Hispania e Indias: dos visiones comparadas de la actividad minera. Plinio y el jesuita José de...

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Pedido 29957 Laminado Brillo

Economías, comercio y relaciones

internacionales en el Mundo Antiguo

Portada: Reconstrucción de la Puerta de Tabira en Aššur en W. Andrae (1977)

Contraportada: Bastión Norte del Palacio de Cnoso

Fotografía de Anna Mysłowska

TÍTULO: ECONOMÍAS, COMERCIO Y RELACIONES INTERNACIONALES EN EL MUNDO ANTIGUO

EDITA: FULLCOLOR PRINTCOLOR, S.L.

Depósito Legal: B 22668-2014

ISBN: 978-84-16184-35-4

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08034 Barcelona [email protected]

ÍNDICE

Prólogo...…………………...……………………………………………………. 1

RUTAS Y SISTEMAS DE COMUNICACIÓN

Viajeros, exploradores y expediciones reales en el antiguo Egipto

Nerea Tarancón Huarte…………………………………………….………. 5

«Lo colocaron todo en la cóncava nave». Pequeñas embarcaciones mercantes

en el occidente mediterráneo durante el I milenio a.C.

Jorge García Cardiel………………………………….…………………… 21

Un sistema económico heredado: ¿El Guadiana como espejo de Tartesos?

Esther Rodríguez González……………………………………………….. 47

ASPECTOS ECONÓMICOS DEL MUNDO MILITAR

Aspectos económicos de la guerra: el mercenariado en Grecia en el periodo helenístico

Anna Mysłowska…………………………………………………….……. 71

Economía y mercenariado. Su impacto en el declive del Mundo Púnico

Antonio Pedro Marín Martínez…………………………………………… 89

ESTRUCTURAS ECONÓMICAS Y SOCIALES

Redistribución y economía palacial en el Egeo

Mª Soledad Milán Quiñones de León…………...…………….…….…… 107

Centros comerciales en la Protohistoria peninsular

Irene M. Muñoz Fernández……………………………………………… 129

Tráfico de hombres, tráfico de dioses: Intercambios comerciales entre el Mediterráneo oriental y el puerto de Carthago Noua

Pedro David Conesa Navarro…………………………………….……… 147

El método prosopográfico como indicador del cambio: la promoción del culto de Khonsu durante el Tercer Período Intermedio

Alba Mª Villar Gómez……………………………………………..….…. 167

Los contactos entre las Cícladas y Anatolia durante el Bronce Antiguo y la

construcción historiográfica del ‘Grupo Kastri’

Oihane González Herrero…………………………………...…………… 181

El santuario de Dodona en el Epiro: economía, comercio y peregrinos

en un espacio cultual

Diego Chapinal Heras…………………………………………..……….. 201

Textiles sasánidas: la manufactura y exportación de la seda irania

Zahara Gharehkhani………………………………………………...…… 219

Historia de un desequilibrio: fraude y exención fiscal en el Reino de Pilo

Claudia V. Alonso Moreno………………………………………...……. 231

Comercio en el Mediterráneo de piezas egipcias y su aparición en la

Península Ibérica

Mª Engracia Muñoz Santos…………………………………………….... 257

DIPLOMACIA Y RELACIONES INTERNACIONALES

“Diplomacia y relaciones internacionales” en la épica mesopotámica:

¿cuestión de hombres o de dioses? Inanna, Enmerkar y la tierra de Aratta

Carmen del Cerro Linares……………………………………………….. 269

El impacto de la expansión Uruk en el sureste de Anatolia y norte de

al Yazira: interacción e intercambio

Fernando Espejel Arroyo……………………………...…….…………… 295

Diplomacia y relaciones internacionales en la Edad de Oro Medioasiria

Mª Dolores Casero Chamorro…………………………………………… 319

El protocolo de la recepción del extranjero en época Neoasiria (911-609 a.C.)

Román Moret…………………………………………….………………. 337

Intercambios y relaciones comerciales en el Asia Menor aqueménida

Helena Domínguez del Triunfo………………………..………………… 351

Atando lazos: mujer y políticas dinásticas en Hispania (ss. III-II a.C.)

Rosalía Hernández García……………………………………..………… 375

Las embajadas celtibéricas de 152 a.C.: un estudio de caso

Laura Per Gimeno……………………………………….………………. 395

HISTORIOGRAFÍA DE LA ECONOMÍA DE LA ANTIGÜEDAD

Homéricos revolucionarios. La Iberia prerromana desde el prisma socialista

Tomás Aguilera Durán………………………………………...………… 417

Hispania e Indias. Dos visiones comparadas de la actividad minera:

Plinio y el jesuita José de Acosta

Carolina Andrea Valenzuela Matus………………………...…………… 443

La importancia de las relaciones internacionales para la formación

de las colecciones de antigüedades de los monarcas españoles

Víctor Úbeda Martínez…………………………………..………………. 461

Listado de autores y correos electrónicos………………………...…….……… 473

443

HISPANIA E INDIAS. DOS VISIONES COMPARADAS DE LA ACTIVIDAD

MINERA: PLINIO Y EL JESUITA JOSÉ DE ACOSTA

Carolina Valenzuela Matus

RESUMEN: La minería ocupa un lugar relevante dentro de la Historia Natural de Plinio

(siglo I d. C.) y este legado fue recogido por el jesuita José de Acosta en el siglo XVI,

quien utilizó estas referencias en su Historia Natural y Moral de las Indias, donde

establece una comparación entre la actividad minera de los españoles en las Indias con

aquella realizada por los romanos en Hispania. El siguiente estudio pretende analizar

estas obras para detectar las características de la minería existentes tanto en Hispania

como después en Indias y reflexionar sobre los elementos que permitan establecer una

conexión entre ambas.

PALABRAS CLAVES: Plinio, José de Acosta, Minería, Hispania, Indias.

ABSTRACT: Mining is an outstanding matter inside Natural History by Pliny (first

century a. C.) and this legacy was collected by the Jesuit José de Acosta, who used these

references in his book, The natural and moral history of the Indies, which sets a

comparison between the Spanish mining in the Indies and mining in times of romans, in

Hispania. The following study seeks to analyze these books to detect mining

characteristics existing both in Hispania and later in Indies and reflect about the elements

that allow us to establish the connection between the two.

KEYWORDS: Pliny, José de Acosta, Mining, Hispania, Indies.

La minería es una materia relevante dentro de los temas que trata Plinio en

su Historia Natural (siglo I d.C.). A través de la detallada información que nos

brinda el autor sobre la riqueza minera en Hispania y la explotación realizada por

los romanos, se vislumbra la importancia de esta actividad para el imperio. Por otra

parte, el jesuita José de Acosta utilizó la obra de Plinio en el siglo XVI como

inspiración para uno de sus más famosos escritos (Historia Natural y Moral de las

Indias, 1590), donde establece una estrecha comparación entre la explotación

minera que desarrollaron los españoles en las Indias con aquella realizada en la

Península Ibérica por los romanos en el siglo I d. C. En su obra, Acosta utiliza

elementos comparativos que acaban por situar a España al nivel de los grandes

imperios de la Antigüedad.

En este estudio pretendemos analizar estas comparaciones para así detectar

las características de la actividad minera desarrollada tanto en Hispania como,

varios siglos después en Indias, para posteriormente reflexionar sobre los

elementos que permiten conectar a Plinio y a Acosta en lo que compete a la

información que brindan de esta actividad económica desarrollada en épocas tan

distantes. Para ello, procederemos a presentar brevemente cada uno de los autores

444

en su contexto, señalando el bagaje intelectual que los respalda y que los lleva a

interesarse sobre el tema de la minería. Posteriormente, nos detendremos en las

características de la actividad minera relatada por ellos para, desde allí, buscar los

elementos que nos permitan establecer una conexión entre ambos.

Plinio el Viejo

Lo que se conoce de la vida de Plinio el Viejo no es una historia detallada,

sino más bien fragmentos que se hilvanan a partir de los rastros dejados por su

prolífico trabajo y por su carrera en la administración imperial de Roma. A esto se

añade el testimonio de su sobrino, Plinio el Joven, en las cartas escritas a Bebio

Macro, a quien da una lista completa de las obras de su tío, y a Tácito, a quien

relata su muerte1. Se encuentra además una breve mención realizada por Suetonio

en los Gramáticos Ilustres quien señala sobre nuestro historiador que:

“Cumplió con distinción los cargos militares de los caballeros, y encargado

continuamente de las misiones más brillantes, dio prueba en ellas de la más

grande integridad. Se entregó, a pesar de todo con tal ardor a los estudios

literarios, que difícilmente podría citarse a un hombre que en sus ocios haya

escrito más que él” (Suet. Gram. 371).

Gracias a estos testimonios se saben datos relevantes sobre su nacimiento y

carrera: Plinio nació entre los años 23 y 24 d.C. en Como, colonia romana y

municipio del extremo sur del Lacus Larius (Galia Cisalpina), en el seno de una

familia perteneciente al orden ecuestre. Durante su juventud se ocupó de las

obligaciones militares para luego acceder a las funciones civiles reservadas a los

caballeros: entre sus destinos al servicio del imperio, resulta de especial relevancia

su estadía en Germania entre los años 47 y 58, lugar donde empezó a redactar sus

veinte libros sobre los Bella Germaniae2. Hacia el año 68-69, se encontraba con un

alto cargo en Judea, en tiempos de Nerón, siendo subgobernador de Siria. Recibió

distintas funciones en la Galia Narbonense, en África, en la Hispania Tarraconense

y en la Galia Bélgica3. En Roma estuvo durante breve tiempo en uno de los oficios

del gabinete imperial, con lo que culminó una carrera de alta administración

coronada con el mando de la flota tirrena anclada en Miseno. En este cargo se

encontraba cuando lo sorprendió la muerte por la erupción del Vesubio en el año

79. Su deceso ha suscitado gran interés por las circunstancias en la que se produjo:

Plinio el Joven proporciona una descripción detallada de este hecho en una carta

que dirige al historiador Tácito. Sin embargo, la forma en que murió el autor sigue

1 Plin. Ep. 3.5.1-20; 6.16.1-22.

2 Serbat, 2011: 43.

3 Bejarano, 1987: 15.

445

generando grandes interrogantes4 haciéndose necesario matizar el testimonio de su

sobrino, quien buscaba que su tío pasara a la posteridad por una muerte heroica,

retratándolo como un modelo de hombre romano5.

Entre las obras de Plinio, la Historia Natural es la única que ha llegado

completa hasta la actualidad, aunque se sabe que escribió otras entre las que se

encuentran: (1) De iaculatione equestri (Sobre el manejo del venablo a caballo),

escrita en el tiempo en el que ejercía las funciones de jefe de escuadrón, (2) una

biografía de su amigo Pomponio Secundo, en dos libros De Vita Pomponi Secundi

duo, (3) los Bella Germaniae, en veinte libros, ya mencionados con anterioridad y

que abordan el conjunto de las guerras llevadas a cabo contra los germanos, (4) A

fine Aufidi Bassi (Desde el fin de la historia de Aufidio Basso), escrita en época de

Vespasiano. Sin embargo, nuestra atención estará centrada en su obra más

conocida: su Naturalis Historiae (Historia Natural)6, escrita en treinta y siete

libros y considerada por algunos como el más voluminoso, completo y sistemático

resumen de los saberes de la Antigüedad, pues en ellas se concentran una serie de

disciplinas: La Cosmología (libro II), la Geografía (libros III-VI), la Antropología

(libro VII), la Zoología (libros VIII-XI), la Botánica (libros XII-XIX), la Medicina

y la Farmacología (libros XX- XXXII), la Metalurgia, la Mineralogía y la Historia

del Arte (libros XXXIII-XXXVII)7.

El interés suscitado por la obra de Plinio desde la Antigüedad tardía hasta el

Renacimiento ha quedado reflejado en los:

“Aproximadamente doscientos manuscritos— algunos, aunque incompletos,

muy antiguos— en que se nos ha transmitido, y en la media docena de

ediciones impresas publicadas en los siglos XVI y XVII después de la edición

príncipe de F. Beroaldo (Parma 1476)” (Bejarano, 1987: 17).

La Historia Natural constituye también un modelo de cómo compilar

información poco conocida, especialmente de lugares remotos. Plinio habría

heredado una rica tradición proveniente de Grecia que comenzó en el siglo V a.C.,

cuando los griegos vivían en contacto con el imperio persa y reportaban a sus

lectores sobre las gentes y costumbres extranjeras8. A esto se suma la influencia de

la tradición enciclopédica romana y dos obras de este género que preceden a la

4 Según Suetonio, “se acercó al volcán en una nave de Liburnia, a fin de estudiar de cerca las

causas del fenómeno. Vientos contrarios le impidieron salir de nuevo al mar, pereciendo

ahogado bajo el polvo y la ceniza. Según algunos autores, fue muerto por uno de sus esclavos, a

quien él suplicó que le diera muerte, al verse ahogado por el calor” en Suet. Gram. 371. 5 Beagon, 1992: 2.

6 El listado de las obras de Plinio el Viejo dadas por su sobrino, se encuentran en Plin. Ep. 3.5.1-

20. 7 Bejarano, 1987: 16.

8 Grafton, 1992: 37.

446

Historia Natural: la Disciplinae de Varrón y las Artes, de Celsus9. Para Josefa

Cantó y otros, Plinio busca sus referentes en el pasado:

“Especialmente en Varrón y en Catón que desconfiaba de la literatura como

vehículo de la decadencia moral griega frente al uir bonus romano. Varrón es

el autor más citado en la HN y al que debe la idea de la enciclopedia, pero lo

más importante es que de él aprendió Plinio que un escritor tiene que procurar

el bien común, lo que le hizo convertir una colección de curiosidades en

enseñanza moral” (Cantó, J. et al., 2002: 11-12).

Plinio cuenta también con la importante influencia del estoicismo, un

conjunto de doctrinas filosóficas y a la vez una concepción del mundo muy

extendida entre los romanos cultos de su tiempo, que es posible evidenciar sobre

todo en su relación con la naturaleza10

. Esta es considerada por él como una

divinidad, que se encuentra en tensión pero también en unión con los hombres y de

la que éste forma parte esencial, al poseer también razón, lo que le da una posición

única dentro de ella11

.

Dentro de la extensa obra de Plinio es de nuestro interés detenernos en los

pasajes donde se menciona la riqueza de metales existentes en Hispania y,

especialmente, en los libros XXXIII y XXXIV dedicados a la minería. Para

aproximarnos a sus descripciones y relatos correspondientes al libro XXXIII y

XXXIV ha sido consultada la traducción de Jerónimo de Huerta (original de 1629).

Para los textos originales sobre las minas en Hispania se recurre al trabajo de

Virgilio Bejarano (1987), en Hispania Antigua según Pomponio Mela, Plinio el

Viejo y Claudio Ptolomeo, donde aparecen los capítulos que hacen referencia a

Hispania en lengua latina con su correspondiente traducción, encontrando entre

ellos el fragmento más importante del libro XXXIII, que aquí usaremos. Por otra

parte, también se utiliza la traducción de Antonio Fontán y otros (1998) para los

libros III a VI de la Historia Natural.

Plinio y la Minería

Se piensa que el interés minero de Plinio se habría gestado en el período en

que trabajó para la administración imperial como procurador en Hispania y legado

jurídico en la Tarraconense (73 a.C.). Mary Beagon plantea que desde época de

Augusto el interés del Estado sobre el control de las minas se volvió creciente, y es

posible que Vespasiano ampliara medidas en esa dirección12

. Por lo tanto, Plinio

pudo perfectamente tener contactos oficiales con los procuradores de minas, o

9 Beagon, 1992: 14.

10 Ferrater, 1971: 584-587.

11 Beagon, 1992: 37.

12 Beagon, 1992: passim.

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acceso a través de amigos y conexiones en la provincia, conocimiento que ya

plasma en el libro III cuando señala: “casi toda Hispania es rica en minerales de

plomo, hierro, cobre, plata, oro” (Plin. H.N. 3.3.30). Seguidamente en el libro IV

refiere que “toda la zona descrita, desde el Pirineo, está repleta de minas de oro,

plata, hierro, plomo y estaño” (Plin. H.N. 4.20.112). El resto de la información

sobre los metales y la actividad minera la encontramos en los libros XXXIII y

XXXIV los cuales inspiraron visiblemente a José de Acosta mil quinientos años

después.

Sobre el interés de Plinio en la minería, Guy Serbat observa una

peculiaridad: los libros XXXIII y XXXIV no tienen mucho en común con una

mineralogía tal como se entiende en la actualidad, puesto que muchos episodios

tratan de “historias” que va a ir desarrollando, a propósito de los minerales, así “el

sabio cede su lugar al observador de las costumbres y al moralista” (Serbat, 2011:

74). Esta es una característica que solo se comprende ateniéndonos al contexto

intelectual de su época.

Parte de lo ya señalado se vislumbra en el libro XXXIII. Plinio inicia su

exposición hablando del oro, que se da de manera importante en Hispania. En su

relato deja entrever los conflictos morales que suscita la ambición por los metales.

Para Plinio, es en el reino mineral donde el hombre viola los límites impuestos por

la naturaleza, recordando con añoranza el tiempo feliz en que se vivía del trueque.

En esta primera parte de su libro, Plinio explica las tres maneras en las que

se encuentra el oro: primero en las arenas de los ríos, como en el Tajo de Hispania;

segundo, sacándolo de los pozos; y en tercer lugar, extrayéndolo de cuevas hechas

en los montes. Con este último modo de obtener el oro, se “podrían superar los

trabajos de los gigantes” (Tertia ratio opera vicerit Gigantum)” (Plin. H.N.

33.21.66-78). Se refiere al tipo de minas llamadas “arrugias”, en la cual los montes

se van horadando mediante galerías excavadas a gran profundidad, lo que impide

que los mineros puedan ver la luz del día y donde “los derrumbamientos aplastan a

los que trabajan (…) ¡Hasta tal punto hemos hecho que la tierra sea más peligrosa!

Por eso dejan casi contiguos numerosos arcos para sostener las montañas” (Plin.

H.N. 33.21.66-78).

Debido al humo y polvo generado por el rompimiento de las masas de

pedernal, las galerías se hacen asfixiantes. Terminada la obra, “cortan las zapatas

de los arcos, empezando por el último, da la señal del derrumbamiento una grieta y

el único que la observa es el centinela que está en la cumbre del monte” (Plin. H.N.

33.21.66-78). Tras este procedimiento el monte cae despedazado, hecho que, según

el historiador, causaría la satisfacción de los buscadores de oro, aún sin saber si

entre los escombros se encuentra el preciado metal. Aunque es visible el hecho de

que Plinio ve en estas acciones un desafío a la naturaleza, no puede disimular un

marcado interés por los avances de la técnica, lo que se aprecia en sus vívidas

descripciones.

448

En este contexto de avances, hace referencia a una obra de mayor

envergadura conocida tradicionalmente como ruina montium, que consistía en

colocar grandes depósitos de agua en los puntos altos de la explotación minera

alimentados por una red de acueductos. Desde allí se precipitaban grandes

torrentes de agua sobre los montones de tierra, que fluían en estado de lodo líquido

hacia canales de decantación13

, como lo explica el naturalista: “para lavar los

escombros de esta mina construyen al punto canales trazados desde las cimas de

los montes, las más veces desde una distancia de cien mil pasos: los llaman

corrugos” (Plin. H.N. 33.21.66-78).

Para que esto sea funcional, Plinio señala todas las condiciones que debe

existir para la aplicación de esta técnica:

“Es necesario que el desnivel con que entra el agua sea muy pronunciado, para

que, más bien que fluir, caiga y, por tanto, hay que traerla desde lugares muy

altos; los valles y barrancos se salvan por medio de acueductos” (Plin. H.N.

33.21.66-78).

También resulta un grave inconveniente para el lavado de oro si la corriente

de agua arrastra lodo, llamado urio. Para evitarlo, conducen el agua por entre

guijarros y piedras. En la cima se construyen unos depósitos para que el agua salga

con fuerza y haga saltar los peñascos, mientras que en la parte llana se cavan unas

fosas o agogas que se cubren con un arbusto parecido al romero llamado urce, que

es capaz de retener el oro mientras que los escombros son arrastrados por el agua.

Este sería un breve resumen de lo que Plinio describe sobre este procedimiento

aplicado en Hispania. Uno de los casos más conocidos de uso se encuentra en las

Médulas, León, donde el procedimiento de ruina montium ha dejado para la

posteridad una imperecedera huella del impacto del hombre sobre la naturaleza, a

través de las formas dadas a sus montes.

En cuanto a la producción de las minas, Plinio da algunas cifras:

“Algunos han dicho que por este procedimiento Asturia, Gallecia y Lusitania

proporcionaban al año sendas veinte mil libras, en todo caso, Asturia produce

muchísimo, y no hay otra región del mundo donde la capacidad de producción

se mantenga a través de tantos siglos” (Plin. H.N. 33.21.66-78).

José María Blázquez señala que la cifra de veinte mil libras de oro por año

es la única cifra conocida de la producción de las minas del noroeste14

.

13

Blázquez, 1991: 52. 14

Blázquez señala que: “Si la cifra se refiere a los tiempos de Augusto, el producto anual de

estas minas era de noventa millones de sestercios, o sea, un quinto de los ingresos del aerarium

calculado en cuatrocientos cincuenta millones de sestercios, según Tenney Frank. Si la cifra es

del gobierno de Vespasiano, representa el 6 y 7,5 por cien de los ingresos del Estado, calculando

449

Sobre la plata, Plinio dice que se encuentra “en casi todas las provincias pero

en España (Hispania) hermosísima, y en tierra estéril y también en montes” (Plin.

H.N. 33.6) y señala como cosa admirable que aún se encuentren en Hispania los

pozos que se explotaban en época de los cartagineses. También se refiere al

mercurio: “una piedra, de la cual el licor eterno que se despide se llama argento

vivo o azogue” (Plin. H.N. 33.6).

En el libro XXXIV habla exclusivamente de los metales y sus propiedades,

partiendo por el cobre, lo que da paso a una larga exposición sobre las obras

artísticas realizadas con este metal. Así, encontramos capítulos dedicados a los

candeleros y ornamentos de los templos15

, a la primera estatua de Roma y el origen

de las estatuas16

, de los estatuarios antiguos y los precios excesivos de retratos en

estatuas17

, así como de las obras y artífices de bronce18

. Se detiene posteriormente

en las propiedades medicinales de estos. Cuando habla del hierro vuelve a sus

juicios de valor, calificándolo como “bonísimo y malísimo instrumento de la vida”

porque “con éste abrimos y hendimos la tierra, sembrando las plantas, ponemos los

jardines (…) Con esto fabricamos las casas, cortamos las piedras, y para otras

innumerables cosas usamos el hierro” (Plin. H.N. 34.14); pero no deja de señalar la

parte negativa de este metal puesto que:

“Del mismo usamos para las guerras, muertes, latrocinios, no solamente desde

cerca pero arrojado desde lexos con la mano y con instrumento que buela,

unas veces despedido con máchinas, otras con astas y a veces con emplumadas

saetas; la qual juzgo ser la más fraudulenta maldad del humano ingenio” (Plin.

H.N. 34.14).

A continuación daremos un salto cronológico importante para revisar el

contexto de Acosta y su relación con la actividad minera del Nuevo Mundo que,

por lejano que parezca, nos evoca continuamente a la minería de Hispania en época

alto imperial.

José de Acosta

La vida de José de Acosta es conocida casi en detalle gracias a la prolífica

carrera que realizó dentro de la Compañía de Jesús y a sus reconocidas dotes

estos en mil doscientos millones o mil quinientos millones de sestercios”, en Blázquez, 1991: 52-

53. 15

Plin. H.N. 34.3. 16

Plin. H.N. 34.4. 17

Plin. H.N. 34.7. 18

Plin. H.N. 34.8.

450

humanísticas. Por su labor de historiador y observador de las cosas naturales, José

de Acosta va a ser llamado por Feijóo “Plinio del Nuevo Mundo”19

.

El jesuita nació en Medina del Campo en 1540, entrando a los doce años en

el noviciado de la Compañía de Jesús de Salamanca. Desde su adolescencia

destacó en las letras y en el temprano dominio del latín lo que le permitió un

conocimiento importante del mundo clásico. En 1566 fue ordenado sacerdote y al

año siguiente, fue enviado como profesor de teología al colegio de Ocaña, y

posteriormente trasladado a Plasencia. Al final de esos años manifestó un creciente

interés por los problemas de la conquista americana, lo que coincidió con las

disposiciones tomadas por el rey Felipe II al admitir a la Compañía de Jesús para

las misiones de América, coto antes cerrado a las cuatro órdenes mendicantes20

.

Entre 1566 y 1567 partieron las primeras expediciones de la Compañía a la Florida

y el Perú, hecho que incentivó las vocaciones entre los jesuitas de España por ir a

América. En este contexto, el padre Acosta escribe en 1568 a san Francisco de

Borja, tercer general de la Orden, pidiendo autorización para acudir a las misiones

en el Nuevo Mundo, permiso que consigue en 1571, en que es enviado al Perú.

En 1572 comenzó su trabajo apostólico en Lima, inaugurando las clases de

teología de la Compañía de Jesús. A mediados de 1573 es enviado a una larga

misión por el interior del Perú. También va a ser llamado a actuar allí como

calificador del Santo Oficio y provincial de la Orden. Participó como teólogo

destacado en el III Concilio de Lima (15 agosto 1582-18 octubre de 1583)

actuando como redactor personal de las actas y director de las publicaciones de los

documentos conciliares21

. Después de estos importantes trabajos tramitó su vuelta

a España y, antes de su partida definitiva, pasó un año en México, realizando

trabajos de predicación y estudio de las antigüedades mexicanas. Con su

experiencia en el Nuevo Mundo, el regreso a España resultó prolífico desde el

punto de vista intelectual, y en 1587 comenzó la publicación de sus libros.

En 1588 salió impreso en Salamanca su primer libro, De Procuranda

Indorum Salute, precedido del Natura Novi Orbis. Posteriormente, el religioso se

dedicó a la traducción de los dos libros del Natura Novi Orbis, añadiendo otros

cinco redactados en castellano: con esos siete terminó su Historia Natural y Moral

de las Indias, publicada en 1590 y dedicada a la Infanta Isabel Clara Eugenia, hija

del rey Felipe II. A su gran obra seguirían otros libros en latín impresos en Roma,

pero que Acosta tenía ya escritos desde el Perú, De Christo Revelato libri Novem y

De Temporibus Novissimus Libri Quatuor. Muere en febrero de 1600 a los

cincuenta y nueve años de edad.

19

Mateos, 1954: XXXVIII. Las ediciones francesas del siglo XVII lo señalaban como Heródoto

y Plinio del Nuevo Mundo, como lo comenta Fermín del Pino Díaz en la edición crítica de la

Historia Natural y Moral de las Indias de José de Acosta, 2008: XVII- LVI. 20

Mateos, 1954: X. 21

Pino, 2008: XXII.

451

José de Acosta ha sido considerado como uno de los grandes intelectuales

del siglo XVI americano. Es posible observar que en esta época los pensadores de

Occidente, imbuidos por el Renacimiento, se enfrentaron a un importante dilema:

por un lado estaba la admiración que generaban los clásicos, y por otro, un espíritu

que los invitaba a buscar las verdades más allá de lo establecido en los libros de la

Antigüedad. Ciertamente que Acosta es ejemplo de esto y lo vemos en sus

constantes citas de autores griegos y romanos, pero no solo con un espíritu de

imitación sino como punto de partida para su superación. Como nos señala Fermín

del Pino:

“Entre sus dos escritos aparecen [citadas] diez obras de Aristóteles, cinco de

Plutarco, tres de Virgilio, dos de Ovidio, Séneca y Platón, más una respectiva

de los griegos Heródoto, Estrabón, Galeno, Homero, Dioscórides, Filón de

Alejandría y el falso Dyonisio, y otra respectiva de los latinos Plinio, Horacio,

Lucrecio y Lucano. El autor más citado en la Historia es Plinio (cuarenta y

siete veces), seguido de Aristóteles (nueve) y Platón (cuatro)” (Pino, 1982:

334).

Coincidimos con Fermín del Pino en que Acosta cita tanto a Plinio por el

tipo de información que éste brinda referida a temas religiosos y económicos en

general; a esto agregamos que Plinio describe exhaustivamente y realiza

importantes juicios sobre la actividad minera, esto hace que, solo a lo largo del

libro IV de la Historia Natural y Moral de las Indias, dedicado a plantas, animales

y minerales del Nuevo Mundo, Acosta cite a Plinio nada menos que treinta veces.

Acosta y la Minería

Acosta resultó un agudo observador de la realidad en Indias, tanto desde el

punto de vista de la naturaleza como en lo que él califica como historia moral,

refiriéndose a las costumbres de los pueblos que va conociendo en el Nuevo

Mundo gracias a la aproximación que le permiten sus deberes misionales. En

cuanto a la minería, el religioso utilizó desde el comienzo las noticias que recogía

Plinio sobre las minas en Hispania, usando el paralelismo entre Roma y la España

de su tiempo; lo que para Fermín del Pino, llegó “incluso a un nivel que hoy

diríamos de política colonial” (Pino, 1982: 346).

Comenzaremos diferenciando en qué partes de su obra muestra interés por la

actividad minera desarrollada en el Nuevo Mundo y vemos que las primeras

menciones aparecen en el libro III, capítulo 21, donde se refiere a las

características de las tierras altas de América:

“Lo que hace estas tierras ser habitadas, y algunas muy pobladas, es la riqueza

de Minas, que se halla en ellas, porque a la plata y al oro obedece todo. En

estas por ocasión de las Minas ay algunas poblaciones de Españoles y de

Indios muy crecidas, como es Potosí, y Huancavélica en el Perú, los Zacatecas

452

en Nueva España. De Indias ay por todas las serranías grande habitación, y

hoy día se sustentan, y aun quieren decir, que van en crecimiento los Indios,

salvo que la labor de Minas gasta muchos, y algunas enfermedades generales

han consumido gran parte como el cocoliste en la Nueva España” (Acosta,

1590: 173).

La enfermedad a la que se refiere el padre Acosta es conocida por los

indígenas como Cocoliztli, y fue descrita en 1576 por el médico, explorador y

botánico Francisco Hernández (1515-1587)22

. Se trataba de una enfermedad

contagiosa extendida en el año en que Hernández escribió su informe y que, al

parecer, tuvo un importante impacto en la reducción de la población indígena y

cuyos efectos son mencionados por el jesuita.

Las siguientes menciones a la actividad minera vienen en el libro IV capítulo

2 titulado De la abundancia de metales que ay en las Indias Occidentales, donde

señala la explicación que da Aristóteles sobre la utilidad de los metales para la

vida, refiriéndose a la comunicación de los hombres a través del uso del dinero el

cual: “(como dijo el Filosófo) es medida de todas las cosas, y siendo una cosa sola

en naturaleza, es todas en virtud, porque el dinero es comida y vestido, y casa, y

cabalgadura, y cuanto los hombres ah menester” (Acosta, 1590: 195) . Argumenta

que se trata de un material durable y tratable y que la mayoría de los pueblos lo

conocen, salvo algunas excepciones dadas por el mismo Plinio que se refieren a los

babytacos citados en el libro VI del historiador romano, que según Acosta, habrían

aborrecido el oro y por eso lo enterraban23

. Insiste en que son pocos los pueblos

con esta característica, pero no se ciega ante la realidad evidente que tiene ante sus

ojos y es que, en muchas comunidades indígenas de América, tampoco se

utilizaban los metales más que con fines ornamentales (y lo que primaba en la

economía era el intercambio o trueque) sino se utilizaban semillas de cacao o bien

hojas de coca. Para el jesuita, en esto los indígenas también se parecían a los

antiguos “como refiere Homero y cuenta Plinio”24

.

En el capítulo 2 del libro IV el autor hace una interesante analogía que

explicaría cómo hizo Dios para que los hombres quisieran estas tierras, en

apariencia tan yermas, pero en su interior llenas de valiosos metales:

“Decía un hombre Sabio, que lo que hace un padre con una hija fea para

casarla, que es darle mucha dote, eso había hecho Dios con aquella tierra tan

trabajosa, de dalle mucha riqueza de minas, para que con este medio hallase

quien la quisiese” (Acosta, 1590: 197).

22

Hernández, 2000: 83. 23

En la traducción de Antonio Fontán, et al., 1998: passim, vemos que se refiere a la población

de Barbitace: “Allí están los únicos mortales que con un odio asombroso hacia el oro, lo recogen

y lo esconden para que no sea útil a nadie” en Plin. H.N. 6.31.133. 24

Acosta, 1590: 199.

453

Posteriormente, explica los tipos de metales que se extraen en las Indias

Occidentales señalando entre ellos cobre, hierro, plomo, estaño, azogue, plata y

oro: “toda la tierra está como sembrada destos metales, mas que ninguna otra que

se sepa al presente en el mundo, ni que en lo pasado se haya escrito”25

. Este último

comentario deja entrever nuevamente el interés de Acosta por aventajar a los

clásicos en todo tipo de materia, incluso en la cuantía de minerales de la que ellos

son testigos y que, seguramente, nada hubo similar en tiempos antiguos a las

vivencias actuales de los conquistadores del Nuevo Mundo.

El capítulo 4 continúa con la misma temática y se titula Del oro que se labra

en Indias, donde se señalan las características de uno de los metales más preciados

por los españoles de todos los que se extraen en el Nuevo Mundo, que se encuentra

especialmente en Perú y en México. Por otra parte, indica cómo se extrae este

metal y señala las tres formas para ello: en pepita, en oro en polvo y en piedra

(Ramenta auri para los romanos), siendo el oro en polvo el tipo que más se saca, al

provenir de los ríos, mientras que el más complejo es el de piedra porque se extrae

de pozos y minas, y es difícil de labrar.

A partir del libro IV veremos que las alusiones al libro XXXIII de Plinio son

constantes y especialmente en lo que se refiere a comparar la situación de las

Indias con la que en el pasado tuvo Hispania:

“Solía España, según refiere el historiador sobredicho [Plinio], abundar sobre

todas las provincias del mundo destos metales de oro y plata, especialmente

Galizia y Lusitania, y sobre todo, las Asturias, de adonde refiere, que se traían

a Roma cada año veinte mil libras de oro (…)” (Acosta, 1590: 203).

Así como en su tiempo, España sirvió con metales al gran Imperio Romano,

en la época de Acosta, las Indias servían con metales al nuevo Imperio de la época

que era España, observándose aquí el providencialismo del jesuita:

“Ahora España le viene este gran tesoro de Indias, ordenando la divina

providencia que unos Reinos sirvan a otros, y comuniquen su riqueza, y

participen de su gobierno para bien de los unos y de los otros, si usan

debidamente de los bienes que tienen. La suma de oro que se trae de Indias, no

se puede bien tasar, pero puédese bien afirmar, que es harto mayor, que la que

refiere Plinio haberse llevado de España a Roma cada año” (Acosta, 1590:

203).

Esta última cita contiene un comentario que llama la atención: el jesuita

señala las dificultades para tasar todo el oro que se traía de Indias a España (“no se

25

Acosta, 1590: 197.

454

puede bien tasar”), por lo que debió haber sido consciente de las irregularidades

que solían producirse al momento de quintar los metales y los continuos intentos

por evitar los pagos, situación que hasta el día de hoy ha impedido tener una

claridad respecto a los montos reales del oro que se obtenía en América26

.

Después de hablar sobre el oro de la región también lo hace sobre la plata en

el capítulo 5 del libro IV, De la Plata de Indias, destacando especialmente las

minas de Potosí en el Perú, pues “ellas tienen el primado del mundo” (Acosta,

1590: 206), y nos señala también la forma en la que se encuentra este metal:

sueltas como pedazos de metal independientes o bien como vetas fijas como si se

trataran de ramas grandes de un árbol. Por otro lado, las técnicas para trabajarlo

son por fundición y por azogue (mercurio). Aquí, Fermín del Pino señala que: “aún

descubre Acosta otra ignorancia de la antigüedad, es decir, la posibilidad de extraer

plata con el sistema de amalgama con mercurio o azogue: este secreto no le

alcanzaron los antiguos” (Pino, 1982: 345).

Este método, que resultó un hito significativo dentro del desarrollo de la

minería del siglo XVI, fue ideado por el sevillano Bartolomé Medina en 155527

y

aplicado en las minas de Pachuca en México central, constituyendo una tecnología

famosa en el Nuevo Mundo28

. En 1572 el minero y metalurgista Pedro Fernández

de Velasco importó este procedimiento desde México a Perú, bajo el patrocinio del

Virrey Toledo, con el que se logró incrementar la producción en Potosí29

. La

implantación de este método originó en la época un gran entusiasmo entre los

españoles, considerado uno de los inventos más importantes generados en el

Nuevo Mundo, admiración técnica a la que el padre Acosta adhiere.

Al hablar de Potosí, Acosta se remonta al pasado explicando que:

“Las minas de ese cerro no habían sido labradas con anterioridad a la llegada

de los españoles o bien por no tener noticias de ellas o bien por un mito que se

habría contado que cierta voz le decía a los indios que no utilizaran estas

minas, ya que ese cerro estaba guardado para otros” (Acosta, 1590: 207).

Nuevamente insiste que lo que hay en Indias es único y desconocido incluso

entre los antiguos, ya que duda que en sus historias y relaciones se encuentre la

26

Como señala Carmen Mena, las consabidas prácticas fraudulentas consiguieron desviar de la

ruta oficial importantes cantidades de oro, en primer lugar, rescatado (o sea obtenido de las

incursiones en territorios indígenas): “en Cuba, por citar solo un ejemplo, se considera que en la

primera mitad del siglo XVI un tercio del oro debió ser extraído ilegalmente y es muy probable

que un porcentaje similar se registrase en las islas vecinas y en Tierra Firme (…) dada la ilicitud

de estas prácticas, nunca llegaremos a conocer con exactitud su cuantía” en Mena, 2011: 446. 27

Lacueva, 2010: 36. 28

Lang, 2000: 77- 88. 29

Arduz señala un incremento año a año hasta tocar el nivel de 6.200.000 onzas troy finas (193

toneladas métricas) en 1585, en Arduz, 2003: 106.

455

riqueza de minas que los españoles han visto en el Perú, aunque reconoce que en el

pasado “si algunas minas hubo en el mundo ricas y afamadas por tales, fueron las

que en España tuvieron los Cartaginenses, y después los Romanos” (Acosta, 1590:

210); pero aunque reconoce esta extrema riqueza, cree que no llega a la que vive

en su época Potosí, ya que:

“Se metían a quintar cada sábado de ciento cincuenta mil pesos, a doscientos

mil y valían los quintos treinta y cuarenta mil pesos, y cada año millón y

medio, o poco menos. De modo que conforme a esta cuenta cada día se

sacaban de aquellas minas obra de treinta mil pesos, y le valían al Rey los

quintos seis mil pesos al día” (Acosta, 1590: 211).

El capítulo 8 del libro IV hace referencia al modo de labrar las minas de

Potosí y abre su exposición citando a Boecio en La Consolación de la Filosofía,

donde habla sobre el primer inventor de minas, señalando en su interpretación:

“Peligros preciosos los llaman con razón, porque es grande el trabajo y peligro con

que se sacan estos metales que tanto precian los hombres” (Acosta, 1590: 214)30

.

El riesgo de esta actividad aparece señalado por el jesuita, quien explica que cada

veta tiene diversas minas y que las minas pueden alcanzar mucha profundidad.

Para acceder a ellas se inventaron los socavones, cuevas hechas por debajo del

cerro, que se atravesaban hasta llegar a las vetas:

“Con todo esto trabajan allá dentro, donde es perpetua oscuridad, sin saber

poco ni mucho cuando es día, ni cuando es noche. Y como son lugares que

nunca los visita el Sol, no solo hay perpetuas tinieblas, mas también mucho

frío, y un aire muy grueso, y ajeno de la naturaleza humana” (Acosta, 1590:

216).

Sobre los esfuerzos que genera esta actividad Acosta opina que es tanto es el

amor del dinero que se es capaz de padecer por él, puesto que con razón Plinio

decía: “entramos hasta las entrañas de la tierra y hasta allá en el lugar de los

condenados buscamos las riquezas” (Acosta, 1590: 216). Y luego vuelve a citar al

historiador romano señalando:

“Obras son más que de Gigantes, las que hacen los que sacan metales,

haciendo agujeros y callejones en lo profundo, por tan grande trecho

barrenando los montes a la luz de candelas, donde todo el espacio de noche y

día es igual (…) con cuños de hierro y con almadanas rompen las peñas y

pedernales, por recios y duros que sean, porque en fin es más recia y dura el

hambre del dinero” (Acosta, 1590: 217).

30

El poema se encuentra en Boeth. Consol. 2.5.27-30: “¡Ay!, ¿quién sería el primero que

desenterró/ el oro y los diamantes, amigos de ocultarse en/ lo hondo de la tierra,/ y puso ante

nosotros peligros de tal precio?”.

456

Esta frase de la Historia Natural de Plinio llama mucho la atención a Acosta

y le sirve para retratar la situación de las Indias en el siglo XVI señalando que el

antiguo autor romano “aunque habla como historiador de entonces, mas parece

profeta de ahora” (Acosta, 1590: 217).

En el capítulo noveno del libro IV se dedica a explicar la depuración del

metal de plata y en el capítulo diez, las propiedades del azogue (o mercurio)

señalando lo que Plinio dice de éste. Posteriormente se refiere al lugar donde se

encuentra el azogue, hallándose minas riquísimas en Huancavélica. Cuenta

también que, con anterioridad a la llegada de los españoles, en las Indias no se

trabajaba el azogue y que lo utilizaban para lo mismo que Plinio ha referido de los

romanos y etíopes: “que es para pintarse o teñirse con él los rostros y cuerpos

suyos y de sus ídolos, lo cual usaron mucho los Indios” (Acosta, 1590: 222). En el

capítulo doce el interés estará volcado en describir el sistema de amalgama con

mercurio o azogue para obtener la plata pura, proceso que, como hemos

mencionado, se comenzó a implementar en España durante la segunda mitad del

siglo XVI y que resultó de gran provecho en la actividad minera del Nuevo

Mundo.

Hispania e Indias, Plinio y Acosta

Aunque son innegables las diferencias temporales existentes entre Plinio y

José de Acosta, es posible encontrar importantes semejanzas en lo que se refiere al

tema de la actividad minera expuesto en estos dos autores.

Como un primer elemento de comparación podemos señalar que ambos se

benefician de sus experiencias personales y conocimiento de la realidad que

describen: Plinio lo hace gracias a su participación en la administración del

Imperio romano y Acosta, gracias a la intensa actividad misional desarrollada en el

Nuevo Mundo. El valor de la experiencia que resurge en el siglo XVI como

característica del Renacimiento y que se encuentra tan presente en las crónicas de

Indias, es un elemento importante a tener en cuenta para la utilización de Plinio en

la obra de Acosta y su consideración como una autoridad en la materia.

Tanto en Plinio como en Acosta hay un marcado interés por el tiempo

anterior (antes de los romanos, antes de los españoles). Plinio va a remontarse con

cierto grado de nostalgia al tiempo feliz de Homero, mientras que Acosta busca el

pasado del mundo prehispánico que se vincula también con Homero y con el

pasado arcaico griego, puesto que los indígenas son comparados con los antiguos.

La utilización de Plinio en la Historia Natural y Moral de las Indias puede

ser vista como una demostración del providencialismo español de la época: España

como el nuevo imperio, que emula a Roma en hazañas. Acosta nos señala que, al

457

igual que en su tiempo los romanos se beneficiaron de Hispania, ahora España

adquiere beneficios en Indias, al convertirse en una especie de Nueva Roma.

Por otra parte, la mezcla de juicio moral y admiración se encuentra en ambos

autores: Plinio señala la dureza del trabajo minero en su Historia Natural. Acosta

utiliza el lenguaje de Plinio para expresar la dificultad del trabajo de las minas, y la

cuantía del despliegue técnico que requiere esta actividad en Indias. De esta

manera el jesuita, al igual que Plinio, es consciente también de la dureza del

trabajo en las minas, realizando juicios morales al respecto; pero, por otra parte, las

vívidas descripciones de Plinio sobre las técnicas implementadas por los romanos

en Hispania dejan entrever admiración por lo que ve, mientras que para Acosta, el

sistema de amalgamación por azogue o mercurio del que es testigo sitúa a España

por sobre los antiguos griegos y romanos. Vemos así que la crítica a la dureza del

trabajo y la admiración de la técnica están presentes por partes iguales.

La sistematización de la exposición de Plinio en los libros XXXIII y XXXIV

de su Historia Natural, es en parte imitada en el libro IV de la Historia Natural y

Moral de las Indias: esto es visible especialmente cuando se señalan las maneras

en las que se encuentra el metal para, posteriormente, desarrollar cada uno de los

procedimientos utilizados para su obtención, así como también la utilidad de los

metales y los excursos a los que dan origen estos temas: para el caso de Plinio, el

tema de los anillos de oro en Roma, la estatuaria o los usos medicinales; para

Acosta, las costumbres de los indios o los mitos.

Con respecto a las menciones de Plinio en la obra de Acosta vemos que estas

se concentran de manera considerable en el libro IV, que habla de actividades

mineras y productivas concentrando un total de treinta citas en el texto original de

1590, seguido muy de lejos por doce citas a Plinio en el libro I. El libro II solo

tiene una cita y del libro V al VII, (que corresponde a la parte de las costumbres y

organización de los indígenas) no contiene ni una sola cita del historiador romano.

Por otra parte, la mayor parte de éstas corresponden al libro XXXIII de Plinio.

Vemos así como la admiración por el mundo clásico tan favorecida por el

Renacimiento está presente en la obra del jesuita, que al construir la Historia

Natural del Nuevo Mundo no puede ignorar las enseñanzas del pasado y hablar con

voz romana sobre las realidades indianas, no por nada Plinio es para Acosta, más

que un historiador del pasado, un profeta de ahora.

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459

Figura 1. De las ovejas indias que traen el metal de la montaña, de Theodore De Bry.

Según Acosta, 2008: 144.

Figura 2. Las Médulas, León. Fotografía del autor.

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