 15 de octubre de 1930 en la ciudadde Córdoba. En Carlos Ibarguren: Obras,( Buenos Aires, Dictio), 1975, p.299 y ss.

42

promoverse la transformación de las prácticas políticas, de

los valores, y del propio concepto de ciudadanía.

Para Ibarguren, la “revolución” debía alimentarse a sí misma

ya que el éxito final dependía de su capacidad de

convertirse en espíritu, en mito fundante, que permitiera la

unión y la confianza de los conjurados, tanto como el

disciplinamiento de la sociedad. De alguna manera, el mito de

la revolución septembrina se encerraba en un destino

tautológico. Resulta claro que en esa “invención de la

revolución” los intelectuales debían jugar un papel

determinante para el que sólo ellos estaban capacitados a

partir de la formulación de argumentos y de rituales de

representación idóneos para incorporar lo aparente como acto

de poder fundado en la invocación de lo real. Es decir,

Ibarguren proclamaba imperioso el compromiso de los

pensadores de la causa para alcanzar la hegemonía política,

cultural e ideológica anhelada, instituyéndola en el

necesario establecimiento de uno o varios enemigos (ya fueran

hombres, proyectos o ideologías) a los cuales avasallar y

43

deslegitimar, ya que todo mito requiere de un otro

antagónico y descalificado. Así, la revolución

antiyrigoyenista se expresaba como una especie de mito

compensatorio destinado a superar el paradigma de la

democracia mayoritaria.

De tal modo, y con una retórica elaborada, con no pocas

referencias a su saber intelectual, Ibarguren esgrimía una

crítica profunda y desvalorizadora de la estructuración

política de la democracia, sosteniendo que todas las

instituciones, desde el parlamento hasta las municipalidades,

debían ser reformadas y puestas nuevamente en conexión con

las tradiciones del país. En ese sentido, sus propuestas a

futuro tenían un fuerte anclaje en el pasado y se limitaban a

ser una reiteración, con fuerza de verdad, de sus planteos

históricos, de los postulados que había levantado con motivo

de la reforma electoral de 1912, que apuntaban a mostrar las

ventajas del corporativismo, aunque con una argumentación

cuando menos híbrida, sin especificar claramente si se

44

trataba de una propuesta de corporativismo social o

político43. Reclamaba, como toda avanzada del proyecto, la

urgente “regeneración” del sistema político mediante la

constitución de partidos orgánicos y programáticos que

estabilizarían la política y sumarían a las mayorías a una

nueva estructuración basada en el orden44. Al respecto,

sostenía que los partidos políticos debían organizarse a

partir de la representación de las fuerzas sociales para

impedir que el gobierno fuera acaparado y retenido por los

profesionales del electoralismo. Ese corporativismo vacilante

era en realidad un instrumento esperanzado de control social

más que un proyecto en sí mismo. Recuperando planteos del

catolicismo social pretendía encauzar la problemática de las

clases trabajadoras, a través de ciertas formas de

paternalismo estatal. El objetivo era conseguir la reducción

43 Enrique Zuleta Álvarez: El nacionalismo argentino, (Buenos Aires, siglo XXI,2001) p. 24944 Sostenía que era saludable y beneficioso para el país que incluso elPartido Radical se reordenara a partir de acuerdos programáticos, de latransformación de sus valores y del recambio de sus dirigentes.Evidentemente este camino también habría un camino de negociación yalianza con los sectores antipersonalistas, a los que Ibarguren reconocíaaptitudes y posibilidades de regeneración, pero acusaba de no haberpodido socavar el predominio del viejo caudillo Yrigoyen.

45

de los conflictos, conciliando los intereses contrapuestos.

A su vez, y con la misma ambigüedad que cruzaba a buena parte

de la “línea Uriburu”, sostenía que la Constitución no era

perfecta e inmodificable, pero aseveraba que las reformas

podían y debían hacerse a través de los instrumentos que

brindaba la propia carta magna al tiempo que apuntaba que las

palabras de Uriburu –y de todo el elenco gobernante- habían

sido torcidamente interpretadas “quién sabe con qué designios,

significados y tendencias antidemocráticas. Se ha propalado que esa idea tiende a

suprimir el sufragio universal, a aniquilar los partidos políticos y a convertir al

Congreso en una asamblea puramente corporativa (...) semejante al parlamento

fascista”45. Esta indefinición no parece haber sido sólo

producto de una etapa de transición ideológica sino también

un intento por no apartarse definitivamente de algunos

sectores políticos significativos. Pero, además evidencia que

en búsqueda de un espacio político realizaba esfuerzos por

presentarse como vocero e intérprete de la opinión de la

45 Carlos Ibarguren: “El significado y las proyecciones de la Revolución del 6 de septiembre”, pronunciado el 15 de octubre de 1930 en la ciudad de Córdoba. En Carlos Ibarguren: Obras,( Buenos Aires, Dictio), 1975, p. 309

46

sociedad. En 1930, opinaba que el pueblo no ambicionaba la

demagogia radical, pero tampoco reformas fascistas que

contradijeran los principios liberales.

Todos estos planteos fueron generadores de una interesante

disputa, no siempre explícita, con Leopoldo Lugones. Una

querella que indudablemente tenía mucho de búsqueda de

liderazgos dentro del campo autoritario y que, por lo tanto,

hacía extremar posiciones y postulados, pero que también

evidenciaba la heterogeneidad del conjunto golpista y en

particular de los intelectuales que habían participado de la

conspiración y pretendían configurarse en guías del nuevo

orden. Los puntos centrales del enfrentamiento se dirimían a

partir de la reivindicación o rechazo del modelo fascista. A

partir de allí se derivaban otras cuestiones, como la

necesidad de constituir o no un ejecutivo fuerte. Ibarguren,

apelando a sus erudiciones jurídicas y a su trayectoria

burocrática reclamaba terminar con la tradición de la

“prepotencia presidencial”, profundizar la división de los poderes

del Estado y la autonomía de las reparticiones técnicas. En

47

esta pugna, proponía afianzar el federalismo, al que

argumentaba en términos de técnica de organización

constitucional, política y fiscal más que cómo ideología. Un

federalismo al que definía en términos políticos y económicos

aunque sin mayores precisiones. Lo cierto es que en la base

de esos planteos se encontraba el debate entre ciudadanía,

representación y armonía fiscal, tanto como la búsqueda de un

estado lo suficientemente fuerte como para promover el

desarrollo de la nación y lo bastante débil como para no

constituirse en un Estado confiscador de la riqueza de sus

ciudadanos.

Resulta indiscutible que las propuestas “ibargusianas” eran

escasamente definidas y, como señala Fernando Devoto, sus

postulados expresaban tanto una debilidad teórica como

estrictamente política46. No obstante esta imprecisión,

Ibarguren (como muchos otros hombres que se sentían

desplazados) fue paulatinamente profundizando su conciencia46 Según sostiene Fernando Devoto, Ibarguren combinaba las dos líneasconceptualmente contradictorias de la reforma. Por un lado, proponíaprofundizar el modelo de 1853 pero al mismo tiempo se sumaba a las vocesque reclamaban instaurar modos de representación corporativos. FernandoDevoto: Nacionalismo, fascismo, corporativismo, capítulo 5

48

de que la representación democrática era incontrolable por

vías electorales, e incrementando su confianza en las

alternativas corporativas, pero ya no sólo concebidas como

una forma de "superación" del conflicto de clases, mediante

la agrupación de asalariados y empresarios en sindicatos

"verticales" integrados en la estructura del Estado, sino

también como forma de estructuración y organización

institucional.

Con el paso de los meses y los años se vio obligado a aceptar

que la llamada línea Uriburu, y los proyectos que ella

encarnaba, al menos para algunos de los conspiradores del

treinta, habían sido definitivamente derrotados. Por lo cual

entendió que era necesario redoblar la apuesta y aquellos

postulados, en algún sentido temerosos, de 1930 alcanzaron

una radicalización sorprendente y extrema para un intelectual

proveniente de las filas del liberal conservadurismo. Así, en

La inquietud de esta hora, publicada en 1934 aseguraba que la

crisis que atravesaba al mundo occidental era definitiva,

era el tiempo de la devastación total del sistema político

49

imperante hasta la gran guerra. Se esperanzaba con la

superación definitiva de la democracia individualista basada

en el sufragio universal, aunque mantenía su obligada

ambigüedad en torno al rumbo que debía tomar el sistema

económico, por lo cual se limitaba a señalar que también

debía reformarse el capitalismo a través de una mayor

presencia estatal. Su planteo era, por lo tanto,

esencialmente político y partía de expresar una preocupación

ponderada de la crisis social que derivaba en conflictos

políticos definitivos. El enfrentamiento implicaba por un

lado, al fascismo, también llamado por Ibarguren

corporativismo o nacionalismo, es decir las fuerzas del

orden, y, por otro lado, el marxismo comunismo, las

llamadas fuerzas disolventes. Como puede advertirse, ya no

había espacio para posiciones intermedias, y todos aquellos

que no eran de izquierda debían aglutinarse en defensa de la

nación ordenada47.

47 Carlos Ibarguren: La inquietud de esta hora, en Carlos Ibarguren: Obras,( Buenos Aires, Dictio 1975), pp. 19 a 23

50

Sin duda, esta modificación de perspectiva tenía su origen en

el fracaso del proyecto septembrino y en la intrascendencia

política a la que el proceso relegó a los intelectuales

autoritarios. Anhelaba que una transformación de ese tenor

restableciera el orden, las jerarquías “naturales” y su

propia influencia. Con esta apuesta, Ibarguren no sólo

buscaba crear su propia base militante y proyectar el

movimiento hacia el futuro, sino que también dejaba en claro

su escasa influencia dentro de su grupo generacional y el

poco ascendiente de los idearios filo-fascistas en la

dirigencia política de la Argentina. Sin embargo, era la

única herramienta que encontraba en los años treinta para

buscar un lugar y superar esa intrascendencia a la que se

veía condenado. Luego, en tiempos que ya escapan al período

objeto de análisis de este artículo, explorará otras formas y

discursos con que interpelar a la opinión pública buscando

siempre encontrar ese espacio de dominio que la dinámica

política de inicios del siglo XX le había arrebatado.

51

A modo de conclusión

Los intelectuales, que a mediados de la década de 1920

comenzaron a dar forma a la derecha autoritaria argentina,

tenían una altísima consideración sobre sus propias

capacidades y estaban lejos de pensarse como simples

publicistas de un orden en el que otras figuras detentaran el

poder. Con esa presunción se pusieron en movimiento para

enfrentar a la democracia mayoritaria a la que consideraban

fuente de caos al romper con las tradicionales jerarquías

sociales y a la que también le achacaban su propia

intrascendencia al haber puesto en lugares de privilegio (no

sólo en la política y la sociedad sino también en los ámbitos

culturales y académicos) a personajes de indigna procedencia

y escaso talento. De tal modo, perplejos antes los cambios

ocurridos en el país, agudizaron sus perspectivas elitistas y

jerárquicas y pretendieron imponer un modelo que los colocara

en la cima de la sociedad, la cultura y la política.

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Extremadamente individualistas y egocéntricos poco pudieron

hacer por la constitución de un verdadero movimiento político

y se limitaron, cada uno de ellos, a pregonar sus propios y

exclusivos proyectos que estaban muy marcados por lo que

consideraban sus virtudes. Así, y con mucho de jactancia,

asumieron la campaña destituyente del gobierno democrático

del presidente Yrigoyen y se presentaron como los ideólogos

de una propuesta que iba a llevar a la Argentina a su inevitable

destino de grandeza. Sin embargo, la realidad fue bien otra y

el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 fue obra de

las fuerzas armadas que actuaban en nombre y representación

de los sectores dominantes tradicionales de la Argentina.

Esta alianza de poder se sirvió del clima antidemocrático que

los escritores autoritarios habían ayudado a crear para

legitimarse en su asalto al poder, pero, inmediatamente dejó

en claro que no se consideraba ni sometida ni en deuda con

hombres que habían hecho del pensamiento su forma exclusiva

de acción y que tenían pretensiones desmedidas para su

verdadera dimensión política.

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De tal modo, sólo algunos de ellos tuvieron ofrecimientos

políticos. Carlos Ibarguren, primo del presidente de facto y

único que portaba una experiencia en cargos públicos de alta

jerarquía, fue designado Interventor de la Provincia de

Córdoba, un destino de importancia aunque lo alejaba del

centro de decisiones de la Casa Rosada. Leopoldo Lugones, fue

convocado para la redacción de las proclamas golpistas pero

sus ideas, al parecer, fueron modificadas antes de hacer

públicos los discursos y se le ofreció el puesto de Director

de la Biblioteca Nacional, es decir una función (que no fue

aceptada por el poeta) muy distante del poder político. Como

puede advertirse, la debilidad política de los intelectuales

conspiradores en el gobierno de facto era indiscutible. Tan

fuerte era la evidencia que, al poco andar, fueron los mismos

escritores los que debieron reconocer su frustración y

desazón al confesar, en palabras de Rodolfo Irazusta, que

el golpe de Estado que había sido "preparado y efectuado por

los reaccionarios, era usufructuado por los liberales".

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Sin embargo, el fracaso político de los autodenominados

nacionalistas abrió una nueva etapa en su desarrollo como

tendencia, ciertamente más intelectual e ideológica que

política. Pero, es innegable que ante la contundencia de la

experiencia buscaron acentuar sus perspectivas, definir sus

propuestas y elaborar un ideario más coherente y abarcador

que les permitiera superar la realidad e instalarse en un

lugar expectante en el campo político.

Fue en ese contexto que surgieron sus proyectos corporativos

para el Estado y la sociedad. Un sistema que, para los

intelectuales autoritarios argentinos, tenía la virtud de

poner orden frente a las dos manifestaciones de caos

existentes. Por un lado, al movimiento obrero y los idearios

“disolventes”, es decir el enemigo tradicional, que la

democracia mayoritaria había acrecentado. Pero, al mismo

tiempo, una estructuración corporativista también ponía

límites, concretos y definitivos, a los políticos liberal-

conservadores que, como había explicitado el golpe de estado

y las medidas emergentes, se habían convertido en el mayor

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rival (y el más poderoso) ya que no estaban dispuestos a

transformar radicalmente la realidad ni a perder sus

históricos privilegios.

De tal modo, los corporativismos diseñados se presentaban

como la alternativa de orden social que debía ser alcanzada

mediante la imposición de una armonía de clases formalizada

por un Estado fuerte y que, en algunos aspectos, conllevaba

formas interventoras y prescindía de las formas políticas del

liberalismo y, por ende, de los políticos profesionales.

Como ha sucedido también en otras experiencias nacionales,

estos proyectos abrevaban en dos tradiciones diferentes. Por

un lado, se encontraba la influencia del llamado catolicismo

social, pero al mismo tiempo se perfilaba también nítidamente

otro modelo corporativo concebido como una muralla ante los

desbordes democratizadores e igualitaristas. Es decir una

propuesta que, en términos económicos, asumía un papel

modernizador del Estado y la sociedad pero que en términos

políticos conllevaba posturas reaccionarias48.

48 Pedro González Cuevas: Historia de las Derechas españolas. De la Ilustración a nuestrosdías, Madrid, 2000, pp. 188.

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Los corporativismos anhelados por los escritores argentinos

aunaban en un mismo corpus elementos que provenían de ambas

tradiciones. Esto es particularmente claro en el caso de

Carlos Ibarguren, pero también en el anticlerical y

antihispanista Lugones que consideraba, sobre todo en sus

últimos años, que la religión era un instrumento

disciplinante de gran utilidad para una sociedad tan falta de

jerarquías como la Argentina. Los matices (muchas veces

fuertes) radicaban en el acento que se ponían en cada

cuestión, en el lugar que se le asignaba a cuerpos

tradicionales como la familia, en los postulados morales, en

la reestructuración de las actividades económicas, en la

búsqueda o no de la militarización de la sociedad, etc. pero

ambos coincidían en señalar que el Estado debía ser la

encarnación de la nación, un ente superior, al que los

individuos debían subordinarse. Sin duda, este fue un

elemento central de estas propuestas corporativas,

evidenciando en este plano una fuerte ruptura con la

tradición liberal ya que la nación era entendida como una

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realidad esencialista, histórica y trascendente que se

imponía al individuo49. Sin embargo, no debe pensarse que esta

ruptura implicaba una originalidad del desarrollo argentino

sino que, como es sabido, se produjo en un marco mucho mayor

de crisis y transformación del modelo social, político y

económico liberal de occidente que implicó un gran caudal de

modelos destinados a refundar el orden, buscando una nueva

cohesión para el sistema social y tratando de alcanzar la

estabilidad aun –o principalmente según los casos-,

resignando el parlamentarismo50.

La particularidad argentina reside, en todo caso, en la

solidez de los liberales argentinos, fuertes en lo discursivo

y muy conservadores en sus formas, que pudieron sortear la

crisis clausurando temporalmente las formas institucionales y

retomándolas vaciadas de contenido, a través de una

49 Para un análisis comparativo con el caso español puede verse: MiguelÁngel Perfecto: “El corporativísimo en España: desde los orígenes a ladécada de 1930”, en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, 5, 2006,pp. 185-218

50 Charles, Maier: La refundación de la Europa burguesa, Madrid, Ministerio deTrabajo y Seguridad Social 1989, pp. 23 y ss.

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democracia fraudulenta, pero sin perder cuotas de poder ni

resignar sus intereses. En ese sentido, podría pensarse que

la apuesta radicalizada de los intelectuales autoritarios no

contó con el acompañamiento de los sectores conservadores,

muchos de los cuales bien podrían ser calificados como de

derecha, porque no se daban las condiciones esenciales o,

quizás sea mejor decir, que el escenario, la dinámica

económica y la correlación de fuerzas políticas y sociales

hacían innecesario un giro tan brusco, una ruptura con el

discurso legitimante sostenido desde largo tiempo atrás.

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