Breve estudio acerca del escepticismo

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Acerca del escepticismo Si fuera necesario resumir en uno solo todos los problemas que la filosofía ha venido padeciendo en los últimos tres siglos, y que la han conducido al estado en que hoy se encuentra, y que, a través de ella han influido y estructurado la sociedad que hoy vivimos, habría que decir que tal problema no es otro distinto al escepticismo. Son muchos los que han dicho que el gran problema de la filosofía tal y como esta disciplina se comienza a construir a partir de René Descartes, fue el progresivo oscurecimiento de la naturaleza de la inteligencia humana, es decir, poco a poco se cayó en el desconocimiento de lo que la inteligencia humana es, de sus alcances y de sus limitaciones. Y no deja de ser curioso que se afirme esto, puesto que paradójicamente la época que inicia con Descartes buscó ser ante todo una época consagrada al estudio de los asuntos epistemológicos, ya que se desconfiaba de los grandes sistemas metafísicos que habían sido elaborados en la edad media por autores como Tomás de Aquino. Entonces tenemos que con Descartes se inaugura una nueva época en la historia de la filosofía, una época marcada por un voluntario encerramiento del sujeto en sí mismo, y una también voluntaria desconfianza en los grandes logros de los tiempos anteriores en materia metafísica. Todo ello tuvo lugar a causa de una distorsión en el modo de concebir a la inteligencia humana y a causa también de una propuesta enteramente nueva sobre aquello en que consistía propiamente el conocimiento. De este giro cartesiano en la filosofía se han derivado consecuencias tan importantes, por dañinas, como por ejemplo el relativismo práctico en que la sociedad actual vive, convencida de que es la postura más racional y propia de seres adultos y libres.

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Acerca del escepticismo

Si fuera necesario resumir en uno solo todos los problemas que la filosofía ha venido

padeciendo en los últimos tres siglos, y que la han conducido al estado en que hoy se

encuentra, y que, a través de ella han influido y estructurado la sociedad que hoy vivimos,

habría que decir que tal problema no es otro distinto al escepticismo.

Son muchos los que han dicho que el gran problema de la filosofía tal y como esta disciplina

se comienza a construir a partir de René Descartes, fue el progresivo oscurecimiento de la

naturaleza de la inteligencia humana, es decir, poco a poco se cayó en el desconocimiento

de lo que la inteligencia humana es, de sus alcances y de sus limitaciones. Y no deja de ser

curioso que se afirme esto, puesto que paradójicamente la época que inicia con Descartes

buscó ser ante todo una época consagrada al estudio de los asuntos epistemológicos, ya

que se desconfiaba de los grandes sistemas metafísicos que habían sido elaborados en la

edad media por autores como Tomás de Aquino.

Entonces tenemos que con Descartes se inaugura una nueva época en la historia de la

filosofía, una época marcada por un voluntario encerramiento del sujeto en sí mismo, y una

también voluntaria desconfianza en los grandes logros de los tiempos anteriores en materia

metafísica. Todo ello tuvo lugar a causa de una distorsión en el modo de concebir a la

inteligencia humana y a causa también de una propuesta enteramente nueva sobre aquello

en que consistía propiamente el conocimiento.

De este giro cartesiano en la filosofía se han derivado consecuencias tan importantes, por

dañinas, como por ejemplo el relativismo práctico en que la sociedad actual vive,

convencida de que es la postura más racional y propia de seres adultos y libres.

Por todo lo anterior considero importante dedicar algunos artículos en este blog a esclarecer

un poco en fenómeno del escepticismo, buscando comprender su ORIGEN, sus CAUSAS

y su DIFERENCIA RESPECTO DE LA ACTITUD REALISTA.

Para llevar ello a cabo trataremos en artículos breves algunos presupuestos necesarios

para la comprensión del tema, presupuestos como la naturaleza del conocimiento, según

la tradición tomista. Así como también será necesario ofrecer, aunque en resumen, una

vista general de la naturaleza humana, también en clave tomista.

Con las anteriores herramientas en mano, podremos ofrecer algunas consideraciones a

modo de respuesta a las afirmaciones escépticas, esperando con ello indicar también el

camino correcto para responder a peligros actuales como la concepción relativista de la

vida.

Trataremos de ir publicando sucesivas entregas del tema para hacer más sencilla su lectura

y comprensión.

Que sea esta una oportunidad para estudiar un poco algo que hoy nos toca a todos, para

poder, como seres racionales, responder cuando sea justo y necesario.

Leonardo R.

Cuando el papa León XIII en el año 1879 publicó su encíclica llamada "Aeterni Patris", en

la que buscaba animar un resurgimiento de la filosofía cristiana, lo hizo movido por el peligro

de que muchas almas se vieran engañadas por las falacias de la filosofía moderna, es decir,

aquella filosofía que había nacido con René Descartes. El Papa buscaba entonces hacer

un llamado a los intelectuales católicos para que buscarán las armas filosóficas y teológicas

en el gran sistema de pensamiento de Santo Tomás de Aquino.

El Papa creía entonces que la mejor manera de combatir los errores del pensamiento

moderno era retornar a la filosofía y a la teología de Santo Tomás de Aquino. En los

principios tomistas veía el Papa el antídoto perfecto para curar cualquier enfermedad de la

inteligencia y de la voluntad, que pudieran estar sufriendo los hombres y la sociedad como

consecuencia de haber adoptado masivamente los falsos principios de una filosofía

idealista, racionalista y escéptica.

Por esta razón, nosotros mismos, convencidos también de que la salud del pensamiento se

encuentra en la fidelidad a los principios enseñados por Tomás de Aquino, emprendemos

ahora la tarea de acercarnos a su sabiduría con el fin de aprender de ella y poder analizar

un fenómeno que desde los tiempos de René Descartes ha venido siendo la característica

principal o por lo menos una de las características principales de la filosofía moderna y

contemporánea. Nos referimos al escepticismo, entendiendo por tal aquella postura

filosófica que pone en duda la existencia de una realidad independiente de la mente de los

sujetos cognoscentes, de tal manera que el conocimiento humano estaría reducido al

conocimiento de meras ideas al interior de la mente, sin poder jamás saber con certeza si

tales ideas corresponden o no a alguna realidad extra mental.

Es entonces al escepticismo a lo que trataremos de responder haciendo uso de la sabiduría

de Tomás de Aquino. Este escepticismo, desde el punto de vista de la epistemología, puede

ser llamado también idealismo, por cuanto afirma precisamente que el conocimiento de los

seres humanos es ante todo conocimiento de ideas, y al no disponer de otra cosa distinta

a las mismas ideas, jamás se puede saber con certeza si más allá de las ideas hay una

realidad que sirva de fundamento para el conocimiento. También es posible, desde otro

punto de vista, referirse a esta postura filosófica como racionalismo, pues en esta

perspectiva se le otorga la primacía y la exclusividad del conocimiento a la razón humana,

en detrimento de la objetividad de los sentidos como fuente de verdadero contacto con lo

real.

Téngase en cuenta entonces, para mejor entendimiento de lo que sigue, que todo lo que

aquí se dirá va dirigido al escepticismo, tanto como al idealismo y al racionalismo. Ya que

como se ha visto, se trata de tres modos diversos de aproximarse al mismo error

fundamental: el error de encerrar al sujeto en su interioridad, impidiéndole todo contacto

con algo distinto de sí mismo, condenándolo a no ver más allá de sus propias concepciones

mentales, sin posibilidad alguna de alcanzar por medio del conocimiento el dato objetivo de

la realidad.

De alguna manera es posible ya comprender que este error más adelante va a permitir el

nacimiento de la sociedad del relativismo, puesto que si una realidad existente de forma

independiente del ser humano, el siguiente paso sería permitirle o decirle al ser humano

que era él el llamado a construir su propia "realidad".

Cuando en pleno siglo XX Jean Paul Sartre le dice a los hombres de su generación,

haciendo uso de un lenguaje un poco enredado, que la existencia es primero que la esencia,

y que la libertad es el medio por el cual el hombre se debe construir a sí mismo; no está

haciendo otra cosa distinta a sacar las últimas consecuencias del error idealista que cortó

el vínculo que unía al hombre con la realidad, incluyendo la realidad acerca de sí mismo.

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En la historia del pensamiento es posible encontrar filósofos con ideas escépticas ya en la

misma Grecia clásica, por ejemplo, Pirrón de Elis (360-270 a.C), de quien se dice que fue

propiamente el fundador del escepticismo antiguo. Su pensamiento consiste básicamente

en una actitud de duda acerca de todo conocimiento, hasta llegar a afirmar la casi

imposibilidad de alcanzar cualquier tipo de conocimiento cierto, de tal manera que a lo sumo

tendríamos opiniones sobre las cosas, pero no certezas.

Más adelante en el tiempo encontramos a Sexto Empírico (65-140 d.C), filósofo griego

seguidor de las ideas escépticas. Es famoso por haber propuesto que mediante la

abstención de todo juicio, es decir, no decir nada sobre nada, se podía llegar a una cierta

tranquilidad del alma, estado que él llamó ‘ataraxia’, que significa ‘indiferencia’. Y suena

lógico, ya que si en el fondo no podemos saber nada con certeza, entonces ¿para qué

preocuparnos? Lo mejor sería dedicarse a las necesidades inmediatas de la vida, sin

preocuparse por los grandes debates, por los grandes temas, por la filosofía en general, ya

que en ese terreno es, según el escéptico, imposible alcanzar certezas.

Durante el periodo medieval prácticamente no aparecen representantes de las posturas

escépticas, la creencia cristiana en un Dios creador que todo lo había hecho con

inteligencia, incluyendo al hombre mismo, adornado con la luz de la razón por medio de la

cual podía conocer la obra de Dios, era evidentemente un antídoto contra cualquier

iniciativa escéptica en el pensamiento.

Por lo tanto es recién en la época del renacimiento, con su veneración por la antigüedad,

cuando volvemos a encontrar pensadores propiamente escépticos. Michel de Montaigne

(1533-1592 d.C) es conocido como representante del escepticismo en los inicios de la edad

moderna, vivió en el siglo anterior a René Descartes y murió solo 4 años antes del

nacimiento de éste. Montaigne, al igual que los escépticos antiguos, creía que la duda, la

suspensión del juicio, no tomar bando, no preferir esto sobre aquello, etc. Era el verdadero

camino del estudioso, del hombre en general.

Lo común a estos autores, y a todos los que vinieron después de Descartes, era en el fondo

una desconfianza inicial en el alcance de la inteligencia humana. La posibilidad de alcanzar

juicios verdaderos, estables, universales, necesarios, etc. Les parecía excesiva y

recomendaban más bien una actitud ‘prudente’ y ‘sabia’ de no decidirse por nada, de no

tomar nada como absolutamente cierto, como preferible, como más verdadero que su

contrario. De manera que terminaban por lógica consecuencia dándole el mismo valor a

todas las posturas, al sí y al no.

Ellos hicieron famoso el desprecio (que se ve aún en nuestros días) por los ‘dogmáticos’.

Los dogmáticos eran, según el escéptico, seres soberbios, prepotentes, candidatos a

tiranos, que vivían convencidos de que poseían la verdad absoluta, la verdad universal. Y

del deseo de imponerla sobre los demás era de donde nacían los conflictos entre los

individuos y las guerras entre las naciones. De manera que junto a la irracional y tiránica

postura dogmática, la postura escéptica aparecía como un oasis de cordura y los escépticos

aparecían como una elite del pensamiento poseedora del secreto para evitar todo conflicto

y toda guerra.

En nuestros días, año 2015, 423 años después de la muerte de Montaigne, 1875 años

después de la muerte de Sexto Empírico y 2285 años después de la muerte de Pirrón de

Elis; estamos viviendo en una sociedad donde la actitud escéptica ha triunfado por completo

y donde, por consiguiente, se vivencia un desprecio e incluso un ataque frontal, contra todo

aquél que afirme poseer alguna verdad. Sobre todo en terreno moral o religioso. Esos

terrenos son hoy particularmente ‘sensibles’ y toda discusión o incluso toda conversación

sobre esos temas se deben hacer en lenguaje escéptico, es decir, opinando sin afirmar

nada como verdadero. Pues se corre el riesgo de ser tildado inmediatamente como fanático,

intolerante, etc. La verdad se ha vuelto sospechosa y más sospechoso aún el que diga que

conoce alguna. Al parecer la única verdad que sobrevive es la de que no existe la verdad.

En el siguiente apartado abordaremos la figura de René Descartes, quien es considerado

el padre de la filosofía moderna, y particularmente del idealismo moderno. Afirmó que no

conocemos la realidad sino solo nuestras ideas y por ese camino cerró ya definitivamente

el paso del sujeto hacia lo real, consagró el escepticismo.

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Hemos estado hablando del escepticismo, en primer lugar señalábamos la importancia de

profundizar en este tema ya que actualmente la característica principal de la sociedad en la

que vivimos es precisamente un cierto escepticismo de carácter práctico. Por lo tanto es

importante que aprendamos a conocer en qué consiste este error para poder igualmente

responder a quienes se encuentren hoy bajo su influencia.

Dijimos también que el escepticismo es aquella postura filosófica, y más específicamente

hablando, aquella postura epistemológica que afirma que el conocimiento humano no

alcanza una realidad extra mental, es decir, una realidad más allá de la mente del sujeto

que conoce, sino que limita el alcance del conocimiento, de la ciencia, de la inteligencia

misma, al mundo meramente subjetivo de las personas. De esta manera cierra la posibilidad

de contacto entre la persona y todo aquello que no sea en el fondo ella misma. Permanece

entonces el sujeto encerrado en su propio mundo, sin posibilidad de alcanzar algo más allá

de sus propias representaciones internas, y por lo tanto, que abierto el camino para que el

sujeto se proclame creador de la realidad, de su realidad. Lo cual es lo que vemos en la

sociedad actual donde los seres humanos han caído en el error de creer que la realidad la

construye cada uno desde sus propias elecciones personales.

Después de esto hacíamos un breve recorrido por la historia para encontrar los autores que

habían dado nacimiento a la postura escéptica. Vimos a Pirrón de Elis, Sexto Empírico y

Michel de Montaigne. Ahora corresponde ocuparnos un poco de las ideas del filósofo que

es considerado el padre de la filosofía moderna, René Descartes.

Descartes fue un filósofo francés nacido en el año de 1596, sobre él se han escrito cientos

de libros y tal vez aún faltan muchos por escribirse, esto es debido a que cada nueva

generación de filósofos siente la necesidad de ocuparse de la herencia cartesiana. Este

filósofo, como ya se dijo, es considerado el padre de la filosofía moderna, ya que fue él

quien lanzó al mundo esa idea de que el conocimiento humano se basa en el conocimiento

de las ideas que el sujeto forma en el interior de su mente. Y aunque Descartes después

de establecer esta idea inicial busca la manera de probar la existencia de un mundo

independiente de la mente, es decir, de un mundo objetivo existente en sí mismo, lo cierto

es que ya el daño estaba hecho y lo que vino después Descartes fue simplemente el

desarrollo lógico de sus ideas.

Descartes inicia su filosofía afirmando que se debe dudar de todo. En la época en la que

Descartes vino al mundo estaban ocurriendo muchos cambios en todos los niveles: cambios

políticos, cambios sociales, cambios culturales, cambios científicos, cambios geográficos,

cambios religiosos, etc. Y el universo medieval en todos sus aspectos estaba decayendo y

estaba siendo puesto en duda. Por ejemplo: Aristóteles había reinado indiscutiblemente en

el universo de las universidades medievales; las grandes construcciones filosóficas y

teológicas que se habían edificado en la edad media, como la de Santo Tomás de Aquino,

se basaban en principios aristotélicos. Pero después del renacimiento hubo un gran

despliegue y un gran avance de la ciencia experimental, lo cual llevó al rechazo de las ideas

de Aristóteles en este campo. El problema estuvo en que esos autores no supieron distinguir

entre lo que eran en Aristóteles sólo ideas sobre el mundo físico que dependían de las

condiciones precarias en las que Aristóteles las había concedido, y por otro lado, los

principios de la metafísica y de la epistemología aristotélicas; cuya validez permanecía

sólida incluso después de que habían sido superadas sus ideas al nivel de la naturaleza

física. No se hizo esta distinción y por lo tanto toda la herencia aristotélica y medieval fue

condenada en una sola sentencia.

En este ambiente donde todo estaba cayendo, donde un nuevo mundo estaba naciendo,

donde las antiguas ideas al parecer habían finalmente demostrado estar equivocadas, etc.

En este mundo, repetimos, Descartes creyó que lo mejor era comenzar todo desde cero,

no tomar nada del pasado, construir todo nuevamente, ignorar siglos y siglos de historia y

mirar solo hacia adelante donde un nuevo mundo parecía estar siendo construido.

Descartes entonces dudó de todo.

Descartes creyó que ya que todos antes de él se habían equivocado, le correspondía a él

iniciar nuevamente; se sintió enviado a renovarlo todo, así como Cristóbal Colón un siglo

antes había cambiado los mapas del mundo, de la misma forma Descartes se propuso

cambiar los mapas de la ciencia. Y no de esta o de aquella ciencia, sino de todas, su

ambición era renovar todas las ciencias con el fin de liberarlas de los errores del pasado y

construirlas sobre bases sólidas, bases que permitieran poner a las ciencias lejos de toda

duda.

Para llevar a cabo este ambicioso proyecto Descartes consideró que la mejor manera era

empezar por buscar algo de lo cual no fuera posible dudar, algo, lo que fuera, un

conocimiento cierto, verdadero, indubitable, que pudiera servir de punto de partida para lo

demás. Descartes pensaba de esta manera porque él era ante todo un matemático, y en

matemáticas se suele partir de un axioma fundamental y se procede a deducir

consecuencias que se apoyan en la veracidad del axioma inicial. La matemática es

deductiva en su proceder y Descartes creyó que ese era el modelo de toda ciencia. Para él

toda ciencia debía construirse sobre ese modelo matemático, es decir, encontrar uno o unos

principios primeros que fueran absolutamente ciertos y de ellos deducir el resto del

conocimiento humano.

Pues bien, Descartes comenzó entonces a dudar de todo, tratando de encontrar algo de lo

cual fuera imposible dudar. En este proceso tuvo un día una revelación, una especie de

iluminación intelectual, y mientras se encontraba dudando de todo, cuestionándolo todo,

descubrió que había algo de lo cual no podía dudar, algo de cuya existencia era imposible

dudar: el yo pensante. Porque Descartes podía poner todo en duda diciendo “yo dudo de

esto…” ”yo dudo de aquello…” “yo dudo por esta razón…” etc. Pero en medio de todo eso

permanecía el ‘yo’, el sujeto profundo que ejercía el acto de dudar. De manera que era

posible dudar de todo menos del hecho mismo de estar dudando, y era un ‘yo’ el que

dudaba, es decir, se podía dudar de todo menos de la evidente existencia del sujeto de la

duda, el yo pensante. Entonces Descartes resumió su descubrimiento en esa frase que lo

ha hecho famoso: pienso, luego existo.

Miremos entonces lo que ha hecho Descartes. En primer lugar ha invertido el orden de las

cosas, ya no es la realidad y solo después mi conocimiento de esa realidad, sino que ahora

la realidad se pone en duda, es dudosa, está como entre paréntesis, mientras que el ‘yo

pensante’, mi propia realidad subjetiva es cierta, sólida, evidente, cercana, clara y distinta.

Eso significa que en adelante primero estará el ‘yo’, solo después en segundo momento y

en dependencia respecto del ‘yo’ estará la realidad, de manera que por decirlo de alguna

manera: la realidad de lo real dependerá de la subjetividad del sujeto. La realidad ahora es

secundaria, dependiente, menor.

Descartes descubre entonces la idea del ‘yo pensante’ como la primera, la base de todas

las demás. Y al analizar esa idea Descartes descubre que se caracteriza por ser una idea

‘clara y distinta’, es decir, una idea que es clara y por tanto puedo distinguir de otras ideas

con facilidad; y además es distinta porque las características de esa idea las comprendo

por completo, totalmente. Descartes concluye que siendo esas las características de la idea

del ‘yo pensante’, es posible entonces aceptar como cierta toda idea que cumpla con esas

características. De manera que toda idea que al analizarla yo encuentre que es clara y

distinta, puedo con tranquilidad tenerla por verdadera, por cierta. Y así es como Descartes

pasa, luego de la idea del ‘yo’, a demostrar por ese mismo método la existencia de Dios.

Para ello Descartes emplea una forma de probar la existencia de Dios que ya era antigua,

no la inventa Descartes, el llamado argumento ontológico de san Anselmo, que es más o

menos como sigue: tenemos la idea de que Dios es un ser de tal naturaleza que no puede

pensarse que exista un ser más grande ni más perfecto. Pues bien, ese ser debe existir en

la realidad, porque si no existiera, sería posible pensar un ser más perfecto que ese, a

saber, un ser que aparte de existir solo en las ideas, existiera en la realidad. Por tanto, ese

ser mayor que el cual nada puede pensarse, debe existir realmente.

Este argumento fue rechazado por santo Tomás de Aquino porque es un modo de razonar

que se mueve solo entre ideas, sin tocar jamás el mundo de la realidad concreta, y de un

mundo de solo ideas no es posible saltar de repente al mundo de lo real existente

independientemente del sujeto pensante. La razón profunda del rechazo de Tomás es tal

vez el hecho de que las ideas son pensadas siempre como esencias, y la existencia

concreta no es pensable sino que se intuye de forma directa a partir de la experiencia

sensible de los individuos, o se deduce racionalmente a partir de las características de

dichos individuos. Este es precisamente el camino escogido por el mismo Tomás en sus

famosas cinco vías para probar la existencia de Dios, santo Tomás parte en cada una de

ellas de un hecho sensible, comprobable empíricamente, y a partir de ese hecho, mediante

el razonamiento causal, santo Tomás se eleva hasta la existencia de un Ser Supremo que

sea la causa primera y la explicación última de los hechos.

Entonces tenemos que Descartes cree haber probado ya la existencia del ‘yo pensante’ y

la de Dios. Luego pasa Descartes a probar la existencia del mundo exterior, y para ello hace

lo mismo, es decir, analiza ideas, solo ideas, sin recurrir jamás al testimonio de los sentidos.

Así como Descartes cree que el ‘yo’ es ante todo una substancia pensante, de manera que

el pensamiento es su esencia íntima, de igual forma considera que en el caso de la idea

que tiene del mundo externo su esencia es la de ser una realidad constituida de partes en

el espacio, partes que interactúan unas con otras por medio del contacto físico, del contacto

mecánico. Esto lo resume Descartes diciendo que la substancia del mundo externo, o mejor

dicho, la idea que tiene sobre el mundo externo, es la de una substancia extensa. Con esa

palabra Descartes se refiere a la característica de tener partes en el espacio e interactuar

por contacto físico o mecánico.

Entonces al final se encuentra Descartes con que, haciendo uso de meras ideas, encerrado

en su cabeza, supuestamente ha hecho tres grandes descubrimientos, ha encontrado tres

‘realidades’ de las que es imposible dudar, tres ‘realidades’ en las que se puede confiar

como bases para edificar toda ciencia y todo conocimiento: el ‘yo’, como substancia

pensante; el mundo, como substancia extensa y Dios.

Aquí conviene fijarnos en algo, Descartes hasta este momento ha desechado el testimonio

de sus sentidos, ha hecho su filosofía con los ojos cerrados y concentrado únicamente en

las ideas que tiene en su mente. Y a partir del análisis de las características de esas ideas

ha creído poder concluir su existencia real. ¿Cómo ha sido esto posible? Ha sido posible

por la particular idea que Descartes tenía acerca del conocimiento humano. Veamos.

Descartes se propuso analizar sus ideas, de espaldas a lo real, porque para Descartes todo

lo que hay en la mente son ideas (lo cual es en cierto modo verdadero); cuando conocemos

algo, ese algo no se introduce físicamente en la mente, por ejemplo si estamos viendo un

edificio, dicho edificio sigue estando fuera de nosotros, pero en cierta forma también está

dentro de nosotros por medio de la vista. Entonces aquello que conocemos no penetra en

nosotros sino que permanece afuera. De este hecho Descartes concluyó que no

conocemos cosas sino ideas, la realidad permanece siempre más allá de nosotros.

El error de Descartes en este punto consistió en creer que las ideas que el sujeto forma en

su mente son como copias o representaciones de lo extra mental, y que solo conocemos

dichas copias o representaciones. De manera que al no disponer en nuestra mente de otra

cosa que no sean las representaciones mismas que nosotros creamos, no es posible para

nosotros saber si esas representaciones son imágenes fieles de lo real. Para saberlo

tendríamos que poder comparar las ideas con lo real, pero solo tenemos en nosotros las

ideas. Entonces, solo podemos comparar ideas con ideas y tratar, a partir de meras ideas,

de deducir la existencia real de objetos extra-mentales.

A esta forma de entender el proceso del conocimiento le daremos una mirada en el apartado

siguiente, tratado al mismo tiempo de compararla con la que es la visión clásica sobre el

mismo.

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En el apartado anterior propusimos tratar de la epistemología del idealismo, en sus ideas

básicas. Luego del recorrido que hacíamos, habíamos tropezado con la gran figura de René

Descartes y veíamos que se le reconocía la paternidad de la filosofía moderna.

La filosofía moderna, o lo que aquí se entiende como tal, es un modo diferente de hacer

filosofía con respecto al modo que había predominado en los siglos anteriores. Se puede

decir, para resumir un poco las cosas, que en los siglos anteriores a Descartes, desde los

griegos, pasando por Roma y los medievales, se tenía una metafísica y una epistemología

realista, es decir, se creía que existía una realidad independiente de la mente,

independiente del conocimiento (por ejemplo: ese perro de mi vecina, que a ratos es tan

molesto por sus ladridos, existe independientemente de que yo lo conozca. Aunque yo no

lo conociera igual seguiría existiendo, si me mudo de casa y por tanto dejo de percibirlo,

eso no afecta en nada a la existencia del perro, sigue existiendo igual, solo que ya no me

molesta); y se creía que dicha realidad podía ser conocida, primero por medio de los

sentidos y al final del proceso en sus realidad inteligible por medio de la razón.

Este modo de entender las cosas cambia con Descartes. Ya antes de Descartes el realismo

había recibido algunos golpes, como es el caso del nominalismo de Guillermo de Ockham,

pero es con Descartes cuando el realismo comienza su verdadero declive, hasta llegar a

los extremos del idealismo alemán, que no son otros que los extremos mismos de la locura.

Veamos algunos elementos de la epistemología cartesiana.

Ante todo hay que tener en cuenta que para Descartes el ser humano no es, como para los

escolásticos, una unidad hilemórfica de materia prima y forma substancial, sino que es, por

decirlo de alguna manera, dos substancias coexistiendo juntas pero sin posibilidad de tener

nada en común. Por un lado estaría el yo, que sería ante todo pensamiento y conciencia; y

por otro lado estaría el cuerpo, que por pertenecer al reino de lo material sería ante todo

una realidad extensa (entendiendo el adjetivo ‘extenso’ de la forma en que se explicó antes).

Estas dos substancias o estas dos realidades, por ser tan distintas, de un lado pensamiento

y de otra extensión espacial, no tendrían cómo comunicarse, tocarse, interactuar,

correlacionarse de alguna forma.

Teniendo lo anterior en cuenta, no resulta extraño ver que Descartes rechaza el papel de

los sentidos, de la experiencia sensible, del contacto directo con lo real, como fuente de

conocimiento, de ciencia. Para Descartes, fascinado por el método deductivo de la

matemática, el conocimiento era ante todo conocimiento por medio de las ideas de la razón.

El conocimiento válido era el que se alcanzaba en la claridad de las ideas, todo lo demás

era dudoso. Tal y como en la matemática. El matemático puede perfectamente cerrar sus

ojos y construir la matemática en su cabeza, sin tener que recurrir a la experiencia externa

para validar sus hipótesis.

Entonces Descartes afirma que las sensaciones de los sentidos son solo una especie de

punto de partida o de ocasión que la razón usa para entrar en el juego y construir ella sola

y por ella sola, el edificio del conocimiento. Las ideas de la razón no provienen de los

sentidos, sino exclusivamente de la razón, y no provienen de los sentidos porque los

sentidos forman parte de esa realidad extensa que no puede de suyo comunicarse con la

substancia del yo, que es en esencia pensamiento.

Por tanto tenemos que Descartes va a buscar la validez en las ideas que fabrica la mente,

y que las fabrica sin que en dicha fabricación de ideas los sentidos tengan alguna

participación real, sino a lo mucho una participación meramente ocasional, accidental.

Pero sucede que si las ideas son lo que conocemos, ¿cómo conocemos entonces lo real

extramental?

Efectivamente no hay manera. El sujeto que conoce no tiene contacto ni forma de acceder

a algo que esté fuera de la mente. Lo que está fuera de la mente está por eso mismo fuera

del conocimiento, pues conocemos lo que está en la mente y que ésta produce.

En estas ideas de Descartes se mezcla lo verdadero con lo falso, y de ahí su fuerza para

arrastrar y convencer.

Es verdad, como ya se dijo, que la realidad tal y como existe fuera de la mente, es decir, en

su materialidad, en su ser concreto e individual, no penetra en la mente (el perro de mi

vecina no es devorado por mi mente al pensar en él; ojalá, pero no pasa así). Pero lo que

no es verdad es que dicha realidad no penetre en mi mente ‘de alguna manera’; si fuera

cierto que la realidad permanece siempre fuera de la mente que conoce y que no ingresa

de ninguna manera, entonces nunca conoceríamos nada, es decir, conoceríamos ‘ideas

vacías’, ideas que serían ideas de nada, ideas acerca de nada, ideas mudas. ¿Es posible

que exista una idea que sea idea de nada? No. Siempre una idea es idea de algo, esto es

lo que se llama la ‘intencionalidad’ de las ideas; las ideas siempre remiten hacia algo,

apuntan hacia algo, nos hablan de algo. La palabra ‘intención’, viene de las latinas ‘tendere-

in’, es decir, tender hacia, estar dirigido hacia, apuntar hacia. Las ideas son intencionales,

apuntan, dirigen, remiten hacia algo.

Y eso es lo que los escolásticos querían decir cuando afirmaban que las ideas no son LO

QUE conocemos, sino que son aquello CON LO QUE conocemos. Las ideas son medios

de conocimiento, no son el objeto del conocimiento. Cuando yo pienso en el perro de mi

vecina no dirijo mi ira hacia la idea del perro sino hacia ese específico perro que no para

jamás de ladrar. Luego, en un segundo momento, y si así lo deseo, puedo reflexionar sobre

la idea que tengo sobre el perro de mi vecina, pero eso es secundario, por reflexión. Y así

pasa con todas las ideas, podemos reflexionar sobre ellas, por ejemplo cuando estudiamos

lógica y reflexionamos sobre las características de las ideas, pero para reflexionar sobre las

ideas primero hay que tenerlas, y cuando se tienen ideas se tienen ideas que son

intencionales, ideas de algo, ideas por medio de las cuales se conoce algo.

Veamos un poco todo esto desde otro ángulo. Pensemos en los signos, una señal de

tránsito por ejemplo. Una señal de tránsito es un signo, es decir, algo que me hace conocer

otra cosa, algo que me envía hacia otra cosa. Entonces voy por la carretera y veo una señal

de tránsito, ¿qué veo? En primer lugar percibo con la vista una barra metálica de un par de

metros que tiene encima un hexágono también metálico con una flecha dibujada en su

superficie. Ahora bien, LUEGO de percibir esto ENTIENDO su SIGNIFICADO, es decir, eso

que veo me envía hacia un significado, por ejemplo el aviso de que debo seguir derecho

sin cruzar hacia ninguna parte. Eso es un signo, algo que primero conozco y luego

comprendo su significado. Como cuando vemos salir humo de detrás de una montaña y de

inmediato deduzco que debe haber fuego.

Ahora bien, todo signo consta entonces de dos elementos: una materia y una forma. La

materia es el signo como tal, la barra metálica con el hexágono en la punta y el dibujo de la

flecha encima. La forma de ese signo es su significado, su referencia, lo que entiendo

LUEGO de ver el signo. Pues bien, las ideas CON QUE conocemos son signos sin materia,

es decir, son signos puros, signos meramente formales, signos que inmediatamente nos

remiten hacia la cosa significada sin necesidad de primero conocer el signo en su

materialidad, es decir, sin tener que primero conocer el signo en sí mismo, para luego captar

su sentido. Y esto fue lo que no entendió el idealismo cartesiano. Para el idealista la idea

es una cosa, una cosa que conozco. Y en cuanto signo, la idea, para el idealista, es una

cosa que primero tengo que conocer para LUEGO conocer aquello que ella contiene,

aquello que ella me ofrece. Y haciendo este pequeño cambio encerraron al hombre en sí

mismo y lo condenaron a jamás conocer algo que no fueran las propias ideas.

Y a decir verdad después de aceptar el principio idealista como punto de partida de la

filosofía, no es posible alcanzar la realidad.

Veamos algunas citas al respecto del filósofo Paul Gerard Horrigan:

- In the knowing process of the immanentistic conception of knowledge, the

thinking subject, man, can know only his own impressions (sensations, ideas), and

not extra-mental, extra-subjective things that really exist.

En el proceso del conocimiento, tal y como lo entiende la concepción inmanentista, el sujeto

pensante, el hombre, puede conocer solamente sus propias impresiones (sensaciones,

ideas), pero no lo extramental, no las cosas extra-subjetivas que realmente existen.

- In philosophical immanentism (beginning with Descartes), thought is made

prior to being; it is made the starting point of philosophy. In realism, on the other

hand, it is being that is prior to thought. Being (ens) is the point of departure of

philosophy, leading to the affirmation: “things are” (res sunt).

En el inmanentismo filosófico (comenzando por Descartes), se hace al pensamiento anterior

al ser; el pensamiento es convertido en el punto inicial de la filosofía. En el realismo, por

otra parte, el ser es anterior al pensamiento. El ente (ens) es el punto de partida de la

filosofía, que conlleva a la afirmación: “las cosas son” (res sunt).

- In immanentism, what the intellect knows in the first instance is not the extra-

mental thing, but rather, one’s ideas (Descartes) or phenomena (Hume), or

phenomena through a priori synthetic judgments (Kant).

En el inmanentismo, lo que el intelecto conoce en primer lugar no es la cosa extramental,

sino más bien las propias ideas (Descartes), o los fenómenos (Hume), o los fenómenos a

través de juicios sintéticos ‘a priori’ (Kant).

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Hagamos un alto en el camino para dar una mirada al recorrido que se ha hecho hasta

ahora. Empezamos señalando la importancia que tiene hoy comprender lo mejor posible

una de las características principales de nuestro tiempo, el escepticismo. En efecto, nuestra

época (es decir, los últimos dos siglos, y especialmente los últimos 50 o 60 años), se

caracteriza por una atmósfera espiritual en la que se respira el relativismo por todas partes,

esa postura de que acerca de los grandes temas, acerca de las grandes preguntas por el

sentido de la vida, la moralidad de los actos humanos, la religión, etc., cada uno está

autorizado a formarse su propia opinión y sobre ella construir su visión de las cosas. Lo

anterior debido a que no existiría una verdad sobre estos temas que deba ser aceptada por

todos, en todas partes y en todas las épocas. En pocas palabras, no existiría una verdad

universal y absoluta, sino tantas ‘verdades’ como personas. Habría actualmente en el

mundo, según esto, alrededor de 7.300.000.000 de ‘verdades’. Y todas y cada una de ellas

con exactamente el mismo ‘derecho’. Y todas y cada una de ellas con exactamente la

misma validez. Y todo este relativismo procede del escepticismo, que es, como veíamos,

aquella postura filosófica acerca del conocimiento (es decir, postura epistemológica) que

asegura que lo seres humanos no tienen acceso a una realidad extramental, sino que al

momento de conocer solo conocemos nuestras modificaciones subjetivas, nuestras

sensaciones, impresiones e ideas. Y nada más. Como consecuencia lógica de afirmar esto

se termina por concluir que al no existir acceso a una verdad o a una realidad objetiva y

universal, lo racional entonces es que cada uno describa el mundo tal y como lo percibe

para sí mismo. Y nadie puede negar que esto es lo que tenemos hoy día, un relativismo

radical engendrado por un escepticismo que viene desde tiempos muy antiguos.

Luego de ver la importancia del tema y su naturaleza, pasamos a ver algunos de sus

exponentes históricos, pasando por Pirrón, Sexto Empírico y Michel de Montaigne; para

finalmente llegar a la figura de René Descartes, padre de la filosofía moderna. Vimos a

grandes rasgos la forma en que Descartes concebía el proceso de conocimiento, un

proceso en el que el contacto de los sentidos con el mundo era mirado con desconfianza,

a causa de la imposibilidad de que la substancia extensa se relacionara con la substancia

pensante, y solo se aceptaba como válido aquél conocimiento que pasaba por el tribunal

de la razón, la cual por medio del análisis de las ideas claras y distintas determinaba

soberanamente sobre lo verdadero y lo falso.

Haciendo esto Descartes creía estar enfrentando el escepticismo y creía asimismo estar

fundando la ciencia sobre bases sólidas, de tal manera que no pudiera ponerse en duda,

para que en adelante la ciencia moderna que recién comenzaba no corriera la misma suerte

de la ciencia aristotélica, que aunque había reinado durante un tiempo, se había mostrado

finalmente como blanco fácil de múltiples críticas que la habían condenado a la

desaparición. Descartes verdaderamente creía que con su método y su filosofía estaba

poniendo a la ciencia a salvo de toda crítica puesto que estaba convencido de que su

método servía para edificar una ciencia absolutamente cierta.

No deja entonces de ser paradójico que con semejantes objetivos en frente, Descartes haya

terminado por hacer casi lo contrario de lo que pretendía. Porque lejos de refutar o rechazar

el escepticismo, terminó por dar argumentos para un escepticismo aún más radical.

Descartes creyó que construyendo la ciencia solo sobre ideas claras y distintas, estaba

protegiéndola de todo escepticismo, pero no comprendió que, por otra parte, estaba

encerrando al sujeto en sí mismo, poniendo lo real en duda y rompiendo el puente que unía

al sujeto cognoscente con la realidad extramental.

Hasta aquí el camino recorrido.

En el siguiente apartado trataremos de abordar, para tener elementos de comparación y

contraste, la epistemología realista en sus grandes rasgos. Es decir, presentaremos en

forma resumida la postura realista acerca del conocimiento, esperando que ello nos ayude

a comprender más y mejor el giro cartesiano.

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En la anterior entrega de este breve estudio sobre el escepticismo, propusimos considerar

la epistemología realista, es decir, el modo en que la naturaleza del conocimiento es

concebida por la postura realista en filosofía, que fue la postura dominante, más o menos

con altibajos, durante toda la época anterior a Descartes. Lo anterior con el objetivo de tener

elementos de juicio comparativo frente a la postura idealista y escéptica.

Con lo que se lleva dicho sobre el cartesianismo se podrá ver de inmediato un cierto

parecido entre sus posturas y las que fueron en la Grecia clásica las posturas de Platón.

De cierta manera también Platón rechazaba a los sentidos como fuente de conocimiento,

los consideraba más bien fuente de engaño. Para Platón el conocimiento verdadero era el

conocimiento de las ideas, que pertenecían a un universo totalmente distinto al universo

sensible, de hecho creía que tenía que existir el mundo de las ideas, un mundo en el que

las ideas tenían una existencia real. Descartes toma de Platón esa separación entre lo

sensible lo ideal, y a semejanza del filósofo griego declara que la ciencia es ciencia de

ideas. Solo que para Descartes dichas ideas son representaciones fabricadas por el sujeto,

de forma que conociéndolas, el sujeto no sale de sí mismo; mientras que para Platón las

ideas no son creaciones del sujeto, sino participaciones de esas ideas extra mentales que

existen en un mundo aparte y real, más real incluso que éste en que nosotros vivimos, que

es solo una sombra.

De manera que, a pesar de sus diferencias, Platón y Descartes coinciden en establecer una

radical separación entre el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia, la inteligencia y los

sentidos, el mundo sensible y el mundo inteligible, etc., separación que llega incluso a la

oposición, puesto que, Platón por ejemplo, concibe al cuerpo humano como una cárcel para

el hombre, puesto que para él el hombre es propiamente el alma sola. Para Descartes la

substancia pensante y la substancia extensa no se comunican, salvo (¡eso pensaba

Descartes!) por medio de la glándula Pineal ubicada en el cerebro.

Las cosas son muy distintas en la concepción de la realidad que arranca con Aristóteles y

recibe su perfeccionamiento en la edad media con Tomás de Aquino. Lejos de tener del

hombre una visión dualista, la tradición tomista lo concibe como una unidad substancia; el

hombre es un ser ‘uno’, una substancia, no dos, aunque compuesta de dos ‘principios’: la

materia prima y la forma substancial. Dichos dos principios no son, ni pueden ser, dos

substancias completas, sino que se implican mutuamente para existir. La materia prima no

existe sin una determinada forma sustancial, y a su vez, la forma substancial está ordenada

a determinar la materia prima (si bien es cierto que en el caso del alma humana, al gozar

ésta de un estatuto ontológico superior a las demás formas substanciales, tiene el privilegio

de existir aún después de su separación respecto del materia en el momento de la muerte.

Tema de una futura serie de artículos, Dios mediante).

Y esa unidad que es el hombre se refleja en el modo de concebir el proceso del

conocimiento. En la visión realista, no hay separación entre los sentidos y la inteligencia,

pues aunque son facultades de conocimiento esencialmente distintas, trabajan en unidad

perfecta para producir la ciencia. El proceso comienza en los sentidos y culmina en la

inteligencia; en un camino ascendente en el que brilla en todo momento la unidad del ser

humano animado por su forma substancial.

Veamos a grandes rasgos la epistemología realista:

Ante todo hay que tener en cuenta que la postura realista es la postura natural, es decir,

toda persona es naturalmente realista puesto que toda persona está interiormente

convencida de que cuando ve un árbol, dicho árbol realmente existe, y existe de tal manera

que si yo no lo viera de todos modos el árbol seguiría existiendo; en otras palabras: la

existencia del árbol no depende de mi conocimiento, no es mi conocer lo que da el ser al

árbol, sino al revés, es el ser del árbol el que se encuentra a la raíz de mi conocimiento, en

el sentido de que mi conocimiento será verdadero en la medida en que se conforme con el

ser del árbol, y no al revés. Y así para todos los conocimientos que podemos alcanzar, es

natural creer que no inventamos la realidad sino que la conocemos.

Para opinar de manera distinta es necesario detener esta actitud realista natural y

voluntariamente decidir adoptar otra. Lo cual significa que el idealista, o el escéptico, lo son

por una decisión de su voluntad; sin duda ellos presentan argumentos, pero antes de dichos

argumentos hubo un momento de su vida en que el idealista se detuvo, pensó y decidió

impedir la inclinación realista natural y tomar otro camino. La voluntad tiene entonces mucho

que ver en la explicación de la postura idealista y escéptica.

Por lo tanto, la epistemología realista lo que busca es explicar cómo es que podemos,

mediante ideas presentes en nuestra mente, conocer una realidad que está inicialmente

fuera de nuestra mente. ¿De qué manera la realidad extra mental se hace presente en

nosotros por medio de las ideas?

No hay ideas innatas. Todas las ideas y todo conocimiento tiene su origen y fundamento en

los sentidos. Son los sentidos los que nos dan el contacto directo con lo real concreto e

individual.

Los sentidos reciben las cosas sin su materialidad. Cuando vemos un árbol, el árbol en

cierto sentido penetra en nosotros por medio de la vista, y en otro sentido permanece fuera.

Se dice que penetra en nosotros de una manera llamada ‘intencional’ (como ya se explicó).

De manera que el árbol que tiene existencia real extramental, pasa a tener presencia

intencional en el sentido de la vista. La vista recibe del árbol una especie de semejanza o

representación, a la manera (dice Aristóteles) como la cera puede recibir la forma del sello

sin recibir el metal mismo del que el sello está hecho. La misma forma que tiene el sello

pasa a la cera, sin que pase el cobre concreto del que el sello está hecho. De esta manera

se obra ya en los sentidos una primera desmaterialización. Se le quita a lo conocido la

materia individual, que es la que permanece ‘fuera’.

Para mejor comprender lo que se lleva dicho y lo que se dirá a continuación hay que tener

en cuenta que la materia no es principio de conocimiento. Es decir, lo que se conoce de

algo son sus aspectos formales, el ser esto o aquello. La materia es causa de que algo sea

individual, no de que sea esto o aquello. Por ejemplo, esta mesa que tengo en frente es lo

que es por tener forma de mesa, luego al conocerla lo que conozco es su forma, sus

aspectos formales. Pero la madera concreta de esta mesa concreta no aporta aspectos

formales a la mesa, sino aspectos ‘individuantes’, es decir, gracias a la materia, esta mesa

se ubica en el tiempo y en el espacio, pero no determinan ‘lo que’ la mesa es, sino ‘el hecho

de ser esta mesa’ y no otra. Lo anterior significa que el conocimiento es un proceso de

descubrimiento de los aspectos formales de una cosa. Por eso ya desde el primer escalón

del conocimiento, que es el conocimiento sensible, empezamos a desprendernos de la

materia, para ir quedándonos solo con la forma. Solo que en el caso de los sentidos, esa

‘desmaterialización’ de la cosa conocida aún no es completa, pues la imagen que queda en

la memoria sigue siendo concreta e individual: pues cuando recordamos el árbol que hemos

visto, la imagen que recordamos es la de un árbol concreto, individual.

Lo anterior se basa en la teoría hilemórfica aristotélica, la cual afirma que todas las cosas

materiales se componen de dos elementos, materia y forma. La materia es el elemento

determinable, y la forma es el elemento determinante. De tal manera que la cosa (cualquier

cosa) es lo que es, por su forma. Y es esta cosa individual, y no otra, por su materia. La

forma es principio de determinación y la materia es principio de individuación.

Ahora bien, tenemos entonces ya la imagen del árbol liberada de su materialidad concreta.

Sobre dicha imagen (que aún es imagen de un individuo) es sobre la que debe operar la

inteligencia en busca de la aprehensión de sus aspectos formales esenciales, y para ello

debe proceder a una más elevada desmaterialización. Ese siguiente paso lo da el intelecto

agente, que es la función activa del entendimiento. Según la postura realista, el intelecto

agente obra sobre la imagen retenida por la sensibilidad y separa (por eso se dice ‘abstrae’,

porque abstraer es separar algo de algo) los elementos que aún quedan de individualidad

para quedarse con lo esencial. Este paso en el proceso del conocimiento requiere

obviamente de múltiples experiencia. Pues es poco a poco como el intelecto va conociendo

y separando de un objeto todo aquello que en dicho objeto es solo accidental, para

quedarse con lo esencial. Un ejemplo:

Vemos a Pedro y percibimos un sujeto con ciertas características: altura, color de piel, edad,

color de cabello, talla, etc., luego vemos a Juan, a José, y a muchos otros. Y luego de

muchas experiencias de este tipo empezamos a percibir que todos ellos tienen diferencias,

pero también tienen elementos en común. En primer lugar todos son algún tipo de ser, es

decir, existen; y existen con un tipo de existencia que es substancial, esto es, existen en sí

mismos, ni Pedro, ni Juan, ni José, son características de otro ser. Sino que cada uno de

ellos es un ser individual. Entonces concluyo que son substancias. Pero puedo avanzar en

las semejanzas y encuentro que todos son seres vivos, es decir, todos ejecutan acciones

propias de seres vivos: comen, crecen, etc., y esto lo hacen por sí mismos, no como

marionetas guiadas por una mano externa. Entonces concluyo que son substancias vivas.

Pero avanzo en lo esencial y descubro que todos ellos aparte de ser substancias, y

substancias vivas, pueden sentir; pues en efecto percibo que pueden ver, oír, gustar,

olfatear, moverse, etc. Entones concluyo que son substancias, vivas y sensibles. Pero

además percibo que todos ellos pueden pensar, razonan; en efecto, usan un lenguaje

complejo, comprenden ideas abstractas, razonan con base en dichas ideas, toman

decisiones, etc. Entonces concluyo que son racionales. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que

he llegado a la idea de ‘Hombre’. Luego de eliminar todas aquellas características que no

afectan a lo esencial (estatura, color, talla, etc.) he descubierto esas características que no

pueden faltar, pues si faltara alguna de ellas ya ni Pedro, ni Juan, ni José, serían hombres;

si algunos de ellos no fuera substancia, o seres vivos, o seres sensibles, o seres racionales,

no serían hombres. Esto quiere decir que ser una substancia viva, sensible y racional, es la

esencia del hombre, es la idea de hombre. Fijémonos cómo al tener las ideas de substancia,

vida, sensibilidad e inteligencia, ya estamos del todo alejados de la imagen sensible,

concreta e individual.

Comprender la enorme diferencia que hay entre una imagen y una idea es de una

importancia enorme. Significa comprender la diferencia entre el ser humano y los animales

irracionales. La imagen del hombre será siempre la de este hombre concreto, con estas

características concretas; lo cual podemos comprobar mediante un ejercicio muy sencillo:

tratar de imaginarnos al hombre, de inmediato aparecerá en nuestra conciencia la imagen

de un hombre con cierta altura, cierto color de piel, cierta edad, cierta talla, etc. Cosa muy

distinta si se nos pide pensar en la idea de hombre, pues en ese caso la imaginación no

nos ofrece ninguna utilidad y debemos recurrir exclusivamente a la inteligencia, para poder

comprender cosas como la sustancialidad, la vida, la sensibilidad y la inteligencia. Y si no

me creen traten de imaginar la inteligencia o la sustancialidad.

Otro ejemplo para profundizar en la diferencia entre imagen e idea. Tratemos de imaginar

un miriágono (un miriágono es una figura de 10.000 lados). ¿Pudieron? No. ¿Pero si les

pido pensar en la idea de miriágono? Eso sí es posible, pues con total claridad pueden

responder que la idea de miriágono es la de un polígono de 10.000 lados. En resumen, un

miriágono es fácilmente pensable, pero muy difícilmente imaginable.

Una vez que el intelecto agente, obrando sobre la multitud de experiencias, ha logrado

‘separar’ lo esencial y dejar de lado lo individual-concreto, está todo listo para que el

intelecto dé a luz la idea. Y de hecho la comparación con el parto es exacta, y por eso otro

de los nombres de la idea es ‘concepto’, es decir, concebido. Lo que el intelecto agente

descubre o devela se llama especie inteligible impresa. Esta especie es recibida en el

llamado intelecto posible y de dicha unión brota, como fruto, la especie inteligible expresa,

también llamada idea, concepto o verbo mental.

Obviamente aquí no para todo, las ideas son solo ideas, representaciones intencionales de

las cosas. Pero este alumbramiento de ideas es solo la primera operación del intelecto.

Luego el intelecto une ideas y forma juicios. Y luego puede incluso comparar juicios

conocidos para extraer juicios desconocidos, y entonces se dice que razona. Idea, juicio y

raciocinio son las tres operaciones de la mente. Y para comprobar la veracidad de sus

juicios, el hombre vuelve una y otra vez a la evidencia sensible, que es de donde todo el

proceso partió. No en el sentido del positivismo que propone que todo juicio sea

comprobable y comprobado empíricamente, negando que todo lo no-empírico tenga algún

tipo de existencia (matando la metafísica). Sino en el sentido de que incluso las realidades

metafísicas, deben haber sido correctamente inducidas de la experiencia sensible, por

medio de la recta valoración de sus datos y por medio asimismo de una recta aplicación de

los primeros principios de la razón (tema también para otra serie de artículos, Dios

mediante). Por ejemplo: la demostración de la existencia de Dios, tal y como la propone

Tomás de Aquino, tiene como base, la comprobación de eventos sensibles verificables por

la experiencia sensitiva elemental, al alcance de cualquier persona. Lo mismo la

demostración de la existencia del alma, la cual parte del examen de los actos que el sujeto

humano ejecuta y que le son propios.

Hasta aquí dejaremos la breve caracterización que queríamos ofrecer acerca de la

epistemología realista. Es natural que puedan quedar ciertas lagunas en la comprensión

cabal de todas las ideas involucradas en los puntos expuestos, debido a que lo que está

detrás de todos ellos es nada más y nada menos que el entero aristotelismo. Y hoy en

ninguna parte se nos prepara para conocer al filósofo griego.

Sin embargo creemos que en sus líneas fundamentales es comprensible. El conocimiento

comienza en los sentidos, y sobre los datos de los sentidos trabaja la inteligencia

extrayendo (o abstrayendo) las características esenciales, como en el ejemplo de cómo se

llegaba a la idea de hombre dejando de lado lo accidental, para ir quedándonos solo con

aquello que no podía faltar para la integridad de la idea de hombre.

Todo este enorme sistema epistemológico que no solo está de acuerdo con la actitud

natural realista de todo ser humano, sino que explica todos y cada uno de los elementos

presentes en el conocimiento, desde el nivel sensible hasta el propiamente inteligible, todo

este sistema, repetimos, fue abandonado en los inicios de la edad moderna. Descartes

cortó el lazo que unía lo sensible con lo inteligibles y se quedó solo con las ideas. Y estas

ya no eran representación intencional de lo extramental, sino meras construcciones del

sujeto. El sujeto se encerró en sí mismo. De otra parte, los empiristas lo que rechazaron fue

las ideas, se quedaron con los datos de la sensibilidad; negaron al hombre su racionalidad

y a su manera también lo encerraron en sí mismo, solo que en otro calabozo, el calabozo

de la sensibilidad.

Racionalistas y empiristas encierran al hombre en la misma cárcel, pero eligen distintos

calabozos. Los unos no le permiten salir de las ideas, los otros de los fenómenos sensibles.

Lo que queda claro es cómo, en ambos casos, se cerraba el paso al conocimiento de lo

real. Porque ya sea que se redujera el hombre a sus ideas, o a sus percepciones sensibles

(las cuales, recordemos, no daban tampoco paso a lo real, sino al fenómeno sensible

formado en mí), lo cierto es que se le impedía acceder a lo extra mental.

El escepticismo ingresaba así triunfante en la escena filosófica. En adelante la tarea de los

filósofos sería tratar de hacer salir la realidad del pensamiento, como los magos hacen salir

conejos de los sombreros. Solo que a los magos el truco les funciona, y la filosofía moderna

desde Descartes no ha hecho otra cosa que fracasar en esa ‘producción’ de lo real a partir

del pensamiento. Y cuando ha habido en la filosofía moderna o contemporánea algunos

atisbos de realismo, ha sido porque de una u otro forma han conseguido apartarse de los

presupuestos cartesianos y han remado, incluso sin saberlo, hacia las aguas tranquilas y

cristalinas del realismo tomista.

_____

Vamos ya culminando este breve estudio sobre el escepticismo. Creemos que con lo dicho

hasta ahora es suficiente para comprender su naturaleza y aprender a ser precavidos

respecto de sus consecuencias. Y una de sus consecuencias más fatales es la pérdida del

sentido de la verdad.

Si algo ha perdido la sociedad actual es el olfato para discernir entre lo verdadero y lo falso,

se podría afirmar sin temor a equivocarnos que vivimos ya desde hace un par de siglos (y

tal estado de cosas se ha agravado después de la primera mitad del siglo XX, basta recordar

mayo del 68) en una nueva era de sofistas.

En la antigua Grecia, en tiempos de Sócrates, hicieron su aparición unos personajes

aparentemente sabios, que iban de ciudad en ciudad dando muestras de gran erudición y

de gran dominio en las técnicas oratorias, es decir, en las técnicas de convencer por medio

del discurso. No les interesaba la verdad, ni encontrarla, ni comunicarla; les interesaba el

brillo que da el uso elegante de la palabra, y la posición social que podían alcanzar por

medio de sus dotes dialécticas. En cuanto a la verdad, la declaraban inexistente. Uno de

los más famosos sofistas de aquellos tiempos decía: no existe el conocimiento (es decir, la

verdad); y si existe, no lo podemos alcanzar; y si lo pudiéramos alcanzar, no lo podríamos

comunicar a los demás.

Esto significaba proclamar la opinión individual como el único árbitro confiable. Dado que

no alcanzamos conocimientos verdaderos de las cosas, es decir, conocimientos que, por

ser verdaderos, deban ser tenidos como tales por todos y en todo tiempo y lugar, lo mejor

y más prudente es resignarnos a una batalla inacabable de opiniones. Quien ofrezca un

discurso más atractivo, ese será el triunfador. Triunfar no significará tener la razón, sino

tener una opinión mejor defendida que las demás.

En nuestros días, en medio de una sociedad ‘abierta, pluralista y democrática’ como la que

se nos vende desde los medios de comunicación, resulta casi imposible creer en una verdad

que no sea solo opinión, opinión tan respetable como cualquiera otra opinión. De hecho,

muchos consideran necesario que no se piense jamás en verdades, porque eso sería un

obstáculo para la construcción de esa sociedad ‘abierta’ que supuestamente se está

construyendo. La verdad ha sufrido el exilio.

Entonces los nuevos sofistas de hoy, tal y como los de la antigua Grecia, se enorgullecen

de poseer una ciencia superior, la ciencia de la “opinión”. Hoy, tener opiniones es tan valioso

como lo era ayer tener verdades. Hoy el que ‘opina’ es sabio, tolerante, ‘open mind’, etc., y

aquél que habla de verdades es el troglodita, intolerante, enemigo público, reaccionario.

Lo paradójico de todo esto es la contradicción profunda en la que se basa todo este sistema

social escéptico: se proclama como verdad absoluta que la verdad absoluta no existe; se

proclama como verdad absoluta que no hay verdades sino opiniones; se proclama como

verdad absoluta que la verdad no es absoluta sino relativa; se proclama como verdad

absoluta que todos tenemos verdades relativas, en fin, se afirma que verdaderamente la

verdad no existe. No hace falta ser filósofo para percibir la contradicción de todo ello.

El antídoto contra esta radical contradicción total es simplemente el retorno a lo real. El

esfuerzo por arrancarnos del subjetivismo para alcanzar plácidamente las playas del

realismo será recompensado con la dicha de vivir de frente a lo real. La época nuestra nos

ha dicho que somos aves de corral, que nuestras alas no sirven y que debemos

acostumbrarnos a ir por la tierra cubierta de polvo; es tiempo ya de recordar que el Creador

nos diseñó para ser águilas, para volar alto y para contemplar de frente al sol.