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Entre las dudasde Alba

© Elsa García1ª edición, junio de 2022

Diseño de cubierta: Elsa García

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propiedad intelectual.

Índice

AlbaLeoAlbaLeoAlbaLeoAlbaLeoAlbaLeoAlbaLeoAlbaLeoZoeMarioLeoAlbaLeoAlbaMarioZoeLeoAlbaLeoAlbaZoeMarioAlbaLeoAlba

LeoZoeMarioLeoAlbaLeoAlbaEpílogo. Cuatro años después. LeoAgradecimientosSobre mí

A Bourbon y a Scania.

Os debía una.

«La duda es un dolor demasiado solitario

para saber que la fe es su hermano gemelo».

Khalil Gibran

Alba Odio las navidades. No sé cuándo empecé a cogerles manía. Puede que almarcharme de mi pueblo y pasar llorando sola en mi cuarto la primeraNochevieja que viví en Valencia.

Suelo decir que soy oriunda de aquí, aunque es una verdad a medias. Enrealidad nací en Bocairente y allí crecí, rodeada de amigos que creí queserían para siempre y con unos padres que me adoraban.

Hasta que todo se fue a la mierda.Hasta que quedarme allí me resultó imposible.A los diecinueve me vine a esta ciudad en la que me pasé mucho tiempo

perdida.Metí mi universo en unas cuantas cajas y alquilé una habitación en un

piso bastante céntrico con dos habitaciones. La mía tenía un pequeñobalcón que daba a la calle y al que me gustaba salir a desayunar y fumar ensilencio en cuanto amanecía. La otra la ocupaba un hombre extraño ysilencioso, que me miraba demasiado al coincidir con él en el salón de unamanera que a mí me ponía los pelos de punta y que, gracias a Dios, semarchó de allí a los siete meses de que empezásemos a convivir.

Durante otro año entero desfilaron por el apartamento un chaval quecompartía cepillo de dientes con su perro, una chica que dibujabapentagramas invertidos en el suelo del baño y una erasmus que montabafiestas cinco días a la semana y gracias a la cual acabé conociendo a lamitad de los policías de la ciudad.

Siempre he tenido un extraño imán para la gente rara.Estaba empezando a perder de verdad la esperanza de encontrar a

alguien medio normal. Y entonces llegó Zoe.Tenía mi misma edad, sonreía tanto que te hacía sentir cómoda a su lado

de una manera absurdamente rápida y se autoproclamó mi mejor amigacuando habíamos convivido durante unos diez minutos.

Fue una bendición que me regaló el universo, puede que para compensartoda la basura que me había lanzado antes.

Nos complementamos deprisa. Su parloteo constante llenaba lossilencios que yo a veces extendía de más, mi ironía conectó de formanatural con la suya y la luz que desprendía se me pegó un poquito a mí yllamó lo bastante la atención de Leo como para que, por primera vez en másde año y medio, mi vecino se acercarse a nuestra puerta para ofrecernos suayuda en mitad de la mudanza de mi nueva amiga.

Zoe fue la primera arista del triángulo perfecto que fuimos desdeentonces los tres. Fue quien unió.

Y por eso la odio muchísimo esta noche.Miro el reloj del móvil una vez más.La una y cuarto de la madrugada del, ya, veinticuatro de diciembre.—Joder, Leo, sí, así, así, así. No pares, joder. ¡No pares!No va a parar. No sé por qué María, su chica, insiste tanto en ello. No ha

parado desde hace dos puñeteras horas. Dos. Lo sé porque miré el reloj demi móvil cuando el cabecero de su cama empezó a golpear la pared en laque descansa la mía.

Sí, mi cama. En el piso de Leo. ¿Que por qué está mi cama en esteapartamento y no en ese al que me mudé hace ahora nueve años, el que estáa solo tres pasos de distancia desde que sales al descansillo? Pues porque mimaravillosa y supuesta mejor amiga me ha jodido igual de bien que Leoestá jodiendo ahora a su novia.

La cabrona se va a vivir con Mario.Bueno, no es una cabrona, solo una boba enamorada.Vale, tampoco es boba.Mario es un encanto y me gusta muchísimo que estén juntos. Tardaron

un montón en decidirse. Estuvieron jugando durante tanto tiempo a odiarseque casi consiguieron que se les olvidase que se gustaban más que nada quehubiesen vivido antes.

La semana pasada nos sentaron a Leo y a mí en el sofá de mi antiguoapartamento y nos dieron la noticia: lo hacían oficial. No es que las cosascambiasen demasiado para ninguno de nosotros. Antes de que diesen elsalto yo ya pasaba casi todas las noches en casa de los chicos porque Zoe haempezado a despegar con un negocio propio de camisetas que ha arrancado

desde casa, así que, prácticamente, invadió mi habitación para convertirlaen un taller de costura.

Así fue como la habitación que Mario tenía en casa de Leo se convirtióen «la habitación de Alba». La única diferencia real que habrá debido a lanoticia que nos dieron hace siete días es que, a partir de enero, empezaré apagarle el alquiler al casero de Leo en vez de al nuestro. Por lo demás…Supongo que todo seguirá igual: noches alternas en uno u otro apartamentopara cenar los cuatro juntos, tardes compartidas, risas en cualquier rincón yun grupo de amigos que se han convertido en familia.

De haber vivido esa situación medio año antes, el día que Leo me juróque nunca había estado enamorado de Zoe, que era lo que yo siempre habíacreído, habría dado saltos de alegría, porque eso podría haber llegado asignificar que, a lo mejor, no tenía que obligarme a olvidarme de él, a seguirdisimulando que el estómago se me encoge de nervios e ilusión cada vezque Leo me agarra la mano o deja un beso descuidado en mi sien. Puedeque hubiese tenido el valor de besarlo como cada átomo de mi cuerpo mepide que lo haga cuando se tumba en el sofá conmigo, con la barbilladescansando en mi hombro mientras me dibuja círculos distraídos en lacintura. Quizá le hubiese confesado que estoy loca por él casi desde que loconocí, porque nadie me hace reír tan fuerte ni soñar tan alto.

Pero nada de aquello pasó, porque María ya estaba en su vida entoncesdesde hacía un par de meses, y eso no era normal, porque Leo no sale conchicas, se acuesta con ellas.

Puedo contar con los dedos de una mano las relaciones que le hemosconocido en todo este tiempo, así que no seré yo quien le intente estropearlo que tiene con ella, no si puede ser especial para él, porque Leo es miamigo por encima de todo lo demás. Lo quiero, de todas las maneras en lasque se puede querer a alguien; incluso de esa en la que solo deseas que laotra persona esté bien, aun si es sin ti.

Escucho un gruñido masculino y profundo a través de la pared y miimaginación, cabrona y desobediente, visualiza a Leo encima de María,corriéndose con los ojos cerrados y el ceño fruncido. Solo que no es la carade María la que mi mente dibuja en realidad.

Mierda…Contraigo los muslos para hacer desaparecer el calor inoportuno que se

ha instalado entre ellos y me centro en disfrutar del silencio que lo ha

inundado todo en cuanto se apagan los jadeos que acompañan al buen sexo.Silbo bajito para llamar a Duque, el perro de Leo, que se ha

acostumbrado a dormir en mi cuarto en las últimas semanas. El animal saltaen mitad de la oscuridad a los pies de mi manta y avanza hasta la mitad dela misma, lo justo para que pueda acariciarlo sin problema con solo estirarun poco el brazo. No me cuesta demasiado, es tan grande que ocupa lamitad del colchón.

Sé que su dueño me reñirá mañana si lo ve aquí subido, él prefiere queDuque duerma en el salón, pero me da igual. Su cercanía me consuela deuna manera extraña, como solo el amor incondicional que dan las mascotassuele hacer. Y yo ahora necesito mucho ese amor, porque unas estúpidas einoportunas ganas de llorar se me han atravesado en la garganta y no sé quéhacer con ellas.

Malditas navidades.

Leo —¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe? De verdad que no mecuesta nada, no tengo planes especiales para esta noche.

—Pero ¿no cenabas con tu familia?—Seguro que no les importa si al final no puedo ir.Me quedo mirando a María con el ceño fruncido y la confusión

adueñándose de mi cara.¿Cómo no les va a importar? Si yo le digo a mi madre en el último

minuto que no voy a estar con ella en Nochebuena, me decapita. Es posibleque mi padre solo se dedicase a pelearse con mi hermano y mi hermana porver quién se queda el bogavante que me correspondería a mí en la cena,pero mi madre me corta los huevos y luego los fríe y los sirve a la mesa porsi alguien se ha quedado con hambre.

—No te molestes, mujer. Si, además, en mi casa tampoco montamosnada loco. Nos juntamos la familia más cercana y trasnochamos entrecopas, turrón y partidas de Trivial.

—Zoe comentó la semana pasada que ella ha ido dos veces y Alba tres.Se queda callada después de soltar esto, parada a los pies de mi cama,

con los vaqueros puestos y la camiseta a la altura del estómago, con losbrazos ya metidos por las mangas, a punto de colársela por la cabeza.

Ha vuelto a pasar la noche aquí, es la tercera vez esta semana.Me la quedo mirando en silencio, con una ceja levantada, esperando a

que añada algo más, porque entiendo que no ha terminado la frase. O sea…Sé que Zoe y Alba han ido a mi casa en Navidad. Ya se lo he dicho, pasoestas fechas con mi familia más cercana.

En lugar de seguir con la conversación, María bufa frustrada y se da lavuelta para terminar de vestirse. Yo me encojo de hombros y me encaminoal salón.

De verdad que a veces no la entiendo. O sí. Lo jodido es que creo que síque la entiendo, aunque ella no me diga las cosas claras, y no comparto supunto de vista.

Quiere conocer a mis padres. Ella ya me ha dejado caer cuatro veces queyo podría ir a comer un domingo a casa de los suyos, pero es que ni de coñame meto en esos jardines.

Llevamos liados ocho meses y solo los dos últimos viéndonos enexclusiva. Fue María la que propuso tener una relación abierta al principio ytambién quien se empeñó en cerrarla después; y, de repente, desde haceunas semanas está queriendo correr como si alguien la persiguiese. Me hapedido que le vacíe un cajón de mi armario, se ha traído un cepillo dedientes y ahora quiere empezar con las presentaciones oficiales ante lafamilia.

Me estoy agobiando, y cuando me agobio dejo de ver la parte divertidade las cosas; y yo a este mundo he venido a pasármelo bien, no a penar.

María me gusta. En serio, me gusta mucho, solo que creo que megustaba más antes de que empezásemos a pasar tanto tiempo juntos, y yo nosé mucho de relaciones, pero tampoco soy imbécil, sé de sobra que pensarasí no es una buena señal para hacer planes de futuro con ella.

Sacudo la cabeza para quitarme el hilo de reflexiones negativas que mesobrevuelan. Ya sé cómo termina esto. Me lleva pasando unas semanas:María dice alguna cosa que me tensa, yo me doy cuenta de que es algo quepasa cada vez más a menudo, me cuestiono cuántas cosas de las que salenpor su boca empiezan a no hacerme gracia y entro en un bucle estúpido delque no sé salir.

«Dale una oportunidad, tío, que siempre haces lo mismo. No seascapullo. Es buena tía».

Estoy a punto de convencerme a mí mismo. Y entonces María sueltaalgo más que a mí me chirría.

—Oye… perdona, ¿vale? Ya sé que Zoe y Alba son como tus hermanaspequeñas.

Arrugo la nariz ante el comentario. Por suerte, María me ha abrazadodesde atrás cuando ya tenía el picaporte de mi puerta sujeto para abrirla ysalir, así que no me ha visto hacerlo.

No pienso en Zoe y en Alba como hermanas.Quiero decir, no es que me gusten ni nada por el estilo, aunque sí que

me hubiese acostado con cualquiera de ellas sin pensármelo dos vecesestando soltero. Sin nada romántico de por medio, obviamente, pero sonmujeres divertidas, atractivas e interesantes.

Nunca ha surgido nada porque Zoe es demasiado parecida a mí yacostarme conmigo mismo sí que se me haría un tanto raro. Vale, deacuerdo, y porque a ella sí que la veo un poquito como a esa primatarambana con la que lías alguna mangada cada vez que os juntáis.

Y Alba… Bueno, sé que Alba estaría más por la labor de meterse en lacama con su antigua compañera de piso que conmigo. De hecho, estoyseguro de que eso le encantaría porque para mí resulta obvio que estáenamorada de ella desde hace años, aunque Zoe parece ser ciega a estehecho.

No sé por qué sigue sin contarnos que es lesbiana. Entiendo que no lediga a Zoe que está loca por ella, porque es su mejor amiga, Zoe es hetero yencima ahora está enamorada hasta las trancas de Mario; pero a mí…Reconozco que me sienta un poco mal que crea que no puede confiarmealgo así.

—Dame un beso, anda —insiste mi chica girándome para alcanzar miboca. No me resisto mucho, no me gusta discutir por tonterías y no quieroseguir pensando en mierdas—. Está bien si quieres pasar estos días solo contu familia, lo entiendo.

Joder…Le devuelvo el beso con más ganas y rezo para que no nos encontremos

ahora con Alba mientras desayunamos. Llevo una semana dándole la turracon que venga a Barcelona conmigo. Mario y Zoe se piran de escapadanavideña romántica a Londres, y ella no suele querer irse a su pueblo enestas fechas, por eso ha pasado más de una Nochebuena entre los míos.

Si salimos de la habitación y Alba elige este momento para confirmarmeque se monta conmigo en el coche en un par de horas cuando salga paraallá, María va a matarme.

—Buenos días, pareja.Ni siquiera me inmuto al ver a Mario pasar delante de mí con un café en

la mano. Que Zoe o él anden por aquí es tan normal como que Alba o yoestemos enfrente pasando el rato en el salón.

—Hola, tío. ¿Todavía en casa? Pensé que a estas horas ya andaríaisdando vueltas por el aeropuerto.

Me meto en el baño y levanto la tapa de la taza, de espaldas a mi amigo,que se ha quedado apoyado en el quicio de la puerta para contestarme

mientras me alivio, aunque no le da tiempo a decir una palabra antes de queMaría suelte un pequeño bufido y desaparezca camino del salón.

Pongo los ojos en blanco justo cuando la escucho saludar a Zoe.—Eh… Salimos en media hora, queríamos despedirnos. Oye, ¿va todo

bien?Tiro de la cadena y me lavo las manos y la cara sin necesidad de mirarle

para saber que ha señalado hacia el mismo punto por el que acaba de hacermutis por el foro mi chica.

—Sí, es solo que odia que no me encierre para mear.—¿Todavía no se ha acostumbrado a tu vena exhibicionista? Yo creo

que dejé de insistir en que no entrases a usar el váter mientras yo estaba enla ducha al tercer mes de vivir contigo.

—Ella y yo no vivimos juntos.—Vaaale.Usa un tonito condescendiente para responderme que no me coge por

sorpresa; hasta yo me doy cuenta de que he saltado demasiado rápido pararemarcar que María y yo no estamos en ese punto.

Joder.No quiero ser un imbécil, pero es que parece que este tema me persigue

últimamente. No soy ciego, sé que María quiere dar el paso, más aún desdeque Mario y Zoe se lanzaron a ello, solo que yo no estoy listo. Si hasta mepeleé con Alba cuando me insinuó que a ella no le importaba buscarse otroapartamento en enero después de que nuestros amigos nos sentasen en suestúpido sofá para decirnos que se iban a vivir juntos.

Cómo me cabreé… Y ni siquiera tengo claro por qué. Quiero decir,tampoco sería una locura que Alba hubiese preferido tener un piso para ellasola, pero es que pensar en no tenerla por aquí a todas horas, como siempre,en la habitación de al lado o a tres pasos del recibidor… No sé, me sentófatal. Me dolía el estómago cada vez que se me venían imágenes de ellahaciendo las maletas y de María cambiando nuestras cosas de sitio en elsalón. Y digo nuestras porque, por mucho que esto se oficialice ahora, Alballeva viviendo en mi apartamento cinco meses, los mismos que hace queZoe le llenó su cuarto de máquinas de coser y cacharros que usa para hacersus camisetas.

—Así que todo perfecto, sí. —Mario no abandona la ironía al insistircon la conversación y yo cierro los ojos para tomar aire despacio y dejarlo

salir aún más lento.Tiro de la cadena y le robo el café sin que él se queje siquiera por mi

intromisión. Llegamos a entendernos bien en los meses que pasamos juntosen esta casa.

—Sí que estamos bien, es solo que… Bueno, pues que últimamente meda la sensación de que María quiere mucho más de esto que compartimosde lo que a mí me apetece tener.

—Hostias, Leo, eso es lo contrario de estar bien. Eso es estar a un pasode la mierda.

—No exageres.Hemos bajado la voz y nos hemos refugiado en una esquina algo

apartada. Se me pasa por la cabeza que, si Zoe o Alba nos viesen, nosacusarían de parecer dos adolescentes hablando sobre las chicas que lesgustan.

—¿De qué te ríes ahora? —me pregunta Mario.—Chorradas mías.—Para variar…—¡Oye!—Calla y atiende, que esto es serio.—No, no lo es.—Leo, me estás diciendo que tu novia y tú empezáis a estar en puntos

diferentes de la relación ¿y no te parece algo serio?—Ostras, macho, así pintado…—Que no lo pinto así yo, que es lo que me acabas de contar tú.—No, yo te he dicho que tengo la sensación de que María quiere que

vivamos juntos.—Y tú no.—Eso es.—Ya… ¿Y no quieres ahora o es que no vas a querer nunca?—Pues no sé…—A ver, es que tampoco es una locura que haya pensado en mudarse al

enterarse de que te quedabas sin compañero de piso.—Claro que sí. Solo llevamos un par de meses saliendo en serio.—Ya, pero estáis liados desde hace más.—He estado liado con follamigas dos años y con ninguna pensé en

convivir.

—En eso tienes razón.—Y que no me calientes la cabeza, que me vais a acabar provocando un

incendio entre todos ahí dentro. Solo quiero pasar unos días tranquilos conmi familia y volver para besar y follar a mi chica sin comeduras de tarro,que mira que os empeñáis en complicarlo todo con lo fácil que podría ser lavida.

Mario deja ir una risa queda a modo de contestación. Sé que mi manerasimplista de ver las cosas le hace gracia, como si fuese un niño que todavíatiene mucho que aprender. Yo lo que creo es que a la gente le encantapensar que todo tiene que seguir siempre un patrón, que crecer implicavolverte más serio, más gris y más aburrido.

Yo no pretendo que mis días sean una sucesión de diversión sinresponsabilidades ni compromisos, es solo que no me parece que tengas queatarte a determinados estándares solo por ir sumando velas en tu tarta decumpleaños. Las cosas llegan cuando llegan, no cuando los demás decidenque tienes edad para que lo hagan.

Me encamino al cuarto de estar vaciando el desayuno de Mario en dostragos más. El café se ha quedado frío y me deja regusto a poco, así que medesvío hacia la cocina un segundo para servirme otro bien caliente antes deentrar al salón, donde María ojea su móvil y Zoe mira la tele distraídamientras acaricia la cabeza de Duque, que se ha tumbado a su lado en elsofá.

—Pensé que no llegabas a por tu ración de mimos —me suelta mi amigaantes de ponerse de pie y lanzarse contra mí.

Me rodea la cintura con las piernas y enrosca sus brazos alrededor de micuello antes de empezar a besarme por toda la cara a una velocidadmareante. Cierro los ojos y arrugo la nariz y la boca en un gesto másdivertido que desconcertado. Duque se vuelve un poco loco con el jaleo ytarda solo dos segundos en saltar del cojín para ladrar y brincar a nuestroalrededor.

Después de recorrerme toda la cara a picotazos pequeños y dulces, Zoepara un momento para soltar una sola frase antes de repetir la ronda.

—Y ahora, los de Alba.Mi cerebro medio dormido tarda un rato en registrar lo que acaba de

decir y lo que significan sus palabras.—¿Los de Alba? ¿Por qué?

Giro en derredor con Zoe todavía colgando de mi pecho, dándomecuenta por primera vez de que los ojos grises de mi mejor amiga no nosmiran divertidos desde ningún rincón del piso.

—Se ha pirado hace un rato. No quería despertaros, así que nos hapedido que nos despidamos por ella y te digamos que mañana te llama paradesearte feliz Navidad y todas esas cosas.

—¿Cómo que se ha pirado? ¿A dónde? Si yo creí que iba a acabarviniéndose conmigo.

Capto por el rabillo del ojo los rayos láser que me lanza María, pero losignoro con mucho arte y un poquito de morro. Mierda… Esto me va acostar otra discusión antes de marcharme, como si lo viese.

—Ha llamado su madre a primera hora. Su abuela lleva mala unos días.Nada grave, un constipado mal curado, pero creo que le ha metido presióncon eso de que su yaya ya está mayor y blablablá. Solo ha tardado diezminutos en convencerla para que cogiese dos mudas y tirase para el pueblo.

—Ah, pues… genial.Una decepción un tanto estúpida se asienta en mi garganta. La bajo con

un nuevo trago de café y la escondo de miradas ajenas detrás de mi taza,cubriéndome la cara. Aunque juraría que María llega a vislumbrarla antesde que lo consiga por completo.

Alba Hace casi tres años que no piso Bocairente. Cuando era pequeña adorabavivir aquí. Tiene ese aire de pueblo real, de esos en los que los vecinos seconocen de vista y se saluda a cualquiera que se cruce contigo por elcamino aunque no estés seguro de a qué familia pertenece.

Aparco antes del mediodía frente al pequeño edificio de tres plantas quealberga la casa de mis padres. La fachada tiene algunos desconchones y porlas ventanas sale un olor a azúcar horneado y hogar que reconozco deinmediato.

Saco la mochila del maletero y subo el primer tramo de escalones. Solohay una casa por escalera. En la del tercero vive Don Anselmo, un hombremayor que solía darme rosquillas de anís siempre que coincidía conmigo enel mercado que se instalaba en la plaza los sábados. La del segundo es en laque me esperan mis padres ya con los brazos abiertos y, estoy segura,galletas de chocolate recién hechas; mi madre las sigue preparando cada vezque voy, a pesar de que en los últimos nueve años solo me he dejado caerpor aquí en cinco ocasiones. Y la del primero es la de mi abuela.

Llamo a su timbre con la sonrisa de la Alba de seis años pegada a lacara. Así es siempre con ella, como si fuese de nuevo una niña pequeñacorriendo al abrazo más tierno y más de verdad que le han dado en la vida.

Escucho unos pasos lentos y arrastrados llegando por el pasillo y, alcabo de un minuto, un pelo gris y cardado aparece a la altura de mis ojos.Está más encogida que otras veces.

—¡Abu!Me lanzo a sus brazos con menos cuidado del que debería, no puedo

evitarlo. Hace demasiado que no la visito y la culpabilidad al verla tanmenguada me reconcome por dentro de esa forma devastadora que sueleprovocar el darnos cuenta de que las personas que queremos no estaránsiempre con nosotros y que, aun así, hacemos pocos esfuerzos porcompartir con ellas más ratos de nuestra vida.

—¡Hola, cariño! —Me aparta de su vera un momento después,demasiado corto para mi gusto, para poder examinarme bien—. Ay, Dios,qué alta estás, y qué delgada. Seguro que no comes nada allí tú sola, solocafé y cosas de esas que vienen ya hechas. Venga, pasa, que te preparo algode comer.

—Abuela, que no son ni las doce de la mañana.—Pues una hora estupenda para un vermut y un poco de jamón.Estupenda, estupenda…—Abu, soy vegetariana, ya lo sabes. No como jamón.—Pues te saco aceitunas.—¡Sin anchoas! —le recuerdo a voces cuando ella ya se ha dado la

vuelta y ha recorrido medio pasillo camino a la cocina.Me quedo sola unos minutos que se alargan con cada visita. Mi abuela

está a punto de cumplir ochenta y cinco años, cualquier quehacer le resultaya una tarea lenta. Iría a echarle una mano, pero sé que me mandaría devuelta al salón. Es orgullosa, no le gusta pedir ayuda ni sentir que lanecesita.

Aprovecho para mirar en derredor, sonriendo con las fotos antiguas queconozco de sobra, empapándome de recuerdos bonitos que consiguen queme acuerde de por qué merece la pena seguir viniendo, incluso si es tanpoquito como ya lo hago. Aquí lloré mucho, aunque solo al final. Antes…antes aprendí lo que era ser una niña feliz.

Supongo que todo se empezó a torcer más adelante, al emperrarme endejar de ser una cría. Sé que crecí con la rapidez con la que lo hacen losadolescentes en las zonas rurales, con prisas por experimentar las cosas ypensando que era mayor de lo que en realidad fui nunca allí. Con quinceaños pensaba que podía comerme el mundo; con diecinueve me di cuentade que el mundo se me comía a mí.

O a lo mejor no, a lo mejor eso no pasó hasta que Iván me traicionó.Quizá el destino empezó a escribirse aquel viernes en el que me besó porprimera vez y yo me marché a la cama pensando que me iba a casar con esechico de mirada dulce y sonrisa grande.

Mi abuela interrumpe la línea de pensamientos que, inexorablemente,me atosiga en cada ocasión que piso las calles empedradas de Bocairente.Han pasado muchos años y, aun así, sigo sin lograr no pensar en Iván cadavez que vuelvo.

—¿Cómo te encuentras, abu?—¿Yo? De maravilla —me responde ella mientras deja la bandeja que

ha traído encima de la mesa.—Me dijo mamá que has estado mala.Mi yaya suelta una risotada que me pilla desprevenida.—Me parece a mí que tu madre es una mentirosa que tenía muchas

ganas de verte.Las palabras se van colando en mi consciencia a la vez que la culpa me

aprieta el pecho. Podría enfadarme por la trola que me ha colado mi madre,pero el que tenga que recurrir a algo así para que yo me deje caer por sucasa logra que se me quiten las ganas de reprocharle nada.

—Mejor cuéntame tú, cariño, ¿qué tal van las cosas por la tienda?Se me dibuja una media luna pequeña en los labios al darme cuenta de

la naturalidad con la que mi abuela me habla ahora de mi manera deganarme la vida y el contraste con la cara que puso la pobre al contarle quehabía empezado a trabajar en un negocio que se dedicaba a vender artículossexuales. Jamás creí que una persona pudiese ponerse tan roja como ella lohizo aquella mañana. Cada vez que de mi boca salía la palabra vibrador, ellase daba aire con la mano.

Dios, cómo me reí cuando me preguntó qué eran las bolas chinas. Ytambién cuánta pena me dio pensar en lo que las mujeres de su edad sehabían perdido por no saber que ellas también tenían derecho al placer, queel sexo no era solo otra obligación que tachar de su lista de tareas deesposas ejemplares.

Creo que entrar a trabajar en la porno tienda, como la llama Leo, fue lamejor terapia que pude haber encontrado un año después de salir corriendode mi pueblo.

—Muy bien. Nos han llegado unos vibradores huevo a control remotoque son monísimos, superazulones y tan pequeñitos como los bala.

—¿Cómo que a control remoto?—Sí, abu, para que puedas encenderlos en cualquier momento o lugar.—¿Y para qué ibas a querer hacer eso?—Pues por si te da por jugar con tu pareja en mitad de una sesión de

cine, por ejemplo.—¡Pero qué cosas dices, niña!—Hay a quien le gusta ese rollo, abu.

—Los asuntos de cama se guardan para casa, Alba Asunción.—No me llames Alba Asunción, abu, que siempre que lo haces me

imagino vestida de comunión.—Ya verás cuando le cuente a Puri lo de los huevos esos… —me ignora

ella con una sonrisa maliciosa en la cara. Le encanta hacerse la entendida yla moderna delante de su vecina, una de las pocas que le siguieron hablandodespués de que mi nombre fuese lo único que llenó los cotilleos que secompartían en las sobremesas de decenas y decenas de casas del pueblo casiuna década atrás.

Nos pasamos otra hora bajando a sorbitos el vermut que nos ha servido,comentando sus partidas de cartas de los jueves con un nuevo grupo con elque entabló amistad hace ya un tiempo, poniéndome al día de chismes sobregente que yo ni conozco, riéndonos de las tonterías que le cuento sobreZoe… Sintiéndonos cerca.

Puede que hubiésemos cumplido otra hora más aquí sentadas de no serporque mi madre nos interrumpe con los brazos en jarras y la boca torcida.Ha debido de entrar con sus propias llaves, porque ninguna hemos oído quellamase al timbre.

—Te parecerá bonito llevar aquí desde mediodía y no tener la decenciade subir a darme un beso siquiera antes de liarte a cotorrear con la yaya.

Sé que no está enfadada de verdad. Me bastan unos pucheros y unosabrazos algo más largos de lo habitual para que ceda y se siente connosotras, exigiendo noticias nuevas sobre cómo va la relación de mi mejoramiga con Mario, sonsacando detalles acerca de Leo y sus líos de faldas ochasqueando los dedos a la par que me recuerda que quiere nietos antes deque el Señor se la lleve con Él. Sabe de sobra que la maternidad no mellama en absoluto, pero ella no deja de intentarlo.

Subimos las tres juntas al piso del segundo cuando la hora de comer senos echa encima. Mi padre apaga la tele según cruzo el umbral paraestrecharme contra él durante tanto rato que una lágrima tonta yemocionada se asoma a mis ojos. La controlo antes de que crezca y la bajohasta mi pecho, que se expande a lo largo de las siguientes horas con cadabroma que sabe a hogar, con cada beso distraído en la coronilla, con cadaanécdota repetida por trigésima vez entre las paredes de esta casa que tantohe echado de menos.

Llamo a menudo, no es que lleve incomunicada los más de dos años ymedio que hace que no piso por aquí, solo que no es lo mismo. Un auricularno me deja ver las arrugas en la mirada de mi madre cuando se ríe acarcajadas al sentir los labios de mi padre en su cuello, ni tampoco mepermite sentir la calidez de la mano de mi abuela cada vez que agarra la míapara llamar mi atención y contarme cómo le ganó tres veces seguidas alcinquillo a Lupe la semana pasada. Un teléfono no abraza.

Me paso todo el domingo de Navidad empapándome de ellos, y todo ellunes que tengo libre disfrutándolos hasta hartarme. Bebo de las cariciascomedidas que se regalan mis padres a cada rato, esas que se hacen casi sinquerer, acostumbrados ya a darlas y a recibirlas. Esquivo unas cuantas balasmás sobre novios que no existen y me permito anhelar a ratitos lo que ellostienen, lo que yo creí que tendría algún día.

Son setenta y dos horas de amor concentrado que me hacen darmecuenta de lo mucho que los necesito y lo poco que los tengo. Sé que es miculpa, que están a solo hora y media de coche, pero es que… no puedo.Venir me sigue rompiendo un poco por dentro, me sigue dejando en unestado de ánimo raro y sensible en cuanto emprendo el camino de vuelta ami piso.

Cuando meto mis cosas de nuevo en la maleta el martes de madrugada,con el tiempo justo para llegar a Valencia y abrir la tienda los cuatro díasque me quedan por trabajar antes de poder cogerme vacaciones hastaReyes, me prometo que vendré más a menudo en el año que estamos apunto de empezar. Sin embargo, sé que no lo cumpliré, igual que siempre,porque la casa de mis padres es un refugio, pero fuera de él siento que sigoestando en guerra con este pueblo. Con todo lo que tuve que vivir. Con cadavecino que me cruzo yendo a comprar. Con las miradas de reojo y loscuchicheos aún persistentes. Con el único hombre que me rompió elcorazón.

Enfilo la carretera con una sensación de tristeza que me pesa en elestómago, igual que en cada ocasión que me alejo de mis padres y de miabuela.

El sentimiento de soledad crece con cada kilómetro que recorro.En Valencia tengo muchos grupos de amigos. O de colegas, al menos.

Reconozco que me cuesta congeniar, confiar; que soy un poco especial con

el tema de mi intimidad y espacio personal, pero, si quisiese, podría salir atomar cañas seis días a la semana y no repetiría nunca compañía.

Y, además, tengo a Zoe y tengo a Leo.Aunque no puedo engañarme. No los tengo del todo.Ahora Zoe tiene a Mario.Y Leo tiene a María.Y yo odio las malditas navidades porque me dejan muy vacía, aun si en

realidad no lo estoy. Sé que es una absurdez, que se me pasará en unassemanas, en cuanto el frío remita y la nostalgia se difumine.

«Estás sola».No. Eso no es verdad.Sé que no.Me paso el día entero convenciéndome de ello mientras atiendo a

clientes. Y entonces llego a casa, después de mirar el reloj durante ochohoras, esperando que alguno de mis amigos entre por la puerta para darmeuna sorpresa que no llega, y me encuentro con dos parejas que se besanalrededor de la mesita baja de mi cuarto de estar.

Y es aquí cuando me doy cuenta: no estoy sola, pero sí me siento sola.No es lo mismo.Lo segundo duele más.—¡Chiqui! —Zoe es la primera en lanzarse a mis brazos, seguida muy

de cerca por Duque, que da vueltas a mi alrededor ladrando como un loco—. ¡Qué bien que ya estés aquí! Estamos hablando de qué vamos a hacer enNochevieja. María dice que unos amigos suyos organizan una fiesta genial.

—Hola, preciosa. —Leo es el siguiente en alcanzarme. Me apretujacontra su pecho y me levanta del suelo durante unos segundos que a mí seme hacen muy cortos—. ¿Cómo ha ido por casa?

Abrazo fuerte a Mario y doy dos besos a María antes de responderle.—Genial.Sé que no sueno entusiasmada, pero es que la tristeza se ha intensificado

al cruzar la puerta. No esperaba una fiesta de bienvenida ni nada de eso.Leo también se ha ido de Valencia. Zoe y Mario no han estado ni en el país.No es que yo me haya marchado seis meses al exilio y nadie dé muestras dehaberme extrañado al regresar. Solo he pasado tres días de las fiestas con mifamilia.

Pero mi cabeza no deja de fijarse en el brazo de Mario rodeando lacintura de Zoe, en los dedos de María entrelazados con los de Leo, en lacercanía de ellos… y es como si me sintiese demasiado lejos.

«Sola».Le doy un empujón mental a la palabra, tratando de apartarla de mi

cabeza.«Alba, estás siendo idiota. Ya vale».—Entonces, ¿te hace lo de la fiesta de los colegas de María? —insiste

Zoe, que lleva dos semanas obsesionada con encontrar un buen plan paradisfrutar de la última noche del año.

—¿Qué? Eh… Sí, claro.Dejo mi abrigo en los ganchos que tenemos en la entrada y todos

volvemos a sentarnos para continuar picando algunos nachos y contarnoscómo hemos pasado estos días que hemos estado separados. Cata, la gataque Zoe y yo compartimos y que se ha quedado en nuestro antiguo piso trasel intercambio de apartamentos, avanza hasta mí con pasos perezosos hastaalcanzar mi regazo, en el que se tumba para recibir unos cuantos mimos.Imagino que Zoe la ha traído con ellos para que no se quedase sola despuésde su escapada londinense.

Leo no para de preguntarme por mi abuela y Mario empieza a contaralguna anécdota sobre sus veranos en su propio pueblo. Yo escucho másque hablo.

Sé que no estoy muy racional, que la nostalgia por mi hogar, los celosabsurdos que me niego a reconocer al mirar a Leo y a María, el sentimientode abandono ilógico que se ha agarrado a mis tripas y la ligera pizca deenvidia que siento cuando veo a Mario mirar con adoración a Zoe son losresponsables del germen de esta idea de mierda que se me está formando enla cabeza, y aun así… Aun así tengo ganas de dejarla crecer.

Llevo nueve años sin pareja porque no he querido volver a tener una,seis sin acostarme con nadie por voluntad propia, y solo siete mesesechando de menos a Leo a pesar de verlo a diario.

Y con todo, hoy decido tomar una determinación que no estoy segura deque vaya a solucionar nada, pero me da igual. Lo único que quiero es queesta soledad incómoda y desconocida se marche.

Aprovecho que Zoe se levanta para dejar el bol con restos de queso secoen el fregadero y la acompaño con la excusa de conseguir mi propia cerveza

y dejar así de darle sorbos a la de Leo.—Oye, peque, el italiano ese con el que querías que quedase alguna vez,

el que trabaja con Mario y que le había pedido mi teléfono el mes pasadodespués de que fuésemos a recogerlo al curro…

—¿Andrea?—Sí, ese… Eh… ¿Puedes darme su móvil?Ostras, qué mal rollo da la cara que me pone Zoe. Los ojos le brillan

tanto que, con lo abiertos que los tiene, parecen dos bolas más del abeto quehay al lado del sofá. Además, sonríe como si quisiera que la llamasen parahacer de doble del Joker.

—¿En serio? —Intenta contener la emoción, aunque le sale regular. Séque lleva deseando que me anime a tener citas desde hace… Qué narices,desde que me conoce y compartí con ella lo que me pasó con Iván.

—Sí, no sé. A lo mejor está bien ir con alguien a la fiesta esa de AñoNuevo.

—¡Claro que sí! Apunta.

Leo —Tío, es una idea de mierda.

—¿Por qué?Mario se tapa los ojos con el índice y el pulgar y suelta un suspiro

pequeño que intuyo más que escucho, porque la música del bar en el queestamos celebrando la Nochevieja está demasiado alta.

Solo hace dos horas que hemos entrado en el 2017 y ya me ha puesto lacara de «te quiero, pero eres idiota» tres veces. La primera, al aparecer en lacena que han organizado Zoe y él en su piso con un traje con patrón detigre, lo que me parece absurdo; él lleva una de sus estúpidas camisasestampadas con osos panda con gorritos de fiesta y nadie le ha dicho nada.La segunda, al llamar Lumière a Alba en plan de cachondeo, cosa que esridícula, porque solo me he referido a mi compañera de piso con el nombredel candelabro de La bella y la bestia porque ella misma ha bromeado conque es la sujetavelas de la velada. Y la tercera ha sido ahora mismo, cuandole he comentado que estoy pensando en decirle a María que quizá no estaríamal volver a abrir la relación.

—¿Me lo preguntas en serio?—Sí. No hace tanto que salimos en exclusiva y, desde que dimos ese

paso, las cosas se han puesto raras…—Raras no, serias.—Intensas.—Llámalo como te dé la gana, pero te va a mandar a pastar. Ella quiere

ir hacia adelante, no hacia atrás.—Pues ese es el problema, macho, que ha metido sexta y, si sigue

acelerando, yo acabo tirándome del coche en marcha.—¿De qué habláis?Pego un brinco lo bastante grande como para que parte de la copa que

sostengo se me derrame por la camisa. Mi chica se materializa a mi lado,salida de la nada, y me sonríe con adoración, por lo que deduzco que no haoído nuestra conversación.

—Le comentaba a Mario que tengo un calor de narices —grito a mediocamino de ambos, para que los dos puedan escucharme.

—Zoe y Alba acaban de salir a fumar, podemos ir con ellas un ratofuera.

—Sí, genial.No espero a que Mario acepte. Cojo la mano de mi novia y me

encamino hacia la salida. Sé que no me dejarán sacar el cubata a la calle, asíque lo vacío de tres tragos grandes y busco un poco de valor en el fondo delvaso para ver si al final de la noche consigo mantener una conversación conMaría que, en realidad, me da miedo.

¿Que por qué temo decirle lo que yo necesito? Porque en realidad sé queno es lo que ella desea. Porque no quiero hacerle daño. Y no quiero pararmea pensar demasiado en que lo que me atemoriza es que se sienta herida y noque me deje, porque ese pensamiento me diría muchas cosas que todavía noquiero afrontar.

Ya basta.María me gusta.Fin de las comeduras de tarro por hoy.Nos abrimos paso hasta el rincón de la barra donde hemos dejado los

abrigos y buscamos a través de una marabunta de chaquetones hasta dar conlos nuestros para, a continuación, comenzar con la titánica tarea de llegar acodazos hasta la salida del Delorean.

Alba y Zoe están sentadas en el escalón de un portal cercano, ambas conun pitillo entre las manos. Estoy seguro de que no será el último que fumeZoe esta noche, igual que sé que mañana se levantará jurando que es laúltima vez que prueba el tabaco estando de fiesta.

Parecen absortas en alguna conversación, lo bastante al menos para nodarse cuenta de que nos detenemos a su vera.

—…una putada que al final no pudiese venir, pero bueno, habéisquedado para el finde que viene, ¿no? —está preguntando Zoe.

—Para el miércoles. La noche de Reyes ya tenía planes y el día seis yolo quiero pasar con vosotros, así que…

—¿Con quién te vas de cañas? ¿Me puedo apuntar?Mis dos amigas dan un bote al escuchar mi voz parecido al que he

protagonizado yo hace un momento dentro del bar.

—Joder, Leo, ponte un cascabel —se queja Zoe con la mano en elcorazón en un gesto muy teatral—. Y no, no puedes apuntarte. Es una cita.

—¿Una cita? ¿Una cita romántica? ¿Tú? —inquiero ahora mirando aAlba, que frunce las cejas como si mi comentario le hubiese molestado.

—Sí. ¿Tan raro es?—Eh… sí. No te he visto salir con nadie desde que te conozco. Es decir,

vas a hacer algo que no tengo conocimiento de que hayas hecho en unosseis años. Es exactamente la definición de raro.

Me mira durante cinco segundos más con expresión de odio. Le da unacalada larga a su cigarro mientras mantenemos esta especie de batalla demiradas que no sé a qué viene, pero que me hace mucha gracia, hasta queella pone los ojos en blanco.

—Detesto cuando te pones lógico.—¿Así que al final te lanzaste con Andrea? —irrumpe Mario en la

conversación.—Sí, vamos a ir a cenar por ahí.—¿Andrea? —me extraño yo.—Es alguien de mi curro —me explica de pasada Mario antes de centrar

su atención de nuevo en Alba—. Me alegro mucho. Lleva un mes dándomela lata contigo. Tiene muchas ganas de conocerte.

—¡Oh, qué monada de pareja vais a hacer! —grita Zoe colocándose elpiti en un lado de la boca para dejarse libres ambas manos y poderpellizcarle los mofletes a Alba.

—¡Dejadlo ya!Escucho a mi lado la risilla que se le escapa a María por el mal rato que

los otros dos están intentando hacerle pasar a Alba, solo que no registro porcompleto el resto de cosas que pasan a mi alrededor. Estoy un pocodemasiado alucinado para ello.

Es decir… ¿Alba acaba de salir del armario delante de nosotros y nadiecomenta nada? No, no, no. ¡Qué cojones! ¿Mario y Zoe ya lo sabían?Quiero decir… Le han organizado una cita con una tía del trabajo de Mario,así que, tenían que saberlo.

—¡¿Y yo por qué soy el último en enterarme de estas cosas?! ¿Nopensabas contármelo?

Sueno igual que un crío enrabietado, soy consciente, y me importa entrepoco y nada.

—Ayyy, el niño cotilla que todo quiere saberlo —me chincha Zoe.—Hombre, pues me parece una noticia lo bastante importante como

para ello.—¡Que dejéis de darle bombo! Que ni que os hubiese contado que me

voy a hacer un cambio de sexo. Solo es una cena.Alba suena agobiada. No le gusta ser el centro de atención, lo sé de

sobra. Es probable que le guste todavía menos serlo por algo que tendríaque ser tan poco reseñable como su orientación sexual. No pretendía queme sentase en el sofá de casa y me explicase que le gustan las chicas. Si lehubiesen molado los tíos no habría lanzado al mundo ninguna declaraciónal respecto, así que tampoco tiene que hacerlo por que se dé el casocontrario.

De hecho, ese aspecto de su intimidad me la trae floja. Lo que me llamala atención de verdad es que haya quedado con alguien.

En serio, esto sí que es una novedad gorda en su rutina.Pero supongo que si ella no quiere comentarlo y los demás ya han

cambiado de tema, no seré yo quien siga mareando, por mucho que memuera de curiosidad por saber más de esa tal Andrea.

Zoe y Alba apagan sus colillas en mitad de una historia sobre cómopasaron la primera Nochevieja que vivieron juntas y Mario propone volverdentro porque empieza a tener frío. María me agarra del brazo, murmurandoque los tacones la están matando y yo decido que voy a pedirme un botellínde agua porque los cubatas no me están sentando demasiado bien. Es laúnica explicación lógica que encuentro al dolor de estómago que empiezo asentir mientras Zoe salta alrededor de Alba de camino a la puerta delDelorean, coreando a voz en grito que mi mejor amiga tiene una cita en tresdías.

Alba Yo no sé por qué me he dejado liar. Bueno, sí que lo sé. Porque estoyborracha.

Y porque Zoe tiene un superpoder que odio y envidio a partes iguales:nadie es capaz de decirle que no. Empieza a hablar, te lleva por donde le dala gana, te sonríe abriendo mucho los ojos y, de repente… ¡Zas! Ya hascaído en su telaraña.

—Pongo que los babosos que busquen polvos rápidos pueden darle a laizquierda, ¿eh?

—¿La izquierda es que sí o que no?—Que no.—Entonces vale, pero no lo pongas así, mujer.—¿Y cómo quieres que lo ponga?—Pues no sé. Algo como «si solo quieres una vagina, aquí las hay

estupendas», y después un enlace a las de plástico que tenemos en la tienda.—Eso es peor, Alba.—Puede, aunque así le haría ganar algo de pasta a mis jefes.—¿Se podrán poner enlaces webs en la descripción? —Me doy cuenta

de que Zoe se lo está pensando, lo que me hace darme cuenta de que ella noestá mucho más sobria que yo. Dios mío… Mi perfil de Tinder va a ser undesastre.

—Déjame ver qué fotos estás subiendo —le exijo.—Tranquila. —Le patina la erre al pronunciar la palabra, lo que debería

preocuparme, porque es mi futuro sentimental el que se supone que está enjuego, pero en lugar de eso, a mí me da por reír y alcanzar a Zoe otrochupito de tequila antes de vaciar el que me sirvo para mí—. Solo he subidouna en bikini, en el resto únicamente se te ve esa cara de guapa que tienes.

Se me escurre una sonrisa ebria y me aplasto a mí misma los mofletes.Sí que tengo una cara guapa. Y un pedo encima del quince.

—¡Listo! —anuncia Zoe con una emoción contagiosa un momentodespués.

—Vale. ¿Y ahora?—Ahora, ¡a jugar!Mañana me voy a arrepentir de esto. Lo tengo clarísimo a los cinco

minutos de haber empezado, que es lo que tarda Zoe en aceptar cuatroperfiles y rechazar otros ocho.

—¡Para ya, nena! Que ni siquiera estoy viendo con quién intentas hacermatch.

—Con los guapos.—¿Qué es guapo para ti?—Mario.—No quiero salir con Mario.—Más te vale.—¿A alguno de los que estás eligiendo le gustan los animales?—Yo qué sé, Alba, no me he leído lo que han puesto.—¿¿Por qué??—Si seguro que todo es mentira. ¿A quién le apasiona hacer escalada y

pasar los domingos en mayas encima de una bici? —pregunta con tonorepipi—. Es que… ¿Qué te gusta hacer? ¿Qué te gusta hacer? Pues salir defiesta, ver Netflix y jugar a la Play.

—A Leo le gustan los perros.—Leo sale con María porque es idiota.—¡No lo es! —Sé que lo estoy defendiendo un poquito más de lo que

debería delante de Zoe, y le echaré la culpa al alcohol de ello.—Sí lo es. Y tú también. Calla y vamos a seguir fichando a mentirosos

salidillos.—Me lo estás vendiendo de lujo…—Vale, venga, elige tú a alguno.—Oh, vaya, gracias por permitirme seleccionar a mis posibles citas —

replico en lo que espero sea una aguda respuesta llena de sarcasmo, aunquees posible que me haya quedado más como una frase murmurada conlengua de trapo.

No le ha dado tiempo a devolverme de verdad mi teléfono cuando oímosel ruido de unas llaves girando en la cerradura de su casa.

La primera cabeza que vemos aparecer es la de Mario, seguida muy decerca por la de Leo. A veces tengo la sensación de que somos yogures deesos que no te dejan separar en el supermercado para llevarte solo una

unidad. Donde esté uno de nosotros es más que probable que haya, almenos, otro más de la pandilla.

Espero ver la melena rubia de María a continuación, pero no llega.Entonces me acuerdo de que ayer comentó algo sobre que pasaría estanoche en casa de su hermana para abrir los regalos de Reyes con sussobrinos mañana por la mañana. Supongo que Leo habrá pasado la tardecon ella después de salir de currar.

—¡Mi chico! —grita Zoe con cara de tonta enamorada al ver a Mario,justo antes de ponerse de pie en el sofá y lanzarse sobre él en un salto queno controla por completo y que obliga a su novio a correr para evitar que secaiga al suelo de cara.

—Eh, eh, eh, con calma.—¿Dónde estabas? Te he echado de menos.Los besos que Zoe va dejando por el cuello de Mario son un indicativo

inconfundible de que mi mejor amiga ha entrado en la fase ebria en la queestás más cachonda que bebida.

—Acompañando a Leo a sacar a Duque. Oye… Preciosa…, que noestamos solos. —Mario separa a Zoe con dificultad del lóbulo de su oreja yestoy segura de que, por la expresión de tortura que pone al cerrar los ojos,ya ha empezado a plantearse cómo de maleducado sería dejarnos tirados aLeo y a mí con el plan que trajesen ambos en mente.

—Veníamos a proponeros salir a tomar unas cervezas y algo de picar,pero vemos que os habéis adelantado con los tragos —comenta divertidoLeo. Le gusta cuando nos emborrachamos, dice que somos como niñaspequeñas.

—Estábamos jugando.—¿A qué?A Zoe no le da tiempo a contestar a su novio. Mi móvil zumba en su

mano y ella lo deja caer sobresaltada. Mario está rápido de reflejos y loalcanza en el aire. Por la cara que pone al mirar la pantalla estoy segura deque hubiese preferido no hacerlo.

—¿Qué es esto, Zoe? ¿Te has creado un perfil de Tinder?Juro que puedo escuchar dolor en su voz. Me da hasta penita.—¡No! Claro que no, se lo he creado a Alba.El gesto de él se relaja tan deprisa que me resultaría cómico si no fuese

porque ya me parece demasiado adorable.

—Ah, joder —suspira Mario—. ¿Es que las cosas no fueron bien conAndrea?

—Mario, Zoe te dijo que yo no quiero rollos de una noche, ¿no? Quierodecir, no busco alguien con quien irme al altar, pero necesito tenerconfianza con la persona con la que me vaya a la cama.

—Sí, sí, lo sé. Por eso me pareció que Andrea era genial para ti.—¿Te pareció que un tío casado era ideal para eso?—¡¿Andrea está casado?!—¡¿Andrea es un tío?!Los gritos casi se solapan, así que no sé a cuál de mis amigos responder

primero. Empiezo por la pregunta que más me extraña.—Claro que es un tío. ¿Creías que Mario me había intentado liar con

una chica? ¿Por qué iba a hacer algo así?Leo me mira con aspecto de estar debatiéndose entre hablar o callar. Se

pasa las manos por los rizos oscuros una vez, se hunde en un sillón que hayfrente a la tele sin siquiera quitarse el abrigo y alterna la vista entre lospresentes a ráfagas rápidas y nerviosas. Alarga su mutismo el tiemposuficiente como para que Zoe recupere su asiento a mi lado y Mario sedeshaga de su chaqueta antes de recostarse en el brazo del sofá.

—Pues porque eres lesbiana.Silencio.Un segundo. Otro. Y otro.Es todo lo que consigo aguantar antes de soltar una carcajada que hace

que me doble por la mitad.—¿Lo dices en serio? —pregunta Zoe por mí.—Sí.—Ay, la leche, que eres idiota de verdad —suelta ella.—¿Y qué te hace pensar algo así? —consigo soltar entre acceso y

acceso de risas.—Es que me parece obvio.Mario no se aventura a decir nada, solo nos mira a todos sucesivamente.

Yo estoy empezando a conseguir dejar de carcajearme, pero lo siguiente quesuelta Leo hace que empiece a hacerlo de nuevo tan fuerte que necesitoapretar los muslos con ganas porque está a punto de escapárseme un pocode pis.

—Venga, Alba, te gusta Zoe desde hace años. No tienes que hacer esto,no te pongas a salir con chicos al azar solo para disimular porque ella ahoraesté con Mario. En serio, con nosotros no tienes que intentar ser quien noeres. Te queremos, y a Zoe le va a dar igual, no se va a sentir rara a tu ladoni nada de eso.

Me parece distinguir las carcajadas de mi mejor amiga uniéndose a lasmías. Me está empezando a doler la barriga y sé que debería parar, porqueLeo parece preocupado de verdad por el tema, solo que… Madre mía, nopuedo casi ni respirar del estúpido ataque de risa. Ya no bebo más tequila,decidido.

—Ay… Leo, joe… Qué buen rato, de verdad —logro mascullarmientras me voy calmando. Tengo que limpiarme hasta un par de lágrimasque se me han escapado.

—Alba…Algo en su tono de voz me hace mirarlo a los ojos, que me observan con

una preocupación que me enternece de esa manera en que solo Leoconsigue hacerlo.

—Leo, por Dios, ¿en serio crees que me gusta Zoe?—Sí, y por eso creías que me gustaba, porque reflejabas tus

sentimientos en mí.—A ver si ahora a todo el mundo le gusta mi novia —nos interrumpe

Mario.—No sería raro, soy increíble —aprovecha la otra para meter baza—,

aunque en este caso has patinado muchísimo, Leo. Alba es hetero.—¿Alba?Él ignora a Zoe y se centra en mí, no sé esperando qué. Quizá una

declaración pública sobre lo mucho que amo a mi mejor amiga en secreto.Me concentro en ponerme seria y lo consigo solo a medias. No logro

que la sonrisa se me borre de la boca.Lo miro tratando de transmitirle toda la verdad que llevan mis siguientes

palabras.—Me gustan los hombres, Leo.—Pero… Miras a Zoe como si…—¿Como si la quisiese? Será porque la quiero, igual que a una hermana,

eso sí.—Pero…

—A ver, Leo, no cortocircuites, que creo que empiezo a distinguir humosaliéndote de las orejas. ¿Por qué no iba yo a contaros que me van lasmujeres?

—Porque Zoe…—Porque Zoe nada. Hubiese negado estar enamorada de mi mejor

amiga y punto. —En eso no lo voy a contradecir porque no soy tanhipócrita. A fin de cuentas, lo que siento por él siendo heterosexual me loniego casi hasta a mí misma.

—Tú… Tú nunca… —Leo sigue tartamudeando, y me parece ver sucabeza funcionando a doscientos kilómetros por hora en estos momentos—.Nunca les das bola a los tíos que se acercan a ligar contigo.

—No me interesa follar con desconocidos.—Tampoco sales con ellos.—¡Porque un gilipollas la jodió a base de bien hace años, Leo, no

porque le vayan las chicas!Leo nos mira alternativamente a Zoe y a mí, aunque me parece que tiene

la vista desenfocada. No parece estar aquí del todo. De hecho, sigue untanto ido cuando Mario me recuerda por qué mi cita de ayer fue un desastrey por qué me he dejado convencer por Zoe para acabar instalándome Tinderen el móvil.

—Ahora que ya hemos despejado las dudas de Leo sobre la sexualidadde Alba, ¿puedes decirme qué es eso de que Andrea está casado?

Leo Estoy cabreado.

No sé por qué, pero estoy cabreado.Siento que Alba ha estado engañándome todo este tiempo, lo que es una

soberana tontería, porque ella jamás ha hablado conmigo sobre ligues,exparejas, ni personas en las que pensase cuando juega con todas esas cosasque vende en la porno tienda.

Yo saqué mis propias conclusiones que, por lo visto, son erróneas porcompleto.

Y, sin embargo, la sensación de que acaban de estafarme no se va, comosi hubiese estado jugando todo este tiempo con las reglas equivocadas y lapartida fuese a cambiar solo por esto.

«Te estás comiendo la cabeza por nada, macho. ¿Qué más te dará a ti loque le guste a Alba o lo que le deje de gustar?».

Me obligo a desfruncir el ceño y a seguir la explicación que mi nuevacompañera de piso le está ofreciendo a Mario sobre lo rápido que su nochese fue ayer al garete.

—Así que, asumo que no lo sabías, ¿no?—Hostias, Alba, ¿cómo te iba a organizar nada con él si lo hubiese

sabido?—Yo qué sé, igual Zoe no te dejó claro que no buscaba un polvo sin

más.—Tampoco te hubiese liado con alguien con pareja de haber sido así, la

verdad.—Diles lo que pasó, diles lo que pasó —se mete en mitad de la

conversación Zoe, sonriendo más de lo que creo conveniente teniendo encuenta que Alba está contando una historia en la que, presupongo, saleescaldada.

—Pues la cena fue bien. El tío es un poco embaucador, ya sabéis, de losque regalan mucho los oídos, pero bueno… —Por la cara que pone Mariodeduzco que es una opinión que comparten—. Nos habíamos reído y había

sido agradable. Un buen primer contacto. Y entonces va y me propone quevayamos a mi casa. Yo sabía que Leo estaba con María en el piso y noquería interrumpir nada, así que le comenté que no podía ser porque miapartamento no estaba vacío. Yo creo que Andrea ahí se confundió y creyóque le decía que no era posible subir a mi casa porque estaba ocupada y queasí no íbamos a poder follar. No sé, esto ya son interpretaciones mías, peroes que si no, no entiendo que insistiese en que fuésemos a la suya a tomaruna última copa.

—Hombre, no es algo tan raro —interviene Mario.—Sí lo es si tienes fotos de tu mujer en cada habitación.—No me jodas… —se le escapa a mi amigo.—Calla, cari, que el idiota encima intentando convencerla de que era la

modelo que venía en los marcos —se mete Zoe, con la risa yaescapándosele de la boca de forma estruendosa.

No puedo evitar la carcajada, porque sigo enfadado sin saber por qué loestoy, pero es que el tal Andrea me parece tonto de manual si cree quealguien va a tragarse una trola así. Y también en parte porque me hacegracia ver reírse a Zoe. Va mucho más borracha de lo que creía.

—Dime que no es verdad —pide Mario, claramente avergonzado porhaber elegido tan mal un posible ligue para Alba.

—Sí que lo es, sí. Cuando cogí la que había en el salón, en la queaparecían los dos el día de su boda, ya empezó a flaquear. ¿Hasta entonces?El tío erre que erre con que era soltero. No veas lo seguro que sonabamientras me vendía que el vestido que había tirado en la otomana de sudormitorio era suyo.

Zoe sigue riéndose, algo más bajito, y sirve un par de chupitos detequila. Le pasa uno a Alba antes de vaciar el suyo y le hace un gesto con labarbilla a su amiga para que ella la imite y continúe.

—Diles lo que hizo, diles lo que hizo —la apremia de manera similar ahace unos minutos.

—Dios… ¿Qué hizo? —pregunta un Mario ya más mortificado queavergonzado.

—Se lo puso. Lo rasgó por la axila porque le iba pequeño y cuando mereí en su cara me acusó a gritos de ser una retrógrada que juzgaba eltravestismo antes de echarme de allí de malas formas.

Zoe se carcajea a estas alturas con tantas ganas que nos acabacontagiando a todos su ataque de risa.

—Madre mía, Alba, vaya entrada por todo lo alto en el mundo de lascitas. —El cabreo que se había empezado a disipar gracias a lo absurdo dela escena que nos iba narrando mi amiga vuelve con fuerza con la siguientefrase de Zoe.

—Bah, tranquilo, cari, ya le estoy seleccionando unos cuantosmaromazos que le van a hacer olvidar ese desastre de cena en dos días.

—Para ya un poco, nena, que vas a quemar Tinder antes de que hayahablado con nadie —se queja Alba.

—Vas tarde. Ya has entablado conversación con dos tíos con los que hashecho match.

—¿¿Yo?? Si no he tocado el móvil.—Tú…Yo… Tampoco hay que ponerse tiquismiquis.—Zoe, joder, que no te he dejado que me instales la app esta para que

sea tu nuevo Candy Crush, que esto no es un juego.—Trae, déjame que le seleccione yo a alguno.—¡Mario!—¿Qué? A ver si solo puede divertirse mi novia.—¡Que no es un juguete!—Princesa, —Mario ignora por completo a Alba y se gira hacia Zoe con

el teléfono que le acaba de quitar de las manos apuntando hacia ella—, nosé cómo estás discriminando a quién elegir o a quién rechazar, pero ten máscriterio, que de los dos chicos con los que te has puesto a hablar, uno ya leestá pidiendo a Alba que le mande fotos desnuda.

—¡¿Qué?! Zoe, ¿pero no has puesto que no quiero rolletes rápidos?—Como si por ponerlo no fuese a haber quien lo intente, chiqui.—Madre de Dios, ¿puedo escribir a este para preguntarle qué tabla de

ejercicios sigue? Me parece imposible conseguir estos abdominales deforma natural. Toma algo fijo. Leo, ¿tú qué crees? Esteroides, ¿verdad?

Mario alza la pantalla hasta ponerla a la altura de mis ojos y me datiempo a ver de pasada un torso masculino sin ropa ni cara antes de queAlba se lance a recuperar su móvil.

—¡Ya vale! Se acabó Tinder por hoy. Mañana, sin alcohol de por medio,ya jugaré un rato yo sola.

—¡Ajá! Jugarás, porque es un juguete. Reconócelo —exige Zoe.

—Calla y ponles un chupito a estos dos, que vienen muy siesos.—¡Oye! —se queja Mario.—Vale, tú menos —le concede Alba—, pero Leo no ha pronunciado

más de cuatro palabras desde que ha entrado. ¿Qué te ha dado?Eso digo yo. ¿Qué me ha dado? ¿Y por qué el puñetero enfado no

termina de irse?

Alba Estoy nerviosísima.

Ay… No sé si esto ha sido una buena idea. Yo no soy así, es Zoe la delos impulsos estúpidos que pueden acarrearle problemas. A mí me va máslo seguro, lo que puedo manejar, no las citas con desconocidos con los quehe hablado, exactamente, dos veces por una app.

No quise tirarme dos semanas manteniendo conversaciones online queno me diesen pistas reales sobre cómo era el hombre que me hablaba de lomucho que le gustaban las series de abogados o de lo que le apasionabatrabajar como médico de familia, así que me lancé a proponerle quequedásemos, y ahora estoy a punto de sufrir un ataque al corazón mientraslo espero sentada en la barra del bar de debajo de casa.

¿Y si me levanto y me voy? Total, ¿qué podría pasar? Que tuviese quecerrarme Tinder. Pues vaya problema.

Venga, sí, mejor me marcho y me pongo una peli en casita, tranquila,usando a Duque de manta.

Hago amago de ponerme de pie, pero oigo a alguien chistarme a pocosmetros de mi silla.

Levanto la vista hasta Zoe, que niega de forma más que enérgica y mehace una señal con el dedo para indicarme que vuelva a sentarme.

Maldita sea, ¿para qué le dije que viniese? Ah, espera, que no se lo dije,se empeñó ella en ser espectadora de esta tontería.

—¿Alba?Giro el cuello a mi izquierda, lugar desde el que una voz profunda y

muy masculina ha pronunciado mi nombre con tono de pregunta.—Hola, Alberto —mascullo al reconocer al chico con el que he estado

chateando a la vez que echo un último vistazo a la puerta, asumiendo que laoportunidad de huir ya ha pasado.

—Vaya, sí que eres guapa —suelta con una enorme sonrisa en la caramientras toma asiento a mi lado. Dejo que pida una cerveza al camareroantes de responder.

—Ya me habías visto en las fotos de mi perfil —le recuerdo tratando deserenarme y parecer amistosa. Si me lanzo a hacer esto, es mejor relajarmee intentar que, al menos, todo fluya.

Es cierto que no he intercambiado muchas charlas con este hombre, peroZoe está cerca, este es un lugar público y él parecía muy agradable a travésde mensajes. Le voy a dar una oportunidad. Sí, claro que sí, igual que Zoese la dio a Mario. Igual que Leo se la ha dado sin problema a María, porqueno está enamorado en secreto de nadie más de una forma absurda eimposible.

Voy a hacer esto.Yo puedo. Claro que puedo.Iván no me arruinó mi futuro sentimental y Leo no condiciona mi vida

amorosa.—Ya, bueno… No siempre coinciden las imágenes y la realidad, te lo

aseguro.Lo dice con conocimiento de causa, se le nota, lo que me hace pensar

que tiene experiencia de sobra en estos lares, algo que me hace arrugar lanariz un poquito.

—¿Tienes práctica en esto de quedar con mujeres por Tinder?—Huy, sí. Desde que me dejó mi ex he estado buscando a alguien con

quien conectase de verdad y, hoy en día, esto es más fácil que conocer agente en el gimnasio.

—Oh. ¿Y hace mucho que estás soltero?—Siete meses y doce días. Bueno, en realidad serán doce días dentro de

un par de horas.Vaya. Eso ha sido muy… específico.—Ah.—Carol me dejó por un amigo mío, ¿sabes? Pero ya lo he superado. De

hecho, todavía mantenemos muy buena relación y con mi colega las cosasya están arregladas por completo. No lo culpo por haberse enamorado deella, es una tía increíble. Cualquiera caería rendido a sus pies.

—Ya…—Mira, ¿quieres ver una foto suya?—Eh…—Es preciosa, ¿verdad?—Sí, sí…

No aparto la vista de la cartera que me enseña Alberto, donde hay unaimagen impresa y plastificada de una rubia muy elegante, aunque juraríaque acabo de escuchar la risa de Zoe detrás de mí. ¿Se ha cambiado de sitiopara poder escucharnos?

—En fin, y ¿tú qué?—Yo no tengo fotos de mis ex encima.—¡No, mujer! Que tu vida ¿qué?—¿Qué de qué?—Pues que qué tal es.—Buena, es una buena vida.—Joder, hay que sacarte las cosas a cuentagotas, ¿eh?—Es que estoy un poco nerviosa, es mi primera cita de Tinder.—¡No jodas! —Este dato parece hacerle una ilusión rarita—. Así que te

desvirgo. Ya verás cuando se lo cuente a Carol.—¿A Carol? ¿Le vas a contar esto a tu ex?—Sí, ya te he dicho que nos llevamos bien. Me gusta escribirle un par

de veces al día para contarle cómo va todo. O la llamo si está ocupada y nopuede andar contestando wasaps.

Vale, ahora sí que ha sido la risa de Zoe lo que he escuchado a miespalda. Segurísimo.

—Vaya, es… genial que podáis mantener la amistad a pesar de todo.¿Estoy forzando demasiado la sonrisa? Ay, madre, me están tirando las

mejillas. Eso es que estoy sonriendo de más. Siempre abro mucho los ojossi finjo estar contenta. Seguro que tengo cara de loca ahora mismo, aunquepuede que Alberto no lo note, está demasiado ocupado hablándome delcachorro que pretende regalarle a Carol por su treinta y cuatro cumpleaños,el mes que viene.

—Oye, si las cosas van bien entre nosotros, igual podíamos comprárseloa medias. Puedo presentaros antes de su cumple y así no te sientesincómoda cuando vengas conmigo. Seguro que Carol te caerá fenomenal encuanto la conozcas. Le cae bien a todo el mundo. Es fantástica.

—Seguro. Fijo. Estoy convencida. ¡Huy! Mi teléfono, espera.—No he oído que sonase.—Es que está en vibración —replico deprisa, llevándome el aparato a la

oreja y rezando para que nadie me llame de verdad en este momento y seilumine la pantalla—. ¿Diga? ¡Oh, vaya! Sí, sí, claro, ahora mismo voy.

—¿Qué pasa?—Mi madre, que se ha cortado medio dedo con el cuchillo del pan

mientras preparaba un bocadillo de chorizo con mantequilla a mi padre, queno había merendado aún, y necesita que la lleve a urgencias. —¿Estoydando demasiados datos? ¿Las mentiras eran más creíbles si se dabanmuchos detalles o pocos? Ay, no me acuerdo.

—¿No sería mejor que llamase a una ambulancia? —Casi me da hastapena huir así, Alberto parece genuinamente preocupado.

—Quita, quita, que tardan mucho en llegar y ella vive en el portal deaquí al lado. Si la acerco yo es un minuto.

—Bueno, espero que no sea nada.—Unos puntos y listo, seguro.—Si quieres te acompaño.—¡¡No!! —Igual se me ha ido un pelín a chillido la negativa. Tengo a

medio bar mirándonos y a Zoe roja de aguantarse la risa, la muy perra—.No, hombre, no… Tú… tómate la caña tranquilo.

—OK, aunque me da pena que te tengas que ir, con lo bien que iba tudesvirgamiento en Tinder, eh. —Me da un par de codazos en el costado yme guiña un ojo de una forma que me da cierto repelús.

—¡Sí! Me está dando mucha rabia.—Podemos repetir el viernes.—Claro, yo te escribo, eh.—Genial.—¡Y recuerdos a Carol! —le grito saliendo ya por la puerta a toda

leche.—¡Le voy a escribir ahora para dárselos de tu parte!En cuanto piso la calle desbloqueo el móvil, que ya llevaba en la mano

después de colgar mi llamada ficticia, y pulso sobre el icono de la llamitapara abrir la aplicación del infierno. ¿Cómo narices se bloquea a uncontacto en esta cosa?

***

Miro de nuevo hacia la mesa que está al lado de la que me han dado a mípara cenar.

Zoe me levanta los pulgares con la misma emoción que miedo siento yo,mientras Mario y Leo charlan entre ellos ignorándome con bastante másdisimulo.

Esta cita me la ha elegido ella.Le prometí que podría hacerlo si dejaba de pedirme el móvil para jugar a

Tinder, que es como ella llama a desplazar a izquierda o derecha a unosveinte tíos al día por mí.

Ni siquiera he chateado antes con este hombre. Solo sé de él que sellama David, que le saco un par de años, que está tremendo y que parece untanto gótico, aunque a mí el rollito de emo atormentado me pone un pocotonta, así que no tengo problema con ello. Además, en la media hora quellevamos de cena, ha resultado ser bastante más agradable que Alberto.

—Las judías tienen una pinta estupenda —comenta cuando me traen elplato principal.

—Sí, es una de mis comidas favoritas.—Yo no tendría fuerza de voluntad para ser vegetariano, la verdad. Me

gusta demasiado la carne —reconoce partiendo el primer trozo de susolomillo.

—A mí ahora me daría hasta cosa llevarme a la boca algo que sangra dela forma en que lo hace tu filete —le reconozco con un tono distendido,tratando que mi comentario no parezca una crítica.

—Bueno, supongo que es cuestión de gustos.—Sí, por supuesto.—Como casi todo en la vida. —Lo dice con sencillez, sonriendo de

medio lado, lo que hace que a mí también se me curven los labios haciaarriba. Me gusta la gente con la que se puede hablar sin tabúes nipreocupaciones por que no le siente bien que no opinéis parecido.

—Sí, sería aburridísimo que a todos nos gustase lo mismo.—Totalmente. Imagínate que a todos nos apasionase leer solo clásicos.—Me aburre Jean Austen —reconozco sin tapujos, animada por lo bien

que parece fluir la conversación y por esa sonrisa en la cara de David quecrece cada vez que yo juego con mi pelo.

—O que todas las personas del mundo solo pudiesen casarse y formaruna familia porque si no se las tachase de inmaduros o de balas perdidas.

—No creo en el matrimonio —me lanzo de nuevo. La mirada dereconocimiento que me lanza David me dice que, quizá, Zoe no sea tan

mala casamentera como me esperaba.—O que los tíos con los que te acostases solo quisieran hacer el

misionero.—Sería más que decepcionante —reconozco.—¡Exacto! Por ejemplo —sigue él, achicando los ojos y estudiándome

de pronto con más interés—, a mí me encanta practicar sexo oral a lasmujeres que tienen el periodo.

Me cuesta un mundo no poner los ojos en blanco cuando escucho a Zoepartirse el culo de nuevo en una de mis citas, aunque más me cuestamantener mi postura de «no hay que juzgar a la gente que hace cosasdiferentes a las que tú harías».

—Eso es… interesante.Juraría que ahora la risa que se escucha es de hombre. Si ha sido Mario

pienso matarlo. Y si ha sido Leo pienso pegarle primero con un calcetínsucio y luego matarlo.

—No es solo una cuestión de que me excite con la sangre, ¿sabes? —Vaya por Dios. Parece ser que David ha interpretado mi intento por sereducada como una invitación a explayarse en el tema.

—Ah, ¿no?Miro con disimulo a las esquinas del restaurante por si veo alguna

cámara que me esté grabando para un especial de bromas pesadas. Noparece haber ninguna, no. Solo estamos el emo, que ha pasado de pareceratormentado a simplemente rarito, y yo.

—No, también tiene un punto espiritual. Algo en ese líquido me llama aun nivel místico. Verás, ¿tú eres religiosa?

—Atea —contesto pinchando una judía para ocuparme con algo yobviar así el mal rollo que me está dando la obsesión de este chaval por elplasma, a la vez que estudio cómo salir de aquí.

—Mis abuelos eran de Rumanía, muy ortodoxos; en casa trataron deinculcar sus creencias a todos sus descendientes, pero a mí nuncaterminaron de convencerme sus ideas. Creía que tenía que haber algo másallá de esta vida superflua. Algo más grande. Más místico. Por eso ahoraestoy investigando un poco acerca de diferentes religiones, por si meidentificase con alguna de ellas.

Hago un ruido de asentimiento con la garganta que él interpreta como elpie que necesita para continuar con su historia. Yo solo puedo pensar en si

lo de la llamada al móvil que no suena volvería a colar.—La figura de los vampiros siempre me ha atraído muchísimo y, al

descubrir el concepto de la reencarnación pensé que era posible.—¿El qué? —me aventuro a preguntarle cuando pierdo el hilo de la

película que se está montando.—Que en otra vida haya sido Vlad el Empalador.—¿Quién?—El Conde Drácula.El ataque de risa de Zoe alcanza en este momento tal histeria que hasta

le salen entrecortados unos ruiditos ahogados de cerdo.—Mira, no. Ni de coña.No me da tiempo a asimilar las dos frases que escucho nítidas a mi lado

y que son pronunciadas a la par que se produce un chirrido de sillamoviéndose; tampoco a procesar que, de pronto, tengo unas manosrodeándome la cintura para levantarme de mi asiento y cargarme sobre unhombro duro y tenso.

—¡Leo! —grito al darme cuenta de que mi mejor amigo me estásacando del restaurante como si fuese un saco de patatas.

—Que no, hombre, que no. Que si te dejo aquí, mañana veo en elperiódico que aparecen tus iniciales en algún artículo sobre mujeresdesaparecidas en extrañas circunstancias.

Me quejaría con más ímpetu por sus formas, pero lo cierto es que solopuedo dar las gracias al cielo por haber perdido de vista al amago de Cullenfrustrado con el que me ha emparejado Zoe.

Vaya dos citas que llevo… Espero que sea verdad lo de que a la tercerava la vencida.

***

—¿Estás de broma? ¿Cómo te va a gustar más Ross que Chandler?

—La pregunta sería más bien cómo no.Héctor saca la cartera y acerca la tarjeta al datáfono antes de que me dé

tiempo a alcanzar el bolso y hacerme con mi monedero.—No, no. No hace falta, de verdad, podemos dividir la cuenta —

propongo.—O puedes invitar tú la próxima vez que quedemos —arregla él.

Me gusta que lo diga con sencillez, y también un poquito que asuma quepuede haber una segunda cita.

Las cosas están yendo bien hasta ahora. A lo mejor podría…—¿Y qué te parece si mejor pago una copa ahora?Me apetece alargarlo. Joder, por primera vez desde que tuve esta

estúpida idea de empezar a quedar con gente por Tinder, tengo la sensaciónde que no ha sido la peor ocurrencia del mundo.

Le propongo que nos acerquemos al Hawaika porque me encanta suMauna Loa. Son apenas cinco minutos de paseo en los que pretendo seguirindagando en el pésimo gusto que ha demostrado tener Héctor a la hora deelegir a su personaje favorito de Friends, que es lo único que me ha hechoarrugar la nariz en toda la noche.

Ha sido una novedad agradable no haber escuchado la risa sarcástica deZoe en casi dos horas de cena. De verdad que quiero a esa mujer, pero sitengo que aguantar un domingo más de peli, nachos con queso y burlas porsu parte por cómo fue mi cita del sábado, quizá enseñe a Cata que por cadaarañazo que le dé en el muslo será recompensada con salmón fresco.

Paso al lado de mi amiga de camino a la salida del restaurante veganoque he elegido para mi primera cita con Héctor y aprovecho para sacarle lalengua, a lo que ella solo me responde con un par de pulgares hacia arriba,dándome a entender que el chico de hoy le gusta tanto como a mí. Lo deque reserve una mesa al lado de la mía en cada encuentro que tengo le va aacabar saliendo por un pico en comida, menos mal que el negocio de lascamisetas de diseño sigue funcionando bastante mejor de lo que ningunohabíamos esperado.

Esta vez solo la acompaña Mario. Leo tenía una cita con María y queríapasar algo de tiempo a solas con ella.

Procuro que el pinchazo que siento en la boca del estómago al pensar enellos dos sonriéndose y besándose no me trepe hasta el pecho.

—Me ha gustado el sitio. —Héctor señala las luces que ya vamosdejando atrás para aclarar a qué se refiere, haciéndome olvidar por unmomento que todavía tengo que explicarle por qué Ross es el personaje másaburrido de toda la serie.

Me imaginé que el Pan Comido podría ser de su agrado. Es un lugarmoderno y él un tipo un tanto hipster. Estaba casi segura de acertar cuandome decidí a llamar para ver si tenían mesa.

—Es la primera vez que vengo —reconozco—. Me habló de él unaamiga que trabajó conmigo durante un tiempo. Pasó del vegetarianismo alveganismo hace casi un año y está bastante al tanto de los restaurantes deeste estilo que están inundando Ciutat Vella.

—Es muy inteligente por vuestra parte ir acostumbrando a vuestrocuerpo a este tipo de dieta.

—¿Inteligente?—Sí, para cuando llegue el Apocalipsis.No.Por Dios, no.No me jodas.Pruebo a reírme. Seguro que es una coña.Héctor no se ríe conmigo.Mierda.¡Mierda!—A ver… Ya pasamos el 2012 sin incidentes. Me da a mí que los

Mayas se equivocaron un poquito. Supongo que podemos relajarnos porahora con las profecías sobre el fin del mundo y hacernos vegetarianos pormero respeto a la vida animal.

Vaya, esta vez sí que se le escapa una risilla; una bastantecondescendiente, por cierto.

—No seas ridícula, mujer. No hablo de una explosión que acabe con lavida en la Tierra.

—Ah… —Vale, igual es que no lo he entendido bien y sí que está deguasa.

—Todo el mundo sabe que lo que pasará es que al Gobierno de algúnpaís importante se le acabará la suerte en eso de mantener bajo control losvirus de laboratorio que crean cada año para diezmar la superpoblación enel tercer mundo, y de paso para seguir engordando los beneficios de lasfarmacéuticas que mueven la economía global en las sombras y que tienenlas vacunas de ese virus antes de que se sepa siquiera que existe, y la mitadde la sociedad terminará convertida en zombi cuando las toxinas de eseveneno se extiendan por el mundo entero sin solución.

Aprieto los labios, reprimiendo la primera respuesta que pugna por salirde mi boca y pruebo a pensar otra que no arruine por completo la noche degolpe.

—Pues ojalá suceda hoy. Prefiero convertirme en un muerto vivientevistiendo este vestidazo que mis pantalones de andar por casa y mi camisetaroída.

Mi broma cae en saco roto. Parece ser que este es un tema que deberíatomarme en serio, o eso me dice la cara de decepción que me dedica Héctor.

—Vaya, otra que se ríe. Bueno, no pasa nada, nena. Si esto cuaja, yotendré preparada tu mochila básica de supervivencia en mi piso, para quepuedas aguantar al menos setenta y dos horas si encontramos un buenescondite.

—¿Tienes… tienes un macuto preparado por si tienes que huir derepente?

—No. Tengo empacado lo esencial para sobrevivir a lo inevitable.No me doy cuenta de que me he parado en mitad de la calle hasta que

Héctor me coge de la mano para tirar de mí y recorrer los últimos metrosque nos quedan antes de llegar a la coctelería.

—Supongo que el que tú seas vegetariana nos facilitará el tema de laalimentación. Yo ya sé disparar con arco y se me da bastante bien elcamuflaje. En el último curso que hice de supervivencia obtuve un siete conocho, me subió tres décimas con respecto al del año pasado porque ahoraestoy más puesto en la lucha con cuchillos cuerpo a cuerpo y al fin heconseguido aprender a hacer fuego sin usar pedernal.

Héctor localiza solo el bar al que lo estaba llevando justo en estemomento. Supongo que la orientación es otra de sus múltiples cualidades ala hora de afrontar el inevitable desenlace zombi del que habla.

—Voy a… Quiero echarme un cigarro antes de entrar —comentosacando ya el mechero y el tabaco para ganar algo de tiempo y ver siconsigo reconducir esta conversación o ya es inevitable que la cita acabe enfiasco de nuevo.

—¿Te importa liarme uno? —me pregunta señalando el paquete dePueblo que saco del bolso. Yo le preparo un pito en apenas segundos y se lotiendo sin añadir nada más, todavía concentrada en desviar el tema.

—Y, bueno… entonces… Te gustará Juego de tronos, ¿no?Héctor me mira como si me acabase de salir una segunda cabeza.Tócate las narices, que en su mundo de fantasía la rara seré yo y todo.—¿Qué tiene que ver lo que te estoy contando con Game of thrones?

Me hace gracia que use el título original de la serie. Si es que ya sabíayo que era un modernito de manual.

—Pues que te molarán los Caminantes Blancos.Si las miradas hablasen, la suya estaría gritándome que me considera

idiota.—No tienen nada que ver. Los Caminantes Blancos y los zombis son

cosas completamente diferentes.—Ah…—Pero si te molan las pelis de ese estilo, podemos ir a mi casa a ver 28

días después; es mucho mejor La noche de los muertos vivientes, GeorgeRomero es el amo del género, aunque es más antigua y si no estás un tantoducha en la materia no suele gustar demasiado.

—Oye… Lo que ponía en mi perfil de que no busco acostarme conalguien enseguida es verdad, así que…

—Te estoy proponiendo ir a ver una peli, no meterme entre tus bragas.—Oh, que ver una peli no es un eufemismo de nada.—Pues claro que no. Estoy hablando de compartir contigo una de las

películas más angustiosas y escalofriantes de los últimos años. Una obra dearte. Un manual de supervivencia. Una forma de asomarte a mi alma yverme de verdad.

—Suena… fascinante. —Me atraganto con el humo que estaba dejandosalir y toso un poco. Contener la risa está siendo más difícil de lo que creía,pero es que llegados a este punto prefiero reír que llorar.

—¿Te estás burlando?—No.Que se me escape un carraspeo gutural, que trata de contener una

carcajada, no ayuda a que Héctor me crea.—Eres una maleducada —me espeta elevando la comisura del labio con

asco.—¡Oye!—Mira, paso. No merece la pena. Solo espero que la tía del próximo

jueves tenga más respeto por mis valiosísimos conocimientos en extremesurvival.

Menea la cabeza sin quitar en ningún momento el gesto de desprecio yse pira. ¡Se pira él!

—¡Las cosas no son más guays porque las digas en inglés! —No meresisto a soltárselo, porque su manera de largarse me ha parecido muygrosera.

¿Que él al menos me lo ha anunciado y yo he salido corriendo en misdos últimas citas? Sí, pero no es lo mismo.

¿Que por qué? Pues… Pues porque que te lo hagan a ti jode más. Ypunto.

Mira, paso. Mejor me enciendo otro cigarro, que el que tengo entre losdedos ya es una mera chusta quemada, y me marcho a casa a tirarme en elsofá hasta que me entre el sueño.

El camino de veinte minutos a pie me da para pensar en por qué sigoquedando con hombres si está claro que esto no funciona. Es una tontería.

Vale que Zoe hace menos planes conmigo que antes desde que sale conMario, pero tengo más amistades.

No estoy sola, claro que no. Solo fue un sentimiento puntual, un bajónque me dio por las fiestas, la morriña de hogar y todas esas chorradas.

Me gusta mi vida, no tengo que angustiarme ni tener prisa de repentepor encontrar lo que no he extrañado en años.

Cuando llamo al ascensor de mi portal estoy casi convencida de ello,aunque hay un vacío molesto que no logro identificar y que no se marchapor muchas vueltas que le dé a lo fantásticos que son mis días.

Y entonces abro la puerta de mi casa y la risa de María me recibe desdela habitación cerrada de Leo. A él lo escucho solo un momento después,imitando un rugido bobo al que le siguen unos nuevos grititos histéricos yadorables de su chica. Los sonidos de besos, de complicidad y de cariñollenan el salón y mi mente. Hacen nido en mi estómago y duelen en migarganta, que de repente parece llena de unas lágrimas que no termino dederramar.

Este es el vacío, el que nunca me abandona, el que pesa más desde queveo a Leo feliz al lado de otra.

Mi abuela suele decir que la mancha de mora con otra verde se quita. Séque no es un buen consejo, que el amor no se fuerza, que no deberías buscara quien te haga olvidar a aquel que se lleva tu primer pensamiento cadamañana al despertar.

Pero es que ahora mismo quiero creer que mi abuela lleva razón.Necesito creerlo.

Porque Leo tiene que dejarme de doler en algún momento, o jamáspodré volver a respirar bien.

Me descalzo con pereza, ignoro deliberadamente que si no medesmaquillo lo lamentaré mañana, me tiro encima de la cama y empiezo adeslizar hacia la derecha, esperando que algún nuevo match sea el que hagaque mis sueños dejen de venir acompañados siempre por los mismos rizosnegros y la sonrisa más bonita del mundo.

Leo Me levanto desnudo y todavía enredado en María.

Y confuso. Me levanto confuso de la hostia, porque ayer recuerdo haberempezado una discusión con ella por culpa de varias camisetas suyas queencontré en mi armario y de un secador y un estuche de maquillaje que, depronto, ocupaban uno mis cajones del mueble del baño.

Le dije con un tono enfadado que aquello parecía una maldita leoneracon tantos trastos suyos apareciendo en mi piso de la nada. Y fue eso lo quele solté porque me daba demasiado miedo afrontar de cara que María estabaintentando mudarse a pasitos pequeños sin que yo me diese cuenta. Soydespistado, no imbécil. Sé lo que quiere, y lo que no quiero yo.

El caso es que lo siguiente que tiene registrada mi memoria es que ellasonrió con lascivia, susurró algo sobre ser mala y me pidió que le enseñasequién era el rey de aquella leonera. Empezó a poner voces roncas mientrasagarraba uno de mis cinturones y lo chascaba en el aire, exigiéndome querugiera a la vez que ella se iba desnudando. Y rugí, claro que rugí. Lo hicemientras me hundía en ella con fuerza.

Soy malo afrontando situaciones incómodas que pueden terminar conuna chica que me importa herida, aunque soy jodidamente bueno olvidandolas cosas a base de buen sexo.

Miro el reloj y me doy cuenta de que solo son las ocho de la mañana deun sábado. Tengo una cita a las once con un chaval que quiere que instruyaa su border collie para iniciarse en circuitos de agility. No forma parte delas funciones que desempeño en el centro de educación canina en el quecurro, pero desde hace varios meses estoy ampliando mi cartera de clientes,lo que incluye expandir mi trabajo al adiestramiento deportivo. Por ahoraesto ha significado dedicar algunos fines de semana a trabajar con mascotasa las que quieren ver en competiciones con obstáculos y con un par deperros policías.

Me levanto con cuidado de no despertar a mi chica.Mi chica…

Sigue siéndolo, claro que sí, solo que… No sé. Tengo la sensación deque desde hace unas semanas, discutimos más que nos reímos. Es como siella estuviese enfadada conmigo sin que yo sea capaz de adivinar qué sesupone que he hecho mal.

Cada vez que le pregunto si le pasa algo me responde con un escueto«nada» que a mí me suena a «todo». Odio que haga eso, que no hableconmigo, que pretenda que sea adivino y acabe ofendida si no lo consigo;que no sea una igual, una amiga con la que pueda hablar de lo que sea sinmiedo a que una discusión nos separe.

Me pongo unos pantalones de pijama y una sudadera y hago una paradaen el baño antes de encaminarme al salón. Me encuentro a Alba ya vestida,sentada en el sofá, con los pies en alto, apoyados sobre la mesita de centro.Tiene un café humeante en una mano y el móvil en la otra, y no me hacefalta verlo para saber que está repasando los trending topics del día enTwitter. No usa esa red social para nada más, pero se niega a borrarla.

Duque descansa la cabeza en su regazo, aunque pega un brinco y seacerca a saludarme en cuanto me detecta, moviendo la cola en todasdirecciones.

—Buenos días.Aparta la vista de la pantalla y echa la cabeza hacia atrás para verme.

Me he colocado a su espalda, así que me es sencillo alcanzar su frente paraposar allí un beso distraído. Ella deja ir una sonrisa enorme cuandocompleto la pequeña rutina que hemos ido adquiriendo desde que empezó adormir en la habitación de Mario y a mí el humor me mejora un poquito.

—Qué temprano te levantas.No me riñe por acomodarme a su lado y robarle la taza de las manos

para dar un trago de su bebida, sabe que me levantaré a por otra en cuantonos acabemos esta a medias.

Mi perro no se toma tan bien que me haga con su sitio. Cabecea contramis muslos durante unos minutos, aunque se rinde al darse cuenta de que nole presto atención y se limita a tirarse a nuestros pies.

—Tú has madrugado más que yo.—Tengo que abrir la tienda hoy. Me bajo en media hora, que así me da

tiempo a echarme un piti antes de subir la persiana.Alba procura no fumar en el piso si estoy yo, dice que así cae menos en

la tentación de la nicotina, a pesar de que alguna que otra vez se esconde en

la diminuta galería de la cocina para abrir la ventana y encenderse uncigarro.

—Yo he abierto el ojo y ya no podía dormirme otra vez.Asiente sin mirarme y acerca su teléfono a mi vera, recostándose ella de

paso contra mí. Vamos mirando juntos algunas noticias, ojeando varios postsin pararnos de verdad en ninguno.

—¿Qué tal fue tu cita de anoche? —le pregunto pasándole el café, queya empieza a estar frío, para que pueda dar un sorbo. Todavía se me hace unpoco raro preguntarle por chicos. Creo que es porque una parte de micerebro se niega a procesar que Alba es hetero.

—Un fiasco.—¿Qué le pasaba a este?—Mataba zombis.—¿Jugaba al The last of us?—No. —Me doy cuenta de que ya estoy sonriendo antes de que se

explique. Su nueva afición me está regalando casi tantas carcajadas comoagobios por si queda con algún cretino integral a través de la app—. Creíaque los zombis nos iban a invadir, supongo que esperaba que no tardandomucho, y le molaba entrenarse para ser el nuevo Daryl Dixon.

Me río bajito, meneando la cabeza. De verdad que a esta pobre la hamirado un tuerto en lo que a hombres se refiere. Mira que cuando la conocíy me contó su periplo de compañeros de piso antes de encontrar a Zoe yame advirtió que era un imán para la gente rara, pero es que estas citas suyassuperan con creces lo del rarito que compartía cepillo de dientes con superro.

Ella se limita a suspirar de forma queda y a apoyar la cabeza en mihombro. Ninguno le prestamos ya atención a su móvil.

—¿Tú te encontrabas con tanta pirada ligando por Tinder?—Supongo que mis quedadas eran diferentes. Yo solo buscaba rollos,

así que muchas veces no es que hablásemos demasiado; lo que duran un parde cañas y la comprobación de que nos gustábamos lo suficiente como parairnos juntos a la cama.

—Ya.Parece desanimada. No me gusta verla así.—No desistas, es cuestión de práctica. A lo mejor te topas con un par de

tíos más que te hacen salir huyendo, aunque seguro que acabas

descubriendo qué preguntarles por mensaje antes de quedar con ellos paraevitar a los que sean incompatibles contigo y dar una oportunidad solo aaquellos que sean lo bastante decentes para estar contigo.

—¿Bastante decentes? Pues vaya ánimos.—Ninguno me va a parecer nunca «suficientemente bueno» para ti,

nena.No la veo, pero quiero pensar que sonríe al escucharme.Sin añadir nada más, alcanza el mando de la tele y pasa canales al azar

hasta dar con uno de esos programas sobre subastas de trasteros que hanrepetido mil veces y que no requieren que les prestemos verdadera atención.

Compartimos un ratito en silencio, todavía pegados al otro.Alba comienza a dibujar espirales en el interior de mi antebrazo,

subiendo y bajando por él, acercándose a mi sangradura y arrancándomeescalofríos sin querer. Me relajo tanto que se me escapan un par deronroneos mimosos.

—Me gusta que hagas eso —confieso cerrando los ojos y deslizando mimejilla por el nacimiento de su frente, dejando que su pelo me cosquillee enla nariz. Huele bien. Siempre huele a su champú de coco y a algo más, algoa lo que nunca sé ponerle más nombre que «Alba».

Creo que me he relajado más de lo que pensaba. Juraría que solo habíapasado un par de minutos perdido en esta paz cuando mi amiga me empujacon suavidad para ponerse de pie.

—Me largo, que al final llego tarde.—No es la hora —me quejo, disgustado por perder el roce de sus uñas

despertándome la piel.—Son las nueve menos veinte. Venga, aparta, que a este paso, ni pitis

ni…—Pitos sí, ya verás, mujer. —Me río de mi propia broma aún más fuerte

de lo que pretendía al ver a Alba poner los ojos en blanco por miinfantilismo—. No pierdas la esperanza, ya te he dicho que solo es cuestiónde tiempo y práctica.

Espera a calzarse las botas altas que descansan al lado del zapatero delrecibidor para responderme mientras intenta esquivar a Duque, que se haacercado a ella para recibir unas caricias de más antes de que Albadesaparezca.

—Veremos si el de mañana no es un tritón. Creo que es el siguientefenómeno paranormal que toca.

—¿Has quedado otra vez mañana?—Sí.—Ah. Creí que estarías en casa. Había pensado pedir al chino y

ponernos una peli.—No puedo comer casi nada del chino, ya lo sabes.—Pues pedimos comida italiana.—¿Lo dejamos para el domingo?—O cancelas tu cita.—No voy a cancelar una cita por comer espaguetis contigo, Leo.Me molesta su respuesta. No tengo ni idea de por qué. Es lógico. Ya

había quedado, nosotros podemos vernos en cualquier otro momento, lo quele estoy proponiendo ni siquiera es un plan en firme… Y, aun así, memolesta que prefiera verse con un posible ligue antes que tirarse a mi ladoen el sofá para hacer nada en concreto, como hace un minuto.

—No me seas de las que se olvida de sus amigos por un tío, eh.No estoy seguro de que me haya oído, porque ya estaba saliendo por la

puerta cuando se lo he dicho. El dedo corazón levantado que se asoma porel quicio antes de que ella dé un portazo apresurado me saca de dudas.

No pasan más de cinco minutos desde que Alba sale por la puerta hastaque María aparece a mi lado con un aspecto bastante más despejado que elque suele lucir recién levantada, lo que me hace plantearme si ha abierto losojos hace ya rato y ha esperado hasta que mi amiga se ha marchado parasalir de la habitación.

No es que me parezca que a María le cae mal Alba, aunque sí que tengola sensación de que tiene menos feeling con ella que con Zoe.

—Hola, cariño.Me da un beso rápido en los labios y me pregunta si quiero un poco más

de café antes de perderse por el pasillo. Solo entonces me doy cuenta de quela taza de Alba sigue en mis manos y que los posos empiezan a dejarmarcas resecas en los laterales.

Me pongo de pie, dispuesto a darle un agua y guardarla en ellavavajillas, pero algo me detiene en cuanto pongo un pie dentro de micocina.

María está sacando de la nevera un brick de leche de soja que norecuerdo que Alba o yo hayamos comprado en nuestra última visita alsupermercado. Al terminar de llenar un vaso, se estira hasta alcanzar elsegundo armarito de la izquierda para sacar una caja de cereales roja que niAlba ni yo comemos.

—¿Qué es eso?Puede ser que la pregunta me salga con un tono un tanto reprobatorio,

porque María deja ir un suspiro parecido a los que suelta desde hace nomucho antes de que empiece alguna de nuestras discusiones.

—Solo algo que compré ayer cuando bajaste a pasear a Duque. Meimaginé que me quedaría a dormir y estoy harta de desayunar un café que nisiquiera me gusta.

—¿Esperaste a que me marchase para llenar mi cocina con cosasespecíficas para ti?

—No lo hagas sonar como si hubiese cometido un delito connocturnidad y alevosía. Solo… Coincidió que me acordé de que no teníaiscereales mientras tú no estabas en casa.

—¿Y cómo entraste luego otra vez?—Cogí las llaves de repuesto que tenéis en el cajón de la cómoda de la

entrada.La vista se me va sola hasta la cajonera que acaba de mentar. No me doy

cuenta de que he debido de fruncir el ceño durante esta conversación hastaque María se indigna al verlo en mi cara.

—¡Oh, por Dios! No vas a conseguir visión láser por mucho que teesfuerces. Las dejé de nuevo en su sitio, puedes ir a comprobarlo si tequedas más tranquilo.

—No pretendía…Dejo la frase a medias, porque sí que quería ir a mirar.Joder, ¿qué me pasa? ¿Es que ahora ni siquiera me fío de su palabra?—No voy a hacerme con una copia de las llaves de un piso que ya has

dejado claro que no quieres compartir conmigo, Leo.—Mierda, María, haces que parezca el malo de la peli y no es así.—¡Tampoco yo soy la loca de esta relación por haber esperado que me

pidieses que me mudase contigo cuando Mario se marchó!La confesión me pilla desprevenido.

No la esperaba, esa es la verdad, porque a mí ni se me ocurrió que fueseuna opción. Creí que quería ir dando pasos hasta llegar a eso, no que llevaseun mes aguardando por un gesto romántico que a mí me provoca másrechazo que ilusión.

¿Qué estamos haciendo?Ella está en el punto de creer que lo lógico hubiese sido que yo hubiera

corrido a coger sus maletas para traerlas aquí al quedarme sin compañero depiso y yo ni siquiera me planteé llevarla a casa de mis padres en Navidadhace un par de semanas.

¿Qué cojones estamos haciendo?—María, no… yo no…—Sí, ya sé que «tú no». La idiota soy yo que sigo pensando que un día

te vas a levantar y «tú sí»…Lo dice con una pena que no sabía que habitaba en ella. Y eso me hace

plantearme cuánta atención he estado poniendo de verdad a lo que tenemosMaría y yo.

Empezó como algo divertido. Puede que yo me emocionase más queella al principio. Fui yo quien le propuso que quedásemos más a menudo.Fui yo quien le habló de una relación al uso. Fui yo quien sacó el tema deconocer a nuestros amigos, de mezclar nuestros mundos. Y fue ella la quefrenó las cosas, planteando la posibilidad de estar juntos viendo también aotras personas, de pasarlo bien según fuesen transcurriendo las semanas sinplantearnos dónde estaríamos con el paso de los meses.

Y, si soy sincero, me sentí aliviado por que lo hiciese apenas cuatro díasdespués de mantener aquella conversación.

Soy impulsivo. Quizá demasiado para mi propia tranquilidad. En cuantome emociono con algo, o con alguien, me lanzo de cabeza… Y, por logeneral, me agobio poco después.

No estoy hecho para relaciones.De hecho, lo que más me gusta de María es lo poco que parecen gustarle

las ataduras. O parecían gustarle.—Solo hace dos meses que salimos —razono, intentando que entienda

mi punto de vista.—Hace mucho más que estamos juntos.—No, hace mucho más que nos liamos. Tú quisiste mantener la relación

abierta, no éramos algo serio.

—¡Joder, Leo! —Ha dejado de lado la leche, los cereales y la supuestacalma. Se ha girado para encararme y nuestros cuerpos se tensan con cadafrase que soltamos casi a gritos, como si supiesen que no deben estarrelajados demasiado tiempo cuando el mismo maldito tema que pareceocupar todas nuestras charlas últimamente sale a la palestra una vez más—.Que no fuésemos exclusivos no quiere decir que no nos estuviésemosconociendo a la vez que follábamos con otros. Yo ya te conozco. Sé quiéneres y lo que quiero de ti.

—Pues felicidades por tenerlo tan claro. No es mi caso.No quiero ponerme borde. Tampoco cínico.Veo a María coger aire despacio, con los ojos cerrados, intentando

tranquilizarse, imagino que queriendo rebajar la intensidad de la discusión.Solo que en el momento en el que vuelve a fijar su mirada en mí, me parecedetectar mucha más resignación que cualquier otra cosa.

No lo entiendo.No sé de dónde sale todo esto. Siempre hemos sido sinceros y claros el

uno con el otro, era por eso que lo nuestro funcionaba tan bien.«Esto lo quiero, esto no». Hablábamos las cosas, marcábamos los

límites y buscábamos el punto intermedio. Hasta que el cuarto de Mariopasó a ser el cuarto de Alba y María se puso rara.

Echando la vista atrás tengo la sensación de ser un auténtico imbécil porno verlo, pero es así. La presencia de mi mejor amiga en el piso despertóuna inseguridad que jamás habría pensado que María pudiese guardar parasí.

Solo ahora que ella está dando la vuelta a las cartas, dejándolas a lavista, haciendo que las analicemos de verdad, me doy cuenta de que esta erauna partida que parecía perdida de antemano.

—Oh, eso lo sé, no te creas. Tengo cristalino que no sabes ni lo quequieres.

—María…—¿Qué? Si es verdad. No haces más que repetirme que no estás

preparado para vivir con una mujer ¡y ya vives con una!—No es lo mismo. Alba es una compañera de piso.—Claro, seguro. —No deja de soltar bufidos convertidos en una risa

irónica—. Dime que desde que te has enterado de que no es lesbiana no hacambiado en absoluto tu manera de mirarla.

—María…—Venga, Leo. Ten huevos a negármelo.—Pues claro que te lo niego.—¿Seguro? ¿No se te ha pasado por la cabeza, así de pasada, que

podrías gustarle? ¿No te has preguntado ni una sola vez si estaríais bienjuntos?

—No. —Lo digo con rotundidad porque es verdad.Casi.Vale, una vez.Solo me lo he preguntado una vez.Una noche cenando en casa, solos, ella se rio y yo le miré la boca. Fue

inconsciente y en mi cabeza se empezó a formar una imagen que corté deraíz, porque no quería saber cómo se sentirían esos labios contra los míos.No, claro que no. Fue un lapsus absurdo.

—¡Y una mierda!Los gritos regresan, aunque este es diferente. Los que me ha dedicado

hasta ahora han sido más frustración que rabia. Este… Este es desolación.Hay una tristeza muy pura en su voz, y a mí se me encoge el corazón alescucharla así de vencida.

—María…—Deja de repetir mi maldito nombre como si fuese una niña pequeña a

la que tienes que tranquilizar. No estoy histérica, no estoy nerviosa. Soloestoy harta. Harta de que no veas que eres más novio de Alba que mío. Quecon ella haces planes de futuro, que a tu queridísima amiga sí que lamezclas con tu familia, que a su lado te relajas más que con nadie. Que lamiras igual que si fuese un puñetero sol que te ilumina el día.

—Estás viendo cosas donde no las hay.Ni siquiera me planteo otra posibilidad. Sé que solo está dejando salir

unos celos que, hasta el momento, ni sabía que existían, y que a mí mehacen entender mejor la distancia que notaba entre María y mi mejor amigacasi siempre que estaban en la misma habitación.

—Paso —se rinde ella al darse cuenta de que no añado nada más—. Deverdad que paso de esta mierda. Si no puedes ver que es conmigo con quienfollas, pero con ella con quien tienes una intimidad que no alcanzas connadie, yo ya no sé qué más hacer.

—María…

—¡Que dejes de repetir mi nombre!Intento dar un paso hacia ella, porque seguimos estando a más de tres

metros de distancia y a María le han empezado a caer unas lágrimas por lasmejillas que a mí me colocan un nudo en la garganta.

Quiero a María. Quizá no estoy completamente loco por ella. A lo mejorno soy el hombre más enamorado del mundo, pero la quiero, y detesto quellore por mi culpa.

Al principio me parece que me va a parar. Cuando yo avanzo, ellaretrocede, aunque solo es un primer amago. En cuanto llego a su altura, sedeja envolver entre mis brazos y esconde la cara en mi pecho antes de dejarir un sollozo que da el pistoletazo de salida a toda la pena que estaconversación le ha dejado dentro.

No la interrumpo, no intento que se calme, solo dejo que lo saque.Fuera, todo fuera, para que no le pese en el pecho, para que no se la

coma sin que ella se dé cuenta.Me centro en María, en que se encuentre mejor, y eso me permite no

pensar en lo tranquilo que estoy yo, en lo pausados que van mis latidos, apesar de saber que esto es un cierre, porque seguir adelante significaríadejar que María pensase que es posible algo entre nosotros que yo no estoycerca de darle.

Pasan casi cinco minutos antes de que ella se sosiegue y consiga hacer lapregunta que ambos sabemos que será un punto y final.

—Leo, ¿tú quieres vivir conmigo?Un futuro.Me pregunta si yo soy su futuro.—No.No se lo voy a adornar. No voy a darle excusas que no le servirían de

nada.María sorbe por la nariz y se limpia las cascadas de agua salada que

bañan sus ojos. Parece mucho más tranquila que hace un momento.Supongo que, por dolorosas que sean las cosas, siempre es mejor saber aqué te enfrentas.

Me dedica una sonrisa triste y yo tengo la poca vergüenza de robarle unbeso que ella me devuelve sabiendo que será el último.

Desaparece en mi habitación y le concedo los minutos que supongo quenecesita sin tenerme cerca ahora mismo.

Sale poco después, vestida y con una bolsa mía de deporte que parecellena, imagino que con las cosas que ha ido trayendo poco a poco,esperando que hacerle un hueco en un cajón implicase que se estabaabriendo el camino que ella quería en mi vida.

—Adiós, María —me atrevo yo a despedirme primero después de queella ya ha abierto la puerta del piso.

—Adiós, Leo. Espero de corazón que todo te vaya bien. Bueno… ytambién que al principio lo pases como el culo al darte cuenta de lo que tehas perdido dejándome escapar. —Ambos nos reímos. Ojalá para ellatambién sea más una broma que un deseo real—. Y que cuando te descuenta de lo loco que estás por Alba ella no haya encontrado ya a alguiencon quien olvidar que también lo está por ti.

Sonrío con un punto de cinismo antes de que María desaparezca porcompleto por el descansillo.

Nunca me había parecido una mujer celosa. Supongo que la juzgué mal,porque la última tontería que ha soltado solo puede ser fruto de sus celos.

Nada más.No.Claro que no.…¿Verdad?

Alba Creo que soy la peor amiga del mundo.

Ayer Leo y María rompieron. Leo me lo contó según llegué a casa amediodía para comer con él. Me dijo que tuvieron una discusión porque ellaparecía querer tomarse la relación más en serio de lo que pretendía Leo.

Me aseguró que estaba bien. Que, de hecho, se sentía un poco mal porsentirse tan poco mal. Me explicó que, al principio, se había ilusionadomucho con su chica, con encontrar a alguien con quien le apetecía teneralgo más que cuatro polvos y unas risas compartidas, pero que cuandoMaría le propuso tener una relación abierta, las cosas parecían funcionar asítan bien entre ellos que se acomodó y vio que prefería esa versión de unapareja con ella que tener exclusividad, compromisos y reglas que parecíanhechas para otros.

Por eso se agobió tanto hace unas semanas, al tener la sensación de queMaría quería cosas que a él ni siquiera se le antojaban un poquito.

Después de cortar ayer, lo primero que sintió fue alivio. Y eso locarcome, porque Leo es un tarambana con las mujeres, pero es un buen tío.Se dio cuenta de que se había ido dejando llevar, aceptando lo que ibaproponiendo María sin pararse a pensar si era o no lo que de verdadbuscaba él.

Le propuse cancelar mi plan de hoy para que saliésemos a tomar elvermut con Mario y Zoe, porque creo que, por mucho que dijese, unaruptura nunca es algo sencillo del todo, incluso si eres tú el que toma ladecisión. Si la persona con la que rompes te ha importado, saber que eres lacausa de su dolor te deja una sensación horrible en el estómago.

Mis buenas intenciones rebotaron contra una pared de negativas enrotundo a que llamase a David para decirle que no podía quedar con él parabeber unas cañas el domingo a mediodía, así que aquí estoy, mirando a estechico encantador, educado y sonriente contarme algo a lo que no heprestado atención en diez minutos porque solo puedo pensar en qué estaráhaciendo ahora Leo, en si de verdad le dará tan igual haberlo dejado con

María y en por qué a mí no parece serme igual de indiferente estainformación que a él mismo.

—Bueno, cuéntame tú.Registro estas tres palabras a duras penas cuando salen de la boca de mi

acompañante, devolviéndome a la realidad de golpe, esta en la que Davidha estado hablando solo sin saberlo desde que le di el segundo trago a mibotellín.

—¿Qué?Estoy segura de que me he puesto hasta roja por el bochorno de verme

pillada pasando de él.—Perdona, sé que llevo hablando sin parar desde que nos hemos

sentado. No quiero darte la sensación de que no me interesa tu vida, así quecuéntame, ¿tú también estás muy unida a tu familia?

Qué majo. Tengo que concentrarme. Este chaval no merece que estéprestando tan poca atención a nuestro encuentro.

—Ah, pues… Sí, aunque no viven en Valencia capital, así que no es quevea mucho a mis padres.

Me sonríe con una mueca un tanto tensa que asocio a los nervios de lacita. Cuando nos hemos sentado a pedir un par de cervezas me ha confesadoque no suele quedar con mujeres por Tinder.

—¿Y con tus hermanos? —me pregunta para continuar con laconversación.

—Soy hija única. —Ladea una sonrisa condescendiente por mirespuesta y me replica con una seguridad que me descoloca.

—No eres hija única.¿Eh?—Sí que lo soy —le contesto un tanto molesta por que me cuestione.A David le muta el gesto ante una afirmación tan banal. En serio, de

repente me mira como si fuese alguien digna de desprecio, lo que me pilla acontrapié, porque estaba siendo tan agradable que casi parecía irreal.

—¿Por qué mientes?Una de mis cejas sale disparada hacia arriba por la contundencia con la

que me acusa de una chorrada de tal magnitud.—¿Cómo?—Sé de sobra que tienes un hermano mayor que tú.

Lo dice con ese tipo de calma que da un poco de mal rollo. Serio,mirándome a los ojos, sin mutar el rictus.

—Oye, te estoy diciendo que no tengo hermanos.—Y yo te estoy diciendo que sé que sí.Me empiezo a plantear seriamente que esté en el inicio de una

telenovela en vivo y que David vaya a confesarme que mi padre tuvo un líocon su madre antes de que yo naciese y que, en realidad, somoshermanastros. De estas citas ya me espero casi cualquier cosa, y eso quesolo he quedado con cuatro tíos en un par de semanas.

—David, hasta donde yo sé, mi madre no me ha parido más que a mí.—Sí, claro que sí. Eres Alba García, dependienta, de veintisiete años.

Tienes un hermano de treinta y tres. Se llama Vicente, su mujer es MaríaPilar y el bebé que esperan se va a llamar Rafael si es niño en honor a tuabuelo. Él es abogado, un loco de la novela negra y un gay reprimido queme juró durante un año que iba a separarse antes de dejar preñada a suesposa.

Venga, no me jodas…¿Yo qué le he hecho al cosmos? ¿Al universo? ¿A Dios? ¿A lo que sea?En serio, he debido de ser alguien horrible en otra vida para que me

toquen todos los tarados que se han instalado el puñetero Tinder en elmóvil.

—Mmmh… A ver cómo te explico yo esto, David, cielo, encanto,corazón. —Respiro hondo, canalizando la mala leche que me está rodandopor las venas y que llama muy alto a la Alba más macarra, la que clama porsalir y darle dos guantazos al tontolaba que tengo delante—. Mi apellido esel más común de toda España, digo yo que alguna Alba García más habráen toda Valencia, y mi edad no es la que dices. No sé si has mirado mal túmis datos porque eres un poco idiota o a mí se me fue la tecla del año alhacerme el perfil estando medio pedo. Me la pela, pero tres cositas te voy adecir. Una: si te digo que soy hija única, soy hija única, que parece que eresdurito de oído. Dos: la próxima vez, vete a hacerle perder el tiempo a tuabuela si te apetece, que yo debería estar en otro sitio ahora mismo y noaguantando una escenita de venganza absurda del amante despechado. Ytres: está muy feo sacar del armario a la gente así a traición, David, muyfeo. Que debería de darte vergüenza hacer estas cosas así, a lo sibilino.Normal que Vicente no quiera dejar a María Pilar por ti, te lo digo.

No dejo ni que me replique.Me levanto, cojo mi bolso y mi abrigo y me marcho con el cabreo en

alto y los ánimos muy bajos.Trasteo en los bolsillos hasta dar con mi móvil y busco el maldito

simbolito de la llama, más que dispuesta a borrar la aplicación de una vez,cuando el aviso de que tengo casi veinte mensajes sin leer me llama desdela pantalla.

Zoe: Chiqui, ¿cómo va la cosa?Mario: Sí, cuéntanos si este era hombre lobo o qué.Zoe: Licántropo.Mario: ¿Qué?Zoe: Que si lo que quieres es hacer la broma que me comentaste ayer

que habías estado pensando, los enemigos de los vampiros de Crepúsculoeran licántropos, no hombres lobo.

Mario: ¡Pero no te chives!Leo: ¿Sabíais que en esa peli una de las amigas de Bella es Rosita la de

The Walking Dead?Zoe: ¿Cuelas a los zombis para seguir vacilando a Alba?Leo: No, es solo que me enteré hace nada y me quedé loco, porque la

busqué en Google y está muy cambiada. Yo ahora le hacía un favor o dos.Mario: Mira, parece que ya está de mejor humor.Zoe: Sí, ya empieza a pensar en tirarse a todo lo que se mueva.Leo: A todo no.Mario: Vale, a todo menos a mi novia y a tu mejor amiga.Zoe: Y a Alba porque pensaba que era lesbiana. No sé yo si ahora…Leo: Eres idiota.Mario: Oye, tío, ¿cómo vas? ¿Te queda mucho?Leo: Yo ya estoy listo para salir cuando queráis.Mario: Pues vente para el piso y esperas conmigo a que Zoe termine de

maquillarse entre wasap y wasap.Leo: Venga, voy. Releo la conversación dos veces antes de intervenir para preguntarles si

siguen por ahí y encaminarme a la ubicación que Zoe me manda apenastreinta segundos después de mi mensaje.

Acelero el paso, procurando correr para dejar atrás el pensamiento quellama a la puerta de mi psique, ese que me susurra que Leo no ha negadoque ahora que sabe que soy hetero podría verme de una forma diferente.

No ha insinuado eso. Sé que no. Que solo son mis ganas y este punto demasoca que tengo que no me deja olvidarme por completo de él.

Soy idiota. Solo que no puedo evitarlo. No cuando se trata de él.Veo el letrero del bar en el que me han dicho que me esperan y la

sonrisa se me dibuja sola en la cara.Sé de sobra que mi domingo está a punto de mejorar. Un buen Martini y

unas aceitunas verdes no es que sea un plan infalible para subirme el ánimo,pero ellos sí. Las tres personas que me instan a que me dé prisa desde miteléfono son el mejor remedio que conozco para días malos, citas penosas yvidas que pesan demasiado.

***

Miro el reloj de mi teléfono otra vez. Ya pasan quince minutos de las nueve.Respiro hondo y trato de relajarme. No es que yo sea la puntualidadpersonificada, así que no voy a ponerme de mal humor porque Iñaki lleguetarde.

«Venga, Alba, relájate un poquito, que venir ya de malas no sirve denada. Si vas a seguir con esto, hazlo bien».

Le doy un trago a mi Coca-Cola y me meto a fisgar en Instagram unrato. Procuro no hacerme mala sangre según veo avanzar los minutos. Alpercatarme de que en mi pantalla el minutero llega a y veinticinco, levantouna mano para llamar la atención de la camarera y pedirle que me cobre,más que dispuesta a marcharme a casa y dejar de esperar por un imbécil queno se molesta en avisarme de que me va a dar plantón.

—Hola. Perdona, tía. Estaba en lo mejor de la partida del Uncharted yno podía cerrar la sesión así sin más, ya sabes. Pero ya estoy aquí.

Apenas me da tiempo a registrar la explicación que una mata de pelorubio me lanza a la cara a la vez que se inclina sobre mí para darme dosbesos rápidos. Justo cuando la chica que está detrás de la barra se acerca aver qué necesitaba yo, él aprovecha para pedir una caña y mirarme con unceño fruncido que por un momento me hace dudar de si he hecho algo paraenfadarlo.

—¿Eh? —solo me sale preguntar.—Eres Alba, ¿no?—Sí.—Yo soy Iñaki. Vaya, estás todavía más buena de lo que me había

parecido por las fotos de la aplicación. Deberías añadir unas cuantasimágenes en ropa interior. Yo estuve a punto de darte a la izquierda porquese te veía poca carne, lo que hubiese sido una pena, porque estoy seguro deque nos lo podemos pasar muy bien descubriendo qué escondes debajo detantas capas de tela.

Las cejas se me disparan hacia arriba de forma instantánea. Me tomosolo un segundo para deleitarme en lo irónico de su comentario. Es ciertoque hoy voy con unos vaqueros largos y un jersey muy gordo de punto másque apropiado para finales de enero, aunque casi todo mi armario está llenode tops diminutos, shorts recortados y vestidos que no me cubren la mitaddel muslo.

Lástima que él no vaya a comprobar cómo suelo vestir en meses máscalurosos. Me parece a mí que Iñaki va a batir mi récord de citas fugaces; almenos el resto de desastres con los que me he topado han tenido la decenciade disimular que lo eran lo que duran un par de cervezas o la llegada delpostre.

—¿Tú te has leído mi descripción, Iñaki? —le pregunto muy calmada.—Sí, creo que sí. No me acuerdo muy bien. Sois tantas que…Contengo las ganas de llevarme una mano a la cara y suspirar con

dramatismo.—Creo que mejor nos ahorro un poco de tiempo a los dos y te recuerdo

que soy la que decía que no le van nada los rollos rápidos.—Ah, ya, bueno, pero eso lo ponéis muchas y luego…—Y luego nada —lo corto.—No jodas que eres de las estrechas.Dios… Estoy arrepintiéndome muy rápido de haberme dejado llevar por

mis impulsos y haber quedado con este chico sin haber cruzado más queuna hora y una dirección con él en el chat hace dos días. Era tan guapo queme arriesgué, creyendo que igual lo de dentro estaba a la altura de lo defuera. Ya me ha quedado claro que no es así.

—Soy de las que manda a la mierda con una sonrisa y sin levantar lavoz —le espeto a la vez que me pongo de pie y dejo cinco euros al lado de

mi refresco.—¡Oye, espera, mujer! Que no me has dado la oportunidad de

convencerte de que un buen polvo…—Te he dicho que no —le suelto de peores maneras cuando me agarra

de la muñeca para impedir que siga avanzando hacia la puerta del bar.Empiezo a arrepentirme de haber vetado a Zoe en estos encuentros. Seguroque mi amiga disfrutaba soltándole un par de borderías a este cretino.

—Ya, pero seguro que yo puedo convertir esa negativa en un sí…Lo dice con una sonrisa que, supongo, cree irresistible. A mí más bien

me parece repulsiva. Me da mucho asco. Me repele pensar que existen tíosque creen que si los rechazamos es solo para hacernos las duras, lasinteresantes; que no entienden que no nos da apuro pedir en voz alta lo quequeremos, igual que no tenemos problema en pasar de lo que no nos gusta.Y a mí Iñaki no podría gustarme menos.

—O me sueltas ahora mismo o te voy a dar tal patada en los huevos quelos vas a confundir con tus amígdalas.

Se lo escupo entre dientes, con un tono tan bajo que quizá le resulteamenazador. Supongo que será eso… O que no he dejado de sonreír de esaforma en la que sé que enseño mucho diente. A lo mejor es que abro losojos demasiado mientras hablo. No sé a qué se debe, aunque el caso es queconsigo que el idiota con cara de ángel que tengo enfrente deshaga suagarre como si mi piel de pronto lo quemara.

Mejor. No se merece ni que le monte una escena.Al próximo chico con el que quede dejo que lo elijan Mario o Leo.

Total, peor que yo no lo van a hacer… ¿no?

*** Al final fue Mario. Leo dice que no le apetece jugar a Tinder conmigo, quesi quiero ligues que me los busque yo.

A veces es de sieso…Aarón parece bastante agradable y bastante tímido. Me hace gracia el

puntito retraído que gasta. Lleva unas gafas grandes de pasta negra detrásde las que esconde unos increíbles ojos azul cobalto que solo he podidodisfrutar un par de veces, porque los enfoca hacia abajo cada vez que me

mantiene la mirada más de cinco segundos para contestar a alguna de laspreguntas que le hago.

Por favor, si hasta se ha puesto rojo al recogerme en la puerta de latienda en la que trabajo y darse cuenta de qué tipo de productos se vendenen ella.

Es adorable. Y no solo porque se muestre así de timorato, sino porquepropuso desde el principio venir a buscarme hasta aquí, a pesar de que no lequeda cerca de casa, para poder ir charlando y descubriendo cosas del otromientras llegábamos al restaurante.

Hemos quedado para comer. No quería arriesgarme a una cita queexigiese pasar casi dos horas juntos, pero él insistió tanto en que solo podíaverme en estos horarios que al final cedí. Por ahora no me he arrepentido ycruzo los dedos para que la cosa siga así, porque creo que podría ser elprimer chico con el que quedo con el que me parece sentir un tipo diferentede conexión desde el principio.

Él mismo ha reservado en otro restaurante vegetariano del centro. Ya ledije que no era necesario, que en casi todos los sitios hay opciones quepuedo elegir para comer, solo que insistió tanto en que quería que yoestuviese a gusto durante nuestra cita y que pudiese comer todo lo quequisiera sin que mis opciones se limitasen a tres cosillas del menú que ledejé hacer. Me parece bonito que piense tanto en mis gustos cuando aún ninos conocemos de verdad.

Opacado, dulce y considerado.Estoy cruzando los dedos tan fuerte que hasta me duelen.—Buenos días. ¿Les voy tomando nota ya o necesitan un momento más

para decidir qué quieren?Maldita sea, estaba tan entretenida hablándole a Aarón de Zoe que no

me he acordado de mirar la carta. Me ha preguntado si tengo hermanas, asíque el nombre de mi mejor amiga ha salido irremediablemente a la palestra.

Creo que se me debe de notar el apuro en la cara, porque es rápidoofreciéndose a pedir por los dos si me fío de sus gustos. En cuanto accedo,se lanza a recitar la mitad de lo que ofrecen.

—Tráiganos, por favor, las crepes de verduras con salsa de cacahuete,los fideos de calabaza con pesto, las albóndigas de berenjena, el ceviche decoliflor, los chiles en nogada con frutos secos y los garbanzos fritos consetas y espinacas.

—¿Estás loco? ¡Has pedido comida como para una semana! —Mi tonoes más divertido que de reproche, así que él se limita a encogerse dehombros y devolverle los menús a la asombrada camarera.

—Si sobra, podemos pedir que nos lo pongan para llevar. Me apeteceque pruebes lo que he encargado. Todo lo que preparan aquí está buenísimo.

Un cielo, lo que yo decía.Llenamos el hueco entre la comanda y la llegada de los primeros platos

charlando sobre mi obsesión por el chocolate con almendras y lo quedisfruto de las tardes de lluvia sentada en el sofá con unas galletas de limón,un buen café y un libro interesante. Él me explica lo que se divierte saliendoa patinar por el Paseo Neptuno y las ganas que tiene de que pase febrero ytambién marzo para poder subirse otra vez sobre sus pequeñas ruedas. Yo lecorrespondo contándole que adoro nadar, que lo hago todo el año, en el mara ser posible, aunque también en la piscina cubierta de un gimnasio al quesolo voy a zambullirme en los meses de invierno.

Justo le estoy hablando de las dos competiciones de natación que ganéen mi pueblo siendo una cría en el momento en el que la camarera nos traeparte de nuestra comida. Aarón me acerca todos los platos, que hemosdistribuido por la mesa para ir picando y compartiendo todo, y me haceseñales para que pruebe los fideos, los garbanzos y el ceviche.

Tenía razón, está todo increíble. Creo que hasta se me escapa ungemidito pequeño al llevarme el primer tenedor a la boca. Le hago un gestoa Aarón para que entienda que ha acertado de pleno y sigo pinchandodistraída mientras él recuerda un verano que pasó en un campamento deinglés.

—Oye, por Dios, come tú también, que al final me lo acabo todo yo ysalgo de aquí rodando —le pido cuando me doy cuenta de que él está máspendiente de contarme cosas y de mirarme que de llenar el estómago.

—Tranquila, me gusta verte disfrutar.Me encojo de hombros y dejo que sea él quien decida qué comer y qué

no. A fin de cuentas, no soy su madre ni él está en edad de crecer como paraque me preocupe que se salte alguna comida, aunque tampoco entiendopara qué ha pedido tanto si no pensaba probar apenas bocado.

La camarera vuelve al cabo de un rato, apareciendo de pronto detrás deAarón, que se asusta tanto al escuchar su voz preguntándonos si puede

retirar los platos que se golpea la muñeca contra la mesa al sacar la mano dedebajo de ella.

—¡Uff! ¿Estás bien? —me preocupo en seguida, haciendo el amago delevantarme para comprobar si se ha hecho daño de verdad.

—Sí, sí, tranquila. —Él frena mi intento de acercarme levantando la otramano con la palma estirada hacia mí. Me quedo donde estoy, a pesar de queel gesto de dolor de mi acompañante me dice que bien bien, en realidad noestá.

—Disculpe, no quería sorprenderlo —se disculpa la chica que nosatiende, claramente apurada.

—No pasa nada, en serio. Puedes retirar esto y dejar lo demás —leindica un Aarón ya más calmado antes de pedirle que nos prepare parallevar lo que ha sobrado de los primeros.

Es obvio que va a sobrar un montón, pero mi cita tampoco hace muchoamago de comer nada de los segundos. Solo me acerca los crepes, lasalbóndigas y los chiles y me recuerda cada poco que coma cuando mepierdo en alguna historia sobre cómo celebrábamos en mi pueblo las fiestaspatronales.

—No puedo más —reconozco después de un rato.—Seguro que puedes con otra de estas, ponías los ojos en blanco cada

vez que saboreabas una —me anima, cogiendo una de las bolas deberenjena que emulan pelotitas de carne y acercándomela a los labios.

—Huy, no, no. De verdad que me duelen las muelas de masticar.—Va, mujer, un poquito más —insiste mientras deja la albóndiga y coge

uno de los pimientos, poniéndomelo tan cerca de la boca que me veoforzada a abrirla y dejar que me meta el bocado dentro.

—Aarón, estoy llenísima —me río, todavía masticando.—¿Quieres postre?—No, no.—Hacen un volcán de chocolate increíble —me tienta.—Suena genial, pero es que de verdad que soy incapaz de seguir

comiendo. Me va a sentar mal.—Pues ahora damos un paseo para que se te baje un poco.—¿Por la orilla del mar?—Claro, y con un helado de la mano.

Me río con ganas por su comentario, porque entiendo que tiene que seruna broma. Es imposible que pretenda invitarme a nada más que seacomestible. Digo muy en serio que podría salir rodando del restaurante.

Al echarme hacia atrás, la servilleta se me cae del regazo, así que meagacho de forma instintiva sin haber terminado de sonreír. Y entonces loveo: la transformación de mi cita perfecta en un cuadro surrealista quepodría haber salido de la cabeza de Dalí.

Aarón, el perfecto, tímido y dulce Aarón tiene la polla en la mano, fuerade los pantalones, más dura que el turrón en abril.

Me levanto tan deprisa que esta vez soy ya la que se lleva un porrazocon la mesa en toda la cabeza. Joder… ¡Joder! ¡Eso es lo que estabahaciendo antes cuando se ha golpeado la muñeca!

—¡¿Qué mierdas, Aarón?! —le grito en cuanto me incorporo.—Chss, chss. —Encima el tío me chista para que baje la voz. Tócate las

narices.—Perdona, ¿no quieres que todo el restaurante se entere de que eres

un…?—Por favor, Alba, te lo explico, te juro que te lo explico, pero no me la

montes aquí que me muero.Podría ser. En serio. Tiene la cara tan roja que estoy casi segura de que

le tiene que estar faltando la sangre en zonas vitales del cuerpo, porque se leha concentrado toda entre el rostro y la entrepierna.

—Pues empieza, que te doy tres minutos para que me expliques por quéte estabas pajeando antes de levantarme de aquí y marcharme dejándote contoda la cuenta para ti solito —le espeto con un tono de voz más comedido,aunque igual de cabreado.

—Sí, claro, claro.—Y saca la mano de debajo de la puñetera mesa.—Sí, claro, claro.Me cruzo de brazos y aguanto cinco segundos enteros de silencio antes

de volver a gritar.—¡Venga!—Sí, claro, claro.Ostras, a ver si de verdad le está dando una embolia por falta de riego en

el cerebro. ¿Las embolias funcionan así? No estoy segura, tengo que

preguntarle a Zoe cuando vuelva a casa. Aunque Zoe tampoco tiene quesaber mejor que yo cómo se produce una embolia, la verdad.

—Me excita ver a la gente comer —me suelta de repente Aarón,sacándome de mis cavilaciones sobre embolias y los posiblesdesconocimientos médicos que podemos tener sobre ellas mi mejor amiga yyo.

—¿Qué? —La voz me suena demasiado aguda, pero es que… Mira, deverdad. ¿Qué he hecho yo mal en la vida para que me toquen todos losraritos a mí?

«Deja de juzgar, Alba. A ti te fastidió en el alma que otros lo hiciesencontigo, no caigas en ese mismo error», me recuerda una vocecita dentro demi cabeza.

—Se llama feederismo. Se supone que es una parafilia, o eso es lo quehe visto en Internet. No sé. Yo de lo único que estoy seguro es de que mepone mucho ver comer a las mujeres y alimentarlas. Y tú… tú estabashaciendo todos esos ruiditos mientras probabas los platos y poniendo esascaras de gusto y… Joder.

Ahora es él el que pone los ojos en blanco y vuelve a bajar el brazohasta que queda oculto por el mantel. Esta vez me estoy fijando, así que veocon claridad cómo lo mueve una sola vez arriba y abajo.

—¡Las manos donde pueda verlas!«No juzgues, Alba. No juzgues».—Mira —le llamo la atención—, a mí me parece estupendamente que te

mole lo que te mole, mientras no inmiscuyas a animales o a menores, comosi te van las lluvias doradas, pero a mí no me gusta este rollo, así que mejoryo me marcho a mi casa y tú a la tuya.

No intenta detenerme cuando me pongo de pie. Estoy casi segura de quees porque todavía no se la ha guardado dentro de los pantalones. No quieroquedarme a averiguarlo, la verdad. Solo deseo llegar a casa, ponerme algode ropa cómoda y abrazar a Duque un rato, el suficiente como paraolvidarme de otra cita de mierda más.

Leo Estoy aburridísimo.

De hecho, estoy tan aburrido que creo que debería inventar otra palabrapara lo asqueado que estoy de no hacer nada. Aburrado, así como mezcla deaburrido y hastiado. O desgoso, porque también me encuentro desganado ytedioso. Aunque desgoso termina demasiado parecido a gozo, que es locontrario de lo que siento yo ahora mismo.

Vaya, nunca me había parado a pensar en que si a gozo le cambias unasola letra se convierte en pozo. ¿Será de ahí que viene lo de «mi gozo en unpozo»? Ná… Es probable que solo juntasen esas dos palabras en el dichoporque riman.

¡Dios! ¡Estoy muy aburrido!Es sábado por la noche. Zoe y Mario están en Madrid. Él tenía que ir a

supervisar un proyecto de su antiguo sector, o algo así. Cuando mi amigome habla de su trabajo suelo desconectar muy rápido, la verdad. El noventapor ciento de lo que sale por su boca es chino para mí. La cosa es que Zoedecidió aprovechar el viaje obligado de su chico para sacar entradas para elmusical de El Rey León y pasar un fin de semana romántico en la capital.

Alba ha quedado con otro tío de Tinder, el primero que no ha resultadoser un cretino integral. Hicieron match hace una semana, la misma mañanaque quedó con el machista del año. Llevan chateando desde hace días yayer decidieron quedar para conocerse en persona. Volvió encantada,hablando de lo majo que es y de lo mucho que se rio en su cita.

Yo le dije que lo que le pasa es que tiene las expectativas alteradas. Siun tío no le pone semen a las judías en vez de mahonesa ya ha superado alúltimo que conoció, así que… El comentario me valió una colleja enorme ycinco minutos de gritos, aunque mereció la pena. Voy a estar recordándoleesa cita hasta que se muera.

El caso es que pareció gustarle tanto Félix que ella misma le escribiómientras desayunábamos hoy para preguntarle si le gustaría quedar otra vezpara ir al cine. A mí me parece una idea horrible. Ir a ver una película no te

da la oportunidad de conocer a la persona con la que has quedado paranada. Tienes que permanecer en silencio durante dos horas, mirando alfrente en una sala oscura. ¿Qué sacas de ahí? Pues unas palomitas muchomás caras de lo moralmente aceptable, ninguna nueva información sobreuna chica a la que estás pretendiendo conocer y, si tienes suerte, un par demagreos por encima de la ropa.

Sacudo la cabeza, incómodo, tratando de apartar la imagen de unextraño poniendo las manos encima a Alba.

No es que no me haya hecho a la idea de que es algo que pasará,teniendo en cuenta que a ella parece que de verdad le gustan los tíos, es soloque se me hace raro. A Zoe la he visto hasta abierta de piernas debajo deMario —mi manía de no llamar a las puertas de las habitaciones antes deentrar es algo que nos ha costado un par de disgustos mientras convivíamos—; a Alba, sin embargo, ni siquiera la he visto besando a nadie.

Su vida sexual, la que mantiene consigo misma, siempre ha sido comoel monstruo del lago Ness: sé que existe, pero tampoco es que nunca hayatenido evidencias de ello. Es algo abstracto. Teórico. Una cosa en la quejamás me había parado a pensar. Hasta que Zoe, después de que Alba noshaya mandado hace tres horas una foto hecha a escondidas del tal Félix alchat de grupo de WhatsApp, acompañada del emoji babeante, ha soltado uncontundente «a este te lo follas en dos días, que me juego algo a que la bocano es lo único que se te ha hecho agua al verlo, chiqui».

Qué burra es… Y qué gracia me hace la jodida siempre. Menos hoy.Hoy el chiste no me ha hecho reír.

Es por celos.No es que me fastidie que Alba pueda echar un polvo. Eso me da igual.

María alucinaba cuando insinuó lo contrario. Es que aquí todo el mundoparece que va a terminar en cama ajena menos yo, que llevo dos semanasviendo cualquier chorrada que estrenan en Netflix y haciendo másabdominales que en mi vida.

No se trata de que me parezca que tengo que guardar una especie de lutosexual por María ni nada por el estilo; simplemente, me quedé algo chafadocon la ruptura. No me gustó verla mal, ni haber estado tan torpe como parano percatarme de que ella empezaba a desear algo que yo no podía darle.Creo que ahora me da miedo empezar a liarme con alguna chica y que me

pase otra vez, que no sepa interpretar si lo que ella me diga es solo unaverdad a medias.

Hace medio año, Zoe me preguntó si estaba seguro de que las mujerescon las que me acuesto saben qué esperar de mí, si estaba seguro de queellas no cogían solo lo que yo les daba porque preferían tener eso a no tenernada. Mi respuesta entonces fue concisa y segura: sí. Jamás prometo lo queno creo que pueda cumplir.

Ahora… Ahora dudo a todas horas. Ahora no estoy seguro de poderempezar nada con nadie por miedo a que no estemos en la misma sintonía,yo me crea que sí y alguien salga herido.

Ni siquiera he abierto Tinder en estos quince días, así que tengo elhumor un poco negro y las pelotas muy azules.

Apago la tele, harto de mirarla sin verla, y me propongo dejar de pensaren Zoe, en Mario, en Alba y en lo bien que se lo van a pasar ellos mientrasyo me muero del asco en casa un sábado por la noche.

Tiro en el cuenco de Duque los bordes de la pizza que no me heterminado y me meto en mi habitación mientras él se despereza y se levantade la camita que tiene en una esquina del cuarto de estar para ir a por losrestos de pan que le he regalado. Cata, que está pasando con nosotros el finde semana mientras su madre está fuera, ni se molesta en alzar la vista omoverse ni un ápice del cojín del sofá en el que dormita.

Cojo el portátil y cierro la puerta, más por costumbre que por que creaque me pueden interrumpir. A fin de cuentas, Alba iba a la sesión de lasdiez y solo son las once.

Abro el navegador e introduzco la dirección de una de mis páginas deporno habituales. Me desplazo por la barra de categorías hasta dar con laopción amateur y me recuesto contra mi cabecero, dispuesto a relajarmeuna o dos veces hasta que me venza el sueño.

Me salto el primer vídeo y el segundo, en donde las parejas que se venen las miniaturas son, claramente, actores profesionales fingiendo una falsaescena de sexo casero. También paso del tercero, demasiado oscuro paraapreciar nada.

Me paro en el cuarto. No sería especial por nada en concreto exceptopor un detalle: la pareja está follando a cuatro patas a cierta distancia de lacámara —de hecho, a más distancia de la que me gustaría—, y ella tiene losojos vendados. Sí, soy un poco fetichista de estas cosas.

No se los ve demasiado bien, pero pincho en el enlace. La chica megusta. Parece normal. Jovencita, con una media melena castaña que sebalancea con cada embiste de su chico, tapándole parte de la cara, lograndoque mi atención se concentre en los gemidos que salen de su boca. Y, joder,qué gemidos.

El tío está muy acelerado. Han debido de decidir colgar la películamostrando el punto en el que los preliminares ya sobraban, porque él golpealas caderas contra la piel de ella como si estuviese medio desesperado porcorrerse ya.

Me fijo en que el vídeo solo dura unos tres minutos. Muy corto. Sé desobra que no me va a satisfacer, así que estoy a punto de retroceder y pasara otro cuando me doy cuenta de que en la parte inferior, donde suelenrecomendar contenido similar, hay una versión extendida de veinte minutosde la misma escena que todavía se reproduce en mi pantalla.

Pincho encima.La pareja está ya colocada encima de su cama, solo que ahora parece

que acaban de empezar a jugar.Ella aún lleva colocada la ropa interior y está de rodillas, en la misma

postura en la que su novio va a penetrarla dentro de poco. Él, desde atrás,echa a un lado sus bragas y hunde la cara entre sus piernas, arrancándole unjadeo que despierta algo entre las mías.

Lo observo jugar un rato, alternando la lengua y su pulgar para hacerque la chica ruegue por más.

No habla.Tampoco es necesario.Ella no hace más que inclinar el cuerpo hacia atrás, buscando más

fricción, tratando de alcanzar su propio goce.La tela negra le cubre casi toda la frente, los ojos y parte de la nariz,

aunque no me importa. Yo solo puedo concentrarme en su boca, o en lasilueta que desde la distancia distingo de la misma. No emite sonidos todoel tiempo, pero siempre está abierta, con un placer atascándosele a ratos enla garganta que deja ir solo al sentirse cerca del clímax.

Me imagino allí con ellos. Fantaseo con cómo se sentiría colarle la pollaentre esos labios justo cuando su chico se mete en ella por primera vez,haciendo que curve la espalda hacia abajo y suelte un grito a medio caminoentre el éxtasis y el dolor.

Acariciarme por encima del pantalón del pijama deja de resultarmesatisfactorio, así que libero mi erección lo justo para poder agarrarla confuerza y darle un par de sacudidas que me regalan un escalofrío que mehace cerrar los ojos y soltar un gruñido que tapa durante un segundo lajodida sinfonía perfecta que está jadeando la chica de la venda.

El chaval ha acelerado mucho el ritmo. Las imágenes que me devuelvenahora la mirada desde mi portátil son las mismas del primer vídeo.

Sus prisas se me contagian y aumento la velocidad a la que me estoymasturbando de manera inconsciente. No quiero acabar ya, pero necesitobombear a la par que él para poder imaginar que soy yo quien está metidoen esa preciosidad de curvas pequeñas y caderas estrechas que se haapoyado sobre los codos para buscar un ángulo mejor en el que serpenetrada.

En apenas dos minutos el chaval suelta un bramido casi animal y frenalos embates, pegándose al pubis de su chica durante unos segundos eternosen los que lo imagino vaciándose en su interior.

Yo todavía sigo duro, incluso habiendo relajado el ritmo de mis propiasacometidas, esperando a ver cómo sigue la escena en vista de que aúnquedan diez minutos de grabación. Mi estatismo dura poco. Para serexactos, los mismos segundos que el chico tarda en pedirle a su novia quese dé la vuelta para tumbarse bocarriba en el colchón mientras él se pone depie y alcanza la cámara que descansaba sobre lo que supongo será elescritorio de su habitación.

Coge algo más de un cajón, aunque no se distingue qué es hasta que loenfoca en primer plano. Un vibrador wand.

La polla me da un salto en la mano en el momento en el que acerca laimagen a la entrepierna de ella y distingo los restos del orgasmo de élgoteando hasta las sábanas. El chico lo extiende con un par de dedos que notarda en meter dentro de ella, arrancándole nuevos gemidos que alcanzan lacategoría de gimoteos en el instante en el que él los saca para encender elestimulador y colocarlo directamente sobre su clítoris.

Las imágenes tiemblan más que antes, pero también me dejan apreciarmejor el cuerpo de la chica, los ligeros temblores que la sacuden cada vezmás seguidos, el vientre que se contrae con cada espasmo que la acerca másal final, los pezones que se le erizan hasta la perfección.

Está muy cerca del límite. Coge aire como si le faltase y yo memasturbo con tanta fuerza que casi me duele.

Él suelta el vibrador para tener los dedos libres y poder llevarlos hasta laboca de su novia, que se apresura en sustituir las manos de su chico y evitarasí dejar de sentir la agitación allí donde más la necesita.

El chaval le mete el índice entre los labios, abriéndoselos lo justo paraque yo pueda apreciar una separación entre sus paletos de apenas unmilímetro. Una sensación incómoda se instala en la parte trasera de micerebro con esa visión, aunque no consigo ubicarla, a pesar de notar que seincrementa cuando la cámara sigue subiendo y la forma en la que el pañuelose le ha subido a ella por culpa del movimiento me deja apreciar unaspequeñas pecas en el puente de su nariz. Pocas, muy pocas.

«Conozco esas pecas».Son casi invisibles en invierno y en verano van casi siempre

maquilladas, pero las conozco. Me he familiarizado más con ellas en losúltimos meses, porque no suelen estar tapadas a primera hora de la mañana,en ese rato en el que toman el primer café delante de mí.

«Es imposible».Me lo repito hasta tres veces, bloqueando las imágenes de otra mujer

más adulta, también de pelo castaño y diastema casi imperceptible, que seempeñan en colarse en mi fantasía.

He acelerado el ritmo sin querer. Me agarro con más fuerza, con másdeseo, con más desesperación.

Se me escapa un jadeo descontrolado y aprieto los dientes al sentirme alborde del precipicio.

«No puedes imaginarte a tu mejor amiga ahora. No estando a puntode…».

Tarde.El orgasmo me golpea con brutalidad.Me contraigo una vez, dos, tres y hasta cuatro.Me mancho el estómago y me torturo un poco por ver a Alba frente a mí

aun teniendo los ojos cerrados.«¿Qué coño te pasa, tío? No puedes imaginarte a tu mejor amiga

mientras te corres, joder», me repito mentalmente.Solo que no me hace falta imaginarla. No cuando la estoy viendo, o al

menos a una versión mucho más joven de ella.

La venda aún le tapa la mirada, lo que todavía podría permitirmemantener la ilusión de que estoy equivocado, de que solo es mi imaginaciónjugándome una mala pasada, pero la voz del chico me arranca las pocasposibilidades que tengo de convencerme que de que lo que estoy viendo noes real.

«¿Te gusta, cielo? ¿Te vas a correr para mí, Alba?».Cierro de golpe el ordenador antes de que ella conteste.No puedo escucharla.No puedo oír su voz.No puedo procesar lo que acabo de ver.Ni de hacer.

Alba Es el final de mi tercera cita con Félix.

Tres.Llevamos tres citas perfectas en las que no me ha hablado de seres

paranormales, me ha hecho reír, ha defendido el derecho de las personas aelegir lo que desean en la vida cuando le he dicho que no quiero ser madrey hasta ha rebatido con argumentos muy sólidos por qué el final de BatmanVs. Superman no es tan malo como todo el mundo dice. No es que me hayaconvencido, pero fue coherente y condenadamente sexy que me hablara deluniverso DC.

Supongo que ahora sí que le debo una grande a Zoe, porque si hubiesesido por mí ni siquiera nos hubiésemos conocido.

Después de Aarón, llegué a casa jurando y perjurando que me borrabaTinder del móvil. Es que, a ver, si la cosa seguía empeorando, solo podíaesperar que a mi siguiente cita se presentase Hannibal Lecter o el primo dela chica aquella que daba de comer mermelada a su perro mientras RickyMartin esperaba en el armario.

Fue mi mejor amiga la que me calmó a base de cervezas, chupitos,medio paquete de tabaco de liar y una emboscada tendida a traición estandoya un poco pedo.

Félix me escribió en mitad de nuestro desfase casero. Llevábamos unasemana mandándonos mensajes por el chat. Me parecía tan mono que noquería que la imagen que me había hecho de él se arruinase, así que habíaestado alargando lo de conocernos. Ya había aprendido que en las distanciascortas los hombres con los que yo quedaba a través de la app no ganabantanto como cabría esperar; pero Zoe no me dejó. Se adueñó de mi teléfono yle preguntó si quería tomar un café al día siguiente al salir de trabajar.

Y yo la dejé hacerlo. Sí, me quejé un poquito e hice amago de quitarle elmóvil de las manos en dos ocasiones, aunque no le puse mucho empeño.¿Por qué? Porque no quería tirar la toalla. Porque me apetecía de verdad

conocer a alguien que valiese la pena. Porque no quería que Iván mecondicionase la vida.

Cuando me marché de casa en navidades, después de ver a mis padresdedicándose mimos inconscientes y sonrisas que solo ellos entendían, meacordé de que eso era con lo que yo había crecido, con ese amor que resisteal tiempo y a las etapas que no son rosas. Eso era lo que yo había queridosiempre. Lo había mamado, me habían enseñado que existía y, durante untiempo, hasta pensé que lo había encontrado.

Entonces Iván me destrozó algunos de los sueños que me habíanacompañado desde niña.

Y no. Ya no.Nunca me he sentido incompleta por no tener parejas sentimentales,

jamás me ha parecido que le faltase algo a mi vida para ser feliz. Solo quedesde hace unas semanas… Desde hace unas semanas he empezado a echarde menos esa ilusión irracional que se siente al compartir intimidad con unhombre que te gusta, tener lo que Zoe parecía haber encontrado en Mario,lo que pensé que Leo podría haber tenido con María.

La simple y llana verdad es que añoro tener pareja. Y eso de que el amorno se busca porque llega cuando le toca está muy bien, pero yo hacedemasiado que lo esquivo a conciencia. No me parece tan mala idea echarleuna mano al destino.

Después de nuestra primera cena, el sábado pasado, le propuse a Félixuna tarde de cine a la que le ha seguido una semana de llamadas nocturnaspara desearnos buenas noches y mensajes un tanto tímidos para ver qué taliban nuestros días y para avivar las ganas de repetir el único beso dedespedida que hemos compartido, ese que me tuvo sonriendo desde quevolví el domingo de nuestra cita hasta que me quedé dormida.

¿Muy adolescente? Puede ser, pero es que era mi primer beso de verdaden seis años. Hace más de un lustro que renuncié al sexo voluntariamente,lo que implicó que me saltase una de las fases más comunes entre casi todoslos veinteañeros: la de ir enrollándome con una persona distinta cada fin desemana.

Seis años sin compartir algo tan íntimo, tan dulce y tan pasional a la vezcomo es mezclar tu saliva con la de una persona que empieza a despertaralgo en ti.

Me puse nerviosa cuando Félix se acercó despacio a mis labios aquellanoche. Fue excitante sentir sus manos colándose por debajo de mi camisetalo justo para acariciar la piel de mi cintura y acercarme a él. No hubofuegos artificiales, aunque tampoco los esperaba. La verdad es que estabaun tanto tensa.

Hay nervios e inquietudes que no desaparecen solo porque lo desees.Tiempo.Estoy segura de que solo necesito tiempo y marcar yo los ritmos.Eso fue hace cinco días. Nos hemos seguido escribiendo mucho entre

semana y las cosas han parecido fluir de manera natural entre nosotros, asíque no entiendo de dónde vienen estos nervios que se me han instalado enla boca del estómago mientras me acompaña a la puerta de casa.

Bueno, sí que lo sé: de las películas americanas. Esos estúpidos ytópicos clichés con patas que te meten la idea en la cabeza de que despuésde tres quedadas perfectas, toca cama. Y de eso nada.

Me llevó mucho darme cuenta de lo que quiero y de lo que no quiero enla vida, de todo lo que merezco y de que nadie puede volver a tomar lasriendas de unas decisiones que solo a mí me corresponde tomar. Sí, tardé encomprenderlo. Después de que Iván y yo lo dejásemos, los chicos quellegaron parecían no tener especial interés en escuchar que yo quería irdespacio, pero todas esas son lecciones que aprendí más que bien, que megrabé a fuego tras entender que decir en voz alta lo que deseas no te hacecaprichosa, débil o voluble, solo te convierte en una persona con ideasfirmes y sin miedo a expresarlas.

No tengo claro lo que Félix espera de esta noche, aunque sí que sé que,por mucho que salga ganando al compararlo con los tíos anteriores, solohace unos cuantos días que nos vimos por primera vez, y que si se toma amal que no le dé más de lo que yo estoy dispuesta a ofrecer me voy aahorrar futuras decepciones, porque lo nuestro se acabará aquí y ahora.

—¿Quieres que suba a tomar la última?Aquí está la pregunta.Acabamos de parar en la puerta de mi portal y la electricidad que

supongo que debe de acompañar a las expectativas previas al sexo ya hahecho acto de presencia. Y digo «supongo» porque no tengo ni idea de si esasí. Hace tanto que no me acuesto con nadie que ya no recuerdo cómo era

sentir esas mariposas un poquito más abajo del estómago después de unacita, cuando los besos se transforman en preludio de algo más.

—Hoy no. Prefiero que nos conozcamos mejor antes de enseñarte micasa o mi dormitorio.

No le doy excusas. Nada de «mañana madrugo», «estoy un pococansada» o, la que me parece más horrible de todas, «estoy en esos días».No voy a disfrazar el hecho de que quiero esperar.

—De acuerdo.La sonrisa ni siquiera le tiembla en los labios, lo que hace que la mía se

amplíe sola.Recorta el escaso metro de distancia que nos separa y hunde la mano en

mi pelo, erizando el vello de mi nuca ante su contacto. Siento levementecomo posa la otra en el final de mi espalda, aunque la manera en la que abremi boca con su lengua para encontrarse con la mía me distrae de casi todolo que pasa a nuestra alrededor.

Ya sé que nos habíamos besado una vez antes. Pero no así. Joder, seguroque no así.

Dientes, pellizcos que hablan de placeres por venir, caderas que sepegan hasta casi fusionarse. Y un gemido que se escapa de su garganta yque me hace volar hasta camas deshechas.

Nos separamos con la respiración agitada y los ojos más brillantes.Ma-dre-mí-a.La primera mecha de esos fuegos artificiales que no prendieron hace una

semana combustiona ahora en apenas segundos.—¿Puedo llamarte mañana?—Mañana es lunes, Félix. Trabajo.—Pero seguro que paras a comer, ¿no?Comer. Suena inofensivo.—Sí.—Pues puedo acercarme por aquí si tienes poco tiempo para parar a

picar algo.—No sé…—Me apetece volver a verte, Alba.Me desarma. No por la confesión en sí, sino por la sencillez con la que

la deja ir.—Vale —le concedo.

Subo en el ascensor hasta mi piso con una ilusión infantil y bonitatirando hacia arriba de mis labios. Y con unas ganas que empiezan adespertarse entre mis piernas y que pensé que tardaría mucho en recuperar.

Soy sexualmente activa. Conmigo misma, pero lo soy. Disfruto de unosorgasmos brutales cuando me masturbo. Conozco lo que me excita y lo queme deja fría. Tengo una imaginación desbordante en lo que a fantasías serefiere y sé cómo tocarme para llegar a donde quiero en pocos minutos.Solo que siempre lo hago sola.

Creí que me costaría un poco más volver a excitarme pensando en quesean otras manos las que me acaricien.

Abro la puerta de casa y espero por si oigo los pasos acelerados deDuque saliendo como un loco a recibirme al descansillo. Después de tressegundos de una nada poco común, entro con cuidado en el piso. Todas lasdudas sobre qué estará haciendo el gigantesco terranova se disipan al verlotumbado a los pies del sofá en el que descansa Leo. Su dueño no sueledejarlo subir porque dice que ocupa casi todo el espacio, y es verdad,aunque a mí no me importa.

Me concedo un momento para observar a mi compañero de piso sin queél se percate de que estoy aquí. Tiene la tele apagada y mira muyconcentrado a Alexa, que reproduce a un volumen bastante alto La MonedaEn El Aire, de La Habitación Roja. Me preparo para reírme un poquito de élcuando llegue el estribillo, que suele cantar desgañitándose porque leencanta. Pero no hace nada.

Se queda quieto, igual de quieto que ha estado el cerca de un minuto queya llevo aquí parada, a unos cuatro metros de él. Desde donde estoy solopuedo verlo de perfil; aun con ello, juraría que está demasiado serio para serLeo. Lleva siendo así desde hace ya demasiado.

Zoe y yo lo hemos comentado, que nuestro amigo está raro desde eldomingo pasado. Más callado, más taciturno. No sé. Más gris.

Lo hemos achacado a su ruptura con María y a que la actitud de su ex leha rallado un montón. No ha quedado con ninguna chica en estas semanasni ha comentado que pretenda hacerlo. La única vez que le preguntamos alrespecto, solo nos dijo que no quiere ir por ahí haciendo llorar a nadie máspor ser un ciego sentimental.

Ya se le pasará. Es Leo, seguro que en unos días más tiene Tinderechando humo.

—Eh —saludo bajito, tratando de no despertar a Duque y fracasando. Elanimal levanta la cabeza a la misma velocidad que su humano, aunque élmueve la cola como un poseso hasta que me agacho a su lado y lo acaricio,mientras que Leo solo tuerce la boca a modo de bienvenida—. ¿Qué haces?

—Nada especial. ¿Cómo ha ido la cita?Me quito el abrigo y lo tiro en el sillón orejero que tengo al lado antes

de coger el tabaco de liar de mi bolso y empezar a hacerme un pitillo. Leoaparta un par de cojines que estaba usando como apoyo para crearme unhueco a su lado; eso sí, sin mirarme en ningún momento al hacerlo.

Raro.Está raro de narices.—Bastante bien, la verdad. Me gusta —le resumo. Todavía se me hace

un tanto extraño hablar de chicos con él, es algo que no habíamos hechohasta ahora.

—Dabuti.Se me escapa una especie de gruñido a medio camino entre la carcajada

y la burla. Cuando estoy a punto de vacilarlo por usar palabras desfasadasdesde hace… no sé, dos décadas, él se me adelanta, tomando la palabra.

—Oye, Alba, ¿puedo hacerte una pregunta?Sonrío de medio lado, mirándolo con atención y sin añadir nada, porque

esta semana ha empezado una conversación conmigo con esas mismapalabras al menos en cuatro ocasiones para, a continuación, soltarme algunachorrada.

Solo que esta vez no es una tontería lo que sale de su boca. O no almenos para mí.

Creo que tampoco lo es para él. No puede serlo si me fío del esfuerzoque le cuesta tragar lo que se le está atravesando en la garganta, o en laangustia con la que me mira al susurrar:

—¿Tú alguna vez has hecho porno?Dios mío.Lo sabe.Leo lo sabe.

Leo Tengo menos tacto que Cervantes después de la batalla de Lepanto.

«¿Tú alguna vez has hecho porno?».Joder.¡Joder!Es que ya no sabía cómo soltarlo.A ver, ¿cómo se pregunta algo así sin parecer un idiota o un salido?Llevo una semana de mierda en la que me he dado cuenta de que el

parqué de mi casa tiene tres marcas de golpes —dos en el salón y una en midormitorio— y una banda más oscura debajo del escritorio donde tenemosel ordenador de mesa, supongo que de arrastrar la silla en vez de levantarlapara moverla. Nunca me había fijado en estas chorradas hasta estemomento, claro que tampoco había caminado con la cabeza gachatantísimas veces como hasta ahora desde que Alba se mudó a esteapartamento.

No he sido capaz de mirarla a la cara más de tres segundos seguidosdesde el sábado pasado. No puedo. Cada vez que lo hago la veo con unavenda en los ojos y la boca entreabierta de deseo. Y a mí con la polla en lamano salpicándome el estómago de semen.

—¿Por qué me preguntas eso, Leo?Mierda, ni siquiera parece sorprendida. No, solo está aquí parada,

mirándome con una mezcla de resentimiento y miedo que me parte el alma.Está tan hierática que tengo ganas de alargar una mano y colocar un dedobajo su nariz solo para comprobar que sigue respirando.

—Yo…—¿Tú…?—He visto algo en Internet.Asiente y sigue mirándome, sin decir nada, tan rígida que estoy seguro

de que podría partirse como cristal si le diese un golpe seco.—¿Qué has visto? —insiste.—Alba… No… no me hagas decirlo.

—Vale, pues dime la página a la que lo habían subido al menos.Necesito saberlo.

Se pone en movimiento con una celeridad que me pilla desprevenido.Pasa de ser estatua de sal a huracán con ganas de arrasarlo todo. Deja elcigarro que no se había prendido aún en la mesa y alcanza su bolso parasacar el móvil de dentro y empezar a teclear a una velocidad descomunal.

Solo transcurren un par de minutos hasta que una llamada entranteahoga el silencio que se ha formado entre nosotros y que yo no sé con quéllenar, porque acabo de darme cuenta de que ahora es Alba la que no memira a mí a la cara.

—Nena, ha aparecido otro vídeo —pronuncia ella en cuanto descuelga.—…—Sí, ya lo sé. ¿Puedes llamar a tu amigo el abogado?—…—No, ahora no.—…—En serio, no hace falta. Es tarde y una noche más o menos pululando

por ahí ya me da igual.—…—Vale, pues no me da igual, pero sigue siendo tarde, Zoe, así que deja

en paz al buen hombre hasta mañana.—…—Espera. ¿Dónde estaba colgado?Me doy cuenta de que se dirige a mí al susurrar esto. No sé ni cómo,

porque la verdad es que ando bastante ido.—En XVideos.Me sale más un murmullo que una respuesta que parece ser suficiente,

porque Alba vuelve a girar la cabeza para evitar mi mirada y responde muysegura a su teléfono. Su espalda sigue demasiado recta. Y yo sigo sin saberqué decir.

—En XVideos de nuevo.Está soltando muchos datos al aire, aunque yo me he quedado atascado

en la primera frase que le he escuchado decir. En realidad, en cuatro letrasde esa frase.

Otro.

Estoy lo bastante cerca como para pillar fragmentos de la conversación eir alcanzando palabras que me dicen que Zoe estaba al tanto de esto, quesabía que su mejor amiga salía en páginas de pornografía. También se cuelaen mi cerebro la información de que conocen a un abogado al que llamarpara algo así. Pero solo puedo concentrarme en esas cuatro letras de todaslas dichas.

Otro.Ha habido más vídeos.Puede que todavía haya más vídeos.¿Alba no lo sabía? Ha reaccionado como si fuese algo que le doliese, no

como si fuese parte de un pasado que ella conociese.—…—Ha sido Leo el que lo ha encontrado.Me percato casi sin ser consciente de hacerlo de que al otro lado de la

línea se hace el silencio, uno que pesa.—Llama al abogado cuando te despiertes mañana, ¿vale? —Alba

retoma la conversación al darse cuenta de que Zoe no parece dispuesta adecir nada más—. Y, Zoe, explícaselo a Mario.

—…—Sí, todo. Yo voy a hablar con Leo.«Yo voy a hablar con Leo».Hostias.Llevo una semana queriendo saber. Y ahora… Ahora estoy tentado de

ponerme de pie y salir corriendo.Alba se levanta y desaparece por la cocina. Regresa al cabo de un

momento, con un par de cervezas en las manos. Le pide a Alexa que pare deescupir música antes de sentarse de nuevo a mi lado, con una rodilladoblada de forma que su propio pie le hace de cojín. Ni siquiera healcanzado el botellín que me tiende cuando empieza a desnudarse frente amí como no recuerdo que nadie lo haya hecho jamás.

—Iván y yo nos conocíamos desde críos.La cara del tío que aparecía con ella en el vídeo pasa de forma fugaz por

mi memoria. ¿Será de él de quien me está hablando?—Íbamos juntos a clase desde primer curso, formaba parte de la

pandilla que hice en el pueblo al ir creciendo. La primera vez que me dijoque yo iba a acabar siendo su novia teníamos doce años.

Se le escapa una sonrisa triste ante el recuerdo. Cómo odio esaexpresión. Sonrisa triste. Algo que solo debería hacerte feliz mutando enuna cosa que te duele en el pecho.

—A los catorce se convirtió en mi primer beso. A los quince le dejémeter la mano, además de por dentro de mi camiseta al enrollarnos, pordentro de mis pantalones. A los dieciséis perdimos juntos la virginidad. Nosregalamos todas nuestras primeras veces y nos convencimos de que nuestroamor podía mover montañas. No es que pensase que éramos únicos odiferentes, aquello me daba igual. Yo solo sabía que Iván hacía mi mundomás bonito, y con eso me bastaba.

La sonrisa triste se amplía en su cara mientras sus ojos brillan, algohúmedos. Su gesto hace que quiera cogerle la mano, darle una sujeción alpresente, pero su mirada sigue perdida en un pasado que, por cómo lo narra,sé que fue feliz.

«Hasta que dejó de serlo», me grita una voz en mi cabeza. Sé que va adejar de serlo, y no sé si quiero escucharlo, porque entonces tendré quebuscar al tal Iván y matarlo, y yo nunca he matado a nadie. No tengo ni ideade cómo deshacerme de un cuerpo. Si hago esa búsqueda en Google,¿quedará registrada si después borro el historial?

Seguro que Mario me cubre ante la poli si se lo pido.«No, señor agente, claro que no fui yo. A la hora del crimen estaba con

mi mejor amigo, comprobando cuántas aceitunas nos caben a cada uno en laboca sin ahogarnos». Sí, suena a algo que podríamos hacer Mario y yo unmiércoles cualquiera.

—Ese mismo año, el padre de Iván murió por culpa de un infarto. —Lavoz de Alba consigue sacarme de mis ensoñaciones asesinas—. Era algomayor. Iván llegó de sorpresa después de que su mujer y él hubiesencumplido los cuarenta, pero siempre había estado sano. Fue un golpehorrible para la familia. Iván se quedó solo con su madre, un ama de casaque siempre había dependido económicamente de su marido. Iván dejó losestudios en cuanto terminó la secundaria y se puso a despachar con ella enla droguería que hasta entonces había llevado el cabeza de familia. Eldinero empezó a ser un tema demasiado recurrente para él. Su madrelloraba a menudo delante de su hijo porque no sabía hacer las cuentas oporque se liaba con los pedidos. Cuando solo había pasado un año y medio,ya había dejado casi todo el peso del pequeño negocio sobre los hombros de

Iván, convirtiéndolo en ese horrible y anticuado concepto de «el hombre dela casa».

Alba va entonando diferentes voces a medida que avanza en su historia.Está contándome un cuento. Eso es justo lo que hace. Alejarse de la

realidad, dotarla de una narración viva, hasta que la siente lo bastante ajenacomo para poder recitarla sin que le falte el aire.

Se permite un minuto de pausa para terminarse la cerveza de dospequeños tragos más y empieza a liarse un cigarro. Me ahorro indicarle queel que había preparado hace un rato todavía sigue intacto encima de lamesita.

—Un par de meses después de que yo cumpliese los dieciocho, las cosasparecieron calmarse. Entraba más dinero en su casa e Iván estaba másrelajado; de hecho, empezamos a hablar de futuro. Yo no había querido ir ala universidad, siempre fui una estudiante mediocre y no había ningunacarrera que me llamase demasiado la atención. Me habían contratado en elcentro cívico del pueblo para atender el mostrador y estaba bastantecontenta allí. Con mi sueldo y el aumento de beneficios de la droguería,calculamos que nos daba para alquilar un piso que llamar nuestro.Seguíamos queriéndonos de aquella forma irracional que solo parece existira esa edad, con ganas de comernos la vida y desgastarnos a besos.Queríamos un espacio propio en el que desnudarnos por los rincones yhacernos el amor mientras nos lo jurábamos eterno.

Le tiemblan las manos al posar la colilla en el cenicero. Y lo sé.Simplemente sé que esta es la parte en la que voy a desear que en Españalas leyes sobre posesión de armas fuesen igual de laxas que en EstadosUnidos.

—Estábamos visitando el segundo apartamento de esa semana cuandome llegó el primer vídeo. Me lo mandó una compañera del centro cívico,una chica que solo me sacaba cinco años y con la que había empezado ahacer buenas migas. Recuerdo leer las cuatro palabras que acompañaban almensaje con más curiosidad que preocupación. «WTF, Alba, ¿eres tú???»—recita, representando una cara de asombro para mí.

Quiero decirle que pare, que no haga eso, que no intente imprimirhumor donde avecino solo sufrimiento.

—Sí que era yo. Era yo con Iván, en la cama de su madre.Aprovechábamos a menudo los ratos que teníamos solos allí para follar. Eso

es lo que hacíamos en aquel vídeo: nos veía follar mientras el hombre de lainmobiliaria le explicaba a mi novio que la cocina estaba equipada con todolo necesario y que las tuberías daban algunos problemas a veces. ¿Y sabesqué hice? —Niego despacio, con el gesto más comedido que soy capaz dedibujar teniendo en cuenta que la sangre ha empezado a hervirme pordentro—. Se lo enseñé a Iván. Le dije «cariño, mira».

Se ríe con unas ganas un tanto histéricas. Cuando una carcajada másfuerte le hace cerrar los ojos, una lágrima se le escurre por la mejilla.

—«Cariño, mira» —repite—. No sé, te juro que lo primero que penséfue que alguien nos había estado espiando y grabando sin que nos diésemoscuenta, que nos habían puteado a los dos.

La risa se convierte en un bufido que esconde toda la resignación delmundo.

—Puteada estuve yo sola, y tachada de puta también.Se queda en silencio de repente. Creo que necesita un instante, así que

me pongo de pie, esquivo el cuerpo de Duque como puedo y llego a lanevera. Paso de las cervezas, me lanzo directo a por el vodka. Pongo un parde hielos en unos vasos chatos y sirvo dos culos en cuanto me siento denuevo al lado de Alba.

No sé por qué lo hacemos, pero brindamos antes de bajar el alcohol pornuestras gargantas. Alba coge la botella que he dejado frente a nosotros yrellena las copas, aunque ninguno vacía todavía la segunda.

—Iván me sacó de allí antes de que al hombre que nos enseñaba el pisole diese tiempo ni a entender que lo estábamos dejando colgado. Mi chicome cogió de la mano y no habló hasta que nos encerramos en su cuarto, enese que estaba al lado de la habitación que salía en el dichoso vídeo. Segúntrancó la puerta, empezó a hablarme a toda velocidad de deudas que yo nosabía que su padre tenía, de facturas impagadas de las que jamás me habíadicho una palabra y de noches eternas en las que su madre le taladraba lacabeza lamentándose porque no sabía cómo iban a salir adelante. Excusasde mierda para justificar una decisión de cobarde.

—Decidió grabaros para sacar pasta. —La voz me sale algo ronca. Nome doy cuenta hasta este momento de todo el rato que llevo sin hablar.

—El que tú has encontrado es el duodécimo que vamos a denunciar.¡Dios!

Cierro los ojos e inspiro profundo. Trato de recordar que el asesinato esilegal. También que esta presión que siento en el pecho bajará si sigorespirando.

Pero es que… No… No sabía que algo que no has vivido tú te puedeasfixiar así.

—Joder —se me escapa.—La grabación que me pasó mi amiga corrió igual que la pólvora entre

la gente del pueblo. Quien lo recibía en su teléfono no dudaba enmandárselo a otros diez contactos. Esos diez se lo hacían llegar a otrosveinte. Esos veinte lo comentaban entre risas con otros treinta… Fue unalocura. Para todos ellos, aquello no era más que material para burlas,contenido con el que llenar una charla entre copas, no algo que puededestrozar una vida. Hubo quien se dedicó a bucear en la página web queaparecía identificada en la esquina del vídeo para buscar más material. Endos semanas localizaron otros cuatro.

A la mierda. Contratar un sicario no puede ser tan caro. El tal Ivánmerece el gasto.

—Dejé de salir a la calle. Cada vez que lo hacía la gente me señalabacon el dedo. Ni siquiera disimulaban. De hecho, había tíos que me gritabanbromas obscenas estando en grupo y luego se daban codazos mientrassoltaban risotadas, como si fuesen genios del humor. Que me preguntasencuánto cobraba por mamada se tornó costumbre. Me convertí en la zorra deBocairente.

—No me lo digas: tú eras una guarra e Iván un dios.—Exactamente eso éramos. Él, el machote que conseguía hacer gritar a

la viciosa de su novia. Yo, una facilona que se dejaba grabar solo paracomplacerlo. Nadie pensó que yo no participaba en aquello de forma activa.A mí me atestaron el teléfono con mensajes horribles de gente que niconocía; las amigas de mi abuela le dieron de lado; ¡ah!, y también noshicieron una pintada en el portal de casa. ¿Sabes lo que recibió él? —Noespera a que conteste para escupir, con cara de dolor—. Unas cuantasfelicitaciones por el tamaño de su polla.

—Nena…—No pude mirar a mis padres a la cara durante meses. Me daba tanta

vergüenza, Leo…—No hiciste nada malo, nena.

—Lo sé, pero me costó mucho entenderlo. Entonces, con dieciocho añosy todo un pueblo juzgándome, yo solo fui capaz de creerme que la que teníaque agachar la cabeza por aquello era yo. De hecho, cuando vi que loscotilleos no desaparecían después de ocho meses, acabé por marcharme deallí. Me mudé a Valencia huyendo de algo que no era mi culpa. Todavía mecuesta volver hoy en día. Sé que aún hay personas que se acuerdan deaquello, que siguen metiendo el dedo en la llaga en cuanto me ven pasearpor allí en alguna de las pocas ocasiones en las que me dejo caer por micasa de la infancia, que se siguen burlando de ello frente a mi padre o miabuela.

—Esa gente es escoria.—Puede, pero hace daño igual.Alba se inclina para alcanzar su vaso y yo cojo el mío por pura inercia.

El vodka vuelve a quemarme la garganta, aunque agradezco que tambiénme atonte los sentidos.

Ni siquiera le pregunto por Iván. Quiero entender que lo mandó alpuñetero infierno la misma tarde en la que descubrió todo. Ella no ha vueltoa mentarlo en la historia, así que supongo que fue así. No le voy a dedicarmi interés, no se lo merece. No me da la gana.

—Fui al psicólogo, ¿sabes? —suelta Alba después de un rato en silencio—. Al llegar aquí empecé a sufrir ataques de ansiedad que no sabía dedónde llegaban, así que acabé buscando a alguien que pudiese ayudarme.Conseguí controlarlos bastante gracias a la terapia. Me hizo ver que no teníade qué esconderme, que no debía agachar la mirada ante nadie, que solo erauna chica que disfrutaba del sexo libremente. Fue mi psicólogo quien logróque acabase aceptando el puesto en la porno tienda.

Sonrío al escucharla usar el nombre con el que yo siempre me refiero asu lugar de trabajo y que sé que ella detesta.

—Fue como un corte de mangas gigante para toda esa gente que sehabía atrevido a criticarme. ¿Querían arroz? Pues iban a tener dos tazas.

En la sonrisa que se le dibuja a Alba reconozco más a mi mejor amiga, ysolo esto consigue que la piedra atascada en mi esternón pese un pocomenos.

—No te voy a decir que todo se evaporó al llegar aquí. Es verdad que elestar en un lugar en el que no me conocía nadie ayudó, aunque ladesconfianza se volvió algo intrínseco a mí. En cuanto algún desconocido

se me queda mirando más rato del normal, enseguida pienso que ha podidoreconocerme.

Se me viene a la cabeza de forma automática el día en el que Mario yAlba se presentaron. Lo incómoda que estaba ella cuando nuestro ahoraamigo le dijo que creía conocerla, que le sonaba su cara.

Su recelo hacia él hasta que Mario acabó comparándola con PhoebeTonkin cobra ahora mucho más sentido para mí.

—Sé que es absurdo, porque hace ya nueve años de aquello y la mayoríade los vídeos han desaparecido, o eso prefiero creer; además de que quieropensar que ya sería mala suerte que cualquier persona que consume pornovaya a toparse justo con alguna de las grabaciones en las que aparezco yo.Solo que… bueno, ya has comprobado por ti mismo que sí que puede pasar.

No me sonrojo por su comentario, sé que no es una crítica ni unareprimenda velada. La misma Alba reconoce sin pudor que le mola meterseen alguna página de este tipo estando sola, aunque por lo que confesó unavez, parece preferir el hentai. Sí, me quedé con el dato.

Ni escondo ni esconderé que veo este tipo de vídeos. Eso sí, creo que apartir de ahora solo pincharé en aquellos en los que ambos participantessean conscientes sin lugar a dudas de que están siendo grabados.

Estoy sirviendo el tercer trago de vodka cuando la pregunta me asaltasin permiso. Vacío mi vaso y dejo que Alba haga lo mismo antes de dejarlair.

—¿Por eso no salías con tíos? ¿Por tu mala experiencia con Iván?—Sí y no. Probé a estar con algunos chicos los primeros años que pasé

aquí en Valencia, pero ninguno me caló demasiado. Durante un año no mefui a la cama con ninguno, compartimos unos cuantos besos y ya, y en lossiguientes dos años me acosté con cuatro tíos que me hicieron darme cuentade que el momento previo al sexo me provocaba entonces bastante congoja.Solo me sentía a gusto si follábamos en mi casa o con la luz apagada; yasabes, en circunstancias que me hiciesen estar segura de que no iban apoder grabarme sin mi permiso. Sé que no es muy racional, que la gente nohabitúa a putear así a otros, pero mi ansiedad iba por libre.

Ahora es ella la que vuelca el alcohol en los vasos.Soy consciente de que solo nos estamos sirviendo culines, aunque

beberlos a palo seco hace que ninguno esté ya sobrio por completo. De

hecho, a mí empiezan a pesarme los ojos y a Alba la lengua se le traba en lamisma medida que se le suelta.

—El caso es que ninguno lo hacía bien, ¿sabes? —Se me escapa unacarcajada involuntaria ante su cara de disgusto—. No sé si era que yo estabamuy tensa, que hacerlo a oscuras nunca me ha gustado demasiado, si elloseran muy torpes o si no conectábamos lo bastante como para que lespreocupase que yo me corriese. Seguramente, se trataba de una mezcla detodo lo anterior.

—No tienes que creer que te estás acostando con tu alma gemela paraque te preocupe que ella llegue al orgasmo, solo hace falta no ser un egoístade mierda.

Alba rellena las copas y alza la suya para que la choque con la mía en unbrindis muy cómico.

¿Cuántos chupitos llevamos?Se nos está yendo de las manos, soy consciente, y aun así no tengo

intención de decirle que deberíamos dejar de beber. Creo que necesita esto,y que quizá no sea capaz de afrontarlo sin unos cuantos tragos en el cuerpo.

—Eso creo yo. Lo malo es que los hombres que se cruzaban en micamino no parecían compartir nuestra opinión, así que dejé de intentarlo. Enesos momentos no me fiaba demasiado de los tíos. Creía que si las palabrasde amor de Iván habían sido solo papel mojado, las de los demás serían paramí poco menos que humo y tonterías. Si a eso le añadimos que el sexotampoco me compensaba el esfuerzo… Pues eso, que ¿para qué? Estababien sola.

Se encoge de hombros al reconocerlo, con sencillez, y yo la creo. Albasiempre ha disfrutado de sí misma, de sus amigas, de su trabajo, de susviajes. De su vida.

—Pero ahora quieres más.—Sí —reconoce con la misma facilidad—, así que cruza los dedos para

que Félix merezca tanto la pena como parece y para que entienda que lamayoría de las mujeres nos corremos cuando nos estimulan el clítoris y laimaginación y no solo cuando nos follan a lo conejero.

Se ríe tan alto de su propio chiste que Duque se levanta de golpe,asustado, y empieza a lamerle la mano, reclamando atención y moviendo lacola a toda velocidad, tirando en el camino el cenicero y el mechero queestán encima de la mesa del salón. Yo alcanzo a tiempo los vasos para evitar

una lluvia de cristales rotos y dejo que Alba se queje entre risas mientrasDuque la aplasta por intentar subir con ella al sofá. Sí, mejor que seconcentre en eso y no en el gesto de desagrado que se me ha instalado en lacara al imaginarla entre las sábanas de su cama con un tío al que no pongocara.

Alba Marzo llega cargado de esa anticipación que solo quien vive en Valenciaasocia sin remedio al tercer mes del año.

Todavía faltan un par de semanas para que las Fallas ardan en todo suesplendor, pero el olor a humo y a pólvora casi se siente en el ambiente.

Mario ya empieza a estar de peor humor. Se nota que es un madrileñoque ha dado con sus huesos en esta tierra sin querer. El año pasado, entrelos días quince y diecinueve, solo salió de casa para ir a trabajar. No se lotuve en cuenta. Recuerdo que los dos primeros años de Zoe aquí fueronparecidos. Leo también tardó en acostumbrarse, lo de tener las tracas diariastan cerca de nuestro edificio lo sigue llevando regular, aunque en el caso deestos dos, el aire festivo perpetuo suele compensarles el que no puedas darmás de dos pasos seguidos sin tener que empujar a alguien por la calle.

No pienso mentir, me decepciona que mis chicos sean tan poco fanáticosde estas fiestas.

Ay, mis chicos…Después de que Leo y Mario descubriesen todo lo que había pasado con

Iván, esperé que se comportasen diferente conmigo durante un tiempo.Supongo que creí que estarían raros, o esquivos, que no sabrían cómocomportarse delante de mí con normalidad.

Me equivoqué por completo.Al día siguiente, después de que Zoe y Mario irrumpiesen en nuestro

salón anunciando que el amigo de ella ya estaba trabajando para conseguirque la página web retirase mi vídeo, Mario me dedicó una sonrisa pequeña,Leo me dio un beso en la frente y todos empezamos a discutir duranteveinte minutos qué peli poníamos en Netflix antes de pedir por teléfonoalgo para cenar.

Ya está. Eso fue todo. Aquella resultó ser su manera de decirme que,para ellos, sigo siendo, simplemente, su Alba.

—Qué asco, joder. Está todo el centro atestado. En serio, yo que tú nosalía si no es supernecesario.

Leo me saca de mi mundo de recuerdos al entrar por casa con cara deasco y las quejas en el cielo. Sé que esta va a ser su tónica durante todo elmes, así que ni me inmuto.

Me hace gracia que no le importe para nada ir a una discotecaabarrotada donde tienes que empujar a la gente para llegar a la barra y queodie con tanta saña las Fallas por vivir algo parecido estando al aire libre.

Yo, sin embargo, soy incapaz de no sonreír al acercarme a estas fechas.A pesar de no vivir en la ciudad, mis padres me traían todos los años losdías grandes de la celebración. Que la gente se ponga tapones en los oídospara acercarse a la plaza del Ayuntamiento a las dos de la tarde me parecede cobardes; no dejarte medio sueldo en petardos y bombetas, de aburridos;y no desayunar buñuelos y chocolate durante cinco días seguidos, deidiotas.

Félix es valenciano de nacimiento, así que ni siquiera se extraña cuandole respondo al wasap de esta noche diciéndole que no puedo ir a comer conél mañana porque he quedado con un par de amigas de aquí para ir juntas ala primera mascletà; solo me hace prometerle que el sábado podremos cenarjuntos.

Ya hace un mes que empezamos a quedar y las cosas van bien entrenosotros. Es sencillo estar a su lado. Félix es tranquilo, interesante y muyinteligente. Es profesor de Historia Universal en un instituto y le encantahablar de su asignatura y de sus alumnos, y lo cierto es que a mí me gustaescucharlo. Oír a alguien que tiene una verdadera pasión hablar de ella tieneun punto de hipnótico. Juro que jamás, antes de nuestras citas, pensé quepudiesen llegar a interesarme las guerras púnicas.

El brillo que veo en sus ojos al mencionar datos históricos baladís paramí me provoca un poco de envidia. Leo vive con la misma pasión sussesiones de educación canina. Mario adora soltar toda esa informaciónsobre su trabajo que ninguno entendemos. Hasta Zoe ahora sonríe mientrasnos cuenta que se ha acostado a las dos de la mañana porque tenía queterminar un nuevo pedido más grande de lo esperado que le han hecho através de la web.

Mi trabajo no despierta ese entusiasmo en mí. O sea, me gusta mi curro,estoy contenta con él, pero tampoco sería sincero decir que me apasionanlos pitos de goma. Supongo que la diferencia entre mis amigos y yo es que

ellos convirtieron sus hobbies en algo remunerado. Mi mayor afición esviajar, y por ahora pago yo por hacerlo y no al revés.

Disfruto con muchos más pasatiempos, aunque casi todos son cíclicos.Es decir, soy poco constante y un tanto obsesiva. Cuando descubro algonuevo que me gusta, me obceco con ello. Por ejemplo, el año pasado, mepasé dos meses haciendo cuadros de hama a todas horas. Después de esetiempo, perdí el interés, así que ahora tengo un montón de bolsas de bolitasde plástico que no me sirven para nada y una caja llena de figuras planas tanadorables como inútiles. Me pasó algo similar con los cuadernillos decrucigramas, con los óleos para pintar por números, el scrapbooking, elpatinaje sobre cuatro ruedas, las clases para aprender a tocar la guitarra, lostutoriales de maquillaje y calculo que unas treinta cosas más.

Supongo que, en realidad, de lo único que no me aburro es de darvueltas por el mundo, de leer y de mis amigos.

Espero que a esa lista pronto pueda añadir a Félix.Todo parece fluir con naturalidad estando juntos y yo llevo varios días

pensando en que quizá sea hora de lanzarme, de confiar, de dar un pasomás.

Sí. Lo pienso el miércoles, lo pienso el jueves, lo pienso el viernes y losigo pensando el sábado mientras me calzo el conjunto con la braguita deencaje negro antes de colocarme por encima un vestido del mismo tono.

Hoy es la noche.Hoy pienso acostarme con Félix.

*** —¿Quieres una copa de vino?

—Por favor.Félix desaparece en la cocina para regresar al salón al cabo de un par de

minutos, cargando con una botella de tinto en una mano y un par de copasde cristal en la otra. Yo sigo plantada en mitad de la estancia, con lachaqueta puesta y la seguridad en mis planes tambaleándose.

«No pasa nada, Alba. Solo es sexo, por Dios. No vas a firmar uncontrato de cesión de tu primogénito».

Me repito el mantra un par de veces más mientras él deja los bártulossobre la mesa que hay frente a la tele y me ayuda a deshacerme de la

cazadora.—Siéntate, que voy a poner un poco de música.Le hago caso por pura inercia, sin que se me vaya de la cabeza que la

prenda de abrigo no va a ser lo único que Félix me quite esta noche.«Para ya de darle vueltas, que te estás obsesionando, que nos

conocemos».Vetusta Morla llena de pronto cada rincón del cuarto de estar y yo me

relajo viajando hasta Copenhague con ellos. Tienen razón, no deberíacomerme la cabeza. Es una tontería. Dejarse llevar. Sí, dejarse llevar suenademasiado bien.

Félix se acomoda a mi lado, lo bastante cerca como para que nuestrasrodillas se toquen. Empieza a hablarme de las ganas que tiene de quevayamos el día dieciséis a la fiesta remember de los noventa que hay porPintor Stolz.

Yo lo escucho solo a medias. No puedo concentrarme por completo sino para de mirarme disimuladamente la boca cada dos minutos.

A la mierda.¿Para qué voy a andarme con tonterías si yo quiero y él quiere? Porque

que él quiere lo tengo clarísimo. Es la tercera vez que subo a su casa y encada una de ellas nos hemos enrollado en este mismo sofá mientras laerección de Félix se me clavaba en el muslo con tanta fuerza que meacababa buscando moratones al día siguiente. A pesar de ello, lo cierto esque durante este tiempo me ha dejado marcar los ritmos a los que quería iren todo momento, sin poner ni un morrito torcido.

«Venga, dale, que él lo está deseando y tú prefieres quitártelo ya deencima».

Ay… No quería decirlo así. O sea, que ya sé que esto no es un trámiteincómodo por el que pasar, del tipo una visita al ginecólogo. No, claro queno. Es algo que quiero hacer y que voy a disfrutar.

Sí, eso.«¿Qué haces convenciéndote a ti misma, hija mía?».Pues también es verdad.Me pongo de pie como un resorte, dejando a Félix con una frase a

medias sobre no sé qué imitador de Chimo Bayo que tiene muchas ganas dever.

—¿Pasa algo, preciosa?

—No, nada.Silencio. Un incómodo y pesado silencio que yo debería romper.—¿Necesitas ir al baño o algo as…?—Mejor vamos a tu habitación.Ea, pues ya está. Lo he dicho.Ha sonado seductor, ¿no? Yo juraría que ha sonado seductor. He puesto

voz ronca y gutural. Ay, madre, a ver si se piensa que estoy resfriada y quele voy a pegar algo.

Mira, yo qué sé. Estoy muy nerviosa.Es que, a ver, son seis años.Puede parecer una bobada, pero hay cosas que se empeñan en rondarme

la cabeza igual que moscardones molestos que se niegan a desaparecer.¿Llegaré al orgasmo con otra persona? Si me deja a medias en nuestra

primera vez juro que no vuelvo a llamarlo.¿Sabrá ponerse bien el condón? ¿Y si se rompe y no lo nota? ¿Y si tiene

alguna ETS?¿Y si le pido que me haga algo que me excita y me mira raro? Pues lo

mando a la mierda. Esa la tengo clara. Vale, otra cosa que añadir a misparanoias sobre la seguridad sexual: yo tengo muy claro lo que quiero y loque no en el sexo, y conseguirlo de otra persona no siempre es tan fácilcomo nos hacen creer.

Ostras, peor, ¿y si es de los que disfrutan con juegos demasiadoextraños? Ay, no… ¿Y si le va la coprofilia? Yo estoy abierta a probarcosas, de verdad. De hecho, tengo unas cuantas en mi lista de posibles, peropongo un límite con lo escatológico.

Me estoy rayando.Joder, me estoy rayando mucho.Creo que, por suerte, Félix no nota mi sonrisa nerviosa ni mis dudas

machaconas. ¿Que en qué me baso para deducirlo? En que hubiese sidocomplicado que se percatase de todo ello teniendo en cuenta la velocidad ala que se levanta para darme la mano y enfilar el pasillo que da a su cuartoen cuanto lo propongo. Juraría que no tardamos ni tres segundos completosen traspasar el umbral de su habitación.

Me empuja contra la puerta según la cierra tras de mí y me devora conunas ganas en las que casi no reconozco al Félix educado y un pocomodosito de días atrás. Aun así, al principio solo juguetea con los límites de

mi ropa, acariciándome la cintura por dentro de la camiseta desbocada quehe elegido para esta noche, como hemos hecho otras tantas veces tirados ensu sofá. Pero hoy es diferente. Creo que los dos lo sabemos aunque no lodigamos, porque nunca le había pedido que nos moviésemos de lacomodidad de esos cojines en busca de una habitación en la que hubieseuna cama.

Al comprobar que no lo freno, va subiendo la mano poco a poco, sinseparar nuestras bocas. Se le escapa un gruñido gutural al llegar a mi pechoy darse cuenta de que no llevo sujetador.

Se aparta un momento de mis labios, buscando aire y un consentimientoque le concedo con un asentamiento mudo. Félix baja la cabeza casi a la vezque se deshace de mi parte de arriba para meterse un pezón entre los dientesy tirar con cuidado de él.

Vale, me gusta. Sí, esto está bien. Es agradable. Me hace… cosquillas.Se aparta de mi pecho poco después para ir desabrochándose él mismo

su propia camisa y acercarse a la cama. Lo sigo por inercia, recreándomedespacio en su cuerpo.

Antes de sentarse en el borde de la cama, se desprende también de suspantalones y se descalza de una vez, quedándose solo con unos calzoncillosajustados que me dejan ver claramente las ganas que tenía Félix de quellegásemos hasta aquí.

«Normal, chica, lleváis más de un mes quedando sin pasar de los besosy los tocamientos por encima de capas y capas de tela», me recuerdo.

Empieza a frotarse a sí mismo sin apartar sus ojos de los míos, reclinadohacia atrás, tocándose con una mezcla de timidez y lujuria bastante sexy.

—¿Todo bien?Solo cuando me pregunta esto me doy cuenta de que sigo aquí parada

frente a él, con los brazos caídos a los lados, la vista fija en lo que hace ylas tetas al aire.

—Sí.«Eres la elocuencia personificada, Alba, cariño». Juro que esta vez es la

voz de Zoe la que escucho en mi cabeza, lo que me inquieta un poco,porque no me apetece nada tener ahora mismo a mi mejor amigacomentándome la jugada mientras pasa.

Al ver que continúo sin moverme ni para seguir ni para parar, Félixdecide tomar de nuevo las riendas de la situación. Me agarra de la muñeca y

me acerca a la cama mientras va desabrochándome los vaqueros ydeslizándolos por mis piernas. Me saco las botas de media caña que llevotodavía puestas con su ayuda y él mismo termina de hacer desaparecer loque queda de mi ropa a excepción de las braguitas negras.

Tomo aire despacio, intentando adivinar sus siguientes pasos. No sé porqué, pero ser capaz de predecir lo que va a hacer me relaja. Supongo quesoy un tanto obsesa del control. Zoe se burla de mí por ello a menudo, comocuando la reñía por subirse desconocidos a casa o por montar en su coche atíos que no conocía. Desde que uno de ellos resultó convertirse en el amorde su vida ya no me deja que la sermonee tanto con este tipo de cosas.

Imagino que ahora llega la parte en la que nos desnudaremos porcompleto y jugaremos un rato antes de pensar en condones. Espero que lostenga cerca, porque sería una forma bastante efectiva de cortarme el rollotener que ir a buscarlos a mi bolso. He traído de dos tallas diferentes ytambién estriados y sin látex, por si es alérgico. Es lo bueno de trabajar enuna tienda erótica, voy surtida siempre de todo lo que necesite.

«Alba, relájate y deja de pensar, que estás apretando los muslos ya y nopor las razones adecuadas».

Juro que si la voz de Zoe no se va de mi cabeza, al llegar a casa mato ala de verdad a modo de venganza; una absurda y sin sentido que llevaría acabo de todas formas.

Estoy a punto de hacer un movimiento por primera vez en toda la nochepara estirar la mano, alcanzar su erección y seguir masturbándolo yo sin susbóxer de por medio, pero Félix se me adelanta. Me baja las bragas de untirón, emite un gruñido grave y, en un solo movimiento que me parecebastante sorprendente, se baja los calzoncillos y me gira para tumbarmesobre el colchón. En serio, ha sido como… todo a la vez. Muy acrobático, síseñor. No se lo indico porque me imagino que ahora mismo a él le da igualque me haya impresionado su agilidad de malabarista, aunque me apuntomentalmente mencionárselo después, cuando todo haya acabado.

Ay, no cuando todo haya acabado, que parece que estoy yendo aldentista a sacarme una muela. Quiero decir cuando todo haya… Cuandoya… Cuando… Bah, eso.

«Deja-de-pensar».Cállate, Zoe.

Abro las piernas para facilitarle el acceso y porque soy optimista, quénarices. Ya sé que hace un momento estaba pensando en empezar yo con lospreliminares, pero si recibo en vez de dar tampoco me voy a quejar.

Solo que él se toma la invitación por donde no es.No puedo evitar que se me disparen las cejas hacia arriba con sorpresa al

ver que Félix estira la mano y alcanza un preservativo de la mesita denoche.

¿Ya? ¿Así, sin más? Por Dios, que no estoy ni lubricada. Si solo me hachupado un pezón, y estoy segura de que hasta Fernando Esteso estuvo másrato haciéndoselo a Estela Reynolds que él a mí.

—Eh… —Al oír mi voz levanta la cabeza tan rápido, dejando de lado sutarea de abrir el paquetito plateado, que dudo si no le habrá dado un latigazo— No hay prisa. Mejor jugamos un ratito antes, ¿no?

«Sí, nena, ¡pídelo!».Cojonudo, ahora además de escuchar a Zoe, la imagino con pompones.Félix ladea una sonrisa provocativa que despierta otra en mi cara. Vale,

eso es. ¿Quiero algo? Lo digo. Ya está, va bien, estoy bien.Deja el condón a un lado y se inclina sobre mí para volver a besarme.

Sus labios son suaves y conocidos. Félix besa muy bien. Logra que merelaje a base de mordisquitos y caricias. Baja por el cuello y recorre sucurva con la lengua mientras me hace cosquillas al arrastrar las yemas delos dedos por mi vientre, despacio, con un claro objetivo.

Y al alcanzarlo, se para.—Eh… Estás… bastante seca, ¿no?¿Lo está diciendo como si fuese culpa mía? Pues a lo mejor esperaba el

tío haber despertado las cataratas del Iguazú ahí abajo solo por enrollarnos.Vale, que podría haber pasado, pero es que Félix no me pone tanto.

«Es una frase maravillosa para ponérsela en una tarjeta de cumpleaños:felicidades, Félix. Aunque no me pones tanto, eres majete y educado».

Me obligo a respirar despacio y profundo para que Félix no lo note. Esmejor opción esa que mandar a la mierda a una Zoe imaginaria entre gritos.Seguro que lo segundo me cuesta más explicárselo.

—Pues vamos a solucionarlo.Intento que la voz me suene sugerente. Si lo consigo no es algo que

tenga claro. Puede que sí, porque Félix se lanza a su nuevo reto con unas

ganas encomiables. Lo malo es que también lo hace con una torpezabastante notable.

Pasea los dedos por la abertura de mis labios, frotando con brío, soloque en sitios donde no hay terminaciones nerviosas que alterar. De vez encuando se acerca bastante a la zona correcta, así que empiezo a soltargemiditos más fuertes cada vez que se aproxima a mi clítoris.

«Fríooo… Fríooo… Templadooo… Calien…, ¡joder! ¡Ni siquiera me hadado tiempo a darle la pista completa! Que deje de mover tanto el dedo, queparece que está haciendo scroll. Estamos seguras de que sabe que esto es uncoño y no un móvil, ¿verdad?».

La odio. En serio, sé que no es real, que solo es una proyección de lascosas que diría mi mejor amiga si le contase todo esto tal cual está pasando,pero la odio.

Vale, hora de tomar las riendas.Bajo mi propia mano hasta alcanzar la suya y las sitúo juntas sobre la

zona de mi cuerpo que empieza a pedir atención a gritos. Coloco su índicesobre la pequeña montañita que ya asoma en la parte superior de mi vulva ygimo con ganas.

«¿Quieres que le saque un par de indicadores luminosos y un cartel enforma de flecha? Solo por si acaso».

Esta vez ni le presto atención, empiezo a estar demasiado concentradaen otras cosas.

Félix parece haber entendido lo que necesito y cada célula de mi ser vahormigueando de gusto a medida que él dibuja círculos alrededor de miclítoris.

Esto está bastante bien.Sí, ahora sí.¿Será de los que se regocijan con el sexo oral? Por favor que sea bueno

con el sexo oral, hace demasiado tiempo que no disfruto con algo así yestoy convencida de que…

—Te toca, preciosa.¿Eh?¿Qué?Abro los ojos, que se me habían cerrado sin que me diese siquiera

cuenta, justo a la vez que noto un peso desplomarse a mi lado en el colchón.Félix acaba de tumbarse bocarriba, con un brazo acomodado detrás de la

cabeza a modo de almohada y la mano libre sujetándose la polla, que meapunta directamente.

¿Me toca? ¿Ya? ¿Cuánto ha pasado, minuto y medio? Ni el genio deAladdín tardaba solo minuto y medio en salir de la lámpara cuando lafrotaban.

Vale, venga. No pasa nada. Podemos alternarnos. Esto también va deque él disfrute, es algo recíproco. Ahora lo masturbo un rato yo y luegovolvemos a cambiar.

«No es una carrera de relevos, Alba. En serio, no es tan difícil. Se llamaquímica y estar donde te apetece estar».

Si llimi químiqui.«Muy madura».Paso de mi Zoe interior. No tengo tiempo para ella, necesito

concentrarme en lo que tengo entre manos, que no es otra cosa que laerección de Félix.

—Oh, joder, qué bueno, Alba.Agradezco que Félix haya cerrado los ojos para concentrarse en su

propio placer y no vea mi cara de incredulidad. A ver, que solo le he bajadoel prepucio y he deslizado la mano arriba y abajo una vez.

—Umh, sí, pequeña, más rápido.OK, es de los que habla. Genial, me gusta que me hablen. O me gustaba,

yo qué sé, hace mucho que no hago esto, ya no sé si me mola lo mismo quea los veinte. Supongo que tendré que ir descubriéndolo.

—Qué bien lo haces, preciosa. Joder, dale duro a tu hombre, pequeña.Me controlo lo justo para que no se me escape una risa. Es que no le

pega nada decir cosas así.—Eso es, así, rápido y fuerte. Apriétame más.Le hago caso, porque… Yo qué sé, porque si le gusta que se la estruje

como si fuese una pelota antiestrés pues no soy nadie para cuestionar lo quele pone.

—Sigue, Alba, sigue. Dios, qué ganas tengo de darte un buen pollazo.Mierda.Intento contenerme, prometo que intento contenerme con todas mis

fuerzas, pero no puedo evitar que se me escape una carcajada tan excesivaque me hace hasta soltarlo.

Ay, mi madre. Esto es horrible. Estoy desnuda, arrodillada al lado de untío completamente empalmado que me mira entre confuso y cabreado y yono puedo parar de reírme de esa forma descontrolada que te obliga aagarrarte la barriga y doblarte hacia adelante, parando solo para coger aire yvolver a empezar.

—No sé qué te hace tanta gracia.La frase de Félix solo consigue hacerme reír más, y sé que no es lo

correcto para salir del paso, porque suena un tanto ofendido.—Lo siento, lo siento.Ni siquiera sé si me ha entendido. Es muy difícil hablar y reírse al

mismo tiempo.—Eh… Vale, igual es preferible que lo dejemos aquí por hoy.¿Por hoy? Está loco si se piensa que después de esto vamos a volver a

vernos. Quizá solo está siendo educado. Sí, mejor que yo también lo sea.—Sí, perdona.Había empezado a calmarme, solo que al fijarme en lo flácido que se le

ha quedado el pene tras mi ataque, me sobreviene otro que alcanza cotashasta maleducadas y que solo empeora al percatarme de que Félix se sientacontra el cabecero de su cama y se tapa con disimulo la entrepierna con uncojín mientras yo voy recogiendo la ropa que tengo esparcida por lahabitación para volver a vestirme.

Estoy quedando fatal y ni siquiera me importa. Juro que solo puedopensar en llegar a casa y olvidarme de este desastre de cita delante de unacopa y de la verdadera Zoe, no la de mi imaginación. Todavía no sé si estoyavergonzada o aliviada por todo esto. Es obvio que hoy me he obligado aseguir adelante sin tener verdaderas ganas, lo que es una tremendaestupidez por mi parte, aunque me fastidia que haya salido mal, porqueahora vuelvo a estar en la casilla de salida, pero con algunos miedos más ymuchas dudas nuevas rondándome la cabeza.

Salgo del piso de Félix después de disculparme un par de veces más yme dispongo a buscar la parada de metro más cercana.

Qué noche tan rara. Y eso que todavía no sé que solo acaba de empezar.

Leo Es la una de la mañana y vuelvo a estar tirado en mi sofá. Vaya mierda defines de semana que llevo en lo que va de año.

Desde que Alba decidió descargarse el puñetero Tinder no ha habido niun maldito sábado en el que nos hayamos ido de fiesta los cuatro desiempre. Sí, vale, de lunes a jueves casi no ha cambiado nada. Mario y Zoecruzan a nuestro piso tanto como nosotros al suyo. Cenamos juntos unmínimo de tres días a la semana y lo de atravesar el descansillo con unascervezas de la mano sigue siendo sagrado tarde sí y tarde no, pero en cuantollega el viernes a todos parecen salirles planes mejores que pasar el tiempoentre amigos.

Zoe está superliada con el despegue de su nuevo negocio. En enero,además de camisetas, empezó a hacer sudaderas, y han tenido buenaacogida. Mario está muy volcado en ayudarla con todo el tema de losproveedores y el marketing, y siendo autónoma no entiende de díaslaborables y días de descanso.

Y Alba… Pues Alba me tiene abandonado.Sé que sueno un poco a niño pequeño, aunque eso no lo hace menos

cierto.Quiero una buena juerga, salir a bailar y que nos tomemos unas copas

juntos. La echo de menos. A ella y al resto, claro, pero más a ella.No sé bien cómo ha pasado. Supongo que desde que vive aquí conmigo

me he acostumbrado a que hagamos casi todo juntos. Antes Zoe y Albaestaban al mismo nivel cuando alguien me preguntaba por mis amistades, yahora… No sé, es como si la segunda estuviese en todas partes. Imaginoque es que me he acostumbrado a llegar a casa y verla. Y ahora no me gustaque eso no pase.

Que haga casi dos meses que no echo un polvo tampoco me ayuda aestar menos inquieto. Tengo energía para regalar y no la quemo de ningunamanera. Sí, vale, me he masturbado a menudo, pero no es lo mismo. Joder,no es lo mismo ni por asomo.

Hoy había decidido cambiar esta racha tan negativa que estoy teniendo yque no me mola nada.

Me he levantado y he ido a la protectora en la que ayudo siempre quepuedo. Un cliente canceló a mitad de semana la sesión que había reservadopara su cocker, así que tenía toda la mañana libre y poder echar una manocon estos animales siempre me alegra el día.

Antes de marcharme, una de las voluntarias, Bea, me propuso quedarpara tomar algo por la noche. Ya nos habíamos acostado un par de veces ylo habíamos pasado bien, así que le dije que sí sin pensármelo siquiera. Soloque a mitad de la segunda caña me empezó a acariciar el brazo y a reírse deforma exagerada de mis chorradas. Y yo no soy tan gracioso. Bueno, sí quelo soy, pero lo que estaba contando era una tontería y ella se reía como si sefuese a mear encima.

Y ahí llegó Zoe a joderme el plan.No paraba de recrear en mi cabeza la conversación que tuvimos hace

meses, cuando Mario y ella jugaban al ratón y al gato, fingiendo que no semorían el uno por la otra. No sé qué dudas exactas atormentaban a miamiga en aquella época, lo único que sé es que me hizo dos preguntas queno consigo olvidar después de María.

«Leo, tú… ¿Tú estás seguro de que todas esas chicas quieren de verdadlo mismo que tú? ¿No te da reparo pensar que a alguna puedes gustarle deverdad y que solo acepta lo que tú propones porque prefiere estar contigo dealguna manera, la que sea, que no estar de ninguna?».

Empecé a fijarme de forma obsesiva en todo lo que decía Bea o en cómointeractuaba conmigo, analizando si eran cosas que haría alguien que solobusca un rollete de una noche o si yo podría gustarle de verdad.

Me rayé tanto que dejé de disfrutar de la cita, así que después determinarme la tercera cerveza fingí que me habían escrito al móvil poralguna urgencia y regresé a mi apartamento, donde llevo dos horas vaciandobotellines de Estrella Galicia y viendo una peli un tanto casposa en la queuna Mariah Carey que pasa la treintena interpreta a una joven cantante queintenta triunfar en el Nueva York de los años ochenta. Es horrible yextrañamente adictiva, lo que no me impide apagar la televisión en cuantoAlba cruza la puerta de casa con los hombros caídos y una mueca dedisgusto afeando su bonita cara.

Me quito las gafas y me reacomodo en el sitio, apoyando los codos enlas rodillas.

—Hey, ¿ha pasado algo? ¿No ha ido bien la cena con Félix?Quizá la última pregunta haya sonado más alegre de lo que pretendía.

¿Que a lo mejor se me ha notado que el que ellos rompiesen me pondríafeliz? Puede. Tampoco creo que sea algo que sorprendiese mucho a nadie:recuperaría a mi amiga y a mi compañera de juergas, así que… Pues eso,que me gustaría que Alba no estuviese con Félix.

—Ha ido como el culo.Me llevo un botellín a la boca para disimular la sonrisa y ni siquiera me

siento un poquito mal por ser un cabrón egoísta que quiere a Alba para sí,aunque sigo interrogándola, porque una cosa es que sea un desgraciado yotra que no me importe lo que a ella parece pesarle sobre la espalda.

—¿Me lo quieres contar?Duda solo un momento, mira el móvil y se encoge de hombros.—Supongo que no podré hablar con Zoe hasta mañana, así que tendrás

que servirme tú para desahogarme un rato.—Au. —No finjo que me duele lo que ha dicho, es que de verdad me ha

ofendido.Ella pasa de mi queja y se quita la chaqueta antes de hacerse con su

propia cerveza, liarse un cigarrillo y dejarse caer a mi lado. Se coloca uncenicero a la altura del ombligo y estira las piernas de modo que mi regazose convierte en su otomana. En vez de quejarme, se las acomodo para poderreposar yo mismo los talones en la mesa del salón y giro la cabeza paraprestarle toda mi atención.

—Esta noche me había propuesto acostarme con Félix, ¿vale? —Algoincómodo se me asienta en el pecho ante esta primera afirmación que Albame suelta sin anestesia ni preámbulos. No tengo ni idea de lo que es, pero esmuy molesto.

—Ah. —Esta es toda mi aportación a la conversación por ahora. Sueloser más elocuente, solo que ando mosqueado con la cosa desagradable queme nada por las costillas.

—Pues ha sido un desastre. Un desastre de proporciones épicas. Ha sidoel Godzilla de los desastre. No, no. Ha sido… ¿Qué es más grande queGodzilla?

—¿Dormammu? —pruebo yo al recordar al malo de Doctor Strage.Alba me hizo acompañarla al cine en noviembre. Dijo que Marvel estásobrevalorado y que DC es mejor, pero que aun así quería verla.

—Sí, me vale. Intentar follar con Félix ha sido el Dormammu de losdesastres.

—¿Intentar? O sea que no…—No hemos pasado de segunda base.—¿Sabes? Nunca he sabido qué es cada base.—Primera, besos; segunda, masturbación; tercera, sexo oral; y cuarta,

penetración, ¿no?—¿No hay cinco?—Creo que no.—Pues el campo de béisbol tiene forma de diamante y los diamantes

tienen cinco puntas.—Ya, pero la de abajo del todo sería desde donde se batea, así que no

contaría.—¿Estás segura?—Ay, ¡y yo qué sé, Leo! Deja de pasar tiempo con Zoe que cada vez

divagáis de forma más parecida. Que me ha intentado hacer un dedo y yo sela he meneado un rato —me corta, haciendo que la cosa incómoda se agitemás en mis tripas.

—Estás usando mucho el verbo «intentar» para describirme tu noche.—Es que ha sido un amago. No sé ni de qué, pero se ha quedado en

amago seguro.—¿Y eso?—Pues porque yo estaba alterada, y tensa, y rara, y seca, y Zoe me

hablaba y yo me comía la cabeza.—¿Que Zoe te hablaba? ¿Zoe estaba al teléfono mientras te lo montabas

con Félix? ¿Mario sabe esto? ¿Es algún rollo raro que les mola ycomparten?

—No, no es… Déjalo —me pide antes de apagar la colilla y apoyar elcenicero en el suelo—. El caso es que no me gustaba lo que me estabahaciendo Félix y me parecía que no tenía la confianza como para decírselo.Me puse nerviosa y no conseguía disfrutar, él parecía que necesitaba leerselas instrucciones de uso y luego dijo algo que hizo que a mí me diese un

ataque de risa y ya se jodió del todo. En sentido metafórico, claro, porquejodido allí no acabó nadie.

—Vaya…—Sí, vaya.—Lo siento. —Es cierto. No me gusta verla tan desanimada.—Yo también. No pensé que me bloquearía tanto, o que me costaría

decirle a mi compañero de cama lo que me gusta y lo que no. No deberíaser tan complicado. Se supone que el sexo es divertido.

—Sí, lo es.—¿Y tú qué haces en casa? ¿No salías hoy con Bea? —Tengo la

sensación de que no le apetece seguir dándole vueltas a lo que le ha pasado,así que me centro un poco en mi propia desgracia para que ella olvide lasuya.

—Y he salido, pero tampoco ha ido la cosa como para tirar cohetes.—¿Te has vuelto a rayar? —He hablado un par de veces del tema con

Alba, sabe lo que hay, así que no necesito explicarle gran cosa.—Sí.—No todas las tías con las que quedes a partir de ahora van a querer

tener a tus bebés al cabo de dos meses, Leo.—O puede que sí. Serían unos bebés muy guapos.—Y con un ego desproporcionado, igual que su papá.—Y unos rizos increíbles, también herencia paterna.Alba se ríe con ganas y a mí se me escapa una sonrisa que me llena la

cara. Por esto me gusta tenerla en casa, es agradable poder estar así decómodo hablando con alguien.

—En serio, Leo, no te comas la cabeza. Seguro que hay muchas chicaspor ahí que no quieren casarse contigo.

—Y seguro que hay muchos tíos que estarían encantados de que lesdijeses qué te gusta exactamente en la cama sin tomárselo como un ataque asu hombría.

—No sé yo…—Que sí.—Yo no estoy tan segura.—Y yo lo estoy por completo.—¿Y si se toman a mal que les dé indicaciones?

—Pues eso que te ahorras, porque hay que ser idiota para tomarse a maleso. Ni que a todos nos molase lo mismo. Solo es cuestión de encontrar lamejor forma de hacerles saber lo que quieres, seguro que así ellos tambiénse sueltan.

—Ya, bueno… Supongo que todo es cuestión de saber hablarlo.—Claro.—Pero es que no sé cómo decirlo sin que parezca que los estoy

aleccionando.—Pues practica.—Sí, ya, ¿con quién?—Conmigo.El salón se queda en un silencio atronador.«Conmigo».¿Qué coño me pasa?Le acabo de soltar que practique conmigo.Alba me mira con una ceja levantada hasta casi el nacimiento de su pelo

y cara de estar flipando.Espera, puedo arreglarlo. Me basta decirle que me refiero a que

podemos simular una conversación subida de tono en la que ella tiene queenfrentar el momento exacto en el que le diría a su pareja qué quiere quehaga.

Sí, puedo decirle eso.O puedo…—Podemos follar nosotros. En plan ensayo entre amigos, para que te

sueltes.«Cállate, Leo. La estás cagando, cállate».—A mí no me parece mal que me digas qué te apetece y, además, podría

indicarte si suena como una orden o como una sugerencia que cualquieraaceptaría. Sin que te comas la cabeza por si te quejas o te da un ataque derisa.

«En serio, tío, cierra la puta boca».—Quiero decir, somos amigos, tenemos confianza y seguro que

podemos funcionar bien juntos hasta que a ti te apetezca probar con otros.«Deja-de-hablar. Si no dejas de hablar tú ella va a seguir en mute hasta

el fin de los días, así que cierra el pico. Pero es que, joder... ella no dicenada. ¿Le habrá dado un telele?».

—Que a mí también me vendría de lujo, porque voy a acabar teniendopoluciones nocturnas si sigo sin echar un polvo, y lo cierto es que lasparanoias de que la tía con la que me acueste va a acabar queriendo unarelación conmigo no dejan de perseguirme, así que tú también me ayudaríasa mí. Ya sé que contigo no hay peligro de que uno de los dos acabequeriendo más. Sería solo sexo del de ponernos los ojos del revés.

«¡Que te calles, hostias!».—Eh… ¿Alba?Ahora en serio, empiezo a preocuparme. A ver si no está respirando. No

me da la sensación de que se le mueva el pecho.—¿Me estás mirando las tetas?—¿Qué? ¡No! Solo quería asegurarme de que te entraba aire en los

pulmones. Dabas un poco de yuyu ahí plantada sin pestañear siquiera.—Perdona si he necesitado un par de segundos para procesar la enorme

gilipollez que has soltado.—¡Oye! ¿Por qué es una gilipollez follar conmigo? Hay muchas tías que

lo han hecho.—Pero yo no, Leo.—O sí, si quieres.—Venga ya, no es en serio —bufa al tiempo que baja las piernas de mi

regazo y se pone de pie, dando un par de pasos hacia su habitación en unclaro intento por poner distancia entre los dos.

—Claro que sí.Vale, hace un momento me estaba dando una paliza mental a mí mismo

por ser tan idiota como para no saber cerrar el pico a tiempo y ahora insistopara que acepte. ¿Lógico? Ni por asomo. ¿Que no me parece bien que lodescarte tan rápido? Pues también.

—Mira, me voy a ir a la cama y voy a olvidarme de que has planteadoesta locura, así que tranqui, mañana no te lo echaré en cara. —Casi me lova gritando de camino a su cuarto. No se para ni para darme las buenasnoches.

—¡Yo no me voy a arrepentir ni voy a retirar la propuesta! —le chillo yoa mi vez para hacerme oír a pesar de que ella ya ha desaparecido del salón.Estoy seguro de que me ha oído, porque no escucho la puerta cerrarse hastaunos cuantos segundos después de mi último órdago.

Agarro el botellín de Estrella Galicia para dar un buen trago, pero medoy cuenta de que ya no queda ni una gota de alcohol dentro. Podríalevantarme a por otra, aunque quizá no es muy conveniente. De hecho,puede que las cinco cervezas que hay junto a la pata de la mesa más cercanaa mi sitio sean la causa de que la idea de que Alba y yo follemos meparezca cada vez mejor.

Sí, pienso volver a ofrecérselo.A ver, ¿por qué no? No es una idea tan mala. Nos ayudaría a ambos.No pasa nada por acostarte con tu mejor amiga.¿No?No, claro que no. Es Alba.¿Qué podría salir mal?

Zoe —Deja de reírte, perra.

Ostras, estoy viendo que Alba acaba soltándome un guantazo, pero esque no puedo parar. Esto es lo mejor que me ha contado en el último mes.No, qué coño, en el último año. ¡No! Miento, esto es lo mejor que me hacontado desde que la conozco.

—¿Me lo dices en serio?—Que ya te he dicho que sí.—¿Y te lo suelta así, sin más? «Podemos follar nosotros». Dios, este

Leo es un crack. Estoy pensándome muy en serio lo de crear una página enFacebook para juntar a fans de nuestro amigo. Te dejo ser la presidenta solopor ser tú. Yo me pongo de vice.

—Pues a mí no me hace ninguna gracia.—¿Por?—Pues porque no. Para mí todo esto no es una broma. Me jodió salir

huyendo así de casa de Félix. No soy capaz ni de contestarle a los mensajes.—Intenta poner gesto mortificado, pero Cata elige justo este momento pararonronear desde su regazo, donde se ha acomodado en cuanto Alba se hasentado en el sofá, y el ceño fruncido se le transforma en ternura infinitaque se le escapa a raudales.

—Vamos, que le has hecho un ghosting en toda regla.—No, no. Solo lo he bloqueado en WhatsApp y no le cojo las llamadas

esperando que se canse de insistir.—Chiqui, acabas de definir lo que es el ghosting.—Ay, mira, yo qué sé. Yo a eso lo llamo hacerse la sueca.—¿Y no piensas volver a verlo?—Ni de coña.—Tía, yo creo que si habláis y le explicas lo que pasó…—Que no, que es tontería volver a intentarlo con él. No hay química, no

me hace sentir relajada. Pienso demasiado y me olvido de disfrutar. Meofusco pensando que no le puedo decir las cosas de forma clara y también

me frustro porque no sepa lo que quiero de manera instintiva. Ya lo asociocon un momento incómodo y negativo a nivel sexual. Paso de repetirexperiencia. Me gustaba, pero tampoco me moría por sus huesos. Ya vendráotro con el que todo vaya mejor.

—Alba… —La sonrisa me flojea por primera vez desde que mi mejoramiga ha entrado en mi piso hace media hora para desayunar y contarme laproposición que Leo le disparó anoche a bocajarro antes de que ella saliesehuyendo como un gusano hacia su habitación—, ¿estás segura de quequieres seguir con esto de las citas? —me lanzo a cuestionarla mientras lerodeo la cintura para atraerla hacia mí.

—Sí.Me contesta tan segura que dudo por un momento si seguir

presionándola con el tema, pero es que no termino de entenderlo, y deverdad que necesito cerciorarme de que mi amiga no está haciendo todoesto por los motivos equivocados.

—¿Por qué? Quiero decir, eres la tía más independiente con la que mehe cruzado nunca. Jamás has necesitado a un hombre a tu lado. Eres de laspocas personas que conozco que come en un restaurante sola, va al cinesola y hasta viaja sola. ¿Por qué ahora esta insistencia en encontrar unnovio?

La veo morderse el labio con saña, buscando la respuesta correcta, sindarse cuenta de que yo no quiero una contestación que me convenza a mí,sino una que nos deje ver su verdad a ambas.

—No quiero que Iván gane.Lo suelta casi en un susurro, con la cabeza gacha y el corazón en una

mano que le tiembla ligeramente.La libero un poco del abrazo en el que la tenía envuelta, dándole de

nuevo espacio y manteniéndome callada, dejando que sea ella la que decidacuándo explicarme el jeroglífico que se le ha escapado de los labios.

—Yo creía en el amor, Zoe. A los dieciocho creía en encontrar a esapersona que se convierte en compañero, en amigo, en amante... En raícesque te hablan de tu tierra y en alas que te enseñan lo grande que es el cielo.Pensé que Iván sería eso para mí, y entonces me arrancó las plumas, lasilusiones y la confianza en las relaciones.

Me muevo despacio, desplazándome por el sofá en el que nos hemossentado para tomar el café que Mario nos ha preparado antes de salir a

correr. Le quito a Cata del regazo, ganándome un bufido por separarla de suotra dueña, y le paso un brazo por los hombros a Alba.

Ay, Alba. Mi mujer fuerte. Mi niña práctica.Qué poco se permite ser pequeña, mostrarse vulnerable. Qué ganas

tengo de que se dé cuenta de que ya tiene tanto amor en su vida que un díade estos se va a desbordar hasta conseguir que todos nos perdamos en suderiva. O de que lo haga Leo.

—¿Es por eso que no te liabas con nadie después de lo que te pasó conél? —me atrevo yo a seguir preguntando. Este es un tema que solo hemoshablado en una ocasión, hará como cuatro años, una noche en la que Albase emborrachó de más después de encontrarse con una antigua amiga delpueblo en mitad de la fiesta de Valencia.

Ya hacía mucho que me había contado la historia de Iván, aunque deforma bastante escueta. Esa noche se explayó bastante más y recordó paramí, entre balbuceos ebrios, los años que siguieron a aquella traición.

Desde entonces, habíamos denunciado juntas algún que otro vídeo quetuvimos la desgracia de ir localizando a lo largo del tiempo, pero hacía másde tres años que no teníamos conocimiento de que hubiese ningunocirculando por la red. También es cierto que dejamos de buscarlos tanto.Supongo que quisimos mirar hacia otro lado, creer que con el tiempo todosdesaparecerían solos.

—Ya te conté que cuando me marché de casa, después de ir alpsicólogo, probé a estar con algunos tíos. El primer año solo llegué acompartir besos. Me liaba con ellos una noche y no repetía más, porquesabía que si seguía viéndolos no tardaríamos en llegar a la cama, y no meapetecía. Después, durante un par de años más, me acosté con cuatro chicosdiferentes con lo que nunca terminé de estar cómoda. —Asiento sininterrumpirla, porque aunque ya sabía que algún lío había tenido, nuncahabía especificado números o tiempos; menos aún se había animado aexplicarme lo que había sentido al estar con ellos—. Esperaba bastante,hasta sentir que los conocía bien, pero entonces, justo antes de acostarnos,algo en mi cabeza me gritaba que a Iván también lo conocía de sobra… ymira cómo acabó todo con él. Así que me tensaba de más, exigía quefollásemos siempre en mi casa, les pedía que dejasen el móvil en el salón…No sé. Era todo raro, forzado. No disfrutaba. Encima, ninguno sabíamanejarse bien entre las sábanas.

Me dice esto último riéndose, mirándome con esa cara que tantas vecesponemos nosotras dos al hablar de la destreza sexual de los hombres. Enserio, la mayoría se creen que son mejores de lo que serán nunca.

—No me lo digas: eran de los que pensaban que en cuanto ellosterminan, el espectáculo también lo hace.

—No llegué al orgasmo con ninguno. Tampoco es que no lo pasase biencon ellos, es solo que su concepto de preliminares era…

—¿Frotar ahí abajo igual que si tuviesen que prender una hoguera endos minutos?

—O apretarte las tetas como si esperasen que de ahí fuese a salir laleche para un café.

Esta vez la acompaño en sus carcajadas, aunque en realidad estoy dandolas gracias al cielo por haberme topado con alguien que entiende que elsexo es bastante más que meterla en caliente.

—Yo qué sé, Zoe —retoma mi mejor amiga la conversación cuando lasrisas se apagan—. Supongo que me convencí de que solo renunciaba a unoscuantos polvos y que no era para tanto, porque los que había echado hastaentonces en mi vida tampoco habían sido para tirar cohetes, exceptuando ami ex.

—Pero no renunciabas solo a eso.—No. No dejé de lado los rollos, dejé de lado todo. Los besos, la

complicidad, los mimos, la intimidad… El sentir que eres tuya, perotambién suya. Deseo encontrar eso otra vez, Zoe. No quiero que solo sea deIván, que él sea dueño de esa parte mía para siempre, porque no lepertenece, perdió el derecho a quedarse con mis mejores recuerdos altraicionarme, así que solo quiero intentarlo, salir con unos cuantos hombresque me gusten, correrme sintiendo otro cuerpo encima del mío y sonreírcomo una idiota sin motivo aparente. Y si no encuentro eso, si nadie me loda de verdad, pues vuelvo a lo de antes sin problema, porque lo que tengoclaro es que no pretendo conformarme con un imbécil cualquiera por noestar sola. Únicamente quiero recordarme que no tengo por qué rechazar acualquiera de plano, sin más.

Me lo suelta todo con la cabeza gacha y la voz un tanto tomada, y a míme revienta pensar que puede estar sintiendo vergüenza al reconocer algotan natural como que la soledad a veces pesa mucho, más aún cuando ya

has encontrado a quien te haga sonreír como una idiota sin motivo aparentey no te atreves a intentarlo con él por miedo.

—Vale, pues entonces seguiremos navegando en Tinder —la animo.—No sé yo.—¿No es lo que querías?—¿Y si me pasa otra vez lo de Félix? ¿Y si llegado el momento me

bloqueo y me siento incómoda hasta desnudándome delante del que llegue?Ya no es que me raye pensando que lo de Iván puede repetirse. No se tratade eso, en serio. Sé que la mayoría de la gente no se acuesta con mujeresplaneando grabarlas sin su consentimiento. Es que… Supongo que me damiedo bloquearme. No entiendo por qué pienso tanto. Es solo sexo. Sé desobra que es solo sexo.

¿Lo suelto? No sé si soltárselo. A lo mejor me da una colleja, aunquecreo que merecería la pena. Es que si funcionase… ¿Y si no lo hiciese? ¿Ysi la empujo hacia el camino que creo que es el mejor para ella y luegoacaba rota?

Joder.—Podrías aceptar la oferta de Leo.Alba me mira con tal cara de alucinada que por un momento me llego a

creer que, quizá, no ha venido aquí esta mañana con la pequeña esperanzade que la convenciese de que haga esto.

Solo que la conozco.Ella lo desea. Y necesita a alguien que le diga que no es una idea de

mierda.Puedo ser ese alguien para ella. Puedo asumir la responsabilidad de ser a

quien grite «te lo dije» si todo esto estalla y las cosas se ponen raras con sumejor amigo.

Hay mucho que perder, pero hay tanto que podrían ganar…—Tú estás zumbada.—No, no lo estoy. No paras de repetir que el sexo es solo sexo, y quizá

para ti no lo sea. Puede que para ti el sexo también sea confianza,seguridad, sentirte cómoda junto a quien se desnude a tu lado. Lo haspasado mal, Alba, a lo mejor lo que necesitas es soltarte con alguien conquien puedas ponerte rara sin que te dé vergüenza, una persona a la quepuedas pedirle lo que te apetezca en la cama sin que te dé apuro, a quienpuedas parar a mitad de polvo para asegurarte de que se ha puesto bien el

condón si te entran dudas al respecto o con la que te puedas reír si hace actode presencia un pedo vaginal.

—Por Dios, se me habían olvidado los pedos vaginales.Casi se me escapa la risa ante su cara de agobio, pero me obligo a

seguir, porque me parece que Alba necesita escuchar esto.—Chiqui, follar con un tío al que acabas de conocer puede ser una

catástrofe o la leche en verso, aunque lo que no tiene que ser por narices estu rollo. O sí cuando estés lista, pero es que tengo la sensación de que loque necesitas ahora es soltarte con un chico del que te fíes, con el que tesientas a salvo y con el que nada parezca nunca incómodo.

—Leo… —me contesta ella a la propuesta disimulada que le estoyplanteando.

—Lo conoces. Sabes que te tratará con cariño, que irá despacio, quepuedes hablar con él de todo. Y lo más importante: el tío tiene que saber loque es un clítoris, no creo que tantas hubiesen repetido si no es así. Además,ya te ha visto desnuda.

—A mí Leo no me ha visto en pelotas en su vida, loca.—Eh… Alba… Vio el vídeo.Veo el gesto de mi amiga desencajarse a cámara lenta. En serio, parece

que se le fuese transformando frame a frame.—¡Ay, la hostia! ¡Leo me ha visto follando!—Sí.Le contesto despacio, casi separando las letras del monosílabo, porque

me parece que está muy alucinada, aunque yo no entienda por qué.—Zoe, que no me había parado a pensarlo. Yo qué sé… Me dijo que

había visto el vídeo, pero entré en modo automático. Te llamé enseguidapara que hablases con el abogado ese colega tuyo, me lancé a contarle todala historia y luego… No sé, lo normalizó todo tanto que ni volví a pensarlo.Él actuaba normal, yo actuaba normal y…

—Y preferiste olvidar que ahora Leo sabe si tienes las areolas deltamaño de galletas María o de una monedita de euro.

Logro que su risa retumbe por todo el piso, llevándose parte de losnervios que a ella le habían mudado el rostro y que a mí se me han cogidoal estómago, rugiendo que ayudarla a decidirse por meterse en la cama delhombre del que creo que lleva años enamorada puede ser tanto un suicidiocomo lo que le acabe dando vida.

Sigue negando con la cabeza en silencio, terminando de asumir quenuestro amigo sabe ahora qué aspecto tiene ella cuando se mete en la ducha.

—Chiqui, por probar no pasa nada. Podéis acostaros un par de veces,hasta que recuerdes que es algo que te gusta y no algo que te hacehiperventilar en el mal sentido.

—Es que… No sé. ¿No crees que las cosas se pondrán raras entrenosotros?

—Solo si vosotros lo permitís.Cata elige este momento para saltar de nuevo a las piernas de Alba,

ronroneando en alto, buscando caricias. Ella deja que el calor de la gata lareconforte y echa la cabeza hacia atrás, apoyándose en uno de los cojinesque ella misma eligió para nuestro sofá mientras aún vivía aquí. Deja ir unsuspiro que le cierra los ojos y, supongo, le añade un poquito más deconfusión a toda esta situación.

—¿Qué necesitas? —intento ayudarla.—Que me alcances el tabaco de liar y busques algún capítulo que me

guste del principio de The Mindy Project mientras yo me sirvo otro café ybusco chocolate en tu cocina.

—¿Qué te parece si mejor nos hacemos una maratón de las dos primerastemporadas de la serie y preparo unas mimosas?

—Me parece que todo hubiese sido mucho más sencillo si de verdadhubiese sido lesbiana y hubiese estado enamorada de ti.

Me vuelvo a reír con ganas y Alba se contagia con rapidez. No le insistomás sobre el tema de Leo, no le digo que sé de sobra que ella ya ha tomadouna decisión antes incluso de haber venido a mi casa. La dejo respirar, y mepreparo por dentro para lo que esté por venir.

Mario —¿De verdad se la tiraste así?

Necesito hasta taparme la cara con las dos manos para que lascarcajadas no se terminen escuchando por todo el edificio. Ostras. Si es quecreo que me estoy poniendo rojo y todo de la vergüenza que me está dandoimaginar el mal rato que pasaría Leo.

—Sí, joder. No es mala idea. No entiendo tanta risa por tu parte ni tantareticencia por la de ella.

Asomo un ojo por una ranura que abro entre mis dedos y veo que el tíolo dice convencido. No sé por qué me había pensado que estaríamortificándose después de soltarle a su mejor amiga semejante bomba. EsLeo.

—A ver, macho, reconoce que el sexo suele enrarecer las cosas entrecolegas.

Me mira mal mientras arranco un trocito de porra con los dedos y se lodoy a Duque, que lleva a mi lado desde que me he sentado, quieto comouna estatua. Espero que me riña por darle dulces a su mascota, pero no medice nada. Sí que tiene que estar interesado en lo que le diga para no desviarel tema ni por una alteración tan clara de las normas de alimentación quenos impone con Duque.

—¿Por qué?¿En serio me está preguntando esto? Me lo quedo observando cinco

segundos completos, a ver si él solo se contesta dándole tiempo sinnecesidad de soltar una obviedad. Pero no, Leo solo sigue mirándomedevorando una de las porras que me ha mandado subir. Me ha llegado unmensaje suyo cuando no llevaba ni diez minutos de carrera matutina paradecirme que Alba había escapado a mi casa nada más levantarse y quenecesitaba con urgencia un desayuno decente y otro punto de vista sobrealgo que le había propuesto anoche a su compañera de piso.

—Pues porque las enrarece, Leo.—A mí eso no me ha pasado.

—Tú no te has acostado con una amiga.—Claro que sí. Marta es amiga mía, y Giulia, y Samira, y Olga, y

Paloma, y…—No. Todas esas mujeres son tías con las que quedaste a tomar algo

con la intención por parte de ambos de terminar en la cama y con las que,después de follar, acabaste llevándote bien. Es diferente.

—El orden de los factores no altera el producto.—Oooh, sí, sí que lo hace.—Que no.—Que sí.—Que no, coño.—Que sí, joder.—Entrando en bucle no ayudas, Mario.—Y tú obcecándote en que tirarte a Alba no iba a hacer que la mires

diferente tampoco, Leo.—Así que tú piensas que sería un error.—Yo no he dicho eso.Leo deja a medio camino de su boca la taza de café que estaba

levantando de la encimera de la cocina para mirarme con las cejaslevantadas. No hace falta que me lo diga para que yo escuche sin problemalo que piensa: «Aclárate, macho, que me estás volviendo loco y bastantetengo yo ya encima ahora mismo».

Lo que pasa es que no puedo soltarle lo que opino de verdad, porque sile dijese algo así como «lo que me da miedo es que después de acostaros túsigas sin darte cuenta de que Alba no es solo una amiga para ti, o que ellaya no sea capaz de negar que está enamorada de ti», veo probable que a Leose le pusiesen los huevos de pajarita.

Desde que Zoe me señaló hace ya meses que entre estos dos ella notamás que amistad, no he podido dejar de fijarme en su forma de interactuar.Y de verdad que hay que estar ciego para no ver que mi chica tiene razón.

Se buscan. Se buscan a todas horas. Las sonrisas se les agrandan encuanto el otro entra en la habitación. Se tocan tan a menudo, con esos rocestontos que casi ni eres consciente de regalar, que parece que sus pieles senecesitasen. Y Zoe y yo no tenemos ni idea de si son conscientes ydisimulan o es que son los reyes del autoengaño. Tampoco nos atrevemos asacar el tema de forma abierta, por si acabamos metiéndoles una idea en la

cabeza que de repente les haga ponerse incómodos, por si una siente algo yel otro no, por si se cabrean por meternos donde nadie nos ha llamado, porsi alguno acaba pasándolo mal si lo intentan… Por si todo.

—¿Entonces? —me apremia Leo a contestar.—Voy al baño un momento —me salgo yo por la tangente.Cierro la puerta y me siento en la taza sin bajarme los pantalones,

porque mis necesidades biológicas no son la verdadera razón por la que heescapado de mi amigo como una rata.

Abro WhatsApp y busco el chat de Zoe. Debe de tener el móvil cerca,porque me contesta casi en el mismo instante en el que los dos ticks azulessalen junto al mensaje.

Mario: ¿Estás con Alba?Zoe: Sí.Mario: ¿Te lo ha contado?Zoe: Sí. Mi novia es la elocuencia personificada cuando quiere. Mario: ¿Qué le has dicho?Zoe: Que debería intentarlo.Mario: ¿El qué?Zoe: Lo de Leo.Mario: ¿¿Le has dicho que le diga que sí a lo de follar juntos sin más??Zoe: Sí.Mario: Cariño, expláyate, anda, que a mí Leo me está esperando en su

salón para que le diga algo y no quiero cagarla y que les digamos a cadauno justo lo contrario.

Zoe: Es que no puedo hablar. Estamos bebiendo y viendo una serie yAlba no me quita ojo, he fingido que eres un proveedor pesado que meescribe en domingo.

Mario: ¿Estáis bebiendo a las diez de la mañana?Zoe: No te atrevas a juzgarme, Mario Costa Requejo.Mario: No osaría. OK, de acuerdo… ¿Y si se dan una hostia gigante?Zoe: Pues los recogemos del suelo y les vendamos las heridas, pero ya

es hora de que vean a dónde los puede llevar esto.

Mario: Vale, vale. O sea que le digo a Leo que a por Alba.Zoe: Que le dé caña hasta que se le pongan los ojos en blanco.Mario: Qué bruta eres, joder.Zoe: Y cómo te gusto.Mario: Y cómo me gustas.Zoe: Vale, corto, que Alba me está preguntando qué me cuenta el

proveedor que me hace poner esta cara de subnormal. Por cierto, se quedaaquí a comer, que todavía está algo nerviosa con el tema y quiere retrasarun poco lo de ver a Leo. ¡Te quiero!

No espera a que le conteste que yo estoy tan loco por ella que a veces

todavía me cuesta creerme que sea real. Solo deja de estar en línea, sin más,así que suelto todo el aire que estaba reteniendo sin darme cuenta y tiro dela cadena para disimular antes de salir del aseo y sentarme de nuevo en elsofá con Leo.

—Vale, ahora que ya has descargado a gusto el café y las porras, dime site parece que debería decirle a Alba que lo de anoche fue una idiotez y quemejor lo dejamos estar, como si nunca hubiese dicho nada de follármelacontra el lavabo.

Qué animal es…En ocasiones me da mal rollo lo parecidos que pueden llegar a ser Zoe y

Leo. A estas alturas, estoy convencido de que si yo fuese gay me habríacolgado por mi amigo. Lo que me parece curioso es que a Leo no se le hayapasado por la cabeza la posibilidad de que, creyendo que Alba estaba locapor Zoe, no haya pensado ni una sola vez que siendo hetero podría gustarleél, que es casi su versión masculina.

—¿Le especificaste dónde querías hacerlo con ella? —Mi cara de «¿quénarices te pasa?» sale a pasear demasiado a menudo los días que Leo y yonos juntamos.

—No, a tanto no llegué, pero puede que haya tenido alguna fantasíasobre ello después de meterme en la cama.

—¿En serio? —Esto es nuevo.—Sí. No sé… Desde que se lo dije anoche… me apetece. Me apetece

mucho.—Vaya…

Me quedo callado, analizando lo que me acaba de confesar. ¿Esto esbueno? ¿Puede ser algo bueno? Salgo de mi ensimismamiento de golpecuando Leo me suelta una palmada a escasos centímetros de la cara parallamar mi atención.

—Tierra llamando a Mario. Que me digas qué hago.—No te eches atrás —lo aconsejo con toda la seguridad que soy capaz

de reunir.—¿No?—No. Tienes razón, puede que este apaño os ayude a ambos. A ella para

quitarse de encima algunos miedos e inseguridades y a ti para olvidarte dela tontería esa de que vas por ahí rompiendo corazones sin darte cuenta.

Dios, si Leo supiese lo mucho que deseo que esa última parte no secumpla… Que Alba no salga jodida de esto, por favor, que no acabe siendoun desastre.

—Vale, pueees, decidido. Sí… Vale, nada de rajarse. —Se me escapauna sonrisa al verlo ponerse nervioso por momentos, no lo puedo evitar—.¿Alba se quedaba a comer con Zoe o tiene pensado volver después deanalizar con ella lo cabestro que soy?

—¿Eh? No… No sé. Ella no me ha dicho que… he salido pronto de casapor la mañana para correr, así que no sé si...

—Mario, que las conozco desde hace más tiempo que tú. Si pego laoreja a aquella pared estoy seguro de que oigo a Zoe reírse de mí, igual queestoy seguro de que tú has ido al baño a llamarla.

—A escribirle —reconozco con la boca pequeña.—Vale, no me voy ni a mosquear, porque que me hayas aconsejado que

siga adelante después de hablar con ella quiere decir que Zoe le estádiciendo lo mismo a Alba.

¿Se dará cuenta de la sonrisa tan desmedida que esa deducción le haplantado en la cara?

—Van a comer juntas en mi piso.—Perfecto, pues conecta la Play un rato mientras me pongo otro café y

luego pedimos la pizza con más carne picada que exista. Alba lleva tres díasseguidos cocinando y me encanta que lo haga para los dos, pero empiezo asoñar con un buen chuletón.

Le hago caso sin añadir nada más, aunque cuando ya estamos sentadosuno al lado del otro, con los mandos en las manos, Duque a nuestros pies y

la atención puesta en la televisión, no puedo evitar soltar una últimaadvertencia que recibe una respuesta que me tranquiliza más de lo quequiero reconocer.

—Leo, no le hagas daño, ¿vale?—Antes me tiro de un octavo piso, tío.

Leo Mario y yo llevamos cerca de nueve horas apalancados en mi sofá cuandoZoe y Alba cruzan el umbral y nos encuentran tumbados y medioabrazados. No sé cómo ha ocurrido. Solo recuerdo estar dándole una palizaa Mario al Fifa, comer hasta sentir ganas de vomitar y recostarme contra loscojines para echar una cabezada a eso de las cinco de la tarde porque laspelis de sobremesa que estaban poniendo en la televisión eran un asco.

Supongo que a Mario le entró el mismo sopor que a mí y adoptó unapostura parecida. Cómo dos tíos sentados uno al lado del otro pasan a estaren horizontal y con la cabeza de uno de ellos descansando sobre elestómago del otro, eso ya no lo sé explicar.

—¡Hola, amor! ¿Me has echado de menos hoy? Yo a ti sí. Sí, ay, sí,claro que sí. Si es que te comía entero.

No tengo abiertos los ojos por completo, pero se me escapa una sonrisaal escuchar a Alba. No me hace falta verla para imaginarla agachada a laaltura de Duque, hablándole como si fuese un bebé, uno que abulta casi eldoble que ella si se pone a dos patas para lamerle la cara.

Me incorporo y me estiro todo lo largo que soy antes de girarme haciamis amigas.

—Tu novio es una almohada cojonuda —le suelto a Zoe a modo desaludo. Intento mirar a Alba para decirle alguna chorrada, una quenormalice el momento y no lo convierta en un primer encuentro incómododespués de mi propuesta, solo que ella sigue demasiado concentrada enacariciar la barriga de Duque, que se ha tumbado bocarriba y mueve la patatrasera en el aire igual que si fuese Tambor el de Bambi.

—Lo sé.La respuesta de Zoe me hace devolver a ella mi atención. La encuentro

observándome y sé que estaba estudiando la forma en la que miraba a Alba.La risa que intenta contener solo puede ser su manera de decirme que yasabe la historia completa y que le hacen gracia mis salidas de tiesto.

—Bueno, nosotros nos vamos, ¿no? —propone Mario, que está bastantemás tenso que su chica. Cualquiera diría que es a él al que le espera lo quesupongo será una conversación un tanto… rara.

—¿Me puedo quedar?Zoe le ha preguntado a Alba, pero soy yo el que contesta y el que intenta

contener ahora la risa. Supongo que a mí Zoe me hace la misma gracia queyo a ella.

—Largo.—Si luego me lo va a contar.—Lo sé. Aun así: largo.Zoe me saca la lengua y roba la caja de cartón con los restos de pizza

que todavía está apoyada en la mesa del salón.Mario se acerca a darme un abrazo rápido y a decirme al oído que lo

llame si necesito cualquier cosa.Los dos se marchan hablando a un volumen demasiado alto sobre si este

fin de semana deberían o no ir a Madrid a ver a Rosa, la exsuegra de Mario,para que les cuente los avances de Rebeca, la ex a secas de Mario, en laclínica psiquiátrica donde sigue ingresada y de la que le quieren dar el altaen breve.

Las bisagras de la puerta rechinan antes de que esta se encaje porcompleto en su marco.

Una madre le grita en la calle a su hija que le deje el patinete a suhermano pequeño para que él también dé una vuelta.

Yo apago la televisión, que seguía encendida a un volumen mínimo, yahueco los cojines del sofá.

Un coche pega a los lejos un frenazo tan fuerte que las ruedas le chirríancon un estruendo que se oye en todo el vecindario.

En respuesta, un hombre insulta con ganas al conductor despistadomientras este toca la bocina sin miramientos.

Y todo pasa sin que Alba se mueva de la seguridad que le proporcionaDuque como parapeto contra mí.

—Sabes que no me voy a meter en mi cuarto toda la tarde sin quehablemos solo porque te tires media hora acariciando al perro en elrecibidor, ¿no?

Sin dejar de frotarle la barriga, Alba levanta la mano que no tieneocupada y me enseña el dedo del medio, lo que me provoca una risa suave

que me destensa el nudo de nervios que procuro tener bien escondido a susojos.

Puedo sonar seguro, pero estoy cagado. Cagado de verdad. Alba esdemasiado importante para mí como para fastidiarla con ella.

No quiero retirar mi oferta, solo que tampoco quiero que esto salga mal.—¿Iba en serio?Sigue concentrada en el pelaje de Duque al preguntarlo. No la obligo a

que levante la vista. Si así es como se siente cómoda, adelante.—Sí.Deja pasar unas tres horas antes de volver a hablar, o a mí al menos me

parece que ha transcurrido todo ese tiempo; esta vez, al contestarme, sepone de pie y me sostiene la mirada.

—¿Cómo lo haríamos?—Pues a mí me gusta a cuatro patas, aunque si tú fueses más de

Andrómaca, no me iba a quejar.—¿Si yo fuese más de qué? —me pregunta con cara de confusión, ya

sin apartar la vista, a pesar de seguir manteniendo la distancia.—La postura en la que tú me cabalgas a mí.—Ah. —Me tengo que morder los labios para evitar la sonrisa que se

me forma al ver lo rojas que se le ponen las mejillas. Alba jamás se haalterado por que hablásemos de sexo, claro que nunca habíamos hablado depracticarlo juntos—. No me… no me refería a eso.

—Imagino.—Leo, si ni siquiera te tomas esta conversación en serio no sé cómo

quieres que me crea que lo que dijiste ayer no era una de tus coñas.—No lo era, Alba, de verdad.—Pues entonces dime cómo lo haríamos. ¿Follamos una o dos veces a

ver si a mí se me pasan las neuras y ya? —La polla me da un salto en lospantalones al escucharla conjugar el verbo follar con nosotros dos comoprotagonistas.

Carraspeo y me acomodo en el mismo sitio en el que he pasado casitodo el día, esperando esta conversación. Me he imaginado casi todas laspreguntas posibles que Alba podría hacerme, así que estoy listo.

Quiero que ella esté a gusto, así que doy un par de palmaditas a mi lado,invitándola a que se siente y alcanzándole el cenicero y el mechero que

tiene en la balda inferior de la mesa. Sé que un cigarro se llevará parte delos nervios que parecen adheridos a sus hombros.

—¿Hace falta acordar un número exacto de polvos? —continúo una vezque ella termina de liarse el pitillo y lo enciende.

—Supongo que no. Es solo que creo que me parecería más real y máspráctico si tuviésemos algunas…

—¿Reglas?—Pautas.—Vale.Levanto un pie y lo paso por debajo de mi otra pierna para poder

girarme y quedar frente a ella. Cojo sus tobillos y tiro de ellos paraarrastrarla más cerca de mí y posar sus gemelos sobre mis muslos. Ellaparece un poco tensa al principio, pero se deja hacer, y yo rezo para que lavoz no me tiemble cuando empiece a hablar de nuevo.

—Ya somos amigos que pasan tiempo juntos, que confían en el otro yque se sienten cómodos estando cerca físicamente —comienzo, señalandotodas las partes de nuestros cuerpos que están en contacto ahora mismo—.Lo único que propongo es que seamos amigos que pasan tiempo juntos, queconfían en el otro, que se sienten cómodos estando cerca físicamente y que,además, pasan ratos desnudos en diferentes superficies.

Consigo una sonrisa mordida con la estupidez de las «diferentessuperficies», así que me crezco y me lanzo a añadir un par de cosas más.

—Alba, no pienso hacer nada que te haga sentir violenta, que tú noquieras hacer o que creas que estropearía nuestra amistad. Esto no va deeso.

—¿Y de qué va?—De disfrutar con algo que siempre debería hacer disfrutar. De dejar

algunas cosas atrás. De quitarte miedos al lado de alguien a quien leimporta que los tengas.

—Y de verme desnuda, que en el fondo te gustó lo que viste en el vídeo,no disimules.

La risa me llega esta vez a los ojos, que se me cierran ante el estallidoque me brota del pecho. Creo que esta es una de las cosas que más megustan de Alba. Sé que está nerviosa y cohibida, que le da vergüenza estaraquí sentada conmigo mientras los dos fingimos que hablar de acostarnosjuntos tiene la misma importancia que comentar lo que prepararemos de

cena mañana y, sin embargo, no se amedrenta. Ella me enfrenta con labarbilla alzada y los ojos prendidos en fuego, y yo solo puedo pensar en sial correrse también tendrá este gesto de altivez que me persiguió anochehasta la cama.

—Y de verte desnuda, sí, porque desde hace unos días imaginarte ya teimagino mucho.

Casi se me escapa otra carcajada al ver como el rojo se extiende de susmejillas a toda su cara, orejas incluidas. Y, aun así, la tía no mueve ni laceja.

Mierda. Sí, es un hecho: me pone su altanería. ¿Por qué nunca lo habíanotado?

«Porque estabas empeñado en que le iban las tías y no la mirabas de esemodo», me responde una voz en mi cabeza.

Ah, sí. Eso.—Vale —susurra ella al cabo de un momento de silencio en el que nos

medimos sin palabras.—Vale, ¿qué? —quiero asegurarme yo antes de levantarme y ponerme a

bailar.—Que vale, que sí, que me parece bien. Pero nada de acostarnos con

otra gente mientras dure este… trato. Y cualquiera de los dos puede echarseatrás cuando le dé la gana.

—Hecho —contesto sin tener ni que pensarlo.—Pues entonces, de acuerdo.—¿Vamos a follar?—Vamos a follar.—¿Ahora?—¿Qué? ¡No! —Joder, al fin consigo que se le levanten las cejas, algo

es algo.—OK. Solo tanteaba cuántas ganas tienes.—Ay, madre, ya me estoy arrepintiendo.—¡No fastidies, Alba, que ya he pensado un par de cosas que podríamos

probar!—Esto no va a salir bien.—Que sí, mujer, no seas tan ceniza.—Y tú no seas tan… Leo.

—Venga, va, que te dejo descansar del temita ya lo que queda de noche.Si quieres, elige alguna serie mala para ver y yo preparo algo de cena.

La veo dudar un momento, aunque no tarda demasiado en relajarsecontra el respaldo del sofá en cuanto yo me pongo de pie para perderme enla cocina durante un rato.

—¿Te apetece que haga una ensalada de pepino?—Bueno.Vaya, no ha pillado el chiste.—O, si prefieres, puedo preparar una macedonia con plátanos.—Sí, estaría bien.—O unos calabacines a la plancha.—También.—O salchichas. De esas asquerosas verdes tuyas, pero salchichas…—Leo.—¿Qué?—Deja de enumerar alimentos con formas fálicas, que no tienes cinco

años ni yo te voy a comer hoy la polla.Aún me sigo riendo cuando abro la nevera. Y cuando saco los huevos y

las patatas que pretendo convertir en una tortilla. Lo hago mientras calientoel aceite. Y hasta cuando ya he empezado a pochar la patata.

No es hasta que me pongo a batir las claras que caigo en que nunca melo había pasado tan bien con una chica con unas insinuaciones tan absurdas,antes siquiera de habernos quitado una sola prenda de ropa.

Esto va a ser divertido. Seguro.

Alba Vivo en un estado continuo de nervios.

Zoe dice que lo que vivo es cachonda.También puede ser.Es que, no sé… Creí que, después de hablarlo, Leo y yo nos

acostaríamos. No esa misma noche, pero quizá la siguiente.Y no. Han pasado tres noches completas y aquí nadie se ha ido a la

cama para nada más que para dormir.Lo que sí que hacemos es hablar mucho. No hablar por hablar, igual que

hacemos siempre, sino hablar de sexo.Bueno, más bien Leo me pregunta dudas sobre mis preferencias y gustos

sexuales y yo sufro microinfartos cada vez que lo hace, aunque le contestomuy digna, sin alterarme lo más mínimo y sin que se me note que meperturban sus interrogatorios. O eso espero.

Igual es un tanto obvio que mi imagen de mujer de vuelta de todo sedifumina a veces por detalles tontos, como ahora, que acabo de escupir elprimer trago de café de la mañana.

—¿Qué? —consigo balbucir después de limpiarme la boca y la mesacon un par de servilletas. No es que no lo haya oído, solo quiero darle laoportunidad de que se retracte y se marche sin que tengamos estaconversación.

—Que si alguna vez has practicado fisting.—Dios mío, Leo, son las siete y media de la mañana de un miércoles

laborable.No voy a decir que llevamos así desde el domingo porque sería mentira.

Hasta ahora sus preguntas habían sido bastante menos heavys, aunque todasrelacionadas con lo que yo había probado, lo que me gusta, lo que mepreocupa, lo que me produce más placer… Yo así no puedo seguir, lo digodesde ya.

—¿Prefieres que te lo pregunte el viernes por la noche? ¿La respuesta vaa ser diferente? ¿Tienes planes que no me hayas contado, Albita?

—No me llames Albita, que sabes que lo odio.—Y tú no te escaquees.—No, no he practicado nunca fisting y dudo mucho que quiera hacerlo,

la verdad.—OK.Intento darle otro trago a mi desayuno, pero parece que la curiosidad de

Leo va a ser incompatible con que yo consiga tomar mi ración matutina decafeína.

—¿Y eres de mandar o de que te lleven?Suspiro con cierto desespero, lo que no hace que la expresión expectante

del otro cambie ni un poquito.—¿Tú no tenías hoy a tu primer cliente a las diez de la mañana? ¿Qué

haces despierto ya?—Quería desayunar contigo y aprender un par de cosas.—¿De mi vida sexual?—De cómo complacerte.Aprieto los muslos sin querer. Mierda. No pienso marcharme a un

trabajo lleno de penes de plástico pensando en Leo satisfaciéndome.«Venga, Albita». —Estupendo, ahora la voz de Zoe que vive en mi

cabeza también me llama por este estúpido diminutivo—. «Fuiste tú la queaceptaste este trato de amigos que se acuestan. El chico solo quiere saberqué te gusta y qué no. Igual no está de más tener ese dato a mano a la horade pasar a la acción… Sea cuando sea que pase eso».

Vale, pues venga, de cabeza.—Me gustaba que me dominasen, aunque solo en el dormitorio; excepto

en contadas ocasiones, siempre he tenido solo orgasmos clitorianos alcorrerme en compañía, no vaginales; me iban los juegos de roles hace años,supongo que ahora tendría que probar para ver si sigue siendo así; yfantaseo bastante con ver a dos tíos montándoselo entre ellos.

Lo suelto todo girada hacia él, con un tono monocorde y casi aburrido,como si comentar este tipo de cosas fuese el pan nuestro de cada día entrenosotros y no una nueva dinámica que a mí me tiene muy descolocada.

Espero su reacción con unas ganas un tanto desmedidas, pero es quequiero descolocarlo como él lo logra conmigo. Hoy he estado mucho menosalterada que el lunes, que fue el día que me preguntó por primera vez, en

mitad del último paseo de la tarde con Duque, que si me gustaría queusásemos juguetes cuando nos acostemos.

Ahí me tropecé con mis propios pies y casi me fui al suelo de boca. Sino llega a ser porque Leo me agarró a tiempo, igual ahora me faltaba untrozo de diente. Hoy solo me he atragantado con un poco de café. Es unavance.

No suelo ponerme así de nerviosa hablando de sexo. No sé por quécomentar con él estas cosas me altera tanto.

«No te altera, te excita, que no es lo mismo. Eso es lo que es diferente aotras veces, Albita».

Qué asco le estoy cogiendo a la Zoe de mi cabeza…Leo se queda mirándome tanto rato que me planteo añadir algo más a la

lista que acabo de especificarle, aunque sea algo inventado. Da igual, soloquiero que este silencio se acabe. Y entonces, el tío se lleva la mano a laentrepierna y se recoloca con todo el descaro del mundo un bulto que noestaba ahí hace un momento.

Joder.Joder…Levanto la vista en cuanto me doy cuenta de que me he quedado

mirándolo descaradamente y de que él está más que atento a mi reacción.—¿Alguna duda más? —le pregunto lo más serena que puedo.—No, por ahora no. ¿Y tú?—¿Cómo?—Que si tú quieres saber alguna cosa sobre lo que me pone.Ah, obvio. Sí, supongo que estaría bien que no fuese el único que

tuviese un manual de instrucciones.—Claro, ¿qué es lo tuyo, Leo? ¿Qué te gusta a ti?Se acerca tanto a mi cara que siento el calor de sus palabras en mi boca

además de en mi sexo.—Desde hace unos tres minutos, pensar en ti dejándote dominar por mí

—deja caer como si nada para, a continuación, volver la cara unos pocoscentímetros, los justos para darme un beso rápido en la mejilla y marcharsedel salón con la misma celeridad—. Me voy a la ducha a masturbarme.Tengo curro a mediodía, así que nos vemos para cenar. Acuérdate de quehoy toca en casa de Zoe y Mario.

Me lo recuerda con voz cantarina y ya de espaldas a donde estoy, concara de idiota, el corazón acelerado y casi las mismas ganas de darle unguantazo que de quitarle los pantalones.

Maldito Leo.

Leo Hace unos años leí un artículo en un portal digital sobre un chaval deRubiataba que la palmó después de masturbarse cuarenta y dos vecesseguidas.

Empieza a preocuparme acabar igual que él.Han pasado cinco días desde que Alba me dijo que sí y solo dos desde

que de esa puta boca de caramelo saliese que le gusta fingir que la dominan.Sí, ahora pienso en partes del cuerpo de Alba acompañadas de chorradas

como «boca de caramelo».Y sí, me la machaco en la ducha imaginándola rendida a mi lado,

jugando a que soy yo quien manda y no ella la que en realidad lleva todasmis riendas.

También me la meneo por las noches en la cama, en el sofá cuandoestoy solo en casa y Duque no anda cerca y hasta en el trabajo esta mañanaen una hora libre que tenía entre entrenamiento y entrenamiento. De ahí mipreocupación por diñarla de un ataque al corazón provocado por unamasturbación compulsiva.

Es algo que podría ocurrir. No estoy loco.Además de al chiquillo brasileño, le pasó a un peruano mientras

trabajaba en un cibercafé el año pasado, que he buscado información alrespecto en Internet.

No sé qué me ha dado. Vale, soy un tío al que le gusta el sexo, peronunca la expectativa por acostarme con alguien había ocupado tanto espaciode mi día a día. Pienso en ello tan a menudo que me da hasta vergüenzareconocerlo.

Seguramente el que no pare de hacerle preguntas a Alba sobre el temano ayuda demasiado. Empezó siendo un juego, una forma de que ella sesoltase y se diese cuenta de que hablar de lo que te excita y de lo que tecausa rechazo no tiene por qué ser un tabú. Quería que se relajase, que nocreyese que había cosas que no podía decir en voz alta o preocupacionesque tenía que guardarse para sí.

Todo fue bien el lunes y el martes, mientras me limité a rondar asuntoscasi más prácticos que placenteros. Yo le preguntaba si era más de condonescomunes o vaginales y ella me mandaba a la mierda; yo trataba desonsacarle si se sentía cómoda con que le practicasen sexo oral y ella mepedía de forma nada amable que me fuese a paseo; yo investigaba si legustaba utilizar lubricantes y ella me sugería ir a freír espárragos; yo mereía porque se ponía roja si la instaba a decirme si le molestaba hacerlocuando tenía la regla y ella me sugería que me fuese a practicar sexo anal,aunque usando una expresión mucho menos formal.

Lo malo fue que el miércoles me dio por ser incluso más animal de loque suelo ser de normal, lo que es mucho decir, y pasé de cero a cien: lepregunté si le habían practicado fisting alguna vez. ¿Que por qué? Y yo quésé. En serio, ni idea. Creo que quería que se sonrojase otra vez, porquecuando lo hace me entran unas ganas locas de cargármela al hombro yencerrarnos a los dos juntos en su cuarto.

Resultó que ese rollo parecía no molarle en absoluto, pero me dioalgunas otras ideas con una mirada de desafío que me puso tan burro que nosé ni cómo fui capaz de seguir formando frases coherentes hasta que ella semarchó a currar.

Desde entonces hay… tensión entre nosotros. Y no una mala, no. Unaque me muero por resolver, solo que no pienso dar un solo paso hasta quesea Alba la que insinúe que quiere darlo. Puedo ir a su ritmo. A fin decuentas, esto va más de ella que de mí.

—¡Leo!Me giro hacia Zoe, que me ha voceado a menos de diez centímetros del

oído y no me ha dejado sordo de casualidad.—¡¿Qué?! —le chillo yo a mi vez.—¿Puedes dejar de comerte a Alba con la mirada y pasarme el maldito

pan? Que te lo he pedido ya tres veces.—No me estaba comiendo con la mirada, Zoe. Cállate —interviene la

aludida.—Cierto. La estaba desnudando con la mirada. Es muy diferente.—¡Leo! —Esta vez es el turno de Alba para gritarme.—¿Qué? Si es verdad.Zoe se descojona, Mario intenta disimular una sonrisa mientras menea la

cabeza y Alba me lanza rayos por los ojos con las mejillas encendidas.

Estamos los cuatro cenando en nuestro piso. Habíamos pensado salir apicar algo y a tomar una copa en plan tranquilo, pero solo quedan tres díaspara que empiecen los actos grandes de las Fallas y el centro estáintransitable. En serio, es salir a la calle y que te devore una marabunta degente allí donde vayas. Alba adora estas fechas, yo las odio casi tanto comolas disfruto a ratos.

El caso es que lo sometimos a votación y decidimos que mejor nosquedábamos en casa y preparábamos algo sencillo y nos tomábamos un parde cervezas para hacer la digestión. Además, mañana Zoe y Mario vuelvena irse temprano a Madrid. La ex de él ha sido dada de alta y ha accedido averlo, y a pesar de que Zoe no los va a acompañar quiere estar cerca por sila charla no va del todo bien. Ninguno estamos seguros de qué opina Rebede que Mario tenga una nueva pareja y esté feliz.

—Mejor voy a ignoraros y a recoger la mesa, que a palabras necias,oídos sordos.

Alba se levanta con la pose de una institutriz estirada que vive rodeadade niños rebeldes y yo vuelvo a pensar en lo mucho que me pone esa actitudsuya de estar de vuelta de todo.

¿Sería esto de lo que hablaba María cuando me dijo que me gustabaAlba y yo ni siquiera me daba cuenta? No, porque ella hablaba de intimidady cosas así, y de eso con Alba tengo de sobra, pero porque es mi mejoramiga, no porque quiera meterme entre sus piernas desde hace un par desemanas.

Eso llegó después de… Corto el pensamiento de raíz. No quiero ir porahí, no quiero recordar el vídeo, ni a una Alba adolescente siendo engañadapor alguien en quien confiaba. Me jode que fuese eso lo que provocase todolo demás, porque no soy tan estúpido como para negarme a mí mismo quela chispa se prendió esa noche, solo que la hoguera no es producto de ello.No me imagino a esa Alba si ahora fantaseo con ella. De hecho, meavergüenza haberla visto. Era un momento que debía haber sido solo suyo yque un imbécil convirtió en algo que ir pasando de móvil en móvil a cambiode dinero.

Confianza a cambio de pasta.Un mal trato si se tiene en cuenta que lo que perdió fue a la mejor tía

que se encontrará en su vida.

—¿Os traigo otra cerveza? —pregunta Alba en general al regresar delúltimo viaje que se ha dado a la cocina para terminar de llevar los platos.

—No, nosotros mejor nos vamos a marchar ya —le contesta Mariolevantándose de su silla.

—Si es muy pronto —me quejo yo.—Estoy agotado, tío, y mañana al final vamos en coche en vez de en

tren para tener margen de horarios. No tengo ni idea de si el café con Rebeva a durar cuatro horas o diez minutos, ni de si voy a querer quedarme enMadrid cuando acabe o solo voy a estar deseando volver a casa y abrazarmea mi chica en nuestra cama.

Sonrío sin querer al darme cuenta de la facilidad con la que Mario hapasado a considerar la cama de Zoe la cama de ambos, como si allí fuese adonde siempre hubiese pertenecido.

—Vale, pues escribidnos para contarnos qué tal va todo, anda —le pidomientras lo abrazo a modo de despedida.

Los acompañamos a la entrada, donde vuelan unos cuantos besosacompañados de varios «descansad» y algunos «id con cuidadito por lacarretera». Escucho a Alba susurrarle un «llámame si me necesitas» a Zoeque suena tremendamente parecido a un «te quiero». Ambos sabemos quela morena lo pasa mal pensando que ella pueda ser el motivo por el queRebe decida desaparecer de la vida de Mario si no soporta convertirse soloen su amiga, algo que a él lo haría un poquito infeliz, por muy dispuestoque esté a correr ese riesgo.

Un último «adiós» coreado a cuatro voces, el sonido de un pestillo alcorrerse y Alba y yo volvemos a quedarnos a solas.

Es ella quien ha cerrado la puerta después de que Mario y Zoe semarchen, también quien se da la vuelta y se queda apoyada contra la jambamordiéndose el labio al percatarse de lo cerca que estoy yo de su cuerpo,justo a su espalda.

Mi cabeza me envía la orden de que me aparte para darle algo deespacio, pero yo debo de ser más tonto de lo que pensaba, porque me quedoaquí parado. No, de hecho me inclino un poco más hacia ella sin saber nipor qué.

Es su olor. Su jodido olor, que me llama.Me concedo tres segundos. Tres segundos completos en los que Alba

termina por levantar la vista para enfrentar la mía y coge aire tan profundo

que el pecho se le eleva, tentándome. Los ojos me caen hasta ese trozo depiel desnuda que el cuello de su camiseta me regala y me aclaro la gargantacon un carraspeo nervioso antes de erguirme y hablar tras lo que me haparecido el silencio más largo del mundo.

—Creo que yo sí que voy a beberme esa cerveza. —La voz me sale másronca de lo que pretendía—. ¿Quieres una?

No espero a que me responda. Me giro y me encamino a la cocina,porque estoy seguro de que si no me alejo de ella, ahora mismo mepermitiría olvidarme de que aquí el compás lo marca Alba y no mi polla.

—Leo. —Me paro en el acto al escucharla, a pesar de no girarme paraenfrentarla—. ¿Estás jugando?

—¿Cómo?Esta vez sí que me vuelvo. Quiero verla, comprobar que estoy

entendiendo bien lo que insinúa.¿Cree que estoy vacilándola?—Todo esto de soltar indirectas y de preguntarme cosas… bueno, esas

cosas, ¿es una especie de juego para ponerme nerviosa? Porque aunque aveces sí que me altero, otras básicamente me pongo… —Por un momentodudo de si lo va a decir, de si se va a atrever. Se me olvida que Alba puedesonrojarse todo lo que quiera, pero nunca baja la cabeza por llamar a lascosas por su nombre—, cachonda. Y tú sueltas todas esas insinuacionescomo si nada y luego te marchas, y yo ya no sé si lo que hablamos sigueyendo en serio o si solo es algo con lo que tomarnos el pelo a ratos.

Doy tres pasos hacia ella, hasta pararme tan cerca que casi puedo sentirsu aliento. Algo empieza a pesarme en la boca del estómago al darmecuenta de la necesidad que tengo de tocarla.

—Alba, tengo tantas ganas de desnudarte y hacértelo despacio que hastaduelen. —Me doy cuenta de que tengo el ceño fruncido, aunque mejor estoque dejar ir una de mis eternas sonrisas. No quiero que piense ni por uninstante que lo que le estoy diciendo no va en serio—. Pero, nena, eres tú laque decides en esto. Eres tú la que dispone cuándo y cómo. Tú mandas. Esasí de sencillo. Tú tienes el poder, Alba.

Contengo la respiración tanto rato que casi me mareo.Aguardo por su respuesta con una expectación que resulta hasta ridícula.Quiero que le apetezca de verdad. Quiero que me desee tanto como yo

la deseo a ella. Que cuando decida que es el momento, las ganas le puedan

al miedo. Que le haya dado tanta confianza para sentirse cómoda conmigoque ni ella sea consciente de que he acabado colándome entre sus dudaspara disiparlas todas.

Ni siquiera le he mentido en lo de que quiero ir lento con ella. Ahoramismo, todo lo que me gustaría es besarle con calma la piel y embestirla deforma perezosa, calmada, alargando nuestro placer. Después… Después ellapuede cabalgarme hasta que reviente o yo puedo empujar dentro de sucuerpo hasta que nos desmayemos, pero la primera vez quiero que sea algomás que sudor y tirones de pelo.

«¿Por qué?».No me da tiempo a prestarle atención a la voz de mi cabeza, porque

Alba elige este momento para pasar por mi lado a la vez que se quita por lacabeza la camiseta vieja y desgastada que lleva a modo de pijama.

No dice nada. Solo me mira, y puedo ver a la perfección el reto y ladecisión en sus ojos antes de que desaparezca dentro de mi habitación.

Alba ¿Qué sujetador llevo? ¿Es una chorrada que me preocupe algo tan estúpidoahora mismo? Ni siquiera me había planteado hasta ahora que, quizá,tendría que haber estado más atenta a algo así estos días teniendo en cuentaque se suponía que había acordado acostarme con mi compañero de piso,por lo que una situación como esta podría haberse dado en cualquiermomento ya.

Supongo que pensé que al final alguno nos rajaríamos. O que nada deesto iba en serio.

Parecíamos los dos tan… nosotros, que empecé a creer que esta no eramás que otra de nuestras tonterías, algo que no llegaría a suceder, porqueveía a Leo demasiado lanzado. No sé, a mí me ha dado vergüenza hastaresponderle a las preguntas más inocentes que me ha hecho estos días y élparecía siempre controlado, hablando de comerme el coño como quienhabla de si la app del móvil anuncia lluvias para el día siguiente.

Creo que me convencí de que solo quería hacerme rabiar. Hasta ahora.«Tú tienes el poder, Alba».Qué manera tan sencilla de hacerme sentir grande, tranquila.Después de entrar en la habitación de Leo me quedo de pie junto a su

cama, sin cubrirme ni arrepentirme de lo que estamos a punto de hacer.Quiero que pase. Cada partícula de mi cuerpo quiere que pase. Lleva cincodías esperándolo sin saber hasta qué punto.

Él aparece por el umbral solo unos segundos después, con las pupilasdilatadas y la mandíbula tensa.

Me mira igual que si fuese comestible y a mí una sonrisa se me dibujaen la cara poco a poco. No sé qué ve Leo en esta media luna que tira de mislabios hacia arriba, pero sus hombros parecen relajarse ante ella.

Camina hasta mí, deteniéndose cuando solo unos pocos centímetros yuna pizca de contención nos separan.

—¿Estás segura? —me pregunta casi en un susurro.

Asiento con la cabeza dos veces y estiro el brazo para que mi meñiquealcance el suyo. Los enredo con algo de timidez, anclándome a él, quetiembla un poco ante mi roce.

—Vale, pues… Te voy a besar.Me lo anuncia así, como si fuese un hecho irrefutable, como si no se

tratase de algo que yo he imaginado miles de veces, creyéndolo unimposible, porque durante años pensé que Leo solo tenía ojos para Zoe. Yestaba bien, yo estaba bien con eso.

Me he pasado mucho tiempo tratando de volverme invisible, intentandono destacar después de convertirme en el centro de todas las miradas de unpueblo que me asfixió, deseando que la gente no se fijase en mí para que asíno pudiesen relacionarme con una chica mucho más joven que gemía desdesu ordenador mientras su compañero de cama le susurraba mentiras de amory futuros juntos.

Y me resultó fácil. Era sencillo permanecer en segundo plano teniendo ami mejor amiga al lado, porque ella es de esas personas que brilla tanto sinpretenderlo que eclipsa un poquito a quienes tiene alrededor.

Pero entonces llegó Leo y quise que me viera. Lo ansié tanto que dolióno conseguirlo. Hasta hoy, que las heridas se cierran y las esperanzas brotanentre flores que me han crecido en el pecho.

Y sé que no debería ser así, que no es parte del trato sentir el corazónlatiendo tan desbocado como si hubiese corrido desde el final de mi otravida, pero de eso me encargaré mañana. Lo juro.

Mañana volveré a fingir.Mañana volveré a comedirme.Mañana volveré a esconderme.Hoy… Hoy solo quiero dejarme llevar, recrearme en la manera en la que

Leo cierra los ojos sin querer al acercarse a mi boca, en la velocidad a laque también siento ir sus latidos al posar la mano en su pecho, en su olorchocando contra mí en cuanto nuestras narices se rozan. Y en los miles dehormigas que me recorren el vientre, los brazos, la garganta y los muslos enel mismo instante en el que nuestros labios se encuentran.

Esperaba que esto fuese algo crudo. Un poco rudo, un poco sucio, unpoco animal.

Imaginaba a Leo como una de esas personas que se pierden en losinstintos cuando la piel manda. Dientes hincándose, jadeos dominando la

escena y dedos hundiéndose con fuerza en la carne de mis caderas.No es así.No somos así.Resultamos ser un cúmulo de caricias lentas que erizan nucas. También

mejillas sonrosadas y risas un tanto tímidas. Ganas que se escapan.Confianza que desborda.

Sí, creo que eso es lo que predomina, una confianza en el otro que norequiere palabras.

No necesito que Leo me pregunte si estoy bien, sé que está pendiente deello sin decirlo. Lo siento en sus miradas preocupadas mientras me terminade desnudar por completo antes de desvestirse también él; en la forma en laque señala con la barbilla el interruptor que hay junto al cabecero,queriendo saber si deseo que apague la luz, lo que rechazo enseguida,porque odiaría no poder verlo ahora mismo; en la manera en la que sus ojosme piden permiso para seguir mientras me tumba en la cama y me abre unarodilla despacio. Asiento una sola vez con la cabeza. No me salen laspalabras, demasiado ahogadas en sentimientos.

Estoy casi tan agitada como excitada, lo que podría preocuparme si nofuese por que soy más que consciente de que Leo está igual que yo. Veo susnervios en el temblor de su mano al subir por el interior de mi muslo, en lamanera tan gruesa en la que traga al mirarme por última vez antes de hundirsu cara entre mis piernas y olerme.

Me huele. Hondo y lento. Y a mí me da la risa porque me parece ungesto tremendamente obsceno, caliente e íntimo. Es Leo hecho sexo.

Mi mejor amigo alza la cabeza de forma automática en cuanto me oye,levantando las cejas y hablando por primera vez desde que me besó.

—¿Todo bien?—Todo perfecto.Se muerde el bermellón al escuchar lo que hasta yo identifico como

cariño en mi voz y, sin más, baja de nuevo la barbilla para devorarme.Su «joder, Alba» queda ahogado por mis gemidos.«No lo entiendo».Me permito este pensamiento una vez, solo una. Ha estado ahí desde

que Leo se ha inclinado hacia mí y yo solo he podido pensar en las ganasque tenía de que no parase en vez de en el miedo a que siguiese. Eso es loque esperaba: miedo, dudas, nervios.

Pensé que sería parecido a la noche que traté de compartir con Félix,que un montón de pensamientos invasivos e irracionales se me iríanacumulando en la cabeza hasta que tuviese que pedirle a Leo que parasepara explicarle lo que me pasaba o para pedirle que fuese más despacio.Pero nada. No hay nada más que un hambre creciente por que Leo me sigacomiendo hasta hacerme estallar. Es casi una necesidad que logra que mepalpiten los muslos y me humedezca sin darme ni cuenta.

—Sigue. Sigue, por Dios.La respiración se me acelera por momentos y se me corta cada vez que

Leo empuja un par de dedos en mi interior sin dejar de lamerme.—Más deprisa, Leo. Frótame el clítoris más deprisa.La orden me sale sin tener que pensarla, sin plantearme siquiera si a él le

parecerá bien o mal que se la dé. Creo que es porque sé, de alguna manerasé sin más, que Leo quiere darme placer de la manera exacta en la que yoquiera recibirlo. Todo lo que me ha estado preguntando durante esta semanahan sido dudas sobre cómo complacerme, sobre qué me haría a mí disfrutar.Él no ha tenido miedo de intentar averiguarlo, y yo ahora solo quierodemostrárselo.

Se retira lo justo para separarme los labios con una mano y empezar adeslizar las yemas del índice y el corazón por mi sexo a una velocidaddemencial. Un calor conocido se me forma en la parte baja del estómago enapenas un minuto y va reptando hacia arriba.

—Me voy a correr —anuncio al aire con los ojos apretados y el pulsodisparado, concentrada en esa bola caliente que trepa, trepa y trepa hastaque siento tensarse cada músculo de mi vientre y cada dedo de mis pies—.¡Dios!

Intento cerrar las piernas, contener el placer que me golpea con unafuerza que no espero, pero Leo no me lo permite. Sigue masturbándomemientras mis gritos y mis espasmos se alargan tanto como mi orgasmo.

—Aguanta, nena —le escucho decirme. Y yo aguanto, agarrando lassábanas con saña, dejando que los escalofríos me yergan los pezones hastacasi doler y que las sacudidas de mi cuerpo se calmen. Solo entonces notola ausencia de los dedos de Leo sobre mí.

—Creo que ver cómo te corres acaba de convertirse en mi cosa favoritadel mundo.

Me obligo a abrir los ojos ante su voz y lo que veo me noquea.

Leo esta tumbado de costado, a mi lado, con la cabeza descansado sobresu palma derecha. Y me mira. Me mira con una sonrisa dulce que medescoloca, porque esperaba jadeos, palabras sucias e incluso algún azote,pero no esto. No algo lento y cargado de cariño.

«¿Qué estoy haciendo?».Los temores me golpean con fuerza, aunque esta vez tienen poco que

ver con el sexo y mucho con lo que Leo despierta en mí. No quiero queganen, no quiero que las putas dudas me estropeen esto.

Mañana volveré a fingir.Mañana volveré a comedirme.Mañana volveré a esconderme.Hoy pienso disfrutarlo.—¿Comprobamos si verte hacerlo a ti me gusta también tanto a mí?Sé que consigo sonar sexy, lo noto en la manera en la que las pupilas de

Leo aumentan de tamaño al escucharme, lo que me confunde aún más,porque él me para cuando intento incorporarme para bajar hacia su erecciónrelamiéndome ya un poco los labios.

—Espera —me interrumpe, agarrándome con mucho cuidado del codo.—¿Qué pasa?—Alba, ¿esto es lo que te apetece hacer ahora?—Sí.—¿Estás segura?Titubeo. Es solo un segundo, pero basta para que me dé cuenta de que

no es lo que deseo. Quiero devolverle el favor, aunque no por mí esta vez,sino por él. Sé que voy a querer probarlo, entero. Querré ir despacio, darmeplacer viendo cómo le doy placer, querré que se corra por mí y en mí, soloque ahora no es lo que mi cuerpo me está gritando que quiere.

—Si me dices que quieres meterte mi polla en la boca y hacer que meacuerde de la Virgen, yo encantado, en serio. Juro que me acaba de palpitarde solo pensarlo, pero esta noche es tuya. Vamos a tener tiempo, desde ya tedigo que hoy no va a ser la última vez que hagamos esto, porque me mueropor follarte contra el lavabo del baño y por conseguir que eyacules deverdad, a lo bestia.

—Joder, Leo.Me da la risa. Estoy excitada, mojada hasta extremos vergonzosos y

cachonda, muy cachonda. Y me da la risa, porque lo que acaba de decirme

ha sonado a mi mejor amigo más que nunca. Acaba de conseguir que mecorra como no recuerdo haberme corrido jamás y, al mirarnos, él me hablaigual que si siguiésemos siendo simplemente Leo y Alba. Y siento tantoalivio que la risa se me escapa entre los dientes.

—Lo que pretendo decir es que no hay prisa, nena. Vamos a llegar ahí, atodo lo que te apetezca probar, hasta que quieras que sigamos haciéndolo.Así que, dime, ¿qué te apetece ahora de verdad a ti, Alba?

Y no dudo. No esta vez. No hay vacilaciones, comeduras de cabeza nirecelos por si estaré diciendo lo adecuado o no. Solo hay esta confianza quesigue flotando por toda la habitación y un deseo que llevo reprimiendodemasiado tiempo.

—Te quiero dentro de mí, Leo.Dentro de mí.Así está Leo esta noche.En mi cabeza, en mi pecho, en mi sexo, en mi sangre.Su mirada cambia de nuevo. Ladea una sonrisa canalla y emite un

gruñido casi animal antes de incorporarse lo justo para que yo sienta el fríoentre mis muslos por su ausencia. Por suerte, dura lo poco que él tarda enalcanzar un preservativo de encima de su mesilla, colocárselo y regalarmede nuevo el peso de su cuerpo sobre el mío.

Se hunde de una estocada, maldiciendo, cerrando los ojos en unaexpresión de placer y dolor que odiaría no haber podido ver jamás.

Se contiene apenas unos segundos antes de empezar a embestirme,porque no podría llamar de ninguna otra manera a lo que hace Leo.

Me embiste, con ganas, con la desmesura que no había dejado que lodominara hasta ahora.

Me noto empapada por mi propio orgasmo, caliente y ansiosa.Quiero que Leo se corra. Quiero ser yo quien haga que se corra. Lo

siento con una necesidad abrumadora. Deseo que se descontrole hasta quesolo yo ocupe toda su mente, como me ha ocurrido a mí hace unos minutos.Que se vaya demasiado deprisa y que, a la vez, esto no termine nunca.

—Dios, Alba… ¡Dios! Estás…En todas partes.No lo dice, pero lo oigo. Porque yo también lo siento en cada rincón.Dentro.Está dentro de mí.

En todos sitios.Y sé que yo también estoy dentro de él ahora mismo.Y cuando hunde la cara en el hueco de mi hombro y me muerde el

cuello al dejarse ir, también sé que podría estar perdida si no tengo cuidado.

Mario —Así que no ha ido demasiado bien, ¿no?

Sonrío de medio lado ante la insistencia de Leo por sacarme el tema.Debe de ser muy obvio para él que necesito hablar de ello sin que esté Zoedelante. Hay cosas que no quiero que escuche. Sé que no lo está pasandobien con esto y lo odio, porque nada es culpa suya. Agradezco en silencioque mi amigo haya esperado a que sacásemos a Duque para preguntar.

Ha sido él quien ha propuesto que lo acompañase yo, así que imaginoque ha entendido de sobra que necesitaba este paseo incluso más que elperro. He procurado estar alegre durante la comida, pero quizá no heconseguido engañar a nadie por mucho que yo creyese que sí. Claro quetampoco hay que ser un genio para suponer que la conversación con mi exha sido tensa. Zoe y yo hemos salido de Valencia a las siete de la mañana yhemos llamado al timbre de Leo y Alba a las dos y media de la tarde. Si lerestas las horas de carretera, te quedan unos escasos treinta minutos delágrimas y tensión.

—No. Sus padres ya le habían hablado de Zoe, así que no es que le hayapillado de sorpresa, pero ha sido…

No encuentro la palabra. No una que lo resuma todo de verdad.Ha habido dolor por su parte, que ha tachado el que yo ya esté

enamorado de otra como una traición que, sin ser tal, ella no puede evitarsentir así.

Ha habido incomprensión, porque desde que empezó a mejorar creyóque una reconciliación entre nosotros era posible.

Y ha habido añoranza en cada recuerdo que ella se ha empeñado ensacar a relucir y que a mí me ha roto un poco el corazón.

Estoy casi seguro de que, si Zoe no existiese ya en mi vida, habríaacabado diciéndole a Rebe que claro que nos merecíamos otra oportunidad,aunque yo ya no la quisiese así, aunque supiese de sobra que solo estaríaanteponiéndola de nuevo a ella por encima de mí. No sé ni en qué posiciónme deja eso, o qué dice de mí que estuviese dispuesto a ello, lo único que sé

es que es muy jodido ver a quien quieres pasarlo mal y no poder darle loque sabes que le ayudaría.

—Ya. —Leo me pone una mano en el hombro y el aire entra de nuevomás fácilmente en mis pulmones. Dios, menos mal que lo encontré cuandollegué. Menos mal que los tengo a todos.

Me agacho para recoger la pelota que Duque acaba de dejar a mis pies yla lanzo de nuevo lo más lejos que puedo. Otros dos perros corren a su ladopor los límites del vallado del parque para hacerse con ella antes que elinmenso terranova.

—Ha sido jodido. Lo curioso es que, después del llanto y la opresión enel pecho, ella ha dicho algo que me ha hecho marcharme de allí conesperanzas.

—¿Qué ha sido?—Se ha despedido con un «igual la próxima vez todavía es pronto para

conocerla, pero me gustaría que ese día llegase». Sé que se refería a Zoe, noha hecho falta que lo especificase.

—Eso suena prometedor, colega.—Lo sé. O al menos suena a que quiere que nos veamos alguna otra

vez.—Estoy seguro de que vas a conseguir que seáis amigos. Esa chica te

quiere tanto como tú a ella.—Eso espero. De verdad que me parece que ahora mismo necesita cerca

gente que la conozca y sepa de su pasado.Veo asentir un par de veces a Leo por el rabillo del ojo. Duque vuelve a

nuestro lado después de haber luchado de forma muy deportiva contra unpastor alemán para recuperar su juguete y esta vez es su dueño quien mandala bola más allá de unos árboles que están al fondo del recinto.

—Bah, cuéntame alguna otra cosa, anda, que no me apetece tirarmetodo el día con este ánimo extraño —le pido al cabo de un par de minutosde silencio.

—Pueees, anoche Alba y yo nos acostamos.Me giro hacia él con las cejas tan levantadas que estoy convencido de

que tengo que tener más arrugas en la frente que el shar pei que estáoliéndole el culo a Duque. Leo se está mordiendo una sonrisa gigante, unaque me habla de lo bien que debieron ir las cosas.

—No me jodas. ¿Es en serio?

—Muy en serio. —No consigue contener más a su propia boca, que seestira hacia arriba, hasta casi tocar el cielo.

—¿Y?—Y fue la hostia, tío. No sé, estuvo de coña. Fluyó muy bien.Le doy un par de palmadas muy masculinas en la espalda y ambos nos

reímos como si tuviésemos doce años.No va a contarme mucho más, lo sé de sobra. Yo tampoco pretendo

pedirle más detalles. Nosotros no hacemos eso.—Me alegro, macho.No hace falta que me diga que él también. Es más que obvio.

Zoe —No me jodas. ¿Es en serio?

—Muy en serio.—Tía, que llevo media hora dándote el peñazo sobre la escapada exprés

a Madrid y tú aquí, callada como una puta.—Es que a mí también me interesa saber cómo estás tú y cómo está

Mario después de ver en persona a Rebeca por primera vez en más de unaño.

—¡Que te has tirado a Leo! ¡Que lo de Rebe puede esperar! Venga,vamos, detalles y rapidito, que no sé cuánto rato más van a estar estos dosdando vueltas a Duque para marujear entre ellos, pero estoy segura de queyo voy a querer más datos que Mario.

—Fue… No sé. Muy muy bien.—¡Ay, que estás sonriendo como una imbécil!—Vete por ahí.—¡Si eso es bueno!—No si haces que parezca que soy una niña pequeña a la que acaban de

dar su primer beso.—Mira que te pones susceptible. A ver, te ha molado, ¿qué tiene eso de

malo?—Pues que igual me ha molado demasiado.—¡Pues maravilloso! ¿No te pusiste nerviosa ni empezaste a oírme en

plan rarita en tu cabeza?Reconozco que me hizo mucha gracia cuando Alba me contó que le

había pasado eso con Félix, aunque me hubiese jodido que mis sermonesimaginarios hubieran podido fastidiarle el rollo con Leo.

—No. Fue…. natural. No sé si eso tiene mucho sentido. —Apenascontengo el impulso de saltar igual que una maldita animadora y gritarleque sí, que tiene todo el jodido sentido del mundo, porque solo ellos no venque deberían estar juntos desde hace años—. Estaba supertranquila. Leo fuemucho más dulce de lo que esperaba. Al menos la primera vez.

—¿La primera? Me gusta cómo suena eso.—Me desvelé a mitad de noche porque tenía muchísimo calor —

empieza ella a narrarme sin necesidad de que yo la azuce—, lo que no esraro si tenemos en cuenta que Leo me tenía agarrada por detrás como si sehubiese transformado en un koala y yo fuese su rama favorita de bambú. Elcaso es que noté que debía de estar teniendo unos sueños de lo másinteresantes, porque por muy dormida que estuviese su cabeza, su cuerpoestaba más que despierto de cintura para abajo.

Ambas nos callamos de golpe al oír el sonido de las puertas del ascensorabriéndose.

No, no, no. Venga ya, juro que si son estos dos, me invento que necesitoir a comprar compresas con urgencia al súper de la esquina solo paraarrastrar conmigo a Alba y que termine de contarme esto.

Por suerte, escuchamos unos pasos alejarse por el pasillo en la direccióncontraria a donde están las puertas de nuestros pisos. Alba no tarda ni dossegundos desde entonces en retomar la historia, hablando bastante rápido,eso sí. Es tan consciente como yo de que Leo y Mario van a volver encualquier momento.

—¿Por dónde iba?—Creo que me ibas a contar que le bajaste los pantalones del pijama a

Leo de madrugada.—Peque, ni siquiera nos habíamos vestido otra vez. —Se nos escapan a

los dos unas sonrisas ridículas y enormes. En serio, volvemos a tener quinceaños. Y me encanta—. No le bajé nada, solo me empecé a restregar contraél. Debía de estar todavía más para allá que para acá, porque ni siquiera lopensé. No sé, lo noté ahí, tan pegadito, tan apetecible, que solo curvé laespalda y empecé a moverme.

—¿Y? —la apremio yo.—Tardó unos tres segundos en agarrarme de la cintura y unirse a la

fiesta. Y, ostras, Zoe, esa vez no hubo nada de dulce ni de cuidadoso encómo terminamos, ni tampoco voces raras en mi cabeza ni agobios.

Me entran unas ganas terribles de abrazarla a ella y de abrazar a Leo encuanto regrese.

—¿Y después?—Después Leo se quedó sopa en cuanto posó la cabeza en la almohada,

más o menos, y yo me marché con cuidadito a mi habitación.

—¿Qué? ¿Por qué?—¿Cómo que por qué?—Que por qué no te quedaste a dormir con él.—Pues porque no, tía. No creo que sea bueno mezclar. Una cosa es

follar y otra, dormir abrazaditos; además, yo trabajaba hoy, así que preferíatener mi cama para mí y descansar en condiciones.

Tuerzo un poco el morro. Sé que tiene razón y que Alba es lista, quesolo está siendo precavida, porque por mucho que todos hayamos intentadonegarlo, el sexo suele cambiar las cosas entre la gente. Si a eso le sumamosdespertar juntos por las mañanas con alguien con quien ya convives…Bueno, supongo que las líneas que se hubiesen intentado trazar se podríandifuminar muy deprisa. Lo malo es que yo quiero que se difuminen. No,qué narices, quiero que se evaporen. La cuestión es si Leo también querría,o si se daría cuenta de que quiere llegado el momento.

—¿Y esta mañana, cuando os habéis visto, ha sido raro?—No, la verdad, pero porque no hemos hablado de ello.¿Cómo?—¿Cómo?—Pues que no nos ha dado tiempo. Yo me he ido temprano a abrir la

tienda y he cerrado a las dos. He parado en el estanco a comprar filtros y hellegado a casa unos cinco minutos antes que Mario y tú. Leo estaba en elbaño, así que solo nos ha dado tiempo a encontrarnos en el salón y amirarnos entre cortados y con algo que describiría, al menos en mi caso,como una tontería adolescente supina antes de soltar un par de «holas»tímidos, que sonase el timbre y aparecieseis vosotros al abrir la puerta.

Un ladrido amortiguado se abre paso en el aire al mismo tiempo que elruido inconfundible del ascensor vuelve a interrumpirnos. El sonido de unasllaves trasteando en la cerradura nos indica que la charla termina por hoy.

Duque atraviesa el umbral de su casa para lanzarse sobre Alba como sihiciese cuarenta años que no la ve y no cuarenta minutos, aunque por cómose ríe ella tratando de evitar que los lametazos del perro alcancen su propiaboca creo que le gusta ser recibida así cada vez.

Toda mi atención recae sobre Leo en cuanto veo sus rizos negros asomarpor el cuarto de estar. Se ha puesto las gafas para salir a la calle, así que lamontura de pasta casi me tapa su ceño ligeramente fruncido por lasospecha. Lo cierto es que estoy convencida de que Alba y yo tenemos

pinta de haber estado rajando lo más grande ahora mismo; a mí, por lomenos, la sonrisa me tira de los labios con fuerza y me cuesta mantener larisa a raya.

—¿Os ha dado tiempo a comentarlo todo o nos damos otra vuelta? —nos pregunta Leo con una malicia que suena parecida a la diversión alusarla él.

—No, tranquilo, ya nos hemos puesto al día. Siento lo del gatillazo, quéputada.

Mario pone cara de no entender una mierda y Leo suelta una carcajadaque me habla de lo poco que le afectan mis bobadas.

—Bueno, pues nosotros nos vamos, ¿no, preciosa? —deja caer mi chicocon contención al ver que nadie añade nada más.

—No hace falta. —El intento de Alba por ser educada es encantador.—Sí, sí que hace falta. Venga, a vuestra casa, que parece que os da

alergia estar allí.—¡Oye! —me quejo por el descaro de Leo al largarnos, aunque soy la

primera en levantarme del sofá, porque es cierto que estos dos necesitan unrato a solas—. Escríbeme luego —le pido a Alba antes de alcanzar elpicaporte ya en el recibidor.

—Va a estar ocupada. —Es Leo quien me responde.A Mario le da la risa. A mí me da la risa. Llegamos a escuchar a Leo

descojonándose antes de desaparecer de este apartamento y a Alba gritarleentre murmullos que cierre el pico.

Ojalá salga bien. La opción contraria partiría demasiados corazones.

Leo El ruido de la puerta cerrándose a lo lejos llena la habitación y los escasosdos metros que nos separan ahora mismo a Alba y a mí.

Ni yo me muevo del sitio ni ella deja de mirarme con esa mezcla tansuya de curiosidad, timidez y desafío.

—Pues tú dirás.Aprieto los labios para que no se curven hacia arriba. No quiero que

piense que me tomo esto a broma, pero es que me hace mucha gracia Albay cómo enfrenta lo que pasó anoche entre nosotros, igual que si fuese unareunión de trabajo en la que tuviese que solventar los tres puntos del día.

Debo de estar un poco enfermo, porque que se cruce de brazos y levantela barbilla, además, me pone bastante burro. Creo que es el contraste entrelo decidida que se la ve fuera del dormitorio y lo entregada que la intuyodentro una vez que se suelte de verdad.

Esta madrugada, cuando me desperté con su trasero tocando todas laspartes de mi cuerpo que lloraban por ser tocadas por ella de nuevo, nosfollamos más dormidos que despiertos y sin palabras bonitas de por medio.Ahí fue donde vi a la Alba rendida a los instintos de quien la manejabadesde atrás, hundiéndole los dedos en la carne de sus caderas y tirándole delpelo sin miramientos para que echase la cabeza hacia atrás y poder asíllegar a morderle el cuello.

He estado pensando en ese polvo desde que me he levantado. Solo.Eso me ha desagradado. Me hubiese gustado verla antes de que se fuese

a trabajar, aunque supongo que ha sido más silenciosa de lo normal adredepara evitar despertarme.

Me acerco a ella con las manos en los bolsillos y pego un silbiditopequeño al llegar a su altura.

—A la cama.Alba levanta una ceja tan alto que se le dibuja una expresión de

perplejidad muy cómica.—¿Perdona?

—Le decía a Duque.Me percato del momento exacto en el que a ella se le encienden las

mejillas al darse cuenta de que lo que pretendo es que nuestro perro deje derestregarse contra sus piernas y se marche a descansar al colchoncito quesiempre tiene colocado en un rincón del salón.

—Ah.—Aunque si quieres que tú y yo tomemos el mismo destino, yo

encantado.—¿Y no crees que igual antes deberíamos hablar?Esta vez no consigo contener una sonrisa ladeada. Sabía que Alba

querría hablar, analizar las cosas. Ella es así, y me gusta que lo sea. Le ponecordura a todo lo que me rodea.

—De lo que tú necesites, nena, siempre.Sus ojos se suavizan y sus hombros se relajan solo con esas palabras.—Vale, pues —empieza, estirando esta última vocal—, lo de ayer…—¿Sí?—Estuvo bien.—Estuvo de la hostia —remarco, consiguiendo que me regale otro

atisbo de sonrisa.—De acuerdo, estuvo de la hostia. Y, bueno, quería saber si tú estarías

dispuesto a…—A… —la imito yo cuando ella parece quedarse atascada.—A repetir. No en plan indefinido ni nada de eso, solo unas cuantas

veces más, para intentar algunas cosas y eso; ya sabes, para ver si me sientoa gusto con todo o si tengo algunos límites que no me apetezca probar. Esque contigo me encontré muy cómoda y supongo que no tendría problemaen decirte que sí o que no a lo que sea y, pues eso, así después me comeríamenos la cabeza. Y eso.

Se aturulla y repite cada vez más, lo que tampoco me extraña, porqueveo realmente difícil conseguir soltar más palabras por minuto por la boca.

Recorto el escaso metro que todavía se interpone entre nosotros y llevolas manos hasta su cara, enmarcándola con cuidado.

Se calla al instante. Se pierde en mis ojos, que no abandonan los suyosmientras me inclino despacio hacia ella para rozar nuestras narices antes debesarla, con calma, deleitándome un poquito de más, porque llevo mucho

rato pensando en probarla de nuevo y no quiero que esto se acabe casi antesde empezar.

—Alba —susurro al separarme de ella una eternidad después, solo unoscentímetros—, me muero por que me dejes poner a prueba tus límites,empezando por comprobar si gritarías tanto como creo que lo harás si tefollo fuerte contra el respaldo del sofá.

La siento tensarse entre mis manos y, por un momento, me da miedohaberme pasado. Sé que llevo días hablándole de lo que podríamos hacer yde lo que no, pero también sé que una cosa es jugar a imaginarlo y otra queella sienta que puede ser algo real.

A lo mejor me he acelerado.Quizá me han ganado la carrera las ganas que tengo de volver a

hundirme en ella.Mierda, no quiero que se piense que… que… Yo qué sé, no quiero que

no le apetezca esto tanto como a mí.—¿Fuerte? —la escucho preguntarme de pronto.—O suave. Lo que tú prefieras, nena.Duda durante unos segundos que a mí se me hacen demasiado largos,

puede que porque, sin darme cuenta, he dejado de respirar.—Lo quiero fuerte, Leo.La hostia.No sabía que cuatro palabras podían ponerme tan duro.La agarro por la cintura, atrayéndola más hacia mí, hasta que me es

imposible distinguir dónde acaba mi cadera y empieza su vientre. Al notarmi erección presionándola de frente, suelta un gemido que se convierte engasolina deslizándoseme por las venas.

La beso casi con desesperación, con unas ganas de acelerar que no sé dedónde llegan, pero que claman por ser atendidas.

Tiro sin miramientos de la parte inferior de su pijama, que no se haquitado en todo el día porque no se ha molestado en salir a la calle, y ellamisma termina de lanzarla lejos de los dos al sentirla por los tobillos. Lospantalones de chándal que me había puesto para sacar a Duque de paseocorren la misma suerte poco después y, con solo nuestra ropa interior de pormedio, puedo notar a la perfección el calor que desprende su sexo.

La siento en el respaldo del sofá y me abro camino entre sus piernaspara colocarme en medio y embestirla fingiendo que ya estoy en su interior.

Deja ir un jadeo sordo y me tira del pelo con saña. ¿Mi respuesta? Colaruna mano por dentro de su camiseta y pellizcarle con fuerza uno de susperfectos pezones.

Alba grita.Duque ladra.Y yo me vuelvo loco cuando ella, con los ojos cerrados, centrada en su

propio placer, estira sin darse cuenta una mano para agarrar la mía, llevarlahasta su cuello y, sin separar su palma de mi dorso, aprieta justo en el puntoen el que puedo notar su pulso acelerándose.

—Joder —se me escapa en un susurro. Alba sigue sin hablar, aunque susrodillas se elevan por completo para cernirse sobre mí y apretarnos en todaslas zonas que ruegan ser atendidas—. ¿Te gusta esto, nena? ¿Te excita quesea rudo contigo?

—Sí.Es más una súplica que una palabra. Más una fantasía que una realidad,

pero una que yo quiero interpretar para Alba, así que ejerzo un poco más depresión sobre su tráquea y, de un solo movimiento, aparto la tela de susbragas a un lado para colar dos dedos dentro de ella.

Gruñe lujuria, aunque no le da tiempo a juntar los muslos lo bastanterápido como para evitar que yo retire la mano.

—¿Quieres más, Alba? —No me responde, y yo sigo jugando a serquien manda—. Abre los ojos y mírame. —Sonrío de una forma un tantomacarra cuando me hace caso—. Te he preguntado si quieres más, nena.

No hace falta que me conteste. Ninguna falta. Todo lo que necesitosaber me lo dice la forma en la que ella echa hacia adelante la cadera,buscando fricción, ansiando que sigamos.

—Sí, sí que quiero —se obliga a decir.En cuanto termina de pronunciar la última letra, son tres dedos los que

cuelo otra vez en ella. Está tan mojada que no me cuesta ningún esfuerzo.Su chillido llena el salón, y antes de que entienda qué está pasando,

siento como si un jugador de rugby me cargase desde atrás, haciendo queme doble por la mitad y que, a su vez, desestabilice a Alba, que acaba tiradade culo sobre los asientos del sofá, con las piernas apuntando al techo.

—¿Qué coño…?El gruñido bajo y amenazante de Duque me llega desde algún lugar de

mi espalda.

Mi perro me tiene inmovilizado. Me cago en la… Mi maldito perro seha pensado que estaba atacando a Alba y me ha inmovilizado paradefenderla a ella.

—¡Duque, abajo!Mi grito no consigue que se mueva ni medio centímetro. Sigue con las

patas delanteras apoyadas en mis omoplatos y, de hecho, la orden logra queme suelte un par de ladridos graves.

Me parece que Alba entiende justo en este instante lo que acaba depasar. Todavía no había hecho un solo movimiento. Se había limitado aquedarse medio recostada contra los cojines en una postura que parecebastante incómoda, con cara de incredulidad y parpadeando muy rápido.Hasta que Duque ladra y a ella la risa se le desborda por cada poro de lapiel.

Se ríe tanto que noto cómo se le humedecen los ojos. Y sin más, sufelicidad llama a la mía. Las carcajadas se me forman en la garganta antesincluso de que sepa que las voy a dejar salir. El respaldo del sofá sigueclavándoseme en la tripa, Duque pasa de gruñirme a lamerme el cuello alnotar el ambiente más relajado y Alba se sujeta tanto el estómago que creoque hasta le tiene que doler.

Ella silba flojito en cuando empieza a calmarse, lo que logra que Duquevuelva a colocarse sobre sus cuatro patas y vaya en su búsqueda. Le pasa lalengua por la frente mientras ella le agarra el cuello, todavía girada en unapostura poco natural, y le pide que pare entre nuevas sonrisas que a mí mereverberan en el pecho.

Tardamos casi cinco minutos en apartar a mi mascota de Alba y encalmarnos lo bastante como para poder mirarnos sin que un nuevo ataquede risas nos sacuda.

Entrelazo nuestros dedos para guiarla hasta mi habitación, donde lecierro la puerta en las narices a un Duque que no parecía tener intención desepararse de mi mejor amiga en toda la noche.

—Igual se te ha cortado un poco el rollo. ¿Quieres que mejor lo dejemospara mañana y ahora nos pongamos una peli en el ordenador? —lepropongo.

—Si fuésemos a ver una película tendría más sentido que hubiésemosmetido en tu cuarto a Duque en vez de dejar que se adueñe él del salón,¿no?

—Pues tienes razón —concedo agarrando ya el picaporte para abrir. Nollego a hacerlo, ella me frena antes.

—Yo creo que, ya que estamos aquí, a lo mejor podemos aprovecharque tenemos una cama que parece bastante más cómoda que el sofá.

Es estúpido lo mucho que me alegra que Alba no quiera usar lo que hapasado como una excusa para que no sigamos lo que habíamos empezado.Me muero por besarla otra vez, y me gusta saber que ella alberga lasmismas ganas que yo.

—¿Fuerte? —vuelvo a preguntarle, tratando de retomar el ambiente quehabíamos creado entre los dos hace un rato.

—No. Esta vez, déjame saborearlo, Leo.Y lo hago, claro que lo hago, porque por mucho que juguemos, ella es la

que manda en esto desde el principio.

Alba Resulta raro como algo puede ser tremendamente extraño yreconfortantemente normal a la vez.

Estar con Leo es así, justo así.La mañana después de nuestra primera noche juntos tuve miedo. No

sabía qué podía esperar. No creía que, de repente, fuese a mirarme y todopareciese incómodo entre nosotros, aunque tampoco me imaginé que cadaminuto que pasásemos juntos fuese a ser tan… tan como siempre. Peromejor.

En apenas tres semanas nos hemos acostumbrado a compartir jadeosademás de risas. Y lo que me resulta más curioso de todo es que muchasveces esas dos cosas van juntas.

Jamás había compartido cama con un amigo.Iván y yo empezamos a gustarnos demasiado pronto. Nunca lo consideré

una amistad más.No. Lo que se despertaba en mi pecho a los doce años mientras él me

agarraba la mano no se parecía en nada a lo que sentía si era cualquier otrochico de la pandilla quien me rozaba. Él y yo fuimos novios que se llevabanmuy bien.

Leo es mi amigo. Por encima de todo lo demás, sigue siendo Leo. Sinmás.

Quizá por eso me resultó tan fácil pasar de las burlas al deseo hace unpar de semanas cuando, sin consultarme, se extendió a lo largo de todo elpene lo que él pensaba que era lubricante retardante. Solo le dio tiempo asusurrarme un lascivo «te voy a tener gritando toda la jodida noche» antesde que el gel de efecto calor que había cogido sin permiso de mi mesita denoche empezase a hacer su trabajo.

—¡Leo, que eso es para dar masajes, no para retrasar el orgasmo! —recuerdo que le grité mientras él corría al lavabo para tirarse agua porencima, empapando medio suelo por el camino.

—¡No me digas, Alba! ¡No me había dado cuenta!

—Oye, a mí no me chilles por ser idiota y no leer para qué sirve cadacosa que subo de la tienda.

—Mierda, lo siento, ¿vale? Es que esto arde, nena, arde muchísimo.Las risas que me provocó su cara de sufrimiento me duraron hasta que

encendió el monomando de la ducha y se metió debajo de la cascadahelada, arrastrándome a mí con él todavía a medio vestir. Las carcajadas seconvirtieron en gritos y los gritos en gemidos a una velocidad que escapó demi raciocinio.

Son sus manos.Cada vez que Leo me toca, la piel me quema. Y eso es algo muy nuevo.Leo me ha gustado durante años, pero nunca lo había deseado así, no

como si fuese algo que pudiese convertirse en real.Dentro de la cama nos entendemos con la misma facilidad con la que ya

lo hacíamos fuera de ella. De hecho, nos complementamos tanto y tan bienque Zoe bromea bastante desde hace días diciendo que está celosa por queahora sea más amiguita de Leo que de ella. Bueno, al menos creo quebromea.

Además, Leo ha descubierto que le encanta que juguemos, lo que meparece bien, porque tengo una otomana con almacenaje a los pies de micama llena de productos del negocio en el que trabajo. Los dueños, sobretodo la dueña, me insisten en que debo conocer el material que compranpara poder venderlo bien, así que he acumulado una buena colección devibradores, balas, bolas chinas y geles corporales de todo tipo. Loscondones, los plugs anales, los anillos vibradores y las esposas se las hepasado durante años a Zoe, que es la única que jugaba en pareja. Hastaahora.

—No estoy muy segura de esto…—Venga, Alba, que va a ser divertido.—¿Para quién? —La sonrisa que trata de morderse sin éxito me dice

todo lo que tengo que saber—. Yo creo que mejor volvemos a casa y…No consigo terminar la frase.Un zumbido nace entre mis piernas y se extiende como lava líquida por

mi columna vertebral, logrando que el núcleo accumbens de mi cerebroregistre un ramalazo de placer puro que me hace cerrar los ojos con fuerza yapretar los muslos durante lo que a mí me parecen cinco horas enteras,

aunque supongo que es más probable que, en realidad, hayan sido solocinco segundos.

—Mierda, Leo, ¿a qué intensidad lo has puesto?Cuando soy capaz de fijar mi mirada de nuevo en él me doy cuenta de

que la sonrisa ahora casi le parte la cara en dos.—Al uno. Y llega a cuatro.Escucho a la perfección la risa en su voz. El cabrón va a disfrutar con

esto. No sé en qué momento se me ocurrió acceder a venir a cenar llevandopuesto un vibrador de estimulación externa. Menos aún sé por qué mepareció que sería entretenido darle el control remoto del dichoso vibrador aLeo.

—Buenas noches. ¿Han decidido ya o necesitan otro minuto?El camarero que nos ha sentado en nuestra mesa nada más llegar se

materializa a nuestro lado para servirnos el vino que le hemos encargadounos minutos atrás, cuando nos ha dejado la carta y nos ha recomendadouna lubina de veinticinco euros que no pediría ni aun no siendo vegetariana.Menos mal que estamos a mediados de mes y el sueldo todavía no metiembla por completo en la cuenta.

—Sí —carraspeo para aclararme la voz, que de repente siento un pocoespesa—. Yo voy a tomar la coliflor gratinada con pimien…

El calambrazo repentino consigue que una pierna me salga disparadahacia arriba sin permiso y golpee la mesa, haciendo que toda la cuberteríaalineada a la perfección que descansa frente a nosotros se tambalee. Ah, sí,y que el maître me mire con una mezcla de preocupación y asombro que amí me mortifica y que a Leo lo divierte hasta el punto de atragantarse alaguantar una carcajada.

Eso ha tenido que ser una intensidad dos como mínimo.Cabrón.—¿Se encuentra bien?Intento formar palabras, pero Leo no apaga el maldito cacharro y yo

estoy más cerca de gemir en alto que de conseguir decir algo coherenteahora mismo. Leo disimula llevándose la copa a la boca; aun con ello,escucho a la perfección la risa de Pulgoso que le sale del pecho al tratar decontener las carcajadas en modo avión.

Al menos el aparatito es tan silencioso como prometía. Supongo que eslógico, está pensado para que dos personas jueguen en público, solo que,

aun así, no las tenía todas conmigo. Si, además de parecer gelatina, mismuslos hoy hubiesen tenido a modo de leitmotiv un ronroneo perpetuo, mehubiese muerto del bochorno. Después de comprobar que el pequeñosecreto que Leo y yo hemos traído hasta el restaurante sigue siendoúnicamente nuestro, solo estoy un poco avergonzada y bastante más quecaliente.

La vibración se detiene de nuevo, aunque es Leo quien acabacontestando por mí al darse cuenta de que todavía estoy más allá que acá.

—Sí, tranquilo. Se dio un golpe fuerte en la cabeza hace un mes y desdeentonces se queda en blanco a veces. Ahora resintoniza. —La cara deespanto del camarero es digna de foto—. Ella tomará la coliflor y yo elguiso de conejo con alcachofas, por favor. Y nos pones de entrantes loschampiñones rellenos sin el jamón y los bocaditos de patata y huevo decodorniz.

El hombre que nos está tomando nota me echa un nuevo vistazodisimulado antes de darse la vuelta y alejarse hacia la cocina para cantarnuestra comanda.

—¿Te parece bien lo que he pedido para compartir? Sé que te encantanlos champiñones, así que me arriesgué.

Lo miro con una pizca de odio.—No vuelvas a hacer eso —le advierto.Su sonrisa me avisa de que no va a hacerme ni caso, aunque parece que

decide darme un respiro durante buena parte de la cena.En cuanto nos ponen delante la comida, el tío con el que llevo

acostándome casi un mes desaparece y mi mejor amigo toma las riendas dela conversación. Damos cuenta de la botella de Rioja que hemos pedidoentre bocados y charlas cómplices sobre las ganas que tenemos de quelleguen las vacaciones de verano para poder planear alguna escapada juntoa Mario y Zoe. Leo me habla de cómo está llevando su hermana mayor elembarazo. Yo le comento lo emocionada que está mi abuela por haberseapuntado a un concurso que han organizado en mi pueblo para ver quiénhace la mejor tortilla de patata de Bocairente. Jugamos a imaginar la vidade algunos otros clientes que cenan a unos cuantos metros de nuestra mesa.Nos acariciamos las manos por encima del mantel mientras nos retiran losprimeros, sin ser muy conscientes de hacerlo. Fingimos que es normal que

Leo me bese lento al levantarse para ir al baño después de terminar con losprincipales.

—¿Quieres postre? He visto pasar a una camarera con un pastel quetiene una pinta que te mueres —propone al regresar. Casi puedo verlosalivar.

—Claro.Me remuevo en mi asiento, tratando de aliviar la molestia que siento

dentro de mi ropa interior.—¿Qué te pasa? —se interesa mi mejor amigo al darse cuenta de que el

ceño se me frunce unos milímetros.—Nada, no es nada. Creo que voy a ir un segundito al aseo yo también.—¿Pero estás bien? Pareces molesta.—Que sí, no es nada.Le evito la mirada. Lo malo es que a estas alturas ya nos conocemos de

sobra, y él sabe que no debe soltar a su presa, porque podría divertirse conella.

—Alba… ¿Qué es?—Ya te he dicho que na…Esta vez la vibración es tan potente y tan inesperada que el corazón

duplica la fuerza de sus latidos de golpe, percutiéndome tan fuerte entre lascostillas que me parece que podría romperme una.

Dos segundos. Ese es todo el tiempo que Leo pone a máxima intensidadel vibrador. Y espera.

Yo me mantengo callada, más porque se me ha vuelto a olvidar cómohablar que por desafiarlo, aunque él no parece entenderlo así.

De nuevo, intensidad cuatro. Esta vez son cuatro segundos y un jadeo.Me parece que soy yo la que lo exhala.

—¿Qué es? —me repite él con una ceja alzada y la orden implícita en sutono. Mierda, lo que me gusta que se ponga mandón.

—Estoy… Estoy incómoda.—¿Por qué?Aprieto la mandíbula, pero contesto antes de que Leo vuelva a accionar

el mando.—Porque estoy tan húmeda que es posible que hasta esté empapando la

silla. Y si sigues haciendo eso sin dejar que vaya a secarme puede queacabe marchándome a casa con los muslos mojados.

He bajado la voz y me he acercado a él lo bastante como paraasegurarme de que solo Leo pueda oírme. Este lugar no tenía reservados,aunque tuvimos la precaución de pedir una mesa apartada. Estamos en unrincón, con solo otra pareja de comensales cerca, a mi derecha. Del otrolado, una pared nos proporciona algo de intimidad, y Leo se ha aseguradode que yo me coloque de espaldas al resto de la sala. Por eso solo tengo quegirar la cara hacia la izquierda y taparme lo máximo que puedo el rostropara esconder al resto del mundo mi gesto de placer al sentir que algo entremis muslos vuelve a despertar, estar vez de forma más suave.

La respiración se me acelera deprisa. Bajo la cabeza y me muerdo ellabio con saña al comprobar que Leo no tiene pensado parar rápido estavez.

—Mírame.Levanto la vista al instante, un tanto sorprendida por lo ronca que me ha

parecido su voz en esta ocasión.Leo me observa en silencio, con la espalda echada hacia atrás. Desde

lejos podría parecer el hombre más relajado del mundo, solo que yo, desdeaquí, puedo notar lo tenso que está. O lo expectante.

El ronroneo cobra fuerza. El tipo de vibración cambia. Mi estómago secontrae por primera vez, avisando de que quiere más.

—Leo.No sé si es una advertencia o un ruego. De lo único que estoy segura es

de que esas tres letras provocan que él suba un punto más la intensidad.El corazón me late en la garganta de una manera frenética. El sexo me

palpita. La humedad entre mis piernas se resbala hacia atrás por mi perineo.No me atrevo a mirar a mi alrededor. Mis pupilas siguen perdidas en las

suyas, que no se pierden ni una de las reacciones que está provocando enmí. El Leo que me observa es el Leo que toma el mando en el dormitorio,uno que a mí me excita más de lo que nada me había excitado jamás.

Cuando la fuerza del zumbido aumenta de nuevo me agarro a la mesa.Los ojos de Leo bajan hasta mis pezones, que noto duros contra la tela delvestido; los míos rotan hasta que se quedan en blanco.

Y él solo sigue observándome. Serio. Comedido. Oscuro.Llevo la mano que tengo libre hasta el borde de la mesa para agarrarla

con tanta fuerza que mis nudillos empalidecen.—Leo… Mierda, Leo, me…

Me corro entera, con todo el cuerpo. La espalda se me envara, laspiernas me tiemblan y los dedos se me agarrotan sobre la madera. Aprietolos párpados y me concentro en los estertores del orgasmo. Respiro por laboca, buscando un aire que parece faltarme.

Solo levanto de nuevo la mirada al escuchar la voz de nuestro camareroa la espalda.

—¿Estaba todo a su gusto? —Leo deja pasar dos segundos eternos antesde asentir una sola vez con la cabeza, sin apartar la vista de mí—. ¿Van aquerer postre?

—Solo la cuenta, por favor —responde él de nuevo.—Perfecto.Espero a que estemos a solas antes de dirigirme a Leo, con la voz aún

igual de tocada que mi piel.—Pensé que querías probar la tarta.Él se asegura de que vea de forma clara la manera en la que se echa

hacia atrás y se acaricia un par de veces por encima del pantalón una másque evidente erección. Por la expresión de sorpresa que escucho a miderecha, estoy casi convencida de que no he sido la única que se ha fijadoen el gesto descaradamente provocador.

—Ahora mismo, solo puedo pensar en comerte a ti, nena.Noto cómo el sexo se me contrae otra vez, con ganas de más.Joder, no sé qué me está haciendo este hombre, pero espero que no

quiera parar nunca.

Leo El sábado me despierto de la siesta de mejor humor del que estaré dispuestoa admitir. Sé que si Zoe se diese cuenta de que estoy tan contento solo porel hecho de que esta noche salimos de nuevo de fiesta los cuatro, se burlaráde mí durante días. Aunque puede que en el fondo me dé igual que seentere, porque acabo siendo yo mismo quien lo confiesa sin tapujos durantela cena previa a las primeras copas que hacemos en su casa.

—Pues ni que nos juntásemos siempre durante toda la noche a saltar enmitad de la pista. Si en dos de cada tres de nuestras salidas nocturnasacabamos cada uno desperdigado en una punta de la discoteca —merecuerda Alba.

—Eso no es verdad, no seas exagerada —se queja Zoe.—Vosotros dos, morreandoos en lo oscuro; este, distribuyendo su

teléfono como si fuese un repartidor de comida a domicilio; y yo, fumandofuera mientras me hago amiga de los porteros.

—Este tiene nombre, eh —me quejo yo. No muy alto, eso sí.—Bueno pues esta noche no va a ser así —intenta meterse Mario para

poner paz.—Veremos —le replica Alba sin ser capaz de quitar su cara de

escepticismo.Una hora después, estamos entrando en el Delorean. Somos animales de

costumbres y nos gusta tomar la primera, y la segunda también, en nuestrobar de siempre.

Los Ronaldos nos reciben a nosotros mientras se despiden de su padre ya mí el buen humor me hormiguea por los pies, que ya se mueven con vidapropia. Tardo unos tres segundos en agarrar la mano de Alba para empezara menearla de lado a lado, al compás de la música. Entrelazo nuestros dedosy hago que dé un par de vueltas sobre sí misma de camino a la barra, dondele apoyo el estómago contra madera antes de colocarme justo detrás de ella.El olor a su champú de coco eclipsa el de todos los cuerpos humanos que

nos rodean y yo hundo la nariz entre la espesura de su melena para jugar aperderme allí unos segundos más.

Zoe y Mario aparecen enseguida a nuestro lado y se paran frente alcamarero en una postura muy similar a la nuestra. Alba se queja sin muchasganas de que estoy muy sobón, Zoe y Mario nos ignoran para pedir lasbebidas de los cuatro y yo me río de mi mejor amiga, intentando que sequeje un poco más por lo mucho que la toqueteo. Es verdad que lo estoyhaciendo a saco, aunque de lo que parece no haberse percatado Alba hastaahora es de que llevo haciéndolo semanas.

Es como una nueva droga.Desde que nos acostamos por primera vez, ella parece menos incómoda

con las muestras de cariño, con mi forma de demostrar aprecio. Soy detocar, de abrazar, de dar besos grandes, incómodos y sonoros. Lo hago conmi familia y con todos mis amigos. Es mi forma de querer, y con Alballevaba reprimiéndola años, porque jamás se ha sentido muy cómoda con elafecto físico. Creo que solo le permitía unos cuantos arrumacos a Zoe unpar de días por semana.

Pero a mí eso no me vale.Ya no. Lo siento.Bah, en realidad no lo siento.Me gusta la piel de Alba. Es suave y caliente. En cualquier parte de ella.

Es una gozada rozarle los dos centímetros de cintura que a veces se levislumbran al estirar un brazo hacia arriba, o la línea que se le cruza desdeuna clavícula hasta el lado contrario del cuello, o las seis pecas que se lemarcan a fuego en la nariz por las mañanas, antes de que se las maquillepara disimularlas.

O su arco de Cupido. Joder, qué estúpidamente obsesionado me tiene suarco de Cupido. No me había fijado nunca, pero lo tiene perfecto.Puntiagudo, perfilado y un poco mullido. Cada vez que lo dibujo cuandoella está distraída, viendo la tele un tanto apoyada contra mí o centradamientras mira las noticias en el móvil por las mañanas con un café en lamano, los labios se le separan lo justo para que su casi imperceptiblediastema haga aparición y mí me entren ganas de pasear la lengua por esediminuto agujero hasta que Alba abra la boca y me deje besarla encondiciones.

Eso también lo hago ahora a menudo, lo de besarla. Y cómo su cuerporeacciona siempre ante esos besos despierta al mío cada puñetera vez. Miraque yo pensaba que a mí me gustaba el sexo, pero es que lo de esta chica esotro nivel. Creo que no mantenía este ritmo de polvos diarios desde quetenía veinte años. Si hasta he dejado de ir al gimnasio este último mes. Nime hace falta el ejercicio extra ni tengo fuerzas para intentar preparar unatabla que no sea de quesos para reponer fuerzas después de follarnos.

Zoe y Alba se empeñan en acercarse a la pista de baile cargadas con unpar de copas. Ni siquiera se molestan en preguntarnos a Mario y a mí siqueremos unirnos, saben que hasta que no hayamos bebido algo más no nosentrarán las ganas de menearnos como si estuviésemos sufriendo lasconsecuencias de un disparo con un taser.

Alaska grita desde los altavoces lo que disfruta pasando el día bailandoy nuestras chicas imitan de una forma bastante cómica las acciones que losPegamoides van enumerando a golpe de trompeta y saxofón. Por lo que seve, la noche le pertenece a los nostálgicos ochenta.

—Parece que las cosas van bien entre vosotros.La voz de Mario gritada a escasos centímetros de mi oreja no impide

que siga mirando a esas dos. ¿En serio están haciendo el paso del aspersoren mitad del estribillo?

—¿Entre quiénes? —le pregunto meneando la cabeza al ver que hanempezado con los movimientos estilo «tienes una bola de fuego en lasmanos». Dios mío, cuánto daño hizo al baile la década de los noventa.

—Entre la neurona que te queda y tu cerebro, no te jode. ¿Pues entrequiénes va a ser, Leo? Entre Alba y tú.

Esta vez sí que giro la cabeza para prestarle atención durante unmomento.

—No entiendo.—¿El qué no entiendes?—El qué se supone que va bien. Todo va como siempre.—Hombre, como siempre tampoco. Que ahora os acostáis.—Sí, bueno, eso sí.—Y te gusta.Lo miro con cara de extrañeza. ¿Qué le pasa a este? Si Mario nunca ha

sido de decir obviedades.—Claro que me gusta. Es Alba.

—Ya, pero no me refiero a eso. Quiero decir que te gusta estar con ella.—Siempre me gusta estar con ella. Es mi mejor amiga.—La Virgen —murmura Mario a la vez que se frota la cara—. Si por

algo dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver.Estoy a punto de contestarle que es él el que no para de decir cosas que

son más que evidentes cuando capto a un par de tíos acercándose muy asaco a Zoe y a Alba. La verdad es que es bastante cómica su forma deabordarlas. Han debido de verlas hacer el payaso y se han decantado porcolocarse a sus costados mientras se sujetan un tobillo con una mano y dansaltitos ridículos llevando la rodilla doblada hacia atrás.

A mí me están dando un poco de vergüenza ajena, pero parece ser que aestas dos les hace gracia, porque se ponen a imitarlos al instante. No sé nipor qué me extraño.

Me quedo mirando fijamente a Alba para ver si consigo que note mimirada sobre ella y me preste atención un momento. Parece que funciona.Al cabo de un par de minutos, desvía la vista hacia mí, solo que al pillarmependiente de ella, baja la cabeza enseguida. Mierda, no me ha dado nitiempo a preguntarle a nuestra manera.

Por suerte, no tarda demasiado en volver a buscar mis ojos, y esta vezme apresuro a tocarme la nariz, asegurándome de que ve el gesto. Es la señaque establecimos entre los tres hace años para que los demás nos rescatasenen caso de que no supiésemos cómo librarnos de manera educada dealguien que se nos hubiese acercado estando de fiesta.

Veo la comprensión en su gesto, pero niega con la cabeza y vuelve acentrarse en el pequeño corrillo que han formado su amiga y los otros doschavales.

Mario y yo vamos dando sorbos a nuestros cubatas sin molestarnos endisimular que las estamos observando. Parece que han establecido unaespecie de juego entre los cuatro en el que cada uno tiene que ofrecer unpaso de baile más ridículo que el anterior. La mayoría de ellos ni siquierapegan con las canciones que siguen reproduciéndose desde los altavoces,aunque eso parece ser lo que menos les importa. Es bastante divertidoobservarlos. A mi juicio, por ahora gana Zoe sin lugar a dudas.

—Hola, vaquero.Desvío mi atención de la pista ante esta voz, sabiendo que habrá salido

de unos labios pintados de rojo. Lorena siempre se los pinta del mismo

color cuando se arregla para salir por ahí.—Hola, sirenita.La rubia se ríe ante el mote. Siempre nos llamamos así. La conocí en

una fiesta de disfraces hace un par de carnavales. Yo iba de Woody, el deToy Story, y ella de Ariel. Estuvimos liados un tiempo, hasta que ella seechó pareja y dejamos de quedar para acabar en la cama. Probamos a tomaralguna que otra cerveza sin sexo de por medio, porque ella me caía bienincluso como colega, pero a su novio no le hacía mucha gracia, así que haceya meses que no coincidíamos.

—Cuánto tiempo —señalo a la vez que me encorvo para darle dos besosque ella pretende convertir en solo uno al girar la cara un instante antes deque yo alcance su mejilla.

—Desde antes de que lo dejase con Juan. —No hace falta ser un geniopara captar el mensaje que quiere transmitirme. Está soltera y, por cómo memira, con ganas de pasarlo bien.

—Ya… ¿Y cómo te van las cosas? —Tengo que gritar un poco parahacerme oír por encima de la música. Ella prefiere ponerse de puntillas yhablarme más cerca, agarrándome del cuello para estabilizarse.

—No me quejo, aunque ahora que nos hemos encontrado seguro quepueden ir mejor.

Ladea una sonrisa y sube una ceja, dejando que la mano le baile por mipecho. Nunca hemos sido sutiles la una con el otro, no nos ha hecho falta,así que yo tampoco me corto a la hora de separarme un par de palmos yarrugar la nariz en un guiño divertido que espero que suavice el rechazo.

—No estoy solo, Lore.Hago un gesto con la barbilla señalando el lugar donde Zoe y Alba

siguen bailando con más gracia que ritmo. Sé que ella no las conoce enpersona, nunca llegué a presentarlas, pero ha visto fotos suyas muchasveces y la mareé con mil historias compartidas durante el tiempo quesolíamos vernos con más frecuencia.

—Bueno, a tus amigas nunca les ha importado que desaparezcas a mitadde noche, ¿no?

—Esta vez es diferente.—¿Por?No sé qué cara pongo exactamente, aunque debe de ser una bastante

expresiva, porque Lorena parece pillar por dónde voy.

—¿Acabaste con Alba?Lo dice con una alegría que me extraña bastante. En realidad, me llama

la atención que dé por supuesto que es con Alba con quien puedo estar liadoy no con Zoe. No es que ella conozca a Mario, a quien, por cierto, escuchocontener una risilla a mi lado, pero siempre que le hablaba de mis amistadeslo hacía en igual medida de una que de la otra. O eso pensaba.

—¿Y por qué asumes que es con ella y no con Zoe con quien andoenredado?

—¿Estáis juntos? —insiste ella sin que se le borre la sonrisa de la cara.De verdad que nunca pensé que recibir unas calabazas le resultase tanmaravilloso.

—Juntos tampoco. Ya me conoces.Sus labios no pierden ni un milímetro de curva ascendente.—Me alegro por ti, Leo, en serio.—Que no…—Ya era hora de que te lanzases, que la tenías en la boca todo el día.La risa de Mario se escucha mucho más nítida en esta ocasión.Otra que sale con lo mismo. ¿Qué les ha dado a todas mis ex con que yo

tenía algo con Alba que no decía?Mario aprovecha mi momento de ceño fruncido para presentarse él

mismo. Pedimos una nueva ronda al camarero y hablamos un rato los tresantes de que Lorena se despida con un abrazo rápido y otra sonrisa tiernaque a mí me hace poner los ojos en blanco.

—El peor ciego de todos —escucho murmurar a Mario justo antes deque dos chicas que ninguno conocemos nos entren para preguntarnos siqueremos tomar algo con ellas.

Las decimos que no sin alargar mucho las excusas y decidimosacercarnos a bailar con las únicas dos mujeres con las que nos apetece pasarel resto de la noche. En cuanto me doy la vuelta para enfilar el camino haciala pista de baile me doy cuenta de que Alba tiene la mirada clavada en mí.Parece… confundida.

—¿Qué pasa? —Se lo pregunto en cuanto llego a su lado, tan cerca desu cuello que me doy cuenta sin problema del momento exacto en el que sele eriza la piel. No me resisto a lamérsela, dejando un rastro húmedo y unescalofrío en su columna que reverbera directamente en mi estómago.

—Yo… —La veo dudar, nerviosa. No termina de arrancar, así que leofrezco lo único que sé que suele calmarla casi de forma instantánea.

—¿Quieres que vayamos a fumar? —Ambos somos conscientes de queyo no voy a probar la nicotina, pero siempre lo pregunto así, en plural.

Alba asiente y se encamina hacia la salida, dejando que sea yo quienavise a Mario y a Zoe de que vamos a salir unos minutos. Puede que si nome hubiese molestado en hacerlo ni lo hubiesen notado, porque están tanabsorbidos por la boca del otro que dudo que sepan si siguen en el bar o siya están solos en casa.

En cuanto pongo un pie fuera, agradezco el aire fresco que me golpea lacara. No me he molestado en coger la chaqueta del rincón donde la hedejado tirada. No hemos llegado a mitad de abril y las primeras horas de lanoche ya son lo bastante cálidas como para poder estar un rato en la callesin nada más que la camisa hortera de erizos que le he robado a Mario. Albaparece opinar lo mismo que yo, porque está apoyada contra una pared aescasos tres metros de la puerta, con su vaquero desgastado tapándole laspiernas, pero solo una camisa vaporosa por arriba. El escote se le abre enuna uve imposible hasta más allá del esternón y por un momento pienso enlo fácil que sería colar por ahí un par de dedos para jugar con su pezónmientras bailamos muy pegados.

—Hola —le digo al llegar a su altura, aprovechando que todavía se estáliando el cigarrillo para inclinarme y besarla despacio.

Me entretengo de más, soy consciente, aunque no me importa. Su sabores adictivo, igual que el ruidito que se le escapa cada vez que le muerdo ellabio inferior entre roce y roce de nuestras narices.

Una sonrisa tímida se asoma a esa boca perfecta y yo me planteodurante un segundo si Alba se enfadará mucho conmigo si la cargo sobre mihombro y me la llevo a nuestro piso. Después me acuerdo de que tengo lasllaves de casa en el bolsillo de mi cazadora y decido que el plan puedeesperar un rato, al menos hasta saber por qué Alba sigue mirándome conalgo parecido a la extrañeza en el gesto.

—¿Qué pasa? —Repito mi pregunta ante su mutismo, porque pareceque no va a contármelo si no le insisto.

—Te he visto ahí dentro —acaba soltando al dejar escapar el humo de laprimera calada.

—Y yo a ti. Te he visto mucho. De hecho, te miraba el culo cada vezque te dabas la vuelta.

—No me refiero a eso. —Intenta mantenerse seria, aunque no lo terminade conseguir.

—¿Y a qué te refieres entonces?—Te he visto —vuelve a decir, y al ver que sigo sin pillarlo añade—,

con la chica que se te ha acercado.—¿Y?Coge aire mirando al cielo, como reuniendo fuerzas.—¿Tú querías irte con ella? Porque si es así, puedes hacerlo; en serio,

no pasa nada, no quiero que dejes de estar con alguien que te guste o conquien te apetezca irte a la cama solo por esta especie de favor que me estáshaciendo.

—Eh, eh, eh, frena —la corto al ver que empieza a hablar a la velocidadde la luz—. No lo llames así. Que tú y yo follemos no es un favor que yo tehago a ti, no digas gilipolleces. —Sé que sueno un poco mosqueado. Es quelo estoy. No me gusta que piense así. No me gusta una mierda—. Alba, meencanta que nos acostemos.

—Sí, vale, pero…—Pero nada. Dijimos que mientras durase este acuerdo que nos ayuda a

ambos y al que llegamos juntos —remarco cada palabra para que le quedeclaro lo que opino sobre ello—, no nos acostaríamos con nadie más.

—Ya lo sé. Solo pretendía señalar que no pasa nada si tú quieresmodificar alguna de las pautas que establecimos al principio o… bueno, oponerle fin a esto si ya no te da miedo que tus ligues quieran presentarte asus padres a los dos días de amanecer juntos.

—No.Creo que la rotundidad de mi respuesta nos pilla un tanto de improviso a

los dos.—¿No? —pregunta ella mucho más bajito, con toda su atención puesta

en mí, dejando que su pitillo se le consuma entre los dedos, olvidado.—No —vuelvo a responder yo, con la misma contundencia—. No

quiero eso.—¿Y qué quieres?«Que sea contigo con quien amanezco a mi lado».

El pensamiento se forma antes de que sea consciente de que estaba ahí,agazapado, esperando en algún rincón de mi cerebro. Pero es que cuandoAlba ha mencionado esa posibilidad con alguna mujer desconocida, elúnico cuerpo que he podido imaginar al lado del mío en mitad de una camadeshecha ha sido el suyo. Y me ha apetecido descubrir cómo sería.

Nunca nos hemos despertado juntos.Cada vez que hemos follado, Alba se ha escabullido a su habitación

poco después. No me parece mal que le guste tener su propio espacio paradormir más a gusto, solo que… Quizá no estaría mal abrir los ojos al sentirla luz del sol colarse por mi ventana y ver esas pecas.

—Ahora, entrar otra vez ahí, tomar un par de copas más y bailar un ratomientras te meto mano disimuladamente.— Mi intento por cambiar de temaparece funcionar. Alba se ríe con la boca cerrada y los hombros másrelajados—. Y luego, tenerte despierta el resto de la noche hasta queconsiga que me tires del pelo tan fuerte como el martes pasado mientras tecorrías en mi boca.

Las mejillas se le tiñen de rojo casi al momento, aunque me sostiene lamirada al responderme.

—Eso creo que puedo hacerlo.

Alba Leo falla por segunda vez consecutiva al intentar meter las llaves en lacerradura, solo que en esta ocasión también se le escapan de las manos yterminan en el felpudo de nuestro piso.

Nuestro.No sé hace cuánto empecé a pensar en él así en realidad, pero lo hago.

En algún momento del camino, dejó de ser el apartamento de Mario que yohabía ocupado y se convirtió, simplemente, en mi casa.

Suelto una risita tonta cuando mi mundo se pone del revés por uninstante cuando Leo se inclina hacia adelante para alcanzar su llavero,conmigo todavía montada a caballito en su espalda. Ha sido él quien se haempeñado en cargarme así hasta nuestro portal al quitarme yo los taconesen mitad de la calle mientras volvíamos de fiesta a las cuatro de la mañana.Seis horas subida sobre esas preciosidades le provocan ganas de cortarse lospies a cualquiera.

Me parece escuchar un «buenas noches, pareja» desde la puerta deenfrente, por la que Mario y Zoe desaparecen antes de que me dé tiempo aresponderles o a mostrar mi asombro porque hayan desenredado las lenguasel tiempo suficiente como para poder decir tres palabras seguidas. En serio,en el ascensor me he sentido hasta incómoda, y mira que ya estoyacostumbrada a la libido desatada de la Zoe borrachilla. La que todavía mecoge a ratos por sorpresa es la de Leo.

—Joder, qué ganas tenía de poder desnudarte de una puta vez.Casi no ha tenido tiempo de posarme por completo en el suelo y ya se ha

lanzado hacia mis labios con unas ansias que me encienden más de lo que lereconoceré nunca.

Me gusta despertar esto en él. Me encanta que él despierte tanto en mí.Yo misma me quito con prisas la chaqueta cuando él hace amago de

arrancármela, demasiado obcecado en deslizar hacia abajo los hombros demi camisa, esa que lleva media noche echando a un lado para poder

torturarme rozándome la curva de los pechos en medio de un mar de genteque bailaba ajena a lo caliente que yo iba poniéndome.

La tela termina hecha un gurruño a la altura de mi cintura antes de quelleguemos al salón.

La boca de Leo abandona la mía para centrarse en uno de mis pezonesmientras el otro se endurece reclamando la misma atención.

—No vuelvas a ponerte sujetador para salir a la calle jamás, nena.Madre mía, lo hortera que me ha parecido siempre ese «nena» al

escuchárselo a otros tíos y lo que me gusta que me lo llame él.Mis gemidos se mezclan con sus risas medio ebrias y con los aullidos

lastimeros de Duque, que nos llegan ahogados desde mi habitación. Lohemos dejado ahí metido mientras estábamos fuera porque a mí me ha dadopor pintar una estantería del salón aprovechando mi primer sábado por latarde libre desde hace más de un mes y la pintura aún estaba fresca al llegarla hora de marcharnos. A ambos nos daba miedo que el olor acabasemareándolo o que lamiese la superficie todavía sin secar.

—Leo, vamos a dejarlo salir, que me está dando pena —le pido entrejadeos.

—Se va a calmar en dos minutos y lo sabes. Tranquila.—Pero es que…Se me olvida lo que quería decir cuando me desabrocha los pantalones y

cuela la mano más allá de mi ropa interior.—Oh, Dios.Las ganas de Leo se le desbordan por los dedos, que me recorren como

pueden mientras él avanza hacia adelante conmigo pegada a su pecho. Nisiquiera abro los ojos, demasiado centrada en sus caricias. Sé de sobra quenos está llevando a su cama.

Las quejas de Duque ya han dejado de escucharse antes incluso de queLeo termine de bajarme los vaqueros, arrastrando con ellos el resto deprendas que todavía no habían terminado a nuestros pies, igual dedesordenadas que nuestras manos, que parecen no saber dónde quedarsequietas.

No le doy la oportunidad de tumbarme encima del colchón. No es eso loque quiero ahora, así que se lo digo, porque con Leo he aprendido que, en lacama, pedir es tener.

—Desnúdate.

—¿Hoy mandas tú? —me pregunta con una sonrisa juguetona quedesaparece en cuanto vuelvo a hablar.

—Te he dicho que te desnudes.Juro que veo como la mirada se le oscurece.—La hostia, lo que me pone que me des órdenes, Alba.Mi imagen de dominante casi se tambalea por completo al verlo

desvestirse a tirones. Se da tanta prisa en sacarse los calcetines y lospantalones que casi se cae al suelo por tratar de hacerlo de pie, a la patacoja. Contengo la risa por los pelos, pero merece la pena por ver suexpresión al ser empujado para que caiga bocarriba sobre la colcha.

Le abro las piernas y me hago un hueco arrodillada entre sus muslos. Encuanto coloco su erección en torno a mis labios, a Leo se le escapa unquejido que conecta al instante con mi sexo. Es increíble lo mucho quepuede excitarme a mí darle placer a él.

—Mierda, Alba, me quiero morir con tu lengua pegada a mi polla.Yo me río un poco, porque solo es una mamada, y estoy segura de que

ni siquiera es muy buena, porque hacía demasiados años que no laspracticaba. Tampoco me importa. Sé que a él le gusta de verdad, y con esome basta.

Mi risa reverbera dentro de mi boca y no sé cómo la siente élexactamente, aunque puedo notar que se endurece todavía más contra mipaladar. Lo trago más profundo, juego a sacar los dientes con cuidado pararozarlo al ascender por él, apuro y freno su placer tantas veces que loescucho blasfemar, y me ayudo de mis manos para acelerarlo cuando yoquiero.

—Nena… Nena, no… Deberías… Ven aquí, joder.Tira de mi brazo para levantarme, pero lo detengo en el momento en el

que intenta tomar las riendas. El azote que le doy en el dorso de la manoataja de forma automática su tentativa de tumbarse encima de mí.

—No he dicho que puedas moverte.Me deja ver una sonrisa que es sexo puro y que aumenta de tamaño en

cuanto me siento a horcajadas sobre él. Leo se estira hacia atrás paraalcanzar un condón de su mesilla de noche y yo me elevo lo justo para quepueda colocárselo.

—Yo también quiero probarte —murmura casi en un quejido mientrasse lo ajusta.

—Luego.No le dejo que añada nada.Bajo de golpe hasta que mi culo choca con sus caderas, haciendo que él

gruña y que yo grite.Y justo entonces, una vez más, algo cambia.No sé qué es, ni si quiero pensar en por qué ocurre, aunque soy

consciente de que pasa demasiado a menudo entre nosotros como para quea estas alturas pueda ignorarlo.

En cuanto Leo entra en mí, en cuanto yo lo aprieto en mi interior, lasprisas se calman.

En el ojo del huracán. Ahí nos perdemos, en ese falso remanso decalma, rodeados de corrientes que podrían arrasarlo todo y que, de pronto,parecen no alcanzarnos.

Nuestros gemidos se acompasan y las embestidas se ralentizan. Nuestrosbrazos encuentran al fin el lugar en el que descansar: los de él, rodeando micintura en un abrazo cerrado; los míos, usando su cuello para mantenermeanclada a la tierra.

No es que vayamos lento, es que parece que necesitemos alargarlo.Las órdenes, las palabras sucias y los juegos quedan eclipsados por los

jadeos, los suspiros y los ojos cerrados.—Leo…No me hace falta más que decir su nombre. Me entiende. Y me asusta

que lo haga. Desde hace unos días, desde que me di cuenta de que micuerpo reacciona más a sus besos que a sus provocaciones, me asustandemasiadas cosas; por ejemplo, que el que no haya querido marcharse connadie más que conmigo hoy a casa a mí me haya tranquilizado y alegradotanto como lo ha hecho.

Él cuela una mano entre nosotros en cuanto su nombre se me escapa deentre los labios. Gruñe con frustración al darse cuenta de que estando yoencima le resulta difícil estimularme al mismo tiempo que seguimosmoviéndonos, así que para unos segundos que a mí se me hacen demasiadolargos y abre el cajón de su mesita por segunda vez. Oigo un zumbidoconocido en apenas segundos y mi clítoris palpita con anticipación.

—Dámelo, Alba —me pide él poco después de colocar la bala vibradorajusto entre mis labios.

Y se lo doy. Se lo doy todo.

Y vuelvo a asustarme.Y vuelvo a tener la sensación de que estoy cayendo con él. O de que ya

había caído antes de que esto siquiera empezase por mucho miedo que mediese reconocérmelo.

Y vuelvo a pensar en si un corazón que ya se rompió una vez puedequebrarse de nuevo.

Zoe Bostezo por segunda vez en cinco minutos. Estoy molida. Ayer me lo paségenial, pero apenas he dormido cuatro horas y mi cuerpo empieza a notarlo.

Anoche Mario me tuvo despierta hasta las cinco de la mañana. Nopienso quejarme, aunque tener que despertarme a las nueve para terminarun encargo de sudaderas que tiene que salir mañana hacia Barcelona ha sidoun auténtico castigo.

Ser adulta y tener responsabilidades es un asco.Me han dado las dos de la tarde casi sin darme cuenta, así que cuando

Leo me ha propuesto bajar un rato a Duque para despejarme y pasar por elAll-i-Oli y pillar algo de comida casera para llevar, ni he dudado encalzarme y dar el domingo laborable por finalizado.

—A alguien le hace falta una buena siesta. —Leo abre la boca conganas en cuanto termina de pronunciar la frase. No sé si es que le he pegadoel bostezo o que él tampoco ha descansado demasiado. Apostaría por losegundo.

—Sí, a ti.—No te digo que no. A lo mejor secuestro a Alba según terminemos con

todo esto y me pego una de las de pijama y orinal —fantasea a la vez queeleva una de las tres bolsas repletas de tuppers que hemos comprado en ellocal de debajo de casa.

—Vaya, ¿ahora también dormís juntitos a mediodía?Levanto las cejas unas cuantas veces seguidas para picarlo, pero esquiva

la pulla gracias a Duque, que tira de él con insistencia para llegar aolisquear la rueda de un coche.

—No te montes películas. He dormido la siesta con vosotras mil veces.Con las dos.

—No es lo mismo.—¿Por qué?—Porque ahora no es lo mismo.—Sí lo es.

—Claro que no.—Claro que sí.—Claro que no.—Que sí, leñe. Si además, nunca amanecemos en la misma cama.—¿Cómo? —Eso sí que capta mi atención. Alba me comentó hace un

tiempo que prefería no mezclar las cosas, solo que esa conversación latuvimos hace un mes. Pensé que la situación habría cambiado un poco.Como el idiota de Leo me diga que se pira de la habitación de mi amigasegún termina, lo mato.

—Pues eso, que a Alba no le mola la idea de compartir colchón. —¿AAlba? ¿Es ella la que sigue negándose?—. De hecho, ayer estábamos tancansados que nos debimos de sobar sin darnos cuenta después de…

—Follar —digo yo cuando Leo parece trabarse con la palabra—.¿Desde cuándo te da vergüenza a ti llamar a las cosas por su nombre?

—Iba a decir acostarnos. Me suena feo decirte a ti que con Alba follo.—¿A mí? ¿Te suena feo decírmelo a mí?—A ti solo no, a la gente. O sea, si hablo con Alba sí que lo llamo así,

pero…—Venga, vale, que sí, que anoche estabais agotados después de que le

hicieses el amor dulce y suavemente, ¿y qué?—Vete a la mierda, Zoe.—Ahora, en cuanto termines tu historia, que al final llegamos al portal y

sigues sin decirme qué pasó.Leo suspira, dándome por imposible, y se para en un pequeño trozo de

hierba para soltar a Duque y que el animal pueda rebozarse a gusto por elverde durante unos minutos.

—Pues esta mañana se ha despertado y me parece que se ha enfadado aldarse cuenta de que estaba en mi cama, conmigo abrazándola por detrás.

—Qué chorrada.—Joder, Zoe, que conozco a Alba, que te digo yo que no le ha gustado

que le haya dicho que está aún más guapa recién levantada que reciénfollada.

Rompo a reír con ganas.Me gusta este Leo. A veces me pregunto si es consciente de lo colado

que ya está por nuestra mejor amiga o si se ha pasado sin verlo tantos añosque ahora es incapaz de quitarse la venda de los ojos.

—No te rayes. A Alba no se le puede hablar hasta después del segundocafé. Seguro que estaba medio grogui y se lo ha tomado como un insulto oalgo así.

—Pero ¿cómo va a ser algo malo que le diga que me gusta según abrelos ojos?

—Bueno, Leo, según abre los ojos y de todas las maneras.—¿Eh? —Vuelve a distraerse enganchando la correa de Duque a su

arnés para que nos encaminemos a nuestro edificio, del que solo nosseparan unos veinte metros ya.

—Pues eso, que a ti Alba te gusta según abre los ojos, si los cierra yhasta cuando te los pone en blanco antes de llamarte idiota. Vamos, que tegusta y punto.

—Vaya descubrimiento. Claro que me gusta.—No. Me refiero a que te gusta su forma de ser, a que te ríes con ella, a

que te gusta que hagáis planes juntos, que te cuente sus chorradas…—Sí, ya te he dicho que sí. Es mi mejor amiga.—Y dale. Te acabo bordando la puta frasecita en una camiseta, eh. —El

tío se me queda mirando con cara de no entender a dónde quiero ir a parar.Madre mía, si es que a veces no comprendo cómo la sociedad puedoconsiderarlo un ser humano del todo funcional—. Leo, corazón, ¿tú cómollamarías a una amiga a la que te gusta ver desnuda?

—Pues… No sé. Follamiga, imagino.—No, amor. Con una follamiga no cenas a diario ni te la llevas a pasar

fechas importantes con tu familia. A una follamiga no la llamas la primerasi estás triste y tampoco si te pasa algo que quieras celebrar. Con unafollamiga te vas a la cama y, si eso, antes os tomáis unas cañas, pero noandas analizando si te gusta más recién levantada o recién follada.

—Ay, Zoe, pues entonces no sé cómo llamo a una amiga a la que megusta ver desnuda.

—Novia, Leo. A eso se le llama novia.—Eso es una chorrada.—Lo que tú digas.No le doy tiempo a que siga replicándome. Saco las llaves del bolsillo y

abro la puerta del portal antes de echarme a un lado y dejar que Duque guíea Leo dentro, aunque soy más que consciente de que los ojos de mi amigosiguen fijos en algún punto perdido del ascensor cuando nos subimos en él,

dándole vueltas a por qué le parece que lo que acabo de decir tiene tantosentido.

Mario —Sí, Rosa, tranquila, a las ocho está bien, no hay ningún problema.

—…—Perfecto. Nos vemos entonces el miércoles.Me doy la vuelta según cuelgo el móvil para encontrarme con dos cejas

levantadas en mi dirección.—¿El miércoles a las ocho de la tarde? ¿Cómo va a ser esa una hora

perfecta para ver a tu ex? No te va a dar tiempo a coger el último tren devuelta —indica lo obvio Alba.

—Lo sé.Me tiro a su lado y le robo a Cata del regazo. Sonrío al darme cuenta de

que la gata no se queja en absoluto. Puede ser pueril, pero me gusta que meprefiera a mí. A fin de cuentas, Alba ya se ha quedado con el amor deDuque. Ese traidor ni mira en mi dirección cuando entro por el que fue mipiso hasta hace no tanto si su nueva dueña está cerca.

—¿Y qué vas a hacer?—Pues me quedaré a dormir allí, cerca de Atocha, y cogeré el que viene

para Valencia a las seis de la mañana para llegar al curro. No queríacancelar el plan, hace un mes que no sabía nada de Rebe.

Sé que Alba va a aprovechar que Leo y Zoe han bajado a por la comidapara preguntarme algo que no se atrevería a sacar a la palestra si su mejoramiga anduviese cerca, y lo sé porque en este tiempo yo he aprendido aleerla igual de bien que ella a mí. Estoy casi seguro de lo que quiere saber,igual que ella ya ha anticipado lo que contestaré. Aun así, no se contiene.

—¿Estás seguro de que quieres seguir viéndola? A lo mejor no tienetanto sentido como tú crees.

—Alba, no hay nada romántico en que me empeñe en mantener elcontacto con Rebe. Amo a Zoe, estoy loco por ella.

—Lo sé.—Rebe ha formado parte de mi vida durante muchos años y ahora no

está bien. Solo quiero asegurarme de que sepa que no está sola.

—Vale —cede ella.Sé que mi intento por que, aunque sea en la lejanía, Rebe forme parte de

mi vida y, por ende, de la de Zoe, no es su cosa favorita en el mundo.También sé que tampoco es la de mi chica, pero ambas me quieren, así querespetan mi decisión.

—¿Y tú cómo estás? —me intereso yo.—Bien, sin grandes novedades. No sé si Zoe te dijo que su amigo, el

abogado, ya consiguió que retirasen el vídeo que encontró Leo de la páginaweb en la que estaba subido.

—No, no lo sabía.No sé qué más añadir. Es la primera vez que Alba toca este tema

conmigo y no tengo ni idea de cómo tratarlo.Cuando Zoe me contó lo que pasó con su ex, aluciné. No podía

entenderlo. No comprendía cómo alguien que dice quererte puede haceralgo así. Menos aún pude concebir que dejase que todo un pueblo se echaseencima de ella como si hubiese hecho algo malo mientras a él loendiosaban, como si follar no fuese cosa de dos, o como si el disfrute fuesealgo solo reservado para los penes.

Alba se encoge de hombros y se levanta para liarse un pitillo. Creo queella tampoco sabe cómo seguir, aunque me da la sensación de que querríahacerlo, le gustaría poder normalizar esto, que dejase de ser un fantasmaque la atormenta. Así que sigo hablando, porque es la única manera que seme ocurre de ayudar.

—Estoy seguro de que no volverán a aparecer más.—No sé yo… —La sonrisa que me muestra no tiene nada de feliz.—Sabes que todavía estás a tiempo de pedirnos que vayamos a darle

una paliza a tu ex, ¿no? A Zoe le encantaría, a mí me parecería que noshaces un favor tú a nosotros si nos lo permitieses y a Leo… Bueno, creoque Leo planea hacerlo algún día sin que tú te enteres, si te soy sincero.

Consigo mi objetivo. La risa de Alba suena bajita pero real.—No es necesario. No le voy a dar el gusto a Iván de saber que todavía

me afecta en parte. Que lo jodan.—Que lo jodan —repito yo, aunque en mi caso es más un auténtico

deseo que una forma tonta de darle la razón.Vuelve a acercarse a mí con el cigarro ya encendido, así que toma

asiento en el cojín más alejado de mi sitio, para evitar que me llegue el

humo.—¿Y las cosas con Leo van bien? —me atrevo a investigar. Si me viese

Zoe aquí, cotilleando cual maruja, se reiría en mi cara por lo mal quedisimulo lo mucho que me interesa cómo avanza todo entre estos dos.

—Sí, la verdad es que sí. Me está ayudando mucho poder… practicarcon él.

Alba se muerde una sonrisa a la par que yo dejo ir una carcajada. Aveces, todavía se me hace raro tener este tipo de confianza con otraspersonas, con amigos. Cuando me marché de Madrid hace más de un año,no pensé que llegaría a encontrar aquí una familia con la que compartirintimidades con esta naturalidad.

Escuchamos el sonido de la puerta principal abriéndose justo en estemomento. Las uñas de Duque repiquetean por el parqué mientras él corredesenfrenado hacia el salón, donde ya habrá olido a Alba.

Mi chica y mi mejor amigo tardan solo unos segundos más en entrar ennuestro campo de visión.

—Hola, encanto. —Zoe me sonríe y el día se vuelve más luminoso. Esincreíble lo que su sola presencia puede influir en que mis días sean mejores—. Te he comprado las albóndigas en salsa que tanto te gustan.

—Gracias, preciosa.Se coloca detrás de mí y se inclina hacia adelante a la par que yo echo la

cabeza hacia atrás. Su flequillo, cada vez más largo, se transforma en unapequeña cortina que nos da un poco de intimidad para que pueda besarlacon más ganas.

—Hola, nena.La voz de Leo me llega desde mi izquierda. Siento el peso de su cuerpo

reclinarse de una forma similar a como lo ha hecho el de Zoe hace solo unmomento. Ella se separa de mí antes de que los labios de Leo lo hagan delos de Alba, y yo sonrío al darme cuenta de la facilidad con la que a micolega se le escapan gestos de cariño sin querer cuando Alba anda cerca,aunque la curva se me corta en la boca al percatarme del gesto de ella en elinstante en el que mi antiguo compañero de piso recupera la verticalidad.

No sé si entiendo lo que veo. O si me gusta.Alba está tensa.Me acaba de reconocer que las cosas con Leo marchan bien y, sin

embargo, sus hombros están rígidos al levantarse para alejarse de nosotros.

Estoy seguro de que no soy el único en notarlo, porque Leo sale disparadodetrás de ella. No le ha dado tiempo a alejarse mucho, así que oímos a laperfección lo que le susurra.

—Oye, tú sabes que lo de que estás preciosa recién levantada era unpiropo, ¿no? Que también estás guay después de que follemos y tal, no tecreas. Quiero decir, que estás genial siempre.

Miro a Zoe, que ha ocupado el sitio de Alba a mi lado en el sofá, sinentender por qué Leo parece tan nervioso. Ella solo niega con la cabeza yempieza a reírse tan alto que podrían escucharla hasta en el piso de abajo.

—Follamiga… Sí, claro. Qué tonto es cuando quiere, de verdad —murmura para sí.

Mi novia solo menea la cabeza de un lado a otro. Alba sonríe lo justocomo para que Leo se relaje. Y yo… yo observo a Alba y me pregunto porqué parece tan cómoda hablándome de practicar en la cama con Leo y tanrecelosa si él le muestra intimidad fuera de ella.

Alba El ruido de la alarma de mi móvil me despierta de golpe, aunque solo micerebro levanta la persiana a medias. Mis ojos se niegan a abrirse todavía.

Estiro la mano buscando a tientas el origen del bullicio y deslizo el dedopor la pantalla al azar hasta que el estruendo se silencia. Sé que solo tengodiez minutos hasta que el toque de corneta se repita y pienso pasarlosarrebujada entre mis sábanas.

Solo que estas no son mis sábanas.He vuelto a quedarme dormida en la cama de Leo.Mierda. He pasado de evitar esto como la peste a caer en ello tres veces

en una misma semana.El calor de sus brazos me quema la cintura, de donde sus manos tiran de

mí para que mi espalda vuelva a pegarse a su pecho, donde descansabaantes de que me revolviese para alcanzar mi teléfono. Masculla algo entredientes, más dormido que consciente, y su aliento me hormiguea en la nucade la manera más placentera posible.

Cuando sus yemas empiezan a acariciarme el vientre y noto un pequeñobeso en la base de la garganta, me preparo para la posibilidad de tener querechazar una sesión de sexo mañanero, más por falta de tiempo que deganas. Pero Leo no hace intento de ir más allá de estos… ¿mimos?

—Eh, campeón. —Casi me río yo sola al usar con él un apodo quepodría haber salido de la boca de cualquier camarero de tasca para referirsea sus clientes—. Tienes que soltarme, que voy a llegar tarde a abrir latienda.

—Cinco minutos más —exige él, haciendo que su nariz perfile la líneamedia de mi espalda unas cuantas veces, arrancándome a su paso un par deescalofríos.

Me libero como puedo de su amarre, ladeando sonrisas a medida que looigo refunfuñar cada vez más alto al quedarse solo en el colchón.

Me pego una ducha rápida y les dedico otros quince minutos a mi ropa ya mi maquillaje. No tengo tiempo para mucho más. De hecho, es posible

que me toque coger un café para llevar en el bar de debajo de casa, porquese me ha olvidado conectar la cafetera antes de meterme bajo la alcachofade la bañera y no tengo tiempo para esperar ahora a que mi droga particularse filtre correctamente. Con lo que no contaba era con que no fuesenecesario que esperase por ella.

Leo está de pie en la cocina. Tiene agarrada mi taza de desayuno, de laque sale un delicioso olor a cafeína caliente. Lo veo servir un chorritopequeño de leche y ponerle media cucharada de azúcar sin que todavía sepercate de mi presencia.

—¿Eso es para mí? —aventuro.—Sí, y esto también. —Abre el armario que queda a su derecha, donde

guardamos las ollas y las sartenes, y saca un par de cruasanes rellenos dechocolate del Mercadona.

—¡No sabía que teníamos esto en casa! —exclamo entusiasmada.—Lo sé. Los compré el sábado por la mañana mientras currabas y los

escondí donde no pudieses encontrarlos. Si te llegas a enterar antes de suexistencia, hoy no quedaría ni uno y tú no comerías nada sólido hasta que tediesen las dos de la tarde.

Unas migas de hojaldre salen disparadas de mi boca cuando me río,manchando la encimera. Tiene toda la razón. Podría comerme media docenade estos casi sin tener que masticarlos.

Me doy la vuelta para coger un trapo y limpiar los trocitos de masa ysaliva que he esparcido. Al terminar levanto la vista con la boca todavíavergonzosamente repleta de comida para encontrarme a Leo mirándome deuna forma extraña.

—¿Qué? —le pregunto con la ceja un poco levantada al percatarme dela cara de tonto con la que me observa.

—Nada.—Nada no, me miras raro. —Él solo carraspea y se yergue,

abandonando el trozo de granito que estaba usando a modo de poyo.—Sí, porque estoy en tensión por si tengo que realizarte la maniobra

Heimlich cuando te ahogues por ansias.Se marcha antes de que me dé tiempo a añadir nada más, así que lo dejo

estar hasta que llego al salón y alcanzo mis botines de media caña, los queayer dejé al lado del mueble de la televisión. Me apoyo con una mano en lapared para dar un par de saltos a la pata coja mientras me los calzo y, al

girarme de nuevo para dirigirme a la entrada, me topo otra vez con los ojosde Leo observándome de una forma poco habitual en él.

—¡¿Qué?! —repito ya casi gritándole.—¡Que nada! —me replica él en el mismo tono.Bufo al cielo y decido que no tengo tiempo para esto. Al final, voy a

llegar tarde, como siempre.—Pues vale.Rastreo el salón hasta tres veces en busca de mi bolso antes de darme

cuenta de que Leo lo tiene sujeto en una mano, extendido en mi dirección.—Toma, desastre, que estaba debajo del cojín azul. Y antes de que te

vuelvas loca buscándolas, anoche me pareció ver tus llaves colgando delpercherito que usas para tus collares.

Ni siquiera me molesto en pensar en cómo habrán acabado ahí. Soy unatía precavida y muy organizada en el trabajo, pero si se trata de tenerrecogidas mis cosas suelo ser bastante más desastre.

Vuelvo a mi habitación y agarro del tirón el llavero que descansa junto aun par de pendientes gigantes que Zoe me regaló las pasadas navidades,creo que porque le encantaron a ella y pensó que así podría cogérmelosprestados siempre que quisiera. Casi corro más que camino hacia elrecibidor por segunda vez.

—No creo que hoy me dé tiempo a venir a comer a casa. Tú tenías unasesión de entrenamiento para competición a esas horas, ¿no?

Al no obtener respuesta, me vuelvo en busca de Leo. De nuevo. A estepaso, no salgo de casa en la vida.

Me encuentro a mi mejor amigo mirándome casi con la mismaintensidad de antes, aunque, en esta ocasión, con el ceño algo fruncido. Dehecho, no me mira a mí en general, sino a mi mano, que descansa sobre elpicaporte de la puerta de la entrada, que ya he abierto una rendija.

—Leo, en serio, ¿qué pasa?Sube los ojos hasta mi cara y me imagino que puede ver la inquietud en

ellos, porque acaba construyendo una nueva sonrisa despreocupada que separece bastante más a las del Leo de todos los días. Solo que a mí no meengaña. Está raro. Y como no obtengo las respuestas que quiero, mi menteempieza a buscar por su cuenta alguna que le resulte plausible.

«A él también le resulta raro que os despertéis abrazaditos. Es obvio.Venga, tía, que ayer hasta le diste la mano mientras veíais la tele

acurrucados. Eso no entraba en el trato. Eso sobra. Y tú no quieres quesobre. Y Leo lo va a notar. Y se va a agobiar. Y te va a dejar porque Leocuando se agobia deja a las tías con las que está».

¡Mierda! Que yo no estoy con Leo. No puedo pensar en mí misma comouna de las novias con las que Leo puede romper si siente que le piden másde lo que está dispuesto a dar porque no somos pareja.

Esto es lo que pasa cuando me permito dormir con él. Cuando dejo queme abrace y me sonría en público. Cuando bajo la guardia y disfruto de queme bese delante de nuestros amigos al volver a casa como si fuese lonormal entre nosotros.

Que me confundo. Que se me olvida disimular. Que quiero más. Y queLeo lo nota.

Intento mantener la expresión neutra, esconder el agobio y el miedo queempiezan a invadirme.

Tengo que parar.Tengo que echar el freno.Tengo que…—De verdad que no pasa nada. Todo está bien, nena.—Vale, te… —¡No!— … veo luego.Salgo escopetada. Creo que hasta cierro la puerta con más fuerza de la

que pretendía. La adrenalina me corre demasiado deprisa por el cuerpo paraestar segura de si la madera ha sonado más fuerte de lo habitual al encajaren el marco.

Trago con fuerza una vez. Y dos. Y tres.Trato de bajarlas, de hacerlas desaparecer.Se diluyen por mi garganta, pero se esconden en algún rincón de mi

cabeza, obstinadas, burlonas. Dos palabras que relucen con peligro,avisándome de que si no doy un paso atrás conseguirán escapar en cuantome despiste.

«Te quiero».He estado a punto de decírselo.«Te quiero».Porque lo hago. Quiero a Leo, por mucho que me lo intente negar. Y si

no paro esto, acabaré perdiéndolo.Él se dará cuanta, me dejará y nuestra amistad se convertirá en algo

extraño e incómodo que no sabremos manejar.

Se acabó. Esto se tiene que acabar.Y pensarlo no debería doler tanto.

Leo —Tío, ¿qué te pasa? Llevas perdido media mañana.

Joder, es la cuarta vez que alguien me pregunta lo mismo y no es ni launa de la tarde. Respondo por pura inercia lo mismo que en las tresocasiones anteriores.

—Nada.—¿Seguro?En cualquier otro momento agradecería la preocupación de Manuel,

porque parece sincera. A pesar de no ser grandes amigos, llevamostrabajando juntos dos años y hemos compartido más de una cerveza en laque hemos terminado hablando de un millón de tonterías, pero es que ahoramismo no quiero pensar en lo que sí que me pasa, porque claro que me pasaalgo, solo que es algo que únicamente me sentiría cómodo hablando conMario, o con Zoe, o con Alba.

No, con Alba no puedo hablarlo.Y esa es parte de la mierda gigante que me pasa hoy. No me gusta no

poder hablar de cualquier tontería con Alba, pero ¿cómo le digo a mi mejoramiga que me ha jodido que esta mañana se marchase de casa sin darme unbeso?

—Sí, tranquilo. Son tonterías.—¿Tonterías con faldas?Supongo que nos conocemos un poco mejor de lo que pensaba. Es eso o

que soy muy evidente.Me río de medio lado y él imita mi sonrisa, adivinando que no va

desencaminado.Me hace un gesto con la cabeza para que me siente en una de las sillas

de la sala de descanso en la que nos hemos escondido entre clase y clasepara tomar un café rápido. El centro en el que trabajo tiene contratados aotros tres educadores caninos y todos nos llevamos bastante bien entrenosotros, aunque jamás he llegado a tener con ellos la relación de familiaque encontré en Zoe y Alba.

—Algo así. Me he liado con mi mejor amiga.—Uh…—Que también es mi compañera de piso.—Doble uh…—Ya.—¿Y cuál es el problema? ¿La cosa no va bien?La cosa va de la leche y yo no tengo ni idea de cómo manejarlo.Cuando su móvil me ha despertado esta mañana, no tenía ninguna

necesidad de levantarme tan temprano. Sin embargo, lo he hecho, porquequería verla antes de que se fuese. Así que, sin pensarlo siquiera, me heincorporado en cuanto ella se ha metido a la ducha, me he colocado elpijama maldiciendo por lo bajo por no poder disfrutar de diez minutos máspegado al calor de su cuerpo y he puesto a funcionar la cafetera.

Me he robado a mí mismo una hora más de sueño solo para observarlacorrer de un lado a otro del piso, agobiada por no encontrar nada a laprimera, tapándome con mi propia taza la sonrisa que exigía salir a cadamomento que ella maldecía entre murmullos por no haberse puesto laalarma quince minutos antes.

Ha sido mientras saltaba sobre un solo pie, intentando calzarse una delas botas, cuando las palabras de Zoe han vuelto a mí de golpe.

«A ti Alba te gusta según abre los ojos, si los cierra y hasta cuando te lospone en blanco antes de llamarte idiota. Vamos, que te gusta y punto».

Sí, Alba me gusta. Me gusta más de lo que me había gustado nadiejamás. Y yo lo veía normal, porque es mi mejor amiga, ¿cómo no iba agustarme? Solo que…

«Leo, corazón, ¿tú cómo llamarías a una amiga a la que te gusta verdesnuda?».

¿Cómo he sido tan idiota? ¿Cómo no me he planteado algo así hasta estemomento?

«Novia, Leo. A eso se le llama novia».Esas tres frases se repetían en bucle dentro de mi cabeza en el instante

en el que Alba me ha llamado la atención por primera vez. No sé ni cómo laestaba mirando, supongo que con una combinación de terror y de alivio.

No estoy seguro de si esa mezcla de sentimientos es habitual, aunqueimagino que darte cuenta de que has encontrado a la mujer correcta siempreasusta en la misma medida que llena.

El caso es que no he debido de ser muy bueno en eso de ocultar queestaba intranquilo, porque Alba me ha seguido preguntando si estaba bienhasta que ha agarrado el pomo de la puerta para abrirla.

Y se ha marchado.Sin más.Y a mí un beso se me ha quedado picando en los labios, esperando a que

ella se acercase para perderse unos segundos en mi abrazo y mi boca.Lo he deseado con unas ganas que me han descolocado.—¿Te soy sincero? No lo sé —le contesto a Manuel después de darme

un rato para pensarlo.No puedo ser más sincero, porque es cierto que no tengo ni la más

remota idea de si esto es algo bueno o malo. No sé si Alba ha lidiado eneste mes y pico con alguna duda parecida a la mía, si me tiene tan metido enla friendzone que sería imposible que me sacase de allí para algo que nofuese echar polvos o si se reiría en mi cara al plantearle que con esto quetenemos empieza a no bastarme.

De normal soy bueno leyendo señales, claro que me he tirado un lustrocreyendo que Alba era lesbiana, así que tampoco es que haya prestadomucha atención en lo que a ella se refiere.

Estoy acojonantemente perdido. Y un poco acojonado sin más, porquesé que quiero arriesgarme, pero no sé lo que hacerlo puede conllevar.

No es que crea que voy a perder a Alba como amiga, eso es imposible.La quiero demasiado como para que el que ella no desee lo mismo que yocambie eso, solo que si de verdad no lo desea, si le digo que además de susjadeos quiero todos sus besos de buenos días y ella solo puede ofrecermeuno de despedida… va a doler.

Manuel parece entender que no quiero seguir dándole vueltas al tema.Después de unos momentos de silencio en los que me estudia con descaro,empieza a hablarme sin más del partido de anoche. Se regocija con lavictoria del Valencia frente al Barça, que es el equipo de mis amores, y yome dejo llevar por sus piques y sus esfuerzos por despejarme la cabeza deideas de mierda, lanzándome de lleno a defender la supremacía de Messi enel universo futbolístico.

Nos acabamos el café, lo acompaño a fumar fuera y le permito unadisertación acerca de que tener un setenta por ciento de la posesión duranteun partido no significa nada si al final no se meten goles. Y mientras, mi

cabeza sigue volando a ratos sin permiso a las piernas de Alba, a la formaen la que se enredaban con las mías esta mañana en la cama y a la risa quese le escapó cuando le mordí la peca que tiene dibujada en la curva de suhombro.

Sí, claro que me voy a arriesgar, porque no hacerlo me pareceimposible.

Alba Me levanto para tirar a la basura el cuarto botellín de Estrella Galicia queme he bebido en las últimas dos horas y para vaciar el cenicero otra vez.Tengo que relajarme o el paquete de Pueblo que me compré el sábado nome va a llegar ni a mañana.

Dorian le canta a los amigos que perdió desde algún lugar del salón yDuque levanta la cabeza con pereza desde su colchón al verme pasar pordelante, camino del sofá otra vez.

Cojo el móvil y lo suelto de nuevo en apenas dos segundos, como si mequemase en las manos. Quiero estar preparada para cuando Leo atraviese lapuerta, pero mirar la pantalla me provoca una sensación molesta que noquiero analizar ahora mismo.

En su lugar me concentro en las melodías que Alexa va reproduciendode forma aleatoria. Acompaño en los coros a un Andrés Suárez de veintiséisaños que asegura ser feliz así y a una Zahara que le confiesa a alguien aquien solo ella le pone nombre que es quien la lleva, quien la eleva.

Mi teléfono marca las diez y cuarto de la noche en el momento en el queSidonie hace acto de presencia en los altavoces del asistente virtual quedescansa al lado de nuestra televisión para burlarse de mí. Marc Ros merecuerda sin querer que todo es por él, por Leo.

—Alexa, para —ordeno irritada. Lo que me faltaba. Como tenga quedejar de escuchar las canciones que me gustan por culpa de todo esto, mevoy a cabrear de verdad.

Me pongo de pie de nuevo y me encamino a la cocina. Si Leo tardamucho en venir y yo sigo levantándome con excusas tontas para hacer estecamino muchas veces más, es posible que abra un surco en el parqué. Lo deestarme quieta hoy me cuesta más que de costumbre.

Saco una sartén del horno y me hago con un par de huevos y unaslonchas de queso blando. Apenas tardo cinco minutos en prepararme unatortilla francesa que sé que me voy a comer sin hambre, pero Leo me haavisado hace un rato de que salía a tomar algo con Manuel, un compañero

suyo del trabajo, y si yo sigo bebiendo cervezas con el estómago vacío voya estar medio borracha cuando mi mejor amigo acabe llegando a casa.

Dejo los cacharros en el fregadero prometiéndome que los lavaré mástarde y resisto la tentación de coger un quinto botellín de la nevera. Todavíaestoy saliendo de la cocina, con mi refrigerio en una mano y los cubiertosen la otra, cuando escucho el ruido de la cerradura.

¡Mierda! No me da tiempo, no me da tiempo, no me da tiempo.Corro hacia el sofá y me tiro encima de uno de los asientos de cualquier

manera. Suelto el plato tan fuerte que por un instante temo que se haya roto,aunque no me paro a comprobarlo. Alcanzo el móvil a toda leche y abro laaplicación justo en el momento en el que escucho la voz de Leopreguntarme desde el recibidor.

—¿Qué haces?A ver, mi intento por resultar natural ha mutado en una versión de mí

misma que trata de parecer relajada sin conseguirlo ni un poquito, así quetampoco me extraña que esta sea su manera de saludar. Tengo una rodillalevantada y un codo apoyado encima a la vez que la mitad de mi cuerpo serecuesta sobre un cojín de una manera francamente incómoda, finjo mirar elteléfono de manera despreocupada mientras la mitad de mi tortilla francesagotea huevo encima de la mesa. Vale, el plato no se ha roto, aunque lainercia del lanzamiento ha sacado de su cuna la mitad de mi cena.

—Oh, nada especial. Aquí, ojeando perfiles.Leo se queda parado delante de mí una eternidad, con las cejas

levantadas y más serio de lo que es habitual en él. Duque parece másanimado, no para de mover la cola de un lado a otro a la vera de su dueño,al que ha salido a recibir en cuanto ha escuchado movimiento en eldescansillo.

Me mira con una intensidad que me pone nerviosa. Leo, no Duque.Estamos raros, los dos estamos raros. Y yo sé lo que me pasa a mí, pero

no termino de entender lo que le pasa a él.«Sí que lo sabes. Se está agobiando», me recuerda la maldita voz de mi

cabeza que lleva mi tono y no el de Zoe.—Lo que sea. Oye, ¿podemos hablar un momento?Aquí está. El momento. La frase. El temido «tenemos que hablar».«No eres tú, soy yo, Alba. Bueno, y un poco tú, que no quiero estar

contigo como si fuésemos una pareja real».

«Seguimos siendo amigos. Eso no va a cambiar nunca, aunque esperoque no te moleste verme cada semana con una tía nueva medio desnuda porel piso».

«Si yo te quiero mucho, solo que igual que a una hermana».Si me suelta lo de la hermana lo mato.No, mira, mejor no le doy la oportunidad, por si acaso, que matarlo me

llevaría mucho trabajo y deshacerme del cuerpo aún más.—Sí. Yo también quería comentarte una cosilla —me lanzo antes de que

él se me adelante.—Ah, pues tú dirás.Se sienta a mi lado, sin quitarse la chaqueta siquiera, en el mismo

momento en el que un aviso de notificación aparece en mi pantalla. No sé nide quién puede ser. Hace unas dos horas deslicé a la derecha como a docetíos seguidos con la esperanza de empezar a quedar con alguno interesantepronto.

Dejo el móvil encima de la mesa donde mi cena se enfría poco a pocosin que le haga ningún caso. Es un gesto premeditado, sé que Leo puede vera la perfección la aplicación abierta en mi teléfono desde donde está.

El ceño se le arruga de forma automática en cuanto ve mi foto al lado dela de un rubio con pinta de surfero debajo del consabido match.

—¿Qué es eso?Su tono de voz no parece el de alguien especialmente feliz.—De lo que quería hablarte. Me he reactivado la cuenta de Tinder.Silencio.Silencio.Silencio.—Leo…Silencio.Silencio.Joder, como no diga algo pronto acabo confesando que fue a mí a quien

se le escapó un pedo silencioso y horrible ayer y que le eché la culpa aDuque porque me daba demasiada vergüenza.

Silencio.Silencio.No me extraña que en las series los polis utilicen el método del mutismo

hasta que los asesinos confiesan. Qué estrés, que alguien hable, por Dios.

—¿Por qué? —termina preguntándome mientras me observa sin quitarsu gesto de confusión.

Vale, esta parte es la que me sé. La llevo ensayando media tarde. No ensentido figurado. Me he puesto frente al espejo y he probado diferentestonos y todo.

—Creo que ya estoy preparada. Haber podido estar contigo este mes meha ayudado mucho y me ha dado la confianza suficiente como para nosentirme incómoda si tengo que decirle a un hombre lo que quiero y lo queno quiero al acostarme con él. Me he quitado unos cuantos miedos deencima y es hora de que pruebe de nuevo a conocer a alguien con quientener una relación real, que es la razón por la que empezamos esto. Además,me parece que tampoco es sano para ti seguir eludiendo el estar con otrasmujeres solo por temor a que acaben más pilladas por ti que tú por ellas.Basta con que seas más claro con esas chicas y también les digas lo quedeseas y lo que no buscas en una pareja, igual que tengo que hacer yo en lacama con quienes vengan a partir de ahora.

¡Sí! Lo he clavado. Estoy tan contenta con lo bien que me ha salido eldiscurso que hasta me permito sonreír con un poco de orgullo.

Leo no me devuelve la sonrisa. Él es todo cejas arrugadas y nuevossilencios.

La Virgen, nunca me había dado cuenta de lo tenso que puede resultarmirar a alguien durante un rato prolongado sin decir ni una palabra.

¿Estará jugando a algo? A lo mejor es como eso de ver quién es elprimero en apartar la mirada. Pues si es así, no pienso perder. Si lo quequiere es ver si voy en serio, si me retracto, va listo. Pienso aguantar toda lanoche callada si hace falt…

—Vale.—¿Eh?Ha hablado él primero. Pierde él. ¡Pierde él!—Que vale. Si eso es lo que quieres, por mí está bien que veas a otros

tíos mientras nosotros seguimos con esto.—¿Cómo que…? No, Leo, a ver…—No pasa nada. OK. Todo bien. Me parece bien. En serio, está bien.Estoy tentada de decirle que cuando alguien repite tanto la palabra

«bien» suele significar que hay algo que no está tan bien.

—No, Leo, no me estás entendiendo. Lo que quiero decir es quedeberíamos dar por zanjado nuestro trato.

—No hay necesidad.—¡Leo! —Me pongo de pie más nerviosa de lo que quiero dejarle ver.

Esto no está yendo como esperaba. Se suponía que él estaría casi aliviadode que fuese yo la que diese el paso. Sí que debo de ser buena en el sexo.

—¿Qué?—Que no. Que no es cuestión de que sea o no necesario, que te estoy

diciendo que desde hoy dejamos de acostarnos. Ya está. Caput. Finito.Acabado. Volvemos a ser «Leo y Alba, los mejores amigos».

—Eso no hemos dejado de serlo porque follásemos igual que animales.—¡Leo! —Me estoy repitiendo.—Es que no veo por qué no podemos…—Por que no. Ya está. Dijimos que cualquiera de los dos podía echarse

atrás cuando quisiese. Pues me echo atrás.—¿Por qué?—Porque quiero salir con otros.—Ya te he dicho que no tengo problema con eso.—Pues porque sí.—Eso no es un motivo válido.—Claro que lo es.—No, qué va.—Que sí.—Que no.—¡Que sí!—¡Que no!Ahora él también se ha puesto de pie. Y nos estamos gritando. ¿Por qué

narices nos estamos gritando?—¡Pues porque me da la real gana! Ea, ese es mi motivo, que me sale de

las mismísimas narices echarme atrás y dejar de acostarme contigo parabuscar una pareja de verdad.

No sé qué he dicho, pero Leo retrocede. Físicamente.Da un paso atrás, como si acabase de golpearlo. Y a mí algo empieza a

dolerme en el pecho sin comprender el motivo.Puede que tenga que ver con el gesto dolido que Leo me dedica antes de

darse la vuelta y encerrarse en su cuarto con un portazo.

¿Qué…?No entiendo nada.¿Qué acaba de pasar aquí?

Leo Una pareja de verdad.

La última frase que me soltó ayer Alba se repite en mi cabeza una y otravez, sin descanso.

No éramos una pareja de verdad. Éramos un acuerdo entre amigos. Yahora no sé qué somos. Sé qué deberíamos ser: nosotros, simplementenosotros, como siempre. Solo que esta mañana, al levantarme y verla en lacocina, bebiendo un café a toda prisa antes de volar hacia el trabajo, elestómago me salta de una forma extraña dentro del cuerpo.

—Hola. —Ella parece un poco asustada cuando levanta la cabeza alescuchar mi voz.

—Hola.Ambos nos quedamos así, parados y sin decir una palabra más, a cinco

metros del otro, guardando una distancia de seguridad que jamás habíamosnecesitado.

¿Nos hemos olvidado tan pronto de cómo hablar?Alba se siente incómoda ante mi presencia. No es que lo intuya, es que

me queda cristalino en el momento en el que ella baja la mirada,esquivando la mía, y deja su taza en el fregadero antes de murmurar un«llego tarde» y encaminarse hacia la entrada rodeando el salón para evitarpasar cerca de donde yo sigo plantado, como un imbécil que no deja demirarla. No lo hago ni después de que desaparezca detrás de la puerta yacerrada.

El ladrido de Duque me saca de mi quietud. Está tumbado en sucolchoncito, observándome. Casi puedo leer la pregunta en sus ojos. «¿Quépasa, colega?». Eso me gustaría saber a mí.

Me acerco a la encimera y la vista se me va sola al vaso que Alba estabausando para desayunar. El café todavía ondula en su interior. Alba teníatanta prisa por evitarme que se ha dejado sin beber la mitad de su segundadroga favorita. Espero que al menos no se haya olvidado el tabaco en lahabitación, eso la pondría de un humor de mierda.

No lo entiendo. No comprendo qué ha pasado.Estábamos bien.Ayer estábamos bien y hoy parece que mi maldito cerebro se ha

olvidado de dar la orden a mis pulmones de que absorban el oxígeno quenecesitan para seguir funcionando.

No soy imbécil, sé lo que quiso decirme anoche. Sé que no se suponíaque lo del sexo entre nosotros fuese a durar para siempre, que solo eratemporal, hasta que alguno de los dos quisiese parar. Bueno, supongo queen realidad era hasta que ella quisiese parar, porque yo no iba a querer. Nosé por qué no lo vi venir. Zoe parecía tenerlo clarísimo, y yo, sin embargo,aquí estoy, cual gilipollas que llega tarde a todo.

Ayer estuve a punto de decírselo. Que quería estar con ella, que ser suamigo es la hostia, pero que necesito más. Que lo necesito todo. Que ella estodo.

Joder, estaba dispuesto a seguir adelante incluso si Alba quería estar conotra gente.

«Mentira», me replica la voz de mi cabeza.Vale, pues estaba dispuesto a decirle que estaba dispuesto, aunque no

creo que luego hubiese llevado bien verla con nadie más, pero eso ella notenía por qué saberlo. Lo podríamos haber discutido después.

Y entonces soltó la maldita frase.«Que me sale de las mismísimas narices echarme atrás y dejar de

acostarme contigo para buscar una pareja de verdad».El cabreo se abre paso a empujones en mi cerebro.Eso soy. Así me ve, como un puñetero consolador gigante que no puede

convertirse en novio.La respiración se me agita cuanto más lo pienso, cuanto más me

convenzo de que es culpa de Alba que a mí hoy me duela la cabeza, mecueste respirar y tenga estas estúpidas ganas de llorar cuando yo estaba deputa madre hasta hace cuatro días.

No. No puedo ser así de idiota. No es culpa de Alba. Los dos estuvimosde acuerdo en esto. Y si ella necesita estar con otra persona ahora mismo,yo debería alegrarme porque esté lista para seguir adelante después de loque vivió con el gilipollas de su ex.

Solo que no me alegro.A ver, un poquito sí.

¡No! ¡Que le den!Ay, no voy a ser absurdo. Claro que quiero lo mejor para mi mejor

amiga.Pero ¿por qué no puedo ser yo lo mejor para ella?Pues porque no quiere. Y no pasa nada. A ver, que he vivido sin

problema treinta años sin que me guste Alba, puedo hacer que me deje degustar otra vez y listo.

También es verdad que, quizá, «gustar» es una palabra que se queda yaun pelín corta....

¡AAAH! ¡Joder!Me voy a volver loco. Han pasado diez horas y ya me estoy volviendo

majara.Esto no va a acabar bien, no voy a saber fingir que todo es maravilloso

mientras ella se acuesta con otra gente. ¿Y si conoce a alguien que le gustede verdad? ¿Y si me lo quiere presentar? ¿Y si tengo que aguantar a unimbécil cualquiera dándole la mano a Alba y besándola como quierohacerlo yo?

No. No, no, no, no. Esto no va a salir bien. No voy a poder hacerlo.Sí, claro que sí. Soy su amigo. Su mejor amigo.Y ella quiere que follemos con otras personas. Vale, pues pienso

hacerlo. Ahora mismo. Bueno, a ver, ahora ahora no porque son las siete ymedia de la mañana, ni he desayunado y puede que esté sufriendo algúntipo de brote. No creo que pasar de la comprensión a la ira, a la envidia, a lapena y al cabreo tan deprisa sea un signo de persona mentalmente estable.Pero pronto.

Sí, muy pronto.Igual por la tarde. O mañana. O ya el fin de semana.Ya veré.Por ahora mejor adecento el piso, que está hecho un asco.Paso los siguientes minutos fregando la taza de Alba y un par de

sartenes con restos resecos que hay a su lado. Ordeno el salón y barro lacocina y el baño. Empiezo a recoger las prendas de ropa que hay esparcidaspor mi cuarto con la intención de poner una lavadora. Una sudadera deandar por casa, unos vaqueros que me he puesto una semana entera seguida,dos camisetas, unos calzoncillos, dos pares de calcetines… y su pijama.

Mierda.

Toda la paz que he conseguido reunir poniendo en piloto automático ami cabeza y dejando que solo se preocupase por adecentar el apartamento,se desvanece en un segundo.

Es solo un trozo de tela fina con tirantes y unos pantalones a juego delino. Pero es suyo. Huele a ella. Huele como ha olido mi cama desde haceunos días. Como querría que oliese siempre.

La vista se me nubla un poco. Me cuesta tragar. Noto el cuerpo pesado,así que decido sentarme un segundo, en el suelo. Apoyo la espalda contra elsomier y siento a Duque acurrucándose a mi lado. No ladra ni hace nadamás que descansar su enorme cabeza en mi muslo. Suelta unos gemidosahogados y me chupa una mano. Es algo que suele hacer cuando estoytriste.

¿Estoy triste?Supongo que en realidad no necesito una contestación. No al percatarme

de que lo que está empezando a mojar la camiseta que tengo agarrada,hecha un puño en mi mano, son las lágrimas que llevo conteniendo desdeayer y que por fin me permito soltar.

—¿Qué vamos a hacer, colega? —le pregunto a Duque.Él no me contesta.Yo tampoco sabría qué responderme.

Zoe Si esta cena fuese más incómoda, Jesucristo estaría ahora mismolevantándose para anunciar que alguno de los sentados a su mesa va atraicionarlo esta noche. Que también vaya tragaderas el niño Jesús, ahí,sabiendo que Judas va a venderlo y acusando a lo Gila sin más. «Alguien hamatado a alguien…». Soy yo y le convierto el agua en cianuro en vez de envino, a ver de qué le servían entonces las treinta piezas de plata.

Ya me estoy yendo a mis mundos, pero es que en algo tendré queentretenerme, porque aquí no habla nadie.

Alba no hace más que pasear su coliflor maloliente de un lado a otro delplato. Leo apuñala su filete igual que si la pobre vaca que era antes hubieseasesinado a su familia. Y Mario me mira a mí con ojos suplicantes.

Vale, pues seré yo la que saque algún tema de conversación.—¿Y qué tal tu cita, chiqui?Siento la mirada asesina de Leo sobre mi nuca. Es probable que ahora

quiera dejar de lado el cadáver de la res y clavarme su cuchillo a mí.Me la pela.Llevamos así tres días cada vez que nos juntamos los cuatro. Tres días

horribles llenos de silencios tensos, caras largas, conversaciones sobre eltiempo y miradas que se alternan entre dolidas y furiosas según viene elaire. Si esto es así con público, no quiero saber cómo andan las cosas encuanto Mario y yo desaparecemos.

Pero, mira, hay que ir normalizando algunos asuntos. Si Leo es un idiotaque no quiere hablar a las claras con Alba y Alba es una cobarde que pasade arriesgarse a decirle a Leo que él es el único tío con el que de verdadquerría estar, tendremos que ir acostumbrándonos todos a hablar de ciertostemas al modo a.A.: antes del Acuerdo.

Bueno, miento. Le he preguntado porque yo sí quiero saber cómo le haido a mi amiga en su tarde de Tinder. Además, que me gusta sembrar unpoquito el caos, qué narices. A ver si en alguna pulla despistada estallan al

menos, que parecen dos amebas que pasan de la pena al odio en menostiempo del que yo tardo en coser un botón.

—Nada del otro mundo —me reconoce ella, mirándome solo a mí. Mepregunto si Alba ha escuchado el suspiro de alivio que ha soltado Leo deforma tan clara como yo.

—¿Cuál era la tara de este? ¿Rezaba a Satán en sus ratos libres?¿Organizaba peleas de gallos clandestinas? ¿Escuchaba a Maluma?

—¡Por Dios, no! ¿De verdad crees que me tomaría una sola caña con unseguidor de Maluma?

Las dos nos reímos a la vez y los ánimos parecen calmarse en mi salóndurante unos momentos. Hasta Cata abandona la vera de Alba y se escapa asubirse encima del lomo de Duque, que nos observa con un ojo abierto yotro cerrado desde una esquina próxima.

—¿Entonces? —Esta vez es Mario quien se anima a interrogarla. Leosolo finge que la carne de su plato es lo más interesante que ha visto en lavida.

—Nada en concreto. No era mi tipo.—Pero alguna razón habría mujer.Ojala dijese «sí, que no era Leo» y un montón de violines empezasen a

sonar de repente sin que nadie conectase a Alexa siquiera.Con lo fácil que es en las comedias románticas y lo complicado que nos

empeñamos en hacerlo en la vida real. Supongo que, sin flashes ni claquetasde por medio, los miedos paralizan mucho más cuando lo que te juegas es atu mejor amigo.

—No conectamos mucho.—¿Y eso? —sigo pinchando.Simulamos que hablamos entre nosotras casi como si estuviésemos

solas, aunque sé que ambas somos muy conscientes de que no es así. Un parde ojos marrones nos siguen con disimulo escondidos tras unas gafas depasta negra.

—La conversación no salía fluida. —Se encoge de hombros, tratando dedar por cerrado el asunto, solo que yo no pienso dejarlo estar tan fácilmente.

—Igual eran los nervios del primer encuentro.—No.—Pareces muy segura de ello. ¿Hubo algo más que no te gustó de él?

Alba aprieta los labios y achica la mirada en mi dirección. Yo solopestañeo más rápido de lo habitual, fingiendo una inocencia que hace añosque perdí.

—Ay, no sé, Zoe —espeta mi chica, un tanto exasperada—. Era muy…soso. No me reí ni una sola vez en la hora que estuvimos juntos. Y sé quefue una hora exacta porque miré mucho el reloj —confiesa.

—Félix tampoco era la alegría de la huerta y parecía gustarte alprincipio.

Leo me mira mal. Solo es un segundo y yo ni siquiera le presto atención,aunque me doy cuenta de las dagas que me lanza por los ojos. Ay, qué tontopuede llegar a ser a veces y qué lento si quiere. ¿De verdad no está viendopor dónde voy?

—Ya, bueno… Pues ahora sí que quiero conocer a un tío con el que melo pase bien. Me parece importante.

—Sí, es lo que suele ocurrir, que cuando alguien te enseña lo increíbleque puede ser una vida de risas compartidas pues ya no quieres algo que seamenos que eso.

El silencio se vuelve a instalar en el cuarto de estar.Mario se intenta morder una sonrisa sin mucho éxito. Alba es quien

parece querer usar armas blancas contra mí esta vez. Y Leo me mira conuna sonrisa que amenaza con partirle la cara.

—Pues a ver si hay más suerte con el tío con el que he quedado en unpar de días.

Qué cabrona, qué bien esquiva las balas. Y qué mosqueado vuelve aestar Leo.

Esto parece un patio de colegio. No me extrañaría en absoluto quedentro de poco uno de ellos empezase a tirarle de las trenzas al otro.

Pues que se apañen como quieran, yo no me pienso meter. Más que nadaporque ninguno de los dos ha llegado a reconocer en voz alta lo que deverdad sienten, y para mí es más que obvio, pero tampoco quieroentrometerme y que todos salgamos escaldados si al final me equivoco, o silos miedos o los orgullos pueden más que lo mucho que se gustan.

Así que aquí nos quedamos todo, más callados de lo normal, rellenandolos huecos que nunca antes habían hecho acto de presencia en este salóncon pelis a las que no les hacemos demasiado caso, tomando cervezas yesperando. No sé bien a qué. A que alguien se atreva, supongo. O a que las

cosas dejen de doler lo suficiente como para que podamos ser una familiade nuevo.

Mario —Vale, ya estoy listo. Podemos irnos cuando quie… ¿Qué llevas puesto?

Salgo del baño pasándome todavía una mano por el pelo húmedo. Zoe yyo nos hemos despertado de la siesta con ganas del otro y no me he dadocuenta de que se me había hecho tarde hasta que he escuchado el timbre. Hedejado encargada a Zoe de que lidiase con la versión malhumorada de Leoque últimamente campa por el edificio mientras yo me daba una ducharápida.

Hemos quedado para dar una vuelta por el Carmen. Fue idea mía, paraver si conseguía que se despejase. En serio, lleva una semana insoportable.

—¿Qué? A mí me gusta —se defiende.—Tío, es un peto gigante. Si fuese rojo, parecerías el de «Teo va a la

escuela».—Dijo el hombre de la camisa verde lima con nubes sonrientes.—Mis camisas estampadas molan.—Eso te lo dijo tu abuela hace quince años y te lo creíste, ¿no?—¡Pero si tú me las robas para salir de fiesta!—Porque un poco sí que molan de horteras que son.—Mira, quien te entienda que te compre.—Pues nadie, no me compra nadie por lo visto.Hale, ya está de morros otra vez. Respiro hondo y me recuerdo que es

mi amigo y que lo quiero, por muy niñato insoportable que parezca desdehace días.

—Vamos, anda, que me están entrando unas ganas locas de parar en laPlaza del Negrito para pedir un agua de Valencia. O puede que dos.

—A eso me apunto de cabeza.Al final son tres las que nos metemos cada uno entre pecho y espalda

sentados en una terraza antes de que él mismo saque el único tema deconversación que parece importarle desde el lunes, por mucho que dé unacantidad estúpida de vueltas para llegar hasta él.

—¿Y qué iba a hacer Zoe hoy?

—Se ha tirado toda la mañana currando, la pobre ya tiene interiorizadoque lo de que el domingo es día de descanso no va con ella; así que paracompensar, y tener la sensación de que de verdad es fin de semana, va a iral cine en un rato.

—Ah. —No lo ayudo. Si quiere saber algo, que lo afronte y pregunte—.¿Y va sola?

Me muerdo la media sonrisa que se me quiere escapar. Si Leo la ve, esposible que me mande a la mierda, se levante y se marche corriendo a casasin esperar ni a que pague la cuenta. En serio, es como si mi mejor amigohubiese mutado en un adolescente irritable.

—No.Repiqueteo los dedos sobre la mesa y le doy un sorbo a mi bebida.

Desde que me mudé aquí me he hecho un tanto adicto a esta cosa. Nuncacreí que el cava y el zumo de naranja casasen tan bien con el vodka y laginebra. Entra solo. Eso sí, da un pelotazo que nunca ves venir.

—Umh.Nos quedamos en silencio unos segundos, esperando. Él, a que yo le

diga lo que quiere saber. Yo, divirtiéndome a su costa.—¿Va con Alba? —acaba cediendo Leo, ladrándolo casi más que

preguntándolo.—Sí, hoy tu novia no había quedado con nadie.—No es mi novia —escupe.—Porque no se lo pides.—¿Pedírselo? ¿Qué tienes, doce años?—Sí, está claro que aquí el crío soy yo.—Está claro que aquí el crío soy yo —repite poniendo una vocecilla

aguda.—¿Me estás imitando?—¿Me estás imitando?—Para.—Para. —El imbécil empieza a poner caras además de tonitos tontos.—Leo, que pares.—Leo, que pares.—Sí que quiero que Alba sea mi novia.—Sí que quiero que Alba… ¡Cállate!

Me río tan alto que unos cuantos clientes de las mesas de alrededor senos quedan mirando divertidos. Leo no lo parece tanto.

—No sé por qué Zoe y tú seguís dándome la turra con eso. Ya os locontamos, Alba prefiere dejarlo aquí y buscar una… pareja.

La última palabra parece atragantársele de una forma molesta ydolorosa. Es tan obvio…

—Ya. Y tú en vez de decirle que quieres ser esa pareja, te cabreas ydejas de hablarle.

—No he dejado de hablarle.—Casi.—Es que… No sé cómo hacerlo, macho. Y me jode, me jode

muchísimo, porque Alba es mi mejor amiga, una de las personas másimportantes de mi vida, pero cada vez que la veo arreglarse para otra citapienso que esa podría ser de la que vuelva con sonrisa de tonta y con elnombre de otro tío en la boca y… No sé. No sé explicarlo. Es como si algome apretase por dentro. No en sentido figurado, sino de verdad. Algo meoprime el pecho hasta que duele.

—A eso se le llama celos.—No soy imbécil. Si viese a Alba con otro sé de sobra que me pondría

celoso, solo que esto no es algo tan simple porque, sí, vale, si conociese aalguien que le gustase de verdad, es muy posible que mi primer instintofuese poner laxante en su café de por la mañana o mearle los zapatos yecharle la culpa a Duque.

Pongo cara de horror por un momento. Dios, si mi guerra de bromas dehace un año hubiese sido contra Leo, hubiese estado bien jodido.

—Pero —le insto, porque estoy seguro de que aquí viene un «pero».Leo saca todo el aire que tiene dentro de golpe y, por primera vez en

muchos días, dejo de ver al niño cabreado y vislumbro al hombre cansado.—Pero si ella estuviese bien, Mario, si la viese feliz… me haría colega

de ese gilipollas, aunque tuviese que verlos morrease por la casa oescucharlos follar a través de las paredes. Intentaría llevarme bien con élporque eso es lo que haría feliz a Alba.

Una bola densa y húmeda se me instala detrás de los ojos. Puto Leo, nopienso llorar en mitad de una terraza del centro por culpa de sus ñoñerías.

—Leo, habla con Alba. Díselo —casi le ruego.

—¿Para qué, Mario? Ella y yo estábamos juntos. Lo llamábamosacuerdo, pero estábamos juntos, joder, era obvio. Yo con Alba he salido, hehablado, me he reído y me he acurrucado mucho más de lo que he follado.Estábamos juntos y cuando ella ha decidido buscar una pareja a la quellamar así frente al resto del mundo, me ha descartado.

A pesar de que intenta disimularla bajando la cabeza, no es lo bastanterápido, por lo que alcanzo a verla: una lágrima que se seca antes de quellegue a nacer por completo. Imita una risa que le sale demasiado dolidapara ser real y menea la cabeza mirando al cielo.

—Bah, da igual. Cuéntame qué tal Zoe y tú por Madrid el finde pasado.La cosa fue bien con Rebe, ¿no?

—Leo —le insisto—, habla con Alba, por favor. Le gustas, coño. Sé quele gustas tanto como te gusta ella a ti.

—A mí Alba no me gusta.—No seas imbécil, claro que te…—Yo a Alba la quiero, Mario. Hace ya días que dejé de engañarme.Me lleva un momento reponerme de la impresión. No es que no lo

supiese, claro que lo sabía, solo que es la primera vez que él lo reconoce deuna manera tan abierta.

Juro que si tengo que hacer de alcahueta lo haré. Cogeré a estos dos delas orejas, los encerraré en su piso y no los dejaré salir hasta que se diganlas cosas claras. Zoe me había prohibido hacerlo solo porque no teníamosconfirmación oral de que ellos querían estar juntos, que estabanestúpidamente pillados el uno por la otra. Y vale, me falta que Alba loreconozca también, aunque eso son detalles menores. Seguro que una vezencerrada y sin medios de escape acaba confesando.

—Habla con ella.—¿Por qué estás tan convencido de que debería hacerlo? ¿Alba le ha

dicho algo a Zoe?Suena tan esperanzado que detesto tener que ahogar sus ilusiones.—No hace falta, joder. Es obvio que ella está loca por ti, tío. Solo hay

que tener ojos en la cara para verlo.Los hombros le bajan unos diez centímetros de golpe al desinflarse todo

él. Otra risa con tintes cínicos cruza el aire que nos separa y a Leo le mutael gesto a uno mucho más relajado. Se convierte ante mis ojos en el Leo al

que nada le preocupa, ese que pasa por la vida como si el mundo fuese sulugar de recreo.

—Venga, vamos a dejarnos ya de fantasías y cuéntame lo de Rebe, queestoy feliz de que Zoe y ella se hayan conocido de una santa vez y hayansabido ser hasta civilizadas.

—Fue más que eso, capullo. Se llevaron bien.Le doy el respiro que me pide a gritos. Le concedo la tregua que me

suplica sin palabras. Parloteo sobre el café que mi chica y mi excompartieron el sábado pasado y de las sonrisas tímidas que se dedicaron,algo incómodas al principio, más naturales al final. Le cuento quevolveremos en unas semanas, que este paso significa un universo enteropara mí, que Rebe parece estar mucho mejor, que el que Zoe hiciese eso pormí consiguió que me enamorase un poco más de ella cuando creía que algoasí ya era imposible.

Hablo, y hablo, y hablo. Y lo dejo respirar lejos de Alba durante unashoras, porque creo que lo necesita de verdad. Porque cada vez que lo mirosolo puedo ver esa lágrima que parece seguir escociéndole en el vértice delos ojos.

Leo Soy un subnormal de marca mayor.

Esta tarde he llegado a casa temprano. Tenía un posible nuevo cliente alque le he retrasado a mañana la cita para un primer contacto con su mascotaporque sabía que Alba tenía el día libre. La dueña de la porno tienda sueleencargarse de su negocio una vez a la semana para darle a Alba un descansomás allá del domingo, y esta vez le ha tocado disfrutar de un jueves derelax.

El martes empecé a reordenar mi agenda como un pringado paraasegurarme de no tener nada pendiente a partir de las cinco y llegar asítemprano a casa. Quería estar con ella, forzar unas cuantas horas juntos ennuestro piso para que hablásemos. No sabía ni cómo iba a sacar el tema niqué le iba a decir exactamente, pero quería que lo aclarásemos, aunque esosupusiese decirle que me muero por ella y que Alba me colocase el cartel de«solo colegas» para el resto de mi vida. Me daba igual, si eso es lo quehabía, lo aceptaría. Esta mañana nada me parecía más importante quedesenredar todo este lío de una maldita vez, porque si tenía que pasarmeotra semana sin mi mejor amiga cerca, iba a volverme loco.

Y entonces he llegado al apartamento y la he oído riéndose por teléfonocon alguien llamado Alfonso con quien estaba quedando mañana a lasnueve para cenar. ¿Y qué he hecho yo? Pasar por su lado de morros yencerrarme en mi habitación con un portazo.

Lo sé, lo sé. Soy un subnormal. Y ni siquiera he llegado al motivo por elque, además, lo soy a lo grande.

Es que no sé cómo gestionarlo. No sé cómo gestionarla.Es la primera vez en mi vida que algo me sobrepasa de esta manera. Mis

rupturas anteriores siempre han sido tranquilas. La chica con la que estaba oyo mismo nos dábamos cuenta de que no queríamos ir más allá de lo que yateníamos y lo hablábamos con calma. Creo que la única vez que las cosasno resultaron tan fáciles fue con María y, aun con todo, ella se marchó demi casa sin grandes dramas. Y yo estaba tan normal a los tres días.

Sin embargo, ahora… Ahora hay ratos en los que las ganas de besar aAlba son tan fuertes que me asustan, y la angustia por no poder hacerlo medeja la mente en blanco durante horas, como si mi cerebro decidieradesconectar por no saber qué pensar. Solo hay una nada que me confunde,que me hace oscilar unas ocho veces diarias entre la necesidad de que ellaesté bien y las ganas de demostrarle que me da igual lo que haga.

Esta tarde, al oírla coquetear con su cita de por la noche, ha ganado losegundo. Así que media hora después de trancarme en mi habitación, almejor estilo «adolescente enfadado con sus padres», he cogido el móvil yhe escrito a tres de mis antiguos ligues, he quedado con la primera que meha contestado y me he metido a la ducha dispuesto a pasearme lo suficientemientras me arreglaba como para que Alba me viese y se diese cuenta demis planes.

De ahí el «de marca mayor», sí.Mientras me vestía, he conectado mi Spotify y he subido el volumen

hasta estar seguro de que Alba podría oír desde el salón el Ella que yo heestado escuchando en bucle desde hace diez días. En realidad, tenía ganasde lanzarle a la cara a Supersubmarina y su De las dudas infinitas, pero solome he atrevido a dejar en el aire el estribillo que Luis Fercán canta con tantarabia como añoranza porque, en el fondo, además de subnormal soybastante cobarde.

Por eso estoy aquí ahora, con África, a la que le he puesto la cabeza locacon toda la historia de Alba. Creo que se ha dado cuenta de que no íbamos afollar después de la segunda copa, que ha sido el momento en el que le hepreguntado con voz de niño inseguro si ella cree que a Alba le gusto deverdad después de todo lo que la he contado. Con el quinto cubata yamediado, paso una vez más de la autocompasión a la rabia y empiezo alanzar al aire planes absurdos sobre investigar por Instagram a todos losAlfonsos de Valencia para mandarles amenazas por mensaje directo.

—¿Y qué les vas a decir? ¿Me la pido? No me seas, Leo, no me seas…Que la chavala no es un cromo y ella elige con quién sale y con quién no.—Qué rabia me da que África me hable con cordura.

—¿Y entonces qué hago, a ver, lista?—¿Ahora mismo? Nada, que te estás agarrando un pedo de colores. Si

te plantas delante de tu chica, igual le haces la declaración de su vida que le

potas encima. Yo que tú me esperaba a mañana y le soltaba a las bravas quela quieres. Y que salga el sol por Antequera.

—Ya, y mientras me marcho a casa a ver si tiene suerte con el tío con elque ha quedado y dentro de un rato me como los golpes del cabecero de sucama contra la pared, ¿no?

—Pues duermes en mi piso, ya ves tú qué problemón. Mañana Alba va aseguir viviendo en tu apartamento, así que no creo que haya problema enque habléis durante la cena.

—Oye, gracias por el ofrecimiento, pero no… Nosotros no…—Leo, que no te estoy diciendo que echemos un polvo, tonto del culo,

solo te estoy proponiendo ser mi pernocta sin sexo.—¿Eso no es de alguna serie?—De Cómo conocí a vuestra madre.—O sea que, ¿me prestas tu sofá?—En resumen, sí.—Gracias, en serio. No me apetece demasiado sentarme delante de la

tele a fingir que no miro el reloj cada cinco minutos para ver si Alba regresade su cita.

—Ya lo imaginaba. Venga, anda, que igual todavía pillamos mediadaalguna película decente.

Empiezo a pensar que follar con una desconocida y acabar siendo suamigo es mucho más sencillo que hacerte amigo de una chica y acabarfollando después con ella.

«Alba y tú no follabais sin más, idiota», me susurra una vocecilla desdealgún rincón de mi cabeza.

Ya, ya lo sé. Eso es lo que lo complicó todo.

*** Joder, las resacas deberían contar como baja laboral a partir de los treinta.

¿En qué momento pensé que era buena idea tomarme cuatro vasos devino más en casa de África después de los cinco gin-tonics? Esta mañanacasi vomito encima de un bull terrier al que estaba paseando para mostrarlea su dueña la manera correcta de hacerlo. El día de trabajo se me ha hechoeterno y, para más inri, Zoe me ha escrito a media mañana para decirme quesoy un gilipollas por pasar la noche por ahí con una tía cualquiera y que esta

noche Mario y ella cenan en nuestra casa, así que lo de hablar a solas ytranquilamente con Alba queda descartado.

A pesar de todo, estoy sonriendo cuando llego a casa. ¿Por qué? Porquesi Zoe sabe que no he dormido en mi cama es porque Alba se lo ha tenidoque contar, y si lo ha hecho es porque estaba pendiente de ello, así que leimporta. Y, mejor aún, le molesta, lo que me da esperanzas de que lo que deverdad le pasa a mi mejor amiga es que está tan perdida como yo con todolo que nos está pasando.

¿Puede ser así? ¿Puede que lo único que hace que Alba y yo no estemosjuntos sea nuestro ridículo miedo a ser los primeros en decir que seríamos lamejor jodida pareja de todo el universo?

Entro por la puerta con esa idea tirándome de los labios hacia arriba,aunque la mueca se me queda un poco congelada al darme cuenta de queDuque es el único que me recibe con evidente alegría al poner un pie en elsalón.

—Mira, el desaparecido.Estoy a punto de indicarle a Zoe que para ella nunca soy el «aparecido»

antes de estas horas, que vale que nos vemos a diario, pero ni quedesayunásemos juntos; solo que la mirada que me dedica Mario, y lalevísima negación de cabeza que le pillo hacerme, me hacen replantearmela idea.

—¿Dónde estabas? —me requiere la morena.—Pues trabajando —contesto con una ceja alzada y un tanto intimidado,

no pienso mentir.—¿Y antes?—Llevo trabajando todo el día. He comido en el bar de enfrente del

curro.—¿Y antes? —repite.Sé a dónde quiere llegar. Y yo no quiero acompañarla, porque a pesar de

no ver a Alba por ningún sitio, intuyo que está escuchando el interrogatorioa la perfección.

—Eh…—Eh… —me imita Zoe poniendo un tonillo ridículo—. Venga, ¿dónde?—En casa de una amiga.—¿Haciendo qué?—Ver una peli.

—Ya…—Joder, Zoe, que estaba viendo una peli. Y que no eres mi madre, que

no me he pasado con el toque de queda ni nada así. Déjame vivir, que notienes derecho a controlarme ni a decirme lo que tengo que hacer.

Ea, pues ya se me ha ido el buen humor al garete. Vuelvo a sonar igualque un adolescente malhumorado. Qué torta me daba si no fuese yo, deverdad.

—Da gracias que no soy tu madre, porque si lo fuese te castigaba ahoramismo por idiota.

—¿Yo solo soy el idiota? ¿Por qué? ¿Por quedar con una tía? Puesespero que a Alba le hayas cascado ya el mismo discursito unas cuantasveces, porque me lleva delantera —le suelto acercándome lo bastante a ellacomo para poder bajar la voz y que solo Zoe lo escuche.

—Sí que te la lleva, sí, en vuestra carrera hacia la imbecilidad suprema.—Ella no se molesta en susurrar.

—¡Pero que no me riñas solo a mí!—Te riño a ti porque a la otra ya le he echado una bronca de aúpa y, aun

así, sigue emperrada en salir hoy. Y por el cargamento de condones que seha echado al bolso, dudo que pretenda tener una cita de cenita y beso en lamejilla de despedida. —Zoe parece no darse cuenta del derrame cerebralque estoy sufriendo por culpa de sus palabras, porque sigue hablando sinmás—. Si es que os merecéis pasarlo mal, os lo merecéis por mendrugos.Con lo fácil que sería dejaros de jueguecitos y acuerditos y casaros de unavez.

—¿Qué dices de que se casen, preciosa? Que ya se te está yendo —semete Mario.

—¡Yo qué sé! ¡Quiero una despedida de soltera y que estos dos haganlas paces de una maldita vez!

Dejo de escucharla. Creo que está empezando a desvariar sobre montaruna fiesta igualmente con boys y una gymkana alcohólica porque ahora quese le ha metido la idea en la cabeza le apetece mucho.

Ya no la oigo.Solo puedo pensar en que Alba se ha marchado. Estoy casi seguro de

que ya no está en el piso. Conozco a Zoe, puede que haya claudicado antesu norma de no meterse a hacer de intermediaria en todo esto, pero nuncaexpondría así la situación si las dos partes implicadas estuviésemos en el

mismo lugar, porque si Alba y yo nos pusiésemos a discutir, ella se vería enmedio y lo odiaría con todas sus fuerzas.

Ni siquiera se me pasa por la cabeza pedirle que se calle o que meexplique qué hacen Mario y ella en mi piso en vez de en el suyo si estánaquí solos. Nada de esto me importa, porque solo hay una cosa que megolpea cada rincón del cuerpo como si quisiera derribarme: si Alba no estáen casa… ¿es que de verdad ha ido? ¿En serio se ha ido a acostarse conotro?

Alba «Te vas a rajar», me repite la vocecita de mi cabeza por tercera vez en unahora al coger la barra de metal pegada a la puerta para tirar de ella y abrirla.

El restaurante está en penumbras, por lo que tardo unos instantes enacostumbrarme al cambio de ambientación lo suficiente como parareubicarme, recuperar el control sobre mí misma y mandarla callar antes derelegarla a una esquina de mi mente.

No pienso rajarme. Claro que no. Me pienso tirar a Alfonso sinremordimiento ninguno. A lo loco, hasta que me tiemblen las piernas. Yque le den a Leo, a su noche fuera de casa y a los once días de mierda quehe pasado desde que le dije que quería ver a otros hombres.

He de reconocer que me tomó por sorpresa lo mal que Leo asumió quele pusiese punto y final a nuestro acuerdo. Me pasé casi la primera semanaconvenciéndome de que solo se debía a que nos entendíamos muy bien enla cama y le fastidiaba que fuese yo la que lo hubiese dejado sin orgasmosde golpe. El orgullo del macho herido y todo eso.

Solo que después me empecé a fijar en que parecía estar tan triste comoyo a ratos. O tenía la sensación de que le apetecía lo mismo que a mí estirarla mano por los cojines del sofá para alcanzar la mía y entrelazar nuestrosdedos. O que, las pocas veces que parecía que éramos capaces de hablar connormalidad, terminaba mirándome los labios con la misma expresión deañoranza que estaba segura que se dibujaba en mis ojos.

Cuando esos momentos llegan, dudo. Lucho conmigo misma por nosentarme en su regazo y decirle que lo único que me pasa es que tengomiedo. Miedo a que él no sienta lo mismo que yo. Miedo a que crea sentirloy se acabe agobiando al cabo de dos meses. Miedo a que todo cambie.

Eso es lo que más me aterroriza. El cambio. Supongo que es algo muyhumano, agobiarte ante la posibilidad de que tu vida dé un giro que nosabes si será para mejor o para peor. Yo no sé qué implicaría que Leo y yolo intentásemos y fracasásemos, pero es algo que me paraliza como pocascosas lo habían hecho antes.

«Deja de hacer cábalas absurdas. Le dijiste a Leo que querías una parejay él no dijo nada. Eso es que no quiere estar contigo. Punto».

Sí, debería dejar de ver lo que quiero ver. Mi mejor amigo no me quierede esa manera.

«¿Segura?», me pregunta la Zoe de mi cabeza a la que hacía semanasque no oía.

No, no lo estoy. Ese es el problema.Además, sé de sobra que estar con cualquiera porque el tío por el que

llevas colada años no te hace caso es una pésima idea. Lo que pasa es queahora mismo me da igual. Ahora mismo solo puedo imaginarme a Leobesando a otra, acariciando a otra, mordiéndole el cuello a otra. Y la sangreme hierve clamando algún tipo de venganza poco meditada de la que ya meencargaré de arrepentirme mañana.

O a lo mejor no. A lo mejor resulta que esta es la maldita mejor cita detoda mi vida.

«Sí, seguro. Porque el sexo por despecho suele acabar así, con todo elmundo feliz y sin un solo momento de remordimientos».

¡Cállate, Zoe imaginaria!Diviso al chico con el que me he estado escribiendo desde ayer por

Tinder apostado al lado de la barra.—Hola. Eres Alfonso, ¿verdad?—Sí, un placer, Alba.No me da tiempo a hacer el amago de acomodarme a su lado. Él mismo

se levanta de su taburete y me pregunta si me apetece que vayamos mejor auna de las mesas bajas que hay al fondo del bar para poder pedir algo depicar con las bebidas.

Me cede el paso, me sonríe cuando le agradezco el gesto y me retira lasilla al llegar a mi asiento. Echa también hacia atrás la que está a mi lado,pero termina decantándose por sentarse frente a mí tras dudar un segundoen el que me parece que se tensa sin que yo alcance a entender por qué,aunque el momento pasa sin más y yo me olvido de él.

Un camarero se nos acerca en apenas un minuto y recita del tirón unmontón de platos que llevan por protagonistas principales a varios animalesmuertos, así que termino pidiendo solamente una copa de vino tinto y unaspatatas bravas.

—Así que, eres Leo, ¿no?

—¿Qué? —No me fastidies que empiezo a sufrir alucinaciones auditivasque tienen a mi mejor amigo de protagonista, porque era lo que mequedaba.

—Tu signo del zodiaco. Me comentaste que tu cumpleaños es el dos deagosto.

Es cierto. Fue de las primeras cosas por las que se interesó al iniciarconversación por el chat de la app.

Me quedo un tanto pillada. No esperaba que rompiese el hielo con estetema, la verdad, aunque, pensándolo bien, el tío se describía en su perfilcomo aventurero, romántico y un tanto esotérico. Creí que lo había puestopara hacerse el misterioso.

—Eh, sí, sí. Toda una leona —trato de bromear.—Eso es lo que me hizo decantarme por ti para salir por ahí esta noche,

¿sabes?¿Decantarme? ¿Qué soy, un vino? ¿Con cuántas mujeres habla de

normal este hombre por Tinder a la vez?—Ah. —No sé qué más añadir. No creo que le hiciese mucha gracia que

dijese que yo ni siquiera ojeo el horóscopo del periódico.—Es que los Leo sois tan fascinantes… Leales, generosos, protectores.

Rugís cuando os enfadáis, sí, pero sois todo buen corazón y compasión.—Te mola mucho lo de la astronomía, ¿no?—Astrología. Son cosas muy diferentes. —Huy, qué cara de desprecio

que me ha puesto—. Y ¿a qué hora naciste?El camarero nos interrumpe un instante para dejar nuestra comanda

sobre la mesa. Me doy cuenta en este momento de que, mientras, Alfonsoecha vistazos disimulados a mi izquierda, a la silla en la que parecía habersequerido sentar en primer lugar. No es la primera vez que lo pillo haciéndolo.Me pregunto si estará incómodo en la que ha elegido y no quierereconocerlo.

—Perdona, ¿qué? —retomo la conversación en cuanto volvemos aquedarnos solos.

—Te preguntaba por la hora a la que te alumbraron.¿Alumbraron? Anda que… Me distraigo un segundo por culpa de la

expresión. Es que no puedo evitar imaginar a mi madre pariendo en unpesebre.

—¿La hora a la que…? Pues no sé.

—¿No sabes a qué hora naciste?—Creo que sobre las tres de la tarde. Algo así.—Sí, me cuadra. Ascendente en Tauro. Práctica y tozuda. —Me lo

suelta como si me conociese de toda la vida. Lo que me jode es que aciertabastante, aunque eso no se lo voy a decir, claro—. Haríamos buena pareja.Yo soy Sagitario.

Estoy a punto de preguntarle que eso qué significa, porque al final meestoy picando con esto del horóscopo, cuando me percato de que Alfonsovuelve a desviar los ojos con rapidez a mi izquierda. A lo mejor el pobre haescogido un asiento cojo y no se atreve a decirlo a pesar de estar incómodo.

—¿Le pasa algo a tu silla? ¿Quieres ponerte aquí? —le pregunto a la vezque señalo con la barbilla el espacio que vigila con disimulo.

—¡No!—Vaaale.—Perdona, no quería sonar brusco.—Pues no lo has conseguido por completo.—Es que… Alba, ¿has perdido a alguien recientemente?—¿Perdido? ¿Perdido cómo? ¿Tipo «se me ha despistado un sobrino

entre la gente mientras visitábamos Cortylandia»?Alfonso entorna los ojos y me dedica una mirada que me dice sin

palabras que cree que soy un poco cortita de entendederas. O dejamos dehablar pronto o no sé yo si acabo con este tío en la cama, ya lo estoyviendo.

—Que si alguien cercano a ti ha fallecido en los últimos meses.Levanto una ceja con incredulidad. No me jodas. No me jodas, que no

diga lo que creo que va a decir. Que yo solo quería un polvo decente quepoder tirar en cara a Leo al volver a casa.

Madre mía, qué mal suena cuando lo pienso tal cual es.—No —me obligo a contestar.—Vale, no flipes, ¿de acuerdo? La cosa es que… veo muertos.—Ya. —Mierda, sí que ha dicho lo que creía que iba a decir.—Supongo que piensas que miento.—Pues mira, sí. Tampoco te lo tomes como algo personal. Si viniese

Melinda Gordon a decirme que mi bisabuela quiere darme un mensajetampoco iba a hacerle caso.

—¿Quién es Melinda Gordon?

—¡Tío! La de Entre fantasmas. Pues vaya espiritista que estás tú hechoque no conoces esa serie.

—No soy espiritista, soy mentalista.Pues ya podía parecerse más a Patrick Jane. Solo lo pienso, me parece

de mala educación soltarlo en alto. Que, a ver, el tipo no está mal, peroSimon Baker está mejor.

La idea de que me estoy tomando esto con mucho más humor que hacedos meses se me cruza por la mente. Supongo que después del vampiro ydel que se excitaba viéndome comer, casi todo me parece menos raro.

—Ya, pues yo es que esta noche pensaba ir a lo clásico, paso de tríos porahora, así que mejor si le dices al espíritu que nos acompaña en estaestupenda velada que se pire.

—No puedo hacer eso, Alba. Si está aquí es porque me necesita. A mí ya ti. No deja de mirarte, ¿sabes?

La leche, qué mal rollo.—Alfonso, de verdad que no se me ha muerto nadie cercano hace poco.—¿Y hace más tiempo? Es joven, aunque puede ser que haga ya años

que falleció.—¿Pero es hombre o mujer?¿Que por qué le sigo el rollo? Yo qué sé. No tengo nada mejor que

hacer. Volver a casa y que Leo vea que me acuesto en mi propia cama sincompañía antes de las once no me parece una opción, y no me apetece irmede bares a mí sola en busca de rabos sin nombre. Esa es una línea que nopretendo cruzar, al menos todavía.

Ay, Dios. Cuando más las pienso en alto peor me suenan todas las ideasque tengo.

—Es un… a… —Alfonso estira la vocal y estudia mis gestos a la vez.Pone morritos para formar una «eme» y debe de interpretar mi cara comouna señal de que no va por el buen camino, porque retrocede deprisa. Estoytentada de decirle que si me dice que es un ornitorrinco me impactaría lomismo—. Hombre. Es un hombre. Un chaval, en realidad.

Es muy malo jugando a esto. No se lo voy a recriminar porque no tengonecesidad de ofenderlo, aunque espero que nadie se crea la pantomima deeste señor.

Venga, si no voy a hacer nada más divertido hoy, al menos paso el rato.Me pongo seria y me recuerdo a mí misma que no puedo reírme.

—Espera. —Abro los ojos de forma exagerada y finjo que me emociono—. ¿Es pelirrojo?

—¡Sí! Sí que lo es —estalla un Alfonso pletórico.Me tapo la boca y aspiro aire con fuerza. Mi acompañante debe de tener

muchísimas ganas de convencerse de que me estoy creyendo la chorradaesta, porque se traga mi pésima interpretación a pies juntillas. De hecho,estira un brazo para acariciarme el dorso de la mano que sigo teniendoapoyada sobre la mesa.

Miro hacia el hueco vacío que él lleva vigilando media hora y le hablo ala nada.

—Eustaquio, ¿eres tú? —He dudado entre Eustaquio y Celedonio, perousar la segunda opción me ha parecido pasarme—. ¿Has vuelto paradecirme dónde lo escondiste?

—Me está… Me está gritando muy fuerte. Lo escucho en mi cabeza —suelta Alfonso, cerrando los ojos de repente. En serio, qué malo es.

—¿Qué te dice? —pregunto llenando de angustia mi voz.—Que sí, que quiere poder compartir contigo dónde está lo que

escondió.—Dímelo. ¡Dímelo, Eustaquio!—No está cómodo aquí. Hay mucha gente. No quiere quedarse. —El tío

sigue con los párpados apretados con fuerza, como si le doliese el proceso—. No puedo retenerlo, Alba. Se va. Se va. Se… Se ha ido.

No sé ni cómo me aguanto la risa.—¡No! ¡Eustaquio, vuelve!A lo mejor me he pasado con el grito, porque se nos ha quedado

mirando medio bar.—Lo siento, Alba, se ha marchado. De verdad que lamento no haberlo

convencido para que se quedase, se notaba que era alguien importante parati, podía sentir vuestro vínculo. Pero podemos quedar mañana en tu casa.Puedo intentar una nueva conexión. Yo llevaría todo el material necesario,tú solo tendrías que darme algún objeto personal de Eustaquio para lograruna mejor unión y doscientos euros.

Coño, pues sí que sale rentable el Tinder si sabes usarlo, sí.Finjo pensármelo durante unos instantes. Alfonso se mantiene en

silencio frente a mí, más serio que un soldado de la Guardia Real Inglesa.—Si acepto, ¿estás seguro de que podrías sonsacarle dónde lo escondió?

—Sí, aunque tendrías que decirme el qué.Miro hacia los lados varias veces a toda velocidad, fingiendo

cerciorarme de que nadie nos escucha. Después de asegurarme de que tengosu interés, me inclino hacia él y susurro lo más bajito que puedo:

—Esto es igual que una confesión con un cura, ¿no? ¿Todo lo que tecuente quedará entre nosotros?

—Sí, por supuesto—. Me observa con tanto interés que me crezco.—Verás, hace algunos años, Eustaquio y yo cometimos un atraco.—¡¿Robasteis en un banco?!—No. Entramos en la casa de una señora muy rica de nuestro pueblo

que vivía sola. Se suponía que la mujer estaba en el cumpleaños del gato deuna amiga suya esa tarde, así que entramos y empezamos a buscar joyas ydinero por todas las habitaciones. Se nos olvidó llevar algo donde guardarlo que robáramos, porque era la primera vez que delinquíamos, así quetuvimos que coger las fundas de las almohadas de la cama de la mujer.Habíamos llenado ya dos de ellas hasta los topes cuando escuchamos lapuerta principal abrirse. Bajamos las escaleras a toda velocidad con laintención de escapar sin que nos viese las caras gracias al susto, pero resultóque la señora había empezado a ascender por los mismos escalones quenosotros estábamos bajando.

—¡Oh, Dios mío! —Alfonso parece realmente encandilado con lahistoria.

—Nos encontramos a mitad de camino. No nos habíamos cubierto losrostros porque no creímos que fuesen a pillarnos. Si nos marchábamos deallí sin más, la mujer podría reconocernos sin problema en cualquier ruedade reconocimiento.

No sé ni si en España se hacen ruedas de reconocimiento. Alfonso hadebido de ver tanta tele como yo, porque no pone cara de extrañarse por loque le cuento en ningún momento.

—¿Qué hicisteis?—La empujamos.—¡No!—Sí, no nos quedó otro remedio. Todavía hay noches en las que

escucho el ruido del cuello de la pobre Edelmira al romperse. Se quedó allí,a los pies de la escalinata, con una postura rarita y la lengua fuera como sifuese un perro pachón.

—¿Y salisteis huyendo sin que os vieran?He de decir que este hombre se ha escandalizado muy poco para acabar

de contarle que me cargué a una señora así por la cara.—No. No podíamos dejarla allí. La metimos en el maletero del coche

que habíamos aparcado en la parte de atrás del jardín y Eustaquio me pidióque me marchase a nuestra casa y lo esperase allí. Es que Eustaquio era minovio.

Se lo aclaro porque no se había molestado ni en preguntar y podía sertanto mi pareja como el borracho del pueblo.

—Sí, había percibido que vuestro vínculo era del tipo románticomientras ha estado aquí.

—Ah, claro, claro.—¿Y tú te marchaste?—Sí. Me fui andando, tratando de aparentar calma, mientras él metió

todo el botín y el cuerpo en nuestro Seat Panda y se alejó a toda velocidad.Fue la última vez que lo vi. Al cabo de cuatro horas, cuando yo ya me subíapor las paredes de la preocupación, la Guardia Civil apareció en mi puerta.Estaba convencida de que venían a detenerme porque lo habían pillado,pero en lugar de eso me dijeron que habían encontrado el vehículo queconducía Eustaquio despeñado por una ladera cercana a la villa. Nadienunca mencionó nada sobre el cadáver de Edelmira ni sobre las fundas dealmohadas llenas de dinero y diamantes, así que supuse que Eustaquio logróesconderlo todo cerca de allí antes del accidente, aunque nunca supe dónde.Si tú me ayudases a hablar con él, al fin podría desvelar el misterio quelleva atormentándome siete años.

—¡Sí, por supuesto! Pero entenderás que el precio de mis servicios nopueda ser el habitual en este caso.

—Por supuesto, obvio.—Es decir, con la información que te dé, podrías convertirte en una

mujer muy rica, así que la conexión con Eustaquio debería ir acorde con elvalor de lo que te juegas.

—Sí, sí. Sin problema.—Estaríamos hablando de dos mil euros.Qué cabrón.Juro que estoy a punto de dictarle mi dirección real en vez de una falsa

solo para ver qué me contaría. ¿Me mandaría a un bosque cualquiera a

escarbar entre la tierra durante días sin más, a ver si tenía suerte? Si nisiquiera le he dicho el nombre del supuesto pueblo donde pasó todo.

A saber…No soy tan tonta como para darle datos verídicos sobre mí a este

chalado, pero con las ganas me quedo de presenciar la supuesta conexión.—Vaya, es bastante pasta, aunque si consigo dar con el botín merecería

la pena por completo.—Eso es, Alba. Así es como tienes que pensar.—Vale, de acuerdo. ¿Nos vemos mañana a las doce en Padre Barranco?

A la altura de la Repsol —me invento sobre la marcha.Alfonso se pone de pie enseguida, imagino que deseoso de marcharse de

aquí antes de que me arrepienta.—Perfecto. Hasta mañana, entonces.Y se va sin pagar nada. Todo genio y figura, el caballero.En fin, al menos me lo he pasado bien vacilándolo un rato.Liquido nuestra cuenta y salgo a la calle mirando la hora en el móvil,

aunque no llego muy lejos, porque un cuerpo me bloquea el paso en cuantopongo un pie en la acera. Me aparto hacia la derecha sin alzar el mentónpara esquivar al viandante, pero él se mueve hacia el mismo lado. Pruebo adesplazarme a la izquierda y él me sigue como si estuviésemos bailando enmitad de la calzada.

Chasqueo la lengua con disgusto y alzo la mirada para decirle aldesconocido que se eche a un lado de una vez, solo que resulta no serme tandesconocido como pensaba.

—¿Leo? ¿Qué haces aquí? ¿Y por qué te falta una ceja?

Leo Zoe se ha adueñado de mi salón.

He debido de parecerle el tío más deprimente sobre la faz de la Tierra,porque en cuanto ha dejado de hablar de despedidas de soltera y de tíos quebailan medio desnudos por dinero se ha empeñado en darme alcohol ycortarme el pelo.

Lo segundo creo que es una mala excusa para distraerme y pasar un ratomás en mi piso, para que no me quede solo, porque es bastante obvio que lanoticia de la cita de Alba no me ha sentado bien. Nada parece sentarme biendesde hace varios días, en realidad.

Zoe ha montado una especie de puesto de peluquería al lado del sofá,desde donde Mario sigue el proceso disimulando una sonrisa, lo quetampoco me extraña. Su chica no ha encontrado nada mejor que ponerme amodo de babero gigante que una sábana vieja con dibujos de la PatrullaCanina. No sé ni de dónde ha salido. Desde luego, mía no es.

Yo ni siquiera me he intentando resistir cuando mi amiga me ha sentadosin más y ha empezado a tirar de mis mechones. Tiene bastante arte con lastijeras, tengo que reconocérselo. A ella es a la única a la que le dejo que meretoque los rizos. Alba siempre dice que podría hacerlo mejor, pero le di laoportunidad de intentarlo una vez y me dejó con el aspecto de un niñomalito, así que le veté el acceso a mi cabeza. A cambio, solo le permito aella que me quite espinillas, algo que disfruta haciendo hasta un punto untanto preocupante. Pone una cara de sádica que da miedo, y suelta grititosemocionados al encontrar un punto negro más grande de lo normal antes delanzarse a extraerlo, haciéndome de paso un daño del demonio.

«Y si te duele tanto, ¿por qué dejas que te destroce la espalda?».Porque me gusta verla contenta.Hago mucho esto últimamente, lo de hacerme a mí mismo preguntas

relacionadas con Alba que me respondo también solo. Y todas acabancoincidiendo en algo: la única explicación a que no me hubiese dado cuenta

de la cantidad de cosas de mi día a día que están condicionadas a que mimejor amiga sonría es que soy idiota.

—Vale, ya estamos terminando —me anuncia Zoe después de un buenrato jugando a hacerse la peluquera—. Te voy a rapar un poquito más lazona de la nuca y listo, que sé que a Alba le gusta pasarte las manos por ahísi lo llevas muy cortito.

—Zoe…—¿Qué? Solo te pongo guapo para cuando hagáis las paces.—No estamos peleados.—Pues cualquiera lo diría.—Sabes que no es tan sencillo como eso.—Yo lo único que sé de verdad es que sois un par de bobos.Me quedo en silencio un momento. Quiero preguntarle, pero no me

apetece sonar igual que un niño pequeño e inseguro.—¿Tú crees… tú crees que si se lo digo…?—¿Si le dices el qué?—Ya lo sabes.—No, Leo, no lo sé, porque no hacéis más que dar cosas por sentadas

los dos y ninguno habláis claro. Pretendéis que el otro os entienda por artede magia, y te voy a decir algo que a mí me costó mucho aprender: nopuedes esperar que alguien, por mucho que te conozca, sepa qué hacer,cómo te sientes o cómo actuar contigo siempre si tú no eres sincero. Laspersonas no somos adivinos. Los humanos nos equivocamos. La gente dademasiadas cosas por sentado. Si Alba te importa, díselo.

—Sabes de sobra que me importa. Es mi mejor amiga.—Y tú sabes de sobra que no hablo de eso. Deja de repetírmelo.Se gira sin darme lugar a réplica. La sigo con la mirada, perdido en sus

palabras.Tiene razón, sé que la tiene.«Hazlo».Pero es que me da miedo estropearlo todo.«Pues entonces, hazlo con miedo».—Preciosa, no.La advertencia de Mario es casi un susurro, aunque la escucho sin

problema, lo que consigue que vuelva a centrar mi atención en su novia.Llego a ver casi de refilón como coge con disimulo una segunda maquinilla

eléctrica de su bolso. Ha ido a su casa hace un rato a por todos los utensilioscapilares que ha usado conmigo, así que supongo que se ha traído esterepuesto pensando ya desde el principio en llegar hasta aquí.

Zoe sigue un tanto obsesionada con las bromas desde que Mario y ellalas convirtieron, hace un año, en su forma de interactuar mientrasestuvieron enfadados por una estúpida confusión que no hablaron a tiempo.En su día recuerdo pensar que eran un par de imbéciles por no sentarse aaclarar las cosas sin más. Ahora me trago mis palabras con doble de ironía.

Dar consejos y cumplirlos son dos cosas muy diferentes.El caso es que ya veo por dónde va. Me habló de esta jugarreta en el

momento de máximo esplendor de sus putadas contra Mario porque yo losayudaba a ambos a materializar algunas.

Bah, puedo seguirle la corriente. No me viene mal alargar la compañíade estos dos un rato más para dejar de pensar en Alba.

—Gira un poco la cabeza, Leo, que voy a empezar rebajándote el ladoderecho —me pide Zoe con voz inocente.

Cierro los ojos para facilitarle el éxito de la broma y la obedezco sincuestionar nada, ni siquiera por qué lleva una mano oculta a la espaldamientras me enseña, sujeta en la otra, una afeitadora que sé que no tieneintención de conectar antes de acercarla a mi cara. Escucho un zumbido ysonrío de medio lado pensando en lo feliz que estará Zoe pensando que meha engañado y que no sé que el aparato que de verdad ha conectado es elque no está al alcance mi vista.

Sin mediar palabra, me pasa las cuchillas de la maquinilla apagada porla ceja en un movimiento rápido sin apagar la que tiene escondida.

Intento ponerme serio y seguirle el juego, escandalizarme y todo eso,pero solo me sale reír.

—Venga, Zoe, se te olvida que fui yo quien logró que desistieses en laidea de hacerle esta broma a Mario la primavera pasada. Déjate de bobadasy termina de arreglarme el pelo, anda, que os invito a cenar por habermeaguantado de morros toda la tarde.

Todavía no he abierto los ojos, dejando que mi amiga disfrute delmomento un poco más. Cuento hasta diez antes de obligarme a separar lospárpados ante el silencio sepulcral que reina en mi salón.

La sonrisa se me amplía todavía más al ver la cara desencajada de Zoe.Sí que es buena actriz, la tía. Aunque Mario no tanto, y tiene el mismo

gesto de horror que su novia.Ay, madre…—Zoe, no me jodas.—Lo… Lo siento. Joder, lo siento, Leo. Lo siento, lo siento, lo siento.Está a punto de echarse a llorar. Me levanto de un salto de la silla y

corro hacia el baño mientras escucho de fondo las disculpas en cascada queme grita Zoe, que se ha quedado clavada en el sitio.

Me planto frente al espejo con una vena latiéndome ya en la frente,porque empiezo a temerme la imagen que me va a devolver mi reflejo.

No. Me. Jodas.Me falta la ceja derecha.¡Me falta la puta ceja derecha!—¡¡Zoe!! —Me sobran cuatro zancadas rápidas para volver a colocarme

frente a ella, y lo único que hace que no la tire por la ventana es que parecegenuinamente arrepentida.

—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento. Me he equivocado demaquinilla, pensé que te pasaba por la cara la que estaba apagada.

—¡No jodas! —replico con sarcasmo y mucho cabreo.El graznido que emite Mario intentando contener la risa no ayuda a que

mis ansias homicidas disminuyan.—Tío, no me hagas zurrarte —lo advierto. Él solo aprieta mucho los

labios e intenta contener las carcajadas mientras levanta las manos paramostrarme las palmas a modo de señal de rendición.

—Oye, es solo una ceja. Seguro que crece en nada —consigue decir.—En Google pone que en un mes y medio deberías de tenerla como

siempre —aporta Zoe, que ha empezado a deslizar el dedo por la pantallade su móvil a toda velocidad, tratando de aportar algo que me calme.

—¿¿Mes y medio?! ¡¿Voy a estar mes y medio con esta pinta?! ¡Yo temato, Zoe Martínez!

—Eh, cálmate —sale Mario en su defensa, bastante más serio que antes.Resoplo con frustración e intento respirar hondo. No quiero enfadarme

con Zoe por esto. Es una chorrada y ella mi amiga, solo que…—¿Cómo narices voy a convencer a Alba de que vuelva conmigo con

este aspecto?Sueno inseguro y vulnerable. Y lo odio.

—¿Es eso? ¿Por eso se te estaba yendo así la pinza? —Detecto laincredulidad en el tono de Zoe.

El arrepentimiento ha dado paso a la ternura en su voz. Y la odio y laquiero por saberme leer tan deprisa.

—Puede… —admito.—Leo, eres imbécil.—Eso, tú encima insúltame.—Claro que te insulto, porque si crees que a Alba le molas por tener dos

cejas eres gilipollas. A Alba le gustarías hasta si tuvieses tres pezones y unsolo huevo.

—Eso es lo que tú crees.—Y lo que tú te niegas a averiguar —me recrimina.Tiene razón. Joder, tiene razón. No hago más que quejarme, lamentarme

y jurar que voy a aclarar las cosas, pero lo único a lo que me dedico deverdad es a llorar por las esquinas por haber perdido a la chica que quierosin luchar ni un poquito por ella.

A la mierda.Se acabó el retrasar las cosas. Se terminó el paralizarme por si todo no

termina exactamente como yo desearía.Alba merece el riesgo. Alba lo merece todo.—Zoe, ¿tú sabes dónde había quedado con el tipo ese de la cita de hoy?Solo espero que la sonrisa de Alba cuando le diga lo que siento se

parezca un mínimo a la que su amiga luce ahora mismo en la cara.

Alba —¿Qué haces tú aquí? —Estoy casi convencida de que he sonado hastaborde al preguntarle esto a Leo, pero es que me ha cogido muy a contrapié—. ¿Y qué le ha pasado a tu cara? ¿Por qué te falta una ceja?

—Porque Zoe es idiota.A lo mejor debería ahondar un poco en esta premisa, solo que me

interesa bastante más que me responda a la primera pregunta que le hehecho.

—Vale, eso no te lo voy a discutir, aunque es probable que te pida que teexplayes luego. ¿Qué haces aquí? —le repito mientras me alejo de la puertadel bar del que salía cuando me he topado con él. No quiero estorbar el pasoa nuevos clientes.

—¿Dónde está tu cita? —contraataca él.Estoy tentada de mentirle. Podría inventarme otra historia, esta noche

parece que estoy inspirada. Sí, una en la que Alfonso fuese un tío increíbleque se ha adelantado para ir a por el coche y recogerme en la misma entradadel lugar en el que habíamos quedado para que no me canse de más antes deir a su casa para desnudarnos y hacer el amor lenta y apasionadamente.

Seguro que eso molestaba a Leo.Solo que yo no quiero molestarlo. Ni mentirle. Ni jugar.Quiero que él me quiera.Nada más.—Ha sido otro fiasco de Tinder, así que me he deshecho de él después

de vacilarlo un rato. —Estoy a punto de decirle que no debería sonreír asípor esto. No debería hacerle esto a mi pobre corazón, porque que se muestretan satisfecho a mí me da esperanzas, y no sé si puedo permitírmelas—. Nopongas esa cara.

—¿Qué cara?—Esa de satisfacción absoluta, que te queda muy rara sin una ceja. Da

mal rollo.

—Puñetera Zoe… —Ahora es a mí a la que se le curvan los labios haciaarriba al comprobar lo rápido que lo puedo hacer cambiar de humor.

—Leo, en serio. ¿Por qué has venido? Creí que ayer…—Ayer no estuve con nadie, Alba.La ilusión levanta la cabeza, como un león al acecho, dispuesto a saltar

en cuanto le den la ocasión.—¿No? —se me escapa en un hilillo de voz.—No.—¿Por qué no?—Porque no quería estar con nadie que no fueses tú.Lo suelta como si nada. O quizá como si todo. Y un batallón de

mariposas, águilas, patos y gorriones alza el vuelo en mi estómago.—Nosotros no…—¿No qué, Alba?Estamos en mitad de la calle, rodeados de gente, pero yo solo lo veo a

él. A él y sus ojos, que no dejan de buscar los míos, hablando sin palabras,igual que tantas veces lo hemos hecho a lo largo de estos años.

¿Puede ser?¿De verdad puede ser que Leo sienta lo mismo que yo?Llevo tanto tiempo rezando para que eso fuese una posibilidad que no

estoy segura ni de cómo reaccionar.—No lo sé. Hay muchas cosas que no sé, Leo.—Yo también. Y todas esas cosas que desconozco y que no puedo

predecir asustan un montón, pero hay algo de lo que sí que estoy seguro.—¿Y de qué es? —me atrevo a seguirlo.—De que follar contigo era la hostia.No puedo evitar la cara de decepción.Yo estoy pensando en que Leo es mi hogar y él solo puede elevarme a la

categoría de dormitorio.—Leo, no basta con… A mí no me basta con eso. Sé que fui yo la que

quiso salir con otros, aunque fue solo porque tú nunca parecías verme deverdad —me lanzo—. Leo, me gustas desde hace muchísimo y ya no sécómo disimularlo. No pasa nada si tú no te sientes igual, de verd…

Estoy dispuesta a no parar. He empezado a hablar sin saber siquiera loque iba a decirle, pero ahora que al fin he abierto la presa quiero dejar queel agua lo inunde todo y que pase lo que tenga que pasar, porque estoy harta

de sentir que pierdo a mi mejor amigo haga lo que haga. Solo que Leo nome lo permite.

—Aguarda, aguarda. ¿Yo a ti te gusto? ¿Querrías que lo intentásemos?Me refiero a intentarlo en serio.

—¿Estás de coña? Leo, estoy loca por ti desde hace años, aunque si loque tú quieres es que sigamos acostándonos sin compromiso como hastaahora, no creo que sea capaz de…

—Espera, no me has dejado acabar. O yo no me estoy expresando bien.—Se pasa la mano varias veces seguidas por el pelo, desviando la vista alos lados. Espera… ¿Está nervioso? Sí, creo que es eso. Leo está nervioso—. Lo que te estoy diciendo es que follar contigo era la hostia, Alba,porque cada vez que me hundía en ti me sentía en casa. Y puede que tú yasupieses lo que quería decir eso porque lo hubieses vivido, pero yo no. A mínadie me había gustado nunca de esa manera, así que no lo entendí. Nocomprendí por qué cuando nos acostábamos sentía que todo era mejor de loque había experimentado hasta ahora. Joder, Alba, que la primera vez quefollamos fue un polvo vainilla de manual y lo he reproducido tantas vecesen mi cabeza que te tendría que pagar derechos de autor por la película queme he montado con él.

Se me escapa la risa sin querer. No quiero darle coba, porque si le ríotodas las gracias no vamos a hablar en serio jamás, pero no puedo evitarlo.Quizá tampoco quiera, porque reírme con Leo es de las cosas más bonitasque tienen mis días.

Las manos me tiemblan un poco cuando él me las sostiene.Mi barbilla se inclina hacia abajo, tímida de repente ante la intensidad

con la que me mira.Al colocarme la palma contra su pecho, siento su corazón latir muy

deprisa, casi tanto como el mío.Y sus siguientes palabras me hacen crecer unas alas pintadas con

esperanza en mitad de la espalda.—Mira, sé que soy un bestia, que la mitad del tiempo llego tarde a las

cosas y que tienes que tener mucha paciencia y mucha manga anchaconmigo, pero también sé que nosotros no fuimos solo dos personas quejodían sin control.

—¿Y qué éramos? —murmuro con la vista todavía perdida en el suelo.

—Supongo que éramos Alba y Leo aprendiendo a decirnos «te quiero»sin palabras.

Esta vez hay colibríes aleteando en mi tripa. Y abejas zumbando,albatros planeando y hasta pterodáctilos haciendo piruetas. Miles dehormigas corriéndome por la garganta, que empieza a picarme por contenerunas ganas muy tontas de llorar. Una manada entera de lobos hambrientospidiéndome paso para devorar al hombre que tengo enfrente. Hay un mundoentero despertando dentro de mi pecho. Y es suyo. Es todo suyo.

—Dilo —le pido buscando al fin sus ojos.Una sonrisa casi tan canalla como tierna se le extiende despacio por la

boca.Es tan guapo. Tan perfecto para mí…—Te quiero, Alba.La respuesta me quema en la lengua. Quiero dársela, porque esas dos

palabras siempre le pertenecerán a él a partir de ahora, pero necesito todavíamás hacer otra cosa antes.

Lanzo los brazos alrededor de su cuello y me pongo de puntillas. Lasmanos de Leo se posan en mi cintura al instante, buscando acercarme más aél. En cuanto sus labios se abren a los míos una sensación de paz me invadepor completo.

Al fin.Aquí es, justo aquí, perdida en su abrazo.Hogar.Esto es hogar.

Epílogo

Cuatro años después

Leo No soy vegetariano ni nunca lo voy a ser. La integridad moral es algo que lecedo en exclusiva a mi chica si hay un chuletón de por medio, pero nuncapensé que querría practicar la caza activa de animales, aunque juro queestoy a cinco minutos más de tortura de encargar un arpón en Amazon ylanzarme en un barco a buscar tiburones en los que clavarlo.

—Baby shark, doo, doo, doo, doo, doo, doo. Baby shark, doo, doo, doo,doo, doo, doo. Baby shark, doo, doo, doo, doo, doo, doo. Baby shark.

No sé cómo Alba es capaz de seguir con la mommy, el daddy, lagrandma y su puñetera familia al completo como si nada por décima vezconsecutiva. Si yo tengo que escuchar la canción de nuevo, me planteoreventarme un tímpano adrede.

—Nena, ¿no es su hora del baño?Alba consulta el reloj de su móvil antes de levantar la vista hacia mí.Tiene las ojeras un poco más marcadas de lo normal. Hoy no hemos

podido echarnos la siesta y está agotada. No ha tenido ni un día libre entoda la semana porque sus jefes han sido contacto estrecho con un positivopor coronavirus y han preferido quedarse en casa hasta el lunes por si acaso.

Aun así, la veo tan guapa, con su camiseta vieja desbocada y su moño amedio hacer, que una sonrisa se me escapa sin querer.

—Sí, yo creo que sí. ¿Te encargas tú y mientras miro yo qué le calientopara cenar?

—Y, ¿por qué no, mejor, apagas YouTube, yo preparo una bañera paralos tres y después tú te quedas dentro del agua un ratito más cuandonosotros dos nos salgamos?

Pone tal cara de deseo que mi sonrisa se transforma en una risapequeñita.

Pobre, debe de estar agotada.—Eso suena a gloria.Me acerco a ella y la beso despacio durante un rato más corto del que

me gustaría. Unos bracitos que me empujan me hacen separarme de ellacasi a la fuerza.

—Tito, no. Tita mía.Mateo repite su mantra predilecto encantado con que su persona favorita

del mundo le ría la gracia. Este crío está claramente enamorado de su tíaAlba; casi tanto como ella lo está de él.

Me aparto a regañadientes de Alba, que se balancea de adelante a atráscon Mateo todavía sentado en su regazo, dándole besos en ese pelo suyo tannegro, igual al de sus padres.

—No, macho. La tita es de los dos, ya lo hemos hablado.—¡Tita mía! —repite el enano. Es igual de cabezota que su madre. Zoe

me riñe cada vez que lo digo, pero es que no puede ser más verdad.—¡Que no es así, Mateo! —le peleo.—Cariño, ya —me advierte Alba.—Si es él el que insiste —me quejo.—Porque tiene dos años. ¿Cuál es tu excusa?Sé que no es una pregunta de las que se hacen para que las respondas de

verdad, así que lo dejo estar, porque lo cierto es que la única razón por laque le replico a mi ahijado cuando se pone en este plan es que me gustahacerlo rabiar. Lo malo es que a veces no sé parar a tiempo y acabamosmedio enfadados los dos. Por eso Zoe y Mario suelen asegurarse de queAlba estará cerca si nos piden que cuidemos de él alguna que otra tarde.Ella suele ser la que pone cordura.

Hoy llevamos con él desde las nueve de la mañana, y juro que lo adoro,pero estoy deseando sacarlo del baño, que cene deprisa y que se duerma a laprimera con el cuento ese de la oruga que se come su peso en tarta ypiruletas antes de convertirse en mariposa.

Sus padres se han marchado a Madrid para acudir al bautizo de laprimera hija de Rebe y no querían llevarse al enano, porque la sexta ola decovid que se está dando en nuestro país en estos meses parece afectar

mucho más a los niños de lo que lo había hecho hasta ahora, así que hanpreferido ser cautos.

Y Alba y yo felices, porque nos quejamos mucho cada vez que pasamosmás de doce horas seguidas con Mateo y nos acordamos de por quéseguimos manteniendo que no nos va lo de ser padres a jornada completa,pero queremos a este renacuajo con toda nuestra alma.

Ya ves si lo querremos que acaban siendo siete las veces que tengo quecontarle el cuento de la oruga glotona y, aun así, estoy sonriendo cuando elenano se queda dormido abrazado a mí casi una hora después de que metumbe con él en su diminuto colchón, colocado a ras del suelo.

Salgo de su cuarto, que no es otro que el que unos años atrás ocupó supadre y después Alba, y entorno la puerta lo bastante como para que no lemoleste el ruido del salón.

—¿Se ha dormido? —me pregunta enseguida una Alba mucho másdescansada que hace un rato. El baño le ha sentado bien.

—Sí. Escribe a Zoe para avisarla de que no anden ya con prisas porvolver. Dile que no hay problema con que Mateo pase aquí la noche. —Afin de cuentas, para eso le montamos su propia habitación en nuestra casa—. ¿Te importa si pedimos en un rato algo de cena a domicilio? No meapetece nada que nos encerremos ahora en la cocina, aunque me muero dehambre.

Mientras lanzo la pregunta, me pierdo en la estancia que acabo demencionar para alcanzar la bolsa de pienso de Duque, que abandona suhueco a los pies de mi chica en cuanto escucha el ruido que hacen las bolascon sabor a carne al caer en su cuenco. Él también parece quedarse mástranquilo de lo normal las noches que Mateo pasa aquí, claro que tampocoes de extrañar teniendo en cuanta el tute que mi sobrino le da a mi mascota.Les encanta enredar juntos.

Estoy centrado en rellenar también la escudilla del agua de mi perro, asíque no oigo a Alba acercarse por mi espalda. Un escalofrío de placer merecorre toda la columna vertebral al sentir sus manos colarse, desde atrás,por dentro de mi pantalón de chándal.

—Yo también estoy muerta de hambre —me murmura al oído en untono que es morbo puro.

Exhalo un jadeo y cierro los ojos a la vez que echo la cabeza hacia atrásen cuanto alcanza mi polla y la mueve un par de veces arriba y abajo,

consiguiendo que se ponga dura a una velocidad que podría darme hastavergüenza si no fuese Alba quien juega con ella.

Jesús… ¿Algún día dejará de reaccionar así mi cuerpo frente a ella? Laverdad, lo dudo muchísimo.

La siento acelerar el ritmo de sus movimientos y a mí la respiración seme agita en el pecho. Cuando me muerde un hombro por encima de lacamiseta, un brazo se me echa solo hacia atrás en busca de su trasero.Necesito tocarla. Joder, necesito mucho tocarla.

—Nena, a la habitación.—No. Aquí.Tiro el agua que tengo entre las manos al fregadero y me giro para

lanzarme a por sus labios como el demente en el que me convierto cada vezque Alba saca su lado dominante a relucir.

La arrastro conmigo hasta la puerta y la cierro aprovechando que Duqueestá ocupado con su comida en el salón. No pienso mentir: no tenía unanecesidad real de llegar a nuestro cuarto, solo pretendía no estar en elmismo lugar que mi perro en el momento en el que Alba y yo empezásemosa follarnos a lo bestia. Paso de repetir la experiencia de hace cuatro años yterminar con un brazo menos solo porque nuestro terranova no entienda quelos gritos que suelta Alba cuando nos ponemos en este plan no son malosprecisamente.

Todavía perdido en su boca, la apoyo contra la primera pared queencuentro y me pongo en cuclillas frente a ella, arrastrando sus bragas en elproceso. En el mismo instante en el que se las saco por un tobillo, le colocola corva encima de mi hombro y me lanzo a devorarla.

Escuchar su gemido es como gasolina viajando por mis venas.Le succiono el clítoris con cuidado y la obedezco sin dudar en cuanto

me ordena acompañar mi lengua con un par de mis dedos.—Más —me pide un poco ida.Le empujo la cadera hacia atrás con la mano que tengo libre y la dejo

posada sobre la parte baja de su vientre. Creo que Alba ya se imagina lo quepretendo, porque no se queja en absoluto al sentir que retiro mi cara de susexo.

Curvo los dedos dentro de ella y aumento la velocidad y la fuerza con laque la masturbo, buscando ese punto que sé que logrará que el suelo acabeempapado y ella con las piernas flojas.

—Dios —murmura con los párpados apretados y los dientes hincándoseen sus labios.

—¿Te vas a correr, nena? ¿Te vas a correr para mí?—Sí, joder, sí.—Dámelo, Alba.Tensa los muslos, lanzando un primer aviso de lo a punto que está. Yo

noto mis propios pantalones mojados de líquido preseminal y casi se meescapa una sonrisa al darme cuenta de lo que me excita darle placer a estamujer.

—Leo…No añade nada más, solo deja ir mi nombre entre jadeos y yo acelero sin

más, como si me hubiese dado una orden muda que me muero por cumplir.Está cerca. Está tan cerca que casi puedo sentir ya su orgasmo

empapándome los dedos.Y entonces otro sonido se impone por encima de los gemidos de Alba,

el único que podría hacer que los dos parásemos en el acto, igual que si nosacabasen de tirar un jarro de agua fría por encima.

—Está llorando. —Suelto semejante obviedad al mismo tiempo que mepongo de pie, apoyando con delicadeza y rapidez la pierna de Alba en elsuelo para salir disparado hacia la habitación de Mateo, donde encuentro aDuque con medio cuerpo ya dentro.

Debo de estar nervioso porque se me ha olvidado conectar el vigilabebésy no sé si el niño lleva llamándonos un rato sin que nosotros no lo hayamosescuchado; es la única explicación que le encuentro a que, en vez deintentar dormirlo de nuevo meciéndolo un poco en su propia cama, lo cojaen brazos para salir con él al cuarto de estar.

Una Alba con las mejillas aún encendidas y sin bragas se cruza conmigopor el pasillo.

Me doy cuenta de que yo miro el vértice de sus piernas con la mismaguasa que ella mira la media erección que todavía se me marca dentro delos pantalones.

Rompemos a reír justo a la vez.—Dame un segundo para ir al servicio y ahora intento dormirlo yo de

nuevo —me pide.No tarda ni dos minutos en volver a mi lado, sentarse en el sofá que ya

he ocupado y robarme a Mateo para tumbarlo contra su pecho igual que

hacía cuando era bastante más pequeño. Lo arrulla con una delicadeza quesolo guarda para él y le canta bajito los Cuarteles de invierno de VetustaMorla, porque sabe que lo tranquiliza casi al instante desde que tenía apenastres meses.

Soy consciente de que la miro embobado, pero es que a ratos todavía mecuesta creerme mi suerte por que esté conmigo. Y también que casi la perdíantes de llegar a tenerla por ser tan idiota como para dejar que los miedostomasen el mando.

Dios… Menos mal que lo arreglamos, menos mal que nos tenemos.Alba es lo mejor que le ha pasado a mi mundo. Lo mejor que sé que lepasará jamás.

—¿Qué? —me pregunta ella de repente, sin apartar la mirada de lacarita de Mateo. Ha cerrado los ojos otra vez hace ya un rato, aunque Albaha preferido repetir la canción completa una vez más por si acaso antes desusurrarme esas tres letras entre interrogaciones.

—Nada.Realmente debo de tener una cara de bobo digna de grabar, porque a

Alba hasta le da la risa cuando al fin levanta la vista hasta mí.—¿Qué? —insiste con una curva preciosa tirándole de los labios.Se lo suelto, a las bravas, sin hacerme de rogar. Con ella me juré que

nunca más me callaría algo que quisiera decirle.—Que me muero por que cumplamos noventa años y podamos

sentarnos aquí mismo, así, como ahora, en este sofá, para cogerte la mano ydecirte que tenía razón al pensar que ibas a ser el amor de mi vida.

Y lo va a ser. Lo sé, hay algo que me lo grita desde el pecho.Que es ella.Que siempre será ella.Porque cuando tienes la suerte de enamorarte de tu mejor amiga, todas

las dudas desaparecen.

Agradecimientos Cuando he empezado a escribir los agradecimientos de esta historia, lasprimeras personas que me han venido a la mente han sido todas aquellasque alguna vez me han hecho reír con un libro.

Me siento cómoda escribiendo drama. Es así. Me gusta recrearme ensentimientos humanos y en temas delicados que intento tratar con mimo,pero pocas veces me había sentado frente a un ordenador con la intencióninicial de lograr que alguien que me lee suelte una carcajada. Y os diré algo:es muy complicado.

Así que, gracias. Gracias a todos los escritores y escritoras que decidenque los libros también pueden ser puro entretenimiento y vías de escape auna realidad que en ocasiones se torna demasiado pesada o intensa.

Gracias, por supuesto, a quienes estáis detrás de estas páginas. Esperohaberos sacado, aunque sea, unas cuantas sonrisas.

Gracias también a mis chicas de siempre. Que después de betear a Zoe ya Mario quisieseis saber qué pasó con Alba y Leo me hizo confiar en que nocometía un error al darles voz a ellos, aun cuando en un principio no iban atenerla.

Y gracias a Miguel, que se encarga de que cada uno de mis días estélleno de risas compartidas. Como diría Víctor, el amor contigo solo duele enla boca, de tanto que me besas y me haces reír.

Sobre mí Me llamo Elsa García y soy una vallisoletana que se enamoró de los libroscuando descubrió, en la casa del pueblo de su abuela, un montón de novelasviejas y bastante usadas de Los Cinco, de Enid Blyton.

Devoré durante años todo lo que caía en mis manos y en 2018 me atrevía ponerle voz a la primera historia que quise contar. Desde entonces ya nohe podido parar.

Soy licenciada en Periodismo por la Universidad de Valladolid y meapasionan las letras en general, y la romántica y los thrillers policiacos enparticular.

Soy una fan confesa de Marvel y de Friends. No sé vivir sin café y pocascosas me dejan tan ensimismada como el sol de invierno, un cielo lleno denubes o un mar en calma.

Soy despistada, algo compulsiva, optimista por naturaleza y siempreconsidero que cualquiera es una buena hora para cantar, bailar o escucharmúsica.

Si te apetece saber un poco más sobre mí y seguir mis siguienteshistorias, puedes buscarme en las redes sociales. Me encontrarás comoelsa.garci en Twitter e Instagram, y como Elsa Garcia Garcia en Facebook.

Y si te gusta este libro y quieres dejar un comentario en Amazon oGoodReads para apoyar un poco mi trabajo y que otros lectores puedandescubrirlo, te lo agradeceré un montón.

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