Enseñanza, crítica y difusión impresa en Iberoamérica en el S.XIX

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IX. Enseñanza, crítica y difusión impresa Clara Meierovich Como se menciona en las páginas precedentes, el gran eje y núcleo generador –y regulador- de la actividad musical pre-independentista de las Américas fue indudablemente la Iglesia Católica, cuya presencia se centró de manera predominante en los espacios arquitectónicos de las catedrales. La fundación de iglesias, conventos y catedrales favoreció la apertura de escuelas o centros de enseñanza de canto e instrumentos para el servicio religioso. Los conocimientos musicales impartidos se desglosaban en especialidades como la composición, notación, ejecución instrumental, construcción de instrumentos y laudería. La actividad de la enseñanza se encaminaba también, a la elaboración de manuscritos musicales que copiaban los principales libros de coro. Los espacios de culto fueron, en suma, adecuados centros de práctica y teoría de la música. Destacados músicos ejercieron cargos de maestros de capilla en varias catedrales e iglesias del virreinato. A comienzos del siglo XVIII Antonio Durán, por ejemplo, ocupó el puesto en la Iglesia Matriz de Potosí, en Bolivia; Cayetano Carreño (1788-1836) en la Catedral de Caracas; Manuel de Zumaya (ca.1680-1755) en la Catedral de la ciudad de México y José de Orejón y Aparicio (1706-65) en la Catedral de Lima. Sólo son citados unos pocos nombres, dado que el tema tratado en este capítulo no se centra en ello, pero suficientes para 1

Transcript of Enseñanza, crítica y difusión impresa en Iberoamérica en el S.XIX

IX. Enseñanza, crítica y difusión impresa

Clara Meierovich

Como se menciona en las páginas precedentes, el gran

eje y núcleo generador –y regulador- de la actividad musical

pre-independentista de las Américas fue indudablemente la

Iglesia Católica, cuya presencia se centró de manera

predominante en los espacios arquitectónicos de las

catedrales. La fundación de iglesias, conventos y catedrales

favoreció la apertura de escuelas o centros de enseñanza de

canto e instrumentos para el servicio religioso. Los

conocimientos musicales impartidos se desglosaban en

especialidades como la composición, notación, ejecución

instrumental, construcción de instrumentos y laudería. La

actividad de la enseñanza se encaminaba también, a la

elaboración de manuscritos musicales que copiaban los

principales libros de coro. Los espacios de culto fueron, en

suma, adecuados centros de práctica y teoría de la música.

Destacados músicos ejercieron cargos de maestros de

capilla en varias catedrales e iglesias del virreinato. A

comienzos del siglo XVIII Antonio Durán, por ejemplo, ocupó el

puesto en la Iglesia Matriz de Potosí, en Bolivia; Cayetano

Carreño (1788-1836) en la Catedral de Caracas; Manuel de

Zumaya (ca.1680-1755) en la Catedral de la ciudad de México y

José de Orejón y Aparicio (1706-65) en la Catedral de Lima.

Sólo son citados unos pocos nombres, dado que el tema tratado

en este capítulo no se centra en ello, pero suficientes para

1

atribuirles la condición de iniciadores del proceso de

formalización escolástica.

Entre los requisitos que debían reunir quienes aspiraban

al cargo, se contaban los de poseer vastos y cimentados

conocimientos técnicos generales, pues estaban obligados a

demostrar su destreza en la composición, dirección de orquesta

y de coro, además de impartir la enseñanza de órgano y

contrapunto. Se comprometían a encargarse de hacer reparto de

las propinas que obtenía la capilla en los conciertos

extraordinarios que se organizaban dentro como fuera de la

catedral, los cuales eran debidamente autorizados por el

Cabildo eclesiástico.

A consecuencia de la responsabilidad y las excesivas

obligaciones a las que se encontraban sujetos los maestros de

capilla, muchas de sus tareas no se llevaban a cabo con la

dedicación y la adecuada disponibilidad de tiempo necesarias,

sobre todo, las relacionadas con la enseñanza de “los seises”

(niños a quienes se les atribuía dotes de “angelitos de

Dios”). La falta de cumplimiento en las obligaciones del

personal a cargo del maestro de capilla –entre ellos clérigos

y laicos- generaba una enorme cantidad de reprimendas que eran

aplicadas a cantores e instrumentistas por parte del Cabildo.

Con el paso del tiempo su presencia será relevada

paulatinamente por protagonistas aislados que se irán

integrando en instituciones privadas. Estas serán asimiladas

sucesivamente a las sociedades filarmónicas; entidades motoras

en la formación y lineamientos de la enseñanza, de las cuales

derivaron escuelas, academias y conservatorios para confluir

2

ya entrado el siglo XX en el academicismo de las aulas

universitarias.

En el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX,

aproximadamente, en España como en la mayoría de las naciones

de Hispanoamérica, las mujeres iniciaron su incursión

sistemática en el ámbito de la enseñanza musical. Esto comenzó

a originarse cuando la demanda creciente de profesores de

música debida al vigoroso ascenso y afianzamiento económico de

las clases media y acomodadas, e incluso de fortuna limitada,

aspiraban al virtual “refinamiento” de sus hijas a través del

cultivo de la música. Fue derivación de las ideas y prácticas

convenidas informalmente, que influenciaban el comportamiento

“ortodoxo” para cada grupo social. Las mujeres experimentaron

“conciliar la casa y la familia con los estudios musicales y,

en ocasiones, con la enseñanza remunerada del piano"1. Se ha

dicho que las academias, conservatorios y sociedades

filarmónicas estuvieron tradicionalmente a cargo de los

compositores e intérpretes; hombres muchos de ellos de

formación eclesiástica. Sin embargo, la enseñanza privada e

impartición de clases particulares comenzó a ser baluarte casi

exclusivo de las mujeres desplazando el desempeño masculino de

ello.

Por otra parte, resulta difícil referirse al inicio

“oficial” de la educación musical –en el sentido de una

representación nacional y gubernamental- en la América

española en el siglo XIX. El problema reside, básicamente, en

1 Labajo Valdés, Joaquina: “El controvertido significado de laeducación musical femenina”. En Música y mujeres. Género y poder. MarisaManchado Torres (compiladora). horas y HORAS la editorial, Madrid,1998, p.94.

3

las conjugaciones entre los tiempos de emancipación y

consecución política de propia potestad de las naciones, y la

muy compleja génesis y denominaciones de status académico de

los establecimientos encargados de la enseñanza. Entonces, la

connotación de “academia” oscilaba entre institución de

impartición educativa y “sociedad filarmónica”. La enseñanza

musical, con un carácter más riguroso y con una perspectiva

encaminada hacia la profesionalización, tuvo en nuestros

países características siempre similares: se debatió entre la

que ofrecían particulares, primeramente clérigos –fueron los

casos del agustino Tomás Mideros y Miño en Ecuador, y en la

Argentina y México con los prebísteros José Antonio Picasarri

y Agustín Caballero, respectivamente- y la ofrecida por

músicos laicos, para los cuales la enseñanza retribuida

económicamente significaba una vía de subsistencia.

Como un hito contradictorio, en muchas de las

naciones de las que nos ocuparemos insertas dentro del proceso

de la emancipación, e ideológicamente inmersas en su gran

mayoría dentro de los parámetros del pensamiento liberal y

burgués, el inicio de la enseñanza de la música fuera del

ámbito eclesiástico estuvo a cargo de los propios miembros de

la Iglesia. La independencia política de nuestros países puso

en evidencia el papel preponderante que los compositores

europeos desempeñaron durante los años postreros de la América

colonial española. Durante el siglo XIX era frecuente que las

naciones hispanoamericanas “importaran” música y abrieran sus

espacios de concierto y de ópera a los extranjeros, nutriendo

y acrecentando con ellos su vida musical. Este proceder

4

supuso, consecuentemente, una incongruencia obvia respecto al

intento de una búsqueda de identidad cultural y artística

propia. El proceso independentista propició durante varias

décadas la resistencia y la desidia de las autoridades

gobernantes a promover a sus propios compositores y artistas.

Tan injusta como absurda actitud respecto a los “nacionales”,

aunada a las inevitables oscilaciones políticas e ideológicas

asistidas, además, por las discrepancias económicas y

sociales, retardó en varios países el surgimiento y la

fundación de establecimientos de educación musical de calidad,

respecto a los modelos de referencia de las naciones europeas.

Hacia la oficialización en la enseñanza de la música

Por razones de diversa índole relacionadas con las

especificidades del desarrollo histórico de cada país, es

evidente la variabilidad temporal en el establecimiento de

instituciones oficiales de enseñanza musical en

Hispanoamérica. Sin pretender establecer un estricto orden

cronológico, deseamos advertir al lector que un acercamiento a

partir de las fechas fundacionales de la actividad académica

en algunas de las naciones, nos permitirá destacar

coincidencias y diferencias en el transcurso del texto.

En 1814 se abrió la primera Academia de Música en Cuba

y, asimismo, una de las pioneras del Continente. Según

establece Alejo Carpentier tuvo su asiento en la casa

propiedad de don Antonio Coelho: Que con el correspondiente permiso del Excelentísimo SeñorGobernador dirigirá D. Carlos Antonio de Acosta, quien ofrece a cuantos señores y señoritasgusten de emplearse, así en di-

5

cha academia, como en las casas particulares, comunicarlestodo lo que dependa de sus cono- cimientos, así en la música de canto, según el estilo italianomás moderno, como en la del vio- lín y fortepiano, siendo este último su instrumento favorito.2

A modo de contrastar ese inicio que parecía albergar

cierta inclinación hacia la enseñanza institucionalizada, o

por lo menos insinuar ciertos visos de oficialización -y

sirviéndonos nuevamente de la literatura hemerográfica

recuperada por Carpentier- hallamos un peculiar anuncio que,

para nuestra percepción actual exhibe un colorido aire de

naïveté. La nota aparece ese mismo año –de 1814- en las páginas

del Diario del Gobierno de la Habana, donde se ofrece enseñanza por

parte de una “señora inteligente a tocar por principios de

música el arpa de resorte; y espera dentro de pocos días seis

arpas que proporcionará con preferencia a sus discípulos, a

precios moderados”. 3

El escritor hace mención, por otra parte, de Laureano

Fuentes Matons personaje al cual nos referiremos también más

adelante, quien funda durante la década de 1840 -de acuerdo a

una noticia proporcionada del mismo modo en su libro- la

Academia de Música de Santa Cecilia, y poco después la efímera

Academia Apolo. A finales del XIX, el 1 de octubre de 1885, se

estableció en La Habana el Conservatorio de Música y

Declamación Hubert de Blanck (Conservatorio Nacional Hubert de

Blanck), considerado la primera institución privada en cuanto

a su alto nivel técnico de enseñanza profesional de la música,

que llevó desde entonces y hasta 1962 -año en que

2 En La Música en Cuba. Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p. 155.3 Carpentier, op. cit., p. 156.

6

desapareció-, el nombre del fundador. El pianista y compositor

De Blanck, originario de Holanda, nació en 1856. Llegó a La

Habana en 1882 proveniente de Nueva York, donde ocupaba un

cargo docente en el College of Music. A causa de sus

actividades conspirativas en contra del gobierno español,

relacionadas con la segunda guerra por la independencia de

Cuba (1895-98), fue deportado y asumió la dirección del

conservatorio Carlos A. Peyrellade. En 1898 a su regreso a la

isla, De Blanck inauguró la primera sala de conciertos anexa a

un centro de enseñanza que llevó el nombre de Sala Espadero,

en honor al compositor y pianista Nicolás Ruiz Espadero

(1832-90).

Un dato interesante es que la institución contó en sus

inicios con la publicación del periódico La Propaganda Musical.

Música y Teatros. Órgano Oficial del Conservatorio (1886), sin que en sus

páginas aparecieran partituras, encauzándose a difundir entre

sus alumnos métodos de pedagogía musical, e informar acerca de

las actividades del conservatorio. Su existencia fue

transitoria, ya que dejó de circular un año después para dar

paso en 1900 a la revista Cuba Musical (1900).

De Blanck se rodeó de los mejores profesores y empleó

los métodos más avanzados de enseñanza en su momento;

probablemente, los que él mismo conoció y ya se aplicaban en

los conservatorios de Estados Unidos de Norteamérica y en

Europa. Otras academias y conservatorios adoptaron sus métodos

y planes de estudio, vinculándose profesionalmente al

Conservatorio De Blanck. Entre ellas la Academia Mozart en

1898, al año siguiente la Beethoven en la ciudad de Matanzas

7

al noroeste del país, y al término del siglo el Instituto

Musical Cienfuegos. A la muerte de De Blanck en 1932, asumió

la dirección del conservatorio su esposa Pilar Martín, y en

1951 su hija Olga, quien introdujo radicales modificaciones y

actualizaciones en los planes de estudio.

El ingreso de la mujer cubana en el panorama de la

enseñanza musical formal puede fijarse en 1894 cuando la

pianista María Montalván (1856-1947), oriunda de Remedios, en

la provincia de Las Villas, inició junto a su esposo el

violonchelista Juan F. Valdés la Academia Valdés-Montalván.

Pionera de varias generaciones de mujeres formadoras de

músicos de valía tuvo entre sus alumnos al futuro compositor

Alejandro García Caturla. En la enseñanza, como en otras

actividades extra domésticas, la mujer comenzó un proceso de

“empoderamiento” –término acuñado por la teoría feminista para

referirse al cuestionamiento del poder y a la búsqueda de

control de las diferentes plazas- ello derivado de mayores

oportunidades en la formación académica y en el trabajo.

Dentro de esta jerarquía de mujeres tenaces y dotadas

de una educación que trascendía la media de sus congéneres, se

hallaba Catalina Berroa (1849-1911) “La Trinitaria”, apodo

acreditado por la composición de una obra en honor a Trinidad,

su lugar de origen, que “por su criollismo devino iniciadora

del movimiento de la canción en esa ciudad”4. Al igual que la

Montalván sobresalió como pedagoga de su propia academia

formando instrumentistas en varias especialidades, entre

ellos, a su sobrino, José Manuel “Lico” Jiménez Berroa (1851-

4 Valdés Cantero, Alicia: “Caracterización de mujeres notables en la música colonial cubana”, en Música y mujeres.Género y poder. Op. cit., p.76.

8

1917), pianista y compositor revolucionario y uno de los

primeros en cultivar el género lied en Cuba. Berroa se

distinguió además en la dirección del coro de la Iglesia de la

Santísima Trinidad, y ocupó el cargo –nada dogmático para la

época- de organista de la Iglesia de San Francisco de Asís.

Las cantantes Ana Aguado (1866-1921) y Amalia Simoni (1842-

1918) fueron asimismo profesoras de indudable trascendencia.

La primera se inició en la docencia en 1898 en el

Conservatorio Nacional fundado por Hubert De Blanck, y formó

parte de los planteles del Instituto Pedagógico y de la

Escuela Municipal de La Habana, donde fue subdirectora. Aunque

paradójico, Simoni estuvo exiliada en Nueva York a causa de la

intervención norteamericana dedicándose al magisterio musical

y a cantar en teatros e iglesias. Como artista comprometida

con la causa independentista de su país, se afilió junto a

otros revolucionarios cubanos a la Junta Patriótica con la

finalidad de regresar a La Habana al término de la

intervención.

El panorama de la enseñanza musical en Ecuador en los

inicios del XIX puede fijarse en 1810, cuando el monje

agustino Tomás Mideros y Miño fundó una orquesta y un aula

para la enseñanza de la música en su convento, donde se

impartieron teoría, solfeo, canto e instrumentos. La llamada

Escuela de Música del Padre Mideros funcionaba “a la manera de

conservatorio, donde se enseñaba el canto y toda clase de

instrumentos usados en aquel tiempo5. Otra Escuela de Música,

en este caso la del Padre Antonio Altuna se estableció casi

paralelamente a la del fraile Mideros y Miño en el convento de5 Ver entrada “Conservatorios” en el DMEH, p.901.

9

los franciscanos, aunque no alcanzó la rigurosidad académica

de la anterior y se limitó a impartir clases de órgano y canto

llano6. Las autoridades gobernantes del país contrataron entre

los años de 1816 y 1838 los servicios de José Celles, músico

del cual desconocemos su procedencia y del violinista inglés

Alejandro Sejers, para que se hiciesen cargo de la dirección

de las pequeñas escuelas en la capital.

Entrado el siglo, en 1870, durante la presidencia del

conservador Gabriel García Moreno (1821-75) -en el poder entre

1861 y 1875- se impulsó la creación de un conservatorio

contratando para ello los servicios del músico italiano

Antonio Neumane Marno (1818-71), para ocupar el cargo de

director. En calidad de subdirector, lo acompañaron el

pianista y compositor Juan Agustín Guerrero Toro (1818-86)

encargado de impartir las clases de piano y teoría de la

música. Neumade permaneció en la dirección sólo un año, ya que

falleció en 1871, sustituyéndolo hasta el año siguiente Juan

Agustín Guerrero. A este último se debe el libro de teoría

Catecismo musical utilizado durante un largo periodo como texto

para la enseñanza de la música. Esta no fue su única

contribución a la formación musical, ya que años después

publicó Curso elemental de música, cuya reimpresión se llevó a cabo

en Quito en 1895.

La presencia de músicos nacionales vinculados al

conservatorio se prolonga con la labor de Francisco Roca,

quien sustituyó a Guerrero Toro. En medio de un espacio de

inestabilidad política y de falta de recursos económicos, en

el que se sucedieron periodos de dictadura militar y de poder6 Ibidem.

10

constitucional, se suspendieron los contratos a los profesores

extranjeros y el general Ignacio de Veintimilla, en aquel

entonces con poderes dictatoriales, clausuró el plantel en

1877. Transcurrieron varios años hasta que 26 de abril de 1900

el general Eloy Alfaro (1842-1912) reinauguró el conservatorio

en Quito por decreto ejecutivo; en ese momento ya como

institución de carácter nacional. A partir de entonces se

volvieron a contratar músicos italianos.

Se aprecia en el curso del capítulo, cómo en la mayoría

de los países a los que nos referimos, y casi sin excepción,

se manifiesta la recurrencia de dos historias paralelas que en

sinergia moldearon las trayectorias de las instituciones

formadoras de músicos: la protagonizada por los encargados de

la organización, administración e impartición académica, y la

que desempeñaron las autoridades oficiales en turno. Entre las

oscilaciones definidas por la inexperiencia, la falta de

recursos humanos y materiales idóneos por parte de los

primeros, y las conductas arbitrarias y veleidosas engendradas

por la ignorancia, transcurre el proceso fundacional de

nuestros principales establecimientos de enseñanza musical.

La música compuesta por autores locales inició su

florecimiento en la Argentina a partir de la década de 1820,

aproximadamente. Data de 1810, sin embargo, la primera

academia de música fundada por el flautista Víctor de la

Prada. El italiano Virgilio Rebaglio (¿- ) llegó a esa

orilla del Plata en 1820 haciéndose llamar “profesor de bellas

artes”, debido a que además de la música enseñaba pintura y

dibujo. Comenzó a impartir clases de guitarra, canto y violín,

11

inaugurando en 1822 su propio plantel. Rebaglio procuró que se

enseñaran, además, todos “los instrumentos que pueden formar

una orquesta, y la composición de todas las reglas del

sistema”. Este músico versátil fue asimismo promotor de

conciertos de diversa índole en los que se interpretaban obras

para orquesta, cámara y vocales, de autores locales y

europeos.

Protagonista indiscutible del quehacer en la enseñanza

y difusión musical fue el presbítero José Antonio Picasarri

(1769-1843), originario de la Villa de Segura, Guipúzcoa. Con

sólo catorce años de edad, llegó al puerto de Buenos Aires en

1783 donde se encontraba su tío Pedro Ignacio Picasarri, deán

de la catedral y rector del Real Seminario de San Carlos.

José Antonio Picasarri fue alumno del clérigo y músico

Juan Bautista Goiburu, y también realizó estudios religiosos

ordenándose sacerdote en 1897, año a partir del cual inicia

una muy activa labor como promotor musical. Con el apoyo de su

sobrino, el pianista y compositor Juan Pedro Esnaola (1808-

78), se ocupó de la formación de los primeros cantantes e

instrumentistas, interesándose particularmente por el género

operístico. A su regreso a la Argentina en 1822, tras una

estancia en España, abrió la Escuela de Música y Canto con el

patrocinio económico y el impulso moral que le proporcionó el

gobierno de la Provincia. La nueva institución inició sus

actividades el 1 de octubre, y al año siguiente se le asignó

la dirección de la Sociedad Filarmónica de Buenos Aires,

sucesora de la academia fundada por Rebaglio. Al término de su

vida José Antonio Picasarri ocupó el cargo de maestro de

12

capilla de la Catedral de San Ignacio de Buenos Aires y

organizó diversas agrupaciones instrumentales, difundiendo el

repertorio europeo contando para ello con el apoyo decidido

del entonces ministro Bernardino Rivadavia.

Otras instituciones de enseñanza musical que

prosperaron, pero que también se extinguieron rápidamente

durante el XIX en la República Argentina, fueron la Escuela de

Música de la Provincia organizada y supervisada en 1874 por

Nicolás Bassi, que contó con la presidencia honoraria de Juan

Pedro Esnaola. El reconocido pianista Luis José Bernasconi

(1845-85) dirigió el plantel que tuvo entre sus alumnos a

Alberto Williams (1862-1952).

Años más tarde el compositor Juan Gutiérrez (1842-1909)

promovió la fundación del Conservatorio de Buenos Aires, cuyo

inicio con apoyo oficial data de 1888. La institución tuvo un

desempeño medular en la formación de valiosos músicos hasta

1893, en que fue relevada con la apertura del Conservatorio

Nacional de Música de Buenos Aires a cargo de Alberto

Williams, continuador de la obra iniciadora de Gutiérrez. El

plantel dirigido por Williams hasta 1941, fue el más afamado

dada su alta calidad académica, antes de la creación del

Conservatorio Nacional de Música en 1924. Además de Williams

impartieron las cátedras de instrumentos, canto, composición y

dirección orquestal, prestigiosos músicos entre los que

sobresalían Julián Aguirre(1868-1924), Pietro Melani (1854-

1900), Mary Schumann (-¿), Carlos Marchal (-¿), Luis Gorin (-

¿) y Vicente Cicognani (-¿)

13

Hubo centros educacionales de relevancia en la provincia

argentina fuera del entorno capitalino. La Academia de Música

de Catamarca abrió sus puertas en 1855 gracias a la iniciativa

y el esfuerzo de Ángel y Cayetano Spadini ofreciendo clases de

piano, canto y de instrumentos de viento. En la provincia de

Córdoba funcionó la Academia Santa Cecilia impulsada por del

oboísta belga José Plasman. Aunque la fecha de su apertura se

desconoce, se sabe que en ella se impartieron clases de

teoría, solfeo, piano, violín y oboe. Los músicos belgas

Víctor Kühn y Theo Massun, pianista y violinista

respectivamente, engrosaron el claustro de profesores de la

Academia Santa Cecilia tras su llegada a Córdoba en 1893. Sin

embargo cuatro años después fundaron su propio

establecimiento, que tuvo su permanencia hasta 1910, donde

además de la enseñanza musical se organizaban programas de

conciertos con la intención de presentar las últimas

propuestas de los compositores locales del momento.

Los principales músicos guatemaltecos del siglo XVIII se

formaron iniciándose como mozos de coro o seises en las

catedrales, pasando posteriormente a desempeñarse como

aprendices y después oficiales de un maestro; de esta manera,

el aprendizaje de la música en el país centroamericano se

encauzaba dentro del parámetro gremial. Esta disposición

institucional estuvo vigente en Guatemala hasta que el país

alcanzó su independencia en 1821; a partir de entonces, la

instrucción musical comenzó a desarrollarse en planteles

públicos. Del período post-independista datan las escuelas de

14

Rafael España, Mateo Saens, Esteban de León Garrido y de José

Eulalio Samayoa.

Varias y muy sólidas instituciones determinaron el

derrotero de la evolución del quehacer musical guatemalteco,

destacando significativamente la encabezada por Máximo Andrino

durante 1830; le continuaron las de Francisco Isaac Sáenz,

Cleto Arteaga y la Escuela Santa Cecilia de Alfonso Méndez,

fundada en 1874. El Conservatorio Nacional, conocido como

Conservatorio de Santo Domingo, abrió sus puertas al año

siguiente. La denominación toponímica se atribuye a su

ubicación en la plaza de dicho nombre, y estuvo inicialmente a

cargo de Juan Aberle. Con la finalidad de apoyar su apertura,

el gobierno proporcionó la cantidad de 165 dólares anuales,

misma que dos años después le fue suspendida. El hecho

confirma –como se apuntó anteriormente- el desinterés de los

organismos gubernamentales y el esfuerzo individual realizado,

tanto por músicos nacionales como extranjeros para fomentar la

enseñanza de la música en el Continente.

El Conservatorio de Santo Domingo fue la base para la

futura Escuela Nacional de Música, cuya apertura tuvo lugar en

1880 y comenzó sus labores oficiales dos años después. José

Cayano, director de ópera y empresario estuvo al frente de la

institución hasta 1884, momento en que fue sustituido por el

director de la Banda Marcial, Emilio Dressner. Sin embargo, su

experiencia como músico militar no fue la apropiada, ni

coincidió con las necesidades de la escuela, razón por la que

fue reemplazado por Leopoldo Cantilena. Este último no sólo

dirigió su atención a la formación musical, sino que la

15

articuló con la enseñanza de materias generales, pretendiendo

alcanzar con ello una formación integral del alumno que no se

restringiera únicamente a las materias teóricas de la música,

sino que comprendiera las de humanidades en todo su espectro.

Creó, además, una sala de conciertos en la institución donde

se daban a conocer los avances en la música de los

estudiantes.

Como en la mayoría de las naciones surgidas a partir de

su independencia de la monarquía española, la actividad

musical libre y civil tomó cuerpo en México bajo el patrocinio

de organizaciones que ya no tenían un fin religioso sino

artístico; ellas fueron las sociedades filarmónicas. Su

aparición significó el inicio de una nueva modalidad, que

preponderaba el significado estético de la música sobre la

connotación funcional canónica que demandaba el servicio

religioso católico.

Organista, director de orquesta, compositor y pedagogo

José Mariano Elízaga Prado (1786- 1842), fundó en 1825 el

primer conservatorio laico que hubo en el país. Elízaga estuvo

dotado de un privilegiado talento musical, esforzándose por el

engrandecimiento y desarrollo de este arte en México. Creó una

sociedad filarmónica que se ocuparía de organizar un coro y

una orquesta sinfónica. Estableció asimismo una imprenta de

música profana y poco después fundó una academia filarmónica

dirigida a la enseñanza musical. Este proyecto recibió el

decidido apoyo del historiador, político y economista Lucas

Alamán (1792-1853), quien a su vez lo obtuvo del gobierno de

la república y de sectores vinculados a diversas esferas de

16

influencia social y económica. El interés de Elízaga por la

discusión didáctica de la música se puso de manifiesto con la

publicación en 1823 del libro Elementos de la música, al que

siguió, en 1835, Principios de la armonía y de la melodía. La obra de

Elízaga puede considerarse fundacional, en cuanto a su vasta

labor de promotor y maestro.

El padre Agustín Caballero (1815-86) continuó la labor

de Elízaga con el establecimiento en 1838 de la Escuela de

Música que fundó junto a Joaquín Beristáin –quien sobrevivió

sólo un año a este suceso. Al año siguiente, José Antonio

Gómez (1805-ca.1870) abrió una academia de música y, derivado

de su quehacer en la enseñanza, dio a conocer el texto

didáctico Gramática razonada musical (1840), impulsando la

apertura del periódico Instructor Filarmónico Musical que contribuyó a

la difusión de la cultura musical del momento. A sus

iniciativas sumó la fundación de la Gran Sociedad Filarmónica

que contó con un conservatorio y la organización bimensual de

conciertos públicos. Como parte de la labor mancomunada a

cargo de Caballero y de Gómez, se gestó otra sociedad

filarmónica que años más tarde impulsó la apertura del futuro

Conservatorio Nacional.

La llegada a la ciudad de México del organista,

compositor y director de orquesta Cenobio Paniagua (1821-82),

procedente de Toluca, durante los primeros años de la década

de los cuarenta, a fin de ocupar el cargo de segundo maestro

de capilla de la Catedral, potenció la enseñanza de la música

en la capital. En 1859 estableció una academia de música en el

Portal de la Tejada a la que asistieron los futuros

17

compositores Melesio Morales, Ramón Vega, Octaviano Valle,

Lauro Beristáin y Ángela Peralta ( 1845-83), la primera

soprano mexicana que alcanzó reconocimiento fuera de las

fronteras del país.

La estrecha conjunción existente entre la fundación de

las asociaciones filarmónicas y el establecimiento de

academias, escuelas o conservatorios de música se evidencia en

la tarea del pianista y compositor Tomás León (1828-93). Junto

a músicos como el ya mencionado Morales, Aniceto Ortega, Julio

Ituarte y León, además de otros entusiastas entre los que se

encontraban intelectuales de diversas esferas, constituyeron

el Club Filarmónico que el 14 de enero de 1866, cambió su

denominación por la de Sociedad Filarmónica Mexicana. Esta

buscó incorporar a su jurisdicción la academia del pedagogo y

religioso Agustín Caballero, dado que dicho plantel ya gozaba

del mayor prestigio. La nueva institución inició su labor

docente el 1 de julio de 1866 con el nombre de Conservatorio

de Música de la Sociedad Filarmónica Mexicana, quedando a

cargo de la dirección el presbítero Caballero, que además

impartió las clases de instrumentos de arco y de orquestación.

El plantel tuvo asiento provisorio en las instalaciones de la

Escuela de Medicina. Por acuerdo gubernamental a la Sociedad y

su conservatorio se anexaron meses después los muebles,

instrumentos y diversos enseres de la Academia Municipal de

Música y Dibujo. Su planta docente constaba inicialmente de

catorce profesores, y el plan de estudio –como sucedió en casi

la totalidad de las instituciones hispanoamericanas- se

apegaba al que se seguía en los conservatorios italianos.

18

Entre las materias “novedosas” se impartieron clases de

biografía, acústica, fisiología de la voz y poco después,

clases de esgrima.

Dadas las crecientes necesidades que surgieron durante

el funcionamiento, se hizo indispensable albergar la escuela

en un edificio más apropiado conforme a la expansión de sus

actividades, por lo cual el 25 de octubre de 1867 el gobierno

del presidente Benito Juárez les concedió el que había estado

en usufructo de la Universidad. La Sociedad Filarmónica

Mexicana derivó en el actual Conservatorio Nacional de Música,

declarado el 13 de enero de 1877 plantel oficial mediante un

decreto expedido por el general Porfirio Díaz (1830-1915),

llegado poco tiempo antes a la presidencia constitucional. A

partir de ese momento Agustín Caballero dejó la dirección en

manos de Antonio Balderas para reiniciar su magisterio en la

localidad de Amecameca, Estado de México.

En cuanto a la integración de su plantel docente, cabe

señalar que el Conservatorio no contaba aún en 1866 –durante

su primer año de funcionamiento- con personal académico

femenino. Al término del siguiente año se incorporó la

pianista Luz Oropeza, directora entonces de la Academia de

Música del Ayuntamiento a fin de ocupar la cátedra de su

instrumento. Cuatro nuevas profesoras ingresaron en 1870

percibiendo sueldos inferiores a los de sus homónimos

masculinos. La razón se fincaba en que los titulares de las

cátedras eran músicos de renombrado prestigio –caso del

compositor Melesio Morales-, mientras que las mujeres recién

iniciadas en el ejercicio de la enseñanza solamente podían

19

aspirar a ocupar plazas de auxiliares de éstos -en el sentido

de sustituirlos en caso de no asistir temporalmente a su

clase. Para 1878 la cifra se incrementó considerablemente,

registrándose en el libro contable doce mujeres versus treinta y

cuatro hombres, aunque para 1886 las cifras variaron en

detrimento de las profesoras: siete mujeres versus cuarenta

hombres.7 Las materias impartidas por mujeres correspondían a

teoría musical, dibujo, “solfeo para niñas”, “solfeo para

señoritas”, piano, arpa, gráfica musical y armonía. La

inserción diferencial o segregación en las labores y los

ingresos entre hombres y mujeres fue una práctica sexista

extendida no sólo en México, sino que se mantuvo durante

varios años aún en Hispanoamérica. El feminismo asigna a esta

realidad el concepto de “techo de cristal”, debido al

impedimento u obstrucción invisible que frena a la mujer

trabajadora de alcanzar puestos y salarios más elevados, en

relación a los hombres. La asimetría por géneros trascendió el

ámbito de la música a todo el espectro laboral de finales del

siglo XIX y primeras décadas del XX.

Igual que en las naciones referidas, durante el siglo

XIX funcionaron en México planteles de significativa

importancia fuera de la capital. Uno de ellos fue el

Conservatorio de Música de Zacatecas, cuyo inicio data de 1845

a cargo de Joaquín Luna (¿-1877). Aunque muy pronto sobresalió

por su excelencia educativa, generando además una benéfica

influencia en el panorama artístico y cultural del Estado -

7 Datos contenidos en la investigación de María Guadalupe CastroGuzmán: Compositoras mexicanas de 1850 a 1917, tesis para obtener el grado deLicenciada en Musicología en el Conservatorio Nacional de Música. Ms.México, 2003.

20

carente entonces de actividad musical de importancia- tuvo un

destino semejante al de muchas de las instituciones educativas

mencionadas. José Jacinto Cuevas, promotor en 1872 de la

Sociedad Filarmónica, fue responsable de dar vida al proyecto

educativo del Conservatorio Yucateco de Música y Declamación

de la ciudad de Mérida. Surgió por decreto oficial el 10 de

septiembre de 1873 y contó con un registro inicial de 443

alumnos; tiempo después, en febrero de 1875, comenzó a

funcionar también como biblioteca pública. Su existencia se

extinguió antes de finalizar su primera década por no contar

con el interés y el apoyo pecuniario del gobierno. Sin

embargo, en 1911 la Escuela de Música del estado de Yucatán

continuó con las labores de su antecesora, gracias al apoyo

del gobernador José María Pino Suárez, fundador asimismo del

periódico localista El Peninsular.

La actividad formal de los conservatorios se concretó

en la República de Chile a mediados del siglo, cuando el

profesor francés Adolfo Desjardins propuso a las autoridades

gubernamentales un proyecto que contemplaba la creación de una

escuela de música dentro de la cofradía del Santo Sepulcro. De

allí surgió el 17 de julio de 1850, por decreto oficial, el

Conservatorio Nacional de Música. Entre los objetivos de la

institución se contaron los de proporcionar una educación

musical popular y la “formación moral y el progreso social”.

Detentando un alto grado de arraigo respecto a los

preceptos de las tradiciones y la religión, la sociedad y las

autoridades oficiales chilenas exigieron que las actividades

que llevara a cabo el conservatorio se organizaran en dos

21

secciones: una escuela de música, donde se impartiera el

estudio de la música vocal, y la academia del conservatorio.

Una y la otra debían encargarse de la música para las

festividades tanto oficiales como de índole religiosa. El

reglamento del plantel, fechado en enero de 1851, se modificó

sucesivamente con la finalidad de modernizar los planes de

estudio y mejorar la calidad educativa, ampliando así la

oferta de asignaturas y carreras con una plantilla mayor de

profesores.

Sucedieron a Desjardins (1849-53) en la dirección del

plantel José Zapicola (1853-55) y (1857-58); Francisco Oliva

(1858-72); Moisés Alcalde Spano (1875-77) y (1888-94). Al

término del siglo ocupó el cargo de subdirector e inspector

general Luis Sandoval (1888-1905). Entrado el siglo XX esta

institución, la más importante del país durante el XIX, fue

sometida a profundos cambios curriculares promovidos por la

severa crítica de los miembros de la Sociedad Bach.

Consistieron en integrar a los ya obsoletos planes de estudio,

materias de índole cultural, histórico y de valoración

analítica, con la finalidad de mejorar considerablemente el

perfil académico de los instrumentistas y cantantes egresados.

La enseñanza musical fuera del ámbito eclesiástico se

inicia formalmente en la República de Colombia en 1831, a

partir de la administración del militar independentista

Francisco de Paula Santander (1793 -1840). Durante su

actuación como presidente de la república promovió una intensa

reforma educativa. Se creó entonces una escuela de dibujo y

música que tuvo residencia en el Colegio Mayor Nuestra Señora

22

del Rosario, fundado en 1653. A comienzos de la década de 1830

se ofrecieron clases de piano, violín, guitarra, flauta y

canto, ocupando la dirección en ese momento el flautista y

editor Eugenio Salas (1813 - ¿). La escuela cumplió funciones

igualmente en el área de la composición y difusión musical, y

se ocupó de la Sociedad Filarmónica impulsada por Enrique

Price, Alma Mater de la actividad musical bogotana de mediados

de siglo.

Esta sociedad, lógico corolario de la enorme riqueza de

la vida musical de entonces, debió lidiar con graves y

recurrentes dificultades surgidas, principalmente, en torno a

la política y la economía. La consecución de la actividad

musical de ese período se asocia a la esforzada participación

de Jorge Price. Dotado de una constancia sin tregua logró

obtener del gobierno de la nación los suficientes recursos

pecuniarios para dar continuidad a la Academia, cuya fundación

oficial aconteció el 31 de enero de 1882 con la presencia del

presidente Rafael Núñez. Dos años más tarde, Price insistió

ante el gobierno sobre la necesidad de que la institución

formara parte de la Universidad Nacional, argumentando que la

profesión de músico debía respaldarse con un título de rango

universitario.

A modo de acotación acerca de los inicios de la

actividad musical colombiana a comienzos del siglo XIX, cabe

mencionar la apertura de una escuela en la población de

Zipaquirá, cercana a Bogotá, donde ya se ofrecían en 1826,

clases de piano, órgano, violín, flauta y clarinete. Estos

intentos primigenios en pos de una enseñanza académica

23

rigurosa convergerán en 1882 en la creación de la Academia

Nacional de Música; denominación sustituida en 1910 por la de

Conservatorio Nacional de Música.

De la misma manera que aconteció con la mayoría de las

instituciones de perfil artístico en Hispanoamérica, la

Academia Nacional de Música de Colombia fue objeto de un

sinnúmero de conflictos y dificultades durante su proceso

evolutivo de institución de alto nivel académico. Mientras

acontecía la guerra civil que azotó al país en 1885, sus

profesores continuaron dictando clases sin recibir por ello

remuneración alguna; en tanto se ofrecían conciertos a cargo

de su plantel de profesores y alumnos con la finalidad de

reunir los fondos necesarios para la actividad del

establecimiento. De sus aulas salieron músicos prominentes

como Santos Cifuentes, Guillermo Uribe Holguín y Andrés

Martínez Montoya. Dado su fuerte influjo en la vida académica

colombiana, se abrieron escuelas de música en las localidades

de Santa Marta, Ibagué, Tunja, Medellín y Cartagena que

contaron entre su planta de profesores con egresados de la

Academia de Bogotá.

Honorio Alarcón, uno de los primeros virtuosos del

piano en Colombia, fue un personaje de excepción dentro del

cuerpo docente de la Academia Nacional de Música. Nacido en

1859 y originario de la ciudad norteña de Santa Marta, estudió

en los conservatorios de Leipzig y París. Ocupó la dirección

en el período 1905-1909 hasta el nuevo regreso de Jorge Price,

e introdujo cambios notorios en los programas curriculares de

24

la academia, en cuanto a la aplicación de modernos conceptos

de metodología didáctica.

Datan de 1832 las primeras clases de educación musical

que se dictaron en San Juan de Puerto Rico a cargo del

seminario conciliar de San Ildefonso. Sin embargo, ya en 1830

habían comenzado a establecerse academias particulares, entre

las que sobresalieron por su alto nivel académico la fundada

en 1834 por Manuel Pasarell y la de José María de Bobadilla.

En 1848 la Sociedad Filarmónica portorriqueña se encargó de

promover, por su parte, la actividad educativa, como lo hizo

también por esos años la Casa de Beneficencia; esta última

conjugando la enseñanza general con la de la música. En el

espacio de instituciones de educación musical también ocupó un

sitio de relevancia el Ateneo de Puerto Rico fundado en 1876.

Tres ciudades neurálgicas del territorio portorriqueño

contaron además con academias de enseñanza musical: San Juan,

Ponce y Mayagüez. A consecuencia de las guerras de 1898, al

producirse la anexión de esta nación a la jurisdicción de los

Estados Unidos de América, diversos músicos portorriqueños

implementaron una reestructuración de la enseñanza musical, en

el proyecto Bases para la organización general de la enseñanza de la música

en Puerto Rico. El documento redactado por Fernando Callejo no

tuvo repercusión alguna, dados los constantes cambios

políticos y la inestabilidad económica y social que inquietaba

a la nación.

Los inicios de la enseñanza musical protagonizados por

las academias e instituciones durante el siglo XIX, pueden

fijarse en Uruguay a partir de 1839, momento en que se gestaba

25

la guerra civil que se conoce históricamente como “Guerra

Grande”, cuyas diferentes fases abarcaron el período 1839-52.

Estos comienzos estuvieron encabezados por la soprano italiana

Justina Piacentini y el barítono Miguel Vaccani; ambos

responsables de la apertura de un conservatorio musical en la

localidad montevideana de El Cerrito. La Piacentini ya había

destacado en el escenario uruguayo por su participación en una

de las primeras compañías operísticas llegadas a ese país,

donde dio a conocer la célebre aria “Casta diva” de Norma y

“tuvo la virtud de implantar el gusto y el conocimiento

técnico del ‘bel canto’ en Montevideo”. 8

El musicólogo Lauro Ayestarán anota que fue en 1857

cuando el pianista francés Pablo Faget (1826-1910), graduado

del Conservatorio de París, procuró reproducir en la capital,

aunque con escaso éxito, algunos de los lineamientos

académicos de la institución francesa. El establecimiento

procuraba contar con un presupuesto mensual de 1350 patacones

–según hacía constar el periódico Comercio del Plata9, que

publicitaba en sus páginas el audaz proyecto. La cantidad

resultó para entonces muy onerosa, por lo cual la iniciativa

quedó sin efecto. La afluencia de discípulos que atrajo la

propuesta derivó, sin embargo, en la fundación de la Sociedad

Filarmónica de 1866, antecesora del Conservatorio La Lira. A

Faget se debió además la fundación de una imprenta de música y

8 Susana Salgado: Breve historia de la música culta en el Uruguay. AEMUS, Montevideo, 1971, p. 15. 9 Información proporcionada por Ayestarán en La música en el Uruguay, Vol. I., Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica, Montevideo, 1953, p.745.

26

el establecimiento de una casa de renta de pianos y

partituras.

En las postrimerías del siglo compositores e

intérpretes ya nacidos en tierra uruguaya llevaron a cabo la

apertura de tres importantes centros: El Conservatorio La

Lira; el Instituto Verdi y el Liceo Musical Franz Liszt. Estos

planteles fueron los prestigiosos ancestros de los

conservatorios que han perdurado en Montevideo hasta el día de

hoy.

Por iniciativa de Camilo Formentini se inauguró el

Conservatorio La Lira, que dio origen a dos conjuntos

instrumentales: la Sociedad del Cuarteto para la

interpretación de la música clásica que data de 1878,

considerada la primera agrupación de cuerdas que tuvo el país,

y la Orquesta de Alumnos creada cuatro años más tarde. El

compositor Luis Sambucetti (1860-1926) fundó el 5 de

septiembre de 1890 el Instituto Verdi, que dirigió junto a su

hermano Francisco. Su plan curricular llegó a ofrecer la mayor

gama de estudios musicales y el mejor cuerpo docente de

entonces, al grado de competir en calidad con los proyectos de

Formentini. En el plantel impartieron cátedra la pianista de

origen argentino María Verninck, esposa de Sambucetti; el

director de bandas y compositor italiano Gerardo Grasso (1864-

1937), autor de numerosas partituras de carácter nacionalista,

así como el flautista Antonio Frank y el tenor José Oxilia. El

Instituto Verdi formó un cuarteto de cuerdas que inició

actividades el 16 de marzo de 1881, presentándose

semanalmente.

27

Cinco años después de este significativo acontecimiento

para el proceso de la enseñanza de la música en Uruguay, y ya

en sus postrimerías del siglo, el pianista Camilo Giucci (¿-

1958) nacido en Roma y discípulo de Hans von Bülow y de Franz

Liszt, abrió la institución con el nombre del músico húngaro.

Giucci integró a su plantel a destacados músicos, como la

pianista Luisa Gallo, su esposa, y a Adela Taborda, Oseas y

Tusnelda Fálleri, Nicola Nicastro y Romero Masi. Los hijos del

matrimonio Giucci-Gallo continuaron después su labor. Cuando

el oboísta Oseas Falleri se separó de su cátedra en el

Conservatorio Franz Liszt creó en 1898 la escuela de música

que llevó su nombre y dirigió más tarde su hija Agar. Como se

ha referido anteriormente, esta situación de “herencia” en el

oficio de la enseñanza favoreció la continuidad y

supervivencia de varias instituciones que estuvieron a cargo

de familiares de los fundadores, principalmente mujeres,

constituyendo en varias naciones de América una práctica y una

tradición recurrente. Con el paso de los años este plantel

cambió su denominación por la de Instituto Musical Falleri,

antecesor del Conservatorio Falleri-Balzo encabezado durante

gran porción del siglo XX por el pianista Hugo Balzo.

En el interior de Uruguay se fundaron a partir de la

segunda mitad del XIX centros de solvencia académica

reconocida. En la ciudad de Salto -al norte del país- el

profesor español Manuel Mochales, nacido en Cádiz en 1810 y

fallecido en Salto en 1877, además de haber ejercido el puesto

de maestro de capilla de la iglesia parroquial en la capital

del Departamento, llevó a cabo una labor trascendente en la

28

enseñanza del piano. Lauro Ayestarán cita a José M. Fernández

y César Miranda, autores de la Historia general de la ciudad y

departamento del Salto para ilustrar la preeminencia del personaje:

[…]Ligado por siempre a su desarrollo [Departamento de Salto]estará el nombre de Manuel Mochales, primer maestro de capilla de la iglesiaparroquial y paciente, minucioso maestro también, de la primera generación femeninaque cultivó la música entre nosotros, y a quien en 1848, hallamos citado comodirector de una academia privada en Montevideo, durante los días del Sitio[…]. 10

El comentario ofrece asimismo interés en cuanto

refiere a la enseñanza musical dispensada a las jóvenes, a la

vez que certifica la tendencia seguida durante gran parte del

tiempo decimonónico, de segregar la educación por géneros.

Acerca de la disposición musical que exhibían las jóvenes

uruguayas de entonces, apunta Saint-Hilaire, un viajero

francés que visitó Montevideo durante la década de l820, al

exponer sus impresiones sobre las “Damas de la Cisplatina”:”…

Conversan con mucho placer, parecen animadas por el deseo de

agradar, y sin embargo no demuestran afectación. Nos reunimos

en varias casas para conversar y bailar. Pocas de ellas son

músicas, pero casi todas saben tocar en el piano valses y

contradanzas y no se hacen rogar para hacerse oír…”11

Marciano Díez Plaza (¿), discípulo del compositor,

investigador y pedagogo español Hilarión Eslava (1807-78),

10 Op. cit., p.752.11 Citado por Milton Schinca en Boulevard Sarandí. 250 años de Montevideo:anécdotas, gentes, sucesos. Tomo I. Ediciones de la Banda Oriental,Montevideo, 1979, p.59.

29

continuó la vasta obra iniciada por Mochales. Por su parte

merece atención Bruno Goyeneche (ca. 1850 - 1938), compositor

español afincado en el Departamento de Paysandú en 1872. A

la par de destacar por la composición de una obra pianística

de carácter descriptivo llamada El sitio de Paysandú, Goyeneche fue

profesor de música de varias generaciones de instrumentistas

que destacaron en el Teatro Colón de Buenos Aires. Otro

español, en este caso el vasco Facundo Alzola (1839-1911),

oriundo de Zaráuz, llegó al Departamento de Mercedes en 1856 y

fundó en 1861 una banda de música que participaba

habitualmente en las festividades de la localidad. Años

después organizó la Filarmónica Lira, constituida solamente

por aficionados. Como pedagogo se subraya su labor fructífera

impartiendo clases de piano, canto, trompeta, violín y

contrabajo, además de la autoría de numerosas obras de

carácter religioso, sinfónicas y corales.

La oficialización de la enseñanza en Uruguay se produjo

en 1943, al inaugurarse el Conservatorio Nacional de Música

del Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica (SODRE), del

que fue director Eduardo Fabini (1882-1950). El Conservatorio

Nacional de Música de Montevideo sustituyó al plantel anterior

en 1954 y posteriormente cambió su denominación por la de

Escuela Universitaria de Música, dependiente de la Universidad

de la República.

El musicólogo Walter Guido en el libro Panorama de la

música en Venezuela,12 deja constancia de Lino Gallardo (¿-1837),

músico de versátil catadura quien fue tomado prisionero y

permaneció en cautiverio en las bóvedas de la La Guaira en12 Dirección General de Cultura de la GDF y FUNDARTE, Caracas, 1978.

30

1812 “por instigar a la revolución”. Gallardo sobresalió por

su habilidad de ejecutante de diversos instrumentos, y es

considerado a la fecha, uno de los primeros en componer

canciones patrióticas. En 1818 abrió una academia de enseñanza

musical, además de organizar la Sociedad de Conciertos

“conocida como Sociedad Filarmónica”13. El mismo autor refiere

a Juan Francisco Meserón (1779- ca.1845), compositor y

flautista, discípulo de Juan Manuel Olivares (1760-97) –

compositor perteneciente a la Escuela de Chacao-, promotor y

fundador en 1821 de una escuela de música en la ciudad de

Petare, Estado de Miranda, donde ejerció también el cargo de

maestro de capilla.

El investigador Mario Milanca sustentado en las fuentes

proporcionadas por el musicólogo y pedagogo José Antonio

Calcaño (1900-78), asevera que Atanasio Bello Montero (¿?)

compositor, violinista, director de orquesta y fundador de

varias escuelas, y condiscípulo de Meserón, inauguró y dirigió

en 1821 junto al músico Luis Jumell (¿-), una academia que

tuvo muy escasa consecución. Milanca otorga preeminencia axial

a Bello Montero, por su impulso denodado al desarrollo musical

en la sociedad caraqueña de entonces, así como al proceso de

formalización de la enseñanza de la música venezolana. Con la

finalidad de reforzar su convicción, recurre a una cita

proporcionada por Ramón de la Plaza en los Ensayos sobre el arte en

Venezuela (1883): “Atanasio Bello, el soldado artista poseía

extensos conocimientos en la música, siendo el primero que

ensayó poner para la orquesta las óperas de Rossini”14. Aclara,

sin embargo más adelante, que ni Calcaño ni De la Plaza1312. Op. cit., pp.17-18.

31

mencionan en sus escritos la institución que llevaba el

peculiar nombre de “Escuela de Música de la Sociedad Económica

de Amigos del País”, que dirigió Bello Montero en 1834.

Respecto a la continuidad que logró ese establecimiento,

Milanca precisa que no se dispone de la documentación que

avale el lapso de sus funciones, pero se conoce –aunque no

precisa el investigador las fuentes- que sus actividades

cesaron en 1841.

Un anuncio aparecido en las páginas del periódico El

Venezolano en su edición del 26 de abril de 1843 -inserto por

Mario Milanca en su libro- proporciona información detallada

sobre las clases particulares impartidas por Atanasio Bello

luego de su gestión en aquel malogrado plantel, revelando el

autor que el hecho resultaba entonces inusual entre los

músicos:

MÚSICA. Atanasio Bello ofrece enseñar el solfeo yvocalización a las personas que tengan disposición para aprenderlo en seis meses. Recibirá porpremio de su trabajo 80$ (sic) por cada discípula; 40 á los tres meses en enseñanza y los40 restantes al fin; dando en con- secuencia la garantía que la persona que no aprenda, no lepague nada. También enseña el piano-forte. 15

Las lecturas que aporta el anuncio permiten conocer las

“especialidades” musicales que poseía el versátil profesor;

acerca de su alumnado potencial, encauzado de antemano al sexo

femenino, y de su deliberada intención de incentivarlo a

14 Citado por Milanca en La música venezolana: de la Colonia a la República, MonteÁvila Editores, Caracas, 1993, p. 107. 15 Milanca, op. cit., p.111.

32

través de la prebenda económica. El investigador añade también

-auxiliado de nueva cuenta por un documento hemerográfico

fechado seis meses después-, la intención de Bello Montero de

preparar a sus discípulos para el ejercicio “profesional” de

la música y sobre las moderadas aspiraciones de sus

honorarios:

[…] dirige un número de profesores, con que está pronto áservir al público en lo que tenga la bondad de ocuparle para el templo, el teatro,conciertos, bailes, & bien entendido, que todo presentará el mejor servicio y los precios serán muymódicos. 16

Otros investigadores de la historia de la música

venezolana, señalan que fue recién el 1° de enero de 1850

cuando se creó “El primer conservatorio que como tal funcionó

en Venezuela, formando parte de la Academia de Bellas Artes, y

que estuvo bajo las directrices del ilustre caraqueño”.17 Guido

complementa biográficamente la personalidad de Bello Montero,

que de acuerdo a las noticias aportadas por el musicólogo,

viajó en 1847 en calidad de director y empresario a la ciudad

de Bogotá, encabezando “la primera compañía de ópera que se

presentó en Bogotá, Colombia. Murió en Caracas, ciego, pobre y

en la mayor miseria…”18

Durante el primer mandato del presidente Antonio Guzmán

Blanco, y dos décadas después del acontecimiento encabezado

por Bello Montero, se estableció el Conservatorio de Bellas

Artes cuyas actividades dieron inicio el 7 de mayo de 1870.

16 Ibidem. 17Ver DMEH, 1999, “Conservatorios”, p. 91218Guido, op. cit., p.19.

33

Tuvo como finalidad impartir enseñanza gratuita de música,

teórica y práctica, así como de artes plásticas: el dibujo, la

pintura y el grabado; arquitectura y escultura, siendo

entonces su director el polifacético humanista, abogado y

compositor Felipe Larrazábal (1816-73), valorado como una de

las figuras protagonistas del romanticismo musical en

Venezuela. Pero para infortunio de profesores y alumnos, los

que fueron encomiables objetivos en su momento, se vieron

frustrados por la incierta circunstancia política por la que

atravesaba la nación bolivariana.

El general Francisco Linares Alcántara asumió la

presidencia a comienzos de 1877 propugnando el 3 de abril un

decreto por el cual se creaba el Instituto Nacional de Bellas

Artes, funcionando allí tres academias: la de dibujo y

pintura; la de escultura, y la de música. El 16 de julio de

ese año apareció publicado su reglamento contemplando el

artículo 35, que la enseñanza de la música comprendería las

materias de melodía, solfeo, canto, música instrumental,

armonía, contrapunto y fuga, así como instrumentación,

composición, historia del arte, estética y filosofía crítica

de la música. Antonio Guzmán Blanco, al término de su tercer

período presidencial en 1887, firmó un decreto estableciendo

la conversión de dicho instituto en la Academia Nacional de

Bellas Artes, albergando solamente las secciones de artes

plásticas y de música.

Cuando el primer obispo Jorge de Viteri y Unge inauguró

una escuela de música en 1845 bajo la tutela del guatemalteco

Escolástico Andrino, dio inicio en la República de El Salvador

34

la enseñanza académica de la música. En colaboración con el

cantante alemán Luis Cromeyer, Andrino había organizado años

antes los primeros planteles privados de música que surgieron

en la nación centroamericana. La Academia de Bellas Artes que

albergaba también a la Escuela Nacional de Música principió

sus labores en 1864 bajo la supervisión inicialmente de

Eusebio Castillo, ofreciendo, entre muchas, las especialidades

de música, pintura y litografía. Cinco años más tarde, el 13

de enero, la dirección quedó a cargo de Alfredo Lowental,

aunque ya para 1882, la supervisión de la institución

salvadoreña le correspondió al artista plástico Mauricio

Villacorta.

Como en el caso de Uruguay, donde se oficializa la

enseñanza de la música casi llegada la primera mitad del siglo

XX, la apertura de un centro de enseñanza oficial en Perú

resultó un tanto postergada respecto a otras de las naciones

hispanoamericanas. En 1912 se inauguró la Academia Musical,

después Academia Nacional de Música y Declamación, que se

convertirá en la Academia Nacional de Música Alzedo -en

homenaje y recuerdo del célebre compositor peruano José

Bernardo Alzedo (1788-1878). Su denominación actual se

estableció en 1946 al constituirse en el Conservatorio

Nacional de Música con sede en la ciudad de Lima.

La Escuela de Jóvenes Aprendices de Música Militar en

Paraguay abrió las puertas de su plantel en 1821, recibiendo

inicialmente a 120 alumnos. Para finales de siglo, en 1895, se

fundó el Instituto Paraguayo que tuvo a su cargo la

impartición de toda la gama de especialidades musicales.

35

Se ha observado en el curso de esta revisión cómo la

persistente repetición de circunstancias de rango político,

económico, social, cultural e ideológico, con sus respectivas

fisonomías locales, esbozaron el perfil y el distintivo

académico de nuestras instituciones de enseñanza de la música.

Su historia se ha configurado con base a otras historias: las

de sus fundadores. Muchos de ellos llegaron a las nuevas

naciones con el bagaje del conocimiento adquirido en otras

latitudes; probablemente más “evolucionadas”, sabias y

soberanas artística e intelectualmente. Se arraigaron en el

Continente que regeneraba las heridas de la Independencia, y

con el ánimo de los ideales forjaron el espacio edificador de

las vocaciones de quienes serían los músicos de Latinoamérica.

La crítica musical

A partir de la emancipación la reflexión y el

cuestionamiento político-cultural en torno al “americanismo”

permanecieron arraigados ideológicamente como

internacionalistas y, específicamente, europeístas. A través

del discernimiento del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959) ello

se explica no sólo “porque nuestra América ofrezca condiciones

para ser el crisol de aquella futura ‘raza cósmica’ que

Vasconcelos ha soñado, sino también porque hemos tenido que ir

a buscar nuestros instrumentos culturales en los grandes

centros europeos, acostumbrados así a manejar las nociones

extranjeras como si fuera cosa propia”19.

19 “Notas sobre la inteligencia americana”. Cuadernos de culturalatinoamericana, núm.15, UNAM, México, 1978, pp.9-10.

36

Trasladada esta reflexión al terreno de la historia de

la música de Hispanoamérica en el siglo XIX, es posible

afirmar que durante las primeras décadas del tiempo post

independentista lo que se escribía en nuestras naciones, y que

hoy llamaríamos virtual o condescendientemente “crítica

musical”, se enfocaba a juzgar la música europea en relación a

la obra o a su interpretación. Como un procedimiento de

mimetismo ideológico-artístico, la factura musical juzgada

producto generalmente de los autores del viejo mundo poseía,

casi siempre, características ejemplares y era “lo que debía”

tomarse como modelo por los compositores locales.

En otra vertiente, la opinión expresada en torno a las

obras y las interpretaciones de los nacionales más de las

veces era tendenciosa; es decir, quienes se adherían y

simpatizaban con las modalidades estéticas y expresivas

representadas por ciertos compositores e intérpretes las

vitoreaban, mientras que sus adversarios –con criterios no

exentos de subjetividad- tendían a la detracción.

Debe considerarse paralelamente, que durante este

período el público masivo que asistía a las audiciones de

música de concierto, y desde luego a las representaciones

escénicas -comprendidas la ópera, la tonadilla y la zarzuela,

principalmente- no era aquél que se pudiera preciar de

“conocedor”. Por lo tanto, y al decir del historiador y

crítico de arte español Francisco Calvo Serraller, era éste -

el crítico- quien oficiaba como “un portavoz popular, un

intérprete de la opinión pública, cuya naturaleza debía

37

conocer muy bien, si es que pretendía influir en ella….”20

Sabemos que antes del siglo XVIII, cuando surge el quehacer

crítico como derivación del pensamiento racionalista, se

escribía sobre la música pero, principalmente, acerca de los

problemas teóricos y de estilo. Hasta entonces no se pensaba

en la función valorativa o se la ejercía de manera inusual; no

era concebida como labor habitual y constante. Fue a partir de

aquel momento –durante el siglo XVIII- cuando el juicio

fluctuante adquirió cierta estabilidad y consecución

Se ha reiterado a lo largo de este libro, que fue la

ópera, indudablemente, el espectáculo superlativo más

favorecido por el público durante la mayor porción del XIX.

Activó y fue venero sin coto para la inspiración romántica de

los literatos, y basamento sobre el cual se erige y discurrió

el desarrollo y auge del quehacer periodístico, así como el

ejercicio incipiente de la crítica musical.

Dentro de los cuestionamientos a los que nos incita el

tema de la crítica musical, circunscrita en este caso a una

supuesta evolución durante el diecinueve en la América

española, cabe formular lo siguiente: ¿es posible hablar de la

existencia de críticos musicales durante ese lapso, o se trató

simplemente, de periodistas, cronistas, escritores y poetas

aficionados a la música, o en el mejor de los casos, de

músicos, creadores o intérpretes que ejercitaron su erudición

y destreza auditiva en dicha actividad?.

20 “Orígenes y desarrollo de un género: la crítica de arte”, en Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas. Vol. I. Valeriano Bozal, ed. La Balsa de la Medusa, Madrid, 2000, p.159.

38

La presencia del romanticismo como fenómeno de

identificación cultural, condicionó y normó el espíritu

estético y emocional durante el tramo aproximado de 1830 y

1880. En este espacio las naciones sobrellevaron los estragos

de las guerras emancipadoras y las transformaciones que

requerían los procesos de estabilización política y social.

Inserto en ese marco vital y propiciatorio surgía la abundante

y variada producción editorial, que con impulso inusual

emanaba de las prensas periodísticas de las naciones

hispánicas. De igual manera, el ejercicio de la crónica y la

crítica de este período, tuvieron en la inspiración literaria,

musical y de las artes en todo su espectro, el escenario sine

qua non para su desempeño.

Además del romanticismo, otras corrientes literarias y

estéticas coexistieron en ciertos períodos del siglo

incidiendo en el paisaje Hispanoamericano, siendo asimiladas

en la obra de los intelectuales de casi todas las naciones con

variabilidad de profundidad y consecución de logros. Fueron

éstas el naturalismo -expresión literaria dentro de la

ideología positivista- y el modernismo. Entre los autores

cardinales del ámbito literario inmersos en ellas, y que en

algún momento de su quehacer dirigieron al espacio de la

música el comentario y “la crítica” se hallaban: Juan Bautista

Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento en Argentina, Andrés

Bello en Chile, y Manuel Payno e Ignacio Manuel Altamirano en

México, por citar sólo una restringida, pero representativa

muestra.

39

La que podemos denominar más apropiadamente “reseña

musical”, ejercida alrededor de las primeras décadas del

siglo, presentaba un perfil descriptivo y sin lugar a dudas

banal en relación a los parámetros que devendrán más adelante,

y que concebimos hoy día sobre la crítica. Un ejemplo es el

fragmento que se expone a continuación, y concierne a una

reseña sobre la ópera Marino Faliero (1829) de Donizetti,

aparecida en un periódico de la capital mexicana en 1841. La

simplicidad en la escritura del texto, lo básico de los

conocimientos sobre la música esgrimidos por el autor, y la

impronta caricaturesca en gradación a lo involuntariamente

jocoso cuando intenta una explicación de carácter “técnico”,

son algunos de los rasgos más evidentes:

[…] Tommasi se convierte en Leonardi y canta su parte de este: porsi nuestros lectores ignoran lo que es basso assoluto ylo que es baritono, pondremos un ejemplo: muy conocido es uninstrumento de dimensiones gigantescas, que se llama contrabajo;tambien lo es otro que aunque con la misma figura, es diminutorespecto de aquel, y se llama violoncelo: ahora bien ¿qué diriannuestros lectores, si es la mitad de una sinfonía, cuando elcontrabajo, y el violoncelo el secundario de violoncelo, se ponia de piéel maestro al cembalo (ó director en castellano), y gritaba: ¡Contrabajo!hágote violocelo: ¡violoncelo! hágote contrabajo! […]21

Una década más tarde, al referirse a El Yumurí, una

contradanza dedicada “a las Señoritas Matanceras por el

Director de la orquesta de la Unión Feliciano Ramos”, se

publica en Crónica, la sección fija del periódico habanero La

Piragua, el siguiente comentario, en el que aún ya entrada la

segunda mitad del siglo se distingue un halo de candidez y

21 En El Apuntador, 3 de marzo de 1841. El autor firma como Fabricio Núñez.

40

ligereza de conocimientos, así como en la expresión del asunto

abordado:

Orquesta de la Unión. _ Cada día adquiere más popularidad

la orquesta que con este título dirige el distinguidoprofesor Feliciano Ramos. El afamado clarinete Juan de Diosforma parte de esta orquesta que hará resonar sus armoníastodas las semanas en la Glorieta de las Puentes, de maneraque están de enhorabuena los temporadistas de aquel pueblo.La Unión tocará todas las que publiquemos en “La Piragua”.Últimamente, su director ha compuesto una titulada “El Yumurí“que vé la luz en la presente entrega. El Yumurí estádedicada a las matanceras y es una danza lindísima. Todas lasde este profesor son irresistibles. El Yumurí imita el cursodel río de este nombre: el río susurra y se quiebra entre peñas yla danza gira al son de deliciosos acordes. Damos las gracias aFeliciano Ramos por su preciosa danza “El Yumurí”. 22

No sería justo ni prudente generalizar sin embargo

estas consideraciones; sobre todo respecto al segundo

ejemplo, debido a que con anterioridad a esos años ya se

ejercía “cierta” crítica musical en nuestros países, ungida

de conocimientos teóricos de mayor acuciosidad y de un

profesionalismo más cercano al que se conoció durante las

últimas décadas del siglo XIX. Con el fin de ilustrar grosso

modo algunas de las características de estilo y expresión

que presentaba la reseña musical de esos años, se extracta un

fragmento breve de una crítica en torno a una ópera de

Donizetti, que se difundió en 1848 en las planas del un

periódico de la ciudad de México:

[…]En el prólogo no salió Lucrecia, dicen, sino después deconcluida la introducción de su aria, por lo que se obligó a

22 En el Periódico La Piragua no. 110, año 1856, ciudad de La Habana, Cuba.Reproducido por Zoila Lapique Becali, en Música colonial cubana. Tomo I (1812-1902). Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1979. p.195.

41

cantar inmediatamente sin actizarse (sic) de la escena, y conforzosa precipitación. En esa aria sobre todo se notó la pocaseguridad. El segundo defecto que advirtieron fue una confusiónbien desagradable (se supone para oídos de artistas) en el dúodel tiple con el bajo en el acto primero, allí en la repeticiónde la cavaletta estuvieron discordes los cantantes entre sí, y laorquesta con notable mengua de la armonía […] 23

Además de las reflexiones críticas sobre las expresiones

escénicas antes mencionadas, se emitían juicios de tesitura

estética sobre la música instrumental y su interpretación,

siendo, por otra parte, muy frecuentes y particularmente

extravagantes y ampulosos los comentarios que referían al

comportamiento del público; ribeteados algunos, con

inclementes acentos de sarcasmo, como lo evidencia el

siguiente ejemplo :

[…] Poco tengo que decir de la concurrencia, gracias al

cambio que ha sufrido esta ciudad, en otro tiempo tan opulento ytan brillante. La décima parte de la sala estaba vacía, y entrela concurrencia había muy pocas señoras, y estas muy maladornadas, con escepcion de una jóven de gran distinción quetenía un paquete de plumas en la cabeza. Dos ó tres chales decrespón de china, eran los únicos artículos de tocador que nofuesen negros, en toda la sala. Con pocas escepciones los dossecsos se entregan durante el espectáculo á la costumbrefavorita de fumar; aún en los palcos. Según Addison, las mugeresque saben servirse del abanico poseen un instrumento muypeligroso para los corazones. Si esto es cierto, muy difícil esescapar á una belleza mexicana que se encuentra doblementearmada con el abanico y el cigarro […]24 .

Ello nos permite conocer –lectores del siglo XXI- no

sólo su comportamiento y reacción en lo que atañe al

23 El Monitor Republicano, 20 de septiembre de 1848; el autor firma bajo el seudónimo de “Clarín”.24 El Álbum Mexicano. Periódico de literatura, artes y bellas artes. Tomo II, 1849, p.523.El autor se identifica con las iniciales RR, que probablemente corresponde a los redactores de la revista.

42

espectáculo, sino que además, es posible inferir con sobrada

elocuencia significativos gestos de usos, costumbres y gustos

de clara vigencia en la sociedad hispanoamericana. Otro

ejemplo acerca del público de las tertulias lo encontramos en

el Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, donde se da cuenta de una

velada en la que fueron centro de la reunión los virtuosos

pianistas y compositores Luis Moreau Gottschalk y el cubano

Nicolás Ruiz Espadero: En la casa del Sr. Morejón tuvo efecto una de esas soirées conque este apreciable filarmónico sabe entretener de vez encuando a sus distinguidos amigos. Tocaron a cuatro manos unafantasía en el piano los Sres. Gottschalk y [Ruiz] Espadero ydespués fueron tomando su parte correspondiente en el concierto(…) Matilde Bermejo (…) Crucet y Mungolt (…) Lorenzana (…)Francisca de León (…) Druillon. Todos los que tuvieron el placerde asistir quedaron altamente satisfechos y diz que más de unomurmuró a la conclusión: y ¿cuándo se repite otro concierto? Loque prueba la complacencia que resultó de la bien coordinadafista que se celebró en casa del Sr. Morejón 25

Entre las características de las crónicas y “críticas”

que se publicaban entonces –y ello comprendía de igual manera

a España y a nuestras naciones- es que los textos aparecían

sin firma, al amparo solamente de una inicial o escudadas bajo

seudónimos.

La música en periódicos, revistas y gacetas

Un interesante aspecto es que una franja importante de

los periódicos, revistas y gacetas que se editaban entonces

dedicados a los asuntos relativos a la música, poseían

singulares y similares títulos; una costumbre muy extendida y

exhibida, también, por otras publicaciones de temáticas

25 Zoila Lapique, op. cit., p. 150.

43

generales. Al igual que algunos de esos títulos, los

contenidos de ciertos artículos y notas ostentaban altas dosis

de ingenio, socarronería y deliberado humor. La información

ofrecida se encauzaba generalmente a anunciar la llegada y

presentación de compañías extranjeras de repertorio

operístico, conciertos instrumentales y de virtuosos del

momento; por lo general pianistas y violinistas, y a ejercer

algún tipo de reseña “crítica” u ofrecer la crónica sobre la

verificación de los acontecimientos.

En Venezuela destacaron publicaciones como El Zancudo, El

Cojo Ilustrado y La Mecha. Esta última es considerada la pionera

de las revistas musicales de ese país fundada por el

valenciano Toribio Segura (¿), residente en Cuba la mayor

parte de su vida, registrándose su muerte en la isla. También

de Venezuela son Dulcamara –título asociado más frecuentemente

a un botiquín homeopático que a los quehaceres de la música-

y La Lira Venezolana, establecidas en 1873 y 1882,

respectivamente; la última, fundada y dirigida por el pianista

y crítico Salvador Narciso Llamozas.

De iguales características son los títulos Cartilla desde el

Cristus (1826); El Apolo habanero (1836), revista semanal de música

y Ecos de las liras habaneras (1836); La piragua periódico de literatura

dedicado a la juventud cubana (1856); La Habana elegante. Semanario

ilustrado, literario y artístico. Crónica de los salones (1883), que destacó

por la prodigalidad de ilustraciones, muchas de ellas

conteniendo excelentes caricaturas y fotografías que mostraban

de manera explícita el ambiente musical de la burguesía

criolla de Cuba.

44

Raro ejemplo es la publicación bisemanal satírica y

deliberadamente combativa del gobierno mexicano, que llevaba

por desafiante rúbrica Las cosquillas. periódico retozón, impolítico y de

malas costumbres. Redactado por los últimos literatos del mundo. Bajo la

protección de nadie. Su propietario, fundador y redactor

responsable fue al parecer el periodista y político

duranguense Francisco Zarco (1829-69), dado que existe

polémica sobre ello. Muchos de sus esclarecidos colaboradores

escribieron comentarios y reseñas sobre ópera, figurando,

entre tantos otros, el escritor liberal Guillermo Prieto

(1818-97), autor de Memorias de mis tiempos (1903) valioso

documento sobre la vida cotidiana y cultural mexicana durante

1828 y 1853. Otro periódico de iguales características fue La

pata de cabra. Periódico dedicado al pueblo (1855) editado por Juan de

Dios Arias, que criticaba de manera humorística y constante al

gobierno intermitente de Antonio López de Santa Anna entre

1835 y 1853. Cobijados bajo seudónimos, aparecieron en sus

páginas sugestivos artículos y reseñas sobre música, además de

ser recurrente la oferta de venta y alquiler de pianos.

Durante el ajetreado mandato de Santa Anna hacen su

aparición periódicos de extendidas trayectorias como fueron, El

Siglo XIX (1841-58) y El Monitor Republicano (1844-96). En el primero

colaboraron figuras de primer orden del horizonte literario de

México: Manuel Payno (1820-94), autor de dos novelas

medulares: El fistol del Diablo(1859) que relata la vida del país en

todos sus aspectos y niveles, y Los bandidos del Río Frío (1889-91)

que el propio autor denomina ”naturalista, humorística y de

45

costumbres, de crímenes y horrores”26. En ambas obras aparecen

de manera reiterada relatos sobre los intríngulis que

caracterizaron el ambiente de la música y la ópera en México.

Payno fue además colaborador asiduo de El Siglo XIX, y el ya

mencionado Guillermo Prieto (Fidel), cuyos escritos se ocuparon

frecuentemente de reseñar y “criticar” aspectos relacionados

con la música. El Monitor Republicano incluyó y difundió asimismo

un sinnúmero de textos críticos sobre el panorama musical del

período. Baste mencionar, como ejemplo, las autorizadas

opiniones que durante el año de 1863, publicó en sus planas

uno de los personajes más activos del panorama musical de

entonces: el compositor Melesio Morales (1838 -1908), quien

además de sobresalir como uno de los más prolíficos y

venerados operistas mexicanos fue colaborador de varios

periódicos de su tiempo.

El Argos; La gaceta mercantil y The British Packet son algunos de

los títulos que en la Argentina comienzan a circular durante

la segunda década del XIX, en el entorno de las publicaciones

que dedican algunos espacios, o páginas, al comentario y el

juicio sobre temas relacionados con la música.

El político, músico y escritor Juan Bautista Alberdi

(1810-84), autor del importante tratado Bases y puntos de partida

para la organización política de la República Argentina, escribió y publicó

en 1832 Ensayo de un método nuevo para aprender a tocar el piano con la

mayor facilidad y El espíritu de la música a la capacidad de todo el mundo.

Ambos textos se incluyeron en sus Obras Completas I, publicadas

póstumamente en 1886. En el primero se insertaba la partitura

26 En Emmanuel Carballo: Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo XIX,Océano-CONACULTA, México, 2001, p.171.

46

del vals Minerva, también de su autoría, que servía de muestra

para la práctica del método. A modo de ilustrar la didáctica

del instrumento se incluían 28 ejemplos sobre la escritura

musical y un dibujo del teclado del piano.

Otro de los logros del polifacético intelectual se

concretó en la fundación y edición del semanario La Moda, que

hizo su aparición el 18 de noviembre de 1837 rubricando sus

escritos bajo el seudónimo de “Figarillo”. En algunos de ellos

también se aventuraba a emitir su opinión -aunque ésta pueda

resultar hoy generalizadora-, sobre asuntos concernientes a la

música. La publicación tuvo una existencia efímera, pues

solamente se publicaron 23 números, el último fechado el 21 de

abril de 1838. La interrupción se debió a su contenido liberal

e irónico, siendo clausurada durante el polémico gobierno del

dictador Juan Manuel de Rosas (1793-1877). La musicóloga Pola

Suárez Urtubey estima que en esta faceta escasamente

acreditada de Alberdi se vislumbró “una de las primeras luces

de la premusicología argentina”27.

El compositor y cantante español José Amat –quien radicó

asimismo en Uruguay entre 1853 y 1856 donde dirigió una

sociedad filarmónica- editó durante 1856 en Buenos Aires La Lira

Argentina, del cual se conocen siete números distribuidos entre

enero y mayo. El periódico inspiró una serie de nuevas páginas

enfocadas principalmente al quehacer musical, como: El Artista

(1857); El Dilettante (1864) y La Lira (1869), que se distinguió por

publicar los textos críticos del pianista Luis José Bernasconi

(1845-85), cuya fama se acrecentó por la actuación a dúo con

27 En “Alberdi, Juan Bautista”. DMEH, Vol. I, Sociedad General deAutores y Editores, Madrid 1999, p.202.

47

Luis Moreau Gottschalk (1829-69), el extravagante pianista

estadounidense. En el transcurso de la segunda mitad del siglo

surgieron otras planas muy calificadas: La gaceta musical (1874);

El álbum de señoritas, a cargo de Juana Manso, considerada –como

fue la mexicana Alba Herrera y Ogazón (1885-1931)- pionera de

la crítica musical ejercida por mujeres. Salvo incursiones por

demás esporádicas, en las cuales su opinión se volcó entorno a

ciertos temas como la literatura, las artes plásticas y la

reivindicación de género, y dadas las condicionantes

culturales e ideológicas referidas con anterioridad, la

presencia intelectual femenina estuvo ausente del foro de

debates sobre cuestiones de la música hasta ya entrado el

siglo XX.

Surgen también en Argentina en 1878, El álbum musical y La

orquesta, y cuatro años después Mefistófeles en la que colaboró el

compositor Arturo Berutti (1858-1938), y al finalizar el siglo

La crónica musical (1885). Es necesario señalar, que desde finales

del XIX comenzaron a consolidarse secciones especializadas en

los periódicos argentinos más prestigiosos, donde ejercieron

destacados profesionales entre los que se contaron el

periodista de origen español Enrique Frexas, colaborador de La

Nación de Buenos Aires. Frexas mantuvo entre 1890 y 1905 una

columna continuada por críticos de relevancia como Mariano

Bosch; Mariano Berrenechea y Roberto García Morillo, entre los

de reconocida solvencia en su especialidad.

El Semanario musical, que se acredita como primer periódico

semanal dedicado a dicho arte, hizo su aparición en la

República de Chile en 1852. La publicación estuvo a cargo de

48

José Zapiola (1802-85), su fundador y editor. Circuló

solamente con 16 números, cuyos contenidos consideraban

diversas áreas, como las de crítica de interpretaciones

vocales e instrumentales. Cumplió con la finalidad de informar

sobre los acontecimientos y los protagonistas del medio

musical, y la de instruir, ofreciendo definiciones

sustanciales como los conceptos de arte, música y sus

elementos constitutivos. Fue en la “Carta a los Aficionados”

fechada en 1844 –según establecen algunos investigadores

referidos por Cristían Guerra Rojas-28 que Zapiola inició su

ejercicio en la crítica musical, explicando con detalles

técnicos las variaciones del clarinete -instrumento que

dominaba- en la “Escena del delirio” de la ópera Lucía de

Lammermoor de Donizetti. Como uno de los pioneros de la

crítica musical y de la musicografía chilena, inició su

carrera en las letras a edad madura, y además de sus

contribuciones para diversos periódicos y El Semanario… sus

textos están contenidos en los libros La Sociedad de la Igualdad y sus

enemigos y Recuerdos de treinta años.

En El Semanario… colaboraron la cantante de origen

español Isidora Zegers (1803-69), además de escritora y

traductora, difusora entusiasta del repertorio operístico de

Rossini. Su estudio “Orígenes de la ópera en Francia”, destaca

entre los incluidos en la publicación. Otras contribuciones se

debieron a Francisco Oliva y al compositor y crítico José

Bernardo Alzedo (1788-1878), autor del manual Filosofía elemental de

la música que redactó entre 1851 y 1861, publicado en 1869.

28 Ver Revista Musical Chilena, Año LXII, enero-junio de 2008, pp.-28-49(ISSN0716 -2790, versión impresa en Internet).

49

Alzedo también colaboró frecuentemente con de El Ferrocarril de

Santiago, la Revista Católica y El Mercurio Chileno.

Es ineludible mencionar al intelectual Andrés Bello

(1781- 1865) que ejerció la crítica musical en la prensa

chilena. Venezolano de nacimiento, se instaló en Chile en 1829

donde prosiguió su labor literaria y ocupó el cargo de rector

de la Universidad en Santiago. El musicólogo Luis Merino sitúa

a Bello como “el fundador de la crítica musical chilena.”29 Sus

trabajos iniciales en esta dirección aparecieron en el

periódico El Araucano donde colaboró con cuatro artículos entre

1830 y 1840. En opinión de Merino, “tenía un gran conocimiento

musical a juzgar por los juicios que formula en estos

artículos y por las razones en que los sustenta”.30 Sin embargo

anota, que no se conocen evidencias de su educación en la

música, aunque al parecer es obvio que recibió la enseñanza de

su padre Bartolomé Bello, cantor durante trece años de la

Catedral de Caracas y titular de la cátedra de música en la

universidad de de esa ciudad entre 1786 y 1789.

Al igual que otros literatos del XIX que vertieron su

“intuición”, pasión, y en varios casos, certeros conocimientos

sobre la música, Bello se inclinó al comentario en torno al

espectáculo de la ópera. Así se aprecia en el texto que con

fecha del 18 de diciembre de 1830 publicó El Araucano sobre una

representación de La italiana en Argel: La pieza, aunque extravagante y absurda aun mas de lo que puedepermitirse á la ópera bufa, es de las populares de Rossini,por la fecundidad y belleza de los motivos musicales con que ha

29 Ver su exhaustivo artículo “Don Andrés Bello y la música” en Revistamusical de Venezuela, no. 5, año 2, 1981, pp., 13-68. Consejo Nacional dela Cultura, Caracas. 30 Merino, op.cit., p. 38.

50

sabido hermosearla; si bien es preciso confesar que en esta masque en otras dio el compositor rienda suelta a su genio difuso,insistiendo á veces en un tema hasta el fastidio.31

Tanto el fragmento anterior como el siguiente ponen enevidencia su conocimiento del repertorio, y una cabalcomprensión de los mecanismos y componentes orgánicos delgénero lírico:

Hubiera sido de desear, según el parecer de los inteligentes,que el recitado hubiese sido más corto. Los recitativos,sostenidos en la opera por la acción y el interés dramático, noproducen igual efecto despojados de la ilusión teatral.32

Tampoco Bello se sustrajo de ejercer su criterio en el

ámbito de la música instrumental. Queda claro en el comentario

sobre la visita en 1838 a la capital chilena del músico

irlandés Guillermo Vicente Wallace (1812-65). Como lo

explicita el texto de Bello, el versátil músico -quien había

sido tempranamente organista en la Catedral de Thurles- se

distinguió como violinista y pianista, además de raro

compositor. El crítico refrenda aquí su competencia y

demuestra su dominio para evaluar los recursos del virtuoso,

en lo que a técnica y mecánica instrumental se refiere: Es extraordinario encontrar reunidos tantos dones en unsolo individuo, y en tan temprana edad. Su modo de tocar el piano es sumamente expresivo, y produce

mucho efecto; y aunque nos ha asegurado no ser éste suinstrumento, no por esto dejamos de considerarle como unexcelente pianista. En cuanto al violín, ¿qué términos bastaránpara expresar nuestra sorpresa y satisfacción?. ¡Con qué energíay gracia maneja el arco! Parece que las escalas cromáticas (tipode mayor dificultad en toda clase de instrumentos) y los soni[d]os armoniosos, tan arriesgados en el violín, fuesen un juegopara la destreza; Sus trinados son igualmente tan puros, quenada dejan que desear; y por fin, una alma que se manifiestallena de sensibilidad por su extremada expresión y el delicado

31 Ibidem. 32 Merino, op.cit., p. 39.

51

gusto de sus calderones y adornos; forman del Sr. Wallace unartista del mayor mérito. También nos ha sorprendido en el Sr.Wallace que después de tocar el piano conserve toda su enterezaen el violín, y viceversa, siendo tan sumamente opuestos dichosinstrumentos, que la perfecta ejecución en uno de ellos, debeprecisamente perjudicar en la del otro.33

Wallace había recorrido en una extendida gira varias

ciudades del Continente, llegando a la ciudad de México en

julio de 1840; sin embargo, su actuación no se consigna hasta

noviembre de ese año en el Teatro Principal. Gloria Carmona

proporciona un breve y sugestivo retrato sobre el artista:

“Wallace fue un viajero incansable que unió al concertismo un

singular espíritu de aventura, de manera que lo mismo figuró

como notable instrumentista en la tertulia de Isidora Zegers

en Chile que como cazador de ballenas en Nueva Zelandia,

ovejero y agricultor en Australia…”34

Regresando a Bello, es necesario subrayar que sus

aportaciones al proceso de la crítica musical chilena

finalizaron en 1841, debido a su dedicación a otras

ocupaciones y la proyección hacia algunos terrenos de interés

personal. En su ensayo Luis Merino sintetiza concluyentemente

algunas de las características esenciales que distinguieron la

aprehensión de Bello del fenómeno estético-musical: […]Bello proyectó a nuestro medio su enfoque amplio,

mesurado, riguroso, documentado y ponderado que aplicó a laevaluación de los más importantes protagonistas de la actividadmusical chilena de la primera mitad del siglo pasado y a suanálisis de la música ejecutada en el período. Jamás empleó lavirulencia penetrante de José Joaquín de Mora ni el “ardorpolémico” que impregna a tantos de los artículos sobre músicaescritos en Chile por el ilustre desterrado argentino Domingo

33El Araucano, 29 de junio de 1838, en Merino, op. cit., p.42. 34 “Período de la Independencia a la Revolución (1810 a 1910)”, Vol. 3,en La música de México, Julio Estrada, editor, UNAM, México, 1984, p. 37.

52

Faustino Sarmiento entre 1841 y 1844. Es precisamente por estoque el perfil de Bello, como fundador de la crítica musicalchilena, se destaca con rasgos tan peculiares, así también comosu papel fundador en Chile de la crítica teatral.35

Es además relevante el papel desempeñado por Luis

Arrieta Cañas (1861-1961) en favor del desarrollo académico de

la crítica musical chilena de finales del XIX. Realizó su

labor en los periódicos La Libertad Electoral, La Actualidad y La Revista

del Progresos. En 1889 fundó las Jornadas Musicales de Peñalolén,

que congregaron tanto a aficionados como a profesionales,

difundiendo la obra de músicos poco o nada conocidos en el

momento. La propuesta de Arrieta Cañas se sustentaba en que la

crítica debía mostrar el cambio que se producía en el ambiente

musical chileno, enarbolando la idea que la actividad del

crítico era conceptualmente diferente a la del cronista. Sobre

ello aseveraba: “Es indispensable en todo pueblo culto la

formación de una crítica artística ilustrada que, al mismo

tiempo resista a las solicitaciones de los empresarios,

contribuya a formar y a educar el buen gusto y sea el portavoz

de la opinión inteligente”.36 La participación de Arrieta Cañas

en el desarrollo formal de la crítica musical, coadyuvó a

terminar con los equívocos respecto a los valores de la

música, sosteniendo que la esencia de ésta –de la crítica- era

la comprensión de la música per se, y su perspectiva a través de

la historia.

El Filarmónico Mensual o Cartilla para Aprender con Facilidad el Arte de la

Música, Periódico Musical y El Periódico de Música fueron las tres

primeras publicaciones estrictamente musicales que iniciaron

35 Merino, op.cit., p.43. 36 En “Crítica Musical”, DMEH, p.183.

53

el periodismo de esta especialidad en la República de Cuba.

Las planas del primero se conocieron en 1812, en un momento

en el cual la prensa se transformaba, dejando atrás la

información comercial y los insustanciales y escuetos

comentarios de acontecimientos sobre la política de España y

el mundo. El Filarmónico….ofreció difundir aspectos de la música,

así como enseñar sus fundamentos. La circulación, sin embargo

fue breve, dado que “No podía subsistir en tal medio esta

novedad del periodismo en Cuba, a pesar del interés creciente

que iba teniendo la música en los salones selectos de una

burguesía criolla cada vez en mayor auge, y en las casas más

humildes de La Habana de entonces”.37

Diez años después ingresó al panorama de la prensa

Periódico Musical, que se vendió por suscripción durante la

segunda libertad de imprenta que vivió la Isla, debida al

Gobierno Constitucional español en 1820. Sus editores fueron

el francés Santiago Lessieur y Durand, pintor especializado en

miniaturas, y el español Enrique González. Contenían sus

páginas “piezas útiles a los aficionados del arte encantador

de la música”38. El público interesado pudo satisfacer sus

requerimientos de partituras de música vocal, romanzas,

cavatinas y boleros, entre otras, con acompañamiento de arpa o

fortepiano. En lo que refería a la instrumental con oberturas,

valses, contradanzas y minués para guitarra, flauta, arpa y

fortepiano, seleccionadas entre los compositores cubanos y

extranjeros más prestigiados. La importancia de este periódico

radicó en que hasta ese momento -1822- las partituras

37 Zoila Lapique, op.cit., p.13. 38 Citado por Zoila Lapique, op.cit., p.13.

54

musicales impresas eran importadas, principalmente, de Madrid,

París y Filadelfia, y los requerimientos de los músicos y los

melómanos cubanos eran zanjados con las copias manuales e

impresas en el extranjero. Por tal razón, la imprenta

litográfica de esos pioneros trajo a este sector la

posibilidad de surtirse con mayor facilidad y a un menor

costo.

En 1826 Toribio Segura ofreció un nuevo aporte

editorial, como ya lo había hecho en 1824 con la citada Cartilla

desde el Cristus, asociándose con el músico inglés Juan Meztler

para dar a luz Periódico de Música, que contendría “un cuaderno

con cuatro piezas de música para piano, canto con

acompañamiento, un vals y una contradanza para piano, ‘…esta

última con flauta ad libitum’”. 39

Durante el siglo XIX la crítica o “reseña musical”

cubana, como sucedió en otras naciones hispanoamericanas,

estuvo asociada al desarrollo del quehacer musicográfico;

actividad ejercida por escritores e intelectuales que

centraban asimismo su interés en el hecho musical, y a todo lo

concerniente a su comportamiento estético y difusión. A través

de sus doce ejemplares, el periódico semanal El Apolo Habanero

fundado en 1836 por “el melómano Francisco Moreno Pino y el

impresor Lorenzo Mier y Terán”, recoge la intención de sus

iniciadores de ofrecer un material que trataría de

“conocimientos técnicos de música. Análisis de las obras,

óperas, misas y otras de su clase, argumentos de óperas y

cuanto concierne al arte, obras que se publiquen, autores,

39 Op. cit., p.15.

55

compositores, invenciones, representaciones y remitidos en la

materia técnica”.40

Dos personalidades despuntan en la actividad crítica

cubana durante el siglo XIX: Serafín Ramírez (1833-1907),

crítico, violonchelista y compositor, y Laureano Fuentes

Matons (1825-98). Al primero se debe el libro La Habana artística

(1891), fuente bibliográfica imprescindible para la historia

musical de Cuba, donde plasmó cimentados comentarios sobre los

músicos más ilustres que visitaron La Habana durante su

tiempo, y la actuación de artistas nacionales,

considerándosele pionero de la crítica musical de su país. A

cargo del compositor, violinista y pedagogo Fuentes Matons

estuvo el periódico La Lira de Cuba (1846) de Santiago de Cuba,

que tuvo una frecuencia mensual e incluía algunas de sus

composiciones y las del malogrado violinista y compositor de

contradanzas Silvano Boudet (1828-63). Además de ser valorado

como el más sobresaliente compositor de Santiago de Cuba

durante el XIX, se debe al talento literario de Fuentes

Matons una serie de artículos publicados durante 1888 en el

periódico La Industria, que posteriormente formaron el libro Las

artes en Santiago de Cuba (1893). La musicóloga Victoria Eli

Rodríguez considera que “Esta fuente historiográfica resulta

de gran estima por su valor testimonial, y en ella destaca la

información sobre la presencia e influencia francesa en esa

área del país, [la antigua provincia de Oriente] sobre todo

después de la Revolución de Haití”.41

40 Op. cit., p.12541 Ver “Laureano Fuentes Matons (Lauro), en DMEH, vol. p.280.

56

En el periódico El Comercio de la ciudad de Lima, se

dieron a conocer desde 1839 numerosas reseñas de

acontecimientos que registraban la presencia de los más

destacados músicos que visitaban la capital. Fue el caso de

Luis Moreau Gottschalk (1829-69) que “encantó” a este público

en 1865. De igual manera fue celebrada seis años después, la

actuación de Pablo de Sarasate (1844-1908), célebre violinista

y compositor español. Pero será ya entrado el siglo XX cuando

se consolide la presencia sistemática de la crítica musical en

las páginas de las publicaciones peruanas. Sobresale en este

rubro la aportación pionera del periodista y pianista

valenciano Óscar Fritz (1879-1952), que bajo diferentes

seudónimos como “Efe”, Cándido” y “Dixi”, colaboró en las

planas de El Tiempo y El Mundo de la capital peruana.

Comienzan a escribirse en el estado sureño de Cuzco,

sobre todo durante la primera mitad del siglo, obras

didácticas significativas sobre la música peruana. Logran

atención los métodos de Eleuterio Aramburu, Teórica música.”Para

el uso de las señoritas educadas del Colegio del Cuzco.

Compuesto en diálogo por el sargento mayor de infantería de

línea…. (sic). Cuzco, P. Evaristo González, 1833”. De análogas

características y exhibiendo un título de candoroso

significado, es el texto de Luis Flores, “Elementos generales de

música o sea breve y sencilla explicación para aprender en

corto tiempo este arte sin necesidad de maestro arreglados por

Luis Flores quien siente el más vivo placer de dedicar esta

obrita a la juventud CUZQUEÑA en el que se halla consignado el

verdadero progreso de su país. Cuzco, Imprenta de la libertad,

57

1853”42. El interés por la elaboración de métodos y libros

didácticos durante la época en el conjunto de nuestros países,

indica el auge y la relevancia incuestionable que la educación

musical incitaba principalmente entre los más jóvenes. Señala,

asimismo, el grado de desarrollo cultural –como en este caso-

alcanzado en la sociedad. Los contenidos, sus títulos y el

público al cual se dirigían, es un certero registro de su

nivel educacional, y de la idiosincrasia determinada a través

de sus intereses y gustos.

Al inicio del siglo decimonónico aparecen en Venezuela

los primeros textos orientados a informar y dilucidar aspectos

concernientes al acontecer de la música, ahora en calidad

testimonial de crónicas y de reseñas. Entre las primeras

publicaciones encaminadas a difundir el quehacer artístico en

sus manifestaciones diversas, se cuentan La Gazeta de Caracas de

1808; El Mercurio Venezolano de 1811 y en 1820 El Fanal de Venezuela,

periódicos precursores, además, en incluir en sus planas lo

que actualmente consignaríamos en el rubro de “periodismo

musical”.

Nuevamente el nombre del español Toribio Segura –a

quien se ha referido páginas atrás- resulta axial en cuanto al

advenimiento del periodismo musical venezolano, acreditándose

el inicio del género con La Mecha, que en 1838 hizo su

incursión en el panorama de la prensa especializada:

“Periódico musical del señor Segura. Nos es grato poder

anunciar que esta empresa, útil al país como calculada para

42 Iturriaga, Enrique y Juan Carlos Estensoro: “Emancipación yRepública: siglo XIX” en La música en el Perú, Fondo Editorial Filarmonía,2007, p.113,

58

estimular a la generalización de los conocimientos en el arte

encantada de la música…”43. Como lo había demostrado antes en

Cuba, su presencia incentivó también en Venezuela el cultivo

del género de cámara, organizando en Caracas ese mismo año una

sociedad para la interpretación de cuartetos.

Tras la definitiva consumación independentista de

Venezuela en 1830, y como aconteció en gran parte de las

naciones de América, la irradiación, exuberancia y cualidad

intelectual de la prensa periodística irrumpe transformando el

horizonte de la política, la sociedad y la cultura con una

oferta temática variada y atractiva como nunca antes había

acontecido. La dinámica de la propuesta musical de entonces,

incentivó la aparición de numerosas columnas orientadas a

desentrañar aspectos de la nueva disciplina. Surgen de esta

manera voces “especializadas” en las páginas de La Oliva (1836);

El Liberal (1843); El Promotor (1843-44); La Opinión Nacional (1868-

92); El Zancudo (1876-83); El Diario de Avisos y Semanario de Provincias

(1850-56), entre muchos otros periódicos y semanarios de

divulgación general.

En el contexto de las opiniones perfiladas hacia una

profesionalización de la crítica se distingue el pianista,

compositor y pedagogo Salvador Narciso Llamozas (1854-1940),

originario de la ciudad de Cumaná, capital del Estado de

Sucre, cuyo quehacer se inició en el periódico La Libertad. En su

ciudad natal fundó en 1874 El Álbum Lírico dirigido a la difusión

y la crítica, dando a conocer numerosas partituras de piezas

de baile de gran demanda entre la clase acomodada. Instalado

43 Citado por Mario Milanca en La música venezolana: de la Colonia a la República,Monte Ávila Editores, Caracas, 1993, p128.

59

en Caracas en 1876, comenzó su carrera en la enseñanza y en el

ámbito de difusión de la música, dedicándose a la formación de

pianistas y ofreciendo conciertos. En la capital incursionó en

el periodismo cultural y artístico con gran aceptación tanto

por parte del público conocedor, como del neófito, inaugurando

el 28 de octubre de 1882 la primera edición de La Lira Venezolana.

De frecuencia quincenal, esta revista literaria y de música

incluyó suplementos como el Álbum Musical, con las partituras de

los compositores más celebrados de ese tiempo. Mario Milanca

apunta que a partir del número 11 del año 1883, se incluyó en

la publicación la Historia de la Música de Ritter, traducida por

Cristóbal L. Mendoza. Sobre su desempeño en la crítica, apunta

el referido investigador tomando como base un artículo del Cojo

Ilustrado: […] se nos dice que al leer las crónicas de SalvadorNarciso Llamozas se aprenden dos cosas:

1.los buenos principios de la ciencia musical, y 2. a nocriticar con saña ni ensalzar a destajo. Si algo distingue a Llamozas del resto de los críticos de laépoca, son estas dos cuestiones señaladas: conocimientoprofundo, mesura y objetividad. Llamozas rompe con elmaniqueísmo imperante en la crítica de su época; siempretrató de ser lo más objetivo posible. Y si en algunacircunstancia tenía que hacer resaltar su ‘ser pasional’,lo hacía, pero recurriendo al verso o a la prosa poética[…]44.

Derivado del comentario de Milanca se entiende que

Llamozas marcó una renovación ética y estética en los

periódicos venezolanos de las postrimerías del siglo, aún

caracterizada por el diletantismo y la venalidad. Colaboró

durante más de dos décadas (1892-1914) en El Cojo Ilustrado

44 Milanca, op.cit, p.167.

60

encargándose del comentario de las temporadas de ópera, música

de diversas tendencias y géneros, así como de la presentación

de intérpretes y el quehacer de los compositores nacionales. El

Zancudo (1876- 1883) a cargo de Gabriel José Aramburu y

Heraclio Fernández, fue otra de las publicaciones que

contaron con la calidad de sus escritos. A este último se debe

el texto de “adaptable” contenido y original rótulo Método para

aprender a acompañar piezas de baile al estilo venezolano sin necesidad de ningún

otro estudio y a la altura de todas las capacidades de 1876, año en el que

ve la luz El Arte Musical de José Ángel Montero.

En el mismo rango de formación intelectual y artística

que Llamozas se hallan Manuel Revenga, que bajo el seudónimo

de” Fanor” ejerció el oficio crítico en La Opinión Nacional, así

como Felipe Tejera y Mariano Briceño colaboradores asiduos de

El Cojo Ilustrado.

El general Ramón de la Plaza Manrique (ca.1831-86) que

destacó paralelamente como pintor y músico, fue un

protagonista de singulares dotes dentro del paisaje artístico

caraqueño. Hábil intérprete de violonchelo y ocasional

compositor, escribió Ensayos sobre el arte en Venezuela, por el general

Ramón de la Plaza, ofrenda al Libertador en su primer centenario (1883),

centrado en la consideración de aspectos históricos de la

música y las artes plásticas, que en opinión del musicólogo

Walter Guido, ostenta características de escritura de los

“memorialistas”45.

Aparecen entre las primeras publicaciones didácticas

venezolanas Explicación y conocimiento de los principios generales de la música

45 Panorama de la música en Venezuela. Colección Cuadernos de Difusión. SerieVenezuela núm.7, FUNDARTE, Caracas, 1978, p.29.

61

(1824) de Juan Francisco Meserón y diez años después de M.M.

de Larrazábal, El Método o Estudio completo de solfeo para enseñar el canto

según el gusto moderno. La ciudad de Mérida contribuye al catálogo

de métodos de estudio de la música con Elementos de canto llano y

figurado (1844) y Práctica de los divinos cantos (1845), ambas debidas

al músico José María Osorio (1803-52), a cuya nombradía se

acredita asimismo la composición de la primera ópera en

Venezuela. En la Biblioteca Nacional de Caracas se conserva,

además, un interesante ejemplar del Nuevo método de guitarra o lira,

conteniendo piezas y ejercicios atribuidos al seudónimo de

“Caballero de”, cuya fecha de aparición aún es desconocida.

La virtual paz que comenzó a ceñir con un halo de

cierta estabilidad a la sociedad, luego de los tormentosos

ajetreos del independentismo político de la Nueva España,

culminando en México 1821, estimuló e instauró el inicio de la

producción periodística sistemática en la nación. Los

periódicos, gacetas y revistas, cuyos semanarios y suplementos

dieron cabida a un número no menos profuso de escritores y

periodistas para nutrir sus páginas, favorecieron la

aparición de las primeras “reseñas críticas” sobre música. Con

innegables altibajos se va estableciendo un mayor rigor

literario y artístico, que bosqueja el profesionalismo de los

primeros críticos, y la apetencia de los lectores por el

género. Paralelamente surgen durante los primeros años de la

nación algunos métodos cardinales de enseñanza musical:

Elementos de música (1823) y Principios de la armonía y de la melodía

(1835) de José Mariano Elízaga y la Gramática razonada musical

(1840) de José Antonio Gómez.

62

En las páginas de El Iris. Periódico Crítico y Literario de 1826 -

gaceta clasificada como la primera publicación ilustrada

literaria y artística del México independiente-, y bajo el

rubro de “Música”, encontramos una breve nota en la que se

ponderan las cualidades mundanas y profanas del arte musical;

pretexto y simulación para referirse a la partitura Escocesa,

que se reproduce en sus interiores, cuya autoría se acredita a

una compositora: Siendo la música el lenguaje del amor, creemos que un rasgo deesta vencerá siempre en dulzura al artículo mas melifluo quesupiéramos dedicar al bello sexo en este número. Damos música contanto o mas gusto, cuando que de volvemos á las Damas lo que esde las Damas. Esta Escocesa es compuesta por la condesa Ermelinade Beaufort_ G. 46 .

Se percibe en el texto la utilización ditirámbica del

lenguaje que deja entrever la torpeza y la ingenuidad para

disimular, de esta manera, la vacuidad de juicios que

corresponden a un cronista poco o nada avezado en

conocimientos musicales. Ello se corresponde con el notorio

estado de diletantismo que caracterizó a la “opinión musical”

mexicana durante las primeras décadas de la centuria.

Tiempo después, se fundan periódicos de muy influyente y

notoria presencia dedicados en gran porción de sus páginas a

la difusión artística y literaria como El Federalista, Edición Literaria

de los Domingos en el que colaboraron Manuel Payno (1810-94) e

Ignacio Manuel Altamirano (1834-93); El Álbum Mexicano; El Siglo XIX;

El Teatro; EL Panorama Teatral; El Teatro, revista general de espectáculos líricos y

46 El Iris, 11 de febrero de 1826, p.16. El autor es probablemente Florencio Galli, uno de los editores de la revista.

63

dramáticos; El Monitor Republicano; La Iberia y Diario del Hogar, entre los

de mayor permanencia y solvencia literaria.

En una edición de El Álbum Mexicano de 1849 se publicó una

crónica-crítica de Manuel Payno, referida a la visita del

afamado violinista holandés Francisco Coenen (1826-1904),

quien alternó sus conciertos con el pianista Enrique Herz

(1803-88) en la capital del país. El texto revelador y

atrayente entrelaza las percepciones reflexivas del autor en

la crónica y la anécdota de atisbos musicales.El anuncio de Coenen reanimó el entusiasmo filarmónico, un tantoabatido; y la noche que se presentó, estuvo el salón casi lleno.Lo que se había dicho de Coenen no era exagerado. El violín esuno de los instrumentos que más imitan la voz humana: por esacausa llama más la atención. Coenen tocó el Carnaval de Venecia,célebre composición de Paganini, que imita la querella de dosamantes. ¡Cuánta gracia y naturalidad para remedar al noviopoltrón y rudo! El público con mucha razón aplaudió con furor aljoven artista; y las siguientes noches el teatro estuvo lleno.

Un hecho reiterado se detecta en la prensa

hispanoamericana, sobre todo durante la segunda mitad del

siglo, en relación a la curiosidad y la expectativa de los

cronistas y los críticos ante la llegada de los intérpretes

extranjeros. Parte del fenómeno se debió a la fama que

investía a los artistas, difundida y comentada a través de las

anécdotas de los viajeros y del periodismo de ultramar. Si

bien es cierto que la ópera incitó la emoción de estos

escritores a lo largo del siglo, no menos atrayente resultaba

la leyenda del talento que envolvía a los artistas visitantes.

Otras revistas literarias como El Semanario Ilustrado, El

Renacimiento y La Patria Ilustrada, dedicaron en sus páginas reseñas

entorno a la música. Los que trataron asuntos específicamente

64

musicales: El Arte Musical, revista social ilustrada (sic) en la que

colaboraron los músicos José Rivas, Gustavo E. Campa y Carlos

J. Meneses; El Artista, que ostentaba la especialidad nada

anticlerical de “Música profana y religiosa”; El Recreo Musical y

La Gaceta Musical, fundada esta última por Campa en 1898; La Revista

Melódica, publicada por la casa de repertorio H. Nágel y Cía. y

México Musical, dirigida por el pianista Carlos del Castillo.

El escritor y periodista liberal Ignacio Manuel

Altamirano se involucró en 1869 en un proyecto de gran aliento

cultural: el periódico literario El Renacimiento, apoyado por

ilustradores, ensayistas y poetas de trayectoria destacada,

entre los que figuraron Guillermo Prieto, Justo Sierra, y el

compositor Melesio Morales. Aunque solamente llegó a circular

durante un año, Altamirano hizo alarde de su afición y

excepcional sensibilidad hacia la música, en comentarios que

formaron parte de sus celebradas “Crónicas de la semana”. Para

la crónica musical, el autor de Clemencia (1869) expone una

descripción precisa del suceso, aunada al comentario irónico y

de gracia mesurada. El manejo de la ironía como elemento

recurrente en sus crónicas trasunta, en comparación a la

cultivada por Gutiérrez Nájera, la percepción apacible y

transigente.

Alfredo Bablot d’Olbreuse (1827-92) nacido en Burdeos,

Francia, llegó a México en 1849 como secretario de la cantante

inglesa Ana Bishop, pero sus ambiciones y talento literario y

musical lo encaminaron a colaborar en el periódico Le Trait

d’Union de la capital. Fundó en 1850 su propio semanario,

Daguerrotipo, que cambió seguidamente su nombre por El Telégrafo,

65

introduciendo la caricatura musical y la gráfica. El

temperamento artístico de Bablot pudo leerse también en las

páginas del periódico liberal El Federalista del que fue director

desde 1871, por un periodo de diez años, y colaborador de El

Siglo XIX y El Domingo. El 1 de julio de 1882 recibió el

nombramiento de director del Conservatorio Nacional de Música

e introdujo una reforma radical en el funcionamiento académico

y administrativo de la institución; entre 1866 y 1867 ya había

sido redactor de La Armonía, el órgano informativo del plantel.

Bablot, alias “Proteo”, hizo alarde de una crítica

historicista de avezada erudición, que no logró, o no buscó,

al menos, superar un estilo que ya entonces daba trazas de

anacrónico parnasianismo. De esta manera lo muestran sus

extensos textos sobre ópera, donde expone casi siempre con

pródigos desarrollos, tramas argumentales, descripción de

personajes y minucias de sus hacedores. Con análoga ductilidad

a la del dios griego que modifica su forma a voluntad

cambiando de sentimiento e idea, Proteo se transformaba, según

el acontecimiento de teatro o de ópera que le incitaba a la

reflexión y el veredicto.

Manuel Gutiérrez Nájera (1859-95) el escritor de las

“treinta máscaras”, en alusión a la cantidad de seudónimos con

los que rubricaba sus escritos, fue un caso sin precedentes en

la historia de la literatura mexicana del último tramo del

siglo. Conjugó en su vasta producción los excesos del lenguaje

y las ideas con la innovadora vivacidad de su prosa, siendo en

66

opinión de Juan Ramón Jiménez, “el primero de los americanos

que expresa la transición del romanticismo al modernismo”47 .

En Nájera fraguan deliberadamente ambos géneros: crónica

y crítica en franca simbiosis dan nacimiento a una nueva

fórmula del ejercicio crítico. La renovada modalidad de

percibir un hecho de arte, o artístico, conquistada para su

época por Nájera, estuvo fundada en una gramática

intelectivamente emocional. La crónica musical en este

escritor-poeta y poeta-escritor adquirió el rango de capricho;

de instrumento capaz de subvertir la realidad y de inquietar

la apariencia de la obra y los sucesos. Así se detecta en el

fragmento de un texto apologético dedicado a Verdi: El Otelo (sic) de Verdi es, a mi juicio, el verdadero drama musicalque nos deja el gran compositor, en Aída fue más espléndido, másfastuoso, más pródigo, más exuberante, pero en ninguna ópera hacristalizado tanta pasión como en Otelo.[…]. Parece que Verdi altocar a Shakespeare se rejuvenece. En el hermoso anochecer de suexistencia ha encerrado toda la pasión en el Otelo. Toda la gracia,en el Falstaf (sic) ¡Oh inmenso artista!.48

La cantidad de sus reseñas críticas rebasa a las de

cualquier otro escritor dedicado estrictamente a esta tarea.

“El Duque Job” sustentaba en muchas ocasiones sus juicios,

aunque no siempre de manera incondicional, en el crédito que

le concedían los intercambios de ideas con quienes consideraba

autoridades consumadas en la materia. Cercano a Morales y a

Gustavo E. Campa (1863-1934), además de sincero admirador de

Pablo Bablot. Colaboró en numerosos periódicos de la capital

47 Citado en mi ensayo “Sobre la crítica y los críticos: entrecuestionamientos y algunos enigmas” en Pauta, no.97, año 2006, p.54.CONACULTA, México.48 En “Crónica Dominical” de El Universal, no.102, 30 de septiembre de 1894.

67

mexicana como La Voz de España; El Partido Liberal; La Libertad; El Cronista

de México y El Universal, y ya muy próximo a su muerte en la

parnasianista Revista Azul (1894-96).

En su calidad de crítico musical, la labor del

compositor Melesio Morales ejerció una enfática influencia en

la formación del público musical de la segunda mitad del XIX.

Cerca de 97 artículos pudieron leerse en la prensa de dispares

tendencias ideológicas, como: El Monitor Republicano (1863); El

cronista de México (1865; La Sociedad (1866); El Renacimiento (1869); El Nacional

(1881-84) y El Tiempo (¿), entre otros, en los que utilizó los

seudónimos de “Claris Verbis”, “Eusemia”, “Martín Merendote” y

“Solfa”. A fin de dar una muestra del talante crítico de

Morales, se extracta un conciso fragmento de una reseña

crítica que difundió el periódico El Tiempo en 1894, en la que

se refiere a la “Sociedad del Cuarteto”, que fue –según la

investigadora Aurea Maya- “el primer cuarteto de cuerdas

formalmente establecido que existió en México y se integró con

alumnos pertenecientes a la primera generación del

Conservatorio Nacional de Música”49. […]Gaos Berea es un valiente violinista de concierto educado enBruselas; la virilidad de su arco, su corrección al pasear{frasear}la limpiezas con que saca el sonido, su tono, expresióny afinación, son cualidades bien demostradas que lo recomiendanaltamente […] Saloma es violinista de cavata segura y lee sinmentiras ni fantaseos; fiel intérprete de lo escrito, no seperdona una nota ni desperdicia un momento…En la orquesta de laópera italiana siempre hay un puesto destinado a su pericia, queabulta en razón directa de su modestia. 50

49 Melesio Morales (1838-1908). Labor periodística. Selección, introducción, notasy hemerografía de Aurea Maya., CENIDIM, México, 1994, p 86 n.50 Op. cit., p.87.

68

Morales realizó una glosa crítica acerca de las

cualidades musicales de cada uno de los integrantes, en la que

exhibe sin sutilezas vacuas y despojadas de retórica, el gran

dominio y la solidez técnica con los que cimentaba su oficio

de músico.

No son pocos los historiadores de la música de México

que aluden a la “confesión” de Gustavo E. Campa en torno a su

falta de habilidad para escribir un buen libreto operístico.

Pero Jesús C. Romero en su artículo “El periodismo musical

mexicano en el siglo XX”, contrapone a esta reputación poco

venturosa el reconocimiento de que “El periodismo musical, en

el sentido recto de la palabra, lo inició entre nosotros el

joven Gustavo E. Campa con la publicación de [Gaceta Musical] que

dató del siglo retropróximo […]”.51 El fundador y director de

la revista hoy casi desconocida, desarrolló en esta

publicación una obra crítica de excepción. La Gaceta Musical fue

rara avis para el común denominador de las que se consideraban

especializadas entonces, abarcando un extenso período entre

1898 a 1914. La obra de periodismo musical de Campa fue

reunida en tres volúmenes: Artículos y críticas musicales (México. A.

Wagner y Levien, 1902); Críticas musicales (París. P. Ollendorff,

1911) y Escritos y composiciones musicales, (México, Cultura, 1917).

Su interpretación del concepto de crítica se orientó a

la explicación de los adelantos formales y técnicos de la

música, en la evaluación de sus defectos, sin omitir, si lo

ameritaba, el estímulo al talento fuera al creador o al

intérprete. Por consiguiente, la crítica debía contribuir a

desempeñar una función educativa como aleccionadora, y al51En Carnet Musical, marzo de 1952, p. 138.

69

perfeccionamiento estético de la música. El andamiaje del

pensamiento positivista se introdujo en la obra de Campa a

través de la aprehensión “cientificista” del hecho musical y

en el fundamento pragmático de su organicidad. Otro aspecto de

su consideración lo dirige al problema de la ética del

crítico, reflexionando sobre el conflicto de la objetividad:

“Exigir completa parcialidad al crítico, equivaldría a negarle

un criterio, una tendencia, una simple predilección de quien

nadie está desprovisto ni puede sustraerse”.52 Los juicios y

reflexiones de sus escritos -a excepción de algunos temas

locales contenidos en el libro Artículos y críticas musicales-

restringen el interés del autor a tratar y analizar asuntos

relacionados, en mayor medida, con el acontecer del panorama

musical europeo del que Campa fue un activo y agudo

espectador.

Durante la consecución de estas páginas se ha señalado

cómo la “crítica musical” ejercida ya provista de elementos

teóricos y una “cierta” rigurosidad formal, comenzó a

verificarse de forma más notoria al término de la primera

mitad del XIX. Con anterioridad, su expresión sobre los

asuntos tratados fue abordada con una terminología de

características literarias que, conforme a su desarrollo como

disciplina, será reemplazada por una metodología de formalidad

técnica.

Respecto a los estudios que sobre la crítica musical se

han elaborado hasta la fecha, es posible afirmar que aun hoy

día la génesis, evolución y la transfiguración indudable de

ésta dentro del contexto de la historiografía y la52 Artículos y críticas musicales. A. Wagner y Levien Sucs., México, 1902, p.56.

70

bibliografía musical de las naciones, así como su “estrategia

estética”, forman parte del territorio de la musicología

latinoamericana que permanecen sin examinar e interpretar de

forma adecuada y exhaustiva.

Las revistas para “señoritas”

Una producción cuantiosa de publicaciones destinadas “al

bello sexo” caracterizó el panorama del periodismo de España e

Hispanoamérica con un distintivo de candidez y glamour, no

exento de rasgos de artificio y una dosis de amaneramiento en

lo literario y la gráfica. La historiadora Lucrecia Infante

Vargas al analizar el tejido ideológico sobre el cual se

desplegó el paisaje literario “de corte femenino”, se refiere

a la condición educativa de las mujeres durante una vasta

porción de la primera mitad del siglo: “Debe recordarse que

durante el siglo XIX la enseñanza de la lectura y la escritura

eran actividades no necesariamente asociadas, y que prácticas

como la lectura en voz alta o la memorización de textos

religiosos y poesía fueron, en muchos casos, una herramienta

de acceso a la lectura para las mujeres”. 53

Las revistas y periódicos destinados a “las señoritas”

de la sociedad del XIX, fueron el sitial recurrente e idóneo –

pero no exclusivo- para la difusión de un torrente de música

que se escribía al tributo del salón y la tertulia. Las

danzas, habaneras, contradanzas, mazurcas, valses, polkas, y

otros muchos géneros destinados al piano solo y al canto con

53 “De lectoras y redactoras. Las publicaciones femeninas en Méxicodurante el siglo XIX”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita delMéxico decimonónico. Vol. II, UNAM, México, 2005, p.185.

71

acompañamiento de piano, engalanaron y satisficieron la

apetencia siempre ávida de novedades de las damas.

Entre las de mayor renombre en Cuba se encuentran La

moda o recreo semanal del bello sexo (1829); Álbum de damas (1851); El

Rocío (1856), publicación quincenal de “literatura joco-

satírico y musical”, muy peculiar, además, por haber sido la

primera dirigida por escritores mestizos. Sobre el contenido

advierten los editores en uno de los párrafos de su anuncio:

“[…] Todas las entregas irán acompañadas de una preciosa pieza

de música para piano bellamente litografiada; bien una

zandunguera danza, un precioso wals, una linda canción, o una

majestuosa polka siendo la primera composición musical

adornada con una bonita lámina alegórica”.54

La moda elegante ilustrada (1863) fue otra curiosa revista

que, entre modelos de trabajos a la aguja y el crochet, añadía

al interés de sus lectoras, novelas, crónicas, bellas artes y

música. Periódico de señoras y señoritas (1863); La Habana elegante y El

álbum de las damas. Periódico literario de espectáculos y variedades dedicado al

bello sexo matancero (1894), representan únicamente un muestrario

de éstas.

Las mexicanas tuvieron oportunidad de leer semanarios

de heterogénea catadura que fluctuaban entre los siguientes

títulos: Calendario de las Señoritas Mejicanas (1838-1841,1843),

editado anualmente por Mariano Galván con el que dio inicio

una nueva modalidad de dirigirse explícitamente a un público

femenino; Semanario de las señoritas mejicanas (1840-1842); Panorama de

las señoritas. Periódico pintoresco, científico y literario (1842); El presente

amistoso. Dedicado a las señoritas mexicanas por Cumplido (1847-1852) –el54 En Zoila Lapique, op. cit., p.207.

72

nombre de Cumplido alude al impresor Ignacio Cumplido (1811-

87)-; La semana de las señoritas mejicanas (1850-1852); La Camelia,

semanario de literatura, variedades, teatros, modas, etc., dedicado a las señoritas

mejicanas (1853). En cuanto a la atmósfera que rodeaba su

funcionamiento y permanencia, destaca la investigadora

española Belén Vargas Liñán en el estudio sobre La semana de las

señoritas mejicanas (1850-1852): “Las publicaciones periódicas

femeninas de la época, al igual que la prensa cultural y

literaria, estuvieron al margen de la política y gracias a

ello no sufrieron directamente la censura asociada a los

frecuentes vaivenes políticos del gobierno mexicano…”55

Lauro Ayestarán aporta la noticia de La Guirnalda Musical

dedicada a las Bellas Americanas (1837) y también de ese mismo año el

Ramillete Musical de las Damas Orientales (1837). El segundo, fue un

periódico semanal dedicado a difundir temas concernientes a la

música entre el “bello sexo oriental” de la sociedad uruguaya.

La temática incluía la reproducción de partituras de

composiciones líricas, noticias y artículos en consonancia con

el nombre de la publicación. El Ramillete….... produjo un

positivo impacto en el ámbito uruguayo de entonces,

caracterizado por la escasa presencia de publicaciones

musicales de valía. El musicólogo concluye, que “Hasta la

década 1880-1890 en que aparecieron ‘El Artista’ (1883),

‘Montevideo Musical’ (1885) en curso de publicación [¿],

‘Revista Artística’ (1885) y ‘Montevideo Artístico’ (1889), no

hubo en el país otro intento de organizar y mantener una

55 “La música en la prensa femenina de México: La Semana de las señoritasmejicanas (1850-1852)”, en La música y el Atlántico. Relaciones entre España yLatinoamérica. María Gembero Ustárroz y Emilio Ros-Fábregas, coordinadoresy editores, Universidad de Granada, Granada, 2007, p.459.

73

revista exclusivamente musical, fuera de este lejano esfuerzo

del Ramillete de 1837.” 56

Las mujeres que cumplieron funciones de editoras,

redactoras o directoras, comenzó a ser habitual en la prensa

de publicaciones femeninas. La escritora zaragozana Pilar

Sinués de Marco (1835-1893) dirigió en La Habana El Ángel del

Hogar (1867), que entre figurines y labores manuales “repartía

música, pero desgraciadamente no ha sido posible

comprobarlo”57. En Argentina a finales de la primera mitad de

siglo tuvo especial demanda el Álbum de Señoritas. Periódico de

literatura, modas, bellas artes y teatros, a cargo de Juana Manso en 1854.

Del consenso derivado de las publicaciones hispanoamericanas

orientadas a un público de mujeres, se desprende sin embargo,

que será a partir de la tercera parte del siglo cuando se

consolide el espectro de las publicaciones escritas y

dirigidas por ellas mismas, con lo cual se origina un espacio

novedoso de autoridad intelectual femenina en la cultura

impresa.

El peculiar género demostró un afán meridiano por

cumplir con la función de educar, en cuanto a temas de interés

ya muy establecido en el público femenino, tanto en el ámbito

de la cultura general como en el doméstico. En lo que

concierne a la música, el propósito de los editores estuvo

centrado en ofrecer consejos sobre las prácticas de canto y

baile, principalmente, además de procurar una elemental

formación técnica en teoría musical, rememorar períodos y

56 La música en el Uruguay. Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica, Montevideo, 1953, pp.764-765.57 Zoila Lapique Becali, op. cit., p. 230.

74

personajes de la historia de la música, y brindar comentarios

sobre representaciones de óperas, difundiendo crónicas y

críticas de conciertos de índole diversa, anuncios de

academias y de profesores particulares.

Como se apuntó anteriormente, estas publicaciones

incluían la entrega escrupulosa y semanal –en la mayoría de

los casos- de partituras que tenían al mismo tiempo una

distribución independiente. Las partituras llevaban

frecuentemente títulos y dedicatorias amorosas de gran

originalidad y extravagancia; en el caso de las canciones, sus

letras constituían el vehículo idóneo para halagar a las

destinatarias. Algunos de sus títulos eran: Los espíritus del hogar

(cuadrilla); La declaración (canción), y La encantadora (polka),

todas ellas anónimas58. De igual manera sobresalía el diseño

gráfico de la ilustración, que en la mayoría de las ocasiones

era sugestivo y congruente con el nombre de las piezas,

constituyéndose en obras de interés tipográfico

extraordinario.

La aparición de revistas dirigidas específicamente a

las mujeres modificó el paisaje históricamente monopolizado en

lo cultural y artístico por los hombres, adicionándose a la

oferta, asuntos de tipo doméstico. Despertaron con la

diversidad de los temas tratados el interés y el afán de

conocimiento que demandaba la población femenina

hispanoamericana, cuya sociedad masculina –por lo menos hasta

la primera mitad del siglo- regulaba sus valores cívicos bajo

58 Vargas Liñán, op. cit., p.467.

75

la premisa de: “Aunque sea útil tener ciudadanas ilustradas,

lo que necesitamos son ciudadanos”. 59

Su éxito editorial propició que su proyección se

extendiera, con las características originales, a una gran

porción del siglo XX. Sin embargo, el público lector se

restringió, en gran medida, al sector de las clases medias y

económicamente holgadas, dado que en éstas las mujeres

disponían de mayor de tiempo al no encontrase sujetas a las

obligaciones domésticas. Las hubo también de otra franja tan

variada en edades, educación e intereses como fueron las

jóvenes, mujeres casadas y viudas, ancianas y religiosas de

profesión, sin excluir de su disfrute, el interés que pudieran

dispensarle los varones.

Bibliografía

Arizaga, Rodolfo y Pompeyo Camps: Historia de la música en la Argentina.

Editorial Ricordi, Buenos Aires, 1990. Breve y muy documentada

historia de la música del país sureño, que ofrece profusa

información a través de sus protagonistas.

Aretz, Isabel, relatora: América Latina en su música. UNESCO, Siglo

Veintiuno Editores, México, 1977. Conjunto de 16 ensayos ya

clásicos, a cargo de las principales autoridades musicales

latinoamericanas de ese momento, mismos que cuestionan y

analizan las más complejas problemáticas del comportamiento

musical de nuestra América.

Ayestarán, Lauro: La música en el Uruguay. Vol. I. Servicio Oficial

de Difusión Radio Eléctrica. Montevideo, 1953. Continúa siendo

aún válido considerar esta obra como “la Biblia de la historia59 Citado por Milton Schinca, op. cit., p124.

76

de la música uruguaya”. El eminente musicólogo hace revisión

de las temáticas cardinales, que comprende desde la música

indígena, pasando por la música negra, de salón y escénica

hasta los compositores precursores de Uruguay.

Bozal, Valeriano (ed.): Historia de las ideas estéticas y de las teorías

artísticas contemporáneas. Vol. I. La balsa de la Medusa, Madrid,

2ª. Ed., 2000. Excepcional compilación de textos de

renombrados especialistas en torno a diversos tópicos,

abordados desde la perspectiva de la reflexión filosófica del

arte.

Carballo, Emmanuel: Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo

XIX. Océano-CONACULTA, México, 2001. Axial texto de consulta

que reseña y analiza el quehacer de los principales

protagonistas de la literatura mexicana del siglo XIX.

Carmona, Gloria: “Período de la Independencia a la Revolución

(1810-1910)”. En La música de México. Julio Estrada (Editor).

UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1984.

Extenso ensayo de carácter histórico que al decir de su

editor, “nos deja ver en este siglo el momento en el que dos

grandes períodos de nuestra música quedan enlazados….”

Carpentier, Alejo: La música en Cuba. Fondo de Cultura Económica,

México, 1972. Imprescindible compendio sobre la evolución

musical de Cuba, desde el siglo XVI hasta el momento de

edición del texto en 1946, narrado con el magisterio literario

y el rigor histórico del célebre escritor.

Casares, Emilio (director): Diccionario de la Música Española e

Hispanoamericana. Sociedad General de Autores y Editores,

Madrid, 10 Vols., 1999. La más completa obra hasta fecha, en

77

reunir a todos los protagonistas de la música de España y

nuestro continente.

Gesualdo, Vicente: La Música en la Argentina. Editorial Stella,

Buenos Aires, 1988. Abarca múltiples aspectos que refieren a

la música culta o de concierto, como a la popular, de tango y

folklórica, reseñando con puntual información interesantes

aspectos históricos.

Guido, Walter: Panorama de la música en Venezuela. Cuadernos de

Difusión/ Serie en Venezuela, núm. 7, Fundarte, Caracas, 1978.

Breve pero sustancioso y fundamental compendio de la historia

musical venezolana desde el siglo XVIII hasta el momento de

edición.

Lapique Becali, Zoila: Música colonial cubana. Tomo I (1812-1902).

Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1979. Contiene

el estudio de las publicaciones seriadas en el período de la

colonia, encaminado al análisis de lo acontecido en dicha

dirección, desde una perspectiva política, económica y social.

Maya, Áurea: Melesio Morales (1838-1908). Labor periodística. Selección,

introducción, notas y hemerografía de…CENIDIM, México, 1994.

Muy completo panorama biográfico y artístico en torno a la

exitosa incursión en el periodismo del importante operista

mexicano.

Meierovich, Clara: “Sobre la crítica y los críticos: entre

cuestionamientos y algunos enigmas”. Pauta. Cuadernos de teoría y

crítica musical, número 97, 2006, pp.46-56. Consejo Nacional para

la Cultura y las Artes, México d.f., Ensayo que procura

dilucidar el proceso de la crítica en la historia de la música

78

de México, haciendo énfasis en su desarrollo durante el siglo

XIX.

Merino, Luis: “Don Andrés Bello y la música”. Revista musical de

Venezuela, no.5, 1981, pp.13-68. Instituto Latinoamericano de

Investigaciones y Estudios Musicales Vicente Emilio Sojo,

CONAC, Caracas. Exhaustivo trabajo de exhumación documental en

torno a la escasamente conocida faceta de Bello como crítico

musical.

Milanca Guzmán, Mario: La música venezolana: de la Colonia a la República.

Monte Ávila Editores, Caracas, 1993. Texto eminentemente

historiográfico, tejido por el autor en torno a sugestivos

documentos que apoyan el conocimiento de ese período de la

historia musical.

Reyes, Alfonso: “Notas sobre la inteligencia americana”.

Cuadernos de Cultura latinoamericana, núm.15, 1978. UNAM, México.

Este lúcido ensayo del notable humanista mexicano fue ofrecido

como disertación ante un destacado grupo de la intelectualidad

americana y europea.

Romero, Jesús C.: José Mariano Elízaga. Edición del Palacio de

Bellas Artes, México, 1934. Biografía indispensable sobre el

cardinal pedagogo precursor, compositor y promotor sine qua non

de la música mexicana del período post-independentista.

Salgado, Susana: Breve historia de la música culta en el Uruguay. AEMUS,

Montevideo, 1971. Después de La música en el Uruguay (1953) de

Lauro Ayestarán, legendario padre de la musicología en este

país, Salgado presenta un profuso recuento histórico que

recorre una porción extensa del territorio de la música

académica de esta nación al sur del continente.

79

Schinca, Milton: Boulevard Sarandí. 250 años de Montevideo: anécdotas,

gentes, sucesos. Tomo I. Ediciones de la Banda Oriental,

Montevideo, 1979. Atractivo texto elaborado con material

proveniente de la prensa y documentación bibliográfica en

torno a ese período.

Varios autores: La música en el Perú. Fondo Editorial Filarmonía,

Lima, 2ª. Ed. 2007. Compendio de carácter histórico-crítico

integrado con aportaciones de diversos investigadores. Abarca

desde la música en el antiguo Perú, hasta la del siglo XX, e

incluye asimismo, un capítulo sobre las manifestaciones de la

música tradicional y popular del país andino.

Varios autores: Música y mujeres. Género y poder. Marisa Manchado

Torres (compiladora).

horas y HORAS la editorial. Madrid, 1998. Diversos ensayos en

torno a la música y la participación de las mujeres desde una

perspectiva de género.

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