Persuadir y enseñar, ayer y hoy
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PERSUADIR Y ENSEÑAR, AYER Y HOY
"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
AGAMEMON. Conforme.
EL PORQUERO. No me convence".
(Mairena, en su clase de Retórica y Poética).
Así comienza Antonio Machado su Juan de Mairena. La sentencia es propia de un
gran maestro, no ya de la escritura, sino de la palabra hablada. Don Antonio, además de
gran poeta, era también profesor de profesión y, en esa breve escena, nos ofrece un
compendio de didáctica: por un lado, mediante la primera frase, nos ofrece la sentencia
solemne, magistral, que sale de la boca del maestro y corre en sentido irreversible hacia
el oído del discípulo; por otro, mediante las dos líneas siguientes, se planta de lleno en
el centro de otra de las grandes tradiciones didácticas, aquella en la que palabra se hace
diálogo, y que podríamos denominar tradición dialógica, para evitar el término más
ambiguo de dialéctica.
Cuando se hace referencia a esta cita de Machado, es habitual aludir solamente a
la primera frase, como si fuera ésta la que contiene el meollo de la cita. Y es indudable
que hay meollo en la expresión "la verdad es la verdad", pese a que en su inmediatez es
una tautología, y más todavía si contemplamos esa afirmación tautológica acotada entre
Agamenón, el hombre más poderoso, y el más ínfimo de sus sirvientes, su porquero.
Sea pues la tesis expuesta por el profesor que la verdad es independiente del sujeto que
la expresa, ya sea el más poderoso ya el más humilde de los mortales.
Pues bien, el sentido de la didascalia de Machado se expresa en la puesta en
escena de los propios personajes de las dos líneas siguientes. Agamenón asiente y el
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porquero duda, precisando que el primero asiente y miente y el segundo duda cuando no
duda. En una situación que mucho debe tener de perversa, ni uno ni otro, ni el amo ni el
esclavo, pueden expresar la verdad. La tesis queda demolida en las dos líneas por efecto
del diálogo. El poder miente, acción que le es propia, como ya sabemos desde Platón, al
tiempo que se alza en adalid de valores meramente proclamados que encubren los
verdaderamente ejercidos, y el porquero, si expresa algún acto de su pensamiento, si no
se limita al silencio, conducta que le sería mucho más adecuada a su naturaleza, no
puede ser más que la duda y la vacilación, porque el mundo sometido no puede ser
sujeto de verdad. La duda del porquero sólo lo es ante su patrón, porque de sobra sabe
que Agamenón, no sólo es su patrón, sino la mismísima verdad y que esto, que
Agamenón es la mismísima verdad, es lo que cuenta como verdad para Agamenón. Que
esa verdad no pueda revelarse en las palabras hace que la verdad, como desocultación
(tal es el significado griego de aletheia) se convierta en su contrario, en ocultamiento.
El breve texto de Machado contiene la quintaesencia de lo que es toda tarea
didáctica: la tesis expuesta (el contenido de la enseñanza) por el maestro (el primer
término de la relación) dotado del privilegio (relación asimétrica) de iniciar el discurso
(la palabra oral, condición intrínseca de la enseñanza) y los alumnos (segundo término
de la relación), y un tercer elemento que se infiltra, las relaciones de poder, que tiñen y
colorean, no ya sólo los contenidos, sino las prácticas didácticas en su conjunto, las
fuerzan hasta deformarlas, las encorsetan y las alteran, y todo ello, en suma, con el
único propósito de poder controlarlas.
Sírvanos, pues, el texto del poeta como preludio de la pieza musical que
pretendemos componer.
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I. La palabra del poeta
En el centro de toda actividad didáctica ha estado siempre la palabra. Si nos
remontamos a los orígenes de nuestra cultura, los griegos de los siglos VIII y VII a.C.,
nos encontramos con Homero y Hesíodo, los llamados maestros de la Hélade o los
educadores de Grecia, en palabras de Hegel, pero por encima de todo son los cantores
del pueblo, aedos y también rapsodos, zurzidores de versos.
La palabra del poeta expresa la verdad, no porque el poeta sea un hombre de
cualidades superiores, sino porque goza de una posición de privilegio: es el
intermediario entre el mundo divino y el humano. El poeta, como el adivino, conoce lo
que ha sido, es y será, conoce la verdad toda porque le ha sido inspirada por las musas.
El privilegio del poeta, el de ser portador de verdad, se carga de riesgo y
responsabilidad cuando Hesíodo, entre otras verdades, recibe de las musas un extraño
mensaje, nuevo y original, y, sobre todo, perturbador:
Este mensaje a mí en primer lugar me dirigieron las diosas,
las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la égida:
“¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan sólo!
Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades;
y sabemos, cuando querremos, proclamar la verdad”. (Teogonía 24-28).
Es cierto que de esos versos resaltados en cursiva se han formulado dos
interpretaciones1. La primera, representada, entre otros, por Gigon, los interpreta como
si fueran algo así como la epifanía de la filosofía, que recibe el encargo de decir la
1 Para un análisis más amplio de este pasaje de Hesíodo, véase J. Solana, "María Zambrano: el
recurso a los presocráticos", Aurora 6, 2004, 143-152.
3
verdad frente al mundo de las verosimilitudes engañosas propias de Homero: el mito
frente al logos, la apariencia de verdad frente a la verdad. La épica homérica será en
adelante la imagen típica de lo que no es filosofía, “la abigarrada opinión común, que se
parece engañosamente a la verdad y que, por ello, es su enemigo más peligroso”2.
También Fränkel3 cree que estos versos de Hesíodo recogen el concepto negativo de
algo que parece verdadero, pero no lo es. La poesía sería condenada desde su propio
interior, en el nombre mismo de las musas. De un plumazo, la poesía, de ser la
portadora de verdad, se convertiría en un lugar perverso, en el peor de los escenarios,
allí donde la verdad y la mentira se mezclan sin ninguna posibilidad de ser discernidas.
Hay una forma de mitigar esta interpretación que tan poco coherente parece con el
papel de las musas, que pasarían a simbolizar, no ya sólo la mentira, sino la mentira que
se mezcla con la verdad, es decir, la mentira más dañina, aquella que no nos avisa de su
llegada porque ha adoptado el disfraz, la apariencia de la verdad.
Para no cargar sobre las musas ni sobre los hombros del poeta, el educador de
Grecia, el peso de la mentira, los estudiosos ofrecen una segunda interpretación que
entendería la fórmula de Hesíodo como “mil verosímiles ficciones”4. Esta manera de
interpretar los dos versos en liza, una versión poética5 relacionada con la capacidad
fabuladora de la poesía más que con una supuesta inclinación, si no compromiso, con la
mentira o con la escepsis, parece más acorde con el sentir de la poesía hesíodica. En
2 O. Gigon, Los orígenes de la filosofía griega, 15 (Gredos, Madrid, 1985).
3 H. Fränkel, Poesía y filosofía de la Grecia arcaica, 318 (Visor, Madrid, 1993).
4 Así traduce R. Ramírez Torres, Épica Helénica post-homérica, 92 (Editorial Jus, México, 1963).
5 M. Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia arcaica, 82 (Taurus, Madrid, 1981), toma la
expresión de Homero, luego recogida por Hesíodo, como la fórmula que define la potencia de la retórica.
Los Dissoi Logoi aplican la misma noción no sólo a la poesía sino también a la pintura.
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efecto, entre la ficción y la peligrosa mentira hay un largo trecho6. En todo caso, no
creo que Hesíodo quisiera decir lo segundo, es decir, que en Homero se contienen
peligrosas mentiras, sino simplemente que muchas de las cosas que cuenta Homero son
ficciones verosímiles.
En todo caso, el que Hesíodo aplique la fórmula homérica a las Musas es una
novedad significativa, pues supone el reconocimiento de que en la poesía no todo es
verdad en el sentido fuerte del término, sino que hay verdad y también ficción, pero
teniendo en cuenta que la ficción tampoco es falsedad en sentido fuerte. Es decir, a lo
que se refiere la fórmula de Hesíodo es a un tipo de relato que, no siendo falso sin más,
tampoco es verdadero sin más. Sería, por tanto, un intermedio (metaxu), que podría ser
entendido bien como la demarcación de un terreno nuevo entre la verdad y la falsedad
(es decir, como un tercer valor de verdad) o, en sentido más débil, como un cierto
borrado de fronteras entre la verdad y la falsedad. En todo caso, la consecuencia más
notable y significativa es que el relato de la Musa ya no será en adelante la pura verdad.
Dicho de otro modo, puesta la fórmula en boca de las musas y en la medida en que éstas
no pueden ser maestras en el engaño y la mentira, hay que entender que el viejo campo
monolítico de la verdad inspirada se cuartea para abrir un nuevo espacio de verdad.
La declaración de las Musas es una advertencia, no ya sólo de que la verdad no
está garantizada, sino de que la tarea principal está por empezar y de que, por tanto, no
basta con disponer del relato inspirado. Una vez recibido y escuchado el relato, al poeta
(o al filósofo o al público oyente) le queda la tarea más importante para la que ya no
6 Una dualidad semejante de interpretación se produce a propósito de la Olímpica I, 28 de
Píndaro, en la que el poeta afirma que las fábulas engañan usando “peudesi poikilois” que se traduce
como “mentiras variadas” en la versión de Bádenas y Bernabé o como “dispares ficciones” en la versión
de Alsina.
5
podrá contar con la ayuda de las Musas: es la tarea del discernimiento, la del krinein y la
krisis de Parménides7.
¿Puede el poeta en estas condiciones seguir siendo el educador de Grecia?
Precisamente puede seguir siéndolo porque ha sabido transmitir ese mensaje en el
momento oportuno. El poeta se hace falible, la inspiración ofrece un principio, un
estímulo, que de nada sirve si no estimula ni da origen a un proceso en el que ya no
serán protagonistas ni la diosa Memoria ni sus hijas las Musas, sino el poeta mismo, que
es oyente de las Musas, y el oyente que escucha el mensaje del poeta. Comienza lo
humano a ganar un espacio, o si se prefiere, a cargar sobre sus espaldas el peso del
discernimiento. Es el preámbulo para que otro gran poeta, Jenófanes de Colofón,
anuncie que "a los mortales no se lo revelaron los dioses todo desde el principio, sino
que ellos, en su búsqueda a través del tiempo, van encontrando lo mejor" (B18).
Poco importa que sean los filósofos los que, más adelante, desarrollen la idea del
trabajo paciente y del esfuerzo en pos de la desocultación o desvelamiento (la a-letheia,
que así llaman los griegos a la verdad) de la naturaleza íntima de las cosas, que no se
ofrece espontáneamente ni tras un proceso natural de maduración. Al contrario, la
verdad, que anuncia el poeta o el educador o el filósofo, se sazona con la humedad del
sudor de la frente, del esfuerzo cálido y amoroso, y también duro y fatigante. "Los que
buscan oro cavan mucha tierra y encuentran poco", decía Heráclito, el filósofo
cascarrabias, que llamaba a sus discípulos, y nos llama hoy, a caminar hacia lo
profundo, a no temer los senderos de penumbra, porque "la armonía oculta es más fuerte
7 La crítica, que se abre con los versos de Hesíodo, pasará a ser actividad esencial de los filósofos,
y también de los poetas. Puede constatarse ya en Solón (21D) cuando afirma que "mucho mienten los
poetas" (polla pseudontai aoidoi) mientras que, en Jenófanes de Colofón, poeta y filósofo, la crítica
adquiere alcance universal, sin librarse de ella incluso los más prestigiosos poetas, como Homero y
Hesíodo.
6
que la visible" (B54) y porque "a la naturaleza le gusta ocultarse" (B123), mantener
guardados sus secretos.
De este modo, la poesía hesiódica así como los filósofos presocráticos se unen
para transmitir un mensaje autocrítico del educador, de su función y de los límites de su
trabajo. La vieja musa omnisapiente, además de aprender a escribir8, y coincidiendo
con ese aprendizaje, aprende también a dudar, a saber que, entre los entresijos de la
verdad bien redonda, transita también la ficción, lo verosímil, y que la falsedad y el
engaño acechan por doquier, y que las líneas de demarcación entre verdad y falsedad no
son tan nítidas como querrían los sacerdotes y los moralistas, los que legislan, los
lanzadores de proclamas o los proferidores de anatemas, y que tal vez la vida y la
ficción, el sueño y la vigilia, tienen zonas de solapamiento, y que sus caminos se
entrecruzan en algún punto y que tal vez guardan escondidos sus puntos de encuentro.
Esta tradición poética a la que me acabo de referir, nacida en el momento en que
comienzan a fluir los primeros riachuelos de la reflexión pedagógica, tiene el mérito de
recordar al educador una verdad fundamental: que la relación maestro-discípulo es
siempre asimétrica. El profesor tiene la palabra en sus manos, como la tienen las musas,
y debe tener buen cuidado de no monopolizarla ni lanzarla como una jabalina, con
intención hiriente, ni usarla, en fin, como arma contra el alumno. Si fuera así, la palabra
estaría acotada por el silencio, que sería, como quieren los proferidores de anatemas, el
adorno del discípulo. Buscarían una clase callada, ordenada, un modelo, en suma.
Que el educador esté arriba, por encima del alumno, tanto en sabiduría y
experiencia, como en edad, es obvio y, por supuesto, inevitable. Esa necesaria relación
vertical, que muchas veces ha sido acentuada con la ayuda de arquitectos y carpinteros,
8 Sobre las cuestiones relacionadas con la oralidad, véase E.A. Havelock, La musa aprende a
escribir (Barcelona, 1999. Paidós), una obra sencilla y muy instructiva, que compendia los principales
logros y tesis defendidas por este estudioso en sus variadas publicaciones.
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que no eran los que lo ordenaban, mediante fabricación de un espacio elevado, sea el
estrado, la tarima de las escuelas, el púlpito, un espacio de privilegio a modo de
sacramento, de signo sensible, desde el que se imparte y difunde la sabiduría. Su figura
geométrica es el rectángulo, como el aula o la nave de la iglesia. Hay una verticalidad,
asimetría, inexorable, el maestro sabe o debe saber más que el alumno. Pero eso no debe
sancionar que el maestro debe hablar y el alumno oír y callar. Hablar y escuchar no
están reglamentariamente establecidos en función del que sabe y del que no, si eso fuera
así reduciríamos al que escucha a mero paciente, pasividad, etc.
Como he dicho, en el centro de toda labor didáctica ha estado siempre la palabra.
Hay que subrayar que decimos en el centro y no en la tarima o en el púlpito. Y las
acciones propias que tienen como centro la palabra son el hablar y el escuchar9. La
eficacia mágica y seductora de la palabra se produce allí donde confluye la atención de
dos hablantes, aunque mejor habría que decir de una pareja de hablante y oyente.
El hablar y el escuchar son acciones y se expresan mediante verbos. Sin embargo,
si atendemos a los sujetos de esas acciones parece que el hablante es el que actúa
mientras que el que escucha se limitaría a recibir las palabras del hablante, en una
actitud paciente. El orador y el auditorio o el oyente se relacionarían entre sí como
agente y paciente.
En un sentido fundamental, ello no es así. El oyente es tan agente y activo como el
hablante. Los dos términos, en su origen, son participios de presente activo. Hablar es
actuar tanto como lo es escuchar. Si leyéramos con atención a Aristóteles, nos
convenceríamos de que el agente y el paciente no son dos sustancias en sí, seres aislados
y blindados en su condición, sino categorías relativas, es decir, que el agente es paciente
9 Dejamos de lado en este trabajo una versión diferente de esas acciones, el escribir y el leer, que
exigirían tomar en consideración otro tipo de problemas y que nos alejarían de nuestro propósito, la
relación maestro/discípulo en la actividad didáctica, cuya esencia consiste en la oralidad.
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y el paciente agente, porque la palabra actúa en las dos direcciones, afecta tanto al
oyente como al hablante, aunque sea de distinta manera, como el cuchillo que corta el
pan es agente, pero es también paciente porque el pan actúa sobre el cuchillo haciéndole
perder su filo.
Esta condición de la palabra de estar en el centro, hace que la relación asimétrica
en que consiste la enseñanza tienda a ubicar a sus usuarios en un plano horizontal, o
dicho de otro modo, a colocarlos frente a frente, siendo la palabra, en efecto, un enlace,
un conector de sujetos. Por eso sobre la relación docente penderá siempre una inercia
favorable a la horizontalidad, una bendita inercia, porque la palabra tira del que está
arriba, y a la inversa del que está abajo, para que ambos, como hablantes y oyentes en
alternancia, encuentren un espacio común homogéneo.
Hoy está de moda el insistir en la asimetría, los igualitarios están mal vistos
siguiendo una ley pendular de cuya lógica parece difícil sustraerse. No se trata de
oponerse porque sí, sin más, a una moda, sino de reclamar los derechos de la palabra,
casi diríamos de ponernos en sus manos y que sea ella, la palabra, la que nos ubique en
el escenario.
En Homero las palabras tenían una cualidad singular: eran aladas. Cuando la
palabra se siente como un patrimonio común, la palabra, el logos, se hace dia-logos. Ya
no es el poeta el que habla ni el adivino, sino el ciudadano, el compañero o el huésped.
Entonces la palabra, que transita por senderos reversibles de ida y vuelta, está acotada
por otra palabra.
Cuando Parménides nos habla del viaje del joven que comienza su aprendizaje,
nos describe esta horizontalidad de la relación de enseñanza mediante unos versos
inolvidables:
9
"Oh, joven, compañero de inmortales aurigas,
que llegas a nuestra morada con las yeguas que te llevan,
salud, pues no te empujó un mal hado a seguir
este camino (pues está lejos de los hombres, fuera de su paso),
sino Derecho y Justicia. Es necesario que te informes de todo,
tanto del corazón sin temblor de la verdad bien redonda
como de las opiniones de los mortales, privadas de convicción verdadera.
Mas, con todo, también aprenderás esto: cómo los objetos de opinión
tenían que existir realmente todos impregnándolo todo (Parménides B1).
Cuando Heráclito abre su libro con una sonora bronca a sus inatentos alumnos,
nos están dando cada uno los dos filósofos matices esenciales de la relación maestro-
discípulo. También la crítica, si el que la expresa no es un insensato, exige una situación
de igualdad, pues ¿cómo podríamos criticar al que carece de capacidad para alcanzar
determinadas metas?
Aunque esta razón existe siempre, los hombres se tornan incapaces de comprenderla, tanto
antes de oírla como una vez que la han oído. En efecto, aun cuando todo sucede según esta razón,
parecen inexpertos al experimentar con palabras y acciones tales como yo describo, cuando
distingo cada una según la naturaleza y muestro cómo es; pero a los demás hombres les pasan
inadvertidas cuantas cosas hacen despiertos, del mismo modo que les pasan inadvertidas cuantas
hacen mientras duermen (Heráclito B1).
Ambos maestros, Parménides y Heráclito, comienzan sus clases de manera
opuesta. En ambos casos, no por casualidad, nos hallamos ante la palabra oral, en una
relación horizontal, en la que el alumno aprende del maestro y el maestro del alumno.
En efecto, ¿cuánto de lo que sabe un profesor avezado no lo debe al alumno que con sus
dudas, sus provocaciones, sus preguntas, su escepticismo, el "no me convence", ha
sembrado en el profesor el estímulo para investigar? ¿Cuántas veces la pregunta del
alumno no ha puesto al profesor ante su propia ignorancia, aunque ésta, muchas veces,
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haya quedado velada bajo una torrentera de palabras que por su dulce fluir aparentaban
tener en su interior la fuerza de la convicción?
Si algo podemos deducir de lo dicho es que la enseñanza habrá de ser siempre un
ejercicio de equilibrio: el educador deberá hallar su lugar entre el poeta que profiere la
palabra sagrada y el ciudadano que dialoga con ciudadanos y que unos y otros, en
igualdad de derechos, entretejen sus discursos tomando la palabra en alternancia
recíproca.
II. Educación y ciudadanía
De los griegos no sólo podemos aprender cuestiones relativas a las actitudes y a la
práctica de la docencia. De ellos hemos recibido también las primeras reflexiones sobre
la educación, lo que ellos llamaban la paideia. Protágoras de Abdera, el representante
más eximio del llamado movimiento sofístico en la Grecia clásica, es sin duda uno de
los personajes pioneros en la reflexión sobre los asuntos pedagógicos10. Tanto es así que
hace de la educación una pieza esencial de su teoría política. Dicho de otro modo, la
pedagogía no es una de las disciplinas relacionadas con la vida política, sino un
componente esencial de la teoría política, de tal modo que sin educación no habría
ciudades.
Protágoras fue el primero en distinguir entre sabiduría técnica y sabiduría política.
La primera, regalo de Prometeo, está ligada al fuego y garantiza al hombre todo lo
necesario para la conservación de su vida, pero no garantiza la supervivencia de la
especie. De ahí la necesidad de la segunda, también llamada arte de la política, que
garantiza la estabilidad y permanencia de las ciudades. Ambas han sido adquiridas en el
10 Una argumentación más amplia y detallada acerca de estas cuestiones podrá encontrarse en
José Solana, Protágoras de Abdera. Dissoi Logoi. Textos relativistas (Madrid, 1996. Akal), y El camino
del ágora. Filosofía política de Protágoras de Abdera (Zaragoza, 2000. Prensas universitarias).
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proceso de formación de la humanidad. En efecto, la socialidad del ser humano se basa
en la adquisición de dos capacidades o disposiciones a las que Protágoras da el nombre
de Aidos y Dike, que podríamos traducir respectivamente como sentido del respeto y
sentido de la justicia. Esas dos capacidades son universales, pero lo son solamente en
tanto que disposiciones, lo que exige necesariamente una constante y continua
actualización en los escenarios prácticos y concretos de la vida, es decir, en cada ciudad
o en cada cultura.
Protágoras debió exponer esta doctrina en sus numerosos escritos, todos los cuales
han desaparecido por razones que tienen que ver más con la antipatía que estas ideas
han suscitado entre los poderosos que con el paso de los años o con la crítica de los
roedores. Nos quedan las trazas de esas ideas en el célebre mito de Prometeo del
Protágoras de Platón. Prometeo y Zeus representan en el relato mítico las dos
experiencias o si se quiere las dos adquisiciones, la técnica y la política, las virtudes
prometeicas y las que proceden de Zeus, que podríamos llamar herméticas, porque es
Hermes el que las entrega a los hombres de parte del padre de los dioses.
Muchos son los elementos de reflexión que el mito sugiere y que arrojan luz sobre
la relación entre esas dos esferas esenciales de la vida humana. Hoy podríamos darles el
nombre, en lo que ambas tienen de conocimiento, de ciencias y letras, o saberes
tecnológico-empíricos y saberes humanísticos. Pues bien, la valoración de nuestras
sociedades sobre estos dos saberes es justamente la inversa a la que nos ofrece el sabio
Protágoras. La sabiduría técnica, dice, es insuficiente para la especie humana, cuya
supervivencia depende de la virtud política. Esa valoración se expresa simbólicamente
mediante las dos figuras míticas. Zeus es el padre de los dioses, de él procede la virtud
política, la más decisiva para los hombres, en tanto que Prometeo, un dios menor, ha
proporcionado el conocimiento de las técnicas, también necesario, pero insuficiente,
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incapaz de garantizar el futuro de la humanidad. La prioridad de la virtud política queda
expresada de manera explícita y también mediante el lenguaje simbólico del mito.
Hay otro rasgo todavía más importante. La virtud política nos es dada por Hermes
como un don de Zeus. Es por tanto un regalo que, en la medida que procede del padre
de los dioses, es decir, de quien tiene el máximo dominio y poder, la humanidad lo
posee legítimamente, pues no puede haber un título de legitimidad mayor que el regalo
de Zeus. Por el contrario, el regalo que los humanos reciben de Prometeo, no debe
olvidarse que es fruto de un robo, y un robo es un robo por muy filantrópico que sea, lo
que significa que los humanos no poseemos con plena legitimidad ese don que
recibimos de Prometeo. Hay algo ilegítimo, pues el fuego y la sabiduría de las artes son
propiedad de los dioses y Prometeo las ha robado del taller donde trabajan Hefesto y
Atenea. La sabiduría técnica tiene, por tanto, un doble filo. Por una parte, es necesaria
como sabiduría para la vida y para suplir las deficiencias naturales y la debilidad
humana frente a otras especies. Es tan necesaria que sin ella la humanidad no podría
sobrevivir. Por otra parte, en cuanto porción divina que nos aproxima a los dioses, lleva
implícita una propensión a la hybris, a la desmesura, a querer ser como dioses, aparte de
ser, por su desigual distribución, el origen de la desigualdad social.
Ese doble filo del regalo de Prometeo sólo puede ser domeñado en beneficio del
ser humano mediante la continua y renovada afirmación de la prioridad del don de Zeus
sobre el de Prometeo.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que la teoría protagórica presuponía que la
política constituía un dominio de conocimiento específico e independiente de otros
saberes; y, por otra parte, que, en el análisis del origen de la cultura, habría que
distinguir entre la adquisición de las técnicas manuales, de una parte, y, de otra, la
experiencia acumulada que permitió a los humanos constituir la organización política.
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Dos experiencias diferentes y dos saberes diferentes, aunque en estrecha relación, y la
proclama de la prioridad de los saberes políticos sobre los técnicos, lo que significa que,
por primera vez con Protágoras11, la política y los problemas dependientes de ella,
como la justicia, la igualdad o la enseñanza, adquieren prioridad sobre cualquier otro
saber.
En cuanto a las dos capacidades antes mencionadas, Aidos y Dike, hay que
observar que no son unas tablas de la ley caídas del cielo que el ciudadano deba
cumplir. Protágoras, un personaje viajero, como lo eran la mayoría de los sofistas, sabía
que existían muchas ciudades y muchas constituciones diferentes, con cuerpos legales
también diferentes. Las democracias, por otra parte, eran lo suficientemente conocidas
como para que no pudiera parecer extraño definir la ley como "la opinión de la
mayoría"12, lo cual introducía un aspecto de variabilidad en el cuerpo legal que define
la justicia.
Hecha la distinción entre saberes técnicos y saberes políticos, pasa a primer plano
el criterio en que ésta se funda. La posición platónica era que tal criterio consiste en la
enseñabilidad: hay disciplinas que dependen de maestros y otras, como la virtud
política, que no son enseñables. Esta posición, enraizada en los viejos prejuicios
tradicionales, según los cuales la capacidad para la gestión política dependerían del
nacimiento, es combatida por Protágoras y sustituida por la que se basa en el criterio de
la distribución: siendo enseñables ambos tipos de saberes, la diferencia consiste en que,
mientras los saberes sobre las técnicas manuales se distribuyen desigualmente entre los
11 Si los milesios son los iniciadores de reflexión sobre la physis (ser, realidad) y los presocráticos
posteriores (Jenófanes, Heráclito y Parménides) inician la teoría del conocimiento (verdad), son los
sofistas y, en primer lugar, Protágoras, los pioneros de la teoría política y moral (bien). Con este último
avance, queda constituido conceptualmente el campo de la reflexión filosófica, tal como ha sido y es
entendida en la tradición occidental hasta nuestros días.
12 Aristóteles, Refutaciones sofísticas 173a29.
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hombres, en el arte de la política todos tienen participación, tesis que resulta muy rica
en consecuencias.
En primer lugar, se trata de una tesis política que afirma la universalidad de la
virtud política, lo cual, al mismo tiempo, constituye una condición necesaria tanto para
el sistema democrático como para la misma existencia de la polis. Si todo el mundo
participa en la virtud política, sea en la asamblea como simple ciudadano, sea en las
magistraturas, tanto si son sorteables como si con elegibles, se debe a que cualquier
ciudadano participa de esa virtud. Esta tesis protagónica, que fue puesta en ejercicio en
el sistema democrático antes de ser teorizada por el sofista, es sin duda la tesis política
más radicalmente revolucionaria de cuantas podemos leer en la literatura antigua acerca
de cuestiones políticas. En realidad no es más que la consecuencia para la vida política
de la célebre sentencia protagónica que hace del hombre, cada hombre, la medida de
todas las cosas. Es bien sabido que Platón replicó a esta sentencia afirmando que la
medida de todas las cosas es el dios y no el hombre, como algunos dicen ahí –añade
Platón en clara alusión a Protágoras-.
En consecuencia, el concepto de justicia tiene una dimensión universal, por
cuanto que todos participan en la virtud política, que consiste en la capacidad humana
para entrar en la esfera de la colaboración, establecer acuerdos y ajustarse a ellos.
Siendo que lo justo es aquello que una ciudad establece como tal y que, por tanto, es
una creación de la ciudad, Protágoras se ve en la coyuntura de postular como condición
previa una disposición o capacidad para el pacto, que no es una cualidad natural, sino
que se adquiere en la experiencia negativa que supone el reiterado ataque de las fieras y
la dispersión producida por el mutuo ultraje entre los hombres.
Sería esta capacidad lo que Protágoras considera rasgo definitorio del anthropos
y condición necesaria para el mantenimiento de la ciudad. Éste sería el sentido de la ley
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establecida por Zeus de eliminar al incapaz de participar en la justicia y el respeto.
Igualmente, tras el mito, considera el sofista que el no participar de la justicia implica
dejar de ser hombre.
Ahora bien, sobre esta capacidad para la justicia hay que tener presente que es el
resultado de la historia del desarrollo humano, por más que en el mito se describa como
un don de Zeus. Es la necesidad la que ha empujado a los hombres, en primer lugar, a
buscar "la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades" (Protágoras 322b) para
hacer frente al acoso de las fieras y, en segundo lugar, a establecer unas normas para el
entendimiento en el marco del juego social y sus relaciones. Incluso esta capacidad
política la establecen los hombres inducidos por la necesidad y guiados por la
experiencia, ya que los primeros intentos se ven abocados al fracaso. La experiencia
humana, y no ningún cielo empíreo ni ninguna mente privilegiada, ha sido el crisol en el
que ha emergido el sentido del respeto y de la justicia.
Protágoras señala un segundo aspecto: este resultado es una conquista frágil,
siempre amenazada y, por tanto, siempre necesitada de ser reafirmada. De ahí la ley de
Zeus de eliminar al incapaz de participar en la justicia como medio para frenar el riesgo
real de regreso a la barbarie. La pervivencia y estabilidad de la ciudad y, en definitiva,
de la civilización, no es, por tanto, algo definitivo.
Este segundo aspecto hace que la participación en la justicia aparezca no sólo
como resultado histórico, sino también como postulado político de Protágoras: el
respeto y la justicia (aidos te kai dike) no sólo define al ser humano, sino que debe
seguir definiéndolo. Esto significa que el regreso a la barbarie no es un derrotero
definitivamente cerrado para el hombre, ni la justicia es una conquista irreversible. De
ahí que, para el sofista, la universalidad de la virtud política no sólo sea un principio de
la teoría, sino también un imperativo moral porque, "si participan del sentido del respeto
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y de la justicia sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades"
(Protágoras 322d).
El proceso de formación de la humanidad según el sofista quedaría configurado
del siguiente modo: el ser humano, en sus inicios mismos adquiere las facultades
técnicas (homo sapiens). En ese estadio se desarrollan los instintos o disposiciones
sociales (como se desarrollan también en otros animales gregarios), que les lleva,
forzados por la presión de los animales, a reunirse y ayudarse mutuamente. A partir de
ese doble logro, se inicia el estadio político tan pronto como los humanos adquieren la
virtud política, aidos y dike, es decir, el sentido moral.
El sentido moral, en su aspecto más elevado (simpatía con toda la especie e
incluso con todos los seres vivos) y en el más bajo (aceptación egoísta del respeto a los
demás por temor al castigo), presupone capacidad de razonar y prever. Este supuesto
está implícito en todos los relatos del origen que podemos leer en la literatura griega.
Protágoras se distingue únicamente por diferenciar los dos estadios y por señalar su
autonomía.
El aidos consiste, entre otras cosas, en la capacidad de dominar los instintos
individuales y actuar guiado por las disposiciones y sentimientos sociales. Siguiendo
algunas líneas del pensamiento darwiniano13, podemos distinguir entre instintos
sociales, persistentes y continuos por el hecho de que el ser humano vive
permanentemente en sociedad, e instintos individuales, más fuertes, pero menos
persistentes. El propio Darwin supone que un ser humano que siga sus instintos
13 El origen del hombre, cap. 3 y 4. C.C.W. Taylor, en su traducción y comentario del Protágoras
(Plato Protágoras, Clarendon Press, 1982, 85) señala que hay dos acepciones de Aidos como sinónimo de
sofrosune: primero, sentido que nos hace aceptar nuestro papel en la sociedad y respetar los derechos de
los demás y, segundo, autocontrol y dominio de los apetitos corporales.
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individuales, tras conseguir su objetivo y debilitadas con el tiempo las impresiones
primeras, sus actos serán juzgados por los instintos sociales más perdurables junto con
la opinión de sus semejantes, lo que le producirá remordimiento y vergüenza. De este
modo, tenderá más o menos firmemente a obrar de otro modo en el futuro.
En este sentido el aidos es inconcebible sin una capacidad de razonamiento y
previsión. En efecto, Protágoras, en la parte posterior del diálogo, acentúa
reiteradamente el aspecto intelectual de la virtud (Protágoras 352d). Por otra parte, ya
hemos visto que no hace distingos entre excelencia (arete) política y sabiduría (sophia)
política.
La dike, sustituta de la fuerza y opuesta a la hybris, se plasma en la ley, la
expresión oral o escrita de las opiniones de los miembros de una comunidad, es decir,
de una polis. La justicia y las leyes (Protágoras 327b3), como tales, sólo pueden ser
particulares, como lo es cada polis en relación con la especie humana. La dike, como
regalo de Zeus universalmente donado, no puede ser un cuerpo legal que, como
sabemos por el Teeteto, es siempre propio de cada polis.
Supuesta la universalidad del sentido y la conciencia moral, frente a las opiniones
tradicionales, de signo aristocrático, que consideraban la virtud política y las
consiguientes habilidades para el gobierno como una propiedad restringida a una clase
social, Protágoras sostiene una tesis acorde con el sistema democrático, a saber, "que
esta virtud [política] no es por naturaleza ni se desarrolla por sí misma, sino que es
enseñable y que, si en alguien se desarrolla, se debe a su aplicación" (Protágoras 323c).
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Esta es quizá la tesis más decisiva. El ser humano, como ser moral, no nace, sino
que se hace14, y ese hacerse presupone la enseñanza, el ejercicio y la aplicación,
mientras que las teorías rivales sostienen que la virtud política es innata y se desarrolla
automáticamente.
Cuando Protágoras insiste en que la virtud política se adquiere por enseñanza,
equivale a decir que se transmite socialmente, no por vía de herencia (physei). Tanto en
el sentido universal como en el particular, la virtud ha sido adquirida en un proceso de
aprendizaje eminentemente social15. La universalidad del sentido moral se corresponde
necesariamente con la instrucción y educación universal en la polis.
En esta cuestión, Protágoras afirma que "todos son maestros de virtud en la
medida de las posibilidades de cada uno" (Protágoras 327e). El sofista, frente a Platón
y Sócrates, adopta una noción de aprendizaje que puede ser considerada en dos
dimensiones, una social, más amplia, y otra más restringida, la escolar. En la primera,
es difícil determinar quién es el maestro por cuanto que no existen personas que se
dediquen profesionalmente a la enseñanza. Así se aprende la lengua materna y los
oficios. El aprendiz imita el comportamiento del hablante o del artesano y asimila esas
habilidades. Por el contrario, en el aprendizaje escolar, existen maestros y discípulos
expresamente reconocidos. Frente a la pretensión de Sócrates de reducir la enseñanza a
aquellas áreas en las que existen maestros reconocidos, el sofista integra el aprendizaje
escolar en el marco más amplio del aprendizaje social, del que los tres hitos más
importantes son los siguientes:
1. La educación infantil. La paideia se inicia en la más tierna infancia:
14 Aristóteles, muy próximo a Protágoras en diversos temas de teoría política, se distancia en este
caso del sofista al afirmar que el hombre es un animal político por naturaleza (Política 1253a2).
15 Sobre estas cuestiones, véase José Solana, Protágoras. Dissoi Logoi. Textos relativistas, 159-
166.
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"Comenzando desde niños pequeños, todo el tiempo que viven, los enseñan y advierten.
Tan pronto como un niño comprende lo que se dice, tanto la nodriza como la madre, el
pedagogo y el mismo padre trabajan con empeño en que el niño sea lo mejor posible, enseñándole
en cada obra y cada palabra y dándole a conocer su opinión de que esto es justo y aquello
injusto, esto hermoso y aquello feo, esto pío y aquello impío, y haz esto y no hagas lo otro.
Puede que obedezca de grado; si no, cual árbol torcido o encorvado, lo enderezan con amenazas
y golpes" (Protágoras 325d).
Hay que señalar esta brillante intuición del sofista que sitúa el inicio de la
educación en el nacimiento mismo del niño. Obviamente, el intelectualismo moral
estricto, tal como lo enseñaba Sócrates, ni siquiera es capaz de considerar bajo el punto
de vista del aprendizaje esta temprana etapa de la vida infantil.
2. La escuela, pese a su función de enseñar las primeras letras, más que en esta
función específica, se esfuerza por enseñar las buenas costumbres:
"Tras esto, enviándolos a la escuela, encomiendan a los maestros preocuparse mucho más
de la buena conducta de los niños que de las letras o la cítara. Los maestros, a su vez, se
preocupan de esto, y cuando aprenden las letras y se disponen a comprender los escritos como
antes los sonidos, en los bancos les dan a leer poemas de buenos poetas y les fuerzan a
conocerlos a fondo, en los cuales hay muchas advertencias, muchos relatos, alabanzas y
encomios de hombres buenos antiguos, con el fin de que el niño los imite emulándoles y aspire a
llegar a ser semejante a ellos. Los citaristas, por su parte hacen otras cosas similares, se
preocupan de la sensatez y de que los jóvenes eviten cometer maldad alguna. Además de
esto, cuando aprende a tocar la cítara, les enseñan poemas de otros buenos poetas líricos,
adaptándolos a melodías de cítara y consiguen que los ritmos y las armonías se unan íntimamente
a las almas de los niños, para que sean más mansos y para que, haciéndose más armoniosos y
equilibrados, sean más útiles en palabras y obras. Pues toda la vida del hombre necesita armonía
y equilibrio. Todavía más, tras esto los envían al maestro de gimnasia, para que con mejores
cuerpos estén a las órdenes de un pensamiento provechoso y no se vea forzados a acobardarse,
por causa del mal estado de sus cuerpos, en las guerras y en otras acciones. Y esto lo hacen los
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más poderosos -pues los más ricos pueden más- y sus hijos, comenzando en muy temprana
edad a frecuentar la escuela, la dejan muy tarde" (Protágoras 325d).
3. La ciudad como educadora aporta un elemento esencial: las leyes. Su acción es
semejante a la de un maestro: como la muestra para los ejercicios de escritura, las leyes
son el paradigma al que se deben ajustar los ciudadanos.
Una vez que dejan los maestros, la ciudad, por su parte, les obliga a aprender las leyes y
vivir conforme a ellas como paradigma, para que no actúen por sí mismos a su antojo, sino que,
exactamente como los maestros de gramática, poniendo con un estilete muestra de las letras a
los niños que todavía no son diestros en la escritura, entregan la tablilla de este modo y les
obligan a escribir conforme a la guía de la muestra, así también, la ciudad, poniendo como
muestra leyes, inventos de buenos y antiguos legisladores, obliga a gobernar y ser gobernados
conforme a ellas, mientras que castiga al que camina fuera de ellas; y el nombre para este
castigo, tanto entre vosotros como en otras muchas partes, es correcciones, puesto que
correctora es la justicia (Protágoras 326c).
Hecho este recorrido, debemos concluir que la virtud política, no sólo se enseña,
sino que se enseña con suma diligencia y sin descanso, desde la más tierna infancia
hasta la madurez. Lo sorprendente, en tal caso, sería que ocurriese lo contrario.
Estamos ante un brillante ejemplo del sofista acerca de cómo puede convertirse en
fuerte un argumento débil.
Resumiendo, pues, la noción de justicia incluye en Protágoras dos aspectos16:
primero, sentido de justicia, que el género humano adquiere forzado por la necesidad
16 G. B. Kerferd, The Sophistic Movement, 43-44 (Cambridge University Press, 1953) insiste en
identificar Aidos y Dike con la virtud política, pues Aidos y Dike es la enseñanza que todos reciben en la
comunidad. De no ser así, cree que Aidos y Dike deberían ser considerados como dados por naturaleza.
21
de su propia experiencia y que afecta a todos los hombres. Este sentido de justicia debe
reforzarse continuamente como se demuestra por la necesidad de imponer castigos a
los que dan muestras de no poseerlo. Y segundo, la justicia entendida como conjunto
de acuerdos normativos que son particulares para cada ciudad y que cambian en los
procesos históricos.
La justicia concreta de cada polis es particular mientras que el sentido de la
justicia es universal. El relativismo no tiene por qué excluir planteamientos
universalistas. La relatividad del sentido universal de la justicia depende de dos
aspectos: primero, es una adquisición histórica, posterior a las técnicas, forzada por la
propia experiencia de la especie; no es, por tanto, una dotación natural. Segundo, es
una adquisición que no funciona de modo automático, que debe ser reforzada
continuamente. La necesidad de refuerzo continuado tiene su expresión en el castigo.
En ambos sentidos, la justicia es algo relativo y variable y, siendo como es el
fundamento de la vida social, hace que ésta sea algo esencialmente frágil e inestable,
siempre abierto a las contiendas que engendran los ultrajes.
Por tanto, si las leyes no son resultado de unas mentes sabias y expertas, sino de lo
que la mayoría opina, habrá tanto mejores leyes cuanto mejores sean las opiniones de
los ciudadanos. La educación se convierte de este modo en un imperativo central de la
teoría política y por esa razón la relación pedagógica se convierte en una relación social
privilegiada que recorre todos los escenarios de la polis: la madre, la nodriza, el
pedagogo, el padre, la escuela, el taller y la ciudad. De todos esos escenarios, el de
maestro-discípulo tiene especial significado en el contexto de este artículo y, además,
fue uno de los escenarios en que se dirimieron las diferencias entre Sócrates (Platón) y Este supuesto no es, sin embargo, necesario, pues la disposición o sentido de la justicia no tiene por qué
ser considerada como innata.
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los sofistas de un modo más sonoro. Se trata de determinar cómo puede y debe ser
entendida la relación pedagógica.
Tal como la entiende Protágoras, esta relación tiene los siguientes rasgos:
a) Necesariamente abierta a todos, por exigencia de la propia teoría.
b) Económica, en cuanto reporta un beneficio (honorarios) para el maestro.
c) Sometida a la justicia en dos sentidos, en cuanto sujeta a las leyes sobre los
contratos y en cuanto que persigue, no hacer amigos, sino buenos ciudadanos.
Estas tres notas aparecen en el siguiente texto del Protágoras: “Por eso he
adoptado la siguiente forma de pagar el salario: cuando alguien aprende a mi lado, si lo
desea, me entrega el dinero que exijo; si no, yendo a un templo, jurando cuánto opina
que merecen mis lecciones, tal cantidad me entrega” (Protágoras 328b-c).
La contrapartida de este modelo la hallamos en el Sócrates de Jenofonte: “Entre
nosotros17 se considera que tanto la belleza como la sabiduría se pueden tratar de
manera elogiosa o vil. Si uno vende su belleza por dinero a quien lo desee, lo llaman
prostituto (pornon), pero si alguien conoce a un enamorado que es un hombre de bien
(kalon te kagathon) y se hace su amigo (philon), entonces lo consideramos juicioso y
moderado. Con la sabiduría ocurre lo mismo: los que la venden por dinero a quien la
desea los llaman sofistas como prostitutos (sophistas osper pornous); en cambio si
alguien reconoce que una persona es de buen natural, le enseña todo lo bueno que sabe
y lo convierte en un buen amigo (agathon philon), entonces consideramos que hace lo
que corresponde a un hombre de bien"18.
17 “Entre nosotros”: se puede entender “nosotros los atenienses” frente a los extranjeros, lo que
implicaría que Antifonte es un extranjero, o también “nosotros, el círculo socrático” frente a los de más
atenienses, interpretación más acorde con el texto.
18 Jenofonte, Recuerdos de Sócrates I, 6, 13.
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En este texto, hallamos exactamente la negación del modelo protagórico al
establecer una relación maestro-discípulo caracterizada por ser:
a) restringida a gentes de bien y de buen natural, es decir, una enseñanza cerrada y
determinada por razones ideológicas.
b) no lucrativa y, por tanto, tampoco sujeta a las leyes.
c) guiada por Eros y no por Dike, pues el objetivo que se persigue es hacer del
alumno un buen amigo y no necesariamente un buen ciudadano.
Las dos primeras notas del modelo protagórico son interpretadas en el modelo
socrático como “prostitución” por dos razones: porque se ofrece a todos19 y porque se
exige dinero. Por el contrario, a la luz del modelo protagórico, el socrático es elitista y
antidemocrático, pues distingue naturalezas malas y naturalezas bien dotadas, negando,
por tanto, la esencial igualdad del modelo protagórico20. Es también superfluo, pues
¿qué sentido tendría educar al que es ya un hombre de bien (kalon te kagathon)?
El intento socrático de combatir a los sofistas consiste en rescatar la educación del
espacio democrático y laboral para integrarla de nuevo en un marco más estrecho, el
marco de la amistad y de la hetería, el espacio del ocio, donde el maestro no contrae
ningún compromiso con el discípulo. Sócrates explica su modelo como un modelo de
libertad, en tanto sus adversarios, los sofistas, serían esclavos del compromiso que
19 No se olvide que una de las razones para la crítica platónica a la escritura es que "basta con que
algo se haya escrito una sola vez para que el escrito circule por todas partes lo mismo entre los entendidos
que entre aquellos a los que no les concierne en absoluto" (Fedro 275d)
20 M. Narcy, en “Quels modèles, quelle politique, quels Grecs?” (en B. Cassin, Nos Grecs et
leurs modernes, p. 113), ha señalado, a propósito del discurso de Protágoras (Proágoras 325c), que las
mujeres (la nodriza y la madre) y los esclavos (los pedagogos) son los primeros dispensadores de la virtud
política, el don más preciado que posee la humanidad.
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implica su contrato con el discípulo. La libertad socrática es así elitismo21, es decir,
libertad de aceptar o rechazar a sus discípulos y, por tanto, negación del derecho
universal de educación que proclama Protágoras.
En el modelo socrático, en consecuencia, se entroniza a Eros y se expulsa a Dike
del mundo de la educación, lo que implica la incompatibilidad de estas dos nociones. El
modelo protagórico, por el contrario, no establece tal incompatibilidad: se limita a
sostener la primacía de Dike en todo tipo de relaciones humanas, incluidas las relaciones
pedagógicas y también las eróticas.
Por esta razón, la philía no podía tener un papel importante en la teoría
protagórica, pues no puede ser en modo alguno el fundamento de la vida social a menos
que esté informada por la Dike. En efecto, la philía universal de Protágoras es
propiamente una noción derivada, incluso metafórica, frente a la philía sin más,
restringida por principio a un grupo limitado de seres. Sin embargo, si reconocemos la
prioridad de Dike en las relaciones sociales, la philía aparece como una relación que
necesita ser regulada por Dike como cualquier otra.
Estos dos escenarios, Dike o Eros, conforman los dos modelos de educación en
competencia en el siglo V. Sócrates, tal como lo describen Platón y Jenofonte, aparece
como el abanderado de Eros, combatiendo a los sofistas. De ahí que ambos biógrafos lo
sitúen en ambiente fuertemente homosexual22 y recuerden que Sócrates no se precia de
“entender de otra cosa más que los asuntos del amor (ta erotika)”23. Jenofonte deja
entrever en algún momento que esa cerrada amistad, fuente y raíz de las heterías, tiene
21 D. L. Blank, “Socratics vs Sophists on Payment for Teaching”, 17-20 (Classical Antiquity 4,
1985, 1-49)
22 K. J. Dover, Greek Homosexuality, p. 154 (Londres, 1978. Duckworth).
23 Banquete, 177d. Lo mismo repite en 193e y Fedro 257a. Jenofonte, Banquete 8, 2 y Recuerdos
de Sócrates VI, ii, 28.
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una auténtica y alarmante voluntad e intención política, en nada ajena a la experiencia
de los pitagóricos 24, pero esa dimensión del pensamiento y la actividad de Sócrates nos
llevaría más lejos de los límites de este artículo.
A modo de conclusión, podríamos sintetizar el pensamiento de Protágoras en
palabras de un conciudadano suyo, el célebre filósofo Demócrito de Abdera, quién
afirmó: "La naturaleza y la enseñanza (didache) poseen cierta similitud, puesto que la
enseñanza transforma al hombre y, al transformarlo, produce su naturaleza (physiopoiei)
(B33).
José Solana Dueso
Universidad de Zaragoza
Publicado en Aspectos didácticos de la filosofía 6 (ICE de la Universidad de Zaragoza),
vol. 21, pp.57-77. 2005
24 Recuerdos de Sócrates II, vi, 24-27.
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