El "criterio de demarcación" como necesidad teórico-práctica en la acción de curar

19
1 EL “CRITERIO DE DEMARCACIÓN” COMO NECESIDAD TEÓRICO-PRÁCTICA EN LA ACCIÓN DE CURAR PALABRAS CLAVE Demarcación-Falsabilidad-Ciencia-Pseudociencia Portugal Escobar, Rigliana (1), Cortassa Amadío, Carina (2) (1) Universidad Católica Boliviana, Universidad Mayor de San Andrés. Bolivia [email protected] (2) Universidad Nacional de Entre Rios, Argentina. [email protected] INTRODUCCION El objetivo de éste trabajo es vincular un problema clásico de la Filosofía de la Ciencia la Demarcación entre lo que se va a considerar como conocimiento científicamente válido y aquello que no lo es- con las consecuencias que éste tiene en un campo particularmente sensible para los ciudadanos como es el de la salud. Se parte de la premisa de que, la crítica contemporánea a los conceptos de Razón y Objetividad, extendida al campo de las prácticas de curar, ocasiona riesgos para la salud y la vida de los sujetos. Y se sostendrá asimismo que, la demarcación entre la medicina y las terapias seudocientíficas o no científicas, resulta consecuentemente una necesidad de carácter práctico más que una abstracción filosófica. Del Logos griego la razón como standard absoluto- hasta la razón cartesiana capaz de producir principios únicos evidentes como base del saber- se nutre la tradición iluminista de una racionalidad universal. La Ilustración incorpora el legado de la antigüedad clásica, para quien la real autoridad cognoscitiva radica en el ejercicio individual de la razón. Se produce entonces un desplazamiento de la autoridad conferida a una subjetividad superior la Revelación demiúrgica, la Majestad política, el Maestro- a la experiencia personal, directa, de los sujetos con los objetos o cosas exteriores: objetos ideales simbolizaciones subsumidas a formas lógicas de registro y significación-; naturales hechos perceptibles-; o culturales imágenes sociales, reglas, tradiciones, instituciones-. Este fundamento objetivo del conocimiento hace posible una acción-elección racional, como característica diferencial, específica y esencial del conocimiento científico, en contraste con la religión o el arte. La concepción de objetividad distintiva de la ciencia fue, desde sus orígenes, polisémica. Esto es, el pensamiento metódico que se inicia y desarrolla en la Modernidad exhibe acentos diversos según se trate de la objetividad científica como saber de los signos matemáticos (Descartes); como el saber que nos proporciona la sensación de los hechos naturales (Locke); o como el saber acerca de pautas e imágenes normativas que aportan las lenguas a la filología y la historia de las instituciones (Vico). Pero, aún con sus distinciones, todas estas versiones del fundamento de la ciencia se apoyan en

Transcript of El "criterio de demarcación" como necesidad teórico-práctica en la acción de curar

1

EL “CRITERIO DE DEMARCACIÓN” COMO NECESIDAD

TEÓRICO-PRÁCTICA EN LA ACCIÓN DE CURAR

PALABRAS CLAVE

Demarcación-Falsabilidad-Ciencia-Pseudociencia

Portugal Escobar, Rigliana (1), Cortassa Amadío, Carina (2)

(1) Universidad Católica Boliviana, Universidad Mayor de San Andrés. Bolivia [email protected]

(2) Universidad Nacional de Entre Rios, Argentina. [email protected]

INTRODUCCION

El objetivo de éste trabajo es vincular un problema clásico de la Filosofía de la Ciencia –la Demarcación entre lo que

se va a considerar como conocimiento científicamente válido y aquello que no lo es- con las consecuencias que éste tiene

en un campo particularmente sensible para los ciudadanos como es el de la salud. Se parte de la premisa de que, la crítica

contemporánea a los conceptos de Razón y Objetividad, extendida al campo de las prácticas de curar, ocasiona riesgos para

la salud y la vida de los sujetos. Y se sostendrá asimismo que, la demarcación entre la medicina y las terapias

seudocientíficas o no científicas, resulta consecuentemente una necesidad de carácter práctico más que una abstracción

filosófica.

Del Logos griego –la razón como standard absoluto- hasta la razón cartesiana –capaz de producir principios únicos

evidentes como base del saber- se nutre la tradición iluminista de una racionalidad universal. La Ilustración incorpora el

legado de la antigüedad clásica, para quien la real autoridad cognoscitiva radica en el ejercicio individual de la razón. Se

produce entonces un desplazamiento de la autoridad conferida a una subjetividad superior –la Revelación demiúrgica, la

Majestad política, el Maestro- a la experiencia personal, directa, de los sujetos con los objetos o cosas exteriores: objetos

ideales –simbolizaciones subsumidas a formas lógicas de registro y significación-; naturales –hechos perceptibles-; o

culturales –imágenes sociales, reglas, tradiciones, instituciones-. Este fundamento objetivo del conocimiento hace posible

una acción-elección racional, como característica diferencial, específica y esencial del conocimiento científico, en contraste

con la religión o el arte.

La concepción de objetividad distintiva de la ciencia fue, desde sus orígenes, polisémica. Esto es, el pensamiento

metódico que se inicia y desarrolla en la Modernidad exhibe acentos diversos según se trate de la objetividad científica

como saber de los signos matemáticos (Descartes); como el saber que nos proporciona la sensación de los hechos naturales

(Locke); o como el saber acerca de pautas e imágenes normativas que aportan las lenguas a la filología y la historia de las

instituciones (Vico). Pero, aún con sus distinciones, todas estas versiones del fundamento de la ciencia se apoyan en

2

procedimientos objetivos para acceder al conocimiento de lo que en realidad es, al margen de cualquier intervención del

sujeto.

Este es, precisamente, el germen de las críticas al concepto de objetividad de la ciencia: el desconocimiento de la

subjetividad, su supuesta incapacidad para evaluar al objeto en su contexto, el vaciamiento, en fin, del significado de las

cosas para los sujetos. Crítica que no es en modo alguno reciente –como el auge y difusión del pensamiento posmoderno

que la refuerza y exacerba podría hacerlo suponer- sino que ya se prefigura en el interior mismo de la estructura de

pensamiento de la Modernidad:

“En nuestra indigencia vital –oímos decir- nada tiene esta ciencia que decirnos. Las cuestiones que excluye por

principio son precisamente las más candentes para unos seres sometidos, en esta época desventurada, a mutaciones

decisivas: las cuestiones relativas al sentido o sinsentido de esta entera existencia humana.”1

Contemporáneamente, la visión posmoderna más extrema postula en principio la oposición entre Sujeto-Objeto, y

el carácter intrínsecamente subjetivo del proceso cognoscitivo. Rescatar el saber humano de la enajenación que supone la

objetividad necesaria y universal significa, entonces, abandonarla como criterio de validez del conocimiento. A partir de

entonces es que se propone la no existencia de una racionalidad única, universal, sino la de potenciales diferentes

racionalidades –plurales, inconmensurables, ideológicas, socialmente construidas-, la relativización de las premisas

básicas del método científico, de lo que se considera ciencia o conocimiento. El basamento objetivo de la racionalidad se

desploma y con él –para algunos- la posibilidad de la acción racional.

En aras de la tesis de subjetividad del conocimiento se ha extendido y postulado como virtud científica e

intelectual del investigador –en nuestro caso particular, en ciencias sociales- la tolerancia a ideas distantes de las propias, el

respeto a la pluralidad de los modos de producción y validación del conocimiento, la desacralización de los dogmas y el

derecho de cada uno a defender sus creencias y transmitirlas informal, mediática o académicamente. Pero este objetivo,

potencialmente progresista y aparentemente inocuo, puede traer aparejadas consecuencias por demás considerables: si no

se considera la posibilidad de algún patrón básico, de algún criterio de verdad unificado, válido más allá de las

circunstancias, entonces todo lo que hay de aberrante en algunos hechos o postulados quedaría absolutamente legitimado.

(Por ejemplo, la práctica de la cliteridectomía y la lapidación de mujeres en algunas culturas; la verdad de la supremacía de

la raza aria y el consecuente exterminio de diferentes; o bien cualquier laya de fundamentalismo. En el tema que nos ocupa,

sería tan válido que un enfermo de cáncer se tratara con agüitas milagrosas como que lo hiciera con radiología o

quimioterapia.) Decíamos que, siguiendo con el razonamiento de las verdades culturales, todo lo anterior podría ser

legitimado tanto como nuestro propio pensamiento: es su verdad, tanto como lo es la nuestra. Serían unas prácticas

culturales, una estrategia política, un método curativo, en paridad de condiciones con cualesquieras otros.

Desde esta perspectiva, lo que entendemos como respeto por los otros quedaría implicado en el relativismo:

cognitivo, cultural, moral. El hecho de que cada uno de esos mundos -y las formas de actuar que producen- estén

1 HUSSERL, E., ed. 1990, p. 6

3

socialmente construidos los convierte en una opción, un sistema de ideas históricamente específico pertenecientes a una

comunidad específica y no universal; el corolario de esta idea es que todos estos mundos socialmente construidos son

iguales. Tienen una validez restringida y no absoluta. Este argumento, entonces, sirve para quitarle validez a cualquier

hecho o afirmación, pero al mismo tiempo puede ser utilizado para validar cualquier hecho o afirmación. El relativismo

extremo alimentaría el dogmatismo: si cada construcción es válida en su contexto, y no existe ningún parámetro universal o

universalizable en virtud del cual se pueda establecer la crítica, entonces se puede ser tan dogmático como se quiera. La

relativización total puede avalar los dogmatismos, no sólo cognitivos, más arbitrarios: si todo es o da lo mismo entonces

¿cuál es el problema? En los proyectos políticos explícitamente autoritarios, el espíritu crítico se calla, se mata o se

destierra. En la sociedad posmoderna –autopropuesta como superadora- el espíritu crítico se adormece lentamente mecido

en la paz de la ausencia aparente de conflictos, disueltos en la opción de la relativización total.

Consiguientemente, cuestionados los criterios racionales, quienes postulen que no todo vale serán los dinosaurios

autoritarios y positivistas del método científico; se recuerda que el objetivismo supo estar al servicio de ciertas formas de

dominación, y resulta más progresista postular que la forma epistemológica de la verdad es nada más que la cobertura de

una subjetividad privilegiada, la que ostenta el poder (del mismo modo que las formas jurídicas del intercambio

constituyen la pantalla de las reales relaciones de explotación).2

Sin embargo, cuando –por lo menos en nuestro caso- rechazamos los hechos descriptos (genocidios, mutilaciones,

o que un enfermo se muera porque el agua milagrosa era nada más que agua a secas), lo hacemos no porque “no nos

gusten” personalmente –esto es, por razones de subjetividad- sino porque los evaluamos como objetivamente “malos”. Esto

es, acudimos a una determinada noción de validez, a un criterio de verdad para efectuar nuestro examen. Tenemos la

certidumbre de que el crimen –por poner un caso extremo- es objetivamente crimen, que quien lo presencie debe

condenarlo y quien lo cometa debe ser castigado. Sostenemos, en fin, que ciertas nociones como justicia o verdad pueden

ser válidas universalmente y regir la convivencia humana.

Por lo tanto, partimos de la base de que el relativismo cognitivo, en la medida en que puede alimentar el

relativismo moral, deviene en una perspectiva con serias consecuencias sociales. En relación con nuestro objeto de estudio,

sostendremos que un criterio de distinción racional entre ciencia y pseudociencia es no sólo posible sino imprescindible en

el ámbito de las prácticas de curar. Ya que no supone únicamente una toma de posición o adhesión individual a tal o cual

sistema de creencias o marco teórico, sino que involucra valores concretos: la salud y la calidad de vida. Así las cosas, la

necesidad de la Demarcación epistemológica se funda en razones prácticas; y ello resulta particularmente útil para

demostrar las relaciones, no siempre visibles, entre las abstracciones filosóficas y la vida cotidiana de los sujetos.

Se nos podría objetar que, al momento de decidir entre diversas prácticas de curar, no influye en la determinación

más que la voluntad del paciente que elige libremente mediante qué método terapéutico desea ser tratado. Con argumentos,

2 SAMAJA, J, 1995.

4

sobre todo en el caso de las enfermedades terminales, del tipo “No se le puede impedir a un enfermo de cáncer que acuda

al Hansi, la crotoxina o cualquier agua milagrosa si eso le aporta alguna esperanza.”

A lo cual cabría responder que la libertad de acción, la capacidad de elección de un tratamiento, requiere del

conocimiento acerca de lo que estaría operando sobre o incorporándose a nuestro organismo: de dónde proviene; cuál es el

método o mecanismos que avalan su pretensión de curar; cuáles, los valores que se ponen en juego al momento de su

ejercicio. De este modo, nuevamente nos remitimos a la necesidad de la demarcación sólo que en el sentido inverso al cual

ya la propusimos: en esta instancia, la necesidad que señalamos como práctica deviene necesidad teórica: establecer con

precisión los límites de lo científico ante las múltiples opciones que se autopresentan como tales bajo el rótulo de

medicinas alternativas, no convencionales, no ortodoxas, etc; y también frente a lo que es sólo especulación o

charlatanería. Tanto más aún cuando estas opciones son publicitadas y difundidas ampliamente a través de los medios

masivos de comunicación.

Entendemos que es desde los ámbitos del Estado –como garante de la salud pública-, de la ciencia y de la

comunicación social de la ciencia desde donde deben partir los esfuerzos tendientes a esclarecer las diferencias, a

desenmascarar los fraudes y apariencias, y a dejar sentados con precisión los riesgos potenciales que acarrean las prácticas

de curar pseudocientíficas o acientíficas sin más.

LA REFUTABILIDAD DE LAS TEORÍAS COMO CRITERIO DE DEMARCACIÓN

Según el método hipotético deductivo de contrastar en la versión del racionalismo crítico popperiano, la frontera

entre el conocimiento científico y aquel que no lo es reside en la posibilidad que ofrece el primero de ser refutado lógica

y/o empíricamente a través de la contrastación de sus consecuencias observacionales. Las hipótesis que superan las críticas

son aceptadas provisionalmente como conocimiento válido, las que no son eliminadas. Cuando un conocimiento es

irrefutable, entonces no es científico.

En “La lógica de la investigación científica”3, Karl Popper discute con el Empirismo Lógico acerca del problema

que supone la demarcación entre el conocimiento científico y aquello que no lo es, y en este sentido retoma las críticas a la

inducción como método de producción de conocimientos verificables o, por lo menos, probables.4

Precisamente podría considerarse que uno de los principales aportes de Popper a la filosofía de la ciencia es la

solución que ofrece para el problema de la inducción reconocido por Hume, que podría sintetizarse como: “Necesariamente

razonamos inductivamente. Pero el razonamiento inductivo es lógicamente inválido. Pensar de manera lógicamente

inválida es irracional, por tanto somos necesariamente irracionales.”; si el razonamiento inductivo no se puede justificar

3 POPPER, K., ed. 1985

5

lógicamente, entonces no sería posible demostrar ninguna creencia que trascienda los datos. Pero si sólo es razonable creer

algo que se pueda justificar, ninguna creencia –conocimiento- que trascienda los datos es racional.

Popper discute a la vez la suposición de que necesariamente razonamos inductivamente y la suposición de que una

creencia es razonable sí y sólo sí está verificada por los datos. ¿En qué caso será razonable una creencia que trascienda los

datos? La respuesta es la tesis central del racionalismo crítico: Una creencia que trasciende los datos es razonable si ha

resistido la crítica (los intentos reiterados por refutarla lógica y empíricamente); entonces la consideraremos

suficientemente corroborada y provisionalmente resultará conocimiento válido. El razonamiento que nos lleva a adoptar

una creencia no es inductivo sino deductivo:

Es razonable adoptar como verdadera la creencia más corroborada

H es la hipótesis (creencia) más corroborada

Es razonable adoptar H

Brevemente, el proceso de producción y legitimación de conocimiento que plantea Karl Popper es el siguiente:

El científico se enfrenta a situaciones problemáticas de las cuales las explicaciones vigentes no pueden dar cuenta

adecuadamente y, ante esta carencia, inventa explicaciones nuevas. Las hipótesis en sí constituyen especulaciones o

conjeturas que deberán ser sometidas a la crítica, en primera instancia lógica y luego empírica, de sus consecuencias

observacionales.

Dado que el razonamiento que permite derivar éstas últimas es deductivo –traslada necesariamente la verdad de

las premisas a la conclusión y retransmite la falsedad en sentido inverso-, si la contrastación con la experiencia falsa las

predicciones, entonces resulta asimismo falsada la hipótesis inicial y debe ser eliminada. La forma lógica del razonamiento

es el modus tollens: Si p, q. No q, no p.

“Gracias a este modo de inferencia, falsamos el sistema completo (la teoría con las condiciones iniciales) que

había sido necesario para la deducción del enunciado falso.”5 Si, por el contrario, los datos corroboran las consecuencias

observacionales, no podremos considerar que la hipótesis inicial es verdadera, porque estaríamos recayendo en lo que se

reconoce lógicamente como falacia de afirmación del antecedente: una conclusión verificada puede partir de premisas

falsas. Por ende el éxito de la contrastación representa meramente una corroboración provisional: por el momento resulta

legítimo mantener la hipótesis pues no ha sido refutada, pero no está exenta de ulteriores críticas. En cuanto se la pruebe

5 Popper, K., ed. 1985, p. 73

6

como falsa, deberá ser eliminada del cuerpo de conocimiento válido. Un ejemplo didáctico del método de ensayo-error-

eliminación en medicina como mecanismo de la ciencia es el que proporciona el caso Semmelweis.6

Sin extendernos más en profundidad en el racionalismo crítico, tomaremos como asunciones básicas para este

trabajo las siguientes:

1. Lo característico de las ciencias empíricas, por oposición a la pseudociencia, es que aquellas son testeables:

pasibles de contrastación y refutación. Necesariamente sus enunciados son precisos, no admiten términos o

expresiones vagas incapaces de ser puestas a prueba mediante la lógica, la observación y / o experimentación, y

contienen en su formulación la descripción de sus enunciados falsadores potenciales. Este es el criterio popperiano de

demarcación entre unas y otras.

2. La refutación es concluyente7, no así la corroboración. El criterio de decidibilidad entre dos o más hipótesis que

dan cuenta de un fenómeno es selectivo: subsisten provisionalmente aquellas más aptas, es decir las que han resistido

los esfuerzos de refutación. Eliminar errores no permite afirmar concluyentemente cómo es el mundo, sino conocer

cómo el mundo no es; al estrecharse el número de alternativas, ganamos en precisión acerca del conocimiento de cómo

funciona la realidad.

LA PSEUDOCIENCIA Y LA TEORÍA DE LOS PARADIGMAS

El enfoque de la ciencia producido por T. Kuhn habilitaría una lectura particular que las pseudomedicinas o terapias

alternativas realizan para autopresentarse como disciplinas científicas: en tanto pertenecen a un nuevo paradigma

inconmensurable con el vigente, no son pasibles de evaluación de acuerdo con los criterios de racionalidad de éste.

LA NUEVA ERA COMO NUEVO PARADIGMA:

No es ocioso aclarar que el encabezado de este acápite no implica ciertamente que Thomas Kuhn estuviera

pensando en un método de validación de la superchería cuando formuló su teoría. Significa que las pseudomedicinas aislan

y fuerzan de su Filosofía de la Ciencia argumentos que les vienen de perlas para considerarse a sí mismas y autopresentarse

públicamente como disciplinas científicas (según la lectura discrecional que realizan de ella) o, en ocasiones frecuentes,

para escamotear la discusión.

6 Enfrentado con el problema de una alta tasa de mortalidad por fiebre puerperal en una sección de Maternidad del Hospital

General de Viena -que no se reproducía en otras salas- I. Semmelweis ensaya alternativamente diversas hipótesis y las va

contrastando una a una, eliminando todas aquellas que resultan refutadas por la experiencia, hasta que finalmente llega a

una respuesta provisionalmente satisfactoria para la cuestión. 7 Por lo menos, en la versión “fuerte” del refutacionismo, también llamada “ingenua” por Chalmers; una versión que el

propio Popper se ocupa de matizar en desarrollos posteriores

7

Excedería los límites de este trabajo el análisis exhaustivo del movimiento complejo denominado New Age o

Nueva Era, que reúne sincréticamente elementos de carácter neorreligioso, mística orientalista, parapsicología, ovnilogía,

astrología, control mental, numerología, tarot, terapias alternativas, y algunos más que seguramente nos estarán faltando.

Lo que interesa destacar inicialmente es que dado su perfil ambiguo, sus cultores y activistas, que reniegan de la ciencia, la

invocan cuando les conviene, aprovechando la credibilidad que la sociedad otorga al conocimiento científico. En este

sentido toman, por ejemplo, la “Teoría de las Estructuras Disipativas”8

La teoría de Prigogyne sostiene que los procesos irreversibles que tienen lugar en la naturaleza significan el

movimiento hacia un orden vital cada vez más perfecto. Discrepa con la teoría newtoniana, en la cual el tiempo se

considera especialmente en relación con el movimiento; y afirma que el tiempo tiene otros aspectos, como la decadencia,

historia y evolución, creación de nuevas formas y nuevas ideas. Brevemente podría sintetizarse su propuesta como sigue:

La naturaleza estaría compuesta de sistemas abiertos y cerrados. Los primeros están implicados en un intercambio

constante de energía con el entorno. Prigogyne ofrece el ejemplo de una ciudad: ésta absorbe energía de la zona

(electricidad, materias primas), la transforma durante el proceso industrial y la devuelve al entorno. En cambio, en los

sistemas cerrados, no existe transformación interna de la energía.

El autor emplea el término de estructuras disipativas sólo para los sistemas abiertos, en los cuales siempre habría

flujo de energía y, mientras más complejo sea el sistema, más fluidez existiría y, por ende, más estable sería. Según

Prigogyne, el continuo movimiento de energía a través del sistema se traduciría en fluctuaciones; si éstas son pequeñas,

serán absorbidas por el sistema, si son mayores lo perturbarán. Es entonces cuando los elementos de la antigua estructura

entran en contacto con las nuevas formas, establecen nuevas conexiones y se reorganizan en una nueva totalidad ordenada.

Se trataría, en definitiva, del surgimiento espontáneo de estructuras altamente organizadas en sistemas muy alejados del

equilibrio. Una interesante característica de los sistemas caóticos es que combinan cualidades que la física newtoniana

considera antitéticas: pueden ser, al mismo tiempo, deterministas e impredecibles. Esto se debería, fundamentalmente, a

que los sistemas caóticos pueden proyectar fluctuaciones pequeñas hasta niveles muy altos. En virtud de ello, a menos que

las condiciones iniciales del sistema se especifiquen con precisión casi absoluta, los sistemas caóticos se tornan

impredecibles.

Marilyn Ferguson –ideóloga de la Nueva Era- retoma la Teoría de las Estructuras Disipativas, y considera que

ofrece un modelo científico de la transformación de una sociedad por una minoría disidente, como sería el caso de la

llamada Conspiración de Acuario: el cambio, las fluctuaciones en la conducta de un pequeño grupo podrían cambiar la

conducta de la totalidad del grupo hasta reorganizarlo nuevamente en una estructura superadora.

El razonamiento que habilita a la Nueva Era a interpretar a Prigogyne como fundamento de su éxito futuro

implicaría inductivamente que: “Se ha comprobado en numerosas oportunidades y en variedad de circunstancias que los

8 PRIGOGYNE, I y STENGERS, 1990.

8

cambios y fluctuaciones dentro del sistema que no pueden ser absorbidos por el sistema, lo perturban hasta reorganizarlo

de manera diferente. La Nueva Era es un grupo en crecimiento que propone cambios dentro del sistema. Cuando la Nueva

Era ya no sea absorbida por el sistema, entonces logrará cambiarlo.”

Pero en este razonamiento, la –supuesta- verdad de las premisas no se traslada necesariamente a la conclusión: no

existe nada que asegure que la predicción deba cumplirse. Que el resultado pueda producirse no significa que vaya a ser así

indefectiblemente, y que los partidarios de Acuario sean necesariamente el motor de un nuevo orden mundial futuro. Puede

que esto ocurra, pero puede también que corran la suerte de muchos otros grupos –sectas religiosas, fundamentalismos, o

similares- que proponen cambios o ideas antisistema y que a la larga no logran cambiar más que las propias conductas (lo

cual, en ciertos casos, es una ventaja para la humanidad)

El uso discrecional que la New Age hace de la física de Prigogyne es un ejemplo específico, pero no aislado sino

integrado en un sistema de pensamiento que invoca como nociones centrales los conceptos kuhnianos –y aquí volvemos al

tópico de este apartado- de paradigma y cambio paradigmático9.

Sin entrar en detalles, la noción de paradigma –en sentido amplio- denota el marco de referencias conceptuales,

metodológicas y valorativas que unifica a una comunidad científica y le sirve de modelo para la resolución de los

problemas que se le presentan durante el desarrollo de la labor de investigación. Un cambio de paradigma supone un

enfoque totalizador y diferente de ver el mundo.

En este sentido, los newagers afirman que el cambio del paradigma mecanicista-determinista newtoniano al de

relatividad-indeterminación resulta consecuente con sus propuestas. Desde la nueva física, las partículas subatómicas están

integralmente conectadas entre sí, lo cual –sostienen- equivale a decir que todo el universo material e inmaterial sería un

continuo interrelacionado. Para la Nueva Era, el Todo –que difícilmente especifican y puede ser, según el caso, el universo,

el hombre, o alguna abstracción imprecisa- se resuelve entonces en una corriente de energía (término clave) en constante

fluctuación, transformación e intercambio. La oposición secular entre leyes físicas y explicaciones del universo de tipo

espirituales, místicas, religiosas, quedaría anulada: “Actualmente vivimos un cambio de paradigma en la ciencia, tal vez el

cambio más grande que se haya efectuado hasta la fecha. Por primera vez nos tropezamos con un modelo amplio para las

experiencias místicas que tiene la ventaja adicional de derivarse de la vanguardia de la física contemporánea.”10

LAS TERAPIAS ALTERNATIVAS: ¿NUEVO PARADIGMA EN MEDICINA?

La Nueva Era se concreta en el campo de las prácticas de curar en cantidad de prácticas terapéuticas pretendidamente

alternativas al paradigma de la medicina: Flores de Bach, mecanismos de autoayuda y autocuración, sanación mediante

imposición de manos, aromaterapias, medicinas orientalistas, y similares. Sin desconocer que existen, por fuera de este

9 KUHN, T., ed. 1992

10 BEYNMANN, Laurence cit. en Silleta, 1993. El subrayado es personal, destaca el sentido de aprovechamiento de la

credibilidad científica por parte de estos grupos para sus propias interpretaciones.

9

movimiento, otras prácticas –como la homeopatía11

por ejemplo- que se adjudican asimismo este carácter no convencional.

Lo que intentaremos en este apartado es vincularlas con aspectos de la teoría kuhniana que –desde una lectura particular-

les ofrecerían sustento a lo hora de sostener un debate epistemológico, o bien como argumento válido para esquivarlo.

Como se expresó párrafos arriba, la concepción newager se autopostula como un nuevo paradigma que pretende

sintetizar los avances de la física contemporánea con las explicaciones místicas en la búsqueda de una nueva cosmovisión.

Los siguientes son algunos de los puntos más visibles que la teoría de la ciencia de T. Kuhn ofrece como discurso de

autolegitimación a las pseudomedicinas:

1. El paradigma de la medicina vigente resulta insuficiente para resolver los problemas de salud de los sujetos. Y su

agotamiento se percibe en diversos aspectos, entre los cuales cabrían mencionar:

1.1. Porque sus métodos y técnicas apuntan a curar la enfermedad y no tratan al individuo enfermo en su totalidad.

1.2. En relación directa con lo anterior, por la despersonalización de la relación médico-paciente.

1.3. Porque emplea métodos terapéuticos duros e invasivos que en ocasiones redundan en iatrogenias peores que la

enfermedad a curar.

Estos emergentes son mostrados por los partidarios de las alternatividades como anomalías que el paradigma tradicional no

lograría resolver, frente a las cuales ellas se plantean como un paradigma renovador. El actual sería un período de

transición entre uno y otro.

2. Esta autoasignada calidad de paradigma alternativo les ofrece ventajas. En primer lugar, la de ser

inconmensurables con el paradigma anterior. Si se recuerda lo que implica esta tesis –que partidarios de diferentes

paradigmas habitan mundos diferentes- se puede advertir por qué beneficia a las terapias alternativas. “Los

médicos alópatas se niegan a aceptar la validez de la homeopatía porque ellos no comparten el método que

nosotros empleamos”12

2.1. Las comparaciones serían imposibles porque no existe un umbral de comunicabilidad que permita la discusión. El

nuevo paradigma terapéutico organiza el mundo y la experiencia de un modo absolutamente diferente al

paradigma médico, desde la concepción misma de la enfermedad, sus causas y desarrollo, el lenguaje para

referirse a ella, los métodos diagnósticos, los principios del tratamiento y la carga de la prueba empírica.

2.2. Cuando se requieren precisiones acerca de su validez, las terapias alternativas se refugian en esta calidad de

inconmensurabilidad: quien formula la pregunta lo hace imbuido del paradigma médico clásico, desde sus

propias matrices, y por lo tanto sería incapaz de evaluar o comprender la visión alternativa porque habita “otro

mundo” teórico, metodológico y valorativo.

11

Cuyo status se considera, por lo menos hasta el momento, aún “fronterizo” en el campo de la medicina. 12

“Entre Simillimum y antibióticos”. EN: Revista LA NACIÓN, Bs. As.1991

10

2.3. Esto resulta particularmente útil a la hora de eludir la discusión, ya que habilita un razonamiento del tipo

“Estamos en paradigmas diferentes, no podemos comunicarnos.” Y asimismo, invierte la carga de la prueba: es

la medicina científica –el paradigma cuestionado- quien debe demostrar que las terapias alternativas –el

paradigma cuestionador- no tienen validez, mientras que éstas no deberían demostrar absolutamente nada.

3. Finalmente, y derivada de la anterior, se sitúa la capacidad de consenso que deben generar los paradigmas para ser

reconocidos y adoptados. Si la inconmensurabilidad diluye la posibilidad de un criterio racional de elección entre

prácticas, entonces tanto la medicina como las terapias alternativas deberían dar la lucha por imponer sus ideas

mediante la persuasión.

3.1. Dado que ambas concurrirían al mercado de prácticas de curar en paridad de condiciones, entonces lo que

decidiría la conversión de un paradigma a otro es que éste tuviera mayor capacidad argumentativa para influir en

las creencias de la comunidad y, de este modo, conseguir su adhesión. En este punto se situaría, creemos, la

responsabilidad que tienen los medios masivos de comunicación en la difusión y promoción de las

alternatividades: dada su condición de formadores de opinión, en este caso operarían funcionalmente para la

creación de una opinión favorable y el consiguiente consenso.

TODO VALE... Y ENTONCES, ¿QUÉ ESTAMOS DISCUTIENDO?

Según el Anarquismo Metodológico formulado por Paul Feyerabend, la demarcación es una necesidad artificial,

que actúa en perjuicio del progreso del conocimiento y de la libertad de los individuos. En este sentido, la única regla

positiva es que “Todo vale”

Una Filosofía de la Ciencia no demarcacionista –tal el caso del enfoque de P. Feyerabend- pone en cuestión no ya

cuál es el criterio más justificado para establecer los límites entre el conocimiento científico y el que no lo es, sino la

necesidad de fijar esos límites.

Este autor sostendrá que un criterio de esta índole cumple una doble función:

1. En primer término, pretende excluir del campo del conocimiento válido aquellas creencias que no cumplan los

requisitos establecidos por él mismo. Y en este sentido, deja por fuera de ese espacio a la metafísica, la mística, la

magia, la religión, el sentido común, etc.

2. En segundo lugar, pretende unificar bajo un mismo método a todas las ciencias o teorías científicas. Desde esta

perspectiva, nuestro objeto –la necesidad de distinguir entre medicina y pseudomedicinas- provendría de un

prejuicio epistemológico que actúa en detrimento del progreso del conocimiento.

11

NO EXISTE NADA TAL COMO “EL MÉTODO CIENTÍFICO”

“...no hay ningún método científico, no hay ningún procedimiento o conjunto de reglas que sea fundamental en

toda investigación y que garantice que sea científica y, por consiguiente, digna de crédito. Todo proyecto, teoría,

procedimiento o conjunto de reglas ha de ser juzgado por sus propios méritos y de acuerdo con criterios que se adecuen al

proceso en cuestión... No existe ninguna regla, por plausible que sea y por bien fundada que esté en la lógica o la filosofía

general, que no haya sido violada en una y otra ocasión. Tales violaciones no son sucesos accidentales ni resultados

perfectamente evitables de la ignorancia y la distracción. Dadas las circunstancias, fueron necesarias para el progreso o

para cualquier otra cosa que pudiera considerarse deseable.”13

En este sentido –para referirse a la ineficacia de las prescripciones- es que Feyerabend acuña la tan controvertida

expresión del todo vale, aplicable a la práctica habitual de la labor científica. Como no existe una regla universal, la

pretensión de unificar a la ciencia de acuerdo con alguna clase de ella –la inferencia inductiva, la falsación, el paradigma-

resulta totalmente inadecuada si se trata de explicar el desarrollo científico pasado y obstaculizadora a los fines de

comprender la ciencia contemporánea. El todo vale implica que las decisiones metodológicas son inseparables del contexto

de investigación, del estado psíquico del científico, de la situación histórica: no son universales, sino singulares; subjetivas

más que objetivas, y nunca del todo racionales.

Así las cosas, el progreso del conocimiento implica que el científico pueda y deba desembarazarse de requisitos

tales como la consistencia con las teorías previas, con los datos de la experiencia o con las evidencias intuitivas, porque la

consistencia sería uno de los primeros escollos que limitan el desarrollo de una idea en ciernes. Supone también que la

proliferación de teorías alternativas es más beneficiosa que procurar una unificación teórica en torno a un mismo

fenómeno: el pluralismo metodológico no debería descartar ninguna explicación “por antigua y absurda que sea” para

procurar el avance del conocimiento. Por ejemplo, el rescate del vudú para enriquecer o revisar el saber vigente en materia

de fisiología.

Otro componente interesante para este análisis del anarquismo metodológico es la tesis de inconmensurabilidad

que ya fuera mencionada en relación con T. Kuhn. Aunque Feyerabend también sostiene que del hecho de que dos teorías

sean inconmensurables, ello no deriva necesariamente en que no puedan ser comparadas de alguna forma. Pero este autor

no puede prescribir un “criterio” para la elección entre teorías rivales, porque sería contradictorio con su posición general

contra el método y los criterios universales. Según Feyerabend, entonces, la elección entre teorías inconmensurables es una

cuestión puramente subjetiva: “El resto [después de haber eliminado la posibilidad de evaluar lógicamente teorías a través

de comparar el conjunto de sus consecuencias deductivas] son juicios de estética, juicios de gusto, prejuicios metafísicos,

deseos religiosos; en resumen, lo que queda son nuestros deseos subjetivos.”14

13

FEYERABEND, P., 1992, p. 114. 14

FEYERABEND, P., ob.cit. p. 281.

12

Feyerabend considera como positiva esta introducción del elemento subjetivo porque libera al científico de las

“partes más pedestres de la ciencia”, la liberación de requisitos dogmáticos y contrarios al progreso científico y la práctica

cotidiana de la investigación.

Sin embargo no es ocioso señalar que, a la luz de los mismas razones, la comparación basada en juicios y deseos

individuales no resultaría más beneficiosa para el avance del conocimiento que los criterios que pretende contrarrestar.

Resultaría ingenuo sostener que la comparación entre teorías rivales se establecería únicamente –como plantea el

racionalismo crítico- sobre la base de la contrastación lógica y empírica, porque de hecho influyen ciertamente en la

evaluación componentes extrateóricos. Pero admitir que esos juicios operan prácticamente en el desarrollo de la ciencia

dista mucho de postular que serían los que en última instancia deben determinar la evaluación de dos teorías rivales y,

menos aún, que esto es preferible y deseable a una situación de elección basada en unos criterios racionales.

La contrastación lógica y empírica no son inmunes a la crítica; mas bien ofrecen las precisiones y evidencias

necesarias para que ella pueda ser ejercida, la promueven. Las preferencias de los individuos, los juicios estéticos,

religiosos, metafísicos, valorativos, son incontrastables, impasibles de evaluación racional. En tanto tales, pueden tornarse

dogmáticos e inmutables frente a la evidencia. Si el debate se instala en el ámbito de los valores, entonces no existen

argumentos válidos para objetar ninguna posición, y el conocimiento deviene doctrina.

LA CIENCIA NO ES UN SABER DIFERENCIAL

El segundo aspecto relevante de las tesis de P. Feyerabend se refiere a la relación entre la ciencia y otros discursos

como los mitos, dogmas, magia, religión, metafísica; y al error que según él significa asignarle a aquella el rango de

paradigma del conocimiento válido. “Así pues, la ciencia es mucho más semejante al mito de lo que cualquier filosofía

científica está dispuesta a reconocer. La ciencia constituye una de las muchas formas de pensamiento desarrolladas por el

hombre, pero no necesariamente la mejor. Es una forma de pensamiento conspicua, estrepitosa e insolente, sólo

intrínsecamente superior a las demás para aquellos que ya han decidido a favor de cierta ideología, que la han aceptado

sin haber examinado sus ventajas y sus límites.”15

Podríamos coincidir en que la ciencia y el mito coinciden en su función principal: se trata en ambos casos de

construcciones humanas que proponen explicaciones acerca de la naturaleza y la vida del hombre. Pero afirmamos que

difieren básicamente en dos aspectos: en el origen de su formulación; y en su funcionamiento (validación, adquisición,

circulación, conservación) Son formas diferentes de pensar la existencia que, en todo caso, operan en diferentes niveles de

discusión y son funcionales a distintas necesidades de inteligibilidad del mundo propias de los seres humanos. El problema

se suscita cuando ambos tipos de explicación entran en competencia por alguna razón, y se debe decidir entre ellas por una

causa concreta. Por ejemplo, en el caso de las prácticas de curar, que es nuestro objeto en particular.

15

FEYERABEND, P., ob.cit. p. 289.

13

Dado el caso, Feyerabend rechaza la idea de que pueda existir un argumento decisivo a favor de la ciencia frente a

los discursos ya mencionados, que serían otras formas de conocimiento, otras tradiciones que históricamente fueron tan

hegemónicas como el modelo científico lo es en la actualidad. Si la ciencia no tiene un método distintivo, y las diferentes

formas de conocimiento resultan inconmensurables, entonces lo único que avalaría su hegemonía contemporánea es el

carácter impositivo que tuvo la racionalidad moderna y su alianza con el poder, representado en el Estado. La separación

entre ambos será, para el autor, la tarea a realizar, como en el s. XVIII lo fue la separación entre Iglesia y Estado, teniendo

en cuenta que la ciencia es actualmente “la institución religiosa más reciente, más agresiva, y más dogmática.”16

Entre los ejemplos que cita Feyerabend para abonar su tesis de la equiparabilidad de las formas de conocimiento,

se cuentan especialmente los casos provenientes de la medicina. A las prácticas de curar dedica numerosos párrafos de

Contra el Método, para concluir en que sólo una racionalidad restringida y restrictiva –irónicamente ratiomanía

popperiana- puede ignorar o excluir los aportes de las prácticas tradicionales de cada sociedad, de la fisiología de las

brujas, comadronas, y charlatanes, del vudú, de los curanderos y de la medicina astrológica. En este sentido propone,

finalmente, que “si deseamos comprender la naturaleza... entonces hemos de hacer uso de todas las ideas, de todos los

métodos y no de una pequeña selección de ellos.”17

El correlato lógico en medicina es que resulta lícito y necesario hacer

uso de todas las opciones disponibles – empíricas, seudocientíficas y acientíficas- con el fin de preservar la salud, curar la

enfermedad y prolongar la vida, sin recortes ni demarcaciones de ningún tipo. El ciudadano maduro en la sociedad libre, se

supone, tiene acceso a la información y poder de decisión acerca de las prácticas –entre ellas, las de curar- que considere

más convenientes.

En el próximo apartado intentaremos demostrar por qué entendemos que el anarquismo metodológico, más que

contribuir a una sociedad, contribuiría a profundizar las desigualdades; y en tanto tal, se trata de una postura más

reaccionaria que progresista.

LA DEMARCACIÓN DEBE SER UNA CUESTIÓN PÚBLICA

En primer lugar, porque en nuestras sociedades, la libertad es un bien desigualmente distribuido. La utopía de una

sociedad libre que ofrece Feyerabend no es novedosa. Desde Campanella, Moro, Fourier y Saint Simon –con acentos

diferentes, claro está- el deseo sintetizado en el “de cada quien según sus posibilidades, a cada quien según sus

necesidades” ha animado las expectativas de cambiar para mejor las respectivas sociedades. Él mismo reconoce que su

noción de actitud humanitaria y libertad de los seres humanos para desarrollarse plenamente contra las limitaciones de toda

obligatoriedad o prescripción, la retoma del ensayo On liberty, de J.S. Mill.

Pero lo que creemos que omite el planteo de Feyerabend son las condiciones concretas, sociales, políticas e

ideológicas, de realización de la libertad teórica que postula. No puede ignorar que los sujetos viven insertos en una

16

Feyerabend, P., ob.cit. p. 289 17

Feyerabend, P., ob. cit. p. 301

14

sociedad previamente constituida que no es precisamente un modelo de igualdad de oportunidades, la base de la libertad

real. Si bien legalmente todos los individuos son libres para tomar decisiones y afrontar sus consecuencias, de hecho las

características y los alcances de las libertados varían según la posición que ocupan en una estructura social determinada y

de los capitales –económicos, pero también simbólicos y culturales- que esa posición les permite incorporar y desarrollar.

De este modo, las condiciones materiales en que se hacen efectivas las libertades abstractas definen grados

diferenciales de libertades reales. Las actitudes o prácticas que un sujeto desarrolla en el ejercicio de su libertad real sólo

pueden ser valoradas y analizadas teniendo en mente la situación social objetiva que sobredetermina tales prácticas.

Por cierto que si analizamos la libertad de elegir un método terapéutico desde la noción de libertad teórica que

propone Feyerabend, lo que estaríamos eludiendo es el análisis de las posibilidades concretas de los individuos para optar

libremente entre métodos diversos.

La crítica más obvia que se puede hacer a la luz de estas ideas es la basada en las posibilidades estrictamente

económicas. A primera vista, el nivel en la escala social que ocupan los sujetos condicionaría sus elecciones terapéuticas

por un superficial análisis de costos. Por poner ejemplos gruesos: hacerse curar los nervios18

por un curandero es mucho

más barato que ir al médico y que diagnostique una distensión de ligamentos. La imposición de manos que realiza un

chamán para extirpar supuestamente un tumor: ¿qué diferencia económica mantiene con una extirpación quirúrgica de

mediana complejidad?

Esta crítica puede ser refutada con argumentos basados en los sistemas públicos de salud. Sin embargo, como se

observó en el párrafo anterior, cabe observar qué ocurre actualmente en países en los cuales el proceso de privatización de

la medicina arroja un número cada vez mayor de familias excluidas de sus beneficios, libradas al consumo de la medicina

que sus ingresos –escasos o inexistentes por ejemplo en el caso de los desempleados- le permitan. En esa situación, la

libertad de elección basada en la igualdad de oportunidades no resulta clara, ni mucho menos.

Más allá de un reduccionismo economicista, existen otras circunstancias en nuestros países que nos permitirían

afirmar que las decisiones en materia de salud no son plenamente libres. Por ejemplo, el acceso desigual a la educación

formal como fuente de información básica acerca de las diferencias entre las prácticas científicas y las que no lo son. Más

aún, cuando la ausencia de educación formal se sustituye con una educación informal arraigada en las tradiciones

familiares y grupales en torno a las prácticas de curar. Tal podría ser, supongamos, el caso del sujeto cuya escolarización se

interrumpe durante el ciclo básico y se desarrolla desde entonces en un ambiente atravesado por la creencia en prácticas

empíricas, folklóricas y explicaciones mágicas o similares. Este individuo bien puede creer que la única forma de curar su

dolor de muelas es –por ejemplo- aplicar un sapo sobre el maxilar en cuestión, porque desconoce la posibilidad o las

ventajas de un tratamiento odontológico.

18

Práctica que en Bolivia se vincula con el tratamiento de dolores y contracturas musculares que realizan los curanderos.

15

Concretamente, lo que afirmamos es que una persona sólo es plenamente libre para tomar una decisión si sabe que

existe el odontólogo y el método del sapo; si conoce o se le explican objetivamente las ventajas y desventajas de cada uno

de estos tratamientos; y si las posibilidades de acceso económico son equivalentes en ambos casos. Sólo así podrá evaluar

la conveniencia de uno u otro, y realizar una elección libre entre los dos. De otro modo, la libertad abstracta de Feyerabend

no es, de hecho, más que libertad condicionada.

No podríamos concluir esta reflexión sin aludir a la responsabilidad del Estado en el tema; habida cuenta de que

Feyerabend sostiene que en la sociedad libertaria, en las cuales los sujetos tendrían a su disposición todos los elementos

para decidir acerca de sus prácticas, el rol del Estado debería ser neutral. Ninguna idea, concepción o teoría deberían tener

un aval explícito en el plano de lo público para no influir en las decisiones privadas mediante la educación, la coerción o la

imposición llana de alguna de ellas. Y este rol arbitral del Estado nos resulta particularmente similar a la función que le

asignan las teorías económicas de corte liberal en una sociedad de libre mercado, en la cual sólo la mano invisible regularía

la oferta de bienes y servicios, determinando el precio justo y equilibrado.

Una observación al respecto ya fue esbozada al final del apartado anterior dedicado a T. Kuhn, cuando hacíamos

notar que tal opinión habilita una interpretación en la cual todas las teorías concurrirían libremente al mercado ideológico y

que, en última instancia, la decisión pasaría por la capacidad de persuasión y autopropaganda de cada una de ellas. Esto es,

que la elección entre prácticas de curar científicas, seudocientíficas y acientíficas radicaría en que cada una pudiera

venderse mejor, explotando sus ventajas diferenciales, como unas hamburguesas con más o menos grasas o un lavarropas

con planchado incluido. En el caso concreto del anarquismo metodológico aplicado a las prácticas de curar, sería una

prerrogativa del individuo libre en una sociedad madura optar por la medicina, la curandería, los saberes empíricos, la

astrología, el vudú, etc.

Pero postular como meta deseable el repliegue del Estado a un rol neutral en la materia ofrece un sustento teórico

inapreciable para las políticas de ajuste en materia de salud pública por las cuales atraviesan las sociedades más pobres,

entre ellas las de latinoamérica. Si la medicina no es en absoluto diferente ni preferible a la astrología o el curanderismo,

entonces carecería de sentido seguir manteniendo hospitales públicos, encarar campañas nacionales de vacunación o

prevención de enfermedades, solventar la investigación básica o aplicada en el campo, o implementar una política

educativa que exija que en las Facultades de Odontología se enseñe a practicar tratamientos de conducto en vez de aplicar

sapos sobre el maxilar del paciente –que no presentaría ventaja alguna, y sí mucho más costo de instrumental, materiales y

sueldos docentes-. Es más, el rol en sí de las Facultades como espacio de formación de profesionales habilitados para

ejercicio de la medicina se vería invalidado porque, si el Estado no avalara ciertas prácticas en detrimento de otras,

entonces jurídicamente no podría existir la figura de ejercicio ilegal de la medicina.

En una sociedad tal, el rol Estado debería limitarse a garantizar que la concurrencia al mercado de las prácticas de

curar fuera absolutamente igualitaria para todas las ofertas posibles: ejercicio libre de la medicina tanto como de las

terapias astrológicas, chamánicas o newagers; eliminación de los controles y restricciones para la venta de medicamentos,

Flores de Bach, de California, o de donde usted prefiera, de pirámides energizantes y talismanes con amplios poderes

16

curativos. A la vez que se desresponsabiliza de sus obligaciones para con los ciudadanos, tales obligaciones ya no

existirían, porque los individuos tendrían a su disposición todas las opciones para realizar una elección que compete

exclusivamente a su ámbito privado.

El régimen de validez de las prácticas se traslada de la eficacia basada en el rigor metodológico a la eficacia

basada en el consenso y la inserción en el mercado consumidor: los individuos probarán alternativamente todas las

alternativas posibles hasta que la eficacia probada de algunas genere el consenso necesario que oriente las elecciones

posteriores.

Sin embargo, como se advirtió en la objeción anteriormente formulada, las libertades están desigualmente

distribuidas y generan posibilidades de elección diferenciales. Si el Estado se abstiene de definir políticas públicas de

salud, entonces los sectores de menores recursos económicos, educativos y culturales, estarán en condiciones de

inferioridad para realizar sus elecciones. El consenso basado en la eficacia es falso, porque no todos podrán elegir lo mejor,

sino lo que tienen económicamente a su alcance, o lo único que conocen, o lo que mejor se publicite sin necesidad de

probar sus resultados. Así las cosas, entre una intervención quirúrgica cara y riesgosa que no puede garantizar resultados

sino solamente voluntad de curar, y un pai o sanador filipino que ofrece en una sesión a precio módico disolver un tumor

sin dolor, y además presenta cientos de testimonios favorables de personas curadas por él, la elección inicial no es difícil

de aventurar. Sólo que para cuando la mano invisible, el consenso basado en la eficacia se defina a favor de la capacidad

curativa de la medicina, entonces seguramente gran cantidad de personas ya habrán muerto.

A MANERA DE CONCLUSIONES

Debe promoverse en la sociedad la idea de que las decisiones relativas al tratamiento de la salud requieren de un

componente racional. En primer lugar, como una racionalidad basada en la eficacia: que la persona pueda evaluar

instrumentalmente cuál es el medio más adecuado para tratar sus dolencias. Pero para que esa evaluación sea completa, es

preciso un movimiento adicional: ligar la racionalidad instrumental con la metódica, y demostrar que las terapias

alternativas no pueden dar cuenta de ninguna de ellas.

La medicina es más eficaz que las terapias alternativas, teniendo en cuenta que los sujetos recurren a una práctica

de curar para resolver un problema concreto en su vida cotidiana, podría suponerse en principio que el criterio de elección

y evaluación de las posibles alternativas -medicina u otras- tiene carácter instrumental. Esto es, que el sujeto optará por la

práctica que resulte más efectiva para la resolución de dicho problema. Desde esta base, entendemos que no es difícil

promover la idea de que las prácticas médicas son preferibles a otras de acuerdo con una racionalidad basada en la

eficacia. Se trataría de enfatizar que:

1. Históricamente la medicina ha contribuido a mejorar la calidad de vida de la población, aumentando

sustancialmente las expectativas de vida. El número de habitantes del planeta ha pasado de 1600 millones a

comienzos del s. XX a 6000 millones en la actualidad. Sólo 30 años era el promedio entre los siglos XIV a XVI; y

17

hacia mediados del s. XIX –en Inglaterra, capital del mundo por entonces- era de 35 a 40 para los aristócratas, 22

a 25 entre artesanos y comerciantes, y de 16 a 20 años para los obreros industriales; para 1915, la esperanza de

sobrevivir aumentaba a los 50 años. Actualmente, en los países desarrollados, ronda los 75 años y tiende a

aumentar.

2. Las vacunas, los antibióticos, los progresos en la higiene y los tratamientos, han permitido reducir la mortalidad

provocada por la tuberculosis, difteria, tétanos, fiebre tifoidea, rabia, poliomielitis, rubéola y gripe, que han sido

prácticamente erradicadas o limitados muy estrictamente sus riesgos. El recuerdo se confina, en gran medida, al

arte. Verdi inmortalizó a la tísica Margarita Gauthier, que tose hasta morir ante nuestros ojos con una música

inmortal; la Canción Inolvidable culmina con Chopin que agoniza aporreando al piano la Polonesa Heroica; el

romántico Schiller... En la ópera, el cine o la literatura, ¿cuántos comprueban que en Occidente son cada vez

menos frecuentes los hombres y mujeres en la plenitud de su vida que, de pronto, escupen sangre, se debilitan, y

mueren carcomidos por la tisis?

3. En opinión de L. Montagnier, los avances científicos han permitido que las enfermedades terminales sean casi

controladas19

: se extiende la cuasi certeza de que en buena parte de los casos es posible alcanzar la cura, aliviar el

sufrimiento o lograr una sobrevida impensada. En el caso particular de la pandemia del VIH-SIDA, aumentan las

investigaciones tendientes a alcanzar la cronificación de la enfermedad hasta tanto se logre la terapia curativa o

preventiva.20

4. El impacto de la información es tangible en una sociedad que cada vez encuentra más medios a su alcance –o por

lo menos, conoce su existencia- para atenuar la experiencia del dolor, al tiempo que lo va paulatinamente

desaprendiendo como parte de su ser en el mundo. Parirás con dolor, el castigo bíblico era hasta hace poco menos

de un siglo extensivo a todas las vivencias del enfermar, desde las más cotidianas hasta el desenlace definitivo.

Los tratamientos con analgésicos y anestésicos, los neuroléptidos y antidepresivos combinados con terapias

psicológicas, contribuyen a paliar los dolores de cuerpo y mente. Disminuye la capacidad de tolerar el dolor

porque existe afortunadamente la posibilidad del alivio o la supresión.

En resumen, puede afirmarse que la medicina curativa y preventiva, la antisepsia, anestésicos, cirugía, implantes,

las técnicas de diagnóstico y detección cada vez más precisas, la electrónica y la informática al servicio de la medicina, los

avances en farmacología, han proporcionado a los profesionales recursos que sus antepasados ni siquiera podían imaginar.

Con lo cual los que cuentan con buena salud tienen mayores posibilidades de conservarla; y los enfermos más posibilidades

de sanar.

19

MONTAGNIER, L. En: Ciencia. Las nuevas fronteras. Suplementos del diario La Nación, Bs. As, 1992 20

“La insulina no cura la diabetes, pero otorga a los diabéticos una considerable normalidad en sus vidas; ese puede

llegar a ser el tipo de terapia más adecuado para el Sida en estos momentos (...) que alivie el sufrimiento y permita una

apariencia de normalidad en la vida de los enfermos crónicos” Golub, E. “Los límites de la medicina, Cómo la ciencia

modela nuestra esperanza de curación” Reseña en Suplemento Futuro, Página 12, Bs. As, 1996

18

Todos estos argumentos son posibles si pretendemos promover la idea de la eficacia diferencial de la medicina por

sobre prácticas alternativas que difícilmente puedan demostrar fehacientemente tales resultados.

Y el fundamento de la eficacia de la medicina es el método científico, este sería el segundo aspecto de la difusión:

lo que hace eficaces a las prácticas médicas no es que curen, sino que curan porque se desarrollan conforme a un método

que les permite explicar por qué curan, y que pueden mostrar una relación de causalidad entre el devenir de la enfermedad

y la aplicación de determinada terapéutica. En este punto radica la distinción con la seudomedicina o las creencias

populares, que en algunos casos pueden aliviar el estado general del paciente pero nada garantiza que la curación se haya

producido por su causa o por casualidad, a pesar de ellas. En este punto también reside la discrepancia con los detractores

de la idea de que un método unificado es necesario. Es, por lo menos en este ámbito, el criterio de decidibilidad

indispensable para sustentar una elección racional de la cual depende la calidad de vida, o la vida en sí misma.

Asumir el carácter metódico de las teorías y su capacidad de resistir las críticas como criterio de demarcación

significa dejar por fuera del marco aquellas prácticas de curar que no puedan demostrar el ejercicio de la puesta en relación

de sus hipótesis con la base empírica, y superar las contrastaciones. Esto es, como se apuntaba en el párrafo anterior, que

no puedan demostrar lógica y empíricamente la relación que media entre sus explicaciones, predicciones y prescripciones y

la realidad de la enfermedad-curación del paciente.

BIBLIOGRAFÍA

CHALMERS, A. (1991) ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Siglo XXI Editores, 6º Edición. Buenos Aires, Argentina.

FEYERABEND, P. (1992) Tratado contra el Método. Ed. Tecnos SA, Madrid, España.

HUSSERL, E. (1990) La crisis de la ciencia europea y la fenomenología trascendental. Ed. Crítica, Barcelona, España.

KLIMOVSKY, G. (1994) Las desventuras del conocimiento científico. Una introducción a la epistemología. A-Z Editora,

Buenos Aires, Argentina.

KUHN, T. (1992) La estructura de las revoluciones científicas. FCE, 4ta. Impresión, Argentina.

PRIGOGINE Y STENGERS. (1990) La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia. Ed. Alianza, Madrid, España.

POOPER, Karl (1982) La sociedad abierta y sus enemigos. Piados. Barcelona, España

POPPER, K. (1985) La lógica de la investigación científica. REI, Buenos Aires, Argentina.

POOPER, K. (1991) Conjeturas y refutaciones. Ed. Paidós Ibérica SA, Barcelona, España.

PREWITT, Kenneth (2002) Alfabetismo científico. Editorial Génesis. Barcelona, España

QUINTANILLA, Miguel Angel (1999) “Expertos en cultura científica” En Infociencia 1 . Salamanca, España

SAMAJA, J (1995) Epistemología y Metodología. Elementos para una teoría de la investigación científica.

EUDEBA, Buenos Aires, Argentina.

SILLETA, A (1993) La Nueva Era en la Argentina. BEAS, Buenos Aires, Argentina.

19