1 MÁS ALLÁ DEL TRAUMA DE LA TRAICIÓN

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1 MÁS ALLÁ DEL TRAUMA DE LA TRAICIÓN: RECONSIDERANDO LA INFIDELIDAD EN LA TERAPIA DE PAREJA. Michele Scheinkman Fam Proc 44:227, 244 2005 Introducción Cuando se me presentó la oportunidad de escribir un ensayo sobre infidelidad, estuve feliz -aunque cauta- de tener un foro para discutir las ideas que me han estado dando vuelta en mi mente por más de veinticinco años. Habiendo nacido en Latinoamérica, y habiéndome criado allí también, usualmente he sentido una especie de disonancia cultural con respecto a mis colegas en los Estados Unidos sobre este tema. Desde la década de los setenta, cuando comencé a practicar y luego a enseñar terapia familiar en Chicago, me preocupó la forma en que son típicamente tratadas las “aventuras” tanto conceptual como clínicamente. Últimamente, mientras una nueva ola de fundamentalismo se arrastra dentro de la cultura americana, he sentido que es aún más crítica la necesidad de reflexionar sobre estas premisas. Estoy pensando en la cacería de brujas que siguió al proceso judicial del presidente Clinton, también en la reciente elección presidencial que ganó sobre una plataforma de valores familiares “absolutos”. En este clima, aprecio la oportunidad para ponerme mis lentes biculturales y examinar las formas en que esta moral imperante del poder, o sea el de la cultura puritana, puede estar penetrando nuestro trabajo clínico. Más aún, agradezco la oportunidad de traer a Laura Kipnis y Stephen Mitchell dentro de la discusión. Estos dos autores, ya que ellos piensan fuera de nuestro marco, nos alientan a cuestionarnos sobre nuestras asunciones y a reenfocar también nuestras conversaciones profesionales sobre la infidelidad desde casi el ángulo único de su impacto en la estructura más amplia que empieza con las fuerzas emocionales que llevan a los individuos a tener aventuras en un primer lugar. Kipnis y Mitchell, que no son terapeutas familiares, de-construyen ideas prevalecientes sobre la institución del matrimonio y, al hacerlo, subrayan la preeminencia del deseo y el amor romántico en nuestras vidas. Tal como a su vez reconocen las contradicciones inherentes a nuestras experiencias amorosas y nos incitan a investigar sobre la dimensión más irracional del amor, invitándonos a aceptar mejor la complejidad y la ambigüedad. El objetivo principal de este artículo es usar las ideas de Kipnis y Mitchell para que nos animemos a reconsiderar nuestros supuestos, y con ello traer la posibilidad de entender y tratar la infidelidad desde una perspectiva multicultural. Las premisas a discutir nos permiten mayor flexibilidad para referirnos a múltiples valores y significados, tomando en cuenta una variedad de situaciones especificas que le permiten a un individuo optar por involucrarse en un affaire y la autodeterminación en materia de confidencialidad y truth-telling.

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MÁS ALLÁ DEL TRAUMA DE LA TRAICIÓN: RECONSIDERANDO LA INFIDELIDAD EN LA TERAPIA DE PAREJA.

Michele Scheinkman Fam Proc 44:227, 244 2005

Introducción Cuando se me presentó la oportunidad de escribir un ensayo sobre infidelidad, estuve feliz -aunque cauta- de tener un foro para discutir las ideas que me han estado dando vuelta en mi mente por más de veinticinco años. Habiendo nacido en Latinoamérica, y habiéndome criado allí también, usualmente he sentido una especie de disonancia cultural con respecto a mis colegas en los Estados Unidos sobre este tema. Desde la década de los setenta, cuando comencé a practicar y luego a enseñar terapia familiar en Chicago, me preocupó la forma en que son típicamente tratadas las “aventuras” tanto conceptual como clínicamente. Últimamente, mientras una nueva ola de fundamentalismo se arrastra dentro de la cultura americana, he sentido que es aún más crítica la necesidad de reflexionar sobre estas premisas. Estoy pensando en la cacería de brujas que siguió al proceso judicial del presidente Clinton, también en la reciente elección presidencial que ganó sobre una plataforma de valores familiares “absolutos”. En este clima, aprecio la oportunidad para ponerme mis lentes biculturales y examinar las formas en que esta moral imperante del poder, o sea el de la cultura puritana, puede estar penetrando nuestro trabajo clínico. Más aún, agradezco la oportunidad de traer a Laura Kipnis y Stephen Mitchell dentro de la discusión. Estos dos autores, ya que ellos piensan fuera de nuestro marco, nos alientan a cuestionarnos sobre nuestras asunciones y a reenfocar también nuestras conversaciones profesionales sobre la infidelidad desde casi el ángulo único de su impacto en la estructura más amplia que empieza con las fuerzas emocionales que llevan a los individuos a tener aventuras en un primer lugar. Kipnis y Mitchell, que no son terapeutas familiares, de-construyen ideas prevalecientes sobre la institución del matrimonio y, al hacerlo, subrayan la preeminencia del deseo y el amor romántico en nuestras vidas. Tal como a su vez reconocen las contradicciones inherentes a nuestras experiencias amorosas y nos incitan a investigar sobre la dimensión más irracional del amor, invitándonos a aceptar mejor la complejidad y la ambigüedad. El objetivo principal de este artículo es usar las ideas de Kipnis y Mitchell para que nos animemos a reconsiderar nuestros supuestos, y con ello traer la posibilidad de entender y tratar la infidelidad desde una perspectiva multicultural. Las premisas a discutir nos permiten mayor flexibilidad para referirnos a múltiples valores y significados, tomando en cuenta una variedad de situaciones especificas que le permiten a un individuo optar por involucrarse en un affaire y la autodeterminación en materia de confidencialidad y truth-telling.

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Los principales libros profesionales Mucho de lo que se ha escrito por terapeutas familiares sobre infidelidad se concentra sobre el impacto del affair y el trauma de la traición. Lo que una vez fue para Madame Bovary la búsqueda del amor romántico está hoy en día, al menos en la literatura especializada, encapsulado en el marco de la traición. Lo que tiene que ver menos con amor y deseo y más con un síntoma en necesidad de cura. Lo que no quiere decir que el trabajo sobre los efectos traumáticos de la traición no sea importante; es de hecho una gran ayuda y una parte esencial a considerar por el terapeuta. Sin embargo, el problema con organizar nuestro entendimiento sobre los affairs principalmente desde “el trauma de la traición” está en que al hacerlo limitamos la exploración dejando fuera preguntas esenciales relacionadas con la dialéctica entre nuestra construcción social sobre el matrimonio y la infidelidad (Kipnis, 2003; Mitchell, 2002; Reibstein & Martin, 1993) y el valor relativo puesto en la monogamia por parte de distintos individuos y grupos. Al abrazar este marco predominante del trauma (Herman, 1992) también dejamos fuera nuestros dilemas humanos relacionados con la dificultad de conciliar apego y deseo en la misma persona (Perel, 2003). Además, al considerar que el amor y los caprichos del deseo se alimentan de un infinito número de fuerzas emocionales, se ha transformado en nuestro trabajo el entender y tomar en nuestras manos el significado de estas corrientes ocultas y no inculcar ideas morales a la experiencia amorosa. Al insistir prioritariamente sobre el affaire, nos alejamos de entender los motivos, las fuerzas contextuales y las ideas culturales que pueden llevar al individuo a tener una aventura. También, al quedarnos atados a los rígidos estándares que presentan los valores norteamericanos de transparencia y truth-telling, manteniéndolos como ideas centrales tanto en la conceptualización de la intimidad como en la forma en que conducimos la terapia familiar, estamos restringiendo los límites de nuestro trabajo clínico, y en algunos casos hasta promoviendo el mismo trauma que intentamos sanar. El cuadro clínico actual que guía la terapia familiar ha evolucionado sobre el tema de la infidelidad durante estos últimos quince años, en los cuales una serie de terapeutas de orientación sistémica1 escribieron libros terapéuticos o de auto ayuda, comercializados para un mercado heterosexual de parejas monógamas por acuerdo. Tal como los títulos de estas publicaciones lo expresan, el objetivo principal de los libros mencionados es el de ayudar a las parejas a tratar con el impacto traumático del affair y como reconstruir el matrimonio tras su revelación. Y aunque algunos aspectos de esta literatura pueden ser aplicables a parejas homosexuales, estos mismos no son aplicables en el sector de la comunidad gay que elige un estilo de vida sexual no monógamo. David Greenan y Gil Tunnell (2003) señalan que dentro de una comunidad homosexual no es atípico encontrar parejas que comparten una vida sexual no monógama, en donde el compromiso de la pareja principal se encuentra concentrado en la fidelidad emocional, el apego, y en la dependencia más que en la exclusividad sexual. La literatura en terapia

1 Orientados por la Teoria de Sistemas.

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familiar sobre la infidelidad presume la norma cultural de las relaciones a largo plazo como un ideal, el que se considera saludable. Una premisa que no toma en cuenta a individuos, culturas o sub-culturas, que consideran relativo el valor de la monogamia. Durante los últimos quince años se ha producido una evolución lineal en la literatura sobre el affaire, que se ha trasladado desde una perspectiva moral, con víctimas y villanos, (Pittman, 1989) hacia otra más balanceada y tolerante sobre el entendimiento de dos compañeros y sus interconectados, y distanciados, dilemas (Abrams Spring, 1996, 1999; Lusterman, 1998). Mientras que el trabajo pionero de Pittman sobre el affair está basado sobre una estricta oposición en contra de la infidelidad, la mayoría de los otros autores se han centrado en el impacto de éste, integrando selectivamente ideas dentro del campo del trauma. El trabajo reciente de Shirley Glass (2003) presenta una aplicación directa del marco construido sobre el trauma de la traición, combinando una posición moral similar a la de Pittman. Un paper empírico, también reciente, escrito por Gordon, Baucom y Snyder (2004) a su vez conceptualiza trabajando la infidelidad en términos de la traición y su trauma. Además de haber incorporado la teoría del trauma, la mayoría de los terapeutas familiares que escriben sobre infidelidad asumen el affair como un síntoma de problemas en el matrimonio. Estos escritores tienden a considerar el valor de la institución del matrimonio, y por tanto la monogamia, tal como se les ha enseñado a ellos, considerando el affair como un problema dentro de un acuerdo doméstico el que, de no tenerlo, funcionaría ideológica y estructuralmente bien. La única excepción frente a estas miradas elementales es el trabajo de Reibstein y Richards (1993). Trabajando en Inglaterra ellos han comenzado desde premisas distintas y apuntan sobre temas sobre los que no se discute en la literatura Norteamericana. Su punto de partida es el de pensar en la monogamia como un dilema humano, para luego investigar las formas en que se toma la decisión de tener un affair, y el significado del affair, que pueden relacionarse implícita o explícitamente con las construcciones socioculturales de un individuo sobre el matrimonio. El trabajo de Pittman (1998), Brown (1991, 1999), Lusterman (1998) y Abrams Spring (1996) representan conjeturas establecidas en el campo de la terapia familiar que son básicas en el entrenamiento de terapeutas. En Private lies: Infidelity and the Betrayal of Intimacy, Pittman observa el matrimonio y la monogamia como sacrosantos y la infidelidad como una violación a este ideal. Lo que Pittman intenta mostrar es que la fidelidad se incluye como un asunto perteneciente a valores morales y que el affair es siempre una equivocación destructiva. Es explícito en cuanto al tema, afirmando que cuando existe una infidelidad existe a su vez una víctima y un villano, el affair es caracterizado como una “grieta en la confianza”, “una traición a la relación”, “la ruptura de un acuerdo” (p.20). El affair es no sólo inmoral si no que además es un “comportamiento anormal” y señal inequívoca de que la persona infiel “tiene un problema” (p.51). Sin dejar espacio alguno para las contradicciones humanas, dejando fuera la posibilidad de que el traicionado deba asumir algún tipo de responsabilidad. Bajo la mirada de Pittman, la honestidad es el valor más central y absoluto de todos, descartando otras consideraciones (e.g. el

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contexto cultural de la pareja, otra escala de valores, o los matices de la situación específica). Asímismo mantiene una visión monolítica de la intimidad como transparencia. Se trate de una infidelidad en el presente o en un pasado distante. Decir la verdad es el único camino hacia la “verdadera” conexión y hacia la recuperación tras el affair. Pittman no critica directamente otras creencias culturales, aunque en resumidas cuentas, afirma que existe un solo camino correcto para tratar el tema: el camino moral norteamericano de clase-media. En donde ningún otro camino podría aspirar a una legitimidad equivalente. En Patterns of infidelity and Their Treatment (1991) y Affairs: a Guide to Working Through the Repercussions of Infidelity (1999) Emily Brown se distancia de una perspectiva explícitamente moral. Ofrece una aproximación mediante el diagnóstico, proponiendo distintas categorías de affair: evasión a la intimidad, evasión al conflicto, adicción sexual o affairs de salida. Cada uno como el reflejo de un mensaje sobre lo que esta mal en el matrimonio. De acuerdo a Brown, el affair tiene poco que ver con sexo, si no que se trata principalmente de miedos, desilusiones, enojo y vacío. También sobre el amor y la aceptación, mostrando con esto alguna empatía sobre la lucha de ambos compañeros. Sin embargo, como Pittman, considera la transparencia sobre la infidelidad como una necesidad incuestionable en una relación íntima y el truth-telling2como un paso esencial en el proceso terapéutico. Aconseja ser cauto con la verdad, pero solo para luego advertirle a sus lectores “Solo con honestidad podrás reconstruir tu matrimonio sobre terreno más sólido. No puedes construir intimidad en base a la traición y la falsedad. La intimidad requiere que pongamos todo sobre la mesa” (1999, p. 34). Brown también nos ofrece guías específicas sobre del rol del terapeuta de parejas. Ella considera que una vez que el affair es revelado durante una sesión individual, nada más puede hacerse terapéuticamente hasta que se ponga la infidelidad al descubierto. Si el individuo que ha confesado la infidelidad no desea revelarla, le recomienda al terapeuta descontinuar el tratamiento y referir a ambos individualmente. No solo el affair debe ser revelado si no que además concluido. La negativa en reconocer o terminar con un affair son razones suficientes para descontinuar el tratamiento. Esta política dogmática de los no-secretos, a consecuencia de la valoración absoluta de la honestidad, es la forma en que la mayor parte de los terapeutas son entrenados para tratar parejas en los Estados Unidos. Es interesante ver el cómo terapeutas que practican en otras culturas (ej. Francia, Holanda, Brasil y otros países latinoamericanos) poseen un entendimiento más matizado sobre honestidad, en consecuencia una mayor flexibilidad para manejar secretos, puesto que el valor asociado a la honestidad es visto en términos relativos. Como trataré más adelante, cuando el terapeuta respeta la autodeterminación del paciente en la exposición del affair, debe reconsiderar tanto su política de confidencialidad como la estructura de la terapia, adoptando una combinación flexible de sesiones individuales y conjuntas. Janis Abrams Spring (After the Affair, 1996) y Don-David Lusterman (Infidelity: A Survival Guide, 1998) centran sus libros sobre las consecuencias

2 Decir la verdad.

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tras el descubrimiento, o la revelación, de la infidelidad. Ambos se esfuerzan en presentar una visión balanceada sobre las respectivas luchas de ambas partes en la relación. También empujan la conversación lejos del modelo víctima-victimario, postulando el que la infidelidad es siempre sintomática de problemas más profundos en el matrimonio. Y aunque pese a que Abrams Spring no ocupa el lenguaje de la teoría del trauma, aún así nos muestra la mejor y más detallada lista de los efectos traumáticos y los síntomas que típicamente sobrevienen tras la revelación del affair. Describe los cambios psicológicos, espirituales y los pertinentes a la relación que ocurren con el individuo traicionado, pero a su vez, haciéndole justicia al “culpable” de la infidelidad, busca generar empatía mediante una revisión de sus propias luchas; sean la culpa, pena, parálisis o las decisiones difíciles. Debido a que el enfoque de Abrams Spring se sitúa en lo ocurrido tras la exposición del affair o la revelación de la infidelidad, su definición de affair está intrínsicamente asociada a sus consecuencias. Pese a sus esfuerzos por no emitir un juicio sobre la infidelidad en su marco teórico, esta sigue definida primordialmente como una violación a la confianza. De aquí surgen preguntas sobre los componentes del programa y la narrativa. Pese a que todos nosotros probablemente acordemos en que un affair a menudo involucra traición y decepción, vale la pena considerar el que la infidelidad no se trata necesariamente de traición, decepción o el daño provocado como consecuencia. A medida que escucho historias de vida que involucran affairs, me parece claro el que las emociones y los significados que impulsan a alguien hacia la infidelidad se encuentran principalmente relacionados con anhelos. Puede tratarse de un anhelo sobre una clase particular de conexión emocional, confianza, auto-descubrimiento, novedad o libertad; pueden también involucrar el deseo de recapturar partes perdidas del yo, o un intento de generar vitalidad tras experimentar una pérdida o tragedia. El affair también puede ser parte de un proceso de individualización (Walter-Enderlin, 1993) o una forma de contrarrestar la decepción, el vacío o un constreñimiento. Un affair puede tratarse a su vez de fantasía o ilusiones, o hasta de sentimientos relacionados con ira y venganza. Engañar y lastimar al compañero trae, de hecho, consecuencias serias, el elevado precio que se paga por la decisión de tener un affair, pero decepción y traición raramente aparecen como sus motivos principales. En un corto y muy interesante epílogo, Abrams Spring discute lo que yo creo es un asunto muy relevante para los terapeutas de familia que deben tratar con infidelidades hoy. Meditando sobre el valor puesto hoy en la honestidad, ella sabiamente reconoce que lo que es bueno para una pareja puede ser malo para otra. Considera el que para algunas parejas decir la verdad puede no ser ni curativo o productivo. “Incluso si estas comprometido a reconstruir la relación, no existe un camino despejado por donde proceder. Para algunas parejas la verdad puede tener consecuencias adversas, o hasta destructivas. Para otras, es parte esencial en la restauración de una relación dañada… así que para dar con la mejor estrategia, puede que ayude el preguntase, ¿Mejor para quién?” (p. 257). Y continúa para decir que restaurar la intimidad requiere más que solo la confesión de infidelidad. “Muchos compañeros infieles deciden mantener el secreto y centrarse en lo que les está

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molestando en su relación. Esta es una solución que vale la pena considerar; es perfectamente posible confrontar a una pareja mediante sus deseos insatisfechos sin por ello revelar la infidelidad, obligando al compañero engañado a recorrer la ardua y delicada tarea de volver a confiar y perdonar” (p. 258). Tras la publicación de este libro, ya había escuchado la proposición de Abrams Spring sobre “abrir la política del secreto”, mediante la cual el terapeuta proveería un modelo de confidencialidad en el cual podría guardar secretos individuales siempre y cuando existiese un acuerdo previo con la pareja. Algo similar a la práctica que ocupa Lusterman (1998) al situar la confidencialidad dentro de sesiones individuales de pareja. Estas políticas representan un importante paso al frente hacia una nueva forma de trabajo en donde el terapeuta podría continuar trabajando con una pareja aún si el affair se mantiene oculto. Lusterman también considera la honestidad y transparencia como el principal ingrediente de una relación intima. Sin embargo, siendo un maestro de la excepción, aprecia la complejidad del tema. Tal como Abrams Spring, reconoce que existen situaciones en las que es mejor no decir nada. Afirmando que algunas veces la honestidad juega en contra, que algunas veces cierta información sobrecarga a algunos matrimonios, que algunas veces existe en la pareja el acuerdo encubierto de no comentar sus infidelidades por lo que se decide, en vez de ello, concentrarse sólo en mejorar el matrimonio. Hablando directamente con parejas en repetidas ocasiones subraya “lo importante es concentrarse en mejorar el matrimonio en sí, lejos de la infidelidad” (p. 88). Sostiene que concentrarse en la tercera persona impediría la claridad de pensamiento necesaria para mejorar el matrimonio. Pese a ello, ni Abrams Spring o Lusterman proponen de forma explícita o recomendaciones sobre el como debería tratar el terapeuta una situación que involucre un affair no revelado. Como muchos expertos en infidelidad, Lusterman (1998) considera que, aunque la infidelidad frecuentemente tiene sus raíces en problemas dentro del matrimonio, no se trata tampoco de su causa exclusiva. Reconoce el que las personas son infieles por una variedad de razones. En algunos casos la razón esta enterrada profundamente en el pasado o en su familia de origen, en otros con sus creencias sobre el género opuesto y algunas veces se lo relaciona a sentimientos de vulnerabilidad durante ciertos momentos del ciclo vital, como lo son el tener un hijo o la pérdida de un pariente cercano. Otros affairs están relacionados con distintas formas de poder, como el del privilegio masculino: “Yo soy un hombre, por lo tanto ese es mi derecho”. También pueden surgir debido a una confusión sobre la orientación sexual, adicciones sexuales o hasta como un acto de represalia. Lusterman también habla del affair “trípode”, como el que ayuda mantener un matrimonio de otra manera insatisfactorio. Además reconoce el que no existe una sola manera de estar casado y que las personas escogen (o presumen) distintas clases de arreglos sobre él. Incorpora la teoría del trauma para comprender el impacto de un affair, pero se cuida en aclarar que existen muchas formas mediante las que se puede reaccionar a la infidelidad: “No todas las personas que descubren una infidelidad dentro de su matrimonio resultan igualmente heridas, ni tampoco quien es sorprendido en el engaño resulta afectado de la misma manera” (p. 13).

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Como ya he dicho, una excepción dentro de la literatura profesional sobre marco teórico del trauma de la traición, es lo escrito por Raibstein y Richards. En Sexual Arrangments: Marriage and the Temptation of Infidelity (1993) los autores intentan comprender como podrían las parejas reconciliar el conflicto inherente a la monogamia: la actividad sexual tiende a declinar con el tiempo en las relaciones a largo plazo, y el sexo es frecuentemente más excitante y atractivo con nuevos amantes. Al observar la relación de nuestras nociones socioculturales sobre matrimonio e infidelidad, ellos consideran formas mediante las que nuestros propios ideales sobre el matrimonio podían estar incitando al affair. Anticipando el trabajo de Mitchell (2002) y Kipnis (2003) quienes sostienen el cómo hoy en día, mediante el ideal de matrimonio como un pacto de compañerismo, esperamos que la pareja se ocupe de prácticamente todas nuestras necesidades; que sean los mejores amantes, los mejores padres, los mejores amigos, nuestros pares intelectual y compañeros emocionales. A su vez esperamos una gran afinidad de caracteres, sintiendo mucha decepción si esta no aparece. Dado este ideal de “el matrimonio es para toda la vida” un affair es percibido como una señal de que algo esta fallando en la relación principal (p. 142). De cualquier manera, lo que señalan es el que, cuando una pareja asume el modelo de un “matrimonio abierto” -en donde el sexo no se asume como algo sagrado o exclusivo-, el sexo fuera del matrimonio podría hasta percibirse como un fortalecimiento de la relación. Reibstein y Richards también identifican lo que han definido como un modelo de matrimonio segmentado, común en algunas culturas de Europa y Latinoamérica. En él la pareja comienza la relación asumiendo que su matrimonio podrá satisfacer algunas de sus necesidades, pero no todas. Otorgando gran valor a la autonomía, considerando que el matrimonio y el affair pertenecen a mundos independientes, dejando al affair como parte de la vida privada. Reibstein y Richards (1993) consideran el impacto del affair en términos amplios. No sólo observan el impacto de un affair descubierto si no que también el de los que se mantienen en secreto. Tomando en cuenta que el impacto de un affair variará de acuerdo a si se encuentra oculto, se ha reconocido, o si fue descubierto inintencionadamente. También afirman que “el impacto de un affair puede ser positivo, neutral o desastroso” (p. 136). Expandiendo la posibilidad del impacto positivo, individualmente y para la pareja, al explicar como “El affair puede generar en las personas una mayor autoestima, mayor confianza sexual, una mirada más profunda sobre como uno se relaciona con el sexo opuesto, sabiduría en cuanto a relaciones y un gran sensación de autonomía. En algunas ocasiones las personas sienten que han crecido mientras su matrimonio sufría. En cambio otras afirman que su crecimiento tuvo lugar lejos del matrimonio, sin ningún un impacto directo en él” (p. 145). “En ocasiones el affair provee un contexto mediante el cual se reafirma algo que ya se sabía y estaba perdido” (p. 144). “El affair puede también producir una reconsideración sobre el propósito del matrimonio; mediante los affairs puede evolucionar una redefinición del matrimonio; como a su vez se podría reevaluar lo que consideramos posible y deseable” (p. 147). En lo escrito sobre affairs homosexuales, Betsy Kassof (2003) refuerza este punto diciendo que “un affair puede terminar en un corazón partido o en

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sabiduría y renovación. Ciertamente, muchas personas en relaciones a largo plazo han logrado utilizar la experiencia de un affair para recordarse a sí mismas tanto la fragilidad de su lazo, como su capacidad de renovación” (p. 13). Reinbtein y Richards plantean otro punto interesante sobre el impacto del affair: En un affair secreto, aparece la necesidad de transformar a algún amigo en confidente, lo que ajeno a él puede tener un profundo efecto positivo en esa amistad. La complicidad involucrada tiende a estrechar estos lazos.

Pensando fuera de la caja Partiendo desde premisas similares a las de Reibstein y Richards (1993), Laura Kipnis (2003) y Stephen Mitchell (2002) centran sus libros en las complejidades de la monogamia y el amor duradero. Situándolas a ambas más allá de lo bueno y lo malo, sin relacionarlas en absoluto al trauma de la traición. En vez de ello, consideran el cómo nuestra lucha con el amor y el deseo son parte fundamental de nuestra condición humana. Diseccionan el cómo se construye hoy en día una relación comprometida y en qué forma nuestra propia construcción sobre el amor como compañerismo se encuentra relacionada a la disminución del deseo en las relaciones a largo plazo. Kipnis, profesora marxista en estudios sobre medios de comunicación, observa cómo la institución del matrimonio se entrelaza en el contexto mayor de la sociedad de consumo. Mitchell, un psicoanalista astuto, considera en detalle la sutileza involucrada en nuestra experiencia emocional. Laura Kipnis En Against Love: A Polemic (2003), Laura Kipnis toma una posición extrema, dándole un giro a nuestras convicciones culturales y crucificando el ideal establecido sobre el matrimonio americano -lo que los historiadores de la vida privada han llamado “pareja de compañeros”. Luego ella considera la infidelidad como una saludable forma mediante la cual levantarse en contra de la uniformidad y el confinamiento en los arreglos de pareja. En su reconstrucción del “amor moderno” Kipnis usa el humor, el sarcasmo y la exageración como sus principales métodos analíticos. Al cuestionar lo que aceptamos como el significado de amor y matrimonio, está exponiendo la manera monolítica en la que pensamos sobre los acuerdos sexuales en la cultura americana. También nos recuerda que el deseo sexual es una fuerza poderosa nada fácil de contener. Kipnis describe a la pareja de compañeros como “una asociación voluntaria basada (en principio al menos) en la intimidad, mutualidad e igualdad; en donde enamorarse es el único prerrequisito para un compromiso de por vida traducido en compartir lo doméstico y una mutua expectativa de satisfacción sexual… y de tener sexo solo con esta persona por el resto de tu vida” (p. 25). Su mayor argumento consiste en que la sociedad americana, como lo refleja su cultura popular, el sistema legal, religioso, político e instituciones terapéuticas, han favorecido a tal punto esta única manera de formar pareja que éste se ha santificado como un ideal post-feminista.

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Sin embargo, ella también señala que existe una persistente insatisfacción en cuanto al matrimonio hoy en día. Tomando en cuenta las estadísticas que señalan el como la mitad de lo matrimonios terminan en divorcio y la manera en que continúa aumentando la infidelidad, quizás deberíamos considerar el que la institución del matrimonio no corresponde a sus propias expectativas. Deberíamos ser capaces de ver que nuestro ideal de matrimonio se encuentra aún en transición y que una forma única no funciona para todos. En cambio, vivimos en una sociedad en la que se nos presiona, así como presionamos a otros, a amar la uniformidad de “ocupadas abejas obreras y dóciles cuidadoras del nido” (p. 25). Kipnis (2003) plantea que la terapia de pareja se ha convertido en parte de un régimen represivo puesto en marcha para mantener el status quo. Cada vez que el modelo existente sobre relaciones no se adapta a un individuo o a una pareja, en vez de que los implicados cuestionen la institución y consideren otras alternativas más acordes, la sociedad americana insiste en “incluir a toda la ciudadanía dentro de él” (p. 27) en este arreglo uniforme. La pareja que no cumple con amar de la manera preestablecida es diagnosticada con la enfermedad moderna del miedo a la intimidad y es subsecuentemente derivada a terapia para trabajar sobre sí mismos. Bajo la mirada de Kipnis, la terapia de pareja es una industria de servicios que le debe su “costosa existencia” (p. 31) a la idea de que nuestra inherente ambivalencia sobre el amor es una condición curable y que si “trabajamos en ella” es posible curarla. La premisa fundamental del trabajo clínico está en considerar el deseo como una forma infantil de amar y la terapia como una forma de transformar estos tan primitivos impulsos en un “amor maduro” (p. 34). Kipnis sostiene que esta particular forma madura de amar -amar a largo plazo- es la mejor manera en la que el amor se ajusta dentro de la ideología de consumo imperante en la sociedad americana. “Esta creencia moderna de que el amor dura nos perfila como seres particularmente atemorizados, en búsqueda permanente de prescripciones, intervenciones, ayudas. ¡A la pasión no se la debe dejar morir!... Al menos esto tiene un buen reverso económico: ha aparecido todo un nuevo sector de la economía… desde el Viagra hasta la pornografía de parejas: la tardía Lourdes de los matrimonios agonizantes” (p. 66). “Consejería para la pareja es un negocio explosivo en estos días: entre prensa, la radio y la terapia familiar… Sólo observa el pasillo de auto-ayuda en tu cadena de librerías local, hay consejos desde el suelo hasta el techo” (p. 68). Kipnis se pregunta, ¿Qué es lo que provoca el que las parejas de compañeros fracasen? ¿Qué es lo que crea toda esta necesidad de ayuda? Su respuesta dice que el problema principal que afecta a las parejas es la expectativa moderna que tienen los compañeros de solventar todas sus necesidades únicamente entre ellos. “Así que aquí estamos, remitidos a perseguir una ilusoria perfección obviamente imposible de realizar, inundados de anhelos frustrados y con nuestros desafortunados camaradas designados -como un hecho- para ser nuestros chivos expiatorios para imposibilidades que no tienen realmente que ver directamente con ellos (¡Gracias mamá y papá!)” (p. 77). Tras estas expectativas irrealistas aparece una irritación e ira inexplicables hacia el compañero que falla en actuar de forma suficientemente

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reaseguradora al ser demasiado independiente, egoísta y sin tomar en cuenta nuestros sentimientos. Ella dice, “¡Qué fastidio!, pero raspa sobre el fastidio y encontrarás… ansiedad” (p. 78). Kipnis llega a decir que no existe nada que nos produzca más ansiedad que la independencia y libertad de nuestra pareja, y que la gran oferta que ofrece una relación a largo plazo deriva directamente desde nuestro deseo de cegarnos frente a esa ansiedad. En nuestras modernas formas de amar, nuestra autonomía individual y libertad se han transformado en secundarias en relación a la seguridad y la calma de nuestra pareja. Consecuentemente, la fibra de la modernidad doméstica, rutina, viajes y restricciones de movimiento, son comandos para prevenir el que nuestras parejas se comporten de una manera que nos cause irritación o disgusto. Entonces, modificar el comportamiento del compañero es la única gran oferta que ofrece este tipo de parejas, si no que “es la llave para acceder a su universo” (p. 81). Esta es la estructura profunda del compañerismo moderno. En otras palabras, de acuerdo a Kipnis, el problema del compañerismo es la ansiedad que experimentamos sobre la distancia del compañero y su inhabilidad de cumplir con nuestras necesidades y todos los esfuerzos subsecuentes que experimentamos para crear seguridad. La autora nos ofrece una muy larga lista de ejemplos sobre lo desesperadamente que anhelamos esta seguridad. “No puedes irte de la casa sin decir a donde vas” (p. 84). “Te dije que odio cuando haces…” o “¿No puedes ni recordar que..?” (p. 79), Y sobre el como estas exigencias “mutuamente impuestas, altamente triviales, se encuentran presentes tanto en asuntos domésticos, como en la vida social, las finanzas, el discurso, la higiene, las ideologías permitidas, etc.” (p. 84) se han transformado en lo que rige el intercambio doméstico. Ciertamente que la vida doméstica ofrece muchas recompensas, eso lo sabemos. Pero sin embargo, Kipnis pregunta, “¿Como es posible que el amor moderno se haya desarrollado de forma tan sumisa y restrictiva con tan poca discusión sobre el tema?” (p. 94). Las expectativas que tenemos entre nosotros para cumplir con las expectativas del otro eventualmente transforman la vida doméstica en una camisa de fuerza. Esto dentro de un contexto que la espontaneidad se pierde y el deseo se extingue. Kipnis (2003) argumenta que el amor moderno viene con la imposición social de trabajar en él. Pero toda esta presión por trabajar en el amor acaba en una especie de intimidad forzosa, mediante la cual la relación termina más como una complicidad obligada que una libre expresión del deseo. Ella repite “Cuando la monogamia se transforma en trabajo, cuando el deseo es organizado contractualmente, con su registro, y en donde la fidelidad se exige como quien lo exige a un empleado y en donde el matrimonio puede verse como disciplinada industria en cuanto a su régimen de compras… es realmente a eso a lo que nos referimos cuando hablamos de una ‘buena relación’?” (p. 19). Puede que una buena relación tome trabajo, pero eróticamente hablando -ella dice- “el trabajo no funciona… lo que funciona es el juego” (p. 18). En sus palabras, infidelidad es una “huelga de brazos cruzados contra la ética de que el amor cuesta trabajo” (p.31). El eslabón más débil del modelo de la pareja de compañeros es la fuerza del deseo. El deseo, ella dice, lucha por la libertad y “simplemente no dirá que no” (p. 44). El deseo es también por donde accedemos a un mundo

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ambivalente con respecto al amor: “en una mano está el deseo de intimidad, en la otra el anhelo de independencia; en una mano el alivio de la comodidad y la rutina y en la otra lo anestésico de lo predecible. Por un lado el placer de ser conocido (y el de conocer profundamente a alguien) y por el otro la chaqueta de fuerza que significa el juego de roles dentro de la familiaridad. El problema de la pareja lo presentan la tediosa repetición de argumentos, el aburrimiento y la rigidez tozuda sobre temas de ninguna manera transcendentes… Darle un porcentaje del cincuenta por-ciento a ese tipo de relación parece justo (asumiendo, claro, que el éxito significa longevidad)” (p. 35). Kipnis (2003) reconoce que la infidelidad tiene sus propios problemas y contradicciones. Trae consigo celos, decepción, auto-destrucción, pero a si vez es también una experiencia desestabilizadora en donde nuestro sentimientos despiertan de una “muerte emocional”, generalmente seguida de ansiedad y culpa. Sin embargo, considera que la disminución del deseo en un matrimonio a largo plazo es una pérdida seria. Bajo su óptica, la energía erótica resulta esencial para sentirnos vitales y, sin embargo, deseo y compromiso no parecen coexistir bien. Es radical al concluir que dada la coerción que involucra una relación a largo plazo, un matrimonio feliz y de largo aliento que mantenga a la vez su sexualidad viva es una imposibilidad. Es escéptica en cuento al amor duradero, pero lo que hace bien es invitarnos a observar nuestro propio comportamiento y considerar cuantos de nuestros intentos desesperados por conseguir seguridad terminan transformados en problemas. En nuestro deseo de contener las amenazas de la separación, de la libertad, independencia y el cambio, paradójicamente hacemos una jaula de nuestras relaciones, de las que luego anhelamos escapar. Steven Mitchell En Can Love last? The Fate of Romance Over Time (2002), Steven Mitchell, de una forma muy distinta a la de Kipnis, trata con problemas similares sobre lo que él considera son las contradicciones inherentes entre deseo y compromiso. Escribe, “El romance auténtico es difícil de encontrar y aún mas difícil de mantener, fácilmente se degrada en algo más. Mucho menos cautivante, mucho menos estimulante, algo como un respeto sobrio o pura diversión sexual, relaciones predecibles, odio, culpa o autocompasión… El romance se alimenta de novedad, misterio y peligro: la familiaridad lo dispersa. Por ello el amor imperecedero es en sí una contradicción” (p. 27). Mitchell señala que históricamente, en la mayoría de las culturas, ha existido una separación clara entre lo doméstico y lo erótico. La gente se casa con el acuerdo de procrear y mantener una vida familiar; de esta forma se adquieren ciertos “derechos” maritales. El Eros es, o bien reprimido, o puesto en algún otro lado. Hoy en día, con las grandes expectativas existentes sobre sexualidad y el modelo de compañeros, estamos intentando combinar lo doméstico y lo erótico en una sola persona. Mitchell considera que la reconciliación entre estos dos polos no es imposible, aunque sí difícil y frágil.

Mitchell explica el que los seres humanos persiguen tanto seguridad como aventura, tanto lo familiar como lo novedoso. En algunas ocasiones de forma alterna, en otras mediante un delicado balance entre las dos. Pero

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debido a que ambas nos empujan hacia direcciones opuestas, el balance entre seguridad y aventura solo puede tratarse de un equilibrio transitorio, una pausa temporal en nuestra lucha por reconciliar estos anhelos opuestos. “Antes del matrimonio, las parejas suelen considerarse a sí mismas como libres, infantiles, aventureras y espontáneas. En el matrimonio, buscan permanencia y estabilidad” (p. 50). “Seguridad total, predecible, estabilidad, permanencia, todo se vuelve conflictivo… Debido a lo ilusorio y artificial que resulta la seguridad permanente, esta asfixia de la vitalidad es lo que genera exuberantes expresiones de desafío” (p. 51). La sexualidad esta perfectamente diseñada para la rebelión dentro de estos contratos, precisamente debido a que el impulso sexual no puede ni auto generarse o controlarse. La excitación no está regulada y es impredecible; involucra vulnerabilidad y riesgo; revela la mentira sobre la ilusión de seguridad y control” (p. 51). En su articulo Queer Affairs, Betsy Kassof (2003) razona con este dilema propuesto por Mitchell: “Podemos imaginar que para un homosexual es crucial en una relación a largo plazo el sentirse aceptado y a salvo, dado el historial de inseguridades y vulnerabilidad que rodea su identidad. Y, sin embargo, es a la vez crítico al experimentar su yo erótico; su deseo” (p. 13).

Mientras Mitchell se refiere a la dialéctica entre compromiso y la desreglada naturaleza de la sexualidad, señala una promisoria área de exploración clínica con parejas. Él dice que permanentemente nos esforzamos por establecer seguridad dentro de nuestros matrimonios, la permanencia, o la estabilidad que tuvimos (o deseamos tener) en nuestra infancia. Pero es esta misma carrera por un matrimonio seguro -como si éste pudiera ser absolutamente seguro- lo que nos lleva a perder la espontaneidad y eventualmente el deseo. Si podemos aceptar que la experiencia humana es por naturaleza inestable, tal vez seamos capaces de ver como el concepto inmóvil de hogar y seguridad son generados por nuestra imaginación. El cambio constante es, desde luego, desestabilizador, pero es nuestra intolerancia y ansiedad, a la fluidez (y la fluidez de nuestros compañeros) lo que nos obliga rápidamente a convertir el deseo en obligación y nuestras casas en prisiones. Mitchell señala que algunas formas de conocerse llegan a convertirse fácilmente en coerción mutua y éstas tienen un gran atractivo, pero desgraciadamente tienden a matar el amor romántico. Entonces, cuando las parejas se vuelven predecibles, saturadas de negociaciones, obligaciones, responsabilidades, ideas contractuales y demandas, nuestra necesidad de libertad y espontaneidad se agudizan. Esto podría explicar el porqué la parejas son más vulnerables a la infidelidad durante el nacimiento de un hijo o hija, en donde los matrimonios, sin todavía grandes lazos de familia, se verían sobrecargados. Mitchell apunta a que mientras más restrictiva sea nuestra concepción del matrimonio, más urgente será el encontrar la libertad fuera de él. Mitchell no se refiere directamente al affair; se remite a tratar la contradicción entre lo predecible y novedoso. Está implícito el punto de que al manejar de mala manera estas contradicciones (restringiendo el deseo) paradójicamente creamos el escenario ideal para las transgresiones sexuales.

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El contexto: Genero, poder y puritanismo

Género y poder

Una de las piezas faltantes dentro de los análisis de Kipnis (2003) y Mitchell (2002) es el contexto histórico del matrimonio (y las relaciones a largo plazo) en términos del patriarcado y la inequidad en el poder que ha existido a lo largo del mundo y durante siglos. Después de todo, hasta hace muy poco la infidelidad era una prerrogativa exclusiva del hombre. Tanto Mitchell como Kipnis miran el problema de las parejas de compañeros asumiendo una equidad de poder entre ambos, pero pese a todos los cambios recientes sobre el rol de la mujer y su posición en el mundo, debido principalmente a los métodos anticonceptivos e independencia económica, aún sufrimos un legado de desigualdad aplicada a la vida emocional de la parejas en la sociedad americana y, ciertamente, en muchas otras culturas también. Ha sido solo durante estos últimos 35 años en donde algunas mujeres han declarado abiertamente su libertad sexual. Así que cuando Mitchell y Kipnis hablan sobre los polos opuestos de la existencia, es normal asumir el que tanto la experiencia de hombres y mujeres se encuentran delineadas por la de sus padres y abuelos. Yo pienso que, mientras hoy en día el hombre sigue mejor preparado para la libertad, la aventura y el descubrimiento, las mujeres, con su legado milenario de impotencia y aún a cargo de casi todo el peso de la familia, necesitan de mayor manera lo predecible y la seguridad. Es posible que el programa de televisión Sex and the City le deba su popularidad precisamente al hecho de que evidenciaba los cambios recientes sobre la conducta sexual de la mujer hacia una mayor libertad, descubrimiento y aventura. El único punto que ha sido común en básicamente todas las culturas a través del tiempo es su doble estándar con respecto al sexo extramarital. Las mujeres han sido tradicionalmente consideradas propiedad de los hombres y, como resultado, han tenido distintos privilegios sociales y derechos legales, se han atenido a una distinta moral, sobre todo en cuanto a sexualidad. Aún hoy, en las culturas patriarcales, el hombre nace con derecho a la libertad en el placer; mientras las mujeres han de someterse aún a costo del suyo. Un famoso tango argentino “Amablemente” muestra este doble estándar de manera trágica. “Cuando la vi en los brazos de otro hombre, seguro y tranquilo le dije a él: ‘tu puedes irte’. El hombre nunca es el culpable en estos casos… Y luego dándole pequeños besos, muy tranquilo, amablemente, la apuñalé treinta y cuatro veces con mi cuchillo”. La antropóloga Suzanne Frayser (1985), que ha estudiado la sexualidad en sesenta y dos culturas, presentes y pasadas, concluye que en 26 de ellas al marido se le permite libremente tener sexo extramarital. En la mitad de ellas, el marido tenía también el derecho legal de matar a su mujer si la sorprendía engañándolo. En contraste dentro de las culturas que permitían el adulterio, ninguna lo hacia a favor de las mujeres. Algunas culturas definen el adulterio de distinta manera cuando se trata de un hombre o una mujer. En la ley judía, por ejemplo, la mujer es culpable de adulterio si engaña a su marido con cualquier hombre mientras que el hombre es solo culpable si lo hace con la

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mujer de alguien más. Bajo la ley musulmana, se le permite irrestrictamente al hombre tener sexo fuera del matrimonio, mientras que si sorprende a su mujer haciendo lo mismo se le autoriza a matarla o a divorciarse de ella. En Arabia Saudita y otros países árabes, las mujeres adulteras aún son lapidadas públicamente por adulterio. Este es el caso para algunos sectores de África también. En Marruecos hoy en día, las mujeres divorciadas por sus maridos son rechazadas en su familia, transformadas en parias y mendigas. Hasta finales de los setenta en Brasil, quienes mataran a sus mujeres infieles no tenían responsabilidad legal; puesto que a esos “crímenes de pasión” se los consideraba justificados. Esto sucedió hasta 1979 cuando el famoso caso de Ángela Diniz, asesinada por su marido debido a una infidelidad, acaparó suficiente atención de los medios de comunicación como para lanzar una campaña social (bajo el slogan de “el que ama no mata”) y finalmente revertir esta práctica en Brasil. También hemos visto cómo en la literatura se caracterizan a las mujeres adúlteras de una manera mucho más negativa que a los hombres y cómo son castigadas más duramente. Ana Karenina de Tolstoi, Madame Bovary de Flaubert y Hester Prynne de Hawthorne son símbolos del castigo y la humillación asociada al adulterio femenino. A pesar de los cambios recientes en la estructura del matrimonio en la cultura occidental, aun quedan muchos rastros sobre las diferencias de poder en los matrimonios americanos. Un ejemplo es el encontrado por Laumann y sus colegas (1994) quien señala que en Estados Unidos los hombres tienden a divorciarse mucho mas que las mujeres por casos de infidelidad. El también señala que sobre decir la verdad, a las mujeres aún se las castiga más duramente si se las descubre; los hombres perdonan menos y tienden con más facilidad a caer en violentos actos de venganza. La motivación principal para tener un affair puede variar también de acuerdo al género. El principal motivo que lleva a los hombres a tener un affair es todavía una sensación asociada al poder, como lo ilustra el caso de un hombre exitoso de edad media que, sintiéndose próspero, deja a su mujer envejecida por una mas joven (“una mujer trofeo”), o el del mujeriego que mide su autoestima de acuerdo al número de sus conquistas. Para las mujeres, por su lado, el tener un affair puede estar más relacionado con un ideal romántico, la decepción sobre el matrimonio o bien rebeldía debido a las restricciones impuestas por la vida doméstica. El elemento puritano Además del doble estándar presente en el mundo entero, la cultura americana tiene también un historial de tradiciones puritanas. Pese a que el adulterio aún puede tener peores consecuencias para una mujer, dentro de la tradición puritana, el ideal es la monogamia y la infidelidad es considerada como una corrupción moral en ambos casos. Lo confuso de nuestra cultura americana es que, pese a estar hiper-sexuada, cuando se trata de adulterio aún prevalecen sus antiguos enclaves puritanos. Tal como lo hemos

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presenciado tras el caso Clinton, la infidelidad se muestra como parte de una moral corrupta y es inmediatamente condenada. Mediante un estudio empírico sobre actitudes sexuales tanto en Francia como en Estados Unidos, Abigail Saguy (1997) señaló que los franceses son significativamente más tolerantes a la infidelidad que los americanos. Mostrando, por ejemplo, las grandes diferencias en la reacción pública tras conocidos los casos de los ex-presidentes Francois Mitterand y Bill Clinton. Antes de que Miterrand muriera en 1996, él hizo cuidadosos planes para su funeral. Entre sus deseos últimos estuvo el que sus dos familias asistieran a la ceremonia: Su mujer legal, con sus dos hijos, y su amante con su hija. La prensa francesa se refirió al tema de manera neutral o ya de plano indulgentemente. Danielle Miterrand defendió la relación de su marido. En una entrevista dijo: “Si, me casé con un seductor, es parte de la vida ¿Qué mujer podría decir “a mi nunca me han sido infiel, o yo nunca le he sido infiel a nadie en toda mi vida’?”. En contraste, cuando Bill Clinton fue acusado de tener un affair con Jennifer Flowers, él y Hillary trataron de anticipar la controversia mostrándose como una pareja en problemas que, sin embargo, trabajaba junta para salir adelante. Su estrategia fue la de buscar el perdón por un comportamiento ampliamente condenado. Es importante señalar que la actitud en Francia (como en otros países latinos o europeos) no significa respaldo o aprobación frente a la infidelidad, pero sí muestra distintas premisas culturales. Como lo he discutido ya, en la cultura americana el affair es considerado corrupción moral. En otras culturas, aunque se reconoce que un affair puede ser dañino y traer consigo mentiras y traición, se los mira como producto de otras causas. Puede que se ame a más de una persona, o que se esté complementando el matrimonio con romance, pasión, sexualidad o autonomía. Fuera de Estados Unidos -en Europa, Latinoamérica o incluso India- los triángulos amorosos son aceptados como dolorosos, aunque también como parte del dilema que rodea al amor y la sexualidad. Nunca se trata solamente de un problema moral, materia de enfermedad o trauma. En la película India Monsson Wedding, el affair de la novia enfurece a su pareja, pero a su vez enciende su deseo, pues el novio se da cuenta que se está casando con una mujer que puede ser tremendamente apasionada. Siempre me ha parecido interesante la gran tolerancia que tienen los americanos sobre el divorcio -lo que es una ruptura total de la lealtad y tiene efectos muy dolorosos en la familia- comparada a la poca tolerancia que existe sobre infidelidad sexual. El corazón del problema: Las nuevas premisas Lo que Steven Mitchell (2002) y Laura Kipnis (2003) me ofrecieron como terapeutas familiares fue un nuevo juego de premisas e ideas sobre el cómo abordar a la pareja bajo un nuevo enfoque y nuevos parámetros en una situación clínica. Como he revisado, tanto Kipnis como Mitchell sostienen que el amor romántico es una contradicción; deseamos tanto seguridad y permanencia como novedad, aventura y libertad. Es precisamente en el centro de este

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problema, en reconciliar estos polos opuestos, donde se manifiesta más comúnmente la infidelidad. Mientras suscribamos valores morales a cualquiera de estos polos, esa información añadida nos informará solamente que tan bien, o mal, manejamos el amor. A través de la historia, el deseo ha sido representado por la iglesia católica como una fuente de peligro a reprimir y contener. En contraste, desde los años sesenta, las culturas occidentales han llegado a supervalorar el deseo como reflejo de vitalidad. Hoy en día el deseo es un concepto dominante en la cultura popular y el mensaje adscrito en ella es que debemos abrazarlo. Un punto fuerte de lo dicho por Kipnis y Mitchell es el que ello no se aplica a una cultura especifica; sino que se articulan con el universo amplio de la condición humana, por lo que podría tratarse de una base para el trabajo clínico en parejas en muchas culturas. Kipnis y Mitchell nos ayudan a separar los dilemas humanos de los particulares valores morales asociados a ellos y, al hacerlo, nos ayudan a reconocer que estos significados adscritos varían de acuerdo a su tiempo histórico, religión, cultura, sub-cultura, género y, finalmente, de individuo a individuo. Mientras que el marco del trauma de la traición a menudo nos sugiere una evaluación moral implícita -existe alguien que acciona de trauma y otro que es su víctima- el modelo presentado aquí hace más fácil para el terapeuta traspasar el debate moral y centrar su entendimiento en la culpa compartida de la pareja sobre la forma en que integran su autonomía y el compromiso en sus vidas. Kipnis y Mitchell también identifican la ansiedad básica que sentimos sobre la separación. Es mediante esta ansiedad que ponemos en práctica sutiles formas (a veces no tanto) de coerción sobre nuestras parejas, y estas presiones -la línea de culpa que comparte la pareja- se relacionan con la disminución del deseo. Nos piden considerar el cómo nuestro énfasis post-feminista de poner todo el esfuerzo en la forma de relacionarse como pareja, puede estar provocándonos expectativas desmedidas de seguridad con respecto a nuestro compañero. Al esperar tanto, de la misma forma podríamos estar involuntariamente sofocando nuestra igualmente legítima necesidad de autonomía y privacidad. Un punto similar es el planteado por Enderlin (1993) quien habla sobre cómo las parejas americanas a través de su “reclamo por apertura total y un permanente enriquecimiento emocional mutuo, están perdiendo su pasión” (p. 50). Kipnis y Mitchell nos recuerdan que el deseo, como el hambre o el sueño, no pueden forzarse, o simplemente negociarse; deben surgir en un contexto de óptimas condiciones. Aunque Kipnis es escéptica sobre el destino de las relaciones a largo plazo al pensar en que la coerción que acarrea el compromiso siempre terminará por destruir la separación necesaria para la pasión, Mitchell de alguna manera es más optimista. Advirtiéndonos, sin embargo, que el amor a largo plazo, es algo frágil y muy difícil de sostener durante el tiempo. Yo considero que lo que necesita ser el centro en la terapia de parejas es esta fragilidad que experimenta el amor y la dificultad de mantener el deseo en relaciones a largo plazo, especialmente en donde el affair es el protagonista en el drama de la pareja. Como Mitchell, yo también creo que es posible reconciliar el apego con el deseo en relaciones de largo plazo, pero solo en un contexto en donde se le permita al deseo desarrollarse, aunque sea

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intermitentemente. Este contexto debe incluir el delicado balance entre unión y separación, responsabilidad y libertad, transparencia y misterio. Como terapeuta, mi trabajo es el de ayudar a las parejas a desarrollar un balance que funcione para ellos. Separación, privacidad y misterio no necesitan ser palabras sucias en la relación de pareja, estos son, de hecho, los ingredientes que hacen falta para mantener viva la pasión. Al tratar con el deseo, Mitchell y Kipnis recuerdan un viejo postulado freudiano: a mayor represión, mayor descontrol. Mientras más presión y restricciones se le ponga a la pareja, más querrán sus integrantes rebelarse de ella y escapar. No es ninguna sorpresa ver como los estados más conservadores (los de ir a la iglesia), que votaron por valores tradicionales en las últimas elecciones presidenciales, son los que tienen mayor número de divorcios, mayores ratings de sintonía para el sexualmente transgresor programa de televisión Desperate Housewives, y florecientes clubs de swingers en sus suburbios. La revista Newsweek (Julio 2004), reportó que pese al gran movimiento conservador que apoya un matrimonio tradicional en la sociedad americana, la infidelidad, especialmente la de la mujer, continúa en aumento.

Honestidad, transparencia y la conducción de la terapia de pareja Transparencia e intimidad La mayor parte de la literatura americana especializada sobre infidelidad sostiene una visión monolítica y culturalmente limitada sobre intimidad: honestidad, transparencia y hablar sobre los sentimientos. Este significado particular, bien puede ser la idea predominante entre la clase media moderna en la cultura americana; para muchas parejas, mujeres en particular, la transparencia y seguridad son consideradas como esenciales para una satisfactoria conexión sexual. Sin embargo, esta idea no representa necesariamente a todas las culturas o parejas. Si definimos intimidad como lo hace el diccionario Webster “Lo más personal y privado” o “Lo muy cercano y familiar” entonces intimidad significaría algo distinto para cada persona. Diferentes culturas o distintas personas tendrán variadas versiones de lo que consideran “Sus sentimientos más privados y personales”. Lyman Wynne (1986) definió intimidad como una forma subjetiva de relacionarse, manifiesta en formas verbales y no-verbales, presente en distintas arenas. Mientras que para una pareja el sentirse conectados podría significar el compartir trabajo intelectual, para otra la intimidad podría relacionarse con la sexualidad o la experiencia de criar hijos. En una familia de inmigrantes, su sentido de intimidad bien podría estar conectado a la forma en que se ajustan a sus expectativas de adaptarse y empezar una nueva vida en otro país. Otra intimidad podría tratarse principalmente sobre cuan generoso se puede ser entre compañeros. En Brasil, intimidad usualmente se asocia al proceso no-verbal de dar afecto, hacerse favores, cariño físico, juego y complacerse de maneras sexuales y no sexuales también. La intimidad varía también con las etapas del ciclo vital. Para las parejas jóvenes, el terreno erótico es base fundamental de la intimidad y éste puede ser muy distinto al terreno verbal. En

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su artículo “Erotic Intelligence” (2003) Esther Perel dice “Los terapeutas normalmente estimulan a sus pacientes a “realmente conocerse’, pero yo usualmente lo que les digo es “el saber no lo es todo”. Al erotismo se lo puede potenciar desde la fascinación por lo escondido, lo misterioso, lo sugestivo” (p. 27). Pese a que la transparencia y la honestidad gozan de gran valor entre los terapeutas entrenados en Estados Unidos, en otras culturas la honestidad es un asunto relativo, un valor más entre otros. Uno puede aspirar a ser honesto, pero frente a otras beligerantes fuerzas emocionales, se puede escoger el no serlo para evitar lastimar o humillar a otra persona. En muchas culturas, como en África, Latinoamérica, y Europa, existe comúnmente la idea de que la verdad puede doler y en algunos casos de formas que son irreversibles. A la hora de decidir si hablar con la verdad o no, uno debería pensar sobre cuál es el propósito de esa confesión y cuales serán sus posibles repercusiones. Esta valoración de la honestidad es algo particular de la cultura americana. En otras, evadir la confrontación, mantener cierta información en privado, o hasta mentir en algunas ocasiones tienen el propósito de protegerse a uno mismo, al compañero o a la relación, y también funcionan como una forma de controlar el daño. Tomen, por ejemplo, a Sebastián, 57 años, un músico que recién durante los últimos diez años ha visto los frutos de una vida de trabajo. Su esposa Martha ha desarrollado Parkinson, deteriorándose rápido. Se la ha pasado entrando y saliendo de hospitales y se encuentra ahora postrada en una cama. Durante la enfermedad de su mujer, Sebastián se enamoró de Luiza, con quien mantuvo una relación durante cinco años. Sebastián ama a su mujer y, con la ayuda de una enfermera, él es quien principalmente se encarga de ella. En ningún momento ha pensado en dejarla, sería inhumano. Comentarle sobre su aventura está fuera de cualquier consideración. Así que Luiza y Sebastián mantienen su relación escondida, de acuerdo en que esa es la solución más razonable y generosa en ese momento. Transparencia como una dimensión de la terapia en pareja Relacionada a esta idea de que la honestidad es esencial para la terapia de pareja está el dictamen sobre el que mantener en secreto una infidelidad es un paso no negociable para una pareja que consulta y que pretenda salvar el matrimonio. Los expertos sobre infidelidad puede que tengan distintas ideas sobre lo cuanto debe decirse, pero la mayoría considera necesario recorrer los detalles (Brown, 1991, 1999; Glass, 2003; Pittman, 1989). Esta regla general no toma en consideración las investigaciones que muestran cómo, sobre todo para la mujer, la verdad sobre un affair puede tener consecuencias irreversibles, incluido el divorcio u otros serios actos de venganza como la violencia o hasta el asesinato (Laumann et al., 1994). Otra consecuencia sobre esta regla es el asumir como contra-terapéutico, o hasta anti-ético, de parte de un terapeuta el mantener secretos. Como he descrito arriba, la forma convencional con la que se trabaja una infidelidad es incitar en sesiones privadas la confesión de ella para tratar luego sus repercusiones (i.e., trabajar sobre el trauma terapéuticamente inducido). La intimidad, se cree, debería emerger de este descubrimiento y del trabajo sobre el trauma. Si alguno rehúsa a seguir este camino, el terapeuta debe

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retraerse del tratamiento y derivar a sus pacientes de forma individual. Me parece claro que este sistema presenta fallas. En primer lugar no respeta la auto-determinación. Además, si alguno de los individuos rechaza el tratamiento, la pareja es dejada en el vacío sin nada más que una referencia cuando precisamente más necesita tratamiento. Esta regla tiene raíces en la historia de la terapia familiar, en donde la triangulación ha sido vista como un gran peligro, supuestamente anulando la influencia del terapeuta. Sin embargo, he llegado a creer que mantener una regla tan rígida en cuanto a confidencialidad puede presentar un peligro mucho mayor al de la triangulación. Una política de cero-secretos mantiene al terapeuta como rehén, sin la posibilidad de ayudar dentro de los momentos más críticos en una relación de pareja. Otra regla relacionada es la noción de que la terapia debería ser suspendida si uno de los integrantes de la pareja se niega a terminar con su affair inmediatamente. Bajo mi punto de vista esta regla resulta a su vez potencialmente negativa, puesto que obliga al terapeuta o a ejercer presión o a abandonar a la pareja. Es como advertirle a una persona bulímica el que no sería posible tratarle a menos que terminara con su desorden alimenticio. El significado del affair en la terapia de pareja Si estoy convencida de las premisas discutidas en este articulo y soy capaz de sentarme junto a las ambigüedades que involucran los secretos sin tener que declarar: “Siempre decir la verdad” o “Nunca lo hagas” (Imber-Black, 1998) debo ser cuidadosa sobre el cómo pienso llevar el proceso terapéutico. Primero, debo tener la flexibilidad suficiente como para combinar sesiones individuales y conjuntas. Segundo, debo ofrecer una política clara de confidencialidad que respete la privacidad de los individuos y les permita compartir sus problemas sin presiones. Bajo esta modalidad de trabajo, la terapia se transforma en un lugar en donde el individuo que esta teniendo un affair cuenta con la posibilidad de examinar su opción de confesarlo, no confesarlo o como confesarlo. Estas consideraciones solo pueden existir si el cliente siente que se respeta su posición en cuanto al secreto (Imber-Black, 1998). Trabajando con una affair al descubierto El impacto de un affair al descubierto típicamente rompe corazones. Por lo tanto, el dolor y los sentimientos del compañero que acaba de enterarse de la infidelidad se transforman inevitablemente en el centro de atención del proceso terapéutico, por lo menos durante un tiempo. Cuando se revela un affair, éste entra a pertenecer al dominio de ambos y usualmente desata una crisis. Esta puede ser productiva, se lleva a la pareja a reconocer que tienen problemas y a concentrarse en ellos, o lleva a un mejor entendimiento sobre temas que no habían sido discutidos hasta ese entonces. También puede tratarse de algo positivo si el que está teniendo el affair se decide a terminarlo y a focalizarse en repapar el daño, reconstruir la confianza y mirar hacia dentro

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de su matrimonio. Sin embargo, es también importante mantener en mente que, algunas veces, el revelar un affair es destructivo pues puede llevar a una desesperación inconsolable, una ruptura definitiva, violencia y, en casos extremos, la muerte por suicidio u homicidio. Trabajando con el affair oculto Cuando uno de los integrantes en la relación revela un affair dentro de una sesión individual, y no desea revelarlo ante su pareja, el proceso terapéutico debe cambiar para incluir un período de sesiones individuales. En algunas ocasiones, conviene ver a ambos compañeros individualmente durante un tiempo; en otras resulta mejor trabajar primordialmente con quien está teniendo el dilema. Este proceso individual tendrá ciertamente que incluir una revisión de los pro y los contra asociados a revelar la infidelidad, cuándo, cómo y dónde debería hacerlo, o bien la manera de seguir adelante sin hacerlo. También se debe incluir una exploración de los posibles significados del affair y de lo que puede o no puede decirnos sobre la pareja. Usualmente yo intento ayudar al individuo a traducir lo revelado por el affair dentro de su relación primaria, animando a que se traten estos temas en las sesiones conjuntas. En último caso, las sesiones individuales son un lugar para que el individuo decida qué hacer con respecto a su infidelidad y de qué forma proceder en su relación primaria. Cuando también estoy teniendo sesiones con el otro compañero, el centro de atención esta puesto en las necesidades insatisfechas dentro del matrimonio, quejas mutuas, o estrategias para con la pareja sobre como fortalecer sus vínculos. Lo que incluye cualquier clase de conexión emocional o sexual. A muchos expertos sobre infidelidad les gusta decir que el affair no se trata de sexo. Tal vez no sean solo sobre sexo, pero definitivamente si tienen relación con el deseo. Como terapeutas, yo siento que deberíamos intentar comprender qué es lo que alimenta el deseo de ambos en la pareja y las formas en que ello se podría incluir dentro de la relación. Un affair no revelado, aún cuando tiene repercusiones en la relación de pareja, puede permanecer como un asunto privado y puede no poner en riesgo la vida marital. Existe un precio que paga el individuo al mantener en secreto un affair, y un precio si decide revelarlo. Viendo el lado negativo, mantener secretos crea distancia y conlleva la carga y tensión de no compartir. Quien tiene el affair debe tratar con sentimientos divididos y culpa al tener que engañar. En el lado positivo, manteniendo el affair oculto se podría controlar el daño, protegiendo al compañero de sentimientos de rechazo y traición. Las sesiones conjuntas pueden centrarse en la relación de pareja sin distraerse por ello con los detalles de la infidelidad. Un resultado posible, es que una vez que se ha trabajado sobre la relación y ésta se haya fortalecido, el affair pierda relevancia y pueda ser abordado con más facilidad. Existen casos en los que también, por mucha evidencia que exista, la pareja no desea ver, no quiere hablar de ello explícitamente ni saber ninguno de los detalles. Esta opción se encuentra muy bien ilustrada en la película The Secret Life of a Dentist, en donde el personaje principal opta por no hablar sobre el affair que su esposa esta teniendo con la esperanza de que, dándole espacio y tiempo, ella lo terminará por cuenta propia.

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Conclusiones Trabajar con affairs clínicamente requiere del terapeuta una mente abierta y flexible. El trabajo combinado de Brown (1991, 1999), Lusterman (1998), Abrams Spring (1996), Reibstein y Richard (1993) y las premisas básicas que sugieren Kipnis (2003) y Mitchell (2002) ofrecen al terapeuta una visión amplia y muy general sobre cómo ha de explorarse el significado del affair y sobre cómo este se asocia a las relaciones de pareja. El terapeuta debe también ser capaz de trabajar con mucha ambigüedad. Su posición es de hecho muy delicada, pues cada compañero puede tener perspectivas muy distintas y ambas deben ser tomadas en consideración. Es un desafío para el terapeuta el legitimar ambas posiciones, particularmente tomando en cuenta el dolor y daño que puede causar un affair. Al tratarlo, la supervivencia de la relación esta usualmente en cuestión. Es esencial que el terapeuta muestre esperanza a la pareja para que logren llegar hasta el otro lado (Scheinkman & Fishbane, 2004) y de crear un proceso de reflexión constructivo y seguro para tomar decisiones. También es su responsabilidad el exponer un terreno en donde el amor y el deseo logren re-emerger. Esto puede incluir el promover negociaciones y re-acomodaciones mutuas, pero más que nada, involucra la estimulación de un clima de aceptación mutua en la pareja, tanto sobre su separación como su fluidez, tanto su generosidad como el placer compartido. REFERENCIAS Abrams Spring, J. (1996). After the affair: Healing the pain and rebuilding trust when a partner has been unfaithful. New York: HarperCollins. Ali, L., & Miller, L. (2004). The secret lives of wives. Newsweek, July 12. Brown, E. (1991). Patterns of infidelity and their treatment. New York: Brunner/Mazel. Brown, E. (1999). Affairs: A guide to working through the repercussions of infidelity. San Francisco: Jossey-Bass. Frayser, S. (1985). Varieties of sexual experience: An anthropological perspective. New Haven,CT: HRAF Press. Glass, S. (2003). Not ‘‘just friends’’: Protect your relationship from infidelity and heal the trauma of betrayal. New York: Free Press. Gordon, C.K., Baucom, D.H., & Snyder, D.K. (2004). An integrative intervention for promoting recovery from extramarital affairs. Journal of Marital and Family Therapy, 30(2), 213–231. Greenan, D.E., & Tunnell, G. (2003). Couple therapy with gay men. New York: Guilford Press. Herman, J.L. (1992). Trauma and recovery. New York: Basic Books. Imber-Black, E., (Ed.). (1998). The secret lives of families: Truth telling, privacy, and reconciliation in a tell-all society. New York: Bantam Books.

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