Texto y glosa: \"e como en arena do momia se espera\" (Mena, Laberinto, 151e), en F. Dubert et alii,...

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David Mackenzie (Sutton-in-Ashfield, Nottingham-

shire, 1943) estudou en Oxford e en Nottingham,

onde se doutorou coa tese A critical edition with

linguistic and historical introduction of the «Corónica

de Santa Maria de Iria». Tralo seu paso pola British

Library, foi profesor nas Universidades do Ulster

(1974-1986), Birmingham (1986-1996) e Cork (1997-

-2008). Fundador dos centros de estudos galegos

nestas dúas últimas, foi asemade colaborador

habitual do Hispanic Seminary of Medieval Studies

na Universidade de Wisconsin-Madison. Director tamén de diversas teses

de mestrado e doutoramento de temática galega, o seu labor de investi-

gación desenvolveuse entre os estudos ibéricos medievais, a lingüística e

literatura galegas e a literatura española. O seu mestrado esténdese

principalmente entre Europa e Norteamérica, onde desenvolveu o seu

labor docente. Foi así mesmo profesor convidado en universidades coma

as de California ou Wisconsin, e contribuíu de xeito central e decisivo á

creación e expansión dos estudos galegos no mundo académico anglófo-

no e internacional.

En memoria de tanto miragre. Estudos dedicados ó profesor David

Mackenzie é un volume constituído por contribucións realizadas desde

diferentes lugares do mundo e relevantes no ámbito da lingüística

iberorrománica e tamén para a lingüística e literatura galegas. Estas liñas

temáticas constitúen áreas de traballo centrais no historial do homena-

xeado. Nesta publicación participan algunhas das voces máis representa-

tivas das devanditas áreas, tanto en Galicia coma nos Estados Unidos,

Reino Unido, Irlanda e Australia. O Instituto da Lingua Galega da

Universidade de Santiago de Compostela comprácese en ofrecer á

comunidade científica esta homenaxe, expresión de gratitude e recoñe-

cemento a David Mackenzie, quen sen dúbida contribuíu a abrir tanto

Galicia ó mundo coma o mundo a Galicia.

En memoria de tanto miragre

INSTITUTO DA LINGUA GALEGA

En memoria de tanto miragreEstudos dedicados ó profesor

David Mackenzie

Edición ó coidado de

FRANCISCO DUBERT GARCÍA

GABRIEL REI-DOVAL

XULIO SOUSA

2015

UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

En memoria de tanto miragre : estudos dedicados ó profesor David Mackenzie / edición ó coidado de Francisco Dubert García, Gabriel Rei-Doval, Xulio Sousa. – Santiago de Compostela : Universidade de Santiago de Compostela, Servizo de Publicacións e Intercambio Científi co, 2015. – 261 p. ; 24 cm.

Precede ó tít.: Instituto da Lingua Galega

D.L. C 1193-2015. – ISBN: 978-84-16183-96-8

1. Mackenzie, David – Crítica e interpretación. 2. Galego (Lingua). 3. Galego-portugués (Lingua)—Antes de 1500. 4. Literatura galega. 5. Literatura española. 6. Lingüística histórica iberorrománica. I. Dubert García, Francisco, ed. lit. II. Rei-Doval, Gabriel, ed. lit. III. Sousa, Xulio, ed. lit. IV. Universidade de Santiago de Compostela. Servizo de Publicacións e Intercambio Científi co, ed. V. Instituto da Lingua Galega

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Este libro publícase coa axuda fi nanceira da Secretaría Xeral de Universidades (Xunta de Galicia) ó grupo de investigación Filoloxía

e lingüística galega (GI-1743), da Universidade de Santiago de Compostela.

©Universidade de Santiago de Compostela, 2015

Deseño de cubertaRaquel Vila Amado

MaquetaciónRaquel Vila Amado

ImprimeImprenta Universitaria

Campus Vida15782 Santiago de Compostela

EditaServizo de Publicacións

Campus Vida15782 Santiago de Compostela

usc.es/publicacions

Dep. Legal C 1193-2015

ISBN 978-84-16183-96-8

Texto y glosa: «e como en arena do momia se espera» (Mena, Laberinto, 151e)

JUAN CASAS RIGALL

Universidade de Santiago de Compostela*

1. Momia en el Laberinto y sus glosas cuatrocentistas

Hacia 1444, el Laberinto de Fortuna incluye un temprano uso del término momia, tal vez la primera documentación castellana fuera de los libros de medicina, un pasaje inadvertido por nuestros principales etimólogos. El poema recrea aquí la victoria de Juan II sobre los hispanomusulmanes de Granada en la batalla de la Higueruela (1431), masacre que da pie a la comparación meniana:

151E vimos la sombra d’aquella fi gueradonde a desoras se vido crïadode muertos en pieças un nuevo collado,tan grande que sobra razón su manera;e como en arena do momia se espera 1205súbito viento levanta grand cumbre,así del otero de tal muchedumbrese espanta quien ante ninguno non viera (Kerkhof, ed. 1995; cursiva mía).

Nuestro moderno concepto de momia nos induce a entender, sin más, el verso 151e como referencia a un cadáver embalsamado o preservado de la corrup-ción. Sin embargo, estas acepciones del término, aunque antiguas, solo se genera-lizan en las lenguas modernas desde el s. xix, por lo que conviene hilar más fi no.

De hecho, por ser momia un vocablo técnico especialmente circunscrito a la literatura médica, ya en la primitiva tradición comentarística del Laberinto se vio

En memoria de tanto miragreEstudos dedicados ó profesor David MackenzieUniversidade de Santiago de Compostela, 2015, ISBN 978-84-16183-96-8, pp. 75-89

* Este trabajo se inscribe en el proyecto «El comentario fi lológico hispánico en los siglos xv a xvii: estudio y edición» (FFI2010-16903), fi nanciado por el Ministerio de Economía y Competitividad.

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la conveniencia de iluminar el sentido de la alusión y sus realia. Tal pretende la glosa cuatrocentista recogida con ligeras variantes en los cancioneros PN7, BC3, NH5, ML2 y SV2, así como en MM1, testigo que, si bien en conjunto presenta una anotación mucho más amplia, coincide grosso modo en este punto concreto:1

PN7 De muertos: faze comparaçión del monte de los muertos fecho allí así súbi-to como los oteros en las sirtes de Libia, que es en África: en una tierra desierta suele acaesçer con el viento fazerse súbitamente oteros de arenas do antes era llano, e sy toma debaxo alguna gente, cúbrela de aquella arena, e de los cuerpos de aquellos se faze la momia.

MM1 Arena: faze comparaçión del monte de los muertos fecho allí súbito como en los oteros de los montes de Libia, que es en la parte de Áff rica, en una tierra que suele acaesçer que con el gran viento se suelen súbitamente fazer grandes oteros de arena donde antes era llano, et si toma debaxo alguna gente, cúbrela de aquella arena, e de los cuerpos de aquellos muertos se faze la momia.2

Ya Street (1958) advirtió que ciertos escolios copiados en PN7 eran obra del propio Mena.3 Sin embargo, como en algún otro caso se corrigen errores del Laberinto en materia histórica, ello apunta a una refundición, un comenta-rio que probablemente aprovecha y enriquece materiales menianos con nuevas anotaciones.4 Así las cosas, la mayor parte de estas glosas son de autoría incierta, pues, una a una, normalmente es imposible atribuirlas con fi abilidad a Mena o al refundidor, como sucede con el escolio sobre las momias. Por lo que respecta al comentario de MM1, mucho más extenso, parece que su autor partió de las glo-sas representadas por PN7 y los otros cuatro cancioneros señalados, e incorporó múltiples adiciones; con todo, cuando este comentarista se acoge a la glosa previa, suele recrearla sin demasiadas alteraciones, según demuestra también el ejemplo de nuestro interés.

1 Para la localización de estos cancioneros, véase Dutton (1990), con una noticia posterior: MM1, perteneciente a la Fundació Bartomeu March, está ahora en Palma de Mallorca (ms. B 80-B-17).

2 Cito por la edición que actualmente preparo.3 El caso más claro lo representa la glosa de los versos 123ab: «Yliada: esta Yliada de Omero ove

traduzido o romançado para el señor Rey, donde largamente fablé de su vida; por ende, pues que allá fablé, aquí non fago más minçión». Mena compuso, en efecto, un romanceamiento de la Ilias Latina, las Sumas de la Ilíada (González Rolán et al., eds. 1996), en cuyo «Proemio» incluía una vida de Homero.

4 Así, Mena presenta como suicidas a Catón el censor y Catón de Útica o el grande (Laberinto, 217gh), confusión habitual por el tiempo, pues solo el uticense se había quitado la vida. En cambio, el glosador se refi ere con propiedad únicamente al suicidio de este último: «este Catón el grande se mató en Útica por non venir en servidumbre del Çésar».

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(Mena, Laberinto, 151e)

Como cabe datar esta temprana tradición de comentarios entre 1444 –año de culminación del Laberinto– y 1479 –según referencias históricas internas de MM1–, estas glosas se anticiparon en no menos de veinte años a las anotaciones de Hernán Núñez (1499, revisadas en 1505), quien, sin embargo, se consideraba pionero. El Comendador Griego, además de explicar los versos 151ef en línea similar, añade interesantes concordancias desde las letras clásicas:

De arena de momia. La qual comparación quadra tan bien que para el caso en que habla otra mejor ni más propria no se pudiera excogitar. Áff rica es prouincia muy caliente porque está debaxo de la tórrida zona, y la mayor parte de ella es despoblada por los grandes calores; y, por consiguiente, como siem-pre suele acontecer en las partes calientes, es tierra muy arenosa, tanto que en algunas partes de ella acontece en el arena lo que en el mar: que asý como en el mar, quando ay tempestad, veen los que nauegan grandes montes de agua, asý en África, quando ay vientos, leuantan muy grandes montones de arena, los quales toman debaxo y ahogan muchas vezes a los caminantes. Y de esta manera pereció toda la hueste de Cambyses, hijo de Cyro, rey de los persas, caminando por la África y yendo a robar el templo de Júpiter Ammón. D’esta misma manera perecieron ciertos pueblos de la África llamados Psyllos, con términos a los nasamones, que, yendo a pelear contra el viento Austro porque les auía secado tota el agua que tenían y padecían gran sed, el viento Austro, doliéndose de la injuria que le yuan a hazer, sopló muy reziamente y cubriolos de aquellos montones de arena, y perecieron todos. Auctores de esto: Heródo-to en el quarto de sus Historias, Trogo Pompeio en el primero, y Aulo Gellio en el decimosexto de las Noches átticas. Los cuerpos muertos de los que asý mueren se llaman carne momia, y el arena que los cubre arena de momia. Pues compara aquí el poeta el collado y montón de los cuerpos muertos de los mo-ros a los montes de arena que súpitamente el viento leuanta en África (Núñez 1499: fol. 119v).5

Núñez debe explicar el concepto de arena de momia, pues prefi ere esta lectura a arena do momia (cfr. supra). Fuera de esto, la argumentación es muy similar a PN7 y MM1, por probable poligénesis emanada de saberes escolares comunes. Con todo, la expresión carne momia nos sitúa, según veremos, ante un concepto indudablemente distinto del sentido moderno. Por otra parte, la apor-tación más novedosa del Comendador es su intento de buscar fuentes clásicas para las momifi caciones espontáneas en el desierto, difícil objetivo, como se irá comprobando.

5 Como en los restantes testimonios medievales y áureos citados de primera mano, resuelvo abrevia-turas sin indicación, y ajusto parcialmente la ortografía al uso moderno.

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2. Fundamentos etimológicos y evolución del concepto

La voz momia y sus correlatos en las principales lenguas modernas proceden de un étimo árabe, a decir de Corriente (1999, s. v. momia) el neoárabe mūmiyyah para el resultado español, que, a su vez, deriva del antiguo mūmiyā. Este término tiene bien un origen persa, bien un origen egipcio directo, la forma mnnn, mnrw o mnni transliterada. Originalmente –en árabe, desde el s. viii–, designaba una sustancia mineral bituminosa o asfáltica, pura o amalgamada con elementos or-gánicos; así, en la traducción árabe de Dioscórides del s. ix mūmiyā se usa para traducir el griego πισσάσφαλτος, el pisasfalto, una variedad mineral considerada híbrido de pez y asfalto.6

Pero, al lado de esta mūmiyā mineral, a fi nales del mismo s. ix se documenta el término en una nueva acepción, para designar una sustancia negruzca exuda-da por los cadáveres embalsamados en el antiguo Egipto, de apariencia similar al pisasfalto. Tanto la mūmiyā mineral como esta otra mūmiyā orgánica fueron muy apreciadas por sus supuestas virtudes medicinales en aplicaciones variopin-tas, hasta el punto de que Aufderheide (2003: 516), con ilustrativo y consciente anacronismo, las equipara a la moderna aspirina.

Estos dos sentidos de mūmiyā, no siempre bien discriminados, entraron desde el s. xi en los tratados médicos mediolatinos bajo la forma mum(m)ia. De este modo, en la escuela de Salerno del s. xii se entiende el concepto como exu-dación del cuerpo embalsamado, en tanto que, por la misma época, Gerardo de Cremona, que traduce en Toledo el Canon de Avicena, recupera la acepción mi-neral, la mumia como variedad asfáltica. El resultado es que, desde este momento, es difícil determinar la noción de base en las obras médicas que hacen inventario de los usos terapéuticos de la mumia sin defi nir su composición.

Este entramado semántico se complica aún más cuando ambos conceptos de mūmiyā, mineral y orgánico, se fusionan. La raíz del híbrido se halla en el uso del asfalto como sustancia para embalsamar, ya atestiguado por Diodoro Sículo (Biblioteca histórica xix, 99, 3) y Estrabón (Geografía xvi, 2 45), y confi rmado por modernos análisis químicos de momias egipcias tardías (Aufderheide 2003: 517). A partir de aquí, se puede entender la mumia como amalgama del elemento momifi cante con el organismo humano. De este modo, Andrés Laguna, en su Dioscórides traduzido e illustrado (1555, glosa a i, 79-81), al comentar el pissasfalto,

6 Sigo en esta parte de la exposición el documentado estudio de González Manjarrés (2010), con otras referencias incorporadas al hilo del discurso.

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(Mena, Laberinto, 151e)

entiende que la auténtica «mumia árabe» es este mineral «infi cionado» con los humores del muerto embalsamado.

Con esta clave, el término continuó variando su sentido. La mumia como exudado de cadáveres embalsamados había tenido una evolución lógica, pues se buscó esta sustancia en el interior del cuerpo, en particular en abdomen y cabeza, en donde se hallaba una masa viscosa similar; y después, en general, en la carne momifi cada. Así, en la Chirurgia magna (1363) de Guy de Chauliac, mumia se defi ne como «caro mortuorum balsamitorum» (i, 455; González Manjarrés 2010: 190). Tal es el origen de la locución carne momia de la glosa de Hernán Núñez, fórmula lexicalizada que recogerán Covarrubias (vid. infra) o el Diccionario de au-toridades (1729, s. v. carne momia), este con cita expresa del Comendador Griego. Por esta vía se habilitó el último paso de la evolución del término: por sinécdoque de la parte por el todo, la mumia-momia pasa a ser no ya la carne, sino el cuerpo momifi cado íntegro. Aunque González Manjarrés (2010: 190) considera que tal traslación semántica hubo de ser inmediata, por una vez no aduce prueba docu-mental. En todo caso, el proceso fue sin duda anterior al s. xix, pese a los juicios de Corominas (1980a, s. v. momia) o Corriente (1999, idem), pues, por ejemplo, el diccionario de Terreros (1786, s. v.) ya defi nía momia como «cuerpo antiguamente embalsamado», y abajo veremos ejemplos más antiguos.

En el fondo, la evolución del concepto mūmiyā-mumia-momia se debió prin-cipalmente a la misma evolución del objeto. Su uso terapéutico generalizado en los países árabes y europeos provocó la escasez y carestía progresivas del producto: tanto el pisasfalto como la emulsión del añejo cadáver embalsamado en Egipto eran sustancias muy costosas y difíciles de conseguir. Por eso se buscaron alternativas como los humores del interior del cuerpo y la carne momia. Pero, a medida que aumenta la demanda, incluso se recurre a embalsamamientos recientes o momifi -caciones espontáneas, y también constan casos marcadamente fraudulentos: suce-dáneos del pisasfalto o, simplemente, cadáveres sin momifi car. Se constituye, así, un intenso tráfi co de momias, auténticas o supuestas, que, de acuerdo con las fuentes, está fundamentalmente en manos de comerciantes judíos (Reichman 1997).

En líneas generales, las propuestas etimológicas ibéricas tradicionales es-tuvieron lastradas en su base por una pobre documentación de los préstamos romanceados momia o mumia, que hoy conocemos mejor.7 Por ejemplo, Coromi-nas (1980b, s. v. mòmia), en vista de la entrada supuestamente tardía de momia

7 El catálogo presentado por Herrera y Vázquez (1991) debe completarse con un corpus textual como ADMYTE (1999, ss. vv. momia-momja y mumia-mumja).

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en castellano, llega a postular su origen catalán, lengua que conocía ejemplos del s. xiv; pero momia-mumia se encuentra ya en el Libro de las animalias que caçan (1250) de Alfonso el Sabio, versión castellana del Moamín árabe.

Es, en efecto, la traducción de obras médicas y veterinarias el cauce para la entrada del término, que, bajo estas dos formas momia-mumia, presenta una trein-tena larga de ejemplos en doce obras vernáculas distintas. Entre los siglos xiii a xv, se encuentran aquí, además de la adaptación del Moamín, los romanceamientos de Dancus rex, los Synonima Nicolai, la Chirurgia maior de Lanfranco, el Fasciculus medicinae de Ketham, el Lilium medicinae de Gordonio, la Chirurgia magna de Chauliac y el De virtutibus herbarum de Macer, al lado de compilaciones inspiradas en estas tradiciones, como el Libro de la montería de Alfonso XI, el Libro de la caza de las aves de Pero López de Ayala, las Recetas de Gilberto, el anónimo Tesoro de los remedios y el Sumario de la medicina de Francisco López de Villalobos.

De acuerdo con el uso habitual, normalmente la momia-mumia aparece como remedio terapéutico sin defi nición, aunque en cuatro de estos textos afl ora el concepto con mayor o menor claridad. Además de la traducción del ya citado Guy de Chauliac (1498; «mumia: carne de los muertos balsamados», fol. 180r), es también el caso de los Sinonima de los nombres de las medeçinas, el Libro de la caça de las aves de López de Ayala y las Recetas de Gilberto.

De singular valor resultan aquí los Sinonima, versión castellana copiada a fi -nales del s. xiv de unos Synonima Nicolai, glosario médico que dedica una entrada a nuestra voz: «Momia, i[d est], superfl uydat que se falla en los rrencones de las sepol-turas de los omnes muertos balsamados. En en lugar della ponen carrne de omne seca» (Mensching, ed. 1994: 127). Se advierte aquí, en primera instancia, el concep-to de momia por exudación del cuerpo embalsamado. Pero, además, cabe destacar el apunte fi nal, prevención contra los referidos fraudes comerciales, un detalle que, de acuerdo con Mensching, es exclusivo de este romanceamiento castellano.

Por la época, en el Libro de la caça de las aves de López de Ayala, entre los remedios más efi caces para tratar roturas óseas en cetrería, se recomienda la mumia, «que es la más preçiosa medeçina para los quebrantamientos del falcón que puede ser, e es fecha de carne de hombre confaçionada, e la mejor d’ella es la cabeça» (lxvii; Cummins, ed. 1986: 203-204). En confaçionada ‘preparada’ (va-riantes confecionada-confi cionada) parece implícita la idea de embalsamamiento, pero, en particular, la referencia a la obtención de la momia a partir de la cabeza humana nos sitúa ante la primera ampliación del sentido de la mūmiyā orgánica, cuando esta se busca en el interior del cuerpo.

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(Mena, Laberinto, 151e)

En cuanto a las Recetas de Gilberto, son testimonio cuatrocentista de los últimos escalones de momia en sentido orgánico, la carne momia, la sustancia ex-traída de las partes blandas del cadáver: «Iten dize Abizena: toma momia, que es carne de omne, & ençienso & almástiga, sangre de dragón, todo por ygual peso, & muélelo todo esto en vno...» (fol. 21v; ADMYTE 1999). Y adviértase que aquí ni siquiera hay trazas ya de la idea de embalsamamiento, lo que ilustra cómo se fueron desdibujando los planteamientos originales.

Al margen de los textos médicos, dos poemas cancioneriles del Comenda-dor Román, que no fi guran en corpus al uso como ADMYTE y, por ello, tienden a pasar inadvertidos, acaso presenten las documentaciones más antiguas de momia en sentido antropomórfi co inequívoco.

Una breve composición burlesca contra Antón de Montoro (c. 1404-1480) contiene una enigmática referencia. La pieza de Román, al integrarse en el cor-pus poético de Montoro, se ha benefi ciado de la singular fortuna editorial de este autor. Pero, desde Cotarelo (ed. 1900), los editores se desentienden de la extraña alusión del verso 3:

Román a Montoro, no queriendo paz

Record’, Antón, que dormís:¿sois las islas de Guinea,o las momias d’Alanquís [variante Alanguís],8

o la tierra de Judeacon su qüento de rabís?Vos, fi gura de baúl,ombre de mala razón,bien sabéis qué es Cinquipul:aunque agora sois Antón,primero fuistes Saúl(ID3020R3019; Ciceri y Rodríguez Puértolas, eds. 1990: 207).

Desde la formalización dalanguis-dalanquis del manuscrito MN19, por el habitual deslinde de una preposición de apocopada y el uso de mayúscula inicial, sí hay acuerdo tácito a la hora de entender Alanguís-Alanquís como un nombre propio, que ha de ser topónimo en consonancia con Guinea y Judea. Pero, en lo que conozco, solo Monique de Lope (1993: 90) ha procurado una hipótesis de interpretación: Alanguís –pues la estudiosa francesa prefi ere esta forma– es la

8 Pese a ser el cancionero MN19 el único testimonio de esta composición, los editores modernos oscilan entre Alanquís (Cotarelo 1900, Costa 1990, y Ciceri y Rodríguez Puértolas 1990) y Alanguís (Cantera y Carrete 1984).

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ciudad egipcia de Guiza, es decir, Al-Ŷīza, cuyas momias representan su célebre necrópolis. Por lo que hace al topónimo, tras el artículo árabe Al-, la transfor-mación de Ŷīza es verosímil no solo por acción de los copistas, sino del propio autor –los libros de viajes abundan en este tipo de deformaciones de nombres exóticos–. Pero interesa en particular la acepción de momia, que, según De Lope asume implícitamente, coincidiría grosso modo con el uso moderno. Lo cierto es que el conjunto del poema apoya esta lectura: en la fi cción, el alter ego del judío Montoro es un hombre dormido, cuyo cuerpo tendido es asimilable a islas y tierra de gentiles, así como a inertes momias africanas.9

Otro poema de Román («Vós mi Dios por mi tristura», id0265) confi rma tal interpretación. Es esta una pieza amoroso-burlesca en donde alternan coplas de elogio femenino, según los cánones del cancionero amatorio, y otras de irónica autocensura, pues, según la rúbrica, la amiga del poeta ha decidido rechazarlo fi nalmente por feo. En concreto, en la estrofa xi se describe la desmañada fi gura del galán mediante diversas analogías, momia incluida:

Yo nascí con gran pedrisco,cual por mi razón se trata,con cara hecha de trisco,con visión de basiliscoque todas las gentes mata; 105parescí sin detenenciaespantable como gomia,cara propia de dolencia,fi gura de pestilenciay más fea que la momia 110(Mazzocchi, ed. 1990: 58-59).

Con toda probabilidad, pues, ambos pasajes de Román manifi estan el uso de momia en comparaciones antropomórfi cas, en alusión a un cadáver más o me-nos incorrupto. Con esta perspectiva, no resulta teóricamente descartable una acepción similar para el verso de Mena («e como en arena do momia se espera») y sus glosas manuscritas («... de los cuerpos de aquellos se faze la momia»). Sin embargo, en vista del complejo panorama examinado, conviene seguir evaluando la hipótesis con prudencia.

9 En contraste, Costa (2000: 48) obvia el problema no solo en su edición, sino también en su estudio de las contiendas poéticas de Montoro.

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(Mena, Laberinto, 151e)

3. Momifi cación espontánea en las arenas del desierto

Ninguno de los textos precedentes aporta una nota esencial de la momia según Mena y sus comentaristas del s. xv, que añaden un elemento inhabitual en la tradición médica: la momifi cación no artifi cial, sino espontánea, producida en el cuerpo sepultado bajo las arenas del desierto.

Si nos remontamos progresivamente hacia nuestro Cuatrocientos, en el s. xviii el padre Feijoo aporta interesantes noticias. En el volumen iv de su Teatro crítico (1730), el discurso 25 se dedica a las «Momias egipciacas». Aquí, además de mostrar su escepticismo acerca de las cualidades terapéuticas de la momia –de hecho, con vestigios de uso todavía en el s. xx (Aufederheide 2003: 518)–, Feijoo se hace eco de las distintas acepciones del término, que incluyen tanto el cuerpo embalsamado como el conservado por causas naturales:

Dase el nombre de mumias a aquellos cadáveres que hoy se conservan embal-samados por los antiguos egipcios. Bien que la voz mumia ya se hizo equívoca, porque unos entienden en ella el cadáver que se conserva en virtud de aquella confección de que hemos hablado; otros la misma confección; otros el mixto que resulta de uno y otro; otros, en fi n, quieren que esta voz se extienda a aquellos cadáveres que en las arenas ardientes de la Libia prontamente desecados ya por el aridísimo polvo en que se sepultan, ya por la fuerza del sol, se conservan siempre incorruptos (Teatro crítico iv, 25, §66; cursiva mía).

A partir de la bibliografía médica vigente en su época, Feijoo dibuja el mis-mo panorama de tráfi co de momias fraudulentas que se venía denunciando desde siglos atrás, que considera igualmente promocionado por mercaderes judíos, si bien condena la complicidad cristiana:

Pero lo peor que hay en la materia es que la mumia legítima, esto es, la egip-ciaca, no se halla jamás en nuestras boticas. Así lo testifi can el Matiolo Sobre Dioscórides y Lemeri en su Tratado universal de drogas simples. Este último dice que la que se nos vende es de cadáveres que los judíos –y también algunos cris-tianos–, después de quitarles el celebro y las entrañas, embalsaman con mirra, incienso, acíbar, betún de judea y otras drogas; hecho lo cual, los desecan en el horno para despojarlos de toda humedad superfl ua y hacerlos penetrar de las gomas, lo que es menester para su conservación. Matiolo ni aun tanto aparato admite en lo que se vende por mumia, pues dice que solo se prepara con el as-falto o betún de judea –de quien tomó nombre el lago Asfaltites– y pez; o bien con la napta o pisasfalto, que es otra especie de betún muy parecido a la mezcla del de judea y la pez, por cuya razón este se llama pisasfalto artifi cial y aquel natural (ibidem, §69).

84 En memoria de tanto miragreEstudos dedicados ó profesor David Mackenzie

A decir del benedictino, si incluso el valor médico de las verdaderas mo-mias embalsamadas es dudoso, las propiedades de sucedáneos como los cuerpos conservados en el desierto resultan aún más discutibles: «Yo creo que un cadáver desecado por intenso calor del Sol es duplicado cadáver, esto es, destituido no solo de aquella virtud que se requiere para las acciones humanas, mas también de la que es menester para los ejercicios médicos» (ibidem, §70).

En línea semejante, ediciones tardías del Lexicon medicum de Stephanus Blancardus (1650-1704), como la estampa de 1748, acogían distintas acepciones de mumia, entre ellas el cadáver desecado bajo las arenas del desierto. Sin embar-go, como ha subrayado González Manjarrés (2010: 165-166), en las primeras edi-ciones de la obra (1680 y 1683) faltaban tales detalles, de manera que, sin descar-tar por completo una adición autorial, cabe sospechar una refundición posterior.

Indudablemente en el s. xvii, la momifi cación espontánea de cuerpo hu-mano en el desierto suministra la carne momia según el Tesoro de Covarrubias (1611, s. v. momia carne).

La del cuerpo humano que se ha enjugado y secado, que ordinariamente dicen hallarse en los desiertos, adonde las arenas suelen ser llevadas de una parte a otra con el aire, y cubrir los hombres soterrándolos debajo; y así se dijo carne momia, quasi amomia, de ἄμμος ‘arena’.

Las fuentes expresamente declaradas son el padre Pineda (Monarchía ecle-siástica vii, 1, 4), Andrés Laguna (Dioscórides traduzido i, 79-81) y, vagamente, Nebrija, quien supuestamente había empleado la forma munia. Pero, por lo que respecta a este último, momia-mumia-munia no fi gura ni en las primeras versiones de los vocabularios latino-español (1492) y español-latino (c. 1495) (ADMYTE 1999), ni en la edición conjunta de 1520, última supervisada por el autor; si acaso, tal vez Covarrubias maneje un Nebrija refundido. En cuanto a Laguna, según veíamos atrás, comenta el pissalfalto dioscorídeo, que vincula con la mūmiyā árabe entendida como amalgama del mineral y partes del cuerpo embalsamado, pero en ningún momento se refi ere a la momifi cación natural en el desierto.

En realidad, es el primer modelo invocado, Juan de Pineda (1576), quien proporciona a Covarrubias tanto los realia como la base etimológica desde amo-mia. En el pasaje a que el Tesoro envía, recrea Pineda el itinerario de Alejandro Magno por el desierto libio en busca del templo de Amón:

Todos los historiadores de esta famosa quanto peligrosa jornada dizen que, començando a engolfarse por aquellas soledades, los dos primeros días lo pa-ssaron bien trabajosamente, mas que, después que más se metían por la tierra,

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(Mena, Laberinto, 151e)

perdieron de el todo la tierra de vista, no hallando sino arena que no les suff ría encima de los pies de menuda y seca, sin que sus ojos descubriessen árbol ni cosa verde de quantas Dios crio. Con lo qual no se podían tener en las piernas brumadas de no hallar cosa maciça en que pisar, y el agua se les auía acabado a los quatro días o poco más, y el sol quemaua más que callentaua, con lo qual todos renegauan de Alexandre que a tal matadero los lleuaua, que, a soplar vn poco el ayre, no auía más que leuantarse las arenas y hazer montes de sí, y tomarlos debaxo y dexarlos allí para siempre soterrados, como ya auía acontescido a Cambyses y a otros reyes. Y de allí se llama la carne momia, que se ha de dezir amomia del templo de Amón (Monarchía eclesiástica vii, 1, 4; vol. vv, fol. 131v; cursiva mía).

La última autoridad explícitamente aprovechada por Pineda en el contexto previo era Arriano, y poco antes había remitido a Quinto Curcio. Ambos histo-riadores refi eren, sí, el episodio alejandrino, pero describen –sobre todo el latino– un penoso camino a través de un desierto abrasador sin referirse en absoluto a cuerpos sepultados por la arena (Arriano, Anábasis iii, 3; Curcio, Historiae iv, 7). Pineda adorna, pues, su narración con otro referente expreso: lo «acontescido a Cambyses y a otros reyes».

Y justamente este es el primer precedente clásico de la carne momia que ha-bía señalado Núñez en su glosa del Laberinto, la muerte del ejército de Cambises en el desierto de Amón, al lado del similar fi n de los nasamones en guerra contra el Austro, con fundamento en Heródoto (Historias iii, 26; iv, 173), Trogo ( Justino, Epitome i, 9) y Aulo Gelio (Noctes Atticae xvi, 11). De estos autores, la fuente prin-cipal es Heródoto, pues Trogo-Justino solo desliza una brevísima alusión al caso de Cambises, y Gelio, a propósito de los nasamones, sigue expresamente al historia-dor griego. Con todo, aunque en estos relatos sea central la muerte bajo las arenas del desierto, nada se dice de la momifi cación, ni siquiera de modo parafrástico.

Esto resulta particularmente sintomático por cuanto el más antiguo e im-portante testimonio europeo sobre los rituales fúnebres en torno a las momias egipcias es justamente Heródoto (Historias ii, 85-90), al lado de Diodoro Sículo (Biblioteca i, 91-93). No se refi eren aquí, claro está, casos de momifi cación espon-tánea, sino los procesos del embalsamamiento artifi cial. Y es obvio por qué a los lectores tardomedievales y renacentistas les resultó difícil relacionar tales noticias con la mūmiyā-mumia orgánica e incluso la carne momia de los tratados médicos árabes y mediolatinos: porque el griego, como el latín clásico, carece de terminolo-gía análoga para el concepto de momia, y los autores deben recurrir a la paráfrasis –así, Heródoto habla simplemente de νεκρóς ‘cadáver’ y ταριχεύω ‘embalsamar’–, poco transparente para tender puentes con la voz árabe de ascendencia egipcia.

86 En memoria de tanto miragreEstudos dedicados ó profesor David Mackenzie

Por ello, al no encontrarse auctoritates clásicas evidentes para explicar el trasfondo de mumia-momia, en el mejor de los casos –Núñez o Pineda– se echa mano de la erudición para rememorar relatos antiguos de muertos en las arenas del desierto. Pero, por otra parte, esto demuestra que se conoce la realidad de las momifi caciones espontáneas por acción de la arena y el calor, de ahí la derivación hacia este concepto.

Entre los antropólogos, domina la teoría de la génesis de la momifi cación artifi cial a partir de la constatación de momifi caciones naturales (Palao 2007: 77-127). En el período predinástico de Egipto, los más de dos mil cuerpos ex-humados en Naqada, al norte de Luxor, en su mayoría se habían momifi cado espontáneamente. Estos casos, planifi cados o accidentales, debieron de alentar los procedimientos artifi ciales para potenciar la momifi cación, conocidos en el Perío-do Arcaico egipcio y progresivamente mejorados hasta alcanzar un alto grado de sofi stifi cación desde el Nuevo Reino (Aufderheide 2003: 212-259).

En la Edad Media occidental, a falta de fuentes antiguas expresas sobre la momifi cación natural por desecación, los viajeros por el norte de África probable-mente se constituyeron en el principal canal de difusión de estas noticias. Nuestro Pero Tafur (c. 1405-1480), cuando menos, es buen indicio de ello, con arreglo al testimonio de sus Andanças e viajes, que, a raíz de su itinerario por Egipto, nos dejan este relato:

E partimos del Cayro, e yendo por aquellas arenas muertas del Egypto con muy grande trabajo e grande peligro, la calor tan grande que dudaba onbre de po-derlo sofrir. En estas arenas dizen que se faze la momia, que es carne de onbres que mueren allí, e con la gran sequedat non podresçen, mas consumiéndose aquel húmido radical, queda la persona entera e seca, tal que se puede moler ( Jiménez de la Espada, ed. 1874: 58).

El pasaje, además, proporciona una concordancia interesantísima por letra y espíritu, pues la expresión «se faze la momia» es análoga a un segmento de la glosa manuscrita del Laberinto. Pero momia es claramente para Tafur no el cuerpo en sí («la persona entera e seca»), sino su carne, esto es, la carne momia de Núñez, Covarrubias o Autoridades. Ello apunta a que, en Mena y su temprano comentario, la voz momia debe de estar tomada en esta misma acepción, si bien, al atestiguar Román el sentido antropomórfi co del término, persiste cierta duda. En todo caso, estos usos ambiguos de Mena y sus primeros comentaristas facilitaron la traslación semántica de momia desde la parte al todo.

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(Mena, Laberinto, 151e)

Importa subrayar, desde otra perspectiva, la comprensible ausencia de una auctoritas declarada en las tempranas glosas del Laberinto para sanción de las mo-mifi caciones espontáneas en el desierto, pues faltaba la noticia precisa tanto en los clásicos como en los tratados médicos medievales. El fundamento del comentario habrá que buscarlo, por tanto, en el conocimiento de los casos por vía oral, según pone de relieve Tafur.

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