Aniversarios, conmemoraciones, relecturas y olvidos: los Bicentenarios y sus polémicas.

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279 Aniversarios, conmemoraciones, relecturas y olvidos: los Bicentenarios y sus polémicas M il ochocientos doce es considerado un año determi- nante en la Historia de España y, por ende, en la de aquellos territorios que conformaron sus dominios. La promulgación de un texto como la Constitución gaditana su- puso un antes y un después en el ámbito sociopolítico; un vértice que dio paso a una nueva concepción de la sociedad independien- temente de la temporalidad e intermitencia a que se vería aboca- da tras el retorno de Fernando VII y la restauración absolutista. La importancia del acontecimiento ha quedado plas- mada en las muchas conmemoraciones organizadas con motivo de su bicentenario a ambos lados del Atlántico y, en particular, en la ciudad de Cádiz. La multitud de eventos en torno a la pri- mera Carta Magna —seminarios, artículos, libros, congresos— ha ponderado su repercusión como primer código democrático

Transcript of Aniversarios, conmemoraciones, relecturas y olvidos: los Bicentenarios y sus polémicas.

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aniversarios, conmemoraciones, relecturas y olvidos: los bicentenarios y

sus polémicas

Mil ochocientos doce es considerado un año determi-nante en la Historia de España y, por ende, en la de aquellos territorios que conformaron sus dominios.

La promulgación de un texto como la Constitución gaditana su-puso un antes y un después en el ámbito sociopolítico; un vértice que dio paso a una nueva concepción de la sociedad independien-temente de la temporalidad e intermitencia a que se vería aboca-da tras el retorno de Fernando VII y la restauración absolutista.

La importancia del acontecimiento ha quedado plas-mada en las muchas conmemoraciones organizadas con motivo de su bicentenario a ambos lados del Atlántico y, en particular, en la ciudad de Cádiz. La multitud de eventos en torno a la pri-mera Carta Magna —seminarios, artículos, libros, congresos— ha ponderado su repercusión como primer código democrático

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y su relevancia como impulsora de derechos y libertades, pero también el carácter dual de las celebraciones al ubicar en un plano privilegiado a aquellas repúblicas americanas que parti-ciparon de un modo u otro en su redacción.

Esta última característica ya se hizo patente en 1912, en la conmemoración del primer centenario, una celebración que propugnó los vínculos existentes entre los dos continentes sobre todo a través de aquellas publicaciones que hicieron del hispa-noamericanismo causa y que, aprovechando la onomástica, da-rían cabida en sus páginas a los actos organizados en América y la Península1. Isidro Sepúlveda, en Comunidad cultural e hispa-noamericanismo y su continuadora El sueño de la Madre Patria, analizó la trascendencia que alcanzaría la creencia y utilización de la continuidad cultural española en América a la hora de con-figurar la política exterior española. Entre los distintos elemen-tos analizados por Sepúlveda hay uno que resalta especialmente: la reivindicación y utilización de la historia y cultura comunes como base de una identidad trasatlántica desde la que se pudiera materializar una comunidad transnacional que uniese a la anti-gua metrópoli con las repúblicas americanas2.

1 Una de las fuentes fundamentales para conocer la incidencia de los fastos de 1912 en la capital gaditana es, indudablemente, el Diario de Cádiz. En lo que a publicaciones hispanoamericanistas se refiere es aconsejable la revisión de revistas como La Rábida, publicada por la Sociedad Colombina Onubense, Cultura Hispano-Americana y Unión Ibero-Americana, estas últimas editadas por asociaciones homónimas.

2 En SEPÚLVEDA MUÑOZ, Isidro .- El sueño de la Madre Patria: hispanoamericanismo

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Hay detalles discutibles dentro de la obra de Sepúlve-da, pero la revisión que efectúa de los factores implicados en la consecución de los citados objetivos presenta una perspectiva muy ajustada en cuanto al carácter dual de las conmemoracio-nes. El Diario de Cádiz, por ejemplo, ofrece numerosos testi-monios de cómo la ciudad se volcó en los festejos de 1912, con comisiones oficiales que actuarían a escala local, provincial y nacional, pero sin dejar de mano las relaciones con las “repú-blicas hermanas de América” ni la labor de los doceañistas “que vinieron allende los mares”. Cierto es que las repúblicas ameri-canas no estuvieron directamente implicadas en las celebracio-nes de marzo, pero sí harían acto de presencia en octubre, en la conmemoración organizada especialmente para garantizar su participación evocando tanto su rol en la redacción de la Constitución como sus propias independencias3. Poco se tuvo en cuenta que algunos de estos países ya habían sobrepasado su centenario: Cádiz desplegó sus mejores galas para la oca-sión e hizo del aniversario un evento que congregó no sólo a una nutrida delegación americana sino también a un número

y nacionalismo .- Madrid, 2005 – p. 12.

3 erario organizado por la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Letras de Cádiz en el que, parafraseando la crónica que se hizo del acto en Cultura Hispano-Americana, además de anunciarse los festejos de octubre, se procuró “… poner de relieve (…) el glorioso papel histórico desempeñado por la ciudad gaditana en los fastos de la vida político-social de España y el principalísimo que ostentaron aquellos ilustres americanos que tan activa y fructífera influencia ejercieron en las célebres Cortes de primeros del siglo anterior”. En Cultura Hispano-Americana, nº 2, Año I, junio de 1912, p. 40.

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indeterminado de representantes europeos. Hubo ausencias in-esperadas como la de Justo Sierra quien, habiendo sido nom-brado ministro plenipotenciario de México en España, falleció en Madrid unos días antes de emprender viaje a Cádiz4. Aun así, la representación americana contuvo nombres de fuste in-telectual y/o político: el ex presidente argentino José Figueroa Alcorta; el ex vicepresidente boliviano Macario Pinilla Vargas; el ex presidente peruano Andrés Avelino Cáceres; el historia-dor costarricense Manuel María de Peralta; el futuro presiden-te de Chile, Emiliano Figueroa Larraín; el intelectual domini-cano Enrique Deschamps Peña; el escritor y poeta ecuatoriano Nicolás Augusto González; el abogado y político salvadoreño José Gustavo Guerrero, quien ocho años después ostentaría la presidencia de la Liga de las Naciones; los poetas mexicanos Francisco Asís de Icaza y Amado Nervo; el abogado y político uruguayo Pedro Manini Ríos; etc …

Si el Diario de Cádiz resulta un aporte decisivo para conocer de primera mano lo que fueron las festividades gaditanas de 1912, lo mismo puede decirse de las publicaciones hispanoamericanistas aunque con un elemento añadido: la confirmación del aserto de Sepúlveda en cuanto a la implicación

4 No fue la única ausencia por fallecimiento. Alfonso XIII tampoco pudo acudir a las celebraciones por el inesperado deceso de su hermana, la infanta María Teresa.

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de los “agentes operativos del hispanoamericanismo”5 en la potenciación y socialización del movimiento y, en este caso, de todo acto derivado o consonante con el mismo. Basta para ello con observar el tratamiento que una revista como La Rábida haría de lo que acontecía en Cádiz, reservando un espacio para subrayar la intención de numerosos centros españoles en América de sumarse a la “Conmemoración de las Constituyentes”. Agrupaciones como la Sociedad Patriótica de Buenos Aires, la Sociedad Ibero-Americana Pro Valle Muñoz de Buenos Aires, la Sociedad Española de Montevideo, el Centro Español de Santiago de Chile, el Casino Español de México,… harían público a través de estos medios su propósito de sumarse a los actos ya fuese por medio de comisiones representativas, con la ofrenda de placas conmemorativas para el Oratorio de San Felipe Neri o incluso con la publicación de libros sobre el periodo 1810-1814. Una idea, esta última, en la que tuvo mucho que ver el entonces “maestro” del hispanoamericanismo, el cubano-español Rafael María de Labra, quien señaló la conveniencia de abrir suscripciones populares en diversas ciudades americanas para sufragar las distintas ediciones6.

5 Destacando entre éstos a los intelectuales, las embajadas culturales, las asociaciones americanistas y los centros de emigrantes españoles en América. El estudio de éstos y otros factores – tanto en sus virtudes como en sus deficiencias – está muy bien tratado en el último capítulo de El sueño de la Madre Patria.

6 En La Rábida, nº 9, Año II, 30 de marzo de 1912, pp. 8-9.

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La relevancia de estas corporaciones todavía se haría más patente en los homenajes que se organizaron a una y otra orilla del Atlántico en honor a La Pepa y sus protagonistas, con una colaboración de los distintos gobiernos y autoridades sólo explicable desde la influencia que podían ejercer estos centros y sus miembros en las sociedades de acogida7. A nadie se le escapa el rol que jugaron los emigrantes españoles en las políticas de acercamiento entre la España que habían dejado –y a la que mantenían parcialmente con sus remesas– y unas repúblicas que, pese al distanciamiento post-independencia, seguían reconociéndose como herederas culturales de la antigua metrópoli. Los discursos pronunciados en Cádiz, sin desdeñar su condición protocolaria, dejaron pocos matices al respecto. Figueroa Alcorta, por ejemplo, iniciaba su glosa saludando “a la madre patria, como predilecta del heroísmo y de la gloria, comparable á Roma, á Grecia, centro de irradiación civilizadora”, declarándose “mensajero de filiales afectos, trayendo la ofrenda por la grandeza de la metrópoli veneranda (sic), alma parens de los

7 “El Gobierno (sic) del Ecuador dedica á (sic) a Mejía Lequerica una lápida escultórica; otra análoga el Ayuntamiento de Barcelona al primer Presidente de las Cortes de Cádiz don Ramón Lázaro Dou; otra en memoria de don Agustín Argüelles, la costean los Ayuntamientos y Sociedades de la provincia de Oviedo y los Centros Asturianos de Madrid y Barcelona; un monumento á don Ramón Power, la Cámara Española, el Ateneo y la Cámara de Representantes de la isla de Puerto Rico, y una lápida o monumento en honor del sacerdote mejicano Gordea, último Presidente de las Cortes doceañistas, se costea por suscripción entre los nacionales y españoles residentes en Méjico”. En La Rábida, Año II, nº 9, 30 de marzo de 1912, p. 9.

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pueblos hispano-americanos”8. No fue menos Icaza quien, tras alabar a España como “…nación formadora de pueblos (por) “congregar simbólicamente bajo su sombra materna á las naciones libres que de ella tuvieron origen”, remontaría el vínculo entre el país anfitrión y sus invitados de lo cultural a lo sentimental, significando cómo “la lengua es patria y es alma: la mentalidad se moldea a su influjo, y bien saben que nuestra alma es la vuestra, con diferentes mentalidades y acentos”9.

Este último aspecto, el de la identificación de las repú-blicas americanas con España y lo español, puede considerarse uno de los grandes éxitos del hispanoamericanismo. Sin entrar en debate sobre a qué llamar “éxito” –o a la posible relativiza-ción del mismo en comparación con los objetivos que pudieran tenerse– caben pocas dudas en cuanto a la imagen benéfica de España que los hispanoamericanistas y sus asociaciones su-pieron transmitir en América. Una imagen un tanto irreal de modernidad, prosperidad e innovación más cercana a los pro-pósitos que a lo perceptible pero que, sin embargo, calaría con fuerza en los imaginarios latinoamericanos.

Las consecuencias de todo ello habría que contemplar-las desde diversos ángulos. Para la España política e intelectual surgida del 98 la constatación de una comunidad cultural de

8 En Unión Ibero-Americana, nº 6, Año XXVI, Diciembre 1912, p. 4.

9 Ibídem.

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dimensiones transoceánicas sobre la que ejercer un supuesto liderazgo la recuperó, aun parcialmente, de la sensación de de-cadencia en la que venía sumiéndose desde hacía décadas. Una sensación que se había visto acentuada tras la firma del Tratado de París. En el caso americano la lectura cobró visos distintos, pero no por ello menos trascendentes.

La política expansionista de los Estados Unidos, sostenida por una diplomacia muy agresiva para con sus vecinos del sur y una maquinaria militar siempre dispuesta a la acción10, había puesto en alerta a los países hispanoamericanos, temerosos de las pretensiones hegemónicas del gobierno de Washington. Si la I Conferencia Panamericana, celebrada en la capital norteamericana del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1990, dejó de manifiesto el nacionalismo dominante y expansivo de los anfitriones, las posteriores no hicieron sino confirmar tal extremo11, con un Departamento de Estado que evidenció las pretensiones de su gobierno de crear y liderar una comunidad continental cuya economía estuviese dominada por 10 Un precedente de esta política fue la Intervención Estadounidense en México de 1846 con Texas como casus belli. De resultas de la intervención – tras la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo el 2 de febrero de 1848 – Estados no sólo se hizo con Texas sino con todos los territorios al norte de Río Bravo y las regiones conocidas como Alta California y Santa Fe de Nuevo México. O, lo que es lo mismo, de los actuales estados de Arizona, California, Nevada, Utah, Nuevo México y parte de los de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. En total, 2.100.000 kilómetros cuadrados; el 55% del territorio nacional mexicano.

11 La segunda tuvo lugar en México, en 1901; la tercera se celebró en Río de Janeiro, en 1906, y la cuarta en Buenos Aires, en 1910.

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los capitales estadounidenses y cuya seguridad –por no decir control12– quedase al amparo de su supremacía. Es el mismo periodo en el que el uruguayo José Enrique Rodó escribe su Ariel, reclamando la recuperación de los “valores espirituales” que declaraba propios de la América Hispana frente al materialismo estadounidense; reivindicando el idealismo espiritual hispanoamericano frente a la dominación cultural que parecía expandirse desde los Estados Unidos. Es también la época en el que cobra fuerza un movimiento, el antiimperialismo, con valedores en toda América Latina y cuyas reivindicaciones, curiosamente, encontraron no poco respaldo en las publicaciones hispanoamericanistas13. Viéndolo desde esta perspectiva, la significación de un acontecimiento como el de Cádiz y la verificación de una comunidad cultural hispanoamericana cobraría otro tono derivado indefectiblemente hacia lo político. Hacia la posibilidad de emprender acciones conjuntas o cuando menos, como bien indica Sepúlveda, de “definir en la propia 12 La tendencia más al control de sus teóricamente iguales que a la defensa colectiva quedó plasmada en las discusiones en torno al arbitraje. Estados Unidos propuso, simplificándolo, convertirse en el gendarme continental que garantizase el orden interno y la defensa frente a posibles injerencias exteriores… pero asegurándose la potestad de intervención frente a todos aquellos sucesos que pudieran suponer un trastorno en la región. Sobra decir que, con el recuerdo de lo acontecido en Cuba apenas unos años antes, la desconfianza del resto de delegaciones no hizo sino incrementarse.

13 Algunos de estos valedores llegarían incluso a convertirse en colaboradores de las mismas. Es el caso del argentino Manuel Baldomero Ugarte. Autor de obras como La evolución política y social de Hispanoamérica o El porvenir de América Española, Ugarte pasó a ser en poco tiempo una firma habitual en revistas como La Rábida o Unión Ibero-Americana.

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América las posibilidades de actuación continental y la existencia de una comunidad transnacional que [sirviese] de plataforma para esa actuación. En definitiva, posibilitó que a partir de ese momento se pensase que el sueño bolivariano de unión iberoamericana fuera posible, participara o no de algún modo España en ella”14.

Cien años después las circunstancias parecen haber cambiado, al menos en apariencia, aunque algunos elementos parezcan remontarnos a ese pasado no tan lejano. Rememoran-do la idea de Ortega en cuanto al conocimiento como proceso biológico, sin leyes o principios propios sino regido por las mis-mas pautas que los seres vivos, cabría hacer una comparativa entre los estudios académicos realizados en torno a los aconte-cimientos de comienzos del XIX, las distintas interpretaciones realizadas en torno al hispanoamericanismo y las conmemora-ciones de 1912 y las oportunidades que en la actualidad supo-nen este tipo de aniversarios, en clave política y económica, a los países implicados.

En el plano político, el ex presidente Felipe González Márquez señalaba en un artículo titulado “Bicentenarios y crisis global” cómo “Hoy, en medio de la crisis global, deberíamos reflexionar más sobre sus riesgos y oportunidades que sobre el pasado al que induce la conmemoración de los bicentenarios. Es cierto que nos une el pasado, con sus rasgos culturales comunes y

14 En SEPÚLVEDA MUÑOZ, Isidro .- Op cit .- p. 411.

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diversos a la vez, pero también nos une el presente y, si lo hacemos bien, nos debería unir el futuro”15. La cuestión es hasta qué punto desentenderse del pasado o darle un lugar secundario no implica obviar los principios culturales compartidos que, precisamente, fundamentan los citados riesgos y oportunidades. Es éste un detalle que no escapa a la reflexión de Celestino del Arenal al afirmar cómo los bicentenarios constituyen “un acontecimiento de especial significado y trascendencia para América Latina, por cuanto que enfrenta a los países latinoamericanos y a la propia región con su pasado, su presente y su futuro”, subrayando cómo éste, aun con distintos alcances, “afecta también a España en cuanto actor de un mismo hecho histórico con importantes proyecciones en el presente. No hay que olvidar que las independencias y los consiguientes procesos de construcción nacional de las repúblicas latinoamericanas se hicieron –en general, con mayor o menor fuerza según los casos– frente a España, afirmando su propia identidad frente al pasado y lo español como única forma de ser otros y diferentes, pero sin poder obviar sus profundas raíces hispánicas, que continúan presentes en el momento actual”16.

15 En GONZÁLEZ MÁRQUEZ, Felipe .- “Bicentenarios y crisis global”; en El País, 28 de noviembre de 2009.

16 DEL ARENAL, Celestino .- “España y los Bicentenarios de la Independencia de las Repúblicas Latinoamericanas”; en Madrid: Fundación Carolina, 2010. URL: http://www.fundacioncarolina.es/es-ES/nombrespropios/Documents/NPArenal0309.pdf.

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Dentro de la paradoja señalada por Del Arenal hay un factor que despierta pocas dudas: el sentido fundacional de to-dos estos actos y la simbología implícita a los mismos tanto a nivel individual como colectivo. Una simbología que incide en el propio ser de los distintos países y, a la par, alumbra la posi-bilidad de analizar los diversos procesos identitarios ya sea por separado o desde una visión global. Eso sí, tendría poco sentido no aprovechar estas conmemoraciones –y más en una situa-ción de crisis como la presente– para fomentar la colaboración entre gobiernos y dar respuestas conjuntas a tan problemática coyuntura; o bien para planificar estrategias multilaterales de desarrollo y cooperación. Después de todo, la interacción en lo económico, lo político y lo social no puede sino reforzar una identidad iberoamericana tradicionalmente asentada en la so-lidez de lo lingüístico y lo cultural.

En el plano historiográfico, y a doscientos años vista, estamos también ante la oportunidad, casi podríamos decir la exigencia, de revisar críticamente la bibliografía que, no exen-ta de cierto maniqueísmo, gestó la imagen heroica y rupturista de la independencia, así como de reexaminar la falta de visión de España respecto a América y sus reivindicaciones17. Sólo

17 ANDRÉS GARCÍA, Manuel .- “De la realidad y su transmisión: la Historia frente a los Bicentenarios”; en GULLÓN ABAO, Alberto; GUTIÉRREZ ESCUDERO, Antonio (Coord.) .- La Constitución gaditana de 1812 y sus repercusiones en América .- Vol. 2 .- pp. 399-411.

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partiendo de un análisis crítico pueden abordarse las incon-gruencias, silencios y exclusiones que caracterizaron a las re-públicas americanas en sus procesos de construcción nacional; pero también las luces y sombras de unas Cortes gaditanas que – sin negarles su aporte y trascendencia en el devenir po-lítico hispanoamericano –son elevadas cada aniversario a los altares públicos sin señalar sus también evidentes desaciertos. Hablamos de desmaquillar la Historia, de despojarla de los mitos gestados en los dos últimos siglos y transmitir a la so-ciedad– a las distintas sociedades - una lectura más cercana de lo que realmente aconteció. Éste debería ser, por encima de cualquier otro, el objetivo a plantearse desde la historiogra-fía en el largo periplo de los bicentenarios. La cuestión es si precisamente este tipo de celebraciones dejan espacio a tales opciones; a tales lecturas.

Roberto Breña señala, no sin razón, cómo la avalancha de actos organizados en torno a este tipo de aniversarios suele cosechar una producción intelectual de calidad desigual. Entre otros motivos por la costumbre de los profanos de hablar so-bre tales temas como si de expertos se tratase. Dicha tendencia tiende a acentuarse cuando se trata de celebraciones históricas, pese al convencimiento de Breña de que “la historia no sirve para entender realmente los problemas de nuestro presente y menos aún que su estudio nos proporcione las soluciones o la salida a dichos

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problemas.”18 Una opinión, en principio, contraria al sentido que Pierre Vilar otorgaba a la Historia y su estudio como método para conocer el presente desde la comprensión del pasado19. Sin embargo, el juicio de Breña no va dirigido en esa dirección sino que arremete sin ambages contra las manipulaciones a que suelen dar lugar estas efemérides, sobre todo en lo que respecta a la interpretación de ideas, frases, actitudes y hechos fuera de su contexto histórico. Estaríamos, en resumen, ante una cen-sura contra el uso político del pasado histórico o, como señala Renán Silva al hablar de Jürgen Habermas, “con los usos políticos del pasado o usos públicos de la historia” desde los que se pretende legitimar el presente20.

A este último respecto los bicentenarios de las inde-pendencias han dado no pocos ejemplos de su carácter selec-tivo por excluyente. Tampoco es que el de las Cortes de Cádiz haya estado exento de un carácter panegírico criticable por la

18 BREÑA, Roberto .- “Las conmemoraciones de los bicentenarios y el liberalismo hispánico: ¿historia intelectual o historia intelectualizada?”; en Revista Ayer, nº 69, 2008, 189-219.

19 podía percibirse en sus textos en una doble vertiente: por un lado, como ya hemos señalado, aceptando su propuesta de racionalización histórica como método con el que comprender el pasado para conocer el presente; por el otro, secundando el empirismo de la investigación con una reflexión teórica que la surta, precisamente, de problemática. Una bifurcación en el que el estudio de la Historia cobraría todo su sentido. Un artículo interesante a este respecto sería COHEN, Aron. “Atelier Pierre Vilar, pour une histoire en construction”. Biblio3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Volumen IX, 2004, nº 555.

20 SILVA OLARTE, Renán: “Del anacronismo en Historia y Ciencias Sociales”. En Historia Crítica, Edición Especial, Bogotá, 2009, pp. 278-299.

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intrascendencia dada a quienes se han mostrado más críticos o alejados de la línea oficial. No obstante, en el caso latinoameri-cano sorprende que una oportunidad de este tipo –un aconte-cimiento idóneo para ofrecer una imagen de unidad intercon-tinental sin precedentes– se haya desaprovechado haciendo tan visibles las diferencias entre los distintos gobiernos.

Aun con discrepancias en cuanto al sesgo de sus conclu-siones, Carlos Malamud acertaba al destacar entre los factores causantes de tan mediocres resultados un exceso de nacionalis-mo –al que achaca el fracaso a la hora de desarrollar propuestas de ámbito subregional, continental e iberoamericano– y, sobre todo, una politización excesiva de las celebraciones que, si bien centra en los países del ALBA, podría extenderse prácticamen-te a todos los países del continente21. Lo cierto es que, como bien indica el intelectual hispano-argentino, por un lado, “los festejos alcanzaron una dimensión eminentemente nacional” y, por otro, “ninguna de las celebraciones nacionales de los bicentenarios se

21 Malamud resalta en realidad seis factores que considera determinantes para ello: 1) un exceso de nacionalismo al que achaca la falta de un proyecto conjunto con garantías de éxito; 2) las grandes diferencias políticas presentes en la región, que él focaliza en el intento del ALBA (Alianza Bolivariana de los pueblos de nuestra América) por hacer hegemónicos sus puntos de vista; 3) una politización excesiva que considera muy evidente en los casos de Bolivia, Ecuador, Venezuela y, en menor medida, Argentina; 4) el escaso presupuesto invertido en la conmemoración; 5) la trivialización del concepto “bicentenario” y 6) el escaso grado de conocimiento del significado de los bicentenarios por las distintas opiniones públicas implicadas. Más información en MALAMUD, Carlos .- “Un balance de los bicentenarios latino-americanos: de la euforia al ensimismamiento”; en Anuario Iberoamericano 2011, Real Instituto Elcano–Agencia EFE, p. 341, URL: www.anuarioiberoamericano.es/pdf/bicentenarios/2_carlos_malamud.pdf.

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constituyó en un referente para toda la región ni llegó incluso a reu-nir a un número significativo de presidentes latinoamericanos”22, al menos de momento. La excepción a esta norma, según Ma-lamud, fueron aquellos festejos que coincidieron con reunio-nes internacionales de alto nivel u otros eventos políticos re-levantes, tal y como ocurrió en el bicentenario ecuatoriano, que coincidiría con una cumbre de UNASUR y la ceremonia de posesión del presidente Correa en su segundo mandato23. En contraposición, hubo conmemoraciones que no contarían con la presencia de ningún otro mandatario de la región por causas eminentemente políticas, como pudo observarse en el bicentenario colombiano a causa de las tensiones existentes entre el ejecutivo del entonces presidente Álvaro Uribe y los gobiernos vecinos.

Al igual que ocurrió con el centenario gaditano, los bi-centenarios latinoamericanos se han visto condicionados por un trasfondo político de intencionalidad diversa. No hemos entrado a analizar, salvo como referencia, lo que fueron los centenarios de independencia iberoamericanos. Unas celebra-ciones cuyas loas, curiosamente, coincidirían en lo sustancial

22 Ibídem .- pp. 342 y 344.

23 A la toma de posesión de Correa asistieron los principales presidentes sudamericanos, como Lula, Cristina Kirchner, Hugo Chávez, Michelle Bachelet, Fernando Lugo y Evo Morales. También hubo representación española a cargo de Felipe de Borbón, lo que sirvió para dar un mayor realce a la ceremonia de posesión de Correa en detrimento – sostiene Malamud – de los fastos del bicentenario.

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con muchos de los exhortos antes vistos en las publicaciones americanistas. Es por ello que resulta doblemente interesante constatar el cambio de sentido de estas onomásticas respecto a España y la “Colonia”, habiéndose agudizado la vía crítica ini-ciada a raíz del Quinto Centenario y su conmemoración.

Sorprendentemente las críticas del año 92 vinieron impulsadas no tanto por los gobiernos americanos como por determinados sectores intelectuales y, sobre todo, por las or-ganizaciones y pueblos indígenas. Con ellas se hizo manifiesta la visión histórica de los vencidos, la otra cara de Colón, re-planteando el pasado desde una perspectiva rupturista con los clichés tradicionales que serviría como fundamento para rei-vindicaciones sociales, políticas y económicas más allá del re-conocimiento histórico. Ahora, veinte años después, el mensaje parece cobrar fuerza a través de un discurso que propugna una revisión del pasado, lo que no sería criticable si no fuese por ser una relectura en la que el análisis historiográfico se ve lamen-tablemente supeditado al interés político. La descripción de las independencias24, por ejemplo, como un proceso inacabado o supeditado a un objetivo difuso a escala continental implica un peligro evidente: el rechazo de toda interpretación histórica no ajustada a dicha lectura, incluyendo todas aquellas que acep-tan la secesión como parte del devenir político latinoamericano

24 O, en línea con el discurso, la independencia.

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en la configuración de sus estados y naciones. Si censurables eran las historiografías oficiales por su visión sesgada del pasa-do o por los silencios impuestos ¿acaso habría de serlo menos la descrita? Es ahí donde la labor de los historiadores cobra otra dimensión: salir al paso de las simplificaciones y tergiver-saciones voluntarias, por no decir intencionadas, de los grupos políticos, los líderes sociales e incluso de aquellos académicos que pretendan llevar el agua a su molino. Una labor que, a su vez, nos llevaría a una interesante dicotomía no muy alejada de la formulada en su momento por el orientalista francés Jean Chesneaux.

Chesneaux reformuló la relación pasado-presente a partir de enfoques como la deconstrucción de la memoria co-lectiva, la importancia de ésta en los distintos grupos humanos y su posible instrumentación como herramienta de cambio o de control social. No entraremos a analizar los argumentos y propósitos del intelectual galo, pero sí merece la pena resaltar su convencimiento en cuanto al carácter activo que el cono-cimiento del pasado debía ejercer en la sociedad, desechando todo reclamo de objetividad histórica por ilusoria. Para Ches-neaux la Historia y su estudio era un campo de enfrentamien-to político e ideológico en el que lo que estaba en juego era el control sobre el pasado y su transmisión o, dicho de otro modo, la potestad para generar un discurso con el que poner

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el saber histórico al servicio del conservadurismo político o al de las luchas sociales.

Partiendo de tales premisas, la historiografía oficial sería el producto de unas clases dirigentes que, haciendo gala de su hegemonía, habrían gestado una imagen del pasado en función de sus intereses. En consecuencia, el control del sa-ber histórico pasaría a revelarse como un mecanismo de con-solidación de la autoridad y del prestigio de las instituciones dominantes, legitimando su existencia y justificando el orden establecido por medio de la tradición u otros instrumentos de carácter ideológico/educativo. Sobra decir que formarían parte de este último ámbito aquellas intervenciones del Estado diri-gidas a la mitificación del pasado y sus protagonistas –fiestas nacionales, conmemoraciones, aniversarios,…- en pro de con-figurar los imaginarios patrios y lograr su aceptación general. Como ya indicó hace años Nikita Harwich: “Indudablemente que el logro más acabado en cuanto a esta glorificación por medio del discurso y de la conmemoración ceremonial es el del culto venezolano a la figura de Simón Bolívar, virtualmente convertida en razón de ser de la nacionalidad”25. Así, en una libre interpretación de las

25 Harwich especifica además el carácter progresivo de este tipo de cultos en el mismo párrafo al afirmar cómo “Esta conversión no fue inmediata sino el resultado de una evolución a lo largo del siglo XIX. La repatriación de los restos del Libertador desde Santa Marta a Caracas, en 1842, constituyó una primera etapa que desembocaría, con los actos del centenario de su nacimiento en 1883, a una consagración definitiva”. En HARWICH VALLENILLA, Nikita .- “La Historia Patria”; en ANNINO, Antonio; CASTRO

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tesis de Chesneaux sobre las injerencias del poder en materia historiográfica, habría que preguntarse si los discursos guber-namentales a los que asistimos últimamente no acaban siendo un proceso repetido aun desde distinta perspectiva o, dicho de otro modo, un proceso con iguales objetivos hegemónicos pero, en esta ocasión, impulsados por sectores de distinto corte ideo-lógico que los tradicionales.

En línea con esta reflexión, no estaría de más extender las dudas sobre las intenciones de los distintos ejecutivos res-pecto al sentido de tales celebraciones, sin hacer en ello distin-ciones entre España y los gobiernos latinoamericanos. La per-tinencia se hace patente a la vista de la controversia despertada en algunos países en torno a los bicentenarios, con debates que han traspasado el ámbito intelectual respecto a los motivos de las conmemoraciones.

Partamos de una afirmación irrebatible como es la face-ta dual de estas conmemoraciones: la española y la americana. Una dualidad ahistórica en cuanto que la mayor parte de los hechos evocados tuvo lugar cuando la península y las posesio-nes americanas formaban una sola identidad política lo que, en todo caso, nos lleva a una contemplación tan unida como divergida. No en vano ha sido muy evidente la predisposición a

LEIVA, Luis y GUERRA, François-Xavier Guerra (comps.) .- De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica .- p. 435.

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dejar en el tintero aquellos motivos más susceptibles de crítica, resaltando todos aquellos que, desde una óptica contemporá-nea, mejor valoración pudieran tener.

En lo que respecta a España se enfatiza la conmemora-ción en la propia identidad nacional con la Guerra de la Inde-pendencia, la resistencia al invasor francés y, al mismo tiempo, el ingreso a la “modernidad política”26 que fue abortada por el regreso del absolutismo.

No cabe duda que 1812 supuso un hito de especial re-levancia político y social. La Constitución aprobada en Cádiz es señalada como el punto de partida de una nueva concep-ción de sociedad que puso fin al absolutismo político que regía durante el Antiguo Régimen. Un avance en clave política y social que acabó traduciéndose en derechos y libertades an-tes nunca conquistadas27. Parecería “natural”, por tanto, que la conmemoración gaditana no fuese problemática: lucha frente a los franceses; heroicidad popular y, en el contexto político actual, recuperación de valores políticos si bien no iguales sí coincidentes en muchos aspectos: nación, libertad,… Recupe-ración, en resumidas cuentas, de lo positivo de la Constitución.

26 Entendida por el universo político iniciado en los periodos de 1808 a 1814 y de 1820 a 1823.

27 Aspecto éste que hay que matizar, ya que en relación a las mujeres en todo el territorio hispánico, y a los esclavos e indígenas en lo que a América se refiere, el Código no cambió de facto su situación de subordinación.

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Sin embargo hay aspectos sobre los que se tiende a pasar de puntillas como la intolerancia religiosa del texto28; su carácter esclavista; la arbitrariedad implícita a muchas de sus medidas por motivos de piel29;… La tendencia discriminatoria del tex-to respecto a pardos y negros, por ejemplo, quedó ya patente en el Discurso preliminar a la Constitución de 1812, de Agustín de Argüelles, quien al hablar de la concesión de la ciudadanía española a los “no naturales” señalaría condicionantes muy re-veladores en lo concerniente a los “originarios de África”: “El inmenso número de originarios de África establecidos en los países de ultramar, sus diferentes condiciones, el estado de civilización y cultura en que la mayor parte de ellos se halla en el día, han exigido

28 Tema que ya abrió debate entre los historiadores a finales de los años setenta, siendo criticado ya por Fontana en La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833. Sobre el mismo asunto, pero no siempre en la misma línea, podemos encontrar un amplio número de libros y artículos como El primer liberalismo y la iglesia, de Emilio La Parra López; “Las Cortes de Cádiz y la sociedad española”, de Manuel Pérez Ledesma; Revolución y reforma religiosa en las Cortes de Cádiz, de Manuel Morán Ortí o las teorías de José Manuel Portillo sobre el “proceso revolucionario y liberal” como proceso de conformación de la “Nación Católica”. Una buena relación de obras en torno a esta cuestión podemos encontrarla en TATEISHI, Hirotaka .- “La Constitución de Cádiz de 1812 y los conceptos de Nación/Ciudadano”; Link: http://hermes-ir.lib.hit-u.ac.jp/rs/bitstream/10086/19181/1/chichukai0001900790.pdf

29 Aunque algunas de sus afirmaciones consideramos que deberían ser matizadas, Bartolomé Clavero no anda totalmente desacertado al afirmar cómo la Constitución de Cádiz era no sólo esclavista “sino también profundamente racista, pues condicionaba al máximo la posibilidad de acceso de afrodescendientes no esclavos a la condición de ciudadanos, admitiéndolos sólo con carácter individual por méritos personales. Relativamente distintiva era su posición respecto a la presencia indígena, pues la incluye en la ciudadanía, pero intentando colonialmente recluirla en el espacio municipal y aplicando el tratamiento de un colonialismo frontal y agresivo a los numerosos pueblos indígenas que resistían independientes”. En CLAVERO, Bartolomé .- “Cádiz y los Bicentenarios”; [En línea] Link: http://clavero.derechosindigenas.org/wp-content/uploads/2011/01/C%C3%A1diz-Bicentenarios1.pdf.

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mucho cuidado y diligencia para no agravar su actual situación, ni comprometer por otro lado el interés y seguridad de aquellas vastas provincias. Consultando con mucha madurez los intereses recíprocos del Estado en general y de los individuos en particular, se ha dejado abierta la puerta a la virtud, al mérito y a la aplicación para que los originarios de África vayan entrando oportunamente en el goce de los derechos de ciudad”. Una entrada paulatina que, en todo caso, Argüelles haría preceder de su convencimiento respecto a la limitación a aplicar antes de otorgar “la mayor gracia que puede concederse en un Estado” –es decir, la naturalización y la concesión de los derechos civiles y políticos– de modo tal que no pudiera “extenderse jamás hasta confundir lo que sólo pueden dar la naturaleza y la educación”30.

En el caso americano se conmemora el nacimiento de un conjunto de países; su independencia respecto a España. Con todo, como bien señala Sergio Guerra, la independencia hispanoamericana, cuyo bicentenario celebramos, no se procla-mó en 1810 sino posteriormente. En 1810 ni siquiera estaba esbozada como plan la ruptura con España, ni tampoco ésta formaba parte de un proyecto patriótico generalizado como ha sostenido tradicionalmente la historia oficial. En realidad, afir-mar que la mayoría de los criollos que en 1808 reaccionaron 30 ARGÜELLES, Agustín de .- Discurso preliminar a la Constitución de 1812.- Madrid, 1989 .- p. 81. Versión electrónica: www.cepc.gob.es/docs/actividades-bicentenario1812/discuprelicons1812.pdf

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contra la invasión napoleónica pretendían, dos años después, el establecimiento de repúblicas independientes no deja de ser una aserción tan sesgada como incierta. Otra cosa es que di-cha aspiración surgiese más adelante como consecuencia de la frustración generada por las reformas gaditanas y, sobre todo, por la paulatina radicalización de muchos de esos iniciadores conforme fueron avanzando los acontecimientos31.

Otro componente de la celebración americana es deri-var de la separación de España el ingreso en la “modernidad po-lítica”, lo que equipararía independencia con modernidad. Esto merece algún inciso. Por una parte, como ya hemos señalado en el párrafo anterior, nos encontramos ante guerras secesionistas que no comenzaron con la independencia política como objeti-vo pero que, sin embargo, acabaron desembocando en ella. Por otra, durante el conflicto bélico los enfrentamientos, salvo casos puntuales, se produjeron entre americanos, con lo que más que de una confrontación entre opuestos deberíamos hablar de una conflagración civil a escala continental32. Desde este punto de vista podríamos afirmar que la lucha por la modernidad polí-tica, hoy relacionada con las independencias, no tuvo su origen

31 GUERRA VILABOY, Sergio; CORDERO MICHEL, Emilio (coordinadores) .- Repensar la independencia de América Latina desde el Caribe .- La Habana, 2009.

32 No olvidemos que pocos fueron los contingentes militares mandados ex profeso desde la península durante el proceso independentista - el Primer Batallón del Regimiento de Asturias, enviado a Veracruz en 1811, y el Ejército Expedicionario de Tierra Firme, organizado en 1814 tras el retorno de Fernando VII-.

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tanto en intenciones secesionistas como en el ejercicio de una autonomía amparada en el derecho a conformar juntas en una situación de vacío de poder como la que se estaba viviendo. Un derecho que, aceptado de facto en la Península, fue cuestionado –cuando no interferido y/o boicoteado– por la metrópoli y sus fieles a la hora de aplicarlo en América.

Independientemente de la radicalidad que pudo ca-racterizar a movimientos o sucesos como los acontecidos en Chuquisaca o Quito en 1809, el fracaso de éstos marcaría el comienzo de una oposición política cada vez más violenta, has-ta terminar en un enfrentamiento abierto que se alargaría hasta 1826. Este periodo generó una rica documentación política y militar, pero también de vivencias, propuestas e ideas diversas en el marco social y económico de la época. Al mismo tiempo, generaron significaciones diferentes en el propio interior de las sociedades americanas, con la consecuente problemática que ello suscita, al asignarles a las personas que vivieron el momen-to –sobre todo a aquellas que contribuyeron de modo efectivo y significativo– intenciones que responden más a patrones his-tóricos y axiológicos propios de otras épocas.

Pese a la posible contraposición de causas expuesta existen una serie de factores conjuntos que posibilitan estas conmemoraciones a uno y otro lado del Atlántico. Es indu-dable que dichos homenajes siempre estarán rodeados de un

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estudiado simbolismo político y emocional dirigido expresa-mente a la opinión pública de los países organizadores. Los unos por todo lo que supuso la liberación del dominio colonial español en cuanto a la conformación de sus estados; los otros por unas Cortes gaditanas consideradas simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y, desde una perspectiva política y legis-lativa, el origen del Estado Democrático y de Derecho.

Puestos a ahondar un poco más en el caso americano la revisión histórica de todo este proceso nos llevaría a analizar el control ejercido por las élites en la construcción de los discur-sos sobre las independencias. Discursos sobre los que se eleva-ron unas historiografías patrias que se encargaron de transmitir una imagen embellecida del pasado conforme a los intereses del poder y adaptada a las lecturas que pudieran exigir los dis-tintos estados y sus coyunturas.

A lo largo del XIX, sobre todo en su segunda mitad, asistimos a la forja de estas historias patrias en paralelo –o, más bien, directamente implicadas– con la conformación de las nuevas nacionalidades. El objetivo principal de tales proyectos sería la creación de una memoria colectiva que actuase como aglutinante de todos los individuos de cada país; que proyectase la emancipación como un acontecimiento excepcional, heroico, rupturista y esperanzador. Una historia de héroes y malvados en la que el periodo colonial apareciera descrito negativamente

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y el advenimiento de los nuevos regímenes como la epopeya anunciadora de un prometedor destino común. Una historia, en resumen, que además de formar a la población en una nueva conciencia política e identitaria justificase el por qué de la rup-tura con España –o, dicho de otro modo, el por qué renunciar al sentimiento de españolidad vigente hasta entonces– y, a la par, que explicara cómo un territorio unido durante centurias había podido asistir al surgimiento de una pluralidad de repúblicas independientes, segregadas y no pocas veces opuestas33.

Pese a la diversidad étnica y cultural existente en las distintas repúblicas casi todos los procesos de construcción his-tórica e identitaria gestados en las mismas fueron encabezados y dirigidos por criollos. Esta preeminencia, notoria en el deve-nir histórico latinoamericano, ha traído no pocos problemas a la hora de plantear cualquier tipo de conmemoración, sea con-junta o por separado. Ya en los fastos del V Centenario las pro-testas indígenas cobraron tal trascendencia que ensombrecie-ron los actos de la organización, cuestionando la celebración en sí y haciendo de su pertinencia motivo de debate público. Dos décadas después, con los nuevos aniversarios patrios, el debate ha vuelto a hacerse patente –si bien con menos virulencia que en el 92– plasmando una realidad irrebatible en cuanto a que muchas de las repúblicas americanas, pese a tener población

33 ANDRÉS GARCÍA, Manuel .- Op cit.

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mayoritariamente indígena, acabaron basando sus proyectos nacionales en la exclusión e imponiendo mecanismos en los que el fenotipo, el dinero y la cultura occidental se convertirían en condiciones inexcusables para ascender socialmente34. Con tales precedentes poco puede sorprender que, con motivo del bicentenario mexicano, el Congreso Nacional Indígena en la Región Centro Pacífico mostrase su rechazo en los siguientes términos: “A 200 años de que estallara la revolución de indepen-dencia y a 100 años de la revolución mexicana, nuestros pueblos, naciones y tribus, mismos que aportaron sus vidas y su sangre para el triunfo de estas luchas, hoy como desde hace 518 años si-guen siendo despreciados, discriminados y sin ser reconocidos en sus derechos fundamentales, es decir, somos verdaderos desconoci-dos en nuestras propias tierras. Ocurriendo que las constituciones de 1824, 1857 y 1917 no sólo han desconocido la existencia de

34 “Advirtiendo, en todo caso, la necedad de comparar lo que fue la evolución de dos repúblicas con dichas características poblacionales – México y Perú – pero cuyo desarrollo en poco o nada pueden compararse. Mientras México contempló ya desde la Colonia una apropiación de los símbolos de elaboración indígena por parte del elemento criollo – lo que facilitaría la vinculación de la mexicanidad con el mestizaje – en Perú la realidad sería mucho más disociada, con dos imaginarios colectivos antagónicos donde la cuestión étnica se vincularía incluso a la geografía – una costa “blanca”; una sierra “india” – y el mestizaje más que como factor de equilibrio era contemplado como la imposición de unos sobre otros”. Ibídem. Para el caso mexicano se aconseja BRADING, David .- Los orígenes del nacionalismo mexicano .- México: Era, 1985; para el peruano FLORES GALINDO, Alberto .- Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes .- Lima, Instituto de Apoyo Agrario, 1987. Un artículo que hace una magnífica comparativa entre los casos mexicano, peruano y argentino y la cuestión nacional sería QUIJADA, Mónica. “La nación reformulada. México, Perú, Argentina (1900-1930)”, en ANNINO, Antonio; CASTRO LEIVA, Luis y GUERRA, François-Xavier Guerra (comps.) .- De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica .- Zaragoza: Ibercaja Obra Cultural .- 1994.

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nuestros pueblos, sino que además buscaron la desaparición, ex-terminio, explotación y muerte de nuestros pueblos, nos pregun-tamos ¿Qué tenemos que festejar?”35.

La marginación estatal sufrida por los indígenas en el pasado y el actual repudio que de estos fastos hacen sus or-ganizaciones aborígenes sitúan la polémica en un punto in-teresante. Hay académicos que subrayan el riesgo –en caso de introducir la cuestión indígena en los debates historiográficos sobre los bicentenarios– de caer en no pocos anacronismos. La pregunta a hacerse, sin embargo, sería cómo prescindir en un debate sobre la Constitución de Cádiz o las independencias americanas de lo que fueron sus contradicciones. O cómo ob-viar las incoherencias de un liberalismo que, pese a proclamar la libertad e igualdad como principios irrenunciables, acabó ajustándose paulatinamente a las exigencias y conveniencias de los distintos grupos de poder. Lo cierto es que los indígenas no estuvieron entre las prioridades de los liberales gaditanos y americanos, pero eso no le ha restado importancia a las re-membranzas que estamos viviendo36. Es más, haciendo parale-lismos con otros fastos parecidos no puede evitarse la analogía con el bicentenario de la Revolución Francesa –o, incluso, el

35 Congreso Nacional Indígena en la Región Centro Pacífico .- “Extracto de la Declaración de Uweni Muyewe”; en Tikari. Espacio de comunicación intercultural, nº 13, Año 3, junio-julio 2010.

36 BREÑA, Roberto .- Op cit.

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de la independencia estadounidense– y el olvido en el que, sin embargo, se sumió la conmemoración de la primera secesión latinoamericana: la de Haití.

Haití fue el segundo estado independiente de América, pero la primera sociedad completamente libre de la lacra de la esclavitud. Fue el primer país que hizo trascender la libertad como derecho humano fundamental, sin cortapisas, provocan-do un replanteamiento de la idea de hombre y sociedad en el mundo occidental. En palabras de Franklin W. Knight: “En Haití las ideas originales de la Revolución Francesa llegaron a ser ampliadas porque al principio la gran mayoría de la población no se consideró elegible para la ciudadanía, aunque los esclavos fueron indispensables para cumplir con las tareas de guerra y el desarrollo económico del país”37.

Desde esta perspectiva, Haití supuso el cambio político más revolucionario hasta ese momento y su constitución –la primera que declaró a todas las personas, sin excepción, igual-mente libres– un ejemplo que tendría profundas repercusiones políticas y sociales en todo el continente. Una comparativa con la anterior Declaración de Independencia estadounidense o las proclamadas posteriormente a lo largo y ancho de América deja a todas éstas, dicho de manera un tanto simplista, como 37 KNIGTH, Franklin W. .- “La Revolución Americana y la Haitiana en el hemisferio americano, 1776-1804”; en Historia y Espacio, nº 36, 2010, p. 10. Link: http://dintev.univalle.edu.co/revistasunivalle/ index.php/ historiayespacio/article/download/606/618

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meras transferencias administrativas del poder político; como simples trasvases del poder de los funcionarios metropolitanos a las clases propietarias y sus representantes en las nuevas repú-blicas. Algo en lo que insiste Knight al señalar como logro más significativo haitiano la entrega del poder político “inmediata-mente a todo el mundo en el Estado con la igualdad legal de sexo, educación, raza, color, riqueza o de ocupación” mientras la declara-ción norteamericana de 1776, cuando estableció la igualdad de todos los hombres, “incluyó solo los blancos de propiedad”38.

Haití fue probablemente la revolución más admira-ble de todas las que se dieron en el continente, pero con un motivo añadido como fue el compromiso que adquiriría con la independencia del resto de América. Pocos párrafos más elocuentes al respecto que el del escritor colombiano William Ospina en una columna de opinión sobre la situación del país tras ser desolado por el terrible terremoto de enero de 2010, justo al comienzo del año de los bicentenarios: “Casi nadie en el siglo XIX parecía dispuesto a respetar a un país gobernado por gentes que tenían todavía la marca de las cadenas, y sin embar-go fue ese país el que más favoreció la independencia del resto de la América del Sur. Bolívar no olvidaría nunca la ayuda que le prestó el presidente Petión: en barcos, en armas y en soldados, para desembarcar en Venezuela y emprender su campaña. Expulsado

38 Ibídem .- p. 7.

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después por los españoles, a Haití volvió Bolívar arruinado, y otra vez Petión lo proveyó de recursos, con la sola condición de que li-berara a todos los esclavos”39.

Siendo tales los méritos del país caribeño ¿por qué el aniversario de su liberación pasó totalmente desapercibido? Probablemente porque Haití acabó purgando su osadía con el olvido. Una osadía consistente en romper con las cadenas que los esclavizaban; en ser un ejemplo para los futuros movimien-tos de liberación; en revelar los muchos corsés que acabarían constriñendo al resto de revoluciones occidentales. Y un olvido en el que acabaron tomando parte incluso aquellos a quienes Haití ayudó. Así, Ospina en su hermoso alegato sólo yerra en ese “Bolívar no olvidaría nunca”, pues hasta el Libertador parti-cipó de la omisión descuidando la presencia de delegados hai-tianos en el Congreso de Panamá40. Otros grandes iconos de la libertad como Jefferson se limitaron a requerir que se confinase en la isla “la peste de la rebelión”41.

39 OSPINA, William .- “Haití en el año del Bicentenario”; en El Espectador, 16 de enero de 2010.

40 No así de representantes británicos y estadounidenses, que asistieron como observadores invitados por iniciativa de Santander.41 Una peste magistralmente descrita por Eduardo Galeano en un pequeño escrito titulado “La maldición blanca”: “La peste, el mal ejemplo: desobediencia, caos, violencia. En Carolina del Sur, la ley permitía encarcelar a cualquier marinero negro, mientras su barco estuviera en puerto, por el riesgo de que pudiera contagiar la fiebre antiesclavista que amenazaba a todas las Américas. En Brasil, esa fiebre se llamaba  haitianismo”. En GALEANO, Eduardo .- Espejos. Una historia casi universal .- Madrid, 2008 .- p. 175.

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* alberto gullón abao es Doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla, Catedrático del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de América e Historia del Arte de la Universidad de Cádiz, miembro de la Real Aca-demia Hispanoamericana y Coordinador de la obra conmemorativa del bicentenario: La Constitución gaditana de 1812 y sus repercusiones en América; entre sus líneas de investigación se destacan sus trabajos sobre la frontera Norte de la Argentina colonial, los colectivos marginados de La Habana en el siglo XIX y la climatología histórica en el Cádiz del XIX.

* Manuel andrés garcía es Geógrafo por la Universidad de Zaragoza y Doctor en Historia Latinoamericana por la Universidad de Sevilla, y IV Premio de Investigación Iberoamericano La Rábida 2010 en el área de Ciencias Sociales y Jurídicas por su obra Indigenismo, izquierda, indio: Perú 1930-2010.

Dejemos la referencia como punto final. Si difícil es evitar las polémicas en este tipo de conmemoraciones, superar-las puede ser un imposible. Sin embargo, siempre serán un bue-no motivo para debatir y analizar conjuntamente, en este caso, un pasado que, pese a las discrepancias, une más que separa; para abrir nuevas perspectivas y temáticas dando voz y espacio a quienes, hasta hace apenas unos años, no lo tenían. Pero, ante todo, para seguir interpretando las claves de un proceso que impuso la particularidad por encima de lo colectivo.*

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