Modelo de barrio y seguridad ciudadana: una propuesta de análisis a partir del estudio de dos...

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MODELO DE BARRIO Y SEGURIDAD CIUDADANA: una propuesta de análisis a partir del estudio de dos barrios del centro de Madrid. Autor: Santiago Ruiz Chasco, doctorando del Departamento de Sociología IV, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid [email protected] Resumen Una idea se impone sobre todas las demás: seguridad. Hay que mejorar, revitalizar, recuperar y dinamizar el barrio para que éste no se degrade. ¿Qué hay detrás de los discursos y prácticas en torno a la seguridad ciudadana? ¿A través de qué procesos, técnicas y mecanismos se va constituyendo una necesidad de actuar sobre determinados elementos en un barrio concreto? Si tenemos claro lo que es un barrio peligroso, debemos saber cómo es un barrio seguro, o quizás no. Con la intención de profundizar en esta cuestión, presentamos algunos resultados provisionales de una investigación sobre lo que se ha ido construyendo como seguridad ciudadana a través de la comparación de dos barrios del centro de Madrid: un barrio de clases populares y trabajadoras en vías de modernización (Lavapiés), y el barrio por excelencia de la burguesía y aristocracia madrileña (Salamanca). A través de la relación de tres ejes analíticos, propondremos una interpretación a partir de la cual construir dos modelos de barrio que, al fin y al cabo, remiten necesariamente a dos modelos de sociedad. A través de la historia de dos ciudades, aludiendo a la obra de Dickens, trataremos de hacer una historia del presente que nos pueda dar pistas para comprender las siempre complejas relaciones entre seguridad y clases sociales. Partimos, siguiendo a Castel (2003), de la existencia de dos tipos de protección, y por tanto, de seguridades: una seguridad civil y una seguridad social. Trataremos de contextualizar y dar algunas pistas que ayuden a leer la doxa securitaria (Wacquant, 2012), que ha conseguido reducir la seguridad ciudadana a la seguridad civil, dejando fuera de los discursos y prácticas las otras seguridades, precisamente aquellas que brillan por su ausencia en la ciudad de los pobres. Palabras clave: Seguridad ciudadana, barrios, Madrid, Lavapiés, Salamanca.

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MODELO DE BARRIO Y SEGURIDAD CIUDADANA: una propuesta de análisis a partir del

estudio de dos barrios del centro de Madrid.

Autor: Santiago Ruiz Chasco, doctorando del Departamento de Sociología IV, Facultad

de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid

[email protected]

Resumen

Una idea se impone sobre todas las demás: seguridad. Hay que mejorar, revitalizar,

recuperar y dinamizar el barrio para que éste no se degrade. ¿Qué hay detrás de los

discursos y prácticas en torno a la seguridad ciudadana? ¿A través de qué procesos,

técnicas y mecanismos se va constituyendo una necesidad de actuar sobre determinados

elementos en un barrio concreto? Si tenemos claro lo que es un barrio peligroso,

debemos saber cómo es un barrio seguro, o quizás no. Con la intención de profundizar

en esta cuestión, presentamos algunos resultados provisionales de una investigación

sobre lo que se ha ido construyendo como seguridad ciudadana a través de la

comparación de dos barrios del centro de Madrid: un barrio de clases populares y

trabajadoras en vías de modernización (Lavapiés), y el barrio por excelencia de la

burguesía y aristocracia madrileña (Salamanca).

A través de la relación de tres ejes analíticos, propondremos una interpretación a partir

de la cual construir dos modelos de barrio que, al fin y al cabo, remiten necesariamente

a dos modelos de sociedad. A través de la historia de dos ciudades, aludiendo a la obra

de Dickens, trataremos de hacer una historia del presente que nos pueda dar pistas para

comprender las siempre complejas relaciones entre seguridad y clases sociales.

Partimos, siguiendo a Castel (2003), de la existencia de dos tipos de protección, y por

tanto, de seguridades: una seguridad civil y una seguridad social. Trataremos de

contextualizar y dar algunas pistas que ayuden a leer la doxa securitaria (Wacquant,

2012), que ha conseguido reducir la seguridad ciudadana a la seguridad civil, dejando

fuera de los discursos y prácticas las otras seguridades, precisamente aquellas que

brillan por su ausencia en la ciudad de los pobres.

Palabras clave: Seguridad ciudadana, barrios, Madrid, Lavapiés, Salamanca.

1. Introducción: la seguridad ciudadana como categoría de análisis.

La emergencia de la categoría Seguridad Ciudadana, alrededor de las décadas de los

años setenta y ochenta, supone un momento en que se objetiva en determinadas agendas

políticas un tema-problema concreto en las ciudades occidentales (Fear of crime,

Insecurité urbaine, etc.). Una introducción que coincide con una reestructuración del

Capitalismo a nivel global que algunos autores tildan de giro neoliberal o una nueva

etapa Post-Fordista (De Giorgi, 2006). Una reestructuración definida a partir del

desmantelamiento material y simbólico del Estado social. Material porque se ha venido

traduciendo en una pérdida efectiva y progresiva de derechos sociales de las clases

trabajadoras, y en un abismo cada vez mayor entre las rentas más altas y las más bajas1.

Simbólica, porque también es una revolución cultural que está re-definiendo su

hegemonía a partir de la re-conceptualización de las categorías con las que definimos, y

por tanto producimos, nuestras sociedades. Entre ellas, la seguridad ha ido escalando

posiciones hasta convertirse en un arma arrojadiza de primer orden. Una seguridad

reducida a su dimensión física o patrimonial, y sobre una delincuencia reducida a sus

formas más visibilizadas en el espacio público. Una (re)activación punitiva sobre

determinados ilegalismos localizados en ciertas zonas urbanas, fruto de un consenso sin

precedentes entre gobiernos de derecha y de izquierda en materia de “guerra contra el

crimen” en un ambiente de popularización de teorías como las de Broken Windows

(Wilson y Kelling, 1982).

La difusión de discursos y prácticas sustentados sobre una retórica securitaria cerrada y

defensiva ante cualquier amenaza al buen funcionamiento del mercado, hay que

enmarcarla dentro de un proceso que se dirige hacia el despliegue de un Estado más

penal, como necesaria contrapartida a la contracción de su brazo social (Wacquant,

2012). Hablar de seguridad ciudadana no es hacer referencia a la seguridad de los

derechos (Estado social), sino al derecho a la seguridad (Estado penal). Si la

imposición del trabajo asalariado vino acompañada de una revolución institucional que

la hizo posible en el siglo XIX, la introducción del trabajo asalariado precario desde

los años ochenta, necesita de semejante proceso. En ambos momentos se ha hecho

necesaria una re-definición de las clases peligrosas (Chevalier, 1958). Serán,

precisamente, estas poblaciones expulsadas del mercado de trabajo regulado, las que se

1 En España la renta media anual del decil superior (10%) es de 59.965 euros, mientras que la del decil

inferior (90%) es de 13.546 euros. Fuente: INE, 2010.

conviertan en los chivos expiatorios de los males sociales. La introducción de una nueva

forma de gestionar conflictos en barrios sensibles mediante un enfoque puramente

punitivo, se ha convertido en modelo para expulsar de ciertas zonas urbanas a clases

enteras por su peligrosidad potencial a través de ordenanzas que cierran filas en torno al

civismo, o planes locales que hacen lo propio con los buenos vecinos.

Para conocer cómo opera semejante mutación estructural en lo concreto, vamos a llevar

a cabo un análisis comparativo de dos barrios del centro de Madrid. Lavapiés, uno de

los barrios históricos del centro de la ciudad, habitado por clases trabajadoras desde su

nacimiento, y sobre el que se ha venido construyendo un relato basado en una doble

moral: como espacio urbano donde se concentra “la cultura popular”, sobre el que se

desarrollen toda una serie de estereotipos románticos y costumbristas, y como territorio

estigmatizado de la ciudad, hogar de la denominada underclass. El segundo, Salamanca,

el barrio burgués por antonomasia del centro de Madrid. La parte más beneficiada del

Ensanche de la ciudad por parte de los intereses especulativos, con los mejores servicios

y condiciones higiénicas. Barrio moderno que nace como espacio en el que la

ascendente burguesía se proteja de la mezcolanza social, a partir del desarrollo de un

entre-sí selectivo (Pinçon, 1989).

Durkheim señalaba que la postura o el análisis comparativo es la sociología misma

(Durkheim, 1989). En este sentido, cabe preguntarse cómo es posible que se viva en una

misma ciudad en un contexto de extrema desigualdad. Se hace necesario identificar las

construcciones sociales ideológicas que se ponen en marcha para justificar la existencia

de un orden social desigual en sociedades que se autodefinen democráticas. Unos

interrogantes que nos llevan a plantear una tesis necesariamente dicotómica entre dos

barrios de la ciudad socialmente antagónicos: uno que ha venido definiéndose en torno a

la peligrosidad de sus gentes y calles; y otro donde el orden y la tranquilidad son sus

propias condiciones de posibilidad. De este modo, trataremos, no sólo de adelantar

algunas reflexiones fruto del análisis, sino también, de proponer un modelo de análisis

para estudiar diferentes barrios dentro de una misma ciudad.

2. Del desorden al orden: Ensanche como espacio de seguridad

La ciudad antigua y la moderna no sólo se contraponen temporalmente, sino que son la

propia plasmación sobre el espacio de un modelo de sociedad concreto que ha ido

desarrollando una estructura urbana acorde. Si hoy caminamos por el antiguo perímetro

de lo que fue la muralla de la ciudad de Madrid de 1625 a 1860, nos encontraremos con

un paisaje urbano radicalmente diferente al que nos podamos enfrentar en las zonas del

Ensanche (Chamberí, Salamanca, Arganzuela). A partir del avance del urbanismo

moderno, la consolidación de una ciudad ordenada y socialmente segregada de un modo

planificado, será una de las señales de identidad de la burguesía. Una segregación de

diferentes que, al mismo tiempo, es una agregación de iguales.

2.1. Salamanca: la burguesía se protege

La entrada del capital financiero especulativo en los circuitos comerciales de las grandes

ciudades occidentales es un momento decisivo para su desarrollo. De lo que se trata en

ese momento es de re-situar la ciudad en espacios de circulación más amplios que se

empezaban a tejer con el mercantilismo. Madrid, como capital del incipiente Estado,

será el centro de circulación política y comercial, por lo que cumplirá una función

higiénica, comunicativa y de vigilancia de todo el proceso de expansión de la lógica

capitalista. En este sentido, una vez derribada la muralla en 1860, condición necesaria

para el desarrollo económico, la inseguridad no hacía más que crecer entre una

población que se veía amenazada por la llegada masiva de poblaciones flotantes,

compuestas en su mayoría por campesinos expulsados de sus tierras, reconvertidos en

mendigos, vagabundos o criminales, en una ciudad que era incapaz de absorber esa

ingente mano de obra. Sobre estas condiciones se desarrollará todo un dispositivo de

seguridad en las ciudades que tendrá en el urbanismo y la policía sus dos principales

herramientas de pacificación de unas relaciones sociales en transformación conflictiva

(Foucault, 2008: Fedirici, 2011).

Los ensanches, como el de Haussmann en París, hay que entenderlos como la

plasmación en el espacio de un modelo de sociedad concreto. En una sociedad

convulsionada políticamente por los conflictos que nacen de la introducción de las

relaciones sociales capitalistas, como los de 1830 y 1848, o las propias epidemias de

cólera que se expandían por la urbe, la seguridad y la higiene serán los valores

esgrimidos como punta de lanza para proyectar una nueva ciudad. La burguesía

necesitaba nuevos espacios donde configurar las propias condiciones materiales y

simbólicas de su dominación. Necesitaba crear una ciudad segura, es decir, donde las

clases peligrosas estén relativamente controladas, y en la que no les sea tan fácil, como

lo había sido hasta ese momento, “hacerse con la ciudad”. La modernización urbana

durante el siglo XIX, no refleja simplemente una mejora del ornato, la belleza o la

monumentalidad de las ciudades, sino que está inscrita a fuego en las propias luchas

políticas que la burguesía empezaba a sufrir por parte de una cada vez mejor organizada

clase obrera. Un ejemplo del “éxito” de la reforma de Haussmann fue lo rápido que el

ejército pudo aplastar la Comuna de París en 1871. Ahora bien, si el modelo policial

francés se intentó copiar sin mucho éxito, el caso del ensanche tendrá también muchas

diferencias respecto al original francés.

El proyecto de Ensanche de Castro fue aprobado en 1857, tres años más tarde se derribó

la muralla que cercaba la ciudad, y ya en 1862 empezarán a aparecer las primeras

construcciones. No obstante, del anteproyecto aprobado por el gobierno a la realidad

material que finalmente se desarrolló sobre el territorio de la ciudad hay un abismo.

Demasiado proyecto para tan poco presupuesto y voluntad política para llevarlo a cabo.

El ingeniero acabó por sucumbir a los intereses de los propietarios, como el Marqués de

Salamanca, que presionó para modificar las condiciones del proyecto. Aunque el

proyecto de Castro tenía la intención de ser una intervención total y coordinada de las

tres zonas del ensanche, lo cierto es que el propio sistema de financiación provocó que

cada parte del proyecto se autonomizara en cuanto a su desarrollo se refiere: abrió el

camino a propietarios y promotores para construir y sacar el máximo beneficio a costa

de la comodidad y salubridad de los futuros inquilinos (Carballo, Pallol y Vicente,

2008: 81). Como la calidad del edificio y el precio del alquiler gravaban, los barrios

ricos, como el de Salamanca, recibían más dinero que los barrios pobres. La media de

alquiler por habitante en 1878 era 7,07ptas (Ensanche Norte), 15,6ptas (Ensanche Este),

y 3,63ptas (Ensanche Sur). Quedaba patente que la modernización no iba a ser igual de

próspera para todos: una mayoría seguía pasando hambre en los arrabales, donde las

casas bajas, huertas y talleres se amontonaban en un espacio socialmente desfavorecido;

mientras tanto, en el otro lado de la estructura social, y también de la ciudad, la

Castellana se convertía en un coto cerrado de aristócratas y burgueses, lo que aumentó

el precio del suelo, creando una frontera entre un Norte rico y un Sur pobre que aún

perdura.

La burguesía escapa de la mezcolanza social, protegiéndose en barrios homogéneos, a

través de los cuales va dando forma a una ciudad moderna que condicionará, a través

del propio espacio, las diversas formas de sociabilidad de las diferentes clases. De esta

forma nacía el barrio de Salamanca, como un intento de redención de los urbanistas que

habían identificado la ciudad antigua con la enfermedad y la inseguridad. Un barrio que

se ajustaba a la visión de una sociedad dividida en clases, la verificación de la creación

de una ciudad por y para la burguesía. Tanto al nivel del Ayuntamiento, el gobierno y

los promotores inmobiliarios, así como los técnicos, existió una identificación y

conciencia de clase explícita, permitiendo que existieran leyes en perfecta armonía con

los intereses privados (Díez, 1986; p.20). De esta forma, la división en barrios

burgueses y barrios obreros a partir del Ensanche, supuso una arquitectura de acuerdo

con la procedencia social y los recursos económicos de los habitantes (Díez, 1986:

100). La alta burguesía y la aristocracia dejarán el centro para irse al nuevo barrio en el

primer tercio del siglo XX2. La construcción de barrios segregados no es, pues, una

realidad natural ni una cuestión azarosa, sino estratégica. El poder social lo es también

sobre el espacio, no hay mejor ejemplo que la constitución de estos barrios. El miedo a

la mezcla social en un contexto de configuración de los intereses de clases es un vector

fundamental. Asimismo, esta disposición espacial de la ciudad constata una de las

paradojas de la burguesía: una clase que se apoya en valores profundamente

individualistas, pero que en la práctica es necesariamente colectivista (Pinçon, 2003).

2.2. Lavapiés: entre lo peligroso y lo popular.

Aunque la criminalización de la pobreza fingida puede situarse en el siglo XVI, no será

hasta la segunda mitad del siglo XVIII que se implemente en la ciudad de Madrid toda

una serie de políticas de exaltación del trabajo y condena de la vagancia, así como una

profunda reforma urbana vinculada a éstos. A partir del reinado de Carlos III, podemos

decir que la ciudad empieza a tratarse como un todo, a partir de entonces empieza a

2 Si en 1890 había 75 nobles en el barrio, en 1910 contaba ya con 138, entre los que había 79

marqueses, 39 condes y 12 barones (Díez, 1986)

desarrollarse una modalidad de control social urbano que, siguiendo a Foucault (2008),

podríamos denominar disciplinaria.

El punto de inflexión lo marcará el Motín contra Esquilache (1766), suceso que

provocó un auténtico temor por parte de las autoridades. Las consecuencias políticas y

administrativas que traería consigo son de una importancia crucial para comprender el

desarrollo de Madrid. Así, dos años después del Motín, Carlos III dictará la Real Cédula

de 6 de octubre de 1768 por la que se divide la población de Madrid en ocho Cuarteles,

y cada Cuartel, a su vez, en ocho barrios. Es la primera vez que aparece el término

barrio en una división administrativa, y los motivos hay que buscarlos, precisamente, en

las razones de orden público que el motín suscitó. Al mismo tiempo, se crea una

institución encargada de su vigilancia, el Alcalde de Barrio, cuya principal tarea será

controlar con mano dura un orden público amenazado. Para completar

institucionalmente las tareas de policía, y prevenir que se volviera a producir algarada

alguna, se aprobó la Pragmática de 1774, con medidas dirigidas a contener los espíritus

inquietos, enemigos del sosiego público, y defender á los dignos Vasallos de sus

malignos perjuicios3. Así como a perseguir los papeles y pasquines sediciosos, dirigidos

a atentar contra la tranquilidad pública baxo pretextos falsos4. Además de ésta, en

1782 el secretario de Estado crea la Superintendencia General de Policía, cuyo fin es la

vigilancia de una incipiente opinión pública.

Uno de los barrios de la ciudad donde hubo mayor participación en el Motín fue el de

Lavapiés5, uno de los barrios bajos

6 de la ciudad. Durante la Edad Media, esta zona

extra-muros de la ciudad fue poblándose por gentes provenientes del campo, que

gracias a una “economía de la improvisación”, con tanta historia en Madrid, sobrevivían

en los arrabales que crecían alrededor de algún convento o palacio ubicado en las

afueras. Al estar relativamente lejano del centro de la ciudad (Plaza Mayor), el barrio

fue acogiendo algunos oficios “molestos” que, por reales decretos, fueron emplazados a

estas zonas. Como los curtidores, que por decisión de Felipe II nada más llegar con la

Corte en 1561, fueron emplazados a seguir con su actividad en lo que se conocerá como

3 Real Pragmática de 17 de abril de 1774.

4 Ibídem

5 Pese a que en la división administrativa se hable de cuartel de Lavapiés, lo cierto es que tanto en el uso

común, como en el literario, lo más corriente era hablar de barrio de Lavapiés. 6 La expresión barrios bajos hace referencia a los barrios de Lavapiés y San Francisco, en una doble

referencia a su localización en pendiente hacia el sur, y a su composición social. La excepción que confirma la regla es el barrio de Maravillas, al Norte de la ciudad, también llamado bario bajo.

Ribera de Curtidores. En el cuartel de Lavapiés se irán levantando las primeras fábricas

de la ciudad, como la de coches o la de cervezas en la plaza de Lavapiés. Pero la fábrica

que dará mayor carácter al barrio será la de Tabacos, y sus trabajadoras: las cigarreras.

De arrabal, Lavapiés pasa a ser uno de los barrios populares de Madrid, donde se

concentraba buena parte del pueblo bajo madrileño (París, 2013), compuesto

mayoritariamente de jornaleros y artesanos que (sobre)vivían con los ingresos obtenidos

de vender su fuerza de trabajo. Era el colectivo más numeroso de Madrid, y será el

principal actor de los motines, como el de Esquilache (López, 2006). Esa multitud que,

progresivamente, iba siendo proletarizada por la propia imposición de las relaciones

sociales capitalistas en la ciudad, era vista por parte de las autoridades de la ciudad

como una muchedumbre iletrada e indisciplinada. Producto de una visión desde arriba,

lo cierto es que despertaba en las élites sociales del Antiguo Régimen un ambiguo

sentimiento de miedo, fascinación y desprecio. Los relatos costumbristas acerca del

carácter madrileño, como un producto de valores procedentes de los manolos, los

majos o los chisperos, perduran en el imaginario social. Todo el universo simbólico que

representaban las clases populares a través de su lenguaje propio (parpusa, el agarrao,

gachí, parné…), su vestimenta (el chambergo y la capa) y sus prácticas sociales (la

pedrea, el juego, las tabernas…) será objeto de riguroso control.

La llegada de masas de campesinos empobrecidos a una ciudad que no estaba preparada

para absorber en materia de vivienda y trabajo, irá perfilando unos barrios bajos en

proceso de redefinición como barrios obreros, en los cuales las ideas socialistas

empezarán a encontrar una base social importante sobre la que desarrollarse. Las

míseras condiciones de habitabilidad de las corralas7, la mayoría sin agua ni luz, y en

unas condiciones higiénicas deplorables, las peligrosas condiciones de trabajos mal

remunerados, y el establecimiento de una perenne “economía de guerra”, serán las bases

materiales sobre las que se desarrolle una conciencia sobre las que articular la acción

colectiva de estas clases dangerouses (Chevalier, 1958).

7 Forma de vivienda obrera desarrollada a partir del siglo XIX. También denominado chabolismo vertical,

por las míseras condiciones de habitabilidad e higiene.

3. Concentración y carencia espacial de capitales

3.1. Salamanca: exclusividad, orden y distinción social

Buena parte de la alta burguesía y aristocracia madrileña fue poblando este barrio que

iría, poco a poco, definiéndose como señorial a principios del siglo XX. Un barrio que

sufrirá, no obstante, una “oleada bancaria” a partir de los años cincuenta, y como el

resto del centro de la ciudad, un fuerte proceso de terciarización. Sin embargo, ambas

tendencias han coexistido sin llegar a imponerse ninguna de ellas. El barrio de

Salamanca sigue siendo “el barrio señorial” de Madrid, tanto por su arquitectura y

edificios, como por las clases que siguen residiendo en él. Al mismo tiempo, todo el

paisaje comercial que ha ido emergiendo ha caracterizado la zona como un espacio de

consumo exclusivo (y por tanto, excluyente). Ubicándose en este barrio la célebre Milla

de Oro (calle Serrano), una calle en la que se concentran las grandes firmas

internacionales de moda y joyas, dirigidas a un cliente muy exclusivo, con unas medidas

de seguridad muy fuertes. Al mismo tiempo, las oficinas han ido inundando este

privilegiado espacio céntrico ubicado en el eje Recoletos-Castellana que es,

precisamente, dónde más capital se está concentrando en forma de sucursales de las

grandes empresas. Pero este empuje fuerte del comercio de alta y media gama no ha

menguado decisivamente el carácter residencial del barrio, existiendo en éste una

potente infraestructura de equipamientos públicos y, sobre todo, privados, dirigidos a

mantener dicho carácter.

El distrito de Salamanca, donde se encuentra el barrio homónimo, es el que tiene un

mayor Valor Absoluto Añadido de toda la capital, así como el mayor número de

empleados por residente. Aunque el sector servicios sea el mayoritario en toda la

ciudad, el distrito de Salamanca se ha especializado en los servicios a empresas, y en la

hostelería, transportes y comunicaciones. Estar cercano al eje de negocios de la capital

ha provocado un crecimiento de la actividad terciaria en toda esa zona. El comercio del

barrio, a diferencia de otros, está especializado en los artículos no alimentarios. Si

alguien pasea por el barrio se encontrará con multitud de tiendas de ropa, zapatos, joyas,

bolsos, trajes, relojes, etc. Sin embargo, la gran concentración de tiendas en este barrio

ha llevado a una cierta especialización por zonas, siendo la parte Occidental del mismo

donde se encuentran en mayor medida las tiendas de lujo y todo tipo de complementos.

A medida que se avanza en dirección Este, el tejido comercial cambia, pudiendo trazar

una línea divisoria entre ambas zonas en la calle Príncipe de Vergara, una frontera que

define la parte noble y la parte plebeya del barrio.

El precio de las viviendas es un filtro social evidente, aunque no representa la única

barrera. Aunque el barrio de Salamanca de principio del siglo XXI no es el de principios

del siglo XX, como tampoco lo es la estructura social del país, lo que sí ha seguido

manteniendo es el precio más alto del metro cuadrado de la ciudad (5.578 euros/m2), lo

que ha servido de parapeto para la llegada de parte de las clases medias. La renta per

cápita del barrio de Salamanca alcanza los 22.365 euros, siendo de los barrios de la

ciudad con mayor nivel de renta. En este sentido, el barrio se caracteriza por contar con

buena parte de los profesionales y técnicos científicos e intelectuales, así como un buen

contingente de directivos de empresas, seguidos por un ejército de técnicos auxiliares. A

pesar de esto, la alta presencia de oficinas de empresas financieras y de seguros en el

barrio, provoca que a diario se muevan desde otras zonas de la ciudad muchísimos

empleados. La “crisis económica” y el paro no han afectado de la misma manera a los

vecinos del barrio de Salamanca que a los de otros barrios. En el distrito hay unos 7.500

parados, de los cuales, apenas el 10% corresponden al barrio.

Salamanca está superpoblado de galerías de arte, no obstante, tanto los cines como los

teatros han ido desapareciendo progresivamente, dejando al barrio privado de un tejido

cultural. Esto no quiere decir que no haya oferta cultural, ya que una de las

características más representativas de las clases dominantes en cuanto a la celebración

de eventos culturales es su discrecionalidad. Esto quiere decir que tienen una vida

cultural activa, como ya lo demostraría Bourdieu (2012), sin embargo, la mayoría de

ellas se desarrollan en espacios reservados. Tanto en los grandes colegios de la

burguesía, como el Colegio de Nuestra Señora del Pilar, como a través de las

numerosísimas parroquias e iglesias del barrio, se llevan a cabo innumerables

actividades culturales. El ocio y el tiempo libre se desarrollan, de esta manera, en

espacios cerrados (locales reservados, palacetes privados, etc.) o lejanos (Club de

Campo). El poder de las grandes firmas y el precio del suelo, bloquean la apertura de

espacios dentro del barrio para otros usos. La instalación cultural más representativa del

barrio, y con la que más se identifiquen sus habitantes, quizás sea la Plaza de Toros de

las Ventas, puesto que la cultura del toreo está muy desarrollada en esta zona de la

ciudad.

Uno de los aspectos que más pueden sorprender en un barrio como el de Salamanca es

la inexistencia de asociación de vecinos, al contrario que la mayoría de barrios de la

ciudad. En la investigación encontramos a una persona que está, justamente, tratando de

crear una asociación de vecinos en el barrio, a raíz de un problema con las plazas de

aparcamiento en el mismo. No obstante, su propio testimonio es poco alentador en

cuanto al futuro de dicha asociación. A pesar de que no existan, no hay que ignorar el

poder de presión que se ejerce a través otras instituciones y canales, como puedan ser

los partidos políticos, las asociaciones de empresarios, u otros grupos de presión

existentes en el barrio. En este sentido, el barrio de Salamanca sigue siendo donde

mejores resultados obtiene el partido que ha estado dirigiendo el Ayuntamiento de

Madrid durante más de veinte años. Conocido también como “el feudo del PP”, las

demandas en materia de equipamientos o cualquier problema que hubiera en el barrio

donde habita el presidente del Congreso o numerosos jueces y diputados afines, han

podido ser gestionadas por otros canales. Una potente infraestructura hospitalaria,

escolar y conventual, tanto de ámbito público como privado, terminan de completar un

tejido social que, precisamente, bloquea las pretensiones de una terciarización completa

del mismo.

Con el tiempo han ido apareciendo toda una serie de elementos estructurales alrededor

de los cuales la burguesía ha podido cumplir sus necesidades para reproducir su

dominación social. A través de la emergencia de esa red de servicios escolares,

sanitarios, religiosos, pero también, de la cercanía al eje donde se concentra la mayor

parte del capital económico y decisional de la ciudad, este barrio sigue ejerciendo una

función espacial determinante. El desarrollo de este entre-sí selectivo, sólo al alcance

de algunas clases con recursos (materiales y simbólicos) suficientes como para poder

elegir hábitat, es una característica absolutamente cardinal del funcionamiento del

capital espacial (Soja, 2008). La seguridad se ha ido definiendo a través de la

consolidación histórica de un barrio social, étnica, económica y políticamente

homogéneo, en el que disipar los temores producidos por la mezcla social. Quizás por

esto, los principales adjetivos para describirlo hacen referencia al orden, la tranquilidad,

o al elitismo.

3.2. Lavapiés: multiculturalidad, teatros y contrapoderes

El que ha venido siendo uno de los barrios bajos de la ciudad, espacio donde se mueven

y reproducen las clases peligrosas, ha ido configurándose como un barrio de clases

trabajadoras con abundancia de infraviviendas (producto de la existencia de las

Corralas), alta densidad poblacional, y una carencia de equipamientos públicos y

privados considerable. Una situación que ha cambiado en las últimas dos décadas, pero

de una forma muy tímida, en comparación a otros barrios del centro de la ciudad. El

abandono institucional llevó a que este barrio se despoblara parcialmente a partir de los

años ochenta, provocando una caída de los precios de la vivienda. Algo que permitió

que grupos de jóvenes y migrantes internacionales con pocos recursos fueran llegando y

ocupando las viviendas en peores condiciones, algunas de ellas ocupadas con k, ya que

será en este barrio donde se lleve a cabo la primera okupación de un edificio por parte

del emergente movimiento okupa en 1985. De este modo, la degradación del barrio está

asociada en los imaginarios sociales, no sólo al aspecto urbanístico, sino también a los

grupos que van llegando y dando carácter al mismo. Junto a estos grupos, las personas

mayores con viviendas en propiedad que han decidido quedarse en el barrio, definirán

los conflictos provocados por un entre-sí forzado.

El distrito Centro, donde se encuentra el barrio de Lavapiés, y que engloba el recinto

antiguamente amurallado, tiene una serie de peculiaridades propias. Entre ellas,

concentrar un porcentaje muy alto de actividad comercial de carácter muy variado, o

contar con un flujo de turistas mayor que cualquier otra parte de la ciudad. Esto hace

que este distrito concentre buena parte del VAB de la ciudad, y que cuente con un

porcentaje alto de empleados respecto a residentes. Una zona concurrida y valorizada,

algo que eleva el precio del metro cuadrado hasta los 3.374 euros. Es una zona

terciarizada, donde abundan comercios de lo más variopinto, además de toda una serie

de servicios públicos centrales. El barrio de Lavapiés, dentro de esta zona con tanta

actividad comercial, se ha ido especializando en función de su composición social y

trayectoria. En este sentido, destacan los comercios de hostelería (bares y restaurantes),

de productos electrónicos (reparación y venta de móviles, ordenadores, etc.), y de

regalos (bisutería, ropa, etc.). Podríamos dividir al barrio, como el de Salamanca, en dos

partes relativamente diferenciadas. La línea divisoria entre ambas zonas podría ubicarse

atravesando de norte a sur la Plaza de Lavapiés. Así, la parte occidental estaría

caracterizada por el comercio que linda con la zona del Rastro (antigüedades, pieles y

cuadros), históricamente establecida en esta zona; por un comercio mayorista y

minorista frecuentado por personas de origen chino; en fin, por toda una serie de bares y

restaurantes más tradicionales. En esta zona oriental, es donde se concentra buena parte

de los locales dedicados a actividades culturales como galerías de arte, escuelas de

danza o teatros, algo que lleva a caracterizar a esta parte del barrio como la zona

bohemia. Del mismo modo, existe una mayor concentración de bares y restaurantes

más modernos, especialmente en lo que se conoce como la playa de Lavapiés (calle

Argumosa).

Al igual que en el distrito de Salamanca, en el de Centro existe una relativa

heterogeneidad socioeconómica. Mientras que la renta per cápita media del distrito se

sitúa en los 12.393 euros, algunos barrios de su interior, como Lavapiés, tienen una

renta media de 10.191 euros. Esta es una de las razones que obligan a los investigadores

de la ciudad a descender en las divisiones espaciales fruto de lógicas burocráticas, para

poder identificar las desigualdades existentes tras las medias estadísticas. El grupo

profesional más numeroso de Lavapiés, al igual que en el resto de distritos céntricos, es

el de profesionales y técnicos científicos e intelectuales (19%). Sin embargo, a

diferencia otros barrios más acomodados del centro, predominan los vendedores de

comercios (18%), así como un gran número de trabajadores no cualificados (17%), De

este modo, se ha ido dibujando un barrio de clases trabajadoras dualizado en su

estructura socioprofesional. Esta es una de las razones por las que se habla de la

existencia de un proceso de gentrificación en el barrio que se traduce, entre otras cosas,

en la entrada de esos estratos profesionales superiores (Sequera, 2013). A pesar de este

fenómeno, el barrio de Lavapiés sigue siendo el que más carencia de equipamientos y

servicios públicos sufre de todo el distrito, en un espacio donde se concentra buena

parte de los trabajadores desocupados del centro. Y es que, de los 11.690 parados que

hay en el Distrito Centro, un 35% son vecinos de Lavapiés.

Lo que sí se ha desarrollado ha sido un auténtico desembarco cultural rápido y

ambicioso, a través de diferentes instalaciones como el Teatro Valle Inclán, el Centro

Dramático Nacional, así como una serie de galerías de arte que han ido saliendo como

setas a espaldas del Museo Reina Sofía. Un desembarco cultural que también tiene en la

emergencia de una red de pequeñas salas de teatro alternativas. Además de éstos, la

apertura de cafés-librerías, tiendas de venta de productos a granel, o locales como la

Gatoteca, van modificando el tejido comercial del barrio. De este modo, es significativa

la preponderancia del comportamiento de las clases medias en la resignificación del

espacio urbano: son el consumidor definitivo, en tanto que el centro de la ciudad se ha

dispuesto para el consumo y los estilos de vida de estas clases medias urbanas; son el

consumidor definitorio, en tanto que sus habitus resignifican y reordenan el espacio

urbano y sus sentidos; y, por último, son el consumidor definido, en tanto las políticas

urbanas han priorizado la atracción y fortalecimiento de esta figura (Sequera, 2013: 7).

Pero la entrada de estas clases creativas (Florida, 2010) también ha empujado en buena

manera al desarrollo de diferentes iniciativas sociales que van, desde proyectos de

autogestión de espacios abandonados, pasando por el desarrollo de diferentes

asociaciones de diverso ámbito (cultural, social, político, ecológico…etc.), hasta llegar a

formar toda una red de colectivos que trabajan en el barrio. De este modo, seguramente

estemos ante uno de los barrios del centro de Madrid con una vida social asociativa más

intensa y diversa. Desde la Asociación de Vecinos de la Corrala, creada para luchar

contra la infravivienda y los problemas derivados del abandono institucional que ha

sufrido el barrio desde los setenta, hasta el desarrollo del centro social la Tabacalera,

han sido muchos los colectivos de mujeres, inmigrantes, jóvenes, artistas, activistas

políticos, etc., que han visto en este barrio un espacio idóneo donde materializar sus

proyectos.

El fuerte empuje que sufrió la red de activistas del barrio a partir del 15M en 2011, fue

determinante en cuanto a las cuestiones securitarias suscitadas a partir de entonces. En

uno de los barrios más contestatarios se van a empezar a objetivar toda una serie de

conflictos que atraviesan el barrio pero que, en definitiva, definen nuestra sociedad. Fue

a partir de ese momento cuando empezaron a denunciarse las redadas racistas por parte

de la policía que, diariamente, paraban e identificaban a ciudadanos por su color de piel,

algo que desde las Brigadas de Observación de los Derechos Humanos denuncian como

prácticas ilegales. En este sentido, el artículo 17 de la nueva Ley de Seguridad

Ciudadana es claro: en la práctica de la identificación se respetarán estrictamente los

principios de proporcionalidad, igualdad de trato y no discriminación por razón de

nacimiento, nacionalidad, origen racial o étnico, sexo, religión o creencias, edad,

discapacidad, orientación o identidad sexual, opinión o cualquier otra condición o

circunstancia personal o social. La presencia de activistas en el ejercicio de esos

controles policiales ilegales llevó a una creciente tensión con los agentes, provocando

una masiva manifestación que logró expulsar del barrio a la policía de forma pacífica.

Este hecho fue determinante para la aprobación del Plan Integral para la Mejora de la

Seguridad y la Convivencia en el barrio de Lavapiés, aprobado en diciembre de 2012

por la iniciativa de la Subdelegación del Gobierno presidida por Cristina Cifuentes. De

este modo, se subraya que las circunstancias que dan origen a que se plantee (…) un

aumento de la actividad policial en el Barrio de Lavapiés, se produce a consecuencia

de distintos incidentes protagonizados por grupos antisistema que dificultan las

intervenciones policiales y ponen en riesgo la seguridad ciudadana de toda la zona

(Plan de Seguridad, p.10). Por tanto, la peligrosidad del barrio no se produce tanto por

un aumento de la criminalidad, puesto que no existe en el Barrio de Lavapiés un

problema delincuencial específico, la Tasa de Criminalidad está muy por debajo de la

media del Distrito (Plan de Seguridad, p.11), sino más bien por un reflujo de la

movilización social y, concretamente, por un conflicto abierto con ciertas prácticas

policiales normalizadas.

4. Distinción y estigmatización territorial

Las diferentes estrategias llevadas a cabo por los actores sociales en las ciudades llevan

a operar una transformación de los capitales acumulados en los barrios. De esta forma,

los diferentes tipos y volúmenes de capital económico, cultural y social que se

concentran en un barrio de clases trabajadoras en proceso de modernización, y otro de

clases medias y altas en proceso de afirmación, se traducen en una forma concreta de

capital simbólico colectivo. Con esto, estamos tratando de aplicar el concepto-

herramienta de Pierre Bourdieu a ámbitos sociales más allá del individuo (Bourdieu,

2012).

4.1. Un barrio tranquilo para gente de orden

Desde que nació el barrio de Salamanca, la mezcla social ha sido vista por las clases

dominantes que fueron poblando esta zona de la ciudad como una cierta “promiscuidad”

en sus espacios de vida. El desarrollo de toda una serie de filtros y barreras de orden

económico y simbólico han tratado, justamente, de servir de muro defensivo ante la

amenaza de la entrada de intrusos. Estamos ante un espacio totalmente privatizado en el

que el dominio efectivo, legitimado por los títulos de propiedad, corresponde a dos

partes definidas de la sociedad: nobleza y burguesía. Ambas serán las que (…) modelen

el sector en función de sus intereses. (Mas, 1982; 112). El único barrio que se libraría de

los bombardeos durante la Guerra Civil, acogería a buena parte de la clase dirigente

madrileña hasta los años sesenta, momento en que se modifica su mono-funcionalidad.

Con la terciarización, una parte de sus residentes se van a los nuevos desarrollos

inmobiliarios de la corona metropolitana del Noroeste (Mirasierra, Pozuelo, Puerta de

Hierro, etc.). Una de las zonas del barrio más exclusivas es la calle Serrano, conocida

como la Quinta Avenida de Madrid, y en consonancia con el Triangle d’or parisino.

Será precisamente a estos espacios hacia los que el Ayuntamiento trate de encauzar el

turismo de compras, objetivo fundamental del empresarialismo urbano (Harvey, 2007).

Los medios de comunicación también han puesto de su parte para la promoción de este

barrio de la ciudad, en plena connivencia con las autoridades locales. No obstante, sigue

teniendo una importante función residencial, siendo el espacio urbano con el precio del

metro cuadrado más caro de toda España, con los comercios más exclusivos de la

ciudad, con mayor número de embajadas extranjeras, pero también con el mayor

número de trabajadoras del servicio doméstico. Un barrio donde se dan, al mismo

tiempo, acuerdos empresariales de gran importancia para la economía global, y

relaciones de servidumbre que se han mantenido como seña de distinción. El barrio de

Salamanca se va proyectando sobre los propios imaginarios como un espacio

socialmente excluyente, moderno y seguro. Toda una serie de estigmas positivos que

ayudan a reproducir ese capital simbólico que sigue bloqueando la terciarización del

mismo.

Es preciso comprender los fundamentos de la lógica social que fuerza a las clases

privilegiadas a vivir entre ellas, a distancia de los otros grupos sociales. Y es que uno de

los privilegios de estas clases superiores es poder juntarse en espacios preservados de

todo contacto con las clases populares, medias y las fracciones menos legítimas de la

burguesía. La reproducción de las posiciones inseparablemente sociales y espaciales,

señala la capacidad exclusiva de este grupo social para desarrollar un poder segregador,

de forma que consigue redoblar las distancias sociales a través de las distancias

espaciales. La posesión de un alto nivel de capital social y económico permite elegir el

lugar de residencia, algo que no todas las clases pueden permitirse. En este sentido, las

clases altas no tienen otra elección que vivir entre ellas en un mismo espacio, a riesgo

de exponerse al desclasamiento. Ese entre-sí socialmente selectivo es una de las

condiciones de posibilidad de transmisión de herencias de todo tipo, de las que depende

su propia reproducción social como clase. Herencias en forma de capital económico

(renta y patrimonio), social (red extensa y cultivada de amigos e influencias), cultural

(heredado y adquirido en colegios y universidades privadas), y toda una serie de

disposiciones que hacen que la excelencia social pase, necesariamente, por este entre-sí

(Pinçon, 1989).

4.2. Disciplinando la multiculturalidad y el activismo de base

Se podría decir que la peligrosidad de las calles de Lavapiés no algo nuevo. Ya en el

siglo XVIII, durante el Motín contra Esquilache, la masiva participación de las clases

subalternas que poblaban esta zona llevó a indexarla como peligrosa e insegura por

parte de las autoridades. Aunque es obvio que la naturaleza de los procesos históricos

que han ido definiendo los acontecimientos políticos ha ido transformándose con el

paso del tiempo, lo cierto es que el recurso a la historia siempre ayuda a interpretar los

hechos sociales del presente. Ser conscientes de que los imaginarios sobre la

peligrosidad social asociada a los vecinos del barrio no es “algo” que haya surgido “de

repente” en el siglo XXI, nos obliga a contextualizar. La posición central privilegiada

del barrio, en cuanto al consumo y al turismo, ha llevado a un renovado interés público

y privado (gobernanza local) hacia esta zona de la ciudad con un gran potencial

económico. Este barrio sufre en la actualidad una metamorfosis por la llegada de nueva

población residente y visitante, transformándose en un barrio de moda, con el

subsiguiente riesgo.

Aunque el padrón recoge una presencia de personas extranjeras que ronda el 30%, lo

cierto es que las estimaciones hablan de un 40 o 50% de población extranjera en el

barrio, la mayor concentración de Madrid. Sin embargo, hablar de guetto de una forma

tan airada como algunos medios de comunicación hacen, es una falta de rigor más

cercana al sensacionalismo que a la verdad empírica. Una de las señas de identidad del

barrio está representada por la manida etiqueta multicultural, que señala el mosaico

étnico que habita en el barrio, una especie de foto fija de una realidad pintoresca,

colorida, exótica, que lleva tiempo siendo explotada por las propias instituciones para

promocionar este espacio urbano, en el que las nuevas clases medias están teniendo un

protagonismo fundamental. Fiestas como Bollywood, el año nuevo Chino, o Tapapiés,

por citar sólo algunos ejemplos, hacen que la imagen del barrio vaya transformándose

hacia una especie muy concreta de cosmopolitismo.

El atractivo de este espacio de la ciudad como barrio multicultural, bohemio, exótico,

etc., incluye la presencia de otros, lo que activa toda una serie de discursos y prácticas

destinadas a producir un mezcolanza social controlada. De esta forma, con la

colaboración de ciertas asociaciones de comerciantes y vecinos, se llevó a cabo una

campaña contra la inseguridad ciudadana en el barrio, coincidiendo con el renovado

interés institucional y corporativo en el mismo. A partir de entonces, todo un dispositivo

securitario se ha ido desplegando, instalándose en 2009 cuarenta y ocho cámaras de

vigilancia, cuyo fin no es tanto reducir una delincuencia en niveles bajos, como

modificar o desplazar ciertas prácticas de grupos concretos del ideologizado espacio

público (Delgado, 2011), definido como un lugar sin conflictos de clase. A esto se sumó

en 2012 el citado Plan de Seguridad.

Todo el proceso de pacificación del barrio ha necesitado de un largo periodo de

producción de la inseguridad ciudadana, en el que el papel de los medios de

comunicación sigue jugando un rol fundamental. Titulares que señalan al Bronx

madrileño8, usan términos como reyertas, algaradas, antisistema, batalla campal,

protesta ilegal9, etc., o especifican la nacionalidad de un agresor únicamente cuando no

es español10

, hablan por sí solos. Las luchas de apropiación del espacio son un campo

crucial en la configuración de barrios o ciudades, sin embargo, no todos los grupos

están igualmente armados para afrontar semejantes batallas simbólicas. La capacidad de

los diferentes agentes por dominar el espacio dependerá del capital poseído, tanto en su

volumen como en su estructura, en función del cual estos grupos pueden adueñarse de

un bien escaso, en este caso, un barrio céntrico simbólicamente atractivo con un gran

potencial económico. A diferencia de la vieja burguesía, esta nueva burguesía

cosmopolita y progresista gusta de codearse en el mismo espacio con otras clases y

etnias. Pero la condición de posibilidad de esa mixticité sociale es que sea estrictamente

controlada y definida desde su posición, a través de toda una serie de dispositivos que

van construyendo los discursos y prácticas asociadas al buen vecino (Tissot, 2011).

8 El PSOE acusa al PP de que el barrio sea el Bronx madrileño. El País. 02/05/2010

9 Una nueva protesta ilegal de radicales antisistema acaba en otra batalla campal. ABC. 25/11/2007

10 Una pelea entre chinos y magrebíes en Lavapiés acaba con tres heridos. El País. 09/05/2000

5. Reflexiones provisionales

A partir del planteamiento de un modelo de análisis fundamentado en tres pilares o

vectores, nuestra intención ha sido plasmar la necesidad de complejizar

metodológicamente los análisis sociológicos de la ciudad. Partimos de la premisa de que

la mejor forma de conocer el presente es recurriendo a la historia, por ello, vemos

imprescindible el ejercicio de una genealogía del espacio de análisis (Álvarez-Uría,

2008). Algo que nos llevará, necesariamente, a las instituciones que han hecho posible

ese espacio. De esta forma, llevar a cabo un análisis basado en la teoría social de

Bourdieu, a partir del cual definir estos espacios según la acumulación de diferentes

tipos de capital, nos permitirá identificar las condiciones de posibilidad de la

emergencia de determinados discursos y prácticas. La emergencia y desarrollo de todo

un capital simbólico colectivo en estos barrios es una pieza fundamental en el desarrollo

de las diferentes luchas por el espacio que se llevan a cabo en nuestras ciudades y

barrios. La apropiación o defensa de un espacio por parte de unos determinados grupos

sociales lleva consigo toda una producción discursiva que es necesario descifrar

sociológicamente. Por lo tanto, y siguiendo a la Escuela de Análisis Sociológico del

Discurso (Ibañez, 1995; Alonso, 2003; Conde, 2009) sostenemos que no es deseable

reducir los discursos sociales a entes autónomos, portadores de todo el significado, sino

referirlos (necesariamente) a los conflictos y procesos sociales históricos que generan

las condiciones de existencia de los mismos. Reconociendo la imposibilidad de

comprender y explicar los textos por sí mismos, sino únicamente refiriéndolos a su

contexto concreto de producción e interpretación introduciremos la historia, el contexto

y el sujeto como elementos indispensables del análisis sociológico.

El espacio no es algo separable del mundo social, es decir, no es una realidad autónoma

susceptible de aislar en un laboratorio. Lefebvre ya advertía acerca de la ideología que

hay en concepciones del espacio como lugar abstracto, vacío o neutral, categorías todas

ellas que suponen la imposición de una determinada visión de la realidad social, de unas

determinadas relaciones de poder (Lefebvre, 2013). La cuestión espacial nos remite

necesariamente a la coacción por los recursos comunes a lo largo del tiempo, pero

igualmente, a su reapropiación. Así, el espacio está marcado, no sólo por la diferencia

respecto a otros espacios, sino también por las desigualdades sociales que apuntan a las

relaciones de poder en un orden social. De esta forma, el espacio no sólo existe en su

expresión material, sino que también es una categoría de percepción de la realidad y la

acción pública. Un buen ejemplo de esto es la forma en que el urbanismo, a través de

palabras que designan espacios, contribuye a su producción y organización (véanse los

barrios sensibles o peligrosos).

Los campos sociales se superponen en los lugares concretos, lo que lleva a que exista

una tendencia a la concentración en determinados lugares del espacio social de todos

aquellos bienes que son más escasos. Una concentración que se traduce, como

contrapartida, en una escasez de éstos en otros espacios. De esta forma, se construyen

lugares en el espacio social con una gran concentración de estigmas positivos

(distinción social), y otros, que acumulan toda una serie de estigmas negativos

(estigmatización social). Madrid, como capital donde se concentra la mayor parte de los

grupos sociales con poder decisional sobre los asuntos políticos y económicos del

Estado, se contrapone a ciudades de provincia que carecen en absoluto de todo poder de

influencia sobre dichas cuestiones. De la misa manera, dentro de Madrid se experimenta

una sobre-concentración de capitales de todo tipo en determinados barrios, mientras que

otros se caracterizan precisamente por su ausencia. Se ponen, de esta forma, en

funcionamiento, toda una serie de oposiciones que se reproducen en las categorías de

pensamiento y apreciación de los diferentes espacios. Esta es una de las formas en que

incorporamos a nuestra propia capacidad de interpretación del espacio las estructuras

del orden social, ya que es a través de la exposición prolongada a las distancias

espaciales en que se afirman las distancias sociales (Bourdieu, 2010: 121). Poner

énfasis en el hecho de que nuestras estructuras mentales son, en parte, resultado de

haber incorporado las estructuras espaciales que nos rodean, y sobre las que,

necesariamente, hacemos sociedad, no tiene otro motivo que el de señalar la

importancia de las formas en que el orden social se inscribe sobre el espacio, y ejerce, a

través de él, una serie de fuerzas sobre los sujetos y sus representaciones sociales. El

espacio es uno de los lugares donde se ejerce el poder de una forma mucho más sutil,

aceptada y naturalizada, una auténtica violencia simbólica inadvertida (Bourdieu,

2010).

Según Castel (2003) existen dos tipos de protecciones en nuestras sociedades

occidentales, definidas a partir del propio desarrollo del Estado de derecho (protección

civil) y social (protección social). Mientras la primera garantiza las libertades

fundamentales y la protección de los bienes y las personas, la segunda protege contra

los principales riesgos susceptibles de entrañar una degradación de la situación social de

los individuos, sea una enfermedad, un accidente, la desocupación prolongada por crisis

económicas o la propia vejez. Pues bien, cuando hablamos al principio de la

comunicación del proceso de re-conceptualización de las categorías de sentido común,

hacíamos referencia, precisamente, a la simplificación operada en el campo de las

seguridades proporcionadas por el Estado a los ciudadanos, que ha dado a luz un

concepto como el de seguridad ciudadana. La seguridad de los ciudadanos depende de

ambos tipos de protecciones (civiles y sociales), por lo que reducirla a una de estas

dimensiones es una operación ideológica que esconde un ataque frontal al Estado social.

Tratar de solucionar el problema de la inseguridad ciudadana en barrios donde,

precisamente, se está retirando los mecanismos para proporcionar seguridad social a las

clases más explotadas y demonizadas de la sociedad tan sólo puede dar como resultado

un cortocircuito muy peligroso en sus consecuencias.

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