Conservar la Amazonia, por Guillem Catala

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CONSERVAR LA AMAZONIA Incertidumbres y perspectivas sobre la supervivencia de la Amazonía, por Guillem Català (fotos del autor, menos cuando se indique) Los nueve estados amazónicos, las tres Guayanas incluidas El deterioro de la Amazonía ha llegado a un extremo inquietante. En algunas zonas la otrora exuberante selva ha desaparecido substituida por un páramo asfixiante. En otras, la agresión humana y la degeneración que provoca avanzan imparables. Solamente los lugares apartados, sin comunicaciones, escapan a la destrucción. Estas regiones aisladas son medianamente numerosas, pero sólo es cuestión de tiempo que también allí llegue la colonización. A la larga es dudoso que sobreviva la floresta amazónica fuera de los Parques Nacionales. Como las leyes no se cumplen, incluso en ellos es dudosa. Miles de especies animales y vegetales se hallan así en peligro de extinción. No pasa un día sin que alguna se extinga. La supervivencia de las culturas primitivas y de las etnias que subsisten (más de la mitad ya se han extinguido), depende de la conservación de los ecosistemas, de manera que es incierta la viabilidad de la mayoría de ellas. Estas poco optimistas conclusiones son el fruto de varias estancias en la Amazonía de Perú, Bolivia y Ecuador. El tanteo sobre el terreno lo realicé en los tres territorios, pero con mayor profundidad en la parte peruana. EL ATRASO Y LA FALTA DE COMUNICACIONES Me dirigí a Perú, Bolivia y Ecuador por ser países atrasados y donde, por ahora, la selva está menos maltratada – y aún así, se encuentra en bastante mal estado. Junto con la selva de Colombia conforman el Alto Amazonas, un conjunto de ecosistemas y paisajes similares, en un mediano buen estado de conservación. Son países que por la orografía andina y circunstancias particulares, como el narcotráfico y la guerra civil, no han invadido de pleno la Amazonía. No disponen ni de capitales ni de infraestructuras para colonizarla masivamente. La situación en Brasil, la ecológica y la social, es tan desastrosa que proyecta sombras sobre el futuro; la devastación ejercida sobre el territorio amazónico que se puede rentabilizar es muy intensa; los indígenas apenas juegan ya papel alguno. Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia

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CONSERVAR LA AMAZONIA Incertidumbres y perspectivas sobre la supervivencia de la Amazonía,

por Guillem Català (fotos del autor, menos cuando se indique)

Los nueve estados amazónicos, las tres Guayanas incluidas El deterioro de la Amazonía ha llegado a un extremo inquietante. En algunas zonas la

otrora exuberante selva ha desaparecido substituida por un páramo asfixiante. En otras, la agresión humana y la degeneración que provoca avanzan imparables. Solamente los lugares apartados, sin comunicaciones, escapan a la destrucción. Estas regiones aisladas son medianamente numerosas, pero sólo es cuestión de tiempo que también allí llegue la colonización. A la larga es dudoso que sobreviva la floresta amazónica fuera de los Parques Nacionales. Como las leyes no se cumplen, incluso en ellos es dudosa. Miles de especies animales y vegetales se hallan así en peligro de extinción. No pasa un día sin que alguna se extinga. La supervivencia de las culturas primitivas y de las etnias que subsisten (más de la mitad ya se han extinguido), depende de la conservación de los ecosistemas, de manera que es incierta la viabilidad de la mayoría de ellas.

Estas poco optimistas conclusiones son el fruto de varias estancias en la Amazonía de Perú, Bolivia y Ecuador. El tanteo sobre el terreno lo realicé en los tres territorios, pero con mayor profundidad en la parte peruana. EL ATRASO Y LA FALTA DE COMUNICACIONES

Me dirigí a Perú, Bolivia y Ecuador por ser países atrasados y donde, por ahora, la selva está menos maltratada – y aún así, se encuentra en bastante mal estado. Junto con la selva de Colombia conforman el Alto Amazonas, un conjunto de ecosistemas y paisajes similares, en un mediano buen estado de conservación. Son países que por la orografía andina y circunstancias particulares, como el narcotráfico y la guerra civil, no han invadido de pleno la Amazonía. No disponen ni de capitales ni de infraestructuras para colonizarla masivamente. La situación en Brasil, la ecológica y la social, es tan desastrosa que proyecta sombras sobre el futuro; la devastación ejercida sobre el territorio amazónico que se puede rentabilizar es muy intensa; los indígenas apenas juegan ya papel alguno. Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia

pueden evitar cometer los errores en que ha incurrido Brasil; la situación es menos mala porque no se han explotado a fondo los recursos amazónicos; los pueblos indígenas, mal que bien, se adaptan a la cultura nacional, y sobreviven como pueden. El anterior estado de la cuestión sirve para los nueve estados con territorio amazónico. En particular:

Los ecosistemas bolivanos (selva seca) son poco resistentes. A pesar del mayor atraso del

país, la degradación está avanzada. La amenaza de la extracción de oro de los ríos, de los madereros, y de las explotaciones gasísticas avanza sin freno. Las etnias indígenas tienen escasa vitalidad, muy aculturadas, y bastante absorbidas en la cultura de las élites ciudadanas.

La Amazonía de Ecuador es pequeña, de ecosistema denso y resistente, y la naturaleza se conserva mejor a pesar de las fuertes agresiones sufridas. La actual amenaza de las compañías petroleras es en extremo peligrosa, por amenazar santuarios naturales vírgenes, y sin que a nadie le importe lo más mínimo la destrucción que es inminente. Las etnias que subsisten están integradas en la cultura nacional con autonomía, pero su singularidad está en declive imparable, a pesar de ser el país que mejor las trata. Apartadas, algunas etnias conservan un vigor social y cultural notable.

La parte peruana es la más extensa, variada y exuberante de toda la Amazonía no brasileña. Y junto con la de Brasil, la más agredida y amenazada de mayor agresión. Las compañías madereras hacen lo que les viene en gana, previo el pago de los pertinentes sobornos. El estado da licencia para entrar a saco a explotar los recursos de la selva, sin tener en cuenta los mínimos detalles de explotación racional y atenuadora de la destrucción. Como en Ecuador, y en parte en Bolivia, el subsuelo amazónico de Perú es un gran reservorio de petróleo y gas. El estado ha lotificado la Amazonía peruana en lotes para la extracción, y ha vendido los derechos por 30 o 40 años a las compañías extractivas. La amenaza es grave, en general, y la destrucción importante allí donde ya se ha comenzado la extracción.

Así las cosas, el panorama es tenebroso. Ahora bien, no se trata de obstaculizar el legítimo derecho de estos países a prosperar mediante los recursos que la naturaleza les ha otorgado. Nada más lejos de las pretensiones del ecologismo. Pero sí que se debe exigir que sea una extracción y aprovechamiento racional, con los menores daños “colaterales”, y respetuosa con el medio ambiente – al menos, en la medida de lo posible. Y que ciertas zonas, de incalculable valor ecológico, paisajístico y humano, por los indígenas que cobija, deben ser intangibles. Al fin y al cabo, el territorio de que disponen es grande y pueden dejar sin aprovechar una parte de él. Dichas dos exigencias son imprescindibles plantearlas a los parlamentos nacionales, para que se plasmen en leyes. Junto con la tercera e irrevocable exigencia de que las leyes se cumplan. La inseguridad jurídica de los países suramericanos es legendaria.

Las tres exigencias son imprescindibles si deseamos que nuestros nietos conozcan el tesoro natural que sus abuelos heredaron.

Alto Ucayali, camino de Atahualpa de Tabacoas (provincia de Iparia, departamento del Ucayali, Perú), Selva Baja

Rio Tambopata, afluyente del río Madre de Dios, comunidad de Infierno, cerca de Puerto Maldonado, Selva Baja y

seca (Departamento de Madre de Dios, Perú). Los niños son de familias ese ejja y de mestizos serranos emigrados a la comunidad

Arriba, río Queros, y, abajo orquideas en un árbol. Ambos en el camino del Cuzco a Pilcopata (departamento del

Cuzco), Selva Alta en la bajada de la Cordillera al llano. Las orquídeas se alimentan de la sabia del árbol.

EL PROBLEMA DE LA INSEGURIDAD En la Amazonía peruana es posible encontrar una mínima red de transportes, que en

Bolivia es casi inexistente. Por tal se entienden carreteras de tierra machacada o de barro, en las que avanzar doscientos kilómetros requiere a veces varias horas, otras un día, o más, según las zonas y la época del año, por dejar las lluvias impracticables muchos tramos. Aún así hay pocas, y en los pantanales simplemente no existen. En Ecuador, la zona inmediata a los Andes tiene muchas carreteras sin asfaltar, en el resto los densos pantanales las hacen inviables.

El transporte fluvial es la clave. Pero es precario, menos en Brasil, donde la legislación obliga a usar barcos en condiciones. En los otros, las “lanchas” son negocios privados, con tarifas muy bajas, pero es que las condiciones del viajero son penosas, entre mercancías, materiales de construcción y animales que se llevan al matadero. Los barcos suelen ser o de madera o de material de desguace, tal que amenazan con desarmarse de puros viejos, y cuya pintura se reduce a unas capas de orín. Avanzan renqueantes y se averían con frecuencia. La lancha se detiene allí donde les apetece a los marineros y se está horas al sol, sin que sirva para nada reclamar. Así los trayectos son interminables, de duración imprevisible e incluso extravagante. A veces bandoleros en barcazas asaltan las lanchas y desvalijan a los viajeros.

Todo esto es indicativo de una realidad más general. En los “orientes” de estos países impera la ley del más fuerte. En extensos territorios se da el vacío de poder. Las empresas y los individuos hacen lo que les viene en gana, y se dan casos de desmanes inusitados. Valga un ejemplo entre cientos posibles. Cuando estuve en El Puyo (Ecuador), en el 2002, la organización indígena estaba aterrorizada. Se habían opuesto a la extracción de petróleo, por contaminar los bosques. Los intereses de los aliados locales de las petroleras no habían transigido en que les condicionaran el negocio, y acabaron por incendiar la sede de la organización, habían sonado disparos en la noche, y todos los dirigentes estaban amenazados de muerte. El asunto no es exclusivo del Ecuador, más bien es la tónica general: los conflictos graves se resuelven a las bravas, y las malquerencias y venganzas pueden ocasionar cadenas de situaciones violentas, sin que los individuos pacíficos puedan hacer nada en contra de la violencia de los más feroces. Porque existe un substrato de ferocidad y delirio en los comportamientos de bastantes habitantes de la Amazonía.

En los orientes, la presencia de la policía o del ejército es nula, menos en las pocas ciudades grandes, si bien, a veces, su comportamiento añade más inseguridad a la situación. Cobran muy poco, rondando los 300 dólares mensuales (según el país fluctúa algo la cifra), y se han de sacar el complemento que les es necesario de allá donde puedan. En estas condiciones, no son de fiar, y la culpa no es sólo achacable a ellos. Por lo demás, el resto del territorio no tiene como tal presencia de fuerzas de orden público, menos en las localidades con cierta población, que no son tantas, donde un policía o a lo sumo un retén “custodia” el orden. Pero se trata de islotes en medio de un espacio inmenso. La mayoría del territorio está fuera de control.

La cuestión es que perseguir, por ejemplo, un homicidio es imposible. Basta con que el delincuente se interne en la selva y busque el amparo de familiares, o cree alianzas con los habitantes dispersos. En estas condiciones dar con él es como encontrar una aguja en un pajar, aunque cabe decir que nadie lo buscaría como no fuere para la venganza personal. Aquí la ley del talión sigue vigente, y cada cual se toma la justicia por su mano. No existe otra manera de hacer justicia que merezca tal nombre. Los jueces tienen una fama pésima respecto a su imparcialidad.

Para hacerse una idea de la normalidad, señalar que el ejército está presente en pequeños destacamentos en las zonas de frontera, y su misión es certificar que los territorios son de Perú, Bolivia, Ecuador, etc., e impedir el contrabando y el narcotráfico, o eso se supone. Luego acaba por saberse que algunos de los altos mandos han estado a sueldo de los narcotraficantes, pero, en fin, esto es otra cuestión. Los soldados en las fronteras más que a otra cosa se dedican a cazar. Están lejos de las zonas habitadas, los indígenas los rehúyen, y rompe su aislamiento las comunicaciones por barca (a veces por helicóptero o avioneta). Por río les llegan provisiones insuficientes y deben buscarse la vida. La costumbre es que el jefe del puesto envíe al mejor tirador hacia el interior, dándole una o dos balas. Como el ejército no puede permitirse gastos suntuarios, el tirador tiene la orden de no fallar. Consiguen así el segundo plato del rancho. Si usted ha leído “Pantaleón y las Visitadoras”, de Vargas Llosa, se hará cargo de la situación.

UNA SELVA DE SELVAS

Toda la Amazonía, con una extensión que es más de 20 veces España, es un enorme

declive que va desde el Oeste, desde los Andes, hasta el Atlántico. Pero cuando llega al llano (que más o menos está a 200 msn), el desnivel es mínimo, y esto crea las condiciones para la existencia de los pantanales, a pesar de los ríos majestuosos. Una lluvia muy abundante alimenta los pantanos donde se arremansa el agua. El ciclo del agua es fácil de explicar. Las nubes proceden del atlántico y cubren vigorosas el llano amazónico. Cuando chocan con las montañas, llueve. Esto sucede con numerosas pequeñas sierras que aquí y allá atraviesan la llanura, pero en especial con los Andes. Aquí de los pocos metros sobre el nivel del mar del llano, rápidamente la altura asciende a tres, cuatro, cinco o seis mil metros, y conforma la Selva Alta (hasta los 3000 msnm el arbolado resiste, y en valles encajonados, con microclima, hasta 4000). Las nubes cargadas de humedad se empotran contra la cordillera y descargan. Los frentes que desde el Atlántico llegan detrás de las anteriores chocan contra las masas de nubes que las montañas hacen de caminar lento, y directamente se elevan, y descargan. Este es el ciclo lluvioso de la Amazonía.

A primera vista puede parecer que la Amazonía es una selva atapeída toda igual. No es así. La Amazonía consta de más de un centenar de ecosistemas muy diferentes entre sí. La variedad de los paisajes, y su belleza y vitalidad, no es posible ponderarla. La biodiversidad es con mucho la más alta del planeta. A efectos prácticos, tanto paisaje puede reducirse a tres grupos: selva seca y selva húmeda, esta desglosada en Selva Alta (montañas) y Selva Baja (llano). La húmeda son bosques en que llueve casi todos los días (Amazonía de Ecuador, y el Noreste de Perú); mucho en la estación húmeda, llueve menos en la seca. En las selvas secas llueve seguido seis meses, y otros seis meses no llueve casi (Sudeste de Perú, y la Amazonia Boliviana, menos el extremo, el departamento de Pando, que es Selva Baja). La anterior división indica especies y ecosistemas muy distintos, e implica estrategias dispares de ocupación, inversión y aprovechamiento, o de devastación en busca de mayor rentabilidad. LA SELVA SECA

La selva seca es la más amenazada y es difícil que sobreviva al embate de la colonización. Pues los cultivos comerciales y la ganadería vacuna se adaptan bien a sus condiciones. Las zonas llanas son desmontadas de selva en enormes extensiones, se cultivan por cinco años y quedan estériles. Después se plantan de forraje y se vuelven un fundo ganadero, conformando un extenso erial, de atmosfera desolada, deprimida y triste. El departamento de Madre de Dios (Perú) y el Oriente Boliviano poco a poco se va transformando así en un monótono paisaje de hierbajos que ha substituido a la selva. A la larga, la rentabilidad de las explotaciones no hace sino decaer, por la sobreexplotación, y porque tanto fundo abarata los precios. A cambio, se ha conseguido mejorar la dieta de los habitantes de Perú y Bolivia, lo que es muy positivo, pero se ha hecho de manera irracional. Con indiferencia no se usan las estrategias adecuadas para que agricultura y ganadería no destrocen la selva, o al menos en algo la conserven. Con una rentabilidad algo menor podría subsistir por largo tiempo la actividad. Pero se prefiere la riqueza rápida, el toma el dinero y corre, sin previsión que en un futuro no lejano la actividad será improductiva.

Existen sistemas de cultivos que sin depredar son rentables, aunque menos que hacerlo a lo bestia. Por ejemplo desmontar una amplia franja de bosque dejando intacta una franja de selva de parecida extensión. Cuando la rentabilidad decae, el terreno se abandona por unos años y la selva original contigua por si sola regenera el terreno y crecen otra vez las plantas. A los pocos años, el terreno vuelve a ser fértil. Este sistema lo aplican algunas comunidades indígenas, que tienen territorio limitado. Por ley debería aplicarse en muchos sitios, pero como pasa siempre, son leyes que sólo existen sobre el papel, por falta de voluntad política. Existen más estrategias alternativas a arrasarlo todo y dejar estéril el terreno, para sacar lo máximo en el mínimo tiempo posible. Pocos paisajes devastados producen peor impresión que la que se tiene cuando se ve inmensos eriales de hierbajos, donde al mediodía las vacas se tuestan angustiadas al sol, porque no les han dejado ni unos pocos árboles en los que guarecerse.

Rio Alto Beni (o Covendo, afluyente de aquél), territorio de los mossetenes (Bolivia, Las Yungas de La Paz), en el declive hacia el llano inundable. Fue devastado por la extracción de oro, como se aprecia en las islas. En las orillas se observan calveros de tierras estériles por la explotación agrícola intensiva y por no haber dejado arbolado que permita la regeneración. Hoy es tierra de una comunidad indígena y las plantaciones alternan

franjas de bosque con franjas de cultivos, para la regeneración

Palotoa Teparo (departamento de El Cusco), en los lindes del parque nacional del Manu. Es una comunidad matsigenka que, con tecnología occidental, vive de forma bastante artesanal, aunque tiene chacras para la venta comercial de los productos, sobre todo maíz. En la imagen el palo de secar el pescado y un pavo como mascota

Arriba, casa unifamiliar tradicional kandozi (Puerto Requena, Loreto). Los kandozi (jíbaros), patrilineales, vivían y

viven cada familia (extensa o monogámica) por separado. Abajo, casa tradicional shipibo (San Francisco de Yarinacocha, Ucayali). Son matrilineales y viven en común varias familias extensas emparentadas, en casas

grandes y alargadas, como la de la foto. Ambas casas están rodeadas de la vegetación, pues los indígenas cuidan de la selva e intentan evitar su destrucción. Si alguien puede ser considerado el guardián de la selva, son los

indígenas, como la ONU ha reconocido

La peor devastación es la extracción de oro. Con el fin de las lluvias se asientan las arenas provenientes de los Andes, que van cargadas de metales, en particular de oro en pepitas, pero por lo general en pequeñas partículas, no más grandes que un grano de arena. La explotación tal como se hace hoy es de lo más irracional. Las arenas, y el fondo del río, son absorbidos por gigantescos tubos extractores, impulsados por motores, y luego filtrados por un tamiz, y arrojados los limos a las orillas. Los grupos avanzan destruyendo toda la vida de los cauces y riberas, dejando tras de sí cienos putrefactos y montañas de cascajo. Al finalizar la explotación queda atrás un paisaje lunar. Como trabajo es durísimo para los peones. Por este método de lavado de arenas que destruye los ríos, la cantidad de oro extraído es pequeña y sólo rentable por lo barato de la mano de obra. El río queda así destruido.

El asunto de la minería del oro es difícil de regular porque una buena parte de las compañías extractivas son ilegales y sobreviven a base de coimas (sobornos). También existen las legales, que suelen ser compañías intermediarias con concesión de estado, las cuales venden a los mineros los derechos. Ya se puede imaginar el lector quienes son los beneficiarios del chanchullo: el estado da concesiones a las empresas de los amiguetes, que realquilan lotes con contratos draconianos. El beneficio queda en manos de la concesionaria, no de los trabajadores.

Acuciados por la necesidad, muchos indígenas se alquilan en semejantes tratos. En los afluyentes del río Madre de Dios (Puerto Maldonado), abandonan sus poblados porque no tienen posibilidades de ganar dinero según su modo de vida tradicional, que no está basada en el comercio y la exportación. Sin embargo, algo de dinero es necesario, sea para pagar los cuadernos escolares de los niños o los antibióticos de los enfermos infecciosos. Así que por un tiempo trabajan en el oro y colaboran en la destrucción de su medio ambiente. El resultado es nefasto, porque al destruir las poblaciones de peces, desaparece su principal entrada de proteínas en la alimentación. O sea, deben vincularse más con relaciones comerciales que les son ruinosas, ya que deben adquirir alimentos que substituyan al pescado. Así se va consumando el ciclo de su dependencia respecto a la economía comercial, que los ubica en el último peldaño del escalafón.

No todo es tan negro, ciertamente. Algunas comunidades indígenas, como las harakmbut (departamento peruano de Madre de Dios) tienen en su territorio placeres como los anteriores. Como viven al lado del río en su tierra, realizan una extracción artesanal, tamizando a mano. Sin depredar mucho, consiguen así los ingresos que la comunidad necesita y, la verdad, viven bien. Este es el camino racional que permitirá la extracción, con menor rentabilidad, es cierto, pero que preservaría los ríos y su ecosistema, lo que a la larga a todos beneficiará.

En la zona de selva seca el transporte rodado es posible. Se acaba de construir la transamazónica, o interoceánica del Pacífico al Atlántico, por Puerto Maldonado, Cobija y Rio Branco. Esto abre el camino al transporte de productos y a la invasión de emigrantes. Queda en el aire si se conseguirá equilibrar desarrollo económico y la protección de la naturaleza y de los pueblos indígenas. O mucho me equivoco o la tradición de emigraciones multitudinarias, llegar, depredar al máximo - hasta destruirlo todo -, para después marchar, sigue vigente. Espero que mi alarma sea injustificada. De todas maneras no tardaremos demasiado en saberlo.

SELVA ALTA La diferenciación clave es entre la Selva Alta, de Montaña, y la Baja, del llano y pantanales.

Toda la Amazonia Brasileña es Selva Baja, con algunas sierras menores de Selva Alta. El resto de los países cabalgan sobre la cordillera andina o el escudo de las Guayanas, son Selva Alta y el inicio de la Selva Baja. La Selva Alta ocupa la extensa ladera de los Andes, y viene a ser un 5% de la Amazonía. En mi opinión es la parte más bella, y conjuga ser montaña y ser selva. Es en extremo lluviosa, de densísima vegetación y tierras fértiles. El paisaje es en extremo variable, pues es diferente cuando se cambia de valle. La biodiversidad es la máxima. Aquí la naturaleza tiene capacidad de regeneración. Una estrategia tan simple como dejar zonas de bosque entre las chacras (campos de cultivo) basta para asegurar a medio plazo la regeneración. Sistema que se aplica poco, por la tendencia a avasallar para sacar lo máximo en el menor tiempo, pero que sería fácil de implementar si hubiera voluntad política.

El problema más grave de la Selva Alta es el narcotráfico. La coca requiere mucha lluvia, se da sólo en la Selva Alta. Es una planta exigente, que esquilma los nutrientes y esteriliza la tierra, pero es rentable, tanto si es cultivo legal como ilegal. Las bandas de narcotraficantes

son una tentación para los campesinos pobres a la que es difícil resistirse. No es que paguen mucho, pues los beneficiarios no son los campesinos, pero estos logran salir de la miseria. A cambio quedan sometidos a un trato vejatorio, las estructuras sociales saltan por los aires, y se instala la ley de los gánsters. Están sobornados todos los cuadros políticos; el que no se deje sobornar queda obligado a emigrar o la amenaza de asesinato es continua. Los gánsters están en guerra con el ejército, aunque los delincuentes tienen a sueldo a los mandos. El ejército suele ser el encargado de limpiar de cultivos ilegales las comarcas infestadas por la mafia, pues los atentados (o los sobornos) mantienen a raya a la policía. Cuando se realizan los operativos, los jefes de los narcos raramente son atrapados, ya se entiende el por qué. En las zonas cocaleras la situación es dramática. La riqueza dura pocos años, hasta que un “operativo” envía el negocio al garete, y vuelven a la miseria los campesinos que han sobrevivido a los narcos y al ejército. LA SELVA BAJA

La Selva Baja es, menos por las dichas sierras, una horizontal interminable, interrumpida

por amplios promontorios de poca altura. Es en estos donde se emplazan las casas habitadas dispersas, las haciendas, los poblados y las ciudades. El resto son grandes zonas pantanosas, salpicados de cochas (lagunas). En algunas regiones los pantanales son perpetuos, la mayoría en Brasil. En otras, como en las zonas de Perú, Bolivia y Ecuador, en la época seca, cuando llueve menos, los pantanales disimulan ser extensos bosques de suelo firme. Cuando llega la temporada húmeda llueve intensamente y muchos valles quedan cubiertos por las aguas por meses; los árboles o desaparecen o de ellos sólo se ve la copa. Y el único transporte es por barca. Es el motivo de la inexistencia de carreteras, pues cada temporada de lluvias peligraría su existencia. Pero es la falta de transporte adecuado lo que ha funcionado como protección para la Amazonía. Sin buen transporte, el desarrollo económico es precario.

El peligro mayor reside en las compañías madereras, multinacionales al servicio de mercados extranjeros. La extracción es en extremo irracional por maximizar beneficios. Para ir rápido, se derriba íntegra la selva, y se saca así con más comodidad los gigantescos troncos de maderas nobles, caoba, cedro, ishpingo etc. En muchas zonas contemplar el río viene interrumpido por el interminable trasiego de grandes barcazas transportando los troncos desmochados. Las compañías van rápido, y en pocos meses pueden devastar comarcas enteras. Algunas especies ya se han vuelto raras en zonas en que antaño predominaban.

También es peligrosa la agricultura intensiva que acapara todo un promontorio, a veces extenso, para un monocultivo. A los pocos años la rentabilidad decae y se abandona, para buscar otra zona alta que depredar. Es en esta agricultura industrial donde radica el problema. Plantar una chacra en medio de la selva, como hacen los indígenas, no ocasiona problemas.

Dicha estrategia depredatoria repercute negativamente en la conservación del paisaje. Sucede que con tanta lluvia e inundaciones, la erosión es intensa y el agua arrastra la tierra, que va desapareciendo. Son las raíces de los grandes árboles los que retienen la tierra y permiten que los promontorios continúen y, de alguna manera, se estabilice el paisaje. La erosión natural de los ríos socava continuamente las laderas de tierra. Estos derrumbes se ven cuando se viaja por el río, y el hundimiento con estrépito de líneas de arbolado es común. El río deshace paredes en un lado mientras más allá acumula el barro para formar otro promontorio. Así de dinámico y cambiante es el paisaje del llano amazónico. Este es el ciclo natural, que se acelera de manera exagerada en las zonas depredadas. Sin el trabajo de retención de los grandes árboles, desaparecidos por la explotación irracional, el peligro de derribo continuo aumente considerablemente y es más veloz. Así la tierra fértil rápidamente desaparece y es llevada por el río hacia el mar. De aquí los efectos tan destructivos de la extracción abusiva de maderas, y de una agricultura extensiva que arrasa con todo.

Esquilmar la selva con latifundios es la ruina a los pocos años, y deja un yermo que tarda en regenerar, o directamente no regenera por haber desaparecido la tierra fértil. Viajar por los ríos es un interminable alternar de zonas bajas, bien conservadas, con una selva exuberante, y promontorios más altos, de vegetación empobrecida, anémica y sin vigor, a veces meros páramos sin arbolado, que es donde depredaron las compañías madereras o agrícolas.

Santa Rosa de Pirococha, poblado shipibo del cerca del río Ucayali (departamento de Loreto), Selva Baja. En la foto de arriba se ve al autor. En la de abajo a un shipibo con cushma, túnica que se usa, a pesar del calor, para

defenderse de los zancudos (mosquitos) en las horas de descanso. Para dormir se usan mosquiteras. Mosquiteras y vestidos se confeccionan de manera tradicional, con telar de cintura, a partir del algodón salvaje

que abunda en el Amazonas

El Ucayali visto desde Santa Rosa de Pirococha. El Ucayali tiene aquí un kilómetro de ancho. La unión del Ucayali

y el Marañón en Iquitos forma el Amazonas (Solimoes en Brasil). En la foto se ve en primer plano la cocha (laguna) a cuya vera está Santa Rosa (punto desde el que se hizo la foto) y al fondo el Ucayali, donde la cocha

desagua por el canal de arenas (la cocha está al frente y hacia la derecha y es grande)

El paso de cargueros que transportan troncos gigantescos de maderas nobles es continuo. Por lo general es caoba, que ya está en trance de extinción en numerosas comarcas. La imagen pertenece al Alto Ucayali, cerca de

Iparía (departamento de Ucayali)

Hasta aquí he intentado explicar sumariamente la problemática actual de toda la Amazonía. Habría mucho más que decir, pero con lo indicado hay suficiente para que el lector se haga una idea. Para concretar vale la pena referirse a un ejemplo, y en lo que sigue me centro en el Perú por conocerlo mejor. Pero la situación en los otros países amazónicos es semejante.

LA SITUACION EN EL PERU AMAZONICO El tópico nos representa al país a partir de la sierra (Andes), pero su territorio está formado

en sus dos tercios por la cuenca amazónica, la cual ocupa 750.000 km2 (vez y media la superficie de la península ibérica), dos tercios del país.

Para el peruano de las ciudades o de las montañas, el oriente es un territorio de gran riqueza que debe ser explotado; la aspiración de muchos es emigrar allí y volverse rico. Es un sueño que no corresponde a la realidad. Se sigue con las divagaciones como las de El Dorado, la Tierra Prometida, o el mito indígena de la Tierra Sin Mal. Desde 1940, la propaganda del Estado presenta la Amazonía como la futura despensa nacional, donde la agricultura florecerá, y se repite que en sus ríos hay oro, en sus pantanos petróleo, y por todas partes un tesoro maderero inagotable. La riqueza prometida pareciera no tener fin. Nada más lejos de la verdad, todo ello es falso de arriba a abajo.

El espejismo nace de la ignorancia de las autoridades y de la prepotencia mediática, y con él se torean las legítimas reivindicaciones de desarrollo del pueblo. Se pulsa así una ambición insana y falsa en los jóvenes y en las familias pobres, que emigran ilusionadas a la selva. Acaban malviviendo en los tristes barrios de cabañas de las ciudades amazónicas, verdaderos agujeros de miseria extrema, aguas pestilentes (no hay alcantarillado) y basuras hediondas. Muchas cabañas no tienen electricidad ni agua corriente por no poderla pagar. Aquí la pobreza llega a extremos difíciles de imaginar, pues las oportunidades de trabajo son mínimas.

La agricultura de la Amazonía no es rica y muchas de las especies que componen nuestra dieta no se adaptaban bien. Esto puede parecer extraño a quien sólo conozca el tópico que nos muestran los documentales televisivos, pero es así. La exuberancia de la naturaleza no se fundamenta en la riqueza del suelo, sino en un ecosistema que ha alcanzado un inigualable aprovechamiento de los recursos. La selva está poblada por muchísimas especies vegetales, que van desde el ras de suelo hasta el dosel arbóreo. Cada especie se desarrolla a partir de un nutriente diferente, nada deja de utilizarse, y la hoja que cae alimenta las hierbas de abajo, en un ciclo de fertilidad completo. Cada especie se ha especializado en altura, para aprovechar al máximo la luz solar. De manera que a ras de suelo, a dos o tres metros, a cinco o seis, etc., cambian las especies. Se camina por entre los senderos selváticos en una sombra espesa y fresca: toda la luz (y el calor) ha sido absorbida muchos metros arriba. La extraordinaria abundancia de agua y la intensidad de la radiación solar alimentan este complejo y variado sistema. Pero el suelo fértil apenas tiene el grosor de un metro en muchos sitios.

De octubre a marzo, en el invierno amazónico, llueve de continuo y enormes extensiones de selva se transforman en pantanos, sobreviniendo una bíblica inundación que se lleva consigo la tierra que no retienen las plantas, y la vida se aquieta. De abril a septiembre, durante el verano amazónico llueve intermitentemente. Entonces la vida bulle en el seno de la selva con una intensidad admirable. La lucha por la vida es encarnizada, la atmósfera que se respira es densa y pesada, pues la garantía de la supervivencia del conjunto estriba en esta abrumadora competición, en la que todo se aprovecha. Tal es la variedad y el empuje de cada especie, que los recursos no dan abasto. Están en lucha una contra otras, pero sólo la limitación que imponen las rivales permite que una especie se modere, se adapte al nutriente disponible y se renueve. Sobre esto reposa la inestable paz que sentimos en la selva. El equilibrio es perfecto y, como todo lo perfecto, delicado. Tocar este ecosistema es destruirlo.

La destrucción es lo que acaece cuando llegan los colonos de las montañas y practican una agricultura con vistas al mercado. El campesino serrano ha perdido su cultura original, que por tradición modera la destrucción del medio ambiente, y nada sabe de los requerimientos de la selva. Abre una amplia chacra tumbando los árboles, los quema para fertilizar el suelo, y siembra la especie que mejor beneficio ofrece en la temporada. El primer año la cosecha es excepcional, el segundo es normal. Al quinto año el suelo está agotado y se abandona. Las familias, o la comunidad de inmigrantes, se desplazan y abren otras chacras. El trabajo que todo esto comporta es realmente agotador. La rentabilidad es escasa, menos los dos primeros años, y así no se puede salir de la miseria. El viejo terreno se transforma en un campo de matojos que la selva tardará años en repoblar, o acaso ya no lo conseguirá, porque el proceso

destructivo va a más y la naturaleza está perdiendo empuje. Los bosques cercanos, que deberían repoblar el páramo, se destruyen para las nuevas chacras. En cada campaña de colonización, cientos de especies se extinguen. La fauna detesta ser molestada y, con la llegada de los colonos, emigra hacia el interior. En un avance sostenido que parte de los asentamientos y las carreteras, poco a poco amplios territorios, otrora densa floresta, se vuelven baldíos. Es como un oleaje dañino, o un tsunami que devora la selva.

Lo anterior se percibe fácilmente, y es impresionante, en las ciudades e incluso en las pequeñas localidades. Todos los alrededores, en bastantes kilómetros a la redonda, son páramos requemados por el sol, poblados de malas hierbas. En todos ellos, en la alcaldía o en los bares, hay fotos de cómo eran los alrededores hace diez o veinte años, o algo más. Se muestran densas y bellas selvas de las que empieza a no quedar ni el recuerdo. Los niños crecen en un paisaje desolado y poco saben de la selva exuberante que vieron sus padres.

La propaganda turística ofrece como reclamo hermosas vistas de los alrededores de las ciudades. Es cierto que siempre queda alguna isla o laguna rodeada de densa vegetación, que se usa como parque de recreo. Pero, en definitiva, es lo más parecido a un jardín. Uno se aleja un poco de estos bellos parajes, y se ve atravesando el páramo desolado. Desde el avión esto se contempla sin asomo de duda: una extensión de tierra amarillenta y sucia que lo domina todo, puro matorral, más brazos de ríos y lagunas, salpicadas de islotes arbóreos, modestos recuerdos de lo que antaño fue una selva interminable, densa y exuberante. Viajar en avión evidencia cómo los extensos claros van carcomiendo la selva, una imagen que encoge el corazón. Cerca de los ríos no abunda la jungla, hay extensiones de maizales, arrozales y sembrados de caña de azúcar. Sólo si están muy aislados los poblados se puede contemplar la selva, pero ya a cierta distancia, a veces considerable. Y los poblados se van multiplicando.

EL IDEAL DE UNA AGRICULTURA DIVERSIFICADA En la Amazonía peruana, si se sigue deforestando 300.000 hectáreas el año, como se está

haciendo ahora, en 100 años no quedará selva. Se habrán perdido la mitad de especies forestales, se habrán extinguido la mayoría de los pueblos indígenas, y la humanidad será, cultural y espiritualmente, más pobre. Toda esta desforestación es producida por la práctica de la agricultura comercial extensiva que, guste o no guste, no es resistida por el medio natural amazónico. Puesto que no se produce el renovarse y aprovechamiento completo de los nutrientes, que se ha comentado más arriba. El desmontar amplios terrenos de selva y plantar monocultivos lleva a desertizar y volver estéril el terreno, menos en algunas zonas, cercanas al río, en que las crecidas anuales renuevan los barros.

La Amazonía se adapta bien a la agricultura diversificada, que se realiza mediante plantaciones familiares, y el manejo sostenible del bosque. Existen varias estrategias al respecto. Por ejemplo, las chacras integrales, sistema que los indígenas llevan milenios aplicando con excelentes rendimientos (y no muy diferente a ciertas prácticas antaño usuales en Europa). Se trata de plantar con varias especies terrenos no demasiado grandes. Estas especies son complementarias entre sí, que absorben o fijan nutrientes diferentes, y de diferentes alturas y exigencias, tal que no se entorpecen. A partir de la dominante, las otras especies se eligen para que la complementen. Puede durar una chacra así más de los cinco años usuales, con mayor rentabilidad, y el suelo queda menos agotado al ser abandonada. Si la chacra no es demasiado grande, el bosque aledaño repoblará el terreno con el tiempo y servirá para la renovación de los nutrientes. Interesa, pues, varias chacras en un terreno espaciado, que no una gran plantación en medio de zona boscosa.

Entre los cultivos que deberían tener preferencia está el de las plantas medicinales y de complementos alimenticios, por el alto contenido de vitaminas de las frutas que aquí se dan. Sea para mercados locales o internacionales. Esta es la gran opción, por exclusiva, de la agricultura amazónica. Ya que en ninguna otra parte existen las plantas medicinales tan poderosas como las amazónicas. Ni las frutas tienen tan alto contenido de vitaminas y proteínas. Son estos cultivos de, por así decir, alto valor añadido, los que tienen interés y sentido en la Amazonía. Pueden resultar interesantes para muchos mercados, y bien desarrollados serían rentables y relativamente poco depredadores del entorno.

Lo que no tiene sentido es depredar amplias zonas de la selva para plantar soja, maíz, o caña de azúcar, que sólo serán rentables por unos años, y se habrá de abandonar el terreno tras un tiempo de abundancia. Son cultivos que se dan mucho mejor en otras partes y que sólo la exención de impuestos de los países amazónicos, los míseros salarios, y la abundancia de

tierras vuelven rentables, a costa de destruir la selva y explotar a los trabajadores. Esta agricultura a gran escala, para exportar, se realiza en todos los países amazónicos.

El camino de una agricultura individualizada, que ponga en valor las plantas amazónicas, necesita un trabajo de investigación previo. El asunto es más claro con las plantas medicinales. Estas se dan en el medio original, y cuando se pasa a una explotación comercial se produce una recolección abusiva que pone en peligro la especie. Estas plantas deben domesticarse, adaptarlas a la condición de cultivo o de recolección controlada en grandes extensiones de selva. Sólo así pueden ser explotadas racionalmente y sin poner la especie en peligro. Es emblemático el caso de la maravillosa planta que es la uña de gato (Uncaria tomentosa). Es una planta leñosa y rastrera, de crecimiento lento, y el nombre le viene por tener un apéndice o espina grande en forma de uña fina, como la de los gatos. Su madera tiene propiedades cicatrizantes, antifiebres y antinflamatorias superlativas, no existe remedio químico ni natural que de lejos se la pueda comparar. Por ejemplo, contra las úlceras. A la uña de gato no se la cultiva, pues no está domesticada, y se puede recolectar en amplios cotos de selva a condición de que se mantengan salvajes. En las décadas de 1980 y 1990 se dio a conocer internacionalmente la planta, que se puso de moda. Se produjo una verdadera fiebre de la uña de gato. Se fundaron compañías extractivas que de forma irracional esquilmaron de la planta grandes territorios. Sobre todo de las variedades más eficaces. La planta se volvió rara y los precios aumentaron, y la moda pasó. En muchas zonas la especie no se ha recuperado, por haberse abusado y por ser de crecimiento lento. He usado mucho esta planta y debo decir que es de efectos excelentes. Pero sólo podremos disfrutar de ella si la extracción es racional, lo que está lejos de ser el caso aún hoy en día. O se investiga y se la domestica.

En análoga situación se encuentran las más de 1000 plantas medicinales amazónicas, y las muchas que quedan por descubrir para la ciencia (no para los indígenas, que las conocen bien). Estas son las plantas interesantes para el cultivo en pequeñas chacras o jardines, con permiso de las empresas farmacéuticas, o incluso al servicio de ellas. Estas chacras son las que pueden dar beneficios a los pequeños agricultores, no a las grandes compañías agrícolas. Lo mismo se puede decir de las frutas de gran contenido vitamínico que son usuales en la Amazonía. De hecho, con ayuda de la cooperación internacional, algunas comunidades de la selva se han dedicado a la producción sostenible y les ha ido bien. En el Parque Nacional Pacaya-Samiria (cerca de Nauta e Iquitos), las comunidades mestizas han desarrollado un cultivo sostenible de la palmera del aguaje, que da un buen aceite para la alimentación. Los beneficios son algo menores que con las plantaciones de grandes dimensiones, pero con este planteamiento siempre tendrán cultivos, y con el otro a los pocos años habrían de emigrar.

En definitiva, la producción agrícola masiva, para exportar, no es asumible por la mayoría de los territorios amazónicos, que quedan devastados. Además, tienen un efecto grave asociado. Como necesitan mucha mano de obra implican la necesidad de emigración y de poblados vinculados a las plantaciones. Y aunque pueda parecer extraño, para la capacidad de absorber población del ecosistema amazónico, se está entrando en superpoblación.

UNA SELVA ATESTADA De la emigración y los peligros que comporta no se puede culpabilizar a los colonos, que

son mestizos andinos que llegan empujados por las guerras o el hambre y sólo buscan poder comer. De hecho, las ofensivas de Sendero Luminoso de los años 80 provocaron la primera gran emigración masiva, formada por gentes que huían de las masacres gratuitas y del terror sistemático (de la guerrilla y del ejército). En los años 90, la represión del cultivo de coca lanzó defoliantes sobre los campos; se han vuelto improductivos, lo que ha generado otra oleada emigratoria hacia zonas no colonizadas. La avalancha de serranos ha sido de más de un millón y medio de personas, y actualmente habitan en la Amazonía Peruana de dos a tres millones. Censados en el 2000 habían 1350000 habitantes (de ellos, 330000 indígenas), pero las estadísticas oficiales son poco fiables. Puede pensarse que para un territorio tan vasto se trata de cifras modestas, pero no es así. La Amazonía se encuentra al límite de su capacidad de absorber poblamiento. El ecosistema es frágil y requiere una población escasa, o la intervención humana lo degrada. Ejemplo de esto es Brasil, que teniendo diez veces más territorio amazónico que el Perú, pero mucho más intervenido, su población indígena no supera a la peruana, y prácticamente todos sus habitantes son emigrados. Se puede decir que la población ha llegado en la Amazonia al máximo que el ecosistema puede resistir.

La mayoría de los colonos han acabado amontonándose en las ciudades, ya que sobrevivir aislados en la selva es difícil. Las pocas ciudades selváticas del Perú están superpobladas, y su posición económica es precaria. Para hacer frente a la situación, el gobierno canaliza inversiones extranjeras buscando una incipiente industrialización. Con esta ocurrencia, industrializar la selva, se culmina su apropiación por el capitalismo.

Lo dicho es generalizable a absolutamente todos los países con territorio amazónicos. La selva está al límite de la población que puede asumir, y en zonas más pobladas puede incluso colapsar. En otras regiones la situación no es tan grave, por estar mal comunicadas y con escasa población. Debe señalarse que existen poderes locales que apuestan por soluciones que concilien ecología y desarrollo, con un poblamiento moderado. Pero por ahora son los menos, aunque deberían ser vigorosamente apoyados por los gobiernos, la sociedad civil y las ONG. En fin, la situación bordea la emergencia. Y de seguir la emigración y la depredación tal como se conoce, llegará pronto a ser de emergencia total. La Amazonía quedará reducida a un rosario de Parques Naturales en medio de páramos depredados hasta dejarlos exangües.

PUCALLPA COMO EJEMPLO Un ejemplo de todo esto es Pucallpa, capital del departamento de Ucayali. En 2007 tenía

200.000 habitantes, se supone, puesto que la mayoría no se toma la molestia de censarse, y hay quien afirma que el número real de habitantes es el doble. La mitad de los pobladores están en paro crónico o con un trabajo agrícola de rentabilidad irrisoria. Existen plantas de ensamblaje de electrodomésticos, refinería petrolero, y varias serrerías. Es además el centro comercial de un vasto territorio, al que proporciona los repuestos imprescindibles. Estas son la fuente de liquidez en su economía, la cual principalmente está formada por un inmenso ejército de vendedores callejeros de chucherías (la venta ambulatoria). La mayoría de la población se levanta cada día para estar a la que caiga y trampear para llegar a mañana.

Todo esto, además de dramático, es cómico, ya que las comunicaciones hacia la costa (a 650 km.) son irrisorias. El transporte de la producción industrial o agrícola encarece tanto el precio que se vuelve poco rentable. A efectos prácticos, la ciudad sobrevive bastante aislada. El gobierno, para hacer atractiva la emigración y las inversiones, ha eximido de impuestos a toda la Amazonía. El estímulo es eficaz puesto que los pobres tienen un horror atávico a unos impuestos que no pueden pagar. El goteo de la emigración sigue aunque ya no se la estimula.

Las personas fuertes o con ganas de trabajar, a pesar del inclemente clima y de la dureza del trabajo, se alistan en compañías extractivas de árboles maderables, por ser los únicos empleos seguros. Estos son la vanguardia de la depredación. Si la zona promete, una vez limpia de árboles valiosos, aparecen los agricultores con iniciativa y espíritu empresarial, que rematan el ciclo destructivo. Así las cosas, cualquier iniciativa para limitar las tropelías de las madereras y de las compañías agrícolas tiene el rechazo frontal de la población, pues aquellas amenazan con trasladarse a otras zonas, de Perú o de Brasil, si se interfiere en el negocio. Y ello a pesar de que los auténticos beneficiarios del estímulo oficial son las grandes compañías, que campan por sus respetos sin apenas limitaciones, y con el apoyo de la población.

Sin obtener ingresos, el estado no puede construir una red de carreteras que transforme en viable y sostenible la economía, que está en un círculo vicioso. El resto del Perú mantiene con sus impuestos esta situación equívoca y explosiva, de manera que subvenciona la miseria endémica. Los habitantes de las ciudades amazónicas están atrapados en una trampa de la que no pueden salir. La única posibilidad de prosperar algo es entrar a saco en la selva, explotarla rápido y barato. Desde las ciudades se extienden los tentáculos que la colonizan.

Pucallpa tiene universidad, que es una fábrica de parados por no existir puestos de trabajo para los licenciados, aunque en algo ayuda a aliviar la incultura. En las ciudades amazónicas los habitantes son de una falta cultura, y de un desinterés al respecto, realmente insuperable. Entre este desconocimiento descuella la ignorancia sobre la selva y sus reales posibilidades.

Sin embargo, casi tocando a la ciudad de Pucallpa, hay extensas lagunas (cochas) en las que la selva se conserva vigorosa y en las que se encuentran comunidades indígenas. Su belleza es indescriptible, los parajes son paradisíacos. Sucede que durante la inundación invernal el Ucayali desborda y esta parte queda anegada, lo que la preserva de ser avasallada.

En fin, Pucallpa es una ciudad infernal, absolutamente desmoralizada. Cuando la conocí pensé horrorizado: Parece como si la selva se hubiera vengado. Ha sido diezmada, pero sobre su páramo sólo ha brotado la desesperación. La destrucción y muerte se ha contagiado a los hombres, llevándolos a la lucha extrema, la de todos contra todos… para no salir de la miseria.

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Yurimaguas (Loreto, Perú), típica ciudad amazónica, sobre el río Huallaga. Arriba, plaza de armas. Abajo, el mercado, con lo que aún es moda en las ciudades amazónicas

El bajo Huallaga (Selva Baja), poco antes de confluir con el Marañón. Las fotos están hechas con media hora de diferencia, pero es que los atardeceres amazónicos son veloces y repentinos. Y en esta región espectaculares.

Tal vez al lector le suene el paisaje, pues aquí se rodó “Aguirre, la cólera de Dios”, de Werner Herzog

No sé que añadir al respecto, pero si se reflexiona en ello, es muy coherente con la

mentalidad depredatoria. La obsesión por esquilmarlo todo rápido y barato, para ganar mucho en poco tiempo, es la máxima depredación. Esta genera un ciclo degenerativo o círculo vicioso en que todo se piensa y siente a partir de la depredación y la devoración. Al final todo se piensa así. Al ser la única manera de pensar y actuar, la gente acaba por devorarse y depredarse mutuamente. La extraña, irreal y delirante mentalidad de las ciudades amazónicas sólo me la explico así, y nadie me ha dado una explicación alternativa que sea convincente.

LAS EXTRAVAGANTES CIUDADES AMAZONICAS Lo dicho para Pucallpa sin dificultad se puede extender a todas las ciudades. Tarapoto,

Yurimaguas, Barranca, Iquitos, en Perú; Rurrenabaque, Reyes, Trinidad, San Borja, en Bolivia; Baños, El Puyo, Macas, Sucúa, en Ecuador. Etcétera. Hablo de una situación que es general.

Se dan circunstancias curiosas que pueden resultar extrañas y dejar perplejo a quien no conozca el territorio. Así que ciudades no hace mucho boyantes estén hoy postradas. Es usual que sean de prosperidad efímera. De crecimiento vertiginoso mientras se expolia la selva, y decadencia interminable cuando los recursos fáciles se agotan. O de una inflación de riqueza brutal mientras el narcotráfico las domina, para pasar a ser lugares medio abandonados cuando el ejército las limpia. Esto se evoca de forma magistral en los relatos de Gabriel García Márquez, como en “La Hojarasca”. Lo que hoy son ciudades son aquellas que han resistido los altibajos de la economía de devastación, pero raramente conservan el esplendor de tiempos pasados. Otras no han resistido y son hoy poblaciones insignificantes, con muchas casas vacías que el tiempo derrumbará. Se trata pues de ciudades de mucho movimiento pero de escasa vitalidad. Los habitantes si pueden marcharse se van.

La vida cotidiana y la convivencia en las ciudades de la Amazonía son rayanas con el delirio. Los odios y querencias son enconados pero volátiles, pueden cambiarse uno en otro en pocos días. Los proyectos irreales y estrambóticos surgen espontáneamente, tienen crédito e ilusionan. Pero igual de rápido se desvanecen y son olvidados, tal como han nacido, y vuelta a empezar. Un negocio prometedor que da hoy buenos dividendos puede ser mañana la ruina del que apostó por él. Las ambiciones más disparatadas pueden acaparar brevemente la atención de todos. La imaginación colectiva vive a golpes de estos impulsos caprichosos que toman grandes proporciones, se hinchan y deshinchan como los golpes de suerte que todos esperan. Como formas de ilusionarse en una ciudades aisladas y de un aburrimiento mortal.

Son ciudades que viven en la irrealidad, y en las que abundan los personajes excéntricos. Como en todas partes, también habitan allí personas sensatas y razonables, pero los que han impuesto su ley y marcan el compás son los excéntricos. De manera que los bulos, las grandilocuentes propuestas de los políticos que acaban en nada, las más estrafalarias exageraciones y locuras se toman con naturalidad, y son los sensatos los que parecen fuera de lugar. Es como si el calor les hubiera reblandecido el cerebro. A pesar de la pobreza, en ellas se vive a expensas de un consumismo delirante y cutre, con preferencia por productos anticuados y cursis. Quien haya leído “Un viejo que leía novelas de amor”, de Luis Sepúlveda, encontrará un buen retrato de la situación.

Lo que más me impresionó de las ciudades amazónicas fue la atmósfera asfixiante y pesada, empapada de sentimientos de rabia, impotencia y frustración. De estar en un callejón sin salida. Va dicho que, en mi opinión, o cambian de orientación o es que realmente lo están. Las ciudades son como arquitectura, costumbres y cultura popular básicamente andinas, la adaptación a lo amazónico es superficial.

Estas ciudades son feísimas, de edificios sin pintar construidos con malos materiales y, con frecuencia, a medio terminar, de manera que los exteriores son de un hormigón visto, sucio y resquebrajado. Las vigas para construir un segundo piso, proyectado y nunca realizado, les dan un perfil de cosa precaria, inacabada y endeble que no se puede describir a quien no lo haya visto. Estos detalles de desidia e incuria se combinan con un clima insano, húmedo y polvoriento, de calor agobiante. La mayoría de las calles no están asfaltadas y se transforman en un gran cenagal en cuanto llueve. Están llenas de basuras por todas partes, ya que cada cuadra las acumula en una pila que toma el sol hasta que un camión pasa a recogerla. Con el calor, muchas plazoletas son hediondas y en ellas viven los gallinazos, una especie parecida al cuervo y del tamaño de un buitre, que se alimenta de los desperdicios y son los inevitables acompañantes de la suciedad. Y si el barrio queda lejos del centro, como el camión de la

basura no gusta de desplazamientos largos, los desperdicios acaban siendo arrojados a despoblados, y con las lluvias un río de envases de plásticos no degradables y desperdicios se dispersa por todas partes.

No se crea que sean ciudades tranquilas. El ruido diurno es ensordecedor, sobre todo en los centros, porque el medio de transporte son los motocar (triciclos tirados por motos), con motor de cuatro tiempos trucado, y por ello estruendosos, que pasan arriba y abajo continuamente. Más las inevitables radios y televisiones a todo volumen. Las calles están llenas de gente que ajetreados intentan conseguir algunas monedas como sea, cazando al vuelo una oportunidad o imaginando toda clase de chanchullos. Todo este movimiento para no moverse del sitio tiene lugar en medio de una profunda desorientación e incertidumbre. El estrés alcanza cotas muy altas. Y también el alcoholismo, y, actualmente, el consumo de drogas.

Aquí es tradicional el cañazo, nombre muy apropiado. Es un aguardiente de caña de azúcar de alto contenido etílico y de pésima calidad, elaborado artesanalmente y sin control sanitario, que se bebe sin moderación los fines de semana. Ya se entiende, porque es la única evasión de la que disfrutan, además de la televisión, de la cual hacen un consumo abrumador, y de ir al karaoke. Los licores cuestan caro y son un buen negocio, siendo frecuente la picaresca. En el caso de Pucallpa, en agosto del 2000, unos pillos distribuyeron cañazo cuyo contenido había sido reforzado con alcohol metílico. Hubo bastantes muertos. La noticia no paso de la página de sucesos, hasta tal punto ha llegado el aturdimiento de estas gentes, para extinguirse a los pocos días sin haber dado con los delincuentes. Y no es la primera vez que pasa. De hecho al alcalde de Pucallpa lo intentaron incriminar años después por ser un esbirro del narcotráfico.

Lo que más choca al visitante es que los habitantes de las ciudades amazónicas carecen de la más elemental vinculación con la selva, que es vista como el lugar a explotar, e incluso simbólicamente como el enemigo a abatir. El ecologismo tiene poca influencia aquí, menos entre algunos círculos preocupados por un aprovechamiento sostenible. A pesar de que los habitantes son conscientes de que si el presente es sombrío, el futuro que se insinúa es negro. Tildar de kafkiana la situación de la Amazonia no es un chiste fácil, es la pura realidad.

CAPITALISMO SALVAJE DE LA PEOR CALAÑA El más grave problema en la Amazonía es el comportamiento del capitalismo depredador

de las grandes compañías, con maneras de actuar que bordean lo criminal. Pagan salarios ridículos y rechazan cualquier intento de regularización. Hace unos años, el gobierno del Perú dictó una ley que obligaba a plantar dos árboles por cada uno que se talase. Las compañías reaccionaron desabridamente, celosas de que se tocasen sus ilimitadas prerrogativas. La ley es suave, ni siquiera exige el necesario control para que los plantones lleguen a crecer, pero ha contado con la oposición de todos. También de los habitantes de las ciudades amazónicas, que culpan al gobierno de limitar sus posibilidades y ahuyentar a los capitalistas. Embrutecidos en su miseria, el mañana es un nebuloso concepto, y su estado de necesidad no les permite aceptar una ley que preserve para sus nietos un poco de madera. La ley no evita el expolio de la selva, para ello debería ser más restrictiva, y sólo asegura la preservación de un stock de árboles maderables.

Estas actitudes tan impresentables son las dominantes en todo. En las haciendas aún subsiste el patronazgo, como en la época esclavista. Legalmente fue abolido en la década de 1960, pero aún había numerosos casos en la década de 1990 (en Atalaya, en el Alto Ucayali, y su entorno era común), y está lejos de ser una práctica hoy en día totalmente abandonada. Un patrono se hace cargo de una familia con deudas, y, hasta que no se cancela lo que se debe, quedan en condición servil. El truco es que se ven obligados a trabajar barato y comprar caros los suministros al patrón, de manera que la deuda lo es de por vida. Hoy el patronazgo es ilegal pero existe fuera de las ciudades.

Lo mismo se hace con las familias indígenas que no viven en comunidades. Los indígenas no tienen una mentalidad que se adapte a los condicionamientos del mercado, muchos son analfabetos y desconocen los mecanismos económicos más elementales. Vale decir que están desprotegidos, inermes ante cualquier desaprensivo. Incapaces de sobrevivir por sí mismos en la sociedad “nacional”, deben infeudarse a un patrón, que los explota con frecuencia a cambio de mercancías en especies, sin sueldo. Es lo que antaño se hacía con los esclavos. Y dado el escaso dinbamismo de la economía amazónica, los pobres infeudados aún están contentos de la suerte que les ha tocado.

El cacique kandozi Pakuna Machkina, de Puerto Chingana

Haciendo cestas con juncos, Puerto Unguri (kandozi)

Típicos transportes por el río – en este caso el Bajo Huallaga. El barco inferior es un ejemplo de qué naves transportan a la vez pasajeros, mercancías y animales. La balsa de la imagen superior es un ejemplo de

imaginación amazónica

La manera de dormir en los barcos del Ucayali, Huallaga, Marañón y el Amazonas Peruano

Poblado mestizo al borde del Marañón (cerca de San Lorenzo, Loreto)

Gran pantanal del lago Musa Karusha (Rimachi), sobre el Pastaza, al norte del Marañón. La casa aislada del fondo es kandozi (grupo jíbaro). El Musa es un panatanal que se ha salvado de las compañías petroleras por la lucha de

los indígenas y porque, sin su colaboración, es imposible viajar por estos intrincados laberintos de vegetación

Helecho gigante, Santa Rosa de Huancaria, Pilcopata (departamento del Cuzco), Selva Alta. Llega a dos metros de altura y un ancho de cuatro metros

Una emigrante andina en el llano del Madre de Dios, cerca de Shintuya. La señora, ella sola, tenía montado su negocio con grandes esfuerzos. Todas las semanas sube a la Cordillera (se pasan por puertos de 4000 msnm) hasta Urcos y El Cuzco. Aquí compra artículos, y haciendo auto-stop regresa a Pilcopata y más allá, hasta el

Parque del Manu (200 msnm), y los vende en los mercadillos durante uno o dos días. Y vuelta a empezar. Hace dos viajes por semana. El viaje de El Cusco a Pilcopata son 200 km de una carretera infame y dura 8 horas y

puede romperle los huesos a cualquiera. Admirable la señora, que no se dio por vencida y seguía en la brecha

El árbol gigante de la Lupuna, Pucallpa (foto de fasasutter en Panoramio.com). La lupuna suele llegar a los 20 m y algunos alcanzan los 70 m, con un tronco de 2 y 3 m, y grandes raíces. Es el árbol más grande de la Amazonía. Es

una especie muy común, pariente de la ceiba. Algunos pucallpinos la consideran la protectora de la ciudad

Tras la lupuna, el renaco es el siguiente gigante. También es muy común. Crece siempre cerca de ojos de agua, visibles o subterráneos, y tira lianas y grandes raíces, a veces en superficie y en horizontal, a veces hacia abajo y

exclusivamente subterráneas, buscando el agua. Este se emplaza cerca de Inuya (Atalaya, Alto Ucayali) (foto tomada infinte-life.eu, ceske-fotky, expedice Peru 2013). Renaco y lupuna son árboles de uso medicinal y

chamánico, muy potentes. Las maderas que producen no son interesantes comercialmente, por ser blandas, y ello ha salvado a la especie. Pero el tercer gigante, la caoba, se ha extraído tanto que en muchas zonas amenaza

de extinguirse; tiene el problema de que su madera es dura y de gran belleza

ANTECEDENTES EN EL CAPITALISMO ESCLAVISTA MAS SALVAJE

Para hacerse cargo de cómo funciona el capitalismo más obtuso, vale la pena recordar cuál

fue el origen. La Amazonía, menos por los misioneros, fue un territorio ajeno a Occidente hasta que el boom del caucho. Este tuvo lugar desde finales del siglo XIX hasta 1925. Surgió para servir los neumáticos a la naciente industria de la automoción. La materia prima es la resina del árbol del caucho, originario de la cuenca amazónica. Extraerla es un trabajo duro, y se ha de hervir la resina para purificarla y formar las bolas de caucho, que es lo que se exporta. Es una actividad económica cara, a no ser que la realicen esclavos.

Las casas comerciales enviaban destacamentos armados que arrasaban los poblados indígenas y reclutaban a la fuerza a familias enteras, que formaban la mano de obra esclava. Los capataces eran serranos andinos obligados por el patronazgo. Todos fueron obligados a trabajar duro y rápido, sin importar que muriesen, pues periódicamente se esclavizaban nuevas comunidades. La Amazonía se transformó así en un verdadero y literal infierno. El infierno verde fue el tópico durante muchos años.

Los primeros años esta explotación dio beneficios astronómicos, para decaer después, ya que se abusó tanto que los árboles acabaron siendo raros. Todas las ciudades amazónicas de la Selva Baja o nacieron así, o así pasaron de villorrios a ciudades. Las ganancias se dilapidaron en lujos y orgías, en teatros de ópera, como el de Manaus, o en locuras como las de Fitzcarraldo, que se recrean en la película de Werner Herzog. Hoy el teatro modernista de Manaus es el orgullo de la ciudad. Y Fitzcarraldo es un héroe local en Puerto Maldonado, admirado por todos como un gran civilizador.

Pero el resultado real fue que el esclavismo de la época del caucho introdujo los capitales necesarios para la anexión de la Amazonía a Occidente, vaciándola de los pueblos originarios, que se volvieron molestos. O se extinguieron o se les obligó a integrarse en la civilización occidental como subproletariado miserable de las ciudades amazónicas, hasta perder la identidad. Más de la mitad de los pueblos originarios fueron así destruidos. Por ejemplo, los Araona, del nordeste de Bolivia, a tocar de Perú, fueron uno de los pueblos más importantes de la Amazonía, tal vez formado por 100.000 personas, hoy reducidos a 50. Tuvieron la mala suerte de ocupar uno de los territorios más poblados de árboles del caucho. Idéntico problema es el que tuvieron los záparos del este de Ecuador, antaño un pueblo floreciente y hoy extinto. O los cocamas en Perú.

Cabe recordar que este comportamiento compulsivo del capitalismo depredador tiene su origen en las costumbres que impuso el colonialismo español. Actualmente siguen siendo practicadas en toda Latinoamérica, es la versión local de la dictadura del beneficio económico a todo trance del neoliberalismo. Los antecedentes históricos pesan como una losa sobre los vivos, no es fácil desembarazarse de ellos, y Latinoamérica aún arrastra tan pesado fardo.

Mientras tenía lugar este episodio tan delirante, los franceses aclimataron el árbol del caucho en Indochina, y los ingleses en parte de Indonesia, con una explotación más racional. Ya en la primera guerra mundial la producción vietnamita superó a la amazónica. Hoy, el caucho o látex se produce en Asia y sólo un poco en América. El caucho para los neumáticos se fabrica sintético desde los años 30.

Cuando decayó el caucho, hacia 1925, los patronos hicieron evolucionar el negocio de diferentes maneras. Baste reseñar una de las más peculiares, que sacaba partido de las tradiciones. Los pueblos indígenas son poligámicos. En ellos, la mujer es la fuente del prestigio y de la riqueza, por ser la productora de alimentos vegetales, de manufacturas y de hijos. Esto es, la mano de obra en el signo distintivo de prosperidad. El nivel de vida de un varón depende de la cantidad de esposas que están a su servicio y del número de hijos, pues trabajan mientras crecen. El caso es que algunos patronos manipularon esto en su provecho. Así en los alrededores del puesto de Comandancia (sobre el Putumayo), entonces en Perú y hoy en Colombia, un patrón hizo suyas a todas las mujeres disponibles, eliminando a los maridos. Dispuso así de una treintena de cabañas a lo largo del río que trabajaban para él. El amo se la montó de superpolígamo. Se pasaba a controlar de tanto en tanto y a aumentar la mano de obra disponible. Con regularidad, un emisario recogía la producción de pescado y telas de las familias. El negocio era redondo. Y ha dejado huella, puesto que muchos habitantes de la zona tienen como abuelo al dicho patrón, de la famosa casa limeña Arana (de Julio César Arana).

PRACTICAS DEPREDATORIAS MODERNAS

Las empresas siguen con prácticas que en espíritu son cercanas a dichos antecedentes. Ejemplos son la explotación del oro y del petróleo. La del oro ya se ha comentado. En cuanto a las petroleras, el impacto sobre la naturaleza todavía es peor. Existen numerosas bolsas de petróleo y gas natural repartidas por toda la cuenca. Las explotaciones de gas, menos contaminantes, tienen mejores perspectivas; las del petróleo son más modestas. Este se da en depósitos pequeños, que serán explotadas poco tiempo, produciendo un petróleo ligero y de baja calidad. Aun así, es un tema de seguridad nacional para los estados, que dependen de estos yacimientos para aprovisionarse de combustible. De manera que los territorios son expropiados y puestos en producción por los métodos más expeditivos, expulsando a los habitantes, y arrasando la selva.

Las tierras en prospección son alquiladas por los estados, que al efecto han divido en lotes toda la Amazonía. En las concesiones que obtienen así las petroleras a los indígenas, o a los emigrantes, se les expulsa o ningunea. Si se rebotan, un destacamento del ejército queda de retén para asegurar la tenencia. La construcción de los enclaves, el asiento de técnicos y trabajadores, y la excavación de los pozos obligan a un extenso desmonte, que se prolonga en los oleoductos que trasportan el crudo a la costa. Los derrames contaminan las aguas en millas a la redonda. Los yacimientos duran unos años y son abandonados. El enclave se desarma y se transporta a otro yacimiento. El paisaje y los ríos quedan transformados en un erial deshabitado: los indígenas han debido emigrar tierra adentro, a las peores tierras, o al suburbio de las ciudades.

El combustible resultante es de pésima calidad. Como es norma general en la explotación depredadora, ni siquiera la destrucción de culturas y lugares es compensada por un aumento de la riqueza que permita conservar otros pueblos y parajes. Siempre funciona así: un boom inusitado y un silencio de pesadilla después, y vuelta a empezar, sin salir jamás de la miseria. De todas maneras, últimamente se detectan comportamientos más civilizados. Así, recién algunas petroleras se han interesado por tener una mejor imagen pública, y han firmado contratos en los que reconocen el derecho de los indígenas a vigilar el territorio de las concesiones y la conservación del medio ambiente, y al Estado la potestad de reglamentar la explotación. Por otro lado, no es difícil evitar parte de la contaminación. El petróleo es ligero porque viene acompañado de mucha agua salada. Esta se separa y se vierte a los ríos, dejándolos envenenados. Pero existe la alternativa de reinyectar toda el agua en la base del yacimiento, sin contaminar. Pero tirarla al río les sale más barato. Sólo la ley y la voluntad política de cumplirla pueden obligar a las petroleras a contaminar menos.

ESTADO DE LA CUESTION Así están las cosas en la Amazonía. Con mayor o menor gravedad, todos los otros países

con territorios amazónicos están más o menos igual. Las dificultades de transportes han limitado la invasión, pero se acabarán construyendo carreteras, como la interoceánica inaugurada el 2012.

Estos sistemas depredatorios de explotación son estúpidos y contraproducentes, pero es la norma cultural en toda América Latina. Erradicar una costumbre centenaria lleva tiempo. Además, la miseria de la población la transforma en renuente a los cambios. La gente, teórica beneficiaria de una reforma legal, suele estar en contra de las restricciones por la amenaza del hambre que pende sobre sus cabezas. Se aferran a lo seguro y conocido como a un clavo ardiendo. Los manipuladores interesados airean el espantajo de la miseria para conseguir adhesiones incondicionales de los pobres. Ni ellos ni el Estado tampoco tienen capital para invertir en una explotación más racional, pensada y matizada. Todo se hace a lo bruto.

Las pocas leyes conservacionistas dictadas en los años 90 del siglo XX y hasta hoy, tienen en contra a la población mestiza y, de hecho, casi no se aplican. Esto es norma nacional, pues en América Latina se promulgan las leyes para que nadie las cumpla, cualquier funcionario hace la vista gorda por unas pocas monedas. Además, las leyes se dictan a favor del más fuerte. El resultado es que los beneficios de las grandes compañías extranjeras se repatrían al país inversor, no se quedan o reinvierten aquí, dada la inseguridad jurídica y el indisimulado peligro de expropiación, o de acoso por una compañía nacional interesada en adquirir barato el negocio que otro montó.

En definitiva, la Amazonía es contemplada con un inmenso saco de donde sacar todo sin preocuparse de que un día se llegará al fondo. A cambio, la riqueza generada no queda principalmente en el país, y la clase media prefiere ser la intermediaria en el negocio, y no tomarlo en sus manos, para no haber de arriesgar el capital. El dinero lo ponen los extranjeros, la burguesía local pone el trabajo técnico y los “contactos” que se vuelven imprescindibles para llevar adelante el negocio depredatorio. Con esta política les ha ido bien a los burgueses de los países, pero no al pueblo precisamente. E implica una mentalidad clientelar que ha contaminado a toda la sociedad.

Poco se podrá hacer contra este estado de cosas. Dada la miseria de los países y la extendida corrupción, cualquier normativa es estéril, de manera que las soluciones no pueden ser legales sino estructurales. Sólo existen dos iniciativas utópicas que pudieran dar resultado:

La primera, es constatar que sin un mínimo desarrollo de los países, la Amazonía queda

condenada a ser explotada al máximo y de cualquier manera. El gran argumento retórico para evitar resolver las carencias de la estructura social y la injusticia que la cimienta es, precisamente, lo asequible que es prosperar en la selva. Siempre será la solución fácil a unos problemas difíciles, como lo son los de estos desdichados países. La invitación a emigrar al oriente es omnipresente. Y las facilidades que se dan a las compañías para que inviertan vuelve ilusorio cualquier plan conservacionista.

Desarrollar estos países requiere una apuesta de la comunidad internacional que no se desea realizar. Estos países no se vinculan con los intereses de las economías poderosas, porque en las difíciles condiciones en que se encuentran, cualquier inversión es problemática, aunque pudiera generar excelentes beneficios. Estos son impensables en otro parte; por ejemplo, los negocios en el Perú se imaginan para que recuperen la inversión en dos años (en Europa se tarda una media de siete años). Se gasta así un afán de lucro desmedido, como se ha dicho ya varias veces, depredatorio. Un negocio si no da beneficios espectaculares, es un mal negocio. Y para ello, además de devastar la selva, se ha de explotar duro a los trabajadores, lo que es una costumbre heredada de la colonia y renovada en la fiebre del caucho. En fin, lo injusto de la situación sólo puede resolverse con ayuda al desarrollo (y ésta es hoy más aparente que real), y con transferencia de tecnología – que simplemente es inexistente.

Los países de Latino América han de colaborar en un desarrollo económico que se vuelve incierto porque no existe la seguridad jurídica. Esta ha de ser garantizada por el Estado, que habría de abandonar la costumbre de expropiar las empresas que se vuelven rentables tras realizar la inversión, o es permisivo con los acosos y derribos por parte de los magnates locales ávidos del negocio ajeno. Sin seguridad jurídica, la colaboración internacional es impensable, pues nadie invierte para que después le estafen.

La segunda medida sería la declaración de la Amazonía como reserva natural mundial.

Como gran pulmón verde del planeta, ante la amenaza del cambio climático. Tal vez mediante la compra y venta de cuotas de producción de CO2, u otra medida similar. Se requiere así a Occidente y a Asia el subvenir económicamente al mantenimiento de la Amazonía, ya que los países suramericanos no lo pueden pagar. Ya lo intentó Salvador Correa para evitar la expansión de las petroleras en Ecuador, y nadie acudió a la convocatoria. Pero se trata de una compensación de justicia: ayudar a los países amazónicos para que puedan cuidar su naturaleza, ya que en Europa no la hemos sabido conservar.

De alguna manera, la Amazonía debe ser patrimonio de la Humanidad, a gestionar por todos, y a pagar por todos. Se podría así cumplir un destino que representa una solución para la selva. Pues el futuro de ésta pasa por la existencia de un negocio turístico de calidad, que justifique el costo de su conservación y la financie. Un turismo deseoso de sumergirse en la más poderosa y bella floresta que hay en el planeta. Sus posibilidades, siendo respetuosos y ecológicamente responsables, son inmensas. Pero una idea como esta no responde a la situación de absoluta emergencia en que se encuentran los países ribereños. Tienen necesidades urgentes y apremiantes que no les permiten planificar a tan largo plazo. Mal aprovechan lo que tienen, y se están comiendo, sin advertirlo, su mejor patrimonio de futuro.

València, 22 octubre 2014 [email protected]

(Escrito originalmente por Guillem Català y Gisella Evangelisti, y publicado en la revista “Teatrum”, Barcelona,

nº2, abril 2001, 48-52. Reescrito y puesto al día por Guillem Català en 2014)

Extracción ilegal de madera de la zona reservada de Breu en Cacerío de Nueva Italia (cerca de Esperanza, Ucayali). La lucha de Edwin Chota le valió ser asesinado por los madereros en septiembre de 2014. Chota

denunció la construcción de carreteras por las mafias para transportar los troncos al Ucayali, pasarlos luego a camiones, llegar a Lima y exportarlos (tomado de elcomercio.pe del 22 de marzo 2007 y el 4 de marzo del 2011)

La deforestacion de Perú (tomado de talailegal-anp.blogspot.com)

Perú. Areas protegidas teóricamente (tomado de talailegal-anp.blogspot.com)

La llegada de los frentes de nubes cargados de humedad choca contra los contrafuertes andinos y descargan la lluvia que permite la exuberancia de la Selva Alta. En algunos lugares se puede contemplar el insólito

espectáculo del choque continuo de las nubes con la cordillera, como en la foto, tomada en la Estación Biológica del camino del Cusco a Pilcopata.

Mayantu Yacu (Espiritu de las Aguas, en quechua), río Pachitea, Selva Alta (no lejos de Pucallpa). Existen zonas volcánicas en la selva, en las que manan ríos sulfurosos de agua muy caliente. La selva llega justo hasta el borde.

Cuando sopla el viento, que trae y lleva los vapores, se usan como saunas naturales, como se ve en la foto

Nenúfares, Pucallpa, transición de Selva Alta a Selva Baja

Palotoa Teparo

Arriba. Denso bosque de galería en Palotoa Teparo, comunidad indígena matsiguenga, un ejemplo de Selva Baja. Abajo. Cerca de las Comunidades Nativas, incluso en las occidentalizadas, la selva se muestra con esplendor. Palotoa Teparo está no lejos de la “ciudad” hakmbut de Shintuya, al lado de la cual la naturaleza es espléndida

como se ve en esta imagen de los márgenes de un despoblado

La uña de gato (Santa Rosa de Huancaria, Pilcopata, departamento del Cuzco)

Coraico (Yungas de La Paz, Bolivia)

Los indígenas son muy aficionados a tener mascotas. Arriba, guacamayo a Palotoa Teparo. Abajo, pareja de pavos en Santa Rosa de Huancaria. No hace falta decir que nunca se comen las mascotas

Arriba. Flor de la piña salvaje (Santa Rosa de Huancaria, El Cusco). Abajo, el fruto cultivado (Quincemil, El Cusco). Existen especies cuya distancia entre la forma salvaje y domesticada es pequeña. Son las más adaptadas a un cultivo sostenible. Las palmeras y similares, como la piña, son excelentes para esta agricultura respetuosa

con el medio ambiente

El platanillo (arriba) es la variante salvaje del platano o banano (medio y abajo). Las fotos son del Musha Karusha