Cuernavaca, 1834: el rescoldo castellano. Los intereses locales y el fracaso del primer federalismo

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Portada: La !rma del Plan de AyalaPintura gran formato de Roberto Cueva del Rio, 1964.Museo de la Ciudad de Cuernavaca.

Primera edición de La Revolución por escrito. Planes político-revolucionarios del estado de Morelos, siglos XIX y XX.

Derechos reservados

©2013 Secretaría de Información y Comunicación, Gobierno del Estado de Morelos.

Esta publicación forma parte del programa editorial que el Gobierno del Estado Libre y Soberano de Morelos ha dispuesto para difundir y promover la identidad morelense, en este caso especí!co, dentro del marco del festejo del CII Aniversario de la !rma del Plan de Ayala.

ISBN (Registro en trámite)

Graco Ramírez Garrido AbreuGobernador Constitucional del Estado de Morelos

Jorge López FloresSecretario de Información y Comunicación

Lic. Valentín López González A.Director General de Coordinación Editorial.

Corrección y cuidado editorialMarta Roa Limas

Diseño de portada e interioresRené Sánchez SamanoAlejandro Azcarate Palacios

Impreso y hecho en Cuernavaca, Morelos. México.

Índice

Introducción. Los Planes políticos en la historia de MorelosCarlos Barreto Zamudio........................................................................................................................

1. Cuernavaca, 1834: el rescoldo castellano. Los intereses locales y el fracaso del primer federalismoIrving Reynoso Jaime ...............................................................................................................

2. El Plan de Jonacatepec (1870). La rebelión de los por!ristas en el nacimiento del estado de MorelosCarlos Barreto Zamudio.......................................................................................................................

3. El Plan de Ayala: Plan libertador para acabar con la opresión y redimir a la PatriaFrancisco Pineda Gómez......................................................................................................................

4. El Plan de Yautepec y la frustrada rebelión almazanista (1940)Ehecatl Dante Aguilar Domínguez....................................................................................................

5. “No somos bandidos y menos asaltantes”. Bandolerismo y resistencia en el Morelos posrevolucionario. Las huellas del Plan de Ayala en los postulados programáticos del Plan de Cerro Prieto de los jaramillistas de MorelosAura Hernández Hernández................................................................................................................

6. “Los suscritos, patriotas morelenses y defensores del Plan de Ayala…” El Plan de Puztla (1943) y el levantamiento de los pueblos de Morelos contra el servicio militar obligatorioVíctor Hugo Sánchez Reséndiz............................................................................................................

ANEXOS ANEXO 1. Plan de Cuernavaca, 16 de enero de 1824...................................................................ANEXO 2. Plan de la Ciudad de Morelos, 3 de agosto de 1829...................................................ANEXO 3. Plan de Cuernavaca, 25 de mayo de 1834...................................................................ANEXO 4. Plan de Cuernavaca, 13 de enero de 1858...................................................................ANEXO 5. Plan de Jonacatepec, 9 de febrero de 1870..................................................................ANEXO 6. Plan de Ayala, 28 de noviembre de 1911.....................................................................ANEXO 7. Plan de Yautepec, 22 de septiembre de 1940..............................................................ANEXO 8. Plan de Cerro Prieto, 21 de febrero de 1943...............................................................ANEXO 9. Plan de Puztla, 26 de abril de 1943..............................................................................

Archivos....................................................................................................................................................Fuentes hemerográ!cas..........................................................................................................................Bibliografía...............................................................................................................................................Índice de imágenes..................................................................................................................................

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Durante un largo período de la vida nacional, los Planes fueron utilizados para dar legitimidad y bandera a movimientos sociales que de otra manera se encontrarían señalados de carecer de objetivos, de ser ajenos a una lucha formal…

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Irving Reynoso Jaime

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Catedral de Cuernavaca.

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principios de 1833 el político y militar más importante de México, Antonio López de Santa Anna, descansaba en su hacienda de

Veracruz. Allí se había retirado después de derrocar al gobierno moderado de Anastasio Bustamante y colocar en el poder a los liberales progresistas. En marzo de aquel año fue electo presidente de la república casi por unanimidad; sin embargo, se rehusó a tomar el cargo alegando problemas de salud. El 1 de abril, Valentín Gómez Farías, vicepresidente electo, asumió las riendas del país enarbolando la bandera de la reforma. Para muchos, la negativa de Santa Anna a ocupar la presidencia era parte de un maquiavélico plan: dejar que Gómez Farías tomara medidas impopulares y se llenara de enemigos, para entonces regresar a la presidencia y eliminar las reformas, quedando ante la opinión pública como héroe nacional, como el protector de la patria.

Más allá de las especulaciones sobre las verdaderas intenciones del presidente, lo cierto era que el proyecto político de los progresistas había llegado al poder. Durante 1833, la administración de Gómez Farías abolió muchos de los privilegios de los sectores más poderosos del país: la Iglesia, los terratenientes y el ejército –los dos primeros provenían de la época colonial, mientras que el último era producto de la independencia-. Si bien estas reformas no eran radicales, pues sobre todo buscaban debilitar a los sectores tradicionales para fortalecer al Estado, puede a!rmarse que fueron las más avanzadas que se hubieran legislado en la corta vida de México como nación independiente. Por supuesto, la reacción de los grupos moderados y conservadores no se hizo esperar. Santa Anna regresó a la capital en mayo para ocupar la presidencia, tratando de calmar los ánimos al revocar algunas disposiciones de Gómez Farías, pero era demasiado tarde para apagar el descontento.

IRVING REYNOSO JAIME. Licenciado en Historia por la Facultad de Humanidades de la UAEM. Maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Candidato a Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos-UNAM y Director del Archivo Histórico del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (CEMOS).

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Al grito de “Religión y fueros” estallaron varios pronunciamientos militares en el país. Santa Anna condenó públicamente a los alzados y abandonó la presidencia para salir a combatirlos, pero hubo rumores de que negociaba en secreto con los rebeldes. Gómez Farías y los políticos progresistas comenzaron a dudar de sus acciones, a pesar del apoyo militar que les brindaba. La ruptura ocurrió a !nales de 1833, cuando el Congreso discutía una reforma militar que pretendía debilitar al ejército permanente y fortalecer a las milicias cívicas de los estados. Semejante modi!cación en la estructura del ejército signi!caba un ataque a la base de poder del general Santa Anna, quien abandonó la presidencia y se retiró nuevamente a Veracruz. Los progresistas aprovecharon la ausencia de Santa Anna para radicalizar sus reformas contra el clero y las clases privilegiadas, sabían que esta vez el presidente no había regresado a descansar a su hacienda, sino a fraguar la ofensiva contra su partido.

Para mediados de 1834, la posición del gobierno progresista era muy precaria. La lucha contra los conservadores y moderados había generado una gran inestabilidad política. Gómez Farías se hallaba claramente a la defensiva, teniendo que recurrir a los decretos de expulsión de personas para combatir a sus enemigos, entre otras medidas impopulares que le restaron muchos apoyos. En contraste, los opositores a su gobierno habían conseguido uni!carse bajo un mismo objetivo. Sólo les faltaba el hombre que ejecutara sus designios. Todos voltearon hacia Veracruz. El hombre necesario debía ser invocado. La oportunidad se presentó en el mes de mayo, cuando estallaron cuatro pronunciamientos cuyos planes solicitaban la “protección” de Santa Anna contra las reformas de Gómez Farías. Tres de estos planes se publicaron en Puebla, Xalapa y Oaxaca, ciudades de gran importancia política y económica. El cuarto apareció !rmado en Cuernavaca, una pequeña villa al sur de la capital. Santa Anna se presentó en la Ciudad de México y abanderó la rebelión al amparo de este último.

Los acontecimientos posteriores son bastante conocidos. El Plan de Cuernavaca obtuvo cerca de trescientas adhesiones en todo el país durante el año de 1834. Santa Anna regresó a la presidencia, destituyó a Gómez Farías, suspendió la mayoría de las reformas radicales, clausuró el Congreso y convocó a nuevas elecciones, las cuales favorecieron a los políticos moderados. Se culpó de los males del país al régimen federal, una copia del gobierno estadounidense, contrario a las costumbres y carácter de los mexicanos. Las voces que clamaban por el centralismo eran cada vez más fuertes. El primer golpe lo dio el nuevo Congreso, en marzo de 1835, eliminando a la milicia cívica, el brazo militar de los estados. En respuesta, Zacatecas lideró una rebelión federalista, pero fue derrotada por Santa Anna.

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Las puertas hacia la reforma constitucional quedaron abiertas. En octubre de 1835 se abolieron las legislaturas de los estados, sustituyéndolas por departamentos administrativos. A !nales de 1836 la obra quedó culminada al instalarse el centralismo con la proclamación de las Siete Leyes Constitucionales.

Esta es, en resumen, la crónica de la caída del primer federalismo mexicano.2

Los historiadores que se han ocupado de esta época ilustran notablemente los diversos factores políticos, económicos y sociales que contribuyeron al fracaso del federalismo durante la primera década de vida constitucional. El análisis de los acontecimientos de 1833-1834 se concentra en los “excesos” de las reformas progresistas, el protagonismo de Santa Anna y las presiones de los moderados y demás grupos afectados en sus intereses.3 Sin embargo, hay un elemento que quizás por considerarse anecdótico o trivial, no ha sido tomado en cuenta en la explicación: ¿Por qué se elige el Plan de Cuernavaca como estandarte de la rebelión contra Gómez Farías? Una interrogante demasiado simple, es cierto, pero que no ha sido ni siquiera Planteada, al menos por los autores más conocidos sobre el tema.

El pronunciamiento de Puebla (11 de mayo) pareciera más atractivo para los !nes de Santa Anna, pues se trataba del bastión clerical por excelencia del país, un elemento que sin duda favorecería la adhesiones a nivel nacional; de hecho, el pronunciamiento de Oaxaca (23 de mayo) adoptaba en su artículo primero los postulados del pronunciamiento de Puebla. El Plan de Xalapa (15 de mayo) también resultaba muy conveniente, pues era ni más ni menos que el centro de operaciones políticas y militares de Santa Anna. No sería la primera vez que organizara una revuelta nacional con base en un pronunciamiento de su estado natal, como ocurrió con el Plan de Perote de 1828 –a favor de Vicente Guerrero–, o el Plan de Veracruz de 1832 –contra Anastasio Bustamante.4 ¿Cuál era entonces el atractivo de un pronunciamiento organizado en una pequeña villa como Cuernavaca? El esclarecimiento de esta modesta cuestión es el propósito principal de nuestro trabajo.

Patriotas bajo sospecha

En julio de 1825 apareció en el Águila Mexicana un artículo de clara tendencia antiespañola, a propósito del asalto de un correo que había partido de Acapulco hacia la Ciudad de México:

Este atentado cometido por tres españoles armados, se veri!có por el rumbo e inmediaciones de Cuernavaca, y dicen que puede haber sido fraguado en el rescoldo castellano o cueva

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de antropófagos de las haciendas de San Gabriel y Temixco, que pertenecieron al célebre y nunca bien ponderado Gabriel Yermo […]. Es notorio que las citadas haciendas al sur de México, han sido unos de los más tenaces baluartes contra la independencia mexicana, y es bien público que no hay todavía dos años que en ellas hubo algunas señales de reacción contra la independencia […]; todo quedó sin castigo, gracias a la moderación del anterior Poder Ejecutivo.5

La noticia re"ejaba el sentimiento antiespañol que era tan común en México después de la independencia, sobre todo porque tras la guerra y el fracaso del Imperio de Agustín de Iturbide, los privilegios de las élites españolas permanecían intactos. No obstante, el artículo no puede entenderse como simple propaganda política o resentimiento xenofóbico, pues hace alusión a dos episodios que revelan la animadversión de los hacendados de la región azucarera de Cuernavaca hacia la independencia de México. El primero se re!ere al golpe de estado de 1808, organizado por el “célebre y nunca bien ponderado Gabriel Yermo”, que derrocó al virrey José Iturrigaray cuando éste apoyó iniciativas de clara tendencia autonomista. El golpe fue apoyado por varios personajes con negocios en las haciendas de Cuernavaca.6

La otra alusión tiene que ver con una denuncia realizada en septiembre de 1821, apenas unas semanas antes de que se proclamara la Independencia, en la que se acusaba al español Gabriel Santier de conspirar contra el Ejército de las Tres Garantías, contando con el apoyo de los hacendados de la región de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas. Los propietarios se deslindaron de la conspiración y, luego de una investigación, el acusado fue absuelto, “gracias a la moderación” de Iturbide, pero la lealtad de los hacendados hacia la causa independentista quedó seriamente cuestionada.7

De hecho, el editor del Águila Mexicana no exageraba al a!rmar que las haciendas de las inmediaciones de Cuernavaca habían sido “uno de los más tenaces baluartes contra la independencia”. Al estallar la guerra en 1810, los hacendados se opusieron vigorosamente al movimiento insurgente, realizando importantes préstamos y donaciones al gobierno virreinal, también !nanciaron varias compañías milicianas y de patriotas distinguidos, y algunos de ellos, como Gabriel Yermo, comandaron sus propios batallones. Además del apoyo económico y militar al gobierno de Nueva España, los hacendados se ocuparon de organizar milicias para la autodefensa de sus propiedades. Estas guardias se formaron con trabajadores de sus haciendas dirigidos por comandantes ligados al negocio azucarero.8

Una de las participaciones más importantes de las tropas de las haciendas

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ocurrió en la primavera de 1812, cuando apoyaron al ejército de Félix María Calleja en el famoso sitio de Cuautla contra el general insurgente José María Morelos y Pavón.9

Hacia 1820, los hacendados de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas seguían apoyando al gobierno con recursos económicos y militares. Por entonces Agustín de Iturbide fue nombrado Comandante General del Sur para combatir a los rebeldes, liderados por Vicente Guerrero tras el fusilamiento de Morelos. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando, en febrero de 1821, Iturbide decidió negociar con Guerrero, formar el Ejército de las Tres Garantías y proclamarse a favor de la independencia (Plan de Iguala). Varios hacendados azucareros se negaron a secundarlo y se mantuvieron !eles al gobierno virreinal. Esta situación di!cultó los planes de Iturbide, quién sabía perfectamente las consecuencias de tener a los hacendados en su contra.10

En efecto, la agroindustria azucarera de la región de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas fue la más importante de Nueva España durante toda la época colonial.11 Hacia 1806, varios españoles del Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México eran los propietarios de las haciendas más productivas de la región. Para dimensionar el grado de riqueza acumulada por estos propietarios basta considerar que el 40% del azúcar de toda Nueva España se fabricaba en la región de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas, y que sus !ncas producían casi la mitad de dicho porcentaje, generando ganancias cercanas al millón y medio de pesos.12 Se trataba, por lo tanto, de un grupo con amplios recursos económicos y materiales, que contaba con redes sociales y mercantiles de gran alcance, en de!nitiva, una de las élites económicas más poderosas de todo el virreinato.13

Así pues, desde la proclamación del Plan de Iguala, Iturbide trató de obtener el apoyo de los hacendados azucareros, ofreciéndoles garantías de que sus intereses no se verían afectados con la independencia. El primer acercamiento ocurrió gracias a la mediación del ayuntamiento de Cuernavaca. El 3 de marzo de 1821, desde su cuartel en Iguala, Iturbide dirigió una carta a dicho cuerpo en los siguientes términos:

…pueden VV. SS. Asegurar a los que conserven… descon!anza, que la seguridad de sus personas e intereses y la felicidad general, es el objeto de mis desvelos. Yo doy a VV. SS. Las gracias por su actividad y celo en bene!cio del público y espero que en lo sucesivo procurarán VV. SS., por todos los medios posibles, mantener el orden y la con!anza en esos buenos habitantes.14

Más tarde, Iturbide dirigió otra correspondencia al ayuntamiento de Cuernavaca para calmar los rumores en el sentido de que sus tropas

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combatirían al ejército virreinal en esa villa. En dicha comunicación pidió a los habitantes que “por ningún caso abandonen sus actividades, comercio u otras propiedades”, asegurándoles que Cuernavaca no sería “el teatro de la guerra”.15 Cuando el Ejército Trigarante llegó a Cuernavaca el 23 de julio de 1821, Iturbide dirigió un mani!esto a los pobladores de la villa con un claro guiño a los hacendados azucareros: “Serán… respetadas vuestras propiedades, protegida vuestra seguridad individual, y gustaréis en su lleno las dulzuras de la libertad civil”.16

La élite azucarera de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas terminó por aceptar a regañadientes las garantías ofrecidas por Iturbide, pero su lealtad hacia la Independencia de México siempre fue dudosa, como queda de mani!esto en el artículo del Águila Mexicana citado anteriormente. El resentimiento de algunas facciones políticas hacia el grupo de hacendados azucareros no obedecía únicamente al proceder de éstos durante la guerra de Independencia, pues como cabría esperar, la in"uencia política y económica de la élite azucarera seguía siendo muy grande cuando, tras el fracaso del efímero Imperio de Iturbide, se proclamó la primera república federal.

El poder político del oro blanco

Al promulgarse la Constitución de 1824, el territorio de las antiguas subdelegaciones de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas se convirtió en el Distrito de Cuernavaca, perteneciente al Estado de México. Esta transformación no fue meramente nominal, pues introducía una serie de instituciones políticas novedosas que modi!caron la manera de ejercer el poder en el ámbito local. Dichas instituciones estaban ligadas a la implantación de un régimen liberal que se venía gestando desde las reformas gaditanas de 1812. Se abolieron las distinciones étnicas y se instauró la !gura del ciudadano con igualdad de derechos y obligaciones. Los asuntos gubernativos de los pueblos se pusieron en manos de los ayuntamientos constitucionales. El prefecto quedó como la máxima autoridad política del Distrito de Cuernavaca, funcionario que era nombrado por el gobernador en turno del Estado de México. Pero la máxima novedad del nuevo régimen liberal la constituyó el sistema electoral, por medio del cual se nombraba a los funcionarios municipales y se elegía a los diputados locales y federales.17

El grupo de hacendados azucareros del Distrito de Cuernavaca supo acomodarse al nuevo escenario político para salvaguardar sus intereses. De manera progresiva, a lo largo de la primera República Federal (1824-1835), fueron controlando tanto los mecanismos de acceso al poder

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como las instituciones mismas, gracias a la representatividad política de sus trabajadores, y a sus redes sociales y comerciales. Por ejemplo, los ayuntamientos de mayor importancia del Distrito, como Cuernavaca, Cuautla, Yautepec, Miacatlán y Jonacatepec, estuvieron gobernados por muchos funcionarios ligados a los intereses de las haciendas, de hecho, fue muy común que los administradores de las !ncas se desempeñaran como alcaldes. Los propietarios solían coaccionar a sus trabajadores de distintas maneras para favorecer a sus candidatos en las elecciones municipales. De igual forma, la mayoría de los prefectos del Distrito de Cuernavaca fueron personajes cercanos a la élite azucarera, o en muchos casos partícipes de sus negocios. De hecho, los hacendados lograron tal control sobre el sistema electoral que pudieron participar directamente en la política estatal y nacional. En efecto, durante la primera república federal once hacendados azucareros se desempeñaron como diputados locales en la legislatura del Estado de México, y cinco de ellos fueron electos como diputados federales al Congreso de la Nación.18

El poder alcanzado por el grupo de hacendados es uno de los factores que explica por qué, en una época de precaria estabilidad política, la producción azucarera del Distrito de Cuernavaca se mantuvo a la alza. Lograron que se legislaran medidas para disminuir la presión !scal sobre sus negocios, y una ventajosa ley prohibicionista que les otorgaba el monopolio del mercado interno del azúcar en el centro del país.19 A pesar de las ventajas !scales conseguidas por los hacendados, el Distrito de Cuernavaca era el territorio que mayores impuestos otorgaba al erario del Estado de México, lo que nos da una idea de la magnitud económica de la agroindustria azucarera.20

Paradójicamente, la gran in"uencia política lograda por la élite azucarera no bastaba para proteger sus intereses comerciales, pues estos se vieron permanentemente amenazados por distintas coyunturas, sobre todo en los momentos en que la gubernatura fue ocupada por los liberales progresistas.

A !nales de 1827, la legislatura estatal y el Congreso general promulgaron sus primeras leyes de expulsión de españoles, como un intento de calmar los pronunciamientos militares antiespañoles que estallaban por todo el país. Por esta medida varios hacendados azucareros abandonaron el país, aunque la mayoría de los españoles lograron eludir la expulsión, pues consiguieron la carta de ciudadanía con la ayuda de algún diputado o senador, mientras que otros recurrieron directamente al soborno.21 En 1828 la legislatura del Estado de México, agobiada por la falta de recursos, amentó la carga !scal sobre la agroindustria azucarera, aprobando pensiones a la siembra de caña y a la producción de aguardiente.22

En 1833 la legislatura estatal expropió los censos en!téuticos (es un derecho real que supone la cesión temporal del dominio útil de un inmueble,

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a cambio del pago anual de un canon) y propiedades del duque de Terranova y Monteleone, heredero de las posesiones de Hernán Cortés, entre las que se contaban la hacienda Atlacomulco y el llamado Palacio de Cortés, ubicados en Cuernavaca.23 En diciembre de ese mismo año el Congreso local emitió un nuevo decreto de expulsión de españoles, este mucho más radical que el de 1827, pues ordenaba a los españoles a salir de la entidad por un plazo de seis años. A consecuencia de esta disposición un numeroso grupo de hacendados azucareros y personas allegadas a ellos por vínculos familiares o comerciales abandonaron el territorio del Estado de México.24

El siguiente golpe a los intereses azucareros ocurrió el abril de 1834, cuando el Congreso estatal decretó la creación del pueblo de Mapaztlán, ubicado en el ayuntamiento de Cuautla de Amilpas. Esto signi!caba que, para formar el nuevo poblado, el gobierno tendría que expropiar tierras en la jurisdicción de Cuautla, ni más ni menos que la zona con mayor número de haciendas azucareras en todo el Distrito de Cuernavaca. Además, la legislatura no se hizo responsable de pagar la indemnización por las tierras expropiadas, estableciendo que la pagarían los bene!ciados de acuerdo a un avalúo.25

El 17 de mayo de 1834 se dio otra ofensiva contra la élite azucarera, cuando el Congreso local aprobó un impuesto único de extracción sobre la producción del dulce. Esto signi!caba que los hacendados estarían sujetos a una doble !scalidad, pues además de pagar el impuesto por derecho de ingreso del azúcar al Distrito Federal, su principal mercado, ahora tendrían que satisfacer otro impuesto por cada arroba que saliera del Estado de México.26

Esta sería la última medida tomada por los gobiernos liberales progresistas contra los intereses de los hacendados azucareros, pues apenas unos días después de emitido el decreto sobre el impuesto único se proclamó el Plan de Cuernavaca (25 de mayo de 1834), una sublevación apoyada por la élite azucarera del Distrito contra las reformas de los gobiernos estatal y federal. Los progresistas fueron derrocados de la gubernatura y sustituidos por los liberales moderados.27 En octubre de 1834 la legislatura estatal emitió un decreto en el que reconocía como nacional el pronunciamiento de Cuernavaca, derogando muchas de las reformas de los gobiernos progresistas, entre ellas la expulsión de españoles, la incautación de los bienes del duque de Monteleone y el impuesto único de extracción sobre la producción azucarera.28

Resulta muy signi!cativo que un día antes de que el Congreso local aboliera las reformas progresistas, se le concediera a la villa de Cuernavaca el título de “Ciudad”.29 Nuestro análisis previo nos lleva a interpretar este hecho como una recompensa otorgada a los hacendados azucareros del Distrito por su apoyo a la rebelión, elevando el estatus jurídico de su cabecera política.

Desde la perspectiva regional que hemos trazado, el Plan de Cuernavaca cobra sentido como abanderado del descontento de las élites

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económicas regionales contra las reformas de los gobiernos progresistas. No obstante, el análisis resulta insu!ciente todavía, pues el poder de los hacendados del Distrito de Cuernavaca no se limitaba a su in"uencia política y económica. Para que el pronunciamiento triunfara hacía falta recurrir a la fuerza armada, un rubro en el que la élite azucarera tenía mucho que decir.

Empresarios en armas

Como hemos señalado anteriormente, los hacendados azucareros crearon sus propias fuerzas armadas para defender sus propiedades contra el movimiento insurgente. Después de la independencia estas milicias continuaron en funcionamiento a lo largo del territorio mexicano. Algunos autores mencionan que hubo oposición por parte de las autoridades locales hacia la existencia de las compañías particulares al servicio de los hacendados, pidiendo su desmovilización y desarme.30 En el caso particular del Distrito de Cuernavaca, no hemos localizado ningún tipo de queja por parte de los ayuntamientos, prefectos o gobernadores sobre la existencia de las milicias de los hacendados. De hecho, en 1830 el gobernador Múzquiz a!rmaba que los hacendados de Cuernavaca estaban en buena disposición para !nanciar a grupos armados que garantizaran la seguridad pública,31 y en 1835 el secretario de gobierno aceptaba abiertamente la existencia de estos grupos.32 Por otra parte, se aprecia que el gobierno federal, lejos de considerar a estas compañías como fuerzas ilegales, las tenían en mucha estima por el apoyo militar que pudiera prestarle.

Hay que considerar que los gobernadores del Estado de México –tanto progresistas como moderados–, eran conscientes de la necesidad de proteger a la agroindustria azucarera del Distrito de Cuernavaca, pues se trataba del territorio con mayores aportaciones !scales para la hacienda estatal. Así, la evidencia histórica recopilada muestra que las milicias de las haciendas azucareras permanecieron después de la independencia, sin importar que el estado hubiera creado su propia estructura militar a partir de las milicias cívicas de los ayuntamientos –el supuesto brazo armado de los pueblos.33 La militarización de las !ncas azucareras al servicio de una élite regional es de fundamental importancia para nuestro análisis, pues contextualiza adecuadamente el pronunciamiento bélico apoyado por los hacendados al !nal de la primera república federal. Revisemos ahora el accionar de estas milicias particulares en algunas coyunturas políticas de la región.

En diciembre de 1823, mientras se discutía en el Congreso el proyecto de acta constitucional que daría forma al régimen federal, corrían rumores en la Ciudad de México de que se organizaba una conspiración contra los españoles en la Tierra Caliente. Se suponía que el levantamiento habría de iniciarse en

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Cuautla de Amilpas, y a ese rumbo se dirigió el general Vicente Guerrero al mando de 300 infantes y 200 hombres de caballería.34 Las sospechas de rebelión estaba bien fundadas, pero esta no tuvo lugar en Cuautla, como se suponía, sino en la Villa de Cuernavaca. El 16 de enero de 1824 los generales Francisco Hernández, Antonio Aldama, Luis Pinzón y Guadalupe Palafox lanzaron el Plan de Cuernavaca, respaldados por el ayuntamiento de aquella villa, pronunciándose por la implantación de una república federal, popular y representativa, y exigiendo la remoción de los españoles de todos los empleos políticos, civiles y militares.35

El año y lugar del pronunciamiento tienen mucho sentido si analizamos el contexto político local. De 1822 a 1825, el español José María Ruano Calvo, había ocupado a través de reelecciones ilegales el puesto de alcalde del ayuntamiento de Cuernavaca, además de fungir simultáneamente como capitán de la milicia cívica de esa villa.36 Está claro que aquellos vecinos y funcionarios del ayuntamiento que se oponían a que Ruano Calvo siguiera en el puesto, dieron su apoyo a los rebeldes –aunque formalmente el Plan fue apoyado por todo el Cabildo. Apenas tres días después de iniciada la rebelión, el ayuntamiento de Cuernavaca y una junta de vecinos desaprobaron el Plan y se negaron a poner a disposición de los pronunciados a las milicias cívicas –de las que Ruano Calvo era capitán.37

Vicente Guerrero llegó a Cuernavaca el 18 de enero e informó al Secretario de la Guerra que los facciosos huyeron de la villa por la mañana–rumbo a Taxco y Tepecoacuilco– y que su fuerza de componía de cerca de 300 efectivos, la mayoría pertenecientes al destacamento del ejército permanente que se encontraba en Cuernavaca, los cuales fueron seducidos por medio de “engaños y patrañas”.38 Los generales rebeldes enviaron una carta a Guerrero para que intercediera por ellos ante el Congreso, en ella explicaban que a pesar de haber mantenido el mayor orden por los pueblos y haciendas por donde marchaban, fueron atacados por “una corta división de caballería procedente de la Hacienda de Temixco”, propiedad de la familia Yermo, descargando sus armas contra ellos sin ningún diálogo previo, cayendo en el combate el sargento Mariano Orellana.39

Pocos días después, el 22 de enero, la sublevación había sido derrotada por las fuerzas comandadas por Guerrero, quien informó al Secretario de la Guerra que había recibido el apoyo de las compañías regulares de Cuernavaca y Cuautla, el de las milicias cívicas de Cuernavaca, Yautepec, Miacatlán y Xochitepec, más el auxilio de las tropas de las Haciendas de Temixco, Treinta Pesos y San Gabriel –propiedad de los españoles José Yermo y Mariano Valdovinos.40

Este episodio no deja lugar a dudas sobre la continuidad de la estructura militar sobre el territorio del distrito de Cuernavaca con respecto a la época

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insurgente. No sólo se corrobora la existencia de milicias de hacendados, sino que éstas, lejos de ser antagónicas a las milicias cívicas, actuaban en colaboración con las mismas. Así, un pronunciamiento militar que en principio podría bene!ciar políticamente a los pueblos, al desalojar de los cargos públicos a los españoles, fue combatido por las milicias cívicas de los propios pueblos. Esto se explica porque los cargos de o!ciales de las milicias por lo general recaían en los notables (comerciantes, administradores de hacienda, rancheros, campesinos acaudalados), cuya posición social estaba más cercana a los intereses de las elites económicas regionales.41

Al día siguiente de haber sido derrotada la sublevación de Cuernavaca se produjo otro pronunciamiento contra los españoles en la ciudad de México, comandado por los generales Francisco Hernández y José María Lobato.42 Aunque tardíamente, en el distrito de Cuernavaca los sublevados tuvieron muchos seguidores. La defensa militar del distrito corría a cargo de Ignacio Sarmina, comandante militar de Cuernavaca, a quien se le unió el comandante de Chalco, teniente coronel Francisco González. En abril de 1824 el juez de letras de Cuautla de Amilpas advertía sobre el gran número de hombres que se habían pronunciado a favor de Hernández y Lobato.43

Por su parte, el ayuntamiento de Cuautla solicitó auxilio al comandante militar para defenderse de los facciosos que se estaban organizando en Jonacatepec.44

El 9 de abril el Ministro de la Guerra ordenó al comandante Francisco González perseguir a los pronunciados “hasta lograr su destrucción”, indicándole que se apoyara en las fuerzas del comandante militar de Cuernavaca, las compañías de la milicia cívica y el auxilio de los hacendados. El comandante de Chalco respondió que las milicias cívicas de Cuernavaca y Cuautla obedecían sus órdenes, mientras que los caballos y las armas de sus tropas se guardaban en las haciendas de Yautepec, aunque tuvo que retirarlas a mediados del mes por temor a que cayeran en manos enemigas.45

El comandante de Cuernavaca se mostró preocupado porque, según los informes de los vecinos, los ayuntamientos de Tetecala y Coatlán estaban completamente indefensos por falta de armas, debido al in"ujo de la hacienda de Miacatlán. El ministro de la Guerra respondió a Ignacio Sarmina que pronto tendría reunidas en la zona a las milicias cívicas, y que también podría contar con las fuerzas que le proporcionarían los hacendados de esa demarcación.46 El administrador de la hacienda de Atotonilco se encargó de perseguir a los facciosos por todo el sur del distrito –desde Jonacatepec hasta Tetecala– aprendiendo a cuatro de ellos en la Hacienda de San Miguel Treinta Pesos.47

A !nales del mes de abril varios integrantes de las milicias cívicas de Cuautla y Chalco se unieron a las fuerzas de Loreto Cataño, un famoso salteador de caminos de la región que se había unido al pronunciamiento de Lobato.48

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Los jefes militares del gobierno temían que Cataño capturara el armamento de las haciendas y de que obtuviera el apoyo de los cívicos de Pantitlán, Cocoyoc y Yautepec, con cuyos capitanes y o!ciales tenía “demasiada intimidad”, por lo que propusieron desarmar a los pueblos y haciendas de la zona de Yautepec. Rápidamente se enviaron refuerzos de caballería rumbo a Cuernavaca para que, en coordinación con las tropas de las haciendas, persiguieran a los sublevados.49

En esta ocasión se repite el mismo esquema: ejército regular, milicias cívicas y fuerzas auxiliares pertenecientes a los hacendados combatiendo por una misma causa. Si algunos cívicos decidían luchar en contra de los hacendados tenían que hacerlo desde la ilegalidad, como ocurrió con aquellos que se unieron a Cataño, quienes fueron cali!cados como “enemigos de la quietud y de la propiedad”.50

Sin embargo, no todo era cooperación entre gobierno y élite azucarera, pues hay evidencia que se intentó desarmar a los hacendados del distrito de Cuernavaca cuando éstos representaron un verdadero peligro para la estabilidad del régimen.

En abril de 1827 el gobernador Zavala informó al Ministerio de Relaciones que bandas de campesinos armados invadían las haciendas, y que eran constantes los rumores de que los españoles se estaban armando en Cuernavaca y Cuautla. No obstante, para calmar la creciente animadversión contra los gachupines el congreso estatal decretó en ese mismo mes la remoción de los españoles de todo empleo público, y se les prohibió portar armas –a ellos y sus dependientes– sin el consentimiento y licencia del gobernador.52

No obstante, las protestas continuaron al grado de convertirse en sublevaciones armadas, por lo que en octubre de 1827 el congreso estatal promulgó la ya mencionada ley de expulsión de españoles de la entidad,53 seguida por el decreto de expulsión de la república promulgado por el congreso federal en diciembre de ese mismo año.54

Como respuesta a las leyes de expulsión y al creciente poder en el gobierno de sus rivales, los moderados respondieron en diciembre de 1827 con el Plan de Montaño o rebelión de Otumba. En el Estado de México el gobernador Zavala sospechaba que los hacendados azucareros podrían apoyar militarmente a la rebelión, por lo que desde principios de diciembre ordenó al prefecto de Cuernavaca recoger las armas y licencias a los españoles del distrito. No obstante, el prefecto informó que muchos hacendados se negaron a entregar sus armas pretextando no poseerlas o argumentando contar con la respectiva licencia para su uso. Además, mencionó la existencia de un pronunciamiento a cargo del teniente coronel “González”, a consecuencia del cual los dependientes de las haciendas de todo el distrito habían marchado para México por órdenes de sus patrones.55 Desconocemos las intenciones de este pronunciamiento de “González”, aunque por la escasez de información

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al respecto en los análisis políticos sobre la época suponemos que se trató de una revuelta menor, posiblemente contra las leyes de expulsión de españoles.56

Por otra parte, resulta extraño que el gobernador no se mostrara preocupado por la movilización de los trabajadores de las haciendas, y simplemente respondiera dándole atribuciones al prefecto para que cateara las casas de los españoles que estuvieran bajo sospecha de ocultar armas. Los españoles respondieron entregando su armamento incompleto o en mal estado, por lo que el prefecto concluyó que su “conducta maliciosa” daba lugar a “descon!ar de sus operaciones”.57

Sin embargo, todo parece indicar que la descon!anza del gobierno hacia los hacendados logró dirimirse puesto que éstos no dieron su apoyo militar a la rebelión de Otumba. El 29 de diciembre –fecha en que el congreso general promulgó la nueva ley sobre milicias para enfrentar a la rebelión de Montaño– el gobernador ordenó al prefecto de Cuernavaca devolver a los españoles las armas y licencias que se les habían retirado. En enero de 1828 se armó nuevamente a los dependientes de la hacienda de San Gaspar para evitar “las incursiones de los malvados”, entre febrero y marzo se les devolvieron las armas a los hacendados Gabriel Yermo, Rafael Irazábal, Martín Michaus, Nicolás Icazbalceta y Eusebio García, “para la seguridad de sus !ncas”, así como a los administradores de las haciendas de San Gabriel, Tenextepango y Santa Clara. Según las autoridades estatales, la devolución del armamento a los españoles se hacía en virtud de que habían “variado las circunstancias” que obligaron al gobierno a dictar la orden de desarmarlos.58

Entre diciembre de 1827 y enero de 1828, el único acontecimiento signi!cativo que pudiera explicar ese “cambio de circunstancias” es el pronunciamiento del Plan de Montaño y su respectiva derrota. Según Costeloe los pronunciados no lograron obtener el apoyo ni de los sectores populares ni de los militares, por lo que fueron derrotados rápidamente –6 de enero de 1828–.59 Aunque había razones para sospechar de los hacendados azucareros del distrito de Cuernavaca, al parecer sus cálculos políticos les indicaron que la rebelión no tenía posibilidades de éxito y le negaron su apoyo. Así, el gobernador ordenó devolverles las armas el 29 de diciembre de 1827, pero resulta signi!cativo que, con la excepción de la hacienda de San Gaspar, la devolución de armas en todas las haciendas del distrito de Cuernavaca se veri!có después de haber sido derrotada la rebelión de Montaño, es decir, entre febrero y marzo de 1828.60

Una situación semejante de desarme y rearme de los hacendados azucareros se produjo a mediados de 1829. El 27 de julio el brigadier español Isidro Barradas desembarcó en Cabo Rojo, cerca de Tampico, al mando de un ejército de 3,500 hombres con el propósito de reconquistar el territorio mexicano

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para la corona española.61 En el Estado de México el gobernador Zavala ordenó al prefecto de Cuernavaca que vigilara la conducta de los españoles del distrito y de los hombres que se hallaran bajo su servidumbre, pues se sabía que muchos de ellos no estaban “conformes con la independencia y libertad de la Patria”. También, se ordenó al prefecto contabilizar el número de caballos que hubiera en las haciendas “que no le merezcan con!anza”, para destinarlos a las tropas del ejército y evitar que pudieran servir de auxilio a los invasores. El prefecto Pagani respondió al gobernador a!rmando que había recorrido las haciendas de los españoles que “por notoriedad se conocen desafectos a la Independencia”, además de haber tomado las precauciones necesarias con los “hacendados de con!anza” para detectar cualquier tipo de operaciones extraordinarias, apoyándose para la vigilancia en el subprefecto de Cuautla.62

Para reforzar las medidas de seguridad, el 18 de agosto el gobierno estatal emitió un bando que ordenaba retirar las armas y licencias que se tenían concedidas a los españoles. La invasión de Barradas fue derrotada en septiembre de 1829 por las tropas del general Santa Anna. El noviembre de ese mismo año, el gobernador informó al ayuntamiento de Cuautla de Amilpas que podía devolver las armas a los hacendados y a sus administradores “para la defensa de los intereses que guardan”, puesto que habían cesado “las circunstancias que le inspiraron a decretar las medidas de que habla el bando del 18 de agosto”.63 Nuevamente, los hacendados azucareros fueron desarmados cuando representaron un peligro para la estabilidad del régimen, pero una vez controlada la situación, se les rearmó para defender sus intereses económicos.

Al año siguiente de la invasión española de reconquista llegaron al poder gobiernos liberales moderados en la republica mexicana y el Estado de México. En 1830 el Secretario de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán, propuso crear una guardia rural formada y !nanciada por los terratenientes para garantizar la seguridad pública de los caminos y haciendas. En el Distrito de Cuernavaca los hacendados azucareros levantaron una fuerza de caballería de 400 hombres que operó en el territorio entre 1830 y 1832.65 Además, en 1830 fue nombrado como comandante militar de Cuernavaca Ángel Pérez Palacios,66 hijo de uno de los hacendados y políticos más importantes del Distrito, Francisco Pérez Palacios, quien además fungió como prefecto de Cuernavaca precisamente entre 1830 y 1832.67 La representación política y militar de los hacendados azucareros era muy fuerte, y la seguridad de sus personas e intereses económicos estaba garantizada.

No obstante, la oposición a los gobiernos moderados comenzó desde enero de 1832 cuando Santa Anna proclamó el Plan de Veracruz contra el gobierno de Anastasio Bustamante. En el distrito de Cuernavaca los rebeldes

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obtuvieron apoyo en Cuautla, Cuernavaca y Jonacatepec. A !nales de 1832 el comandante militar de Cuernavaca, Ángel Pérez Palacios, tuvo que solicitar refuerzos a la ciudad de México para combatir a los simpatizantes de Santa Anna en el distrito, liderados por los o!ciales Sánchez Espinosa, Mejía y Ortiz.68 Finalmente, la rebelión triunfó y el 23 de diciembre se !rmaron los Tratados de Zavaleta, poniendo término a la administración de Bustamante.69

Así, derrotados militarmente por el Plan de Veracruz, los hacendados azucareros del distrito de Cuernavaca sufrieron los embates ya mencionados de las reformas progresistas a partir de 1833.70 El descontento generalizado en todo el país por parte de las élites y los liberales moderados dio paso a una serie de levantamientos militares para defender sus intereses.71 Fue entonces cuando el general Santa Anna generó descon!anza entre los progresistas del gobierno de Gómez Farías, pues mientras condenaba públicamente los pronunciamientos, se rumoraba que estaba en negociaciones con algunos de sus líderes.72 Las suposiciones se acrecentaron cuando el 7 de junio se supo que Santa Ana había sido detenido por las tropas de los comandantes Arista y Escalada, quienes lo mantenían preso en Cuautla, custodiado por centinelas en la hacienda de Buenavista, propiedad de Martín Ángel Michaus. Al conocerse la noticia de que Santa Anna había conferenciado con el ayuntamiento de Cuautla, se elevaron todavía más las sospechas sobre su supuesta detención y se pensó que podría tratarse de un pretexto para sumarse a la rebelión imponiendo sus condiciones. El historiador y político de la época, Carlos María de Bustamante, re"exionó sobre la prisión de Santa Ana de esta forma:

El Fénix de ayer, en el cual se inserta un razonamiento muy acre que dizque Santa Anna hizo al Ayuntamiento de Cuautla cuando fue a felicitarlo increpando la conducta de los que lo arrestaron, y exhortando a dicha corporación a que no se dejase alucinar con el Plan de una conspiración contra la Constitución y leyes que se hacía a su nombre. ¿Será creíble que así pudiera hablar un hombre rodeado de guardias, preso, y de consiguiente sin libertad? ¿Un hombre a quien lo primero que se le prohibiría sería comunicar con nadie y mucho más con la primera corporación de un pueblo tan grande como Cuautla, donde prevalido de su condecoración, que es la de la primera magistratura, y del prestigio que ésta le daba podía formar una contrarrevolución, y tornarse muy fácilmente contra los mismos que lo habían arrestado? Para creer esto es necesario no tener sentido común.73

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Lo interesante de este episodio para nuestro análisis radica en re"exionar sobre el hecho de que los generales rebeldes eligieran a Cuautla para entrevistarse con Santa Anna !ngiendo una detención. En dicho ayuntamiento se encontraban las haciendas azucareras más importantes de todo el Distrito de Cuernavaca, de hecho, en las inmediaciones de Cuautla y Yautepec ayuntamientos vecinos– se contaban 14 !ncas azucareras.74 No es difícil concluir que los hacendados apoyaban militarmente a los pronunciados, y es muy probable que ofrecieran sus propiedades como punto de reunión con Santa Anna, pues se trataba de unas haciendas con trabajadores armados que podían garantizar la seguridad del general. Esta reunión en Cuautla, en junio de 1833, es un hecho clave para explicar la participación de los hacendados azucareros en la gran rebelión que abanderarían un año después. Nuestra hipótesis es que, durante su estancia en Cuautla, Santa Anna pudo conocer de primera mano tanto la fuerza militar de las haciendas como las !liaciones políticas de sus propietarios. Calculó que, si tuviera necesidad de ello, podría liderar una rebelión que estallara en la Tierra Caliente, a las puertas de la capital de la república. Pero mientras tanto, Santa Anna rechazó unirse a la rebelión de Escalada y Durán, el 12 de junio se informó que había escapado de sus secuestradores y que se encontraba a salvo en algún lugar de Puebla; días después apareció en la Ciudad de México y se proclamó por la defensa de la Constitución federal.75

Este fue el contexto político y militar en el que los hacendados tuvieron que asimilar las reformas progresistas de los liberales en el poder entre 1833 y 1834 (incautación de los bienes del duque de Monteleone, expulsión de españoles, expropiación de tierras e impuesto único a la extracción del azúcar). Al proclamarse el Plan de Cuernavaca, el 25 de mayo de 1834, los hacendados azucareros se sumaron a la ola de descontento protagonizada por las élites regionales del país, pero su proclama no presentaba ninguna originalidad.

En efecto, si analizamos el contenido del plan notaremos que es muy similar a los pronunciamientos del resto del país contra el gobierno de Gómez Farías.76 Proclamado por “el pueblo en masa”, una junta convocada por el ayuntamiento y los “vecinos principales” (entiéndase hacendados azucareros), el Plan de Cuernavaca solicitaba la protección del presidente Santa Anna, repudiaba la expulsión de españoles y las reformas contra la Iglesia, además de exigir la nulidad de las leyes aprobadas por el Congreso. Nada se dice sobre el régimen federal y la pertinencia de sustituirlo por uno centralista, aunque se pueden interpretar algunos pasajes como tímidas alusiones al respecto, como aquello de aplicar “remedios exactos y positivos” o “el deseo de abrir una nueva era”. No obstante, para la élite azucarera la prioridad residía en abolir las reformas que estaban lesionando sus negocios, no en abanderar una reforma

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constitucional a favor del centralismo. En este sentido, el último de los puntos del Plan de Cuernavaca es de particular importancia para nuestro análisis, pues ahí se expresa que “para el sostenimiento de las providencias que dicte el Exmo. Sr. Presidente… se le ofrece la e!caz cooperación de la fuerza que tiene aquí reunida”. La redacción de este pasaje da lugar a varias suposiciones. En primer lugar ¿cuál era la fuerza que se lo ofrecía a Santa Anna? Asumimos que se trataba tanto de la milicia cívica del ayuntamiento de Cuernavaca como de los batallones de las haciendas azucareras. Pero “la fuerza que tiene aquí reunida”, hace pensar en que se trata de una fuerza “de” Santa Anna que se encuentra acuartelada en Cuernavaca. Surge inmediatamente la pregunta ¿será que esa fuerza fue organizada por Santa Anna un año antes, en junio de 1833, durante su pretendido secuestro en Cuautla? ¿Será que por instrucciones de Santa Anna se convocaron a milicias de otras jurisdicciones en Cuernavaca, previo al pronunciamiento? De cualquier modo, como hemos venido argumentando, los recursos militares de la élite azucarera no eran nada modestos, y nuestra hipótesis es que Santa Anna había decidido pronunciarse con el apoyo del Plan de Cuernavaca con mucha anticipación.

Como señalamos al inicio de este trabajo, el Plan de Cuernavaca alcanzó rápidamente dimensiones nacionales y fue plenamente exitoso en la conquista de sus objetivos. Pero después de haber echado del gobierno a los liberales progresistas y abolir la mayoría de sus leyes, quedaba el problema de la reforma constitucional, aclamada por amplios sectores del país. Al inicio del levantamiento Santa Anna hizo pública su !liación federalista, pero conforme la reforma constitucional se convirtió en una demanda difícil de evadir, a!rmó que quedaba al margen de sus facultades como ejecutivo, dejando el asunto en manos del congreso. De esta forma Santa Anna dio luz verde a la discusión parlamentaria sobre el centralismo, una transformación que de concretarse no quería como una imposición del presidente, sino como un mandato de la nación.

Los hacendados azucareros, una vez derrotados los enemigos que lesionaban sus intereses económicos, se unieron con determinación a las demandas que exigían la abolición del federalismo. Cuernavaca estrenó su título de Ciudad, el 31 de mayo de 1835, lanzado un pronunciamiento a favor del centralismo. El documento estaba !rmado por el prefecto del Distrito de Cuernavaca y el ayuntamiento, además de la comandancia militar del distrito, a cargo de Ángel Pérez Palacios, uno de los hacendados más importantes de la región. La exposición de motivos del pronunciamiento se cuida de dejar al margen al presidente Santa Anna del proyecto centralista:

…teniendo en consideración que las ideas vertidas por el Exmo. Sr. Presidente de la república no fueron más que su opinión

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particular y… que dichas ideas (aunque loables)… no han correspondido a las esperanzas que esta ciudad concibió cuando en mayo de 34 proclamó el Plan de su nombre… [se declara que la república] necesita un remedio radical y capaz para que reuniendo un centro de unidad en la nación nos de fuerza, abundancia y paz, y por ella las garantías que nos faltan…

Hecha la pertinente aclaración, la ciudad de Cuernavaca se pronuncia a favor de que “la nación sea constituida bajo la forma de un gobierno central” y apremia al Congreso para que se declare convocante o constituyente para elaborar las nuevas bases constitucionales. Por último, se reconocer al “ilustre y benemérito general D. Antonio López de Santa Anna” como jefe supremo de la nación. La operación política fue ejecutada magistralmente. Santa Anna se a!anzó en el poder sin mancharse demasiado las manos, al menos formalmente, por la abolición del federalismo, pues se trataba de un proyecto discutido en el congreso, y él se limitaba a obedecer los designios de la soberanía nacional. Por su parte la élite azucarera también facturó un buen negocio. Pues garantizó la protección de sus intereses económicos por medio de un pronunciamiento militar, y a!anzó su posición política pronunciándose a favor de una constitución centralista que reforzaba los mecanismos de control de las clases privilegiadas.

La bonanza del negocio azucarero durante la primera mitad del siglo XIX es un hecho histórico comprobado. Con un ritmo de crecimiento lento, pero constante, la agroindustria azucarera del distrito de Cuernavaca superó en 1851 el récord de producción logrado a !nales de la época colonial.77

La intervención política y militar de los hacendados durante la primera república federal es uno de los factores que explican dicho crecimiento.

Un grupo con el poder para organizar un golpe de estado contra un virrey y un pronunciamiento militar para derrocar al gobierno federal. Esta fue la poderosa élite azucarera del distrito de Cuernavaca, el rescoldo castellano al que siempre repudió la prensa liberal de los progresistas.

1Este trabajo está elaborado con los datos obtenidos en una investigación previa sobre el funcionamiento de las instituciones liberales en el distrito de Cuernavaca durante la primera república federal. Dicha investigación ha sido publicada recientemente bajo el nombre de Las dulzuras de la libertad. Ayuntamientos y milicias durante el primer liberalismo. Distrito de Cuernavaca, 1810-1835, Nostromo Ediciones, México, 2011. Se remite al lector a esta obra para mayores referencias sobre diversas temáticas que se abordan en el presente artículo.

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2 La exposición anterior ha sido elaborada a partir de algunos textos que consideramos dentro de la bibliografía básica sobre la primera república federal: Costeloe, Michael P., La primera república federal de México (1824-1835). Un estudio de los partidos políticos en el México independiente, Fondo de Cultura Económica, México, 1996; Macune J., Charles W., El estado de México y la federación mexicana, 1823-1835, Fondo de Cultura Económica, México, 1978 y Fowler, Will, Mexico in the Age of Proposals, 1821-1835, Greenwood Press, London, 1998.3 A las obras citadas en la nota anterior sobre este periodo hay que agregar: Fowler, William y Humberto Morales Moreno (coords.), El conservadurismo mexicano en el siglo XIX, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / University of Saint Andrews / Secretaría de Cultura, Gobierno del Estado de Puebla, Puebla, 1999, y Fowler, Will, Presidentes mexicanos. Tomo I (1824-1911), Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, México, 2004.4 Todos los planes aquí citados se pueden consultar en la página web: “#e Pronunciamiento in Independent Mexico, 1821-1876”, Arts & Humanities Research Council (arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos/).5 Bustamante, Carlos María de, Diario histórico de México, 1822-1848, del licenciado…, (disco compacto 1 / 1822-1834), 25 tomos en 50 volúmenes, diciembre de 1822-diciembre de 1834, Editores: Jose!na Zoraida Vázquez Vera y Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva, El Colegio de México / CIESAS, México, 2001, 2 de julio de 1825, t. VII, p. 4.6 Huerta, María Teresa, Empresarios del azúcar en el siglo XIX, INAH, México, 1993, pp. 125-126.7 Archivo Histórico de la Defensa Nacional (en adelante AHDN), Exp. XI/481.3/1827, “Criminal contra D. Gabriel Santier, originario de los reinos de Castilla, por sospechoso de conspiración contra el Ejército de las Tres Garantías”, 10 de septiembre de 1821.8 Huerta, Empresarios, 1993, pp. 89-90, 106-109, 128.9 Un estado de la cuestión sobre la bibliografía básica del sitio de Cuautla y un análisis desde la perspectiva regional en Reynoso Jaime, Irving, “El sitio de Cuautla: los relatos, la épica nacionalista y la historiografía”, en Ernest Sánchez Santiró (coord.), “De la crisis del orden colonial al liberalismo, 1760-1860”, vol. 5, en Horacio Crespo (dir.), Historia de Morelos. Tierra, gente, tiempos del sur, Poder Ejecutivo del Estado de Morelos / Congreso del Estado de Morelos-LI Legislatura, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Ayuntamiento de Cuernavaca, Instituto de Cultura de Morelos, México, 2010.10 López González, Valentín, “La consumación de la Independencia en Morelos”, en La consumación de la Independencia, Tomo I, Archivo General de la Nación, México, 1999, pp. 429-432.11 Una visión general sobre la agroindustria azucarera de la región “morelense” en Reynoso Jaime, Irving, “Hacienda y azúcar en Morelos: examen de investigaciones y debates”, en Horacio Crespo (coord.), El azúcar en América Latina y el Caribe. Cambio tecnológico, trabajo, mercado mundial y economía azucarera. Perspectiva histórica y problemas actuales, Senado de la República, México, 2006.12 José María Manzano, Juan Fernando Meoqui, Antonio Velasco de la Torre, Vicente Eguía, José M. Chávez, José N. Abad, Gabriel Yermo, Domingo Coloma, Marín A. Michaus, entre

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otros; Sánchez Santiró, Ernest, Azúcar y Poder. Estructura socioeconómica de las Alcaldías Mayores de Cuernavaca y Cuautla de Amilpas, 1730-1821, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Editorial Praxis, México, 2001, pp. 285, 291-292.13 Sobre la redes sociales y mercantiles de los hacendados-comerciantes azucareros del distrito de Cuernavaca véase Sánchez Santiró, Ernest, “Las incertidumbres del cambio: redes sociales y mercantiles de los hacendados-comerciantes azucareros del centro de México (1800-1834)”, en Historia Mexicana, LVI: 3, 2007, pp. 919-968.14 AHDN, Exp. XI/481.3/119, “Correspondencia de don Agustín de Iturbide con el ayuntamiento de Cuernavaca relacionada con el movimiento de independencia”, 3 de marzo de 1821, f. 3.15 Ibídem, 7 de marzo de 1821, f. 4.16 AHDN, Exp. XI/481.3/98, “Proclama de Agustín de Iturbide a los habitantes de la ciudad [sic.] de Cuernavaca”, 23 de julio de 1821, f. 1.17 Este proceso de transición de las estructuras coloniales hacia la implantación de un régimen liberal ha sido estudiado para el territorio del distrito de Cuernavaca en Reynoso, Dulzuras, 2011.18 Entre 1824 y 1835, fueron varios los hacendados azucareros que se desempeñaron como diputados en el congreso del Estado de México: Antonio Velasco de la Torre, Pedro Valdovinos, Mariano Tamariz, José María Manzano, José Pérez Valdovinos, Luis Pérez Palacios, José María Yermo, Francisco Valdovinos, José Pérez Palacios, José María Flores y José Joaquín de Rosas. Incluso, entre 1827 y 1836 varios llegaron a la diputación federal: José Pérez Palacios, Rafael Irazábal, José Joaquín de Rosas y Luis Pérez Palacios, cf. Macune, Estado, 1978, pp. 188-190, 195-198; Huerta, Empresarios, 1993, p. 130. Sobre el poder político logrado por el grupo de hacendados azucareros durante la primera república federal, véanse los capítulos 3 y 4 de Reynoso, Dulzuras, 2011.19 Sánchez Santiró, Ernest, “Producción y mercados de la agroindustria azucarera del distrito de Cuernavaca, en la primera mitad del siglo XIX”, en Historia Mexicana, vol. LIII, núm. 3, enero marzo, México, 2004, pp. 605-646.20 Un ejemplo tardío lo tenemos en el contexto de la intervención norteamericana. En 1847, mientras todos los distritos del Estado de México aportaron menos de 10,000 pesos, en el distrito de Cuernavaca se recaudaron 14,5723 pesos para !nanciar la guerra, cf. Mentz, Brígida von, Pueblos de indios, mulatos y mestizos, 1770-1870. Los campesinos y las transformaciones protoindustriales en el poniente de Morelos, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 1988, pp. 58-60.21 Véase Sánchez Santiró, “Incertidumbres”, 2007, p. 956; Sims, Harold D., La expulsión de los españoles de México (1821-1828), Secretaría de Educación Pública / Fondo de Cultura Económica, México, 1974, pp. 89, 111.22 Decreto Núm. 101, “Libertando del derecho de alcabala a varios artículos de la industria en el Estado, y estableciendo nuevas contribuciones que han de reportar la azúcar, aguardiente de caña y magueyes”, 7 de mayo de 1828, en Téllez G., Mario e Irma Piña L., Colección de decretos del Congreso del Estado de México, (disco compacto) LIV Legislatura del Estado de México, Instituto de Estudios Legislativos del Estado de México, Universidad Autónoma del Estado de México, El Colegio Mexiquense, México, 2001, t. II, pp. 56-59.23 Decreto Núm. 291, “Declarando propiedad del Estado de México los censos en!téuticos, hacienda de Atlacomulco y otros bienes que posee en el Estado el duque de Monteleone”, 30 de abril de 1833, Téllez y Piña, Colección, 2001, t. II, p. 223.

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24 Decreto Núm. 359, “Desterrando del territorio del Estado, por el término de seis años, a las personas que se expresan”, 6 de diciembre de 1833, en Téllez y Piña, Colección, 2001, t. II, pp. 276-277. Los españoles expulsados pertenecientes a la élite azucarera fueron: Francisco Pérez Palacios, dueño de la hacienda de Miacatlán y prefecto del distrito de Cuernavaca en 1830-1832, así como sus tres hijos, Ángel Pérez Palacios, comandante militar de Cuernavaca; Luis Pérez Palacios, diputado estatal en 1831-1832; y José Ramón Pérez Palacios, subprefecto del partido de Cuernavaca en 1825; también fueron expulsados el hacendado Antonio Silva, dueño de Cocoyotla, su hijo adoptivo José María Saavedra Silva, así como Epigmenio de la Piedra y Rafael Durán, vinculados con los hacendados por relaciones comerciales. Para las referencias de estos personajes véase Archivo Histórico del Estado de México (AHEM), “Gobernación”, vol. 4, exp. 20; “Prefecturas”, vol. 2, exp. 46; vol. 3, exp. 2, exp. 19; “Justicia”, vol. 2, exp. 23; Bustamante, Diario, t. XVI, 2 de enero de 1830, pp. 4-5; t. XXIV, 27 de mayo de 1832, pp. 25-26; Macune, Estado, 1978, p. 197, y Sánchez Santiró, “Incertidumbres”, 2007, p. 957.25 Sobre el decreto de formación del pueblo de Mapaztlán véase Pérez Alvirde, Moisés, Erecciones municipales, villas, ciudades, anexiones y segregaciones territoriales del Estado de México, LII Legislatura del Estado de México, Toluca, 1994, pp. 120-121.26 Decreto Núm. 414, “Imponiendo a la azúcar que se elabora en el Estado, por único impuesto, tres granos por arroba”, 17 de mayo de 1834, en Téllez y Piña, Colección, 2001, t. II, pp. 345-346; Sánchez Santiró, “Incertidumbres”, 2007, pp. 957-958.27 Macune, Estado, 1978, pp. 176.28 Decreto Núm. 432, “Reconociendo como nacional el pronunciamiento de Cuernavaca, y derogando varios decretos de la anterior Legislatura”, 15 de octubre de 1834, en Téllez y Piña, Colección, 2001, t. II, pp. 354-356.29 Decreto Núm. 429, “Concediendo a la Villa de Cuernavaca el título de Ciudad”, 14 de octubre de 1834, ibídem, t. II, pp. 353.30 Chust, Manuel, “Milicia, milicias y milicianos: nacionales y cívicos en la formación del estado-nación mexicano, 1812-1835”, en Juan Ortiz Escamilla (coord.), Fuerzas militares en Iberoamérica. Siglos XVIII y XIX, El Colegio de México, El Colegio de Michoacán, Universidad Veracruzana, México, 2005, p. 181. Para el caso del estado de Guanajuato véanse el estudio de Serrano Ortega, José Antonio, Jerarquía territorial y transición política. Guanajuato, 1790-1836, El Colegio de Michoacán, Instituto Mora, México, 2001.31 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Gobernación, caja 133, s/s, exp. 11.32 Memoria que el secretario del ejecutivo del estado libre de México encargado de las secciones de gobierno y guerra leyó al H. Congreso en los días 26, 27 y 28 del mes de abril de 1835, Imprenta del Gobierno, Toluca, 1835, p. 46.33 Para una crítica a la a!rmación de que las milicias cívicas se convirtieron en un instrumento militar e!caz para salvaguardar los intereses de los pueblos, véase el capítulo 5 de Reynoso, Dulzuras, 2011.34 Bustamante, Diario, 2001, 7 y 8 de diciembre de 1823, t. III, p. 835 AHDN, Exp. XI/481.3/290, “Documentos que componen el expediente de la revolución que acaudilló el Gral. D. Francisco Hernández”, 17 de enero de 1823, fs. 2-6a; Flores Caballero, Romeo, La contrarrevolución en la independencia. Los españoles en le vida política, social y económica de México (1804-1838), El Colegio de México, México, 1969, p. 108. Carlos María de Bustamante sospecha que el pronunciamiento estaba respaldado por José Joaquín Fernández de Lizardi, “El

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Pensador Mexicano”, pues éste se había marchado rumbo a Cuernavaca con una imprenta, con la que supuestamente se dio a conocer el plan a los pueblos, Bustamante, Diario, 2001, 16 y 17 de enero de 1824, t. IV, pp. 12-13.36 Reynoso, Dulzuras, 2011, p. 134.37 Bustamante, Diario, 2001, 19 de enero de 1824, t. IV, p. 14.38 AHDN, Exp. XI/481.3/290, fs. 22-23.39 Ibídem, fs. 31-33.40 Ibídem, fs. 42-43; Bustamante, Diario, 2001, 25 de enero de 1824, t. IV, p. 23.41 Véase Ortiz Escamilla, Juan, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, El Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Universidad Internacional de Andalucía, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1997.42 Bustamante, Diario, 2001, 23 de enero de 1823, t. IV, p. 19.43 AHDN, Exp. XI/481.3/291, “Operaciones militares en las jurisdicciones de Chalco, México y Cuernavaca, para batir a los que secundaron el movimiento encabezado por los Generales Francisco Hernández y José María Lobato”, 6 de abril de 1824. f. 2-4.44 Ibídem, f. 10.45 Ibídem, fs. 11, 15.46 Ibídem, fs. 22-25. Por lo visto los hacendados de Miacatlán, la familia Pérez Palacios, siempre mantuvieron desarmados a los pueblos de la zona por temor a que se sublevaran en su contra, debido a los constantes litigios por tierras que sostenían. En 1827 el dueño de la hacienda de Cocoyotla solicitó al ayuntamiento de Miacatlán que no se le otorgaran armas pueblo de Coatlán para no perjudicar “a su persona e intereses”, pues sostenía con dicho pueblo varios pleitos por tierras, véase Mentz, Pueblos, 1988, pp. 66, 144. En cuanto la organización de las milicias cívicas en Tetecala y Coatlán para enfrentar la rebelión de Hernández y Lobato en abril de 1824, está claro que los hacendados aceptaban la militarización de los ayuntamientos cuando se trataba de utilizarlas para la protección de sus intereses –en este caso, combatir una sublevación contra los españoles–.47 AHDN, Exp. XI/481.3/291, fs. 28-28a.48 Bustamante, Diario, 2001, 29 de abril de 1824, t. IV, p. 20.49 AHDN, Exp. XI/481.3/291, fs. 17, 20; Bustamante, Diario, 2001, 30 de abril de 1824, t. IV, p. 21.50 Bustamante, Diario, 2001, 29 de abril de 1824, t. IV, p. 20.51 Costeloe, Primera, 1996, pp. 103, 106-107.52 Decreto Núm. 20, “Previniendo a las autoridades respectivas, cuiden que los extranjeros y españoles introducidos en la república después de la independencia, y los capitulados que sin permiso se quedaron, ejerzan acto alguno de ciudadanía”, 23 de abril de 1827, en Téllez y Piña, Colección, 2001, t. II, p. 10; Decreto Núm. 19, “Prohibiendo a los españoles y americanos capitulados, y dependientes de unos y otros residentes en el Estado, portar armas de ninguna clase, sin consentimiento del gobernador, quien reglamentará el modo de dar las licencias”, 25 de abril de 1827, ibídem, pp. 9-10.53 Decreto Núm. 72, “Para que los españoles capitulados y los venidos después del año de 821, y no tengan los requisitos legales, salgan del territorio del Estado, y otras providencias de policía interior, respecto de los que se queden”, 6 de octubre de 1827, ibídem, pp. 31-32.

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54 Decreto Núm. 538, “Ley de expulsión de españoles”, 20 de diciembre de 1827, en Dublán, Manuel y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, Imprenta del Comercio a cargo de Dublán y Lozano, México, 1876, t. II, pp. 47-48.55 AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 1, exp. 27, fs. 1-2.56 El líder de dicho pronunciamiento pudo haber sido el teniente coronel José Vicente González, comandante de la guarnición de Toluca, quien en mayo de 1835 apoyaría el Plan de Cuernavaca orquestado por los hacendados azucareros, véase Macune, Estado, 1978, p. 176.57 AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 1, exp. 27, fs. 3, 7-8.58 AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 1, exp. 31, fs. 1-27.59 Costeloe, Primera, 1996, pp. 144-145, 151-152, 154.60 AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 1, exp. 31, fs. 1-27.61 Costeloe, Primera, 1996, pp. 222-223.62AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 2, exp. 18, fs. 1-5.63 Ibídem, fs. 17-24.64 Costeloe, Primera, 1996, pp. 298-301.65 Bustamante, Diario, 2001, 23 de octubre de 1830, t. XVII, p. 28; 8 de noviembre de 1830, t. XVII, p. 8; 23 de noviembre de 1830, t. XVII, p. 18.66 Bustamante, Diario, 2001, 2 de enero de 1830, t. XVI, pp. 4-5; 27 de mayo de 1832, t. XXIV, pp. 25-26; AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 3, exp. 2, exp. 19; “Justicia”, vol. 2, exp. 23.67 AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 2, exp. 46; vol. 3, exp. 2, exp. 19.68 AHDN, Exp. XI/481.3/911, fs. 2-3; Exp. XI/481.3/806, fs. 2-3a; AHEM, Gobernación, “Prefecturas”, vol. 3, exp. 24, fs. 216-218.69 Macune, Estado, 1978, p. 172.70 Costeloe, Primera, 1996, pp. 371-374.71 De hecho, Macune menciona que el gobierno estatal amenazó a los ayuntamientos con disolverlos si se unían a las insurrecciones, y que se multaron a varias haciendas por el mismo motivo en Tulancingo y Cuernavaca, véase Macune, Estado, 1978, p. 173.72 Ibídem, p. 386.73 Bustamante, Diario, 2001, 11 de junio de 1833, t. XXII, p. 21.74 Reynoso, Dulzuras, 2011, p. 82, mapa 7.75 Costeloe, Primera, 1996, pp. 389-390.76 El contenido de los pronunciamientos aparecidos en mayo de 1834 contra las reformas de Gómez Farías puede compararse en la página web: “#e Pronunciamiento in Independent Mexico, 1821-1876”, Arts & Humanities Research Council (arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos/).77 Véase Sánchez Santiró, Azúcar, 2001, p. 65; Sánchez Santiró, “Producción”, 2004, p. 613, y Reynoso, Dulzuras, 2011, p. 34, grá!ca 1.

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Plan de Cuernavaca25 de mayo de 1834

ACTA DEL PLAN DE PRONUNCIAMIENTO DE LA VILLA DE CUERNAVACA

umergida la Republica Mexicana en el caos mas espantoso de confusión y desorden a que la han sujetado las medidas violentas con que los cuerpos

legislativos han llenado este período de sangre y lágrimas, desplegando los atentados de una demagogia absoluta sobre la destrucción de la carta fundamental que tantos sacri!cios ha costado, es indispensable manifestar expresamente la realidad de los votos que emiten los pueblos, para que se apliquen remedios exactos y positivos que basten a calmar los males y a destruir la existencia de las logias masónicas, que producen el germen de las divisiones intestinas.

Considerando igualmente que el espíritu de reclamación es general y unísono en todos los ángulos de la Republica, y que para expresar este concepto a que da lugar la conducta de las legislaturas, no es necesario pormenorizar hechos que por su misma naturaleza han producido la dislocación general de todos los vínculos sociales, la villa de Cuernavaca, animada de las mas sanas intenciones y con el deseo de abrir una nueva era, echando un velo a los acontecimientos pasados , mani!esta libre y espontáneamente sus votos por medio de los artículos siguientes:

S

ANEXO 3

1. Que su voluntad está en abierta repugnancia con las leyes y decretos de proscripción de personas; las que se han dictado sobre reformas religiosas; la tolerancia de las sectas masónicas y con todas las demás disposiciones que traspasan los limites prescritos en la Constitución general y en las particulares de los Estados.

2. Que es conforme a esta misma voluntad y al consentimiento del pueblo, que no pudiendo funcionar el Congreso general y legislaturas particulares sino en virtud de las facultades que les prescriben sus respectivas constituciones, todas las leyes y providencias que han dictado saliéndose notoriamente fuera de aquel circulo, deben declararse nulas, de ningún valor ni efecto, y como si hubieran emanado de alguna persona privada.

3. Que el pueblo reclame respetuosamente la protección de estas bases justas y legales al Exmo. Sr. presidente de la República don Antonio López de Santa Anna, como única autoridad que hoy se halla en la posibilidad de dispensarla.

4. El pueblo declara que no han correspondido a su con!anza los diputados que han tomado parte en la sanción de las leyes y decretos referidos, y espera que así ellos como los demás funcionarios que se han obstinado en llevar adelante las resoluciones de esta clase, se separen de sus pueblos y no intervengan ni en contra ni en favor de esta manifestación hasta que la nación, representada de nuevo, se reorganice conforme a la Constitución y del modo mas conveniente a su felicidad.

5. Que para sostenimiento de las providencias que dicte el Exmo. Sr. presidente, de conformidad con las ideas que van expresadas, se le ofrece la e!caz cooperación de la fuerza que tiene aquí reunida.

Estos artículos han sido proclamados por el pueblo en masa y otorgados por la junta que al efecto se ha celebrado por el ayuntamiento y principales vecinos de esta villa, por lo que se da cuenta inmediatamente al Exmo. Sr. primer magistrado de la República para que este Plan obre sus efectos en su superior conocimiento. Cuernavaca. 25 de Mayo de 1834. Exmo. Sr. Ignacio Echeverría. – José Mariano Campos, secretario.

Fuente: El Telégrafo, 24 de mayo de 1834, en Archivo Histórico de el Colegio de México, Col. Jose!na Zoraida Vázquez, Planes y Documentos, 1834, caja 9. - González Pedrero, Enrique, País de un solo hombre, Vol. 2 La sociedad del fuego cruzado, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, pp. 479-480.

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Facsímil del Plan de Cuernavaca, 25 de mayo de 1834