Experimentar el embarazo y el aborto

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Experimentar el embarazo y el aborto Mara Martínez Morant Dra. Antropología social y cultural Profesora de antropología y Coordinadora del Área de Cultura Bau, Centre Universitari de Disseny, UVIC [email protected] [email protected] El capítulo que presento forma parte de una investigación que realicé el año 2008, sobre la situación y casuística del aborto en Cataluña. El objetivo de mi trabajo era conocer la huella social y cultural que la práctica del aborto señala en las mujeres y, para ello, desarrollé una investigación cuyo eje fue el cuerpo analizado desde las esferas jurídica, médica y religiosa, estructurado en cuatro ámbitos: El cuerpo dominado; El cuerpo objeto; El cuerpo y el lenguaje verbal y no verbal; El cuerpo y las creencias. La investigación la organicé con las aportaciones de 112 mujeres, residentes en el territorio de Cataluña, cuyos testimonios recogí mediante entrevistas en profundidad. En 46 casos, llevé a cabo una entrevista previa al aborto, es decir, todas las participantes fueron entrevistadas en profundidad pero con 46 de ellas también mantuve encuentros antes de abortar, con objeto de contrastar y analizar la variabilidad y transformación del antes y después de someterse a la práctica de aborto. Aunque la procedencia de las informantes era muy variada, pude establecer que las más numerosas eran las latinoamericanas, en segundo lugar las marroquíes y, por último, las rumanas. El perfil de las participantes correspondía al de mujeres entre los 14 y 38 años de edad, básicamente residentes en medio urbano, procedentes de diversos países (66%) y autóctonas (34%). Del marco teórico de la investigación solo destacaré algunas autoras y autores relevantes para mi trabajo 1 . En El cuerpo dominado y El cuerpo objeto describo cómo se establece el rol y el escenario de desigualdad para las mujeres, vinculado a su ser y estar en el mundo, absolutamente vehiculizado a través del proceso de socialización. Porque el género o sexo social de una persona 1 Debido a la extensión del capítulo solo realizo un breve recorrido de cada una de las esferas (jurídica, médica, religiosa) y ámbitos (el cuerpo dominado, el cuerpo objeto, el cuerpo y lenguaje verbal y no verbal, el cuerpo y las creencias). Sin embargo, el desarrollo que presento permite observar de qué modo se crea y recrea el cuerpo de las mujeres ubicándolas en un terreno propicio para asumir la calidad de reproductoras de la especie y rechazar, culpabilizándose, cualquier intento que contravenga el mandato subjetivizado de convertirse en madres. 1

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Experimentar el embarazo y el aborto Mara Martínez Morant Dra. Antropología social y cultural Profesora de antropología y Coordinadora del Área de Cultura Bau, Centre Universitari de Disseny, UVIC [email protected]@baued.es

El capítulo que presento forma parte de una investigación que realicé el año 2008, sobre la situación y casuística del aborto en Cataluña. El objetivo de mi trabajo era conocer la huella social y cultural que la práctica del aborto señala en las mujeres y, para ello, desarrollé una investigación cuyo eje fue el cuerpo analizado desde las esferas jurídica, médica y religiosa, estructurado en cuatro ámbitos: El cuerpo dominado; El cuerpo objeto; El cuerpo y el lenguaje verbal y no verbal; El cuerpo y las creencias.

La investigación la organicé con las aportaciones de 112 mujeres, residentes en el territorio de Cataluña, cuyos testimonios recogí mediante entrevistas en profundidad. En 46 casos, llevé a cabo una entrevista previa al aborto, es decir, todas las participantes fueron entrevistadas en profundidad pero con 46 de ellas también mantuve encuentros antes de abortar, con objeto de contrastar y analizar la variabilidad y transformación del antes y después de someterse a la práctica de aborto.

Aunque la procedencia de las informantes era muy variada, pude establecer que las más numerosas eran las latinoamericanas, en segundo lugar las marroquíes y, por último, las rumanas. El perfil de las participantes correspondía al de mujeres entre los 14 y 38 años de edad, básicamente residentes en medio urbano, procedentes de diversos países (66%) y autóctonas (34%).

Del marco teórico de la investigación solo destacaré algunas autoras y autores relevantes para mi trabajo1. En El cuerpo dominado y El cuerpo objeto describo cómo se establece el rol y el escenario de desigualdad para las mujeres, vinculado a su ser y estar en el mundo, absolutamente vehiculizado a través del proceso de socialización. Porque el género o sexo social de una persona

1 Debido a la extensión del capítulo solo realizo un breve recorrido de cada una de las esferas (jurídica, médica, religiosa) y ámbitos (el cuerpo dominado, el cuerpo objeto, el cuerpo y lenguaje verbal y no verbal, el cuerpo y las creencias). Sin embargo, el desarrollo que presento permite observar de qué modo se crea y recrea el cuerpo de las mujeres ubicándolas en un terreno propicio para asumir la calidad de reproductoras de la especie y rechazar, culpabilizándose, cualquier intento que contravenga el mandato subjetivizado de convertirse en madres.

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está construido socialmente y las identidades se pueden feminizar o masculinizar indistintamente (Martin y Voorhies, 1978:11). Butler (1998:11) afirma que los individuos nacen pregenerizados sin otra opción más que lo binario. Detrez (2002:150) señala que a través del proceso de sexuación las actitudes y comportamientos corporales varían según sea mujer u hombre. Añade Detrez que la oposición entre lo femenino y lo masculino se realiza a través de la apariencia personal, estableciendo adjetivos que enmarcan que el ser femenina o lo equivalente en masculino, no es natural ni automático y no depende de los cromosomas, sino que se trabaja, se merece, se gana.

En cuanto al cuerpo (Le Breton, 2002), es una construcción simbólica que parece algo evidente pero nada es más inaprehensible que él, porque no es una realidad en sí mismo sino efecto de una construcción social y cultural. Asimismo, Le Breton (2002:14) destaca que la conceptualización moderna del cuerpo se fundamenta en la biología y en la medicina que fomentan una comprensión de la persona que permite al sujeto declarar mi cuerpo. Representación originada en Occidente con el desarrollo del individualismo, convirtiendo el cuerpo en signo del individuo.

Por otro lado, está el saber médico que es generador de subordinación a través de una acción física y moral que incide con mayor fuerza en la mujer. Nievas (1999:186) explica que cuando la Iglesia deja de abrasarla (época de la Inquisición), la medicina se apropia del cuerpo de la mujer para atraparlo en su sexo y la convierte en la fémina ginecologizada. La ginecologización es la forma en que el saber médico significa a la mujer, aprisionándola en su función reproductora y otorgándole un estatus que trasciende las tecnologías médicas para ubicarla en lo social, definiéndola y reinventándola integral y socialmente como sujeto reproductor tutelado (Nievas, 1999:187).

Foucault (1989) afirma que una limitación difusa, la disciplina, circunda a todos los miembros del cuerpo social. Y desarrolla la microfísica del poder (Foucault, 1989:214) detallando que el modelaje de los cuerpos se difumina en la sociedad a través del adiestramiento que se realiza desde la escuela, el ejército, el hospital y cualquier lugar donde el cumplimiento de las normas y el control es continuo y sistemático. La mano del instructor cede lugar a una norma que es interiorizada y el cuerpo ya recompuesto, enderezado, se convierte en el que va recto. Al enderezar los cuerpos se persigue también el alma (el control de las conductas y la construcción de los cuerpos), de forma

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que de cualquier individuo se pueda hacer un obrero, un soldado, un alumno educado (Detrez, 2002:116).

El cuerpo capitalista es un cuerpo dócil (Foucault, 1989:140), vencido, desarmado moral, material e intelectualmente. El producto final, resultado del proceso de control de la corporalidad, es el cuerpo obediente (Nievas, 1999:57). La obediencia es un elemento básico de la estructura de la vida social, fundamento de toda organización jerárquica. Ocurre cuando el cuerpo ha perdido su capacidad de rebelarse y esa incapacidad se manifiesta en la aceptación, por parte del dominado, de los valores del dominador, como si fueran los propios. Ese tipo de acuerdo se manifiesta en la conciencia de los individuos como lo que está bien, lo que debe ser o lo correcto (Nievas 1999:58).

De lo anterior, puede apreciarse cómo se va elaborando un modo de pensar, y por tanto de ser, en nuestro caso de las mujeres que, con respecto a la decisión de abortar, tiene unas repercusiones muy poco facilitadoras del proceso que transitarán y que se acrecientan cuando se inventa el embrión o el feto mediante el uso de las técnicas de diagnóstico médico por imágenes. La ecografía, que es una de ellas, es un prolífico recipiente de fantasías provocadas por una imagen que solo de forma abstracta significa a través de los instrumentos electrónicos, requiriendo la ayuda de un técnico para aclarar el contenido de lo que se ve. En aquellas mujeres a las que se les practican ecografías y optan por el aborto, la conmoción del imaginario es tan importante que aún estando seguras de su decisión, usualmente expresan entre lágrimas su contrariedad ante lo visionado. Ya no es sólo una sensación corporal lo que indica la posible gestación sino la mediación de la pantalla del ordenador o el pequeño recorte de papel fotográfico de una ecografía.

En El cuerpo y el lenguaje verbal y no verbal, muestro que los límites del lenguaje a veces son muy evidentes. Hablar de esto que me van a hacer (la intervención de aborto) es, para muchas mujeres un problema importante. Examinado el lenguaje cotidiano se identifican ciertas metáforas que estructuran el modo en que las informantes piensan, hablan y actúan. Por ejemplo, una metáfora conceptual en el caso de una gestación no deseada que quiere interrumpirse, cuyo argumento es la lucha en términos de enfermedad “…esta situación que vivo es como un cáncer…”. Respecto al cuerpo de las mujeres, el análisis etnográfico descubre la existencia de diferentes modos en los que estas muestran una visión distorsionada a causa de la estructura

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patriarcal de la sociedad. Por ejemplo, la mayoría de las informantes sienten vergüenza cuando hablan de sexualidad, evitan pronunciar determinados términos, tienen dificultad para ubicar sus órganos reproductivos o desconocen sus genitales.

De acuerdo con Geertz (2003:89) “La religión es un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres…”. En El cuerpo y las creencias tomo la definición de religión de Geertz para mostrar la influencia de las creencias religiosas en el pensamiento y en la decisión de las mujeres. A pesar de los avances científicos que parecen ir reemplazando el control religioso, la medicina todavía no ha podido acabar con el misticismo, de modo que para muchas mujeres existe un Creador artífice y donante de aquello que certifican las pruebas médicas y manifiestan “…Dios ha querido que me quedara embarazada…”. Por ello, muchas mujeres cuando deciden abortar han de enfrentar una dura contradicción: su decisión contra su ideología religiosa.

Analizando los relatos de las informantes detecto que el dolor representa una forma extrema de modificación de la subjetividad a través del cuerpo. El sufrimiento físico constituye una experiencia que permite vivenciar un cambio interno y, asociado al dolor psíquico vinculado con la ideología religiosa, se convierte en una prueba dolorosa que hace vivir a la neófita (y a la repetidora, quizás con una intensidad más profunda puesto que ya se sometió al aborto) una conmoción de su naturaleza corporal, hace memorable esa experiencia de cambio porque se “…aprende lo que no debe hacerse…” declaran. De modo que, experimentar dolor se convierte para bastantes mujeres en algo normal, sobre todo el dolor psíquico, al asociarlo a la redención de culpa por contrariar los preceptos divinos. Este es un tránsito imprescindible para esas informantes dado que, realizándolo, su alma se desprende poco a poco del peso insoportable de su pecado.

Partiendo del marco de la breve introducción desarrollada, lo que describo en las páginas que siguen tiene cuatro objetivos fundamentales: mostrar las etapas que atraviesan las mujeres cuando saben que están embarazadas y no desearían estarlo; ilustrar sobre la decisión de abortar cuando se convierte en continuar la gestación; señalar quién posee la autoridad para confirmar o no un nuevo ser y dar voz2 a las mujeres que deciden abortar o no hacerlo.

2 Relacionado con la voz de las informantes y para evitar modificar su expresión y lo que esta evidencia, he transcrito sus relatos siguiendo tan exactamente como me ha sido posible su pronunciación.

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Experimentar el embarazo: entre la emoción y el desasosiego

La experiencia del embarazo presenta, para casi todas las participantes en esta investigación, un sentimiento de desasosiego frente a algo extraño cuando se refiere a una concepción no deseada y, a la vez, una sensación de totalidad si se trata de un anhelo que ha sido satisfecho. Quizás porque en el embarazo, la carne, que para la mujer embarazada no deja de ser su carne, manifiesta su capacidad de germinar. Así, ejercita y vive su facultad de desplegar algo fuera de sí misma que, a un tiempo, está en sí misma y es ella misma. Parece que todo ocurre como si una voluntad que no fuera la propia de la mujer embarazada, hasta ese momento transparente y fusionada con ella misma, se sirviese de ella para manifestarse en lo que tiene de implacable y ajena. Porque, siendo su voluntad y siendo ella misma, es su propia carne la que genera algo que puede sobrepasarle, que puede continuar su desarrollo más allá de su propia voluntad de mujer que no desea estar embarazada.

El hecho de optar por el aborto no borra necesariamente de la memoria un sentimiento, a menudo evocado en el registro de la satisfacción, que puede acompañar el saber del embarazo y el experimentar las modificaciones corporales que produce. Mientras la vivencia del embarazo llevado a término se transmite sin dudas e incluso se idealiza, el recuerdo del aborto se expresa frecuentemente en forma de incompatibilidad dolorosa. La vinculación con esa experiencia depende en gran parte de las fases del proceso que conducen al aborto. Por ejemplo, desde que se experimentan ciertas manifestaciones corporales internas hasta la confirmación del embarazo a través del test, palito o Predictor (como lo denominan las informantes) adquirido en la farmacia, o por el análisis de orina realizado en un centro de atención primaria de salud, y la decisión que el resultado invoque.

Igualmente ocurre en las fases cuando el aborto es una posibilidad, cuando se decide, cuando la mujer se pone en contacto con una clínica para abortar o cuando el aborto se practica. A lo largo de esa trayectoria pueden presentarse múltiples circunstancias. En definitiva, desde que se sospecha el embarazo hasta que se decide el aborto como única posibilidad, o la única razonable, la satisfacción por el embarazo cruza diferentes etapas. Las mujeres pueden referir que sintieron placer cuando se imaginaron embarazadas, cuando sus senos crecían o cómo tocaron su vientre, cómo hablaron con sus hijos (en embarazos de 4 o 5 semanas) o cómo idearon al ser que podría nacer. Y,

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cuando relatan el aborto, también explican razones por las cuales la decisión de abortar se impuso.

La cuestión expresada en la mayoría de las narraciones es la necesidad de abortar, articulada especialmente en torno a aspectos económicos, a la carencia de red familiar y a la precariedad de situación documental, en el caso de las mujeres inmigrantes. Mientras que la vinculación con la necesidad de abortar que establecen muchas mujeres catalanas y españolas, aunque es también frecuentemente de orden económico, enfatiza en la situación de dependencia o ausencia respecto de sus parejas, en relaciones sexuales esporádicas o en la existencia de hijas e hijos.

La vulnerabilidad emocional que genera el saber del embarazo, también puede tener como efecto agilizar el tiempo que dista entre la decisión de abortar y el propio acto, que es difícil de transitar para la mayoría de las mujeres entrevistadas, sobre todo cuando el aborto se retrasa por motivos ajenos a la voluntad de la embarazada, por ejemplo, relacionados con los servicios sanitarios. Es frecuente que las mujeres expresen su deseo de abortar ante profesionales sanitarios que realizan las pruebas de embarazo y que estos, reiteradamente, las deriven de forma improcedente a otros servicios, no les informen convenientemente, les regañen o les atemoricen, según narran las informantes. En múltiples ocasiones, las mujeres han de realizar un periplo particularmente enrevesado para lograr su objetivo, encontrándose en una circunstancia ficticia puesto que experimentan el progreso de la gestación sabiendo que no ha continuar y, por tanto, que no deben concienciar qué es lo que sienten.

Cuando la decisión de abortar y su práctica se realizan poco tiempo después de saberse embarazadas, las mujeres explican las trayectorias síquicas que desarrollaron con objeto de distanciarse al máximo de la circunstancia que atravesaban. Procesos como racionalizar al máximo su decisión para poder suprimir sus emociones; hacer lo posible para evitar la sensación de ser invadidas; rechazar la experiencia comparándose con animales fértiles; asimilarse a un objeto que es manipulado u observarse como un cuerpo que sigue una evolución imparable no deseada. El tipo de acción y el lenguaje que describen en sus narraciones pone de manifiesto la atención que se dispensan para evitar desviarse de la decisión de interrumpir el embarazo. Porque vincularse al proyecto de abortar exige, en muchas ocasiones, un despliegue de

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motivos y justificaciones con objeto de alcanzar una legitimidad a la que aferrarse, asegurando así el cumplimiento de lo previamente determinado.

La mayoría de las entrevistadas manifiesta haber vivido una situación de ambivalencia, balanceándose entre la voluntad de continuar con la gestación, significando un deseo de hija o hijo entre lo consciente y lo inconsciente y la voluntad de dominio de la circunstancia que concluirá con el aborto. Durante esa fase suele aparecer, muchas veces de forma particularmente acentuada, un sentimiento de culpabilidad por abortar. Por el contrario, aunque no sea usual, también se registran casos en los que las mujeres tratan el aborto desde una perspectiva de liberación, de dominio de sus cuerpos y vidas.

Las informantes opinan que experimentan el embarazo no deseado como una enfermedad, por el malestar y los síntomas que les provoca, como vómitos, mareos, cansancio, laxitud, depresión, dolores abdominales o sangrados ocasionales. Malestares propios del embarazo que posiblemente vivirían de modo diferente si la gestación fuera deseada y se llevara a término. A esas molestias añaden la angustia que les ocasiona la impresión de hallarse sometidas a una voluntad independiente a ellas, que ordena el desarrollo de una materia, de algo, que crece en su propia carne. El aborto entonces se interpreta como una liberación. Ya no es resultado de la decisión de considerar lo lógico y el porvenir sino una descarga, porque el embarazo es experimentado como un trance insoportable.

Otra manifestación que aparece repetidamente en las narrativas se relaciona con la idea de huella transmitida por el varón participante en la relación sexual. Marca que tiene una evocación positiva o negativa y simboliza una mezcla que puede ser desde repugnante, en muchos de los casos registrados, hasta suscitar aversión de sí misma, para la mujer embarazada. Por ello la gestación, sobre todo en su fase inicial, es vivida por numerosas informantes como algo que les es ajeno, como si el pertinaz rastro dejado por el cómplice sexual les imprimiera algo de este, de su propia sustancia, alcanzando a someterlas.

A pesar de los encontrados sentimientos que pueden emerger de esa percepción de huella, numerosas mujeres asocian la satisfacción o la angustia de la gestación a la imagen del varón al que atribuyen ser corresponsable del embarazo. Esta representación puede ser de la persona amada, incluso si su rechazo ha sido determinante en la decisión de abortar, como si la relación de

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pareja ha terminado o si él ha abandonado a la mujer al conocer el embarazo. La representación también puede ser la imagen de una pareja sexual relativamente indiferente, cuando el embarazo resulta de una relación esporádica o de una aventura. Incluso, puede asociar la gestación a un individuo indeseable, con el que la embarazada se ha relacionado soportando situaciones de violencia machista durante un período de tiempo más o menos prolongado.

Los sentimientos de satisfacción o angustia se alternan, especialmente a partir de confirmarse la gestación a través de una prueba diagnóstica. Uno de esos sentimientos prevalecerá sobre el otro, dando lugar a la inscripción del embarazo en un proyecto, sea de continuidad o de aborto. Las alteraciones experimentadas en la gestación también dejan rastro, es decir, el embrión o el feto abortado tarda en desaparecer de la memoria manteniéndose en el registro de la pérdida, de lo que falta, de lo que podría haber sido o de lo que fue durante un tiempo fugaz. Este particular se detecta, sobre todo, en testimonios de mujeres que experimentan más de una interrupción del embarazo, pudiendo mostrarse de forma episódica y cuando un suceso provoca recordar que, de no haber abortado, tendrían una hija o hijo de determinada edad. O, por el contrario, pueden manifestarse de forma insistente y continuada como manifiesta la informante:

“…yo no lo olvidaré nunca…jamás…no me duele el aborto no es eso, no es que piense que hice mal no, no, nada de eso no,…lo que nunca olvidaré es que podría tener un hijo o una hija que tendría unos 6 años y eso es lo que alguna vez recuerdo cuando veo a los hijos de mis amigas pero no siento pena, no me siento triste, ni depre, ni nada de eso, es que pienso lo que te he dicho y eso es todo…cuando pensé en abortar lo hice como ahora, reflexionando sobre mi situación, sobre mí misma, aunque me dijeron que era egoísta por no tenerlo…[se le pregunta quién le dijo que era egoísta]...me lo dijo todo el mundo, mis amigas, mis hermanas, ¡hasta la comadrona que me visitó en el ambulatorio!...después de esperar ¡hora y media para decirme que allí no hacían “eso”!... (...) ...lo que puedo decirte es eso, que no lo olvidaré y seguramente con éste [segundo aborto] me pasará como con el primero, pero que no es que lo piense y me sienta mal no, no, porque mi decisión estaba clara…es el recuerdo ese que te digo...”.

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Otra informante relata cómo superó emocionalmente la situación:

“…después del aborto me sentí rara, como si algo me faltase, y no sabía qué…lloré una o dos veces pero sin saber por qué...era un sentimiento extraño...creo que, unos tres días después del aborto, me senté delante del espejo del lavabo de mi casa y me miré a la cara y me pregunté qué me pasaba…pensarás que es una tontería pero me sentí mejor hablándome…¡como si estuviera pirada!...creo que me di cuenta entonces, que yo quise abortar porque no quería un hijo...se me quitaron todos los problemas, mejor dicho los lloros y todo eso que me agobiaba, porque me di cuenta que había hecho lo que creía mejor…de eso hace pues creo que fue en enero, no, no, en febrero, a principios de febrero, [un mes y medio después del aborto]…ya casi no me acuerdo, eso debe ser bueno ¿no?...”.

Diferenciar entre continuar el embarazo o abortar

La diferenciación entre voluntades divergentes, una inspirando la continuidad del embarazo y la otra guiando hacia el aborto, pueden relacionarse con la resignación. Es decir, con la voluntad de la embarazada basada y expresada como no poder o no querer hacer nada, descubierta en el relato de algunas informantes cuando se refieren a sus hijas e hijos. En varios casos, los testimonios descubren una aparente conformidad que acompaña la gestación hasta alcanzar su término. La aceptación es indiferente respecto a las condiciones en las que se efectuó la relación sexual de la cual resulta el embarazo, como violación, sometimiento, deseo o intercambio. Esa conformidad es también insensible respecto a la circunstancia de la mujer embarazada y en cuanto a considerar quién espera el nacimiento.

En apariencia, todo ocurre como si la mayoría de las mujeres fueran totalmente impregnadas por el hecho de engendrar, sin posibilidad para manifestar su responsabilización u oponer resistencia. De ese modo, muchas de las mujeres entrevistadas renuncian a derechos que les pertenecen, que tienen sobre sus propios cuerpos y vidas, incorporando un mandato ajeno que se les inculca a través de la socialización y de las instituciones del poder. Son preceptos que las conducen a reconocer como propio que, ante un embarazo no deseado, han de continuar la gestación y tener hijas o hijos porque, según sus propias palabras, son vidas, son hijos, no puedo matarlo o se sienten mal sin poder argumentar por qué piensan de ese modo. Y, cuando lo intentan, no alegan

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más que, repetidamente, porque sí. Incluso cuando dicen que no abrazan creencias religiosas o que otras mujeres de su familia y entorno atravesaron la experiencia de abortar. Así, es frecuente que muchas de las entrevistadas tengan una o más hijas o hijos a pesar de que su situación sea extremadamente precaria, sometidas a maltrato o abandono por sus parejas, sin recursos económicos y recibiendo ayuda en forma de alimentos y ropa por parte de organizaciones no gubernamentales, entre otras circunstancias.

Retomando la cuestión de las voluntades divergentes que empujan a desarrollar la gestación o a interrumpirla, puede afirmarse de acuerdo con Boltanski (2004:294), que un elemento fundamental es el amor, a modo de régimen de acción e interacción. En general, las personas cuyos preceptos vitales se basan en la noción de amor, se vinculan con los demás abiertamente, casi olvidándose de sí mismas a favor de los otros. Aparentemente, nada les impide hacer planes para y con el ser amado así como vincularse, en referencia a él, en un proyecto determinado.

Esa circunstancia sentimental se observa en la mayoría de las entrevistas realizadas. Las informantes enlazan la noción de amor con el embrión o con el feto, con la pareja o con la expareja, con los hijos e hijas que ya tienen, con diferentes miembros de su genealogía o con personas a las que solo les unen vínculos de amistad y dejan casi de ocuparse de sí mismas para dedicarse a cualquiera de ellas. Ese amor por los demás, convierte en poco más o menos que inexistente a la mujer embarazada, a quién en general solo parece interesarle la gestación cuando se asocia a su pareja:

“…sí, sabía que estaba embarazada [19, 4 semanas de gestación] pero pensaba tenerlo porque estaba con él y por eso quería tenerla, porque sé que es una niña, pero él me ha abandonado, se fue hace más de un mes y medio y no sé nada de él, he intentado saber qué le pasó porque todo fue muy rápido…yo pensaba ¡eso pensaba yo! que teníamos una buena relación, con sus tiras y aflojas como todo el mundo, y dejé de trabajar cuando estaba de 3 meses, porque tenía pérdidas y amenaza de aborto... (...) ...quiero abortar, pero es que yo sin él no quiero tenerlo…he pensado mucho todo esto y me ha costado mucho decidirme, pero es que sin él sinceramente ¿cómo iba yo a tener un hijo de él si me ha abandonado?...”.

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La noción de amor aparece repetidamente en los relatos de las informantes, un amor que se vuelve hacia un objeto, ese que las mujeres portan en el espacio de su propio cuerpo y que proyectan imaginariamente, como si la gestación ya fuera una realidad tangible. Es posible detectar que en sus explicaciones las mujeres no se separan de la carne que es a la vez su propia carne, esa carne de mi carne, usando la expresión de varias informantes, representación simbólica que instituye un contexto donde el amor como nexo relacional puede ser ilimitado.

Ese amor que dispensan las mujeres no sólo no espera ser correspondido por la parte que lo recibe, al menos no esperan un retorno que significaría reciprocidad, como tampoco se basa en una valoración de los méritos de aquella persona a quién se lo otorgan. Se puede afirmar que ese es el tipo de amor, de donación gratuita, que la mujer prodiga al embrión o al feto, esa representación simbólica desconocida que se sostiene de y en su carne. Amor construido social y culturalmente, convirtiéndolo en amor maternal, instinto maternal, la maternidad como destino de la mujer, ser madre es maravilloso o lo más grande. Expresiones que descubren aspectos del poder patriarcal en el que se socializa históricamente a las mujeres.

Las posibilidades de una mujer embarazada que continúa con la gestación y las de una mujer que desea abortar, no son simétricas ni física, ni social ni psicológicamente. Si el embrión o el feto se confirma, porque se ajusta al propósito de la mujer o de la pareja de tener una hija o hijo, no es preciso excusarse por el deseo de tenerlo, ni siquiera si alguien considerara que no es el momento para ello. Por ejemplo, porque la gestante padece una enfermedad grave; porque se detecta una malformación fetal; porque la pareja está interna en un centro penitenciario o por situación de precariedad extrema. Mientras que si el embrión o el feto está destinado a ser abortado, como no es convertido en objeto de amor, los síntomas físicos y las tensiones psíquicas se convierten en insoportables, sumándose al malestar que provoca el rechazo y la vergüenza social que acompaña al aborto:

“…sí, sí, quería lo más rápido, porque aunque no tengo todo el dinero, como te he dicho en la Asociación3, ya me buscaré la vida y lo

3 Por motivos de anonimato, denomino Asociación a la entidad que, en el territorio de Cataluña, se encarga de proveer de recursos socioeconómicos a las mujeres que desean abortar y no pueden costear la intervención. En la Memoria de la Asociación (2006:2) se especifica que desarrolla el “Programa d’atenció a la maternitat a risc” que comprende tres líneas de actuación: la financiación pública y selectiva de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), la contracepción inmediata y el consejo familiar. En la Asociación atienden a las mujeres procedentes de grupos de riesgo socioeconómico residentes en Cataluña. La atención asistencial consiste en una entrevista única donde se

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conseguiré... (...) ...la cabeza que no me deja en paz, todo el tiempo con lo mismo y venga, y otra vez y no para, me agobia esta idea de que esto [gestación de 5 semanas] crece y yo lo tengo dentro, es que ¡no lo soporto!...”.

Otra informante, se encuentra anímica y físicamente tan exhausta que expresa sus sinsabores diciendo:

“…me siento mal, fatal, y quiero quitarme este peso, no lo aguanto más, todo el día vomitando sin poder comer ni beber ¡ni vivir! nunca me pensé que un embarazo era esto...¡un sin vivir!…la verdad, no creo que me queden ganas de volver a tener un embarazo,...en realidad no creo ni que quiera tener hijos ¡fíjate si estoy al límite!...”.

El aborto abortado

Tras haber tomado la decisión de abortar, de compartir (o no) la circunstancia y el proceso con la pareja, los familiares y las personas afines, de contar con el respaldo emocional y práctico de todos o casi todos ellos y de realizar la ecografía previa a la intervención, es posible que en el último instante algunas mujeres decidan no abortar. Otras mujeres pueden optar por continuar la gestación después de haber recibido ayuda social y económica en la Asociación o tras volver a comentar su situación con una persona de confianza.

En definitiva, en cualquier momento la gestante puede trocar su decisión de abortar por la de continuar con el embarazo. Eso ocurre en 8 de los testimonios recopilados4, donde las informantes declaran que no materializaron el aborto previsto, cuando visitaron la Asociación por primera vez. Exponen diferentes razones que las condujeron a continuar el embarazo vinculadas con las semanas de gestación, con las ecografías, con los discursos de ginecólogos, enfermeras y comadronas, con sus creencias religiosas o con la ilusión de tener descendencia. Y ¿cómo evocan esas mujeres el aborto abortado? ¿Qué recuerdo y qué incidencia tiene, si es que los hay, entre la hija o hijo y la

explora la situación económica y psicosocial, se refuerza la propia decisión de la mujer respecto a la interrupción o continuación del embarazo y se le ofrece la implantación gratuita de un dispositivo intrauterino inmediatamente después de la interrupción del embarazo. La entrevista permite una valoración individualizada de cada caso y así establecer la ayuda económica que asume el Programa procurando que se ajuste a un sistema de copago de la IVE. La derivación a las diferentes clínicas proveedoras se realiza en función de la preferencia de la propia usuaria y de las indicaciones del servicio derivante. Información resumida por mí a partir de lo explicitado en la Memoria. 4 En 8 casos las informantes transforman su decisión de abortar por la de llevar el embarazo a término, representando un 7,15% del total de 112 mujeres que componen la etnografía desarrollada.

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decisión de abortar que inicialmente tomó la embarazada y que posteriormente revocó?:

“...la primera vez no lo hice [no abortó] y tengo una hija muy hermosa de 17 meses me tiene, porque cuando fui a pedirles ayuda [visitó la Asociación] estaba yo muy convencida que iba a abortar porque hacía poco que estábamos aquí y, con mi esposo, decidimos que no podíamos tenerla, que todavía no, que quizás al año o a los dos, pero entonces no podíamos y yo me sentía convencida, pero es que cuando allá en la clínica me hicieron la ecografía y le vi sus manitas...¡y ya!... ya no quise, ya no pude hacerlo y les dije que no, que no quería abortar, que iba a tenerlo a mi bebé....yo no sabía que no lo haría hasta entonces...es que no lo sabía que no lo haría, pero como le vi sus manitas pues ya no, ya no pude...”.

En el caso de otra informante, esta narra cómo decidió seguir adelante con el embarazo añadiendo que, quizá por haber pensado en abortar al que hoy es su hijo, llega a mimarle en exceso:

“...¡no me arrepiento de haber tenido a mi hijo! Al revés, que estoy muy orgullosa de haberle tenido y eso que me dejé llevar, porque me lo he tenido sola, pero sola del todo, porque su padre...su padre no...mejor su no padre, porque ni sus apellidos lleva,...se largó en cuanto supo que estaba embarazada y por eso pensé abortar, y lo pensé, y vuelve, y vuelve...fui a la Asociación y seguí pensándomelo, y venga...hasta que una mañana me levanté y dije ¡esto se acabó, voy a tener a mi hijo!.. (…)…A pesar de todo el infierno que paso ¡soy la madre más feliz del mundo por tenerle!...me acuerdo a veces solo...pero sí, me acuerdo que quería abortarle y me da una pena que casi me pondría a llorar, porque le miro y me digo ¿cómo ibas a hacerle tu eso?....creo que nunca me voy a olvidar que no le quise tener, y a veces pienso que igual es hiperactivo porque se dio cuenta de que quería abortarle, y por eso ahora es como es...es un poco en broma esto que te digo, pero no creas que algo de verdad le encuentro también...en fin que sí...sí, me acuerdo de lo que quise hacerle y a veces, como me siento culpable, pues caigo y lo malcrío porque le doy todo lo que quiere…”.

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La pérdida o destrucción no es lícita cuando nace un nuevo ser que, además de carne legitimada desde su gestación inicial, es confirmado ritualmente en su humanidad a través de gestos y representaciones simbólicas. Boltanski (2004:64) señala que las prácticas simbólicas inscriben al nuevo ser en la sociedad, primero en la esfera del parentesco y, posteriormente, en la ciudad, donde se beneficiará de un trato similar al de otros seres de su parentela, en un universo regido por normas de justicia. La situación de ilegitimidad que plantea la pérdida o destrucción del neonato también puede presentarse antes del nacimiento, en una fase más o menos avanzada de la gestación que concluirá con el parto. Las informantes explican que, aunque habían optado por abortar, decidieron continuar el embarazo, porque atribuían representaciones simbólicas al embrión o al feto, circunstancias que les condujeron a modificar diametralmente sus determinaciones:

“…yo estaba bien gorda y la bébe se movía en mí, dentro del cuerpo mío, y así decidí tenerla...yo notaba que se revolvía, me daba golpes por el vientre…él… mi esposo, decía que no me andara con pretextos y que lo hiciera pero yo no pude, yo es que le hablaba a mi bébe y sé que me oía, porque leí un libro que lo decía…imaginaba que a la bébe mía le dolería lo que le iban a hacer, y yo le conversaba cada día, le decía que no sufriera que nadie le iba a lastimar porque yo le tendría, así que la otra vez que fui a la Asociación no fui a la clínica y tuve a la bébe, y pues hoy día estoy orgullosa de ella ¡tanto es que la quiero a la bébe!...”.

De acuerdo con Boltanski (2004:68), los seres son confirmados en su humanidad a través de una función ritual donde la palabra, verbal y simbólica, les diferencia del resto convirtiéndoles en únicos e irremplazables, mientras que, si son engendrados y carecen de legitimación, no adquieren singularidad y son reemplazables. En ocasiones, pueden presentarse casos que transiten ambos contextos en uno u otro sentido, esto es, que se produzca una confirmación coyuntural o una no adquisición provisional de ésta:

“…la primera vez que me quedé embarazada yo quería tener a mi hijo, lo buscábamos, nos hacía ilusión montar una familia y celebramos mucho el día que nos dijeron que estaba embarazada, pensamos nombres y eso sin saber si sería niña o niño pero estábamos contentos…cuando estaba de poquito, de 6 o 7 semanas, le hablábamos, bueno era como un cuento y éramos 3 los del cuento, y se lo dijimos a todos pero en el séptimo mes empecé a encontrarme mal, y más mal, y cada vez peor...

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(...) ...dentro de mí notaba algo que no puedo explicarte, porque es algo dentro que creo que sólo se sabe lo que es cuando se siente, como si fuera un cáncer o algo así, quiero decir que para saberlo lo has de pasar porque sino ¡no lo sabes!... (...)...el caso es que yo siempre estaba hablando... (...) ... le hablaba con el pensamiento, porque mi hijo siempre estaba ahí conmigo, y le decía que no se me fuera, que le quería yyyyy [llora]... no dejo de llorar cada vez que lo recuerdo y hace 5 años ya, pero no puedo parar, y mi hijo se fue…[llora, silencio]…un día, a los 7 meses, por la madrugada me amanecí yo llena de sangre con unos dolores terribles...de urgencias me llevaron y me durmieron y me lo quitaron…ni siquiera me lo dejaron ver yyy ¡era mi hijo! pero no me lo dejaron ver ¡no sabes cómo me dolió que no me lo dejaran ver!....yyy después años sin quedarme embarazada, yyyy deee, de repente, un encuentro tonto desesperado [relación sexual con otro hombre]...él no sabe nada [su marido] y voy y me quedo embarazada... (...)...lo contrario de la otra vez, y me he dado panzadas de llorar desde que lo sé y a él no se lo he dicho porqueee ¡claro¡ si se lo digo, creo que me pondrá el santo en el cielo y no sé si puedo aguantar más mal rollo pero ¿qué le iba a decir? ¿que me lo monté con otro? ¿mentirle [a su marido] diciéndole que por fin me ha dejado embarazada? ¿y que por un acaso se parezca al otro o que él se llegue a enterar? ¡ni hablar vamos!...”.

Los seres confirmados en su humanidad son considerados únicos (Boltanski, 2004:98), una singularidad que siempre ha de transmitirse y sólo puede hacerse a través de un ser que también la posea. Inicialmente, la aceptación del ser que habrá de nacer será otorgada por la mujer embarazada aunque sea parcialmente, dado que la maternidad está socioculturalmente pautada y depende, también, de una confirmación externa.

Confirmar o no un nuevo ser

En principio, la existencia de la gestación sólo la conoce la mujer embarazada, que es quien decide a quién y cuándo lo comunica o la mantiene en secreto. Son bastantes las informantes que explican que no percibieron que estaban embarazadas, incluso en gestaciones avanzadas, al no presentarse la sintomatología que acostumbra a acompañar las primeras semanas, e inclusive meses, de gravidez o porque continuaron teniendo una hemorragia mensual equivalente a la menstruación. Cuando una mujer decide seguir con el embarazo desarrolla un proceso de acogida, representado por la aceptación o confirmación

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del ser que habrá de nacer, y el despliegue de un universo simbólico que se inicia con la ideación del hijo o niño. Por el contrario, el fruto de la relación sexual vinculado con la carne y sin reconocimiento explícito de la mujer, se convierte en algo reemplazable pero no exento, en la mayoría de los casos, de un acentuado pesar provocado por la carga simbólica de los citados apelativos:

“...mucho tiempo que no pude embarazarme y el médico decía que mi matriz no estaba bien y que no podría tener mis hijos, por eso nunca no usé nada, y mi esposo…pues él se murió de accidente de güagüa [coche de linea] dejándome solita y pues con el tiempo conocí a un varón, y con él fue que me fui a vivir, con él concubinados en su casa, y no me cuidaba yo porque él se cuidaba me decía, y siempre lo hacía fuera y nada no pasaba hasta que me embarazó…nunca antes yo me embaracé, y me emocioné mucho, y se lo dije a él y juntos lloramos pensando en nuestro hijito, que queríamos que fuese un varoncito, y le pensábamos el nombre yyy todo le pensábamos...y yo andaba con mi panza, tenía una panza bien grande, y un día fue que me vine a caer y sentí un dolor muy feo que me dio, y sin parar ese dolor feo, y después mi sangre se me iba y yo no quería que se fuera mi bebé…[llora]...¡mi hijito se fue!…[llora no puede hablar]...y fue que tuve un fracaso [aborto espontáneo] y se me vino solo y mi esposo sufrió mucho también, y se enfermó, y yo le decía que Dios otro nos daría…y pues así fue, que al año después me volvió a embarazar y otro fracaso...se me vino con poco tiempo y en el hospital me hicieron doler mucho, porque me limpiaron bien dentro de mí, y pasé mucho tiempo con dolores que casi ni trabajar...dos fracasos tuve que no puedo olvidar porque es que a mis hijitos no puedo olvidar, usted sabe es que allá en mi país es diferente de aquí…[llora]...haceeee…un año y 5 meses ya que nos vinimos aquí y estamos sin papeles, sin trabajo, que es muy difícil conseguirse para los hombres más difícil es que para mujer, y vivimos en un cuarto de arriendo, y ahí estamos con otros que no son familia porque aquí nosotros no tenemos a nadie, sino que son otros que arriendan ahí también yyyy pues ahí andamos yyy...aquí me vine a embarazar yyyy eees con mucho dolor mucho...[llora]...con mucha pena, es que hago esto [abortar] porque no puedo tenerlo... [llora]...yyy mi esposo está muy triste, mucho, y llora, lloramos juntos porque no podemos tenerlo, no podemos porque aquí es muy caro tener hijos y sin dinero ¿dónde lo íbamos a meter? ¿en el cuarto? ¿para qué lo íbamos a traer? ¿para

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sufrir?...no, no queremos hacerle sufrir...mi esposo me dice que el año próximo sí le traeremos, y yo confío mucho en mi esposo…”.

En la descripción se observa que la embarazada acoge al embrión o al feto en cada uno de sus dos primeros embarazos y lo singulariza, evidenciado, sobre todo, en el hecho de que piensa en el género y en el nombre del futuro ser. Y, cuando se produce el aborto espontáneo, lo experimenta como un incidente difícilmente reparable, un accidente de gran magnitud para ella y para su pareja. Por otro lado, viven como necesidad manifiesta, aunque dura de superar, la interrupción del tercer embarazo. En esa tercera gestación aparece la asimilación del embrión [gestación de 6 semanas] a algo reemplazable, sustituible por otro que podría traerse en un determinado período de tiempo. Quizá, porque el embrión existe en el plano carnal, pero se le despoja de valor por sí mismo para poder tomar la decisión de abortar. La diferenciación que realiza la mujer embarazada, entre seres que solo son resultado carnal de las relaciones sexuales y los seres que singulariza, se ha de realizar simbólicamente, a través de un espacio que posibilite una separación, que ponga en juego la corporalidad (Boltanski, 2004:77). Precisamente, es en esta etapa de diferenciación, cuando interviene el aborto como recurso.

Un ser es reemplazable por otro si no es confirmado por la mujer embarazada, lo cual equivale a expresar que si en esa ocasión no se acepta lo encarnado se dispondrá, en ulterior oportunidad, de una nueva gestación que la mujer podrá confirmar. Boltanski (2004:85) desarrolla una brillante propuesta al comparar la certeza que manifiesta la mujer embarazada en la situación antes descrita, con la seguridad del artista, que confía en su saber hacer y piensa que siempre podrá iniciar o dar continuidad a un nuevo acto creador. De modo que, si la obra se destruye por defecto en su elaboración y pierde la forma impresa por su autor, éste podrá restaurarla componiendo la misma forma o emplear materiales semejantes para crear una nueva. El concepto de ese proceso creativo y artístico es un calco de lo que proponen bastantes mujeres, observable en el fragmento del testimonio descrito.

Detentar la autoridad para confirmar

Refrendado por las declaraciones de las informantes y descrito por Boltanski (2004: 90), se puede establecer que la concepción carnal supone, en principio, que son las mujeres las que detentan el poder sobre ese hecho biológico, mientras que la confirmación explícita que ellas podrán o no otorgar al nuevo

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ser, se inscribe en una relación de autoridad. Ello evidencia que ningún ser humano posee, por sí solo, la potestad necesaria para crear un nuevo ser humano y depositarlo en el mundo. La autoridad la ha de recibir de otro ser humano, o institución, que le ha de otorgar su consentimiento para actuar.

En consecuencia, respecto a la generación de seres humanos, se transfiere a otros la autoridad para confirmar a los seres encarnados, con la intermediación de un ser ficticio (Boltanski, 2004:92) en forma de institución. Así, se puede considerar que la mujer es desposeída de su poder o de la autoridad que hace que su ejercicio sea libre y lícito. De ello resulta que la confirmación concedida por la mujer únicamente renueva, actualizándolo, un acto de ratificación que le ha precedido y, al que por tanto, ella sólo otorga su conformidad. Algunas informantes perciben que se intenta desposeerlas de la autoridad necesaria para autónomamente su poder de decisión:

“...lo que yo digo es que si yo no quiero tenerlo ¿por qué he de tenerlo? porque lo diga ella [ginecóloga] ¿por qué se cree que puede decirme qué hacer? si tener o no un hijo ¿es que lo va a tener ella? no ¿verdad? pues entonces que no me diga lo que tengo que hacer y que no me castigue diciéndome que soy una tal o una cual ¡qué le importa a ella lo que yo haga con mi vida y con mi cuerpo!...es que me puse a mil porque me dijo que lo que quería hacer era matar porque estoy embarazada y es una vida y que habérmelo pensado antes yyyy ¡una mierda! perdona pero es que me da una rabia todo esto es como si yo no fuera la dueña de mi misma de mi cuerpo como si otros mandaran más que yo en mi no sé si me entiendes pero yo lo he sentido así...”.

Otra informante manifiesta su sorpresa y verbaliza su desacuerdo, ante el maltrato y la falta de derechos, cuando se enfrenta a profesionales del ámbito médico, tratando de ejercer lo que ella sabía que era legal en España:

“...mire yo sé que aquí en España el aborto es legal, que no es como en mi país donde a usted la meten en la cárcel y si no, pues usted se la juega lindamente porque no sabe en qué manos se deposita para abortar...pero me tiene atónita el desprecio con el que me trataron en el hospital, cuando me vieron en emergencias, porque me creí morir de dolor acá abajo [señala ambos lados de su vientre]...en cuanto que les comenté que yo no podía tener un hijo, fue como si el mundo se diera un volteo para andarse del revés, y lo que primero me dijeron fue que eso

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acá no se hacía que ¡eso era matar!...figúrese cómo me dejaron ¡atónita!... relaté lo que sabía respecto al aborto en este país y me dijeron que eso sólo lo hacían algunos malos profesionales en sus consultas privadas...y me dieron puerta, diciendo que si quería abortar que ¡allá yo no volviera más!...de veras, me asustaron bien, porque me hicieron dudar que fuera legal acá y que yo estuviese equivocada pero me metí en la Internet y empecé a buscar, y así resultó que vi algunas clínicas de Barcelona y de Madrid, y marqué para varias y en una me facilitaron el número de su Asociación y pues imagínese que les marqué con pánico, pensando qué me iban a decir...no entiendo ¿qué es lo que pasa acá con el aborto si es legal?...”.

En el testimonio que sigue, la informante narra cómo se sintió al ser increpada por una médica que la acusó de asesina al saber que quería abortar, y se lamenta del trato vejatorio que tuvo que soportar en la consulta:

“...yo he estudiado poco... (...) ...pero me he espabilado siempre y he sacado adelante a mi familia y luego a mi hija, que eso sí ha sido duro, porque he estado siempre sola y trabajando...total, que me paso la vida sacándome las castañas, y la semana pasada me encontré con una pija de veintitantos o trentitantos que me dice que estoy embarazada y me felicita...yo le digo que nada de felicitación, que no lo voy a tener, que quiero abortar, que me lo quiten lo antes posible, y le cambia la cara y casi a gritos me dice que soy una asesina y que ni Dios me perdonará y que allí no hacen eso...casi me tiré encima para arañarle ¡como mínimo! Pero, como soy más persona que ella, pues me aguanté, me di la vuelta y todavía debe esperar que le diga adiós... (...) ...a mí lo que más me ha dolido no es el embarazo, no, nada de eso...lo que peor me ha sentado ha sido el trato, como si yo fuera una imbécil que no sabe nada y a la que se le manda que haga esto o aquello...¡con la vida que he llevado yo de organizársela a otros! y me viene esa....me manda y ordena como si yo no supiera qué hacer conmigo...¡si yo no quiero tener un hijo no lo tendré y punto!...¿qué me va a decir nadie a mi, si aborto o no aborto? ¿quién? ¿ella? ¿quién debe creerse que es para tratar así a la gente, para decirme lo que tengo que hacer?...”.

Podría pensarse que los dispositivos originados en la institución eximen a la mujer del trance de desempeñar a título personal su poder de selección.

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Pensamiento que parece descartarse, cuando las informantes exponen quejas respecto a sentirse limitadas en su libertad de acción y decisión. Algunas incluso se refieren a la conciencia de no ser propietarias de sus propios cuerpos, dado que han de ajustarse a las normas que dicta arbitrariamente la institución. Además, se registran comentarios relativos a la condición de las mujeres que precisan de otros para concebir, sea la relación sexual con un hombre o la intermediación del profesional si se trata de procreación artificial. Y, a la inversa, cuando no desean concebir, dado que siempre existe el riesgo de un embarazo no deseado, porque ninguno de los métodos anticonceptivos les garantiza completamente que este no se produzca.

Otro aspecto implícito, en poseer la autoridad para confirmar o no un embarazo, es el que plantea la arbitrariedad legal y médica que discrimina cuándo se puede o no interrumpir el embarazo, estableciendo términos que afectan al tiempo de gestación y reducen a tres supuestos las posibilidades para realizar un aborto según la legislación vigente en España5. Además, en el ámbito médico, es preciso contar con el diagnóstico de uno o dos facultativos que lo justifiquen, dependiendo de la edad gestacional y circunstancia vital de la embarazada.

A modo de conclusión

Con el recorrido a través del cuerpo y de los estados que este transita con la gestación, señalo que todo se inicia con la perspectiva de sexo-género para mostrar que es una construcción sociocultural que categoriza a los individuos en mujeres u hombres desde su nacimiento, e incluso antes, mediante la práctica ecográfica. Todavía hoy, los órganos sexuales definen el sexo y este señala el género. A partir de este tratamiento clasificatorio, los individuos son instruidos en determinados valores e ideologías que dan lugar a interpretaciones recurrentes, por ejemplo, la representación del cuerpo subordinada a una visión del mundo; la categoría universal de mujer; la subordinación femenina como hecho universal o la maternidad como destino. Se controlan los cuerpos creando un prototipo normal que es el individuo estándar que no tiene existencia física pero sí existencia real, porque esta impreso en las acciones que realizan las y los integrantes de una sociedad.

5 Cuando realizo mi investigación se encuentra vigente la Ley Orgánica 9/1985, de 5 de julio, de reforma del artículo 417 bis del Código Penal, que especifica tres supuestos por los que una mujer puede abortar: 1) por malformación fetal hasta 22 semanas de gestación; 2) por violación, con denuncia previa y antes de 12 semanas de gestación; 3) por peligro para la salud física y síquica de la mujer embarazada, sin límite de tiempo. Posteriormente, el 24 de febrero de 2010, se aprueba la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, que modifica las condiciones en las que es posible realizar un aborto en España.

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A través de la mirada que permiten las tecnologías médicas se produce la irrupción dentro de zonas del cuerpo antes inaccesibles y, por tanto, invisibles. Con la ecografía se desarrolla un imaginario de la transparencia que muestra lo que está oculto y se elabora la ficción con la que se ordena la percepción social que guía las creencias de la mayoría de los individuos y conduce a la creación de términos para definir y delimitar el producto de una gestación: preembrión, embrión, feto, bebé, hija, hijo, persona. El acceso del embrión o del feto a la sociedad no habría sido posible sin la intervención de las tecnologías que le han hecho asequible a los sentidos, convirtiéndole de completo desconocido en un ser que puede verse, oír los latidos del corazón, conocer su sexo, sus malformaciones, etc. En el aborto, los conflictos que plantea el embrión o el feto están vinculados a disyuntivas que no se habrían producido si este no hubiera sido representado, no sólo en el contexto de lo visible sino también en el ámbito de lo jurídico. Dado que es a partir de la visualización cuando el debate se agudiza y se habla del estatuto de persona del embrión o del feto, aspecto que incide profundamente en la idea de procreación y, sobre todo, en la de maternidad.

Planteado como problema al enfrentarlo a la maternidad (cuando es un método anticonceptivo más) el aborto sigue un curso de legalizaciones y prohibiciones a lo largo de la historia. Aun estando legalizado, el aborto no es un derecho que puede ejercer la mujer embarazada porque su supuesta libre decisión o voluntariedad depende de la legislación y de los profesionales de la medicina. Por ejemplo, lo que está prohibido en Francia a partir de los tres meses es legal en Holanda o en Inglaterra hasta los cinco meses.

Entre los contenidos más significativos de la socialización se encuentran los relativos a las creencias religiosas. Desde esa perspectiva es usual el pensamiento que organiza dos destinos del cuerpo: el cuerpo bienaventurado, que será recompensado cuando deje su apego terrenal, y el cuerpo de sufrimiento, que guiará hacia el primero mediante un itinerario de sacrificio y redención. Así, el dolor es un signo para redimir culpas ante el dios del que se trate, como aparece en los relatos de las informantes, donde el dolor representa una forma de modificación de la subjetividad a través del cuerpo.

Desde un marco genérico, puede establecerse que en diferentes confesiones religiosas se enfatiza en el rol de un Dios creador y autor de la reproducción de seres que son engendrados carnalmente. Esas convicciones no niegan el papel de la sexualidad en la concepción sino que entienden que las relaciones

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sexuales no siempre engendran y cuando ello ocurre es porque Dios ha consentido esa manifestación. En esas creencias, la sexualidad sólo está plenamente justificada por la procreación y todo ser encarnado se supone confirmado por Dios y tiene igual valor. Consecuentemente, desde las instituciones religiosas y por razones teológicas se condena el aborto.

Si el aborto se enfrenta a creencias religiosas, las informantes realizan un itinerario de cambios a través de un proceso de olvido donde no se borra lo experimentado (el aborto como suceso) porque se convierte en imborrable. Lo que se borra es el recuerdo de las etapas atravesadas de creer, crisis, no creer y volver a creer. Porque una creencia religiosa puede ser abandonada y conservada a la vez, lo cual conduce a entender que la religión personal es mucho más importante que cualquier sistema eclesiástico porque es la que toma vida en el interior de cada persona. De modo que, no se sigue la creencia por motivos que derivan de la contradicción, la culpabilidad y el temor pero una vez finalizado el proceso de aborto, se puede recuperar la convicción religiosa.

Podría asegurar que el aborto es una práctica difícil de afrontar para cualquier mujer. Básicamente, porque ha de transitar un desasosiego peculiar frente a una decisión que la conduce a dudar de sí misma por el hecho de constatar la pérdida, más o menos consciente, del control sobre su cuerpo. Y porque la maternidad continúa siendo el destino de la mayoría de las mujeres occidentales y de los países bajo la influencia de Occidente, a pesar de las transformaciones sociales registradas. He detectado que la maternidad continúa siendo predominantemente percibida por las mujeres como natural, el deseo de ésta como un hecho incuestionable y, central, en la construcción de la feminidad normal. En consecuencia, el aborto no es un acto trivial y, en ello, radica una parte principal de su dificultad.

El aborto es el lugar que casi nadie quiere ver ni nombrar. Por lo que independientemente del proceso individual de cada mujer, aunque están estrechamente relacionadas con este, se encuentran las condiciones del contexto en el que se desarrolla la intervención de aborto. Situaciones que se despliegan desde el momento en que la mujer sospecha el embarazo y acude a un Centro de Atención Primaria de Salud para confirmar o descartar la gestación. A partir de entonces y de las actitudes de ayuda o desaprobación del personal sanitario, del modo en que sea atendida en la clínica y tratada durante la intervención, la mujer tendrá una percepción que reforzará su

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sentimiento de actuar responsablemente o, por el contrario, se sentirá completamente desbordada, avergonzada y culpable.

Valga recordar que aunque en España es un derecho, el aborto no se vive como tal sino como una práctica transgresora porque contraviene tabúes sociales, culturales y religiosos, de modo que no es suficiente con legalizar la práctica para que pierda su dimensión infractora y estigmatizadora. Además, los contenidos incorporados durante la socialización incluyen valores e ideologías que impregnan profunda y particularmente a las mujeres en un ámbito socialmente tan preciado como es la generación de seres humanos.

A través de la breve exposición realizada destaco aspectos desvelados en la investigación con el ánimo de aportar datos con los que informar sobre una cuestión tan controvertida, y relativamente desconocida, como es el aborto. Aunque mi aportación es un grano de arena, he intentado abrir el aborto a la mirada social para señalar circunstancias, transformaciones, convenciones y, sobre todo, para dar voz a las mujeres que abortan.

Bibliografía

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Recursos electrónicos

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