Delitos y migrantes sudamericanos: una asociación excluyente

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1 DELITOS Y MIGRANTES SUDAMERICANOS: UNA ASOCIACIÓN EXCLUYENTE Federico Luis Abiuso (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones Gino Germani) [email protected] Comisión n° 3: “Delitos y control social” “Leprosy disappeared, the leper vanished, or almost, from memory; these structures remained. Often, in this same places, the formulas of exclusion would be repeated, strangely similar two or three centuries later. Poor, vagabond, criminals, and “deranged minds” would take the part played by the leper, and we shall see what salvation was expected from this exclusion” (Michel Foucault, Madness and Civilization) En su tesis doctoral -Historia de la locura en la época clásica, que data de 1961-, Michel Foucault destaca una serie de exclusiones de determinadas figuras sociales: los leprosos, los pobres, los vagabundos, los criminales. En el caso de la época clásica, cuando se lo separaba al leproso de la sociedad era siguiendo una pauta religiosa - pero también política, anclada en las consecuencias de las Cruzadas - de salvación; su exclusión implicaba la entrada de este al reino de los cielos. La ecuación era exclusión social pero asimismo reintegración espiritual. La exclusión, en todas las formas en que se manifiesta y a partir de sus figuras representativas de cada época histórica determinada, es fundante del orden social. La génesis y el desarrollo de la multiplicidad de órdenes sociales se producen siguiendo la lógica de la diferencia. Cada orden social es, en este sentido, un modo de administrar, incluso de gobernar, las diferencias (Foucault, 2008; Pegoraro, 2006; Resta, 1995). Cada orden social tuvo y tiene sus propios protagonistas que excluye: la formación de un orden social está atravesado por la tensión entre inclusión y exclusión. Este par es tan constituvo, tomando una perspectiva de análisis foucaultiana, como la correlatividad existente históricamente entre las relaciones de saber y de poder.

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DELITOS Y MIGRANTES SUDAMERICANOS: UNA ASOCIACIÓN

EXCLUYENTE

Federico Luis Abiuso (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales,

Instituto de Investigaciones Gino Germani) [email protected]

Comisión n° 3: “Delitos y control social”

“Leprosy disappeared, the leper vanished, or almost, from memory; these structures

remained. Often, in this same places, the formulas of exclusion would be repeated,

strangely similar two or three centuries later. Poor, vagabond, criminals, and “deranged

minds” would take the part played by the leper, and we shall see what salvation was

expected from this exclusion”

(Michel Foucault, Madness and Civilization)

En su tesis doctoral -Historia de la locura en la época clásica, que data de 1961-, Michel

Foucault destaca una serie de exclusiones de determinadas figuras sociales: los leprosos, los

pobres, los vagabundos, los criminales. En el caso de la época clásica, cuando se lo

separaba al leproso de la sociedad era siguiendo una pauta religiosa - pero también política,

anclada en las consecuencias de las Cruzadas - de salvación; su exclusión implicaba la

entrada de este al reino de los cielos. La ecuación era exclusión social pero asimismo

reintegración espiritual. La exclusión, en todas las formas en que se manifiesta y a partir de

sus figuras representativas de cada época histórica determinada, es fundante del orden

social. La génesis y el desarrollo de la multiplicidad de órdenes sociales se producen

siguiendo la lógica de la diferencia. Cada orden social es, en este sentido, un modo de

administrar, incluso de gobernar, las diferencias (Foucault, 2008; Pegoraro, 2006; Resta,

1995). Cada orden social tuvo y tiene sus propios protagonistas que excluye: la formación

de un orden social está atravesado por la tensión entre inclusión y exclusión. Este par es tan

constituvo, tomando una perspectiva de análisis foucaultiana, como la correlatividad

existente históricamente entre las relaciones de saber y de poder.

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En el presente trabajo, quisiera indagar en la forma que se lo excluye, desde la mirada de

los miembros del poder judicial, al migrante sudamericano, entendiendo que esta exclusión

adopta formas primeras y sutiles, como la estigmatización y el prejuicio.

La principal forma en la que se da este proceso es a partir de una asociación lineal e

inmediata entre tipos de delitos y/o contravenciones y grupos migratorios. Es hacía esa

construcción a la que dirijo mi mirada. Retomando la cita que inicia la presente ponencia,

en esta exclusión del migrante sudamericano, ¿de cuál salvación se trata?

Consideraciones metodológicas

El conjunto de reflexiones teórico-empíricas que aquí presento se encuentra enmarcado en

un proyecto de investigación, en el cual me desempeño como investigador en formación.

Estoy haciendo referencia al proyecto UBACyT “Diversidad etno-nacional y construcción

de desigualdades en la institucion escolar y judicial. Un abordaje teórico metodológico en

el abordaje de los casos del AMBA y la Provincia de Mendoza”1, dirigido por el Dr. Néstor

Cohen. Dicho proyecto esta dedicado a estudiar el desempeño institucional y las estrategias

relacionales entre los diferentes actores integrantes de la escuela y la justicia, focalizando

las posibles diferencias respecto a la población nativa y a la población migrante llegada a

partir de la segunda mitad del siglo XX. Se trata de analizar, a la luz de las representaciones

sociales, la forma en que se lo define al migrante desde la mirada del nativo.

Enmarcandose el proyecto en un abordaje cualitativo, trabaje sobre la base de una serie de

cincuenta y cuatro entrevistas semi-estructuradas – esto es, con guia de pautas como hilo

conductor – realizadas a miembros del Poder Judicial.

Las entrevistas fueron realizadas a miembros del Fuero Justicia Nacional en lo Criminal y

Correción Federal, Fuero Justicia Nacional del Trabajo y Fuero Contravencional (CABA);

todos los funcionarios entrevistados son residentes del AMBA, tomando en consideración

sus diversos rangos y jerarquias (Jefe de Despacho, Prosecreatario, Oficial, Fiscal, Auxiliar

administrativo, Juez, entre otros). En la fase de procesamiento y analisis, las entrevistas

fueron desgrabadas y recopiladas en una grilla con el fin de facilitar la comparabilidad entre

los discursos.

1 Proyecto UBACyT 20020100100040, con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG).

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En cuanto a la guía de pautas, las principales dimensiones con las cuales trabajamos son

Percepción de las migraciones tradicionales, Percepción de las migraciones recientes /

actuales, Componentes socioeconómicos y étnicos en relación al origen nacional,

Funcionamiento de la Justicia, y finalmente, Migraciones / Identidad / Nación. Cada una de

estas dimensiones esta asociada a determinadas cantidad de preguntas.

El conjunto de reflexiones que aquí presento nace de esta práctica de investigación y de la

interrogación a las unidades de análisis del proyecto en cuestión: miembros del Poder

Judicial.

Mecanismos de regulación social. El fundamentalismo cultural

Tomando como eje las reflexiones suscitadas por Sergio Caggiano2, asistimos en los

últimos años a una etapa en la que a la par que se promueve la libre circulación global de

capitales, se reclaman restricciones sobre la circulación de las personas. Siguiendo a este

autor, las instituciones políticas y culturales hegemónicas controlan los flujos migratorios a

partir de tres mecanismos: el racismo, el fundamentalismo cultural y la restricción de la

ciudadanía.

Los tres son mecanismos alternativos y/o complementarios y todos ellos están vigentes en

la Argentina actual. Asimismo, todos ellos pueden recaer sobre un mismo grupo o sector.

La propuesta del autor es dar cuenta de estos mecanismos desde un enfoque productivista

de las relaciones de poder. Compartiendo dicho enfoque, en la presente ponencia me

propongo describir la forma en que opera el mecanismo de fundamentalismo cultural en

relación a la mirada que algunos miembros del poder judicial tienen respecto al migrante

sudamericano; entendiendo que recurrir a este mecanismo aparece como una forma válida

de legitimar la asociación existente entre delito y/o contravención y grupo migratorio.

A partir del debilitamiento de la potencia critica de la noción de cultura, el

fundamentalismo cultural apunta a un modo de discriminación distinto al propio del

racismo, centrado este último en el concepto de “raza”. Esto ha llevado a diversos autores a

hablar de la existencia de un racismo sin razas. El fundamentalismo se apoya en el discurso

2 El texto que utilizo en el presente escrito es “Racismo, fundamentalismo cultural y restricción de la

ciudadanía: formas de regulación social frente a inmigrantes en argentina”, texto que data del año 2008.

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culturalista y en la idea de que existen diferencias esenciales insuperables entre las distintas

culturas. Para esta corriente de pensamiento, estas diferencias son hostiles entre sí y

mutuamente destructivas, por ende, deben permanecer apartadas por su propio bien. De este

modo, el fundamentalismo cultural legitima la exclusión de los forasteros, de los

extranjeros.

Si el racismo, como mecanismo regulador de lo social, designa grupos y los ordena

jerárquicamente (arriba-abajo), el fundamentalismo cultural organiza sobre un plano

“territorios” permitidos y exclusiones: establece un adentro y un afuera. Se asiste por tanto

a un esquema de discriminación horizontalizada.

A su vez, el fundamentalismo cultural se centra en una definición de fronteras

infranqueables y peligrosas; hay en el trasfondo de esta construcción conceptual una

frontera que establece distancias entre un “nosotros” (nativos) y un “ellos” (migrantes

sudamericanos).

Si tomamos como eje tanto el racismo como el fundamentalismo cultural, en los dos casos

existe un esquema de espacialización de la discriminación. En el caso del racismo, es del

tipo vertical; organiza la jerarquía en el interior de una sociedad. Con respecto a la

espacialización del fundamentalismo cultural, es del tipo horizontal; delinea la separación y

exclusión de sociedades cerradas y de sus culturas.

En los discursos de los miembros del poder judicial reaparece como una regularidad

establecer distancias y crear fronteras; la asociación entre grupos migratorios y delitos está

anclada – y legitimada – en las diferencias culturales que separan al nativo funcionario del

poder judicial del migrante sudamericano delincuente, ilegal, villero, y muchas otras

etiquetas que le son asignadas a ellos, desde la óptica de la sociedad receptora.

Diferencia y orden social. El poder judicial y la distinción

Retomando aquella idea que mencione anteriormente, la producción – y el subsiguiente

desarrollo – de múltiples órdenes sociales se orienta siguiendo la lógica de la diferencia,

distinguiendo un “nosotros” frente a un “otros”. En este sentido, “se puede decir que no

hay sociedad sin orden social, sin jerarquías y sin ordenar las diferencias en función del

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poder que han acumulado personas o grupos que encarnan relaciones sociales” (Pegoraro,

2006: 7).

El entramado social se encuentra atravesado minuciosamente por la diferencia. Los órdenes

sociales se fundan para preservarla. Esta regularidad no le escapa al poder judicial, en tanto

estructurador de determinado orden social de diferencias. La justicia opera mediante la

lógica de la diferenciación, recurre por ende a un conjunto de “distinciones entre venganza

privada y venganza pública, entre violencia legítima, en tanto estatal, y violencia ilegitima,

en tanto privada” (Resta, 1995: 32-33). Como rama institucional del Estado, la justicia

desempeña un rol activo y determinante en relación a la administración de la diversidad

étnica. Articulándose con las fuerzas de seguridad, la institución judicial administra la

diversidad reprimiendo los ilegalismos (Cohen, 2009). Más específicamente, y poniendo en

el eje a los mecanismos productivos y no represivos del ejercicio del poder, no solo

reprimiría ilegalismos, sino que más bien se trataría de una administración. Abriendo este

camino, nos metemos de lleno con la noción foucaultiana de penalidad:

“La penalidad sería entonces una manera de administrar los ilegalismos, de trazar limites de tolerancia, de dar

cierto campo de libertad a algunos y hacer presión sobre otros, de excluir a una parte y hacer útil a otra; de

neutralizar a éstos; de sacar provecho de aquellos. En suma, la penalidad no ´reprimiría´ pura y simplemente

los ilegalismos; los ´diferenciaría´, aseguraría su ´economía´ general” (Foucault, 2008: 316-317).

Al interior de un orden social que se estructura siguiendo la lógica de la diferencia, se aloja

una administración que diferenciaría a los ilegalismos entre sí, tolerando unos, reprimiendo

algunos otros. Y ello con el objetivo de preservar cierto orden social. Se castiga con el fin

de custodiar, proteger y reproducir un determinado orden de las diferencias, de las

jerarquías, de las desigualdades (Pegoraro, 2006).

Paralelamente al hecho de que el poder judicial administra diferencialmente los ilegalismos,

existe asimismo al interior de ese campo, una representación diferencial acerca de los

ilegalismos de los grupos migrantes sudamericanos. Algunos tipos de delitos y/o

contravenciones van a aparecer asociados a determinados grupos y no a otros. Esta

representación juega un papel central en la forma de clasificar y calificar a algunos grupos

migratorios sudamericanos – tomando el caso de peruanos, paraguayos y bolivianos,

específicamente en esta ponencia –, emergiendo de los discursos diversos aspectos que

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hacen a la estigmatización y al prejuicio frente a ellos. ¿Qué enuncian algunos miembros

del poder judicial cuando refieren a esa asociación?

Tejiendo los hilos de la exclusión. Los migrantes sudamericanos como outsiders

Que exista una asociación lineal entre tipos de delito y grupos migratorios es tomado, por

algunos de los entrevistados, como un dato de la realidad, y en este punto, parecería

incuestionable. Tal idea la podemos reconstruir en los siguientes fragmentos:

“Hay ciertas comunidades que son más proclives a un tipo de delitos, y otras

comunidades que son más proclives a otros tipos de delitos.” (Secretaria 1era instancia,

CABA).

“O sea hay ciertos delitos que están ligados sí o sí con ciertas comunidades. Como te decía

antes, con los gitanos el tema de los, de los desarmaderos de autos” (Oficial 1°, GBA).

Ahora bien, ¿Cuáles serian aquellos delitos y cuáles tales comunidades? A partir del

análisis de las entrevistas, asistimos a procesos clasificatorios que nada tienen que

envidiarle a las clasificaciones propuestas desde el positivismo criminológico en el siglo

XIX.

“Bolivianos lo que nosotros podemos llegar a tener es mucho de esta conflictividad

que te contaba al principio, de vecindad, que se pelean y termina habiendo amenazas.”

(Oficial Prosecretario Administrativo, CABA)

“Y en ese tipo de contravenciones la estadística nos refleja que puede estar

direccionado hacia grupos étnicos o nacionales bien diferenciados, por ejemplo, tenemos

una comunidad muy fuerte boliviana en el sur de la ciudad de Buenos Aires, de donde

extraemos gran cantidad de hechos con connotación contravencional, de esta de venta que

hablábamos de venta ambulante.” (Fiscal Interino, CABA)

En estos fragmentos a la persona cuya nacionalidad de origen es Bolivia se lo etiqueta

como “conflictivo”. “amenazador”, “mal vecino” y como “vendedor ambulante”, de esta

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manera se lo asocia tanto con un delito (de amenazas) como con una contravención (uso del

espacio público sin autorización para el ejercicio de actividades lucrativas). Pero el

boliviano es asimismo clasificado como un “delincuente sexual”, tal como se puede

reconstruir en los siguientes fragmentos:

“Mira, yo lo que te puedo decir de grupos migratorios, por ejemplo, que la

comunidad boliviana es muy raro que tengamos un detenido por robo, no roban, si por ahí

tenés un elevado índice de abusos sexuales pero dicen que culturalmente está, el tema de

los delitos sexuales, está más tolerado en Bolivia” (Fiscal, GBA).

“Yo estoy ahora en el Fuero Contravencional….la gente que viene de Bolivia, hay

mucha gente que…pero son…nada, cosas de ven…contravenciones, digamos. De venta en

la vía pública y demás. […] Hay gente bueno también mucho los bolivianos, o mucho

también los peruanos…, por una cuestión de tradición de ellos que desconozco. Porque

hay mucho violencia de género en cuanto los hombres hacia las mujeres. Pero es más, me

ha pasado de estar con la damnificada y…-¿qué ves? Es así. O sea, es…es normal. Y en su

país de origen es peor por ahí.” (Secretaria 1era Instancia, CABA).

Por un lado, el tema de los delitos sexuales, por el otro, la figura jurídica de la violencia de

género. Es de fundamental importancia que algunos de los entrevistados refieren a que

muchos de los comportamientos delictivos están relacionados con características propias de

la cultura o la tradición boliviana, con elementos que traen consigo del país de origen.

Aquello que legitima la asociación entre delito y grupo migratorio esta anclado en dos

núcleos fundamentales difícilmente separables: la tradición y la cultura boliviana. Tanto en

lo que hace al tema de los delitos sexuales como al de la violencia de género, los

entrevistados lo explican recurriendo al peso de la tradición (“por una cuestión de

tradición…”) y al de la cultura. En lo que hace a este último aspecto, cierta violencia del

hombre hacia las mujeres es vista como normal en su país de origen. En este sentido, y

retomando uno de los fragmentos anteriormente citados, “culturalmente está, el tema de los

delitos sexuales, está más tolerado en Bolivia”. Existirían por ende, diferencias culturales

entre un nosotros-nativos y un ellos-migrantes bolivianos, sobre todo centrándonos en la

cuestión de la violencia hacia las mujeres. Eso explicaría para la sociedad receptora el

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porqué el boliviano puede ser definido como “delincuente sexual”. Estas diferencias

culturales chocarían de lleno en el plano de lo judicial: lo que en Bolivia podría pensarse

como no punible y más tolerable (la violencia de género) aparece ante los ojos del poder

judicial como un delito, como un ilegalismo que es preciso someter. Emerge en el trasfondo

de este escenario el mecanismo de fundamentalismo cultural; lo que vemos en esos

fragmentos no son otra cosa que formas de tomar distancia, separar y sobre todo, de trazar

una frontera entre un nosotros y un ellos. Hay algo en el modo de ser boliviano que los ata

directamente a este tipo de ilegalismos, elementos de su cultura o su tradición. En este

proceso de definición, la identidad de las personas bolivianas se diluye, y en su lugar,

aparece toda una serie de etiquetas que producen efectos de realidad en la medida que

condicionan el accionar del poder judicial: “conflictivo”. “violento”, “delincuente sexual”,

“amenazador”, “mal vecino”, “abusador”, “vendedor ambulante”, entre otras. Y con ello, se

abren las condiciones de posibilidad para que las diferencias entre nosotros y ellos (y al

interior de ellos) se transformen en desigualdades (Cohen, 2009); con ello entramos de

lleno al terreno de las relaciones interculturales como relaciones sociales de dominación,

como polos de conflictividad.

Algunas de estas etiquetas aplicadas a los bolivianos son compartidas con otros grupos

migratorios sudamericanos, como el caso de las personas de nacionalidad peruana. Esto se

ve reflejado en el imaginario acerca de la venta ambulante:

“Si, si delitos o contravenciones sí […] hay un grupo muy importante que me

acuerdo que esta manejado por peruanos, tal vez sea casualidad, pero acaparaban ese

rubro, que uno dice la mafia de las flores, bueno si, pero hacían mucha plata y era muy

difícil dar con ellos porque no se, se ve que tenían un proveedor importante de flores pero

ellos, ellos acaparaban ese rubro, ese como la venta ambulante, que en realidad la

persona que vende no pertenece a ninguna mafia sino que es un laburante pero los

manejan, eso es una contravención, está penado, uno no puede vender lo que quiere en la

calle porque tiene que pasar por ciertos controles bromatológicos y estos, esta clase de

vendedores no pasan esos controles, eso puede ser uno, la venta ambulante.” (Oficial,

CABA).

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El peruano es otro “vendedor ambulante”; es el “mafioso de las flores”. De esta manera,

aparece ligado a una especie de contravención, pero también se lo asocia con delitos

económicos-negocios en los cuales la droga ocupa un papel central. Es asimismo, el

“narcotraficante”:

“No quiero discriminar, pero en general lo que pasa es que el peruano está

relacionado con estupefacientes, con la venta de droga, con la venta de lo ilegal, digamos,

en términos más groseros.” (Secretaria, Federal).

“Acá se lo asocia con la Villa 1-11-14 que está dominada por los peruanos, o ex

terroristas del Sendero Luminoso, y sí, evidentemente el peruano está asociado con la

droga, con la comercialización, con la venta, el contrabando, con todo.” (Jefe de

Despacho, CABA).

En estos fragmentos se puede observar tanto la forma en que se producen representaciones

diferenciales acerca de los ilegalismos de los grupos migratorios peruanos (a través de la

asociación entre tipos de delitos y grupos migratorios) así como la manera en la que el

Estado, desde las voces de los miembros del poder judicial, califica y clasifica a la

población migrante sudamericana. O, en otras palabras, la forma en que ellos definen a los

sujetos migrantes como desviados. Teniendo en cuenta los aportes del interaccionismo

simbólico, “los grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya

infracción constituye una desviación y al aplicar estas normas a personas en particular y

etiquetarlas como marginales” (Becker, 2012: 28). En el caso de los discursos que están

puestos en el eje de la interrogación, es lo legal aquello que define quien es desviado y

quien no, delimitando y construyendo una frontera que separa lo ilegal de lo legal y lo

tolerado de lo sometido.

En el caso de las personas paraguayas, suelen aparecer asociados con los siguientes

comportamientos ilegales:

“El paraguayo se asocia mucho con delitos de índole familiar. Es muy violento con

su cónyuge o su pareja.” (Secretario Instrucción de Fiscalía, GBA)

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“Tenemos lo que podría llegar a ser de, también el uso de espacios públicos, de la

contravención, pero en lo que es la venta de comida: lo que es chipá, lo que ellos dicen

sopa paraguaya. También en la zona de Once tenemos mucho eso, y en la zona de

Constitución también, en lo que es la estación de trenes. Delitos no, de lo que yo veo acá,

no veo mucho delitos cometidos” (Oficial, CABA).

Ya sea como “violento” o como “vendedor ambulante”, el paraguayo es definido como un

afuera de la ley, de lo legal. Como aparece en el segundo de estos fragmentos, a

determinada asociación entre contravención y grupo migrante sudamericano le corresponde

una determinada zona. Aquella frontera que trazan las representaciones entre un nosotros y

un ellos adquiere cada vez más importancia en la medida en que coincide con una frontera

territorial; hay determinadas zonas morales y otras que se alejan de ellas. En este sentido, es

más que elocuente destacar la asociación existente entre las villas de emergencia y los

migrantes sudamericanos, en la medida en que para algunos de los entrevistados, eso

permitiría explicar el porqué delinquen, y su mayor propensión al delito en relación al

nativo.

Ilegalismos y diferencias culturales. La figura del migrante como marginado.

Cuando a los entrevistados les pedimos que den cuenta de la razón de la asociación entre

grupo migratorio y tipo de delito y/o contravención, muchas de las respuestas apuntan a la

situación económica que atraviesan en su país de origen.

“Y pienso que se dá esa asociación porque es gente que está mal económicamente,

que viene acá y ellos sí, seguramente, en su país, también harían lo mismo, no se vendrán,

como factor que los determina porque vienen huyendo porque los agarren allá, pero vienen

acá, roban, hacen lo que estaban haciendo allá, la falta de cultura y de medios, no tienen

plata y bueno, es lo que pueden hacer, por eso te digo tampoco cometen delitos mayores,

me parece que es eso.” (Auxiliar 4°, GBA)

“No, lo que pasó, en los últimos, me parece en los últimos 20 años es que con la

llegada de migrantes de países limítrofes, sobre todo de Perú y de Bolivia, que vienen en

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condiciones bastante precarias, tanto a vivir como a trabajar se da mucho el tema de que

se subalquilan departamentos o lugares que son un poco tierra de nadie, pasan a ser

lugares o de trabajo o de vivienda para este tipo de personas que obviamente en la ley todo

eso está penado, tanto la usurpación como cuando, en el caso de las contravenciones se

viola una clausura, que es lo que nosotros regulamos, bueno, muchas veces están

involucrados este tipo de personas que bueno no les queda otra y vienen a parar en estos

lugares.”(Oficial, CABA)

“Lo que pasa es que hay dos, si ustedes lo están estudiando, creo que hay dos,

como dos momentos dentro de la historia argentina en cuanto a las fuentes migratorias, la

que viene de Europa con la Guerra Mundial y quizás ahora la más actual que son los de

los países limítrofes, entonces, eso creo que tiene mucho que ver, la que viene de Europa

por lo general primero se caracterizó por forjar el país y era un grupo trabajador, que

serian lo que hoy somos los residuos de la clase media y algunos alta y la otra etapa

migratoria que será de 15 años a esta altura, que es la de los países limítrofes, que ahí si

se caracteriza pero creo que esto tiene mucho que ver también con el tema de que están

por debajo de la línea de pobreza muchos de ellos ¿no? y sí hay, nosotros de 10 detenidos

dos seguramente son extranjeros, por lo general son, también dependen de qué clase de

delito o son chilenos, bolivianos, paraguayos y también tiene que ver la clase de delito,

por ejemplo, por lo general hay más paraguayos detenidos por delitos de peleas con

cuchillos por una cuestión mucho de ellos en estado de ebriedad y por ejemplo tenés quizás

chilenos por delito de robos, si vos haces, si ustedes pueden hacer una estadística pueden

ver que en esto también puede haber una diferencia entre ellos.” (Secretaria del Juzgado,

GBA).

Podemos observar que en estos fragmentos se lo define al migrante por su condición

socioeconómica como “gente que está mal económicamente”, por venir al país en

“condiciones bastante precarias” y por ser “pobre”.

Los factores económicos, más específicamente los mercados nacionales e internacionales,

terminan “siendo determinantes en el comportamiento de las dinámicas migratorias y las

grandes concentraciones de población en condiciones de marginación” (Cohen, 2009: 21).

La dinámica que adquieren los flujos migratorios en la actualidad esta condicionada por la

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actuación de estos factores económicos de mercado: son ellos los que obligan a mover e

instalarse en otro país o quedarse en el país de origen.

En varios de los discursos de miembros del poder judicial vemos reaparecer aquella

ecuación pobreza-criminalidad o delito-pobreza. Sobre todo partiendo del dato que los

grupos migratorios aquí analizados – peruanos, paraguayos, bolivianos – viven

esencialmente en las denominadas villas de emergencia, verdadero nido de delincuentes:

“A ver desde la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires que principalmente recibe

denuncias de vecinos y un gran caudal de esas denuncias es por amenazas, digamos la

principal denuncia que se recibe en cuanto a los delitos en la Ciudad de Buenos Aires es

por amenazas, entonces, y las amenazas se dan en general en un clima violento, sí?, y

muchas de estas comunidades de inmigrantes residen en o lo que se llama “núcleos

habitacionales transitorios”, villas de emergencias o en casas tomadas, bien, entonces en

esos lugares es donde se suceden los mayores focos de violencia […] gran cantidad de

gente, que viene a denunciar básicamente amenazas, eh, pertenece a estos lugares

integrados básicamente por peruanos, paraguayos en su mayoría […] creo que el mayor

foco de violencia que da lugar a cualquier tipo de estos delitos se da sobretodo en estas

comunidades y en estos lugares, digo el tema de usurpación también es otro delito que

generalmente las casas tomadas son casas tomadas por gente necesitada y también

muchos de comunidades vecinas.” (Auxiliar administrativo, CABA).

Ya sea por la asociación entre grupo migratorio y lugar donde vive, o a partir del vínculo

entre ellos y “la precariedad de las situaciones de trabajo” (Castel, 1998: 129): trabajo en

negro, trabajo en taller clandestino, trabajo ilegal… en los discursos vemos aparecer y

reaparecer la figura del migrante sudamericano como marginado, emparentándose en este

caso, con la del vagabundo.

El marginado se encuentra fuera de los ámbitos de regulación laboral y reconocimiento

social. A su vez, se encuentra fuera de la norma, fuera de la ley que preserva un

determinado orden social, es un outsider. Es un afuera con respecto al patrimonio y el

trabajo reglamentado. Al migrante sudamericano se lo define como un sujeto en búsqueda

de mejores oportunidades, de ahí que se desplace de un país a otro en busca de una mejor

calidad de vida. Como un vagabundo, es residente de todas partes, pero de ninguna a la vez.

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Ya no forma parte de su país de origen, pero tampoco de la sociedad receptora. Se

encuentra en el espacio de la transición entre uno y otro. Lo que es común en todos los

casos, y así lo relatan los entrevistados, es la imposibilidad que tienen los migrantes

sudamericanos de establecerse, de la misma forma y a partir de los mismos canales que los

nativos.

De ahí que ellos construyan formas alternativas de sociabilidad, lo que los entrevistados

refieren a sus propias cuestiones culturales, que, ante la mirada de la sociedad receptora,

suelen ser extrañas, peligrosas y delictivas, a fin de cuentas. Por ejemplo, el modo de vida

que se instala a partir de la venta ambulante – ya sea tomando como eje las

representaciones acerca de las personas bolivianas o paraguayas – es un modo de vida que,

ante la mirada de algunos de los entrevistados, debiera ser penado.

Al interior de las representaciones diferenciales acerca de los ilegalismos de los grupos

migrantes, los ilegalismos sometidos (Foucault, 2008), la violencia conocida (Resta, 1995),

aparecen ligados a diferencias culturales entre un nosotros y un ellos. La explicación del

porque un migrante tiene mayores posibilidades de delinquir pasó históricamente de la raza

(y los rasgos corporales) a la cultura. Es su modo de vida, su forma de establecerse en el

país receptor lo que permitiría definirlo, ante los ojos del poder judicial, como un ilegal. El

fundamentalismo cultural, como mecanismo regulador de lo social, opera produciendo una

separación de culturas, establece allí donde es necesario, para que no se puedan tocar la una

con la otra, una frontera. En los discursos aquí analizados vemos como se produce una

representación-frontera dentro de la cual al migrante sudamericano le queda únicamente el

afuera: de la ley, de lo legal, de las normas, de los ámbitos de regulación laboral, etc.

Establecer distancias es un procedimiento de exclusión; en la presente ponencia di cuenta

de las formas en que se lo excluye al migrante sudamericano, a partir de procedimientos

sutiles como la estigmatización y el prejuicio.

Si retomamos la pregunta acerca del tipo de salvación que se trata siguiendo la pauta de la

exclusión de los migrantes sudamericanos, podemos problematizarla a partir de los

siguientes interrogantes: ¿Se salvarían los nativos? ¿Otro tipo de “ilegales”, los poderosos,

los corruptos? ¿Los “documentados? En todo caso habría que tener siempre presente,

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siguiendo a Caggiano, que los de abajo, los de afuera y los clandestinos existen en relación

con los de arriba, los de adentro y los lícitos. Vivimos en una época en la cual las

diferencias entre un nosotros y un ellos son fácilmente transformadas, cual alquimia, en

desigualdades. Y eso contribuye a reproducir relaciones sociales de dominación. Es porque

conocemos los mecanismos de reproducción por lo cual podemos intentar alguna

transformación del orden social. Este trabajo se orientó a brindar algunas herramientas para

conocer qué dicen los miembros del poder judicial acerca de los migrantes sudamericanos,

y sobre todo, ver lo que no dicen cuando dicen algo. Se trató de analizar aquello que

excluyen diciendo. En este sentido, supone un punto de partida fundamental para el

desarrollo de investigaciones posteriores.

Bibliografía

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XXI.

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