Retrato de niño iliberritano hallado en el barrio del Realejo (Granada)
Modelo de barrio y seguridad ciudadana: una propuesta de análisis a partir del estudio de dos...
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MODELO DE BARRIO Y SEGURIDAD CIUDADANA: una propuesta de análisis a partir del
estudio de dos barrios del centro de Madrid.
Autor: Santiago Ruiz Chasco, doctorando del Departamento de Sociología IV, Facultad
de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid
Resumen
Una idea se impone sobre todas las demás: seguridad. Hay que mejorar, revitalizar,
recuperar y dinamizar el barrio para que éste no se degrade. ¿Qué hay detrás de los
discursos y prácticas en torno a la seguridad ciudadana? ¿A través de qué procesos,
técnicas y mecanismos se va constituyendo una necesidad de actuar sobre determinados
elementos en un barrio concreto? Si tenemos claro lo que es un barrio peligroso,
debemos saber cómo es un barrio seguro, o quizás no. Con la intención de profundizar
en esta cuestión, presentamos algunos resultados provisionales de una investigación
sobre lo que se ha ido construyendo como seguridad ciudadana a través de la
comparación de dos barrios del centro de Madrid: un barrio de clases populares y
trabajadoras en vías de modernización (Lavapiés), y el barrio por excelencia de la
burguesía y aristocracia madrileña (Salamanca).
A través de la relación de tres ejes analíticos, propondremos una interpretación a partir
de la cual construir dos modelos de barrio que, al fin y al cabo, remiten necesariamente
a dos modelos de sociedad. A través de la historia de dos ciudades, aludiendo a la obra
de Dickens, trataremos de hacer una historia del presente que nos pueda dar pistas para
comprender las siempre complejas relaciones entre seguridad y clases sociales.
Partimos, siguiendo a Castel (2003), de la existencia de dos tipos de protección, y por
tanto, de seguridades: una seguridad civil y una seguridad social. Trataremos de
contextualizar y dar algunas pistas que ayuden a leer la doxa securitaria (Wacquant,
2012), que ha conseguido reducir la seguridad ciudadana a la seguridad civil, dejando
fuera de los discursos y prácticas las otras seguridades, precisamente aquellas que
brillan por su ausencia en la ciudad de los pobres.
Palabras clave: Seguridad ciudadana, barrios, Madrid, Lavapiés, Salamanca.
1. Introducción: la seguridad ciudadana como categoría de análisis.
La emergencia de la categoría Seguridad Ciudadana, alrededor de las décadas de los
años setenta y ochenta, supone un momento en que se objetiva en determinadas agendas
políticas un tema-problema concreto en las ciudades occidentales (Fear of crime,
Insecurité urbaine, etc.). Una introducción que coincide con una reestructuración del
Capitalismo a nivel global que algunos autores tildan de giro neoliberal o una nueva
etapa Post-Fordista (De Giorgi, 2006). Una reestructuración definida a partir del
desmantelamiento material y simbólico del Estado social. Material porque se ha venido
traduciendo en una pérdida efectiva y progresiva de derechos sociales de las clases
trabajadoras, y en un abismo cada vez mayor entre las rentas más altas y las más bajas1.
Simbólica, porque también es una revolución cultural que está re-definiendo su
hegemonía a partir de la re-conceptualización de las categorías con las que definimos, y
por tanto producimos, nuestras sociedades. Entre ellas, la seguridad ha ido escalando
posiciones hasta convertirse en un arma arrojadiza de primer orden. Una seguridad
reducida a su dimensión física o patrimonial, y sobre una delincuencia reducida a sus
formas más visibilizadas en el espacio público. Una (re)activación punitiva sobre
determinados ilegalismos localizados en ciertas zonas urbanas, fruto de un consenso sin
precedentes entre gobiernos de derecha y de izquierda en materia de “guerra contra el
crimen” en un ambiente de popularización de teorías como las de Broken Windows
(Wilson y Kelling, 1982).
La difusión de discursos y prácticas sustentados sobre una retórica securitaria cerrada y
defensiva ante cualquier amenaza al buen funcionamiento del mercado, hay que
enmarcarla dentro de un proceso que se dirige hacia el despliegue de un Estado más
penal, como necesaria contrapartida a la contracción de su brazo social (Wacquant,
2012). Hablar de seguridad ciudadana no es hacer referencia a la seguridad de los
derechos (Estado social), sino al derecho a la seguridad (Estado penal). Si la
imposición del trabajo asalariado vino acompañada de una revolución institucional que
la hizo posible en el siglo XIX, la introducción del trabajo asalariado precario desde
los años ochenta, necesita de semejante proceso. En ambos momentos se ha hecho
necesaria una re-definición de las clases peligrosas (Chevalier, 1958). Serán,
precisamente, estas poblaciones expulsadas del mercado de trabajo regulado, las que se
1 En España la renta media anual del decil superior (10%) es de 59.965 euros, mientras que la del decil
inferior (90%) es de 13.546 euros. Fuente: INE, 2010.
conviertan en los chivos expiatorios de los males sociales. La introducción de una nueva
forma de gestionar conflictos en barrios sensibles mediante un enfoque puramente
punitivo, se ha convertido en modelo para expulsar de ciertas zonas urbanas a clases
enteras por su peligrosidad potencial a través de ordenanzas que cierran filas en torno al
civismo, o planes locales que hacen lo propio con los buenos vecinos.
Para conocer cómo opera semejante mutación estructural en lo concreto, vamos a llevar
a cabo un análisis comparativo de dos barrios del centro de Madrid. Lavapiés, uno de
los barrios históricos del centro de la ciudad, habitado por clases trabajadoras desde su
nacimiento, y sobre el que se ha venido construyendo un relato basado en una doble
moral: como espacio urbano donde se concentra “la cultura popular”, sobre el que se
desarrollen toda una serie de estereotipos románticos y costumbristas, y como territorio
estigmatizado de la ciudad, hogar de la denominada underclass. El segundo, Salamanca,
el barrio burgués por antonomasia del centro de Madrid. La parte más beneficiada del
Ensanche de la ciudad por parte de los intereses especulativos, con los mejores servicios
y condiciones higiénicas. Barrio moderno que nace como espacio en el que la
ascendente burguesía se proteja de la mezcolanza social, a partir del desarrollo de un
entre-sí selectivo (Pinçon, 1989).
Durkheim señalaba que la postura o el análisis comparativo es la sociología misma
(Durkheim, 1989). En este sentido, cabe preguntarse cómo es posible que se viva en una
misma ciudad en un contexto de extrema desigualdad. Se hace necesario identificar las
construcciones sociales ideológicas que se ponen en marcha para justificar la existencia
de un orden social desigual en sociedades que se autodefinen democráticas. Unos
interrogantes que nos llevan a plantear una tesis necesariamente dicotómica entre dos
barrios de la ciudad socialmente antagónicos: uno que ha venido definiéndose en torno a
la peligrosidad de sus gentes y calles; y otro donde el orden y la tranquilidad son sus
propias condiciones de posibilidad. De este modo, trataremos, no sólo de adelantar
algunas reflexiones fruto del análisis, sino también, de proponer un modelo de análisis
para estudiar diferentes barrios dentro de una misma ciudad.
2. Del desorden al orden: Ensanche como espacio de seguridad
La ciudad antigua y la moderna no sólo se contraponen temporalmente, sino que son la
propia plasmación sobre el espacio de un modelo de sociedad concreto que ha ido
desarrollando una estructura urbana acorde. Si hoy caminamos por el antiguo perímetro
de lo que fue la muralla de la ciudad de Madrid de 1625 a 1860, nos encontraremos con
un paisaje urbano radicalmente diferente al que nos podamos enfrentar en las zonas del
Ensanche (Chamberí, Salamanca, Arganzuela). A partir del avance del urbanismo
moderno, la consolidación de una ciudad ordenada y socialmente segregada de un modo
planificado, será una de las señales de identidad de la burguesía. Una segregación de
diferentes que, al mismo tiempo, es una agregación de iguales.
2.1. Salamanca: la burguesía se protege
La entrada del capital financiero especulativo en los circuitos comerciales de las grandes
ciudades occidentales es un momento decisivo para su desarrollo. De lo que se trata en
ese momento es de re-situar la ciudad en espacios de circulación más amplios que se
empezaban a tejer con el mercantilismo. Madrid, como capital del incipiente Estado,
será el centro de circulación política y comercial, por lo que cumplirá una función
higiénica, comunicativa y de vigilancia de todo el proceso de expansión de la lógica
capitalista. En este sentido, una vez derribada la muralla en 1860, condición necesaria
para el desarrollo económico, la inseguridad no hacía más que crecer entre una
población que se veía amenazada por la llegada masiva de poblaciones flotantes,
compuestas en su mayoría por campesinos expulsados de sus tierras, reconvertidos en
mendigos, vagabundos o criminales, en una ciudad que era incapaz de absorber esa
ingente mano de obra. Sobre estas condiciones se desarrollará todo un dispositivo de
seguridad en las ciudades que tendrá en el urbanismo y la policía sus dos principales
herramientas de pacificación de unas relaciones sociales en transformación conflictiva
(Foucault, 2008: Fedirici, 2011).
Los ensanches, como el de Haussmann en París, hay que entenderlos como la
plasmación en el espacio de un modelo de sociedad concreto. En una sociedad
convulsionada políticamente por los conflictos que nacen de la introducción de las
relaciones sociales capitalistas, como los de 1830 y 1848, o las propias epidemias de
cólera que se expandían por la urbe, la seguridad y la higiene serán los valores
esgrimidos como punta de lanza para proyectar una nueva ciudad. La burguesía
necesitaba nuevos espacios donde configurar las propias condiciones materiales y
simbólicas de su dominación. Necesitaba crear una ciudad segura, es decir, donde las
clases peligrosas estén relativamente controladas, y en la que no les sea tan fácil, como
lo había sido hasta ese momento, “hacerse con la ciudad”. La modernización urbana
durante el siglo XIX, no refleja simplemente una mejora del ornato, la belleza o la
monumentalidad de las ciudades, sino que está inscrita a fuego en las propias luchas
políticas que la burguesía empezaba a sufrir por parte de una cada vez mejor organizada
clase obrera. Un ejemplo del “éxito” de la reforma de Haussmann fue lo rápido que el
ejército pudo aplastar la Comuna de París en 1871. Ahora bien, si el modelo policial
francés se intentó copiar sin mucho éxito, el caso del ensanche tendrá también muchas
diferencias respecto al original francés.
El proyecto de Ensanche de Castro fue aprobado en 1857, tres años más tarde se derribó
la muralla que cercaba la ciudad, y ya en 1862 empezarán a aparecer las primeras
construcciones. No obstante, del anteproyecto aprobado por el gobierno a la realidad
material que finalmente se desarrolló sobre el territorio de la ciudad hay un abismo.
Demasiado proyecto para tan poco presupuesto y voluntad política para llevarlo a cabo.
El ingeniero acabó por sucumbir a los intereses de los propietarios, como el Marqués de
Salamanca, que presionó para modificar las condiciones del proyecto. Aunque el
proyecto de Castro tenía la intención de ser una intervención total y coordinada de las
tres zonas del ensanche, lo cierto es que el propio sistema de financiación provocó que
cada parte del proyecto se autonomizara en cuanto a su desarrollo se refiere: abrió el
camino a propietarios y promotores para construir y sacar el máximo beneficio a costa
de la comodidad y salubridad de los futuros inquilinos (Carballo, Pallol y Vicente,
2008: 81). Como la calidad del edificio y el precio del alquiler gravaban, los barrios
ricos, como el de Salamanca, recibían más dinero que los barrios pobres. La media de
alquiler por habitante en 1878 era 7,07ptas (Ensanche Norte), 15,6ptas (Ensanche Este),
y 3,63ptas (Ensanche Sur). Quedaba patente que la modernización no iba a ser igual de
próspera para todos: una mayoría seguía pasando hambre en los arrabales, donde las
casas bajas, huertas y talleres se amontonaban en un espacio socialmente desfavorecido;
mientras tanto, en el otro lado de la estructura social, y también de la ciudad, la
Castellana se convertía en un coto cerrado de aristócratas y burgueses, lo que aumentó
el precio del suelo, creando una frontera entre un Norte rico y un Sur pobre que aún
perdura.
La burguesía escapa de la mezcolanza social, protegiéndose en barrios homogéneos, a
través de los cuales va dando forma a una ciudad moderna que condicionará, a través
del propio espacio, las diversas formas de sociabilidad de las diferentes clases. De esta
forma nacía el barrio de Salamanca, como un intento de redención de los urbanistas que
habían identificado la ciudad antigua con la enfermedad y la inseguridad. Un barrio que
se ajustaba a la visión de una sociedad dividida en clases, la verificación de la creación
de una ciudad por y para la burguesía. Tanto al nivel del Ayuntamiento, el gobierno y
los promotores inmobiliarios, así como los técnicos, existió una identificación y
conciencia de clase explícita, permitiendo que existieran leyes en perfecta armonía con
los intereses privados (Díez, 1986; p.20). De esta forma, la división en barrios
burgueses y barrios obreros a partir del Ensanche, supuso una arquitectura de acuerdo
con la procedencia social y los recursos económicos de los habitantes (Díez, 1986:
100). La alta burguesía y la aristocracia dejarán el centro para irse al nuevo barrio en el
primer tercio del siglo XX2. La construcción de barrios segregados no es, pues, una
realidad natural ni una cuestión azarosa, sino estratégica. El poder social lo es también
sobre el espacio, no hay mejor ejemplo que la constitución de estos barrios. El miedo a
la mezcla social en un contexto de configuración de los intereses de clases es un vector
fundamental. Asimismo, esta disposición espacial de la ciudad constata una de las
paradojas de la burguesía: una clase que se apoya en valores profundamente
individualistas, pero que en la práctica es necesariamente colectivista (Pinçon, 2003).
2.2. Lavapiés: entre lo peligroso y lo popular.
Aunque la criminalización de la pobreza fingida puede situarse en el siglo XVI, no será
hasta la segunda mitad del siglo XVIII que se implemente en la ciudad de Madrid toda
una serie de políticas de exaltación del trabajo y condena de la vagancia, así como una
profunda reforma urbana vinculada a éstos. A partir del reinado de Carlos III, podemos
decir que la ciudad empieza a tratarse como un todo, a partir de entonces empieza a
2 Si en 1890 había 75 nobles en el barrio, en 1910 contaba ya con 138, entre los que había 79
marqueses, 39 condes y 12 barones (Díez, 1986)
desarrollarse una modalidad de control social urbano que, siguiendo a Foucault (2008),
podríamos denominar disciplinaria.
El punto de inflexión lo marcará el Motín contra Esquilache (1766), suceso que
provocó un auténtico temor por parte de las autoridades. Las consecuencias políticas y
administrativas que traería consigo son de una importancia crucial para comprender el
desarrollo de Madrid. Así, dos años después del Motín, Carlos III dictará la Real Cédula
de 6 de octubre de 1768 por la que se divide la población de Madrid en ocho Cuarteles,
y cada Cuartel, a su vez, en ocho barrios. Es la primera vez que aparece el término
barrio en una división administrativa, y los motivos hay que buscarlos, precisamente, en
las razones de orden público que el motín suscitó. Al mismo tiempo, se crea una
institución encargada de su vigilancia, el Alcalde de Barrio, cuya principal tarea será
controlar con mano dura un orden público amenazado. Para completar
institucionalmente las tareas de policía, y prevenir que se volviera a producir algarada
alguna, se aprobó la Pragmática de 1774, con medidas dirigidas a contener los espíritus
inquietos, enemigos del sosiego público, y defender á los dignos Vasallos de sus
malignos perjuicios3. Así como a perseguir los papeles y pasquines sediciosos, dirigidos
a atentar contra la tranquilidad pública baxo pretextos falsos4. Además de ésta, en
1782 el secretario de Estado crea la Superintendencia General de Policía, cuyo fin es la
vigilancia de una incipiente opinión pública.
Uno de los barrios de la ciudad donde hubo mayor participación en el Motín fue el de
Lavapiés5, uno de los barrios bajos
6 de la ciudad. Durante la Edad Media, esta zona
extra-muros de la ciudad fue poblándose por gentes provenientes del campo, que
gracias a una “economía de la improvisación”, con tanta historia en Madrid, sobrevivían
en los arrabales que crecían alrededor de algún convento o palacio ubicado en las
afueras. Al estar relativamente lejano del centro de la ciudad (Plaza Mayor), el barrio
fue acogiendo algunos oficios “molestos” que, por reales decretos, fueron emplazados a
estas zonas. Como los curtidores, que por decisión de Felipe II nada más llegar con la
Corte en 1561, fueron emplazados a seguir con su actividad en lo que se conocerá como
3 Real Pragmática de 17 de abril de 1774.
4 Ibídem
5 Pese a que en la división administrativa se hable de cuartel de Lavapiés, lo cierto es que tanto en el uso
común, como en el literario, lo más corriente era hablar de barrio de Lavapiés. 6 La expresión barrios bajos hace referencia a los barrios de Lavapiés y San Francisco, en una doble
referencia a su localización en pendiente hacia el sur, y a su composición social. La excepción que confirma la regla es el barrio de Maravillas, al Norte de la ciudad, también llamado bario bajo.
Ribera de Curtidores. En el cuartel de Lavapiés se irán levantando las primeras fábricas
de la ciudad, como la de coches o la de cervezas en la plaza de Lavapiés. Pero la fábrica
que dará mayor carácter al barrio será la de Tabacos, y sus trabajadoras: las cigarreras.
De arrabal, Lavapiés pasa a ser uno de los barrios populares de Madrid, donde se
concentraba buena parte del pueblo bajo madrileño (París, 2013), compuesto
mayoritariamente de jornaleros y artesanos que (sobre)vivían con los ingresos obtenidos
de vender su fuerza de trabajo. Era el colectivo más numeroso de Madrid, y será el
principal actor de los motines, como el de Esquilache (López, 2006). Esa multitud que,
progresivamente, iba siendo proletarizada por la propia imposición de las relaciones
sociales capitalistas en la ciudad, era vista por parte de las autoridades de la ciudad
como una muchedumbre iletrada e indisciplinada. Producto de una visión desde arriba,
lo cierto es que despertaba en las élites sociales del Antiguo Régimen un ambiguo
sentimiento de miedo, fascinación y desprecio. Los relatos costumbristas acerca del
carácter madrileño, como un producto de valores procedentes de los manolos, los
majos o los chisperos, perduran en el imaginario social. Todo el universo simbólico que
representaban las clases populares a través de su lenguaje propio (parpusa, el agarrao,
gachí, parné…), su vestimenta (el chambergo y la capa) y sus prácticas sociales (la
pedrea, el juego, las tabernas…) será objeto de riguroso control.
La llegada de masas de campesinos empobrecidos a una ciudad que no estaba preparada
para absorber en materia de vivienda y trabajo, irá perfilando unos barrios bajos en
proceso de redefinición como barrios obreros, en los cuales las ideas socialistas
empezarán a encontrar una base social importante sobre la que desarrollarse. Las
míseras condiciones de habitabilidad de las corralas7, la mayoría sin agua ni luz, y en
unas condiciones higiénicas deplorables, las peligrosas condiciones de trabajos mal
remunerados, y el establecimiento de una perenne “economía de guerra”, serán las bases
materiales sobre las que se desarrolle una conciencia sobre las que articular la acción
colectiva de estas clases dangerouses (Chevalier, 1958).
7 Forma de vivienda obrera desarrollada a partir del siglo XIX. También denominado chabolismo vertical,
por las míseras condiciones de habitabilidad e higiene.
3. Concentración y carencia espacial de capitales
3.1. Salamanca: exclusividad, orden y distinción social
Buena parte de la alta burguesía y aristocracia madrileña fue poblando este barrio que
iría, poco a poco, definiéndose como señorial a principios del siglo XX. Un barrio que
sufrirá, no obstante, una “oleada bancaria” a partir de los años cincuenta, y como el
resto del centro de la ciudad, un fuerte proceso de terciarización. Sin embargo, ambas
tendencias han coexistido sin llegar a imponerse ninguna de ellas. El barrio de
Salamanca sigue siendo “el barrio señorial” de Madrid, tanto por su arquitectura y
edificios, como por las clases que siguen residiendo en él. Al mismo tiempo, todo el
paisaje comercial que ha ido emergiendo ha caracterizado la zona como un espacio de
consumo exclusivo (y por tanto, excluyente). Ubicándose en este barrio la célebre Milla
de Oro (calle Serrano), una calle en la que se concentran las grandes firmas
internacionales de moda y joyas, dirigidas a un cliente muy exclusivo, con unas medidas
de seguridad muy fuertes. Al mismo tiempo, las oficinas han ido inundando este
privilegiado espacio céntrico ubicado en el eje Recoletos-Castellana que es,
precisamente, dónde más capital se está concentrando en forma de sucursales de las
grandes empresas. Pero este empuje fuerte del comercio de alta y media gama no ha
menguado decisivamente el carácter residencial del barrio, existiendo en éste una
potente infraestructura de equipamientos públicos y, sobre todo, privados, dirigidos a
mantener dicho carácter.
El distrito de Salamanca, donde se encuentra el barrio homónimo, es el que tiene un
mayor Valor Absoluto Añadido de toda la capital, así como el mayor número de
empleados por residente. Aunque el sector servicios sea el mayoritario en toda la
ciudad, el distrito de Salamanca se ha especializado en los servicios a empresas, y en la
hostelería, transportes y comunicaciones. Estar cercano al eje de negocios de la capital
ha provocado un crecimiento de la actividad terciaria en toda esa zona. El comercio del
barrio, a diferencia de otros, está especializado en los artículos no alimentarios. Si
alguien pasea por el barrio se encontrará con multitud de tiendas de ropa, zapatos, joyas,
bolsos, trajes, relojes, etc. Sin embargo, la gran concentración de tiendas en este barrio
ha llevado a una cierta especialización por zonas, siendo la parte Occidental del mismo
donde se encuentran en mayor medida las tiendas de lujo y todo tipo de complementos.
A medida que se avanza en dirección Este, el tejido comercial cambia, pudiendo trazar
una línea divisoria entre ambas zonas en la calle Príncipe de Vergara, una frontera que
define la parte noble y la parte plebeya del barrio.
El precio de las viviendas es un filtro social evidente, aunque no representa la única
barrera. Aunque el barrio de Salamanca de principio del siglo XXI no es el de principios
del siglo XX, como tampoco lo es la estructura social del país, lo que sí ha seguido
manteniendo es el precio más alto del metro cuadrado de la ciudad (5.578 euros/m2), lo
que ha servido de parapeto para la llegada de parte de las clases medias. La renta per
cápita del barrio de Salamanca alcanza los 22.365 euros, siendo de los barrios de la
ciudad con mayor nivel de renta. En este sentido, el barrio se caracteriza por contar con
buena parte de los profesionales y técnicos científicos e intelectuales, así como un buen
contingente de directivos de empresas, seguidos por un ejército de técnicos auxiliares. A
pesar de esto, la alta presencia de oficinas de empresas financieras y de seguros en el
barrio, provoca que a diario se muevan desde otras zonas de la ciudad muchísimos
empleados. La “crisis económica” y el paro no han afectado de la misma manera a los
vecinos del barrio de Salamanca que a los de otros barrios. En el distrito hay unos 7.500
parados, de los cuales, apenas el 10% corresponden al barrio.
Salamanca está superpoblado de galerías de arte, no obstante, tanto los cines como los
teatros han ido desapareciendo progresivamente, dejando al barrio privado de un tejido
cultural. Esto no quiere decir que no haya oferta cultural, ya que una de las
características más representativas de las clases dominantes en cuanto a la celebración
de eventos culturales es su discrecionalidad. Esto quiere decir que tienen una vida
cultural activa, como ya lo demostraría Bourdieu (2012), sin embargo, la mayoría de
ellas se desarrollan en espacios reservados. Tanto en los grandes colegios de la
burguesía, como el Colegio de Nuestra Señora del Pilar, como a través de las
numerosísimas parroquias e iglesias del barrio, se llevan a cabo innumerables
actividades culturales. El ocio y el tiempo libre se desarrollan, de esta manera, en
espacios cerrados (locales reservados, palacetes privados, etc.) o lejanos (Club de
Campo). El poder de las grandes firmas y el precio del suelo, bloquean la apertura de
espacios dentro del barrio para otros usos. La instalación cultural más representativa del
barrio, y con la que más se identifiquen sus habitantes, quizás sea la Plaza de Toros de
las Ventas, puesto que la cultura del toreo está muy desarrollada en esta zona de la
ciudad.
Uno de los aspectos que más pueden sorprender en un barrio como el de Salamanca es
la inexistencia de asociación de vecinos, al contrario que la mayoría de barrios de la
ciudad. En la investigación encontramos a una persona que está, justamente, tratando de
crear una asociación de vecinos en el barrio, a raíz de un problema con las plazas de
aparcamiento en el mismo. No obstante, su propio testimonio es poco alentador en
cuanto al futuro de dicha asociación. A pesar de que no existan, no hay que ignorar el
poder de presión que se ejerce a través otras instituciones y canales, como puedan ser
los partidos políticos, las asociaciones de empresarios, u otros grupos de presión
existentes en el barrio. En este sentido, el barrio de Salamanca sigue siendo donde
mejores resultados obtiene el partido que ha estado dirigiendo el Ayuntamiento de
Madrid durante más de veinte años. Conocido también como “el feudo del PP”, las
demandas en materia de equipamientos o cualquier problema que hubiera en el barrio
donde habita el presidente del Congreso o numerosos jueces y diputados afines, han
podido ser gestionadas por otros canales. Una potente infraestructura hospitalaria,
escolar y conventual, tanto de ámbito público como privado, terminan de completar un
tejido social que, precisamente, bloquea las pretensiones de una terciarización completa
del mismo.
Con el tiempo han ido apareciendo toda una serie de elementos estructurales alrededor
de los cuales la burguesía ha podido cumplir sus necesidades para reproducir su
dominación social. A través de la emergencia de esa red de servicios escolares,
sanitarios, religiosos, pero también, de la cercanía al eje donde se concentra la mayor
parte del capital económico y decisional de la ciudad, este barrio sigue ejerciendo una
función espacial determinante. El desarrollo de este entre-sí selectivo, sólo al alcance
de algunas clases con recursos (materiales y simbólicos) suficientes como para poder
elegir hábitat, es una característica absolutamente cardinal del funcionamiento del
capital espacial (Soja, 2008). La seguridad se ha ido definiendo a través de la
consolidación histórica de un barrio social, étnica, económica y políticamente
homogéneo, en el que disipar los temores producidos por la mezcla social. Quizás por
esto, los principales adjetivos para describirlo hacen referencia al orden, la tranquilidad,
o al elitismo.
3.2. Lavapiés: multiculturalidad, teatros y contrapoderes
El que ha venido siendo uno de los barrios bajos de la ciudad, espacio donde se mueven
y reproducen las clases peligrosas, ha ido configurándose como un barrio de clases
trabajadoras con abundancia de infraviviendas (producto de la existencia de las
Corralas), alta densidad poblacional, y una carencia de equipamientos públicos y
privados considerable. Una situación que ha cambiado en las últimas dos décadas, pero
de una forma muy tímida, en comparación a otros barrios del centro de la ciudad. El
abandono institucional llevó a que este barrio se despoblara parcialmente a partir de los
años ochenta, provocando una caída de los precios de la vivienda. Algo que permitió
que grupos de jóvenes y migrantes internacionales con pocos recursos fueran llegando y
ocupando las viviendas en peores condiciones, algunas de ellas ocupadas con k, ya que
será en este barrio donde se lleve a cabo la primera okupación de un edificio por parte
del emergente movimiento okupa en 1985. De este modo, la degradación del barrio está
asociada en los imaginarios sociales, no sólo al aspecto urbanístico, sino también a los
grupos que van llegando y dando carácter al mismo. Junto a estos grupos, las personas
mayores con viviendas en propiedad que han decidido quedarse en el barrio, definirán
los conflictos provocados por un entre-sí forzado.
El distrito Centro, donde se encuentra el barrio de Lavapiés, y que engloba el recinto
antiguamente amurallado, tiene una serie de peculiaridades propias. Entre ellas,
concentrar un porcentaje muy alto de actividad comercial de carácter muy variado, o
contar con un flujo de turistas mayor que cualquier otra parte de la ciudad. Esto hace
que este distrito concentre buena parte del VAB de la ciudad, y que cuente con un
porcentaje alto de empleados respecto a residentes. Una zona concurrida y valorizada,
algo que eleva el precio del metro cuadrado hasta los 3.374 euros. Es una zona
terciarizada, donde abundan comercios de lo más variopinto, además de toda una serie
de servicios públicos centrales. El barrio de Lavapiés, dentro de esta zona con tanta
actividad comercial, se ha ido especializando en función de su composición social y
trayectoria. En este sentido, destacan los comercios de hostelería (bares y restaurantes),
de productos electrónicos (reparación y venta de móviles, ordenadores, etc.), y de
regalos (bisutería, ropa, etc.). Podríamos dividir al barrio, como el de Salamanca, en dos
partes relativamente diferenciadas. La línea divisoria entre ambas zonas podría ubicarse
atravesando de norte a sur la Plaza de Lavapiés. Así, la parte occidental estaría
caracterizada por el comercio que linda con la zona del Rastro (antigüedades, pieles y
cuadros), históricamente establecida en esta zona; por un comercio mayorista y
minorista frecuentado por personas de origen chino; en fin, por toda una serie de bares y
restaurantes más tradicionales. En esta zona oriental, es donde se concentra buena parte
de los locales dedicados a actividades culturales como galerías de arte, escuelas de
danza o teatros, algo que lleva a caracterizar a esta parte del barrio como la zona
bohemia. Del mismo modo, existe una mayor concentración de bares y restaurantes
más modernos, especialmente en lo que se conoce como la playa de Lavapiés (calle
Argumosa).
Al igual que en el distrito de Salamanca, en el de Centro existe una relativa
heterogeneidad socioeconómica. Mientras que la renta per cápita media del distrito se
sitúa en los 12.393 euros, algunos barrios de su interior, como Lavapiés, tienen una
renta media de 10.191 euros. Esta es una de las razones que obligan a los investigadores
de la ciudad a descender en las divisiones espaciales fruto de lógicas burocráticas, para
poder identificar las desigualdades existentes tras las medias estadísticas. El grupo
profesional más numeroso de Lavapiés, al igual que en el resto de distritos céntricos, es
el de profesionales y técnicos científicos e intelectuales (19%). Sin embargo, a
diferencia otros barrios más acomodados del centro, predominan los vendedores de
comercios (18%), así como un gran número de trabajadores no cualificados (17%), De
este modo, se ha ido dibujando un barrio de clases trabajadoras dualizado en su
estructura socioprofesional. Esta es una de las razones por las que se habla de la
existencia de un proceso de gentrificación en el barrio que se traduce, entre otras cosas,
en la entrada de esos estratos profesionales superiores (Sequera, 2013). A pesar de este
fenómeno, el barrio de Lavapiés sigue siendo el que más carencia de equipamientos y
servicios públicos sufre de todo el distrito, en un espacio donde se concentra buena
parte de los trabajadores desocupados del centro. Y es que, de los 11.690 parados que
hay en el Distrito Centro, un 35% son vecinos de Lavapiés.
Lo que sí se ha desarrollado ha sido un auténtico desembarco cultural rápido y
ambicioso, a través de diferentes instalaciones como el Teatro Valle Inclán, el Centro
Dramático Nacional, así como una serie de galerías de arte que han ido saliendo como
setas a espaldas del Museo Reina Sofía. Un desembarco cultural que también tiene en la
emergencia de una red de pequeñas salas de teatro alternativas. Además de éstos, la
apertura de cafés-librerías, tiendas de venta de productos a granel, o locales como la
Gatoteca, van modificando el tejido comercial del barrio. De este modo, es significativa
la preponderancia del comportamiento de las clases medias en la resignificación del
espacio urbano: son el consumidor definitivo, en tanto que el centro de la ciudad se ha
dispuesto para el consumo y los estilos de vida de estas clases medias urbanas; son el
consumidor definitorio, en tanto que sus habitus resignifican y reordenan el espacio
urbano y sus sentidos; y, por último, son el consumidor definido, en tanto las políticas
urbanas han priorizado la atracción y fortalecimiento de esta figura (Sequera, 2013: 7).
Pero la entrada de estas clases creativas (Florida, 2010) también ha empujado en buena
manera al desarrollo de diferentes iniciativas sociales que van, desde proyectos de
autogestión de espacios abandonados, pasando por el desarrollo de diferentes
asociaciones de diverso ámbito (cultural, social, político, ecológico…etc.), hasta llegar a
formar toda una red de colectivos que trabajan en el barrio. De este modo, seguramente
estemos ante uno de los barrios del centro de Madrid con una vida social asociativa más
intensa y diversa. Desde la Asociación de Vecinos de la Corrala, creada para luchar
contra la infravivienda y los problemas derivados del abandono institucional que ha
sufrido el barrio desde los setenta, hasta el desarrollo del centro social la Tabacalera,
han sido muchos los colectivos de mujeres, inmigrantes, jóvenes, artistas, activistas
políticos, etc., que han visto en este barrio un espacio idóneo donde materializar sus
proyectos.
El fuerte empuje que sufrió la red de activistas del barrio a partir del 15M en 2011, fue
determinante en cuanto a las cuestiones securitarias suscitadas a partir de entonces. En
uno de los barrios más contestatarios se van a empezar a objetivar toda una serie de
conflictos que atraviesan el barrio pero que, en definitiva, definen nuestra sociedad. Fue
a partir de ese momento cuando empezaron a denunciarse las redadas racistas por parte
de la policía que, diariamente, paraban e identificaban a ciudadanos por su color de piel,
algo que desde las Brigadas de Observación de los Derechos Humanos denuncian como
prácticas ilegales. En este sentido, el artículo 17 de la nueva Ley de Seguridad
Ciudadana es claro: en la práctica de la identificación se respetarán estrictamente los
principios de proporcionalidad, igualdad de trato y no discriminación por razón de
nacimiento, nacionalidad, origen racial o étnico, sexo, religión o creencias, edad,
discapacidad, orientación o identidad sexual, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal o social. La presencia de activistas en el ejercicio de esos
controles policiales ilegales llevó a una creciente tensión con los agentes, provocando
una masiva manifestación que logró expulsar del barrio a la policía de forma pacífica.
Este hecho fue determinante para la aprobación del Plan Integral para la Mejora de la
Seguridad y la Convivencia en el barrio de Lavapiés, aprobado en diciembre de 2012
por la iniciativa de la Subdelegación del Gobierno presidida por Cristina Cifuentes. De
este modo, se subraya que las circunstancias que dan origen a que se plantee (…) un
aumento de la actividad policial en el Barrio de Lavapiés, se produce a consecuencia
de distintos incidentes protagonizados por grupos antisistema que dificultan las
intervenciones policiales y ponen en riesgo la seguridad ciudadana de toda la zona
(Plan de Seguridad, p.10). Por tanto, la peligrosidad del barrio no se produce tanto por
un aumento de la criminalidad, puesto que no existe en el Barrio de Lavapiés un
problema delincuencial específico, la Tasa de Criminalidad está muy por debajo de la
media del Distrito (Plan de Seguridad, p.11), sino más bien por un reflujo de la
movilización social y, concretamente, por un conflicto abierto con ciertas prácticas
policiales normalizadas.
4. Distinción y estigmatización territorial
Las diferentes estrategias llevadas a cabo por los actores sociales en las ciudades llevan
a operar una transformación de los capitales acumulados en los barrios. De esta forma,
los diferentes tipos y volúmenes de capital económico, cultural y social que se
concentran en un barrio de clases trabajadoras en proceso de modernización, y otro de
clases medias y altas en proceso de afirmación, se traducen en una forma concreta de
capital simbólico colectivo. Con esto, estamos tratando de aplicar el concepto-
herramienta de Pierre Bourdieu a ámbitos sociales más allá del individuo (Bourdieu,
2012).
4.1. Un barrio tranquilo para gente de orden
Desde que nació el barrio de Salamanca, la mezcla social ha sido vista por las clases
dominantes que fueron poblando esta zona de la ciudad como una cierta “promiscuidad”
en sus espacios de vida. El desarrollo de toda una serie de filtros y barreras de orden
económico y simbólico han tratado, justamente, de servir de muro defensivo ante la
amenaza de la entrada de intrusos. Estamos ante un espacio totalmente privatizado en el
que el dominio efectivo, legitimado por los títulos de propiedad, corresponde a dos
partes definidas de la sociedad: nobleza y burguesía. Ambas serán las que (…) modelen
el sector en función de sus intereses. (Mas, 1982; 112). El único barrio que se libraría de
los bombardeos durante la Guerra Civil, acogería a buena parte de la clase dirigente
madrileña hasta los años sesenta, momento en que se modifica su mono-funcionalidad.
Con la terciarización, una parte de sus residentes se van a los nuevos desarrollos
inmobiliarios de la corona metropolitana del Noroeste (Mirasierra, Pozuelo, Puerta de
Hierro, etc.). Una de las zonas del barrio más exclusivas es la calle Serrano, conocida
como la Quinta Avenida de Madrid, y en consonancia con el Triangle d’or parisino.
Será precisamente a estos espacios hacia los que el Ayuntamiento trate de encauzar el
turismo de compras, objetivo fundamental del empresarialismo urbano (Harvey, 2007).
Los medios de comunicación también han puesto de su parte para la promoción de este
barrio de la ciudad, en plena connivencia con las autoridades locales. No obstante, sigue
teniendo una importante función residencial, siendo el espacio urbano con el precio del
metro cuadrado más caro de toda España, con los comercios más exclusivos de la
ciudad, con mayor número de embajadas extranjeras, pero también con el mayor
número de trabajadoras del servicio doméstico. Un barrio donde se dan, al mismo
tiempo, acuerdos empresariales de gran importancia para la economía global, y
relaciones de servidumbre que se han mantenido como seña de distinción. El barrio de
Salamanca se va proyectando sobre los propios imaginarios como un espacio
socialmente excluyente, moderno y seguro. Toda una serie de estigmas positivos que
ayudan a reproducir ese capital simbólico que sigue bloqueando la terciarización del
mismo.
Es preciso comprender los fundamentos de la lógica social que fuerza a las clases
privilegiadas a vivir entre ellas, a distancia de los otros grupos sociales. Y es que uno de
los privilegios de estas clases superiores es poder juntarse en espacios preservados de
todo contacto con las clases populares, medias y las fracciones menos legítimas de la
burguesía. La reproducción de las posiciones inseparablemente sociales y espaciales,
señala la capacidad exclusiva de este grupo social para desarrollar un poder segregador,
de forma que consigue redoblar las distancias sociales a través de las distancias
espaciales. La posesión de un alto nivel de capital social y económico permite elegir el
lugar de residencia, algo que no todas las clases pueden permitirse. En este sentido, las
clases altas no tienen otra elección que vivir entre ellas en un mismo espacio, a riesgo
de exponerse al desclasamiento. Ese entre-sí socialmente selectivo es una de las
condiciones de posibilidad de transmisión de herencias de todo tipo, de las que depende
su propia reproducción social como clase. Herencias en forma de capital económico
(renta y patrimonio), social (red extensa y cultivada de amigos e influencias), cultural
(heredado y adquirido en colegios y universidades privadas), y toda una serie de
disposiciones que hacen que la excelencia social pase, necesariamente, por este entre-sí
(Pinçon, 1989).
4.2. Disciplinando la multiculturalidad y el activismo de base
Se podría decir que la peligrosidad de las calles de Lavapiés no algo nuevo. Ya en el
siglo XVIII, durante el Motín contra Esquilache, la masiva participación de las clases
subalternas que poblaban esta zona llevó a indexarla como peligrosa e insegura por
parte de las autoridades. Aunque es obvio que la naturaleza de los procesos históricos
que han ido definiendo los acontecimientos políticos ha ido transformándose con el
paso del tiempo, lo cierto es que el recurso a la historia siempre ayuda a interpretar los
hechos sociales del presente. Ser conscientes de que los imaginarios sobre la
peligrosidad social asociada a los vecinos del barrio no es “algo” que haya surgido “de
repente” en el siglo XXI, nos obliga a contextualizar. La posición central privilegiada
del barrio, en cuanto al consumo y al turismo, ha llevado a un renovado interés público
y privado (gobernanza local) hacia esta zona de la ciudad con un gran potencial
económico. Este barrio sufre en la actualidad una metamorfosis por la llegada de nueva
población residente y visitante, transformándose en un barrio de moda, con el
subsiguiente riesgo.
Aunque el padrón recoge una presencia de personas extranjeras que ronda el 30%, lo
cierto es que las estimaciones hablan de un 40 o 50% de población extranjera en el
barrio, la mayor concentración de Madrid. Sin embargo, hablar de guetto de una forma
tan airada como algunos medios de comunicación hacen, es una falta de rigor más
cercana al sensacionalismo que a la verdad empírica. Una de las señas de identidad del
barrio está representada por la manida etiqueta multicultural, que señala el mosaico
étnico que habita en el barrio, una especie de foto fija de una realidad pintoresca,
colorida, exótica, que lleva tiempo siendo explotada por las propias instituciones para
promocionar este espacio urbano, en el que las nuevas clases medias están teniendo un
protagonismo fundamental. Fiestas como Bollywood, el año nuevo Chino, o Tapapiés,
por citar sólo algunos ejemplos, hacen que la imagen del barrio vaya transformándose
hacia una especie muy concreta de cosmopolitismo.
El atractivo de este espacio de la ciudad como barrio multicultural, bohemio, exótico,
etc., incluye la presencia de otros, lo que activa toda una serie de discursos y prácticas
destinadas a producir un mezcolanza social controlada. De esta forma, con la
colaboración de ciertas asociaciones de comerciantes y vecinos, se llevó a cabo una
campaña contra la inseguridad ciudadana en el barrio, coincidiendo con el renovado
interés institucional y corporativo en el mismo. A partir de entonces, todo un dispositivo
securitario se ha ido desplegando, instalándose en 2009 cuarenta y ocho cámaras de
vigilancia, cuyo fin no es tanto reducir una delincuencia en niveles bajos, como
modificar o desplazar ciertas prácticas de grupos concretos del ideologizado espacio
público (Delgado, 2011), definido como un lugar sin conflictos de clase. A esto se sumó
en 2012 el citado Plan de Seguridad.
Todo el proceso de pacificación del barrio ha necesitado de un largo periodo de
producción de la inseguridad ciudadana, en el que el papel de los medios de
comunicación sigue jugando un rol fundamental. Titulares que señalan al Bronx
madrileño8, usan términos como reyertas, algaradas, antisistema, batalla campal,
protesta ilegal9, etc., o especifican la nacionalidad de un agresor únicamente cuando no
es español10
, hablan por sí solos. Las luchas de apropiación del espacio son un campo
crucial en la configuración de barrios o ciudades, sin embargo, no todos los grupos
están igualmente armados para afrontar semejantes batallas simbólicas. La capacidad de
los diferentes agentes por dominar el espacio dependerá del capital poseído, tanto en su
volumen como en su estructura, en función del cual estos grupos pueden adueñarse de
un bien escaso, en este caso, un barrio céntrico simbólicamente atractivo con un gran
potencial económico. A diferencia de la vieja burguesía, esta nueva burguesía
cosmopolita y progresista gusta de codearse en el mismo espacio con otras clases y
etnias. Pero la condición de posibilidad de esa mixticité sociale es que sea estrictamente
controlada y definida desde su posición, a través de toda una serie de dispositivos que
van construyendo los discursos y prácticas asociadas al buen vecino (Tissot, 2011).
8 El PSOE acusa al PP de que el barrio sea el Bronx madrileño. El País. 02/05/2010
9 Una nueva protesta ilegal de radicales antisistema acaba en otra batalla campal. ABC. 25/11/2007
10 Una pelea entre chinos y magrebíes en Lavapiés acaba con tres heridos. El País. 09/05/2000
5. Reflexiones provisionales
A partir del planteamiento de un modelo de análisis fundamentado en tres pilares o
vectores, nuestra intención ha sido plasmar la necesidad de complejizar
metodológicamente los análisis sociológicos de la ciudad. Partimos de la premisa de que
la mejor forma de conocer el presente es recurriendo a la historia, por ello, vemos
imprescindible el ejercicio de una genealogía del espacio de análisis (Álvarez-Uría,
2008). Algo que nos llevará, necesariamente, a las instituciones que han hecho posible
ese espacio. De esta forma, llevar a cabo un análisis basado en la teoría social de
Bourdieu, a partir del cual definir estos espacios según la acumulación de diferentes
tipos de capital, nos permitirá identificar las condiciones de posibilidad de la
emergencia de determinados discursos y prácticas. La emergencia y desarrollo de todo
un capital simbólico colectivo en estos barrios es una pieza fundamental en el desarrollo
de las diferentes luchas por el espacio que se llevan a cabo en nuestras ciudades y
barrios. La apropiación o defensa de un espacio por parte de unos determinados grupos
sociales lleva consigo toda una producción discursiva que es necesario descifrar
sociológicamente. Por lo tanto, y siguiendo a la Escuela de Análisis Sociológico del
Discurso (Ibañez, 1995; Alonso, 2003; Conde, 2009) sostenemos que no es deseable
reducir los discursos sociales a entes autónomos, portadores de todo el significado, sino
referirlos (necesariamente) a los conflictos y procesos sociales históricos que generan
las condiciones de existencia de los mismos. Reconociendo la imposibilidad de
comprender y explicar los textos por sí mismos, sino únicamente refiriéndolos a su
contexto concreto de producción e interpretación introduciremos la historia, el contexto
y el sujeto como elementos indispensables del análisis sociológico.
El espacio no es algo separable del mundo social, es decir, no es una realidad autónoma
susceptible de aislar en un laboratorio. Lefebvre ya advertía acerca de la ideología que
hay en concepciones del espacio como lugar abstracto, vacío o neutral, categorías todas
ellas que suponen la imposición de una determinada visión de la realidad social, de unas
determinadas relaciones de poder (Lefebvre, 2013). La cuestión espacial nos remite
necesariamente a la coacción por los recursos comunes a lo largo del tiempo, pero
igualmente, a su reapropiación. Así, el espacio está marcado, no sólo por la diferencia
respecto a otros espacios, sino también por las desigualdades sociales que apuntan a las
relaciones de poder en un orden social. De esta forma, el espacio no sólo existe en su
expresión material, sino que también es una categoría de percepción de la realidad y la
acción pública. Un buen ejemplo de esto es la forma en que el urbanismo, a través de
palabras que designan espacios, contribuye a su producción y organización (véanse los
barrios sensibles o peligrosos).
Los campos sociales se superponen en los lugares concretos, lo que lleva a que exista
una tendencia a la concentración en determinados lugares del espacio social de todos
aquellos bienes que son más escasos. Una concentración que se traduce, como
contrapartida, en una escasez de éstos en otros espacios. De esta forma, se construyen
lugares en el espacio social con una gran concentración de estigmas positivos
(distinción social), y otros, que acumulan toda una serie de estigmas negativos
(estigmatización social). Madrid, como capital donde se concentra la mayor parte de los
grupos sociales con poder decisional sobre los asuntos políticos y económicos del
Estado, se contrapone a ciudades de provincia que carecen en absoluto de todo poder de
influencia sobre dichas cuestiones. De la misa manera, dentro de Madrid se experimenta
una sobre-concentración de capitales de todo tipo en determinados barrios, mientras que
otros se caracterizan precisamente por su ausencia. Se ponen, de esta forma, en
funcionamiento, toda una serie de oposiciones que se reproducen en las categorías de
pensamiento y apreciación de los diferentes espacios. Esta es una de las formas en que
incorporamos a nuestra propia capacidad de interpretación del espacio las estructuras
del orden social, ya que es a través de la exposición prolongada a las distancias
espaciales en que se afirman las distancias sociales (Bourdieu, 2010: 121). Poner
énfasis en el hecho de que nuestras estructuras mentales son, en parte, resultado de
haber incorporado las estructuras espaciales que nos rodean, y sobre las que,
necesariamente, hacemos sociedad, no tiene otro motivo que el de señalar la
importancia de las formas en que el orden social se inscribe sobre el espacio, y ejerce, a
través de él, una serie de fuerzas sobre los sujetos y sus representaciones sociales. El
espacio es uno de los lugares donde se ejerce el poder de una forma mucho más sutil,
aceptada y naturalizada, una auténtica violencia simbólica inadvertida (Bourdieu,
2010).
Según Castel (2003) existen dos tipos de protecciones en nuestras sociedades
occidentales, definidas a partir del propio desarrollo del Estado de derecho (protección
civil) y social (protección social). Mientras la primera garantiza las libertades
fundamentales y la protección de los bienes y las personas, la segunda protege contra
los principales riesgos susceptibles de entrañar una degradación de la situación social de
los individuos, sea una enfermedad, un accidente, la desocupación prolongada por crisis
económicas o la propia vejez. Pues bien, cuando hablamos al principio de la
comunicación del proceso de re-conceptualización de las categorías de sentido común,
hacíamos referencia, precisamente, a la simplificación operada en el campo de las
seguridades proporcionadas por el Estado a los ciudadanos, que ha dado a luz un
concepto como el de seguridad ciudadana. La seguridad de los ciudadanos depende de
ambos tipos de protecciones (civiles y sociales), por lo que reducirla a una de estas
dimensiones es una operación ideológica que esconde un ataque frontal al Estado social.
Tratar de solucionar el problema de la inseguridad ciudadana en barrios donde,
precisamente, se está retirando los mecanismos para proporcionar seguridad social a las
clases más explotadas y demonizadas de la sociedad tan sólo puede dar como resultado
un cortocircuito muy peligroso en sus consecuencias.
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