Los bronces rituales de la Tumba 30

38
LA NECRÓPOLIS DE ÉPOCA TARTÉSICA DE LA ANGORRILLA Álvaro Fernández Flores Araceli Rodríguez Azogue Manuel Casado Ariza Eduardo Prados Pérez (coordinadores) ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA

Transcript of Los bronces rituales de la Tumba 30

LA NECRÓPOLIS DE ÉPOCA TARTÉSICA

DE LAANGORRILLA

LA NECRÓPOLIS DE ÉPOCA TARTÉSICA

DE LAANGORRILLA

Álvaro Fernández Flores Araceli Rodríguez Azogue

Manuel Casado ArizaEduardo Prados Pérez

(coordinadores)

En la primera década del siglo XXI se efectuó en Alcalá del Río (Sevilla) una serie de inter-venciones arqueológicas en las que se detectaron los restos correspondientes a un pobla-do y a una necrópolis de época tartésica. La presente obra, aunque se centra en el análisis de los enterramientos, incorpora también la información recuperada en la zona de hábi-tat, al considerar ambos enclaves como partes integrantes de un mismo asentamiento.

El trabajo se inicia con una contextualización de las sepulturas en el marco de la relación poblado-necrópolis, atendiendo al patrón de asentamiento, su relación espacio-temporal y la ubicación del cementerio en su contexto paleogeográfico. A partir de esta exposición se realiza un estudio centrado en la configuración general de la necrópolis y la distribu-ción de las tumbas. El tercer nivel de análisis se ocupa de la investigación específica de cada sepultura y de los distintos elementos depositados en su interior, principalmente de los ajuares. Estos estudios se completan con una serie de análisis sobre antropología física y paleopatología, paleodieta, ADN, antracología, etc., cuyos resultados posibilitan la reconstrucción de los ritos funerarios y un acercamiento a la caracterización de la po-blación enterrada, su hábitat y otros aspectos relativos a sus estrategias de explotación y adaptación al medio.

En definitiva, los datos aportados por la excavación de la necrópolis de la Angorrilla, junto con las investigaciones desarrolladas en el poblado coetáneo, contribuyen al conocimien-to de las comunidades que ocupaban el Bajo Guadalquivir durante el Hierro I, convirtien-do a este yacimiento en uno de los referentes fundamentales para caracterizar a dichas poblaciones y valorar cómo influyó la colonización oriental en este espacio geográfico.

LA

NE

CR

ÓP

OL

IS D

E É

PO

CA

TA

RT

ÉSI

CA

D

E L

A A

NG

OR

RIL

LA

AL

CA

DE

L R

ÍO, S

EV

ILL

A

Álv

aro

Fern

ánde

z Fl

ores

A

race

li R

odrí

guez

Azo

gue

M

anu

el C

asad

o A

riza

Edu

ardo

Pra

dor

Pére

z (c

oord

s.)

ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA

ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA

Sevilla 2014

Álvaro Fernández FloresAraceli Rodríguez Azogue

Manuel Casado ArizaEduardo Prados Pérez

(coordinadores)

Serie: Historia y GeografíaNúm.: 271

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este li-bro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación mag-nética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito del Secretariado de Publicacio-nes de la Universidad de Sevilla

Este libro se integra en los objetivos y la difusión del Proyecto de Ex-celencia de la Junta de Andalucía “La construcción y evolución de las entidades étnicas en Andalucía antigua (siglos VII a.C.-II d.C.)” (HUM-3482), a cuya edición ha contribuido económicamente. El Grupo de Investigación “De la Turdetania a la Bética” (HUM-152) ha contribuido también a la financiación de esta monografía a través del Proyecto “Sociedad y paisaje: alimentación e identi-dades culturales en Turdetania-Bética (siglo VIII a.C.-II d.C.)” (HAR2011-25708). Asimismo la Asociación Cultural Instituto de Estudios Ilipenses ha financiado la presente edición.

Comité editorial:Antonio Caballos Rufino (Director del Secretariado de Publicaciones) Eduardo Ferrer Albelda (Subdirector)

Manuel Espejo y Lerdo de TejadaJuan José Iglesias RodríguezJuan Jiménez-Castellanos BallesterosIsabel López CalderónJuan Montero DelgadoLourdes Munduate JacaJaime Navarro CasasMª del Pópulo Pablo-Romero Gil-DelgadoAdoración Rueda RuedaRosario Villegas Sánchez

© SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA 2014 Porvenir, 27 - 41013 Sevilla Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] Web: <http://www.publius.us.es>

© Álvaro Fernández Flores, Araceli Rodríguez Azogue, Manuel Casado Ariza y Eduardo Prados Pérez (coordinadores) 2014

© Por los textos, los autores 2014

Impreso en papel ecológico Impreso en España-Printed in Spain

ISBN: 978-84-472-1557-7 Depósito Legal: SE 1359-2014

Diseño de cubierta: Santi García <[email protected]>

Maquetación e impresión: Pinelo talleres gráficos, s.l.

Motivo de cubierta: Jarro de bronce de la Angorrilla (foto C. López).

Índice

Prólogopor Eduardo Ferrer Albelda ...................................................................... 11

Parte I ILIPA DURANTE LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO

La ciudad y el territorioÁlvaro Fernández Flores, Araceli Rodríguez Azogue y Eduardo Prados Pérez ................................................................................. 17

La Angorrilla en el contexto del bajo Guadalquivir. Estudio geoarqueológico

Francisco Borja Barrera y María Ángeles Barral Muñoz .................. 41

Parte II LA NECRÓPOLIS DE LA ANGORRILLA

La intervención arqueológicaÁlvaro Fernández Flores, Eduardo Prados Pérez y Araceli Rodríguez Azogue ......................................................................... 59

Catálogo de sepulturasÁlvaro Fernández Flores, Eduardo Prados Pérez y Araceli Rodríguez Azogue ......................................................................... 85

El cementerio de época tartésica. Aspectos ritualesÁlvaro Fernández Flores, Eduardo Prados Pérez y Araceli Rodríguez Azogue ......................................................................... 251

Orientación de las tumbas y astronomía en la necrópolis de la Angorrilla

César Esteban López ..................................................................................... 321

Parte III EL REGISTRO FUNERARIO. LOS AJUARES

La cerámicaManuel Pellicer Catalán ........................................................................... 331

El armamentoFernando Quesada Sanz, Manuel Casado Ariza y Eduardo Ferrer Albelda ............................................................................. 351

Los cuchillos de hoja curva de hierroEduardo Ferrer Albelda y Manuel Casado Ariza ................................. 379

Las fíbulasEduardo Ferrer Albelda y María Luisa de la Bandera Romero ......... 393

Los broches de cinturónEduardo Ferrer Albelda y María Luisa de la Bandera Romero ......... 403

Las joyas y adornos personalesMaría Luisa de la Bandera Romero y Eduardo Ferrer Albelda ......... 429

Las pinzasEduardo Ferrer Albelda y María Luisa de la Bandera Romero ......... 477

Los objetos de hueso y marfilManuel Casado Ariza ................................................................................... 481

Los bronces rituales de la tumba 30Javier Jiménez Ávila ....................................................................................... 509

Las ofrendas de animalesAna Pajuelo Pando y Pedro Manuel López Aldana ................................ 535

Parte IV EL REGISTRO FUNERARIO. INDIVIDUOS

Estudio antropológico de la necrópolis de la AngorrillaInmaculada López Flores ............................................................................ 557

Aproximación a la dieta de la población de la Angorrilla. Resultados preliminares de análisis de isótopos estables del carbono y del nitrógeno sobre restos óseos

Domingo Carlos Salazar-García .............................................................. 605

Estudio del ADN mitocondrial de los restos humanos hallados en la Angorrilla

Sara Palomo Díez, Eva Fernández Domínguez, Cristina Gamba y Eduardo Arroyo Pardo ................................................................................ 617

Parte V EL REGISTRO FUNERARIO. VARIA

Análisis de fitolitos de restos sedimentarios del jarro de la tumba 30

Marta Portillo Ramírez y Rosa Maria Albert Cristóbal .................... 635

Estudio de los restos textiles de la AngorrillaCarmen Alfaro Giner ................................................................................... 639

Análisis antracológico de las sepulturas de cremaciónMª Oliva Rodríguez-Ariza ........................................................................... 645

509

Los bronces rituales de la tumba 30Javier Jiménez Ávila*

INTRODUCCIÓN

La tumba 30 de la necrópolis de la Angorrilla proporcionó durante su ex-cavación un conjunto de dos vasijas de bronce compuesto por un jarro piri-forme y un aguamanil con asas del tipo denominado «brasero» (Fernández y Rodríguez, 2007: 88). Este conjunto viene a sumarse a una serie ya documen-tada de parejas similares aparecidas en los horizontes del Hierro peninsular que evidencian, por un lado, la existencia de prácticas rituales normalizadas y, por otro, la extensión de elementos semiológicos de origen oriental referidos al rango social de determinados personajes.

En el caso que nos ocupa, las condiciones del hallazgo son especialmente óptimas, al tratarse de una excavación arqueológica efectuada con rigor meto-dológico y con técnicas de campo actuales, no obstante hallarse afectada por remociones previas la sepultura en cuestión. Esto contrasta con la mayoría de los hallazgos de este tipo, que han sido producto del azar o de excavaciones antiguas, lo que permite una muy limitada aprehensión de los contextos. En la Angorrilla, además, el conocimiento de una gran amplitud del espacio funera-rio y de sus circunstancias, permite la realización de estudios comparativos ve-dados en otros casos.

Dentro de la tumba número 30 el «brasero» se halló en posición invertida, directamente sobre el cráneo del difunto, a modo de protección (fig.1). Esta disposición constituye una novedad en el panorama de la arqueología orienta-lizante hispánica, si bien se han documentado en otras ocasiones casos donde los «braseros» guardaban una estrecha relación con los cadáveres. Así sucede en la tumba 9 de la necrópolis onubense de La Joya, donde el aguamanil apare-ció, también invertido, directamente bajo los huesos del personaje inhumado (Garrido, 1970: 39, láms. XXXIII y XXXV); o en la tumba tumular de Cañada de Ruiz Sánchez (Carmona) donde, al parecer, se situó encima del cadáver antes de la cremación, según recoge G. Bonsor en sus anotaciones y en su recons-trucción del sepelio (Bonsor, 1899: 55-58, fig. 57).

Por su parte, el jarro se hallaba desplazado de su situación originaria, como consecuencia de los movimientos de tierra ocasionados por el trazado de una zanja de cableado abierta en los años 90, que afectó severamente a esta sepultura

* Instituto de Arqueología de Mérida (Junta de Extremadura)

510 Javier JiMénez ÁviLa

(fig. 1). En su parte ventral, el metal presenta una an-cha perforación cuya forma cuadrada denuncia la penetración de uno de los dientes de la pala excava-dora que debió darle de lleno, y que desprendió una buena porción de la pared (fig. 3, imagen superior iz-quierda). Es posible que este golpe afectara también a la forma general del recipiente, que al ser visto de perfil habría quedado algo más adelgazado de lo que es habitual en los jarros de esta serie.

La tumba era una sepultura de inhumación en fosa simple orientada de este a oeste, como la mayo-ría de las de la necrópolis. El esqueleto, cortado en su parte media, se hallaba en decúbito lateral dere-cho y en posición flexionada. Los estudios antropo-lógicos determinan que se trataba de un individuo de edad adulta, muy probablemente de sexo mascu-lino. Otros elementos de depósito funerario eran un peine de marfil y un hueso de animal situado a los pies, constituyendo una de las tumbas más ricas del conjunto1.

1. Ver el capítulo de la descripción de las sepulturas en este mismo volumen.

EL JARRO

Objeto: jarro hispano-fenicio de tipo piriforme.Material: bronce ternario, fundido a la cera perdida.Depósito: Museo Arqueológico Provincial de Sevilla.Descripción: jarro piriforme de bronce de base anu-lar con pie indicado, cuerpo ovoide, cuello cónico y vertedero lobulado. El cuello y el cuerpo se separan mediante la interposición de un baquetón de sección aristada. Presenta un asa geminada de sección pla-no-convexa que corre desde la parte trasera del borde hasta la altura del baquetón, donde de-semboca en un segmento rectangular delimitado por un reborde simple en la parte superior y doble en la inferior. Este cuerpo da paso a una palmeta fenicia en posición in-vertida con 11 pétalos y yemas axilares. Los ribetes de la yema, los caulículos y la parte proximal de las volu-tas, así como los rebordes del segmento intermedio, aparecen decorados con finas incisiones que se adap-tan a la disposición de cada uno de los elementos.Dimensiones:

Altura: 23,2 cm.Anchura: 10,5 cm.

Figura 1. Sepultura 30 de la angorrilla durante el proceso de excavación. el «brasero» aparece invertido sobre el cráneo del ca-dáver; el jarro ligeramente desplazado de la tumba (foto arqueología y gestión).

511LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

Grosor de la pared: 2,03-3,7 mm.Peso: 1314 g.Capacidad: 90 cl.

Conservación: agrietado y doblado, con una gran perforación ventral hecha de fuera hacia adentro que ha provocado pérdida de masa metálica y grie-tas laterales.Documentación gráfica: figuras 2 a 5.

Morfología y encuadre cultural

El jarro de la tumba número 30 de la Angorrilla forma parte de una conocida familia de recipien-tes metálicos que se extiende a lo largo del territorio que fue objeto de la colonización fenicia en el Me-diterráneo, en especial Chipre, Italia y la península ibérica (Grau-Zimmermann, 1978). Atendiendo a su forma, más ancha por la parte inferior y cónica en el cuello, han recibido estas vasijas la denomi-nación de jarros piriformes, es decir, en forma de pera2. Estos jarros cuentan, además, con una única asa que va del borde a la separación existente entre el cuerpo y el cuello, que se marca con un pronun-ciado baquetón.

Dentro de esta forma genérica, que es arque-típica de los jarros fenicios, existen subtipos y va-riantes que están especialmente bien representados en la península ibérica, donde además, se constata una cumplida colección de ejemplares atípicos, que no encuentran parangones, como corresponde a la condición de elementos de prestigio propia de estos objetos (Jiménez, 2002: 38-104). En este panorama, el jarro de la Angorrilla se ajusta al tipo denominado Carmona-Tamassos (Jiménez, 2002: 46), caracteri-zado por su sencillez y sus reducidas dimensiones, dentro de lo que es habitual en la serie. Los jarros de este tipo presentan una simple embocadura lobu-lada y un asa geminada, en cuyo extremo inferior se sitúa una típica palmeta fenicia en relieve que cons-tituye toda su decoración.

En esto contrastan ligeramente con otros vasos de la serie piriforme, que aprovechan los vertede-ros o las asas para dotarse de decoraciones escultó-ricas más complejas y que, por lo general, suelen ser de mayor tamaño (fig. 6). El tipo Carmona-Tamas-sos es, por otra parte, el que más fielmente se adapta al esquema de jarro piriforme conocido y difundido desde Oriente.

La forma de estos vasos piriformes parece tener su origen en los repertorios de la alfarería levantina

2. Es la acepción que da la RAE al término ‘piriforme’. En otras oca-siones se asocia a la forma de una llama, de (pyrós) = fuego en griego.

del II Milenio a.C. (Grau-Zimmerman, 1978, lám. 46b). En algunas tumbas de esta época, situadas en el norte del Líbano, han aparecido los primeros ejemplares de esta forma cerámica cuya vinculación con las costumbres fenicias verifica su convivencia con jarros del tipo denominado “de boca de seta”, formando una combinación ritual que será caracte-rística de las sepulturas semitas del primer milenio a.C. a lo largo de todo el Mediterráneo. Su presencia será abundante en las necrópolis fenicias de dicho milenio del Líbano y Palestina, Chipre, Sicilia, Cer-deña, norte de África y la península ibérica, donde se revisten con el característico barniz rojo de la va-jilla fenicia de esta época. Hay, sin embargo, dos ras-gos que diferencian los jarros piriformes de barniz rojo de sus homólogos metálicos: el primero se re-fiere a aspectos formales y es que las vasijas cerámi-cas no tienen la característica palmeta invertida en el extremo inferior del asa. El segundo tiene que ver con su distribución y es que, mientras los jarros ce-rámicos suelen aparecer en las necrópolis propia-mente fenicias, normalmente en zonas costeras, los vasos metálicos se encuentran en yacimientos ads-critos a las culturas locales, situados en zonas más

Figura 2. Jarro de bronce de la angorrilla (foto c. López).

512 Javier JiMénez ÁviLa

interiores. En esto se comportan como otros vasos de lujo no metálicos –realizados en vidrio o alabas-tro– que reproducen, de nuevo, el perfil piriforme, y que se han hallado en ricas tumbas de Asiria, Kush o la península ibérica (Jiménez, 2002: 50).

La distribución de los vasos metálicos, mucho menos numerosos que los de barro, es también más

restringida, habiéndose hallado ejemplares en Chi-pre, Italia, la península ibérica y Cartago, si bien los jarros cartagineses son escasos –un solo ejemplar– y de carácter ya tardío (Delattre, 1895; Jiménez, 2002; 2005). En Chipre e Italia se han hallado ejemplares piriformes de plata y bronce. En Iberia sólo conta-mos, por el momento, con vasos de bronce, si bien

Figura 3. Jarro de bronce de la angorrilla, vistas delantera, laterales y trasera (fotos c. López).

513LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

es necesario reseñar que de aquí procede el excep-cional jarro de vidrio de Aliseda.

Los ejemplares más próximos desde el punto de vista morfológico al vaso de la Angorrilla son los jarros de Coca, Carmona, Alcalá del Río y To-rres Vedras, bien conocidos ya en la bibliografía ar-queológica española (fig. 7). Todos reproducen el esquema de jarro piriforme de base plana, asa gemi-nada, boca lobulada y palmeta invertida. El jarro de la Angorrilla, no obstante, presenta algunas peculia-ridades, como una mayor esbeltez3 y un superior de-sarrollo del pie, así como la presencia de una serie de finas incisiones en los ribetes de la palmeta y en el segmento de separación del asa, que son elemen-tos exclusivos de este espécimen. El mayor desarro-llo del pie puede relacionarse con las peculiaridades que también presenta el jarro en su sistema de fa-bricación, como después referiré, y como es propio

3. El jarro de la Angorrilla es más estilizado que el resto de los del tipo peninsular Carmona-Tamassos independientemente de las deformaciones que pueda haber sufrido en el proceso post-deposi-cional ya comentadas.

de los productos artesanales no seriados. La decora-ción de la palmeta, sin embargo, debe atribuirse al deseo de crear objetos únicos y diferenciados que es propio de estos bienes de prestigio y que, por tanto, debieron ser de fabricación, circulación y uso res-tringidos.

Aparte de las similitudes morfológicas generales, también se constata en este grupo de jarros pirifor-mes españoles una cierta uniformidad en el trabajo de las palmetas que responderían a motivaciones re-lacionadas con la producción, ya que este tipo de va-sos debió fabricarse dentro de una misma tradición artesanal fenicia occidental (Jiménez, 2002: 85).

Aspectos técnicos

Se han tomado 9 muestras analíticas por proce-dimientos no destructivos del jarro de la Angorrilla (tabla 1). Ocho de ellas se han realizado en el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla (CSIC-Univer-sidad de Sevilla-Junta de Andalucía), por el equipo formado por las Dras. B. Gómez, M.Á. Ontalba e I. Ortega. En este caso se han realizado los análisis

Figura 4. Jarro de bronce de la angorrilla: vista

lateral y sección (dibujo J. Jiménez– J.M. Jerez).

514 Javier JiMénez ÁviLa

mediante la técnica PIXE (Particle Induced X-ray Emission) haciendo uso de la línea de haz externo asociada al acelerador TANDEM PELLETRON de 3 MV: la irradiación de las distintas zonas del objeto de estudio mediante una haz de protones provoca la emisión de rayos X característicos de los elementos que lo componen, siendo recogidos por un detector Si (Li) y otro LEGe y configurándose unos espectros cuyo adecuado tratamiento proporciona resulta-dos cuantitativos de la composición elemental. Otra toma se ha realizado en el Museo Arqueológico Na-cional por I. Montero y S. Rovira con un espectróme-tro de fluorescencia de rayos X (METEOREX X-MET 920MP) con detector de Si (Li) y fuente de Ameri-cio-Cadmio. En este caso se trata de un fragmento

desprendido de la zona del cuello y el baquetón que ha sido simultáneamente analizado en el CNA, lo que permite comparar los resultados obtenidos por distintas técnicas y equipos que, especialmente en lo que se refiere a componentes principales, son enormemente símiles (análisis PA11886 y CNA/j14).

El jarro presenta dos tipos de aleaciones distin-tas, coincidentes con la estructura bipartita observa-ble en macroscopia. La base es un bronce binario, con un nivel estannífero del 6,34%, notablemente inferior al que presentan las otras partes analizadas –11,5% de valor medio– y unas ligeras presencias de cinc que no se encuentran en el resto de las to-mas realizadas. La presencia de plomo en esta zona es de carácter residual. El cuerpo, por su parte, es

Tabla 1. Tabla de resultados de los análisis de composición química realizados sobre los bronces de la tumba 30 de la Angorrilla en el Museo Arqueológico Nacional (PA) y en el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla (CNA). Aparte del jarro y el «brasero» se incluye un remache que apareció en la misma sepultura. En gris, por

pares, los fragmentos que han sido analizados simultáneamente en los dos laboratorios.

ANÁLISIS OBJETO PARTE Fe Ni Cu Zn As Ag Sn Sb Au Pb Bi

CNA/j7 JARRO Base 0,24 Nd 92,30 0,063 Nd Nd 6,34 Nd — 0,14 Nd

CNA/j8 Pie 0,19 Nd 84,60 Nd Nd Nd 11,16 Nd — 3,03 Nd

CNA/j10 Cuerpo 0,14 Nd 87,50 Nd Nd Nd 10,77 0,06 — 1,97 Nd

CNA/j9 Cuello 0,16 Nd 87,40 Nd Nd Nd 9,85 Nd — 1,00 Nd

CNA/j14 0,19 Nd 87,00 Nd Nd Nd 9,70 0,17 — 1,08 Nd

PA11886 0,45 Nd 87,20 Nd Nd 0,004 10,10 0,01 — 2,29 Nd

CNA/j13 Palmeta 0,62 Nd 79,00 Nd Nd Nd 14,68 Nd — 3,81 Nd

CNA/j11 Asa 0,18 Nd 78,70 Nd Nd 0,060 13,81 0,05 — 5,94 Nd

CNA/j12 Remache 91,20 Nd 5,40 Nd Nd Nd Nd Nd — 1,38 Nd

CNA/b2 BRASERO Remache 1,40 Nd 88,30 Nd Nd 0,120 7,85 — 2,35 Nd

CNA/b3 Soporte 1 0,20 Nd 86,50 0,068 Nd 0,170 6,52 0,05 — 7,80 Nd

CNA/b4 Asa 1 1,00 Nd 90,60 Nd Nd Nd 9,86 Nd — Nd

CNA/b6 Soporte 2 0,10 Nd 86,50 Nd 1,20 0,110 4,66 Nd — 6,90 Nd

CNA/b7 Asa 2 1,20 Nd 88,90 0,076 Nd Nd 9,28 Nd — Nd Nd

CNA/b5 Copa (Fondo) 0,78 Nd 87,60 Nd Nd Nd 13,60 Nd — Nd Nd

CNA/b8 0,58 Nd 88,50 Nd Nd Nd 10,19 Nd — Nd Nd

CNA/b9 Copa (Borde) 0,62 Nd 89,70 Nd Nd Nd 9,35 Nd — Nd Nd

PA11888 Copa (Borde) 0,46 Nd 92,50 Nd Nd Nd 6,92 Nd — Nd Nd

CNA/b10VÁSTAGO

0,30 Nd 90,9 Nd 1,00 0,08 9,27 0,14 — 0,38 Nd

PA11887 0,40 Nd 89,9 Nd 0,18 Nd 8,84 0,19 — 0,50 Nd

515LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

un bronce ternario rico en estaño y con unos nive-les medios de plomo de en torno a 2,5%, que se ven incrementados por unos índices más elevados en la zona del asa y de la palmeta que, por coincidir con los más altos valores de estaño en este tramo, podrían sugerir una estructura tripartita: [base] + [pie-cuer-po-cuello] + [asa-palmeta]. No obstante, esta posible articulación no es observable a simple vista, lo que resulta particularmente extraño en la zona de unión del asa con el borde, ni es propia de los jarros feni-cios de este tipo, por lo que, de momento y en espera de análisis radiográficos, se pueden atribuir estos ín-dices a disgregaciones diferenciales del plomo en la aleación.

El análisis realizado en la parte central de la pal-meta demuestra que el clavo allí incrustado es de hierro, algo que se había propuesto con anterioridad para algunos jarros de esta serie, pero que nunca se había confirmado por procedimientos analíticos.

Las técnicas artesanales aplicadas para la ob-tención del jarro han sido la cera perdida en hueco y el sobrefundido (fig. 8). Por el procedimiento de la cera perdida se ha obtenido el bloque formado

por el cuerpo, el cuello, la moldura del pie y el asa con la palmeta4. Las grietas sufridas por el jarro en toda su parte ventral permiten realizar cómoda-mente las observaciones que atestiguan el empleo de esta técnica y sus particularidades. A la altura del baquetón quedan algunos de los clavos de separa-ción con el núcleo refractario –de hierro en el caso del que coincide con la palmeta, como ya se ha in-dicado–. Estos clavos están doblados hacia arriba, como sucede en otros vasos de la misma serie (Jimé-nez, 2002: 68). Este detalle, que no persigue ninguna finalidad práctica, podría ser indicativo de una tra-dición artesanal común, quizá atribuible al ámbito del taller, si bien se detectan algunas diferencias en el tratamiento de la base con otros jarros del mismo tipo que sugieren una cierta variación. La presencia de clavos justamente a la altura del baquetón, algo también conocido en otros jarros piriformes penin-sulares (Jiménez, 2002: 68), vuelve a desmentir la

4. En tanto no se hagan pruebas radiológicas me muevo en la hipótesis de que el asa y la palmeta no son una fundición adicional, como ya he indicado.

Figura 5. Jarro de bronce de la angorrilla: vista

trasera y trazado de la palmeta (dibujo J. Jiménez-J.M. Jerez).

516 Javier JiMénez ÁviLa

Figura 6. Jarros fenicios de bronce de la península ibérica con la incorporación del ejemplar de la angorrilla. 1: t. vedras (Por-tugal); 2: coca (Segovia); 3: alcalá del río (Sevilla); 4: angorrilla (Sevilla); 5: carmona (Sevilla); 6: Siruela (Badajoz); 7: Las Fra-guas (toledo); 8: niebla (Huelva); 9: Faião (Portugal); 10: La Joya-17 (Huelva); 11: Lázaro galdiano (procedencia desconocida);

12: La Joya-18 (Huelva); 13: La zarza (Badajoz); 14: villanueva de la vera (cáceres).

517LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

posibilidad de que este elemento coincida con una zona de unión estructural entre el cuello y el cuerpo, tratándose únicamente de una moldura decorativa. Esto es especialmente bien observable en el frag-mento desprendido, que coincide con esta zona y en el que no se aprecia la menor discontinuidad por su cara interna. El bloque fundido que forma la casi to-talidad de la vasija no fue tratado a martillo, como demuestra la estructura superficial, sobre todo al interior, y el grosor de las paredes, que en algunos casos llega a superar los 3,5 mm. Únicamente fue pulido en frío durante la fase de acabado final. Las decoraciones de la palmeta, mucho más pródiga en incisiones que lo habitual en este tipo de elementos, debieron trazarse inicialmente en el molde de cera.

La conformación de la base muestra algunas peculiaridades que coinciden con la especificidad tipológica que el jarro presenta en esta zona: la pre-sencia de un pie diferenciado a modo de galleta o de una corona poco profunda. La moldura, al contrario de lo que sucede en otros vasos donde ésta se ha tra-bajado, forma parte solidaria con el cuerpo y no con la base (fig. 4). Al interior, gracias de nuevo a la posi-bilidad que brindan las grietas y rompeduras, se ob-serva una solapa de metal que recorre anularmente

todo el perímetro interno de la pared y que se super-pone a la base sobrefundida (fig. 9). La impresión que se obtiene de estas observaciones es que el ver-tido de la colada de la base pretendía sobrepasar el nivel de esta solapa anular, asegurando así la unión con mayor firmeza (fig. 8: 3). No obstante, al solidifi-carse el vertido se observó que el resultado era lo su-ficientemente consistente y hermético, por lo que no se intentaría mejorar con una segunda colada.

No es posible determinar si esta solapa existe en otros jarros de la serie piriforme, pues si la idea del broncista era –como yo creo– cubrirla con la alea-ción de la base, quedaría irremisiblemente oculta a nuestros ojos. No obstante, al estudiar directamente el jarro de Carmona, se observa en la base, igual-mente sobrefundida, la emergencia de un posible clavo de separación del núcleo que solo encontraría su explicación si este vaso contara con una pestaña anular semejante5.

En líneas generales, el horizonte tecnológico de este jarro coincide con el ya conocido para los jarros de

5. Observaciones realizadas en el marco del Proyecto Estudio de las colecciones arqueológicas procedentes de España conservadas en la Hispanic Society of America (BHA2002-02306).

Figura 7. Jarros fenicios del Bajo guadalquivir, del tipo carmona-tamassos. 1: alcalá del río (foto M. Fuentes); 2: carmona (foto H.S.a).

518 Javier JiMénez ÁviLa

bronce hispano-fenicios (Jiménez, 2002: 327-334). En cuanto a la composición química, se trata de bronce ternario con escasos niveles de plomo, adecuándose más al espectro conocido para el jarro de Coca, co-rrespondiente al mismo tipo Carmona-Tamassos, que a los más grandes vasos de bocas discoidales o terio-morfas, que suelen presentar índices plúmbicos su-periores. Sorprende que para la base se haya utilizado bronce binario, pues es propio de las coladas sobre-vertidas el empleo de aleaciones muy plomadas, que tienen un punto de fusión más bajo y son más flui-das. Esto podría deberse al hecho de encontrarnos en un estadio inicial del desarrollo de esta tradición ar-tesanal fenicia peninsular, en la que aún existen bal-buceos en el dominio de las técnicas. Así anima a

pensar, además, la escasa incidencia del plomo en la mezcla del cuerpo, pues el incremento en los niveles de plomo de las aleaciones de base cobre se entiende, a grandes rasgos, como un síntoma de modernidad a lo largo de la Edad del Hierro en todo el Mediterráneo (Rovira, 1995). En este sentido, y sin salir de la familia de los jarros, se pueden señalar también los bajos ni-veles de plomo que presenta el jarro de la tumba 17 de La Joya, considerado como uno de los más antiguos de la serie hispánica (Jiménez, 2002: 93).

Las técnicas de fabricación también son aná-logas a las del resto de los jarros piriformes penin-sulares, en particular a las de los ejemplares más pequeños, con los que concurren además analogías tipológicas: por un lado se funde el bloque principal

Figura 8. Procedimiento de elaboración del jarro de la angorrilla. 1: fabricación del positivo de cera hueco sobre el que se construye el molde de arcilla con sus bebederos y chimeneas de desgasificación; 2: obtención del jarro sin base, con solapa horizontal al interior; 3: confección de la base por sobrefundido, a = línea de saturación prevista, por encima de la solapa. B = línea de saturación obtenida, por debajo de la misma; 4: jarro acabado.

519LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

cuerpo-cuello-asa y posteriormente se crea la base por sobrefundido, vertiendo, probablemente, desde la apertura de la boca. Restos del vertido de fundi-ción de la base quedan en el interior del jarro en forma de adherencias y pegotes. No es posible deter-minar si la pestaña anular que corre por el interior de la pared, en la parte baja del jarro, es un elemento específico de esta vasija. Es posible que existiera en otros jarros de la serie y que quedara oculta al ser so-brepasado su nivel por la colada que conformaría la base, como parecen indicar algunas observaciones ya señaladas realizadas en el jarro de Carmona. En todo caso hay rasgos particulares en la conforma-ción de este vaso, como el trabajo de la moldura del pie en el bloque principal, que hace que sea en esta parte y no en la base sobrefundida donde se apoya.

Producción y cronología

A pesar de que no existen dudas acerca del ori-gen fenicio de la forma piriforme, las valoraciones en torno a la producción concreta de estas vasijas de bronce han sido escasamente unánimes. Este es un problema que ha aquejado a los estudios sobre el ar-tesanado fenicio en todo el Mediterráneo desde sus más remotos inicios. La aparición y el uso, hasta hoy mantenido, de términos ambiguos como orientali-zante, sirio-fenicio, hispano-púnico, etc. para refe-rirse a estas manufacturas ponen de manifiesto las dificultades de diferenciar en qué esferas artesana-les –oriental, colonial o local– se han efectuado los trabajos (Jiménez, 2005: 1092-1096).

Para el caso de los jarros piriformes peninsulares todas las posibilidades existentes han sido señaladas por la investigación: la importación oriental, la fá-brica colonial o la producción local en talleres indí-genas, si bien la tendencia mayoritaria más reciente se dirige a valorar la segunda opción (la colonial). Es decir, se trataría mayoritariamente de creaciones salidas de talleres fenicios instalados en Occidente. Estas oficinas, aún actuando dentro de las tradi-ciones técnicas y formales aprendidas en Oriente, acabarían desarrollando una producción bien per-sonalizada que permite hablar de una toréutica fe-nicio-occidental o hispano-fenicia (Jiménez, 2002: 328 ss.). De este modo, tanto por razones técnicas, cuanto tipológicas, así como por las propias que se refieren al desarrollo histórico y cronológico de esta artesanía, podemos encontrar rasgos propios, que en sus líneas generales ya han sido definidos.

Por lo que a los jarros se refiere, en todo el grupo peninsular se detecta una cierta uniformidad téc-nica, al tratarse mayoritariamente de piezas bipar-titas (cuerpo-base) unidas por sobrefundido. El vaso de la Angorrilla se adscribe claramente a esta mo-dalidad, que difiere de lo que sabemos de algunos jarros orientales como el de Tamassos (Chipre), de morfología similar pero realizado en una única co-lada. Las aleaciones, sometidas a lógicas variacio-nes, suelen ser ternarias, con bajos contenidos de plomo –aquí el marco comparativo se estrecha, al carecer de series analíticas de jarros de Oriente–, algo también constatable en este nuevo ejemplar alcalareño. En cuanto a la morfología, aparte de la

Figura 9. vista del jarro al interior. obsérvese la solapa concéntrica

(foto c. López).

520 Javier JiMénez ÁviLa

indudable referencia oriental del perfil y de los mo-tivos decorativos, las palmetas hispánicas presentan una serie de características propias que no se dan en las formulas orientales, como la conformación de la base en forma de corona invertida o la ausencia de triángulo basal, modalidad que, en su variante más decorativa, reproduce el jarro de la Angorrilla (fig. 10), a pesar de su mayor decorativismo respecto de la serie hispánica (Jiménez, 2002: 79-86). Estos son algunos de los argumentos que permiten pensar en una producción fenicia peninsular para los jarros pi-riformes de bronce hallados en España y Portugal, argumentos que cobran valor al compaginarlos con el resto de las producciones broncísticas peninsula-res, que presentan elementos propios.

Un comentario adicional merece la cuestión de un posible taller común a los jarros del tipo Carmo-na-Tamassos hallados en la península ibérica. Esta hipótesis, que ya ha sido propuesta en otras oca-siones, encontraría ahora mayor acomodo al ha-berse hallado un nuevo ejemplar en el valle del Guadalquivir, y más concretamente en Alcalá del Río, donde ya había aparecido otro de estos jarros, en una draga realizada en el lecho fluvial. Sin em-bargo, existen más similitudes entre el viejo jarro al-calareño y sus congéneres de Coca o Torres Vedras

que con el vaso de la Angorrilla, que presenta acusa-das diferencias morfológicas y técnicas que discuten esta posibilidad, a pesar de su proximidad geográ-fica. Esto no impide, no obstante, que podamos se-guir considerando el valle del Guadalquivir como la zona preferencial de distribución de este tipo de ja-rros, contrariamente a lo que sucede con otras mo-dalidades, y que lo hagamos ahora de manera aún más perceptible.

Del estudio de la forma piriforme y de su desarro-llo, tanto en metal como en otros materiales –cerá-mica, vidrio y alabastro– a lo largo del Mediterráneo fenicio, se pueden obtener algunas conclusiones acerca de la cronología de estos recipientes en la pe-nínsula ibérica donde, ante la mayoritaria ausencia de contextos conocidos, resulta difícil precisar su da-tación. En este sentido, son fundamentales los datos procedentes de las tumbas orientalizantes del centro de Italia, donde los jarros aparecen conviviendo con cerámicas griegas bien fechadas, y también el estu-dio de la evolución morfológica de los jarros cerámi-cos, de los que contamos con abundantes muestreos en las necrópolis fenicias de Chipre, Cartago, Sicilia y Cerdeña. De estos estudios se desliga que el tipo de vaso piriforme de cuerpo ovoide que representa el jarro de la Angorrilla se desarrolla a lo largo del si-glo VII a.C., que es la época de mayor florecimiento de la artesanía orientalizante en la península ibérica (Jiménez, 2002: 58-67).

Dentro de este amplio lapso hay criterios que permiten sugerir mayores precisiones y que ya he adelantado al hablar de las cuestiones técnicas. Las peculiaridades morfológicas del jarro sugieren que nos encontramos en una fase incipiente de la serie en que el tipo aún no está completamente fijado. Por otro lado, los niveles de plomo son escasos, lo que hace pensar de nuevo en unos momentos iniciales la producción, que podrían situarse en torno a inicios de siglo. Los elementos contextuales de la tumba, en particular el «brasero», presentan indicios análogos en este sentido, como a continuación expondré.

EL «BRASERO»

Objeto: «brasero» hispano-fenicio de tipo 2.Material: bronce binario; batido. Soportes y asas li-geramente plomados; fundidos a la cera perdida y posteriormente remachados.Depósito: Museo Arqueológico Provincial de Sevilla.Descripción: recipiente abierto, de escasa profun-didad, formado por un cuenco de perfil ligeramente carenado y dos bastidores de los que cuelgan sendas asas móviles. Los soportes, unidos diametralmente

Figura 10. Palmeta del jarro de la angorrilla (foto c. López).

521LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

Figura 11. «Brasero» de bronce de la angorrilla (foto c. López).

522 Javier JiMénez ÁviLa

mediante 3 remaches cada uno, rematan los ex-tremos en forma de manos abiertas con los dedos juntos que exhiben el dorso. Por la parte central se ensanchan reproduciendo, hasta donde es posible, la anatomía de un antebrazo humano. Cada soporte presenta dos anillas dispuestas verticalmente de las que penden las asas en forma de omega. Las anillas son de sección geminada. Las asas tienen los extre-mos ligeramente adelgazados y son de sección cir-cular. El juego móvil de las asas es limitado; en uno de los casos no llega a bajar del todo, sin que quepa asegurar que estas limitaciones fueran originales. El recipiente debió tener un estrecho borde, ligera-mente inclinado, que condicionaría aún más la mo-vilidad de los agarres.

En el fondo del recipiente, al interior, se ha tra-zado una decoración a trémolo representando un motivo radial entre lo geométrico y lo fitomorfo. El motivo central es una hexapétala inscrita en un do-ble círculo segmentado en pequeñas metopas, sim-ples o dobles, dispuestas sin orden aparente. Las enjutas que deja la hexapétala están tratadas de modo diferencial: las dos que coinciden con el eje definido por las asas presentan un motivo floral for-mado por dos trazos curvos que se adosan a los pé-talos sugiriendo la forma del cáliz de una flor. La estructura floral queda subrayada por una franja ho-rizontal, dispuesta hacia la mitad del espacio y cons-tituida por un doble trazo, que define una corola de perfil abocinado. La anchura de esta corola varía de una flor a otra en función del desarrollo de los sé-palos, que en un caso se abren más, adoptando una configuración de segmento circular, mientras que en el opuesto tienen la forma de dos triángulos de lados curvos que ocupan mayor superficie. En las 4 enjutas restantes se dibujan simples picos triangulares que alternan con la hexafolia definiendo 8 nuevas enju-tas que se rellenan con series de líneas paralelas, a modo de chevrones. La disposición de estas líneas de relleno también es diferencial: en torno a dos de los picos, opuestos entre sí, se trazan perpendiculares a los radios; en torno a los otros dos son oblicuas, en un caso, paralelas a cada uno de los lados del trián-gulo intermedio; en el otro caso secantes.Dimensiones:

Altura calculada: 5 cm.Diámetro calculado: 36 cm.Longitud de los soportes: 18,3 cm.Grosor de la pared: 0,4 mm.Peso: 949 g.

Conservación: Agrietado y doblado. Ha perdido todo el borde y parte de las paredes.Documentación gráfica: figuras 11, 12 y 14.

Morfología

El aguamanil de la Angorrilla forma parte de un bien caracterizado grupo de vasijas metálicas abier-tas y dotadas de asas móviles que son reconocidas en la península ibérica bajo la denominación espe-cífica de «braseros» (Cuadrado, 1956; 1966; Jiménez, 2002: 105-138). Dicho nombre se debe únicamente al parecido que guardan estos recipientes con los tradicionales braseros de carbón españoles, y no a una identidad funcional con ellos, que parece clara-mente descartable (Jiménez, 2002: 105-106).

Las características definitorias de los «braseros» son su contorno circular, su base convexa, su escasa profundidad y la presencia de una o dos asas móvi-les sujetas a sendos bastidores o soportes. Esta fór-mula básica es compartida por un buen número de vasijas metálicas del primer milenio en todo el Me-diterráneo, pero los «braseros» presentan caracterís-ticas propias que permiten diferenciarlos del resto de las producciones de su época, en particular la ter-minación en forma de manos abiertas de los basti-dores que, si bien no es un rasgo siempre presente, aparece de forma mayoritaria en los ejemplares co-nocidos, como en el vaso que nos ocupa.

Desde el punto de vista tipológico los «braseros» se vienen adscribiendo a dos tipos básicos: el Tipo 1, caracterizado por unos anchos bordes horizonta-les que permiten situar los soportes en disposición inferior, y el Tipo 2, que carece de este ancho borde, lo que obliga a adherir los soportes lateralmente (fig. 13). El «brasero» de la Angorrilla se adscribe sin ningún género de dudas al tipo 2.

Esta constatación merece un comentario deta-llado pues, hasta hace poco, se venía considerando –y la evidencia arqueológica así parecía demos-trarlo– que los «braseros» de tipo 1 sólo aparecían en contextos orientalizantes, mientras que los de tipo 2 eran privativos de la cultura ibérica y, consecuente-mente, de cronología posterior. Las denominacio-nes que E. Cuadrado arbitró para estos dos tipos en sus primeros estudios reflejan esta creencia. Así, el tipo 1 fue llamado ‘oriental’ mientras que el tipo 2 se denominó ‘ibérico’, connotando con ello obvias infe-rencias de carácter cultural (Cuadrado, 1956; 1966). Estudios posteriores, apoyados naturalmente en más recientes hallazgos, han venido a relativizar este es-quema inicial que, no obstante, sigue siendo válido en sus líneas generales. De este modo, en la actua-lidad contamos con «braseros» dotados de anchos bordes horizontales que corresponden a horizontes cronológicos de la II Edad del Hierro y, por el con-trario, con recipientes de soportes laterales hallados

523LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

en necrópolis orientalizantes, como el ejemplar de la tumba 9 de La Joya. El «brasero» de la Angorrilla viene así a unirse a este grupo, aún reducido, de re-cipientes de tipo 2 que presentan cronologías eleva-das (Jiménez, 2002: 107).

Al estudiar el vaso de la tumba 9 de La Joya atri-buí esta anomalía –la presencia de un recipiente de tipo 2 en un contexto antiguo– a la posibilidad de que este vaso onubense fuera una importación, opi-nión a la que contribuían, aparte de su morfología, otros elementos, como su composición química (Ji-ménez, 2002: 120). En el caso de la Angorrilla esta posibilidad no resulta viable, ya que el «brasero» de la tumba número 30 cuenta con rasgos específicos de la producción hispana, como la presencia de ma-nos en los soportes o la decoración a trémolo del fondo interno. Por tanto debemos concluir que, aun-que quizá de modo minoritario, durante el periodo orientalizante, se fabricaron en la península ibérica «braseros» de tipo 2.

Esta conclusión no obliga necesariamente a revi-sar el carácter importado del «brasero» de la tumba 9 de La Joya, que sigue constituyendo un hapax en

muchos aspectos, desde los formales hasta los téc-nicos. La forma habitual de fabricarse este tipo de vasos en el Mediterráneo Oriental es la de unir los soportes lateralmente (Matthäus, 1985; Culican, 1968), y no sería imposible que algunos de esos re-cipientes orientales hubieran llegado en momentos tempranos hasta la península ibérica. En cualquier caso, la morfología de estos vasos orientales, debió influir en algunas de las producciones hispánicas con carácter previo a la generalización del tipo 1 que, finalmente, se convertiría en el modelo clásico y ha-bitual durante el periodo orientalizante. El resultado de este proceso habría sido la aparición de unidades como la de la Angorrilla, a la que consecuentemente habría que atribuir una cronología temprana dentro de la producción peninsular.

Una cuestión que, por el contrario, sí obliga a re-plantear este nuevo «brasero» es la posibilidad de que algunos de los fragmentos de soportes de tipo 2 apa-recidos sin contexto y atribuidos por su morfología al Hierro II, sean en realidad de época orientalizante y no de época ibérica como, siguiendo los plantea-mientos de E. Cuadrado, se pensaba inicialmente.

Figura 12. «Brasero» de bronce de la angorrilla (dibujo J. Jiménez – J.M. Jerez).

524 Javier JiMénez ÁviLa

En cualquier caso, esto es algo difícilmente acepta-ble para la mayor parte de los hallazgos acaecidos en la zona ibérica, pero perfectamente planteable para otros objetos absolutamente carentes de contexto, como, por ejemplo, un soporte de la Colección Vives conservado en la Hispanic Society of America de New York (García y García y Bellido, 1993: 188, lám. 324) o los fragmentos de otro recipiente otrora conservados en la Colección Arqueológica de la Universidad de Sevilla y publicados por J.M. Luzón como de tipo 2, aunque la documentación gráfica presentada da pie a un cierto margen de duda (Luzón, 1964)6.

A pesar de su adecuación al canon morfológico del tipo 2, el «brasero» de la Angorrilla presenta ele-mentos que no son propios de los recipientes de cronología ibérica. Así, las arandelas geminadas, la decoración del fondo o la ausencia de caperuzas he-misféricas al interior, en los roblones. No obstante, los dos primeros rasgos son exclusivos de este «bra-sero», por lo que tampoco establecen grandes cotas de vecindad con el grupo antiguo. Pero la decora-ción a trémolo y, sobre todo, la temática sí son pro-piamente orientalizantes. El tema de las caperuzas hemisféricas podría ser más determinante porque sí se da prácticamente en todos los «braseros» de los siglos V en adelante, mientras que hay indicios para pensar que otros vasos de soportes laterales de época orientalizante –como el que procede de las excava-ciones de J. de M. Carriazo en El Carambolo–, no los llevaban (Jiménez, 2002: lám. XXV, 53). Pero con-viene tener en cuenta que el «brasero» de la tumba 9 de La Joya –quizá un objeto importado, recordé-moslo– sí cuenta con estos roblones. En todo caso, la evidencia es aún muy escasa, y hay que acabar reco-nociendo que, si en el estado previo de nuestro cono-cimiento, hubiéramos encontrado los soportes de la Angorrilla fuera de contexto, les habríamos asignado automáticamente una cronología bastante posterior, incurriendo con ello en un evidente error.

En suma, podemos decir que el recipiente de la Angorrilla demuestra, fehacientemente y en con-tra de lo que hasta ahora se venía creyendo, que en el periodo orientalizante se fabricaron en la penín-sula ibérica «braseros» de tipo 2. Este hecho encuen-tra su lógica si pensamos que las vasijas fenicias y

6. No se conoce el perfil de este «brasero», pero la curvatura de los soportes sugiere una cierta proximidad al tipo 1. Tampoco cuenta con las caperuzas hemisféricas propias de los recipientes ibéricos, y en su lugar se insertan unas anómalas arandelas. Podría tratarse, como sugiere J.M. Luzón, de un ejemplar de transición. He intentado reestudiar la pieza directamente pero parece que ya no se encuentra en la colección de la Universidad Hispalense. Mi agradecimiento a la Dra. M. Belén y al Dr. R. Corzo por sus gestiones.

orientales, en las que sin duda se inspiran los «bra-seros» hispánicos, corresponden al sistema de suje-ción lateral propio de este tipo. Es posible, incluso, que algunos de estos elementos orientales –el «brasero» de la tumba 9 de La Joya, según he pro-puesto– llegaran al Extremo Occidente. Y otros vasos peninsulares hallados en contextos antiguos –como el soporte de El Carambolo– presentan este mismo sistema de agarre. Sin embargo, los «braseros» de tipo 2 no debieron ser especialmente abundantes en los horizontes de los siglos VII y VI a.C., época en la que, por lo que hoy sabemos, predominaron los re-cipientes de anchos bordes horizontales, que son los que más frecuentemente aparecen en las tumbas. Determinar hasta qué punto la existencia de estos raros «braseros» orientalizantes de tipo 2 incidió en la morfología de los «braseros» ibéricos no es cosa fácil, máxime si tenemos en cuenta que las cronolo-gías que presentan los pocos ejemplares documen-tados hasta la fecha son más bien antiguas.

Aspectos técnicos

Al igual que el jarro, el «brasero» de bronce de la Angorrilla ha sido sometido a análisis de composi-ción química en los mismos laboratorios que aquél. Las tomas realizadas en las diferentes partes eviden-cian los distintos tipos de aleación utilizados para cada una de ellas (tabla 1).

Las únicas piezas plomadas son los soportes, que presentan índices compositivos muy similares en cuanto a componentes principales, no siendo impo-sible que hubieran salido de la misma colada o, al menos, de los mismos lingotes. El uso de aleaciones ternarias favorece su conformación a la cera perdida. También se ha analizado uno de los remaches que ad-hieren estos soportes a la copa resultando una alea-ción ternaria con menos contenido en plomo (2,35%).

Las dos asas presentan también una composi-ción muy similar entre sí: un bronce binario con valores estanníferos de en torno al 10%. Su morfo-logía hace sospechar que se hubieran cortado de la misma barra original para darles después la típica forma en omega por torsión en frío. La ligera presen-cia de cinc, un metal escasamente detectado entre los bronces orientalizantes peninsulares, coincide con trazas de este mismo elemento en uno de los soportes, lo que podría sugerir también una fuente común y una posterior adición de plomo, ya en el crisol, en el caso de los bastidores7.

7. Estas presencias de cinc se detectan en las muestras del CNA, cuando la mayoría de los análisis sobre la broncística orientalizante se

525LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

Por último, la copa está ausente de plomo en to-das las tomas realizadas, característica que se ajusta bastante bien a su condición de objeto laminar que va a ser batido a martillo.

Son pocos los «braseros» orientalizantes someti-dos a análisis de composición en los últimos años. Contamos, no obstante, con la muestra de La Joya, donde se analizaron 3 «braseros» con técnicas de es-pectrografía de emisión en los años 70. Solo en el de la tumba 17 parece haberse analizado la copa, que apenas presenta índices de plomo, aunque, en gene-ral, en estos recipientes onubenses los índices plúm-bicos son bajos. Más recientemente hemos tenido la ocasión de analizar tres «braseros» procedentes del conjunto tardo-orientalizante, o ibérico antiguo, del Museo de Cabra (Córdoba). Estas vasijas reiteran al-gunas de las características técnicas del ejemplar de la Angorrilla, como la ausencia de plomo en las co-pas y su presencia en los soportes fundidos –sólo en el caso del «brasero» nº 3 de Cabra, pues los otros realizan los soportes con lámina recortada de bronce binario–. No obstante, presentan otras tendencias propias de una tradición artesanal diferente, como el empobrecimiento de los índices de estaño que se aprecia en las aleaciones de esta época más avan-zada (Jiménez, 2003; 2004a ). Un dato coincidente en

han realizado en el laboratorio del Proyecto de Arqueometalurgia, por lo que puede deberse a problemas de maquinaria y/o interpretación.

todos los «braseros» analizados es la escasa inciden-cia del plomo en las asas, tanto en las que van a ser torsionadas (Angorrilla, Cabra-3) como en las fun-didas (La Joya 5, 17 y 18), algo que no resulta fácil de explicar, sobre todo en estas últimas, si bien hay que tener en cuenta que los «braseros» de La Joya pre-sentan poco plomo en todas sus partes.

El sistema de confección del «brasero» de la An-gorrilla es el habitual en este tipo de objetos: la copa se eleva por batido, mediante un trabajo de marti-lleado que tiene como objeto no tanto reducir el grosor de la lámina cuanto homogeneizarla y endu-recerla. Los soportes, incluyendo las anillas, se fun-den y se adhieren a las paredes mediante remaches. En este caso, debido a la tipología del recipiente, que carece de los anchos bordes propios de esta época, no aparecen las típicas tachuelas ornamentales al exterior. Tampoco presenta caperuzas hemisféricas al interior, que empiezan a generalizarse ya en los «braseros» de época ibérica, como sucede en los re-cién aludidos ejemplares de Cabra.

Las asas se debieron torsionar en frío, adaptán-dose así a las anillas de los soportes. Este simple sis-tema de acoplamiento se usó en los ejemplares de Niebla, Torres Vedras y Alanís, y parece ser el más frecuente a la hora de aplicar las asas de los «bra-seros», si bien es verdad que lo más habitual es la aplicación de mecanismos de unión muy diversos (Jiménez, 2002: 119-123).

Figura 13. tipología de los «braseros» de bronce peninsulares. 1: tipo 1; 2: tipo 2

526 Javier JiMénez ÁviLa

Finalmente, y dentro de este apartado técnico, hay que referirse al procedimiento del cincelado a trémolo, usado para trazar la decoración represen-tada en el fondo del recipiente. Esta técnica consiste en la impresión de un cincel que se va girando leve y alternativamente hasta configurar una cadeneta zig-zagueante que se usa como trazo para definir las lí-neas del dibujo. Con el vaso de la Angorrilla son ya tres los recipientes abiertos del orientalizante penin-sular que se dotan de esta técnica, y todos ellos se sitúan en el valle del Guadalquivir, lo que puede su-gerir áreas de producción o de comercialización ho-mogéneas. Este recurso decorativo, como ya se ha señalado al estudiar los dos vasos que participan del mismo –la bandeja de El Gandul y un cuenco pro-bablemente de la misma procedencia–, no es propio de la artesanía fenicia oriental, pero se encuentra entre los cinturones tartésicos peninsulares de pri-mera generación, siendo uno de los pocos elemen-tos compartidos entre las dos esferas artesanales y uno de los rasgos que definen la personalidad de la producción hispano-fenicia (Jiménez, 2002: 334).

Producción y cronología

Los «braseros» de bronce son la versión peninsu-lar de una serie de vasijas abiertas y ansadas que se extienden por todo el Mediterráneo de la época, con versiones regionales que adquieren variada morfo-logía. Las peculiaridades del grupo peninsular se re-fieren sobre todo a la conformación del borde, que en los ejemplares más antiguos suele ser una ancha arandela horizontal –aunque, como ya he señalado,

el caso de la Angorrilla constituye una significativa excepción– y a la decoración de los soportes, que ter-minan en forma de manos abiertas, al punto de que estos objetos se han llegado a denominar ‘braseros de manos’. No obstante, tampoco todos los ejempla-res de la serie se dotan de este recurso decorativo.

Con estas premisas, y vista la ausencia los «bra-seros» fuera de la península ibérica, determinar su fabricación peninsular parece lo más adecuado. Del mismo modo, ante la falta de tradición de este tipo de vasijas en la metalistería prefenicia y la dotación de elementos orientales de que hacen gala, también parece acertado, a la vista de los actuales datos, con-siderarlas como obras coloniales. En este sentido, el «brasero» de la Angorrilla con sus soportes laterales tiene una cierta importancia pues reúne elementos propios de las vasijas orientales –esta disposición la-teral de los soportes, que es característica de las ban-dejas de Chipre y Oriente (Matthäus, 1985: láms. 22-26)– con los claramente occidentales, como el trabajo de las manos en los bastidores. Algo simi-lar sucede con el «brasero» de la tumba 9 de La Joya, solo que, si en aquel caso, las características mor-fológicas y técnicas podían sugerir incluso que se tratara de un objeto importado, en el caso de la An-gorrilla no caben dudas sobre la fabricación penin-sular. Algo que no sólo demuestra la conformación de los soportes sino también la técnica decorativa del rosetón central, que es habitual de algunas pro-ducciones orientalizantes peninsulares.

La convivencia con los jarros, que se produce en numerosas ocasiones y que corresponde a una uni-dad funcional, sugiere que su producción fuera

Figura 14. decoración estampada en el fondo del «brasero» de la angorrilla (foto c. López).

527LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

coetánea, y que debieron de empezar a utilizarse en-tre finales del siglo VIII y principios del VII. A partir de ahí su uso se extiende hasta finales de la Edad del Hie-rro, si bien con discontinuidades geográficas y crono-lógicas que ya han sido estudiadas (Jiménez, 2002).

Las peculiaridades tipológicas del «brasero» de la Angorrilla pueden ser interpretadas en clave crono-lógica y atribuidas a una fecha especialmente tem-prana para este recipiente. Las razones que indican esta posibilidad son: 1) La mayor proximidad del sis-tema de fijación de los soportes a las paredes vertica-les con las vasijas orientales que, sin duda, sirvieron de modelo a los «braseros»; 2) La presencia de deco-ración a trémolo que aparece en las placas de cin-turón tartésicas en época pre o protofenicia, y que, por tanto, puede entenderse como un signo de anti-güedad; 3) La combinación de elementos que resul-tan extraños al canon de los «braseros» y que pueden atribuirse a su fabricación en un momento en que el tipo aún no está fijado; y 4) Su convivencia con un jarro que también presenta peculiaridades en el mismo sentido.

Por todo esto, atendiendo a un sistema de datación convencional, una fecha de inicios del siglo VII puede ser apropiada para la datación de las dos vasijas.

La decoración

La decoración representada en el fondo del reci-piente abierto de la Angorrilla merece una serie de consideraciones toda vez que es el único ejemplar de la serie de los «braseros» que cuenta con seme-jante aditamento (fig.14). Ya he señalado brevemente

algunas cuestiones técnicas sobre este recurso de-corativo en el apartado correspondiente. El pro-cedimiento técnico es muy sencillo y consiste en ir aplicando un cincel de punta curvada a lo largo del trazado de un dibujo realizado previamente en la su-perficie del metal donde, por pequeños golpes de martillo, se va dejando la impronta. El dibujo original se haría, presumiblemente, con carboncillo o alguna otra sustancia que a posteriori no habría dejado res-tos visibles. Es habitual que el cincel se vaya girando alternativamente unos pocos grados antes de cada golpe de manera que la línea que define el dibujo re-cuerda una cadeneta en zigzag. De este aspecto que-brado deriva la denominación ‘a trémolo’ que se ha adoptado para esta modalidad artesanal en el ámbito anglosajón. Este procedimiento sigue usándose ac-tualmente en la calderería de latón de algunos pue-blos del norte de África.

La primera vez que tenemos constancia del uso de la decoración a trémolo sobre objetos de bronce en la península ibérica es en un momento inmedia-tamente anterior a la presencia fenicia. Las mues-tras más evidentes son los broches de cinturón del grupo tartésico decorados con esta modalidad, que han aparecido en varios yacimientos del mediodía peninsular, especialmente en las tumbas del Bajo Guadalquivir, antes de la llegada de las importa-ciones orientales (p.e. Monteagudo, 1953: fig. 11)8.

8. La inferencia de que son anteriores a las importaciones feni-cias se deriva sobre todo de su presencia en los túmulos A y B de Se-tefilla, donde existe una buena colección de cinturones decorados a pesar de que, por haberse publicado antes de su limpieza, casi to-dos ellos aparecen editados como broches lisos (Aubet, 1975 y 1978).

Figura 15. cinturones tartésicos con decoración cincelada a trémolo. 1: Pieza macho del Subgrupo i.1 de Setefilla, con motivos geométricos (s. aubet, 1978); 2: Pieza hembra del Subgrupo i.2 de acebuchal con Árbol de la vida (Foto M. Fuentes).

528 Javier JiMénez ÁviLa

Los motivos decorativos que se aplican sobre estas placas son, inicialmente, de carácter geométrico, coincidiendo con el horizonte de ornamentos afi-gurativos que resulta característico de los últimos momentos del Bronce Final andaluz: triángulos, metopas, líneas en zigzag, etc. Estos motivos se re-producen en las placas de garfio incorporado, lo que testimonia su antigüedad (fig. 15: 1).

La misma técnica, con motivos similares, se está aplicando al mismo tiempo sobre placas de bronce en el ámbito egeo. En algunas ocasiones, incluso los objetos sobre los que se aplican guardan cierta se-mejanza con las hebillas tartésicas, como es el caso de unas placas del Hereo de Argos de función des-conocida (Waldstein, 1905). Por lo tanto, es posible pensar en conexiones culturales con este ámbito (Ji-ménez, 2002: 315).

Pasado el tiempo, la técnica se mantiene so-bre algunas placas de ampliación de estos mismos broches tartésicos de garfios múltiples, pero ahora se reproducen motivos de clara inspiración orien-talizante, como sucede en broches de Acebuchal (Schüle, 1969: lám. 87, 3; Jiménez, 2002: fig. 253),

Las Canteras (Bonsor, 1931) y La Cruz del Negro (Monteagudo, 1953: fig. 11, 5; Bonsor, 1899: fig. 91) en los que figuran Árboles de la Vida, más o me-nos canónicos, en anómala disposición horizontal (fig. 15: 2).

Pero, sin duda, el máximo desarrollo de esta téc-nica se alcanza en una serie de vasijas de bronce que presentan motivos ornamentales en el fondo, por la parte interior, y a la que este nuevo «brasero» puede incorporarse con pleno derecho. Los elementos que hasta ahora integraban esta serie son dos recipientes del Museo de Sevilla –una fuente oval y un cuenco– que se hacen proceder de las cercanías de El Gandul (Alcalá de Guadaíra), aunque no han sido hallados en trabajos científicos. Ambas vasijas, bien estudia-das desde el punto de vista formal, técnico e ico-nográfico (Fernández Gómez 1991, 1998; Jiménez, 2002: 139-146), presentan procesiones de animales en torno al perímetro del vaso combinadas con otros motivos de clara inspiración orientalizante, consti-tuyendo lo que podemos considerar versiones his-pánicas de los famosos cuencos decorados fenicios (Markoe, 1985).

Figura 16. cuenco hispano-fenicio de alcalá de guadaira (Sevilla) con decoración a trémolo de temática figurativa.

529LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

En el caso del cuenco, la teoría animalística, in-tegrada por ciervos y toros, convive con un rosetón central formado por una hexapétala en cuyas enju-tas se han situado 6 picos triangulares que, a su vez, se complementan con otros picos menores en las 12 enjutas resultantes. Todo ello se encierra en una es-trecha cenefa circular de dentellones (fig. 16).

Esta figura central recuerda enormemente el motivo que aparece en el centro del «brasero» de la Angorrilla, formado por una hexapétala en cu-yas enjutas se instalan, de nuevo, 4 picos rectan-gulares y, coincidiendo con el eje formado por las asas, dos motivos florales de inspiración orientali-zante. El tamaño del motivo es exactamente el do-ble del que se grabó en el cuenco de El Gandul, por lo que quizá se estuvieran empleando medidas es-tandarizadas.

Todo ello apunta hacia la posibilidad de un mismo taller, que estaría dentro de una tradición ar-tesanal conjunta, algo que se ve avalado también por la proximidad de los hallazgos, que se centran en la zona del Guadalquivir, coincidiendo con la distribu-ción de los jarros de tipo Carmona-Tamassos, que también se concentran en esta zona.

La decoración a trémolo es uno de los pocos recursos técnicos que caracterizan la producción de bronces hispano-fenicia que a priori puede atribuirse al contacto con el artesanado local, si bien hay que tener en cuenta, por un lado, que el origen de esta técnica es mediterráneo y, por otro, que sobre las vasijas fenicias se desarrollan mo-tivos de mayor complejidad, incluyendo figura-ciones animales y vegetales que llegan a formar escenas completas de clara vinculación con las que aparecen trabajadas sobre los cuencos orien-tales (Markoe, 1985).

La presencia de decoración a trémolo en el fondo de este «brasero» es, conjuntamente con su tipolo-gía, otro de los elementos que lo convierten en una pieza excepcional dentro del catálogo de estos vasos, lo que sugiere una fecha temprana para su fabrica-ción. Nunca después volverán a tener los «braseros» decoraciones de este tipo. En el periodo orientali-zante el prototipo se dotará del característico borde horizontal que genera una superficie que se apro-vechará para situar la decoración. Ésta se realizará normalmente en relieve, sobre los roblones que su-jetan los soportes, que suelen adoptar la forma de rosetas multipétalas, solución que no está alejada de los motivos radiales aquí representados. En la cultura ibérica, cuando los anchos bordes de-sapa-rezcan, las manos constituirán la única decoración remanente.

EL CONJUNTO RITUAL DE LA ANGORRILLA EN EL PANORAMA DEL HIERRO ANTIGUO DEL MEDIODÍA PENINSULAR

Los bronces de la sepultura número 30 de la An-gorrilla vienen a enriquecer de modo sustancial nuestros conocimientos sobre la toréutica del pe-riodo orientalizante peninsular, a replantear algunas de nuestras antiguas creencias y a reforzar otras hi-pótesis más recientemente formuladas.

De este modo la presencia de un «brasero» de tipo 2 en un horizonte de inicios del siglo VII cons-tituye una verdadera sorpresa que obliga a cues-tionar los esquemas tipológicos y cronológicos imperantes hasta ahora para estudiar este tipo de manufacturas.

Por otro lado, tanto la tipología del jarro, como la técnica decorativa de la jofaina contribuyen a definir mejor las distintas áreas de producción y, sobre todo, de circulación de los productos de lujo salidos de los talleres fenicios occidentales. De nuevo localizamos elementos –jarros de boca lobulada, vasos con fon-dos decorados a trémolo…– que parecen propios del Bajo Guadalquivir y que no se encuentran en otras zonas, como Huelva o Extremadura, donde, sin em-bargo, también hay una fuerte presencia de bronces orientalizantes. Esto permite ir regionalizando me-jor el mapa global de hallazgos y, si los datos siguen creciendo, puede contribuir a definir posibles gru-pos artesanales.

Pero más allá de estas constataciones sobre los modos de funcionamiento de la artesanía fenicia oc-cidental, estos vasos adquieren mayor importancia por sus posibles lecturas sociales e ideológicas.

Los bronces de la tumba número 30 vienen así, a sumarse a un conjunto de evidencias arqueológi-cas que indican que la conjunción de un jarro y un «brasero» en los horizontes de la Edad del Hierro pe-ninsular constituyó una agrupación que tuvo una funcionalidad orgánica y una significación ritual es-pecífica (Jiménez, 2002; e.p.; Ruiz de Arbulo, 1996). Aunque, en este caso, el jarro se hallaba desplazado de su posición original, son ya bastantes las situacio-nes bien contextualizadas donde la vecindad de las vasijas se repite, por lo que podemos postular que aquí también existiera una estrecha vinculación en-tre ambos elementos.

Las asociaciones reconocidas se dan a lo largo de toda la protohistoria, fundamentalmente en ambientes funerarios, pero también en otras cir-cunstancias contextuales, como sucede en Cancho Roano (Zalamea de la Serena), un yacimiento de ca-rácter palacial donde se ha documentado otra de

530 Javier JiMénez ÁviLa

estas ocurrencias (Celestino y Jiménez,1989)9. En cualquier caso, las situaciones son siempre de carác-ter aristocrático y ritual, sin que se produzcan imi-taciones de jarros y «braseros» en materiales menos nobles, como la cerámica, que sugieran una emula-ción de prácticas por parte de sectores no aristocrá-ticos de la población.

Las evidencias hasta ahora constatadas en la Pri-mera Edad del Hierro son 8 y todas de carácter fune-rario (fig. 17): El túmulo de Cañada de Ruiz Sánchez en Carmona; 4 tumbas de Huelva –las nº 5, 17 y 18 de La Joya y el túmulo 2 de Santa Marta o Parque Mo-ret–; la tumba del Cabezo del Palmarón en Niebla, la del Alto de S. João en Torres Vedras (Portugal) y la sepultura del tesoro de Aliseda (Cáceres), hallazgo excepcional donde el jarro era de vidrio tallado y el brasero de plata (Jiménez, 2002: 133-134, con biblio-grafía ). Es posible que otras tumbas, como la de Las Fraguas en Toledo, contuvieran otro de estos con-juntos, a juzgar por las noticias que de ella hemos podido recuperar, pero no es seguro (Jiménez, 2002: 133; Pereira, 2001).

En la mayor parte de estos conjuntos el jarro es de tipo piriforme y fábrica fenicia, pero en dos ocasio-nes se recurrió a vasijas griegas de tipo «rodio», que conviven con «braseros» hispánicos, evidenciando ese interés por formar conjuntos funcionalmente coherentes a pesar de la diferente procedencia de las piezas.

El origen de esta asociación es oriental, y se do-cumenta por primera vez en Lefkandi (Eubea, Gre-cia), en una tumba del siglo IX, donde los vasos se atribuyen ya a importaciones fenicias (Popham et al., 1993: 188-189). En el resto del Mediterráneo ar-caico es más difícil localizar estos conjuntos, debido a la gran cantidad de vajilla de bronce que se acu-mula en algunas de las tumbas orientalizantes de Chipre e Italia Central y a la escasa documentación gráfica que poseemos de las mismas. No obstante, la presencia de jarros y aguamaniles fenicios sugiere la existencia de asociaciones similares en estos mis-mos contextos.

Para explicar la función primaria de estas aso-ciaciones se ha recurrido a tres prácticas rituales conocidas en la Antigüedad: 1) La libación, u ofreci-miento de líquidos a los dioses y a los difuntos (Gar-cía, 1957: 128; Cuadrado, 1966: 74; Almagro-Gorbea 1977: 242; De Prada, 1986: 120: Olmos, 1992: 53); 2) La ablución, o lavados rituales (Jiménez, 2002: 137; Ruiz de Arbulo, 1996); y 3) Su asociación a

9. Aparte, se han hallado más restos de jarros y «braseros» distri-buidos por diferentes partes del yacimiento.

ceremonias conviviales o banquetes donde estarían vinculados al consumo del vino (Domínguez, 1995: 43; López, 2005: 411).

Como datos objetivables, en lo que puedan te-ner a favor o en contra de estas hipótesis, o de otras distintas que se puedan proponer, hasta ahora te-níamos que: 1) El elemento fundamental de este set ritual debió de ser el «brasero» y no el jarro, puesto que aquéllos aparecen a veces de manera aislada, cosa que nunca sucede con éstos. En época orien-talizante no son muchos los ejemplos aducibles de «braseros» solos, aunque los hay, pero se multipli-can en época ibérica; 2) En los contextos cerrados raramente se asocian jarros y «braseros» a otros ele-mentos de vajilla metálica o cerámica que puedan haberse utilizado en banquetes individuales o colec-tivos10. Por el contrario, a veces aparecen conjuntos separados, como se da en Lefkandi, donde se encon-tró un jarro cerámico junto a vasos de bebida clara-mente disociados del conjunto metálico (Popham et al., 1993: 188-189), o en Alcurrucén, una tumba sa-queada, fechable en el siglo V, donde aparecieron lo que pueden ser dos sets distintos, uno asociado al consumo del vino y otro a rituales lavatorios, con dos jarros diferentes (Marzoli, 1991); y 3) Cualesquiera que fueran las funciones en que se emplearan estos vasos debían ser de carácter simbólico, pues en al-gunos casos las paredes de los jarros muestran de-fectos de fundición o montaje que provocan que no sean herméticos mientras que otros, por su constitu-ción, son muy difíciles de llenar y usar.

A fin de mejorar la base argumental para defi-nir las funciones de estas vasijas, y aprovechando las condiciones del hallazgo de la Angorrilla, se han analizado restos del sedimento conservado en el in-terior del jarro de la tumba número 30 con el propó-sito de intentar determinar su potencial contenido. Las muestras, recogidas del barro adherido a la pa-red interior, se enviaron al Laboratorio del Departa-ment de Prehistòria, Història Antiga i Arqueologia de la Universidad de Barcelona, donde fueron anali-zadas por las Dras. R. M. Albert y M. Portillo.

Del análisis efectuado, cuyo informe se publica en esta misma obra, se obtienen los siguientes datos de interés: 1) El número de fitolitos detectado es muy bajo, algo que, como se señala en el informe, puede atribuirse a la proximidad del metal, que podría

10. Resulta especialmente llamativo el caso de Cancho Roano, fuera de nuestro ámbito cronológico, donde se han contabilizado más de 400 vasos griegos relacionados con el consumo del vino. En la estancia N-6, donde se halló el único conjunto jarro-«brasero» bien documentado de todo el yacimiento no apareció ni una sola de es-tas copas.

531LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

haber ocasionado alteraciones en la conservación de los restos. Sin embargo, otras muestras extraídas también de barro adherido a las paredes de vasos de bronce presentan un número sustancialmente ma-yor de fitolitos11, por lo que no hay que perder de vista la posibilidad de que, sencillamente, el contenido del jarro de la Angorrilla fuera escaso en sustancias vege-tales; 2) Entre las familias vegetales reconocidas des-tacan las monocotiledóneas, con más del 80% de la muestra, lo que aleja la posibilidad de que el conte-nido del jarro –si es que lo tuvo– hubiera sido vino o aceite; y 3) Se detectan en el sedimento restos de dia-tomeas, algas unicelulares que se relacionan con la presencia de agua.

11. El análisis se hizo sobre tres muestras correspondientes al jarro que nos ocupa, al interior de la urna del conjunto de Talavera la Vieja y al vaso de bronce de Valdegamas, conservado en el MAN. El número de fitolitos por gramo de AIF en Angorrilla es de 20.000; en Valdegamas de 60.000.

Con las reservas que se exponen en el propio in-forme debidas a la naturaleza de los datos, los resul-tados del análisis apuntan más bien hacia un uso de tipo lustral que no hacia prácticas relacionadas con el consumo del vino, como sugieren también los contextos a que comúnmente se asocian estos con-juntos rituales y las propias tradiciones culturales semitas (Jiménez, 2002: 137).

Pero junto a la función primaria, es de desta-car el papel que debieron desarrollar estos obje-tos como marcadores de rango de los personajes que los usaron y que, finalmente, se enterraron con ellos. En este sentido, cobra significación el hecho de que aparezcan en territorios donde, a través de las fuentes escritas, tenemos constancia de la exis-tencia de formaciones políticas de tipo monárquico, como Chipre, Etruria o Tarteso. Esta coincidencia, así como el que aparezcan en tumbas especialmente destacadas, sugiere que estos recipientes actuaran como símbolos del poder monárquico en las zonas

Figura 17. distribución de los sets rituales jarro-«brasero» en la península ibérica durante el siglo vii a.c. 1: Las Fraguas (to-ledo); 2: aliseda (cáceres); 3: torres vedras (Portugal); 4: angorrilla (Sevilla); 5: carmona (Sevilla); 6: niebla (Huelva); 7: tum-

bas 5, 17 y 18 de la Joya y 2 de Sta. Marta (Huelva).

532 Javier JiMénez ÁviLa

que fueron afectadas por la colonización fenicia, y que llegaran a sus posesores en un sistema de in-tercambio de bienes de lujo de tipo arcaico y aris-tocrático dominado por las relaciones sociales entre individuos de rango semejante.

Los análisis antropológicos, realizados por pri-mera vez en una sepultura con jarro y «brasero»12, determinan que el personaje enterrado era una per-sona adulta, muy probablemente de sexo masculino, algo que no se opone al carácter de marcador sexual que los grandes bronces, por oposición a otros ele-mentos de lujo como el oro, debieron de tener en el Hierro Antiguo peninsular, como ya he propuesto en anteriores ocasiones (Jiménez, 2002: 357-359; 2004b; 2006) y como parece deducirse del hallazgo de Aliseda, donde a un conjunto de joyas femeninas se agregaba un set ritual que evitaba a toda costa el uso del bronce como material básico.

La tumba número 30 de la Angorrilla pertenece-ría, según esto, a un individuo de estirpe regia, sin ninguna duda el personaje más destacado de toda la población enterrada en la necrópolis, que proba-blemente esté representando a un grupo de rango

12. Parece que los restos óseos de la necrópolis de La Joya (Huelva) también han sido analizados, pero nunca se han publicado sus resultados.

aristocrático típico del orientalizante del mediodía peninsular.

Los objetos de bronce depositados junto a él (fig.  18) probablemente se habrían usado en cere-monias purificadoras que aparecen referidas en los textos de Ugarit como previas a actos trascendentes de carácter religioso. Tales actos serían privativos de personajes de condición real, siendo oportuno se-ñalar que a varias de las asociaciones peninsula-res jarro-«brasero» se añaden timiaterios de bronce, como ocurre en la tumba 17 de La Joya (Garrido y Orta, 1978) y como, probablemente, también suce-dería en la tumba toledana de Las Fraguas. En este sentido, conviene recordar que el soporte legitima-dor de las monarquías orientalizantes del Medite-rráneo es la sacralidad de la realeza, establecida a través de la especial protección que los dioses otor-gan a los reyes.

Pero además, hay que entender el valor que es-tos productos cobrarían per se, en un contexto ideo-lógico en el que la circulación de objetos de prestigio de bronce entre las clases dominantes del Medite-rráneo tenía un especial papel en el establecimiento de relaciones sociales, tanto de carácter vertical como de carácter horizontal.

Estas tumbas, no especialmente excepciona-les en cuanto a la cantidad ni a la riqueza de los

Figura 18. conjunto de bronces rituales de la angorrilla (foto c. López).

533LoS BronceS rituaLeS de La tuMBa 30

materiales que albergan, pero sí en sus contenidos simbólicos, aparecen con cierta asiduidad en los ho-rizontes orientalizantes del mediodía peninsular, a veces de modo aislado o a veces –como en este caso– integrándose en necrópolis más o menos amplias asociadas o no a poblados y ciudades. La vincula-ción de estos símbolos y de estos grupos funerarios

con las unidades políticas que constituirían el entra-mado poblacional y cultural del Bajo Guadalquivir protohistórico es, de momento, algo apenas cuestio-nable. No obstante, el descubrimiento de una necró-polis orientalizante con este grado de conservación en los albores del siglo XXI es un estímulo más que prometedor de cara a seguir avanzando en esta tarea.

BIBLIOGRAFÍA

ALMAGRO-GORBEA, M. (1977): El Bronce Final y el Periodo Orientalizante en Extremadura (Biblio-theca Praehistorica Hispana XIV). CSIC, Madrid.

AUBET, M.E. (1975): La necrópolis de Setefilla (Lora del Río, Sevilla): El túmulo A. Programa de Inves-tigaciones Protohistóricas II. CSIC-Universidad de Barcelona, Barcelona.

AUBET, M.E. (1978): La necrópolis de Setefilla en Lora del Río (Sevilla) el túmulo B. Programa de Investigaciones Protohistóricas III. CSIC-Univer-sidad de Barcelona, Barcelona.

BONSOR, G. (1899): Les colonies agricoles pré-ro-maines de la vallée du Bétis (Revue Archéologique XXXV). Ernest Léroux, Paris.

BONSOR, G. (1931): An archaeological Sketch-book of the Roman Necropolis at Carmona. New York.

CELESTINO, S. y JIMÉNEZ, J. (1989): “Una ofrenda en la estancia N-4 del Palacio-Santuario de Can-cho Roano”, Archivo Español de Arqueología 62: 226-235.

CUADRADO, E. (1956): “Los recipientes llamados «braserillos púnicos»”, Archivo Español de Ar-queología XXIX: 52-84.

CUADRADO, E. (1966): Repertorio de los recipien-tes rituales metálicos con «asas de manos» de la Península Ibérica (Trabajos de Prehistoria XXI). Madrid.

CULICAN, W. (1968): “Quelques aperçus sur les ate-liers phéniciens”, Syria XLV: 274-293.

DELATTRE, A. (1895): “La nécropole punique de Douimes (à Carthage). Fouilles de 1895 et 1896”, Memories de la Societé des Antiquaires de France VI: 259-355.

DE PRADA, M. (1986): “Nuevas aportaciones al re-pertorio de los recipientes rituales metálicos con «asas de manos» en la Península Ibérica”, Traba-jos de Prehistoria 43: 99-142.

DOMÍNGUEZ, A. (1995): “Del simposio griego a los bárbaros bebedores: el vino en Iberia y su imagen en los autores antiguos”, en S. Celestino (ed.), Arqueología del Vino. Los orígenes del vino en Occidente: 21-72. Vinos de Jerez, Jerez de la Frontera.

FERNÁNDEZ, A. y RODRÍGUEZ, A. (2007): “Vida y muerte en la Ilipa tartésica”, en E. Ferrer et al. (ed.), Ilipa Antiqva. De la Prehistoria a la Época Romana: 69-92. Ayuntamiento de Alcalá del Río- Cajasol, Sevilla.

FERNÁNDEZ GÓMEZ, F. (1989): “La fuente orienta-lizante de El Gandul (Alcalá de Guadaira, Sevi-lla)”, Archivo Español de Arqueología 62: 199-218.

FERNÁNDEZ GÓMEZ, F. (1998): “Un cuenco de bronce orientalizante en ‘El Gandul’ (Alcalá de Guadaira, Sevilla)”, en R. Rolle et al. (ed.), Archäo-logische Studien in Kontaktzonen der antiken Welt. Veröffentlichung der Joachim Jungius-Ge-sellschaft der Wissenschaften Hamburg 87: 587-594. Gotinga.

GARCÍA, A. (1957): “El jarro ritual lusitano de la Co-lección Calzadilla”, Archivo Español de Arqueolo-gía XXX: 121-138.

GARCÍA, A. y GARCÍA-BELLIDO, M.P. (1993): Álbum de dibujos de la Colección de bronces antiguos de Antonio Vives Escudero (Anejos de Archivo Espa-ñol de Arqueología XIII. CSIC, Madrid.

GARRIDO, J.P. (1970): Excavaciones en la Necrópolis de “La Joya”, Huelva (1ª y 2ª Campañas) (Excava-ciones Arqueológicas en España 71). Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid

GARRIDO, J.P. y ORTA, E.M. (1978): Excavaciones en la necrópolis de “la Joya”, Huelva. II. (3ª, 4ª y 5ª campañas) (Excavaciones Arqueológicas en Es-paña 96). Ministerio de Educación y Ciencia, Ma-drid.

GRAU-ZIMMERMANN, B. (1978): “Phönikische Me-tallkannen in den orientalisierenden Horizonten des Mitttelmeerraumes”, Madrider Mitteilungen 29: 161-218.

JIMÉNEZ, J. (2002): La toréutica orientalizante en la Península Ibérica (Bibliotheca Archaeolo-gica Hispana 16). Real Academia de la Histo-ria, Madrid.

JIMÉNEZ, J. (2003): “La vajilla metálica entre el Mundo Orientalizante y la Cultura ibérica: los «braseros» de bronce del Museo de Cabra”. En J. Blánquez (ed.), Cerámicas orientalizantes del

534 Javier JiMénez ÁviLa

Museo de Cabra: 142-183. Ayuntamiento de Ca-bra, Madrid.

JIMÉNEZ, J. (2004a): “El trabajo del bronce en el Orientalizante peninsular, algunas cuestiones re-feridas a la tecnología”, en A. Perea (ed.), Actas del Congreso: Ámbitos tecnológicos, ámbitos de poder. La transición Bronce Final-Hierro en la Península Ibérica. Madrid. <http://www.ih.csic.es/arqueo-metalurgia/Descargas/sem04/s04_jim.pdf>

JIMÉNEZ, J. (2004b): “Orfebrería y toréutica orien-talizante en la Península Ibérica. Comporta-mientos diferenciales”, en A. Perea et al. (ed.), Tecnología del oro en la Antigüedad. Anejos de Archivo Español de Arqueología XXXII: 209-219. CSIC, Madrid.

JIMÉNEZ, J. (2005): “De los bronces tartésicos a la toréutica orientalizante. La broncística del Hie-rro Antiguo en el Mediodía Peninsular”, en S. Celestino y J. Jiménez (ed.), El Periodo Orientali-zante. Anejos de Archivo Español de Arqueología XXXV: 1089-1116. CSIC, Mérida.

JIMÉNEZ, J. (2006): “Los objetos de bronce”, en J. Jimé-nez Ávila (ed.), El conjunto orientalizante de Tala-vera la Vieja (Cáceres) (Memorias del Museo de Cáceres 5): 89-108. Junta de Extremadura, Badajoz.

JIMÉNEZ, J. (e.p.) “La vajilla de bronce en la Edad del Hierro del Mediterráneo Occidental: proce-sos económicos e ideológicos”, Revista d’Arqueo-logia de Ponent.

LÓPEZ, J.L. (2005): “Aristocracia fenicia y aristocra-cia autóctona. Relaciones de intercambio”, en S. Celestino y J. Jiménez (ed.), El Periodo Orientali-zante. Anejos de Archivo Español de Arqueología XXXV: 405-421. CSIC, Mérida.

LUZÓN, J.M. (1964): “Braserillo de la colección ar-queológica de la Universidad de Sevilla”, Archivo Español de Arqueología XXXVII: 156-158.

MARKOE, G. (1985): Phoenician bronze and sil-ver bowls from Cyprus and the Mediterranean. Berkeley.

MARZOLI, D. (1991): “Alcune considerazioni su ri-trovamenti di brocchette etrusche”, en O. Musso y J. Remesal (eds.), La presencia de material etrusco en la Península Ibérica: 413-427. Universidad de Barcelona, Barcelona.

MATTHÄUS, H. (1985): Mettalggefäße und Gefáßun-teraátze der Bronzezeit, der geometrischen und archaïschen Periode auf Cypern (Prähistorische Bronzefunde II.8). Munich.

MONTEAGUDO, L. (1953): “«Álbum gráfico de Car-mona», por G. Bonsor”, Archivo Español de Ar-queología XXVI: 356-370.

OLMOS, R. (1992): “Broncística fenicia y orientali-zante en el Sur Peninsular y en Ibiza. Una apro-ximación iconográfica y simbólica”, Producciones Artesanales Fenicio-Púnicas. VI Jornadas de Ar-queología Fenicio-Púnica (Ibiza 1991). Trabajos del Museo Arqueológico de Ibiza 27: 41-64. Con-sejería de Cultura del Gobierno Balear, Ibiza.

PEREIRA, J. (2001): “Primeras noticias sobre la toréutica orientalizante en la Península Ibérica. El informe de Jiménez de la Llave”, Complutum 12: 345-354.

POPHAM, M.R.; CALLIGAS, P.G. y SACKETT, L.H. (1993): Lefkandi II: The protogeometric building at Toumba. Part 2: the excavation, architecture and finds. Atenas.

ROVIRA, S. (1995b): “De metalurgia tartésica”, Tar-tessos 25 años después 1968-1993 (Jerez de la Frontera): 475-506. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, Jerez de la Frontera.

RUIZ DE ARBULO, J. (1996): “La asociación de ja-rras y palanganas de bronce tartesias e ibéricas: una propuesta de “interpretación”, Revista de Es-tudios Ibéricos 2: 173-200.

SCHÜLE, W. (1969): Die Meseta-Kulturen der Iberis-chen Halbinsel (Madrider Forschungen 3). Walter de Gruyter, Berlín.

WALDSTEIN, Ch. (1905): The Argive Heraeum II. Boston-New York.

LA NECRÓPOLIS DE ÉPOCA TARTÉSICA

DE LAANGORRILLA

LA NECRÓPOLIS DE ÉPOCA TARTÉSICA

DE LAANGORRILLA

Álvaro Fernández Flores Araceli Rodríguez Azogue

Manuel Casado ArizaEduardo Prados Pérez

(coordinadores)

En la primera década del siglo XXI se efectuó en Alcalá del Río (Sevilla) una serie de inter-venciones arqueológicas en las que se detectaron los restos correspondientes a un pobla-do y a una necrópolis de época tartésica. La presente obra, aunque se centra en el análisis de los enterramientos, incorpora también la información recuperada en la zona de hábi-tat, al considerar ambos enclaves como partes integrantes de un mismo asentamiento.

El trabajo se inicia con una contextualización de las sepulturas en el marco de la relación poblado-necrópolis, atendiendo al patrón de asentamiento, su relación espacio-temporal y la ubicación del cementerio en su contexto paleogeográfico. A partir de esta exposición se realiza un estudio centrado en la configuración general de la necrópolis y la distribu-ción de las tumbas. El tercer nivel de análisis se ocupa de la investigación específica de cada sepultura y de los distintos elementos depositados en su interior, principalmente de los ajuares. Estos estudios se completan con una serie de análisis sobre antropología física y paleopatología, paleodieta, ADN, antracología, etc., cuyos resultados posibilitan la reconstrucción de los ritos funerarios y un acercamiento a la caracterización de la po-blación enterrada, su hábitat y otros aspectos relativos a sus estrategias de explotación y adaptación al medio.

En definitiva, los datos aportados por la excavación de la necrópolis de la Angorrilla, junto con las investigaciones desarrolladas en el poblado coetáneo, contribuyen al conocimien-to de las comunidades que ocupaban el Bajo Guadalquivir durante el Hierro I, convirtien-do a este yacimiento en uno de los referentes fundamentales para caracterizar a dichas poblaciones y valorar cómo influyó la colonización oriental en este espacio geográfico.

LA

NE

CR

ÓP

OL

IS D

E É

PO

CA

TA

RT

ÉSI

CA

D

E L

A A

NG

OR

RIL

LA

AL

CA

DE

L R

ÍO, S

EV

ILL

A

Álv

aro

Fern

ánde

z Fl

ores

A

race

li R

odrí

guez

Azo

gue

M

anu

el C

asad

o A

riza

Edu

ardo

Pra

dor

Pére

z (c

oord

s.)

ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA

ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA