Breve estudio acerca del escepticismo
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Acerca del escepticismo
Si fuera necesario resumir en uno solo todos los problemas que la filosofía ha venido
padeciendo en los últimos tres siglos, y que la han conducido al estado en que hoy se
encuentra, y que, a través de ella han influido y estructurado la sociedad que hoy vivimos,
habría que decir que tal problema no es otro distinto al escepticismo.
Son muchos los que han dicho que el gran problema de la filosofía tal y como esta disciplina
se comienza a construir a partir de René Descartes, fue el progresivo oscurecimiento de la
naturaleza de la inteligencia humana, es decir, poco a poco se cayó en el desconocimiento
de lo que la inteligencia humana es, de sus alcances y de sus limitaciones. Y no deja de ser
curioso que se afirme esto, puesto que paradójicamente la época que inicia con Descartes
buscó ser ante todo una época consagrada al estudio de los asuntos epistemológicos, ya
que se desconfiaba de los grandes sistemas metafísicos que habían sido elaborados en la
edad media por autores como Tomás de Aquino.
Entonces tenemos que con Descartes se inaugura una nueva época en la historia de la
filosofía, una época marcada por un voluntario encerramiento del sujeto en sí mismo, y una
también voluntaria desconfianza en los grandes logros de los tiempos anteriores en materia
metafísica. Todo ello tuvo lugar a causa de una distorsión en el modo de concebir a la
inteligencia humana y a causa también de una propuesta enteramente nueva sobre aquello
en que consistía propiamente el conocimiento.
De este giro cartesiano en la filosofía se han derivado consecuencias tan importantes, por
dañinas, como por ejemplo el relativismo práctico en que la sociedad actual vive,
convencida de que es la postura más racional y propia de seres adultos y libres.
Por todo lo anterior considero importante dedicar algunos artículos en este blog a esclarecer
un poco en fenómeno del escepticismo, buscando comprender su ORIGEN, sus CAUSAS
y su DIFERENCIA RESPECTO DE LA ACTITUD REALISTA.
Para llevar ello a cabo trataremos en artículos breves algunos presupuestos necesarios
para la comprensión del tema, presupuestos como la naturaleza del conocimiento, según
la tradición tomista. Así como también será necesario ofrecer, aunque en resumen, una
vista general de la naturaleza humana, también en clave tomista.
Con las anteriores herramientas en mano, podremos ofrecer algunas consideraciones a
modo de respuesta a las afirmaciones escépticas, esperando con ello indicar también el
camino correcto para responder a peligros actuales como la concepción relativista de la
vida.
Trataremos de ir publicando sucesivas entregas del tema para hacer más sencilla su lectura
y comprensión.
Que sea esta una oportunidad para estudiar un poco algo que hoy nos toca a todos, para
poder, como seres racionales, responder cuando sea justo y necesario.
Leonardo R.
Cuando el papa León XIII en el año 1879 publicó su encíclica llamada "Aeterni Patris", en
la que buscaba animar un resurgimiento de la filosofía cristiana, lo hizo movido por el peligro
de que muchas almas se vieran engañadas por las falacias de la filosofía moderna, es decir,
aquella filosofía que había nacido con René Descartes. El Papa buscaba entonces hacer
un llamado a los intelectuales católicos para que buscarán las armas filosóficas y teológicas
en el gran sistema de pensamiento de Santo Tomás de Aquino.
El Papa creía entonces que la mejor manera de combatir los errores del pensamiento
moderno era retornar a la filosofía y a la teología de Santo Tomás de Aquino. En los
principios tomistas veía el Papa el antídoto perfecto para curar cualquier enfermedad de la
inteligencia y de la voluntad, que pudieran estar sufriendo los hombres y la sociedad como
consecuencia de haber adoptado masivamente los falsos principios de una filosofía
idealista, racionalista y escéptica.
Por esta razón, nosotros mismos, convencidos también de que la salud del pensamiento se
encuentra en la fidelidad a los principios enseñados por Tomás de Aquino, emprendemos
ahora la tarea de acercarnos a su sabiduría con el fin de aprender de ella y poder analizar
un fenómeno que desde los tiempos de René Descartes ha venido siendo la característica
principal o por lo menos una de las características principales de la filosofía moderna y
contemporánea. Nos referimos al escepticismo, entendiendo por tal aquella postura
filosófica que pone en duda la existencia de una realidad independiente de la mente de los
sujetos cognoscentes, de tal manera que el conocimiento humano estaría reducido al
conocimiento de meras ideas al interior de la mente, sin poder jamás saber con certeza si
tales ideas corresponden o no a alguna realidad extra mental.
Es entonces al escepticismo a lo que trataremos de responder haciendo uso de la sabiduría
de Tomás de Aquino. Este escepticismo, desde el punto de vista de la epistemología, puede
ser llamado también idealismo, por cuanto afirma precisamente que el conocimiento de los
seres humanos es ante todo conocimiento de ideas, y al no disponer de otra cosa distinta
a las mismas ideas, jamás se puede saber con certeza si más allá de las ideas hay una
realidad que sirva de fundamento para el conocimiento. También es posible, desde otro
punto de vista, referirse a esta postura filosófica como racionalismo, pues en esta
perspectiva se le otorga la primacía y la exclusividad del conocimiento a la razón humana,
en detrimento de la objetividad de los sentidos como fuente de verdadero contacto con lo
real.
Téngase en cuenta entonces, para mejor entendimiento de lo que sigue, que todo lo que
aquí se dirá va dirigido al escepticismo, tanto como al idealismo y al racionalismo. Ya que
como se ha visto, se trata de tres modos diversos de aproximarse al mismo error
fundamental: el error de encerrar al sujeto en su interioridad, impidiéndole todo contacto
con algo distinto de sí mismo, condenándolo a no ver más allá de sus propias concepciones
mentales, sin posibilidad alguna de alcanzar por medio del conocimiento el dato objetivo de
la realidad.
De alguna manera es posible ya comprender que este error más adelante va a permitir el
nacimiento de la sociedad del relativismo, puesto que si una realidad existente de forma
independiente del ser humano, el siguiente paso sería permitirle o decirle al ser humano
que era él el llamado a construir su propia "realidad".
Cuando en pleno siglo XX Jean Paul Sartre le dice a los hombres de su generación,
haciendo uso de un lenguaje un poco enredado, que la existencia es primero que la esencia,
y que la libertad es el medio por el cual el hombre se debe construir a sí mismo; no está
haciendo otra cosa distinta a sacar las últimas consecuencias del error idealista que cortó
el vínculo que unía al hombre con la realidad, incluyendo la realidad acerca de sí mismo.
_____
En la historia del pensamiento es posible encontrar filósofos con ideas escépticas ya en la
misma Grecia clásica, por ejemplo, Pirrón de Elis (360-270 a.C), de quien se dice que fue
propiamente el fundador del escepticismo antiguo. Su pensamiento consiste básicamente
en una actitud de duda acerca de todo conocimiento, hasta llegar a afirmar la casi
imposibilidad de alcanzar cualquier tipo de conocimiento cierto, de tal manera que a lo sumo
tendríamos opiniones sobre las cosas, pero no certezas.
Más adelante en el tiempo encontramos a Sexto Empírico (65-140 d.C), filósofo griego
seguidor de las ideas escépticas. Es famoso por haber propuesto que mediante la
abstención de todo juicio, es decir, no decir nada sobre nada, se podía llegar a una cierta
tranquilidad del alma, estado que él llamó ‘ataraxia’, que significa ‘indiferencia’. Y suena
lógico, ya que si en el fondo no podemos saber nada con certeza, entonces ¿para qué
preocuparnos? Lo mejor sería dedicarse a las necesidades inmediatas de la vida, sin
preocuparse por los grandes debates, por los grandes temas, por la filosofía en general, ya
que en ese terreno es, según el escéptico, imposible alcanzar certezas.
Durante el periodo medieval prácticamente no aparecen representantes de las posturas
escépticas, la creencia cristiana en un Dios creador que todo lo había hecho con
inteligencia, incluyendo al hombre mismo, adornado con la luz de la razón por medio de la
cual podía conocer la obra de Dios, era evidentemente un antídoto contra cualquier
iniciativa escéptica en el pensamiento.
Por lo tanto es recién en la época del renacimiento, con su veneración por la antigüedad,
cuando volvemos a encontrar pensadores propiamente escépticos. Michel de Montaigne
(1533-1592 d.C) es conocido como representante del escepticismo en los inicios de la edad
moderna, vivió en el siglo anterior a René Descartes y murió solo 4 años antes del
nacimiento de éste. Montaigne, al igual que los escépticos antiguos, creía que la duda, la
suspensión del juicio, no tomar bando, no preferir esto sobre aquello, etc. Era el verdadero
camino del estudioso, del hombre en general.
Lo común a estos autores, y a todos los que vinieron después de Descartes, era en el fondo
una desconfianza inicial en el alcance de la inteligencia humana. La posibilidad de alcanzar
juicios verdaderos, estables, universales, necesarios, etc. Les parecía excesiva y
recomendaban más bien una actitud ‘prudente’ y ‘sabia’ de no decidirse por nada, de no
tomar nada como absolutamente cierto, como preferible, como más verdadero que su
contrario. De manera que terminaban por lógica consecuencia dándole el mismo valor a
todas las posturas, al sí y al no.
Ellos hicieron famoso el desprecio (que se ve aún en nuestros días) por los ‘dogmáticos’.
Los dogmáticos eran, según el escéptico, seres soberbios, prepotentes, candidatos a
tiranos, que vivían convencidos de que poseían la verdad absoluta, la verdad universal. Y
del deseo de imponerla sobre los demás era de donde nacían los conflictos entre los
individuos y las guerras entre las naciones. De manera que junto a la irracional y tiránica
postura dogmática, la postura escéptica aparecía como un oasis de cordura y los escépticos
aparecían como una elite del pensamiento poseedora del secreto para evitar todo conflicto
y toda guerra.
En nuestros días, año 2015, 423 años después de la muerte de Montaigne, 1875 años
después de la muerte de Sexto Empírico y 2285 años después de la muerte de Pirrón de
Elis; estamos viviendo en una sociedad donde la actitud escéptica ha triunfado por completo
y donde, por consiguiente, se vivencia un desprecio e incluso un ataque frontal, contra todo
aquél que afirme poseer alguna verdad. Sobre todo en terreno moral o religioso. Esos
terrenos son hoy particularmente ‘sensibles’ y toda discusión o incluso toda conversación
sobre esos temas se deben hacer en lenguaje escéptico, es decir, opinando sin afirmar
nada como verdadero. Pues se corre el riesgo de ser tildado inmediatamente como fanático,
intolerante, etc. La verdad se ha vuelto sospechosa y más sospechoso aún el que diga que
conoce alguna. Al parecer la única verdad que sobrevive es la de que no existe la verdad.
En el siguiente apartado abordaremos la figura de René Descartes, quien es considerado
el padre de la filosofía moderna, y particularmente del idealismo moderno. Afirmó que no
conocemos la realidad sino solo nuestras ideas y por ese camino cerró ya definitivamente
el paso del sujeto hacia lo real, consagró el escepticismo.
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Hemos estado hablando del escepticismo, en primer lugar señalábamos la importancia de
profundizar en este tema ya que actualmente la característica principal de la sociedad en la
que vivimos es precisamente un cierto escepticismo de carácter práctico. Por lo tanto es
importante que aprendamos a conocer en qué consiste este error para poder igualmente
responder a quienes se encuentren hoy bajo su influencia.
Dijimos también que el escepticismo es aquella postura filosófica, y más específicamente
hablando, aquella postura epistemológica que afirma que el conocimiento humano no
alcanza una realidad extra mental, es decir, una realidad más allá de la mente del sujeto
que conoce, sino que limita el alcance del conocimiento, de la ciencia, de la inteligencia
misma, al mundo meramente subjetivo de las personas. De esta manera cierra la posibilidad
de contacto entre la persona y todo aquello que no sea en el fondo ella misma. Permanece
entonces el sujeto encerrado en su propio mundo, sin posibilidad de alcanzar algo más allá
de sus propias representaciones internas, y por lo tanto, que abierto el camino para que el
sujeto se proclame creador de la realidad, de su realidad. Lo cual es lo que vemos en la
sociedad actual donde los seres humanos han caído en el error de creer que la realidad la
construye cada uno desde sus propias elecciones personales.
Después de esto hacíamos un breve recorrido por la historia para encontrar los autores que
habían dado nacimiento a la postura escéptica. Vimos a Pirrón de Elis, Sexto Empírico y
Michel de Montaigne. Ahora corresponde ocuparnos un poco de las ideas del filósofo que
es considerado el padre de la filosofía moderna, René Descartes.
Descartes fue un filósofo francés nacido en el año de 1596, sobre él se han escrito cientos
de libros y tal vez aún faltan muchos por escribirse, esto es debido a que cada nueva
generación de filósofos siente la necesidad de ocuparse de la herencia cartesiana. Este
filósofo, como ya se dijo, es considerado el padre de la filosofía moderna, ya que fue él
quien lanzó al mundo esa idea de que el conocimiento humano se basa en el conocimiento
de las ideas que el sujeto forma en el interior de su mente. Y aunque Descartes después
de establecer esta idea inicial busca la manera de probar la existencia de un mundo
independiente de la mente, es decir, de un mundo objetivo existente en sí mismo, lo cierto
es que ya el daño estaba hecho y lo que vino después Descartes fue simplemente el
desarrollo lógico de sus ideas.
Descartes inicia su filosofía afirmando que se debe dudar de todo. En la época en la que
Descartes vino al mundo estaban ocurriendo muchos cambios en todos los niveles: cambios
políticos, cambios sociales, cambios culturales, cambios científicos, cambios geográficos,
cambios religiosos, etc. Y el universo medieval en todos sus aspectos estaba decayendo y
estaba siendo puesto en duda. Por ejemplo: Aristóteles había reinado indiscutiblemente en
el universo de las universidades medievales; las grandes construcciones filosóficas y
teológicas que se habían edificado en la edad media, como la de Santo Tomás de Aquino,
se basaban en principios aristotélicos. Pero después del renacimiento hubo un gran
despliegue y un gran avance de la ciencia experimental, lo cual llevó al rechazo de las ideas
de Aristóteles en este campo. El problema estuvo en que esos autores no supieron distinguir
entre lo que eran en Aristóteles sólo ideas sobre el mundo físico que dependían de las
condiciones precarias en las que Aristóteles las había concedido, y por otro lado, los
principios de la metafísica y de la epistemología aristotélicas; cuya validez permanecía
sólida incluso después de que habían sido superadas sus ideas al nivel de la naturaleza
física. No se hizo esta distinción y por lo tanto toda la herencia aristotélica y medieval fue
condenada en una sola sentencia.
En este ambiente donde todo estaba cayendo, donde un nuevo mundo estaba naciendo,
donde las antiguas ideas al parecer habían finalmente demostrado estar equivocadas, etc.
En este mundo, repetimos, Descartes creyó que lo mejor era comenzar todo desde cero,
no tomar nada del pasado, construir todo nuevamente, ignorar siglos y siglos de historia y
mirar solo hacia adelante donde un nuevo mundo parecía estar siendo construido.
Descartes entonces dudó de todo.
Descartes creyó que ya que todos antes de él se habían equivocado, le correspondía a él
iniciar nuevamente; se sintió enviado a renovarlo todo, así como Cristóbal Colón un siglo
antes había cambiado los mapas del mundo, de la misma forma Descartes se propuso
cambiar los mapas de la ciencia. Y no de esta o de aquella ciencia, sino de todas, su
ambición era renovar todas las ciencias con el fin de liberarlas de los errores del pasado y
construirlas sobre bases sólidas, bases que permitieran poner a las ciencias lejos de toda
duda.
Para llevar a cabo este ambicioso proyecto Descartes consideró que la mejor manera era
empezar por buscar algo de lo cual no fuera posible dudar, algo, lo que fuera, un
conocimiento cierto, verdadero, indubitable, que pudiera servir de punto de partida para lo
demás. Descartes pensaba de esta manera porque él era ante todo un matemático, y en
matemáticas se suele partir de un axioma fundamental y se procede a deducir
consecuencias que se apoyan en la veracidad del axioma inicial. La matemática es
deductiva en su proceder y Descartes creyó que ese era el modelo de toda ciencia. Para él
toda ciencia debía construirse sobre ese modelo matemático, es decir, encontrar uno o unos
principios primeros que fueran absolutamente ciertos y de ellos deducir el resto del
conocimiento humano.
Pues bien, Descartes comenzó entonces a dudar de todo, tratando de encontrar algo de lo
cual fuera imposible dudar. En este proceso tuvo un día una revelación, una especie de
iluminación intelectual, y mientras se encontraba dudando de todo, cuestionándolo todo,
descubrió que había algo de lo cual no podía dudar, algo de cuya existencia era imposible
dudar: el yo pensante. Porque Descartes podía poner todo en duda diciendo “yo dudo de
esto…” ”yo dudo de aquello…” “yo dudo por esta razón…” etc. Pero en medio de todo eso
permanecía el ‘yo’, el sujeto profundo que ejercía el acto de dudar. De manera que era
posible dudar de todo menos del hecho mismo de estar dudando, y era un ‘yo’ el que
dudaba, es decir, se podía dudar de todo menos de la evidente existencia del sujeto de la
duda, el yo pensante. Entonces Descartes resumió su descubrimiento en esa frase que lo
ha hecho famoso: pienso, luego existo.
Miremos entonces lo que ha hecho Descartes. En primer lugar ha invertido el orden de las
cosas, ya no es la realidad y solo después mi conocimiento de esa realidad, sino que ahora
la realidad se pone en duda, es dudosa, está como entre paréntesis, mientras que el ‘yo
pensante’, mi propia realidad subjetiva es cierta, sólida, evidente, cercana, clara y distinta.
Eso significa que en adelante primero estará el ‘yo’, solo después en segundo momento y
en dependencia respecto del ‘yo’ estará la realidad, de manera que por decirlo de alguna
manera: la realidad de lo real dependerá de la subjetividad del sujeto. La realidad ahora es
secundaria, dependiente, menor.
Descartes descubre entonces la idea del ‘yo pensante’ como la primera, la base de todas
las demás. Y al analizar esa idea Descartes descubre que se caracteriza por ser una idea
‘clara y distinta’, es decir, una idea que es clara y por tanto puedo distinguir de otras ideas
con facilidad; y además es distinta porque las características de esa idea las comprendo
por completo, totalmente. Descartes concluye que siendo esas las características de la idea
del ‘yo pensante’, es posible entonces aceptar como cierta toda idea que cumpla con esas
características. De manera que toda idea que al analizarla yo encuentre que es clara y
distinta, puedo con tranquilidad tenerla por verdadera, por cierta. Y así es como Descartes
pasa, luego de la idea del ‘yo’, a demostrar por ese mismo método la existencia de Dios.
Para ello Descartes emplea una forma de probar la existencia de Dios que ya era antigua,
no la inventa Descartes, el llamado argumento ontológico de san Anselmo, que es más o
menos como sigue: tenemos la idea de que Dios es un ser de tal naturaleza que no puede
pensarse que exista un ser más grande ni más perfecto. Pues bien, ese ser debe existir en
la realidad, porque si no existiera, sería posible pensar un ser más perfecto que ese, a
saber, un ser que aparte de existir solo en las ideas, existiera en la realidad. Por tanto, ese
ser mayor que el cual nada puede pensarse, debe existir realmente.
Este argumento fue rechazado por santo Tomás de Aquino porque es un modo de razonar
que se mueve solo entre ideas, sin tocar jamás el mundo de la realidad concreta, y de un
mundo de solo ideas no es posible saltar de repente al mundo de lo real existente
independientemente del sujeto pensante. La razón profunda del rechazo de Tomás es tal
vez el hecho de que las ideas son pensadas siempre como esencias, y la existencia
concreta no es pensable sino que se intuye de forma directa a partir de la experiencia
sensible de los individuos, o se deduce racionalmente a partir de las características de
dichos individuos. Este es precisamente el camino escogido por el mismo Tomás en sus
famosas cinco vías para probar la existencia de Dios, santo Tomás parte en cada una de
ellas de un hecho sensible, comprobable empíricamente, y a partir de ese hecho, mediante
el razonamiento causal, santo Tomás se eleva hasta la existencia de un Ser Supremo que
sea la causa primera y la explicación última de los hechos.
Entonces tenemos que Descartes cree haber probado ya la existencia del ‘yo pensante’ y
la de Dios. Luego pasa Descartes a probar la existencia del mundo exterior, y para ello hace
lo mismo, es decir, analiza ideas, solo ideas, sin recurrir jamás al testimonio de los sentidos.
Así como Descartes cree que el ‘yo’ es ante todo una substancia pensante, de manera que
el pensamiento es su esencia íntima, de igual forma considera que en el caso de la idea
que tiene del mundo externo su esencia es la de ser una realidad constituida de partes en
el espacio, partes que interactúan unas con otras por medio del contacto físico, del contacto
mecánico. Esto lo resume Descartes diciendo que la substancia del mundo externo, o mejor
dicho, la idea que tiene sobre el mundo externo, es la de una substancia extensa. Con esa
palabra Descartes se refiere a la característica de tener partes en el espacio e interactuar
por contacto físico o mecánico.
Entonces al final se encuentra Descartes con que, haciendo uso de meras ideas, encerrado
en su cabeza, supuestamente ha hecho tres grandes descubrimientos, ha encontrado tres
‘realidades’ de las que es imposible dudar, tres ‘realidades’ en las que se puede confiar
como bases para edificar toda ciencia y todo conocimiento: el ‘yo’, como substancia
pensante; el mundo, como substancia extensa y Dios.
Aquí conviene fijarnos en algo, Descartes hasta este momento ha desechado el testimonio
de sus sentidos, ha hecho su filosofía con los ojos cerrados y concentrado únicamente en
las ideas que tiene en su mente. Y a partir del análisis de las características de esas ideas
ha creído poder concluir su existencia real. ¿Cómo ha sido esto posible? Ha sido posible
por la particular idea que Descartes tenía acerca del conocimiento humano. Veamos.
Descartes se propuso analizar sus ideas, de espaldas a lo real, porque para Descartes todo
lo que hay en la mente son ideas (lo cual es en cierto modo verdadero); cuando conocemos
algo, ese algo no se introduce físicamente en la mente, por ejemplo si estamos viendo un
edificio, dicho edificio sigue estando fuera de nosotros, pero en cierta forma también está
dentro de nosotros por medio de la vista. Entonces aquello que conocemos no penetra en
nosotros sino que permanece afuera. De este hecho Descartes concluyó que no
conocemos cosas sino ideas, la realidad permanece siempre más allá de nosotros.
El error de Descartes en este punto consistió en creer que las ideas que el sujeto forma en
su mente son como copias o representaciones de lo extra mental, y que solo conocemos
dichas copias o representaciones. De manera que al no disponer en nuestra mente de otra
cosa que no sean las representaciones mismas que nosotros creamos, no es posible para
nosotros saber si esas representaciones son imágenes fieles de lo real. Para saberlo
tendríamos que poder comparar las ideas con lo real, pero solo tenemos en nosotros las
ideas. Entonces, solo podemos comparar ideas con ideas y tratar, a partir de meras ideas,
de deducir la existencia real de objetos extra-mentales.
A esta forma de entender el proceso del conocimiento le daremos una mirada en el apartado
siguiente, tratado al mismo tiempo de compararla con la que es la visión clásica sobre el
mismo.
_____
En el apartado anterior propusimos tratar de la epistemología del idealismo, en sus ideas
básicas. Luego del recorrido que hacíamos, habíamos tropezado con la gran figura de René
Descartes y veíamos que se le reconocía la paternidad de la filosofía moderna.
La filosofía moderna, o lo que aquí se entiende como tal, es un modo diferente de hacer
filosofía con respecto al modo que había predominado en los siglos anteriores. Se puede
decir, para resumir un poco las cosas, que en los siglos anteriores a Descartes, desde los
griegos, pasando por Roma y los medievales, se tenía una metafísica y una epistemología
realista, es decir, se creía que existía una realidad independiente de la mente,
independiente del conocimiento (por ejemplo: ese perro de mi vecina, que a ratos es tan
molesto por sus ladridos, existe independientemente de que yo lo conozca. Aunque yo no
lo conociera igual seguiría existiendo, si me mudo de casa y por tanto dejo de percibirlo,
eso no afecta en nada a la existencia del perro, sigue existiendo igual, solo que ya no me
molesta); y se creía que dicha realidad podía ser conocida, primero por medio de los
sentidos y al final del proceso en sus realidad inteligible por medio de la razón.
Este modo de entender las cosas cambia con Descartes. Ya antes de Descartes el realismo
había recibido algunos golpes, como es el caso del nominalismo de Guillermo de Ockham,
pero es con Descartes cuando el realismo comienza su verdadero declive, hasta llegar a
los extremos del idealismo alemán, que no son otros que los extremos mismos de la locura.
Veamos algunos elementos de la epistemología cartesiana.
Ante todo hay que tener en cuenta que para Descartes el ser humano no es, como para los
escolásticos, una unidad hilemórfica de materia prima y forma substancial, sino que es, por
decirlo de alguna manera, dos substancias coexistiendo juntas pero sin posibilidad de tener
nada en común. Por un lado estaría el yo, que sería ante todo pensamiento y conciencia; y
por otro lado estaría el cuerpo, que por pertenecer al reino de lo material sería ante todo
una realidad extensa (entendiendo el adjetivo ‘extenso’ de la forma en que se explicó antes).
Estas dos substancias o estas dos realidades, por ser tan distintas, de un lado pensamiento
y de otra extensión espacial, no tendrían cómo comunicarse, tocarse, interactuar,
correlacionarse de alguna forma.
Teniendo lo anterior en cuenta, no resulta extraño ver que Descartes rechaza el papel de
los sentidos, de la experiencia sensible, del contacto directo con lo real, como fuente de
conocimiento, de ciencia. Para Descartes, fascinado por el método deductivo de la
matemática, el conocimiento era ante todo conocimiento por medio de las ideas de la razón.
El conocimiento válido era el que se alcanzaba en la claridad de las ideas, todo lo demás
era dudoso. Tal y como en la matemática. El matemático puede perfectamente cerrar sus
ojos y construir la matemática en su cabeza, sin tener que recurrir a la experiencia externa
para validar sus hipótesis.
Entonces Descartes afirma que las sensaciones de los sentidos son solo una especie de
punto de partida o de ocasión que la razón usa para entrar en el juego y construir ella sola
y por ella sola, el edificio del conocimiento. Las ideas de la razón no provienen de los
sentidos, sino exclusivamente de la razón, y no provienen de los sentidos porque los
sentidos forman parte de esa realidad extensa que no puede de suyo comunicarse con la
substancia del yo, que es en esencia pensamiento.
Por tanto tenemos que Descartes va a buscar la validez en las ideas que fabrica la mente,
y que las fabrica sin que en dicha fabricación de ideas los sentidos tengan alguna
participación real, sino a lo mucho una participación meramente ocasional, accidental.
Pero sucede que si las ideas son lo que conocemos, ¿cómo conocemos entonces lo real
extramental?
Efectivamente no hay manera. El sujeto que conoce no tiene contacto ni forma de acceder
a algo que esté fuera de la mente. Lo que está fuera de la mente está por eso mismo fuera
del conocimiento, pues conocemos lo que está en la mente y que ésta produce.
En estas ideas de Descartes se mezcla lo verdadero con lo falso, y de ahí su fuerza para
arrastrar y convencer.
Es verdad, como ya se dijo, que la realidad tal y como existe fuera de la mente, es decir, en
su materialidad, en su ser concreto e individual, no penetra en la mente (el perro de mi
vecina no es devorado por mi mente al pensar en él; ojalá, pero no pasa así). Pero lo que
no es verdad es que dicha realidad no penetre en mi mente ‘de alguna manera’; si fuera
cierto que la realidad permanece siempre fuera de la mente que conoce y que no ingresa
de ninguna manera, entonces nunca conoceríamos nada, es decir, conoceríamos ‘ideas
vacías’, ideas que serían ideas de nada, ideas acerca de nada, ideas mudas. ¿Es posible
que exista una idea que sea idea de nada? No. Siempre una idea es idea de algo, esto es
lo que se llama la ‘intencionalidad’ de las ideas; las ideas siempre remiten hacia algo,
apuntan hacia algo, nos hablan de algo. La palabra ‘intención’, viene de las latinas ‘tendere-
in’, es decir, tender hacia, estar dirigido hacia, apuntar hacia. Las ideas son intencionales,
apuntan, dirigen, remiten hacia algo.
Y eso es lo que los escolásticos querían decir cuando afirmaban que las ideas no son LO
QUE conocemos, sino que son aquello CON LO QUE conocemos. Las ideas son medios
de conocimiento, no son el objeto del conocimiento. Cuando yo pienso en el perro de mi
vecina no dirijo mi ira hacia la idea del perro sino hacia ese específico perro que no para
jamás de ladrar. Luego, en un segundo momento, y si así lo deseo, puedo reflexionar sobre
la idea que tengo sobre el perro de mi vecina, pero eso es secundario, por reflexión. Y así
pasa con todas las ideas, podemos reflexionar sobre ellas, por ejemplo cuando estudiamos
lógica y reflexionamos sobre las características de las ideas, pero para reflexionar sobre las
ideas primero hay que tenerlas, y cuando se tienen ideas se tienen ideas que son
intencionales, ideas de algo, ideas por medio de las cuales se conoce algo.
Veamos un poco todo esto desde otro ángulo. Pensemos en los signos, una señal de
tránsito por ejemplo. Una señal de tránsito es un signo, es decir, algo que me hace conocer
otra cosa, algo que me envía hacia otra cosa. Entonces voy por la carretera y veo una señal
de tránsito, ¿qué veo? En primer lugar percibo con la vista una barra metálica de un par de
metros que tiene encima un hexágono también metálico con una flecha dibujada en su
superficie. Ahora bien, LUEGO de percibir esto ENTIENDO su SIGNIFICADO, es decir, eso
que veo me envía hacia un significado, por ejemplo el aviso de que debo seguir derecho
sin cruzar hacia ninguna parte. Eso es un signo, algo que primero conozco y luego
comprendo su significado. Como cuando vemos salir humo de detrás de una montaña y de
inmediato deduzco que debe haber fuego.
Ahora bien, todo signo consta entonces de dos elementos: una materia y una forma. La
materia es el signo como tal, la barra metálica con el hexágono en la punta y el dibujo de la
flecha encima. La forma de ese signo es su significado, su referencia, lo que entiendo
LUEGO de ver el signo. Pues bien, las ideas CON QUE conocemos son signos sin materia,
es decir, son signos puros, signos meramente formales, signos que inmediatamente nos
remiten hacia la cosa significada sin necesidad de primero conocer el signo en su
materialidad, es decir, sin tener que primero conocer el signo en sí mismo, para luego captar
su sentido. Y esto fue lo que no entendió el idealismo cartesiano. Para el idealista la idea
es una cosa, una cosa que conozco. Y en cuanto signo, la idea, para el idealista, es una
cosa que primero tengo que conocer para LUEGO conocer aquello que ella contiene,
aquello que ella me ofrece. Y haciendo este pequeño cambio encerraron al hombre en sí
mismo y lo condenaron a jamás conocer algo que no fueran las propias ideas.
Y a decir verdad después de aceptar el principio idealista como punto de partida de la
filosofía, no es posible alcanzar la realidad.
Veamos algunas citas al respecto del filósofo Paul Gerard Horrigan:
- In the knowing process of the immanentistic conception of knowledge, the
thinking subject, man, can know only his own impressions (sensations, ideas), and
not extra-mental, extra-subjective things that really exist.
En el proceso del conocimiento, tal y como lo entiende la concepción inmanentista, el sujeto
pensante, el hombre, puede conocer solamente sus propias impresiones (sensaciones,
ideas), pero no lo extramental, no las cosas extra-subjetivas que realmente existen.
- In philosophical immanentism (beginning with Descartes), thought is made
prior to being; it is made the starting point of philosophy. In realism, on the other
hand, it is being that is prior to thought. Being (ens) is the point of departure of
philosophy, leading to the affirmation: “things are” (res sunt).
En el inmanentismo filosófico (comenzando por Descartes), se hace al pensamiento anterior
al ser; el pensamiento es convertido en el punto inicial de la filosofía. En el realismo, por
otra parte, el ser es anterior al pensamiento. El ente (ens) es el punto de partida de la
filosofía, que conlleva a la afirmación: “las cosas son” (res sunt).
- In immanentism, what the intellect knows in the first instance is not the extra-
mental thing, but rather, one’s ideas (Descartes) or phenomena (Hume), or
phenomena through a priori synthetic judgments (Kant).
En el inmanentismo, lo que el intelecto conoce en primer lugar no es la cosa extramental,
sino más bien las propias ideas (Descartes), o los fenómenos (Hume), o los fenómenos a
través de juicios sintéticos ‘a priori’ (Kant).
_____
Hagamos un alto en el camino para dar una mirada al recorrido que se ha hecho hasta
ahora. Empezamos señalando la importancia que tiene hoy comprender lo mejor posible
una de las características principales de nuestro tiempo, el escepticismo. En efecto, nuestra
época (es decir, los últimos dos siglos, y especialmente los últimos 50 o 60 años), se
caracteriza por una atmósfera espiritual en la que se respira el relativismo por todas partes,
esa postura de que acerca de los grandes temas, acerca de las grandes preguntas por el
sentido de la vida, la moralidad de los actos humanos, la religión, etc., cada uno está
autorizado a formarse su propia opinión y sobre ella construir su visión de las cosas. Lo
anterior debido a que no existiría una verdad sobre estos temas que deba ser aceptada por
todos, en todas partes y en todas las épocas. En pocas palabras, no existiría una verdad
universal y absoluta, sino tantas ‘verdades’ como personas. Habría actualmente en el
mundo, según esto, alrededor de 7.300.000.000 de ‘verdades’. Y todas y cada una de ellas
con exactamente el mismo ‘derecho’. Y todas y cada una de ellas con exactamente la
misma validez. Y todo este relativismo procede del escepticismo, que es, como veíamos,
aquella postura filosófica acerca del conocimiento (es decir, postura epistemológica) que
asegura que lo seres humanos no tienen acceso a una realidad extramental, sino que al
momento de conocer solo conocemos nuestras modificaciones subjetivas, nuestras
sensaciones, impresiones e ideas. Y nada más. Como consecuencia lógica de afirmar esto
se termina por concluir que al no existir acceso a una verdad o a una realidad objetiva y
universal, lo racional entonces es que cada uno describa el mundo tal y como lo percibe
para sí mismo. Y nadie puede negar que esto es lo que tenemos hoy día, un relativismo
radical engendrado por un escepticismo que viene desde tiempos muy antiguos.
Luego de ver la importancia del tema y su naturaleza, pasamos a ver algunos de sus
exponentes históricos, pasando por Pirrón, Sexto Empírico y Michel de Montaigne; para
finalmente llegar a la figura de René Descartes, padre de la filosofía moderna. Vimos a
grandes rasgos la forma en que Descartes concebía el proceso de conocimiento, un
proceso en el que el contacto de los sentidos con el mundo era mirado con desconfianza,
a causa de la imposibilidad de que la substancia extensa se relacionara con la substancia
pensante, y solo se aceptaba como válido aquél conocimiento que pasaba por el tribunal
de la razón, la cual por medio del análisis de las ideas claras y distintas determinaba
soberanamente sobre lo verdadero y lo falso.
Haciendo esto Descartes creía estar enfrentando el escepticismo y creía asimismo estar
fundando la ciencia sobre bases sólidas, de tal manera que no pudiera ponerse en duda,
para que en adelante la ciencia moderna que recién comenzaba no corriera la misma suerte
de la ciencia aristotélica, que aunque había reinado durante un tiempo, se había mostrado
finalmente como blanco fácil de múltiples críticas que la habían condenado a la
desaparición. Descartes verdaderamente creía que con su método y su filosofía estaba
poniendo a la ciencia a salvo de toda crítica puesto que estaba convencido de que su
método servía para edificar una ciencia absolutamente cierta.
No deja entonces de ser paradójico que con semejantes objetivos en frente, Descartes haya
terminado por hacer casi lo contrario de lo que pretendía. Porque lejos de refutar o rechazar
el escepticismo, terminó por dar argumentos para un escepticismo aún más radical.
Descartes creyó que construyendo la ciencia solo sobre ideas claras y distintas, estaba
protegiéndola de todo escepticismo, pero no comprendió que, por otra parte, estaba
encerrando al sujeto en sí mismo, poniendo lo real en duda y rompiendo el puente que unía
al sujeto cognoscente con la realidad extramental.
Hasta aquí el camino recorrido.
En el siguiente apartado trataremos de abordar, para tener elementos de comparación y
contraste, la epistemología realista en sus grandes rasgos. Es decir, presentaremos en
forma resumida la postura realista acerca del conocimiento, esperando que ello nos ayude
a comprender más y mejor el giro cartesiano.
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En la anterior entrega de este breve estudio sobre el escepticismo, propusimos considerar
la epistemología realista, es decir, el modo en que la naturaleza del conocimiento es
concebida por la postura realista en filosofía, que fue la postura dominante, más o menos
con altibajos, durante toda la época anterior a Descartes. Lo anterior con el objetivo de tener
elementos de juicio comparativo frente a la postura idealista y escéptica.
Con lo que se lleva dicho sobre el cartesianismo se podrá ver de inmediato un cierto
parecido entre sus posturas y las que fueron en la Grecia clásica las posturas de Platón.
De cierta manera también Platón rechazaba a los sentidos como fuente de conocimiento,
los consideraba más bien fuente de engaño. Para Platón el conocimiento verdadero era el
conocimiento de las ideas, que pertenecían a un universo totalmente distinto al universo
sensible, de hecho creía que tenía que existir el mundo de las ideas, un mundo en el que
las ideas tenían una existencia real. Descartes toma de Platón esa separación entre lo
sensible lo ideal, y a semejanza del filósofo griego declara que la ciencia es ciencia de
ideas. Solo que para Descartes dichas ideas son representaciones fabricadas por el sujeto,
de forma que conociéndolas, el sujeto no sale de sí mismo; mientras que para Platón las
ideas no son creaciones del sujeto, sino participaciones de esas ideas extra mentales que
existen en un mundo aparte y real, más real incluso que éste en que nosotros vivimos, que
es solo una sombra.
De manera que, a pesar de sus diferencias, Platón y Descartes coinciden en establecer una
radical separación entre el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia, la inteligencia y los
sentidos, el mundo sensible y el mundo inteligible, etc., separación que llega incluso a la
oposición, puesto que, Platón por ejemplo, concibe al cuerpo humano como una cárcel para
el hombre, puesto que para él el hombre es propiamente el alma sola. Para Descartes la
substancia pensante y la substancia extensa no se comunican, salvo (¡eso pensaba
Descartes!) por medio de la glándula Pineal ubicada en el cerebro.
Las cosas son muy distintas en la concepción de la realidad que arranca con Aristóteles y
recibe su perfeccionamiento en la edad media con Tomás de Aquino. Lejos de tener del
hombre una visión dualista, la tradición tomista lo concibe como una unidad substancia; el
hombre es un ser ‘uno’, una substancia, no dos, aunque compuesta de dos ‘principios’: la
materia prima y la forma substancial. Dichos dos principios no son, ni pueden ser, dos
substancias completas, sino que se implican mutuamente para existir. La materia prima no
existe sin una determinada forma sustancial, y a su vez, la forma substancial está ordenada
a determinar la materia prima (si bien es cierto que en el caso del alma humana, al gozar
ésta de un estatuto ontológico superior a las demás formas substanciales, tiene el privilegio
de existir aún después de su separación respecto del materia en el momento de la muerte.
Tema de una futura serie de artículos, Dios mediante).
Y esa unidad que es el hombre se refleja en el modo de concebir el proceso del
conocimiento. En la visión realista, no hay separación entre los sentidos y la inteligencia,
pues aunque son facultades de conocimiento esencialmente distintas, trabajan en unidad
perfecta para producir la ciencia. El proceso comienza en los sentidos y culmina en la
inteligencia; en un camino ascendente en el que brilla en todo momento la unidad del ser
humano animado por su forma substancial.
Veamos a grandes rasgos la epistemología realista:
Ante todo hay que tener en cuenta que la postura realista es la postura natural, es decir,
toda persona es naturalmente realista puesto que toda persona está interiormente
convencida de que cuando ve un árbol, dicho árbol realmente existe, y existe de tal manera
que si yo no lo viera de todos modos el árbol seguiría existiendo; en otras palabras: la
existencia del árbol no depende de mi conocimiento, no es mi conocer lo que da el ser al
árbol, sino al revés, es el ser del árbol el que se encuentra a la raíz de mi conocimiento, en
el sentido de que mi conocimiento será verdadero en la medida en que se conforme con el
ser del árbol, y no al revés. Y así para todos los conocimientos que podemos alcanzar, es
natural creer que no inventamos la realidad sino que la conocemos.
Para opinar de manera distinta es necesario detener esta actitud realista natural y
voluntariamente decidir adoptar otra. Lo cual significa que el idealista, o el escéptico, lo son
por una decisión de su voluntad; sin duda ellos presentan argumentos, pero antes de dichos
argumentos hubo un momento de su vida en que el idealista se detuvo, pensó y decidió
impedir la inclinación realista natural y tomar otro camino. La voluntad tiene entonces mucho
que ver en la explicación de la postura idealista y escéptica.
Por lo tanto, la epistemología realista lo que busca es explicar cómo es que podemos,
mediante ideas presentes en nuestra mente, conocer una realidad que está inicialmente
fuera de nuestra mente. ¿De qué manera la realidad extra mental se hace presente en
nosotros por medio de las ideas?
No hay ideas innatas. Todas las ideas y todo conocimiento tiene su origen y fundamento en
los sentidos. Son los sentidos los que nos dan el contacto directo con lo real concreto e
individual.
Los sentidos reciben las cosas sin su materialidad. Cuando vemos un árbol, el árbol en
cierto sentido penetra en nosotros por medio de la vista, y en otro sentido permanece fuera.
Se dice que penetra en nosotros de una manera llamada ‘intencional’ (como ya se explicó).
De manera que el árbol que tiene existencia real extramental, pasa a tener presencia
intencional en el sentido de la vista. La vista recibe del árbol una especie de semejanza o
representación, a la manera (dice Aristóteles) como la cera puede recibir la forma del sello
sin recibir el metal mismo del que el sello está hecho. La misma forma que tiene el sello
pasa a la cera, sin que pase el cobre concreto del que el sello está hecho. De esta manera
se obra ya en los sentidos una primera desmaterialización. Se le quita a lo conocido la
materia individual, que es la que permanece ‘fuera’.
Para mejor comprender lo que se lleva dicho y lo que se dirá a continuación hay que tener
en cuenta que la materia no es principio de conocimiento. Es decir, lo que se conoce de
algo son sus aspectos formales, el ser esto o aquello. La materia es causa de que algo sea
individual, no de que sea esto o aquello. Por ejemplo, esta mesa que tengo en frente es lo
que es por tener forma de mesa, luego al conocerla lo que conozco es su forma, sus
aspectos formales. Pero la madera concreta de esta mesa concreta no aporta aspectos
formales a la mesa, sino aspectos ‘individuantes’, es decir, gracias a la materia, esta mesa
se ubica en el tiempo y en el espacio, pero no determinan ‘lo que’ la mesa es, sino ‘el hecho
de ser esta mesa’ y no otra. Lo anterior significa que el conocimiento es un proceso de
descubrimiento de los aspectos formales de una cosa. Por eso ya desde el primer escalón
del conocimiento, que es el conocimiento sensible, empezamos a desprendernos de la
materia, para ir quedándonos solo con la forma. Solo que en el caso de los sentidos, esa
‘desmaterialización’ de la cosa conocida aún no es completa, pues la imagen que queda en
la memoria sigue siendo concreta e individual: pues cuando recordamos el árbol que hemos
visto, la imagen que recordamos es la de un árbol concreto, individual.
Lo anterior se basa en la teoría hilemórfica aristotélica, la cual afirma que todas las cosas
materiales se componen de dos elementos, materia y forma. La materia es el elemento
determinable, y la forma es el elemento determinante. De tal manera que la cosa (cualquier
cosa) es lo que es, por su forma. Y es esta cosa individual, y no otra, por su materia. La
forma es principio de determinación y la materia es principio de individuación.
Ahora bien, tenemos entonces ya la imagen del árbol liberada de su materialidad concreta.
Sobre dicha imagen (que aún es imagen de un individuo) es sobre la que debe operar la
inteligencia en busca de la aprehensión de sus aspectos formales esenciales, y para ello
debe proceder a una más elevada desmaterialización. Ese siguiente paso lo da el intelecto
agente, que es la función activa del entendimiento. Según la postura realista, el intelecto
agente obra sobre la imagen retenida por la sensibilidad y separa (por eso se dice ‘abstrae’,
porque abstraer es separar algo de algo) los elementos que aún quedan de individualidad
para quedarse con lo esencial. Este paso en el proceso del conocimiento requiere
obviamente de múltiples experiencia. Pues es poco a poco como el intelecto va conociendo
y separando de un objeto todo aquello que en dicho objeto es solo accidental, para
quedarse con lo esencial. Un ejemplo:
Vemos a Pedro y percibimos un sujeto con ciertas características: altura, color de piel, edad,
color de cabello, talla, etc., luego vemos a Juan, a José, y a muchos otros. Y luego de
muchas experiencias de este tipo empezamos a percibir que todos ellos tienen diferencias,
pero también tienen elementos en común. En primer lugar todos son algún tipo de ser, es
decir, existen; y existen con un tipo de existencia que es substancial, esto es, existen en sí
mismos, ni Pedro, ni Juan, ni José, son características de otro ser. Sino que cada uno de
ellos es un ser individual. Entonces concluyo que son substancias. Pero puedo avanzar en
las semejanzas y encuentro que todos son seres vivos, es decir, todos ejecutan acciones
propias de seres vivos: comen, crecen, etc., y esto lo hacen por sí mismos, no como
marionetas guiadas por una mano externa. Entonces concluyo que son substancias vivas.
Pero avanzo en lo esencial y descubro que todos ellos aparte de ser substancias, y
substancias vivas, pueden sentir; pues en efecto percibo que pueden ver, oír, gustar,
olfatear, moverse, etc. Entones concluyo que son substancias, vivas y sensibles. Pero
además percibo que todos ellos pueden pensar, razonan; en efecto, usan un lenguaje
complejo, comprenden ideas abstractas, razonan con base en dichas ideas, toman
decisiones, etc. Entonces concluyo que son racionales. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que
he llegado a la idea de ‘Hombre’. Luego de eliminar todas aquellas características que no
afectan a lo esencial (estatura, color, talla, etc.) he descubierto esas características que no
pueden faltar, pues si faltara alguna de ellas ya ni Pedro, ni Juan, ni José, serían hombres;
si algunos de ellos no fuera substancia, o seres vivos, o seres sensibles, o seres racionales,
no serían hombres. Esto quiere decir que ser una substancia viva, sensible y racional, es la
esencia del hombre, es la idea de hombre. Fijémonos cómo al tener las ideas de substancia,
vida, sensibilidad e inteligencia, ya estamos del todo alejados de la imagen sensible,
concreta e individual.
Comprender la enorme diferencia que hay entre una imagen y una idea es de una
importancia enorme. Significa comprender la diferencia entre el ser humano y los animales
irracionales. La imagen del hombre será siempre la de este hombre concreto, con estas
características concretas; lo cual podemos comprobar mediante un ejercicio muy sencillo:
tratar de imaginarnos al hombre, de inmediato aparecerá en nuestra conciencia la imagen
de un hombre con cierta altura, cierto color de piel, cierta edad, cierta talla, etc. Cosa muy
distinta si se nos pide pensar en la idea de hombre, pues en ese caso la imaginación no
nos ofrece ninguna utilidad y debemos recurrir exclusivamente a la inteligencia, para poder
comprender cosas como la sustancialidad, la vida, la sensibilidad y la inteligencia. Y si no
me creen traten de imaginar la inteligencia o la sustancialidad.
Otro ejemplo para profundizar en la diferencia entre imagen e idea. Tratemos de imaginar
un miriágono (un miriágono es una figura de 10.000 lados). ¿Pudieron? No. ¿Pero si les
pido pensar en la idea de miriágono? Eso sí es posible, pues con total claridad pueden
responder que la idea de miriágono es la de un polígono de 10.000 lados. En resumen, un
miriágono es fácilmente pensable, pero muy difícilmente imaginable.
Una vez que el intelecto agente, obrando sobre la multitud de experiencias, ha logrado
‘separar’ lo esencial y dejar de lado lo individual-concreto, está todo listo para que el
intelecto dé a luz la idea. Y de hecho la comparación con el parto es exacta, y por eso otro
de los nombres de la idea es ‘concepto’, es decir, concebido. Lo que el intelecto agente
descubre o devela se llama especie inteligible impresa. Esta especie es recibida en el
llamado intelecto posible y de dicha unión brota, como fruto, la especie inteligible expresa,
también llamada idea, concepto o verbo mental.
Obviamente aquí no para todo, las ideas son solo ideas, representaciones intencionales de
las cosas. Pero este alumbramiento de ideas es solo la primera operación del intelecto.
Luego el intelecto une ideas y forma juicios. Y luego puede incluso comparar juicios
conocidos para extraer juicios desconocidos, y entonces se dice que razona. Idea, juicio y
raciocinio son las tres operaciones de la mente. Y para comprobar la veracidad de sus
juicios, el hombre vuelve una y otra vez a la evidencia sensible, que es de donde todo el
proceso partió. No en el sentido del positivismo que propone que todo juicio sea
comprobable y comprobado empíricamente, negando que todo lo no-empírico tenga algún
tipo de existencia (matando la metafísica). Sino en el sentido de que incluso las realidades
metafísicas, deben haber sido correctamente inducidas de la experiencia sensible, por
medio de la recta valoración de sus datos y por medio asimismo de una recta aplicación de
los primeros principios de la razón (tema también para otra serie de artículos, Dios
mediante). Por ejemplo: la demostración de la existencia de Dios, tal y como la propone
Tomás de Aquino, tiene como base, la comprobación de eventos sensibles verificables por
la experiencia sensitiva elemental, al alcance de cualquier persona. Lo mismo la
demostración de la existencia del alma, la cual parte del examen de los actos que el sujeto
humano ejecuta y que le son propios.
Hasta aquí dejaremos la breve caracterización que queríamos ofrecer acerca de la
epistemología realista. Es natural que puedan quedar ciertas lagunas en la comprensión
cabal de todas las ideas involucradas en los puntos expuestos, debido a que lo que está
detrás de todos ellos es nada más y nada menos que el entero aristotelismo. Y hoy en
ninguna parte se nos prepara para conocer al filósofo griego.
Sin embargo creemos que en sus líneas fundamentales es comprensible. El conocimiento
comienza en los sentidos, y sobre los datos de los sentidos trabaja la inteligencia
extrayendo (o abstrayendo) las características esenciales, como en el ejemplo de cómo se
llegaba a la idea de hombre dejando de lado lo accidental, para ir quedándonos solo con
aquello que no podía faltar para la integridad de la idea de hombre.
Todo este enorme sistema epistemológico que no solo está de acuerdo con la actitud
natural realista de todo ser humano, sino que explica todos y cada uno de los elementos
presentes en el conocimiento, desde el nivel sensible hasta el propiamente inteligible, todo
este sistema, repetimos, fue abandonado en los inicios de la edad moderna. Descartes
cortó el lazo que unía lo sensible con lo inteligibles y se quedó solo con las ideas. Y estas
ya no eran representación intencional de lo extramental, sino meras construcciones del
sujeto. El sujeto se encerró en sí mismo. De otra parte, los empiristas lo que rechazaron fue
las ideas, se quedaron con los datos de la sensibilidad; negaron al hombre su racionalidad
y a su manera también lo encerraron en sí mismo, solo que en otro calabozo, el calabozo
de la sensibilidad.
Racionalistas y empiristas encierran al hombre en la misma cárcel, pero eligen distintos
calabozos. Los unos no le permiten salir de las ideas, los otros de los fenómenos sensibles.
Lo que queda claro es cómo, en ambos casos, se cerraba el paso al conocimiento de lo
real. Porque ya sea que se redujera el hombre a sus ideas, o a sus percepciones sensibles
(las cuales, recordemos, no daban tampoco paso a lo real, sino al fenómeno sensible
formado en mí), lo cierto es que se le impedía acceder a lo extra mental.
El escepticismo ingresaba así triunfante en la escena filosófica. En adelante la tarea de los
filósofos sería tratar de hacer salir la realidad del pensamiento, como los magos hacen salir
conejos de los sombreros. Solo que a los magos el truco les funciona, y la filosofía moderna
desde Descartes no ha hecho otra cosa que fracasar en esa ‘producción’ de lo real a partir
del pensamiento. Y cuando ha habido en la filosofía moderna o contemporánea algunos
atisbos de realismo, ha sido porque de una u otro forma han conseguido apartarse de los
presupuestos cartesianos y han remado, incluso sin saberlo, hacia las aguas tranquilas y
cristalinas del realismo tomista.
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Vamos ya culminando este breve estudio sobre el escepticismo. Creemos que con lo dicho
hasta ahora es suficiente para comprender su naturaleza y aprender a ser precavidos
respecto de sus consecuencias. Y una de sus consecuencias más fatales es la pérdida del
sentido de la verdad.
Si algo ha perdido la sociedad actual es el olfato para discernir entre lo verdadero y lo falso,
se podría afirmar sin temor a equivocarnos que vivimos ya desde hace un par de siglos (y
tal estado de cosas se ha agravado después de la primera mitad del siglo XX, basta recordar
mayo del 68) en una nueva era de sofistas.
En la antigua Grecia, en tiempos de Sócrates, hicieron su aparición unos personajes
aparentemente sabios, que iban de ciudad en ciudad dando muestras de gran erudición y
de gran dominio en las técnicas oratorias, es decir, en las técnicas de convencer por medio
del discurso. No les interesaba la verdad, ni encontrarla, ni comunicarla; les interesaba el
brillo que da el uso elegante de la palabra, y la posición social que podían alcanzar por
medio de sus dotes dialécticas. En cuanto a la verdad, la declaraban inexistente. Uno de
los más famosos sofistas de aquellos tiempos decía: no existe el conocimiento (es decir, la
verdad); y si existe, no lo podemos alcanzar; y si lo pudiéramos alcanzar, no lo podríamos
comunicar a los demás.
Esto significaba proclamar la opinión individual como el único árbitro confiable. Dado que
no alcanzamos conocimientos verdaderos de las cosas, es decir, conocimientos que, por
ser verdaderos, deban ser tenidos como tales por todos y en todo tiempo y lugar, lo mejor
y más prudente es resignarnos a una batalla inacabable de opiniones. Quien ofrezca un
discurso más atractivo, ese será el triunfador. Triunfar no significará tener la razón, sino
tener una opinión mejor defendida que las demás.
En nuestros días, en medio de una sociedad ‘abierta, pluralista y democrática’ como la que
se nos vende desde los medios de comunicación, resulta casi imposible creer en una verdad
que no sea solo opinión, opinión tan respetable como cualquiera otra opinión. De hecho,
muchos consideran necesario que no se piense jamás en verdades, porque eso sería un
obstáculo para la construcción de esa sociedad ‘abierta’ que supuestamente se está
construyendo. La verdad ha sufrido el exilio.
Entonces los nuevos sofistas de hoy, tal y como los de la antigua Grecia, se enorgullecen
de poseer una ciencia superior, la ciencia de la “opinión”. Hoy, tener opiniones es tan valioso
como lo era ayer tener verdades. Hoy el que ‘opina’ es sabio, tolerante, ‘open mind’, etc., y
aquél que habla de verdades es el troglodita, intolerante, enemigo público, reaccionario.
Lo paradójico de todo esto es la contradicción profunda en la que se basa todo este sistema
social escéptico: se proclama como verdad absoluta que la verdad absoluta no existe; se
proclama como verdad absoluta que no hay verdades sino opiniones; se proclama como
verdad absoluta que la verdad no es absoluta sino relativa; se proclama como verdad
absoluta que todos tenemos verdades relativas, en fin, se afirma que verdaderamente la
verdad no existe. No hace falta ser filósofo para percibir la contradicción de todo ello.
El antídoto contra esta radical contradicción total es simplemente el retorno a lo real. El
esfuerzo por arrancarnos del subjetivismo para alcanzar plácidamente las playas del
realismo será recompensado con la dicha de vivir de frente a lo real. La época nuestra nos
ha dicho que somos aves de corral, que nuestras alas no sirven y que debemos
acostumbrarnos a ir por la tierra cubierta de polvo; es tiempo ya de recordar que el Creador
nos diseñó para ser águilas, para volar alto y para contemplar de frente al sol.