La historia de los conceptos y su relación con la historia de la filosofía y la historia social

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Historiografía y teoría de la historia del pensamiento, la literatura y el arte, Madrid, Dyckinson, 2015, ISBN 978-84-9085-439-6, pp. 463-482, La historia de los conceptos y su relación con la historia de la filosofía y la historia social Antonio de Murcia Conesa Universidad de Alicante 1. INTRODUCCIÓN La historia de los conceptos o Begriffsgeschichte tiene una presencia muy relevante desde hace décadas en diferentes disciplinas históricas y diversos mundos académicos, más allá del ámbito universitario y editorial alemán en el que se acuñó. Si entre los historiadores del derecho, la política o la ciencia su repercusión es considerable, entre los filósofos ha sido objeto de una atención más profunda y continuada. Sin duda esa atención es inseparable de la importante contribución de la historia conceptual a la historiografía filosófica. Pero aún más obedece a dos virtudes que podemos llamar, no sin cierta precaución, “ilustradas”: por un lado, la radical interdisciplinariedad con la que sus propuestas y fundamentos metodológicos se han enfrentado al legado de problemas dejado por el pensamiento posthegeliano sobre la historia y la cultura; por otro, inseparable del anterior, el empeño por describir las condiciones del conocimiento histórico y definir sus posibles sujetos sobre el abigarrado fondo de giros epistemológicos (materialista, filológico, lingüístico, hermenéutico,...) de las ciencias humanas, que la Begriffsgechichte ha cribado y asimilado con especial sentido crítico. Con independencia de sus logros concretos, el horizonte de expectativas que los mejores trabajos de historia de los conceptos han abierto a las ciencias humanas puede medirse por su capacidad para poner la comprensión histórica al servicio de una praxis racional y una interpretación general del pensamiento europeo. El hecho de que la fundamentación de sus propuestas se haya desplegado como un work in progress, al hilo de su producción investigadora y en el lento curso de monumentales proyectos editoriales, ha sido interpretado

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Historiografía y teoría de la historia del pensamiento, la literatura y el arte, Madrid, Dyckinson, 2015, ISBN 978-84-9085-439-6, pp. 463-482,

La historia de los conceptos y su relación con

la historia de la filosofía y la historia social

Antonio de Murcia Conesa

Universidad de Alicante

1. INTRODUCCIÓN

La historia de los conceptos o Begriffsgeschichte

tiene una presencia muy relevante desde hace décadas en

diferentes disciplinas históricas y diversos mundos

académicos, más allá del ámbito universitario y editorial

alemán en el que se acuñó. Si entre los historiadores del

derecho, la política o la ciencia su repercusión es

considerable, entre los filósofos ha sido objeto de una

atención más profunda y continuada. Sin duda esa

atención es inseparable de la importante contribución de

la historia conceptual a la historiografía filosófica. Pero

aún más obedece a dos virtudes que podemos llamar, no

sin cierta precaución, “ilustradas”: por un lado, la radical

interdisciplinariedad con la que sus propuestas y

fundamentos metodológicos se han enfrentado al legado

de problemas dejado por el pensamiento posthegeliano

sobre la historia y la cultura; por otro, inseparable del

anterior, el empeño por describir las condiciones del

conocimiento histórico y definir sus posibles sujetos

sobre el abigarrado fondo de giros epistemológicos

(materialista, filológico, lingüístico, hermenéutico,...) de

las ciencias humanas, que la Begriffsgechichte ha cribado

y asimilado con especial sentido crítico. Con

independencia de sus logros concretos, el horizonte de

expectativas que los mejores trabajos de historia de los

conceptos han abierto a las ciencias humanas puede

medirse por su capacidad para poner la comprensión

histórica al servicio de una praxis racional y una

interpretación general del pensamiento europeo. El hecho

de que la fundamentación de sus propuestas se haya

desplegado como un work in progress, al hilo de su

producción investigadora y en el lento curso de

monumentales proyectos editoriales, ha sido interpretado

por los filósofos como una invitación a construir una

epistemología de la historia de los conceptos en el marco

de una teoría de la acción política y de una redefinición

general de las humanidades1. Lejos de recoger ese envite,

en lo que sigue, y de acuerdo con los fines expositivos de

este libro, nos aproximamos a la techne metodológica de

la Begriffsgeschichte atendiendo al proceso de formación

de sus producciones más notables. La referencia a

algunos textos programáticos nos permitirá exponer

sucintamente cuestiones relativas a su fundamentación

teórica y por tanto a su trasfondo filosófico.

2. ALCANCE Y LÍMITES DE LA HISTORIA CONCEPTUAL EN

LA HISTORIOGRAFÍA FILOSÓFICA.

La historia moderna de la expresión

Begriffsgeschichte se inicia con las Lecciones sobre

filosofía de la historia de Hegel. Pero en la obra del

1 Cf. Villacañas, José Luis y Oncina, Faustino, «Introducción» a R. Koselleck, Hans-Georg Gadamer, Historia y hermenéutica, Barcelona, Paidós, 1997; Villacañas, J.L., «Histórica, historia social e historia de los conceptos políticos», en Res Publica. Revista de filosofía política 11-12, 2003, págs. 69-94.

filósofo esa historia nunca fue de los conceptos, sino por

conceptos2. Cuarta especie de lo que Hegel llamó

“historia reflexionada”, la historia por conceptos o

historia especial se correspondería con una historia

disciplinar cuyas ramas (la literatura, el derecho, el arte...)

se integran en el género mayor de la historia filosófica

universal, donde la Idea, como manifestación del

Espíritu, es la representación conductora. De acuerdo con

esto, la historia del espíritu cultivada por la escuela

hegeliana siempre subordinó la historia conceptual a la

historia de la idea. Esta actitud está encarnada

paradigmáticamente en la obra del jurista y político

Adam Müller, quien en sus escritos sobre la lógica de los

contrarios y, sobre todo, al exponer su concepción del

Estado atribuyó a la Idea una organización morfológica

viva, cuya potencia productiva sería la antítesis del

concepto o Begriff: un producto meramente teórico,

2 Cf. P. Aullón de Haro, «Reflexiones sobre el concepto histórico de la Literatura y el Arte», en Aullón de Haro (ed.), Teoría de la historia de la literatura y el arte, Teoría / Crítica, nº1, Universidad de Alicante, 1994, pp. 21-23-

muerto, incapaz de aprehender el devenir vital de los

sistemas humanos y útil sólo para quienes clasifican la

realidad, y en particular la realidad política, desde una

estéril lógica mecanicista de causas y efectos3.

La constitución en el siglo XX de la historia de los

conceptos como una metodología que asocia la

comprensión histórica al estudio de las transformaciones

semánticas, fue en parte una respuesta a estas

interpretaciones totalizadoras de la historia, de las que

Wilhelm Dilthey no terminó de alejarse. No obstante, la

imagen diltheyana del mundo histórico está detrás de

quien se considera el artífice de la Begriffsgeschichte

como disciplina institucionalizada: el filósofo Erich

Rothacker. En efecto, este pionero de las ciencias de la

cultura alemanas del siglo XX, , concibió el propósito de

construir una historia de la filosofía de acuerdo con el

programa diltheyano de las Weltanschauungen: una

exposición de los conceptos filosóficos en el marco de

una historia de las concepciones del mundo. La clave del 3 Adam Müller, Elementos de política (1809), trad. de E. Ímaz, Madrid, Revista de Occidente, 1935.

proyecto la proporciona la obra de referencia contra la

que estaba concebido: el influyente Diccionario de

conceptos filosóficos de Rudolf Eisler de 1899 cuya

cuarta y última edición se editó entre 1927 y 1930, años

decisivos, entre otras cosas, para el desarrollo de las

ciencias humanas de Alemania y Europa. La difusión del

diccionario de Eisler suponía el triunfo de un modelo

neokantiano para las ciencias del espíritu no sólo por su

rigor terminológico, sino por la exigencia de cientificidad

importada de las disciplinas positivas cuyo cumplimiento

se esperaba que erradicase las confusiones lógicas del

discurso filosófico. Para un epígono de Dilthey como

Rothacker resultaba intolerable la escasa atención que el

modelo conceptual de Eisler prestaba a la complejidad

histórica de sus objetos. Eisler, formado en la psicología

de Wundt, había insistido desde el prólogo del

Diccionario en el carácter histórico de su tratamiento

conceptual —opuesto a la exposición psicologista de las

ideas filosóficas— así como en la necesidad de abordar

conceptos liminares acordes con la interdisciplinariedad

que la tarea requería. Pero, a pesar de sobreponer la

perspectiva histórico conceptual (begriffsgeschichtlich) a

la descriptivo conceptual (begriffschriftlisch) —cercana a

una historia intemporal de la ciencia como la que

complacía al lógico Frege— sus recorridos sometían la

comprensión del cambio histórico y sobre todo

terminológico del concepto a la comprensión de sus

determinaciones lógicas. En cualquier caso, los esfuerzos

de Eisler alentaron las posteriores incursiones de la

metodología histórico-conceptual en la historiografía

filosófica, al mismo tiempo que encauzaron el desarrollo

ulterior de la Begriffsgeschichte bajo el dispositivo

lexicográfico y enciclopédico del diccionario, el

Wörterbuch, que privilegia la exposición alfabética y

hasta cierto punto acumulativa de los argumentos.

Volveremos más adelante a este extremo.

Es innegable la importancia que para el desarrollo

de la historia conceptual tuvo la constancia de Rothacker

en su proyecto antieisleriano, incluso en los años que

dedicó intensamente una filosofía de la historia en la que

la raza y el espíritu del pueblo serían “el motor último de

la vida histórica”4. Afortunadamente para este desarrollo,

el curso de los acontecimientos históricos hizo que

Rothacker abandonase estas elucubraciones de sesgo

nacionalsocialista y volcase su trabajo en el propósito de

recuperar el mundo histórico y el mundo de la vida para

la historiografía filosófica y las ciencias de la cultura. La

tenacidad del objetivo se mantuvo bien entrada la

posguerra en el Archivo para la historia de los conceptos

que el propio Rothacker fundó, a instancias de la

Academia de las Ciencias y la Literatura de Mainz, en

1955, como metodológica piedra angular de su ansiado

nuevo diccionario histórico de filosofía. La revista

sobrevivió al autor y ha llegado hasta nuestros días,

ampliando sus objetivos y convirtiéndose en la

publicación de referencia para las aplicaciones,

ciertamente dispares, de la historia conceptual.

4 Erich Rothacker, Geschichtesphilosophie, en Baeumler, Schröter, Handbuch der Philosophie, Berlin, 1934, pp. 3-150, trad. española de H. Gómez, Madrid, Pegaso, 1951.

El proyecto inicial de Rothacker, la realización de

una historia de los conceptos filosóficos, se llevó

finalmente a cabo, aunque de manera muy distinta a la

que el pionero había imaginado. Los responsables fueron

otros colaboradores del Archiv, bajo la dirección de

Joachim Ritter. Anunciado en la revista en 1967, dos años

después de la muerte de Rothacker, el primero de los

trece volúmenes del Diccionario histórico de Filosofía

(Historisches Wörterbuch der Philosophie, en adelante

HWPh)5 apareció en 1971; el último fue publicado en

2007, treinta y seis años después. Los más de tres mil

seiscientos conceptos tratados por mil quinientos eruditos

entre lo más granado de la academia filosófica alemana e

internacional forman una imponente obra de referencia

que seguramente habría entusiasmado al propio Eisler, a

quien Ritter en el prólogo general de la obra consideró

mentor del proyecto.

5 Ritter J., Gründer K., Gabriel G. (ed.), Historisches Wörterbuch der Philosophie, Basel, Schwabe, 1973-2007.

Las evidentes distancias frente al léxico precedente

provenían de los propios cambios experimentados por la

filosofía en su relación con las ciencias naturales y

humanas desde 1889, fecha de la primera edición del

venerable diccionario. Pero tales cambios, a juicio de los

editores, tampoco eran compatibles con los esquemas

histórico conceptuales de Rothacker. En efecto, aunque

un somero recorrido por los voluminosos tomos del

HWPh deja reconocer en ella la ambiciosa aspiración de

sus precedentes por recoger los conceptos fundamentales

de las ciencias del espíritu y de la cultura, la selección y

el tratamiento de sus entradas confirman la tendencia a

subordinar la perspectiva histórico-conceptual a la

exposición escolástica. Por una parte, de acuerdo con el

plan primero de una historia de problemas y de términos,

no hay entradas específicas para los autores; pero, por

otra, el protagonismo de las escuelas filosóficas europeas,

en particular las del siglo XX, privilegia en la exposición

la estructura teórica de los problemas sobre su génesis

histórica, y no sólo en el caso de las nociones lógicas y

epistemológicas. Probablemente es por eso que en esta

obra la historia de los conceptos se aplique en rigor sólo a

aquellas nociones que han pervivido a lo largo del tiempo

o que, al contrario, han sufrido cambios notables sobre un

horizonte histórico reconocible.

Tomemos como ilustración ejemplar del esquema

expositivo del HWPh el concepto mismo de Filosofía,

que aparece en el tomo siete de la obra y que fue

publicado un año más tarde como libro independiente6.

En el prólogo de esa edición el coeditor del Wörterbuch,

Karlfried Gründer, al justificar la presencia del concepto

mismo de filosofía en un diccionario filosófico, previene

contra una equivocada perspectiva conceptual en las

historiografías al uso. Una perspectiva que se remonta al

momento en el que Hegel, en sus Lecciones sobre

historia de la filosofía, rechazó explícitamente la

tematización lexicográfica del término en virtud de su

imposible definición abstracta fundada en la

6 Philosophie in der Geschichte ihres Begriffes, edición especial a cargo de Karlfried Gründer, Darmstad, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1990.

consideración de la filosofía como una actividad en

evolución. No obstante estas resistencias y frente a

quienes antihegelianamente consideran irrelevante el

estudio del uso del concepto de Filosofía para su

explicación sistemática, el editor del HWPh defiende la

heterogeneidad de este Begriff al que considera

históricamente constituido por haces de connotaciones,

que, procedentes de distintos ámbitos de la realidad, son

excluidas en la lógica de la definición. Los editores del

HWPh apelan también a Hegel para reclamar la

naturaleza genuinamente filosófica de la reflexión

genética del concepto, pero se separan del maestro de

Jena por la decisiva importancia que conceden al estudio

de la palabra, el relato de sus usos, los desplazamientos

de sus campos semánticos y, en fin, la minuciosa atención

al ingente instrumental léxico que la historiografía puede

aportar al propio filosofar. En este sentido, desarrollar la

entrada Philosophie sería una actividad inequívocamente

filosófica. El resultado de esa actividad está firmado por

cuarenta y cuatro autores responsables de las distintas

subsecciones, que en sí mismas son también artículos. El

editor justifica la heterogeneidad y complejidad del texto,

así como las consiguientes interferencias metodológicas y

de contenido, apelando a lo inabarcable del concepto en

su historia. Ante el esquema inviable de Rothacker, la

uniformidad metodológica y de perspectiva es sustituida

por un haz, un cluster de connotaciones que, a la postre,

significa integrar una multiplicidad de historias

conceptuales.

Sin embargo, bajo la heterogeneidad programática

de su perspectiva histórica, la propia exposición delata

una homogeneidad efectiva de períodos y escuelas. Como

en el resto de conceptos, el completísimo recorrido

histórico por el término Philosophie se distribuye

canónicamente a través de la Antigüedad, la Edad Media,

el Renacimiento y la Neuzeit, que comprende la Edad

Moderna y Contemporánea. Éstas son estrictamente

divididas en sus etapas presocrática, platónica,

aristotélica, helenística, patrística,… hasta la

deconstrucción, pasando por la Reforma, la Ilustración y

los marxismos occidental y soviético. A ese recorrido se

añade una sección sobre las formas institucionales de la

filosofía presentada de nuevo en su evolución histórica;

sigue otra dedicada a las “formas literarias de la filosofía”

con una argumentada propuesta de clasificación en virtud

de diferentes criterios, más sincrónicos que diacrónicos:

la relación entre el autor y la obra, la finalidad interna de

ésta, los modos de argumentación o los denominados

“fines externos”. Para terminar, en contra de los criterios

de Eisler y parcialmente de Rothacker se dedica una

sección a las filosofías orientales, limitadas a las

tradiciones china, india y japonesa. En la versión

monográfica del artículo se añaden otros que aparecen de

manera independiente en el HWPh: Filosofía analítica,

árabe, cristiana, perennis, judía, Filosofía de la filosofía,

Filosofía del hecho (Philosophie der Tat), Historia de la

filosofía, Filosofía comparada y Filosofía de X (la

supuesta vulgarización del término como determinante de

cualquier genitivo y cuya enojosa presencia es achacada

por el diccionario alemán a la tradición académica y

editorial británica). Puede que esta heterogeneidad sea

más fiel a la complejidad histórica en la formación del

concepto que la representación de un esquema unificador;

pero también se ajusta a las necesidades expositivas de un

texto cuya estructura de obra de referencia requiere

adoptar la organización acumulativa de un manual.

Pese a la inclusión de muchos y muy diversos

conceptos y términos interdisciplinares procedentes de la

historia de la ciencia, la teoría literaria, el derecho o la

teoría política entre otros campos, el HWPh fue pronto

criticado por su inclinación a la inmanencia en el

tratamiento de las entradas y, en particular, por su escasa

atención a los aspectos sociales y políticos en la

reconstrucción de los usos y la historia de los conceptos.

Sin perjuicio de su éxito académico internacional, que

confirma su capacidad para desbordar el ámbito cultural

alemán, la metodología se granjeó críticas de naturaleza

distinta: tanto por su posible epigonismo con respecto a la

vieja Historia del Espíritu como por su concepción

positivista y neokantiana de la historiografía filosófica.

Ciertamente decisiones como la que intentó justificar

Ritter, en el prólogo general, de excluir las metáforas

casan mal con la amplia perspectiva del diccionario. Sus

intenciones enciclopédicas y su pretensión, sobradamente

cumplida, de convertirse en la monumental obra de

referencia para cualquier trabajo histórico-filosófico

posterior, le alejaron de la estela que la Begriffsgeschichte

estaba siguiendo en otros proyectos. Gestados en

diferentes disciplinas históricas, estos otros proyectos han

despertado paradójicamente mucho más atención en la

filosofía y la historia intelectual del siglo XX y XXI que

el mismo diccionario histórico filosófico.

3. HISTORIA DE LOS CONCEPTOS, HISTORIA SOCIAL Y

HERMENÉUTICA.

La presentación del proyecto de un diccionario

histórico de conceptos políticos fundamentales

(Geschichtliche Grundbegriffe7, en adelante GG)

apareció en el mismo número del Archiv de 1967 en el

que Ritter presentó el HWPh. La firmaba el historiador

Reinhart Koselleck que años antes se había doctorado con

un trabajo titulado Crítica y crisis del mundo burgués8,

cuyos planteamientos determinarían la elaboración y la

recepción de los GG. Koselleck fue junto a Werner

Conze y Otto Brunner coeditor de esta obra subtitulada

“Léxico histórico para el lenguaje sociopolítico de

Alemania”. Sus ocho volúmenes, publicados entre 1972 y

1997, contienen nueve mil páginas en cuya redacción

trabajó una pléyade de especialistas en historia y ciencias

humanas. Como ocurre con el HWPh la monumental obra

fue recibida internacionalmente y casi de inmediato como

una obra de referencia obligada, de modo que, a pesar de

7 Koselleck R., Conze W., Brunner O., (ed.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, Stuttgart 1972-1997. 8 R. Koselleck, Crítica y crisis en el mundo burgués, Madrid, Rialp,

1973

su circunscripción a la historia alemana, no tardó en

convertirse en un texto clave para el debate

contemporáneo sobre el sentido de la Modernidad. La

propia Modernidad, el Poder, la Revolución, los Partidos,

la Soberanía, la Revolución, el Liberalismo, la

Monarquía, la Crisis, el Derecho natural, la Publicidad

política, la polaridad Cultura-Civilización, la Policía, la

Raza, la Representación, el Terror, la Constitución o el

Mundo forman parte de esos Grundbegriffe. Su carácter

enciclopédico resulta mucho más matizado que en el

Diccionario histórico-filosófico, en parte gracias a un

estricto criterio regulativo: limitar la selección de

conceptos a aquellos que acuñaron su significado actual

en un período decisivo para la formación del lenguaje

político de la Alemania moderna: una época brecha, o en

expresión de Koselleck, Sattelzeit, asentada entre 1750 y

1850.

La aparente sencillez del criterio contrasta con la

complejidad de la tarea y puede provocar, en una

aproximación escolar, cierta impresión de arbitrariedad.

Nada más lejos de su metodología. Cada una de las

entradas del Léxico está dispuesta históricamente de

modo que la exposición de la historia antigua y medieval

del término ocupa un primer lugar relevante, seguido por

el tratamiento en la época de la Reforma y la

Contrarreforma, y las transformaciones entre los siglos

XVIII y XIX, que concentran la mayor parte del texto. La

tercera sección de cada entrada se detiene en la época

contemporánea en un intento por vincular la perspectiva

histórico-conceptual a la comprensión actual del

concepto. Esta sección, obviamente cobra protagonismo

en términos recientes como el de Nacionalsocialismo. El

equilibrio, a veces, puede quedar descompensado, de

modo que la Sattelzeit pierda terreno a favor de la Edad

Media y la Antigüedad. Ciertamente el proyecto de los

GG nunca menospreció las etapas premodernas, toda vez

que contaba entre sus editores con eximios medievalistas

como Otto Brunner y especialistas en la Antigüedad

como Christian Meier. Pero el diferente tratamiento de

los conceptos obedece también a una distinción básica

entre ellos. En primer lugar los considerados

tradicionales, tales como “Democracia”, cuyas

transformaciones permiten identificar una continuidad en

el significado; en segundo lugar, aquellos conceptos que,

como “Estado” o “Sociedad civil”, sí que han sufrido

importantes transformaciones en la Sattelzeit, de modo

que resulta difícil reconocer su significado anterior. En

tercer lugar, los neologismos o nuevos conceptos

acuñados en esa etapa central y que en su mayor parte

están formados por el sufijo –ismo: marxismo,

conservadurismo o nacionalismo.

La selección de estos conceptos, la elección del

modo de abordarlos y la relación que se establece entre

ellos son suficientes razones para entender que esta obra,

a diferencia del HWPh, responde escrupulosamente a

decisiones epistemológicas cuya justificación constituye

una parte central del proyecto. Algunos de esos conceptos

ya fueron tratados en el HWPh, aunque de modo bien

diferente. Ciertamente si la teoría política encontraba

inagotables filones en el léxico filosófico, los filósofos

estaban directamente interpelados por los GG, incluso por

aquellos conceptos menos frecuentados en sus

escolásticas. Y es que su propia concepción obligaba a

tomarse muy en serio la perspectiva histórico-conceptual,

resituándola en el marco de una filosofía del lenguaje,

pero también de una filosofía de la acción.

Los responsables de GG afrontaron buena parte de

su tarea como una particular semántica histórica. Ésta se

entiende a un tiempo semasiológica y onomasiológica,

pues se ocupa tanto de las transformaciones de los

significados como de los cambios de los diferentes

nombres dados a los conceptos en el tiempo. Es

precisamente esta diferencia entre término y concepto la

clave para distinguir entre el trabajo con Begriffe y el

trabajo con Ideen. Koselleck explicó la transformación de

una palabra en un concepto histórico como el proceso por

el que aquélla llega a ser capaz no sólo de describir con

exactitud, sino también de generar una serie de procesos

recurrentes que determinan la interpretación de los

acontecimientos. Dicho de otro modo, un término se

convierte en concepto cuando es capaz de integrar y

remitirnos a todas las circunstancias, prácticas,

relaciones, contextos y significados posibles en los que se

usa y para los que se usa; tal capacidad coincide con el

momento en que el contenido del término sobrepasa la

unívoca significación lingüística y permite dar cuenta de

la pluralidad de experiencias y prácticas objetivas en que

está involucrado y cuyo contexto sólo es dado

precisamente por el concepto9.

La referencia a “prácticas”, “relaciones”,

“contextos” delata la distancia con los tempranos

proyectos de Rothacker e incluso con el posterior de

Ritter. Pues, en efecto, en el trabajo de reconstrucción

histórica de los GG no sólo se acude a los autores y sus

textos más canónicos; también y sobre todo, a los

panfletos, documentos jurídicos o comerciales,

declaraciones, periódicos y una larga y heterogénea serie

de textos considerados imprescindibles para conocer los

9 R. Koselleck, “Historia conceptual e historia social”, en Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.

usos y representaciones del concepto y por tanto para la

constitución de un conocimiento de los procesos

históricos sostenido sobre el testimonio de sus propios

agentes. Esta ambición interpretativa pronto encontró

elementos comunes con la hermenéutica de Hans-Georg

Gadamer. Pero el giro hermenéutico en la

Begriffsgeschichte es desplazado por el giro social y

político, de manera que la comprensión de la historia

conceptual pone la filología al servicio de la historia

social. El apoyo inicial de Gadamer a los GG fue una

reacción contra la tendencia neokantiana del HWPh —en

el que él mismo participó— a tratar la historia de la

filosofía como una historia de problemas filosóficos.

Gadamer quiso situar en el marco mismo de su Verdad y

método la contribución de la Begriffsgeschichte a una

hermenéutica del lenguaje10. Pero esta hermenéutica no

era suficiente para los propósitos de la disciplina.

Koselleck explicó, en un amable e intenso debate con

Gadamer, la distancia insalvable con la hermenéutica 10 Hans-G. Gadamer, “La historia de los conceptos como filosofía”, en íd. Verdad y método, II, Salamanca, Sígueme, 1988.

precisamente a partir del privilegio que ésta concede al

lenguaje sobre la acción. Para Koselleck, la hermenéutica

gadameriana tiene, en efecto, mucho que ver con los

objetivos de la Historik, es decir, el saber histórico que

tematiza las condiciones de posibilidad de las historias

posibles. Puesto que estas condiciones conciernen —

Heidegger ya lo había explicado— a las “aporías de la

finitud del hombre en su temporalidad”, la historia, al

igual que la jurisprudencia y la poesía —objetos

privilegiados del saber hermenéutico— sería un subcaso

del comprender existencial11. Ahora bien, en la medida

en que tales condiciones no son sólo lingüísticas, sino

extralingüísticas o prelingüísticas, la reflexión sobre la

historia, la Historik, que subyace a la historia de los

conceptos no puede considerarse como querría Gadamer

una modulación de la hermenéutica. El examen de los

nexos entre acontecimientos históricos y el examen de su

representación a través de conceptos requiere reconstruir

11 Koselleck, R., Histórica y hermenéutica, op. cit. págs. 67ss. La respuesta de Gadamer aparece en la misma edición bajo el título «Histórica y lenguaje: una respuesta», ibíd., págs. 97-106.

nexos de acciones, “formaciones de finitud” en un ámbito

extralingüístico, toda vez que “escribir la historia de un

período significa hacer enunciados que nunca podrían

haber sido hechos en ese período”. Dicho de otro modo:

ningún texto de una fuente histórica contiene aquella

historia que se constituye y expresa sólo con la ayuda de

fuentes textuales. Ello implica, por una parte, indagar

estructuras y procesos históricos a largo plazo, que,

cristalizados en conceptos, no están contenidos en ningún

texto como tal, sino que más bien provocan textos. Y, por

otra, implica un marco racional de traducción, que

aunque necesite del lenguaje, ha de considerar motivos y

acciones que escapan al lenguaje. En este marco, el papel

de la historia social es decisivo para los propósitos de la

historia de los conceptos.

La redefinición de la historia social que subyace a

todo el proyecto de GG fue especialmente trabajada años

antes por Werner Conze, uno de sus editores, en el taller

de Sozialgeschichte de la Universidad de Heidelberg. La

Sozialgeschichte se extendió en la historiografía alemana

a partir de los años setenta, abandonando los modelos

teórico-críticos, marxistas y analíticos, que habían

desplazado a los herederos de la historia del espíritu. La

creación de revistas especializadas como Geschichte und

Gesellschaft, de la que fue editor Koselleck, sirvió de

plataforma a una concepción de la historiografía que,

aunque compartía algunos principios con la escuela de

Annales y más aún con la sociología del conocimiento de

Mannheim, profundizó en la perspectiva política mucho

más que cualquiera de las escuelas anteriores. La

tendencia venía de lejos. Así, el medievalista Otto

Brunner, editor de los GG en sus primeros años,

representa el temprano esfuerzo de la historiografía

germana por superar las limitaciones metodológicas de

los estudios medievales. Con una sólida formación

filológica sus principales trabajos abrieron vías para el

estudio de las relaciones entre la historia de los términos,

los conceptos y las condiciones sociales y políticas en que

se acuñaron y desarrollaron12. El objetivo era en primer

12 Cf. sobre todo Otto Brunner, Land und Herrschaft. Grundlagen

lugar evitar el tenaz anacronismo de las categorías

historiográficas del que hacían gala las distintas escuelas.

La proyección de términos modernos como “Estado”,

“feudalismo” o “clase” había sustraído a los historiadores

la posibilidad de comprender la realidad social de su

objeto. Tal conocimiento exigía una crítica minuciosa y

disciplinada de todo el entramado conceptual utilizado en

la investigación. Conze y Koselleck terminaron de

trasladar estos principios a la formación de una

metodología histórico-conceptual, que tuviera como

objetivo, en palabras del segundo, “investigar las

formaciones sociales, la construcción de las formas

constitucionales, las relaciones de estratos, grupos y

clases…”.

Pero la convivencia metodológica de ambas

disciplinas es compleja y en ocasiones fallida. La

Begriffsgeschichte pone toda su atención en los conceptos

y las palabras que constituyen los textos; la

Sozialgeschichte pone los textos al servicio de la der territorialen Verfassungsgeschichte Össterreichs im Mittelalter, Rohrer, Wien, Wiesbaden, 1965.

comprensión del cambio político y social, la formación de

las estructuras urbanas, económicas, etc., y el amplio arco

de problemas relativos a tales cuestiones. Ciertamente,

aunque se trate de disciplinas distintas, son inseparables,

pues sus objetivos se determinan mutuamente. Sin

embargo, la atención a las estructuras sociales y las

formas lingüístico-conceptuales involucran técnicas de

trabajo diferentes. Que el equilibrio entre tales técnicas

no fuera fácil, se confirma en la rapidez con la que las

páginas de GG fueron puestas en cuestión invocando

precisamente los mismos principios epistemológicos y

políticos que las alentaron. De este cuestionamiento

surgió un nuevo léxico, que constituye la primera

aplicación específica de la metodología fuera de la

historia alemana: el Manual de conceptos sociopolíticos

fundamentales en Francia, 1680-182013. Su coeditor, el

antiguo alumno de Koselleck, Rolf Reichardt, no obstante

subrayar su deuda con los GG, señaló las deficiencias de

13 R. Reichardt, E. Schmidt, Handbuch politisch- sozialer Grundbegriffe in Frankreich, 1680-1820, Oldenbourg Verlag, München, 1985.

la historia social practicada en este monumental léxico, al

quedar desplazada por una aplicación vetusta de la

Begriffsgeschichte, insuficiente, en su opinión, para

conceptualizar los cambios estructurales que

acompañaron el advenimiento de la Modernidad

centroeuropea. Reichardt fundamentaba su crítica en el

tratamiento de las fuentes mostrado por Koselleck y su

equipo, en exceso escorado hacia el protagonismo de las

élites culturales y literarias, y, por tanto, inapropiado para

una historiografía atenta al papel que desempeñaron las

mentalidades de las clases, órdenes y estamentos en la

Revolución Francesa. Es éste un asunto en torno al que

gravita el Manual de Reichardt, pero que también

concierne al estudio de la Sattelzeit o época fundacional

de la modernidad alemana. Las estrategias propuestas por

Reichardt para superar esas insuficiencias en el

tratamiento de sus conceptos —muchos de los cuales,

como Philosophie o Terreur ya aparecieron en los GG—

acuden al análisis del discurso y a técnicas estadísticas

como la lexicometría. La potencia de las frecuencias

cuantitativas en la aparición de los términos se presentaba

como un antídoto contra las perspectiva elitistas con

respecto a las fuentes e historicistas con respecto a la

reconstrucción de la génesis del concepto, que habría

llevado a un excesivo detenimiento de los GG en los

períodos previos a la Sattelzeit.

Todas estas críticas trasparentan el fantasma de la

historia del espíritu, la Geistesgeschichte que deambula

por las discusiones historiográficas alemanas durante

todo el siglo XX. La sombra de ese fantasma parece

acosar a la historia de las ideas y a la historia conceptual,

desde las propuestas de Rothacker y, antes, las de

Dilthey.

4. HISTORIA DE LOS CONCEPTOS FRENTE A HISTORIAS DEL

ESPÍRITU E HISTORIAS DE LAS IDEAS.

El estatus del concepto en la Begriffsgeschichte

concierne al problema de las objetivaciones históricas de

las prácticas humanas y sus expresiones, es decir, los

erga y sus logoi. Es éste un problema que, bajo distintas

formulaciones, ocupó desde los inicios del siglo XX a

una amplia serie de investigaciones histórico-culturales.

Puede decirse que las categorías centrales de la filosofía

moderna de la cultura y las ciencias sociales se gestaron

como herramientas para lograr una descripción de estas

formas, que pudiera reintegrarlas al mundo de la vida

superando la escisión de las ciencias14. La sombra de la

historia del espíritu se proyectaría sobre aquellas

propuestas teóricas que intentaban disolver tal escisión

enfatizando la dimensión subjetiva de la cultura. Llevado

a su extremo, esta subjetivación o espiritualización

negaba toda mediación entre las dimensiones de

14 Se debe a Edmund Husserl la acuñación de la fórmula Lebenswelt en el marco de las preocupaciones filosóficas sobre el papel de las relaciones entre ciencia y vida en la crisis europea del siglo XX, cf. Die Krisis des europäischen Menschentums und die Philosophie, 1935, trad. por Peter Baader, “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, en Husserl, Invitación a la fenomenología, Barcelona, Paidós, 1992, págs.75-128 y La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental del mismo aturo, Barcelona, Crítica, 1991. Desde la sociología y la filosofía de la cultura, George Simmel expuso algunos argumentos centrales para la reflexión sobre las relaciones entre estructuras y experiencia; cf. como ejemplo muy ilustrativo el artículo “El futuro de nuestra cultura”, en El individuo y la libertad, Península, Barcelona, 1971.

exterioridad e interioridad de sus objetos. En el fondo, la

teoría del símbolo en la antropología filosófica de

Cassirer, la indagación de las formas artísticas en la

historiografía del arte warburgiana, o el desarrollo de

metodologías morfológicas en el estudio de la historia

literaria tales como la tópica histórica de Ernst Robert

Curtius15 fueron distintas respuestas a los peligros de un

subjetivismo, que Dilthey, a pesar de sus esfuerzos no

había podido neutralizar16. Tras esas respuestas, como

tras todas las metodologías orientadas a la identificación

de cristalizaciones culturales y a su reconstrucción

diacrónica, hay un propósito de poner lo histórico a

15 Cf. Cassirer, Ernst, Esencia y efecto del concepto de símbolo, México, FCE, 1975; Gombrich, E. H., Aby Warburg, una biografía intelectual, Madrid, Alianza, 1992; Curtius, Ernst Robert, Literatura europea y Edad Media latina, trad. de M. Frenk Alatorre y A. Alatorre, México, FCE, 1955 16 Esfuerzos que subyacen al propósito, inherente a la teoría de las Weltanschauungen, de buscar el conocimiento del sujeto en la indagación minuciosa de las objetivaciones del espíritu, explícitamente enfrentado a esa vana “contemplación de sí mismo, arrancando una piel tras otra”, que Dilthey atribuyera a Nietzsche en su breve escrito “Sueño” (1903), publicado en Teoría de las concepciones del mundo, Madrid, Alianza, 1988.

disposición del presente mediante una redefinición de las

relaciones entre conocimiento y experiencia.

La historia conceptual tal y como se desarrolla en

los GG, es decir, en convergencia con la historia social,

significa un paso adelante en este camino. Pues la

conexión entre Begriffs- y Sozialgeschichte, justo desde

el reconocimiento de sus diferencias materiales y

formales, significa una concepción de las estructuras

conceptuales y sociales mucho más compleja y fértil que

la de historiografías escoradas bien hacia la investigación

filológica, bien hacia el sociologismo. Frente a una

metodología marxista, la historia conceptual considera

que los conceptos no son un mero producto de las

condiciones sociales, sino que, antes al contrario,

funcionan como factores generadores de la realidad

social. Pero las estructuras conceptuales no serían

estables a lo largo de la historia y ni mucho menos

autónomas. Y es aquí donde presenta sus mayores

diferencias con la historia de las ideas. Aunque tiene una

larga historia, el programa de la historia de las ideas

contra el que se enfrenta la historia conceptual de

Koselleck, no surgió de las universidades alemanas sino

de las angloamericanas, sobre todo con los trabajos de

Arthur Lovejoy.

La influyente concepción de la history of ideas

aplicada paradigmáticamente en The Great Chain of

Being17 sostiene una historiografía de la cultura a partir

de grandes ideas unitarias, cuya recurrencia y

permanencia debe buscar el historiador bajo los procesos

de cambio del pensamiento colectivo. El proceder

analítico del profesor de Harvard no excluía la crítica del

lenguaje, pero sí su tratamiento semasiológico y

onomasiológico como en la Begriffsgeschichte. Los

métodos de su semántica filosófica son muy diferentes de

los métodos de la semántica histórica, pues aquélla

desplaza la historia de los usos de los términos en sus

contextos particulares por la crítica de la ideología

entendida como una criba entre las verdaderas ideas y las

meras falacias ideológicas. En cualquier caso y no 17 Arthur O. Lovejoy, La gran cadena del ser (1969), Madrid, Icaria, Barcelona,1983

obstante privilegiar el estudio de la recepción y difusión

de las ideas por encima de su gestación en los grandes

pensadores, los trabajos de Lovejoy y sus discípulos

pusieron muy escaso interés en relacionar sus ensayos

ideográficos con las estructuras políticas, sociales o

económicas.

Desde este punto de vista la Begriffsgeschichte

presenta más afinidades con la anterior tradición germana

de la historia de las ideas representada por la obra de

Friedrich Meinecke: al menos en lo que se refiere la

centralidad de la política, relegada por la historiografía de

Lovejoy a los márgenes de la historia. Sin embargo, las

afinidades con la historia de los conceptos pierden su

evidencia cuando se constata que en la historiografía de

Meinecke la realidad política se reducía a un cosmos de

ideas que trascendían sus condiciones sociales e incluso

su mismo cambio y cuyo estudio requería la intuición del

investigador y el concurso de grandes espíritus. Fiel a

esta convicción, la génesis del historicismo que Meinecke

publicó en 1936 culminó en la contemplación goetheana

de la vida histórica sub specie aeternitatis18.

La historia de las ideas políticas ha sido también

adoptada por metodologías historiográficas

especialmente atentas a la teoría política y la filosofía del

lenguaje. Nos referimos a los trabajos desarrollados, de

nuevo en el ámbito anglosajón, por J. G. A. Pocock,

Quentin Skinner o Richard Tuck, entre otros. Obras como

El momento maquiavélico o Los fundamentos del

pensamiento político moderno19 vinculan la defensa del

republicanismo clásico con el giro lingüístico o, más

bien, pragmático, de la filosofía política. En su búsqueda

de las esencias de una política republicana en la primera

modernidad y el modelo de las ciudades-Estado italianas,

la labor historiográfica adopta los postulados de una

teoría de la acción: la comprensión de las ideas o los

conceptos políticos exige un riguroso análisis

18 Friedrich Meinecke, El historicismo y su génesis (1936) 19 J. G. A. Pocock, El momento maquiavélico (1975), Tecnos, Madrid, 2002; Quentin Skinner Los fundamentos del pensamiento político moderno (1978), México, FCE, 1985.

argumentativo que atañe a las estructuras lingüísticas y su

dimensión pragmática. Como los contextos históricos, los

conceptos han de ser comprendidos en su singularidad

histórica desde universales pragmáticos como los que

proporciona la teoría de los actos de habla. Desde este

punto de vista la comprensión histórica de las ideas

habría de atender a la fuerza ilocucionaria del lenguaje y

al mismo tiempo esforzarse por buscar una

“reconstrucción racional” de lo que los agentes históricos

creían, “antes que una imagen enteramente auténtica

desde el punto de vista histórico”20. Entender una idea

históricamente requiere, pues, comprender al sujeto que

la enuncia, pero en tanto que comprensión de un acto de

habla, de comunicación intencional, entendida según las

pautas del razonamiento discursivo. Por otra parte, esto

entrañaría también despojar al prejuicio de todo valor

interpretativo, de modo que la reconstrucción del

significado que los agentes históricos dan a las ideas,

20 Cf. Skinner, Q., «La idea de libertad negativa», en Rorty, Schneewind, Skinner, La filosofía en la historia, Barcelona, Paidós, 1990, págs. 236ss.

debería servir de correctivo contra las creencias

equivocadas y un mal uso de los conceptos. Las

diferencias metodológicas entre estos republicanistas de

Cambridge y los quizás más conservadores historiadores

de los GG no pueden resolverse en una mera adscripción

a posiciones lingüísticas más diacrónicas o sincrónicas,

más saussureanas o más chomskyanas21. Ciertamente la

revolución estructuralista que supuso institucionalizar

académicamente las metodologías lingüísticas y

antropológicas que subordinan las cuestiones semánticas,

el espíritu de la letra, a la disposición material de las

palabras y estructuras comunicativas no es ajena a los

intereses de la Begriffsgechichte. Sin embargo, la ilusión

iluminadora, aclaratoria de los propios prejuicios, que

anima los métodos de Skinner, poco tiene que ver con la

complejidad en las relaciones categoriales entre el sujeto

21 Así parece entenderse en Richter, Melvin, «Conceptual history (Begriffsgeschichte) and Political Thought», en Political Theory, Sage Publication Inc. vol. 14, nº 4, 1986, págs. 604-637. Cf. también del mismo autor «Begriffsgeschichte and the History of Ideas», en Journal of the History of Ideas, University of Pennsylvania Press, vol. 48, nº 2, 1987, págs. 247-263.

historiográfico y los sujetos de las historias en la que se

interna la historia conceptual y la historia social. Lejos de

utilizarse como disolvente de ciertos usos actuales y

erróneos de los conceptos, la Begriffsgeschichte intenta

establecer —y en esto delata su vínculo con una teoría de

la comprensión— la compleja interacción de tales usos

con la experiencia humana del tiempo histórico.

5. TIEMPO HISTÓRICO Y MODERNIDAD.

Antes que una conciliación completa entre la

historia conceptual y la historia social, tal y como

defiende Reichardt, lo fundamental para Koselleck es

reconocer las tensiones y resistencias entre ambas. En

efecto, trabajar esa disparidad metodológica es un

requisito de toda historiografía que quiera describir e

interpretar los acontecimientos sobre un trasfondo de

estructuras reconocibles. Y ello concierne directamente a

la constitución de esa Historik, que ya hemos mencionado

y que podemos redefinir como una descripción crítica de

las condiciones trascendentales para la escritura de las

distintas historias.

Según Koselleck, la historia conceptual, en sus

relaciones con la historia social, confirma que esas

condiciones sólo pueden pensarse desde una antropología

del tiempo histórico. Y en efecto, la experiencia del

tiempo sustituye a la filosofía de la historia,

paralelamente a como los argumentos antropológicos

sustituyen a los ontológicos en la epistemología

historiográfica. Ello tiene importantes consecuencias para

la comprensión de los conceptos políticos, pues es en

éstos donde de manera más decisiva intervienen los

cambios en la experiencia del tiempo y en la praxis

política organizada en torno a ella. Los conceptos

políticos son, en efecto, una señal, un índice de las

transformaciones de esa experiencia, y de los

acontecimientos que la acompañan; pero también son un

factor, un elemento agente determinante para su

gestación. Esa doble función de los conceptos históricos,

índice y factor, obedece al hecho de que los hombres

vivan y comprendan la historia de acuerdo con su

experiencia del tiempo. Y ésta es una característica básica

de la Modernidad. En este marco teórico la elección de la

Sattelzeit como criterio constitutivo de los GG cobra su

valor epistemológico para comprender el significado

moderno de lo político. Pues, en efecto, el cambio en la

forma moderna de experimentar el tiempo tiene una

motivación y unas consecuencias esencialmente políticas,

que han alterado la misma concepción de los distintos

estratos y dimensiones temporales. La distinción

mencionada más arriba entre conceptos de tradición,

conceptos en transformación y neologismos obedece a la

radical temporalización (Verzeitlichung) sufrida por los

politische Grundbegriffe. Tal temporalización se

manifiesta de manera perspicua en la tendencia

generalizada a situar el concepto en cuanto tal, casi

teleológicamente, en una constelación de períodos,

estadios o épocas. La comprensión de su situación en el

orden del tiempo es, así, inseparable de la potencia

otorgada al término —por ejemplo “Revolución”,

“Ciudadano” o “Secularización”— para designar y

concentrar bajo un mismo campo semántico y

onomasiológico contextos prácticos, lingüísticos e

incluso conceptuales diferentes. Una doble

tridimensionalidad está aquí en juego. Por un lado aquella

que atañe al vínculo entre la experiencia del pasado, el

presente y el futuro; por otro, la que concierne a los

estratos de esa experiencia a corto, medio o largo plazo:

la experiencia de los contemporáneos, la propia de una

generación o la que involucra a varias generaciones. El

caso de los neologismos investidos por el sufijo –ismo es

particularmente ilustrativo. Términos como “marxismo”

o “liberalismo” encierran una justificación de la acción

según una perspectiva de futuro. Pero también pueden

vincular sus contenidos posibles a “un eje temporal

imaginado del pasado” como en el caso de las palabras

“conservadurismo” o “monarquismo”. En cualquier caso,

todos ellos “contienen coeficientes temporales de

modificación” y pueden, por ello, clasificarse según se

correspondan con los fenómenos a los que se refieren,

esto es, según provoquen ellos mismos fenómenos

delimitados o simplemente se limiten a reaccionar ante

fenómenos ya dados. Las tres dimensiones temporales

pueden, así, “entrar en los conceptos con una importancia

completamente diferente refiriéndose más al presente,

más al pasado o más al futuro”. Se trata, en fin, de

conceptos de movimiento cuya estructura temporal

interior les permite, según el caso, enfatizar su relación

con cualquiera de las tres dimensiones temporales o

incluso atribuirse una estructura temporal imaginada. Por

los ejemplos que aduce Koselleck —“democracia”,

“libertad”, “liberalismo”— parece que los conceptos

modernos de movimiento presentan todos un inequívoco

sesgo ideológico22. Y en efecto, la ideologización y la

democratización son dos características de los conceptos

básicos de la política moderna, que, lejos de permanecer

en una única esfera de la acción humana, generalizan su

22 Para un desarrollo de estas tesis cf. el libro de Koselleck ya citado Futuro pasado, así como las Richtlinien o líneas directrices de la historia conceptual publicadas en el Archiv con ocasión del primer volumen de los GG.

uso al punto de incorporar distintos sentidos y

gradaciones por diferentes estratos sociales y en

diferentes contextos. Esa generalización es paralela a su

politización y transformación en consigna de una crítica

ideológico-política entre cuyos argumentos Koselleck

localiza el hiato entre su función discursiva y la situación

política de la que emerge y a la que se aplica.

Si es posible encontrar esta fundamentación de la

historiografía en la experiencia del tiempo de la

Modernidad es porque en ésta tiene lugar lo que

Koselleck percibe como una “aceleración del tiempo

histórico”. Esa aceleración consiste básicamente en una

ruptura de las correspondencias entre el espacio de

experiencias del sujeto histórico y su horizonte de

expectativas futuras, provocado por el brusco cambio de

las estructuras sociales alemanas y europeas entre 1750 y

1850. Si el período premoderno estaba dominado por la

congruencia entre experiencia y expectativas, la Sattelzeit

significa el desbordamiento de ambas: la imposibilidad de

controlar el proceso de la historia desde el acervo de

enseñanzas de la vieja experiencia. En este sentido, la

historia deja de ser magistra vitae para convertirse en el

lugar donde se juega la nueva experiencia y sus

posibilidades de orientación. Éstas son tan inagotables

como el significado de los conceptos históricos cuya

semántica debe recortarse en esa fusión de horizontes,

que, lejos de resolverse en una tradición lingüística

envolvente al modo de la hermenéutica gadameriana, se

va configurando a través de los propios conceptos y

acciones, que determinan los límites de la experiencia y

las formas de pensarla.

La historia conceptual parece asumir el

ordenamiento del fondo no sistematizable de la

aproximación histórica a los conceptos. En ese fondo, la

clave metodológica de la vinculación entre historia de los

conceptos e historia social reside también en lo

inconceptualizable, sobre lo que los conceptos configuran

la experiencia moderna. En este sentido, su metodología

presenta afinidades electivas con la metaforología de

Hans Blumenberg. Blumenberg reconstruyó los procesos

de secularización a través de los residuos no conceptuales

sobre los que cristalizaron la ciencia y la cultura

modernas. La dimensión filosófica de la metaforología

apunta de manera explícita a las conexiones entre la

teoría y el mundo de la vida del que ella emerge y al que

nos remite. Pero al contrario que la historia de los

conceptos, la de las metáforas no es expuesta a través de

un léxico. Blumenberg no escribe ni edita un diccionario

de las metáforas absolutas o explosivas —como

denomina a las más irreductibles23. Sus recorridos bucean

por el trasfondo mismo de la conceptuabilidad que

Koselleck y los editores de GG quisieron ordenar a través

del lenguaje, de una onomasiología que, sin embargo,

trasciende al propio lenguaje. El hecho de que los

proyectos mayores de éstos últimos adopten la forma

23 Para una introducción a la metaforología de Blumenberg cf. sus Paradigmas para una metaforología, (Madrid, Trotta, 2003) y el ensayo posterior aunque traducido al español bastante antes “Aproximación a una teoría de la inconceptualidad”, en Naufragio con espectador (Madrid, Visor, 1995). Un excelente estudio sobre la relación entre historia de los conceptos y metaforología puede encontrarse en Palti, Elías, «Ideas, conceptos, metáforas. La tradición alemana de la historia intelectual y el complejo entramado del lenguaje», Res Publica, 25, 2011, págs. 227-248.

enciclopédica de un léxico, un manual o un diccionario

evidencia sus aspiraciones a una regulación metodológica

del trabajo historiográfico. Pero también a un

autoconocimiento de la acción política. Por eso, el

carácter del Begriff como índice y factor no sólo responde

a los objetivos del conocimiento histórico y la realidad

social, sino también a la responsabilidad política del

sujeto con respecto a su propio uso de los conceptos, en

la medida en que conoce su potencia para configurar y

transformar esa realidad.

6. DERIVAS DE LA HISTORIA CONCEPTUAL.

El recorrido académico y editorial de sus

publicaciones revela tratamientos muy heterogéneos de la

historia conceptual, aunque todos sus cultivadores

reconozcan cierto epigonismo con respecto a los pioneros

de la disciplina. Si revisamos el índice de un número

reciente del citado Archiv für Begriffsgeschichte, fundado

hace más de cincuenta años, apreciamos una significativa

variedad de temas: el uso del principio del movimiento en

Aristóteles; la proiáresis aristotélica en la teoría de la

racionalidad práctica; la metafísica del concepto en

Scoto como ejemplo de la teoría trascendental de las

causas; la metáfora de la luz en Bacon, Descartes, Hobbes

y Spinoza; los orígenes de la expresión das Logische en

el primer Hegel; y la confrontación entre los términos

“emoción” y “pasión” en la emergencia de una categoría

amoral. No tiene nada de extraño la heterogeneidad del

número del Archiv de 2011, sobre todo si consideramos

además la extraordinaria labor del Foro interdisciplinar

para la historia conceptual dentro del Zentrum für

Literaturforschung de Berlín, que viene desarrollando

una intensa actividad investigadora y editorial. La obra

más importante auspiciada por este foro y por la

Universidad de Francfort del Meno, Johann Wolfgang

von Goethe, ha sido sin duda el diccionario histórico —de

nuevo un diccionario histórico— Ästhetische

Grundbegriffe, dirigido por Karlheinz Barck y publicado

entre 2000 y 200524. Una vez más se satisface con creces

24 Karlheinz Barck, Martin Fontius et alii, Ästhetische Grundbegriffe.

el objetivo de construir una obra de referencia aunando

una completa investigación histórico-cultural con los

principios de la historia conceptual. Y de nuevo las

numerosas entradas de diferentes autores ofrecen un

paradigma de la investigación interdisciplinar, del estudio

crítico de las fuentes, del rigor en la interpretación y,

sobre todo, del empeño por reinterpretar el significado de

la Modernidad, esta vez atendiendo a uno de sus esferas,

la Estética, menos atendidas por los GG. No parece, sin

embargo, que los objetivos filosóficos de los editores de

la anterior obra y del programa de Koselleck conserven el

mismo vigor de sus propuestas, ya sea en ésta o en otras

obras, ya se trate de léxicos instrumentales —como el

diccionario de historia conceptual de la ciencia, aún en

marcha— o de ensayos histórico-culturales. Nos consta

que en España desde comienzos de este siglo se han

venido desarrollando y ampliando con decisión

propuestas historiográficas hasta entonces inéditas,

basadas en una reinterpretación profunda de los métodos Historisches Wörterbuch in sieben Bänden, Metzer Verlag, 2000-2005.

y objetivos de la Begriffsgeschichte25. Pero en el terreno

europeo de las promesas filosóficas, el mismo que

ocuparon, desde otros ángulos, el materialismo histórico,

el estructuralismo, la filosofía analítica, la hermenéutica o

la teoría de la recepción, algunos observadores perciben

en el modelo síntomas de agotamiento.

Hace algunos años, un conspicuo colaborador de la

historia conceptual, Hans Ulrich Gumbrecht, publicó un

ensayo sobre los logros y los límites de la

Begriffsgeschichte, que venía a ser una especie de

despedida de aquellos grandes proyectos editoriales que,

como las pirámides formarían parte de un futuro pasado,

hoy ya muerto26. Su importante contribución a los GG —

con un artículo central sobre la Modernidad— o más

recientemente a los Ästhetische Grundbegriffe, autorizan

25 Como ejemplo paradigmático de una recepción y aplicación críticas de la historia conceptual hay que citar el proyecto Historia del pensamiento político hispánico emprendido por José Luis Villacañas en el marco de la Biblioteca Digital Saavedra Fajardo y del que ha publicado los volúmenes relativos a la Edad Media y la primera Monarquía Hispánica. 26 Hans Ulrich Gumbrecht, Dimensionen und Grenzen der Begriffsgeschichte, München, Wilhelm Fink Verlag, 2006.

a Gumbrecht a señalar los límites de la historia

conceptual para el pensamiento. O, al menos, para pensar

un presente que, irreductible a las dinámicas históricas y

estructurales descritas por aquellos historiadores de la

aceleración, finalmente ha resultado mucho más lento de

lo que se esperaba. Sin duda, las promesas de un saber

totalizante de la experiencia del hombre moderno, incluso

de una revitalización de algunos ideales kantianos a

través de la crítica histórica, social y filológica,

albergadas por la Begriffsgeschichte han sido

desbordadas y arrumbadas por la irrupción

conceptualmente irreductible de nuevas producciones y

nuevas presencias.

Pero ese gesto irónico hacia los grandes proyectos

de la Begriffsgeschichte y sus hitos editoriales no

desmiente la importancia de su legado, al menos sobre la

escala de una teoría general de la historiografía. Ese

legado está formado por modelos extraordinarios para la

escritura, la lectura y la transmisión de la historia.

Epígonos, a su manera, de la mejor Ilustración, los

autores de esos pacientes e inmensos trabajos han

conseguido al menos que, tras ellos, ya no sea posible

sostener ningún conocimiento y ninguna enseñanza cabal

de los conceptos históricos sin tener muy presente la

compleja y vulnerable experiencia social de sus agentes;

y sin reconocer en ella nuestra propia experiencia del

tiempo histórico.